Que Viva Cristo Rey Jaime Chabaud PDF
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o
De piedra ardiendo
Jaime Chabaud
Obra escrita bajo el auspicio de la Beca “Salvador Novo” del Centro Mexicano de Escritores
(1989-1990). Premio Nacional de Dramaturgia “Fernando Calderón” 1991 de la Secretaría de
Educación y Cultura del gobierno de Jalisco.
Revisada bajo el goce de la Beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA), 2001-
2004.
PUESTA EN ESCENA
Y DISEÑOS GERMÁN CASTILLO
* Estreno 16 de mayo de 1992 en el Teatro del Centro Cultural San Ángel, ciudad de
México.
PERSONAJES
1
En la sala de la Mitra Metropolitana de la ciudad de México vemos al
presidente Álvaro Obregón, sentado ante un tablero de ajedrez.
Delante de él, su Mano encerrada en un frasco con formol. Ésta se
deberá desplazar con movimientos propios (no se resuelva con un
actor oculto bajo el mantel de la mesa: que se vean las patas de la
misma mas no a quién la interpreta). Obregón medita sobre la jugada
del tablero. La Mano toca en el frasco, impaciente.
2
En la sacristía, el señor Obispo se viste auxiliado por León Toral.
Mientras se produce esta investidura, a cierta distancia, una Monja
prepara un chocolate.
Oscuro.
4
Obispo: ¡Buenas!
Obregón: Ni tanto, me confunden sus jugadas.
Obispo: Es indicio esperanzador, señor presidente…
Obregón: ¡Poner ese caballo tan al tiro!
Obispo: Su presencia aquí…
Obregón: Quezque no le sabe y se las sabe todas, señor Obispo, al reverso y
al derecho… Y con dios detrás…, peor.
Obispo: ¡Ah, que usted! Si sólo es un juego…
Obregón: ¡Ah, qué bonito juego el mentirle a sus fieles!
Obispo: Leoncito.
León Toral: Su Eminencia.
Obispo: El general trae prisa y mejor le damos ya su chocolatito.
La Mano hace una seña obscena a Obregón que suelta una risotada.
Obregón: ¡Mírela, mírela! ¿La vio? Muy creyente y lo que usted guste y
mande pero una majadera, asesina y, para colmo, beata.
Obispo: ¡Leoncito!
6
Es de noche en el atrio de la iglesia. Se oye un grillo cantar. El
cadáver del padre Anselmo se balancea. Blanca termina de colocar
veladoras en semicírculo en el momento que entra Nécimo.
7
Blanca es empujada por una procesión de mujeres y ancianos que, en
tono agudísimo e inteligible, cantan. Traen estandartes, machetes,
sirios, azadones, etc.
Sacedorte: (Se santigua.) “Disírae, díes illa, solvent saeclumin favílla: Téste
Dávid cum Sibylla. Quántus trémor est futúrus, Quando jú-dex est ventúrus, cúncta
stricte discussurus.” (Fraternal.) ¡Queridos hermanos, Dios es el ser más elevado del
Universo! Él mismo es el creador de todas las cosas, de los mares y los cielos, de la
tierra que vuestras manos siembran con paciencia y riegan con el sudor de las frentes.
(Pausa. Seco.) Así como vosotros irrigáis los suelos de este mundo con la sangre que
os dio el Creador, así Él riega los corazones de la humanidad con sus infinitos amor y
piedad. Él deposita la semilla de la esperanza en vosotros. Él desea le sirvamos y le
demos frutos con nuestra fe a través de la Santa Madre Iglesia, que es como si los
depositárais en sus divinas manos. Sed generosos y la recompensa os llegará.
(Después de doloroso gemido se saca unas barbas hirsutas. Pausa.) Pero no todas las
semillas de esperanza dan lo suficiente. ¡Existen corazones perversos...! ¡Sí...,
contaminados por el espíritu demoniaco, por el espíritu del dragón que busca perder
vuestras almas! (Pausa.) ¡Vuestras almas redimidas con la preciosísima sangre de
Jesucristo Nuestro Señor! (Silencio.) La hora del infierno va llegando ya.
8
En un espacio neutro, Álvaro Obregón fuma un puro, pensativo, en
tanto arma el tablero de ajedrez para nueva partida. Después de un
momento acaricia el frasco donde su Mano le hace signos de
interrogación.
Obregón: (En intimidad.) ¿Sabes? (Pausa.) Antes de venir pa’ cá, los perros
estuvieron ladrando tres días completos en la hacienda, con sus noches enteras y luna
llena. (Silencio prolongado.) No pararon ni cuando mandé que les dieran carne
cruda... (Pausa. Transición.) Sólo a ti te cuento esto, pinche tramposa. (Pausa.) Y no
hay traidora como tú, culera... Con ese afan de pensar que tu índice es la máxima
autoridad… (Transición.) Los vigilantes de mis sueños ladraban sin parar, ¡contra mí!
(Toma aire.) Pedí al Fulgencio primero, y luego le supliqué a gritos que les metiera de
plomazos..., ¡a mis perros, carajo..., los míos de siempre...! (Silencio. Cuenta
inútilmente con los dedos las piezas de ajedrez.) ¡Llenos de plomazos...! (La Mano se
mueve inquieta.) ¡Mis perros..., úta, como hermanos...! (Pausa.) Y no se callaron.
(Silencio.) ¡Y ya estaban muertos, con una chingada, y todavía ladraban! (Silencio. A
punto de llorar.) El Fulgencio y la treinta treinta humeando miraban mi cara
asustada... con sus ojos que me acababan de matar mis perros de pura raza. (Pausa
prolongada.) ¡Y seguían ladrando aunque no pudieran respirar, carajo! Lo conoces
bien al güey, al Fulgencio, el capataz…, y que me dice: “Sé lo que quieren los perros,
patroncito. Quieren su sangre, con su perdón.”
Oscuro.
9
En la sacristía, el Obispo y la Monja escuchan atentos al Sacerdote, en
conversación iniciada.
Oscuro.
10
12
Oscuro.
13
Maestro: ¿Quieres decirme algo? (El Niño niega con la cabeza.) ¿Cómo te
llamas? (El Niño niega.) ¿Quiénes son tus padres? (El Niño niega.) ¿Cuántos años
tienes? (El Niño niega.) ¿Dónde está tu casa? (El Niño niega.) ¿Ya estarás contento,
no? (El Niño niega primero y luego afirma.) ¿Sí? (Suelta la carcajada.) Me rompiste
la cabeza…
Oscuro.
14
Reanudan la marcha.
Oscuro.
15
En un llano está el Maestro, tirado en el piso, rodeado por Nécimo
Hernández, su lugarteniente Próspero y los Cristeros 1 y 2. Estos
últimos patean al Maestro.
Silencio tenso.
Sale Próspero.
Nécimo: No pongas cara de crucificado. Sólo a Cristo Rey o a los santos se les
crucifica. Tú estás muy lejos de eso.
Nécimo: Astilla por astilla, poco a poquito, va quedando pero picudo, picudo,
como si fuera una grosería de a tiro muy fea. ¡Así de puntiagudo como una gran
ofensa! (Pausa.) Pero, viéndolo de lejos…, más parece como un dedo que señala pa’l
cielo, ¿no estás de acuerdo, profesor?
Maestro: (Aterrorizado.) Si me deja ir… Hablaré, abogaré por usted y su
gente ante las autoridades… Me escucharán…
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Obispo: ¡Dicen que tiene buen ojo, general, como de ave de presa…!
León Toral: Bu… Buuuenas noches…
Obregón: ¡Imagínese nomás si no, señor Obispo: alcancé a ver la silla
presidencial desde mi hacienda de Huatabampo, desde Sonora hasta la capital!
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Coronel Güemes: ¿Qué sucede, Nécimo Hernández? ¿Por qué miras con esos
ojos si Dios está contigo en todas partes?
Nécimo: ¿Es usted, señor diosero?
Coronel Güemes: Pero también el miedo que cala hasta lo más hondo de los
huesos, ése que le entieza a uno los pensamientos… Ese miedo también está en todas
partes, mi querido Nécimo Hernández.
Nécimo: ¿Quién jijos de la chingada anda ahí?
Coronel Güemes: ¿Quién más ha de ser sino tu amigo el santero?
Nécimo: Esa no es la voz del diosero.
Coronel Güemes: Ya se me quemaban las habas por conocer al azote de los
federales.
Nécimo: Pa’ broma ya estuvo bueno.
Coronel Güemes: No sé para qué mataste al profesor Sánchez, si tan útil nos
había sido.
Nécimo: ¡¿Quién chingaos es?!
Nécimo: (Casi sin voz.) La gente... Los niños gritaban que los sacáramos de
sus casas en llamas… Que por favor, que les dolía mucho... Pus, si ni pudimos
acercarnos por la cantidad de federales... Los viejos rezaban... Las mujeres lloraban en
rincones donde el humo las ahogaba más aprisa... Todos... Todos chamuscados y ni
qué hacer... Mordíamos desde la loma nuestros sombreros, con una vergüenza... Y no
pudimos... Y no hicimos nada...
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Nécimo: Me has dado de beber y me has lavado los pies con tus lágrimas…
Concepción Argumedo: ¿Nada te interesa de mí?
Nécimo: Sí, una cosa. ¿Por qué no te enminendas, mujer?
Voz 1: Dicen que eran como cien soldados con carabinas bien apetrechadas.
Voz 2: Y que venían con su decreto presidencial.
Voz 3: Y con su constitución a cuestas.
Voz 2: Venían por todos los senderos.
Voz 1: Traían los ojos rojos de mariguana y de furia.
Voz 3: Colgaron al padre Crecencio igual que lo hicieron con Anselmo, ¿te
acuerdas, Nécimo?
Voz 1: Su verde olivo disimuló la sequía por varias horas.
Voz 2: Después dejaron el fuego sobre los tejados, pero no era el fuego entero.
¡Bendito hubiera sido Dios!
Voz 3: Mataron a doña Juvencia, la mamá del padre Anselmo.
Voz 1: También jusilaron al hijo de Hilario, a Ernestito.
Voz 3: Se cogieron a la Antonia y a la Claudia.
Voz 2: Y se llevaron pa’l monte a la Elia y a la Martina.
Voz 3: Se llenó todito de llanto Santa Rosa.
Voz 1: Tiraron el Cristo y los otros santos de la iglesia y los quemaron.
Voz 2: También tocaron en tu casa...
Voz 1: Se metieron...
Voz 3: Mataron a tus hijos porque ya sabían que eran tuyos.
Voz 2: Querían que la Blanca les dijera dónde estabas.
Voz 1: A ella se le secó la boca y no dijo nada.
Voz 3: Las tumbas estaban más ruidosas que los labios de Blanca.
Voz 1: Los “changos” se enojaron mucho, sobre todo el coronel que iba con
ellos...
Voz 2: Se violaron a la Blanca, compadre, aunque Próspero intentó defenderla.
Voz 1: Al Próspero le dieron un balazo en los güevos y pos, ya no pudo.
Voz 3: Al Ramiro lo golgaron de ahí mismito y, pos, tampoco…
Voz 2: Ni te lo queremos decir...
Voz 1: Total, ya ni tiene remedio...
Voz 3: Dios los ha de tener en la gloria.
Nécimo: (Enloquecido.) ¿Y Blanca? (Silencio.) ¿Y Blanca? (Silencio.)
¿Dónde está Blanca, chingada madre? (Silencio.) Hablen, hijos de mala madre. ¿Por
qué no dicen nada? (Mirando al cielo.) Habla tú, cabrón todo poderoso por quien he
luchado y he matado con estas manos. Menéate para algún lado. (Solloza.) Echa un
trueno o pon negro el cielo... ¿Por qué no me contestas?... ¿Por qué todo está en
silencio?...
Voces 1, 2 y 3: (Alternadamente.) Lo sentimos mucho... Mi más sincero
pésame... El ánimo en alto, compadre... Era tan buena... No les dijo nada. ¡Dios te
salve María, llena eres de gracia!... ¡Cuánto lo siento!... De haber imaginado... ¡Dios
la tenga en su gloria con todo y sus críos!... En lo que te pueda ayudar, ya sabes...
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El escenario permanece a oscuras y sólo lámpara ilumina una pared
de ladrillos. Más allá de esa luz se percibe una braza de un cigarrillo
que se intensifica de vez en vez. El Teniente aparece en la luz, se
cuadra y sale para regresar un momento después con una Monja, que
se deslumbra. Rasga las vestiduras de la religiosa y aparecen,
cruzándole los pechos, dos cananas llenas de balas. El militar la saca
y trae a una Mujer, presumiblemente de posición acomodada. Le
levanta las enaguas y se ven dos pistolas amarradas una a cada muslo.
El oficial la saca y mete a empellones a un Niño. Éste introduce las
manos en los bolsillos de su pantalón y extrae unas cuantas balas que
ruedan por el piso. A empellones, el militar lo hace salir y entra con el
Anciano. El oficial comienza a registrarlo desde los pies, lo cual le da
oportunidad al Anciano de darle un empellón. De debajo de su gabán,
saca una carabina y, al grito de “¡Que Viva Cristo Rey!”, dispara
contra la lámpara y se hace le oscuro acompañado de un sonido de
cristales rotos.
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El Coronel Güemes intenta salir pero por cada posible ruta de fuga
aparece un Cristero vestido de blanco con cinto rojo y armado con un
par de machetes.
Nécimo: Aquí no hay más sombras que las de tus culpas, Ricardo Güemes.
Güemes: Yo no la violé.
Nécimo: ¡Recógelo!
Coronel Güemes: (Toma el machete con serenidad.) Al fin nos vamos a
medir palmo a palmo, ¿no, Hernández?
Nécimo: Tu cuerpo se va a quedar aquí tirado pa’ que la peste ahuyente a tu
gobierno.
Coronel Güemes: Veremos.
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En la misma sala de los años 20 en la Mitra Metropolitana, se
encuentran el Obispo y el general Plutarco Elías Calles. Al igual que
en las dos escenas similares a ésta, estarán frente a una mesita
jugando ajedrez. La Mano de Obregón en el frasco de formol estará
moviéndose y haciendo comentarios a lo que se diga.
Obispo: Verdad.
Calles: Ustedes ya llevan un buen rato poniéndonos jaque sin ganarnos y
nosotros también se los hemos puesto y nada.
Obispo: ¿Propone algo concreto, don Plutarco?
Calles: (Escupe.) Pues, ¿qué dicen las reglas cuando ya nos comimos todas la
piezas y no se puede dar el mate?
Obispo: ¡Tablas!
Calles: ¡Exactamente!
Obispo: Pero el presidente dijo que el artículo 130 de la constitución...
Calles: Es flexible...
Obispo: ¿Hasta dónde?
Calles: Hasta donde convenga.
Obispo: ¿Y el reparto de la tierra?
Calles: Puede esperar.
Obispo: Pero hace falta un testigo de honor para que esto tenga la solemnidad
que amerita el caso.
Calles: (Señala la mano.) ¿Y por qué no esta canija? ¡Qué mejor testigo!
El Obispo regresa con una custodia de plata y oro en donde mete con
delicadeza a la Mano. La sala va quedando a oscuras mientras la luz
se centra en la custodia. La mano se cierra en puño exceptuando el
dedo índice que señala al cielo.
Oscuro final