Butler - Repensar La Vulnerabilidad y La Resistencia Por Judith Butler
Butler - Repensar La Vulnerabilidad y La Resistencia Por Judith Butler
Butler - Repensar La Vulnerabilidad y La Resistencia Por Judith Butler
JUNIO - 2014
Pues si el lenguaje actúa sobre nosotros antes de que actuemos y continúa actuando en
el mismo momento en que actuamos, tenemos que pensar en la performatividad de
género primero como una “asignación de género”: todos esos modos en los que nos
nombran y nos nombraron, y en los que se nos atribuye un género antes de que
entendamos nada sobre cómo las normas de género actúan sobre nosotros y nos
conforman, y antes de nuestra capacidad para reproducir esas normas de modos que
podamos elegir. La elección, de hecho, llega más tarde en este proceso de
performatividad. Y en segundo lugar, siguiendo a Sedwigck, tenemos que entender
cómo las desviaciones respecto a esas normas pueden tener lugar y lo tienen, de hecho,
sugiriendo que algo “queer” opera en el corazón de la performatividad de género, una
rareza que no es muy distinta de los virajes que toma la iterabilidad en la explicación de
Derrida sobre el acto de habla como citacional.
Así que vamos a asumir, pues, que la performatividad describe tanto los procesos de
ser representados como las condiciones y posibilidades para actuar, y que no
podemos entender esta operación sin ninguna de ambas dimensiones. Las normas que
actúan sobre nosotros implican que somos susceptibles a su acción, vulnerables a ciertos
nombres desde el principio. Y esto se registra en un nivel que es anterior a cualquier
posibilidad de volición. La comprensión de la asignación de género ha de afrontar este
campo de receptividad involuntaria, susceptibilidad y vulnerabilidad, un modo de ser
expuestos al lenguaje antes de cualquier posibilidad de formar o formular un acto
discursivo. Normas como estas requieren e instituyen ciertas formas de vulnerabilidad
corporal sin las cuales su operación no sería pensable. Es por eso que podemos –y de
hecho lo hacemos– describir la poderosa fuerza citacional de las normas de género
cuando son instituidas y aplicadas por instituciones médicas, legales y psiquiátricas y
objetar sobre el efecto que tienen en la formación de la comprensión del género en
términos patológicos o criminales. Aún así, este mismo dominio de susceptibilidad, la
condición de ser afectado, es también el lugar donde algo extraño puede suceder, donde
la norma es rechazada o revisada, o donde empiezan nuevas formulaciones de género.
Aunque las normas de género nos preceden y actúan sobre nosotros (este es un sentido
de su escenificación), estamos obligados a reproducirlas (y este es el segundo sentido de
su escenificación).
Precisamente porque algo involuntario e inesperado puede ocurrir en este reino donde
“somos afectados” encontramos formas de género que rompen con los patrones
mecánicos de repetición, desviándose de, resignificando y a veces rompiendo bastante
enfáticamente esas cadenas citacionales de normatividad, dando cabida a nuevas formas
de género. La teoría de la performatividad de género, como yo la entendía, nunca
prescribió qué performances de género eran correctas, o más subversivas, y cuáles eran
incorrectas y reaccionarias. La cuestión era precisamente relajar la presión coercitiva de
las normas de género sobre la vida –que no es lo mismo que trascender todas las
normas– con el fin de vivir una vida más vivible.
La performatividad de género no se limita a caracterizar lo que hacemos sino también a
determinar cómo el discurso y el poder institucional nos afecta, constriñéndonos y
moviéndonos en relación a lo que hemos acabado por llamar nuestra “propia” acción.
Para entender que los nombres con los que nos llaman son tan importantes para la
performatividad como los nombres con los que nos llamamos a nosotros mismos,
tenemos que identificar las convenciones que operan en una amplia gama de estrategias
de asignación de género. Entonces podemos ver cómo el acto discursivo afecta y nos
anima de un modo corporal: de hecho, el campo de susceptibilidad y afecto ya es una
cuestión de registro corporal de algún tipo. De hecho la corporalidad implicada tanto
por el género como por la performance depende de estructuras institucionales y mundos
sociales más amplios. No podemos hablar de un cuerpo sin saber qué sostiene a ese
cuerpo, y cuál puede ser su relación con ese sostén (o su falta). De este modo, el cuerpo
es menos una entidad que una relación y no puede ser plenamente disociado de las
condiciones infraestructurales y las condiciones ambientales de su existencia. Así,
la dependencia de las criaturas humanas y otras del sostén infraestructural expone una
vulnerabilidad específica que tenemos cuando carecemos de apoyo, cuando esas
condiciones infraestructurales empiezan a descomponerse, o cuando nos encontramos
radicalmente desprovistos de apoyo en condiciones de precariedad.
Tanto los estudios sobre la performance como los estudios sobre la discapacidad han
ofrecido la perspectiva crucial de que toda acción necesita apoyo y que incluso el acto
más puntual y aparentemente espontáneo depende de una condición infraestructural que
apoye de manera bastante literal el cuerpo en acción. Esta idea de apoyo es
considerablemente importante no solo para la re-teorización del cuerpo en acción, sino
para una política más amplia de movilidad: qué soportes arquitectónicos ha de haber en
un lugar para que cada uno de nosotros ejerza una cierta libertad de movimiento, una
libertad que es necesaria a fin de ejercer el derecho de reunión pública. Del mismo
modo en que afirmamos que el acto discursivo depende de sus condiciones y
convenciones sociales, podemos decir también que la performance de género más
generalmente depende sus condiciones sociales e infraestructurales de apoyo. Esto
conlleva diversas implicaciones para un descripción general de la acción corporizada y
social, pero también para entender los riesgos corporales que las mujeres corren al andar
por ciertas calles por la noche, reuniéndose en plazas públicas (las agresiones sexuales
en la Plaza Tahrir serían un ejemplo), y el riesgo de las personas transgénero al ir por la
calle o reunirse públicamente.
Como sabemos, esto es, desde luego, verdad para grupos que se reúnen sin permisos y
sin armas para oponerse a la privatización y manifestarse a favor de a la democracia,
como vimos en el parque Gezi en Estambul el pasado junio. Aunque estos grupos están
despojados de protección legal y policial, no están reducidos por esa razón a una especie
de “nuda vida”.
No hay poder soberano que eche por la borda al sujeto fuera del dominio
de lo político como tal; más bien hay una renovación de la soberanía popular fuera y en
contra de los términos de la soberanía del estado y del poder policial, una que implica
una forma concertada y corpórea de exposición y resistencia.
La vulnerabilidad puede emerger dentro de los movimientos de resistencia y de la
democracia directa precisamente como una movilización de la exposición corporal.
Sugerí anteriormente que teníamos que tratar aquí con dos sentidos del término
resistencia: resistencia a la vulnerabilidad que pertenece a ciertos proyectos de
pensamiento y ciertas formaciones de política organizadas por un dominio soberano, y
resistencia a regímenes injustos y violentos que movilizan la vulnerabilidad como parte
de su propio ejercicio de poder. He tratado de sugerir que el cuerpo está expuesto tanto a
la fuerza policial como a la captura fotográfica y que en ciertas ocasiones, no todas, el
periodismo fotográfico aún tiene el poder de explotar y revertir los iconos visuales de la
violencia sexualizada. La escena de vulnerabilidad es una en la que siempre hay un
campo de fuerza ante el cual toda criatura está expuesta, y eso incluye tanto a los seres
humanos como a sus homólogos animales. No es una característica subjetiva de lo
humano ni es precisamente una condición existencial. Da nombre a un conjunto de
relaciones entre seres sensibles y el campo de fuerza de objetos, organizaciones,
procesos vitales e instituciones que constituyen la posibilidad misma de una vida
vivible. Y estas relaciones invariablemente implican grados y modalidades de
receptividad y capacidad de respuesta que, operando juntas, no forman precisamente
una secuencia. En la vida política, desde luego parece que se produce una injusticia y
entonces hay una respuesta, pero puede ser que la respuesta esté produciéndose mientras
ocurre la injusticia, y que nos proporcione otro modo de pensar sobre los hechos
históricos, la acción, la pasión y las formas de resistencia. Parece que sin ser capaces de
pensar en la vulnerabilidad, no podemos pensar en la resistencia y, al pensar en la
resistencia ya estamos empezando a desmantelar la resistencia a la vulnerabilidad con el
fin, precisamente, de resistir.