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Poesía Hojas Secas

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Poesía Hojas Secas (Manuel Acuña)

I tranquila de ese prado


Mañana que ya no puedan para besar tus labios
encontrarse nuestros ojos, y agonizar después.
y que vivamos ausentes,
muy lejos uno del otro, Si hay algún pecho amante
que te hable de mí este libro que de ternura lleno
como de ti me habla todo. se agite y se estremezca
no más para el amor,
II yo quiero ser, mi vida,
Cada hoja es un recuerdo yo quiero ser el seno
tan triste como tierno donde tu frente inclines
de que hubo sobre ese árbol para dormir mejor.
un cielo y un amor;
reunidas forman todas Yo quiero oír latiendo
el canto del invierno, tu pecho junto al mío,
la estrofa de las nieves yo quiero oír qué dicen
y el himno del dolor. los dos en su latir,
y luego darte un beso
III de ardiente desvarío,
Mañana a la misma hora y luego... arrodillarme
en que el sol te besó por vez primera, mirándote dormir.
sobre tu frente pura y hechicera
caerá otra vez el beso de la aurora; VI
pero ese beso que en aquel oriente Las doce... ¡adiós...! Es fuerza que me vaya
cayó sobre tu frente solo y frío, y que te diga adiós...
mañana bajará dulce y ardiente, Tu lámpara está ya por extinguirse,
porque el beso del sol sobre tu frente y es necesario.
bajará acompañado con el mío. Aún no.
Las sombras son traidoras, y no quiero
IV que al asomar el sol,
En Dios le exiges a mi fe que crea, se detengan sus rayos a la entrada
y que le alce un altar dentro de mí. de nuestro corazón. . .
¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea Y, ¿qué importan las sombras cuando
para que yo ame a Dios, creyendo en ti! entre ellas
queda velando Dios?
V ¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las
Si hay algún césped blando sombras
cubierto de rocío al lado del amor?
en donde siempre se alce Cuando te duermas ¿me enviarás un
dormida alguna flor, beso?
y en donde siempre puedas ¡Y mi alma!
hallar, dulce bien mío, ¡Adiós...!
violetas y jazmines ¡Adiós...!
muriéndose de amor;

yo quiero ser el césped VII


florido y matizado Lo que siente el árbol seco
donde se asienten, niña, por el pájaro que cruza
las huellas de tus pies; cuando plegando las alas
yo quiero ser la brisa baja hasta sus ramas mustias,
Poesía Hojas Secas (Manuel Acuña)

y con sus cantos alegra con los ojos del cielo y de nosotros.
las horas de su amargura;
lo que siente pro el día 2
la desolación nocturna Cuando volví a mi casa
que en medio de sus angustias, de tanta dicha loco,
ve asomar con la mañana fue cuando comprendí muy lejos de ella
de sus esperanzas una; que no hay cosa más triste que estar solo.
lo que sienten los sepulcros
por la mano buena y pura 3
que solamente obligada Radiante de ventura,
por la piedad que la impulsa, frenético de gozo,
riega de flores y de hojas cogí una pluma, le escribí a mi madre,
la blanca lápida muda, y al escribirle se lo dije todo.
eso es al amarte mi alma
lo que siente por la tuya, 4
que has bajado hasta mi invierno, Después, a la fatiga
que has surgido entre mi angustia cediendo poco a poco,
y que has regado de flores me dormí y al dormirme sentí en sueños
la soledad de mi tumba. que ella me daba un beso y mi madre
otro.
Mi hojarasca son mis creencias,
mis tinieblas son la duda, 5
mi esperanza es el cadáver, ¡Oh sueño, el de mi vida
y el mundo mi sepultura... más santo y más hermoso!
Y como de entre esas hojas ¡Qué dulce has de haber sido cuando aun
jamás retoña ninguna; muerto
como la duda es el cielo gozo con tu recuerdo de este modo!
de una noche siempre oscura,
y como la fe es un muerto IX
que no resucita nunca, Cuando yo comprendí que te quería
yo no puedo darte un nido con toda la lealtad de mi corazón,
donde recojas tus plumas, fue aquella noche en que al abrirme tu
ni puedo darte un espacio alma
donde enciendas tu luz pura, miré hasta su interior.
ni hacer que mi alma de muerto Rotas estaban tus virgíneas alas
palpite unida a la tuya; que ocultaba en sus pliegues un crespón
pero si gozar contigo y un ángel enlutado cerca de ellas
no ha de ser posible nunca, lloraba como yo.
cuando estés triste, y en el alma Otro tal vez, te hubiera aborrecido
sientas alguna amargura, delante de aquel cuadro aterrador;
yo te ayudaré a que llores, pero yo no miré en aquel instante
yo te ayudaré a que sufras, más que mi corazón;
y te prestaré mis lágrimas y te quise tal vez por tus tinieblas,
cuando se acaben las tuyas. y te adoré, tal vez, por tu dolor,
¡que es muy bello poder decir que el alma
ha servido de sol...!
VIII
1 X
Aún más que con los labios Las lágrimas del niño
hablamos con los ojos; la madre enjuga,
con los labios hablamos de la tierra, las lágrimas del hombre
Poesía Hojas Secas (Manuel Acuña)

las seca la mujer... están graznando los búhos. . .


¡Qué tristes las que brotan El órgano está callado,
y bajan por la arruga, el templo solo y oscuro,
del hombre que está solo, sobre el altar... ¿y la virgen
del hijo que está ausente, por qué tiene el rostro oculto?
del ser abandonado ¿Ves?... en aquellas paredes
que llora y que no siente están cavando un sepulcro,
ni el beso de la cuna, y parece como que alguien
ni el beso del placer! solloza allí, junto al muro.
¿Por qué me miras y tiemblas?
XI ¿Por qué tienes tanto susto?
¡Cómo quieres que tan pronto ¿Tú sabes quién es el muerto?
olvide el mal que me has hecho, ¿Tú sabes quién fue el verdugo?
si cuando me toco el pecho
la herida me duele más!
Entre el perdón y el olvido
hay una distancia inmensa;
yo perdonaré la ofensa;
pero olvidarla... ¡jamás!

XII
¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve
tu laurel mágico y santo,
cuando ella no enjuga el llanto
que estoy vertiendo sobre él!
¡De qué me sirve el reflejo
de tu soñada corona!
¡Cuando ella no me perdona
ni en nombre de ese laurel!

XIII
La que a la luz de sus ojos
despertó mi pensamiento,
la que al amor de su acento
encendió en mí la pasión;
muerta para el mundo entero
y aun para ella misma muerta,
solamente está despierta
dentro de mi corazón.

XIV
El cielo muy negro, y como un velo
lo envuelve en su crespón la oscuridad;
con una sombra más sobre ese cielo
el rayo puede desatar su vuelo
y la nube cambiarse en tempestad.

XV
Oye, ven a ver las naves,
están vestidas de luto,
y en vez de las golondrinas

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