Poesía Hojas Secas
Poesía Hojas Secas
Poesía Hojas Secas
y con sus cantos alegra con los ojos del cielo y de nosotros.
las horas de su amargura;
lo que siente pro el día 2
la desolación nocturna Cuando volví a mi casa
que en medio de sus angustias, de tanta dicha loco,
ve asomar con la mañana fue cuando comprendí muy lejos de ella
de sus esperanzas una; que no hay cosa más triste que estar solo.
lo que sienten los sepulcros
por la mano buena y pura 3
que solamente obligada Radiante de ventura,
por la piedad que la impulsa, frenético de gozo,
riega de flores y de hojas cogí una pluma, le escribí a mi madre,
la blanca lápida muda, y al escribirle se lo dije todo.
eso es al amarte mi alma
lo que siente por la tuya, 4
que has bajado hasta mi invierno, Después, a la fatiga
que has surgido entre mi angustia cediendo poco a poco,
y que has regado de flores me dormí y al dormirme sentí en sueños
la soledad de mi tumba. que ella me daba un beso y mi madre
otro.
Mi hojarasca son mis creencias,
mis tinieblas son la duda, 5
mi esperanza es el cadáver, ¡Oh sueño, el de mi vida
y el mundo mi sepultura... más santo y más hermoso!
Y como de entre esas hojas ¡Qué dulce has de haber sido cuando aun
jamás retoña ninguna; muerto
como la duda es el cielo gozo con tu recuerdo de este modo!
de una noche siempre oscura,
y como la fe es un muerto IX
que no resucita nunca, Cuando yo comprendí que te quería
yo no puedo darte un nido con toda la lealtad de mi corazón,
donde recojas tus plumas, fue aquella noche en que al abrirme tu
ni puedo darte un espacio alma
donde enciendas tu luz pura, miré hasta su interior.
ni hacer que mi alma de muerto Rotas estaban tus virgíneas alas
palpite unida a la tuya; que ocultaba en sus pliegues un crespón
pero si gozar contigo y un ángel enlutado cerca de ellas
no ha de ser posible nunca, lloraba como yo.
cuando estés triste, y en el alma Otro tal vez, te hubiera aborrecido
sientas alguna amargura, delante de aquel cuadro aterrador;
yo te ayudaré a que llores, pero yo no miré en aquel instante
yo te ayudaré a que sufras, más que mi corazón;
y te prestaré mis lágrimas y te quise tal vez por tus tinieblas,
cuando se acaben las tuyas. y te adoré, tal vez, por tu dolor,
¡que es muy bello poder decir que el alma
ha servido de sol...!
VIII
1 X
Aún más que con los labios Las lágrimas del niño
hablamos con los ojos; la madre enjuga,
con los labios hablamos de la tierra, las lágrimas del hombre
Poesía Hojas Secas (Manuel Acuña)
XII
¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve
tu laurel mágico y santo,
cuando ella no enjuga el llanto
que estoy vertiendo sobre él!
¡De qué me sirve el reflejo
de tu soñada corona!
¡Cuando ella no me perdona
ni en nombre de ese laurel!
XIII
La que a la luz de sus ojos
despertó mi pensamiento,
la que al amor de su acento
encendió en mí la pasión;
muerta para el mundo entero
y aun para ella misma muerta,
solamente está despierta
dentro de mi corazón.
XIV
El cielo muy negro, y como un velo
lo envuelve en su crespón la oscuridad;
con una sombra más sobre ese cielo
el rayo puede desatar su vuelo
y la nube cambiarse en tempestad.
XV
Oye, ven a ver las naves,
están vestidas de luto,
y en vez de las golondrinas