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LIBRO FINAL - Disfraz y Pluma PDF

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E Disfraz y pluma de todos

Francisco A. Ortega Martínez


Vínculos virtuales ste libro nace al constatar una doble ausencia. En pri- Francisco A. Ortega Martínez
Colección ces mer lugar, la ausencia de cierta conciencia en la comu- Universidad Nacional de Colombia

Alexander Chaparro Silva


Fabián Sanabria, Ed. Alexander Chaparro Silva
nidad académica de investigadores sobre las inmensas
posibilidades que ofrece la prensa periódica del siglo XIX, Opinión pública y cultura política, Universidad Nacional de Colombia
La escultura sagrada chocó en el
contexto de la memoria de la estética más allá del uso selectivo y referencial con que generalmente
se ha abordado. En segundo lugar, y más alarmante aun, la
siglos xviii y xix Grupo de Investigación Prácticas
Culturales, Imaginarios y Representaciones
de África y su diáspora: ritual y arte. Se conforma en 2003, ante la necesidad de crear
Colección ces ausencia de estudios recientes sobre la prensa periódica de y fortalecer comunidades académicas en la uni-

editores
(Premio Fundación Alejandro la primera mitad siglo XIX. En términos generales, tanto Francisco A. Ortega Martínez versidad y el país que aborden la problemática
histórica desde la perspectiva y los métodos
Ángel Escobar 2011, categoría como país como comunidad académica, desconocemos la Alexander Chaparro Silva de la historiografía cultural. En primer lugar,
Ciencias Sociales) riqueza acumulada en este corpus de impresos. editores la que examina los procesos de subordinación
Martha Luz Machado Caicedo y resistencia a la luz de micro-agencias que se

Disfraz y pluma de todos


Opinión pública y cultura política, siglos xviii y xix
apropian y transforman el entorno social. En
Pedagogía, saber y ciencias Así, este libro constituye un primer acercamiento a la historia segundo lugar, la que examina las prácticas,
Colección CES de la publicidad y de la opinión pública en Colombia y más creencias y conductas a la luz de las representa-
ciones, imaginarios y códigos que las sustentan.
Javier Sáenz Obregón, Ed. que agotar el tema pretende poner en evidencia múltiples
En tercer lugar, la que examina la producción,
posibilidades de comprensión de la cultura política del circulación y consumo de bienes simbólicos a la
Trauma, cultura e historia: periodo. Se trata de una publicación pensada de manera luz de las mediaciones culturales que producen
reflexiones interdisciplinarias para el simultánea como un aporte concreto a la historia de la en cada una de sus instancias. Igualmente, el
nuevo milenio grupo comparte una preocupación fundamental
prensa y de la opinión pública en la antigua región granco- por el papel de la historia en la administración y
Lecturas CES
Francisco Ortega, Ed. lombiana y como un análisis crítico del papel desempeñado configuración de la memoria social –tanto en su
quehacer disciplinario como en sus manifesta-
por las publicaciones periódicas en tanto herramientas pri- ciones institucionales– y de sus potencialidades
Acciones afirmativas y ciudadanía vilegiadas de grupos socialmente constituidos y factores de para proyectarse creativa y críticamente en el
diferenciada étnico-racial negra, constitución de nuevas identidades sociales —además de su presente nacional.
afrocolombiana, palenquera y incidencia decisiva sobre nociones como ciudadanía, pueblo,
raizal. Entre Bicentenarios de las Centro de Estudios Sociales (CES)
soberanía, censura, libertad, revolución, etcétera—. No debe Desde 1985 el Centro de Estudios Sociales
Independencias y Constitución de sorprender, entonces, que la mayor parte de los estudios aquí (CES) de la Universidad Nacional de Colombia
1991. se dedica a impulsar el desarrollo de perspectivas
Investigaciones CES recogidos se centren en la primera mitad del siglo XIX. Esto inter y transdisciplinarias de reflexión e inves-
Claudia Mosquera Rosero-Labbé se justifica porque es el periodo menos conocido y porque tigación en ciencias sociales. Las actividades
& Ruby Esther León Díaz, Eds. es el momento en que se sientan las bases de la publicidad de docencia, extensión e investigación que
se desarrollan en el CES responden al reto de
moderna en Colombia, la especificidad y los legados de la enfrentar la diversidad social de la nación desde
Cambio empresarial y tecnologías de irrupción de la esfera pública en nuestro país. diferentes ópticas que permitan afianzar el vín-
información en Colombia. Nuevas culo entre la academia y las entidades tomadoras
formas de organización y trabajo. de decisiones. Como resultado del trabajo de
Investigaciones CES sus integrantes, el CES cuenta con una extensa
S E D E B O G O TÁ producción bibliográfica reconocida nacional e
Anita Weiss, Enrique Seco & FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS
internacionalmente. Dos de sus publicaciones
Julia Ríos, Eds. University of Helsinki CENTRO DE ESTUDIOS SOCIALES - CES
The Research Project Europe Grupo de Investigación Prácticas Culturales, han sido reconocidas con el premio Fundación
Lecturas 1815-1914 Imaginarios y Representaciones
CES Alejandro Ángel Escobar.

Lecturas CES
Disfraz y pluma de todos
Opinión pública y cultura política,
siglos XVIII y XIX
Colección Lecturas CES

Disfraz y pluma de todos


Opinión pública y cultura
política, siglos XVIII y XIX

Francisco A. Ortega Martínez


Alexander Chaparro Silva
editores

University of Helsinki
The Research Project Europe
1815-1914
Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia
Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX /
Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva, editores. – Bogotá :
Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de
Estudios Sociales (CES) ; University of Helsinki. The Research Project Europe
1815-1914, 2012
564 p. – (Lecturas CES)

Incluye referencias bibliográficas

ISBN : 978-958-761-195-3

1. Cultura política – Colombia - Siglos XVIII-XIX 2. Periodismo - Siglos XVIII-


XIX 3. Opinión pública 4. Colombia – Historia - Guerra de independencia, 1810-1819
I. Ortega Martínez, Francisco Alberto, 1967- II. Chaparro Silva, Alexander, 1987-
III. Serie

CDD-21 306.2 / 2012

Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX
© Universidad Nacional de Colombia,
Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales (CES).
© University of Helsinki
© Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva
© Varios autores

ISBN: 978-958-761-195-3
Primera edición: Bogotá, Colombia. Abril de 2012

Universidad Nacional de Colombia Sergio Bolaños Cuellar


Moisés Wassermann Lerner Facultad de Ciencias Humanas
Rector Sede Bogotá
Decano
Alfonso Correa
Vicerrector académico Jorge Rojas Otálora
Vicedecano académico
Julio Esteban Colmenares Montañez
Vicerrector Sede Bogotá Aura Nidia Herrera
Vicedecana de Investigación
University of Helsinki Ilustración de cubierta
The Research Project Europe 1815-1914 Emblema del periódico El Redactor
Bo Stråth y Martti Koskenniemi Americano, Manuel del Socorro Rodríguez,
Directores 1806. Recuperada de los respositorios de la
Biblioteca Nacional de Colombia.
Centro de Estudios Sociales (CES)
Yuri Jack Gómez Imágenes interiores
Director De la Rochette, L. & Faden, W. (1811).
Composite of Colombia Prima or South
Juliana González Villamizar America.
Coordinadora editorial
Restrepo, J. M. (1827). Historia de la
Adriana Paola Forero Ospina revolución de la República de Colombia, Altas.
Corrección de estilo e índice analítico París: Librería Americana.

Julián Hernández Taller de Diseño Cruz Cano y Olmedilla, J. de la. (1799).


Realización gráfica Mapa geográfico de América Meridional

Xpress Estudio Gráfico y Digital


Impresión

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra en cualquier forma y por
cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Contenido

Introducción 11
Disfraz y pluma de todos. Opinión pública
y cultura política, siglos XVIII y XIX
Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva

I. El nacimiento de la opinión pública 35

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada,


1785-1830 37
Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva

II. Opinión pública, Monarquía y República 127

La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación


impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española,
1816-1819 129
Alexander Chaparro Silva

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de


José Domingo Díaz. Venezuela, 1808-1822 163
Tomás Straka
Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia,
1818-1830 197
Leidy Jazmín Torres Cendales

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-


1827 231
Nicolás Alejandro González Quintero

Opinión pública y cultura de la imprenta en


Cartagena de Colombia,1821-1831 263
Mayxué Ospina Posse

Ministeriales y oposicionistas. La opinión pública entre la unanimidad


y el “espíritu de partido”. Nueva Granada, 1837-1839 293
Zulma Rocío Romero Leal

III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad 327

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos,


1790-1812 329
Mariselle Meléndez

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará”:


Primicias, lecturas y causa pública en Quito, 1790-1792 353
María Elena Bedoya Hidalgo

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la


época de Independencia 377
Lina del Castillo

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogra-


nadina, 1820-1850 421
John Jairo Cárdenas Herrera
El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el
umbral 447
Gilberto Loaiza Cano

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública


artesana en Bogotá, 1854-1870 473
Camilo Andrés Páez Jaramillo

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del


siglo XIX. Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites
letradas 499
Juan Camilo Escobar Villegas

Epílogo 527

Las varias caras de la opinión pública 529


Víctor Manuel Uribe-Urán

Autores 549

Índice 557
Disfraz y pluma de todos.
Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX

Francisco A. Ortega Martínez


Universidad Nacional de Colombia

Alexander Chaparro Silva


Universidad Nacional de Colombia

Presentación
Este libro nace al constatar una doble ausencia. En primer lugar, la
ausencia de cierta conciencia en la comunidad académica de investi-
gadores sobre las inmensas posibilidades que ofrece la prensa del siglo
XIX, más allá del uso selectivo y referencial con que generalmente se
ha abordado. En segundo lugar, y más alarmante aun, la ausencia de
estudios recientes sobre la prensa de la primera mitad siglo XIX.1 En
términos generales, tanto como país como comunidad académica,
desconocemos la riqueza acumulada en este corpus de impresos.

1
  Esta afirmación debe ser matizada por el ya clásico libro Prensa y revolución al final
del siglo XVIII. Contribución a un análisis de la formación de la ideología de independencia
nacional de Silva, (1988) y por el trabajo del mismo autor, (Silva, 1993). El Correo
Curioso de Santafé de Bogotá: formas de sociabilidad y producción de nuevos ideales para la
vida social. Igualmente importantes son los trabajos de Peralta Agudelo, (2005); Nieto
Olarte, (2007); Rodríguez Arenas, (2007). También vale la pena mencionar los apartes
correspondientes a El Neogranadino en el estudio de Gilberto Loaiza Cano, (2004) y
en la reciente obra del mismo autor, Sociabilidad, religión y política en la definición de
la nación: Colombia, 1820-1886 (Loaiza Cano, 2011). Finalmente, para un recuento
útil véase Arango de Tobón, (2006).

11
La historia de los orígenes de la prensa en Colombia se conoce relati-
vamente bien.2 Así y todo no sobra recordar que será en 1785 —cuando
aparece la primera publicación periódica en Colombia, el breve Aviso del
Terremoto y su continuadora, la Gaceta de Santafé— que se hace sentir la
necesidad de una gaceta que comunique la noticia local a un circuito de
lectores dispersos sobre una vasta geografía y que sirva de instrumento
para “promover el bien público” y permitir “mantener con decoro una
conversación entre gente culta”.3 El esfuerzo decisivo será, sin duda, la
aparición de El Papel Periódico de Santafé de Bogotá (1791-1797), editado
por Manuel del Socorro Rodríguez. A principios del siglo XIX varias
publicaciones circulan en Santafé, por ejemplo, Correo curioso (1801),
El Redactor americano (1806-1809), Semanario de la Nueva Granada
(1808-1810), todos ellos vinculados con los ideales de procurar el bien
público y promover la ilustración. Estas publicaciones cultivan el amor
a la patria —entendida ésta de manera difusa como el espacio local,
provincial o neogranadino, y simultáneamente la Monarquía hispáni-
ca— y se dirigen con frecuencia “á un Publico ilustrado, católico, y de
buena educación”.4
Sin embargo, será a partir de la invasión napoleónica y la abdicación
de Fernando VII que los periódicos van a proliferar en las provincias del
otrora Nuevo Reino de Granada. La opinión pública pronto se conver-
tirá en el termómetro de la situación política así como en el mecanismo
fundamental por medio del cual se construye la legitimidad del poder.

2
  No obsta, sin embargo, señalar que vale la pena volver sobre el tema con una mirada
novedosa y desapasionada. El reciente trabajo de Álvaro Garzón Marthá ha contribuido
en gran medida a clarificar muchas dudas sobre la llegada de la imprenta y diversos
impresos previos a 1810. Sin embargo, esta magnífica contribución sólo ha hecho
más evidente la urgente necesidad de llevar a cabo estudios de profundización sobre
ese periodo a la vez que un trabajo riguroso de identificación similar para el periodo
posterior a 1810. Cfr. Garzón Marthá, (2008).
3
  Gazeta de Santafé de Bogotá, Capital del Nuevo Reyno de Granada, núm. 1, 31 de
agosto, 1785, pp. 1.
4
  El Redactor Americano, Prospecto, 6 de diciembre, 1806, pp. 3.

12 Introducción
Esto se hará patente durante las primeras repúblicas y las guerras de
Independencia, es decir en el periodo entre 1810 y 1821.
Incluso para muchos conocedores del periodo el dato sorprende: entre
1791 y 1816 se editaron poco más de cuarenta publicaciones periódicas,
entre prensa, volantes e informes seriados, algunos de ellos —como la
Gaceta Ministerial de Cundinamarca o el Correo del Orinoco— de gran
volumen e incalculable valor en tanto fuente de información histórica
de primer orden. Es decir, la inmensa mayoría de esas publicaciones
surgen en el momento de la ruptura política con la Monarquía hispánica
y constituyen simultáneamente un arma de agitación y un nuevo factor
en la construcción de la vida política local.
Es asombroso, por lo tanto, que de esas más de cuarenta publicaciones
apenas tengamos disponibles en reimpresiones —difíciles de conseguir,
por lo demás— una ínfima minoría: El Papel Periódico (1791-1797), El
Correo Curioso (1801), El Semanario de la Nueva Granada (1808-1810),
La Constitución feliz (1810), Aviso al Público (1810), Diario político de
Santafé (1810), La Bagatela (1811-1812) y El Correo del Orinoco (1818-
1822).5 El resto de los periódicos (incluyendo periódicos tan importantes

5
  Ver, Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá: 1791-1797. (1978). Bogotá:
Banco de la República; Carlos José Reyes, (Ed.). (1993). Correo curioso, erudito, económi-
co y mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá, (Edición facsimilar). Bogotá: Biblioteca
Nacional de Colombia, Colcultura. Del Semanario existe una compilación del siglo
XIX, Francisco José de Caldas, (1849). Semanario de la Nueva Granada: miscelánea de
ciencias, literatura, artes e industria, (Nueva edición, corregida y aumentada con varios
opúsculos inéditos). París: Librería Castellana, y otra del siglo XX, Francisco José de
Caldas, (1942). Semanario del Nuevo Reino de Granada, (3 vols.). Biblioteca Popular de
Cultura Colombiana. Bogotá: Editorial Minerva. Los tres periódicos de 1810 fueron
recogidos por Luis Martínez Delgado y Sergio Elías Ortiz, (Eds.), (1960). El periodismo
en la Nueva Granada, 1810-1811. Bogotá: (s. d.). La Bagatela de Nariño es sin duda
la que cuenta con mayor número de ediciones, comenzando por la edición preparada
por Jorge Roa, (1897). Antonio Nariño, Escritos varios del General Antonio Nariño,
(Jorge Roa ed., Biblioteca Popular). Bogotá: Librería Nueva, y siguiendo con Antonio
Nariño, (1947). La Bagatela, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Bogotá: Ca-
hur; Antonio Nariño, (1966). La Bagatela: 1811-1812, (Edición facsimilar, Guillermo
Hernández de Alba, Ed.). Bogotá: Litografía Vanegas; y Antonio Nariño, (1982). La

Introducción 13
como el Argos Americano de Cartagena, El Argos de la Nueva Granada y el
Boletín, ambos de Tunja, la Gaceta Ministerial de Antioquia y la Contra-
Bagatela no han sido reeditados y con frecuencia son difíciles de ubicar
o consultar en la misma biblioteca que los alberga.6 Afortunadamente,
tanto la Biblioteca Nacional de Colombia como la Luis Ángel Arango
han emprendido recientemente un decidido esfuerzo por digitalizar este
material y ponerlo a disposición del público general y de los investiga-
dores académicos.7
Consecuencia natural de lo anterior es que nuestra comprensión de
cada una de estas publicaciones —así como de la prensa colombiana
y de la dinámica conceptual y práctica de la opinión pública del siglo
XIX—, es mínima. La prensa periódica ha sido desestimada en tanto

Bagatela. Bogotá: Ediciones Incunables. Del Correo del Orinoco existen dos ediciones
completas, la primera al cuidado de la Academia Nacional de Historia de Venezuela,
que fue publicada en París, Correo del Orinoco: 1818-1821 Angostura, (1939). París:
Desclée de Brouwer; la segunda, de edición más reciente en Bogotá: Correo del Orino-
co: Angostura (Venezuela) 1818-1821, (1998). (Edición facsimilar). Bogotá: Gerardo
Rivas Moreno Editor. A estas ediciones habría que sumarles las ediciones de: Gaceta
de Colombia, (1975). (Edición facsimilar, 5 vols.). Bogotá: Banco de la República; de
Lorenzo María Lleras, (1991). La Bandera Nacional Granadina: 1837-1839. (Edición
facsimilar, Biblioteca de la Presidencia de la República. Colección Documentos). Santafé de
Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, y el Índice temático del periódico
El Neogranadino: Bogotá 1848-1854, (1980). Medellín: Universidad de Antioquia.
6
  Si extendemos la mirada al resto del siglo XIX el panorama es aún más desolador.
Con excepción de algunas investigaciones sobre la Comisión Corográfica y Manuel
Ancízar y uno que otro artículo significativo sobre la prensa finisecular, —incluido el
Papel Ilustrado—, ésta ha permanecido virtualmente inexplorada.
7
  Como parte de ese proceso, la línea de investigación “Opinión pública e independen-
cia” del Programa nacional de investigación “Las culturas políticas de la independencia,
sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación
de la Universidad Nacional de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011),
adelanta la elaboración de un número limitado de fichas técnicas de algunos periódi-
cos fundamentales del siglo XIX. Las fichas técnicas, acompañadas de una narrativa
interpretativa, acompañan el periódico correspondiente digitalizado en el portal de la
Biblioteca pública Luis Ángel Arango. Para más información ver: http://banrepcultural.
org/blaavirtual/historia/prensa-colombiana-del-siglo-XIX

14 Introducción
fuente importante de información histórica y factor de transformación
social. Así, este libro constituye un primer acercamiento a la historia de
la publicidad y de la opinión pública en Colombia y más que agotar el
tema pretende poner en evidencia múltiples posibilidades de comprensión
de la cultura política del periodo. Se trata de una publicación pensada de
manera simultánea como un aporte concreto a la historia de la prensa y
de la opinión pública en la antigua región grancolombiana y como un
análisis crítico del papel desempeñado por las publicaciones periódicas
en tanto herramientas privilegiadas de grupos socialmente conformados
y factores de constitución de nuevas identidades sociales —además de su
incidencia decisiva sobre nociones como ciudadanía, pueblo, soberanía,
censura, libertad, revolución, etcétera—. No debe sorprender, entonces,
que la mayor parte de los estudios aquí recogidos se centren en la primera
mitad del siglo XIX. Esto se justifica porque es el periodo menos cono-
cido y porque es el momento en que se sientan las bases de la publicidad
moderna en Colombia, la especificidad y los legados de la irrupción de
la esfera pública en nuestro país.

De la publicidad y la opinión pública


La historia de la opinión pública va de la mano de la llegada de la im-
prenta y la prensa. Aunque existen varias y muy buenas historias que
nos han aportado luces sobre los orígenes de la imprenta y la aparición
de los primeros periódicos en la Nueva Granada, los letrados que los
promocionaron, los circuitos de operación y circulación y la relación
que mantuvieron con los centros de poder de la época8, es importante

8
  Para la historia de la imprenta en América, ver los estudios clásicos de Torre Revello,
(1940) y el monumental Toribio Medina, (1958), los cuales tratan el caso colombiano
con algún detenimiento. Para un tratamiento más extenso de la imprenta en Colombia,
ver el trabajo pionero de Posada, (1917), excelentemente complementado con el reciente
trabajo de Garzón Marthá, (2008). Para la prensa en el ámbito iberoamericano el libro
de Antonio Checa Godoy, (1993). Historia de la prensa en Iberoamérica sigue siendo
una referencia ineludible. En el contexto colombiano, se destaca el trabajo temprano
de Otero Muñoz, (1925) y el erudito estudio Historia del periodismo colombiano de

Introducción 15
advertir que hacer la historia de la opinión pública no es lo mismo que
escribir la historia de la imprenta o del periodismo, aunque al ser estos
últimos los instrumentos fundamentales de la esfera pública existe una
relación íntima entre éstos y aquélla. La imprenta y la prensa existen como
artefactos dotados de una evidente materialidad y conllevan funciones
comunicativas muy concretas, la opinión pública, en cambio, resulta
algo mucho más abarcador y simultáneamente menos evidente, una
abstracción cuya definición y sentido han sido desde siempre polémicos
y objeto de innumerables luchas políticas.
En este sentido, no es exagerado señalar que con la publicación y re-
cepción del estudio de Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión
pública: la transformación estructural de la vida pública (1962; traducido
al francés 1978, español 1981; inglés 1989), comenzó una reflexión
sostenida y sistemática centrada en la categoría de opinión pública.9
Habermas, en un ejercicio revisionista de la tradición marxista, examina
la esfera pública como el espacio de producción y circulación de discursos
que sirve inicialmente para expresar los intereses de la emergente clase
burguesa. En la opinión pública burguesa se asocian personas, en su
carácter privado, para formar un público en torno a sus intereses particu-
lares, originalmente de carácter comercial (Habermas, 1986, p. 65). Esta
opinión pública media sin embargo la relación entre la esfera privada y
el Estado. Para finales del siglo XVIII esos intereses se han diversificado
a través de la circulación de libros, periódicos, folletos, cartas, y de la
proliferación de nuevos espacios de sociabilidad en tertulias, clubes, cafés
y academias. Una nueva racionalidad caracteriza los intercambios entre
las partes y se va imponiendo una cierta manera de ser o entender lo

Antonio Cacua Prada, (1968). Algo desiguales, pero útiles, resultan las ponencias
recogidas por el Museo Nacional de Colombia en la VII Cátedra de Historia Ernesto
Restrepo Tirado en la edición de Aguilar de 2003, Medios y nación: historia de los medios
de comunicación en Colombia.
9
  Existen, sin duda, estudios anteriores, como el de Lippmann, (1922); Dewey, (1927)
o el de Tönnies, (1923), pero en ningún caso lograron consolidar un campo de estudio.
Como sí ocurrió a partir de la recepción de la obra de Jürgen Habermas.

16 Introducción
público y, por lo tanto, lo privado, de enunciar, de discutir, de consagrar
verdades, de relacionarse con la autoridad, de proceder, de constituir la
familia y los sentimientos, en suma, una verdadera gestión colectiva de
la interioridad emocional.
Para los comienzos de la Revolución francesa la esfera pública ya se ha
convertido en un fenómeno característico de buena parte de las monar-
quías europeas, esto es, en el escenario en el que se discuten problemas
generales y que, a través de la reconocida figura del tribunal de opinión,
le hace veeduría a las acciones del Estado e influye en las decisiones po-
líticas. Si bien Habermas define la opinión pública como aquello que
cristaliza la auto-comprensión burguesa, insiste a su vez en el hecho de
que esa opinión pública habría posibilitado el surgimiento de una razón
deliberativa, esencial para cualquier proyecto crítico, burgués o no, que
no es reducible a los intereses burgueses ni es definible por ellos. Es por
eso que en la publicidad burguesa aparecen elementos universales que
hacen posible un proyecto emancipador (Habermas, 1986, p.124).
Tampoco resulta una exageración advertir que los estudios posteriores
son deudores del camino abierto por Habermas, incluso aquellos que se
muestran en franco desacuerdo con sus tesis. Buena parte de las críticas
van a cuestionar la fe habermasiana en la razón y el andamiaje marxista
que subsume la esfera pública a las estructuras sociales. Roger Chartier
y Arlette Farge, profundos conocedores de la cultura plebeya francesa de
antiguo régimen, van a insistir, por ejemplo, en que el quiebre del régimen
absolutista no se debió al efecto luminoso de las tertulias ilustradas, sino
a la progresiva desacralización producida por la burla ácida y la trans-
gresión grosera de la cultura plebeya.10 Benedict Anderson, por su parte,
prefiere identificar el surgimiento del nacionalismo con el ascenso de la
esfera pública típica del capitalismo de la imprenta. La proliferación de
periódicos y lectores hace posible un tipo de imaginación colectiva con
el que se construye la nación (Anderson, 1993). Por último, para Keith
Baker más que una realidad social preexistente, la opinión pública es

  Ver, respectivamente: Chartier, (1995); Farge, (1995).


10

Introducción 17
una invención simbólica elaborada por diversos agentes políticos en el
siglo XVIII inglés y francés para asegurarse, inicialmente, un grado de
autoridad que permitiera reformular los principios políticos fundantes del
orden antiguo y cuestionar así el Estado absolutista. Es precisamente en
el momento que los mismos ministros del rey deciden participar en los
debates para contravenir a los críticos que se afirma la opinión pública
como espacio independiente de la Corona (Baker, 1990, pp.167-199).
Una segunda tradición que nos interesa reseñar aquí destaca la di-
mensión conceptual de la opinión pública. Por la misma época en que
Habermas publicaba su libro, un coetáneo suyo, Reinhart Koselleck, daba
a luz Crítica y crisis (1959). En este libro, de recepción tardía, el autor le
sigue los pasos a la emergencia de la esfera pública a través de los procesos
socio-conceptuales que llevaron a la consolidación del estado absolutista
y a un nuevo tipo de soberanía. El proceso implicó, entre otras cosas,
la escisión entre vasallo o sujeto del soberano e individuo o sujeto de la
consciencia, es decir, entre lo público y lo privado. Paradójicamente, es
desde este dominio privado, fundamentalmente a través de los Illuminaten
o sociedades secretas, que emanará una nueva publicidad y con ella la
crítica de la Ilustración que minará la legitimidad del Estado absolutista
y gestará una modernidad signada ella misma por la crisis (Koselleck,
2007). En trabajos posteriores, Koselleck insistirá y desarrollará lo que
hasta aquí permanece en forma de intuición, que los conceptos políticos
son espacios de lucha y no reflejos de estructuras sociales (Koselleck,
1993). En ese sentido, los conceptos son los repositorios de las claves
para comprender los fenómenos históricos desde su propia historicidad.
Esos estudios estimularon, a partir de la década de los años noventa,
una extraordinaria renovación de las investigaciones sobre las indepen-
dencias iberoamericanas. Autores como François-Xavier Guerra y Annick
Lempérière replantearon el problema de la opinión pública en el marco
de su cuestionamiento de la historiografía nacionalista y el rescate de la
dimensión política de la Independencia. Sin embargo, ellos también han
cuestionado el modelo habermasiano para dar cuenta de la transición
revolucionaria a los nuevos estados republicanos que surgían en América.

18 Introducción
Para ellos, todo acercamiento al periodo debía partir de tres supuestos.
En primer lugar, que el detonante de la Independencia es el resultado
de la crisis monárquica de 1808 y, por lo tanto, su punto de irradiación
inicial es la Península. La Independencia no es consecuencia de luchas
nacionales y anti-coloniales locales; según ese argumento, la publicidad
que acompañó a los movimientos juntistas que surgieron a lo largo del
continente en 1809 y 1810 promovía los derechos del rey y no la rup-
tura de los lazos con la Monarquía.11 En segundo lugar, la aparición de
una esfera pública —así como de otros rasgos de la Modernidad— no
es el resultado de una tradición local anterior a la crisis política sino el
resultado de mutaciones culturales efectuadas por la recepción de los
lenguajes políticos modernos. Esas mutaciones fueron posibles debido a
la aparición en las últimas décadas del siglo XVIII de nuevas formas de
sociabilidad —el café, la tertulia, las sociedades patrióticas, etcétera— pero
sólo provocaron un profundo reordenamiento político en las sociedades
americanas a partir del desmoronamiento institucional de la Monarquía.
En tercer y último lugar, que la opinión pública —y otras manifestaciones
de la modernidad europea— tuvieron menos vigencia en el siglo XIX
de lo que la historiografía liberal latinoamericana supuso. No sólo su
aparición es tardía sino que su realización conceptual y funcionamiento
social presentan formas híbridas entre los modelos europeos y las formas
corporativas y organicistas que se dieron en el continente americano.
Debido a eso, la historia iberoamericana se caracteriza por una precaria
modernidad y una incipiente separación de lo público y lo privado, lo que
ha impedido la construcción de una verdadera ciudadanía democrática.
Sin olvidar los múltiples y fértiles caminos que estas lecturas han abierto,
es necesario señalar algunos límites sobre los cuales merece la pena volver
con una mirada crítica. En primer lugar existe una gran pobreza en el uso
de la categoría de “modernidad” en la medida en que las posibilidades
descriptivas se limitan a dos términos mutuamente excluyentes. Sólo por
medio de la caracterización como “moderna” del conjunto de procesos

  Ver Guerra, (1993, capítulos 7-8). También, Guerra, (2002a) y Guerra, (2002b).
11

Introducción 19
históricos que transformaron las sociedades europeas del norte a finales del
siglo XVIII y principios del XIX, puede entonces identificarse el conjunto
de fenómenos que, como escribía Tocqueville, esas sociedades creían haber
aniquilado como antiguo o tradicional.12 En esa medida es apenas una
tautología señalar que lo que no es moderno resulta tradicional. Por otra
parte, y quizá más insidiosamente, llama la atención el peso normativo
de la categoría “modernidad”, es decir su capacidad para proyectarse
más allá de toda función descriptiva hacia una operación evaluativa. En
esa operación, la categoría de modernidad encarna valores idealizados
que representan la posibilidad de la realización democrática y progreso
o bienestar material. Precisamente, por ese funcionamiento normativo,
la ausencia de algunos de los elementos asociados a la modernidad, o su
presencia parcial en formaciones sociales, dicta de antemano la imposibi-
lidad o dificultad de tal proyecto democrático y bienestar. Ahí es donde la
atención a las formas híbridas —intuición en principio lúcida para atender
a la especificidad de las formaciones históricas iberoamericanas— se torna
una sin salida. En efecto, la hibridación entendida como desviación o
imperfección, sólo se hace pensable si se supone que el modelo o ideal
existe incorrupto en otro lugar, la Francia moderna en este caso.
Por último, la idea de hibridación como desvío de una supuesta moder-
nidad modélica supone que los conceptos y las ideas pueden viajar de un
contexto a otro y su funcionamiento depende de la perfecta adecuación a
esos signos de la modernidad al nuevo entorno social. Annick Lémpèriere
escribe que “el concepto [de opinión pública] fue importado, y lo fue en
el momento mismo en que, por primera vez, se daban las condiciones
de la existencia de la opinión como parte integrante de una constitución
política liberal” (Lempérière, 2003, p. 566).13 El problema con esta

12
  Nos referimos por supuesto a su influyente L’Ancien Régime et la Révolution,
(1856). 2 vols. París.
13
  Buena parte de los estudios sobre la opinión pública en el siglo XIX demuestran
cómo sobreviven elementos “tradicionales” y cómo estos comprometen la viabilidad
del nuevo concepto de opinión pública.

20 Introducción
afirmación es que parte de tres supuestos, todos tres muy debatibles,
por lo menos si hablamos desde el punto de vista conceptual. Supone,
en primera instancia, que existe una definición verdadera del concepto;
supone, en segundo lugar, que este corresponde a un fenómeno existente
previamente y que entonces viene a nombrar. Y finalmente, supone que
estos fenómenos se manifiestan en contextos culturales y lingüísticos
diversos, motivados por procesos sociales completamente autónomos
del lenguaje y de las comunidades lingüísticas.
Identificar estos límites nos obliga entonces a suspender y cuestionar
el lastre normativo y teleológico de las categorías de la Modernidad,
ubicando el horizonte de análisis fuera de las dicotomías modernidad-
tradición. Sin duda, es importante, como nos lo recuerda Lempérière,
restituir América a un espacio de análisis euro-americano, pero sin que
eso signifique dejar de lado los modos en que los lenguajes políticos
existen localizados en contextos donde es fácil encontrar elementos que
no hacen parte de ese circuito euro-americano y, por lo tanto, se hallan
tensiones locales que no son reducibles o incluso comprensibles desde la
unidad euro-americana (Lempérière, 2004).14
Así pues, menos que controvertir la tesis de la importación de ideas,
interesa enriquecer la narrativa de las transformaciones conceptuales a
través de sus modulaciones, reacomodos y resignificaciones, construccio-
nes que son híbridas no por contraste con algún ideal puro, sino porque
todas las construcciones conceptuales son, de necesidad, híbridas. Los
lenguajes, como las culturas, no son sistemas cerrados, pero tampoco
son simples vehículos de las unidades de significado. De ese modo, el
fenómeno y concepto de “opinión pública” no se corresponden con la
simple difusión o adopción de conceptos europeos en América, sino, como
indica Noemí Goldman, “de una elaboración colectiva con múltiples

14
  La crítica que aquí enunciamos tiene varios puntos en común con la que ade-
lantó Elías Palti en “Guerra y Habermas: Ilusiones y realidad de la esfera pública
latinoamericana”. Ver, también, Palti, (2007).

Introducción 21
apropiaciones, usos y reflexiones realizadas por variados actores a ambos
lados del Atlántico” (Goldman, 2008, p. 222).
Es por eso que en aras de encontrar criterios descriptivos más versátiles
para el análisis de estos fenómenos históricos —que reconozcan su com-
plejidad intrínseca al tiempo que su plasticidad manifiesta— proponemos
aquí el término “opinión pública” para designar un tipo de publicidad
específica ligada a lo que se ha dado en llamar esfera pública moderna y
no sólo a los intereses de la burguesía, como lo pretendía Habermas. De
este modo, la opinión pública —y sus particulares dinámicas conceptuales
y prácticas— debe ser entendida como una configuración históricamente
determinada de los modos de publicidad existentes en una sociedad. Por
su parte, reservamos publicidad para designar de manera más amplia
“el estado o calidad de las cosas públicas”, definición del Diccionario de
Autoridades (1737) que resulta analíticamente válida e históricamente
apropiada. En este sentido, las otras acepciones que acompañan esta
definición hacen evidente que esa calidad pública no es estática ni se da
de antemano sino que es una actividad que requiere de unas condiciones,
unos medios, un espacio y constituye un proceso, es decir que la publi-
cidad es un tipo de trabajo basado en actos concretos.15
Dado lo anterior, por regla general los autores escogidos en este libro
no definiremos qué significa la “opinión pública”, mucho menos si sus
diferentes manifestaciones en contextos específicos constituyen o no una
desviación respecto a supuestos modelos europeos, sino más bien buscare-
mos entender cómo se recorta el campo de la publicidad a finales del siglo
XVIII y durante el XIX, cuándo, quiénes y qué fuerzas participaron en
ese recorte, qué dejó de lado, cómo lo comprendieron sus actores, y cómo

15
  Según la definición del Diccionario de Autoridades, el sustantivo “publicidad” se
refiere a 1. “El estado o calidad de las cosas públicas”; 2. “La forma ó modo de executar
alguna acción sin reserva, ni temor de que la sepan todos”; 3. “El sitio, o parage donde
concurre mucha gente, de suerte que lo que allí se hace es preciso que sea público”.
De esta manera, la publicidad designa el conjunto de medios para divulgar, el acto de
divulgación o el lugar en que las cosas adquieren la calidad de público, por ejemplo,
la plaza, las calles, el mercado, entre otros.

22 Introducción
usaron e invocaron el concepto de “opinión pública” para sus diferentes
fines políticos en el marco de la renovada constelación conceptual que
abriría la crisis de la Monarquía en todo el mundo hispánico.

El libro entre manos


Este libro es uno de los principales resultados de varios años de investi-
gación, de descubrimientos personales y de coincidencias estimulantes.
Si tenemos en cuenta que toda historia es una especie de recuerdo (y que
los recuerdos son siempre fragmentarios), debemos situar los comien-
zos de este libro, más allá de inquietudes personales más tempranas,
en 2006. En ese momento, Francisco A. Ortega Martínez ofreció un
seminario de posgrado sobre prensa y opinión pública en la Univer-
sidad Nacional de Colombia. El seminario contó con el apoyo de la
Biblioteca Nacional de Colombia y en su sala de lectura se reunió un
grupo de investigadores en torno a los impresos originales y algunas
joyas desconocidas que hacían evidente la necesidad de iniciar una in-
vestigación más sistemática sobre el nacimiento de la prensa ilustrada
y, sobre todo, la explosión que registra la prensa política a partir de los
procesos juntistas neogranadinos.
El seminario se repitió durante los siguientes semestres y finalmente
logró articular de manera formal las inquietudes y esfuerzos de un grupo
inicial de jóvenes investigadores en la línea de investigación “Opinión
Pública e Independencia”, adscrita al Programa Nacional de Investigación
“Las culturas políticas de la Independencia, sus memorias y sus legados:
200 años de ciudadanía” dirigido por el profesor Óscar Almario García
(Vicerrectoría Nacional de Investigación de la Universidad Nacional de
Colombia, Código Hermes 9714, con vigencia 2009-2011). De esta
manera, entre el calor de los seminarios e interminables búsquedas en
los archivos y las bibliotecas de Colombia, Sandra Milena Ramírez, Ni-
colás Alejandro González, Juan Gabriel Ramírez, Leidy Jazmín Torres,
Zulma Rocío Romero, Alexander Chaparro Silva y Francisco A. Ortega
Martínez comenzaron un fructífero y amistoso diálogo alrededor de la
prensa neogranadina. Un núcleo importante de los textos aquí recogidos

Introducción 23
fue elaborado en el marco de este proceso por algunos de estos investi-
gadores que han trabajado conjuntamente durante cerca de cuatro años
(2008-2011).16
Esta reflexión sostenida sobre la prensa, la opinión pública y la cultura
política neogranadina de finales de los siglos XVIII y XIX, tomaría una
forma aún más definida gracias a nuevos descubrimientos y nuevos
derroteros de trabajo. Así, en compañía de la Biblioteca Luis Ángel Aran-
go, nos concentramos en la elaboración de fichas técnicas descriptivas y
analíticas de algunos periódicos fundamentales del siglo XIX colombia-
no17, mientras que, de manera simultánea, adelantamos con la Biblioteca
Nacional de Colombia una visita guiada sobre la prensa y el nacimiento de
la opinión pública en la Nueva Granada, que incluye la digitalización de
algunas piezas impresas que resultan clave para comprender la cultura
política del periodo.18
Por suerte, los investigadores formalmente vinculados al proyecto
hemos encontrado apoyo y una voz cómplice —aunque no por ello
menos crítica y capaz de señalarnos nuevos rumbos de trabajo y también
ciertos límites— en un grupo importante de académicos comprometi-
dos con el tema y con formas similares de trabajo. En este sentido, los
aportes de Mariselle Meléndez, María Elena Bedoya Hidalgo, Tomás
Straka, Mayxué Ospina Posse, Lina del Castillo, John Jairo Cárdenas,
Camilo Andrés Páez Jaramillo, Gilberto Loaiza Cano, Juan Camilo

16
  Desde septiembre del 2009 Francisco A. Ortega Martínez ha participado como
investigador en el programa The Research Project Europe 1815-1914. Between Restora-
tion and Revolution, National Constitutions and Global Law: an Alternative View on
the European Century 1815-1914 (EReRe), apoyado por el Consejo de Investigación
Europeo (o European Research Council) con sede en la Universidad de Helsinki, Finlan-
dia, y coordinado por los profesores Bo Stråth y Martti Koskenniemi. Aprovechamos
para reconocer el interés y el apoyo prestado por el programa de investigación a esta
publicación.
17
  Para más, ver http://banrepcultural.org/blaavirtual/historia/prensa-colombiana-
del-siglo-XIX
18
  Ver, http://www.bibliotecanacional.gov.co/index.php?idcategoria=38277

24 Introducción
Escobar Villegas, Víctor Manuel Uribe-Urán, Óscar Almario García
y Óscar Guarín Martínez han contribuido a modelar, desde diferentes
perspectivas, este esfuerzo por ofrecer una nueva mirada de la prensa y
la cultura política de la antigua región grancolombiana.
El libro está compuesto de tres partes, además de esta breve introduc-
ción y el epílogo. La primera parte del libro lo comprende un capítulo
panorámico titulado “El nacimiento de la opinión pública en la Nueva
Granada, 1785-1830”, donde Francisco A. Ortega Martínez y Alexander
Chaparro Silva dan cuenta de la aparición del concepto socio-político de
opinión pública en el escenario marginal de la Nueva Granada, trazando las
transformaciones semánticas y sociales ocurridas en el seno de la publicidad
de Antiguo Régimen para identificar cómo de ella, aunque no sólo de ella,
emerge el concepto de opinión pública que caracterizará los primeros dece-
nios de la vida política republicana. De esta manera, los autores hacen un
recorrido histórico centrado en cuatro momentos fundamentales. Primero
examinan la publicidad americana a partir de las gacetas e impresos de
los siglos XVII y XVIII. En un segundo momento privilegian el análisis
de la prensa ilustrada neogranadina. Posteriormente revisan el convulso
panorama de las primeras repúblicas (1810-1815) y la Reconquista
española (1816-1819). Finalmente, trazan de manera general las líneas
principales que contribuyeron a la consolidación de la opinión pública
como concepto socio-político fundamental en la región desde el Con-
greso de Angostura hasta el colapso de la Gran Colombia (1819-1830).
La segunda parte del libro, titulada Opinión pública, Monarquía y Re-
pública, explora las diferentes luchas de sentido alrededor del concepto
de opinión pública en los escritos republicanos y monárquicos durante
las guerras de Independencia y el periodo grancolombiano. Por un lado,
Alexander Chaparro Silva en “La opinión del Rey. Opinión pública y redes
de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista
española, 1816-1819”, analiza los usos políticos efectivos del sintagma
“opinión pública” en los impresos monárquicos durante la Reconquista
española en Santafé, al tiempo que revisa los modos de circulación y
control de la publicidad impresa en la ciudad. De esta manera, el capítulo

Introducción 25
se propone dar cuenta del profundo pacto de sentido entre los discursos
fidelistas, la reconstrucción de la conformidad monárquica y los usos de
la imprenta avalados por el régimen.
Por otro lado, en “El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos
de José Domingo Díaz. Venezuela, 1808-1822”, Tomás Straka explora
el papel desempeñado por la prensa y la opinión pública en la disputa
emancipadora en Venezuela, prestando particular atención a las publi-
caciones realistas y el pensamiento fidelista encarnado por el venezolano
José Domingo Díaz. El autor intenta ofrecer una visión de conjunto de lo
que la prensa representó en este momento clave y evalúa de qué manera
ésta fue portavoz de un nuevo pensamiento, hasta qué punto constituyó,
por sí misma, un cambio cualitativo en las sociabilidades e imaginarios
políticos, en la construcción de lo público y en los nuevos valores que
en efecto revolucionaron la sociedad venezolana.
En el siguiente capítulo, titulado “Libertad, prensa y opinión pública
en la Gran Colombia, 1818-1830”, Leidy Jazmín Torres Cendales analiza
algunos de los usos semánticos registrados del concepto de libertad en
la prensa grancolombiana y muestra la forma específica en que la liber-
tad de imprenta se instituyó como garantía de la interlocución entre el
gobierno y la sociedad durante el periodo examinado. El capítulo cierra
con el examen de la libertad como articuladora del nuevo orden republi-
cano a partir de su encarnación en la figura bolivariana y sus múltiples
invocaciones en la crisis abierta en 1826 que conduciría al colapso de la
unión grancolombiana.
Por su parte, Nicolás Alejandro González Quintero, en “Nación,
Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827”, examina la
esfera pública como catalizadora de una idea de nación basada en la Cons-
titución, el gobierno popular representativo y la metáfora de la familia,
privilegiando la lectura del periódico bogotano La Bandera Tricolor. El
autor centra su análisis en el marco de la crisis abierta por las revueltas
de Valencia y Caracas en 1826 y la creciente disputa de legitimidad entre
las diferentes facciones por consolidarse como la vocera auténtica de la
voluntad general en el país.

26 Introducción
Más adelante, Mayxué Ospina Posse, en “Opinión pública y cultura
de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831”, da cuenta del
tipo de estrategias que se tejieron para construir la legitimidad de esa
nueva voz de autoridad que fue entonces conocida como la opinión
pública en la Cartagena grancolombiana. La autora centra su mirada
en las constelaciones conceptuales que permitieron la emergencia de la
opinión como un sistema de enunciación verdadero, dotado de un valor
incuestionable, al tiempo que examina el reto que afrontaría entonces
la República en la pretensión de fomentar el desarrollo de una cultura
del periódico, entendiendo que es en la superficie material de la prensa
donde el formato republicano de la opinión encuentra su legítimo lugar.
Cierra esta segunda sección el capítulo de Zulma Rocío Romero
Leal titulado “Ministeriales y oposicionistas. La opinión pública entre la
unanimidad y el ‘espíritu de partido’. Nueva Granada, 1837-1839”. La
autora analiza la conformación de la oposición política al gobierno de
José Ignacio de Márquez privilegiando el examen de la polémica sostenida
entre La Bandera Nacional, como periódico opositor más representativo,
y El Argos, el periódico ministerial más importante del momento. El
capítulo examina la centralidad del ideal de unanimidad y las diferentes
acepciones de la noción de partido manifiestas en estas publicaciones y
sugiere comprender la opinión pública, delimitada por la libertad de
imprenta, como constitutiva de las formas de oposición política. Para
la autora, a partir del común reconocimiento de la libertad de imprenta
y del derecho de asociación, El Argos y La Bandera Nacional junto con
otros periódicos neogranadinos, construyeron la legalidad de la oposición.
La tercera sección del libro, Publicidad, sociabilidad e institucionalidad,
explora el papel de la publicidad en el proceso de construcción del poder
político, en la proyección de sus diversas instituciones y en la elabora-
ción de las actitudes y valores que las acompañan. La sección abre con
el capítulo de Mariselle Meléndez, “La mujer y la prensa ilustrada en los
periódicos suramericanos, 1790-1812”. La autora examina las diferentes
maneras en que la imagen de la mujer o la voz de la mujer aparece en los
periódicos suramericanos ilustrados del siglo XVIII para entender en qué

Introducción 27
medida su presencia o participación en estos medios de conocimiento e
información se conectaban con uno de los propósitos principales de los
semanarios: el de promover el bien público.
Por su parte, la contribución de María Elena Bedoya titulada “‘No dudo
que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará’: Primicias, lecturas
y causa pública en Quito, 1790-1792” analiza cómo se puso en marcha,
en el ocaso del periodo colonial, una empresa de carácter intelectual
anclada en la reflexión sostenida sobre la “causa pública” en el territorio
de la Audiencia quiteña. Con esta finalidad enfatiza la importancia de
la labor ilustrada del obispo Joseph Pérez Calama y de Eugenio Espejo
como principales artífices de la Sociedad Económica Amigos del País y
de la publicación del periódico Primicias de la Cultura de Quito, espacios
fundamentales para la elaboración conceptual de la causa pública aunada
a la razón, la felicidad de los pueblos y la utilidad pública.
El aporte de Lina del Castillo, titulado “La cartografía impresa en
la creación de la opinión pública en la época de la independencia”,
evidencia cómo la producción cartográfica fue crucial para la construc-
ción del Estado-nación colombiano en el contexto de las revoluciones
transatlánticas a partir del análisis de los mapas Composite of Colombia
Prima or South America (1807) y República de Colombia (1827). El capí-
tulo propone un análisis sostenido sobre la cartografía, el tipo de historia
plasmada y defendida en estos mapas y formación de la opinión pública
tanto nacional como internacional en aras de dirimir múltiples disputas
por la legitimidad en el nuevo orden republicano.
En “Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogra-
nadina. 1820-1850”, John Jairo Cárdenas da cuenta de la producción
intelectual de los pensadores económicos neogranadinos publicada en la
prensa en tanto escenario fundamental para la formación de la opinión
pública. El capítulo presta particular atención a los lenguajes económicos
puestos en circulación en la prensa y sus intricadas relaciones con la no-
ción de patriotismo como concepto central y piedra de toque recurrente
para defender políticas económicas de diversa índole en el marco de la
construcción estatal republicana.

28 Introducción
A continuación, Gilberto Loaiza en “El Neogranadino, 1848-1857: un
periódico situado en el umbral”, enfatiza la importancia de esta publicación
promovida por Manuel Ancízar en el marco de una coyuntura política de
ampliación de libertades, principalmente las de opinión y de asociación,
gracias al liderazgo de una nueva generación de dirigentes liberales. El
Neogranadino, entre 1848 y 1857, fue el órgano de difusión de un proyecto
de modernidad liberal y el anunciador de una nueva etapa en el universo
de producción y circulación de impresos. Un periódico fundamental en el
siglo XIX colombiano, situado en el umbral, según Loaiza, porque anuncia
un momento de agudización del conflicto entre el ideal de una república
de ciudadanos modernos, según el ideal de modernidad de algunos di-
rigentes del liberalismo colombiano, y el de una república católica que
finalmente se impuso con la Constitución Política de 1886. El nacimiento
del periódico informa de la iniciativa innovadora del liberalismo, pero
su desaparición, en 1857, anuncia el inicio de un compacto y persistente
proyecto cultural y político conservador en Colombia.
Por otro lado, Camilo Andrés Páez Jaramillo en “El artesano-publicista
y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870”
se ocupa de la prensa artesanal bogotana de la segunda mitad del siglo XIX.
El autor examina las características de algunas publicaciones impresas por
el artesanado capitalino y precisa sus mecanismos de difusión y recepción
por medio del examen de sus propios elementos discursivos. El capítulo
enfatiza la centralidad de la alianza entre sectores de la élite y los artesanos
en la configuración de esta prensa y destaca el accionar de tres “artesanos-
publicistas” fundamentales en el escenario asociativo bogotano: Manuel
María Madiedo, Manuel de Jesús Barrera y Nicolás Pontón.
Esta tercera sección cierra con el capítulo de Juan Camilo Escobar
Villegas titulado “Impresos periódicos en Antioquia durante la primera
mitad del siglo XIX. Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites
letradas”. En él se ofrece una lectura panorámica de la prensa antioqueña
publicada durante la primera mitad del siglo XIX anclada en el análisis de
los imaginarios de identidad modelados y vehiculados por estas publica-
ciones. El autor analiza cómo las élites regionales antioqueñas escribieron,

Introducción 29
se organizaron y publicaron textos para defender concepciones sobre sí
mismas que les permitieran obtener reconocimiento e impulsar y apoyar
sus acciones en diferentes campos de la vida política nacional, entre las
cuales se destacan la colonización de tierras, las instituciones sociales
cristianizadas, las autonomías políticas y las reformas educativas para las
artes y las letras.
Finalmente, el libro lo cierra Víctor Uribe con una reflexión general
que evalúa los diversos aportes recogidos en el libro y los sitúa en el con-
junto de debates y preocupaciones que han signado el bicentenario. Más
que una mirada de clausura es una apertura a los múltiples rumbos por
recorrer, los enigmas por descifrar y las esperanzas por labrar.
Como puede verse, se trata de una obra que en su conjunto se propone
contribuir a una mirada renovada de la cultura política del periodo, que
analiza un determinado conjunto de problemáticas históricas a partir del
examen de nociones fundamentales como publicidad y opinión pública
y presta particular atención a las inquietudes, respuestas y desafíos expre-
sados por actores concretos en diferentes escenarios localizados, de allí
que entendamos la prensa decimonónica como un factor fundamental
en la construcción de la política —más que como un mero vehículo de
ideas y reflejo de estructuras determinantes—. Aunque somos conscien-
tes de las ausencias notables de este libro, tales como la exploración más
amplia y sostenida de la prensa regional neogranadina, de los periódicos
literarios de mitad de siglo o de la vigorosa prensa católica, nos gustaría
subrayar el esfuerzo hecho por los autores aquí reunidos por salir del
marco del profundo sentido teleológico que impregna todavía la histo-
ria de la transición republicana y por el énfasis puesto en el rescate del
carácter problemático y azaroso de las formaciones políticas analizadas. Un
carácter indeterminado, y más bien iridiscente, que coincide bien con las
características de los objetos de estudio que nos convocan, y que Manuel del
Socorro Rodríguez intentaba entonces capturar, a través del prisma del
patriotismo, en la inquietante y sugerente fórmula que encabezaba sin
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disfraz y pluma de todos.

30 Introducción
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34 Introducción
I. El nacimiento de la opinión pública
El nacimiento de la opinión pública en
la Nueva Granada, 1785-1830

Francisco A. Ortega Martínez


Universidad Nacional de Colombia

Alexander Chaparro Silva


Universidad Nacional de Colombia

Preámbulo
Hoy en día la existencia de la opinión pública puede parecernos un hecho
social incontrovertible, incluso natural y beneficioso. Sin embargo, ese no
era el caso en 1811, el periodo de transformación política del conjunto
de la monarquía hispánica. Durante la época, en España, un bilioso
Diccionario razonado atacaba los nuevos lenguajes políticos por herejes
y desnaturalizados. Entre sus dianas favoritas figuraban los periódicos y
la opinión pública. A los primeros los definió como “Evacuación fétida y
asquerosa procedida de comunicación pecaminosa con personas infectas
de gálico; hai evacuaciones diarias, semanarias, menstruas y sin regla”
(Diccionario razonado, 1811, p. 56). Y la opinión pública resultaba “un
animal quadrúpedo que anda en los cafés, en las calles y en las plazas. Ved
aquí el oráculo que quieren los filósofos que consulten las Cortes para hacer
la felicidad de la nación: si es que quieren obrar conforme á la voluntad
del pueblo que las ha elegido” (Pérez, 1994, p. 209).1 Desconfianza que
se repetiría innumerables veces a lo largo del siglo XIX. Pero más que la
filiación ideológica de estos pronunciamientos, en este caso lo que nos
interesa destacar es la evidente opacidad que el sintagma tiene para un
amplio espectro de la población.

  Incluido en la edición contemporánea de Gallardo, (1812), seguido de Pérez, (1994).


1

37
Y no era para menos. Antes de 1809 el sintagma opinión pública aparece
sólo de manera extraordinaria en el mundo hispánico (Vanegas, 2009, p.
1.037).2 Es importante insistir en que no es ésta una cuestión meramente
nominal. La ausencia del sintagma apunta a una configuración conceptual
y socio-política radicalmente diferente a la nuestra y evidencia de ese
modo la singularidad de la cultura política de Antiguo Régimen, no su
carácter primitivo o deficitario con relación a nuestra época. Aún más,
la proliferación del concepto opinión pública a partir de 1809 —tanto
para invocarla o elogiarla como para atacarla y desestimarla— sirve so-
bre todo para dar cuenta de la percepción común a los diversos actores
del periodo de que se vivía un tiempo nuevo, azaroso y excepcional, en
nada parecido a lo ya vivido. ¿Cómo entonces dar cuenta de la aparición
de ese concepto político en el escenario marginal de la Nueva Granada?
Este capítulo responde esa pregunta trazando las transformaciones
semánticas y sociales ocurridas en el seno de la publicidad de Antiguo
Régimen para identificar cómo de ella, aunque no sólo de ella, emerge
el concepto de opinión pública que caracterizará los primeros decenios
de la vida política republicana. Hemos organizado la exposición en
cuatro momentos. Primero examinaremos la publicidad americana a
partir de las gacetas e impresos de los siglos XVII y XVIII. Un segundo
momento está destinado a examinar la prensa ilustrada neogranadina.
Posteriormente examinaremos el convulso panorama de las primeras
repúblicas (1810-1816) y la Reconquista española (1816-1819).
Finalmente, trazaremos de manera general las principales líneas que
contribuyeron a la consolidación de la opinión pública como con-
cepto socio-político fundamental en la región desde el Congreso de
Angostura hasta el colapso de la Gran Colombia (1819-1830). Ahora
bien, es necesario señalar que este capítulo está escrito a cuatro manos.

2
  En un artículo reciente, Isidro Vanegas indica que halló cuatro referencias entre más
de 4.500 páginas de documentación proveniente de la Nueva Granada. Por nuestra
parte, no hemos encontrado una sola instancia en un documento publicado en la
Nueva Granada en el periodo.

38 I. El nacimiento de la opinión pública


Y aunque los autores se han dividido el trabajo, de acuerdo a su gusto y
especialización, hemos intensificado lecturas y unificado criterios para
adelantar una argumentación conjunta.

Publicidad colonial y las primeras gacetas (siglos XVII-XVIII)


Opinión y fama
Los vocablos opinión y público existían de tiempo atrás pero se referían a
realidades muy diferentes. La opinión se entendía como una apreciación o
especulación sobre cualquier materia, siempre susceptible a la falibilidad.
El Thesoro de Covarrubias (1611) la define como un enunciado que se
opone a la verdad de la ciencia porque “la opinión es de cosa incierta;
y esta es la causa de aver opiniones contrarias en una misma cosa”. El
diccionario de Autoridades (1737) confirma esta definición temprana al
señalar que es un “Dictamen ò juício que se forma sobre alguna cosa,
habiendo razon para lo contrário”. Público, por su parte, significa “lo
que todos saben y es notorio, publica voz y fama” (Covarrubias, 1611),
pero el diccionario de Autoridades aclara que “Usado como substantivo
se toma por el común del Pueblo o Ciudad. Se toma también por vul-
gar, común y notado por todos. Y assi se dice, Ladrón público, muger
pública” (1737).
De ese modo, la opinión del público designaría, en caso de que el tér-
mino hubiera sido usado, algo así como la modalidad discursiva propia
del vulgo, carente de racionalidad y sometida al vaivén de las pasiones.
Para Calderón de la Barca la opinión era un monstruo de muchas cabezas
mientras que, resignado, Baltasar Gracián sentenciaba “cada uno es hijo
de su madre y de su humor, casado con su opinión, y así, todos parecen
diferentes: cada uno de su gesto y de su gusto” (Calderón de la Barca,
1830, p. 209).3 Menos paciente y más ilustrado, fray Benito Pérez Feijoo
recusa la invocada “voz del pueblo, voz de Dios” al señalar que “Todo

3
  Calderón escribe en la tercera jornada de Los cabellos de Absalón (c. 1634) “Cómo se
vé en tus diversas/ opiniones, vulgo, que eres/ Monstruo de muchas cabezas” (Calderón
de la Barca, 1830). Ver también: Gracián, (1657).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 39


[…] está lleno de opiniones, que van volteando, y sucediéndose unas á
otras, según el capricho de inteligencias motrices inferiores”.4
Resulta imposible concebir la publicidad en los siglos XVII y XVIII
americanos a partir de nuestras nociones de lo público y lo privado. La
vida social se recortaba de un modo completamente diferente, articulada
en torno a dos grandes instituciones, la Iglesia y la Corte. La primera tiene
en el púlpito y las festividades religiosas (procesiones, Corpus Christi) sus
principales espacios de difusión y en la piedad el valor fundamental; la
segunda encuentra en las cortes virreinales, las reales audiencias e incluso
los ceremoniales en torno a los cabildos, los espacios de publicidad y, en
la lealtad, su valor supremo.5
Más que espacios de intercambio horizontal, estas publicidades loca-
lizadas, corporativas y jerárquicas son lugares de difusión de los ideales
propios de la Corona y la Iglesia. A los vasallos piadosos les compete
desplegar las señas de la fe y la debida lealtad y comportarse de acuerdo
a esos ideales. Y aunque una cierta abstracción de voluntad colectiva esté
recogida en esa publicidad (recordemos el famoso vox populi, vox Dei),
estos no son espacios de consenso sino de sumisión y conformidad.
Quizá se pudiera afirmar que un antecedente relativamente cercano a
la noción de opinión pública es la expresión “común opinión”, es decir
“la honra”, “todo aquello que de alguno se divulga, ora sea bueno ora
malo” (cfr., Covarrubias, 1611). Sin embargo, establecer continuidades
entre una y otra sería desvirtuar las vastas diferencias que la animan. Para
evitar anacronismos valga la pena aclarar que la honra en el siglo XVII y
XVIII es un valor constitutivo de la persona, no un mero agrandamiento

4
  “Voz del pueblo” (1726). Benito Jerónimo Feijoo, (1773). Teatro crítico universal: ó
discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores communes. (Tomo I,
Discurso primero, p. 4). Madrid: Imprenta de Don Antonio de Sancha.
5
  Aunque ambas son instancias del mismo fenómeno, en otros lugares de la monarquía,
existen, sin embargo, variantes propias que le dan un dinamismo propio en la Nueva
Granada. Así, la ausencia de una Corte hasta 1739 y de una imprenta secular hasta 1776,
el alto grado de mestizaje y la dispersión por una arisca geografía de los pocos asenta-
mientos castellanos determinaron un cierto modo laxo de publicidad y control social.

40 I. El nacimiento de la opinión pública


de la reputación personal, incluso ni tan siquiera el simple reflejo de sus
virtudes internas. La honra opera en un complejo juego de relaciones
con la fama y el honor en un sistema de subjetivación caballeresca com-
pletamente ajeno a nuestra sensibilidad. De manera sucinta, la honra se
gana con actos propios pero depende de actos ajenos de estimación y se
pierde cuando alguien retira su consideración y respeto o cuando agravia
y deshonra. En otras palabras, el valor personal depende de la opinión
común, lo cual refleja el lugar social que cada uno ocupa. Los hidalgos
y las personas de distinción están obligados igualmente a desplegar un
lenguaje corporal en todos los lugares y no sólo cuando están desempe-
ñando sus funciones oficiales. Esta puesta en escena está profundamente
imbricada en los valores monárquicos y religiosos, en particular en la
lealtad y la piedad que, a través de la caridad, sustenta la reputación de
los notables.6 Así pues, la honra personal existía en público, “lo que todos
saben y es notorio, publica voz y fama” (cfr., Covarrubias, 1611), y por
lo tanto buena parte de la energía social estaba dirigida a mantener la
común opinión de las personas.
Esta fama no es solo personal, sino que definía el lugar de las poblacio-
nes, los claustros, las órdenes en el cuerpo político de la monarquía. Es
por eso que las ciudades y los gremios emplean grandes sumas en los fastos
organizados para conmemorar o celebrar fechas significativas, tales como
el nacimiento del príncipe heredero, las nupcias reales, el ascenso al trono
o la muerte del monarca. Por eso también, con frecuencia, encargaban a
un letrado notable para que los describiera prolijamente. La función de
la publicación es doble, pues en la medida en que un cabildo sea tenido
en mayor estima, mayor y más fastuosas deberán ser sus celebraciones, lo
que a su vez le permitirá solicitar y esperar nuevas gracias o distinciones
reales. De ese modo, la honra o común opinión era simultáneamente un
ideal público y un capital social, por lo que el uso de los impresos para

6
  La ostentación para mantener la estima puede llegar a niveles asombrosos. Para un
excelente estudio sobre el papel del fasto en la fama en la España de los Austrias, ver
García Bernal, (2006).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 41


exaltar la lealtad al rey, la fe católica y la devoción a la patria americana
constituye uno de los modos apropiados de cultivarla.
Tenemos igualmente una tercera publicidad que podríamos llamar ple-
beya. Ella se da en las fiestas, plazas, el mercado, la calle, las chicherías.7 La
publicidad plebeya se caracteriza por una simultánea participación en las
dos esferas anteriores y una distancia ante ellas. Su marca es la oralidad, con
la consecuente ausencia de fuentes que hace difícil nuestra aprehensión,
aunque no por eso resulte menos cierta. Sus múltiples manifestaciones
—libelos, pasquines, el rumor, etcétera— indican una vitalidad bullicio-
sa tras bambalinas.8 Estudios sobre lo que podemos llamar la economía
moral plebeya neogranadina indican que existía, aun a finales del periodo
colonial, un fuerte substrato pactista.9 Cuando la plebe se sentía ignorada
por las autoridades, apelaba a su respuesta más contundente: el motín.
Como puede verse el tema es vasto y de múltiples aristas. Por esa
razón, en el aparte siguiente no podemos ocuparnos de la totalidad del
fenómeno; pretendemos en cambio un objetivo mucho más modesto:
la incidencia de las gacetas y papeles periódicos en las transformaciones
conceptuales de esa publicidad.

La imprenta y las primeras gacetas


Como bien se sabe, la imprenta de tipos móviles surge en Mainz a
mediados del siglo XV y rápidamente se extiende por toda Europa.

7
  Excelentes estudios recientes empiezan a desentrañar el abigarrado mundo popular de
la fiesta colonial. Ver: Jiménez Meneses, (2007); González Pérez, (2005); y a Hartman
& Velásquez, (2004). Para una visión centrada en la experiencia indígena, ver Llanos
Vargas, (2007).
8
  Puede parecer paradójico argumentar la existencia de una publicidad a la cual no
tenemos acceso. Sin embargo, como ya notaron hace un buen tiempo Alex Kluge y Oskar
Negt en su crítica a Habermas, tras la esfera pública hegemónica existen igualmente
otras esferas de publicidad alterna. Ver Negt & Kluge, (1988). Una formulación en un
sentido análogo, pero desde una perspectiva foucaultiana puede verse en Scott, (1990).
9
  Cfr., Phelan, (1980); Garrido de Payán, (1987). La referencia a economía moral
proviene del trabajo de Thompson, (2001).

42 I. El nacimiento de la opinión pública


La posibilidad de reproducir masiva y mecánicamente un alto volumen
de impresos y libros revoluciona la función de la información en la socie-
dad. Por una parte, propiciará sin duda una democratización en el acceso
al conocimiento a todo aquel que supiera leer y, dadas las condiciones
sociales e institucionales, privilegiará la interpretación sobre el dogma y,
por lo tanto, cuestionará la autoridad establecida. Esto es lo que ocurre
con los reformistas protestantes quienes, Biblia en mano, cuestionarán
la infalibilidad de Roma en la interpretación de los textos sacros. Poco
después que Lutero fijara su Disputatio pro declaratione virtutis indulgen-
tiarum (conocido también como las 95 tesis) en la puerta de la iglesia de
Wittenberg (1517), en el que cuestionara la doctrina católica sobre la
venta de indulgencias, más de trescientas mil copias impresas circulaban
por toda Europa del Norte y llegaban a las manos de lectores ávidos. La
reforma protestante se ponía en marcha (Febvre & Martin, 2002).
Por otra parte, la imprenta se convertirá rápidamente en un arma po-
derosa para la misma Iglesia católica y las nacientes burocracias estatales y
ambas la usarán como herramienta ideal para el proselitismo, para generar
un tipo de publicidad que construya lealtades y cimente legitimidades.
No es fortuito que los dos productos más populares de la imprenta sean
la Biblia (con toda su parafernalia devocional tales como sermonarios,
confesionarios y novenas) y la inmensa variedad de gacetas y papeles
públicos. Tampoco es coincidencia que buena parte de las imprentas en
América estuvieran en manos de las órdenes religiosas.
No sorprende entonces que la imprenta llegara rápidamente a América,
primero a México, a finales de la tercera década del siglo XVI, y posterior-
mente a Lima en 1584, los dos centros políticos y culturales de la monarquía
indiana. En sus talleres se imprimieron tratados evangélicos, catecismos,
gramáticas de lenguas indígenas, algunos libros médicos, crónicas religio-
sas y civiles y, sobre todo, hojas volantes con noticias extraordinarias. El
primer impreso conocido en América es la “Relacion del espantable terre-
moto que agora nuevamente ha acontecido en la Ciudad de Guatimala”
en (1541) que da cuenta de la avalancha de agua y tierra que destruyó la
antigua ciudad de Guatemala en el valle de Almolonga. La relación, que

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 43


describe con minucia la destrucción de la ciudad y las horas angustiantes
de los notables (entre los que se encontraba Beatriz de la Cueva, viuda del
conquistador Pedro de Alvarado), pretende dar “grande exemplo para que
todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos aperscividos para
quando Dios fuere servido de nos llamar” (Rodríguez, 1541).10
Las imprentas locales se usan con frecuencia para imprimir hojas sueltas
a la llegada de la Flota de Indias en las que se destacan los sucesos de la
Corte (por ejemplo, la “Relacion de lo sucedido en el feliz nacimiento
del serenísimo Principe […]” en el que se celebra el nacimiento de Felipe
Próspero, príncipe de Asturias, en México 1657), de armas (por ejemplo,
la “Relación de los grandes progressos que han tenido las Catholicas
Armas de Su Magestad […]” publicado en la misma capital un par de
años después), los eventos más destacados en las cortes extranjeras o
algún suceso que haya ocurrido en otro lugar de la monarquía. Así, la
“Relación verdadera de una criatura que nació en la Ciudad de Lima a
30 del mes de noviembre de 1694”, impreso en México al año siguiente,
narra el nacimiento de un parto de siameses y discute si los bebés se pue-
den considerar monstruosos o si constituyen una señal divina de futuras
desgracias. Estas relaciones son generalmente leídas y comentadas en
tertulias de notables y, en algunas ocasiones, glosadas al margen, lo que
indica el mucho aprecio con que eran recibidas.11
Recordemos que la primera imprenta llega a la Nueva Granada de
mano de los jesuitas a principios del siglo XVIII. Sus impresiones fueron
pocas y casi exclusivamente religiosas (novenas y septenarios), tales como
el “Septenario al corazón doloroso de María Santíssima” (1738), primera
publicación neogranadina conocida (Garzón Marthá, 2008). Y aunque no
tenemos noticia de ninguna reimpresión de las hojas sueltas en la Nueva
Granada ni se han encontrado ejemplares en la Biblioteca Nacional de

10
  Tomado de la reproducción facsimilar publicada por la Massachusetts Historical
Society en Boston, 1940. Para una visión panorámica, ver Lafaye, (2002).
11
  Los ejemplares citados provienen de la colección de manuscritos de la biblioteca
Benson, de la Universidad de Texas en Austin.

44 I. El nacimiento de la opinión pública


Colombia, la Biblioteca Luis Ángel Arango u otros archivos del país, no
nos resulta improbable que estos papeles llegaran hasta la Audiencia de
Santafé y fueran igualmente comentados con fervor.
A mediados del siglo XVII empieza un proceso en Europa de suma
importancia para nuestros fines: las hojas volantes van dando paso a las
gacetas oficiales, publicaciones periódicas patrocinadas por las nacientes
burocracias estatales para informar las leyes, decretos y reglamentos ofi-
ciales, comunicar noticias comerciales de alguna importancia y ofrecer
una visión parcializada de los varios frentes bélicos y diplomáticos que las
diferentes coronas tenían en diversos lugares de Europa y del mundo.12
Ya en 1631 Théophraste Renaudot, con el apoyo del cardenal Richelieu,
creó la Gazette de France (1631), la cual se convirtió rápidamente en el
canal más importante y efectivo de diseminación de información en
Francia y en sus territorios de ultramar. Otras coronas pronto siguieron
el ejemplo y la Gazeta de Madrid salió a la luz en febrero de 1661, con
la intención de ser una relación informativa periódica que mantuviera a
sus lectores enterados de las novedades del día. Su editor, Francisco Fabro
Bremundan, explicaba en el primer número la razón de tal novedad:

Supuesto que en las mas populosas ciudades de la Italia, Flandes,


Francia y Alemania se imprimen cada semana (demás de las relaciones de
sucesos particulares) otras con título de Gazetas, en que se da noticia de
las cosas mas notables, assi Politicas, como Militares, que han sucedido
en la mayor parte del Orbe: seràrazon que se introduzga este genero de
impressiones, ya que no cada semana, por lo menos cada mes; para que
los curiosos tengan aviso de dichos sucesos, y no carezcan los Españoles,
de las noticias de que abundan las Estrangeras Naciones.13

12
  Es interesante notar lo poco que se conoce este fenómeno. No hay muchos estudios,
ni en España ni en América, sobre estos primeros ejercicios publicitarios.
13
  Documento digitalizado por la agencia Boletín Oficial del Estado del Ministerio
de la Presidencia de España y puesto a disposición del público en: http://www.boe.es/
aeboe/consultas/bases_datos/gazeta.php. (Las cursivas son nuestras).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 45


Valga la pena notar la aparición de una figura recurrente de la publici-
dad moderna: el curioso, el inquieto, “el que trata las cosas con diligéncia,
ò el que se desvela en escudriñar las que son muy ocultas y reservadas”
(Autoridades, 1729). De ese modo la Gaceta aparecería diseñada para sa-
tisfacer la curiosidad del lector, claramente en sintonía con las novedades
que comenzaban a renovar la cultura europea. Pero notemos igualmente
el lugar precario que ocupa esta figura, pues curioso es también el que
“desordenadamente desea saber las cosas que no le pertenecen” (Autori-
dades, 1729).
La Gaceta circuló semanalmente y constaba de cuatro hojas en cuartos,
con noticias nacionales y extranjeras. Junto con la Gazeta de Madrid
también se encuentran con alguna frecuencia traducciones e impresiones
aprobadas de las gacetas de Ámsterdam, París y Londres. Todas las gacetas
se imprimían con permiso del Consejo de Castilla y tenían que superar
la censura eclesiástica.
No es fácil detectar el volumen de circulación, la frecuencia y la va-
riedad de gacetas que circularon en la Nueva Granada. Sabemos que la
Gazeta de Madrid, reimpresa en México y Lima (en esta última ciudad se
reimprime con el nombre de Gazeta de Lima a partir de 1715), circulaba
libremente por toda la Monarquía, incluida la Nueva Granada. Desde
entonces se publican diversas relaciones y noticias curiosas e incluso
hacia 1671 se dará una tentativa de publicar una gaceta mexicana. En
1722 finalmente aparece la Gazeta de México y Noticias de Nueva España
con el compromiso de imprimirse mensualmente. Poco después saldrá
la Gazeta de Goathemala (1729-1731) y en 1744 la de Lima (Checa
Godoy, 1993, pp. 15-18).
Las primeras gacetas americanas, en general, publicaban noticiaros,
informativos locales y de otras provincias de la monarquía. Estas gacetas
reimprimen, incluso con mucho retraso, extractos de las gacetas de
Madrid y Europa que versan sobre la Corte y los frentes diplomáticos
de la monarquía y otras naciones (las referencias al Imperio otomano son
frecuentes). Aunque comunican novedades, no son noticias en el sentido
que nosotros las entendemos, es decir, no están destinadas a informar

46 I. El nacimiento de la opinión pública


sobre la actualidad y a proveer criterios al lector para que participe de
manera informada en la esfera pública y tome decisiones sobre asuntos
que le afectan directamente. Los sucesos de armas de Su Majestad, el
nacimiento de un nuevo heredero, comunican la gloria del monarca y
promueven demostraciones de fervor y lealtad. Tanto o más que el ele-
mento informativo, importa el efecto de simultaneidad e inclusión que
generaba en los lectores americanos al sentirse parte de los destinos de la
monarquía y de la cristiandad.
Del mismo modo que la gaceta permitía a los lectores sentirse parte
de la monarquía, reforzaba la comunidad de creyentes al publicar con
relativa frecuencia historias milagrosas o de devoción extraordinaria. Así
pues, las gacetas presentaban testimonio de la comunidad de creyentes
y permitían reafirmar la fe en territorio americano al recontar milagros
extraordinarios, exaltar la fe y devoción de destacadas figuras religiosas, o
producir calculadamente la congoja y piedad a través de las noticias sobre
los temblores, las epidemias u otros desastres. No sorprende, por lo tanto,
que el primer intento periodístico en la Nueva Granada nazca del terrible
temblor que devastó la capital el 12 de julio de 1785, ni que el primer
número de su sucesor, la Gaceta de Santafé, informara el terrible caso de
un parto milagroso el 25 de agosto de ese año en Ubaté. Para el editor
de la Gaceta, “Aunque siempre es Dios admirable en sus Santos, parece
que algunas veces hace mas visibles los efectos de su Divina misericordia,
para excitar nuestra confianza en la intercesion de sus Escojidos, y que la
Imploremos en nuestras necesidades”.14
Por otra parte, las gacetas buscaron afirmar cierto sentido local al tener
una sección con noticias domésticas y americanas. En general estas noticias
tenían qué ver con la salud de los altos magistrados y notables locales, el
nombramiento, promoción o fallecimiento de autoridades eclesiásticas o
civiles, y con los asuntos de la Corona o la administración de las Indias.
Igualmente, se relataban extensamente las galas con que se celebraban
los numerosos festivales y la erudición evidente en las competiciones

  Gaceta de Santafé, número 1, 31 de agosto de 1785, p. 4.


14

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 47


universitarias; y se informaba sobre los modos en que diversas comuni-
dades enfrentaban “heroicamente” las amenazas de ataques piratas o de
incursiones indígenas. En sus páginas floreció un criollismo exaltado pues
allí aparecían con frecuencia panegíricos para exaltar la fama local de Mé-
xico, “cabeza de la nueva España y corazón de la América”, o la “siempre
ylustre y tres veces coronada Ciudad de Lima”.15 Más que informar, las
gacetas se ocupaban de cultivar la “común opinión” de las virtudes que
adornaban a cada corte, incluida la de Santafé.
Las listas de suscriptores, ordenados de mayor a menor rango, nos
permiten saber un poco más de sus lectores, generalmente oficiales del
virreinato, los miembros de las diversas órdenes religiosas, el alto clero
seglar, los comerciantes trasatlánticos y algunos pocos miembros de las
élites locales. No sorprende entonces que además de cultivar la fama, las
gacetas cumplieran el muy pragmático oficio de informar sobre los recientes
decretos y la cambiante legislación comercial, dar cuenta de los productos
que llegaban en la Flota de Indias y los que se aprestaban para ser em-
barcados en los principales puertos de las Américas. Incluso en muchos
casos, la gaceta incluía, generalmente en la última página, una sección
con anuncios sobre ventas —de productos, de libros, etcétera— recién
llegados de la metrópoli.
Hasta acá podemos decir que las gacetas participaban de una publicidad
muy estable que vinculaba un naciente público al cuerpo político de la
monarquía a través de muestras de lealtad, a la cristiandad a través de
muestras de piedad, y a su patria o comunidad local a través de lazos cor-
porativos. Las gacetas permitían el cultivo de la fama, intentaban hacer
efectiva la cohesión social y, adicionalmente, perseguían la consecución
de fines comerciales. El público representaba simultáneamente estos
ideales con los cuales se procuraba modelar las conductas individuales.
Es decir, con esta publicidad dirigida surge un público que encarna un

15
  Referencias tomadas respectivamente de la Gaceta de México (enero 1, 1722) y de
la Gazeta de Lima (enero 18, 1744), ambos ejemplares consultados en la biblioteca
Benson de la Universidad de Texas, Austin, durante el segundo semestre del 2006.

48 I. El nacimiento de la opinión pública


ideal (la fama) y un objeto a ser administrado (la honra). En ese sentido
emerge la figura del público como pueblo pero sin plebe y comienza
un proceso de abstracción que será fundamental para la aparición de la
publicidad ilustrada de finales del siglo XVIII.

Prensa ilustrada (1785-1808)


El nacimiento de una nueva prensa
Una manera importante que nos permite comprender el peso que lo-
graron las recientes transformaciones de la publicidad, y el intento por
controlarla, es revisar la actitud de las autoridades hacia la imprenta. En
1776 el virrey Manuel Antonio Flórez llama al impresor andaluz Antonio
Espinosa de los Monteros, residenciado en Cartagena, para que asuma el
trabajo de impresión en la capital del virreinato. Para el virrey, la llegada
del impresor es importante para

[…] contribuir al fomento de la instrucción de la juventud de este reino


[…], para el mejor gobierno de este reino, fijando reglas para cada una de
sus provincias, tanto para la dirección de sus ayuntamientos, como para
el manejo y recaudación de las rentas de tabaco, aguardiente, alcabalas y
demás que hasta aquí han estado sujetas a la práctica, estilo y a los abusos
introducidos. Para esto, como para que circulen con más perfección y
prontitud las reales determinaciones que su naturaleza lo pida, como las
gubernativas, es evidente la necesidad de que se provea a esta capital de
imprenta (Toribío Mena, 1958, pp. 149-150).16

Al virrey le resulta evidente que un elemento esencial para el buen go-


bierno es que los vasallos conozcan debidamente las disposiciones reales.
Al llegar a Santafé, Espinosa de los Monteros compra las partes de la
antigua imprenta jesuita y comisiona la fabricación de repuestos y nuevas
planchas en diversos talleres de la ciudad. En 1782 llegan las nuevas letras

  “El Virrey de Santa Fe hace presente la urgente necesidad que en aquella ciudad
16

hay de una Imprenta”. Santa Fe, 15 de enero de 1777. En Toribio Medina, (1958).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 49


e instrumentos que reemplazarán los gastados y anticuados de los jesuitas
(Garzón Marthá, 2008). Ese mismo año, con ocasión de la ejecución
de los sindicados por el levantamiento comunero, el arzobispo y virrey
Caballero y Góngora manda imprimir en su taller Premios de la obedien-
cia: castigos de la inobediencia, la exhortación que fray Raymundo Azero
pronunció en la plaza Mayor de Santafé, y el “Edicto para manifestar al
publico el indulto general, Concedido por nuestro Catholico Monarca
el señor Don Carlos III. A todos los comprehendidos en las revoluciones
acaecidas en el año pasado de mil setecientos ochenta y uno” (1782).17
Ambos impresos estaban destinados a influir sobre los vasallos neogra-
nadinos en lo que era un reconocimiento tácito de una incipiente esfera
pública. El acto fallido, tres años después, de echar a rodar la primera
gaceta neogranadina —la fugaz Gaceta de Santafé— en la imprenta de
Espinosa de los Monteros lo confirmará, y la llegada a Santafé en 1791
de la imprenta comisionada por Antonio Nariño, que llamó Patriótica,
ratificará de manera definitiva la importancia de una nueva publicidad
en el espacio neogranadino.
A partir de 1785, cuando aparece la primera publicación periódica
en Colombia, el breve Aviso del Terremoto y su continuadora, la Gaceta
de Santafé, se hace sentir la necesidad de una gaceta que comunique la
noticia local a un circuito de lectores dispersos sobre una vasta geografía
y que sirva de instrumento para “promover el bien público” y permitir
“mantener con decoro una conversación entre gente culta”.18

17
  “Fray Raymundo Azero, Premios de la obediencia, castigos de la inobediencia: platica
doctrinal exhortatoria dicha en la Plaza mayor de esta Ciudad de Santa Fé, concluído el
Suplicio, que por Sentencia de la Real Audiencia de este Nuevo Reyno de Granada, se
executó en varios Delinqüentes, el dia I. de Febrero, de este Año de 1782. Bogotá: Por D.
Antonio Espinosa de los Monteros, 1782”. En Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo
Vergara 32. Recordemos que los últimos quince años habían irritado los ánimos de los
súbditos neogranadinos. La memoria de esos agravios se remontaba a la expulsión de los
jesuitas, las reformas educativas de Moreno y Escandón (1774-1779), la llegada del Visi-
tador Gutiérrez Piñeres (1777) y culminaron con el estallido del levantamiento comunero
(1781-1782) que sacudió el centro del país.
18
  Gazeta de Santafé de Bogotá, 31 de agosto, 1785.

50 I. El nacimiento de la opinión pública


El esfuerzo decisivo será, sin duda, la aparición de El Papel Periódico de
Santafé de Bogotá (1791-1797), editado por el santiagueño residente en
Santafé Manuel del Socorro Rodríguez. A principios del siglo XIX varias
publicaciones circulan en Santafé —Correo Curioso (1801), Redactor ame-
ricano (1806-1809), Semanario de la Nueva Granada (1808-1810)— todos
ellos vinculados con los ideales de procurar el bien público y promover la
ilustración. Estas publicaciones cultivan el amor a la patria —entendida
ésta de manera difusa como el espacio local, provincial o neogranadino,
y simultáneamente la monarquía hispánica—y se dirigen “á un Publico
ilustrado, católico, y de buena educación”.19
Si bien circulan simultáneamente con las gacetas de Antiguo Régimen,
este nuevo tipo de publicación hace énfasis en la diseminación de los
saberes útiles para la transformación del entorno local. Las publicaciones
locales nacen estimuladas por la proliferación de publicaciones españolas
y americanas.20 Igualmente efectiva como estímulo fueron las iniciativas

19
  “Prospecto”, Redactor americano diciembre 6, 1806, p. 3. Son transformaciones
que no ocurren en el vacío. Para las últimas décadas del siglo XVIII el cuerpo de re-
formas administrativas, fiscales y militares conocidas como borbónicas y los procesos
de trasformación de la cultura política transatlántica se empezaban a dejar sentir con
fuerza en la Nueva Granada. Santafé sobrepasa los 20 mil habitantes y cuenta con doce
templos principales, tres universidades seculares (colegios mayores de San Bartolomé,
Rosario y Santo Tomás), tres eclesiásticas (San Buenaventura, de la Recoleta, y San
Nicolás de Bari), un colegio para niñas (Enseñanza), cinco escuelas populares, y cerca
de 400 estudiantes provenientes de todos los rincones del reino. Su vida intelectual está
animada por la recién creada Real Biblioteca (1777) y varias bibliotecas importantes de
claustros y particulares, dos tertulias conocidas (la Eutropélica, presidida por Manuel
Socorro de Rodríguez y El Arcano de la Filantropía, por Antonio Nariño) y, por dos
imprentas comerciales (Espinosa y Nariño). Por otra parte, en torno a la Expedición
Botánica (1783) y su director, José Celestino Mutis, se articuló y entrenó un selecto
grupo de jóvenes americanos en las ciencias y las artes e incluyó la creación del primer
observatorio astronómico en el continente americano (1803).
20
  De las publicaciones peninsulares que circularon en la monarquía vale la pena
destacar el Mercurio histórico y político 1753; El Memorial Literario, 1784; y El Correo
de los Ciegos de Madrid (1786). Igualmente es importante destacar diversos periódicos
americanos, tales como el Mercurio volante con noticias importantes i curiosas sobre
varios asuntos de fisica i medicina, editado por el mexicano Ignacio Bartolache, 1772-

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 51


editoriales que buscaban presentarle a los lectores hispanos, con algún grado
metódico, lo que se leía en el resto de Europa: El Correo literario de la Europa
(con intermitencias entre 1780 y 1787) y el Espíritu de los mejores diarios
literarios, que se publican en Europa (1787-1791) de Cristóbal Cladera.21
Estas publicaciones reflejan y contribuyen de manera notable a la
re-elaboración de la cultura política local. Si el Aviso surge como simple
relación del espantoso terremoto que sacudió la capital el 12 de julio de
1785, la Gazeta —impresa apenas tres semanas después— aspira a comu-
nicar novedades “dignas de atención” y evidencia una clara consciencia
de la función social de los papeles públicos y las gacetas. “Escribiendo se
comunican los ausentes —señala el editor de la Gazeta— y los que nunca
se han visto llegan a unirse con los más estrechos lazos de la amistad,
vínculos que suelen preferirse a los de la sangre, sin otro principio que
una carta”. Como las antiguas gacetas, los nuevos periódicos también
buscaban producir cohesión social; una cohesión, sin embargo, que ya
no es de cuerpos sino difusamente horizontal, en el que el mérito, más
que el linaje, comienza a jugar un papel importante.
Por otra parte, empieza a surgir un valor que será recurrente en todas
las publicaciones posteriores: la utilidad común. Los impresos, continúa
el editor, son responsables del “auge y esplendor que en el día se ven ele-
vadas las Ciencias, las Artes, la Yndustria y el Comercio” y explica para
el aún bisoño público neogranadino que

Una Gazeta es una carta común por la qual á todos se les avisa de lo que
subsede, ò se sabe en el lugar en que se escribe, y cada uno se aprovecha

1773; la Gazeta de literatura de México, editado por José Antonio Alzate, 1788-1795;
el Mercurio peruano de historia, literatura, y noticias, publicado por la Sociedad
Académica de Amantes de Lima, 1791-1794; y las Primicias de la Cultura de Quito,
el importante periódico ilustrado editado por Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz
y Espejo en 1792.
21
  Al hacer más fácil y homogénea la circulación de noticias europeas en la monarquía,
el Espíritu se convirtió rápidamente en una de las fuentes favoritas para los editores y
redactores americanos.

52 I. El nacimiento de la opinión pública


de las noticias que en ella se encuentra á proporcion de su entidad, ò de lo
que se interesa en promover el bien públicos; ò à lo menos emplea honesta-
mente el rato de tiempo que se detiene en leerla, y se halla insensiblemente
instruido de lo que pasa á muchas leguas de su residencia, y en disposición
de mantener con decoro una conversación con gente culta […].22

Como las gacetas anteriores, los nuevos periódicos celebrarán el influjo


beneficioso de la imprenta, luz y felicidad de los pueblos. Sin embargo,
en todos ellos se articulará un nuevo ideal de saber, el conocimiento que
redunda en ciudadanos útiles por lo que se privilegiarán las nuevas cien-
cias experimentales y la economía política. Similarmente, las nuevas
publicaciones se ocuparán, como las viejas gacetas, de noticias locales y
europeas, pero en este caso harán gala de una exacerbada conciencia de
lo americano, hasta el punto que proclamarán que “su único objeto es
publicar cosas Americanas”.23
Reducido el espacio asignado a los sucesos de la Corte por la anti-
gua publicidad, lo local será transformado en objeto de deseo sobre el
cual se posarán los ávidos ojos de los novatores. Evaluaciones, juicios
y proyectos sobre tal o cual empresa aparecen en varios periódicos, los
cuales se convertirán de ese modo en el escenario donde se dan ciertos
debates sobre las debidas reformas al cuerpo social. De ese modo, esas
figuras privilegiadas de la publicidad nos acercan a la auto-comprensión
de los grupos sociales en contienda y a los modos como se construyen
legitimidades e identidades. De ese modo, también, se convierten en
la superficie privilegiada para la elaboración y emergencia de nuevas
configuraciones conceptuales y la redefinición de conceptos tales como
ciudadano o patriota, economía y riqueza, o ciencia y verdad, que lenta-
mente van penetrando diversos rincones de la vida social e institucional
de la Colonia (Ortega, en prensa).

  Gazeta de Santafé, núm. 1, 31 de agosto, 1785.


22

  Redactor Americano, Prospecto, 6 de diciembre, 1806.


23

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 53


Debido al alcance e importancia de esas transformaciones, en lo que
sigue nos detendremos brevemente en las manifestaciones locales de tres
grandes nodos semánticos, aquel que se articula en torno a las nuevas
nociones del ciudadano y patriotismo; en torno a la economía y la riqueza
social; y, finalmente, en torno a la ciencia y la utilidad. Estas transfor-
maciones conceptuales eventualmente se convirtieron en posibilidades
sociales y políticas no solo por la visibilidad y legitimidad que adquirieron
al aparecer en las diversas publicaciones del momento sino, sobre todo,
por las nuevas formas de agencia concebidas por la emergente publicidad
que hemos venido historiando. Del mismo modo, es necesario señalar
que esa publicidad adquiere concreción en la medida que estas transfor-
maciones conceptuales más amplias se afianzan en el orden social. Para
organizar mejor esta discusión centraremos la discusión de cada uno de
los nodos semánticos en una publicación del periodo.

El ciudadano patriota y el Papel periódico de Santafé


El examen de los periódicos ilustrados americanos hasta 1808 indica que
estos no solo reflejan lo que ocurre en la sociedad sino, tal vez aun más
importante, se convierten en verdaderos laboratorios para la elaboración
de nuevas posibilidades conceptuales y políticas. Esa elaboración de una
cultura política que llamaremos por conveniencia pero no por convicción,
de la modernidad, tiene su primer punto de referencia privilegiado en la
Nueva Granda en las páginas del Papel Periódico de Santafé.
La aparición de El papel periódico de Santafé de Bogotá el 9 de febrero
de 1791 marcará un hito ante el cual es necesario detenerse momentánea-
mente. Por cerca de seis años (con una breve interrupción en el segundo
semestre de 1792) circuló en buena parte del territorio de la audiencias
de Santafé, Quito, la capitanía de Caracas, Lima y otros lugares, con un
tiraje no mayor a los 500 periódicos semanales, en un formato de ocho
hojas en cuartos, alcanzando la nada despreciable suma de 265 números.
Su director y redactor fue el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, quien
había llegado al virreinato de la Nueva Granada de la mano del virrey
Ezpeleta entre 1789 y 1790.

54 I. El nacimiento de la opinión pública


El Papel Periódico abre su “Preliminar” con la apología habitual a la
prensa como fuente de utilidad y motor de progreso. Pero lo que nos
interesa en este caso es la argumentación republicana que le dará al lugar
común. Según Rodríguez, el hombre que vive por el principio de la ra-
zón pronto verá que la utilidad común es el principio de la felicidad del
universo y esto “hará en su animo una sensación, que no podrá mirar con
indiferencia. Y mucho más quando considerandose un Republicano […]
ve que la definición de este nombre le constituye en el honroso empeño
de contribuir al bien de la causa pública” (9 de febrero, 1791). Siete
números después Rodríguez reproducirá una comunicación vehemente
de Francisco Antonio Zea, colegial del San Bartolomé, que causará bas-
tante escozor. En los “Avisos de Hebephilo”, Zea anunció que sacrificaba
su reputación de literato por el título de ciudadano.24 Sin duda, esta
afirmación, algo estridente, resulta sintomática de la zona conflictiva
de sentidos y experiencias que se habían acumulado a finales del siglo
XVIII y habían dado paso a un conjunto de nuevas representaciones
del saber, de los sujetos en sociedad y de la riqueza social. El juego de
interpelación y auto-denominación —que le permite a Zea descartar el
tradicional título de letrado y optar por el de ciudadano— hace parte
de esas pugnas de sentido, fundamentales para entender la cambiante
cultura política del periodo.
Ciertamente, el concepto de ciudadano no es nuevo. Ya para 1729,
cuando el primer diccionario de la Real Academia lo define como “El
vecino de una Ciudad, que goza de sus privilegios, y está obligado à sus
cargas no relevándole de ellas alguna particular exención”, contaba con
una larga tradición filosófica que se remonta hasta Aristóteles. Pero en
1729 más que ciudadanos republicanos, los sujetos de la monarquía se
reconocían como vasallos y sujetos leales de la Corona. La recurrencia del
término ciudadano en los periódicos de finales del siglo XVIII se debe en
buena medida al neo-republicanismo entonces en boga, pero no se debe

  “Avisos de Hebéphilo a los jóvenes de los dos colegios”. Papel Periódico (1 al 15 de


24

abril de 1791).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 55


entender, ni mucho menos, como un rechazo de los otros términos. En
efecto, más que negación, es una resignificación a partir de la vincula-
ción del término ciudadano con los de utilidad y patria. A partir de ese
momento, el sujeto modélico de la monarquía no es ya simplemente el
vecino, sino el ciudadano que por medio de los saberes ilustrados pro-
cura el bien común de la patria. Los periódicos del periodo constituyen
espacios privilegiados para la elaboración de “esa llama divina, que se dice
patriotismo, y es la base de la felicidad común, la virtud de los Héroes,
Madre de las virtudes civiles, y por desgracia la menos conocida”.25 El
patriotismo además es una virtud cristiana, la del “espíritu público”, que
así entendido es lo que hace al ciudadano.
El patriotismo también se hace evidente en el cultivo y rescate de la
historia local. De ese modo, en marzo de 1792 Rodríguez publica la pri-
mera historia de la literatura neogranadina, en la cual José María Vergara
y Vergara se apoyará casi 70 años después para su magistral Historia de la
literatura en Nueva Granada; Francisco Antonio Zea, en abierta polémica
con Cornelio de Paw, publica apartes de un manuscrito en el que venía
trabajando, “Memorias para servir a la Historia del Nuevo Reyno de
Granada”, en el que predice la pronta llegada de una era feliz, marcada
por la industria e ilustración en la Nueva Granada (13 de enero 1792,
núm. 48); o el “Rasgo apologético de Sogamoso”, de quien se dice de
haber nacido entre los griegos o los romanos “hubiera logrado el mismo
honor de Demétrio Falereo”, filósofo y político griego y uno de los pri-
meros peripatéticos (24 de mayo, 1793, núm. 91).
A pesar de que no existe incompatibilidad alguna entre este espíritu
patriótico que inunda las primeras páginas del Papel Periódico y la leal-
tad al rey y a la monarquía española, el fuerte ascenso de la concepción
patriótica del ciudadano se verá truncado a mediados de 1792, cuando
varias disposiciones reales clausuraron los periódicos existentes —a ex-
cepción de los oficiales— y establecieron la censura más estricta sobre

  “Avisos de Hebéphilo a los jóvenes de los dos colegios”. Papel Periódico (1 al 15 de


25

abril, 1791).

56 I. El nacimiento de la opinión pública


las noticias procedentes de la Francia revolucionaria. Las alarmas van a
llegar a su punto más álgido cuando en 1794 se inician los juicios contra
Nariño por la impresión del volante con los derechos del ciudadano, y
los colegiales implicados en el escándalo de los pasquines.
La Gazeta de México, La Gaceta de Lima y el Papel Periódico de Santafé
publicaron con regularidad resúmenes autorizados —generalmente to-
mados de la Gazeta de Madrid— sobre los sucesos en Francia. Su actitud
fue predeciblemente dura contra los que llamaron monstruos regicidas,
en particular a partir de la ejecución de Luis XVI, día en que “se firmó
el Decreto de la general desolación de aquel Reyno desgraciado. El dió
principio à la funesta época del desorden y calamidad del Pueblo Ga-
licáno que hasta alli aún respiraba con alguna esperanza de no quedar
sepultado en su misma Revolución”.26 A partir de ese momento, estas
gacetas se deleitaran en la descripción minuciosa de lo que perciben
como anarquía pura y disgregación terrible del cuerpo político francés
en un intento claro de infundir miedo entre sus lectores y prevenir lo
que ya anticipan como la eventual seducción de la opinión pública
por las engañosas ideas revolucionarias. En ese contexto, el término
ciudadano prácticamente desaparece y el de patriota se asimila al de
devoción al rey.27
El Papel Periódico entrega su último número el 6 de enero de 1797,
después de repetidos anuncios de insolvencia económica. Apenas unos
pocos días antes el virrey Ezpeleta, quien había traído a Socorro Rodríguez

26
  Noticias sobre la Revolución francesa en Papel Periódico (1792-1795). Cita tomada
de Papel Periódico del 21 de febrero de 1794, p. 615.
27
  En un excelente trabajo reciente Carlos Villamizar explora las transformaciones
semánticas del concepto “patria” durante la última década del siglo XVIII a través
de una lectura cuidadosa del Papel Periódico. Ver “La felicidad del Nuevo Reyno de
Granada: el lenguaje patriótico en Santafé (1791-1797)”, tesis presentada para optar
el título de magíster en el Departamento de Historia, Universidad Nacional de Co-
lombia, octubre de 2010. Apartes aparecerán con el título “Patria y Monarquía en el
Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797)” en el libro en prensa
Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia. Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 2012.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 57


a Santafé, embarcaba para España después de cumplir con su periodo de
gobierno. Así pues, a pesar de haber visto la luz durante un lustro y contar
en algún momento hasta con 400 suscriptores, la pronta clausura del
Papel Periódico tras la partida del virrey revela un elemento común a las
publicaciones periódicas de la época: la necesidad de contar con el apoyo
activo de las autoridades peninsulares. En efecto, todas las publicaciones
de la época se quejaban de las dificultades económicas para cubrir los
gastos de impresión y El Correo Curioso, única publicación que no cuenta
con un apoyo oficial, sobrevivirá apenas un año y a costa de buena parte
de la fortuna personal de Tadeo Lozano. Ese apoyo había servido para
enfrentar la resistencia de los sectores más tradicionales que veían, en las
innovaciones ilustradas, una amenaza a sus privilegios y prerrogativas.
El soneto con que Rodríguez cierra el último número del Papel Periódico
da buena cuenta del tumultuoso proceso:

Por cumplir con la ley de la obediencia/


Te pusiste á escribir ¡o pluma mia!/
Llevando á la verdad siempre por guia,/
y al bien común por alma y por esencia,/
¡Mas quehas logrado al fin?- ¡Triste experiencia!/
Mil ataques sangrientos que á porfia/
Te han hecho con infánda tiranía/
Los hijos de la cruel malevolencia./
¡O infausta estrèlla, y premio miserable/
Del que con fino amor servir procura/
A este Mundo despótico y variable!/
Ea pues, descansa en plácida clausùra,/
Que si duermes en òcioperduràble/
Lograràs de la Envidia estàr segura.28

  Último folio del Papel Periódico, 6 de enero 1797.


28

58 I. El nacimiento de la opinión pública


La economía política y la función social de la riqueza: El Correo Curioso
La economía será uno de los ejes de reflexión continua del siglo XVIII y
el impulso reformista encuentra en las publicaciones especializadas una
punta de lanza importante para lograr sus objetivos. Publicaciones como
el Semanario económico de Madrid (1765) o el Semanario de Agricultura
y Artes dirigido a párrocos (1797-1808) no sólo constituían esferas de
intercambio científico sino que eran órganos de popularización de las
ciencias útiles entre amplios sectores de la población. En la Nueva Gra-
nada se configura la Sociedad Económica de los Amigos del País, en 1784
en Mompox, la cual publica al año siguiente un Extracto de las primeras
juntas celebradas por la Sociedad Económica de los Amigos del País con el fin
de generar interés en el mejoramiento del país y “promover y conseguir
el fomento de la industria popular”, “teniendo a la vista las proporciones
que estos terrenos ofrecen por su fertilidad para hacerse tan florecientes,
como felices sus moradores por medio de la Agricultura y Comercio, que
es lo que nutre los Reynos”.29
Aunque el tópico económico ocupa un lugar importante en todas las
publicaciones periódicas de la monarquía, en la Nueva Granada el Correo
Curioso, Erudito, Económico y Mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá
desarrolla una reflexión más sostenida. Este semanario, publicado por
José Luis de Azuola y Lozano y Jorge Tadeo Lozano en febrero 1801, fue el
primer periódico privado —es decir, financiado enteramente por suscripciones
y con caudal privado— de Colombia. La falta de suscriptores y la ausencia
de apoyo del gobierno determinaron que el 29 de noviembre del mismo año
saliera a la calle el último número del Correo, para un total de 46 números.
A pesar de su corta vida y relativa insolvencia económica el Correo
Curioso desarrolló una reflexión amplia sobre los problemas y retos
económicos de la sociedad neogranadina. El punto de partida para los
editores —como para muchos de los economistas coloniales— era el

  Extracto de las primeras juntas celebradas por la Sociedad Económica de los Amigos
29

del País, Santafé de Bogotá, Don Antonio Espinosa de los Monteros, Ympresor Real,
1785, pp. 3-4.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 59


estado de “la mayor decadencia” en que se encontraba el Reino (Correo
Curioso, núm. 39, 10 de nov. 1801). Sin embargo, los editores son abier-
tamente optimistas pues, como dicen, “Nada impide que nosotros los de
este continente gozemos del mismo beneficio, y se trabaje con amor, y
perpetuidad al fin laudable de nuestra total ilustración”.30 Para contribuir
a la obtención de ese futuro posible, el periódico define el objeto de sus
esfuerzos de la siguiente manera:

En lo Económico se tendrá presente sobre todo la utilidad popular, y así


procurando hacernos comprehender con los más rudos, discurriremos sobre
mejorar el cultivo de los frutos de la tierra; y trataremos de Agricultura en
todas sus partes; procuraremos el fomento y perfección de la Industria,
dando arbitrios, y recetas, para simplificar las operaciones mecánicas; y de
otros varios puntos que conciernen a este fin. Últimamente en lo Mercantil
daremos la idea más sencilla del Comercio, sus cálculos, sus problemas, sus
reciprocas obligaciones, sus utilidades fixas, y las eventuales, la necesidad
del dinero corriente, y la inutilidad del dinero guardado; y de tiempo en
tiempo, publicaremos noticias exactas de los precios en varias Provincias,
tanto de los generos de exportación como de importación.

Agenda de trabajo entusiasta que formula cuatro frentes de acción


novedosa. En primer lugar, el Correo Curioso busca familiarizar al lector
con los principios de la economía política proclamados por los fisiócratas
y por Adam Smith. De ese modo, Jorge Tadeo Lozano insiste en “la ne-
cesidad del dinero corriente y de la inutilidad del dinero guardado” y les
reprocha a los que la guardan de ser “amantes de la inacción, enemigos de
su fortuna, y lo tercero inútiles individuos à la Sociedad” (Correo Curioso,
núm. 17, 9 de junio 1801). Para Lozano “El dinero como la sangre en
el cuerpo, vivifica, y reparte a todos y a cada uno proporcionalmente el
movimiento y robustez que necesita, para cumplir libremente la acción,

  Prospecto, Correo Curioso (17 de febrero de 1801); “Exhortación de la patria”,


30

núm. 2.

60 I. El nacimiento de la opinión pública


que le toca como miembro de la Sociedad” y por lo tanto serán el comer-
ciante y el agricultor —más que el Estado— los llamados a producir la
prosperidad y felicidad del reino.
En segundo lugar, las discusiones en el Correo Curioso buscan generar
conciencia de las riquezas locales, particularmente las derivadas de las
actividades agrícolas y comerciales. Si la discusión de principios eco-
nómicos está destinada a propiciar una re-conceptualización del lector
como agente económico, la exaltación de la exuberancia y fertilidad
del entorno está destinada a motivar esos agentes para que transformen
efectivamente ese entorno en riqueza. Esto significa actuar en contra de
las convenciones sociales y vencer los obstáculos —la usura y el comercio
pasivo, la escasez de población y su supuesto carácter indolente— fac-
tores retardatarios del progreso. De otro modo, las condiciones sociales
imperantes llevan a un círculo vicioso que “obliga […] a los miserables
vestigios del género humano que aquí se encuentran a llevar una vida
[…] vagabunda y holgazana, no pensando en multiplicarse, por no dejar
a sus hijos la triste herencia de la pobreza y al abandono” (Correo Curioso
núm. 41, 24 de noviembre, 1801).
Es por eso que esa movilización en procura de un bien individual,
sin embargo, tiene como resultado el desarrollo y la prosperidad de
la sociedad y es por eso que la observancia de esos simples principios
industriosos constituye una acción patriótica. De ese modo, el tercer
punto es la exhortación a la acción privada a través de la noción del
patriotismo. En efecto, el Correo Curioso abre los dos primeros números
con una apasionada “Exhortación de la Patria” (núm. 3, mayo 3, 1801)
en la que ánima a trabajar por el progreso del Reino. Las asociaciones
de patricios e ilustrados deben mirarse como “uno de los primeros
anuncios de felicidad del reino”. Estas sociedades, dotadas de privilegios
exclusivos, deben fomentar por medio de sus operaciones y factores
la producción y comercio de los artículos agrícolas, particularmente
los exportables.
En cuarto lugar, la serie de artículos publicados en el Correo Curioso
buscan estimular el estudio práctico para lograr una mayor tecnificación

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 61


en los procesos de explotación de las riquezas locales. Siguiendo muy de
cerca la argumentación expuesta unos años antes por el ilustrado español
Pedro Rodríguez de Campomanes, los editores del periódico argumentan
la necesidad de transformar las prácticas tradicionales de los agricultores y
artesanos a través de la educación, la ciencia y la tecnología para mejorar
la rentabilidad del trabajo.
Por último y de manera cautelosa el Correo Curioso ofrece su opinión
sobre las políticas económicas de la metrópolis. En el “Discurso sobre
el medio más asequible de fomentar el Comercio activo de este Reyno,
sin prejuicio del de España”, la publicación adopta una línea argumental
consonante con los fisiócratas españoles al reservar para las provincias
americanas la agricultura y el comercio. Si la primera es “la madre de la
felicidad de los mortales”, el

[…] comercio activo es la fuente y origen de la comodidad y riquezas:


aumenta la población, á proporción que facilita los medios de subsistir
las familias; fomenta la agricultura é industria dando salida a sus géneros
y efectos; sostiene al estado con las contribuciones, cuyo pago facilita y
multiplica […], es el espíritu que aviva la nación y la cadena que une
las familias.31

Por el contrario, para la industrias faltaba “una población tan inmensa


que abaratase los jornales en términos que las manufacturas, por su corto
precio, se hagan preferibles a las de otras naciones”. Así, el Correo Curioso
propone que se limite la industria local “a aquellas artes y tejidos de pri-
mera necesidad [...] reservando nuestra actividad y esmero al aumento
y perfección de la agricultura [...]”. Esta defensa del modelo colonial de
desarrollo sirve de antesala para lanzar su propuesta más controversial,
de abrir los puertos locales al comercio directo con los otros puertos del
imperio español y de ese modo cuestionar las políticas monopolísticas
de la Corona.

31  Correo Curioso, núm. 41, 24 de noviembre de 1801, pp. 185; 187.

62 I. El nacimiento de la opinión pública


La ciencia y la escuela: el Semanario del Nuevo Reyno de Granada
A la par de una incipiente esfera pública en torno a la economía política
y como complemento de ésta surge un número importante de publica-
ciones especializadas en la ciencia experimental en toda la monarquía
hispánica. Esta publicidad especializada encuentra en el Semanario del
Nuevo Reyno de Granada, dirigido por Francisco José de Caldas, su mejor
exponente en la región. Fundado a comienzos de 1808, se publicó con
regularidad hasta 1809, aunque varias memorias independientes apare-
cen como apéndices en 1810. Además de la obra científica de Caldas, el
Semanario contó con las colaboraciones de otros criollos ilustrados, tales
como José Manuel Restrepo, Joaquín Camacho, Sinforoso Mutis, Jorge
Tadeo Lozano y José María Cabal. En particular, sobresalen los trabajos
sobre geografía neogranadina, la polémica sobre el influjo del clima entre
Caldas, Francisco Antonio Ulloa y Diego Martín Tanco, y la prolongada
meditación sobre el lamentable estado de la educación en el virreinato. En
todos los casos, el argumento central será que existe una íntima relación
entre la práctica y difusión de la ciencia, la ilustración general del reino
y la búsqueda de la prosperidad y el bien común.
Caldas abre el primer número del Semanario explicando las razones
por las cuales los conocimientos geográficos —y, por extensión, el saber
científico— son importantes para los neogranadinos:

Los conocimientos geográficos van a ser el termómetro con que


se mide la ilustración, el comercio, la agricultura y la prosperidad de
un pueblo. Su estupidez y su barbarie siempre es proporcionada a
su ignorancia en este punto. La Geografía es la base fundamental de
toda especulación política; ella da la extensión del país sobre el que se
quiere obrar, enseña las relaciones que tiene con los demás pueblos de
la tierra, la bondad de sus costas, los ríos navegables, las montañas que la
atraviesan, los valles que forman, las distancias recíprocas de las pobla-
ciones, los caminos establecidos, los que se pueden establecer, el clima,
la temperatura, la elevación sobre el mar de todos los puntos, el genio,

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 63


las costumbres de sus habitantes, sus producciones espontaneas, y las
que puede domiciliar con arte.32

Las memorias que se publican en el Semanario continúan esa peculiar


vocación política, es decir, esa conciencia aguda con la que el ejercicio
científico adquiere sentido y prestigio social en la medida en que se per-
ciba útil para la consecución de la prosperidad y el bien común. Según
Caldas, el cultivo de la ciencia debe llevar al público a reconocer “[…] los
pasos que hemos dado, lo que sabemos, lo que ignoramos, y [a medir] la
distancia a que nos hallamos de la prosperidad” (Ibídem).
Es importante enfatizar que, tal y como se desprende de la cita, la
publicación del Semanario, además de ser un evento científico de gran
envergadura, resulta fundamental para la historia de la opinión pública en
el país. Para Caldas resulta evidente que la ciencia requiere siempre de la
existencia de un público que la sepa reconocer como tal y que reconozca a
sus practicantes, los científicos, como autoridades del campo. Sin duda, es
un tipo de publicidad inédita en la Nueva Granada y sus procedimientos no
resultan familiares para una sociedad preocupada por el orden, la tradición
y los lazos orgánicos con los diversos cuerpos políticos de la monarquía. En
las polémicas del Semanario las aserciones de sus participantes no adquieren
valor por la autoridad social o el linaje de quien las enuncia sino porque
son verificables a través de la observación y reproducibles a través de la
experimentación. Es una publicidad en la que sólo el especialista puede
cuestionar la veracidad de los enunciados.33
El Semanario será simultáneamente la plataforma desde la cual se busca
construir un espacio público con los valores de la ciencia y un público

32
  Geografía de la Nueva Granada, núm. 1, enero de 1808, pp. 1-2.
33
  Mauricio Nieto Olarte ha explorado a fondo la construcción de una autoridad
científica y un público dócil a través del examen de los recursos argumentativos des-
plegados por los ilustrados en el Semanario. Ver, en especial, el artículo que escribió
junto con Paola Castaño y Diana Ojeda en el 2005, “El influjo del clima sobre los
seres organizados” y la retórica ilustrada en el Seminario del Nuevo Reyno de Granada,
Historia crítica, núm. 30, pp. 91-114.

64 I. El nacimiento de la opinión pública


instruido en las reglas de la ciencia. Nótese que la licencia con que se
autoriza el Semanario —y que aparecerá una semana antes del primer
número— hará énfasis en que los papeles periódicos “se transfunden á
la comprehension y aprovechamiento comun de los inventos y discursos
particulares, cuya utilidad, de lo contrario, tal vez permanecería ceñida
lastimosamente á limites muy estrechos”. Pero el proceso de generalización
requiere, además de un órgano de difusión, de un público instruido, con
la formación necesaria para comprender e incluso apropiarse del saber
especializado. Sin embargo, en vez de público ilustrado, Caldas descubre
que entre los neogranadinos la gran “multitud de pueblos […] va entregado
a la holgazanería, y [vive] envuelta en los horrores de la ignorancia”.34
En reacción contra los horrores de la ignorancia Caldas retorna una y
otra vez al tema de la educación y convierte al Semanario en la plataforma
para promover las Escuelas patrióticas como el medio más seguro “para
que los niños aprendan los elementos de las virtudes christianas y civiles
que los conduzcan después à ser unos hombres útiles à la Patria, benéficos
à sus semejantes, provechosos para si mismos, y al fin que honren con sus
acciones la santa religión que profesan”.35 Tal sistema educativo preparará
un público receptivo a las ventajas de la ciencia y a las posibilidades que
ofrece para el desarrollo social. A su debido tiempo, la proliferación de
escuelas llevará a la Nueva Granada a ver “la bella aurora de aquel día
feliz que ya se dejaba sentir”. Se entiende entonces cómo la creación de
escuelas constituye el acto patriótico por excelencia: “Sí, conciudadanos
de Santafé, quando el patriotismo está acompañado de la sabiduría,
invencible, y uno y otro será siempre el fruto de una educación gratuita,
igual y bien dirigida a todos los jóvenes”.36

34
  Semanario del Nuevo Reyno de Granada, “Discurso sobre la educación”, núm. 9,
febrero 28 de 1808, p. 72.
35
  Caldas extiende “El discurso sobre la educación” hasta el número 15 (10 de abril
de 1808). En el número 20 (15 de mayo de 1808) publica la disposición del virrey de
acoger la iniciativa privada para abrir escuelas públicas de la patria.
36
  Semanario del Nuevo Reyno de Granada, “Reflexiones sobre la educación pública”,
núm. 10, 6 de marzo de 1808, p. 78.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 65


Como la ciencia, la educación ilustrada presupone un público pasivo,
sobre el cual se actúa. Aunque son esferas públicas modernas, no son, sin
embargo, espacios de inclusión o igualdad. Al contrario, la esfera pública
ilustrada presupone, recordémoslo, la diferenciación entre quienes son
especialistas, los poseedores del saber técnico, y el resto de la población.
Los primeros tienen el saber para proponer profundas transformaciones
sociales; los segundos conforman la opinión pública en tanto su ilustración
les permita comprender y acatar las decisiones de los primeros. Las críticas
de los ilustrados, por punzantes que resulten, no pueden entenderse como
maledicencia, sino como el método riguroso de la ciencia combinado con
“el amor que profesamos al país en que hemos visto luz”.37

De cultivar la fama a fijar la opinión


Finalmente, un examen de la publicidad tardo-colonial debe tomar en
cuenta el proceso por medio del cual, paulatinamente, la opinión deja-
rá de ser entendida en el sentido de fama y empezará a registrarse con
alguna frecuencia el sentido de “dictamen [que] sirve por autoridad en
qualquiera materia” (RAE, 1791). Aunque esta es una acepción antigua,
su uso adquiere pre-eminencia en los periódicos, tertulias y academias
del momento, todos espacios de sociabilidad relativamente inéditos,
para ejercer crítica social y adquirir los conocimientos necesarios para el
progreso de la patria. Un uso similar aparecerá, por ejemplo, en las cartas
que José Celestino Mutis le envía a Linneo solicitándole su opinión sobre
sus investigaciones, las cuales “Ansiosamente esper[a]” para proceder con
su trabajo (Hernández de Alba, 1947).38

  Geografía de la Nueva Granada, núm. 1, enero 1808, p. 2.


37

  “Carta a Linneo”. En Hernández de Alba, (1947). Ambas referencias en el primer


38

volumen. La de octubre 6 de 1763, desde Santafé, a Linneo dice “[...] Me aventuro,


pues, a molestarlo con otra breve carta para expresarle mis ansiosas esperanzas de que
mis anteriores hayan llegado a sus manos, y mis temores de que usted no conozca
aún en cuanto aprecio su buena opinión”. (Carta 2, p. 16). La carta del 3 de octubre
de 1767, desde Cácota de Suratá, a Linneo dice: “[...] Deseo que estos pocos asuntos

66 I. El nacimiento de la opinión pública


No debemos olvidar que estas transformaciones de la publicidad del An-
tiguo Régimen ocurren a escala trasatlántica. Keith Baker la resumió para
Francia contrastando la definición que la Encyclopédie ofrece de opinión
en 1765, que la distingue de manera completamente convencional del
conocimiento racional como incierta y vacilante, con la que ofrece, poco
más de quince años después, la Encyclopédie méthodique (Michael Baker,
1990, pp. 167-168). En esta última aparece el sintagma opinión pública
pero no, como cabría pensar, en el volumen designado Philosophie (Vol.
15) o incluso el de Logique, métaphysique et morale (Vol. 16), volúmenes
en los que se presentan las consideraciones epistemológicas, sino en el de
Finances (Vol. 13), y después es retomado en el de Jurisprudence (Vol. 35).
Aun más extraordinario, la opinión pública aparece investida con
atributos completamente contrarios a los que la caracterizaban, como
los de universalidad, objetividad y racionalidad. La opinión pública,
según la Encyclopédie méthodique es un “tribunal de tipo único que se ha
consagrado en Francia debido al espíritu de la sociedad, al amor a la
consideración y el elogio”.39 Ante ese tribunal todos los funcionarios y
hombres públicos están obligados a comparecer, el cual soberanamente
sabrá discernir los premios y castigos correspondientes.
Por la misma época, aunque con menos estridencia, aparecen las
primeras reflexiones en el mundo hispánico sobre la opinión pública
(Fernández Sebastián & Chassin, 2004, pp. 9-32). Jovellanos, por
ejemplo, usa con frecuencia el sintagma de opinión pública y escribe el
primer ensayo conocido en español al respecto, “Reflexiones sobre la
opinión pública” (c. 1790-1797). En las “Reflexiones” Jovellanos señala
que “opinión pública se dice opinión de la mayor masa de individuos
del cuerpo social”, lo que indica que “esta fuerza es superior a todas

que he estado estudiando concisamente sean de su agrado, como supremos àrbitro de


las ciencias naturales. Ansiosamente espero su opinión sobre ellos”. (Carta 5, p. 21).
39
  Nuestra traducción de “tribunal d´un genre unique qui a été élevé en France par
l´esprit de société, par l´amour des égards et de la louange”. Encyclopédie méthodique,
Finances, Tome Troisieme (París: Plomteux, 1787).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 67


las sumas de fuerzas de que puede disponer la Sociedad y aun todos los
medios que pueda emplear”. En el mismo escrito indica que la opinión
pública “obra a un mismo tiempo en todos los puntos del territorio social,
y de aquí la extensión de su influjo. Juzga todos los actos del gobierno, y
de aquí la generalidad de su influjo” (Jovellanos, 1956, p. 413).40 Hasta
acá la formulación de Jovellanos es audaz pues inscribe en lo social una
autoridad peligrosamente autónoma. Sin embargo, Jovellanos entiende
muy bien los peligrosos ecos rouseanianos de su fórmula y se repliega
con cautela para insistir que “Donde falta la instrucción, no hay opinión
pública, porque la ignorancia no tiene opinión decidida41, y los pocos
que saben, bien o mal, dan la suya a los que no la tienen. Desde enton-
ces, la opinión pública está por decirlo así, al arbitrio de estos pocos”
(Jovellanos, 1956, p. 413).
Aquí la cuestión ha cambiado de manera decisiva. La opinión ya no nos
remite a la volatilidad propia del vulgo irredimible sino a un problema de
ilustración, de educación. Esta se encarga de asegurarle una constancia,
de guiarla con sus luces para que no esté al vaivén de sus pasiones. La
ilustración general del pueblo requiere “cuerpo[s] que reuna[n] à las luces
necesarias la opinión y la confianza pública” (Jovellanos, 1839, p. 289).42
Se hace simultáneamente una propiedad general y un bien a ser adminis-
trado por la autoridad. De aquí sale uno de los tópicos fundamentales de
finales del siglo XVIII y buena parte del XIX: fijar la opinión, es decir,
“establecer y quitar la variedad [de pareceres] arreglándose á la opinion que
parece mas segura, y desechando las demas que descomforman con ella”.43

40
  Para la importancia de Jovellanos en el surgimiento conceptual, ver Fernández
Sebastián, (2000). Otros autores influyentes, con amplia circulación en la Nueva Gra-
nada, son León de Arroyal, Valentín de Foronda y Cabarrús. Ver Fernández Sarasola,
(2006); Álvarez de Miranda, (1992); Maravall, (1991).
41
  Las cursivas son nuestras.
42
  La referencia específica de Jovellanos es a la Real Academia de la Lengua, la cual
toma de modelo en esta ocasión.
43
  Voz Fixar en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, (1780).

68 I. El nacimiento de la opinión pública


Sin duda el sentido tradicional de opinión como fama sobrevive y
continúa siendo un factor importante. El mismo Jovellanos presenta
a Torcuato, héroe trágico de su obra de teatro El delincuente honrado,
(1773), defendiendo la idea de opinión pública como fama:

Torcuato: “El honor, Señor, es un bien que todos debemos conservar;


pero es un bien que no está en nuestra mano, sino en la estimación de los
demás. La opinión pública le da y le quita. ¿Sabéis que quien no admite
un desafío es al instante tenido por cobarde? Si es un hombre ilustre, un
caballero, un militar, ¿de qué le servirá acudir a la justicia? La nota que le
impuso la opinión pública ¿podrá borrarla una sentencia? Yo bien sé que el
honor es una quimera, pero sé también que sin él no puede subsistir una
monarquía; que es el alma de la sociedad; que distingue las condiciones y
las clases; que es principio de mil virtudes políticas; y en fin, que la legis-
lación, lejos de combatirle, debe fomentarle y protegerle.44

Sin embargo, la asociación entre fama y opinión ya no ocupa el lugar


seguro de hace apenas unos lustros. Recordemos que en este pasaje, clímax
del primer acto, Torcuato se da cuenta de que la justicia está sobre sus pasos
por la muerte de su rival amoroso en un duelo de honor. Es importante
recordar que Torcuato es de origen modesto y su fortuna la ha labrado
con trabajo, sin herencia ni linaje. Al salvar su honor, Torcuato ha puesto
en riesgo todo lo que había logrado durante su vida, incluido el amor de
su vida, doña Laura. De ese modo, la pregunta resulta obvia, si la fama
no es más que una quimera ¿por qué no puede subsistir una sociedad
sin la fama? A través de los padecimientos de Torcuato, Jovellanos forma
opinión pública sobre la obsolescencia de la fama.
Aunque el sintagma opinión pública no aparece aún, un nuevo ideal de
autoridad, producto de la deliberación racional, asoma tímidamente. El
Correo Curioso (1801) declara en el prólogo que “la opulencia de Athenas
[tuvo su origen en] las frecuentes discusiones públicas, en que cada uno

  Acto 1, escena V. Cito de Jovellanos, (1956, vol. 1, p. 85). (Las cursivas son nuestras).
44

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 69


se hacía oír por sus conciudadanos”.45 Sus lectores —funcionarios, cate-
dráticos, colegiales, clérigos y comerciantes, sin duda una minoría de los
habitantes de la Nueva Granada— generan nuevas dinámicas de debate
e interacción y construyen nuevos espacios de sociabilidad que, valga la
pena aclarar, no son ni privados ni excluyen la oralidad.46 Posiblemente,
a comienzos de 1792 Manuel del Socorro Rodríguez, editor del Papel
Periódico, organizó una tertulia llamada Eutropelia o del Buen gusto, muy
seguramente inspirada en la legendaria tertulia madrileña “La Academia
del Buen Gusto”, que había agrupado a algunos de los más prestigiosos
ilustrados españoles como Torres Villaroel, Luzán y Agustín Gabriel de
Montiano y Luyando. La tertulia santafereña ameritó ser publicitada en
el Papel Periódico con la aclaración que esta es una junta de “varios sujetos
instruidos, de ambos sexos, bajo el amistoso pacto de concurrir todas las
noches a pasar tres horas de honesto entretenimiento discurriendo sobre
todo género de materias útiles y agradables”.47 Consecuente con ese ideal,
los editores insisten que “El idioma de la verdad es sencillo, y éste debe ser
siempre el de un escrito popular”.48 A diferencia de la antigua fama que
mantenía la honra, la nueva participación del público deliberante, esencia
de la nueva publicidad, redunda en riqueza material y bienestar social.
Pero la realidad es mucho menos nítida. En el número 8 del Correo
Curioso (1801) se retrata la coexistencia conflictiva de diversas publicidades
en Santafé. El “Duende filósofo”, alter ego de los editores, reporta lo que
ve al entrar en una tertulia y contemplar invisible la recepción que hacen
los tertuliantes del primer número del Correo Curioso. Lo que atestigua el
Duende filósofo es algo que causa simultáneamente hilaridad y disgusto,

45
  Biblioteca Nacional de Colombia, Hemeroteca, Correo Curioso erudito, económico
y mercantil, núm. 1, Santafé, 17 de febrero de 1801, p. 2.
46
  Renán Silva ha descrito los lazos y valores que cohesionaron este grupo de ilustrados
en Silva, (2002). Ver también Peralta Agudelo, (2005).
47
  Papel Periódico, núm. 24, publicado el 21 de septiembre de 1792. Igualmente
legendaria es la tertulia El Arcano Sublime de la Filantropía que Antonio Nariño
organizaba en su estudio entre aproximadamente 1789 y 1793. Ver Blossom, (1967).
48
  “Prospecto”, Redactor Americano, 6 de diciembre de 1806.

70 I. El nacimiento de la opinión pública


una publicidad difícil de precisar, pues en ella se hallan elementos de la
tradicional y la degradación de la nueva. Cinco son los concurrentes: “un
Viejo que pasa de setenta años, y parece espera vivir mucho mas, según el
cuidado, con que procura atesorar; una muger, que aunque cincuentona,
quiere pasar plaza de niña de quince, disfrazando sus canas, y arrugas con
el afeite, moños, y compostura; un letrado de profesión, que por medio
de los títulos de la Universidad, encubre su profunda ignorancia, […]
una dama, que si nó fuera tan preciada de hermosa, parecería bonita” y
el Petimetre, joven frívolo, “fantasma apariencia de hombre, semejanza
de muger, y vilipendio de uno, y otro sexô”. Ellos discurren de manera
caótica y petulante sobre los párrafos programáticos del “Prospecto”.49 El
Petimetre reclama que “será muy bien dado si insertan en su Correo la no-
ticia de todas las modas que se inventan, por ser este el punto substancial,
que se debe tratar, como que de él depende la civilidad, y brillantéz de un
Estado”. Al oír este reclamo, la “cincuentona” coincide en que “las modas
son el alma de la Sociedad, y la ocupación más digna de nuestro sexo;
no obstante, no las nombran en toda esta zarandajas, que aquí ofrecen”.
Pronto la discusión recayó sobre la crítica contra el dinero guardado y
al final, dice el Duende, todos “tuvieron un largo, y gracioso altercado”
a la vez que la lectura del Correo Curioso fue rápidamente olvidada.50 El
desdén evidenciado por esta “ridícula escena” busca activar un renovado
sentido patriótico a través de la denuncia de la inutilidad, aunque quizá
con poco éxito dado que el Correo Curioso cerró a finales de ese mismo año.
Por otra parte, hay consciencia del potencial conflictivo que ese nuevo
ideal, de una esfera de autoridad independiente del soberano y del dog-
ma eclesiástico, conlleva. Aun se escucha la prédica fiera del capuchino
Joaquín de Finestrad, predicador comisionado por el arzobispo virrey
a la zona comunera durante la penúltima década del siglo XVIII: “Al

49
  “Continuó la lectora, hasta que la detubo la bonita, preguntando ¿acia donde caya
el imperio del idiotismo? A que respondió muy serio el Petimetre: acia el Sur, y parece
que confina con Popayan, y el Gran Turco”.
50
  Correo Curioso, 7 de abril de 1801, pp. 30-31.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 71


vasallo no le toca examinar la justicia y derechos del Rey, sino venerar o
obedecer ciegamente sus reales disposiciones. Su regia potestad no está
en opiniones sino en tradiciones, como igualmente la de sus ministros
regios” (Fienstrad, 2000, p. 185).51
Muy conscientes de esa limitación, los editores aclararán constante-
mente que “[…] solo se imprimirá lo que fuere digno de presentarse a
un Público ilustrado, católico y de buena educación. Jamás se darà á luz
Disertación alguna (por muy bien escrita que esté) si es difusa […] o si
contiene alguna expresión ofensiva a las sagradas leyes de la urbanidad, y
buena harmonía civil”.52 Como ya lo había anunciado Feijoo, la tarea será
entonces también educar y guiar la opinión de los lectores: “Es el pueblo
un instrumento de varias voces, que si no por un rarísimo acaso, jamás se
pondrán por si mismos en el debido tono, hasta que alguna mano sabia le
temple”.53 Un buen gobierno no es el que resulta de las preferencias de la
opinión pública sino el que es capaz de educar a la opinión, someterla a
los designios del buen gobierno. Manuel del Socorro Rodríguez captura
esta compleja formulación con su evocador “Disfraz y pluma de todos”
con el que encabeza el Redactor Americano (1806-1808).
Pero esa fórmula de Rodríguez también evidencia hasta qué punto el
público —el “todos” de la frase— ha adquirido un grado de abstracción
previamente desconocido. Es una abstracción que marca decisivamente
el acto de la escritura. En ese sentido, Caldas, en carta a Santiago Pérez
de Valencia y Arroyo, expresa sus reticencias a publicar sus estudios y
escribe: “El público es inexorable, y le tiemblo.[…] En fin, si algo bueno
ocurriese y llegase a producir algún rasgo, lo remitiré a usted para que,

51
  Y, más adelante, “En el conjunto de los hombres se descubre un extraño y raro
modo de pensar. No es una misma su opinión. Es preciso que haya un superior que
decida la cuestión para la conservación de la paz y quietud en aquellos miembros que
componen el Cuerpo de la República. La Naturaleza destierra toda confusión y pide
la seguridad del buen orden”, (Finestrad, 2000, p. 308).
52
  “Prospecto”, Redactor Americano, 6 de diciembre de 1806, p. 3.
53
  “Voz del pueblo”, Feijoo, Teatro crítico universal: ó discursos varios en todo género de
materias para desengaño de errores communes, p. 2.

72 I. El nacimiento de la opinión pública


más inexorable que el público, lo juzgue y lo sentencie a las llamas o a
la luz pública, pues este público no puede sufrir sino cosas dignas de él”
(Caldas citado en Arias de Greiff & Bateman, 1958, p. 57).

De la promoción a la prohibición de la imprenta:


Cartagena 1800-1806
Hasta ahora hemos centrado nuestra discusión en Santafé. Sin embargo,
otras ciudades y regiones del reino, en especial Cartagena, Popayán y la
región de Antioquia, igualmente asistieron a la emergencia de una nueva
publicidad y evidenciaron anhelo por hacerse a los beneficios de la im-
prenta. En particular las autoridades de Cartagena, cuya vida comercial
se había visto fuertemente estimulada por la construcción del canal del
Dique, la fortificación de las murallas, las mejora en el camino al interior
y, sobre todo, por la apertura del comercio libre trasatlántico a finales del
siglo XVIII, le solicitan al recién creado Real Consulado de la Ciudad para
que por medio de su tesorero, Manuel de Pombo, traiga una imprenta
completa a la ciudad (Toribio Medina, 1958, p. 483).54 Al llegar la im-
prenta en julio de 1800, la Junta del Consulado solicita al gobernador
la aprobación de la licencia para imprimir y éste —contrariando todas

54
  José Toribio Medina (1958) señala que “en julio de 1800 llegaba una de cerca de
cuarenta y nueve arrobas —de letras de cinco cuerpos, una prensa grande de imprimir,
otra para hacer libros y cortar papel, dos mesas de mármol, y los respectivos compo-
nedores, galeras, tinta, y demás instrumentos y utensilios del arte. Lo singular fue que
precisamente a ese tiempo se hallaba en la ciudad un impresor ‘instruido’ a quien no
le fue difícil, como se comprenderá, entenderse desde un principio con la Junta del
Consulado. Ofreció imprimir por un precio equitativo los papeles de la Corporación,
enseñar a dos oficiales hasta dejarlos perfectamente al corriente en las cosas del oficio,
y pagar en cuatro años, por anualidades iguales, los 1.168 pesos 4 reales a que, con
el valor de los seguros, había ascendido el costo total de la imprenta. Pudo, pues, por
un momento lisonjearse el Consulado con que vería logrados sus anhelos de dotar a
la ciudad de un taller tipográfico; y al intento de que éste comenzase a funcionar sin
pérdida de tiempo, en la misma sesión en que se había llegado a un arreglo con el im-
presor, acordó avisar el fausto acontecimiento al prelado y al gobernador de la plaza,
a fin de que, dentro de sus esferas respectivas, prestasen su licencia para dar a luz los
trabajos que se encomendasen a la imprenta”.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 73


las expectativas— la deniega, remitiendo el caso a Santafé para que el
virrey tomara una decisión final. El caso permanece en Santafé, donde
las autoridades se niegan a tomar una decisión final, hasta que en julio
de 1806 el virrey Amar y Borbón remite el expediente al Consejo en
España con la aclaración que “Los comerciantes en aquel puerto son de
ordinario cajeros de los de Cádiz, que hacen en ese lugar su residencia
para expender sus comisiones. Ellos, por lo común, carecen, no solo de los
conocimientos precisos de lo interior del reino y sus producciones, sino
también de los de aquella provincia, que en la mayor parte es estéril”.55 De
ese modo, si el virrey Flores había argumentado en 1777 la necesidad de
la imprenta para “contribuir al fomento de la instrucción de la juventud
de este reino”, en 1806 Amar y Borbón se opone a la consecución de la
licencia e indica que

[…] siendo las imprentas expuestas a abusos de muy perjudiciales conse-


cuencias, mayormente en parajes como Cartagena, que sin haber copia de
literatos, está rodeada de colonias y posesiones extranjeras de todas clases, de
donde es fácil la introducción de papeles y escritos peligrosos, no parece tan
extraño, como el Consulado se lo figuró, la cautela de impetrar el permiso
del jefe principal del reino para un establecimiento de esta naturaleza, que
allí nunca podrá ser útil para los fines que propone el Consulado.

El clima político había cambiado notablemente después de la Revo-


lución francesa y la imprenta, antaño herramienta de progreso, se con-
vertía en arma peligrosa. Al año siguiente Carlos IV aceptó la opinión
del Consejo y ratifica la prohibición de imprenta en Cartagena, aunque
muy pronto y debido a los acontecimientos que precipitan la caída del
rey en 1808, esa resolución queda sin efecto.

55
  “El Virrey de Santa Fe remite el expediente del Consulado de Cartagena, sobre
el establecimiento de una imprenta en aquella plaza”. Santa Fe, 19 de julio de 1806.
En AGI. Papeles por agregar. Santa Fe, 120-123, legajo titulado “Consultas y reales
resoluciones”, núm. 455. Reproducido en Toribio Medina, (1958, vol. 2, p. 500).

74 I. El nacimiento de la opinión pública


Las primeras repúblicas y el nacimiento de
la prensa política (1808-1821)
La gran toma de la palabra
En agosto de 1808 llegan a Cartagena las primeras noticias oficiales de
la invasión napoleónica y la abdicación de Fernando VII. En medio del
desconcierto prolifera la publicación y circulación de impresos en todas
las provincias de la monarquía, constituyendo lo que François-Xavier
Guerra llamó una gigantesca toma de la palabra por parte de los pueblos
(Guerra, 2002, p. 125). El proceso de emergencia de la opinión pública
va de la mano de la profundización de la crisis y la búsqueda, por parte
de las autoridades provisionales, de nuevos criterios de legitimidad. A
partir de ese momento la opinión pública no sólo influirá sobre decisiones
públicas sino que se convertirá en el modo fundamental de construir el
orden político. La “Consulta a la nación” llevada a cabo en la península
por la Junta Central Suprema en mayo de 1809, realizada para concertar
entre las diversas juntas provinciales la manera en que se deben convocar
y organizar las cortes del reino, será el primer y decisivo paso en esa di-
rección. En América ese mismo proceso llega, aunque con menor inten-
sidad, con las elecciones de los representantes americanos para la Junta
Suprema durante el mismo año y la elaboración de las representaciones
a finales de ese año.
La urgencia de primera hora corresponde, sin duda, a la necesidad de
informarse sobre los desconcertantes eventos que estaban ocurriendo
en España. Sin embargo, conscientes del potencial desestabilizador de
la información, las autoridades trataron de “obstruir y tapiar […] todo
conducto por donde puedan llegar a los pueblos cualesquiera papeles
seductivos, engañosos, y que hagan dudar o balancear la opinión pública
contra el tirano corzo” y publicaron en “papeles públicos” las versiones
apropiadas para fijar “la opinión pública de nuestra nación y de estas
colonias”.56 En el mismo sentido, en 1809 el virrey de Santafé imprime

“Informe del fiscal Don Manuel Mariano de Blaya al virrey Amar y Borbón, en
56 

1808”. Impreso en El Correo Nacional, núm. 430, 3 de marzo de 1892, pp. 2-3.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 75


una hoja volante instando a “[…] que se excitara a los sabios del Reino
para que emplearan sus luces y talentos en fijar la opinión pública a
favor” del gobierno central (Ibáñez, 1915, p. 301). En Cartagena las
autoridades locales autorizan el uso de la imprenta del Real Consulado
para la publicación de boletines extraordinarios con las noticias más re-
cientes de la península. En septiembre del mismo 1808 nacía la primera
publicación periódica neogranadina en respuesta a la crisis política de la
monarquía denominada Noticias Públicas de Cartagena de Indias (Álvarez
Romero, 1995, p. 51).
Aunque la temida adhesión a Napoleón jamás se da en las Américas,
la agitada circulación de información, las convocatorias a elecciones para
delegados a la Junta Suprema (1809), el represado anhelo reformista, y
pronta liberación de los controles sobre la prensa dieron pie a la publi-
cación de todo tipo de papeles públicos, oportunidad singular para que
los criollos americanos apelaran a la figura de la opinión pública para
expresar sus anhelos, articular sus preocupaciones o dar a conocer sus
frustraciones.
El sintagma opinión pública aparece entonces brusca y avasalladora-
mente, queriendo establecer distancia entre las posibilidades políticas
que se abrían y el supuesto pasado de despotismo con el que se rompía.
Así por lo menos lo sintió el Cabildo del Socorro, el cual conmina al
representante neogranadino ante la Junta Suprema para que una su voz
a “los demás sabios patriotas que componen aquella Augusta asamblea”
para de esa manera “echar los fundamentos de la opinión pública, de la
confianza y del patriotismo […] cuyas virtudes producirán infaliblemente
[una nueva] constitución […]” (Almarza Villalobos & Martínez Garni-
ca, 2008, p. 132).57 La representación propone igualmente reformar el

  “Instrucción que en cumplimiento de la Real orden de 22 de enero de 1809 da el


57

Cabildo de la Villa del Socorro, capital de la Provincia de este nombre en la America


meridional: al Exmo. Sor. Don Antonio Narvaez i la Torre, diputado por el Nuevo
Reino de Granada para su representante en la junta Suprema i Central gubernativa
de España i Indias”. Biblioteca Nacional de Colombia, F. Pineda 843, 114-116 folios.
Reproducida en Almarza Villalobos & Martínez Garnica, (2008).

76 I. El nacimiento de la opinión pública


plan de estudios, con preferencia de las “ciencias exactas que disponen al
hombre al ejercicio útil de todas las artes”, pues de ese modo

[…] se vulgarizarían los principios y grandes resultados de una ciencia


tan importante, y la opinión de los pueblos, así rectificada, acercaría la
época en que por un pacto tácito y general quedase irrevocablemente fijada
la suerte del género humano, que por tantos siglos ha sido la víctima de
todos los errores y de todas las injusticias (Almarza Villalobos & Martínez
Garnica, 2008, pp. 134-136).

A la vez modelo normativo e ideal democrático, la opinión pública


asume la tutela de los pueblos en la senda a la libertad y el progreso.
En España aparecen periódicos de todos los espectros ideológicos:
afrancesados que apoyan las nuevas autoridades napoleónicas, tales como
La Gaceta de Sevilla y El Diario de Barcelona; liberales, tales como el Se-
manario Patriótico o El Robespierre Español; y los denominados serviles
o contrarios a la Constitución de Cádiz, tales como El Censor General o
El Procurador General de la Nación y del Rey. Aparecen igualmente perió-
dicos en el exterior, particularmente en Londres, con amplia circulación
intercontinental. Sin duda, el más influyente de estos es El Español,
editado por el liberal José María Blanco White, en el que polemizaron
americanos como el caraqueño Juan Roscio y el mexicano Servando
Teresa de Mier y del cual se reprodujeron extractos en varios periódicos
americanos, incluida La Bagatela de Antonio Nariño. Aunque si bien es
cierto que estos debates tienen una dimensión propiamente transatlántica,
con varios polos de agitación —Madrid, Cádiz, Caracas, Buenos Aires,
Quito, Bogotá, Lima y México— también es cierto que estas adquieren
una dinámica local muy intensa y particular.
Por su parte, en América los primeros periódicos generalmente se
dividen entre autonomistas —con fuerte presencia en Buenos Aires, Ca-
racas, Bogotá y Cartagena— y partidarios de las autoridades peninsulares
—con fuerte presencia en México, Lima y La Habana—. Los primeros
no reconocen la autoridad de la Junta Suprema, siguen con distancia

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 77


y escepticismo los debates conducentes a la Constitución de Cádiz de
1812, y promueven o apoyan la convocatoria a procesos constituyentes
locales. Los segundos, por su parte, fungen de órganos oficiales de las
autoridades peninsulares y, generalmente, promueven los beneficios de
la Constitución gaditana.
Dentro de esta dinámica la constitución de las diversas juntas neograna-
dinas a mediados de 1810 dio pie, casi inmediatamente, a tres periódicos
en Bogotá —La Constitución feliz, Aviso al Público, Diario político de San-
tafé— y uno en Cartagena, El Argos Americano. Aunque estos periódicos
surgen como apoyo a las nuevas autoridades americanas, en principio no
son armas de agitación sino medios para apaciguar y procurar la unión.
Los papeles periódicos buscaban, como señala el Prospecto del Diario
político de Santafé de Bogotá,

Difundir las luces, instruir a los pueblos, señalar los peligros que nos
amenazan y el camino para evitarlos, fijar la opinión, reunir las voluntades
y afianzar la libertad y la independencia […].

Para el editor, era claro que en las inciertas circunstancias del momento la

[…] circulación rápida de los papeles públicos, la brevedad de los


discursos, el laconismo y la elección de las materias que los caracterizan
los hacen los más a propósito para conseguir estos fines importantes. Son
útiles a todo pueblo civilizado, y precisos en las convulsiones políticas.
Se multiplican a voluntad, llevan a todas partes los principios, las luces y
disipan los nublados que en todo momento forman la sedición y la calum-
nia. Sólo ellos pueden inspirar la unión, calmar los espíritus y tranquilizar
las tempestades. Cualquier otro medio es insuficiente, lento y sospechoso
(Núm. 1, Prospecto: 27-VIII-1810: 1).

Cada periódico se presenta de este modo como la manifestación más


clara de la voluntad general del reino y sus colaboradores son los repre-
sentantes naturales del pueblo. Ellos, señala Camilo Torres, formarán “la

78 I. El nacimiento de la opinión pública


opinión pública [y le harán] conocer la forma de gobierno que mejor
conviene a cada provincia”.58
Una lectura de los periódicos del periodo produce una contundente
sensación de ruptura con el pasado, aun cuando la época está marcada
por la incertidumbre y la coexistencia de múltiples posibilidades políticas.
En efecto, los periódicos contrastan lo que definen como las tinieblas del
Antiguo Régimen con las luces del presente, y la libertad de prensa es el
signo que evidencia la distancia entre el ayer y el hoy. El llamado a una
libertad de prensa como garante de la libertad política parece en primera
instancia un acto de confianza en ese público que Caldas recién había
descrito como holgazán y sumido en los horrores de la ignorancia. En
1809 el liberal español Alberto Lista publica el “Ensayo sobre la opinión
pública” en el Espectador Sevillano, el cual es reimpreso rápidamente en
México y posteriormente en otras partes de América. Para Lista, quien
distingue la opinión popular de la pública, esta última es un fenómeno
reciente que “se funda sobre el conocimiento íntimo de los ciudadanos,
sobre el interés nacional, sobre las ideas de la sana política” (Lista, 2007,
p. 5). El liberal exaltado Manuel José Quintana, editor del Semanario
Patriótico, periódico oficial de la Junta Suprema y leído ampliamente en
América, abre su Prospecto señalando que “La opinión pública es mucho
mas fuerte que la autoridad malquista y los exercitos armados”.59
La Nueva Granada participa de esa defensa eufórica de la opinión pú-
blica: “Sólo el fanatismo y la ignorancia pueden proscribir la libertad de
prensa” (Diario político, núm. 15: 15-X-1810: 58). La conexión con las
anheladas garantías políticas queda consignada en todas las constituciones
de la época. La Constitución de Antioquia de 1812 señala:

La libertad de la Imprenta es el más firme apoyo de un gobierno sa-


bio y liberal; así todo ciudadano puede examinar los procedimientos de

58
  “Carta de Camilo Torres a Ignacio Tenorio, Oidor de Quito”. Cito de Copete
Lizarralde, (1960).
59
  “Prospecto”, Semanario Patriótico, Madrid, fin de agosto de 1808, p. 3.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 79


cualquiera ramo de gobierno, o la conducta de todo empleado público, y
escribir, hablar e imprimir libremente cuanto quiera […] (Uribe Vargas,
1985, p. 464).60

Aun más, el accionar de los nuevos hombres de gobierno trata de


acomodarse a la aparición de este nuevo fenómeno. Antonio Nariño,
quien más claramente concibió la política como un combate público,
se defiende de las acusaciones de ejercer un poder tiránico en Bogotá
indicando que “con la imprenta libre no puede haber tiranía”. Para el
presidente de Cundinamarca

No hay una defensa más vigorosa y convincente de la libertad del Go-


bierno que los mismos papeles que actualmente se escriben y se imprimen
a su vista; no hay género de dicterios que con disfraz o sin él, no se le
haya dicho por la prensa, y hasta ahora no sabemos que se haya hecho la
menor indagación, ni tomado la menor providencia contra sus autores.61

Los mismos ataques a que se ve expuesto, razona Nariño, son prueba


clara de la liberalidad del gobierno.
Sin embargo, el optimismo pronto es temperado. La ya citada Consti-
tución de Antioquia señalaba que la libertad se otorgaba con la condición
que se debía “responder del abuso que haga de esta” y agregaba en el mismo
artículo que “no se permitirán escritos que sean directamente contra el
dogma, o las buenas costumbres”. La mayor parte de los periódicos de la
Nueva Granada son cautelosos: antes de invocar el pueblo como poder
legitimador, señala el Prospecto del Diario político, es necesario “fijar la
opinión, reunir las voluntades y afianzar la libertad y la independencia”

60
  La disposición corresponde al Artículo 3 de la Sección II “De los derechos del
hombre en sociedad”. Un estudio reciente de Gilberto Loaiza Cano examina las trans-
formaciones culturales, sociales y legales que hicieron pensable la libertad de imprenta.
Loaiza Cano, (2010). Como ya lo reseñaremos más adelante, Loaiza Cano insiste en
que ésta era “una libertad concedida con ambigüedades y temores” (p. 64).
61
  La Bagatela, Bogotá, núm. 38, 12 de abril de 1812, p. 146.

80 I. El nacimiento de la opinión pública


(Núm. 1, Prospecto: 27-VIII-1810: 1). La prensa, por lo tanto, no intenta
reflejar una supuesta opinión pública; al contrario, la constituye a través
de la instrucción del pueblo. Diego Francisco Padilla, editor del Aviso al
Público, pone los términos de manera más contundente. Por una parte,
señala, el periódico está obligado a satisfacer al público y adoptar “el
estilo popular y sencillo […], pues no escribimos para personas ilustra-
das, sino para el común de las gentes” (Núm. 11: 8-XII-1810: 110); por
otra, complementa, su principal objetivo es “instruir al Pueblo idiota”
(Continuación al núm. 15: 5-I-1811: 140). Así, no es casualidad que el
epígrafe de la Gazeta Ministerial de Cundinamarca aluda precisamente a
ello bajo la fórmula: “Donde la opinión no se fija, no tiene vigor las leyes”.
Pronto, sin embargo, las amenazas de una invasión europea y el colapso
de las esperanzas de una unión entre las provincias neogranadinas, torna
más beligerante el tono de los periódicos. Los periódicos se convierten
en el escenario privilegiado donde se debaten los diversos modelos de
gobierno y los intereses regionales. Los debates desbordan los periódicos y
pronto surgen otros géneros como los catecismos políticos y los volantes
burlescos, señales inequívocas de la intensidad de los enfrentamientos y
del gradual rebasamiento de las “contiendas ruidosas que todos los días
se ofrecen, no solo en los estrados, sino hasta en las calles o plazas” (La
Bagatela núm. 1: 14-VII-1811: 3). La opinión pública se vuelve medio
de descalificación y arma de agitación popular, un nuevo factor en la
construcción de la vida política local.
Posiblemente fue Antonio Nariño quien mejor entendió la naturaleza
cambiante de la opinión pública y su nuevo papel en la construcción de
la vida política. Al nombrar juguetonamente su periódico La Bagatela
se distancia de la solemnidad de otros periódicos de la época a la vez que
ironiza el tono imperioso que domina la prensa política; a cambio de
los “tesoros” prometidos por los otros, Nariño ofrece bagatelas, con lo
que se asegura no decepcionar jamás. Pero la ironía es, sobre todo, un
reconocimiento al hecho de que el público se hacía cada día más grande
y ya rebasaba los estrechos círculos de los cabildantes y las redes clien-
telares, los nacientes cafés y las tertulias, para abarcar las calles, plazas y

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 81


chicherías. La misma Bagatela registra en diversas instancias el papel de
los chisperos, esto es, fogosos animadores de la contienda política que
tienen el encargo de promover opiniones entre amplios sectores sociales
con el ánimo de procurar su movilización. En el “Diálogo entre Cotorra,
don Ignacio Otaola y el doctor Munar”, Cotorra registra la novedad de
la voz y trata de definirla para su superior, don Ignacio:

Mire sumerced: en el dia se dice Chispa y Chispazo a tantas cosas, que yo


en Castellano tampoco lo entiendo. Todo está dividido en partidos, y yo los
oigo llamarse chisperos: Unos se alegran quando los llaman así, y otros se
ponen bravos. Lo cierto es que quando forman algun enredo, con su mas
y su menos ó hay alguna novedad de aquellas que se cuentan en secreto a
todo el mundo, dice que anda la chispa. Hay chisperos altos y baxos, como
le he oido à su merced que tienen los Ingleses su Parlimento (Núm. 13:
29-IX-1811: 47).

En otro impreso del mismo año, La verdad sin sobretodo (1811), atri-
buido a Nariño, el diálogo entre un chispero y un joven ingenuo, revela
dos visiones diferentes sobre el papel de la opinión pública en la vida
política. Ante la conmoción de las transformaciones políticas, el chispero
le increpa al ingenuo letrado timorato

Chispero: Como Ud. no sale de su casa, no conoce la opinión pública,


ni oye las juiciosas críticas de la Calle Real. Yo quedé convencido que
nosotros habíamos traído la instrucción a la Capital, y usted lo estaría
sin duda […].
Ingenuo: Lo estoy, de que antes se vendían géneros en la Calle Real, y
de que en el día se rifa también la opinión pública.
Chispero: No digo que se rifa, sino que se forma.

El diálogo comunica la confusión y novedad de la transformación


política, pero igualmente da cuenta de los límites que se imponen.
Claramente la opinión pública es ahora constitutiva de la vida política

82 I. El nacimiento de la opinión pública


y con ella la participación de un importante sector social. Sin embargo,
la opinión se revela menos verdadera de lo deseado, más intangible de lo
temido, susceptible de ser usurpada por advenedizos.
Y el chispero ¿forma o rifa la opinión pública? Según muchos, el chispero
degrada la opinión pública pues su eficacia comunicativa no se debe a la
buena razón sino a su capacidad para agitar las pasiones de la multitud.
Más que un instrumento para la construcción del orden político, es su
perturbador. No sorprende que Nariño sea con frecuencia asimilado a
la figura del chispero y atacado porque sus papeles han “inmoralizado,
y escandalizado, [y es responsable] de los males que ha ocasionado, y
de los pecados que por su causa se han cometido”, según denuncia fray
Diego Francisco Padilla en El Montalván.62 En ese escrito Padilla reto-
ma uno de los temas más candentes del momento, y por el cual Nariño
será impugnado con mayor vehemencia: el de los límites de la opinión
eclesiástica en los asuntos políticos del momento.
Nariño —quien a pesar de usar los chisperos tampoco exhibe gran
entusiasmo por ellos— responde señalando que los eclesiásticos son
igualmente chisperos. Al final del “Diálogo entre Cotorra, don Ignacio
Otaola y el doctor Munar” el doctor Munar, eclesiástico, entra y le in-
crepa a Cotorra:

Doctor Munar: ¡Chispatus! Malvado, nada se te escapa; ya te entiendo.


Tú eres el mayor chispero en medio de esos tus andrajos y mala figura.
Cotorra: Pues a fe que a su merced no se le va en zaga, y pasa por uno
de los más calientes chisperos.
Doctor Munar: ¿Chispero yo?
Cotorra: Sí señor, y bien chispero; con sólo la diferencia de que es su
merced chispero eclesiástico. Porque ha de saber, mi amo don Ignacio, que
como le he dicho que hay chispas criollas y chapetonas, las hay también
eclesiásticas; y éstas quizás son las más temibles.
Doctor Munar: Bribón, ¿Qué entiendes tú por chispas eclesiásticas?

  El Montalván. (1812). Bogotá: En la Imprenta de don Bruno Espinosa, pp. XIX-XX.


62

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 83


Cotorra: ¡Bonito está! Hágase su merced el desentendido: las de mi
amo L... Las de mi amo T... y las de tantos eclesiásticos y padres de los
conventos, que predican, que escriben, y que nos aconsejan a los simples.
¿Qué son, sino chisperos, para quién sabe qué? (Núm. 13: 29-IX-1811: 48).

Chisperos y eclesiásticos levantan las pasiones y abusan de la opinión


popular. Como señala Manuel Bernardo Álvarez

Todo buen ciudadano creyó que con la libertad de imprenta brillarían


las luces y patriotismo de los hombres ilustrados para nuestro común
beneficio; pero hasta ahora tenemos la desgracia de ver aquellas oficinas
ocupadas en la mayor parte en la impresión de sátiras, de sarcasmos, de
injurias y falsedades, que no tienen otro fruto que el de la división, la
discordia y el de los resentimientos.63

El mismo Nariño se queja en varios momentos en La Bagatela de la


ausencia de una verdadera opinión pública e indica que a partir de la trans-
formación política “Cada ciudadano quiere que prevalezca y domine su
opinión, y se cree con igual derecho” (Núm. 12: 22-IX-1811: 46). En una
“fraternal advertencia al Público”, después de asegurar que la imprenta
es “paracensurar lo malo sea del gobierno ó del público, y para aplaudir
lo bueno, y formar opinión”, sostiene:

Mi amado público está pecando en dos extremos opuestos: unos apre-


ciadores del Antiguo Régimen, tan favorable para el egoísmo con una baja
sumisión, una adulación continua y un alma de bronce para no sentir las
miserias de su prójimos ya estaban a cubierto de toda persecución, quisieran
ver renacer el sistema Colonial […]. Otros, exaltados con las bellezas de la

63
  Manuel Bernardo Álvarez, “Justo desengaño al público a que obliga el papel titulado
La Contrabagatela”. Bogotá: En la Imprenta Real, 1811. (Citado en Posada, 1917, p.
255). Otros textos señalan como “llenas de entusiasmo, las pasiones se han metido a
escritoras públicas para deprimir científicamente a las virtudes”. Sin título, Santafé de
Bogotá, Imprenta de Nicolás Calvo y Quixano, 1812. (Posada, 1917, p. 290).

84 I. El nacimiento de la opinión pública


libertad, se ciegan y las confunden con el libertinaje, o se olvidan de que
es menester gozarlas con reglas y leyes a que nos hemos sometido (Núm.
6: 18-VIII-1811: 24).

Nariño, como todos los demás, es heredero de Feijoo: la opinión


popular debe ser guiada por los hombres ilustrados, únicos capaces de
elevar y fijar la opinión pública. Y si bien es cierto que la opinión popular
no es aún, ni lo va a ser por un tiempo, la arena natural de la contienda
política, también es cierto que rápidamente se ha convertido en un factor
político en la vida diaria de la Nueva Granada. Y ya nunca dejará de serlo.

La Primera República, 1810-1815: centralismo-federalismo


Una vez puesta en marcha la actividad política de las diferentes juntas de
gobierno provinciales, las declaraciones revolucionarias iniciales darían
paso a álgidos debates sobre la forma de gobierno más conveniente para
la Nueva Granada. De esta manera, el problema teórico de la retroversión
de la soberanía se volvería un problema práctico de construcción estatal.
¿Cómo pasar de la soberanía de los pueblos —detentada de manera des-
igual por las juntas— a la soberanía de la nación, imaginada difusamente
como correspondiente a las provincias que hacían parte del otrora Nuevo
Reino de Granada? Este sería uno de los problemas políticos centrales
del periodo, en el que la prensa y la opinión pública desempeñarían un
papel decisivo.64 Sin duda, la imprenta permitiría que las juntas locales
incidieran de manera más activa en la configuración del nuevo sistema.
De allí el afán de ciertas élites regionales por hacerse a una, pues hasta
cierto punto tener imprenta significaba tener voz en el escenario político

64
  Para un examen de la noción de soberanía en la Nueva Granada véase Restrepo,
(2005); Thibaud & Calderón, (2006). Por último, ver la reciente compilación de
ensayos de la Universidad Nacional de Colombia titulada Conceptos fundamentales
de la cultura política de la Independencia, en particular los capítulos de Zulma Rocío
Romero Leal, “La soberanía como principio y práctica del nuevo orden político en la
Nueva Granada, 1781-1814” y de Alexander Chaparro Silva, “La voz del Soberano.
Representación en el Nuevo Reino de Granada, 1785-1811”.

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 85


neogranadino. Así lo entenderían prontamente los gobiernos provinciales
de Tunja, Popayán y Antioquia, los cuales hacia 1814 contarían cada uno
en su haber con una imprenta.65 De manera significativa, todavía en ese
año, la Gazeta Ministerial de Antioquia, primera publicación periódica
antioqueña de la que tengamos noticia, dedica sus primeras páginas a
celebrar los prodigios de la imprenta, la cual no duda en calificar como
“una de las invenciones más felices del genio del hombre”, pues permite
“hacer progresos en sus opiniones, y en el modo de prepararse su exis-
tencia política”. Para el periódico, resultaba evidente la vinculación de la
imprenta con la causa republicana, su necesidad imperiosa en aquellos
momentos de incertidumbre. La imprenta, afirma el redactor, “produce
revoluciones importantes”, se constituye en el símbolo por excelencia de
la “libertad de escribir”, estandarte de la civilización y las luces (Núm.
1, 25-IX-1814: 1).
Así, en este renovado concierto de voces impresas, las disputas por la
legitimidad de los gobiernos juntistas no se harían esperar. En términos
generales, las nuevas concepciones del poder pivotarían entre, por un
lado, el esquema centralista, que abogaría por la regulación de la vida
política, económica y social del reino desde Santafé y, por otro, la pro-
puesta federalista, basada en cierta autonomía en el manejo de asuntos
internos (por lo general económicos y burocráticos) por parte de las
provincias firmantes, nacida de la cesión parcial de su soberanía. Esta
confrontación ideológica era inédita en la Nueva Granada, y sus impli-
caciones de grandes proporciones, pues no sólo se tradujo en múltiples
enfrentamientos armados y ocupaciones militares, sino que la mayoría
de sus deliberaciones, tensiones y resultados quedarían plasmados en las
primeras Constituciones proclamadas en lo que se ha venido a llamar la
Primera República (1810-1815) (Uribe Vargas, 1985). Un periodo, con
frecuencia, visto como caótico, anárquico y dominado por los intereses
de cientos de caudillos y patricios regionales. No en vano para muchos

65
  Sobre la imprenta en Antioquia, Popayán y Tunja véanse: Posada, (1928); Higuera,
(1982).

86 I. El nacimiento de la opinión pública


el apelativo Patria Boba sigue siendo legítimo para describir —que no
explicar— los conflictos políticos de la época. Sin duda, impera una
visión reduccionista, que parte del presupuesto de la total transparencia
y articulación de los lenguajes políticos del momento, olvidando con
frecuencia que el significado y el sentido de términos fundamentales de
nuestra modernidad política, como soberanía, representación y libertad,
eran los que estaban en juego en este debate, y que se intentaban fijar a
través de la prensa.66
Las primeras puntadas en esta confrontación ideológica serían dadas
por las élites de Santafé y Cartagena, principales centros económicos, cul-
turales y políticos de la Nueva Granada, y únicas ciudades donde existiría
la imprenta hasta 1813. Así, toda clase de impresos, papeles públicos y
manifiestos intentarían dirimir esta disputa de legitimidad invocando el
alegado respaldo de la opinión pública, su voto unánime, su mandato
imperioso. Uno de los principales interlocutores en esta contienda sería el
papel periódico cartagenero El Argos Americano, puesto en marcha el 10
de septiembre de 1810 bajo el estandarte federalista, y dirigido por José
Fernández Madrid y Manuel Rodríguez Torices. Esta publicación había
surgido como respuesta a la crisis política experimentada por todo el reino,
ante la cual, según sus redactores, “nada conviene tanto como uniformar
las ideas” a través del “conductor mas seguro para comunicarlas, y fixar
la opinión publica”: los papeles periódicos. Las banderas enarboladas por
la publicación en este sentido resultan bastante elocuentes:

Comunicar con criterio y discernimiento las noticias ministeriales


de esta Suprema Junta de Gobierno, las comerciales de bahía, las de las
naciones ultramarinas, de toda la América, y con particularidad las de
este Reyno: manifestar la mutua deferencia y sacrificios reciprocos, que
deben hacer las provincias en obsequio de la union y bienestar de éste:

66
  Sobre la Primera República puede consultarse: Ocampo López, (1999); Llano Isaza,
(1999). Sosa Abella, (2006); Sourdís de La Vega, (1988); Martínez Garnica, (1998);
McFarlane, (2002); Gutiérrez Ardila, (2010).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 87


zelar con vigilancia como el Argos de la fabula, y presentar al público los
artificios de algunos egoístas y ambiciosos que cubiertos con la capa de
un falso zelo por la utilidad y beneficio del pueblo, abusan de su bondad
y tolerancia, sacrificandolo á su interes privado: proyectos de agricultura,
comercio, artes, industrias y ciencias: dexar el arido campo de estas para
deleitarse por entre las flores de la bella literatura; tales serán los objetos
de este Argos Americano. (Prospecto, 10-IX-1810: s.n.).

Sin duda, se trata de un proyecto ambicioso, que pone en evidencia


su talante ilustrado. No obstante, es importante observar aquí que la
opinión pública a la que apela el Argos ya no tiene como objeto principal
la “utilidad del reino”, en abstracto, sino el desarrollo de un gobierno
legítimo, como queda manifiesto cuando los editores se refieren a la pu-
blicación local Noticias públicas, la cual “no teniendo plan ni forma alguna
regular, es imposible que inspire todo el interés de que es susceptible, ni
que produzca los efectos que el gobierno desea” (Prospecto, 10-IX-1810:
s.n.). De esta manera, el Argos se constituye en todo un programa político
alrededor de “fijar la opinión” y difundir las luces generales como antí-
doto efectivo contra el despotismo, la anarquía y el error. La publicación
se convertiría en artífice de una dimensión del espacio público que, al
tiempo que aparece ligado a los asuntos del gobierno, se imagina como
un escenario privilegiado para elaborar cierto consenso con respecto a
las categorías fundantes del cuerpo político.
En esta medida, no resulta sorprendente que los editores se arroguen
la responsabilidad de “uniformar las ideas”, al tiempo que ponen al des-
cubierto los artificios de algunos “egoístas y ambiciosos”. Justamente,
aquello que legitimaría su intervención en la esfera pública sería hablar
en nombre de la razón, en franco contraste con las políticas del “bárbaro
sistema del gobierno antiguo”, que habían propendido por la “más ciega
ignorancia de nuestros intereses y derechos” (Prospecto, 10-IX-1810:
s.n.). Así, la publicación se encargaría de demostrar que los “intereses” del
reino se verían satisfechos de manera más adecuada gracias a la adopción
de la propuesta federal. Un sistema que no implicaba la dispersión del

88 I. El nacimiento de la opinión pública


poder y de la fuerza sino su distribución regulada. De esta manera, nin-
guna provincia podría imponerle sus leyes a las demás, pues cada una se
reservaría una parte de su soberanía, siguiendo el modelo estadounidense,
reconocida fuente de inspiración de los federalistas locales:

Parece que el gobierno federal ha sido meditado expresamente con el


designio de evitar estos males, porque el Congreso representante de todas
las provincias dispone de los recursos de una en favor de otras, á fin de
estrechar sus mutuas relaciones. Tratados, alianzas, caminos, puentes,
ríos navegables, derechos de importaciones y exportaciones, arreglos de
comercio y finalmente quanto puede contribuir al beneficio, y seguridad
de la unión, todo corresponde al Congreso. Las Provincias de un Reyno
así constituido podrían compararse á los diversos miembros del cuerpo
humano, que teniendo sus particulares juegos y movimientos, organizan
un todo á cuya fuerza y armonía recíprocamente concurren. Tan sabio
sistema reúne á las ventajas de los gobiernos populares el vigor y solidez
de los monarquicos (Núm. 38, 17-VI-1811: 175).

La propuesta del Argos sería ampliamente combatida meses después en La


Bagatela de Nariño. En sus páginas, la crítica al sistema federalista alcanzaría
su mayor definición de la mano de un esfuerzo consciente por reconstruir
la autoridad centralizada en la Nueva Granada. Desde la perspectiva de
Nariño, la federación era una opción poco adecuada a la realidad política
neogranadina debido al profundo arraigamiento de ciertas tradiciones
políticas neo-tomistas; la escasez de luces en el reino; la falta de experiencia
política y administrativa de las élites locales; los mutuos recelos entre las
provincias y su incapacidad manifiesta para sostener económicamente
un amplio funcionariado a disposición del gobierno federal. De allí que
afirmara que no era lo mismo “decretarse la Soberanía que exercerla”
(Núm. 5, 11-VIII-1811: 17):

El sistema de convertir nuestras Provincias en Estados Soberanos para


hacer la federación, es una locura hija de la precipitacion de nuestros juicios

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 89


y de una ambicion mal entendida […] No es la extensión del terreno,
no es la poblacion, no son las riquezas, ni las luces que forman la fuerza
de un Imperio por si solas: la suma total de todas estas cosas forman su
fuerza; y si nosotros en lugar de acumular nuestras luces, nuestras riquezas,
y nuestras fuerzas, las dividimos en otras tantas partes como tenemos de
Provincias, ¿qual será el resultado? Que si con la suma total de nuestros
medios apenas nos podremos salvar; dividiendonos, nuestra perdida será
tanto mas probable quanto mayor sea el número de partes en que nos
dividimos (Núm. 5, 11-VIII-1811: 19).

Nariño llamaba a las demás provincias a trabajar por la unión neograna-


dina bajo un sistema de gobierno centralista—aunque confederado—. Los
periódicos estaban allí para hacerla posible, pues de acuerdo con el criollo
santafereño la prensa, en general, circulaba con dos objetivos: “propagar la
instrucción y fixar la opinión publica” (La Bagatela, Suplemento núm. 4,
4-VIII-1811: s.n.). Un lugar común efectivo sobre la prensa que haría carrera
durante la Primera República. Así, tan solo dos meses después, la Gazeta
Ministerial de Cundinamarca, en plena presidencia de Nariño, definiría la
opinión pública en términos similares, como una fuerza moral fundamental
para consolidar el Estado republicano en la Nueva Granada. Para sus edito-
res, los gobiernos ilustrados debían mantener sus propios papeles públicos
con miras a “fixar la opinión pública, principalmente en favor del sistema
gubernativo que se adapta” e “inspirar virtudes políticas en los Ciudadanos
por medio de discursos energicos y vigorosos” (Núm. 1, 6-X-1811: 1).
Lugares retóricos que no obstante su plasticidad manifiesta revelan un
asunto de gran trascendencia con respecto a lo que atañe a la opinión
pública —además de su portentosa fuerza—. La discusión sobre la forma
de gobierno es también una discusión sobre la constitución del cuerpo
de la nación, una figura abstracta y de difícil aprehensión (por demás,
de unas cualidades muy distintas al cuerpo del rey). La opinión pública
haría posible, justamente, la concreción de esa nación, en tanto sujeto
ideal que debería relevar la soberanía de las provincias. De allí la necesidad
de fijarla como si fuera producto de la voluntad general que se expresa

90 I. El nacimiento de la opinión pública


unánimemente, incluso, cuando la “opinión popular” pareciera contradecir
sus principales dictámenes. No de otra manera podemos explicar que una
de las primeras medidas adoptadas por Nariño durante la entrada de sus
tropas en Popayán, el 15 de enero de 1814, en el marco de la Expedición
del Sur en contra de los realistas de la región, sea la de recomponer una
vieja imprenta para que “se comiensen á imprimir algunos papeles y ver
si de algún modo se puede fixar la opinión pública corrompida al exceso”
(Boletín de Noticias del Día núm. 71: 28-I-1814: s.n.). Frente a una opi-
nión presuntamente corrompida debido al apoyo entusiasta que brindaba
a la causa del rey, Nariño opondría una opinión pública autorizada por
la razón para modelar la legitimidad del gobierno republicano, capaz de
imponerse sobre los peligrosos efectos de la opinión popular que ponían
en riesgo la existencia misma del cuerpo político.
Así pues, la opinión pública se identifica en estos debates, sobre todo,
con los “intereses del reino”, dilucidados de manera privilegiada por los
hombres ilustrados participantes del poder político. En este sentido, la
preocupación por “fijar la opinión”, su contenido y sentido, tendía a
identificarse con el empeño por la unidad de la Nueva Granada. Para
Nariño, las publicaciones impresas permitirían afirmar “nuestra opinión y
nuestras voluntades sobre la forma de gobierno que más nos convenga en
los momentos presentes” (Boletín de Noticas del Día núm. 72a: 29-I-1814:
s.n.). En última instancia, y aquí radica su importancia para nosotros, la
prensa no sólo polemizaría en torno a la forma de gobierno; también se
constituiría en la posibilidad del mismo, pondría los cimientos sobre los
cuales las discusiones acerca de la nación se harían posibles, al tiempo
que permitiría configurar una imagen de organización política anclada en
los principios de la soberanía popular y las instituciones representativas.
No obstante, las polémicas entre la opción federalista y el esquema
centralista se alargarían hasta finales de 1814, y sólo se resolverían con
la incorporación de Cundinamarca a las Provincias Unidas de la Nueva
Granada por la mano militar de Simón Bolívar. Él mismo a su ingreso
en Bogotá, durante la instalación del gobierno de las Provincias Unidas,
insistiría en la necesidad de crear opinión pública como “el objeto más

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 91


sagrado” y digno de “la protección de un Gobierno ilustrado, que cono-
ce que la opinión es la fuente de los más importantes acontecimientos”
(Gazeta Ministerial de Cundinamarca núm. 207, 6-I-1815: 1014-1015).
Si bien el sistema adoptado por las provincias finalmente sería el federal,
en realidad, el gobierno tenía fuertes impulsos centralizadores en ramas
sensibles como la militar y la hacienda pública. Para las élites, centralistas
o federalistas, la unión permitiría hacerle frente a la amenaza de cualquier
potencia extranjera y, particularmente, a una eventual reconquista españo-
la, que ahora, con la vuelta al trono del rey español, comenzaba a tomar
forma, pues la Nueva Granada contaba aún con cientos de seguidores
leales al estandarte monárquico que, dado el caso, estarían dispuestos a
facilitar una invasión del ejército realista y a hacer parte de sus filas. Y
estaban en lo cierto. Las fuerzas de Fernando VII atravesarían el océano
Atlántico en febrero de 1815 con el objetivo explícito de someter a las
provincias rebeldes.

La Reconquista española: El Realismo


Durante el periodo conocido como la Reconquista española los defensores
de la soberanía de Fernando VII en la Nueva Granada encontrarían en
las páginas del Boletín del Exército Expedicionario (1815-1816), la Gaceta
Real de Cartagena de Indias (1816-1817) y la Gazeta de Santafé, Capital
del Nuevo Reyno de Granada(1816-1819) los principales espacios discur-
sivos para legitimar la campaña de reconquista, combatir la propaganda
republicana y contribuir en la reconstrucción de la monarquía hispánica
en tanto comunidad política natural y en tanto forma de gobierno más
conveniente para las provincias americanas. Esta prensa de circulación
periódica se constituiría en la principal armadura editorial del régimen
reconquistador, al lado de múltiples proclamas militares, bandos reales
y sermones religiosos, que en algunos casos serían reproducidos en sus
mismas páginas.67

67
  Un acercamiento panorámico sobre la Reconquista puede verse en: Díaz Díaz,
(1965).

92 I. El nacimiento de la opinión pública


En términos generales, podríamos afirmar que el objetivo principal de
estas publicaciones era restablecer la situación previa a la revolución. Volver
al antiguo régimen: restaurar el sentimiento comunitario que uniformaba
a la monarquía hispánica y volver al trazado institucional confecciona-
do a lo largo de trescientos años de dominación ibérica. La fidelidad al
rey, el respeto por la religión católica y el amor a la patria —entendida
como una comunidad política producto de la historia, conformada por
los reinos americanos y peninsulares—, eran los valores fundamentales
que estas publicaciones querían forjar en los vasallos americanos a partir
de un lenguaje asentado sobre dos principios considerados naturales e
inmutables: el cristianismo y la monarquía. Un lenguaje que pretendía
señalar de manera inequívoca los límites entre la justeza realista y la ini-
quidad republicana. Así, la prensa de la Primera República, ocupada en
buena medida en los debates sobre la soberanía y la forma representativa
de gobierno, daría paso, de manera general, a una prensa de carácter más
propagandístico —que no podemos reducir a meras manipulaciones
ideológicas o a puras estrategias retóricas de dominación sino que debe-
mos entender en términos de construcción de significado, creación de
relaciones políticas y de imaginarios sociales—. Una dinámica editorial
condicionada por el restablecimiento formal de la monarquía absolutista
proclamado por Fernando VII en el decreto del 4 de mayo de 1814, que
declaraba nulas las medidas constitucionales adelantadas en los dominios
hispánicos, entre ellas la proclamación de la libertad de imprenta. Ahora
se requeriría de la aprobación explícita del gobierno para publicar.68
Ciertamente, la imprenta se constituiría en una de las estrategias políticas
más importantes del régimen reconquistador. Una estrategia indispensable
en los tiempos que corrían —“conociendo que la imprenta es uno de
los vehículos más eficaces y á propósito para levar al cabo unas ideas tan
benéficas y tan extensas […]”—.69 Los realistas creían en el poder de la

  Sobre el retorno del absolutismo fernandino, ver: Artola, (1999).


68

  Gobierno Real de Cartagena de Indias. Prospecto de un periódico que se vá á


69

publicar en esta ciudad titulado: Gaceta Real de Cartagena de Indias. Cartagena de

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 93


palabra impresa. No es casualidad que Morillo embarcara una imprenta
portátil, junto con las municiones de guerra, para difundir sus papeles
durante la campaña de reconquista: se trataba de la ambiciosa tarea de
reeducar a los americanos en la fidelidad regia. El turno sería inicialmente
para el Boletín del Exército Expedicionario, el cual se constituiría en el me-
dio de comunicación oficial de las tropas del rey durante la campaña. De
hecho, los diferentes lugares de su publicación dan cuenta de la avanzada
misma de Morillo sobre la Nueva Granada, desde Santa Marta hasta
Santafé. Su primer número saldría a la luz el 22 de agosto de 1815, en
la hacienda Palenquillo, cerca de Cartagena, seis días después de que se
avistaran en sus costas las velas de los buques reales y una vez comenzado
el bloqueo marítimo de la ciudad. La información allí consignada era
únicamente de carácter oficial, producto de disposiciones del gobierno
monárquico, partes de guerra y prensa extranjera. Así, no se daría a la
imprenta información no confirmada debido a “los incidentes que ocu-
rren quando se pelea”, pues “todos los días llegaban noticias favorables
á la causa de los fieles vasallos de S.M. pero el General en Xefe [Pablo
Morillo], constante en su principio de no dar al público sino lo seguro,
no ha permitido se publique cosa alguna hasta tenerlo de Oficio” (Núm.
36:14-IX-1816: s.n.).
Como casi todas las publicaciones inmersas en el conflicto bélico, el
Boletín era una relación sucesiva de batallas entre realistas y republicanos.
Para los primeros, la guerra emprendida por la monarquía hispánica en
América, dejaba una enseñanza y señalaba la evidencia: la justeza de las
pretensiones de Fernando VII, apuntaladas, en buena medida, por el
correcto accionar de sus tropas en la Nueva Granada. De esta manera,
el único juicio válido era el de la victoria y todas las personas debían
someterse a la fuerza de los hechos. Los realistas vencían porque su
causa era justa y se encontraba de acuerdo con los principios divinos.
Ello explicaba el éxito y la rapidez de la campaña pacificadora. En este

Indias, En la Imprenta del Gobierno. Por D. Ramón León del Pozo. Año de 1816,
s.n., BN, Fondo Quijano 29, Pieza 6.

94 I. El nacimiento de la opinión pública


sentido, debemos entender el esfuerzo del Boletín por proyectar una
imagen favorable de los ejércitos realistas como una estrategia para ganar
adeptos para su empresa. Por ello, es notorio el afán por narrar, por fijar
la versión verdadera: “no puedo pasar en silencio”, afirmaría un oficial
realista al relatar los hechos de la guerra (Núm. 25:16-III-1816: s.n.),
cuya narración era tan importante como vencer en el campo de batalla.
Se trataba de convencer a los neogranadinos (y de despistar al “enemigo”)
de la aplastante victoria realista, de dotar de coherencia y significado los
éxitos militares de los ejércitos del rey.
Estos primeros papeles realistas circulaban bajo diferentes modalidades:
eran enviados a la alta oficialidad del gobierno y el ejército realista en diversos
puntos de la Nueva Granada; fijados en la plaza pública o en lugares de
tráfico constante, y repartidos para que pasaran de mano en mano entre la
población (uno de sus objetivos más acuciantes era lograr introducirse en
las filas republicanas para desmoralizar su accionar). En este punto, quizá
más que de prensa de circulación periódica en estricto sentido debemos
hablar de una producción fragmentada en forma de bandos reales, avisos al
público, edictos gubernamentales y, por último, partes de guerra seriados
(aunque de circulación irregular) agrupados bajo el título de Boletín del
Exército Expedicionario. Una vez finalizada, en términos generales, la cam-
paña de reconquista, se encargarían de ampliar el radio de acción editorial
realista las publicaciones periódicas Gazeta Real de Cartagena de Indias y
Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada. La dinámica de la
esfera pública cambiaría significativamente con su irrupción.70
En cuanto a la primera, comenzaría a circular el 10 de agosto de 1816 en
las calles de Cartagena por orden directa del virrey Francisco de Montalvo.
Se trataba de un agregado de disertaciones sobre el estado económico
y político de la provincia, edictos reales, partes de guerra y reseñas de
eventos importantes llevados a cabo en la ciudad o en otros lugares de la
Nueva Granada. Tan sólo dos números después abandonaría su nombre

  Sobre la campaña militar de Reconquista en la Nueva Granada véase especialmente:


70

Morillo, (1821); Sevilla, (1916).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 95


primero por el de Gaceta del Gobierno de Cartagena de Indias, dejando en
claro las pretensiones de las restablecidas autoridades monárquicas. Desde
ese momento en adelante no habría espacio para las disensiones, ni para
los partidos: no habría realistas ni republicanos en la ciudad, tan sólo
súbditos de Fernando VII. Gracias al restablecimiento del control sobre
la imprenta todos serían sostenedores de una causa común encarnada en
el gobierno. De esta manera, la oficialidad retomaría su protagonismo
en la esfera pública copando todos los espacios.71 Si bien es cierto que el
público podría participar de este esfuerzo editorial —“para el efecto [se]
invita á los sabios y literatos á que contribuyan con sus luces y erudición
á los importantes fines indicados”—, sería tan sólo en calidad de agente
del buen orden.72 Así pues, la noción de debate, tal y como la conocemos
nosotros, se encuentra fuera de esta prensa. No existe un espacio para la
crítica directa a los fundamentos del cuerpo político ni para la réplica.
Los periódicos estaban para modelar la opinión pública a través de la
exposición ejemplarizante:

Triste y doloroso empeño es por cierto el presentar á la vista el quadro


horroroso de nuestros padecimientos pero indispensable, si hemos de
ocurrir con oportunidad á su extinción. Nuestros males necesitan ser
analizados, sondeados y hechos manifiestos para el mejor acierto en la
aplicacion de los remedios. Un generoso silencio cubriría nuestros labios
sobre la existencia de los referidos males y su origen, si solo se tratase del
inutil consuelo de declamar contra ellos; pero su exposicion á mas de los
resultados antedichos que deben necesariamente seguirse, servirá sin duda
de un saludable escarmiento para lo venidero (Núm. 1:10-VIII-1816:1).

No obstante, sería la Gazeta de Santafé la llamada a dirigir desde la capital


virreinal la restauración política de la Nueva Granada. Ciertamente, esta

71
  Un análisis reciente y pormenorizado sobre el Gobierno Real de Cartagena durante
la Reconquista puede verse en Cuño, (2008).
72
  Gobierno Real de Cartagena de Indias. (Óp. cit., s.n.).

96 I. El nacimiento de la opinión pública


publicación, editada por el clérigo local Juan Manuel García Tejada del Cas-
tillo y puesta en circulación en junio de 1816 por orden expresa de Morillo,
representa el principal esfuerzo editorial emprendido por los defensores del
estandarte real durante la Reconquista, por ello merece que nos detengamos
un momento en sus páginas.73
La Gazeta había sido concebida por el jefe del Ejército pacificador
como un espacio “conducente a rectificar las ideas del público”, que
debía ir “sembrando la buena opinión y confianza que han de tener las
legítimas autoridades y aquella unión de sentimientos que debe estrechar
a todos los Españoles de América y de Europa alrededor del Trono de
S.M.” (Núm. 1: 13-VI-1816: 5). La publicación se encontraba inmersa
en una lucha por la resignificación de los acontecimientos recientes. La
idea misma de “rectificar las ideas del público” da cuenta del carácter del
discurso manejado por el periódico (y en general por todas las publica-
ciones realistas): se trata de un discurso de réplica, ocupado en refutar de
manera sistemática los argumentos y hechos revolucionarios. Se trataba
de poner en evidencia la ilegitimidad del gobierno criollo al tiempo que
la labor del régimen era puesta de relieve como conducente a restaurar la
prosperidad y la felicidad del virreinato. De esta manera, la palabra im-
presa se constituía en una prueba de la magnificencia de Fernando VII,
pues allí se transparentaban sus más generosas intenciones. En este sen-
tido, la conclusión de las publicaciones realistas era lapidaria: el régimen
monárquico en América se asentaba en una tradición de trescientos años
que apuntalaba la felicidad de los pueblos. No era un proyecto agenciado
por la ambición de unos pocos.
La Gazeta sería suspendida el 29 de julio de 1817 y retomaría labores
cerca de un año después gracias al impulso del virrey Juan de Sámano,
en un contexto signado por la disminución de las arcas reales, producto,
entre otros, del estado de guerra permanente, que requería una fuerte y

  Una pequeña nota biográfica sobre García puede verse en Otero Muñoz, (1945).
73

Sobre la obra de García, ver: Jaramillo de Zuleta, (2004, pp. 65-66); y Posada, (1917,
pp. 319-320, 340-341, 353, 365-371, 389-393).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 97


continua inversión militar. Quizá ello explique, hasta cierto punto, la
reducción del número de ediciones mensuales y la aparición de avisos
comerciales particulares en la publicación. En todo caso, afirmaba el editor,
el virrey conocía muy bien “las utilidades y ventajas” de las publicaciones
periódicas, por ello consideraba prioritaria su puesta en circulación. Una
labor ciertamente ardua en las condiciones de ese momento, pues el estado
de la opinión pública era todo menos monolítico en la Nueva Granada.
Como reconocía el editor, “bien conozco lo difícil que es agradar á todos”:
“Sé también que un Editor se pone en expectáculo á la crítica universal,
pero nada de esto me arredra, pues aunque soy persuadido de la escazes de
mis luces, también lo estoy de que todos debemos obedecer, y contribuir
con lo que alcanzemos al común probecho” (25-VI-1818: 13).
Justamente, bajo la fórmula del “común provecho”, gracias a la cual
haría coincidir en términos discursivos los intereses de los realistas con
los del reino, la publicación intentaría de manera apremiante fijar la
opinión, salir victoriosa en esta guerra de interpretaciones, “más en un
Pueblo central, donde las noticias llegan tarde, y son sabidas antes de darse
a la imprenta” (25-VI-1818: 13). En todo caso, como hemos visto, el
solo hecho de salir a la luz pública le confería autoridad a la información
proporcionada por la Gazeta, que ahora, ante un panorama difícil, acudía
al absolutismo y al culto a la persona real para legitimar el gobierno de
Fernando VII. Se trataba de recuperar el halo trascendente de su mandato
como una estrategia para mantener el sistema monárquico en la Nueva
Granada. De esta manera, la defensa del rey español y la obediencia de
los vasallos americanos redundarían en una nueva edad de oro para la
monarquía hispánica:

Un nuevo siglo de oro empieza, y muy especialmente para toda la


Española Monarquía. La nación católica por excelencia, debe descollar
entre las otras, como el Cedro elevado entre los arbustos. Ella ha obtenido
del Cielo el gaje y prenda que asegura estas esperanzas. Tenemos […] un
Rey formado por Dios, concedido por Dios á los ardientes votos, amantes
sacrificios, y memorables hazañas de sus fieles Vasallos. Fernando como

98 I. El nacimiento de la opinión pública


Astro de primera magnitud, derrama benignas influencias sobre la vasta
extensión de su Monarquía. Conociendo que lo que hace á los Reyes no
es tanto la pompa y la magestad como la grande y suprema virtud, al
mismo tiempo que padre, es modelo y exemplar de sus pueblos (25-VI-
1818: 10-11).

Un rey ungido por Dios en la lucha contra la Revolución y sus corifeos.


En este sentido, “formar la opinión” era una estrategia de indisputados
títulos. Sin duda, la reconstrucción de la legitimidad monárquica debía
pasar ahora por la prensa y por el modelamiento de la opinión pública. No
de otra manera podemos entender la importancia dada por las autoridades
virreinales a la empresa editorial y al control efectivo de las diferentes
imprentas en la Nueva Granada.

La guerra: La prensa bolivariana


La victoria de los ejércitos republicanos en Boyacá, el 7 de agosto de
1819, despejaría el camino para la rápida toma de Santafé y las zonas
circunvecinas, y garantizaría una plataforma segura para continuar en la
lucha contra los monárquicos en el resto de la Nueva Granada, Venezuela
y Ecuador. Una victoria que aseguraría, además del acceso irrestricto a
las cajas reales, el control de las imprentas de la ciudad. Tan sólo dos días
después del arribo a la capital de las huestes de Bolívar sería publicado
el Boletín del Exército Libertador de la Nueva Granada, estampado por el
mismo impresor del gobierno virreinal, José Manuel Galagarza, quien
ahora, despojado de su dignidad de vasallo del rey, anteponía a su nombre
el título de ciudadano, señal inequívoca del advenimiento de un nuevo
orden político. El solio virreinal había sido desterrado de la ciudad:

Puede decirse que la Libertad de la Nueva Granada ha asegurado de un


modo infalible la de toda la América del Sur, y que el año DIEZ Y NUEVE
será el término de la guerra, que con tanto horror de la humanidad nos
hace la España desde el año diez (Núm. 5:11-VIII-1819: s.n.).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 99


De esta manera, la prensa capitalina había sido, en palabras del editor
del Correo del Orinoco, “libertada del yugo tiránico” y ahora se concen-
traba en “otras muchas atenciones” (Núm. Extraordinario: 19-IX-1819:
157). Ciertamente, bajo el gobierno de Bolívar, ésta debía encargarse de
sembrar la semilla de la República en la región, pues no obstante el triunfo
en Boyacá, los monárquicos aún controlaban vastas zonas de la Nueva
Granada, para no hablar de Ecuador y Venezuela. Imprenta y libertad se
encontraban aunadas de manera indisoluble para los republicanos. Por
ello, vencer en esta guerra de papel era tan importante como anotarse
sendas victorias en el campo de batalla. Reconocimiento hecho por el
mismo Bolívar, quien consideraba la imprenta tan útil como los pertre-
chos de guerra (Cacua Prada, 1968, pp. 88-89). Para el caraqueño esta
prensa revolucionaria debía agenciar definitivamente el final del Antiguo
Régimen en la América hispana.74 Por ello, apenas comenzó a instalarse
el gobierno republicano en la ciudad se puso en marcha la Gazeta de
Santafé de Bogotá, el 19 de agosto de 1819, bajo la dirección de Santan-
der, prometiendo ofrecer un plan editorial para días más serenos. Por lo
pronto podría leerse junto con el Correo del Orinoco.75 Días después, en
un breve párrafo, se esbozarían los propósitos de la publicación:

Por medio de un papel publico se difunden las luces, y se hace co-


nocer á los pueblos el estado de la lucha gloriosa de la América por su

74
  Durante la instalación, en Angostura, del denominado Consejo de Estado, el 10 de
noviembre de 1817, Bolívar sostendría que la opinión pública era la “primera de todas
las fuerzas”, el “más firme escudo del gobierno”, por encima de los ejércitos armados.
“Discurso pronunciado por el libertador en Angostura el 10 de noviembre de 1817,
al declarar solemnemente instalado al Consejo de Estado” (Bolívar, 2009, p. 112).
75
  Para un análisis más detallado véanse las fichas técnicas y analíticas de estas publi-
caciones elaboradas en el marco del Programa Nacional de Investigación “Las culturas
políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías”
(Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, código
9714, con vigencia 2009-2011), en el portal web de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
Recuperado de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/prensa-colombiana-
del-siglo-XIX

100 I. El nacimiento de la opinión pública


Independencia. Los decretos del Gobierno, sus providencias, y las noticias
particulares llegan á conocimiento de las Provincias con mas facilidad, y
precisión por medio de la Imprenta. No dudamos que los Pueblos de la
Nueva Granada que desean saber el estado del Nuevo Mundo Indepen-
diente concurran a sostener la edición de este papel, en el qual la verdad
será su principal divisa (Núm. 3:29-VIII-1819: 12).

De nuevo, encontramos aquí la idea ilustrada de la precisión ligada


con la autoridad de la imprenta. La Independencia de América debía ser
narrada bajo el manto de la verdad, como correspondía a una causa justa.
Una causa que podría ampliar su voz —y sus adeptos— gracias a aquellos
que respaldaran la publicación de sus presupuestos. De esta manera, el
periódico abonaba la victoria. Sin embargo, la Gazeta no se encontraba
sola en su empeño. Antecedía su esfuerzo el ya mencionado Correo del
Orinoco, puesto en circulación en junio de 1818 y redactado, entre otros,
por Francisco Antonio Zea y Juan Germán Roscio. De hecho, la vida de
ambas publicaciones se encontraba estrechamente ligada. Se referencia-
ban mutuamente y recomendaban su lectura conjunta con el ánimo de
establecer un panorama más amplio de la Revolución en el continente. El
Correo del Orinoco sería publicado en Angostura, sede del Congreso que
daría vía libre a la unión de la Nueva Granada y Venezuela en diciembre
de 1819, y estaba llamado a liderar desde sus páginas el proceso de legi-
timación del naciente Estado. Y no sólo en el interior del país, también
en el extranjero, pues no en vano se publicarían ediciones suyas en inglés
y francés. Del periódico se editarían 133 números hasta el 23 de marzo
de 1822 (128 numerados y 5 extraordinarios) con decretos, boletines del
ejército, cartas, proclamas, extractos de periódicos extranjeros, y artículos
sobre economía, historia y política. Un formato editorial que, hasta cierto
punto, compartía con las publicaciones anteriores a la guerra.76
En medio de esta guerra de manifiestos, alocuciones y folletos, para estas
publicaciones bolivarianas la esfera pública se constituía en un espacio

  Sobre el Correo del Orinoco puede verse especialmente Pino Iturrieta, (1973).
76

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 101


privilegiado para identificar a los verdaderos amigos de la libertad, como
bien anunciaba el Correo del Orinoco en su plan editorial:

Somos libres, escribimos en un País libre, y no nos proponemos engañar


al Público. No por eso nos hacemos responsables de las Noticias Oficiales;
pero anunciandolas como tales, queda a juicio del Lector discernir la mayor
ó menor fe que merescan. El Publico ilustrado aprende muy pronto a leer
qualquier Gazeta, como ha aprendido a leer la [Gaceta realista] de Caracas,
que a fuerza de empeñarse en engañar a todos ha logrado no engañar a
nadie (Núm. 1:27-VI-1818: 4).

La noción de opinión pública a la que apelan, entonces, estos periódi-


cos, se encuentra anclada en la extendida imagen de la opinión pública
como un supremo tribunal de la realidad, donde a partir de la evaluación
y el contraste de las pruebas disponibles (la prensa realista y la prensa
bolivariana) es posible acceder a una instancia definitiva: la verdad, una
voz dotada de cierto halo trascendente y cualitativamente superior, resul-
tado último de toda discusión pública. De allí la interpelación continua
a los lectores en términos de verdad-falsedad y la invitación a su posible
discernimiento. A partir de la lectura de las publicaciones periódicas
disponibles, el público podía aprehender, si no se encontraba preso de las
pasiones, las verdades colectivas que cimentaban la vida social. Así, sólo
aquellos que contaran con las luces suficientes podían ser partícipes del
debate público, identificado, en buena medida, con la defensa del sistema
republicano liberal. Las luces se encontraban indisolublemente ligadas a
la Independencia. Eran el filtro que permitía acceder a la verdad.77
Ciertamente, una de las principales luchas de estas publicaciones sería
la de instituir las premisas del movimiento republicano en el lugar de la
verdad. De allí el evidente cariz moral tanto de la Gazeta de Santafé
como del Correo del Orinoco. Se trataba de movilizar, de convencer a los
lectores. Entre la “admiración” y el “horror”, la “gloria” y el “oprobrio”,

  Al respecto véanse las reflexiones de Palti, (2007) y Goldman, (2009).


77

102 I. El nacimiento de la opinión pública


como afirmaba el mismo prospecto del Correo (Núm. 1:27-VI-1818: 4),
estas publicaciones con frecuencia recreaban el accionar de los dos par-
tidos contendientes como una lucha de opuestos, asimilada a la eterna
batalla entre el bien y el mal morales. No debe sorprender, entonces,
que estos periódicos revolucionarios, inmersos de lleno en el conflicto,
se constituyan en importantes factores de construcción identitaria. Se
trataba de procurar de manera definitiva el deslinde político entre España
y América a partir de la demarcación de fronteras simbólicas entre los
españoles y los americanos: identidades no superpuestas y experimentadas
de manera antagónica, que, justamente, adquirían sentido y coherencia
en su relación de oposición: su opinión en favor o en contra de la Inde-
pendencia americana.
En este sentido, la referencia a España en estas publicaciones permitiría
construir —y reforzar— la legitimidad del nuevo orden. Con frecuencia,
ello se haría privilegiando ciertos registros: el oprobio de la Conquista;
la tiranía y la explotación colonial; los recientes zarpazos del despotismo
fernandino en España y en América; y el supuesto accionar irregular y
desenfrenado del ejército realista. Sin embargo, una veta de legitimidad
explotada ampliamente, y poco advertida por demás, era proporcionada
por la crítica de las publicaciones fidelistas. Sus directas adversarias. Allí,
la crítica al sistema monárquico alcanzaría una de sus mayores cotas. Para
el redactor del Correo del Orinoco, las gacetas realistas “como todas las
de los Españoles de Fernando no llevan otro objeto que mantener los
pueblos en la ilusión y en el error, haciendo muy poco caso de la opinión
del Mundo con tal que la verdad no alcanze á penetrar en los países, por
cuya dominación no repararon en ningún sacrificio del pudor y de la
moral”. Y a continuación citaba como ejemplo a la realista Gazeta de
Santafé: “Insensatos! En vano os esforzais á persuadir lo que vosotros
mismos desesperais de alcanzar […] Vuestra dominación no existirá bien
pronto sino en las Gazetas en que existen vuestros pretendidos triunfos
y vuestros afectados sentimientos de compasión y de filantropía” (Núm.
28:24-IV-1819: 109).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 103


De esta manera, las gacetas realistas iban contra la corriente, contra la
“opinión del Mundo”, asunto que permitía negarles su capacidad para
enarbolarla, para ser partícipes de la esfera pública; a lo sumo sus discursos
devaluados no llegaban más allá de ser “chismes y sandeces”:

Un gobierno que pretende parecerlo, no debe permitir por su propio


decoro que su Gazeta Oficial sea una compilación indigesta de impos-
turas groseras, de citas falsas, de discursos necios; y el libelo en fin mas
despreciado de quantos libelos despreciables han deshonrrado las letras. El
Redactor de la Gazeta de Caracas ha fastidiado tanto á sus mas interesados
lectores, que ha logrado por último no ser leído, y menos aun persuadir las
mas notorias verdades-. Esta desgraciada Gazeta produce lo contrario de lo
que se pretende, y las noticias de Caracas merecerían algún crédito, si no las
publicase Diaz. Mas daño nos haría su silencio (Núm. 6:1-VIII-1818: 24).

Para los republicanos, los editores de las gacetas realistas habían tomado
partido por una causa inmoral; por ello ya no lograban persuadir a sus
lectores, objetivo fundamental de esta prensa de guerra. La legitimidad
del Antiguo Régimen, y con él la de sus gacetas, se había ido erosionando
paulatinamente, entre otras, por obra del discurso político de las publi-
caciones republicanas, que lo habían convertido en símbolo inequívoco
de tiranía, explotación y oscurantismo. No obstante, estas últimas jamás
bajarían la guardia; hasta el final manejarían un discurso encendido, que
daría cuenta de las dimensiones de su difícil empresa: convencer a los
lectores sobre la inevitabilidad y la conveniencia de la ruptura con España
para embarcarse en un nuevo sistema político independiente.

La Prensa Republicana (1821-1830)


La nueva cultura política y la formación del ciudadano
Una vez conseguido el desmantelamiento formal del Antiguo Régimen en
la Nueva Granada, las élites gobernantes concentrarían sus esfuerzos en la
construcción de un nuevo espacio de poder político cimentado en premisas
radicalmente diferentes a las que habían regido durante la dominación

104 I. El nacimiento de la opinión pública


española. Los nuevos gobiernos liberales se fundarían en los principios de
la soberanía popular, la república representativa y la igualdad formal entre
los integrantes del cuerpo político. El surgimiento de una historiografía
patria encaminada a recrear la ficción unitaria; la consagración del poder
en forma celebraciones patrias y en la erección de símbolos nacionales;
la fundación de escuelas primarias con el fin de ampliar las luces de la
nación e implementar el nuevo credo republicano; y la ampliación de
espacios públicos para el debate político se constituyeron en algunas
de las estrategias principales conducentes a cimentar la legitimidad del
nuevo poder.78
En el marco de esta nueva cultura política, la construcción de la ciuda-
danía política ocupa un lugar central en tanto fundamento de la república
representativa.79 Si el ciudadano liberal emerge en las constituciones
como figura jurídica, en la vida práctica se constituye en agente social en
varios sentidos. En primer lugar, como constructor de un nuevo orden
económico, en tanto la ciudadanía garantiza y defiende la propiedad pri-
vada y establece las condiciones de seguridad e igualdad, fundamentales
para el desarrollo del comercio y la industria. En segundo lugar, y quizá
más importante para el carácter político del ciudadano, éste se convierte
en agente privilegiado del orden republicano. Según la Constitución
de Cúcuta, sancionada en 1821, esto ocurre en dos sentidos comple-
mentarios: en tanto poseedor de derechos, en su carácter de sufragante,
“constitucionalmente nombrados para electores” (Artículo 28), y en tanto
sujeto constitutivo de la comunidad política, obligado por sus deberes
a: “vivir sometido a la Constitución y á las leyes; respetar y obedecer á
las autoridades, que son sus órganos; contribuir á los gastos públicos; y
estar pronto en todo tiempo a servir y defender á la Patria, haciéndole

78
  Sobre el caso colombiano pueden verse: Mejía, (2007); König, (1994); Bushnell,
(1985); Hensel Riveros, (2006).
79
  Para un análisis panorámico sobre la construcción de la ciudadanía durante el siglo
XIX en Iberoamérica véanse Sábato, (1999); Rodríguez, (2008); Annino & Guerra,
(2003); Annino, (1995); Chust Calero, (2008); Pérez Ledesma, (2008).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 105


el sacrificio de sus bienes y de su vida, si fuere necesario” (Artículo 5)
(Uribe Vargas, 1985, p. 808).
Ciertamente, la prensa desempeñaría un papel de primer orden en
las propuestas fundantes de las nuevas comunidades políticas, pues sería
desde la esfera pública que se plantearía la construcción de la ciudadanía
liberal como problema concreto.80 Y ello se haría explotando una veta
particular, más allá del énfasis en la titularidad y el ejercicio efectivo de
los derechos individuales: la dimensión de utilidad, fuertemente enlazada
a la noción de “bien común” que, como hemos visto, se constituye en
un claro eco del ciudadano modelado por la Ilustración. De allí que la
mayoría de los prospectos de los periódicos de la época señalen de manera
inequívoca la noción de utilidad a la patria (o a los compatriotas) como
uno de sus principales derroteros editoriales. Según leemos en las pri-
meras páginas de El Fósforo de Popayán: “el público nos hará una justicia
en reconocer el deseo sincero de ser útiles que nos á movido a escribir”:
“nuestro objeto es hacer llegar á manos de todos nuestros compatriotas
las pocas noticias o indicaciones útiles que seamos capaces de hacerles”
(Introducción: 19-I-1823: s.n.).
Un presupuesto editorial reafirmado sin cesar a lo largo de la década.
Todavía en 1826 El huerfanito bogotano justificaba su irrupción en la esfera
pública sosteniendo que su principal ambición era el “mayor bien de la
patria” y su principal objetivo anunciar al “heroico pueblo de Colombia”
“el precio de sus sacrificios, que no es ni puede ser otro que el de la virtud”
(Núm. 1: 10-III-1826: 1). De esta manera, la prensa se encontraba al ser-
vicio de la formación de ciudadanos virtuosos, de verdaderos ciudadanos
republicanos. Años antes, ya Bolívar había advertido la importancia de
una ciudadanía virtuosa en el marco del proyecto republicano, durante
la instalación del Congreso de Angostura, en febrero de 1819, donde
propondría la erección de un cuarto poder de carácter moral: el Areópago.
Una propuesta que tendría amplio eco en la prensa de la época, según
leemos en el discurso publicado en el Correo del Orinoco:

  Para una mirada panorámica sobre la prensa grancolombiana véase Bushnell, (1950).
80

106 I. El nacimiento de la opinión pública


Tomemos de Atenas su Areópago, y los guardianes de las costumbres y
de las leyes; tomemos de Roma sus censores y sus tribunales domésticos, y
haciendo una santa alianza de estas instituciones morales, renovemos en el
Mundo la idea de un Pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino
que quiere ser virtuoso […] demos a nuestra República una quarta potestad
cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público,
las buenas costumbres y la moral republicana (Núm. 22: 13-III-1819: 96).

Para Bolívar, moral y luces eran las primeras necesidades de la Repú-


blica. De allí que su Areópago se encontrara dividido en dos cámaras: de
moral y de educación. Según su propuesta, la primera se encargaría de
dirigir la “opinión moral” de toda la República, castigar los vicios con
el oprobio y la infamia, y premiar las virtudes públicas con los honores
y la gloria. Para ello contaría con la imprenta como el “órgano de sus
decisiones” —nótese aquí una clara resonancia del sentido antiguo de la
opinión pública entendida como fama y prestigio social—. Un proyecto
que si bien sería rechazado por los constituyentes de Angostura en 1819
posicionaría de manera definitiva en la esfera pública la discusión sobre
la ciudadanía política y el papel de la opinión pública en su formación.81
Así, una breve disquisición sobre el Areópago publicada en El Fósforo de
Popayán sostenía que la propuesta bolivariana era poco adecuada para la
realidad colombiana debido a que atentaba contra las libertades individua-
les recién proclamadas y además no se correspondía con las costumbres
y tradiciones arraigadas durante largo tiempo en la mayoría de la pobla-
ción. El estado de la opinión pública era prueba fehaciente de ello: “¿no
se atreven nuestros periódicos á censurar hechos públicos, y tendremos
areopagitas de frente ruda y arrugada y carácter catoniano?” (Núm. 15:
8-V-1823: 107). Afirmación combatida por los mismos editores de la
publicación en los siguientes términos:

  El famoso Discurso de Angostura, junto con el proyecto original del Areópago


81

presentado por Bolívar al Congreso, se encuentra reproducido en su totalidad en:


Bolívar, (2009).

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 107


Nosotros afirmamos que el respetable y singular establecimiento del
areópago en nada ataca la garantía personal ni la seguridad individual. El
ciudadano puede tener las opiniones que quiera, el puede obrar libremente
en todo. Allí no se trata de religión ni de creencias. Lejos de ser una inqui-
sición, el público entero viene á ser juez; el escándalo es el único acusador
que se admite; y el día en que cualquiera ciudadano llegue á despreciar
la opinión pública, se pone de hecho fuera de la autoridad del areópago
(Núm. 16: 15-V-1823: 119-120).

Se trata, entonces, de una opinión pública que coincide con las normas
de moralidad socialmente compartidas. Su carácter público garantizaba su
corrección. Ante las desviaciones producto de las pasiones individuales, el
Areópago oponía la publicidad, la sanción social producto del escándalo,
del consenso moral. El poder del Areópago era el poder de la opinión en
tanto verdad encarnada en los valores republicanos y la Constitución.
De esta manera, en el marco de estas discusiones sobre la formación del
nuevo ciudadano republicano descuella por su importancia el papel capital
asignado a la opinión pública y a la imprenta. Ya en la discusión anterior
sobre la pertinencia del Areópago se evidenciaba su centralidad cuando
una de las partes proponía conformar un tribunal similar de carácter
educativo con una imprenta y la responsabilidad de redactar un “papel
público en que aparezca con honor y aprecio toda la clase de los más
virtuosos, y lleno de confusión y vituperio, el hombre corrompido, que
desprecia y ultraja la moral pública” (Núm. 15: 8-V-1823: 109-110).
La imprenta aparecía así indisolublemente ligada a los principios
republicanos de libertad, felicidad y virtud. De hecho, para ciertos sec-
tores de las élites la falta de imprentas en Colombia (Nueva Granada,
Venezuela y Ecuador) impedía la formación y consolidación efectiva de
los valores republicanos y la unión de los pueblos. Así lo manifestaba en
1822 Vicente Azuero en el prospecto de su publicación La Indicación.
Según el editor, en el país:

108 I. El nacimiento de la opinión pública


Las imprentas son tan raras y tan pequeñas que hay por esta causa
una imposibilidad de que se multipliquen los periódicos cuanto seria de
desearse y aquellas escasez y la de operarios hace tan costosa la impresión,
que desalienta de imprimir ni aun un folleto á cualquiera que no tenga
sobradas comodidades para hacer un gasto que no reembolzará (Prospecto,
17-VII-1822: s.n.).

Justamente, su periódico esperaba alentar la pluma de los amantes de


la libertad con el objetivo de empezar a allanar el camino a las institu-
ciones liberales:

Puede ser que este periódico logre escitar un vivo y eficaz deseo de
solicitar y traer imprentas á cualquier costa, y puede ser que consiga esti-
mular a personas mas instruidas, para que con sus escritos enseñen a sus
conciudadanos las grandes verdades que tanto les importa conocer, y les
tracen la senda firme y segura que deben emprender para no estraviarse,
ni malograr los óptimos productos de 12 años de sacrificios (Prospecto,
17-VII-1822: s.n.).

No debe sorprender, entonces, el carácter fuertemente pedagógico


de estas publicaciones. Se trataba de la transformación de los antiguos
súbditos de la Corona española en verdaderos ciudadanos republicanos.
De esta manera, la prensa asumiría una función pragmática de forma-
ción de “hombres de bien”. Una función política de intervención sobre
la realidad. Su labor principal era, como afirmaba Azuero, “consolidar
instituciones y costumbres liberales”, “desarraigar viejas y destructoras
preocupaciones” (Prospecto, 17-VII-1822: s.n.). Para ello, nada mejor
que breves lecciones de puro republicanismo y recursos retóricos de fácil
recordación, los cuales, ciertamente, semejan los primeros catecismos
políticos americanos. Publicaciones como La Miscelánea, editada en
1826 en Bogotá por Rufino Cuervo, con frecuencia hacían alarde de esta
didáctica liberal que pretendía fabricar ciudadanos modernos al tiempo

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 109


que subrayaba las virtudes del gobierno republicano y señalaba el futuro
promisorio de la nación en oposición al “sombrío” pasado colonial:

ANTES Se creía que la política fuera un arte independiente y aun con-


trario a la moral, y los Grocios, los Hobbes, los Maquiavelos enseñaron a
los gobiernos los medios de engañar, esclavizar y deprimir a los gobernados.
AHORA Que se profesan principios más sanos, se dice, que la política
es el arte de aplicar la moral a la ciencia del gobierno para la felicidad de
los pueblos. Los medios pues que ella emplee para llegar a sus fines no
podrán ser indiferentes, sino precisamente ajustados a los dictámenes de la
recta razón; y si una máxima contraria pudo ser la regla de conducta de un
príncipe ambicioso, ella sería muy escandalosa para servir de texto a un
escritor que se propone rectificar y dirigir la opinión.
ANTES Se pensaba que la autoridad de los reyes y demás potestades
supremas, era inmediatamente comunicada y trasmitida por Dios solo,
sin alguna intervención humana.
AHORA Hasta los niños saben muy bien que toda autoridad es delegada
por el pueblo en quien reside esencialmente, digan lo que quieran los que
pretenden renovar la doctrina del derecho divino.
ANTES Los gérmenes de los conocimientos humanos se hallaban
estancados en unas pocas personas privilegiadas, que se contemplaban
felices en ocultar su saber, viviendo en la obscuridad.
AHORA Una razón superior se disemina por todas las clases de la so-
ciedad, y el sistema de información generalizado, populariza la instrucción
(Núm. 37: 28-V-1826: 148-149).

De esta manera, la esfera pública se constituye en un espacio funda-


mental para que los nuevos ciudadanos articulen sus propuestas políti-
cas, expresen sus anhelos, expectativas e incertidumbres y plasmen sus
concepciones sobre el bien público, la ley y los cambios experimentados
recientemente por la comunidad política —todo ello sin atentar contra
el “buen nombre” de los individuos, la moral y la religión católica y
los principios fundantes de la República representativa—. Sin duda, la

110 I. El nacimiento de la opinión pública


misma condición pedagógica de esta prensa pone en evidencia su carác-
ter normativo, desplegado, en buena medida, en torno al deber ser de la
política, en tanto “arte de aplicar la moral a la ciencia del gobierno para
la felicidad de los pueblos”, como señalaba la cita anterior. Por ello, la
definición normativa de los alcances y límites de la ciudadanía política se
haría en buena medida apelando a la opinión pública. Así, frente a una
ciudadanía imaginada como abstracta y universal, producto de la Ilustra-
ción, la prensa de la época nos remite a los procesos concretos mediante
los cuales los actores políticos la dotaron de significación y sentido. A
manera de ejemplo baste por el momento mencionar el caso expuesto
por El huerfanito bogotano sobre un “escandaloso atentado” ocurrido en
la ciudad, según el cual un joven había sido llevado con engaños a una
casa de familia y allí había sido suspendido en una argolla y azotado por
espacio de cuatro horas. Ante tal acto de “crueldad y barbarie”, calificado
por la publicación como un “atentado contra las leyes” y una “alta ofensa
a la sociedad”, los editores aseguraban:

En esta Ciudad no ha habido un solo individuo que al oir este infame


hecho, no se haya conmovido y se haya llenado de horror, de indigna-
ción y de piedad. Tales actos son raros aun en los países bárbaros, y no
hay tal vez un ejemplo de tan fea barbaridad en un pueblo civilizado. Se
espera que los magistrados hagan respetar las leyes, y la sociedad; que ellas
castiguen tan atroz é infame delito. Que la igualdad ante la ley no sea
una expresión insignificante. Se espera saber si vivimos en un estado de
anarquía, y si es preciso que la naturaleza reclame sus derechos, entonces
tendrá lugar la represalia, el derecho del más astuto, y del más fuerte
(Núm. 8: 28-IV-1826: 32).

La opinión pública se constituía, entonces, en un importante espacio


para dotar de sentido el accionar colectivo —incluso para fundarlo—,
un escenario que permitía la reelaboración continua de las reglas que
habilitaban la participación efectiva en la comunidad política. Se trataba
del tribunal supremo de la opinión pública, que encarnaba la voluntad

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 111


general, y por lo tanto se constituía en fundamento indiscutible de le-
gitimidad —por ejemplo, la censura unánime del crimen anterior hace
inapelable el castigo de los responsables—. Asunto que nos remite a cierta
voluntad de unanimidad que atraviesa esta prensa grancolombiana y que
se hace más fuerte conforme se quiebra cierto consenso de base sobre las
categorías políticas fundantes del cuerpo político debido, entre otras, a
la confrontación regional, cada vez más álgida, entre Caracas y Bogotá.82
Como sostenía el editor de la publicación El Eco de Antioquia:

El público es descontentadizo: á unos parece bien lo que a otros mal; á


estos lisonjea lo que á aquellos hiere: unos creen perjudicial á la Repúbli-
ca lo que a otros parece ser la verdadera libertad y el uso práctico de sus
derechos (Núm. 27: 24-XI-1822: 111).

Justamente, la quiebra de la transparencia de las categorías políticas


convertiría el espacio público en un espacio abierto de confrontación. De
allí que las publicaciones de la época legitimen su puesta en circulación
apelando a la noción de opinión pública en tanto presunto reflejo de la
voluntad general y de la verdad. Según podemos leer en el prospecto de
El Anglo-Colombiano, una publicación caraqueña fundada en 1822 por
el coronel inglés Francis Hall:

La verdad es el Norte de los Editores. Ellos prometen observarla en


la exposición de los hechos, y en la expresión recta y sincera de sus opi-
niones. En ambas cosas están expuestos a equivocaciones, y á errores:
pero ellos no engañaran al Público voluntariamente y de propósito […]
Los Editores fijaran su atención en lo que pueda contribuir a la mejora
y perfección del sistema social […] deseando que este papel sea en lo
posible el órgano de la opinión pública en todas las materias (Núm. 1:
6-IV-1822: 1-2).

  Al respecto véase Bushnell, (1985).


82

112 I. El nacimiento de la opinión pública


Los editores de El Anglo-Colombiano tienen en mente, entonces, una
opinión pública imaginada como portavoz directa de la razón. De esta
manera, cierta confianza en la naturaleza racional de la humanidad le
permitía a esta publicación tomar las banderas de la opinión pública para
exponer ciertas “verdades políticas” como producto de la voluntad gene-
ral —siempre certera y recta—. Aquellos que no podían aprehenderlas
simplemente eran presa de las pasiones políticas, del error:

Como todas las opiniones tienen sus partidarios puede haber personas
republicanas, y patriotas y considerar como un mal la discusión política,
tanto en sí misma, cuanto por ser inoportuna en el presente estado de
la República […No obstante] las verdades políticas, deben ser expuestas
como el Evangelio con mansedumbre, y caridad, y los errores perdonados
recíprocamente por hombres expuestos a errar (Núm. 1: 6-IV-1822: 3).

Ya en 1826 El huerfanito bogotano denunciaba el delirio de la mayoría


de los periódicos colombianos “de presentarse como el verdadero órgano
de la opinión pública” (Núm. 1: 10-III-1826: 2) como una estrategia
recurrente para deslegitimar a los adversarios políticos. Una afirmación
que revela la centralidad de la opinión pública en la configuración de la
política republicana y en la creciente disputa de legitimidad entre las élites
regionales grancolombianas. Por un lado, la prensa debía convertirse en
una especie de oráculo político para los gobernantes, constituirse en un
espacio donde los ciudadanos pudieran materializar su derecho a la crítica
del poder público. Por otro, las autoridades legitimaban su mandato en
la voluntad general encarnada en la opinión pública. Y como afirmaba El
Fósforo de Popayán “esta opinión se manifiesta por los periódicos”, pues
“la pública opinión es el último tribunal en una nación libre”:

Los papeles públicos han venido á ser la primera arma de una nación
y de un partido: ellos solos pueden difundir con rapidez las opiniones; y
dirigidas por manos diestras obran más efectos útiles que muchos millares

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 113


de hombres armados para sostener la justicia (Adición al núm. 26: 24-
VII-1823: s.n.).

Así, la esfera pública pronto se transformaría en un campo de batalla,


pues los periódicos se convertirían en el espacio privilegiado para debatir
sobre los diversos modelos de gobierno y defender los intereses regio-
nales. De allí que buena parte de la discusión se centrara en el punto de
las reformas constitucionales. Amplios sectores de las élites caraqueñas
y ecuatorianas (estas últimas no habían participado en la constituyente
de manera directa) abogaban por un sistema menos centralizado, que les
permitiera un mayor control de los asuntos y recursos locales en contra-
posición a lo decretado en Cúcuta. Los neogranadinos, particularmente
desde la capital, defenderían la centralización del país como una estra-
tegia efectiva de consolidación institucional. De esta manera, la prensa
del momento se constituye —y se piensa a sí misma—, al tiempo que
sanciona o reprueba el statu quo, como un arma efectiva de agitación y
movilización. Publicaciones bogotanas como La Bandera Tricolor salen
a la luz pública con el objetivo explícito de polemizar con periódicos
caraqueños como La Aurora, o los ya extinguidos El Anglo-Colombiano
y El Venezolano, los cuales habían sembrado las “primeras semillas de
la división” al querer revocar la Constitución, corresponde, entonces, a
la verdadera opinión pública guiara los gobernantes en estos debates y
ejercer un sostenido control político para que no se aparten de la senda
constitucional:

Nuestro intento, pues, al escribir este nuevo periódico, es ayudar tam-


bién con nuestra débil voz al sostenimiento de esta Constitución, que es
la garantía de las libertades nacionales y el vínculo de unión y de orden,
sin el cual nuestra patria sería sepultada en un abismo de desgracias (Núm.
1: 16-VII-1826: 1).

Para las publicaciones venezolanas como El Anglo-Colombiano, los


hombres ilustrados eran los encargados de fijar y sostener la opinión

114 I. El nacimiento de la opinión pública


pública, mientras que la prensa, en tanto juez supremo de las acciones
del poder, debía constituirse en un ojo vigilante, constante en la crítica
hacia los posibles excesos del sistema político:

No hay duda que la unanimidad debe ser deseada en todas las materias,
cuando ella nace del convencimiento racional; pero también es cierto que
nada puede ser más pernicioso á la felicidad de un Estado que la aparente
conformidad que resulta de la indiferencia de los ciudadanos respecto de la
forma de gobierno ó de la falta de libertad, é inteligencia para examinarla
[…] ¿Será falta de patriotismo en las circunstancias presentes hablar de
nuestra Constitución, y gobierno? No parece difícil el responder a estas
cuestiones: un gobierno libre gana fuerza por la discusión como la encina
se endurece por el huracán que la conmueve (Núm. 1: 6-IV-1822: 4-5)

Discusiones que en últimas dan cuenta de las posibilidades y de la natu-


raleza de la noción de opinión pública a la que apelan estas publicaciones.
Una opinión pública instrumentalizada en favor de una dinámica política
intolerante, que pronto se vería rebasada por cientos de escritos, libelos
y panfletos cargados de epítetos insultantes y descalificadores. Como
advertía La Miscelánea en su prospecto, después de prometer hacer uso
de un lenguaje moderado, “esperamos de la justicia de nuestros conciu-
dadanos que no se nos ataque con insultos y sarcasmos, por que sobre
ser demasiado prohibidas estas armas, sólo sirven para desnaturalizar las
cuestiones” (Núm. 1: 18-IX-1825: 1).
Así, estos debates de corte constitucional nos revelan que la prensa
grancolombiana, en su esfuerzo por construir una comunidad política
de carácter nacional, ciertamente define pero también presupone la exis-
tencia de ese ciudadano ideal. Y aunque la implementación del proyecto
liberal, que no seguiría una evolución lineal, sería el resultado de las ac-
ciones de una élite criolla, es importante subrayar que este lenguaje tuvo
un eco importante en grupos sociales subalternos. Expedientes enteros
de la época muestran que mulatos y negros en Caracas, Santa Marta y
Cartagena hicieron peticiones constantes para que sus servicios fueran

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 115


reconocidos a través de cartas de ciudadanía. Muchas de esas luchas por
la ciudadanía son retomadas a mitad del siglo XIX por los artesanos y los
liberales radicales y posteriormente, en el siglo XX, por los movimientos
sociales y de mujeres que han cuestionado los límites tradicionales de la
ciudadanía y enriquecido nuestra democracia.

Conclusión
El presente capítulo ha examinado la emergencia del concepto y ejercicio
de la opinión pública en el antiguo territorio de la Nueva Granada, desde
su transformación en el seno de la publicidad de Antiguo Régimen hasta
su constitución como fundamento del régimen republicano durante la
tercera década del siglo XIX. Para ese entonces, el concepto, que había
generado tanta resistencia en el momento de la crisis política, ya no
causaba gran sobresalto aun cuando los dilemas que había enfrentado
seguían estando presentes. En 1839 un impreso anónimo, Los sastres,
intenta definir lo que significaba la palabra periódico. Chepe, el personaje
interpelado, responde con sarcasmo:

Un periódico es un papel impreso que representa a un partido político,


literario o filosófico. Siempre va solapado con el título de imparcialidad,
patriotismo, bien público, verdad y otras palabras y frases, que figuran
como una moneda corriente en este género de industria, sin embargo de
que esté algo gastada con el uso. Después se le bautiza con un nombre
sonoro y significativo porque esta creación es tan importante como lo
fue para don Quijote la de Dulcinea y Rocinante. Unos le llaman Argos,
aunque sea más ciego que un topo; otros Censor, aún cuando el periodista
no tenga juicio y severidad, y el papel sea más bufón que Sganarelle; esotros
Observador, aunque observe menos que los astrónomos de esta Capital
(Reyes Posada, 2000, p. 120).83

  Los sastres, 1839, núm. 2, 15 de noviembre, 1839. Bogotá: Imp. por N. Gómez.
83

Reproducido en Reyes Posada, (2000).

116 I. El nacimiento de la opinión pública


La opinión pública, remataba el impreso, no era más que un vendaval
injurioso en manos de quien detenta los medios y el poder. Y, sin em-
bargo, concluía el impreso, “nosotros por la imprenta debemos aportar
nuestros cortos conocimientos para se le exija la responsabilidad” (Reyes
Posada, 2000, p. 124). Una ambivalencia constitutiva que acompañará
el concepto durante todo el siglo XIX y garantizaría, además de su in-
vocación sostenida por parte de diferentes sectores sociales, su impronta
perdurable en la arena política neogranadina.

Referencias
Almarza Villalobos, Á. R. & Martínez Garnica, R. (Eds.) (2008). Instrucciones
para los diputados del Nuevo Reino de Granada y Venezuela ante la Junta
Central Gubernativa de España y las Indias. Bucaramanga: Universidad
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126 I. El nacimiento de la opinión pública


II. Opinión pública,
Monarquía y República
La opinión del Rey.
Opinión pública y redes de comunicación impresa en
Santafé de Bogotá durante la Reconquista española,
1816-1819

Alexander Chaparro Silva


Universidad Nacional de Colombia

Ha salido de su Trono ácia nosotros con la diadema de su magnificencia.


Grande por cierto en purificar á su heredad y preservarla de la zizaña.
Grande en restituirnos la justicia, la virtud y el orden social.
Grande en fin en la destrucción y ruina de nuestros enemigos
y que nos podamos llamar en adelante el Pueblo feliz, la Ciudad fiel.
(Valenzuela y Moya, 1817, p. 39).

E
l 13 de junio de 1816, día de Corpus Christi, Santafé de Bogotá
—recientemente restaurada al dominio monárquico—, asistiría a
la publicación de un nuevo papel periódico, la Gazeta de Santafé,
Capital del Nuevo Reyno de Granada. La consagración del Cuerpo de Cristo
se convertiría en la oportunidad perfecta —era la fiesta más importante
del calendario religioso virreinal—, para sancionar con grandes ecos la
política editorial del régimen reconquistador y restablecer de manera
oficial el tribunal omnisciente de la opinión pública, siempre unánime
en sus pedidos, contundente en sus determinaciones, transparente en su
carácter de verdad: “bolvieron esos días de gloria y alegría, en que unidos al
derredor del Trono podemos manifestar pública y libremente las efusiones
de nuestro corazón”.1 En efecto, para los realistas, la opinión pública se
constituía en un espacio privilegiado para procurar el triunfo definitivo del
“buen orden” y gobernar de manera efectiva las opiniones neogranadinas;
un artefacto fundamental para construir significados políticos y fijar el

  Gazeta de Santafé, núm. 19: 17-X-1816, pp. 203-204.


1

129
sentido de la palabra pública. ¿Cuáles fueron las condiciones que hicieron
posible esta enunciación monárquica de la opinión pública? ¿Cuáles fueron
sus premisas y consecuencias conceptuales? ¿Cómo podemos entender la
política editorial del régimen reconquistador en Santafé?, son algunas de
las cuestiones fundamentales que orientan este capítulo.
El concepto de opinión pública durante la Reconquista se encontraría
atravesado por múltiples tensiones semánticas. Su aparente identidad verbal
en los impresos monárquicos no conseguiría encubrir su carácter plurívoco
y discontinuo, signado por su reescritura cotidiana. De allí que no me inte-
rese develar su definición “verdadera”, ni situar su especificidad en relación
con modelos idealizados sobre el deber ser de la opinión pública moderna.
Por el contrario, intentaré analizar aquí la intervención de los monárquicos
en la esfera pública neogranadina, sus esfuerzos incesantes por modelar la
opinión, apuntalar el campo de la publicidad impresa en su favor y cons-
truir la opinión pública como espacio de legitimidad política y bandera de
conformidad. Si bien ésta sería orientada a través de diferentes medios —las
escuelas primarias, las ceremonias regias, las funciones de teatro, las liturgias
religiosas, la correspondencia privada y el accionar del Ejército—, me ocuparé
fundamentalmente de los impresos monárquicos, principales espacios de
elaboración conceptual de la opinión pública durante este periodo.
De este modo, he dividido mi exposición en tres momentos. En primer
lugar, analizaré los diferentes giros semánticos y los usos políticos efectivos
del sintagma opinión pública en los impresos regios durante la Reconquista
en Santafé. A renglón seguido revisaré brevemente los modos de circulación
y control de la publicidad impresa a partir de algunos ejemplos puntuales,
los cuales, más allá de su aparente carácter anecdótico, darían cuenta del
profundo pacto de sentido entre los discursos fidelistas, la reconstrucción
de la conformidad monárquica y los usos de la imprenta avalados por el
régimen. En último lugar, presentaré algunas reflexiones generales.2

2
  La perspectiva teórica de este análisis debe mucho a la lectura sostenida de Koselleck,
(1993); Habermas, (1986); Foucault, (1976); Chartier, (1995); Fernández Sebastián,
& Fuentes, (2000, pp. 1-34); Palti, (2007).

130 II. Opinión pública, Monarquía y República


I. Opinión pública y fidelismo monárquico
en Santafé de Bogotá, 1816-1819
El periodo de gobierno fernandino en Santafé marcaría un punto de
inflexión importante en el trasegar conceptual de la opinión pública en
la Nueva Granada. Después de las diferentes proclamaciones de libertad
de imprenta, hechas por los gobiernos provinciales durante la Primera
República (1810-1816), la entrada de las tropas reales en la ciudad, el 6
de mayo de 1816, significaría su retorno parcial a las coordenadas políticas
—y editoriales— del Antiguo Régimen.3 Dos años antes, Fernando VII
había declarado la nulidad de toda la obra constitucional de corte liberal
adelantada en sus dominios y, en consecuencia, la libertad de imprenta
había sido revocada y reemplazada por una “justa libertad” en toda la
Monarquía hispánica. Los vasallos fernandinos ahora podrían “comuni-
car por medio de la imprenta sus ideas y pensamientos, dentro, á saber,
de aquellos límites que la sana razón soberana é independientemente
prescribe á todos para que no degenere en licencia”: “el respeto que se
debe á la religión y al gobierno, y el que los hombres mutuamente deben
guardar entre sí”.4
La nueva política de imprenta decretada por el monarca español inten-
taría garantizar —más allá de una eventual desaceleración de la dinámica
editorial en la ciudad— el monopolio realista sobre la opinión pública,
sobre la palabra impresa. En efecto, los impresos se constituían en una
pieza fundamental del engranaje político reconquistador, eran la voz del
soberano en la Nueva Granada. Representaban su voluntad y la de sus
ministros, permitían el reconocimiento del tipo de autoridad que gober-
naba ahora el Virreinato. Los impresos, al igual que las celebraciones y

3
  Sobre la libertad de imprenta durante la Primera República, véase Loaiza Cano,
(2010, pp. 54-83).
4
  Real Decreto del 4 de mayo de 1814, Gaceta Extraordinaria de Madrid, núm. 70:12-
V-1814:519-520. En la Nueva Granada, este decreto sería publicado en su momento,
entre otros, en El Mensagero de Cartagena de Indias, (Núm. 29:26-VIII-1814:125-6);
(Núm. 30:2-IX-1814:129-131) y la Gaceta Ministerial de Cundinamarca (Núm. 189:
8-IX-1814: 845-847).

La opinión del Rey 131


los retratos reales, se constituían en poderosas formas de “hacer presente”
al monarca restaurado. Como afirmaban las Partidas de Alfonso X, la
“imagen del rey, como su sello en que está su figura, et la señal que trae
otrosi en sus armas, et en su moneda, et en su carta en que se emienta su
nombre, que todas estas cosas deven ser mucho honradas, porque son en su
remembranza do él non está”.5 Según afirmaría el gobernador de Maracaibo,
con motivo de la restauración fernandina en Madrid, “por este medio [los
impresos] pueden curarse las profundas heridas que se causaron en nuestros
corazones por su Real ausencia”.6 Para los monárquicos, gracias a los prodi-
gios de la imprenta, Santafé ya había “experimentado su real clemencia, y las
emanaciones vivificantes que salen del centro de su Grandeza”.7 De esta
manera, los impresos oficiales se encontraban íntimamente relacionados
con funciones concretas de representación del poder regio. No en vano con
alguna frecuencia los papeles del gobierno se encontraban encabezados
por fórmulas tales como “Viva el Rey” o “Viva Fernando Séptimo/Rey de
ambas Españas”, recursos de fácil recordación y lectura instituidos como
demandas de fidelidad personal e integridad territorial. El nombre del
monarca fungiría, entonces, como una expresión del voto “tan unánime,
tan universal, tan constante y por todos rumbos tan extraordinario” de su
pueblo: “vosotros mismos visteis, que el deseo de saber de Fernando, y de
hablar de Fernando hacia que á tropel buscasen las gazetas y otros papeles
públicos aquellos mismos que en lo anterior no habían cuidado de saber
más que lo que pasaba en su casa” (Buenaventura Bestard, 1817, p. 26).
El papel de la opinión pública durante la Reconquista quedaría
signado por el dogma de la supremacía de la soberanía regia. La figura
real descollaría por su importancia en toda la publicidad del periodo.
Las imágenes tradicionales del monarca reaparecerían con fuerza, dotadas

5
  España. Las Siete Partidas del rey don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices an-
tiguos por la Real Academia de la Historia, Tomo II, Partida II, Título XIII, Ley XVIII:
Cómo el pueblo debe honrar al rey de fecho. Madrid: Imprenta Real, 1807, p. 117.
6
  Gazeta de Santafé, núm. 6: 18-VII-1816: 41.
7
  Gazeta de Santafé, (s.n.): 25-VI-1818: 11.

132 II. Opinión pública, Monarquía y República


de una riqueza semántica extraordinaria. Fernando VII era recreado como
“un Rey Católico, un Padre de su Pueblo, una columna de la Religión, un
Manantial de la Justicia, un genio tutelar de la virtud y el buen orden, una
fuente perenne de los bienes públicos; un Fernando VII” (Valenzuela y
Moya, 1817, p. 7). En este sentido, no debe sorprender que los impresos
oficiales se encuentren diseñados con el objetivo primero de abanicar la
soberanía regia, glorificar el nombre de Fernando VII y cultivar la fama
de la Monarquía hispánica —de allí que todo tipo de celebraciones reales,
símbolo por excelencia de la dignitas monárquica, ocuparan un lugar
destacado en las publicaciones locales—. Los impresos se ofrecerían, así,
como espacios excepcionales para cultivar el culto fernandino:

[Tenemos] un Rey formado por Dios, concedido por Dios á los ardientes
votos, amantes sacrificios, y memorables hazañas de sus fieles Vasallos.
FERNANDO como Astro de primera magnitud, derrama benignas in-
fluencias sobre la vasta extensión de su Monarquía. Conociendo que lo
que hace á los Reyes no es tanto la pompa y la magestad como la grande
y suprema virtud, al mismo tiempo que padre, es modelo y exemplar de
sus pueblos. La causa del cielo es la suya… y como ha conseguido por
Dios su gloria y sus Laureles, se sirve de ellos principalmente para ofrecer
a Dios coronas y homenajes, despojándose en su presencia de la misma
grandeza que ha recibido de su mano […].8

Se trataba, entonces, de recuperar el halo trascendente del mandato


real como estrategia para mantener incólume el sistema monárquico
en la Nueva Granada, para fundar de manera irrevocable la “opinión
que todos debemos tener de la paternal bondad que caracteriza á
nuestro Monarca y á sus dignos Ministros”.9 De esta manera, el Rey
español aparecía como una instancia suprema de legitimidad del ré-
gimen. Los impresos oficiales, en tanto fuerza restauradora, autorizaban

  Gazeta de Santafé, (s. n.): 25-VI-1818:10-11.


8

  Gazeta de Santafé, núm. 7: 25-VII-1816: 49.


9

La opinión del Rey 133


su gobierno y modelaban su autoridad: “siempre son nuevas y preciosas
las palabras con que se explican los sentimientos de un Rey tan deseado
á sus Vasallos fieles”.10 La opinión pública se constituía, de este modo, en
un espacio dirigido a producir una completa identificación entre el poder
monárquico y la comunidad política. De allí que los agentes regios se
preocuparan sobremanera por el restablecimiento del control real sobre las
principales imprentas locales con el objetivo de garantizar la circulación
efectiva del “lenguaje paternal” del monarca, de “su voz amable”.11 Así,
desde el mismo desembarco del ejército real en Santa Marta, en julio de
1815, y a lo largo de toda la campaña pacificadora hasta Santafé, Pablo
Morillo haría uso de la llamada imprenta expedicionaria y publicaría,
además de cientos de proclamas, el Boletín del Exército Expedicionario
(1815-1816). Una vez en la capital, mandaría la puesta en circulación
de la Gazeta de Santafé (1816-1817), la cual sería publicada ininterrum-
pidamente por más de un año, y retomaría labores editoriales después,
con el ascenso de Juan de Sámano a la silla virreinal, en junio de 1818,
hasta la toma bolivariana de la ciudad en agosto de 1819.12
Esta última era un agregado editorial de órdenes reales, partes militares
y discursos fidelistas. Para Morillo, el periódico debía perfilarse como un
espacio privilegiado para “rectificar las ideas del público” y sembrar la
“buena opinión y confianza que han de tener las legítimas autoridades”
en el Virreinato.13 De acuerdo con las expectativas señaladas por su editor,
el clérigo santafereño Juan Manuel García Tejada del Castillo, la publi-
cación debía “promover las luces, instruir al publico de los sucesos que
deben llegar a su noticia, propender á que los fieles vasallos suministren

10
  Gazeta de Santafé, núm. 5: 11-VII-1816: 33.
11
  Gazeta de Santafé, núm. 2: 20-VI-1816: 12.
12
  Al respecto, véanse en el portal web de la Biblioteca Luis Ángel Arango las fichas
técnicas y analíticas de estas publicaciones elaboradas por nosotros en el marco del
Programa Nacional de Investigación “Las culturas políticas de la independencia, sus
memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación de
la Universidad Nacional de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011).
13
  Gazeta de Santafé, núm. 1: 13-VI-1816: 4-5).

134 II. Opinión pública, Monarquía y República


proyectos y consejos útiles á beneficio del Reyno, y que se escriban dis-
cursos propios para establecer el buen órden, inculcando sobre todo, el
obsequio y obediencia debida á Nro. Católico Monarca”.14 Así, la Gazeta
de Santafé se constituiría en la principal estrategia editorial del gobierno
real en la Nueva Granada. No obstante, herramienta imprescindible para
la afirmación definitiva de la Corona, sus mismos presupuestos concep-
tuales implicarían un desplazamiento fundamental con respecto a las
coordenadas objetivas del lugar de enunciación de los discursos regios:
los planes del gobierno fernandino de “restablecer las cosas al estado y
orden que tenían anteriormente” se verían profundamente trastocados al
apelar al poder de la Opinión, al situar sus premisas en el vasto terreno
de los argumentos.15
Ciertamente, la noción de opinión pública durante la Reconquista se
constituye en un índice contundente del profundo grado de politización
de la esfera pública neogranadina tras la crisis monárquica y la primera
experiencia republicana. En efecto, en el Antiguo Régimen, la “opinión
pública” no era un referente importante del discurso político toda vez
que los agentes del poder monárquico, en tanto que prolongación de
la potestad soberana, eran los principales autorizados para modelar la
felicidad pública y la prosperidad común; de hecho, las primeras acuña-
ciones del término en la Nueva Granada se registrarían sólo hacia 1809,
una vez abierta la coyuntura de crisis (Ortega, 2011). Según afirmaría el
fraile capuchino Joaquín de Finestrad, “al vasallo no le es facultativo pesar
ni presentar a examen, aun en caso dudoso, la justicia de los preceptos
del Rey. Debe suponer que todas sus órdenes son justas y de la mayor
equidad” (De Finestrad, 2000, pp. 185, 187). Sin embargo, durante la
Reconquista, la opinión pública se convertiría en una realidad política
indispensable para el afianzamiento del gobierno real en el Virreinato.

14
  Gazeta de Santafé, núm. 1: 13-VI-1816: 4-5. Sobre García véase Relación de los
grados literarios, méritos y servicios del Doctor D. Juan Manuel García y Tejada. Archivo
General de Indias. Estado, 19, núm. 122.
15
  Gazeta de Santafé, núm. 20:24-X-1816: 210.

La opinión del Rey 135


En este sentido, las publicaciones de la Primera República —y también
aquellas provenientes de toda la Monarquía hispánica liberal— habían
dejado una huella indeleble en el espacio público local, de allí que los
impresos realistas compartieran muchas de sus formas de conceptualizar
la opinión pública, amén de apelar a recursos retóricos y estrategias di-
dácticas similares.16 De manera inédita, los representantes regios debían,
por un lado, sembrar la “buena opinión y confianza” de la Monarquía
entre sus gobernados y, por otro, responder al dictamen implacable de
esa misma opinión.17 El gobierno real, un mandato trascendente, debía
legitimarse a partir de la opinión, un imperio inmanente, político. Según
escribiría José Santacruz, gobernador de Portobelo, al virrey Sámano: “este
Gobierno, ganado á balazos, me será una carga incomoda si no acierto á
dirigirlo según las ideas de V.E., y si mi conducta en él, no influye para
ganar su opinión, que es el objeto de mis deseos”.18
De esta manera, la opinión pública aparecería en el discurso monárqui-
co como una voz que había que escuchar al tiempo que un tribunal que
había que convencer. Para los principales del régimen, el gobierno local
debía estar sometido al poder de la opinión mediante la publicidad de
sus determinaciones. Según afirmaría el general Pascual Enrile al ministro
de Guerra español, “cuanto el General [Morillo] ordenó y consiguió lo
puso en la Gaceta para que el público se enterase y lo tachase, evitando
el secreto que sólo guardaba para las operaciones militares” (Enrile,
1908, p. 301). La misma exposición pública pondría límite a la eventual

16
  En efecto, los periódicos habían sido proclamados por los republicanos como estrategias
fundamentales para “fijar la opinión” y “reunir las voluntades”. A manera de ejemplo, para
el Diario Político de Santafé, como para otras publicaciones, “sólo ellos pueden inspirar la
unión, calmar los espíritus y tranquilizar las tempestades. Qualquiera otro medio es insufi-
ciente, lento y sospechoso”. Prospecto, Diario Político de Santafé, núm. 1: 27-VIII-1810:1.
17
  Para entender la radical diferencia conceptual entre las políticas editoriales de la
Reconquista y las propias del Antiguo Régimen —las cuales se habían presentado en
la América hispana desde la Revolución francesa como un ejercicio más preventivo que
“afirmativo”— véanse: Silva, (1988); Rosas Lauro, (2006).
18
  Gazeta de Santafé, (s. n.): 15-VI-1819: 382.

136 II. Opinión pública, Monarquía y República


arbitrariedad del régimen —nótese aquí las trazas de cierta desconfianza
de corte liberal frente al poder estatal—. Los papeles oficiales debían
fungir como espacios de transparencia entre el Estado real y sus súbditos.
No se trataría simplemente de la publicación de las determinaciones del
gobierno con el objetivo de informar a los vasallos locales de sus respectivas
obligaciones. Por el contrario, en la voluntad de publicidad del régimen
reconquistador se perfilaría un profundo sentido de justificación ante el
público, una presión sostenida por dar cuenta de los actos del gobierno,
por aclarar ciertas decisiones políticas tomadas en el fragor de la guerra.
Según afirmaría el clérigo García con respecto a la publicación de algunas
cartas interceptadas a los republicanos cerca del Socorro:

Esta correspondencia interceptada se publica de orden Superior y su


publicación debe producir dos provechosos efectos. 1º hacer ver á los buenos
y fieles vasallos amantes de la tranquilidad y del orden, quan menguadas
son las cabezas y miserables los recursos con que pretenden trastornarlo.
2º justificar de antemano el dulce y suave Gobierno, que después de tan
desecha tormenta, gozamos en el dia, en caso que se vea violentado contra
sus sentimientos humanos, á empuñar la vara del rigor y la severidad.19

Este principio de visibilidad, —interesado, estratégico, nunca abso-


luto— entre el gobierno real y sus gobernados se oponía radicalmente al
carácter secreto del ejercicio del poder monárquico imperante durante
el Antiguo Régimen, misterio político denunciado de manera incansable
por las publicaciones republicanas como “uno de los motivos en que le-
gítimamente se fundó nuestra separación política”, un “bárbaro sistema,
que sagazmente habían adoptado para hacer más eterno nuestro oprobio,
y esclavitud, qual era el ocultarnos quanto pasaba”.20 Así, la publicación
sostenida de impresos se constituía en un abierto reconocimiento por
parte de los agentes del poder regio de la necesidad propia de informar,

  Gazeta de Santafé, núm. 48: 8-V-1817: 461.


19

  Década: Miscelánea de Cartagena, Prospecto: 29-IX-1814: 1.


20

La opinión del Rey 137


instruir, disuadir permanentemente al público, para obtener su favor,
su adhesión definitiva: “el que trabaja en un papel público es deudor á
todos”.21 Se trataba, pues, de un esfuerzo denodado por construir cierto
nivel de consenso mediante el recurso a la publicidad de los asuntos internos
de la política monárquica —formulación impensable durante el dominio
colonial—, apelando, al mismo tiempo, a la opinión de los lectores, some-
tiendo a su reflexión nuevos campos de acción política, asunto que sugeriría
que a los monárquicos les preocupaba tanto la anuencia del público como
procurarse la estimación del monarca. De esta manera, los ministros del
Rey, quizá sin calcular de antemano los efectos para el orden monárquico,
erigirían al Público como una instancia de legitimación —y consagración—
simultánea a la de la Corona, profundizando el proceso de politización del
espacio público local. La explicación ofrecida por el gobierno fernandino a
sus súbditos americanos con respecto a la anulación de la Constitución de
Cádiz se constituiría en una de sus manifestaciones más notables: “S.M.
en no admitirla se ha conformado con la opinión general que ha conocido
por sí mismo en el largo viaje que ha precedido á su llegada á la Capital”.22
Los impresos realistas, más allá de sus intereses inmediatos, permiti-
rían la consolidación de una esfera pública, que aunque dependiente del
gobierno, se perfilaría capaz de orientar sus actos y criticar sus mandatos
gracias a la publicidad de sus determinaciones. Entre estas dos legitimidades
superpuestas, el monarca y la opinión pública, pivotaría el ejercicio del
poder político durante la Reconquista, en el marco de una cohabitación
inestable y conflictiva de imágenes y discursos sobre la forma concreta
de organizar el gobierno, legitimar un nuevo dominio político y captar
la adhesión del conjunto de los vasallos neogranadinos. Se trataría, en-
tonces, a través de la propagación de la voz de la verdad, de “satisfacer á
nuestro Soberano, y al público”.23 El gobierno monárquico consolidaría,
de manera definitiva, el ascenso de la opinión pública como espacio de

21
  Gazeta de Santafé, núm. 21: 31-X-1816: 224.
22
  Gazeta de Santafé, núm. 6: 18-VII-1816: 44.
23
  Gazeta de Santafé, núm. 29: 26-XII-1816: 292.

138 II. Opinión pública, Monarquía y República


legitimidad en la Nueva Granada, al tiempo que minaría desde dentro los
cimientos políticos del Antiguo Régimen. La política ocuparía el centro
del espacio público monárquico. El misterio del poder regio, el arcana
imperii, sería convertido en un saber público accesible a todos los súbditos
del monarca. La nueva regla de transparencia entre el gobierno regio y
sus súbditos ocuparía su lugar.
Si bien la opinión pública se constituiría en una realidad política
insoslayable durante la Reconquista, sus usos políticos estarían lejos de
ser sistemáticos en los impresos oficiales. El sintagma opinión pública se
solaparía durante todo este periodo con términos como “voz pública”,
“opinión general”, “espíritu público”, “opinión de los pueblos”, “opi-
nión del Público” e incluso “voluntad general”, los cuales, en términos
generales, fungirían como sus equivalentes estructurales. Asimismo, los
significados del concepto oscilarían entre concepciones de cuño antiguo,
relacionadas con la fama y la honra, y registros de corte más reciente
vinculados con el control del gobierno y el influjo del público sobre las
disposiciones estatales. De esta manera, en los escritos monárquicos, la
opinión pública funcionaría como un contenedor de múltiples y variadas
experiencias, pues, dependiendo del contexto, podía aludir a situaciones
bien disímiles: la fama pública de una persona —o de un ministro regio—
entre las diferentes corporaciones; la fiscalización por parte del público
de los asuntos estatales; la razón de los ilustrados (que no la de los así
llamados filósofos, identificados con la República, caracterizados por la
extravagancia de sus opiniones); los sentimientos compartidos de manera
unánime por el conjunto de la sociedad; la expresión de la tradición y
las costumbres heredadas; y la voluntad del monarca entendida como el
deber ser de la comunidad política.24

24
  Sobre los diferentes sentidos atribuidos a la opinión pública durante la crisis de la
Monarquía hispánica y la formación de los nuevos Estados nacionales en Iberoamé-
rica véanse Guerra & Lempérière, (1998); Fernández Sebastián & Chassin, (2004);
Goldman, (2008).

La opinión del Rey 139


No obstante su plasticidad manifiesta, en esta inédita coyuntura de
restauración monárquica, la opinión pública descansaría sobre una matriz
conceptual fuertemente anclada en la búsqueda de conformidad política.
Debido a la intensa lucha contra los republicanos, el precario equilibrio
de fuerzas del régimen y los temores declarados frente a la división social
y la multiplicación del desgobierno, los realistas enfilarían baterías hacia
la conservación del vínculo político de la Nueva Granada con la Monar-
quía hispánica. A los impresos regios les correspondería, entonces, “unir
á los pueblos en una sólida paz, y sujetar á los hombres, al imperio de la
razón” (Valenzuela y Moya, 1817, p, 23). Su carácter oficial anticiparía
su talante unanimista. En este sentido, la preocupación por “fijar la opi-
nión”, su contenido y sentido, tendería a identificarse con el imperativo
de la fidelidad regia, “porque la fidelidad, es el todo del sistema social:
es la base que sostiene el edificio inmenso de una Monarquía”; “por
la fidelidad se mantiene el orden, se evitan las desgracias, se alejan las
discordias” (Gruesso, 1817, p. 14). En efecto, estos impresos estaban
diseñados para restaurar la unidad moral de la Monarquía hispánica:
“calmar los espíritus, conciliar el amor á un REY tan benéfico como el
Señor Don FERNANDO VII, que nos gobierna, y ganar las voluntades
de todos”.25 Se constituían en un hecho político fundamental: “hoy con
lazos de amor se ve Granada, / sugeta de Fernando al dulce Imperio”.26
Eran principios de legitimidad, espacios para la reconstrucción de un
nosotros, catalizadores de identidades hispánicas.
Ahora bien, si para los realistas la opinión pública se constituía en el
escenario idóneo para sembrar “aquella unión de sentimientos que debe
estrechar á todos los Españoles de América y de Europa alrededor del
Trono de S.M.”,27 resultaba preciso, después del interregno republicano,

25
  España. Real “Indulto 24-I-1817”, (Reimpreso en Cartagena, 18-VI-1817), s. n.,
BN, Fondo Quijano 253 pieza 28. El término unidad moral es tomado de Guerra,
(2000, pp. 149-175).
26
  Gazeta de Santafé, núm. 19: 17-X-1816: 206.
27
  Gazeta de Santafé, núm. 1:13-VI-1816:5.

140 II. Opinión pública, Monarquía y República


redefinir quiénes eran sus verdaderos valedores, sus agentes genuinos. En
este sentido, los monárquicos retomarían dos distinciones fundamentales.
Por un lado, siguiendo el conocido criterio ilustrado, distinguirían entre
opinión pública y opinión popular.28 Para los realistas, el sujeto de la opi-
nión eran los hombres ilustrados, aquellos que tenían las luces necesarias
y la instrucción adecuada para participar plenamente de la esfera pública,
aquellos individuos capaces de hacer uso público de su razón, de legitimar
sus posiciones y emitir sus juicios a partir de un examen cuidadoso sobre
la evidencia, en contraposición a la opinión del pueblo —entendido
como plebe—, siempre sujeto a las pasiones, ofuscado por el entusiasmo
febril de las novedades. La opinión pública era, en primera instancia, un
atributo de los hombres de luces, no un agregado de opiniones particu-
lares de raigambre popular. De allí las frecuentes alusiones de los editores
de los periódicos oficiales a los “sabios y literatos”, a “todas las personas
ilustradas” —apoyo que entonces todo gobierno debía procurarse para
fundar su legitimidad— para “que contribuyan con sus luces y erudición
á los fines señalados”: “cimentar la confianza que en él [el gobierno real]
deben tener los pueblos recientemente libertados del despotismo”.29 Toda
opinión definida como pública debía estar mediada por los sabios del reino,
quienes ayudarían a los neogranadinos a formarse un juicio seguro en ma-
teria política y los prepararían en la ardua labor de discernimiento moral.
Por otro lado, una vez franqueado este primer umbral fundamental, la
opinión pública, siempre certera, sólo podía ser agenciada y detentada por
quienes no se habían “extraviado del sendero de la razón”.30 Así, no todos los

28  Sobre la clásica distinción entre opinión pública y opinión popular véanse: Fer-
nández Sebastián & Capellán de Miguel, (2008, pp. 21-50); Fernández Sebastián,
(2004, pp. 335-398).
29  Gobierno Real de Cartagena de Indias. Prospecto de un periódico que se vá á pu-
blicar en esta ciudad titulado: Gaceta Real de Cartagena de Indias. Cartagena de Indias,
En la Imprenta del Gobierno. Por D. Ramón León del Pozo. Año de 1816, s. n., BN,
Fondo Quijano 29, Pieza 6. Gazeta de Santafé, (Núm. 1:13-VI-1816:7); (Núm. 3:27-
VI-1816:24); (Núm. 18:10-X-1816:164).
30  España, “Real Indulto 24-I-1817”. (Reimpreso en Cartagena, 18-VI-1817) s. n.

La opinión del Rey 141


hombres ilustrados podían reclamarse campeones de la verdadera opinión.
Sus límites negativos se encontraban definidos por el error y la arbitrariedad,
asimilados por los monárquicos a la Revolución y sus corifeos, a “sus falsos
principios, sus opiniones absurdas y tantos otros vicios que tan fácilmente
se les descubren por los hombres sabios” (De Torres y Peña, 1960, p. 69).
En este sentido, los realistas postularían la desnaturalización de la razón de
los republicanos como un principio evidente, incontestable. Condenarían
a sus opositores al imperio del engaño y la simulación, descalificando de
entrada su participación en el espacio público local, convirtiendo, de esta
manera, a los representantes del monarca en los agentes privilegiados de la
opinión pública, hasta tal punto que sólo sería reputada por tal la opinión
sancionada por el gobierno real. Para los realistas, sólo la fidelidad regia, en
tanto mandato divino —y por ello conforme a la naturaleza y la razón—,
hacía “ver las cosas en su verdadero punto de vista”, deshacía “los encantos
y prestigios que nos alucinaban”, autorizaba a los vasallos fernandinos a
fijar la opinión pública entendida como verdad.31
Desde esta perspectiva, la opinión pública era la opinión de un pú-
blico específico, encuadrado en valores racionales y prácticas verticales
de fidelidad. “Fijar la opinión” implicaba, entonces, difundir las dispo-
siciones regias, ilustrar al pueblo y excluir a los “traidores satélites de la
república insurgente de la Nueva Granada” de la esfera pública (Ximénez
de Enciso y Cobos, 1820, p. 119). Los monárquicos pretendían, simul-
táneamente, fabricar y detentar la voz general, servir de medio para la
formación de la opinión y de órgano de expresión de la misma. Según
afirmaría la Gazeta de Santafé con respecto a los escritos regios impresos
durante la Primera República: “¿Por qué se han escondido á la vista del
público estas invitaciones del Soberano y de sus Ministros? La respuesta
es fácil. Porque la voluntad general se hubiera decidido al momento, por
un Padre amoroso y benéfico. Porque se hubieran levantado generalmente
gritos de indignación contra los verdaderos sátrapas y opresores”.32 Así,

  Gazeta de Santafé, núm. 29: 26-XII-1816: 292.


31

  Gazeta de Santafé, núm. 7: 25-VII-1816: 50. (Cursivas en el original).


32

142 II. Opinión pública, Monarquía y República


se trataba de hacer coincidir la opinión pública con la voluntad de po-
der del régimen para establecer la obediencia debida al monarca como
criterio seguro de verdad y fuente última de legitimidad. Una opinión
considerada esencialmente nacional. La voz unánime de la Monarquía
hispánica: “FERNANDO es el blanco de los votos y deseos de toda la
Nación” (Buenaventura Bestard, 1817, p. 26). La única reconocida como
opinión pública: “desapareció ya el espíritu de error, espíritu de vértigo
y ebriedad, y saliendo de las tinieblas de la demencia, debemos tornar á
la luz clara y agradable de la razón, de la justicia y de la verdad”.33
De allí que la opinión pública apareciera en los papeles oficiales
como una postura reflexiva, resultado de un juicio crítico sobre la
evidencia disponible, la pax hispana y la experiencia revolucionaria:
“haced con imparcialidad y sin preocupación un juicio comparativo de
una y otra época”, “el público notará esta circunstancia, y el contraste
que resulta”.34 De esta manera, la opinión pública se constituía en una
voz cualitativamente superior, una voz trascendente cuyas premisas con-
ceptuales —morales— resultaban discernibles con certeza: “en ningún
tiempo como este hemos visto lo que se distingue la verdadera virtud
de la hipocresía, y la sabiduría y buen juicio del fanatismo, la paralogía
y la locura” (Nicolás Valenzuela y Moya, 1817, p. 39). En este sentido,
los monárquicos distinguirían entre opinión pública y opinión política
con el objetivo de garantizar su monopolio definitivo sobre el poder
de la razón. La primera sería identificada con la verdad, en tanto que su
carácter público garantizaba su transparencia y preocupación por el “bien
común” —hasta hacer de éste uno de sus objetos principales—, mientras
que la última sería reputada como mera opinión y en cuanto tal “ni es
cosa cierta, ni se puede saber qual de los dos extremos en que fluctúa es el
honesto, lícito y justo, para poderlo abrazar, sin temor de gravar la conciencia”
(Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, p. 57).35 La opinión política era un

33
  Gazeta de Santafé, núm. 56:3-VII-1817: 534.
34
  Gazeta de Santafé, núm. 4: 4-VII-1816: 26); (Núm.10: 15-VIII-1816: 78).
35
  Cursivas en el original.

La opinión del Rey 143


saber sin certidumbre, dominado por un sentido de error opuesto a la
verdad, a la opinión pública, la cual implicaba formar “primero el juicio
con argumentos, ó razones muy ciertas”. El dictamen definitivo de este
alegado tribunal —expresado de manera elevada en el acto ritual del
juramento monárquico (así como para algunos republicanos las elecciones
eran consideradas la expresión más acabada de la opinión pública)—
era “una verdad, de la qual no se debe dudar, como tampoco de que la
materia sobre que se versa (que es la obediencia, fidelidad y lealtad en
defender los sagrados derechos del soberano) es honesta, lícita y justa, y
por consiguiente no es, ni puede ser una opinión política” (Ximénez de
Enciso y Cobos, 1820, pp. 56-57).36
De esta manera, la opinión pública, “una verdad indubitable apoyada
en la razón”, proveía a la comunidad política de “una regla fixa para
nivelar su conducta” y orientar sus razonamientos (Ximénez de Enciso
y Cobos, 1820, pp. 55, 115). Para los realistas, la sumisión a las potes-
tades legítimas no era una opinión política, “esta es la cantinela de los
revolucionarios para engañar a los pueblos haciéndoles concebir, que
es indiferente abrazar el partido del rey, ó el de los rebeldes” (Ximénez
de Enciso y Cobos, 1820, pp. 54-55). De allí que los papeles realistas
no fueran concebidos como periódicos “partidistas”, como expresiones
de un grupo político particular en su lucha por la conquista del poder
estatal, sino como espacios de conformidad y anuencia. En la opinión
pública, así definida por los realistas, no había espacio para el disenso ni
para la diversidad de intereses, para opiniones políticas críticas del poder
monárquico o de los fundamentos del cuerpo político. Para sí mismos,
los realistas representaban la verdadera opinión pública, racional y auto-
contenida, mientras que los republicanos serían proclamados como los
portavoces de la opinión política, facciosa, tumultuaria y disgregadora.
Ciertamente, dirigirse al Público vindicando la fuerza de la opinión
pública era una de las maneras más eficaces de fijarla.

  Cursivas en el original.
36

144 II. Opinión pública, Monarquía y República


II. Imprenta y redes de comunicación impresa
en Santafé de Bogotá, 1816-1819
Con la Reconquista, los privilegios reales de edición y censura, los
sistemas de permiso previo y licencias necesarias, serían restablecidos
formalmente en la ciudad.37 Ninguna obra podría imprimirse ahora en
Santafé hasta ser leída y avalada por lo menos por una de las principales
instancias del poder virreinal: el examinador de la Mitra (o en su defecto
el titular de la cátedra de teología moral del Colegio de San Bartolomé),
el notario mayor de la ciudad, el fiscal de la Real Audiencia o el virrey
de turno.38 Así, la publicación de impresos se encontraría sujeta a dos
exigencias fundamentales, íntimamente relacionadas con los principios
de legitimidad esgrimidos por el régimen. Por un lado, “como requisito
indispensablemente necesario para la pretendida impresión”, los escritos
debían reconocer la supremacía de la autoridad regia y respetar los princi-
pios fundantes del orden político. Las distintas obras no debían oponerse
de ninguna manera, “al buen Gobierno, á las buenas costumbres, ni á
las Regalías de Su Magestad”; “saldrán á la luz quantos [escritos] se con-
sideren conducentes, como no contengan personalidades ni otros vicios
opuestos á la religión, á las leyes, ni á las buenas costumbres” (De Torres
y Peña, 1817, p. 5); (Gobierno Real de Cartagena de Indias. s.n.). Por
otro lado, sólo serían dados a la imprenta escritos caracterizados por su
sentido manifiesto de utilidad pública. Los impresos debían fungir como
herramientas pedagógicas, difundir los saberes útiles y la fidelidad regia.
La voluntad del régimen era “difundir con prontitud las noticias mas
interesantes, las disposiciones del Superior Gobierno, y Tribunales, que
deban comunicarse. Las ideas, planes, proyectos que puedan contribuyr
para bien de la Capital, y el Reyno entero”; se imprimirían “igualmente

37
  Sobre el esquema de publicidad del Antiguo Régimen véanse: Lempérière, (1998,
pp. 54-79); Guerra, (2002).
38
  A manera de ejemplo, Gutiérrez, (1817, pp. 3-6); De Torres y Peña, (1817, pp. 3-5).

La opinión del Rey 145


Anécdotas curiosas y poco conocidas. Extractos que sirvan á sostener
la buena moral, y otras variedades literarias que deleitando enseñen”.39
Para los monárquicos, la esfera pública debía coincidir con la esfera
oficial: todos los impresos debían estar sometidos a la tutela exclusiva del
gobierno.40 En efecto, el 25 de abril de 1815, Fernando VII prohibiría la
impresión y circulación, “dentro y fuera de la corte”, de todos los perió-
dicos no oficiales debido al ostensible “menoscabo del prudente uso que
debe hacerse de la imprenta” registrado en toda la Monarquía hispánica.41
La censura previa sería mantenida incluso para los papeles públicos del
gobierno. En la Nueva Granada, en diferentes momentos, Morillo y
los virreyes Montalvo y Sámano actuarían como únicos censores de las
gacetas regias y tendrían el privilegio de orientar de manera estratégica
sus contenidos.42 La publicidad de la verdadera opinión pública, atributo
exclusivo del gobierno, se constituía, entonces, en manifestación de la
verdadera libertad, entendida como el imperio de la ley, el reconocimiento
de los privilegios reales y el respeto absoluto a las “barreras y términos
que había establecido la sabiduría de nuestros padres”. 43 Las mismas
publicaciones oficiales, expresiones de la majestad monárquica, eran un
“emblema nada equívoco del regocijo y placer conque se ven restaurados

39
  Gazeta de Santafé, (s. n.) 25-VI-1818: 13.
40
  No obstante que durante la Reconquista los impresos estarían sometidos a la iniciativa
y el control del gobierno real, las acciones de particulares, siempre que respetaran los proto-
colos establecidos, serían bienvenidas. La imprenta del régimen en Santafé, única disponible
oficialmente en la ciudad, no sólo estamparía escritos gubernamentales. Por ejemplo, la
impresión del discurso fidelista del clérigo Valenzuela sería promovida y financiada por los
curas franciscanos. A su vez, diferentes novenarios religiosos serían publicados “a devoción”
de sujetos piadosos, quienes debían gestionar personalmente ante las autoridades correspon-
dientes las licencias necesarias para su impresión, además de asumir enteramente los costos
económicos derivados. (Valenzuela y Moya, 1817, p. 39); (De Torres y Peña, 1817, p. 5).
41
  Real Decreto del 25 de abril de 1815, Gaceta de Madrid, núm. 51: 27-IV-1815: 438.
42
  Gazeta de Santafé, (Núm. 1:13-VI-1816: 5); (s.n.: 25-VI-1818: 13). Gobierno Real
de Cartagena de Indias. (s. n).
43
  Gazeta de Santafé, (Núm. 28:19-XII-1816: 281). Sobre el concepto de libertad en
el Antiguo Régimen véase Chacón Delgado, (2011, pp. 45-68).

146 II. Opinión pública, Monarquía y República


sus habitantes a su antigua libertad”, pruebas irrefutables del retorno
del buen orden, de “aquella sólida Libertad que conocieron los sabios,
nibelada por la razón”, gracias a la cual, “el caos se disipa, la serenidad se
restituye: toman las cosas su proprio nivel y curso conveniente”.44
De esta manera, la “satisfacción de publicar libremente monumentos
tan preciosos” se oponía radicalmente a la libertad de imprenta procla-
mada por los republicanos años atrás, una libertad “subversiva, sediciosa
y destructora del orden público”, diseñada para “destruir la Monarquía
Española” y “como espumosas olas de un mar tempestuoso, derramar la
confusión y el desorden”.45 Para los realistas, se trataba de una libertad
despojada de sus atributos fundamentales. El imperio del libertinaje y la
arbitrariedad: “se le imprimían al Pueblo las ideas de un total desprecio
de los ministros y leyes eclesiásticas [y] las censuras eran reputadas como
los fuegos fatuos de los cementerios” (Valenzuela y Moya, 1817, p. 14),
(De Torres y Peña, 1960, p. 71). El triunfo de la opinión inconstante,
“efecto preciso, y legitima consequencia de toda revolución, para que con
la diversidad de opiniones, y división de partidos se encienda el fuego
de la guerra civil” (De León, 1816, p. 57). Para los realistas era preciso,
por tanto, restaurar la unidad perdida, restituir su imperio a la verdadera
opinión e impedir, nuevamente, su pluralización sin control.
De allí la importancia de garantizar la circulación efectiva de los impresos
monárquicos. Los realistas lucharían con todas las armas de la publicidad
impresa para reeducar a los neogranadinos en la fidelidad regia. Por un
lado, pequeños impresos: bandos, decretos, proclamas, partes de guerra
e indultos. Por otro, impresos de gran formato, periódicos, sermones y
manifiestos. Todos trascenderían los círculos estrechos y restringidos del
taller de impresión y el despacho virreinal para instalarse como signos
colectivos en diferentes espacios públicos. De este modo, la omnipresencia

44
  Boletín del Exército Expedicionario, (Núm. 28:31-V-1816:s. n.); Valenzuela y Moya,
(1817, p. 24); Gazeta de Santafé, (Núm. 28:19-XII-1816: 281).
45
  Gazeta de Santafé, (Núm. 7: 25-VII-1816: 50); (Núm. 28:19-XII-1816: 281).
Cursivas en el original.

La opinión del Rey 147


en estos impresos de términos como “publicar”, “comunicar”, “pregonar”,
“leer”, “fijar” o “circular”, daría cuenta no sólo del dinamismo de la es-
fera pública local, sino de la profunda articulación entre las diferentes
modalidades impresas, orales y manuscritas de comunicación durante la
Reconquista; estrategia privilegiada para, por un lado, garantizar que la
información llegara a todos los sectores sociales y, por otro, hacerle frente
al analfabetismo imperante en el Virreinato.46
Así, con frecuencia, los pequeños impresos debían circular primero entre las
diferentes instancias oficiales, en “todas las corporaciones Políticas, Militares
y Eclesiásticas, para los fines que en ellos se previenen”.47 A renglón seguido,
eran fijados en las plazas públicas y en las principales esquinas de la ciudad
mientras que, de manera simultánea, eran divulgados públicamente a través
del pregonero oficial: “para que llegue á noticia de todos y que nadie alegue
ignorancia, que le egsima del debido cumplimiento, publíquese y fíxese
con las formalidades correspondientes y en los parages acostumbrados”.48
Según afirmaría la Gazeta de Santafé con respecto a un acuerdo expedido
por la Real Audiencia: “el respetable, político y sabio acuerdo anterior,
se halla ya fixado en todas las escribanías y oficinas públicas de la Capi-
tal, y todos quantos se acercan á leerle, bendicen á Dios que inspira los
sanos consejos á los Reyes y Magistrados”.49 En algunas oportunidades,
la misma proclamación de estos impresos se constituía en un evento so-
lemne, en una muestra indisputable de regocijo monárquico, de la alegría
del vasallaje. Así, con razón de la publicación en la ciudad del indulto
general expedido en enero de 1817: “salió a dicho bando la música con
toda la compañía de Granaderos, á caballo, el Alguacil mayor, un recetor
y un Escribano de cámara Dr. Aguilar, que fue el que pregonó el bando”

46
  Para comprender las profundas articulaciones entre lo oral, lo escrito y lo impreso,
véanse: Darnton, (2003, pp. 371-429); Silva, (2003, pp. 1-50).
47
  Gazeta de Santafé, núm. 6:18-VII-1816: 45.
48
  Francisco Warleta, Bando (Barbosa, Antioquia, 5-IV-1816). BN, Fondo Pineda
852, Pieza. 8.
49
  Gazeta de Santafé, núm. 45:17-IV-1817: 436.

148 II. Opinión pública, Monarquía y República


(Caballero, 1990, p. 235). En todo caso, para las autoridades, los bandos
y avisos regios debían trascender con mucho las calles capitalinas. Los
habitantes de los campos también debían ser informados adecuadamente:
“las Justicias territoriales, cuidarán de que este [reglamento de Policía] se
publique en los días festivos, para que llegué á noticia de todos haciendo
entender á los que habiten los campos, y en sus haciendas, que también
son comprehendidos en los artículos que van expresados”.50
Sin duda, la estrategia de circulación de los impresos regios hacía parte
fundamental de la esmerada filigrana de poder diseñada por el régimen.
Con frecuencia, estos preveían de manera cuidadosa sus formas de pu-
blicidad, estipulando, en la mayoría de los casos, su lectura colectiva. Su
oportuna publicación era tan importante como su contenido. Así, un
bando decretado por Morillo establecía explícitamente: “mando a los Xefes
de los Cuerpos, comuniquen desde luego en ellos con toda solemnidad
esta mi resolución, repitiendo su lectura con freqüencia aun á los que
se hallen en los Hospitales, para que no aleguen ignorancia, y recaiga
justamente en los infractores”.51 En algunos casos, estos impresos debían
ser comunicados de oficio a todo el Virreinato; incluso eran reimpresos
en pequeñas imprentas portátiles en otras Provincias.52 En este sentido,
uno de los objetivos más acuciantes del esquema de publicidad impresa
del régimen era conseguir introducirse en las zonas enemigas para hacer
circular sus escritos entre sus principales contradictores. Los republicanos

50
  Pablo Morillo, “Don Pablo Morillo, Teniente general de los reales exércitos, general en
gefe del exército expedicionario pacificador de esta costa firme por el Rey Nro. señor Don
Fernando VII, que Dios guarde”. (Santafé, Por Juan Rodríguez Molano, 6-VI-1816).
BN, Fondo Quijano 253, Pieza 11.
51
  Pablo Morillo, Bando del Exército Expedicionario. (Cuartel General de Cumaná,
2-V-1815, Reimpreso en Santafé 17-VI-1818). Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de
Libros Raros y Manuscritos, Signatura 12780. Miscelánea. 1505, Pieza 109.
52
  Pablo Morillo, El Excelentísimo Señor General en Xefe del Exército Expedicionario, Don
Pablo Morillo desde su Quartel General de Valencia, participa á este Superior Gobierno las
noticias siguientes. (Impreso en Santafé de Bogotá en la Imprenta del Gobierno; y reim-
preso en Popayán de orden superior. Año de 1818). BN, Fondo Pineda 262, Pieza 18.

La opinión del Rey 149


debían ser desmoralizados, hollados en sus intenciones. Los impresos
regios debían buscar su retorno al seno de la Monarquía. El citado indulto
general debía publicarse “con particular encargo á los Xefes militares más
inmediatos, á los puntos en que haya insurgentes, ó prófugos para que le
hagan trascendental á la mayor brevedad, á los que pueda interesarles; de
comunicarse del modo posible para que llegue á noticia de los emigrados
en Colonias extrangeras; y darse pronta cuenta con testimonio á S.M.”.53
En el caso de las publicaciones periódicas, si bien es probable que la
prensa local no se constituyera en la principal fuente de información
durante la Reconquista (Earle, 1997, p. 173), es necesario subrayar que
los mismos realistas consideraban los papeles públicos como la forma de
comunicación “más eficaz” para “hacer trascendental al público” las disposi-
ciones del régimen.54 Así, el bando de institución del Consejo de Purificación
no sólo sería publicado en diferentes puntos de la capital y de las provincias
andinas sino que por disposición de Morillo sería insertado en la Gazeta de
Santafé “á fin de que llegue noticia de todos”.55 En efecto, en los listados
suministrados por la publicación durante su primer año de circulación
se contabilizan cerca de 170 suscriptores en toda la geografía virreinal
—entre agentes regios, militares, comerciantes, hacendados, gremios,
villas, parroquias y órdenes religiosas—, una cifra nada desdeñable para
la situación de guerra y crisis económica que atravesaba el Virreinato y
que sugeriría, para la época, un círculo de lectores relativamente amplio,
cuyos límites, por un lado, rebasarían los sectores ilustrados —en ciertas
oportunidades estos papeles periódicos serían leídos públicamente entre

53
  España. Indulto General (Madrid, 25-I-1817, reimpreso en Cartagena 18-VI-1817).
BN, Fondo Quijano 253, Pieza 28.
54
  Gazeta de Santafé, núm. 35:6-II-1817: 339.
55
  Gazeta de Santafé, núm. 2: 20-VI-1816: 11. Antonio María Casano. Don Antonio
María Casano, Coronel de los Reales Exércitos, Comandante General interino de Artillería
en el expedicionario, Gobernador Militar y Político de esta Ciudad, y su partido. (Santafé,
Imprenta del Gobierno Por Nicomedes Lora, 15-VI-1816). Biblioteca Luis Ángel Aran-
go, Sala de Libros Raros y Manuscritos, Signatura 12780. Miscelánea. 1505, Pieza 106.

150 II. Opinión pública, Monarquía y República


las tropas y algunos lugareños—,56 y por otro, trascenderían la órbita
realista —algunos de sus pasajes serían ampliamente comentados en las
publicaciones republicanas del momento—.57
Adicionalmente, conviene destacar que los papeles neogranadinos
no eran los únicos que circulaban en la ciudad con el aval del gobierno.
Los periódicos fidelistas provenientes de toda la Monarquía hispánica,
particularmente la Gazeta de Madrid y la Gazeta de Caracas, eran leídos
asiduamente en Santafé. En algunas oportunidades el editor de la ga-
ceta santafereña se excusaría por publicar algunos discursos aparecidos
previamente en la publicación caraqueña, mientras que en otras ocasio-
nes simplemente referenciaría su nombre sin dar mayor cuenta de su
contenido, obviando su reimpresión, dando a entender, de esta manera,
que se trataba de información ya conocida por el público local gracias al
periódico venezolano.58 Asimismo, el gobierno autorizaría la circulación,
por lo menos entre ciertos miembros de las élites, de algunos periódicos
provenientes de la Corona británica, particularmente de Jamaica, cuyos
extractos serían traducidos y publicados en las gacetas oficiales, 59 así
como también se reimprimirían partes de guerra, sermones y pastorales
provenientes de otras regiones americanas (Buenaventura Bestard, 1817).
En este punto, es preciso mencionar rápidamente la importancia de
la correspondencia en los circuitos de información impresa. Las cartas
seguían siendo fundamentales para garantizar el “buen gobierno” de
la Nueva Granada y el éxito de las armas del Rey. La magnitud de la
correspondencia entre Morillo y las autoridades regias en la Península y
en América se constituye tan sólo uno de los ejemplos más significativos

56
  Pablo Morillo, “Morillo al general Calzada. Cuartel general de Mompox, 29 de
febrero de 1816”. El teniente, Tomo III, pp. 30-32.
57
  Al respecto, véase en la introducción de esta obra el apartado correspondiente a las
guerras de Independencia y las publicaciones bolivarianas.
58 
Gazeta de Santafé, (Núm. 36:13-II-1817: 361); (Núm. 36:13-II-1817: 45).
59
  Entre los periódicos citados se destacan la Gazeta Real de Jamaica, The Courier y
Chronicle de Kingston. Al respecto véanse, Gazeta de Santafé, (Núm. 36:13-II-1817:
367-368); (s.n.: 5-VIII-1818: 41-45); (s.n.: 25-VII-1818: 378-35-36).

La opinión del Rey 151


al respecto (Rodríguez Villa, 1908). De allí los constantes esfuerzos del
régimen por abrir, reparar y mantener los caminos virreinales, cuyo buen
estado era considerado “indispensable para facilitar las comunicaciones”.60
La correspondencia del régimen se encontraría cargada de alusiones a las
fuentes impresas y a los modos y circuitos de información locales. Con
frecuencia, los mismos impresos se adjuntaban en las comunicaciones
epistolares con diferentes motivos: solicitar su difusión pública en las
tropas, las provincias y “lo más internado del Reino” para “desengañar”
a los pueblos;61 como “prueba” de verdad sobre la iniquidad de los re-
publicanos y la justeza de los monárquicos, pues “en aquellos papeles se
verá el espíritu, las ideas y la marcha de la rebelión, cosa imposible de
conocer, no estando aquí, sino por aquel medio”;62 y para comunicar
de manera oficial a los republicanos las intenciones de Fernando VII
(Enrile, 1908, p. 299). Asimismo, las cartas se convertirían en artefactos
retóricos fundamentales en la elaboración del discurso impreso. La gaceta
oficial publicaría cartas particulares de sujetos “de crédito y autoridad”
para informar al público de los sucesos recientes en otros puntos del
Virreinato;63 insertaría, además de cierta correspondencia oficial, aquella
interceptada a los insurgentes durante diferentes escaramuzas militares,64
y comunicaciones cruzadas entre los principales del régimen y algunos
republicanos.65 Según Morillo, sólo “por la influencia que puede tener
una conducta semejante de parte de ellos y la generosa de parte de los

60
  Pablo Morillo, Morillo al general Calzada, p. 31.
61
  Pablo Morillo, Morillo al general Calzada, pp. 30-32.
62
  Pablo Morillo, Morillo al Ministro de la Guerra. Reservado. Cuartel general de Santafé,
31 de agosto de 1816. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo III, pp. 197-198).
63
  Gazeta de Santafé, (Núm. 46:24-IV-1817: 442); (s. n.: 5-VII-1818: 22).
64
  Gazeta de Santafé, (Núm. 48: 8-V-1817: 455-461).
65
  Destacándose entre éstas la correspondencia entre Morillo y José Fernández Madrid,
presidente de la Provincias Unidas. Gazeta de Santafé, (Núm. 10:15-VIII-1816:78-81);
(Núm. 11:22-VIII-1816:92-94); (Núm. 12:29-VIII-1816:102-104); (Núm. 13:5-IX-
1816:111); (Núm. 15:19-IX-1816:126); (Núm. 17:3-X-1816:155-156); (Núm. 19:17-
X-1816: 196-199); (Núm. 21:31-X-1816: 217-218); (Núm. 22:7-XI-1816: 230-231).

152 II. Opinión pública, Monarquía y República


jefes de S.M., he publicado en gaceta todas las cartas que mediaron y las
que se les interceptaron”.66
No obstante, es importante tener en cuenta que este ideal unitario
de la opinión pública realista, garantizado con relativo éxito en Santafé
gracias al completo control de las imprentas locales por parte de las au-
toridades, se encontraba permanentemente amenazado por las opiniones
disidentes —impresas, orales, manuscritas— que no lograba integrar en
su seno, que intentaban hacer frente a las restricciones de información
provenientes de la oficialidad y atentaban de manera directa contra su
hegemonía en la esfera pública. Ciertamente, en este contexto de guerra
imperante, el espacio de conformidad regia deseado por el régimen requería
como condición de posibilidad un estricto control sobre los medios y los
circuitos de comunicación locales. El consenso y la persuasión no eran
armas suficientes para la fijación definitiva de la opinión pública. De
allí el carácter policivo de algunas medidas emprendidas por el régimen
en nombre de la “seguridad del orden político”: la vigilancia militar de
costas, puertos, ríos, caminos, centros de correo y hospedajes; el control
de las autoridades locales sobre los habitantes de la ciudad, las casas, los
diferentes barrios y los viajeros, instaurando, en otras medidas, pasaportes
interiores y licencias militares; la recolección de “todas las proclamas,
boletines, libros, Constituciones, y todo género de escritos impresos por
los rebeldes y publicados con su permiso”; y la persecución y aprehensión
de “todos aquellos que traten de seducir, corromper, y alarmar los lugares
en contra de los derechos del Rey”.67
En efecto, se trataba de un espacio público receloso, intolerante, signado
por la búsqueda afanosa de unanimidad política. Para los realistas, una
de las formas más efectivas para conseguir esta última, era la exclusión de

66
  Pablo Morillo, “Morillo al Ministro de la Guerra. Cuartel general de Santafé, 12 de
noviembre de 1816”. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo III, pp. 247-248).
67
  Pablo Morillo, Don Pablo Morillo, Teniente general de los reales exércitos, general en
gefe del exército expedicionario pacificador de esta costa firme por el Rey Nro. señor Don
Fernando VII, que Dios guarde. (Santafé, Por Juan Rodríguez Molano, 6-VI-1816). BN,
Fondo Quijano 253, Pieza 11.

La opinión del Rey 153


facto de sus principales contradictores, de sus escritos, de su memoria —a
través de su eliminación física, su detención temporal o su destierro del
reino—. En este sentido, los tribunales de justicia establecidos durante
la Reconquista, particularmente el Consejo Permanente de Guerra y el
Consejo de Purificación, intentarían garantizar el triunfo de la “buena
opinión”.68 Asimismo, la Inquisición contribuiría ampliamente en la per-
secución del ideario republicano en la Nueva Granada. En la Península,
el Santo Oficio había sido restablecido por Fernando VII el 21 de julio
de 1814 —y restituidos sus privilegios para la “censura y prohibición de
libros”—, con el objetivo de hacer frente a ciertas “opiniones perniciosas”
y, de esta manera, preservar a los españoles de “disensiones intestinas, y
mantenerlos en sosiego y tranquilidad”.69 En consecuencia, los inquisidores
locales declararían una cruzada impresa contra los “enemigos de la Santa
Fe”, y procederían a la quema sistemática de “muchas obras extrangeras,
abominables en materia de Religión y de Estado (que se habían intro-
ducido á favor del pasado desorden) y de infinitos papeluchos, y libretes
escandalosos que hormigueaban por todas partes”.70
Así, el régimen intentaría controlar la propagación de la opinión fabri-
cada fuera del círculo monárquico. En este sentido, resultaba imperativo
contravenir también los rumores callejeros, la información extraoficial y las
habladurías populares, “más en un Pueblo central, donde las noticias llegan

68
  Así, entre los pocos fusilamientos registrados por la Gazeta de Santafé se encontraría
el del criollo Frutos Joaquín Gutiérrez, condenado a la pena capital por traición. Por
determinación del régimen, todos sus escritos, así como su retrato de colegial, serían
quemados públicamente y “mientras se hizo este sacrificio tocaron las campanas á
descomunión”. Gazeta de Santafé, (núm. 22:7-XI-1816: 235). (Caballero, 1990, p.
222). En la actualidad no existe un estudio histórico sistemático sobre el accionar de
estos tribunales en Santafé. Para algunos apuntes puede verse, Restrepo, (1969, pp.
133-187); Groot, (1953, pp. 487-533); Díaz Díaz, (1965, pp. 93-129); Quintero
Saravia, (2005, pp. 296-337).
69
  Real Decreto del 21 de julio de 1814, Suplemento a la Gaceta de Madrid, núm.
102: 23-VII-1814: 839-840).
70
  Al respecto véase Gazeta de Santafé, (Núm. 28:19-XII-1816: 281); (s. n.:25-
VIII-1818:55-56); (s. n.:5-IX-1818: 63-64).

154 II. Opinión pública, Monarquía y República


tarde, y son sabidas antes de darse a la imprenta”.71 Era necesario movilizar la
opinión pública contra las opiniones políticas, afrentas directas a la soberanía
del monarca, al carácter trascendente de su mandato. La legitimidad del
gobierno fernandino no era opinable: “se castigará con arreglo á la ley á toda
persona de qualquier clase y estado que sea, que se le oigan conversaciones
del antiguo gobierno [o] cuestiones con otros sobre si fue más adicto á aquel
que al presente” (Warleta, s. n.). En todo caso, las fisuras eran evidentes para
los mismos monárquicos: “el espíritu de novelería cunde por todas partes”,
“se hallan entre nosotros vagabundos, y mal intencionados que se complacen
fraguando y difundiendo quanto sueñan, ó les dicta su alborotada fantasía”.72
De allí la sentida prédica de los religiosos realistas: “acreditad vuestra fide-
lidad en el púlpito: acreditadla en el confesionario: acreditadla en vuestras
conversaciones familiares aun las mas confidenciales: acreditadla en vuestras
cartas: y los que tienen luces para ello, acredítenla también en sus escritos é
impresos” (Buenaventura Bestard, 1817, pp. 43-44).
No debe sorprender, entonces, que los impresos regios fueran conce-
bidos como estrategias políticas capaces de competir con otras formas de
publicidad oral más extendidas y eficaces —con frecuencia asociadas a la
subversión del orden y la perturbación de la tranquilidad pública—. Hasta
cierto punto, la esfera pública agenciada por las publicaciones oficiales
se construiría en oposición a los valores asociados a los rumores, “resor-
tes de que comúnmente se valen los agitadores para llegar a sus fines”,
“armas bien miserables y propias de los que viven sobre el engaño de los
Pueblos”. El poder de la imprenta era el poder de la opinión en tanto
verdad. El “General en Xefe [Morillo], constante en su principio de no dar
al público sino lo seguro, no ha permitido se publique cosa alguna hasta
tenerlo de Oficio”.73 Así, ante los constantes rumores fabricados por los
desafectos al régimen, los realistas esgrimirían la información consignada

71
  Gazeta de Santafé, (s.n.): 25-VI-1818: 13.
72
  Gazeta de Santafé, núm. 59:24-VII-1817: 602.
73
  Gazeta de Santafé, núm. 3:27-VI-1816:17. Boletín del Exército Expedicionario, (Núm.
1: 22-VIII-1815: s. n.); (Núm. 36:14-IX-1816: s. n.).

La opinión del Rey 155


en sus impresos, ventanas transparentes a los sucesos de la Monarquía,
repositorios de la evidencia: “Os han repetido que las leyes del Rey eran
tiránicas, que os prohibía el comercio, la industria y la agricultura. Creo
que estaréis ya convencidos de que es todo lo contrario, y en las gazeta
del Gobierno lo habéis visto con más extensión”.74
Para los realistas, los rumores se constituían en la expresión acabada
de la política facciosa, de sus intereses particulares, de sus esfuerzos por
incrementar la incertidumbre política y erosionar la legitimidad del
régimen. Eran la principal herramienta de los republicanos en su guerra
contra la Monarquía. De allí los constantes esfuerzos del gobierno real
por denunciarlos y hacer una lectura dirigida de su contenido. En no
pocas oportunidades Morillo emplearía sus proclamas exclusivamente
para persuadir a los neogranadinos del carácter falso de la información
que circulaba en contra de las autoridades monárquicas, denunciar su
impronta republicana y fijar la versión verdadera de los hechos, “son em-
bustes y disparates tan extravagantes y groseros, que lejos de ocultarlos he
mandado se publiquen y corran por todo el virreinato, y os aseguro que
en todo ello no hay una palabra de verdad”.75 La política republicana, al
igual que la Revolución, solo existían “en el papel para engañar y conducir
al precipicio á los incautos habitantes de la América”:

Desengáñense los fabricantes de nuevos sistemas políticos, del todo


contrarios al bien común, a la venerable antigüedad, a la opinión de los
verdaderos sabios y á los testimonios de la historia: toda la América queda
bien advertida de que quando se dice que en las repúblicas de nuevo cuño
pueden todos figurar, esto se entiende solo por los intrigantes y facciosos.76

74
  Pablo Morillo, “Habitantes de la Nueva Granada”. (Santafé: Imprenta del Gobierno
Por Nicomedes Lora, 15-XI-1816). Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros
y Manuscritos, Signatura 12780. Miscelánea. 1505, Pieza 108.
75
  Pablo Morillo, Morillo á los habitantes de las provincias de Popayán y Chocó.
Cuartel General de Santafé de Bogotá, 1 de junio de 1816. En Rodríguez Villa, (1908,
Tomo III, pp. 55-63).
76
  Gazeta de Santafé, núm. 21:31-X-1816: 219.

156 II. Opinión pública, Monarquía y República


La República era el gobierno de los intrigantes y facciosos, de los fa-
bricantes de la opinión política. Los monárquicos, adornados ahora con
el título de Público, eran los portavoces del bien común, la tradición y
la evidencia. La verdadera opinión pública.

III. Reflexiones finales


Acostumbrados, como estamos, a relacionar el surgimiento de la opi-
nión pública en la Nueva Granada y en toda la América hispánica con
la crisis política de la Monarquía borbónica, las Revoluciones atlánticas
y la posterior formación de regímenes liberales en la región, sorprende
la rapidez inusitada con que el argumento de “fijar la opinión” pasaría
de manos de los revolucionarios a los monárquicos locales durante
las guerras de Independencia. Las diferentes apelaciones a la opinión
pública por parte de los realistas, en tanto motivo retórico, pueden ser
leídas como una dimensión específica del discurso político diseñada para
legitimar el orden monárquico. Una nueva autoridad ritual interesada,
a través de la invocación del Público, en la multiplicación de los efectos
políticos de la publicidad impresa. No obstante, aunque por lo general
afirmaría su respeto por la dignidad monárquica y aceptaría la validez
de las antiguas maneras de entender el ejercicio del poder político, los
mismos presupuestos de esta publicidad negarían los cimientos políticos
del orden tradicional —que supuestamente debían reforzar—. La opi-
nión del Rey, de sus representantes, de sus fieles vasallos, daría cuenta
de una tensión conceptual irresoluble, irreconciliable con los intentos
del gobierno real por regresar a la lógica del vasallo propia del Antiguo
Régimen en la Nueva Granada. Impotente para prohibir el debate, el
régimen reconquistador se vería obligado a entrar en la ardua batalla
—una tenaz pugna de sentido— por erigirse en el portavoz exclusivo
de la opinión pública y, a su vez, respaldar sus determinaciones con la
sanción del omnisciente tribunal, operando, de esta manera, una dismi-
nución efectiva de la figura del monarca como principio incontestable
de legitimidad. La opinión pública, una entidad colectiva y anónima,
sería ahora más soberana que el soberano.

La opinión del Rey 157


Finalmente, en noviembre de 1820, los gobiernos de España y Colom-
bia firmarían los Tratados de Trujillo, los cuales establecían la suspensión
de hostilidades militares por seis meses y la observación por parte de los
ejércitos en disputa de protocolos conformes a “las leyes de las naciones
cultas” para desarrollar la guerra. Sin embargo, más allá de los aspectos
militares, conviene subrayar las explicaciones formales que ofrecerían las
partes en disputa como presunto origen de las confrontaciones armadas.
De manera contundente, la opinión aparecería como la única referencia
causal: “originándose esta guerra de la diferencia de opiniones”.77 En
efecto, la guerra de Independencia también era una guerra de opinión,
una guerra por erigirse en el sujeto de la opinión pública, exclusivo titular
de la razón, de la verdad. Si en un primer momento los monárquicos
aparecerían como sus apoderados genuinos, con el transcurrir del tiempo,
el aumento de las derrotas realistas y el creciente desgobierno, los republi-
canos conseguirían inclinar la balanza de la opinión pública en su favor.
“La fuerza irresistible de la opinión de los pueblos” se había decidido por
la Independencia: “ellos no quieren ser españoles”, “así lo han sostenido
sin desmentir jamás su opinión en ninguna circunstancia ni vicisitud de
la Península”.78 De esta manera, los Tratados de Trujillo reconocerían el
triunfo formal del “Reino de la Opinión”, la entronización del Público
como nuevo titular de la política y la pérdida del único referente de
legitimidad trascendente en la política neogranadina, la figura real. La
opinión del Rey, por obra del discurso político, se había convertido en
una opinión política.

77 
Sobre los Tratados de Trujillo véanse Quintero Saravia, (2005, pp. 432-444, 551-
557); Thibaud, (2003, pp. 469-486).
78
  Pablo Morillo, Morillo al Ministro de la Guerra, 28 de agosto de 1820. En Rodríguez
Villa, (1908, Tomo IV, pp. 224). Pablo Morillo, Morillo al Ministro de la Gobernación
de Ultramar, 26 de julio de 1820. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo IV, pp. 208).

158 II. Opinión pública, Monarquía y República


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162 II. Opinión pública, Monarquía y República


El nombre de las cosas. Prensa e ideas en
tiempos de José Domingo Díaz.
Venezuela, 1808-1822

Tomás Straka
Universidad Católica Andrés Bello

La larga disputa y sus armas, a modo de introducción


El miércoles 9 de junio de 1819, José Domingo Díaz, redactor de la
Gaceta de Caracas, publica la primera de una serie de ocho cartas con
las que esperaba refutar la modernidad. Así, por dos meses, su colega de
El Correo del Orinoco se convierte en el destinatario de uno de los ejer-
cicios de argumentación más elaborados de cuantos se hicieron desde
el “pensamiento tradicional” para desmentir la propuesta “moderna” de
los republicanos.1 El objetivo de Díaz era defender la unión con España
y la superioridad ética del Antiguo Régimen. No siempre las dos cosas
fueron de la mano: hubo quienes defendieron lo primero, pero ya no lo
segundo, —cosa que el propio Gacetero, como lo llamaron sus enemi-
gos, sufriría en carne propia un año después, con el advenimiento de los
liberales— por lo que es necesario hacer énfasis en el carácter tradicional
de sus planteamientos, al menos desde la perspectiva del debate en el
momento, aunque, como veremos, su caso fue más bien el de una forma
de modernidad contra otra.
Nos explicamos: lo alegado en aquellas cartas constituye una especie de
síntesis de las doctrinas políticas, jurídicas, éticas y en ocasiones teológi-
cas sostenidas en la Real y Pontificia Universidad de Caracas para 1810,

1
  Elías Pino Iturrieta (1991) y (1984) es quien mejor ha desarrollado la tesis de la
independencia como un enfrentamiento entre modernidad y premodernidad.

163
puestas al servicio de la disputa de la emancipación.2 Y eso, haciendo la
salvedad de que ni era una universidad del todo refractaria a las nuevas
ideas (Parra-León, 1933), ni Díaz, entre otras cosas el considerado ini-
ciador del periodismo científico en Venezuela3, fue un “oscurantista” en
el sentido decimonónico de la palabra. Tal vez fue el más altisonante de
los enemigos de la independencia, pero no el más conservador. Tal vez
fue el que llegó más lejos en la incitación al odio —como llamaríamos
hoy a lo que escribía— pero no necesariamente el hombre que odiara más
en aquellos días de guerra a muerte. Es probable que no haya habido en
Venezuela alguien que entonces escribiera mejor (Bolívar lo hacía, pero
buena parte del periodo estuvo fuera; al igual que Bello) y por eso expresó
y legó un testimonio de encono que, si nos atenemos a los hechos, el resto
de la sociedad compartía. ¿O qué podemos pensar de la pardocracia como
“inclinación natural y única, para el exterminio de la clase privilegiada”4,
practicada por sus compañeros de casta y de color? Aunque, hasta donde
sabemos, no hizo un llamado franco a la matanza de blancos, fue quien
fulminó al Libertador con aquello de que tenía la “democracia en los
labios y la aristocracia en el corazón”5, así como el destinatario de las
burlas de El Correo del Orinoco, que en aquel certamen de insultos que

2
  Quien propuso esta categoría para definir al proceso en el sentido del gran debate
sobre la sociedad que implicó, fue Germán Carrera Damas, (1995).
3
  Convencionalmente se señala esto porque en el Semanario de Caracas, que fundó
junto a Miguel José Sanz en 1810, se encargó de divulgar estadísticas y noticas para
fomentar la agricultura y la cría, en las que aparecen las primeras referencias de botánica
y zootecnia de las que tengamos noticias en Venezuela. También hizo reflexiones sobre
los pueblos prehispánicos, incluso con base en los vestigios arqueológicos que había
hallado; bien que con el objetivo de demostrar su inferioridad cultural.
4
  “La igualdad legal no es bastante por el espíritu que tiene el pueblo, que quiere que
haya igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo doméstico; y después querrá la
pardocracia, que es la inclinación natural y única, para exterminio después de la clase
privilegiada”, Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander, Lima, 7 de abril de 1825.
En Bolívar, S. (1982, tomo 3, p. 1.082); (Bolívar, 1975, vol. 2, p. 116).
5
  Gaceta de Caracas, núm. 12, 19 de abril de 1815.

164 II. Opinión pública, Monarquía y República


también fue la guerra, se mofó de su adscripción a los españoles y no a
sus “hermanos de Guinea”, como ya veremos.6
Pero al mismo tiempo todo indica que él soñaba con un despotismo
ilustrado, muy en la “primera modernización” de los Borbones. Como casi
todos los funcionarios del entre siglo, creyó en la ciencia, en el progreso,
en las artes útiles; participó en la junta de la vacuna contra la viruela en
1804, intentó reorganizar los hospitales7, incluso ayudó a formar una
filarmónica en Caracas, pero todo eso sólo lo consideraba posible bajo
el manto severo y benéfico de un rey ilustrado, con poderes absolutos.
En todos los lances políticos de su vida —que terminan en las guerras car-
listas durante su exilio español— se mantendrá firme en sus convicciones.
Es notable, por ejemplo, la manera en que rodea en las cartas a las teorías
pactistas, que entonces quedan básicamente en manos de los patriotas —y
que progresivamente van abandonando hacia 1820—, para centrarse en
los clásicos, de los grecolatinos a los castellanos. La nueva lectura que de
las viejas tesis pactistas hacen los actores de 1808, y que según Guerra es
uno de los signos inequívocos de la llegada de la modernidad política en
el mundo hispano (Guerra, 2000), no ocurre en él.8

6
  Sobre José Domingo Díaz, véase: Archila, (1970); Gómez Pérez, (1998); Gómez
Pérez, (1991); Straka, (2000); Ramírez Martín, (2010).
7
  Una de las raíces de su desencuentro con los criollos fue el menosprecio que sufrió
en la Junta de vacunación, donde se burlaron de sus capacidades médicas, que pusie-
ron en tela de juicio. El problema lo hace marchar a España, donde la Junta Central
premia su trabajo como inspector de hospitales, cargo que la Junta Suprema de Caracas
le deroga. Domingo Monteverde y Pablo Morillo lo ratifican en el cargo, donde dio
muestras notables de humanidad. Para sus problemas con Vicente Salias, también de
la Junta de vacunación: Gómez Pérez, (1995).
8
  A pesar de que el “Manifiesto de las Provincias Unidas de Venezuela a todas las
Naciones Civilizadas de Europa”, que redacta y publica el mismo año con el objetivo
de negar la legitimidad del Congreso de Angostura, y que es firmado por unos tres-
cientos munícipes de los cabildos de españoles y de indios de la mayor parte del país,
basa su argumentación en la vieja idea de soberanía y de “pueblo” centrados en las
corporaciones, y no en la comunidad de individuos libres que supuestamente llevó
por el sufragio a los diputados de Angostura a sus curules, y que para él no es legítima.
El Manifiesto también fue publicado en francés y en inglés; apareció en varias partes,

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 165
De este modo, hallamos en la primera carta uno de los más formi-
dables testimonios que sobre los alcances ideológicos de la disputa de
la Emancipación ha llegado a nosotros, especialmente en el sentido de la
pugna entre los nuevos y los viejos lenguajes que entraron en colisión. Espeta
Díaz al redactor de El Correo del Orinoco:

1.º Yo no sé cambiar los nombres de las cosas: aquellos nombres que el


uso común, los maestros del idioma, y la sucesión de muchos años han
establecido para significarlas. Así: yo no sé llamar libertad à la licencia y al
desenfreno : felicidad à la miseria efectiva y à la vana posesión de nombres
aéreos é insignificantes : república à una turba de hombres perdidos en que
el mas astuto y perverso esclaviza bárbaramente à los demás: fanatismo à
la virtud pura y severa: derechos imprescriptibles del hombre à la insubordi-
nación y à la rebelión: ilustración a la pedantería : filosofía a un conjunto
de máximas y principios de subversión y de ideas siempre funestas y peli-
grosas à la tranquilidad de los pueblos : política al doblez, á la mentira y à
la perfidia: patriotismo al furor revolucionario y al deseo del trastorno del
orden establecido: igualdad á la confusión de situaciones cuya diferencia
han señalado la naturaleza y la fortuna : pueblos à los holgazanes, á los
perdidos y á aquellos que no tienen lazos ni intereses algunos para con la
sociedad : fortaleza de espíritu á la impiedad ; y otros muchos de que puede
dar á V. una larga lista el Sr. Zea, quien la ha recibido de buenos maestros.9

El testimonio es notable ya que, en primer lugar, demuestra la natu-


raleza del pensamiento del grueso de los realistas (ya con los liberales las
cosas cambian), en cuanto discurso, digamos, reaccionario, es decir, que

comenzando en la Gaceta de Caracas. Como libro salió en Madrid, en 1820, en la


Imprenta de Álvarez. Es la edición que está guindada en la red, en la Biblioteca Digital
Hispánica: http://bibliotecadigitalhispanica.bne.es/view/action/singleViewer.do?dvs=
1315415409829~238&locale=es_MX&VIEWER_URL=/view/action/singleViewer.
do?&DELIVERY_RULE_ID=10&frameId=1&usePid1=true&usePid2=true
9
  “Primera carta al redactor de El Correo del Orinoco”, Gaceta de Caracas, núm. 251,
Caracas, 9 de junio de 1819, p. 1.933.

166 II. Opinión pública, Monarquía y República


en vez de ofrecer algo nuevo, se limitó a desmentir a sus contrincantes,
por mucho que (también como todo discurso reaccionario) lo hiciera
con un estilo muy agudo, irónico, y no carente de argumentos difíciles
de rebatir (incluso hoy). Díaz parece estar esencialmente irritado por el
“desorden político-lingüístico” que entonces sacude al mundo hispánico,
y que en todas partes encuentra sensibilidades ofendidas como la suya.10
Por ejemplo su crítica al famoso Discurso de Angostura, que ocupa varias
de estas cartas, es al respecto una pieza esencial para entender cómo los
realistas podían leer e interpretar las propuestas del Libertador: aunque
en algunas de sus conclusiones llega a coincidir con los sectores más li-
berales del Congreso (por ejemplo en la suspicacia frente a los supuestos
deseos monárquicos de “Simón I de Angostura”, como se burla de él); en
vez de contestarle con alguna propuesta alternativa, se limita a usar sus
propias palabras —expediente común en sus textos, que por generaciones
ha hecho rabiar al espíritu patriota— para demostrar —eso creyó— que
los sistemas republicanos y democráticos son inviables: si hasta Bolívar
mismo lo dice, ¿pues qué más pedir?11
En segundo lugar porque las cartas en sí mismas expresan el papel de
la prensa y el de la naciente opinión pública en la disputa. No es cualquier
cosa que Díaz se haya propuesto saldar las cuentas con el redactor del
periódico (en realidad los redactores), porque es ahí, en ese nuevo espacio

10
  “Coincidiendo, no por casualidad, con el apogeo del pensamiento ilustrado y con
las llamadas ‘reformas borbónicas’, en todo el mundo hispano empezaron a oírse que-
jas cada vez más frecuentes contra un cierto desorden político-lingüístico que estaría
corrompiendo el lenguaje y echando a perder los significados ordinarios de las palabras
[…].” (Fernández Sebastián, 2008).
11
  Si cotejamos sus textos con la caracterización que Albert O. Hirschman hace de
los textos reaccionarios, sorprende ver hasta qué punto echa mano de sus expedientes
fundamentales: la tesis de la perversidad de las ideas de los innovadores (siempre sostiene
que se trata de cosas de “hombres perdidos”); la tesis de la futilidad de sus propuestas
(llamará alucinación y novelería a sus ideas); y la tesis del riesgo (sistemáticamente
compara el estado de destrucción de Venezuela con la revolución al de la prosperidad
anterior). Véase: Hirschman, (2004). Para leer a José Domingo Díaz, véase: Díaz,
(2011); Straka, (2009).

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 167
de lo público que la opinión construye donde tales enfrentamientos co-
mienzan a hacerse. De hecho, eso más o menos venía siendo así desde 1810,
cuando el cambio de régimen permite de facto la libertad de imprenta, e
incluso un poco antes, desde 1808, cuando aprovechando la coyuntura de
la crisis de la monarquía esta es, después de muchas solicitudes negadas,
finalmente introducida a Caracas. Díaz, coeditor con Miguel José Sanz
del primer periódico privado de Venezuela, El Semanario de Caracas,
sabía de lo que estaba hablando.
En este sentido, las presentes páginas esperan ofrecer una visión de
conjunto de lo que la prensa representó en aquella tremenda circunstancia
en la que, en efecto, cambiaron los nombres y muchas cosas más. De
qué manera fue portavoz de un nuevo pensamiento, hasta qué punto
constituyó, por sí misma, un cambio cualitativo en las sociabilidades e
imaginarios políticos, en la construcción de lo público y en los nuevos
valores que en efecto revolucionaron la sociedad. Una cierta afirmación
de la individualidad y de la libertad se expresa en ese nuevo venezolano,
inexistente hasta entonces, que se siente con el derecho y la fortaleza
suficientes para plantear sus pareceres ante el mundo e influir en las
decisiones del poder.
Tomaremos como límites los años de 1808, cuando se introduce la
imprenta en Venezuela y aparece la Gazeta de Caracas, bajo la redacción
de un joven y aún monárquico Andrés Bello, secretario del Capitán Ge-
neral, y 1822, cuando tanto este periódico como El Correo del Orinoco
dejaron de publicarse. De algún modo las fechas marcan el momento
fundamental del ciclo emancipador. Después de 1822, si bien la prensa
mantiene un papel protagónico en la disputa, (incluso más que antes)
y en alguna medida se recoge el espíritu del periodismo pugnaz, lleno
de ideas y propaganda de la primera hora que la guerra llega a eclipsar,
sus temas poco a poco empiezan a ser otros. La unión con Bogotá, el
modelo de república, el nacimiento de una doctrina liberal autóctona, la
oposición a Bolívar y a Santander, sustituyen el debate a favor del modelo
republicano y de la separación de España, ya resuelto en el campo de
batalla. No es que estos nuevos problemas dejaran de formar parte de la

168 II. Opinión pública, Monarquía y República


disputa global (baste ver lo que representaba la oposición venezolana a la
unión y al proyecto constitucional bolivariano, para retomar mucho de lo
planteado en 1811), pero el punto es que ya todos hablan en el lenguaje
de la modernidad que tanto enfurecía a Díaz. Es decir, ya el debate no está
entre quienes defienden, por ejemplo, la libertad de cultos y quienes no;
sino entre disidencias dentro de un mismo marco ideológico global. Por
ejemplo, el investigador Guillermo Tell Aveledo ha subrayado la notable
diferencia entre el primer gran debate sobre el tolerantismo que impulsa
William Burke en 1811, cuando tendencialmente la élite se ofende por
la propuesta y el escándalo obliga a las autoridades a dar grandes mues-
tras de fidelidad a la religión verdadera; y el que se genera en 1826 por el
folleto La serpiente de Moisés, de Franciso Margallo, aparecido en Bogotá
y reimpreso entonces en Caracas por el padre Miguel Santana. Esta vez
la élite se ofende por la intolerancia que sostiene el texto; lo señala lesivo
a las garantías de la constitución y hasta logra la detención y final multa
de Santana (Aveledo Coll, 2004a). En este contexto, de vez en cuando
Díaz manda pasquines desde su exilio puertorriqueño, pero pocos le
hacen caso. Su tiempo había pasado.
Por eso El Iris de Venezuela, que brevemente sustituye a la Gaceta; El
Anglo-Colombiano o El Venezolano, nuevos protagonistas del momento, si
bien mantienen esa función de “artillería del pensamiento” que, según frase
muy popular, el Libertador le atribuyó a los periódicos, ya disparan sus obuses
en otra dirección. Con ellos el tiempo del que José Domingo Díaz fue actor
y encarnación —indistintamente de que estuviera en el bando perdedor—
dio paso a otra realidad. Una en la que la prensa y el pensamiento —y por
ambas vías los lenguajes políticos y los valores— de los venezolanos pasara
a ser fundamentalmente liberal.

La máquina revolucionaria
El 23 de septiembre de 1808 llega al puerto de La Guaira la goleta “Fénix”,
procedente de Trinidad. Entre sus pasajeros hay dos británicos (uno, para
más señas, irlandés), James Lamb y Mateo Gallagher, y sus tres esclavos, que
traen con sus equipajes una carga que resultaría inédita para los caleteros

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 169
del puerto: son productos industriales, tubos, artefactos de unas formas
y proporciones pocas veces vistas, tornillos, cajones, llaves. Una carga que
no sólo pondría a Venezuela en contacto con un mundo tecnológico que
apenas intuía a lo lejos, sino que, de forma más sustancial, logrará meterla
en una era por la que tenía rato soñando, pero a la que no había podido
terminar de entrar: la de la palabra impresa. Pocas revoluciones, por lo
tanto, han sido más importantes en la historia de esta nación.
En efecto, después de haber sido negada en varias ocasiones, final-
mente llega la imprenta a Caracas. Y con ella, un mes más tarde, el 24
de octubre de 1808, aparece el primer periódico venezolano, La Gazeta
de Caracas, órgano del capitán general, cuya redacción se deja en manos
de un talentosísimo joven que se ya había hecho famoso con sus versos,
que sabe inglés y que, pese a su edad (28 años), ya es el secretario del
despacho: Andrés Bello. Por varias razones, además de las ya aducidas,
tanto la llegada de esta imprenta como la publicación del primer periódico
marcan un hito en la vida venezolana. Representan una revolución que
abarca, traspasa e incluso supera a la otra en la que normalmente repara
la historia: esa que estalla dos años después, la de la Emancipación.
La llegada de la imprenta debe entenderse como el primer episodio de
un nuevo tiempo. Como el primer acto autonómico, por mucho que lo
llevaran adelante el capitán general y el intendente (eso sí: ya completa-
mente presionados por la élite). Solicitada como reivindicación esencial
de una provincia por cuyos progresos todos apostaban desde hacía un
cuarto de siglo, tanto la lejanía de los centros del imperio (que sí tenían
imprenta desde mucho antes: México desde 1535, Perú desde 1584),
como su espíritu levantisco (el alzamiento de 1749, en el que todas las
castas se unen para poner en jaque a las autoridades metropolitanas, aún
generaba temores; pero no menos que las rebeliones negras en un terri-
torio vecino de las Antillas y donde muchos suspiran por Haití, como
ya se había verificado en la sierra de Coro en 1795) y su cercanía con los
herejes y enemigos de la Corona, que estaban en frente de sus costas, y
con quienes comerciaban de una forma tan entusiasta como poco atenta
a los dictámenes de Madrid, movió a que su majestad le negara una y

170 II. Opinión pública, Monarquía y República


otra vez el derecho a imprimir sus papeles.12 Para colmo de males son los
inmigrantes franceses —que no por huir de las degollinas de Haití y las
otras Antillas francófonas, dejan de ser sospechosos—, los primeros en
imprimir un periódico venezolano en la semi-autonomía que gozaban
en la isla de Trinidad, parte de la Capitanía hasta 1797, y donde habían
sido recibidos como una forma de paliar su crónico problema de des-
poblamiento.13 No hay noticias de que el Courier de la Trinité Espagnole
(aparecido entre agosto de 1789 y enero de 1790, bajo la dirección del
irlandés John F. Willcox), haya tenido especial impacto en el resto de las
provincias. De hecho, fue suspendido por el último gobernador español,
quien además expulsó al editor (Leal, 1985).
Algo similar puede decirse de la imprenta que trae Francisco de
Miranda en sus expediciones de 1806. Vale destacar que nuevamente
aparece relacionada con las revoluciones antillanas —y en general con
el ciclo de las revoluciones atlánticas— que tanto impacto tendrían en
las siguientes dos décadas en Venezuela, así como en específico con la
disputa de la emancipación. Tras sus fracasos, el Precursor se refugia en
Trinidad, ya ocupada por los ingleses en una de las tantas carambolas
bélicas de entonces (recuérdese que por la Paz de Basilea y el Tratado de
San Ildefonso, España era ahora aliada de la República francesa). Allí la
deja, y se tienen fundadas sospechas de que esa imprenta llega a Venezuela
dos años después (Grases, 1958).
En efecto, para mediados de 1808 su majestad está presa. En Caracas,
como en todo el mundo hispano, hay una ola de patriotismo anti-francés,
que tiene su cúspide el 15 de julio, cuando un verdadero tumulto se

12
  Ya en 1790 el Real Colegio de Abogados había comisionado a Miguel José Sanz
para que consiguiera una imprenta para la capital. En 1800 el Real Consulado inten-
taría otro tanto. La Corona rechazó ambas tentativas. Sobre el tema, véase: García
Chuecos, (1958a); García Chuecos, (1958b); Grases, (1967); Febres Cordero, (1977);
Ratto-Ciarlo, (s. f.).
13
  Sobre el impacto de la dinámica de las revoluciones caribeñas en Venezuela: Ponte,
(1919); Córdova-Bello, (1967); Naipaul, (1969); Noel, (1972); Sevilla Soler, (1988);
Gómez Pernía, (2004); Dávila, (2010).

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 171
rebela contra el emisario francés que vino a hacer reconocer a José I, y a
proponer la creación de una Junta por parte de la nobleza de la capital
el 24 de noviembre (la llamada Conjura de los Mantuanos). Aunque los
más perspicaces barruntan que dentro llevaba otro patriotismo, más local, de
alcances y connotaciones distintos, a los aducidos de defensa de la patria (aún
España), Dios y el rey, y de hecho al final son encarcelados los comprome-
tidos, el discurso aún se mantiene (acaso falazmente) en los parámetros
de la lealtad.14 Es en este contexto que el capitán general Juan de Casas
(que siempre mantuvo una postura ambivalente ante los complotados)
y el intendente Juan Vicente de Arce deciden comprar una imprenta
para publicar un periódico que ayudara a revertir el montón de rumores
provenientes de las Antillas sobre la caída definitiva de España en manos
de los franceses (y si algo asustaba a los criollos era un gobierno francés,
que pudiera replicar en Caracas un segundo Haití: temor que al cabo se
confirmaría con la “guerra de colores” que estalla unos años después).
El encomendado para la tarea fue Manuel Sorzano, uno de los tantos
criollos que siguieron viviendo en Trinidad (la presencia hispánica en
la isla se prolongará por medio siglo: el sistema español de cabildos se
mantuvo hasta 1840, mientras la legislación española no vino a derogar-
se hasta 1848). Sorzano es quien contacta al irlandés Mateo Gallagher,
quien, muy probablemente, fue el que compró la imprenta de Miranda
en 1807, y desde 1799 venía publicando el periódico Trinidad Weekly
Courant. Con su socio comercial James Lamb acepta la propuesta —que
tendría desastrosos resultados económicos para los dos, como veremos—
de montar una imprenta en Caracas. El atractivo principal estaba en que
tendrían el privilegio de ser los impresores del capitán general, en espe-
cial de la Gazeta que tenía planeado editar. Así, en septiembre de 1808
llegan a lo que esperaban fuera su nuevo y promisorio destino. Sus tres
esclavos —cuyos nombres no registra la historia— son los iniciadores
de las artes tipográficas en Venezuela. Y su imprenta la primera pieza de
la “artillería” de la revolución —o si preferimos subrayar el sentido más

  Véase: Quintero, (2002); Vaamonde, (2008).


14

172 II. Opinión pública, Monarquía y República


cívico e intelectual que los impresos tuvieron en la disputa, la primera
máquina, que al cabo fue, probablemente, de las primeras de la Revolu-
ción Industrial que llegaron—.

Nace la opinión pública


Aunque es mucho lo que se ha escrito sobre la Gazeta de Caracas que aparece
el 24 de octubre de 1808 (será en 1815 que José Domingo Díaz castellaniza
el nombre a Gaceta), aún está por hacerse una monografía integral. Y eso a
pesar de que en cada uno de los nueve tomos de la edición facsimilar que
produjo la Academia Nacional de la Historia en 1983 y 1986, aparece una
“Nota editorial” muy erudita del historiador Manuel Pérez Vila, a la que
siempre sigue un “Estudio preliminar” a cargo de algún especialista, bien
solicitado para la edición, o ya publicado antes (hay autores clásicos, con
muchos años de fallecidos para entonces, como Luis Correa, Arístides Rojas,
Manuel Segundo Sánchez y Mariano Picón-Salas).15 Probablemente un
artículo reciente de la investigadora Mirla Alcibíades (2010) sea la mejor
síntesis del actual estado de la cuestión sobre el periódico.
Escapa de los objetivos de este capítulo un análisis pormenorizado de
cada una de las etapas de aquella publicación que nace con el aparente
sosiego de “contribuir a la instrucción pública, y a la inocente recreación
que proporciona la literatura amena”, para lo que invita a “todos los Su-
getos y Señoras, que por sus luces e inclinaciones se hallen en estado de
contribuir á la instrucción pública” a que concurran con escritos en “Prosa
o Verso”, según leemos en su primer número.16 Sosiego aparente que en
esa primera etapa convencionalmente llamada “colonial” se intenta reflejar
en muchos de los números, en efecto dedicados a la “literatura amena”

15
  Sus autores son: Pedro Grases, Tomo I; Manuel Pérez Vila, Tomo II; Elías Pino
Iturrieta, Tomo III; Luis Correa y Mariano Picón-Salas; Tomo V, Arístides Rojas; Tomo
VI, Elías Pino Iturrieta; Tomo VII, Manuel Segundo Sánchez; Tomo VIII, Olga Santeliz
Cordero; Tomo IX, Ricardo Archila.
16
  Alcibíades ha insistido sobre este llamado a las señoras, que tal vez denote la exis-
tencia de escritoras cuyo rastro hemos perdido. Hasta el momento sólo conocemos una
poetisa colonial: Sor María Josefa de los Ángeles (1770-1818). (Alcibíades, 2010, p. 6).

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 173
—¿falta de noticias?, ¿deliberado deseo distraccionista, cuando todo el
mundo está comiéndose las uñas con las informaciones que a diario llegan
de Trinidad y Curazao?— pero que oculta las razones de fondo por las
que se funda (tener un control mínimo sobre las noticias), e incluso por
la circunstancia que permiten hacerlo: la ausencia de un rey en España
que, una vez más, negara la introducción de la imprenta. En el número
10 (25 de noviembre de 1808) sale el primer texto de un venezolano,
“Un eclesiástico del Obispado de Mérida de Maracaybo, á los habitantes
de la América Española”, que se ha determinado fue monseñor Mariano
de Talavera y Garcés (Hernández Bencid, 2006), y con él estalla en sus
páginas el verdadero estado del país: en este caso, a través de una filípica
a favor del Deseado, que denota todo el clima de crispación de aquella
sociedad.
Obviamente todo cambia el 19 de abril de 1810, cuando destituyen a las
autoridades metropolitanas y se crea una junta caraqueña en sustitución.
Ocho días después la Gazeta comienza su segunda etapa, convencional-
mente llamada “patriota” o “republicana”. A partir de entonces sufrirá
los vaivenes de un país cada vez más sometido a la violencia y al azar. Su
edición número 95, del 27 de abril de 1810, ya marca el sentido de unas
acciones que si bien dijeron estar bajo la fidelidad al monarca preso (y
tal vez para muchos sinceramente fue así), demuestran en esta, como en
todas sus ejecutorias, una ruptura dramática con el orden anterior. Se
asumen letras góticas y se coloca el lema, muy sugestivo para la hora,
de: Salus populi suprema lex est. ¿Ha comenzado o no un nuevo tiempo?
Leemos en el editorial de aquel día:

Cuando las sociedades adquieren la libertad civil que las constituye tales
es cuando la opinión pública recobra su imperio y los periódicos que son
el órgano de ellas adquieren la influencia que deben tener en lo interior
y en los demás países, donde son unos mensajeros mudos, pero veraces y
enérgicos, que dan y mantienen la correspondencia recíproca necesaria para
auxiliarse unos pueblos a otros. La Gazeta de Caracas, destinada ahora a
fines que no están de acuerdo con el espíritu público de los habitantes de

174 II. Opinión pública, Monarquía y República


Venezuela, va a recobrar el carácter de franqueza y de sinceridad que debe
tener, para que pueda el Gobierno y el Pueblo lograr con ella los benéficos
designios que han producido nuestra pacífica transformación [...].17

Como vemos, del lema para abajo, empezaban a cambiar “los nombres
de las cosas”. Como señala el comunicólogo Marcelino Bisbal, “el pensa-
miento independentista y fundacional del nuevo espacio en la América
cobrará vida tipográfica a través de los ‘tipos móviles’” (Bisbal, 2004,
p. 17). En efecto, las juntas que se forman en las principales ciudades
del país (menos Maracaibo y Angostura) y que se subordinan a la Junta
Suprema de Caracas, van a actuar como una especie de regencia criolla
y liberal, que en nombre del bien amado don Fernando, de forma veloz
empiezan el desmontaje del Antiguo Régimen con un conjunto de no-
tables medidas de carácter, digamos, “liberal” (así al menos las definió
ya Bolívar en 181218): se permite la libertad económica en los puertos,
se suprimen las alcabalas para los productos de alto consumo, se le da
representatividad (bien que por interpersona) a los pardos, se prohíbe
la trata, se convoca a elecciones con un sistema moderno (es decir, por
individuos libres, y no corporaciones; y definido por criterios censitarios,
y no de castas o hidalguía) y de facto se permite la libertad de imprenta,
que después regulariza (Vaamonde, 2009). Todo eso traerá como conse-
cuencia el surgimiento de la opinión pública como un actor fundamental
en la política (Ramírez, 2009).

17
  Gazeta de Caracas, núm. 95, del 27 de abril de 1810.
18
  Son célebres las frases de su “Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada
por un Caraqueño”, convencionalmente conocido como “Manifiesto de Cartagena”,
del 15 de diciembre de 1812: “Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, esca-
pado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas, y políticas, que siempre fiel al
sistema liberal, y justo que proclamó mi patria, he venido a seguir aquí los estandartes
de la independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos estados”. Se le encuentra
en muchas partes, véase, por ejemplo: http://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/
bolivar/bolivar4.htm

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 175
Como si hubieran estado ansiosos por decir sus pareceres, los venezola-
nos salen a publicar sus opiniones sobre los más variados temas. Después
de que Gallagher y Lamb editan, aún por encargo del capitán general, el
primer libro impreso en Venezuela, el Calendario Manual y Guía Universal
de Forasteros en Venezuela para el año de 1810, hay una verdadera explosión
de ediciones. Pronto se establecen dos nuevas imprentas en Venezuela, en
Caracas la del criollo-francés —se trataba de un petit-blanc de Santo Do-
mingo Francés— Juan Baillío, en sociedad con Luis Delpech, de prolongada
influencia histórica, no sólo por ser el impresor por excelencia de casi todas
las nuevas iniciativas editoriales que nacen entonces, sino por haber consti-
tuido la escuela de los primeros impresores venezolanos (Grases, 1967, pp.
121-146); y la de Manuel José Rivas, en Cumaná, de la que no se tienen
más noticias (p. 149). Con ellas comienza a desarrollarse un nuevo (y, según
los modos y temas que impone, en los próximos cincuenta o hasta setenta
años, definitivo) periodismo en Venezuela. Ellas rompen el monopolio
oficioso de la Gazeta de Caracas y así, en noviembre de 1810 y salido de las
prensas de Baillío aparece el primer periódico particular, es decir, no oficial
e independiente, de Venezuela, el Semanario de Caracas; en enero de 1811
la Sociedad Patriótica saca a luz El Patriota de Venezuela; el mismo mes la
revista de temas mercantiles y culturales El Mercurio Venezolano; en julio
aparece El Publicista de Venezuela; y en octubre sale en Cumaná El Patriota
Venezolano. Todos se convierten en portavoces de la revolución y del corola-
rio moderno que proponen.19 El 2 de marzo de 1811 también impreso por
Baillío sale un libro escrito por los frailes del convento de San Francisco, en
Valencia, con el largo y, para nuestra sensibilidad de inicios del siglo XXI,
inquietante título de Apología de la intolerancia religiosa contra las máximas
del irlandés D. Guillermo Burke, insertos en la Gazeta de Caracas del martes
19 de Febrero de 1811, No. 20, fundada en la doctrina del Evangelio, y en
la experiencia de lo perjudicial que es al Estado la Tolerancia de Religiones.
Ese mismo día, Antonio Gómez, doctor en medicina por la Universidad

  Puede revisarse una selección de los mismos en: http://www.ucab.edu.ve/ucab-


19

nuevo/SVI

176 II. Opinión pública, Monarquía y República


de Caracas, pero hombre de fe y preocupado por las cosas públicas, firmó
otro texto que después de salir por entregas en la Gazeta de Caracas también
vería la luz en las prensas de Baillío bajo el título de Ensayo político contra
las reflexiones del S. William Burke, sobre el Tolerantismo, contenidas en la
Gazeta de 19 de Febrero último.20 El primer gran debate que escenifica la
opinión pública en Venezuela había comenzado.
Ocurre que el 19 de febrero de 1811 el irlandés William Burke, un
revolucionario y aventurero que vino siguiendo a Francisco de Miranda,
aprovecha la nueva libertad para publicar en la Gaceta un artículo titulado
“Libertad de cultos”. Aquello genera un escándalo inédito en aquella socie-
dad. Artículos, panfletos, pasquines, saldrán a desmentirle. A tales grados
llega el problema, que el gobierno debe ratificar (y así lo hará la república
que nace en julio) que jamás pensó en otra cosa que en el catolicismo como
religión de Estado.21 Pero también lo alerta sobre las consecuencias de la
libertad de imprenta. Es notable que ya al día siguiente de su ejercicio los
congresistas de la república que acababan de promulgarse en el 5 de julio
de 1811, empezaran a hablar de regulación. En el Publicista de Venezuela,
número 4 (25 de julio de 1811), aparecerá entonces un “Reglamento de
Libertad de Imprenta en Venezuela” (Ratto-Ciarlo, 1971).
Hasta el momento, la libertad de imprenta se había dado, como lle-
vamos dicho, de facto. Con la declaratoria de los “Derechos del Pueblo”
por el Congreso el 1° de julio de aquel año, se estableció que el “derecho
de manifestar sus pensamientos y opiniones por voz de la Imprenta,
debe ser libre, haciéndose responsable á la Ley, si en ellos se trata de
perturbar la tranquilidad pública ó el dogma, la propiedad y honor del
Ciudadano.”22 Pero con el “Reglamento” de este derecho, ya la libertad de
imprenta, caballo fundamental de toda la modernidad política y social,

20
  Ambos textos están compilados en La libertad de cultos. Caracas, Academia Nacional
de la Historia, Sesquicentenario de la Independencia núm. 12, 1959.
21
  Véase: Burke, (1959); Virtuoso, (2001); Aveledo Coll, (2004b).
22
  “Derechos del Hombre en Sociedad”, Art. 1°, ordinal 4°, en “Derechos del Pueblo”.
El Publicista de Venezuela, 18 de julio de 1811, p. 20

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 177
queda consagrada. Es un paso esencial en la configuración de nuestro
republicanismo, “Todos los Cuerpos y personas particulares de cualquier
condición y estado que sean, tienen libertad de escribir, imprimir, y
publicar sus ideas políticas, y demás no exceptuadas, sin necesidad de
licencia, revisión, y aprobación alguna anteriores á la publicación”, dice
el artículo primero.23 Por eso, aclara su Artículo 2, “queda abolida toda
censura de las obras políticas precedente a su publicación”, de lo que se
exceptúan, claro está, “los escritos que directamente traten de materias
de religión”, que quedan bajo el control de las autoridades eclesiásticas y
bajo los criterios de la constitución Solicita et provida de Benedicto XIV.

El periodismo que nació con la revolución24


El corto periodo conocido en la historia venezolana como Primera Re-
pública se convierte así en un momento propicio para el nacimiento de
una prensa esencialmente política, destinada a difundir y debatir opinio-
nes, y en ocasiones a la simple propaganda, más que a la información.25
Miguel José Sanz26 y el que luego llegó a ser el gran publicista del rey en
Venezuela, José Domingo Díaz, contribuyeron a la pedagogía política

23
  “Reglamento de la Libertad de Imprenta en Venezuela”, El Publicista de Venezuela,
25 de julio de 1811, p. 29.
24
  Con anterioridad hemos publicado un artículo con este título, muchas de cuyas
apartes son recogidas en éste, véase Straka, (2008).
25
  Sobre el tema, véase: Imprentas y periódicos de la emancipación. A dos siglos de la
Gaceta de Caracas, (2008).
26
  Nacido en Valencia en 1756 y ejecutado por los realistas después de la batalla de
Urica, en 1814, Sanz es, sin lugar a dudas, una de las más importantes cabezas de la
Ilustración venezolana. Rico hacendado e importante jurista, sus credenciales y fama le
han valido pasar a la historia con el epíteto del Sabio Sanz o del “Licurgo de Venezuela”,
como lo llamó Depons por unas ordenanzas que preparó para Caracas. Fundador de
la Cátedra de Derecho Público en el país, del Colegio de Abogados y promotor de la
introducción de la imprenta en los días de la pre-revolución, en lo que ésta estalló ocupó
altos cargos en el nuevo gobierno, como el de secretario de Estado, fundó el primer
periódico independiente de Venezuela y a través de él promovió un republicanismo
ortodoxo y moderado. Véase: Molina Peñaloza, (1993).

178 II. Opinión pública, Monarquía y República


con su Semanario de Caracas27, donde el segundo publicaba artículos de
divulgación científica y el primero tratados sobre moral republicana.28
Estos, sobre todo, tienen un valor histórico excepcional. En sus editoria-
les, que bajo el título de “Política” abrían cada número, Sanz configuró
lo que probablemente esperaba recoger en un tratado como si la guerra
y, con ella, la muerte no hubieran truncado su labor de repúblico y de
ideólogo. Recogidos por Pedro Grases, hoy los encontramos en un volu-
men con el título de Teoría política y ética de la Independencia.29 Tópicos
como la subordinación civil, la libertad de discurrir y la felicidad pública
constituyen sus apretadas y eruditas exposiciones, que en gran medida
eran una traducción de los Essay on the History of Civil Society de Adam
Ferguson.30 Claro, en Sanz la búsqueda era más académica y atildada,
con él se trataba de una república morigerada, de ciudadanos virtuosos,
con un apego y un respeto a las leyes que garantizara la buena marcha del
Estado y llevara a los individuos a la felicidad; pero no por eso dejó de ser
una búsqueda plenamente integrada a la que perseguían todos los demás.
El Semanario de Caracas fue publicado entre el 4 de noviembre de
1810 y el 21 de julio de 1811. La incorporación de Sanz a altos cargos
en el gobierno de la República y la definitiva ruptura de Díaz con la
Emancipación fueron, seguramente, las causas del cierre del periódico.
Por su parte, el Patriota de Venezuela, que frente al Semanario vendría

27
  Hay una reproducción facsimilar editada por la Academia Nacional de la Historia, se
trata del número 9 de su colección Sesquicentenario de la Independencia, Caracas, 1959.
28
  Julio Barroeta Lara publicó una monografía con tesis extremadamente adversas a
esta empresa editorial: (1987). Una tribuna para los godos. El periodismo contrarrevo-
lucionario de Miguel José Sanz y José Domingo Díaz. Caracas, Academia Nacional de
la Historia. Consideramos que, más allá del claro talante moderado de Sanz y de la
final y encendida postura realista que asumió José Domingo Díaz, su obra merece una
ponderación más equilibrada.
29
  Caracas, Ediciones del Colegio Universitario Francisco de Miranda, 1979, 140 pp.
30
  Fernando Falcón, “Adam Ferguson y el pensamiento ético y político de Miguel José
Sanz: Notas para la reinterpretación del Semanario de Caracas (1810-1811)”. Politeia
21 (1998): 191-224.

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 179
a ser algo así como la versión radical del mismo proyecto, apareció en
enero de 1811. Se publicaron sólo siete números, hasta el 18 de enero
del año siguiente, 1812.31 Fue un órgano de la Sociedad Patriótica, un
club similar a los de la Francia revolucionaria del que pronto Francisco
de Miranda (que regresa a Venezuela a finales de 1810) se haría líder.
No sin cierto presentismo, se la ha llamado “el primer partido político
de Venezuela”.32 Sus discursos y manifestaciones de estilo jacobino, su
facción autodenominada “Los sin camisas” y su periódico van a tener una
enorme influencia en el desarrollo de los hechos posteriores. Redactado por
Vicente Salias y Muñoz Tébar, su lenguaje era absoluta, encendidamente
revolucionario y su petición fue, desde el primer momento, la solicitud
de la independencia absoluta de España.
De El Mercurio Venezolano sólo aparecieron, que sepamos, tres números
en enero, febrero y marzo de 1811.33 Pero esos tres bien valen todo un
estudio. Su redactor fue el italiano Francisco Isnardy o Isnardi (1750-des-
pués de 1820), otro de los grandes publicistas del movimiento (y nada
menos que uno de los redactores del Acta de Independencia). Como con
Baillío y con los impresores Gallagher y Lamb, en su caso el periodismo
venezolano también se asocia a los vientos revolucionarios que soplaron
en las Antillas: una vida de aventuras lo había llevado a Holanda, de allí
a la Guayana holandesa, donde llega a secretario de la Compañía de Las
Indias en la región, de ella se marcha buscando negocios a Trinidad y
luego, por las mismas causas, a Güiria.

31
  Están reproducidos entre las páginas 311 y 449 de Testimonios de la época Emanci-
padora (Caracas, Academia Nacional de la Historia/Colección Sesquicentenario de la
Independencia No. 37, 1961).
32
  “Nuestra república nació jurídicamente por la presión pública y el reclamo persis-
tente que auspició la Sociedad Patriótica, nuestro primer partido, integrado por jóvenes
vehementes y audaces que la estructuraron a la manera de los clubs políticos franceses.”
Manuel Vicente Magallanes, Los partidos políticos en la evolución histórica venezolana,
(Caracas, s.n, 1973), p. 12
33
  Su reproducción en facsímil: Mercurio venezolano, Caracas, Academia Nacional de
la Historia, Colección Sesquicentenario de la Independencia, núm. 25, 1960.

180 II. Opinión pública, Monarquía y República


El título Mercurio es un italianismo que merece algunas líneas. “Desde
el siglo XVI, con el nacimiento de las designaciones de publicaciones
periódicas, el vocablo Mercurio convive con el de Gazzeta y Coranto, con
los cuales se designaba la prensa informativa y noticiosa”, según nos aclara
la Comisión Editora de su facsímil, “en tal forma que en el siglo XVIII,
en Francia, el término Gazette era signo de prensa política; el de Journal
des Savantz, de prensa científica, y el de Mercure, de prensa literaria”.34 En
efecto, como el dios mensajero de Júpiter, nuestro Mercurio fue el herme-
neuta de la revolución. Sus páginas demuestran la gigantesca erudición
de su redactor, que ya habían impresionado al viajero Dauxion-Lavaysse
(Gabaldón Márquez, 1960, pp. 15-16).
Además, Isnardy tenía en su haber el intento de algo similar con su
proyecto El Lucero, que adelantó junto a Andrés Bello y del que sólo
tenemos las noticias del prospecto aparecido en 1809 (Grases, 1981).
Los vaivenes de la intensa hora política que a la vuelta de unos meses
estalló impidieron su publicación. Bello se fue a Londres para no volver
más, pero Isnardi, en cuanto pudo, emprendió solo la obra. Ese es El
Mercurio. Le “dedica mucho espacio, nos dice una investigadora con-
temporánea, a las noticias locales, y revela los primeros problemas de la
futura república35; tiene una sección de noticias extranjeras, donde los
acontecimientos de los países americanos en su lucha por la indepen-
dencia ocupan un lugar privilegiado, así como las informaciones sobre
la guerra en Europa. Por otra parte, se ocupa de las informaciones de
entretenimiento con noticias de arte, literatura e industria” (Torrealba
Arcia, 2005, p. 50).

34
  Ibídem, p. XVI.
35
  En el número 1, por ejemplo, con el título de “Confederación de Venezuela” en-
contramos una detallada descripción de cada una de sus provincias y de sus principales
potencialidades económicas y problemas, todo un documento geohistórico aún no
suficientemente trabajado. Según la numeración de la reproducción de la Academia
Nacional de la Historia, pp. 73-93.

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 181
El Publicista de Venezuela, que aparece entre el 4 de julio y el 28 de
noviembre de 1811 es un órgano oficial del Congreso Constituyente.36
Es, igualmente, redactado por Isnardi, quien deja de publicar El Mercurio
en marzo por su nombramiento como Secretario del Congreso Consti-
tuyente. Pero su labor hasta la hora lo convierte en el candidato obvio
para ser el publicista del poder legislativo. El Publicista, pues, se llamará
el periódico. Sin embargo, no es un hijo directo del nonato Lucero ni del
ya entonces venerable Mercurio. Fundamentalmente publica los debates
del congreso y, como pocos, cumple su papel de transmisor (su nombre
lo dice: es exactamente un publicista en la fabla de 1811) de las ideas
éticas y políticas de la Emancipación.
Finalmente, tenemos a El Patriota Venezolano, de Cumaná, es una de esas
rarezas bibliográficas que, lamentablemente, son tan comunes en la historia
de nuestros impresos (bien sean libros o periódicos): sólo contamos con un
ejemplar que reposa en el Public Record Office de Londres. Los avatares
de una vida republicana turbulenta y la casi inexistencia de bibliotecas y
hemerotecas bien organizadas e institucionalizadas hasta mediados del siglo
XX, hizo que la pérdida fuera la norma en vez que la excepción en el destino
de nuestras publicaciones antiguas, sobre todo las del interior del país. De
hecho, la obra de estudiosos como Manuel Segundo Sánchez, Pedro Grases
y Manuel Pérez Vila se fundamentó, básicamente, en el rescate, análisis bi-
bliográfico y la reproducción facsimilar de esas ediciones dispersas o perdidas,
aporte por el cual nunca les vamos a poder estar suficientemente agradecidos.
La Gazeta de Caracas del 20 de diciembre de 1811 (núm. 383) nos
presenta su prospecto. En el ejemplar que está en Londres también lee-
mos el prospecto, junto a algunas otras noticias (algo sobre la Huída de
Montenegro y otra cosa sobre la marcha de Villapol sobre Guayana).37

36
  Su reproducción en facsímil es el número 8 de la Colección Sesquicentenario de la
Independencia de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1959.
37
  El periódico se reproduce en Testimonios de la época emancipadora, núm. 37 de la
Colección Sesquicentenario de la Independencia, Academia Nacional de la Historia,
pp. 453-455.

182 II. Opinión pública, Monarquía y República


Nada indica que la empresa haya pasado de ese “síndrome del número
uno”, con el que han muerto tantas iniciativas editoriales en Venezuela.
Por este periódico sabemos que hubo imprenta en Cumaná. También
se conocen dos ejemplares de una Gazeta Extarordinaria (18 de enero y
4 de julio de 1812), que, probablemente de forma eventual se publicó
en aquella ciudad (he ahí su nombre: extraordinaria, usado entonces,
fundamentalmente, para sobretiros que salían fuera del día habitual
por la importancia de la noticia recibida). También se conocen otros
dos impresos, un Manifiesto de la Junta Gubernativa Provincial y una
Representación del mismo órgano, fechados en Cumaná en 1810 (Grases,
1967, pp. 149-151).

La era de José Domingo Díaz


Como con casi todos los sueños cívicos de la primera hora, la guerra ahoga
también el de la libertad de expresión. Las urgencias de un alzamiento
que tiende a generalizarse contra la república, de un Estado neonato que
comete demasiados yerros y de un devastador terremoto, llevan al recurso
extremo de una dictadura comisoria que recae en Francisco de Miranda.38
El 14 de mayo promulga una ley marcial que para muchos es la primera
proclama de guerra a muerte que enlutaría al país, y que entre otras
cosas establecía la pena capital para quienes hablaran mal del gobierno.
Ya no serán posibles debates como los suscitados por William Burke. Al
menos no en el clima de la civilizada polémica entre los miembros de
una comunidad con opiniones contrapuestas, que no necesariamente
quieren matarse por ello.
El conflicto, que ya se anuncia muy cruento con la Ley Marcial —que
en rigor no llega a aplicarse por el desmoronamiento de la república—
adquiere toda su amplitud con la guerra a muerte promulgada por Simón
Bolívar en 1813. Caracas cambia de dueño tres veces en tres años, y cada
uno usará la Gazeta según sus intereses, para fines fundamentalmente
propagandísticos. Tal vez la historia de Lamb y Gallagher sea la mejor

  El clásico, aún insuperado sobre el tema: Parra-Pérez, (1992).


38

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 183
muestra de las desventuras de nuestro primer periodismo: dejan de ser
impresores del gobierno ya en 1810 (pasa a serlo Baillío), y si bien logran
sobrevivir con muchos percances hasta 1815, entonces Pablo Morillo
prácticamente los confisca, ya que si bien le “compra” la imprenta por
más de dos mil pesos, hasta donde lo evidencian los documentos, para
1819 Lamb aún sufría el calvario de conseguir que le pagaran (Grases,
1989, pp. 106-107). La lógica militar, pues, sobre la noble y libertaria
labor del impresor (además es bueno recordar que Morillo había traí-
do una imprenta pero que ésta probablemente se hundió con el “San
Pedro Alcántara”). Baillío, por su parte, emigra cuando cae la Segunda
República en 1814, para retornar dos años después como impresor del
Libertador. Queda entre tanto en Caracas uno de sus aprendices, Juan
Díaz Gutiérrez, el primer venezolano del que se tengan noticias dedicado
al arte de la impresión, y que actuará hasta el final de la guerra al servicio
de los realistas. Al emigrar, después del triunfo patriota, a su vez tomará
el testigo su aprendiz, Domingo Navas Spínola, que hará una gigantesca
labor cultural y editorial en la república que nace en 1830.
No obstante el gran personaje del momento será José Domingo Díaz.
Si Gutiérrez, que tanto trabajó con él, fue el primer impresor venezolano,
el Gacetero, como lo indica el remoquete, fue el primero en ser recordado
básicamente como periodista. En 1812, en el breve interregno de ocupa-
ción realista de Caracas, Domingo Monteverde lo nombra redactor de la
Gazeta. Sale del país con la llegada de Bolívar un año después, para retor-
nar en 1814, después de que las tropas de Boves arrollan —y degüellan,
literalmente— a la Segunda República. Entre 1815 y 1821 se encargará de
combatir a la independencia desde las páginas de la ahora llamada Gaceta.
Por eso llamar la “era de José Domingo Díaz” a este lustro tal vez genere
alguna aprensión. ¿No es más bien la era de la “prensa heroica”, como
se titula aquella famosa y lujosa edición conmemorativa de El Correo del
Orinoco hecha por el Estado en sus sesquicentenario39? ¿Cómo poner el

  La prensa heroica. Selección de El Correo del Orinoco, en homenaje al sesquicentenario


39

del periódico de Angostura, 1818-1822. Caracas: Presidencia de la República, 1968.

184 II. Opinión pública, Monarquía y República


acento en el hombre que, más allá de sus virtudes como escritor, al cabo
drenó bilis y reaccionó contra los cambios, sin hacer propuestas esenciales
frente a ideas tan altas como la de la libertad? Más allá de sus aciertos (que
los tuvo), ¿por qué es él quien define la hora? ¿Por qué él y no, insistamos,
el Libertador, que despliega toda su energía y todo su talento para hacer
de la imprenta un arma fundamental de la Emancipación?
Porque en el gran match Díaz-Bolívar (sus ocho cartas al redactor de El
Correo del Orinoco fueron en realidad para su odiado adversario político),
es el Gacetero el que mejor recoge el espíritu de la hora: la violencia de los
campos de batalla llevada o retroalimentada en la pluma; el debate entre
la modernidad política y la tradición en toda su crudeza; la partición del
país en dos bandos irreconciliables y excluyentes: cada sector tiene su
periódico como tiene sus espacios y ni en sus páginas, como tampoco en
sus comarcas, hay lugar para el adversario. La guerra a muerte se expande
a los americanos con la Ley Marcial del 11 de diciembre de 1817 (hasta
el momento oficialmente se aplicaba sólo a los peninsulares y canarios),
de tal manera que no estaba tan desencaminado Rufino Blanco-Fombona
cuando lo llama el “Boves de la pluma”40, en cuanto portavoz de un
estilo acorde a la violencia del momento; y también porque en frente de
este “Boves” vuelve a estar Bolívar, que no necesita de la pluma de otros,
al menos no por falta de talento (aunque tiene eficientes redactores en
Angostura, de Francisco Antonio Zea y Juan Germán Roscio en adelan-
te) y que, en ciertas ocasiones (aunque francamente menos que las del
Gacetero) le responderá en proporción.
La causticidad con la que Díaz intentó destruir el prestigio de la Eman-
cipación y de sus líderes; sus ejercicios comentando de manera irónica sus
documentos; los textos de franco humor negro —y recordemos que el
humor negro siempre es el primer paso para las matanzas41— le ganaron

40
  En “Revolución de América”, Nuestro tiempo, VI.81 (1906), p. 198, citado por
Ramírez Martín, (2010, p. 150).
41
  Recordemos el ineludible trabajo que Jonathan Glover desarrolla al respecto en su
Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX (Madrid, Cátedra, 2001).

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 185
el encono de entonces y de la posteridad. Fue capaz de piezas antológicas
de mordacidad y, es necesario insistir, incitación al odio, como la que
aparece el 18 de octubre de 1815 en la Gaceta, donde echa mano de su
formación médica y su ironía para “concluir con el erudito Vitet que el
espíritu de la independencia es una enfermedad que pertenece al género
de Manía”, recomendando como terapia:

[…] separar del enfermo todas las causas capaces de aumentar este
excitamento. La luz obrando sobre los delicados nervios de los ojos, es
uno de estos temibles estímulos. La luz por consiguiente debe separarse
del enfermo. El sonido es otro estimulo capaz de aumentarlo con su in-
fluencia y acción sobre el tímpano: la soledad también por consiguiente es
indispensable para la curación. Es decir: el enfermo por estos innegables y
eternamente verdaderos principios debe permanecer en un cuarto obscuro
y sin persona que le hable.
Si no son bastantes estas medicinas y el enfermo continúa en la fuerza
de su delirio, debe procederse à substraer del cerebro el aumento de cir-
culación, y à dirigirlo à distantes partes menos principales. Esto solo se
consigue aplicando à estas estímulos mas fuertes y violentos que el que
obra en la entraña enferma: y como los potenciales (ò aquellos que obran
después de mucho tiempo de aplicados) son siempre lentos con relación
à la violencia del mal, es indispensable la aplicación de los actuales, como
contusiones y sus compañeros; advirtiendo que si le enfermedad es aguda,
la evacuación de sangre debe hacerse, ha de ser de aquellas que los médicos
materiales llaman usque ad animi delinquium.

Por último, “cuando el médico conoce la necesidad de este remedio,


entonces solo se encuentra una curación, que es impedir el asenso de la
sangre con una fuerte ligadura en el pescuezo.” ¿Son o no los chistes de

En él se demuestra cómo jugó un papel fundamental para la preparación de los genoci-


dios nazis y de la Revolución Cultural China hasta Bosnia y Ruanda. La prosa de Díaz
encaja en casi todos los aspectos señalados por el autor entre los incitadores del odio.

186 II. Opinión pública, Monarquía y República


la Guerra a Muerte? En otro artículo llega a prodigarle a Bolívar nueve
epítetos seguidos: déspota, insolente, tirano, cruel, disoluto, orgulloso,
ignorante, bárbaro y rebelde (recuérdese que la rebeldía era un delito).42
Obviamente, este lenguaje producirá sus cosechas: bajo los seudónimos
de “Filo-Díaz” y de “Trimiño”, un autor que se ha sospechado fue el
mismísimo Libertador (Pérez Vila, 1974), trata de humillarlo desde El
Correo del Orinoco y la Gaceta de la ciudad de Bogotá. No sólo lo llaman
“Archi-embustero-regio”, “adulador” y “canalla”, sino también bastardo
y, peor, de “raza africana”; sobre todo eso: le critican que siendo de color,
prefiriera los españoles a sus “hermanos de Guinea”, como creen —y
seguramente lograron— zaherirlo; que se no dé cuenta “que tú y tus
semejantes” sólo eran admitidos como soldados y esclavos en el régimen
colonial, jamás como ciudadanos españoles.43
Por supuesto, Díaz no sólo trazumó vítreo en sus trabajos. Como seña-
lábamos más arriba, sus ocho cartas al redactor de El Correo del Orinoco lo
demuestran capaz de reflexiones teóricas de mayor calado44, por mucho
que en todos los casos expresión de un pensamiento que básicamente
reaccionaba a lo propuesto por los republicanos. En todo caso, el punto
es que a partir de 1820, cuando la libertad de imprenta que decretan los
liberales del Trienio, hace que en Caracas surjan una gran cantidad de
periódicos incendiarios —La Segunda Aurora, El Fanal de Venezuela, La
Mosca Libre, El Celador de la Constitución, La Mariposa Negra, que ahora
redactan liberales como Tomás Lander (Rosas Marcano, 1975); (Straka,
2000)— Díaz ya se vio rebasado incluso en su mismo bando. Su era había
terminado.45 La polémica que sobre la tolerancia religiosa emprende con-

42
  Gaceta de Caracas, núm. 15, miércoles 10 de mayo de 1815.
43
  Véase: Correo del Orinoco, Caracas, 27 de febrero de 1819 y Gaceta de la ciudad de
Bogotá, 20 de agosto de 1820.
44
  Véase, por ejemplo, su alegato contra la democracia en la “Cuarta carta al redactor
de El Correo del Orinoco”, Gaceta de Caracas, Caracas, miércoles 30 de junio de 1819.
45
  Después de Carabobo debe emigrar a Puerto Rico y después a España. Convencio-
nalmente se supone que murió alrededor de 1834, pero estudios recientes señalan que
debió ser en 1842 o 1843 (Ramírez Martín, 2010, pp. 154-155). En 1829 publica en

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 187
tra El Fanal de Venezuela, por ejemplo, coloca a ese nuevo lenguaje que
tanto detesta en su propio zaguán. Y con el agregado de que sus lectores
parecen apoyar a Lander (quien comienza la polémica por unos libros
que le incauta el vicario de La Guaira, desatendiendo la nueva libertad de
imprenta que hay). Va quedándose solo en su causa y es un golpe mortal.
La carta de despedida que publica en La Gaceta de Caracas el 31 de enero
de 1821, es de los textos más tristes que encontramos en un periodo tan
lleno de ellos. Aunque no fue como los cisnes, porque ya había “cantado”
mucho en su vida, este artículo recuerda mucho a la imagen del animal
imponente que entona su última melodía antes de morir.
Poco a poco liberales y patriotas verán en los serviles un enemigo co-
mún. Poco a poco la modernidad política se hace el idioma común y la
sociedad empieza a rehacer su tejido, olvidándose de una España en la
que la mayoría siente que ya no hay nada qué buscar. De alguna forma
era el triunfo de los valores de la “prensa heroica”, es decir, de los que se
difundían en ella.

¿El triunfo de la modernidad?


El Libertador siempre entendió el valor de la imprenta y de la prensa
para su proyecto. Son numerosos sus testimonios al respecto (Pérez Vila,
1974), (Cauca Prada, 1989), algunos tan famosos como su frase de la
carta que el 1º de septiembre de 1817 le envía a Fernando de Peñalver:
“Sobre todo mándeme Ud., de un modo u otro, la imprenta, que es tan
útil como los pertrechos” (Bolívar, 1982, pp. 260-261). La carta es enviada
justo cuando la república estaba reorganizándose en Guayana después
de tres años de duras adversidades, y requería de todo para continuar la

Madrid la “contrahistoria” de la independencia: Recuerdos de la Rebelión de Caracas,


que fue editada en Venezuela solo hasta 1961, cuando lo hizo la Academia Nacional de
la Historia con un cargado aparato de críticas destinado a desmentirlo en cada uno de
sus alegatos. Recientemente fue vuelto a editar, con un estudio introductorio de Inés
Quintero (Caracas, Asociación Académica para la Conmemoración del Bicentenario
de la Independencia/ANH, 2011). También se publicó una selección de sus artículos,
lamentablemente con muchos defectos en su edición: Straka, (2009).

188 II. Opinión pública, Monarquía y República


guerra, sobre todo fusiles y municiones. Cuando se instala el Consejo de
Estado el 10 de noviembre, termina de delinear su postura: afirma que el
nuevo gobierno se “hallará en el futuro protegido no sólo de una fuerza
efectiva, sino sostenido de la primera de todas las fuerzas, que es la opi-
nión pública. La consideración popular, que sabrá inspirar el Consejo de
Estado, será el más firme escudo del Gobierno”.46 Sabía de lo que estaba
hablando quien vio perder dos veces los ensayos republicanos por efecto
de una población mayoritariamente partidaria del rey. Más o menos bajo
los mismos términos se expresó Juan Germán Roscio, no en vano uno de
los que más reflexionó sobre la impopularidad de la revolución, el autor
del mayor esfuerzo ideológico para justificar la independencia El triunfo
de la libertad sobre el despotismo (Filadelfia, 1817) y finalmente uno de
los asiduos redactores de El Correo:

[...] tenían una población de veinticinco millones y no obraban contra los


franceses realistas con solo la guillotina y el cañón: un diluvio de proclamas,
de gacetas, escritores y oradores ocupaban la vanguardia de los ejércitos,
llenaban las ciudades, villas y aldeas; los teatros de todas partes, sin fusiles
y bayonetas, declamaban contra la tiranía y a favor de la república [...] la
pintura y la escultura contribuían de un modo poco menos expresivo que
los teatros a encender la llama del patriotismo.47

Finalmente, a principios de octubre de 1817, desde Trinidad llega la


imprenta a Angostura. Había costado 2.200 pesos, la mitad de los cuales se
pagaron con veinticinco mulas. El impresor será Andrés Roderick, en torno
a cuya nacionalidad (¿inglesa?, ¿francesa?) no se han puesto de acuerdo
los investigadores; Roderick se mantiene publicando todos los papeles

46
  “Discurso pronunciado por el Libertador en Angostura el 10 de noviembre de
1817”, en Doctrina del Libertador. (1994). (Cuarta edición, p. 81). Caracas: Biblioteca
Ayacucho.
47
  Carta a Francisco de Paula Santander, 27 de septiembre de 1820, en: Roscio, (1953).
Obras, Caracas, Publicaciones de la Secretaría General de la Décima Conferencia In-
teramericana, T. III, pp. 169-170.

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz 189
del gobierno en la capital guayanesa hasta que el congreso se traslada a
Cúcuta, adonde es llamado en 1821. No obstante, en el camino decide
quedarse en Maracaibo, donde publicará El Correo Nacional. Después se
marcha a Bogotá, donde seguirá con su arte de impresor y sentará familia,
hasta su muerte en 1864. Entretanto la imprenta angostureña quedaría
en manos de Tomás Berdshaw y Guillermo Burrel Steward, para pasar
por diferentes dueños hasta que, a principios del siglo XX, es donada al
Museo Nacional (Grases, 1989, pp. 238-244).48
De la imprenta de Roderick saldrá el 27 de junio de 1818 El Correo
del Orinoco. Vocero de las nuevas ideas y de los nuevos tiempos, difun-
dirá los actos del gobierno y del legislativo; escritos doctrinarios como el
Discurso de Angostura, aparecido en tres idiomas; artículos de opinión
propios o traducidos de periódicos del exterior; los sábados o cuando
las noticias así lo requerían, salía en ediciones en inglés y en francés,
como expresión de un país que está abriéndose al mundo, sobre todo su
comercio (la liberación del Orinoco para el tráfico extranjero fue de las
primeras medidas de Bolívar, y ya iba formando en Guayana la base de
una nueva burguesía de raíz europea que después se haría muy poderosa)
y que está dispuesto a entrar en el coro de la Historia Universal (tal como
se la entendía entonces) con una voz propia, en pie de igualdad (no en
vano son los días de la altiva Declaración de la República de Venezuela,
de 20 de noviembre de aquel mismo año, en que Bolívar ratifica la in-
dependencia, e incluso la hace más radical; o en los que le dice al agente
norteamericano que “lo mismo es para Venezuela combatir contra España
que contra el mundo entero si todo el mundo la ofende”49). Al menos en
una cosa tenía razón Díaz: el nuevo lenguaje, esos “nuevos nombres de las
cosas”, tenían en el periódico a su gran difusor (Pino Iturrieta, 1973).50
Y por eso su triunfo final es, en alguna medida, el de esos lenguajes y los

48
  Véase también: Febres Cordero, (1964); Rodríguez, (1983).
49
  Simón Bolívar a John Baptiste Irving, Angostura 7 de octubre de 1818, Obras
completas, vol. I, p. 355.
50
  Trabajo recogido después en Ideas y mentalidades de Venezuela, Caracas, ANH, 1998.

190 II. Opinión pública, Monarquía y República


valores y universos que expresaban. Al menos en la élite y su proyecto
de reorganización del país, que pronto se haría francamente liberal. El
título del acápite puesto entre signos de interrogación deja un poco a la
duda la extensión y profundidad de la victoria, de cara a lo que vendría
después; pero al menos una cosa no se puede negar: fue el triunfo de
un deseo por llegar a ser modernos; por alcanzar la versión de sociedad
defendida en el Orinoco y no la que desde Caracas, por un lustro, José
Domingo Díaz combatió.

Colofón
La desaparición del periódico El Correo del Orinoco en 1822 no sólo
marcó el cambio de centro de gravedad del proceso, que pasó a Bogotá
y con la mirada puesta hacia el sur. Del mismo modo que con la Gaceta
de Caracas marcó el fin de una época. Ya los objetivos principales de
la publicación se habían logrado, cuando con los otros pertrechos que
también se lograron importar con mulas, cueros, tabaco y créditos no
pocas veces leoninos, se ganaron batallas como las de Carabobo. Esto
no significa que su mérito haya sido secundario, de hecho toda la prensa
que aparece a partir de entonces —y que cuenta con publicaciones tan
importantes como el primer El Venezolano— en mayor o menor medida
encarna los principios que propagó. Con su cierre y el exilio del Gacetero,
tanto la prensa, como toda la disputa de la Emancipación, entró en un
nuevo ciclo, ya republicano y poco a poco nacional. Como un drama que
sustituye a otro, comienza una nueva etapa en el ciclo de la Emancipación.

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196 II. Opinión pública, Monarquía y República


Libertad, prensa y opinión pública en
la Gran Colombia, 1818-1830

Leidy Jazmín Torres Cendales


Universidad Nacional de Colombia

Introducción
La libertad es uno de los conceptos de mayor mutación e influencia po-
lítica hacia finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. De hecho,
podemos decir que la lucha emprendida en el territorio hispanoamericano
para lograr la independencia de la Monarquía española tuvo una clara
relación con los cambios de significado de este término, cuyas definiciones
renovadas servirían para construir y poner en práctica nuevos proyectos
sociales y políticos en América y Europa, entre 1750 y 1850 (Koselleck,
1993, pp. 342-343). La libertad encarnó valores nuevos después de la
campaña de Independencia americana, asociados con un gobierno que
se proclamó portavoz exclusivo de la voluntad colectiva de separarse de
España, asumiendo con ello una cultura política basada en la representa-
ción y la opinión pública. Como voceros de esta última, los impresos, y
en especial los periódicos patriotas, se adjudicaron el carácter de papeles
“públicos”, es decir, aparecían asociados al “Pueblo”, fundamento de la
comunidad política republicana (Lempérière, 1998, p. 55) y mecanismo
de legitimación privilegiado desde 1819.
El objeto de este trabajo es, en primer lugar, enunciar algunos de los
usos semánticos registrados para el concepto de libertad en la prensa pa-
triota; en segundo lugar, mostrar la forma específica en que la libertad de
imprenta se instituyó como garantía de la interlocución entre el gobierno y
la sociedad, y como forma de participación alterna a las Asambleas durante
el periodo entre 1818 y 1826; y, por último, evidenciar el proceso mediante

197
el cual se convierte en un instrumento de cohesión ante los conflictos
entre Santander y Bolívar desde 1826. Para este fin, emplearé algunas
publicaciones oficiales de la República o redactadas por sus funcionarios, y
creadas incluso antes de la batalla de Boyacá, a saber: El Correo del Orinoco
(1818-1822), la Gazeta de Santafé (1819-1822), la Gaceta de Colombia
(1821-1831), La Indicación (1823) y El Patriota (1823). Estos impresos se
convirtieron en el periodo del gobierno de Francisco de Paula Santander
(1821-1826) y de Simón Bolívar (1826-1831), en la herramienta para la
construcción y fijación de ciertos conceptos políticos, los cuales operaron
como mecanismos de unidad y legitimación del Estado.
Con el fin de lograr estos objetivos, mostraremos en primer lugar las
transformaciones del significado de la libertad desde finales del siglo
XVIII hasta principios del siglo XIX, basados en las definiciones formales
consignadas en los diccionarios de la época. Posteriormente, enunciaremos
los distintos usos del vocablo libertad en la prensa patriota, deteniéndonos
en las implicaciones que adquieren el uso de la imprenta y su relación
con la opinión pública, un elemento naciente en este periodo. Por últi-
mo, expondremos la utilidad de la libertad como articuladora del nuevo
orden en un momento de crisis, encarnándola en la figura bolivariana.

El vocablo libertad a finales del siglo


XVIII y principios del siglo XIX
De acuerdo con los diccionarios de la Real Academia Española, (RAE), de
1780, 1783 y 1791, cuyas definiciones son idénticas, la libertad constituía
una “facultad natural, o libre albedrío, que tiene cada uno para hacer, ó decir
lo que quisiere; menos lo que está prohibido, ó por fuerza, ó por derecho”.1
Esta noción de libertad, “jurídica”, como ha sido denominada por algunos
autores en razón a las restricciones a las que obedecía (Chacón Delgado,
2011, p. 48), provenía de planteamientos teológicos, según los cuales el
hombre había recibido de Dios la posibilidad de elegir entre el bien y el mal
y en ello radicaba ser “libre” (Gardeazábal, 2000). La libertad constituía

  Cfr.: RAE, (1780, p. 582); RAE, (1783, p. 595); RAE, (1791, p. 529).
1

198 II. Opinión pública, Monarquía y República


una capacidad de actuar, eso sí, enmarcada dentro de las normas o coaccio-
nes generadas tanto desde el campo moral como desde lo político. Dicho
concepto aludía también al ámbito colectivo de un país “que no reconoce
dominio, ni sujeción ajena” (RAE, 1782, p. 582). Es decir, constituía una
facultad circunscrita a las reglas propias de una nación pero no implicaba
la sujeción a otros gobiernos. Al contrario, insubordinarse contra la moral
en términos individuales sí se consideraba una desviación de la “verdadera
libertad”, pues los comportamientos de “desenvoltura y desvergüenza” eran
propios del libertinaje más que de seres libres (RAE, 1780, p. 582).
A principios del siglo XIX algunas mutaciones frente a la noción de li-
bertad fueron registradas en los diccionarios de la Real Academia Española.
La libertad se designó como “la facultad de obrar, ó no obrar, por la qual
se dice que tenemos alguna cosa en nuestra mano, ó que somos dueños de
nuestras acciones. Libertas, libera voluntas”. (RAE, 1803, p. 514) Como es
posible observar, en los albores del siglo XIX se inscriben ciertas distincio-
nes si se comparan con el término de finales del siglo XVIII, pues aunque
sigue relacionado con el libre albedrío (libera voluntas), manteniendo un
tono religioso, la enunciación tiene un sentido más laico, manifestando
la responsabilidad del ser humano sobre sus acciones. A esto se adiciona
la condición de aquel que no es esclavo o está preso y, en lo económico,
contempla también la posibilidad de comerciar sin restricciones (RAE,
1803, p. 514). Es decir, el concepto de libertad empezaba a pluralizarse,
teniendo una incidencia directa sobre varias esferas que rebasaban lo
moral, e incluso, encarnaban este principio en una forma particular de
gobernar, pues “Hablando de un Estado, ó de un país, es la forma del
gobierno aristocrático, ó democrático. Libertas” (RAE, 1803, p. 514).
Ya para este periodo se empieza a vislumbrar un acercamiento entre la
libertad y un sistema político diferente a la Monarquía absolutista, aun-
que esta idea será concretada solo hasta la década de 1810 después del
apresamiento de Fernando VII.
Es a raíz de la reunión de las Cortes en 1812, con el fin de llenar el vacío
de autoridad causado por el apresamiento del Rey, que se observa una nueva
dimensión de la libertad atada al constitucionalismo, en la cual el concepto

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 199


implicaba una participación en los asuntos públicos (Furet, 1989, p. 633),2
pero restringido por las normas pues se designaba como la facultad de “obrar
o decir cada uno lo que no se oponga a las leyes” (RAE, 1817, p. 527). En las
colonias hispanoamericanas, la idea de intervención en los “asuntos públicos”
dio lugar a la aparición de las primeras juntas de gobierno, cuyos participantes
y defensores argumentaban la necesidad de involucrar a los criollos en las
deliberaciones políticas, pregonando el principio de la igualdad de condi-
ciones frente a los peninsulares, dado que la libertad fundada en la noción
teológica supeditaba sus alcances a la estructura corporativa de la sociedad
del Antiguo Régimen (Cansanello, 1995, p. 118). La Primera República
dio cuenta de ello, aunque desembocó en los conflictos entre centralistas
y federalistas visibles en la guerra civil.3 No obstante, la situación cambia
a partir de 1818, cuando las victorias encabezadas por el general Bolívar,
Santander, Páez y otros, empiezan a materializar un gobierno independiente,
centralista y fundamentado en el liberalismo como doctrina política.
Aunque los términos liberal y liberalismo solamente aparecerán como
referencia a un proyecto político en el diccionario español de 1869 (Fer-
nández Sebastián, 2002a, p. 425), su uso a ambos lados del Atlántico se
hace común incluso desde 1811, primero como un adjetivo peyorativo
hacia el sistema francés (Fernández Sebastián, 2002a, p. 417) y poste-
riormente en las Cortes de Cádiz, donde empezará a funcionar como
un calificativo del grupo opuesto a los “serviles”, en el cual primaba el
interés por la libertad de opinión, la división de poderes, la Constitución
y la ley (Wasseman, 2008, p. 72).

2
  Este concepto de constitucionalismo estaría fuertemente relacionado con el proble-
ma de la libertad en el republicanismo americano, pues era imperativo para el nuevo
sistema la creación de un entorno legal que restringiera la voluntad de los poderosos.
(Pettit, 1999). Dicha idea era compartida por el Libertador, quien percibía la libertad
sin restricciones como una amenaza, dado que la democracia mal llevada conducía
necesariamente a la tiranía (Urueña Cervera, 2004).
3
  Para más información puede verse: Ocampo López, (1998); Sosa Abella, (2006);
Gutiérrez Ardila, (2010).

200 II. Opinión pública, Monarquía y República


La visión mayoritaria de los liberales en Cádiz generó nuevas significaciones
del concepto de libertad, que se verían fuertemente arraigadas en América.
Muy cercano a la noción revolucionaria francesa, la libertad se constituyó
en un “credo político” en torno a la Constitución y su poder basado en un
cuerpo de ciudadanos iguales ante la ley y representados en las asambleas
(Fernández Sebastián, 2002a, p. 429). De acuerdo a la Carta proclamada en
1812, la libertad expresaba una “facultad que tiene cualquiera de concurrir
de algún modo por sí o por sus representantes al gobierno de la nación o del
Estado al que pertenece” (Contoni, 2011, p. 52). De allí que la libertad se
anclara a otros conceptos como Nación, representación, soberanía y pueblo,
marcando el tránsito de una libertad jurídica, atada a la ley y la moral, hacia
una libertad política, constitutiva de los sistemas republicanos.
La libertad se concebiría entonces como una serie de condiciones
para expresar la opinión de los pueblos, ratificada y materializada en los
sistemas constitucionales con el fin de conservar la paz y el bienestar en
la comunidad (Annino, 2004, p. 47). No obstante, ese “Pueblo” tam-
bién se hallaba en un proceso de construcción de significado, ya que en
el caso específico de la Nueva Granada, se había pensado como “una
masa abigarrada que debía ser sometida a los controles de la ciencia y de
instituciones como la escuela” (Loaiza Cano, e. p.). Dada la coyuntura
del vacío de autoridad y la construcción de un nuevo orden político, el
pueblo fue revestido de poder, “fundado en la libertad, en la capacidad
de un pueblo que se cree libre para erigir su propio gobierno” (Loaiza
Cano, e. p.), principio que sustentó la República a partir de 1819.
Sin embargo, no todos podían ser parte activa en las deliberaciones, por
lo cual fueron elegidos representantes en quienes se depositaba la sobera-
nía, teniendo en cuenta que sólo los ciudadanos que tenían una actividad,
patrimonio económico y nivel educativo4 habían sabido demostrar “las

4
  Al respecto pueden verse los artículos 15, 21, 88, 95, 106 y 141 de la Constitución
Política de la República de Colombia de 1821, donde se establecen las condiciones para
ser elector parroquial, representante provincial, representante a la Cámara, senador,
presidente y ministro de la Alta Corte de Justicia, respectivamente.

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 201


virtudes y los talentos necesarios para ocupar ese lugar en el sistema de
gobierno” (Loaiza Cano, e. p.). La ambigüedad de los conceptos no fre-
nó la edificación de la República de Colombia, proclamada en 1819, en
donde las acepciones de libertad, liberalismo y liberal serían los principales
cimientos para legitimar el cambio instaurado después de la independencia.

Libertad, impresos y opinión pública en la República de Colombia


La prensa se convirtió en el principal medio para ofrecer información sobre
los asuntos públicos y forjar opinión en la década de 1820 a 1830. Gracias
a la libertad de imprenta, proclamada en 1821, basada en el artículo 156 de
la Constitución5, todos los colombianos tenían derecho a imprimir y pu-
blicar sus pensamientos, haciendo uso de ese “precioso derecho” integrante
de la libertad civil y política. Este periodo inaugura una nueva forma de
concebir varios conceptos, cuyos cambios se verían reflejados tanto en el
gobierno patriota de la Nueva Granada y Venezuela, unidos ahora en un
solo territorio denominado República de Colombia, como en los impresos
oficiales y particulares que vieron la luz para ese momento.
Debido al interés de Simón Bolívar por continuar la campaña de
independencia en el sur, para liberar las provincias de la Audiencia de
Quito del dominio español, el poder recayó sobre uno de sus genera-
les, Francisco de Paula Santander, quien sería el encargado de llevar el
rumbo político de la nación hasta 1826. Como uno de sus principales
objetivos, la República proclamó en 1821 una carta constitucional
que renovaba las bases del gobierno, ya no basado en la soberanía del
Rey sino de la Nación. Al igual que otras acepciones, la palabra “Na-
ción”, con mayúscula, no poseía un significado acabado, implicaba
una comunidad política “libre, no sometida despóticamente” (Portillo
Valdés, 2002, p. 471), al mismo tiempo que aglutinaba una población

5
  Artículo 156. “Todos los colombianos tienen derecho de escribir, imprimir y publicar
libremente sus pensamientos y opiniones, sin necesidad de examen, revisión ó censura
alguna anterior a la publicación. Pero los que abusen de esta preciosa facultad sufrirán
los castigos á que se hagan acreedores conforme á las leyes. Colombia”. (Cuerpo de leyes
de la República de Colombia, 1822, p. 37).

202 II. Opinión pública, Monarquía y República


de individuos iguales en sus derechos (Furet, 1989, p. 664), que tenían
la potestad de establecer sus leyes fundamentales a través de la elección
de representantes (Portillo Valdés, 2002, p. 471). De igual forma, aludía
al cuerpo de ciudadanos cuya soberanía colectiva los constituía en un
Estado, compartiendo un conjunto de leyes y un territorio (Chiaramonte,
2004, pp. 39 y 61).
La Nación depositaba su poder en los representantes para proteger los
derechos imprescriptibles de los ciudadanos que la conformaban, y como
ciudadanos solamente se entendían aquellos quienes adquirían ese estatus
por su renta, educación y participación en la sociedad. La agrupación de
los ciudadanos constituía el “Pueblo”, cuyas libertades eran el principal
beneficio pregonado por los patriotas después de la independencia. Como
he enunciado anteriormente, el “Pueblo” poseía características conceptuales
incompletas, pues si bien era invocado constantemente para legitimar
el Estado, hasta antes del siglo XIX solamente refería la congregación
de habitantes de un lugar (Goldman & Di Meglio, 2008. p. 140), y
posteriormente, sería instituido en la “masa general de los hombres que
se han reunido bajo ciertos pactos” y participan activamente en ellos.6
De acuerdo a la Constitución de 1821, Colombia se originaba como un
Estado “libre e independiente de la Monarquía española, y de cualquiera
otra potencia ó dominación estranjera”7 y asumía como base los derechos
ciudadanos de libertad, igualdad, propiedad y seguridad.8 Teniendo esta
plataforma, la libertad en la República se instituyó bajo tres significados:
el primero era sinónimo de emancipación, y hacía referencia estricta al
gobierno autónomo del territorio, sin intervención extranjera de nin-
gún tipo. Este principio sería incuestionable a partir de 1821, no así la

6
  La Indicación, Bogotá, 10 de agosto de 1822: 3, pp. 11-12.
7
  Cuerpo de leyes de la República de Colombia. (1822, tomo I, p. 7). Bogotá: Bruno
Espinosa, Impresor del Gobierno General.
8
  Artículo 3. “Es un deber de la Nación protejer por leyes sabias y equitativas la
libertad, la seguridad, la propiedad y la igualdad de todos los colombianos”. (Cuerpo
de leyes de la República de Colombia, 1822, tomo I, p. 8). Bogotá: Bruno Espinosa,
Impresor del Gobierno General.

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 203


segunda acepción, más compleja, pues definía la libertad política como
la capacidad de actuar dentro del marco normativo constitucional, una
facultad para dictar reglas sociales y que solamente hallaba restricciones en
la voluntad de la Nación, era un reflejo de su soberanía, pues ella misma
decidía sobre las instituciones y medidas que podían ayudar a su bienestar
(Fernández Sebastián, 2002a, pp. 425, 429 y 430). La tercera noción
contemplaba las libertades civiles: la libertad de imprenta, expresión, el
voto, la libertad de comercio, etcétera, las cuales garantizaban el ejercicio
de los derechos y la participación en la vida pública.
Las tres significaciones de la libertad se convirtieron en el baluarte re-
publicano, en las cuales se encarnaba una transformación pues ya no eran
vistas como privilegios de ciertos estamentos, propios del Antiguo Régi-
men (Furet, 1989, p. 631), sino como potestades adheridas a la categoría
de ciudadano puesta en práctica en el nuevo gobierno. Sin embargo, las
libertades civiles tenían límites, dados por la ley consignada en la Consti-
tución, mientras que la libertad política no tenía mayor obstáculo que la
voluntad misma de los pueblos. Los dos últimos significados del concepto
libertad empiezan a aparecer constantemente en la prensa desde la década
de 1820, en muchos casos, para contraponerlos al régimen español al
cual aún se debía combatir, pues el sur de la República estaba bajo poder
de los realistas, y sus partidarios se encontraban todavía dispersos en el
territorio. Por ello, El Patriota, publicación editada por el vicepresidente
Santander, promulgaba el exilio para los leales a la Corona, afirmando:

[…] ¿No les gusta la independencia de Colombia? pues salgan del


pueblo ¿No les gusta vivir sin rey? pues salgan del pueblo ¿No les gusta
vivir sin cadalsos, patíbulos, sangre y desolación? pues salgan del pueblo
¿No les gusta la estincion de las alcabalas, la rebaja de derechos de adua-
nas, la libertad del ciudadano, la seguridad de la propiedad? pues salgan
del pueblo ¿No les gusta la estincion de los tributos, la abolición de la
inquisición, y de la tortura? pues salgan del pueblo ¿No les gusta ver al
americano considerado ya como hombre perteneciente a una nación, y no
verlo encorvado y abyecto bajo el dominio de los virreyes y gobernadores

204 II. Opinión pública, Monarquía y República


españoles? pues salgan del pueblo. Salgan cuantos vivan disgustados, y
dejennos solos á los que hemos entrado en la locura de ser libres […].9

El vicepresidente acudía a la colectividad de los residentes en Colombia


para convencerlos del rechazo a los españoles, enunciando que quienes
vivían leales a la Monarquía no hacían parte de los acuerdos de la Repú-
blica y, por tanto, debían ser expulsados de ella. Para Santander, ser libres
implicaba ostentar una serie de derechos adquiridos a través de la Consti-
tución, enumerados y contrapuestos al sistema español y por los cuales se
estaban realizando reformas en su gobierno. Esas prerrogativas integraban
las libertades civiles, cuyo único obstáculo, en el buen sentido del término,
era la libertad política encarnada en el cuerpo de leyes aprobado por los
representantes de la Nación y consignados en la carta constitucional.10
Con el fin de garantizar la libertad, en todos sus sentidos, el Estado
republicano llevó a cabo ciertas medidas necesarias para edificar el nuevo
orden. En principio, la libertad entendida como independencia de otras
naciones tuvo prioridad, por lo cual se extendieron grandes recursos para la
guerra contra los realistas en el sur, mediante la recaudación del impuesto
directo, los préstamos y la liquidación de los servicios militares con vales
cambiables en cualquier lugar de la República.11 Así mismo, la dimensión
política de la libertad fue garantizada, según el gobierno santanderista, a
través de la Asamblea de Cúcuta; a lo cual se sumó el progresivo fortale-
cimiento de la libertad económica, mediante la supresión de la alcabala
y la circulación y subsidio del comercio.12 Aunque las primeras juntas de
gobierno instauradas desde 1810 ya habían empezado transformaciones

9
  El Patriota. Bogotá, 9 de febrero de 1823: 4, pp. 21-22.
10
  Estas dos esferas de la libertad han sido enunciadas por Isaiah Berlín (1988), bau-
tizándolas como libertad negativa y positiva respectivamente (pp. 118-172).
11
  Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 12 de diciembre de 1819:20; Gazeta de Santafé
de Bogotá. Bogotá, 8 de noviembre de 1822: 47; Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá,
11 de agosto de 1822: 43.
12
  Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 13 de julio de 1828: 359.

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 205


como la eliminación de los monopolios, la disminución de impuestos
y la autonomía de precios y mercancías (Martínez Garnica, 2009, pp.
70-73), sería la República presidida por Santander quien podría llevar
a cabo efectivamente esas disposiciones. Finalmente, con el objeto de
instaurar las libertades civiles, se proclamó la ley de “vientres libres” 13 y
se abolieron la Inquisición y la censura a los libros y la prensa.14
Fue en los periódicos donde se divulgaron todas estas transformaciones,
contraponiéndolas al Antiguo Régimen español de coerción, silencio y
tiranía, con el fin de fijar una opinión favorable hacia el Estado republi-
cano. De allí que el caso de la Inquisición se convirtiera en un ejemplo
de las dimensiones de la libertad antes mencionadas:

El Gobierno no puede aprobar ni consentir que en la República se con-


serven los menores vestigios del horrible Tribunal de la Inquisición, para que
à pretesto de conservar el Dogma y la moral pura de Jesucristo, se pretenda
en realidad sofocar los progresos de las luces y se atente contra los derechos
más preciosos del hombre, la seguridad y la propiedad, que afianzan la liber-
tad del individuo, principal apoyo de la libertad política de las Naciones.15

De acuerdo con Francisco de Paula Santander, el tribunal inquisitorial


era incompatible con la “libertad de la República” pues sus prácticas vio-
laban el derecho a pensar y expresar las ideas. Por ello se debía extinguir,
al igual que muchos de los elementos que recordaban la sujeción a la
Corona. Según los periódicos patriotas, la libertad constituía la princi-
pal diferencia entre España y América, e incluso, eran los peninsulares
quienes ahora envidiaban las antiguas colonias, pues los levantamientos
de 1820 en contra del dominio de Fernando VII, quien había echado
atrás las reformas de las Cortes de 1812, no se hicieron esperar y fueron
leídos con particular atención desde el territorio Americano.

13
  Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 9 de septiembre de 1821: 2, p. 2.
14
  Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 6 de septiembre de 1821: 1.
15
  Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 13 de septiembre de 1821: 3, p. 4.

206 II. Opinión pública, Monarquía y República


Los nobles y generosos Españoles conocen plenamente su propia
situación horrorosa, envidian la santa LIBERTAD que gozan sus herma-
nos americanos, y están resueltos a gozarla tambien. Penetrados de estos
sentimientos, y por otra parte mal pagados, mal comidos y peor vestidos,
no pueden hallar satisfacción en ser arrancados á remotas regiones, para
pelear y derramar su sangre, a fin de esclavizar á sus mismos hermanos.16

De acuerdo con la prensa patriota, las revueltas en España constituían


una lucha por alcanzar las libertades puestas en práctica por el gobierno
americano, y mediante esa idea, se intentaba consolidar el poder repu-
blicano, mostrando los beneficios de los cambios que se estaban llevando
a cabo. A diferencia de lo que advierten algunos académicos (Academia
Nacional de la Historia, 1959, p. 17), la independencia no estaba ganada
desde 1819, pues a pesar de las victorias obtenidas en el campo militar,
todavía era necesaria una justificación social y política del Estado. De
allí que se tomara la libertad política y las libertades civiles como base
de los derechos adquiridos, comparándolos con el estado de sumisión
que aun mantenían los vasallos peninsulares de la Monarquía española.
Esta idea sería fuertemente difundida por periódicos como la Gazeta
de Colombia o el Correo del Orinoco, en los cuales se reiteraba que la única
vía para la libertad y el progreso era la República, de lo contrario, España
integraría América “a la masa de la nación para que con el oro de vuestras
minas y con vuestras ricas producciones pueda ella organizar y consolidar
un nuevo sistema: que contribuya el Nuevo Mundo a la prosperidad y
engrandecimiento de una pequeña fracción del continente europeo”
(Academia Nacional de la Historia, 1959, p. 186).
Durante la República, la prensa patriota operó en gran medida
como propaganda de las reformas liberales de Santander17, dado que
el contexto de guerra aún se vivía desde el campo de batalla militar y

  Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 12 de diciembre de 1819: 20, p. 83.


16

  Por propaganda entendemos “la expresión de una opinión o una acción por in-
17

dividuos o grupos, deliberadamente orientada a influir opiniones o acciones de otros

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 207


retórico. Por ello, los periódicos empezaron a operar desde 1818 como
armas bélicas y simbólicas, mediante las cuales se intentaba persuadir a
la población, moralizar a las tropas e intimidar a los enemigos realistas
para que abandonaran la confrontación.
En una dimensión mucho más amplia y decisiva, los impresos fun-
cionaron como forjadores de la opinión pública, convirtiéndose ésta
en un espacio de “interpenetración entre el gobierno y la sociedad”,
un complemento de la representación política (Fernández Sebastián,
2002b, p. 480), pues la “masa general” de la Nación no podía gobernar,
pero sí ejercer como juez de sus diputados. Sin embargo, la redacción y
publicación estaban supeditadas a ciertas normas que limitaban dichas
potestades y evitaban su abuso. Entre ellas se encontraban las ofensas
al dogma religioso, los escritos encaminados a excitar la rebelión o a
perturbar la “tranquilidad pública”, los textos que ofendieran la moral y
“decencia” o los que vulneraran la reputación y el honor de una persona.18
En ese caso, la justicia podría impartir penas económicas o encarcelar a
los culpables y, en el mejor de los casos, los jueces tenían la potestad de
crear una “nota de calificación” en la cual se señalara la frase o página que
debía ser eliminada, regresando el impreso a su editor para corregirlo.19
Aunque estas limitaciones republicanas a la libertad de imprenta pueden
guardar cierto parecido con aquellas impuestas por Fernando VII en su
Real Decreto del 4 de mayo de 1814, en el cual observaba las restricciones
“que la sana razón soberana e independiente prescribe á todos para que
no degenere en licencia”, tales como ofender al gobierno o la religión,20
había una clara diferencia entre las dos concepciones. En el proceso de
Reconquista, Morillo y Sámano operaron como censores directos de los
contenidos de los impresos y eran ellos quienes poseían el dominio de

individuos o grupos para unos fines predeterminados […]”. (Pizarroso Quintero,


2007, p. 205).
18
  Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 23 de septiembre de 1821: 6, p. 21.
19
  Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 23 de septiembre de 1821: 6, p. 22.
20
  Gaceta Extraordinaria de Madrid, Madrid, 12 de mayo de 1914: 70, p. 519.

208 II. Opinión pública, Monarquía y República


las pocas imprentas neogranadinas.21 Si bien las máquinas de imprimir
siguieron siendo privilegio de unos pocos durante el gobierno patriota,
éste no se ejercía con ningún tipo de censura previa de las publicaciones,
y era solamente en el momento en que se realizaba una denuncia por los
“abusos” de un papel, cuando los jueces de imprenta entraban a escru-
tar el contenido de los mismos.22 No obstante, el concepto de libertad
—y, sobre todo, el concepto de libertad imprenta—, continuó atado a
la noción de orden. Es decir, era posible manifestar los pensamientos,
pero solo aquellos que no atentaban contra el culto católico o suscitaban
revueltas, pues podían ser penalizados.
En los años subsiguientes a la Asamblea constituyente, si bien afloran
en el contexto colombiano muchos periódicos e impresos, no todos ellos
serán el reflejo del “buen uso” de la libertad de imprenta deseado por el
gobierno, y debido a ello, además de la escisión entre libertad nacional,
referida a la autonomía en el gobierno; libertad política, la cual garantizaba
el poder de la Nación para dictar sus leyes; y libertad civil, en la cual se
introducían los derechos y facultades mediante los cuales participaban los
ciudadanos, se tendrá una nueva separación entre la “verdadera libertad” y
aquella censurada como un abuso de las prerrogativas del Estado. Tal y como
se concebía en España, “puesto que ‘toda libertad es un poder’, la libertad
de escribir e imprimir ha de contrapesarse con la cautelosa previsión de los
posibles abusos de ese poder”, y en esto fueron especialistas las publicaciones
patriotas de los años 20 (Fernández Sebastián, 2002a, p. 432).
Los puntos de divergencia entre la “verdadera libertad” buscada por
la ley y los usos dados en las publicaciones, empezaron inmediatamente
después de la proclamación de la Constitución en octubre de 1821. Más
allá de la supuesta aprobación general pregonada por Santander sobre la
carta legislativa, desde su misma aparición se encontraron confrontaciones

21
  Al respecto puede verse en este mismo libro: Alexander Chaparro Silva, La opinión
del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé durante la Reconquista
española, 1816-1819.
22
  Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 23 de septiembre de 1821: 6.

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 209


sobre el rumbo que debía llevar la nación. El primer cuestionamiento
vino de Caracas y el antiguo territorio venezolano, dado que sus habi-
tantes no habían podido votar por sus diputados pues se hallaban bajo
el dominio realista (Bushnell, 1997, p. 84). Este hecho llevó a cuestionar
la supuesta representatividad de la constituyente por algunos periódicos
como La Lira, en la cual, según la Gazeta de Colombia, se reclamaba y
ofendía a Bolívar y se promovía la separación. Por ello se celebraba su
cierre en 1827, enunciando:

Al fin calla la Lira que tan impugnemente ha lacerado la reputación de


los más antiguos patriotas de Colombia; permita el cielo, que ni ella, ni
acá se tome la pluma para calumniar; completar la escisión del Estado sino
que se emplee para reprimir con moderación el abismo de magistrados; en
indicarles el camino seguro que conduce a la felicidad publica; en sostener
las libertades que con tantos sacrificios han conquistados los colombianos.23

La prensa patriota sostendrá durante toda la década de 1820 que la


libertad de imprenta era un bien dado a los ciudadanos con el fin de saber
su opinión sobre el Estado, pues era el Pueblo quien debía operar como
juez de las decisiones de sus representantes. No obstante, fueron incisivos
en declarar la “Política” introducida en sus páginas como “anuncios que
se encaminen á comprobar y difundir los genuinos principios de una
practica y moderada libertad, la cual pueda avenirse con las circunstancias
y ser susceptible de perfecciones graduales”.24 Es decir, si bien se abrían
las puertas para la opinión y las críticas al gobierno, era claro que su papel
debía ser promover reformas dentro de un marco legislativo ya aprobado.
La libertad era un bien que debía ser aprovechado con moderación y
así lo enunciaba el Correo del Orinoco, quien definía la libre circulación
de publicaciones como un instrumento para “desterrar errores y añejas
preocupaciones; no para decir dicterios, sino razones que desengañen, que

  Gazeta de Colombia. Bogotá, 5 de agosto de 1827: 303.


23

  Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 6 de septiembre de 1821: 1, p. 2.


24

210 II. Opinión pública, Monarquía y República


ilustren y nos conduzcan a esa pacificación, a esa unión, a esa concordia
que todos deseamos de corazón”.25
El concepto de opinión pública implicaba entonces una expresión de
los juicios colectivos con respecto al gobierno, un tribunal que permitía
el ejercicio activo de la soberanía de la Nación a través del examen de
las decisiones de sus dirigentes. Sin embargo, el carácter de “pública” no
involucraba la posibilidad de plantear diferencias sustanciales respecto
al proyecto proclamado en Cúcuta por la “voluntad general”, pues la
Constitución y los representantes que la habían promulgado, encarnaban
la “verdadera” voz nacional. Por tanto, los dicterios encontrados en algu-
nas publicaciones, quienes hacían “mal uso” de la libertad de imprenta,
procedían de las ambiciones particulares que deseaban sobreponerse al
interés común, inherente a la noción de una opinión realmente pública.
Así, se forjó en América lo que Elías Palti ha denominado la concepción
unanimista de la opinión, “una voz general de todo un pueblo conven-
cido de una verdad, que la ha examinado por medio de la discusión”.26
Esa verdad estaba consignada en la Constitución de 1821, por lo cual
la libertad de imprenta estaba supeditada a la discusión de los actos de
gobierno, pero no de la carta legislativa, pues ella era el anclaje de la vida
comunal iniciada con la República, y había sido ratificada por un cuerpo de
diputados quienes portaban la representación general (Palti, 2007, p. 174).
Con el temor latente de la guerra civil, tal y como se había dado en 1813,
los periódicos patriotas negaban los cuestionamientos a la legislación
adoptada, afirmando que no había “mejor constitución” pues a pesar del
debate nunca se había puesto en duda el carácter “popular representativo”
de la misma.27 El periódico La Indicación, editado por Vicente Azuero,
exaltaba este carácter y respondía a las críticas afirmando:

25
  Correo del Orinoco. Angostura, 9 de septiembre de 1820: 79.
26
  El Observador. México, 1827-1828 y 1830, citado en: Palti, (2007, p. 169).
27
  La Indicación, Bogotá, 5 de julio de 1822: 2, pp. 6-7.

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 211


Jamás se había visto una primera reunión de representantes más lejitima.
Ella no se componía de suplentes por pueblos que no los habían nom-
brado, como las Cortes estraordinarias de Cádiz, que dieron esa celebre
constitución que es hoy el ídolo de todos los españoles, ni de personas
nombradas por las legislaturas de estados particulares, como el congreso que
dio la constitución federal de los Estados Unidos, sino de representantes
escojidos por los mismos pueblos.28

La “verdadera” libertad de imprenta se convirtió entonces en un atri-


buto exclusivo de los seguidores del gobierno republicano, pues según
los periódicos patriotas, era en él donde se “infunde y circula el espíritu
de libertad”.29 De acuerdo con la prensa republicana, el gobierno español
veía en la circulación libre de impresos una amenaza porque dejaba ver la
supuesta corrupción de sus costumbres y su inminente derrota30, mien-
tras que ellos la concebían como “la mejor garantía que han estimado
las naciones cultas para conservar sus derechos, establecer su libertad
política, y promover el mayor bien público, que es el obgeto principal
en toda asociación”.31
Si bien no sería el único, el Correo del Orinoco negaba cualquier tipo
de agencia en la libertad de imprenta a los detractores del Estado, pues la
misión de las publicaciones debía ser “presentar al Gobierno, á vuestros
compatriotas y al mundo entero, vuestros prudentes avisos, vuestras
sabias amonestaciones, y los frutos sasonados de vuestras tareas en la
manera que exige el decoro de la misma sabiduría del Gobierno, y que
la igualdad de derechos reclama de hombre á hombre”, pues así como se
había dado “al Orbe todo una prueba exuberante de ilustración y virtud
en vuestra feliz regeneración política, dadla también marcando vuestros
escritos con aquella justa moderación de hombres públicos, y nuestra

28
  La Indicación, Bogotá, 24 de julio de 1822: 1.
29
  Correo del Orinoco, Angostura, 4 de agosto de 1821: 112.
30
  Correo del Orinoco, Angostura, 7 de agosto de 1819: 36.
31
  Correo del Orinoco, Angostura, 4 de agosto de 1821: 112.

212 II. Opinión pública, Monarquía y República


amada Patria será indefectiblemente grande, opulenta, y feliz”.32 Los
periódicos patriotas catalogaron entonces como “mal uso” de la libertad
de imprenta a cualquier papel que apoyara la Monarquía, o propusiera
un Estado distinto al vislumbrado por los jefes de la campaña liberta-
dora, dado que escribir e imprimir se encontraba sujeto a la ilustración
de la población, quien debía entender y apoyar los valores liberales. La
imprenta usada para otros fines era sinónimo del “engaño” en que quería
mantenerse al pueblo. De allí que periódicos como el Correo invitaran
a los ciudadanos para emplear “este tan inestimable bien del hombre en
sociedad, publicando vuestros pensamientos, y vuestras opiniones de
una manera digna de nuestro Gobierno, de nuestra época, y de nosotros
mismos”, es decir, imprimiendo aquellos pensamientos en los cuales se
ayudara a conformar y sostener el Estado.33
Al contrario de lo que entendieron los periódicos patriotas como “buen
uso” de la libertad de imprenta, surgieron publicaciones en las cuales se
proponían reformas a la Constitución de 1821, y allí serían patentes las
luchas por el concepto de libertad y opinión pública, ambos atados a
confrontaciones desde distintas esferas políticas presentes en la década que
va de 1820 a 1830. Si bien la falta de representatividad de los venezolanos
constituyó un problema en la legitimidad del Estado, también el gobierno
centralizado en Bogotá y encabezado por Santander se convirtió en una
fuente de discordia entre las facciones políticas republicanas (Palacios &
Safford, 2002, p. 232).
Antonio Nariño, ferviente militante de la causa patriota, regresó a la
República en 1820, y para 1823 lanzó fuertes críticas al exceso de poder
detentado por el vicepresidente. En un papel titulado Los Toros de Fucha,
recordó que “el gobierno central es el más fuerte, el más conveniente para
asegurar nuestra independencia”; sin embargo, reiteraba también que
era el “más espuesto al abuso”, al contrario del federalismo, “más débil,
más tardío en sus deliberaciones; pero el más adecuado para la libertad

  Correo del Orinoco, Angostura, 4 de agosto de 1821: 112.


32

  Correo del Orinoco, Angostura, 4 de agosto de 1821: 112.


33

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 213


y el menos espuesto al abuso por el contrapeso que oponen las partes
federadas” (Nariño, 1973, p. 7). Nariño abogaba por mantener el sistema
central mientras España no reconociera la independencia, pero pasados
los peligros y “con los elementos necesarios”, la federación sería el “áncora
de la libertad”, pues “en la tendencia que se nota a la servidumbre, como
fruto de nuestros antiguos habitos, estaremos siempre espuestos al abuso”
(Nariño, 1973, p. 15).
Respondiendo a Nariño desde El Patriota, Santander afirmó que estos
papeles eran como “las bagatelas” de 1811 en las cuales “hay hombresitos
que están pensando que Bogotá es toda la república, y que el voto de
media docena de indecentes chisperos es la opinión de la república”.34
El vicepresidente y sus más cercanos seguidores como Vicente Azuero,
reclamaban la libertad como un derecho encaminado a favorecer el orden,
el cual se había proclamado para “mejorar y no para destruir”, pues su
función era procurar preservar el poder ya constituido.35
Al igual que Los Toros de Fucha, otros periódicos indagaron sobre la
verdadera dimensión de la libertad de imprenta, dado que las publica-
ciones estatales se empeñaban en hacerse voceras de la voluntad general
y la opinión pública, tildando cualquier contraposición a sus ideas como
manifestaciones de las “facciones” presentes y no del voto de la Nación.
Publicaciones como El Preguntón, editada por José Félix Merizalde (Res-
trepo, 1954, p. 213) cuestionaron la libertad pregonada por el gobierno,
interrogando a Santander:

¿Con que en fin la libertad de imprenta está reducida a reimprimir las


leyes, como que ellas deben ser la opinión de todos los ciudadanos sin
arbitrio para pensar otra cosa, sin hacerse faccioso y perturbador? […]
¿Con que si yo digo federación se acabó el sistema actual? Y por que si mil
dicen centralismo, y uno federación, se ha de turbar el orden? Con que el
orden consiste en no opinar, ablar ni escribir nada? ¿Con que el Patriota

  El Patriota, Bogotá, 13 de abril de 1823: 20.


34

  La Indicación, Bogotá, 17 de julio de 1822: 1.


35

214 II. Opinión pública, Monarquía y República


no puede entrar en contestaciones, sin dejenerar en personalidades? [...]
¿tendran los hombres libres, que abrir hoyos para decir sus opiniones como
el barbero de Midas?36

Incluso, en su impreso Nariño llegó a personalizar sus diatribas al vi-


cepresidente, tal y como Santander lo hizo desde El Patriota, criticando
el concepto unanimista de opinión pública manejado por el dirigente:

En Colombia no hay más sabios, más hombres de bien, más meritos,


más servicios, que los del autor del patriota: cuando él habla, todos deben
callar: cuando el rie, todos se han de reir: cuando él se presenta todos
hemos de doblar la rodilla; y cuando nos insulta, todos debemos celebrar
y aplaudir. ¡Viva Colombia! ¡Viva la libertad!... ¿Y de Nariño? guardese
de decir siquiera que ha sufrido por la patria, aunque á todos les conste;
porque al instante grita sedición, perturbadores del orden, novadores,
bagatelistas Chisperos, Gracos, Catilinas, Demonios, y se les amenaza si
no callan (Nariño, 1973, p. 24).

Para Santander el problema no era que él deseara unificar la opinión


pública bajo sus propias concepciones personales, pues el centralismo ya
había sido aprobado por la voluntad general de los pueblos reunidos en la
Asamblea constitucional de Cúcuta. Según El Patriota, el vicepresidente
sólo anhelaba comunicar sus juicios para influenciar “los sentimientos de
la nación y consiguientemente la lejislacion”, pues “el escritor que emita
sus opiniones de acuerdo, con lo que la voluntad jeneral de la nación
ha estatuido no es un perverso ciudadano, ni sus escritos harán jamás
perjuicio alguno al Estado”.37 Por ello contestaba a Nariño:

A la verdad confieso que he tenido, y tengo estas querencias. Quiero


con las veras de mi corazón […] que todos amen la unión como yo la

  El Preguntón, Bogotá, sin fecha exacta en 1823.


36

  El Patriota, Bogotá, 23 de abril de 1823: 23.


37

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 215


amo; que todos respeten las leyes fundamentales como yo las respeto; que
todos se persuadan de las ventajas de la indivisibilidad de la republica
como yo estoy persuadido; que todos sean agradecidos á los libertadores
y fundadores de Colombia, como yo lo soy; que todos estén tan prontos a
servir, y a contribuir en los gastos públicos, como yo lo estoy; y que todos
procuren aliviar la suerte de los soldados como yo lo procuro.38

Apoyando las concepciones del vicepresidente, el periódico La Indi-


cación mostraba que era imperativo fomentar las publicaciones en una
nación nueva como Colombia, pues a diferencia de países como Ingla-
terra, Holanda, Estados Unidos o Francia, los principios liberales y la
ilustración ciudadana estaban en proceso de formación y solamente la
circulación del saber podía permitir al pueblo interiorizar las bases del
nuevo gobierno. Incluso, para este periódico, la República de Colombia
carecía de historia y conocimiento de sus derechos y deberes, por lo cual
la libertad de imprenta era benéfica y necesaria:

En un pueblo que es viejo en ser libre, sus habitos, sus costumbres,


la general educación, leyes arraigadas, el ejemplo de los antepasados y
la tendencia jeneral de la masa entera, todo, todo presenta ostaculos a la
arbitrariedad o la usurpación. No asi en una república que comienza, aquí
todo falta: la libertad no se conoce aun sino en los votos que se hacen por
ella: las leyes todavía no están escritas en el corazón de los ciudadanos, ni
una larga practica ha descubierto su sabiduría: el pueblo no ha tenido aun
una epoca de felicidad que comparar con el nuevo yugo que se le quiere
imponer: él no tiene recuerdos, no tiene hechos, carece de historia: todos
los bienes que le hacen presentir están todavía en la imajinacion: con tal
que sus cadenas no sean mas pesadas que las antiguas, con los que se le
deje algun reposo […] necesita pues del poderoso móvil de la libertad de
imprenta; asi se acostumbra a que se le dé cuenta de los negocios públi-
cos; aprende a ser juez imparcial; manifiesta por todas partes su opinión,

  El Patriota, Bogotá, 23 de abril de 1823: 23.


38

216 II. Opinión pública, Monarquía y República


y los majistrados se enseñan a respetarla, á consultarla; se someten á este
tribunal supremo, que es el resultado de los gobiernos, y saben que son
perdidos el dia que se desvien de su imperio.39

Sin embargo, para Vicente Azuero y en general para los liberales adheridos
al gobierno santanderista, aunque la libertad de imprenta constituía uno
de los poderes con los cuales contaba el pueblo para evitar los excesos de
poder y la tiranía40, estaba supeditada a controlar los “extravíos de la razón”
y no a realizar múltiples cuestionamientos encaminados a minar la débil
cohesión nacional, pues si bien la voluntad general hablaba a través de la
Constitución, se tenía temor por los efectos sociales que el “exceso” de
libertad podía producir (Goldman, 2008, p. 240).
Este miedo, latente desde el mismo momento en que se promulgó la
Constitución, se vería materializado en 1826, cuando los regionalismos
y las críticas al gobierno de Santander desembocarían en una revuelta
de los territorios venezolanos, obligando al retorno del Libertador como
única forma de salvar la República. A partir de ese momento, transmitir
la imagen cohesionadora de Bolívar sería el principal objetivo de las
publicaciones.

La libertad y el Libertador
A partir de 1826, el contexto político y social cambia abruptamente en la
República de Colombia. Las diferencias entre venezolanos y granadinos
desembocaron en los levantamientos del general Páez contra el gobierno
central de Bogotá, lo cual minó la supuesta armonía de la Nación alre-
dedor de la Constitución, criticando el poder de Santander y clamando
por el regreso del Libertador para asumir los rumbos del Estado. Páez y
la élite venezolana argumentaron que la adhesión a Bolívar era el único
modo de manejar la separación inminente de ese territorio.

  La Indicación, Bogotá, 23 de noviembre de 1822: 18, p. 70.


39

  La Indicación, Bogotá, 31 de agosto de 1822: 6, p. 23.


40

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 217


La imagen salvadora del Libertador, principal tema de los periódicos
desde 1826, era el producto de varios años de construcción y en ello reside
una de las particularidades que enunciaré para culminar este capítulo.
Si bien he intentado mostrar los distintos usos del concepto libertad en
el contexto político de la República, también es importante exponer
cierta especificidad atada al término, pues además de estar unido en un
primer momento a la “voluntad general” consignada en la Constitución
de 1821, fue adherido posteriormente a una sola persona: el Libertador,
fortaleciendo lo que Clement Thibaud ha denominado la militarización
de la sociedad republicana (2003, p. 431).
De acuerdo con Thibaud, “para mantener el todo, un principio concreto,
federativo y unificador” se constituye la imagen del “Padre y Libertador
de la Patria”, iniciando un culto a Bolívar “como figura providencial”,
quien permite la identidad más allá de los “marcos tradicionales de la
organización territorial y social” (Thibaud, 2003, p. 433).41 Aunque el
autor especifica estas reflexiones para el contexto de la guerra, es claro
que durante el momento de crisis por las revueltas venezolanas contra
el poder de Santander, la figura representativa de Bolívar surgiría como
redentora de los pueblos, reforzada a través del proyecto de constitución
para Bolivia en el cual el Libertador se adjudicaría poderes excesivos
(Palacios & Safford, 2002, p. 257-262), cambiando los significados de
la libertad ideados hasta ese momento.
A diferencia del concepto de libertad en España o Francia, donde sus
significados fueron concebidos como el producto de la acción colectiva,
ya fuese de los liberales en las Cortes de Cádiz o de los revolucionarios
galeses, en la República de Colombia la libertad se concibió como un
premio de la guerra de emancipación, pero atado firmemente al “ingenio”
y la dirección de un solo hombre, Simón Bolívar.
Forjada desde los mismos inicios de la República, la imagen del
Libertador se cargó de un componente místico, calificándolo como
el “vengador que el cielo había destinado para América”. De acuerdo

  Este tema también ha sido tratado por Mejía Macía, (2007).


41

218 II. Opinión pública, Monarquía y República


con el periódico La Indicación, Bolívar era “el Jenio de la libertad”, era
quien había convocado a los representantes de los pueblos, mostrán-
doles “los derechos sacrosantos del hombre” y los senderos para hacer
de Colombia “la nación más libre del mundo”.42 Bolívar se constituyó
como el poseedor del conocimiento político y bélico mediante el cual
había sido posible consolidar la libertad tanto en el plano nacional,
derrotando el dominio español, como en el político, pues era él quien
había dado las condiciones para llevar a cabo efectivamente un proyecto
constitucional basado en la soberanía de la Nación. De allí que fuera
a él a quien se debía entero agradecimiento, un sentimiento evocado
desde la prensa patriota, en la cual era frecuente encontrar poemas y
cantos al Libertador:

La America infeliz se vio afligida


Sugeta de la España al yugo fiero
Sin mas ley ni derecho que la fuerza
El Despota oprimía este Emisferio
[…]Amaneció, por fin, el dia sereno
DE BOYACÁ, se fueron confundidas
Las grandes fuerzas del feroz Ibero
¡Invicto General!; ¡Bolivar Sabio!
[…]A vosotros debemos Patria, amigos.
Gobierno, Libertad quanto obtenemos…
De la Nacion el Cuerpo Soberano
Que hoy representa al Colombiano suelo
Por los solemnes votos expresados
En la voluntad libre de los Pueblos.
Ese cuerpo que ha sido tan deseado,
Y que ha llegado el dia en que le vemos.43

  La Indicación, Bogotá, 10 de agosto de 1822: 3, p. 9.


42

  Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 10 de junio de 1821: 98, p. 316.


43

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 219


Incluso, en las mismas actas del Congreso de 1821, encontramos alu-
siones constantes a la figura bolivariana, catalogándolo como “protector
de la libertad”, pues la Nación había recibido “de mano de Bolívar su
libertad” y por ello lo proclamaba “su Libertador”, reconociéndose siempre
“deudora á V.E. de todos esos beneficios”. Según los legisladores, Bolívar
“sacó de la nada” la República, “la sostuvo con su brazo, la vivificó con
su aliento y le conquistó su libertad é independencia, bienes inestimables
que le ha dejado en dote, junto con la paz inalterable de que es prenda
segura la constitución”.44
Proclamado como máximo artífice de la independencia, Bolívar adqui-
rió legitimidad a través de su imagen paternalista, en la cual la libertad
dejó de ser el resultado de la voluntad del Pueblo para participar en su
gobierno y un conjunto de derechos adquiridos para ser ciudadanos
activos, y paso a ser la “dote”, el obsequio, dado por el “padre” Bolívar a
las naciones americanas.
No es raro entonces encontrar los alcances de la representación boliva-
riana en 1826, cuando se atribuye al retorno del Libertador la esperanza
de salvar la unidad de la República. A partir de este momento, la labor
de periódicos como la Gaceta de Colombia cambiaría radicalmente, pues
su trabajo sería proyectar la imagen de un Estado firme y conforme, a
pesar de los enfrentamientos al interior del Poder Ejecutivo entre Bolívar y
Santander. La libertad de imprenta, vista como la forma de ejercer juicios
sobre el Estado, pasó a ser el instrumento para mantener la cohesión ante
unas divergencias inocultables entre los dos líderes.
El mismo Bolívar se pronunció varias veces frente a las preocupaciones
de los liberales por su excesivo poder, enunciando:

En cuanto a mi, las sospechas de una usurpación tiranica rodean mi


cabeza […] Yo jimo entre las agonias de mis conciudadanos y los fallos que
me esperan en la posteridad. Yo mismo no me siento inocente de ambición:
y por lo mismo me quiero arrancar de las garras de esta furia para librar a

  Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 4 de octubre de 1821: 9.


44

220 II. Opinión pública, Monarquía y República


mis conciudadanos de inquietudes, y para asegurar después de mi muerte
una memoria que merezca de la libertad. Con tales sentimientos renuncio
una, mil y millones de veces la presidencia de la República.45

No obstante, el proyecto de constitución presentado por Bolívar en


1826 encarnaba todo menos su afán de abandonar el poder y respetar el
sistema proclamado en Cúcuta. En él se establecía que el Congreso elegi-
ría al presidente vitalicio, y confirmaría, tanto los candidatos del jefe del
Ejecutivo para sucederlo, como el vicepresidente perpetuo designado por
él. De igual forma, el dignatario estaría encargado de la administración
del Estado, sin responsabilidad por los actos de dicha administración y
expondría al Senado, para su aprobación, las ternas de candidatos pro-
puestos para prefectos, gobernadores, corregidores, curas y vicarios de
las provincias. Incluso, el presidente podía intervenir y echar abajo penas
impuestas por los tribunales de justicia (Bolívar, 1826).
Sin duda, la imagen mesiánica del Libertador fragmentó los concep-
tos de representación y libertad construidos desde 1821, mitigando el
control político que podían ejercer tanto las otras ramas del poder como
la opinión pública en los actos del Ejecutivo. Ya desde su discurso en An-
gostura, Bolívar había mostrado la importancia de la figura presidencial, y
proponía al Ejecutivo como suprema “autoridad soberana”, revistiéndolo
de la jefatura de gobierno, dominio sobre la milicia y poder sobre los
tribunales (Bolívar, 1978).
Dadas las intensiones del Libertador, Santander intentó esconder su
inconformidad presentando la renuncia a la vicepresidencia dos veces,
argumentando al Congreso en 1827 problemas médicos:

[…] mi salud esta arruinada completamente con una enfermedad


abdominal peligrosa. El bufete, la sensibilidad de mi alma, las amarguras
de mi corazón, todo contribuye a aniquilarme de un modo infructuoso
para la patria. Diez y seis años de estarla sirviendo continuamente ya en el

45  Gazeta de Colombia. Bogotá, 22 de abril de 1827: 288.

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 221


ejercito y ya en el gobierno, y en épocas difíciles, complicadas y terribles
demandan algun descanso […] La violación de las leyes, el desasosiego
de los pueblos, la alarma de los buenos patriotas, el asomo de la guerra
civil, el peligro que corre el código político, mis principios, mi lealtad
a ellos, la suerte de nuestros sacrificios, la amistad y gratitud que debo
á V.E. y mis ardientes deseos de no servir de obstáculo à la felicidad de
Colombia, todos a una me aconsejan que me aleje de toda magistratura
en la presente crisis.46

A diferencia del lugar que había ocupado la prensa desde 1821, com-
plementando la participación política de los ciudadanos y fijando las
significaciones de nuevos conceptos políticos, periódicos como la Gaceta
de Colombia aunaron esfuerzos por ocultar las posiciones contrarias entre
el Libertador y Santander, dado que el primero abogaba por el respeto
de la Constitución de Cúcuta como ancla de la libertad política, por lo
menos hasta 1831, cuando debía llamarse a una nueva Asamblea. Por
el contrario, para Bolívar la modificación de la legislación y el fortale-
cimiento del presidente representaban la única esperanza de mantener
unido el territorio y evitar una guerra civil.
De esta forma, el Libertador afirmaba en su discurso de proclamación
de la Constitución boliviana que las condiciones para mantener la unidad
estaban dadas en el texto, respetando la “libertad civil”, la “verdadera
libertad”, pues las demás “son nominales o de poca influencia con res-
pecto a los ciudadanos” (Bolívar, 1826). Aunque no es del todo claro a
qué se refería Bolívar con las “demás” libertades, si puede observarse que
el Libertador le daría una nueva dimensión al concepto, privilegiando
la libertad civil como una garantía,47 pero restándole importancia a la
dimensión política que había adquirido en 1821.

  Gazeta de Colombia. Bogotá, 29 de abril de 1827: 289.


46

  De hecho, así llamó Bolívar al apartado donde especificaba las bases de los ciuda-
47

danos: libertad civil, propiedad e igualdad, las cuales pasaron de ser un derecho a una
“garantía”. Título once. (Bolívar, 1826).

222 II. Opinión pública, Monarquía y República


Vista como un valor preeminentemente civil, la libertad perdió parte
de su contenido en el proyecto bolivariano, hecho evidente en la conven-
ción llevada a cabo en Ocaña en 1828, donde los seguidores de Bolívar
intentaron lograr la aceptación de su Constitución, sopesando la imagen
redentora del Libertador con la necesidad de mantener cohesionado el
territorio ante una amenaza extranjera. Los partidarios de Santander,
contrarios a su opinión centralista, abogaron por un sistema federal que
permitiera mayor participación en el gobierno y más autonomía a las regio-
nes, mitigando el afán de concentración del poder de Bolívar. Finalmente,
ante la mayoría opositora del proyecto, los partidarios del Libertador
abandonaron la Convención y obligaron a disolverla en julio de 1828.48
Ante el fracaso de la Convención de Ocaña, Bolívar tomó el poder por
decreto el 27 de agosto de 1828, proclamándose “Supremo Majistrado”
de la República y dictando una nueva constitución que empezaría a regir
desde ese momento. En esa nueva carta constitucional, los poderes del
ejecutivo se extendieron desde el mantenimiento del orden público hasta
el poder que éste tenía para nombrar y remover todos los empleos de la
República, pasando por la potestad del presidente para reevaluar los tribu-
nales de justicia y la obligación de los colombianos de “vivir sometidos al
gobierno i cumplir con las leyes, decretos, reglamentos e instrucciones del poder
supremo”.49 Las libertades de prensa y expresión se mantuvieron, aunque
debían estar “bajo la responsabilidad que la ley determine” (Bolívar, 1826).
En ese momento de inestabilidad, el concepto de libertad tomaría
nuevas dimensiones, pues primaba su significado como gobierno sin la
intervención de naciones extranjeras, e incluso, se llegó a asimilar nueva-
mente con el proyecto divino, pues como enunció el Libertador: “Dios ha
destinado el hombre a la libertad; él lo protege para que ejerza la celeste
función del albedrío” (Bolívar, 1826). Este giro sustancial sería evidente
en las publicaciones periódicas, pues funcionarían ya no para consolidar
y educar sobre las libertades civiles que garantizaban la libertad política,

  Gazeta de Colombia. Bogotá, 17 de julio de 1828: 360.


48

  Gazeta de Colombia. Bogotá, 31 de julio de 1828: 370. (Cursiva en el original).


49

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 223


sino para legitimar el régimen personalista de Bolívar y las reformas que
adoptó. De esta manera, empiezan a ocupar las páginas de la prensa no-
ticias como la eliminación de los núcleos de rebeldía, suprimiendo de las
universidades la enseñanza del derecho público, legislación y derecho civil,
y reemplazándolas con escuelas militares y náuticas (Bolívar, 1826).50 De
igual manera, echando atrás el liberalismo forjado durante un lustro por
Santander, Bolívar expulsó del país a sus principales adversarios, revocó el
impuesto directo, reinstauró medidas para controlar las rentas del Estado
a través del gravamen al comercio, y eliminó las elecciones instaurando
su mandato vitalicio. Con estas medidas, parte de las libertades políticas
y económicas que después de la independencia habían ocupado un pa-
pel central en los procesos de construcción estatal se perdieron, dando
paso a un gobierno extremadamente centralista, en el cual primaban las
“garantías” ciudadanas más que sus derechos.
Este ambiente le significó al Libertador un gobierno difícil, pues su
figura redentora difundida en la prensa no fue suficiente ante la fragmen-
tación que afrontaba la República y la lucha de los sectores cercanos a
Santander para retornar a las libertades construidas años atrás. Finalmente,
en 1829 el general José María Córdoba se sublevó en Antioquia contra la
dictadura del Libertador, al igual que el general Juan Nepomuceno Mo-
reno en Casanare,51 y aprovechando el problema de orden interno, Páez
finalmente declaró la independencia de Venezuela en 1830, culminando
el sueño de la República de Colombia y dando paso a nuevos modelos y
concepciones sobre la libertad que serían patentes en años subsiguientes.

Conclusiones
A lo largo de este capítulo he mostrado la importancia del concepto
de libertad en la edificación de la República de Colombia desde 1818.
Heredero de la semántica española, este término fue asociado a finales

  Gazeta de Colombia. Bogotá, 23 de marzo de 1828: 336.


50

  Gazeta de Colombia. Bogotá, 23 de octubre de 1829: 436. Gazeta de Colombia.


51

Suplemento. Bogotá, 3 de noviembre de 1829: 437.

224 II. Opinión pública, Monarquía y República


del siglo XVIII con el libre albedrío y la capacidad de actuar en el mar-
co jurídico y moral de la República Cristiana del Antiguo Régimen.
Posteriormente, alimentado por los debates de las Cortes de Cádiz y la
Revolución francesa, el concepto de libertad adquirió un sentido cen-
tral en las discusiones políticas hispanoamericanas, fundamentando la
estructuración de los nuevos Estados al otorgarle al pueblo la facultad
para participar en su gobierno.
Con una gran parte del territorio independiente de los realistas hacia
1819, el Antiguo Virreinato de la Nueva Granada y la Capitanía de
Venezuela se unificaron bajo el nombre de República de Colombia, en
donde el poder estuvo al mando del general Francisco de Paula Santander
hasta 1826. Durante este periodo, la libertad se convirtió en el principal
sustrato del Estado, asumiéndose como la potestad de gobernarse sin
intervención de otras naciones y como la facultad de la Nación para
dictar sus propias normas sociales a través de los representantes. Esta
libertad política sería garantizada por la Constitución de 1821, sumada
a una serie de libertades civiles formuladas para permitir el ejercicio de la
ciudadanía activa, tales como el derecho al voto, la libertad de comercio,
la libertad de expresión y la libertad de imprenta.
A través de la imprenta, el Estado republicano se propuso la fijación
de la opinión pública, un tribunal que operaba en los impresos como
censor de las decisiones y los dirigentes del gobierno. En su mayoría, las
publicaciones patriotas que vieron la luz en el periodo tomaron como
bandera la defensa de los principios liberales, pues fue este ejercicio el
que se instituyó como la “verdadera” libertad, anclada al respeto de la
Constitución como manifiesto de la voluntad general pues garantizaba
el mantenimiento del orden y la unidad. No obstante, hacia 1823 apa-
recieron periódicos que sometían a discusión esa noción unanimista de
la opinión pública, reclamando el derecho a cuestionar incluso la carta
constitucional, pues edificar las leyes hacía parte de la libertad política del
Pueblo. Tildados como facciosos, que hacían un mal uso de la libertad
de imprenta, los papeles divergentes debatieron con las publicaciones
patriotas, pero fueron estas últimas quienes trataron de imponer su

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 225


opinión ante las amenazas latentes de una disolución de la República y
la guerra civil.
El miedo a la inestabilidad de los principios proclamados en 1821 se
vería materializado en 1826, con las revueltas del general Páez en Vene-
zuela. La situación de rebeldía de dichos territorios hizo emerger la figura
mística del Libertador, “padre de la patria” y artífice de la libertad, quien
con su proyecto de constitución, lograría minar las nociones del concepto
construidas el lustro anterior, para imponer un nuevo sistema político que
garantizara la unidad territorial y política, aunque no por mucho tiempo.
Gracias a su imposición como “Supremo Majistrado”, Bolívar dejó de
lado la libertad política como suprema base de los gobiernos, privilegiando
las libertades civiles o garantías para vivir en la República. La imposición
de Bolívar y sus partidarios en la Convención de Ocaña atentó contra la
representación y la opinión pública construida años atrás, pues las ma-
neras para participar de la Nación se restringieron con el fortalecimiento
excesivo del poder ejecutivo. Adicionalmente, aunque Bolívar mantuvo
la libertad de imprenta, la opinión pública dejó de ser parte fundamental
de las publicaciones oficiales, pues sus objetivos, más que fomentar la
discusión sobre los asuntos del Estado, se centraron en la legitimación del
régimen personalista del Libertador y en forjar una imagen armónica del
Estado que no existía. Finalmente, estas divergencias saldrían a la luz en
1830 con las revueltas de los generales, terminando con el proyecto de la
Gran Colombia.

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Real Academia Española. (1791). Diccionario de la lengua castellana compuesto
por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso.
Tercera edición, en la qual se han colocado en los lugares correspondientes
todas las voces de los suplementos, que se pusieron al fin de las ediciones de
los años de 1780 y 1783, y se han intercalado en las letras D.E. y F. nuevos
artículos, de los quales se dará un suplemento separado. Madrid: Viuda de
Joachín Ibarra.
Real Academia Española. (1783). Diccionario de la lengua castellana compuesto
por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso.
Segunda edición, en la qual se han colocado en los lugares correspondientes
todas las voces del Suplemento, que se dispuso al fin de la edición del año de
1780, y se ha añadido otro nuevo suplemento de artículos correspondientes a
las letras A, B y C. Madrid: Joachín Ibarra.

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 227


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230 II. Opinión pública, Monarquía y República


Nación, Constitución y familia en
La Bandera Tricolor, 1826-18271

Nicolás Alejandro González Quintero


Universidad Nacional de Colombia

Introducción
Este capítulo tiene como objetivo analizar los sentidos que el concepto
de nación adquirió en el periódico colombiano La Bandera Tricolor, pu-
blicado entre 1826 y 1827. A partir de las revueltas de Valencia y Caracas
en 1826 y el liderato que obtendría José Antonio Páez en Venezuela, este
periódico, respaldado por Santander, haría una defensa acérrima de la
Constitución de Cúcuta de 1821 como el soporte principal de la nación
colombiana, en respuesta a la situación que se presentaba en Venezuela
en ese momento. De esta forma, el capítulo examina la esfera pública
como catalizadora de una idea de nación basada en la Constitución y el
gobierno popular representativo por medio de la metáfora de la familia.
Analizaré este proceso dentro de una perspectiva muy específica. La
formación de la opinión pública en la naciente República de Colombia
y las características que ésta tendría en aquel momento. El ambiente
generado por la consolidación de diversas facciones (bolivariana, santan-
derista, etcétera) dentro de la República y la fuerza que cada una de ellas
adquirió a partir de sus diversas publicaciones periódicas, nos muestran
un escenario abierto de confrontación pública: una lucha por consolidar
cada facción como la vocera de la voluntad general. Esto sería fundamental

1
  Este capítulo fue producto de una investigación realizada con el Grupo de investiga-
ción sobre opinión pública e independencia liderado por los profesores Francisco Ortega
y Alexander Chaparro. Le agradezco a ellos dos sus comentarios y correcciones. De
igual forma agradezco a Zulma Romero, Juan Gabriel Ramírez, Leidy Torres y Sandra
Ramírez por su lectura atenta durante todo el proceso y sus valiosos comentarios. Por
supuesto cualquier error sólo es responsabilidad mía.

231
ya que el surgimiento de la República y la unión entre Nueva Granada,
Venezuela y Ecuador, tras la Constitución de Cúcuta de 1821, desataría
nuevas luchas por quién debía ejercer el poder en la naciente Colombia
de acuerdo a sus distintos intereses, proyectos e ideas.
Desde el momento de la confrontación con los españoles durante el
periodo de las luchas por la independencia se manejaba un ideal de la
opinión pública como forma privilegiada para lograr la cohesión social.
Esto generó la necesidad de fijar la opinión en un momento de conflicto,
en la búsqueda por crear un ideal de unanimismo a través de la persuasión
de la lucha contra el enemigo.2 El campo político estaría marcado, desde
la época de la Primera República, por las luchas y negociaciones de diver-
sos grupos, debido a la desaparición del rey como figura cohesionadora
de la sociedad. Esta lucha, dentro de este mismo ideal, se mantuvo en la
década del 20, pero generó nuevos sentidos a partir de la consolidación
de la opinión pública como espacio de legitimidad de las facciones en la
formación de la nueva república (Calderón & Thibaud, 2002). De esta
forma, las negociaciones por el poder local ya no se harían con el rey,
sino que se darían entre los diversos grupos que tratarían de imponer su
opinión particular como opinión general. Lo que cada facción pretendía
era consolidarse como la verdadera opinión pública en un nuevo modo
de hacer y discutir la política que estaba centrado en “la confrontación
entre redes que rivalizan por revestir su opinión de voluntad general”
(Calderón & Thibaud, 2002, p. 158). Dentro de esta perspectiva, la
idea de fijar la opinión por medio del combate de ideas por parte de es-

2
  Ver en este volumen el capítulo de Francisco Ortega y Alexander Chaparro, “El
nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830”. François-Xavier
Guerra y Javier Fernández Sebastián nos muestran este proceso en un primer momento,
en el cual era necesario luchar contra los franceses en toda la monarquía hispánica. Sin
embargo, como lo muestra Gilberto Loaiza esto se desarrollaría más adelante en la Nueva
Granada como una forma de generar unidad en un territorio que estaba dividido tanto
en luchas internas, como en el enfrentamiento con los ejércitos españoles. Ver Guerra,
(2002a); Guerra, (2002b); Fernández Sebastián, (2002); Loaiza Cano, (2010); Goldman,
(2008). Para ver cómo se había desarrollado este concepto a finales del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX ver Lempérière (1998); Uribe Urán, (2000) y Silva, (1998).

232 II. Opinión pública, Monarquía y República


tos grupos profundizó la lógica de facciones3, convirtiendo a la opinión
pública en un campo de confrontación por medio de dos variables. En
primer lugar, la necesidad del Estado naciente de fijar la opinión común
para que se convirtiera en un sostén a partir de la defensa de las leyes.
Según Noemí Goldman, “en este periodo se extiende el uso del concepto
y se amplifican las metáforas que marcan el avance de la nueva voz como
principio de legitimación, que se asocia a los ‘gobiernos representativos’,
las ‘leyes constitucionales’ y las ‘garantías individuales’: tribunal, reina del
mundo, impetuoso torrente, espíritu del siglo, termómetro, faro, antorcha
luminosa, conductor eléctrico” (Goldman, 2008, p. 234). Y, segundo,
la lucha de estos grupos por negociar con ese Estado (y además ser parte
de él) y la consiguiente lucha con las otras facciones por los principios
de legitimación y por abrir espacios de participación en una opinión
que se estaba conceptualizando dentro del Estado. He aquí una de las
fuentes de conflicto: la búsqueda de una expresión unánime dentro de
esta búsqueda de legitimación acompañada por la derrota del adversario
en el campo de la opinión pública.4
Las facciones en la década del 20 del siglo XIX tratarían de convertirse en
las voceras legítimas de la opinión pública dentro de un ideal de verdad que se
construía en la confrontación. Desde aquí analizaremos La Bandera Tricolor
como un periódico que intentó consolidarse como el vocero legítimo de la
opinión pública. Aunque La Bandera acudirá al argumento constitucional,
también representaba a una red de intereses que hacía parte de la adminis-
tración central y que estaba defendiendo el privilegio que tenía sobre ella.

3
  En este sentido hay que aclarar que en el periodo, el uso del término “facción”
o “faccioso” se tomaba desde una óptica peyorativa, al considerarlas como aquellas
opuestas a la unión nacional. Dentro de este contexto, utilizar el término “facción”
sobre otro grupo político significaba entenderlo no solamente como un enemigo en el
campo de la opinión pública, sino también como un enemigo de la unión nacional.
4
  Esto lo podemos entender viendo una anotación de El Huerfanito Bogotano en el
cual se consideraba que había que decidirse “siempre por las opiniones moderadas,
por que en la moral, todo lo que es estremo, es casi siempre vicioso. Para reinar por la
opinion, comensad reinando sobre ella”. Núm. 12: 26-V-1826.

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 233


Así analizaremos la forma en que La Bandera Tricolor entendió la revuelta
de Caracas y Valencia y los pronunciamientos de Quito y Guayaquil en
1826 y la construcción de significados sobre la nación que hizo por medio
de sus escritos en este momento de crisis de la República de Colombia.

La rebelión de Caracas y Valencia y el


surgimiento de La Bandera Tricolor
La Bandera Tricolor5 nació como una respuesta a la rebelión de Caracas y
Valencia en 1826.6 Esta rebelión estuvo motivada, en primer lugar, por un
proceso de acusación que le hicieron a José Antonio Páez en el Congreso, a
raíz de un supuesto abuso de fuerza por parte del comandante venezolano en
un intento de reclutamiento ordenado por Santander en Caracas.7 Durante
su viaje a Bogotá para responder por las acusaciones, se presentó un motín
el 30 de abril de 1826 en la ciudad de Valencia, la cual pedía la restitución

5
  Según Elías Palti, el símbolo de la bandera se constituyó en este periodo como una
manera de representar las fuerzas en pugna y aquella que identificaba a los ejércitos en
esta batalla por la opinión. (Palti, 2007, p. 197)
6
  Las actas de apoyo a Páez por parte de Valencia y Caracas se pueden ver en Ocampo
López, (1988, tomo I, pp. 37-39 y 77-79, respectivamente), en las cuales se argumentaba
que la presencia de Páez en Venezuela era fundamental para mantener la seguridad inte-
rior y exterior del territorio. En el acta de la municipalidad de Valencia del 11 de mayo
de 1826 se invistió a Páez con toda la autoridad y se hizo un llamado para que Bolívar
volviera y evitara una posible guerra civil mediante el llamado a una gran convención
que cambiara la Constitución de 1821. (Ocampo López, 1988, tomo I, pp. 84).
7
  Así lo mostró José Manuel Restrepo en su Diario Político y Militar. En la entrada del
27 de marzo escribió sobre la admisión en el Senado de la acusación presentada por la
Cámara de Representantes en contra de Páez por “actos arbitrarios contra los ciudada-
nos de Caracas en el restablecimiento de milicias, y por haber insultado al intendente
general Escalona con un recado”. (Restrepo, 1954, p. 286). En La Miscelánea, este
hecho fue calificado por los editores como una “ruptura del pacto social por parte de
Páez”. Núm. 30: 9-IV-1826, p. 125. Sin embargo, esta acusación siempre estuvo en
disputa. En carta de Páez a Bolívar de mayo 24 de 1826, el primero escribió que sólo
había cumplido con las órdenes de Santander a pesar de que las consideraba arbitrarias.
Según Páez, los hechos habían sido exagerados luego en la Cámara de Representantes
por la presión de Santander. (Ocampo López, 1988, tomo I, pp. 113-118). Más sobre
esta discusión se puede ver en este tomo y en O’Leary, (1981).

234 II. Opinión pública, Monarquía y República


de Páez a su cargo.8 Sin embargo, ésta no sería la única razón de la rebe-
lión. Había una gran inconformidad en Venezuela con la administración
central, especialmente por el alto número de neogranadinos en los cargos
más importantes. De igual forma, había una gran inconformidad con los
empréstitos que estaba tomando el Estado y, sobre todo, su distribución.
Así mismo, había una fuerte crítica a la situación de la agricultura, el co-
mercio y la educación en Venezuela. Por otro lado, la figura de Santander
generaba fuertes resistencias en Venezuela, Cartagena y algunas provincias
del centro y occidente de la Nueva Granada debido al excesivo poder central
que representaba ante la ausencia de Bolívar, quien se encontraba luchando
contra tropas españolas en el Perú (Bushnell, 1984, pp. 375-397).
Sin embargo, la mayor fuente de conflicto era el cuestionamiento de la
Constitución de 1821 ya que, a pesar de que la municipalidad de Caracas
había jurado lealtad a ella, no había tenido representantes en el Congreso
que la sancionó.9 En este sentido, se estipulaba que la Constitución no había
sido resultado del voto libre de los pueblos, sino de las circunstancias de la
lucha contra el enemigo, por lo cual no se había podido hacer un examen
detenido de las necesidades de la naciente nación. Así, se presentaba una
pugna por lo que se entendía por representación política. Mientras en
Venezuela los representantes eran vistos como delegados de la provincia,

8
  En la entrada del 31 de mayo de su diario, Restrepo escribió que el general Páez había
recibido la acusación y se disponía a viajar a Bogotá a responder ante el Senado. Sin embargo,
la noticia de la rebelión solo llegaría a Bogotá el 1 de junio, con el arribo de un oficial con
pliegos del intendente y comandante general del Zulia, que avisaba sobre la rebelión de
Páez y su marcha con 2.000 hombres sobre Caracas. (Restrepo, 1954, pp. 291).
9
  Así se puede ver en el acta de Valencia del 29 de junio de 1826, en la cual se argu-
mentaba que “desde que en el departamento de Venezuela se vio la Constitución hecha
en la villa del Rosario de Cúcuta en el año de 1821, la ilustre municipalidad de Caracas
se apresuró a protestarla, publicó su protesta y la municipalidad sucesora entró a ejercer
sus destinos bajo la misma garantía. Ella no es la obra de representantes elegidos por
la voluntad de estos pueblos, que entonces estaban desgraciadamente en poder de los
enemigos, sino el resultado de aquellas circunstancias”. (Ocampo López, 1988, tomo
I, p. 158). De esta forma se desconocía la legitimidad de la Constitución al no contar
con los representantes que se considerarían como legítimos por parte de Caracas.

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 235


en Nueva Granada serían entendidos como representantes de la nación.
Esto marcó una discusión sobre la legitimidad de la ratificación de la
Constitución, ya que la provincia de Caracas no se sentía representada en
ella. Los firmantes del Acta de Valencia del 29 de junio de 1826 criticaron
que la aprobación del texto hubiera sido hecha por el mismo Congreso
constitucional y no por los pueblos tras un examen de la carta magna.10
Por esto, alegaban la necesidad de enmendar el texto constitucional.
Esto generó una lucha por fijar la opinión entre un número distinto de
propuestas. En primer lugar, la posibilidad de un sistema federal después
de la convocatoria a un nuevo congreso constituyente en 1831. Por otro
lado, la idea de una reunión inmediata de la convención y cambio de la
Constitución, pero no dentro de un marco federal; otros abogaban por
una convención que estableciera una gran confederación de los tres gran-
des departamentos con el fin de hacer posible en un futuro la separación
de Venezuela. Y, además, había otro grupo de opinión que abogaba por
mantener la unión dentro de la República.
Dentro de este contexto de lucha por fijar la opinión sobre la legitimidad
de la Constitución de 1821 y la República bolivariana nació La Bandera
Tricolor. Los editores del periódico fueron Rufino Cuervo, Francisco Soto
y Vicente Azuero (Restrepo, 1954, p. 312). En el momento en que el
periódico salió a la luz, Cuervo era senador de la República al igual que
Francisco Soto quien, además, oficiaba como director de la comisión de
crédito nacional. Mientras tanto, Vicente Azuero se desempeñaba como

10
  Aquí quisiera anotar que esta acta fue firmada por representantes de Caracas, Tur-
mero, Valencia, Santa Lucía, El Pao, Quíbor, San Carlos, Petare, Carora, Achaguas,
La Guaira, Tocuyo, San Felipe, Barquisimeto, Nirgua, Cura, San Fernando de Apure,
Puerto Cabello, Guarenas, Ocumare, San Sebastián, Río Chico, Maracay y Orituco.
Sin embargo, no era una opinión unánime en Venezuela. Según J. Austria en un escrito
dirigido a Bolívar el 13 de octubre de 1826, “Son bien críticas las circunstancias en que
se halla Venezuela; hay oposición a la revolución y se quieren impedir sus progresos;
pero también hay una opinión general porque el gobierno no tome medidas hostiles,
ni se rompa la guerra en Venezuela, porque todos temen sus consecuencias”. (Ocampo
López, 1988, tomo I, p. 230).

236 II. Opinión pública, Monarquía y República


presidente de la Alta Corte de Justicia.11 Como podemos apreciar, cum-
plían con altos cargos en el gobierno central y eran amigos cercanos de
Santander quien, al mismo tiempo, fue colaborador del periódico al escribir
algunos de sus artículos.12 La publicación se distribuía principalmente
en Bogotá, pero también era leído en sitios como Rionegro, Cartagena,
Caracas, Guayaquil, Quito y Lima.13 De igual forma, Santander le enviaba
algunos números a Bolívar en Perú, por lo que podemos suponer que el
periódico era leído por el mismo presidente de la República y algunos
de sus oficiales (Santander, 1990, p. 53).
La Bandera Tricolor hizo parte de una esfera pública activa y deliberante
en la República de Colombia (Bushnell, 2006). El aumento de periódicos
después de 1819 dio lugar a un nuevo campo de lucha entre las distintas
facciones y los medios gubernamentales. Por ejemplo, la necesidad de
fijar una opinión unánime desde el gobierno llevó a que el 10 de julio de
1826 se expidiera un decreto que establecía que los escritos que apoyaban
la rebelión fueran declarados sediciosos y por lo tanto acusados conforme
a la ley como un abuso de imprenta (Ocampo López, 1988, tomo II,
pp. 9-10). Dentro de este contexto, La Bandera se consolidaría como
un referente importante en la opinión pública del momento y sería un
lugar privilegiado para elaborar el concepto de nación relacionado con
la constitución en el grupo que apoyaba a Santander. Así, el periódico
entraría en un campo de batalla en el cual lucharía por convertirse en

11
  “Exposición de los sentimientos de los funcionarios públicos, así nacionales como
departamentales y municipales, y demás habitantes de la ciudad de Bogotá, hecha
para ser presentada al Libertador presidente de la República, reimpresa en Nueva York,
1827”. En Santander, (1990, pp. 90-112). Azuero también fue el editor de la Gazeta
de Bogotá, El Correo de Bogotá y La Indicación. Los tres ya habían trabajado juntos
antes en La Miscelánea.
12
  Estos fueron La Carta del padre al hijo y Contradicciones. El primero se publicó
el 17 de septiembre y el segundo el 24. Ver Cuervo & Cuervo, (1918, p. 6). Fueron
colaboradores del periódico Pedro Acevedo Tejada, Juan de Dios Aranzazu, José Ángel
Lastra y Alejandro Vélez.
13
  Ver, Cuervo & Cuervo, (1918, p. 32). Así mismo se habló de la quema de ejemplares
de La Bandera en la plaza de El Espinal. La Bandera Tricolor, núm. 25, 31-XII-1826.

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 237


una fuerza moral dentro de la opinión pública con el fin de consolidar
sus ideas como aquellas que eran legítimas para la naciente república.

La constitución como referente de la nación.


La lucha contra la posibilidad de la monarquía
El concepto de nación sería fundamental para la formación de los estados
republicanos en la década del 20 del siglo XIX. Sin embargo, las discusio-
nes sobre los sentidos de este concepto venían desde mucho antes y serían
fundamentales desde de la crisis de la monarquía española a partir de 1808
(Guerra, 1992). En este momento empezaría a desarrollarse una idea de
nación en la cual ésta, el pueblo y la soberanía ya no estarían ligados por
un vínculo natural a través de la figura del rey, sino en el acuerdo de una
comunidad basada en la voluntad de los habitantes del país. Por lo tanto,
la nación se tenía que constituir a partir de esta voluntad por medio de un
nuevo pacto social que estaría representado en la Constitución.
En este sentido podemos ver cómo el concepto de nación se constituyó
en una colectividad que iba más allá de las cuestiones étnicas, geográficas o
de carácter con las que fue identificada en los siglos XVII y XVIII (Álvarez
de Miranda, 1992), (Chiaramonte, 2004). Como lo muestra Chiaramonte,
las mutaciones del concepto estarían ligadas, a mediados del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX, con una sinonimia entre el Estado y la Nación, en
la cual la acepción política del concepto sobresalía sobre la étnica. De esta
forma, la conciencia nacional estaría ligada a la pertenencia a un Estado,
producto de la unidad política y de la voluntad de sus individuos (2004).
La pregunta de cómo constituir una nueva comunidad política estaría
ligada a cómo se construiría la nación a partir de definir la manera en que
se entendería la soberanía y la representación política por medio del docu-
mento escrito de la Constitución. De esta forma surgía un nuevo aparato
conceptual y simbólico que reemplazaba el orden de lealtades coloniales y
ayudaría a darle al nuevo Estado republicano una serie de símbolos y metá-
foras que permitirían construir un orden liberal (Anrup y Oeni, 1999). Así
veremos cómo La Bandera Tricolor daría sentido a este aparato conceptual
tras la rebelión de Valencia y Caracas a partir de la idea de la trascendencia

238 II. Opinión pública, Monarquía y República


y legitimidad de la Constitución, el sistema de representación a través del
Congreso y la metáfora de la familia como símbolo de su unión.
La rebelión liderada por Páez se constituyó en un reto a la institucionalidad
de la República de Colombia. De esta manera, el gran objetivo de La Bandera
Tricolor fue la defensa de la Constitución promulgada en Cúcuta en 1821,
la cual tendría una vigencia de diez años, antes de poder ser modificada
o cambiada.14 En este momento, el principio constitucional se volvería el
referente principal de la institucionalidad naciente de las repúblicas y de
la nación. La confianza en la Constitución como fuente de legitimidad
empezó a forjarse en América Latina desde 1810, debido a la ausencia del
rey como sostén de la autoridad. Esto implicaba un cambio de paradigma
en cómo se entendía el poder central y su legitimidad. El rey, como figura
benevolente y patriarcal dotada de autoridad por la doctrina religiosa y la
tradición civil, había desaparecido. En su lugar, se ubicaría un sustituto
mucho más impersonal y difícil de asimilar: el documento escrito de la
Constitución (Bushnell & Macauly, 1989, p. 39). Éste se convertiría en el
punto de regulación y negociación del campo político. De manera que la
apropiación del concepto de verdad estaría claramente ligada a la función de
proclamar y representar la unidad en relación con la Constitución, la cual
consagraría a la nación colombiana como el sujeto político colectivo en el

14 
El artículo 191 de la Constitución de 1821 decía lo siguiente: “Cuando ya libre toda
o la mayor parte de aquel territorio de la República, que hoy está bajo del poder español
pueda concurrir con sus representantes a perfeccionar el edificio de su felicidad, y des-
pués de una práctica de diez o más años, haya descubierto todos los inconvenientes o
ventajas de la presente Constitución, se convocará por el Congreso una gran convención
de Colombia, autorizada para examinarla o reformarla en su totalidad.” (Constitución
Política de la República de Colombia, 1821, p. 117). La defensa de la Constitución
también sería primordial para La Miscelánea, el periódico que dirigían antes Cuervo,
Azuero y Soto. En su primer número escribieron que “La Constitucion de Colombia,
este libro precioso que nos ha restituido al pleno goze de nuestros mas caros derechos,
sera uno de los objetos de nuestras meditaciones: la defenderemos con constancia, y si
alguno de sus articulos mereciere nuestra critica, sera con el solo intento de promover
su reforma en el modo y terminos que ella misma previene; pero nunca el de provocar
a la desobediencia”. La Miscelánea, domingo 18 de septiembre de 1825, p. 1.

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 239


cual residiría la soberanía (Romero Leal, 2011).15 Como consecuencia, la
Constitución sería la nueva garante del sistema político y la institucionalidad
del Estado sería fundamental para definir a la nación.
Teniendo esto en cuenta, los editores de La Bandera Tricolor considera-
rían a la carta magna como el soporte de la naciente Colombia, dando a
entender la república y el sistema representativo como un desarrollo na-
tural de las revoluciones de independencia. Aunque los santanderistas no
se representaban a sí mismos como facción al hacer parte del gobierno y
considerar su propia opinión como la opinión general, podemos ver cómo
los argumentos de este grupo fueron utilizados en una dinámica que buscaba
la unanimidad dentro de un espacio de opiniones diversas, haciendo de
ellos una facción más en la disputa. La misión del periódico sería sostener y
mostrar la naturaleza trascendental del texto constitucional para garantizar
el orden político y, a partir de él, la unión y el orden de la nación, garantía
de la “seguridad, la libertad y la igualdad”.16 De esta forma se puede resaltar
el epígrafe de todos los números del periódico, el cual es muy diciente de
su propuesta editorial, “La nación Colombiana […] no es, ni será nunca
el patrimonio de ninguna familia ni persona -Art. 1 de la Constitución”.17
Al citar la Constitución, la publicación no sólo estaba haciendo énfasis en
la unión de la nación colombiana, sino, sobre todo, en la legitimidad y
trascendencia que este texto tenía como fundante de esta misma entidad,
al convertirse en la nueva figura que cohesionaría a los diversos habitantes
de la Gran Colombia en un sistema republicano en contra de la idea de un
gobierno centralizado en el poder excesivo de una persona.

15
  Ver también Romero Leal, (2012).
16
  La Bandera Tricolor. Núm. 1:16-VII-1826, p. 1.
17
  Según el Artículo 1 de la Constitución de 1821: “La Nación colombiana es para
siempre, e irrevocablemente libre e independiente de la monarquía española; y de
cualquiera otra potencia o dominación extranjera, y no es, ni será nunca el patrimonio
de ninguna familia ni persona”. Constitución Política de la República de Colombia de
1821. En Piedrahita, (2003, p. 89). Esta misma fórmula sería utilizada en la Constitución
de Cádiz de 1812, la cual estipulaba en su Artículo 2, “La Nacion española es libre é
independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”. Cons-
titución Política de la Monarquía Española promulgada en Cádiz a 19 de Marzo de 1812.

240 II. Opinión pública, Monarquía y República


Dentro de esta perspectiva, uno de los enemigos de la Constitución
como fuente de legitimidad sería la posibilidad de una monarquía, fuera
ésta europea o americana, representada esta última en la posibilidad de que
Bolívar se erigiera como rey. Así podemos ver la identidad entre nación
y sistema republicano, ya que éste último sería fundamental para conso-
lidar una idea de la primera que estuviera sustentada en la moderación
en el ejercicio del gobierno, la división de los poderes y la participación
del ciudadano en la vida pública a través de la representación de estos en
el Congreso.18 La vuelta al sistema monárquico sería considerada como
un ataque a los principios constitucionales y, por lo tanto, a la nación
colombiana. Por tanto, se empezaría a cuestionar la rebelión de Caracas,
desde la amenaza de erigir a Páez como monarca de los venezolanos

Hoy que los mismos facciosos han logrado precipitar al jeneral Paez
en una defeccion ignominiosa alhagandolo con la infame esperanza de
erijirse en rey y tirano de sus compatriotas, por medio de la violencia y
de la fuerza que tiene a sus ordenes, es llegado el tiempo de sostener con
firmeza y constancia este principio vital, este pacto sagrado y eterno.19

La Bandera Tricolor presentó la Cosiata como un atentado a las ideas


liberales que sustentaban el sistema republicano y como un retroceso
político para la nación. En primer lugar, significaba la imposición del
interés particular sobre el común. Los editores muestran, como una
forma de presionar al mismo Bolívar, cómo éste había desechado la

18
  En La Miscelánea se puede leer esta idea del gobierno republicano como soporte
de la opinión pública y posibilidad de contener al Ejecutivo a través de ella. “No es
sino en los gobiernos republicanos que la opinion publica, libre para exhalarse por
tantos organos cuantos son los hombres que la forman, puede llegar a ser un freno
que contenga a las autoridades; y no es sino en ellos donde siendo licito denunciar los
estravios de estas mismas autoridades, ellas tiene la loable docilidad de enmedarlos”.
Núm. 21: 5-II-1826, p. 87. De igual forma se pueden leer los principios republicanos
de respeto a las leyes, ejercicio del gobierno y la protección de las garantías individuales
en El Huerfanito Bogotano, núm. 1: 10-III-1826, p. 1.
19
  La Bandera Tricolor, núm. 1: 16-VII-1826, p. 1.

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 241


posibilidad de una monarquía ante el ofrecimiento que le hizo Páez un
año atrás, calificándolo como un “proyecto tan pueril y ridículo como
infame y criminal, ha sido mirado con horror y detestación por el Padre
de la libertad”.20 Ante este rechazo se erigió la figura de Páez como la de
un posible rey tiránico, usurpador y, sobre todo, sin educación, calificado
como “un embustero tan osado, un alma tan vil”.21
Dentro de esta defensa del régimen liberal representativo basado en la
Constitución, la figura del rey constituye la ruptura de la igualdad entre los
ciudadanos. Los editores de La Bandera Tricolor sacarán esta anotación de
algunos extractos de discursos de Bolívar: “Fundar un principio de posesión
sobre la mas feroz delincuencia, no podría concebirse sin el trastorno de
los elementos del derecho, y sin la perversión mas absoluta de las nociones
del deber. Nadie puede romper el santo dogma de la IGUALDAD”.22 El
argumento de los editores para caracterizar a Páez y la posibilidad de una
dictadura bolivariana fue el fracaso de los tiranos, debido a la ruptura de
la igualdad entre los ciudadanos y su posterior condena por parte del im-
placable tribunal de la historia. Esto se constituiría en una traición contra
el pueblo, la cual sería considerada como una infamia que pondría a Páez
en el mismo nivel de Napoleón o Iturbide. El fracaso de la monarquía
de este último en México se constituiría en el referente de por qué una
nación no podía estar solamente en manos de una persona.

Ciertos hombres, después de haber arrebatado por sus virtudes la admi-


ración y benevolencia de los pueblos, cambian los títulos de libertadores y
bienhechores, por los de usurpadores y traidores. Entonces no se conserva
también su memoria, pero por una razón contraria, asi como se conserva
la de las inundaciones, incendios, pestes y temblores de tierra. A esta clase
pertenecen sin duda Coriolano, Napoleon, Iturbide y el desafortunado Paez.23

20
  La Bandera Tricolor, núm. 2: 26-VII-1826, p. 6.
21
  La Bandera Tricolor, núm. 2:26-VII-1826, p. 6.
22
  La Bandera Tricolor, núm. 3: 30-VII-1826, p. 9.
23
  La Bandera Tricolor, núm. 8: 3-IX-1826, p. 9.

242 II. Opinión pública, Monarquía y República


La legitimidad de la Constitución estaría basada en la posibilidad de
alejarse de la acción de los tiranos y de esta historia marcada por la traición.
Es por medio de la carta magna que se podían evitar “absurdos proyectos
de imperios, monarquías, principados, u otros sistemas hipócritas que bajo
apariencias republicanas envuelven el monstruo de un poder absoluto!”24
Los temores que se abrazaban en este momento estaban ligados al debate de
qué sistema político debía ser aceptado por las nuevas repúblicas. Una de
las críticas al movimiento en Venezuela era que no tenían claro si querían
una monarquía, una federación, la Constitución boliviana o volver bajo el
poder de los españoles.25 A partir de esta duda se argumentaría que desde
“el primero y segundo año de la revolución solo se pensó en Republica, y
nadie llego a sospechar que con el tiempo se quisiera monarquía”.26
Dentro de esta lógica, los editores considerarían la rebelión como un
ataque a un orden adoptado por la soberanía de la nación y a la voluntad

24
  La Bandera Tricolor, núm. 9: 10-IX-1826, p. 36.
25
  Las críticas a las diversas posibilidades de formas de gobierno presentes en la República
de Colombia, las podemos ver en una carta de Santander a Bolívar, con fecha del 21 de
agosto de 1826, en la cual decía: “Unos quieren federación de tres grandes departamen-
tos, como algunos caraqueños, otros como los cumanenses, maracaiberos y cartageneros,
federación de Estados más pequeños y numerosos, otros como Páez, monarquía, otros
como Guayaquil independencia absoluta, otros como Panamá, ciudad anseática y otros
como yo, República central bajo formas republicanas.” (Santander, 1990, p. 22).
26
  La Bandera Tricolor, núm. 9: 10-IX-1826, p. 33. Esta lucha ya había sido estable-
cida en La Miscelánea cuando se estaba planteando la posibilidad de un principio de
asociación de América en una conferencia entre las distintas naciones. En este periódico
se estableció que era necesario fijar las reglas y principios del derecho político de Amé-
rica alrededor de “que la libre voluntad del pueblo es el unico orijen de la lejitimidad
de los gobiernos”, en contraposición a la circular proclamada por la Santa Alianza en
Laybach en la cual se expresaba que “la soberania reside esencialmente en el principe;
que el supremo poder le pertenece de derecho divino; que todas las mudanzas en
la administracion o en la lejislacion no deben emanar sino de su libre y espontanea
voluntad; que los reyes solo a Dios son responsables; y que todo lo que salga de esta
linea conduce necesariamente a desordenes y trastornos”. Ante esto debía establecerse
una guerra de ideas con la cual actuar frente a Europa en defensa de los principios de
legitimidad americanos a partir de la voluntad del pueblo. La Miscelánea, núm. 30:
9-IV-1826, p. 123.

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 243


del pueblo27, ya “que todo acto en oposición contra la constitucion es ilegal,
injusto, violento y destructor de la sociedad”.28 La revuelta sería concebida
como el ataque de una facción a toda la nación y ni siquiera era considerada
como un deseo mayoritario en Venezuela. Así, la opinión que se asociaba con
la expresión de intereses particulares, adolecía de un déficit de legitimidad
dentro de este contexto.29 La principal razón esgrimida por los editores de
La Bandera era que cualquier cambio debía provenir de toda la nación y no
de una parte de ella. Por lo tanto, se empezó a catalogar el levantamiento
como obra de unos pocos que sólo buscaban beneficios personales o es-
capar de la condena de diversos crímenes. Al individualizar la opinión del
otro grupo político se deslegitimaban sus argumentos y se les consideraba
como contrarios al interés nacional. Así lo explicaba Santander al decir “la
opinión pública de todo el departamento de Venezuela está pronunciada
por el gobierno y las instituciones, y contra las variaciones escandalosas y
tumultuarias que se han hecho allí por cuatro perversos que lograron ganar
al general Páez” (Santander, 1990, p. 47).
Aquí la pregunta sobre la nación y la representación entraba en el esce-
nario ¿quiénes representaban a la nación? Y, sobre todo ¿quiénes eran la

27
  En el Artículo 2 de la Constitución se estipulaba que “la soberanía reside esencial-
mente en la nación. Los magistrados y oficiales del Gobierno, investidos de cualquier
especie de autoridad, son sus agentes o comisarios y responsables a ella de su conducta
pública.” (Constitución Política de la República de Colombia, 1821, p. 89).
28
  La Bandera Tricolor, núm. 11:24-IX-1826, p. 42.
29
  Esto lo podemos ver en un escrito de José Francisco Bermúdez, comandante del
Orinoco, en el cual ofrecía lealtad al gobierno central a partir de una crítica abierta a
la actuación de Páez y de las municipalidades de Valencia y Caracas, cuestionando la
legitimidad de las razones aducidas por estas ciudades al contrastarlas con la idea de la
legitimidad de los representantes de la nación y la incapacidad de estas dos ciudades para
imponerse por fuera de este criterio. “¿De dónde han podido sacar esas corporaciones,
ni los habitantes de dos pueblos, aun cuando se les quisiese suponer cómplices en este
atentado, una facultad que sólo puede considerarse propia de la nación entera? Variar
la forma de gobierno cuando nos hallamos constituidos bajo reglas ciertas y conocidas,
no es permitido sino a los legítimos representantes de la nación, convocados al efecto
y con poderes suficientes para ello.” (Ocampo López, 1988, tomo I, p. 97).

244 II. Opinión pública, Monarquía y República


nación? Para los editores de La Bandera, ésta no podía ser representada a
partir de la noción de la soberanía de tres estados dentro de uno. Por el
contrario, la representación de la nación estaba ligada a la Constitución
como acuerdo fundamental de la misma y al sistema republicano como
aquel capaz de establecer los principios de control del Ejecutivo por medio
del Congreso y el aparato judicial. Por lo tanto, la idea de la república
como el sistema más adecuado para la nación también se estableció a
partir de la idea de representación, como aquella capaz de cumplir con
las expectativas de los diputados, debido a que tendría en cuenta a toda la
nación por medio de los congresistas. Según los editores de La Bandera,
“resulta, pues, que aun durante el tiempo mas desgraciado para Colombia,
los años de 16 hasta el 19, la idea primitiva de republica se fue generali-
zando mas y mas entre los patriotas, y haciéndose tan familiar, que aun
los que no sabían leer, por imitación de los demás siempre gritaban viva
la patria, viva la Republica, mueran los tiranos”.30
Este tipo de gobierno sería la expresión diáfana de la voluntad general y
estaría apoyado en la Constitución. Para los editores de La Bandera, “éste es
el sistema representativo que no tuvieron la dicha de conocer los hombres
ilustres de cien años atras, y que un célebre escritor ha llamado con propiedad
“el estado de naturaleza perfeccionada”.31 Así se establecería una imagen de
la república y el gobierno representativo como uno de los mayores logros
de la humanidad. Esto serviría de base para una de las grandes críticas de
los editores de La Bandera a los periódicos venezolanos y los miembros
de la rebelión, ya que estos estaban confundiendo la voluntad nacional
con la de una fracción de ella, dejando a un lado la perfección del siste-
ma representativo al no seguir los conductos regulares que establecía la
Constitución. Aquí se establecieron dos principios. En primer lugar, la
autoridad que no provenía del pueblo en cabeza de sus representantes
no era legítima. Y, segundo, esta autoridad no pertenecía a la voluntad
de la nación.

  La Bandera Tricolor, núm. 9: 10-IX-1826, p. 34.


30

  La Bandera Tricolor, núm. 10: 17-IX-1826, p. 39.


31

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 245


Teniendo esto en cuenta, se mostraría al sistema representativo republi-
cano como inherente a las nuevas naciones americanas. Tras los pronun-
ciamientos de Quito y Guayaquil en los cuales se presentaba el apoyo de
estos territorios a Bolívar pero, a partir de la Constitución boliviana, este
argumento sería fundamental.32 El interés de las actas era proclamar esta
constitución para todo el territorio nacional. Fuertes rumores corrían sobre
la posibilidad de que el mismo Bolívar estuviera detrás de estos hechos como
nos lo muestra José Manuel Restrepo, quien escribía que “hay bastantes
datos para creer que las actas de Guayaquil y Quito de 28 de agosto y 6
de septiembre último han sido promovidas por personas muy adictas al
Libertador, y por consiguiente parece que son con sus consentimientos”
(Restrepo, 1954, p. 304).33 Esa situación se vería acentuada por el pro-
nunciamiento de Cartagena, promovido por Antonio Leocadio Guzmán,
quien había sido colaborador de Bolívar para promover la constitución
boliviana en Colombia (Bushnell, 1984, p. 345). Bolívar mismo escribió
que pensaba que su Constitución era la adecuada para sacar a Colombia de
la crisis que estaba viviendo ya que, para él, representaba una unión entre
Europa y América, entre el ejército y el pueblo, entre la democracia y la
aristocracia y, por último, entre el imperio y la república. Bolívar abría la
puerta a la posibilidad de una monarquía constitucional para la República
de Colombia. Así lo expresó en una carta dirigida a Santander

No obstante me adelanto a decir a usted que yo no encuentro otro


modo de conciliar las voluntades y los intereses encontrados de nuestros
conciudadanos que presentar a Colombia la constitución boliviana, por-
que ella reúne a los encantos de la federación, la fuerza del centralismo:

32
  Estas noticias llegarían a Bogotá alrededor del 26 de septiembre de 1826. José Ma-
nuel Restrepo registró que el 28 de agosto y el 6 de septiembre se habían presentado
los pronunciamientos de Guayaquil y Quito, respectivamente. Su reacción ante el
hecho fue la siguiente: “lo cierto es que la actual constitución puede considerarse como
destruida por los departamentos del sur y de Venezuela”. (Restrepo, 1954, p. 301).
33
  Según Frank Safford, Bolívar consideraba “los pronunciamientos dirigidos por los
militares como la verdadera expresión de la voluntad popular”. (Safford, 2004, p. 123).

246 II. Opinión pública, Monarquía y República


a la libertad del pueblo, la energía del gobierno, y, en fin, a mi modo
de ver las cosas, yo que las peso en mi corazón no encuentro otro arbitrio
de conciliación que la constitución boliviana, la que contemplo como el
arca donde únicamente podemos salvar la gloria de quince años de victo-
rias y desastres, y últimamente yo presentaré a Colombia esta medida de
salvación como mi último pensamiento. (Santander, 1990, p. 16).

Bolívar planteaba un escenario de separación nacional en el cual había


numerosas fuentes de conflicto que sólo podrían solucionarse a través de
su constitución y su gobierno vitalicio, lo cual marcaría una gran diferen-
cia con el grupo santanderista. Las diversas tensiones entre las regiones
así como la situación del ejército (falta de pago debido a los problemas
fiscales) era el marco que hacía necesaria la reforma de la Constitución
vigente. Para Bolívar, se debía adoptar un sistema de unidad bajo una
forma federal. El gobierno estaría en manos del presidente vitalicio, del
vicepresidente y de tres cámaras que manejarían la hacienda nacional,
guerra y relaciones exteriores. Cada departamento de las tres repúblicas
mandaría un representante a un gran congreso federal con lo cual se
conformarían las cámaras con representación equitativa en cada sección.
Las cámaras, el vicepresidente y los secretarios de Estado gobernarían
la nación, mientras que el Libertador, como jefe supremo, visitaría los
departamentos de cada Estado una vez por año. Para Bolívar, “Colombia
no puede quedarse más en el estado en que está, porque todos quieren
una variación, sea federal o sea imperial […] No hay otro partido que
un ejército, una bandera y una nación en Colombia como en Bolivia”.34
A partir de esto, Bolívar abogaría por “devolver al pueblo su soberanía
primitiva para que rehaga su pacto social.” (Santander, 1990, p. 59). Bolívar
planteaba la necesidad de reformar el pacto principal de los colombianos, ya
que éste había “sido violado, manchado, roto, en fin, ya no puede servir de
nada; una ley fundamental no debe ser sospechada siquiera, como la mujer

34
  “Carta de Bolívar a Sucre, 12 de mayo de 1826”. En Ocampo López, (1988, tomo
I, p. 264).

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 247


del César; la integridad debe ser su primer atributo; sin esto es un espantajo
ridículo o más bien el símbolo del odio.” (Santander, 1990, p. 45). Para Bolívar
la unanimidad de la opinión provenía de la imposibilidad de cuestionar la
legitimidad de la Constitución, recuperando su nivel de trascendencia frente a
los sucesos políticos. Sin embargo, esto serviría como una forma de legitimar
su propia Constitución a los ojos de la opinión pública. Estos planteamientos
serían rebatidos por los editores de La Bandera Tricolor, ya que para ellos,
la soberanía residía en la nación, y su ejercicio se hacía posible a partir de
su representación en el Congreso y en la defensa de la Constitución como
el pacto fundamental de los colombianos. Así lo expresaron los editores del
periódico: “todos sabemos, no solo por que está escrito en la constitucion,
sino por que lo enseñan los maestros del derecho público, que es en toda la
nacion y no en un partido que reside la soberanía, que esta es por naturaleza
una e indivisible”.35
De esta forma se constituyó el concepto de nación alrededor de los prin-
cipios de la trascendencia de la Constitución y del sistema representativo,
los cuales se desarrollaron a lo largo de este apartado. Ahora miraremos
cómo este concepto se complementa con la metáfora de la familia y la
idea de Bolívar como padre de la nación. Esta figura sería utilizada para
deslegitimar la rebelión de Caracas y generar una fuerte presión para evitar
que la Constitución boliviana fuera adoptada en Colombia. Uno de los
grandes temores de los editores de La Bandera Tricolor y de Santander
era perder el respeto y la credibilidad frente al mundo liberal europeo. Es
dentro de este contexto que analizaremos el siguiente apartado.

Bolívar como padre de la nación. Defender la


Constitución como deber de los hijos
La metáfora de la familia36 sirvió para considerar que todos los habitantes
de la nación tenían los mismos derechos y que ninguno de sus miem-

  La Bandera Tricolor, núm. 14: 15-X-182, p. 55.


35

  Un análisis de este proceso de formación de metáforas familiares durante el periodo


36

de la independencia se puede ver en Anrup & Oeni, (1999).

248 II. Opinión pública, Monarquía y República


bros podía imponer su autoridad, “ya que todos somos colombianos y
nos bastaría a los caraqueños ver el profundo amor que esas provincias
profesan a nuestro Bolivar para que fuésemos agradecidos a Vdes. y los
mirásemos como a una sola familia”.37 Esta metáfora sería efectiva ya que
ayudaría a resaltar la obediencia a la autoridad del padre como vínculo
central del orden político y se constituiría en un elemento fundamental
para significar la unidad de la nación. La construcción de la nación a
partir de la metáfora de la familia trató de establecer que sólo existía una
voluntad general, la cual estaría de acuerdo con mantener la Constitu-
ción, y el resto sólo serían facciones que actuaban de acuerdo al egoísmo
de sus propias posiciones. En esta metáfora, Bolívar sería representado
como el padre de la nación.38 De esta manera, veremos cómo la posterior
negativa de Bolívar de defender la Constitución sería considerada como
el fin de la posibilidad de la unión colombiana y, por lo tanto, como el
mismo fin de La Bandera Tricolor.
La imagen de Bolívar fue asociada, en un primer momento, con la
defensa de la Constitución y como el primer ciudadano de la nación. Así,
se argumentó que la rebelión de Caracas no sería sólo un ataque sobre
la nación colombiana, sino sobre la misma figura del Libertador. Algo
importante es que La Bandera estableció que la gloria de Bolívar estaba
cimentada sobre “la libertad de su patria: y sin república, sin constitución

37
  La Bandera Tricolor, núm. 4: 6-VIII-1826, p. 15.
38
  Esta imagen de Bolívar se puede apreciar en una carta de Santander al primero,
con fecha del 18 de octubre de 1826: “Un padre adorado expuesto al más inminente
peligro de muerte, no excitaría en mi corazón tanto dolor como el considerar a todo
lo que usted exponía su gloria y reputación, esa gloria y reputación que yo amo con
idolatría y por cuya conservación daría mi sangre” Cartas Santander a Bolívar, 67. La
imagen de Bolívar como padre de la patria también sería esgrimida por Paéz, quien en
la carta que le escribió al primero, con fecha del 24 de mayo de 1826, le pide que las
reformas que se vayan a hacer sean aprobadas por él, ya “todos lo consideran aquí como
su padre, y no quieren que un hijo ilustre que ha llenado de gloria la mayor parte de
este continente, deje de ser el legislador de su propio suelo, después de haberle puesto
en posesión de su independencia.” (Ocampo López, 1988, tomo I, p. 117).

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 249


y sin leyes no existe la libertad”.39 Con esto, aquellos que se opusieran a
ella serían declarados, por los editores del periódico, como enemigos de
Bolívar. Además, se recalcaría constantemente el compromiso de Bolívar
de defender la Constitución de 1821. Acudiendo a la idea de la herman-
dad bajo la común identificación de colombianos, se buscó legitimar la
Constitución de 1821 a partir de diversas afirmaciones de Bolívar en las
cuales juraba defender la carta magna hasta la muerte, calificándolo como
el “mas firme protector del la Constitucion y de las leyes”, mostrando a
los principios constitucionales aún por encima del padre de la nación.
Así lo hicieron en el número 10 de La Bandera

Si: los principios son ántes que los hombres, y el gran BOLIVAR es el
primer campeon de esta doctrina social. Reverenciamos las virtudes, las
cualidades sublimes de BOLIVAR participamos del reconocimiento, que
él ha inspirado á la Nacion entera; pero toda medida desaprobada por la
Constitucion, no haría mas que abismarnos en un diluvio de males, sancio-
nando la anarquía, ó lo que es igual: los hombres sobrepuestos á los principios.40

Teniendo esto en cuenta, el deber de los ciudadanos consistía en defender


la Constitución ante este tipo de ataques.41 Estos debían trabajar por la
defensa de las leyes, de los derechos de la nación y de sus individuos. En
la Carta de un padre a su hijo sobre los acontecimientos de Venezuela del 30
de abril de este año en adelante, escrita por Santander, se hizo un llamado a
la defensa de la nación por parte de sus hijos, buscando la creación de una
fuerza moral, que sería la misma opinión pública entendida como voluntad
nacional. De esta forma, la opinión se consideraría como una forma de

39
  La Bandera Tricolor, núm. 21: 3-XII-1826, p. 83.
40
  La Bandera Tricolor, núm. 10: 17-IX-1826, p. 38. Cursivas en el original.
41
  Esto estaba acorde con el artículo 5 de la Constitución de 1821, “son deberes de
cada colombiano, vivir sometido a la Constitución y a las leyes, respetar y obedecer a las
autoridades que son sus órganos; contribuir a los gastos públicos; y estar pronto en todo
tiempo a servir y defender la Patria, haciéndole el sacrificio de sus bienes y de su vida,
si fuere necesario.” (Constitución Política de la República de Colombia, 1821, p. 89).

250 II. Opinión pública, Monarquía y República


fortalecer al gobierno nacional dentro de la lucha de facciones.42 Esta fuerza
moral sería determinante para los editores del periódico ya que, a partir
de ella, se adquiría una mayor legitimidad en la lucha contra la rebelión
y se consolidaría a la Constitución como el principal elemento fundante
de la nación. Así lo expresaba Santander en la Carta de un padre a un hijo
que mencionamos anteriormente: “por decontado que tú, como empleado
en el ejercito, no has debido vacilar un momento en la causa que debes
abrazar y sostener: tu has jurado, al tomar posesión de tu empleo, arreglar
tus procedimientos públicos a las leyes, sostener y defender la constitucion,
haciéndole hasta el sacrificio de tus bienes y de tu vida en caso necesario”.43
La imagen de Colombia como una familia a partir de la idea de la rela-
ción entre el padre y el hijo en un marco establecido sería soportada por
la voluntad de la nación expresada en la Constitución. De esta forma se
naturalizarían las relaciones políticas a partir de la defensa de la carta magna.
Así, aquello que no correspondía a este vínculo entraba en la categoría del
egoísmo y como enemigo de la supuesta voluntad unánime de la familia.

Que desaparezca pues tan detestable egoismo, y cada uno ocupe su lugar,
haciendo entender a los unos y a los otros que no es dado en Colombia
a ningun mortal variar la voluntad de cerca de tres millones de personas,
que a pesar de sus principios diversos bajo otro punto de vista, todos estan
de acuerdo en continuar sometidos al gobierno popular representativo y
en defender esa constitucion sagrada que desde sus primeros años les ha
concedido la victoria contra los enemigos esteriores, y les ha inspirado
fortaleza para en lo jeneral despreciar las sujeciones de los perversos que
intentan vivir en medio del desorden y de la anarquia.44

42
  Esto se expresa en una carta que Aranzazu le escribió a Cuervo: “el Gobierno se
robustece con la fuerza de la opinión, y ésta concluye por imprimir a los sucesos de
Venezuela la marca de la rebelión; y una vez que esto se consiga, es bien cierto que el
imperio de las leyes sucederá al de la fuerza.” (Cuervo & Cuervo, 1918, p. 10).
43
  La Bandera Tricolor, núm. 10: 17-IX-1826, p. 38
44
  La Bandera Tricolor, núm. 3: 30-VII-1826, p. 11.

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 251


Sin embargo, el panorama empezó a cambiar a partir del levantamiento
de las actas de Guayaquil y Quito. Ante la situación de inestabilidad, las
municipalidades de varias regiones, entre ellas Cartagena, empezaron a
clamar por una dictadura en manos de Bolívar con el fin de solucionar los
inconvenientes del país.45 La Bandera Tricolor respondió con un llamado
a Bolívar para cumplir sus promesas de respetar la institucionalidad como
padre de la nación y, sobre todo, mostrar que el sistema de la Constitución
boliviana era incompatible con los principios liberales y republicanos. Para
los editores del periódico, no se podía cambiar la Constitución por monar-
cas inviolables y hereditarios y, ante la fuerza de la figura presidencial, sería
imposible establecer un sistema de control sobre ella. Para los editores de
La Bandera, era clara la contradicción de una Constitución que abogaba
por un sistema presidencial fuerte pero, al mismo tiempo, federal. Por el
contrario, para ellos, se debía esperar a la reunión del Congreso en 1827
para discutir la situación de la república y, sobre todo, esperar a la fecha
estipulada en la Constitución para presentar algún cambio a la misma.
Para ellos no podía haber dictadura, así fuera con Bolívar, calificándola
como una “monarquía templada”.46 Se estipulaba que en el artículo 12847
de la Constitución ya se le daban poderes excepcionales al presidente en
este tipo de casos sin recurrir a la dictadura. Así se empezó a ejercer cierta
presión para que Bolívar se acogiera a la Constitución de 1821 usando

45
  Esto se puede ver, por ejemplo, en las instrucciones de la municipalidad de Quito
a sus comisionados, en la cual se propone a Bolívar como presidente vitalicio. Ver
O’Leary, (1981, tomo 24, p. 39).
46
  La Bandera Tricolor, núm. 13: 1-IX-1826.
47
  El artículo 128 de la Constitución de 1821 decía: “En los casos de conmoción
interior a mano armada que amenace la Seguridad de la República; y en los de una
invasión exterior, y repentina, puede, con previo acuerdo y consentimiento del Con-
greso, dictar todas aquellas medidas extraordinarias que sean indispensables, y que no
estén comprendidas en la esfera natural de sus atribuciones. Si el Congreso no estuviese
reunido tendrá la misma facultad por sí solo; pero le convocará sin la menor demora
para proceder conforme a sus acuerdos. Esta extraordinaria autorización será limitada
únicamente a lugares y tiempos indispensablemente necesarios.” (Constitución Política
de la República de Colombia, 1821, p. 108).

252 II. Opinión pública, Monarquía y República


sus propias palabras, “Sí, el jeneral BOLIVAR solo exije de nosotros
respeto a las autoridades, cumplimiento de las leyes, amor al orden, y
una fiel observancia de la Constitucion; y nosotros seriamos criminales,
y eminentemente ingratos, si nos denegásemos á tan santos deseos”.48
Bajo esta misma óptica, los editores de La Bandera desestimarían la
posibilidad de una posible unión con Perú y Bolivia, debido a la misma
imposibilidad de mantener la estabilidad en Colombia. Se consideraron
poco viables las ideas de confederación a partir de un sistema presidencial
vitalicio para la nación colombiana, ya que atentaban contra los princi-
pios establecidos por la Constitución y por la incapacidad de responder
a preguntas tan elementales como cuál sería la capital de esta posible
nueva entidad política. Por el contrario, esta posibilidad fue catalogada
en diversas ocasiones como una estrategia de los enemigos de Bolívar y
se defendía a aquellos que se oponían a ella como los verdaderos repre-
sentantes de él. Sus palabras fueron utilizadas nuevamente con el fin
de lograr legitimidad desde el punto de vista del periódico, “tratar de
criminales, de anarquistas, de infames á los que se oponen á que haya
una dictadura en Colombia, es insultar al jeneral BOLIVAR, que habia
dicho: Yo no aspiro sino á poner un término á los dos mas grandes azotes que
puedan aflijir la tierra, la guerra y la dictadura. El universo civilizado ha
oido, y ha repetido con admiracion estas palabras”.49
De esta manera pedían que Bolívar se encargara del poder ejecutivo, pero
que mantuviera inviolable la Constitución, restableciendo su legitimidad
en Venezuela, tomando las medidas necesarias para mantener la reunión

48
  La Bandera Tricolor, núm. 20: 26-XI-1826, p. 79. Esto también lo podemos ver
en una hoja suelta titulada Un Cartaginés al autor de La Bandera Tricolor, Fontibón,
30 de octubre de 1826,en la cual se ejercía presión sobre Bolívar para hacerlo cumplir
con el mandato constitucional a partir de la elevación de su figura: “Nada tenemos
que temer, mi caro amigo, Bolivar es incapaz de dar acogida en su pecho generoso a
otras maximas que á las que ha sancionado nuestro pacto social, el està muy distante
de hacernos violencia por que en cada pagina de su historia se encuentra publicado un
principio liberal, un desprendimiento de ambicion”. Biblioteca Nacional de Colombia,
Fondo Pineda 824, Pieza 48, p. 2.
49
  La Bandera Tricolor, núm. 24: 25-XII-1826, p. 98.

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 253


del Congreso50 y que no se hiciera ningún cambio en la Constitución hasta
ese momento, hecho no compartido por Bolívar quien le escribiría a San-
tander, “está bien, ustedes salvarán la patria con la constitución y las leyes
que han reducido a Colombia a la imagen del palacio de Satanás que arde
por todos sus ángulos” (Santander, 1990, p. 83). El pedido de Santander
se puede ver claramente en la “Exposición de los sentimientos de los fun-
cionarios públicos, así nacionales como departamentales y municipales,
y demás habitantes de la ciudad de Bogotá, hecha para ser presentada al
Libertador presidente de la República”, la cual salió a la luz el mismo día
(14 de noviembre de 1826) en que Bolívar llegó a Bogotá proveniente desde
el Perú. En ella, diversos funcionarios del gobierno, entre ellos Azuero,
Soto, Cuervo y el mismo Santander le escribían a Bolívar que cumpliera
con sus compromisos ante la Constitución y que recordara que él era el
primer ciudadano y, por lo tanto, defensor de ésta. La presión ejercida sobre
Bolívar se centraría en la idea de su legado, ya que le recordaban que “sería
la obra maestra de un monstruo de crueldad la destrucción de su propia
obra: y el alma de vuestra excelencia es una de las más bellas que ha debido
salir de las manos del autor de la naturaleza”.51 La mayor crítica que se le
hacía a Bolívar era la incompatibilidad de la monarquía constitucional en
un mundo republicano representativo liberal. La causa de los reyes y los
gobiernos perpetuos (como el de la Constitución boliviana) ya había sido
vencida y el problema se planteaba en términos de sucesión. La época de las
monarquías ya había pasado y había sido reemplazada por los “gobiernos
representativos, electivos y alternativos”.52

50
  La reunión del Congreso Constitucional sería vista como el escenario en el cual
se podría reconstruir la nación como familia y en la cual Bolívar retomaría su lugar
de padre sin cuestionamientos: “Entonces y solo entonces Colombia vuelve ásèr una
familia y Bolivar su padre predilecto. Los martires de la patria le esperaràn en los cam-
pos Elisèos con coronas, estas victimas desgraciadas tendrán en la mancion celestial el
dulce consuelo de que su sangre se ha vertido con provecho.” (Un Cartaginés al autor
de La Bandera Tricolor, p. 2).
51
  “Exposición”. En Santander, (1990, p. 97).
52
  “Exposición”. En Santander, (1990, p. 103).

254 II. Opinión pública, Monarquía y República


Este punto sería fundamental ya que argumentaba que la República de
Colombia debía estar pendiente de la opinión pública de otros países. El
argumento de los editores del periódico y de Santander era que Colombia
también debía responder ante los “ojos de la Europa y de la América y
nuestras acciones públicas no deben estar en choque ni con la civilización
ni con el espíritu del siglo”.53 La fortaleza de la opinión pública del mundo
liberal al respecto la convertía en “la reina del mundo”.54 La imposibilidad
de castigar la rebelión sería vista en la Exposición y en La Bandera Tricolor
como una razón para generar la burla y el desprecio de Europa, de las otras
repúblicas de América y del “mundo liberal civilizado”.55 Sin embargo, esta
defensa del sistema liberal representativo se vería truncada ante el aumento
de ciudades y regiones en rebelión hacia el Estado central, la negativa de
Bolívar de emprender castigos sobre Páez y sus aliados y, por el contrario,
ofrecerse a negociar con ellos.56 Esto fue visto como una derrota del régimen
constitucional y como una forma de legitimar la rebelión.
Así, se vería con gran temor la posibilidad de separación de Colombia,
considerando esto como el fin del sueño del mismo Bolívar y como una
renuncia a la alternativa de pertenecer a un mundo liberal civilizado.57
Al final del periódico se aceptó la posibilidad de establecer un gobierno
federal pero dentro de las normas constitucionales, esperando hasta 1831

53
  “Exposición”. En Santander, (1990, p. 62).
54
  “Exposición”. En Santander, (1990, p. 106).
55
  La Bandera Tricolor, núm. 14:15-X-1826.
56
  El 2 de enero de 1827 Bolívar haría un pacto con Páez en el cual se le daba amnis-
tía general a los rebeldes y hacía la promesa de mantener sus propiedades. Bushnell,
(1984, p. 405).
57
  El miedo a la reacción internacional es notable en Santander y en José Manuel
Restrepo. En una carta dirigida al gobernador de la provincia de Carabobo el 10 de
junio de 1826, Restrepo temía por la respuesta del gobierno inglés y la posibilidad del
no reconocimiento del Estado colombiano por otros Estados debido a la rebelión algo
que, además, podría ser aprovechado por España para intentar la reconquista. Así lo
podemos ver en este fragmento: “la República de Colombia tan elogiada y tan respetada,
sin crédito público, sin opinión, hecha el escarnio de todos los pueblos y en el mayor
desconcepto universal”. Ocampo López, (1988, tomo I, p. 137).

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 255


para aceptar este cambio, ya que la reunión del Congreso a comienzos
de 1827 fue, para los editores de La Bandera, una muestra de que gran
parte de la nación estaba de acuerdo con seguir con las dictados de la
Constitución de 1821. El periódico hizo una declaración de principios en
su penúltimo número, mostrándonos las razones que defendía y los fines
que pretendía: “La Bandera Tricolor es un papel eminentemente liberal,
y sus autores con una erudicion y esfuerzo nada comunes han sostenido
el orden constitucional, y combatido victoriosamente las ideas desorga-
nizadoras de los enemigos del buen órden”.58 La Bandera terminaría su
último número con un sentimiento de frustración ante la imposibilidad
de sostener los principios de defensa de la Constitución y de la República,
al considerar que las decisiones de Bolívar deslegitimarían la Constitución
de 1821, garante del orden y la unión de la nación.

Cuando emprendimos esta carrera nos propusimos ver si lograbamos


cooperar de algun modo al restablecimiento del Orden Constitucional y
á que la República no perdiese el ventajoso crédito adquirido. Nuestros
esfuerzos han sido infructuosos: las cosas han cambiado absolutamente
de aspecto: ya no se trata de hacer revivir lo que ha muerto para siempre;
se trata siquiera de la salvacion de los principios bajo un orden nuevo.59

Este nuevo escenario marcaría la opción política del grupo que re-
dactaba La Bandera Tricolor. Para ellos la alternativa de la república bajo
la Constitución de 1821 era la única opción posible. La posibilidad de
una convención para reformar las instituciones sería vista por Santander
como una afrenta que acabaría con la “Unión Colombiana” y se volve-
ría a trabajar sobre la idea de la República de Nueva Granada de 1815
(Santander, 1990, p. 69). Así lo expresaría en una carta a Bolívar del 21
de septiembre de 1826: “O lo que somos o nada, es mi deseo. Si no hay
fuerza moral ni física para refrenar los perturbadores y sostener el sistema

  La Bandera Tricolor, núm. 25: 31-XII-1826, p. 102.


58

  La Bandera Tricolor, num. 26: 7-I-1827, p. 108.


59

256 II. Opinión pública, Monarquía y República


actual, tal cual lo preescribe la constitución, debe disolverse la unión y
formarse Estados independientes de Venezuela, Nueva Granada y el sur.
Es imposible vivir unidos bajo el régimen federal” (Santander, 1990, p.
36).60 Así, se rompería la idea de la familia de la República de Colombia
al plantear la posibilidad de volver a la idea de la república de 1815. Ante
la negativa del padre de la nación, Bolívar, de defender la Constitución, se
perdería la legitimidad que el periódico trató de lograr tras la utilización
de su figura para este fin. El periódico vería frustrados sus objetivos y la
República de Colombia entraría en un nuevo escenario, para el cual los
editores de La Bandera pensaban que su publicación ya no era pertinente.
Esta fue la forma en que se planteó el fin de la publicación.

Conclusiones
La Bandera Tricolor mostraría, muy a su pesar, el fracaso y fragilidad de la
República de Colombia ante la rebelión de Caracas y Valencia y la lealtad de
Quito y Guayaquil a la Constitución boliviana. Los problemas económicos
y sociales de la República ya habían debilitado lo suficiente la unión de
los tres departamentos que la componían. Para los editores de La Bandera,
“en todas las sociedades del mundo desde su creacion hasta el fin de los
siglos, la constitucion y las leyes de un pais son el vinculo de union de estas
mismas sociedades”.61 De esta forma se consideró a la Constitución como
fundamento de la unidad de la nación y de la opinión pública, expresando
una idea de unanimidad por medio de la defensa de la carta magna. Como

60
  (Cursivas en el original). Así mismo lo escribió José Manuel Restrepo en la entrada del
8 de enero de 1827 en su Diario Político y Militar: “Dicen que no estando el Libertador
por el restablecimiento de la constitución, la antigua Cundinamarca debe ya pronun-
ciarse, bien por el sistema federal, bien por hacer una república de los departamentos
del centro, mas de ningún modo para confederarnos con el Perú y Bolivia, proyecto
que no les gusta. Ayer ha salido un artículo incendiario sobre esto en el número 26 de
La Bandera Tricolor, escrito por el doctor Vicente Azuero, hombre muy exaltado […]
Felizmente La Bandera ha concluído ayer en el número 26, pero será reemplazada por
otro papel que piensa dar el doctor Azuero en que tendrá colaboradores de sus mismas
opiniones”. (Restrepo, 1954, p. 322). (Negrillas en el original).
61
  La Bandera Tricolor, núm. 24: 25-XII-1826, p. 98.

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 257


hemos visto, los sentidos del concepto de nación en el periódico estaban
relacionados con los conceptos de constitución y representación. La Cons-
titución como muestra de la voluntad general y pacto trascendente de la
nación y al Congreso como la representación legítima de la misma.
Por lo tanto, podemos ver cómo el final de La Bandera Tricolor estaría
marcado por la erosión sostenida del ideario que estaba defendiendo.
Debido al cuestionamiento de la Constitución de 1821 y la aceptación
de Bolívar de negociar con Páez, los editores verían la necesidad de crear
un nuevo periódico en el cual pudieran expresar sus ideas dentro de un
nuevo contexto como parte de la lucha por consolidar su opinión como
aquella que se podría considerar como verdadera en esta esfera pública.
El final del periódico nos muestra la misma lógica de la esfera pública
en el momento. La dinámica de unanimidad llevaba a que la única opi-
nión válida fuera la que expresara cada grupo. Esto llevaba a que sólo se
pudiera apreciar la posibilidad de la imposición de una postura en un
ambiente de confrontación dentro del campo de batalla de la opinión
pública. Al no poder consolidar sus argumentos como los únicos legíti-
mos dentro de esta esfera, el periódico desapareció. Así, lo que podemos
apreciar es la fragilidad del vínculo de estos territorios en un marco de
confrontación constante en la esfera pública. Fue en este lugar donde se
intentó lograr la legitimidad del texto constitucional como garante de
la nación colombiana en el nuevo campo de batalla de la política. Sin
embargo, fue en esta misma esfera donde se empezaron a dar muestras
del resquebrajamiento de la República de Colombia al no encontrar un
punto en común que pudiera ofrecerle legitimidad a una nación que
apenas se estaba gestando.

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Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827 261


Opinión pública y cultura de la imprenta en
Cartagena de Colombia, 1821-1831

Mayxué Ospina Posse


Becaria CAPES, Maestría en Historia,
Universidade Estadual de Campinas, Brasil

Si la opinión pública, respecto del modo de hallarla y


conocerla es un duende, cuando se trata de atribuirle un
poder omnipresente es una divinidad de nueva creación,
tan incomprensible como todas las divinidades, y que sin
saber cómo dispone a su arbitrio de todas las cosas que están
bajo el imperio del hombre.1

A
partir del estudio del conjunto de los semanarios cartageneros
de la década del 20 en el siglo XIX, el presente texto se propone
dilucidar el tipo de prácticas que se tejieron para dar surgimiento
a esa nueva voz de autoridad que fue entonces conocida como la opinión
pública, y cuyo protagonismo en la cultura política republicana de la
primera mitad del siglo XIX ha sido poco explorado. Se pretende, de un
lado, centrar la mirada en las constelaciones propiamente conceptuales que
permitieron la emergencia de la opinión como un sistema de enunciación
verdadero, objetivándola, dotándola de contenido histórico, otorgándole
a su voz un valor incuestionable de verdad. De otro, dimensionar el reto
que para entonces afrontara la república en la pretensión de fomentar el
desenvolvimiento de una cultura del periódico, entendiendo que es en
la superficie material de la prensa donde el formato republicano de la
opinión encuentra su legítimo lugar.

  Gaceta de Cartagena núm. 74, “Opinión Pública”, Cartagena, 26 de abril de 1822,


1

BNC, Bogotá, VFDU1, 1963, p. 2.

263
El periódico: ese astro luminoso
En el mes de mayo de 1825 un semanario cartagenero publicó en su sección
“Esterior” un texto que sus editores consideraron, sin duda, de importancia
crucial. Se trataba del extracto de un papel inglés, en donde se conducía al
lector a través de una valoración minuciosa del panorama periodístico en la
Gran Bretaña. Cantidad y cualidad de los periódicos circulantes, frecuencias
de publicación, tirajes, procesos editoriales y consideraciones estimadas sobre
el público lector hacían parte, entre otras informaciones finas, del grueso de
este balance que tuvo el privilegio de ocupar en el semanario cartagenero
dos páginas enteras: nada menos que la mitad de su paginación total. El
asombroso extracto, que en cifras crudas desnudaba la situación periodística
colombiana, poniendo en evidencia su precariedad, venía seguido de una
serie de consideraciones de los editores del Correo sobre la importancia de
las publicaciones seriadas, y cerraba con una invitación a “magistrados”
y “compatriotas”, a hacer parte en la cruzada por “establecer y fomentar
periódicos por todos los medios a su alcance”, pues sólo de esta forma la
nueva república conseguiría dirigir certeramente su ruta en el camino de las
naciones civilizadas, erradicando de su suelo la ignorancia y conquistando
el precioso don de la felicidad.2
Según se lee en el artículo inglés, los periódicos en Gran Bretaña —diarios,
en su gran mayoría— contaban con un editor principal, uno subalterno,
corresponsales nacionales e internacionales, de ocho a doce reporteros, un
considerable número de literatos pagos y decenas de empleados encargados
de los casos policiales, accidentes y “sucesos funestos”, igualmente pagos.
¿Habría, alguno de nuestros osados publicistas, entonces, soñado que su

2
  “Esperamos que nuestros dignos magistrados, asi como el resto de nuestros com-
patriotas contribuyan efectivamente a establecer y fomentar periódicos por todos los
medios que estén a sus alcances pues este es el mas seguro medio de reportar todas las
ventajas posibles de la libertad de la prensa, diseminando las luces, dando pábulo al
espiritu publico, y generalizando ese útil sistema de critica, solo capaz de contener a
los funcionarios públicos en los limites que la ley les prescribe, y de mostrar la senda
de toda especie de mejoras publicas”. El Correo de Magdalena núm. 3, [Sin título],
Cartagena, 26 de mayo de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 2.

264 II. Opinión pública, Monarquía y República


homérica labor ad honorem pudiera reportar otra ganancia que la gratitud de
la Patria? En números gruesos, según los datos que constan en el citado texto,
semanalmente, solo en Londres circulaba una cantidad cercana a 300.000
ejemplares de periódicos, desorbitante número al que aún se sumaban otros
200.000, correspondientes a las publicaciones de provincia. Se calculaba, en
fin, que en Inglaterra, entre semanarios, diarios y periódicos dominicales,
capitalinos y de provincia, circularían semanalmente unos 500.000 ejem-
plares, número que, sostenía el articulista, era más o menos equivalente a la
población total de la nación, lo que permitía catalogarla, sin duda, como un
“reino intelectual”.3 Así, sin el menor asomo de pudor, afirmaba:

Si somos mejores, mas ricos, mas sabios o hábiles que los habitantes de otros
paises; si tenemos mejores leyes e instituciones que ellos; si nuestras facultades
intelectuales se han ensanchado mas; si nuestra aristocracia es menos tiránica
que la de otras naciones, y si nuestros labradores y menestrales son pacíficos,
de mejores disposiciones, y mas ilustración, que los de aquellos paises con
quienes tenemos relaciones directas; ultimamente si se halla mas prosperidad y
ventajas en la Gran Bretaña, que en Francia, Rusia, Prusia, España, Alemania
y otros reinos civilizados, ¿a que se debe todo esto sino a nuestros periódicos?4

Que el Imperio británico —ese “astro luminar” en la Colombia indepen-


diente en materia de legislación, economía política y educación— atribu-
yera su supremacía en la carrera de la civilización a su prominente cultura
periodística, debió haber causado una doble conmoción en el ánimo de los
atentos lectores del semanario. De un lado, una vez más, confirmaba que se
estaba en el camino cierto; que los legisladores habían sido sabios al reco-
nocer en la ley fundamental de la república la importancia de la libertad de
imprenta.5 Pero al tiempo, la magnitud de la industria periodística inglesa

3
  El Correo del Magdalena núm. 3, “Esterior”, Cartagena, 26 de mayo de 1825. BNC,
Bogotá, Fondo Pineda, 846, pp. 1-2.
4
  El Correo del Magdalena núm. 3, “Esterior”, p. 2.
5
  El artículo primero de la ley de libertad de imprenta decretaba el derecho de todo
colombiano a imprimir y publicar su pensamiento sin necesidad de someterlo a previa

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 265


ponía el dedo en la llaga al dimensionar el abismo que separaba a la nueva
república de los progresos de todo género que, como consecuencia de la
cualidad de sus periódicos, habían elevado a la nación inglesa

al alto grado de dicha, de libertad, gloria y poder en que se encuentra


actualmente y que le garantiza por muchos años, según todas las proba-
bilidades, el influjo y preponderancia de que esta en posesión sobre las
demas naciones del mundo conocido […].6

En tanto el periódico inglés —empresa monumental sostenida por


el trabajo de un equipo multifuncional de especialistas— inundaba por
cientos de miles las calles de las ciudades inglesas, a mediados de la década
de 1820 los semanarios colombianos de circulación periódica, con un
tiraje que difícilmente excedería los 200 a 300 ejemplares por edición, no
superaban los 25, y lejos de representar alguna ganancia para sus valientes
gestores, la mayoría de la veces dejaban cuantiosas pérdidas.7 En 1826 el
Iris del Magdalena sostenía que:

Tan corto es el número de nuestros periódicos, tal el objeto que se les


ha dado, y tal la poca libertad de los periodistas, que sería una necedad
verles como el órgano de la opinión publica. Tal vez los periódicos, que
ven la luz una vez por semana, no pasan de 25 en toda la República. Su-
pongamos que dos personas se encargan de la redacción de cada uno; y ya
tenemos que esos papeles no presentan sino la opinión de 50 individuos,

censura. Ver: Ley de libertad de imprenta del 14 de septiembre de 1821. En Sociedad


Santanderista de Colombia, (1995, p. 446).
6
  El Correo de Magdalena núm. 3, [Sin título], p. 2.
7
  En cuanto al ponderado de tirajes, en 1825 la Gaceta de Colombia cifra el propio en
un número entre 800 y 1.000. Es de esperar que si el órgano oficial del gobierno, finan-
ciado con las arruinadas arcas públicas de un Estado en guerra, se esforzó en financiar
un tiraje como el citado, las iniciativas privadas debieron haber cifrado el suyo en un
número significativamente menor. Fuente: Gaceta de Colombia, núm. 207, Bogotá, 2
de octubre de 1825. En Sociedad Santanderista de Colombia, p. 446.

266 II. Opinión pública, Monarquía y República


que aunque es las mas veces contraria a la de una gran masa del pueblo,
parece ser oída con aquiescencia, porque nadie les contesta, á causa del
costo y dificultad de las imprentas […].8

“Hacer ver la luz” a un papel seriado implicaba, en efecto, echarse inevi-


tablemente la mano al propio bolsillo con la esperanza de que el valor de las
suscripciones, la publicación de avisos y la venta de números sueltos llegarían
a cubrir en suma la totalidad de los costos, cosa que, como lo evidencia la
temprana desaparición de la mayoría de los papeles seriados, dudosamente
ocurría. Es posible, incluso, que para no verse obligados a cerrar, algunos
periódicos hubieran recurrido al cobro de un cierto valor para la inserción
de artículos comunicados, como nos lo sugiere un texto de 1825 titulado
“Otro aviso importante”, en el cual, tras levantar sendas críticas al gobierno
del general Santander, el escritor se despide afirmando haber pagado el valor
estipulado de 8 reales para la publicación de los “avisos”.9
Pero el sostenimiento financiero del periódico no era la única responsa-
bilidad del editor. Además de tener que acudir inevitablemente a sus arcas
personales para mantener abierta la empresa, éste debía dedicar largas horas a

8
  Iris del Magdalena núm. 2, “Opinión pública y derecho de petición”, Cartagena,
09 de septiembre de 1826. BNC, Bogotá, MF 1201, p. 2. Cuatro años atrás, en 1822,
la Gaceta de Colombia calculaba en ocho el número total de semanarios circulantes
en territorio colombiano: En Bogotá: La Gaceta de la República y El Correo de Bogotá;
El Iris de Venezuela, en Caracas; en Maracaibo: El Correo nacional en Maracaibo; en
Guyana El Correo del Orinoco; en Cartagena: La Gaceta de Cartagena; en Panamá: La
Gaceta de Panamá; en Guayaquil: El Patriota de Guayaquil. En Sociedad Santanderista
de Colombia, (1995, p. 446).
9
  “Hasta otra ocasión de que seamos mas largos, y por ahora hemos pagado nuestros
ocho reales establecidos para los avisos” El Correo del Magdalena “Otro aviso importante”
Cartagena, núm. 6, 16 de junio de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 4. La prensa
cartagenera también registra casos de semanarios con una política editorial que mantuvo
sus páginas abiertas a todo aquel que tuviese algo valioso qué aportar a la discusión, tal y
como lo anuncia en 1828 el prospecto de Las Reformas, invitando a publicar de manera
gratuita comunicados, remitidos y avisos “que convengan con el título del periódico y
propendieren al bien y felicidad de la nación.” Las Reformas núm. 1, «Prospecto» Cartagena,
23 de agosto de 1828. BNC, MF 1187, p. 1.

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 267


la redacción de los textos, la lectura de los artículos, comunicados y remitidos
de los lectores, la selección de los extractos de otros periódicos a insertar y todas
aquellas tareas solitarias que envolvían el diseño editorial de cada número.
Lista la versión definitiva del conjunto, había que acudir a la imprenta con
manuscrito en mano y hacer las recomendaciones que se considerasen necesa-
rias al tipógrafo. Por último, recoger el paquete de impresos y depositarlos en
el lugar de la venta, llevar —o hacer llevar— los ejemplares correspondientes
hasta la puerta de la casa de los suscriptores dentro de la ciudad, como se
prometía regularmente en los prospectos, y entregar en la oficina de correos
aquellos que debían enviarse fuera, si es que acaso había suscriptores en otros
pueblos y ciudades.10 No perdamos tampoco de vista que el analfabetismo
abrazaba casi en su totalidad a la población republicana, y sumémosle a ello
el hecho de que para el año de 1830 las ciudades que contaban por lo menos
con una imprenta en lo largo y ancho del territorio, no pasaban de diez.11
La misma Cartagena, que entre todas las ciudades de la Gran Colom-
bia ocupara entonces el tercer lugar en cultura periodística después de
Bogotá y Caracas, y por encima de Panamá, Santa Marta, Maracaibo,
Medellín, Popayán, Quito y Guayaquil, no llegaría a contar al final de
la década con más de cinco imprentas y un número próximo a los ocho

10
  Los “remitidos” publicados en los semanarios cartageneros de la década de 1820
permiten pensar que estos contaron con posibles suscriptores en villas y pueblos cer-
canos tales como Mompox, Turbana, Turbaco, Arjona, y Mahates. Se intuye también
de la existencia de lectores de prensa cartagenera en Bogotá, y en otras ciudades de la
costa Caribe de la “Gran Colombia” como Panamá, Santa Marta, Maracaibo y Caracas.
11
  A continuación ciframos entre paréntesis el número de imprentas aproximado con
que contaban las ciudades de la Gran Colombia para los años de 1822 y 1826. Cifras
deducidas del catálogo de la Biblioteca Nacional de Colombia. Panamá 1822 (1) y
1826 (1); Cartagena: 1822 (1) y 1826 (3); Santa Marta: 1822 (no reporta, pero existe
un periódico, la “Gazeta de Santa Marta” publicado para 1821) y 1826 (1); Maracai-
bo: 1822 (no reporta en la base de datos de la BN, pero hay referencia a un periódico
publicado ese año) y 1826 (1); Caracas 1822 (2) y 1826 (7); Medellín 1822 (1) y
1826 (1); Bogotá: 1822 (2) y 1826 (entre 5 y 7); Popayán: 1822 (no reporta) y 1826
(1); Quito: 1822 (no reporta) y 1826 (1); Guayaquil: 1822 (no reporta en la base de
datos de la BN, pero hay referencia de un periódico publicado ese año.) y 1826 (1).

268 II. Opinión pública, Monarquía y República


impresores.12 Con excepción del periódico oficial, la Gaceta de Cartagena,
que mantuvo una frecuencia semanal prácticamente para toda la década,
ninguna de las publicaciones seriadas que circularon para el periodo en la
ciudad —se registran cerca de treinta— consiguió alcanzar un tiempo de
vida superior a unos pocos meses. Algunas incluso no verían la luz de la
quinta edición.13 Así las cosas, en el envidiable espejo de la Gran Bretaña,
la cultura del periódico en la Colombia independiente se encontraba en el
fondo del pozo, y hacerla emerger a la luz imperaba un titánico esfuerzo
colectivo fundado en la conciencia de su necesidad.

Donde habita la voz de los pueblos


Convencidos de la urgencia de estimular la industria del periódico en Co-
lombia, los entusiastas publicistas cartageneros de comienzos del siglo XIX
izaron la bandera de esta “noble cruzada”. Siempre generosos en ejemplos

12
  A continuación las imprentas que funcionaron en Cartagena durante la década de 1820,
con relación de impresores y años de funcionamiento: Imprenta del Gobierno (1822-1831)
a cargo de Juan Antonio Calvo; Imprenta de Francisco de Borja Ruiz (1826) Imprenta de
Juan Antonio Calvo (1825, 1826) luego llamada Imprenta de los Herederos de Juan Antonio
Calvo (1827) y posteriormente Tipografía de los herederos de J.A. Calvo (1830, 1831);
Imprenta de Manuel María Guerrero (1826, 1827, 1828); Imprenta de la Concordia a
cargo, en 1828 de Damián Berrío y en 1831 de Valentín Gutiérrez; Imprenta Libre (1831)
a cargo de Eduardo Hernández. Figura registro de un último impresor con el nombre de
B. Ortegat (1828) pero no se ha encontrado soporte documental que dé cuenta de la o
las imprentas que funcionaron bajo su responsabilidad. Tomado del catálogo de la BNC.
13
 Si bien en los fondos documentales en donde reposan los archivos de prensa de la
época no se cuenta un número mayor a veinticinco periódicos para el periodo, existe
información que revela la existencia de otros varios periódicos de los cuales no llegó
hasta nosotros ningún ejemplar. Gosselman, un viajero sueco que pasara por Cartagena
en 1823 reporta la existencia de tres papeles que no aparecen documentados en nuestras
bases de datos: “Hasta estos momentos la libertad de prensa no conocía límites, por lo
cual existían gran cantidad de hojas de periódicos, volantes menores, panfletos, etc.,
algunos tan encendidos en sus artículos que parecían compensar de una sola vez todo
el duro silencio que les impusieran los españoles. Estas publicaciones zumbaban como
mosquitos, picaban y luego desaparecían, ya fuera por muerte total o para volver con
renovados bríos y luego recibir el golpe mortal. Era común que adquirieran nombres raros
como “El Criollo”, “La Zorra”, “El Toro”, “El Murciélago”, etc.”. (Gosselman, 1981).

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 269


del mundo anglosajón, y en menor medida de la Francia continental, ilus-
traron con sostenida insistencia los progresos que la libertad de imprenta
y su expresión privilegiada, el periódico, habían traído en materia de todo
tipo a las principales naciones del mundo civilizado.14 En la histórica tarea de
refundar el orden a la que, “bendecidos por el precioso don de la libertad”,
se sintieron llamados los conversos republicanos, la prensa cumplía la triple
función de ser sostén fundamental del régimen constitucional, centro esencial
de propagación de las luces y legítima superficie de la opinión. Si se hiciera
el ejercicio juicioso de revisar uno a uno el conjunto de seriados publicados
durante el periodo de la Gran Colombia, probablemente no se encontraría
uno sólo que no dedicase un artículo, un párrafo, unos versos, un epígrafe
o bien, una línea, al asunto, y Cartagena no fue la excepción. Pronto, la
creencia ilustrada de que libertad de imprenta, número de periódicos, y
grado de civilización-ilustración de los pueblos, guardaban entre sí una
relación de proporcionalidad directa, se convirtió, en la joven república, en
sentencia verdadera que pocos o ninguno se atrevieron a discutir o refutar.15
Encarnación de la libertad de expresión, —era ese el principio que sostenía
la soberanía del pueblo—, el periódico hacía posible el flujo ininterrumpido
de las “sanas ideas” —de las luces—, permitiendo un canal de comunica-
ción multilateral y abierto no solo entre gobernantes y gobernados, sino
entre ciudadanos iguales. Un auténtico escenario de discusión virtual que

14
  En el mismo número citado del Correo del Magdalena se lee: “En los Estados Unidos de
Norteamérica, ese gran luminar de nuestro hemisferio, se han esperimentado (sic) igual-
mente los resultados mas beneficos del establecimiento de periódicos. Los hay en todas sus
ciudades y aun en multitud de poblaciones pequeñas. Los adelantamientos de todo genero
que ellos han hecho se deben, sin duda en mucha parte a sus papeles públicos en que sus
ilustres ciudadanos hallan siempre un canal cierto y eficaz para reclamar contra los abusos
de los depositarios del poder, y para influir en la diseminación de conocimientos útiles a la
felicidad y libertad de su dichosa patria.” 3. El Correo de Magdalena núm. 3, [Sin título], p. 3.
15
  “La abundancia de imprentas y de diarios es el barómetro por el cual se conoce
el adelanto que hacen los pueblos en su ilustración, y así es que mientras más libre
es el sistema político de un estado, más abundantes los diarios o papeles públicos”.
Gaceta de Colombia núm. 27, Bogotá, 21 de abril de 1822. (Sociedad Santanderista
de Colombia, 1995, p. 446).

270 II. Opinión pública, Monarquía y República


eliminaba la necesidad de la presencia física entre participantes, relegando
la violencia insurreccional a un pasado de servidumbre:

En los gobiernos libres, los arreglos domésticos, los actos insurreccio-


nales contra la administración ministerial, no se transigen como los reyes
apaciguan los movimientos de sus pueblos, por el cordel, por el cuchillo
y por el plomo, sino por discusiones públicas, por el resorte de la prensa,
y por amigables combinaciones, porque de este modo, y no de otro, es
que los gobernantes y los gobernados pueden entenderse, que la verdad
aparece, y que las reformas se logran sólida y pacíficamente”.16

En el reino de la opinión —esa zona media de encuentro entre partes—


la voluntad expresa del pueblo —los pueblos— estaba salvaguardada.
La prensa, amplificador del sentir general en la voz del escritor público,
suponía exhortar a los gobernantes a proceder siempre de acuerdo con
la voluntad de sus gobernados, y nunca en su contra, garantizando así la
pervivencia de la libertad. Bajo tales condiciones, ¿qué necesidad había
de tomar las armas, amotinarse y ver la sangre correr? Ninguna. Apelar a
la fuerza para la resolución de conflictos políticos en tiempos de libertad,
se tratase del gobierno o de la ciudadanía misma, era un gesto compulsivo
que, muy lejos de reportar utilidad, recordaba la “barbarie” colonial.
Si la opinión de los pueblos, explícita en la prensa, representaba entonces
el mayor garante de la libertad, “rumorar en secreto” atentaba contra ella. En
efecto, la vieja práctica de “murmurar”, sin otorgar mayor publicidad a las
propias ideas que las que podía ofrecerles la plaza de mercado, el puerto, la
venta, la fonda, el camino a misa y demás lugares de encuentro social, sería
fuertemente atacada desde el mismo periódico, y condenada como triste
rezago de la esclavitud.17 Sin más lugar en la cultura política republicana,

16
  Iris del Magdalena, núm. 2, “Opinión pública y derecho de petición”, p. 3.
17
  “[…] el habito de la servidumbre nos enseñó a murmurar en secreto sin dar publi-
cidad a nuestras ideas, y aun no hemos podido perder tan vergonzoso resabio”. Iris del
Magdalena núm. 2, “Opinión pública y derecho de petición”, p. 3.

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 271


el rumor y el murmullo debían retirarse para dar paso al moderno formato
de la opinión. Mientras la conversa de cuadra entre vecinos, tan esencial en
una cultura del Caribe como Cartagena, se perdía en las rutas de la orali-
dad, deformándose, haciéndose aire antes de llegar a oídos de quien debía,
la opinión pública, fija en la escritura y puesta al alcance de todos por la
prensa, cumplía a cabalidad su función de orientar el destino de la patria,
iluminando con su palabra los lugares más oscuros del entendimiento.18
Así, en detrimento del ágora, esta nueva voz de autoridad se erigía como
el modelo legítimo de participación política republicana y el símbolo más
visible de la naciente ciudadanía, al tiempo que los “sordos susurros” resul-
tantes de “opinar por ahí”, se condenaban como un hábito dañino:

Es por el órgano de la opinión pública que deben llegar a las autori-


dades los errores o vicios de sus actos, para dirigirlos siempre al bien de
la República. Tal es la grande utilidad de poder el hombre expresar libre-
mente sus ideas y opiniones por la imprenta, sea censurando o apoyando
una ley o mandato. De nada sirven las quejas y la crítica particular, sino
llegando a quien debe oírla, se puede producir el efecto de mejorar la ley
o providencia que se critica, o que hace hacer quejas; antes bien estos
sordos susurros suelen producir el descontento, sospechas, desconfianzas
y aun desordenes.19

De esta forma, la legitimidad del formato de la opinión pública repu-


blicana, sellada en el acto de la escritura, apuntaba al ideal del ciudadano
letrado encarnado en la figura del escritor público, dibujando así una

18
  Sobre el valor del rumor en las sociedades coloniales de finales del siglo XVIII en
la Nueva Granada ver: Early, (2005, pp. 51-70).
19
  Gaceta de Colombia núm. 48, Bogotá, 15 de septiembre de 1822. En Sociedad
Santanderista de Colombia, (1995, p. 446). Si se tiene en cuenta el hecho de que el
sistema electoral colegiado de la República de Colombia en los 1820 limitó la capacidad
de elegir y ser elegido a la demostración de un mínimo de renta o la profesión de una
ciencia, tendríamos que la opinión se constituyó quizás en el campo más efectivo de
ejercicio de la igualdad ciudadana.

272 II. Opinión pública, Monarquía y República


estricta línea diferencial tras la cual la población analfabeta —ignorante—
delegaba la expresión de su voz a una fuerza mediadora —ilustrada—.20
Adivina iluminada del sentir popular, la escritura pública ostentaba la
legítima capacidad de levantar la pluma en el nombre de todos, expresando
unívocamente la voluntad general. Hablar así, desde el nuevo formato
de la opinión suponía despojarse, en nombre de lo público, de los rasgos
distintivos de la individualidad: nombre, oficio, edad, estado civil, bienes
materiales, linaje, posición social, etcétera, se disolvían por completo en
el gesto de tomar la pluma. Cuando un hombre común y corriente —un

20
  Desde mediados del siglo XVIII el saber aparecerá ratificado en la filosofía política
occidental como principal línea divisoria de la sociedad. Tal y como se expresa en el fa-
moso ensayo “¿Qué es la ilustración?” publicado en 1784 por Emmanuel Kant, es tarea
de una pequeña minoría de “sabios” conducir a la humanidad a la anhelada “mayoría de
edad”, a través del “uso público de la razón”, es decir, aquel “que hace el sabio frente a
la totalidad de un público lector”. Ver: Kant, (1941). Ver también: Chartier, (1995).
Los “ilustrados” del virreinato de la Nueva Granada de finales del siglo XVIII también
reconocieron y defendieron con vehemencia el lugar de los “sabios” o los “hombres de
letras” como principales conductores de la nación en el camino de los ideales ilustrados
de riqueza, prosperidad y felicidad. Dice Renán Silva: “[…] para ellos, como para
cualquier otro intelectual moderno, ese principio de legitimidad y reconocimiento que
se buscaba, no podría venir de otro lugar que del elemento que los singularizaba como
intelectuales, es decir, del saber del cual se declaraban portadores y agentes.” Silva,
(2002, p. 515). Ahora, este principio ilustrado, que inhabilita a los llamados “incultos”
para tomar parte en la tarea de “impartir las luces” aparece reposicionado en los albores
republicanos, al tiempo que sufre un desplazamiento por la emergencia del “pueblo”
como sujeto del poder soberano, tensión que se evidencia de forma especial en el uso del
impreso público por parte de sectores sociales que no pertenecen a las redes tradicionales
de “sabios del reino”, y a la incomodidad que ello genera en los grupos tradicionales de
poder. Un escritor cartagenero de la década dice en una columna: “Yo creo que cuando
la constitución estableció que todos los Colombianos tenían la libertad de imprimir y
publicar sus pensamientos, habló con los que tuviesen la capacidad necesaria; pero no
quiso decir, a mi entender, que un artesano de los nuestros, que apenas sabe su oficio,
pudiese escribir sobre política; por que mal puede discurrir sobre esto el que tal vez, y
sin tal vez, ni sabe su idioma por principios”. El Correo del Magdalena núm. 18, [Sin
título], Cartagena, 18 de agosto de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 3. Sobre
la apropiación del repertorio político republicano en las primeras décadas del siglo XIX,
por parte de los llamados “sectores subalternos” cartageneros ver también: Lasso, (2006).

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 273


ciudadano de la república— se sentaba a escribir sus pensamientos desde
la segunda persona del plural, con el fin de otorgarles un estatus de pu-
blicidad en la prensa, perdía de inmediato el rostro. La silla ceremonial
de la escritura pública, esa acción de emplear el propio saber en beneficio
colectivo, de comprometer la dignidad de la palabra para ilustrar al públi-
co con noticias y progresos de utilidad, suponía desconocer la distinción
personal, otorgando el poder de interpretar los sentimientos colectivos.21
Y por ello, la escritura pública sublimaba como ningún otro gesto el estatus
ciudadano, al convertir a un individuo raso —letrado, eso sí— en figura
de autoridad y brújula para los demás mortales, e iluminar con su antorcha
divina el camino de la felicidad. Sin duda, la patria debía un reconocimiento
sincero a la labor de vanguardia de aquellos hombres que, fuera fundando
periódicos o alzando la voz “en favor del público”, honraban semanalmente
su nombre erigiéndose a través de la escritura, en guardianes del nuevo pacto
social.22 Aquellos que manteniéndose al margen de los usos perniciosos de
la prensa por entonces a la orden del día, escribían convencidos de que el
acto mismo de la escritura —pública—, ese instante sacro de comunión en
que se perdía el rostro, envolvía en sí el secreto de la felicidad conjunta.23

21
  “Al hablar al público es preciso hacerlo con toda la dignidad que corresponde, y
con fines laudables. Ilustrar con noticias, y progresos de conocida utilidad, á nuestros
representantes, instruir al pueblo de los pasos mas indiferentes que dé el gobierno, y
combatirlos en caso necesario, y fomentar en cuanto esté a nuestro alcance los ramos de
riqueza y prosperidad […]”. El Correo del Magdalena núm. 18, [Sin título] Cartagena,
18 de agosto de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 2.
22
  “Llamamos la atención de nuestros legisladores hacia este asunto importante. ¿No
seria muy útil para el logro de tan loables miras conceder ciertas ecsenciones, (sic) o
algunas recompensas honorificas a los escritores públicos, que se dediquen por cierto
periodo determinado, a promover la instrucción, adelantamientos nacionales &e. por
medio de la redacción de periódicos?”. El Correo del Magdalena núm. 3, [Sin título], p. 3.
23
  “La Imprenta es el vehículo de la ilustración, y del buen uso de ella resultan bienes
positivos al Estado. Pero es a la vez el oprobio y la vergüenza cuando se emplea en
distinto objeto de este que le es propio y peculiar. Ella sirve para difundir las luces, para
contener los abusos del poder […] pero han hecho servir también la Imprenta para
vengar pasiones vergonzosas”. El Correo Semanal, núm. 8, [Sin título], Cartagena, 09
de septiembre de 1831. BNC, Fondo Pineda, 573, p. 3.

274 II. Opinión pública, Monarquía y República


Rostros descubiertos y rostros ocultos
Como el espacio constructivo que suponía ser, el periódico —la discusión
pública— no debía minarse con “basurillas” que robaran columnas a las pro-
ducciones de utilidad verdadera. Un escritor de lenguaje impropio, grosero,
desbordado, cuyo móvil primero fuera la venganza o la desacreditación de
las personas en su fuero privado, que en lugar de sanar las heridas públicas
hurgara en la carne abierta, y de cuya pluma resultara sembrado el germen
de la discordia, imperaba ser desenmascarado y puesto en pública evidencia.
La misma ley de libertad de imprenta proveía mecanismos de orden jurídico
para la sanción de aquellos que, desviados del buen camino, inocularan
el escenario público de la prensa con intenciones dañinas y perversas. De
hecho, atentar, desde el impreso, contra el orden público, los sagrados
preceptos de la religión católica, la moral y las buenas costumbres o el
buen nombre de un ciudadano, eran delitos que conllevaban el pago de multas
elevadas, e incluso, la privación de la libertad.24 Pero corromper el bien de la
prensa acarreaba además un juicio moral, en la medida en que ello involucraba
a la colectividad entera, comprometiendo su desenvolvimiento conjunto y
conduciéndola a una suerte errática. Entre todos los males posibles, que la
libertad de imprenta —la prensa— perdiera su norte representaba quizás
la mayor desgracia a la que podía verse expuesta una joven nación:

Nada hay de más pernicioso para una nación nueva, nada más que
la distraiga de sus sagrados intereses, nada finalmente que más la aparte
del buen gusto, y de la estimación de los gabinetes estrangeros, como la
corrupción de la prensa. Folletos llenos de superchería y puerilidades;
producciones picantes mezcladas con la sal del chiste; y arrogantes sátiras,
emitidas con la intención mas viperina, son los arreboles que marcan el
funesto ocaso de un pueblo, que por pura condescendencia á tales escritos
marchan rápidamente al descredito universal.25

24
  “Ley de libertad de imprenta del 14 de septiembre de 1821”. (Sociedad Santanderista
de Colombia, 1995, p. 446).
25
  El Correo de Magdalena núm. 18, “Libelos infamatorios”. Cartagena, 18 de agosto
de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 3.

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 275


Atribuido a la denigrante esclavitud padecida por más de tres
siglos, el uso pueril de la libertad de imprenta, representado en el
importante volumen de “líbelos infamatorios” que para el periodo
hicieron carrera en los papeles seriados y en un sinnúmero de hojas
volantes, constituía un mal que debía mermar, hasta desaparecer,
conforme se avanzara en la ruta de la libertad. Sin embargo, lo cierto
es que el impreso público constituyó como ningún otro el medio por
excelencia del escarnio público en tiempos republicanos, lo que sin duda
se encuentra relacionado con la pervivencia del honor como código de
valoración del individuo, pero involucra, al tiempo, la irrupción de un
régimen renovado de relaciones entre “lo público” y “lo privado”, o para
respeto del lenguaje propio de los finales del siglo XVIII en el mundo
hispánico “lo particular”.26
Las modalidades de soporte de los impresos que circulan en la década
del 20 del siglo XIX, firmados con seudónimos o nombres de pila, eviden-
cian dos categorías posibles de escenificación en la dimensión pública de
la prensa. De un lado, la que compete al “hombre público” —el escritor
público—, quien en nombre de la colectividad a la que representa se per-
mite aparecer frente a sus iguales sin rostro; de otro, la voz del individuo
que exponiendo públicamente los rasgos diferenciales de su unicidad,
apela al tribunal de la opinión para resarcir su buen nombre mancillado.27

26
  Sobre el uso y la diferenciación de los vocablos “particular” y “privado” en el caso
de la Nueva España a finales del siglo XVIII ver: Lempérière, (1998, pp. 54-79). Según
lo señala esta misma autora, en la lógica del Antiguo Régimen la comunidad política
se entiende como “un sistema de reciprocidad moral” en el cual lo “individual” y lo
“particular” se encuentran subordinados al “bien común”. En la medida en que “lo
público” era concebido como suma y reflejo de “lo particular”, (y viceversa), se admitía
como legítimo el derecho de la colectividad de “fiscalizar las acciones de cada uno de
sus miembros en nombre de las finalidades del bien común”. Lo anterior explicaría,
para Lempérière, la pervivencia de la moral, la virtud y las buenas costumbres como
referentes de autoridad en la cultura política “liberal” de las sociedades hispanoameri-
canas independientes durante el siglo XIX. (Lempérière, 1998, pp. 55-79).
27
  Sugerencia del lugar que mantiene el honor en la sociedad republicana, son los
cientos de apelaciones al tribunal de la opinión pública que pretenden vindicar el “buen

276 II. Opinión pública, Monarquía y República


A continuación presentamos un caso que evidencia la interpelación de
ambas categorías: la del hombre público, que oculta su rostro, y la del
individuo que se diferencia de la colectividad.
En 1823 la Gaceta de Cartagena publicó un artículo firmado por El
Censor, en el cual se formulaban ciertas acusaciones contra el señor Severo
Courtois, ex comandante de la División de Marina de la isla de la Vieja
Providencia en tiempos de las guerras de Independencia, y junto con
Agustín Codazzi, Constante Ferrari y Louis Perú de Lacroix, uno de los
hombres más cercanos al entonces fallecido corsario francés Louis Aury.
Enemistado con Bolívar desde la famosa Expedición de los Cayos, tras
prestar sendos servicios a la causa americana, en 1818 Aury se había apo-
derado, bajo el auspicio del gobierno de las Provincias Unidas de la Plata,
del archipiélago de las islas de San Andrés, la Vieja Providencia, Santa
Catalina y Mangles, donde continuó operando bajo diferentes patentes
de corso durante los años siguientes. Moriría en Santa Catalina en 1821,
poco después de haber sido traicionado por su entonces secretario perso-
nal, el señor Perú de Lacroix, quien denunciara al gobierno colombiano
sus intenciones secretas de invadir Panamá bajo instigaciones del general
José de San Martín.
Además de poner en relieve frente al público la cercana amistad de
Courtois con el fallecido Louis Aury, “conspirador temerario” y “enemigo
de la patria”, El Censor señala que en los tiempos en que Courtois sirviera
a la órdenes de este último “los buques de la división a su mando navega-
ban ilegalmente, y que han corrido los mares, apresando buques y hecho
desembarcos, sin tener patente de un gobierno regular o conocido”, razón
por la cual —considera El Censor— la integridad de Courtois debía ser
tenida por dudosa, especialmente para todo aquello relacionado con los
negocios públicos.28

nombre” mancillado, así como la permeabilidad de la prensa por “pasiones vergonzo-


sas”, esa “especie de mal ataca ordinariamente á los que esclavizados bajo el sistema de
la opresión, salen por la vez primera a respirar el ambiente benéfico de la libertad”. El
Correo del Magdalena núm. 18 “Libelos infamatorios”, p. 3.
28
  Gaceta de Cartagena de Colombia, Cartagena, 27 de diciembre de 1823.

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 277


Indignado por los “falsos cargos” que “injustamente” se le imputan en
la Gaceta de la ciudad y que indudablemente constituyen una afrenta a la
dignidad de su nombre, el señor Severo Courtois acude al editor del pe-
riódico, solicitándole comedidamente se digne publicar una réplica suya,
y procede a denunciar como “libelo infamatorio” el artículo firmado por
El Censor.29 En tanto, el siguiente número de la Gaceta da efectivamente
lugar a una apelación de Courtois en la que éste se sirve desvirtuar, una
a una, las acusaciones de El Censor. Anótese que el señor Courtois firma
al pie del texto con su nombre de pila. Inicia así:

Señor redactor de la gaceta de Cartagena.


Muy Sr. Mio:
no procuraré penetrar los motivos secretos que pueden haber dirigido la
pluma del autor del artículo firmado El Censor inserto en la gaceta última
contra mi, porque la nota de infamia que sobre sí lleva el que lo escribió
dice bastante para condenarlo al desprecio universal. 30

Por su parte El Censor, convencido de la justicia en la que se fundan sus


señalamientos, y de la necesidad de insistir al público sobre el peligro que
representa Courtois para la colectividad, responde con un nuevo texto en
la siguiente edición de la Gaceta. Al parecer pocos días después la denuncia
levantada por Courtois procede, desterrando de inmediato la polémica

29
  La denuncia de un texto como Líbelo infamatorio conllevaba los siguientes pro-
cedimientos. El primer requerimiento era sacar al azar siete nombres de un listado
de veinticuatro sujetos nombrados anualmente por el ayuntamiento como jueces de
hecho. A cargo de este jurado se encontraría la responsabilidad de determinar si había
lugar o no, a la formación de causa. De decidirse que no había lugar a la formación
de causa, el caso quedaba cerrado inmediatamente; pero de lo contrario se procedía a
reunir, nuevamente al azar, otros siete nombres de la lista de los veinticuatro para que
tomasen posición en el juicio y dictasen sentencia. Ver: Ley de libertad de imprenta,
título cuarto, art. 24 a 37. “Ley sobre Libertad de imprenta de 1821”. En, Sociedad
Santanderista de Colombia, (1995, p. 446).
30
  Gaceta de Cartagena, [Sin título], Cartagena, 4 de enero de 1823. BNC, Bogotá,
VFDU1, 1963.

278 II. Opinión pública, Monarquía y República


del escenario de la prensa, a la que no vuelve a haber alusión alguna en los
siguientes meses.31 Por un texto que aparece tiempo después en la Gaceta
de Cartagena sabemos que a El Censor se le abrió efectivamente un doble
juicio en el ayuntamiento, por injuria, y por delito de imprenta, y en
espera de su celebración se le privó de la libertad. Al parecer, por motivos
varios, el asunto se retrasó mucho más de lo usual y el desesperado reo
se vio imperado a dirigirse nuevamente al público, en esta ocasión para
solicitar su favor en la pronta —y justa— resolución de su causa, la cual
advertía influenciada por su denunciador.
Lo interesante es que esta vez, en lugar de firmar con el seudónimo que
meses atrás le permitiera elevar la voz para señalar lo que entonces consideró
un asunto de interés público, El Censor imprime aquí su nombre de pila:
L. Perú de Lacroix, nada menos que el ex corsario que en enero de 1821
denunciara frente a Bolívar los planes conspiratorios de Aury. Temiendo
por su “reputación de hombre verídico” en el dominio del “concepto
público”, el señor de Lacroix clama la aceleración del juicio en el que
está seguro, aflorará la verdad:

Cuando mi reputación de hombre verídico está tachada; cuando en el


concepto público yo puedo estar considerado como un vil calumniador¸
cuando se me mira privado después de mas de tres meses de la libertad á
consecuencia de la infundada denunciación que se elevó contra el artículo
El censor publicado por mi en la Gaceta de Cartagena No. 46: la justicia,
el honor y mi amor propio me hacen un deber a manifestar a mis conciu-
dadanos, que no es culpa mia, sino mas bien obra y maquinación de mi

31
  Habiendo declarado el jurado de imprenta “lugar a la formación de causa”, el proce-
dimiento subsiguiente consistía en solicitar al impresor que figurara como responsable del
líbelo en cuestión, procediera a revelar la identidad real del autor que, como ordenaba la
ley de libertad de imprenta, debía aparecer registrada en los listados de clientes de la casa
de impresión. De no presentar la información solicitada, el impresor debería responder
por los cargos que se imputaran al ausente. Probablemente, como en este caso se trataba
de un escrito inserto en el semanario de la ciudad, el ayuntamiento haya tenido que
dirigirse al editor de la Gaceta.

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 279


denunciador, el retardo que se observa en la celebración del juicio en que
ha de triunfar la verdad y mi inocencia.32

Tómese nota de lo siguiente. Cuando el señor De Lacroix tomó la


palabra por primera vez en la Gaceta de Cartagena para denunciar una
situación que consideró de competencia pública, utilizó, para dar respaldo
a su palabra, el seudónimo El Censor. Pero cuando se trató de defender su
“honor” y su “amor propio” no dudó en firmar con su nombre de pila,
como tampoco lo hizo de su parte el señor Severo Courtois al alzar la
voz para limpiar la infamia con la que consideraba había sido manchado.
Las categorías del seudónimo y el nombre propio cumplen, cada una, en
la superficie del periódico republicano, una función diferente. La primera de
ellas aparece inequívocamente para acompañar todas aquellas producciones
que pretenden ser contributivas al bien de la comunidad, sea difundiendo
las luces, sea amortiguando los excesos de la autoridad: visibilización de
los errores de gobernantes y funcionarios públicos, crítica de un mandato
jurídico, respaldo de una ley, propuestas para estimular la agricultura, el
comercio o la industria, posicionamiento frente a un hecho político local
o nacional, recomendación de un autor o una obra literaria, comentario
de una lectura de interés, entre otras, van firmadas por nombres genéricos
que designan rasgos indiferenciados de la colectividad y que no proveen
información alguna acerca de la identidad personal que se esconde tras
los tipos del lenguaje escrito. Firmar un texto bajo el seudónimo de “un
colombiano”, “un hombre libre”, “un sufragante”, “un republicano”, “un
amante de la libertad” “el calculador, “el observador”, “un amigo de la
causa”, “un montuno”, “un paisano”, “el amigo de la humanidad” o como
el caso traído aquí a colación, “el censor”, equivale a sacrificar el rostro en
nombre de una dimensión que supera lo estrictamente particular.
En el escenario de lo público —de lo que a todos compete— la proce-
dencia de la palabra resulta irrelevante. Tras ella, la identidad de trasfondo

  Gaceta de Cartagena, [Sin título], Cartagena, 16 de abril de 1823. BNC, Bogotá,


32

VFDU1 1963.

280 II. Opinión pública, Monarquía y República


que la articula, que le otorga una existencia material, pierde densidad,
se disuelve o se evapora en el anonimato de lo público, como un vano
evento de la casualidad. Es exactamente lo que ocurre cuando De Lacroix
firma sus textos acusatorios con el nombre de El Censor. ¿Pero qué sucede
cuando el oprobio se apodera de la identidad real?, ¿cuándo el dedo acu-
sador de la opinión descarga el peso del señalamiento público sobre una
persona particular? Inmediatamente, el rostro que ha perdido la forma
en el éter reaparece entre la bruma y se muestra en la claridad del día,
exhibiendo públicamente los rasgos que lo diferencian del colectivo. A
ello se debe fundamentalmente el hecho de que quien busca reivindicar el
honor suspendido en la duda por efecto de “calumnias”, “falsas verdades”
o “señalamientos injustos” firme siempre al pie del texto con su nombre
de pila, lo que equivale a un gesto de confianza en la opinión pública
como tribunal supremo de la vida comunal, capacitado como ningún
otro para restituir la justicia y la verdad de una causa. Los individuos,
actuando por separado, pueden errar, pero la opinión, suma de todos los
progresos de la humanidad —de la razón—, aún no es susceptible de ello.

La opinión pública: entre la voz de la razón y los usos estratégicos


Muy pronto, en la temprana década de 1820, la opinión pública parecía
estar en todas partes, y como una especie de diosecillo omnipresente,
acudía en auxilio de todo aquel que haciendo uso del impreso tuviera algo
qué decir a sus “hermanos”, “compatriotas”, “amigos”, “conciudadanos”,
“enemigos”, “vecinos”, “paisanos”. Sin importar el escenario —ideológico,
geográfico, sociológico— desde el que se tomara la palabra, hablar desde
la opinión, invocarla, parecía otorgar al discurso un estatuto de verdad
que sólo la misma opinión estaría en capacidad de refutar. Se acudía a
ella para exponer los errores de los gobernantes, señalar las rutas certeras
del destino comunal, rehabilitar el honor mancillado, reclamar el pago
de una deuda o simplemente pedir un consejo o resolver una duda. Tri-
bunal supremo de las acciones humanas en lo terreno, la opinión pública
parecía no equivocarse, ser certera en sus juicios, premonitoria en sus

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 281


observaciones y estar diseñada para permitir la cristalización inmediata
de la verdad.33
Una primera lectura de los registros conceptuales de “opinión pública”
en los semanarios cartageneros de la década de los veinte sugiere de hecho
la pervivencia del principio de transparencia de la verdad, y la creencia
en una accesibilidad inmediata al reino de la razón. La oscuridad parece
permanecer contenida dentro de las fronteras del ámbito de lo privado,
sin extender aún sus confines a la tribuna pública, inhabilitando para esta
última la posibilidad del error. Y la legitimidad de la opinión descansa fun-
damentalmente sobre este presupuesto.34 A quien apela a ella, en nombre de
lo público —en nombre de la voluntad general—, se le concede la facultad
de ver: la verdad se despliega ante sus ojos sin ninguna opacidad. Apacible
y dispuesta como las aguas diáfanas de un río, se ofrece al que quiere beber.
No obstante, esta relación de transparencia entre opinión y verdad pierde
estabilidad en algunas figuras semánticas. Un ensayo titulado “Opinión
pública”, y publicado en dos entregas en la Gaceta de Cartagena el año
de 1822, evidencia de hecho la introducción de una tensión conceptual
que, a veces sutil, a veces violenta, reaparecerá en el escenario de la prensa
de la década como efecto visible de la reconfiguración simbólica que se

33
  “La opinión pública que jamás se equivoca en sus conceptos, que por lo tanto es pre-
ciso respetarla, esta opinión que sostiene al gobierno para que el gobierno la sostenga,
clama por la observancia de la leyes, clama por sus derechos inalienables, y clama por
la reparación de sus libertades patrias. El gobierno superior no podrá desentenderse de
sus clamores porque cuando se viola el santuario de las leyes se disuelven los vínculos
de la sociedad, y los resultados funestos comprenden a los inocentes y culpables, y los
mismos magistrados que quedaron impunes tarde o temprano sienten el ejemplo que
dieron a sus sucesores, aun cuando sea por un error de opinión pues las leyes protegen
la libertad y una vez infringidas sin escarmiento lo serán siempre”. Gaceta de Cartagena,
“El pueblo no es un agente ridículo y por lo tanto es preciso respetarlo”, Cartagena, 4
de enero de 1823. Bogotá, BNC, VFDU1 1963, p. 1. (La cursiva es nuestra).
34
  A partir del análisis de algunos textos del publicista mexicano Joaquín Fernández
Lizardi, Elías Palti evidencia el punto de quiebre de la transparencia de la verdad que
dará lugar, a partir de la llamada crisis de representación, a lo que este autor denomina
“el modelo jurídico de la opinión” (Palti, 2007).

282 II. Opinión pública, Monarquía y República


abría paso en los confines de Occidente, y cuyo catalizador principal en
el mundo hispánico fuera la llamada “crisis de representación” de 1808. A
continuación se propone centrar la atención en la distancia —la tensión
conceptual— que separa —o que une— la primera y la segunda entrega del
texto citado, con la intención de poner en relieve la inestabilidad produ-
cida en el nivel del lenguaje político, por el desgaste —“la crisis”— de un
modo particular de producción de sentido —la llamada “cultura política
del Antiguo Régimen”— y la emergencia simultánea de formas inéditas
de articulación de “lo real” —la denominada “Modernidad Política”—.
En la segunda entrega del texto, publicada el día 3 de mayo, el autor,
que firma como El paisano observador, señala:

La opinión pública, según nos parece, es el conocimiento o persuasión que


tienen los hombres que tal cosa, tal institución, por ejemplo, tal costumbre,
es buena ó mala, conveniente o perjudicial, razonable ó ridícula, honesta
o corrupta. Ella es el resultado de los progresos de la razón, es el efecto del
desarrollo de las ideas de justicia y equidad, del conocimiento progresivo
de los derechos, de las necesidades, de los gustos, de las inclinaciones, los
caprichos, y en fin, de la naturaleza del hombre […].35

¿Qué tenemos aquí, sino una clara expresión de racionalismo clásico,


quizás en poco o nada distante de la concepción ilustrada de “opinión”
que aparece en los primeros números del Papel periódico de Santafé de
Bogotá?36 La opinión pública se presenta aquí como síntesis natural de la

35
  Gaceta de Cartagena de Colombia núm.75, “Opinión Pública”, Cartagena, 3 de
mayo de 1822. BNC, Bogotá, VFDU1 1963, p. 2.
36
  En su núm. 16 el Papel Periódico de Santafé de Bogotá establece la correspondencia
natural entre individuo y razón, estableciendo en esta última la procedencia de toda
autoridad: “Yo sólo hablaré como un hombre: quiero decir, como un individuo de la
especie humana, a quien el derecho natural le franquea la licencia de contribuir a cuanto
sea beneficioso de sus hermanos. No gozo en medio del universo de otro carácter que este;
y así mi voz no tendrá más autoridad en el asunto que aquella que le diere la razón. Papel
Periódico de Santafé, núm. 16, [Sin título], Santafé, 1791. Bogotá, BLAA. (Silva, 2003).

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 283


razón, y en esa medida se define como la facultad de los hombres para
discernir con claridad entre el bien y el mal. Tal y como lo formulara en
1809 el “liberal” sevillano Alberto Lista en su famoso “Ensayo sobre la
opinión pública” —varias veces reimpreso en Hispanoamérica en la década
de 1820— para nuestro Paisano observador no importa si la verdad es
precedida por la duda, e incluso el error, pues una vez formada, la opi-
nión pública es invencible, y disipa por completo las tinieblas haciendo
triunfar irrevocablemente “la voz de los pueblos”.37 La discusión previa
—fundada en la práctica ilustrada de “la crítica”— se concibe de hecho
como un requisito que antecede a la verdadera opinión, pues sólo a través
de ella pueden los ciudadanos confrontar las diferentes voces que circu-
lan en la prensa, con el fin de apagar las que no se encuentran fundadas
en los “sagrados preceptos de la razón”, y hacer brillar así, al final, una
verdad única y perdurable.38 La verdad puede presentar ciertas manchas
de opacidad a los ojos de quien sale a buscarla, pero no puede ocultarse
por siempre: su tendencia natural es salir a la luz.39 A ello responde, sin
duda, la práctica generalizada en la prensa cartagenera de la década de
1820 de presentar al público diferentes posturas frente a una discusión,
a través de la inserción, en sus páginas, de fragmentos textuales de otros
periódicos que involucran los argumentos de cada una de las partes en

37
  En su “Ensayo sobre la opinión pública” Lista introduce una diferenciación entre
la opinión popular, producto de la ignorancia, la violencia, el terror y las facciones, y
en consecuencia maleable, falible y efímera, y la opinión pública, que fundada en los
preceptos de la razón se sobrepone a la ruina de los partidos inspirando en los ciuda-
danos el “santo fuego de la virtud”. (Lista, 2007).
38
  Sin duda, la práctica de la “crítica” de la opinión en las primeras décadas del siglo
XIX se encuentra relacionada de cerca con el llamado “método ecléctico”, introducido
por la reforma universitaria de 1774 como contrapeso a las llamadas “escuelas de par-
tido”. El “método ecléctico” o “de libre elección” se convertiría en carta de navegación
de los “autodidactas” ilustrados del virreinato de la Nueva Granada a finales del siglo
XVIII, siendo directriz fundamental de la idea del “examen crítico y razonado de las
opiniones y los fenómenos naturales y sociales”. Ver: Silva, (2002, pp. 66, 88, 627).
39
  Lista define la opinión pública como “la voz general de todo un pueblo convencido
de una verdad, que ha examinado por medio de la discusión”. (Lista, 2007).

284 II. Opinión pública, Monarquía y República


conflicto, invitando explícitamente al lector a someterlos a juicio, por
separado, en aras de formar la propia opinión”.40
Ahora bien, en comparación con la primera entrega del texto publicada
una semana antes por el Paisano observador, la unidad de coherencia del
fragmento citado atrás parece sufrir un resquebrajamiento. Introducien-
do un giro inesperado en las definiciones entonces más consensuales de
“opinión pública”, el autor del citado artículo sentenciaba:

Este [la opinión] es un duende muy sutil y travieso que no hay periodista que
no crea haber atrapado y llevar siempre en su cortejo para dar peso y autoridad
a todo lo que dice sea tuerto o derecho […] Sus sentencias son irrevocables.
La suerte de los imperios, las instituciones más respetables, la disciplina
misma de la Iglesia, todo cede a su voz imperiosa.41

40
  Para traer un ejemplo, en mayo de 1825, El Correo del Magdalena publica en la sección
“Interior” un artículo del periódico bogotano El Constitucional, en el cual se realizan una
serie de críticas a las facultades excesivas que el Congreso ha otorgado al Ejecutivo, así
como a la falta de publicidad que se ha dado del estado de egresos e ingresos públicos.
Al tiempo, El Constitucional expresa su oposición a la ley recientemente expedida sobre
allanamiento de correspondencia y casas particulares, que autoriza la violación de la
intimidad bajo sospechas de sedición, lo que se condena como un recurso “antiliberal”.
A continuación, la misma sección “Interior” da lugar a la respuesta que las posturas de
El Constitucional producen en la Gaceta de Colombia, periódico oficial del gobierno
republicano, donde se debaten y refutan algunas de las acusaciones de El Constitucional.
Finalizada esta presentación del debate, los editores se disponen a invitar al público a
someter ambos textos a juicio, en aras a determinar cuál de los dos tiene la razón, y ma-
nifiestan por último su adhesión a las observaciones que hace El Constitucional. “Hemos
dado lugar en nuestras colunas (sic) al artículo editorial del Constitucional numero 33,
e igualmente á otro de la Gaceta de Colombia número 184 en que se trata de satisfacer
algunos de los diversos cargos que los editores del Constitucional hacen al ejecutivo […].
Recomendamos al ecsamen (sic) y juicio de nuestros compatriotas ilustrados el contenido
de los párrafos de los espresados (sic) artículos que se refieren al ejecutivo […] pero no
podemos mas que adherirnos a las sabias y liberales opiniones del Constitucional en
todo aquello que tiende a reprobar la falta de energía y dignidad, que se ha notado con
demasiada frecuencia, en los representantes de la nación […]”. El Correo del Magdalena
núm. 2, [Sin título], Cartagena, 19 de mayo de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, p. 4.
41
  Gaceta de Cartagena núm. 74, “Opinión Pública”, p. 3.

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 285


Uno de los primeros extrañamientos que se nota aquí —el más evidente
quizás— es que el lenguaje reverencial cede. La opinión no es tratada como
vehículo infalible de la verdad, sino que aparece definida en términos de
referente de autoridad y de hecho se acusa a los periodistas de valerse de ella
para sustentar “lo que se dice sea tuerto o derecho”. Nótese que al reconocer
el carácter instrumental de la opinión y sus posibilidades de uso arbitrario-
estratégico —sirve tanto al bien como al mal— el Paisano observador sufre un
cierto distanciamiento —una revelación omniscia— que le permite juzgarla
como si se tratara de un igual, al tiempo que la despoja de su naturaleza
divina. Posicionarse como un observador externo a las tablas del escenario
para hablar de la opinión podría parecer un insignificante recurso narrati-
vo, pero en realidad comprende mucho más. El solo distanciamiento, en
sí mismo, implica ya una cierta ruptura, en la medida en que relativiza la
correspondencia natural entre verdad y opinión, y desvirtúa la infalibilidad
atribuida a esta última. En el formato del lenguaje que utiliza el Paisano
observador para referirse a la opinión pública, esta pierde su naturaleza de
divinidad inmutable, incorruptible, y se revela vulnerable, falible, maleable.
De cierta forma se sugiere que la dimensión de “lo público” no se encuentra
más a salvo del error y se apunta, a la vez, a la idea de la opinión pública
como imperio del disenso; pero no ese disenso que precede, tras sendas
discusiones ilustradas, al despliegue generoso de la verdad, sino un disenso
en ebullición que distancia la posibilidad de alcanzar la síntesis “verdadera”.
En el espacio que separa la primera y la segunda entrega del texto del
Paisano observador, los hilos conceptuales que tejen la definición de “opi-
nión pública” parecen alcanzar un punto máximo de tensión. Mientras en
un extremo se la define como la capacidad individual —que tiene todo
hombre— de discernimiento entre lo bueno y lo malo, y como síntesis
de todos los progresos de la razón humana, en el otro se pone en duda
su veracidad y se le otorga un carácter “instrumental”, que la hace un
objeto vulnerable de la manipulación del interés particular. ¿En qué se
funda este distanciamiento?
Quizás los presupuestos teórico-metodológicos que dan superficie al
trabajo de Elías Palti, visado a desmontar las premisas que sostienen la

286 II. Opinión pública, Monarquía y República


visión teleológica de la modernidad en las tradiciones historiográficas
que van de la llamada “vieja historia de las ideas” hasta lo que se conoce
como el “revisionismo de los años 80”, puedan sernos sugerentes en re-
lación con este punto.42 Para Palti, pese a los alcances de lo que el mismo
Pocock bautizara como la “revolución historiográfica” de la historia de
las ideas, la denominada “nueva historia intelectual” no ha conseguido
penetrar el epicentro epistemológico del enfoque teleológico. Esto es, el
uso naturalizado de unidades inmanentes, anteriores a toda experiencia,
dotadas de coherencia interna y sentido absoluto: los llamados “tipos
ideales”. Ello deviene en una visión histórica que supone la existencia de
una definición esencial o “verdadera” de los conceptos, incapaz de atender
el sustrato histórico de su propia trama, lo que conlleva la incomprensión
de la experiencia vivida. (Palti, 2007, pp. 21-56). Al seguir la premisa de
la definición “verdadera” de un concepto, dice Palti:

[…] el estudio de las ideas del pasado se abordará con el objeto de tratar
de descubrir en qué medida los autores analizados se acercaron o alejaron
de aquella definición y, eventualmente, tratar de explicar históricamente
sus malentendidos. La historia pasada no sería, pues, más que una sucesión
de errores, una serie de avances y retrocesos en la marcha hacia el alum-
bramiento de una Verdad, anticipos más o menos deficientes suyos (Elías
Palti entrevistado por Rafael Polo Bonilla. En Bonilla, 2010, pp. 119-129).

Frente a ello, los planteamientos de base de la historia conceptual de


Reinhert Koselleck —la distinción establecida entre “ideas” y “concep-
tos”— sugiere Palti, proveen una clave. En efecto, Koselleck encuentra
en los conceptos entidades enteramente dotadas de historicidad, que a
diferencia de las ideas no poseen un “núcleo definicional” que permita

  La crítica de Palti va de los trabajos de Leopoldo Zea Aguilar a François-Xavier


42

Guerra, pasando por la escuela culturalista estadounidense de los años 70, especial-
mente en lo que toca a las interpretaciones de Charles Hale y Richard Morse. (Palti,
2007, pp. 21-56).

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 287


identificarlos a través de la historia. En otras palabras, mientras que las
ideas estarían dotadas de una cierta identidad que haría posible pensar
su “evolución” a lo largo del tiempo —que es lo que permite hacer una
historia de la democracia “de los griegos a hoy”— los conceptos, por el
contrario, solo serían historia, en el sentido nitzscheano de que “solo lo
que tiene historia puede definirse”. Los conceptos sometidos indefecti-
blemente al cambio —a la historia— se revelarían como el entramado
semántico, plurívoco, de los significados heterogéneos que la historia
misma ha ido depositando en sí. Así, la naturaleza histórica de un con-
cepto, radicaría en que la especificidad de sus usos particulares hace
vibrar entera la urdimbre semántica que lo constituye, trayendo consigo
la emergencia plural de tiempos diversos: lo diacrónico en lo sincrónico,
lo heterogéneo en lo singular. Dice Palti:

Cada uno de los usos concretos de un concepto reactiva siempre esta


malla plural de significados que se encuentran sedimentados en él. Pero es
ello también lo que le da su significación histórica, ya que todo concepto
verdadero (es decir, aquel que no es una mera “idea”) portaría dentro de
sí una cierta experiencia histórica, que es la que hay que reconstruir. No
se trata pues, para Koselleck, de encontrar el “verdadero significado” de
un concepto, sino de remontar ese entramado semántico por el cual se
constituyen como tales con el objeto de recobrar, más allá de ellos, las
conexiones vivenciales que le dieron origen, pero que encuentran en
ellos su cristalización simbólica. (Elías Palti entrevistado por Rafael Polo
Bonilla. En Bonilla, 2010).

Pero la visión koselleckiana, trae, sin embargo, implícito lo que Elías


Palti denomina una “visión débil” de la temporalidad, que supone que la
explicación del cambio en el interior de un concepto proviene por entero
de instancias exógenas a él, como lo sería la “historia social”. Frente a la
pregunta de por qué cambia el significado de los conceptos —el proble-
ma de si cambian o no ya no sería la cuestión central— o más bien, por
qué, en términos nitzscheanos estos no aceptan una definición unívoca,

288 II. Opinión pública, Monarquía y República


Koselleck respondería que “los conceptos no pueden definirse porque su
significado cambia históricamente”. Palti propone invertir la premisa y
pensar que los conceptos cambian históricamente de significado, preci-
samente porque no pueden definirse, ni estabilizar su contenido semántico.
Esto significa que independientemente de que alguien cuestione su signi-
ficado y proponga definiciones innovadoras, un concepto nunca perderá
su inestabilidad, su “incompletitud constitutiva” (Elías Palti entrevistado
por Rafael Polo Bonilla. En Bonilla, 2010).
Si un concepto es por naturaleza una trama problemática, incompleta
e inestable de nudos semánticos, la mirada que hurga el pasado para res-
ponder preguntas del tipo “fueron ‘modernos’ o no”, y en qué grado, las
disposiciones de las juntas de gobierno americanas, el formato propio de
la prensa, la “opinión pública” republicana, las “formas de sociabilidad”
de las élites o los amotinamientos de los sectores populares en las prime-
ras décadas del siglo XIX, se hace inviable, obsoleta, fútil. Llegado a este
punto, para Palti la pregunta ya no sería ¿cómo el cuestionamiento a un
concepto, en un momento dado, hace entrar en crisis un sistema con-
ceptual provocando cambios en su contenido?, sino ¿de qué forma unas
condiciones históricas específicas ponen de manifiesto las inconsistencias
inherentes a él, y generan debate en torno a los términos en uso, lo que
deviene en una reconfiguración de sus relaciones internas? Y es allí donde
de hecho reside la clave para romper con la interpretación teleológica, en
la medida en que lo anterior permite pensar la manera en que una lógica
inédita de producción de sentido —como sería la Modernidad— no puede
emerger sino desde el interior de un orden simbólico existente, —como lo
serían, para el caso, las estructuras del Antiguo Régimen— el cual socava
y trastorna, haciendo surgir lo impensado desde un suelo de referentes
conocidos. La “Modernidad” no se entiende entonces como una lógica
acabada que simplemente “aparece” como respuesta al desgaste del “Antiguo
Régimen” y se desenvuelve antagónica a él como un organismo dotado
de funciones estructuradas, sino como la respuesta a un movimiento pro-
fundo de placas tectónicas que genera desajustes en la superficie, conduce
a la quiebra del sentido y obliga a los actores a reelaborar, a partir de lo

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 289


existente, las categorías que ordenan el mundo, hecho que se evidencia
de forma especial en la dimensión del lenguaje (Palti, 2007).
Creo que lo que de hecho evidencia el ensayo sobre la opinión pública
del Paisano observador, que hemos traído a colación en este capítulo, es
justamente ese proceso de reelaboraciones y reajustes que sucede al pico
de la crisis, y enfrenta los bordes más externos del lenguaje, construyendo
lo inédito a partir de una falta. En el lenguaje político de la década de
1820, la idea de la opinión fundada en la premisa del disenso, e incapaz
de encontrar o producir la síntesis de todas las verdades, pertenece aun
al ámbito de “lo impensado”, pero la coyuntura de la “crisis” la hace
emerger. Para hacerse posible, la opinión se aferra al sistema conocido
de autoridad. Bebe y se alimenta del lenguaje preexistente desestabili-
zándolo continuamente, lo interfiere, lo actualiza e introduce tensiones
semánticas que actúan como bisagras, haciendo de lo inédito un instru-
mento aprehensible. No se trata aquí, de afirmar que la opinión ha sido
irreversiblemente expulsada del reino de los dioses, y que yace desnuda
sobre el amanecer de un orden inédito que no reconoce ya el valor abso-
luto de la verdad —cosa que de hecho ocurrirá mucho más adelante—.
Se trata de visibilizar la tensión permanente en que se debaten sus hilos
constitutivos y que disminuye, aumenta, desaparece y vuelve a aparecer
de una frase a otra, quizás sin llegar a ser del todo inteligible para la pluma
que conduce —o es conducida por— el desenvolvimiento de la palabra.

Referencias
Fuentes primarias impresas
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de formarse la opinión pública”, Sevilla, 8 de noviembre de 1809. En
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nes en Colombia y Nueva Granada. En López, L. H. (Comp.). Bogotá:
Sociedad Santanderista de Colombia.

290 II. Opinión pública, Monarquía y República


Periódicos consultados
Aurora de Colombia, 1827
Correo del Magdalena, 1825
Correo semanal, 1831
El Amanuense o rejistro político y militar, 1827
El Amanuense Patriótico, 1826
El Arlequín cartagenero, 1826
El cartagenero liberal, 1830-1831
El Cometa Mercantil, 1826
El Duende, 1830
El Hércules, 1831
El Latigazo, 1831
El Loco, 1831
El Mudo Observador, 1826
El Perro Registrón, 1831
El Regañón, 1827
El termómetro, 1831
Gaceta de Cartagena de Colombia, 1822-1831
Iris del Magdalena, 1826
La linterna, 1830
La Torre de Babel, 1830
Las Reformas, 1828
Los Tiempos, 1828
Mercurio del consulado de Cartagena, 1831
Rejistro oficial del Magdalena, 1829-1831

Fuentes secundarias
Bonilla, R. P. (2010). Un diálogo con Elías José Palti.
ICONOS, Revista de ciencias sociales, 36, pp. 119-129.

Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 291


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292 II. Opinión pública, Monarquía y República


Ministeriales y oposicionistas.
La opinión pública entre la unanimidad y el
“espíritu de partido”. Nueva Granada, 1837-1839

Zulma Rocío Romero Leal


Universidad Nacional de Colombia

U
na vez disuelta la Gran Colombia, la Constitución de 1832 y
la presidencia de Francisco de Paula Santander actuaron como
aires de orden y estabilidad en la Nueva Granada. El ejercicio
periodístico, sin embargo, siguió animando la confrontación política. En
este capítulo analizaremos la conformación de la oposición al gobierno de
José Ignacio de Márquez, sucesor de Santander, presente en la polémica
constante entre La Bandera Nacional, principal periódico opositor, y El
Argos, periódico gobiernista calificado como ministerial.
Como señala Eduardo Posada Carbó (1999, p. 162), en 1836 Márquez
fue el ganador de las primeras elecciones presidenciales competitivas de la
Nueva Granada. Esta novedad marcó una diferencia en la concepción de
la oposición política, que en la República de Colombia estuvo presente en la
contraposición de venezolanos y neogranadinos, así como de civiles y militares.
La construcción de la legitimidad del gobierno recién elegido, entonces, pasó
por la adscripción a la ley y la república y el reconocimiento colectivo de los
resultados electorales, pero también por la pugna con redes que se estaban
conformando en la esfera política del momento. Esta esfera a la que aludimos
es en donde se va consolidando la distinción entre Estado y gobierno, entre
sistema republicano y los grupos políticos que sucesivamente están a cargo
del Ejecutivo.1 La particularidad de este momento inédito es que no existen

1
  Según Elías Palti, “el pensamiento liberal resolverá la contradicción estableciendo distintos
niveles de legislación: separación de la esfera de los principios constitucionales de la de los ac-
tos de gobierno. Sólo estos [últimos] podían ser objeto de controversia”. (Palti, 2007, p. 174).

293
aún grupos consolidados que se reúnan sistemáticamente en pos de acceder
a los recursos y honores del gobierno en virtud de una ideología común,
posibilitando que la legitimación del gobierno se dé de manera paralela a la
oposición. El Argos y La Bandera Nacional son escenarios de consolidación
de “ministeriales” y de “oposicionistas”, como se denominaron quienes res-
paldaban al gobierno y quienes se distanciaban de él, respectivamente.
En ese sentido, la política, arena de combate de diferentes sectores al
interior de la comunidad política, permite la redefinición constante del
papel de la opinión pública. El desplazamiento de la identificación de
la opinión pública entendida como voluntad general —cuya voz certera
se expresa en la actividad parlamentaria y se condensa en la erogación
de la ley—, a la opinión pública como terreno de lucha de partidos que
pluralizan el ejercicio político y buscan la ponderación de las mayorías,
es fundamental para entender fenómenos como las nuevas bases de le-
gitimidad de los gobiernos, la asociación de redes políticas con criterios
distintos a la de las élites locales y, en consecuencia, procesos posteriores
como la conformación de partidos políticos identificados con intereses
particulares a partir de diferencias programáticas. El objetivo de este ca-
pítulo es, básicamente, comprender las condiciones que permitieron la
coexistencia de los intereses y posturas particulares con el ideal republicano
del bien común,2 en donde el papel de la prensa escrita fue trascendental.
Para entender por qué las elecciones competitivas marcan una ruptura
en la forma de entender la política, nos remitimos a las elaboraciones de
François-Xavier Guerra sobre el ejercicio de la representación para el ciuda-
dano de las jóvenes repúblicas latinoamericanas. A diferencia de la práctica
electoral de hoy, que relaciona un voto libre con el voto individual, el ciuda-
dano de esta época está comprendido en su pertenencia a una comunidad.
La representación pretendía constituir una comunidad política “igualitaria
y soberana”, pues los anteriores vínculos políticos se habían roto con la

2
  La eficacia del bien común está enmarcada en profundos valores católicos. “En efecto,
la política no consigue liberarse de los marcos mentales antiguos: su fin sigue referido
a la realización del Bien Común ahora transmutado en voluntad general”. (Calderón
& Thibaud, 2002, p. 24).

294 II. Opinión pública, Monarquía y República


Independencia. Las asambleas constituían la nación, expresaban la voluntad
general, de modo que los intereses y las opiniones particulares eran vistas
con desconfianza, pues desde su identificación con la lucha de facciones,
eran obstáculo para procurar la unidad nacional (Guerra, 1999, pp. 52-53).
La práctica electoral se hacía sin candidatos, sin campañas y sin programas,
puesto que la elección a través de juntas electorales estaba separada de la
deliberación política, cuyo escenario natural era el Congreso, a través de
la elección indirecta. En palabras de Guerra, “no se trata de resolver por el
voto una diferencia entre diferentes candidatos, sino de escoger a los más
aptos” (Guerra, 1999, pp. 54).3 La elección era una designación de parte de
la comunidad política que debía ser aceptada; no el resultado de una cam-
paña deliberada. Que un candidato adelantara una campaña era sinónimo
de ambición y falta de desinterés, cualidad necesaria para representar. Este
ideal electoral se traducía satisfactoriamente en la escogencia del Congreso,
pero se puso a prueba con las elecciones para presidente en 1836.
Los nombres que se barajaban para el cargo eran los de José María
Obando, militar payanés, Vicente Azuero, abogado socorrano, José Ig-
nacio de Márquez, vicepresidente de la República, y el ex vicepresidente
Domingo Caicedo. La elección de Santander era la de Obando, pues
veía en él garantía para la conservación del orden en la Nueva Granada
(Moreno de Ángel, 1989, p. 709), mientras que Márquez era la opción de
moderados que se habían distanciado de Santander en su gobierno, y que
toleraban la participación política de antiguos bolivarianos y santuaristas,
que habían apoyado el golpe del general Urdaneta en 1830 (González,
2006, p. 23). Como se ve, estas elecciones fueron ocasión para observar
las alineaciones políticas a partir de determinadas preferencias.
Durante el gobierno de Santander (1832-1837) quienes habían par-
ticipado del ínterin presidido por Urdaneta fueron aislados del poder.
Dentro de las razones que captaron la oposición a su gobierno estaban
la condena a muerte, sin atender a las peticiones de indulto, del coronel

3
  La elección era la formalización de la integridad moral e intelectual de los ciuda-
danos que debían ocupar un puesto público, la expresión de la opinión en uno de
sus sentidos primeros de “fama o reputación”. (Fernández Sebastián, 2002, p. 477).

Ministeriales y oposicionistas 295


José Sardá, quien había encabezado un intento de rebelión en 1833, así
como la polémica división de la deuda de la Gran Colombia entre las
repúblicas que la integraban (Cuervo Vásquez, 1917, pp. 12-26).
Si bien la oposición a Márquez se alimentó de la contraposición prece-
dente entre civilistas y militares, durante su gobierno la distinción entre
ministeriales y oposicionistas iría llenándose cada vez más de contenido
gracias al acceso discriminado a cargos públicos así como al debate político
coyuntural presente en el Congreso, que era posible a través de la prensa.4
Antes de comenzar con la exploración de la prensa señalada, relacionamos
el marco legal que delimitó el espacio de la oposición impresa. En 1837 fue
expedido el primer Código Penal de la República de la Nueva Granada,
pertinente para este análisis porque explicita las penas a quienes infringieran
la libertad de imprenta, que seguía siendo reglamentada por la Ley del 17 de
septiembre de 1821,5 tanto en los delitos “contra la Constitución” (sedición,
rebelión, motines y asonadas), la “moral pública” (palabras y escritos obsce-
nos), y “contra la fama, honra y tranquilidad de los particulares” (ultrajes,
calumnias, injurias y libelos infamatorios).6 Como veremos, la legitimación

4
  Esta aclaración es válida en la medida en que parte del análisis de estos años se ha
basado en el estudio de las diferencias personales de Santander con Márquez, llegando
a señalárseles incluso de inspiradores de los partidos Liberal y Conservador. Véase:
López, (1993). La biógrafa de Santander señala que “el general Santander también
se adelantó a su tiempo en la concepción, función y responsabilidad de los partidos
políticos”. (Moreno de Ángel, 1989, p. 718). En el caso de que estas diferencias hayan
existido, sin embargo, no resultan explicativas de la conformación de redes políticas
que dividieron el gabinete del segundo mandato de Santander, así como marcaron el
Congreso, las gobernaciones y las cámaras provinciales de la República. Víctor Manuel
Uribe-Urán contribuye a explicar la oposición política para la década del 30 estudiando
la diferencia entre abogados de origen “provinciano” y “aristocrático” en la esfera pública
de la Nueva Granada. (Uribe-Urán, 2008, pp. 209-240).
5
  Pero reformada por la Ley del 19 de mayo de 1838. Colombia. Ley del 19 de mayo
de 1838 sobre extensión de la libertad de imprenta. (1926). En Codificación nacional
de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821: hecha conforme a la ley 13 de 1912,
Tomo VIII. Bogotá: Imprenta Nacional, pp. 74-75.
6
  Código Penal expedido el 27 de junio de 1837. Colombia. Código Penal expedido el 27
de junio de 1837. (1925). Codificación nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de
1821: hecha conforme a la ley 13 de 1912, Tomo VI. Bogotá: Imprenta Nacional, pp. 425-562.

296 II. Opinión pública, Monarquía y República


de la oposición política en la prensa versó sobre el respeto a la libertad de
imprenta y su infracción, de lo que fueron acusados quienes criticaban al
gobierno, llamados “calumniadores”, y “conspiradores”. De esa manera
se podrá ver cómo es que la opinión pública delimitada por la libertad de
imprenta es constitutiva de las formas de oposición política. Para ello, en
primer lugar, analizaremos las acusaciones de la oposición al gobierno de
Márquez y la réplica de los ministeriales comparando los criterios de lega-
lidad que la oposición debía tener y su relación con la opinión pública; a
renglón seguido, abordaremos la participación concreta de estos periódicos
en la constitución de “partidos” bajo el ideal unanimista. En último lugar,
presentaremos algunas reflexiones.

La Bandera Nacional, espacio de oposición


al gobierno de Márquez
El primer número del principal periódico de oposición circuló el 22 de
octubre de 1837. El prospecto señalaba la responsabilidad de los gober-
nantes y el papel de los redactores del periódico como centinelas de la ley.
La “sociedad compuesta de diez personas”7 detrás de La Bandera Nacional
anunciaba que sus intereses fundamentales eran la defensa de la Constitución
de 1832, el deseo de instrucción del pueblo, el progreso del país según los
estándares de la razón, y el “restablecimiento de la moral pública” como
fuente de libertad civil. La opinión pública tendría una doble función,
“un cometido positivo —de orientación del Legislativo— y negativo —de
reprobación del Ejecutivo—”.8 Por ello, el periódico indicaría “imparcial-
mente” las “reclamaciones enérgicas, firmes i decentes contra la conducta

7
  La Bandera Nacional, núm. 1, 22-X-1837, p. 1. Florentino González, Lorenzo Lleras
(antiguos directores de El Cachaco, (1833), periódico que respaldó el segundo mandato
de Santander), Francisco de Paula Santander, Vicente Azuero, coronel Thomas Murray,
un “doctor Arganil”, (Cuervo 72), Luis Vargas Tejada, Ezequiel Rojas, José Duque
Gómez. (Correa Ramírez, 2002, p. 7).
8
  Al respecto véase Ignacio Fernández Sarasola, (2006, p. 15). La validez del análisis
de Fernández Sarasola para el estudio de la oposición política en la Nueva Granada
de estos años, se apoya en la investigación que hace de los “exaltados y progresistas” y
“moderados y conservadores” en España.

Ministeriales y oposicionistas 297


del Poder Ejecutivo, i demás funcionarios del Estado, siempre que la
consideren desviada de la senda que les tienen trazada la constitucion, las
leyes, la conveniencia i la felicidad de la patria”.9 Las denuncias y elogios
al gobierno eran posibles dentro de la concepción transparente de la esfera
pública (Calderón & Thibaud, 2002, p. 15). El silencio de las imprentas,
en ese sentido, resultaría perjudicial, pues “los ciegos partidarios del Poder
Ejecutivo interpretan este silencio según sus miras favoritas”, como apoyo
a los actos de gobierno. “No creemos que aquí, ni en parte alguna del
globo, haya magistrados capaces de gobernar y administrar la cosa pública
a satisfacción general, y menos podemos persuadirnos de que la presente
administración granadina esté exenta de faltas”.10
La administración de Márquez y de sus secretarios de gobierno (Lino
de Pombo, secretario del Interior y Relaciones Exteriores; Juan de Dios
Aranzazu, secretario de Hacienda, y Antonio Obando, secretario de
Guerra y Marina) pasa al rasero fijado por La Bandera. La crítica más
recurrente es la que tiene que ver con la provisión de puestos públicos.
Los nombramientos de gobernadores, funcionarios públicos y hasta curas
son aprobados de acuerdo con el mérito personal y las circunstancias de
su designación. Además de la evaluación de las capacidades de los recién
nombrados gobernadores provinciales, aparecen acusaciones que señalan
favorecimientos otorgados por la postura adoptada en las pasadas elecciones:
“Pálpase ademas hasta la evidencia el sistema dominante en los consejos del
Dr. Márquez, de favorecer con los destinos públicos á los partidarios de su
eleccion, quitándolos, en virtud de la sencilla atribucion 20ª del artículo
106 de la constitucion, á los que opinaron en su contra”.11 La parcialidad
en las designaciones resultaba problemática porque restaba la posibilidad
de que los “más aptos” pudieran encargarse de la función pública.12

9
  La Bandera Nacional, núm. 1, 22-X-1837, p. 1.
10
  La Bandera Nacional, núm. 1, 22-X-1837, p. 1.
11
  La Bandera Nacional, núm. 4, 12- XII-1837, 14. (La paginación de los periódicos
es consecutiva).
12
  La garantía de este requisito quedaba plasmada en el artículo 210 de la Constitución:
“En todos los casos en que conforme a esta Constitución o la ley, deban formarse ternas

298 II. Opinión pública, Monarquía y República


El 24 de agosto de 1837 fueron removidos Florentino González de su
cargo de oficial mayor de la Secretaría de Hacienda y Lorenzo María Lleras
del respectivo de oficial mayor de la Secretaría del Interior y Relaciones
exteriores. La causa que atribuyeron fue su voto en la asamblea electoral
por Santander para senador y para representantes por Ezequiel Rojas, José
Leiva, Juan Nepomuceno Vargas, entre otros. “Deshonroso es para el go-
bierno que los papeles ministeriales hayan publicado que mi amistad con
el general Santander fué una de las causas que influyeron en mi remoción,
porque se temia que yo le comunicase lo que pensaba en los consejos de
gobierno”.13 En la representación que González hace al presidente exige
como su derecho de ley ser informado de las verdaderas causas que lleva-
ron a su remoción. La respuesta evasiva de Pombo, secretario del Interior,
alegando el derecho de reserva del gobierno, permitió que La Bandera
atribuyera este comportamiento al “espíritu de partido”. Este aludía a la
disposición de arbitrariedad y parcialidad con la que se gobernaba:

El presidente ha tenido buen cuidado de no hablar de aquella política


que usara, una vez parcial contra los patriotas que no le dimos nuestros
sufragios, otras [sic] tímida para no enagenarse la voluntad del partido
retrógrado, enérgica con los empleados que sabían respetar sus deberes

para el nombramiento de los funcionarios y empleados públicos [como en el caso de los


gobernadores de provincia], se entenderá que deben ponerse los nombres de cada candidato
en pliego separado, con relación de sus méritos, servicios y capacidad”. Constitución del
Estado de la Nueva Granada dada por la Convención Constituyente en el año de 1832-22º de la
Independencia. (1832). Bogotá, Tipografía de Bruno Espinosa, por José Ayarza. En Manuel
Antonio Pombo y José Joaquín Guerra. Constituciones de Colombia. Biblioteca Popular de
la Cultura Colombiana, III. Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1951, pp. 251-
309. Publicación del Repositorio Institucional de la Biblioteca Digital de la Universidad
Nacional de Colombia. Recuperado de http://www.bdigital.unal.edu.co/219/
13
  La Bandera Nacional, núm. 10, 24- XII-1837, p. 39. Las redes políticas se fundan en
un componente igualitario, en donde la horizontalidad de sus relaciones está definida
por las dinámicas de la amistad. (Calderón & Thibaud, 2002, p. 22). Sin mencionar
a Santander, en un artículo de El Argos titulado “Remociones” aparecía que “Cómo-
do había sido para una oposicion que nació antes de haber comenzado á funcionar
el presidente de la República, tener funcionarios suyos tan cerca de los consejos del
gobierno”. El Argos, núm. 2, 3-XII-1837, p. 8.

Ministeriales y oposicionistas 299


para con la patria sometiéndose al deber de la lei, apasiónada con los suyos,
complaciente con los enemigos de la verdadera libertad.14

Este espíritu de partido viciaba las decisiones gubernamentales al cons-


tituir un conjunto de redes políticas que en cada provincia se suscribía
como ministerial15 y otro que se había opuesto a la elección de Márquez.
Según La Bandera, Márquez fue apoyado por antiguos bolivarianos
y urdanetistas frente a los cuales Santander y otros “patriotas” habían
defendido las leyes de la nación.16 “La sorpresa natural de verse elevado
á la presidencia á despecho del mérito reconocido de sus concurrentes,
inspiró al Sr. Márquez un profundo agradecimiento á los que le habian
dado sus votos, i le hizo concebir la idea de contemporizar con la política
de aquellos de sus partidarios que blasfemaban contra la administracion
anterior”.17 La continua desobediencia y omisión de la ley descubierta
por La Bandera Nacional, era explicada a raíz de una deuda de gratitud
del presidente al beneficiarse con su llegada al poder. La correspondencia
sostenida entre los lectores con los editores del periódico posibilitaba
la denuncia de violaciones a la ley en las que quedaba de manifiesto la
improbidad y parcialidad de los agentes del gobierno. Así fue en el caso
del gobernador de la provincia de Vélez, José María Arenas, quien según
La Bandera se encargaba de perseguir a todos aquellos que no habían
votado por Márquez.18 La enumeración de sus métodos arbitrarios y la

14
  La Bandera Nacional, núm. 23, 25- III-1838, p. 90.
15
  La carga peyorativa del término ministerial queda explicada así en La Bandera:
“Como eso de ministros huele á malo, i hace recordar aquella reforma que hizo Bolívar
en 1828 cambiando los nombres de estos empleados á estilo monárquico, i que en
la república modelo de Estados Unidos se llaman secretarios del despacho, deseamos
que los empleados encargados del despacho de las secretarías de gobierno granadino
se llamen como quiere la constitucion, secretarios limpiamente”. La Bandera Nacional,
núm. 12, 7-I-1838, p. 47. (Cursivas en el original).
16
  La Bandera Nacional, núm. 1, 22-X-1837, p. 1.
17
  La Bandera Nacional, núm. 19, 5-II-1838, p. 74.
18
  La Bandera Nacional, núm. 18, 18-II-1838, p. 69.

300 II. Opinión pública, Monarquía y República


falta de atención del gobierno nacional llevaron el tema al Congreso, en
el que Santander, en su calidad de diputado de Pamplona desde 1838,
argumentó que los seguidores de Arenas habían estado al lado del golpis-
ta Urdaneta.19 Entre los abusos de Arenas, que fueron condenados por
La Bandera, estaba la conformación de una “guerrilla” de funcionarios
públicos en Moniquirá, las calumnias contra sus opositores en la cámara
provincial, y la parcialidad en el juicio de los crímenes de sus adeptos.20
La suspensión injustificada del juez de hacienda del Cauca, José Igna-
cio Valenzuela, interpretada como intromisión del gobierno en el poder
judicial, generó un intento formal de acusación contra el presidente
Márquez adelantado por el representante Vicente Azuero, quien pidió
que se consideraran otros casos, como la “ilegal órden comunicada al
gobernador de Bogotá exijiendo el nombre del autor ó editor de un
artículo no oficial inserto en el Constitucional de Cundinamarca”, como
ejemplo de restricción de la libertad de imprenta21, y la falta de vigilancia
a agentes corruptos del gobierno en salinas de la provincia de Tunja, entre
otros casos de infracción a la ley, pero la acusación no prosperó.
No sólo la administración del presidente transgredía de este modo las
leyes, sino que incluso su permanencia resultaba cuestionable, pues su
elección fue tildada de inconstitucional. De acuerdo con La Bandera,
al abandonar su posición como vicepresidente para asumir la presi-
dencia, Márquez incumplió los artículos 98 y 103 de la Constitución,

19
  La Bandera Nacional, núm. 27, 22-IV-1838, p. 110.
20
  La Bandera Nacional, núm. 18, 18-II-1838, p. 70.
21
  La Bandera Nacional, núm. 18, 18-II-1838, p. 71. Los periódicos Constitucionales
eran los órganos oficiales que circulaban en cada gobernación por orden de la Ley del
4 de enero de 1832, por lo que había un periódico de estos en cada provincia. (Cacua
Prada, 1983, pp. 39-40). Según el artículo 598 del Código Penal de 1837, “los impre-
sores que divulgaren los nombres de los autores o editores de los escritos […] cuando
éstos no consientan su divulgación o publicación”, se harían acreedores de una “multa
de cincuenta a doscientos pesos” y de “un arresto de uno a cuatro meses”. (Código
Penal, 1925, pp. 518). La legislación vigente para el momento mantenía la figura de
“jueces de hecho” y de jurados de imprenta, instaurada por la Ley del 17 de septiembre
de 1821. (Ley del 19 de mayo de 1838, (1926), pp. 74-75).

Ministeriales y oposicionistas 301


que amparaban el principio de alternancia política. Se preveía que el
vicepresidente contaría con los recursos del gobierno para ser elegido,
encargándose de la campaña y no de su actual empleo, y que sería dócil
ante las cámaras, impidiendo su función de “consejero imparcial”. De este
modo “el interés individual se sustituye en su espíritu al interés general”.22
La crítica al gobierno de Márquez, ilegal por su elección y sus fallas al
gobernar, se nutre de la acusación de que sus apoyos hubieran sido bolivaria-
nos y urdanetistas. Los editores de La Bandera se identificaban a sí mismos
como progresistas y patriotas frente a los ministeriales: los retrógrados. “El
censurar los actos ilegales i apasionados, i la falsa política del poder ejecutivo,
lejos de convertirnos en retrógrados, nos da derecho á llamarnos progresistas,
porque nuestra conducta es la mejor prueba de que apetecemos la marcha
legal del gobierno, su perfeccion, i que llene las obligaciones que le ha
impuesto el pueblo granadino”.23 Ser “progresista” implicaba la defensa de
la institucionalidad fijada por la Constitución frente a las vías de hecho, lo
que la equiparaba al patriotismo. El progreso estaba, además, acorde con el
espíritu del siglo, contrario a los procedimientos arbitrarios: “Un partido
retrógrado avezado á doctrinas, prerrogativas y privilegios incompatibles con
el progreso de la razon, pretende no solo detener el curso de la revolución
politica é intelectual, sino arrastrar el país á tiempos de fatal recuerdo”.24 Los
progresistas, en fin, demostraban la fidelidad a los principios republicanos
que cobijaban a los ciudadanos, más allá de su procedencia civil o militar.
Por su parte, la retrogradación indicaba el favoritismo, la persecución a los
“liberales”25, así como el fanatismo clerical.26

22
  La Bandera Nacional, núm. 11, 31-XII-1837, pp. 42-43.
23
  La Bandera Nacional, núm. 9, 17-XII-1837, pp. 33-34. (Con cursivas en el
original).
24
  La Bandera Nacional, núm. 4, 12- XI- 1837, p. 15.
25
  La Bandera Nacional, núm. 7, 3-XII-1837, p. 27, y núm. 19, 25-II-1838, p. 75. El
adjetivo “liberal” en este periodo acompaña los principios republicanos y más esporá-
dicamente se refiere a los patriotas en contraposición a los “enemigos de la libertad”.
En ningún caso debe entenderse como una denominación partidista.
26
  La Bandera Nacional, núm. 6, 26-XI-1837, p. 23.

302 II. Opinión pública, Monarquía y República


Estas fueron las principales manifestaciones del ejercicio de oposición
adelantado por La Bandera Nacional a la administración Márquez. Aunque
estaba fundamentada en la libertad de imprenta y limitada por un pasado de
conspiraciones y golpes de Estado, la oposición resultaba sospechosa cuando
se expresaba por fuera del papel acusador que correspondía al Congreso.
Fueron frecuentes los cargos de difamación que decían recibir los autode-
nominados “patriotas”: “Si un escritor se propone corregir la marcha del
gobierno en bien de la comunidad granadina, advirtiéndole sus estravios
i errores, ó reclama de alguna autoridad ó corporacion el cumplimiento
de una lei, al momento salta á la palestra un defensor armado de injurias,
sarcasmos i calumnias”.27 Fueron recibidas numerosas cartas de personas
que pedían espacio en las páginas de La Bandera para que pudiesen rectificar
acusaciones infundadas en su contra, lo cual demostraba la influencia del
rumor en la imprenta, así como la obsesión con que sus productos fueran
fieles a la verdad, objetivo común del gobierno y la oposición.

Deben UU. leer de nuevo a los autores que han escrito sobre libertad de
imprenta, i ver que ellos jamás han calificado de perturbacion el censurar
libremente y aunque sea con equivocacion los actos del gobierno, i que
tampoco han hecho tan horrible calificacion, ni nuestra constitucion, ni la lei
contra los abusos de la imprenta, ni la de conspiradores de 1833, de donde
debe deducirse que UU. no tienen derecho ninguno para desnaturalizar
el uso de la imprenta, ni calificar de perturbadores á los de la Bandera.28

La legalidad de la oposición era una premisa que se asentaba en los


bienes que la libertad de imprenta traía por sí misma, como la corrección
del error: “El público debe persuadirse de que el grito riguroso de la im-
prenta no es lo que produce conmociones, que no turba la tranquilidad
pública, i que por el contrario produce el gran bien de hacer retroceder á
los gobiernos de sus errores voluntarios ó involuntarios”29, pero era una

27
  La Bandera Nacional, núm. 38, 8-VII-1838, p. 163.
28
  La Bandera Nacional, núm. 16, 4-II-1838, p. 63.
29
  La Bandera Nacional, núm. 7, 3-XII-1837, p. 26.

Ministeriales y oposicionistas 303


tarea pendiente deslindar la oposición de los crímenes contra el sistema
político, a saber, la sedición y conspiración.

Nuestra oposición no es ni puede ser al sistema político que rije la re-


pública; porque ni somos godos para querer la dependencia de la Nueva
Granada de la antigua metrópoli, ni monarquistas para hacerle la guerra
al sistema republicano ni absolutistas para odiar las leyes que fijan á la
autoridad sus límites, ni fuimos partidarios de la dictadura para procurarle
otra al país, ni de la usurpación para promover una segunda.30

El marco legal de la crítica precisaba de una aclaración fundamental, que


es la que permite el quiebre de la unanimidad como paradigma de estabilidad
republicana: la distinción entre gobierno y régimen político. Este régimen
estaba estructurado a partir de la Constitución, producto consumado de
la voluntad general. El gobierno, como administrador del Estado, era sus-
ceptible de crítica y de responder ante sus electores por incumplimiento y
omisión de la ley, pero esta disposición no respondía sólo a animadversiones
personales frente al gobierno actual, por lo que debía entenderse como una
obligación patriota más allá de Márquez.31 La oposición era el ejercicio de la
razón y la filosofía frente al fanatismo religioso y el mal uso de los recursos
públicos32; y sólo cesaría con la rectitud del gobierno. “Lo que impondrá
silencio a la Bandera no es la multitud de papeles escritos en favor de las
arbitrariedades i de la política desastrosa del poder ejecutivo, es sola i esclu-
sivamente la marcha legal, imparcial y progresiva de la administracion”.33
La principal función de la opinión pública era vigilar las arbitrariedades
del gobierno, por lo que al cumplir esta misión el periódico busca legiti-
marse como su auténtica expresión. En vista de la ausencia de amenazas a
la paz interior34, para La Bandera Nacional, como vocera y constituyente

30
  La Bandera Nacional, núm. 13, 14-I-1838, p. 49.
31
  La Bandera Nacional, núm. 18, 18-II-1838, p. 72.
32
  La Bandera Nacional, núm. 37, 1-VII-1838, p. 159.
33
  La Bandera Nacional, núm. 20, 4-III-1838, p. 79.
34
  La Bandera Nacional, núm. 20, 4-III-1838, p. 78.

304 II. Opinión pública, Monarquía y República


de la oposición, era importante aclarar que ella no favorecía un gobierno
militar35, que no atentaría contra la vida del presidente Márquez36, y que,
además y quizá más importante, no constituía facción.37
En La Bandera, la legitimidad de la oposición se sustenta en la minoría que
dicen ser los “patriotas” que la escriben, frente a la mayoría que el gobierno
y los periódicos ministeriales dicen representar. Esta relación de fuerzas
quedaba demostrada en la cantidad de periódicos ministeriales frente a los
de la oposición y en la victoria gobiernista de las elecciones para congreso
en 1838, de modo que La Bandera Nacional se consolidaba como portavoz
de la opinión pública, atribuyendo la opinión popular a los ministeriales
que no tenían un criterio racional. “Bien pueden ser millares los papeles que
sostengan como legal un acto inconstitucional: el error no deja de ser error
porque esté defendido por muchos”.38 La autolegitimación de la oposición a
través de la apropiación de la opinión pública quedaba de ese modo indife-
rente al principio de las mayorías: “Las mayorías resuelven pero no siempre
convencen. La mayoría no siempre se ajusta a la razon y la libertad”.39 La
decisión al respecto quedaba en manos del tribunal de la opinión pública.

35
  La Bandera Nacional, núm. 13, 14-I-1838, p. 50.
36
  La Bandera Nacional, núm. 33, 3-VI-1838, p. 139.
37
  El término “facción”, intercambiable con “partido”, era usado como descalificativo.
Según Palti, (2007, p. 175) “los ‘partidos’ legítimos” eran “sólo aquellas formaciones
circunstanciales que se creaban de manera espontánea en torno de cada cuestión es-
pecífica. Toda otra organización más permanente, como lo que nosotros entendemos
por ‘partidos’ (y en esa época se solía llamar ‘facción’), era necesariamente vista como
perversa, pues tendía a contaminar los debates con adhesiones fijas”.
38
  La Bandera Nacional, núm. 12, 7-I-1838, p. 47. Los orígenes ilustrados de la “opinión
pública” buscan distinguirla de una opinión que aludía también a “un cúmulo de errores
y de prejuicios populares a combatir por la minoría ilustrada”. (Fernández Sebastián,
2002, p. 477). La coexistencia de estos significados en América hispana es explicada por
Noemí Goldman (2008, p. 229) como herencia de una tradición corporativa.
39
  La Bandera Nacional, núm. 36, 24-VI-1838, 156. Para el caso español, Fernández
Sarasola, (2006, p. 15) recuerda que Alcalá Galiano “afirmaba que la opinión pública
no equivalía a la “mayoría numérica”, sino a la “mayoría activa”, entendiendo que ésta
incluía sólo a quienes participaban en la vida política. Esta argumentación, sin embargo,
escondía una paradoja peligrosa: A través de la asociación de las mayorías con el conjunto
del pueblo, al disociar la razón del pueblo aparecía también el argumento del gobierno

Ministeriales y oposicionistas 305


Quien ha podido imaginarse que un periódico, único que hiere i advierte
al gefe de la administración, en medio de una turba que acaricia y conmueve
la fuente de sus gracias, alcance á llevarse la omnipotente opinión y causar
todos los desastres políticos que teme el papel Oposicion? Si tal cosa llegase
a suceder, no habría duda de que aquel periódico habría vencido al gefe del
gobierno, en el juicio nacional que se abre con la lectura de los papeles que
hacen el ataque i defensa de los actos administrativos que se censuran.40

La opinión pública era capaz de corregir el error tanto del gobierno, como
de la oposición; de develar sofismas, como aquel que atribuía la verdad a
la buena o mala intención con que se expresaba la oposición41; en fin, era
una fuerza moral que “se depura i aquilata en el crisol de la discusion; jamás
se corrompe ni desvía; ella marcha ahogando los silbidos del orgullo, i los
votos absurdos de las pasiones i del interés privado”.42 La opinión pública
debía saber que la oposición no actuaba en bloque contra el gobierno, que
privilegiaba la censura de los hechos y no de las personas y que si había algo
qué elogiar de la administración, así habrían de reconocerlo. Por el contrario,
una oposición indiscriminada sí era una afrenta contra la república: “Si la
oposición obrase sistematicamente, si por espíritu de partido y por capricho
lo improvase todo y se propusiese a hacer acusaciones, y si por satisfacer
pasiones pretendiese tumbar la administracion; por supuesto que una tal
oposición pondria en alarma a la sociedad, y en peligro el orden público y
las instituciones”. Para La Bandera Nacional, eran el gobierno y los ministe-
riales quienes se comportaban como un “partido”: “Hasta ahora no hemos
visto censurado algún acto en ninguno de los papeles ministeriales, lo que
manifiesta que todo se aprueba ó que no hai carácter ni probidad política”.43

(“el sofisma”, según La Bandera) de que el pueblo no podía ejercer la oposición “por
falta de luces”. La Bandera Nacional, núm. 14, 21-I-1838, p. 55.
40
  La Bandera Nacional, núm. 16, 4-II-1838, p. 63.
41
  La Bandera Nacional, núm. 13, 14-I-1838, p. 51.
42
  La Bandera Nacional, núm. 16, 4-II-1838, p. 63.
43
  La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 126.

306 II. Opinión pública, Monarquía y República


Un índice de ese sesgo que definía a los gobiernistas era la común animad-
versión contra Santander, reduciendo la confrontación con la oposición a
un asunto personal. “Queremos solo hacer notar el cambio de sistema que
ha habido en la redaccion del Argos, que ya no cuida ni por asomos de
defender al Dr. Márquez, sino de despopularizar al general Santander”.44
Pero en el caso de La Bandera Nacional era importante aclarar que ésta no
era la expresión de Santander, y que sus redactores tenían independencia
de criterio: “Los Azueros, Obando, Soto, Gomez Plata, Obaldía, Lomba-
na (cuya independencia elogió El Baluarte) el independiente [Florentino]
González (Argos número 2º) i tantos otros bien conocidos en este país, que
en muchas ocasiones hicieron oposicion al presidente Santander, ¿pueden
someterse a pensar con la cabeza de nadie?”.45
El principio de unanimidad política fijado en la Constitución y en las
leyes era roto por el gobierno al administrar el país por medio de arbitra-
riedades y favoritismos (el “espíritu de partido”) que, dicho sea de paso,
los identificaba por su retrogradación común a todas sus actuaciones. La
relevancia de explicar que la oposición escrita no ofrecía ninguna amenaza
al sistema político no es casual, pues el patrón de unanimidad que ofrece
legitimidad a los interlocutores en la vida pública es el mantenimiento de
la república, único sistema coincidente con los principios de la razón.46
Las alusiones al tribunal omnipotente de la opinión nacional frente al cual
se acusa al gobierno, y que juzgaría entre las voces ministeriales y las de la
oposición cuál de ellas tendría razón, mantienen ese ideal de unanimidad
en el sentido de que éste no es fruto de un consenso, sino el botín de una
victoria defendible dentro de la legalidad que ofrece la libertad de imprenta
al ejercicio periodístico (Palti, 2007, pp. 163-166), (Calderón &Thibaud,
2002, p. 24). La oposición intenta conquistar su legitimidad a través de

44
  La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 124.
45
  La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 124.
46
  Para Kant, “la razón exige una constitución republicana y una forma de gobierno
en la que el poder estatal se entiende como expresión de la voluntad común”. (Gabás
Pallás, 2008, p. 104).

Ministeriales y oposicionistas 307


la coincidencia entre la atribución jurídica de la opinión pública y del
periódico, pues La Bandera Nacional se asume a sí misma como tribunal
que dictamina la corrección moral y política del gobierno.

El Argos, principal periódico ministerial


El primer número de El Argos, periódico no oficial, apareció el 26 de noviem-
bre de 1837 con la participación de Lino de Pombo, secretario del Interior,
Juan de Dios Aranzazu, secretario de Hacienda, Ignacio Gutiérrez Vergara,
oficial de la Secretaría de Hacienda y Rufino Cuervo.47 En su prospecto indica
que el cambio de presidente ha molestado a algunas personas, que se dicen
patrióticas y que expresan su “rencor mal encubierto” en la prensa, sobre todo
en publicaciones ofensivas contra el gobierno actual. Este es el caso de La
Bandera Nacional, que demuestra tener “un plan decidido i concertado para
desacreditar la administración i hacerle perder la confianza en la Nacion”.
Esta posición era inaceptable, debido a que la estabilidad de la administración
dependía de la “opinion favorable que de ella tiene la nacion”. Contradecir la
legitimidad otorgada por los gobernados significaba afectar la tranquilidad
de la nación, demostrando carencia de patriotismo y civismo:

Los patriotas verdaderos i desinteresados, los que ni directa ni indirec-


tamente tratan de exitar turbaciones en el Estado, los que aman la quietud
pública i el obedecimiento del gobierno que es su garantía, no pueden
menos que alarmarse en vista de esta guerra de difamación i de descrédito,
que se le ha declarado á la administración ejecutiva. Se ha levantado la
bandera contra el gobierno, i es el deber de los buenos correr á su defensa.48

Es así como El Argos, amparado por su interés de conservar el orden y


la libertad, pretende defender al “lejítimo gobierno de la República”, de
los ataques de la oposición, sin usar el estilo sarcástico y descortés de La

47
  Juan de Dios Aranzazu y Rufino Cuervo habían participado en los periódicos La
miscelánea (1825) y La Bandera Tricolor (1826-1827). (Cacua Prada, 1983, pp. 35-41).
48
  El Argos, núm. 1, 26-XI-1837, p. 1.

308 II. Opinión pública, Monarquía y República


Bandera Nacional, sino utilizando un lenguaje “decoroso i mesurado”,
junto con fuentes que enfrenten a la “imparcial razón” de los contrarios.
Cabe decir que El Argos no se postulaba como defensor ciego de la admi-
nistración, sino que cuando considerara que se había incurrido en alguna
falta, alertaría el error debidamente.
En relación a la principal crítica que recibe el gobierno de la oposición,
esto es, la de las presuntas irregularidades en los nombramientos de fun-
cionarios públicos, El Argos responde que esta se explica por la manía “de
atribuir los nombramientos del gobierno á simpatias eleccionarias”.49 A
pesar de que la administración ofreció puestos a algunos liberales, ellos no
quisieron aceptar, lo que muestra que el gobierno no tiene otros móviles
que la búsqueda “del saber i la probidad”.50 Incluso Santander había argu-
mentado que en su gobierno les dio a dos personas una comisión por ser
amigos de la administración. “En aquella época pudo darla Santander sin
la menor dificultad i tropiezo: ahora se confiere una plaza de escribiente
al que no se ha alistado en las banderas de la oposicion, i se grita, i se
clamoréa, i se insulta, i se vilipendia al primer magistrado de la Nacion”.51
El Argos tuvo buen cuidado de responder a las críticas puntuales que
La Bandera Nacional lanzaba a través de la reiteración de los desvíos del
gobierno. Dentro de los que ocuparon las páginas de ambos periódicos por
varios meses sobresalía la cuestionada suspensión de un juez de hacienda
del Cauca, mencionada con anterioridad. Al respecto, El Argos manifestó
que si en algo se había fallado, no se podía inculpar al poder ejecutivo. Para
eso era importante anunciar que “desempeñando la patriótica tarea que nos
impusimos de apoyar con nuestros esfuerzos al gobierno […] presentarémos
aqui al lector un fiel, aunque rápido bosquejo de los hechos, cotejandolos
con las leyes i los preceptos constitucionales”.52 Ante una situación similar
que vivió Santander, se anunciaba que “los dos Presidentes obraron de una

49
  El Argos, núm. 11, 4-II-1838, p. 44.
50
  El Argos, núm. 40, 26-VIII-1838, p. 158.
51
  El Argos, núm. 24, 6-V-1838, p. 96.
52
  El Argos, núm. 2, 3-XII-1837, p. 5.

Ministeriales y oposicionistas 309


misma manera”.53 Ante las imputaciones al gobierno por haber infringido
la ley de imprenta al pedir el nombre del autor de un artículo en el Consti-
tucional de Cundinamarca, se respondió que al ser un periódico oficial, el
gobierno tenía el derecho de ejercer la censura previa.54 E incluso en el caso
de las denuncias por persecución política al gobernador Arenas en Vélez, se
afirma que no se le había comprobado ningún delito, por lo que los cargos
en su contra quedaban sin fundamento: “I ya hemos visto por el informe
impreso de los jueces de Moniquirá, que ni ha habido ni hai tales pandillas,
ni persecuciones á los patriotas, ni nada mas que un deplorable espiritu de
partido: que esos crímenes de que se habla, casi todos han sido cometidos
bajo la pasada administracion”.55 El “espíritu de partido” es el elemento que
distorsiona y altera la tranquilidad pública a través de acusaciones injustas:
“i quedará despejada la incógnita, i sabido de todos, que el deseo de con-
tinuar dominando aquella provincia cierto partido, i hacer á su amaño las
elecciones, es el motivo de la tenaz persecucion que se ha declarado á un
hombre honrado”.56 La sinrazón de las inculpaciones de La Bandera que-
daba demostrada por la falta de fallos judiciales que respaldaran su verdad,
reforzándose al quedar asociadas con el interés particular de un “partido”
que pretende recuperar el control de una región, con los consecuentes riesgos
de fragmentación nacional. Las quejas interpuestas por la oposición, al pro-
ceder de un partido, entendido como asociación de individuos interesados
en satisfacer sus móviles privados en la esfera pública, quedan sesgadas al
acudir al conjunto de la opinión pública. El interés privado que persigue la
posesión de un cargo se asimilaba así a la esfera individual gobernada por las
pasiones, enfrentadas dialécticamente al mundo objetivo en el que impera
la razón en la vida pública (Palti, 2007, pp. 164, 183).
Este influjo de las pasiones que, según El Argos explicaba la existencia
e insistencia de La Bandera Nacional, quedaba en evidencia por el estilo

53
  El Argos, núm. 2, 3-XII-6.
54
  El Argos, núm. 1, 26-XI-1837, p. 3 y núm. 4, 17-XII-1837, p. 16.
55
  El Argos, núm. 25, 13-V-1838, p. 98.
56
  El Argos, núm. 25, 13-V-1838, p. 98.

310 II. Opinión pública, Monarquía y República


formal de la oposición escrita. El Argos encontraba el tono característico
de la escritura de La Bandera altisonante y propio de una oposición sis-
temática. El llamado a la oposición era para que moderara el perfil de sus
críticas: “Hable U. con mas decencia de los altos funcionarios públicos,
si quiere que su antipática oposición parezca noble i racional: use U. del
lenguaje admitido entre la jente culta”.57 Este tono “inculto” se distinguía
por el uso de la difamación y la calumnia, insultos personales al presidente
y amenazas. El periódico se anticipaba a la respuesta ofensiva que recibiría
por cuestionar el gobierno de Santander: “se nos amenarazará, como ya se
ha verificado en uno de los periódicos de la oposicion, mandándosenos
en terminantes palabras que callemos el pico”.58 Una de las principales
calumnias para El Argos era la inhabilidad de Márquez para la presiden-
cia. El “enojo” de La Bandera expresado en esta denuncia constante era
síntoma de que esta elección no favoreció al candidato que les convenía
a sus redactores,59 demostrando que el espíritu de partido, exponente de
las pasiones, se expresaba a través de la calumnia.
En la medida en que el periódico opositor no podía comprobar las
recriminaciones que hacía contra la administración, las argucias retóricas
de La Bandera consistían en inventar cargos, insistir en polémicas sin
fundamento y exagerar los eventos,60 dando señales de sus verdaderas
intenciones: su apasionamiento les hacía recalcar asuntos superficiales
que citaban recurrentemente para desacreditar al gobierno,61

En esta vergonzosa lid de pasiones i personalidades, ellos, escribiendo


como escriben, dan gustosa i facil suelta á su natural carácter, satisfacen
una propension instintiva á su ser moral dando alimento a la malignidad,
(…) [en cambio] la tendencia jenial de nuestras plumas es la discusión

57
  El Argos, núm. 2, 3-XII-1837, p. 5.
58
  El Argos, núm. 29, 10-VI-1838, p. 114. (Cursivas en el original).
59
  El Argos, núm. 7, 7-I-1838, p. 25 y núm. 40, 26-VIII-1838, pp. 157-158.
60
  El Argos, núm. 22, 22-IV-1838, pp. 85-86 y núm. 36, 29-VII-1838, pp. 140-141.
61
  El Argos, núm. 9, 21-I-1838, p. 33.

Ministeriales y oposicionistas 311


fria é imparcial de las cuestiones abstractas, el examen desapasionado de
las conveniencias públicas62.

La contraposición entre el estilo apasionado y el racional para abordar la


conducta del gobierno llevaba a la interpelación con una oposición que se
delineaba al tiempo con los gobiernistas. La oposición contaba con “apa-
riencias de razón”, pero la verdad es que carecía de sentido común.63 Este
ejercicio de construcción de alteridad pasaba por la acusación a la oposición
de constituir un partido del cual Santander era su jefe.64 En vista de que
el espíritu de partido era un sentimiento innoble65 por tener aparejadas la
venganza y el interés privado, El Argos invitaba con frecuencia a La Bandera
Nacional para que presentara públicamente su programa de principios;66 el
hecho de no contar con él sólo reducía a la oposición a ojerizas personales.
En ese sentido, criticaba la relación que hacía el periódico opositor entre
“progresistas” y “retrógrados”. Para El Argos, la Nueva Granada mostraba
señales de estar en progreso y no en retroceso, y pedía no abusar de estas
categorías. La muestra de ello eran los siete años de sosiego (desde la caída
de Urdaneta), junto con las importantes mejoras en materia de instrucción y
prosperidad material adelantadas por los gobiernos republicanos.67 No deja
de haber, sin embargo, oportunidad para la crítica de estas clasificaciones.
Así, por ejemplo, los progresistas son los que quieren un gobierno civil y
retrógrados son los que anhelan el militar, que defienden por la fuerza su

62
  El Argos, núm. 33, 8-VII-1838, p. 130. Franz Hensel destaca la fundamentación
moral posible a través del sistema republicano. Señala que “el lenguaje de los primeros
años de la república es abundante en adjetivos y epítetos sobre el desorden moral, las
pasiones exaltadas, el triunfo de los vicios y la ausencia de añoradas virtudes añoradas
y queridas” [sic]. La “devoción republicana” se instaura como necesaria para la coinci-
dencia del orden católico con el político (Hensel, 2010, p. 22).
63
  El Argos, núm. 31, 24-VI-1838, p. 123.
64
  El Argos, núm. 13, 18-II-1838, p. 50.
65
  El Argos, núm. 16, 11-III-1838, p. 61.
66
  El Argos, núm. 23, 29-IV-1838, p. 89; núm. 26, 20-V-1838, p. 102 y núm. 40,
26-VIII-1838, p. 158.
67
  El Argos, núm. 17, 18-III-1838, p. 66.

312 II. Opinión pública, Monarquía y República


“exclusivo privilejio de mandar”.68 El término “progresista” quedaba para
ellos arbitrariamente asumido por la oposición.69
Las expresiones “progresistas” y “retrógrados” se alimentan paulatina-
mente de significados. La sinonimia del “progreso” con el “patriotismo”
es adoptada como premisa de la defensa del gobierno. En su exhortación
al apoyo a gobiernos civiles, El Argos invierte la relación que trazó La
Bandera Nacional entre estos términos simétricamente opuestos. Así
pues, quien “sostenga la actual administración en tanto que ella marche
por la via legal, es un patriota progresista; el que trate de despopularizarla
con censuras apasionadas i atrevidas, debe calificarse de retrógrado”.70 El
patriotismo es equiparable con la conservación del orden legal y políti-
co basado en la razón, tesis sustentada por gobiernistas y la oposición,
haciendo que su adscripción y sentido se tornen en objeto de disputa.
Las diferentes palabras usadas para la mutua denominación cobran así
una riqueza y una fuerza expresiva. El Argos llama a la oposición “partido
santanderista”, atribuyendo a Santander el liderazgo de la oposición;
“triunvirato” o la “trinca”, por ser tres los redactores más sobresalientes
de La Bandera71; también lo denomina como “facción”, un término muy
problemático por el riesgo de fragmentación nacional que establecía. Para
El Argos, la treta de la oposición era dividir el territorio, los sufragios y

68
  El Argos, núm. 6, 31-XII-1837, p. 21.
69
  El Argos, núm. 33, 8-VII-1838, p. 131.
70
  El Argos, núm. 5, 24-XII-1838, p. 18. (Con cursivas en el original). En el siglo XVIII
el término “retrógrado” se refería principalmente al movimiento de algún planeta “contra
el órden natural y de los signos”. El uso que acercaba el vocablo a “retroceso”, referente
“á lo que vuelve, ó camina hácia atrás” se fue volviendo cada vez menos infrecuente. La
generalización de esta marcha contra el orden natural se consolida en el siglo XIX como
connotación negativa en la política, en la que el “progreso” como “adelantamiento” se
torna en criterio de determinación. Diccionario de la lengua castellana compuesto por la
Real Academia Española, reducido á un tomo para su más fácil uso. (1780). Madrid, por
D. Joaquín Ibarra, Impresor de Cámara de S.M. y de la Real Academia.
71
  Florentino González, Lorenzo Lleras y Francisco de Paula Santander. El Argos, núm.
23, 29-IV-1838, p. 89 y núm. 40, 26-VIII-1838, p. 158. La Bandera tilda a su vez a
los editores de El Argos de “argivos”, “serviles”, “godos”, etcétera.

Ministeriales y oposicionistas 313


las opiniones para triunfar sobre el actual gobierno,72 sin dejar de lado
los atentados a las elecciones y de querer repetir el “25 de septiembre”.73
Por estos peligros adyacentes, la oposición era vista con cautela. Para El
Argos, censurar los actos del gobierno cuando había orden y estabilidad
era un irrespeto a los ciudadanos: “la oposición, se nos permitirá agre-
gar, solo es útil á la nación cuando tiende á debatir principios y sistemas
opuestos de administracion; i no creemos que esta es la de La Bandera
Nacional”.74 El deber ser de la oposición quedaba subsumido en pos de la
conservación del orden público e institucional; la responsabilidad de velar
por el cumplimiento de las libertades públicas correspondía a todos los
ciudadanos, de manera que La Bandera Nacional no tenía por qué erigirse
en representante de los inconformes con el gobierno.75 La oposición en
Europa, según El Argos, exponía claramente su posición para promover
la libertad y grandeza nacional, por lo cual presentaba un programa de
principios e intereses, que podrían convencer al pueblo. Sin embargo, el
“partido santanderista” no quería nada distinto al común interés general que
compartía el gobierno, definiendo las pretensiones de la oposición como

[…] satisfacer miserablemente pasioncillas, vengar injustos resentimien-


tos, hacer triunfar su orgullo ofendido, i echar abajo la presente adminis-
tracion no por medios lícitos i nobles sino por los de la difamacion i la
calumnia. Allá en Europa la oposicion se hace á la politica ó á la tendencia
de los gabinetes; acá en nuestra tierra se dirije á los empleos i á los que los
obtienen, si no son de la comunion íntima del expresidente.76

72
  Irónicamente no dejan de añadir, aludiendo a Santander, “¿qué de estraño tiene
esto, cuando el jefe del partido que la dirije, es el único jeneral de division que hai en
la República […]?”. El Argos, núm. 24, 6-V-1838, p. 96.
73
  El Argos, núm. 25, 13-V-1838, pp. 99-100.
74
  El Argos, núm. 7, 7-I-1838, p. 27. (El nombre del periódico aparece sin cursivas).
75
  El Argos, núm. 9, 24-I-1838, p. 34.
76
  El Argos, núm. 23, 29-IV-1838, p. 89. (Con cursivas en el original).

314 II. Opinión pública, Monarquía y República


Al privilegiar la evaluación de las personas y no de los hechos, como
lo mostraba la crítica continua al secretario del Interior, el discurso de la
oposición es calificado de erróneo pues sus intenciones le obstruyen la visión
ecuánime del gobierno y la realidad nacional. Los de la oposición “están
resueltos á censurar i desaprobar lo que se hace i lo que se deja de hacer, i á
sostener á todo trance que en todo acto de la administracion, lo que debiera
haberse hecho fue lo contrario de lo que se hizo”.77 Este ejercicio sistemático
de la oposición, que obedece a los rencores de Santander y sus prosélitos,
se refuta continuamente en El Argos a través de la valoración del gobierno
y del expresidente Santander, a quien sus antipatías no le permitieron la
desaparición de los antiguos partidos que agitaron al país. Con esto se explica
que Márquez no creó la oposición actual por faltas en su gobierno sino que
ésta ya estaba antes de que se hubiera posesionado como presidente. Se
dice que a Santander, “la inquieta i presuntuosa ambicion que lo domina,
su anhelo i sus esfuerzos incesantes por tener en ajitacion los ánimos, i á la
nacion dividida en bandos, lo han hecho al fin reconocer como un hombre
peligroso para el país”.78 A partir de este razonamiento la conservación del
orden se establece como objetivo de primera línea, pues el mantenimiento
del gobierno y el respeto a la ley son equivalentes al respeto de la voluntad
nacional que se expresó por vía de las mayorías en la elección de Márquez.
Para El Argos, la opinión pública es equivalente de la voluntad nacional,
pues al mantener la imparcialidad de sus veredictos se expresa juzgando la
verdad sopesándola entre los diversos medios periodísticos,79 inclinándose
por un tono racional y educado, exento de insultos, mentiras y rumores, así
como a través de la ratificación del principio de mayorías que el mecanismo
electoral introduce. Como expresión acabada de la voluntad general, las
elecciones legitimaban el gobierno de Márquez. Para El Argos era digno
y patriótico apoyar al presidente legítimo, así como someter “la opinion

77
  El Argos, núm. 51, 11-XI-1838, p. 204.
78
  El Argos, núm. 36, 29-VII-1838, p. 141.
79
  “La nacion imparcial juzgara de la lealtad de la oposicion, i de la justicia de una causa
que á tales medios i arterias tiene que apelar”. El Argos, núm. 29, 10-VI-1838, p. 114.

Ministeriales y oposicionistas 315


particular á la voluntad de la mayoría”, por lo que el periódico se asume
como representante de la opinión pública respaldada aun con la victoria
ministerial en las elecciones de 1838. La unanimidad de la opinión pública,
entonces, mantiene sus pilares en el respeto a la Constitución y la ley, pero
al quebrarse por la vía electoral, atribuyendo las mayorías al gobierno y las
minorías a la oposición, se renueva en la conservación del orden público y
la estabilidad institucional, haciendo equivalentes al gobierno y a la nación.
De ese modo, un ataque al gobierno presente en el terreno de la opinión
es asociado a la fragmentación de la nación, con todas las características
de ilegalidad que quedarían atribuidas a la oposición.

La unanimidad política en El Argos y La Bandera Nacional


Varias veces El Argos disertó sobre los juicios que en tiempos del gobierno
de Santander se hacían sobre la inconveniencia de la respectiva oposición
a su gobierno, de lo que se infiere que sólo había que alternar entre estas
posiciones para mudar el discurso. La consecuencia de este argumento es
que oposición y gobierno compartían el mismo lenguaje político (Correa
Ramírez, 2002, p. 18), basado en la moral ceñida al cumplimiento de la
Constitución y la ley, órganos de expresión de la voluntad general, y de
ciertos autores en común, como Benjamin Constant.80 Esto explica que el
patriotismo se haya convertido en trofeo de los enfrentados en la esfera de la
opinión. John Jaime Correa diferencia el significado que poseía el término
para gobiernistas y opositores. “El valor supremo al que apelaba La Bandera
era el patriotismo constitucional, mientras que para la gente de El Argos éste
residía en la defensa del gobierno y el sistema representativo que lo había
elegido” (Correa Ramírez, 2002, p. 22). Esta diferencia se manifiesta en el
ideal de opinión pública que legitimaba ambas tribunas. Al teñir la voz de los
contrarios de opinión popular, La Bandera Nacional pretendía apropiarse de la
opinión pública, asumiendo para sí el dominio de la razón, mientras que para
El Argos era evidente que la opinión pública, como fruto de un juicio racional,
no podía expresarse nunca a través del lenguaje de la calumnia y el insulto.

  El Argos, núm. 7, 7-I-1838, p. 27; La Bandera Nacional, núm. 9, 17-XII-1837, p. 34.


80

316 Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia


El patriotismo recoge, a fin de cuentas, lo que para ambas posturas se
reconoce por unanimidad política. La sinonimia de patriotismo y progre-
sismo posibilita el reconocimiento del retrógrado en el contrario, en tanto
representaba el espíritu de partido, que reunía animadversiones personales,
favorecimientos, pasiones, intereses particulares e ilegalidad. El otro era, pues,
el que atentaba contra la unanimidad política consolidada en el régimen re-
publicano. A pesar de las pequeñas diferencias sobre los principios que cada
uno tenía, la lógica de partido, en el sentido de asociación colectiva para el
acceso a los recursos del poder, se teñía de facción en tanto que constituía un
peligro para la estabilidad institucional, que en este momento sigue siendo
el esqueleto de la nación. Recordemos que El Argos relacionaba la oposición
con la sedición aludiendo a la “conspiración septembrina”, mientras que La
Bandera Nacional criticaba que en el gobierno se nombraran antiguos “bo-
livianos” y “urdanetistas”. El llamado común era, entonces, a la eliminación
de partidos, incluso desde la presidencia del Congreso, pues este alteraba “la
discusion tranquila de los negocios públicos”.81 “La reconciliación o refusión
de los partidos políticos” era bien vista por La Bandera: “Santo y laudable
es el procurar hacer una fusión de partidos para que todos los granadinos,
sometiéndonos a la constitución, trabajemos de consuno en la felicidad de
la patria; pero es una presuncion chocante y perniciosa pretender verificarla
de un año para otro, i cuando las pasiones eleccionarias se hallan todavía
encrespadas”.82 Su mirada, sin embargo, era escéptica, pues ¿cómo podría ser
posible la unanimidad con las persecuciones y calumnias en flor, así como
con la incapacidad del presidente de mantener la unidad?83
El elemento que renueva la disputa por la unanimidad son las elecciones. A
pesar de la carga despectiva del término “partido”, con las elecciones primarias
para Congreso vemos que cada sector habla de sí mismo como uno. Apare-
cen listas de candidatos, electores y ganadores que, en el caso de La Bandera

81
  El Argos, núm. 28, 3-VI-1838, pp. 109-110. Fernández Sarasola, (2006, p, 21).
82
  La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 126.
83
  “El Sr. Márquez, lejos de haber hecho algo por grangearse á los que hoi forman
la oposicion, ha obrado tan torpemente, que puede decirse, que él la ha creado, él la
alimenta i la sostiene”. La Bandera Nacional, núm. 40, 20-VII-1838, p. 171.

Ministeriales y oposicionistas 317


Nacional, se asumen como “progresistas” frente a los respectivos “ejecutivistas”
o “ministeriales”, llamados a su vez por El Argos “republicanos” en distinción
de los “patriotas” o “santanderistas”.84 El término republicanos sufre una torsión
conceptual en la voz de El Argos, pues es apropiado en oposición a patriotas
para distinguir a “los que sostienen la administracion civil del país” frente a
los hombres que aseguraban haber luchado por la libertad: los militares.85
El quiebre de la unanimidad política se reflejaba con más fuerza en
el Congreso, pues era allí donde la dinámica de enfrentamiento de los
partidos se hacía más visible. Al conformarse a través del mecanismo
electoral, éste conservaba las funciones representativas de la ya lejana
Convención Granadina, que reunió el cuerpo de nación necesario para
la concreción del pacto social en la Constitución de 1832. Pero el pa-
pel del parlamento con su rol de acusador del gabinete convertía esta
condensación de la voluntad general en terreno de la opinión, maleable
además por el principio de alternancia electoral. La función acusadora
del Congreso quedaba viciada además por su participación en la elección
de presidente (como encargado de “perfeccionar las elecciones” cuando
ningún candidato alcanzaba la mayoría requerida86). Así que la oposición
periodística debía desempeñar la vigilancia de la conducta del gobierno;
pero aún en el caso de La Bandera Nacional el número de sus redactores
fue disminuyendo al ser elegidos como diputados del Congreso, institución
que aún permanecía siendo el principal nicho de debate de los destinos
de la República.87 Desde 1838, entonces, la oposición periodística y la

84
  La Bandera Nacional, núm. 35, 17-VI-1838, p. 153 y núm. 43, 5-VIII-1838, p.
187; El Argos, núm. 31, 24-VI-1838 y núm. 33, 8-VII-1838, p. 129.
85
  El Argos, núm. 31, 24-VI-1838, p. 122. Hensel propone el análisis de la “repúbli-
ca” en la construcción de significado de la joven comunidad política. “Suspender [la
nación] no significa aquí borrar o deshacerse de; más bien, quiere decir articular al
análisis otras formas de la comunidad política que han tendido a quedar aplanadas por
la omnipresencia nacional”. (Hensel, 2010, p. 2).
86
  “Cuando llegue a triunfar completamente el espíritu dominante, ¿inspirarán con-
fianza los congresos?”. La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 126.
87
  Santander ―retirado del periódico a mitad de 1838― y Vicente Azuero habían
sido elegidos como diputados para el periodo parlamentario de 1838 y Florentino
González lo fue para 1839.

318 II. Opinión pública, Monarquía y República


parlamentaria se complementarían en la identificación con nombres
propios de “partidos” afines o enfrentados. Las elecciones son examinadas
con lupa —y denunciados el fraude e irregularidades88—, así como son
retratadas con detalle las sesiones del Congreso, destacando los aportes
de los diputados de una u otra pertenencia política.
Esta identidad política, fijada en las redes personales que atravesaban
las escalas territoriales de la Nueva Granada, se vio complementada por
otras formas de sociabilidad. La Sociedad Católica, fundada por Lorenzo
Morales y algunos religiosos, se constituyó inicialmente por el cambio en
el plan de estudios inspirado en Bentham y Tracy, legado de la anterior
administración. Rápidamente se mereció el rechazo del arzobispo de
Bogotá, Manuel José Mosquera, así como de La Bandera Nacional, que
explicaba el triunfo electoral de los ministeriales por la anuencia de la
administración con el “fanatismo”. El Argos refutó estas acusaciones afir-
mando que tal complicidad no era cierta, y que el gobierno respetaba el
derecho de reunión. A esta agrupación se le sumó la Sociedad Democrático
Republicana de artesanos i labradores progresistas de la provincia de Bogotá,
fundada, entre otros, por Lorenzo Lleras (Soriano Lleras, 1958, p. 35).
Su objeto era el de difundir conocimientos útiles, así como “instruirse
debidamente de la conducta de los funcionarios, estadistas i hombres
prominentes de los diversos partidos, á fin de proceder, en las épocas
eleccionarias, con pleno conocimiento de los talentos, opiniones i servicios
de los candidatos que se presenten”.89 La fundación de estas sociedades
es clave en la formación de la subjetividad política en el momento, pues
enriquece el marco de acción de los gobiernistas y opositores.90
En julio de 1838 Florentino González firmó una proposición que de-
sarrolló por entregas en La Bandera Nacional, llamada “Gobierno federal
para la Nueva Granada”. Se refería a la necesidad de implantar el sistema

88
  La Bandera Nacional, núm. 39, 15-VII-1838, pp. 170.
89
  La Bandera Nacional, núm. 41, 22-VII-1838, pp. 178.
90
  Sobre la formación de la subjetividad política de los artesanos, véase Sowell, (2006).
Sobre las sociedades católicas en un periodo posterior ver Arango de Restrepo, (2005,
pp. 329-356).

Ministeriales y oposicionistas 319


federal en el país dado el estado lamentable en que se encontraban las
provincias con relación a la capital, desde donde no se podía gobernar
con eficiencia dadas las distancias, pero también las intrigas, el fanatismo
“y la aristocracia”:

El Istmo, Cartagena, Santamarta, El Hacha, Pasto, Casanare, Pamplo-


na, son descuidadas por un gobierno, á quien las cuestiones políticas que
engendra la contradiccion de ideas que agitan la capital, único centro de
sus atenciones, distraen de las mejoras materiales, i lo entregan á discre-
cion del partido que ha sido mas diestro, ó mas adulador, para ganar su
confianza. Caminámos bajo el centralismo á la esclavitud, porque no hai
contrapeso para una autoridad que nombra i remueve empleados hasta
en las últimas secciones del territorio.91

Debido a la división política de la capital, la administración se mos-


traba inadecuada pues los nombramientos en las provincias respondían
a favoritismos, lo que hacía inevitable que la ineptitud se apoderara de
los destinos públicos. El descuido y mal gobierno de las provincias eran
síntoma de su falta de autonomía. La vía para ello era una reforma cons-
titucional pacífica. “Con nuestra actual constitucion serán mayores estas
desgracias, en cualquier día en que la capital sea ocupada por un ejército
enemigo, ó por una banda de revoltosos”.92
La importancia de esta propuesta no debe desestimarse. Si la Constitu-
ción y la ley eran los criterios de unanimidad que orientaban la censura
política al gobierno, una eventual reforma constitucional profundizaría
las diferencias entre los ideales de unanimidad política. Esta propuesta
no hacía más que captar la crítica que señalaba a la oposición de anti-
republicana. El Argos no olvidaba que los de La Bandera se referían a sí
mismos como “invariables en sus principios”, demostrando que el giro

  La Bandera Nacional, núm. 38, 8-VII-1838, p. 165.


91

  La Bandera Nacional, núm. 39, 15-VII-1838, p. 169.


92

320 II. Opinión pública, Monarquía y República


en su discurso obedecía a un interés electoral. La federación era “imprac-
ticable i haria de esta tierra un perpetuo campo de anarquía”.93
En las páginas de La Bandera también se presentaron reformas a las leyes
electorales para prevenir futuras irregularidades. El Argos las interpretaba
como la respuesta esperada a su petición de que la oposición presentara un
programa de principios. Sin embargo, las acusaciones comunes permane-
cían: un sistema federal como salida a la presencia de partidos que velaba
el buen gobierno, y una crítica oficialista que acusaba a la federación como
proveniente de un ánimo divisorio del país. Ambos periódicos, en todo caso,
al notar la formación de redes políticas basadas en “sociedades”, burocracia
y favores, no dejan de condenar el dominio que estos partidos ejercían en
la escena política, pues la opinión particular que los reunía, se establecía
en amenaza de la opinión absoluta y unánime que tomaba cuerpo en la
voluntad general de la nación. Sólo desde esa lógica se percibe el mismo
peligro en la presencia de partidos, mayorías y minorías en el Congreso
(la “representación nacional”) y en levantiscas militares y regionales, por
lo que a pesar de la división en la opinión, aún se seguía invocando a la
unanimidad, aunque esta fuera menos evidente.

Conclusiones
El modelo de opinión pública como tribunal que dirime la verosimilitud
de dos o más posturas (opiniones) en pugna, y el sistema republicano, se
erigen en paradigmas de un mínimo necesario de unanimidad política
que, precisamente, hace posibles las discusiones sobre las mejores deci-
siones que amerita el bien común. El Argos y La Bandera Nacional, como
voces del gobierno y la oposición, buscan conquistar esa opinión pública
general que sigue siendo comprendida como imparcial y fundada en la
razón, al tiempo que se presentan como sus portavoces privilegiados. Cada
periódico es condenado por el otro por representar la opinión particular de
un partido, apelativo despectivo que se refiere a las asociaciones políticas
concretas que procuran la victoria en el ejercicio electoral.

93
  El Argos, núm. 36, 29-VII-1838, p. 143.

Ministeriales y oposicionistas 321


Es importante introducir una distinción entre conquistar la opinión
pública y pretender ser su voz. En el primer caso, esta es entendida como
tribunal justo que dirime posiciones enfrentadas sobre un asunto,
como resultado de la concertación entre el criterio individual de cada
lector racional: al respecto, El Argos y La Bandera Nacional comparten la
visión de que esta es la “nación imparcial”, el conjunto finito del público
de lectores por convencer. El segundo caso remite a que el gobierno y la
oposición, en su batalla periodística, constituyen una esfera de la opinión
alterna a ese tribunal, un terreno de lucha inmediato producido por las
denuncias rápidamente rebatidas en la prensa. Los dos escenarios de la
opinión pública (el público lector y el conjunto de periódicos) coexisten en el
proceso de conformación de la oposición escrita al gobierno de Márquez.
La opinión pública puede desempeñar este doble papel de ser “tribunal
de la verdad” y “terreno de lucha” pues la negación del consenso como
alternativa es compartida. Además, la unanimidad política, entendida
como patriotismo, es construida bajo diversos ideales. La polisemia de
este término que propicia la disputa entre “partidos” es índice de que
contiene un anhelo común para la pluralidad de voces: el sostenimiento
de las instituciones y el sistema republicano, cuya consecución costó tantos
esfuerzos. Como se ha mencionado, a pesar de compartir este lenguaje
político que repudia las vías de hecho, el gobierno pone el acento sobre la
conservación del orden público y nacional y el respeto de los mecanismos
electorales regulados por la ley, mientras que la oposición lo ubica en la
constitucionalidad de las decisiones del gobierno y en el “republicanismo”
de los dignatarios públicos. Por esa razón resultan tan importantes las dis-
cusiones sobre la legalidad de la elección de José Ignacio de Márquez como
presidente y la evaluación sistemática de Santander como expresidente,
así como de los perfiles de los candidatos a ocupar la función pública. La
revisión de la historia llega incluso al episodio de la conspiración contra
Bolívar en 1828, por lo menos, presentando un cuadro amplísimo de
trayectorias públicas en donde los facciosos siempre pueden ser los otros.
La coexistencia de estas dos concepciones de opinión pública per-
siste mientras el ejercicio electoral no traiga aparejada una diferencia

322 II. Opinión pública, Monarquía y República


programática que replantee la identidad y la alteridad. Así, pretender
encontrar en esta historia el germen de los partidos políticos liberal y
conservador es inútil si la mirada no se posa en el proceso de constitución
de la oposición. Lo que existía no era el derecho de oposición, sino de
imprenta.94 A partir del común reconocimiento de la libertad de impren-
ta y del derecho de asociación, El Argos y La Bandera Nacional junto
con otros periódicos diseminados en la Nueva Granada, construyen la
legalidad de la oposición. Su configuración con bases sólidas se sitúa de
manera complementaria en las elecciones, en el Congreso y el ejercicio
periodístico. Estos tres elementos, cada uno a su modo, se reconocen como
expresiones de la voluntad general, de modo que confieren legitimidad
a las voces críticas del gobierno.
En este momento, los partidos como redes políticas son vistos con desdén
por pretender imponer sus intereses particulares en la esfera pública. Estos
intereses son los recursos y espacios burocráticos, que sin un programa
ideológico fuerte que los agrupe, terminan asociados al egoísmo, el rencor
y la vanidad como las pasiones que corrompen un espacio característico
de la razón. Ni gobiernistas ni opositores se ven a sí mismos como parti-
dos, asumiendo de ese modo la vocería de la unanimidad política y de la
verdadera opinión pública —acusando errores en el contendor político—,
pero actúan como tal, al denominarse “progresistas” o “republicanos” en
los momentos de la contienda electoral (nótese, sin embargo, la preten-
sión de generalidad de estos adjetivos). Al definir electores, candidatos
y diputados en una u otra tendencia, la concreción de la subjetividad
política en bases más fuertes que las trayectorias públicas y amistosas se
va perfilando, de nuevo, a través de la prensa. Coincidimos en este punto
con las reflexiones de Frank Safford, (1983, p. 22), para quien en los
años treinta del siglo XIX se forma una estructura relacional que sirvió
de fundamento a la adscripción de ideologías de años posteriores, pero
que en todo caso se sentía unida por cierta identidad política, como lo

  Sobre la imprenta como derecho-garantía de otros derechos, ver: Fernández


94

Sarasola, (2006, pp. 16-17).

Ministeriales y oposicionistas 323


explican procesos tales como la conformación de sociedades “al margen” de
los partidos (tema por investigar) y la discusión de ideas sobre federación,
aún asociadas a la disposición de recursos públicos. En el punto en que
quienes conforman los partidos aceptan esta denominación —muchos
años después, proceso en el que tal vez confluyó la guerra de los Supre-
mos— ya el ideal de unanimidad está roto, y los periódicos con una
ideología más definida se adjudicarán sin vacilaciones la representación
de la opinión pública entendida como voluntad general.

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324 II. Opinión pública, Monarquía y República


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326 II. Opinión pública, Monarquía y República


III. Publicidad, sociabilidad
e institucionalidad
La mujer y la prensa ilustrada en los
periódicos suramericanos, 1790-1812

Mariselle Meléndez
Universidad de Illinois, Urbana-Champaign, USA

E
n 1790 el editor del Mercurio peruano (1790-1795) clamaba en
su Prospecto que entre “los diversos objetos, que ocuparon las
Prensas, ninguno fue mas util que el de los Papeles Periodicos.
Desde la adopción de ellos se puede casi fixar la época de la ilustración en
las Naciones” (Prospecto, 1790, s. p.).1 La importancia de los periódicos
como medios de comunicación local y global es un hecho que claman
otros editores de periódicos de la época como Francisco Javier Eugenio de
Santa Cruz y Espejo en las Primicias de la cultura de Quito (1791-1792)
y Manuel del Socorro Rodríguez, el editor del diario Papel Periódico de
la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797). Socorro comentaba que “El
espíritu del Siglo es propenso a la Ilustración, a la humanidad y la filo-
sofía. La América que desde muchos tiempos se hallaba poseída de estas
mismas ideas, se ha unido insensiblemente en adoptar un medio muy
oportuno para transmitirlas: este es el de los Periódicos” (Papel Periódico
de Santafé de Bogotá, 1791, núm. 19, pp. 203-204). Sin duda, un grupo
importante de esa comunidad local a la que algunos de estos editores se
dirigían lo constituían las mujeres.

1
  El autor del Prospecto fue Jacinto Calero y Moreira quien también fue uno de los
editores del Mercurio peruano. Para más información sobre los editores del semanario y
la manera en que se originó, ver: Meléndez, (2011, pp. 129-130). (En el caso de todos
los periódicos se cita la ortografía original).

329
Este ensayo examina las maneras en que la imagen de la mujer o la
voz de la mujer aparece en los periódicos suramericanos ilustrados del
siglo XVIII para entender en qué medida su presencia o participación
en estos medios de conocimiento e información se conectaban con uno
de los propósitos principales de los semanarios: el de promover el bien
público. La discusión subraya la importancia del sector femenino como
partícipe o como objeto de las opiniones en los medios discursivos cultos
de la época. Se partirá de una discusión breve de los periódicos Mercurio
peruano y Primicias de la cultura de Quito para tener en cuenta cómo
las conversaciones que se dieron en estos organismos con relación a la
mujer se extienden también al Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de
Bogotá. Se examina cómo la opinión sobre la mujer o puesta en boca de
la mujer apuntan a un interés por parte de los editores de compartir con
el público desde el espacio del periódico ideas, sugerencias y dictámenes
acerca de los roles que debían ocupar las mujeres en las sociedades ilus-
tradas que emergieron a lo largo del siglo XVIII y especialmente en las
últimas décadas de este periodo. Si en el siglo XVIII, la opinión se entendía
como el “dictamen, sentir o juicio que se forma de alguna cosa” (Real
Academia Española, 1990, p. 42), mientras que “pública” se refería a lo
“notorio, patente y que lo saben todos” (Real Academia Española, 1990,
p. 421); podríamos argumentar que ese bien público que perseguían estos
periódicos estaba unido a una necesidad de compartir opiniones que se
consideraban como beneficiosas a la sociedad y que deben difundirse
masivamente. A modo de conclusión se referirá cómo esa dinámica se
presenta en el periódico de post-independencia, tomando como referente
especial La Bagatela publicada por Antonio Nariño entre 1811-1812,
para así entender cómo las mujeres van adquiriendo más notoriedad en
estos espacios discursivos de opinión social.

La mujer en los periódicos del siglo XVIII


En la prensa ilustrada del siglo XVIII, la mujer aparecía como subscrip-
tora, lectora y en algunos casos como autora de artículos. Por ejemplo, en
la lista de suscriptores que se publica en el primer número del Mercurio

330 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


peruano se incluyen cuatro mujeres.2 En el caso del primer número
del Papel Periódico de Santafé de Bogotá se incluía como subscriptoras
a doña Rosalía Aranzazugoytia y doña María Rosa Arce. Sin embargo,
en la mayoría de los casos la mujer aparecía como objeto de discusión
en artículos que iban dirigidos a regular su comportamiento para que
así se convirtieran en ciudadanos útiles y facilitadores del orden. Los
prospectos de los periódicos de este periodo aluden directamente a la
mujer como parte del grupo lector al cual ellos se dirigían. Por ejemplo,
en el Mercurio peruano el editor Jacinto Calero y Moreira finaliza su
prospecto señalando: “y así repito mis súplicas al Público, y con mas
vivo empeño á las Madamas, honor de mi Patria y del Reyno, implo-
rando su benefico patrocinio, y protextandoles, que el amor Nacional,
la pureza, la fidelidad, y la constancia, serán siempre las guias de mis
pasos, y caracteristicas del MERCURIO PERUANO” (Vol. 1, 1790).
Las mujeres en este caso son entendidas como un sector importante del
público, quienes como consumidoras de la publicación podían contri-
buir al éxito económico de éste. Ellas también son consideradas como
honor de la patria y el reino de Perú y a quien por consiguiente hay que
tomar en cuenta como parte de las conversaciones que se llevaron a cabo
en estos semanarios. En el caso del Mercurio peruano, las noticias que
se publican en éste sobre la educación de la mujer, las reglas que ellas
debían seguir durante tiempos de preñez, la posición que necesitaban
ocupar en el espacio doméstico y su contribución al orden de la socie-
dad, representan ejemplos de cómo se tenían en cuenta a las mujeres
en los debates que surgían sobre su inclusión dentro de los proyectos
que emergieron a partir las reformas borbónicas.3

2
  Los nombres de estas mujeres eran: señora doña Rita Unamunzaga, señora doña
Xaviera Alerse y Rimador, señora doña Ignacia Jiménez y señora doña Manuela Cayro.
Valga aclarar que la gran mayoría de los subscriptores eran hombres.
3
  Para un análisis detallado de estas noticias en el Mercurio peruano, véase Meléndez,
(2011, pp. 129-174). Con relación al impacto de las reformas borbónicas en las colo-
nias hispanoamericanas, consúltese Mark A. Burkholder y Lyman Johnson, Colonial
Latin America, pp. 271-284.

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 331


En las Primicias de la cultura de Quito aunque no se incluye una lista de
suscriptores, las mujeres aparecen como lectoras críticas de los asuntos que
se publicaban en el periódico y que, según ellas, estaban centrados en una
visión muy masculina. Firmando con el pseudónimo de Erophilia,4 una
autora establece una fuerte crítica al editor quien en uno de sus artículos
asocia a la mujer con lo sensible. Ella comienza atacando el hecho de que
él no se halla dirigido a la mujer en el prospecto que anuncia al periódico:
“Pero si querria que Usted huviese empezado sus Periodicos dando lugar
preferente á las mugeres, y hablando de nosotras con la decencia que
demandan la Moral, y la Filosofia” (Núm. 3, 1792, p. 21). Ella reitera
que en términos de la moral y la filosofía “El bello sexo según la una,
y la otra, da el tono a la constitución política del Universo” (Núm. 3,
1792, p. 21). La subscritora deja claro que el orden político de la sociedad
necesita de la mujer para alcanzar orden y progreso.5 Es en su función
de madre donde mejor ella aporta a la patria ya que en los hijos que
produce ella infundirá el “respetar la Sociedad, amar la Patria, obedecer
al Monarca, observar las leyes, y á ser, en una palabra, hombres de bien,
beneméritos de la region en que han nacido” (Núm. 3, 1792, p. 23).
Para ella, el proyecto de la Ilustración es uno que debe incluir a la mujer
como parte integral del proyecto político de Carlos IV. Esta es la razón
por la que ella le ha echado “en cara [al editor] los defectos de su Perio-
dico” añadiendo que “es que [p]or nosotras, vuelvo a decir por nuestro
ser político debia Usted haver dado principios á unas tareas, que el sabio
Gobierno quiere que se dirijan á la ilustración general, al bien del Pueblo,
á la felicidad de la Monarquia” (Núm. 3, 1792, p. 25). Nuevamente, la
autora aboga por la necesidad de incluir a la mujer como parte integral
de los proyectos emprendidos en la época con vías a educar la sociedad

4
  El nombre de la dama alude a la afición al amor y a las pasiones o afectos del amor.
5
  Aunque se pudiera tratar de que detrás de esta voz femenina se escondiera un hombre
con intenciones pedagógicas, el hecho es que la información que se incluye en el diario
no es suficiente para corroborar esta idea. Sin embargo, lo que sí es importante tener
en cuenta es que las opiniones que se expresan en el artículo son puestas en boca de
una mujer y, por ende, son emitidas desde una postura femenina.

332 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


para alcanzar orden y progreso. Es necesario que para que la mujer sea
incluida dentro de estos procesos ella sirva “de critica, de moralista, y de
politica” y que acuda a la plataforma del periódico para alcanzar que un
público más amplio la escuche (Núm. 3, 1792, p. 25).
Es claro hasta ahora que la prensa periódica —como fuente crucial de
información— tomó en cuenta a la mujer mientras exponía sus nociones
de pueblo, patria, educación y ciudadanía. Los periódicos de finales de
siglo XVIII en Hispanoamérica también eran parte de un gran diálogo
que se extendía más allá de sus límites territoriales ya sea Lima, Quito o
Santafé de Bogotá y en el cual sus editores se leían unos a otros. Vemos
por ejemplo cómo en el Mercurio peruano se habla del surgimiento de
periódicos en Santafé de Bogotá y en Quito. De la misma manera, las
Primicias de la cultura de Quito aluden a las noticias que se publican en el
Mercurio peruano y en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá. En el caso
de éste último, también se toman en cuenta los asuntos que se debatían
en los periódicos de Lima y Quito, llegando inclusive a reproducir noti-
cias relacionadas con lo que los otros periódicos tenían que decir sobre el
de Nueva Granada. En cuanto al tema que nos atañe, el Papel Periódico
también comparte su interés por el rol social que debía ocupar la mujer
dentro de la esfera pública. Entre las noticias que discuten la situación
que debía ocupar la mujer en la sociedad se encuentran las relacionadas
con la producción de ciudadanos útiles por medio de la creación de
instituciones como el hospicio, la importancia de fomentar la virtud
en la mujer, y artículos que comentan sobre el carácter y los atributos
femeninos. En otras ocasiones, la voz de la mujer aparece para opinar
sobre ciertos temas como el peligro de abandonar la religión como parte
integral de la educación de ciudadanos útiles. La mujer también comparte
en el periódico su opinión sobre las pasiones que afectan al individuo,
incluyendo el suicidio o la falta de sentido común. Lo que queda claro
tanto en estos periódicos como en los que surgieron en Europa y Estados
Unidos en la misma época es que el periódico, como señala Johanna S.R.
Mendelson “intervino de manera importante para definir las necesidades
intelectuales y sociales de las mujeres” (Mendelson, 1985, p. 51). Es por

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 333


medio de estos escenarios discursivos donde se van a definir, sugerir y
prescribir las responsabilidades que las mujeres americanas debían ocupar
en una sociedad preocupada por el orden y progreso.

La mujer en el Papel Periódico


El prospecto del Papel Periódico a diferencia del Mercurio peruano, por
ejemplo, no menciona explícitamente a las mujeres neogranadinas como
un público específico a quien el editor se está dirigiendo. El editor deja
claro que los objetivos que guían al semanario son los de servir a la utili-
dad pública y la felicidad del pueblo. En su objeto “de servir al Publico”
el periódico acogerá noticias no solo sobre la capital sino sobre las otras
provincias del reino porque el diario servirá de “conveniencia y utilidad
de todos” (Núm. 1, 1791, p. 3). El hecho de que busque la utilidad de
todos sugiere que el público a quien se dirige no sea limitado a un sector
masculino sino a todos aquellos preocupados por el honor y progreso de la
patria. En este sentido, Renán Silva indica que este periódico produjo como
su destinatario “un sujeto colectivo” que “logró establecer una relación activa
con ese público” (Silva, 2004, p. 34).6 Lo que sí queda explícitamente claro
en la lectura del semanario es que uno de los sectores que el editor incluye
como parte de sus discusiones es el femenino. Las noticias recogidas sobre
la mujer o por la mujer persiguen como fin el de facilitar el orden público.
El 3 de junio de 1791 aparece un artículo titulado “Dase una idea de
las ocupaciones del Hospicio” noticia que partía de una discusión sobre
el establecimiento de un hospicio para ciudadanos pobres o mendigos de
ambos sexos en donde éstos pudieran congregarse para ser adiestrados y
convertirse en ciudadanos útiles. Inclusive, en el número en que se inicia
la discusión sobre el hospicio el editor señala que dos cosas que debe tener
una república para florecer son: la fundación de un hospicio y una Sociedad
Económica de Amigos del País (Núm. 13, 1791, p. 97). Para el editor el

6
  Silva añade que entre los suscriptores se encontraban funcionarios oficiales civiles,
militares, colegiales, clérigos y comerciantes (Silva, 2004, p. 27). Valga aclarar que la
lista de suscriptores no indica que estos hayan sido los únicos lectores del periódico.

334 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


hospicio es una necesidad ya que “no se encontrarian por las Calles esos
vagos de uno y otro sexo” (Núm. 13, 1791, p. 98). Más aún, hace hincapié
que con el hospicio “dexarian de introducirse baxo el pretexto de pobres
miserables muchas jóvenes y ancianas, que sirviendo de resortes para man-
tener ciertos amores ilícitos entre algunos que no pueden cultivarlos por
otros medios, vienen a ser los instrumentos mas adecuados para fomentar
este genero de comercio, de que redunda la desolacion de muchas casas”
(Núm. 13, 1791, p. 99). La fundación del hospicio entonces cumplirá con
una responsabilidad social que es la de mantener el orden social al fomentar
el matrimonio y mitigar el que las mujeres anden libremente en relaciones
ilegales sin compromiso contribuyendo así a la desviación y el desorden.7
Este proyecto de reforma social se instituye alrededor de 1750 y comienza
experimentando con un grupo de veinte mujeres mendigas de diferentes
edades, estados y ocupaciones, o sea, casadas, viudas y doncellas. Para el
editor, aun las mujeres casadas pobres tienden a perder su tiempo cuando
disfrutan de ratos de ocio. La idea importante es: “llenar este tiempo util-
mente 1. lo que para asi se ayuden a mantenerse, y lo 2. Para acostumbrarlas
á una ocupación continua; pues lo que en gran parte aumenta la ociosidad
es la falta de tener en que emplearse de continuo; pues quien tiene que hacer
un dia, y el otro no, se va á pasear, y con esto hace nuevos conocimientos
y nuevas partidas de diversión, y contrae hábito de holgazaneria” (Núm.
17, 1791, p. 135). La opinión del autor es que la mujer debe constituir un
ser productivo en la sociedad contribuyendo con su trabajo dentro y fuera
del espacio doméstico. El objetivo es evitar el peligro de que se ocupen en
actividades que no contribuyan al orden y progreso de la sociedad.
Una vez circunscritas en el espacio del hospicio se les puede dar dinero
para que compren materiales como hilo, encajes o lanas y así se dediquen
a la producción de mantas, fresadas y calzetas que luego puedan vender. El
dinero lo deberán invertir en comprar más materiales y seguir así generando
ganancias. El autor reitera que “[l]as veinte mugeres haciendo cada una

7
  Renán Silva también ve en este proyecto uno de “moralización de las clases pobres
por medio del trabajo” (Silva, 2004, p. 69).

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 335


quanto tiene que hacer en su casa, y aprovechando solo el tiempo perdido,
doblará, según el computo mas moderado, los doce reales una vez cada mes,
lo que suma ciento y cuarenta y quatro reales al año” remediando así la
miseria de los pobres (Núm. 17, 1791, 137). El hospicio sirve como un tipo
de factoría (o manufactura, como lo llama el editor), en donde se remunera
el trabajo de ellas pero a cambio de no tener ningún momento de ocio.
El dinero que ganan servirá para cubrir las necesidades básicas, mitigando
así su pobreza y convirtiéndolas en ciudadanas útiles. En su conclusión al
artículo, el editor insistirá en que su discusión sobre el hospicio demuestra
que ningún individuo “es verdaderamente incapaz de ser útil a si mismo
en habiendo aplicación. La indiferencia con que se mira este objeto impor-
tantisimo, es la causa de que la Sociedad abunde tantos miembros inútiles,
a quienes la inaccion e indolencia ha convertido en unos cadáveres que
solo le sirven de peso al Globo que los sostiene” (Núm. 18, 1791, p. 141).
La mujer, por lo tanto, puede ser partícipe de lo que constituye el
progreso de la sociedad basado en la utilidad del trabajo. Incluso, para
el editor, el hospicio guarda la posibilidad de convertirse “en un famoso
Seminario de la industria, de la educación y de la Virtud” (Núm. 18,
1791, p. 143). Las mujeres en esa institución no solo contribuirán a la
industria sino que adquirirán una educación que las guíe a la virtud. En
un artículo publicado al año siguiente, el editor se referirá al hospicio como
“[e]l monumento mas glorioso y honorifico de la Ciudad de Santafé […] la
mejor estatua, el elogio mas sobresaliente de su Patriotismo y humanidad,
es sin duda, el Templo que le ha erigido á la Virtud en esta casa destinada
para la recoleccion de los mendigos” (Núm. 50, 1792, p. 317). Es parte
imprescindible de lo que él llama la época “mas gloriosa de la Caridad
Ilustrada” (Núm. 50, 1792, p. 317). Valga recordar que el Papel Periódico
fue uno de esos lugares, como sugiere Santiago Castro-Gómez, “desde
el cual la Ilustración fue leída, traducida, y enunciada” en la Nueva Gra-
nada (Castro-Gómez, 2005, p. 15).8 En el contexto de este periódico,

8
  Sin embargo, Castro-Gómez (2005, p. 17) aclara que en la Nueva Granada “la
Ilustración fue vista como un mecanismo idóneo para eliminar las ‘muchas formas de

336 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


la Ilustración, en su sentido más amplio como el de incluir el acto de
caridad, no debía ser solamente compartida por medio del discurso sino
también visualizada por medio de edificios físicos o una arquitectura que
recordara los objetivos de tal Ilustración.
El fomento de la virtud en la mujer —como un aspecto que también
contribuye al orden social— es discutido en un artículo titulado “Reflexiones
sobre la Sociedad Económica” publicado el 20 de junio de 1791. La virtud
consiste para el editor en que las mujeres sean educadas, honestas y “de genio
laborioso y bien entendido” (Núm. 19, 1791, pp. 160, 167). La razón por
la cual es necesario promover estas cualidades en la mujer es para evitar los
“gravísimos males” que pueden causar a la sociedad. Sin la virtud como
guía, ellas “[c]aen en la primera miseria y después sigue una infeliz cadena
de pecados; Se llena la Patria de Mugeres públicas, y por consiguiente de
una juventud corrompida y vagabunda” (Núm. 20, 1791, p. 167). Nue-
vamente, en el Papel Periódico se reitera la importancia de la mujer como
instrumento de orden social a la cual hay que incluir como parte de los
proyectos de reforma para evitar que se conviertan en impedimentos para
el bien público. Uno de los objetivos principales de las reformas borbónicas
fue el de impulsar a las mujeres de clase baja a que participaran en labores y
trabajos de manufactura compatibles a su fuerza y decoro (Socolow, 2000,
p. 170). Tanto para las autoridades españolas como para los criollos letra-
dos, incluyendo al editor del Papel Periódico, una juventud corrompida y
vagabunda no es capaz de contribuir al orden y progreso.
Es interesante que el autor proponga un incentivo material para que estas
mujeres se motiven a seguir la virtud del “genio laborioso y bien entendido”
ya que según él “la Virtud casi ya no se ve florecer sobre la tierra, sino la
alienta algun interés lucrativo” (Núm. 20, 1791, p. 166). Manuel Socorro
Rodríguez sugiere que cada año se premie a cuatro mujeres (dos de estado
medio y dos de estado popular) a través de un sorteo que otorgue una

conocer’ vigentes todavía en las poblaciones nativas y sustituirlas por una sola forma
única y verdadera de conocer el mundo: la suministrada por la racionalidad científico-
técnica de la modernidad”.

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 337


ganancia monetaria y un reconocimiento público a aquellas mujeres que
sean ejemplos modelos de virtud. Según él, este premio facilitaría que “todas
las del Pueblo se interesasen con honrosa emulación a merecer entrar en el
Sorteo; porque de no admitirse resultaba la vergüenza de quedar infamadas;
cosas que les debia hacer muy sensible, y sin duda evitarian este bochorno
con el mayor empeño y por todos los medios que les fuesen posibles” (Núm.
20, 1791, p. 167). El prestigio social y la remuneración económica serían
lo que motivarían a las mujeres a dedicarse al camino del bien. La sociedad
en general ganaría porque habría más mujeres que se desviarían del ocio y la
corrupción. Los requisitos para entrar al sorteo serían el llevar una conducta
guiada por la educación y la honestidad y la de mantener un genio laborioso
y bien entendido. Este tipo de conducta sería de “muchisima utilidad al
Público, y de sí mismas” (Núm. 20, 1791, p. 167).
Sin embargo, el proyecto que propone el editor no se detiene en los pre-
mios recibidos en el sorteo. Otro elemento que él propone es que una vez
se identifiquen estas mujeres, la sociedad a cargo del sorteo puede ayudar
a las mujeres que sean solteras a encontrar maridos honrados y de buena
conducta. Por medio de este tipo de matrimonio se intenta proponer una
unidad familiar en la que ellas se guíen por el bien y el orden y de esta ma-
nera podrían “ser util á la Republica” (Núm. 20, 1791, p. 167). Más aún,
esto equivaldría al modo “mas facil de aumentar la poblacion, de animar la
industria, de proteger las Artes, y de desterrar los vicios” (Núm. 20, 1791,
p. 167). Una vez más, la mujer es visualizada como un ente crucial para el
progreso de la sociedad, contribuyendo con la reproducción de ciudadanos
útiles y provistos para la industria; y, por otro lado, son entendidas como
sujetos claves para mantener el orden social debido a la facultad que tienen
para seguir reglas y preceptos que las ayudan a hacer rectamente las cosas.9
Para el autor no hay mejor bien para la sociedad que premiar “la virtuo-
sa aplicación de sus Paisanos” ya que el fin de la sociedad es que existan

9
  En la época la palabra “arte” significaba “la facultad que prescribe reglas y preceptos
para hacer rectamente las cosas” (Real Academia Española, 1990, p. 423); lo mismo que
“el primor y perfección en la obra hecha”; maña, destreza y sagacidad o como sinónimo de
las ciencias metafísicas y físicas. Para más detalles véase: Real Academia Española, (1990).

338 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


“buenos patriotas” (Núm. 20, 1791, p. 168). Es claro que para Manuel
del Socorro Rodríguez, editor del periódico, la promoción del bien público
debía ir dirigida y tomar en cuenta a las mujeres. El periódico sirve como
ese instrumento de divulgación de los preceptos que facilitarían la promo-
ción y realización del bien público. Es interesante notar que los proyectos
que propone el autor con relación a las mujeres toman en cuenta aquellas
de recursos medios y bajos, aunque obviamente éstas probablemente no
podían costear la subscripción del periódico. Lo que sí es evidente es que
todavía había que considerarlas como parte del cuerpo político.
En un breve comentario que precede a la publicación de la “Real Orden
de la Reyna Maria Luisa” emitido el 21 de abril de 1792, el editor alude
explícitamente a la importancia de considerar a la mujer como parte
valiosa del cuerpo político. Él indica que “[l]a hermosa mitad de nuestra
especie, á quien debemos mirar con una estimacion digna de su merito
por los varios motivos con que contribuye a nuestra felicidad: el bello sexo
que por mil razones debe entrar en parte de los honores que ilustran el
cuerpo politico” (Núm. 74, 1792, pp. 177-178). El editor reconoce que
la mujer constituye una pieza clave en el cuadro que compone el bien
de la sociedad debido a las diversas maneras en que puede contribuir a
ésta. Y es relacionado con esto último que el decreto de la Real Orden
reproducido en el Papel Periódico, sirve como ejemplo del tipo de función
pública que otro sector importante del reino, las mujeres pertenecientes
a la aristocracia, podían cumplir en la sociedad. El decreto anunciaba la
fundación de la Real Orden de Damas Nobles a cargo de la reina María
Luisa de Borbón (1745-1792). Se explica quiénes podían ser miembros
de la Orden y qué tareas iban a ocupar. El grupo se compondría de treinta
damas elegidas por la reina, quienes comenzarían a llevar una banda que
las distinguiría como integrantes de la Orden. Sus responsabilidades se-
rían dos: (1) visitar hospitales públicos de mujeres o casas de piedad para
ofrecer apoyo moral y (2) la de encargar la celebración de una misa en
honor a aquellas damas que fallecieran (Núm. 74, 1792, pp. 178-179). A
diferencia de las mujeres pobres del hospicio, quienes servirían de futura
mano de obra y recibirían remuneración económica, las mujeres de la

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 339


nobleza ofrecen una labor social que no se mide en términos materiales
sino afectivos y espirituales. Lo que las une a ambas, sin embargo, es la
necesidad de verlas como componentes activos dentro del espacio social.
En ocasiones, la mujer es representada como si tuviera voz activa,
especialmente cuando participa en ciertos debates en donde ofrece su
opinión. Usualmente estos ejemplos se presentan por medio de anécdotas
o conversaciones. Una de ellas, publicada el 24 de julio de 1795, se titula
“Conversación de una niña casada”. El hecho de que la llame conversación
implica un diálogo en el que esta mujer —ya sea real o imaginaria— tiene
la oportunidad de ofrecer su opinión. En este caso la mujer opina sobre la
idea prevalente en la época de que el hombre deba siempre respetarse como
“cabeza de la Casa.” La Señorita Casada le reprocha a su suegro que su marido
en realidad no tiene sesos ya que es incapaz de tomar las decisiones correctas.
Ella siente mucho que sus hijos tengan como un ejemplo un padre y esposo
que tiene “por cabeza una calavera” (Núm. 202, 1795, p. 1.104). A modo
de broma, el suegro le responde que al menos de lo que ella puede estar
tranquila es que ella no se verá en peligro de que otras mujeres se enamoren
de él y que por lo tanto él puede asegurarle que tiene “un hijo incapaz de
perder el juicio” (Núm. 202, 1795, p. 1104). Es interesante que se ponga en
boca de una mujer una crítica fuerte a la opinión común de que el derecho
a tomar decisiones en el hogar se lleve a cabo a bases de género sexual (el
hombre como cabeza del hogar) y no en quien tiene la capacidad de tomar
las mejores decisiones. La opinión sobre la importancia del sentido común
y la inteligencia como aspectos cruciales para servir de modelo a la educa-
ción de los hijos (los que en este caso sufren por la incapacidad racional del
padre), se evidencia en este diálogo. El hecho de que la crítica se establezca
por medio de la figura femenina, acentúa más la significancia de este tipo
de problema y la necesidad de discutirlo en el espacio público del periódico.
La idea de que el hombre se asocie puramente con lo racional vuelve a
debatirse desde otro ángulo. Una vez más se presenta a la mujer como la
voz que relativiza tal premisa. La anécdota aparece bajo el título “Oportuna
ocurrencia de una Beata” y sigue a la de la “Conversación de una Señorita
Casada.” En ésta tenemos a tres literatos debatiendo con una beata el

340 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


por qué el “hombre racional se diese asimismo a la muerte” (Núm. 202,
1795, p. 1104).10 Su preocupación surge como motivo de los muchos
suicidios que en los últimos años se estaban reportando en las gacetas.
Los hombres reaccionan “con admiración y horror” ante tal hecho pero la
Beata comenta que a ella no le sorprende en lo absoluto ya que muchos
de estos hombres se ven “sufocado[s] de esas fuertes pasiones que ofuscan
el entendimiento” (Núm. 202, 1795, p. 1104). Lo que llama la atención
de este comentario es que la pasión, la cual usualmente se asociaba con las
limitaciones racionales de la mujer, se perciba aquí como una que también
afecta al hombre, especialmente cuando es violenta. Las limitaciones epis-
temológicas de tal generalización, puesta en boca de una mujer religiosa,
hace el argumento mucho más significativo ya que una beata conoce por
experiencia la importancia de controlar las pasiones para llevar una vida
recogida. Para ella la pasión no es una inclinación, perturbación o fuerza
que afecta únicamente a la mujer.11 La beata le explica a los tres literatos que
lo único que le sorprende a ella es que “el hombre [principalmente el que
se tiene por Sabio]” cometa una acción que lo llevara al “suplicio eterno
de infinitas é imponderables penas” (Núm. 202, 1795, p. 1.105). Ante tal
aseveración los literatos no supieron qué responder. La mujer sugiere con
sus comentarios que si el sabio hubiese tenido en cuenta las repercusiones
morales y religiosas de su acto, quizás no hubiese decidido suicidarse.
El papel de la religión en los nuevos proyectos de reforma ilustrada aparece
en otro artículo en que la voz de la mujer nuevamente ofrece su opinión
sobre el asunto pero esta vez al editor y los lectores del Papel Periódico. El
artículo aparece el 1 de abril de 1796 con el título “Reflexiones de una Dama
Filosofa sobre un punto importante de educación publica.” La religión se
convierte en un tema importante para discutir la situación de la educación

10
  Una beata en la época era una mujer que vestía el hábito religioso y profesaba celibato.
Se dedicaba a profesar actos de caridad pero no necesariamente vivía en un convento
o juraba los cuatros votos de obediencia, clausura, pobreza y castidad.
11
  Perturbación, excesiva inclinación, apetito vehemente, penas, tormentos o afecto
desordenado del ánimo son algunos de los conceptos que se asociaban con la pasión.
Para una lista de definiciones en la época véase Real Academia Española, (1990, p. 153).

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 341


pública en el virreinato neogranadino. El referirse ella misma como “Dama
Filósofa” apunta a que esta mujer es una que estudia, profesa y conoce la
ciencia y el estudio del efecto de las cosas naturales; o sea ella es una erudi-
ta.12 Dirigiéndose a todos los “sabios” que leen el periódico, ella comienza
su artículo con una duda que según ella la “atormenta demasiado”: “¿Qué
la Poësia, la Eloqüencia, y la Historia [unicas facultades en que sobresalio
aquella época] tienen algun privilegio divino para que ellas solas valgan
por todo el complexo de nociones cientificas é ingeniosas a quien damos
el general nombre de literatura?” (Núm. 238, 1796, p. 1.387).13 Lo que la
Dama Filósofa se cuestiona es que si en la época ilustrada la educación debe
consistir exclusivamente del estudio de la poesía, la historia y la elocuencia
o si la religión debe tener cabida en este tipo de educación.
La Dama ofrece su opinión sobre este asunto y ella misma resuelve
su duda. Insiste en que va a demostrar que para las naciones católicas
sería “peligroso” fundar el objeto principal de su “ilustración y cultura”
únicamente en las facultades de la poesía, la elocuencia y la historia
(Núm. 238, 1796, p. 1.388). Para ella sería “una paradoxa” e insiste que
“voy a demostrar la verdad de mi aserto” (Núm. 238, 1796, p. 1.388).
Su primera crítica se basa en el hecho de que la “bella literatura” ha “cre-
cido excesivamente” anclada en lo científico y convirtiendo esta rama
en un campo exclusivo para los hombres sabios “que se hallan ilustrados
generalmente en toda esa vasta enciclopedia de nociones brillantes”
(Núm. 238, 1796, p. 1.388). Con cierto sarcasmo, la Dama Filósofa
critica el que la educación se haya profesionalizado tanto al punto que
solamente se reconoce como un espacio marcadamente masculino. A
ella le preocupa que estos hombres vean despectivamente a las ciencias
sagradas cuando según ella son estas “las que verdaderamente ilustran el

12
  Según Susan Socolow, la autora de este artículo fue doña Manuela Sanz de Santa-
maría, mujer que participó en tertulias que se dieron en la ciudad capital (Socolow,
2000, p. 171).
13
  Con literatura en la época ella se refiere al “conocimiento y ciencia de las letras”
(Real Academia Española, 1990, p. 417).

342 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


espíritu humano y lo hacen feliz en todos estados y fortunas” (Núm. 238,
1796, p. 1.388). Aclara que con las ciencias sagradas se refiere a aquellos
“principios intelectuales” en que se funda el espíritu de una cultura ya que
“rectifican el espiritu, oprimen las pasiones, y nos abren el camino real
de la Sabiduría” (Núm. 238, 1796, p. 1.391). La Dama Filósofa reitera
que estas tres acciones son las que brindan felicidad al ser humano por
lo que dedicarse a la “erudición omnicia y enciclopedica” y olvidarse de
la educación cristiana puede verse como “el principio mas funesto de la
corrupción de costumbres, como preludio terrible de un gran trastorno
en la solida moral” (Núm. 238, 1796, pp. 1.391-1.392). Para la autora,
la educación basada en los preceptos literarios sin tener en cuenta lo
cristiano servirá como preámbulo de la corrupción de las costumbres.
La Dama Filósofa cierra el artículo con una crítica abierta a todos aquellos
que desean imitar la cultura intelectual francesa en vez de dedicarse a los
estudios clásicos incluyendo la religión. Según ella, “[e]se luxo de erudición
amena en que los bellos Espiritus quieren fundar la gloria de la literatura,
solo sirve y servira en todos tiempos, para corromper las costumbres y pre-
cipitar en el abismo de la perdicion á todos los Reynos que quieran imitar
la cultura del de Francia” (Núm. 238, 1796, p. 1.394). Este tipo de crítica,
que se hará muy eminente en el siglo XIX, destaca ya en el siglo XVIII un
interés en buscar en lo local o en la particularidad de su cultura hispana
modelos de conocimiento que se ajusten al caso hispanoamericano en vez
de imitar lo extranjero. El hecho de que sea una mujer la que ofrezca una
opinión tan fuerte acerca del futuro de la educación en el Virreinato de
Nueva Granada revela las limitaciones de la ceguera ilustrada. La voz de la
mujer otorga cierta libertad de opinión en casos en los que se cuestionan
ideas que se toman por sentado en los ámbitos intelectuales masculinos
de la Ilustración. Para la dama, la religión debe ser un elemento todavía
importante para la búsqueda de conocimiento y no uno del que se debe
prescindir a favor de las ciencias útiles y las bellas letras. Y es que en el caso
de la Ilustración en América, como nos recuerda Juan José Saldaña, la reli-
giosidad coexistió con los discursos científicos, económicos e intelectuales
que se desarrollaron a partir del siglo XVIII (p. 23).

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 343


Es curioso que el artículo de la Dama Filósofa sea seguido por un
artículo sometido al periódico sobre “las extravagancias de el Siglo Ilus-
trado” (Núm. 239, 1796, p. 1.395).14 El artículo escrito por un capellán,
Dr. Nicolás Moya de Valenzuela, arguye que el estudio de la religión
no se debe considerar como un obstáculo al desarrollo de la razón.15
Inclusive, Moya culpa las nuevas tendencias del “Siglo Ilustrado” por
la decadencia moral que existe en la sociedad en estos momentos: “La
historia de este Siglo es por si un escandalo capaz de las mas funestas
impresiones. La educación moral de la Juventud ha desaparecido de en
medio de los Pueblos […] la literatura superficial que nos rodea y el
nectar del buen gusto, es un licor que con pocas gotas embriaga” (Núm.
239, 1796, p. 1.396). El estudio de la religión se ve en peligro de ser
relegado a favor de un énfasis en las ciencias, lo que para el autor ya está
contribuyendo a la anarquía moral que padece la juventud. La necesidad
de una base moral centrada en un marco cristiano representa para el ca-
pellán un elemento crucial para “la salud pública” y por consiguiente el
orden (Núm. 239, 1796, p. 1.396). Los comentarios se pueden entender
como un reflejo del papel secundario que la Iglesia estaba tomando en
la política centralizadora de los Borbones. La religión también fue un
espacio en donde la mujer históricamente tuvo la oportunidad de de-
sarrollarse y tener un papel activo en la sociedad, pero en el siglo XVIII
era un espacio amenazado por la centralización del Estado y las nuevas
reglas que se impusieron a ella.16

14
  Las letras cursivas aparecen en el original.
15
  Nicolás Felipe de Moya de Valenzuela fue el autor de la obra Máximas políticas,
y morales a la juventud, para la buena conducta en sus progresos, publicada en 1780.
Fungió como pedagogo en el Real Mayor y Seminario Colegio de San Bartolomé, en
la ciudad de Santafé.
16
  Para una discusión más detallada de la subcultura femenina que se desarrolló en estos
conventos desde el desarrollo de talentos, políticas de influencia, manejo de bienes y
actos de caridad, véase, Arenal & Schlau, (1989, pp. 1-18). Con relación a las nuevas
reglas que se impusieron a los monasterios y conventos como resultado de la política
borbónica, véase Meléndez, (2011, pp. 86-90).

344 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Para algunos sectores de la población, tanto en el Virreinato de Nueva
Granada como en otros virreinatos, e inclusive en España, la religión se
veía como reflejo de utilidad pública y de valor patriótico. Ilustrados como
Juan Bautista Muñoz por ejemplo, postulaban una vuelta a las formas de
piedad y espiritualidad que habían destacado al Barroco y que podían
coexistir con las nuevas formas de conocimiento (Cañizares-Esguerra,
2001, p. 192). En el Papel Periódico vemos esta preocupación de manera
evidente. En un artículo publicado en los números 262 y 263 sobre el
“Monasterio de la Enseñanza” se destaca la contribución patriótica que
su fundadora doña Clemencia Caycedo llevó a cabo al establecer tal ins-
titución. El editor destaca que la fundación del monasterio de monjas
benedictinas en 1783 fue de gran “utilidad publica” a la capital y fue
guiado por el “espíritu patriótico” de ésta (Núm. 262, 1796, p. 1.596).
Los atributos utilizados para referirse a la institución subrayan la impor-
tancia de este espacio femenino como signo de prestigio social y moral:
“santo y patriotico Instituto de la Enseñanza” y “caritativo y utilisimo
establecimiento” (Núm. 263, 1796, pp. 1.597-1.598). En el poema
que acompaña al artículo se destaca exactamente en qué ha consistido
la contribución del establecimiento: “Esta Escuela de virtud/ En donde
la Juventud/ Aprende la Santa Ciencia” (Núm. 263, 1796, p. 1.598).
Reiteradamente se resalta el papel de la ciencia sagrada como base de la
educación que la juventud femenina debía adquirir para convertirse en
ciudadanos útiles. Las mujeres se ven como parte integral de ese proceso
de educar ciudadanos de este tipo y es por eso que se destaca la figura de
la fundadora doña Clemencia Caycedo como una que ha aportado un
bien social a la patria.
La sabiduría es la mayor aportación que ofrece el monasterio de la En-
señanza: “Que le causa Obra tan pía/ Y darla mas lucimiento,/ Determino
que en su aumento/ Siga la Sabiduria” (Núm. 263, 1796, p. 1.599). Si
la sabiduría se entiende en la época como “el conocimiento intelectual
de las cosas” o como sinónimo de “noticia, conocimiento, ó advertencia”
(Real Academia Española, 1990, p. 4), entonces la labor de las mujeres en
esta institución se hace más relevante. Es la opinión del editor que junto

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 345


a las fundaciones de la Real Biblioteca, los hospicios, o los cementerios,
los monasterios pueden ser parte de los proyectos ilustrados que se pro-
ponían en la época con relación a la educación. Todos ellos contribuían
al establecimiento del orden y el progreso en la sociedad. En la exaltación
de los conventos se observa un tipo de “patriotismo religioso” en donde
el amor y la contribución a la patria se centran en principios religiosos
(Meléndez, 2011, p. 85). El monasterio no solo brinda prestigio religioso
y social, sino que sirve como espacio donde las futuras generaciones se
pueden educar. Las mujeres, por lo tanto, ocupan un papel protagónico
en la manera en que la educación debía ser integrada en la sociedad, en
razón a que a ellas se les consideraba como las encargadas de transmitir
los dogmas morales y cristianos, ya sea en el espacio doméstico del hogar
o uno público como sería el convento.17

Aperturas a las posturas decimonónicas: observaciones finales


Los periódicos del siglo XVIII en Hispanoamérica ya comienzan a anun-
ciar temas que serán de gran relevancia para la prensa decimonónica con
relación al papel que debía ocupar la mujer en una sociedad centrada en el
orden, progreso y desarrollo intelectual de los ciudadanos, especialmente
con relación al trabajo y a la educación. Las opiniones que circulan en el
Papel Periódico ya sea en boca del editor, de los contribuyentes, o de las
mujeres mismas subrayan el hecho de que la posición que debía ocupar
la mujer en la sociedad era un factor fundamental de discusión en la
época. Socolow señala que en el siglo XVIII, impulsada por las ideas de
la Ilustración y las reformas borbónicas, la condición de la mujer emergió
gradualmente como un asunto público principalmente en los periódicos
de la época (p. 166). Como se vislumbra en las noticias discutidas an-
teriormente, ya en el siglo XVIII se comienza a dejar claro el rol activo
que debía tener la mujer en la sociedad ya sea por medio de la fuerza
laboral, sus actos caritativos, la religión o por la educación centrada en

  Para un estudio detallado de cómo comienzan a reevaluarse las categorías de género


17

con relación a la mujer en el periodo ilustrado véase, Outram, (2005, pp. 77-92).

346 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


su función de madre. La opinión que domina en estos periódicos es que
la mujer complementa al hombre con labores que facilitan el orden y
progreso de la sociedad.
En 1811 Antonio Nariño en su periódico La Bagatela, —el cual aparece
durante los difíciles primeros años que vivió la República Granadina, en
los años que siguieron a la Independencia—, aludirá a la importancia de
la mujer como complemento y compañera del hombre.18 Por medio de un
intercambio epistolar con su “bella amiga”, Nariño comenta la necesidad
que tiene la patria de que la mujer sea un ente activo en ese futuro de la
república: “pero ya que la Patria te necesita ¿podré dexar de alegrarme
con la esperanza de volver á gozar de tu amable compañía?” (Núm. 1,
1811, p. 3). La mujer se convierte en un amparo y apoyo para los mo-
mentos difíciles por los que pasan los patriotas que luchan por proteger
la independencia: “¡Bendito sea para siempre aquel que dio al hombre
una compañera [...] ¿Quien de nosotros no miraria la existencia como
un presente funesto, si la mano de una compañera no nos ayudase á
soportar la carga” (Núm. 2, 1811, p. 12). Para Nariño, un hombre sin
una mujer en estos momentos de incertidumbre sería nada. Esto queda
claramente evidenciado en la correspondencia que el editor emprende
con su amiga la Sibarita durante toda la duración de la publicación
del periódico.19
La mujer es vista como compañera, amiga y también como confidente
de los asuntos políticos que atañen al país. Sin embargo, en este periódico
ella se presenta también como partícipe y portavoz de la opinión pública.

18
  Según Renán Silva (2005, p. 139) el tiraje del periódico superaba 400 ejemplares
pero tenía una lista (quizás parcial) de 116 suscriptores. Silva adjudica la escasez de
suscriptores a los muchos enemigos que Nariño había acumulado debido a su actividad
política que incluyó su postulación y consecuente ejercicio de la presidencia.
19
  Nariño se refiere a su interlocutora como “bella amiga”, “bella hechicera”, “burlona
maldita” y mi “bella sibarita”. Es interesante que él todavía utiliza los adjetivos típicos
femeninos para referirse a su amiga, por ejemplo la belleza o, en instancias negativas, su
actitud sarcástica y casi malévola. La palabra “sibarita” misma alude a una persona que se
caracteriza por su “mucho regalo y refinamiento” (Real Academia Española, 1992, p. 1.330).

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 347


Hay que notar que para Nariño el periódico es instrumento crucial para
exponer la opinión pública. En una carta dirigida a un amigo, el editor
indica “es imposible propagar la instrucción y fixar la opinión publica sin
papeles periodicos, que siendo cortos y comenzando a rodar todas las
mesas obligan a cierto modo a que se lean” (Núm. 4, 1811, p. 16 [énfasis
mío]).20 En este sentido las cartas que la dama le dirige a Nariño se hacen
partícipes de esa opinión pública.
En las cartas que ella remite al periódico, la Dama comenta cuán activa
ella y otras mujeres han estado en sus tertulias; leyendo y conversando
sobre la situación política de Santafé. Inclusive ella hace una fuerte crítica
de la herencia colonial que han recibido aludiendo a un sistema que los
ha hecho “pobres en medio de la riqueza” e “ignorantes con los mejores
talentos” (Núm. 6, 1811, pp. 21-22). Ella añade “[e]l clima, los alimentos,
y la educación que nos han dado, todo concurre a hacernos amables, y
debiles” (Núm. 6, 1811, p. 22). Finalmente, ella ofrece su opinión sobre
lo que se necesita ahora en el país para lograr paz y progreso: “Junto a estas
buenas disposiciones de los Americanos, las riquezas y fertilidad de su sue-
lo, la variedad de sus climas para admitir toda suerte de culturas, sus rios
navegables, sus producciones propias y exclusivas al resto del Universo, y
dime ¿qué le falta para ser felices? La union, y un buen gobierno” (Núm.
6, 1811, p. 22). En opinión de esta mujer, su país y el resto de América
tienen todos los recursos naturales y humanos que se necesitan para al-
canzar el progreso. Lo que sin embargo hace falta es la imposición de un
sistema que pueda manejar esos recursos: un buen gobierno. Finalmente,
ella deja claro qué tipo de sistema sería apropiado para salir del caos: “Yo
tan muger como soy, aconsejaría al gobierno que tomara un caracter de
firmeza y severidad” (Núm. 6, 1811, p. 23). Si bien ella no ofrece detalles

20
  En otra carta publicada el 16 de enero de 1812, Nariño arguye que la “diversidad
de opiniones mantiene un calor vivificante que va poco á poco desarrollando las ideas
que nos han de conducir á consolidar nuestro gobierno: se opina, se disputa, se delira y
el ojo filosofico recoge la porcion de luz que escapa de en medio de esta efervescencia”
(Núm. 31, 1812, p. 119). Para Nariño de los resultados de la opinión, las disputas y
las diferencias es que surgen los mejores gobiernos.

348 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


sobre en qué exactamente consiste esa “firmeza y severidad”, la dama sí
expresa su opinión sobre lo que debería ser el destino político del país y lo
que potencialmente podría contribuir a la unidad nacional. A pesar de que
el periódico no incluye a ninguna mujer en la lista de subscritores, lo que es
evidente es que estos semanarios eran leídos por un sector más amplio del
que se incluía en esas listas.
Las noticias aparecidas en los periódicos suramericanos del siglo XVIII
y en particular, las discutidas en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá,
reflejan una preocupación constante por la situación de la mujer en una
época de grandes cambios y reformas. Las mujeres aparecieron como
objetos de examen pero también como sujetos que expresaron sus pro-
pias opiniones aunque de forma anónima. Es difícil dilucidar quiénes
fueron en realidad estas mujeres debido a que sus nombres se esconden
bajo pseudónimos, especialmente por ser una época donde a la mujer
no se le daba cabida abierta en los medios discursivos públicos. Pero
fueran estas mujeres reales o no, o fuera el caso de que los hombres se
escudaran detrás de la voz de una mujer para dar su opinión, lo que no
cabe duda es el hecho de que la mujer como tema y como instrumento
de expresión era patente en los medios públicos como los periódicos. Los
temas con los que se les relaciona o de los cuales ellas opinan apuntan a
preocupaciones que serán centrales en los proyectos políticos y culturales
que siguen a partir de la Independencia. El tema de la educación feme-
nina, la religión, la mujer como patriota y su aportación a la sociedad
en su función de madre, o las mujeres como contribuyentes a la fuerza
laboral, serán temas que todavía se debatirán a lo largo del siglo XIX en
la prensa hispanoamericana. Como señalan Catherine Davies, Claire
Brewster y Hillary Owen, a partir de las guerras de Independencia se
verá a las mujeres como seres activos en la construcción de las nuevas
sociedades mayormente desde el plano de la familia y el espacio doméstico
(Davies et al, 2006, p. 269). Serán consideradas como reproductoras y
manejadoras de la vida privada y la economía doméstica (p. 269). Sin
embargo, su activismo en la esfera pública se hizo posible por su rol como
letradas y partícipes en el mundo literario y periodístico de las nacientes

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 349


repúblicas (p. 270).21 Y si como sugiere Silva en Hispanoamérica durante
el siglo XVIII no podemos hablar de una esfera pública literaria separada
de la Corte, lo que sí existe según el crítico, es la aparición de un espacio
público moderno en donde los sujetos coloniales expresaban su opinión
bajo la licencia y permiso real (Silva, 2005, p. 112). Sin embargo, lo
que queda claro en el contexto de la época, es que en estas circulaciones
las mujeres emergieron como lectoras, como objetos de discusión y, en
algunas instancias, como portadoras de opinión pública.

Referencias
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en los periódicos de la Colonia en la América española, 1790-1810. En

21
  Davies y las coautoras también mencionan que la gran tarea a la que se enfrentaron
los sectores femeninos después de la Independencia consistió en la reconceptualización
de las relaciones sociales sobre la diferencia sexual, la reformulación de las nociones de
género sexual y la reformulación de la manera en que las mujeres eran percibidas legal
y políticamente (p. 19).

350 Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia


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La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 351


“No dudo que este breve plan de
literatura ilustrada os electrizará”1:
Primicias, lecturas y causa pública en Quito, 1790-1792

María Elena Bedoya Hidalgo


FLACSO, sede Ecuador

L
a última década del siglo XVIII en la Audiencia de Quito se ca-
racterizó por la existencia de una nueva dinámica en el ámbito
cultural. Si bien la imprenta había llegado a mediados del siglo
XVIII, fue a partir de la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País
2

y la agencia de personajes como el obispo Joseph Pérez Calama y Eugenio


Espejo, que esta tecnología representa una apertura a nuevas oportunidades
para su uso social.3 La posibilidad de publicar y discutir los asuntos relacio-
nados con la “causa pública”, el interés en la convocatoria de un número
mayor de lectores a través de la prensa, la suscripción y la promoción de
una relación distinta entre texto-lector fueron determinantes a la hora
de pensar en la construcción de un escenario para el ejercicio intelectual.

1
  Esta es una de las expresiones más elocuentes respecto a la “literatura ilustrada” del
obispo Pérez Calama publicada hacia 1791 en su Carta Pastoral. La posibilidad de
que este plan electrice a sus lectores, (es decir, “exalte, avive o entusiasme”, según la
definición del Diccionario de la Lengua Española) muestra una clara intencionalidad
que se le otorgaba a la práctica lectora.
2
  El 6 de octubre de 1741, mediante una real cédula, se concede licencia para el es-
tablecimiento de una imprenta en la ciudad de Quito que se haría realidad años más
tarde y que estaba en manos de los jesuitas, pero, a raíz de su expulsión en 1767, la
imprenta pasaría a manos de la presidencia de la Audiencia. Sobre este proceso véanse:
Stols, (1953); González Suárez, (1970) y (1903); Bedoya, (2010).
3
  La mayoría de los escritos publicados fueron de corte religioso, particularmente
aquellos realizados en la primera imprenta de Ambato, con el pasar de los años adqui-
rieron un carácter más secular.

353
A pesar de la calamitosa situación social, política y económica de
finales del siglo XVIII y principios del XIX —marcada por una fuerte
presencia de epidemias, fenómenos naturales y baja de la producción—4
el territorio quiteño fue testigo de un creciente interés en el desarrollo
de un circuito de corte intelectual que buscaba dar soluciones y salidas
prácticas a la compleja situación por la que atravesaban sus habitantes.
En este particular contexto nace la Sociedad Económica Amigos del País,
que reúne a varias personalidades relevantes de la época, y el periódico
Primicias de la Cultura de Quito como su vocero autorizado.
Cabe destacar que este tipo de agrupaciones fueron características en
Europa y América durante el siglo XVIII y XIX y buscaban impulsar
el escenario económico y social, amparadas en los ideales ilustrados del
cultivo de la razón, la fe en la ciencia, el bien común y el cosmopolitis-
mo.5 En su sentido genérico, esta formación responde a una particular
forma inicial de “asociacionismo moderno” que intentaba promover un
tipo de “saber aplicado” o “saber práctico”, necesario para el desarrollo
del entorno social.
Nuestro recorrido histórico inicia en 1790 —año en el que arriba Pérez
Calama al territorio de la Audiencia— y apenas abarcará el análisis de dos
años claves en los cuales se plantean varios giros interesantes en torno al
ejercicio intelectual y el lanzamiento del primer papel periódico, Primicias

4
  Nos referimos a catástrofes naturales como el terremoto que azotó a la ciudad de
Riobamba y sectores aledaños como Cotopaxi y Tungurahua en 1797; también tenemos
las erupciones del Cotopaxi (1742, 1744, 1766, 1768) y Tungurahua (1773, 1776,
1777) ocurridas en el siglo XVIII. Adicionalmente, es necesario tener en cuenta las
distintas epidemias que sufrió la ciudad de Quito, particularmente la de sarampión
del año 1785 y afecciones como viruelas y varias enfermedades de tipo eruptivo, que
cobraron miles de vidas humanas hacia las últimas décadas del siglo. Cabe destacar,
también, la baja en la producción del sector obrajero que motivó una caída importante
en la dinámica económica de la Audiencia.
5
  En España hasta el año 1765 habían sido creadas más de 56 sociedades entre el País
Vasco, Sevilla, Mallorca, Valencia, Vitoria y Segovia. Todas tenían el objetivo de apoyar
las iniciativas de la Corona en el desarrollo económico, científico y pedagógico de las
provincias. Al respecto véase, Keeding, (2005, p. 516).

354 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


de la Cultura de Quito, en 1792 de la mano de su editor Eugenio Espejo y
con el apoyo de la Sociedad. Desde esta perspectiva, queremos entender
cómo se puso en marcha, en el ocaso del periodo colonial, una empresa de
carácter intelectual anclada en la reflexión sostenida y amparada sobre la
“causa pública”, a la luz de una nueva dinámica vinculada a la construcción
de una vida asociativa entre individuos en el territorio de la Audiencia.

La Sociedad y la “causa pública”

Lo que nunca se emprende, jamás se concluye;


en todo Reyno no hay parálisis más mortal que la de no
hacer nada. [Sic.].6

La llamada Sociedad Económica Amigos del País, establecida en Quito


el 30 de noviembre de 1791, se constituyó en un primer referente de
la construcción de un tipo de vida asociativa inspirada por un espíritu
ilustrado en el territorio de la Audiencia y en otras latitudes cercanas
como el propio Virreinato de Santafé. La ceremonia de instalación de la
Sociedad se constituyó en un acontecimiento de trascendencia en la ciudad
de Quito (González Suárez, 1970, pp. 1.274-1.275), al cual asistieron
distintas autoridades, personajes de la época y los propios miembros de
esta asociación.
Entre los miembros que participaron en la Sociedad se encontraban protecto-
res, socios de número y socios supernumerarios. Los principales personajes de
dicho órgano de asociación eran el presidente7 y el obispo; entre los segundos,
se encontraban condes, marqueses, gentes de viso social y representantes de las
comunidades religiosas. Los supernumerarios eran sacerdotes, profesionales

6
  Discurso de Pérez Calama del 30 de noviembre de 1791, día de la inauguración de
la Sociedad. Cfr.: Landázuri, (1993, p. 87).
7
  El 13 de junio de 1791 tomó posesión de la Presidencia de la Audiencia Luis Antonio
Muñoz de Guzmán, nombrado por el rey Carlos IV, y fue uno de los personajes de
más importancia en dicha asociación.

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 355
y extranjeros,8 además figuraba como secretario Eugenio Espejo9, a quien se
le encargó la redacción de los estatutos, la edición y promoción del periódico
Primicias de la Cultura de Quito, al cual nos referiremos más adelante.
Entre los objetivos que la Sociedad pregonaba encontramos algunos
ejes como: “la agricultura, las ciencias y artes útiles, la industria y el co-
mercio y la Política y Buenas Letras; además, un interés centrado en la
elaboración de ciertos ‘catecismos’ o manuales de agricultura, ganadería
e industria” (Guerrero Blue, 2001, p. 9). El interés por el desarrollo de
estas temáticas y su discusión como parte de la construcción de un sentido
colectivo marca el reconocimiento, según Renán Silva (2004), de un “bien
común” —valor por excelencia en la política del siglo XVIII— dentro
de un escenario de debate subsumido aún a la autoridad monárquica.
Sin duda, uno de los protagonistas principales de la Sociedad fue el
director de la misma, el obispo Pérez Calama10, durante su corta estan-

8
  Entre sus miembros encontramos: Luis Muñoz de Guzmán, presidente; Joseph
Pérez Calama, director; Estanislao de Andino; Lucas Muñoz y Cubero; Juan Moreno
y Avendaño; El marqués de Villa Orellana; El marqués de Selva Alegre; Juan Bernardo
Delgado y Guzmán; Jerónimo Pizana; Juan de Larrea; Gabriel Zenitagoya; José Javier
Ascásubi; Mariano Maldonado; Pedro Quiñones Cienfuegos; Justino Martín de Blas;
Antonio Romero de Tejada; Nicolás Cabezas Merizalde; Francisco Villacís; Joaquín Ar-
teta; Carlos Pezentí; Pedro José Aguilar; Pedro Calisto y Muñoz; Ramón Yépez; Melchor
Ribadeneira; Juan José Boniche; José Aguirre; Antonio Azpiazu; Antonio Marcos, socio
supernumerario; Eugenio Espejo, secretario; Ramón Yépez, censor; Andrés Salvador,
socio supernumerario. Véanse, Vargas (1968) y Bedoya (2010).
9
  Es importante destacar que para aquellos años Espejo se había convertido en una
figura pública relevante. Su función como bibliotecario del antiguo repositorio bi-
bliográfico jesuita, sus labores como médico, así como su vinculación a varios grupos
locales de poder —se señala como su protector al propio marqués de Selva Alegre— y
a una parte del clero, es lo que nos permite entender su función como secretario de
dicha sociedad, así como su ejercicio como editor del propio periódico.
10
  El obispo Joseph Pérez Calama llega a la Audiencia de Quito en 1790 procedente
de tierras aztecas. Su cargo eclesiástico par a la regencia de la Diócesis quiteña lo ob-
tuvo en 1788 y lo ejerció entre febrero de 1791 a noviembre de 1792. Su llegada a la
localidad le tomó un viaje de varios meses emprendido en 1790 cuando desembarcó
en el puerto de Guayaquil, proseguido del duro ascenso por la cordillera de los Andes.
Esta travesía le permitió hacer algunas visitas a los curatos de Guaranda, Riobamba y
Ambato, así como también a varios sitios aledaños de la sierra central (Bedoya, 2010).

356 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


cia en la Audiencia. Hacia 1765 había trabajado en Puebla junto con
Francisco Fabián y Fuero, obispo en aquel entonces de la localidad. Su
labor junto a este eclesiástico, según Ernesto de la Torre Villar (p. 379),
se había enmarcado en el fomento a la educación y una fuerte promoción
a la “ilustración” del clero, a través del fortalecimiento de las bibliotecas
existentes, la transformación de la enseñanza de la teología y el cultivo del
humanismo; además, nuestro obispo se encargó del “Seminario Humanísti-
co” que se estableció en Puebla desde donde impulsó la reforma del estudio
de la filosofía y la teología. Además, según señala este autor, su interés en
la creación y difusión de las Sociedades Económicas era el de generar herra-
mientas que permitieran el mejoramiento de la condición de vida de la
gente, amparados en el credo ilustrado. Entre sus publicaciones realizadas
en Puebla, Política cristiana, buscó trazar ciertos puntos clave para el
abandono de las situaciones de miseria, mendicidad e ignorancia de las
poblaciones locales, constituyéndose en un proyecto editorial de carácter
económico-social, técnico y político (De la Torre, p. 380).
Entre las ideas que pregonó Pérez Calama en la Audiencia —y que los
publicó a través de la imprenta de Raymundo de Salazar bajo la aproba-
ción del presidente y del Tribunal de Censura— para el mejoramiento
de la situación social en el territorio quiteño estaban: en primer lugar,
la educación en la universidad junto con la necesaria reforma del clero a
través de un nuevo método de aprendizaje que responda a la preocupación
por la promoción de la lectura que se visibiliza en la publicación de su
Plan de Estudios de la universidad y varios Edictos dedicados al mundo
eclesiástico.11 En segundo lugar, el obispo se preocupó por detalles de la

11
  Cabe destacar que dada la escasez de libros de la cual había sido testigo en sus múltiples
visitas pastorales, el obispo donó su biblioteca personal, además de llevar material biblio-
gráfico para los estudiantes quiteños. Adicionalmente a las cartas y edictos no publicados
que reposan en el Archivo Episcopal de Quito tenemos sus publicaciones, que reseñamos
a continuación: Edicto para la Santa Visita (que contiene puntos sobre la disciplina ecle-
siástica y sobre la modestia, recato y decoro del vestido mujeril) publicado en Quito hacia
1791; Plan de Estudios para la Real Universidad de Santo Tomás de Quito, (I-II y III parte,
más apéndice) publicado en Quito hacia 1791; Carta Pastoral (sobre literatura eclesiástica),
publicado en Lima en 1791; Edicto pastoral del illustrísimo señor D.D. Joseph Pérez Calama,

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 357
vida cotidiana que iban desde el cuidado en las comidas, edificios públicos,
caminos —como el de Malbucho propuesto hacia la costa noroccidental de
Quito—, hasta la decencia y decoro en el “vestido mujeril” de las quiteñas.
En el discurso inaugural de la Sociedad, del 30 de noviembre de 1791, Pérez
Calama recalcaba que el objetivo de esta asociación era buscar el bienestar
de los habitantes de Quito mediante el fortalecimiento de la artesanía, la
agricultura y la industria con el fin de lograr un mayor aprovechamiento
de los recursos de la Audiencia. En un primer momento son elocuentes
las ideas referentes a la causa pública, puesto que se hace hincapié, en la
triste situación de pobreza y miseria por la que atravesaba Quito y la dió-
cesis a su cargo. Para el obispo, estas carencias son las que posibilitarían la
construcción de una mayor felicidad pública encaminada bajo el espíritu
de la concordia,12 es decir, nada mejor que una Sociedad activa y vigilante
del entorno: “No hay fuerza resistible a la unión de los sabios quando
sus Estudios en cabar y desentrañar los tres Reynos de la Naturaleza, es a
saber: el Vejetable, el Animal y el Metalúrgico.” (Landázuri, 1993, p. 89).
En un segundo momento, posiciona fuertemente la actividad y misión
de los sabios reunidos alrededor de una Sociedad. Ellos estarían encar-
gados de investigar, a través del estudio y la observación, las causas que
ocasionaron el deplorable estado del entorno y posibilitarían, mediante
soluciones útiles, la “resurrección de nuestra moribunda Patria”. Así,
Pérez Calama consideraba que a la masiva ignorancia se le puede suceder
la ciencia:

Obispo de Quito sobre el importante proyecto de la abertura del camino de Malbucho, para la
pronta y fácil comunicación criftiana y civil de las provincias de Ibarra y Otabalo con las de,
Chocó, Barbacoas y la plaza de Panamá, promovido por el actual mui ilustre señor presidente D.
Juan Antonio Mon y Velarde, consejero electo del supremo de Indias, 1791. Entre otras de sus
obras están: Método para aprender gramática latina, 1791; Breve arenga a la Real Audiencia
Gobernadora en el día de besa manos del Príncipe Nuestro Señor, 1791.
12
  Landázuri (1993, p. 91) señala la “dependencia temática” entre este discurso y el
de la Escuela de la Concordia pronunciado por Eugenio Espejo.

358 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


A la desidia, la aplicación; A la pereza, la industria; A la incomodidad, el
regalo; a la miseria y pobreza, la opulencia y riqueza; en una palabra: que
sobre la infelicidad y extremada pobreza de esta nuestra amada Patria, se
levanta y erige el Trono de la felicidad pública. (Landázuri, 1993, p. 90).

En este sentido, el obispo otorga a la ciencia y a sus herramientas


—activadas bajo la figura de los sabios en concordia—, la posibilidad
de reconocimiento y transformación de la sociedad; de esta manera, los
miembros tendrían la responsabilidad de beneficiar a Quito, su “amada
patria”, de su sabiduría, velando por el bien y la utilidad pública desde
su conocimiento. Estas prácticas alentadas por el deseo de utilidad, me-
joramiento y servicio a la “causa pública” apuntaron, como lo menciona
Roger Chartier, a una nueva visión sobre la administración de espacios
y poblaciones y cuyos mecanismos intelectuales o institucionales impu-
sieron una profunda reorganización de los sistemas de percepción y de
ordenamiento del mundo social (Chartier, 1995, p. 30).
Durante su corta estancia en la Audiencia, casi dos años, Pérez Ca-
lama fue sin duda el mayor usuario de las posibilidades que le brindó
la imprenta. A través de ella publicó más de una decena de textos que
van desde algunos de corte más secular hasta otros de tipo religioso en
donde posiciona varias de sus inquietudes respecto al entorno social y la
situación de la Audiencia de Quito, bajo la aprobación del presidente y
del Tribunal de Censura de la Imprenta. En su calidad de director de la
Sociedad, no cabe duda el potencial que encontró en el uso de esta tecno-
logía para la promoción de las ideas dentro del territorio y el interés en
tener un órgano de difusión como un papel periódico. De allí que, junto
con Eugenio Espejo, se constituyera en uno de los principales actores
de la promoción de Primicias de la Cultura de Quito, pues consideraba
vital la existencia de papeles periódicos para hablar de la “causa pública”,
como lo menciona en su Carta Pastoral de 1791,

La historia civil del día es estudio muy necesario para ser sugeto político y de
fina crianza. La tal historia actual pende de las Gacetas, y Mercurios, y de

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 359
los Papeles periódicos. Tenemos en la actualidad Mercurio Peruano y Papel
Periódico de Santa Fe de Bogotá. Ambos papeles promueven cosas muy
útiles; y con preferencia (hasta ahora) os aconsejo, que leais el Mercurio
Peruano. Incurriríamos en fea envidia y detracción, si no confesaramos,
que la lectura de ambos Periodicos nos recrea mucho, y nos franquea
nociones muy conducentes á la causa publica de todo el Reyno del Perù.
[Sic.] (Pérez Calama, 1791, p. 71).

La lectura vista aquí como una forma de recreación y herramienta condu-


cente a pensar la “causa pública” formula un sentido a su práctica distinto
al otorgado en el credo religioso, para el cual, la acción lectora estaba
relacionada a la mística espiritual, el seguimiento del dogma y la rituali-
dad católica.13 Es importante recalcar que la labor de la imprenta en sus
primeros años en la Audiencia de Quito estuvo enfocada a la publicación
de textos netamente de índole religioso;14 el historiador González Suárez
sugería ya el carácter “privado” de la imprenta en manos de los religiosos
durante los primeros años: “no era, pues, una imprenta pública, fundada
para dar á luz en ella toda clase de escritos, sino una imprenta privada” [Sic.]
(González Suárez, 1970). Según Pérez Calama, el estudio de la historia civil
“del día” que proviene de estos papeles sería ventajoso para permitir una
formación de un sujeto político entendido de la situación del entorno y
versado en el conocimiento de “cosas muy útiles” para su agencia directa
en el territorio. Esta nueva actitud frente al texto y la práctica lectora trans-
formaría la función de estos papeles hacia la construcción de un sentido

13
  Cavallo y Chartier estudiaron las formas en que la lectura había servido para el
conocimiento de Dios y la salvación del alma, por lo cual, los libros debían ser “enten-
didos, pensados y hasta memorizados”, otorgando un significado y función al libro; así,
“el libro, no siempre destinado a la lectura, se convierte más bien, además de en obra
piadosa e instrumento de salvación, en un bien patrimonial, y en sus formas hieráticas,
valiosas y monumentales, pasa a ser símbolo de lo sagrado y del misterio de lo sacro”.
Véase Cavallo & Chartier, (1998, p. 31).
14
  Stols, (1953, pp. 44-45) realiza una serie de listados de las primeras publicaciones
de la Compañía de Jesús.

360 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


de utilidad anclada en la preocupación sostenida por la causa pública. No
obstante, y en aparente tensión con lo anterior, la Sociedad tuvo una vida
muy corta, de apenas dos años, siendo clausurada por Cédula Real el 11
de noviembre de 1793, a pesar de las expectativas que generó en la ciudad
no pudo sostenerse en el tiempo, el propio presidente Muñoz de Guzmán
había empezado a adoptar una “actitud cada vez más cerrada” (Keeding,
2005, p. 518) ante las posibilidades que le podría brindar este espacio.
Esta preocupación del presidente obedeció a que la Corte española
se manifestó bastante celosa frente a la circulación de las ideas francesas
en sus territorios ultramarinos y quiso evitar el contagio de las ideas
revolucionarias. Una de las acciones fue el extremar las medidas de rigor
para proscribir todo lo que significara un símbolo cualquiera de libertad,
persiguiendo libros, medallas, relojes, cintas que contenían la menor
alusión a la independencia de la metrópoli y aún al mero reconocimiento
de los llamados “Derechos del hombre.” (Medina, 1958, p. 493).

Joseph Pérez Calama: entre lecturas y memoria intelectual

Qui benè scit, bene fatur


(Pérez Calama, 1791, p. 7)15

El obispo Pérez Calama realizó varias visitas pastorales hacia 1790 en


el territorio centro norte de la Audiencia.16 Estos recorridos estuvieron
caracterizados por la insistente preocupación de la situación del clero y la
necesidad de reformarlo a través del impulso a la reflexión y la promoción
de la lectura.17 En su Edicto del 14 de agosto de 1790 consideraba ne-

15
  “Quien sabe, además habla”. (Traducción de la autora).
16
  Nos referimos a la sierra central: los territorios de Ambato, Guaranda, Riobamba,
Quito y sus alrededores.
17
  En su Carta Pastoral sobre literatura eclesiástica publicada en Lima el 12 de junio de
1791, el obispo expone todo un plan para el establecimiento de conferencias parroquiales
y asambleas diarias, con una metodología de aprendizaje y manejo de bibliografía y
textos, haciendo hincapié en varias traducciones al castellano.

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 361
cesario tener diariamente dos horas de lectura reflexiva, “no de memoria
de palabras, sino de pensamientos, y conceptos”18; además, proponía
que dentro de la institución eclesiástica debían organizarse una serie de
“tertulias clericales” y ejercicios de “memoria intelectual”. Estos últimos
implicaban el no memorizar por memorizar los contenidos, según el
método de aquel entonces, sino entender y hablar los unos con los otros.
Este diálogo entre pares aparece así investido como una forma de apren-
dizaje conjunta y de carácter horizontal, en tanto que valora la igualdad
de los miembros que participan en los ejercicios intelectuales. De esta
manera, el espacio de discusión, de una multiplicidad de temáticas, le
otorga al individuo la posibilidad de un reconocimiento del escenario
social que estará siempre mediado por la relación entre la lectura como
una forma saber y producir conocimiento.
El obispo consideraba que en estas tertulias eran fundamentales los
papeles periódicos como herramientas indicadas para el aprendizaje y el
ejercicio de la “memoria intelectual”, pues justamente la lectura de sus
páginas articulaba la discusión entre los asistentes; en su carta pastoral
señalaba lo siguiente:

¿Qué se hace en una conferencia política, en donde se leen las Gacetas,


Mercurios, y Papeles Periódicos, quales en el dia tenemos, y muy ilustrados, en
Lima y Santa Fe? El concurrente que quiere hablar, habla; y el que no quiere
hablar, calla; pero unos y otros aprenden mucho. A este modo, hijos mios
quiero que sean vuestras tertulias clericales. [Sic.] (Pérez Calama, 1791, p. 44).

Las tertulias aparecen así como la mejor expresión del diálogo entre pares.
En ellas se establece la posibilidad de construcción del conocimiento a partir
de la experiencia en conjunto que es mediada por el ejercicio de la lectura
como una práctica intelectual. En este sentido, entender la promoción que
el obispo de estas herramientas y métodos ofrece para el conocimiento,
encaja en el postulado para el cual la práctica de lectura ocupa el sitial por

  Archivo Eclesiástico de Quito, Sección Gobierno Eclesiástico, 14 de agosto de 1790.


18

362 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


excelencia del desarrollo intelectual y de cómo los libros o publicaciones, —y
en este caso en particular los papeles periódicos, los cuales proporcionan el
material idóneo para la discusión—, quedan investidos de nuevas funciones
en el ámbito del aprendizaje y el desarrollo de los conceptos e ideas. 19
En su Edicto original de Santa Visita de Guaranda del 15 de agosto
de 1790,20 Pérez Calama propone una serie de lecturas que debían ser
utilizadas en las tertulias clericales21: Sagradas Escrituras, el catecismo
del Concilio de Trento o Catecismo Romano, Sumas Morales, liturgia,
historia eclesiástica, civil y política, y economía pública, filosofía moral;
además, a la par de ellas también se deberían realizar ciertas “conferen-
cias literarias”. Nos llama la atención la promoción hacia el cultivo de
un lector bien entendido22 a partir de ejercicios intelectuales basados en
una lectura “conferenciada” o en “compañía de otros” que marcan una

19
  En este punto es importante observar, tal como lo menciona Roger Chartier, que el
libro siempre apunta a instaurar un orden, sea el de su desciframiento, en el cual debe
ser comprendido, sea el orden deseado por la autoridad que lo ha mandado ejecutar o
que lo ha permitido, empero, este “orden” no suprime la libertad de los lectores de sus
formas de apropiación. En el caso quiteño, las maneras en las que esta metodología
asociada al mundo de los textos fue aprendida no ha sido aún estudiada, es decir, el
ámbito de su recepción, su puesta en valor y alcances de su apropiación en el plano
social, cultural y particularmente, político. (Chartier, 1994, p. 20).
20
  Archivo Episcopal de Quito, Sección Gobierno Eclesiástico, agosto 1790.
21
  El obispo estuvo no solo preocupado por la transformación del clero en su
desarrollo intelectual, sino que también volcó su atención a la necesidad de una
transformación en el plano universitario, por ello en su Plan de Estudios de la univer-
sidad propone una serie de nuevas lecturas y métodos para los estudiantes. Sobre las
reformas universitarias acaecidas en la Audiencia a finales del XVIII y principios del
XIX se conoce poco, es necesario un estudio que profundice la situación universitaria
en estos complejos años.
22
  Cabe destacar el interés que pone Pérez Calama en la promoción del Plan de Es-
tudios para la universidad quiteña, en donde se distribuyen varias obras como la de
Filangieri, Scienza della legislazione, considerada como una guía para todos los juristas
y jurisconsultos —de la cual Calama era su admirador— que, como lo señala Federica
Morelli, abrieron las corrientes del derecho natural y del iusnaturalismo, asociadas a
otros autores como Gronzio, Pufendorf, Wolf, Heineccius y Rousseau. Ver, Morelli,
(2007, pp. 492-493).

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 363
nueva sociabilidad al integrar los textos de origen religioso a aquellos de
carácter civil, económico o filosófico, canalizando la reflexión hacia una
utilidad práctica para conocimiento que pueda ofrecer “sus frutos”.23
Además, el obispo en el Apéndice al Plan de Estudios para la Real
Universidad de Quito, publicado en octubre de 1791, ya delimita una
metodología para el aprendizaje y manejo de los textos, estableciendo
nuevas relaciones entre el texto y el lector. En éste caracteriza las formas
de enseñanza de las distintas materias, en especial de la filosofía o dere-
cho, haciendo una clara distinción entre la “memoria intelectual” y la
“memoria sensitiva”. Esta última, según Pérez Calama, no ha conducido
a un desarrollo del conocimiento, puesto que solamente se “aprende y
coje literalmente las voces de lo que se lee ò se oye” [Sic]. (Pérez Calama,
1791, p. 4), impidiendo a quienes estudian los textos la reflexión de los
que “se oye o se lee”. Por ello, un ejercicio de “memoria intelectual” es
necesario en tanto que “el que sabe bien: esto es: muchas cosas verdade-
ras con verdad absoluta, ó respectiva: habla bien, arguye bien y defiende
bien” [Sic]. (Pérez Calama, 1791, p. 36).
Por ejemplo, en el caso del estudio de la filosofía, el obispo recalcaba
en que si esta ciencia “no sirve para dirigir al hombre en sí mismo, y
para el govierno de los otros, es inútil”, puesto que si solo el “estudiar
lo que solo sirve para hablar, y cacarear” (Pérez Calama, 1791, p. 34) de
modo que nadie lo entienda, no encontraríamos un sentido utilitario y
práctico que ofrezca un horizonte para el “gobierno” de los otros y las
necesidades nacidas en el seno de la propia sociedad. Pérez Calama en su
Plan de Estudios inicia con una frase tomada del sermón de san Bernardo
que decía: “Querer estudiar y saber para dirigirse a sí mismo es prudencia.
Querer estudiar y saber para dirigir y gobernar a otros es caridad. Ambos

23
  Como el mismo obispo lo señaló en el discurso inaugural de la Sociedad, la im-
portancia del saber radica en la obtención de una felicidad y bien público, a través
del reconocimiento de los reinos de la naturaleza y su relación con el desarrollo de la
agricultura, las artes, el comercio, y las actividades que puedan mejorar la situación de
los habitantes del territorio.

364 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


fines conseguirá el que arregle sus estudios por el método sólido, útil fácil
y agradable que aquí se propone” (Pérez Calama, 1791, p. i).
En suma, el obispo pregonó, a través de este método de aprendizaje,
varios elementos claves para entender el surgimiento y desarrollo de nuevos
espacios de sociabilidad en la Audiencia quiteña. Por un lado, estableció la
posibilidad de comprender los textos desde una plataforma de discusión
con los otros que se erige desde la interrogación y el diálogo y participación
en conjunto a partir de la figura de la tertulia. Por otro, erigió a los textos
como transmisores del saber contenido en lo escrito y expresado en la
lectura y le confirió la posibilidad de un entendimiento “real” de aquello
que se lee o se oye24 desde la reflexión de conceptos: si “quien sabe, además
habla” —Qui benè scit, bene fatur— pues lo hace solo y en tanto lee.25
Finalmente, implantó un tercer punto de interés para el quehacer del
intelecto que es la del uso del castellano para el estudio26 de las obras
propuestas en su plan de literatura. En el dominio de un idioma se pue-
de “entender y comprender lo que significan sus voz es: en poseer con
inteligencia muchos vocablos de tal Idioma: en saberlos escribir y hablar”
(Pérez Calama, 1791, p. 47). El manejo de la lengua posibilitaría, según
Pérez Calama, un efectivo ejercicio del intelecto y la perfección en el
desarrollo de argumentos sustanciales para el debate.
No obstante, queda pendiente aún un estudio a profundidad de las
maneras en que estas reformas calaron en el clero quiteño. Según Keeding

24
  De hecho, parte de la metodología del obispo era la práctica en grupo de la lectura
en voz alta.
25
  Son interesantes las reflexiones en torno al uso público del entendimiento que realiza
Roger Chartier, considerando que este “se opone en todos sus términos al ‘privado’, que
es ejercido dentro de una relación de dominación específica y restringida. Entiendo por
uso público de nuestra propia razón el que se hace como sabio ante todo el público que
lee: como sabio, es decir, como miembro de una sociedad que no conoce las diferencias
de rango y de condición; ‘ante todo el público que lee’”. Chartier, (1995, p. 38).
26
  Tanto en el Plan de Estudios de la universidad como en la Carta Pastoral sobre lite-
ratura eclesiástica, el obispo menciona varias traducciones realizadas al castellano entre
las que figuran la filosofía de Jacquier, las obras de Pouget y la de Filangieri —que ha
sido estudiada por Morelli (2007)— entre otras.

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 365
(2005), a partir de 1790 aparecerá una clara división en el mundo ecle-
siástico entre un bando progresista y otro reaccionario; casos como el del
obispo Miguel Álvarez Cortez (1796-1799) y el inactivo presidente Mon
y Velarde (1797-1801) son ejemplares en la tarea de suprimir la influen-
cia sobre la vida intelectual quiteña que promovió Pérez Calama; ellos
intentaron reducir las lecturas que se promovían en la sociedad quiteña a
aquellas vinculadas solamente al mundo religioso (Keeding, 2005, p. 517).

Eugenio Espejo y Primicias de la Cultura de Quito:


una mirada sobre el periódico quiteño

Todo esto nada importa, ó no nos impide el que demos


á conocer que sabemos pensar, que somos racionales
que hemos nacido para la sociedad.27

Eugenio Espejo28 se lamentaba en la “Instrucción Previa” de Primicias


publicada hacia 1791, de la triste “fama literaria de Quito”29 frente
a la inexistencia de publicaciones con relación a los reinos convecinos,

27
  INSTRUCCIÓN PREVIA sobre el Papel Periódico, intitulado Primicias de la Cultura
de Quito. Con licencia del Superior Gobierno, por Raymundo de Salazar, año de 1791.
28
  Existen numerosas biografías sobre Eugenio Espejo. Con breves rasgos podemos
resumir que Espejo nació en la ciudad de Quito en 1747 y murió en 1795. Sus padres
fueron Luis de la Cruz y Catalina Aldaz. No existen muchos datos sobre su niñez y su
educación en particular. Lo que conocemos de su vida son algunas noticias respecto a su
formación posterior, como por ejemplo, que a los 15 años obtuvo el título de maestro
en Filosofía y que posteriormente ingresó en la Universidad Santo Tomás para estudiar
Medicina, en donde se doctoró a los veinte años; no obstante, pudo ejercer su profesión
más tarde, hacia 1772. Fue también licenciado en Derecho Civil y Canónigo, así como
en Derecho Teologal. En Eugenio Espejo, el peso de su formación y la capacidad de esta-
blecer vínculos con los estratos de poder y la Iglesia, hicieron posible su desempeño como
intelectual de la época. Su formación en medicina le permitió un continuo contacto con
la administración local, especialmente con relación a los males sanitarios y problemas de
epidemias en Quito, como la de viruela que azotó a la capital en 1785. (Bedoya, 2010).
29
  Cabe destacar cómo ambos personajes, Espejo y Calama, se lamentan de la triste
situación de la Audiencia en todos los planos.

366 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


parece que no es ni la mas bien establecida, ni la de mayor extension.
Si el concepto que hacen de nosotros en esta linea no es ventajoso, es
preciso tomar el camino de la humillación, y por otra parte descubrir
modestamente en estas Primicias las riquezas del Espiritu. La prensa es el
deposito del tesoro intelectual. Repongamos en este el caudal respectivo,
ò los efectos preciosos de nuestros talentos cultivados [Sic.].30

El periódico Primicias de la Cultura de Quito nace el 5 de enero de


1792 como publicación quincenal y terminaría su impresión en mar-
zo de ese mismo año con apenas siete ediciones. Este papel periódico
es una herramienta clave para la comprensión de la proyección de la
Sociedad, la importancia de los mecanismos de difusión para la “causa
pública” y la función otorgada a la circulación de lo escrito (publicable),
vista por el propio Espejo, como “el depósito del tesoro intelectual”.
Es interesante el posicionamiento del propio título del periódico
como primicias, que en su sentido primario quiere decir, hechos o frutos
que se dan a conocer por primera vez;31 esto nos deja entrever cómo se
empieza a gestionar este órgano difusor de la Sociedad desde la idea de
un “desconocimiento” de una realidad y la apertura “por primera vez”
a la posibilidad del conocimiento del tesoro intelectual para favorecer
al entorno a partir de la promoción de la herramienta periodística y el
ejercicio de lectura. Además, el sentido de “Cultura de Quito” devela un
inicial lugar de construcción del escenario de lo “quiteño” y lo patriótico,
como revisaremos más adelante.
La circulación de este periódico tuvo resistencia en una sociedad como
la quiteña, hecho que podemos encontrar en las declaraciones que Espejo
publicó en Primicias el 5 de enero de 1792, respecto a su propio oficio como
editor, la producción de su impreso y la existencia misma de la Sociedad:

30
  INSTRUCCIÓN PREVIA sobre el Papel Periódico, intitulado Primicias de la Cultura
de Quito. Con licencia del Superior Gobierno, por Raymundo de Salazar, año de 1791.
31
  Retomamos la definición contemporánea del término “primicias”, que no dista
mucho de la concepción de la época.

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 367
Es cosa vergonzosísima, maestro mío, escuchar á gentes [...] qué dire?
Que parecen avisadas é instruídas, dar una explicación infeliz de todos
estos objetos, y ministrar al resto del pueblo bajo, ideas todas contrarias
á su verdadero ser, haciéndole concebir que v.g., Plan es un monstruo;
Prospecto, un espantajo; Periódico, un animal de Mainas; Sociedad, un
embolismo de ociosos; Suscripción, un grillete de forzados.

Esta declaración nos resulta elocuente en tanto que condensa varias


acciones relacionadas al aparecimiento de la Sociedad y en sí mismo a
la promoción a una nueva vida asociativa en la Audiencia. Todos los
ámbitos que menciona como el “plan”, la “sociedad”, el “periódico”, o la
“suscripción”, configuran un escenario en el que los textos y las prácticas
asociadas a ellos —como la producción, su circulación y su promo-
ción— aparecen en un lugar preponderante no solo en la construcción
del conocimiento, sino en la transformación de las formas de concebir
el quehacer intelectual que al parecer perturbaba el ambiente cultural
quiteño de finales del siglo XVIII.
Por ejemplo, las aclaraciones que hace el editor Espejo respecto al
término mismo de “suscripción” y su distribución aludiendo la necesi-
dad de promover un mayor número de lectores de un mismo producto
editorial, en Primicias del 15 de marzo de 1792: “Con este motivo y
el de saberse que apenas se hallan en esta ciudad tres ejemplares del
Mercurio peruano, que no salen de las manos de los que los disfrutan, nos
ha parecido transcribir, para mejor y más autorizada inteligencia de la
palabra suscripción”.32 El autor comienza con toda una descripción del
funcionamiento del comercio de libros y las implicaciones de este proce-
so tanto para el distribuidor como para el lector, que se desconocían en
Quito. Asimismo, posiciona la necesidad de circulación de los papeles
periódicos en la Audiencia puesto que estos son herramientas claves
para la difusión del talento del intelecto y las necesidades que nacen del
reconocimiento de la causa pública.

  Primicias, 15 de marzo de 1792. (Las cursivas son nuestras).


32

368 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Además, como bien lo señala Espejo en Primicias del 16 de febrero
de 1792,

No se diga una palabra acerca de los poquísimos suscriptores, hijos de


Quito, que los han honrado. En la lista que aun reservamos privada, por
evitar la confusión universal, de sujetos que la componen, los más son
naturales de Europa y de los lugares y pueblos mas distantes de este reino.
Todos aquellos que, ya se ve, por una seducción de su amor propio, se han
querido llamar doctos é ilustrados, han huído de favorecer las primicias
literarias de su país. Personas de este mismo suelo quiteño, á las que el
redactor ha sido y es, por misericordia de Dios, indispensablemente útil,
necesario y benéfico sobre muchos objetos, han hecho ostentación de
despreciar sus impresos, nada más que por adocenarse en la turba nume-
rosa de los malignos, y por cantar con estos el triunfo que solicitan de la
abolición de los periódicos, y del abatimiento y ruina de su autor [Sic.].

Aún desconocemos cuáles fueron los niveles de resistencia a la utilidad


de la prensa como una herramienta de carácter intelectual33, tomando en
cuenta la persistencia de la idea de las “primicias literarias” quiteñas que es
recurrente en algunas declaraciones de su editor. Según Demélas y Saint-
Geours (1988), Espejo practicaba la estrategia de una “minoría activa”,
es decir, tenía como adversarios a funcionarios sensibles a lo escrito, a los
papeles que pudieran traspasar los Andes y el Atlántico para perjudicarles
en Europa y además vivía en un mundo preocupado por la gloria y la
reputación, en el cual la persona era reconocida: un círculo vulnerable
para un espíritu malo, como lo sabían las autoridades (Demélas & Saint-
Geours, 1988, p. 68). No obstante, aún queda pendiente el develar las

33
  Necesitaríamos hacer un seguimiento a profundidad del primer círculo de suscriptores,
del cual no tenemos aún datos, y de cada uno de los miembros de la Sociedad. Asimismo,
es necesario hacer un seguimiento de las colecciones bibliográficas de la época. Todavía nos
quedan interrogantes sobre cómo el clero se vinculó al proceso de la Sociedad y Primicias,
y qué otros actores fueron cercanos a este circuito intelectual. Este capítulo ha intentado
acercarse a las problemáticas más representativas vinculadas a este tema en específico.

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 369
circunstancias particulares de resistencias de cada uno de los actores que
querían o no vincularse a la agencia de la Sociedad en Quito y a la utiliza-
ción del periódico como un medio de difusión de la “Cultura de Quito”.
En todo caso, en un contexto como el quiteño, Espejo tenía a su favor el
peso de su formación y la capacidad de establecer vínculos con los estratos
de poder y la Iglesia que hicieron posible su desempeño como intelectual de
la época y participar activamente dentro del órgano difusor de la Sociedad.
Además, su formación en medicina le permitió un continuo contacto con
la administración local, especialmente con relación a los males sanitarios y
problemas de epidemias en Quito, como la de viruela que azotó a la capital
en 1785. Cabe destacar también los nexos fuera de los territorios quiteños.
Se conoce que durante el viaje de Espejo a Bogotá en 1789, estableció
estrechas relaciones con Antonio Nariño, Antonio Zea —participó en la
expedición del botánico Mutis— Manuel del Socorro Rodríguez —edi-
tor del Papel Periódico de la ciudad de Santa Fe de Bogotá—, entre otros.
Suponemos que muchos de los suscriptores de aquella lista mantenida en
reserva de Primicias eran parte del círculo de contactos de Espejo dentro
y fuera de la Audiencia.
Espejo desarrolla en el periódico las líneas planteadas por la Sociedad a
partir de tres grandes ejes temáticos que tenían qué ver con las acuciantes
necesidades y problemas por los cuales pasaba la Audiencia de Quito: la
educación pública, la promoción de un sentido patriótico y las formas
de mejorar las condiciones sociales y económicas del territorio. El editor,
en la “Instrucción previa” de Primicias, publicada en 1791, consideraba
que a través del instrumento periodístico se podrían alcanzar los ideales
ilustrados para alcanzar un “feliz Quito”:

Cada número no puede pasar de cuatro folios en cuarto, y éste se publi-


cará cada 15 días, empezando desde el día Jueves primero del mes de Enero
de 92, con atención á hallarse actualmente incompleta la parte tipográfica
en esta ciudad, en la que, si van á cultivarse las letras, á adelantarse los co-
nocimientos, á entablarse con solidez una Universidad, un nuevo plan de
Policía, una Sociedad Patriótica, una reforma civil, este mismo periódico,

370 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


es por la generosidad del ilustre Protector, que á todo da vigor, concilia
espíritu, y comunica un nuevo ser: feliz Quito bajo de un Gobierno tan
ilustrado, y más feliz si corresponden estas Primicias á su celo. [Sic].

Espejo se alinea con Pérez Calama en la necesidad de establecer un


desarrollo al conocimiento mediado y fortalecido por una vida asociativa a
través de la propia Sociedad y con los métodos de aprendizaje instaurados
para la universidad; en este contexto, el periódico aparece como un ins-
trumento que instaura un orden acoplado a esta nueva dinámica cultural.
Es interesante la manera en que Espejo, en Primicias del jueves 5 de
enero de 1792, convoca a los maestros a hacer una lectura en voz alta para
los niños, en la sección Suplemento sobre Educación Pública en donde se
copian las cartas a los maestros, a Muñoz de Guzmán y Pérez Calama:

Pero esto no obstante, lea Ud., y acabada la lectura, dé Ud. licencia á sus
niños á que hablen, ó excíteles á que ejerciten su curiosidad, ó muévales á que
le pregunten […] Entonces, Ud. maestro mío, conversa á la larga con todos
sus discípulos. Díceles: que en nuestra ciudad hay una imprenta, impresor,
redactor, [...] y sobre cada una de estas palabras, va Ud. haciendo una breve
historietita, anuncia lo que significan, y también los usos á que se destinan. [Sic.].

Esta declaración obedecía al deseo del presidente de la Audiencia


Muñoz de Guzmán de que la Sociedad influyese en la educación de la
niñez (Vargas, 1968, p. 87), por ello la preocupación acerca de la es-
cuela primaria, porque debía ser la base de la formación científica moral
combinada con los preceptos de la fe católica. En este sentido, el papel
periódico debía servir como instrumento útil para la difusión de este
carácter pedagógico; si bien Pérez Calama ya había empezado con la
propagación de metodologías de aprendizaje, —utilizando las bondades
de la imprenta y su posición de poder en el mundo eclesiástico— Espejo
lo acompañaría con la preocupación constante respecto al tema educativo
y su necesaria transformación frente a la “grosera ignorancia” presente en
el territorio quiteño, como veremos en su siguiente declaración.

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 371
En Primicias del 16 de febrero de 1792 existe una importante exaltación
del patriotismo y la necesidad de educar a la sociedad. En este número en
particular se publica el discurso que Eugenio Espejo diera en Bogotá en
1789, alrededor de la llamada Escuela de la Concordia. Gran parte de los
temas tratados en éste hacen referencia al estado crítico por el que pasaba
la ciudad de Quito, y la necesidad de superar la “grosera ignorancia” y la
“miseria deplorable”, de esta forma, según él, era importante que los habi-
tantes de la Audiencia se cultiven: “Quiteños, sed felices: quiteños, lograd
vuestra suerte á vuestro turno: quiteños, sed los dispensadores del buen
gusto, de las artes y de las ciencias”. Asimismo Espejo se preguntaba en
Primicias del jueves 5 de enero de 1795 “¿qué número de objetos conoce
Quito?, ¿qué cantidad de luces forma el fondo de su riqueza intelectual?,
¿cuáles son los inventos, cuáles las artes, cuáles las ciencias que sirven,
favorecen é ilustran á nuestra Patria para apellidarse instruida?”. [Sic].
Tomando en cuenta los escritos publicados en Primicias no cabe duda
—desde nuestra perspectiva― que para Espejo su quehacer como escritor
era uno de los puntales de su reflexión intelectual, además porque a través de
la escritura podía revelar su amor patriótico, como lo menciona en su propia
defensa en el editorial de Primicias número 4, del 16 de febrero de 1792:

Se atreve el Editor de Primicias de Quito, a predicar siempre su amor


patriótico. Ama su reputación literaria, contraída en la Europa y en las
provincias más cultas de ambas Américas. Ama el honor y estimación de sus
pequeños escritos. Ama y desea la sucesión de éstos, o por mejor decir, su su-
cesiva generación: éstos son sus hijos, deliciosos, caros, amables y de su mayor
complacencia. Los ama tiernamente; pero la Patria es su Madre […] Y si
ama a su Patria, sobre todo lo que acá puede amarse terreno y frágil; luego
es preciso que por ésta, no dude hacer los sacrificios más dolorosos; que
experimente por algún tiempo sofocado el aliento de sus hijos que vea
cortado a los primeros pasos el orden de aquellos elementos que juzgó
debían servir a la organización de sus periódicos”.34

  Las cursivas son nuestras.


34

372 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Como lo señalaron Demélas y Saint-Geours (1988, pp. 56-57), entre
1780 y 1830, los términos patria y patriotismo adquirieron igualmente
una importancia creciente en la medida en que el “pueblo-sociedad re-
fleja siempre al pueblo-lugar”, así, la ciudad como tal, sea cual fuere su
importancia, corresponde también a la patria que es la patria chica. En
este sentido, Primicias se proyecta desde esta “patria chica” a partir de la
cual se ejercía el poder en la Audiencia, la administración y gestión de
las poblaciones de todo el territorio.
Quizá Pérez Calama en sus constantes visitas pastorales pudo avizorar
la compleja situación de la zona de una manera distinta y más integral
que el propio Espejo. Empero, estas son apenas reflexiones iniciales
sobre lo que Benedict Anderson (Benedict, 1993, p. 5) comentaba con
relación a la posibilidad de la reproducción mecánica de textos por la
imprenta como herramienta que fortalecía las nociones de una “comu-
nidad imaginada” para unos sujetos que construían simbólicamente el
lugar a través del discurso.35

Palabras finales
En suma, hemos procurado articular en este análisis los apenas dos años
que transcurren desde la llegada del obispo Joseph Pérez Calama en 1790,
la formación de la Sociedad Económica Amigos del País y la publicación
del periódico Primicias de la Cultura de Quito de la mano de su editor
Eugenio Espejo hacia 1792. A pesar de que estos hechos en sí mismos
parecerían no tener una continuidad en el tiempo por su pronta ausencia

35
  Para Anderson es imaginada puesto que “aún los miembros de la nación más pequeña
no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera
hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión” (p. 5).
Esta noción de “comunidad imaginada” es desarrollada en el pensamiento de Anderson
desde el análisis del censo, el mapa, el museo y la imprenta, como medios promotores
de escenarios para esta construcción “imaginada” y guardan simbólicamente la carga
identitaria de la construcción del Estado-nación. Estamos conscientes de que tempo-
ralmente el establecimiento del Estado es posterior, pero nos interesan estas iniciales
maneras de construir la noción de lo patrio vinculado al territorio.

“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará” 373
en el devenir histórico, consideramos que existen varios factores que nos
dejan entrever la efervescencia de un nuevo espíritu alrededor del universo
del saber y el conocimiento, que son claves en el quehacer intelectual del
naciente siglo.
Entre los personajes del obispo Calama y Espejo existe una fuerte
necesidad de construir un sentido práctico y una voluntad de otorgar un
carácter de utilidad pública a sus obras divulgadas a través de la imprenta
y su agencia en un escenario vinculado a la presencia del otro por medio
del diálogo comunicativo. Si el desarrollo de una “memoria intelectual”
era un punto central en la reflexión del obispo Calama —conferida a
la dinámica del texto-lector— el deseo de lo “patriótico”, lo educativo
público deambulaba en las declaraciones y objetivos de Espejo en Primi-
cias promovidas para el público quiteño y los miembros de la Sociedad.
Ambos personajes nos brindan un sinnúmero de elementos que nos
ubican en un escenario que configura, para la “causa pública”, un sen-
tido vinculado siempre a la necesidad del quehacer intelectual: escribir,
leer, hablar, argumentar, debatir para: superar la ignorancia, la miseria,
la triste fama literaria, la infancia. Así, los textos se cargan de una nueva
funcionalidad social y cultural, en tanto que, son herramientas promotoras
no solo de ideas y nuevos conceptos, sino que son portadores de saberes
útiles para la gestión del territorio y el gobierno de los otros; además de
convertirse en mecanismos de producción de una forma de conocimiento
compartido por medio de una sociabilidad que es instaurada desde la
labor intelectual.
Aún quedan pendientes varias preguntas respecto a estos complejos
años que de alguna manera se convirtieron en la antesala de los sucesos
políticos que inauguraron el siglo XIX. En particular, sería importante
indagar los quiebres producidos al interior del clero, la dimensión en torno
a lo pedagógico y el lugar de lo político en este escenario religioso; por
otra parte, consideramos de suma importancia la investigación del papel
de la universidad, los estudiantes y las distintas formas de apropiación de
estos planes de literatura como los propuestos por el obispo Pérez Cala-
ma; sería relevante reconocer los procesos nacientes vinculados a estos

374 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


proyectos y quizá algunos de estos interrogantes: ¿quiénes efectivamente
se vincularon a este circuito de la Sociedad?, ¿cuál era la relación de estos
con el clero?, ¿cuáles fueron los distintos niveles de resistencia?, ¿de qué
sectores provenían en su mayoría?, nos quedan por fuera de este breve
análisis histórico de la época y que necesitan de un trabajo de investigación
más profundo que ahonde en este tipo de problemáticas.

Referencias
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Quito: PH Ediciones.
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1793). Revista del Instituto de Historia Eclesiástica Ecuatoriana, núm. 13.

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Revista Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, vol. 37, núm. 107.
Pérez Calama, J. (1791). Carta pastoral del Ill.mo Señor Doct. Don Joseph
Perez Calama, actual Obispo de la Ciudad, y Obispado. Quito: Imprenta
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a un análisis de la formación de la ideología de Independencia nacional.
Medellín: La Carreta Editores.
Stols, A. (1953). Historia de la imprenta en el Ecuador. Quito: Editorial de
Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Vargas, J. M. (1968). Biografía de Eugenio Espejo. Quito: Editorial Santo
Domingo.

376 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


La cartografía impresa en la creación de la opinión
pública en la época de Independencia1

Lina del Castillo


Instituto de Estudios Latinoamericanos
Universidad de Texas, Austin, USA

Introducción
A primera vista, los dos mapas, Colombia Prima or South America (véase
figura 1), publicado por primera vez en Londres en 1807, y República
de Colombia (véase figura 2), impreso en París en 1827, pueden parecer
conocidos y hasta familiares. De hecho los dos son similares: ambos se
refieren a un lugar llamado Colombia. Sin embargo, el título del primer
mapa Colombia Prima indica que se refiere a una Colombia que contiene
a toda América del Sur. El segundo mapa proviene del primer Atlas nacio-
nal, que ilustra la historia de diez volúmenes del secretario del Interior de
Colombia José Manuel Restrepo. Tal como lo demuestra el mapa nacional
del Atlas, para 1827 Colombia ya no abarcaba toda la América del Sur
sino los territorios que ahora reconocemos como Colombia, Panamá,
Ecuador, Venezuela y partes de Guyana y Brasil.
Para que la imagen de la República de Colombia de 1827 funcionara,
es decir, para convencer a los observadores de que Colombia existía como
entidad soberana, esta imagen necesitaba canibalizar cartográfica e his-
tóricamente a todas aquellas con las que competía. Una de sus primeras
víctimas fue Colombia Prima, un mapa raro, cuya importancia en el proceso
de independencia de América española ha sido en gran parte ignorada.

1
  Una versión en inglés de este artículo forma parte de la colección editada por James Ak-
erman, Mapping the Transition from Colony to Nation. 17th Kenneth Nebenzahl, Jr. Lectures
in the History of Cartography, The Newberry Library. (Chicago: UP, forthcoming 2012).

377
Figura 1. Delarochette, Louis Stanislas D’Arcy,
1731-1802. “Colombia Prima or South
America” Escala [ca. 1:3,200,000]. London:
Publicado por William Faden, geógrafo de Su
Majestad y Alteza Real el Príncipe de Gales,
1807. Mapa en 8 folios. Grabado y acuarela,
246,0 x 168,0 cm.
Fuente: http://purl.pt/865/2/index.html

Figura 2. Carta de la República de Colombia. Escala [1:5,500,000]. En Restrepo, J. M. (1827).


Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana, Grabado
por Darmet, JM; Hacq, J. JM. 24,0 x 19,0 cm.
Fuente: http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~20243~590076

378 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Este capítulo describe las circunstancias detrás de la concepción, crea-
ción y circulación de estas dos Colombias, destaca cómo cada una escondió
las historias de las personas y los territorios que podían contravenir los
designios ideológicos de su imagen. Para entender mejor el contexto
histórico y el significado de los dos mapas, hay que situarlos dentro de
los cambios geopolíticos que se produjeron a finales del siglo XIX, y las
correspondientes transformaciones en la cartografía internacional. Las
historias de las dos Colombias se unieron gracias a un acontecimiento
clave: la decisión de José Manuel Restrepo de dibujar un mapa de la
República en 1821. Por lo anterior, el resultado de sus trabajos en 1827,
junto con los correspondientes cambios históricos y políticos, lograron
desplazar de la opinión pública internacional la imagen de Colombia
Prima, como geo-cuerpo2 o unidad que abarca la totalidad de la América
del Sur española.
Pero Colombia Prima no fue la única víctima del Atlas de la Historia
de Restrepo. El Atlas formaba parte de un conjunto de publicaciones
producidas por hombres pertenecientes al Partido de los Libertadores
(Mejía, 2007), quienes buscaban resaltar el lugar central de Bolívar en la
guerra de la Independencia, borrando de la memoria pública personas y
acontecimientos que resultaran incómodos o amenazantes. Este partido,
que incluía a José Manuel Restrepo, fue el resultado de una alianza po-
lítica forjada entre los hombres que gobernaron a Colombia a partir de
1819, después de algunas victorias claves contra los ejércitos españoles,
hasta 1826.3 El partido liderado por Bolívar trabajó fuertemente para
que audiencias nacionales e internacionales recibieran una imagen de

2
  Geo-cuerpo se refiere a la creación discursiva de las maneras en las cuales una nación
es identificada, incluyendo el territorio, y los valores y las prácticas asociadas con la
creación de ese territorio (Winichakul, 1994, p. x).
3
  Desde 1826 hasta 1828 se dieron una serie de acontecimientos que hicieron que
este partido perdiera coherencia y fuerza. Ver Mejía (2007, pp. 7-17; 75-218), aquí se
examina el periodo entre 1817-1826 cuando se empieza a crear una visión cartográ-
fica que borraba a los que amenazaban la dominancia del partido y especialmente al
liderazgo de quien estaba al centro de este: Simón Bolívar.

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 379


la República de Colombia que reflejara una fuerza política coherente y
dominante sobre los territorios que reclamaba como propios. Los más
activos en esta alianza fueron los oficiales patriotas, principalmente
de origen venezolano, y algunos abogados neogranadinos de élite que
comprobaron su patriotismo y liberalismo frente a estos hombres de
armas. Este grupo de hombres en su conjunto suponían que sin el apoyo
internacional a la causa bolivariana los patriotas americanos no tendrían
acceso a los préstamos y a las municiones que necesitaban para acabar
con el dominio español y lanzarse como nación independiente. Por lo
tanto, miembros del partido como José Manuel Restrepo sabían que era
fundamental divulgar internacionalmente la imagen de un país unido,
estable y con un sistema de gobierno respetable.
Sin embargo, Bolívar, a pesar de sus deseos y de los de su partido, tuvo
bastante dificultad en asegurar su puesto como líder del movimiento
independentista, fundamentalmente debido a las divisiones que existían
dentro de los ejércitos patriotas. Su momento de mayor dificultad ocurrió
a principios de 1817, cuando varios generales, con el aparente visto bueno
de Gran Bretaña, buscaron establecer un gobierno federal en Cariaco,
Venezuela, sin contar con su aprobación. Por otra parte, varias derrotas
militares lo llevaron a unirse al general Manuel Piar en el Orinoco. Al
llegar, Bolívar se encontró eclipsado por la influencia de Piar sobre sus
tropas. Incómodo, Bolívar buscó la forma de debilitar al general Piar y
eventualmente lo acusó de provocar una guerra de razas, desprestigiándolo
ante el ejército, esto es, tanto frente a los oficiales como a los soldados
rasos. Mientras tanto, los generales que habían participado en el Congreso
de Cariaco huyeron hacia el Orinoco al ser atacados por ejércitos realistas.
En este cruce de fuerzas, oficiales leales a Bolívar capturaron a Piar y lo
ejecutaron por traidor a la patria. Poco después los generales de Cariaco
se acataron al liderazgo de Bolívar. Desde la perspectiva de Bolívar y su
Partido de Libertadores, el público nacional e internacional, así como las
próximas generaciones no podían saber de las contingencias de la guerra
sucia y las divisiones entre las filas patriotas militares. Había que borrar de
la memoria histórica estos acontecimientos por el bien de la independencia

380 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


y la unidad republicana centralista (no federalista), y por el bien de la
reputación del Libertador. La producción de historias territoriales y espe-
cialmente un Atlas cartográfico que, al utilizar el lenguaje científico de la
época, claramente exponía la Historia de la Revolución que el partido de
Libertadores quería promover, ayudaron en la causa de los Libertadores,
quienes se apropiaron de la representación de la nación en su totalidad.
Este capítulo visibiliza la manera como los mapas impresos crearon
el territorio de Colombia, silenciando el pasado en favor de ciertos
proyectos ideológicos que siguen vigentes hasta hoy en día (Trouillot,
1995a).4 A lo largo del capítulo se argumenta que la producción carto-
gráfica fue crucial para la construcción del Estado-nación en el contexto
de las revoluciones transatlánticas. Al tomar este caso como ejemplo,
el capítulo también contribuye a la creciente literatura sobre la historia
de la cartografía que en los últimos años ha buscado demostrar cómo
este lenguaje visual científico y objetivo, inevitablemente emerge de la
cultura y de los intereses propios de su lugar de enunciación. Al trazar
las vidas sociales de los mapas Colombia Prima y República de Colombia
procuro entender cómo diferentes personajes históricos defendieron
espacialmente el tipo de historia que ellos habían creído importante
para formar la opinión pública nacional e internacional. Al fin y al cabo
el partido de los Libertadores creó una cartografía que ubicó a Bolívar
en el centro de la creación y liberación de la República colombiana, a
la vez que desplazó de la historia y del territorio colombiano a quienes
amenazaban su centralidad.
La primera sección de este capítulo explica los orígenes de Colombia
Prima, a partir de los movimientos transatlánticos de Francisco Miran-
da, la primera persona en imaginar a América del Sur como un “pueblo
colombiano”. La sección examina las relaciones que Miranda estableció
con políticos, militares, diplomáticos y cartógrafos especialmente con
el británico William Faden, y su geógrafo, Louis Stanislas D’Arcy de la

  Un estudio que considera el paisajismo e historia del México de fin del siglo XIX es
4

Cañizares-Esguerra, (2006, pp. 129-168). También ver: Craib, (2004).

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 381


Rochette. Los mapas que estos hombres hicieron en Londres, incluyendo
Colombia Prima, atravesaron el Atlántico. La sección demuestra que la
circulación de Colombia Prima suministró la particularidad de señales
visuales que ayudaron a dar forma a un tipo de imaginación geográfica
tentadora, y que no siempre coincidía con los intereses españoles de
América.
La segunda sección desentraña los acontecimientos claves que el Atlas
de 1827 buscaba hacer olvidar al examinar lo que la cartografía histórica
de Restrepo muestra (y lo que borra). Al leer la cartografía impresa de
la independencia de ese modo se demuestra cómo la memoria histórica
del periodo llegó a ser construida, a la vez que revela la fragilidad del
control que Bolívar tenía sobre las fuerzas patriotas y sobre el territorio
especialmente en los momentos claves de 1817.5

I. Colombia Prima or South America


José Manuel Restrepo comienza su monumental Historia de la Revolución
y el Atlas que la acompaña con la siguiente dedicatoria: “Al excelentísimo
Señor General Simón Bolívar [...] Desde que resolví ocupar una parte de
mis ocios en la atrevida empresa de escribir la Historia de la Revolución de
la República de Colombia, naturalmente se me presentó la idea de dedicarla
a vos, que habéis sido su creador y su libertador, y que obtenéis la primera
magistratura en ella, y cuyo nombre honra sus más brillantes páginas con
hechos que jamás se olvidarán”.6 Restrepo ubica a Bolívar en el centro de
la “creación y liberación” de la República. Sin embargo, Bolívar no había
sido la primera persona en imaginar un pueblo colombiano. Ya varios años

5
  Restrepo junto con las biografías, historias, y compilaciones del siglo XIX en pro de
Bolívar, relacionadas con la independencia, terminaron siendo las fuentes que dieron
forma a los eventos que ocurrieron en el Orinoco y en Caracas. Ver especialmente:
Restrepo, (1827 y 1858); y ver también la colección de Daniel Florencio O’Leary.
(1880). La tendencia ha sido que las perspectivas de Restrepo y O’Leary son las que
más se han difundido. Ver: Lynch, (2006 pp. 98-110; 282); Brading, (1991, pp. 601-
620). Colmenares, (1986).
6
  Véanse: Restrepo, (1827, vol. 1, p. iii); y Restrepo, (1858, vol. 1, p. iii).

382 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


antes el general Francisco de Miranda (1750-1816) había promovido el
ideal de un pueblo colombiano que abarcara toda la América española.
La cartografía impresa desplegada por Miranda ante diplomáticos y
militares en el plano internacional jugó un papel clave en la creación de
ésta ahora poco conocida comunidad imaginada.
Para Miranda, toda la América española conformaba el pueblo colom-
biano. Esta idea surgió en parte a raíz de sus amistades e intereses, y en
parte a raíz de sus numerosos viajes, particularmente a la joven república
de los Estados Unidos de América a finales del siglo XVIII (Racine, 2003,
pp. 31-66). Desde 1783, mientras viajaba por los Estados Unidos, Mi-
randa también conoció a la nación de Columbia, el nombre popular con
el cual se hacía referencia a las antiguas colonias británicas en Norteamé-
rica, y el cual se utilizó para nombrar patrióticamente a universidades,
capitales, bibliotecas y periódicos después de la independencia y durante
la creación de un gobierno federal.7 Ya para 1788, cuando Miranda se
encontraba en Europa, el nombre de Columbia le quedó sonando, pero
decidió cambiarlo levemente para referirse a la América española. Ese año
le escribió al príncipe Landgrave de Hesse, agradeciéndole por apoyar el
ideal de la independencia de una Colombia en desgracia (Miranda, 1983a,
p. 405).Ya para 1806, Miranda había preparado una invasión de dos
frentes a la América del Sur, pensando que al hacerlo los pueblos de esa
inmensa Colombia se levantarían espontáneamente contra la Corona
española. Miranda estaba equivocado. Pero lo interesante de la invasión
de 1806 fue la visión geopolítica sobre la cual dependía; una visión que
necesariamente requería un conocimiento cartográfico erudito.8

7
  Dennis, (2002); Trouillot, (1995b, pp. 108-140) y especialmente Bartosik-Vélez,
(s. f.).
8
  Miranda editó el periódico El Colombiano y varias otras publicaciones en favor de la
independencia, desde Londres. Aunque de cierta manera él encaja en el modelo de Bene-
dict Anderson sobre cómo el capitalismo de la imprenta influyó en el surgimiento del
nacionalismo moderno, no lo hace de las maneras que Anderson considera para los
patriotas criollos. Véase: Benedict, (1991).

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 383


Miranda fue muy consciente del poder de los mapas para convencer.
En 1790, Miranda se reunió con el estadista británico William Pitt y
desplegó los mapas de América dibujados por D’Anville. Miranda recor-
dó cómo él le enseñó “la geografía de Chile, Perú, etcétera, y como un
juicioso colegial, [Pitt] se fue a cuatro patas para entender el mapa, que
yacía sobre la alfombra” (Miranda, 1983b, Tercera sección, tomo IX, p.
55). Al final Pitt se mostró impresionado. Los mapas de D’Anville evi-
dentemente fueron útiles, pero Miranda entendió que en la medida que
sus planes evolucionaban necesitaba mapas más recientes y precisos de
la región. Para ello se puso en contacto con uno de los editores de mapas
más importantes de la época, William Faden (1750?-1836). La relación
de trabajo de Miranda con Faden comenzó en 1792, año en el cual el
cartógrafo le cobró a Miranda 60 libras esterlinas para cubrir el costo de
producción de una colección de mapas que fueron hechos especialmente
para Miranda (Smelser, 1954, pp. 42-51).
En agosto de 1804,9 Miranda volvió a contratar a Faden con el propósito
de proveerlo del arsenal cartográfico necesario para ilustrar un plan de
ataque a Sur América. Miranda se reunió con el comodoro Riggs Popham
(1762-1820), William Pitt (1759-1806) y Henry Dundas (1742-1811)
(Byrne, 2010). Después, recordó, al terminar el desayuno, “la mesa se
despejó, y los mapas se desenrollaron”.10 Fue en esos mapas que estos
hombres negociaron el futuro de la América española, determinando qué
puntos eran los más ventajosos para la operación de las fuerzas expedi-
cionarias inglesas. Estos planes culminaron en la invasión británica del
Río de la Plata en 1806 y el ataque de Miranda en La Vela de Coro, en
Venezuela. Ambas expediciones buscaban proclamar la independencia
de Colombia, y ambas fallaron en sus propósitos (Robertson, 1929, vol.
1, pp. 279). El principal problema que Miranda enfrentó en Venezuela

9
  (Robertson, 1929, vol. 2, p. 274), citando Faden a Miranda, 23 de agosto y 15 de
octubre de 1804.
10
  (Robertson, 1929, vol. 1, pp. 276-277), citando “Conferencias con los Ministros
de S. Mag. Brit.”, 13-16 de octubre de 1804, de las memorias de Miranda.

384 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


en 1806 fue convencer a los pueblos colombianos de que ellos tenían
que independizarse de la Corona española. Aunque su credibilidad sufrió
gravemente (Racine, pp. 156-172), Miranda regresó a Inglaterra a finales
de 1807 sin desistir en su empeño por imaginar una Colombia indepen-
diente. De 1807 a 1810 un cambio radical de la geo-política volvió a
darle impulso a estos diseños de Miranda. Pero, como se indicará en la
siguiente sección, algunos aspectos de estos hechos también lo forzaron a
ajustar su visión de los contornos del geo-cuerpo colombiano continental
suramericano. Esta nueva visión fue claramente representada por el mapa
de Suramérica impreso por Faden en 1807 con el título Colombia Prima.

Diseños británicos y portugueses sobre Colombia Prima


El indicador más obvio que sugiere que Colombia Prima podría reflejar
la visión de Miranda es precisamente este título (véase figura 3). Aunque
Colombia Prima también se puede vincular a Miranda a través de las per-
sonas involucradas en la creación de este mapa. El propio Miranda no es
mencionado en la envoltura del mapa, pero un amigo cercano de Miranda
sí lo es: Louis Stanislas D’Arcy de la Rochette (1731-1802). (Figura.3).
De la Rochette comenzó a trabajar para Faden en 1780 y rápidamente
se convirtió en su geógrafo más respetado. Cuando Miranda ordenó
varios mapas de Faden para complementar su propia colección, De
la Rochette fue el encargado de mostrarle a Miranda los catálogos del
cartógrafo británico (Pedley, pp. 161-173). El contacto entre Miranda y
De la Rochette se convirtió rápidamente en una amistad comprometida
con la independencia de Suramérica. Miranda había convencido a De
la Rochette de que una organización independiente, colombiana, ubi-
cada entre los mares del Norte y del Sur, tendría un potencial comercial
extraordinario. Faden decidió honrar la memoria de De la Rochette,
fallecido en 1802, al dedicarle el mapa. Pero este honor se extendía no
sólo al reconocimiento a través de la dedicación, sino a través del título
mismo que se le dio al mapa. Miranda, por supuesto, ayudó a inspirar
esos compromisos.

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 385


Figura 3 Detalle del mapa largo dibujado en ocho páginas por Louis Stanislas D’Arcy De la
Rochette y publicado en Londres por William Faden, geógrafo de Su Majestad y Alteza Real el
Príncipe de Gales, 1807.
Fuente: De la Rochette, & Faden, (1807). Colombia Prima or South America [Mapa]. Recuperado
de http://purl.pt/865/2/P21.html

Pero al examinar Colombia Prima más allá del título y de la dedicatoria


a De la Rochette, se pone en evidencia la visión geopolítica con la que
Miranda pudo haber asistido la cartografía de Faden, incluso de manera
indirecta. De hecho, es posible ver cómo este mapa en realidad va en con-
tra de los intereses territoriales de una América española independiente,
especialmente si se observa la frontera desde la que este mapa dibuja al
imperio portugués en Suramérica. Dos claves ayudan a entender esto:
las otras personas que participaron en la elaboración de este mapa y su
fecha de publicación.
La envoltura del mapa, más allá de honrar al difunto De la Rochette,
también anuncia que se extrajeron conocimientos de los mapas manus-
critos originales de Chevalier Pinto, João Joaquim da Rocha, João da
Costa Ferreira, y el padre Francisco Manuel Sobreviela. De tal manera,

386 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


esta envoltura no solo revela la naturaleza compuesta del mapa al reunir
información de varios informantes —tal como lo hacen la mayoría de
los mapas— sino también sugiere los intereses imperiales implícitos al
revelar las identidades de estos cartógrafos. Los informantes no eran
cartógrafos contratados por la Corona española, sino autoridades prin-
cipalmente portuguesas, cuya experiencia radicaba particularmente
en su conocimiento de la región amazónica. Chevalier Luis Pinto fue
ministro de Portugal ante el Tribunal de Gran Bretaña (Maxwell, 2004,
pp. 150-172); João Joaquim da Rocha, originario de Minas Gerais, fue
asesor del emperador portugués (Lage de Resende, 1995, p. 88); João da
Costa Ferreira fue un ingeniero militar portugués encargado de demarcar
la frontera entre los imperios portugués y español durante la década de
1780 (Viterbo, p. 241). El padre Manuel Sobreviela fue el único autor
que no era portugués, sino un fraile franciscano que participó en la reu-
bicación de los asentamientos indígenas, cerca de la región amazónica
del Perú, elaborando mapas de la región.11 ¿Por qué la elección de estos
informantes en particular?
La fecha de la primera publicación de este mapa proporciona una
explicación parcial. En 1807 comenzó una época turbulenta para las
coronas portuguesa y española con la amenaza de invasión napoleónica a
la península ibérica. Los británicos, estrechamente aliados con Portugal,
ayudaron en la evacuación de la Corte de Lisboa, incluyendo sus bienes
y archivos, y la acompañaron en su travesía del Atlántico hacia Río de
Janeiro en Brasil. Gran Bretaña tuvo acceso a los miembros de la Corte
portuguesa que poseían un profundo conocimiento de la región. Por lo
tanto, en Colombia Prima es posible ver cómo los intereses portugueses
y británicos se inscribieron sobre el geo-cuerpo de Suramérica.

11
  Representación de Fr. Manuel Sobreviela destinada a que el Virrey informe al Rey
la necesidad de la misión de los religiosos. En Juicio de límites entre el Perú y Bolivia:
Contestación al alegato de Bolivia, Prueba Peruana presentada al gobierno de la república
Argentina por Víctor M Maurtua, abogado plenipotenciario especial del Perú, tomo 6
Misiones Centrales Peruanas. Buenos Aires: Compañía Sud Americana de Billetes de
Banco, 1907, pp. 276-279.

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 387


Figura 4. Mapa Geográfico de América Meridional, Dispuesto y Grabado por D. Juan de la Cruz
Cano y Olmedilla, Geogfo. Pensdo. de S.M. Individuo de la Rl. Acadenia de Sn Fernando, y
da la Sociedad Bascongada de los Amigos del País; teniendo presentes Varios Mapas y noticias
originales con arreglo a Observaciones astronómicas, Año de 1775. Londres, Publicaddo por
Guillermo Faden, Geógrafo del Rey, y del Principo de Gales, Enero 1 de 1799.
Fuente: Cruz Cano y Olmedilla, J. de la. (1799). Mapa geográfico de América Me-
ridional [Mapa]. Recuperado de http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/
RUMSEY~8~1~3373~330002:Mapa-Geografico-de-America-Meridion

Figura 5. Detalle del mapa largo dibujado en ocho páginas por Louis Stanislas D’Arcy De la
Rochette y publicado en Londres por William Faden, geógrafo de Su Majestad y Alteza Real el
Príncipe de Gales, 1807.
Fuente: De la Rochette, & Faden, (1807). Colombia Prima or South America [Mapa]. Recuperado
de http://purl.pt/865/2/P2.html.

388 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Esta inscripción se hace visible al comparar Colombia Prima con otro
mapa impreso por Faden en 1799, una réplica exacta del mapa de Cruz
Cano y Olmedilla titulado América Meridional. A primera vista, los
dos mapas parecen similares, pero una inspección más cercana revela
diferencias significativas con respecto a las fronteras y al tamaño total
de las reclamaciones españolas en el continente. No debe sorprender
que Portugal sea el ganador territorial más evidente en Colombia Prima
(véanse figuras 4 y 5), especialmente en la Amazonia.
No fue sino hasta después de las abdicaciones de Bayona en 1808, —y
del proceso de conformación de una representación nacional española a
través de la Junta Central Suprema en septiembre de ese año, de la cual
los americanos se sentían excluidos, de la consiguiente disolución de esa
junta y de la formación apresurada de la Regencia en febrero de 1810—,
que la crisis se agudizó y se fomentó la creación de partidos autonomistas
en América.12 Aunque el plan de Miranda era controvertido, fue ganando
terreno poco a poco. Miranda una vez más pisó Caracas en diciembre
de 1810, con la ayuda de Simón Bolívar y a pesar de las protestas de la
Junta de Caracas.13 Con Colombia Prima entre sus pertenencias, Miranda
de inmediato se puso a trabajar para resolver un problema inminente: la
falta de unidad entre las muchas juntas que estaban brotando en el nuevo
mundo. El pueblo imaginado de Colombia Prima no era una entidad
política sino un compuesto de decenas de ciudades-estado. Había que
convencer a las juntas de que la unidad americana era posible y que la
circulación del mapa de De la Rochette intentaría producirla.

La circulación de Colombia Prima en Suramérica


Miranda conoció al canónigo José Joaquín Cortés de Madariaga, en 1803,
durante una visita a Londres.14 A principios de 1811, de vuelta en Caracas,

12
  Ortega, F., comunicación personal, noviembre de 2011.
13
  Ver Racine, (2003, pp. 196-206); Lynch, (2006, pp. 49-63).
14
  Discurso de Madariaga a la municipalidad de San Carlos en 1811, citado en Rojas,
(1878, p. 11).

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 389


Miranda nombró a Madariaga como diplomático oficial de la junta de esa
ciudad y lo envió a Bogotá (Gutiérrez Ardila, 2010). La intención era unir
oficialmente a los dos pueblos colombianos a través de un tratado oficial para
crear la Confederación de la Tierra Firme.15 El Supremo Poder Ejecutivo de la
Junta de Santafé (de Bogotá) recibió del Canon Madariaga varios regalos de
la Junta de Caracas, entre ellos “[...] ocho mapas muy importantes y exactos
de nuestro continente, América del Sur, o Prima Colombia, diseñados por
el eminente y sabio geógrafo Luis Estanislao D’Arcy de la Rochette”.16 La
Junta de Bogotá elogió a Francisco Miranda por su lucha por la libertad y
reconoció en el mapa una visión valiosa y unificadora que repelía las fuerzas
francesas que amenazaban.17 El regalo que Miranda entregó a la Junta de
Santafé a través de Madariaga para conmemorar la creación de una confe-
deración con la Junta de Caracas, ilustraba la comunidad imaginada que
Miranda tenía en mente: un continente colombiano unificado.
A pesar de la circulación de mapas impresos que favorecían la indepen-
dencia y la creación de una confederación federal de un imaginado pueblo
colombiano, este ideal político nunca se materializó. Las autoridades cara-
queñas consideraron que hasta que los santafereños también declarasen su
independencia absoluta de España, la propia confederación era imposible.
A su vez, los santafereños se vieron envueltos en varias luchas por el poder
regional con los pueblos que rodeaban a Bogotá y negaban aceptar la auto-
ridad de esta ciudad. En julio de 1812, después de un devastador terremoto
en Caracas y de la victoria realista en Puerto Cabello, Miranda se vio perdido
y firmó un armisticio con el capitán español Monteverde que puso fin a la
Primera República.

15
  José Acevedo Gómez, “Relación de lo ocurrido con motivo de la llegad del Enviado
de Caracas,” (Santa Fe, 18 de marzo de 1811), Archivo Restrepo, Fondo 1, Rollo 8,
folio 25, John Carter Brown Library.
16
  Suplemento al núm. 6 del Semanario Ministerial del Gobierno de la Capital de
Santafé de Bogotá, Nuevo Reino de Granada, Relación de lo ocurrido con motivo de
la llegada del Enviado de Caracas. Santafé, 22 de marzo de 1811. En Archivo Restrepo,
Fondo 1, Rollo 8, folio 42-43, John Carter Brown Library.
17
  Ibídem.

390 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


II. Historia de la revolución de la República de Colombia, Atlas
Al juzgar por la caída de la Primera República, parecería que la circulación
de Colombia Prima hizo poco para convencer a las juntas de América del
Sur de que la unidad entre Caracas y Bogotá era factible. Sin embargo, la
República de Colombia había logrado unir al antiguo reino de Quito, la
capitanía de Venezuela y el antiguo virreinato de la Nueva Granada hasta
1830.18 Su legado fue duradero pues las imágenes de una Gran Colombia
continuaron circulando hasta treinta años más tarde en Europa y en los
Estados Unidos después que de la República se había derrumbado en
1830.19 La publicación y difusión de la Historia de la Revolución de José
Manuel Restrepo, y en especial su Atlas ilustrativo, ayudó a mantener la
longevidad de este ideal territorial a ambos lados del Atlántico. Exami-
nando lo que este Atlas revela —y lo que oculta— nos permite analizar
cómo dio forma a una geografía imaginada que favorecía los intereses de
Bolívar y su ideal de una nación centralizada.
El Atlas de Restrepo visualmente ilustraba una estrategia narrativa
que retiraba o concedía autoridad a las distintas partes implicadas en las
guerras de independencia. Fue entre 1820 a 182520, cuando el Partido

18
  Ecuador no se adoptó como nombre para el territorio encubierto por este nombre
sino a partir de 1830 y de la disolución de la República de Colombia.
19
  Ver: Jeremiah Greenleaf, “Colombia” en A New Universal Atlas; Comprising Sepa-
rate Maps of all the Principal Empires, (Battelboro, VT, 1840); Fremin A.R.; Monin,
C.V.; and Montemont, A., “Colombia et Guyanes,” en L’Univers. Atlas Classique Et
Universel De Geographie Ancienne Et Moderne (París: Bernard; Mangeon; Laguillermie,
1837); Rest. Fenner, Joseph Thomas, “Colombia,” en Thomas’s library atlas, embodying
a complete set of maps, illustrative of modern & ancient geography, (London: Fenner Sc.,
Paternoster Row, Joseph Thomas, 1835). Recuperados de http://www.davidrumsey.com
20
  Ya para 1825, Restrepo encargó a su hermano, Francisco María Restrepo con su
historia manuscrita y el mapa en dos pliegos de Colombia para ser impreso. No fue
sino hasta 1826 cuando Francisco María llegó a París en la compañía de tres jóvenes
antioqueños, después de un largo viaje, primero por Estados Unidos, y luego por
Gran Bretaña. Ver: Gutiérrez Ardila, (2009), citando a “Vente d’usufruit de mines
d’or par Mr. Restrepo a Mr Douviagon et á Mr. Lemor,” 27 de octubre de 1826.
Archivo Nacional de Francia, París, Minutier Central, ET, L, 1092, en Los Primeros

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 391


de Libertadores había consolidado su poder de liderazgo en Colombia
alrededor de la figura de Bolívar, que Restrepo tejió las fuentes históricas y
cartográficas a su disposición y puso a la Nueva Granada y a Bolívar en el
centro de la historia colombiana. Al hacerlo, diferentes líderes —entre ellos
Miranda— fueron desplazados. En esta sección resalto episodios complejos
de la revolución en Venezuela que, a pesar de estar ausentes en el relato de
Restrepo, dejaron sus sombras sobre la cartografía impresa. Sin duda, la
sombra que más amenazó el lugar histórico de Bolívar fue la creación del
Congreso Federal de Caricao en mayo de 1817. En un homenaje a Bolívar,
Restrepo elude cuidadosamente los acontecimientos polémicos relacionados
con este congreso y transforma los recuerdos de la guerra en términos de
cómo la contingencia, la lealtad, la traición, las tensiones raciales, las tácticas
de la guerra y la diplomacia amenazaban al dominio del Libertador. De tal
manera, se revelan las formas en que Bolívar consolidaba su frágil control
militar y político en el teatro de la guerra y en la escena internacional, a
través de la opinión pública y de la memoria histórica.

Reformas a De la Rochette para las necesidades


de la República de Colombia, Atlas
José Manuel Restrepo era una excelente elección para liderar el proyecto
de mapear a Colombia y narrar su historia. Durante su juventud, Restre-
po desarrolló lazos intelectuales estrechos con Francisco José de Caldas;
asimismo hizo varios mapas y planes de Antioquia, su provincia natal,
y consultó su exactitud con Caldas. El tipo de relaciones científicas y
políticas que Restrepo cultivó con Caldas y otros ilustrados a través de
su obra geográfica y cartográfica, finalmente se tradujo en una posición
de liderazgo con el régimen republicano (Mejía, 2007, pp. 50-62). Su
seguridad personal y económica muy pronto pasó a depender del éxito
de la revolución. Restrepo escribió su historia durante un periodo críti-
co, entre 1820-1825, cuando Bolívar estaba en la cima de sus poderes

Colombianos en París (1824-1830). En Anuario Colombiano de Historia Social y de la


Cultura, (Vol. 36, núm. 1).

392 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


militares y políticos (Mejía, 2007, pp. 149-174), escribió la mayor parte
de su historia y elaboró sus mapas desde Bogotá, como ministro del Inte-
rior de Bolívar. El origen de Restrepo, es decir, un neogranadino de élite
intelectual, tuvo un profundo impacto sobre cómo él interpretó y criticó
la evidencia cartográfica e histórica a su disposición y, a su vez, en la forma
en que presentó su propio punto de vista de la historia revolucionaria.
Tomemos, por ejemplo, la razón que llevó a Restrepo a producir en
primer lugar un mapa impreso de la nueva república. En una carta al
general Francisco de Paula Santander, Restrepo señaló:

Aunque escribo sobre la historia de Nueva Granada es todavía un mero


ensayo que necesito refundir bajo un plan más vasto. El mapa de De la
Rochette creo que necesita muchas reformas [...] En el momento que haya
algún descanso podrán dos ó tres jóvenes ingenieros trabajar, á fin de que
con la historia publiquemos otro mapa mejor de Colombia, reformando
el de De la Rochette en todo lo posible.21

En 1827, la historia de Restrepo y el Atlas de la Revolución entraron


en detalles sobre los contornos de la nueva república, corrigiendo pre-
tensiones británicas y portuguesas en la región.
El comparar la Carta de Colombia con la Colombia Prima se observan
los principales cambios que Restrepo consideró necesarios. No sorprende
la manera como Restrepo cambió las fronteras colombianas con el Imperio
de Brasil.22 Pero Restrepo no se limitó a volver a dibujar las fronteras de
Colombia sobre la cara de un mapa ya existente. Su proyecto fue mucho
más complejo. Como la introducción de su Atlas explica, el matemático

21
  José María Restrepo a Santander, Rionegro, 5 de julio de 1820, Boletín de Historia
y Antigüedades: Órgano de la Academia de Historia Nacional, año III, núm. 25, enero
1905, p. 180. Recuperado de http://www.archive.org/details/boletndehistor03colouoft
Es importante señalar que el mapa de 1807 forma parte del archivo de la familia Restrepo.
22
  El mapa de Restrepo agregó otra capa de contención sobre una región que había sido
una importante fuente de disputas fronterizas entre las coronas española y portuguesa
durante todo el periodo colonial. Ver: Safier, (2008, pp. 133-184).

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 393


José Lanz diseñó la base cartográfica. Debido a que Lanz no estuvo en
Colombia durante las últimas etapas de la elaboración del mapa, “diversas
personas inteligentes” continuaron el proyecto que Restrepo supervisó
como secretario de Gobernación. Restrepo destacó los mapas y las me-
diciones astronómicas que informaron el producto final:

Las costas del Atlántico y el Pacífico se han trazado por las cartas españolas
del depósito hidrográfico de Madrid. El río Orinoco y sus afluentes se han
copiado de los trabajos del Barón de Humboldt, y en donde estos han fallado,
se han seguido, en los departamentos que componían la antigua capitanía ge-
neral de Venezuela, los mapas de Arrowsmith, haciéndoles pequeñas adiciones
y mejoras tomadas de las observaciones astronómicas de los señores Rivero y
Boussingault, en su viage de Caracas á Bogotá, y de otros mapas [sic].23

La lista de mapas de expertos y las mediciones consultadas es extensa,


entre ellos el ya citado Caldas; la obra de Vicente Talledo en la cordillera
Oriental y las provincias de Cartagena, Santa Marta y Río Hacha; los pro-
pios mapas de José Manuel Restrepo y sus medidas tomadas en Antioquia
y Cauca; los mapas de Gabriel Ambrosio de la Roche y Rafael Arboleda de
Chocó y Popayán; y la muy exacta carta de Pedro Maldonado de Quito. Esta
introducción al Atlas no es muy diferente de la manera en la cual el cartucho
de Colombia Prima estableció su autoridad científica. Curiosamente no se
mencionan ni una sola vez los mapas de De la Rochette, ni mucho menos a
Francisco Miranda o William Faden. Dada su misiva personal de Restrepo
a Santander, no podemos pensar que esto haya sido un simple descuido.
La reforma de De la Rochette por Restrepo ayudó a silenciar una visión de
Colombia que iba en contra de los intereses del Partido de Libertadores,
que para 1820 ya se iban conformando en los intereses de la República

23
  Restrepo, (Atlas de la Historia de la revolución de la República de Colombia, pp. i-
iii). Ni Rivero ni Boussingault pasaron por la cuenca del Orinoco. Los viajes de estos
hombres (y sus medidas científicas) los llevó a lo largo de la cordillera oriental de los
Andes. Ver Boussingault, (1985).

394 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


de Colombia. La visión continental de la Colombia Prima de 1807 no se
ajustaba a la imaginación geográfica de los primeros líderes republicanos.

La vigencia política de la República de Colombia


y sus problemas con Venezuela
La introducción del Atlas enaltece su valor cartográfico y muy especialmente
pone de relieve su vigencia política. En 1824, Restrepo y Santander, junto
con el resto del Partido de Libertadores, temían que la república estuviera al
borde de la disolución. El partido buscó socavar los bloques de poder local
en Venezuela y Quito que desafiaban al gobierno central con sede en Bogotá,
lo hizo a través de la ley del 25 de junio de 1824 que reorganizó la división
política interna de Colombia. Restrepo no expuso a sus lectores al desorden
de las divisiones políticas internas de Colombia. No obstante, la introducción
explica el hecho de la nueva división de la república con el fin de destacar el
Atlas como la versión más actualizada del territorio de Colombia.
Adicionalmente, Restrepo destacó el valor del mapa en función de la
historia de la revolución de Colombia. “Mejora tan importante y el estar
marcados en el mapa, los lugares donde se han dado las principales batallas en
la guerra de la independencia de Colombia, le hacen preferible á cualquiera
otro de los que se han publicado hasta el día”.24 De esta manera indica que las
espadas en alto señalan las batallas revolucionarias importantes que fueron
ganadas, las espadas hacia abajo indican batallas perdidas, y las espadas
a un lado significan un empate. Pero el primer mapa del Atlas que muestra
a Colombia en su totalidad no tiene un solo indicador de batallas. Tal vez la
escala en la que está compuesto el mapa no lo permitió. En realidad, es más
bien en los mapas de los departamentos en donde se observan las espadas.
De acuerdo con los doce mapas departamentales, de las 36 batallas que se
muestran, veintinueve se lidiaron en los departamentos de Venezuela. 25

24
  Restrepo, (1827, p. 7). Atlas de la Historia de la revolución de la República de Colombia.
25 
El manuscrito original sí incluye muchas más batallas en Nueva Granada, por
ejemplo, por supuesto, la batalla de Boyacá. En el proceso de edición del Atlas, algunas
batallas se borraron, sugiriendo que los que imprimieron el Atlas influyeron en cómo
se vio el impreso el territorio.

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 395


Pero a pesar de sus aseveraciones sobre el valor del Atlas por mostrar
las batallas de la revolución, Restrepo tuvo problemas con representar a
Venezuela en su Atlas. Restrepo confesó “[…] francamente que los mapas
del interior de esta parte de la república están plagados de defectos, en
los ríos, lugares y provincias en que no anduvo el Barón de Humboldt.
Sin embargo esperamos que en otra edición podrán corregirse algunos
de los principales defectos [sic]”.26 Del mismo modo, Restrepo explicó la
ausencia de Venezuela en su narración de 1827 en razón a la forma en que
se concibió el proyecto: “la primera contendrá la historia de la revolución
de la Nueva-Granada hasta principio del año de 1819: la segunda la de
Venezuela hasta los primeros días de 1820: y la tercera comprenderá la
historia de los pueblos unidos bajo el título de República de Colombia
hasta que la España la reconozca como nación independiente”.27 En
1825, cuando Restrepo completó su primer borrador del manuscrito de
la historia y del mapa de Colombia para enviarlo a la imprenta, sólo tuvo
tiempo de terminar de escribir la primera parte de su historia.28
Pero Restrepo no hizo ninguna mención de posibles inexactitudes
con respecto a cómo su Atlas describía las batallas significativas. Por el
contrario, Restrepo sostuvo que su Atlas era “preferible” a cualquier otro
mapa de Colombia porque indica el lugar en el que se libraron las batallas
de la independencia. Es en este sentido que el Atlas de Restrepo cuenta
una historia de la revolución en 1827 que su historia escrita no hace; la
historia de la revolución que ocurrió en los departamentos de Venezuela.

26
  Restrepo, (1827, pp. ii-iii), Atlas de la Historia de la revolución de la República de
Colombia.
27
  Restrepo, (1827, vol. 1, pp. 10-11). .Historia de la revolución de la República de
Colombia.
28
  Aunque no es el tema central de este capítulo, se puede entender la llegada de Codazzi
a Venezuela en 1826, su puesto político como gobernador de Zulia, y su compromiso
para llevar a cabo la labor cartográfica en Venezuela bajo la administración de Páez,
todo dentro del contexto de la contención regional que existía entre el bloque político
bajo el mando de Páez en Caracas y su resentimiento por los deseos del gobierno de
Colombia ―centrado en Bogotá― por dominar a Venezuela.

396 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Esto es porque el Atlas muestra que la mayor parte de las batallas de in-
dependencia tuvieron lugar en Venezuela. El Atlas sirve como una señal
visual útil para saber cómo Restrepo, los cartógrafos y los impresores que
él contrató en París, describieron el lado venezolano de la historia pese a
que la narrativa de 1827 no lo hacía.
La siguiente sección considera los lugares señalados como lugares de
batalla y muestra aquellos lugares que el Atlas no incluye a pesar de haber
ocurrido batallas importantes. Con esto se demostrará cómo tanto el Atlas
como la historia de Restrepo contribuyeron al proyecto ideológico de
crear una opinión pública favorable hacia Bolívar como el líder central
de la Independencia de Colombia.29

El fantasma de Miranda persigue a Bolívar


El final de la Primera República fue un hecho difícil para Bolívar en tér-
minos de cómo sería recordado. Fue en parte por problemas de comando
que Bolívar perdió el importante Puerto Cabello. Eso, junto con su parti-
cipación en la entrega de Miranda a las tropas realistas hizo que Bolívar se
pronunciara vehementemente en contra del generalísimo. Pero Miranda
—o más bien, su red internacional de apoyo— volvió a retar a Bolívar en
1817. El fantasma de Miranda llegó en la forma de Cortés de Madariaga
con sus esfuerzos para establecer en mayo de ese año un Congreso Federal
en Cariaco. En la historia de Restrepo, los mapas impresos de Venezuela
borran este episodio que también se omite en la narración que los acompa-
ña. Solamente en la edición de 1858 se llega a mencionar, pero de manera
despectiva, ridiculizando el Congreso como un pequeño “congresillo”
ilegítimo y patético (Restrepo, 1858, vol. 2, pp. 334; 395-397).
A finales de abril de 1817, Cortés de Madariaga desembarcó en el
puerto de Pampatar en Venezuela tras cinco años de prisión después de
la caída de la Primera República en 1812 (Slatta & Grummond, 2003,
p. 155). Madariaga, familiarizado con la red internacional que Miranda
había establecido en Londres, había sido uno de los “ocho monstruos”

  Pero la narración de 1858 sí: Restrepo, (1858).


29

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 397


que el general español Monteverde envió en cadenas a España junto con
Francisco Miranda.30 Después de sobrevivir su encarcelamiento, Madariaga
regresó a América. Al enterarse de su llegada a Jamaica, Bolívar escribió a
Madariaga en 1816 desde Haití, dándole la bienvenida. “Así, necesitamos
de nuestros próceres”, escribió, “que, escapados en tablas del naufragio
de la Revolución, nos conduzcan, por entre los escollos, á un puerto de
salvación. U. Y nuestros amigos Roscio y Castillo harían un fraude a la
República si no le tributasen sus virtudes y sus talentos, quedándose en
una inacción que seria mui perjudicial á la causa pública”.31
Los diez volúmenes de la historia de Restrepo de 1827 no hacen ninguna
referencia a la llegada de Madariaga a Venezuela en 1817, ni tampoco a las
palabras de bienvenida de Bolívar a Madariaga. En parte, este silencio podría
explicarse por el hecho de que este relato se centra en la Nueva Granada,
no en Venezuela. Madariaga, sin embargo surge en la narrativa de Restrepo
cuando se discute la visita diplomática de Madariaga de Caracas a Bogotá
en 1811. Restrepo recordó la visita del chileno como “[...] el primer paso
que se dio para la unión de Venezuela y de la Nueva Granada, el que no
produjo efecto alguno favorable” (Restrepo, 1827, vol. 2, p. 249). Restrepo
sostuvo que para que las dos repúblicas se unieran políticamente, se nece-
sitaba mucho más que un tratado. Venezolanos y granadinos sólo podían
ver el valor de la unidad después de haber sufrido largas batallas contra los
españoles. Además, Restrepo sugiere que tal vez la única forma de unir a
los dos pueblos era a través de “Un congreso bien autorizado […]; pero la
instalación de aquella asamblea estaba aun remota [en 1811]” (Restrepo,
1827, vol. 2, p. 254). La observación de Restrepo hace un guiño al Congreso
de Angostura de 1819, que no solo estuvo “bien-autorizado”, sino cuyo
procedimiento se describe en detalle en el primer volumen de su historia.

30
  Los otros fueron: los venezolanos Juan Germán Roscio, Juan Paz del Castillo, y Juan
Pablo Ayala; los españoles Manuel Ruiz, José Mires, y Antonio Barona; y el italiano,
Francisco Isnardi. Ver: Los ocho próceres que como ocho monstruos mandó Monteverde
a España en 1812. En Blanco, (1876, tomo III, pp. 699-703).
31
  Carta de Bolívar a Madariaga, Port au Prince, Haití, 21 de noviembre 1816, citado
en Rojas, (1879, p. 29).

398 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Pero el comentario de Restrepo plantea la pregunta, ¿era posible realizar un
congreso no autorizado? El Congreso Federal de Cariaco de 1817, concitado
por Cortés de Madariaga, pudo haber sido exactamente eso.
Para entender mejor lo que estaba en juego en Cariaco tenemos que
abordar la precaria situación de las tropas patriotas, tanto de los oficiales
como de los soldados rasos. Aquellos involucrados entendían que el re-
conocimiento internacional de la independencia de Venezuela impulsaría
la causa patriota. Sin embargo, las pérdidas desastrosas en las principales
ciudades de la costa de Venezuela, y la presencia de tropas españolas en
zonas cercanas hizo a varios soldados patriotas nerviosos. Algunos de ellos,
encabezados por el general Manuel Piar, ya habían huido a otro campo de
batalla: la cuenca del río Orinoco. En abril de 1817, mientras el general
Mariño y otros intentaron mantener la fortaleza de Cariaco, Bolívar
decidió ir hacia la ciudad de Angostura, atraído por las victorias de Piar.
Pero al llegar, Bolívar se dio cuenta de que estaba en una seria desventaja
en términos de poder militar. Bolívar no había liderado personalmente
las tropas que avanzaron hacia la victoria en la región, y sus generales en
la costa, los que se quedaron en Cariaco, parecían estar conspirando en
contra de su liderazgo.
Mientras Bolívar viajaba desde la costa de Venezuela hacia el interior,
Madariaga le envió una carta explicándole el interés de los británicos en
apoyar la causa independentista con buques de guerra, dinero y, lo más im-
portante, el reconocimiento de independencia para Venezuela. 32 Madariaga
explicó que era necesario proporcionar a los británicos pruebas de que
existía una república y alentó a Bolívar para publicar información acerca
de las victorias patriotas. También informó a Bolívar de sus propios planes
para organizar una nueva reunión del Congreso venezolano en Cariaco.
Pero Madariaga tal vez no era consciente de la tensa relación entre Bolívar
y algunos de los generales en Cariaco, especialmente Santiago Mariño,
el segundo hombre al mando de Bolívar. Mariño se había cansado de las

  Carta de José Cortés de Madariaga a Simón Bolívar, 25 de abril de 1817, isla Mar-
32

garita. En Blanco y Azpurúa, Documentos, (1876, v. 5, p. 625).

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 399


pérdidas que tuvo Bolívar entre 1814 y 1816, y había desafiado la autoridad
del Libertador en varias ocasiones. Las promesas de Madariaga le sonaron
huecas a Bolívar ya que Mariño fue quien encabezó el procedimiento en
Cariaco el 8 de mayo de 1817.33 Los generales presentes en el Congreso
de Cariaco comprendieron lo importante que era esa reunión política y
la debilidad de su legitimidad, dado que se avecinaba un ataque realista.34
Bolívar reconoció que estaba perdiendo el control del proyecto patriota,
si alguna vez lo tuvo. Bolívar identificó la posible amenaza que planteaba
el Congreso Federal de Cariaco, a pesar de su visto bueno oficial para
ponerlo en orden. Si Cariaco obtenía reconocimiento internacional pero
bajo el control de Marino, hubiese sido él con el grupo de generales pa-
triotas que lo acompañaban quienes tendrían acceso directo a los canales
diplomáticos que Bolívar ansiosamente trataba de mantener, cosa que
se le hacía más y más difícil desde el interior del país. Cada día Bolívar
iba volviéndose más marginal, perdiendo batallas cerca de los bastiones
españoles como Caracas, y luego encontrando que al interior no sentía
ningún apoyo local de las tropas patriotas. Había mucho en juego. Las
rivalidades estallaron y Bolívar denunció el Congreso como ilegítimo.
En 1858, Restrepo hace que el lector reflexione sobre estos hechos. El
historiógrafo criticó a los participantes del Congreso señalando “Parece
que tampoco meditaron ser tan ridículo como contrario á los principios
del derecho constitucional, que unos pocos hombres, sin misión alguna de
los pueblos, se declararan sus representantes, solo porque era su voluntad
hacer tal declaratoria. Sin embargo, esta farsa no tuvo resultados, y muy

33
  Los hombres presentes incluían a: Adm. Luis Brion, comandante de navíos; el in-
tendente general Francisco Antonio Zea de Nueva Granada; ciudadano José Joaquín de
Madariaga, canon de la catedral de Caracas; ciudadano Francisco Javier Mayz, encargado
ejecutivo del departamento de Caracas; ciudadano Francisco Manuel Alcalá, Diego Bal-
lenilla; Diego Antonio Alcalá, Manuel Isaba, Francisco de Paula Navas, Diego Bautista
Urbaneja, y Manuel Maneiro. “Congreso de Cariaco: Acta de la Congregación Convo-
cada para el 8 de mayo de 1817”. En O’Leary, (1880, Documentos, XV, pp. 250-252).
34
  Sylvanus Urban (Ed.) (1817). “Septiembre de 1817”, The Gentelman’s Magazine and
Historical Chronicle, vol. 87, p. 270. London: Nichols and Son; The Monthly Review
or Literary Journal, 1819, vol. 89, pp. 171-172. London: Pall Mall.

400 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


pronto el congresillo de Cariaco fue olvidado, porque los sucesos militares
y el general Morillo se atrajeron toda la atención” (Restrepo, 1858, vol. 2,
p. 396). El olvido de Cariaco y su congreso ocurrió en buena medida
debido a las historias de Restrepo y su Atlas.

Fig. 6 Carta de la República de Colombia, Escala [1:5,500,000]. En Restrepo, J. M. (1827).

Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana. Grabado


por Darmet, JM; Hacq, J. JM. 24,0 x 19,0 cm. Detalle
Fuente: http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~20243~590076

Fig. 7 Carta del departamento del Orinoco o Maturín. Escala [1:2,650,000]. En Restrepo, J. M.
(1827). Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana.

Grabado por Darmet, JM; Hacq, J. JM. 30,0 x 45,0 cm. Detalle.
Fuente: http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~20243~590076

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 401


Tomemos, por ejemplo, la forma en la que el Atlas de Restrepo repre-
senta la ciudad de Cariaco. Se puede ver en las imágenes anteriores la
manera en la cual Cariaco aparece en el mapa de la República de Colombia
(ver figura 6), y desaparece del mapa del departamento del Orinoco (ver
figura 7). La presencia inestable de Cariaco en los mapas de Restrepo
sugiere su importancia periférica a la nación desde la perspectiva del
Partido de Libertadores. Al igual que el Congreso que tuvo lugar en esa
ciudad, Cariaco es tangencial e insignificante para narrar la historia de
la revolución en Colombia.

Recuerdos de Piar incrustados en (y borrados del) paisaje del Orinoco


El Atlas de Restrepo convenció a sus lectores de que ahí se mostraba con
precisión la República de Colombia, la identificación de sus contornos
y la localización de lugares significativos en cuanto a la historia de la
Revolución. Como la mayoría de los mapas, no todos los lugares identi-
ficados por el Atlas recibieron el mismo tipo de atención. Como vimos
anteriormente, la aparición y desaparición de Cariaco, la ciudad donde
el Congreso Federal se produjo, sugiere la importancia marginal que los
cartógrafos querían darle a esta ciudad. La forma en la cual Restrepo
indicó los lugares donde ocurrieron las batallas (y donde no ocurrieron)
también refleja las jerarquías de la historia militar que él quería mostrar.
El Atlas también muestra jerarquías entre lugares. Al igual que otros
mapas, el tamaño físico relativo de los pueblos y ciudades se manifiesta
a través de convenciones cartográficas, tal como el tamaño tipográfico
de las letras de los nombres de lugares que aparecen en el Atlas. En este
Atlas, el tamaño de la tipografía no solo enfatiza la importancia de los
lugares según su población y tamaño geográfico, el tamaño de las letras
que designan lugares también corresponde a la importancia histórica que
se le quiere dar a un lugar. Esta dimensión del Atlas es más evidente en
la forma que se representan los lugares implicados en la polémica táctica
militar de guerra a muerte.

402 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


La guerra a muerte contra los españoles fue declarada por Bolívar en
1813 y él mismo declaró su fin en 1816 (Lynch, 2006, pp. 72-74; 100).
Esta táctica marcó una etapa particularmente sangrienta de la guerra.
Como John Lynch ha argumentado, la guerra a muerte estaba destinada a
aterrorizar a los españoles y fomentar el apoyo criollo por la independencia,
pero no fue exitosa en estos propósitos. Lo que sí logró, sin embargo, fue
ofrecer a los soldados rasos patriotas una forma violenta de vengarse de
un enemigo odiado que percibían responsable por su propio sufrimiento,
sus privaciones, y la pérdida de compañeros de armas. En 1816, Bolívar
reconoció que necesitaba ganar el favor de la independencia de todos los
sectores de la población de Venezuela (y especialmente sus financistas de
Haití). Por lo tanto, declaró el fin de la esclavitud, al mismo tiempo que
perdonó a todos los españoles que se rindieran a los patriotas. En 1816,
Santiago Mariño, Manuel Piar, y otras personas sirvieron como testigos
cuando Bolívar dio este anuncio (Lynch, 2006). El resultado fue mez-
clado. Aunque la abolición pudo haber inspirado a los esclavos y pardos
para unirse a las filas de los ejércitos patriotas, el llamando a poner fin a
la guerra a muerte no necesariamente recibió una acogida favorable entre
las tropas patriotas, especialmente aquellos que lucharon en la campaña
del Orinoco en 1817.
Sin embargo, como David Bushnell ha sostenido, al final de la cam-
paña del Orinoco en 1817 solo un general surgió como el claro líder
del movimiento independentista: Simón Bolívar (Bushnell, 2004, pp.
84-85). Por lo tanto, se esperaría que Restrepo utilizara su mapa de
la zona para localizar varias batallas de la independencia a lo largo de
la cuenca del río Orinoco, pero este no fue el caso. Ninguna batalla,
según Restrepo, se lidió a lo largo del Orinoco. La razón de esto no fue
porque Restrepo quisiera mostrar únicamente las batallas dirigidas por
Bolívar. Como se podrá ver a continuación, tres victorias en Maturín se
muestran claramente. Estas victorias no fueron atribuidas a Bolívar, sino
a Manuel Piar (ver figura 8).

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 403


Figura 8. Carta del departamento del Orinoco o Maturín. Escala [1:2,650,000]. En Restrepo, J.
M. (1827). Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana.
Grabado por Darmet, JM; Hacq, J. JM. 30,0 x 45,0 cm. Detalle.
Fuente: http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~20243~590076

El 5 de agosto de 1817, Bolívar explicó que “Maturín sepultó en sus


llanuras tres ejércitos españoles, y Maturín quedó siempre expuesta a los
mismos peligros que la amenazaban antes de sus triunfos. Tan estúpido
era el jefe que la dirigía en sus operaciones militares”.35 Este “jefe” de
Maturín no sólo era estúpido en el campo de batalla, de acuerdo a Bolí-
var también fue un ladrón rapaz y codicioso”. Una vez que ha hecho su
botín, el valor le falta y la constancia le abandona. Díganlo los campos
de Angostura y San Félix, donde su presencia fue tan nula como la del
último tambor”.36 El jefe estúpido, incompetente, rapaz, que echó a perder
dos veces en Maturín, y cuya presencia había creado un vacío a lo largo
de la cuenca del río Orinoco era ni más ni menos que el general Manuel
Piar. En su discurso, Bolívar convirtió las victorias de Piar en Maturín
en contra de él. Las victorias reflejan la incompetencia de Piar: debería
haber sido solo una victoria en Maturín, no tres. Bolívar no se limitó a
emitir el manifiesto para difamar a Piar, su partido prestó mayor fuerza a

35
Simón Bolívar, “20 Manifiesto de Bolívar a los pueblos de Venezuela fechado en el
Cuartel General de Guayana el 5 de agosto de 1817, con fuertes críticas a la conducta
del General Manuel Piar”. En Mijares & Pérez Vila, (s. f.).
36
Simón Bolívar, “20 Manifiesto de Bolívar a los pueblos de Venezuela fechado en el
Cuartel General de Guayana el 5 de agosto de 1817, con fuertes críticas a la conducta
del General Manuel Piar”. En Mijares & Pérez Vila, (s. f.).

404 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


los argumentos de Bolívar a través de una visualización cartográfica. Las
tres batallas en Maturín fueron incorporadas en el panorama científico
que Restrepo había producido para las audiencias nacionales e interna-
cionales. También se debe a Bolívar que el mapa del Orinoco carezca de
batallas a lo largo de la cuenca del río. Entonces, ¿quién fue el desastroso
general Manuel Piar?
Tal como Alicia Ríos ha observado, Manuel Piar ha sido una de las
figuras históricas más controvertidas y poco examinadas en la historio-
grafía venezolana (Ríos, 1993). Lo que hace a Piar tan controversial es
su presunto deseo de instigar una guerra racial en 1817. Aline Helg nos
recuerda que Bolívar fue el líder más preocupado por la amenaza de una
pardocracia, o el supuesto liderazgo de hombres de color en contra de
los blancos. A Bolívar también le preocupaba la amenaza de una guerra
racial. Es por esta razón que Bolívar manda que se ejecute al pardo Ma-
nuel Piar, o por lo menos esta es la razón que Bolívar da (Helg, 2004, pp.
165-166). La fama de Piar como instigador de guerra racial se extendió
rápidamente. En 1822, Calixto Noguera había sido acusado de ser un
enemigo sedicioso de los blancos de Cartagena por la presunta exaltación
de la memoria del general pardo, Manuel Piar. 37 Una década más tarde,
Bolívar lamentó la ejecución de Piar por la manera en la cual miembros de
su clase, es decir, pardos, se quejaban, sobre todo después de la ejecución
en 1828 de otro general pardo, José Prudencio Padilla.38
Los historiadores, por lo tanto tienen razón al señalar que el discurso
racial fue un elemento crítico en el conflicto entre Piar y Bolívar. Por
desgracia, se ha dado demasiado énfasis a la supuesta guerra de razas que
Bolívar temía que el general pardo estaba conspirando para ponerla en
marcha en 1817. Marixa Lasso ha demostrado que los rumores de guerra

37
  AHNC, República, Guerra y Marina, 14, fol. 115, citado en Lasso, (2007, pp.
137 y 147).
38
  Helg, (2004, p. 209), citando Bolívar a Briceño, 16 de noviembre de 1828, y Bolívar
a Páez, 16 de noviembre de 1828, en Simón Bolívar, Vicente Lecuna (Ed.). (1947).
Obras Completas, 2, pp. 505-508.

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 405


racial a menudo han tenido sus raíces en tensiones políticas específicas.
Por lo anterior, es posible afirmar que los rumores de conspiraciones ra-
ciales influyeron en la opinión pública (Lasso, 2007, p. 137). Siguiendo
las sugerencias de Lasso, examinaré la cartografía de Restrepo a la luz
de las tensiones militares y políticas que dieron origen a las acusaciones
de Bolívar contra Piar, para mostrar cómo el Atlas forma parte de un
esfuerzo mayor para desviar las tensiones raciales y las disputas políticas
que podrían haber socavado la independencia. Definitivamente, borrar
a Piar y Mariño se convirtió en una prioridad para el Partido Libertador.
La forma en la que Restrepo ubicó Angostura en el mapa del departamento
del Orinoco es similar a la que otros mapas usan para localizar la ciudad
portuaria. Angostura era un puerto que desde la época colonial española
tenía buenas defensas, situada en el Orinoco a 250 millas río arriba desde
el océano Atlántico. El control sobre Angostura significaba el control sobre
el sistema de transporte del río Orinoco, que corría hacia dentro de las
llanuras del interior de la provincia de Guyana y facilitaba el transporte del
ganado y de otros recursos naturales desde el interior para el comercio con
los comerciantes en el Caribe. Vale la pena anotar que el primer patriota
que atacó las posiciones realistas en la cuenca del río Orinoco fue Piar.
En 1816 Piar reunió sus tropas y partió para los llanos de Maturín, su
base regional de apoyo. Desde ahí se dirigió a Angostura (hoy Ciudad
Bolívar). Piar correctamente identificó que las misiones capuchinas ca-
talanas a lo largo del río Caroní, un afluente del Orinoco, eran las más
productivas en la región. A principios de febrero de 1817, Piar aseguró
líneas de suministro para sus tropas al dominar militarmente a las misiones.
El suyo fue el primer ataque exitoso a las misiones desde el comienzo de
las guerras de independencia. El Atlas de Restrepo no registra esta victoria.
Sin embargo, Restrepo sí localizó algunas de las misiones.
Las misiones del Caroní ya se conocían y estuvieron bien documentadas
en forma cartográfica en Europa. Ya en 1775, Cruz Cano y Olmedilla ha-
bían identificado a los diferentes pueblos de misión situados a lo largo del
río Caroní. En el Atlas de Restrepo también identifican los asentamientos
individuales a lo largo del Caroní (véase figura 9). En este mapa, Guyana

406 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Figura 9. Carta del departamento del Orinoco o Maturín. [Mapa]. En Restrepo, J. M. (1827).
Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana.

Vieja y la misión Pastora se identifican con el mismo molde de letra. Solo


Angostura tiene un estatus más importante en la región que estas dos
ciudades. Como veremos, fue la significación histórica de Pastora, no su
importancia territorial en la región, que explica tal énfasis cartográfico.

El problema de la guerra a muerte y su despliegue cartográfico


La toma de las misiones del Caroní por las tropas de Piar fueron el
resultado de varias batallas, y este movimiento militar fue clave para
la independencia de Colombia. Al bajar al Orinoco desde Maturín, los
soldados de Piar estaban disgustados, y varios de ellos lo abandonaron a
principios de enero para reunirse con Bolívar en la cuenca del Caribe. Piar
inmediatamente se comunicó con Bolívar y le exigió el más severo castigo
para los desertores.39 También Piar reconoció la importancia de la victoria
con el fin de apaciguar a sus hombres y mantenerlos leales, esta es la razón
por la cual él puso su mirada en las misiones de Caroni.
Un fraile capuchino, Nicolás de Vich, se escapó del ataque Piar y escribió
sobre sus experiencias cuando estuvo en el exilo en España (Vich, 1818).
Su informe describe la fundación de las misiones en 1724 y las más de
20.000 personas que poblaron las veintisiete ciudades que componían las
misiones en 1816. La abundante mano de obra y tierras fértiles propor-
cionaban víveres y suministros a las ciudades importantes: Angostura y

39
Lynch, (2006), p. 106, citando Piar a Bolívar, San Felipe, 31 de enero de 1817. En
O’Leary, (1880, XV, pp. 150-155).

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 407


Guayana la Vieja. Durante todo el periodo de la insurgencia estas misiones
habían resistido a las fuerzas patriotas, y los frailes catalanes a menudo
incitaban a los indios de la misión para que se defendieran contra los
ataques de los insurgentes. La principal defensa española estaba radicada
en Guayana la Vieja, razón por la cual Piar estratégicamente ordenó a
sus tropas bloquear esa ciudad y, a mediados de febrero, tuvieron éxito
(Slatta & Grummond, 2003, p. 154). Piar y sus hombres se tomaron
las misiones y tomaron presos a los 34 frailes capuchinos catalanes que
dirigían las misiones.40 Para entonces, Manuel Piar reconoció que los rea-
listas de todos modos seguían siendo una amenaza contra su estrategia.
Piar puso al vicario caraqueño del ejército patriota, José Félix Blanco
(1782-1872), a cargo de las misiones. Esto le permitió a Piar seguir con el
control de los ataques hacia los realistas en el resto de la región, sabiendo
que las provisiones de las misiones llegarían a sus tropas sin interrupción
(O’Leary, 1880, vol. 15, pp. 195-228).
La decisión de Piar de tomar a los frailes prisioneros y no ejecutarlos
respetaba el llamado de Bolívar en 1816 para poner fin a la guerra a
muerte. El problema era que los frailes que habían sido capturados fue-
ron los mismos hombres que habían dirigido las misiones del Caroní,
que a su vez habían suministrado las tropas españolas con los caballos,
alimentos, y víveres que permitieron a los realistas pelear contra las tropas
de Piar. Por otra parte, los misioneros mismos habían repelido los ataques
patriotas.41 Aparentemente, las tropas llaneras de Piar no estaban felices
con la idea de tener que preservarles la vida a los sacerdotes capturados.
Cinco personas escaparon y catorce murieron en cautiverio, lo que sugiere
el odio visceral que los hombres de Piar tenían por las tropas realistas.42

40
  Blanco & Azpurúa, (1876, vol. VI, p. 617); Vich, (1818, p. 11).
41
  El catalán fray Nicolás Vich, quien escapó, recordó más tarde la manera como los
rebeldes, indignados por no poder matar a los frailes, los intimidaban, amenazándoles
con hacer arneses de sus barbas. (Vich, 1818, pp. 16-22).
42
  Ver: Lynch, (2006, p. 103); Vich, (1818, p. 11).

408 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Más de 500 soldados españoles murieron en la batalla de San Félix, pero
de acuerdo con un informe, los hombres de Piar no tomaron prisioneros.
Según algunos reportes, todos los 300 prisioneros realistas de la guerra
murieron, entre ellos 75 oficiales (Blanco y Azupurúa, 1876, Documen-
tos, vol. 5, pp. 647-648). Al caer la noche, los realistas sobrevivientes se
retiraron, dejando atrás suministros valiosos y municiones.
Bolívar llegó el 2 de mayo de 1817 a la cuenca del Orinoco procedente
de la ciudad costera de Barcelona para unirse a Piar (Slatta & Grummond,
2003, p. 155). El encuentro entre los dos fue difícil. Bolívar había entrado
a un teatro militar nuevo y desconocido para él. Piar era el general que
realmente controlaba las tropas patriotas en la zona. Como lo explicó el
presbítero Juan José Blanco, —quien estuvo encargado de las misiones—,
Bolívar carecía de la resonante vos de mando y de la obediencia de sus
tropas, y en realidad solo unos cuantos funcionarios lo reconocían.43 El
aislamiento de Bolívar era, en gran parte, debido al comando victorioso
de Piar, pero Bolívar aún no se había probado como líder en el campo
de la batalla del Orinoco.
El registro histórico se vuelve turbio después de la victoria de Piar en
San Félix. Con base en lo que se puede reconstruir a partir de diversas
fuentes, sabemos que Piar fue a Angostura la primera semana de mayo
de 1817 a reunirse con Bolívar e informarle sobre la reciente victoria
patriota (Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, pp. 646-648).
Posteriormente, Piar trasladó sus operaciones militares a Juncal, más al
norte.44 Al mismo tiempo, el presbítero Blanco dejó su puesto en las mi-
siones para reunirse con Bolívar en Angostura.45 Mientras que Blanco y
Piar se encontraban fuera de las misiones, Bolívar envió al coronel Jacinto

43
  “Declaración del venerable José Félix Blanco hecho de su puño y letra en los últimos
días de su vida, por incitación de Ramón Azpurúa, como necesaria para ilustración de
la historia en un episodio grave de la guerra de Independencia en Guayana por el año
de 1817”. (Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, p. 647).
44
  Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, pp. 634-635. Citando Baralt’s history.
45
  Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, pp. 646-648.

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 409


Lara y el capitán Juan de Dios Monzón a la misión de San Ramón de
Caruachi, donde se encontraban detenidos los frailes capuchinos.46 Una
vez allí, los hombres de Bolívar ordenaron la ejecución de los cautivos
capuchinos restantes en un despliegue espectacular de crueldad. Estas
ejecuciones han estimulado un gran debate entre los historiadores, sobre
todo en términos de qué tanto Bolívar fue responsable por la muerte de
los frailes. Restrepo se unió a otros historiadores que apoyaban a Bolívar
al explicar el incidente como un infortunado malentendido de las órdenes
del Libertador. Supuestamente Bolívar había ordenado a sus hombres para
que enviaran a los capuchinos a otra misión llamada Divina Pastora. Al
no estar familiarizados con ese lugar, los hombres de Bolívar entendieron
la orden como un eufemismo para la ejecución de los frailes.47
Pero una pequeña ciudad-misión con el nombre de Divina Pastora sí
existía. Cruz Cano la identificó en su mapa de 1775, junto a otros dieciocho
pueblos misioneros de la región. Nicolás Vich, el fraile catalán que escapó,
también identificó a Divina Pastora en sus narraciones desde el exilio.
Fundada en 1737, esta fue una de las primeras poblaciones misioneras,
pero para 1816 sus habitantes eran apenas 833 indios, o dicho en otros
términos, el 4 % de los 20.000 que habitaban los pueblos de misiones en
la región.48 En 1875, el presbítero Blanco proveyó un informe de la región
en el cual también se encuentra Divina Pastora. Blanco recordó que esta
misión, aunque a veces abastecía los pueblos a lo largo del río Caroní y el
fuerte de Guayana la Vieja, durante seis meses sufría de una estación seca.49
Esta misión, entonces, no solo era pequeña en términos de su población,
sino también periférica a las necesidades productivas de la región. Sin
embargo, la representación cartográfica que hace Restrepo de Pastora no
sugiere tal marginalidad. El lector de estos mapas creería que Pastora es uno

46
  “Declaración…”. En Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, p. 647.
47
  Restrepo, (1858, vol. 2, p. 402). Ver también Bushnell, (2004, p. 83); Lynch,
(2006, pp. 103-104, 282).
48
  Vich, (1818, p. 10).
49
  Blanco & Azpurúa, (1876, Documentos, vol. 1, pp. 462).

410 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


de los lugares más importantes de la región puesto que se mantiene estable
en el Atlas, —a diferencia de la desaparición de la ciudad de Cariaco—,
además, el tamaño de las letras es el mismo que se utiliza para identificar
Guyana Vieja, la antigua capital de la región (véase figura 9).
Teniendo en cuenta la evidencia disponible es imposible determinar
si Bolívar —entre guiños— había pedido la muerte de los frailes encar-
celados. El mapa de Cruz Cano, la denuncia del fraile escapado, y el
informe de Vicario Blanco identifican la fundación de Divina Pastora,
su ubicación, además de su importancia relativa a otras misiones. De
todos modos es posible que los oficiales de Bolívar, nuevos en la zona,
realmente no supieran que existía una Divina Pastora. Pero, para nuestro
caso, lo que es interesante es el énfasis con el cual el Atlas de Restrepo
ubica a Pastora. Al destacar Pastora cartográficamente, Restrepo defiende
la memoria histórica de Bolívar y demuestra cómo las ejecuciones fueron
el resultado de un infortunado “malentendido”.
El Atlas de Restrepo intentó dar forma a una imaginación geográfica de
la histórica de la revolución. Esta geografía imaginada ubicaba a Bolívar
en el centro del proceso de independencia, como líder y libertador. Salva
la cara de Bolívar como líder ante un público que no tenía experiencia
directa con las dificultades y la lógica que se desarrolla a través de la gue-
rra. Las tropas independentistas y realistas habían desatado una lógica
violenta, y una moral propia y sangrienta, lo que hacía difícil contener
las tropas sobre el terreno. Bolívar entendía la lógica de la moral y la di-
plomacia como se juega nacional e internacionalmente. Al no ejecutar a
Miranda por traidor, Bolívar evitaba una controversia, pero al exigir de
sus biógrafos que se recordara que su intención fue esa, demostraba una
mano dura de liderazgo y patriotismo, especialmente cuando su pérdida
militar fue en gran parte responsable por el fin de la Primera República.
De una manera similar, el hecho que los biógrafos e historiadores que
apoyaban a Bolívar insistían en el “malentendido” que llevó a la muerte
de los frailes, la opinión pública internacional sobre el Libertador pudo
ser salvaguardada. Esto era especialmente necesario teniendo en cuenta
que Bolívar nunca reprendió a Lara o a Monzón por haber cometido

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 411


un error tan atroz. Por el contrario, poco después Lara fue ascendido en
rango militar. Los historiadores tienen razón al recordar dicho ascenso
como una sombra sobre el legado de Bolívar. Pero la promoción que hizo
Bolívar a Lara no es un ejemplo de un “inexplicable mal manejo” de la
justicia del Libertador, como algunos historiadores han sostenido. De
hecho, sí se puede explicar fácilmente. Eso es si tenemos en cuenta un
hecho que los historiadores han tendido a perder de vista: después de las
ejecuciones de los frailes, la autoridad de Piar entre las tropas patriotas
del Orinoco comenzó a derrumbarse, y la de Bolívar se consolidó.

La guerra racial de Piar en el contexto geopolítico del Congreso de Cariaco


Menos de un mes después de las ejecuciones de los frailes, la cadena de
mando sobre las misiones del Caroní había entrado en un completo
desorden. Piar escribió cartas frenéticas al vicario Blanco, pidiéndole
que diera un informe claro sobre los recursos disponibles de la misión,
enfurecido con las órdenes de Bolívar que amenazaban con no atender
las necesidades de sus tropas.50 A principios de junio, Piar estuvo tan
molesto con el manejo de recursos de las misiones que peticionó a
Bolívar para que le diera de alta del servicio militar de tal manera que
él pudiera asumir el control completo sobre las misiones desde Upatá.51
Bolívar finalmente accedió a las demandas de Piar. Al mismo tiempo
comenzó a circular el rumor que Piar en realidad quería planear una
guerra racial que iría en contra de la causa patriota. Bolívar no denunció
estos rumores, pero sí los alimentó.
Historiadores como John Lynch, que no han cuestionado la palabra
de Bolívar en cuanto a la supuesta guerra racial, han perdido de vista un
hecho menos emocionante, pero igualmente importante (Lynch, 2006,
pp. 104-107); Piar, consternado por el mal manejo de las misiones del
Caroní, creía que él podía recuperar el control de la región si él se hiciera
cargo de ellas, pero esto cada día se le hacía más y más difícil, en gran parte,

  Blanco & Azpurúa, (1876, Documentos, vol. 5, pp. 663-666).


50

  Blanco & Azpurúa, (1876, Documentos, vol. 6, p. 109).


51

412 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


según sus críticas expresadas a Blanco, por el mal manejo que Bolívar le
había dado a los recursos de las misiones. Entonces Piar decidió dejar
Guayana y unirse a Santiago Mariño y al Congreso Federal. En junio de
1817, Piar mismo le había dado a entender a Bolívar que la revolución
necesitaba instituciones democráticas y autoridades legítimas al lado de
la autoridad militar de Bolívar.52 Bolívar pensó que podría disuadir a Piar,
sobre todo porque él supo a través del almirante Brión que el Congreso
de Cariaco ya se había disuelto a principios de junio.53
Bolívar le escribió a Piar a mediados de junio, informándole que Rafael
Urdaneta (1788-1845) y Antonio José de Sucre (1795-1830) se habían
rebelado en contra del “gobierno ilegítimo” en Cariaco. Sin los soldados
de Urdaneta y Sucre, Mariño se quedaría solo, ya que, según Bolívar, él
no tenía nada más que su guardia personal.54 Bolívar esperaba que su carta
disuadiera a Piar de unirse a Mariño en Cariaco. Por desgracia, la
carta de Bolívar fue capturada por las fuerzas realistas, y nunca llegó
a Piar. Sin obtener respuesta a su carta, es posible que Bolívar temiera
que la república se hubiera dividido de hecho, pero no necesariamente
a lo largo de líneas raciales. Mariño y Piar juntos podrían haber lanzado
un duro golpe a la afirmación de Bolívar como el líder de la revolución.
Esto se debe a que Mariño tendría acceso no sólo al apoyo de Piar y de
sus tropas llaneras, sino también a Madariaga y a una vía diplomática
importante. Visto de esta manera, se puede comprender por qué Bolívar
buscó ansiosamente la manera de evitar este tipo de alianza entre los
generales patriotas.
Al saber que el Congreso de Cariaco se había disuelto, Bolívar se
centró en Piar. Bolívar necesitaba desacreditar a Piar como general y
como ciudadano. Necesitaba aislarlo tanto de las poblaciones de castas

52
  “Carta de Bolívar a Piar, fechada en San Félix el 14 de junio de 1817”. En Gaceta
de Caracas, 2 de julio de 1817.
53
  Citado en Slatta & Grummond, (2003, p. 156).
54
  “Carta de Bolívar a Piar, fechada en San Félix el 14 de junio de 1817”. En Gaceta
de Caracas, 2 de julio de 1817.

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 413


como de los oficiales de élite criolla. Tenía que hacerlo rotundamente.
También fue necesario tener cuidado. Bolívar no podía arriesgarse a
alienar ni a las élites blancas o a las tropas llaneras cuyas filas fueron en
su mayoría pardas. El Manifiesto de Bolívar, hecho en Guyana el 5 de
agosto de 1817, es por lo tanto un ejemplo brillante de cómo el Libertador
fortificó un mito de la armonía racial de la república en una coyuntura
política particularmente difícil. Bolívar no denunció al general Piar por
querer unirse al Congreso de Cariaco. En lugar de atacar y desacreditar
a Mariño y a los hombres que participaron en el Congreso —y quie-
nes buscaban fundar una república para poder ganar reconocimiento
internacional—, Bolívar encontró un arma más útil: la ansiedad racial
que permutaba las guerras de independencia. Bolívar desvió cualquier
acusación de violencia racial de sus propias tropas al pintar al general Piar
y sus hombres con un pincel cargado de tensión racial. Piar no buscaba
obtener la igualdad entre los hombres de color, de acuerdo a Bolívar.
Eso fue debido a que ya gozaban de esa igualdad. Su prueba: el asenso a
general de un pardo como Piar. Bolívar aprovechó la historia nebulosa
de los orígenes de Piar y su posible ilegitimidad para consolidar este
argumento. Bolívar sostuvo que al fin y al cabo lo que Piar quería era:
“Calumniar al Gobierno de pretender cambiar la forma republicana en
la tiránica; proclamar los principios odiosos de guerra de colores para
destruir así la igualdad que desde el día glorioso de nuestra insurrección
hasta este momento ha sido nuestra base fundamental; instigar a la guerra
civil; convidar a la anarquía; aconsejar el asesinato, el robo y el desorden,
es en substancia lo que ha hecho Piar desde que obtuvo la licencia de
retirarse del ejército que con tantas instancias había solicitado porque
los medios estuvieran a su alcance”.55 A finales de agosto, los hombres
de Bolívar arrestaron a Piar. Fue juzgado por sedición y conspiración,
fue declarado culpable, y ejecutado.

  Simón Bolívar, “Manifiesto del Jefe Supremo a los Pueblos de Venezuela”, Cuartel
55

de Guayana, 5 de agosto de 1817. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado


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414 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


El plan de Bolívar funcionó. La ejecución de Piar convenció a los
otros generales patriotas de que necesitaban declarar su lealtad a Bolí-
var. Mariño volvió rápidamente a las filas de Bolívar y aceptó la oferta
para ser restaurado a una posición de mando. Varios otros generales
también cayeron en línea, incluyendo los que asistieron al Congreso de
Cariaco como Francisco Antonio Zea y Rafael Urdaneta. José Antonio
Páez (1790-1863), uno de los principales caudillos llaneros de la época
explicó más tarde que él llegó a aceptar el papel de Bolívar como jefe
supremo de la revolución en deferencia a las habilidades militares de
Bolívar, su prestigio internacional y, sobre todo, a causa de las muchas
ventajas resultantes haber logrado una autoridad suprema central que
podía dirigir los diferentes líderes.56
Al recordar el Congreso Federal en Cariaco, y el hecho de que varios
generales patriotas y civiles juraron por su legitimidad, podemos en-
tender mejor por qué Bolívar cambió su plan de acción en la región de
un plan militar centrado en su liderazgo a crear instituciones políticas
cuando lo hizo. A partir de septiembre de 1817, Bolívar participó en
varias reformas militares y políticas, y anunció todos los triunfos patriotas
posteriores y otras noticias relacionadas a través del Correo del Orinoco,
el primer periódico oficial de la República en Angostura. Estas medidas
siguieron las recomendaciones que Madariaga —casi que al pie de la
letra— le había dado a el Libertador en su carta de 1817. La formación
oficial de la Gran Colombia que se dio en Angostura en diciembre de
1819, después de que Bolívar anotó victorias militares claves en la Nueva
Granada, evocó las recomendaciones de Madariaga para establecer un
Congreso, pero claro está, este Congreso estaba claramente bajo el mando
de Bolívar. Sin embargo, Restrepo ridiculizó el Congreso de Cariaco.
En cambio, Angostura se identificó como “el Congreso autorizado” que

  Paéz, J. A. (1870). Autobiografía, (2 vols.). Vol. I, pp. 136, 141. New York. Sobre
56

Bolívar y los caudillos Brading, The First America, pp. 603-620 y John Lynch, ‘Bolívar
and the Caudillos’, HAHR 63 (1983), pp. 3-36.

La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 415


llevó a la unidad de Colombia y ocupa, en el Atlas de Restrepo, un lugar
destacado (véase figura 9).

Conclusión
Germán Colmenares identificó claramente la importancia de la Historia
de la Revolución de José Manuel Restrepo. Incluso para aquellos que
buscan contradecir a Restrepo, su historia ha proporcionado un reper-
torio fijo e inalterable de los hechos. Esto ha resultado en una prisión
historiográfica que ha cerrado los caminos para una mayor investigación
en un sinnúmero de acontecimientos sociales.57 Al examinar el Atlas de
Restrepo en relación con su relato histórico y con el contexto histórico,
descubrimos vías historiográficas enterradas bajo la historia mitificada
en sus dimensiones pro-Bolívar y anti-federalistas.
El proyecto cartográfico de Restrepo, por lo tanto, tenía dos fines cla-
ros: borrar los diseños británicos y portugueses sobre el territorio español
que se manifestaron en Colombia Prima, y dar forma a la imaginación
geográfica de cómo la historia de la independencia ocurrió en el suelo. En
gran medida, sus esfuerzos dieron fruto. Historiadores contemporáneos
y posteriores se han reído del “congresillo” en Cariaco, cuando se acuer-
dan de mencionarlo. Piar se convirtió en un símbolo histórico peligroso,
un pardo militante radical que buscaba librar una guerra de exterminio
contra todos los blancos. Otras historias, como las que comentan sobre
la masacre lamentable de los frailes capuchinos, no tienen en cuenta los
cálculos militares y diplomáticos que pudieron haber estado detrás de
este hecho. Es más, la memoria histórica de estos eventos interconec-
tados suele aislar a cada uno de los otros. Es mediante la adopción de
una mirada cercana al Atlas de Restrepo, en este contexto histórico, que
mejor se puede permitir que los fantasmas de Miranda, Piar, y los frailes
catalanes regresen.

  Colmenares, (1986, pp. 10-11). Ver también Betancourt Mendieta, (2007, pp. 27-38);
57

Melo, (1996, vol. 107, pp. 46-56).

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420 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Lenguajes económicos y política económica
en la prensa neogranadina, 1820-1850

John Jairo Cárdenas Herrera


Universidad Antonio Nariño, Colombia

Introducción
Cuando surgen las preguntas sobre ¿cómo se ha construido la nación a
la que pertenezco? o ¿cómo se ha formado el Estado del que hago parte?
múltiples caminos se abren como opciones para intentar responder: el
camino del pasado común; el camino de la lengua o la religión, como
conectores sociales; el camino de la providencia, que todo lo puede; o el
dejado por los héroes que erigieron con tanto ahínco la historia (historia
de bronce). Para este capítulo se ha optado por los lenguajes económicos
que están presentes en la emergencia del Estado nacional entre 1820 y
1850. Es decir, se analizarán los discursos, los conceptos y las políticas
económicas contenidos en la prensa neogranadina que configuraron la
formación del Estado nacional en la primera mitad del siglo XIX.
La investigación histórica contemporánea ha superado la historia de
las ideas (Palti, 2007, pp. 64-66) y ha transitado hacia nuevos horizontes
en donde la historia intelectual y la historia conceptual son las perspec-
tivas más estimulantes y, en ellas, la preocupación por la reconstrucción
de los efectos políticos de los lenguajes es fundamental. Es decir, se
pasa del estudio de los discursos como un conjunto de enunciados a
los discursos como sistemas retóricos que legitiman o refutan concep-
ciones ideológicas con el objeto de dotar de sentido a su contexto de
producción y transformar la realidad de la que hacen parte (Gómez
Velasco, 1999, p. 28). Esta perspectiva analítica comporta pasar de la
investigación textual de los contenidos a los aparatos argumentativos

421
que los subyacen, tratando de comprender el tiempo histórico del que
hacen parte (Koselleck, 1993, p. 333).
Una vez escogido el camino es importante estar atento a las señales sobre
la vía que permitirán que no nos desviemos de la ruta, y el periodo estudiado
cuenta con una prodigalidad de señales que facilitan el transitar: se trata de
los múltiples periódicos que se publicaron entre 1820 y 1850: El progreso de
Juan Torres Caicedo, El Nacional de José Antonio Caro y Mariano Ospina
Rodríguez, El Siglo de Julio Arboleda, El Conservador de José Joaquín Ortiz,
La Bandera Nacional de Lorenzo María Lleras y Florentino González, La
Gaceta Mercantil: Diario comercial, político y literario de Manuel Murillo Toro
(Santa Marta), El Neogranadino de Manuel Ancízar, El Alacrán de Germán
Gutiérrez de Piñeres y Joaquín Pablo Posada, entre otros. Estos periódicos
sirven como mecanismos de difusión de los lenguajes económicos y como
constructores de opinión pública por parte de las élites neogranadinas y
tienen al debate económico como uno de sus principales temas de interés.
En este capítulo se usará el concepto de patriotismo (Cárdenas Herrera,
2011, p. 15) como la actitud identitaria de los habitantes de la Nueva Granada
con respecto del territorio y los recursos del país, defendiéndolos, exaltándolos
y poniendo en ellos un horizonte de expectativa lleno de ilusión y progreso.
Por supuesto este concepto tuvo variaciones a lo largo de la última parte del
periodo colonial y la primera de la construcción republicana.
A continuación se dará cuenta de la producción intelectual de los pensadores
económicos neogranadinos1, en el marco de la construcción estatal republi-
cana (1820-1850), publicada en la prensa como mecanismo de construcción
de opinión, presentando los principales debates que en ella se dieron, los
conceptos que se esgrimían y el efecto de estos sobre la transformación de la
sociedad, en particular en torno a los tipos de acción económica que debían
acompañar el proceso de construcción de las bases del Estado emergente.

1
  A lo largo del capítulo se hará referencia a la signatura “pensadores económicos”
para designar al conjunto de individuos nacidos en la Nueva Granada que se encargan
de estudiar con algún grado de sistematicidad los asuntos económicos del momento.
Si bien ellos no construyeron teorías explicativas, sí crearon lenguajes económicos que
coadyuvaron a la transformación política y económica de la Nueva Granada.

422 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Se estudiarán estos lenguajes económicos, visibilizados en la prensa neo-
granadina, como mecanismos para aprehender el utillaje conceptual de las
élites con el que dotaron de sentido los retos que enfrentaron. Se estudiará
cómo dichos discursos tuvieron lugar, más que el conjunto de enunciados
que los componen (Koselleck, 1993, p. 105). En este sentido, el espacio
de experiencia (el pasado) y el horizonte de expectativas (el futuro) son
aspectos que permiten construir interpretaciones sobre la intencionalidad
y la proyección de la acción política que estos sujetos tenían y esgrimían
por medio de sus argumentos (Koselleck, 1993, p. 106).
Para el estudio de los lenguajes económicos en la prensa neogranadina
entre 1820 y 1850 se asumirán tres momentos de análisis: a) los comienzos
de la República (1821-1826), por considerar que fue una fase en donde los
debates económicos sentaron la forma institucional que va a tomar el Estado
grancolombiano, que demandaba unos esfuerzos materiales y en particular
unos esfuerzos fiscales que hicieron del debate económico una constante en
la prensa institucional y no institucional; b) la crisis de la Gran Colombia
y la construcción estatal neogranadina, en donde los lenguajes económicos
empezaron a virar hacia el debate en torno a la construcción de una econo-
mía nacional (1830-1833); c) la creación de los partidos políticos que van a
reorientar los lenguajes económicos soportándolos sobre una base partidista
que implica un nuevo componente ideológico (1848-1850).
Los periódicos que se han revisado para dar piso a las ideas contenidas
en este capítulo son: La Gaceta de Colombia (1821-1831), La Gaceta de
Santafé (1819-1822) y el Constitucional (1824-1827), para la primera
etapa; Gaceta de la Nueva Granada (1832-1847), Constitucional de Cun-
dinamarca (1831-1833), El Neogranadino (1833) y Bandera Nacional
(1837-1839), para la segunda; y El Neo-Granadino (1848-1849), El
Alacrán (1849) y El Día (1844-1851), para la tercera.

Los lenguajes económicos en la primera mitad del siglo XIX


La historia de las doctrinas económicas en el siglo XIX está signada por
el surgimiento de aparatos teóricos, argumentativos y analíticos que se
enfrentaron al reto de interpretar la cambiante estructura económica

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 423


del momento: el capitalismo se vuelve una realidad en Occidente y la
industrialización avasalla con sus transformaciones sociales, políticas y
culturales. En este escenario, los lenguajes económicos emergieron como
nodo de las discusiones en un sector importante de la intelectualidad:
François Quesnay, Adam Smith2, David Ricardo3, Robert Malthus4, Jean
Babptiste Say5, John Stuart Mill6, Simonde de Sismondi7, Karl Marx8,
William Jevons9 y Leon Walras10 fueron los más destacados de estos autores.
Un problema económico concentró los debates teóricos de estos años:
¿cuál es la fuente del valor? y por otra parte ¿cómo cuantificar la repre-
sentación de este valor, es decir los precios? (Cuevas, 1986). Este asunto
estuvo en el zócalo de las discusiones de buena parte del siglo XIX y
perspectivas muy diversas aparecieron como alternativas de respuesta: el
valor-trabajo de los clásicos —Smith, Ricardo, Malthus y Mill—, el valor
social del trabajo de Marx y el utilitarismo de los neoclásicos —Jevons,
Walras y Marshall—, intentaron resolver estos problemas (Dobb, 1998).
En lugares como la Nueva Granada, los lenguajes económicos giraban
en torno a problemas menos abstractos, o por lo menos con un grado de
inmediatez más notorio, que ya desde la Colonia concentraban la atención
de los pensadores criollos y peninsulares, en particular la política económica
que se debía seguir en los principales ramos: la agricultura, el comercio, la
minería y la manufactura.11 No obstante lo anotado, el lenguaje económi-

2
 Cfr. Smith, (1997).
3
 Cfr. Ricardo, (1997).
4
 Cfr. Malthus & Maynard Keynes, (1998).
5
 Cfr. Say, (1821).
6
 Cfr. Mill, (1996).
7
 Cfr. Sismondi, (1815).
8
 Cfr. Marx, (2001).
9
 Cfr. Jevons, (1965).
10
  Cfr. Walras, (1987).
11
  Para una panorámica general de los lenguajes económicos en la Nueva Granada de
finales del siglo XVIII y comienzos del XIX remitirse a: Nariño, (1982, pp. 13-37);

424 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


co europeo tuvo presencia en el discurso económico neogranadino, pues
muchos de los pensadores económicos los habían conocido o bien por sus
viajes (Martínez, 2001) o bien por la circulación de libros, que cada vez
era más fluida en la Nueva Granada (Jaramillo Uribe, 2001).
Con la Independencia (Cárdenas Herrera, 2010) se incorporan nuevos
focos de discusión en materia de política económica, ya que la creación
de un estado republicano requirió de una financiación que obligaba a
pensar nuevos problemas. Así surgió el tema acuciante de la fiscalidad
tanto en términos de política exterior (aduanas) e interior (impuestos)
en los primeros años de la Gran Colombia, como consecuencia del en-
deudamiento que la guerra de independencia había dejado (Liehr, 1989).
Luego, con la muerte de Bolívar y la secesión del proyecto grancolombiano
se produjo un viraje en las discusiones en materia de política económica
hacia la construcción de un mercado nacional, basada en el sector real12:
agricultura, comercio y manufactura (Ospina Vásquez, 1955), aunque
el problema fiscal no había desaparecido del lenguaje económico de la
época pues con la separación de la Gran Colombia vino la urgencia de
asumir la parte de deuda correspondiente. Posteriormente, en la esfera
pública neogranadina de mediados del siglo XIX, se acentúa el debate
libre comercio versus proteccionismo (Ocampo, 1984) que ya había hecho
carrera en el lenguaje económico de las élites desde los años 30 de este
siglo, pero ahora se daba con un claro acento partidista que implicaba
posturas gremiales en torno a la política económica a seguir. Autores como

de Antonio Narváez y La Torre y José Ignacio de Pombo ver: Ortiz, (1965); de José
Ignacio de Pombo se destacan Comercio y contrabando en Cartagena de Indias. 1800,
(1986); Informe de don José Ignacio de Pombo al Consulado de Cartagena sobre asuntos
económicos y fiscales, Cartagena de Indias, 1807, (1921); Informe sobre el fomento agrícola,
comercio e industrias, Cartagena de Indias, 1810; de Pedro Fermín de Vargas: Virreinato
De Santafé: agricultura, minería, comercio y población, (s. f.), y Pensamientos Políticos
sobre la Agricultura, Comercio y Minas del Virreinato de Santafé de Bogotá y Memoria
sobre la Población del Nuevo Reino de Granada, (1953).
12
  En teoría económica, sector real se refiere al conjunto de empresas dedicadas a la
producción y comercialización de bienes y servicios. Para el tema de este capítulo aplica
para agrupar: la manufactura, la agricultura, la minería y la industria.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 425


José María Castillo y Rada, Francisco de Paula Santander, Manuel Muri-
llo Toro, Vicente Azuero, Ezequiel Rojas, Florentino González, Lorenzo
María Lleras y José Joaquín Ortiz, entre otros, hicieron propuestas en
torno a estos problemas y debates proponiendo políticas que intentaban
transformar las dinámicas económicas en la Nueva Granada.

La Gran Colombia
El periodo tardío colonial neogranadino había experimentado uno de los
mayores interregnos de crecimiento económico durante el periodo de domi-
nación española. Con el advenimiento de la independencia dicho crecimiento
se detuvo y los ingresos del Estado en construcción disminuyeron, entre otras
razones por la eliminación de muchos de los impuestos coloniales, entre los
que se destacan los aduaneros, la sisa (a la venta de víveres), el tributo indí-
gena, algunos monopolios y la alcabala (impuesto a las ventas) (Liehr, 1989,
pp. 465-488), obligando a la Gran Colombia a tratar de recurrir a fuentes
externas de financiamiento para la construcción estatal. El país con el que
se contrajo mayor deuda fue Inglaterra. Estas políticas fueron criticadas por
pensadores económicos como Castillo y Rada pero aplicadas por el ideal
de Bolívar de fracturar el sistema tributario colonial. Fueron medidas que
no duraron mucho pues en 1828 la mayoría de los impuestos coloniales se
restablecieron por el mismo Bolívar por extrema necesidad fiscal.
El tema central de los lenguajes económicos de estos años fue el pro-
blema fiscal, fruto de diversas circunstancias, entre ellas los empréstitos
tanto internos como externos en los que se había incurrido para financiar
la guerra, así como la carga salarial que significaba el ejército. La guerra de
independencia dejó al ejército como la institución más fuerte de la nueva
sociedad republicana que, al contar con una fuerza militar de más de 30.000
hombres, entró en graves aprietos fiscales (Thibaud, 2003, pp. 215-261).
Después de la independencia política, la Gran Colombia se caracterizó
por tener una estructura económica de tipo agrario, en donde el espacio
y la participación del comercio internacional eran mínimos y se con-
centraban en pocos productos (oro y tabaco principalmente), según el
vaivén de la demanda y los precios internacionales. El ideal de convertir

426 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


a la República de Colombia en un proyecto viable hizo que el problema
fiscal pronto se convirtiera en tema central de la producción intelectual
de los pensadores económicos del momento, la mayoría funcionarios
estatales, ellos tenían el reto de proponer un sistema tributario que no
creara tensiones sociales pero que garantizara el funcionamiento institu-
cional de la república (Bushnell, 1984, pp. 101-141).
Los debates iban dirigidos al público, signatura que reunía a un cuerpo social
aparentemente homogéneo, pero con claros matices y diferencias: sociales,
étnicas y económicas, cuya principal característica (que se pretendía común)
era el patriotismo13, que pese a las diferentes aristas que tenía, era citado recu-
rrentemente en la prensa como valor e ideal supremo del ciudadano republi-
cano. Por cierto, el concepto de patriotismo será el hilo conductor de todo
el capítulo pues si bien tiene diferentes matices y transformaciones a lo largo
del periodo estudiado se presenta como el principal referente conceptual del
horizonte de expectativa formulado por los pensadores económicos criollos.
Este público no sólo era el destinatario de los debates económicos de la
prensa del momento, también era el objeto de recepción de sus impactos.
Es decir, los efectos que estos lenguajes económicos producían tenían a
la población como principal receptor: impuestos, salarios, prebendas, li-
mitaciones, etcétera. Así pues, en la prensa no solo tuvieron presencia los
debates ideológicos, en torno a la política económica, sino los problemas
concretos que dichas políticas causaban a la población. En una comunica-
ción, fechada en octubre de 1823, hecha por el juez político del cantón de
la capital Bogotá14: Sebastián Esguerra se refiere la intención de dicho juez
de dimitir de su cargo por las críticas hechas en la Gaceta de Colombia15,
por la lentitud en el cobro del subsidio decretado por el Congreso Nacional
como medida extraordinaria para aliviar la estrechez fiscal de la república.

13
  Ver nota al pie núm. 1 sobre la signatura “pensadores económicos”.
14
  La capital de Colombia luego de la Constitución de Cúcuta era Bogotá, la otrora
Santafé colonial.
15
  Recaudación de contribuciones, Gaceta de Colombia, Bogotá, domingo, 5 de octubre
de 1823, núm. 103, p. 2.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 427


Asi es que he podido recaudar sobre once mil pesos que tengo enterados;
pero a pesar de toda esta actividad, he visto que se censura mi conducta
en el particular en la Gaceta del Domingo 5 del corriente, núm. 103, ad-
mirándose de que en esta Capital todavía no se háya cobrado el completo
de dicho subsidio, atribuyéndolo al poco zelo é interés con que en esta
parte se ha procedido; y lo que es mas, asegurando falsamente al público,
de que solo se ha publicado un Bando en tres ó quatro esquinas para que
concurran los contribuyentes á hacer el pago.16

Por cierto, los subsidios se convirtieron en un tipo de contribución directa


a la que el gobierno acudió como medida para recoger dinero (Bushnell,
1984, p. 124)17, causando inconformidad y problemas de recaudo, como
se observa en la anterior cita, pues gravaba a toda la población, aunque
con montos diferenciados. El argumento de los funcionarios del gobierno
era que los impuestos directos eran más benéficos para la población que
los impuestos indirectos, además eran menos oprobiosos y aberrantes que
los impuestos coloniales. La urgencia fiscal trascendía los dogmas liberales
del gobierno colombiano y hacía que interviniera en la economía, a través
de la tributación. Estos conceptos fiscales se presentaban a la opinión
a través de la prensa oficialista, en particular en la Gaceta de Colombia.
Para 1823, los ingresos del gobierno eran de $5.000.000 y los gastos
de $14.000.000 (Bushnell, 1984, p. 126), así que existía un déficit de
$9.000.000, una cifra abrumadora que conllevó al crédito solicitado a
Inglaterra al año siguiente. Las propuestas fiscales que se hicieron en
la prensa neogranadina para responder a esta realidad no eran sólo de
tipo impositivo, también se hacían propuestas de ajuste económico que

16
  Sebastián Esguerra, “El jefe político de la capital de Bogota, satisface al público sobre
la censura que se la ha hecho en la Gaceta de Colombia del domingo 5 del corriente,
No. 103, atribuyéndole poco celo e interés en el cobro del subsidio”, Imprenta de
Espinosa, Bogotá, 4 de octubre de 1823, Biblioteca Nacional de Colombia, Bogotá,
Fondo Pineda, p. 389.
17
  La deuda interna se había incrementado en $500.000 que el gobierno había obte-
nido con base en estas medidas.

428 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


afectaban a los funcionarios estatales. En 1827, en la Gaceta de Colombia
núm. 286 aparece un artículo que propone la reducción de los sueldos
de los funcionarios públicos a dos tercios y a la mitad si era necesario,
e incluso gravar con impuestos directos a la población, “Uno que otro
rumor, tan injusto como los de su clase, atribuye á influjo y consejo del
gobierno la imposición decretada por el LIBERTADOR presidente de 3
pesos á cada persona libre desde 14 hasta 60 años cumplidos.”18
Uno de los sectores más afectados por las políticas de ajuste fiscal fue-
ron los funcionarios estatales, con excepción de los altos mandos militares
(Bushnell, 1984, p. 122)19, a los que se les trataba con deferencia, pues se
aplicaron reducciones salariales en aras de ahorrar recursos. En los primeros
años de la República “el costo de la burocracia era bastante elevado” (Bushnell,
1984, p. 121) y esta coyuntura hizo que los lenguajes económicos oficiales se
orientaran hacia el posicionamiento de medidas fiscales en la opinión pública.

Es cierto que sino se reducen nuestros gastos no se restablece el crédito


público de la mortal ruina, que padece; pero esto no se logra á nuestro
modo de entender privando de su alimento á los que tanto han servido a
la patria, y consumido su juventud en el ejército, sino disminuyendo la
fuerza total de este, economizando los ascensos, reduciendo los empleos,
que pueden servirse unidos a otros, y si se quiere poniendo á los empleados
por algún tiempo á dos tercios ó mitad de sueldo.20

El argumento dado en el artículo compara los sacrificios de los militares


durante la guerra de independencia, en pro de la patria, con los sacrificios
de los funcionarios estatales, por esa misma patria, para salvar al crédito
público, lo que, por supuesto, generó reacciones inmediatas entre los

18
  “Capitación”, Gaceta de Colombia, Bogotá, domingo 8 de abril de 1827, núm.
286, p. 1.
19
  En el periodo 1825-1826 los gastos militares y de marina constituían las tres cuartas
partes de los gastos de funcionamiento del gobierno, cerca de $5.000.000.
20
  “Capitación”, Gaceta de Colombia, Bogotá, abril de 1827, núm. 286, p. 1.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 429


empleados oficiales que no dudaron en lanzar a la opinión libelos en los
que denunciaban dichas propuestas.

El autor de este artículo debía haber considerado los principios de la


justicia antes de consultar las razones de conveniencia. Su proposición
traducida al castellano, quiere decir, que se puede usurpar a los empleados
lo que legítimamente les corresponde con tal que no mueran de hambre.21

Los conceptos que la opinión pública empieza a blandir para defender


sus intereses se valen de los mismos lenguajes republicanos presentados en
la prensa oficialista, así por ejemplo, el argumento de la justicia se coloca
como soporte de la defensa que los empleados hacen de sus intereses
laborales. Otra medida que afectó a los empleados estatales fue el pago
en vales, medida aplicada desde la guerra de independencia. Clément
Thibaud (2003, pp. 311-354) sostiene que durante la guerra, en el norte
suramericano, el ejército era la institución más moderna y más fuerte
del periodo, razones que lo convirtieron en un Estado de facto que creó
no sólo leyes sino rasgos identitarios para garantizar el triunfo militar.
Este Estado paralelo generaba vales y certificaciones para financiarse,
práctica que siguió en la República, lo que incrementó la deuda interna
y devaluó los títulos valores emitidos por el establecimiento. Las razones
de estas medidas giraron en torno a la necesidad de atender al problema
más acuciante de los primeros años del proyecto republicano: la deuda
pública.22 Los empleados también se pronunciaron frente a estos vales,
con los cuales la naciente república intentaba ‘recompensar’ sus esfuerzos,

¿Cual es la compensación que se ofrece a los empleados? Ya se sabe:


certificaciones, ó vales, que no se amortizarán en mucho tiempo; y que

21
  Unos empleados, Economía moderna, Popayán, abril 27 de 1827, Impreso por B.
Zizero, Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 207, Pieza 55, p. 1.
22
  En 1824, en cabeza de Francisco Antonio Zea, la Nueva Granada obtuvo un préstamo
por cerca de 5.000.000 de libras esterlinas para resolver urgencias fiscales, ya para 1825
la deuda, tanto interna como externa ascendía a $10.000.000 (Bushnell, 1984, p. 122)

430 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


tendrán tanta estimación en el comercio, como los que se han expedido
hasta ahora que no hay quien de un ochavo por ellos: documentos que
siendo inútiles a sus tenedores, solo servirán de acrecer la deuda interior.23

La deuda pública de la independencia se financió con base en el oro.


Durante el siglo XIX este mismo oro hizo que la república tuviera abiertas
las puertas de la banca internacional para acceder a empréstitos interna-
cionales.24 Así pues, para la prensa, la deuda pública se convirtió en una
variable fundamental presente en la explicación del poco desarrollo de las
fuerzas productivas colombianas y que, sumada a la escaza población, a la
concentración de la política económica en el problema fiscal, al descuido
de la política agraria, comercial, minera y manufacturera (que eran la
garantía de una tributación dúctil y sostenible), explican el bajo adelan-
to económico de los primeros años de la República. La agricultura y la
ganadería se habían deprimido considerablemente con la guerra y no se
hizo nada por tratar de salvarlos, debido a que los esfuerzos del gobierno
se concentraban en financiar al Estado en el corto plazo, por lo que la
política fiscal fue reina, y no hubo planes económicos que proyectaran
el desenvolvimiento económico en el mediano y largo plazo.
En cuanto a la manufactura, las importaciones de textiles y productos
de consumo básico seguían creciendo, sin incentivar a los focos de pro-
ducción local, todo lo cual desembocó en una tributación limitada de
los sectores productivos de la economía.
El problema de los ingresos estatales se trató de compensar a través de
contribuciones directas, pero no alcanzaron a cubrir ni la décima parte
de los ingresos totales. En 1825, los derechos de aduana representaron
el 60.3 % de los ingresos del Estado, mientras que los ingresos por con-
tribuciones directas e indirectas de la población sólo llegaron a un poco

23
  Unos empleados, Economía moderna, Popayán, abril 27 de 1827, Impreso por B.
Zizero, Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 207, Pieza 55, p. 2.
24
  En este periodo, la Nueva Granada era uno de los principales exportadores auríferos
del mundo.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 431


más del 4 %, por muchas razones: desde la logística del recaudo hasta la
oposición de las élites a concurrir en este tipo de pagos. Las contribuciones
indirectas (impuestos que se imponen a ciertos bienes o servicios y que
no están sujetos a la capacidad de pago del contribuyente, a diferencia de
los directos en que sí lo están) seguían afectando mucho más a las clases
populares que a las élites, lo que constituía un sistema fiscal injusto basado
en los privilegios. En cuanto a los gastos, el 66.4 % iban para defensa y
un 27.3 % para pago de deuda (Liehr, 1989, p. 467).
Con la independencia se logró uno de los principales intereses de los
comerciantes neogranadinos: la posibilidad de intercambiar con todas
las naciones del mundo, asunto que dinamizó el comercio exterior; sin
embargo, también se redujeron los gravámenes a la importación y a la
exportación (los impuestos coloniales como por ejemplo almojarifazgo25 y
almirantazgo26 fueron unificados entre el 15 % y el 35 %), aspectos claves
de la política del libre cambio dirigidas a evitar que el Estado interviniera
en el comercio internacional.
La estrechez fiscal hizo que los recursos destinados para infraestructura
fueran mínimos, produciendo un atraso en la creación de vías de comu-
nicación y transportes. A su vez, la no existencia de una red de caminos
adecuada para el transporte de personas y mercancías no permitió la con-
figuración de un mercado nacional: un circuito económico que conectara
las regiones del país, con sus respectivos productos y mercancías. Situación
agravada aún más por las dificultades propias del territorio colombiano,
que hacía mucho más complicadas las comunicaciones internas que hi-
cieron que la exportación de productos del interior hacia los mercados
internacionales fuera toda una travesía. El tema de la infraestructura y la
construcción de un mercado nacional fue el tema central de los debates
económicos en los años 30, luego de la secesión de la Gran Colombia,
tema que ser tratará a continuación.

25
  Arancel colonial al ingreso y salida de mercancías por puertos autorizados por la
Corona.
26
  Era un impuesto colonial con destino a la marina que pagaban las embarcaciones
que tocaban puertos españoles.

432 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


La República de la Nueva Granada
Con la muerte de Bolívar, el 17 de diciembre de 1830, el proyecto de la
“Gran Colombia” tuvo su golpe de gracia. La Nueva Granada, departa-
mento de Cundinamarca en el proyecto bolivariano, se dispuso a cons-
truir su estructura estatal desde una perspectiva liberal. Este fenómeno
tuvo a la prensa, La Gazeta de la Nueva Granada y el Constitucional de
Cundinamarca, como mecanismos para visibilizar este proyecto, orien-
tando y creando opinión a través de los debates económicos en torno a
la necesidad de sentar las bases de una “economía nacional”.
En octubre de 1831, los editores del Constitucional de Cundinamarca
publicaron un aparte de una obra, de un autor que no refieren, en donde
se observa este nuevo rumbo del pensamiento económico neogranadino,
“El ministro de hacienda debe ocuparse sin cesar en mejorar la agricultura,
las manufacturas i el comercio, que son las tres fuentes de la renta nacional,
porque de esta renta solamente es que se puede sacar la del gobierno.”27
No es que este tipo de lenguajes apareciera por primera vez, sino que en
ese momento eran puestos como responsabilidades efectivas del gobierno,
lo que no implicó que el debate fiscal desapareciera en esta etapa sino que
se reorientó hacia el sector real (Jaramillo Uribe, 2001).28 Es decir, los len-
guajes económicos argumentaban que una tributación fluida y sostenible
era consecuencia de un desarrollo económico de la Nueva Granada y para
que esto se diera era necesario que el Estado interviniera. La intervención
estatal implicó medidas como la protección a ciertos sectores de la eco-
nomía, mediante gravámenes a las importaciones y estímulo a sectores
claves. En 1838, por ejemplo, se presentó en la Cámara de Representan-
tes29 un proyecto de creación de una flota mercante nacional mediante la
exención de impuestos para la construcción de buques con la intención
de fortalecer la exportación de productos neogranadinos.

27
  “De la hacienda pública”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 16
de octubre de 1831, núm. 4, p. 15.
28
  Ver nota al pie núm. 12.
29
  “Proyecto de decreto presentado en la Cámara de Representantes”, La Bandera
Nacional, Bogotá, Semestre II, domingo 6 de mayo de 1838, núm. 29, p. 118.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 433


Así, el patriotismo de la década de los años 30 se centró en la configu-
ración de un mercado nacional, basado en las posibilidades económicas
del territorio y los recursos de la Nueva Granada, esto se puede observar
en el siguiente fragmento de un artículo publicado en El Neogranadino,
periódico que antecede a El Neo-Granadino del liberal Manuel Ancízar
a mediados de siglo, impreso por A. Roderick.

Nuestra Patria, esta tierra fecunda en riquezas incalculables, se halla hoi


haciendo el triste papel de cajera de los señores comerciantes extranjeros.
Nos es mui doloroso tocar este delicado é interesante negocio pero haría-
mos traición a nuestros deberes, si siguiésemos observando el sepulcral
silencio que, hasta ahora, se ha guardado.30

Para que esto fuera posible, el proteccionismo y la intervención estatal


aparecieron en los lenguajes económicos como políticas ideales para su
construcción. Es decir, los pensadores económicos neogranadinos desa-
rrollaron y divulgaron el concepto de ventajas comparativas y absolutas
entre las naciones, que creaban desigualdades y que hacían necesario
proteger a los débiles de los fuertes, lo cual sólo era posible, en el campo
económico, con la aplicación de políticas proteccionistas.

En 25 de mayo de 1825, la República de Colombia celebró un tratado


solemne con S. M. el rei de la Gran-Bretaña é Irlanda, tratado sublime en
política pero muy nugatorio para Colombia, en su práctica. En efecto, las
dos partes pactaron sobre el principio de una perfecta igualdad, i como si la
existencia de Colombia hubiese igualado en fecha á aquella que tiene la anciana
Inglaterra; como si Colombia hubiese poseído la incalculable industria que
forma la inmensa riqueza de la Gran Bretaña, como si finalmente, en Colombia
hubiese existido aquel caudal de luces, de numerario y de crédito universal que
goza la nación inglesa, que con razón se llama la primera del mundo culto.31

30
  “Comercio”, El Neogranadino, Bogotá, trimestre 1, núm. 5, domingo 15 de di-
ciembre de 1833, pp. 19-20.
31
  “Comercio”, El Neogranadino, Bogotá, trimestre 1, núm. 5, domingo 15 de di-
ciembre de 1833, p. 20.

434 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Los resultados fiscales del país son tomados ahora como resultado
del desempeño económico de la nación. En la prensa bogotana, por
ejemplo, se publicaron propuestas de cómo se debía organizar el sistema
tributario. Según estas ideas no era benéfico para el país gravar al capital,
la tributación tenía que centrarse sobre la renta,

Es pues, menester seguir en el sistema de las imposiciones la marcha inversa


que han seguido hasta aquí casi todos los gobiernos, e imponer primeramente
sobre los consumos, en seguida sobre la renta industrial, y finalmente sobre
la territorial, que hoy es apenas la cuarta parte de la renta nacional.32

Los pensadores económicos de estos años consideraban el tributo como un


excedente del consumo de las familias y de la inversión de las empresas, y si
se gravaba el consumo y la inversión se afectaba la reproducción del circuito
económico nacional. En cuanto al déficit fiscal, aún acuciante en la Nueva
Granada, en el artículo del Constitucional de Cundinamarca33 se consideraba
que ningún gobierno debía gastar más de la décima parte de la renta nacio-
nal en el funcionamiento del gobierno; así mismo se abogaba por una baja
tributación, pues se consideraba que si era excesiva la economía se afectaba.

El impuesto debe, pues, ser generalmente mui moderado. El exceso del


impuesto tiene dos grandes inconvenientes: es funesto a la riqueza nacional,
porque tiende sin cesar a disminuirla; i es funesto a la libertad pública, porque
pone en manos del gobierno más medios de oprimirla.34

En 1831, en plena Convención Nacional, en Cundinamarca, se con-


formaron dos comisiones gubernamentales para redactar un informe, a

32
  “De la hacienda pública”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 20
de noviembre de de 1831, núm. 9, p. 36.
33
  “De la hacienda pública”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 20
de noviembre de de 1831, núm. 9, p. 36.
34
  “De la hacienda pública”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 16
de octubre de 1831, núm. 4, p. 15.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 435


la usanza colonial35, sobre el estado del comercio y la agricultura y sobre
los mecanismos para mejorarla por parte de funcionarios públicos,

Para cumplir la prefectura con el deber que le impone la lei de 11 de mar-


zo del año 15° sobre informar al supremo gobierno de cuanto conduzca al
fomento i mejora del comercio, de la agricultura i de las artes, ha nombrado
una comisión compuesta por los señores Raimundo Santamaría, Tiburcio
Pieschacon, Joaquín Escobar, i José Crispín Peñarredonda, para que le presente
un informe sobre el estado actual del comercio, sobre los bienes o males que
de su libertad resulten al país i de las mejoras de que sea susceptible [...].36

Esta comisión presentó su informe 15 días después y se publicó en el


Constitucional. En él se ofrecían propuestas dirigidas a mejorar el com-
portamiento de la agricultura en la Nueva Granada. Recordemos que
estamos en plena reorganización estatal y este tipo de diagnósticos son
claves para entender los debates económicos del periodo. Medidas que
fueron posicionadas en la opinión pública por los pensadores económicos
de los 30 bajo el concepto de patriotismo, con el que se pretendían avivar
las fuerzas productivas de la nación.
El diagnóstico hecho por la comisión en mención, referente a la agri-
cultura, fue el siguiente:

Nuestra agricultura, señor, se halla en el estado poco menos que de


infancia. Dependientes de una nación que ningún interés tomó en la
prosperidad de sus colonias, ningún paso podían dar estas acia su mejor
bienestar. La revolución trajo la guerra de independencia y una guerra larga
i desastrosa fuerte obstáculo a los progresos de la agricultura. Las continuas
oscilaciones, la falta de leyes fijas, la falta de estabilidad en el gobierno, la

35
  En los últimos años de la Colonia los informes de los funcionarios reales (muchos
de ellos criollos) así como de los virreyes (informes y relaciones de mando), se consti-
tuyeron en los principales tratados de pensamiento económico de la época.
36
  “Avisos”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 6 de noviembre de
1831, núm. 7, p. 28.

436 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


ninguna confianza que inspiran instituciones vacilantes, la poca o ninguna
seguridad en las personas i propiedades, los gravámenes y contribuciones
que pesan sobre los cultivadores, la alcabala, el diezmo, la primicia, los im-
puestos ordinarios, extraordinarios i donativos, los peajes, composición de
caminos, requisiciones, bagajes, raciones, etc., el desorden de la percepción
de estos impuestos, i aún las vejaciones que son consiguientes; la falta de
caminos, de mercados, salidas o medios de exportación de los frutos, han
sido otros tantos obstáculos que han impedido a la agricultura dar un solo
paso para salir de su infancia. Podría añadirse la falta de conocimientos […].37

Esta preocupación por la economía real es consecuente con otra de las


preocupaciones de los pensadores económicos del momento38: la infraes-
tructura.39 En casi todos los números del Constitucional de Cundinamarca
existe un apartado que lleva por título Caminos en donde se problematizaron
y presentaron las medidas tomadas por la Prefectura de Cundinamarca para
su fomento. Si bien este fue un tema que estuvo presente en los debates
económicos desde finales de la Colonia, en la República tuvo un espacio
fundamental en la prensa, lo que permitió posicionarlo en la opinión
pública neogranadina como un problema de extrema urgencia a resolver,

Hallándose persuadida la Prefectura de la utilidad de los caminos públi-


cos, tiene los mayores deseos de verlos arreglados, en cuanto lo permiten
las circunstancias de su departamento. Con tal objeto, i como lo habrán
visto nuestros lectores, en el número anterior, ha nombrado una comisión
inspectora, compuesta de tres individuos. Ella se promete que dichos

37
  “Al Sr. Prefecto del Departamento de Cundinamarca”, Constitucional de Cundina-
marca, Bogotá, domingo 20 de noviembre de 1831, núm. 9, p. 31.
38
  José María Castillo y Rada, Francisco de Paula Santander, Manuel Murillo Toro,
Vicente Azuero, Ezequiel Rojas, Florentino González, Lorenzo María Lleras y José
Joaquín Ortiz, entre otros
39
  Este tema es recurrente en el lenguaje económico neogranadino, pues es un pro-
blema fundamental para la consolidación de la tan anhelada economía nacional ver:
Neogranadino, Bogotá, 30 de septiembre de 1848, núm. 9, pp. 65-68; Núm. 22, pp.
169-170; Núm. 23, pp. 1-2.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 437


señores se esforzarán en indicarle las reformas que demandan los principales
caminos, de esta ciudad a los otros lugares de la república, para poner un
pronto remedio. La Prefectura no ignora el abandono con que siempre se
han mirado hasta aquí los caminos públicos, por medio de los cuales, si
se hallaran en buen pie se abreviarían las comunicaciones i el comercio.40

Esta defensa de la economía nacional41, en la prensa neogranadina, no


obtuvo respuestas unísonas por parte de los sectores económicos y las
élites regionales de la Nueva Granada, pues hubo ganadores y perdedo-
res. Entre los últimos hay que señalar que estas políticas, de tendencia
proteccionista, afectaron a los puertos, los cuales obtenían sus ingresos
del comercio exterior. En la Memoria sobre el comercio presentada por
miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País del Istmo de
Panamá y Veraguas (1831) se observan estos desencuentros, que están
presentes en la explicación de levantamientos producidos en el istmo
como el de José Domingo Espinar y Juan Eligio Alzuru (1830-1831)

La libertad de comercio, que proclamó la América del Sur, desde que se


emancipó de España, i la liberalidad y fijeza de los reglamentos espedidos a
favor de los principales puertos del Pacífico (puertos libres), han hecho una
transformación admirable en el jiro, con perjuicio de los intereses de este
país, por falta de un camino carretero entre los dos océanos, i por la voluble
condición de las mezquinas leyes mercantiles, que hemos tenido hasta ahora.42

Así pues, los efectos de las políticas proteccionistas, operadas en los


años 30, no fueron homogéneos. Sin embargo, no se debe confundir este

40
  “Caminos”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 20 de noviembre
de 1831, núm. 9, p. 35.
41
  El concepto economía nacional es un vocablo importante del lenguaje económico
del periodo ver: El Neogranadino, Bogotá, 29 de diciembre de 1833, núm. 7, p. 26.
42
  Mariano Arosemena, “Memoria sobre el comercio presentada a la Sociedad de Amigos
del País”, Panamá, Imprenta de Jayme Busquet, 1834, Biblioteca Nacional de Colombia,
Bogotá, Fondo Pineda 206, pieza 12, p. 3.

438 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


proteccionismo con un distanciamiento del liberalismo económico. Como
ya se dijo, los gobernantes neogranadinos comulgaban en lo económico
con el liberalismo, lo que sucedía era que la coyuntura de la construcción
del proyecto nacional, luego de la escisión de la Gran Colombia, hizo
perentoria la necesidad de generar discursos y políticas dirigidas a sentar
los fundamentos de un mercado nacional. Sin embargo, las ideas liberales
tenían una presencia palpable y fundamental en la prensa neogranadina,
como bien lo indica la proliferación de máximas al respecto:

La riqueza ó aumento de las rentas de nuestro gobierno solo puede origi-


narse de la riqueza ó aumento de las rentas de los particulares: quien llegue á
suponer que el gobierno puede ser rico siendo pobres los particulares, es un
malvado que pretende el despojo de los últimos en beneficio del otro […].43

Sin embargo, las ideas proteccionistas poco a poco fueron perdiendo


vigor frente al ascenso de las élites liberales al poder, hacia los años 40,
como lo veremos a continuación.

En economía política hay mucho por aprender y poco qué hacer:


los lenguajes económicos y la política partidista de los años 40
Los lenguajes económicos hacen parte del proceso de transformación que se
produce a mediados del siglo XIX en la Nueva Granada. Cambios sociales,
económicos y políticos, dirigidos a romper definitivamente con el orden
colonial, aún presente en muchas esferas sociales, tienen lugar. Estos cambios
tuvieron al librecambismo como concepto fundamental y con la constitu-
ción formal de los partidos Liberal y Conservador (1848-1849) este ocupa
un lugar central en los lenguajes económicos de los pensadores económicos.
Con las reformas liberales de medio siglo se afianzó el proceso de
ruptura con el orden colonial. Entre las principales políticas de estos
años se encuentran: la reorganización del territorio en forma de estados,

  “Estanco de aguardientes”, La Bandera Nacional, Bogotá, Semestre II, domingo


43

15 de abril de 1838, p. 75.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 439


la abolición de la esclavitud, el libre comercio, la separación de la Iglesia
del Estado, la libertad de prensa a las ideas políticas, la libertad de ense-
ñanza. Las diferencias ideológicas entre los partidos eran más de carácter
político que económico, pues en esto último existían consensos en torno
a la conveniencia del libre cambio, es decir que el Estado interviniera lo
menos posible en el comercio exterior, reduciendo los impuestos a las
importaciones y a las exportaciones a su mínima expresión.
Las reformas de mitad de siglo estuvieron acompañadas de cientos de
periódicos de diversa índole: literarios, oficialistas, mercantiles, políticos
y por supuesto partidistas. En Bogotá se fundó El Neogranadino44, un
periódico que va a ser muy importante en la opinión pública del país. En
el prospecto de 1848 se defendió la existencia de los partidos políticos
(conservador y progresista para ese momento). Desde el primer número se
empezaron a publicar artículos de economía política y política económica.
Por otra parte, estas políticas librecambistas generaron una fuerte reac-
ción de varios sectores sociales de la Nueva Granada, particularmente de
los artesanos, quienes vieron amenazados sus intereses por la competencia
de las mercaderías extranjeras, situación que produjo un ambiente de
convulsión política a mediados de siglo y que tuvo en el golpe de Melo
su mayor expresión (Colmenares, 1997, p. 141).
Las ideas librecambistas consideraron el patriotismo45 de una forma
diferente al ilustrado de finales del siglo XVIII, al entusiasta de la Gran
Colombia o al nacionalista de los años 30. Este patriotismo argumen-
taba que “[…] Los compatriotas de Turgot ya no se dejan engañar en
general por aquel patriotismo espúrio que identifica la exclusión de los
productos extranjeros con la promoción de los intereses nacionales”.46
Esto lo escribía Frederic Bastiat en 1846, en la Revista de Edimburgo, y

44
  El periódico es editado por Manuel Ancízar y tiene secciones de estadística, comer-
cio, literatura, ciencias y artes en donde los lenguajes económicos tienen un espacio
importante. En 1848 tienen agencias en veintiséis ciudades.
45
  El Neogranadino, Bogotá, 27 de enero de 1849, núm. 26, pp. 26-27.
46
  F. Bastiat, “Sofismas económicos”, El Neogranadino, Bogotá, 4 de agosto de 1848,
vol. 1, núm. 1, p. 7.

440 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


era traducido y publicado dos años después en El Neogranadino. Ancízar
había viajado por los Estados Unidos y de seguro allí había entrado en
contacto con las ideas de Bastiat. Estas ideas estaban influenciadas por el
librecambismo de Smith, al que Bastiat cita, y se apoya en la idea de que
existe un orden natural que permite que el orden económico funcione
correctamente sin necesidad de la intervención estatal.
El librecambismo en boga trataba de reorientar los privilegios tradicio-
nalmente conferidos de la agricultura al comercio, que era la actividad
que se tenía como el ramo más importante de la economía. Pero para que
el comercio se pudiera realizar en toda su magnitud no sólo era necesario
defender los postulados del librecambismo sino también aplicarlos en
políticas concretas que permitieran su pleno desenvolvimiento:

Las disposiciones legislativas o administrativas que directa o indirecta-


mente impidan el libre uso de las facultades industriales del hombre i el
empleo de los capitales en la producción de la riqueza, embarazan i atacan
el comercio i la industria, i determinan en consecuencia un malestar social
tanto mas deplorable cuanto sería más fácil de remediar sí, abandonando
la presuntuosa manía de reglamentarlo todo, los Gobiernos confiaran en
los consejos de la razón i del interés de cada cual para la buena dirección
de los negocios económicos, ciñéndose a PROTEJER E ILUSTRAR con
igualdad a todo, i sin pretensiones tutelares.47

En el número 2 de El Neogranadino se publicó un artículo que compa-


raba las condiciones económicas presentes en los estertores de la Colonia
con las de la Nueva Granada en 1848, a partir de una comparación del
“Estado jeneral de todo el Virreinato de Santafé de Bogotá” (1794) y la
“Estadística jeneral de la Nueva Granada” (1848). En él se comparaban
los dos momentos a partir de un análisis de los principales ramos de la
economía: población, educación, rentas y riqueza. En el artículo, la Nueva

  “Libertad industrial”, El Neogranadino, Bogotá, Año II, núm. 31, 3 de marzo de


47

1849, pp. 65 y 66.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 441


Granada de 1848 apareció con un aumento notable de su población
(1.931.684 personas, es decir, más del doble de la población de finales
de la Colonia). Este aumento de la población se adjudicó al aumento de
los medios de subsistencia y se instaló como un síntoma del crecimiento
de la riqueza de la república. En cuanto al sistema fiscal, los publicistas
refieren que los ingresos por tal motivo suman casi cuatro millones
(3.813.935 pesos) muy superior a los 2.332.777 pesos de la colonia48, lo
que llevó a la conclusión de que impuestos menores producen mayores
rendimientos para el Estado. Es decir que la no intervención estatal
desemboca en prosperidad económica.

Población, Riqueza, Rentas, Educación, todo ha prosperado lisonjera-


mente desde la revolución acá. Todo, decimos, porque solo el temor de
fastidiar con largos análisis de números nos impide el desarrollar entera-
mente el lienzo de ese cuadro consolador.49

Así pues la idea de que el Estado no debía intervenir en las relaciones


económicas de los individuos, las familias, ni las empresas, es la expresión del
patriotismo neogranadino de mediados de siglo posicionado en la opinión
pública por medio de los lenguajes económicos que circulaban en la prensa
neogranadina, que cree ciegamente en un orden natural que encauza las
fuerzas del mercado hacia el equilibrio y que conlleva al bienestar social.

Conclusiones
En este capítulo se presentaron algunos de los debates y preocupaciones
económicos del incipiente Estado grancolombiano y neogranadino, mos-
trando el papel de los lenguajes económicos en la configuración de la esfera
pública de la postindependencia y el papel protagónico de dichos lenguajes
durante los primeros cincuenta años en la esfera pública republicana.

48
  Por supuesto aquí no se toma en cuenta ningún ejercicio de deflación y por tanto las
comparaciones son inexactas, además toman en consideración valores monetarios diferentes.
49
  “El Virreinato i la República”, El Neogranadino, Bogotá, 12 de agosto de 1848,
vol. 1, núm. 2, p. 10.

442 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Estos debates encontraron un impulso y una orientación importante
a través de las diversas elaboraciones del patriotismo durante el periodo.
Sin embargo, su alcance encontró su límite en la incapacidad de ejecutoria
de un Estado minado por un déficit fiscal endémico desde su comienzo.
Esa incapacidad de ejecutoria generó una situación conflictiva constante
entre las expectativas generadas entre el público y su capacidad de satis-
facer esas expectativas.
Una característica que estuvo presente en los debates de la prensa
neogranadina fue el lugar común del patriotismo como concepto central
para defender políticas económicas de diversa índole: el ajuste y la pre-
sión fiscal de los años 20, la construcción de un mercado nacional en los
30, y el librecambismo de mitad de siglo. Sin embargo, este patriotismo
tuvo algunos rasgos específicos en cada una de las tres etapas: entusiasta
en la Gran Colombia, convocando a los ciudadanos a hacer esfuerzos
fiscales para cumplir con los compromisos financieros que la indepen-
dencia había dejado; un patriotismo nacionalista en los años 30, cuando
se hizo perentoria la necesidad de construir un mercado nacional que
permitiera que los ciudadanos y las empresas mejoraran sus ingresos, a
través de la intervención estatal, para así mejorar las finanzas del Estado;
y el patriotismo liberal de mediados de siglo, que creía ciegamente en el
mercado como la estrategia ideal para alcanzar las mejores condiciones
económicas para la Nueva Granada.
El patriotismo de la primera etapa tuvo al tema fiscal como el epicentro
de las preocupaciones de los pensadores económicos, el de la segunda
se concentró en el tema del mercado, la infraestructura y la promoción
de un mercado nacional y el de la tercera en el comercio exterior y las
posibilidades que el librecambismo ofrecía para alcanzar buenos indica-
dores económicos.
Los lenguajes económicos fueron un mecanismo eficaz de los pensa-
dores económicos para generar medidas políticas dirigidas a construir
el Estado-nacional neogranadino. La opinión pública, así pues, fue ali-
mentándose de estos lenguajes, para interpretar y transformar la realidad
en la que se encontraban.

Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 443


La prensa decimonónica es una fuente documental que aún no ha
sido explorada en todas sus posibilidades. El presente esfuerzo hace un
aporte en tal sentido, pero son innumerables los campos de investigación
que pueden valerse de los lenguajes contenidos en los periódicos como
mecanismos de conformación de opinión, en la que confluyen múltiples
voces y nos brindan un rastro de los lenguajes políticos y económicos de
uno de los periodos más agitados de la historia colombiana, en materia
de transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales, como
lo fue la primera mitad del siglo XIX.

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446 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


El Neogranadino, 1848-1857:
un periódico situado en el umbral

Gilberto Loaiza Cano


Universidad del Valle, Colombia

Introducción
Desde 1810 hasta por lo menos la guerra civil de Los Supremos (1839-
1842), el sistema de representación política, el ejercicio de las libertades
de imprenta y de asociación estuvieron ceñidos a la excluyente y exclusiva
participación del criollo letrado, principal beneficiario del nuevo orden;
sobre todo hasta la Constitución de Cúcuta, 1821, la prensa tenía como
función apremiante “fijar la opinión”, “uniformar las ideas”.1 Después,
durante los decenios 1820 y 1830, la necesidad de un consenso patrió-
tico, la necesidad de volver a una situación estable tras la etapa bélica,
comenzó a contrastar con evidentes disputas entre facciones que querían
el control del proceso político de la postindependencia. Los periódicos,
folletos y hojas sueltas se concentraron en intensas y eruditas discusiones
en torno al orden administrativo de la nación; hubo discusiones acerca
de las fórmulas del federalismo o del centralismo, acerca de la presencia
o no de los militares en la vida pública, acerca del régimen de libertades
después de terminada la revolución de independencia, acerca del lugar

1
  Los periódicos del decenio de 1810, por ejemplo, fueron insistentes en aquello de
“fijar la opinión”, como supo decirlo en su primer número el Diario político de Santafé
de Bogotá, dirigido por Camacho y Francisco José de Caldas; o como lo dijo en Car-
tagena, el mismo año, El Argos americano: “Nos hallamos en una situación peligrosa,
en que nada conviene tanto como uniformar las ideas. No hay conductor más seguro
para comunicarlas, y fijar la opinión pública, que los papeles periódicos” (Prospecto,
El Argos americano, núm. 1, septiembre 17 de 1810, p.1).

447
del pueblo en las lógicas de representación política. Fue inevitable la
formación de facciones y los periódicos surgieron como la representación
episódica de tendencias ideológicas, de intereses políticos particulares.
Los impresos pulularon como un elemento propagandístico durante las
rivalidades electorales y dieron rienda suelta a la exposición de las supuestas
virtudes de unos y las supuestas perversiones de los contrincantes; preci-
samente, en el año álgido de 1828, en que bolivarianos y santanderistas
estaban volviendo añicos la frágil unidad plasmada en la unión de la Gran
Colombia, un periódico de Cartagena hacía este balance desapacible en
el que cuestionaba el papel cumplido por la prensa:

En una época en que el horrendo abuso de la libertad de imprenta


ha deshonorado a esta invención del ingenio humano, ella a su vez ha
degradado al que haya sido bastante osado para hacer uso de ella. Esta
triste verdad se comprueba con la experiencia de todos lo días. Periódicos,
comunicados, libelos, papeluchos en fin de toda clase, han inundado de
algunos años a esta parte, la naciente carrera literaria de nuestro país, y
bajo el plausible pretexto de amor a la patria y deseos de ilustrar, se han
desfogado las pasiones, unas rastreras y conducido poco a poco esta patria a
su ruina (El Amanuense, Cartagena, núm. 42, 24 de febrero de 1828, p. 1).

Las reyertas facciosas —que incluyen un anecdotario de grescas callejeras


entre los heraldos de la civilidad republicana de aquella época— estuvieron
durante este tiempo circunscritas al notablato criollo, a quienes se habían
auto-considerado, en múltiples ocasiones y con variados argumentos, como
el personal destinado a cumplir funciones organizativas y tutoras en la
construcción del régimen republicano. Los autores y destinatarios consti-
tuían un círculo privilegiado de oficiantes de la distintiva y distinguida
cultura letrada; el pueblo era, mientras tanto, más un principio abstracto
de legitimación de la representación política que una realidad plasmada en
la participación de agentes sociales concretos en los asuntos públicos. Es a
fines de la década de 1830, cuando el mecanismo electoral se había afirma-
do como un procedimiento regular de la soberanía popular delegada a los

448 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


representantes del pueblo, en que los historiadores pueden comenzar a hallar
testimonios de ampliación de la libertad de asociación que le otorgaba alguna
importancia a la presencia de porciones de gentes del pueblo, principalmente
artesanos politiqueros. Entre 1838 y 1839, ciertos grupos de artesanos se
habían vuelto destinatarios de mensajes impresos o eran responsables de algún
tipo de publicidad política en su condición de sufragantes parroquiales o de
simples comentaristas circunstanciales de algún hecho político.
Por eso, pasada la guerra civil de Los Supremos, no es extraño encontrar
tímidos, rústicos y efímeros periódicos escritos por artesanos involucra-
dos, a veces a su propio pesar, en la creación de clubes “eleccionarios”. El
pueblo había irrumpido en la política, como lo anunció dramáticamente
aquella primera gran guerra civil del nuevo orden republicano; se trataba
de lo que podríamos concebir como una expansión social de lo político,
una búsqueda de inclusión en las lógicas del sistema representativo.
El nacimiento del periódico El Neogranadino, el 4 de agosto de 1848,
corresponde con la expansión asociativa que se plasmó en la cristalización
programática y orgánica de dos partidos políticos; en la fundación de clubes
políticos que, sobre todo en el caso de quienes comenzaban a autodenominarse
liberales, implicó una problemática alianza entre patricios y gentes del pueblo.
Desde entonces, muchos periódicos iban a estar muy cerca de procesos aso-
ciativos y de las agendas programáticas de tal o cual partido. Desde el primer
número hasta el último, aparecido el 31 de julio de 1857 (algo más de 400
números), El Neogranadino fue el vocero de la agenda de la modernidad
liberal, de sus ideales de modernización económica según las fórmulas
del librecambio; de secularización basada en la relativización del lugar de
la Iglesia católica en el orden republicano; de democratización fundada
en una convicción, muy esporádica, de profundizar la irrupción política de
sectores populares; de ampliación del régimen de libertades con la abolición
de la esclavitud, con la libertad de asociación, con la libertad de cultos y, por
supuesto, con la libertad absoluta de imprenta.
El periódico vivió tres épocas, casi una década, y fue publicado sema-
nalmente con algunas interrupciones. Tuvo varios directores que fueron,
a la vez, responsables del taller de imprenta; todos ellos fueron dirigentes

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 449


políticos liberales. Puede decirse que el periódico fue el primer gran órgano
publicitario de la dirigencia liberal colombiana, sobre todo durante las
reformas que tuvieron lugar en la mitad de ese siglo, bajo la presidencia
del general José Hilario López (1849-1853). El periódico vivió lo sufi-
ciente como para ser protagonista y testigo de varios hechos cruciales
en el proceso político de aquella época. El Neogranadino anunció, a su
modo, el fin de una etapa política en la formación de la república y el
comienzo de otra; narró la participación determinante del pueblo liberal
en el triunfo de la candidatura presidencial del general López, el 7 de
marzo de 1849; acompañó en buena parte el nacimiento y desarrollo de
la Comisión Corográfica, la primera gran tarea científica colectiva del
siglo XIX y evento central en el proceso de construcción de una idea de
nación; vivió el desenlace de la expansión asociativa liberal y popular
en la revolución del general José María Melo, entre abril y diciembre de
1854; fue el portavoz de una nueva generación de políticos colocados
resueltamente en la orilla liberal, generación que tuvo vida política activa
hasta bien entrado el decenio 1880; y también conoció el desencanto de la
dirigencia liberal, incluso su consecuente temor a cualquier nueva alianza
asociativa con los sectores populares. El año en que muere El Neograna-
dino, 1857, coincide con el inicio del ascenso asociativo e ideológico del
conservatismo colombiano; de hecho, el periódico agonizó publicando
las diatribas anticlericales de José María Samper, quien luego sería un
decidido ideólogo de una república con sello católico.
El periódico, por tanto, sirvió de tránsito a una nueva situación po-
lítica; su existencia fue manifestación de un cambio en el decurso de
la política republicana. Fue quizás el primer periódico que reclamó la
libertad absoluta de imprenta y pidió la abolición del jurado de impren-
ta, una invención autorreguladora que provenía de las reglamentaciones
inmediatamente posteriores a la Constitución de 1821. La aparición de
El Neogranadino es corolario de un ciclo en el mundo de la opinión y
punto de partida de otro. Con él comienza una etapa de innovaciones
tecnológicas y publicitarias; el periódico tenía que difundirse al ritmo
nacional de expansión de los clubes políticos. Se estaba pasando a una

450 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


etapa más mercantil de la difusión ideológica; la preocupación por un
mercado literario se hizo explícita desde entonces y el uso de estrategias
de conquista de un público lector se volvió asunto corriente. El taller de
imprenta, hasta entonces, había sido, por supuesto, el centro de la difusión
de la opinión política, pero con la llegada del nuevo taller, en compañía de
un grupo de avezados impresores, se dio un paso decisivo en explotar una
innovación tecnológica en la diversificación de actividades publicitarias,
algo que incluyó a los propios impresores, a escritores, políticos, vocea-
dores, vendedores ocasionales y permanentes de impresos; y se volvió
más evidente y necesaria la relación del taller de imprenta con los clubes
políticos, las asociaciones político-religiosas, el sistema de correos, los
agentes de distribución en los distritos, los suscriptores y un universo
muy variado, inesperado, y hasta indeseado, de lectores.
Decimos que El Neogranadino es un periódico situado en el umbral
porque anuncia el nacimiento de un momento expansivo, muy competido,
despiadado y fragmentado de la política según las coordenadas del régimen
representativo; un momento de inclusión de un agente social incómodo,
peligroso pero necesario: el pueblo; un momento de agudización del con-
flicto entre el ideal de una república de ciudadanos modernos, según el
ideal de modernidad de algunos dirigentes del liberalismo colombiano, y
el de una república católica que finalmente se impuso con la Constitución
de 1886; un momento de pugnas por el control hegemónico de la opinión
porque, en contra de El Neogranadino y de lo que podía representar, se
propagó una vigorosa prensa conservadora que sirvió en la formación de un
grupo muy talentoso y perspicaz de escritores conservadores. El nacimiento
del periódico informa de la iniciativa innovadora del liberalismo, pero su
desaparición, en 1857, anuncia el inicio de un compacto y persistente
proyecto cultural y político conservador en Colombia.

El mercado de la opinión
El Neogranadino fue taller de imprenta y periódico. Las vidas del uno y del
otro fueron más o menos paralelas; pero la importación y la instalación
del taller fueron los hechos decisivos que marcaron el nacimiento de una

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 451


nueva etapa en la historia del mundo de los impresos en la Colombia del
siglo XIX. La calidad de la maquinaria adquirida incidió directamente
en la cantidad y variedad de impresos, en la formación y consolidación
de un grupo de impresores, de escritores y, como comenzaba a decirse,
de “empresarios” que asumieron el riesgo de asumir la dirección de la
imprenta. Con el nuevo taller pudo promoverse la impresión de partituras
musicales, retratos, mapas; pero la diversificación de servicios exigía así
mismo el crecimiento y diversificación del universo de lectores. Ese fue
el mayor reto y la mejor explicación de los fracasos en las ventas. Algo
que no podemos determinar del todo en este ensayo es la relación que
pudo haber existido entre el hecho tecnológico innovador y el grado de
amplitud o estrechez de lo que en la segunda mitad ya sabían llamar, los
propios impresores, el “mercado literario”.2 Pero es evidente, siguiendo
la trayectoria de varios periódicos de la misma coyuntura y de décadas
inmediatamente posteriores, que la queja recurrente de los responsables
de las publicaciones fue la escasez de lectores y, por tanto, el éxito de
algunos periódicos fue el resultado de cautivar a un mercado lector que
con las suscripciones podía garantizar su relativamente larga existencia.
Tengamos en cuenta, a propósito de esto, que Colombia, con respecto a
otros países de América latina, tuvo muy tarde un diario o cotidiano; El
Diario de Cundinamarca, órgano del liberalismo radical, nació en 1867,
en pleno ascenso del proyecto educativo abanderado por esa tendencia
política. La tardanza es, sin duda, síntoma de las dificultades para con-
quistar un mercado lector y de las limitaciones económicas de un grupo
dirigente para soportar las adversidades en la distribución de los impresos.3

2
  En 1855, por ejemplo, los impresores Echeverría diagnosticaban “la estrechez del
mercado literario” en Colombia, así definían la dificultad de hallar un mercado amplio
de lectores que garantizase la continuidad de las publicaciones periódicas. Los Echeve-
rría fueron los impresores venezolanos que llegaron para ser los primeros operarios y
responsables de las publicaciones en el taller de El Neogranadino. Echeverría hermanos,
“Suscripciones anuales”, El Tiempo, Bogotá, núm. 41, 9 de octubre de 1855, p. 1.
3
  En esta comparación, podríamos tener en cuenta el caso de El Comercio de Lima,
diario de circulación ininterrumpida desde el 4 de mayo de 1839. Sobre este caso, ver
Peralta Ruiz, (2003).

452 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


La instalación en Bogotá de la maquinaria procedente de Estados Unidos
y el arribo de artesanos y artistas de origen venezolano, señalan algo más:
el tránsito a una idea de la opinión que escapa de aquella del tribunal
supremo de la verdad y la razón, idea que fue vigente en buena parte de
la primera mitad del siglo XIX. Ya deja de tratarse de un tribunal que es
necesario seducir o persuadir y comienza a pensarse en la necesidad de
conquistar a un público mediante innovaciones tecnológicas en el taller
y mediante estrategias de difusión. La opinión deviene, un mercado,
el escenario en que tiene lugar una liza tipográfica, entonces la misión
de los publicistas es garantizar el éxito de sus estrategias de persuasión
y venta según el grado de expansión y de inserción en una comunidad
de lectores. De manera que asoman en el análisis un par de términos
contiguos, problemáticos y, a la vez, atrayentes; de un lado, un mercado
de la opinión cuya existencia se hace palpable mediante una comunidad
de nación que es vislumbrada o presentida por la expansión de una red
de corresponsales, por un listado de suscriptores. Es el nacimiento de la
época de competición hegemónica que se concreta en la existencia de
partidos políticos organizados en clubes electorales; la actividad política
se organiza más claramente según el mapa especializado de adhesiones
locales, como lo anunció con claridad Manuel Murillo Toro para las
elecciones presidenciales de 1856; y, además, según el esfuerzo científico
por conocer la variada composición de la sociedad neogranadina, como
empezó a hacerlo la expedición corográfica, en 1851. La circulación de
impresos comenzó, en la mitad del siglo XIX, a medirse por la ampliación
del mundo lector, por la voluntad de expansión nacional de un mercado
de la opinión. El periódico El Neogranadino, en su diseño tipográfico, en
la organización de sus contenidos y en los grandes temarios que desarrolló
durante casi una década no traicionó esa voluntad expansiva.
El taller y el periódico El Neogranadino anunciaban un viraje en varios
sentidos en el mundo de la opinión. Además de proclamar el fin de unas
restricciones que habían dominado el funcionamiento de la prensa hasta
entonces, el periódico era la expresión de una voluntad estatal por adquirir
un taller de imprenta propio. En 1844, el secretario de Relaciones Exteriores,

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 453


general Joaquín Acosta, había confirmado la situación obsoleta de la imprenta
oficial y vislumbraba la solución en realizar contratos con particulares o
en adquirir un taller mucho más sofisticado que garantizara la publicación
masiva y regular de los documentos oficiales; el informe señalaba que “se ha
creído que el hecho más seguro de que las publicaciones oficiales se hicieran
de una manera lucida, como debe esperarse del estado de perfección a que
ha llegado el arte tipográfico, sería invitar a la concurrencia de empresarios
particulares para una contrata general de las impresiones oficiales”.4
Un evento, en 1847, aceleró la intervención del Estado en la adquisición
de un taller de imprenta. Unos periodistas que habían sido censurados y
encarcelados por el gobierno del presidente Tomás Cipriano de Mosque-
ra, luego de su liberación organizaron una fiesta en la plaza principal de
Bogotá con vivas a la libertad de prensa; el presidente Mosquera se sintió
desautorizado y quiso recurrir a las armas. Quienes lo acompañaban en
el gabinete ministerial, entre ellos Manuel Ancízar, lo persuadieron de
la necesidad de adquirir un instrumento que le garantizara al gobierno
la publicación de sus actos y opiniones.5 Así, en lugar de restringir liber-
tades, lo preferible era participar en el juego hegemónico de moldear la
opinión. El evento constituye, según nuestro punto de vista, una toma de
conciencia de la importancia estratégica de un frente ideológico basado
en el uso de la prensa periódica.
Con el apoyo complementario del tesoro público, Manuel Ancízar
compró un taller proveniente de Estados Unidos e hizo venir de Vene-
zuela a los impresores León, Jacinto y Cecilio Echeverría y a los litógrafos
Celestino y Jerónimo Martínez. Todos estos artesanos habían militado en
la logia América de Caracas antes de su partida hacia Bogotá.6 El proceso

4
  Joaquín Acosta, Informe del Secretario de Relaciones Exteriores, Bogotá, Imprenta de
José A. Cualla, 1844, p. 21. Tal vez se refiera a la imprenta del Estado que se adquirió
hacia 1822 mediante “doce mil pesos de los fondos públicos”; véase Gaceta de Colombia,
Bogota, 24 de marzo de 1822, p. 1.
5
  Camacho Roldán, (1946, p. 47).
6
  “Documentos sobre masonería”, fondo Aristides Rojas, Archivo Academia de Historia
Nacional de Venezuela (AANHV), f. 12.

454 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


de instalación del taller y la llegada de los artesanos norteamericanos y
venezolanos fueron eventos aclamados por la élite liberal y el presidente
Mosquera, quien era uno de los más interesados en el nuevo taller que le
iba a garantizar la existencia de lo que en la época se llamaba un periódico
“ministerial”, es decir, cuasi-oficial cuyo propósito era difundir y reivin-
dicar las reformas de su gobierno. Pero, principalmente, para algunos
miembros de la dirigencia liberal la instalación del taller era presagio del
predominio público de los políticos civiles, cuya influencia debía estar
basada en la palabra y la pluma. Desde Santa Marta, Manuel Murillo
Toro le escribió a Manuel Ancízar, a propósito de haber presenciado el
paso por aquella ciudad de los artesanos Martínez: “doile el parabién de
su resolución de dedicarse al establecimiento tipográfico al frente del cual
puede usted igualmente prestar importantes servicios al país contribu-
yendo al progreso moral y a la consolidación del sistema representativo”.7
Ancízar y los hermanos Echeverría fueron los pioneros de una racio-
nalización de la producción de impresos. A partir de El Neogranadino,
los periódicos de la segunda mitad del XIX se preocuparon por afianzar
una red nacional de agentes de distribución, por ampliar la lista de sus-
criptores y por diversificar los servicios relacionados con la producción
de opinión. En consecuencia, ser propietario de un taller de imprenta
y director de un periódico implicaba asumir la condición de empresario
y hacía indispensable recurrir a tácticas mercantiles. La diversificación
de servicios en el taller de imprenta fue anunciada desde los primeros
números; en el taller de El Neogranadino se compraba y vendía papel; se
imprimía papelería oficial; se ofrecía el servicio de litografía; se vendían
grabados; se imprimían partituras musicales; se imprimían y vendían
libros, folletos y hojas sueltas. Debía haber, por extensión, una agencia
de ventas, un responsable comercial de la circulación de cada edición del
periódico que, por supuesto, estaba obligado a responder por las quejas de
los abonados. El pletórico aviso que empezó a circular desde el segundo

  Carta de Manuel Murillo Toro a Manuel Ancízar, 18 de enero de 1848, Archivo


7

Ancízar (en adelante AA).

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 455


número anunciaba la magnitud empresarial del taller de imprenta y el
reto asumido por sus propietarios. La encuadernación, la impresión y la
litografía eran los tres grandes servicios que podía ofrecer; al lado de esto
se garantizaba “aseo, corrección y puntualidad”. Aunque la imprenta se
encargaba de la corrección de las obras, los escritores o autores podían
disponer de un gabinete para supervisar la correcta edición. Pero, sobre
todo, la vigilancia inmediata del empresario garantizaba la inviolabilidad
del secreto en aquellos escritos en que, se supone, el autor prefería el
anonimato. En definitiva, el montaje de la imprenta de El Neogranadino,
entre 1847 y 1848, marcó el inicio de una ola de innovaciones técnicas
aplicadas sistemáticamente a la conquista de la opinión pública. Desde ese
momento se superaba la etapa lenta y fastidiosa de la impresión manual;
además, en un taller podían concentrarse varios servicios asociados a la
producción de impresos: la encuadernación, la impresión de álbumes,
libros, portafolios, hojas sueltas, retratos, partituras musicales y, por su-
puesto, periódicos. Según este anuncio en el número inaugural, la técnica
litográfica fue la principal fuente de innovaciones:

Se ejecutan trabajos litográficos de todo género, al crayón y grabados,


al humo o iluminados. Se tiran tarjetas tan perfectas como las mejores
grabadas en metal, y con costo infinitamente menor. Se hacen retratos al
óleo. Se graba música; en suma, no hay trabajo, por delicado que sea, que
no se ejecute como se pida y a precios muy módicos.8

La innovación tecnológica, el espíritu mercantil que acompañó la


instalación del taller, la llegada de impresores extranjeros, la inversión
en dinero y en esfuerzo tenían que corresponder, de modo inexorable,
con una legislación nueva sobre la producción y circulación de impresos.
El Neogranadino nació cuando era aún vigente la ley de imprenta que
establecía la existencia de jurados o tribunales que ejercían control sobre
la difusión de impresos; legislación que había sido perfeccionada a partir

8
  El Neogranadino, Bogotá, núm. 1, 4 de agosto de 1848, p. 8.

456 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


de la Constitución de Cúcuta de 1821 y en leyes específicas expedidas en
el decenio 1830. Muy pronto, en el número 16 del 18 de noviembre de
1848, el periódico arremetió contra la legislación vigente sobre libertad
de imprentas; inspirado en palabras de Alexandre Ledru-Rollin, un pro-
pagandista del sufragio universal en Francia, el editorial de ese número
dijo claramente que toda la legislación sobre imprenta no hacía más que
obstruir, entorpecer y limitar una libertad:

Si el pensamiento social es y debe ser perfectamente libre en las Repú-


blicas, su órgano, que es la imprenta, no ha de tener traba alguna; y así
como no se necesita reglamento para pensar, tampoco ha de necesitarse
permiso ni reglamento para imprimir [...] En la República no debe haber
ley de imprenta, ni juicios ni tribunales especiales: nada que embarace la
libre acción de los tipos. (El Neogranadino, núm. 16, 18 de noviembre
de 1848, p. 121).

Las fianzas, las multas, la prisión a los impresores, todo eso en la letra
menuda de los códigos penales de la primera mitad de siglo, habían hecho
del oficio de impresor un oficio riesgoso y era necesario quitar las trabas
que permitieran que el pensamiento y la palabra circularan libremente.
Poco después, en otro editorial, el periódico insistió en el tema: “la ley de
Imprenta es un contrasentido en la República: por consiguiente creemos
que el jurado de Imprenta es una institución anómala e inútil”.9 Por
eso, cuando el gobierno del general José Hilario López expidió, el 31 de
mayo de 1851, la ley sobre libertad absoluta de imprenta, la acogió con
alborozo. Comenzaba una nueva etapa en la historia de los impresos en
el orden republicano.10 La libertad absoluta de imprenta anunciaba un
diálogo diferente entre la prensa y el público o, mejor, establecía un nuevo
estatuto de la opinión pública; en adelante, no sería una ley o unos jueces

9
  Jurados de Imprenta, El Neogranadino, Bogotá, 13 de enero de 1849, p. 9.
10
  Al respecto, el editorial Libertad absoluta de imprenta, núm. 159, 6 de junio de
1851, p. 181.

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 457


o una porción selecta de la sociedad los elementos que iban a ejercer un
control sobre los impresos, iba a ser, más bien, el conjunto de la sociedad:
“saliendo del dominio de la legislación, la imprenta pasa de lleno al de la
sanción moral”. Podríamos agregar, por qué no, que se trataba del ingreso
en el terreno del mercado, en el de la libertad de comprar o no, aceptar
o no aquello que le podía satisfacer a un público.
El taller y el periódico forjaron estrategias de difusión de impresos;
los impresores venezolanos parecían tener experiencia en las estrategias
comerciales que habían distinguido al periodismo francés y, de hecho,
admiraban, a Emile Girardin, un pionero en Europa en la difusión de
anexos y suplementos en el periódico, una manera de atraer lectores y
garantizar suscripciones.11 La novela de folletín, por ejemplo, fue uno de
los ardides publicitarios más frecuentes en aquella época; consistía en una
novela publicada por fragmentos de tal manera que los lectores se sintieran
obligados a hacer una colección hasta completar la obra.12 Por ese medio
se pretendió lograr un público lector estable y, además, popularizar un
tipo de literatura acorde, por ejemplo, con el pensamiento anticlerical y,
en particular, antijesuita que fue distintivo del periódico durante toda su
existencia. El Neogranadino difundió de ese modo, entre otras novelas,
Los misterios de París (1842) y El judío errante (1844) de Eugène Sue.
Además de la inserción de novelas por entregas, el periódico distribuyó a
partir del número 2 una colección de poesía nacional titulada El Parnaso
granadino que, a partir del número 23, tomó la forma de un cuaderno
de 32 páginas titulado Semana literaria.13 También difundió sistemática-
mente imágenes y símbolos republicanos; como sucedió con una serie
de retratos de “americanos célebres” y con la página Recuerdos patrióticos
consagrada “a la memoria de los que de algún modo prestaron servicios

11
  El periodista Emile Girardin, fundador y director de La Presse.
12
  Sobre los orígenes de la novela de folletín, ver: Álvarez Barrientos, (1997, pp. 126-
132). También, Lyons, (1987, pp. 48-50); Lyons, (2001).
13
  La Semana literaria era un suplemento del periódico que incluía, según el caso, 32
o 16 páginas de la novela por entregas.

458 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


y cooperaron a la Independencia de la Nueva Granada”.14 Agreguemos a
eso la adaptación en cuadros de costumbres de la novela Nuestro siglo XIX,
de Manuel María Madiedo.15
La diversificación de los esfuerzos técnicos, la llegada de un personal
especializado en la producción de impresos anunció el nacimiento de
una etapa mucho más competitiva en la circulación de las ideas. Desde
mediados de siglo en adelante comenzó una disputa mucho más soste-
nida por tener el control de los procesos de impresión, por formar un
artesanado técnicamente idóneo en las tareas del taller de imprenta y,
por supuesto, se volvió más importante conquistar un público lector
que garantizara la perdurabilidad de los títulos de prensa. Invertir en la
existencia de un periódico se volvió entonces mucho más acuciante y el
impresor y su taller terminaron colocados en el centro de una cada vez
más febril producción en el mercado de la opinión. Todo eso no habría
sido posible, hay que admitirlo, sin la libertad absoluta de imprenta,
solicitada con vehemencia por El Neogranadino.

Prensa y sociabilidad
Los propietarios del taller, los redactores del periódico, los impresores
estuvieron inmersos en la expansión asociativa que hubo entre 1846 y
1851; el periódico, más exactamente, promovió y acompañó la expan-
sión asociativa de quienes, para entonces, se proclamaban miembros del
Partido Liberal. Expansión asociativa que incluyó la multiplicación del
club político eleccionario, lugar donde la dirigencia política se mezcló
episódicamente con gentes del pueblo. La fundación del periódico
hizo parte de un ciclo asociativo iniciado en 1846 que había incluido
la fundación de una Sociedad Filarmónica (1846), una Sociedad Lírica
(1847) y una Sociedad Protectora del Teatro (1849). La instalación de la
logia Estrella del Tequendama, el 12 de enero de 1849, tuvo lugar en un

14
  El Neogranadino, Bogotá, núm. 7, 16 de septiembre de 1848.
15
  El cuadro de costumbres era un relato breve cuyo objetivo central era la descripción de
las costumbres, oficios y tipos humanos de la época (Álvarez Barrientos, 1997, p. 85).

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 459


clima cultural preparado, en buena medida, por un grupo de masones
extranjeros que estaban recién llegados a Bogotá y que, desde su arribo,
fueron los principales promotores de un frente de sociabilidad liberal
anticatólica que se proponía, además, educar a las élites de Bogotá en las
buenas maneras ciudadanas y en el buen gusto artístico.
El principal responsable de ese ciclo asociativo liberal fue el mismo
dirigente político que se encargó de importar el taller de imprenta y fun-
dar el semanario El Neogranadino; se trataba del ya mencionado Manuel
Ancízar, un abogado liberal que había nacido en Bogotá, en 1811, hijo
de un comerciante vasco que hizo parte del séquito del último virrey
español antes de la guerra de independencia. Ancízar vivió fuera de la
Nueva Granada de 1821 a 1846, fue educado en Cuba y vivió luego en
Venezuela, entre 1839 y 1846, donde hizo amistad con algunos miembros
importantes de la élite liberal, y más particularmente con los masones
Arístides Rojas, Fermín Toro y los impresores Echeverría. Es muy pro-
bable que él se haya afiliado a la masonería desde sus años de estudiante
de derecho en La Habana, y continuó su militancia, a partir de 1840,
en la logia América de Caracas.16 Ancízar regresó a la Nueva Granada
en 1846 y casi de inmediato fue nombrado subsecretario del Interior y
Relaciones Exteriores, cuando era presidente del país el general Tomas
Cipriano de Mosquera; el retorno de el venezolano, según el señalamiento
de los opositores políticos, estuvo motivado, al parecer, por su deseo de
contribuir a lo que él llamaba “una revolución de ideal y de habitudes”
que debía ser liderada “por hombres muy contados y escogidos”.17
Desde 1846, Ancízar fomentó la instalación de algunas asociaciones
y la llegada de un grupo de científicos y artesanos que contribuyeron

16
  Ancízar fue el fundador, en Caracas, en 1840, de un círculo letrado denominado
Liceo venezolano cuyos miembros, en su mayoría, pertenecían a la logia América. Cfr.
Documentos sobre masonería, Fondo Arístides Rojas, AANHV y Correo de Caracas,
Caracas, 6 de octubre de 1840, p. 1.
17
  Carta de Manuel Ancízar a Lino de Pombo, Caracas, 11 de junio de 1845, AA. Hay
que agregar que los opositores de Mosquera criticaron la llegada del venezolano Ancízar
al gabinete ministerial. Una biografía de Ancízar: Loaiza, (2004).

460 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


con sus actividades a la modernización del Estado.18 Hay que destacar,
por ejemplo, la llegada del geógrafo y militar italiano Agustín Codazzi,
quien de 1850 a 1859 fue el director de la Comisión Corográfica, una
expedición científica cuyo objetivo principal fue elaborar el mapa oficial
del país. La Comisión Corográfica recorrió el territorio, elaboró los mapas
regionales, construyó algunas rutas indispensables para el comercio,
redactó informes sobre las características etnográficas de la población,
y además reseñó más de cien variedades de plantas y flores. En buena
medida, los viajes de la Corográfica constituyeron una prolongación del
espíritu ilustrado de la Expedición botánica de 1783 pero, sobre todo,
representaron la voluntad de la élite política por construir una nación
utilizando los instrumentos de la ciencia. Codazzi acababa de elaborar
el mapa de Venezuela y de liderar un proyecto de inmigración alemana
llamado Colonia Tovar. También fue gracias a Ancízar que el arquitecto
danés (o escocés) Thomas Reed, aparentemente educado en Alemania,
desembarcó hacia 1846 para consagrarse a la construcción de algunos
edificios públicos; Reed acababa de construir en Venezuela varios edificios
oficiales, y en Colombia fue encargado de edificar la sede del Congreso,
el panóptico (hoy convertido en Museo Nacional) y la sede de la Sociedad
filarmónica.19
Ancízar dirigió la primera y decisiva etapa de El Neogranadino, se
encargó de la compra de la maquinaria del taller de imprenta, de la con-
tratación de operarios y artesanos extranjeros que, al radicarse en Bogotá,
introdujeron innovaciones en las técnicas de impresión, especialmente
en el dibujo y la litografía. A fines de 1847 abandonó su cargo de sub-
secretario de Relaciones Exteriores para consagrarse exclusivamente a la

18
  Ancízar fue responsable de una “oleada de interés por las sociedades filantrópicas”,
según Safford, (1989, p. 103).
19
  Gracias a la intervención de Ancízar como secretario del Interior en el gobierno
de Tomás Cipriano de Mosquera, llegaron el geógrafo Agustín Codazzi, el dibujante
venezolano Carmelo Fernández, el químico italiano José Eboli, el ingeniero cubano
Rafael Carrera, el litógrafo venezolano Celestino Martínez. Todos ellos vinieron durante
el periodo reformista liberal de mitad de siglo.

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 461


adquisición de lo que iba a ser, por buena parte de la segunda mitad del
siglo XIX, el taller de imprenta técnicamente mejor dotado en Colombia.20
Entre 1848 y 1853, es decir desde fines del régimen presidencial de
Tomas Cipriano de Mosquera y durante la presidencia de José Hilario
López, el periódico El Neogranadino, la logia Estrella del Tequendama y
el club parlamentario Escuela republicana constituyeron el núcleo aso-
ciativo que promovió las reformas liberales y la ofensiva anticatólica que
provocó la expulsión de la Compañía de Jesús y la separación de la Iglesia
y el Estado. Esta ofensiva asociativa e ideológica liberal, en la mitad del
siglo, tuvo entre sus premisas la cristalización programática y organiza-
tiva de los partidos políticos que, por entonces, intentaban consolidarse
como estructuras asociativas nacionales mediante clubes “eleccionarios”.
Precisamente, de entrada, en la “Profesión de fe” del primer número, El
Neogranadino definió el campo político en dos partidos que, “hijos de la
independencia”, designaban dos tendencias; el uno, el Partido Progresista, era
el portavoz de un sistema democrático llevado a sus últimas consecuencias
con la presencia activa en la vida pública de los sectores populares; el otro,
el Partido Conservador, temeroso de los alcances de un sistema democrático
(Profesión de fe, El Neogranadino, núm. 1, 4 de agosto de 1848, p.1). Situa-
do en la orilla progresista o liberal, según términos de la época, el periódico
siguió anunciando algo que es fácil constatar para la época: desde fines del
decenio 1830 ya existía una voluntad de establecer alianzas asociativas
entre un patriciado protoliberal y sectores populares liderados por grupos
de artesanos; luego de la guerra civil de Los Supremos (1839-1841) fue
más evidente la irrupción del pueblo en la política.
El pueblo había dejado de ser esa categoría abstracta evocada por los
ideólogos del sistema político representativo como una fuente de legi-
timidad y como un principio de apariencia igualitaria. En la práctica,
el sistema electoral había vuelto inevitable que porciones más o menos

  Sobre el proceso de adquisición de la imprenta en Estados Unidos, carta de Pedro


20

Alcántara Herrán a M. Ancízar, Washington, 27 de diciembre de 1847, AA. También


en Loaiza, (2004, p. 163).

462 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


organizadas e ilustradas del pueblo se inmiscuyeran en lo que se conocía
entonces como “la política eleccionaria”. Así [Entonces] emergieron la figura
muy local del sufragante parroquial y la del artesano convertido en artista
y en, incluso, escritor de fugaces periódicos; algunos títulos revelaban que
el artesanado era destinatario directo y, en otros casos, el principal gestor
colectivo, o individual, de pequeños periódicos que intentaban encontrar
un lugar en un universo hasta entonces exclusivo de una élite letrada.
Entonces, ya a fines de la década de 1839 tenemos Los Sastres, que en su
corta existencia evocó la inevitable inclinación de gentes del pueblo por
la “periódico-manía” o la lectura cotidiana de impresos que daban cuenta
de una intensa actividad política. Las primeras tentativas periodísticas
realmente atribuibles a los artesanos fueron, en buena medida, el resultado
de la ruptura entre las élites liberales y los artesanos que habían estado reu-
nidos en las Sociedades democráticas. Los primeros signos de un periodismo
escrito por y para los artesanos aparecieron entre 1848 y 1851, motivados
por lo que uno de los dirigentes artesanales llamó “el desengaño”. Entre
las primeras tentativas de autonomía intelectual de los artesanos, debemos
destacar el pequeño libro del antiguo aprendiz de sastrería y panadería,
Ambrosio López, precisamente el autor del folleto titulado El desengaño
(1851); luego apareció la respuesta a este folleto escrita por el ebanista
Emeterio Heredia (1851); y ese mismo año apareció otro testimonio del
malestar de los artesanos escrito por Cruz Ballesteros titulado La teoría
y la realidad (1851); agreguemos también los semanarios El Sufragante
(1848) y El Artesano (1850), en Cartagena; El Pueblo (1850) y El Pobre
(1851), en Bogotá. Todas estas publicaciones tuvieron en común la
protesta contra la élite liberal que había manipulado al movimiento ar-
tesanal para obtener una victoria electoral. Otro punto en común era la
consciencia de recurrir a un medio que apenas si sabían cómo utilizar, el
de la escritura dirigida a un público. Todos comenzaron sus opúsculos o
sus periódicos advirtiendo que ellos no podrían jamás escribir como “las
gentes bien educadas, como los doctores”, que estaban expuestos a escribir
incurriendo en muchos errores pero que de todos modos escribían con
“la franqueza y la libertad de un verdadero republicano” (López, 1851,

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 463


p. 7). Además, estos artesanos transformados en escritores públicos justi-
ficaban su lenguaje rústico diciendo que, al fin y al cabo, sus principales
destinatarios eran otros artesanos como ellos. Eran, pues, conscientes
de invadir un terreno habitualmente reservado a la élite ilustrada. Por
ejemplo, El Sufragante de Cartagena decía en su primer número: “como
yo no soy ni doctor de la Universidad, ni poeta ni escritor público, mi
lenguaje será, en consecuencia, muy natural y muy simple”.21 En el pe-
riódico El Pueblo, los redactores deploraban las dificultades económicas
para hacer circular la prensa del movimiento artesanal: “El Pueblo sufre
hambre y miseria y no tiene dinero para sostener periódicos y mucho
menos para comprarlos”.22 Mientras que El Pobre, muy consciente de sus
dificultades, anunciaba: “Esta hoja democrática será publicada cada vez
que sea posible porque los pobres no hacen jamás lo que ellos quieren”
y pedía la colaboración de los “verdaderos periodistas” para “ayudar a
los pobres redactores de esta hoja en la misión de instruir al pueblo”.23
El pueblo liberal, organizado en clubes políticos electorales, se consi-
deraba responsable del triunfo de su candidato a la presidencia del país,
en las jornadas callejeras del 7 de marzo de 1849, fecha desde entonces
entrañable en la mitología fundadora del Partido Liberal colombiano.
El periódico reconoció el fenómeno tres días después con suma claridad:
“Hablamos del interés y participación directa que el pueblo va tomando
en los asuntos de la política interior [...] Las cuestiones eleccionarias han
descendido hasta el fondo de nuestra sociedad y conmueven y agitan a
multitud de gentes que antes no las comprendían ni las apreciaban”.24 De
la exclusiva y excluyente república de los ilustrados que con insistencia
fue definida en la prensa de los decenios 1820 y 1830 se había pasado,
inexorablemente, a una ampliación de la noción de democracia represen-
tativa. Para El Neogranadino, “el elemento popular” había hecho “entrada

21
  El Sufragante, Cartagena, núm. 1, 21 de diciembre de 1848, p. 1.
22
  El Pueblo, Bogotá, núm. 1, 13 de julio de 1851, p. 1.
23
  El Pobre, Bogotá, núm. 1, 14 de septiembre de 1851, p. 1.
24
  Congreso, El Neogranadino, núm. 32, 10 de marzo de 1849, p. 73.

464 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


efectiva y triunfante [...] en la escena política”.25 El periódico presenció y
saludó, por tanto, la expansión del derecho de asociación que se plasmó
en el nacimiento, entre 1849 y 1851, de un centenar de clubes políticos
liberales. Es decir, El Neogranadino pertenece a aquel momento en que
se definió de manera ideológica y práctica la existencia de un partido
liberal de algún arraigo nacional; aún más, en que la disputa electoral
entre dos partidos constituidos en su programa y en su funcionamiento
asociativo comenzó a teñir la historia política colombiana. Disputa elec-
toral que, por supuesto, iba a necesitar del aporte doctrinario permanente
de la prensa. Esa disputa eleccionaria, la competencia asociativa entre
liberales y conservadores, que llegó a ser muchas veces cruenta, fue mo-
tivo de exaltación en El Neogranadino: “Lejos de ser un mal es un bien
el ensayo que esta haciéndose del derecho de asociación, derecho cuyo
ejercicio es una de las condiciones esenciales de la practica del sistema
representativo”.26 Era el ascenso de una nueva generación de liberales que
parecía dispuesta a recurrir al populacho, a expandir la organización de
un partido político y a promover la ampliación de libertades políticas
como no había sucedido hasta entonces. Era el momento, además, de la
prensa asociativa, una prensa que debía contribuir a la implantación de
una sociabilidad liberal por gran parte del país.

El periódico se extingue, la modernidad liberal entra en crisis


El último número de El Neogranadino apareció el 31 de julio de 1857,
cuando el conservatismo colombiano, en cabeza del entonces presidente
Mariano Ospina Rodríguez, anunciaba el ascenso asociativo y cultural de un
proyecto republicano de sello católico.27 Hasta ese momento, el periódico

25
  Lo que pasa, El Neogranadino, núm. 84, 25 de enero de 1850, p. 25.
26
  Lo que pasa, El Neogranadino, núm. 84, 25 de enero de 1850, p. 25.
27
  Al año siguiente iba a regresar la Compañía de Jesús, cuya expulsión, en 1850, fue
aupada en las páginas de El Neogranadino, También, en 1858, nació el periódico que
se encargó de cumplir un papel de “juez en materia literaria” y difusor de un retorno
intelectual a España, se trata de El Mosaico.

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 465


cumplió la función doctrinaria de comunicar el pensamiento político de
la facción gólgota del liberalismo colombiano; es decir, la tendencia liberal
que promovió las reformas que condujeron a la Constitución promulga-
da de 1853. Entre 1848 y 1853, el temario central de sus editoriales fue,
principalmente, la necesidad de incentivar la libre iniciativa económica, la
construcción de caminos, la comunicación interoceánica, los tratados co-
merciales con Estados Unidos y el abandono de prioridades diplomáticas con
respecto a la Gran Bretaña, viraje en las relaciones internacionales auspiciado
por Manuel Ancízar. Luego hubo una concentrada discusión en torno al
sistema político administrativo que debía concebirse en la carta constitu-
cional; de modo que se expusieron tesis a favor y en contra del centralismo
y el federalismo. La expulsión de los jesuitas, la ley sobre matrimonio civil,
la libertad de conciencia y de cultos, la abolición de diezmos, la separación
entre la potestad eclesiástica y la potestad civil fueron los asuntos básicos
discutidos en la propuesta secularizadora del grupo de dirigentes liberales
que sostuvo la redacción del periódico en sus diferentes etapas.
Después del primer director y editor responsable, el influyente Ancízar,
pasaron por la redacción del periódico, entre los más evidentes, Manuel
Murillo Toro, Florentino González, Rafael Núñez, Lorenzo María Lleras,
José María Samper. Sin embargo, los verdaderos sostenedores del periódico,
quienes en tiempo de dudas o de ausencias en la dirección editorial asumie-
ron el control y fijaron reglas a los escritores, a las agencias distribuidoras,
a los lectores y a los abonados, fueron los impresores, principalmente los
hermanos Echeverría, y los litógrafos Celestino y Jerónimo Martínez.
Desaparecido el periódico, los impresores Echeverría siguieron siendo los
operarios principales del taller de imprenta y, sobre todo, los responsables
de las publicaciones oficiales de los gobiernos liberales. Más exactamente,
todas las publicaciones educativas oficiales del régimen radical fueron
prácticamente monopolizadas, en Bogotá, por el taller de los hermanos
Echeverría. En esta imprenta fueron publicados, en las décadas 1860 y
1870, los principales periódicos del reformismo educativo: Anales de la
Universidad Nacional, La Escuela Normal, El Maestro de escuela, La Gaceta
oficial. El privilegio de imprimir los documentos oficiales fue uno de los

466 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


principales sustentos de este taller de imprenta. Para garantizar la prospe-
ridad del taller, los Echeverría supieron que era decisiva su relación con
Manuel Ancízar, hombre cercano a los regímenes radicales; en 1852, por
ejemplo, los impresores venezolanos le recordaban a su mentor la urgencia
de renovar los contactos con el gobierno liberal con el fin de obtener los
“pequeños contratos” para la impresión de las publicaciones oficiales:

Ya que Su Señoría es hoy día todopoderoso allá en las altas regiones del
Gobierno, ¿no podrá hacer algo en obsequio de la imprentica, interesán-
dose aun desde allá en carta particular, relativamente [sic] al contrato de
impresiones oficiales? […] Piense sobre esto y aconséjenos; porque por
nuestra parte creemos que muy poca cosa alcanzaremos a la larga y con
mucha economía si no logramos contratar los trabajos del Gobierno; esta
es nuestra principal aspiración, y con tal fin hicimos un pedido de tipos
en mayo, que calculamos estén aquí para fines del año.28

Desde mediados de siglo, el impresor y su taller se volvieron agentes de


insoslayable valor político. Los impresores no ocultaban sus adhesiones
y trataban de especializarse en la publicación de impresos de uno u otro
partido; en los momentos de mayor tensión —las guerras civiles—los
talleres de imprenta fueron a menudo el objeto de confiscaciones y de
transacciones, mientras que los impresores sufrieron persecuciones, re-
clutamientos obligatorios y encarcelamientos. Por ejemplo, durante la
guerra civil de 1851, el régimen liberal de López confiscó el taller de El
Catolicismo, un opositor sistemático de las reformas laicizantes;29 más tarde,
durante la guerra civil de 1860, el taller de los Echeverría fue confiscado
por el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez y uno de ellos padeció el
castigo de reclutamiento forzoso en el ejército del régimen conservador.30

28
  Carta de León Echeverría a Manuel Ancízar, Bogotá, 27 de julio de 1852, AA.
29
  El Catolicismo, Bogotá, núm. 45, 15 de febrero de 1852, p. 1.
30
  Felipe Pérez, Anales de la revolución, Bogotá, Imprenta del Estado de Cundina-
marca, 1862, p. 420.

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 467


Para entonces, los impresores Echeverría eran connotados divulgadores,
en Bogotá, de propaganda masónica y protestante que les hizo conquistar
la animadversión de la jerarquía eclesiástica y la dirigencia conservadora.
En su relativamente larga existencia, El Neogranadino conoció una
interrupción prolongada y significativa, en la coyuntura de la llamada
revolución artesano-militar bajo el mando del general José María Melo,
cuyo golpe de Estado tuvo lugar el 17 de abril de 1854 y su gobierno
provisorio resistió hasta diciembre de ese año. Y después de esa suspen-
sión comenzó su declinación definitiva. Los redactores del periódico
anunciaron, al principio, el apoyo irrestricto al golpe melista, lo exaltaron
por haber sido pacífico y haber contado con el apoyo popular. Pero el
entusiasmo del periódico se interrumpió abruptamente y, como ya era
costumbre, los Echeverría debieron anunciar, el 12 de mayo de 1854, la
dificultad para preparar un nuevo número porque “un incidente inespe-
rado, de que ha resultado el inmediato retiro de los Nuevos Redactores
y su resolución irrevocable de no continuar escribiendo en el sentido en
que lo han hecho en los dos números anteriores, ni en ningún otro, ha
hecho demorar hasta hoy la publicación del presente”.31
Hasta el momento de la interrupción, El Neogranadino se había carac-
terizado por preparar ocho páginas, con secciones bien definidas y anun-
ciadas por una tabla de contenido presentada en el cabezote; la política,
las noticias locales y extranjeras, los remitidos, la novela de folletín, los
retratos y cuadernos de poesía aparecían rigurosamente anunciados. El
comentario editorial estaba siempre en primer lugar. Al reaparecer, el 11
de octubre de 1855, la fisonomía del semanario empeoró drásticamen-
te y es una de las pruebas de la crisis por la que pasaba el liberalismo
colombiano, dividido luego de las cruentas represalias contra quienes
apoyaron la revolución de Melo. Reapareció con cuatro apocadas páginas;
la agencia comercial de Próspero Pereira Gamba y Salvador Camacho
Roldán —otros dirigentes del liberalismo radical colombiano— intentó
enderezar el periódico pero terminó sometiéndolo a la condición de una

  Explicación necesaria, El Neogranadino, núm. 310, 12 de mayo de 1854, p. 85.


31

468 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


especie de boletín industrial y comercial repleto de avisos desde su primera
página. En adelante, sus aportes ideológicos más consistentes tuvieron
que ver con el apoyo a la candidatura presidencial de Manuel Murillo
Toro quien, a la postre, perdió ante el candidato conservador, Ospina
Rodríguez, en las que fueron las únicas elecciones del siglo XIX en que
se apeló al sufragio universal masculino, una innovación constitucional
muy discutida entre los mismos liberales, entre quienes reivindicaban
una ampliación de los derechos de participación popular y aquellos que
seguían sosteniendo las tesis de una democracia de la gente capacitada
y selecta. También se dedicó, agónicamente, a oponerse al ascenso del
catolicismo ultramontano o, dicho en términos ajustados, al catolicismo
intransigente que comenzaba a afianzarse con la llegada a la presidencia
del país de los conservadores. 1857 es el año de reactivación del asociacio-
nismo católico gracias con el establecimiento, en Bogotá, de la Sociedad
de San Vicente de Paúl; al año siguiente regresó la Compañía de Jesús y
fue fundado el periódico literario El Mosaico, órgano de difusión de los
cánones estéticos y morales del conservatismo colombiano.
La travesía periodística de El Neogranadino informa acerca de un
cambio de relaciones entre el taller de imprenta, la dirigencia política y
el público. Alrededor del taller tuvo lugar una evidente especialización
de funciones: los operarios del taller estaban bajo el mando del maestro
impresor, en este caso los artesanos traídos de Venezuela que, durante
su permanencia en Bogotá, se fueron distinguiendo por su capacidad
para difundir propaganda cercana a un liberalismo secularizador; a su
vez, los maestros artesanos dependían de las relaciones con la dirigencia
política para garantizar contratos de impresión. Por encima de los arte-
sanos estaba el propietario del taller de imprenta que fue, por lo general,
responsable al mismo tiempo de la sección editorial del periódico, de la
distribución de todos los impresos y, por tanto, de la estabilidad económica
del taller. El responsable editorial del periódico fijaba las condiciones de
publicación, de modo que examinaba los “remitidos” y decidía acerca
de las “inserciones”. Estas tareas fueron en varias ocasiones asumidas por
los propios impresores. El editor también fue responsable de las buenas

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 469


o malas relaciones con las agencias de distribución y con la oficina de
correos. Esta actividad fue la actividad crucial para la permanencia de
cualquier publicación periódica, El Neogranadino intentó solventar las
dificultades de circulación y venta con la creación de una agencia aparte
que le aligerara las tribulaciones al director del periódico.
El semanario no pudo dar el salto a cotidiano y apenas si pudo ser
sostenido y prolongado por el aporte de muchas manos de dirigentes
liberales. La gran causa de su fracaso, como la de muchas otras publi-
caciones del siglo XIX, fue la dificultad para sostener una distribución
que le garantizara estabilidad. Aunque logró reunir una red de casi se-
senta agencias, incluidas algunas en Venezuela y Ecuador, el precario e
incierto sistema de correos de la época fue agotando sus fuerzas. Como
sucedió con muchos otros periódicos, la vida de El Neogranadino se fue
llenando de quejas contra los correístas. Muy pronto, desde el número
15, comenzaron las denuncias y reclamos exasperados del director y de
algunos suscriptores; la oficina de correos de Bogotá no podía garantizar
que los paquetes llegaran a los abonados. En el trayecto, el periódico
era leído y mutilado; desaparecían la novela por entregas, los retratos
de próceres y las partituras musicales. Había una lectura furtiva en las
posadas de los caminos; había una lectura intrusa que, paradójicamente,
determinó que el periódico no llegara muchas veces a la comunidad de
lectores formalizada en las suscripciones anuales. Esa lectura intrusa,
de gorra, esos duendes de los caminos propiciaron la paulatina ruina de
muchos periódicos. Sobre los costos y perjuicios de esta intromisión de
un público que, a hurtadillas, participaba de la circulación de las ideas
y, por ende, de la cultura letrada, hubo la siguiente ponderación, luego
de la queja de un suscriptor: “¿Cómo reponer un grabado cuya plancha
se destruye después de tirada la edición? Solo haciendo una nueva, es
decir, un gasto enorme para reponer ocho o diez ejemplares, lo cual va
más allá de nuestras fuerzas”.32

  Reclamo, El Neogranadino, núm. 52, 30 de junio de 1849, pp. 227 y 228.


32

470 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Dos razones parecieron reunirse para determinar la muerte del periódico;
una, el hecho de no haber logrado un público estable, especialmente en
Bogotá, cuya suscripción permitiera la permanencia del periódico. Un
público eminentemente bogotano fue garantía de existencia para varias
publicaciones posteriores, principalmente conservadoras. Eso quiere
decir que la modernización tecnológica, plasmada en el novedoso taller
de imprenta, y la modernidad ideológica, plasmada en el reformismo
secularizador de los liberales, no contaba para entonces con un mercado
asiduo de lectores. Y, dos, la crisis liberal desencadenada por la revolu-
ción del 17 de abril de 1854 que hizo temer a la dirigencia del naciente
Partido Liberal sobre los alcances de concretar una noción expansiva de
democracia que le otorgaba el derecho de opinión y asociación a los sec-
tores populares. Después de esa coyuntura, el liberalismo radical prefirió
refugiarse en un reformismo por lo alto, en una sociabilidad elitista y en
el proyecto educativo que, en los decenios 1860 y 1870, aspiró a formar
desde la escuela una ciudadanía moderna.

Referencias
Fuentes primarias
Fondos documentales
Documentos sobre masonería, fondo Arístides Rojas, Caracas, AAHNV
Epistolario, Archivo Manuel Ancízar, Tenjo, Colombia

Prensa
El Catolicismo, Bogotá, núm. 45, 15 de febrero de 1852
Correo de Caracas, Caracas, 6 de octubre de 1840
El Neogranadino, Bogotá, 1848-1857
Diario político de Santafé de Bogotá, 1810
El Argos americano, Cartagena, 1810
Gazeta Ministerial de Santafé de Bogotá, 1811
El Amanuense, Cartagena, 1828
El Sufragante, Cartagena, 1848

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral 471


El Pobre, Bogotá, 1851
El Pueblo, Bogotá, 1851
El Tiempo, Bogotá, 1855
Gaceta de Colombia, Bogotá, 1822

Informes, memorias y otros impresos de la época


Acosta, Joaquín. (1844). Informe del Secretario de Relaciones Exteriores. Bo-
gotá. Imprenta de José A. Cualla.
Pérez, Felipe. (1862). Anales de la revolución. Bogotá: Imprenta del Estado
de Cundinamarca.
Camacho Roldán, Salvador. (1946). Memorias. Bogotá: Editorial Cromos.
López, Ambrosio. (1851). El desengaño. Bogotá: Imprenta Espinosa.

Fuentes secundarias
Álvarez Barrientos, J. (1997). Diccionario de literatura popular española.
Salamanca: Colegio de España.
Loaiza Cano, G. (2004). Manuel Ancízar y su época. Medellín: Eafit, Uni-
versidad Nacional de Colombia, Universidad de Antioquia.
Lyons, M. (2001). Readers and society in Nineteenth-Century France (workers,
women, peasants). New York: Palgrave.
_________ Le triomphe du livre (une histoire sociologique de la lecture dans
la France du XIX siècle). París: Promodis.
Peralta Ruiz, V. (2003). Las trampas de la imparcialidad. El Comercio y el
gobierno del general Castilla. Perú, 1845-185. En Debate y perspectivas,
núm. 3, p. 81-106.
Safford, F. (1989). El ideal de lo práctico. Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia.

472 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


El artesano-publicista y la consolidación de la
opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870

Camilo Andrés Páez Jaramillo1


Biblioteca Nacional de Colombia

Ojalá que cada jefe de taller tuviera un club o reunión


parcial para acordar su candidato, i que todos esos resultados
particulares se nos enviaran a la oficina de nuestro periódico
para ir uniformando la opinión en los Estados.2
José Leocadio Camacho, ebanista

E
n la Colombia decimonónica, y en buena parte del territorio his-
panoamericano, el término más recurrente para referirse al oficio
de periodista era publicista, cuyo contenido no solamente abarcaba
la acepción de “escritor político” (Barcia Roque, 1880-1883, p. 506) sino
también el juego de significados a los que hace referencia dicha expresión.
Uno de ellos se deriva de la palabra público, utilizada comúnmente para
conceptuar lo que se hace “a la vista de todos” (Palti, 2008). La palabra
evoca también la “cosa pública” de los romanos, la Res-publica.3 En palabras
de François-Xavier Guerra (1998, p. 7) “lo público, nos remite siempre
a la política: a concepciones de la comunidad como asociación natural o
voluntaria, al gobierno, a la legitimidad de las autoridades”. Pero también
a la publicación y a la publicidad, las cuales van a estar ligadas con todo
el ejercicio de construcción y generación, desde la prensa, de una opinión
pública, otro concepto ligado a todas aquellas prácticas de difusión cul-

1
  Deseo expresar mi agradecimiento a Gilberto Loaiza Cano por sus comentarios y
sugerencias.
2
  Camacho, José Leocadio, El Obrero, junio 28 de1865, núm. 13, p. 2.
3
  República: del latín res publica, “la cosa pública, lo público”.

473
tural relacionadas íntimamente con la institución de gobiernos liberales
de corte representativo y el surgimiento de nuevas formas de sociabilidad.
Como señala Hilda Sábato, la expansión de la vida asociativa y de la
prensa periódica fueron procesos paralelos y a la vez interconectados (2008,
p, 397). Desde finales de los años 40 y principios de los 50 del siglo XIX,
con el primer periodo de auge de la sociabilidad artesanal en Colombia, se
pueden registrar ya varios casos de publicaciones compuestas casi en su tota-
lidad por artesanos, quienes en medio del huracán político que por aquellos
años se agitaba emprendieron la empresa de divulgar sus propias opiniones
y posturas.4 Un inventario sucinto de la prensa publicada en Bogotá entre
1863 y 1873 nos arroja una cifra cercana al centenar de periódicos.5 Sola-
mente en 1866 por las calles capitalinas se contaban quince publicaciones,
cifra que no debió haber variado mucho en estos diez años. De estas quince,
unas pocas fueron impresas para los artesanos, y por lo menos una de ellas
dejó una huella que aquí queremos rescatar.
En la primera parte de este artículo caracterizaremos sucintamente al
artesano granadino durante el siglo XIX por su condición de “ciudadano,
trabajador, moderno, productivo, titular de derechos en la república y partí-
cipe de la vida política” (Sábato, 2008, p. 400), lo que nos llevará a analizar
su producción impresa durante la segunda mitad del siglo XIX. Para ello se
tendrá en cuenta el surgimiento del asociacionismo artesanal promovido
por la élite política desde finales de los años 30 y su desenvolvimiento como
fuerza política con intenciones de autonomía pero atada a las tradiciones
partidistas. En la segunda parte nos centraremos en el caso particular de
dos artesanos, ambos impresores, y su participación en el escenario de la
prensa bogotana, específicamente de su trabajo con la prensa de artesanos.
En la tercera parte examinaremos las características de algunas publicaciones

4
  En Cartagena circularon cuatro números, entre febrero y abril de El Artesano (1850);
en Bogotá en la Imprenta de Morales i Compañía se publicaron dos números de El Pueblo
(1851). El caso más representativo fue El labrador i el artesano (1838-1839), impreso en
Bogotá por Juan N. Triana, sobre este periódico ver: Loaiza Cano, (2011, pp. 69-70).
5
  Uno de estos inventarios lo da Eduardo Posada Carbó en su artículo “¿Libertad, libertinaje,
tiranía? La prensa bajo el Olimpo Radical en Colombia”. Cfr. Posada Carbó, (2004).

474 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


impresas por el artesanado capitalino, describiéndolas y precisando sus me-
canismos de difusión por medio del examen de los elementos de su discurso,
así como del contexto en el que fueron producidos estos documentos. Al
mismo tiempo, reconstruiremos la forma en que el mensaje fue recibido por
los lectores de estas publicaciones, teniendo en cuenta las dificultades para
la comunicación, entre una población con altos índices de analfabetismo. El
último apartado se centra en la alianza, entre sectores de la élite y los artesanos.
Esta coalición, entre diversos sectores culturales, sociales y económicamente
tan dispares va a ser parte del estudio, analizando puntualmente el proyecto
cultural que establecieron tres figuras del escenario asociativo bogotano:
Manuel María Madiedo (1815-1888), intelectual católico cartagenero, el
impresor venezolano Manuel de Jesús Barrera, y el impresor bogotano Nicolás
Pontón (1833-¿?). Una triada que se conjugó en la producción sostenida de
nueve periódicos que durante la década de 1863 a 1873 se imprimieron en
Colombia, algunos de ellos elaborados exclusivamente por y para artesanos.

La importancia histórica del artesanado

Los oficios del herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros


a este modo son honestos y honrados; que el uso de ellos no
envilece la familia ni la persona que los ejerce, ni la inha-
bilita para obtener los empleos municipales de la República”
(Mayor Mora, 1997, p. 45).

Como se aprecia en la anterior cita, para los Borbones, en cabeza de Carlos


III, la producción artesanal gozó, desde 1783, de unos privilegios que
les permitieron crecer con facilidad en una economía colonial cerrada.
Con las reformas borbónicas se promovió además una formación moral y
ética sobre el ser artesano, con la cual se pretendía cambiar la mentalidad
imperante en España y en las colonias americanas que estimaba los oficios
manuales como viles e innobles (Mayor Mora, 1997, p. 47).
Durante el periodo colonial el gremio artesanal disfrutó de beneficios
económicos, así como de protección para sus productos. Formalmente,

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 475


dicha protección se amparaba a través de impuestos a productos extran-
jeros; informalmente, las barreras geográficas que el territorio les impuso
a los comerciantes les garantizaron a los artesanos un mercado exclusivo
por siglos. Sin embargo, ambas barreras fueron lentamente superadas
a medida que avanzó el siglo XIX. La independencia de España y las
reformas liberales de medio siglo trajeron consigo un cambio para los
productores locales que, antes de esa fecha, apenas si habían tenido su
propia batalla contra la competencia extranjera.
Con el gobierno republicano, y durante el siglo XIX, los artesanos
se hicieron sentir en su lucha por mantener su bienestar económico,
pero también por reivindicar la fortaleza e influencia de su posición
socioeconómica. Las posibilidades que les dio el hecho de mantenerse
organizados en defensa de sus propios intereses convirtieron a este sec-
tor en interlocutores entre el numeroso pueblo y la reducida élite. Esta
representación artesano-pueblo fue posible por la posición privilegiada
que gozaron muchos de estos artesanos quienes, desde su posición como
jefes de taller o maestros, habían obtenido un grado de reconocimiento
que los diferenció como clase social. Por ello no resulta fortuito que las
élites políticas hayan recurrido a los artesanos en busca de legitimidad.
Bogotá se vio provista, durante toda la época colonial, de un gran nú-
mero de talleres y oficios que servían a las necesidades de la población. Si
bien la ciudad no igualaba en importancia económica a otras regiones de
mayor producción artesanal como Santander, se caracterizó por albergar
una población trabajadora y como productora de bienes terminados
mucho más especializada. La mayor parte de dichos talleres tomaron
asiento principalmente en el popular barrio de Las Nieves. Para 1873 el
total de la población artesana en Cundinamarca representaba el 6 %, de
los cuales el 39 % eran hombres y el 61 % eran mujeres.6

6
  Entre la lista de oficios que encontramos en la prensa, además de ebanistas y
tipógrafos, podemos mencionar: talabarteros, sastres, sombrereros, albañiles, cerrajeros,
torneros, fundidores, armeros, alarifes, pendolistas, joyeros, zapateros, relojeros,
polvorista, encuadernadores y tapiceros.

476 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Tabla 1. Estadísticas de la población en Cundinamarca, 1873

Cundinamarca Hombres Mujeres TOTAL


Población 196.841 212.761 409.602
Artesanos 9.790 15.522 25.312

Fuente: Galindo, A. (1874) Historia económica y estadística de la Hacienda Nacional, desde la


Colonia hasta nuestros días. Bogotá: Imprenta de Nicolás Pontón. Libros raros y manuscritos,
Biblioteca Luis Ángel Arango. (En adelante, BLAA).

Como mencionamos anteriormente, a medida que el proceso asociativo


de finales de la década de 1830 avanzaba lo hizo también el trabajo en la
imprenta, la cual se convirtió en un aliado de este sector de la población
que lentamente empezó a dejar testimonio de su proceso histórico con
periódicos como El labrador i el artesano (1838-1839). No obstante,
la época de mayor producción escrita por parte de los artesanos se
puede encuadrar durante los años 40 y 50 del siglo XIX, primero con
la fundación de sociedades democráticas de artesanos y luego con su
participación en los hechos del golpe de José María Melo (1800-1860)
en 1854, hecho considerado por la historiografía reciente7 como un
parteaguas en el proceso asociativo del artesanado. Durante esta época
los artesanos se dejaron sentir con gran fuerza entre la opinión pública,
durante los meses que duró el gobierno de Melo, emitiendo todo tipo
de hojas, volantes y periódicos.
Desde sus talleres, las sociedades de artesanos redactaron los mensajes
que luego prensaban en imprentas como la de Nicolás Gómez o la de los
hermanos Jacinto, León y Cecilio Echeverría. Aunque desde las imprentas
de Benito Gaitán, Marcelo Espinosa, Foción Mantilla, Francisco Torres
Amaya y la imprenta de G. Morales y compañía también se publicaron la
mayoría de hojas sueltas, periódicos o volantes escritos por los artesanos

  Cfr. Sowell, (1992); Zambrano, (1987); Escobar, (1990).


7

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 477


capitalinos.8 Por ello, los documentos que llegaron hasta nuestros días
evidencian, por un lado, la variedad y cantidad de publicaciones impresas
que estos grupos hicieron circular, pero también las dificultades a las que
debieron someterse para perdurar en el tiempo.
En general, el sostenimiento de los diferentes periódicos no varió
mucho hasta bien entrado el siglo XX y las publicaciones se conseguían
principalmente por tres vías. La primera estaba sustentada en los avisos
publicitarios por los que se pagaba una determinada suma, dependiendo
no solo de su extensión sino también del tiempo que iba a durar publicado;
segundo, mediante las suscripciones, de las cuales dependía el número de
copias impresas; y tercero, la venta de números individuales en las diferen-
tes tiendas y oficinas de correo. Estos dos últimos rubros representaban
la mayor porción de ingresos para el sostenimiento del periódico9, sin
embargo también significaban la tasa más difícil de mantener para evitar
pérdidas. Primero por las dificultades para acceder a todos los lugares del
territorio nacional en busca de un mayor número de lectores.
Segundo, por los continuos robos de correspondencia o de envíos
denunciados semanalmente por la prensa. Y tercero, cuando no eran
manos ocultas las que intervenían, la falta de vías de transporte hacía
más difíciles las condiciones para la comunicación: si no era un champán
hundido con toda la carga, era el precipicio de una montaña escarpada
a donde iban a dar todos los papeles.10 Por tal razón, periódicos como

8
  Según Germán Mejía para 1866 circulaban en Bogotá quince periódicos. Mejía
Pavony, (2000, p. 440).
9
  El periódico El Obrero menciona el caso de 150 artesanos con falta de recursos que, al no
poder comprar cada uno su propia suscripción, tomaron quince para todos, con lo que les
correspondían diez ejemplares a cada uno.. El Obrero, Bogotá, 30 de julio de 1865, núm. 15.
10
  La administración de correos, en la publicación titulada Movimiento postal en
la capital de la Confederación Granadina para el año de 1859 menciona que en el
trayecto entre Santa Marta y Bogotá la carga puede verse afectada por alguno de estos
inconvenientes, y señala que “puede suceder, que por la sequedad del rio u otros motivos
independientes de su voluntad, llegue a sufrir atraso en alguno de sus viajes”. Fondo
Pineda 948, pieza. 111, Biblioteca Nacional de Colombia. Así mismo en el Contrato
para la conducción de correos de la línea del Atlántico, de 1864, estipulan cómo proceder

478 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


El Artesano (1850) de Cartagena llevaban una frase en el encabezado
donde les advertían a sus lectores que dicha publicación “saldrá cada vez
que se pueda”.11
Con el derrocamiento del gobierno de Melo se truncó el proceso de
formación política que se venía llevando a cabo desde los años 30, obli-
gándolos a limitar sus aspiraciones políticas hasta principios de los años
60, lo cual retrasó el avance que se había venido consolidando. Por ello
la prensa artesanal de esta década refleja, por un lado, este resurgimiento
asociativo, y es además el mejor testimonio de cómo los artesanos vivieron
la guerra civil de 1859-1862.
Al regreso de la guerra, los que habían logrado sobrevivir se encontraron
con un panorama desolador: sin trabajo, muchos de ellos lisiados o en-
fermos y con una ciudad golpeada por la crisis económica producto de la
posguerra.12 David Sowell menciona cómo esta situación fue similar a la
crisis económica desatada al final de la guerra de los Supremos (1839-
1842), la cual motivó los primeros movimientos asociativos en defensa del
interés gremial, como las sociedades democráticas de artesanos (Sowell,
1992, p. 100). El artesanado bogotano intentó entonces reconstruir su
vida asociativa en prácticas más autónomas de organización, donde los
principales objetivos eran la protección mutua, la lucha por el respeto a
su trabajo y la autoeducación.

ante robo o pérdida de los impresos transportados. Biblioteca Nacional de Colombia,


Fondo Pineda 948, pieza 112.
11
  En el periódico El Artesano, de Cartagena, se advierte que su publicación “No tiene
día fijo para salir, lo hará siempre que las ocupaciones de su taller se lo permitan”. 1
de febrero de 1850, núm. 1
12
  En febrero de 1855 el periódico El Bogotano libre (1855), en el artículo titulado “La
Consigna”, menciona el trato padecido por los artesanos presos que fueron enviados a
Panamá a pagar su condena: “Dícese que han sido asesinados en el camino a Honda
algunos de los artesanos que salieron en la primera remesa para Panamá, i se mencionan los
nombres de: Agustín Maldonado, Francisco Bulla, Narciso Leguizamo, Francisco Obregón
(sastre), Antonio Cabrera, un Mesa, un Castillo, un Heredia, i un Sarmiento. Se dice
también que Juan Vanegas, el impresor, ha sido molido a palos hasta causarle la muerte”.

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 479


Al hacer uso de los medios que tenían a su alcance para comunicarse con
el resto de su gremio tenían la intención de generar y sostener una posición
política dirigida, tanto a sus correligionarios, como a todos aquellos que
decidían por ellos en las grandes esferas políticas. Aunque no era usual,
algunos escritores reconocían el acervo jurídico adquirido en las sociedades
democráticas donde “se aprendió a conocer la soberanía del pueblo, las atri-
buciones de cada uno de los poderes que constituyen el gobierno general, el
respeto a las mayorías i todas aquellas grandes verdades de la República”.13
Es notable cómo en estos documentos se nota no solo un conocimiento
serio del vocabulario jurídico del momento, sino incluso frases, lemas y
razonamientos al mejor estilo de los escritores políticos consagrados. Ha-
blan de sus derechos como ciudadanos, de la negativa a ir a la guerra, de
educación, o de fraudes electorales. Si bien el público al que iban dirigidos
todo este tipo de impresos no formaba parte de una élite “culta” no se puede
asegurar tampoco que se encontrara al margen de la discusión política.
Era, sin lugar a dudas a medida que se acercaban épocas de elecciones,
cuando todo el movimiento publicitario y asociativo se estremecía nuevamente:
innumerables panfletos, hojas sueltas, quincenarios y semanarios empezaban a
salir de las imprentas. Sobre este fenómeno Gilberto Loaiza ha identificado
un corpus documental significativo para las elecciones de 1836, cuando
circularon hojas sueltas en apoyo a la candidatura presidencial de José María
Obando (1795-1861) que hablaban en nombre de “nosotros los artesanos,
labradores, fabricantes, marineros y soldados que somos las novecientas no-
venta y nueve mil partes de ese pueblo cuyos derechos aparentan defenderse”
(Loaiza Cano, 2011, p. 69). En julio de 1844 ocurre algo similar para las
elecciones de presidente cuando en Medellín “unos artesanos” imprimen una
hoja suelta apoyando la candidatura de Eusebio Borrero contra la del general
Mosquera por considerarla “impolítica, estenmporánea y peligrosa”.14 Dicha
hoja fue impresa en Medellín en la imprenta de Manuel Antonio Balcázar

  El Artesano, Bogotá, 5 de junio de 1856, núm. 2.


13

  Unos artesanos, Grito de la democracia. Bogotá: por B. Gaitán, (1844), Biblioteca


14

Nacional de Colombia Fondo Pineda 803, folio 703.

480 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


y reimpresa en Bogotá en la imprenta de Benito Gaitán, lo que muestra el
comportamiento de estas publicaciones, su circulación y alcance más allá de
lo local, es que existían redes nacionales bien establecidas.
La mayoría de estas primeras publicaciones tenía la característica de ser
hojas sueltas divulgadas en ediciones de unas pocas copias, las cuales no se
caracterizaban por una refinada tipografía o el uso de grabados, algunas
de ellas venían impresas en papel de color azul lo que llama la atención
pero no podemos asegurar que haya sido una estrategia deliberada. Para
capturar la atención del lector. Dichas hojas eran distribuidas en la calle
para que fueran fijadas estratégicamente en la pared de una concurrida
esquina que les garantizara un público a sus escritos. En muchas oca-
siones, la gente del común se enteraba de lo que estaba ocurriendo en
materia política por la lectura de estas hojas sueltas, o si no sabía leer,
por lo que alcanzaba a escuchar cuando eran leídas en voz alta para un
público más amplio en las calles, plazas, e iglesias.15 En su mayoría, estas
“hojas de circunstancia”, como las denomina Posada Carbó, (2003, p.
194), carecen de autor o imprenta lo que dificulta su identificación. En
algunas de ellas aparecen firmas indeterminadas como “unos artesanos
a sus compañeros” o “artesanos del 17 de abril”. Este anonimato de
las hojas también es una diferencia con los periódicos en donde, en la
mayoría, hay nombres propios para responder por lo que allí se dice. El
reglamento de la Sociedad Unión de Artesanos, publicado en su perió-
dico La Alianza (1866-1868), era muy preciso con este tema tal y como
quedó estipulado en su artículo 20: “Todo manuscrito de los redactores,
colaboradores, remitidos de la capital i fuera de ella serán leídos ante
la sociedad con asistencia de diez miembros de ella por lo menos, que

15
  En el folleto titulado A los autores de la publicación que contiene el programa de la
Sociedad Democrática “Obando” de San Jil” (1851) recrean esta acción: “Para saciarse
el Dr. Afanador i el señor José María Villareal […] prepararon una pueblada en la Villa
del Socorro para leer a gritos en las calles el papel que escribieron en contra nuestra
i además repartieron con profusión dicho papel en algunas Asambleas electorales al
tiempo de reunirse, sobre todo en Barichara”. Sala 2ª, núm. 9526, pieza. 1. Biblioteca
Nacional de Colombia.

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 481


tengan voz i voto” y en el artículo 22, reiteraban que: “No podrá darse
lectura a manuscrito incompleto i menos sin la firma del autor”.16
Por otra parte, el formato en que venían impresos este tipo de periódicos,
aunque variaba de periódico a periódico, tenía en general un tamaño mediano
que se aproxima al actual tabloide, con un promedio de ocho páginas por
número, donde se contaba con secciones de noticias locales, una sección de
folletín17, correspondencia con los suscriptores y anuncios.18 Entre los temas
de fondo que abordaron periódicos como La Alianza o El Obrero (1864-
1865) encontramos artículos contra el libre-cambio y sus desventajas en la
producción nacional; la instrucción pública, como un propósito no solo
para los hombres sino también para la mujer quien constituía el porcentaje
más alto de la población artesana y a quien consideraban la formadora de
nuevos artesanos19; y finalmente el problema de “la miseria” entre la clase
trabajadora, pero abordado desde la perspectiva católica del decoro y estoi-
cismo ante la pobreza, más que abogando por una revolución.20
Todo ello, tanto su extensión como su contenido, implicaba una lectura
que llevaba más tiempo que las “hojas de circunstancia”, una lectura mucho

16
  La Alianza, Bogotá, 1 de noviembre de 1866, núm. 4: 20.
17
  Un ejemplo de este tipo de novelas de folletín fue “El suplicio de una mujer:
comedia en tres actos” (1865) de Emile de Girardin (1806-1881) obra en francés que
fue traducida para La Alianza por José Leocadio Camacho. La Alianza, Bogotá, 20 de
diciembre de 1866, núm. 9: 36.
18
  Como mencionamos anteriormente, el tema de la educación y el aprendizaje de
nuevas técnicas era un tema recurrente, un ejemplo de ello este el siguiente aviso
publicado en La Alianza “En el colegio de artes i oficios se ha organizado una escuela
para los hijos de los artesanos, en ella se enseña lectura, escritura, aritmética i gramática
castellana; i a los que quieran aprender un oficio se les enseña carpintería, ebanistería
i obras de torno”. 13 de febrero de 1867: 56.
19
  “Nuestros deseos por la instrucción de la mujer”. La Alianza, núm. 4, 1 de noviembre
de 1866, p. 10.
20
  La polémica suscitada entre José Leocadio Camacho, ebanista, y Miguel Samper,
reconocido escritor bogotano, en el periódico La República, a raíz de los artículos
publicados por Samper en El Republicano y luego impresos bajo el título de “La Miseria
en Bogotá” (1867) esbozan perfectamente la situación social en la que se encontraba
Bogotá durante los años 60 del siglo XIX. Pero también refleja las perspectivas, desde
sectores opuestos socialmente, sobre los artesanos.

482 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


más reposada con la cual el artesano iba formando, en relación con los
demás individuos de su círculo personal, una opinión sobre uno u otro
tema, no siempre necesariamente unánime. A estas ideas, producto de
una postura deliberativa sobre un tema de interés general, y reorganizadas
al interior de un círculo social es lo que denominamos opinión pública
artesanal. A continuación analizaremos el papel desempeñado por algunos
de los artesanos, que desde su posición de impresores lograron consolidar
una línea de trabajo editorial en el circuito artesanal, persistente en el
tiempo y desde donde impulsaron este tipo específico de opinión pública.

El impresor, un oficio más allá de la imprenta


Los impresores desempeñaron, en tanto artesanos y más allá de las labo-
res concretas de su oficio, un rol de gran relevancia en todo este proceso
editorial y de difusión que emprendió la clase artesanal durante el siglo
XIX, y forman parte de un proceso de madurez intelectual que viene
ligado de manera directa con la introducción de todos los usos y hábitos
que trajo consigo la reunión de experiencia política junto al trabajo con
la imprenta.21 Así mismo, la lectura que se puede hacer de las imprentas
donde era publicada tal o cual publicación, durante el tiempo que per-
maneció en circulación, también es susceptible de ser analizada.
De tal forma, había talleres desde los que solo se emitían publicaciones
liberales y otras en las que solo eran permitidas impresiones que apoyaran la
causa conservadora. Por ello, hay mayor certeza de encontrar publicaciones más
afines al pensamiento conservador cuando habían salido de imprentas como
las de José Ayarza, El Día, o Torres Caicedo, mientras que si encontráramos un
periódico publicado en la imprenta Echeverría Hermanos, podríamos inferir
que el contenido del documento defiende ideas del Partido Liberal. Aunque
había casos, como la imprenta de Manuel Ancízar, en la que se prestaban los
servicios de un “gabinete privado” para los escritores, donde se garantizaba

  Vale la pena señalar el papel desempeñado por los impresores ingleses Andres
21

Roderick y F. M. Stokes, este último ubicado en la plazuela de San Francisco, quienes


desde la década del 20 formaron a varios en el oficio de impresores.

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 483


“la inviolabilidad del secreto” (Loaiza Cano, 2004).22 Esto permitía que,
amparados en la libertad de imprenta, cualquier escrito político pudiera salir
de sus planchas sin censura previa, y fuera distribuido por toda la ciudad.
En el caso de la prensa artesanal, tal vez quien acumulaba un extenso an-
tecedente en la formación de asociaciones y publicaciones de este corte, fue
el impresor venezolano Manuel de Jesús Barrera. Este artesano había vivido
en Mompox en la década 1850, donde fundó una sociedad de artesanos
desligada de la influencia de liberales y conservadores; después se radicó con
su imprenta en Bogotá y se asoció con el ebanista José Leocadio Camacho
(1833-1911) para fundar los círculos mutualistas23 de El Obrero (1864-1865)
y La Alianza (1866-1868); más tarde, en 1877, Barrera instaló su imprenta
en Medellín y fundó el periódico artesanal La Libertad (1877-1878) con el
que contribuyó al auge de sociedades democráticas en Antioquia.24
Nicolás Pontón es otro ejemplo de tipógrafos comprometidos con un
proyecto de difusión política fiel al servicio, no solo de la causa artesana
sino, también, de los conservadores. Al rastrear su producción, los primeros
documentos de los que se tiene registro se remontan al año de 1851, donde
se lo encuentra imprimiendo un breve periódico literario titulado El Látigo
(1851). Pero sin duda su época de mayor producción se puede situar a me-
diados de los años 60 y principios de los 70 (ver tabla 1). A fines de 1863,
deseoso de combatir la Constitución liberal de aquel año, montó con Barrera,
la Imprenta Constitucional, que se estrenó con el periódico El Conservador
(1863-1865) que a su cierre continuó con La Prensa (1865-1869). Luego

22
  Ver también el artículo de Gilberto Loaiza titulado “Manuel Ancízar y El
Neogranadino (1848)” que se encuentra en esa misma publicación.
23
  Aunque la primera Sociedad de Ayuda Mutua se fundó en 1872, la base de estos
dos círculos mutuales era la de velar por el bienestar y proporcionar asistencia a sus
miembros en caso de enfermedad o muerte. Un ejemplo de ello nos lo proporciona el
periódico El Obrero “El día 15 de septiembre murió el artesano Policarpo Camacho. Se
nos ha informado que los señores Echeverría costearon sus exequias, solo porque había
sido obrero de su establecimiento. Agradecemos a los señores E. Su generosidad”. El
Obrero, Bogotá, 22 de septiembre de 1864: 2.
24
  Una semblanza biográfica del artesano Manuel J. Barrera en La Alianza, Bogotá, 4
de abril de 1868, p. 1 y en Loaiza Cano, (2011, p. 111).

484 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


vino La Ilustración (1870-1875), donde trabajó como director y editor junto
a Manuel María Madiedo. Como una muestra de sus estrechas relaciones con
los conservadores, desde marzo de 1866 la Imprenta Constitucional despachó
sus principales publicaciones25 desde la librería Torres Caicedo dirigida por
el general conservador Lázaro María Pérez (1822-1892). Cabe agregar que
durante estos años, Pontón no solo se limitó a luchar en el campo de las
ideas ya que para las guerras civiles de 1860, 1876 y 1885 también se alistó,
junto a otros tipógrafos, en defensa de la causa conservadora.26
Como mencionamos anteriormente, Pontón fue un ejemplo de la simpatía
ideológica de los artesanos con el proyecto político de los conservadores, a
diferencia de las décadas anteriores, cuando el sector artesanal había logrado
una adhesión política con el sector liberal de los gólgotas. Algunos sectores
de la élite política del recién fundado Partido Conservador promovieron
también, desde sus intereses, la fundación de sociedades ligadas principal-
mente a la Iglesia católica. Entre estas podemos mencionar las sociedades
populares, la Sociedad Filotémica, Sociedad Amigos del Pueblo y la del
Niño Dios que pretendieron cooptar al artesanado, no ya desde la caridad
y la beneficencia, sino mediante espacios de sociabilidad desde donde se
instruyó políticamente al sector artesanal, tal y como lo hicieron los liberales.
Esa generación de jóvenes liberales, que formaron dirigentes artesanales
en las primeras sociedades democráticas había encontrado en los artesanos
el ambiente propicio donde poner en práctica las nuevas ideas políticas
que, desde las comunas de París y las revoluciones europeas de 1848,
les empezaban a llegar. Sin embargo, a comienzos de 1850, cuando los
jóvenes letrados les quisieron inculcar con mayor ahínco los principios
de la economía política y las virtudes del libre comercio, los artesanos
se opusieron por considerarlo perjudicial a sus intereses, y en respuesta
reclamaron protección para sus productos terminados.
Desde entonces se hizo frecuente la manifestación artesanal en contra
de lo que muchos artesanos calificaron como “la manipulación” por parte

  El Conservador, El Iris, El Bogotano y El Católico.


25

  El Taller, Bogotá, 20 de agosto de 1887, núm. 55: 217.


26

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 485


de la joven élite liberal. Este es el origen del “desengaño”27 artesanal hacia el
liberalismo, y de paso hacia todos sus representantes, los cuales prometían
muchas más libertades, que derechos. Sumado a esto, desde 1844, con
el retorno de los jesuitas durante la administración de Pedro Alcántara
Herrán (1800-1872) se inauguró, según Loaiza, una “etapa asociativa
antiliberal que le daría una importancia a la instrucción técnica y a la
organización mutualista del artesanado” (Loaiza Cano, 2011, p. 239).
Parece claro que la nueva etapa de auge librecambista que corresponde
con el triunfo liberal refrendado en la Constitución de 1863, dividió aún
más al artesanado entre los que apoyaron a Mosquera, por su discurso
proteccionista28, y los que prefirieron refugiarse en las toldas conservado-
ras por su defensa del papel desempeñado por el clero en la educación.29
Pontón y su compañero Barrera repartieron su tiempo entre la im-
presión y la redacción. Ambos trabajaron como jefes de redacción en el
semanario artesanal La Alianza (1866-1868), y en periódicos tan con-
trovertidos como La Bruja (1866-1867), en el que Pontón escribió varias
columnas con las que se ganó el odio de muchos, entre ellos Medardo
Rivas (1824-1901).30 De lo que no se salvó fue de la cárcel, en donde
pasó algún tiempo por órdenes de Tomás Cipriano de Mosquera quien
argumentó con su arresto que “quería poner un dique al torrente de in-
moralidad que tenia origen en la casa del señor Pontón, con La Bruja y
otras publicaciones que volvían pedazos la honra ajena”.31 Sobre este tipo
de impresos donde la honra y la reputación personal eran puestas ante
el “tribunal de la opinión pública” podemos decir que nos encontramos

27
  López Pinzón, Ambrosio, El desengaño, o, Confidencias de Ambrosio López primer
director de la Sociedad de Artesanos de Bogotá denominada hoi Sociedad Democrática.
Bogotá: Imprenta de Espinosa, por Isidoro García Ramírez, 1851.
28
  El Nacional, Bogotá, 26 de febrero de 1867, núm. 144: 574-575.
29
  La Republica, Bogotá, 2 de octubre de 1867, núm. 14: 55.
30
  Rivas, puñal en mano, fue a reclamarle por un editorial en su contra: Pontón, Nicolás,
“Al público: tentativa de asesinato premeditado”. Bogotá: Imprenta Constitucional,
1867. Biblioteca Nacional de Colombia. Fondo Pineda 815, pieza 71,
31
  La Alianza, Bogotá, 4 de mayo de 1867, núm. 21: 81.

486 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


frente a formas de apropiación de la opinión pública que dan cuenta,
así como el caso de Pontón y Rivas, de la constante apelación al público
en busca de apoyo para la resolución de conflictos que buscaban la
consumación de justicia.32
Si bien a Pontón no lo pudieron sacar de la cárcel ni sus compañeros
de periódico que se entrevistaron hasta con el presidente para interceder
por su liberación, su actividad no disminuyó. En los años posteriores a su
liberación se le puede rastrear emitiendo, en promedio, dos publicaciones
de forma paralela durante la década de mayor efervescencia. A conti-
nuación profundizaremos en el contenido de este tipo de publicaciones
que personajes como Pontón y Barrera llevaron a cabo, para analizar su
contenido y el mensaje que pretendieron transmitir a los artesanos.

Contenido doctrinal en la prensa de artesanos


Para el caso que aquí nos interesa, vale la pena resaltar los intercambios
de opiniones que ocurrían en los locales donde se elaboraba esta prensa
popular: las imprentas, así como en los talleres, plazas, y lugares de en-
cuentro en la ciudad.33 El resultado indirecto que dichos espacios gene-
raron, además de funcionar como lugares de conversación y discusión,
fue lo que González Bernaldo (1999, p. 138) ha denominado un “nuevo
modelo de hombre de opinión”. Para los personajes que se formaron en
estos recintos su experiencia política no estaba supeditada a un cargo
público, sino que su conocimiento era resultado de una práctica cultural:
el intercambio y la difusión de ideas.
Una de las principales características de esta prensa (1864-1870) fue
el énfasis puesto en la cuestión social de la clase artesanal que abarcaba
esferas de la vida económica y cultural, más que en las discusiones políticas

32
  Villareal, José María, Al criterio público, Socorro: Imprenta de Gómez y Villareal,
1851. Fondo Pineda 573, pieza. 359-360 Biblioteca Nacional de Colombia, (s. f.). Al
público, Bogotá, Imprenta de la Nación, 1857, Fondo Pineda 948, pieza. 86, Biblioteca
Nacional de Colombia.
33 
La fonda de la Rosa Blanca fue un espacio que reiteradamente apareció mencionada
en la prensa artesanal como un lugar de reunión de sectores artesanos.

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 487


y religiosas, marcando en sus artículos una tendencia a prescindir de
cualquier proyecto partidista. Entre los estatutos del círculo mutualista de
La Alianza, por ejemplo, podemos encontrar un afán por promover una
independencia de toda bandera de partido, el respeto por las instituciones
(Iglesia y Estado) y la censura contra actos violentos o “planes revolucio-
narios que puedan deshonrar la corporación”34; aunque advierte que si
por desgracia no pudieren evitarse estos actos, el artesano debía hacer su
renuncia a la Sociedad antes de cualquier compromiso de esta especie.
El tema de la instrucción y la calificación técnica resulta cardinal en
todas sus publicaciones, su promoción se realizaba no solo desde publi-
caciones como La Alianza, sino desde la totalidad de las publicaciones
artesanales. Había un afán por promover el establecimiento de planteles
de instrucción que incluyeran, entre otras materias, la geometría y el
dibujo lineal. Y sobre la participación política insistían en “el cuidado de
escoger, para honrar con su voto, todo hombre honrado i de reconocida
probidad, sea cual fuere el color político a que pertenezca”.35
En El Artesano (1856), periódico artesanal bogotano que defendió la
candidatura liberal de Manuel Murillo Toro, encontramos un claro ejemplo
del “periódico eleccionario”. Una publicación de carácter efímero que
tenía la misma vida de las campañas electorales.36 En periódicos como
este se reiteraba la importancia, y responsabilidad, de la participación
electoral por parte de los artesanos en las elecciones para elegir presidente
en 1856: “Si la República ha de ser el gobierno de todos i no de deter-
minados círculos, todos debemos votar, todos debemos discutir las cosas
públicas por la imprenta i en diferentes reuniones”.37

34
  “Reglamento de la Sociedad de Unión de Artesanos”. La Alianza, Bogotá, 1 de
noviembre de 1866: 19-20.
35
  La Alianza, Bogotá, 1 de noviembre de 1866: 19-20.
36
  Terminadas las elecciones y ante el triunfo conservador de Mariano Ospina El
Artesano dejó de publicarse en su novena entrega. Ver también, Posada, (2004, p. 194).
37
  El Artesano, Bogotá, 15 de junio de 1856, núm. 3.

488 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


El Obrero hizo expresas sus intenciones desde el editorial, en su primer
número el 1 de agosto de 1864, por “trabajar independientemente e im-
plorar garantías i protección de aquellos a quienes hemos elevado para
custodiar nuestros intereses”. El periódico, escrito por artesanos como
órgano de un proyecto mutualista y políticamente muy activo, no solo
informaba sobre las condiciones y problemáticas de los artesanos.38 En
sus páginas se insistía en el tema de la defensa de sus garantías políticas:
en la responsabilidad de ejercer el derecho al voto como electores, pero
también como sujetos políticos susceptibles de ser elegidos para cargos
públicos39; la protección para las artes: específicamente la defensa del co-
mercio nacional frente a los productos importados era un tema recurrente
en sus editoriales. Pero fue sin lugar a dudas la independencia frente a am-
bos partidos la bandera que enarbolaron durante los dos años que duró su
publicación, y que fue reanudada entre 1866 y 1868 en las páginas de La
Alianza. Había además un fuerte interés en señalar el “deber ser cristiano”
del artesano describiéndolos como “seres cuyo único pensamiento es el
trabajo i la virtud”, defendiendo un ideal apegado a los valores cristianos,
donde la ociosidad, la usura y el juego eran reprobados.40 De esta forma,
en un contexto donde las condiciones económicas y sociales resultaban tan
adversas para la clase trabajadora, los artesanos-publicistas trabajaron por
mejorar sus condiciones, aprovechando la prensa escrita para enarbolar la
importancia del trabajo como una forma de control moral de la sociedad.

38
  En el artículo titulado “Los artesanos protejidos por ellos mismos” publicado en
El Obrero, se menciona como “los señores Ignacio Medrano y Francisco Portocarrero
Serna ha prestados mutuos i oportunos servicios a Ezequiel Villarraga (encuadernador)
proporcionándole los medios para que pudiera montar un establecimiento de
encuadernación”, 5 de sept. 1864, núm. 5
39
  Cáceres, Juan de M. “Conducta que debemos observar los hijos del pueblo cuando
se trate de elecciones” “Debemos obrar libremente en el nombramiento de nuestros
representantes pues es la idea más triste, que en un país republicano, donde el derecho del
hombre es Canon sagrado, nos dejemos alucinar por el dicho ajeno, cuyo fin es el cuartarnos
la libertad de votar por hombres aptos i honrados”. El Obrero, 1864, núm. 5, sept. 5.
40
  Estévez, Rafael, “Carta Segunda”. El Obrero, Bogotá, 5 de septiembre de 1864, núm. 5.

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 489


Hasta ahora hemos esbozado el papel del artesano publicista, sea impresor
o ebanista, en su función de emisor de un discurso. A continuación anali-
zaremos el otro extremo de la cadena, el receptor del mensaje, los lectores y
los mecanismos de difusión de este mensaje entre los artesanos de Bogotá.

Lectores y lecturas
Para entender el surgimiento de este tipo de publicaciones escritas por, y
para los artesanos, hay que partir del supuesto de la existencia de un nuevo
público lector, producto de un cambio que amplió los límites culturales
y políticos, tradicionalmente restringidos al mundo de las élites. Dicho
cambio no solo fue posible por la participación en un proceso educativo
enfocado a superar los obstáculos mínimos —leer y escribir— que les
impidieron un acceso a la participación ciudadana; sino también por la
conformación de un espacio público donde la lectura empezó a adquirir una
mayor importancia, “permitiendo la formación de una opinión basada en
el examen crítico de cada ciudadano-lector” (Morel, 1998, p. 311). Leer se
plantea entonces no solo como un medio para acceder a la norma jurídica,
sino también para construir la opinión pública. En un artículo titulado
“Guardias municipales” los redactores de La Alianza llaman la atención
sobre la amenaza que representa el analfabetismo entre los artesanos:

En nuestro país, el artesano i el proletario, nunca han llamado la atención


de nuestros mandatarios para otra cosa que llamarles a los cuarteles o reclu-
tarlos por la fuerza [...] La leyes i constituciones que nos rigen, declaran no ser
ciudadanos los que no saben leer i escribir, bien sabido es que al que no tiene
derechos, no puede exigírsele deberes; estas constituciones son la prueba de
que se quiere mantener al pobre porque ellos son útiles para cargar el fusil i
entretener al cañón […] Concluiremos pues manifestando que los artesanos
que no saben leer ni escribir, no deben dejarse reclutar mientras no haya una
amenaza exterior; y aun en estos casos no deben dejarse gobernar por oficiales
que ellos por medio de una elección no los hayan nombrado.41

  La Alianza, Bogotá, 1866, núm. 8: 32.


41

490 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


La instrucción, específicamente de la lectura y la escritura, fue propor-
cionada a los artesanos durante el siglo XIX por iniciativas “ilustradas”
desde los años 30; pero sin lugar a dudas fue de los proyectos de enseñanza
del clero donde aprendieron a leer y a escribir muchos maestros de taller.
Por eso el proceso de secularización emprendido por los liberales desde
1863 encontró oposición entre sectores de los artesanos, muchos de los
cuales se alinearon en las toldas conservadoras en apoyo al clero. Es el
caso de José Leocadio Camacho quien en su polémica con Miguel Samper
escribió sobre los colegios que les fueron expropiados al clero:

Los partidarios del Libre cambio vieron que era demasiado y trabajaron
con infernal empeño hasta demoler esos establecimientos y aniquilar sus
rentas para que las masas no se fanatizaran y comprendieran mejor las
ventajas del republicanismo. La obra quedó cumplida, y por una lastimosa
ceguedad, el pueblo permitió la destrucción de esos institutos que habían
sido creados por él y para él.42

Por ello, el papel desempeñado por los lectores resulta a todas luces
esencial para entender el rol de la prensa como una herramienta trans-
formadora de una sociedad. Para el caso brasileño Marco Morel (1998,
p. 310) escribió sobre la génesis de la opinión pública moderna, y en
su artículo hace un análisis sobre el perfil del público lector que puede
llegar a sernos útil para nuestro tema. En su concepto, el hecho de ser
suscriptor en los orígenes de la prensa periódica era ya de por sí un gesto
lleno de significado, considerándolo como un “acto de opinión que tenía
el peso de una opción política” (p. 312). En otras palabras, la lectura que
se hacía de uno u otro impreso condicionaba la identificación ideológica.
Sin embargo, la relación —simbólica— que se estableció entre el lector
y el redactor, también es susceptible de ser analizada mediante el juego de
imágenes espejo y espejismo: Así, el redactor se encontraba en la difícil tarea
de construir y consolidar no solo una posición sino una identidad —para

  La Republica, Bogotá, 9 de octubre de 1867, núm. 15, p. 58.


42

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 491


este caso una identidad gremial— que parte de las propias referencias, y en
donde los lectores encontraban una filiación, una imagen-espejo en la que se
reconocían y con la cual se sentían identificados. No obstante, también podía
suceder todo lo contrario y en esta dinámica lo que se formaba era más bien
un espejismo, donde el público y la opinión solo existían en las aspiraciones
de quien leía o escribía, sin una identificación con las aspiraciones del grupo
social interpelado. Este último caso podría servir como una posible explicación
para entender la corta vida de muchos de estos semanarios (Morel, 1998,
p. 312), motivada en buena medida en la paradoja de la “independencia po-
lítica” promovida desde muchos de estos periódicos, la cual no fue del todo
efectiva y siempre generó escepticismo y discrepancias entre sus miembros.

La triada: Madiedo-Pontón-Barrera
El trabajo asociativo y cultural de artesanos como José Leocadio Camacho
se desarrolló paralelo con personajes a los que ya hemos hecho referencia
anteriormente, como Ambrosio López, Cruz Sánchez, Félix Valois Ma-
dero, Nicolás Pontón o Manuel de Jesús Barrera. Sin embargo, una de
las alianzas más interesantes y fructíferas, por la producción impresa que
nos legó, fue la que se dio entre los impresores Nicolás Pontón y Manuel
de Jesús Barrera con el escritor cartagenero Manuel María Madiedo.
Lo que expresa la tabla 2 resultó del inventario que se le hizo a Manuel
María Madiedo alrededor de las publicaciones en que participó, ya fuera
como colaborador, editor o redactor, entre 1863 y 1873 (pues resultaba
llamativo su constante colaboración en distintas publicaciones artesanales)
y el cotejo de esta información con la actividad que por la misma década
mantuvieron Manuel de Jesús Barrera y Nicolás Pontón. Al seguirles la pista
de su trabajo se puede analizar cómo funcionó esta alianza entre artesanos
y miembros de la élite, permitiéndoles mantener una presencia constante
en el mundo de la prensa escrita capitalina en las décadas de 1860 y 1870.
De las veintisiete publicaciones en las que aparece alguna participación
de Madiedo, en las colecciones de la Biblioteca Nacional de Colombia
y la hemeroteca de la Universidad de Antioquia, en nueve de ellas lo en-
contramos asociado, o con Nicolás Pontón, o con Manuel de J. Barrera;

492 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


y en dos ocasiones se los puede encontrar a los tres personajes trabajando
juntos en la prensa. Estos dos casos son: El Correo de los Estados (1871),
del que solo se publicaron veintiséis números, y La Alianza.
Si bien Madiedo resulta un caso poco estudiado, y un personaje difícil
de clasificar en el universo político colombiano, su vida pública se desem-
peñó más en la prensa que en los puestos públicos. Los pocos cargos que
ocupó se reducen a gobernador de Mariquita en 1840 y como prefecto de
Cundinamarca entre 1857 y 1858. Su verdadera labor estaba más ligada al
mundo de la opinión, desde donde se encargó de difundir un pensamiento
muy de moda en Francia por aquella época, y cuyos representantes más
célebres fueron Pierre-Simón Ballanche (1776-1847) y Henri Saint-Simón
(1760-1825).43 Con el primero coincidía en la idea de conectar socialismo
con cristianismo, y del segundo en la idea de un gobierno dirigido por
una élite de intelectuales, los cuales debían ser elegidos única y exclusiva-
mente por los padres de familia —pues la familia era para él, modelo de
la perfecta organización social— y eran aquellos, los ciudadanos con el
valor moral para hacerlo (Jaramillo Uribe, 1996, p. 242).
Vanessa Niñi de Villeros, (2010, p. 134), al referirse a Madiedo, men-
ciona que en su momento fue descalificado por muchos de sus contem-
poráneos y tildado por sus adversarios como un mulato polémico. Pero,
más allá de su controvertida figura, es a través de Madiedo que se puede
entender el vocabulario cristianizado, y la concepción del ciudadano y la
república como una teoría derivada del cristianismo, lo que se ve reflejado
en muchos de los periódicos de artesanos en los que colaboró.
Por último, Madiedo tuvo el mérito de ser, según Jaime Jaramillo Uribe,
uno de los primeros escritores colombianos del siglo XIX que planteó el
problema del pauperismo en los sectores obreros y campesinos, de ahí su

43
  Henri Saint-Simón y Pierre-Simón Ballanche ambos pensadores muy influenciados por
el pensamiento cristiano, coincidieron en la esperanza de una nueva era de regeneración
espiritual y social, una reconciliación universal que implicaba la solidaridad de clases y
sexos, su interés en el progreso industrial y científico, así como la abolición de la pena
de muerte y la guerra. También son reconocidos por su interés en la mejora de las
condiciones de vida tanto de la mujer como de los artesanos.

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 493


estrecha relación con el sector artesanal capitalino con el que colaboró
activamente con diversos tipos de escritos de carácter formativo, como
por ejemplo: “El Dogma del pueblo, a los artesanos de Bogotá” (1865), el
poema “El Pobre” (1865), o “El catolicismo i el protestantismo escrito para
las muchedumbres, i dedicado a las muchedumbres” (1864).
En la tabla 2 podemos ver cómo, cuando no estaban laborando los tres en
un mismo proyecto, Madiedo seguía trabajando simultáneamente con uno
y con otro pero en distintas publicaciones. En el caso de El Bogotano (1863-
1866), se desempeñó como redactor mientras que Pontón se encargaba de la
impresión; y en El Monitor Industrial (1864-1865), que lo imprimía Manuel
de J. Barrera, Madiedo colaboraba con algunos de sus escritos.

Tabla 2. Manuel María Madiedo, Nicolás Pontón y Manuel de Jesús


Barrera en la prensa bogotana: 1860-1875

Fechas Filiación
Periódico Ciudad Madiedo Pontón Barrera
extremas política
Artesano- Redactor
La Alianza 1866-1868 Bogotá Colaborador Impresor
conservador en jefe
Conservador
El Bogotano 1863-1866 Bogotá Redactor Impresor --
madiedista
Religioso Redactor
El Catolicismo 1868-1869 Bogotá Impresor --
filosófico principal
Conservador
El Conservador 1863-1866 Bogotá Colaborador Impresor, --
laico director
El Correo de los Ene.- Jul. Bogotá Conservador Colaborador Editor
Estados 1871 empresario Impresor
La Ilustración45 1870-1875 Bogotá Conservador Redactor Editor,
madiedista impresor ---
El Monitor 1864-1865 Bogotá Conservador Colaborador -- Impresor
Industrial
La Prensa 1866-1869 Bogotá Conservador Colaborador Impresor,
redactor
La Voz de la Sep.-Feb, Bogotá Doctrinario Redactor en -- editor
Patria 1864 católico jefe
44

Fuente: Uribe, M. T. & Álvarez, J. M. (1985). Cien años de prensa en Colombia 1840-1940.
Medellín: Editorial Universidad de Antioquia; Colombia. Ministerio de Cultura, Biblioteca
Nacional de Colombia. (1995). Catálogo de publicaciones seriadas siglo XIX. Bogotá: Instituto
Colombiano de Cultura.

  Tiene dos épocas, la primera va hasta el 30 de noviembre de 1875. La segunda etapa


44

empieza el 20 de junio de 1876 y va hasta el 22 de agosto de 1883.

494 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Todos estos antecedentes hicieron de Madiedo una persona confiable
para el gremio de artesanos; no por nada los miembros de los círculos
mutualistas de El Obrero y La Alianza valoraron tanto el trabajo y el
altruismo desempeñado por este personaje en la instrucción de la clase
artesana, pues a diferencia de muchos otros, no veían en Madiedo una
amenaza de manipulación política en busca de puestos públicos. Pero sin
lugar a dudas la empatía que alcanzó Madiedo, por encima de cualquier
otra personalidad, fue posible porque en su discurso y su pensamiento se
sintetizaron dos derroteros básicos de la opinión que tanto se promovió
desde periódicos como La Alianza: La defensa de la dignidad artesanal,
como clase social con derechos políticos, y la religión católica. Esta úl-
tima variable desempeñó un papel fundamental en todo el proceso de
asociación artesana en Bogotá, y sin temor a equivocarnos, podemos
asegurar que no hubo, entre los artesanos bogotanos, un cohesionador
más grande que la religión católica.

Conclusiones
El estudio de la prensa artesanal durante la segunda mitad del siglo XIX
nos ha permitido llegar a algunas conclusiones. El primer punto que ha-
bría que destacar es la importancia de este tipo de impresos en el análisis
e interpretación de las expresiones culturales e intelectuales de grupos
sociales que no han sido abordados desde esta perspectiva de análisis.
No obstante, a pesar de la variedad de fuentes escritas que nos permiten
adentrarnos más en la influencia y el papel que ejerció la prensa sobre la
opinión artesanal, no deja de ser un tema difícil de abordar, debido al
inconveniente que representa la falta de archivos de todos estos periódi-
cos, así como la ausencia de información concerniente a la tirada de las
diferentes publicaciones, o la cantidad y tipo de suscriptores. Además,
las publicaciones periódicas escritas no fueron el único medio de comu-
nicación. En efecto, como mencionamos anteriormente, coexistieron
con otros tipos de impresos como el pasquín y las hojas sueltas, y por
supuesto, los medios orales.

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 495


En segundo lugar, este panorama cultural puede darnos una idea de la
heterogeneidad que presentaba la gran masa artesanal colombiana, sobre
todo entre aquellos que tuvieron acceso a un capital intelectual por el solo
hecho de saber leer y escribir, situación que se convertía automáticamente
en un hecho político; así como poseer libros, operar una imprenta y ad-
ministrar papel para imprimir sus ideas. Un medio cultural en formación
y para un público de intelectuales y artesanos en trance de participación
política y de actividad intelectual. Si bien todo este agregado cultural
obedeció a una herencia producto de su temprana relación con las élites
políticas del liberalismo, el péndulo rápidamente se desplazó hacia el otro
extremo y durante el último tercio del siglo XIX fueron los conservadores
quienes capitalizaron los réditos de la formación política artesanal.
En tercer lugar, el papel desempeñado por intelectuales como Madie-
do, quien se alzó así como un teórico del catolicismo social intentando
sintetizar religión y política, encuentra en todo el proyecto periodístico
encabezado por Barrera y Pontón, en los tipos, y con Camacho y su círculo
de intelectuales en las ideas, el mecanismo más eficaz para reunir bajo un
mismo techo las diferentes ramificaciones del movimiento artesanal sin-
tetizado en un ideal republicano basado en una moral artesanal que tenía
como principios: el trabajo honesto, la instrucción básica y técnica de su
oficio, el impulso a las artes y el auxilio mutuo. Así, los intereses sobre los
que se construyeron dichas certidumbres, trascendieron esa localidad. La
opinión pública que se quiso construir no pretendió ser la “representación”
de un vecindario sino la “expresión de los intereses” de una clase social.

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498 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Impresos periódicos en Antioquia durante
la primera mitad del siglo XIX.
Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites letradas*

Juan Camilo Escobar Villegas1


Universidad Eafit, Colombia

Introducción
El presente capítulo ofrece una lectura de la prensa publicada durante la
primera mitad el siglo XIX en el actual departamento de Antioquia en
Colombia. La revisión de sus páginas nos ha invitado a pensarlas como es-
pacios de sociabilidad en donde se construyeron formas de opinión sobre la
gente de Antioquia y sobre otras partes del mundo. Los principales artífices
de esas formas de opinión, que también pueden ser llamadas imaginarios
sociales, fueron las élites intelectuales. Hombres ilustrados en contacto con
Europa y con el resto de América, apasionados por los procesos de las
independencias hispanoamericanas, movieron sus saberes y sus poderes
para establecer en Antioquia, particularmente en los tres grandes centros
del momento —Medellín, Rionegro y Santa Fe de Antioquia— posturas
políticas frente al nuevo orden republicano que surgía en medio de las
tradiciones coloniales. Lucharon y escribieron, se organizaron y publicaron

*  El autor ha tomado la decisión de escribir la palabra estado, referida al aparato


político, con minúscula. Esto hace parte de una revisión al uso de las mayúsculas y del
singular que conservan algunas nociones como “Iglesia”, “Derecho”, “Constitución”,
entre otras. Particularmente porque se aprecia en esa gramática de la mayúscula una
herencia del positivismo y del eurocentrismo al querer darle a una práctica social el
carácter de exclusividad y primacía.
1
  El autor agradece especialmente al historiador Édgar Hernando Restrepo Gómez,
quien recopiló información pertinente para este texto y participó en la construcción
de su estructura general.

499
textos para defender concepciones sobre sí mismos que les permitieran ob-
tener reconocimiento e impulsar y apoyar sus acciones en diferentes campos
de la vida social mientras que a la vez configuraban y reconfiguraban con
ello sus imaginarios de identidad: colonización de tierras, instituciones
sociales cristianizadas, autonomías políticas y reformas educativas para las
artes y las letras, entre las más importantes. Veamos algunas pistas de cómo
las élites de Antioquia hicieron ese proceso editorial, literario y periodístico
a partir de 1814 cuando circuló el primer periódico de Antioquia, hasta
mediados del siglo XIX cuando ya habían logrado fabricar en los diferentes
tipos de impresos un imaginario de identidad defendido desde entonces con
ahínco por poetas, científicos, artistas, ensayistas y opinión pública de la
región hasta el día de hoy. La prensa de la primera mitad del siglo XIX fue
en consecuencia un espacio privilegiado por las élites para autodefinirse y
diferenciarse de otros, de las demás regiones de Colombia y de lo que fueron
llamando los antropólogos decimonónicos “las razas inferiores”. Gracias a
la prensa, y a todos los demás medios y escenarios que permitieron la pro-
ducción y circulación de imágenes mentales de y sobre “los antioqueños”,
hemos podido seguir la historia de los imaginarios de identidad en Antioquia
y elaborar de esa manera una mirada no exclusivamente regionalista en el
marco de Euroamérica.2
En resumen, en muchos de los periódicos del siglo XIX hemos podido
encontrar los adjetivos propios de los discursos identitarios. En lo que
concierne a la primera mitad, debemos al menos decir que no fueron pocos
los ejemplares de prensa que circularon por los pueblos de la región. Casi
todos editados e impresos en Medellín, pero también en algunas pobla-
ciones vecinas como lo dijimos antes, eran luego enviados a sus agentes y
suscriptores. Dichos periódicos fueron el principal escenario en el que se
inició la consolidación del imaginario de identidad regional en Antioquia.
Son muchos los rastros que hemos encontrado; ellos constituyeron una

2
  Remitimos a nuestro trabajo Progresar y civilizar. Imaginarios de identidad y élites
intelectuales de Antioquia en Euroamérica, 1830-1920, Medellín, Fondo Editorial
Universidad EAFIT, 2009, 463 p.

500 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


parte de la compleja lucha de representaciones que se gestó entre las élites
regionales colombianas durante el siglo XIX y mucha parte del XX. Baste
mostrar algunos ejemplos para ilustrar nuestra perspectiva de análisis:

¿Quién os divide encarnizadamente, a vosotros antioqueños, unidos en


la rijidez de vuestras costumbres, unidos en vuestras necesidades públicas,
unidos en vuestra asidua consagración al trabajo, unidos en la fama de
vuestro nombre i de vuestras riquezas en el interior i el extranjero?3

Es claro i evidente que el Chocó nada puede hacer por su propia pros-
peridad, i mucho menos por el estenso territorio que en el bajo Atrato
clama por población, civilización e industria. [...] El gobernador de aquella
provincia espone que sólo dos escuelas en toda ella se hallan en actividad, i
que las demás se encuentran en receso, por falta de recursos pecuniarios. La
industria minera carece de estímulo, de método i de actividad; el réjimen
político de hombres aptos e ilustrados; la agricultura es absolutamente
nula. [...] Dudamos que pueda competir en el particular con la provincia
de Antioquia. Antioquia por su cercanía, población, riqueza i espíritu em-
prendedor, puede directamente por sí misma, e indirectamente llamando
i protejiendo una inmigración considerable, proporcionar al bajo Atrato
una prosperidad creciente, i conquistar por medio de la civilización y el
beneficio de toda la República, este interesante país. [...] Dudamos que
en el Chocó haya alguno que no prefiera agregarse a la culta, industriosa i
progresiva Antioquia, más bien que pertenecer a la condición estacionaria
del salvaje estúpido e indolente contemplador del incalculable suelo virjen
que se estiende en las marjenes del majestuoso Atrato.4

Segregando la costa oriental del golfo de Urabá de la provincia de An-


tioquia a que ha pertenecido desde su creación, [el Gobierno nacional] ha
hecho un mal a la gran mira política i comercial que se había concebido

  El Medellinense, núm. 2, 1850, p. 7.


3

  El Censor, núm. 4, 1848, p. 15.


4

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 501
de beneficiar aquellos terrenos ahora desiertos i que sólo nosotros como
más vecinos podemos desmontar i poblar: decimos política por la urgente
necesidad que hai ya de mostrar nuestra población de raza española i mes-
tiza en esa costa donde algunas tribus de indígenas que la habitan pueden
servir de pretesto a una usurpación extranjera.5

En la opulenta y risueña Antioquia, en esta tierra bendecida por la Pro-


videncia, en esta tierra cuyo suelo brota abundantes subsistencias al menor
esfuerzo del agrícola, en esta tierra en que el trabajo i la industria son el
exclusivo i constante anhelo de sus hijos, no debe el gobierno nacional
temer un pronunciamiento.6

Sin la pronta y eficaz protección de los legisladores, la provincia de Antio-


quia, rica, poblada e industriosa, vendrá a ser una provincia oscura, cuando
otras de menos importancia en el Estado brillarán con todo el esplendor de
la ilustración y del saber debido a sus colegios y a sus casas de educación.7

La tradición de lectura
La tradición de lectura de textos impresos en la región de Antioquia
durante el siglo XVIII se puede circunscribir mayoritariamente a las
diferentes producciones de la iglesia católica, tales como sermones, tra-
tados, escritos, rezos y catecismos producidos en las escazas imprentas
de las comunidades religiosas. Parece ser que el primer impreso de autor
regional se refirió a un sermón clerical sobre Ignacio de Loyola, del padre
Juan de Toro y Zapata, publicado en Zaragoza, España en 1644.8
Ahora bien, para hablar propiamente de un comienzo de tradición de
lectura sostenida de impresos periódicos debemos hacer referencia al Papel
Periódico de Santafé de Bogotá, dirigido por el bibliotecario y humanista cubano

5
  El Antioqueño Constitucional, núm. 68, 1847, p. 275.
6
  El Amigo del País, 1846, p. 2.
7
  Constitucional de Antioquia, núm. 50, 1833, p. 6.
8
  Ver: Mesa, (1898, p. 141); Fajardo, (2008, p. 60).

502 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Manuel del Socorro Rodríguez a finales del siglo XVIII, entre 1791 y 1797.
Aquel periódico inauguró un interés general por las publicaciones seriadas en
los pobladores letrados del virreinato de la Nueva Granada puesto que logró
llegar a manos de lectores no santafereños. Puede decirse que impulsó los
deseos de los gobiernos provinciales por la puesta en marcha de imprentas
que permitieran igualmente crear más periódicos. Se trataba de conocer y
expresar los novedosos pensamientos y polémicas opiniones que en diversas
materias estaban circulando por el espacio euroamericano.
Dentro del contexto cultural de finales del siglo XVIII, podemos pensar
la provincia de Antioquia como un espacio ligado a Santafé. Las familias
más ricas enviaban sus hijos para que estudiaran en los colegios mayores
de San Bartolomé y del Rosario, en la Universidad Tomística y en otros
centros de formación religiosa de la capital del virreinato. Lo que termina-
ría creando lazos de amistad, parentesco y pensamiento entre la gente de
letras de Santafé de Bogotá y demás villas y ciudades de Nueva Granada.
Iniciados los tiempos de la coyuntura separatista y autonomista en 1810,
los académicos y letrados criollos tuvieron la oportunidad de participar
en las juntas locales y provinciales. Los miembros que conformaron, por
ejemplo, la Junta Superior de Gobierno en la provincia de Antioquia,
en 1810, eran en su mayoría personajes con una importante formación
intelectual (Sierra García, 1988, p, 92).
Estas nuevas élites políticas de carácter republicano adoptaron y cons-
truyeron ideas ilustradas que se combinaron sin mayores dificultades
con sus tradiciones cristianas. Con la oportunidad de fundar las bases
jurídicas de la Constitución del Estado de Antioquia de mayo de 1812, estos
hombres defendieron la libertad pública e individual contra la “opresión
de los que gobiernan” y establecieron la libertad de imprenta como “el
más firme apoyo de un gobierno sabio y liberal. En consecuencia, ella
lo será en la provincia con la responsabilidad de los autores en los casos
determinados por la ley” (Uribe Vargas, 1977, p. 64). Libertad condi-
cionada puesto que no se permitía ningún escrito o discurso político que
perturbara el orden, la moral y la tranquilidad común, ni combatiera las
bases de gobierno asentadas en la soberanía del pueblo y en su derecho

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 503
a gobernarse. La misma Constitución definió la religión católica como
la religión del estado.9
Ahora bien, a la preparación intelectual, pensamiento ilustrado y vínculos
culturales con la capital virreinal se sumaba el interés que la élite de Antio-
quia demostraba por los periódicos a los que se afilió. Por los suscriptores
de dos periódicos capitalinos, el Papel Periódico de Santafé de Bogotá y el
Semanario del Nuevo Reino de Granada (1808-1811), se conoce el interés
por ese nuevo tipo de publicaciones. En efecto, en el primer impreso, de 53
suscriptores provinciales en 1791, ocho pertenecían a Medellín; mientras
que en el segundo, de 93 suscriptores, contaba con siete en Santa Fe de
Antioquia y cinco en Medellín.10 Algunos de sus más importantes letrados,
como el jurista y profesor de filosofía natural José Félix de Restrepo y el
abogado José Manuel Restrepo, participaron con artículos referidos a la
riqueza y al futuro de la provincia en sendos periódicos.
Es importante anotar que antes de la publicación de la Gazeta Minis-
terial de Antioquia, en 1814, las noticias se conocían leyendo periódicos
traídos de Las Antillas y Centroamérica. La necesidad de conocer los
sucesos europeos y la suerte de la Corona española, con la invasión na-
poleónica a la península, avivaba el ansia de noticias y la adquisición de
papeles e impresos de todo género.11 Las élites de Antioquia, conscientes

9
  Ver Constitución del Estado de Antioquia, sancionada el 3 de mayo de 1812, en el
sitio web de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes Saavedra, en la sección “Cons-
tituciones hispanoamericanas”. Su artículo 3 dice: “La libertad de la imprenta es el
más firme apoyo de un gobierno sabio y liberal; así todo ciudadano puede examinar
los procedimientos de cualquiera ramo de gobierno, o la conducta de todo empleado
público, y escribir, hablar, e imprimir libremente cuanto quiera; debiendo sí responder
del abuso que haga de esta libertad en los casos determinados por la ley”. Y su preámbulo
establece que “El pueblo de la Provincia de Antioquia y sus representantes reconocen
y profesan la Religión Católica, Apostólica, Romana como la única verdadera: ella
será la Religión del Estado”. Recuperado de http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/
SirveObras/01338386433137061867680/p0000001.htm#I_0_
10
  Ver: Silva, (1992, p. 29); Safford, (1989, p. 144).
11
  Véanse las referencias con respecto de otros periódicos en los índices de los textos
publicados en los dos primeros periódicos de Antioquia en 1814 y 1815.

504 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


del punto estratégico en que se había convertido la isla de Jamaica, no
sólo importaban mercancías sino noticias, cartas, libros y periódicos. En
otras ocasiones lo hicieron desde el sur del continente, como puede cons-
tatarse en la colección de periódicos de la hemeroteca de la Universidad
de Antioquia o en el Archivo de José Manuel Restrepo.12
Cuando la provincia se encontraba en un ambiente intelectual polé-
mico y tenso en razón de los conflictos independentistas con España, la
tradición de lectura iniciada con los periódicos santafereños y foráneos,
y estimulada con el anhelo ilustrado de sus élites, posibilitó la llegada
de una imprenta, con su respectivo impresor, a la ciudad de Rionegro,
residencia del gobierno regional. Allí llegó el cartagenero Manuel Ma-
ría Viller Calderón, impresor de Gazeta Ministerial de la República de
Antioquia que circuló por primera vez el domingo 25 de septiembre de
1814.13 Pocos meses después ésta se transformó en Estrella de Occidente,
a partir del 26 de marzo de 1815.14

12
  El Archivo José Manuel Restrepo se puede consultar microfilmado en la colección
FAES, actualmente en la Biblioteca de la Universidad EAFIT, en Medellín.
13
  Manuel María Viller Calderón vino de Cartagena con la primera imprenta oficial
que se instaló en la región de Antioquia en 1814, gracias a uno de los originales actos
legislativos de la nueva región independiente que quería mostrar al mundo su reciente
condición de autonomía. De acuerdo con algunos datos provenientes de los catálogos
de las bibliotecas colombianas sabemos que este impresor siguió trabajando durante
los años de la reconquista española en Antioquia (1816-1819), pues de su taller, que
era en ese momento la Imprenta Real, salió una obra para festejar el cumpleaños del
rey: Relación de las fiestas con que la M.N. y M.L. Villa de Medellín, en la Provincia de
Antioquia solemnizó el día 14 de octubre de este presente año de 1816 en memoria del
nacimiento de Nuestro Augusto y Amado Soberano, el Señor Don Fernando VII que Dios
guarde. Luego, en el año de 1826 Viller se encontraba en Bogotá y allí continuó su
oficio de impresor después de haber dirigido la Imprenta del Gobierno hasta 1822 en
Medellín, quedando en la región de Antioquia la imprenta de Manuel Antonio Balcázar
como la única activa hasta 1832, cuando de nuevo se encuentra a Viller Calderón, en
Medellín, como impresor del Constitucional Antioqueño.
14
  Tal parece que editaron otros periódicos en la misma época de Estrella de Occidente,
pero que no han sido encontrados físicamente. Entre esos periódicos están El Censor
de 1815, El Correo Extraordinario y El Meteoro, del mismo año, ver Puerta, (1963).

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 505
En general, los editores y gobernantes encontraron en los comerciantes
importantes aliados para la distribución y difusión de los periódicos, por
eso los suscriptores de la Gazeta Ministerial eran recibidos, por ejemplo,
en la tienda del comerciante Manuel Tirado en Medellín, quien vendía
también los números sueltos. Por fuera de la ciudad y de la provincia de
Antioquia se admitían los suscriptores en las administraciones de correos.
Si revisamos los índices de la Gazeta Ministerial de Antioquia encon-
tramos noticias externas a la región, provenientes de periódicos foráneos
como el Mensagero de Cartagena, el Argos de la Nueva Granada o El
Republicano de Tunja. También se encuentran traducciones de autores
como Saint Pierre, Rousseau, Montesquieu o Tomas Payne. Como puede
verse, las conexiones con el mundo no eran insignificantes a pesar de las
precarias condiciones técnicas para producir periódicos en Antioquia.
Escribir, imprimir y difundir ideas modernas se volvió una tarea esencial
para estas élites intelectuales euroamericanas.
Ahora bien, en el contexto euroamericano de comienzos del siglo XIX
es importante tener en cuenta que a la cultura moderna, ilustrada y re-
volucionaria de los redactores se adjuntó la tradición humanista clásica.
Esta se manifestó en las sentencias de autores antiguos que se leen en
el frontispicio debajo del título de la Gazeta Ministerial y de la Gazeta
Provincial de Antioquia. En el primer papel apareció una sentencia de
Lucrecio, y en el segundo, una de Virgilio. Esta costumbre se generalizó
en otros impresos: el Papel Periódico con máxima de Livio y otros, el
Diario Político con Tito Livio, El Efímero, de Cartagena y el Semanario
Ministerial con Tácito, y el Aviso al Público con Ovidio.
La noción “patria” se presentó en el periódico con un corto escrito del
filósofo francés Jeans-Jacques Rousseau, El amor a la Patria, y las reflexio-
nes del ideólogo norteamericano Tomas Payne “al tiempo de su guerra de
independencia”. Como lo ha señalado con acierto el historiador Renán Silva,
(1988, p. 165), la noción “patria” fue incorporándose hasta el punto en que
se convirtió en “un representante imaginario de los intereses generales y […]
una forma de voluntad colectiva, así este colectivo hubiera estado siempre
restringido al ámbito de los grupos dominantes en la sociedad local”.

506 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


En términos cualitativos se puede afirmar que la década de 1810 fue
un periodo de gestación de la prensa en Nueva Granada y permitió que
algunas élites regionales (provinciales) enfrentaran por primera vez el
reto de publicar un periódico coherente con sus exigencias y limitaciones
y discutieran en él sus problemas morales, ideológicos y políticos en el
contexto de las guerras de independencia. La prensa se convertía así en
un instrumento socio-cultural y político determinante en la transmisión
de ideas e imaginarios de identidad. Sus índices nos permiten conocer
las temáticas tratadas; sus títulos, los ideales más arraigados; las listas de
suscriptores, nos indican el estatus de los principales lectores, las redes
familiares de intelectuales y las poblaciones en las que había presencia de
la prensa. Por lo anterior, el estudio de la prensa no sólo es importante
para conocer la historia de los imaginarios sociales de quienes la producen,
sino, también, significativa para comprender la circulación de las ideas y
los saberes que determinan y configuran una buena parte de las opiniones
de los sujetos. En otros términos se trata de un capítulo central de las
relaciones entre la historia del periodismo y la gestación de la opinión
pública en los tiempos modernos, capítulo que conecta las ciudades y las
poblaciones euroamericanas durante el siglo XIX.
En resumen, los periódicos locales cumplían en aquellos años dos tareas
principales, a saber: invitar a los hombres de estado, literatos, científicos y
escritores en general a difundir el espíritu ilustrado, republicano e indepen-
dentista y promover un imaginario de identidad que favoreciera los intereses
regionales de sus pobladores y de sus élites. Élites intelectuales e ilustradas
que vivieron algunos años de silencio periodístico mientras que se resolvían
los conflictos entre monarquistas e independentistas, hasta que en la década
de 1820 pudieron retomar sus trabajos como redactores y publicistas por
medio de los cuales impactaban la opinión pública en la región y el país.

La década de 1820
Sobrepasados los difíciles momentos de la reconquista española y al
reiniciarse la emisión de prensa en la región con El Eco de Antioquia, en
1822, el país accedía a la vida republicana enfrentando dos problemas

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 507
económicos: requería recursos para continuar y extender la guerra de
liberación hacia el sur y necesitaba reconstruir la economía nacional
resquebrajada por la misma guerra. El hecho de que El Eco de Antioquia
fuera el único medio impreso en la provincia en la década del 20, es
resultado, en parte, de esa situación general. A lo anterior se agrega la
posición de dependencia política de la provincia con Bogotá, dada su
pertenencia administrativa al departamento de Cundinamarca en la lla-
mada Gran Colombia hasta 1830. Dicha dependencia fue definitiva para
que la influencia periodística de la capital se sintiera con mayor fuerza. El
interés del poco público lector fue copado en mayor medida, aunque no
satisfecho, por los medios periodísticos capitalinos y de otras ciudades.
Tres años antes de publicar El Eco de Antioquia, se editó en Medellín,
en la imprenta de Calderón, la Gazeta Provincial de Antioquia, de corta
vida, pues sólo circularon cinco números. Su director fue José Manuel
Restrepo, quien había regresado de su exilio en Jamaica y Estados Unidos.
Se encargó del gobierno de la provincia por nombramiento del general
José María Córdoba y dejó plasmado en el periódico los primeros decretos
del gobierno republicano y el acto solemne de recibimiento a Bolívar por
la población de Bogotá, después de la batalla de Boyacá. Según la lista de
patriotas rebeldes realizada por el comandante realista Francisco Warleta,
en 1816, don José Manuel Restrepo figuró como colaborador de la Gazeta
Ministerial, pues entre los cargos mencionados estaba el de “gacetero”.
En su marco jurídico, la libertad de imprenta estuvo contemplada
en 1821 como un derecho individual, pues la Constitución definió que
“Todos los colombianos tienen el derecho de escribir, imprimir y publi-
car libremente sus pensamientos y opiniones, sin necesidad de examen,
revisión o censura alguna anterior a la publicación. Pero los que abusen
de esta preciosa facultad sufrirán los castigos a que se hagan acreedores
conforme a las leyes”.15 De allí que una de las principales preocupacio-
nes del ideario republicano buscaba enseñarle a leer a la población en

  Ver Constitución de 1821. Recuperada de http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/


15

SirveObras/01361686446795724200802/p0000001.htm#I_1

508 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


general, para que conociera las sagradas obligaciones que le imponían la
religión y la moral cristiana como para que se apropiara también de los
“derechos y deberes del ciudadano”. El gobierno de Santander, con las
directrices de la Constitución de 1821, se esforzó en ese sentido, legisló
y ordenó crear escuelas primarias en todos los poblados. El método de
enseñanza lancasteriano y varias misiones educativas como la de fray Se-
bastián Mora, fueron medios para hacer efectivo el alfabetismo popular.
La prensa se benefició de ese énfasis, pues a la vez que se incrementaba el
número posible de lectores, los intelectuales patriotas incluyeron en sus
páginas manuales, sermones y comentarios que apuntaban al objetivo de
formar al pueblo en los “derechos y deberes del hombre”. El incremento
de periódicos fundados en la nueva República de Colombia entre 1820
y 1825 puede interpretarse en esa dirección: mientras más lectores, más
difusión de las nuevas ideas republicanas.
La relación entre educación y prensa en Antioquia se puede ver con
mayor claridad siguiéndole la pista al educador Víctor Gómez, un joven
que, después de formarse en el espíritu franciscano en Bogotá, fundó y
dirigió en Medellín la primera escuela lancasteriana en 1823 mientras que,
a su vez, administraba un almacén de comercio donde vendía mercancías,
libros y periódicos de la época. El profesor Víctor Gómez siguió combi-
nando la enseñanza de las primeras letras y el oficio de agente distribuidor
en Medellín de periódicos como El Constitucional Antioqueño (1831) y
La Voz de Antioquia (1840). Dos profesiones que han estado en la base
de creación de opinión pública en el mundo moderno.
Esas relaciones entre educación y prensa se ampliaron en la medida
en que se incrementaron las instituciones superiores de enseñanza, se
extendieron las escuelas públicas y privadas y se mejoró el número de
alumnos inscritos. De esta manera, la prensa en Antioquia, pero también
en la gran mayoría de las ciudades del mundo moderno republicano,
ganaba cada vez más un espacio para ser leída, para opinar en ella y
sobre ella y para convertirse en un medio de gran poder de opinión, de
representación intelectual y referencia obligada en la vida de la población
letrada. Incluso algunos productos de la imprenta fueron utilizados con

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 509
propósitos educativos: publicación de reglamentos para el “gobierno de
las cátedras”, planes de estudio y programas de los exámenes públicos,
entre otros. La imprenta estuvo activa, a pesar de no ser utilizada para
publicar periódicos. Distintos papeles fueron editados en forma de
volantes, libelos, anuncios o pequeños cuadernillos. De acuerdo con el
viajero y naturalista francés, Augusto Le Moyne, los libelos tenían otro
nombre, “ensaladillas”, y constituían una ocasión para hacer circular las
opiniones de unos y otros:

Eran sátiras en verso y manuscritas, que gentes mal intencionadas,


pero en ocasiones ilustradas, amparadas siempre en el anonimato, hacían
circular de vez en cuando clandestinamente. En esas sátiras sus autores se
esforzaban no sólo en censurar con acritud los defectos y las debilidades de
sus conciudadanos sino en divulgar todas las intrigas galantes y devaneos
del día. Estas pérfidas producciones literarias, a pesar de ser el terror de
las familias pasaban de mano en mano, precisamente por el temor que
inspiraban y también por la esperanza que cada cual alentaba de verse
excluido a expensas del vecino (Le Moyne, 1985, p. 137).

Coherente con la tradición clásica y humanística, El Eco de Antioquia


encabezó, al pie de su titular, una sentencia de Virgilio. Su publicación
se prolongó durante trece meses, con 56 números, desde el 5 de mayo
de 1822 a junio de 1823 (Puerta, 1963, pp. 32-33). En cierta forma, su
estructura representaba ya un tipo moderno de periódico al dividir su
contenido en asuntos relacionadas con la provincia, en noticias nacio-
nales y extranjeras, en discursos que contribuyan al progreso material
y, finalmente, en reflexiones propias o lo que podríamos llamar “género
editorial”.
Cuando cumplía siete meses de circulación, el 24 de noviembre de
1822, el editor anunciaba que debía reducir el formato y el contenido.
Desde el primer número El Eco de Antioquia invitó a “literatos e ilustrados
colombianos” para publicar sus opiniones, pero tuvo dificultades con
ellos porque a pesar de la oportunidad para:

510 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


[…] que se exercitasen en pensar, leer, escribir, consultar y coordinar
sus ideas para darlas al público en un bello orden, esperando que de aquí
resultase utilidad a su país: esta libertad ha traído sus inconvenientes, y
por esto la restringimos dexando para el último lugar los artículos que
nos parezcan, sin que nadie pretenda tener un derecho a que se inserten
los suyos con preferencia porque para esto está la imprenta libre, y cada
uno puede usar de ella oportunamente.16

La década de 1820 no fue en Antioquia muy abundante en periódicos,


pero al menos sí vio consolidar la importancia política e ideológica en la
opinión de la gente gracias a variadas publicaciones salidas de la imprenta,
en particular de la de Manuel María Viller Calderón.

En la coyuntura de 1831
La prensa recoge el carácter y la experiencia de la agitación política que
giró al calor de temas controvertidos y fuertes personalidades como San-
tander y Bolívar. Sectores, grupos y facciones con diferentes propuestas de
gobierno empiezan a aglutinarse y la prensa se va tornando en elemento
cohesionador de sus intereses. Los grupos bolivarianos, reunidos en la
provincia de Antioquia, a imagen de la capital y otras provincias, decidie-
ron sostener la justeza de sus ideas, extender su movimiento y conquistar
adeptos para el nuevo gobierno a través de la creación de un periódico:
La Nueva Alianza. Le quedaban pocos días de vida al general Bolívar y
sus seguidores en Antioquia decidieron imprimir una nueva publicación
periódica como complemento y apoyo a la fuerza de las armas. Esta fue
editada desde el 21 de noviembre de 1830 hasta mediados del mes de abril
del año siguiente, cuando fue recuperado el gobierno local por el coronel
Salvador Córdoba durante la guerra civil que enfrentó la desaparición de
Bolívar y la República de Colombia. Conocemos algunos detalles de los
modos de difusión de periódicos en esta década, gracias a los avisos que
indicaban los agentes encargados de su distribución.

  “Prospecto”. En: El Eco de Antioquia, núm. 1, Medellín, mayo de 1822.


16

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 511
Para el caso de La Nueva Alianza, sus distribuidores se ubicaron en las
tres principales ciudades de la provincia: en Antioquia el comerciante
Pablo Pardo, en Medellín en la tienda de Clemente Jaramillo, y en Rio-
negro en la imprenta del propio impresor, Manuel Antonio Balcázar.17
Según el periódico, los editores eran el coronel italo-piamontés Carlos
Castelli y un eclesiástico que “para honor del clero antioqueño debemos
decir que no es de aquí”.
Con la publicación de La Nueva Alianza se consolida la carrera de im-
presor de Manuel Antonio Balcázar, de gran importancia para la región,
pues bajo su coordinación se publicaron la gran mayoría de periódicos
y papeles surgidos en la primera mitad del siglo XIX. La imprenta, que
funcionó en Rionegro en la década de 1830, estuvo a su cargo y fue traída
por iniciativa de la élite de la ciudad. Balcázar era director de la escuela
lancasteriana local y tenía, además, la experiencia requerida, que obtuvo
al lado de Francisco José de Caldas en Bogotá en 1811 con el Semanario,
y en 1814 con la Gazeta Ministerial en Antioquia.
En la misma década surgió el Constitucional Antioqueño. Sus editores
eran representantes de los intereses de las élites más exitosas en los ne-
gocios y en las luchas políticas regionales y empezaban a promover en la
opinión general la idea de una manera de ser particular de los antioqueños
así como un sentimiento de una posible autonomía frente al centralismo
de Bogotá. Aseguraban además que El Eco de Antioquia no había hecho
sino sostener “un gobierno intruso, difundir las teorías más absurdas y
antisociales, y aconsejar un bárbaro sistema de persecución contra los
patriotas, confundiendo siempre el dictado de liberal con el de asesino”.18
Por eso, después de los enfrentamientos provocados por el coronel Sal-
vador Córdoba en su “breve revuelta militar contra el gobernador Juan
Santana, la que triunfó en menos de un mes” (Melo, 1988, p. 101), las

17
  La Nueva Alianza, como la gran mayoría de los periódicos que tenían pretensiones
de larga duración, anuncia en su primera página quiénes eran sus agentes y en qué
localidades estaban ubicados.
18
  Constitucional Antioqueño, Suplemento al núm. 7, 15 de mayo de 1831.

512 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


élites intelectuales antioqueñas crearon tres periódicos de corta duración: el
Reconciliador Antioqueño editado en Marinilla, El Ciudadano, en Medellín
y El Análisis, en Antioquia, impresos todos en Rionegro. La apertura a una
nueva vida republicana, con mayor autonomía administrativa, puso en ma-
nos de las élites de la región la posibilidad de gobernarse según sus propios
intereses. Tarea que no fue unánime, pues la divergencia de opiniones al
respecto se ve expresada en el mundo periodístico de principios de 1830.
Para los editores del periódico marinillo los “objetos más interesantes y
sagrados”, que debía lograr la imprenta y su propio medio, eran “instruir a
los pueblos, reunir las voluntades y afianzar el imperio de las leyes” de tal
manera que los “papeles públicos” se conviertan en el “fluido precioso” de
la política, de la instrucción y del amor a la propia tierra, pues reunir las
voluntades es la defensa de la provincia. En otras palabras, crear, editar y
escribir periódicos era, para los ojos de los intelectuales del siglo XIX, la mejor
forma de sostener el movimiento, la respiración y la vida de los pueblos.19
En las sentencias escogidas para los frontispicios de los periódicos
publicados en Antioquia en 1830-1831 se expresa un cambio notable.
Las antiguas sentencias de autores clásicos latinos son reemplazadas por
dictámenes imperativos que defienden la constitución política y nociones
que les son fundamentales: “Libertad” y “Ley”. Así, el menospreciado
periódico urdanetista, La Nueva Alianza, aseguraba que “aquel ser que
existe por sí mismo, puede sólo preciarse de realmente libre”. Justifican-
do, de esa manera, la independencia recién ganada frente a la Corona
española y el proyecto de autonomía que iría construyendo entre muchos
antioqueños la convicción de ser una “raza” aparte y un “pueblo ejemplar”
en el que los “varones ilustres” abundan.
Para el periódico El Ciudadano su máxima era: “si queremos libertad,
respetemos las leyes”, lo que se modificaba en El Soldado: “Si queremos
libertad sostengamos un gobierno”. La libertad política se convertía en
estandarte de una lucha de representaciones que defendían la obediencia a
las normas jurídicas o a las revoluciones armadas de la época. La aparición

  El Reconciliador Antioqueño, núm. 1, junio 16 de 1831.


19

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 513
de El Ciudadano suscitó reacciones en algunos círculos políticos y motivó
la creación de periódicos adversarios que lo tildaban de difamador porque
“sólo se emplea en desacreditar algunas personas de representación para
disolver los lazos que unen al pueblo con sus magistrados”.20
Las continuas polémicas desatadas por El Ciudadano con los otros
periódicos aumentaron rápidamente el caudal de suscriptores, partidarios
y simpatizantes. Lo que creó la envidia de sus rivales de turno y fue, igual-
mente, muestra de un anhelo de expresión que necesitaba de un medio
que ejerciera reivindicaciones geográficas, económicas, sociales, políticas
y culturales para la región de Antioquia. Los editores recibieron con gran
satisfacción la muy buena acogida del público por “el anhelo con que
se solicita y la multitud de abonados con que ya cuenta, a pesar de que
sólo hemos dado el primer número”; y añaden que también les ha sido
placentero recibir varios comunicados apoyando su prospecto porque
prueban que el periódico está “con la opinión pública que es el objeto
de nuestras aspiraciones”.21
Puede asegurarse por lo tanto que los enfrentamientos políticos y la
defensa de intereses grupales encontraron en los periódicos un arma
de gran calidad. A los vituperios que un bando profería contra otro se
añadían adjetivos sobre la opinión que “los antioqueños” se construían
de sí mismos, de manera tal que cada bando y cada periódico aseguraba
con facilidad defender y representar los intereses de “la raza”.

Los periódicos oficiales


Esas expresiones de opinión sobre sí mismos, propias de la población
letrada, eran tan frecuentes como el interés por conocer los actos del
gobierno. En este sentido se pronunciaron dos remitentes, identificados
con las siglas RJ y JM, a finales de 1831, cuando enviaron sus escritos a El
Ciudadano preguntando a las autoridades por qué no se había cumplido la
orden del gobierno supremo para que en cada departamento se publicara

  El Soldado, núm. 1, noviembre 30 de 1831.


20

  El Ciudadano, núm. 2, diciembre 5 de 1831.


21

514 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


un periódico de carácter oficial con el nombre Constitucional, seguido
del nombre de la sección administrativa. Los remitentes argumentaban
que este periódico era muy “conveniente” para los magistrados como
para conocer “las necesidades de los pueblos y sus verdaderos intereses”;
asegurando además que nos es posible aceptar “que teniendo los antio-
queños una imprenta muy hermosa, carezcan de un periódico, cuando
los otros Departamentos abundan en ellos”.22
En efecto, en agosto de 1831, el vicepresidente de la Nueva Granada,
José Domingo Caycedo, dictó una resolución para que se editara un
periódico oficial, por lo menos en cada capital de provincia de departa-
mento. El costo sería cubierto con el producto de la venta de ejemplares.
En caso contrario, el tesoro público subvencionaría el déficit marginal.
El gobierno, a su vez, determinó el programa que debía llevar: además de
insertarse las producciones oficiales del orden nacional, departamental
y local, se publicarían los artículos que difundieran los “conocimientos
útiles, inculcaran los buenos principios políticos y las ventajas del sistema
republicano, reedificando y unificando el espíritu público”. Un aspecto
novedoso en el rumbo de la prensa fue este encargo que el gobierno
supremo hacía a las autoridades regionales. En consecuencia con ello,
se instruyó a los gobernadores para que “estimularan el patriotismo” de
sus habitantes y se suscribieran al periódico. Tratando de asegurar que
llegara a todos los poblados, mandó que se distribuyera en cada pueblo
un ejemplar de oficio y que se leyera en público por el jefe político o
alguno de sus alcaldes (Arboleda, 1933, p. 131).23 Puede colegirse entonces
que editores, gobernantes, escritores e impresores conformaban una red
generadora de opinión pública en favor de los intereses regionales y de
los proyectos de nación que surgían al paso del siglo XIX.
Con la gestión de las autoridades, las suscripciones a los periódicos
oficiales estuvieron por encima de las que se hacían en los periódicos
privados, aunque impresos como El Censor y La Miscelánea de Antioquia

  El Ciudadano, núm. 5, diciembre 20 de 1831.


22

  El resaltado es nuestro.
23

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 515
se posesionaron con gran prestigio e influencia. No obstante, gracias a la
iniciativa oficial apareció en la provincia El Constitucional Antioqueño, en
abril de 1832, en la imprenta de Manuel María Viller Calderón, quien
tuvo que dejar su imprenta por enfermedad y delegar su responsabilidad
en Balcázar, a partir del número 5, pero con el nombre de Constitucional
de Antioquia hasta su finalización en enero de 1837.
Después de las dificultades de funcionamiento que tuvo la prensa oficial
por la guerra de los Supremos (1839-1842), nació El Antioqueño Constitu-
cional, con un claro tono de tendencia conservadora acorde con la opinión
política más general en Antioquia. Apareció el 6 de septiembre de 1846 con
la dirección del abogado Hermenegildo Botero. Dos años después, en su
número 116, cambió de nombre por el de La Estrella de Occidente, como
homenaje para aquel impreso oficial que había hecho parte de la primera
época de la prensa en Antioquia. Botero, en el momento de asumir la di-
rección del órgano oficial, se desempeñaba como secretario del gobernador
conservador Mariano Ospina Rodríguez, uno de los principales artífices
de los imaginarios de identidad de las élites de Antioquia durante gran
parte del siglo XIX. En sus editoriales se incluyeron varios escritos del
dirigente conservador y de sus copartidarios, en algunos de los cuales
establece criterios que producen ardua polémica con los periódicos libe-
rales que se oponían con beligerancia al gobernador Ospina Rodríguez,
como El Amigo del País y El Censor.
Las suscripciones al Constitucional de Antioquia aumentaban y le permi-
tían consolidarse como el principal impreso generador de opinión pública
en la primera mitad del siglo XIX en Antioquia. Así, en abril de 1832 con-
taba con cien suscriptores, en 1833 con 124 y en marzo de 1836 con 244
abonados. En 1856, el polémico escritor y liberal Juan de Dios Restrepo,
“Emiro Kastos”, señalaba que un periódico, del partido que fuese, jamás
contaba con más de 290 suscriptores. Situación que lamentaba y criticaba
porque “semejante hecho prueba indiferencia por los intereses generales
o un idiotismo lamentable”. Y agregaba, pensando en un aumento de la
población letrada y creando al mismo tiempo eslabones de opinión: “Es
que aquí los intereses de sociedad y de patria no tienen sacerdotes: nadie

516 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


gasta un real de lo que posee, ni la más ínfima porción de su tiempo, ni
se molesta ni se afana sino en beneficio propio”.24
En la misma dirección, se puede entender por qué otro recurso adicional
de los editores del órgano oficialista Constitucional de Antioquia apeló al
orgullo regional y reputación de su gente al escribir que sería una “mengua
para Antioquia, y una vergüenza para sus hijos” no sostener el periódico.
Apelaba al deber que tenían algunos ciudadanos que reunían “mayores
luces y mejor posición para ilustrar al pueblo común sus derechos”. Por
último, trató de demostrar a la élite económica que el periódico sería
útil para sus intereses, pues daría cuenta de la inversión de sus tributos,
de tal manera que no se desviarían para “labrarle cadenas o enriquecerse
codiciosos agiotistas”.25
Un “amigo” del Constitucional de Antioquia comentaba que lo que
más afectaba el sostenimiento del periódico era la tacañería de la gente
acomodada y el incumplimiento de los pagos por parte de los abonados.26
El “amigo”, criticando la avaricia de la alta sociedad antioqueña, brinda
unas señales de cómo llegaban los periódicos a los lectores y del uso que
hacían de los impresos:

No puedes figurarte amigo, los entripados que paso, el día que sale el
Constitucional, o llega correo de afuera; ya recados de Don Fulano, ya de
Don Sutano, y ya de Don Perano, para que les mande los impresos que
tenga, los cuales después de haberlos leído, con toda la paciencia que sus
inútiles doblones les garantizan, los prestan a otros Don Miserias que son
de su misma calaña: así de mano en mano, no hay papel que a las dos
vueltas no esté de la vista de todos los diablos. Esta sola consideración,

24
  Emiro Kastos, “Cartas a Camilo Antonio Echeverri”. En: El Pueblo, núm. 41,
mayo 29 de 1856.
25
  Constitucional de Antioquia, núm. 30, diciembre 16 de 1832.
26
  A finales de 1835, Balcázar achacaba la “notable decadencia de su establecimiento y
créditos” a “no poder recaudar las suscripciones al tiempo estipulado, ni el valor de las
impresiones (que es de donde subsiste) al entregar las obras, sino después de algunos
rodeos”, “Aviso”, en: Constitucional de Antioquia, núm. 149, 30 de diciembre de 1835.

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 517
si tuvieran vergüenza, los estimularían para suscribirse a los periódicos,
pero no señor, para ellos, es lo mismo mandarlos rotos, mugrientos y hasta
garabateados; más esto no es estraño puesto que no se les da nada mendi-
garlos de hombres que no tienen la centésima parte de las proporciones
que ellos: si te mentara por sus nombres y apellidos los que así quieren
saberlo todo a costillas ajenas, no me lo creerías; son hombres padres de
familia, ricos, de más de 10 mil pesos, que por su propio interés, deben
ponerse al corriente siquiera de los negocios de la provincia.27

En su parte “no editorial” o en “remitidos”, los periódicos oficiales


incluyeron numerosos artículos de intelectuales, educadores, políticos
o médicos renombrados que se interesaron por la “mejora gradual del
hombre”, por propagar las “ideas sanas” o los escritos de “utilidad pública”
y en los que la defensa de un carácter regional se infiltraba con frecuen-
cia. En la mayoría de aquellos escritos no aparecía su autor o se usaba
un pseudónimo conocido únicamente por el editor.28 Mariano Ospina
Rodríguez participó desde los inicios del Constitucional y opinaba que
la costumbre del anonimato obedecía:

A dos razones: la primera, por no hacer viso; la segunda por parecerme


que así se conseguiría que los lectores se acostumbrasen a discurrir con calma
y con frío criterio acerca del mérito del escrito y de la bondad o maldad de
la causa que se defiende o se impugna en él (Cacua Prada, 1985, p. 15).

Para tener idea del volumen de ejemplares impresos, se debe tener


como referencia el tiraje de la Gaceta de la Nueva Granada que llegó a
1.600 ejemplares, con un costo anual de 6.200 pesos (Arboleda, 1933,
p. 130). En sus justas proporciones hay que considerar que los periódicos

  Constitucional de Antioquia, núm. 62, 4 de agosto de 1833.


27

  “Sólo por las polémicas con otros periódicos es posible identificar el director de
28

un diario o el responsable de una editorial (como fue el caso anterior de LA NUEVA


ALIANZA); a su vez, parece haber sido una de las entretenciones de la élite culta des-
cubrir y revelar los autores (Álvarez & Uribe de Hincapié, 1984, p. 14).

518 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


provinciales no llegaban a tal cifra. Quizás los de carácter oficial y de
acuerdo con el número de suscriptores podrían llegar a quinientos ejem-
plares promedio. No poseían los medios para extenderse a la mayoría de
las provincias, a pesar de sus propios esfuerzos.
Al lado de los periódicos oficiales surgieron muchos otros de carácter
privado y coyuntural. Algunos con objetivos de largo plazo, con énfasis en
temáticas literarias, económicas y de índole moral, otros sólo se crearon
para combatir o apoyar un gobierno, y su existencia se reducía a unos
cuantos números. Todos estos periódicos fueron impulsando y mediando
en la constitución de complejos conjuntos de imágenes mentales que
conformaban, a su vez, lo que hemos llamado los imaginarios de identidad
en Antioquia o la opinión pública de los antioqueños sobre sí mismos.
Con frecuencia predominó una valoración positiva de la población de
Antioquia en contra de lo que se pensaba y creía de otros grupos sociales.
En conclusión, la prensa constituyó una herramienta ideológica y un
punto de apoyo fundamental para la representación mental que las élites
antioqueñas, en particular, construyeron y difundieron de los antioqueños,
en general, durante la primera mitad del siglo XIX.

La prensa libre
Paralelamente a la prensa oficial estuvieron circulando en Antioquia
algunos periódicos creados por particulares, gente de las élites pero que
por sus posiciones partidistas, convicciones personales, de formación o
lealtad familiar constituyeron lo que podría llamarse hoy “proyectos pe-
riodísticos privados”. Su trayectoria se realizó paralelamente al programa
de los periódicos oficiales, polemizó con ellos y se granjeó simpatizantes
entre el público por su “censura moderada” o sus acérrimos ataques a los
funcionarios y sus actos. Se podría decir que alrededor de esos periódicos
y agentes de prensa, paralelos a los oficiales, se conformaron otros sectores
políticos e intelectuales.
Un buen ejemplo de lo anterior es La Miscelánea de Antioquia. Fue crea-
da en abril de 1835 y dirigida por José María Martínez Pardo y su primo
Víctor Pardo Salcedo en Santa Fe de Antioquia. Corrió simultáneamente

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 519
con el Constitucional de Antioquia y fue, durante algunos meses, el único
periódico en circulación a finales de la década de 1830. En sus temáticas
de fondo incluyó descripciones geográficas, temas de historia, agricul-
tura, economía política y otros tópicos; extendiéndose en 42 números
por un lapso de tres años y medio. Debido a sus variados temas tuvo una
acogida favorable en ciudades como Bogotá, Popayán y Cartago, a pesar
de algunos problemas de circulación.29
Martínez Pardo fue un doctor graduado en el Colegio Mayor de San
Bartolomé en Bogotá, se dedicó con fervor a la educación, impulsó el
Colegio Seminario de Santa Fe de Antioquia como vicerrector, impar-
tiendo algunas clases de matemáticas, filosofía y medicina. En su labor
educativa estuvo acompañado por el obispo liberal e ilustrado Juan
de la Cruz Gomez Plata, lo mismo que en su labor como periodista,
pues durante la existencia de La Miscelánea se publicaron pastorales,
discursos y descripciones de algunas visitas a su grey. Para este grupo,
en el cual estuvo incorporado en ocasiones como escritor Mariano
Ospina Rodríguez, según sus propias palabras no era muy agradable
la controversia con otros periódicos, ni dar respuesta a los lectores que
los motejaban de copistas.30
En los periódicos El Amigo del País y El Censor, se presentó una gran
polémica política con el Antioqueño Constitucional entre 1845 y 1849.
Después de la guerra de los Supremos (1839-1842) se habían definido
mejor los sectores liberales y conservadores en la provincia, concretándose

29
  “Oímos con frecuencia a muchos suscriptores a los periódicos provinciales quejarse
que no les vienen sus números con regularidad i a tiempo. Sus corresponsales les anun-
cian la remisión de los impresos, i ellos no aparecen. Sin duda alguna sufren retardo en
alguna administración de correos o toman dirección para otra parte”. La Miscelánea de
Antioquia, núm. 7, Antioquia, octubre 20 de 1835, p.104.
30
  “No es mui agradable para nosotros tener que sostener controversia sobre puntos en
que estamos discordes con los editores de otros periódicos”. La Miscelánea de Antioquia,
núm. 14, 1835, p. 229. “Algunos de nuestros lectores sin duda de los medios ilustrados
nos motejan de que en nuestra MISCELÁNEA no ponemos más que artículos copia-
dos”. La Miscelánea de Antioquia, núm. 24, marzo 20 de 1837, p. 397.

520 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


con la formación de los programas respectivos por sus célebres represen-
tantes Ezequiel Rojas y Mariano Ospina Rodríguez. Puede decirse, por
lo tanto, que el final de la década de 1840 vio surgir en la prensa el enri-
quecimiento de la expresión política, la oposición, la opinión pública y
formas distintas de pensamiento, en consecuencia con esa nueva realidad.
Los epígrafes de los dos periódicos liberales son una muestra del tono
e intenciones de los redactores frente a la pugna por el poder y las incli-
naciones populares, tan mal vistas por la mayor parte de los miembros
de las élites de Medellín a mediados del siglo XIX. En El Amigo del País
se hizo aparecer la siguiente declaración:

“La verdadera devoción es tolerante como la verdadera filosofía; la


hipocresía i la superstición son fanáticas e intolerantes”. Segur.
Mientras tanto en El Censor se leía:
“De la tolerancia de los delitos de los magistrados, nacen todos los
males de la República; i del severo castigo de ellos, las reglas del buen
gobierno”. Setanti.31

De igual forma, en el año 1850 se presentó la controversia entre dos


periódicos conservadores El Tribuno y Nuestra Opinión por una parte, y de
otra un impreso liberal dirigido por el abogado José María Facio Lince, El
Medellinense, impreso en una nueva imprenta comprada en el extranjero
por su hermano Jacobo. En especial, el tema central de discusión fue la
presencia de los jesuitas en el país. Para unirse a los demás periódicos
conservadores en las luchas políticas de medio siglo, se fundaron otros dos
impresos entre julio y agosto de 1851: La Época y El Federal. Se formaba
así una estratégica tribuna de opinión conservadora con la cual se pudo
hacer frente a las reformas liberales.
Ahora bien, José María Facio Lince, personaje central en la prensa libre
entre 1847 y 1850, fue un abogado egresado también del Colegio Mayor

  El Amigo del País, Medellín, núm. 1, 15 de diciembre de 1845. El Censor, Medellín,


31

núm. 1, 8 de diciembre de 1847.

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 521
de San Bartolomé. Era un hombre ilustrado y de activa participación
política, intelectual y educativa en las instituciones de Medellín.
Facio Lince estaba a la cabeza de la agrupación literaria, científica y
de “progreso material”, La Sociedad Amigos del País, que fundó el perió-
dico del mismo nombre en septiembre de 1845. Papel quincenal que
alcanzó a salir con 37 números en dos años. Uno de los redactores de El
Amigo del País fue Nicolás F. Villa, también abogado, educador, liberal
y forjador de opinión. Eso le permitió vincularse a la oficialidad de la
región y trabajar para ella como secretario cuando esta pasó a manos del
gobernador liberal Jorge Gutiérrez de Lara en 1849. Este periódico re-
presenta muy bien el tipo de modernidad política republicana y católica
que se ha construido en Colombia desde los procesos de independencia
de España. Por eso, El Amigo del País no tiene ningún inconveniente
en propender por importantes principios liberales y al mismo tiempo
defender las tradiciones católicas:

En las columnas de este periódico hallarán cabida las producciones de


todo aquel que por medio de la prensa quiera quejarse de la arbitrariedad
del poder público, de las injusticias del poder judicial, de los ataques del
poderoso contra el débil. Tampoco se admitirán artículos que ataquen la
relijión con sus ministros [...] invitamos a todos nuestros conciudadanos
para que nos dirijan los artículos que a bien tengan, siempre que contengan
ideas propias para aumentar la felicidad del país.32

De la mano del llamado “patriarca antioqueño” Pedro Antonio Restrepo


Escovar y para cubrir el espacio de opinión liberal que quedaba vacío con
la desaparición de El Amigo del País, se creó El Censor. Se hizo el 8 de
diciembre 1847, con el fin de impulsar, entre otros temas, la necesidad
de reformar la constitución de 1843, la abolición de la pena de muerte
y la candidatura de José Hilario López a la presidencia. Por lo que satis-
fechos del cumplimiento de su principal objetivo, la elección de López,

  El Amigo del País, núm. 1, 1845, p.1.


32

522 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


terminó su circulación el 28 de abril de 1849 en 45 números.33 El relevo
lo tomó de nuevo José María Facio Lince, quien estuvo al frente de un
nuevo periódico liberal, El Medellinense, y donde escribía y opinaba con
el seudónimo “Veritas”.

La prensa en las coyunturas políticas


Los grupos que se levantaron en rebelión contra el orden político imperante
intentaban incorporar, por diferentes medios, más partidarios al movi-
miento. Uno de ellos fue la prensa, apoyo fundamental en la difusión de
sus ideas y proyecto político. Tanto el grupo de revolucionarios obandistas
de 1840 como los federalistas conservadores de 1851 echaron mano de
la imprenta para publicar respectivamente por un lado El Antioqueño y
El Cometa; por el otro, La Época y El Federal.
La prensa revolucionaria con frecuencia fue de corta duración, puesto
que su persistencia en la escena periodística estaba unida en suerte al
éxito de los líderes de las luchas políticas y militares. Las declaraciones
intentaban mover sentimientos de pertenencia y de identidad con la
región o el país. En esa dinámica se creó el periódico Antioquia Libre.
Con su máxima Post Nubila Phoebus (después de la tempestad viene la
calma) anunciaba en su primer número el rumbo:

“Algunos ciudadanos interesados en la conservación del orden constitucio-


nal i en el triunfo de la libertad contra las facciones que deshonran nuestra
patria, han creído que convendría publicar un periódico en esta provincia
para desvanecer mil rumores falsos con que la malicia de algunos pretende
burlarse del candor de otros, perpetuando falsas e ilusorias esperanzas”.34

Por la misma época vio la luz El Antioqueño. Salieron veintiséis números


durante cuatro meses y, en comparación con los periódicos revolucionarios

33
  Sobre estos acontecimientos entre liberales y conservadores, ver: Restrepo, (1992,
pp. 79-81).
34
  Antioquia Libre, núm.1, Medellín, sábado 11 de junio de 1841.

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX 523
de 1851, fue uno de los que más duró, pues de El Federal lo mismo que de
La Época, sólo alcanzaron a imprimirse tres números en veinte días.
Los sectores más beligerantes entre los conservadores tuvieron especiales
inclinaciones a combinar religión, identidad y política. Así lo hicieron
en El Federal, cuando escribían fomentando el honor del “pueblo antio-
queño” y cuando escogieron una sentencia a la vez nacionalista, popular
y cristiana para ilustrar su nombre:
“Soporta a veces un pueblo la opresión, jamás el insulto, porque si bien
su elemento es el sufrimiento, no lo es la humillación”.
Su pretensión popular indicaba una disputa política por controlar los
nuevos sectores que podían definir los resultados electorales o los respaldos
en armas y en hombres cuando los levantamientos llevaban a la guerra:

“El Federal no es un periódico nacional, de academias, ni de aulas, es


simplemente un periodiquín popular i doctrinario. El Federal no es un
cortesano fino i galán, adornado de ciertas honoríficas, que reclame con
voz de trueno un asiento en el mundo civilizado... es sí un pobre soldado,
proscrito i haraposo que volviendo al seno de sus antiguos compañeros,
tiene el valor i patriotismo para decirles: ved aquí la senda que lleva a la
virtud u a la gloria; ved aquí el camino que guía al vicio i a la ignominia:
escoged!”.35

Pasados los momentos de rebelión, surgieron periódicos que buscaron


recuperar la legitimidad ideológica perdida en parte entre la población
letrada. Tarea complementaria a la efectuada por la vía de las armas,
mientras los vencedores se acomodaban en la silla del poder. Si se repasan
las páginas de esa prensa “restauradora”, llama la atención las referencias
continuas a los acontecimientos, personajes, manifestaciones y proclamas
que contribuyeron a su modo al triunfo sobre los contrarios. Desde este
punto, la prensa posrevolucionaria fue un pincel que dibujó la imagen

  El Federal, núm.1, 3 de agosto de 1851. Su adquisición era gratuita. Ver también:


35

Ortiz, (1985, pp. 21-23).

524 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


idílica de los vencedores en la mente colectiva, contrastándola con la
imagen negativa de los vencidos. Los redactores apelaban a palabras
exaltadoras para unos y denigratorias e insultantes para los otros. Un
inventario de ese vocabulario revela concepciones mentales reflejadas en
la prensa sobre las guerras civiles (Uribe & López, 2006).
La prensa posrevolucionaria de 1851 de origen liberal fue El
Espía de los escritores Benigno Restrepo Santamaría y Lucrecio Vélez y
El Liberal dirigido por Camilo Antonio Echeverri y Emiliano Restrepo,
el cual tenía el epígrafe referido con claridad a la pasada revolución con-
servadora: “Abajo el fanatismo y con él, el desenfreno del libertinaje”. Por
igual esta prensa fue de corta duración, a lo sumo salieron seis números
de El Espía y cuatro de El Liberal. Su carácter coyuntural les imponía su
precario destino, a pesar del influjo que podían darles los apasionados
ideólogos que los fundaban y los sostenían.
En conclusión, la prensa contribuyó, como una mediación,
para que diferentes representaciones mentales de identidad se fueran
afincando en el juicio general de los habitantes de Antioquia, para que
se constituyeran fragmentos de opinión pública entre sus lectores locales
y extranjeros.

Referencias
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1840-1890. Medellín: Universidad de Antioquia.
Arboleda, G. (1933). Historia contemporánea de Colombia. (Tomo 1). Cali:
América.
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Conservatismo Colombiano. Bogotá: Kelly.
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y élites intelectuales de Antioquia en Euroamérica, 1830-1920. Medellín:
Fondo Editorial Universidad EAFIT.
Fajardo, J. d R. (2008). Los Jesuitas en Antioquia 1727-1767: aportes a la
historia de la cultura. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana.

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Le Moyne, A. (1985). Viaje y estancia en la Nueva Granada. (Cuarta edición).
Bogotá: Incunables.
Melo, J. O. (1988). Progreso y guerras civiles: entre 1829 y 1851. En Melo
J. O. (Ed.). Historia de Antioquia (pp. 101-116). Medellín: Suramericana.
Mesa, Carlos E. (1898). La Iglesia y Antioquia. Medellín: Ediciones Autores
Antioqueños.
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Medellín: Gente Nueva, Universidad Nacional, sede Medellín.
Puerta, B. (1963) [1922]. Los primeros 50 años del Periodismo en Mede-
llín. Boletín de Bibliografía Antioqueña, núm. 1. Recuperado de http://
biblioteca-virtual-antioquia.udea.edu.co/pdf/15/15_1521162048.pdf
Restrepo, J. A. (1992). Retrato de un patriarca antioqueño: Pedro Antonio
Restrepo Escovar, 1815-1899. Bogotá: Banco de la República.
Safford, F. (1989). El ideal de lo práctico. Bogotá: El Áncora.
Sierra García, J. (1988). Independencia de Antioquia. En Melo, J. O. (Ed.).
Historia de Antioquia (pp. 91-100). Medellín: Suramericana.
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_________ Prensa y revolución a finales del siglo XVIII: Contribución a un
análisis de formación de la ideología de Independencia Nacional. Bogotá:
Banco de la República.
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las memorias de las guerras civiles en Colombia. Medellín: La Carreta.
Uribe Vargas, D. (Comp.). (1977). Las Constituciones de Colombia. (Tomo
1). Madrid: Ediciones Cultura Hispánica.

526 III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad


Epílogo
Las varias caras de la opinión pública

Víctor Manuel Uribe-Urán


Florida International University, USA

C
omo respuesta a la generosa petición de los editores y no obstante
que durante la última década he escrito poco en torno a la esfera
pública, —por concentrarme en temas de historia constitucional
y en un largo estudio comparado sobre la historia de la violencia domésti-
ca—, acepté gustosamente escribir este breve comentario final. Lo hice no
solo por deferencia sino, sobre todo, por el interés que a todos nos debe
suscitar el tema de esta obra. Como pronto indicaré, dicho tema es de gran
importancia académica y también, permítaseme la expresión, “cívica”.1
Estas notas no constituyen un capítulo basado en investigación primaria
sino un somero balance encaminado sobre todo a señalar la fortaleza y
los aportes de los capítulos de este libro en su conjunto. Intentan además
identificar algunas tareas y mencionar al menos un par de retos pendientes.
Con esto pretendo mostrar parte del horizonte aún por recorrer. A lo largo
utilizaré algunos subtítulos que pueden resultar telegráficos y a lo mejor
algo abruptos pero que pretenden orientar al lector acerca de varios temas
que me parecen centrales.

Significado del tema y la obra


Como bien lo establece esta obra colectiva, la investigación sobre
el origen y desarrollo de la llamada opinión pública es de enorme

1
  Uso esta expresión no en su sentido de “patriota” o “nacional”, conceptos que de-
ploro, sino como equivalente de “ciudadano”, “civil”, “social” y “político”.

529
importancia desde las diversas perspectivas de la historia política,
intelectual y cultural. La historia de la opinión pública sirve de lente
para, entre otras cosas, entender la cultura y la modernidad políticas y,
en general, la evolución de la ciudadanía y de las cambiantes relaciones
entre Estado y sociedad. Aunque el volumen editado por Francisco
Ortega y Alexander Chaparro, Disfraz y pluma de todos: Opinión pública
y cultura política, siglos XVIII y XIX se ocupa fundamentalmente de la
primera mitad del siglo XIX, estos varios significados resultan válidos
no solo para el momento del surgimiento de la opinión pública en la
Gran Colombia en general, y la Nueva Granada en particular, durante
la transición de la Colonia a la República, sino también a lo largo de
las décadas siguientes, hasta la actualidad.
El estudio histórico de la opinión pública fue emprendido en otras
áreas de América Latina (por ejemplo, Argentina, Brasil, México y Perú)
hace ya cerca de una a dos décadas.2 En Colombia, los aportes directos
o indirectos anteriores al libro ahora en manos del lector, provienen
principalmente de los trabajos de, primero, el reconocido historiador
Guillermo Hernández de Alba y, luego, de Renán Silva. Entre ellos se
incluyen la compilación y edición de un cuerpo significativo de docu-
mentos originales, Hernández de Alba (1906-1988) publicó innumerables
obras sobre temas y protagonistas de la historia intelectual y cultural
del periodo colonial tardío y la época de la independencia. Varios de
dichos individuos, por ejemplo, José Celestino Mutis, Francisco José de
Caldas, Antonio Nariño y Rufino José Cuervo, fueron partícipes activos
en la construcción de la opinión pública neogranadina (Instituto Caro
y Cuervo, 1989). Silva, por su parte, se ha ocupado en varios libros y
ensayos de la historia de distintas modalidades del saber ilustrado en la

2
  Ver, por ejemplo: Guerra, (1982, pp. 275-318); González Bernaldo, (1990, pp.
111-135); Sábato, (1992); McEvoy, (2002, pp. 825-862); McEvoy, (1997); Rojas,
(2003); Jaksic, (2002); Sábato & Lettieri, (2003); Morel & Gonçalves Monteiro de
Barros, (2003); Madeira Ribeiro, (2004); Morel, (2005). Ver también otros trabajos
citados en Uribe-Urán, (2000); Palti, (2001).

530 Epílogo
Nueva Granada de fines del periodo colonial.3 Sus trabajos incluyeron,
en particular, varios sobre la prensa periódica, actor político de carácter
estratégico, que devendría en principal forjadora de la opinión pública
del momento.4 Aparte de estos dos influyentes académicos, algunos au-
tores más escribieron hace ya varios años y otros también lo han hecho
recientemente, en términos generales, sobre la historia de la imprenta y
los periódicos en la Gran Colombia. Sin embargo, por razones diversas,
muchos de estos trabajos no establecieron diálogo alguno con el concepto
de opinión pública; ni trazaron nexo alguno con “la esfera pública de
la sociedad civil”, concepto cercanamente ligado a aquél. 5 La presente
publicación es, entonces, la obra colectiva más comprensiva en cuanto a
los temas y periodo abarcados, y es la única que examina explícitamente
la historia conceptual de la opinión pública y distintas manifestaciones
de la misma entre fines del siglo XVIII y a lo largo del XIX.
Desde el punto de vista no solo historiográfico sino filosófico-político,
el desarrollo de la opinión pública tiene aún un más amplio significado
que sin embargo no discutiré por ahora sino al final. Espero que allí
resulte claro que ocuparse de, por ejemplo, “añejos” periódicos del siglo
XIX no es un ejercicio narcisista y desconectado del presente, sino algo
con profundas implicaciones políticas. En el entretanto, destacaré varios
asuntos centrales a este trabajo.
De los varios capítulos de este libro resultan una serie de temas que
puede ser útil enumerar brevemente bien para destacar su importancia
intrínseca, sugerir aspectos polémicos de los mismos o resaltar problemas
adicionales dignos de más atención e investigación en el futuro. Me detendré
en varios de ellos para luego concluir con unas observaciones generales.

3
  Ver por ejemplo uno de sus primeros y uno de sus más recientes libros, Silva,
(1992); Silva, (2002).
4
  Cfr.: Silva, (1984); Silva, (1988); Silva, (1998); Silva, (2003).
5
  Cfr. Arboleda, (1909); Ceriola, (1909); Millares, (1971); Millares, (1969); Grases,
(1958); Febres Cordero, (1959); Febres Cordero, (1983); Otero Muñoz, (1925); Bus-
hnell, (1950); Toribio Medina, (1952); Cacua Prada, (1968); Uribe & Álvarez, (1985);
Peralta, (2005); Garzón Marthá, (2008). Ver también: Melo, (2004).

Las varias caras de la opinión pública 531


Historia de “lo público”
Como lo indican los editores Francisco Ortega y Alexander Chaparro en
el primero de los capítulos de esta obra, el sentido y significación histó-
ricos de la opinión pública no pueden entenderse correctamente si uno
no se desprende de las nociones que actualmente se tienen en torno a lo
público y lo privado. Aunque también detectables en la antigüedad griega
y romana, dichas nociones perdieron vigencia en la etapa medieval (Ha-
bermas, 1991, p. 5). Entre nosotros emergieron de nuevo con fuerza en la
segunda mitad del siglo XVIII y, especialmente, durante la transición a la
Independencia. Son entonces, más recientemente, producto de al menos
dos siglos de “redescubrimiento” y maduración. Por lo mismo, su sentido y
alcance en nuestro medio a finales del siglo XVIII o comienzos del XIX eran
conceptual, social y políticamente distintos no solo a los de la antigüedad
clásica, sino también diferentes a los de ahora. De hecho, buena parte de la
contribución de este trabajo consiste precisamente en dotar de historicidad
un concepto ligado a lo público y lo privado, aportando abundantes ejem-
plos de su materialización, funciones y transformación, especialmente a lo
largo del siglo XIX en Colombia y algunas regiones vecinas. Para el lector
es indispensable entonces evitar incurrir en anacronismos extrapolando el
entendimiento actual de los términos e imponiéndolo a sociedades cuya
visión del mundo era cualitativamente muy distinta (Uribe-Urán, 2005).
También es indispensable entender el alcance preciso de la opinión pública
de que aquí se trata: la impresa y, en su mayoría, ilustrada.

Lo público “ilustrado”
Debe tenerse en cuenta que, al igual que en el caso de Habermas, la opi-
nión pública a la que esta obra colectiva alude está claramente circunscrita
al ámbito impreso, literario y, salvo por lo que concierne a la prensa de
artesanos discutida por Camilo Páez, “burgués”. Quedan entonces por
fuera las múltiples modalidades orales y plebeyas (en, por ejemplo, calles,
mercados, tiendas, chicherías, bares, plazas, templos, fiestas y celebra-
ciones populares), cuyo estudio, metodológica y documentalmente más
riesgoso y exigente, todavía está por emprenderse en lo que concierne a

532 Epílogo
la Gran Colombia. La imprenta y los periódicos son, entonces, al menos
por ahora, el foco de los capítulos —menos uno—, que componen esta
obra. Ellos son también el centro de atención de prácticamente los demás
trabajos en torno al fenómeno en Hispanoamérica.6
Sin embargo, vale aclarar que algunos materiales impresos, que deberían
también entrar más ampliamente en la discusión, han sido mencionados
quizá en sólo uno de los capítulos, el de Chaparro Silva sobre la opinión
pública realista. Seguramente, por múltiples razones, entre ellas consi-
deraciones de espacio, no merecieron un capítulo individual, quedando
pendientes de mayor desarrollo en un futuro. Me refiero, por ejemplo,
a una multiplicidad de impresos oficiales tanto del poder real como de
los tempranos gobiernos independizados y los regímenes republicanos a
lo largo del siglo XIX, entre ellos, anuncios, volantes, partes de batalla,
proclamas o manifiestos, bandos, resoluciones y admoniciones político-
religiosas, y otra multiplicidad de hojas e impresos sueltos. Todos, como
bien lo explica Chaparro Silva, estaban llamados a difundir entre el mayor
número posible de personas, información favorable a una u otra causa
(militar, política, religiosa, cívica), mediante su fijación en parajes públicos,
especialmente templos, plazas y calles de pueblos y ciudades; o, a través de
su difusión por vía de pregones. Igual sucede con otro tipo de materiales
de incluso todavía mayor valor pedagógico y claramente orientados a
formar opinión. Este es el caso de las “cartillas y manuales de urbanidad
y buen tono” (Londoño, 2005); y, mejor aún, los varios “catecismos po-
líticos” detectables en varias regiones de Hispanoamérica, entre ellas la
Nueva Granada.7 Más importante es tal vez el caso de las varias crónicas,

6
  Habermas fue claro en que su trabajo dejaba de lado la esfera pública plebeya.
(Habermas, 1991, p. xviii). Para algunos trabajos pioneros al respecto ver: Ver Águila
Peralta, (1997); Sábato, (1998); Piccato, (2003). Ideas adicionales acerca de cómo
proceder al estudio de esta modalidad pueden derivarse por ejemplo del sugerente
tratamiento del folclore por parte de Ariel de la Fuente (2000). Esta variedad plebeya
sería la que, para distinguirla de la “pública”, Fernández Sebastián y Capellán de Miguel
denominan “opinión popular”. Ver: Fernández Sebastián & Capellán de Miguel, (2008).
7
  Al respecto puede verse Ocampo López, (1988); Ocampo López, (2005); Ocampo
López, (2010).

Las varias caras de la opinión pública 533


historias y memorias producidas por participantes en la independencia,
la política y la vida pública del siglo XIX. Con prácticamente cada una de
ellas se pretendía construir opinión. El mejor ejemplo en nuestro medio
es, por supuesto, la Historia de la Revolución de la República de Colombia
publicada por primera vez en 1827 por José Manuel Restrepo, ferviente
convencido de la necesidad de orientar la opinión pública, noción que usó
explícitamente con cierta frecuencia en favor de la causa republicana.8 Un
grupo adicional de impresos cuya significación es insinuada en el trabajo
de Lina del Castillo, los mapas y anotaciones geográficas, bien merecería
atención adicional, dadas sus inmensas repercusiones en el imaginario
colectivo global, “nacional” y regional o local. A propósito de estos varios
niveles vale la pena decir un par de cosas en torno a la atención que esta
obra dedica incluso a la prensa provincial.

Lo público “provincial”
Una característica notable de esta colección de ensayos es que no se limita
a la discusión de la opinión pública que surge en los centros urbanos que
sirvieron de base a las principales instituciones del poder central, esto es, las
capitales políticas, y en particular Santafé de Bogotá, Venezuela o Quito.
Por el contrario, es notable la referencia a varios periódicos de provincia
que suelen ser dejados de lado pues se les considera seguramente marginales
tanto a la vida política del conjunto del país como a la discusión intelectual
de la época. Los artículos de Ospina Posse y Escobar Villegas son dicientes
al respecto. En el primero se hace referencia a más de una docena de perió-
dicos de la región del Magdalena durante tan solo la década de 1820; en
el segundo, que trata un período más extenso (1814-1851), hay alusiones
a otro buen número de periódicos publicados en la región de Antioquia.
Es evidente que la opinión pública en Gran Colombia se construyó en
medio de un diálogo constante no solo al interior de los centros urbanos
típicamente concebidos como núcleos de la vida académica, política y

8
  Ver especialmente el trabajo de Sergio Mejía, (2007). Otro referente obligado es el
clásico ensayo “La Historia de la Revolución” de Germán Colmenares, (1986, pp. 9-23).

534 Epílogo
cultural, sino entre los sectores letrados de una gran variedad de centros
de población mucho más modestos que impulsaban intereses regionales.
En este sentido, lo que aquí se revela abre las puertas para el desarrollo de
trabajos futuros sobre la opinión pública forjada en otros lugares —por
ejemplo Popayán, Cali, Neiva, Tunja, Guayaquil, Mérida o Maracaibo,
para solo citar algunos ejemplos— que con seguridad fueron participes
activos en la producción periodística de la primera y segunda mitad del
siglo XIX. Así como la opinión pública no fue meramente un fenómeno
central o “nacional” ha de tenerse en cuenta, como esta obra también
establece, que tampoco fue siempre un asunto exclusivamente masculino.

Opinión pública y relaciones de género


Se ha sostenido en el pasado que en sus orígenes y durante una buena
parte de su desarrollo, la llamada opinión “pública”, a la que este y otros
trabajos aluden, se caracterizó por ser, como la publicidad de aquella época
en general, un ámbito fundamentalmente masculino. La exclusión de las
mujeres fue entonces un aspecto aparentemente esencial de la misma.9
Es claro, sin embargo, como lo sostiene e ilustra en esta obra Mariselle
Meléndez, que las mujeres fueron desde el siglo XVIII suscriptoras, lec-
toras e incluso fuentes (reales o imaginarias) de opinión o autoras directas
de artículos periodísticos, de lo que hay evidencia en casos como los del
Mercurio Peruano y el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, solo para
mencionar dos ejemplos importantes. De cualquier forma, como esta
misma autora lo señala, por lo general las mujeres aparecen mayormente
como blanco de discusión, objetos de regulación en aspectos como la
educación o la salud y sujetos de responsabilidades, todo con miras a
asegurar su laboriosidad y sus contribuciones al “bien público”, esto es,
al desarrollo y orden de la familia y la sociedad (“la patria”). Lo cierto
es que una mayor atención a la lectura de la prensa hispanoamericana
desde una perspectiva histórica de género arrojaría datos adicionales

9
  Al respecto ver especialmente el trabajo de Landes, (1998). Ver también: Maza,
(1993).

Las varias caras de la opinión pública 535


para relativizar la idea de que la opinión pública (y la esfera pública en
general) excluyó de plano a las mujeres y fue enteramente forjada por
y para varones, lo que definitivamente no fue el caso. Dicha clase de
lectura serviría, más importante aún, para confirmar lo que había sido
señalado por trabajos como los de Baker y Mah, quienes hace ya cerca
de una década establecieron que, al menos en términos normativos, la
esfera y la opinión públicas asumían acceso universal, siendo entonces las
mujeres incluidas necesariamente en ella. A partir de allí debe entonces
concluirse que exclusiones de distinto tipo, entre ellas las derivadas del
género, fueron más bien contingentes que esenciales.10 También puede
considerarse contingente el carácter “crítico” de la opinión pública.

La opinión pública como instrumento estratégico


Varios ensayos de este libro, siendo buenos ejemplos de ello los de Cha-
parro Silva y Ospina Posse, revelan el carácter instrumental del concepto
opinión pública. No obstante que Habermas estableció que la esfera pú-
blica de la sociedad civil (y, en consecuencia, la opinión pública) surgieron
como resquicios de libertad y de contrapeso al poder de las monarquías
absolutistas, de donde emanaron críticas encaminadas a (y capaces de)
influir las políticas estatales, la “politización” de tales ámbitos poco a poco
polarizó y convirtió la discusión intelectual que allí tenía lugar en algo
bastante sesgado. Se trataba mayormente de una competencia entre voces
ideológicamente disonantes cada una de las cuales persistió, sin embar-
go, en su reclamo de hablar transparentemente a nombre del “público”.
Típicamente dichas voces eran lideradas por facciones políticas de uno u
otro género (tradicionalistas versus modernistas; realistas versus patriotas;
centralistas versus federalistas; bolivarianos versus santanderistas; conserva-
dores versus liberales) quienes lejos de reflejar desinteresadamente el sentir
de la sociedad en su conjunto en últimas expresaban más bien, como es
de suponerse, sus inclinaciones ideológicas y aspiraciones políticas o sus
intereses materiales o culturales. Así lo ilustran varios ensayos, por ejemplo,

  Ver: Baker, (1997); Mah, (2003). Ver también: Davies; Brewster & Owen, (2006).
10

536 Epílogo
el de Nicolás González sobre La Bandera Tricolor o el de Gilberto Loaiza
sobre El Neogranadino. No sorprende por tanto que, como lo señalan estos
y varios capítulos más, con gran frecuencia y en forma explícita se hablara
en los medios impresos de la necesidad de “fijar”, “formar”, “moldear” o
“influir en” la opinión pública o sus equivalentes (“voz pública”, “opinión
general”, “espíritu público”, “opinión de los pueblos”, “voluntad general”
etcétera). Así las cosas, lo que este y otros trabajos sobre el tema sugieren
es que, como sigue siendo el caso, el carácter supuestamente “público” de
una determinada postura intelectual suele históricamente ser una abstrac-
ción conveniente para impulsar ciertos programas políticos y partidistas,
pretensiones económicas, o tendencias culturales. Tal ha sido el caso a lo
largo de los tiempos. A medida que se expandió, la historia de la “opinión
pública” en sentido estricto se tornó en historia de múltiples opiniones
privadas enfrentadas unas con otras por encarnar las “verdaderas” aspira-
ciones universales, o sea las del “público” en su conjunto, buscando, de ser
posible, consenso (“unanimidad”) en torno de sí mismas y, de tal forma,
persiguiendo un alcance hegemónico. No podría ser de otra forma pues
haber entrado en el terreno de la esfera pública fue precisamente abrir la
puerta al mundo de la puja política moderna —lo que Palti denominó
la “generalización de la política”— (Palti, 2005), en que se “manipula”
y propaga información para beneficio de ciertas personas, grupos, insti-
tuciones (¡o productos!). Esto nos remite a la manera en que Habermas
entendió el concepto de opinión pública, pues lo que acaba de resumirse
corresponde en realidad a solo uno de por lo menos dos posibles enten-
dimientos del concepto por parte del autor alemán.

Más sobre Habermas y la opinión pública


Habermas dedicó un capítulo de su más importante obra sobre la esfera
pública de la sociedad civil a la discusión de lo que él consideró una
significativa transformación de la “función política” de la esfera pública.
Allí habló especialmente de cambios en la más prominente institución
de la esfera pública, la prensa. Se refirió, en particular, al tránsito “del
periodismo privado de hombres de letras a los servicios de [promoción

Las varias caras de la opinión pública 537


del] consumo público en medios masivos de comunicación”. Con ello
quiso trazar la eventual conversión de la prensa de medio de intercambio
de opiniones críticas a plataforma para, especialmente, la difusión de la
publicidad comercial, o sea de “prensa de la era liberal” a “medios masivos”
de comunicación (Habermas, 1991, pp. 181-182). En un capítulo más,
procedió entonces a examinar dos posibles entendimientos históricos del
concepto de “opinión pública” (y también de “publicidad”), los que vale
la pena retomar de nuevo brevemente. En el primero de ellos, la opinión
pública aparece como una “ficción institucional” del derecho constitu-
cional. Se trata de una “autoridad crítica” sobre la cual se apoya y legitima
el estado constitucional burgués, y de la que dependen en cierta manera
los procedimientos requeridos para el ejercicio político democrático y el
balance de poder. Sería parte de lo que se entiende por soberanía popular y
un componente de la “publicidad democrática” a cuyo mandato debe estar
sujeto el ejercicio del poder político en regímenes liberales incluyendo, en
particular, los modernos estados de bienestar a que el autor alemán aludió
explícitamente.11 Allí pareció tratar de lo que en un artículo clásico y poco
citado el sociólogo Hans Speier denominó comunicación (principalmente)
“de los ciudadanos hacia el gobierno,” no de los ciudadanos entre sí.12
En el segundo de los entendimientos distinguidos por Habermas, la
opinión pública es un objeto que se quiere moldear o manejar mediante
la puesta en escena, o la “propagación manipulada” de información para
fines políticos, comerciales o personales (Habermas, 1991, p. 236). Es

11
  Habermas añadió que esta modalidad de la opinión pública se define en la práctica
mediante dos caminos posibles. Uno, basado en criterios materiales de racionalidad
y representatividad, proviene de una postura liberal elitista en que la opinión pública
racional reside en realidad no en la generalidad del pueblo sino en un círculo selecto de
gente bien informada, inteligente y moralmente superior. El otro, basado en criterios
institucionales, no se preocupa de su racionalidad o representatividad sino que hace radicar
la opinión pública en el parlamento, mediante el cual supuestamente se canalizan y se
dan a conocer las opiniones del público en su conjunto. (Habermas, 1991, pp. 237-238).
12
  Ver Speier, (1950, pp. 376-377). Durante el exilio Speier fue cofundador de la New
School for Social Research de Nueva York, donde enseñó sociología entre 1933 y 1942.

538 Epílogo
esta última acepción la que a mi entender tiende a dominar varios ensa-
yos de este volumen. Ellos no destacan tanto las funciones “críticas” sino
especialmente, en el sentido habermasiano, las funciones “manipulativas”
de la publicidad. Es una publicidad en que los periódicos operan como
“instrumentos en el arsenal de la política partidista” o sea mayormente,
según lo indicaría Speier, como diálogo entre ciudadanos [politizados],
no de estos hacia el Estado.13 Más aún, varios parecen corresponder a
una modalidad bastante distinta, incluso opuesta, a la que Habermas y
Speier trataron, esto es, herramientas de comunicación del Estado hacia
los ciudadanos. Esta variedad creo que fue un tanto descuidada tanto
en la obra de Habermas como en la de Speier. Por ejemplo, si bien en
ensayos de este libro como el de Leidy Jazmín Torres se discute la libertad
de imprenta como “garantía de la interlocución entre el gobierno y la
sociedad”, aún allí parece por momentos prevalecer una dinámica según
la cual muchos de los periódicos, en particular los de las décadas de 1810
y 1820 que son su objeto de atención, fueron publicaciones “oficiales”
o redactadas por “funcionarios públicos” y encaminadas a “construir” y
“fijar” (viz. manipular) ideas políticas con el propósito de legitimar el
régimen y forjar unidad política. Esto no parece ser exactamente lo que
Habermas celebró de la opinión pública. A él sobre todo le interesó la
“transmisión y amplificación del debate racional y crítico” por parte de
“personas privadas agrupadas en forma de público”, no precisamente la
que podría llamarse propaganda política oficial (Habermas, 1991, p. 188).
Así pues, creo que queda todavía mucho más por decir en torno a
la modalidad “crítica” de la opinión publica en la historia de la Gran
Colombia. Pero, en realidad, en vez de ahondar en estas tal vez oscuras
distinciones podría ser más productivo trabajar a partir de otro tipo
de enfoque que permita superar algunos tecnicismos de la perspectiva
habermasiana en torno al tema que venimos tratando. Por lo anterior,
paso a resumir someramente un enfoque propuesto recientemente y que
podría ser bastante constructivo como alternativa.

  Ver Habermas, (1991, p. 182); Speier, (1950, p. 377).


13

Las varias caras de la opinión pública 539


Opinión pública y hegemonía
El significado más amplio de la historia de la esfera pública y la opinión
pública se aprecia en, por ejemplo, un reciente artículo historiográfico
del profesor mexicano Pablo Piccato de Columbia University. Dicho
ensayo entiende el concepto de “esfera pública”, ámbito conceptual en el
que como se sabe surge la opinión pública, como un componente de una
teoría democrática más amplia derivada de la obra de Jürgen Habermas.
Piccato insiste allí en la necesidad de abandonar el entendimiento pura-
mente descriptivo del concepto y, en vez de eso, aprovechar su potencial
teórico y metodológico para académicos y ciudadanos del siglo XXI
interesados en la “democracia y la justicia social”. Además, es también
significativa su manera de usar el concepto como “detonante” para tratar
temas centrales a la cultura, la política y la vida democrática en general.14
Aunque esta estrategia no constituye el énfasis principal del libro que
ahora nos ocupa, el cual se concentra sobre todo en un juicioso y sobrio
estudio académico de la imprenta y la prensa, mayormente con énfasis
en varios periódicos colombianos del siglo XIX, debe ser de todos modos
tenida en cuenta. Ayuda a entender el sentido último de las discusiones
históricas acerca de la opinión pública, concepto pleno de implicaciones
filosófico-políticas no solo remotas sino actuales.
Piccato insiste especialmente en la importancia de ligar, de un lado, la
investigación del desarrollo histórico de la esfera pública de la sociedad
civil Latinoamericana y, en consecuencia, de la opinión pública; y, del
otro lado, el trabajo desarrollado por una serie de historiadores quienes

14
  Además de ofrecer una reseña crítica de la principal producción historiográfica dentro
y fuera de América Latina, este ensayo se interesa por el potencial “emancipatorio” de
la política, que subyace a las discusiones sobre la “esfera pública de la sociedad civil”,
concepto desarrollado principalmente por los alemanes Reinhart Kosselleck y Jürgen
Habermas. También sugiere cómo ligar metodológica y teóricamente la esfera pública
al concepto gramsciano de “hegemonía”. Ver Piccato, P. (2010). Public Sphere in Latin
America: A Map of the Historiography. Social History, 35, 2, pp. 165-192. Recuperado de
http://connection.ebscohost.com/c/articles/50529575/public-sphere-latin-america-map-
historiography. También disponible en disponible en http://www.columbia.edu/~pp143/
ps.pdf, ver especialmente la página 6. Ver también: Piccato, (2005, pp. 9-39).

540 Epílogo
se han ocupado de varias dimensiones de la historia de América Latina
apoyados en el concepto gramsciano de hegemonía (o la óptica foucaul-
tiana sobre arqueología de los discursos). Las dos líneas de investigación
coinciden en su interés por entender desarrollos históricos tales como la
interacción entre Estado y sociedad civil en periodos poscoloniales, los
procesos de participación política y “negociación” por parte de los sectores
subalternos, las exclusiones originadas en consideraciones de género, etnia
o estatus social, la constitución de “públicos” y formación de naciones, la
evolución de la ciudadanía, etcétera (Piccato, 2010). También coinciden
en su interés general por el campo cultural, especialmente la historicidad
del lenguaje, los discursos o las narrativas. Es claro que pueden beneficiarse
de una mayor convergencia y del desarrollo de un vocabulario que, si no
común, por lo menos sea compatible.
Futuras investigaciones de la formación y desarrollo de la opinión pú-
blica en la Gran Colombia u otras regiones, desde una perspectiva crítica,
podrían por lo tanto fortalecerse si al lado de la descripción de la evolución
de la prensa ilustrada, los periódicos literarios, la prensa realista y oficial,
la prensa republicana, ya sea de corte liberal o conservador, la prensa de
artesanos, la cartografía y otros de los varios temas tratados en esta antología
o sugeridos más arriba en este breve comentario, se emprende también
una mayor discusión de lo que esas publicaciones nos enseñan acerca de la
exclusión, la fragmentación social, y la diferencia y dominación culturales,
y los proyectos hegemónicos o contra-hegemónicos de distintos sectores
sociales. Todavía más. Debe también problematizarse (dotándola de
historicidad) el papel de la prensa que surgirá a partir de la masificación
de los medios de comunicación, para evitar confusión de lectores que in-
cautamente quisieran asimilar nuestra prensa actual a aquella “liberal” (no
en sentido partidista) de antaño. A diferencia de buena parte de aquella,
la que forma parte de los medios masivos de comunicación, incluyendo
por supuesto la de nuestros días, salió en realidad de la “esfera pública” e
ingresó a la “esfera privada de circulación de mercancías”, con lo que el
influjo de los intereses económicos privados terminó por convertirse en
factor considerablemente dominante en su accionar (Habermas, 1991,

Las varias caras de la opinión pública 541


pp. 188-189). Este es por supuesto un tema que va mucho más allá del
marco temporal de esta obra, pero que puede ser útil tener en cuenta.

Comentarios finales sobre el horizonte


Espero haber señalado una serie de características destacables de esta
contribución colectiva así como una serie de retos que surgen a partir de
ella. Concluyo con una síntesis de algunos de los aspectos principales a
los que he aludido.
En primer lugar, contamos a partir de ahora con una obra historio-
gráficamente relevante y bastante comprensiva en torno al desarrollo
histórico de la opinión pública reflejada en la prensa y, al menos, con
una pequeña porción de la cartografía grancolombiana del siglo XIX. Es
comprensiva tanto en lo que atañe no solo a su descripción de la historia
del periodismo sino a su tratamiento de la historia conceptual de la no-
ción de “opinión pública” como tal y en lo relativo a la amplia cobertura
geográfica, cronológica y temática del conjunto de las contribuciones.
También lo es por su esfuerzo de aludir a la perspectiva de género y referirse
a la importancia no solo de las publicaciones “ilustradas” sino incluso
también de la prensa popular, la de artesanos en particular.
La lectura de este trabajo despierta, eso sí, una serie de preguntas adicionales
y suscita interés por temas que valdría la pena explorar en futuros trabajos al
respecto. Primeramente, resulta clara la necesidad de ahondar mucho más en
la dimensión plebeya de la opinión pública. En tanto que aquí aprendemos
mucho sobre la publicidad ilustrada o letrada, aprendemos menos sobre la
llamada esfera pública plebeya. La discusión de la prensa de artesanos en
el capítulo de Camilo Páez es un primer paso hacia el estudio de la esfera
pública plebeya, pero otras modalidades de lo plebeyo, especialmente las
de tipo oral, que ocurren por supuesto en espacios diferentes a la imprenta,
siguen pendientes de exploración. La prensa definitivamente está lejos de
agotar la “publicidad”, especialmente cuando se considera la amplia masa
de sectores analfabetos y por lo mismo la limitada magnitud del público
lector en las sociedades Latinoamericanas del siglo XIX. En segundo lugar,
es también deseable ampliar la discusión de otras variedades de opinión

542 Epílogo
pública expresadas en forma impresa, incluyendo una amplia gama de pu-
blicaciones críticas en la estructuración de opinión pública, no solo hojas
volantes de todo tipo, sino materiales con explícito sentido pedagógico tales
como los catecismos, las memorias y las historias escritas por protagonistas
de la política de la época. Adicionalmente, valdría la pena que futuras in-
vestigaciones hicieran un mayor esfuerzo por desentrañar varios momentos
de la “publicidad” distinguiendo la prensa de contenido liberal y crítico de
aquella que parece primordialmente haber servido de herramienta estratégica
de la política partidista o vehículo de la propaganda oficial. Dicho de otra
forma, sería importante discutir más las varias modalidades de la prensa
periódica, diferenciando aquellas que parecer ser vehículo de comunicación
de los ciudadanos con el Estado; aquellas que son herramientas de comuni-
cación de los ciudadanos entre sí; aquellas, que parecen haber sido más bien
vehículos de comunicación del Estado con los ciudadanos, modalidad que
aparece recurrentemente a lo largo de esta obra. Finalmente, sería deseable
continuar dotando de historicidad al desarrollo de la prensa, especialmente
aquella que va surgiendo a partir de la masificación de los medios.
En el entretanto, esfuerzos colectivos como el desarrollado en estas
páginas nos suministran valiosa información y herramientas de análisis
que facilitarán enormemente el trabajo por venir.

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548 Epílogo
Autores

María Elena Bedoya Hidalgo


Investigadora, historiadora y profesora asociada de FLACSO, sede Ecua-
dor. Actualmente también se desempeña como directora de Conservación
y Desarrollo del Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de Ecua-
dor. Entre sus principales publicaciones están, Prensa y espacio público
en Quito 1790-1840, FONSAL, Quito, 2010. Exlibris Jijón y Caamaño:
universo del lector y prácticas del coleccionismo (1890-1950). Auspiciado
por el Banco Central del Ecuador, Quito, 2009. Los espacios perturba-
dores del humor: revistas, arte y caricatura 1918-1932, Banco Central del
Ecuador, Quito, mayo 2007. Entre sus intereses investigativos están:
visualidades, institucionalidad cultural y memoria, enfoques desde la
Historia Cultural. El capítulo que publica en este volumen es producto
de una investigación sobre la época, titulada Prensa y espacio público en
Quito 1790-1840, FONSAL, Quito, 2010.

John Jairo Cárdenas Herrera


Docente investigador de la Facultad de Educación, Universidad Antonio
Nariño, sede Bogotá. Algunas de sus publicaciones son: “La subordinación
del trabajo al capital. Un aviso marxista de la sociedad capitalista contem-
poránea”. En Bogotá, Revista Goliardos. Publicación de los Estudiantes de
Historia, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia,
2006. “Apuntes historiográficos sobre la Independencia en Colombia. Histo-
riografía de la independencia: entre la tradición historiográfica y la nueva
historia cultural”. En: Bogotá. Evento: XV Congreso de Colombianistas:
Independencia e independencias Ponencia: Memorias, 2007. “La reflexión
económica criolla y el patriotismo neogranadino. 1759-1810”. Tesis de
Maestría, Universidad Nacional de Colombia, 2011.

549
Alexander Chaparro Silva
Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, coordinador e
investigador de la línea de investigación “Opinión pública e indepen-
dencia” del Programa nacional de investigación “Las culturas políticas
de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciuda-
danías” (Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de
Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011). Entre sus principales
publicaciones se encuentra “La voz del Soberano. Representación en el
Nuevo Reino de Granada, 1785-1811”. En Ortega Martínez, F. A. &
Chicangana, Y. A. (Eds.). Conceptos fundamentales de la cultura política
de la independencia. (En prensa).

Lina Del Castillo


Profesora Asistente del Departamento de Historia y del Teresa Lozano
Long Instituto de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Texas en
Austin. Egresada de la Universidad de Miami en 2007. Sus intereses
investigativos indagan en la relación entre la producción cartográfica,
el desarrollo de las ciencias geográficas, la importancia del lugar en un
contexto transnacional y transimperial en la formación y fragmentación
del estado nacional colombiano a principios del siglo XIX. Becada
por la Fundación Nacional de Ciencia de Estados Unidos (NSF), la
Fulbright Hays, y la Biblioteca John Carter Brown en Providence,
Rhode Island. Fue Profesora Asistente de Iowa State University del
2007-2010, profesora invitada de la Universidad Nacional en Bogotá,
Colombia en 2010, y profesora visitante en la Universidad de Texas
en Austin del 2011-2012. Sus publicaciones incluyen artículos en
Araucaria Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades,
Historia Crítica, y Terrae Incognitae y capítulos en los libros: Mapping
Latin America: A Cartographic Reader editado por Jordana Dym y Karl
Offen (Chicago University Press, 2011) y Mapping the Transition from
Colony to Nation editado por Jim Akerman (Chicago University Press,
próximamente en 2012).

550 Autores
Juan Camilo Escobar Villegas
Profesor-investigador del Departamento de Humanidades de la Univer-
sidad Eafit, Medellín, Colombia. Doctor en Historia y Civilizaciones,
Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París-Francia. Director del
grupo de investigación Sociedad, Política e Historias Conectadas (categoría
A en Colciencias). Miembro asociado del centro francés de investigaciones
MASCIPO (Mundos Americanos, Sociedades, Circulaciones, Poderes).
Sus trabajos han girado en torno a la historia de las mentalidades y de
los imaginarios, historia intelectual, historia sociocultural de la política
e historiografía. Sus últimas publicaciones son: en coautoría con Adolfo
León Maya: Ilustrados y republicanos. El caso de la “Ruta de Nápoles” a
Nueva Granada, Medellín, Fondo Editorial Universidad Eafit, 2011; “Me-
morar, conmemorar y representar las independencias iberoamericanas”,
en: Conmemoraciones y crisis: Procesos independentistas en Iberoamérica y
la Nueva Granada, Bogotá, Medellín, Pontificia Universidad Javeriana,
Fondo Editorial Universidad Eafit, 2011; “Economía política, indepen-
dencias y proyectos de nación en Nueva Granada durante el siglo XIX”,
en: Conmemoraciones y crisis: Procesos independentistas en Iberoamérica
y la Nueva Granada, Bogotá, Medellín, Pontificia Universidad Javeria-
na, Fondo Editorial Universidad Eafit, 2011; “Los juegos florales y las
independencias en Iberoamérica: exploraciones en torno a un lenguaje
celebrativo”, en: Eduardo Domínguez (compilador), Todos somos historia,
Medellín, Fondo Editorial Universidad de Antioquia, 2010. Publicacio-
nes individuales: Francisco Antonio Cano creando cerebros. Los artistas y
los hombres de estado: una relación “civilizatoria y progresista”, Medellín,
Museo de Antioquia, 2008; “Los iluminismos: una historia conectada”,
en: Historia de las ideologías políticas, Medellín, Fondo Editorial Eafit,
2008; Progresar y civilizar. Imaginarios de identidad y élites intelectuales
de Antioquia en Euroamérica, 1830-1920, Medellín, Fondo Editorial
Universidad Eafit, 2009; “Algunas consideraciones para una historia de
las élites intelectuales en América Latina”, en: Granados, Aimer, et al.,
(compiladores), Temas y tendencias de la historia intelectual en América

Autores 551
Latina, Morelia, Michoacán, Universidad Nacional Autónoma de México,
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2010.

Nicolás Alejandro González Quintero


Historiador de la Universidad Nacional de Colombia y candidato a
magíster en Estudios Culturales de la misma institución. Sus últimas
publicaciones han sido “‘Se evita que de vagos pasen a delincuentes’ San-
tafé como una ciudad peligrosa (1750-1808)” en el Anuario Colombiano
de Historia Social y de la Cultura y “El juzgado y los ladrones. Cómo se
elaboró un sujeto peligroso en Santafé (1750-1808)” en Historia Crítica.
Actualmente está trabajando en cómo se utilizó la metáfora de la mons-
truosidad para construir sujetos por fuera de lo político a finales del siglo
XVIII y comienzos del siglo XIX.

Gilberto Loaiza Cano


Es profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad del
Valle. Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia y
Doctor en Sociología de la Universidad París 3 (Iheal-Sorbonne Nouve-
lle). Es director del Grupo de investigación Nación-Cultura-Memoria.
El capítulo que aporta a esta compilación hace parte del proyecto de
investigación titulado Prensa y opinión pública en los inicios de la república,
1808-1851.

Mariselle Meléndez
Profesora Asociada de estudios coloniales hispanoamericanos en la Uni-
versidad de Illinois, Urbana-Champaign. Su investigación se enfoca en
estudios de raza, género, cultura visual y la Ilustración en Hispanoamérica
colonial. Autora de Deviant and Useful Citizens: The Cultural Production
of the Female Body in Eighteenth-Century Peru (Vanderbilt University
Press 2011), Raza, género e hibridez en El lazarillo de ciegos caminantes
(North Carolina Studies in Romance Languages 1999) y co-editora de
Mapping Colonial Spanish America: Places and Commonplaces of Identity,
Culture, and Experience (Bucknell University Press 2002). Sus artículos

552 Autores
críticos han sido publicados en las siguientes revistas: Colonial Latin
American Review, Bulletin of Spanish Studies, Latin American Literary
Review, Hispanic Review, Revista Iberoamericana, Revista de crítica literaria
latinoamericana, Dieciocho Hispanic Enlightenment, y Revista de Estudios
Hispánicos, entre otras.

Francisco A. Ortega Martínez


Profesor Asociado del Departamento de Historia, Universidad Nacional
de Colombia, e investigador posdoctoral en la Universidad de Helsinki
en Finlandia. Director del proyecto de investigación “Opinión pública
e independencia” del Programa nacional de investigación “Las culturas
políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de
ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional
de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011). En el 2005 pro-
logó y editó una antología con trabajos teóricos de Michel de Certeau
(La irrupción de lo impensado, Bogotá: Javeriana) y posteriormente editó
dos libros sobre historia, memoria y sufrimiento social, ambos con la
Universidad Nacional de Colombia (Veena Das: Sujetos de dolor, agentes
de dignidad 2008; e Historia, trauma, cultura. Reflexiones interdisciplina-
rias para el nuevo milenio 2011). En marzo 2012 apareció un volumen
que recoge los trabajos de su grupo de investigación sobre la cultura
política del periodo de la independencia neogranadino: “Conceptos
fundamentales de la cultura política de la Independencia”, Universidad
Nacional de Colombia. Es autor de varios ensayos de historia intelectual
y cultural, tales como “Ni nación ni parte integral: ‘Colonia’ de vocablo
a concepto en el siglo XVIII iberoamericano”. En PRISMA. (2011).
Revista de Historia Intelectual. Buenos Aires: Universidad Nacional de
Quilmes, núm. 15.

Mayxué Ospina Posse


Historiadora de la Pontificia Universidad Javeriana (2008). Ha trabajado
en la línea de la historia intelectual y cultural. Es coautora del libro Te

Autores 553
cuento la independencia. Once relatos para volver a contar, Ministerio de
Educación Nacional, Bogotá, 2009. Durante 2009 y 2010 llevó a cabo
la investigación principal y co-curaduría de la exposición Impresiones de
la Independencia: Proclamas, Bandos y Hojas Volantes (1782-1830) de la
Biblioteca Nacional de Colombia. Ha colaborado en la elaboración de
textos para la enseñanza de la historia publicados por Editorial Norma.
Actualmente desarrolla estudios de maestría en historia, en la Universidade
Estadual de Campinas, Brasil, en el área de concentración de estudios de
Política, Memoria y Ciudad.

Camilo Andrés Páez Jaramillo


Coordinador del Grupo de Colecciones de la Biblioteca Nacional de Co-
lombia, Historiador de la Universidad Nacional de Colombia y Magíster
en Análisis de problemas políticos económicos y relaciones internacionales
contemporáneos de la Universidad Externado de Colombia y el Institu-
to de Altos Estudios para el Desarrollo (IAED). Becario en 2008 de la
Fundación Carolina en el curso “El libro antiguo: Análisis, identificación
y descripción”, en la Universidad Complutense de Madrid. Miembro
del comité de redacción de la Lista Roja de Bienes Culturales en peligro
en Colombia financiada por el ICOM (2008). Durante 2010 y 2012
participó en la investigación de las exposiciones “Proclamas, bandos y
hojas volantes 1782-1830: Impresiones de la Independencia” y “Viaje
al Fondo de Cuervo” en la Biblioteca Nacional de Colombia. En 2011
participó en la investigación “La memoria del trauma. Construcción
narrativa de la Guerra de los Mil Días” de la Universidad Santo Tomás
de Aquino, Colombia.

Zulma Rocío Romero Leal


Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de la
Maestría en Estudios Políticos del Instituto de Estudios Políticos y Re-
laciones Internacionales —IEPRI—, de la misma universidad. Es autora
de “La soberanía como principio y práctica del nuevo orden político en
Nueva Granada, 1781-1814”, capítulo de Conceptos fundamentales de la

554 Autores
cultura política de la Independencia, (Universidad Nacional de Colombia),
editado por Francisco Ortega, y de “Construyendo el sujeto político:
El pueblo como legitimador del orden político en la crisis monárquica.
Nueva Granada, 1808-1821”, publicado en Cuadernos de Curaduría,
núm. 11 y 12, Museo Nacional de Colombia. Sus temas de interés son la
historia intelectual y las subjetividades políticas en los siglos XIX y XX.

Tomás Straka
Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas “Hermann Gon-
zález Oropeza, S. J.”, de la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas.
Algunas de sus publicaciones son: La voz de los vencidos. Ideas del Partido
realista de Carcas, 1810-1821; Hechos y Gente. Historia contemporánea de
Venezuela; La épica del desencanto. Bolivarianismo, historiografía y políti-
ca en Venezuela. Compiló La tradición de lo moderno. Venezuela en diez
enfoques. Sus intereses investigativos actuales se concentran en: historia
de las ideas e historiografía.

Leidy Jazmín Torres Cendales


Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia. Tallerista de polí-
tica pública para afrodescendientes e indígenas del Instituto de Estudios
Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de
Colombia, IEPRI. Publicaciones: editora junto con Mauricio Archila
Neira de la obra Bananeras: Huelga y Masacre 80 años (2009). Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia. En esa misma publicación es coautora
del capítulo “Retos en la enseñanza de la historia social en Colombia: el
caso de la masacre de las bananeras”. Intereses investigativos: Historia
de la sexualidad y el cuerpo en la Conquista y Colonia neogranadina.
Historia conceptual, prensa y opinión pública republicanas. Historia de
los movimientos sociales del siglo XX.

Autores 555
Índice analítico

A 138, 139, 140, 151, 156, 157,


acontecimientos, 74, 92, 97, 181, 250, 159, 160, 161, 174, 175, 181,
379, 380 185, 189, 190, 192, 195, 196,
resignificación de los, 97, 382, 392, 197, 200, 201, 204, 206, 207,
416, 523, 524 211, 218, 219, 220, 225, 226,
actas, 220, 234, 246, 252 228, 229, 230, 239, 241, 243,
v. t. Congreso de 1821, 220, 221 246, 255, 260, 261, 270, 276,
adversarios, 113, 224, 369, 493, 514 277, 284, 289, 292, 294, 305,
agricultura, 59, 60, 62, 63, 88, 156, 325, 326, 329, 330, 331, 333,
164, 235, 280, 356, 358, 364, 424, 334, 335, 337, 339, 341, 343,
425, 431, 433, 436, 437, 441, 444, 345, 346, 347, 348, 349, 350,
501, 520 351, 354, 372, 376, 377, 378,
v. t. Semanario de Agricultura y 379, 380, 381, 382, 383, 384,
Artes dirigido a Párrocos, 59, 125 385, 386, 387, 388, 389, 390,
alfabetismo popular, 509 391, 398, 401, 404, 407, 415,
alternancia electoral, 318 417, 418, 419, 430, 438, 445,
América, 5, 8, 12, 14, 15, 18, 19, 20, 446, 447, 452, 454, 455, 458,
21, 25, 27, 28, 30, 31, 32, 33, 34, 460, 471, 473, 475, 496, 497,
38, 40, 42, 43, 45, 46, 47, 48, 51, 498, 499, 500, 503, 504, 506,
52, 53, 54, 62, 70, 72, 75, 76, 77, 507, 525, 526, 530, 533, 535,
78, 79, 87, 88, 92, 93, 94, 97, 98, 540, 541, 542, 543, 544, 545,
99, 100, 101, 103, 105, 109, 117, 546, 547, 548, 550, 551, 552, 553
118, 120, 123, 124, 125, 126, 136, Ámsterdam, 46

Índice 557
analfabetismo, 148, 268, 475, 490 arte, 64, 73, 110, 111, 181, 184, 190,
Ancízar, Manuel, 14, 29, 422, 434, 338, 454, 549
440, 454, 455, 460, 466, 467, de la impresión, 184, 190
483, 484 tipográfico, 454
Angostura, 14, 25, 31, 38, 100, 101, artes tipográficas, 172
106, 107, 165, 167, 175, 184, 185, artesanos, 29, 62, 116, 319, 326, 440,
189, 190, 193, 211,212, 213, 221, 449, 453, 454, 455, 460, 461, 462,
226, 227, 398, 399, 404, 406, 407, 463, 464, 469, 474, 475, 476, 477,
409, 415 478, 479, 480, 481, 482, 483, 484,
Antiguo Régimen, 17, 25, 38, 51, 67, 485, 486, 487, 488, 489, 490, 491,
79, 84, 93, 100, 104, 116, 131, 492, 493, 494, 495, 496, 497, 532,
135, 136, 137, 139, 145, 146, 157, 541, 542
161, 163, 175, 200, 203, 206, 225, articulista, 265
228, 229, 260, 261, 276, 283, 289, Atlas cartográfico, 381
292, 325 Atlas nacional, 377
Antioquia, 9, 14, 29, 31, 32, 33, 34, atributo, 141, 146, 212, 248
73, 79, 80, 86, 112, 120, 121, 123, de los hombres de luces, 141
148, 224, 325, 392, 394, 472, 484, exclusivo de los seguidores del go-
492, 494, 497, 498, 499, 500, 501, bierno republicano, 212
502, 503, 504, 505, 506, 507, 508, exclusivo del gobierno, 146
509, 510, 511, 512, 513, 514, 515, femeninos, 333
516, 517, 518, 519, 520, 521, 523, Audiencia de Quito, 202, 353, 356,
525, 526, 534, 547, 548, 551 359, 360, 370, 375
Apéndice al Plan de Estudios para la Real Aury, Louis, 277
Universidad de Quito, 364 autonomía, 86, 206, 209, 223, 320,
arbitrariedad, 137, 142, 147, 216, 463, 474, 505, 512, 513
299, 522 v. t. semi-autonomía, 171
del régimen, 137 autoridad, 17, 18, 27, 43, 64, 66, 68,
Areópago, 106, 107, 108 69, 71, 77, 79, 89, 98, 101, 108,
argumentos, 97, 135, 144, 167, 240, 110, 131, 134, 145, 152, 157, 199,
244, 258, 284, 365, 405, 423, 448 201, 221, 234, 239, 244, 245, 249,
aristocracia, 164, 246, 265, 320, 339 263, 272, 274, 276, 280, 283, 285,
Aristóteles, 55 286, 290, 303, 304, 320, 356, 363,

558 Índice
390, 391, 394, 400, 412, 413, 400, 403, 404, 405, 406, 407, 408,
415, 538 409, 410, 411, 412, 413, 414, 415,
Aviso al Público, 13, 78, 81, 506 425, 426, 433, 508, 511
Aviso del Terremoto, 12, 50 Brasil, 263, 377, 387, 393, 491, 530,
avisos, 55, 56, 95, 98, 149, 212, 267, 545, 546, 554
436, 469, 478, 511 Burke, William, 169, 176, 177, 183
Azuero, Vicente, 108, 211, 214, 217,
236, 257, 295, 297, 301, 318, C
426, 437 Caballero y Góngora, virrey, 50
Caicedo, Domingo, 295
B Caldas, Francisco José de, 13, 63, 64,
bandos reales, 92, 95 65, 72, 79, 392, 394, 447, 512, 530
Barroco, 345 Calderón de la Barca, Pedro, 39
batalla de Boyacá, 198, 395, 508 Calendario Manual y Guía Universal
Bello, Andrés, 168, 170, 181 de Forasteros en Venezuela para el año
Berdshaw, Tomás, 190 de 1810, 176
Biblia, 43 calumnia, 78, 311, 314, 316
bibliotecas, 23, 51, 182, 357, 375, cambios geopolíticos, 379
383, 505 capitalismo, 17, 383, 424
Boletín del Exército Expedicionario, 92, Capitanía de Venezuela, 225, 391
94, 95, 117, 134, 147, 155 Caracas, 26, 54, 77, 102, 104, 112,
Boletín del Exército Libertador de la 115, 117, 123, 151, 163, 164, 165,
Nueva Granada, 99 166, 168, 169, 170, 171, 172, 173,
boletines, 76, 101, 153 174, 175, 176, 177, 178, 179, 180,
Bolívar, Simón, 91, 99, 100, 106, 107, 182, 183, 184, 187, 188, 189, 190,
164, 167, 168, 175, 183, 184, 185, 191, 192, 193, 194, 195, 196, 210,
187, 190, 198, 200, 202, 210, 217, 228, 231, 234, 235, 236, 237, 238,
218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 241, 244, 248, 249, 257. 259, 267,
226, 234, 235, 236, 237, 241, 242, 268, 382, 389, 390, 391, 394, 396,
243, 246, 247, 248, 249, 250, 252, 398, 400, 413, 417, 418, 419, 454,
253, 254, 255, 256, 257, 259, 277, 460, 471, 544, 545, 546, 555
279, 300, 322, 379, 380, 381, 382, Cariaco, 380, 397, 399, 400, 401,
389, 391, 392, 393, 397, 398, 399, 402, 411, 412, 413, 414, 415, 416

Índice 559
Carlos III, 50, 475 catolicismo, 177, 467, 469, 471,
Carlos IV, 74, 332, 355 494, 496
Caro, José Antonio, 422 causa pública, 28, 55, 353, 355, 358,
carta magna, 236, 240, 243, 250, 359, 360, 361, 367, 368, 374, 398
251, 257 censores, 107, 146, 208
Cartagena, 8, 14, 27, 49, 73, 74, 75, censura, 15, 46, 56, 112, 145, 146,
76, 77, 78, 87, 92, 93, 94, 95, 96, 154, 178, 202, 206, 209, 266, 306,
115, 117, 118, 120, 122, 125, 131, 310, 320, 357, 428, 488, 508, 519
137, 140, 141, 145, 146, 150, 159, eclesiásticas, 46
161, 175, 235, 237, 246, 252, 263, moderada, 519
264, 265, 267, 268, 269, 270, 271, política, 320
272, 273, 274, 275, 277, 278, 279, previa, 146, 209, 310, 484
280, 281, 282, 283, 285, 287, 289, v. t. Tribunal de Censura de la Im-
291, 292, 320, 394, 405, 425, 444, prenta, 357, 359
447, 448, 463, 464, 471, 474, 479, centralistas, 92, 200, 536
505, 506, 548 Chocó, 152, 358, 394, 501
Cartago, 520 ciencia, 33, 39, 53, 54, 62, 63, 64, 65,
cartas, 16, 66, 101, 116, 118, 137, 151, 66, 77, 110, 111, 160, 165, 201,
152, 153, 155, 163, 165, 167, 185, 272, 325, 342, 345, 350, 351, 354,
187, 192, 249, 259, 303, 348, 357, 358, 359, 364, 461, 544, 550
371, 394, 412, 505, 517 circulación, 15, 16, 25, 28, 29, 46, 52,
cartografía, 28, 379, 381, 382, 383, 68, 75, 76, 77, 78, 92, 95, 97, 98,
286, 392, 406, 541, 542 101, 112, 130, 134, 146, 147, 149,
historia de la, 381 150, 151, 186, 205, 210, 212, 216,
histórica, 382 266, 361, 367, 368, 379, 382, 389,
impresa, 28, 382, 383, 392 390, 391, 452, 453, 455, 459, 470,
internacional, 379 481, 483, 500, 507, 507, 520, 523
Casanare, 224, 320 de discursos, 16
Catecismo del Concilio de Trento, 363 de ideas, 459, 470, 507
catecismos, 43, 81, 109, 228, 356, 502, de imágenes mentales, 500
533, 543, 546 de impresos, 29, 75, 149, 212, 456
categorías, 21, 88, 112, 276, 277, 280, de información, 76
290, 312, 346 de las ideas francesas, 361

560 Índice
de libros, 16, 425 260, 261, 263, 264, 265, 266, 267,
de lo escrito, 367 268, 269, 270, 271, 272, 273, 275,
de los papeles periódicos, 368 277, 278, 279, 280, 281, 293, 285,
de mapas, 379, 382, 389, 390, 391 287, 289, 290, 291, 292, 293, 296,
de mercancías, 541 299, 324, 325, 326, 351, 377, 378,
de noticias, 52 379, 380, 381, 382, 383, 384, 385,
de publicaciones, 210 386, 387, 388, 389, 390, 391, 392
del saber, 216 393, 394, 395, 396, 397, 401, 402,
efectiva, 147 404, 407, 415, 416, 417, 418, 419,
irregular, 95 421, 423, 425, 426, 427, 428, 429,
periódica, 95, 266 430, 431, 432, 433, 434, 438, 439,
Ciudad de Guatemala, 43 440, 442, 443, 444, 445, 446, 447,
Ciudad de Lima, 44, 48, 448, 450, 451, 452, 454, 561, 462,
Cladera, Cristóbal, 52 464, 465, 466, 468, 469, 471, 472,
Codazzi, Agustín, 277, 396, 461 473, 474, 475, 478, 479, 480, 481,
Código Penal de la República de la 486, 487, 492, 493, 494, 496, 497,
Nueva Granada, 296 498, 499, 500, 501, 505, 508, 509,
coeditor, 168 510, 511, 522, 525, 526, 530, 531,
Colombia, 4, 5, 8, 11, 12, 13, 14, 15, 532, 533, 534, 539, 540, 541, 542,
16, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 31, 544, 546, 547, 548, 549, 550, 551,
32, 33, 34, 37, 38, 45, 50, 57, 59, 552, 553, 554, 555
70, 76, 85, 100, 105, 106, 107, 107 Colonia, 53, 350, 424, 436, 437, 441,
112, 113, 114, 115, 117, 118, 119, 442, 461, 477, 530, 553, 555
120, 121, 122, 123, 124, 125, 126, Columbia, 383, 418, 540
129, 134, 158, 159, 160, 161, 162, comercio, 52, 59, 60, 61, 62, 63, 73,
169, 197, 198, 199, 201, 202, 203, 88, 89, 105, 156, 190, 204, 205,
204, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 224, 225, 235, 280, 335, 356, 364,
211, 213, 215, 216, 217, 218, 219, 368, 406, 426, 426, 426, 431, 432,
220, 221, 222, 223, 224, 225, 226, 433, 434, 436, 438, 440, 441, 443,
227, 228, 229, 230, 231, 232, 234, 444, 452, 461, 472, 485, 489, 509
237, 239, 240, 241, 243, 244, 245, Comisión Corográfica, 14, 450, 461
246, 247, 248, 249, 250, 251, 252, comunicar, 45, 52, 87, 131, 148, 152,
253, 254, 255, 256, 257, 258, 259, 215, 466

Índice 561
concepción unanimista, 211 Constitución de 1832, 293, 297, 318
confrontación, 86, 87, 112, 208, 231, Constitución de Antioquia, 79, 80
232, 233, 258, 293, 307 Constitución de Cádiz, 77, 78, 138, 240
con la oposición, 307 Constitución de Cúcuta, 105, 222, 231,
en la esfera pública, 258 232, 427, 447, 457
ideológica, 86, 87 Constitucional Antioqueño, 505, 509,
política, 293 512, 516
pública, 231 Constitucional de Antioquia, 502, 516,
regional, 112 517, 518, 520
Congreso Constituyente, 182, 236, construcción del conocimiento, 362,
254 368
Congreso de 1821, 220, 221 construcción identitaria, 103
v. t. actas, 220, 234, 246, 252 control, 25, 40, 96, 99, 114, 130, 134,
Congreso de 1827, 221, 252, 256 139, 146, 147, 153, 174, 178, 221,
Congreso de Angostura, 25, 38, 101, 245, 252, 310, 382, 392, 400, 406,
106, 107, 165, 167, 398 408, 412, 447, 451, 456, 458, 459,
Congreso Federal de Cariaco, 380, 466, 489
392, 397, 399, 400, 402, 412, 413, controversia, 293, 411, 420, 521
414, 415 Conversación de una Señorita Casada,
Conjura de los Mantuanos, 172, 195 340
Consejo de Purificación, 150, 154 Córdoba, José María, 224, 508
consenso, 40, 88, 108, 112, 138, 153, Corona, 18, 40, 47, 55, 62, 109, 135,
307, 322, 447, 537 138, 151, 170, 171, 204, 206, 354,
v. t. unanimidad, 27, 112, 115, 153, 383, 385, 387, 432, 504, 513
240, 248, 257, 258, 293, 304, 307, británica, 151
316, 317, 318, 320, 321, 322, 323, española, 109, 383, 385, 387, 504,
324, 537 513
conspiración, 304, 317, 322, 414 Correo Curioso, Erudito, Económico y
Constitución boliviana, 222, 243, 246, Mercantil de la ciudad de Santafé de
247, 248, 252, 254, 257 Bogotá, 13, 34, 59
Constitución de 1821, 203, 211, 213, Correo del Orinoco, 13, 14, 31, 100,
218, 225, 234, 235, 236, 239, 240, 101, 102, 103, 106, 123, 163, 164,
250, 252, 256, 258, 450, 508, 509 166, 168, 184, 185, 187,190, 191,

562 Índice
193, 195, 198, 207, 210, 211, 212, 422, 423, 425, 433, 539
213, 227, 228, 267, 415 deber ser, 111, 130, 139, 314, 489
Correo literario de la Europa, 52, 118 delito de imprenta, 279
corresponsales, 264, 453, 520 democracia, 116, 164, 187, 200, 246,
Corte, 40, 44, 46, 48, 53, 146, 350, 288, 464, 469, 471, 480, 540
361, 387 derechos, 19, 57, 80, 88, 89, 105, 106,
de Lisboa, 387 111, 112, 144, 153, 177, 203, 204,
española, 361 205, 206, 207, 209, 212, 216, 219,
credibilidad, 248, 385 220, 224, 239, 248, 250, 282, 283,
criollos, 63, 76, 165, 172, 200, 337, 361, 431, 469, 474, 480, 486, 490,
383, 424, 427, 436, 503 495, 509, 517
crisis, 18, 19, 23, 26, 75, 76, 87, 116, de aduanas, 204, 431
117, 135, 139, 150, 157, 168, 193, de importaciones y exportaciones,
196, 198, 218, 222, 230, 234, 238, 89
246, 261, 282, 283, 289, 290, 389, de participación popular, 469
423, 465, 468, 471, 479, 497 del ciudadano, 57, 203, 509
cristianismo, 93, 493, 497 del hombre, 80, 166, 177, 219, 361,
crónicas religiosas y civiles, 43 509
cuerpo político, 41, 48, 57, 88, 91, del pueblo, 177
96, 105, 112, 144, 339 del rey, 19, 72, 153
Cuervo, Rufino, 109, 236, 308 del soberano, 144
Cueva, Beatriz de la, 44 individuales, 106
cultura política, 11, 15, 24, 25, 30, 38, Derechos del hombre, 80, 177, 361
51, 52, 54, 55, 57, 85, 104, 105, deseo, 53, 106, 109, 132, 166, 174,
118, 123, 125, 197, 261, 263, 271, 191, 244, 256, 297, 310, 359, 371,
276, 283, 316, 530, 546, 547 374, 405, 460
deslegitimar, 113, 248
D despotismo, 76, 88, 103, 141, 165,
D’Arcy de la Rochette, Louis Stanis- 189
las, 385, 390 Diario político de Santafé de Bogotá,
debate, 70, 87, 96, 102, 105, 157, 163, 78, 447, 471
164, 168, 169, 177, 185, 211, 243, diarios, 52, 119, 264, 265, 270, 498,
285, 289, 296, 318, 356, 365, 410, 543

Índice 563
Diccionario de Autoridades, 22, 39, ejércitos patriotas, 380, 403
124, 351 El Alacrán, 422, 423
Diccionario razonado, 37, 119, 123 El Análisis, 22, 25, 28, 29, 282, 296,
difamación, 303, 308, 311, 314 297, 318, 354, 373, 453,495, 513
discernimiento, 87, 102, 141, 286 El Anglo Colombiano, 112, 113. 114,
Discurso de Angostura, 107, 167, 190 169
discurso impreso, 152 El Argos, 14, 27, 78, 87, 88, 89, 293,
discursos identitarios, 500 294, 299, 307, 308, 309, 310, 311,
disenso, 144, 286, 290 312, 313, 314, 315, 316, 317, 318,
diseño editorial, 268 319, 320, 321, 322, 323, 324, 345,
Disputatio pro declaratione virtutis 447, 471, 506
indulgentiarum, 43 El Argos Americano, 14, 78, 87, 447,
distribución de los impresos, 452 471,
divulgación, 22, 179, 301, 339 El Celador de la Constitución, 187
científica, 179 El Censor General, 77
dogma, 43, 71, 80, 132, 177, 206, El Ciudadano, 54, 56, 57, 104, 105,
208, 242, 360, 494 106, 108, 177, 204, 241, 272, 294,
325, 427, 493, 509, 513, 514, 515
E El Conservador, 422, 484, 485, 494
economía, 42, 53, 54, 59, 60, 63, El Correo Nacional, 75, 119, 190, 267
101, 160, 265, 349, 363, 423, 428, El Diario de Barcelona, 77
430, 431, 433, 435, 435, 438, 439, El Eco de Antioquia, 112, 507, 508,
440, 441, 445, 446, 467, 475, 485, 510, 511, 512
500, 520, 551 El Español, 77
Ecuador, 99, 100, 108, 232, 353, 375, El Fanal de Venezuela, 187, 188
376, 377, 391, 470, 543, 544, 549 El Fósforo de Popayán, 106, 107, 113
editor, 45, 47, 52, 70, 78, 79, 81, 98, El huerfanito bogotano, 106, 111, 113,
100, 108, 112, 132, 151, 171, 208, 119, 233, 241, 259
237, 264, 267, 278, 279, 301, 329, El Iris de Venezuela, 169, 267
331, 332, 334, 335, 336, 337, 338, El labrador i el artesano, 474, 477
339, 341, 345, 346, 347, 368, 355, El Medellinense, 501, 521, 523
356, 367, 368, 368, 370, 372, 373, El Mercurio Venezolano, 176, 180
466, 469, 485, 492, 494, 510, 518 El Montalván, 83, 119

564 Índice
El Nacional, 17, 31, 193, 375, 383, 379, 381, 382, 383, 421, 422, 423,
422, 445, 486, 545 424, 425, 431, 439, 440, 444, 445,
El Neogranadino, 9, 11, 14, 29, 32, 33, 446, 450, 452, 453, 462, 469, 470,
422, 423, 434, 438, 440, 441, 442, 474, 476, 477, 478, 482, 483, 491,
447, 449, 450, 451, 452, 453, 455, 493, 495, 496, 497, 498, 499, 500,
456, 457, 458, 459, 460, 461, 462, 501, 502, 503, 505, 506, 507, 509,
463, 464, 465, 467, 468, 469, 470, 511, 512, 513, 515, 516, 517, 519,
471, 484, 537 521, 523, 525, 526, 530, 531, 532,
El Papel Periódico de Santafé de Bo- 533, 534, 535, 540, 542, 546, 547,
gotá, 12, 51, 54, 283, 331, 333, 548, 550, 551, 552, 553, 555
349, 504, 535 El Tribuno, 521
El Patriota, 176, 179, 182, 198, 204, El triunfo de la libertad sobre el despo-
205, 214, 215, 216, 227, 267 tismo, 189
El Preguntón, 214, 215, 227 El Venezolano, 26, 114, 169, 191, 460
El Procurador General de la Nación y élites, 29, 48, 85, 87, 89, 92, 104, 108,
del Rey, 77 113, 114, 151, 289, 294, 413, 422,
El progreso, 61, 66, 77, 165, 207, 297, 423, 425, 432, 438, 439, 460, 463,
302, 336, 338, 346, 348, 422, 493 476, 490, 496, 499, 500, 501, 503,
El Publicista de Venezuela, 176, 177, 504, 505, 506, 507, 512, 513, 516,
178, 182 519, 521
El Robespierre Español, 77 Emancipación, 164, 166, 170, 171,
El Siglo, 9, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 18, 178, 179, 182, 185, 191, 194, 195,
19, 20, 22, 24, 27, 29, 31, 32, 33, 196, 203, 218, 259
34, 37, 40, 42, 43, 44, 45, 49, 51, empresa editorial, 99, 179
55, 57, 59, 68, 71, 73, 100, 105, Encyclopédie méthodique, 67, 119
116, 117, 122, 123, 124, 159, 160, ensaladillas, 510
161, 176, 181, 182, 185, 190, 191, Ensayo sobre la opinión pública, 79,
197, 198, 199, 203, 225, 228, 229, 121, 284, 290
230, 232, 233, 238, 255, 260, 261, enunciación, 27, 130, 135, 199, 263,
263, 269, 272, 273, 276, 284, 289, 381
292, 302, 313, 323, 325, 326, 329, error, 88, 103, 113, 142, 143, 144,
330, 343, 344, 346, 349, 350, 351, 231, 282, 284, 286, 303, 305, 306,
353, 354, 356, 368, 374, 375, 376, 309, 412

Índice 565
erudición, 47, 96, 141, 181, 256, 343 Espectador Sevillano, 79, 290
escenario social, 362 especulación, 39, 63
esclavitud, 137, 271, 276, 320, 403, espíritu, 27, 52, 56, 62, 67, 78, 107,
440, 449 119, 136, 139, 140, 143, 152, 155,
esclavos, 169, 172, 187, 192, 403 160, 164, 166, 167, 168, 170, 174,
escribanías, 148 185, 186, 212, 233, 255, 293, 299,
escribir, 16, 58, 80, 86, 87, 106, 114, 300, 302, 306, 307, 310, 311, 312,
136, 178, 202, 209, 213, 214, 237, 317, 318, 329, 343, 345, 355, 358,
273, 274, 365, 374, 382, 396, 463, 367, 369, 371, 374, 456, 461, 501,
490, 491, 496, 499, 504, 506, 508, 507, 509, 515, 537
511, 513, 517, 529 de la independencia, 186
escritor público, 271, 272, 276, 464 de la sociedad, 67
esfera pública, 15, 16, 17, 18, 19, 21, de libertad, 212
22, 26, 31, 42, 47, 50, 63, 66, 88, de novelería, 155
95, 96, 101, 104, 106, 107, 110, de partido, 27, 293, 299, 300, 306,
114, 130, 135, 138, 141, 142, 146, 307, 310, 311, 312, 317
148, 153, 155, 231, 237, 258, 296, del periodismo pugnaz, 168
297, 310, 323, 333, 349, 350, 425, ilustrado, 355, 461, 507
442, 498, 529, 531, 533, 536, 537, patriótico, 56, 167, 345
540, 541, 542, 545, 547 público, 56, 107, 139, 174, 264,
espacio de experiencia, 423 515, 537
España, 37, 41, 45, 46, 48, 58, 62, Espíritu de los mejores diarios literarios,
74, 75, 76, 77, 99, 103, 104, 117, que se publican en Europa, 52, 119
119, 121, 122, 123, 125, 132, Essay on the History of Civil Society,
140, 141, 150, 158, 159, 160, 179
161, 163, 165, 168, 171, 172, Estado, 16, 17, 18, 22, 45, 61, 62, 71,
174, 180, 187, 188, 190, 196, 89, 90, 100, 101, 115, 121, 137,
197, 206, 207, 209, 214, 218, 139, 154, 176, 177, 178, 179, 183,
219, 228, 229, 255, 259, 260, 184, 198, 199, 201, 203, 205, 207,
265, 276, 290, 292, 297, 345, 209, 210, 212, 213, 215, 217, 220,
354, 390, 396, 398, 407, 420, 221, 224, 225, 226, 227, 228, 233,
438, 465, 472, 475, 476, 502, 505, 235, 238, 240, 243, 247, 255, 257,
522, 544, 545 260, 266, 274, 293, 298, 299, 304,

566 Índice
308, 324, 325, 344, 373, 381, 389, v. t. honra, 40, 41, 49, 70, 139, 296,
421, 422, 423, 426, 430, 431, 432, 382, 486
433, 440, 442, 443, 454, 461, 462, v. t. reputación, 41, 55, 123, 208,
467, 473, 488, 502, 504, 530, 539, 210, 249, 279, 295, 369, 372, 381,
541, 543, 546 486, 517
Estado-nación, 28, 325, 373, 381, 443 familia, 17, 26, 62, 111, 190, 231,
v. t. golpe de Estado, 468 239, 240, 248, 249, 251, 254, 257,
Estados Unidos, 212, 216, 270, 292, 326, 338, 349, 435, 442, 475, 493,
300, 333, 383, 391, 417, 453, 454, 510, 518, 535
462, 466, 508, 550 v. t. metáfora de la familia, 248,
estatus, 203, 274, 407, 507, 541 249, 251, 254, 257
estilo, 49, 81, 167, 180, 185, 300, fanatismo, 79, 143, 166, 302, 304,
308, 310, 312, 480, 497 319, 320, 525
Estrella de Occidente, 505, 516 fe, 17, 40, 42, 47, 83, 102, 154, 177,
estructura económica, 423, 426 354, 371, 462
Europa, 42, 43, 45, 46, 52, 97, 118, federación, 89, 214, 243, 246, 321,
119, 140, 165, 181, 197, 243, 246, 324
255, 314, 333, 354, 369, 372, 375, federalistas, 89, 92, 200, 416, 523, 536
383, 391, 406, 458, 499 felicidad, 28, 37, 53, 55, 56, 57, 61,
Expedición de los Cayos, 277 62, 97, 108, 110, 111, 115, 135,
Expedición del Sur, 91 166, 179, 210, 216, 222, 239, 264,
267, 270, 273, 274, 298, 317, 332,
F 334, 339, 343, 358, 359, 364, 522
facción, 26, 180, 213, 214, 231, 232, Fernando VII, 12, 75, 92, 93, 94, 96,
233, 237, 240, 244, 249, 251, 284, 97, 98, 131, 133, 146, 149, 152,
295, 305, 313, 317, 447, 448, 466, 153, 154, 199, 206, 208, 505
511, 523, 536 ficción, 105, 538
Facio Lince, José María, 521, 522, 523 figura, 17, 26, 46, 49, 76, 83, 90, 105,
Faden, William, 378, 381, 384, 385, 132, 157, 158, 198, 218, 220, 221,
386, 388, 389, 394 224, 225, 232, 235, 238, 239, 240,
fama, 39, 41, 48, 49, 66, 69, 70, 107, 242, 248, 248, 252, 253, 257, 272,
133, 139, 178, 295, 296, 366, 374, 274, 301, 340, 345, 356, 359, 365,
405, 501 392, 463, 493

Índice 567
del rey, 157, 158, 238, 239, 242 Gazeta de Caracas, 104, 151, 168,
fijar la opinión, 66, 68, 75, 76, 78, 80, 170, 173, 174, 175, 176, 177, 182,
85, 87, 88, 91, 95, 98, 114, 129, Gazeta de Lima, 46, 48, 120
136, 140, 142, 148, 156, 157, 206, Gazeta de Madrid, 45, 46, 57, 120,
232, 233, 236, 237, 447, 537, 539 151
filosofía, 166, 194, 273, 292, 304, Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo
325, 329, 332, 357, 363, 364, 365, Reyno de Granada, 92, 95, 120, 129
366, 445, 446, 504, 520, 521, 550 Gazeta Ministerial de Antioquia, 86,
Finestrad, Joaquín de, 71, 135 120, 504, 506
Flórez, Manuel Antonio, 49 Gazeta Ministerial de Cundinamar-
Flota de Indias, 44, 48 ca, 81, 90, 92, 120
formación científica moral, 371 Gazeta Ministerial de la República de
formar, 16, 84, 99, 144, 165, 285, 381, Antioquia, 505
459, 471, 509, 533, 537 Gazette de France, 45, 120
opinión, 84, 99, 285, 381, 533 género editorial, 510
Francia, 20, 45, 57, 67, 161, 180, 181, geo-cuerpo, 379, 385, 387
216, 218, 265, 270, 343, 391, 457, geopolítica, 383, 386
493, 551 gobierno, 26, 27, 49, 58, 59, 68, 72,
frecuencias de publicación, 264 76, 79, 80, 81, 84, 85, 88, 89, 90,
91, 92, 93, 94, 95, 96, 97, 98, 99,
G 100, 101, 104, 110, 114, 115,
Gaceta de Caracas, 163, 164, 166, 131, 134, 135, 136, 137, 138,
178, 187, 188, 191, 193, 194, 413 139, 141, 142, 145, 146, 151,
Gaceta de Colombia, 14, 32, 198, 220, 155, 156, 172, 175, 177, 178,
222, 266, 267, 270, 272, 285, 423, 179, 183, 184, 189, 190, 198,
427, 428, 429, 454, 472 199, 201, 202, 203, 204, 205,
Gaceta de Santafé, 12, 47, 50, 119, 423 206, 207, 208, 209, 211, 212,
Gaceta del Gobierno de Cartagena de 213, 214, 216, 217, 220, 221,
Indias, 96 222, 223, 224, 225, 231, 236,
Gaceta Real de Cartagena de Indias, 237, 240, 241, 243, 244, 245,
92, 93, 141 247, 251, 255, 267, 271, 277,
Gallagher, Mateo, 169, 172, 176, 282, 285, 289, 293, 294, 295,
180, 183, 297, 298, 300, 301, 302, 303, 304,

568 Índice
305, 306, 307, 308, 309, 310, 311, 200, 205, 207, 211, 218, 222,
312, 313, 314, 315, 316, 319, 320, 226, 234, 236, 243, 247, 253,
321, 322, 323, 332, 348, 364, 371, 266, 308, 324, 379, 380, 392,
380, 383, 395, 396, 413, 414, 428, 395, 399, 402, 403, 405, 407,
431, 433, 435, 436, 439, 454, 467, 408, 409, 411, 412, 414, 416,
473, 476, 477, 480, 493, 501, 502, 425, 426, 429, 430, 436, 447,
503, 504, 505, 508, 511, 513, 514, 449, 460, 462, 467, 479, 480,
515, 519, 538, 539 493, 506, 508, 511, 516, 520, 524
central, 76, 90, 213, 217, 224, 237, de Emancipación, 218
240, 244, 395, 396 de ideas, 243
federal, 89, 255, 319, 380, 383 de Independencia, 159, 379, 395,
monárquico, 94, 135, 136, 137, 138, 409, 425, 426, 429, 430, 436,
139, 141, 142, 155, 156, 157 460, 506
golpe de Estado, 468 de opinión, 158
v. t. Estado-nación, 28, 325, 373, de razas, 380, 405, 412, 416, 479,
381, 443 516, 520
González, Florentino, 297, 299, 307, en Europa, 181
313, 318, 319, 422, 426, 437, 466 en Venezuela, 236
Gracián, Baltasar, 39 guerra a muerte, 164, 183, 185, 187,
Gran Colombia, 8, 25, 26, 38, 117, 402, 403, 407, 408
197, 199, 201, 203, 205, 207, 209, guerra civil, 147, 200, 211, 222, 226,
211, 213, 215, 217, 219, 221, 223, 234, 414, 467, 479, 511
225, 226, 227, 229, 240, 259, 268, guerra de colores, 172, 414
270, 292, 293, 296, 391, 415, 423, guerra de Los Supremos, 324, 447,
425, 426, 432, 433, 439, 440, 443, 449, 462
445, 448, 508, 530, 531, 533, 534,
539, 541, 544 H
Guayaquil, 234, 237, 243, 246, 252, Haití, 170, 171, 172, 192, 398, 403
257, 267, 268, 356, 535, 543, 544 hegemonía, 153, 540, 541
guerra, 94, 95, 97, 98, 99, 100, 101, heterogéneo, 288
104, 137, 147, 150, 151, 153, historia, 12, 15, 16, 19, 23, 28, 30,
156, 158, 164, 168, 172, 179, 52, 56, 57, 64, 93, 101, 156, 170,
181, 183, 184, 185, 187, 189, 172, 178, 182, 183, 190, 216,

Índice 569
243, 253, 287, 288, 322, 323, I
342, 344, 359, 360, 363, 377, 381, ideas revolucionarias, 57, 361
391, 392, 393, 395, 396, 397, 398, identidad, 29, 130, 218, 241, 279,
402, 416, 421, 423, 444, 452, 457, 280, 281, 288, 319, 323, 491, 492,
465, 500, 507, 520, 529, 530, 531, 500, 507, 516, 519, 523, 524, 525
537, 539, 540, 541, 541 Iglesia católica, 40, 43, 285, 325,
de las ideas, 287, 421, 531 344, 366, 370, 440, 449, 462,
de la cartografía, 381, 396 485, 488, 499, 502
de la opinión pública, 15, 16, 64, Ilustración, 12, 18, 51, 56, 60, 63,
507, 530, 531, 537, 542 106, 111, 122, 178, 191, 329, 332,
de la imprenta, 15, 16, 182, 452, 336, 337, 343, 346, 485.
457, 531 imaginarios de identidad, 29, 500,
Historia de la literatura en Nueva 507, 516, 519, 525, 551
Granada, 56 imaginarios sociales, 93, 499, 507
Historia de la Revolución, 5, 122, 161, imprenta, 12, 15, 16, 17, 26, 27, 42,
230, 259, 378, 381, 382, 391, 394, 43, 44, 49,50, 53, 73, 74, 76, 79,
395, 396, 401, 402, 404, 407, 416, 80, 84, 85, 86, 87, 91, 93, 94, 96,
417, 418, 419, 534, 544, 546 98, 100, 101, 107, 108, 117, 131,
historiografía patria, 105 132, 134, 145, 146, 147, 155, 168,
hojas sueltas, 44, 447, 455, 456, 477, 170, 171, 172, 174, 175, 177, 178,
480, 481, 495 183, 184, 188, 189, 190, 198, 209,
Holanda, 180, 216 225, 263, 268, 272, 274, 279, 301,
honra, 40, 41, 49, 70, 139, 296, 382, 303, 310, 323, 353, 357, 359, 360,
486 371, 373, 396, 447, 449, 451, 452,
v. t. fama, 39, 41, 48, 49, 66, 69, 453, 454, 455, 456, 457, 458, 459,
70, 107, 133, 139, 178, 295, 296, 460, 461, 462, 466, 467, 469, 471,
366, 374, 405, 501 477, 480, 481, 483, 484, 496, 505,
v. t. reputación, 41, 55, 123, 208, 508, 509, 510, 511, 512, 513, 515,
210, 249, 279, 295, 369, 372, 381, 516, 521, 523, 531, 533, 540, 542
486, 517 impuestos coloniales, 426, 428, 432
horizonte de expectativas, 423 inclusión, 47, 66, 331, 449, 451
horrores de la ignorancia, 65, 79 Independencia, 18, 19, 28, 78, 101,
humor, 39, 185, 549 102, 103, 157, 158, 164, 180, 188,

570 Índice
197, 202, 220, 195, 299, 347, 349, La Bandera Tricolor, 8, 26, 114, 121,
350, 379, 397, 459, 532 231, 233, 234, 235, 236, 237, 238,
indulto, 50, 140, 141, 148, 150, 295 239, 240, 241, 242, 243, 244, 245,
industria, 13, 140, 141, 148, 150, 295 247, 248, 249, 250, 251, 252, 253,
industrialización, 424 254, 255, 256, 257, 258, 259, 261,
información, 13, 15, 28, 43, 45, 75, 308, 537
76, 94, 98, 110, 148, 150, 151, La Constitución feliz, 13, 78
152, 153, 154, 155, 156, 178, La Gaceta de Sevilla, 77
202, 269, 279, 280, 330, 332, 333, La Gaceta Mercantil: Diario comercial,
389, 399, 492, 495, 499, 533, 537, político y literario, 422
538, 543 La Guaira, 169, 188, 236
informar, 45, 46, 48, 137, 152, 436 La Habana, 77, 460
Inglaterra, 216, 265, 385, 426, 428, La Indicación, 108, 198, 203, 211,
434 212, 214, 216, 217, 219, 227, 237
instruir, 78, 81, 134, 138, 274, 464, La Mariposa Negra, 187
513 La Miscelánea, 109, 115, 234, 237,
insulto, 316, 524 239, 241, 243, 259, 308, 515,
insurgente, 142 519, 520
interacción, 70, 541 La Mosca Libre, 187
interés común, 211 La Nueva Alianza, 511, 512, 513, 518
interlocución, 26, 197, 539 La Segunda Aurora, 187
Italia, 45, 180, 181, 398, 461 La serpiente de Moisés, 169
La Vela de Coro, 384
J La verdad sin sobretodo, 82
Jamaica, 151, 398, 505 lectores, 12, 17, 43, 45, 47, 48, 50,
jesuitas, 44, 50, 353, 466, 486, 521, 52, 57, 70, 72, 102, 104, 138, 150,
525 188, 265, 268, 300, 322, 334, 341,
v. t. Loyola, Ignacio de, 502 353, 363, 368, 395, 402, 437, 451,
452, 453, 458, 466, 470, 471, 475,
L 478, 479, 490, 492, 503, 507, 509,
La Aurora, 65, 114 517, 518, 520, 525, 541
La Bagatela, 13, 33, 77, 80, 81, 84, lenguaje, 21, 41, 57, 93, 115, 134,
89, 90, 121, 330, 347, 351 167, 169, 180, 187, 188, 190, 193,

Índice 571
228, 260, 275, 276, 280, 283, 286, 131, 147, 168, 175, 177, 178, 187,
290, 309, 311, 312, 316, 322, 381, 188, 197, 202, 204, 208, 209, 210,
424, 425, 437, 438, 464, 541, 551 211, 212, 213, 214, 216, 217, 220,
libelos, ∫42, 104, 115, 276, 296, 430, 225, 226, 266, 269, 270, 273, 275,
448, 510 276, 278, 279, 296, 297, 301, 303,
liberal, 19, 20, 29, 77, 79, 102, 105, 307, 308, 314, 323, 448, 449, 450,
106, 109, 115, 131, 136, 137, 459, 484, 503, 504, 508, 539
160, 168, 169, 175, 191, 200, 202, de opinión, 200, 343
238, 242, 248, 253, 254, 255, 256, de prensa, 79, 197, 198, 212, 264,
276, 284, 293, 302, 323, 433, 434, 265, 440
443, 449, 450, 455, 460, 461, 462, política, 79, 201, 202, 204, 205,
463, 464, 465, 466, 467, 471, 484, 206, 207, 209, 213, 221, 222, 223,
485, 486, 488, 497, 503, 504, 512, 225, 226, 513
516, 520, 521, 522, 523, 525, 538, libros, 16, 43, 48, 73, 153, 154, 182,
541, 543 188, 206, 357, 360, 361, 363368,
libertad, 15, 26, 27, 77, 78, 79, 80, 425, 455, 456, 496, 505, 509, 530
84, 85, 86, 87, 93, 100, 102, 108, Lima, 43, 44, 46, 48, 52, 54, 57, 63,
109, 112, 115, 131, 146, 147, 166, 64, 69, 74, 77, 120, 123, 161, 162,
168, 169, 174, 175, 177, 178, 179, 164, 174, 183, 237, 274, 333, 348,
183, 185, 187, 188, 189, 192, 197, 351, 357, 361, 362, 446, 452, 460,
198, 199, 200, 201, 202, 204, 205, 543, 545, 546
206, 207, 208, 209, 210, 211, 212, Lista, Alberto, 79, 284
213, 214, 216, 217, 218, 219, 220, Lleras, Lorenzo María, 14, 299, 422,
221, 222, 223, 224, 225, 226, 240, 426, 437, 466
247, 250, 264, 265, 266, 269, 270, Los cabellos de Absalón, 39
271, 275, 276, 278, 279, 301, 303, Los Toros de Fucha, 213, 214, 227
305, 307, 308, 314, 323, 361, 363, Loyola, Ignacio de, 502
390, 435, 438, 440, 448, 449, 450, v. t. jesuitas, 44, 50, 353, 466, 486,
454, 457, 458, 459, 463, 466, 484, 521, 525
503, 504, 508, 511, 536 Lutero, Martín, 43
de expresión, 183, 209, 225, 270,
273 M
de imprenta, 26, 27, 79, 80, 84, 93, Madiedo, Manuel María, 29, 459,

572 Índice
475, 485, 492, 493, 494, 495, 496 385, 392, 405, 411, 416, 458,
Madrid, 32, 33, 34, 40, 45, 46, 51, 57, 505, 549, 553, 554
59, 77, 79, 87, 117, 118, 119, 120, Mercurio peruano, 52 122, 329, 330,
121, 122, 123, 124, 125, 126, 131, 331, 333, 334, 351, 360, 368, 535
132, 146, 150, 151, 152, 154, 159, metáfora de la familia, 248, 249, 251,
160, 161, 166, 170, 185, 188, 208, 254, 257
227, 228, 229, 230, 259, 260, 292, v. t. familia, 17, 26, 62, 111, 190,
313, 324, 325, 251, 375, 394, 446, 231, 239, 240, 248, 249, 251, 254,
496, 526, 544, 545, 554 257, 326, 338, 349, 435, 442, 475,
Mainz, 42 493, 510, 518, 535
mal uso de la libertad de imprenta, metáforas, 233, 238, 248
211, 213, 225 México, 31, 32, 34, 43, 44, 46, 48,
Malthus, Robert, 424 52, 57, 77, 79, 117, 119, 120,
manifiestos, 87, 96, 101, 147, 533 121, 123, 125, 159, 160, 161, 170,
manuscrito, 56, 268, 395, 396, 481, 193, 194, 211, 226, 229, 242, 260,
482 261, 292, 326, 350, 351, 375, 381,
mapas, 28, 377, 379, 381, 382, 284, 417, 445, 446, 497, 530, 544, 547,
385, 386, 387, 398, 390, 392, 393, 548, 552
394, 395, 396, 397, 402, 406, 410, Miranda, Francisco de, 171, 177, 179,
452, 461, 534 180, 183, 381, 383, 390, 394, 398
Marinilla, 513 Modernidad, 19, 21, 32, 123, 160,
Mariquita, 493 195, 228, 283, 289
Marx, Karl, 424 Mompox, 59, 151, 268, 484
Medellín, 14, 31, 32, 33, 34, 121, Monarquía, 12, 13, 19, 23, 25, 46, 57,
123, 125, 259, 268, 292. 325, 98, 99, 127, 131, 133, 136, 139,
326, 351, 376, 417, 418, 472, 140, 143, 146, 147, 150, 151, 156,
480, 484, 494, 497, 498, 499, 157, 197, 199, 203, 205, 207, 213,
500, 501, 504, 505, 506, 508, 228, 240, 332
509, 511, 512, 513, 521, 522, Moniquirá, 301, 310
523, 525, 526, 548, 551 Morales, Lorenzo, 319
Melo, José María, 450, 468, 477 Mosquera, Manuel José, 319
memoria, 50, 154, 221, 242, 361, Mosquera, Tomás Cipriano de, 454,
362, 364, 374, 379, 380, 382, 460, 461, 462, 486

Índice 573
mujer, 27, 247, 329, 330, 331, 332, 142, 146, 151, 154, 156, 157,
333, 334, 336, 337, 338, 339, 340, 160, 161, 175, 201, 202, 225,
341, 342, 343, 344, 346, 347, 348, 229, 232, 235, 236, 252, 257,
482, 493 259, 260, 261, 272, 273, 284,
Murillo Toro, Manuel, 422, 426, 437, 290, 292, 293, 295, 296, 297,
453, 455, 466, 469, 488 299. 304, 312, 319, 323, 324,
Mutis, José Celestino, 51, 66, 530 325, 326, 333, 336, 343, 345,
Mutis, Sinforoso, 63, 350, 351, 391, 392, 393, 395,
396, 398, 400, 415, 418, 422,
N 423, 424, 425, 426, 430, 431,
Nariño, Antonio, 13, 50, 51, 57, 70, 433, 434, 435, 436, 438, 439, 440
77, 80, 81, 82, 83, 84, 85, 89, 90, números sueltos, 267, 506
91, 213, 214, 215, 330, 347, 348,
370, 424, 530 O
narrativa, 21, 391, 397, 398, 419, objetividad, 67
554 Ocaña, 223, 226
nota de calificación, 208 opinar, 214, 272, 333, 509
noticia, 12, 44, 45, 50, 71, 86, 134, opinión, 12, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20,
148, 149, 150, 183, 235, 334, 345 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29,
Noticias públicas, 76, 88 30, 35, 37, 38, 39, 40, 48, 57, 62,
Nuestra Opinión, 91, 521 64, 66, 67, 68, 69, 72, 74, 75, 76,
Nuestro siglo XIX, 459 77, 78, 79, 80, 81, 82, 83, 84, 85,
Nueva Granada, 7, 8, 12, 13, 14, 15, 87, 88, 90, 91, 92, 97, 98, 99, 100,
24, 25, 27, 31, 33, 34, 37, 38, 39, 102, 103, 104, 107, 108, 110, 111,
40, 41, 43, 44, 45, 46, 47, 49, 51, 112, 113, 114, 115, 116, 117, 129,
53, 54, 55, 56, 57, 59, 61, 63, 64, 130, 131, 132, 133, 134, 135, 136,
65, 66, 67, 68, 69, 70, 71, 73, 75, 138, 139, 140, 141, 142, 143, 144,
77, 79, 80, 81, 83, 85, 86, 87, 89, 146, 147, 153, 154, 155, 156, 157,
90, 91, 92, 93, 94 ,95, 96, 97 , 98, 158, 168, 173, 174, 175, 177, 189,
99.100, 101, 103, 104, 105, 107, 190, 197, 200, 201, 202, 206, 207,
108, 109, 111, 113, 115, 116, 208, 210, 211, 213, 214, 215, 221,
117, 119, 120, 121, 122, 123, 223, 225, 226, 231,232, 233, 234,
125, 131, 133, 135, 139, 140, 236, 237, 240, 241, 244, 248, 250,

574 Índice
251, 255, 257, 258, 263, 266, 270, 330, 347, 348, 377, 379, 381, 392,
271, 272, 276, 281, 282, 283, 284, 397, 406, 411, 422, 430, 436, 437,
285, 286, 289, 290, 293, 294, 297, 440, 442, 443, 456, 457, 473, 477,
304, 305, 306, 307, 308, 315, 316, 483, 486, 487, 490, 496, 500, 507,
318, 321, 322, 323, 330, 333, 335, 509, 514, 515, 516, 519, 521, 525,
340, 341, 342, 343, 347, 348, 377, 529, 530, 531, 532, 533, 534, 535,
379, 381, 392, 397, 406, 411, 422, 536, 537, 538, 539, 540, 541, 542,
430, 433, 436, 437, 440, 442, 443, 543
444, 450, 451, 453, 456, 457, 471, Oportuna ocurrencia de una Beata,
473, 477, 483, 486, 487, 490, 495, 340
496, 499, 500, 507, 509, 511, 512, oposición periodística, 318
514, 515, 516, 519, 521, 522, 525, Orinoco, 13, 14, 31, 100, 101, 102,
529, 530, 532, 535, 537, 540, 543 103, 106, 123, 163, 164, 166, 168,
común, 40, 41, 48, 232, 236, 240, 184, 185, 187, 190, 191, 193, 195,
340, 512 198, 207, 210, 211, 212, 213, 227,
de los lectores, 72, 138 228, 244, 267, 380, 382, 394, 399,
del Rey, 25, 129, 157, 158, 209 401, 402, 403, 404, 405, 406, 407,
pública, 12, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 409, 412, 415
20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, Ospina Rodríguez, Mariano, 422, 465,
29, 30, 35, 37, 38, 40, 57, 64, 66, 467, 469, 516, 518, 520, 521
67, 68, 69, 72, 75, 76, 79, 81, 82,
83, 84, 87, 88, 90, 91, 96, 98, 99, P
100, 102, 107, 108, 110, 111, 112, Padilla, Diego Francisco, 81, 83
113, 114, 115, 116, 117, 129, 130, Padilla, José Prudencio, 405
131, 132, 134, 135, 135, 138, 139, Paisano observador, 283, 284, 285,
140, 141, 142, 143, 144, 146, 153, 286, 290
155, 157, 158, 173, 174, 175, 177, palabra impresa, 94, 97, 131, 170
189, 197, 208, 211, 213, 214, 215, Pamplona, 301, 320
221, 225, 226, 231, 232, 233, 237, Panamá, 243, 267, 268, 277, 358,
238, 241, 242, 250, 255, 263, 266, 377, 438, 479
281, 282, 283, 284, 285, 286, 289, panfletos, 115, 177, 269, 480
290, 293, 294, 297, 304, 305, 306, Papel Periódico, 12, 13, 34, 51, 54,
308, 315, 316, 321, 322, 323, 324, 55, 56, 57, 58, 70, 87, 123, 129,

Índice 575
283, 329, 330, 331, 333, 334, 336, 346, 347, 348, 349, 359, 360, 362,
337, 339, 341, 345, 346, 349, 351, 363, 368, 369, 372, 383, 422, 423,
354, 359, 360, 366, 367, 370, 440, 444, 447, 448, 449, 452, 455,
371, 502, 504, 506, 535 456, 463, 464, 466, 470, 474, 475,
Papel Periódico de la Ciudad de Santafé 477, 478, 481, 482, 486, 488, 492,
de Bogotá, 13, 34, 57, 329, 330 493, 495, 499, 500, 502, 503, 504,
París, 5, 13, 14, 20, 31, 46, 67, 119, 505, 506, 507, 509, 510, 511, 512,
159, 160, 377, 378, 391, 392, 513, 514, 515, 516, 517, 518, 519,
397, 401, 404, 407, 419, 458, 520, 521, 523, 524, 531, 533, 534,
472, 485, 551, 552 539, 540, 541
partes de batalla, 533 periodismo, 13, 16, 164, 168, 176, 178,
Partido Conservador, 462, 485 180, 184, 458, 463, 507, 537, 542
Partido de los Libertadores, 379 Piar, Manuel, 380, 399, 402, 403, 404,
Partido Liberal, 459, 464, 471, 483 405, 406, 407, 408, 409, 412, 413,
Partido Libertador, 406 414, 415, 416
pasquines, 42, 57, 169, 177, 495 Política cristiana, 357
Paz de Basilea, 171 Popayán, 71, 73, 86, 91, 106, 107, 113,
Peñalver, Fernando de, 188 121, 149, 156, 160, 162, 268, 394,
Pérez Calama, Joseph, 28, 353, 354, 430, 431, 520, 535
355, 356, 357, 358, 359, 360, 361, Portugal, 121, 387, 389, 418, 420
363, 364, 365, 366, 371, 373, 374 Primera República, 85, 86, 87, 90, 93,
periódicos, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 24, 131, 136, 142, 178, 200, 232, 390,
27, 29, 30, 37, 42, 51, 52, 53, 54, 391, 397, 411
55, 56, 65, 66, 77, 78, 79, 80, 81, Primicias de la Cultura de Quito, 28,
87, 90, 96, 101, 102, 103, 106, 52, 123, 329, 330, 332, 333, 351,
107, 109, 113, 114, 136, 141, 354, 356, 359, 366, 367, 373
144, 146, 147, 150, 151, 161, 169, proclamas, 92, 101, 134, 147, 153, 156,
174, 178, 182, 187, 190, 197, 206, 189, 524, 533
207, 208, 209, 210, 211, 212, 213, propaganda, 92, 168, 178, 207, 468,
214, 218, 220, 222, 225, 237, 245, 469, 539, 543
264, 265, 266, 267, 268, 270, 274, Provincias Unidas de la Plata, 277
284, 297, 305, 309, 311, 321, 322, pseudónimo, 332, 518
323, 324, 329, 330, 331, 333, 335, publicidad, 15, 17, 18, 19, 22, 25,

576 Índice
27, 30, 38, 40, 42, 43, 46, 48, 49, Reconciliador Antioqueño, 513
50, 53, 54, 63, 64, 66, 67, 70, 71, Reconquista española, 25, 38, 92, 95,
73, 108, 116, 130, 132, 136, 137, 96, 97, 129, 130, 132, 135, 136,
138, 145, 146, 147, 149, 155, 157, 138, 139, 145, 146, 148, 150, 154,
271, 274, 285, 449, 473, 535, 538, 208, 209
539, 542, 543 redactor, 54, 86, 103, 163, 166, 167,
público lector, 264, 273, 322, 451, 180, 181, 184, 185, 187, 278, 369,
458, 459, 490, 491, 508, 542 371, 491, 492, 494
Puebla, 357, 481 Redactor Americano, 5, 12, 30, 51, 53,
pueblo, 15, 37, 39, 40, 49, 63, 68, 70, 72, 124
72, 78, 80, 81, 88, 106, 110, 111, Reflexiones de una Dama Filósofa sobre
132, 141, 142, 164, 164, 201, 204, un punto importante de educación
205, 211, 213, 216, 217, 225, 238, pública, 341
242, 243, 245, 246, 247, 267, 270, Reflexiones sobre la opinión pública,
271, 273, 274, 275, 282, 284, 297, 67, 121
302, 305, 306, 314, 333, 334, 368, Relacion del espantable terremoto que
373, 381, 382, 383, 389, 390, 448, agora nuevamente ha acontecido en
449, 450, 451, 459, 462, 463, 464, la Ciudad de Guatimala, 43
476, 480, 489, 491, 494, 503, 504, Renaudot, Théophraste, 45
509, 513, 514, 515, 517, 524, 538 reporteros, 264
República, 13, 25, 27, 72, 100, 107,
Q 110, 112, 113, 127, 139, 157, 172,
Quito, 8, 28, 52, 54, 77, 79, 123, 179, 190, 198, 201, 202, 203, 204,
202, 234, 237, 246, 252, 257, 205, 206, 207, 211, 213, 217, 218,
268, 269, 329, 330, 332, 333, 351, 220, 223, 224, 225, 226, 232, 236,
353, 354, 355, 356, 357, 358, 359, 239, 243, 245, 256, 272, 296, 299,
360, 361, 362, 363, 364, 366, 367, 308, 318, 338, 391, 398, 423, 429,
368, 369, 370, 371, 372, 373, 375, 430, 431, 437, 457, 480, 488, 501,
376, 391, 394, 395, 460, 534, 549 521, 530
República de Colombia, 5, 28, 161,
R 201, 202, 203, 216, 217, 218, 224,
Real y Pontificia Universidad de 225, 227, 231, 234, 237, 239, 240,
Caracas, 163 343, 244, 246, 250, 252, 255, 257,

Índice 577
258, 272, 293, 377, 378, 380, Santa Fe de Antioquia, 499, 504,
381, 382, 391, 392, 394, 395, 519, 520
396, 401, 402, 404, 407, 419, Santander, Francisco de Paula, 100,
427, 434, 509, 511, 534 164, 168, 198, 200, 202, 204,
República de la Nueva Granada, 205, 206, 209, 213, 214, 215,
296, 433 217, 218, 220, 221, 222, 223,
República Granadina, 347 224, 225, 231, 234, 235, 237,
Restrepo, José Félix de, 504 243, 244, 246, 248, 249, 250,
Restrepo, José Manuel, 63, 234, 246, 251, 254, 255, 256, 267, 293,
255, 257, 377, 379, 380, 382, 295, 296, 297, 299, 300, 301,
391, 392, 394, 416, 504, 505, 307, 309, 311, 312, 313, 314,
508, 534 315, 316, 318, 322, 393, 394,
Revolución francesa, 17, 57, 74, 395, 426, 437, 476, 509, 511
136, 225 santanderistas, 240, 318, 448, 536
Revolución Industrial, 173 Semanario de Agricultura y Artes diri-
Río de Janeiro, 387, 546 gido a párrocos, 59, 125
Río de la Plata, 229, 230, 384, 544 v. t. agricultura, 59, 60, 62, 63, 88,
Rionegro, 237, 393, 499, 505, 512, 156, 164, 235, 280, 356, 358, 364,
513 424, 425, 431, 433, 436, 437, 441,
Rodríguez de Campomanes, Pedro, 444, 501, 520
62 Semanario de Caracas, 164, 168, 176,
Rodríguez Torices, Manuel, 87 179
Rodríguez, Manuel del Socorro, Semanario de la Nueva Granada, 12,
12, 30, 51, 54, 70, 72, 329, 13, 31, 51
339, 370, 503 Semanario del Nuevo Reyno de Granada,
Roma, 43, 56, 107, 191, 340, 363, 33, 63, 65, 125
473, 504, 532, 552 Semanario Patriótico, 77, 79, 125
rumor, 42, 272, 303, 412, 429 semi-autonomía, 171
v. t. autonomía, 86, 206, 209, 223,
S 320, 463, 474, 505, 512, 513
Samper, José María, 450, 466 sentido común, 312, 333, 340
San Andrés, 277 Septenario al corazón doloroso de María
Santa Catalina y Mangles, 277 Santíssima, 44

578 Índice
sermones religiosos, 92 Tribunal de Censura de la Imprenta,
seudónimo, 279, 280, 523 359
sistema de enunciación, 27, 263 v. t. censura, 15, 46, 56, 112, 145,
sistema de subjetivación caballeresca, 146, 154, 178, 202, 206, 209, 266,
41 306, 310, 320, 357, 428, 488, 508,
sistema federal, 223, 236, 257, 321 519
sistema monárquico, 98, 103, 133, Trinidad, 169, 171, 172, 174, 180,
241 189, 194, 195
sistema republicano, 102, 240, 241, Trinidad Weekly Courant, 172
245, 293, 304, 312, 321, 322, 515 Tunja, 14, 86, 301, 506, 535, 546
Smith, Adam, 60, 424, 441
soberanía popular, 91, 105, 448, 538 U
soberanía regia, 132, 133 unanimidad, 27, 112, 115, 153, 240,
Sociedad Económica de Amigos del 248, 257, 258, 293, 304, 307, 316,
País, 59, 334, 353, 438 317, 318, 320, 321, 322, 323,
subjetividad, 319, 323 324, 537
Sucre, Antonio José de, 247, 413 v. t. consenso, 40, 88, 108, 112,
suicidio, 333 138, 153, 307, 322, 447, 537
Suramérica, 8, 27, 329, 330, 331, 333, uniformar las ideas, 87, 88, 447
335, 337, 339, 341, 343, 345, 347, Universidad Tomística, 513
349, 351, 385, 386, 387, 389, 430, Urdaneta, Rafael, 295, 301, 312,
497, 526 413, 415
suscripciones, 59, 267, 452, 458, 470, utilitarismo, 424
478, 515, 516, 517
V
T Valencia, 26, 72, 117, 123, 149, 176,
tendencia, 214, 216, 284, 311, 314, 178, 231, 234, 235, 236, 238, 244,
323, 382, 438, 452, 466, 488, 516 257, 354
tertulia, 19, 70, 365 valor histórico, 179
Thesoro de Covarrubias, 39 Venezuela, 7, 14, 26, 31, 99, 100, 101,
tipos móviles, 42, 175 108, 117, 162, 163, 164, 165, 167,
tirajes, 264, 266 168, 169, 170, 171, 172, 175, 176,
Torres, Camilo, 78, 79 177, 178, 179, 180, 181, 182, 183,

Índice 579
187, 188, 190, 192, 193, 194, 195, voz, 24, 27, 39, 41, 76, 82, 85, 101,
196, 202, 224, 225, 226, 227, 230, 102, 114, 131, 134, 136, 138, 139,
231, 232, 234, 235, 236, 243, 244, 142, 143, 177, 190, 211, 233, 263,
246, 250, 251, 253, 257, 267, 326, 269, 271, 272, 273, 274, 276, 279,
377, 380, 384, 391, 392, 394, 395, 280, 281, 283, 284, 285, 294, 316,
396, 397, 398, 399, 403, 404, 414, 318, 322, 330, 332, 333, 340, 341,
417, 446, 454, 460, 461, 469, 470, 343, 349, 365, 371, 481, 482, 524,
534, 544, 545, 546, 555 537, 550, 555
veracidad, 64, 286 Voz del pueblo, 39, 40, 72, 126
verosimilitud, 321
vida pública, 204, 241, 307, 310, 447, Z
462, 493, 534 Zaragoza, 502
Vieja Providencia, 277 Zea, Francisco Antonio, 55, 56, 101,
Virreinato de Nueva Granada, 343, 185, 370, 400, 415, 430
345
Virreinato de Santafé, 355, 425, 441,
444

580 Índice
Este libro se realizó en Julián Hernández Taller de Diseño en el mes de julio de 2012
y se compuso con fuentes de la familia Garamond.

Primera edición, 400 ejemplares.

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