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Spencer (1855) Principios de Psicologia PDF

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J?

S:I:COLOG-:I:~

t '
OBRAS DE SPENCER
PUBLICADAS POR «ESPAÑA MODERNA•, DE MADRIO

Pesetas.

La Justicia ...................... . 7
La Moral (Esta obra se está reimprimiendo) ..... 7
La Beneficencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . ....•. 4
El organismo social. ........................ . 7
El Progreso ..•.......................... . .. 7
Exceso de Legislación. . . . . . . . . . . ....... . .. . 7
De las leyes en general ............... . 8
Etica de las prisiones...................... . 8
Los datos de la Socio logia (dos tomos) ........ . 12
Las inducciones de la Sociologfa y Las institucio-
nes domésticas....................... .
Las Instituciones profesionales. . . . . . . . . . . . . •.
Las Instituciones industriales... . . . . . . . . .....
Las Instituciones eclesiásticas ....•............
Las Instituciones sociales .................... .
Las Instituciones politicas (dos tomos).. . .

Principios de Psicologfa \ ~::·::: ·.. :::::::::. :


(cuatro tomos) ....... f 3.0 ...... • ........

. 4.· ..............•
Collins.-Resumen de la filosoffa de Spencer (dos
tomos) ..........•...•........•...•..••..
BIBLIOTECA DE JURISPRUDENCIA, FILOSOF(A E HISTORIA

~. 1-22\
~~· P R 1N C 1P 1O S
DE

PSICOLOGIA
POR

HERBERT SPENCER

TRA.DUCCIO:N"

FOR

J. GONZÁLEZ ALONSO

'rO~C IV y últi=o

FAClJLTAD DE ,QSC lA Y
SlEPARU.WENTO Of f LO.)Q A f A

LA ESPAÑA MODERNA
LÓPEZ HOYOS, 6
¿ MADRID

g} 5H

o
ES PROPIED.\D

ln1p , de Julln Pére: Torre!.-l':tuje tle Valde:cilla, 2.


PRINCIPIOS DE PSICOLOOIA

TO::M:O : t V

SEPTIMA PARTE

.~NAL!Sl.S G;,.NERAL

CAPITULO PRU!ERO

LA CUESTIÓN FINAL

§ 384. Cuando al principio se examinaba el objeto de


la p•icología (§ 53), se mostraba que <lo que distingue a
la psicología de las c!enc!fl~ en qne se apoya es que cada
una de sus proposiciones tiene en cuenta a la vez fen6me-
nos internos ligados entre sl y fenómenos externos ligados
entre sí a los cuales se refieren ..... Supongamos que A y B
sean dos fenómenos del medio ambiente que tienen entre
sí una relación (por ejemplo, el color y el sabor de un
fruto). Mientras examinamos la relación en si misma o
como asociada a algón otro fenómeno externo no nos
ocupamos más que de una porción de la ciencia física.
Supongamos ahora que a y b ~ean las sensaciones produ·
cidas en el organismo por esta luz particular que el fruto
lOMO )Y
2 PlHXCU'IOS Uli. P::,IC..:OLOtifi\

refleja y por la acción químic1 de su jugo sobre el pala-


dar..... entonces pasamos al dominio de la psicología de~­
de el momento en que investigamos cómo existe en el or-
ganismo una relación entre a y b que corresponden de
una u otra manera a la relación entre A y B.
Así propuesto, el problema de la psicología pre,c;;ta
diversos aspectos según que el punto dominante sea tal o
cu1l de las dependencias mutuas entre estas relaciones.
·~- .....
• A B •
\ 1
\ 1
\ 1
\ 1
\ 1
\ 1

Si recordamos que la ley de la relación ABes el proble-


ma de la ciencia objetiva la cual toma como concedido
que a b le responde, debemos notar que el problema de
la ciencia subjetiva es divisible en d ~s problemas, según
que investigue la naturaleza de la conexión a b (conside·
rado como concedido el resto), o según que investigue la
naturaleza de la conexión entre a by A B. Si representa-
mos por una figura estas relaciones mutuamente depen-
dientes, y si suponemos conocidos A B y la conexión de
A con a y de B con b, tenemos que preguntarn<>s de qué
manera se establece la correspondencia de la relación a b
con A B. Por otra parte, si suponemos a b conocidos, po
demos preguntarnos cómo son conocidas las otras depen-
dencias recíprocas, si tenemos alguna garantía para afir-
mar la conexión de a con A y de b con B, y si es asi,
cuál es esa garantla.
HRRBERT SPBNCRR
------------------
En las partes precedentes de esta obra se ha estudia-
do el primero de estos problemas bajo sus diversos aspec-
tos, Considerando concedidos A B (lo objetivo) y su co-
nexión con a b (lo subjetivo), hemos examinado cómo se
ha establecido la correspondencia de lo subjetivo a b, y
hemos estudiado la cuestión por de pronto, sintética-
mente, en seguida anaHticamente. Ahora tenemos que
abordar otro problema: la teoría de la conexión entre A B
y a b. En otros términos necesitamos pasar de una in ves·
tigaci6n sobre la naturaleza del espiritu humano a una
investigación sobre la naturaleza del conocimiento huma.
no. Este problema que es el último, ha sido tratado ge·
neralrnente como el priméro. Al examinar las condicio-
nes del problema se verá cuan poco verosimil es que de
este modo se llegue al éxito.
§ 385. El "onocimiento implica algo conocido y algo
,que conoce; de donde se sigue que, una teoría del conoci-
miento es una teoría de las relaciones que existen entre
lo que es conocido y lo que conoce. Examinamos la dife-
rencia de estas tres cosas.
Aquí, de un lado, hay un agregado de proposiciones
que tienen relaci6n con los objetos, y considerarnos cada
grupo de estas proposiciones, por ejemplo, Ia8 que cons ..
tituyen la ciencia de 1a astronomía, como expresan:!o
ciertas conexiones que continúan existiendo, que continúe
0 no continúe existiendo la conciencia. Allá, de otra par·
te, hay un agregado de proposiciones que se refieren a los
estados de conciencia y consideramos estas proposiciones
como expresivas de ciertas conexiones que continúan exis-
tiendo independientemente de la persistencia de cualquie.
ra otra conexión.
Tenemos aqul ahora ciertas proposiciones que no afir-
man ninguna conexión entre ias cosas ni entre los pcnsa-
PH:lNCH-"10~ OE P~I<..:ULObL\

mitntos, sino que afirman conexiones entre las cosas y


los pensamientos. O, para hablar con más exactitud, por
más que estas proposiciones afirmen implicitamente cier.
tas conexiones entre las cosas y ciertas conexiones entre-
los pen!'iamientos- conexionEs que son sus elementos
indispensables-, sin embargo, las conexiones que les in·
teresan inmediatamente son las que existen entre las co-
sas y los pensamientos. Si, pues, distinguirnos una ciencia
objetiva o teoría de lo conocido y una ciencia subjetiva o
teoria de Jo qne co:;.oce, es evidente que una teoría del
conoc!miento que responde a lo que comunmente 11am2.-
mos metafísica es una coordenaci6n de las dos primeras.
Y si esto es asf, una verdadera teoría del conocimiento,
implica una verdadera teoría de lo que conoce y una ver...
dadera teoría de lo que es l!Onocido, puesto que un error,
en uno u otro de los factores, debe implicar un error en
el producto. Sin duda en un sentido las tres cuestiones 'e
resuelven directamente si lo está una de ellas; pero mier.·
tras que una verdadera teoría del conocimiento es impo-
sible sin una teorh verdadera de la cosa que conoce, ?
f>in una teoría de la cosa conocida que es verdadera todo
lo lejos que se la lleve y que, de ello, &e desprende que
un progreso hacia una teoría verdadera de uno de los tres
puntos, depende de un progreso hacia la verdadera teoría
de los otros, pienso yo que es e\'idente que, puesto que
una teoría verdadera del conocimiento implica una coor·
denación verdadera de lo que conoce y de lo que es cono-
cido, esta teoría no podrá ser completa más que cuando
sean completas las teorías de lo que es conocido y lo que
conoce.
El único procedimiento que da alguna esper2nza ee
aquel que se ha seguido, no por los metafísicos, sino por
la especie humana en general. Consiste: por de pronto,
6 PHll\CJl'lO:::O UE P~ICOLOGl.r\

una forma más sistemática y que la teoría de lo que cono·


co la ha sido igualmente mejor sistematizada, se debe de
ella concluir que nos ha1larr:fts en situación de -.·oher a
tomar e! examen de la teorí& dtl conocimiento. Veamo&
d(mde esta m os.
Las ciencias ohstractas han llegado hace mucho tiem•
ro a un gr<:!.dO de 1csarraPc suficiente. Las ciencias abs-
tracto-~oncretas han hecho grandes progre¡_.,us para que

podam03 ccnsidet ar qu~ comp~·t·ndemos las leyes de las


acciones íbicas más import"nte". Las ciencias concretas ..
que tienen por objtto las tram.formaciones continuas de
ias existencias sensibles, consideradas en totalidad. en
grupos o en particular, se han desarrollado separadamen·
te en precisión y en coherencia-precisi6n y coherencia
que se han hecho ahora mayores por el reconocimiento
de ciertas leyes que dependen de la transformación en ge•
neral y en parti.ular.
Por otra parte, el examen de las acciones de lo que
conoce se ha proseguido últimamente mediante la ayuda
de una estimación más precisa y más completa de lo co-
nocido. En el volumen precedente, la ciencia objetiva nos
ha ayudado a explica¡· la génesis y la naturaleza del pro·
ceso dd conocimiento; y, en la parte que acabamos de
terminar, l>emos examinado de una manera analitica el
proceso del conocimiento bajo todas sus formas, desde las
más complejas hasta las más simples y hemos llegado a
una conclusi6n sobre lo que es esencial en este proceso.
Preparados asi, tenemos que examinar nuevamente la
teoria del conocimiento y ver qué revisión se puede hacer
de ella mediapte la ayuda de las teorias revisad2s de Jo.
conocido y de ]o que conoce.
§ 386, Al hacer esto cumpliremos la promesa que irn·
plícitamente(bablamos hecho en los Pmneros Principios ai
IIEIHJE!iT SPEN<.;ER 7

tratar de los «D.<tos ele /¡¡filosojía•. Pretendíamos allí(§ 3g)


que la inteligoncia desarrollada está formada de ciertas
concepciones organizadas y consolidadas de que no se pue-
de despojar y que ya no puede entrar en actividad sin ser·
virse de elJas como el cuerpo no puede marchar sin la
ayuda de sus miembros. ¿Por qué medio de inteligencia,
que tiende hacia la filosofía, puede, pues, dar cuenta de
tstas conct:pc;ont:!s y mostrar su validez o invalidez? No
hay más que uno. Se deben admitir como verdaderas de
una ma11era provisio,.al las que son vitales y que no pue·
d.:n separarse del resto sin acarrear !a disolución mental.
Las intuiciones fundamentales, que son esenciales para el
proceso del pe.usamiento, deben aceptarse temporalmente
c,mo indudables, y se deja al resultado el cuidado de jus-
tificar la hipótesis de Sü incontestabilidad. Más adelan·
te (§ 40) preterJdía.nos que «si " parte de las btuiciones
tundamtntales aceptadas provisionalmente como verda-
d..:ras, esto es, act:ptadas pruvit~ionaimente corno tstando
di! a;.;uerdo con todos los otro~ datos de la conciencia, la
d·.:mostración o la ref!..ltadún Je este acuerdo liega a ser
t:l objeto deja filosofía y la prlleba completa del acuerdo
t:s la misma cosa que la unifica-.:ió11 completa, que es el
fia de la filosofía•.
Despu~s de haber expuesto por extenso este punto,
preguntábamos de qué datos se encontraba nectsitada la
filosofía y después de haber arrojado una ojeaua subre su-
gé!'!esis, aceptábamos como datos suyos concepcione~ pri-
mitiva3 que se consideraban concedidas en cada acto de
la vida cotidiana e incuegtionablt! en las Investigaciones
d~ todo ordon. De;ue entonces hemos proseguido la uni·
ficación indicada y hasta este momento, en todas partes,
hemos encontrado el acuerdo requerido. Ahora tenemos
que examinar estas hipótesis provisionales. m
proceso de
8 PtUNCJPlúS DE ;'bU)LÜGÍA

unificación proseguido en las grander: ciases dt: fen6me-


nos que se distinguen con las nombres de Biologia r de
Psicología nos ha conducido al Hn a estas mismas hipó·
tesis y la cuestión aqui propuesta es la de saber si pueden
unificarsí:: con t:l cuerpo coherent'e de concln&iones al cual·
nos ha conducido su aceptacióc. Porr1ue albtmos críti.:os
prttendtn que un análisis último rr:ur.:~tra un::t in:::ompatt ..
bilidad irreconciliable entre estos d>~';s, postulados de la
conciencia, y las conclusionts a que ccnduce la cor,cien·
cia interrogada de otra man.r;ra. En consecut:ncia, se h~:.:e
necesario examinar de ctrca estos pnst'..!iad~,~ y com;-:ro·
bar los razonamientos de los que rechazan su validez.
§ 387. En otros términos, tenemos que exc..minar la
cúesti6n controvertida del S\1jctv y del Objeto. Habíam;.1-3
tomado como dato la reladón que txi:o:te entr~ eilo~ en
cuanto divisiones antitéticas de la tot:llidad de hi3 ·:¡a.:,!-
festaciones de lo incognoscible. El cdifici0 de ccnclusione-1
que habíamos eleva.dv sobre este dato dd.re ser ine~table
si se prueba que el dato es f•lso o dudoso. Si el idea!Ha
tuviera razón la doctrina de h evoluci6n seria un sueñ~>.
Se J¡:be. pues) l1egar aquí a un resultado preciso. El
examen critico debe f0rzarnos a abandonar todas la;, in
ducciones hechas hasta aqoí. Dtbemo& reducirnos a t::sa
po1:sici6n en las que alg-unos t~e t:ncuentran aparentoerr..~nte
satisfechas en que se aCt!ptan dos c:·ecncias qu'! se destru·
}'en mutuamente; o bien Ceb-=mos mostrar q~e son erró·
neos Jos r&zonamientos de los idealis-tas y do:: los escépti-
cos. Inútil es decir ~~Ud la última hipótesis t'1 d resultad'l
que esp~ramos.
CAPITULO !!

L.\ HIPÓTESIS DE LOS M~TAI1 ISICUS.

§ 388. Cuando un escolar hace pua su maestro una


]arg". división, se le obliga ~eneralmente a que haga la
prueba de ella. Vuelto a su pupitre, multiplica el divisor
por el cociente y agrega el resto si lo hay al proc.lucto.
Supongamos que ei producto ~s igual al dividen·io, en ton ..
ces se puede condu!r qut: la división está bien hecha; pero
si los dos números difieren se induce de ello que ha h•bido
error, E.eJ. en la divisi6n eea c:1 el procedimiento emplea-
do para comprobarla. Supongamos sin embargo, que el
niña que reconoc'! la diferenda, afirma f!tle ambas ore·
raciones están bien hecha~. Ei maestro concluirá de elio
que es un impertinente o un to:1to. Pero si es incontesta ·
ble que compr~n:L: 1 >s princij)ios de la aritméti:a y si no
hay ninguna razón para dudar de su sinceridad, el mae3·
tro lle5al'á a suponer un comi'!nzo de locura. Y si, at mis ..
mo tiempo, encuentra que su alumno on sus relaciones
con su3 camaradas .:o:npra y veni:! en la presun:::ión de
que sus multiplkadones son correctas, por más que habi-
tualmente estén ~n coatra.JiciÓ:l con las divisiones de que
iguAlmente afirma la correcci6n, concluirá de ello que ~i
no hay un comienzo de locura hay una anomalia mental
inexplicable.
Al procedimiento intelectual que aquí hemos supues-
to sustituy:>.-no• un procedimi•nto de una especie en par-

Focultocl de filn
UN IV. DE SEVlLL! -_··_··-·.--~
10 Ph INUI'IOS lJE P~JCOJ OGIA
---------~

te diferente y tendremo" algo que se parece a la posición


•doplada por los idculistas )' los escépticos. El paralelo
<S tan compieto que, también para ellos, la inteligencia
tS conducida a resoiver un problema dado; que, por un
modo complejo de acción de esta inteligencia, llegan a
una conclusión particular; que, por otro modo de acci6:1
de esta inttligencia, llegan a otra conclusión completa·
mente dhtinta y que, aun continuando afirmando la pri·
mer1 co!'lclu~Jión, continúan crey'!ndo en la seganda, por
mis que, a la vedad, algun()S (oomo Hume) admiten que
o~la naturaleza, por una necesidaJ absoh;.ta e irresistible,
nos ha forzado a pensart que una cosa es verdadera por
más que no tengamos ninguna razón para hacer esta con-
clusión.
Si imisto tanto sobre este punto es con el propósito.
d.:: estabkcer distintamente esta cuestión:
¿Cómo los metafísicos tienell una fe inquebrantable
en un modo de acción intelectu• l y que traten con un
meno3precio comparativo el resulta¿o a que han llegado
por otro modo de acción intele.:tual? ¿C6mo tien~n una
¡;onfianza sin límites en su división y tan poca en la rnui-
ti~Hcación que sirve para corroborarla? ¿Por qué presll-
men implícitamente que el error está en el procedimiento
corto más bien que en el proce:!imicnto largo?
§ 389 La respuesta a esta cuestibn es que los meta-
fí=;icos estiman demasialo un modo particular de ac•
ción mental. Presuponen implicitamente la autoridad su-
proma de facultades muy elevadas desarrolladas muy re-
ciente:ne:Jtc y que les han conducido a conquistas inmen-
sas y hac~n como ai esta surerioridad fuera incondicio-
nal, Por el razonamiento se ha llegauo a una multitud de
resultados maraviilosos y el razonamie:llo ha excitado
una fe mucho mayor que la que le es debida,
11

Las causas próxlmas de c.fectos imponente!> ~e atratn.


siempre un respeto cxagcrodc. Un ejemplo de oilo nos lo
sumhtra el sentimiento prep~mderante que se muestra
resp.;cto de !a prensa como medio de instrucción. «Lo he
Jefdo en un libro,), es fra~e que se oye con frecuencia a
per6ooas que han recibido una educaci6n a me?ias para
la cual equi\'aie a «esto tiene que ser cierto,, En un gra•
do inferior se encuentra el mismo senthnknto en aque-
llos que han recibido una educaci6n superior. Una afir·
maci6n hecba por un escritor, a dos sueldos la línea o
la conclusibn hecha en el artículo cie fondo por un escri-
tor a veinte sueldos la linea, se reciben con un grado de
confianza mucho mayor que el que se concedería a la per·
sona misma. PodemOs descubrir la fuente de la ilusión en
la creencia, ahora corriente, de que la nación debe mora-
lizarse por 1ns l~cciones que aprende en les libros de cJa·
ses. Habiendo sido evidentemente el papel impreso el ins-
trumento para la difusión de la inGtrucci6n, y, sobre todo,
habiéndose arlquirido por el pa.,el impreso toda alta cul-
tura, se ha establecido entre la \'trdad, r lo que se h~
irnpn:so en el papel una ascciación, de tal suerte, que
mucho del respeto qul.! se le concede al uno se refiere al
otro.
Lo mismo puede decirse del razo~amiento. Por él he-
mos pasado de un pequeño número de nociones sim?les
y vagas, como las que poseen los salvajes a verdades nu.
mcrosas, comr,I~jas y precisas que nos sirven ahora de
guía de una manera to.n amplia. Nos ha ayudado a explo·
rar un universo en cuya comparación n";..;cstra tierra no
eJ más que un grano de arena, y a descubrir la estructu·
ra de una mónada, en cuya comparación un grano de
arena es una tie1ra, Nos ha servido para complicar y per·
feccicnar las arteo de la vida cu¡ a descripci6n exigirla
!2 Pl:UNC!Plü~ OE P;::,ICULOGl.\

endclopedias. Esto, naturalmente, ha producido un c11ito


de la razón que lleva a ciertas personas ::t suponer falsa·
mente qne su alcance no tiene límites, y otros que reco~
nccen limites a este alcance, a suponer fabamente qu"',
dentro de sus límites, sos datos son indudables.
§ 3go. Otra influenci• h3 fa1•orecicto el establecimien·
to de esta autocrada entre las fa¡_;ultades. La raz6;1 ha
servido de lnstiumento para reprimir las formas inferio-
res del gobierno mental, el gobierno por prejuicio, el go~
bierno por tradici6!') . etc., y donde quiera que los ha re·
emplazado, tiende a représentar el papel de déspota en su
lugar. Para el d..:sarrollo dd espiritu, como para el des·
arroilo de la sociedad, par~ce ser una ley que el progre·
so haj;ia la formad~ gobierno más elevada se haga pasan·
do por formas cada una de las cuales establee~ un poder
algo méno; tiránico que el poder que reemplaza. O, para
cambiar la comparadón, podemos decir que, al suprimir
otra~ superticiones, la misma raz6n llega a ser un objeto
final de superstición. En los espíritus que ha librado de
creencias inciertas llega a ser ella misma un objeto de
creencia inderta. Ab'Jorbe, por decirlo asi, la fuerza d~
todos ios errores que ha domado; y el respeto que se ha
concedido sin examen a todos e~tos e¡rores en detalle :)C
!e da en masa a la razón; se cambia en un servHismo tal
que nunca se piensa en pedirle los título, en que se basa
ese poder que ha arroj~do los errare~.
Al describir de esta manera el culto de lo que ha su-
primido las sup:!rsticionea y ha llegado a ser un objeto
de sup~r~tición final, estamos más cerca de la verdad H..
teral que lo que parecía al principio, Porque este culto
implica la hipótesis de que, al dar a la conciencia una
forma particular, se le da un pojer iniependiente de aquel
que !e pE!rtcnece intríu.secamente. Sin embargo, el razona-
miento no es nada más que la recordación de estad(JS de
conciencia va coordenados de una manera más simple, y
la recoorde~ación ya no puede dar a los resultados a que
se llega un valor independiente dtl que ya poseen los es-
tados de conciencia anteric.rmente cnorden~_dos como el
corte de un trozo de madera en una forma particular no
puede dar a esta madera u:I poder in:lependi~nte de aquel
que ya tenia.
§ 3gr. El hecho notable es que esta confianza ex-
cesiva en 1a raz6r., comparada con Jos modos infedo-
res de la actividad intelectual, no se ve en aquellos que
han llegado, con ella, a resultados tan sorprendentes.
Los hombres de ciencia, ahora corno sir:mpre, su!Jordi·
nan los veredictos de la conciencia a Jos cuales se lle-
ga por una operación mediata a los veredictos de can-
ciencia a Jos cuales se llega por una operación inme-
diata; O¡. para hablar con más precisión, subordinan los
veredictos, a los cuales se llega por un razonam!ento
prolongado y consciente a veredictos a los cuales se lle-
ga por un razonamiento que está tan cerca de se¡ au-
tomático, que ya no se puede llamar razonamiento. El
astrónomo que, por razonamientos cuantitativos elabo-
rados que llamarnos cálculo, concluye que e~ pase de
Venus comenzará tal día, a tal hora y a tal minuto, y
que, en el tiempo indicado, vuelve su telescopio al sol y
no ve ninguna mancha negra entrando en s~: disco, con-
cluye la falsedad de su cálculo, y no en la falsédad de Jos
actos de pensamiento relativamente breves y primitivos
por los cuales ha hecho su observación. El quimico cuya
fórmula explica que el precipitado aislado de un compues-
to nuevo debe pesar un grano y encuentra que el peso es
de dos gcanos, abandona inmediatamente el veredicto de
su razonamiento y no piensa en poner en duda ti vere-
1~ PLU~CIPJO.S DE L'SICOLOc;fA

dicto de su percepción directa. Lo mismo cabe decir de


las clases de hombres cuyos esfuerzos reunidos han cur.-
ducido nuestro conocimh.mto del universo al estado cohe·
rente y comprensivo que actualmente posee. En los es-
pectadores de estas hazañas de la razón es donde, más
que en ningunos otros, encontramos la estima exagerada
de su poder, y en los espíritus de estos expectadores su
usurpación es.tá con frecuencia en raz6n in versa dei co-
mercio con la naturaieza.
Naturalmente, no se sospechará de mi que me coloco
aliado de los que subordinan la razón a la fe. La cu2S·
tión en litigio es la del valor comparativo de las creencias
obtenidas por una operación intelectual compleja y de las
creencias obtenidas por una operación intelectual simple,
Pido que se aplace la aceptación de la hipótesis implícita
de que los prooedimientos complejos están relativamente
autorizados y la garantía de esta hipótesis. Llamo la aten-
ción sobre e! hecho de que los metafísicos, comenzando por
esta hipótesis como postulado, parecen ignorar que h•n
pedido algo, sea lo que fuere, y que se les pueda detener exi-
giéndoles que prueben que su postulado tiene una certi-
dumbre mayor que el postulado contrario. Los veredicto>
de conciencia son de dos espe~ies: -los unos son dados por
u¡¡ proceso comparativamente directo, los otros son dados
por un proceso comparativamente indirecto. La mayoría
de loo hombres toma por concedido que, cuando los re·
sultados de dos operaciones están en desacuerdo, los re·
sultados obtenidos por el procedimiento directo deben Sl!r
aceptados y los hombres de ciencia que emplean a la vez
los dos procedimientos, están de acuerdo con la mayoría
de los hombres al presuponer sin vacilación la superiori ·
dad del procedimiento directo. Sin embargo, el pequeño
número de metafísicos supone que el procedimiento indi-
!5

recto es el más ~levado. Aquí, al comienzo de la crítica


de sus conclusiones, se propone la cuestión.
¿Por qué el procedimiento indirecto es superior? Si
pueden dar una respur:sta sati::Jdcloria establecen el dere-
cho de obrar como obran; y sí no pueden tan probable e•
que la ilusión esté de su lado como del de sus adversario,.
I-le dicho ta11 probablemente cuando lo que he debido
decir es má• probablemente, porque aquí no tenemos que
pedir la justificación de su hipótesis para encontrar que
no hay ninguna manera de justificarla. En el proceso de
la razón co11tra la percepción, la razón pretende tener a
una mayor veracidad. Si esta pretensión ts contestada, la
razón no puede hacer otra cosa que emplear un procedi-
miento de la razón para hacer la justificación. Pero la va-
lidez de este procedimiento de la razón tiene ella misma ne ·
cesidad de ser probada, si la validez de la razón en general
tiene necesidad de serlo. La validez de la razón se consi-
dera concedida en un razonamiento por el cual se mues-
tra la veracidad superior de la razón. En esto no puede
haber más que una ·petitio pri1<cipii embozada. Si, de dos
testigoslla:nados a de~oner cada uno en su interés, A afir-
ma una cosa y B una cosa contraria, B no aumenta su
credibilidad por as~rcionea que suponen concedida esta
credibilidad. La razón, pues, es absolutam~nte i~apaz de
justificar su hipótesis. Una hipótesis está en el principio;
una hipótesis debe permanecer al fin.
CAPITULO III

LOS TÉRMINOS DE LOS METAFÍSICOS

§ 32g. La significación que ha adquirido cada pala·


bra durante su desarrollo ha sido determinada, de un lado
por su origen, de otro por su medio. Desde el punto de
vista del origen se puede seguir por las huellas la natura·
leza y el valor de las partes que componen la palabra, ha-
biendo t~nido cada una de ellas en un principio una signi-
ficación distinta todavía en ella implícita, aunque no se la
vea con claridad. En cuanto al medio se puede seguir,
¡:or las huellas, las diferenciaciones succsi1•as que han
dado a esta palabra la forma y las aplicaciones particula-
rt:s que posee ahora. Es una verdad familiar que la consw
titución presente de cada palabra proviene de una larga
descend.encia y que, en muchos casos, es necesaria, para
tener de .ella un conocimiento íntegro, estudiar las pala-
bras de donde ha salido; y, sin embargo, esto se olvida
con bastante frecuencia en las discusiones filosóficas. Pero
hay otra verdad correlativa de la primera que no es fami·
liar: la de que la constitución de cada palabra, en el curso
de:: su evolución, ha sufrido siempre modificaciones que la
hacen apta para cooperar con otras palabras. Sin embar-
go, el segundo factor no es menos importante que el pri-
mero. Las palabras no se han especializado y definido
más que combinando estas dos acciones, una con otra,
Jll!H.Dli.RT SPE:-JChR
17

en el curso de su formación. La significación de cada pa-


labra ha sido gradualmente restringida por el desarrollo
de las otras que se ban introducido en la esfera que esta
palabra ocupaba sola en otro tiempo. De cada palabra se
han venido a formar clases especiales de palabras y con
frecuencia grupos especiales en las clases con las cuales
estaba habitualmente en acción. Y en ciertos casos agre-
ga a¡, palabra accesorios me:li•nte cuya ayuda se articu.
la en cierto modo con las otras palabras que le dan su va-
lor, su dirección y su eficacia.
Para expresar de otra manera estas verdades podemos
decir que cada palabra tiene a la vez una connotación in-
trínseca y una connotación extr~nseca. No implica so fa ..
mente en diversos grados de claridad, la significación de
las palabra• de que ha salido; implica también la signifi.
caci6n de las palabras con las cuales coexiste; palabras
~!ue limitan, ext¡enden e individualizan su significación,
y que si falta queda ésta sin significación. Consideremos
de una manera concreta estas dos especies de connota-
ción.
Tomemos como ejemplo la palabra bru¡¡. Filólogos, y
entre ellos Grimm, la siguen progresivarnent~ hasta una
palabra común de las lenguas arianas que significa que.
mar. Algunos derivados de esta palabra se refieren a un
ilrillo semejante al de la llama, y los derivados brown, br11 •
1tt1s, brm:o, brazm, brwm, bruea y bruí1: que, en diversas len..
guas, significan Crzm, se refieren al color de un objeto ex-
puesto a la llama. Es decir, que la palabra, en su uso pri-
mitivo, describe cierta especie de apariencia, refiriéndola,
por metáfora, a uno de los concomitantes de ciertos pro-
cesos producidos en un objeta. El e& lado de conciencia re.
sumido por la palabra contenía idoa~ combinadas de tem-
peratura, de tacto, de presi6n, de forma, de movimiento,
TOldO JV
18 l'i<l:~CJl'JO~ 1>1!. l'Slt:OJ.OGI,\

dado el todo por el objeto mismo y por la acción con no.


tada; y sin todas estas cosas, nunca se hubiera adquirido
la significación adquirida. Poco importa para nu,stro ra·
.zonamiento que sea o no exacta la derivación expuesta.
Lo seguro es que ha tenido lugar una derivación de esta
especie que implica la experiencia, ya de objetos especia-
les, ya de acciones especiales, ya de amb•s cosas. No te-
nemos más que recordar nombres de colores recientes
como 1lal'a11ja y lila para estar seguros de que, todos los
n~mbres de color, fueron en el origen especiales y que no
llegaron a ser generales más que perdiendo Rus connota.
ciones intrinsecas. Y si es así, la palabra bmn (moreno),
no puede emplearse para expresar la idea de brun sin que
se bailen tácitamente implícitas algunas de las connota-
ciones intrínsecas.
Vamos a!iora a e11.amir.ar las connotaciones extrínse-
cas de la palabra. Pensur en el bmn es al mismo tiem~o
en un color. No puedo tener la conciencia que cor.stituye
su conocimiento sin referirlo a la clase de palabras a que
pertenece. E•to implica otra connotación extrínseca. El
color es una palabra abstracta que carece d~ si¿:n!fi:adó:1
sí faltan las s~nsadones :de color, de suerte que aqui Ee
connotan, de una manera indirecta, colores diferentes;
colores que forman con el brtm la dase a que es referid"
cuando acude al pensamiento. Esto no es todo. El color
no es pensable como c:;pccio Jo estado de conci:nda m:ls
que por oposici6n con todas las demás especies de estados
de conciencia; y reconocer un e~tado de conciencia com11
color es al mismo tiempo distinguirle del tact0, del gusto,
del olfato, del oíd.o, etc. De este mJdo se encuentran con·
notados numerosas clases de sensacione3 por la clase de
los colores, como lo es dla mis :na por el color particular
bnm. Tomemos otro grupo de connotaciones extrinsecas.
20 PR1NUP10!:' 01!. Pl~CVLOL.L-\

§ 3g3. Al comienzo de sus Principios del conocinimt1>


humano, Berkeley se ocupa del empleo de las palabras abs-
tractas; observa muy justamente que, en ningún caso, una
palabra abstracta puede trarlucirse en el pensamiento sin
que se piense en una o en varias de las significaciones
concretas que implica. Dice: «Yo puedo considerar la ma-
no, el ojo, la nariz, cada uno de estos órganos en si r.1is·
mo abstractamente, o separado de todo el resto del cucr·
po. Pero, entonces, cualesquiera que sean la mano o el
rejo que yo imagino debe tener alguna forma o color rar-
ticular. Me es igualmente imposible tener la idea abstrae·
ta de un movimiento distinto de un cuerpo que se nu~eve
y de un movimiento que no es ni rápido ni lento, ni cur·
\'Íiíneo ni rectilíneo y lo mismo se puede decir de cu~l·
quiera otra idea general abstracta, sea la que fuere•. Des-
pués de haber franca~1ente desembara..do el terreno de
las ambigüedades debidas al uso negligente de las palabras
abstractas, Borkeley c~mienza sti argumentación. Vamos
a interpretar sus palabras siguiendo su propio principi~ de
interpretación; las consideraremos como dt:finidas por sus
connotaciones intrisecas y extrínsecas.
En el primer párrafo del capitulo siguiente encontra-
mos las siguientes palabras: • Por ¡,,vista tengo las irfe.!s rft
luz y de coloro. Examinemos wcesivJmente cada mienbro de
esta proposición y consideremos to~o lo que significa.
La palabra por (by) e• una palabra completamente ab•-
tracta, tan abstracta, que nos sentimos muy inclinad0s a
dejar de lado la relación de dos términos que por lo menos
implica invariablemente. Sus connotaciones intrínsecas son
perdidas en un pasado lejano; pero nos bastarán sus con-
notaciones extrinsecas que encontramos frecuentemen~e.
Primitivamente la palabra significa próximo o cerca, como
en las expresiones estar colocado urca (lo cit by) pasar cer-
Ul.m.Bb:Rl.' ~PHNCI!.R 21

ca (to pass by). Siendo la proximidad la noción primitiva,


se producen acciónes derivadas, secundarias de proximidad
~on actividad ya subjetiva ya objetiva como en •herido por
una piedra)), noto por mí•. Una complicación ulterior con
siste en dar la proximidad por medio de un agente. t He sa·
bi:lo por L~ié.;raf:>l), •he VJt<.do por proc~ra'!ÍÓnt. Siempre,
pues, la palabra por connota dos o varias cosas que tiemm
una relación dc posición o de acci6n o de amb•s cosas.
Para expresar esto a la manora de Berkoley: e Yo no pue ·
do por nir:gún esfue¡·zo de pensamiento concebin, lo que
significa por a menos que piense en dos cosas que estén
cer~aaas o que se ponen en relación p >t" una cosa cercana

a ambas. De suerte que h expresión po, la visl> implica,


por su primer término, algo más que la sola vista.
La palabra vista implica toJavía más cl.:..ramente diver-
s.;s cosas como la palabra por. Se aplica a la vez a la facul-
ver y a la cosa vista y en el ~nglo-•aj6n geisght parece ha-
ber dominado cote último sentido. Sea de ello lo que fuer •
la palabra vista (sight) implica intrínsecamente una
-cesa que ve y una co~~ que es vista. Su significación
primitiva ha estaOl'!cid-, la rebelón de sujeto y de ob·
jeto y si se supone que esta relación falla, la signiH~ación
desaparí::CC. Hay más; no ~e puedo! f:1rmar ninguaa idea
que responda d la palabta vista si!"l !v:m3ar en un 6rgano
visual. Vista es un término abstracto que no ti~ne ningún
sentido si no existe en el e>píritu la idea de un ojo y de su
funci6n. Si, CC\TIO dice B~rkeley, eme es imposible formar-
me la idea abstracta de movimiento independientemente
dd cuerpo que ts.e muev~», me es, dt:! mismo modo, com·
plttamentc imposible formarme la idea abstracta de vista
indct~endient.:!mente de un ojo que ve y de un objeto al
cual :)e aplica, Asl la t>ala~ra vista, en su significación
plena e í:•tegra, inmediata y alojada, no• dice en partiou-
23 PR1NCH'J0!) lJL'.. 1-'SICOLOGfA

l·r lo que la palabra por nos dice en general; que hay al-
guna existencia indeterminada que tiene ccn nosotros uua
¡elación de proximidad.
Ven?amos a la tercera palabra de la frase: yo. No te-
nemos ntcesided de entrar en la cuestión controvertida
d' !a noción de i<'entidad personal. Nos basta atenernos
al hecho de q•1e yo. en su oentido primitivo y en su ser ti·
do actu&l pnra la masa del género humano, significa la
individuniidad en su todo, cuyo elt>mento dominante en
el pensan1ic:mto es el organismo con sus forma~ exttnsas.
Tampoco tendremos necesidad de ocuparnos de las con.
clusiones especulativas que se refieren al origen de los
pronombres personales, de los que el primero se dice sig-
nificarla «el aquí», «el segundo•, c.el próximo de aquh,
derivaciones que me parecen sumamente dudosas. Basta-
rá mostrar el hecho indudable de que los pronombres
personales existen y que no adquieren un sentido más que
por sus relaciones recíprocas. En ninguna parte se puede
encontrar un lenguaje que tenga un pronombre de prime·
ra. persona, sin uno de la segunda, un yo sin un t~'; nin in-
quietarnos de la connotación extrinseca, ha sido y conti-
oúa siendo la ex stencia de lo que es no-yo: r.O, bajo la forma
de otro individuo semejante, 2:,bajo formas que implican
Jr.dividuos análogos; 3.', bajo formas que implican seres di·
terentes.
Llegamos ahora a la palabra tener. Los filólogos han
mostrado la connotación intriseca de la palabra; en su
raiz más profundamente conocida, significa tccar o ccger;
por consiguiente, Ja acción de una mano sobre un objeto
cogido. Sai>ir significa en derecho •lomar posesión•, y
•ocupación• significa a la vez <posesión• y •cosa poseí-
da>, De suerte que, en el origen, tmer connotaba una co-
nexión entre el organismo y un objeto externo. Adquiere
HJ.W.OERT ~PENt..:iW.

gradualmente un sentido más amplio a medida que esta


conexión se hace más indirecta y más variada; y, en un
sentido todavía más metafórico, esta palabra fué aplicada
a las modificaciones mentales. Aún ahora no tendría nin-
¡:;ún sentitlo en la auser.cia de Jas numerosas ideas de co-
sas externas que esta palabra entraña con~igo. Yo teugu
es una combinación de palabras que no pueden tener un
•entido para el pen~amiento más que connotando una dis-
tinción entre algo que tengo y algo que no tengo. Si to-
cas las cosas estuvieran para mí en la relaci6n que im-
plica la idea de posesión, entonces la posesión dejaría de
Eer pensable por no tt:ntr un correlativo. De su~rte que,
por su connotación intrín~eca y extrínstca, la palabra teuer
1mp!ica necesariamente la idea de una existencia distint<.
que la nuestra propia,
Tt.:nemos ahora que invt:stigar lo que entendemos di-
recta o indirectamento por i.lea. El scntiJo primitivo de
la palabra iZa~< es forma. De donde ha venido la noción
becundaria de una aparieHcia distinguida de la realidad.
D•spués, en la filusofh plat'>nica, el s·,ntido se halla
tan invertido que las iOtat. sen los tipos eternos de que
lo.s cosas sensibles son copias pasajeras. A travé:¡ de to·
dos estos. cambios d~ significación, hay, sin embargo, un
tlemento constante; la conexión dt: la ide,;, con algo de
que es Ja i:!ea, sea 1a conexión de una forma con una sus·
taocia, de una apariencia ccn la realidad o de un tipo di-
vino con objetos moldeados sobre él. Esta connotación
intrínseca de una existencia que no es la idea, ha sobrevi·
vido tanto en la filosofía como en la vida común, y nadie,
sea quien fuere, pueGe emplear tal palabra sin que estt
implícita esta connotación.
Si se duda de ello basta preguntarse lo que implica la
palabra siguiente de. Es un término sumamente abstracto
24 PRINCIPIOS DE PS!COLOGf.\

que implica una reiación; relación dt: una cosa con otra,
de un sujeto con un atributo, de una causa con un efecto;
en una paiabra, relación que irnplic;¡ universal y necesa·
riamente dor. términos: como «hijos de Juan•, <olor a,
rosa•, •coz a, caballo•, Así, 1" rr.ismo la palabra J¡ que
la paiabra idea connota intrínsecé.mente dos existencias,
y estas palabras reunidas idea de, como una y otra con no·
tan, esta segunda exi~tencia, no tiene ningún sentido si
elJa falta; no ofrecen nada al pensamiento como tampoco
las palabras movimie11to de representan algo si falla la con·
ciencia de un objeto que ~e mt;eve.
Venimos al fin a la palabra color (omitiendo la pala-
bra ltn, que se polría someter a un examen análogo). Ya
hemoS visto que el color es impensable sin Ia1 connota·
ciones extrínsecas de tiempo, extl!nción de dos dimensio-
nes, posición, clase, semejanza, diferencia, etc., y que, en
fin, si es concebido como color particulai, lo que admite
Berkdey, connota intrín:;ecs.mente al.;o particular para
este color. N•llemos ahora que el término que falta en
la relación que expresan bajo forma incom?l~ta las pa·
labras i.lea de es este color particular característico de
un objeto y que le connota. He ahí esta segunda existen-
cia que implica la primera existencia id«> tan tien como
el término que expresa la rdación dt, El exornen crítico
de nuestra8 idea~ nos mue:;tra que, no solamente es necc:::-
sario para dar un sentido a las palabras, que co!or e idea
se refieran a do3 exi;,tencias diferente<:, sino que taT.bién
encontramos que la existen eh u la cual se refiere b palc.~.­
hra colo,. está ligada indisolublemente n otrao existencias
condicionadas de una manera partholar.
Así sucede que cada palabra ,Je la frase dice la mis·
ma cosa. Cada palabra, por su constitución hereditaria,
lo mismo que por h~ diversas especializaciones que las
25

hacen aptas pi:ira juntarse a ctras palabras, muestra una


organización conforme a la relación fundamental del su-
jeto y del objeto. Cada miembro de la fraBe dice la mis-
ma cosa. Por la vist:1, tengo; si referimos los abstractos a
lo concreto, como quiere Berkdey, e~to s!gnifica yo por
el it~termedio de mi ojo recibe algo y es imposible pensar
que se recibe algo por ur. interme.iiario, sin que haya una
tercer cosa de lo que mi intermediario reciba algo, El
otro miembro de la frase idea de rojo (p.ra referir el abs·
tracto color a un concreto), implica igualmente la con-
ciencia de dos existencias separajas ide,l y rojo-, de ia pro-
pia manera que tthijo de Jua;,:. implica la~ dos existen-
cias separadas de Juan y de su hijo, Si reunicnos los dos
miembros de la frase se rrecisa ~~ sentido indetlnido del
primero, que es que. por un intermediario, reciba algo de
algo, y yo aprendo que, por e.;te intermediario, recibo
de algo rojo una idea que yo llamo i.Jea de ·zo rojo. Así,
pue3, tenemos ahí lo que la frase, considerada en su inte-
gridad y en sus part~s separada y conjunta mente quiere
decir y nadie, metafisico o no, puede st~prirnir las asocia.·
cion;!s estabiecidas entre las palabras de manera que ex-
ch1)'3. este sentido de su espírit·•.
Vayamos más lejos y demos. licencia completa al me-
tafLico. Toa1emcs sus palábras en el sentido que él quie-
re y admitamos por condescendencia que es pósible ex-
cluir de la con...:iencia sus con:1otaciones intrínsecas y
extrínsecas. Concedamos a B~rbley toda su tesis: diga-
mos con él que toda existencia no existe más que en el
espíritu y que el ser de cada cosa con~iste en ~er perc! ..
bido. Imaginemos que sus palabras no impliquen nada
más allá de los cstaios de conciencia o ideas. Supuesto
todo esto y concediendo una adhesión completa a la in-
tcrpretacií-n de B,rkeley, veamos lo que llega a ser su
26 PH.I:~ CJJ'lO~ DH l'::IJCOI.Ot.>IA

propo•ición: Por la vist,¡ tmgo l.ls ideas de luz y de color.


Siguiendo el precepto de Berkeley r<emplacemos el
abstracto vista por una palabra concreta; tenemos como-
c:ementos indispensables la idea de un ojo dirigido sobre
algo y de un poseedor de este ojo. Si se suprime uno de
estos elementos, la palabra vista ya no ofrece nada a la
conciencia. Si hay un poseedor sin un ojo, no hay vista;
si hay un ojo sin un po,eedor, no hay vista; si hay un
ojo y un poseedor sin nada que ver, no hay vista. Reco·
nacidos estos tres t!ernentos indispensables de la id< a de·
vista, tenemos que con&iderar ahora, en conformidad a la
hipótesis de Berkeley, estos elementos como otras tantas
ideas o grupos de ideas, Un ojo no puede ser para nos•
otros más que una combinación de ideas conocidas como
colores dispuesto de manera que produzcan la idea de·
ciertas formas ligadas en el pensamiento con ciertas ideas
de tacto y de presión que se combinan en ideas de mag-
nitud tangible, forma, blandura, elasticidad, etc,. y ellas
mismas están ligadas con ciertas ideas de movimiento-
que revelan esas otras ideas, Y ahora Berbley sostiene-
que, por e•tas ideas agrupadas ligadas y ajustada de una
maner~ ideal a alguna otra cosa que debe 6er una idea,
tongo la idea de un color, Si el lector encuentra que esto
le ilustra tiene vcrdadtrnmentc una organización mental
particularísima. Pero, al admitir que:: comprende esta pro·
posición, se le\:anta ante él una cosa todavía más difícil
de comprender, Porpue el grupo compiejo de ideas lla-
mado un ojo por el cual tiene las ideas de colo"• está
comput.sto en parte de ideas de color, en parte de otras.
ideas que, cuando se las ddine, implica cada una clara-
mente ideas de color. Así, •i nos representamos el color
por " (<stando rerresentada cada especie impllcita pcr "••
x,, x,, etc,), la forma vi•ible (que es también múltiple),
28

ría de otra crítica. El sigui~nte pasaje u os servirá de texto:


'Pod"mos, pues, dividir todas las pe•:epciones del es-
pirito en dos clases o especieo que se distinguen por su di-
ferente graJo de fuerza o de vivacidad. Se llaman comur.-
mente pensomien!os o ideas las que son menos fuertes y me-
nos viva:~;. Las de la otra esped~ no tienen nombre en
nuestra lengua ni en la mayoría de las restantes. porque
creo que no importaba mis que a los filósofos coiocarlas
bajo un lérmioo o denominación general. Permitasenos,
pues, llamarlas im,presioa~s, e:npl~::tn~o esta palabra en un
sentido que "e aparta algo Jel corriente. Entiendo, pues,
por impresiones tola~ nuestras percepciones más vivas cuan·
do oimos, vemos, sentimos, amamos-. odiamos, deseamos
o queremos. Y las imrresiones se distingu~n de las ideas,
que son las percepciones menos vivas de que tenemos
conciencia, cuando reflexionamo~ sobre las sensaciones o
movimientos mencionados más atrás.•
Evidentemente hay que tratar estas palabras como
las de Berkdey. En Hume, como tampoco en Berkeley,
la p>labra id•a no está despojada de sus connotaciones in-
tríns~ca y extrinsecas, por más que no se reconozcan
abierbtmen:te, y las mismas connotaciones intrínsecas y
extrínsecas acompañan a la palabra impresión y determinan
3U sontido, Porque aunque Hume nos di :a que emplea la

palabra en un sentido que se aplrta algo del corriente y


aunque quizá quiera decir que no hay que tomar la pala
bra impresi?n más que como con~otando una cosa que la
produce y una cosa que la siente, se puede, sin embargo,
:>ntener que estas connotacionc:i se han deslizado subrep·
ticiamente en su razonamiento y que no SI! pued~ susti-
tuir ninguna palabra que no entrañe tales connotaciones.
Pasemos porque esto está i:n~lí:ito en nueotras críticas
precedent~3; vengamos a otral critica.s.
Examin~fnos por de pro"!to ei valor de las palabras
que acompañan a las que tenemos que co~siderar más es·
pecialmente. Hume comienza por clasificar las «percep·
dones del espíritu• empleando la polabra percepción, no en
el sentBo moderno, sino en un sentido aplicable a todos
Jos estados de conciencia puesto que le extiende a las sen-
sacione~, ema:::iones. dr:;eo!:, vo!icicnes y a los recuerdos
de estos actos. Puesto que clasifica estas percepciones o
estados de conc·iencia, concede implícitamente que ~xis­
ten. Como no establece explícitamente la existencia de al·
guna otra cosa, y corno el fin de su razonamiento es mos-
trar que es dudosa la exist~ncia de alguna otra cosa, po-
demos de ello concluir que Ja existencia de «perc~pción de
espírit 1H o, como hoy decimos, de estado~ de conciencia,
está en todo caso fuera de duda. ¿Qué, pues, debemos en-
tender por ser o existir? Cuando al dividirlos Hume habla
de la existencia de las impresiones e idea~, ¿da a la palabra
su sentido ordinario? Se puede ouponer!o puesto que no
nos previene de que le dé otro. Sin embargo, las nociones
que expresan las palabras ser y existir, n.o parecen muy
apropiadas a su designio. Ser es ~permanecer., «estar
fijo~. La existencia se defin~ "el ser continuad.ol), tda du~
ración•, ttla continuación,. Persistir. tal es la noci6n f:Jn·
damental que está en el fondn de to1as estas significacio-
nes. Mientras un dolor persistct deci:nos que es; mientras
que la. respiradón, los movl!nientos del pulso y otros
movimie!1tos vitales persisten. decimos que la vida existe.
Si una fulguración no ha persistido, decimos que ha deja-
do de ser; mientras que afirmamos. la existencia de la luz
del sol en tanto que dura. Ante todo, esta duración, con-
tinuidad, ñjeza o persistencia es lo que queremos expresar
cuando afirmamos la existencia de lo ~ue llamamos obje-
tos, y, entre ellos, disÍinguimos los que existen y Jos que
30 ~ltl~JCiriOS DE PSICOLOGÍA

han dejado de exi•tir, según que en ellos encontremos o


no encontremos la persistencia.
Pero al interpretar asl las palabl'as ser y existir se sus·
cita una dificultad considerable cuando se les junta a las
palabras impresiones e ideas. Porque hay algunas como
el chasquido de un látigo que no persisten un tiempo
apreciable, y hay otra como la sensación de un asiento
sobre el cual se <stá que persisten mucho tiempo. Si que-
remos hablar de la existencia de estas impresiiJttes de la
manera que mejor concuerJe con el empleo odinario de
la palabra, yo creo que debemos decir que cada impresión
existe todo el tiempo que persiste. Y ahora, aplicando
esta palabra a las i>npresiiJnes e ileM de Hume, al interpre·
tarJas todo lo bien posible, vemos lo que de ello resulta.
Tomemos un ejemplo. Tengo la impresión de monta·
ñas y, en medio de ellas, la impresión de un punto negr'-'·
Yo marcho, y después de un número inmenso de impre-
siones musculares y tactilos ~ue yo llamo paso, la impre·
sión dd punto negro se extiende y se aclara algo. Con ti.
núo y después de media hora de marcha, percibo un cam-
bio de forma y de magr.itud; la impresión es ahora ma-
yor vertical que horizontalmente. M~ acerco má!': todavic.;
la forma llega a ser insensiblemente más precisa a medi-
da que la superficie subtendida llega a ser mayor; por fin
se confirma mi sospecha de que la impresión por mi reci·
bida es Jo que yo llamo un hombre; puedo distinguir su
cabeza y sus brazos. Me acerco más; los detalles llegan
a ser más distintoS la impresi6n cambia sensiblemente a
1

caua paso y crece rápidamente de manera que ocupa una


porción considerable del área visual. Si continuo acercán-
dome, la impresión comienza a excluir todas las demás
impresiones visuales. Mucho más; si persisto en hacer
avanzar mi ojo continua creciendo la parte central de h
impresión, las partes laterales desaparecen del campo de
la visió!l y si mi ojo está muy cerca de un botón no ten-
go más impresión que la de ese botén y la de una peque-
ña parte ·del traje que rodea al botón. Todos estos cam-
bios han sido perfectamente contínuos, de suerte que, de
la mancha negra a la impresión completa de un hombre
y, de esta impresión a la de un punto de su traje, llevan
toda la conciencia visual, en ninguna parte hubo discon-
tinuidad.
La cuestión se complica mucho al observar que si yo
giro alrededor de lo que llamo un hombre dirigiendo mis
ojos acá y allá, tengo impresiones continuamente ca m-
hiantes de las que cada una no tiene una individualida1
distinta y que, sin embargo, de instante en instante, lle-
gan a str completamente distintas la una de la otra, Ya
es su chaleco lo que veo y lo que desaparece, si me mue-
vo de este lado; ya su manga, ya en e1 cueHo de su gabán,
el de su camisa, sus cabellos. No puedo, con la ayuda de
ninguna marca, separar uno de otro los diver .. os ootados
de este panorama movible. y, sin embargo, el movimien-
to de mi ojo está perfectamente seguido de un estado que
no tiene nada de común con el que ha existido un mo·
mento antes.
Luego, si estando de un lado del hombro o detrás de él,
comienzo a retirarme, comienza en la conciencia un cam ..
bio continuo de otro orden: la impresión se enturbia a me-
dida que me retiro y puede, si yo me voy uas,a."lte lejos,
borrarse hasta no ser más que un punto. No son necesarios
más detalles para que aparezca claro que, a cad• dirección
en el espacio corresponde una serie de cambios en la con·
ciencia, variando según que uno se aleje o Re acerque y que
habrá cambios análogos si se gira alrededor de un hom-
bre a diversas distancias y sobre diversos planos.
32 PRJ)>;CJPIOS DE l'~ICOLOGlA

Si suponemos, además, que, en lugar de estar estacio-


nario, el hombre marcha o se mueve de alguna manera,
cada uno de est~s cambios en la conciencia l!(:;ga a ser la
fuente posible de otras series innumerables que difieren
unas de otras según los movimientos del hombre. De
suerte que, sin contar las variaciones que pueden produ ..
dr la cantidad de luz y su cualidad, podemos decir quo
las impresiones visuales así producidas admiten un millón
de metamorfosis, entre las cuales hay tales relaciones que
se puede pasar de la una a la otra por gradaciones infini-
te&imalcs y que son tales, sin embargo, que hay entre
muchos todos los contrastes que se puedan imaginar.
Y ahora, ¿qué es mi impresi6n vi.·mal de un hombre?
Limitémonos al cambio de conciencia ya descrito que ca~
mienza en una mancha y se extiende sin soluci6n de con~
tinuidad hasta ocupar todo el campo de la visión; estado
de conciencia que, no implicando en el origen ninguna
distinción sensible de las partes, se resuelve, por gradacio·
nes infiñitesimales, en una multitud de ele~entos diver-
sos de cclcr y de forma-llega, a mdida que me acerco
a desbordar del campo de la visión, el cual es finalmente
ocupadt> por una pequeñísima porción que se puede cam-
biar por otra y fSta por otra. Lo repito, ¿cnál es mi im-
presión visual de un hombre? Solo hay tres respuestas.
posibles; es el estado de conciencia que existe a cada mo-
mento mientras la conciencia experimenta estos cambios
o una cierta serie de estados de conciencia que se produ-
cen durante una cierta pcrción de tiempo o la suma de
las sc:ries de estados de conciencia que se producen duran·
te la totalidad del tiempo. Veamos lo que podemos sacar
de estas tres respuestas posibles. Si por la impresión de
un hombre (siendo esta impresión una de las percepcio·
nes del espíritu únicas, que existen sfgún Hume, debo
lli.!:RBI::RT :::O.l'EXCER
33
-------
entender la suma de todos los estados de conciencia, en-
tonces estoy obligado a decir que la cosa individual· que
conocia como impresión de un hombre es, al mismo tiem ..
po, todas esas numerosas cosas que consid~:ro como cosas
distintas-la pequeña inancha, la figura apreciable, etcéte-
ra, ctc.,-es más, debo comprender todos esos numerosos
y diversos estados que puede producir en mí el examen
minucioso de las diferentt:s partC!s, puesto que son conti·
nuas entre sí y con la impresión que ha comenzado por
una mancha. Ahora, si el algo existente que yo llamo im.
presión de un hombre debe considerarse como no conte-
niendo más que una parte de la serie entonces, se suscitan
cuestiones inextricables; ¿qué parte de la serie? ¿En qué
principio apoyarme para segregar de la serie una parte
que es continua con el resto y las dos extremidades? Y
¿ :6mo llamaré a las partes excluidas de la serie? Si para
evitar estas dificultades insuperables adopto el tercer par-
tido-decir que la impresión de un hombre debe compren-
derse como una fase de esta conciencia continuamente
cambiante, entonces me encuentro en presencia de difi •
cultades no menos insuperables: x.• Al considerar una sec·
ción cualquiera de esta conciencia continuamente cam ..
hiante como la impresión cuya existencia tengo derecho
a afirmar-además de que esto implica la separación ar ..
bitraria de lo que nos edá separado en mi conciencia-yo
afirmo implicitamente que hay tantas existencias de esta
especie que se pueden hacer divisiones en este conoci-
miento continuo. 2. • Otra cuestión inextricable: ¿en qué
momento esta impresión creciente que recibo cuando mi

:r\1
ojo se acerca deja de ser la impresión de un hombre para
hacerse la impresión de tal o cual parte de sus vestido•? 3.0
Estoy obligado a admitir que esta impresión de un hom-

bn·, •:: ::'' ,, '"' '""'""'••u,. '"'""'''·

\7<l<.~· )
34 t'ltiNClt'iO~ l>E P!!,ICOLOGlA
---- ----~-

que, habiendo venido a la existencia, deja inmediat<mente


de existir, algo que tiene una persistencia inapreciable.
Veamos dónde estamos. Decir que la existencia que
yo llamo la impresión de un hombre es la totalidad de
esas fases constantemente cambiantes de mi conciencia,
e~ decir que, por unidad, yo entiendo la multiplicidad;
que, por una cosa que existe, yo entiendo una serie casi
infinita cuyos miembros más alejados son en absoluto di·
ferentes los unos de los otros y de los cuales no están dos
presentes simultáneamente. Si, para escapar del absurdo
de llamar cosa existente lo que es una multitud heterogé·
nea de cosas que aparecen y desaparecen sucesivamente,
yo digo •1ue la impresión cuya existencia afirmo es la que
be tenido en un momento cualquiera al acercarmeJ en ton·
ces la cosa que yo llamo existente es una cosa que ya no
tiene ninguna persistencia; existencia ya no quiere decir
persistencia; significa precisamente lo cúntrario.
Asi acontece que, si se admite que las palabras imj>re·
sienes e ider.s no tienen sus connotaciones ordinarias, la~
palabras con las cuales se las emplea dejan de tener Sil
sentido ordinatio para adoptar un sentido opuesto. Mi en.
tras que yo considero una impresió11 como connotando algo
que la produce y algo que la recibe; mientras que yo re-
conozco estas dos cosas como existencias independientes
de las que la una afecta a la otra, el sentido de la palab1 a
impresi611 permanece inteligible; todas las particularidades
sobre 1111a impresión detalladas más atrás llegan a ser com·
prensibJes como causadas por cambios de relaciones entre
dos existencias. Pero si me supongo capaz de pensar una
im}resz6n como existente sin esas dos existencias connota·
das, resulta de ello que, al dar a la palabra un sentido
que no tiene, quito a las otras palabras que la acompañan
el sentido que tenian.
HERBERT SPENCI!R 35

§ 3g5. Tenía intención de examinar aquí otras pala-


bra• y expresiones empleadas en las controversias meta-
físicas; de reproducir el procedimiento por el cual los me·
tafísicos, elevándose a abstracciones y de alli a abstrae·
ciones de abstracciones, toman posición alli y trabajan en
destruir las realidades de las que las abstracciones son de·
rivadas, aún pareciendo suponer que las abstracciones
continuan existiendo. Pero sería inútil hablar de ello con
más extensión.
Todo lo que precede pone, da su luz al hecho signifi.
~ativo de que el unguaje se niega en absoluta a expresar la hi-
pótesis del idealismo y la del escepticismo. No hay artificio que
permita establecer los estados de conciencia a ios cuales
uno se refiere manifiestamente y de excluir, al mismo
tie,npo, los estados de conciencia a ·lo!i cuales uno se re·
fiere impiícitamente. Si lao palabras se emplean, como
deben serlo de hecho, por todo hombre, metafísico o no,
con todas las ccmnotadones intrinsecas o extrin3ecas que
han ad1uirido, enton:es encontramos que, separada y
conjuntamente, implican algo más allá de la conciencia.
Si, aunque siendo en realidad incapaces de segregar de
estas palabras sus connotaciones, supon!!mos, sin e mbar-
go, que lo hemos hecho, he aquí el resultado: al tratar
de definir su sentido, no hacemos otra cosa que expresar
un término por este mismo término. Y encontramos así
que, cuando se reclama la existencia absoluta para lo que
-lo muestra la connotación de las palabras-no tiene
más que una existencia relativa, .el resultado es, o bien
hacer que uHidad signiaque multiplicidad o bien que existe".
da signifique ¡.~u,, a, persiste .. cia. La elección es entre una
contradicción una carencia total de sentido y una com-
pleta inversión de sentido.
De hecho el lenguaje durante todo su desarrollo ha
36 PRINCIPIOS DE PSlCOLOGÍA

sido forjado de modo que exprese toda cosa bajo la rela·


ción fundamental de sujeto y de objeto, de la misma ma-
nera que la mano ha sido formada para manejar los obje-
tos en conformidad con esta misma relación fundamental;.
y si se le sustrae a esta relación fundamental, el lenguaje
llega a ser tan impotente como un miembro cortado en.
d espacio vaclo.
CAPITULO IV

LOS RAZONAMIENTOS DE LOS METAFÍSICOS

§ 3g6 Concedamos a los metafísicos todo lo que les


han negado los capitulas precedentes. Ya no les pedimos
establezcan que el modo de actividad intelectual llamado
razonamiento ofrezca más garantía que cualquiera otro
modo. Dejemos todo comentario sobre su Jenguaje; admi·
tamos que sus términos puedan emplearse por ellos sin
Í!nplicar contradicción. Dejemos todo esto; examinemos
sus razonamientos y veamos si establecen su tesis.
Naturalmente, no podemos dar más que algunos ejem-
plos típicos. Comenzaremos esta vez también por Bcrh-
ley.
§ 397· Un diálogo imaginario ofrece mucha facilila1
para con!leguir la victoria. Cuando podemos no poner en
la boca de un adversario más que bs réplicas propias p:l-
ra nuestro fin no es difícil lteg:ar a la conclusión deseada.
Los Diálogos de Hylas y Phikmoiis de Berkeley nos sumi-
nistran de ello ejemplos abundantes.
En toda esta discusión Hylas concede constantemente
cosas que no debería conceder según los principios mis·
mos de su adversario. Así, poco despué~ riel prindpio,
P!zilonoiis, con el fin de probar el carácter p"ramente snb·
jetivo del calor obtiene de Hylas esta confesión: •Que un
grado intenso de calor es un dolor verdadero•. Entonces
pregunta: ¿Vuestra sustancia material es sen9ible o bien
está dotada de sentí lo y de P"cepción? A lo que respot1•
PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

de Hylas: cEs, sin duda insensible>. •No puede ser el su-


jeto de un dolor>, continúa Philonoiis, eEn manera algu·
na, responde Hylas. Y, entonces Philonoiis prosigue ale·
¡:ando que como un calor intenso ts un dolor y un dolor
no puede existir en una sustancia material insensible, si··
guese de ello que no puede existir un calor intenso más
que en un espirito que lo perciba. Pero ¿qué derecho tie·
r.e Hylns para responder cómo lo hace? El argumento·
descansa en la tesis de que las cosas sensibles son la!>
(micas que conocemos ciertam!nle. Estas cosas sensibles
se defiqen: «cosas que percibimos inmediatamentt= por los.
sentidos• y Pbilonoiis, que resueltamente ignora cualquie-
ra otra cosa dice: .:En consecuencia de todas las otras cua~
lidades de que hablais como distintas de estas, yo no sé-
nada•. Si Hylas hubiese tomado la misma base para apo·
yarse, como debiera haberlo hecho, el diálogo hubiera
marchado como sigue:
Phil.-La su•tancia material, ¿es insensible o está do·
tada de sentido y percepción?
Hyi.-No p~edo decirlo.
Phil.-¿Cómo se entiende eso de que no podéis decirlo?"
Hyi.-Entiendo que, como usted, •yo no conozco
nada o de las cualidades de los cuerpos, a no ser las que
rercibo inmediatamente por medio de los sentidos y no·
puedo percibir inmediatamente por medio de los sentidos,
•i la sustancia material es o no insensible.
Phil.- Sin embargo, ¿no dudáis de que es insensible?·
Hyi.-Si; de la misma manera que usted duda de mi
realidad externa, que usted duda si yo no soy otra cosa
que una de sus ideas. ¿No hemos distinguido al principie>
entre las cosas que conocemos inmediatamente y lasco-
sas que conocemos mediatamente?
Phii.-Sí.
JJhKHERf ~t'E.NLbR 39
-----------------------
Hyi.-¿No m~ h¡o, hecho usted conceder que las sensa-
ciones son las únicas cosas sensibles, esto es, las únicas
cosas inmediatamente percibidas, y que las causas de es-
tas sensaciones no puede conocerlas inmediatamente, sino
sólo mediatamente, por el razonamiento?
Phil.-Lo he hecho,
Hyl.- Y todos vuestrus argumentos no tienen más que
un fin: el de mostrarme que estas cosas que conozco me·
diatamente, que estas cosas cuya existencia infiero como
Crtusas de mis sensaciones, no tienen ninguna existencia.
PMl.-Eso es verdad,
Hyl.-¿Cómo, pues, podéis toner alguna confianza en
mi respuesta, digaos que la materia es sensible o no? La
única sensibilidad que yo puodo ptrcibir inmediatamente
es !a mía.
Pilii,-Usted sabe que estoy dotado de sensibilidad,
Ilyl.-Sí, pero, ¿cómo? Veo que os volvéis cuando ha-
blo, que os alejáis cuando os quemáis. De estos hechos,
junto con mis experiencias personales, iufiero que estáis
dotado de sen&ibil!dad como yo, y si oo hiciera falta una
respuesta a vue~tra pregunta, illjiero que la materia no es
sensible porque no da ningún signo de esta especie.
Phil.-Bien.
Hyl.-¿Pero no véís que si aceptáis esta respuesta todo
vuestro razonamiento está viciado? Os C!Jiocáis en situa-
ción de rechazar una cierta porción de mis conocimientos
mediatos. Para llegar aqui me pedis ahora que os conce-
da otra porción de mis conocimientos mediatos de la
misma manera que ya me habéis pedido otros y que yo
supongo me seguiréis pidiendo. U•ted combinará estas
diversas porciones de conocimiento mediato y sacaréis de
ello una conclusión, y esta conclusión, este conjunto de
conocimientos que son dobkmeuk mediatos, supongo me
40 PRINCIPIOS DE PSICOLOGf.\

los ofreceréis a cambio de los conocimientos mediatos


que usted quiere rechazar. Ciertamente, yo no lo acepto.
Yo pido que cada. eslabón de vuestro argumento consista
en un conocimiento inmediato. Si uno solo de estos cono-
cimientos es una inferencia y no :Jna cosa «inmediata-
mente percibida por los sentidos•, diré que vuefttra con-
clusión tiene la misma incertidumbre, ~ue usted combate
más la incertidumbre inherente a t'>do razonami~tüo.
Aunque e5tO bastare para poner a Pltilonoiis en el em-
barazo, no es este el punto mejor escogido para mostrar·
le, por un debate profunJo. su propia contradición. Si
Hylas viese con más clari.Jacl 1a naturaleza del so lis-
ma, podría ponerlo de manifieeto de la rna:1era 5iguiente:
Pltil.- Vuestra sustancia matúial ¿es un sér que no
siente o un sér dotado de: senthbs y de p~rl!epción?
Hyt.-Si yo respondo. que está dotqdo de sentido r de
percepcíón, ¿qué se seguirá?
Pltit. -Usted se burla de mL
Hyl.- Vamos, supóngase ust"d que yo afirmo con tola
sinceridad que la su~tancia m3.terial siente.
Plzil.-Entonceg vuestra respuesta es completamer:te
absurda.
Hyi.-¿Qué entiende usku por absurJo?
Phii.-Yo entiendo pQr absurdo, lo que es opuost? ma·
nifie¡,tamente a la vtrdad, lo que está en desacuerdo con
la razón o las afirmaciones de sentido común.
Hyl.-il!uy bien; pero para e;tar seguros de que CO'YI•
prend~:mu~ (!! uno y el otro relativamente al sentido de
absurdo, déjeme poner un ejemplo. Yo SU?ongo que os
pido que tiréis una lb.ea re.::ta furiosa.
Phil. -Es t.:. na suposición suficientemente atsurd:t. Yo
no puedo siqui~ra pensar en una iíne·t re·..:~a furiosa. mu-
cho menos en tirarla.
42 l"H'JNCIPtO:S DE P:SlCOLOGfA

Phi/.-Sí.
Hyi.-Es decir, que la proposición, la sustancia mate·
rial puede sentir, parece absurda, a vuestro espíritu.
Phi/,- Indudablemente.
Hyi.-¿No hemos reconocido que antes de tener con-
ciencia de unacvntradicci6n, debéis tener conciencia de dos
cosas, entre las cuales existe la contradicción percibida?
Phil.-Si.
Hyi.-En este caso uno de los ter minos es sustancie.
material,' el otro es sentimiento o sentido. Y, al tener
conciencia de lo absurdo, de la proposición, de que la sus·
tancia material posee sentimiento, debéis tener conciencia
de dos cosas contradictorias: sentido y sustancia material.
Phii.-Bien, yo ...
llyl.-Sí; usted se detiene lo que no me admira; os he
sorprendido en reconocer la. misma existencia que preten-
díais no reconocer. Durante todo el tiempo que me pre·
guntábais sobre lo que os complacíais en llamar mi sus·
tancia material, pensábais en vucstr~ sustancia material,
ea una sustancia material que estaba precisamente tan
p!e&ente a vutstra conciencia como a la mía.
Así la argumentación de Be• kdey queda reducida a
la n&da desde el principio, désele la respuesta que se le
dé. Si, relativamente a la seusibilidad de la materia, se
responde que es imposible decir nada-única respuesta
que está de acuerdo con su hipótesis-su argumentación
~e detiene intr.ediatamente. Si se responde que 1:0 siente o,
Por el contrario, que simte Jas dos respuestas llev1n a}
mismo nsultado, puesto que no se puede saber ni que la
pri:nera respuesta sea la verdadera ni que la segunda sea
fal>a, sin reconocer el sujtto (sustancia material), lo mis-
mo que al atributo (sentido y percepción).
§ 3g8. En el capítulo que precede, he citado un pasa·
HERHERT ,SPEN<CllH 43
--------
je de Hume. InvestigacimJes sobre el tmteudimiento hum.auo,
sección 2." en que divide «todas las percepciones del es·
píritu en dos clases o especies» que llama impresiones e
ideas. Dice que las primeras son primitivas y las segun·
das derivadas, o empleando sus propias palabras: •Nues-
tras ideas o percepciones más débiles son copia de las
impresiones o percepciones más fuertesu. Después de ha-
ber afirmado que no tenemos ideas reales más que aque-
yas cuya derivación es tal, trabaja en mostrar en esta de-
rivación el criterio de las ideas reales y concluye en estos
términos.
«Si, pues, st<ponemos que se emplea un término filo-
sófico sin responder a una significación o idea (lo que es
bastante frecuente), no tenemos más que investigar de
c¡uJ impresi6n deriva esta supuesla idea. Si es imposible asig-
narle una, quedarán confirmadas nuestras sospechas.»
Pasemos dos páginas que tratan .U la asociación de las
idiJas y vengamos a la sección 4·'· titulada Dulas exdpticas
sobre las operaciones del e1ztendimiento. Comienza asi:
oTodo lo que entra en la razón humana y es objeto de
una investigación pu.::de naturalmente dividirse en dos es-
p7!cies: Rela~.zcmes de ickas y C1.testiones de hecho. A la prime-
ra especie perttnecen la geometría, el álgebra, la aritmé·
ti~a. en una palabJ:a. toda afirmación que es cierta, ins·
timiva o demostrativamente. Así, t!l cuadrado construido
sobre la hipotonusa es igual a la suma de los cuadrados
coos1ruídos sobre los catetos. He ahí una proposición que
expresa una relación entre eatas figuras. 3 veces 5 es
¡gua! a la mitad de 3o expresa una rei•ción entre estos
números. Las proposicionc::s de esta especie pueden ser
descubiertas por la sola operación del pensamiento inde-
ptndientemente de todo lo que puede existir en el univer-
so. Aunque r.o hubiera en el universo ni clrculos r.i trián-
4-l PRINCIPIOS DE PJSCOLOGI:\

gulos, no por eso serian menos ciertas y evidentes Jas


verdades demostradas por Eodides.•
Las cuestiones de hecho no son conocidas d' la misma
manera y la evidencia de su verdad, por grande que sea,
no es nunca de Ja misma n~turaleza que en el primer caso.
Lo contrario de unl cuestión de h~cht'J es todavía po~ibie
porque nunca P"ede implicar contradicción y el es?iritu
lo concib• con hnta facilidad, claridaJ y como pu iiendo
ser también conf•Jrme con la realidad. D~oir el S•J/110 s.>l·
dtá mm1cma es un:1 propo~ición que no es ni menos inteli-
gib!e ni menos contra·:Hctoria que la de satdrd. Sería, pues,
inúti! intentar demostrar su falsedad. Si fuera falsa demos-
trativamente, implicaría una contradicción y nunca pod1 ía
co~cebirse distintamente por el es~irítu.
He aqui, pues, dos clasificaciones: en la una, «todas la~
percepciones del espiritu están divididas en impresion.s e
ideas; en la otra, dados los objetos de Ja razón humana
estár. divididos en rdacioms de ideas y c!lesliones de hecho.
¿Qoé relación hay entre estas dos divisiones? ¿Las • per-
cepcion:!s del espíritu,. encuadran con los objetos de la
razón humana?• No habiéndolo dicho Hume, es preciso
que intentemos encontrarlo nosotros mismos.
Si las dos .Jasificaciones no encuadran hay tres hip6-
tesis posibles: qne la primera conteoga a la segnnia mis
alguna co,a; que la segund1 contenga a 1-t primera más
alguna cosa; que ambas tengan una parte común con ti!-
niendo, sin embargo, una lo que la otra O:J contiene. Exa·
minemos estas tres hipótesis.
Si hay «objetos de la razón humana» que no son per ..
cepciones del espíritu)), entonc~s llega a ser posible a la
razón hu :nana percibir c:>ns qu'! na llegan a ser « percep-
ciones del espirita• al ser percibidas: lo que es una contra·
dicción en !os términos.
lli!.HIH~R f SPENCER

Asimismo si la cla•ificación •percepción del espíritu>


contiene, aun traspasándola en extensión la clasificación •
•objetos de la razón humana•, entonces hay percepciones
del espíritu que no son objeto de la razón humana-pro·
posición curiosa que reclama una definición que distingui·
rá las percepciones del espíritu que son un objeto de la
razón humana de las que no lo son.
En fin, si se admite la tercera hipótesis, de la que
hemos hablado atrás, entonces hay a la vez oobjetos de la
razón humana> que no son •percepciones del espíritu> y
opercopciones del espíritu• que no son oobjetos de la razón
humana•, lo que suscita dos dificultades insuperables.
Hume quiere, pues, que comprendamos estas dos el a·
sifi.caciones como teniendo la misma extensión, o más bien
no hay más que una clasificación bajo dos nombres. El
agreg>do, dividido aquí en impresiones e ideas, es dividido
aquí en relaciones de ideas y cuestiones de hecho. De don·
de esta cuestión preliminar: ¿qué relación existe entre es·
tas dos clasificaciones del mismo agregado? Cuestión que
se subdivide en otras varias que debemos examinar suce·
sivamente,
¿Qué hay que entender por relaciones? No se l:.a dit:h<>
nada de las rel.i.ciones cuando las • percepciones del espÍ·
ritu• se han subdividido en impresiones e ideas. ¿Es, pues,_
necesario creer que las relaciones no son percepciones del
espíritu? Si es así, aunque las ideas sean percepciones del
espíritu, las relaciones entre si no Jo son, y si las relacio·
nes entre si no son percepciones del espíritu, ¿qué son,
pues? ¿Existen? ¿Cómo tenemos de ellas conciencia? Si
por falta de respuesta a estas preguntas, concluimos de
ello que las relaciones deben comprenderse entre las.oper•
cepciones del espíritu•, entonces tenemos quo preguntar•
nos: ¿son impresiones o ideas? Supongamos que ·son im-
PlU:".:Cll'IOS DB l'SlCOLOGÍ.\

presiones. Ento~ces una r.laciÓJt de ideas consiste en dos


ideas y una impresión, lo que es inconciliable con la de·
finición dada de las impresiones y de las ideas, porque
esto es forzarnos a concebir dos copias de impresiones
pasadas reunidas por una impresión presente. Suponga·
m os, por el contrario, que una relación sea una idea.
Como se nos dice que todo lo que es conocido como idea
lo ha sido primeramente como imprestón, tenemos que
preguntarnos: ¿a q~é impresión corresponde la idea !la·
mada relación?
Pasemos ahora a una cuestión más seria, ¿hay que
admitir relaciones de impresicnes? Sí, como dice Hume, ato·
das nuestras tdeas son copias de impresiones•, síguese de
ello que si hay relaciones de ideas hay relaciones de im-
presiones. Porque supongamos que no las haya. Enton ..
ces hay que admitir: 1. 1\ que las impresiones existen de
tal manera que podemos percibir ceda una individualmen•
te, y que, sin embargo, no podemos al mismo tiempo
percibir que la una es anterior a otra, o semejante a otra,
o diferente de otra; 2.0 , que en las impresiones que lun
producido ideas que son sus copias, sucede que hay rela-
ciones posibles entre las id,as que se pueden conocer
como semejantes, diferentes, anteriores o posteriores,
~unque en lo que toca a sus originales no se pueda hacer
lo propio; 3.', que puesto que estas relaciones entre las
ideas no son copias de relaciones precedentemente cono-
cidas entre las impresiones son o existencias de un orden
::~uevo o ideas que no han existido precedentemente como
impresiones, conclusión contradictoria con la proposición
fundamental,
In ten temes corregir la clasificación de Hume de ma·
nera que se la sustraiga a estas criticas, Dice que todos
los objetos de la razón humana son divisibles en relacioHes
HEI<UIW.T ~-"-"-'_C_h_~<______4_7_

1e iJeas y c•+<sli<J¡¡es de llecho; admitimos que las relacio11es de


impresiones deban entrar en esta clasificación. ¿Haremos
de ello una tercer clase? ¿Las identi6caremo& con la clase
cuestiones de hecho? Esta solución es imposible, Porque
para Hume lo que distingue las relaciones de ideas de las
cuestiones de hecho es que es imposible lo contrario de
una relación de ideas y que no lo es lo contrario de una
cuestión de hecho, Estamos, pues obligados a conclui1·
que las relaciones de ideas derivan de las relaciones de
¡mpresiones. Síguese que, puesto que son necesarias las
relaciones de ideas, deben serlo también las relaciones de
impresiones de que d_erivan, Y si no ¿de dónde deriva la
necesidad? ¿Es preciso suponer que existe en las relacio-
nes entre las copias y que no existe en las relaciones en-
tre los origioalea? Imposible decirlo, Y, sin embargo, a
menos de decirlo nos es necesario reconocer que las rela-
ct"onts de impresiones no son lo que Hume llama cu~stionts
de lucho, puesto que lo que caracteriza a estas es el no ser
necesarias,
Así aparece claramente, comparando las dos clasifica-
ciones, que no hay ningún medto de reconciliarlas. Todas
las surosiciones hechas con este fin nos ceo -:lucen a lo
contradictorio y a lo absurdo.
Pasemos, sin embargo, sobre el desacuerdo de las dos
clasificaciones para examinar exclnsivament~ a la segun~
da. Un examen atento nos sume en la per~lejidnd. He
aqui la prueba.
Cuando se divide un agregado en dos clases no esp<-
ramos que una c!ase contenga miembros de la otra: as,,
si dividimos unos objetos en animados e inanimados,
nuestra división no debe ser tal que una clase contenga a
a la vez seres vivientes y seres no vivientes. Debemos 1
pues, 3uponer quo las dos clase de Hume: relaciones de idtas
48 PRll\'C1P10~ DE P~ICOLOGIA

y t:uestiones de hecho se excluye recíprocamente; ninguna


cuestión de hecho es una relación de ideas; ninguna rela-
ción de ideas es una cuestión de hecho, Pero si esto es
así nos es preciso dal· un sentido completamente inusitado
a los términos con los cuales designa Hume, a sus clases •.
Según la definición de Hume 2 2+ = 4 es, no una cues·
tióa de hecho, sino una relación de ideas. Según la difini-
ción de Hume, «el sol saldrá mañana» es, no una relacióñ
de ideas, sino una cuestión de hecho. Evidentemente la
acepción ordinaria de las palabras es aquí forzada, porque
se cita comunmente como cuestión de hecho que no se
puede contradecir que 2 + 2 = 4• Podríamos, pues, con·
alguna razón, vacilar en seguir una argumentación en la
cual se emplean los términos en un sentido tan arbitrario
en tanto que no se nos haya mostrado que el sentido or-
dinatio nos inducirá a error. Pero, sin insistir, pregunté-
monos lo que se quiere decir al sostener que la proposi-
ción •El sol saldrá mañana> no expresa una relación de
ideas. ¿Expresa una relación de impresiones? Es imposi-
ble, porque las impresiones no existen más que en el pre·
sen te y la palabra mañana expresa lo futuro. Si, pues, esta
proposición es una percepción del espíritu, hay que admi-
tir que, como no consiste en impresiones, tiene que con-
sistir en ideas. ¿No hay ninguna relación entre estas ideas?
¿No es el fin de toda proposición afirmar una relación?
Pero entonces lo que Hume da como ejemplo de una CJ<es-
tión de hecho debe ser al mismo tiempo una relación de
ideas o tiene que:: abandonar&e su definición de las impre·
siones y de las ideas.
Olvidemos ahora todos esos desacuerdos. Aceptemos
de buena fe la división de los objetos de la razón huma-
na> en relacumes de ideas y Cflesliones de hecho y veamos si
podemos clasificar, bajo uno u otro de los dos títulos, to-
IIERBERT SPENCER 49

dos los objetos de la razón humana que se nos presenten-


Supongamos que yo digo de una cuerda de la que yo veo
una extremidad que tiene otra extremidad. ¿Es una cues-
tión de hecho o una relación de ideas( No se pude aceptar lo
uno ni lo otro. Si es una cuestión de hecho hay que ad-
mitir, según los propios términos de Hume, que es posi-
ble que la cuerda, de la que veo un extremo, no tenga
otro; la falta de esa otra extremidad puede como dice,
•concebirse distintamente por el espíritu•. ¿Lo diremos]
Si no, admitamos que es una relación de ideas, Pero ¿es
aceptable esta solución? Hume dice que las proposi·
ciones relativas a las relaciones de ideas «pueden descu-
brirse por el mero trabajo del espíritu independientemen•
te de todo lo que existe en el universo.> Pero, en este
caso, nuestra proposición no pqede ser una relación de
ideas porque yo no puedo pensar en una cuerda sin pen-
M.rla como existente. Hablar de la extremidad de una
cosa es un no .. sentido si no existe cosa para tener u:1a ex-
tremidad. Así nuestra proposición no es ni una relación
de ideas ni una cuestión 'de hecho y la clasificación de
Hume es defectuosa.
Después de haber examinado esos numerosos errores
de clasificaci6n y de defi~ici6n estudiemos la manera de
argumentar de Hume y veamos hasta qué punto se con-
forma con los principios que ha establecido. Si en una
r.bra filosófica tropezamos con un carítule que ten¡:a por
título. <Fe resuelta en las operaciones del entendimien-
tG)), naturalmente esperaríamos encontrar en él amplias
reclamaciones en favor de la razón. Un esfuerzo para que
la naturaleza última de la materia pueda ser conocido no
nos sorprendería; leeríamos sin asombro que se puede
comprender la naturaleza última de esta existéncia de
donde sale la conciencia. Sin embargo, aun en un capítu·
TOMO IV
P1HNC:H'10S DI~ ~lCOLOGfA

lo así titulado nos quedaria algo sorprendidos la suposi-


ción de que podemos conocer, no s6lo las verdades 6lti·
mas del universo actual, sino también las verdades que
subsistirían si el universo ya no existiera. ¿Cómo, pues,
expresar nuestro asombro cuando encontramos esta su-
po•ici6n en un capítulo titulado oDudas escépticas con-
cernientes a las operaciones del entendimiento»? Y, sin
embargo, Hume lo ha hecho. Para él el criterio de las
relaciones de ideas es que su verdad sea independiente de
todo lo que existe en el universo; es el de que permane·
cerían verdaderas aunque no existiera el universo. De
querte, que de una parte se supone al entendimiento capaz
de percibir lo que puede ser en condiciones que 110 existen
y de otra parte se suscitan e dudas escépticas• sobre lo
que es en condiciones que existen. Y ¡hecho maravillo•ol
esta fe exagerada en el entendimiento suministra un da!o
para nn razonamiento cuyo fin es justificar •dudas escép·
ticas• respecto del entendimiento. Sub1·e la fe en •u po·
der trascondeote se apoya la prueba de su impotencia
total.
Para mostrar directamente cuan ilegitimo es este pro-
cedimiento, empleemos el criterio del mismo Hume. Nos
dice que ~i sospechamos que se emplea un término filosó-
fico sin •igoificaci6n o sin idea •no tenemos más quo in.
vestigar de qué imj>resi6•1 deriva esta idea supuesta l' que si es
imposi.Jlle encontrársela esto confirmará nuestra sospecha
de que el términ? no tí ene nentido.•> Preguntémonos, pues.
¿Donde hay una imlwesión que corresponda a la itfe¡ Ue un
universo en el cual las verdade3 matemáticas sub~istirian
independientemente de todo lo que existe? No hay tal
impresión; luego no hay tal idea; luego la proposición es
hueca y vacía.
Si fuera necesario llevar más lejos esta crítica y ex~-
HP'.RBBRT SPBNCmt 51

minar la validez de las conclusiones que Hume saca de


sus premisas, podría proseguirse la investigación en la
dirección que brevemente voy a indicar. Hum• a6nr.a
oque el fundamento de todos nuestros razonamientos re-
lativos a la relación de causa y efecto es la experi<ucia.•
Propongamos la cueiltión: experiencia ¿de quü Hum.e ha
dividido todas la• •percepciones del espíritu• en impre-
siones e ideas y no exige nada más. D, bemos, pues, decir
que esta experiencia, por la cual descubrimos las relaciones
de causa y de .efecto, ¿es la experiencia de impresiones de
ideas? Estas ligazones particulares• entre nuestros estados
do conciencia ¿están determinadas por el retorno de liga.
zones particulares entre nuestros estados da concienci&?
Esto, es decir, que estas ligaciones se determinan a d
mismas. Y si no ¿c6mo pueden presentarse algunas iiga.
zones de manera que produzcan en el pensamiento 1.:. re
lación de causa a efecto mientras que otras no lo hacer:'
La misma concepción de e•JmieHCia implica algo de qu'
hay experiencia, algo que determina tal ligazén particu -
lar en el pensamiento mejor que tal otra e implica de estP.
modo la misma noción de Cllusa que debe ser derivada s•'
dice de la experiencia.
s~ nos dice más lejos que cuando un hombre ha en·
contrado ciertas cosas habitualmente unidas en la expe·
riencia hay oun principio que le determina a conciuir que
hay un poder secreto o una causa que les une y que este
principio es la costumbre o el hábito.• Pero ¿qué es el há-
bito? Apliquemos también el criterio recomendado por
Hume. ¿Cuál es la impresión correspondiente a la idea
de laábito? No conozco ninguna. Hume nos citará casos
de acciones y de pensamientos comunmente repttidos
(por ejemplo, !as palabras y su significaci6n), como ejem-
plo de ¡;gazones establecidas por el hábito. Responderla
PRlNCJPlOS DE PbJCOLOc.:iJA

que, según su propia teoria, la experiencia no nos ofrece


nada más que impresiones e ideas que se reproducen; que
nada puede mostrar ni una impresión que responda a la
idea de hábito ni una impresión que responda a la idea de
causa.
Y esto nos conduce a ·esa otra cuestión que se puede
proponer: ¿cómo la experimcia y el hábito pueden conside·
rarse como dando origen a la noción de causa sin impli-
car ellas mismas la idea de causa en la explicación que
dan? ¿Cómo es posible pensar que la experie11cia produce
en nosotros esta nocióñ sin tomar la noción de causa
como la misma base de nuestro pensamiento? ¿Cómo es
posible decir que el hábito es un principio que determina
(es decir, que cat4sa) en nosotros el pensamiento de cosas
que tienen una relación de causalidad sin que esta con-
cepción de causa sea él!a misma comprendida en nuestra
explicación? La concepción de causa se refiere subrepti·
ciamente al acto mismo de explicar la causa y, como es
ordinario entre metafisicos, la prueba de la no existencia
d~ una cosa se apoya en la hipótesis de su existencia.
Como he dicho, se podrían proseguir estas críticas;-
pero evidentemente, tal trabajo seda superfluo, O lascon·
ciusiones excépticas de Hume se sacan legítimamente de
r.us premisas o no. Si lo último, su razonamiento, siendo
i:6gico, no tiene necesidad de s<r examinado. Si lo pri-
mero, la fal•edad de las premi;as debe invalidarlas. Un
aparato lOgico, cuyo fin es derribar las creencias huma-
~as más profundas, debe tener una base sumamente sóli-
da, debe ser bastante firme para sostener todo esfuerzo,
debe estar compuesto de partes conjuntamente ligadas
con bastante solidez para que nada las disloque. Pero las
proposiciones que Hu'me establece al principio, muy le.
j<>s de llenar tales condiciones, son, como hemos visto.
HERBERT SPRNCRR 53

incapaces de soportar ningiln esfuerzo y totalmente inco-


herentes. Son peor que incoherentes porque, al intentar
reunirlos para hacer de ellos un cuerpo de argumenta·
ci6n, hemos visto que las diferentes partes rehusan ab30·
lutamente a juntarse y se rlerrumba por todas partes en
el momento en que se aproximan unas a otras.
§ 3gg. Es curioso ver una doctrina, •1ue está positi·
vamente en contradicci6n con nuestros conocimientos, es·
cogida como refugio para evitar otra doctrina que se li-
mita a poner en duda estos conocimiento,, Esto es, sin
embargo, lo que tiene lugar con la tilow:ia de Kant. El
esceptiCismo que pone todas las cosas en duda rrofesa la
doctrina de ·que no se d.ebe afirmar nada de una manera
dr:ci:•dva. Para escapar d"'! él, d kamismr· afirma de una
m~n~ra decisiva que las cosas son contr:..nas a la cree:J.·
cía universal.
Me propongo aqui examinar de una Ptanera profunda
la doctrina kar.tiana de que el t1empo l' el e•pacio son
fr;rmas sut)jt:tivas a las cuales no corre.-.r·:1:.de nada obje•
hvo. Me veo impulsado a hacerlo, no .;.->lamente con el
fin de dar nuevo, ejetnplos, smo porque ~:ita doctrina re.
tiene todavía varios espíritu:~.
Si todo B se ha hecho posible por.-\ ~s decir, no pue·
de t·xistir faltando A, dt=bemos llamar a ..\.el original y B
.ol derivado, Si C, E ¡ F no pueden exi,t•r faltando B, es
-claro que hay error en considerar su exi~~tencia como pri·
mitivamente dependiente de B para dej;.,· a ,\ de lado y
que este error ~-s todavia m:¡y;>r si su 1 x;-,tencia es direc.
tamenten d~::peniiente de A, como elia lo es indirectamen·
te por el intermedio de B. Empleamos e•;tos si~nos como
ejemplos para llegar a establecer que lo que se llaman
formas mentales, el tiempo y el cspaciq, "'inn el B de nues.
tro alfabeto; que el A de nuestro alfabeto, que hace po~i-
54 PRJNUYH>8 l>h PSKú~ÍA

ble a B, es la conciencia cle la semejanza y de la dileren-


c;n y que los C, D, F, etc., las intuiciones y las concep·
dones presentadas y representadas <n el !lempo y en el
espacie, ~.en dirt:ct;.rnente dependientes de e::;.ta concienc.a
de ta semejanza y de la diferencia precisamente como los-
son indirectamente por el intermedio de las formas deri-
vadas-el tiempo y el espacio. La ónica verdadera okr-
ma», st-a en ia intuición t-n el entt-ndimiento o en la ra..
zón, es la concit'nCH:t de la sern~:janza y de la diferencia;-
es común a todos los actos de la inteligencia, sean los que
fueren.
La afirmación de que el tiempo y el espacio &ubjetivos
bon formas derivudas de tsta forma primordial, sorpren...
derá a lt~s mehf¡~ir.;l, s. Sin embargo, el análisis nos mues·
traque es i1 rn.lls&ble. Todo lo que es &eparable en partes
contiene lo que ef-td contt nido en t:stas partes4 Si la C(ln-
cienda &d e•pac1o contiene la conciencia de las parte~>
dd espacio, todo lo qce es necesario a la conciencia de
una parte de) espaci«, t:B necesario para la conciencia dd
espacio. Ahora bitn; mnguna conciencia de un espacio li-
neal, surerficutl o sólida es po~ible sino bajo la forma uni-
versal de toda rondencia-la dob!e relad6n de semejanza
y de diferencie. Un <s¡.scio de tres dimtnsiones no puede.
en el respecto de •u magnitud, concebirse más que com<>
menos grande que el espado que la contiene y que com<>
mayor que ti espacio que está contenido por él, es decir.
no puede conctbirse más que como semejante a magnitu--
des de e8pacio anterior mente pn-scntadas y como difiritn-
do de otras rragnitudes. Nmguna forma puede dársele en
el pensan.iento m~s que implicando superficies limitrofes
desemejan tes p{Jr sus posicio;-¡es, desernejantts por sus di-
reccionts (&Jguoas ntcesariamenh:) semrjantes o dese me·
jan tes pvr sus superficie~. Debe repre•entarse cada super-
UERBERT bPENCER
- - - - - - -- - - - - - - - --
Hcie limítrofe como teniendo o no todas sus partes tn e1
mismo plano-eísto es, como teniendo todas esas partes
semejantes o desemejantes por su dire.c ción; y las línt!aS
limitroles de cada superficie limítrofe no son '"oncebibiee
•ino en tanto que algunas difieran en dirección y que las
otras tengan direcciones diferentes o semtjantes (parale·
las). Además, cada una de estas líneas limítrofes no pue·
<le representarse más que bajo la misma forma (semejan·
r.a o diferencia). Todas sus partes deben considerarse com'o
semejar.tes en dirección (lo que constituye una linea rec·
'") o bien algunas de las partes, o todas, deben conside·
rarse como teniendo posiciones diferentes (lo que da unu
iínea quebrada o una línea curva.) Mts'llo cuando reduci ..
1~1os la conciencia del e&pacio a sus elemento últimos, es
L'widente, y hasta más evidente, la necesidad de esta for·
ma. Para que se puedan concebir dos posicion>:.s como eS ..
tanda en relaci&n, se las debe concebir como semejante ·o
dtferentes en distancia o en dirección o a la vez en distan•
cia y en dirección. Y si este elemento último de la con-
ciencia del espacio no puede conocC;rse más que por el in·
te-rmedio de la conciencia de ::.t.mt:.janza o de dift:rencia,
la conciencia del espacio en su totalidad no pueden fortilr
ri ser conocida más que por d intermedio de esta misma
conciencia de la semejanza y de la diferencia. El hecho
de que la conciencia del tiempo no puede exi•tir más que
por la conciencia de la semejanza y de la di ferencia es to•
davla, si es posible, más evidente. Basta escuchar d tic
tao de un péndulo o sentir su propio pulso para saber que
la esencia de la conciencia del tiempo es la conciencia de
la diferencia en la9 posiciones de las impresionts sucesi-
vas con relación a la impresión que actualmente txperi·
mtnto. Si no tuviéramos ninguna conciencia de · diferen~
das en sus distancia•, cuyas di•t•ncias son medidas por
56 PRINCIPIOS DK P!';ICOLO:..of.~

las diferencias en el número de los estados intermediarios


tendríamos conciencia de esas impresione! como existien·
do todas juntas: la conciencia del tiempo seria imposible.
Después de haber así examinado cual es la posición de
estas formas mentales derivadas, el tiempo y el espacio,
con relación a la forma mental última, podemos juzgar
mejor las razones que dá Kant cuando pretende que el
tiempo y el espacio son las formas mentales úllin1as. Co·
men~arernos por el espacio, Como hemos ncta1o en el

§ 33o, no es verdadera !a proposici6n de donde se des-


prende la doctrina kantiana, es a saber: que toda sensad6n
producida por un objeto se dá en una intuición que tiene
por forma el espacio; no es verdader3. más que cuando las
partes de las superficies que recibe!_} las impresione8 pue~
den mm:erse con relación a los agentl'!s, que producen !as
impresiones. Igualmente será claro para cualquiera que
haya estudiado la doctrina de Kant que éste no lllVO
a la vi~ta más queJa conciencia visual del espacio, '!)U·

puesto que vada dice de la conciencia dd es¡>acio total·


mente diferente, tal y cual se ha desarrollado lentamente
en los ctegos de nacimiento. Pero, prescindiendo de lo que
precede, examinemos de una manera crítica las aserciones
de Kant sobre la naturaleza de la conciencia vi•ual del es-
pacio. Dice asi: eN o podemos nunca imaginar ni formar-
nos una representació~ de la no-existencia del espacio por
más que ¡;odamos pensar con bastante facilidad que nin-
gún objeto se encuentre contenido en éh. Pero e!'lta
proposición puede ser rebatida:-fundándose por d' pron-
to en d principio de que, cuando toda huella de la exis·
tencia ideal ha s1do rechazada, las di•tancias relativas lle-
gan a ser impensables a consecuencia de la falta de algo
que sirve al pensamiento de r:~arca o de medida y que sin
la conciencia de las disbncias relativas no puede haber
57

~onciencia del espacio-fundándJse en seguida en el prin-


-cipio de que la forma y la extensión de un cuerpo no so·
breviven en el pensamiento como pretende K mt cuando
se ouprimen en absoluto dd pensamiento las propiedades
de este cuerpo. puesto que los límites no son pensables
más que en término• de propiedad os idealizadas conoci-
das primitivamente por las sen9aciones; -y, en fin, fun•
dándose en el principio de que quien ;uiera que suponga
que el espacio permanece después que ha suprimi~o todas
las ideas de objetos, olvi~a suprimir la idea de su prop•o
cuerpo que le "u ministra una cnidad de medida, smo tie·
ne otra, y que si suprimiera su propio cuerpo de su pen·
samiento-(lo que no puede hacer), la conciencia del es-
pacio d~::sapareceria por que no re<staria nada para dar una
relatividad de posición. Pero, después de haber indkado
pura y simplemente estas críd::as preliminares, paso a
una critica más profunda, e:) a ~ab~r que el hecho que
Kant supone haber probado no es el hecho que ha querl·
do probar. El espacio que, como dice atrás, persiste des-
pués que nos hemos imaginado que babian desapar<CídtJ
todas las cosas, e~ el espacio en el cual estas cosas ~ran
imagnu&dm;-el espacio id~al en el cual eran r~presentadas y
no el espacio real en el cual eran pr~sentadr.ls. El cs¡Jacio
que se pretende sobrevtve a su coutt:nJdo, es la forma t'n
la cual toma puesto la r~mluición y no la form::t de la in-
twcibn. Kant dice que la sensacuín (<<Ótese la palabra) pro-
ductda por un objeto es la materm de !a intUición, y que
el espacio en el cual percib<mos e•ta materia es la forma
de la intu:ción. Para probarlo, pasa del espacio q'te es co-
nocido cuando nuestros ojo~ están abierto~, y en el cual
la dicha intuicibn tiene lugar, al espacio que es conocido
cuando nuestros ojos están cerradl>S, y en el cual tiene lu-
gar la reintuición o la imaginaci6n de las cosas, y des-
PH.INCIPJO!:o DE P~ICOLOt>IA

pués de haber pretendido que este espacio ideal sobrevive


a su contenido, y que, en consecuencia. dt:be ser una for•
ma, lo deja para concluir de ello que ha mostrado que el
espacio real es una forma que puede sobrevivir a su con ..
tenido. Pero no se puede mostrar asl que el espacio real
sobreviva a su contenido, El ••pacio del que somos c¿ns
dentes en una percepción actual está precisamente sobre
el mismo pie que los objetos percibidos; ni los unos ni loa
otros pueden ser suprimidos de la conciencia. De suerte
e; u .. , si sobn:vivir a su contenid0, es el criterio que sirve
para reconocer «una forma:o, el espacio en el cual se dan
las intuiciones no es una forma. Una critica correspon ·
d1t:1,t~ de las razont!S dadas para afirmar que el tiempo e1
una forma a priori de la intuición puede hacerse todavla
m{¡s fácilmente. Dice Kant: -•Con relación a los fenó-
menos en general, podemos pensarlos fuera del tiempo y
ün conexiones con él; pero podemos muy bien represen•
tar•JOs el tiempo vacio de fenómenos>. Ahora bien; pues·
¡.,que ya nos ha sost<nido que •todo Jo que concierne a
l?.s dderminaciones interiores del espíritu ebtá represen-
t d • bajo la relación del tiempo• y que o no podemos te-
ner ninguna intuición externa dd tiempo, como tampoco
podemos tener una intoición interna del espacio», es evi-
dente que los fenómenos de los que podemos concebir va·
cío el tiempo son fenómenos internos. Porque si fuera de
otro modo, se debe decir que mientras que el tiempo es
una forma int~rna los fen6menos de los cuales podernos
e· nccbirle vacío son externos-están ya fuera de él, lo que
n; tiene sentido. La proposición de Kant es, pues, que
podemos representarnos esta forma de nuestras intuicio 4

n~s internas como persistentes cuando toda la materia de


estas intuiciones se ha desvar.ecido, Muy lejos de recono-
cer que es una verdad evidente me parece que es un error
UJ~MBI.ül.T ~PEN~~c~··-~·1<_ _ _ _ _ _5_9_

evidente. Por de pronto es imposible suprimir las intui-


ciones internas de las que se dice que el tiempo es la for·
ma y, 6uponer qus es posible, es suponer que podemos
desembarazarnos de todas nuestras ideas y, sin embargo,
continuar pensando. Y, en segundo lugar, por más que
seamos incapaces de destmbarazarnos de las ideas que
llenan esta forma interna de la intuici6n, podemos ver fá-
cilmente que las posiciones suce.ivas de estas ideas en la
serie que se prosigue sin interrupción nos dan la concien·
cía de los intervalos que form•n la conciencia del espa-
cio y que faltando toda idea que marque estas posiciones
desaparece¡ ía la conciencia del tiempo. De suerte que •on
recusal>lts una y otra de las astrciones referentes a la na-
tura!eza de las dos formas de la intuición. En lugar de
formar una bas.e digna de fe para un sistema de creencia
que esté en desacuerdo con la afirmación universal de la
concitncia, las dos proposiciones tenderian a desacreditar
un sifitema de creencia que estaba en armonía con esta
afirmación.
Sin embargo, ac<ptem<>s por un momento estas pro·
po&icJOnes y actptemos, como conclusión necesaria, que
el tiempo y el espacio son las formas de la intuición y
\'c.amos cómo pueden conciliarse las diversas afirmado·
nts a ellas concerniente&. Kant nos dice que el espacio es
una forma de la intuición en la cual se presentan todas
las sensaciones producidas pór los objetos exteriores, y
también nos dice que da representación original del es·
pacio ts una intuición a priori y no una concepción.• En
lJtra parte, une estas afirmacipnes al dt::dr: • Pero el espa·
c!o y el tiempo no son pura y simplemente formas de la
intuición sensible, ellas mismas son intuiciones.»
Intentemos formular esta proposición en pcnsamien·
toF. Concibamo~, si podemos, una cosa Cümo siendo a la
60 l'RlNCIPIOS DI! ~SICOLOGL\

vez la tnateria de la intuición y la jormt de la intuición.


Examinemos un objeto: la teoría es que no podemos per·
cibirlo más que con el espacio por forma. Ahora bien;
alejemos el objeto-aun haciendo que quede considerdo
como fórmula el espado. S: pretende que conocemos
este espacio c,:,mo una intuid6n: el espacio es, pues, aqui
la 111ateria de la intuición -es decir, que ocupa la conci:n·
cia. ¿Cuál es, entonces, la forma bajo la cual está repre-
sentada esta materia? No habiendo sido nombrada ningu-
na forma, debemos concluir o que la misma cosa es a la
vez forma y materia de la intuición o• qu: puede haber
materia de intuición s:n forma; en cuyo caso, ¿por qué
una materia cualquiera de ~ntuici6n tendria necesidad de
una forma?
Si precisamos más las dos aserciones de K•nt s~n to·
davia mas claramente irreconciliables; Kant dice:
rLo que en el fenómeno corresponde a la sensación
es a lo que yo llamo •utena; pero a Jo que hace que el
contenido del fenómeno puda ser coordenado bajo cior ·
tas relaciones es a lo que yo llamo forma., Tomemog
eota definición de la forma como e lo que conotituye el
contenido.•. puede ser coordenado bajo ciertas relacioncso
y volvamos al caso en el cual la intuición del espacio es
la intuición que oc epa la concienoia. El contenido de esta
intuición, ¿puede, si o no, oestar coordenada bajo cierta3
relaciones?t Esta coordenacióo puede tener lugar, o más
bien t:riste. m ••pacio no puede pensarse mis que tenien-
do partes próximas o lejanas, en tal o cual dirección. En
consecuencia, si es Ja forma de una cosa •que hace que
el contenido •.. pueJa coordenarse bajo ciertas relaciones
sfguese que, el contenido de la conciencia es la intuición
del e~pacio, cuyas putes rpuden coordenarse bajo cier-
tas relaciones•, debe haber una forma de esta intuición.
----------------~~g~rsPEtNC~------~~w---------

¿Cual es? Kant no nos lo dice; no parece ver que debe


haber una forma y no lo hubiera visto sin abandonar su
hipótesis de que la intuición del espacio es primordial.
Porque, prosigamos la investigación y preguntémonos
cuál es la forma de esa pretendida forma de intuición que
está presentada o representada en la conciencia. Nos ve•
moa vueltos a la conclusión que hemos dado más arriba;
está presentada o representada bajo la forma universal
de ·la semejanza y de la diferencia. Esta forma es ola que
hace que el contenido (cuando la conciencia está ocupada
por la intuición del espacio) pueda ser coordenada bajo
ciertas relaciones>, relaciones de distancia semejantes o
dtsemejantes y de dirección semejante o desemejante.
Vemos, cómo atrás, que la doble relación de semejanza o
de diferencia es la forma de esta pretendida forma del
mi.mo modo que la forma de todas las experiencias con-
cretas presentadas sin ella.>
Ahora podemos dar un paso más. Supondremos que
las premisas de Kant son incontestables y que ~u conclu.
si6n es irresistible. Supondremos que la conciencia del
espacio y que la conciencia del tiempo son como preten-
de y, en consecuencia, debemos decir con él que son las
formas de la intuición. Nos imaginaremos también que
hemos dominado la dificultad de ccncebir una cosa como
siendo a la vez la materia y la forma de intuición, como
siendo a la vez lo que es condicionado y lo que condicio·
na y, después de haber supuesto todo esto, examinaremos
la posición en que nos encontramos.
Consideremos por de pronto la afirmación de que el
tiempo y el espacio son condiciones subjetivas del pensa-
miento, propiedades del yo. ¿Es posible dar una significa·
ción a estas palabras? o no son más que simples grupos
de signos que parecen contener una noción, pero que en
b2 L,Rl~ClP!OS Di! ?ISCOI OGL\

realidad no la contienen? Si intentamos con,truir la no·


ción veremos que la segunda hipótesis es la verdadera.
Pen•ad en el espacio, en la cosa, no en la palabra. Ahora
pensad en vos, en vos sujeto consciente, Después, habien·
do realizado claramente estos conceptos, reunidlos y con·
cebid al uno como propiedad del otro. ¿Qué resulta de
ello? Nada más que un conflicto de dos pensamientos que
n!.' pueden estar unidos. Tan practicable seria imaginar
un redondo cuadrado. ¿Cuál es, pues, el valor de la pro-
posición? Como dice el kantiano M. Mansel en su sútil
obra titulada Prolegómenos lógicos:
<Un conjunto de palabras que une atributos que no
pueden presentarse en una intuición, no es el signo de un
pensamiento, sino la negación misma de todo pensarnien ..
to. Así, es preciso distinguir con cuidado la concepción
de la nueva imaginación y de la mera inteligenc:a del
sentido de las palabras. Una combinación lógicamente
imposible de atributos puede expresarse en un lenguaje
perfectamente inteligible. No hay dificultad en compren·
der el sentido de estas expre!Siones: figura bili1:.e,d, oro de
f1itrro. El lenguaje es inteligible, aunq11e el objeto sea in-
concobiule.•
Si esto es cierto, la proposición de Kant no es más
que un sonido hueco y vado. Si como dice Sir. Willtam
Hamiltoo, no hay otras proposiciones concebibles que
aquellas cuyo sujeto y predicado son susceptibles de una
u11idad de represe11tación, entonces la subjetividad del espa-
cio es inconcebible porque es imposible comprender en
una unidad de representación estas dos nociones: espacio
y atributo del yo.
ConsideremoOJ ahora lo que en consecuencia es nega~
do. Afirmar que el tiempo )' el espacio pertenecen al yo,
es afirmar al mismo tiempo que no pertenecen al no yo.
UELUiER r :,Pi!NCER

Además de la propo•ici6n positiva de que es Íülposible


pensar, bay también una proposición negativa correlati.
va de que es igualrr.ente imposible pensar. Mientras que
en un caso se afirma que dos cosas están unidas de he·
cho, por más que sean totalmente incapaces de estar uní·
das en el pensamiento, en el otro caso, se asegura que
dos cosas están desunidas de hecho por más que sean to·
talmente incapaces de estar desunidas en el pensamiento.
Ningún esfuerzo puede separar el espacio y el tiempo del
mundo objetivo y dejar el mundo cbjetivo por detrá•. El
designio de imaginar un cuadrado privado de la igualdad
de sus ángulos, es un designio análogo. Y si la afirma-
ción de que un cuadra.Jo tiene ur.a existencia que puede
considerarse independiento de la igualdad de sus ángulos,
aun siendo verbalmente inteligible, es impensable y ca re·
ce de significación. la afirmación de que los objeto5 tie·
nen una exietencia fuera del espacio y del tiempo no es
menos impensable ni tiene má:: significación.
Estas dos imposibilidades del pensamiento no son las
6nicas que encontramo~, hay imposibilidades cons~cuti·
vas, La teoría kantiana no se limita a forzarno3 a sepJ.·
rar del no·yo formas tales como las que cor.oceor..os, sino
que nos prohibe de hecho reconoce-r o de suponer tma
forma cualquiera parad nOj'O. Kant dice que \'!el espacio
no es nada más que la forma de todos los fenómenos del
sent•do exterrto, es decir, la única condición ~objetiva t1e
la sensibilidad bajo la cual es posible la intuición exter-
na.'~ Es afirmar tácitamente que no hay n:ngur.a forrra
de la existencia objdiva a la cual responde, plJesto que
ei la hubiera, habría alguaa otra cesa que la condición sub-
jetiva de la sensibilidad. Tam~ién dice que oel tiempo no
es otra cosa que la forma do nuestra intuición interna .....
No es inherente a las cosas mismas, sino solamente al su·
64 PRINOPlOS DE l'~ICOLO\.iiA

jeto (o el esplritu) que tiene de él intuición.• Y excluye


claramente la suposición de que haya formas del no yo a
que corresponden estas formas del yo cuando dice que e el
espacio no es una concepción derivada de las experiencias
que vienen del exterior ••••• y que la representación del
espacio no puede ser tomada de la experiencia de las re-
laciones de los fenómenos externos.• Vemos, pues, la!>
dos conclusiones alternativas sobre el 11o-yo entre las cua-
les tenemos que escoger.
Por de pronto, el fiO·YO no tiene forma. Por más que
Ja materia de toda intuición, en cuanto tiene una existen-
cia interna, tiene su forma, el objeto al cual esta intui-
ción se refiere no tiene forma. Como hemos visto, Kant
ddine la forma conocida .Io que hace que el contenido ...••
pUt:da ser coordenada bajo ciertas relacionee. • Si se en-
tiende forma en este sentido, debemos decir que el tw-yo
no puede tener su contenido coordenado bajo ciertas re-
lacione•. Pero es decir, al mismo tiempo que el no-yo no
titne partes pue~to que, tener partes, es tener su conteni·
do coordenado en ciertas relaciones; y es decir, también
que nQ> es un todo porque un todo implica necesaria roen·
te partes de las que es la suma. En consecuencia, la pro-
posición llega a esto: que el no yo, que no tiene ni todo
ni partes, no puede ser pensado como existente, entra·
m os en el idealismo absoluto que es contrario de la hipó-
tesis.
La otra proposición es que el no·yo tiene una forma¡
pero que esta forma no produce ningún efecto sobre el ya
en el acto de la exporiencia. Por más que la existencia
objetiva, contenida bajo una forma objetiva, sea capaz
de causar una impresión Súbre el sujeto y de producir
una sensación, esta sensación, sin embargo, está comple-
tamente condicionada por ia forma subjetiva: la forma
IIEU:BERT SPlll\CER 65

objetiva es completamente inactiva. De sut>rte, que cual-


quiera que sea la disposición que pueda existir en el con-
tenido del no-yo, el efecto producido sobre el yo, tiene su
contenido dispuesto simplemente según la forma del yo.
Una disposición del no yo, es tan bueno como otra, en
tanto que esto concierne al yo. Como sigue de lo que pre ..
cede que ninguna diferencia en nuestras sensaciones está
determinada por una diferencia en el 11o-yo (porque decir
que esta determinación exista seria decir que la forma
bajo la cual existe el no-yo produce un efecto sobre el yo)
y que igualmente se sigue que el orden de coexistencia y
de sucesión de nuestras sensaciones no está determinado
por un orden en e1 tzo.yo, nos vemos obligados a concluir
que todas esas diferencias y todos esos cambios en el yo
se determinan por si mismos. Nos vemos, como atrás,
conducidos al idealismo absoluto, lo que se halla en con·
tradicción con ]as premisas.
Para completar la crítica no nos queda más que re•
cc,rdar al lector que Jos hechos de conciencia que se supo•
nía no eran interpretables más que nor la hipótesis kan•
tiana, pueden interpretarse por !a hipótesis experimental
cuando está .completamente detianollada. En las partes
precedentes de esta vbra, y con más especialidad en la ú! ..
tima, h-~mos visto que sí, al lundarse en la doctrina de la
evolución, suponemos que las modificaciones son trans ..
misibles por herencia, debe acontecer que, si hay formas
universales del no·yo, estas formas debtn tstablecer en el
yo formas universales correspondientes. Estas formas,
después de haber tomado cuerpo en el organismo, se im ..
primirán sobre las primeras intuiciones del individuo y
nvs parecerán así preceder a toda exptriencia. Pero el
análisis nos mostrará, sin embargo, que estas formas son
derivadas de esta ~sma conciencia última de la seme-
ToMo IV
06 PRINCIPIOS DI! I'HCOLOGJA

janza y de la diferencia en la cual, como hemos visto, pue-


de resolverse toda experiencia,
Ahora resumamos el argumento de Kant limitán·
don os al caso del espacio. Kant nos dice que el espacio es
la forma de toda intuición externa, lo que no es verdad.
Nos dice que la conciencia del espacio continúa cuando
está suprimida la conciencia de todas las cosas que con·
tiene, lo q~e tampoco es verdad. De estos pretendidos
hechos iud11u que el e•pacio es una forma a priori de la
intuición. D go induce, porque esta conclusión no está pre·
sentada en une. unión necesaria con las premisas, de la
misma manera que la conciencia de la dualidad es nece-
sariamente presentada con Ja conciencia de la desigual-
dad; pero es una conclusión hecha de propósito con
el fin de explicar los pretendidos hechos, Y, entonces,
para que podamos aceptar esta conclusión que no es ne·
cesariamente presentada con los pretendidos hechos que
no s0n verdaderos, nos vemos obligados a afirmar diver-
sas proposiciones que no pueden formularse en pensa·
mientos. Cuando se considera al espacio mismo, debemos
concebirle cómo siendo a la vez la forma de la intuición
y la materia de la intuición, lo que es imposible, Debe-
mos unir aquello de que somos conscientes, como siendo
el espacio con aquello de que somos conscientes, como
siendo el yo y considerar al uno como la propiedad del
otro, lo que es imposible, Debemos al mismo tiempo des·
unir aqueilo de qt!e somos conscientes, corno siendo el es-
pacio y aquello de que somos conscientes como siendo d
no.yo y considerar al uno como separado del otro, lo que
es igualmente imposible. Además, la hipótesis de que el
esp11cio no es ninguna otra cosa •que una forma de la in-
tuición que depende enteramente del yo, nos pone en pre-
sencia de estas dos alternativas: que el no-yo no tiene for-
HERB&RT SPRNCHR 67

ma o que su forma no produce absolutamente ningún


.,recto sobre el yo, alternativas que implican. ambas a dos
imposibilidades de pensamiento. Y todas esta~ imposi-
bilidades de pensamiento, con una inducci6n pretendida
como necesaria sacada de hechos pretendidos es lo quo
se quiere que aceptemos, ¿por qué? ¡Para escapar de una
dificultad que se pretende insuperable, pero que es fácil-
mente superable!
§ 400, Se puede agregar otro ejemplo de razor.amien·
to metafísico-ejemplo que desciende en linea recta del
último-, el cual nos mostrará que el rechazar, como im-
plicitamente pretende el kantismo, el testimonio directo
de la conciencia trae consigo una contradicci6n cuando
se acepta el testimonio directo de la conciencia implícito
en el •realismo natural-..
Sir William Hamiíton, por lo que se desprende de al·
gunos pasajes de sus escritos, parece considerar el espacio
como una ley del pensamiento y, a la ve:, como una ley
de los objetos; pero, al mostrarse discípulo de 1\<nt cuan-
do dice: ces un mérito de la filosofía de lo condicionado
probar que el espacio e> una ley del pensamiento y no de
las cosas» se ha visto conducido por su kantismo a un ar.
gumento que se destruye por sí mismo. En su critica in-
cisiva del doctor Brown pone de relieve las incons~cuen­
cias de este escritor, poniendo una al lado de la otra dos
tesis que acepta y repudia respectivamente, El pasaje que
sigue se encuentra en la página go de las Discusione<:
• Yo no puedo creer que existan las cosas materiales..
Yo no puedo creer que la realidad material es el obje.
to inmediatamente conocido en la percepci6n. La primera
de estas creencias, dice explícitamente el doctor Brown
al defender su sistema contra los escépticos, es ~erda<lera
porque es irresistible. La segunda de estas creencias, dice
68 PRINCIPIOS DE PSICOLOGIA
----------------
impllcitamente el doctor Brown al establecer su propio
sistema, es falsa, amzqt~e irresistible.
Ahora, cuando sir Willíam Hamílton afirma que el
espacio •no es más que una ley del pensamiento y no una
ley de las cosas> cae en un absurdo exactamente de la
misma especie que el que acaba de exponer. Para mos-
trarlo basta una pequeña adición al pasaje preceden!• y
cambiar los nombres asl:
Yo no puedo menos de creer que existen las cosas ma·
!eriales.
Yo no puedo menos de creer que la realidad materiat
es ei objeto inmediatamente conocido en la percepción,
Yo no puedo menos de creer que el espacio en el cual
se perciben las realidades materiales es real objetivamen.
te. Las dos primeras creencia~, dice explícitamente sir
\Villiarr. Hamilton al defender su sistema contra los es
cépticos, so11 verdaderas porq¡¡e so11 irresistibles. La tercera
dice implicitamente al establecer su propio sistema au11que
irresistible es falsa.
No tenemos que ocuparnos de la estabilidad de la po-
s!ción del doctor Brown ni de lil estabilidad (ie la crLica
de sir W. Hamilton. Solamente debemos notar que si la·
•• gumentación de sir W. Ha mil ton contra el doctor
Bro,Vn es concluyente, una argamentaci6n parecida es
concluyente contra él mismo y que el criterio que él da no
es verdadero o su creencia en la subjetividad del espacio
está refutada por ese criterio.
§ 40r. Tales son, pues, Jos razonamientos de los me-
tafísicos; no ios hemos escogido en las obras de un solo
autor o de una sola escuela sino que se han sacado de las
obras de una serie de escritores de diferentes escuelas:
Berkeley, Hume, Kant, Hamilton, Aunque difieren en
otros puntos de vis!a estos escritores tstán de acuerdo
HERBERT SPENCER 69

para rechazar abiertamente algunas o varias de las afir·


maciones fundamentales de la conCÍéncia. Los pasajes ci·
lados y criticados son pasajes típico• que se refieren di-
rectamente a estas afirmaciones fundamentales y los raza·
namientos dados se han considerado como suficientes para
refutarlos. ¿Tienen la potencia deseada? Muy lejos de te·
nerla, están llenos de defedos que anularían inducciones
completamente ordinarias.
En un caso encontramos que lo que debe ser negado
en la conclusión se halla implícitamente afirmado en las
premtsas. En otro una capaci:t-t.d mt:ntal trascendente.> se
da como la base de la prueba de una incapacidad mental,
Y la refutación de nuestra concien:ta d~ una cosa procede
de nuestro conocimiento de otra cosa que el mis'llo razo-
zamiento hacr! rechazar. Para escapar de una dificultad
d~ pensamiento se ofrece como refu~io !11.edia docena de
imposlbi!i1ades. Y, además, el cdteno de todo verdadero
conoctmtento dado como final se supone sin ninguna ra-
.zón sin valor con relaci6n a conocimientos particulares.
CAPÍTULO V

JUSTIFICACIÓN N!iGATIVA DEL 1U!ALISMO

§ 402, Los tres capilulos precedentes contienen una


oj<ada g•neral de la po>ici6n metafísica. Hemos visto qu<>
les me!atl•icos proctdtn partiendo de una hipótesis rcco·
nacida tácitamtnte qut· no se esfuerzan por justificar y
que, por otra part~, no es pm>ible justificar. H~::mos visto
que todas, sin excepción, las palabras que emplean les de-
nuncian y que, en toda propo&ici6n que se ven conducidos
a formular, expn>an siempre fatalmente algo contra la
preposición. lgua!mtnte hemos visto que los razonamien·
1os construidus fo.C,bte tales proposiciones no pueden em·
plt:art~e para tfo,tai'ltter lo que qu!eren establecer, sino que
deben tomar como pmto de apoyo precisamente lo que
e;tá en discusión y que, en consecuencia, quitado el pun·
to de apoyo: quedan "n fuerza tales razonamientos,
En un caso ordinario, el examen que hemos hecho·
que conduce a tales resultados podría considerarse com<>
euficie.ote. Aquf, sin embargo, no le consideramos más
que como una introducción. Da un esbozo previo del ar-
gumento ane.lítico que vamos a abordar y de una manera
todav!a más vaga del argumento sintético que completa
el argumento anal!tico. Este t\ltimo es una justificación
negativa del realismo y el argumento sintético es una jus-
tificación positiva del realismo.
llERBERT SPENCER 71
-------
Por juotificación negativa del realismo entiendo, la
prueba de que el realismo descansa en una evidencia que
tiene mayor validez que la evidencia en que descansa cual-
quier hipótesis contraria. Con semejante prueba la creen-
cia realista se justifica negativamente, esto es, que ningu·
na creencia se puede justificar mejor.
Antes de proceder a un análisis último baremos dar
un paso a nuestro examen haciendo un análisis aproxi·
rnativo.
CAPITULO VI

ARGUMENTO SACADO DE LA PRIORIDAD

§ 403. Ejemplo notable do Mbito es el poder aiqui-


rido por los micrógrafo• de mover los objetos so!>ro el
microscopio de manera que se neutraiicen lo::; ca:nbÍv:cJ
aparentes de sus movimientos. Este ajustami':}~to, que es
tal que, para mover el ohjeto a la d"recha, los dedos de-
ben moverse a la izquierda, o hacia abaj'> cu::tndo el obje-
to debe s:r elevaio se hace, después Je una Iarg:~ prácti
ca, automático y viene a par~c..er un h~cho completarnen-
te natural; tan natural que cuando p•ra un cierta fin se
sirve uno de un cristal enderezador que vuel;·e a po~er
los movimientos visibles en sus relaciones ordinarias con
la mano, estas relaciones no parecen naturales y el mi·
cr6grafo se siente más embara~ado por esta conexi6n nor-
mal de la impresión que lo establ primitivamente por las
conexiones anormales.
El hábito quo hemos vi3to producir un re<ultad•> tan
sorpendento en la '"fera de la percepdón externa si m pie
es capaz de proJucir un resultado no menos sorprenden-
te en la c::sfera de esta percepdón int::rna compleja que
llamamos razonamiento. Aqui también al pres!!ntar fre-
cuentemente secuencias de pensamiento en una rdación
invertida, se forma gradualmente la creencia de esta re-
lación en su rdaci6n directa. Si {;e consideran con persis·
tencia estas secuencias en un cierto or~en hipotético
exactamente opuesto a su orlen real, el orden hipotético
HERBERT SPE.NCER 73

llega a aparecer como el orden real y el orden r~al como


el orden hipotético.
He aqui el estado de espíritu engendrado por el hábi-
to en el metafísico. E'tá tan habituado a mirar a través
del im.trumento intros;:;ectívo que invierte la sucesión de
sus experít!ncias, que c.Jnsidt!ra la sucesión invertida co-
mo la sucesión directa y cuando mira a través del cristal
enderezador, que re:t:fica la sucesión, le parece que las
cesas eGtán mal puest~s.
De>pués de esta co.nparaci6n prelimin•r pasemos al
argum.;!nto que hace entrever.
§ 404. Ei postulado que sirve de punto de parti:la al
razonamier:to metafístco es que, prim1tiva:nente, no tene-
mos con:.:.iencia más que de nuestiaS aens1.ciones, que e~·
tamos seguros de tenerbs y que si h1y algo más allá de
el!as que strva para dar su cau3a, al partir Je estas se:l-
saciones, ese al.~o no puede ser cono::ido más que por in·
d~cción.
Cau~aría una gran :iOrpr'!sa al lector metafísico si
discuto "'te postulado y su sorpresa llegará al asombro
si lo niego clarame:1te. Esto es, con todo, lo que yo debo
hac:.:r. AliLnitar la propvsic1ón a lo~ estados de concien-
cia ep1periféncos qu;: 'ie pr ).i\1.;-.!a ea n::>~otros por bs ob ·
jetos exteriores (porque no h...t.y más que ellos en c~uestió:i)
yo no veo otra alt-::rnat:va qu~ afirmar que la cosa primi-
tivamente conoc1da UlJ es. y_ue una sensación haya sido
expc;.Lnentdd:t., sJno qu~ h:.J.y U'1 objeto exterior.
En lugar de admitir q~e el conocimiento primordial
e incontestable es la existt::ncta de una sensación, yo afir-
mo, por el contrano, que 14 exi..;tenc:ia de una sensación
es una hipótesis que nu pueJ,.;; f.,Jrmars'! antes de quo: sta
CO'lO·..!da la extstr::·1.:ia e:<.tt:r·n. E.,ta inversión completa
do su conce~ctó~ que parecerá ta:l absurda al metafísico
PH.lNClP!Ob Dh. P.SlCOLOGÍA

debe con lodo producirse cuando miramos los fenómenos


de conciencia en su orden de génesis sirviéndonos como
de cristal enderezador de la biografía mental de un niño
o de la concepción desarrolla :la de las cosas en el salvaje
o en el alde•no.
En sus primeros años un niño come, juega, rompe sus
juguetes, riñe cori sus hermanos y lleva una vida en la
cual las cosas, las personas, los lugares, los actos, llegan
a ser familiares y son tratado• de una manera que impli·
ca una ronct-pción esencialmente semejante a la que tie·
nen los adultos. Al mismo tiempo adquiere un conocí ..
rr.icnto del lenguaje suficiente para comprender y expre·
sar proposicionts simples conce¡nientes a los objttos, a las
propiedades y las rt1aciont:s. Pero ahora preguntémonos
a qué edad el niño hace el primer uso de una palabra que
concluya en acción y cómo es que no se le pueda explicar
l" pa:abra semación b&sta desr.ués de cierto tiempo. La
pf"labra nentido», que compone su primera parte, si se
la comprende como el nombre general del oído, de la vis·
fa, del tacto y del olfato, permanece durante largu tiempo
incomprensible. El valor de la terminación acción no pue-
de conoctrse por ningún mtdio hasta que se ha desarro-
J!ado cor.siderablt mente el poder de fcrmar abstracciones.
A•imi~mo, la ¡;alabra doblemente abstracta de cseosa·
ción > queda también durante más largo tiempo sin signi-
ficación. Lo que es igualmente claro, y hasta más claro,
es la incapacidad del niño para conocer que tiene sensa ..
cienes cuando recordamos su incapacidad pata formar
<ma concepcif.n definida de su propia individualidad. No
hay chiquilio que se llame a sí mismo yo. Se mira a si
propio cerno un objeto. Se oye llamar Jorgecilo y dice:
~<dadle a Jorgecito cuando necesita algo o llama Jorgcci-
to a la causa del mal cuando se ha herido a si mismo.•
lJC.HDER'f SPENCER
75

Nunca se oirá decir a un niño • yo me he herido a mí


mismo. • Esa síntesis de todas las experiencias Y de to ·
dos los poderes pasados y presentes que constituye la
concepción del yo está mucho más allá de lo que puede
hacer una inteligencia no desarrollada. De suerte que ni
el sujeto ni el preuicado de la proposición ctengo una
sensación> pueden ni siquiera emplearse separadamente
por un niño y con más fuerte razón puestos juntos.
La noción de identidad personal, aunque más desa-
rrollada, en el salvaje, lo está tan imperfectamente que
no puede formar el estado de concioncia que el metafísi·
co mira corno primordial. En el lenguaje de las razas
más inferiores no hay ninguna palabra que responda a
los términos «espíritu e ideas.> Es verdad que el hombre
no civilizado ha adquirido la creencia en otro yo que se
ausenta en los sueños y en la muerte abandona el cuer-
po por un tiempo más largo; pero ese otro yo que conci·
be es simplemente un duplicata visible y tangible como el
cuerpo. No tiene ningón nombre para aquello de que es
consciente o para los agregados de pensamientos y de
sentimientos llamados por nosotros c.conciencia» y si de·
sea hacernos conocer el hecho de que percibe algo que
no está presente a los sentidos, no puede hacerlo más que
a~ímilando su percepción a una visión externa y su po·
der interno a un ojo. De suerte que está privado de esa
concepción de sí mismo como principio que siente que im-
plica la proposición de lo> metafísicos, de la misma mane-
ra que está privado lo que tiene de comón con el niño de la
r.oción de sensación. Basta que recordemos que su lengua-
je no tiene ninguna palabra general para árbol, conside·
ra~ a separan-amente de las especies particu!ares de ár-
boles, para ver al mismo tiempo el absurdo de hacerle el
honor de atribuirle esas ideas muy abstractas.
7o PRI:-i'CIPIOS DE PSICOLOGÍ.-\

Es, sin embargo, fUperfiuo ir a bus~ar una prueba tan


lejos. Un labrador o un colono nos la suministrará. De-
cidle que el sonido de la campana de la iglesia de la aldea
que oye existe en sí mismo y que si faltaran todas las cria·
turas no habría nin~ún s•mido. Cuando haya desaparecido
su sorpresa, intentad hacerle comprender la verda•l de lo
que os parece tan claro. Explicad le que las vibraciones de
la campana se comunican al aire, que el aire las transpor~
ta cvmo ondulaciones o pulsaciones, que estas pulsaciones
hieren suce:sivamente la membrana de su oido y la hacen
vibrar y que, en fin, lo que exi8te en el aire como m o vi-
miento mecánico Hega a s~r en él sensación de sonido que
varia en grado como lo:3 movimientos varían en su rapi
dez de sucesión. Y ahora preguntaos a vosotros misrr.os
cuáles son las cosas que les decís. Al hablarle de la cam-
pana, dei aire, de movlmlentos mecánicos, ¿entendéis las
ideas que él tiene de esos objetos? St lo hictérais caorír.is
en el absurdo sorprendente de suponer que ya tiene la
concepción que intentáis darle. Por campana, por aire,
por vibracionc::s entendéis precisamente lo que él enti~n ..
de -es decir, otras tant:ts acciones y existencias objeti\'aS
y por ningún medio poJréts h1blarle de la hipótesiS de
que lo que conoce como sonido existe en él, y no fu.:!ra
de él, sin postuiar en común co:¡ él esas realida1e• o'·j .•
ti vas. Por ningún meJio podréis mostrarle qu~ no con'Jce
más que sus sensaciones, sm suponerle ya consciente de
todas esas CO:ias y de tojl)s esos cambios qut:: causan sus
sen3aciones.
Antes de haber alcanza1o un estado considerablemen-
te avanzado de su desarrollo mental, cada hombre pie<1sa
que las propiedajes no implican solamente objetos sino
que son objetivamente lo que parecen ser subjetivarner te.
Ayudado por el cristal enderezador de que se ha hablado
el mlamo metaftaico embaraado COD r&IIODII'íj!f'líl"l
complicados, no dejad de recordar que prlmlti•amen-
miraba loe colorea como inherentes a laaaullaDclaa qlie
distinguir que concebla la dulsura coma una pro•
intrlnaeca del udcar y que auponla que la durua
blandura residen en laa piedru y en laa carnea. Y
ae recordar' que aoJo defpu~a de un largo ejercicio
saltos peligrosos intelectuales ha conseguido invertir su
110tlce·pc16n primitiva, de manera que piensa la impreai6n
en ~1 como algo inmediatamente conocido y el
que la causa como mediatamente conocido, en la
que ea conocido, Recordando esto ver' que la hlp6·
ll!llla ¡,~.,.,¡¡.,,. no ha venido sino despuE• de la creencia rea•
y que, cuando llega a construir la hip6tesia idealiata,
hace mb que con la ayuda de la creencia realista.
40S. Hagamoa una pequetla dlgresl6n para oblenlt
de eua confasionea metaHaicaa. El error WJII•
en confundir doe COI8I completamente dlatlntu-te·
~ r¡o;o•~~c:••n,.,.o,n,y aer consciente de tener una aensaci6n,
!mJ~IIioluaclo por un color, un sonido o un olor y,
un DH?vlmiento dtU a la CODIOf•

el acto
determinado se producirla ain un yo que lijara au atenci6n
y reftexionara en este uunto. Una ac:naaci6n que eziata
asl, &in que tenga una conciencia interior ea una aenucl6u
de la especie que loa metallaicoa miran como inmediatamen•
te dada en la conciencia, en opoaici6n al otro agente que
produce eaa sensaci6n y que no puede darse ma que me·
diatamente, Y ai prctendlan que la concepci6n acciiental·
713 PlUNClPIOS DE PSlCOLOGÍ.-\

mente formada de ot<o agente se forma independiente·


mente de las sensaciones de esta especie y queda con re·
!ación a ellas en una relación secundaria y derivada, su
posición seria suficientemente sostenible. Pero es total·
mente diferente decir que en un ser semejante las cosas.
primitivamente dadas son las sensaciones mientras que
su causa objetiva viene a in<!ucirse con el tie'Ilpo y decir
que esas sensaciones pueden ser conocidas como sensacio·
nes por este ser. Mientras que un ser es simplemente re-
ceptor de sensacione•, mientras se halla simplemente en
estado de hacer las sintesis de las sensaciones implícitas
en la concepción de un ob¡eto-y además, mientras no
haya alcanzado, la sintesis aún más compleja requerida
para concebir el objeto o a él mismo como existencias in.
dependientes, no puede llegar a aquella conciencia de una
sensación que el metafisico considera como la cosa pri·
mordial.
Porque, como hemos visto atrás, la conciencia de te-
ner una sensación puesta anticipadamente por el razona·
miento del metafísico es la candencia que experimenta un
yo distintamente especializad:> y que una larga experien ·
cia antecedente ha separado largamente de un no-yo. El
argumento metafísico identifica dos cosas que son verda-
deramente los dos extremos del proceso de :a evolución
mental. La simple conciencia de la sensación no compli·
cada con la sensación de sujeto y de objeto es incontesta-
blemente primordial. Durante diferenciaciones e integra-
ciones infinitamente largas y comp1ejas de sensaciones pa·
reciclas primordiales y de las ideas de ellas derivadas, se
desarrolla una conciencia del yo y del no-yo correlativo, Y
solo todavia más tarde puede alcanzar el periodo en que
llega a ser posible al yo desarrollado de considerar sus
propios estados como afecciones producidas en él por el
lllW.BElCT !:' l'liNCC:J~
-- - - - - - - - - - - -
no yo. Y este periodo final es considerado como si fuera
el periodo inicial.
§ 406. Dejando esta digre<i6n, lo que nos importa
notar aqui es que la concepción realista es siempre y en
todas partes en el niño, el salvaje, el aldeano y el mismo
metafísico anterior a la concepción idcaiista y que, en nin-
gún espíritu, cualquiera que sea, puede alcanzarse la con ..
cepci6n más que pasando por la concepción realista. El
realismo debe estar antes de que se pueda dar un paso
para proponer el idealismo.
Si ahora alguien, para probar que su amigo ha muer-
to la semana ,última, enseña una carta cle este amigo ft!-
chada ayer, en la que anuncia su propia muerte, pensaría-
mos que ni aún en un irland~s se podria explicar tal falta
de lógica. Decir que un hombre ha muerto y dar como
prueba de su muerte toque le supone vivo, supone una
ceguedad apenas imaginable que llega a esta contradicción
entre las premisas y la conclusión. Y, sin embargo, ¿en
qué difiere esencialmente esta contradicción de la que con-
siste en. postular implicitamente los objetos externos y en
sacar la conclusión de que solo. pueden conocerse las sen-
saciones y que los objetos que son su causa son hipotéti-
cos o ni siquiera existentes?
En una palabra, el argumento de prioridad ea que, en
la historia de la raza, como en la historia de cada espíri ..
tu, el realismo es la concepción primitiva; que solamente
después de haberlo alcanzando y considerado largo tiem-
po como indudable, llega a ser posible constituir la con·
cepción idealista puesto que descansa en la concepción
realista y que, entonces, como después, la concepción idea·
lista que depende de la concepción realista, debe desapa-
recer desdo el instante en que se ha suprimido la concer--
ci6n realista. •
CAPITULO VIII

ARGUMENTO SACADO DB LA SIMPLIClDAD

§ 407. Una bala de cañón disparada a u" blar.co si-


tuado a la distancia de cien yardas puede dar en él; pero
si se dispara al mismo blanco colocado a la distancio. de
mil yardas, la probabilidad de acertar es mucho mayor.
Al pasar sobre un lago helado de la anchura de una milla
puede suceder que uno quede sumergido; pero si, en vez
de lago, es una laguna, hay una probabilidad mayor de ser
víctimas de tal accidente. Durante una carrera de una
hora en Abril hay una prcbabilidad mayor de que nos
ceja la lluvia que si tal carrera dura un día. Estas propo-
8Íciones, que parecen tan insensatas, nos sirven, de una
manera sorprendente, de ejemplo del absurdo que penetra
]as conclusiones metafísicas.
Porque si comparamos ei proceso mental que aboca al
realismo con el proceso mental que aboca al idealismo o
al excepticismo vemos que, abstracción hecha de otras di·
ferencias, difieren enormemente en longitud. El uno es
tan simple y tan directo que aparece a primera vista como
indescomponibie, rnitntras que el otro largo, complicado
e indirecto es, no simplemente descomponible, sino que
exige mucho ingenio para componerlo. ¿Debemos enton-
ces pensar que, en el proceso corto y bimplc, hay menos
peligro de <ngañar&e que en el proceso largo y elaborado
HERBERT SPENCER 81

o bien debemos deci .. , con el metafísico, que, en un proce-


so iargo y elaborado, no nos engañaremos, mientras que
nvs engañamos en un proceso corto? Se objetará a esta
comparación que los dos procesos difieren no solamente
en longitud sino también en especie. Todo es incontesta·
ble. También veremos en el capitulo próximo que el pro-
ceso que nos lleva a la concepción realista es cualitativa·
m<nte tan superior que, suponiéndose iguales las longitu-
des, su resultado es bastante más verosimil que el resulta-
do del proceso que nos conduce a la concepción idealista.
Pero, sin prevalerse aquí de esta superioridad, los dos pro-
cesos son, por otra parte, tan semejantes que pueden, con
perfecto derecho, c<~mpararse desde el punto de vista de
su longitud. Esto tendrá necesidad de una pequeña expli·
cación.
§ 408. El argumento metafisico, cualquiera que sea
su especie particular, comienza habitualmente por inten-
tar probar que la creencia realista es un resultado de in·
ducci6n. Ya en un caso, ya en otro, se supone que el lec-
tor admite que la cosa pre•ente a la conciencia es una
ser.sación, que, por ejemplo, con una sensación particular
de color, se encuentran habitualmente juntas por medio
de ciertos movimientos, sensaciones de dureza y de blan-
dura, de olor, de tacto, de temperatura; que, cuando tiene
de nuevo esta sensación particular de color, infiere que
esas otras sensaciones seguirán, se verifica movimientos
apropiados; que ahi está todo el contenido de su concien-
cia y que si piensa que hay un substractum objetivo que
sin·a de causa a este grupo de sensaciones, la existencia
de este substractum es 1ma it1ducció11-y que el substrac-
tum inferido no puede nunca estar presente en la concien.
cía. Asi, el metafisico muestra que la creencia realista se
alcanza por medio de una conclusión, por un proceso de
'J.OMCilV 6
PiUNClPlOS DE PSICOLOGÍA

razonamiento. Por consiguiente, como su propia creencia


es igualmente alcanzada por un proceso de razonamiento,
los dos procesos son comparables desde el punto de vista
de su longitud. Veamos cuál es el resultado de esta com-
paración.
En primer lugar la pretendida demostración de que la
creencia rea1ista es nn resultado de inducción consisté ella
misma en varias inducciones. Cualquiera que sea el peli·
gro que haya en hacer la inducción realista, se incurre en
un peligro todavia mayor en hacer las inducciones sucesi-
vas que prueban la naturalc>.a inductiva del realismo; y,
en consecuencia suponer que la inducción del realismo
está reprobada por esas series de inducciones, es suponer,
como más arriba, que hay poco peligro en dar \'arios pa-
sos cuando hay mucho peligro en no dar más que uno. El
caso es, además, aún más fuerte; porque cualquiera que
sea la diferencia que haya entre las naturalezas de estos
pasos inductivos, esta diferencia eetá en favor de aquel
que se da por el realismo y que es mñs simple que cada
uno de e¡;;tos hechos para mostrar el carácter inducth·o
del realismo Concé~asenos que el conocimiento del obje·
to exterior es obtenido por síntesis. ¿No es claro que la
pretend¡da demostración de su origen sintético consiste en
síntesis de las que cada una es mucho más compleja que
la de que se trata?
Sin embargo, no es eso todo. Después de la pret<ndi·
da refutación del realismo viene la '!Jretendida prueba del
idealismo o del escepticismo. Esta prueba tiene entera·
mente el mismo carácter e implica !a misma multiplica-
ción de posibilidades de error. La concepci6,¡ que se debe
justificar no puede siquiera formarse sin unir actos de los
que cada uno es iminentemente sintético y cada paso dado
en la argumentación que sirve para justificarla, es sin té-
HERBI!RT SPEN<.:ER 83

tico en un grado todavía más elevado. Tomemos como


ejemplo la proposición de Berkeley: que e las ideas existtn
en el espíritu•. Hay aquí tres sin tesis. Idea es una palabra
.general aplicable a cada uno de nuestros numerosos esta·
dos de conciencia de todos los órdenes y que, como he-
mos visto, en el niño no puede comprenderse más que
después de haber r~unido varias experiencias. Espíritu es
una síntesis de estados <ie conciencia-una cosa de la que
no podemos formarnos ninguna noción sin recordar y re·
unir algunos de nuestros estados mentales. Cada concep ·
ción de una relación es una sin tesis-la de contener e'l
una de ellas. El niño se hace capaz de comprender que
una cosa está en otra por observaciones semejantes y con·
comitantes a las que le enseñan que las cosas son exterio-
res unas a otras y antes de que se hayan generalizado
estas...observaciunes, es impensable la proposición de que
las ideas están en el espirito. Así cada una de las pala-
bras idea, en, espíritu, presupone una sin tesis y la proposi-
ción de que alas ideas existen en el espirito» es una sínte.
sis de síntesis. Si se pasa de la afirmación del idealismo a
los razonamientos que sirven para establecerlo, se puede
mostrar que cada uno de estos silogismos es una sintesis
.de sintesit:l, y que su conclusión, obtenida por la unión de
varios silogismos, es una síntesis ·de síuttsis de síntesis.
§ 409. He aquí ahora bajo su forma más breve el re-
sultado a que hemos ilegado, y es que el veredicto de la
conciencia que nos conduce al realismo es mediato 0 in_
mediato. Si es inmediato el resto es concedido y la dis-
cusión concluye. Si es mediato es, entonces, comparable
en su n;;.turaleza intrínseca con el veredicto de la con.
ciencia que se pretende llevar al idealismo, puesto que
este es igualmente mediato. Siendo ambos mediatos la
cu<~tión que se propone es esta. ¿Desde qué punto de vis-
84 PRINCIPIOS DE PSlCOLOGfA

ta difieren? Y encontramos que su diferencia más nota·


ble consiste en que el primero implica un solo acto me·
diato, mientras que el segundo implica una sucesi6n de
actos mediatos de Jos que cada uno está formado de actos
que ellos mismos son mediatos. En consecuencia, si el
\tnico acto mediato del realismo debe ser anulado por la
multitud de actos mediatos del idealismo, es preciso acep·
lar la suposición dada como ejemplo al principio de este
capitulo, es a saber, que si hay una incertidumbre en paso
de una especie dada, hay menos incertidumbre en varios
pasos de la misma especie.
CAPITULO VIII

ARGUMBNTO SACADO DB LA CLARIDAD

§ 410. Un hombre que pasa cerca de uno de sus co·


nacimientos en la oscuridad, puede concebir alguna duda
sobre la identidad de este conocimiento, duda que no se
producirá en sitio lleno de lnz. Un testigo que refiere pa-
labras cuchicheadas en el otro extremo de un departa-
mento, no se atreverá a afirmar su importancia tan re~
suelta mente como si se hubieran pronunciado en alta \'OZ
cerca de él. Se considera geoeralmente que la verosirnili·
tud de una percepción exterior está en proporción de la
claridad de sus demento~.
De la misma manera, entre nuestras ideas concede ...
mos siempre una ma}•or creencia a aquellas cuyos com-
ponentes pueden recordarse claramente que a aquellas
cuyos componentes no son recordados más que de una
manera oscura. Si repito una máxima que acabo de oir
mientras todas las impresiones causadas en mí son fres-
cas, yo siento, y mis oyentes sienten co:1migo, una con-
fianza mucho mayor en mi repetición que si yo hubiese
oída esta máxima en la semana ú!tima. La descripción
de una persona o de un lugar vistos la víspera es mirada
como mucho menos susce¡>tible de ser errónea que la des'
cripción de una persona o de un lugar vistos hace uno o
diez años.
86 PRlNClPlOS DE Pl~COLOGfA

Hay un contraste análogo qne es infinitamente máS;


marcado. El veredido de conciencia dado en los térmi-
nos vivos que llamamos sensación, produce una c-onfianza
mucho mayor que la que produce el veredicto dado en
los términos débi:es que llamamos ideas. Si yo pienso
que he dejado un libro sobre la mesa en la habitación
próxima y si, yéndol~ a buscar, no lo encuentro, no su·
pongo que la presencia del libro sobre la mesa represen·
tada mentalmente sea comparable tn certidumbre a su
ausencia actualmente observada. Si al tararear un aire
que be oido ayer de un piano mecánico, yo me figuro que
tiene tal o cual cadencia particular, y si hoy al o ir el mis-
mo aire del mismo instrumento encuentro que las caden•
cias no son tales como yo babia ptn:-.ado, nunca me suce·
de aceptar mi recut:rdo y de rechazar mi percepción.
Asi, pues, en todo el mundo y en todos los casos,
cuando los caracteres de los actos de conciencia son en
otros respectos de la misma nat•raleza, los veredictos da·
dos en términos vivos son aceptados con preferencia a loa
dados en términos débiles. Las percepciones oscuras son
rechazadas más bien que las percepciones claras; )os re·
cuerdos que son definidos son cre!dos más bien que los
que, indefinidos, y sobre todo, los veredictos de conciencia
compuestos de sensaciones se prefieren sin vacilación a
Jos que están compuestos de ideas de sensaciones.
§ 4II. La única proposición del realismo está pre-
sentada en términos vivos, y cada una de las numerosas-
proposiciones del idealismo o del escepticismo está repre·
sentada en términos débiles. Concedamos que en ambos
casos el proceso del pensamiento es inductivo.
Los dos procesos difieren en que la única inducción
del uno está compuesta de elementos cuya mayor parte,
si no todos, tienen el más alto grado de claridad mientra~
HERHERT SI'I:!NCER 87

que las inducciones de la otra están compuebtos de ele-


mentos muy distintos. Supongamos que consideramos un
momento la composición de un eslabón dd razonamien·
to idealista.
Cada eslabón consiste en tener conciencia de que una
tosa o un grupo de cosas que •e comprende en un grupo
más general de cosas distinguidas por un cierto carácter,
tiene también este carácter, En el proceso de pensamien·
t<> que acarrea la conclusión hay así una representación
de una subclase (la representaci6n es habitualmente par·
ciai); hay una representación de la clase que contiene la
precedente (habitualmente, sumamente parciai); hay una
'e presentación del carácter afirmado que es común a to·
dos los miembros de esta clase (asimismo sumamente
parcial) y hay una representación de una de las clases
como comprendida en la otra (representación en que se
toma igualmente algunos casos para sustituir a todos los
otros). En consecuencia, además del hecho de que los ele·
mentos que sirven para formar esta conciencia compleja
son de orden poco claro, tenemos el de que los grupos de
eMos elementos poco ciares están representados con poca
claridad como grupos, y se ve con poca claridad .que los
unos están comprendidos en los otro8.
Pero la falta de claridad de los términos que compo·
nen cada inducción del idealista es mucho mayor de lo
que parece a primera vista. Porque las clases de cosas de
que se sirve no son simples representaciones, sino repre..
sentaciones de representaciones. Si alega algo concer.
niente a las ser.saciones, yo no tengo simplemente a la
vista un grupo particular como los sonidos (en los cuales
por su variedad no puedo pensar más que muy incomple·
tamente) u otro grupo como los colores (en los cuales por
su variedad no puedo pensar más que de una manera to.
PRINCIPIOS DE PbJCOLOG1A

davía menos completa), o los aJores o las sensaciones de


gusto o las del tacto solamente, sino más bien en t<:'das
esas clases numerosas y heterogéneas de sensaciones. De
suerte que cuando yo formo o cuando acepto un juicio ge-
neral sobre las sensaciones, no hago más que pensar preci-
pitadamente en Jas ideas indistintas de un pequeño número
de ellas, agregando a esta representación fragmentaria
una noción sumamente vaga de todas las demás que se
&\lponen representadas y en seguida tengo que observar,
de una manera igualmente vaga, que cualquit:r carácter
representado (carácter que 8t ctice pertenecer, a cosas que
se supone representadas), pertenece por consecuencia a
algún grupo qu::: uno se representa de una manera igual-
mente débil como un caso particular de las cosas repre-
sentadae.
Además; no hemos siquiera mostrado todavia plena-
mente cuán r.ebulosa es la afirmación idealista, porque
cada una de las proposiciones sucesivas que constituyen
el razonamiento del idealista está e:xpresada por los sig-
nos que llamarnüs palabras. Estos signos pueden o no
traducirse en pensamientos equivalentes. En muchos ca-
sos no se traducen, no estando presentes en la conciencia
los pens•mientos equivalentes.
Se conoce que las palabras tienen comunmente un
cierto \'alar, pero, sin asegurarse de si este válor está
bien justJficado de hecho; absolutamente como se acop-
tan y se hacen circular cheques y billetes •de banco sin
inve~tigar si hay valores efectivos que puedan garantizar.
los. Con mucha frecuencia no es siquiera una representa-
ción indistinta que se describe, sino solamente una repre·
sentación simbólica de esta re-representación.
§ 412. Veamos ahora el contraste, Si suponemos que
los veredictos de conciencia que conducen respectivamen-
HI'!RllERT SPE!\CER 89

te al realismo y al idealismo son, por otra parte, seme-


jan tes en sus grados de validez, habrá todavia el hecho de
que el veredicto realista, dado en términos de la más alta
claridad mientras que el veredicto idealista dado en térmi·
nos de la mayor oscuridad, el veredicto idealista no pue·
da aceptarse sin suponer con el! o mismo que las cosas
son tanto más ciertas cuanto son más débilmente perci-
bidas.
CAPlTULO IX

CRITERIO NRCRSARIO

§ 4I3. Los tres capitulas que acabamos de terminar


han hecho adelantar un paso a nuestro análisis desembro·
liando y presentado separadamente las tres diferencias
esenciales que existen entre la concepción realista y las
concepcioms que le son opuestas. Examinemos estas di·
ferencias separadamente y en conjunto.
La concepción realista es la primera en el orden ero·
nológico y la concepción idealista no puede construirse
sin ella. La primera, es independiente, y la otra, depende
de ella y la idealista, al afirmar lo que es independiente
nitga aquello de que depende. El estado de conciencia en
el cual dtscansa el realismo se obtiene por un simple act<>
de inducción, mientras que el acto de conciencia a que
pretende llegar el idealista se obtiene por una serie de
actos de inducción. El idealista nos propone desconfiar
de! acto simple de inducción para prestar fe a una oerie
de estos actos.
Los elementos del acto de pensamiento que tiene por
resultado conducir al rea1ismo son sumamente vivos y
absolutamente definidos, mientras que los elementos de
cada uno de los actos de pensamiento que se dice condu-
cir al idealismo son sumamente débiles y completamente
in definidos. Se nos pide que aceptemos todos estos resul-
HERBEH.T SPENCER 91

lados sucesivos dados en términos débiles e indefinidos y


que nos fundemos en ellos para rechazar el resultado
dado en términos vivos y definidos.
Asi establecida en su desnudez, cada una de estas pro·
posiciones tácitas se nos muestra como implicando la ne-
gación de un principio racional y hasta, considerada en
•1 misma, ca¿a una de ellas es evidentemente fatal para
la doctrina que la formula. ¿Qué pensaremos entonces de
la doctrina que nos exige negar de un golpe todos esos
tres principios racionales? Esto es, sin embargo, lo que
hace generalmente la doctrina meta!isica. La primera
creencia independi~nte, la creencia obtenida más directa·
mente, la creencia dada en términos de la más alta clari·
dad debe .abandonarse por no tener fundamento, y debe-
mos considerar como bien establecida la creencia que es
secur..daria y dependiente. que descansa en una prueba
indirecta compleja y que es demasiado poco clara. Los
tres crittrios de certidumbre garantizan la primera, mien-
tras que las negacior.es directas de estos criterios se
unen para formar el pcstulado de la última, y, sin emb..r-
go, la última propone rechazar la primera.
¿Debemos a~ombrarnos entonces de Jo extraños que
aparecen esos sisttmas metafísicos a los ojos de los que no
han cultivado oel arte de embrollarse el espirito metódi-
camente.»? ¿Deb~mos asombrarnos s.i Jos profanos pasan
cerca con uoa indiferencia mezclada quizá con más o me·
nos mtnosprecio? No es sorprendente que se reciban asl
especulaciones que comienzan por rechazar esas piedras
de toque de que los hombres se sirven en la investigación
de la verdad.
§ 414. Tentmos que dar un nuevo paso en nuestro
<xamen. No basta mostrar que una doctrina es err6nea;
no basta siquiera desembarazar el error de todo lo que le
92 PRlNCIPIOS Ot~ PSICOLOGL\

disfraza. Hay algo más que es necesario, y más necesario


en este caso que en cualquier otro, y es seguir la huella
del error desde sus formas más simples y encontrar su
raíz.
Tenemos muchas razooes para suponer que existe una
raíz de error común a todos los sistemas que quieren eq ·

tablecer creencias absolutamente incompatibles con nues·


Ira creencia primitiva, Yo no quiero decir simplemente
que la dificultad de comprenderlas, y sobre to~o de acep-
tarlas, nos autorice para esta presunción, sino que lo que
yo quiero decir es que, abstracci6n hecha de l0s resulta-
dos particulares a que llegan, estos sistemas tienen t.na
apariencia general que es eminentemente propia para ha·
cer pensar en una ilusi6n que invade todo. Cada uno de
ellos nos pide escoger entre estas dos alternativas: o bien
hay en su método un vicio fundamental o bien la razón
conduce necesariamente a conclusiones irracionales, A ho·
ra bien; nos podemos figurar la primera de estas dos al-
ternativas mientras que es imposible figurarse la segunda.
Porque, evidentemente, toda9 Jas metafísicas no pueden
ser más que un análisis de nuestro conocimiento por rr:e.
dio de nuestro conocimiento, un examen por nuestra in ..
teligencia de las decisiones de nuestra inteligenda. No po·
demos proseguir un examen semejante sin considerar con ..
cedido el valor di! nuestra inteligencia. ¿Cómo, entonces,
podemos legítimamente concluir por probar algo que está
en desacuerdo con nuestras creencias primitivas y, en
consecuencia, por probar que nuestra inteligencia es radi·
ca1mente indigna de fe? La inteiigencia no puede probar
su propia carencia de valor porque, al hacer esto, tiene
que postular su propio valor.
Es entonces manifiesto que debe haber algún dato no
reconocido cuyo olvido hace posible este suicidio, En
HERBERT SP.E.NCER
93
---- - - ----
cada si5tema la argumentación implica la suposición tá-
cita de que la inteligencia, al proceder de una o de otra
manera, puede llegar a una conclusión válida porque de
cada lado se emplea la inteligencia.
Si una de las decisiones de la inteligencia es falsa-si
dos proposiciones contradictorias que enuncia no pueden
aceptarse a la vez, ¿no hace una elección que implica al-
gún principio último que está conforme más con un caso
que con c;tro? y no se ve que este último principio consis·
te en estar de acuerdo sobre un resultado particular en
h•gar de estar de acuerdo sobre un resultado general.
§ 41S. Se ve mejor la necesidad de algún acuerdo de
esta especie si se examina la direcci6n general de la dis·
cusi6n que, no teniendo un terreno común, equivale a
machacar en hierro frlo. m defecto habitual de la tesis
rtalista consiste en no tener como punto de apoyo a1gu·
na verdad universalmente admitida que admitiera tam ·
bién el idealismo. Por justa que baya podido ser la con·
vicción de Reid, no se puede, sin embargo, decir que
haya demostr'ido su exactitud. Sus Investigacio11es sobre el
espíritu humano no contienen ninguna rdutaci6n del escep-
ticismo, sino simplemente una protesta contra él. En su
última obra Ensayo sobre las facultades intekctuales del /wlll·
bre. continua adoptando como premisas lo que el escepti·
cisma rechaza como conclusiones. Después de arrojar su
guante queda fuera de la liza, limitándose pura y simple·
mente a lanzar cuando llega el caso un sarcasmo a su
adversario.
En la disertación que sirve de apéndice a las obras de
Reid, sir William Harnilton coloca la filosofía del sentido
común bajo un pie mucho más satisfactorio. Pero, por
más que haya dado a sus doctrinas una forma sistemáti·
ca, no ha dado de ellas una prueba crítica. Entre las pro·
PiUNCIPIOS L>E PSICOLOGÍA

posiciones evidentes por sí mismas con que comienza, nos


encontramos con las siguientes:
oLa conciencia debe considerarse digna de fe hasta
que se haya establecido que es engañosa>
• Está probado que la conciencia es indigna de fe si se
establece que sus datos inmediatamente en sí mismos o
mediatarnente en sus consecuencias necesarias, están en
contradicción mutua».
Ahora bien; un escéptico puede con perfecto derecho
pretender que este criterio no tiene valor. Porque los mo-
mentos sucesivos de un razonamiento por los cuales se
debe probar que la conciencia es engañosa, siendo, como
son, actos de conciencia y debiendo suponerlos dignos de
fe en la prueba de que la conciencia no lo es, el proceso
tiene por resultado suponer la veracidad de los actos p•r·
ticulares de la conciencia para probar que la conciencia
en general es indigna de fe.
Se objetará quizá que una contradicción entre los da·
tos de la conciencia-suponiendo que se la pudiera mas·
trar-seria también la justificación del escepticismo;-
qu~ si no probaba con certeza que la conciencia es falsa,
lo que hasta cierto punto implica un criterio de verdad,
probaría cuando menos la impo•ibilidad de determinar si
un juicio es verJadero o no. Se puede replicar que el co·
nacimiento de una contradicción entre dos datos primitivos
de la conciencia que implican como lo hace la unión de es-
tos dos datos en una cierta relación, es una operación de
conciencia más compleja que e! conocimiento de uno o de
otro de los dos datos en sí mismos; que la no-vaiidez de
la conciencia, si existe, debe hacer al conocimiento com-
puesto más inci~rto que los conocimientos simples; que,
en consecuencia, la conciencia de una contradicción nunca
puede tener tanta validez como uno u otro de los datos
llHlU,HRT SPENCEit

primitivos de la conciencia entre los cuales se supone que


existe esta contradicción; que, de este modo, el escepticis·
mo que se contenta con ser lógico debe dirigir sus ataques
contra la apariencia de contradicción y que, por consi·
guiente, el escepticismo debe destruirse a s! mismo desde
el principio.
Sin duda todo esto, que sirve pura y simplemente para
mostrar que la falsedad de la conciencia no puede ser pro·
bada y que el esfuerzo para establecer su validez o no-va·
lidez es análogo al absurdo mecánico q11e consiste en in-
tentar levantar la silla en que se está sentado no dismi-
nuye en rada la credibilidad de la conciencia-se lirr!i!a
a mostrar que debe tomarse como punto de partida su
credibilidad. El criterio de sir William Hamilton no nos
sirve para nada; tiene solamente el defecto de que ofrece
una garantía sin valor, que deja expuesta a la discu~i6n
lo que se anticipa para sen·irlo de base.
Llegamos, sin embargo, a un último resultado que
nos importa mucho aqu!. Hemos probado, en la critica
que precede, que nos puede servir de apoyo la hipótesis
de la validez de la conciencia ea geueral; hemos visto que
debe haber en la conciencia un medio para determinar
que es digna de fe; queda, pues, para nosotros irnpHcito
en todo lo qu '!' prec'!d.e, q11e necesitamos encontrar algún
medio particular de concien::ia qu"! sea digno de fe en com~
paraci6n de todos los demá' :nodos.
§ 416. Para establecer la cuestiórr de otra manera
debemos, en lugar dP. un veredicto de conciencia vago, ¡;,1

metódico. sustituir algún veredicto preciso, metódico. E,1


el lenguaje de la evolución debemos partir do una forma
de acción mental menos definida para lleg~r a una forma
mental má• d"finida. He ahi ciertamente un aspecto de
la cuestión que debemos detenernos en examinar.
96 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

En el progreso mental, como en todos los demás pro-


gnsos, hay, al mismo tiempo que una integración cre-
ciente y una heterogeneidad creciente, un estado definido
creciente; y en la región de la inteligencia, como en cual-
quiera otra parte, no puede alcanzarse la exactitud más
que por una serie de inexactitudes decrecientos. Es impo-
sible obtener la exactitud de espiritus no desarrollado• y
los espiritus no desarrollados no pueden soportar las vias
prescritas para conseguir la exactitud. Los cocineros no
pueden sufrir los pesos y las balanzas-prefieren los pu-
ñados y las pizquitas y consideran una desconfianza de
su habilidad el indicarles que seria preferible el que pe-
saran sus ingredientes. Hay hombres poco instruidos que
tienen más confianza en sus 'iJensaciones que en la escala
de un termómetro-y hasta dirán alganas veces que el
term6metro es malo porque no está de acuerdo con ellas.
Lo mismo del lenguaje. No podéis conseguir de personas
poco instruidas ni aún de la gran masa de las personas
que quieren pasar por instruidas, el que os digan ni más
ni menos que el hecho. Siempre están par bajo o por ci-
ma, y si se critican o precisan sus exageraciones miran
e,,to como groseria o maldad. Otro tanto acontece tam-
hién con los procesos del pensamiento cuando se encuen-
tran en gentes a las cuales faltan el poder del pen,amien-·
to o su disciplina. Conjeturan los resultados. No exarni.
narán con propósito deliberado las premisas y la conclu-
sión. Se impacientan si suscitáis alguna duda sobre este·
punto, si el caso de que se trata pertenece a la clase que
ellos le han asignado o si esta elase posee invariablemen-
te el carácter que le atribuyen. En una palabra, cuanto
más pequtña es su aptitud para razonar menos nt:cesidad
experimentan de someter al criterio ya 'u conclusión ya.
una parte de su razonamiento.
UERDERT SPENCER 97

Ahora bien; aunque entre aquellos que filosofan las


lacultades de rtflexión hayan estado comunmente oome·
tidos a un ejercicio prolongado; aunque aquellos reconoz-
can la necesidad del método y de la precisión y aunque
varios con ;>ropósito deliberado se hayan preparado por
d estudio de la lógica para conducir con exactitud loo
azonamient~s más complicados, con todo, aun entre
dios, queda algo de vago y una repugnada visible a em-
plear las precauciones finales requeridas para llegar a la
precisión. No solamente hay una ignorancia de la cues-
tión de que es lo que hace que un veredicto de conciencia
sea preferible;a otro, sino que no hay en ellos ningún deseo
de decidir la cuestión y de sostener o sacrificar las con·
clusiones según el resultado a que conduzcan.
Sin embargo para ellos más que para otros ¿no es cla-
ro que debe haber alguna parte, bajo alguna forma, algún
~cto fundamental de pensamiento que debe servir para
d< terminar la validez de todos los demás actos de pensa-
miento? Una percepción interna reducida a sí misma ya
no puede bastar para construir la ciencia subjetiva, como
una percepci6n externa reducida a sí misma no puede
bastarnos para construir Ja ciencia objetiva. Así como no
podemos, por una simple ojeada externa, determinar con
precisión la relación que existe entre dos objetos, tampoco
podemos por una simple ojeada interna, determinar con
precisión la relación que existe en(re dos estados de con-
c~encia. En un caso como en otro, se debe encontrar al4
gún método para comprobar nuestros conocimientos em-
J'íricos antes de poder llegar a un resultado cierto. Debe-
mos proceder en la determinación de las verdades internas
como procedemos en la determinación de las verdades ex-
ternas. Debemos hacer de un modo particular de percep-
ción la garantía de todos los otros.
TOif.O IV
98 PRlNClPIO~ DE "PSICOLOGlA

§ 417. Apretadlas en su propio terrrno y todas las


escuelas antagonistas de filosofía están obligadas a reco-
nocer alguna ley última de la inteligencia que desde el
principio domina todas las conclusiones y que tácita o
explicítamente tiene que reconocerse antes de que se
pueda adoptar una conclusión más bien que otra.
Qienquiera que diga que hay fonnas mentales o fa-
cultades innatas afirma con ello mismo la existencia de
algo que se impone a todo lo que es dado en la experien·
cía. Si antes de que la experiencia comienza se está en
posesión de una organización de pensamiento heredada,
entonces la estructura do esta org•nizaci6n debe fijar en
gran p4rte, sino por completa, la manera según la cual
elaborará la experienc~a. En consecuencia, antes de que
puedan establecerse conclusiones metafisicas o de otro
orden, es prciso contestar a esta cuestión previa ¿De qué
manera nuestras formas de acción mer.tal heredadas de-
terminan nuestros pensamiento> desde el punto de vista
de estas ccnclusiont:s?
Los que ni · gan la existencia de algo innato y que re
fieren a la experiencia la totalidad de cada fenómeno
mental, están en el mismo caso. Supongamos que al prin-
cipio no existe nada para determinar la manera según la
cual serán elaboradas las impresiones recibidas del oxte·
rior. Tampoco allí se puede escapar de la conclusión de
que todo pensamiento racic.nal está gobernado por al¡:;(m
principio establecido antes de que comience el pensamien-
to r2cional. Porque ¿qué se ha producido durant(ellargo
periodo que existe entre el nacimiento y el momento en
que ha sido posible filosofar? ¿Qué es lo que estaba en el
lugar de lo que llamamos yo antes de que se haya llega-
do, si se ha llegado, a la facultad de inler,lrelarse a sí mis-
mo? La hipótesis misma supone que, durante todo ese
HBRBBRT SPBNCER 99

tiempo,las experiencias han estado en camino de clasifi.


caci6n y de desarrollo. Se han desarrollado numerosas y
potentes asociacione•, diversos hábitos de esplritu y di·
versas concepciones que se han hecho fijas, varias formas
fundamentales que han servido para reunir experiencias.
Evidentemente entonces la naturaleza de estas coSls, fi.
jada durante mucho tiempo antes de que se hagan posi-
bles las actividades más elevadas, debe gobernar estas ac-
tividades mentales más elevadas. La interpretaci6n de sí
mismo es un proceso de pensamiento; la naturaleza de
este proceso está ya determinada antes de que pueda ce·
rnenzar la interpretaci6n de si mismo, la va.lidez de este
proceso pr<determinado debe considerarse como concedida
al aceptar el resultaJo de la interpretaci6n de si mismo
-esto es aun en el caso de que esta interpretaci6n conduz·
ca a la conclusi6n de que en el espiritu no hay ninguna
otra cosa que experiencias. Es decir que las necesidad<>
de pensamiento que la experiencia ha producido deben
po,tularse como una verda:l que no se puede poner en
duda antes de que pueda resolvérselas en experiencias.
As!, en cada caso, para cada escuela hay algo que
debe ser supuesto. Una certidumbre mayor que la que
puede dar todo razonamiento debe reconocerse al comien·
zo de todos los razonamientos sea este razonamiento el
que propone mostrar que las verdades necesarias son a
priori, sea el que propone mostrar que las verdades nece·
sarias son productos de la experiencia.
§ 418. Sin embargo, se puede mostrar mejor la nece-
sidad de reconocer un criterio último de verdad pregun-
tándose lo que sucederia si no se reconociera ninguno.
Examinemos el resultado de un análisis de puro emperis·
mo, o como lo ha llamado el profesor Masson del experi·
mentalismo.
100 l'RINClPJO~ DE PSH..:OLülif:\

A través de su argumentación aparece la suposici6n


tácita de que puede haber una filosofía en la cual no se
afirma más que lo que está probado. Propone no admitir
en el sistema coherente de sus conclusiones ninguna con-
clusión incapaz de eRtabltcerse por la evidencia, y así
considera como concedido que no soiamente pueden pra-
l arse todas las verdades derivadas, sino también qne ce
pueuen probar las verdades de que estas derivan deseen·
diendo hasta la última. La consecuencia de esta negativa
a reconocer sin prueba alguna verdad fundamental es que
se deja sin base su sistema de conclusiones. Probar una
proposición especial es asimilarla a alguna clase de pro.
posiciones conocidas por ser verdaderas. Si se suscita al.
guna duda referente a la proposición general dada para
justificar esta proposición especial, la conducta que hay
que seguir es mostrar que esta proposición general puede
deducirse de una proposición todavía más general, y si se
ve uno forzado a probar esta proposición todavía más ge-
neral, el único recurso que queda es volver a comenzar
este procedimiento, ¿No tiene fin este proc<dimiento? Si
asl fuera nada puede probarse, la serie completa de las
proposiciones que dependen de algun·a propmición inde·
terminable. Este procedimiento ¿tiene un fin? En tal caso
se debe llegar accidentalmente a la proposición más am-
plia que no puede justificarse al mostrar que se refiere a
otra todavía más amplia que ella, en una palabra, que no
puede probarse, Se puede volver a tomar este argumento
de otra manera y decir que cada inducción depende de
p1'cmisas; cada premisa, si admite una prueba, depende de
otra premisa, y si se continua pidiendo la prueba de la prue-
ba, se tiene que concluir o por una premisa no probada o
por la confesión de que no se puede llegar a una premisa
de la cual depende la serie completa de las pruebas.
UEKBBKT SPBNCBK 101

Por consiguiente, u¡¡a filosofía que no descansa ex!)li·


dtamente en algún dato que sirve de punto de apoyo a la
raz6n, debe reconocer que no tiene nada en que desean·
sar, que no tiene base,
§ 419. Todos los puntos de vista implican, pues, lo
mismo. Antes de que se pueda poner un término a estas
controversias prolongadas, se debe, pues, encontrar algo
que se admita en todas partes como una verdad superior.
Es evidente que éste debe ser d criterio de la certi·
dumbre misma, porque ninguna verdad puede aer más
cierta que el criterio que sirve para reconocer la certi·
dumbre.
En el capítulo pr6ximo y en los dos que siguen, exa·
minaremos dónde debe encontrarse este triterio, io que
es y c6mo se debe aplicar.
CAPITULO X

PROPOSICIONES DISTINGUIDAS CUALITATIVAMBNTB

§ 420. Si quiero determinar si 1_ <S mayor o menor


9
que ~· yo no puedo hacerlo pGr un examen directo. Para
lJ,gar a una conclu•ión digna de fe, tengo que reducir l•s
dos fraccionts a olrí::s del mismo denominador, y enton-
tes, comparando sus numeradores, puedo ver cuál es la
mayor. Antes de que un rrtcio en Irgl•terra rueda com-
P•-rarse con un p1ecio en América, hay que camb•ar las
libras e&tulinas tn doBars, o los dollars en libras estlrli ..
nas; solamente t:ntonces puede conocerse la diferencia.
Otro tanto aconttce, ~unque de una manera más comph·
cada, con la invest1gaci6n científica y la aplicación de la
ciencia a las artes. Supongamos que, en un caso dado,
baya que ver qué madera o catb6n es el combuotible más
económico para el horno de una rr.áquina de vapor, las
cantidades de los dvs combustibles deben referirse a un
deneminador común de reso o de volumen y, hecho un
cólculo serr.ejante, mostraremos, en unidades iguales de
dinero, cuánto más cuebta una unidad de una especie de
combmtible que otra. Además, el decto rrcdrcido por la
máquina de vapor con una unida1 de cada especie de
combustible, debe traducirse eu términos de caballos de
vapor: unidad de trabajo que permite expresar y com-
parar las cantidades respectivas del trabajo efectuado. Y
f!ólo por medio de estas reducciones y comparacionr!, se.
puede determinar que una unidad de trab•jo cuesta tan-
tas unidades de dinero con un combustible y tantas con

d otro.
Así en todas partes no se pue;le obtener un resultado
exacto má.s que comparando cosas U.e la misma especie,
~ cuando las cosas que se han de comparar son de espe·
'in• dif<rentes, una de ellas debe referirse a la misma es-
r-=cie de la otra, o bien se debe encontrar, en especies di..
f:!rentes de ambas, el t:quivalc:nte ~e cada una de ellas.
Tc.l es el método que ahora tenemos que aplicar. Sólo
}'•)r este mediv podemos llegar a un rcsult3.do exa~to en.
tl campo que vamos a explorar.
§ 421. Las unidades de que aquí vamos a ocuparnos
son las proposidones. E~tos son los elt:mtntos ú\timoa
de.l conocimiento. La intuición más s!mple, como el jui·
c!o racional más complt.jo, tienen la misma estructura
fundamental~ cu~l ts la hif~óteSÍ'S tácita o EXpresa de que
alguna cosa es o no es de una cierta naturakza-perte·
ncce o no p!:.:rtenc.ce a cierta c1a8e-tiene o no cierto
atributo.
Nmgún estado de conciencia puede lkgar a ser un
ch::nento de lo que liamamos intcli~cr:.da ~;n convertirse
en un término de una rroposición que tbtá implicita si es.
que no está expresada. No solamen~e cua[~do yo digt"' 111ten-
go hío> dtbo trnpiear esta fo¡ma \'crbal ur.ivenal para
tx~resar una relación, sino que me es imposible pmsar
claramente que tengo frío sin pasar por algún estado de.
conciencia que tiene esta forrr.a. El bimplt reconocí míen·
to de una &cn~adón conocida como sensación de frío, no
puede verificarse bÍJI pensar en esta scnEaci6n conocida
104 PRINCIPIOS UE l'SlCOLOGL\

semejante a ciertas sensaciones anteriormente conocidas;


y así no se puede pensar en esta sensación sin afirmar tá-
citamente algo relativo a ella. En todas partes, en el aná-
liais especial, hemos visto que el proceso intelectual es,
desde el principio hasta el fin, esencialmente el mismo
en el método. Desde los primeros grados en los cuales
los estados de conciencia simples están identificados y
distinguidos, hasta los últimos grado•, en los cuales los
agregados de cosas, de actos y de relaciones más compli·
carlas están agrupados ccn los agregados de la misma na-
turaleza y distmguidos de los que de ella difieren, la di-
ferencia no está en la naturaleza intima del acto mental,
sino en la cantidad de complicación. Las pretendidas dis·
tinciones entre la intuición, el entendimiento'" y la razón
son djstinciones superficiales. Hay un estado de concicn·
cia que tiene la forma de una proposición que está impli-
cita lo mismo en el acto de reconocer que un olor e" de
tal o cual especie, o que una educación da1a por el E.ta-
do es una especie de socialismo.
As! las proposiciones constituyen la especie común a
la cual deben referirse todos los sistemas de creencia si m ..
p!es o complejos antes de que podamos juzgarlos cientlfi-
camente. Las proposiciones oon las unidados de composi-
ción que sirven para construir tanto el realismo como el
idealismo, y si debemos hacer una comparación rigurosa
del realismo y del idealismo de.de el punto de vista de
au valor, f'!ebemos ante todo comparar su!J unidad!;!S res-
¡>ectivas de composición. N u estro problema es determinar
qué difcren:ia cualitativa, si la hay, existe entre las pro·
posiciones de que están compuestos esto3 dvs sistemas
contrarios.
§ 4U. Se tienen diversos grupos de pro¡>o•icione•
según que se consideren tales o cuales diferencias entre
105

~as proposiciones, Entre todas \as clasificaciones posibles


,36\o dos nos conciernen esencialmente aquí, y de estas
·dos turnaremos la que divide las proposiciones en simples
·Y complejas. Hay proposiciones que afirman impllcita-
mente un poco más de lo que afirman explícitame~te,
mientras que hay otras en las cuales lo que se afirma trn·
·pllcitamente sobrepuja infinitamente lo afirmado explíci-
~tamente.
La proposición: atengo un dolor• puede llamarse, con
relación a la mayor parte de las proposiciones, una pro·
'posición simple, por más que implica proposiciones q:~e
no están expn:sadas, corno, por ejemplo, que tengo un
·cuerpo; que este cuerpo tiene una parte en la cual e~te do·
lar e•tá localizado y que anteriot·mente he tenido dolores
entre los cuales clasifico a éste como semejante en su na-
·turaleza general. Para hablar exactamente, no hay r.in·
guna proposición absolutamente simple que no implique
-ninguna cosa más que un sujeto y un predicado conoci-
dos según una relación, Sin embargo, aunque la proposi ·
·ci6n más simple connota otras varias proposiciones, hay
·una am~hia diferencia entre ella y la gran masa de las
,proposiciones que cada una hacen una multitud de afir-
·maciones además de las que parecen hacer. Examinemos
-una de estas proposiciones ordinarias :_:]U e parece muy
simple pero que en realidad es muy compleja.
Sobre un banco delante de mi hay una forma y píen·
30 y quizá digo: e Allí hay un viejo>. En lugar de dete·
·nernos en las proposiciones más generales, es a saber que
·es un cuerpo sólido y que se encuentra a una cierta dis-
·tancia y en una cierta dirección~ enumerer::los !as princi-
.pales proposiciones especiales que están implícitas. Es
que superficits particulares de color, en relaciones es pe·
dales de posición, implican un vestido; que en un vestide
lOó PtdNCJt'JO~ IJC: t>~H...Ol.O().JA

hay un cuerpo viviente; que la combinación particular de


formas y de colores muestra que este cur-rpo viviente es
un hombre y no una mujer; que su espalda y su cabeza in ..
clinadas hacia mí in:lican qce ei hombre es viejo:-he ahl
otras tantas prúposiciones especiales que implican propo-
siciones generales rdativa& a las relaciones observadas en
la experiencia pasada. Para probar que mi afirmación ex-
plícita contitne todas esas afirmaciones implícita~, no te-
nemos más que reoordar que el cuerpo viviente que está
en t:l vestido puede ser una hembra en lugar de un macho
o c:ue hasta en lugar de 5:::r un cuerpo viviente, pt4eJe ser
un maniquí como Jos que ponen los sastres t-n sus e.:-ca.-
parates. Veo a !a forma qiJ.e se mueve y a la cabeza Rirar
dt: cierta manera. Ahí t=ncueotro una comprobad6n. si
hubiera nect•idad de ella, de la proposición que afirmo
t;~citamente, es a saber que son vivientts todos hJs ohjetos
q ::e ticra:n cic:tos asp,ctcs y que se mue\·en. Puede, sin
'n·,bargo, aconíecer que e~to sea falso como todas las ~e­
más l'ropobidolleS t.idtos implícitas en mi proposici6n tX·
p•ícita: El banco puede &er un banco del mu,eo de la se·
flora Tus~and y la forma quizá la figura de l'era de Cnb.
he:t cuya cabtza se mueve c.!gu:-:as veces autornáticamen ..
tf. No doy tste t:jen,plo para mostrar que r;ucstras pro·
posiciorJes ordinarias son ind1gnas de fe porque son ver-
daderas en ia m2:yoría de los casos así cnmo todas las
proposiciones que implican. Lo bago para mostrar clara-
mt:nte el rlúrr~cro de proposiciones que e~tñn implícitas t'D
u~a proposición ordinaria que paree~ simple y también
para mos!t ar que hay posibilidades de que una proposi-
dln se haga falsa par la falsedad de una o de otra de las
proposiciones implícitas.
Moslrartmos mejor, con un l·jcmplo de ctra especie,
con cuánta frecuencia se afirma implícitaméntc lo quepa-
107

rece no dtbe afirmarse y qué conclm~iones err6neas resul·


tan de ello, En una noche fda de invierno un mechero de
gas visto a través de los vidrios de un fiacre o una luz en
una tie;¡da mirada a través de un cristal que está muy
tnrojecido se halla rodeado de una corona luminosa. El
que ia examine verá que esta corona depende de las raya·
duras del vidrio cuyas curvas son arcos de círcu.lo que tie·
nen la luz por contra. La proposición que expresa el re-
sultaJo de su observación y que parece no decir más que
el resultado Je su observación e; que sobre una parte del
vidrio a cuyo través mira las rayaduras producidas por el
rojo, t.stán colccadas concéntricamenle en relación a la
luz. Si, sin cmb:ugo, se asombrara por la extrañeza de
e~ta proposición y sí exan·.inaba, vería que, moviendo la
tabeza, cualquiera que sea la parte del ;:idrio a cuyo tra·
vés mire, hay alrededor de la luz un círculo semejante de
rayaduras luminosas ccnc6ntricas. Este descubrimiento
muestra claramente que la proposid6n primitivamente
formulada en r,í mhoma ( .ue tl \'idrio estaba rayado en
curvas concéntricas a la luz), era por completo engañosaw
Apercibe cómo en la proposición dt: que hay rayaduras
concéntricas hay implícita, por inadvHtencia, otra propo-
biL.ióo, es a saber que no exi~te en el mismo paraje raya-
t~uras diferentemente colocadas mucho más numerosas
que ias r&yaduras concéntricas. Apr~..nde que en rt:alidad,
ninguna parte del vidrio presenta rayaduras en una dispo-
sición concéntri~a sino que es recorrida en todas dircc ..
c:iont::s por numerol:)as cunas. Y, ai fin, descubre que, tn
ias condiciones de tóle caso particular no hay más que el
rt:queño número de ray2duras que se encu~ntran concl:n-
tricas que reflejen la h1z y >ean visibles, mientras que
permanece invisible el infinitamente mayor IIÚmero de ra·
yaduras que tier.en ctras dírcccicnes. Este ejemp!c r~'ede
108 PRlNClPtOS BE PSICOLOGÍ.\

servir de tipo de todo un orden de proposiciones comple-


jas en las cuales, con ciertos hechos aparentes que se afir·
man, se afirman tácitamente hechos de una especie dire·
rente que no son visibles por la naturaleza misma <lel
caso. La generalización vulg•r de que e el asesino será
descubierto• es de este género. Al afirmar explícitamente
que algunos asesinos, en un principio ocultos, han sido
más tarde descubiertos (los casos de descubrimiento que
se han hecho de este modo visibles), se afirma implicita ·
mente que no hay tantos ni más asesinos, en un princi ·
pio ocultos que han seguido estando ocultos (quedando de
este modo en la sombra los casos de no·descubrimiento).
Las conclusiones corrientes sacadas de hechos estadísti-
cos por razonadores politicos, aún los de alta cultura y
formados en la disciplina cientHica, suministran varios y
diversos ejemplos.
De esta iigresión volvamos a nuestro asunto in me·
diato, observando que de las causas de error en las pro·
posiciones compl<jas que hemos mencionado, la última
es una causa que se introduce en toda~ las clases de ra-
zonamiento, incluso las que emplean los metafísicos. Yo
no quiero decir simplemente que cada proposición gene·
ral que afirma al;¡o d" una cla¡¡e sea una proposición muy
compleja porque reune varias proposiciones hechas sepa.
a·adamente concernientes a los individuos de la clase, sino
que yo quiero además decir que h~y, en todos los casos,
una tendencia marcada en el acto mismo de afirmar a
poner en evidencia los miembros de esta clase que verifi.
can Ia afirmación y a ddar en segr1ndo término los miem.
bros de la clase, si los hay, que no la vcrifioan. Un ejem.
plo de esta natuaaleza puede sacarse de nuestro capittJ!o
sobre •los razonamientos de los metafisicose, Kant pro·
tende que todas las sensaciones que nos son dadas por
HEH.BhR'f St'BNCEK 1C9

los objetos tienen el espacio por forma. Ademb, del he·


cho de que esta proposición general afirma varias propo-
siciones particulares y puede ser invalidada por una in-
validez de una de ellas, hay el hecho de que las sensa-
ciones de tacto y de vista que comprueban la afirmaci6n
son aquellas que, cuando se habla del espacio, se presen·
tan las primeras a la conciencia dejando en segundo tér-
mino las sensaciones que no tienen por forma el espacio.
Y de ahí resulta que Kant ha afirmado de todas las sen·
saciones lo que no pertenece a las del sonido o del olfato,
y que esta proposici6n compleja se ha hecho corriente
aunque no lo hayan llegado a ser algunas de las proposi·
ciones particulareo que implica.
Claro es que entonces, para poder comparar conclu·
siones con un rigor científico, debemos, no solamente
resolver les razonamientos en las proposiciones que les
constituyen, sino que debemos resolver cada proposici6n
compleja en las propo•iciones simples que la componen.
Y •6lo cuando se ha comprobado separadamente cada
una de estas proposioiones simples es cuando la proposi·
ci6n compleja, de ellas compuesta, puede considerarse
como teniendo aproximadamente una certidumbre igual
a la de una proposición •imple qúe ha sido comprobada.
§ 423. Antes de poder discernir claramente el carác-
ter fundamental que nos hace distinguir las proposiciones
que aceptamos de las que rechazamos, tenemos necesidad
de otra clasificaci6n-de una clasificación en la cual las
proposiciones estén agrupadas según que sus términos
sean reales o ideales o a la vez reales o ideales-. Come>
caJa preposición expresa alguna relación entre dos tér·
minos, debemos emplear la misma palabra en todos Jos
casos para designar el acto mental por el que es conocida
la relaci6n, La única palabra apropiada es conocimittJto.
110 PlU~ClP10S DH PSJCOLOr.. l.\

y tenemos, por consiguientt-, qut: hacer ahí una distinci6n


entre los diverocs érdenes de conocimiento que expresa
una proposici6n, seg6n que sus elementos se presenten
en la percepción o en el pensamiento, o en ambos.
Cuando el contenido de una proposición es la relación
que existe entre dos términos que están directamente
presentes a Ja conciei'!cia, como cuando yo me trizo un
dedo y siento al mi•mo tiempo un dolor en el lugar en
que está la triza dura, tenemos un simple conocimie11to pre ·
sentativo. Si al día siguiente recuerdo que me he trizado
un dedo, la conciencia de la relación que existe entre el
dolor y mi dedo, que difiere de la conciencia primitiva
porq"e está dada en términos débiles en lugar de estar
dada en términos vivos, aunque en el fondo sea de la
misma naturaleza, es un simple conocimiento repres6rttativo.
Si cuando yo me trizo veo que la cosa que me ha trizado
es un tornillo, el conteniJo de la proposición es que, con
ciertas apariencias presentadas, hay la forma, la sus tan·
cia tangible y caracteres de estructura que constituyen
mi concepción de un tornillo, cosas todas que e!Stán re-
presentadas; y, en consecuencta, el conocimiento es un
conocimiento presmtativo r.pres.ntalivo. Si en seguida, cuan.
do ya no le veo, digo que lo que me ha triudo era un
tornillo, el contenido de la r-roposición es de una parte
representativo y de la otra ,..representativo; la impresión vi-
sual, que es el primer término de la relación que afirmo
yo la represento y les atributos concomitantes que pienso
como acompañantes de la impresión visual yo los re-
represente. Y aquí observamos que los conocimientos
que pasan por las formas representativas y re-represen·
!l.ti vas llegan a ser compuestos por co~slrucción, cada t~rmi·
no, conteniendo, como hemos mostrado más atrás, varias
proposiciones que se afirman tácitamente. De este estado
lll

pa'3amos a otro en el cual los conocimientos llegan a S!r


también compu•stos por acumt~laci611. ,&,.si, para servirnos del
mismo ejemplo, si al hecho de ser trizado por un torni-
llo agrego otros diversos hechos en lo• cuales he si:lo
trizado por una puerta que se cierra, por un cajón o por
una carga pesada, y si establezco la aserción general de
que masas do materia densa que se aprox!man con fuerza
la una aJa otra, trizarán Ia carne que se e~cuentre entre
ellas, es evidente que el cnotenido de la proposición es
una relación entre dos té,mÍ!1os, de los que cada uno es,
a la vez, tanto re-represmt.ltivo por comlrt~cci6n como r<·
rep.-oentativo por acwnulaci6n.
Y ahora, al·recordar la distinción entre los conocimien·
tos que se expresan por rr'>po~iciones, suponemos que
tenemos que ver lo que nGs dará el exo.men de cada una
de ellas.
§ 424. Supongamos que un amigo con el cual vivo
en el campo, me enseña su vaca favorita. Yo la veo parda
y blanca; manchas pardas en u:1. fon1o blanco. Mientras
yo miro al animal, el conocimiento que tengo de que hay
una mancha máo pequeña parda en una mancha más
grande blanco., es tal que el eujeto y su atributo continúan
existiendo juntos porque yo no puedo encontrar un inter-
valo durante el cual el blanco, como continente, y el par ..
do, como conteni1o, dejen d~ tener esta relación. Algu-
nos meses después me informo d~ la vac~ favorita y la
describo como siendo aquel!a vaca que tiene manchas
blancas en un f·mdo pardo. Mi conocimiento ce bs rela
cienes de los colores, que desde hace mucho tiempo no e•
ya presentativo eina representativo, es tal que los dos tér-
minos no quedan en la misma relaci6n pe!'si~tentes. Si f!e
me responde que la vaca, en lugar de manchas blanca• e'l
un fon:lo pardo, tiene manchas pardas en un fondo blan-
PRl!'.CIPl~ DI:. l~lCOLOGÍA
- ---
co, Jos elementos de mi representación dejan de existir en·
la relación según la cual yo me la figuraba. Al interpre·
tar la proposición que corrobora la mia, pienso en las.
manchas como pardas y en el fondo como blanco, Pero-
notemos ahora que mientras que estos términos de mi
proposición explicita no quedan en la relación invariable
que tenian cuando he visto la vaca, hay ciertas prgposi·
dones implícitas que tienen el mismo caracter en mi re-
presentación que en mi presentación (percepción). Que es··
tos colores tengan una cierta extensión, que estén a la
misma distancia de mis ojos, que haya dos, esas son pro·
posiciones cuyos términos coexisten en mi representación
tan invariablemente como lo haclan en mi preeentación.
Así, en este caso simple nos muestra que una proposición
ordinaria está compuesta de proposiciones particulares
que difieren esencialmente en su carácter, puesto que en
la una nunca deja de existir el atributo mientras que el
sujeto está en la conciencia y que en la otra puede dejar
de existir,
Si pasamos a proposiciones más complejas, encontra-
rr.os una cantidad mayor de proposiciones componentes
GUe tienen el carácter de que el sujeto y el atributo no
existen invariablemente en una relación dada.
Cuando yo veo delante de mi, volviendo al tjempl<>
de atrás, la espalda de una forma sentada, y cuando dig<>:
•Aili hay un viejo», varias proposiciones implícita:; son
tales que el atributo puede dejar de coexistir con su suje-
to. Si alguien pretende que la persona que está en el ves·
tido no es un viejo sino un joven avejentado cambia in-
mediatamente la proposición de que, con las apariencias
coexiste un viejo. En el pensamiento la contra proposición
impllica la representación de un joven que coexiste con
esas apariencias. Si se pretende que lo que está en el ves·
H!LI{DI1N.T SPE~CER 113
-------
tido es una mujer o que el vestido está relleno con alguna
materia inanimada, estas aserciones están representadas
y deja por el momento de existir la aserción primitiva,
También sucede lo mismo cuando, en lugar de encontrar
la causa del movimiento en la vida, se pretende que el
movimiento es automático. Pero, en este como en el caso
precedente, se puede ver que, en la proposición comple-
ta-•es un viejoo-por más que baya proposiciones im-
plícitas en las cuales los sujetos y los atributos no estén
invariablemente en una relación dada, hay otras proposi·
cioncs cuyos elementos tienen esta coexistencia invaria·
b!e. Mientras miro la forma que está delante de mi, sus
cobres guardan sus relaciones de espacio. Con el conoci·
miento de su proximidad coexi:ite invariablemente el co-
nocimiento de un alejamiento; y asimismo, con el conocÍ·
miento de esta forma como objeto visible, coexiste in va-
riablemente la conciencia de alguna posid6n con relación
a vosotros en una dirección más o menos determinada.
§ 42S. Tenemos por ahi una amplia distinción entre
!as proposiciones. Hay unas cuyos atributos están siem-
pre unido; a sus sujetos y hay otras cuyos atributos no
tst.in siempre unidos a sus sujetos. Las de la primera c1a-
fH~ expresan conocimientos tales que la cosa afirmada con·
tinúa existiendo en la conciencia todo el tiempo que la
cosa de que es afirmada continúa existiendo en la con ..
ciencia, y las de la segunda clase expresan conocimientos
tales que la cosa afirmada puede desaparece•· de la con-
ci~ncia mientras permanece la cosa de que es afirmada.
Las unas son conocimientos que aceptamos necesaria·
mente y las otras son conocimientos que no aceptamos
necesariamente. Si prescindimos de la segunda clase, que
aquí no nos conc~trne, encontraremos en la primera cJase
dos órdenes distintos que debemos txamioar,
TOMO JV
114 PRlNCIPl08 D~ PbiCOLOGIA

Hay conocimientos en los cuales la coexistencia de l0s


dos términos no es absoluta más que lert}oralmmte. Tales
son los conocimientos del orden presentativo. Suponga·
mos que miro al sol. La proposición <yo veo luz•, llega
a ser entonces una proposición en la cual, con el sujeto
(yo) está invariablemente unido el atributo («nsación de
luz). Esta sensación de luz afirmada no se halla interrum·
pida ni un instante por la conciencia de la oscuridad.
Asimismo durante todo el tiempo que yo miro el sol con·
tinúa la coexhtencia absoluta de los dos términos del co.
nacimiento y, durante todo ese tiempo, no puedo menos
de aceptar el conocimiento. Otro tanto sucede también con
ciertas rdaciones presentadas inmccHatamente. Si al mi
rara la izquierda veo un objeto, la conciencia de que exis·
te en la relación de posición respecto de m!. continúa exis.
tiendo invariablemente mientras yo continúo mirándolo.
Verdad es que puedo superponer a esta conciencia viva
del objeto como existente a mi izquierda, una conciencia
débil de su transporte hij)otético a mi derecha y de mi
mismo como siéndo!e a la derecha; pero esta concienci:l
débil no puede reemplazar a la conciencia viva. La rela·
ción, como yo la percibo, persiste durante todo el lar¡:o
tiempo que mis oios están dirigidos hacia el cbjeto. Y
otro tanto acontece con las relaciones de los objetos entre
aí. Si de dos lineas rectas colocadas uno al lado de la
otra A es mucho más Jarga que B, no puedo, al mirar!a~,
encontrar un momento durante el cuaJ esta conciencia de
su diferencia deje de existir o eRté invertida.
Hay ciertos conocimi~ntos r.resentativos represent?.-
tivos que tienen ti mismo carácter. Cuando sientG la re·
sistencia de un cuP-rpo, la proposición de que este cuerpo
es extenso es una proposición cuyo atributo coP-xiste ab~
solutamonte con su sujeto. La extensión presentada en la
liERBERT SPE:-.CBR 115

conciencia con la resistencia puede ser grar.de o pequeña;


poro la conciencia de alguna extensión existe también !orlo
el tiempo que existe la conciencia de la resistencia. Y
otro tanto sucede cuando el conocimiento llega a ser com-
pletamente representativo; la concepción de la resistencia
coexiste invariablemente con la concepción de la exten·
sión.
En el otro orden que pertenece a la primera clase, la
unión del sujeto y del atributo es absoluta de una manera
permanente. Estos conocimientos son los que contienen
relaciones generales abstractas, cuantitativas o cualitat;.
vas. Los axiomas de las matemáticas expresan conoci-
mientos tales, que, con la conciencia del sujeto, existe
invariablemente la conciencia de la cosa afirmarla, y va.
rias de las proposiciones matemáticas más especiales tÍ'!·
nen el mismo carácter. Una de ellas es la rroposición do
que uno de los lados de un triángulo es mer.or que !a
suma de los otros dos. Encontramos el mismo carácter
en los conocimientos completamente abstractos que for-
mula la lógica. Si tenemos más de A que de B, y si en
un grupo formado de ambos hay más de B que de A,
debe haber entonct·s fuera del grupo más de A que de B.
Tenemos ahí un conocimiento tal, que si se dan reh-
ciones determinadas en la conciencia (sujeto). se encc•t-
trará que la relación afirmada (atributo) coexiste siempro
con ellos.
Nos resta notar una distinción importante en esta~
subclases que forman la clase general de estas proposi-
ciones, y tal distinción es de una gran importancia. En
las 111ás simpks de estas proposiciones, que los términos
sean reales o ideales, que sean sensaciones o relaciones,
la conexión del atributo con el sujeto es tan íntima, que
su coexistencia no puede excluirse de la conciencia, mi en-
116 PRINCIPlO!:> DE P~JCOLOt:JA

tras que en los más complejos la cosa afirmada que co·


existe invariablemente debe buscarse en la conciencia ..
Cuando digo que estoy deslumbrado por el sol, o cuando
al tocar un cuerpo en la oscuridad digo que debe haber
algo extenso, no solamente los atributos de las proposi-
ciones coexisten invariablemente con sus sujetos (la una
mientras miro al sol y la otra todo el tiempo que percibo
o imagino un objeto), sino que coexisten invariablemente
con ellos de manera que no pueden omitirse; mientras.·
que en los conocimientos representativos por acumula.
ción que formula la lógica, la coexistencia invariable
afirmada es con frecuencia poco sorprendente y puede
prescindirse de ella. Así, en el caso citado más atrás, la
conclusión de que, fuera del grupo dado, debe haber más
de A que de B, no coexiste de una manera sorprendente
con las premisas; pueden presentarse las premisas sin que
se piense en la conclusión. Aunque aquí, como más atrás,.
la relación concluida existe invariablemente en la con-
ciencia con la relación dada, existe de una manera implí-
cita más bien que de una manera explícita. No se puede
buscarla, y en algunos casos la investigación puede no
desembrollarla. De suerte qu' el más simple modo de ra:ona-
mie•to, sie11do por mcesi.lad reliltivamente complejo porque con-
tiene varias proposiciones, mmca puede dar la conciencia de una
txistencia invariable que se preste tan poco al equivoco como las
proposiciones mismas.
Y aquí nos vemos naturalmente conducidos a una
cuestión última. Cuando dividimos nuestros conocimien-
tos e-n conocimientos en los cuales los atributos existen
invariablemente con sus sujetos, y en conocimientos en
los cuales no tiene lugar esta coexistencia, se presenta la
cuestión: ¿Cómo determinamos esta coexistencia invari•-·
ble? Examinemos ~hora la cuestión.
C:APITULO XI

EL PO&fULAD~ UN1V&R.9~L

§ 426. Para afirmar qu' ci~rto suje!o está invariable-


mente ligado a cierto predicado, nada mejor po1emcs
hacer que buscar un caso en el que el sujeto exista sin
él; y poJ.emos proseguir nuestro examen intentando re-
emplazar por cualquiera otro el prodicado invariable o
suprimirlo por completo sin reemplazorlo.
En otros términos: se trata de intentar concebir la
negación de una proposición, 81 toco un cuerpo en la os-
-curidad y si tengo inmediatamente conciencia de algo
·ext"nso que acompaña la reflistencio, ¿qué debo hacer
para decidir si la proposi<.Vm clo que resiste es extenso•
es la expre3i6n de la más alta certidumbre? Intento pen-
sar en la extensión independientemente de la resiatencia.
Pienso en la resistencia al intentar rechazar la idea de
la extensión, Me veo absolutamente defcaudado en mi
esperanza; no puedo concebir la ne~ac16n de la proposi·
ei6n <lo que resiste es extenso• y ,.¡ Í>HpoUncia para con-
.cebir la negació11 me muestra que siempre, con el sujeto
{algo resistente), CJJexist. i.wariabl<me•t• el predicado (la
extensión).
En consecuencia, la inconcebibilidad de su negativa es
lo que muestra que un conocimiento posee el más alto
~ango-y es el criterio por el cual se puede reconocer su
118 PRI:-JCJPJOS DE l'SlCOLO&JA

extrema certidumbre-. Si la negación de un conocimien-


to <S concebible, ello equivale a decir que podemos acep·
tadc o no aceptarle como verdadero. Si su negación es
itJconcebible::, estarnos obligados a aceptarle. Y un cono-
cimiento que de este modo estamos obligados a aceptar
b consideramos como poseedor del más alto grado posi-
ble de certidumbre. Afirmar la inconcebibilidad desune-
gativa es al mi~rnQ tiempo &.firmar 1a necesidad psicol6 ..
gica en que estamos de pensarlo y ju.tificar lógicamente-
las razones que tenernos para consiJerarlo corno indu-
dable.
Que el conocimiento que ha re•i•tido este criterio·
Cebe acep·arto.e. tsin discusión, es coea que no se admite
U3iversalmente. Tenemos ahora que considerar las razo·
nes que dan para no admitirlo.
§ 427. Des le luego, tengo que evitar en cuanto sea
posible, taJa interpretación falsa de los términos. Uno
de )()S peligros del dotestable hábito de la exageración es
que algunas de las palabras empleadas en la cuestiones
científicas y fi), shficas, pierden su valor y su precisión.
Por ejemplo. las palabras infinito e infinitamente, aun en
boca de hombres cientlficos cuyo lenguaje debiera ser
más preciso, pueden entenderse aplicadas a cantidades y
diferencias completamente ordinarias.
La significación de la palabra inconcebible se ha hech<>
incierta por un mal uso habitual de esta e•pecie, Persa·
n:ts que quieren exprt>:!lar con fuerza su duda respecto de
alguna opinión han empleado esta palabra con tal propó.
sito. Asimismo inconcebible ha llegado a ser para algunos
espíritus el equivalente de incroible. En toda la argumen•
tación que aquí presento, después de haberla revisado, se
ha creído que j'O empleaba la palabra en este sentido in-
exacto. Este contrasentido no se había presentado a mi
lJERllERT SPE.NCEH 119

e•píritu entre los que podían presentarse. A fin de que ya


no sea posible, ptrmíhseme definir y aclarar lo que en-
tiendo por iuconcebible y en qué se dbtingue de lo in-
creíble.
Una proposición inconcebib!e es aquella cuyos térmi-
nos no pueden ser puestos por ningún esfuerzo ante la
conciencia en la relación que la proposición a firma existir
<ntre ellos, aquella en que el sujeto y el predicado ofre·
cen una resistencia insuperable a su unión en el pensa-
miento. Una proposición increíble es una proposición que
¡.uede concebirse en el ptnsamiento, pero que se halla
tan poco de acuerdo con la experiencia en la que sus tér·
minos están habitualmente unidos de otra manera que
~stos términos no pueden ponerse sin e5fuerzo en la pri-
mera relación. Así es increíble que una bala de cañón
disparada en Inglaterra pueda caer e11 América; pero no
es inconcebibl•. Rec!procamente es inconcebible que uno
de los lados de un triángulo sea igual a la suma de los
otros dos, no es solamente increíble. La longitud re:>nida
de los dos lados no puede representan.e a la conciencia.
r(;mo igual a la del terct:ro sin que se destruya ]a repre-
ser)taci6n del triánguk; y no puede formal se el concepto
dt: un triángulo Sin que al mismo tiempo se desvanezca
el concepto en el cual se dan como igua!es e&tas mag-
nitudcF. Es decir, que el sujeto y el predicado no pued~n
rtunirse en la misma intuici6n, la p1oposici6n es impen-
sable.
Sólo en este sentido he empleado la palabra inconcebi-
ble, y solamente considero que tiene un valor el criterio
de la inconcebibilidad cuando se restringe rigurosamente
a esta significación.
§ 428. Una de las principales objeciones hechas por
M. Mili al criterio de la inconcebibilidad de la negativa.
120 PRI:\CIPIOS Di\ PSiCOLOGÍA

como un criterio por el cual puede reconocerse la induda-


ble verdad de una proposición es que, proposiciones <n
otro tiempo aceptadas como verdadera• porque habían
resistido a ese criterio, se ha demostrado después que
eran falsas. Dice: Hubo un tiempo en que los hombres de
más cu<ta inteligencia y los más libres de los primeros
prejuicios no podlan creer en la existencia de los a o tipo-
das. Eran incapaces de concebir en oposición con anti-
guas asociaciones, la fuerza de la gravedad que obra ha·
cia arriba en Jugar de obrar hacia abajo.•
Ya en el capitulo último, cuando hemos distinguido
las proposiciones simples de las proposiciones compl<j10,
hemos notado que no podía haceroe ninguna comparación
científica sino entre proposiciones de la misma naturale-
n. Se ha mostrado por inducción que un criterio aplica-
ble legítimamente a una proposición simple, cuyo suje-
to y pred1cado están en relación directa, no puede ser-
lo a una pro~osici6n compleja cuyo sujeto y predicado
están en relación indirecta por medio d" algunas propo-
siciones simples sobretendidas.
As!, pues, mi re•puesta a la critica de M. Mili es que
las proposiciones aceptadas por error bajo pretexto de
que parecen resistir al criterio, son proposiciones comple·
jasa las que es inaplicable el criterio, y que ninguno de
los errores que resultan de una aplicación ilegitima del
criterio puede permitir recusar su aplicación legítima.
Si se me pregunta cómo podemos reconocer cuál es
la aplicación legitima del criterio, respondo que ya al res-
tringir su aplicación a las proposiciones que no pueden
descomponerse, he indicado una distinción necesaria. Sin
embargo, eRta cuestión es tan importante que se me per-
donará intente dar una respuesta más profunda para que
no quede ninguna posibilidad de mala inteligencia. Para
IIEltllEll.l' SPiiNCblt t21
- -- - - - - - -- ---
·cumplir nuestro designio nada podemos hacer mejor que
tomar ejempl<•S concretos en los cuales el criterio es apli-
·.ceble o no lo es.
Sean dos líneas A y B. ¿Cómo decidir que son iguales
o desiguales? No hay otro medio que comparar las des
impresiones que causan sobre la conciencia. Sé in media·
:amente que son desiguales si la diferencia es grande o
si, aunque la diferencia sea relativamente pequeña, se las
aproxima. Pero cuando la diferencia es muy débil, decido
la cue>ti6n superponiendo las dos líneas cuando son mo·
·vib!es o llevando una tercera línea movible de la una a la
otra cuando están fijas •.En un caso obtengo en la con-
ciencia ei testimonio de: que la impresión producida por
una de las lineas, difiere de la impresión producida por
la otra.
No puedo dar otra pruek de esta diferencia, sino que
tengo conciencia de ella y que encuentro imposible, al
-c<nsiderar estas líneas de no ¡-oder tener conciencia de
dio. La proposición de que las lineas son desiguoles, es
·una prop0sición cuya negación es inconcebible. Supongo
ahora que

Jj 1
/

-se me pregunta si B =eo si G =


D. No eo posible in·
mediatamente una respuesta positiva. En lugar de esta·
blecer como inconcebible que B es más larga que e 0 es
más pequeña o es de la misma longitud, es ccncebibte
que pueda ser verdadero cada uno de estos tres casos.
Aqui un llamamiento directo al veredicto de !a concien-
cia es ilegítimo porque, al transportar la atención de B
a C o de C a D, los cambios que se producen en Jos otros
elementos de nuestras impresiones estorban tanto los ele·
mentos a compar•r que nos impiden compararlos clara-
roer. te, Si tiene que determinarse la cuestión de la longi·
tud relativa se puede hacerlo enderezando la línea cur•a
o quebrada, y esto se realiza por una serie de pasos de
los que cada uno permite un juicio inmediato semejante
a aquel en el cual se han comparado A y B. Como aqui
suce~e t:n todos los casos.
S6lo sobre las relaciones entre las percepciones o con-
cepciones simples, puede la conciencia estatuir inmedia ...
tamente de una manera satisfattoria y, en todos los ca.·
sos, como aquí, por una resolución en concepciones y per-
cepciones simples, es como se llega a juicios verdaderos
relativamente a percepciones o concepciones complejas,
Que cosas iguales a una tercera son iguales entre sí, es
un hecho conocido por la comparación directa de relacio·
nes actuales o posibles y no pue&e serlo de otra manera;
e• una proposición cuya negación es inconcebible y de la
que se puede afirmar con perfecto derecho la certidumbre
r.r,bre esta garantla, Pero no se puede conocer inmediata·
mente por la comparación de dos estados de conciencia
que el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectán·
gulo es igual a la suma de los cuadrados de los otros dos
lados,
Aqui no se puede llegar .a la verdad más que por in-
termediarios, por medio de una serie de juicios simples
concernientes a la semejanza o a lii no-semejanza de cier·
las relacione•, siendo cada uno de estos juicios de la mis-
ma n1tur~leza y teniendo la misma garantia que el que
nos ha dado a conocer el oxioma precedente. Asi, es evi·
dente que el rosultado engañow del criterio que !>!. Mm
IIEI<BI'I< r >PE~CER_ _ _ _ _ _J2_:,_•_

da como ejemplo, se debe a una aplicación ilegitima de


eSe criterio.
Y ahora notemos que, relativamente a estas cuestio-
nes legítimamente juzgadas por este criterio, no hay nÍ:l·
guna discusi6n sobre la respuesta.
Desde los tiempos más remotos de que se conserva me-
moria los hombres no han cambiado su creencia concer:
niente a las verdades do nú:nero. El axioma de que las
sumas de cantida:les iguales agregadas a cantidades des-
i;:ualcs son desiguales era acoptado por los griegos lo
mismo que por nosotros como un veredicto directo de la
conciencia de que no se puede apelar. Aceptamos cada
parte de cada demostración de KICiides como lo acepta-
ban los mismos griegos porque vemos inmediatamente
que la relación alegada es la que alegaban y que es impo-
sible concobirla de otro modo.
§ 429. Allí mismo donde no puede hacerse la distin-
ción indicada más atrás creo que quizá pueda ser justa-
mente contestada la ind~oci6n de M. Mili. Sin recordar
que los errores dados como ejemplo son errores que de·
rivan de una aplicación a proposiciones complejas de un
criterio solamente aplicable a las proposiciones simples,
pcdemos todavía dar otra respuesta. Un método tiene dos
causas posibles de error.
La primera que el rui>mo método puede ser malo y la
otra al uso torpe que de él puede hacerse.
Considerada una creencia por unos como necesaria y
por otros como no necesoria, si M. Mili pretende que el
criterio de la necesHad es reconocido por ello mismo co.
mo sin ningún valor, supone tácitamente que todos los
hombres tienen el mismo poder de r<flexi6n, cuando mu-
chos son incapaces de interpretar correctamente un esta-
do de conciencia sino es en alguno de sus modos más
124 PRINCIPIOS DE PSICOLOGf.\

simples, y los mismos otros son capaces de tomar por afir-


maciones de la conciencia lo que un examen más minucio-
so muestra no ser sus afirmaciones. Consideremos el caso
de un error de aritmética. Un niño suma una colt•mna de
números y da un total falso. Vuelve a comenzar la ope·
ración y se en¡;aña de nuevo. Su maestro le manda que
haga la suma en alta voz y le oye decir 35 y 9· 46 error
que ha repetido siempre. Ahora, sin examinar el acto
por el cual conocemos que 35 y 9 son 44• es claro que,
en el niño, la interpretación falsa de la conciencia qu' le
hace negar implícitamente esta necesidad cuando afirma
que 35 y 9 SOil 46 no puede considerarse como prueba do
que la relación no es necesaria. Juicios falsos de esta es·
pecie que con frecuencia se hacen hasta por personas
acostumbradas a contar, muestran pura y simplemente
que ha)' una posibilidad de olvidar conexiones necesarias
en nuestros pensamientos y de considerar como necesarias
conexlones que no lo son. Y lo que sucede por azar en el
cálculo acontece con frecuencia en los modos de pensar
más complejos. No se traducen distintamente en sus es-
tados de conciencia equivalentes las palabras que se em·
plean. E>ta negligencia es tan habitual en ciertas perso-
nas que no se fijan en que no se han representado nunca
claramente las proposiciones que afirman y pueden enton-
ces con mucha siuceridad, pero también de una manera
errónea, creer que piensan lo que realmente es imposible
p~nsar.

Aun suponiendo que está probado que el criterio es


engañoso en cada caso en que los hombres difieren en lo
que toca a la concebibllidad o inconcebibilidad de una pro·
posición, ¿se seguiría de ello que este criterio es indigno
de fe en los numerosos casos a propósito de lo• cuales el
acuerdo es, y ha sido siempre, universal? Yo no lo pienso
IIIW:HERT SPE!'>JCER

así, como tampoco pienso que no tenga validez el proce·


so del razonamiento, porque en ciertos casos, al partir de
los mismos datos. se ha llegado a conclusiones diferentes.
Consideramos como verdadera una conclusión sacada ló-
gicamente de las premisas establecidas. Sin embargo, aún
con frecuencia uno se ha engañado en las conclusiones
que se pensaba sacar lógicamente. ¿Pretendemos, pues,
quo es absurdo considerar una conclusión como verdade-
ra •porque no tenemos otro fundamento que el de que
está sacada lógicamente de premisas establecidas?
No digamos que, por más que se hayan tomado por
conclusiones lógicas conclusiones que no lo eran, las hay,
sin embargo, que son lógicas; digamos que nuestra creen·
cia, la que nos parece verdadera, está justificada basta
mejores informaciones. Asimismo, por más que se hayan
considerado como inconcebibles cosas que no lo eran, pue-
de haber cosas inconcebibles; y la incapacidad de con ce.
bir la negación de una cosa puede también ser nuestra
mejor garaotía de la creencia que en ella tenemos.
§ 430. Podemos ahora examinar otro aspecto de la
cuestión. A la hipótesis de que las verdades axiomáticas
son necesidades del pensamiento y anteriores a la expe·
riencia e independiente de ella, M. Mili opone la hipóte-
sis de que las verdades axiomáticas son inducciones saca.
das de la experiencia. Dice que cuando con frecuencia he·
mos visto y pensado dos cosas juntas y que en ningún
ejemplo las hemos visto ni pensado separadamente, se
produce, por 1" ley primitiva de la asociación una dificul-
dad creciente, que puede al fin llegar a ser insuperable,
concebir estas dos cosas aparte. < E• te pasaje y otros di.
versos muestran claramente que •estas asociaciones inse-
parables• que constituyen las necesidades de pensamiento
y que se consideren como axiomas, M. Mili les supone
PRINC1P10S Dll l'SlCOLOGL\

formados en cada individuo por las experiencias que ha


adquirido durante su vida. Para h~cer comprender mejor
al lector el punto de vista desde el que se hacen mis cri-
ticas debo recordarle que no soy partidario ni de una ni
de otra d" las dos hip6tesis contraria•, sino en parte de
las dos a la vez. Como he dicho en el párrafo 33z, yo con·
sidero e•tos datos de J. inteligencia como a priori para el
individuo, pero a posltriori para la serie entera de los in·
dividuos de que forma el último término. Y ahora, des-
pués de hab:r hecho esta advertencia para evitar una mala
inte~igencia, mostremos que, aun aceptando la tesis de
M. Mili sobre la hipótesis experimental todavia se peede
hacer un buen alegato en favor del criterio de la inconce·
bibilidad.
Porque supongamos que sea verdad que en una época
de la civilización la capacidad o la incapacidad de un hom ·
bre para formar una conce;:ción dada depende enteramen·
te de la experiencia adquiriJa por su propio comercio con
las cosas o por el conocimiento acumulado sacado delco·
rnercio de Jos otros hombres con las cosas-conocimiento
que su educaci6n unifica con su propio conocimiento. Y
supongamos que sea igualmente cierto que, al extender y
multiplicar estas experiencias de primera o de segunda
mano, se llega a ser capaz de concebir cosas antes in con·
cebibles, Aún suponiendo todo esto, todavia se puede pre-
tender que como la mejor garantia que se pue:le tener de
una creencia es el perfecto acuerdo de todas las experien ·
das anttriores en apoyo de esta creenda y como en un
momento dado un conocimiento de aquello cuya negación
es inconcebible es, por hip6tesis, un conocimiento com ..
probado por todas las experiencias anteriores, se sigue quo,
en un momento, la inconcebibilidad de su negativa es la
justificaci6n más fuerte que puede tener un conocimiento.
¿Cuál es el fin del examen críticn de nuestros penJO·
mientas o del análisis de !a• afirmaciones de la concien-
cia? Es establecer una correspondencia entre las creencbs
subjetivas y los hechos objetivos. Ahora bien; los hechos
objetivos se imprimen siempre en nosotros; nuestra exre·
rienda es un registro de estos hechos objetivos y la incon·
cebibilidad de una cos1 implica que está por completo en
desacuerdo con el regintro. Aún cuando fuera todo esto,
no se ve claramente c6mo, ~i cada verdgd tos primitiva.
mente inductiva pudiera existir un cdterio mejor de lo
verdadero. Pero Ee d~be recordar que mientras que varios
hechos que se imprimen en nosotros son accidentales y
que otros eon muy generales algunos son universale~ e in-
variables. Estos hechos universales e invariables son~ por
hipótesis, una base ciert<> para establecer las creencias de
aquello cuya negaci6n es inconcebible, mientras que la.
otrqs no tienen esta propiedad y sí 3irven de base a una
creencia de esta naturaleza 1 vienen de los hechos subsi ·
guientes que destruyen su acci6n .
En consecuencia, si después de una inmensa acumu-
laci6n le experienciaa, hay creencias cuya negaci6n es in·
concebible, la mayor parte, sino todas, de estas creencias
llegan a corresponder a hecbcs obJetivos universales. Si
hay, como pretende M. Mili, uniformidados absolutas en
la naturaleza¡ si esta!\ uniformidades producen, corno dew
ben hacerlo, uniformidades ~bs.olut::ts en nuestra experien-
cia, y si, como él muestra, estas uniformBades absolutas
en nuestra experiencia nos hacen incapaces de concebir f:H
oegaci6n, debe entonccr. producirse en nosotros una creen
cía de aquello cuya negación es inconcebible, y que es
absolutamente verdade1 a, que c0rrespcnd~ a cada unifor ..
mi dad en la naturaleza habitualmente repetida e" nuestra
experiencia. En el gran cuerpo de nuestra cor.ciencia que
!3d PH.INUPJ~ DE l'SJCOLüGÍA

consiste en cosas presentadas de momento a momento en·


relaciones definida• de espacio, de tiempo y de número,
es válido el criterio de la inconcebibilidad, Experiencias
perpetuamente repetidas han engendrado en nosotros co-
nocimientos de relaciones lógicas, de relaciones matemá-
ticas y de algunas relacion<s simples de orden fisico cuya
necesidad es aceptada sin vacilación bajo la garantía de la
inconcebibilidad de su negativa, Y si entre estas proposi-
ciones indescomponibles que no están justificadas más que
por este criterio, hay algunas de ellas que, con este crite-
rio, son, sin embargo, falsa& (aunque yo no vea ninguna
razón para pensarlo) se debe también admitir que tales
proposiciones simples comprobadas por este criterio ex-
prt8an el resultado neto de nuestras experiencias hasta el
actual momento, lo que es para ellas la mejor garantía
posible.
M. Mili ha respondido a este argumento que he repro-
duddo aquí con leves modificaciones, Según.;:: •Aun e"'
el caso de que futra verdad que la inconcebibili:lad repre-
senta cd resultado neto» de toda la experiencia ~nterior,
¿p"r qué detenernos en el símbolo cuando podemos llegar
~ la cosa •ignificada? Si nuestra incapacidad de concebir
la negación de una suposición dada es la prueba de que es
v<rdadora porque prueba que basta aquí nuestra experien-
cia ha sido uniforme en su favor, la prueba real de nues-
tra suposición es, no la inconcebibilidad, sino la unifor-
midad de la experiencia. Ahora bien; esta uniformidad de
la experiencia, que es la única y verdadera prueba. es di-
rectamente accesible. No estamos reducidos a una presun-
ci6n fundada en alguna consecuencia accidental. Si toda
la experiencia pasada está en favor de una creencia, su-
pongamos que esta experiencia esté establecida y que la
creencia descansa abiertamente <n esta base; después de
HERBERT SPENCER

esto, aún queda, sin embargo, el resoher esta cues,ión:


¿en qué este hecho de la experiencia pasada puede consti-
tuir una prueba la verdad de esta creencia?•
A propósito de los ejemplos que M. Mili va a dar de
las uniformidades en la experiencia que fueron pruebas
inadecuadas de la verdad, debo notar que, como los ejem-
plos dados mªs atrás, no pertenece en manera algnna a la
clase única a que es aplicable el criterio de la inconcebi-
bilidad puesto que no tienen la simplicidad exigida, y que
la frecuencia de su retorno no se parece en manera s.lgu·
na a la frecuencia completamente in6nita de las unit.or-
midades que consideramos. Después de esta observación,
paso a la cuestión esencial: ¿Por qué, en lugar del criterio
derivado de la inconcebibilidad, no se emplearian las ex-
periencias de que ese criterio deriva? Yo respondo que, en
la gran masa de nuestros conocimientos, no podemos em-
plear un método semejante de comprobación para cada
razonamiento particular porque, por de pronto, la enu-
meración de las experiencias que implica este método, si
es posible, diferida infinitamente del establecimiento de
una conclusión como válida; en segundo lugar, no es po-
sible una semejante enumeración de experiencias y en
tercer lugar, si es posible la garant!a conseguida para la
conclusión no será nunca tan grande como la del criterio
sujeto a estas objeciones. Examinemos cada uno de estos
puntos.
Supongamos q.ue, antes de aceptar como cierta la pro-
posición de que una figura rectilínea debe tener tantos
ángulos como lados, yo debo pensar en cada triángulo, en
cada cuadrado, en cada pentángono, en cada exágono, etc.,
que no haya visto nunca y que debo comprobar la rela-
ción afirmada en cada caso, el tiempo exigido para la in-
vestigación de todos esos recuerdos sería baatante largo
TOMO l'Y
9
130 PRINCIPIOS DE Pl>COLOG!A

para que la proposición afirmada hoy no pudiera ser com·


probada mañana. Si se necesitara semejante comproba-
ción antes de afirmar que es una verdad necesaria la de
que un cuerpo del que se ha sentido un lado próximo tie-
ne un lado lejano, se pasarla un mes antes de que se pu·
diera afirmar la certidumbre de esta proposición y antes
de que pudiera continuar la argum,ntación.
Pero semejante enumeración de experiencias sobre
cuyo valor se p udiera uno fundar para afirmar como
cierto un conocimiento, no es nunca posible; sólo una
parte de ella puede ser recordada a la memoria. La gran
masa de experiencias que, según esta hipótesis, formarían
la base inductiva de la verdad enunciada ha desaparecido
para siempre; y además se debe observar que han desapa-
recido sobre todo en los casos de las verdades que son
más ciertas. ¡Cuántos casos separados puedo contar en
los cuales he observado conscientemente que cuando he
observado el lado próximo. de una cosa he también en con·
trado un lado lejano! Es probable que no haya un millón
de casos en los cuales esta verdad se haya presentado en
mi experiencia.
Además del defecto cuantitativo en la base inductiva
propuesta para una afirmación, hay un defecto cualitativo
igualmente grave. La imperfección de la memoria es tal
que debe servir para establecer la certidumbre; es ella
misma incierta. Yo no puedo decir con algo de exactitud,
si es que lo puedo decir de alguna manera, si en mi infan-
cia he notado o no que, quitando a dos masas desiguales
cantidades iguales, las dos masas primitivas eran más
desiguales que antes, o que dos grupos desiguales de bo-
las eran más desiguales si se sacaban de cada uno de am·
bos igual número de bolas. ¿Cómo entonces se puede siem-
pre reconocer la validez de un tal axioma, si no tiene por
HERBKRT SPENCER 131

garantia más que recuerdos que no solamente son poco


numerosos, sino también tan dudosos?
Sin embargo, todavia se debe notar que, puesto que el
testimonio de las experiencias conscientes no se da más
que por intermedio de la memoria y que puesto que el
valor de este testimonio depende por completo de la vera-
cidad de la memoria, la proposición que para verificar la
validez de una verdad enunciada es necesario recordar las
experiencias de que esta verdad es una generalización, im ·
plica la aserción tácita de que la veracidad de la memoria
es más cierta que la verdad enunciada. Seguramente esto
no puede decirse. Nuestras mismas experiencias nos prue~
han con tanta frecuencia que la memoria es engañosa,
que nos es más fácil pensar que uno de sus testimonios
es falso, que pensar que sea falso que dos sumas son igua·
les si se agregan a cada sumando cantidades iguales.
En fin, aun concediendo la pretendida veracidad de la
memoria, se llega también a la misma conclusión. Porquo
lo más que podemos decir, a propósito de las experiencias
que atestigua la memoria es que estamos obligados a pen-
sar que las hemos tenido, que no podemos concebir la ne.
gación de la proposición de que las hemos tenido, y decir
esto es apoyarse en la garantia que se rechaza.
Pero ahOra, al comienzo de esta parte, se ha dejado
entrever una respuesta más profunda a la cuestión pro-
puesta por M. Mili en el pasaje citado. Yo pretendo que
la inconcebitilidad de su negación suministra una garan-
tla mucho más elevada de un conocimiento que la de una
enumeración de experiencias, aunque sea exacta y com-
pleta, porque comparativamente representa experiencias
casi infinitas en número. Si las moditicaciones nerviosas
producidas por actos nerviosos con frecuencia repetidos,
se transmiten por herencia; si se acumulan de generación
132 PRI:>.' CIPIOS DE PS1COLOG1A

en generación y se abocan a estructuras nerviosas que se


fijan en proporción de las otras relaciones a las cuales
responden, el criterio tiene entonces un valor que sobre ..
puja infinitamente al de un criterio suministrado por ex·
periencias individuales. En lugar de asociaciones nervio ..
sas, relativamente débiles, j)roducidas por la repetición
en una generación, tenemos conexiones nerviosas organi-
zadas, producidas por hábito en millares de generaciones,
o más bien probablemente en millones de generaciones.
Las relaciones de espacio han sido las mismas, no soJa-·
mente para todos los hombres, para todos los primates y
para todos los órdenes de mamíferos de que descendemos,
sino también para todos los órdenes de seres menos ele·
vados. Estas relaciones de espacio constantes se expre..
san en •;structuras nerviosas definidas, congénitamente
constitu:das para obrar de una manera determinada ~in·
capaz de obrar de una manera diferente, En consecuen•
cia, la inconcebibilidad de la negación de un axioma ma-
temático que resulta de la imposibilidad de cambiar las
acciones de la estructura nerviosa correlativa equivale
realmente a la infinidad de experiencias que han causado
el desarrollo de esta estructura. Tan cierto es ~u e los ojos
implican, antes del nacimiento, por su sistema de lentes,
que la luz debe más tarde ser refractada; por su retina,
que deben recibirse los objetos por los músculos motores;
que deben tener lugar en los objetos cambios de posición,
como cierto es que se verifican fenómenos análogos en la
estructura nerviosa que coordena una con otra las impre·
siones oculares, y con las impresiones recibidas de los
miembros, y que implica que todas estas relaciones esen-
ciales de espacio llegan a ser más tarde al mismo tiempo
reveladas y comprobadas por la experiencia personal. De
ahí se sigue claramente que las necesidades objetivas de
HERBERT SPENCER 133

relaciones de espacio están representadas por estructuras


nerviosas determinadas que implican necesidades subjeti-
vas latentes de acción nerviosa; que éstas últimas ~onsti­
tuyen formas predeterminadas del pensamiento produci-
das por el moldeamiento del pensamiento sobre las cosas,
y que la imposibilidad de cambiarlas que implica la in-
concebibilidad de su negación ·es una razón para aceptar-
las como verdaderas, razón que tiene infinitamente más
valor que cualquiera otra que pudiera darse,
§ 43I. ¿Oué piensa M. Mili de la opinión sobre el
cri trio de la inconceb1bilidad en relación con sus miras
sobre la naturaleza de la prueba real? En el segundo de
sus dos capítulos sobre la a Demostración y las ve1 dades
necesarias)}, donde discute la necesidad atribuída comun-
mente a las ci::!ncias deductivas, dice:
«Los resultados de estas ciencias son verdaderamente
aecesarios en el sentido de que se sacan necesariamente
de ch~rtos primeros principios comunmente llamados axio-
mas y dedniciones, es decir, que son ciertament~:: verda-
deros si lo son los axiomas y las definicioile-s, porque la
palabra necesidad, aun en la acepción que aquí tiene, no
significa más que certidumbre. Pero reclamar el carácter
de necesida1 en un sentido más extenso que aquél, supo·
ne que se ha establecido precedentemt!nte esta necesi-
dad en favor de las definiciones y de los axiomas mis-
mos.• (Cap. VI.)
Aqui y en toda la argumentación, M. !vlill prtende
que hay al,5o mái cir::rto en una demostración que en
cui:tlquiera otra parte, algo indudable en la sede d~ nu-as~
tros razonamientos que no poseen los axiom-is de que
proceden estos razonamientos. ¿Puede justificarse tal su-
posición? En cada paso sucesivo la subord<nactón de la
conclu'3i6n a sus premisas es una verdad de qul:! no tene-
134 PRINCIPIOS DE PSJCOLOG1A

mas otra prueba que la de que es inconcebible su contra-


ría. Y si esta prueba es una garantía insuficiente para
afirmar la necesidad de las premisas axiomáticas es una
garantía insuficiente para afirmar la necesid~d lógica de
un lazo en la argumentación.
Yo pienso que está implicito de una manera inevita-
ble por una analogia que el mismo M. 1\f ill ha desarro·
liado que deben existir o faltar juntas la neceidad lógica
y la necesidad matemática, En un capítulo anterior pre·
lende que, por el análisis del silogismo, llegamos a o un
principio fundamental o más bien a dos principios q11e se
parece" de 1ma manera sorpendente a /lJs axiomas de las mate-
mJticas. El primero, que es el principio del silogismo afir-
mativo, es que las cosas que coexisten con la misma cosa
coexisten entre si. El segundo es el principio del silogismo
negativo; y tiene, como resultado, que una cosa que coexis-
te con otra con la cual no coexiste una tercera, no coexis·
te con esta ta tercera cosa. Pero por más qu• aquí M. Mili
indica que la verdad de • que las cosas que coexisten con
otra cot-XiSten entre si>, se parece extr&ñamente a la de
que •la~ cosas iguales a una tercera son iguales entre· •
sh, atribuye a la primera una necesidad que mega' a
la Se¡(unda. Cuando, como atrás, afirma que las cien-
cias deductivas no son necesarias sino +:en el sentido
de que se sacan nec•mriament~ de ciertos primeros prin-
cipios comunmente llamados axiomas y definiciones,.
esto es, que son dertamcnfe verdaderas si estos axio-
mas y ddlniciones lo son», pretende que, mientras que
los axiomas matemáticos no poseen más que una verdad
hipotética, este axioma lógico, que se halla implícito en
ca la parte de la demostración, posee una verdad absolu-
ta. No veo cómo pueda sostenerse esta tesis. A menos.
que no se muestre que la verdad de que las cosas que co-
HERBERT SPE!\CI!R 135

existen con la misma cosa coexisten entre si «tenga alguna


garantía más elevada que la imposibilidad de pensar lo
contrario, yo no veo que se pueda impedir el admitir que
bajo el mismo pie están los axiomas y las demostracio-
nes. Si se rechaza la necesidad en un caso, se debe recha-
zar en el otro; y puesto que no podemos conocer un pri-
mer principio como cierto, asi tampoco podemos conocer
como cierto cada paso de la demostración que sirve para
mostrar la iocert1dumbre de un primer principio. No nos
quda más que un escepticismo unive"al.
Me parece, sin emcargn, que M. ~lill admite la validez
del criterio de la inconcebibilidad de la negativa cuando
a:1mite la validez del criterio de la reducción al absurdo.
Se encontrará su recenocimiento de este criterio como un
criterio de la necesidad lógica en la pág. 289 y como crite·
rio de la necesidad lógica en la pág. 292 (Lógica, 7.'edici6n.)
Dice en la página ó ti mamen te citada: .:Si alguien re-
chaza la conclusión por más que admita las premisas no
se verá envuelto en una contradicción directa y expresa
en tanto que no esté constreñido a negar alguna premisa,
Y no puede ser forzado a ello más que por una reducción
al absurdo, es decir por otro razonamiento. Ahora bien;
si rechaza la validez del razonamiento mismo no puede
ser forzado a prestar su aquiescencia más al segundo si·
logic;mo que al primero. XI Es decir que, a menos que no
se rechace la validez del razonamiento mismo, si se re..
chaza la cnclusión, aunque se h•yan admitido las premi·
sas, se puede ver uno conducido a una contradicción di-
recta y expresa por la reducción al absurdo. Pero Ja re-
ducción al absurdo es una reducción a una proposición
inconcebible. De suerte que se debe escoger entre acep-
tar una proposición cuya negación es inconcebible 0 aban-
donar todo razonamiento.
136 PRlNClPlOS DE PSlCOLOGfA

§ 432, Entre las objeciones hechas al criterio de la


inconcebibilidad no nos resta indicar más que la que se
ha indicado por sir William Ha mi lton en su edición de
Reid (p. 377). Para probar que la inconcebibilidad no es
un crtterio de imposibilidad, cita el hecho de que no po-
<lemos concebir de una parte un mín'mum último de
tiempo o de espacio ni de otra parte su divisibilidad hasta
el infinito. Asimismo, no podemos concebir el comienzo
absoluto del tiempo ni el extremo límite del espacio, y
sin embargo, somos igualmente incapaces de concebirlos
sin principio y sin límites. De ello concluye que, como
debe haber o no un minimum o un límite, una de las dos
cosas inconcebibles tiene que ser verdadera en cada caso.
Sir W. Hamilton pretende que esta conclusión está
necesitad~ por la ley del medio excluído, o de una mane-
ra más inteligible, por la ley de la necesidad alternativa.
Una cosa tiene que existir o no existir¡ no hay una ter-
cera posibiliclad. Ahora bien; mientras esta ley se consi-
dere como una ley del pensamiento en sus relaciones con
la exi:stencia fenomenal, no puede ponerse en duda. Pero
sir W. Ham1lton extiende esta !ty fuera de los límites
del pensamiento y saca una conclusión positiva concer-
nier:.te a la existencia nournenal. Como acontece inevita·
blemente en cada caso de esta naturaleza, su conclusión
es pura y simplemente verbal. SI en lugar de las palabras
de sus proposiciones referentes al tiempo y al espacio
intentamos puner ideas, veremos que los términos de las
proposiciones no son pensamientos sino negaciones de
pensamientos, y que no hay en manera alguna una con-
clusión real desarrollada. Para comprender claramente
esto, debemos detenernos un poco para examinar lo que
resulta de la ley del medio excluído. Si uno recuerda
cierta cosa como situada en determinado lugar, el lugar
HERHERT SPENCER 137
-----
y la cosa están mentalmente representadas juntas, mien-
tras que si se piensa que la cosa no existe en este lugar,
se produce un estado de conciencia en el cual está repre-
sentado el Iuga~ pero no la cosa. Asimismo, si en lugar
de pensar un objeto corno privado de color, lo pensamos
como coloreado, el cambio consiste en la adicción, al
concepto, de un elemento que antes le faltaba.
No puede pensarse el objeto primeramente como rojo
y luego como no rojo sin que uno de los elementos del
pensamiento sea arrojado completamente por el otro. De
modo que ia doctrina del medio excluido es simplemente
la generalización de la experiencia universal que algunos
estados del espíritu destruyen directamente otros estados.
Es la fórmuia de una cierta ley absolutamente con~tante;
es, a saber, que no puede presentarse ningún modo po~i ..
tivo de la conciencia sin ex:luir un modo negativo corre·
lativo, y que no puede presentarse el modo negativo ~in
excluir el modo positivo correlativo; siendo, en verdad,
la >ntítesis de lo positivo y de lo negativo mera y sim
plemente una expresión de esta experiencia, De ello se
sigue que si la concienci~ no está en uno de estos dos
modos, debe estar en el otro. Pero ¿en qué condidones
únicamente puede ser válida esta ley de la conciencia? .
Puede considerarse como válida todo el tiempo que haya
estados positivos de la conciencia qu::: puedan excluirse y
ser r;xcluídos. S1 no ~e trata en manera alguna de estados
positivos de condencia, no hay ninguna exclusión mutua
y la ley de la necesidad alternativa no se aplica, Aquí,
pues, es donde está el defecto de la proposición de sir
W. Hamilten. No estarnos obligados a mirar como ne-
cesari;:. una de las dos alternativas; que el espacio tenga
que ser infinito o finito, porque vemos que no tenemos
ningún estado de conciencia qqe responda a una u otra
138 PRINCIPIOS DE PISCOL0G1A

de estas palabras en cuanto aplicadas a la totalidad del


espacio y que, en consecuencia, no hay ninguna exclusión
de uno por otro de los estados antagonistas de la con•
ciencia. Como a la vez son impensables las dos alterna-
tivas, la proposición podría formularse así: El espacio o
es ... o es •.. ; ni Jo uno ni lo otro pueden concebirse, pero
uno de los dos puede ser verdadero. En este caso, como
en otros, sir W. Hamilton continúa empleando las for·
mas del pensamiento cuando ya no contienen materia y
naturalmente no llega más que a conclusiones parecidas,
Pero aun en el caso de que no procediera esta répli~a
a sir W. Hami:ton no por eso sería menos susceptible de
ser atacado su argumento Dice que la inconcebibilidad
no es un criterio de imposibilidad, ¿Por qué? Porque, da-
das dos proposiciones de Jas que una tiene que ser verda-
dera prueba que ambas son imposibles; prueba que el es-
pacio no puede tener un límite porque un Hmite es incon-
cebible y que tiene que tener un límite porque un espacio
sin limites es inconcebible.
Pruel;a pues que e]· espacio ti<ne un límite y que no
lo tiene, lv que es absurdo, ¿Cómo absurdo? Absurdo por·
que es imposible que la misma cosa sea y no sea. Pero,
¿~ómo conocemos qut es iffiposihle que la misma cosa sea
y no sea? ¿Cuál es nuestro criterio de esa imposibili·
dad? Sir \V. Hamilton puede asignarle otro que la incon·
ctbibilidad. Y si no puede hacerlo, su razonamiento se
contradice a si mismo, puesto que supone la validez de 1
criterio probando su invalidez.
§ 433. Y ahora resumamos nuestra argumentación
que se ha desarrollado tanto por la necesidad de anticipar
criticas. Sus principales proposiciones pueden resumirse
de una manera sucinta como sigue:
Un esfuerzo abortado de concebir la negación de una
HERBERT SPE~CER 139

proposición muestra que el co~ocimiento expresado es un


conocimiento cuyo predicado existe invariablemente con
su ouieto, y reconocer que d predicado existe invariable-
mente con su sujeto, es reconocer que este conocimiento
es un conocimiento que estamos obliga·ios a aceptar, Es
una relaci6n necesaria en la conc1encia y suponer que
puede haber una ga1 antía más elevada, es suponer que
hay relaciones que soh más que necesarias.
Si algunas propobiciones han sido falsamente acepta·
das como verdaderas por4ue se •uponían inconcebibles,
sus negaciones cuando no lo eran, esto no es una prue la
de que no e' válido el cnterio: x.•, porque estas proposi-
ciones eran proposiciones éomplt:jas ~ue no podían confir·
marse por un crittrio aplicable solamente a las proposi..
ciones indescomponiblcs; 2.0 , porque este criterio, lo mis..
m o que cualquier otro, es susceptible de llevar a resultados
falsos, sea a consecuencia de la incapacidad, &ea a canse·
cuencia de la negli~en"ia de los que lo emplean; 3. 0 , por
que si fuera necesario ab~ n donar e~ criterio bajo pretexto
de que no se puede encontrar una garantía absoluta contra
el mal empleo, &eda todavía más necesario abandonar los
principios lógicos cuyas malas ap!icaciones son infinita-
mente más numerosas; 4· 9 y porque, aplicado solamente a
las proposiciones indescompon1hles que resumen en sí las
relaciones últimas de número, de espacio y de tiempo, el
criterio ha conducido siempre y continua conduciendo a
re•ultados uniformes en tanto se emplee con el cuidado
conveniente.
Está plenamente admitido que las experiencias de las
relaciones entre los fenómenos en el pasado forman la
única base de nuestro conocimiento actual de estas rela-
ciones. Pero si es una ley fundamental que las conexiones
de las ideas son tanto más sólidas cuanto más se repiten,
140 PRINCIPIOS DE PSICOLOG1A

el ajustamiento del pensamiento a las cosas producido en·


tonces, ·aun por las experiencias de la vida individual,
debe ser tal que las relaciones adsolutas perpetuamente
repetidas en las cosas engendrarán en el pensamiento re ..
hciones igualmente absolutas. Ahora bien; el criterio de
la inconcebibilidad de sus negaciones que nos sirve para
descubrir en nuestros pensamientos cuáles son las relacio-
nes abso!utas, representa una justificación infinitamente
mayor porque las relaciones absolutas en nuestros ?ensa·
mientas son los resultados, no solamente de las experien-
cias individuales, sino de las experiencias recibidas por
nuestros antecesores en todos los tiempos pasados.
Se puede tener confianza en el razonamiento mismo
sobre la simple suposición de que las uniformidades abso·
!utas del pensamiento corresponden a las uniformidades
absolutas de las cosas. Para las intuiciones lógicas no
hay ninguna otra garantia asignable que la que es asig·
nable a todas las intuiciones consideradas como verdade·
ras, es a saber, la imposibilidad de pensar lo contrario, A
menos que no se pretenda que la conciencia de )a necesi-
dad lógica tenga un origen diferente y un origen más ele.
vado, se tiene que admitir que es tanto un producto de
las experiencias pasadas como cualquiera otra conciencia
de necesidad. En consecuencia, se tiene que decir que las
experiencias que produce la concienoia de la necesidad
lógica son más simples, más distintas, más directas y
más frecuentemente repetidos que las experiencias que
produce otra concienc1a de necesidael (y esto es precisa·
mente lo contrario de los hecho~), o bien hay que cor.ce·
der que la conciencia de la necesidad lógica no puede te-
ner ninguna garantia de orden superior (por más que
pueda tenerla de orden inferinr) que la conciencia de las
demás n<ce>idades. Es, pues, un corolario de la misma
HERBERT SPEXCER 141
-------
hipótesis experimental, cualquiera que sea la interpreta-
ción que se le dé, que un argumento que pone en cues·
tión verdades tales como los axiomas matemáticos, no
puede hacerlo más que concediendo a las necesidades del
pensamiento menos profundamente arraigado una vali-
dez que niega a las necesidades del pensamiento más
profundamente arraigadas.
Notemos finalmente que todos los que se niegan a
reconocer el postulado universal no pueden hacerlo de
una manera lógica más que permaneciendo en la actitud
de la negación pura y simple. Desde el momento en que
afirman algo, desde el momento mismo en que motivan
su negación, se puede pararles pidiéndoles su garantla.
Se les puede preguntar a cada porque y a cada por consi-
guiente hasta que hayan dicho por qué tiene que aceptar-
se la proposición que afirman más bien que la contra•
proposición. De suerte que no se puede dar un paso para
justificar su escepticismo respecto del postulado univer-
sal sin confesar con ello mismo que se le acepta.
CAPITULO XII

BL CRlTI!RlO DI! VAL!DBZ RELATIVA

§ 434, Ahora estamos preparados para formular un


método que nos permita decidir entre las conclusiones que
se nos presentan. Por todas partes nos hemos visto forza.
dos a admitir que, para los conocimientos últimos de que
todos los demás dependen, el postulado universal es nues·
tra única garantfa-que para cada uno de ellos la única
justificación es la existencia invariable del predicado con
su sujeto; atestiguado por un esfuerzo abortado para pro.
ducir la no·existenc1a. Es nuestra garantla de la realidad
de la conciencia de las sensaciones, de la existencia per-
sonal; ningún esfuerzo mental nos capacitan para supri-
mir ni por un momento uno de los dos elementos de la
proposición que expresa una de las verdades últimas. Es
nuestra garantia para cada axioma: la única razón que
podriamos dar, al aceptarla, es que no podemos imaginar
un conocimiento opuesto, Es también nuestra garantia
para cada paso que damos en una demostración. Para lle·
gar a la conviccifm más fuerte posible referente a un he·
.cho complejo o bien por el análisis descendemos de este
hecho por pasos sucesivos de los que hemos comprobado
cada uno pvr la inconcebibilidad de su negación hasta que
hemos llegado a algunas verdades que se han compraba·
HBRBERT SPENCER P3

do de una manera análoga; o bien, al proceder sintética·


mente, partimos de estas verdades al dar los mismos
pasos.
Tambi6n se suscita la cuestión.
¿Cómo escoger entre conclusiones opuestas de las que
cada una pretende ser deducida legítimamnnte de premi·
sas que se suponen fuera de dudo? Los argumentos de to·
das las especies, incluso los metafísicos que aquí tenemos
que juzgar, parten de la suposición implícita de que cada
dato, que cada paso sucesivo tiene la garantía indudable
cuya naturaleza hemos examinado. Cada argumento con·
trario hace la misma suposición implícita. De suerte que,
a primera vista, no nos parece que este análisis tan labo-
riosamente hecho, pueda ayudarnos a deducir cuál es ver·
dadera de dos deducciones inconciliables.
Existe, sin embargo, Y.n medio satisfactorio de apre·
ciar los argumentos que se oponen unos a otros. Un me-
dio de escapar a la dificultad se ha indicado ya por la dis·
tinción que h'mos hecho entre las proposiciones simples
y las proposiciones complejas. Como hemos dicho en el
anteúltimo capítulo, no se puede llegar a resultados preci·
sos más que comparando cosas de la misma naturaleza.
La validez relativa de las proposiciones implícitas no pue-
de conocerse directamente; pero las proposiciones simples
que cada uno contiene deben aislarse antes de que por la
comparac:i6n con proposiciones contrarias de una igual
simplicidad se pueda formular un juicio. Otro tanto acon-
tece cuando el conocimiento es complejo bajo la forma si-
multánea (en tanto que contiene implícitamente conoci-
mientos que coexisten con el que es expresado), cuando
el conocimiento es complejo bajo la forma sucesiva (esto
es que se obtiene por una cadena de conocimientos que
constituyen un argumento); y t9davía más cuando el co-
144 PRI!\CIPIOS DE PSICOLOGJA

nacimiento es a la vez complejo bajo la forma simultánea


y bajo la forma sucesiva.
Hay dos razones para insistir sobre este empleo del
criterio. Una es que la comparación directa de las propo-
siciones es tanto más aventurada cuanto son más comple-
jas porque sus proposieiones componentes, de las que cada
una conduce a un error posible, no pueden separadamen-
te ser comprobadas y sometidas al criterio; la otra es que
no se puede ver cual es el número relativo de suposicio-
nes hechas en las dos y cuales son las posibilidades de
error que de ello resultan más que resolviendo en sus pro·
posiciones constituyentes las proposiciones compuestas.
Y aquí llegamos a una vista clara del método desea-
do-método que debe ser bueno, sea o no absolutamente
digno de fe tl postulado universal.
§ 435. Porque supongamos que se puede mostrar que
un conocimiento cuyo predicado existe invariablemente
con su sujeto, aunque de la mayor certidumbre posible
para nosotros, no es necesariamente verdadero. Admita ...
mos cortésmente que, sea por experiencia insuficiente sea
por una no concordancia entre el sujeto y el objeto, no·
haya en nuestro espíritu una correspondencia entre lo in·
concebible y lo imposible. Vayamos hasta justificar la su-
posición extrema de que el postulado universal no sea una
garantía perfecta para un acto siiPple del pensamiento.
Concedamos, digo, todo esto. Sin embargo que el criteri!Jo
sea o no engañoso; que la probabilidad de error, en una
inducción, esté en relación con el número de veces que la
verdad del criterio ha sido supuesta para llegar a la in-
ducción, si el postulado es uniformemente válido, debe
acontecer, sin embargo, que, como somos susceptibles de
laps11s mentales, pensaremos a las veces tener su garantía
cuando no la tenemos y. en cada caso, las probabilidades
HE.RBERT SPENCER 145

de haber cometido este error variarán directamente con el


número de veces que hayamos reclamado su garantía. Si
el postulado no es uniformemente válido se introduce en•
tonces una nueva fuente de error cuyos efectos variarán
en la misma relación. Por consiguiente, en una o en otra
suposición aquella debe ser la conclusión más cierta a la
cual, partiendo del mismo postulado, llegamos por el más
pequeño número de suposiciones del postulado.
Reconocemos este hecho en nuestras pruebas ordina·
rias. Miramos como más cierto que 2 y 2 son 4, que no
que 5 + + + +
7 6 g 8 son 35. Encontramos t¡ue, cada
n11eva suposición del postulado, implica alguna probabili-
dad de error; y, a la verdad, cuando el cálculo es compli·
cado y que, en consecueucia, las suposiciones son nume..
rosas, la experiencia nos ens<ña que la probabilidad de
que se haya hecho una falsa suposición es mayor que la
probabilidad contraria. Otro tanto puede decirse del razo·
namiento. No tenemos confianza en una larga serie de
pasos por más que parezcan lógicos, y cuando habitual.
mente comprobamos la inducción por una apelación al
hecho, es que 110 aceptamos con confiama la it~ducciÓ1l rnás
que cuando se ha comprobado por un sow empleo .Jel postulado.
§ 436. Las dos fuentes de error implicitas en el em•
pleo multiplicado del postulado, se indican en el párrafo
precedente. Yo pienso que, en su respuesta, M. Mili no re•
conocia más que a una solamente, y es la que he conce·
dido pura y simplemente por condescendencia, no aquella
sobre la cual he insistido por tener una importa:~cia ac·
tual y admitida. Aquí se hace necesaria una crítica algo
extensa sacada del capítulo sobre ola teoría concerniente
a los axiomau:
• En cada razonamiento, según M. Spencer, la auposi·
ción del postulado se renueva a cs.da paso. A cada induc·
rown IV 10
i46 PRINCIPlOS DB P~ICOLOGlA

ci6n juzgamos ~ue la conclusión se saca de las premisas,


siendo nuestra única g~rantia de tal juicio que no pode-
mos concebir que no la siga. Por consiguiente, si el pos·
tulado es engañador, las conclusiones del razonamiento
están más inficcionadas de error por la incertidumbre de
que no lo están las intuiciones directas; y cuanto más
numerosos son los pasos del razonamiento, la despropor·
ción es mayor.
e Para comprobar esta doctrina supongamos por de
pronto un razonamient¿ que no consiste más qu.! en un
solo paso y que esté representado por un solo silogismo.
Este razonamiento descansa en una suposici6n y, en el
capítulo precedente, hemos visto cual es esta suposición.
Esta es que, todo lo que tiene una marca, tiene aquello
de lo cual es la marca. No examinaremos por el mamen·
to la evidencia de este axioma; suponemos, con M. Spen•
cer, que esta e>idtncia procede de la inconcebibilidad de
la negativa.
e Demos ahora un nuevo paso en eJ razonamiento ¿de
qué tenemos necesidad? ¿de otra suposición? No, sino de
Ja misma una st"gunda vez; y así continuando para una
tercera o cuarta vez. Confieso que no veo como. según
los principios del mismo M. Spencer, la repetición de la
•u posición disminuya en nada la fuerza del razonamien ·
to. Si fuera necesario en la segunda vez, suponer algún
otro axioma, se debilitaría, sin duda, el razonamiento,
puesto que seria necesario, para su validez, que los dos
axiomas fueran verdaderos, y que pudiera suceder que
uno fuera verdadero y el otro no; babria en ello dos pro-
babilidades de error en lugar de una. Pero puesto que es
el mismo axioma, si es verdadero una vez es verdadero
todas las veces, y si el razonamiento compuesto de cien
anillos suponia ·el axioma cien veces, estas cien supo si·
HERBERT SPBNCEK 147

ciones no tendrlan para todas ellas más que una probabi .


lidad de error. •
Aun en el caso de que la fuente de error de que aqul
se trata fuera aquella en que he insistido más atrás, toda·
vla se podria sostener que el empleo multiplicado del pos-
tulado implica una posibilidad mayor de error. Si un ra .
.tonamiento estuviera formado por la repetición de la
misma proposidón seria verdad que una certidumbre in·
trínseca del postulado no harla a la conclusión más digna
de fe que el primer paso de este razonamiento. Pero un
razonamiento está formado de proposiciones diferentes.
Ahora bien; puesto que la critica que M. Mili hace del
postulado universal es que, en algunos casos. que cita <n
otra parte, se ha probado que tal postulado era un crite·
rio indigno de fe, se sigue que, en un razonamie to que
consiste en proposiciones heterogénoas, hay una probabi-
lidad creciente como el n&mero de las proposiciones, d~
que alguna de ellas pertenezca a esta clase de casos y se
acepte falsamente bajo pretextu de la inconcebib1lidad de
su negativa.
Pero el peligro de error mencionado en el párrafo pre-
cedente no es un peligro iutrínseco, lo que he admitido hi ·
patéticamente y no de hecho. El peligro de que yo hablo
es extrínseco; procede de que el p~nsamiento nos engaña a
consecuencia de la manera que tiene de dirigirsele ordina ·
ria:nente. No se debe temer que el error venga de la cons ·
titución de la garantia misma, sino más bien de la falta
de atención que nos hace suponer que tenemos la garan-
tia cuando no la tenemos. Si por una casualidad un bille-
te de banco de Inglaterra no es pagado cuando yo le pre-
sento bajo el pretexto de que no hay fondos para ello, yo
experimento un perjuicio, porque este mismo documento
no es digno de fe. Pero si, por inadvertencia, recibo en
148 PRINCIPIOS DE PSICOLOGIA

pago un billete de banco de Francia, al tomarlo por un


billete de banco de Inglaterra, el perjuicio que me sobre-
viene se debe no a la indignidad de confianza del Banco
de Inglaterra, sino a mi falta de observación. Errores de
esta especie son los que a las veces se presentan en los
actos intelectuales de cualquier especie, y a los cuales es-
tán expuestos muy particularmente los actos intelectua-
les compl<jos que tengo a la vista. Consideremos algunos
ejemplos. Miro mi reloj, y al ver que son las once, pienso·
que e•taré a tiempo en una cita; veo al llegar que me he
retrasado una hora y descubro que cuando yo creí que·
eran las once 1 mi reloj marcaba las doce menos cinco mi-
nutos. Asimismo yo oigo decir que alguien es miope, y
como prueba decisiva de lo contrario, hago constar que le
he visto leer con anteojos y que los anteojos de que se sirve
para leer, suponen la presbicia. Sucede, sin embargo, que
yo me he engañado, no a consecueucia de un defecto en mi
inducci611 con~ciente, sino a consecuencia de un defecto en
mi inducción automática, porque la persona en cuestión,
al tomar por un instante un periódico, y al guardar sus
anteojos miro por debajo en lugar de mirar al través. Si
pasamos a razonamientos conscientes se mu!tiplican mu-
cho las posibilidades de error. Cada uno de los datos pue-
de ser falso a consecuencia de un error directo de observa-
ción o de un número incompleto de observaciones o de
la falta de contra observacione~; y el razonamiento inter-
no por d cual se decide que las premisas implican la con-
clusión, es susceptible de error a la vez a consecuencia,
tanto de capacidad incompleta, como de rapidez nociva.
Por otra parte, basta recordar Jos tratados escritos sobre
los sofismas para ver que aparte de un error posible en
Jos miamos principios lógicos, el error, aun en los más
circunspectos, se forma con frecuencia por la aplicación
HERBERT SPENCER 149

de estos principios, y que, por consiguiente, la posibilidad


de error aumenta en razón directa de la longitud de un
razonamiento.
§ 437. ¿Tenemos aquí un criterio riguroso de la vali·
dez relativa de las conclusiones que están en presencia?
No solamente el juicio instintivo, sino también el jaicio
fundado en una lógica se1•era, nos muestran que la condu.
cién más cierta es la q¡¡e implica con menos frecuencia el pos·
tulado.
Vemos que, en aJgunos casos, sea o no uniformemente
verdadero el postulado, este criterio debe considerarse
como bueno. Aquí tenemos un método que puede servir·
nos para distinguir el valor comparativo de todos Jo; co·
nacimientos.
CAPÍTULO Xlll

SUS COROLARIOS

§ 438, Después de este examen crítico del prccedL-


m~<nto por el cual se puede apreciar el valor de los juicios.
que son opuet,tos, volvemos a los j11icios que nos concier
ne·1 es¡ e i~lmente, a los juicios de los metafísicos. Con la
ayu1a dd criterio a que hemo• llegado, vamos a juzgar
el val· r rle la' conclusiones ided1stas y escépticas contra
el v•lor de la conclusión realista. Supongamos todas la•
demás cosas iguales. Supongamos que la conclu•i6n anti-
rrealista, St'a perfectamt nte ;ndependiente y que se pueda
llegar a ellos sin haber establecido anteriormente la con
c'us 6n realista (lo que no es verdad), y supongamos tam-
bi n que la conclu•i6n antirrealista sea dada en té1 minos
tan claros como los que expre~an la conclusión realista
(lo que no es verdad), y después de haber asl supuesto
que ambas conclusiones son, por otra parte, igualmente
buenas, examinemos la cantidad de hipótesis respectiva·
mente hechas para llegor a cada una de ellao.
Para que la comparación eóté bien hecha desembarace
ellect< r su espíritu de toda hipótesis y examine de nuevo
los hechos. Deje, en cuanto le sea posible, esos signo&
verbales t<n frecuentemente tomados por las cosas signi-
ficarla•, ese papel moneda del pensamiento que conduce
contínu•mente a la insolvencia intelectual. Arroje de su
HERBBRT ~PEYCER 151

conciencia todo lo que de ella pueda ser arrojado, hacien-


do que, de eSte modo, vuel\'a su conciencia a su estado
ante-especulativo.
Que examine ahora un objeto -este libro, por ejem.
rlo, rechace resueltamente la teoría y que diga lo que
encuentra. Encuentra que tiene conciencia de que el libro
existe fuera de él. ¿Entra en su conciencia alguna noción
sobre las sensaciones? No; muy lejos de que su noción
esté contenida en su conciencia debe ser aportada de otra
parte y produce una alteracién evidente en esta concien-
cia. ¿Percibe que la cosa de que es consciente es una imá-
gen del libro? Nada de eso; sólo por el recuerdo de sus
lecturas metafísicas, puede suponer que existe esta imagen.
~~1ientras se niega a traducir los h-=chos en una h1pótesis,
•iente que es consciente del libro y no de una imp:esión
del libro -de una cosa objetiva y no de una cosa subje.
ti va-. Sient~ que el único contenido de su conciencia es
el libro con•iderado como realidad exterior. Siente que
esta re cognición de la realidad exterior del libro es un acto
único e indivisible. Que haya sido o no primitivamente
s~parablc en premh.as y conclusiones (cuestión que evi-
dentemente no puede tratarse aquí), siente que este acto
es indescomponible. Y fi,•almente, siente que, en manera
a1guna, puede rechazar este acto -que no puede concebir
q>Je no haya nada allí donde ve y siente el libro-. En
consecuencia, m1entras continúa examinando el libro, su
creencia o su realidad exterior posee la más alta validez
posible. Tiene la garantía directa del postulado universal
y no supone el po•tulado más qu• una sola v.,.
§ 43g. Al afirmar aquí que en la percepci6n propia-
mente dicha, el conocimiento de la existencia exterior del
objeto se obtiene por un acto mental que por más que sea
primitivamente compuesto se ha hecho simple para la in·
152 PRINClPlOS DE t>SICOLOGJA

teligencia desarrollada, yo rechazo implicitamente las


aserciones del profesor Ferrier y de Sir W. Hamilton.
Estos escritores que, por otra parte, tanto difieren de
nosotros, están de acuerdo entre si para afirmar que el
conocimiento del yo y el conocimiento del uo-yo, son inse-
parables, La doctrina dd profesor Ferrier es que oel ob-
jeto del conocimiento... es siempre, y debe ser siempre, el
el objeto más el sujeto ... El yo es una parte integrante y
esencial de cada objeto dtl conocimiento>. Asimismo sir
W. Hamilton, dice:
-e En el acto de la percepción sensible, yo soy cons-
ciente de dos cosas: de yo·lllismo como SJ<jeto q11e percwe y
de una realidad externa en relación con mis sentidos corno
objeto pe~·cibido•.• Cada una de ella• es concebida igualmen-
te, y a la vez, en el mismo esfuerzo indivlsibl~. o como se ex•
presa en otra parte- e en el mismo momento indivisible
de intuición •.
Me parece, por el contrario, que la conciencia del yo
y ·la conciencia del no yo son los elementos de un ritmo
incesante en la conciencia, elementos que están en una
alternancia perpetua, habitualmente tan rápida que esca-
pa a la observación, por más que por accidente pueda ser
bastante moderada para ser observado. La divergencia
que aqul existe es semejante a la que ya se ha señalado
(§ 353) en la interpretación que da sir W. Hamilton del
antagonismo entre la sensación y la percepción, siendo
realmente esta segunda divergencia un corolario de la
primera. De la misma manera que hemos visto más atrás
que la sensación y la percepción dominan respectivamen-
te en la conciencia con grados de fuerza que varían en
razón inversa una de otra y que de esta manera se exclu·
yen una a la otra con grados de fuerza variables, a.!
también vemos aqul que la conciencia del yo y la con-
BEltBEK f !:iPENCER 153

eiencia del uo yo tienden siempre a excluirse recíproca.


'ltlente y que cada una de ellas no vence a la otra más
que por un momento, salvo en los casos excepcionales, en
que -llega a un rigor extremo.
Así, de un lado, cuando el objeto o el acto exterior
es propio para asombrar, el observador pierde en parte
la conciencia de sí mismo. Está, como se dice, P<rdi lo en
su asombro. Se ha olvidado y se le describe como volvimdo
en seguida a sí mismo. En este estado, las impresiones
que vienen del objeto exterior, junto con las representa-
dones de los cambios objetivos que van a seguir, acapa-
ran la conciencia y reprimen todos los estados de con·
ciencia y todas las ideas que constituyen Ja conciencia
del yo. De ahl viene lo que se llama la Jüscillació"; de
ahi. viene la estupefacción que atestigua una catástrofe
e"pantosa. Las personas que están asi «poseídas» mue·
ren a las veces a consecuencia de la imposibilidad en que
se encuentran de recobrar la conciencia del yo a tiempo
para evitar el peligro. Los mismos que no están parali.
zados hasta ese punto pueden mostrar ~una ausencia de
espíritu• análoga. A las veces se hieren sin que lo sepan,
y quedan sorprendidos después al oír lo que han hecho
durante el peligro-hecho que prueba que sus acciones
eran automáticas más bien que conscientes-. A la in·
versa, la conciencia del yo puode llegar a un grado en el
cual el individuo está, como se dice, absorto en sus pen•
samientos, olvidando las cosas que le rodean. La misma
preocupación intelectual puede ser tan completa, que, al
pasar por la calle, podemos mirar cara a cara a personas
·que nos son muy conocidas y en seguida no saber que
las hemos encontrado. Y cuando la conciencia está llena
por un dolor intenso sensitivO o emotivo, casi queda su-
primido el pensamiento de las cosas exteriores-no vol-
154 Pltll\CJPlOS DE P~JCOLO<.>JA

viendo más que a intervalos rtlativamente ]argos de una


manera imperfecta.
Yo pienso que la opinión de sir W. Hamilton está re-
futada por uno de sus propios principios axiomáticos. En
la pág. 49 de sus Discusione1, etc., dke: •Las cosas rela-
tivas no son conocidas más que conjuntamente; la cien-
cia de Jos contrarios es una. El sujeto y el objeto, el es·
piritu y la mat~o:ria, no son conocidos más que en corre ...
!ación y por contra•te y por el mismo acto común. • Si
no hwbiera antítesis entre el yo y el no· yo, nada habría
que decir. Pero hay numerosas antítesis de las que los dos
mit:mbros pertenecen al no-yo y hay otras igualmente
numerosas cuyos dos miembros pertenecen al yo -así,.
para una clase llena y vacla, pr6xima y lejana; para la
otra, placer y dolor, creencia e incredulidad-. Según la
ley general que precede, cada uno de Jos dos pat es de re~
lativos no puede ser conocido más que por la opo6ici6n
de sus términos-prllximo no put:de ser conocido más
que como correlativo de ah jo;tdu, y así conlinuando - .
Pero si el yo ebtá sitmprt: presente a la conc1encia como
correlativo del t:o yo, ¿...:6mo los dos elementos del no·yo
pueden siempre conct-birse como correlativos uno del
otro? Si yo no puedo conocer u11a parte más que por opo-
sición a un todo, las dos cosas simultáneamt>nte presentes.
a la conciencia deben ser, el todo y la parte. Si lo que y<>
con~idero como el corrt:lativo dt una parte es el yo que la
reconoce, yo no puedo considerar al todo como su corre-
lativo. Sin embargo, como sabemos que el todo y la parir;
s~ conoc~n como correlativos, se deriva necesariamt:nte
del principio general que hemos citado más atrás, que,
al.reconocer la relación que existe entre ellos, no reco-
nozco en manera alguoa relación entre yo mismo como
sujtlo y uno u otro de los dos términos como objeto.
HI:<..I<BE!{'f ~PE~CER 155

Independientemente de estas comprobaciones, el prin.


cipio genenl de que la conciencia no puede existir en el
mi¡;:; m o momento en dos estados distintos es una negación
de la aserci6n de que las conciencias del sujeto y del oh·
jeto sean absolutamente simultáneas-que ocupen _el mis·
rno momento indivisible de intuición-. Cuando Ja con-
ciencia e~tá ocupada en interpretar las impresiones que un
obj.to presenta y en reconocer que el objeto es tal o cual,
le es imposible ponerse a considerar esas impresiones corno
afc:-ccior.es del yo y todavía menos en considerar las otras
diversas afecciones que producen la conciencia del yo, Las
irrpresi<·nes presentarlas a~ociadas rn un plexo de relacio-
nt>s las unas con las otras y con laR impresiones represen·
tadas, asociadas también con las relacioneS de e~pacio,
q11e con(,.tituyen el conocimiento rlel exterior y del lugar,
forman una conciencia consnlirlada, cuyos elementos son,
por el momento, inseparables. La proposición tel libro
exiM., es una proposici6n cuyo sujeto y atributo estén
indisolub!erner.te unidos, ct~ya negación es inconcebible,
y que no supone el postulado universal más que una sola
vez. Por complejo que haya podido ser en el origen el
conodrniento así expresado, está fundido ~n un conoci-
miento simple largo tiempo antes de que haya ccmenza·
d;, el razonamiento consciente, y permanece siendo más
simple que ninguno de los conocimientos de que se ha
f1..lrmado el razonamiento consciente.
§ 440. Y ahora, desde el punto de vista del nómero de
veces que han presupuesto el postulado universal, oponga-
mos al realismo las doctrinas antirrealistas-o más biep
U !la de ellas porque será inúti~ ir más lejos. Tomaremos

el realismo hipotético que no supone nada comparativa·


mente y que es el radre de las otras hipótesis. Nadie pue·
de definirlo ni tener de él cualqoiera concepci6n sin 2ban·
156 PRINCIPIOS DE PSICOLOG f.-\

donar este estado de concil!ncfa en el cual es simplemente


perceptor y, sin colocarse en una posición de espíritu
tal que pueda percibir el acto de la percepción. El libro
que se tiene y que se reconoce corno existente no debe
ser el único contenido de la conciencia, pero debe existir
en su conciencia de una manera determinada la concep-
ción muy compleja que se conoce co·mo siendo suyo y eil·
tonces se debe concebir una concepción como afectando
a la otra. Se postula el libro, se postula a sí mismo y se
postula el poder por el cual el primero produce un cam-
bio en el segundo. El conocimiento original de la exis-
tencia del libro no puede concebirse como conocimiento
compuesto sin un proceso extendido mientras qu• el que
se propone en su lugar no puede siquiera concebirse sin
3Uponer por lo menos tres cosas, debiendo establecerse
como verdaderas, porque su negación es inconcebible,
cada una de las tres proposiciones distintas.
Pero la oposición es todavía más marcada. Una doc-
trina como el realismo-hipotético no puede formarse sin
lenguaje. Suprimid todas las palabras y todas las especu-
laciones que se hacen con su ayuda y mientras que la
concepción realista del objeto permanece tan viva como
nunca, la concepción del realismo hipotético se desvanece
por completo. Para volveria a establecer tenéis no sola-
mente que emplear el papel moneda del pensamiento y,
en lugar de vuestras experiencias mismas los signos de
vuestras exp'fiencias (le las cuales varias son doble y tri·
plemente simbólicas) sino q~e tenéis que volver a traer
esas ideas generalizada'i de fuerzas, de accione<J, de cau-
sas y de efectos y cada una de ellas postula la validez de
innumerables actos mentales pasados. No es esto todo.
Además de las numerosas suposiciones del postulado uni-
versal implicitas en las palabras y en las ideas generali·
HERBERT SPENCER 157

zadas sin las cuales ni siquiera puede concebirse el rea-


lismo hipotético, hay también numerosas suposiciones
implícitas en el razonamiento por el cual se trata de jus-
tificar esta doctrina.
Asi pues, ni aun suponiendo que cada una de estas
numerosas suposiciones sea tan indudable como las que
hace el realismo-aun suponiendo que cada ac~o por el
cual yo sé la signilicaci6n de una palabra o por el cual
yo formo la idea abstracta de una causa sea tan estable
como el que me hace unir a la conciencia de la resisten-
cia de un cuerpo la conciencia de su exterioridad, no se-
ría menos cierto puesto que cada una de las numerosas
suposiciones no tiene a lo sumo más que las mismas ga-
rantia3 que la suposición única la conclusión a que se
llega por esta suposiciones debe ser todo lo más menos
cierta que la conclusión por la C!.!al se llega por una sola,
porque se ha multiplicado la probabilidad de error.
Naturalmente el razonamiento que muestra así que el
realismo hipotético nunca puede tener una validez lógica
igual a la del realismo positivo, se aplica con una fuerza
todavía mayor a las hipótesis derivadas tales como el
idealismo absoluto y el escepticismo.
§ 441. Debemoo, pues, confesar que la raz6n es abso·
lutamente incapaz de mostrar la sinrazón de los veredic-·
tos primitiv@s de la conciencia que dan el sujeto y el ob·
jeto como existencias independientes. Como hemos visto.
si es posible a la razón probar su veracidad auperior, le es.
completamente posible probar su veracidad inferior; su
mismo análisis muestra que todas sus afirmaciones, co·
mo derivadas, son necesariamt!nte menos ciertas que
aquellas de que derivan. Continuando la comparaci6n que
ya hemos empleado, si la raz6n y la percepci6n llamadas
como testigos dan un testimonio contrario y si la razón.
!58 PRINCIPIOS DE PbiCOLOGlA

pide que se la crea de prefereP.cia, el examen contradicto·


Tio muestra que el testimonio de la razón no es más que
un oí decir debido a la percepción; por •f misma, la razón
no puede hacer nada más que comparar e interpretar las
pruebas que ha dado la percepción. Mientras se limite a
descubrir desacuerdos entre estas pruebas y en encontrar
donde se han producido, la razón desempeña una función
muy importar:te; pero sobrt!puja su iunción, comete un
suicidio, si concluye que la prueba es sustancialmente
falsa.
En esta esfera, como en las otras, la raz6n no puede
hacer más que reconcitiar unos con otros a los testimo-
nios de la percepción, vuando prueba que el sol no g~ra
alrededor de la tierra, sino que la tierra gira sobre su eje,
la razón sustituye a una vieja interpretación que no podía
.conciliarse con diversos hechos con una nueva interpre ..
tación que está de acuerdo con estos hechos dando igual·
mente una interpretación más acertada de los hechos mas
comunes. La razón no se ocupa de la existencia del sol,
de la tierra y de su movimiento relativo; pero sumini:stra
simplemente una concepción alternativa de su movi-
miento relativo. Y asimismo, cuando se vé conducida a
pronunciarse sobre estos vereJictos de conciencia que
distinguimos en cuanto percepciones del mundo exterior,
la razón tiene que rectificar varios de ellos, destruyendo
las interpretaciones groseras que sirven ordinariamente
para producir aquellos; pero debe hacerlo en una tal su-
bordinación a las percepciones que considera como in-
contestables sus testimonios.
Al hallar que si la razón puede hacer esto, nunca pue-
de hacer más que esto-al hallar que toda incertidumdre
hipotética de la concepción realista debe ser infinitamen-
te sobrepujada por la incertidumbre que resulta de todo
razonamiento antirrealista, en con tramos justificado nega-
tivamente el.realísmo.
CAPITULO XIV

JUSTIFICACIÓN POSITIVA DBL REALISMO

§ 442. Entre las contradicciones que implica la hipó·


tesis antirrealista hay la aserción de que la conciencia no
puede ser traspasada y la aserción de que no hay nada
más allá de la conciencia. Porque si en manera alguna
no podemos conocer algo más allá de la conciencia, ¿qu6
es lo que nos hace afirmar o negar ese algo? Y ¿c6mo la
negación misma puede formarse en el pensamiento? La
propo•iéi6n verdadera de que la conciencia no puede ser
traspasada, no puede establecerse más que por la repre·
sentaci6n de un límite e implica, por consiguiente, una
eapecie de conciencia de algo más allá del límite.
Pero ahora, de esta contradicción fluye otra. La aser-
ción de que la conciencia no puede ser traspasada está
acompañada de la exigencia implícita de otra prueba de
la <xistencia del mundo exterior que la que se da en los
~stados ~e conciencia. Mientras se considere como in con.
!estable que el veredicto complejo de la conciencia que
afirma sus propios límites; mientras se tenga como oo
valedero su veredicto simple de que existe algo más allá
de e•tos límites, parece que se le pide una prueba de esta
existencia extorna, distinta de la que se da en términos
de existencia interna.
Así, para hablar claramente, una de dos: o la existen-
160 PfHNCJPIOS DE P!:ilCOLOG1A

cia objetiva no puede conocerse más que en los estados


de conciencia, lo que es conceder todo o bien la prueba o
la refutación de la existencia objetiva, no puede darse
más que en los estados de conciencia. Y en este caso, si
se tiene a los e;tados de conciencia por aptos para hacer
la refutación, se debe tenerlos por aptos para hacer la
prueba. De otro modo es prejuzgar toda la cuestión el
afirmar el poder de dar una respue;ta negativa y de negar
el poder de dar una respuesta afirmativa.
§ 443, El realismo se justificará, pues, positivamente
si se mu~::stra que es una afirmación de la conciencia que
obra según sus leyes propias, Cuando se haya probado
que los actos normales del pensamiento, tales como los
que establecen las verdades que consideramos como más
ciertas, son los actos de pensamiento que dan la antítesis
del sujeto y del objeto, no habrá otra demostración que
pedir.
En consecuencia, tenemos que seguir el proceso por
el cual se produce la concepción realista. Ya hemos visto
que su validez relativa es infinitamente mayor que la de
toda concepCión opuesta: tenemos que comprobar ahora
su validez absoluta. Mostraremos esta validez absoluta si
encontramos que es un producto necesario del pensamien-
to, que obra según las leyes del pensamiento, que son
universales.
Nuestro análisis y nuestra sin tesis subsiguiente serán
psicológicas más bien que lógicas. Aqui debemos exami-
nar la constitución de la conciencia misma para deter-
minar de qué manera están unidas sus partes componen-
tes. La respuesta última a la cuestión: ¿por qué pensa-
mos que ciertas cosas son verdaderas más bien que otras,
implica la cuestión: ¿por qué nuestros estados de con-
ciencia concuerdan de esta manera más bien que de otra?
HERBERT SPENCER 161

§ 444· Al proseguir esta investigación tendremos que


rechazar, tanto como nos sea posible, lo que de ordinario
se halla implícito en nuestro pensamiento. No lo pode-
mos de hecho, no lo podemos más que hipotéticamente.
La inte~pretación realista de nuestros estados de concien-
cia, tan profunda como la misma estructura del sistema
nervioso, no puede ni un instante ser rechazada de hecho.
Todo lo qne podemos hacet·, con el fin de conservar la
actitud necesaria para nuestra discusión, es ignorar fir-
memente estas interpretaciones realistas, es suponer que
no Ins tenemos y limitar nuestra atención a los estados
de cunciencia considerados en si mismos.
Comenzaremos por presentar bajo su aopecto psico-
lógico la verdad última, que hemos puesto en claro, bajo
au aspecto lógico.

(
TOWO IV
CAPITULO XV

DINÁMICA DB LA CONCIENCIA

§ 4+5. Cuando el pensamiento es conducido con


precisión-cuando los estados mentales llamados palabras
se traducen en los actos mentales que representan (lo
que no acontece frecuentemente)-pensar una proposición
consiste en reunir en la conciencia un sujeto y un predi ..
cado, e El pájaro era pardo> es una comprobación que im-
plica la unión en el pensamiento cie un atributo particular
y de un grupo de otros atributos,
Si se comparan diversas proposiciones así traducidas
en estados de conciencia, se encuentra que difieren desde
el punto de vista de la facilidad con la cual los estados
de conciencia están unidos o desunidos. El estado men-
tal conocido como pardo puede estar unido con los actos
mentales que constituyen la figura conocida como pájaro,
y esto sin esfuerzo apreciable de suerte que pueden sepa-
rarse; el pájaro puede fácilmente ser pensado como negro,
verde o amarillo. Por el contrario, una aserción como la
de que o: el hielo estaba caliente• es una aserción a la cual
es muy dificil obligar al espíritu que la consienta. Los
elementos de la proposición no pueden estar unidos en el
pensamiento sin una resistencia. Entre los dos estados de
conciencia que connotan la palabra hielo y el estado de
conciencia llamado }>ÍO hay una cohesión lntima-cohe-
HERBERT SPENCER 163
-----
>~ión que se mide por la resistencia que hay que vencer
para pensar en el hielo como caliente. Se encuentran ade·
más que en algunos casos los estados de conciencia agru-
pados juntos no pueden separarse de ninguna manera. La
idea de presión no puede separarse de la idea de algo que
-ocupa espacio. No se puede pensar en el movimiento sin
pensar al mismo tiempo en una cosa que se mueve. Es-
tas conexiones permanecen en todas las circunstancia~ ab-
t~olutas en la conciencia.
Al encerrarse en los limites prescritos nos pregunta-
mos lo que se piensa de estos diversos grados de cohesión
entre nuestros estados de conciencia-como se les llama
y como se produce en su respecto. Si se produce, no im-
porta cómo, la proposición eel pájaro era pardo•, el suje-
to y el predicado que responden a estas palabras nacen
juntos en el pensamiento; y si no hay ningunda proposi-
ción ~ontradictoria a aquella, estos atributos están unidos
sin esfuerzo y aceptados. Si, a pesar de ello la proposi-
ción es <el pájaro era necesariamente pardo•, se hace una
experiencia semejante a la descripta más atrás, y como se
encuentra que se puede separar el atributo pardo y pen·
sar que el pájaro era gris o amarillo, no se admite que el
pájaro fuera necesariamente pardo.-Cuando se nos pre-
senta una proposición como: oel hielo e'taba fria•, los ele-
mentos del pensamiento se producen como arriba y todo
el largo tiempo que no esté sometido a ningún examen la
unión de la conciencia del fria con los estados de concien-
cia que le acompañan parece ser de la misma naturaleza
que la que existe entre los estados de conciencia que res-
ponden a las palabras pardo y pijaro, Pero si la proposi•
ción se cambia en esta:-< el hielo era nece,ariamente
frío•, se presenta un resultado diferente del que tenia lu-
gar en el caso precedente. Las ideas que responden al su-
164 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

jeto y al atributo son aqui tan coherentes que pueden cast


pasar por inseparables y la proposición puede ser acepta-
da. Pero supongamos que se experimenta de propósito la
proposición intentando pensar que el hielo no estaba frío.
La conciencia ofrece una gran resistencia a este ensayo.
Se puede, sin embargo, por un esfuerzo imaginar que la
temperatura de la congelación del agua es más elevada
que Jade la sangre caliente y, en consecuencia, pensar que
el agua helada es caliente y no fria. Asimismo, al oir las
palabras: •con el el movimiento hay algo que se mueve•,
uno se representa un cuerpo que se mueve y hasta que se
sustentan experiencias en este respecto se puede suponer
que los elementos ·de la representación están unidos de la
misma manera que los de las representaciones citados más.
atrás. Pero supongamos que la proposición se modifique
como sigde: ccon el movimiento hay necesariamente una
cosa que se mueve>, la respuesta mental dada a estas pa- '
labras muestra que los estados de conciencia evocados en
este caso están indisolublemente unidos de la manera in.
dicada. Si se intenta pensar que el movimiento 110 está
acompañado de algo que so mueve y nuestra incapacidad
para ello constituye una prueba de nuestra aptitud para
separar los estados de conciencia que constituyen el pen·
samiento sometido al criterio.
Las proposiciones que resisten a este esfuerzo son las
proposiciones que se distinguen como necesarias. Que se
entknda o no por esta palabra una cosa completamente
distinta, se entiende evidentemente que, en nuestra con-
ciencia, las conexiones afirmadas son, en cuanto puede
afirmarse, inalterables. El hecho bruto es que uno se so-
mete a ellas porque no se tiene ninguna elección que
hacer. Querámoslo o no, regulan nuestros pensamientos.
Si se prescinde de todas las cuestiones referentes al ori-
HERBI!RT SPENCER 165

gen de estas conexiones, todas las teorías concernientes a


su significación, se descubre que algunos de nuestros es-
tados de conciencia están reunidos de tal suerte que todos
los anillos de la serie de los estados de conciencia ceden
la preferencia cuando se les compara.
§ 446. Continuamos ignorando las existencias impll-
citas más allá de la conciencia y preguntémonos la que
que entendemos por un razonamiento. El análisis nos
muestra que un razonamiento es la formación de una se-
Tic coherente de estados de conciencia. Después de
haber hallado que los pensamientos expresados por las
proposiciones var!an desde el punto de vista de la cohe-
sión de sus sujetos y de sus atributos, se halla que, a cada
paso de un razonamiento bien dirigido, se comprueba la
fuerza de todas las conexiones afirmadas e impHcitas. Se
examina si el objeto nombrado pertenece realmente a la
clase a que se le refiere, se ensaya si se le puede pensar
que no es semejante a las cosas a las cuales se dice que
es semejante. Se examina si el atributo que se afirma es
realmente poseido por todos los miembros de la clase, se
intenta pensar que algún miembro de la clase no tiene
atributo. Y no se admite la proposición más que después
de haber hallado que. hay una mayor cohesión en el pen •
samiento entre sus elementos que entre los elementos de
la proposición contraria. Al comprobar de este modo cada
anillo del razonamiento, se llega por fin a la conclusión
que comprueba de la misma manera. Si se le acepta es
porque el razonamiento ha establecido en nosotros una
cohesión indirecta entre estados de conciencia que no eran
coherentes directamente o cuya coherencia directa era
menor que la coherencia indirecta establecida por el ra-
zonamiento. Pero no se la acepta más que suponiendo
que la conexión que existe entre los dos estados de con·
l6ó PRINCIPIOS DE PSICOLOG1A •

ciencia que componen la conclusión no está contrabalan-


ceada por una conexión opuesta más fuerte. Si hay un
razonamiento opuesto del que se siente que los pensa-
mientos componentes son, después del examen, más co-
herentes, o si, falta de un razonamiento opuesto, hay
una conclusión diferente cuyos elementos tienen una co-
hesión directa mayor que la que da indirectamente el ra·
zonamiento propuesto, no es admitida la conclusión a la
cual se llega por el razonamiento.
Así, está dtmostrado que una discusión en la concien-
cia es simplemente un ensayo de la fuerza que liga lu
diferentes conexiones de los estados de cenciencia, una
lucha sistematizada que sirve para determinar cuáles son
los estados de concienda que son menos coherentt-s. Y el
resultado de la lucha e; que se separan los estados de
conciencia menos coherentes, mientras que los más cohe-
rentes permanecen unidos para formar una proposición·
cuyo atributo peniste en el espíritu mientras persiste e)
sujeto.
§ 447• ¿Qué corolario se puede sacar, o más bien se
debe sacar llevando el análisis basta su limite? Si hay
conclusiones indisolubles se ve· uno forzado a aceptarlas.
Si estados de conciencia están absolutamente unidos de
una cierta manera, se está obligado a pensarlos de esta
manera. La proposición es una identidad. Decir que son
necesidades del pensamienlo, es sencillamente otra ma-
nera de decir que no pueden separarse sus elementos ..
Ningún razonamiento puede dar a estas cohesiones abso-
lutas una garantia mejor, puesto que torlo razonamiento,.
siendo un medio continuo de comprobar las cohesiones,.
él mismo se prosigue aceptando las cohesiones absolutas,
no puede en último término hacer nada más que presen-
tar cohesiones absolutas para justificar otras, acto que
HERBERT SPENCER ló7

supone sin razón a las cohesion•s absolutas que ofrece un


valor mayor que el que concede a las cohesiones absolu-
tas que quisiera justificar. Aqui, pues, se llega a una uni-
formidad mental última. a una ley universal del pensa•
miento. El hecho de que no se pueda siquiera represen·
tarse la posibilidad de otra ley, muestra cómo nuestro
pensamiento está subordinado por completo a esta ley.
Suponer que las ~anexiones que existen entre nuestros
estados de conciencia pueden, deben sumarse de otro
modo, es suponer que una fuerza más pequeña puede do-
minar a una fuerza mayor, proposición que puede expre-
sarse en palabras, pero que no puede traducirse en ideas.
· Se llega a estos resultados sin su~oner otra existencia
que la de los que se llaman estados de conciencia. No se
postula nada sobre el esplritu o la materia, el sujeto o el
objeto. Se dejan intactas estas cuestiones: ¿~ué im lica
la conciencia? ¿cómo se produce el pensamiento? Ninguna
hipótesis sobre el origen de estas relaciones entre los
pensamientos está implícita, en el análi•is; es a saber,
cómo se producen las cohesiones débiles, las cohesiones
fuertes y las cohesiones absolutas. Algunas ronnotacio·
nes que los términos empleados puedan haber parecido
implicar se encontrará al examinar cada paso que no hay
nada esencialmente impHcito fuera de los estados de con-
ciencia y las conexiones que existen entre ellos.
Si se quiere entrar en la explicación de estos hechos,
se debe examinar cómo se debe conducir una investiga..
ción ulterior y cuál es el grado posible de la validez de
nuestras conclusiones. Toda hipótesis que se h•ce para
intentar explicárselo a si mismo, como es una hipótesis
que no puede expresarse más que en términos de estados
mentales, se sigue de ello que todo proceso de explica-
ción se prosigue comprobando las cohesiones que existen
168 PRI~CIPIOS DR PSICOLOGfA

entre los estados mentales, aceptando las cohesiones ab-


solutas. Por consiguiente, la conclusión a que se llega
por la repetición del criterio de la cohesión absoluta, no
puede nunca tener una validez mayor que este criterio.
Poco importa el nombre que se dé a esta conclusión, llá-
mesele una creencia, una teoria, un hecho o una verdad.
Estas mismas pal~bras no pueden ser más que los nom-
bres que designan ciertas relaciones entre nuestros esta-
dos de conciencia. Toda significación secundaria que se
les atribuya tiene igualmente que expresarse en t~rminos
de estados de conciencia, y, en consecuencia, subordina ..
do a las leyes de la conciencia. Por consecuencia, no tie.
ne apelación esta afirmación última.
§ 448. Hay, pues, en ello una garantía por completo
suficiente de la afirmación de la existencia objetiva. Por
misterioso que parezca tener conciencia de algo que está,
sin embargo, fuera de la conciencia, se encuentra que se
afirma la realidad de ese algo en virtud de una ley últi
ma, y que se está obligado a pensarlo. Hay una cohesión
indisoluble entre cada uno de los estados de conciencia
vivos y definidos conocidos como sensación y una con-
ciencia indeterminada que representa un modo de exis·
tencia independiente de la sensación y distinto de nos·
otros. Cuando se coge el tenedor y se lleva el alimento a
la boca, es uno completamente incapaz de arrojar de su
espíritu la noción de algo que resiste a la fuerza que se
emplea, y no se puede suprimir el pensamiento naciente
de una existencia independiente, que es independiente de
nuestra lengua y de nuestro paladar, y que nos da la sen-
sación de gusto, que somos incapaces de producir en la
conciencia por nuestra propia actividad. Por más que la
critica muestre que no se conoce la naturaleza de lo que
está fuera de nosotros, y por más que de ello se pueda
HERBERT SPENCER 169

inferir, a consecuencia de nuestra incapacidad de decir


lo que es, que es una ficción, se descubre que una crítica
semejante no puede en manera alguna llegar a destruir
la conciencia de su realidad, Por más que no pudiera
darse cuenta de su g6nesis esta conciencia no por ello
dejada de ser menos imperativa. No se puede siquiera
imaginar la falsedad sin imaginar la falta del principio
de cohesión, que sirve para unificar la conciencia.
§ 449· Pero si es imposible llegar por el razonamien·
to, sea a comprobar este veredicto de conciencia, sea a
probar su falsedad, es posible dar cuenta de ello. Eviden-
temente, si nuestras conclusiones se limitan a expresar
la manera según la cual concuerdan nuestros estados de
conciencia, la misma conciencia imperativa que tenemos
de la existencia objetiva debe resultar de la manera según
la cual concuerden nuestros estados de conciencia.
Aqul, pues, se nos presenta un medio de investigación
definido. Examinemos las cobexiones que existen entre
los elementos de la conciencia considerada como un todo,
y veamos si hay cohesiones absolutas que agrupen estos
elementos en dos mitades antitéticas que respondan, res·
pectivamente, al sujeto y al objeto.
Por más que en el curso de esta investigación tenga·
mos que ampliar palabras que connotan a la vez el suje-
to y el objeto, por más que en cada ejemplo tengamos
que establecer tácitamente una existen~ia externa, y que
a cada vez que nos refiramos a los estados de conciencia,
tengamos que establecer una existencia interna que posee
estos estados, sin embargo, como más atrás debemos ig·
norar lo que implican estas diferentes cosas,
CAPITULO XVI

DIFERENCIACIÓN PARCIAL DE LA CONCIENCIA DEL SUJETO


Y DJ<L OBJETO

§ 4So. Los estados de conciencia que llamo tacto y


presiones se me presentan cuando estoy sentado en un
banco y la brisa del mar sopla en mi rostro. El ruido de
las rompientes, el movimiento de las olas que se levantan
por cima del horizonte son simultáneamente presentes, y
conozco igualmente el calor del sol y el olor de las algas.
Yo llamo a estos estados de conciencia, según sus clases
respectivas, estrepitosos, claros o fuertes. Parecen llenar
toda la conciencia, pero un examen más profundo prueba
que no hay nada de esto,
Después de este olor de alga que me trae la brisa, se
me presentan colores y formas tales como me los había.
mostrado otra playa hace ya varios años, y de la misma
1r1anera pienso en todo lo que me sucedió cuando ví por
primera vez el mar.
Con esta serie hay otra secundaria que constituye lo
que yo conozco como lenguaje, que me sirve para distin-
guir, para identificar y unir los miembros de la primera.
Actualmente, de esta doble serie paso a otra. El libro que
tengo en la mano, una señora que pasa despiertan en mí
estados de conciencia que yo había experimentado al leer
últimamente. Y aquí, al observar con cuidado, encuentro
H!:RBERT SPENCER 171

que, en presencia de todos estos colores, sonidos, presio·


nes, etc., reunidos que yo percibo aparecen y desaparecen
otros estados que pertenecen a la misma clase, pero que
difieren en intensidad y se encuentran dispuestos y coro•
binados de una manera diferente.
Si se rechaza toda teoría sobre su origen, el pri roer
hecho cardinal que se debe establecer es que estas dos
clases de éstados de conciencia son respectivamente vivo
y débil.
§ 4Sr. Mientras estoy sentado la luz y el calor dis·
minuyen, el horizonte se hace oscuro y actualmente la
niebla que avanza oculta todo, excepto la capa del morri·
llo que se extiende ante mi. El promontorio lejano con
sus blancos acantilados y sus fajas de verdura se ha bo·
rrado, así como también la escollera que está a mi dere·
cha y los grupos de buques con áncora que están a mi
izquierda. ¿Qué es lo que implica todo esto? Implica que
las manchas vivas de verdura y de blanco que tienen una
forma determinada y que distingo como un promontorio
lejano, son ahora para mi manchas d~biles que tienen
una forma y una posición relativas aproximadamente las
mismas, y lo mismo puede decirse de esas manchas que
se han producido en mi por la escollera y los buques.
Si yo me pregunto lo que hubiera sucedido en el caso
en que, no habiendo nunca estado en este lugar antes de
la noche precedente, la niebla actual hubiera continuado
exi•tiendo hasta el momento en que yo me había senta•
do, veo que estos estados de conciencia débiles que yo
llamo ahora el promontorio lejano y la escollera, no exis·
tirían; no existen ahora como e•tados débiles combinados
de una manera particular más que porque anteriormente
existian como estados vivos combinados de la misma ma-
ntra. Encuentro que esta es una ley de todas las combi·
172 PRINCIPIOS DE PSICOLOGfA

naciones. Después de cada oleada que ha estallado en la


orilla oiga un ruido seco que sé que ha sido causado por
los guijarros sacudidos por los remolinos de la ola, Pero
si anteriormente yo no hubiera oido estos sonidos, al ver
<:amo los guijarros rodaban y chocaban unos con otros,
los sonidos que ahora oigo no estarian seguido por los
estados débiles que representan este proceso, Y el examen
me muestra que sucede lo mismo con los estados que no
entran en combinación. Si yo no he comido nunca man·
gostán, este nombre no despierta en mi ningún estado de
conciencia débil semejante al que me hubiera procurado
el gustu del fruto, Pero un estado débil que yo distingo
como el gusto de las ananas se me presenta cuando 01go
el nombre del fruto porque el estado, fuerte correspondien·
diente se ha presenta -:lo a mi experiencia.
La comparación me muestra, pues, que los estados
de conciencia vivos son primitivos, y que los estados dé-
biles son derivados. Verdad es que los estados derivados
puaden combinarse de una manera que no es enteramen·
te semejante a aquella con que están combinados los esta·
dos primitivos, Después de haber tenido los estados de
conciencia producidos por los árboles, las montañas, las
rocas, las cascadas, etc., los pensamientos de estas cosas
pueden reunirse bajo formas en parte n~evas, Pero si nin·
guna de estas diversas formas, colores o distribuciones
se ha presentado de una manera viva, no es posible nin-
guna recombinación débil.
§ 4S2. El viento cambia, la niebla se levanta y veo
de nuevo las olas, el horizonte, el promontorio, la esco-
llera y los buques. Tienen la misma disposición que te·
nian antes y presentan los mismos contrastes. Verdad es
que el sol es más fuerte y que los colores del promonto-
rio, del mar y del cielo han cambiado algo, Sin embar-
HERBERT SPRNCER 173

go, este grupo de estados de conciencia visuales corres·


ponde en sustancia por su color y absolutamente por sus
relaciones de posición, al grupo que he visto precedente-
mente. Además, yo veo que ni su ruido, ni sus formas,
ni su distribución, pueden experimentar en mi conciencia
el más leve cambio. Mientras estoy sentado sin movi·
miento, cada una de estas cosas. conserva su carácter es-
pecifico y su intensidad respectivas y pertenecen a un
plexo estable. Igualmente carezco de poder sobre los es·
tados de conciencia que conozco como movimientos y
sonidos. La mancha blanca que yo llamo vela atraviesa
otras manchas de color sin que se haya alterado la idea
que tengo de ello, y después de este cambio de aparien-
cias que yo llamo una oleada que sube o sucede inevita-
blemente, quiéralo o no, un ruido sordo en la orilla. Es·
tos estados de conciencia vivos y originales tienen, pues,
este otro carácter que su naturaleza y su coordenación
son temporalmente absolutos.
De una manera completamente distinta aconte<:e en
lo que respecta a los estados débiles derivados. Por más
que la coordenación que existe entre ellos posee ciertos
caracteres generales que no se pueden modificar (como lo
que hace que, con toda conciencia de color, haya una
conciencia de extensión superficial o lo que hace que una
idea de posición esté unida a toda idea de tacto, sin em-
bargo, todas sus relaciones particulares, lo mismo que
los estados mismos, son fácilmente modificables, Mien-
tras la niebla me impide ver, los estados débiles que res·
ponden al promontorio, a la escollera y a los buques que
he visto anteriormente pueden ser transpuestos; se pue·
den modificar sus formas y sus colores o rechazarlos en·
teramente y reemplazarlos indefinidamente por otras
combinaciones.
174 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

De suerte que los estados vivos originales y sus copias


débiles difieren en que los unos son absolutamente inalte·
rabies mientras permanezco físicamente pasivo y en que
los otros son fácilmente modificables mientras permanez•
co físicamente pasivo.
§ 453. Los mienbros de cada grupo de estados de
conciencia tienen a la vez una cohexión simultánea y una
cohesión serial. En ningún momento encuentro una in te·
rrupción de sucesión en uno u otro de estos agregados
como tampoco su redución a un término único.
Mientras permailezco en reposo hay continuamente vis·
tas, sonidos, presiones, olores, etc. Si permanezco senta•
do hasta que la noche excluye para mi los estados visua·
les vivos, el ruido de las olas y el rumor de los guijarros
persisten lo mismo que la presión que me viene del olor
de las algas y las sensaciones de tacto y de frescura que
me da el viento. Gracias a estas sensaciones, la integridad
del agregado de los estados de conciencia vivos se sostie·
ne y, aunque varios elementos de eate agregado hayan de·
&aparecido, yo no puedo nunca descubrir un momento en
que las. impresiones llegaran a no formar más que una
fila simple y única, todavia menos un momento en que
faltaran todas estas sensaciones y en que el agregado es·
tuviera roto en dos. Porque aunque me amodorrara a
consecuencia de la fatiga, yo no puedo reconocer una dis-
continuidad de los estados vivos puesto que contienen du·
rante todo el tiempo que la facultad continua observán·
dolos y que se reconocia su presencia desde que se reco·
bra la conciencia.
Otro tanto acontece con los estados débiles. Existe
entre ellos una cohexión simultánea y serial que es abso·
luta en el sentido de que ningún estado puede separarse
de los que le acompañan de manera que quede solo, 1epa·
HERBERT SPENCER 175

rado de los que le preceden o de los que le suceden. Por


plástica y modificable que sea la serie de los estados d~bi­
les no puede, sin embargo, ser rota; ni siquiera se puede
imaginar que tenga un fin, puesto que todo estado de con·
ciencia por el cual nos representamos el fin de los estados
débiles es el mismo que un nuevo estado de la misma
especie.
Se ve as! que cada grupo de estado es un grupo persis·
tente. El primero se me presenta como formado de esta·
dos estrechamente unidos en un orden simultáneo e i¡;ual-
mente fuera de mi intervención e;t su orden sucosivo. El
segundo está formado de estados reunidos en un orden
flexible más bien que estrecho;;siendo tal, sin embargo, la
flexibilidad que si es fácil un pequeño desarreglo todo de·
sarreglo completo que conduzca a una ruptura es impo-
sible.
§ 4S4. Los dos agregados que difieren en que el uno
está compuesto de originales vivos, y el otro de copias
débiles y cada uno tiene respectivamente una coherencia
intima longitudinal y transversal no tiene la misma cohe.
rencia el uno con el otro: E! uno es absolutamente indepen-
diente y el otro relativamente independiente.
En un vasto proceso los estados vivos-rumor de los
rompientes vientos, carruajes detrás de mí, colores cam·
hiantes de las olas, presiones, olores y todo lo demás -se
mueven los unos al lado de los otros sin cesar )' sin inte-
rrupci6n,. sin· relaci6n con algo que esté en mi conciencia.
Su independencia con relación a los estados débiles es tal.
que el proceso de estos últimos, de cualquier manera que
actue, no produce ningún efecto sobre ellos. Reunidos en
masa por sus propios lazos los estados vivos, fluyen sin
resistencia.
El proceso de los estados débiles, por el contrario, aun-
176 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

que tiene un grado considerable de independencia, no la


tiene completa. Los estados vivos, al pasar por cima, les
afectan sienpre en un grado mayor o menor, y de ellos
arrastran consigo una parte por cohesión lateral. A los
colores móviles producidos por las olas se asocian ciertos
estados débiles que forman la concepción de un liquid<>
frio transparente. El ru(do de la arena arrastrada por las
olas produce inevitablemente las ideas de forma, de color
y de dureza, Después de cada vaho de olor de algas se
suscitan de una manera vaga o distinta, ideas de masas
enredosas, negras y húmedas. De esta manera las series
vivas pueden llevar consigo más o menos series débiles;
pero mientras continue el estado de vigilia, continúa
arrastra siempre algo. Hay, sin embargo, una parte de la
serie viva, ya grande, ya pequeña, que se prosigue con
una independencia sustancial. Mientras yo miro al mar
la serie de los estados débiles producidos por la vista de
la señora que tiene el libro, puede predominar y tener
bastante fuerza para que la corriente de estados vivos
apenas le afecte. Por más que sea rara la completa in-
conscienciencia de las cosas ambientes, si aun así tiene
lugar. la conciencia que de ello tengo puede llegar a ser
muy imperfecta; y esta conciencia imperfecta, notémos-
lo, resulta de la independencia de los seres débiles que
llega por el momento a ser tan notable que muy pocas de
ellan se asocian· a las series vivas.
Tenemos, pues, el hecho fundamental de ' que estos
dos agregados marchan uno al lado del otro en una inde-
pendencia que es absoluta para el uno y que para el otro
es parcial y algunas veces casi completa.
§ 455. La separación de estos dos agregados llega a
ser todavia más notable si se examinan los estados que
Jos componen desde el punto de vista de su orden de su-
177

cesión. ~ncontramos que el hecho significativo es que,


cuando podemos percibir el antecedente de un coilsecuen-
te en las series vivas, este antecedente existe en las series
vivas; e inversamente, en la parte independiente de las se-
ries débiles encontramos que para cada uD.a de las conse..
cuencias débiles hay un antecedente débil. E.1 otros tér-
minos, además de la cohesión general que hace de cada
agregado cohesion::s especiales entre &us miembros parti-
culares.
Así, en las series viva~, después de! cambio de las for-
mas y de los colores que yo llamo, cuando están uddas
una oleada que sube, se produce un ruido causado por la
caUa de la oleada en la orilJa. ~inguna combinación de
estados de conciencia débiles puede producir ese estado
vivo de ruido y cuando recibo la impresión visual viva de
oltada no puedo prevenir el estado vivo del ruido que si-
~ue. Otro tanto puede decirse de lv~ movimientos del bu-
que remado que veo en frente a mí y lo mismo de la pues-
ta de sol y de los cambios de color que la siguen. En to-
dos estos casos los antecedentes y los con~ecuentes exis-
te1! tn las series vivas de la misma manera que bdos lo.:;

iazos que !es unen puesto que nad,-t en las series débiles
afecta su unión.
Asimismo, cuando remontamos el curso de nuestros
pensamientos y de las partes componentes de nuestros
p~nsamientos, encontramos qne cada uno está ligado con
un pensamiento panicular anteceJente y descubrimos
que todas esas cohesiones de las cuates unas son absoiu~
tasi otras fuertes, otras dtbiles, tienen un orden o un mé-
todo que les es peculiar que puede recono:;.:erse y expre·
~arse en términos de serie débil. Y d hecho de que Ias se·
ries débiles tengan el poder de cambiar su propia disposi·
ción hace manifiesto que la causa próxima de la disposi-
TOMO JV
178 PRI!\'CIPIOS DE P.SICOI.OGIA

ci6n en las series débiles esté en las mismas series débiles.


De suerte que los dos agregados presentan este rasgo
más que les distingue, es a saber que cada uno tie11e sus
leyes propias de coexistencia y de sucesión, Estas leyes
presentan también un contraste significativo. En los es·
tados vivos hay no solamente uniformidades generales de
relaciones que son absolutas, sino que cada relación par·
ticular, cuando se presenta, es absoluta. Sin embargo, en
la serie débil, mientras ciertas leyes son derivadas (como
son derivados Jos estados mismos), de la serie viva y
mier.tras algunas de estas uniformidades, en la serie débil,
son absolutas como en las uniformidades correspondien·
tes, en la serie viva las relaciones paiticulares en la serie
débil no son, cuando se presentan, absolutas, sino que
pueden modifica.,e fácilmente.
§ 456. Otra distinción que existe entre los dos agro·
gados es que en el uno el antecedente de todo consiguien·
te puede estar o no estar en los limites de la conciencia,
mientras que en el otro •iempre está en los limites de la
conciencia.
Ese blanco czímulus que recubre a mi izquierda el cielo
azul constituye un cambio en la serie viva, cambio que
no estaba precedido por ningón otro que yo pudiese per·
cibir. Como era repentina me ha sorprendido la sensación
de frio que yo he experimentado últimamente en el rever·
so de la mano; no habiendo visto la nubo que estaba de-
trás de mi, no babia previsto la lluvia que ha ca•1sado la
sensación. Ahora qu~ he despertado de mi ensueño por
gritos discordantes de una cuadrilla de niños pequeños
veo por más que, después de haber oido el ruido, se ha
suscitado en mi un grupo de estados débiles que ropresen·
ta el antecedente, sin embargo, no habiendo sido visto
éste, el ruido ha roto la serie de mis pensamientos sin que
HERBERT SPENCER 179

haya tenido, ni en Ja serie viva ni en la s::rie débil, abso-


lutamente nada para prepararme.
Si, de otra parte, yo busco lo que me hace pensar aho-
ra en la muerte causada por la fiebre, encuentro que éste
pensamiento estaba precedido por el pensamiento de u:>
cambio molecular anormal en la sangre, éste por el pen ·
samiento de moléculas inestables apl;rtadas a la sangre
por la respiración, ésta por el p•nsamiento de que estas
moléculas son producidas por descomposición en cavida·
des cerradas y no por descomposición al aire libre, éste
por el pensamiento de que esta descomposición en ca vi·
dades cerradas ha sido estudiada por los que se ocupan de
nuestra salud, y este último por la impresión visual de
un gran conducto de hierro que, siguiendo la orilla, des-
ciende hacia el mar. Lo mismo en todas partes. Cada e>·
lado de la serie débil tiene un antecedente que se pude
reconocer, ya en la serie débil ya P.n la serie viva.
Esta diferencia es importante en cuanto muestra quo
el agregado débil está mucho mejor circunscrito que el
agregado vivo. La posibilidad de encontrar el antecedente
de cada consiguiente en Ja serie que fluye perpetuamente
de los estados débiles, muestra que se la puede explorar
hasta sus límites en todas las direcciont's: limite que esb,
o en los estados vivos o en la imposibilidad para la me-
rnoria de pasar al estado vacio. Pero el agregado vivo no
puede someterse a una investigación tan completa. En
esta parte del agregado que me es inmediatamente presen-
te se introducen siempre nuevos elementos que salen dt:
algunas regiones fuera de la conciencia.
§ 4S7. Esta oposición llega a ser más notable y toda·
vía más significativa cuando añado a mi experiencia del
agregado vivo que se me presenta el recuerdo de la mane·
ra con que se producía cuanjo se me había presentado
180 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

antes. Esto roe muestra Je dos manerc;.s que, además de


lo parte que está inmediatamente presente, hay siempre
una regi6n·de antecedentes potenciales y de estados vivos
potenciales cuyos límites no son conocidos.
Así, si simplemente examino el chinarro que es lanza·
do en el campo de mí visión y que cae en el mar, yo pue-
do decir solamente que era un cambio en el agregado vivo,
cambio cuyos antecedentes estaban en alguna parte fuera
del agreg-ado vivo. Pero estos movimientos del chinarro
han tenido, en casos ant~riores, por antecedentes visibles,
movimientos de niños; y a los estados vivos producidos
ahora por la caída del chinarro· se asocian en la concien-
cia estados débiles que representan antecedentes semt'jan·
tt:s fuera del agregado de los estados vivos.
Esta concepción del agregado d~ los estados vivos
cumo teniendo, además de sus límites presentes, una re 4

gión no limitada en la cual existe el poder de producir es·


tos estados lo mismo en la~ combinaciones conocict(I.S qu::
en las combinaciones desconocidas, adquiere una nueva
netitud t:uando me acuerdo de cuán pe4ueña es la parte
que me es presente, de cuán innumerables son las pa1tes
que ya lo han sido, de cómo han pasado continuamentt!
de la una a la otra, de (;tJán frecutnicmente eran desaten-
didas las combinaciones que se presentaban y de cuán in·
capaces han sido nuestras investigadones de agotar las
variedades de estas combinaciones.
Resulta de eeta raz6n del agreg,du de estados vivos y
dd agregado de los e~tados débiles que este último es un
todo ordinariamente muy familiar, cuyos limites no he-
mos explorado en un momento o en otro, mientras que el
otro es una parte de un todo cuyos límites no son visibles.
§ 4S8. Si ahora recapitulo estas diversas oposiciones,
encuentro que los dos agregados se distinguen el uno del
HERBERT !:IPE~CER ldl

otro por carecieres que, por sorprendentes que sean sepa·


radamente, constituyen, cuando están reunidos, una diCe·
rencia que sobrepuja todas las diferencias; porque ningún
miembro de uno de los dos agregados se distingue de los
otros miembros del mismo agregado por caracteres hln
numerosos y tan acentuados.
He aquí !a lista de estas diversas oposiciones:

ESTADOS DI! LA PRI~!I!RA ESTADOS DB LA SEGUNDA


CLASE CLASE

1, 0 Relativamente vivos. 1. 0 Relativamente débi·


les.
2. o Anteriores en el tiem- 2. o Posteriores en ~ 1
-po (u originales). tiempo (o copias),
3. • Cualidades no madi· 3.° Cualidaáes mo.Jifi-
fkables por la voluntad. cables por la voluntad,
4; Orden simultáneo no 4.' Orden simultáneo
modificable por la voluntad. modificable por la voluntad,
5, 0 Orden suce~ivo no 5. 0 Orden sucesivo mn-
modificable por la volunlad. dificable por la voluntad.
6.° Forman parte de un 6.° Forman parte de un
agregado vivo que no puede agregado débil que puede
romperse. romperse.
7. • Es completamente 7.0 E-, parcialmente in-
independiente del agregado dependiente del agregado
débil. vivo.
8.0 Tiene sus leyes que 8. • Tiene sus leyes en
derivan de si mismo. parte deri,•adas de la otra y
en parte pecuhares de sí
mismo.
g.' Tienen antecedentes 9.' Siempre pueden in.
que pueden o no indicarse. dicarse sus antecedentes,
10.'" Pertenecen a un to .. 10. 0 Pertenecen a unto-
do de extensi6n desconocida do restringido al que llama·
rnos memoria.
PRINclPiv:; DE P:O.ICOLOGÍA

Estas diversas antÍtt"sis que se unen para formar una


antítesis que domina todas las demás, son tales quf', en
rarte, se establecen en mi conciencia, no solamente sin
tsfuerzo, sino sin qu~ sea posible prevenirlas y en parte
están establecidas en mi conciencia por un proceso que es
basta cierto punto voluntario, Para comprender bien cómo
cada agregado está unido al otro y difiere de él, es nece·
sario txarninar qué contrastes son conocidos deliberada·
mente y qué contrastes son conocidos antes de toda deli·
beración.
§ 4Sg. Si h•go el examen crítico del a investigación que
acabo de proseguir, e11cuentro que aun permaneciendo fi.
d.:amente pasivo, no he s~gregado de mi pensamiento los
recuerdos de las activitlad~s pctsadas y de Jos diversos es-
tados de conciencia que producían. Yo encuentro que to-
dos los estados débiles reunidos que constituyen mis ideas
de fluidez, de formas tangibles, de frío, etc., y que están
ahora asociadas a las manchas de color que yo llamo olas,
lo han sido por la ayurla de movimientos que, desde hace
largo tiempo, he repetido varias veces. Por más que yo
no pueda separarlos. yo veo que si no hubiera ejercitado
nunca estos movimientos, las manchas de color no hubie.
ran nunca arrastrado consigo los estados débiles que re·
presentan estas experiencias pasadas. En otros términos,.
yo veo que si, a la condición de ser pasivo, ahora agrego
la de haberlo sido siempre, la distinción de los dos agre·
godos hubiera sido en algunos respectos más precisa de lo
que es. Notemos las diferencias que entonces hubieran
existido,
El desfile de los estados vivos estrechamente unida
desde el punto de vista de la sucesión y de la coexisten·
cia, hubiera estado como ahora al abrigo de toda acción
procedente del desfile de los estados débiles; y el desfile
HERBERT SPENCER 1S3

de los estados débiles no estando ya llevado al mismo


grado por el desfile de los estados vivos, hubi<ra gozado
de una independencia todavía más manifiesta. En este
caso los dos agregados hubieran mostrado su distinción
al pasar el uno cerca del otro todavía con más facilidad
que actualmente. Como ahora, cada uno hubiera igual·
mente mostrado que estaba sin solución de continuidad.
Es, pues, evidente, que· su diferenciación primaria y que
Ja integración de cada tJJja, preceden a todas estas expe·
riencias dadas por mi movimiento y todas esas compara-
ciones reflexivPS que hacen po&ible mi movimiento.
Las antítesis secundf ria_s como la de que los estados
vivos son los originales, y los débiles las copias; Jade que
las cualidades y la disposición d.! los estados vivos no son
n'odificables por la voluntad, mientras que estas cualida·
des y esta disposición son modifioables en los <stados dé·
hiles; la de que siempre pueden encontrarse los antece-
denh::s en un caso y no siempre en el otro; y como aque ..
l!a de que uno de los agregados t:ene limites mientras
que no se le conocen al otro, son antítesis que sé que no
pueden establecerse más que por comparaciones cons·
dentr::s, por más que, sin embargo, algunas de ellas sean
tan evidentes ~:le pllt-da.n re'::ono~tr~~ dF:. :..n~ manera casi
automática. Pero que la n-flexión sea grande o peq·.~eña,
las antítesis secundarias sirven para fortificar la antítesis
primaria qüe se establece por s.í mismas.
Finalmente, yc o~se:v: que la diferenciación qrJe, de
este modo, precede al pensamiento y :;t~e se comprueba y
se aumenta en seguida por t:l pensamientc, es aJsoluta
tn el sentido de ~ue no hay ningt~na posibilidad de de-
tener el proceso por el cual se reproduce d~ instante
en instante. Cuando nos he::>os ocupado de la <Asocia·
ción de las sensaciones y de la asociabilidad de las re·
184 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

laciones entre las sensaciones», ha llegado a ser evi -


dente que, en el acto del conocimiento, cada estado de
conciencia se reune primitivamente a la gran clase a que
pertenece, volviendo a entrar en seguida, más o menos
prontamente, en su orden particular, en su género, en su
especie, en -u V?riedad; hemos visto que lo mismo puede
decirse de las relaciones entre Jas sensaciones y que no es
posible la inteligencia más que por estas clasificaciones.
Aquí vemos que, al mismo tiempo que son conocidos,
cada estado de conciencia, cada reiaci6n se unen el uno
al otro de los dos grandes agregados. No hay ninguna
posición intermedia posible; cada :.estado de concitncia
gravita-inmediatamente hacia el agregado vivo o hacia el
agregado débil. En los casos en que hay una duda mo·
mentánea para saber si un ruido débil es, como se dice,
real o ideal o si, en la oscuridad, una cosa es actualmen·
te vista o imaginada, una tensión desagradable acompa·
ña al estado de incertidumbre. Aun durante la <:luda no se
puede balancear entre los dos, sino que se oscila del uno
al otro. Y cuando bajo la influencia de las ilusiones ópti-
cas o de otro género, se impide de una manera seria esta
segregación, hay un estado de confusión penosa, un sen·
timiento de caos amenazador producido por la sacudida
de este fundamento de nuestra inteligencia.
CAPITULO XVII

DIFERENCIACIÓN COMPLETA DE LA CONCIENCIA, DEL SUJETO


Y DEL OBJETO

§ 460. Si yo prosigo mientras estoy sentado el anáii·


sis que me ha mostrado la gran oposición indicada en el
~apítuloprecedente, veo que ciet tos estados no son com ·
prendidos ni en uno ni en otro de los dos agreg3.dos t3les
como se han definido. Cuando se había disipado la niebla
y el sol reaparecía, se produjo en mí un estado de con-
ciencia que se agregaba a loR que te habían producido di·
rectamente por la luz !l'ás viva y la posibilidad de vo!·
ver a ver, estado que distingo como agradable. Cuando
el olor de algos me volvía a traer a la memoria lugares
y personas, me aportaba también lo que yo llamo una
emoción. Estos elementos de la conciencia agradables y
penosos, que son divisibles en clases y subclases, difieren
grandemente de los elementos que hemos descrito más
atrás, siendo sumamente vagos, no localizables en el es-
pacio y no localizables en d tiempo más que de una ma-
nera indeterminada. Es decir, que considerados como
miembros de un grupo, difieren de los otros miembros de
este grupo en que yo no puedo saber qué lugar ocupan o
cómo los limitan" los otros miembros sucesivos y coexis-
tentes.
Estos estados particulare~, ¿pertenecen al uno o al
186 PRINCIPiO~ lJE P:-.ICOLO<.ir\

otro de Jos dos agregaJvs qu~ ya hémos distin¡:;uido?, y


c~so afirmativo ¿a cuál? Sí intento clasificarlos con los
estados vivos o con les estados débiles me detiene la difi-
cultad de que cada especie suministra ejemplos de esta-
dos vivos y de estados débiles; los estados vivos, son los
originales, y los estados débiles, las copias; y, sin embar-
go, hay numero&as graciaciones que reunen los estados
vivos con los estados débiles, La i1ea de ciertos aconteci-
mi en tos puede producir un sentimiento débil de lo que yo
llamo un agravio, que la rdh xión puede aumentar hasta
una c16lera semeja.nte a Ja que los mismos acontecimien-
tcs bubiuan podido producir. Y los mismos aconteci-
mientos producirán en un momenso dado un sentimiento
de cólera mtnos vivo que el que la representación de Jos
a~.:ontedrnientos produciría en otro momento. De suerte
que una clasificación fundada en la intensidad no puede
dar buen resultado.
Hay, _sin embargo~ otros criterios que bastan. Tome-
mos, por de pronto, el de la c0hesión. En algunos casos
una emoción pat ece inmediatamente coherente con un
miembro de un estado vivo, como con un color bello o
con un sonido dulce. Pero en la mayoría de los casos no
existe la cohesi6n de una emoción con estados vivos; pero
existe con estados débiles combinados de una manera par-
ticular. El temor no está directamente unido con las im-
presiones visuales producidas por el cañ6n de una pi:-'tola
dirigida hacia ml; pem está unido a riertos estados débi·
les intermedios o a ideas desper 1 adas por estos estados
vivos.
Además, cada emoción posee, como los estados débi-
les, ese carácter del f!UP. se puede indicar su antecente. En
Jugar de poder producirse como lo hace un miembro de
la serie viva, sin la presentación previa de algún est~do
HERBEH.T SPE!\'CER 1~7

con el cual esté habitualmente unido, no se produce nun•


ca sin que eso pueda percibir algo con lo cual esté unido
y semejante a aquella con la cual estaba anteriormente
unida.
Además, yo bailo que las leyes con las cuales se con-
forman estos estados, están en la serie débil y no en la
serie viva. En la serie débil yo puedo indicar los grupos
particulares que producen emociones particulares, y pue-
do ver las relaciones que existen entre la variación de los
caracteres de esos grupos y la variación de las cantidades
de emociones producidas.
Como corolario noto ese otro hecho de que mientras
que el agregado vivo puede pasar y no producir más que
poco o ningún efecto sobre las emociones, el agregado
débil entraña irres;stiblemente consigo las emociones par·
ticulare3 que pertenecen a sus combinaciones transitorias.
Un sentimiento de dolor o de placer no puede persistir si
la serie de ideas con las cuales está e~ relación desapare-
ce y es reemplazada por >eries de naturaleza diferente.
Y finalmente, estos elementos de la conciencia tienen,
de la misma manera que el agregado de los estados débi·
l<s, ese carácter de que hay lími!es que no pueden fran-
quear. Conozco todos esos sentimitntos ha~ta sus límites,
y un examen prolongado no me hace, en manera alguna,
descubrir in:!efinidamente nuevas regiones y nuevas com-
binaciones.
Así, su clasificación es clara. Por más que haya emo-
cione: S vivas y débiles-las emociones actuales y las ideas
de estas emociones-todas pertenecen al agregado débil.
§ 46r. Los miembros particulares del agregado débil
1il'!nen un carácter general de una gran importancia, tien·
den a producir cambias en una cierta combinación perte-
neciente al agregado vivo. Me refiero al hecho de que las
188 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

emociones son el punto de partida de lo que conecemos


como movimientos corporales. Ciertamente esto no es de·
cir que sean los únicos que posean este poder; porque el
agregado vivo de los elementos de diversas especies que
llegan a una gran intensidad, lo tienen igualmente aunque
de una manera distinta. Si prescindimos de los efectos de
estos elementos, rle lqs que no tenemos qué ocuparnos
aquí, debemos notar que cada emoción produce una con·
tracción muscular.
Así, cuando oigo detrás de mi una voz que reconozco
ser la de un amigo, los sonidos particulares que produce,
diferentes con mucho de otros estados vivos de toda es-
pecie que me son pre!ientes, excitan en mí un sentimiento
agradable que pone fin a mi deocanso. ¿Qué sucede a
partir de este momento? Mientras estaba todavía sentado,
los grupos de estados vivos que conocía, como una mano
y una rodilla, no se distinguían claramente del resto del
agregado vivo; le pertenecían, evidentemente, de la mis-
ma manera que el asiento y la playa que se encuentran
ante mí, Pero ahora el cambio producido por esta emo-
ción me hace conocer que el grupo de estados vivos que
yo llamo mi mano tiene alguna conexión con el agrega-
do débil, porque después del sentimiento de tensión mus·
cular que produce la emoción, mi mano cambia súbita·
mente de lugar. La rodilla sobre la cual estaba apoyada
mi mano muestra igualmente que posee esa relación par-
ticular con las emociones y el agregados de estados debi·
les que las contienen, porque también se mueve. Lo mis-
mo cabe decir de ciertos estados vivos que pertenecen a
otras clases. La emoción sentida es al presente el punto
de partida de otras tensiones musculares y en seguida de
sonidos particulares, yo hablo. El agregado de los esta·
dos débiles, incluso las emociones, no tiene el más pe-
!90 PR1NC1P10S Ut! P::;ICOLOGfA

examen nos hace pe1 rectamente familiares.-La coorde-


nación de sus elementos, tanto en la coexistencia como en
la sucesión, es conocible en un grado relativamente eleva-
do. El resto del agregado vivo tiene una serie inagotable
de nuevas combinaciones en dEspacio; pero las combina·
ciones del espacio en esta parte que nos ocupa del agrega-
do vivo, son claramente limitadas. Las que constituyen
las formas visibles y tangibles de los miembros son casi
fijas; y las que se presentan a consecuencia de los cambios
do actitud de los miembros, e&tán comprendidas en límites
de variaciones definidas.-Otro tanto cabe también decir
de las leyes de sus cambios: son comparativamente deter-
minadas. Entre ciertas tensiones musculares, ciertos ca m.
bias en los estados que conozco como formas tangibles y
ciertos cambios que conozco como formas visibles, hay co·
nexiones particulares-conexiones que se pueden conocer
de una manera mis completa como las que muestran los
cambios producidos en el resto del agregado vivo.
Así pues. de una o de otra manera, al agregado débil
está ligada una parte especia; del agregado vivo, y esta
parte difiere del resto por estar siempre presente, por te-
ner cohesiones especiales entre sus elementos, por tener
límites conocidos, combinaciones comparativamente res-
tringidas y bien conocidas, sometidas a leyes familiares, y
sobre todo por tener en el agregado débil los antecedentes
de sus cambios más notables.
§ 46~. Si prosigo el examen encuentro otra serie de
hechos significativos. Veo que los cambios que los estados
en el agregado débil, producidos en esta parte especial del
agregadO vivo, con un medio de producir clases especiales
de cambios en el resto dd agregado vivo.
C-ierto pensamiento está soguido de cambios vivos que
yo Hamo el acto de cerrar_mis ojos e inmediatamente des-
191

aparece la parte visual del agregado vivo. Reaparece


cuando les abro de nuevo. Yo remuevo la cabeza y mien-
tras que una parte del agregado vivo sale de la conciencia
una parte de una extensión correspondiente, que no esta·
ba presente antes, viene a la conciencia. Yo me vuelvo y
toda la parte del agregado vivo que conozco como visual
es reemplazado por una parte de extensión igual, pero que
difiere y que puede no haber estado nunca antes presente.-
Hasta cierto punto lo mismo cabe decir de los sonidos.
Me tapo los oidos y por ello se borra una serie muy com·
pleja de cambios vivos; resultando un silencio relativo.
Cuando yo retiro mis deJos los miembros que yo había
excluido vuelven a entrar en el agregado vivo.-Además,
los cambios tactiles múitiples están causados por cambios
anteriores que mis ideas producen en esta parte especial
y limitada del agregado vivo. Por movimientos corporales
yo consigo variedades y combinaciones infinitas de tacto
y de presión. Extiendo un brazo y estrecho alguna cosa y
se produce entonces un grupo particular de los estados
vivos. La suelto y cesan e;tos actos.
Además del poder que tengo de rechazar l' de recibir
así partes del agregado vive y de modificarlo de una ma-
nera relativa, tengo, en ciertos límites, el de modificarlo
absolutamente. Las idc.::as y las emociones, al producir
tensiones muscular~s, dan a mis miembros el poder de
transponer ciertos grupos de estados vivos, Cuando yo
me levanto, cojo mi paraguas, y hago mover el grupo de
estados visuales que conozco con este nombre al travé'l
de los grupos de estados visuales que conozco como la
orilla y el mar. Mu-y diferentes de los cambios en la serie
viva que, cuando yo estaba sentado sin movimiento, se me
mostraba completamente independieilte de la serie déuii
Y que tenían sus antecedentes en sí mismos, estos cambios
192 PRINCIPIOS DE PSICOLOG(A

en la serie viva tienen sus antecedentes en la serie débil.


Sus antecedentes inmediatos son, es verdad, los contactos,
las presiones y las tensiones musculares anteriormente
producidas en esta parte espedal del agregado vivo; pero
estos tienen por antecedentes los miembros del agregado
débil.
Así, la totalidad de mi conciencia es divisible en un
agregado débil que llamo mi espíritu, en una parte espe-
cial del agregado vivo que es coherente con el agregado
precedente de diversas maneras, y que yo llamo mi cuer-
po, y en Jo qlle resta del agregado vivo, cuyo resto no
tiene ninguna coherencia semejante con el agregado dé·
bil. Veo que esta parte especial del agregado vivo que
llamo mi cuerpo es una parte que sirve al resto del agre·
gado vivo para producir ciertos cambios en el débil y que
sirve a este último para producir ciertos cambios en el
agregado vivo. Y a consecuencia de su posición interme-
dia, miro a este cuerpo como perteneciente ya al agrega-
do vivo, ya al mismo todo que el egregado. débil con el
cual tiene relaciones tan íntimas.
§ 463 Hemos l!egaoo, en fin, a un punto de vista
donde las experifncias que dan una forma concre:a a eS·
tas distinciones y una solidez relativa a las concepciones
del yo y del no yo podrán ser justamente apreciadas.
Hasta aquí hemos considerado al cuerpo como siendo
únicamente una combinación de estados vivos por cuyo
intermedio el resto del agregado vivo obra sobre el agre-
gado débil, y recíprocamente. Tenemns ahora que exa-
minar al cuerpo como siendo una combinación de esta-
dos vivos cuyos cambios pueden producir cambios en
otras partes y sufrir ellas mismas cambios producidos
por otras partes.
Cuando mi mano estaba sobre mi rodilla, ninguno de
HERBERT SPENCER 193

los dos miembros podia distinguirse del resto del agre-


gado vivo por un carácter inmediatamente presente; pero
cuando la emoción me ha conducido a cambiarles de lu-
g•r, se han hecho discernibles. Este cambio de lugar no
solamente ha modificadn sus relaciones con el resto del
agregado vivo, sino también sus relaciones del uno res·
pecto del otro, y cuando los cambios de esta especie se
hacen de una manera particular, introducen elementos
que no contienen las experiencias examinadas hasta aqui.
Veamos ahora los más simples de estos elementos. Quito
mi mano de la rodilla. Hubo sensación viva, que yo llamo
tacto, que está en cohesión en mi conciencia con el gru-
po de las sensaciones visuales vivas, que llamo mi mano,
que hace cambiar de lugar una t<nsión muscular. Sin
embargo, esta otra parte del agregado vivo que yo llamo
mi rodilla,, está unida a la sensación de tacto, sensación
que cambia de lugar cuando mi mano se remueve. Sin
ocuparnos de los detalles, el hecho de notar es que en
una parte del agregado vivo que está bajo su poder, el
agregado débil causa un cambio vivo, y por ello mismo
hace nacer en otra parte de este agregado vivo otro cam-
bio vivo que difiere del primero en que su antecedente
inmediato no está en el agregado débil. Es decir, que las
causas que existen en el agregado débil pueden, por una
parte de este agregado vivo q:>e está bajo el poder del
agregado débil, producir en otra parte de este agregado
vivo efectos semejantes a los que pueden producir las
causas que existen en el resto del agregado vivo. Ahora
derro mis dedos de manera que aprietan mi rodilla. Des·
pués de este antecedente en el agregado débil que llamo
resolución de ejecutar este acto, se produce un senti-
miento de tensión muscular y de presión en mis dedos y
un sentimiento de presión en mi rodilla. Pero estados de
TOMO IV '3
194 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA
---------- --------·--------
conciencia vivos, tales como el de presión en mi rodilla,
han seguido en otro tiempo a cambios en esta parte del
agregado vivo, que encuentro absolutamente independien·
te del débil. Hay, pues, otro caso en el cual un antece-
dente que existe entre estos estados débiles, a cuyo gru-
po yo llamo mi espiritu, puede, al modificar un grupo de
estos estados vivos que conozco como siendo mi cuerpo,
producir otro gru¡oo de esos estados vivos, que conozco
como siendo mi cuerpo, un cambio semejante al cambio
producido por antecedentes que no pueden descubrirse ni
en mi e~píritu ni en mi cuerpo. Además, cojo entre mis
dedos la carne de mi rodilla, y al mismo tiempo que hago
un esfuerzo en un paraje, siento un vivo dolor en el otro.
Este dolor no difiere desde ningún punto de vista de los
dolores que han seguido antecedentes que existen en este
agregado vivo, que es enteramente independiente del dé-
bil, por más que ahora el dolor pueda referirse por el in-
termedio de una parte especial del agregado vivo, a un
antecede~te que existe en el agregado débil. Asi tres es·
pecies de experiencias se unen para mostrarme que los
mismos efectos pueden producirse por antecedentes que
existen respectivamente en los dos grandes agregados
antitéticos; y, en consecuencia, se unen para sugerirme
la idea de que debe haber algo de común entre estos an-
tecedentes. O para expresar el hecho simplemente como
un hecho de cohesión, yo encuentro que cuando las sen-
saciones de tacto, de presión y de dolor son producidas
por mi, están en cohesión con estados que, en mi con ..
ciencia, eran sus antecedentes, y que cuando no son pro-
dl,cidos por mí, están en cohesión en mi conciencia con
las formas débiles de estos antecedentes; es decir, con
los pensamientos nacientes de una fuerza semejante a la
que yo mismo había empleado.
HERBERT SPE.NCER 195

Se puede obtener otra comprobación de los hechos por


otra oerie de experiencias. Diversas partes de la combina-
ción particular de los estados vivos que llamo mi cuerpo
son capaces de ser simultánea y alternativamente activos y
pasivos, productores de estados vivos y receptores de esta-
dos vivos. Junto mi mano derecha con la izquierda de ma-
nera que cada una de ellas apriete a la otra. Cuando, en res-
puesta a mi deseo, la derecha se contrae, un sentimiento
de presió:1 en la mano izquierda, acompaña a un sentimien-
to de presión en la mano derecha y viceversa cuando con-
traigo la mano izquierda. As! obtengo una completa equi-
valencia entre los modos de existencia de los estados vivos
producidos directamente por los estados débiles y los mo-
dos de existencia de los estados vivos no producidos direc-
tamente por los estados débiles, Lo que yo siento como es-
fuerzo en una mano, lo siento como presi6n en la otra; las
variaciones de estos dos sentimientos son coerelativas. Y
cuando aprieto con la otra mano, la relación está inverti-
da. Asi co:la mano es el asiento dP.Io que yo clasifico entre
mis estados de conciencia como poder activo, y también ¿e
esa presión, que llamo el efecto de este poder, con el cual
está en cohesión. Si yo contraigo las dos manos alternati-
vamente, cada una aporta sucesivamente la prueba de esta
equivalencia, y si las contraigo al mismo tiempo esta
prueba se da simultáneamente por cada una de ellas. En
el mismo momento cada mano opone a la otra lo que yo
distingo como resistencia. De suerte que el sentimiento
del esfuerzo en la mano que apri:=:ta, el se.1timiento con•
comitante de resistencia presentado por la mano que es
apretada y el sentimiento de presión pasivamente experi.
mentado por la mano que es apretada llegan a ser estades
de conciencia coherentes, tan coherentes que no puede pre ..
sentarse a la conciencia uno de ellos sin entrañar consigo
partes de los otros.
196 PRINCIPIOS DE PSICOLOG!A

§ 464. Examinemos cómo, a constcuencia de lo que-


precede, las experiencias dadas por el resto del agregado
vivo pueden formularse.
Si yo aprieto la mano de mi amigo, en lugar de apretar
la mia, la mano con la cual yo aprieto es el asiento de
sentimientos semejantes a los que ya he experimentado.
La diferencia esencial es que, con estos sentimientos, no
tengo en manera alguna en mi otra mano el sentimiento de
presión. Pero el esfuerzo que yo hago al apretar y la re·
sistencia que percibo al mismo tiempo están en cohesión
con la conciencia de una prcsi6n que existe en la mano
apretada. Por más que esta conciencia no llega a una for·
ma viva, como cuando la mano apretada era la mía, se-
presenta irresistiblemente bajo una forma débil. Asimis·
mo, cuando la mano de mi amigo aprieta la mía, por más
que yo no tenga actualmente el sentimiento vivo del es-
fuerzo que yo hacía cuando apretaba mi mano con la otra,
hay una cohesión irresistible entre la presión que experi·
mento y una forma débil del esfuerzo que le es equivalen·
te, Tengo la idea de que este esfuerzo existe en la mano
de mi amigo; y, al mismo tiempo, se presenta la idea dd
sentimiento que causa en él, este esfuerzo, idea que está
en cohesión con la precedente,
Cuando lo que resiste al apretamiento de mi mano,
en lugar de tener la forma, el color u otros caracteres que
yo poseo o que posee otra criatura animada, se clasifica
en mi conciencia con las cosas que yo llamo inanimadas,.
soy, sin embargo, incapaz de suprimir de mi conciencia
la representación de la presión que en este objeto es como
correlativa de la resistencia que presenta a mi esfuerzo
muscular. Se produce en mi una idea de esfuerzo produ·
cido en lo que causa en mí esos sentimientos vivos. Yo.
no puedo por ningún medio rechazar esta conciencia de
HERBERT SPENCER 197

una fuerza en el agregado vivo, fuerza que tiene rejacio-


nes, de una o de otra manera, con lo que distingo como
uerza en el agregado débil; yo no puedo romper el lazo
que la asociación ha producido entre los estados de con-
ciencia.
§ 46S. Se debe añadir a las experiencias de resisten-
cia pasiva en el agregado vivo que producen las conexio-
nes en la conciencia, las experiencias de su energía ac~
tual. Estas experiencias hacen todavía más intimas a las
conexiones.
Un peso que he levantado con dificultad, que yo vela
enseguida levantado por otro con ciertas apariencias, que
yo sé ser la marca del esfuerzo y que yo veo enseguida
levantado por una grúa, produce inevitablemente en mí
la conciencia de que, en los otros casos, hay en ese peso
una fuerza semejante a la que se oponia a mi propia fuer ..
za cuando yo lo levantaba. Un dolor producido en mi ro.
dilla, ya por un puñetazo que yo me he dado, y a por un
cuerpo exterior que me ha golpeado de improviso, debe
considerarse en el segundo caso como el equivalente de
una fuerza aMtloga a la que se conoce como su antece.
dente en el primero. Cuando por un esfuerzo muscular
imprimo a un cuerpo un movimiento en el espacio, yo sé
que la energía de este movimiento medida por sus efectos
es proporcional a la energia muscular que he desplegado,
y cuando veo un cuerpo proyectado por otra intervención,
el movimiento y los efectos de este movimiento están en
cohesión con la conciencia de una causa de cambio equi·
valen te a la causa que he sentido en mis propios mie m-
bros. De suerte que, en el agregado vivo. todo movimien-
to que no tiene por antecedente una tensión muscular
producida en mi por una emoción, está inevitablemente
en cohesión con una conciencia naciente de un anteceden~
198 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

te que toma la forma vaga de una tensión parecida, que


está simbolizada por el sentimiento del esfuerzo.
El resultado general es que ef agregado vivo, cuando
manifiesta una resistencia pasiva, lo mismo que cuando
manifiesta una energía aetiva, está inevitablemente aso·
ciado en la contienda con la idea de un poder separado
de él, pero en cierta manera análogo a él, potencia que
desarrolla constantemente en si mismo el agregado débil.
CAPITULO XVIII

CONCEPCIÓN DESARROLLADA DEL OBJETO

§ 466 Hemos notado en los §§ 347 y 348 que la im·


presión que llamamos resistencia •es el elemento de con·
riencia primordial universal y siempre presente», «Es pri·
mordial en el sentido de que es una impresión de la cual
son susceptibles los mismos seres inferiores ... • "Es uni-
versal en lo qwe es a la vez cognoscible por todo ser que
posee una sensibilidad y por todas las partes del cuerpo
de ese ser ... > «Está siempre presente en cuanto que todo
ser o, hasta cierto punto, todo ser terrestre, le está some-
tido durante toda su existencia.• Y hemos mostrado que,
a consecuencia de la resistencia, era «la lengua materia
del pensamiento, en la cual estaban registrados todos los
primeros conocimientos y en fa cual podírm interpretarse
todos los signos aprendidos después de ella.
De consiguiente, la conciencia de algo que resiste es,
con la distribución de nuestros estados de conciencia en
vivos y en débiles, el signo general de esa existencia in·
dependiente implícita en el 11gregado vivo. Hemos visto
que la exploración mutua de nuestros mie:nbros, excitada
por las ideas y las emociones, establece en el pensamien·
to una cohesión indisolnble :•ntre la energía activa, tal
como brota de las profundidades de nuestra conciencia,
Y la resistencia equivalente que le es opuesta, lo mismo
2CO PRI:\'CIPIOS DE PSICOLOGfA
------
que entre esta resistencia y una presi6n equivalente en
la parte del cuerpo que resiste. Por consig,iente, la con-
cepción fundamental de una existencia fuera de la con·
ciencia es la de una resistencia más una fuerza que mide
la resistencia.
Este elemento -elemento esencial en nuestra con•
ciencia del agregado vivo-es también un elemento esen·
cial en nuestra conciencia de cada parte distinguida por
nosotros como objeto individual.
El correlativo desconocido de la resistencia ofrecida
a nosotros por el agregado vivo y que se presenta siem-
pre al pensamiento bajo forma de esfuerzo muscular, ese
correlativo desconocido que desafía todo esfuerzo de
nuestro pensamiento, que tiene por objeto destruir o di ..
vidir el cuerpo y que, en consecuencia, nos aparece como
lo que mantiene unidas conjuntamente !as partes de e•te
cuerpo, es necesariamente pensado por nosotros como lo
que constituye un cuerpo. Si recordamos la dificultad
que encontramos en concebir como cuerpo una materia
aeriforme, en qué sentido restringido reconocemos como
cuerpo la materia líquida, que tiene tan poca cohesión,
que no puede conservar su forma; si recordamos, cuando
la materia es sólida, la unión tan íntima de la noción de
cuerpo con la noción de lo que mantiene la continuidad
(unión tan íntima, que la supresión de la continuidad es
la supresión del cuerpo), veremos claramente que este
correlativo desconocido del estado vivo que llamamos
presión, que está simbolizado por los términos conocidos
de nuestros propios esfuerzos, constituye lo que llama ..
mos sustancia material.
§ 467 Otro elemento de importancia igual entra en
la concepción. Lo que para nuestro pensamiento consti·
tuye un cuerpo es lo que religa de una manera perma·
HERBERT SPENCER :!01

nente los estados vivos infinitamente variados que nos da


el cuerpo cuando cambiamos con relación a él y cuando
él cambia con relación a nosotros.
Cuando en el examen de la argumentación de Hume
investigábamos lo que entendia al afirmar la existencia
de las impresiones y al concluir que las impresiones y sus
copias débiles, las ideas, son las cosas conocidas que exis-
ten, hemos encontrado que las im~resiones no tienen
exi•tencia más que en un sentido completamente diferen-
te del sentido ordinario. Si notamos cómo la cantidad in-
numerable de impresiones diferentes que nos aporta nn
objeto al cual nos aproximamos o en cuyo derredor gira·
mos, cambian de instante en instantes, vemos que si uno
de los estados de conciencia vivo o un grupo de estos es ..
tados debe considerarse como lo que existe, la existencia
es entonces sinónima de falta de persistencia.
Aqui, piJr el contrario, tenemos que notar que lo que
persiste y lo que, por consiguiente, debe ser dicho existir
es el nexo de estas apariencias, siempre cambiantes. Yo
marcho alrededor de un pequeño objeto, o, si es de pe-
queña dimensión, le doy vueltas en mi mano; y ni las
manchas de color diversamente conformadas ni otros es-
tados de conciencia notables que me suministra permane ..
cen el mismo más de un instante; cada impresión puede
pasar en un segundo por una veintena de fases diferentes.
Sin embargo, cada una es continua a través de todas sus
metam6rfosis y cada una conserva una cierta continui-
dad en sus relaciones cambiantes ccn sus cercana~; todas
cambian semejantemente y son semejantemente coheren-
tes. Además, su cohesión es tal, que después que he dado
vuelta al objeto, o si es de pequeñ• dimensión, que yo he
dado vuelta por completo en mi mano, cada mancha co-
loreada reaparece a mis ojos y recupera la forma que
202 PlH~C1P10S Vl! P.SJ<.:OLOC.lA

tenía Ja primera vez, así como Jas mismas relaciones que


sostenía con las otras manchas. Y asimismo, si yo me
retiro de manera que el grupo de sensaciones clara::~ des·
aparezca por completo, y si durante años yo me absten-
go de ejecutar los movimientos necesarios opuestos para
que reaparezca en mi conciencia, no por eso dejo de ver
que en eJ momento en que yo vuelvo a ejecutar estos mo-
vimientos el grupo se presenta con sus partes esencial-
mente las mismas unidas entre si en relaciones tsencial-
mente semejantes.
Así, pues, entre todos los cambios hay algo de per-
manente. Ni"guno de los estados notables de mi concien·
cía tenía permanencia; y la única cosa que tuvo perma-
nencia era Jo que no ha sido jamás un estado notable de
mi conciencia, ese algo que mantenía unidos conjunta-
mente esos estados notables que les ligaba en un grupo.
Por una ley suprema de mi inteligencia yo pongo con.
juntamente los estados de conciencia que son semejantes
y yo clasifico •parte los que son diferentes. El contraste
más sorprendente que se presenta en el agregado de esta-
dos de conciencia notables, tomados en totalidad lo mis-
mo que en cada una de sus partes, es el contraste entre
lo que cambia perpetuamente y lo que no cambia, entre
cada haz siempre cambiante de estados notables y su
11exo inmutable. Esta distinción transcendente debe reci-
bir un nombre. Es preciso que yo emplee un signo para
designar esta duración en cuanto distinta de esta inesta-
bilidad, esta permanencia en el seno mismo de lo que en
mantra alguna tiene permanencia. Y la palabra existen~
cía aplicada a este uexo desconocido no tiene otra signifi-
caci6n. No <xpresa ninguna otra cosa que este hecho
primordial de mi experiencia.
§ 468 Vetmos ahora c6mo, al observar nuestros he-
HERBERT SPENCER 203

cbos de conciencia y la manera en que se dividen, pode-


mos obtener una conclusión completamente desarrollada
que esté de acuerdo con nuestras creencias primitivas,
muy lejos de que se opor.ga a ellas.
Mientras somos pasivos físicamente, nuestros estados de
conciencia se separan por si mismos de instante en instan-
te en dos grandes agregados, el uno vivo, el otro débil,
cada uno coherente consigo mismo, con sus antecedentes
propios, sus leyes y distinguiéndose del otro en diversas
maneras. Y esta diferenciación parcial entre las dos exis·
tencias antitéticas que llamamos sujeto y objeto que se es·
tablece por si misma antes de que sea posible toda campa·
pación, se halla también aclarada por la comparación re-
fl~xiva,

Cuando pasamGs del estado pasivo al estado activo,


cuando desarrollamos la sensación que excita el movi·
miento muscular y cuando empleamos nuestros miembros
en exploraciones recíprccas, esta diferenciación llega a
ser completa. Porque una exploración semejante muestra
que la tensión muscular, la resistencia y la presión son
correlativas y equivalentes; que el agregado de represen·
taciones vivas puede suscitar por de pronto dos de estas
tres percepciones correlativas, la presi6n y la resistencia,
y que estas dos primeras implican algo que equivale a la
tercera. Asi el agregado vivo viene a ser considerado, no
simplement~ como independiente del débil, sino más bien
como siendo, bajo el mismo titulo que él, fuente de ener-
gí~s. Y esta concepciór del agregado, en cuanto fuentes
Je energías, es bien pronto distinguido por Ias experien-
cias de los cambios directamente causados por nosotros
en el, como de Jos directamente causados en nosotros por
nues!Jo propio esfuerzo.
Una vez formada la concepción general de una fuente
20~ PRIXCIPIOS UE PSICOLOGÍA

de actividad independiente exterior a la conciencia, se des-


arrollará en una concepción más especial si examinamos
los grupos particulares de representaciones vivas que na-
cen en nosotros, Porque encontramos que cada grupo
distinguido por nosotros como formando un objeto, es un
asiento separado de la fuerza por la cual el mundo exte-
rior nos impresiona en su totalidad. Encontramos que
mientras esta fuerza es la que da unidad al grupo, esta
misma fuerza es la que se opone a nuestras energías. Y
también encontramos que esta fuerza unidos ahora con·
juntamente Jos elementos del grupo a pesar de Jos cam-
bios indefinidamente variados que experimentan en la con·
ciencia es en consecuencia mirado por nosotros como per-
sistente o continuando existiendo en el seno mismo de to-
das las manifestacioses que no continúan existiendo.
De suerte que estas diferentes aglomeraciones de expe·
riencias se unen para formar la concepci6n de algo exte·
rior a la concien:ia que es absolutamente independiente de
la conciencia que posee una fuerza, si no idéntica, por Jo
menos equivalente a la de la conciencia y que permanece
fijo en medio de apariencias cambiantes. Y esta concep-
ción que reune la independencia, la permanencia y la
fuerza es la concepci6n que tenemos de la materia.
§ 469. Y ahora, antes de cerrar este capítulo, note-
mos entre paréntesis un paralelismo sorprendente entre la
concepci6n así obtenida del objeto y la concepci6n propia
del sujeto. Porque precisamente de la misma manera que
el objeto es eltJexo desconocido permanente que nunca es
un fen6meno, pero que es el que mantiene conjuntamen~
te unidos los fenómenos, así el sujeto es elntxo descono·
cido permanente que nunca es un estado de conciencia,
sino que es el que mantiene conjuntamente unidos Jos es-
tados de conciencia. Mientras se limite a analizarse a sí
2J6 PRINCIPIOS DE P ISCOLÜG!A

que corresponden al t~exo perman<nte externo de los fenó-


menos. Y como el nt%0 externo es lo que continúa exis 4

tiendo en medio de las apariencias pasajeras, así también


el""o interno es lo que continúa existiendo en medio de
las ideas pasajeras. Las ideas no tienen una existencia
más continua que la que hemos encontrado en las impre-
siones. Son como los acordes y las cadencias sucesivas
sacados de un piano, que se de3vanecen de momento a
momento a medida que se l:acen oir nuevas cadencias y
nuevos acordes. Y seria tan exacto decir que estos acordes
pasajeros y que estas cadencias fugitivas existen en el
piano después que han cesado ·como lo es el afirmar que
las ideas que pasan existen en el cerebro después de su
desaparición, En uno como en otro caso, la existeucia ac-
tual es la del a~arato que está presto a producir en con1i·
dones semejantes combinaciones semejantes.
Es verdad que creemos tienen alguna parte de nosotros
esos grupos de estados de conciencia débiles que respon-
den a Jos grupos de estados enérgicos que se han presen-
tado en otros tiempos. Verdad es que en la vida común
hablamos de las ideas como si estuvieran almacenadas,
constituyendo un fondo disponible de conocimientos y que
esto implica la noción de que están debiJamente coorde·
nadas, y, por decirlo así, dispuestas en compartimientos
para el uso que se les quiera dar. Verdad es que en las
explicaciones psicológicas se habla frecuentemente de las
-deas como si tuvieran una existencia continua. Verdad es
que nuestras expresiones están de tal modo formadas que
hacen inevitable la admisión implícita de tales- nocio-
nes, y que en multitud de pasajes de esta obra hemos em-
pleado frases que la suponen por más que (por lo menos
yo ad lo creo) estas frases pueden siempre referirse a sus
equivalentes científicos encaminados más atrás. Pero aqu!,
HERBEl~T SPENCER 207

como en todas las discusiones metafísicas en general, don·


de nuestro objeto es expresamente llevar el análisis hasta
sus últimos limltes y de discernir los hechos de las hipó-
tesis, nos pertenece reconocer esta verdad es a saber que
esta concepción popular habitualmente adopta~a en las
discusiones psicológicas y metafísicas no es solamente
gratuita sino que está absolutamente en desacuerdo con la
experiencia. Todo lo que nos muestra la mirada arrojada
dentro de nosotros mismos es que, bajo ciertas condicio-
nes, un estado de conciencia se presenta más o menos se·
mejante a aquel que se ha presentado anteriormente en
condiciones más o menos semejantes. No solamente no
tenemos ninguna prueba de que durante el intervalo este
estado de conciencia existiera bajo ninguna rorma, sino
que por lejos que se pueda llev~r la observación nos mues-
tra po•itivamente lo contrario. Porque el nuevo estado no
es nunca el mismo que el antiguo, no es nunca más que
una imagen aproximativa. No ofrece esa identidad de es-
tructura que presentarla si fuera una cosa preexistente que
apareciese de nuevo. Aun más; mientras está presente no
conserva su identidad de estructura-no es literalmente el
mismo dos segundos seguidos. Ni una sola idea, así sea
del objeto más familiar, permanece estable mientras está
en la conciencia. Para continuar la semejanza propuesta
más atrás, su existencia temporal es como la de un acora
de que se hiciera oir de una manera continua y cuyos tle·
mentas vaciaran cada uno aparte, de instante en ir.stante,
de altura y de intensidad. Por otra parte, aun dejando de
lado toda teoria de las ideas que tiendan a considerarlas,
no como cosas sustanciales, sino como modificaciones psi·
quicas que corresponden a las modificaciones físicas reali·
zadas en un aparato físico, basta insistir sobre la verdaj
evidente de que la existencia en el sujeto de toda otra idea
208 PRlNClPlOS DE Pl~COLOGfA

que las que le atraviesan actualmente es u~a rneía hipó·


te•is absolutamente desprovista de ninguna prueba cual-
quiera que ella sea,
Y aqui nos encontramos con otra fase de la contradic·
ción que se presenta en todas partes la concepción anti-
realista. Porque partiendo de los datos implícitos en el
lenguaje popular, que afirma la existencia continua a la
vez de las ideas y de los objetos, acepta esta ficción como
un hecho y, sobre su autoridad, trata de mostrar que el
hecho es una ficción. La exisiencia continua reclamada
por lo que no la tiene se apoya en esto para negarla á
quien la posee
§ 470. Después de esta digresión volvamos a nuestro
asunto. No nos resta más que mostrar cómo, en los treS'
últimos capítulos, hemos encontrado, en efecto, lo que
habíamos anunciado. El capítulo sobre la Dilzámica de la
coucieucia nos ha suministrado la conclusión de que cada
evolución mental que aboca a la afirmación de la verdad,
es en el fondo una evolución que aboca a reconocer las
cohesiones que existen entre nuestros estados de concien-
cia y a aceptar las cohesiones definitivas, cohesiones que
de hecho no tenemos la facultad de no aceptar, He'l!os
visto, de esta conciusi6r.:, seguirse Ja consecuencia de que
puesto que los más enérgicos de los estados de conciencia,
además de sus cohesiones con el interior de la misma
conciencia, tienen una cohesión indisoluble con un yo n(}
se qué que está fuera de la conciencia, siempre presente
como un límite a la conciencia, aunque jamás interior a
ella, debemos aceptar esta cohesión absoluta con la exis-
tencia que implica de la misma manera, que también nos
es necesario aceptar cualquiera otra cohesión absoluta.
Establecido esto, hemos buscado una respuesta a esta pre-
gunta: ¿Cómo puede formarse en la conciencia la noción
Hl!:RBERT SPENCER 201

de una existencia que está !oera de la conciencia? Y nos


hemos puesto a examinar las cohesiones que unen nues.
tras estados de conciencia para ver cuál de estas conexio·
nes d~sarrolla naturalmente esta noción. No hemos nece-
sitado más que proseguir nuestra observación para descu-
brir que nuestros estados de conciencia se dividen en dos
agregados independientes cada uno, de lo• que se mantie·
ne coherente por un principio interior de continuidad, El
principio de continuidad que constituye un todo de los
estados de conciencia débiles que los forma y los modifica
por alguna energía desconocida, se distingue como siendo
el yo mientras que el IIO·yo es el principio de continuidad
que constituye la unidad del agregado independiente com·
puesto de estados enérgicos. Y descubrimos que, mientras
que nuestros estados de conciencia se agrupan de manera
que forman los dos agregados antitéticos, las experiencias
obtenidas por nuestros miembros cuando se estudian los
u3os a los otros, establecen cohesiones tales que, al prin-
cipio de continuidad manifestado en el no-yo, se asocia
de una manera inevitable la conciencia naciente de una
fuerza en proporción con la fuerza desarrollada por el
principio de continuidad manifestada en el yo.
Así la evolución normal del pensamiento hace nacer,
de una m;nera inevitatlle., la conciencia (tan dificil de ex·
presar como de destruir) de una existencia fuera de los Jí.
miles de la conciencia que está perpetuamente simboliza-
da por algo encerrado en estos límites.

TOMO JT 14
CAPITULO XIX

BL REALISMO TRANSFIGURADO

§ 471. Los diez y ocho capítulos precedentes han ex-


puesto las divisiones y subdivisiones de una demostración
demasiado extensa y demasiado complicada para que se
la pueda comprender bien sin un resumen de las diversas
conclusiones especiales que se unen para apoyar la con-
clusión general, las cuales pueden enumerarse y agrupar-
se brevemente.
La hipótesis de los metafísicos de que la razón posee
una autoridad ante la cual deben ceder los 1nodos de con·
ciencia más simples, es, como hemos visto, no solamen-
te gratuita, sino también absolutamente indemostrable.
Las palabras de que se sirven los metafísicos, tomadas en
la plenitud de su sentido, implican invariablemente, de
una manera directa o indirecta, la relación entre el sujeto
y el objeto que se discute y estas palabras acusan as! a
cada paso la debilidad de esp!fitu de Jos que las emplean
para establecer sea que hay que creer o sea que no hay
que creer en esta relación. Y cuando se las analiza, los
razonamientos de los metafísicos son, como hemos visto,
condenados ya a suponer tácitamente lo que niegan ya a
implicar un absurdo de esta fuerza.
Considerando desde un punto de vista abstracto, las te-
sis respectivas de los realistas y de los antirrealistas he-
HERBRRT SPE....,CER 21!

mas visto que la doctrina antirrealista se apoya en tres pos-


tulados igualmente imposibles. Considera concedido que
una concepción primitiva e inJependiente puede abolirse
por concepciones que son secundarias y dependientes con
relación a ella. Da por concedido que si un acto mental es
simple y aislado mientras que el otro está compuesto de
un gran número de actos cada uno de ellos simple, por lo
menos en apariencia, hay más incertidumbre en el acto
aislado que en la serie de actos semejantes. Da por con·
cedido que cuando entre los datos de la conciencia distri·
huidos en estados enérgicos y en estados débiles hay una
contradicción, los datos compuestos de estados débiles de-
ben aceptarse de preferencia. Así, según esta teoría, el de-
rivado debe eliminar aquello de que es derivado, una serie
de anillos debe considerarse como más fuerte que uno de
los anillos aislados, y la conciencia merece más fe cuando
~ sus términos son indistintos que cuando son distintos.
Después de haber inferido que algún error fundamen·
tal debía reinar en una teoría que implica hipótesis impo-
sibles, hemos visto que lo primero que había que restable-
cer era un criterio de certidumbre, puesto que hasta que
los dos partidos se hayan puesto de acuerdo sobre la ma·
nera de distinguir una proposición verdadera de una falsa,
no es posible ningún paso legitimo a la conclusión. Por elio
nos hemos visto obligados a un análisis de las proposicio-
nes que tiende a distinguirlas en proposiciones descompo-
nibles y proposiciones indescnmponibles, admitiendo sólo
las últimas una afirmación riguro~a. Y entonces, entre las
proposiciones que admiten una afirmación rigurosa, he-
mos descubierto que hay la diferencia fundamental de
que en algunas el atributo es invariablemente simultá·
neo con el sujeto, mientras que sucede lo contrario con
las otras. Observando que una proposición cuyo predicado
212 PRl.\'ClPIOS DE. PSICOLOGJ.~

es invariablemente simultanea con el sujeto es una pro·


posición que aceptamos consecuentemente y que no pode-
mos dejar de aceptar, nos vemos determinados a pregun-
tarnos a nosotros mismos cómo ¡;odernos di&tinguir es·
tas proposiciones de las otras. Hemos visto q11e no puede
efectuarse esta distinción más q11e intentando encontrar un
caso en que el sujeto exista independientemente do! pre-
dicado, es decir intentando concebir la negación de la pro·
posición. Por ello ha llegado a ser bastante claro que una
proposici6n cnya negación es concebible debe aceptarse
inevitablemente y que esta proposición es verdadera y que
esta proposición es el postulado universal. Las objeciones
contra este criterio, una vez apartada, hemos descubierto
en fin que no puede darse ninguna razón para dudar de
su validez sin que se afirme tácitamente esa misma vali·
dez. Siendo tal para nosotros el testimonio de la verdad,
hemos notado en último lugar que (aun admitiendo que su
validez no sea absoluta) la probabilidad de error en una
conclusión cualquiera aumenta en proporción del número
de veces que se ha apelado a este testimonio para llegar
a ella.
Establecido así un método de evaluación, hemos pro-
cedido por su medio a la evaluación de las conclusiones
realistas y antirrealistas. Al examinar sus proposiciones
respectivas, y mucho más todavía al examinar las justifi-
caciones presentadas por ambas partes, hemos encontra-
do que el antirrealismo, aun dejando de lado otras críti-
cas para las que presenta puntos vulnerables, presenta
flanco a la crítica decisiva de que son muy numerosas
sus probabilidades de error. No puede siquiera enumerar
su concepción, y todavia menos construir su prueba sin
establecer a ratos la hipótesis que el realismo establece
de una vez para siempre. Y así el realismo se justifica
IIERBERT SPENCER 213

negativamente; la incertidumbre hipotética que puede


contener es incomparablemente menor que la del an·
tirrealismo.
De la justificación negativa hemos pasado a la justi-
ficación positiva. La hemos descubierto en la estructura
más profunda de la conciencia, siendo el fondo del razo·
namiento que •el realismo está justificado positivamente
si se muestra que es un dato de la conciencia que trabaja
.,egún sus propias le) es>. Al examinar la conciencia para
saber con certidumbre lo que nos hace pensar esto o aque-
llo, hemos visto que nuestros pensamientos son inevita-
blemente determinados por las cohesiones relativas que
existen entre nuestros estados elementales de conciencia.
A cada instante nuestras ideas forman series que resultan
de estas cohesiones; si hay entre ellas tendencias opues-
tas, las cohesiones más fuertes determinan la dirección
que toman, y cuando queramos examinarlas, nada mejor
~ue hacer constar las cohesiones relativas que unen sus
elementos y aceptar las cohesiones que •on absolutas. Es
imposible ni aun imaginar una ley de la conciencia dis-
tinta que la de que las cohesiones indisolubles subsisten
en nosotros en lugar de las cohesiones disolubles. Toda
conciencia racional p~rceptiva o cu:tlquiera que sea su
nombre, estando fundada en esta ley, resulta de ello que
si hay una cohesión indisoluble entre el resto de la con-
eiencia y una conciencia cualquiera que simbolice la exis-
tencia en los límites de la conciencia, debemos aceptar
esta cohesi6n indisoluble como cualquiera otra, o más
bit:'n superiormente a toda otra, puesto que todas las de-
más cohesiones de la conciencia se rompen más bien que
aquélla. El realismo, por consiguiente, estaría justificado
de una manera positiva, aun en eJ caso de que fuera in-
explicable la génesis de esta conciencia de la existencia
214 PUl:\Cif'IOS DE PSICOLOGÍA

tn Ja cünciencia. Pero un examen más profundo de estas


cohesiones explica esta génesis.
Al mirar atentamente cómo se comportan sus esta·
doo, encontramos qne la conciencia se separa en dos agre-
gad<>-<, cada uno tan coherente consigo mismo, que nun·
ca puede romperse; rero cada uno también independiente,
de una mantra completa en un caso, de una manera in ..
completa en el otro. Es decir, que antes de que comience
el razonamiento y sin que se haya tenido para nada en
cuenta toda conclusión ulteriormente establecida por la
razón, la conciencia se diferencia en agregados enérgicos
o débiles en virtud de las cohesiones que, como decimos,
determinan todo pensamiento, cada agregado, siendo re-
lativamente coherente consigo mismo y relativamente
incoherente con el otro. Estos agregados, claramente dis·
t;nguidos uno de otro, aun durante el descanso, llegan a
ser más distintos cuando se;producen los estados de con-
d'ncia y comienzan y acompañan al movimiento. Cuan·
do descubro una cohesión constante entre la conciencia
de lo que llamo mi energía y ciertos cambios realizados
en la parte del agregado fuerte que llamo mi cuerpo, y
cuando descubro la identidad de estos cambios y de los
cambios provocados en otra parte en el resto del agrega-
do fuerte, estas experiencias adicionales producen en mi
una cohesión indisoluble entre la conciencia de otros
cambios de esta especie y la conciencia de alguna otra
energla-el sentimiento naciente del esfuerzo en mi con-
ciencia, que simboliza una causa de cambio que no está
en mi conciencia. Esta conexividad de los estados de con-
ciencia entre los dos agregados del sujeto y del objeto y
esta cohesión del se11limiento de la fuerza con los cambios
del uno, asl como las cohesiones consecuentes de la idea
de la fuerza con los cambios del otro, tienen por resultad<>
HERBfW:T SPENCER 215

hacernos concebir los dos agregados como existencias in·


dependientes. La concepción de la existencia objetiva
independiente se hace cada vez más definida a medida
que la experiencia hace más coherentes con esta concep-
ción ]a conciencia de ]a permanencia, la conciencia del au-
lagOitismo contra nuestras energías y la conciencia de la
propiedad de comtttzar movimieutos en nosotros.
De esta manera todos los resultados están de acuer-
d0. El antirrealismo es traicionado por sus postulados,
su lenguaje y sus razonamientos; está basado en la nega-
dón de tres principios de creencia esencial; rehusa táci·
tamente un criterio supremo que ni siquiera se puede
poner en cuestión sin que sea implícita su aceptación, y
así el realismo se justifica negativamente. Además, el
realismo se justifica positivamente por el descubrimiento
de que el desarrollo funcional de la conciencia necesita
la concepción realista-la concepción realiata no resulta,
como anticipa Hume, de «una propensión natural en des-
acuerdo con las leyes del pensamiento; no es tampoco,
como supone sir W. Hamilton, una creencia milagrosa·
mente inspirada, sino que es un fruto inevitable del pro•
ceso mental que acompaña a toda argumentación legi-
tima.
§ 472 Pero ahora, ¿cuál es el realismo que se en·
cuentra establecido como un dato necesario mucho antes
que comience el ejercicio del razonamiento, que se eleva
en materia de certidumbre a una distancia inmensa por
cima del razonamiento y que el razonamiento no puede
justificar sino reconociendo que sus resultados son nu1os
cuando se encuentran en desacuerdo con ella? ¿Es el rea·
lismo vulgar el realismo del niño y del aldeano? De nin-
guna manera.
Casi al principio de esta obra, en el capítulo sobre la
216 PRINCIPIOS DH P!:;ICOLOGÍA

• Relatividad de las sensaciones•, se ha mostrado que


caquello de que tenemos conciencia como una propiedad
deJa materia, aunque sea lo referente a su pesantez y su
resistencia, no es más que un conjunto de afecciones sub-
jetivas producidas por agentes objetivos desconocidos e
incognoscibles.. Pero, aun advirtiendo que la compara·
ci6n de unas con otras de nuestras sensaciones nos con-
duce inevitablemente a esta conclusión, hemos visto tam-
bién que todo argumento por el cual está probada la re·
Jativirlad de las sensaciones «nos constriñe a suponer una
existencia objetiva y no puede constreñirnos a ellos». En
el último capítulo sobre la «Relatividad de las relaciones
entre las sensaciones» se ha mostrado de un modo semt!-
jante que ninguna relación en la conciencia puede «ase-
mtj3.rse a su fuente fuera de la conciencia ni siquiera
acercarse a ello en manera alguna. Y, sin embargo, se
ha notado también que el postulado cinevitablemente
contenido en todos los razonamientos de que nos servi-
mos para probar la relatividad de ias relaciones•, es que
e: existen fuera de la conciencia condiciones de la mani·
festación de un objeto que están simbolizadas por rela-
ciones tales cerno las concebimos.
La conclusión a q:1e nuestro análisis general nos ha
conducido e•tá en perfecta armenia con sus conclusiones,
suministradas por la investigación inductiva desde el
principio de nuestro trabajo. Si c11alq11iera ex,istencia obje·
tiva manifestada bajo cualesqujera condiciones permane·
ce como la necesida¡l final del pensamiento, no se ena
cuer.tra en manera alguna implícito en ello que esta exis-
tencia y sus condiciones sean para nosotros otra cosa que
los correlativos desconocidos de nuestras sensaciones y
de las relaciones que las unen. El realismo al cual damos
las manos es un realismo que no hace más que afirmar
HERBERT SPENCER 217

la existencia del objeto en cuanto separado e independien-


te 1e la existencia del sujeto, Pero no afirma que ningún
modo de la existencia objetiva sea tal como en la re•li-
daJ aparece ni que las conexiones que unen estos modos
sean objetivamente tales como aparecen. De e3te modo
se encuentra profundamente distinto del realismo grose-
ro, y para marcar esta distinción puede llamársele con
mucha precisión realismo transformado.
§ 473, Un diagrama dará la mayor precisión posible
a los resultados generales y especiales a que hemos llega·
do. Es posible representar geométricamente las relaciones
que existen entre las diferentes hipótesis que hemos dis-
cutido, entre el realismo grosero, las formas idealistas y
~scépticas del antirrealismo y el realismo transformado
que las reconcilia.
Para prepararse a comprender la analogía que vamos
a exponer, el lector no tient! más que re:::ordar, si alguna
vez se le ha explicado t·acionalmente, la teoría de la pers-
pectiva. Recordará que al arrojar la mirada por una ven-
tana sobre un objeto, por ejemplo sobre un cofre colocado
en la superficie del suelo, puede, al tener los cjos fijos en
el objeto, marcar sobre el vidrio con una pluma o tinta,
puntos dispuestos de tal suerte, que· cada uno de ellos
oculte un rincón del cofre, y enseguida juntar estos pun-
tos por líneas de las que cada una oculte uno de los bor-
des de ese mismo cofre. Hecho esto, tiene sobre la super-
ficie del vidrio una representación delinearla, lo que Ha.
ruamos una \'ista perspecth'a del cofre, una representa~
ci6n de su forma, no tal corno es concebida sino tal como
es vista realmente. Si ahora considera la relación que
existe entre esta figura y el cofre mismo, encuentra que
los dos objetos difieren do diversas maneras. El uno ocu-
pa un espacio de tres dimmsio~es y el otro un espacio so-
:dS PlH:\Cll'lO~ DE P~JCOLOGÍA

lamente de dos dimensioneb; las relaciones entre las líneas


del uno no son las mismas que las relaciones entre las lí-
n.as del otro; las direcciones en el espacio de las líneas ·
repres<ntativas son enteramente diferentes de las direc-
ciones de las lineas reales; los ángulos que forman las
unas con las otras son desemejantes, y así continuando
en todo lo demás. Sin embargo, la representación y la
realidad están de tal modo unidas que, dadas las posicio-
nes de los ojos, el vidrio y el ccfre, no es posible ninguna
otra figura; y si el cofre cambia de situación o de distan~
cia, los cambios de la figura son tales, que por ellos se
puede c.onocer los cambios sobrevenidos en el cofre. Hay
en esto, por consiguiente, un caso de fiimbolización tal
que, a pesar de la suma diferencia entre el si mbolo y la
realidad, hay una correspondencia exacta, aunque indi·
recta, entre las relaciones cambiantes que sobrevienen en
los elementos del uno y las relaciones cambiantes que so-
brevienen en los elementos de la otra.
Tomemos ahora un caso más complicado de la misma
naturaleza general. Sea A B C D la superficie de un ci-
lindro; sea E un cubo situado en frente de él, y suponga-
mos que, de un punto cualquiera más allá de F, radian
líneas como las del dibujo, de las que cada una pasa por
los ángulos del cubo y también otras líneas no dibujadas
aqui que pasan por todos los puntos que forman lo' bor-
des del cubo. Estas líneas, interceptadas por la superficie
' curva, formarán del cubo una imagen por proyección
como se ve en G. Se puede observar aquí, como más
atrás, que las longitudes, las relaciones, las direcciones,
etcétera, de las lineas de la margen son completamente
diferentes de las líneas del •ólido; que los ángulos, tam-
bién tomados absolutamente como en sus relaciones res-
pectivas, son ¿iferentes, y que las superficies lo son tam-
HERBEKT SPENCER 219

bién en sus figuras como en sus direcciones relativas.


Pero, por otra parte, se puede ver que las líneas que son
rectas en el cubo, son curvas en la imagen, y que las SU·
pedicies planas del uno están representadas por superfi-
cies curvas dd otro. Es más; es un hecho de notar que
las leyes de v•riaci6n de las líneas de la imagen se han
hecho sumamente complicadas; si se mueve lateralmente
al cubo de manera que la imagen proyectada c•iga mu-
cho más adelante hacia la superficie trasera del cilindro,
algunas de las líneas representativas comenzarán a alar-
garse mucho más que las otras y hasta las partes más
alejadas de cada línea se alargarán en proporciones mu-
cho mayores que las partes más próximas. Sin embargo,
tn este caso, como en el caso más simple descrito al
principio, hay un sistema de correspondencias absoluta-
mente definido entre Jos dos ol~etos. Si se determinan el
cilindro, las dimensiones del cubo y el punto de donde las
líneas radian y para cada posición la distancia y la situa·
ción del cubo, hay una figura dada correspondiente sobre
el cilindro y ningún cambio en el Jugar del cubo o su si-
tuación puede producirse sin que se produzca en la figu-
ra un cambio exactamente correspondiente; cambio tan
exactamente correspondiente que, por la nueva figura,
puede determinarse el nuevo lugar o la nueva situación
del cubo,
Tenemos de este modo una simbolización en la cual
ni los t:lementos. del símbolo, ni sus relaciones, ni las le-
yes según las cuales varían estas relaciones son lo menos
imaginable semejantes a los elementos, a las relaciones
de estos elementos, a las leyes según las cuales estas rela-
ciones varían en la cosa simbolizada. Y sin embargo, la
realidad y el símbolo están ligados de manera que para
toda reordenación posible de plexos que constituye el uno,
220 PR1NC1P10S JJK PSJCOLOG!A

hay una recoordenaci6n exactamente equivalente en el


plexo que constituye la otra.
La analogia que se puede sacar es tan evidente que
apenas hay necesidad de hacerla resaltar en detalle. El
cubo es el objeto de la percepción, la superficie del cilin-
dro es el campo de recepción de la conciencia, la figura
proyectada del cubo es el estado de conciencia que llaml-
mos percepción del objeto. Al desarrollar el paralelismo
comprendemos claramente cómo es posible que un plexo de
fenómenos objetivos esté representado por el plexo ue efec-
tos subjetivos que, a despecho de la desemejanza total de
los efectos y de sus causas, de la desemejanza total de las
relaciones entre los efectos y de las relaciones entre sus
causas; a despecho de la diferencia absoluta que existe
entre las leyes de variación de la una y de la otra serie de
relaciones, Jos dos pueden, sin embargo, corresponder de
tal manera que cada cambio en la realidad objetiva cause
en el estado subjetivo un cambio exactamente corres pon-
diente al primero-que corresponda tan bien que en ella
se funda el conocimiento.
Pero lo que tenemos un interés capital en notar es
que, al representarnos así la materia por un diagrama, ob-
tenemos una idea distinta de las relaciones que existen
entre las diferentes hipótesis que se han discutido. El rea-
lismo grosero admite que las líneas, los ángulos y áreas
de la superficie curva son realmente los mismos que las
líneas, los ángulos y las áreas del cubo. El idealismo, al
observar cuánto cambian en si mismos y en sus relaciones
reciproca. todos estos diversos elementos de la figura pro·
yectada cuan.Jo se presenta un simple cambio de lugar o
de situación en el cubo, concluye que, como nada hay en
la figura que se parezca en lo más mínimo al cubo, nada
semejante al cubo debe considerarse como causa y que las
HERBERT SPE~CER 221

umcas existencias son la figura y ia superficie donde se


halla. El realismo hipotético, aceptando estas premisas en
cuanto afirman el desacuerdo de la figura y el cubo, pre-
tende, sin embargo, que se admita la existencia del cubo,
la cual si no puede afirmarse como un hecho, hay que
aceptarla como una hipótesis necesaria. El escepticismo,
llevando todavía más lejos el criticismo idealista, sostiene
que no solamente no hay nada en la figura que establezca
la existencia de algo que produce la figura, sino que acle-
más no hay nada en la figura que establezca la existencia
de una superficie que la contenga y que por más que haya
una tendencia natural a creer en la existencia de esta su~
perficie, lo mismo que en la existencia del cubo podemcs
razonablemente dudar si el uno y el otro existen realmen·
te, mientras que el idealismo absoluto, llevando hasta sus
últimos límites la argumentación escéptica asegura que
solo existe la figura y que no hay nada semejante ni al
al cubo ni a la superficie. Y ahora, rechazando todas esas
hipótesis contradictorias en su conjunto, el realismo trans-
formado toma un elemento de cada una de ellas. Afirma
una conexión entre el cubo y su imagen proyectada, lo
que concilia lo que hay de verdad en el realismo con lo
que hay de verdad en el antirrealismo. Con el reali•mo
grosero concuerda en afirmar la existencia del cubo como
marcado con un carácter de certidumbre original, pero
difiere enteramente de él al afirmar que no hay ningún
parentesco de naturaleza entre el cubo y su proyección.
Reune el idealismo, el escepticismo y el realismo hipoté-
tico al afirmar que la proyección no contiene un elemen-
to, una relación, una ley que sea semejante a ningún ele ..
mento, rdación o ley del cubo real; pero afirma, contra el
idealismo, que el argumento en el cual descansa esta con-
clusión es imposible faltando el cubo; afirma, contra el
222 PRINCIPIOS DE PSICOLOGfA

escepticismo, que el argumento no necesita solamente un


cubo correlativo a la imagen, sino también un área recep-
tiva para esta imagen mientras que censura al realismo
hipotético por admitir en el estado de hipótesis lo que los
argumentos mismos suponen como hechos cuya certi
dumbre sobrepuja a todos los demás. Finalmente, por más
que haya un punto de semejanza con el idealismo absolu·
to porque reconoce con él que la figura proyectada no
puede contener el menor rasgo, sea del cubo real del cual
es proyectada, sea de la superficie real sobre la cual está
proyectada, difiere con todo de él sumamente al declarar
que la existencia de estas dos realidades está implícita de
una manera más cierta que la de la figura, puesto que la
existencia de la figura no se ha hecho posible más que por
la suya.
El análisis geométrico nos ayuda de este modo a ver
cómo el realismo transformado concibe puntos de vista
que parecen inconciliables. Se ha mostrado en último lu-
gar, que la existencia, en el sentido usual de la palabra,
no puede afirmarse más que del substractun diversamen-
te condicionado llamado objeto y de ese otro substractun
sobre el cual se ejercen acciones variadas llamado sujeto;
mientras que los efectos ejercidos por ellos recíprocamen-
te uno sobre otro, conocidos como percepción, son cam-
bios que no tienen existencias trar.sitorias. En el diagra-
ma vemos semejantemente, que las existencias permanen-
tes son el cubo y la superficie, mientras que la imagen
proyectada que varía con cada cambio de las relaciones
entre el cubo y la superficie, no tiene en manera alguna
existencia permanente. Y como acabamos de ver que el
sujeto y el objeto en tanto que existen realmente nunca
pueden ser contenidos en la conciencia producida por la
cooperación del uno y del otro, aunque estén ambos nece-
HI!RBI!RT SP(:.~CER 22J

sariamente implícitas en ella, así también vemos que ni el


cubo ni la superficie pueden estar nunca contenidos en la
itnagen proyectada por el uno sobre el otro, aunque esta
imagen no pueda existir más que a condición de que pre-
existan el uno y el otro.
§ 474· Y ahora que se ha mostrado la imposibilidad
de toda creencia antirrealista por el análisis directo en los
capltulos precedentes, y que se ha mostrado todavía más
claramente por esta analogía geométrica, la última obser-
vación que nos resta que hacer es que la creencia antirrea-
lista nunca se ha profesa :lo efectivamente. No es más que
un fantasma de creencia que frecuenta los laberintos os-
curos de proposiciones verbales en las cuales se pierden
los metafísicos. Berkeley no fué idealista; no consiguió
nunca arrojar la conciencia de una realidad exterior, y lo
hemos visto bien cuando hemos analizado su lenguaje y
sus argumentos. Hume nunca tu vo la menor duda-sobre
la exis'fencia de la materia o del espíritu; solamente se ha-
bía persuadido a sí mismo de que ciertos razonamientos
debían inspirarle es1 duh. K•nt no fué tampoco en esto
kantista: que el tiempo y el espacio sean meras formas
del pensamiento era para él, como para cualquiera otro,
una proposición verbalmente inteligible; pero una propo·
sición que nunca puede traducirse efectivamente en pensa·
miento y no puede por consiguiente, llegar a ser una
creencia.
Permítaseme, en efecto, insistir aquí de nuevo sobre la
distinción soberanamente importante ignorada por los
controversistas metafisicos entre el acto de pensar aisla.
damente los elementos de una proposición y el acto de
pensar esta proposición misma, la cual consiste en com-
binar los dos términos en la relación propuesta. Si alguien
me dice que una esfera tiene los ángulos iguales, yo pue•
224 PRISCIPIOS DE PSlCOLOGfA

do pensar sep:uadamente en u~a esfera; yo puedo pensar


sei'aradamente en la propiedad de tener los ángulos igua-
les como perteneciente a ciertas figuras y puedo pensar
separadamente en la relación de existencia. Pero, aunque
cada uno de los dos términos sea pmsab/e en sí mismo
como algo que se ha presentado en la experiencia, y aun-
que la relación de coexistencia sea pensable como aquellas
que son más familiares en la. experiencia y aunque, por
ccnsiguiente, esta proposición sea ve• balmente inteligible,
en el sentido de que cada una de las palabras tiene una
significación conocida, sin embargo, la proposición misma
en su totalidad es absolutamente ininteligible. La concep-
ción de una esfera y la concepción de la propiedad de te-
ner los ángulos iguales nunca pueden ser conducidas a
coexistir en la conciencia como sujeto y atributot y si no
pueden ser conducidas a coexistir, la proposición que afir-
ma su coexistencia no puede concebirse y, por consiguien-
te, no puede ser creída. Pues bien; esta confusión de pro-
posiciones cuyos elementos no pueden ser pensados más
que separadamente con proposiciones cuyos dos tér-
minos pueden pensarse en la relación requerida, caracte..
riza todos los argumentos antirrealistas y sus conclusio ..
nes. Cuando el idealista dice que lo que conoce, en cuanto
objeto, es un grupo de sensaciones conocido por su con·-
cienda, la proposicic..n tiene intrínsecamente el mismo ca•
rácter que la que la afirma que los ángulos de la esfera son
iguales. Los dos términos, objeto y conciencia, son aisla-
damente inteligibles y la relación de capacidad considera-
da aparte, es inteligible. Pero la proposición misma, al
afirmar que el objeto reside en la conciencia sin la rela-
ción del contenido al continente, es ininteligible, puesto
que los dos términos no pueden estar combinados en el
pensamiento sin esta relación; ningún esfuerzo puede
HERBERT SPENCER 225

presentar o representar al uno en los limites del otro. Y


si no es posible concebirlo en estos limites es todavía me·
nos posible creer que est.! encerrado aquí puesto que la
creencia, tomando la ralabra en su verdadero sentido,
presupone la concepción.
Aquí en verdad, aún más claramente que antes, po-
demos ver que se da a la palabra creencia significaciones
contradictorias y lo fatales que son las confusiones que
de ello resultan. En el § 42S hemos observado el origen
de una notable ambigüedad en el empleo de esta palabra.
Como tienen en común el carácter de que ninguna razón
puede invocarse en su favor, estas proposiciones, ciertas
hasta el más alto punto, que son implícitas en toda prue·
ba y las proposicior.es dudosas en el más alto punto que
son aceptadas sin prueba son igualmente clasificadas en-
tre las creencias. Aunque, por otra parte, radicalmente
desemejantes, estas dos especies de proposiciones se ase-
mejan en que sus términos están ligados en la conciencia
-en un caso, de una manera indisoluble; en el otro,
débilmente-. Pero ahora, ¡cosa sorprendente!, el an-
tirrealismo aplica la palabra creencia a una proposición
cuyos términos no solamente no tienen cohesión en la
conciencia, sino que no pueden siquiera entrar juntos en
la conciencia, El nombre se da a una proposición marca-
da con un carácter absolutamente opuesto al de las pro·
posiciones ordinariamente designadas por él.
Tan bien que, de hecho, todo sistema antirrealista e's,
no una fábrica de ideas, sino una fábrica de pseudo ideas.
Está compuesto, no de pensamientos digr.os de este nom·
bre, sino de formas de pensamientos vacías de su conte·
nido, Que se haya dicho, con razón o sin ella, que la mi·
tología es una enfermedad del lenguaje, es cierto que la
metafísica, en todos sus desarrollos antirrealistas, es una
TOWO IY
'S
226 PRl:-fCIPlOS Dl! PSlCOLOGIA

enfermedad del lenguaje. Porque todos los desarrollos


antirrealistas wn los resultados de las combinaciones
anormales de simbolos verbales, combinaciones en que
éstos cesan de desempeñar su funci6n propia, que es ex.
presar ideas.
Sin embargo, no debemos olvidar que estas aberra·
ciones complicadas de la raz6n han sido el cortejo obli-
gado de un criticismo legítimo y, a decir verdad, nece.
sario. El realismo grosero reclamaba en el conocimiento
un territorio ilimitado que traspasaba el campo del cono·
cimiento. Al mostrar cuán desprovista de títulos era esta
pretensión, el antirrealismo llegó al extremo de negar al
realismo todo lugar, cualquiera que fuese. La controver-
sia metafísica ha tenido por objeto la delimitación de las
fronteras, y su historia ha sido la de las alternativas rít·
micas que siempre produce el antagonismo de las f•er-
zas, que entrañ•n un exceso, ya del lado de la limitaci6n,
ya del otro lado. Pero, a medida que la diferenciación
del sujeto y del objeto se acerca a su término, las oscila.
ciones llegan a ser cada vez menos fuertes, y en la puri-
ficaci6n del realismo de to~o lo que le es extraño, la con·
troversia concluye as!: el realismo se contenta con afir-
mar que el objeto del conocimiento es una existencia in-
dependiente y el antirrealismo muestra que el conoci-
miento de esta exist•ncia es enteramente relativa.
§ 475· Así se termina nuestro examen de la cuestión
última, Hemos visto, cuando hemos considerado la natu-
raleza de ia filosofía, que alcanza su objeto cuando esta-
blece la conformidad universal. (Primeros Principios, par·
te II, capítulo 1.') Sin embargo, antes de dar un paso ade·
tan te hacia este fin, la filosnfía debe experimentar la vali-
dez de ciertos datos primitivos de la conciencia, puesto
que, antes de que pueda haber un pensamiento, es preciso
HERBERT SPENCBR 227

<¡ue haya algunos datos del pensamiento. Una ojeada ge-


neral nos ha conducido a la conclusión de que la relación
del sujeto y del objeto era un dato de la conciencia que, de
este modo, debe admitirse preventivamente. Aceptado
este dato, hemos proseguido.nuestra tarea que era estable-
cer conformidades hasta que por fin nos encontramos vueJ.
tos al dato original y hemos tenido que considerar si este
dato podía justificarse de una manera absoluta. Los capí-
tulos siguientes nos han conducido, no solamente al resul-
tado de que se armoniza con todos los otros datos de la
conciencia, sino también con el resultado de que toda pro-
posición es absolutamente y de todos maneras, incompa-
tible con ella,
Pinalmente, pues, volvemos a tomar nuestro postulado
aceptado provisionalmente, pero pasado ahora al estad0
de verdad comprobada, Una vez más nos vemos vueltcs
a la conclusión varias veces alcanzada por otras vías de
que detrás de todas las manife•taciones interiores y exte·
riores hay un poder que se manifiesta. Aquí, como antes,
ha llegado a ser evidente para nosotros que si no puede
ser conocida la naturaleza de este poder -si estamos pri-
vados de la facultad de formarnos de ella la más oscura
concepción, su presencia universal es el hecho absoluto
sin el cual no hay hechos relativ~s. Como cada sentimien-
to y cada pensamiento son transitorios-, una vida ento-
ra formada con tales sentimientos y con tales pensamien-
tos no siendo más que transitoria, los objetos entre los
<;uales transcurre la vida, siendo también, aunque menos
transitorios, en camino de perder más o menos lentamen ..
te su individua:idad, aprendemos que la única cosa per-
manente es la realidad incognoscible oculta bajo todas las
apariencias cambiantes •


PARTE OCTAVA

COROLARIOS

CAPÍTULO PRIMERO

PSICOLOGiA BSPBCIAL

§ 476 Las divisiones anteriores de esta obra han gi-


Tado sobre los principios de la psicología considerada
como la ciencia del espíritu en general. Aunque se hayan
citado numerosos hechos especiales y dado ejemplos, sa·
cados, ya de los fenómenos espirituales observados en los
animales, ya de los que el hombre manifiesta, nuestro
fin constante ha sido establecer verdades de aplicación
universal, de formular leyes de la actividad psíquica en
general, sin considerar las formas particulares que revis-
te en tal o cual especie, seg6n que entre en juego tal o
cual facultad.
Pero una vez explorado el campo de la psicología ge·
neral, se abre ante nosotros el campo, mucho más exten-
so, de la psicología especial. Después de la tarea, que
consiste en alcanzar por inducción. principios universales
partiendo de casos particulares y en comprobar deducti·
va mente estos principios, se presenta otra tarea, que con·
siste en explicar por su medio los numerosos casos parti·
230 l'Rll\'ClPlOS DE PSICOLOGÍA

culares que no se han reconocido en la marcha de nues-


tras generalizaciones. La naturaleza de cada fuerza men-
tal considerada como un grupo distinto de actividades de
las cuales gozan tn común un gran número de animales,
es cuestión que pertenece a la psicología especial y muy
alejada de las cuestiones de la psicología general. La
constitución mental de cada ~nimal considerada como un.
agregado de fuerzas parecidas, ajustadas en su naturaleza
y en su grado al modo de vida del animal, es una cues·
tión todavia mucho más especial-una cuya distancia
con relación a las cuestiones de psicologia general es· máS-
evidente. Y todavía se encuentra entre las cuestiones más
especial•• las que se presentan por particularidades indi-
viduales y por las variaciones manifestadas por cada in·
dividuo en el curso de la vida.
§ 477 Del vasto campo encerrado en estos limite• no-
tenemos que examinar más que una pequeña parte. Te-
niendo ahora que seguir la evolución en las formas "u pe·
riores que presentan las sociedades, la psicología especial
del hombre, considerada como la unidad de que están
compuestas las sociedades, solamente deberá esbozarse
brevemente, o, por mejor decir, esa parte de la psicolo-
gía especial que se encutntra en relación directa con)os
fenómenos sociológicos,
Es manifiesto que la aptitud que muestran los hom-
bres para poner en camón sus esfuerzos como miembros.
de una sociedad, presupone ciertas facultades intelectua-
les y ciertas emociones. Es manifiesto que la eficacia de
su cooperación estará en igualdad de circunstancias, de-
terminada por la riqueza y el grado de desarrollo de es·
tas facultades indispensables. Es tembién manifiesto que
si continúan trabajando en común bajo las condiciones
suministradas por un estado social cualquiera, la riqueza
liERHERT SPENCBR 231

y el grado de perfección de estas facultades mentales


puede modificarse y puede resultar de este cambio una
forma modificada de cooperaci6n, que esta forma, en fin,
reobrando sobre la naturaleza, sufrirá a su vez de la ea-
turaleza una nueva reacción. As!, para prepararnos al es·
tudio de la evolución social, debemos tratar diversas
cuestiones referentes a las facultades que pone en juego
y referente a su modo de desarrollo mientras dura la vida
~ocial.
§ 478 En el grupo de corolarios que vamos a reunir
aquí se representarán naturalmente un gran número de
hechos ya invocados e inferencias ya sacadas en el des·
arrollo de los principios generales-no, sin embargo,
bajo los mismos aspectos que antes, sino bajo aspectos
un poco más especiales y con relaciones recíprocas más
o menos nueva9.
Tambitn puedo indicar que si nuestro fin es, en efec-
to, dar cuenta de las facultades humanas que toman par-
te como factores en los fenómenos sociales, no nos será
posible limitarnos absolutamente a las manifestaciones
de estas facultades en los seres humanos. Si no arrojamos
una mjrada sobre algunas de sus manifestaciones en las
inteligencias de los tipos inferiores, no podemos com-
prender su naturaleza esencial o los modos según los
cuales les afecta la vida social.
Para tranquilizar al lector, ya fatigado por numero-
sas explicaciones, puedo c~.ñadir que las exposicionts ne-
cesarias serán comparativamente sucintas. Después del
pleno desarrollo dado a los principios generales en las
divisiones precedentes, se comprenderá, sin muchos de..
talles, la aplicación· que debemos hacer de estos prin-
cipios.
CAPITULO II

CLASIFICACIÓN

§ 479· Antes de tratar, aunque sea brevemente, de las


facultades mentales particulares de una manera sistemá-
tica, tenemos que clasificarlas. La clasificación es aqul
más difícil que de ordinario y apenas si se la puede hacer
de un modo aproximado.
Por más que un quimico pueda estar en la incertidun•·
bre de saber a qué grupo perteneoe un cuerpo, como por
ejemplo, de saber si el silenio es o no un metal, las cosas
de que trata implican separaciones marcadas; si dispo
nemas los animales en clases, las dificulta1es que pudiera
presentar esta tarea no nos im~edirán el que por lo me-
nos marquemos grandes divisiones y subjivisiones. La
evolución de los organismo• tien .l e a producir in<iefinida·
mente separ-.ciones cada_ vez más pronunciadas entre lo~
grandes grupos y entre sus subodinaciones primitivas y
secundarias, por más que, empleando la analogía sumi-
nistrada por un árbol, cada rama llevando sus ramas se·
cundarias y terciarias y así conttnuando hasta sus ra::ni-
ficaciones más delicadas, es siempre P"fecta:nente distin-
ta de sus cercanas. Puede acontecer que 00 sea evidente
a primera vista a cual de las ramas que se tocan pertene.
ce una pequeña ramificación¡ pero un examen más atento
destierra por completo la duja, Pero ahora, llevando más
lejos la analogía tomada del árbol, supongamos que, si·
flERBELtT SPENCER 233

multáneamente a esta divergencia continua y repetida de


las ramas, se ha producido entre ellas un continuo"entre-
eruzamiento. Supongamos que, a medida que divergían
uno de otro, han partido brotes de cada una de ellas des-
tinados a unirlas a los de una rama cercana, y que, ense ..
guida estos dos ramos que de este modo crecen encade-
nados han partido nuevos brotes destinados a unirlos a
otros ramos ya encadenados como ellos unos cun otros,
y así continuando indefinidamente. Claro es que en este
caso sería imposible una clasificación definida.
Este modo de desarrollo es el símbolo grosero del de
los grandes centros nerviosos. Semejantemente hay en
ellos una integración que marcha pari passu con una di fe·
renciación. Pero el desarrollo de las funciones sigue; ne-
cesariamente el mismo curso que el desarrollo de los apa-
ratos. De ello resulta que las funciones que llama facul-
tades o actividades mentales, no se distinguen más que
de un modo imperfecto unas de otras y que no pueda ha-
ber una clasificación de estas funciones como la hay de
ohjetos separados. Verdad es que podemos reconocer di-
ferencias generales como en ]a ramificación por entrecru-
zamiento arriba descrita, podemos decir, de cierta parte,
que pertenece al lado izquierdo o al lado derecho, a la
parte alta o á la parte baja; pero el entrecruzamiento sen·
cilla o doble nos prohibe toda diferenciación precisa.
Despuéi de que hemos hecho constar debidamente el
hecho de que la clasificación muy general que queda po-
sible es buena en los límites que puede extenderse y se-
guramente necesaria; después que hemos debidamente
puesto de manifiesto el hecho de que ninguna clasificación
podría ser específica, creemos poder intentar aquí útil·
mente un género de clasificación completamente distinta.
Sirviéndonos siempre de la analogía empleada, suponga-
234 PI<U\CIPJOS DE P~lCOLO<..JA

m os que nuestro árbol simbólico ha añadido año por añ<>


una nueva capa de ramas divergentes acompañadas de
su~ brotes de entrecruzamiento, y que, así establecidas
las comunicaciones laterales, llegan a ser cada vez más
\,xtensas, de tal suerte, que si en la capa interna más cen-
tral los pares de ramas más próximas son las que única-
mente e&tán unidas en la capa inmediatamente superior
todavía a aquella pares de pares asociadas y así conti-
nuando. En este caso, cada una de las estructuras conte-
niJas en este agrogado, deberán clasificarse aparte com<>
pertenecientes a la primera, a la segunda, a la tercera y
a la cuarta capas; y si cada capa tit:me una función en re-
lación con el resto, será posible clasificar las funciones
como pertenecientes cada una al primero, al segundo, al
tercero y al cuarto orden,
Quizá desaparezca cualquier dificultad que el lector
encuentre en la int~rpretadón de esta exposición por ana-
lo¡;ia, si pasamos, como vamos a hacerlo al instante, al
examen directo de los hechos. Este examen dará su sig-
niücación a nuestro ejemplo hÍmb6lico, al mismo tiempo
que recibirá de él alguna luz.
§ 480. Me bastara recordar el hecho sobre el cual he·
mas insistido tn el capítulo sobre •la composición del es-
pídtu•, es a saber que la primera división que se presen-
ta es la de los sentimientos y de las relaciones entre las
sensaciones' (llamadas comúnmente conocimiento::,). Yo
no tengo necesidad de insistir más en este punto sobre el
h<cho indicado de que esta distinción, aunque fuertemente
marcada, no es una distinci6n absoJuta. Sin embargo, si
nos vemos impulsados a admitir que las facultades men-
tales no pueden dihtinguirse de buenas a primeras máS'
que imperfectamente unas de otras, nos encontramos en·
oituaci6n de discernir una profunda diferencia entre los
Hl.m.BERT E-PE!\CER 235
- - -- ·- - -- --
modos de conciencia, en los cuales los e~tados sensibles
mismos la ocupan de una manera predominante y aque
llos en los cuales la conciencia eetá dominada de una ma-
nera predominante por las relaciones que unen estos es-
tados -de discernir, rligo, una profunda diferencia entre
Jos SENTIMIENTOS y Jos CONOCIMIENTOS.
Si intentamos subdividir estas dos grandes clases, en-
contramos que de tomar rrimeramente Jos CONOCIMIBN-
Tos, pu<den dividirse de una manera general en cuatro
grandes clases inieriores.
Los couocimientos Pre>mlativos, o aquellos en los cuales
la conciencia está ocupada en localizar una sensación im-
presa en el organismo -es decir, ocupada por la relación
enlre el estado mental presente y los otros estados men·
tales que forman la conciencia de la parte afectada, como
cuando uno se ha cortado en un dedo.
Los cot~ocimientos presuJiiiiÍt•os·r.Presenlativos, o aquellos
en los cuales la conciencia está ocupada por la relación
tntre una sensación o un grupo de sensacior:es y las re-
rrnentaciones Ce las otras diversas sensaciones que acom·
pñan a la primera en la experiencia, Esto es lo que co-
mút·mente llamamos percepción-acto en el cual, simul-
táneamente a ciertas impresiones presentadas a la con-
ca.ncia, se producen t:n Ja concit.ncia ideas de otras cier-
tas impresiones ordinariamenle ligadas a aquélla: como
cuando la forma visible y el cclor naranja nos conducen
a dotar a este fruto de todos sus restantes atributos,
Los ccnocimi&Jiios teprcsctdatircs o aquellos en Jos cuales
Id conciencia está ocupadk por las rtlaciones entre las
ideas o sensaciones rtptntntadas, como en todos los ac-
tcs de recuerdo.
Los cottocimimlos dob/tlntflte represettlativos (re·re}rwnla·
tivo) o aquellos <n que la conciencia no está ocupada
236 PRINCIPIOS DE PSICOLOG1A

por la representación de relaciones particulares que ya


están presentadas a ellas, sino por el pensamiento de re·
laciones generales en que está comprendida la repre-
sentación de estas relaciones particulares. Aqul las re·
laciones concretas que han sido en otro tiempo objeto
de experiencia, no ya no son, en cuanto se han hecho ob·
jetos de conciencia, representadas más que incidental-
mente con la relación abstracta que las formula. Las
ideas que resultan de esta abstracción no representan por
si mismas experiencias reales, sino que son los si m bolos
que reemplazan grupos de experiencias de esta naturale
za-representan agregados de representaciones. Pueden,
por consiguiente, llamarse conocimientos doblemente re-
presentativos (re-representativos). Claro es que el proceso
de la representación dob!e es llevado a suo grados supe-
riores a medida que el pensamiento se hace más abs ·
tracto.
Pasando ahora a la segunda gran clase que hemos
distinguido de la primera como constituida por los SEN·
'l'IMIRNTOS, encontramos que se l<::s ruede dividir en cua·
tro clases secundarias paralelas.
Los sentimientos presmtaltvos ordinariamente llamados
sensaciones, son los estados mentales en los que, en lu-
gar de mirar una impresión corporal como una impre ·
s1ón de esta naturaleza o como localizada aqui o alli, la
consideramos como un placer o u 1a pena; como, por
ejemplo, cuando respiramos un perfume.
Los sentimientos presentativos·represettlativos, que abra·
zan una gran parte de lo que Jlamamos comúnmente
emociones, son aquellos en los cuales una sensación o
un grupo de sensaciones r de ideas t:xcita una vasta agre-
gación de sensaciones presentadas, en parte debidas a
nuestra experie~cia individual, pero que traspasan en una
HEHBERT SPE:-;'CER 237

mayor parte la experiencia individual en profundidad, y


por consiguiente son indefinidos. Puede servir de ejemplo
la emoción de terror. Al mismo tiempo que ciertas impre-
siones causadas sobre nuestros ojos o nuestros oidos o so.
bre unos y otros, se recuerdan a Ja conciencia innumera-
bles sufrimientos de que tales impresiones han sido en otro
tiempo antecedentes, y cuando la relación entre tales im·
presiones y tales dolores ha sido habitual en la raza, las
ideas definidas de los dolores que ha suministrado la expe·
riencia individual están acompañadas por las penas ;ue
resultan de la experiencia heredada, sensaciones vagas que
podemos llamar representaciones orgánicas.
Los sentimientos representativos comprenden las ideas de
Jos sentimientos clasificados atrás cuando se evocan inde·
pendientemente de las excitaciones externas apropiadas.
Los sentimientos asi representados pueden ser sentimien·
tos simples de la clase de los que se han nombrado al
principio como sabores, colores, sonidos etc., o senti.
mientas imp!ejos de la clase señalada en último lugar. Se
encuentran ejemplo de ello entre los sentimientos que ani-
man el estilo del poeta descriptivo y son evocados en el
espirito de ;us lectores.
Los se11timientos dob/emeule representativos, grupo bajo el
cual se comprenden los estados de sensibilidad más com·
piejos, que son más bien el resultado indirecto o reflejado
de las excitaciones exteriores que el resultado directo de
esas mismas excitacines. El amor a la propiedad es un s<n·
timiento de esta especie. No se despierta con la sola pre-
sencia de algún objeto especial sino por todos los objetos
en general suceptibles de ser poseidos; y no viene de la
sola presencia de tales objetos sino de una cierta relación
ideal de estos ubjelos con nosotros. Resulta no de la
representación de las ventajas que sacamos de la posesión
23d PRI \" CIPIOS DF. PSICOLOGÍA

de esto o de aquello, sino de la representación de las ven·


tajas de la posesión en general, no está compuesto de re·
presentaciones concretas sino de la idea abstracta de una
multitud de representaciones concretas y asi es doblemente
representativo. Los sentimientos más elevados, como el de
la justicia, son todavía mh completamente de esta natu-
raleza, Aquí el estado de sensibilidad está compuesto de
estados qne son por sí mismos entera o casi enteramente
representativos.
Un examen crítico de estos grupos establece que no
son susceptibles de una distinción definida, Esta imposibi-
lidad de fijar límites precisos que presentan aún los dos
mismos grupos primarios, se presentan mucho más evi ..
dente por los grupos secundarios y llega a ser cada vez
más sorprendente a medida que uno se eleva a los grupos
superiores. Si examinamos la sensación más simple o el
sentimiento presentativo, no podemos desembarazarlas
de sus simultaneidades representativas que están implici·
tas a la vez en su individualización como tal. y cual y en
su localh.ación en el tiempo y en el espacio. Si pasamos
a la percepción ~propiamente dicha, nos encontramos con
innumerable grad~ciones en las cuales la cantidad de ele·
mentas representados aumenta proporcionalmente con la
cantidad de elementos presentados. Cuando después de ha-
ber agotado todos los elementos presentados entramos
en la región de los conocimientos puramente representa-
tivos, nos elevamos por grados a representaciones dobles
cada vez más altas. Otro tanto sucede con ~os sentimien ·
tos. La cantidad de sentimiento representativo que acom·
paña a un simple sentimiento presentativo es infinita·
mente variable; testigo la diferencia que hay entre el
contacto de una piedra y el olor del heno de los cuales
el primero recuerda otros sentimientos en cantidad in-
HER.BERT ~PENCER

apreciable, y el segundo puede producir una onda decidi-


da de emoción agradable. Y en la región de los senti-
mientos qu~ no contienen ningún elemento presentativo,
hay un tránsito gradual a aquellos en los cuales el carác-
ter de representación doble es el más acentuado. Pero,
aun reconociendo plenamente el hecho de que la concien-
cia es un plexo entreverado que no puede cortarse en par-
tes sin incurrir más o menos en lo arbitrario; aun reco-
nociendo plenamente ese otro hecho, de él derivado, de
que la clasificación aqui esbozada presta el fhnco a criti.
cas como aquellas a que están expuestas las clasificacio·
nes concebidas de otra manera, se debe observar que la
clasificación, según su grado de aptitud representativa,
aplicable a los conocimientos y a los sentimientos, se ha·
lla especialmente adaptada a nuestro designio actual. He
aqui varias razones de ello.
§ 48r. En primer lugar, suministra una medida de
la evolución considerada bajo su aspecto más extenso.
La aptitud representativa implica un grado proporcio.
na! de iutegración. El número de estados representados
ligado en el pensamiento con un determinaio estado pre-
sente, crece con el desarrollo de la percepción. La validez .
de una generalización aumenta, en igualdad de circuns-
tancias, con el número de percepciones integradas en esta
generalización. La amplitud del pensamiento aumenta
tambien según el número de generalizaciones cortas (cada
una de ellas es representativa), integradas en una genera-
lización vasta (que es doblemente representativa). Hay,
pues, en la aptitud representativa una medBa del grado
de unificación del conocimiento.
A1emás, la aptitud representativa y la determinació11,
varían, en jgualdad de circunstancias, en la misma pro·
porción. Si un niño confunde la p y la q, o si un pintor
240 PRINCIPIOS DE PJ~COLOGJA

de muestras pone, como sucede algunas veces, los trazos


gruesos de la M o de la W donde debiera poner los finos,
esto supone que la representación mental de una forma
presentada anteriormente, es todavia vaga; mientras que
un artista que dibuja un retrato de memoria, prueba que
se representa la figura con mucha netitud. Asimismo, si
analizamos los errores de cálculo o de razonamiento, en•
contramos que nacen de los vacios de la representación;
las relaciones entre los estados de conciencia no son vista 8
porque la conciencia no es definida.
La aptitud representativa es también una medida de
la complejidad. Observemos algunas de las gradaciones.
He aqui un perro estúpido que no reconoce a su amo más
que· cuando le siente. He aqui un perro inteligente que
recuerda bastante bien cómo están combinados los nume-
rosos atributos visibles de su amo para distinguir a éste
por la vista de otras personas. He aqui un médico que,
además de que es capaz de esta individualización, reco-
noce los sintomas de una enfermedad, y que no solamen-
te ve en su pensamiento las visceras de su enfermo, sino
también dónde está la lesión y cuál es. Si ·comparamos
estos casos, será claro para nosotros que la aptitud de la
conciencia para ·la representación crece al mismo tiempo
que su complejidad. Además, la aptitud para la represen-
tación no mide solamente la complejidad que muestra la
intricación de los elementos de la misma naturaleza,
como en los matemáticos, que, de las verdades concer-
nientes a las curvas particulares, pasan a las verdades que
conciernen a los grupos de curvas, después a otros que
conciernen a grupos semejantes, sino que también mide
esa otra complejidad que implica la heterogweidad creciente
de los elementos. Testigo: el progreso realizado de la con.
cepción que se forma un aldeano de la tierra a la que de
ella se ha formado un geólogo que ha viajado.
IIERBERT SPEXCER 241

Aplíquese, de la misma manera, lo que se acaba de


decir a los sentimientos. En ellos también la integración
creciente, la determinación creciente, la heterogeneidad
creciente de la composición, tie:oen, semejantemente, por
medi;la la extensión hasta donde han sido llevadas la re-
presentación y la representación doble. Todo esto llegará
a ser evidente para quien quiera arrojar una nueva ojeada
sobre las definiciones de atrás.
§ 482. Si después de haber observado cómo el grado
de aptitud para la representación mide el grado de evolu-
ción, definida bajo su forma más general, observamos
cómo la misma medida se aplica a la evolución mental,
en cuanfo, como hemos indicado, afectada, veremos tam-
bi¿n con más claridad qut: es propio para suministrarnos
una regla general.
Es completamente evidente que el desarrollo de la
percepción implica una representación de sensaciones;
que el desarrollo del razonamiento simple implica una
representación de percepciones, y que el desarrollo del
razonamiento complejo implica una representación de los
resultados del razonamiento simple. De suerte que el ale-
jamiento, a partir de la sensación, aumenta con la ele va·
ci6n intelectuaL Y si la génesis de las emociones se pro~
duce como hemos descrito, entonces, evidentemente, las
fases son las siguientes: por de pronto, sensaciones sim.
pli!s, luego sensaciones com ~ inadas con sensaciones re·
prt:sentadas, después representaciones de estos grupos
representativos, no siendo posible cada grado superior más
4ue por un grado inferior antecedente.
Examinemos el asunto desde el punto de vista concre-
to; comparemos las actividades mentales dd niño, del sal-
vaje y del hombre civilizado, en sus diversos grados te
cultura, Un niño que mira y se esfuerza por coger todo
TV)IO IV
242 PRINCIPIOS DE PSICOLOGfA

lo que ve y que pone en su boca todo lo que está a su al-


cance, nos muestra una conciencia en la cual dominan en
gran parte los sentimientos presentativos. El niño algo
mayor que despedaza sus Juguetes, que edifica castillos
con naipes, que pega a su trompo, que amontona flores,
chinas y conchas, lleva una vida intelectual puramente
perceptiva; los sentimientos presentados están aquí aso-
ciados a los sentimientos representados que forman el CO·
nacimiento de las propiedades y de las acciones de los ob-
jetos ambientes, y lo que exige una representación más
alta, corno las pequeñas escenas a que dan lugar las m u-
ñecas y las casitas, e¡:;tá limitada a las acciones observa-
das en el interior de la misma casa. En el niño todavía
mayor y en el salvaje, la representación es más extensa;
sin embargo, h. o traspas& mucho las experiencias concre-
!as muy vastas que han descubierto más vastas esferas
de actividad, Las aventuras, los triunfos de fuerza y de
destreza: he aquí lo que surnistra un alimento a !a con-
versaci6n del hombre no civilizado y a los castillos en el
aire de la juventud; las representaciones están limitadas
en la práctica a los asuntos individuales, Sólo cuando se
acerca la madurez encontramos en un pequeño nómero
de hombres civilizados un grado bastante elevado de re-
presentación para pasar a la representación doble como
la <¡,ue agrupa los modos particulares de la actividad hu ·
mana bajo verdades generales. Si elevándonos a la activi-
dad intelectual del tipo superior tomarnos como ejemplo
un hombre de Esta~o, encontrarnos que, ordinariamente,
está absorto por un pensamiento altamente representati·
vo. Para saber qué respuesta dar a un despacho es precLo
imaginar un gran número de intereses y de influencias;
en una medida que se proyecta, la representación de las
fuerzas de los partidos de la opinión popular, de la critica
HERBBRT SPBNCER 243

de la prensa, influye sobre la decisi6n, y en un discuno


<¡ue justifica esta medida, se computan los inconveniente:;,
las ventajas y las dificultades, cada uno de cuyos actos es
una representación doble de un gran número de resulta-
dos agrupados de observaciones implejas.
Podemos volver a trazar en la otra mitad de la natu-
raleza humana diferencias semejantes a éstas. Con les
placeres y los dolores de la sensación no hay en el niño
de teta ninguna otra cosa que vagos sentimientos de re-
gocijo, de tormento y de temor; qu~ emociones que tras·
pasan poco las represer>taciones directas de sens~ciones
corporales que vemos manifestadas por los tipos inferio-
res de animales. Emociones más complejas, como el amor
a la alabanza y el amor a la propiedad, entran en juego
en el niño un poco más desarrollado; son del orden de
las representaciones dobles. Con posterioridad comenza-
mos a ver las emociones más elevadas, en las cuales en~
tra una parte de simpatia; la preocupación de la salud de
otro, ordinariamente bastante rara en los primeros años
de la vida, se manifiesta con más frecuencia. Las razas
humanas inferiores siguen de una manera permanente en
esta fase primitiva. Las emociones doblemente represen·
tativas excitan raramente en ellas otra cosa que un sen-
timiento de justicia completamente rudimentario. Pero
en el hombre civilizado o en general en cualquiera forma
superior de la humanidad civilizada, la pasión por el bien
público, llevada a las veces hasta los sacrificios persona-
les más absolutos, llega a ser un rasgo frecuente, Aquí
los pensamientos altamente re-representativos producen
emociones altamente re-representativas. Desdeñando las
cosas simples que les rodean y que casi únicamente in te.
resan al vulgo, los espíritus más desarrollados por el lado
de la emoción como los que están más desarrollados por
244 PRINCJPIO~ UE PHCOLObÍA

el lado de la inteligencia, e&tán llenoa de imágines en las


cuales llega a su máximum el grado de representación
doble,
§ 483, Así, pues, en los capítulos siguientes, en los
cuales tenemos que sacar, de principios generales, los
corolarios particulares concernitmtes a la naturaleza hu·
mana en su ovolución social, el grado de aptitud repre-
sentativa será nuestra medida-tipo del grado de evoiu--
ción,
En el próximo capitulo mediremos por este medio los
rasgos dominantes del desarrollo intelectual en cuanto
afecta a la civilización y es afectado por ella. En los ca·
pitulos subsiguientes trataremos de la misma manera del
desarrollo emocional que acompaña al desarrollo inte·
!ectual,
CAPITULO Ill

DESARROLLO DE LAS CO>ICEPCIONES

§ 484. Durante las primeras fases del progreso huma-


no, las circunstancias, en cuyo medio viven las familias
errantes y las pequeñas aglomeraciones de familias, su-
mini!,tran experiencias comparativamente limitadas en
número y en variedad, y, por consiguiente, no puede ha-
ber en este momento ningún ejercicio considerable de las
facultades que adquieran el conocimiento de las verda,les
generales que se desprenden de r.umerosas verdades part;-
colares.
Que se suponga la repetición perpetua de la misma
experiencia; entonces la potencia de la representad6n
está limitada a la representación en idea de esta expe-
riencia. Q,:e se den dos experiencias diferentes frecuente·
mente repetidas, y llega a ser desde entonces posible dis'
.cernir en sus representaciones lo que tienen de común;
de acto que implica toda••ía que la facultad representativa
puede sostener las dos representaciones presenta1as a la
conciencia; aptitud que no paede, a su vez. tener naci-
miento más que después de los numerosos retornos de las
dos representaciones. De un modo semejante, es claro
que, sólo después que se han recogido numerosas expe-
riencias de diferente naturaleza, pero marcadas con algu-
na relación común, puede darse el primer paso hacia la
246 PRINCJPlOS DH P~ICOLOGlA
--- --~--------~

concepción de una verdad más alta en generalidad que


e~as mismas diferer.tes experiencias.
Digo con intención el primer paso, porque una sola se-
rie de semejantes comparaciones no suministra Ja con·
ciencia de una •erdad de un grado más general. Es pre-
ciso que se hayan recogido otras series de experiencias
particulares, entre las cuales se disciernen otras relacio-
nes constantes aotes de que llegue a ser posible una con-
cepción semejante, porque una concepción semejante n~
puede ser disociada de otro modo de una serie particular
de experiencias diferentes y mirado como una verdad
perteneciente a una clase de verdades presentadas sepa-
radamente en otras series.
Cada paso en este sentido implica un gran aumento-
del poder de representación. Evidentemente también, e}
hábito de representarse verdades en un grado débil de
generalidad debe continuarse largo tiempo y las estructu•
ras nerviosas correspondientes desarrollarse mucho ante,;
de que muchas verdades generales de este orden puedan
representarse de manera que se haga comprensible la ver-
dad todavia más general que les es común, pue&to quct
esto implica una represent~ción de representaciones.
Siguese, por consiguiente, de Jo dicho que, en el curso-
del progreso humano, las ideas no pueden nacer más que
en la medida en que las condiciones sociales hacen m á!<
numerosas y más variadas a las experiencias, mientras 4ue
al mismo tiempo se observa que las condiciones sociales
mismas presuponen algunas ideas generales, Cada pas<>
adelante hacia una generalidad de ideas más elevadas ofre-
ce un medio de mejerar y de extender las cooperaciones
sociales, y cada uno de estos pasos hace las experiencias.
más numerosas, más variadas, más complejas y procedien-
do de un campo más •xtenso, Y entonces, cuando están or·
HERBERT SPENCER 247

ganizadas las experiencias correspondientes, nace la posi-


bilidad de ideas todavía más elevadas en generalidad y
como una nueva evolución social.
§ 48S. Una potencia de representación poco desarro-
llada supone una falta de aptitud para reconocer los pro-
cesos que emplean un largo tiempo en completarse; no se
perciben las secuencias largas.
Los hombres inferiores que no distinguen los interva·
los de tiempo más que por las migraciones de los anima-
lo' y la tloraci6n de las plantas, y no son siquiera capaces
Je contar bastante bien el tiempo para medirlo por lunas
a alg•ma distancia en el pasado, no tienen ningún medio
de calcular secuencias más largas que las de las estaciones.
Y la vida que llevan no les suministra ningún motivo para
cálculos de esta especie. Por lo mismo que se reunen, por
lo mismo que se congregan en comunidades capaces de
acumular experiencias tradicionaies y para el momento de
conservar recuerdos, los hombres pueden encontrc:.r ven·
tajas en establecer conexiones entre antecedentes y conse-
cuentes, separados por un largo intervalo de tiempo, por
ejemplo, los que se presentan en la naturaleza ambiente,
en la vida individual, en los asuntos sociales.
Aquí, pues, como ante.:>, b at">titud para la representa-
ción de pensamientos capaces Ue compren1er los proce ..
sos naturales que no se acaban más que en largos períodos•
no puede tener nacimiento más que por grados a medida
que la civilización march1, la facultad en vía de crecimien-
to y las condiciones favorables a este crecimiento que ejer-
cen perpetuamente acciones y reacciones reciprocas. SóJo
después de una reuni6n considerable de observaciones de.
liberadas puede haber una concepción del año astronómi·
co en cuanto periodo definido que vuelve con regularidad.
S6lo d espuéa que ha llegado a ser fácil la numeración y se
248 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

ha constituido un estado social donde se han conservado


registros de un género particular, pueden obtenerse con-
cepciones definidas que abrazan varios años, no siendo to-
davla susceptible de un conocimiento anticipado la dura-
ción de la misma vida humana.
Cumo la longitud de las secuencias previstas depende
de la longitud de las secuencias !midas nuevamente a la
memoria; como unas y otras dependen de la larga conti-
nuación de las condiciones sociales favorables que hacen a
la vez posi91es los recuerdos y las facultade3 capaces de
reunir en haz los fenómenos objetos de los recuerdns,
esto es lo que vemos fácilmente en la ciencia y más espe.
cialmente en la astronomía. Y lo qu·~ aquí es verdad lfJ es
en principio general.
De lo dicho resulta que el hombre primitivo no tiene
más que muy poca previsión y no muestra ninguna tenden-
cia a proveerse para contingencias lejems. Hasta el mo-
mento en que el desarrollo social haya permitido registrar
los acontecimientos de manera que se puedan reconocer
las contingencias lejanas; hasta que la sociedad esté uni-
da de manera que no se les pongan trabas a las medidas
adoptadas por el descubrimieato de las contingencia'1 le.
janas, no se puede cultivar la facultad de concebir los re·
sultados lejanos con la vivacidad requerida para emplear
las medi:las oportunas. La aptitud del pensamiento para
la representacion que hace posible la ligazón entre una
causa actual y un efecto alejado en el tiempo, no puede
acrt!Centarse sino poco a poco, al mismo tiempo que las
faciiiolades ofrecidas por una sociedad organizada para
unir en la experiencia esta causa y este efecto. Sólo poco
a poco las anticipaciones sobre el porvenir pueden llegar
a ser eficaces para contrabalancear las impulsiones inme-
diatas.
IIERBERT ~PE:\'CER

§ 486. Experiencias que se han hecho ca1a día más


numerosas, más variada~, más heterogéneas y más com-
plejas a medida que el progreso de la civilización le su-
ministra la ocasión r desarrolla las facultades requeridas
para apreciarlas, tienden siempre a extender las posibili·
da des del pensamiento y a disminuir la rigidez de la creen-
cia: aumenta la modific,Jbil!dzd d' ¡,,creencia.
Como se ha dicho en e! § z53, «la evolución mental,
a la vez intelectual y emocional, puede medirse por el
alejamiento a partir de la acción refleja.. En la acción
rtfleja, que es la acción de los aparatos nerviosos que
efectúan coord-:::naciones en p"::!qneño número, simples y
frecuentemente repetidas, el estado nerd :so consecu::nte
sigue irresistiblemente al estado nervioso antecedente, y
esto no solamente porque la descarga sigue un canal per-
fectamente abierto al paso, sino tamb1én porque no hay
otro canal en que e! paso sea igualmente p:.sib!e. De este
grado, en que la, vida psíquica está re3tringi la de un• ma·
nera automática en lo~ límites más e'ltrechas, hasta los
grados superiores, en que ia cnmplejid::t.d nerviosa creciente
permite una variedad creciente de acciones y hace posibles
combinaciones nuevas, el proceso se prosigue sin cambiar
<lenaturaleza; y se prosigue sin cambiar de naturaleza, a
medida que pasamos del estado salvaje al del hombre civi·
lizado. Porque allí donde la vida suministra experiendas
raras y poco variadas-allí donde ta esfera restringida en
que se agita no deja naJa que conjeturar de las numerosas
combinaciones de fenómenos que se encuentran en otra
parte, el pensamiento sigue irresistiblemente uno u otro de
los canales en pequeño número que las experiencias le han
abierto-, no pu..,de determinarse a tomar otra direcció:t
cualquiera, supuesto que !e faltan otros canales. Pero, a
medida que la civilización que mar~ha aporta a cada
250 PH.lt\'CIPIOS PE PbiCOL0<..>1A

hombre expedencias más null)erosas, a&i como también


montones de experiencias adquiridas por otros hombres
en el presente y en el pasado, las conexiones de ideas
multiplicadas que de ello resultan, implican posibilidades
de pensamientos también siempre multiplicadas. Las con·
vicciones, en un gran número de casos, pierden su fijeza.
Otras causas, que las causas a que ordinariamente se ha
recurrido, llegan a ser concebibles; otros efectos pueden
imaginarse siguiéndose una variabilidad creciente de opi·
nión. Esta modificabilidad de opinión alcanza su máxi-
mun en lolj hombres sometidos a una alta cultura, cuyas
numerosas experiencias contienen numerosos descubrí·
mientos de errores y cuyo pensamiento está dotado de un
poder de representación bastante grande para tener habi·
tualmente presentes las diversas posibilidades de error,
como constituyendo una razón general para buscar nue-
vos claridades y someter sus conclusiones a una nueva
revisión.
Si arn.jamos una ojeada sobre la serie de los diferen·
les modos de pensamiento que presenta la civilización,
comenzando por el salvaje, qut asaltado por la idea imagi-
naria de que un objeto es un encanto o un presagio, per..
manece en seguida firmemente fijo en esta creencia, y
concluyendo por el hombre de ciencia, cuyas convicciones
inqutbrantables cuando tiene la conciencia de una evi·
dencia largamente acumulada, son, sin embargo, bastante
flexibles para cambiar alli donde la evidencia, aunque
abundante, no es todavía aplastante, veremos c6mo un
•wnento de libertad en el pensamiento es simultánea con
la actitud representativa surerior que acompaña a los más
altos grados de evolución mental.
§ 487. Además de que es relativamente simple, reJa.
tivamente pobre y relativamente rígido, el pensamiento
HERDERT SPE(".;'CER 251

se halia todavía marcado en sus f••es más humildes por


otr0 carácter, cual es el de que está limitado a concepcio-
nes concretas: las co~tctpcio~tes abstractas le son imposibles.
Si se considera de nuevo lo quo se ha dicho más arri·
ba referente al orden necesario de los grados ascendentes,
que van de un pequ<ño número de grupos restringidos de
experiencias a grupos compuestos de aquello•, en el cual
se distinguen verdades de una gran generalidad, y así
continuando, a grupos cada vez más extensos, se verá que,
allí donde las experiencias son simples y poco variadas,
los términos del pensamiento deben ser cosas y acciones
particulares. Sólo cuando vienen a reconocerse hechos
generales presentados en común por un gran número de
hechos particulares, pueden nacer concepciones que ten-
gan un carácter proporcional de abstracción-concepcio-
nes que ofrecen la particularidad de que el objeto del pen-
samiento no es ya un objeto o una acción, sino un rasgo
común a varios-. A un objeto o a una acción evocadas en
la memoria para servir de ejemplo a un atrieuto o a una
relación, se junta la conciencia de un conjunto heterogé-
neo en medio del cual se encuentra también, resulta de
tilo que este atributo o esta relación tiende a disociarse
tn la conciencia de cada un" de los miembros del conjun-
to. Una vez que se han hecho familiares estas abstraccio-
nes del primer grado, se manifiesta la posibilidad de una
abstracción del segundo grado-la posibilidad de recono-
cer verdades más abstractas comunes a varias de estas
verdades menos abstractas-. Cada paso adelante de esta
<Specie, que, como vemos, implica un más alto grado de
1 e presentación simple y de representación dob:e, es una
m~s completa emancipaci6n de la conciencia con relación
a sus estados concretos primitivos. Los términos del pen·
samiento no son ya cosas particulares y actos partic~la-
252 PRINCIPIOS DE PISCOLOG1A

res realizados por ellos; Jos caracteres generales de las


cosas y de las clases de las cosas mismas, y las fuerzas
grnerales puesta!ll en jue¡;o por ellas, se conciben cada
vez más distintamente, consideradas separadamente de las
acciones particulares.
Después de un cierto período de este progreso, la con·
cepci6n de una propiedad y de una causa llega a ser posible
de imposible que era. Hasta que so hayan abstraído de las
cosas que las poseen un gran número de propiedades par·
ticulares, no puede obtentrse nada semejante a la concep·
ción de una rropiedad en general considerada separada-
mente de las prcpiedades particulares; y solamente des·
pués que se han separado en el pensamiento un gran nú·
mero de causas particulares de las clases de acciones que
les sirvan de ejemplos, es como puede formzrse algnna no-
ción de una causa general.
Será evidente, por consiguiente, que el pensamiento
primitivo que a cada consecuente concreto asigna un an•
tecedente concreto (si llega a asignarle una) no lo hoce
por elección, sino por necesidad. Es preciso que baya una
acumulación de experiencias más numerosas, más varia-
das, más heterogéneas; es preciso que haya un aumento
gradual correspondiente de la organización y de la facul·
tad correlativa que tiene el pensamiento de representarse
las co•as antes de que puedan obtenerse los 6rdenes, aun
Jos más humildes, de estas concepciones que distinguimos
como Científicas. De un modo semejante, es claro que Jas
concepciones que distinguimos como religiosas, pasan ne·
cesariamente por esca)ones paraJe Jos. Del demonio, que es
pensado por el salvaje bajo una forma tan concreta como
el enemigo contra el cual combate, hasta la conciencia
más abstracta de una potencia universal a la cual han lle·
gado un pequeño número de hombres dispersos, hay un
254 PRINCIPIOS DE PSICOLOGIA

hora y de dia en dia nada tienen de uniformes; su dife-


rencia es con mucho su rasgo más aparente. Por más que
las piedras que se lancen y las flechas que se disparen
presenten ciertas unifcrmidades de ~ecuencia; por más
que, después del ascenso, ha ya el descenso, y después del
movimiento, el reposo, las relaciones de los fenómenos
no son con todo las mismas en ambos tasas; las alturas
alcanzadas, las curvas de•cri!as y los ti< m pos empleados,
son evidentemente desemejantes. Y puesto que, como
hemos demostrado, una relación general no llega a ser
susceptible de ser pensada separadamente del gran núme·
ro de relaciones particulares que la manifiestan, sino a
medida que se desarrolla la facultad de abstracción, s6Io
a medida que las experiencias cultivan esta facultad Ile·
gan a ser recognoscibles; en cuanto uniformidades, lss
uniformidades de secuencia aun de naturaleza simple. La
concepción no puede extenderse más que mucho más tarde
a las secuencias de duración más largas y a aquellas que
tienen antecedentes y consecuentes más complejos. Si se
exceptúan ciertos movimientos mecánicos bastante raros,
hay muy poca regularidad en los acontecimientos que
constituyen objetu de experiencias. Los animales perse-
guidos por la caza no se conducen dos veces exactamente
de la misma manera. Los individuos de la tribu se con•
ducen más o menos diversamente bajo condiciones seme-
jantes y cada uno es más o menos cambiante. Por más
qae cada especie de plantas suministre sus frutos de •ño
en año en épocas poco diferentes, sin embargo, a falta de
una medida astronómica de las estaciones, una regulari ..
dad como la •1ue ofrecen no es distintamente apreciable.
Y las secuencias astronómicas mismas, aunque ofrezcan
una gran regularidad a las razas civilizadas que han re-
gistrado y analizado los movimientos de los cuerpos ce-
HERUERT SPENCER 255

lestes, no se dejan ver rle los hombres no civilizados, por-


que lo que hay de evidente en la semejanza de los movi.
mientas cotidianos está oscurecido por su desemejanza.
De suerte que si consideramos la vida humana primitiva
en su conjunto vemos que la 11111lti}ormidad de secuencia
es más bien que la nniformBad de secuencia la noción
que tiende a engendrar.
Si después de esta mirada sobre las circunstancias
originales en que se encuentra la raza, examinamos fas
circunstancias aportadas por la c:vilizaci6n, veremos
que, según el grado en que la práctica de las artes des·
arrolla la idea de m<dida, la conciencia de la uniformidad
puede esclarecerse. Porque sólo después que el uso de los
instrumentos destinados a medir las longitudes ha hecho
familiares las ideas de igualdad y desigualdad, que el uoo
de groseros medios para medir los intervalos de tiempo
ha dado las ideas dist-intas de duraciones iguales y des·
iguales y que el uso de la balanza ha hecho definida la
conciencia de pesos iguales y desiguales, sólo entonces
pueden surgir los materiales necesuios paro la concep-
ción de la uniformidad de acciones y de secuencias _que
ahora nos parece tan natural.
Y si no pueden desprenderse uniformidades particu la·
res y clases de uniformidadee, sino a medida que en el
progreso de la civilización y de las artes las generaliza•
ciones y las abstracciones se rr.ultiplican al mismo tiempo
que se desarrollan las facultades capaces de comprender.
las, sigue siendo todavia durante largo tiempo imposible
la concepción de la uniformidad en general, que es la
abstracción de un gran número de uniformidades parti-
culares.
Asi la creencia en un orden inmutable, la creencia
en la ley que está difundida hoy entre los hombres mh
25D PIU:\CJPJOS DE PSICOLOGÍA

cu!tos en toda la e~:tensión del mundo civilizado, es una


crLer.cia de que es absclutamenle incapaz el hombre pri·
mitivo. No b6lo le fallan las experiencias que le suminis-
trarían rnt<.teriales para ebta concepción, sino que tam-
bién ES incapez de pensar ni siquiera una ley, con menos
razón la ley en general. La aptitud indispensable del pen·
samitnto rara la representat:ión no puede adquirirse más
que ror la herencia de los aumentos acumulados de esta
facuil•d sucesivamente org<nizados, y aun ahora no es
¡oosdda en alto grado más que por una muy pequeña mi-
noda.
§ 489. El rrogreso qoe hace el pensamiento o deter-
mmacióu, es ur.o de los e!e:tos concomitantes de la apti.
tcd progresi,·a para la representación que hace posible
u¡:a extensión creciente de la generalizaciún y de la abs-
tracción y faciiita las concepciones resultantes de relacio-
nes constantes de coexiste1~cia y de secuencia.
Las condicione~ suministradas por la marcha hacia
adelante de la civilización, al hacer posible la noción de
uniformidad, hacen al mismo tiempo posible la noción de
Hasta que las medidas del espacio, del tiempo y
cxactil¡¡d,
de la fuerza EStén en uso, no hay nada que pueda cultivar
la conciencia del &justamitn{o dtfinido. Las semejanzas
]'<rcibidas por el hombre primitivo, que raramente aican·
zan la perfecta igualdad que las artes nos colocan en si·
tuación de realizar, no difi<ren netamente para él las ideas
de e.actitud y de inexactitud. Y lo que es verdad de los
atriLutos cornparad{;s, jo ts todavía más de ias relacicmes
comparadas. A falta de procedimientos para medir el
tiempo y la futr.za, no ¡;uede e~tablecerse entre las cau-
&as y los efti..los nu.da que ~e astmtje a conexionts espe~
cíficas. Las únicaticLnexionc:s tsptcíficas observables son
¡as que unen los atributos de cada especie de animales, y
HERBERT SPENCER 257

estos mismos atributos presentan variaciones que luchan


contra la concepción de exactitud.
En consecuencia, el hombre primitivo no dispone más
que de pocas experiencias capaces de cultivar en él la
conciencia de lo que llamamos verdad. El lenguaje mismo
muestra cuán unida estrechamente con la conciencia que
cultiva en nosotros la práctica de las artes, se halla esta
idea. Decimos una verdadera superficie de la misma ma.
nera que decimos una verdadera teoría. La exactitud indi·
ca la perfección de un aparato mecánico, así como tam.
bién el perfecto acuerdo entre los resultados de nuestros
cálculos. Rectitud, dirección, derechura, son palabras que
se aplican lo mismo a los asuntos y a la conducta, que a
los objetos sensibles, y se llama tortuosa lo mismo a una
política trapacera, que a una línea sin regularidad. Las
nociones generales de acuerdo y de desacuerdo, se apli-
can igualmente a dos líneas cuya longitud se compara,
que a dos relatos de un aoontecimiento y, por consiguien•
te, por la falta de experiencias que nos suministran esta
noción general, son imposibles la exactitud de pensamien·
lo y la precisión de lenguaje. No puede existir tl hábito
de expresar las cosas de una manera definida, como tam·
poco Ja comprobación de las aserciones ni el sentido exac-
to de la diferencia que separa el hecho de la ficción.
§ 490. La credulidad es un acompañamiento inevita-
ble de este estado mental primitivo: el escepticismo y el
criticismo ,no pueden llegar a ser habituales. Mientras no
haya concepciones generales claras ni concepciones abs·
tracias claras, y mientras las ideas de ley, de causa y de
verdan sean todavía rudimentarias, no puede haber más
que nociones vagas de probabilidad y de improbabilidad.
Nodones tales no se desarrollan más que paralelamente
con las nociones que acabamos de examinar.
TONO IT
258 PRINCIPIOS L>E PSICOLOGÍA

Porque hasta que experiencias multiplicadas hayan he·


cho familiares ciertas relaciones generales, no puede ha-
her en el pensamiento nada que pueda luchar contra una
relación anómala cualquiera que venga a afirmarse. En
la proporción en que se adquieren las concepciones de
uniformidad y de ley se pueden producir concepciones
opuestas de cosas en desacuerdo con la uniformidad y la
ley; hasta que la conciencia de la causalidad se haya he·
cho distinta, no puede haber ninguna antitesis distinta
entre acontecimientos que tengan causas conocidas y
acontecimientos que no tengan causas conocidas-lo que
es natural y lo que, considerado como sobrenatural, es
creido con facilidad igual.
El criticismo, por consiguiente, aun ese criticismo
espontáneo que distingue la verdad evidente de la false-
dad evidente, no llega a ser habitual más que mientras se
desarr.>llan las potencias intelectuales en general, e in·
versamente, el desarrollo de las potencias intelectuales
que implica la ayuda del criticismo. Y si no puede esta·
blecerse el hábito del criticismo espontáneo sino en tanto
que crezca por su parte la aptitud del pensamiento para
la representación, este hábito debe nacer mucho antes
que pueda obtenerse la aptitud del criticismo consciente
y deliberado, puesto que esta aptitud implica experiencias
doblemente representadas, no solamente de tmiformidad,
de ley, de causa, etc., sino también errores numerosos que
se han descubierto e investigaciones metódicas que se re·
quieren para descubrirlos.
§ 491. En los grados más bajos de la evolución men·
tal, la imaginación es débil y adquiere fuerza a medida
que se extiende el progreso intelectual; esto es lo que ya
hemos dicho al anticipar que cada paso adelante del pro·
greso intelectual implica un incremento de la aptitud
HERBBRT SPBNCER 25?

para la representación. Con todo, aqui esta verdad debe


exponerse en términos más familiares, porque es idea co-
rriente la de que las razas menos adelantadas están en
más alto grado dotadas de imaginación que las razas más
adelantadas. Una de las confusiones de pensamiento que
por sí misma es un ejemplo de una insuficiencia de la fa.
cultad representativa, se encuentra en la creencia de que
la superstición implica una imaginación activa, y que la
la de la decadencia de la superstición tiene por causa la
restricción del vuelo de la imaginación.
Esta confusión de pensamiento ha sido sostenida por
la oposición habitual de la prosa y de la poesia, del hecho
y de la ficción. Muchas obras de literatura de las más dí·
fundidas están llenas de relatos conocidos por falsos y las
.obras que presentan personajes, aventuras, etc., puramen·
te ficticios se encuentran por ello distinguidas como fru-
tos declarados de la imaginación; se ha establecido una
asociación entre la idea de imaginación y la de no-reali-
dad; asociación de donde resulta que la imaginación es
poderosa en todas partes donde la realidad sea débil, y, por
consiguiente, que un pueblo que desarrolla y admite en su
creencia las concepciones más alejadas de la realidad, ma·
nifiesta por ello la más alta imaginación. Sin embargo,
después de lo que se ha dicho arriba, será evidente que la
evolución mental que acompaña a la civilización, hace
a la imaginación más viva, más exacta, más comprensiva
y más rápida. Como ya hemos mostrado, el hábito de pen-
sar bajo forma de objetos concretos y los actos que nos
muestran las supersticiones primitivas son un acompaña·
miento necesario de un desarrollo mental rudimentario y,
como acabamos de ver, la credulidad que suponen tales
supersticiones no puede decrecer sino en tanto que las ex-
periencias estén organizadas en concepciones más nume·
260 PRINCIPIOS DE PSICOLOG1A

rosas, más generales, más ab~tractas, más exactas-con-


cepciones en las cuales la cantidad de cosas adornasas o
imaginadas es mayor y su representación relativamente.
clara.
La aceptación de una proposición en desacuerdo con
un hecho evidente, implica una imagen mental de la re·
lación afirmada o· ~na imagen mental de la relación co•
nocida con la cual está en desacuerdo esta afirmación,
tan débiles que no es percibida la incompatibilidad de la
una con la otra. Si por ejemplo, un cochero de punto, si-
guiendo el hábito de sus compañeros en lugar de seguir
dos hermosas calJes anchas que están en ángulo recto
sigue un zig·zag rectangular que tiene la dirección gene·
ral de la diagonal, su creencia errónea de que tal es el
camino más corto implica que imagina bastante débil-
m"nte la.s relacio11es de extensión para no ver que la suma
de una serie de la~ líneas cortas del zig-zag debe ser igual
a una de las líneas iargas mientras que la suma de la otra
serie de las líneas cortas del zig-zag dete ser igual a la
otra linea larga. Su error no resulta de un exceso, sino
de una falta de imaginación. Y asi de los demás casos.
Un espíritu supersticioso imagina tan vagamet.te lasco-
sas maravillosas que oye referir que le escapan las con-
tradicciones que implican; pero, precisamente en la pro·
porción en que los objetos y las acciones se imaginan
claramente con todos sus caracteres cualitativos y cuanti-
tativos, aumenta la dificultad de creer que pueda encon-
trarse lo que es contrario a la experiencia, y en la misma
proporción es rechazada la superstición.
§ 492, Un nuevo rasgo de desarrollo del poder in-
telectual parece merecer que se hable de él aquí. Como
continuación de la presente sección, señalaré una distin-
ción de una importancia considerable: la que existe en·
IIERBERT SPENCER 261

tre la imaginación reproductiva y la imaginación constructiva.


Volvamos a la doctrina de que el grado de evoluci6n
intelectual puede medirse por el grado de alejamiento a
partir de la acción refleja; recordemos cómo, en la acción
refleja, las combinaciones de los estados psiquicos están
limitadas a las que permiten las conexione• organizadas
y veremos que, en los hombres primitivos, la imagina-
ción puede raramente traspasar la reminiscencia, esto es,
un limite muy estrecho. Mientras que los únicos canales
del pensamiento son los que se han establecido por e"pe-
rit:ncias relativamente simples y de especies poco varia-
das, las representaciones apenas pueden ser otra cosa que
las repeticiones de las sensaciones en su orden origimil.
Pero, a medida que las experiencia~ crecen en número,
en complejidad y en variedad; a medida que se desarro·
llan las facultades capaces de abrazar sus representado·
nes en toda su amplitud, toda su multiplicidad y toda su
diversidad, el pensamiento deja de estar restringido a !os
<:anales establecidos. Cuando la conciencia está haoitual-
mente ocupada por agregados muy complejos de ideas
que están ligados a otros agregados de la misma especie
de maneras muy diversas y por lazos bastante flujos, nace
la posibilidad de combinarlos de otro modo del que son
dados por la experiencia. Adquiriendo una libertad ma·
yor, a medida que alcanzan las fases más altas de com-
plejidad y de diversidad, el pensamiento adquiere tal agi-
lidad que, mediante la ayuda de las más leves sl!ges·
tiones-de las más leves impulsiones precedentes de cir·
constancias accidentales-sus estados altamente comple·
jos entran en combinacione~ que hasta entonces nunca se
habian formado, y a•l es como de ello resultan concep-
ciones que llamamos origitlales.
Por consiguiente-, durante las primeras fases de !a
262 PRINCIPJOS DE P~lCOLOGlA

evolución humana, la imaginación, como es casi exclusi-


vamente reproductiva, es casi incapaz de desarrollar ideas
nuevas. En la esfera, que será más tarde la de la literatu·
ra.> ·u actividad está limitada al relato de los aconteci-
mientos pasados, y las generaciones suceden a otras ge·
neraciones sin invenciones ni descubrimientos. Con el
pro!?re·so de Ja civi1izaci6n, se encuentran cada vez con
más frecuencia pensamientos originales. La literatura y
el arte no son ya enteramente reproductivos; el conoci ...
miento, al dej&r de consistir exclusivamente en relatos
recibidos de los antepasados, aumenta por la adición de
nuevas verdades adquiridhs por imaginaciones originales
y la industria, dejando los procedimientos transmitidos en
otro tiempo, sin modificación de edad en edad, marcha a
procedimientos que son inventados con una abundancia
creciente en correlación con concepciones ignoradas basta
el día.
De la imaginación reproductiva, que es la facultad
más antigua y la menos desarrollada, pasamos, pues,
entre loa pueblos más civili%ados, a la imaginación cons·
tructiva-o, por mejor decir, en un pequeño número de
hombres diseminados entre los pueblos más civilizados-.
Esta, que es la facultad intelectual más alta, constituye
el fondo de todos los órdenes elevado• de perfección inte·
lectual. Y aquí, hay que reconocerlo, podemos ver cuán
errónea es otra de las menores corrientea respecto de la
imaginación. Muy lejos de que la imaginación construc·
tiva sea, como se supone comónmente, un don peculiar
del poeta o del autor de obras de íicción, cabe preguntar
si el hombre de ciencia digno de tal nombre no posee de
ella una cantidad todavía mayor. Mucha de la imagina-
ción desplegada en la descripción de e•cenas y en el re-
lato de aventuras, tanto en prosa como en verso, perte-
HERBERT SPENCER 263

nece a la imaginación reproductora-extraordinariamen-


te viva, quizá, y distinguida por la emoción que la acom-
paña, pero que todavía no tiene más que en pequeño gra-
do el carácter constructivo que suponen las reordenacio·
nes de objetos y de acciones semejantes a las del calei-
dóscopo. Sólo elevándonos al punto aquel donde, bajo
las exterioridades superficiales de las cosas, personas y
acciones, se nos representan 1as particularidades de ca•
rkcter y las combinaciones de sentimientos incesante-
mente cambiantes, donde esas manifestaciones tienen su
fuente, es donde vemo• en ejercicio la imaginación cons·
tructiva en alto grado. Y el poder constructivo de esta
e,.pecie de imaginación no es probablemente mayor en
g•·ado (aunque muy diferente en naturaleza) que aquel
por el cual son descubiertas las verdades más importan•
tes de la ciencia-por estar más alejadas de las experien-
cias sensibles las representaciones simples y dobles im-
plícitas en el descubrimiento de estas verdades.
§ 493. La evolución intelectual, paralela en la huma-
nidad a la evolución social, de la que es a la vez causa y
efecto, es, bajo todos sus aspectos, un progreso de la po-
tencia de represeotación del pensamiento. Porque consis-
ten en representaciones más extensas, más definidas, más
variadas, más implejas que las concepciones de la inteli-
gencia desarrollada, es por lo que se distinguen de las de
la inteligencia no desarrollada. Y es así porque tienen el
carácter común que hay entre ellas en toda la serie de su~
fag,s ascendentes: el cons.nsus que hemos descrito.
Solamente cu~ndo el progreso social acarrea expe-
riencias más numerosas y más heterogéneas, es cuando
pueden desprenderse ideas generales de las ideas parti-
culares y cuando puede adquirirse la facultad de pen·
aarlas. Las relaciones constantes de los fenómenos en
264 P'RINClPIOS DE PSICOLOG{A

el tiempo, que el salvaje no puede observar más que en


secuencias rápidas, no pueden establecerse para las se-
cuencias lentas antes de que se haya organizado la sa-
ciedad. Antes, pues, de este momento, la aptitud del
pensamiento para la representación, necesaria para abra-
zar largos períodos, y las conexiones de fenómenos que
presentan, no encuentra en manera alg ..ma mate.ria para
ejercitarse. La extensión de las experiencias que pro-
ducen asociaciones.de ideas más abundantes y más varia·
das, disminuye la rigidez de la creencia multiplicando las
posibilidades del pensamiento; y esta plasticidad crecien-
te del pensamiento, que acompaña a la aptitud creciente
para la representación continua, a medida que la civiliza-
ción se desarrolla, haciendo las creencias más modifka•
bies, y preoipita así los cambios intelectuales y sociales.
El progreso en la actitud del pensamiento para la repre-
sentación, hace posible un progreso en la facultad de abs·
tracción; propiedades particulares y relaciones particula-
res, llegan a ser concebibles separadas de las cosas que
las manifiestan; en seguida las concepciones de propiedad
en general y de relaciÓ!l en general, llegan a ser cancebi ·
bies, y, a medida que llegan a ser más claras, llega a ser
más fácil pensar las cosas según la m1nera científica,
como resultados de fuerzas que actúan bajo condiciones
determinadas. Semejantemente a la facultad de abstraer,
marcha addante la facultad de reconocer las uniformida-
des, no siendo éstas reconocibles más que cuando las rela-
ciones esenciales son abstraídas de sus simultáneas no
esenciales; y cuanto más so multiplican las uniformidaJes
reconocidas, llega a ser más posible la concepción misma
de la uniformidad, que conduce a la concepción de una
ley universal. El hábito de discernir las semejanzas de
conexión del medio de los fenómenos que las encubren,
HERBERT SPENCEI~ 265

nos suministra una apreciación del acuerdo exacto; las


nociones de unidad y de conformidad, obran y reobran
una sobre otra, y así se desarrolla la idea de verdad si·
multáneamente a la idea de correspondencia. Hasta que
el hecho considerado como una coincidencia entre una
relación establecida y una relación que se ve existir, se haya
distinguido claramente de la ficción, en la cual la coin·
-cidencia baya sido contr4dicha o no ba sido mostrada de
ninguna manera; hasta quo se haya establecido el hábito
de hacer comparaciones para comprobar la coincidencia
afirmada, no puede nacer el hábito de dudar; el criticismo
y el escepticismo no pueden existir bajo una forma clara
más que cuando se han adquiriJo las ideas de exactitud y
de verdad; de suerte que la credulidad no puede disminuir
más que cuando el desarrollo intelectual alcanza una al-
tura considerable. Este progreso en el poder, que tiene el
penslmiento de represen!arse los objetos; que trae consi-
go concepciones más generales y más abstractas; que abre
la ruta a las concepciones de uniformidad y de ley; que
provoca simultáneamente las ideas de hecho exacto y ve·
rificado; que hace, de este modo posible, la práctica de 1
examen deliberado y de la comprobación, y que, a[ mismo
tie;,po, concurre a transformar la creencia, hasta enton·
Ct:Srepentina y fijada para &iempre, en una creencia for-
mada con menos: rapidez y más modificable, es el des-
arrollo de lo que comúnmente llamamos imaginac'ón.
Mientras que en :os grados más bajos de la inteligencia,
Jos objetos y Jos actos concretos contenidos en el círculo
más estrecho de experiencia, son Jos únicos reproducidos
~n el pensamiento, y que la imaginación es casi exciusi-
vamente reproductora, el desarrollo de las conctpciones
<¡ue acabamos de indicar, que implican un vuelo cada vez.
más vasto de pensamientos, cada vez más numerosos,
266 PRlNClPlOS DE PSICOLOGIA

más heterogéneos, más complejos. y ligados conjunta-


mente en combinaciones más VQriadas y menos coheren-
t·.:s, hace posibles nuevas combinaciones de pensamientos;
la imaginación se eleva a la forma constructiva, y hay
una originalidad creciente que se aplica a la vez a las
artes industriales, a la ciencia y a la literatura.
Este consensztS en el desarrollo de las concepciones es,
a bueu seguro, un consensus orgánico. Hay entre ellas una
dependencia reciproca análoga a la que existe entre las
funciones de las visceras; ninguna de ellas puede reali-
2arse eficazmente sin que las otras se realicen eficaz-
mente. Cuán necesario es este consensus, es lo que pode-
mos ver bien entre los menos cultos de nuestra propia
sociedad, y particularmente entre las mujeres de los ran-
gos inferiores.
Los rasgos reunidos que los caracterizan son los si.
guientes: adoptar muy rápidamente creencias que tienen
t n seguida mucha dificultad en abandonar; sus pensa-

mientos están llenos de experiencias particulares y pura-


mente personales a las cuales se junta un pequeño núme-
ro de verdades generales que, por otra parte, tienen una
generahdad poco extensa. Si se expresa ante ellos cual·
quiera concepción abstracta, no pueden separarla del
caso concreto; son inexactos en su manera de obrar como
en su manera de hablar, y basta detestan la precisión;
<.-ontinúan haciendo las cosas como se les ha enseñado,
sin imaginar nunca métodos mejores, por más que se les
presenten como por si mismos; imaginar una hip6tesis y
razonar sobre esta bip6tesis, es algo incomprensible para
ellos, y así les es imposible suspender deliberadamente
su juicio y de pesar las razones en pro y en contra. As!,
pues, los rasgos intelectuales, que son en el hombre pri·
mitivo los resultados, no solamente de la limitaci6n de
HERBERT SPENCER

las experiencias, sino también del poco desarrollo de las


facultades correspondientes, pueden volverse a encontrar
en medio de nosotros en casos en que la vida relativa-
mente pobre en experiencias no h~ cultivado esas facul-
tades hasta el punto en que son susceptibles de serlo en
nuestro tipo.
CAPITULO IV

LENGUAJE DE LAS EMOCIOSES

§ 494· Antes de dar un esbozo del desarrollo emocio·


nal que acompaña, como el desarrollo intelectual esboza.
do en el capitulo precedente, a la evolución social, debe·
mas considerar las diferentes maneras con que los seres
humanos influyen los unos sobre los otros. Además de
los efectos que los signos y las palabras conscientemente
empleadas permiten ejercer sobre el intelecto unos de
otros, hay efectos más profundos en su origen, mucho
más potentes y en cierto sentido más importantes, que
producen inconscientemente sobre la sensibilidad unos de
otros, por las manifestaciones físicas que acompañan a
los sentimientos. La primera clase de efectos operados
por el lenguaje propiamente dicho no es lo que aquí nos
ocupa; pero debemos explicar brevemente la segunda
clase, esto es, los efectos operados, por lo que metafóri-
camente se llama lenguaje de las emociones.
Ya en los datos de la psicología, en los capítulos so·
bre •la cstimulación nerviosa y la descarga nerviosa> y
sobre la cesto-fisiología, hemos establecido las bases de
las cuales vamos a tener necesidad. No haremos más que
aplicar a los casos particulares los principios establecidos
en este momento en general.
§ 49S. Todo sentimiento periférico o central-sensa·
ci6n o emoción-es el simultáneo de una sacudida ner-
HERHERT SPENCER 269

viosa y el resultado de una descarga norviosa que ti<ne


sobre el cuerpo dos efectos, el uno general y el otro par-
ticular,
He aquí cuál es, como se ha explicado más atrás, el
efecto general. El movimiento molecular desprendido
por un estimulo cualquiera en cualquier centro nervioso
tiende siempre a derramarse a lo largo de las lineas de
mt:nor resistencia en la extensión del sistema nervioso,
excitando otros centros nerviosos y suscitando otras des·
cargas. Los sentimientos de todo orden, lo mismo los
moderados que los violentos, que de instante en instante
se elevan en la conciencia, son los correlativos de ond2..3;
nerviosas, que se engendran sin cesar y que sin cesar re·
percuten en la extensión del sistema nervioso, la descarga
nerviosa perpetua, constituida por las ondas perpetua·
mente engendradas que afectan a la vez a las vísceras y
a los músculos voluntarios e involuntarios.
Al mismo tiempo cada especie particular de sentí·
mier.to-sensaci6n o emoción-como localizada en un
aparato nervioso especializado que tiene relaciones deter·
minadas con ciertas partes del cuerpo, tiende a producir
sobre éste un efecto que es particular. La particularidad
puede ser muy simple y constante, como en el estornudo,
o puede ser compleja y variable en amplios limites, como
en las acciones que expresan la cólera. Pero, con todas
las reservas, es incontestable que hay una cierta especia-
Iizaciún de la descarga, que comunica un cierto carácter
distintivo a las modificaciones corporales por las cuales
está acompañado cada sentimiento.
Por consiguiente, en el estudio del lenguaje de las
emociones tenemos que reconocer dos clases de efectos:
los de la descarga difusa y los de la descarga restringida.
Y, además, esta segunda clase debe distinguirse en otras
270 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

dos: los efectos indirectos y los efectos directos; los unos,


que tienen lugar sin motivo, y los otros, que se mani·
fiestan por acciones sometidas al imperio de un motivo.
§ 496. La descarga difusa que acompaña a un sen·
timiento de cualquier especie que sea, produce sobre el
cuerpo un efecto que indica simplemente la existencia de
un sentimiento sin designación de su especie, el efecto,
por ejemplo, de la excitación muscular. Del ligero extre·
mecimi~nto causado por un contacto en una persona dar·
mida, hasta las contorsiones de la angustia y los brinco·
teas de la alegria, existe una relación reconocida entre la
cantidad de sentimiento agradable o desagradable y la
suma de movimiento engendrado. Si por un momento
prescindimos de las diferencias, vemos que, en razón de
las descargas nerviosas que todos implican, los sentimien·
tos tienen el carácter común de causar una acción carpo·
ral, cuya violencia está en proporción de su intensidad.
Vemos el rechinamiento de dientes, los visajes y la con-
tracción <le los puños, acompañar los dolores corporales lo
mismo que a la rabia. Los cabellos se erizan en la c61e·
ra lo mismo que en la desesperación. Se baila de alegria
como se patalea de cólera; análogos efectos se producen
en la angustia moral que en la exaltación deliciosa. Si
queremos comprender cuan esencial es esta relación ge·
neral, no tenemos más que recordar que se manifiesta en
todo el reino animal. Por la violencia de sus movimien ·
tos en el combate o en la carrera, juzgamos que un ani-
mal está bajo el imperio de un sentimiento violento, de
una especie cualquiera, sufrimiento, cólera, terror o cosas
semeiantes, y que cuando los movimientos son saltos sin
objeto y carreras circulares, está poseido de un sentimien·
to de placer.
Entre los músculos habitualmente excitados por las
HERDERT SPF.SCER ~71

descargas difusas se encuentr~n los de los órganos voca-


les, a la vez los músculos respiratorios y los músculos
que contienden la laringe. De ahí el hecho de que el sen·
timiento en general, sin distinción de nattlraleza, está in·
dicado ordinariamente por sonidos que son tanto más
fuertes cuanto es más violento. Los gritos que acompañan
al sufrimiento corporal, no pueden distinguirse en sí mis·
mos de los que acomp&ñan al dolor del alma, y hay 5ri·
tos de angustia como hay gritos de voluptuosidad. La an-
siedad como la alegria prorrumpen en exclamaciones; y
con frecuencia, los ruidos que hacen los niños en sus jue·
gos, dejan a sus padres en la duda de si su causa es el dolor
o el placer. En conformidad con la misma ley, siguese que
los sonidos que se producen al mismo tiempo que los sen·
timientos difieren de los sonidos ordinarios, no solamen-
te estrépito, sino también en altura, apartándose de todos
los medios de una manera más marcada a medida que
aumenta el sentimiento. También se debe notar aquí qoe
esta relación se muestra por los animales. Los sonidos
que hacen oír son siempre signos de la presencia de un
sentimiento agradable o doloroso y de la misma manera
varían con el sentimiento en intensidad y en elevación.
§ 497· Si el rasgo más notable de la descarga difusa
que acompaña a un sentimiento de cualquier naturaleza
que sea es que produce una contracción proporcionada en
fuerza a la intensidad del sentimiento, hay otro menos
saliente, es a saber que. en iguaJes circunstancias, afecta
a los músculos en razón inversa de su importancia y dd
peso de las partes a que están asociados y, por ello, su·
ministran una indicación complementaria de su cantidad.
Supóngase que una onda débil de excitación nerviosa se
propaga uniformemente en el sistema nervioso; la parte
de esta onda que se descargue en los músculos señalará
272 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA
- ---------- ----- - -- - -
más su efecto allí donde la suma de inercia que vencer
sea menos considerable. Los músculos que son gruesos y
que no pueden manifestar los estados de excitación a que
son c!lnducidos más que haciendo mover las piernas u
otras masas pesadas, no suministrarán en manera alguna
signos, mientras que los pequeños músculos y los que
pueden moverse sin tener que sobrepujar resistencias con-
•iderables, responderán visiblemente a esta onda débil.
Se sigue necesariamente cierto orden de excitación para
los músculos que sirven para marcar la fuerza de la des-
carga nerviosa y del sentimiento que la acompaña.
Observemos, por de pronto, cómo los animales que
nos son más familiares, nos suministran ejemplos de esta
verdad, En un perro todavía en reposo, los músculos que
mueven la cola de uno y otro lado, son de los que pue-
den producir un movimiento perceptible después de la
más pequeña resistencia, y también un ligero movimien-
to lateral de la cola es la indicación más visible de un
ligero sentimiento agradable. Asimismo, en el gato, la
movilidad relativa de la cola le hace capaz de suminis-
trar, desde un principio, la indicación del sentimiento na-
ciente, siendo un signo de placer su mayor o menor ele-
vación, y un signo de inquietud las oscilacienes que eje-
cuta de lado. Vemos en el caballo la caída: de las orejas,
que son una de las partes más móviles de su cuerpo, es
una señal de una irritación casi inmediata que va a ser,
sin duda, seguida sobre el terreno, de una coz. Otro tan-
to puede decirse de los movimientos de la cola de un pa-
jarito y del erizamiento del moño de un papagayo.
En el hombre esta ley suministra ejemplos más varia-
dos. Por de pronto, porque los músculos de la cara son
relativamente pequeños y están insertos en partes más fá·
ciles de mover, es por lo que la cara es tan buen índice de
HEI~BERT SPE:-lCER 273

la cantidad de sentimiento-encontrándo;e sus indicacio-


nes excepcionalmente fáciles de leer gracias a la falta de
pelos. Observemos los hechos. Prescindiendo de l~s dife-
rencias cualitativas de las contracciones de los músculos
faciales, inferimos de sus diferencias cuantitativas, diferen-
cias en la intensidad de los sentimientos. Una cara perfec-
tamente tranquila, es considerada como significativa de la
husencia de sentimiento, supuesto que no tenemos ningu·
na razón para sospechar la disimulación que resulta de
una detención intencional de los movimientos naturales.
Una cuntracción muy ligera de los múscuios con un plie·
gue de los ángulos exteriores de los ojos que p"ede j·~n •
tarse con un movimiento apenas perceptible de los múscu·
los que alargaq la boca, implica la existencia de u:>r onda
débil de sentimiento agradable, debida quizá a un pensa-
miento pasajero. Que aumente el placer, la sonrisa se di·
buja, y si continúa creciendo, la boca se entreabre, los
::oúsculos de la laringe y de las cuerdas vocales se con-
traen y los músculos relativamente extensos c¡uc rigen la
rtspiraci6n, al entrar en acci6n, aparece la risa. Si la ex-
citación llega a ser todavía más fuerte en los efectos de la
descarga nerviosa que se desprende, se seguirá el mismo
orden general; los movimientos de la cabeza y los de las
manos, que se ejecutan facilmente, vienen ante!:j que los
de las piernas y dol tronco, que exigen más fuerza. De
suerte que la intensidad del sentimiento agradable sin con.
sideración a su naturaleza, se encuentra indicado no sola·
mente por la cantidad de contracción muscular, sino tam·
bién por su di~tribuci6n. Otro tanto cabe decir del senti-
miento penoso. Prescindamos por un momento de la de·
semejanza de los combinaciones de contracciones que tie·
nen, como veremos, una causa diferente; las señales de
desagrado que la cara suministra, nos m~;estran una gra·
TOMO lT
~74 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

dación paralela. Una ligera aproximación de las cejas se


reconoce como signo de fastidio, Si llega hasta el frunci
miento se com¡:;rende inmediatamente que revela una con·
trariedad positiva. Si se junta a contorsiones de la boca y
a las veces con la acción de los músculos tempor4les que
hace que rechinen·los dientes, denota la c6lera. Y enton-
ces, por más que los músculos vocales y respiratorios su·
fran una acci6n diferente de la qu~ sufririan bajo el efec·
to de un sentimiento agradable, la ley es la misma porque
denuncian excitaciones más fuertes por los movimierJtos
de masas mayores. Cuando, en fin, se llega al furor, los
efectos producidos sobre;los miembros y el cuerpo en ge·
neral conservan el paralelismo. Otro tanto cabe decir en
el fondo de las demás formas del sentimiento desagrada-
ble. Que se eleve de un simple pellizco hasta el dolor cor-
poral más agudo o que recorra las gradacciones que con-
ducen def disgusto a la más profunda tristeza, vemos que
comenzando por los pequeños músculos faciales, los su ·
frimientos positivos y emocionales afectan progresiva·
mente músculos más numerosos y considerables para con.
cluir quizá por excitar la risa histérica o sardónica y con·
torsiones violentas,
Se encontrará una comprobaci6n de este principio ge·
neral si se observa que explica otra serie de indicaciones
que no es del todo explicable en la hip6tesis corriente;
que estos músculos de la cara que denuncian el sentimien·
to han sido destinados especialmente a la expresión, Me
refiero a las indicaciones de los estados espirituales su mi·
nistrados por los movimientos de las manos y de los pies,
Tocar el tambor con los dedos en la mesa es una señal de
impaciencia reconocida, y con frecuencia uu estado de
placer que sobrepuja apenas al equilibrio indiferente, se
denuncia por un movimiento de los dedos de la misma na·
HERBI!RT SPENCER 275

turaleza, pero más suave. Ahora, estirar y desgarrar algo


<¡ue se tiene en la mano, como un guante, por ejemplo,
<len uncia comunmente una agitación que no es, en modo
.alguno, visible de otra manera. Ha~er pitos con los dedos
es también una acción muscular fácil que indica con fre-
cuencia una oleada de ideas· alegres que no encuentra por
el momento otra salida. Esta relación se vuelve a encon-
trar "en les movimientos de las pies. Balancear el pie libre
cuando las piernas están cruzadas una sobre otra, expresa
un buen humor general y a las veces impaciencia; impa-
ciencia que, llegando hasta la contrariedad, s• revela por
una rápida patada sobre el suelo. En estos casos la expre-
<~ión del sentimiento par los movimientos de las extremi-
d.ades se confirma el mismo principio común, es a saber,
<¡ue los músculos que manifiestan menos resistencia para
moverse, son los primeros que denuncian la exf:itaci6n
~ue se eleva.
§ 498. De las descargas difusas o no restringidas pa·
sernas a las descargas restringidas. Lo• efectos especiales
que producen son en parte debidos a las relaciones esta-
blecidas en el curso de !a evolución entre sentimientos
particulares y series particulares de músculos pu<stos or-
dinariamente en juego para su satisfacción y debidos en
parte a las rdaciones cercanas que unen las acciones mus-
culares y los motivos conscientes que existen en el mioma
momento.
Por la descarga restringida que resulta de conexiones
neuro musculares heredadas, el lenguaje natural de una
.de las clases más importantes de sentimientos se diferen.
cia del de otra clase. Porque la descarga restringida :¡ue
<:xteriormente indica cualquier sentimiento particular, es
una descarga que excita parcialmente los músculos que el
11entimiento emplea durante su acci6n positiva. En el§ zr3
276 PRINCIPIOS DE P~lCOLOG!A

se ha notado que el estado emocional que provoca una


acci6n de cualquiera naturaleza, c.s una excitación parcia~
de los sentimientos que acompañan a una acción de esta.
naturaleza, y se ha dado por razón que esto se muestr2>
por el lenguaje natural de los sentimientos. «El temor,
cuando es fuerte, se txpresa por gritos, esfuerzos por es.
capar, palpitaciones, temblores, y estas manifestaciones
son precisamente las que acompañan al sufrimiento" real
del mal temido. La pasión destructiva se manifiesta en los.
ojos por una tensión general del sistema muscular, por re·
chinamiento de dientes y el movimiento de avance de las
uñas, por la dilatación de los ojos y de las narices y por
gruñidos, todo lo cual no son más que formas debilitadas.
d,-: las acciones que acompañan a la muerte violenta de Iac
presa.• Nos resta especificar aqui de una manera más com
pleta las acciones indicadas de esta suerte y determinar-
cómo se explica por ellas la expresión de las pasiones en·
los seres humanos.
En la extensión del reino animal, los sentimientos des ..
agradables son más frecuente y más diversamente excita-
das durante el antagonismo. En los tipos de animales in-
feriores, el antagonismo implica de ordinario el combate
con todas sus 'contiendas y sus sufrimientos, Por más que·
en el hombre haya muchas fuentes de sentimientos peno-
sos distintos que el antagonismo, y por más que el anta-
gonismo mismo no termine en el combate más q~e cuan·
do es llevado al extremo, con todo, como entre los tipos
inferiores de donde derivamos el antagonismo, es el acom-
pañamiento más común y más notable del sentimient<>
penoso y, como continúa acompañándole muy general-
mente en la raza humana, se ha establecido desde el ori-
geP. una relación entre el sentimiento penoso y las accio-
nes musculares que ordinariamente entraña el antagonis-
HERBERT SPRNCER 277
----------- - --------------
·mo. De ahí, esas simu1taneidades exteriores del sen ti.
'!11iento penoso que constituye:> lo que llamamos su expre-
si6n y resultan de contracciones musculares nacientes de
·la especie de las que acompañan al combate real.
Pero ¿cómo explica esto la primera y más general
'marca del sentimit.!nto penoso, el fruncimie-nto de cejas?
¿ Qué tiene que ver el antagonismo y el combate con esa
corrugaci6n de las cejas que, cuando es ligera, puede in-
<licar un sufrimiento insignificante o una pequeña contra·
1"iedad, y que cuando es acentuado puede tener por cau·
·sa un dolor corporal intenso, o un disgusto violento, o
·u na cólera extremada? La respuesta a estas preguntas no
-es evidente; pero, cuando se la encuentre, será satisfac-
.toria.
Si queremos ver un objeto lejano cuando el sol está
en su fuerza, colocamos la mano por cima de Jos ojo~, y
·en los trópicos esta atenuación de la luz en el ojo desti·
nada a obtener más netitud en la visión, es mucho más
·necesaria que aquí. A falta de sombra proporcionada por
la mano o por un S:)mbrero, el esfuerzo para ver clara·
mente bajo un sol brillante está siempre acompañado de
Ja contracción de los músculos de la frente que baja las
.cejas y las extiende hacia adelante, haciéndolas servir asi
para el mismo uso que la mano. El uso de un estuche de
madera de corredera para el telescopio, destinado a pro•
teger el objetivo contra la luz lateral, y especialmente con-
tra los rayos del sol, da el sentido de la contracción de
las cejas cuando la reverberación impide la visión. Aho-
Ta, si nos fijamos en que durante los combates de los ani•
·m ales superiores que ejecutan diversos movimientos de
ataque y de defensa, el éxito depende, en una amplia me·
dida, de la rapidez y de la claridad de la visión; si recor-
damos que la destreza de un tirador de armas se revela
278 PR1NC1Pl05 DE PISCOL0G1A

en parte por su facultad de descubrir instantáneamente er


signo de un mov1micnto que va pronto a verificarse de
manera que pueda prepararse o guardarse o servirse de
él para la ofensiva, y que entre los animales, como por
ejemplo, entre los gallos que riñen, la atención con que·
se espían uno a otro, muestran cuan importante les es.
adivinar• prontamente,· el uno del otro sus movimientos,
será e\'idente que una leve mejora de Ía visión, ccnse-
guida por un medio de apartar el ojo de los rayos del sol,
¡;uede ser con frecuencia de una gran importancia, y aiiL
donde los combatientes son casi iguales, Geterminar la
victoria. No hay verdaderamente necesidad de inferir es·
tas cosas a priori, porque de ello tenemos una prueba,.
a posieriori; en los asaltos es una desventaja reconocida
el tener el sol de frente. De ah!, podemos inferir que. du-
rante la evolución de los tipos de que el hombre es el be-
re~ero más inmediato, debe haber sucedido que Jos indivi-
duos, en los cuales la descarga nerviosa que acompaña a
la excitación del combate, causaba una contracción ex-
traordinaria de los músculos de la frente, tenian en igua-
les circunstancias, más probabilidades para conseguir la
\ ictoria y dejar una posteridad, la supervivencia de los
mejor dotados7 tendiendo a establecer y a acrecentar esta
particularidad en sus descendientes. Se puede encontrar·
un apoyo para esta inducción en el hecho de que el ma-
cho del mono antropoide más formidable que tiene dien-
tes caninos, casj iguales a los del tigre, con mandíbulas
y mús:ulos temporales proporcionados, es notable por
una enorme cresta huesosa supra~orbital, por cima de la
cual, según se dice, extiende, cuando está irritado, un
pliegue de piel cubierta de pelos; que de este modo pro-
duce un fruncimiento, esto es, una sombra eficaz. Pero._
¿por qué esta señal de furor ha de ser también una marca
HliRBERT SPENCER

de dolor fisico o moral? No podemos responder más que,


puesto que los dolores físicos y morales, están en la vida
de Jos animales inferiores y en la del hombre, ligados de
una manera indisoluble a Jos otros hechos que acompa·
ñan al combate, sus efectos fisiológicos están entremez-
clados con los efectos fisiológicos del combate; por más
que el dolor, no menos que el furor, viene a excitar en
~ran número las accioneg musculares que, en el origen,
., han establecido por si mismas para favorecer el éxito
ea la lucha. Yo pienso que las leyes de la asociación jus-
t! !kan esta conclusión.
Otro rasgo de la cólera, cuya significación fisiológica
no es a primera vista evidente, es la dilatación de las na-
rioes. Pero puesto que el combate implica un gran gasto
de fuerza, puesto que un gran gasto de futrza t:xige una
tápida aireación de la sangre, y puesto que esta necesita,
no solamente que los pulmones estén puestos en activi-
dad, sino también que las vias aéreas e"tén muy abierta•,
tiene que acontecer que una distribución de la descarga
nerviosa llevándola "obre los músculos dilatadores de las
narices debe dar una ventaja y debe estar, en iguales cir·
cunstancias, desarrollada por la supervivencia de los me-
jor dotados. Comprenderemos c~aramente la utilidad de
una tal relación neuro·muscular si recordamos que cuan-
do, durante el combate, la boca está llena por una parte
del cuerpo dd adveroario que ha sido cogido, las narices
llegan a ser el único paso que puede ser;ir para la res-
piración, y que entonces, su diiatación es particularmen-
te útil,
Apenas hay necesidad de observar que el choque y re·
chinamiento de Jos dientes, y la retirada de Jos labios,
son señales de cólera establecidas de la misma manera,
porque evidentomente, estos movimientos resultan de ex-
280 PRINCIPIOS OB PSICOLOGÍA

ci.taciones inferiores en grado, pero semejantes en natura·


leza a aquellls por las cuales los animales inferiores al
hombre, y el hombre mismo, combaten, La misma ver·
dad se ~plica al cierre de los puños,
§ 499· Se mostraría sin dificultad que las expresiones
suministradas por la voz de las pasiones destructoras se
explican de la misma manera. Hemos visto que, antes de
elevarse a un alto grado, la descarga difusa excita, entre
los otros pequeños móscuios, los ~ue ponen en juego el
aparato vocal, y que en seguida, a medida que la desear·
ga., baco más fuerte, los sonidos llegan a ser, no sola·
mente más fuertes, sino también más áivergentes de la
altura media. U na vez da ias estas tendencias como re-
sultantes necesarias de la estructura neuro-muscular, se
desarrollarán y se modificarán de manera que sirvan para
la preservación individual. De ahí la explicación del gru·
nido. En un, animal como el perro, que tiene que def<n ·
derse contra ~Iros animales de la misma raza, supone-
mos solamente una tendencia automática :a producir un
sonido cuando se suscita una emoción; desde entonces un
individuo en el cual la descarga nerviosa afecta a los
músculos vocales de manera que provoque en la laringe
un tono de una profundidad no acostumbrada, y excita asi
en un perro que se acerca la asociación establecida por la
experiencia entre un tono profundo y un golpe recibido de
un adversario furioso, semejante individuo causará la alar 4

ma en el perro que se acerca. Al apartar asi a otros pe r eos,


particularmente cuando devore una presa, este individuo
la aprovechará; la tendencia y la aptitud para producir un
sonido bajo en tales ocasiones se acrecentará en la poste·
ridad y el gruñido llegará a ser un signo bien establecUo
y bien comprendido de cólera-que servirá, por fin, de una
manera consciente como de una amenaza.
HgR!JERT SPr!:-.'CER 231

Evidentemente, en el hombre existen relaciones alia-


<las con aquéllas. Tenemos las palabras •gruñido• y «ru-
gido•, que sirven comúnmente para describir la expresión
vocal de una cólera más o menos decidida. Los juramen-
tos pronunciados con una pasión profunda son pronun-
ciados sobre el tono de la base profun1a. Una impreca-
ción murmurada entre dientes lo está siempre en un tono
bajo. Y en todas las multitudes la indignación se hace
ordinarjamente manifiesta por rugidos.
Que la cólera se expresa también vo.oalmente por no-
tas agudas es un hecho cuya verdad está fuera de duda.
Como ya se ha dicho, una onda naciente de sentimiento
que causa una tensión creciente en Jos músculos puede
ajustar el aparato vocal a tonos de una altura o de una
profundidad crecientes. que implican unos y otros una
tensión muscular tanto más fuerte cuanto mayor sea la
distancia a partir del medio. Por cons1guiente, puede pro-
ducirse uno u otro extremo, y con frecuencia se deja sú-
bitamente el uno por el otro. La razón probable por la
cual la cólera en su principio se sirve de los tonos más
bajos y emplea, cuando llega a ser violenta, Jos tonos
más altos, es que los tonos más bajos de la voz media
son emitidos con menos esfuerzos que los tonos más ele-
vados por cima de ella, y que, por consiguiente, impli·
cando un exceso mayor de descarga nerviosa, los tonos
más elevados son naturales a la pasión más violenta. Una
nueva razón para creer que sea así, es que la misma opo·
sici6n subsiste en los otros sentimientos-que mientras
que un gruñido implica un dolor corporal o moral que
no es intenso, la intensidad de uno o de otro do!or está
impl!cita en un grito o en una nota aguda.
Explicaciones parecidas pueden darse de los fenóme-
nos del timbre, que también complica las manifestaciones
202 PR1:-.CIP10S Dh PblCOL OGtA

vocales del sentimiento. La cualidad de la voz que carac-


teriza un estado sereno es la que se produce por las cuer-
das vocales en un estado de flojedad relativa, y el carác-
ter más sonoro de los tonos que expresan un sentimiento
más fuerte, que concluyen a la larga por esa resonancia
metálica que indica una gran pasión, implica una tensión
creciente de las cuerdas vocales.
§ soo. Ademas de estos divtrsos caracteres del len•
guaje de las emociones, en cuanto causado fisiológica-
mente ~n un principio por descargas nerviosas difusas,.
en seguida por descargas nerviosas restringidas no diri-
gidas de urJa manera conscient~:, hay otros producidos.
por descargas nerviosas restringidas dirigidas por moti·
vos deliberados. E~tos complican comúnmente las mani ..
festaciones emocionales, haciendo su interpretaci6n más
difícil. Me rdlero más especialmente a las restricciones
intencionalmente aportadas a las acciones de los 6rJ:anos
txternos con el propósito de ocultar o de disfrazar los
sentimientos. Los sentimientos se~undarios que provocan
e~ta disimuladón tienen un lenguaje que les es propio;
t>te lenguaje es, en multitud de casos, leído con facili-
clad aun por las inteligenL:ias ordinarias, y los hombres
de penetración rápida saben leerlo en casos en que es
comparativamente muy discreto.
Algunos de los más comunes de estos caracter"s son
aqueilos en los que tom:1n parte las manos. Frecuente-
mente una agitación que no se muestra con claridad so-
bre la cara, se denuncia por débiles movimientos de los.
dedos-se arrollará o desarrollará la punta de un man-
dil-, o bien todavia un estado de mala vergüenza bas-
tante oculto, por otra parte, se indica por la dificultad
evidente que se exp::rim~nta en encontrar colocación para
las manos. De un modo semejante el dolor o la cólera,
HERBERT SPENCER 2il3

cuyos signos ordinarios son conscit:ntemente suPrimidos,


pueden indicarse por los puños que se cierran. En los
movimientos de la fisonomía misma se encuentran algu·
nas modificaciones del mismo origen. El hecho de que la
compresión de los labios acompañe comúnmente a la c6 ·
lera cuando no es vioJenta, tiene probablemente su causa
original en un esfuerzo que se hace para impedir que Jos
labios se retiren atrás y se enseñen los dientes, movi·
mientas que son espontáneos en la cólera naciente. Y
además parece probable que esos estiramientos de los
músculos faciales que denunchfn algunas veces la agita-
ción, resultan de fracasos momentáneos en el esfuerzo
que hacemos para impedir las acciones musculares apro-
piadas a los sentimientos presentes. Encontramos una
forma de este lenguaje natural secundario del sentimiento
que nace de esfuerzos intentados para velar el lenguaje
natural primitivo en ciertas relaciones entre la posición
de los ojos y la de la cabeza. Cuando miramos un objeto
coloc~do cerca de nosotros de lado, se obtiene el ajusta·
miento necesario de la mirada, parte volviendo la cabeza,
parte volviendo los ojos, permaneciendo los dos movi-
mientos, el uno con relación al otro, en proporción casi
regular. Movimientos ejecutados según esta proporción
llegan a ser, pues, el acompañamiento natural de la cu•
riosidad franca. Si ahora se desea ver algo de un lado del
campo visual, sin dejar suponer que se ve este objeto, se
experimenta una tendencia a impedir el movimiento tan
aparente de la cabeza y de ejecutar el ajustamiento exi-
gido enteramente con los ojos, que se encuentran, por
consiguiente, vueltos por completo de un solo lado. Asi,
cuando los ojos se vuelven de un lado mientras que la
cara se vuelve de otro, obttnemos el lenguaje natural de
lo que llamamo3 el carácter socat-rón.
284 PRINCIPIOS DE PSICOLOGfA

§ Sor. Hay una nueva serie de complicaciones que


he dejado por completo en silencio; por de pronto, porque
habría introducido confusión en mi exposición si la hu-
biera mencionado más pronto, y luego, por que, como
tiene un origen muy diferente, cae bajo una ley diferente
y casi opuesta. Me refiero a los esfuerzos operados por
los sentimientos sobre el sistema vascular, sobre el aflujo
de sangre que sigue en los centros nerviosos y sobre la
génesis de la energía nerviosa resultante. En numerosos
casos, los efectos secundarios producidos de esta suerte,
obran en sentido contrario a los efectos descritos atrás, y
no es raro que los cambie de todo en todo.
La acción refrenadora del nervio vago sobre el cara~
zón, parece ser causa dominante de estas complicaciones,.
Cuando el sentimiento, sea corporal o mental, agradable
o desagradable, es muy intenso, el nervio vago, s9breexci·
tado, detiene la acción del corazón y causa el sincope.
Vemos aquí que, a concecuencia de la detención repentina
del curso de la sangre en el cerebro y la cesación repenti-
na de las descargas nerviosas, los músculos se relajan y
el cuerpo cae; el sentimiento, en lugar de causar un acre-
centamiento en la acción muscular, paraliza por comple-
to los músculos. Bien comprendida esta explicación del
caso extremo, llega a ser fácil la explicaci6n de los demás
casos. Cuando un sentimiento violento que obra sobre el
nervio vago no detiene absolutamente el corazón, sino que
solamente lo hace latir con más lentitud y más débilmen-
te o las dos cosa. a la vez, tiene que resultar de ello una
postración muscular que es má'1 o menos grande según
que el efecto producido sobre el corazón, sea mayor o
menor. Y así, debe haber un conflicto entre la excitación
dirocta del sisten1a muscular por una descarga que au-
menta con el sentimiento y la relajación indirecta de ese
HERBERT 5.,PENCER 2$5

mismo sistema, causada por la dt:bilitación de la circula-


ción en los centros nerviosos y en los mismos mósculos.
Dos clases de manifestaciones exteriores se encuen ..
tran así explicadas. La prim<ra y más simple, es la dis·
minución de la fuerza. La postración causada por un gran
disgusto, el enervamiento que sigue a la extrema desespe.
ración, la inercia casi absoluta que produce el espanto,
son ejemplos de este efecto. Es este un efecto que se ma·
ni fiesta tanto por la pérdida de la fuerza de los músculos
vocales, como por la pérdid~ de cualquiera otra fuerza.
Porque mientras que en el momento en que las pasiones
no han dttenido todavía la acción del corazón, se expre·
san por gritos y gestos; cuando se produce la postración
del corazón, hay debilidad de la voz al mismo tiempo que
desaparición general de las fuerzas. La otra clase de ma·
nifestaciones, comunmente simultánea de ésta, se encuen-
tra en lus temblores que provocan las emociones violen-
tas. Que la causa general de este nuevo rasgo es la mis-
ma, es cosa que veremos si recordamos que el temblor es
una señal de una desaparición de la descarga nerviosa
gastada en otra parte. Habitualmente, la mano pierde sn
firmeza en la última parte de la vida cuando se van las
energías. Después de una enfermedad debilitante queda
más o menos temblorosa. En la embriaguez, la postrar JO
crónica nerviosa debida a la sobreexcitación, se manifies·
ta semejantemente en que vierte su brevaje al llevarle a
los labios. La parálisis es un efecto todavía más notable
de la misma naturaleza, que resulta asimismo de la falta
de descarga nerviosa. Porque es fácil ver que este defecto,
en sus diversos grados, produce las diferentes intensida·
des del temblor y el entrechocamiento. La actitud de la
pierna extendida se sostiene por las contracciones de
músculos que tiran unos de otros más o menos directa·
286 PRINCIPIOS DE PSICOLOGtA

mente. Si los músculos opuestos reciben simultáneamen-


te ondas de movimiento molecular con bastante rapidez
para que cada onda llego e antes de que haya cesado el
efecto de la precedente, el miembro se sostiene firme.
Pero si la génesis de la energía nerviosa falt• en este pun-
to, si las ondas sucesivas no llegan a todos los músculos
regularmente, sino que ya Ja una, ya. la otra, no pro por•
ciona más que un saldo insuficiente, sus estados respecti-
vos de contracción llegan a ser variables; un flexor cuya
tensión no está compensada por el extensor correspon-
diente, causa un movimiento en un sentido; después et
extensor, que recibe una descarga renovada, c8.usa un mo ..
vimiento en otro sentido, de donde resultan oscilaciones
cuya magnitud está en proporción de la longitud de los
vados en las descargas nerviosas. Al mismo tiempo, los
órganos vocales pueden afectarse de la misma manera; el
antagonismo equilibrado de sus músculos, al sufrir inter-
ferencias, la voz se hace temblorosa. De ahí el rasgo co •
mún de las pasiones que alcanzan cierto grado de inten-
sidad. La rabia, lo mismo que el temor, causa temblores;
los órganos vocales, como las manos, pierd~n frecuente-
mente su firmeza bajo la influencia de las pasiones. Hay
un gran temblor propio :le la gran ansiedad y de la espe·
ra, y la voz puede llegar a ser temblorosa de gozo cuan-
do este gozo es vivo, o de emoción tierna si esta emoción
es fuerte. De ahí el carácter expresivo dramático del Iré·
molo en el canto; carácter tan expresivo que los cantantes
propenden a emplearlo con más frecuencia que lo que de·
hieran.
Y aqul podemos notar que, a consecuencia de este do-
ble modo de acción de los oentimientos violentos, hay
frencuentemente una mezcla de las dos series de efectos
ejercidos sobre el sistema musct•lar, algunos efectos que
287

implican el acrecentimiento de 1as contracciones que


se producen al mismo tiempo que otros efectos que im-
plican la disminución. El enervamiento de la pasión vio-
lenta puede encontrarse junto con un violento gasto de
fuerzas y como vemos en las notas trémulas, puede haber
una falta parcial en el equilibrio muscular de los órganos
vocales al mismo tiempo que los músculos están bastante
fuertemente contraído para producir sonidos resonantes.
Deben señalarse influencias de otro orden, que ejercen
los sentimientos violentos sobre el sistema vascular. Me
refiero a los manifestados por los cambios de color,la ru·
bicundez y la palidez. Mientras que las ondas de energía
nerviosa se propagan en el resto del sistema nervioso.
marchan por los nervios vaso-motores que son aptos en
consecuencia para producir sobre 1os vasos sanguineos
efectos que varlan con las variaciones de los sentimientos.
El calibre de cada arteria se cambia de dos maneras
opuestas por las descargas que vienen de dos fuentes, las
unas aportadas por la fibra que viene del sistema cere·
bro ·espinal, y las otras, aportadas por !a fibra que viene
del sistema simpático, y el calibre se modifica también
por la presión de la corriente que las contracciones delco-
razón envian a la arteria. As!, las ondas de influencia ner·
viosa que son los correlativos de los sentimientos, pueden
alterar los diámetros de las arterias de diversas maneras
aegún que afecten más a la una o a la otra de las series
de fibras y según que exciten o abatan al ~orazón, causan-
do ya esa rubicundez que implica la dilatación de las arte-
riales y ya la repentina palidez debida a su contricción, o
en otros términos, a la falta de aflujo sanguíneo. De ahí
la razón por la cual, no solamente en diferentes personas,
sino en la misma persona, en diferentes momentos, una pa•
sión puede manifestarse ya por la rubicundez, ya la palidez.
28t; PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

§ 502. Penetrar más adelante en las manifestaciones


de la emoción, nos apartaría del objeto de este capítulo.
Hemos dada bastantes ejemplos para hacer comprender
la doctrina que tenemos aquí a la vista.
Hemos visto que, en virtud de la ley general de la
acción neuro· motriz, cada sentimiento tiene por concomí ..
tan te, primero una descarga nerviosa difusa que excita los
músculos en general, incluso los que mueven los órganos
vocales, en un grado proporcional a la fuerza del senti-
miento y que, por consiguiente, la actividad muscular, al
aumentar de intensidad, llega a ser el lenguaje natural
dd sentimiento cuando aumente de intensidad; cualquiera
que por otra parte, sea la naturaleza del sentimiento. U o
concomitante secundario del sentimiento en general cuan-
do aumenta de intensidad, es, como hemos visto, una ex-
citación producida por la descarga difusa al principio en
los pequeños músculos ligados a partes fácilmente movi-
bles en seguida en los músculos, más numerosos y más
gmesos, que mueven partes más pesadas y finalmente en
todo el cuerpo. Con ello obtenemos una nueva medida na-
tural del sentimiento prescindiendo de toda consideración
cle su naturaleza. Pasando de las descargas difusas a las
descargas restringidas, hemos indicado cómo, en el curso
de la evolució~, se ha establecido una conexión entre los
plexos nerviosos en los cuales se ha localizado un sen ti·
miento cualquiera y las series de los músculos puestos ha-
bitualmente en juego para la satisfaci6n de este sentimien-
to. De donde resulta que el nacimiento de este sentimien-
to se manifiesta ¡;or una contracción parcial de los mús·
culos que causan las apariencia:s exteriores llamadas el
lenguaje natural de ese sentimiento. Hemos observado,
además, que, entre estas descargas restringidas, algunas
derivadas de una manera consciente, complican con fre·
HERBERT SPENCER ~89

cuencia las apariencias al superponer, a los efectos prima . .


rios, ciertos efectos s~cundarios que resultan de esfuerzos
intentados para ocultar los efectos primarios, efectos se-
cundarios que sin embargo constituyen por RÍ mismos un
len~uaje natural de los sentimientos suprimidos que supo-
nen una interpretación parcial. En fin, hemos visto que
puesto que la descarga nerviosa afecta, cuando el senti ..
miento es excesivo, al sistema vascular, entra entonces en
juego una causa indirecta para deprimir la acción muscu·
lar que tienden a neutralizar la causa directa que la exci-
t3, la operación simultánea de estas causas antagónicas
que produceh una mezcla de efectos donde predominan ya
los unos ya los otros.
No hay, pues, fundamento asignable a la noción corrien·
te que de las coordenaciones especiales se han designado
para la expresión del sentimiento. La hipótesis de la evo-
lución nos suministra aqui como en cualquiera otra parte,
una solución adecuada de los hechos. En el tondo de los
aparatos neuro musculares tales como se han desarrolla-
do por el·comercio del organismo con su medio es donde
dtben enéontrarse las causas de todas sus manifestaciones.
Por la combinación en proporciones y en grados siempre
cambiantes de las descargas generales particulares cons·
cientemente dirigidas, etc., se producen resultados de una
alta complejidad que difieren más o menos en cada indi·
viduo, en cada uno de sus estados constitucionales. Lo que
hemos inferido a priori, lo encontramos a posteriori, series
c:±mbiantes de apariencias que tienen ciertos caracteres
comunes j~ntas con series de apariencias que tienen me·
nos rasgos, comunes y menos variables.
Ahora que hemos encontrado que en la naturaleza de
las cosas se han formado conexiones entre los sentimien· "
tos internos y las manifestaciones exteriores, podemos pro·
seguir m;estra investigación y preguntarnos lo que de ella
r<sulta en las relaciones de los individuos unos con otros.

TOMO IV 19
CAPÍTULO V

SOCIABILIDAD Y SlMPA"rfA

§ 5o3. Si estudiamos Jos hábitos de los animales de


diferentes especies con el propósito de desc.ubrir lo que
hace que los individuos de ciertas especies vivan separa·
damente, y que los de ciertas otras vivan juntos, encon·
traremos dos grupos de causas que se unen o se oponen
de diferentes maneras y en diferentes grados. Hay dos
funciones de la más alta generalidad: la conservación del
individuo y la conservación de la raza, a las cuales pue·
den subordinarse todas las demás funciones particulares.
Cada una de estas dos funciones determina, por ·su ·parte,
el que los hábitos sean solitarios o sociales, o en parte
solitarios y en parte sociales. Porque, según las circuns·
tancias en que se encuentre la especie en el respecto del
alimento y de la propagación, será ventajoso para ella,
ya uno de estos hábitos, ya el otro, ya hasta su adopción
alternativa. Un pequeño nómero de ejemplos aclararán lo
que anticipo.
Para un animal que viva de la presa, que coge y mata
a sus víctimas sin ayuda de nadie, le es ventajoso vivir
solo, sobre todo si su presa está muy dispersa y se guarda
atentamente o vive oculta. La vida en manada sería, en
este caso, una desventaja positiva. De ahl la tendencia de
de los grandes carnivoros, y también de los pequeños, que
tienen una presa débil y distribuida en un vasto espacio,
Hb:RBERT SPENC~R 2~1
-------
a llevar una existencia solitaria. Hay otros, como los
lobos y sus congéneres, que, atacando a presas grandes,
encuentran ventaja en obrar en común, y la vida en ma·
nada llega a ser, en parte, su estado habitual. Entre los
berbivoros, la vida en manada es general, por la razón de
que la distribución de su alimento no les hace la disper-
sión decididamente ventajosa, mientras que le están ase·
guradas ciertas ventajas por la vida en común, entre otras,
que los ojos y los oidos de todos los miembros de una
manada pueden emplearse en descubrir d peligro, y ••í,
a la aproximación de un enemigo, cada miembro de la
manada tiene más probabilidad de •er advertido a tiempo
para escapar que si estuviera solo. Evidentemente, desde
entonces, }' bajo tales condiciones alimenticias, cualquie·
ra variedad de las especies herbivoras que han tenido una
tendencia a que sus miembros tomen juntos su alimento
bajo la mirada unos de los otros, habrá encontrado más
probabilidades de super vi vencía, y la vida en manada se
arraigará después de establecida.
Las aves suministran ejemplos familiares de la géne•is
de estos hábitos, en cuanto conducen a la conservación
del individuo, y de otrá parte, a la conservación de la
raza. Notemos, por de pronto, las diferencias aportadas
por las diferencias de especies y las diferencias de alimen·
tación. Las águilas y los balcones tienen hábitos solitarios,
y lo mismo cabe decir de los mochuelos y de las garzas
reales, mientras están buscando su alimento. La más corta
reflexión mostrará que ninguna de estas especies encon-
trada la menor ventaja en cazar en concierto, sino que,
al contrario, perdería considerablemente. De otra parte,
entre las aves que viven de granos y de insectos, distri·
huidos de manera tal, que cada ave no tuviera sino poco
.() ningún beneficio en separarse por completo de las otras,
292 PRINCIPIOS DE PSICOLOGIA

vemos una tendencia a vivir en bandada. Esta tendencia


no es, sin embargo, uniforme-algunas especies la mani-
fiestan durante todo el año; otras no la manifiestan más
que durante una parte del año. La diferencia se debe a las
necesidades de la especie en el respecto de la conservación
raza. En efecto, consideremos la diferencia que hay en-
tre las grullas, que viven en bandada todo el año, y las.
aves más pequeñas, que, aunque reunidas en bandada du-
rante el invierno, se dispersan durante la estación de los
amores. Observemos, particularmente, la diferencia que
hay en este respecto entre las grullas y una familia cerca·
na: los estorninos, Las grullas, como son aves de una fuer•
za considerable y están muy bien dotadas para el combate,
no tienen casi nada que temer de los gavilanes, y es muy
probable que el gavilán más vigoroso no tenga talla para
luchar contra varias grullas. Por consiguiente, las grullas
no tienen para qué ocultar sus nidos de las ave~ de presa.
La única cosa necesaria es que estos nidos estén fuera de!
alcance de los enemigos terrestres, de suerte que estén en
perfecta seguridad, aunque muy visibles, en la cima de
los árboles. Por el contrario, para los pájaros que tienen
a Jas grul!as por enemigos, es .cosa esencial ocultar sus
nidos; evidentemente, si un gran nUmero de aves peque-
ñas anidaran las unas al lado de las otras, les sería impo-
sible ocultar sus nídosJ cosa que les es tan necesaria. De
ahí la dispersión habitual en que viven durante la estación
de los amores. De ah! la diferencia entre las grullas, que
no se dispersan para buscar su alimento, y los estorninos,
que se dispersan para este efecto; pero que vuelan en
bandadas y se asocian frecuentemente con las grullas, sus
próximos aliados, durante el invierno.
Sin que tengamos necesidad de dar una descripción
más amplia de este grupo complejo de fenómenos, será
HERBERT SPENCI!R._ _ _ _ ____:2:_:9~3:_

bastante evidente para nuestro propósito actual, que, en


eada especie, la talla, la fuerza, los medios de defensa, el
género de alimentación, la distribución del alimento, el
modo de progagación, etc., cor..peren y se equilibren de
la manera más diversa para determinar la me1ida de ven·
tajas que un animal puede encontrar, s~a en la vida en
manada, sea en la vida solitaria ..
§ So4. Una vez reconocida la verdad de que, negada
la sociabilidad en ciertos ca.ns por las necesidades de la
especie, se establece naturalmente en otras, porque s(rve
para su preservaci6n, tenemos que considerar ahora cuá·
les son los rasgos int~~ectuales que acompañan a la so·
ciabilidad, qué sentimientos supone y qué sentimientos
cultiva.
La sociabjlidad no puede comenzar más que cuando,
por una ligera variaci6n, existe entre los in::lividios una
tendencia menor que la ordinaria a dispersarse a lo lejos.
La descendencia de los mismos padres, naturalmente re·
unida durante los primeros dias, puede conservar durante
largo tiempo su propensión a permanecer en grupo-sus
miembros pueden no tender más que en una eda1 ya
avanzada a separarse unos de otros-. Si la familia se
aprovecha de esta ligera variación, se abandonará cada vez
más en las generaciones subsiguientes la dispersión hasta
que cese por completo. Estas ligeras variaciones de la na·
turaleza mental, suficientes para dar la señal de este pco-
greso, pueden perfectamente admitirse; así nos lo mues-
tran todos nuestros animales domésticos; las diferencias
entre sus caracteres y sus r.ustos son evidentes.
Cuando la sociabilidad ha comenzado así, como la su-
pervivencia de los mejor dotados tiende siempre a con ser·
varia y a desarrollarla, estará más fortificada por los efec •
tos hereditarios del hábito. La per~epción de seres tan
29~ PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

cercanos, que se ofrecen continuamente a la vista, al oido


y al olfato, concluirá por formar una parte preponderante
de la conciencia-preponderante hasta el punto de que,
su ausencia, :causa! á infaliblemente dolor-. No tenemoo
más que observar cuánto desea escaparse un pájaro que
te~gamos en una jaula y cómo el perro, abatido ;,ientras
está atado a Ja cadena, atestigua su encanto cuando se le
libra de elh, para convencernos de que toda actividad
perceptiva habitual a una raza, implica un deseo correla-
tivo y un sufrimiento correlativo si este deseo no es satis-
fecho. Aun durante la vida de un individuo, como nos lo
muestran los hombres continuamente, una costumbre, un
hábito completamente especial y trivial, llega a producir
un deseo correspondiente, al cual se resiste con dificultad ..
Es, pues, claro, que en una especie para la cual la vida
en manada es ventajosa, el deseo de estar juntos se corro-
borará de generación en generación por el hábito mis m!>
de estar juntos. Cuan vivo llega a ser este deseo lo vemos
en los animales domésticos. Los caballos que se dejan
solos están comunmente tristes, abatidos, y se muestran
afanosos por la comvañia. Un carnero perdido es mani-
fiestamente desgraciado hasta que ha encontl a do su reba-
ño, La fuerza del deseo es tal, que, a falta de miembro11,
de su propia especie, Jos animales societarios forman
compañia con miembros de otras especies.
Sin proseguir más lejos esta demostración, podemos
concluir con seguridad que entre Jos animales as! condu-
cidos insensiblemente a vivir en manada, se establece poco
a poco un placer en estar juntos -un placer debido a la
conciencia de su presencia recíproca-un placer más sim-
ple que los placeres más elevados que éste hace posibles y
por completo diferente de ellos. Es u!! placer de un grado
semejante al que muestra un perro cuando abandona la.
HEH:BERT ~PENCER 295

carretera por un prado, en que la sola vista del césped y el


contacto de la hierba que pisa le comunican un sentimien-
to de placer qne expresa brincando de acá para allá. En
uno como en otro caso, hay una serie de aparatos nervio-
sos que se ponen en correlación con una serie de condicio·
ncs exteriores. La presencia de las condiciones exteriores
necesaria para que los aparatos entren en ejercido. La fal·
ta de estas condiciones produce malestar, y cuando las
condiciones están presentes hay un placer correspondiente,
§ 5oS. De los estados mentales producidos en un ani-
mal sociable por la presi/ICia de otros animales semejantes
a él, pasemos a los estados mentales producidos en él por
las acciones de otros animales semejantes a él. La transi-
ción es insensible porque la conciencia existe raramente
sin la conciencia de las acciones; podemos, sin embargo,
limitarnos aquí a las acciones que tienen una significación
marcada.
Como ya se ha indicado más atrás, de todas las venta-
jas proporcionadas por la vida en manada, que es proba-
blemente la primera y sigue siendo para muchos animales
la más importante, es la seguridad relativa que les garan-
tiza, haciendo des::utrir más pronto a sus enemigos. La
tmoción del temor se expresa por movimientos de huída,
precedidos y acompañados quizá de ciertos sonidos, Los
miembrQS de un rebaño simultáneamente alarmados por
un objeto distante que se mueve o por algún ruído venidG
de este objeto-que produce simultáneamente los movi·
mientas y los sonidos que acompañan a la alarma-ven y
oyen Jos unos y los otros producidos por ei resto del reba·
ño al mismo tiempo que los producen ellos mismos, y al
mismo tiempo el sentirr,¡ento que los provoca está pre-
sente a su conciencia. Una repitici6n frecuente establece
inevitablemente una asociación entre la conciencia del te-

\
296 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

mor y la conciencia de los signos del temor en otro-los


aomdos y los movimientos no pueden perdbirse sin que
ordinariamente se despierten los sentimientos que les es-
tán agregados. De ahí resulta inevitablemente que, lo que
se llama el lenguaje natural del temor, llega a ser en una
raza que vive en manada el medio de excitar el temor en
aquellos que todavía no distinguen ningún objeto que pue·
da inspirt.rlo. Los miem~ros alarmados de una manada,
vistos y oídos por los otros, excitan en los otros la emo·
dón que manifiestan; y los otros, puestos <11 guarda por
la emoción asi excitada sirnpáticaanente, comienzan a eje-
cutar sonidos y movimientos semejantes. Evidentemente,
el proceso así comenzado debe, bajo la acción de los hábi-
tos hereditarios y gracias a la supervivencia de los mejor
dotados, hacer orgánica una viva y completa simpatía de
esta naturaleza. Por fin, la simple audición del ruido de
alarma propio de la <specie despertará por sí sola la e mo·
ción de la alarma. Porque la sigmficación de este rudo
se reconoce, no solamente por la manera ya indicada, si.
no también por otra. Cada animal tiene conciencia del
ruido producido por él mismo cuando está espantado, y
la audición de un ruido parecido que tiende a recordarle
el ruido producido por él tiende a provocar el sentimiento
concomitante.
De abi vienen los pá11icoa tan curiosos que se proh ·
cen en las manadas de animales. Movimientos simples
bastan comunmente para que estallen. Una bandada de
aves a la cual un hombre se acerque, le mirará tranquila·
mente durante u o instante; pero si una de ellas echa a vo·
lar, lás que están cerca de él, excitadas por los movimien-
tos que hace para huir, se echarán también a volar. Lo
mismo se puede decir de los carneros. Se que1an durante
largo tiempo mirando los objetos con mirada estúpida;
HBRBERT SPENCER 297

pero si uno de ellos se pone a correr, todos corren, y Ia


tendencia simpática es tan fuerte que ejecutan todos el
mismo movimiento en el mismo lugar-saltan1o todos
euando no hay obstáculo que franquear. Comúnmente, al
mismo tiempo que los movimientos de alarma hay ruidos
de alarma que se propagan de la misma manera. Las gru·
llas, cuando están en tierra, no bien oyen el graznido de
una de ellas que se echa ?e repente a volar, cuando todas
juntas, produciendo los mismos gritos, se levantan con
ella por los aires.
§ 5o6. Además del temor simpático que se establece
fácilmente entre los animales que viven en manada, por-
que las causas de espanto obran sim ~Jltáneamente de ins·
tante en instante sobre un gran número de ellos, hay sm·
ti mientas simpáticos de otra naturaleza que se establecen
de una manera análoga. Los animales que viv~n juntos
son afectados simultáneamente por las condiciones favora·
bies ambientes. Por consiguiente, son capaces de ser arro·
jados simultáneamente en estados agradables; son, por
consiguient:=-, también habitualmente testigos de sonidos y
movimientas que acompañan a edtos estados, y en conse·
cu~ncia, llegan a ser de la misma manera que se ha di~ho
atrás, capaces de experimentar sentimientos agradables
boj o la influencia de una excitación simpática.
Los corderos en primavera nos muestran que la ale·
grla del uno, causa la alegría de los que están cerca
de él.
Si u~o da saltos, los otros saltan también. Entre los
caballos, la excitación agradable se propaga como se ve
en ladas las cazas a la carrera. Una jauría de perros se
pone también a ladrar cuando uno cualquiera da la voz.
Se pueden notar los mismos hechos en un gallinero. Por
la mañana, al primer cacareo de los ánades, que es un
298 P1UNC1P10~ DE. Pl~COLOG1A

signo de sati::.facci6n, todos continúan en coro; un ánade-


da el ejemplo y los demás le imitan. Lo mismo acontece
con los patos y las gallinas. Las aves que viven en ban-
dadas en la vida sal veje nos suministran nuevos ejemplos.
En las de las grulias, los graznidos estallan en mil voces,
después se extinguen poco a poco, después de repente se
extienden simpáticamente. O:ro tanto acontece con las
cotorras y los papagayos.
Esta simpatia >e muestra de la manera más variada
en el más inteligente de los animales que viven juntos
que nos sea dable observar, el perro. Además de los la-
dddos simpáticos de los perrm, que cazan su presa ea
compañia, hay ti ladrido simpático que suscita en las
calles cada una de sus querellas, ti mismo que, bajo otra
forma, es a las veces tan fastidioso por la noche; hay
tembién el ahullido simpático de los perros que están
juntos en la perrera. Aqui también los sentimientos que
se comunican del uno al otro son sentimientos que se
producen simultáneamente en varios a la vez por una
ca usa común. Pero _el perro, capaz como es de percibir
señales más complejas y menos aparentes de sentimien•
to, goza de una aptitud simpática muy superior en gra-
do y en variedad. Habiendo vivido mucho tiempo en
compañia de los hombres lo mismo que de los miembros
de su propia especie, los perros han adquirido tenden-
cias a excitarse simpáticamente por las manifestaciones
de sentimientos humanos. No me refh:ro solamer~te al he-
cho de que un perro ladre alguna vez simpáticamente
cuando oye cantar, y hasta sigue la voz en sus notas as-
cendentes, pues eso no es más que una leve modificación
del efecto en él producido por los sonidos que hacen oir
de otros perros; me refiero al hecho de que algunos pe·
rros se afectan simpáticamente por manifestaciones si·
HERHERT SPEN<.:E.R

lenciosas de gozo o de trü.teza en Jos hombres a quienes


sirven, al de que se les vea con la cola caida, la mirada
licna de una tristeza &ignificativa cuando la cara y la
actitud de su amo atestiguan el abatimiento y alegremen-
te animados cuando sonríe su dueño.
§ 407. Nos vemos aquí, naturalmente, conducidos a
la verdad de que el grado y la extensión de la simpa·
tia dependen de la claridad y de la extensión de la repre•
sentación. Un sentimiento simpático no es el que es ex-
citado inmediatamente por la causa natural de un tal sen-
timiento; es el que es excitado inmediatamente por la re•
presentación de signes habitualmente asociados a este
sentimiento. Presupone, tn consecuencia, la aptitud para
percibir y para combinar esos signos lo mismo que la ap·
titud para representarse lo que implican en el exterior o
en el interior de los seres vivientes, o en el exterior y en
el interior a la vez. De suerte, que no puede haber si m·
patía, sino en tanto que haya capactdad representativa.
Por esta razón, en efecto, es por lo que, entre los ani·
males inferiores que viven en manadas, es tan íntima )a
extensión de la simpatía. Los signos de place!, cuando
llegan a ser muy vivos, y los signos de temor, que es la
especie de dolor más común, son los únicos que excitan
en ellos los sentimientos concomitantes. Para otras emo•
ciones no hay simpatía, sea porque los signos de estas
emociones son comparativamente poco aparentes, sea
porque las causas que los producen no obran simultánea-
mente sobre estos animales. Una oveja que ha perdido
su cordero no excita por sus ~anifestaciones de senti·
r&lientos, sentimientos semejantes en las otras ovejas; des·
de luego, porque su balido no difiere mucho del balido
causado por un simple malestar; en segundo lugar, porque
las otras ovejas no han asociado habitualmente tales leves
300 PRINCIPIOS DE PSICOLOGf.-\

modificaciones de su propio balido con el dolor producido


por la pérdida de la progenitura, y en tercer lugar, por la
razón de que cualesquiera que sean las otras manifestado·
nes que proceden de la oveja, privada de su cría, sea en la
naturaleza de sus movimientos, sea en el aspecto de su
fisonomía no son apreciables por las otras, y no podría o, si
lo fueran, combinarse mentalmente por éstas. Nunca se
han dado las experiencias requeridas, o si se han dado,
falta aquí una capacidad representativa suficiente para
combinar estas experiencias y hacer de ellas los antece·
dentes necesarios del sentimiento.
El aumento de inteligencia es, pues, una condición,
pero no la única, de la exten8i6n de la simpatía. Porque
carecen de inteli~encia los animales J:.erbívoros, aunque
•us hábitos no dificulten casi nada el progreso de la sim·
patía, siguen siendo, sin embargo, incapaces de simpatía
en todas las direcciones distintas de !as descritas atrás.
Mientras que el perro, formado por los hábitos de su es·
pecie para la percepción de apariencias más complejas y
más variadas, alcanza un desarrollo simpático mucho más
extenso a.., pesar de las trabas que este sentimiento encuen-
tra en la vida de rapiña.
§ 5oS. Debemos exponer aquí un nuevo grupo de
consideraciones generales. De la génesis de la simpatía,
que implica, en primer lugar, la presencia de otros seres,
y en segundo lugar. la exposición a influencias que obran
simultáneamerte sobre esos otros seres y provocan en
ellos señales de sentimientos, se sigue que la simpatia es
cultivada por todas las relaciones que existen en los ani·
males que cumplen estas condiciones, De estas relacionts
no hemos reconocido hasta aqul más que una sgJa: la que
implica la vida en manada. Pero hay otras dos, la rela-
ción de los sexos y la relación de paternidad. Ellas coope·
HEI<BERT SPENCER 301

ran en diferentes gradc.s, y los efectos más marcados se


producen cuando obran ambao al mismo tiempo que la
vida común. Se consagrará un párrafo a cada una de
ellas.
La relación de los sexos no puede desarrollar la sim-
patía en un grado considerable más que si tiene una per-
manencia considerable. Cuando la cría de los pequeños
no puede hacerse más que si los padres permanecen jun ..
tos durante el intervalo necesario para la cría de un solo
parto o puesta, y mucho más todavía si los padres
permanecen juntos durante la cría de varios partos o
puestas sucesivos, Jas condiciones así requeridas son de
este modo conservadas para que se produzcan ciertas ex-
citacionts simpáticas, más allá de las que entraña el sirn·
pie hábito de vivir en manada. C•Jmo en sus relaciones
comunes con su progenitura los padres son capaces de
experimentar frecuentemente sentimientos de piacer y de
pena provocados por la misma causa en el mismo m o-
mento de una manera determinada, dtben hacerse simpá·
ticos en lo que respecta a estos sentimientos, y en la me·
dida que estos sentimientos e&tán en parte compuestos de
sentimientos más generales expresados por signos más
generales, deben llegar a ser relativamente simpálicos en
lo que rtspecta a esto~ sentimientos más generales. Las
aves suministran ejempios en que estas condiciones se
cumplen y están seguidas por la producción de sus efec-
tos. La dderencia entre las aves políganas cuyos machos
no se preocupan de la educación de sus pequeñuelos, y
las aves mom6gamas, cuyos machos consagran a esta
cría cuidados muy extensos, aporta a nuestra tesis una
prueba •ignificativa. Cuando el macho sigue a sus peque-
ños después de su nacimiento para buscar con ellos el
alimento, como, sucede con nuestros verderones, hay sim·
302 PlU,_.ClP!OS DE: PSJCOLOGIA

pat!a en el temor cuando la rrogenitura está en . peligro,


y probablemente en otros sentimientos que son menos
aparentes. En las golonjrinas y en los vencejos, el macho
alimenta con frecuencia a la hembra durante la incuba·
ci6n, y apercibimos aquí por sus gorgeos simultáneos en
aleros de los tejados o los gritos simultáneos de los otros
cuando vuelan hacia la tarde unos al lado de los otros
que hay entre ellos una simpatía más activ~ que entre
nuestras aves de corral. La diferencia se halla, sin em·
bargo, todavía mejor marcada entre nuestras aves de co-
rral, entre las gallinas y las palomas. El mismo par de
palomas cria dos pueatas sucesivas; la hembra está ali·
mentada por el macho mientras incuba, y el macho tiene
un cuidado extraordinario de los polluelos puesto que les
da alimento a medio digerir en su papo. Aquí, y especial·
mente en alguna variedad, la simpatía es tan viva que
nos suministra metáfords familiares,
El sentimiento de amor es igualmente cultivado en
cada. padre por sus relacior.es directas con la progenitura
común. El sentimiento que tiene este origen se hallan tan
íntimamente mezclado con el sentimiento que experimen·
tan los padres el uno por el otro, el cual es primitivo y
mucho más simple que los dos no pueden distinguirse cla-
ramente. Pero como los padres y sus crías están, por sus
relaciones intimas, expuestos a causas comunes de placer
y de pena, debe haber un desarrollo particular de simpatía
de los unos respecto de los otros o más bien de los padres
respecto de los pequeños, porque los pequeños, no estando
desarrollados más que parcialmente, no pueden interpre·
tar bastante bien el lenguaje natural para responder como
conviene, Acontecerá ordinariamente que los signos de
satisfacción que siguen al hallazgo de una alimentación
abundante se manifestarán :al mismo tiempo por los pa·
EH!RBP.RT SPBNCBR 303

~res y sus crlas; de la propia manera, los signos bastante


semejantes que siguen a la aparición de un calor propicio
y las señales de malestar como las que provoca ellrio o la
proximidad de un peligro serán frecuentemente simultá·
neas. Encontramos en ello las condiciones requeridas para
que puedan tomar nacimiento si m palias particulares.
Estas breves indicaciones sobre una clase de hechos
muy extensa pondrán en toda su luz la verdad de que
hay tres causas de simpatlas debidas a las tres relaciones
siguientes: las que unen los miembros de una misma es·
pecie, l•s que unen al macho con la hembra, y en fin, las
que unen a los padres con sus crlas. Como estas causas
.:ooperan en diferentes proporciones y de diferentes ma-
neras, según que las circunstancias de la especie determi-
nen, en cuanto más favorables a la supervivencia, una se-
rie u otra de hábitos, se puede creer que alll donde las cir-
cunstancias permitan la cooperación de todas estas causas
los efectos son también los mayores, Entre los animales
inferiores, la cooperación de todas estas causas es rara;
las grullas nos proporcionan uno de los raros ejemplos fá-
cilmente observables, Y aun alll donde todas estas causas
cooperan, el efecto que pueden producir depende del grado
de inteligencia que les acompaña; porque la capacidad de
estar afectado simpáticamente implica la capacidad de ex-
perimentar sentimientos ideales de una especie cualquiera
para la percepción de sonidos o movimientos que suponen
sentimientos reales de la misma especie que en otros in-
dividuos.
§ Sog. Sólo cuando llegamos a las razas de seres más
elevados, es cuando esta última condición se cumple am-
pliamente, Notemos solamente que entre los primates in·
feriores en que una inteligencia considerable coincide con
la vida social y largos cuidados consagrados a la prole por
304 PRINCiPIOS DE PSlCOLOGlA

las hembras, la simpatía se muestra de diversas maneras


y limitemos ahora nuestra atención a la raza humana.
Aquí nos er,contramos en acción las tres causas directas
de simpatías con su condición esencial, una inteligencia
elevada.
Los tipos inferiores de la humanidad que muestran el
sentimiento social de la manera menos decidida y menos
variada, son los que se encuentran menos sometidos a la
cooperación de las tres causas y que cumplen en el menor
grado la condición requerida. Entre los habitantes de las
islas Andamán no hay matrimono permanente: una ma~
dre inmediatamente después de nacido su hijo, es abando-
nada por el padre que en nada le ayuda para criarlo, y así
faltan a la vez el cultivo de la simpatía que resultan de las
relaciones directas de los padres y la que resulta del interés
común tomado por los padres en la educación. De un
modo semejante, allí donde prevakce la poliandria y don-
de la paternidad es incierta o completamente desconocida
no debe haber verosímilmente una simpatía tan activa de
los hombres por los niños, que allí donde la monogamia
hace la filiación evidente. Es más; entre los mismos pa-
dres la poliandria es menos favorable para el cultivo de la
simpatía que la monogámica. Y si recordamos que, simul-
táneamente, a las formas inferiores de las relaciones do-
mésticas, las relaciones sociales son rudimentarias mien·
tras que la inteligencia es pequeña, no tendremos ninguna
dificultad en comprender por qué en las razas inferiores
las simpatías son débiles y estrechas.
Inversamente las razas que se han hecho más simpá-
ticas son aquellas en que la monogamia ha estado desde
largo tiempo establecida; aquellas en que la cooperación
de los padres en la educación continúa hasta un periodo
comparativamente adelantado de la vida de los hijos;
HERBERT SPENCER 305

aquella en que el desarrollo social ha hecho el contacto


de los ciudadanos unos con otros constante, más estrecho
y más variado; aquellas, en fin, en que la aptitud del pen·
samiento para la representación se ha acrecentado gra-
dualmente a medida que la sociedad progresaba gradual-
mente.
Y aqui nos vemos conducidos a hacer la observación
siguiente: el desarrollo relativamente poco avanzado de
la simpa tia durante la civilización, a pesar del alto grado
de la sociabilidad y las relaciones domésticas favorables
es debido, en un grado considerable, al lento desarrollo
de la aptitud para la representación. Los castigos gratui-
tos que se encuentran en tan gran número en el pasado y
que todavía son tan frecuentes en nuestros días, implican
evidentemente una débil representación del dolor en qllie-
nes los infliger.. Si los signos del dolor que hacen sufrir
suscitaran en ellos dolores ideales algo vivos, se aparta-
r!an de obrar como obran. Y no se puede esperar de aqué·
llos entre los cuales el violento lenguaje del sufrimiento
físico excita una representación tan débil del sufrimiento
que tengan alguna simpatia por Jos sentimientos, cuyo
lenguaje natural es complejo y poco aparente.
§ S ro. Pero por más que la insuficiencia de la inteli·
gencia implique una limitación de la simpatia y explique
la ausencia de la simpatia para los sentimientos que son
debiles en grado y se manifiesten de una manera oscura
o compleja, no explica por si sola la falta de simpatia eo
los ca•os citados a cada momento en que se expresan de
una manera aparente, sentimientos violentos. Esta falta
de simpatia tiene una causa de otro orden que importa
tener siempre presente e!l el espiritu.
La raza humana, aunque sea una raza que viva gre·
gariamente, ha sido siempre, y es todavia, una raza pre·
TOI40 JT 20
PRINCIPIOS DE PHCOLOG1A

datriz. Desde el principio, la conservaci6n de cada socie·


dad ha dependido de dos grupos de condiciones que, con·
sideradas en general, son antag6nicas. De un lado, por
actividades destructivas, ofensivas y defensivas, cada so·
ciedad ha tenido que sostenerse en presencia de las inter•
venciones enemigas exteriores, en parte animales, pero
sobre todo, humanas, y esto ha exigido que la naturaleza
de sus miembros permanezcaotal que las actividades des·
tructivas no le sean dolorosas y que, por el contrario, le
sean agradables; en suma, ha sido necesario que sus sim·
patías por el dolor no pueda impedirles infligirlo a otro.
De otra parte, para que pueda progresar la cooperaci6n
de los miembros de la sociedad y para que las relaciones
domésticas que aseguran la educaci6n de los hijos puedan
sos~enerse, ha sido necesario un cierto grado de senti-
miento afectuoso. Y no ha sido posible ningún progreso
social considerable, sin un acrecentamiento de estos sen·
timientos afectuosos, Si los miembros de una tribu no se
preocupasen más unos de otros por su salud que por la
salud de sus enemigos, no se podrían prestar unos a otros
esa confianza reciproca y esa ayuda mutua tan necesarias
para el progreso; porque la subdivisi6n de funciones im-
pliCita en la evoluci6n social, no es más que otro nombre
de la asistencia mutua que no puede existir, sino gracias
a la confianza mutua, De suerte que, mientras las activi-
dades exteri01 es de cada sociedad tendían a mantener un
natural antipático, sus actividades interiores exigían de
sus miembros simpatfa y; tendían a hacerles su natural
más simpático, Notemos de pasada el hecho de que, bajo
las condiciones existentes hasta aquí, una u otra de estas
dos actividades opuestas, ha sido fatal desde que ha llega-
do a ser excesiva, la una, fortificando más de lo conve-
niente en el individuo el carácter antisocial; la otra, ha-
HBRBERT SPBNCI!R 307

dendo a la sociedad incapaz de resistir con éxito a una


agresión, Pero lo que tenemos que observar aqui es el
-compromiso establecido en la naturaleza moral de los in-
dividuos para responder a es! as exigencias opuestas.
El compromiso se manifiesta por una especialización
de las simpatías. El sentimiento afectuoso ha sido conti-
nuamente reprimido en las direcciones en que la salud
11ocial ha hecho el menosprecio necesario, mientras que
le ha sido permitido crecer en las direcciones en que ha
servido directamente al bien de la sociedad, o simplemen-
te donde no le ha sido impedido, La posibilidad de una
tal especialización no es apenas evidente a primera vista;
pero un pequeño número de ejemplos mostrará que sÜ
aparición está en conformidad con los principios biológi-
cos conocidos.
La adaptación por la cua.l acciones en un principio
desagradables y hasta dolorosas se hacen, gracias a la
repetición, menos desagradables o dolorosas no es fami-
liar, tanto bajo su forma mental como bajo su forma cor•
poral. Sabemos que una piel sensible se endurece si se
rerite con frecuencia el frotamiento, y sabemos que d
hábito hace por fin fácil resistir una molestia que, a pri-
mera vista, pareceria insoportable. Estos ejemplos, recor-
darán la vasta aplicación de que es susceptible este prin-
cipio general. En el caso considerado es evidente su apli·
caci6n. Al!! donde las circunstancias son tales, que un
dolor simpático es frecuentemente excitado, este dolor
llegará a ser cada vez menos excitable por via simpática
bajo la acc:ón de estas circunstancias, resultando de ello
en esta dirección una verdadera callosidad moral. Esto es
lo que muestra suficientemente el ejemplo ofrecido por
los ciruja:ws, Por más que no sea raro que la primera
vez que se ve una operación, un estudiante se desvanezca
308 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍ A

de dolor simpático, llega con todo a ser cada vez menos


sensible a este espectáculo, de suerte que, poco a poco,
se siente capaz de hacer él mismo una operación, si no
sin experimentar ningún dolor, por lo menos experimen-
tando un dolor bastante disminuido. Y el cirujano nos.
muestra también c6mo esta limitacion de la simpatía pue·
de hacerse completamente especial, puesto que, al dejar
de ser tan simpático como lo era siendo estudiante, res-
pecto de estos dolores físicos directamente inflingidos al
paciente, conserva una simpatía igual, y hasta adquiere
una simpatía mayor, por sus enfermos en lo que hace a
sus sufrimientos generales.
Hay, pues, una explicación del hecho de que los hom-
bres pueden llegar a ser crueles en ciertas direcciones y
buenos en otras. Con ellos nos encontramos en situación
de comprender c6mo es que cazar a un animal, violentar
a una zorra, constituya un placer para hombres que no
son solamente tiernos en sus relaciones domésticas, sine>
generosos y justos hasta en un grado poco común en sus
relaciones sociales. Y deja de parecer extraño que un viejo
soldado, que hace sus delicias del recuerdo de sus comba·
tes, no muestre menos bondad en las maneras que tiene
de tratar a los que le rodean. Convendrá agrupar aqu!
multitud de anomal!as en las manifestaciones de la sim·
patía, que se han hecho inteligibles con ello.
§ 5n. Y, por el momento, volvamos por un instante
a esta falta de simpatía, en apariencia an6mala, por un
sentimiento que se expresa en un lenguaje natural muy
enérgico.
Hay una doble raz6n que hace que los hombres rela-
tivamente desprovistos de simpatía respecto de los sufri-
mientos que imponen a sus conciudadanos, se muestren
simpáticos en otras direcciones. La supresi6n de la si m.
HERBERT SPENCER 309

patía por el dolor infligido directamente, que en el curso


de la civilización ha sido necesitada por las relaciones
antagónicas de las sociedades unas con otras, ha afectado
inevitablemente a las relaciones entre los miembros de la
misma sociedad. El antagonismo contra un conciudadano
es tan parecido al antagonismo contra un enemigo extran.
jera, que el aparato mental adaptado al segundo entra in·
,vitablemente en juego en el primero. Los hombres no
pueden permanecer desprovistos de simpatía frente a sus
enemigos exteriores sin permanecer desprovistos de si m..
patía frente a sus enemigos interiores-frente a todos
aquellos, quiero decir, que se encuentran en presencia de
ellos como adversarios-. La otra razón que explica en
estos casos la falta de simpatía, es que ésta no puede es·
tablecerse más que en el caso en que los hombres están
expuestos simultáneamente a una influencia común, y
esto es lo que no sucede ordinariamente cuando se inflige
el dolor. El que lo inflige y el que lo sufre no experimen.
tan, en el mismo momento, el mismo sentimiento expre-
sado por el mismo lenguaje natural. El único sentimiento
que es, en casos numerosos, común a ambos, es Ja cólera,
y éste es completamente susceptible de un acrecenta·
miento simpático. El lenguaje natural de la cólera en uno
de los dos, tiende, evidentemente, a aumentar la cólera
en ei otro-por lo menos todo el tiempo que no engendra
el temor.
Y ahora vemos la razón de la diferencia marcada que
existe .entre la simpatia universalmente rápida que el
hombre experimenta por el placer cuando se manifiesta
enérgicamente, y la simpatía mucho menos rápida y nada
menos que universal que experimenta por el dolor cuando
se manifiesta enérgicamente. Porque, en casos innumera-
bles, las causas del placer obran simultáneamente sobre
310 PRINCIPJO.S DE PSlCOLOGfA

una multitud de hombres, y suscitan en ellos, cuando-


están en presencia los unos de los otros, el lenguaje natu-
ral del placer. En otro grupo de casos muy extenso, la
impresión causada sobre cada uno por el placer, aunque
no simultánea con la impresión causada sobre los otros,
no está, sin embargo, en desacuerdo con ella. En el esta·
do social, por consiguiente, puede desarrollarse, siFl gran
dificultad, la simpatía por el sentimiento agradable. De·
ahí el poder cont•giosó de la risa, que es el lenguaje na·
tural común a los placeres de muchas especies cuando se-
elevan a un alto grado. La conciencia del placer en cada
individuo, mientras se hace manifiesta por este lenguaje·
natura1, ha estado tan habitualmente acompañada de los
testimonios de este lenguaje natural en los otros, que la
conexión entre el sentimiento y el lenguaje ha llegado a
ser orgánica. Desde muy temprano en la vida, la simpa·
tía se muestra en esta dirección de una manera irre~ásti ..
ble; esto es lo que ,casi todo el mundo reconocerá si se
acuerda de las circunstancias de la vida infantil, en que,
en medio del llanto, se sentía uno impulsado a reir por la
risa de las personas que estaban en derredor-y a despe-
cho de uno.
Aquí nos podriamos extender sobre muchas particu•
laridades de la simpatía, como la que causa un calofrío·
de espanto cuando se ve a alguien al borde de un preci·
picio; la que provoca el movimiento involuntario de los
brazos cuando se ve a un caballo caer sobre el camino;
la que en los histéricos determina un ataque a la yista de
otro presa de la crisis, o la que se manifiesta por los en·
tusiasmos religiosos. Pero no es necesario para nuestro-
propósito actual insistir sobre estos casos. Una de las
simpatías especiales dignas de notarse, a causa de lo ex-
traiia, es la simpatía del bostezo. Es verdad que entre
HERHERT SPENCER 311

los animales que viven en manada el estado fisiológico


implícito por el bostezo debe experimentarse en común,
y que, por consiguiente, el sentimiento que le produce
debe estar acompañado de la vista de este fenómeno en
los otros; también es verdad que al mismo tiempo que
estas condiciones requeridas para el desarrollo de la si m·
patía se producen, nada aparece que pueda impedir este
desarrollo; pero la fuerza de la simpatía parece aqul de-
masiado grande para soportar esta explicación. Sin em•
borgo, mi razón principal para llamar la atención sobre
este caso particular es que es un ejemplo muy claro de la
naturaleza de las acciones simpáticas y también de la
manera con que pasan de su fase presentativa original a
una fase representativa superior. Porque, en primer lu~
gar, tenemos el hecho de que, al ver a otra persona bos·
tezar, podemos percibir el nacimiento de! sentimiento
que en nosotros mismos precede al bostezo, senlimiento
que, nacido así por vla de simpatía, está seguido de un
bostezo simpático. Y en segundo lugar, tenemos ese otro
hecho de que la simple mención del bostezo o una repre-
tientación mental dd acto de bostezar provoca con fre-
cut!ncia el sentimiento y produce el acto mismo. Hay
aquí, sin duda ninguna, una géntsis por vía represcntati~
va de un sentimiento simpático tan fuerte que aboca a la
acción. No tenemos más que recordar que esto implica
una representación bastante viva para excitar realmente
una sensación asociada, y veremos muy ciaramente el
origen reprtsentativo de la simpatía. Y si sacamos de
esto el corolario evidente de que, a medida que pueden
representarse con una vivacidad semejante estados de
conciencia más variados y más complejos, semejantes
efectos deben producirse relativamente a las manifesta·
ciones más variadas y más complejas del sentimiento en·
312 PRINCIPIOS DE PSICOLOGfA

tre los otros, veremos que la simpatla tiene que llegar a


ser cada vez más intensa, a medida que se hace más po-
derosa la facultad representativa.
§ 5rz •. Los hechos más importantes que este capitu-
lo tenia que esclarecer y que debemos recordar para ser-
virnos de ellos en la explicación del desarrollo emocional,
son los siguientes:
Los seres cuyas condiciones de existencia en el res-
pecto del alimento, del abrigo o de la defensa contra sus
enemigos son tales, que hacen útil a su preservación viw
vir más o menos constantemente y más o menos íntima·
mente, en presencia los unos de los otros, adquieren in·
evitablemente, por un hábito convertido en hereditario,
gracias a la supervivencia de los más aptos, una sociabi-
lidad que se acrecienta hasta el punto en que viene a te·
nerla en jaque cualquiera desventaja que obre en sentido
contrario.
Durante el establecimiento de un instinto social-de
un instinto que encuentra su satisfacción en la presencia
de condiciones con las cuales están asociadas en la expe·
riencia ideas agradables-la posibilidad nace de simpa-
Has nuevas respecto de sentimientos capace-s de ser par·
ticipadns por individuos asociados y de producir movi·
mientos y sonidos suficientemente simples, suficiente·
mente perceptibles y suficientemente distintos.
El desarrollo de la simpatla, limitado como lo está
en los animales sociables de inteligencia inferior a un
pequeño número de sentimientos primitivos, enérgicos y
claramente manifestados, se acrecienta a medida que se
sube en la escala, a cada progreso de la inteligencia, que
conduce a un discernimiento más exacto de los sonidos y
de los movimientos percibidos; a cada progreso de la in-
teligencia, que se revela por una combinación mayor de
HER BERT SPI!XCI!R 313
- -- -- - -
elementos de la percepción; a cada progreso de la inteli-
gencia, que aumenta la vivacidad, la variedad y la exten-
sión de la representación.
Cuando a la sociabilidad general de los animales que
viven en manada vienen a juntarse las sociabilidades par-
ticulares de la relación permanente de los sexos y de la
relación parental doble, la simpa tia se desarrolla con más
rapidez. A medida que estas relaciones son más durade-
ras y más íntimas, hay un número mayor y una mayor
variedad de o¡:asione; en que los individuos que se con-
servan juntos son afectados en común por las mismas
causas y muestran en común los mismos signos exterio-
res; de donde resulta a la vez que las excitaciones simpá·
ticas son más frecuentes y que se exti!!nden a sentimien-
tos más numerosos. Y se puede concluir de ello que las
simpatías llegarán a ser más extonsas y más fuertes allí
donde las tres formas de la sociabilidad coexistan con
una alta inteligencia y allí donde no haya ninguna con·
dición que necesite la represión de las simpatías.
En la raza humana es d<•nde m'jor podemos observar
en los fenómenos concretos las verdades que acabamos
de expresar en ideas abstractas, Al mismo tiempo que
una relación imperfecta entre los sexos; al mismo tiem-
po que una relación parental que de parte del hombre
por lo menos es vaga y poco persjstente; al mismo tiem-
po que una débil cohesión de un pequeño número de fa-
milias, unas con otras, y al mismo tiempo que una fa ..
cultad relativamente mezquina de representación, los ti-
pos inferiores de la humanidad nos muestran una natu-
raleza moral en la cual el sentimiento de solidaridad re.
lativamente débil, alli donde se puede percibirlo, no se
muestra en manera alguna en sus grados más elevados.
Durante el progreso que se ha verificado de estos tipos a
31-1 PRINCIPIOS DE P::,lCOLUGÍA

los tipos más elevadas que se hayan desarrollado hasta


aquí, la simpatia y la sociabilidad bajo sus tres formas.
han obrado y reobrado como caus•s al mismo tiempo que
como consecuencias; una mayor simpatía que hace posi-
ble una sociabilidad mayor, pública y privada, y una so-
ciabilidad mayor que sirve a su vez para un nuevo cultivo
de la simpatia. Durante todo este tiempo, sin embargo,.
esta evolución moral restringida de una manera negativa
en l:ada fase por la falta de inteligencia, se ha restringido.
también de una manera positiva por las actividades pre-
datrices; en parte las que hacían necesaria la destracción
de los seres infc::riores, pero sobre todo, aquellas que se
habían hecho necesarias por lus antagonismos de las so-
ciedades. Y esta restricción h" tenido por efecto especia-
lizar las ~irnpatías, de tal suerte, que se han hecho com-
parativamente fuertes alii donde no han obrado estas cau-
5<·S, y han permanecido relativamente débiles allí donde
h3n obrado estas causas. Si a pesar de ello las actividades
predatrices no han prevenido el desarrollo de la simpatía
en las direcciones que le estaban abiertas, lo han retarda-
do en toda la línea. Porque la indiferencia en infligir a 1os
dt:rnás los sufrimientos positivos que hacían necesarios,está
acompañada de la indiferencia respecto de los sufrimien-
tos negativos en otro que implica la falta de placer, y se
eocuentra,por consiguiente, en oposición con el placer si~ ..
pál!co que proviene del placer que se ha causado a otro.
Añadamos que de esto se puede inferir la verdad ge·
neral de que la evolución de los sentimientos sociales
más elevados, de que la simpatia es raíz, no ha sido te·
n.ida en jaque en todo su curso solamente por las activi-
dad es que ha ne::esitado la lucha por la existencia entre
las tribus y las naciones; pero, por lo menos, sólo cuando
la lucha por la existencia ha dejado de causar estragos.
bajo su forma de guerra, pueden alcanzar su plenc. des-
arrollo los sentimientos sociales más elevados.
CAPITULO VI

SBNTIMIEI\TOS EGOISTAS

§ 5 r 3. En el momento en que hemos adoptado una


clasificación de Jos conocimientos y de las emociones fun·
dadas en que son más o menos representativos (§ 480),
se ha notado que los estados de concienda no pueden di.
vidirse en grupos marcados únicamente por medio de la
clasificación. No se puede hacer más que disponerlos en
¡;rupos que ofrezcan el uno con relación al otro una gra-
dación, pero muy distintos si se les considera como todos,
Entendido esto, la palabra sentimientos, en el sentido
en que la emplearemos en este capitulo y los siguientes,
debo comprenderse que abraza los órdenes de emociones
más elevadas que son enteramente re~ representativos. Por
más que ordinariamente no se defina de esta manera la
palabra sentimiento, las emociones habitualmente llama-
das asi son susceptibles de una tal definición. La distan-
cia que las separa de las sensaciones y de los apetitos y
de las ideas, de las sensaciones y de los apetitos, distancia
que es el rasgo común de las emociones que llamamos
sentimientos, es la consecuencia del hecho de que no son
ni ~stados presentativos ni representaciones de tales esta-
dos, sino que consisten en representaciones numerosas de
tales representaciones confusamente aglomeradas unas
con otras y unidas con emociones todavia más vagas que
316 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

se han asociado en el organismo por la experiencia de las


generaciones anteriores,
La naturaleza del sentimiento, en cuanto distinta de
las emociones de orden inferior, aparecerá claramente si
se considera la diferencia marcada que separa al sen ti-
miento que se desarrolla de un sexo a otro, del simple
instinto con el cual está unido este sentimiento. Los dos
pueden existir completamente separados, y mientras que
los elementos del instinto son necesariamente presentati-
V.PS o representativos, o ambas cosas a la vez, Jos elemen-
tos de1 s~::ntimiento son casi por completo re-representéltÍ-
vos. Aunque la presentación o la representación de .otra
persona sea necesaria para imprimir al sentimiento su im~
pulsi6n inicial y para reexcitarlo cuando vuelve a la con-
ciencia, el sentimiento mismo está por completo separado
de la presentación o de la representación que le excita. El
fondo del sentimiento que conshte en la parte que es debida
en él a la organización nerviosa hereditaria, no consien ..
te ningún análisis por la via de la conciencia; sus campo·
nentes no han estado ligados conjuntamente en las expe-
riencias del individuo. Pero hay una parte del sentimiento,
gracias a la cual ese fondo indistinto adquiere una forma
determinada, que consiste evidentemente en rcpresentacio·
nes de ciertas emociones agradables causadas en ocasiones
sucesivas por la presencia y las acciones de la persona
que excita el sentimiento. Cierto aspecto, ciertos movÍ·
mientas, ciertas maneras, cierta voz, cierta expresión de la
fisonomía, etc., que despiertan la conciencia de relaciones
agradables sostenidas en otro tiempo con seres humanos,
llegan a ser rel.!uerdos sobre los cuales se vuelve en mu-
chas oca sionf's poniéndolos en conexión con un ser huma-
1

no en particular, y se funden por asociación en un agre-


gado de recuerdos agradables. Este agregado crece por
HERBERT ~PE !\ CER 317
----------------------------
acumulaci6n y paralelamente llega a ser vago en propor-
ción de su mismo volumen. Cuanto más numerosos son
los recuerdos compon<ntes, <S menos posible volver cada
uno <!e por si bajo la luz de la conciencia, y más volumi-
nosa la conciencia que produce su unión. Y al observar
cómo las emociones experimentadas por el individuo se
unen de este modo para formar un sentimiento naciente,
se verá fácilmente cómo se ha desarrollado el sentimien-
lo hereditario que constituye la parte todavla mayor de
la emoeión total.
Retengamos esta concepción de las emociones re ·re·
presentativas o sentimientos, así como de la manera con
q~e se han producido, y consideremos ahora uno de sus
grupos: el quo se refiere inmediatamente al bien personal.
§ Sr4. Todo el mundo, en algún grado y en alto gra•
do, las personas dotadas de imaginación, sobre todo, re·
miniscentes, se complacen en vi~itar los lugares 0que fue-
ron testigos de placeres pasados, A menos que los prime-
ros tiempos de la vida no hayan estado llenos de dolores,
es delicioso ver nuevamente el paraje en que han trans-
currido estos primeros tiempos. Como ordinariamente,
estos lugares no tienen ninguna belleza propia, ningún
carácter de interés que pueda ser la causa directa de este
placer, este se debe evidentemente al débil despertar de
los innumerables goces con los cuales han estado asocia-
dos los diversos objetos en nuestra experiencia infantil.
Por más que circunstancias particulares de una especie
agradable puedan volver al esplritu, en presencia de para-
jes particulares de esta localidad, la emoción, considerada
en su conjunto, no se debe a tal o cual recuerdo, sino a
recuerdos demasiado numerosos para que se puedan dis-
cernir separadamente. Muchos de ellos, son a la verdad
tan débiles, que no pueden constituir el objeto de un acto
318 PlHt\C!PlOS DE PSICOLOGÍA

determinado de memoria, y no existen más que en estado


de huellas oscuras de un placer desvanecido.
Esta evolución de una emoción re-representativa par·
ticular o sentimiento en presencia de un paraje particular,
es un ejemplo adecuado de la distinción entre los Benti·
mientas engendrados en el Individuo y los sentimientos
engendrados en la raza. Porque mientras que el apego a
una localidad particular que supone, es cierto, una recep·
tividad hereditaria, está, sin embargo, sin duda ninguna,
formado en el organismo por experiencias que por sí sólo
ha recogido el individuo, hay otros sentimientos forma·
dos en el organismo por experiencias que, siendo las mis-
mas para sus antecesores que para él, se han acumulado
en las generaciones sucesivas y, en consecuencia, han lle-
gado a una forma bastante desarrollada para anticipar so·
bre las experiencias individuales.
Semejantes sentimientos hereditarios pueden obser·
varse allí donde las condiciones de la vida han sido tales
que han entrañado ciertas especies de actos y ciertas es•
pecies de relaciones con los seres del ambiente, vivientes
o inanimados, fuentes habituales de placer, de generación
en generación. Y podemos esperar que encontraremos ta·
les sentimientos dotados de una energía tanto mayor
cuanto estos actos y estas relaciones se han unido más
frecuente. más directa y más claramente con placeres.
La observación confirma esta inducción, y esto es lo que
veremos al recorrer, como vamos a hacerlo, cada uno de
los sentimientos egoístas.
§ 5r5. La prehensi6n del alimento, y particular·
mente la prehensi6n alimento viviente, es decir, de la
presa cogida con o sin esfuerzo, se asocia muy intima-
mente con la satisfacción del apetito; y así, el simple
acto de prehesi6n, al suscitar goces ideales, que son los
más fuertes de los que suministra la vida de un animal
predador, llega a ser un placer en cuanto excita ostos go-
-ces ideales. Esto es lo que muestra el perro cuando tira
de un objeto que se tiene por un extremo y que ha cogido
por el otro saltando triunfante con este objeto en la boca
cuando ha llegado a arrancarlo de las manos; o cuando,
después de una persecución simulada, no entrega el palo
que lleva, sino después de alguna resistencia, no cediendo
en ocasiones más que a la fuerza. Aqui, aparto del atrac-
tivo por el objeto que tenia entre los dientes, existe una
satisfacción marcada en esta forma; la más simple de la
posesión que se refiere directamente a la satisfacción del
hambre. También el gato que juega con el ratón que ha
cogido, que le deja escapar de entre sus garras y le vuel-
ve a coger de nuevo, muestra al mismo tiempo qu.:! esa
satisfacción artificial del instinto de la caza, una satisfac·
ción que resulta del acto mismo de tomar y de recuperar
posesión,
En casos tales, esta satisfacción, presentativa en el
origen y excitando las respresentaciones de placeres aso.
ciados, se eleva apenas basta la fase de eimple represen·
tación: forma una parte de la excitación a la persecución.
No hay en la conciencia ninguna otra cosa que una pre·
ser.tación o representación del acto de coger y de tener un
objeto particular-la conciencia del acto de tener en ge·
neral, no se distingue todavía de la prehensión por los
dientes y por las patas. Notemos, sin embargo, en el
perro un paso más hacia el amor de la posesión propia-
mente dicha. Cuando pone aparte una porción del alimen-
to y la recubre para hacerla invisible, hay una represen-
tación de la satisfacción futura que obtendrá de dicha
porción; quizá alguna idea de que, si no está oculta, la
cogerá otro animal. Aqui la relación con la porción ocul-
320 PRINCIPIOS DE PSlCOLOGfA

ta se hace completamente representativa, y por más que


probablemente se conciba a la posesión solamente bajo la
forma de prehensión que precede al acto de comer, hay
un primer paso hacia una conciencia menos concreta de
la posesión, El estado de espíritu aqui señalado debe tener
algo de comón con el del indio de la América del Norte
o del cazador que bace un escondrijo, aunque faltando,
sin duda, elementos de generalización que éste contiene.
Pero se ve que, en el perro, la conciencia de la posesión
se eleva ya a un alto grado por la manera con que guarda
la propiedad de su amo, no solamente en la casa, sino
hasta cuarido se la ha confiado fuera de ella. Verdadera-
mente, parece que hay en esto una excitación simpática
de emociones con relación a objetos que no son fuentes de
placer para el perro mismo 1 sino solamente para su amo.
Cuando vemos en el perro una evolución tan conside.
rabie de la emoción que encuentra su satisfacción en la
posesión, y que una gran parte de esta evolución debe
haber tenido lugar desde que :I perro está domesticado,
no podemos dudar que el hombre, dotado como está de
una inteligencia más elevada y de un poder de represen·
!ación muy extenso, el sentimiento más desarrollado de
la posesión no ha podido tampoco prodricirse por los efec-
tos acumúlados y heredados de antiguas experiencias.
¿C6mo la emoción ha tomado, por fin, la forma represen-
tativa que hace de ella un sentimiento, y cómo el senti-
miento se ha hecho más altamente re·representativo en
el curso de la civilización? Estas preguntas se aclararán
con una rápida ojeada sobre los hechos,
Si comparamos la vida del hombre primitivo con la
de un animal inferior inteligente, vemos que, simultánea-
mente con los poderes de prehensión y de manipulación
más elevados y más variados de que el hombre está dota·
HERBERT SPENCER 321

do, simultáneamente con el número mayor de cosas de


que esta superioridad le hace capaz de servirse, o que
puede hacer, gracias a ella, para satisfacer sus deseos,
hay un aumento en la variedad de los objetos asociados
con el placer en su experiencia. No es ya ahora solamen-
te el alimento cuya posesión sirve de antecedente al pla·
cer; son también las armas y los útiles guerreros que em-
plea para procurarse y para preparar su alimento: las
lanzas, las mazas, los boomerags, los cuchillos de silex,
las raederas, etc. En esta lista deben también figurar las
pieles de que se sirve para resguardarse del frio y los ma.
terie.:e, que puede emplear para edificarse groseros abri-
gos cor tra el viento y la lluvia. Y éstas no son las únicas
cosas que encuentra capaces de proporcionarle alguna es-
pecie (,e placer. Hay también los productos naturales de
color brillante o de forma extravagante que excitan su
sentid•> estético rudimentario, y obtienen, cuando los
lleva, la admiración de los demás; hay pigmentos con los
cuales, para satisfacer e• te mismo sentido, tiñe su piel.
Objetos de especies diferentes, de caracteres fuertemente
distintos, se asocian, pues, en su experiencia con diversas
satisfacciones. La posesión, bajo una u otra forma, si no
aquella que consiste en tenerlos, por lo menos la que con-
siste en tenerlos en su choza, y basta la que resulta de
que siempre puede volverlos a encontrar y cogerlos, es,
sin embargo, el antecedente constante de cada una de
e&tas diversas satisfacciones. Pero esta posesión, habiendo
llegado a ser habitual con relación a objetos de diferente
naturaleza que sirven de una multitud de maneras a aa-
satisfacciones de géneros muy numerosos, ha dejado si-
multáneamente de estar ligada en la experiencia con una
especie particular cualquiera de objeto o cualquiera espe•
cie particular de satisfacción. La conservación de la pose-
TOllO JT
322 PRINCIPIOS DE PSICOLOGfA

si6n se ha encontrado asociada en la conciencia con in nu-


merosos placeres desemejan tes, dados por numerosas
cosas desemejantes, y la toma de posesión ha llegado a
ser un acto agradable, porque produce una excitación par·
cial de todos los placeres pasados de especie múltiple,
aglomerados conJuntamente, oscureciéndose unos y otros
y no prestándose ya a un llamamiento individual, sino
formando una emoción vaga, voluminosa-emoción que
ha llegado a ser un sentimiento propiamente dicho puesto
que se ha hecho re-representativa.
Con el progreso de la civilización se alcanza. un roa·
yor poder de representación que corresponde a un aleja-
miento mayor de las satisfacciones que están a la vista,
as! como a una desviación más pronunciada de los me·
dios indirectos por los cuales pueden obtenerse. No son
únicamente los alimentos, los utensilios, los vestidos y
los adornos los que excitan el arn(Jr a la apropiación; es
también la parte de la superficie terrestre de donde se les
saca; el suelo llega a ser un objeto de posesión, El sentÍ·
miento se loace también más re-representativo cuando en-
cuentra su satisfacción, no en esa especie altamente ima-
ginativa de posesión que se asocia a algo material, como
la propiedad territorial (tan alejada, sin embargo, del acto
primitivo de coger y tener a¡;arrado), sino cuando la cesa
poseida no tiene materialidad distinta, cuando es simple·
mente un derecho. Comenzando por el billete de banco
visible y tangible, pero que no tiene otro valor que el que
representa, pasando a la cuenta corriente, en Ja cual la
posesión está representada por cifras que establecen un
balance de crédito, pero donde un equiV2!ente monetario
puede obtenerse ordinariamente del banquero para llegar,
en fin, hasta los documentos que representan valo:-es so•
bre las deudas de los gobiernos extranjeros, donde ya no
Hl!RBBRT SPENCBR 323

hay más que una prenda sobre una cierta propiedad su·
puesta que pertenece a personas desconocidas en una re·
gión que nunca se ha visitado, vemos que el sentimiento
de la posesión llega a ser, en último término, re-repre·
sentativo en altlsimo grado, se halla altamente generali-
zado y se encuentra muy alejado de los objet0s reales.
Para prevenir toda equivocación, podemos añadir que
el deseo de la adquisición y de la posesión no debe iden-
tificarse por completo con el deseo de la propiedad bajo
la forma desarrollada que alcanza en último lugar; por·
que la concepción de la propiedad no es completa más
que cuando hay conciencia de una limitación definida de
la posesión, y esta conciencia requiere la cooperación de
otro sentimiento que se describirá ulteriormente.
' § 5t6. Un niño, en cuya boca se pone la mano, mues·
Ira una fuerte tendencia a la resistencia comunme~te
acompañada de signos de cólera. Cada cual verá, al re·
cardar estas experiencias, que una detención de la res?i·
raci6n bajo una acción exterior cualquiera, produce ins~
tantáneamente una conciencia intolerable de opresión,
conciencia mucho más marcada que la de la opresión de·
bi1a a la falta real de respiración, Podemos retener nues·
tro aliento por algún tiempo sin sufrir demasiado; pero
la representación de un impedimento en la respiracion
que nos amenace causa una agitación próxima a la an·
gustia. Evidentemente hay en esto una emoción represen·
tativa debida a experiencias, sobre todo, hereditarias y
orgánicas; pero en parte individuales de los sufrimientos
que resultan de una detención prolongada de la respira-
ción. Y esta emoción puede considerarse como la forma
primitiva má8 simple y más enérgica de la emoción ge·
neral producida por cualquiera restricdón aportada a las
acciones corporales.
324 PRlN'CIPIOS DE PSJCOLOG1A

En efecto, esta emoción tiene un elemento común con


la que nace en nosotros cuando están impedidos nuestro~
miembros. Los mismos animales se oponen con todas sus
fuerzas a las tentativas hechas para retener sus miembros
ligados o para detener sus movimientos de otra manera.
Abstracción hecha de los sufrimientos que se le puede in·
fligir o de los placeres que se le puede rehusar, un perro
manifiesta, cuando está aprisionado, un violento deseo de
librarse. Y en el hombre, la conciencia de la posibilidad
de m.overse libremente, es de tal modo esencial a la tran-
quilidad del espíritu, que la más leve tendencia a privarle
de ella por la prisión, excita en él el resentimiento más
vivo.
Este resentimiento puede servir, por su misma violen·
cia, para medir el poder latente de la inclinación, que en-
cuentra su satisfacción en una libertad de acción sin tra.
bas, poder latente he dicho porque esta inclinación, al
encontrarse de ordinario incesante y completamente sa-
tisfecha, la emoción no se desprende de ordinario en la
conciencia. Sólo cuando se ha seguido sufrimiento por
haberse rehusado la satisfacción, y cuando por fin se ha
recobrado la libertad de movimiento, es cuando se produ-
ce un piacer positivo.
Esta emoción es claramente re-representativa. El
dolor causado por la coerción no consiste en la represen· .
!ación de la pérdida de un placer que se está a punto de
conseguir. La suspensión de la libertad entraña este do-
lor cuando no hay ningún bien inmediato que perseguir,
ni siquiera cuando no hay absolutamente ningún deseo
de movimiento. La conciencia de una incapacidad de
obrar impuesta, es una conciencia que contiene en estado
de representación oscura la negativa, no de una >ola es·
pecie de placer, sino de todas las especies de placeres. La
HERB8RT SPI!NCER 325

facultad de servirse sin trabas de sus miembros y de sus


sentidos está asociada en la vida del individuo con cada
especie de placer y está semejantem.enh asociado en las
existencias de todos sus antepasados humanos y prehuma·
nos. El cuerpo del sentimiento, por consiguiente, es una
emoción vaga y voluminosa producida por experiencias
que se han hecho orgánicas y heredadas durante todo el
pasado, a las cuales una forma más definida, pero todavía
más general, es dada por las experiencias individuales re·
cibidas de momento en momento desde el nacimiento. Y
de ahí resulta que, en la agitación excitada por la deten·
ción del movimiento, hay una re·representación múltiple
de privaciones de todas especies en que las individualida·
des están completamente perdidas, mientras que en el
gozo de la libertad recuperada se encuentran aglomeradas
conjuntamente las virtualidades de placeres en general.
Los sistemas de penalidad de todas las naciones recono·
cen el hecho de que la prisión con los miembros libres
causa un sufrimiento moral menor que cuando éstos están
ligados, Es.ta diferencia se debe, sin duda, a dos causas,
Si se nos devuelve el poder de mover nuestros miembros,
vuelven a ser posibles algunos placeres y el impedimento
de la actividad no se expresa con tanta vivacidad por una
puerta cerrada, como por las esposas. Aquí el sentimien·
to tan dolorosamente excitado por el encarcelamiento y
tan agradablemente excitado por la devoluci6n de la li.
bertad es más altamente representativo puesto que no
contiene ningún elemento presentativo ni aun como ele ..
mento iniciador-el estado de conciencia inicial es a hora
la idea de la incapacidad en que se está de salir, y por
esta representación se encuentra excitada la re .. represen·
!ación, vaga en su mayor parte, pero en parte específica
de lo3 placeres deseados que ya no son posibles.
326 PRINCIPIOS DE PSJCOLOGIA

Siguiendo la misma dirección, podemos ver que cuan-


do la coacción es todavía menos intima y menos definida,
como en la condición de esclavo, la excitación dolorosa
del sentimiento e>tá todavía más disminuida, y esta exci-
tación, cuando se produce, es re-representativa en un gra-
do más marcado. Porque, suponiendo que esté bien tra-
tado, el esclavo tiene la suma de libertad requerida para.
satisfacer sus deseos tan bien como pueden hacerlo los.
miembros más pobres de la humanidad, y generalmente
necesita hacer menos esfuerzos que el hombre libre. Sólo·
por la representación de estas actividades y de sus éxitos,
que sólo baria posibles la libertad co:::pleta, pero que
impide la servidumbre, es advertido del mal que sufre.
Es preciso haber alcanzado un vigor considerable de la
facultad representativa para experimentar una conciencia
algo viva de un mal semejante, y de ahi viene el hech<>
que nos muestran razas de hombres poco desarrolla~os
que, si se les asegura las comodidades físicas y un trata-
miento dulce, soportan tranquilamente la esclavitud. Sól<>
alll donde existe esta facultad de representación superior
común a las razas más desarrolladas, encontramos ese
sordo descontento y esa agitáción causada por la con-
ciencia de ventajas lejcnas que son prohibidas y por ma-
les lejanos que habrá que sufrir. Sólo alll, donde el amor-
a la libertad alcanza esta lor~a altamente re-representa-
tiva, en la cual la concepción sensible de los males dis-
tantes e indirectos de la coacción, existe una perpetua
excitación a la rebelión, y la conciencia de que no hay
nadie que pueda detener nuestra actividad en todas sus
manifestaciones deseables, constituye las delicias de la
libertad.
Una potencia de representación todavía más elevada
caracteriza el sentimiento a medida que recorremos la"'
Hl:i.RBERT SPEWCER 32i

fases ascendentes de la libertad política. Las oposiciones


sucesivas que surgen contra el gobierno irresponsable de-
notan una conciencia creciente. de la tendencia que tie-
nen las clases superiores a restringir por leyes de privi-
legio, no las acciones de los que hacen las leyes, sino las
acciones de los que las sufren, Al mismo tiempo que lll
imaginación se extiende, los males que resultan de esta
tendencia se realizan en el pensamiento con más fuerza
y producen, en fin, una repugnancia más decidida contra
las relaciones sociales, de donde se ve que derivan. El
sentimiento, que excita a luchar contra la coacción, llega
a ser más comprensivo y más delicado, es cada vez más
fácilmente excitado por cualquier cosa que nos amenace,
aun indirectamente, con la coacción. Y forjando poco a
poco, en armonía consigo mismo, las instituciones poli·
ticas, se regocija al fin contemplando relaciones sociales
ideales en las cuales ningún ciudadano debe tener privi·
legios que traspasen los derechos de Jos otros. Aquí el
sentimiento alcanza una fase tan altamente re·represen-
tativa, que todas las ideas de ventajas concretas están,
por decirlo así, ahogadas en la satisfacción abstracta que
resulta de la seguridad en que está cada ciudadano de no
s" turbado por ninguna intervención en la prosecución
de bU fin. Basta observar cómo en un mitin o en una cir·
cunstancia análoga toda pretensión a una supremacia in-
di vi dual o toda violación de las reglas establecidas para
conservar la igualdad del privilegio es mal recibido, aun-
que ninguno de Jos oyentes pueda decir ~ué perjuicio
personal de ello reciba ni siquiera en qué le afecta perso-
nalmente, para ver a qué desarrollo se ha elevado y cuánto
ha llegado a ser susceptible el más altamente representati.
vo de todos los sentimientos-esesentimiento cuya función
es mantener las condiciones que hacen posible la vida.
328 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

Es preciso añadir, sin embarga, que, en este últim~


caso, ese sentimiento, originalmente egoísta, no alcanza
la forma final que acabamos de describir más que por la
ayuda de un sentimiento' altruista cuya cooperación no-
taremos en un capitulo ulterior.
§ S17. Cuando se fracasa en el propósito en la más
simple de las acciones mecánicas, se experimenta una
contrariedad en ver la propia torpeza, abstracción hecha
de la importancia del propósito. Por el contrario, un
rasgo de destreza con éxito nos causa una satisfacción
que no se refiere en nada al resultado concreto conside·
rado en sí mismo y permanece exactamente el mismo,
sirva o no el rasgo de destreza a algún fin ulterior. Estas
emociones opuestas se experimentan igualmente cuando
no hay en manera alguna testigo de nuestro fracaso o de
nuestro éxito. Un paso dado en falso debido a la falta de
atención o alguna torpeza en el empleo de nuestras ma·
nos nos lleva a condenarnos a nosotros mismos y excita
nuestro despecho aunque nadie esté presente; y por más
que nadie esté presente, un salto acertado que nos hace
evitar un obstáculo, un tiro bien apuntado a un pájaro o
la cogida de un pez, a despecho de las dificultades, exci-
ta en nosotros un movimiento de placer. Otro tanto pue·
de decirse respecto -:le los fracasos y de los éxitos pura·
mente intelectuales. •¡Qué tonto soyl• es una exclama-
ción camón cuando se descubre oilguna equivocación, y el
despecho que se experimenta con este descubrimiento no
es menor cuando no ha salido de nuestros labios ningu•
na palabra ni nadie se ha apercibido de nuestro error.
De otra parte, un movimiento de placer acompaña la so·
lución de una cuestión embarazosa, aun en el caso de
que tal cuestión no valga la pena de ser resuelta. Se pue-
de ver un ejemplo de uno y otro de estos dos efectos
HERBERT SPENCER 329

cuando se busca un nombre olvidado. Si no podemos re-


cordarlo, es para nosotros un motivo de contrariedad, y
cuando por fin lo recordamos, nos felicitamos a nosotros
mismos. Cada una de estas emociones se ofrece a la ex-
periencia sin consideración ninguna de la ventaja que
podemos obtener con encontrar el nombre perdido.
Estas emociones deben inevitablemente desarrollarse
al mismo tiempo que se acrecienta nuestro poder de re-
presentación. Un acto corporal o mental coronado de
éxito, al mismo tiempo que nos asegura el placer desea·
do, despierta vagamente la conciencia de actos análogos
que han sido seguidos de placeres análogos. Cada una de
las otras especies de éxito corporales o intelectuales esti
semejan temen te asociada en el p.ensamiento, no sola men·
te con su resultado inmediato, sino con resultados seme·
jantes obtenidos antes de semejante modo. Así una ac-
ción coronada por el éxito, en general concluye p.or estar
asociada en la concie;¡cia con el placer en general. Aho·
ra bien; estos dos estados de conciencia son re-represen ..
tativos, porque la conci<ncia general de una acción pros-
perada no está constituida por el pensamiento de una ac-
ción prosperada cualquiera ni por la representación de
un gran número de acciones anteriores de la misma es·
pecie igualmente prosperada, sino que es tal, que la re ...
presentación de los actos pasados prvsper,,dos de especies
diversas está representada a su vez; y al mismo tiempo,
la conciencia que la acompaña del placer resultante de
una acción prosperada es tal, que especies diversas de
placeres representados están aquí re·representados como
elementos de un to'do indeterminado. Así acontece que
cada éxito tiende a recordarnos a nosotros mismos como
obrando con éxito y consiguiendo por ello alguna satis-
facción, y asi se produce el sentimiento de la estimación
330 PRJNCJPIOS DH P~lCOLOGlA

de si mismo, que, elevada a una altura considerable,


constituye el orgullo,
Que los éxitos continuados tienden a suscitar una es·
pe~ie de embriaguez y que una falta de confianza de las
más penosas sigue a los fracasos reiterados, son verdades
familiares que implican claramente que el sentimiento del
orgullo y el sentimiento de humildad se han fortificad<>
en el individuo de este modo. Y al ver esto no podemos de-
jar de ver que se han desarrollado así en la raza. Podemos
también ver que como los demás sentimientos egoístas
que hemos con•iderado; la función de estos sentimientos
es ajustar nuestra conducta a las condiciones ambientes.
La estimación de si es necesaria para regular de un modo
conveniente nuestro!-: esfuerzos en relación con sus fines.
Una estima insuficiente nos arrastra a dejar que escapen
ventajas que pudiéramos conseguir. Una estima exagera-
da nos en¡barca en te~tativas que fracasan por falta de
capaddad suficiente. En uno y otro caso se experimenta
un perjuicio, beneficio omitido o esfuerzo perdido. Así,
el ~entimiento egoísta que describimos como una concien•
da de nuestro valor personal, sirve como de balanza a
nuestras ambiciones. Las experiencias de cada individu<>
tienden continuamente a ajustar esta conciencia a las exi·
gencias de su propia naturaleza.
§ 5x8. Proseguir esta síntesis en otras direcciones
nos detendría demasiado tiempo; no es ya lo mismo qui-
d tratándose de las modificaciones y combinaciones de
estos sentimientos egoístas, porque, como aparecerá cla-:-
ramente, si se considera su génesis, sus limites son bas-
tante definidos, En cada uno de ellos bay diferencias cua-
litativas dependientes de las circunstancias que le provo•
can y muy generalmente se excitan juntas de diferentes
maneras y en diferentes grados.
HERBEH.T SPRNCER 331

Pero yo me limitaré aqul a llamar la atención sobre


otro sentimiento egolsta y lo haré sobre todo en raz6n de
su naturaleza misteriosa. Hay un sentimiento agradable•
mente doloroso, cuya naturaleza es muy difícil de deter-
minar, y todavia más difícil de reproducir su génesis; me
refiero a lo que se llama a las veces ola voluptuosidad del
dolor-.
La interpretación de este sentimiento, fundada sobre
otro nombre que se le da, la piedad de sí mismo, no me
parece satisfactoria. La piedad, en efecto, ba:o la única
forma que conviene a este caso, es por sí misma dificil de
explicar, como ahora se va a ver. Cuando se ha descu-
bierto por qué la piedad sola no acompañada de alguna
actividad sugerida por ella puede llegar a ser una fuente
de sufrimiento agradable, es preciso notar que esta expli·
cación se aplica al caso en que uno es para si mismo ob-
jeto de piedad; la última solución depende de la primera,
que no se ha encontrado todavía. Yo no digo que esta hi-
pótesis no sea verdadera parcialmente, sino sólo que esta
explicación no es completa y que probablemente hay
otros elementos en el hecho de conciencia que se trata de
explicar.
Es, a lo que parece, posible que el sentimiento: que
impulsa al hombre presa del dolor a desear estar solo con
su pena y hace que resista a toda distracción, resulte de
que este hombre fija su atención en el contraste que hay
entre lo que cree merecer y el tratamiento que ha recibi-
do, sea de sus semejantes, sea de un poder que se inclina
a representar ·de una manera antropomórfica. Si cree que
ha merecido mucho y recibido poco, y sobre todo, si en
lugar de un bien es un mal lo que le ha sobrevenido, la
conciencia de este mal está dulcificada por la conciencia
del bien que cree merecer, que se hace agradablemente
332 PRINCIPIOS DE PSICOLOG!.~

dominante por el contraste. Un hombre que mira su afiic-


ci6n como inmerecida, mira necesariamente su propio
mérito ya como quedando sin recompensa, ya como va-
liéndole un castigo en lugar de una recompensa; tiene en
sí la idea de que se le niega una cosa muy debida, y el
sentimiento de la superioridad frente a aquellos que son
sus autores.
Si es así, el sentimiento no debiera exiotir allí donde
el mal sufrido se reconoce merecido por el que lo sufre.
Sin duda, pocos hombres reconocen esto, si es que hay
alguno que lo reconozca, y entre ellos pocos nos propor·
cionarían los datos deseados. Si esta explicación es la ver-
dadera, siento que sea tan poco evidente. Simplemente la
propongo a titulo de ensayü y confieso que esta emoción
particular es tal, que ni el análisis ni la síntesis me colo-
can en situación de comprenderla claramente.
CAPÍTULO VII

SENTIMIENTOS EGO•ALTRUÍSTAS

§ Srg. Para prevenir cualquiera mala inteligencia que


pudiera producirse, quisiera, antes de proseguir la expo-
sición de la génesis de los sentimientos por la acumulación
de los efectos de la experiencia. definir la palabra experien-
cia en la acepción que yo le doy aquí. En su acepción or·
dinaria, experiencia designa percepciones definidas, cuyos
términos se encuentran unidos por percepciones observa.
das, y no se emplea esta palabra para representar cone-
xiones formadas en el espíritu entre estados que se pro.
ducen juntos cuando las relaciones que los unen, causales
o no, no se distinguen con conciencia. Pero si el lector
quiere volver a los capítulos de la síntesis particular,
como a los que tratan de la acción refleja, del instinto,
de la memoria, etc., o a los capítulos de la síntesis fisica,
que tratan de la génesis de los sistemas nerviosos, simple,
compuesto y doblemente compuesto, recordará que los
efectos de la experiencia, tales como se les comprende en
los lugares indicados y en cualquier parte de nuestra obra,
son los efectos producidos por la aparición simultánea de
estados nerviosos acompañados de estados de conciencia
correspondientes cuando existen, sean o no observadas
las relaciones entre estos estados. En las primeras fases de
la evolución mental no hay, ciertamente, ningún lugar para
este reconocimiento de las relaciones que implica la expe·
33~ PRINCIPIOS DE PSICOLOG[A

riencia en su significación limitada. El contacto habitual


del medio produce sus efectos sin que el ser que de ello
recibe la impresión los conozca en el sentido absoluto de
esta palabra, porque la noción del yo, que es esencial a
la experiencia consciente, no se ha desarrollado todavía
en ~1.
Pero lo que es aquí especialmente de observar, es que
esta notación de la experiencia inconsciente, continúa
después que la experiencia consciente se ha hecho distin·
ta y basta dominante. En derredor del hilo delgado de
ideas claras o relaciones definidas que forman nuestra
experiencia consciente, se derraman corrientes mucho
más considerables de impresiones asociadas indistintas en
mil grados diversos, en un orden que presenta todos Jos
grados de indedsión. No hay más que un ligero rasgo
central en la conciencia que se ha constituido por per·
cepciones y pensamientos, y a medida que se apartan de
este rasgo central, Jos elementos de la conciencia están
en conexión cada vez más floja los unos respecto de los
otros, y con el rasgo central alcanzando la incoherencia
su extremo límite en los confines de la conciencia(§ r8o).
Sin embargo, todos esos estados y sus conexiones nos son,
en cierto sentido, presentes. Por consiguiente, cuando se
repiten con frecuencia, aunque no sean nunca objeto de
un pensamiento distinto, sus relaciones llegan a estar bien
~stablecidas.
Al examinar nuestra conci"!ncia nos encon-
tramos en posesión de una gran cantidad cl.e conocimien·
tos positivos reunidos sin observaciones directas (por
ejemplo, el recuerdo que tenemos de la posición en la
página de un libro de un pasaje que nos llamó la atención),
y de una cantidad mucho mayor de conocimientos ma¡
definidos-creencias que nos dominan, aunque no poda·
mos decir por qu~.
HgRBH.RT SPRNCER 335

En esta región voluminosa, heterogénea y solamente


en parte definida de la conciencia, es donde se forman las
asociaciones de estados complejos, que, repetidos sin ce-
sar, producen lo que llamamos sentimientos. La génesis
de las emociones se distingue de la génesis de las ideAs,
en que mientras que las ideas, siempre contenidas en la
parte estrecha central de la conciencia, están compuestas
de elementos simples en relación definida y (en los casos
<le las ideas generale•) constante, las emociones están
compuestas de aglomerados muy complejos de elementos
exteriores de la conciencia, que no son nunca dos veces
completamente las mismas y están las unas con las otras
en relaciones que no son nunca dos veces completamente
las mismas. En la construcción de una idea, las experien-
cias sucesivas, sean s?nidos, colores, impresiones tactiles,
sabores u objetos particulares que combinan en grupos
varias de estas impresiones, tieren tantos puntos comunEs,
que cada uno, al aparecer, puede pensarse de una manera
definida como semejante a las que le han precedido. Pero
en Id formación de una emoción, las experiencias sucesi-
vas difieren de tal modo, que cada una de ellas, a su apa-
rición, despierta experiencias ?asadas que no son espe-
cificamente semejantes, no teniendo más que una seme-
janza general; y, al propio tiempo, cada una despierta las
ventajas o los inconvenier.tes de la experiencia pasada,
que son igualmente variados en sus esencias particulares,
aunque ofrezcan algun& comunidad de naturaleza. De
todo ello resulta, que la conciencia producida es una con.
ciencia múltiple, confusa, t:n Ja cual, al mismo tiempo q:)e
cierta especie de combinación entre las impresiones recibi-
das, hay como una nube \'aga de combinaciones ideales de
placer o de sufrimiento que están asociadas con tales
combinaciones.
336 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

Retengamos, pues, esta concepción general de la ma-


nera con que los estados mentales situados en la región
más vasta, más remota y más vaga de la conciencia se
unen por la repetición, sin que estemos advertidos de ello;
podremos darle una forma más definida al observar lo
que acontece en casos presentes al espiritu de todos. Pode-
mos sacar de r.uestra vida pasada hechos abundantes que
prueban que nacen en nosotros emociones sin que poda-
mos referirlas a caus&.s conocidas y sin que seamos capa·
ces de decir cómo las hemos contraido. Hay un hecho
muy familiar del cual, a mi parecer, todo el mundo puede
dar testimonio; es, a saber, que una especie de confitura
que en nuestra infancia se ha tomado frecuentemente con
una medicina, puede hacerse, por una simple asociaci6ñ
de emociones, tan repugnante para nosotros, que ya no
podemos volverlo a soportar en nuestra vida. Este hecho
muestra, con bastante claridad, cómo pueden establecerse
repugnancias independientemente de toda idea de conexión
causal, y mejor dicho, aunque sepamos que no hay cone-
xión causal. Lo mismo cabe decir de las emociones agra-
dables. El graznido de los cuervos no es, en sí mismo, un
sonido agradable; desde el punto de vista musical es po-
sitivamente todo lo contrario, Sin embargo, este graznido
produce, ordinariamente, impresiones agradables-impre·
siones que muchos atribuyen a la misma naturaleza del so•
nido. Sólo las pocas personas que se han dedicado al aná-
lisis de su propia conciencia, saben que el graznido de los
grajos les es agradable porque ha estado ligado en otro
tiempo con una multitud innumerable de sus mejores pla-
ceres-con la cogida de flores silvestres en la infancia,.
con las excursiones del sábado, con los días de asueto~
con las partidas al campo en el verano, cuando se deja han
los libros y se reemplazaban las lecciones por los jnegQs
HERDERT SPENCER 337

y aventuras a traves de los campos, con las mañanas


frescas y soleadas de la edad madura, cuando un paseo
venía a constituir el descanso de nuestras tareas. Y ahora
ese sonido, aunque no esté ligado de una manera causal
con todos esos placeres pasados tan numerosos y tan va-
riados, simplemente porque han estado asociados con fre•
cuencia, despierta una conciencia oscura de estos placeres,
como la voz de un viejo amigo que aparece en nuestra
casa de improviso, despierta repentinamente una oleada
de emociones que resultan de los placeres de nuestro pa-
sado compañerismo.
Esta explicación, dada sobre la manera con que las
emociones se desarrollan por un tránsito de las experien-
cias al estado orgáníco, volvamos a tomar nuestra expo-
•ición en el punto en ·que la hemos dejado en el último
capitulo. De los sentimientos egoístas pasamos ahora a
los sentimientos ego-altruistas. Por esta palabra entien·
do los sentimientos que, aunque suponen un placer perso-
r.al, implican también un placer en otro; la representa-
CIÓn de este placer <n otro, siendo una fuente de placeres
no en sí misma, sino en razón de las ventajas personales
ulteriores que la experiencia le ha asociado.
§ 520. Un niño en brazos de su nodriza, bastante
adelantado para reconocer vagamente los objetos que le
rodean, sonríe al ver la fisonomía sonrionte y al oír la
dulce voz acariciadora de su madre. Si sobreviene una
persona que le pone una cara irritada y le habla con tono
ronco y duro, Ja sonrisa desaparece, los fasgos Se COn·
traen en una expresión penosa y se echa a llorar, desvía
la cabeza y ejecuta para escaparse los movimientos que
le son posibles. ¿Cuál es la significación de estos hechos?
¿Por qué el fruncimiento de cejas no le hace sonreír y la
sonrisa de su madre no le hace llorar? No hay más que
TOWO IV 22
338 PRlNClPIOS DE PSICOLOGÍA

una respuesta posible. Dosde este momento, en su cere-


bro, en vía de desarrollo, entran en juego los aparatos por
los cuales excita emociones agradables un grupo de im.
presiones visualos y auditivas y los aparatos por los cua-
les excita emociones penosas, otro grupo de impresiones
visuales y auditivas. La relación entre una expresión feroz
de la fisonomía y los males que pueden seguir a la percep-
ción de esta fisonomla, no es más conocida por el niño que
lo que el pájaro recién salido del nido conoce de la cone-
xión:entre la muerte posible y la vista de un hombre que se
acerca; y tan ciertamente en un caso corno en el otro, la
alarma sentida se debe a una estructura nerviosa parcial·
mente establecida¿ Por qué esae¡tructuranerviosa parcial-
mente establecida denuncia su presencia tan temprano en
el ser humano? Simplemente porque, en las experiencias
anteriores de la raza, las sonrisas y las inflexiones dulces
de la voz en las personas de al lado han sido los acompa·
ñamientos habituale; de emociones agradables, mientras
que sufrimientos de diversas especies, inmediatos o lejanos,
se han asociado continuamente con las impresioneS reci-
bidas en presencia de las cejas fruncidas, de los dientes
apretados y 'de los sonidos grañones. Debemos remontar-
nos mucho más allá de la historia de la humanidad para
encontrar los comienzos de estas conexiones. Las aparien·
cias y los sonidos que excitan en el niño un temor vago,
le revelan el ¡>eligro, y lo revelan porque son los acompa-
ñamientos fisiológicos de la acción destructiva, algunos de
ellos son comunes al hombre y~ a los mamíferos inferiores
y ae encuentran, por consiguiente, comprendidos por di-
chos mamífero• inferiores, como se ve en los perros pe-
queños. Lo que llamamos el lenguaje natural de la cólera
ae debe a la contracción parcial de lo• músculos que el
combate real pondría en juego y todas las señales de irri-
HI!RBBRT SPBNCBR 3)9

tación, hasta la sombra ligera que pasa:por nuestra frente


<>n un momento de contrariedad, son las fases incipientes
.de las mismas contracciones, Otro tanto acontece, en aen·
tido contrario, con el lenguaje natural del placer y con el
estado de espíritu que llamamos sentido! afectuoso; tam·
bién es susceptible de una explicación fisiológica. {Véanae
los §§ 497"499·)
Los niños un poco más adelantados qu(tienen algu-
nos años más nos suministran otra enseñanza. ¿En qu~
las experiencias de cada uno ayudan al desarrollo;err.O·
cional que consideramos? Mientras que sus miembros se
han hecho t,nás ágiles por el ejercicio, que su destreza
manual se ha acrecentado con la práctica, que sus per-
·cepciones de los objetos se han hecho por el uso más rá-
pidos, más cuidadosos, más comprensivos, las asociaciG-
nes entre el doble grupo de las impresiones recibidas de
las personas de al lado y de los placeres y de los sulri-
·mientos recibidos de ellas, simultánea y consecuente mea·
te, se han corroborado por la repetición frecuente y se
han perfeccionado sus ajustamientos. El oscuro males-
tar y el placer vago que el niño de teta experimentaba
han tomado, cada uno aparte, en el muchacho forma•
mejor definidas. La voz irritada del aya no despierta ya
en él una emoción indecisa de temor, sino que también
provoca la idea especial del sopapo que puede seguir. La
contracción de la cara de un hermano mayor excita, al
·mismo tiempo que la impresión original indefinible de
malestar, la impresión naciente de males que son defini·
bies para el pensamiento en forma . de puntapi~s. de pu•
ñetazos, de tiraduras de pelo y de juguetes arrebatados.
Los semblantes de los padres, ya rientes, ya sombríos,
han sido, respectivamente, asociados con las formas múl·
tiples de piacer y formas múltiples de dolor o de priva-
340 PRlNCIPlOS DH PSICOLOGIA

ción. De este modo los aspectos de fisonomía y los soni-


dos que implican la amistad o enemistad en los seres de
alrededor llegan a ser símbolos de dicha o de desgracia,
por más que al fin la percepción del uno o del otro grupo
de hechos pueda presentarse difícilmente sin producir
una onda de emoción agrad•ble o dolorosa. El fondo de
esta ola de emociones es todavía sustancialmente de la
misma naturaleza que era en otro tiempo; porque, aun-
que en cada una de estas numerosas experiencias, un
grupo especial de signos fisonómicos o vocales esté ligado
con un grupo especial de placeres o de sufrimientos, cort
todo, como estos placeres y estos sufrimientos han dife-
rido inmensamente en sus especies y en sus combinacio·
nes, y como los signos que les precedían no han sido
completamente Jos mismos en dos casos consecutivos,
síguese que, a la postre, la conciencia que de ellos se des-
prende permanece tan vaga cuanto es voluminosa. Las
miríadas de ideas particulares excitadas que resultan de
experiencias pasadas se aglomeran conjuntamente y se
superponen de manera que forman un agregado en el
cual nada es distinto, pero que tiene el carácter de ser
agradable o penoso, según la naturaleza de estos elemen-
tos originales. La diferencia principal entre esta emoción
desarrcllada y la emoción excitada en el pequeño niño
consiste en que, sobre el fondo sombrío o brillante que
formaba el cuerpo de la primera, pueden ahora dibujarse
en el pensamiento los placeres y los sufrimientos parti-
culares que sugieren las circunstanchs correspondientes ..
¿Cuál debe ser la elaboración de este proceso bajo las
condiciones de la vida primitiva del hombre? Las emo-
ciones comunicadas al joven salvaje por el lenguaje na-
tural del amor o del odio sobre los miembros de su tribu,
alcanzan una determinación parcial en correspondencia
HERBERT SPENCER 3~1

con las relaciones que le unen a su familia y a sus cama·


radas, y aprende por experiencia la utilidad que hay en
lo que concierne a sus propios fines en evitar las acciones
que suscitan en Jos otros las manifestaciones de la cólera
y de adoptar las mnneras de obrar que provocan en ellos
las rnanifcstadones de placer. Esto no es en él una gene.
ralización consciente. No formula a esa edad-y proba-
blemente tampoco en otra que en ésta-sus experiencias
en el principio general de que es bueno para él-hacer co·
sas que provoquen la sonrisa de Jos otros y evitar lasco·
sas que hacen contraer su cara. Acontece que, habiendo
heredado, como se ha visto, esta conexión entre la per-
cepción de la cólera en otro y el sentimiento del temor,
y habiendo descubierto que ciertos actos de su parte ha·
<:en nacer la cólera, no puede, en lo~ sucesivo, pensar e:t
cometer uno de estos actos Nin pensar en la cólera que de
él resultara y sin experimentar, más o menos, el temor
que de ello resultara a su vez. No ha pensado en el ca-
rácter bueno o malo del acto en si mismo; lo que de él le
ha Jesviado es, en suma, el temor vago, pero parcial.
mente definido, del mal que puede seguir. Asi compren-
dida, la emoción coercitiva es la que se desprende de las
-experiencias de utilidad-toma:la e~ta palabra en su sen-
tido ético-; y si nos preguntamos por qué es provocada
~n los otros esta cólera temida, encontramos ordinaria-
mente que es porque el acto prohibido entraña en alguna
parte algún sufrimiento-es rechazado por la utilidad.
Si pasamos en seguida a las prescripciones que tienen
curso en la tribu, vemos no menos claramente cómo las
emociones producidas por la aprobación y la reprobación
vienen a estar asociadas en la experiencia con las accio·
nes que son ventajosas y las acciones que son nocivas a
la tribu, y cómo, en consecuencia, los hombres están
342 PRlNClPlOS DE Pl~COLOGfA

aguijoneados a cumplir las unas y a desviarse de ejecutar-


12s otras. Desde sus primeros años, el salvaje oye referir
las hazañas de su jefe; las oye referir con palabras de
alabanza y ve en todos los semblantes radiar la admira·
ción, De tiempo en tiempo presta también oído al relato
de un acto de cobardía hecho con tono de menosprecio.
con metáforas insultantes, y ve al autor de tal acto trata·
do con desdén en todas las partes donde se presenta, Es
decir, que una de las cosas que se asocian más fuerte·
l!lente en su espiritu con las fisonomías sonrientes que
simbolizan el placer en general, es el valor, y. que una de
las que se asocian más firmemente en su espiritu con
frentes contra! das y las otras señ&les de enemistad que
ccnstituyen un símbolo de desgracia, es la cobardía. Es--
tes sentimientos no !ie forman en él, porque razonando a
su manera ha encontrado la verdad de que el valor es
útil a su tribu y, en consecuencia, a si mismo, o esta otra
de que la cobardía es un mal. Quizá en la vida adulta lo
comprenda; pero ciertamente no lo comprende en la épo·
ca en que la bravura está de este modo asociada en su
conciencia con todo lo que es bueno y la cobardía coll
todo lo que es malo. Semejantemente se producen en él
sentimientos de inclinación o de repugnancia frente a
Gtras lineas de conducta que se han establecido o prohi·
bido porque son ventajosas o nocivas a la tribu, por más
que ni el viejo ni el joven sepan por qué se han estableci-
do o prohibido; por ejemplo, el mérito que se asocia a
robar las mujeres al extranjero y el carácter vicioso del
matrimonio entre las mujeres de la tribu.
Podemos ahora subir un grado a un orden de excita·
ciones y de coacciones derivadas de aquellas. Es creencia
primitiva la de que cada hombre muerto se convierte en
un demonio perfectamente dispuesto a volver a cada ins-
llhlUlERT SPENCER 343

tan te a ayudar o a perjudicar. Así, entre los demás agen-


tes que tiene presentes el salvaje se encuentran los espíri-
tus de sus antepasados cuya aprobación y reprobación in·
fluyen en toda su conducta. Niño, oye hablar de sus accio-
n.s, ya con tono de triunfo, ya con tono de horror; y la
convicción, que de este modo penetra en él, de que estos
espíritus pueden inflingir un mal vagamente imaginado,
pero terrible, o prestar alguna gran ayuda, llega a ser
para él un aguijón o un freno temido. Esto es lo que es-
pedal mente debe suceder cuando lo que se cuenta es refe-
ri:lo a un jefe notable por su fuerza, su ferocidad y esa te·
nacidad en la venganza que las experiencias del salvaje le
hacen notar como ventaja y una virtud. La conciencia de
que tal jefe temido por las tribus vecinas, y temido tam-
bién por los mienbros de su propia tribu, puede reapare-
cer y castigar a todos los que han despreciado sus órdenes,
llega a ser un poderoso motivo de acción. Pero es, por de-
pronto, evidente, que la cólera y las satisfacciones imagina-
rias de este jefe deificado no son más que formas transfi.
guradas de la cólera y de la satisfacción manifestadas por
los hombres de alrededor y que las emociones que acom·
pañ1.n tales imaginaciones tienen, como aquellas, su raiz
original en las exp~riencías que ln:1 asociado resultados en
sllma penosos con las manifestaciones de la cólera en otro
y resultados en suma agradables con la manifestaciún de
la satisfacción en otro. Y es, en segundo lugar, evidente
que las acciones prohibidas a este título y las acciones es·
timulc.das deben ser sobre todo ac..::ione:s nocivas o venta.
josas a la tribu puesto que el jefe dichoso, ordinariamente
mejor juez que los otros, ha proseguido la salud de la tri-
bu al buscar Ja propia. Por const!Cuencia, las experiencias
de utilidad, organizada• con o sin conciencia, constituyen
el fondo de sus órdenes y los sentimientos que le obtienen
344 PRINCIPIOS DE PSIC~L_O_G_l_A_ _ _ _ __

la obediencia, pueden ser, aunque muy indirectamente y


a pesar de los que los experimentan, referidos a experien-
cias de utilidad.
Esta forma transfigurada de coerción que por de pron·
to difiere muy poco de la forma original, soporta un in·
menso desarrollo. Las tradiciones que se acumulan, que
crecen siempre a medida que se repiten d<! generación en
generación, elevan cada vez más por cima de las pro?or-
ciones humanas, los héroes antiguos de la raza. Lo• po-
deres que se le atribuyen de infl1gir castigos y de dar la
dicha se hacen cada vez mayores, más numerosos y más
variados; de suerte qtio el temor del de•agrado divino y el
deseo de obtener la aprabaci6n divina adq,Jieren cierta ex·
tensión y una cierta generalidad. Sin embarga, las concep·
ciones siguen siendo antropornórllcas. Continúa conSide-
rándose que la deidad vengadora manifiesta las emociones
humanas de m•nera completamente humanas. Además,
los sentimientns de dorecho y de deber, en el límite en
que están desarrollados, se refieren sobre toi.1, sino com·
pletamente, a los madamientos y a las prohibiciones del
dios y no s.; rdieren más que en uaa pequ!!ñísim'l. parte a
la natur~leza de los actos man:lados o prohibidos. En el
sacrificio medio cumplido de Isaac, en la in:nolación de
la hija de Jefté, en el desastre d~ Agag, corno en las in·
numerables atrocid d·!i cometidas bajo la influencia de
motivos rdtigioso:~ por las raza1 primitivas en general,
vemos que la m:Jrali:laJ y la in •noraliJad corno nosotros
las comprendemos, no eran en un principio ab'3olutarnen~
te conocidas, y 1ue los sentimientos, sobre tolo el d"l te·
mor, que antes o~upaba su pu~sto, eran sentimientos ex-
perimentados por seres invisibles de quienes se suponla
emanaban las precripciones y las prohibiciones.
§ 5zr. Buena parte de lo que pasa por sentimiento
HERBgRT SPENCER 345

religioso no es, de este modv, más que uua forma alta-


mente re-representativa del sentimiento ego-altruista que
guía sobre todo a los hombres en su conducta de los unos
con los otros. Al expresar su íntimo parentesco con la
prudencia mundana en la frase feliz de Leigh Hunt: <la
prudoncia para el otro mundo>, hacía comprender bien la
verdad de que el sentimiento por el cual se obtiene sobre
todo la observancia religiosa de los hombres de nuestros
días, es un sentimiento en el cual la representación de la
aprobación divina acompaña a la representación de dicha
futura general que debe estar asegurada por esta aproba-
ción-sentimiento tanto más vagb cuanto e~ más alta-
mente representativo, pero está, sin embargo, compuesto
de elementos suministradag en el origr!n por experiencias
de placer.
Señalemos también cuidadosamente el hecho de que la
conciencia de lo justo y de lo injusto, tal como existe en
los hombres no civilizados o a medio civilizar y hasta en
una gran proporción entre los hombres más cultos de
:1uestra edad, toma su origen en los sentimientos ego· al-
truístas. Si arrojamos una mirada hada atrás sobre las
creencias del pasado y los sentimientos correlativos tales
como nos los muestran el poema del Dante, los misterios
de la Edad Media, el degüelio de la Saint-Barthelemy y
los a~tos de fe, encontramos la prueba do que, en tiempos
comparativamente modernos, lo justo y lo injusto casi no
significaban otra cosa que la subordinación o la insubor-
dinación-en un principio al legislador divino, después al
legislador humano. En nuestros mismos dias prevalece
tal conoepción en una gran escala, encontrándosela hasta
en las obras de moral muy meditadas de las que constitu·
ye su fondo, por ejemplo, en los Ensayos sobre los pri~tcipio<
de moralidad, por Jonathan Dymond. El autor no recono-
346 PRII'I.ClPIOS DE P5lCOLOGlA

cia otro fundamento a la obligación moral que la volun-


tad divina, expresadas por las creencias dominantes. Y en
verdad con estos sermones, en los cuales los suplicios de
los condenados y los goces de los elegidos se presentan
como los motivos casi únicos de estimular la acción y la
abstención; con nueshos catecismos que nos enseñan da
manera de ser feliz en este mundo y en el otro e, no se
puede nt•gar que los sentimieutos que empujan y retienen
a los hombres de hoy, e;tán todavía sumamente compues-
tos de elementos semejantes a los que obran en el salvaje
-el temor, en parte vago, en parte especificado, asociado
con la idea de la reprobación humana y divina y de la im-
presión de satisfacción, en parte vaga, en parte especifi-
cada asociada con la idea de la aprobación humana y di-
vina. Ni en los sentimientos religiosos, ni en Jos sentí·
mientas morales en el grado de desarrollo en que se les
encuentra en esta fase ego-altruista se encuentra implíci-
ta la conciencia agradable o penosa causada por la consi-
deración de los actos en su naturaleza intrínseca, abstrac-
ción hecha de !as consecuencias próximas o remotas que
tienen para el individuo,
§ 522. Por esta razón el criterío de lo justo y de lo
injusto ha sido, y es todavía, tan diferente en las diferen-
te• sociedades. Evidentemente, todo el tiempo que las.
emociones excitadoras o coercitivas no tienen otras cau·
sas determinantes que las manifestaciones reales o ideales
de aprobaci(m o desaprobación humana o divina, las no-
ciones de lo justo y de lo injusto deben depender, con los.
sentimientos c,¡rrespondientes, de las tradiciones teoló¡;i-
e as y de las,,circunstancias sociales. Si el dios de una raza
está representado exigiendo el exterminio de los enemigos.
y ofendido por la piedad que a éstos se muestra; si como.
de ello resulta, la venganza se asocia en la conciencia con
HER.BERT SPEN'CER 347

el pensamiento del placer causado a este dios y las recom-


pensas que en consecuencia se deben recibir mientras que
d perdón está acompañado del pensamiento de la cólera
divina y de las desgracias que la seguirán, entonces la ven-
ganza y el perdón llegan a ser, en la conciencia, la una
agradable y el otro desagradable en sus resultados gene·
raJes, o la una justa y el otro injusto. Otro tanto aconte-
ce con los sentimientos que se refieren a los actos que ex-
citan la aprobación y la desaprobación de los hombres.
Los usos, cualquiera que sea su naturaleza, que las cir-
cunstancias han establecido de suerte que, conformarse a
ellos, entraña la aprobación del medio social, y austraer-
se a ellos entraña la irritación y las palabras de censura
llegan a ser usos en cierto modo santificados. Los agrega·
dos de placeres ideales y los agregados de dolores ideales,
qu':! estas maneras de ser opuestas en nuestros semejantes
sugit:ren en nosotros, están asociadas con el cumplimien-
to y la omisión de tales actos; y asi, el cumplimiento y la
omisión de estos actos concluyen por concebirse con in-
clinaci6n o repugnancia, y se llaman convenientes o in-
convenientes.
Lu<go evidentemente, los sentimientos reguladores de
naturaleza ego-altruista son, en sus relaciones con las
acciont!s concretas, tan variables como las diferentes es·
pecies de conducta que sirven al bien social bajo diferen-
tes condiciones sociales. Las necesidades de una pequeña
tribu que tiene que sostener su existencia en medio de
otras tribus que amenazan destruirla todos los días, son
sumamente distintas de las necesidades de una sociedad
scrnicivilizada que, aunque belicosa, se desarrolla por el
progreso de la in<luslria, y las necesidades de ésta, a su
vez, son sumamente diferentes de las de una sociedad
como la nuestra, en la cual las actividades predatrices
348 PRINCIPIOS DE PSICOLOGL-\

están considerablemente disminuidas, en la cual la subor-


dinación de los rangos exigida ha llegado a ser menos es-
trecha y donde ya no es casi necesaria la rigidez de las
costumbres. Y para corresponder a necesidades tan va.
riadas más o menos diferentes en cada raza y en cada
época, se ajustan incesantemente los sentimientos ego-
altruistas; se ajustan, digo, cuando los sentimientos más
elevados que conciernen a la conducta dosde el punto de
vista abstracto no pueden ajustarse de la misma manera.
Los sentimiento3 ego-altruistas son los agentes regulado-
res principales en las épocas de transición en las cuales
seria fatal el predominio de los sentimientos más eleva-
dos porque no encuadran con las condiciones de la vi la.
Sin embargo, los sentimientos ego altruistas contie-
nen elementos importantes que son constantes, y hay
ciertos sentimientos permanentes de lo justo y de lo injus-
to en los cuales han entrado estos sentimientos. Como
están excitados agradablemente por la manifestación de
la aprobación, debe acontecer que, una manera de obrar
que provoca muestras de aprobación entre todas las razas
y en todos los tiempos, será considerado como justo sin
consideración al pueblo ni al tiempo y viceversa. Un in-
sulto sin razón, por ejemplo, es cditdenado en el mundo
entero. El acto particular o la palabra que causa el insul-
to, varía solamente con las circunstancias locales. En cier-
tas tribus del Nilo, para saludar a un extranjero, se le es·
cupe en la cara, y desdeñar el devolver este saludo de la
misma manera seria una falta de conSideración que entra-
ña una desaprobación, mientras que en muchos pueblos
las consecuencias que de ello se sacarían y los sentimien-
tos correspondientes serian justamente lo opuesto de aque-
llos. De la misma manera en ciertas sociedades, llamar
a un hombre cuñado es una indignidad que provocan pa-
HERBERT SPEN'CER 349

labras y actos de venganza, mientras que en otras socieda·


des llamar a un hombre cuñado implica una de las mayo-
res adulaciones. Pero por más que en estos casos hay un
desacuerdo absoluto respecto de las palabras y de los ac.
tos considerados como insultantes, hay acuerdo en el sen·
ti miento de que es inconveniente ofender sin provocación
y que es conveniente hacer lo que conduce a relaciones
amistosas. Lo mismo sucede en todo. Los sentimientos
ego-altruistas, que son inconstantes en cuanto a lo que
concierne al carácter particular de los actos que los exci-
tan, son constantes en lo que concierne al carácter gene·
ral de estos actos; es decir, que son actos que, según los
tiempos y los ·lugares, provocan en los otros signos de
amistad o de enemistad.
§ 523. Otro aspecto del as11nto merece que nos deten·
gamos un instante porque es interesante por sí mismo y
nos suministra además una comprobación de las teorías
adoptadas. Me refiero al sentimiento de vergüenza y a sus
manifestaciones.
Si fuera necesaria una nueva prueba para establecer
que los sentimiento~ ego·altruístas están constituídos como
se ha dicho aquí, se la encontraría en el hecho de que la
vergüenza producida por la representación del menospre-
cio de otro es, en su naturaleza esencial, la misma que ese
desprecio imaginario esté excitado por una injusticia real-
mente hecha o por una injusticia solamente supuesta. Los
niños proporcionan comunmente la prueba de esta identi-
dad de fondo-porque nos muestran que el inocente a
quien se atribuye una falta puede abochornarse lo mismo
que el verdadero culpable.
Es verdad que los dos estados emocionales excitados
en estos casos opuestos deben diferir en algo por la pre-
sencia de la conciencia de la culpabilidad en un caso y por
350 PRl:>.'Cll"lOS DR PSlCOLOGfA

su falta en el otro; pero la semejanza, sino la identidad,


de las manifestaciones fisiológicas nos muestra hasta qué
punto los dos estados de conciencia son, en su fond~. los
mismos. También es verdad que, en la mayor parte de
las personas que creen en las recompensas y en los cas-
tigos futuros, los dos estados de conciencia difieren por
la presencia en el uno y la ausencia en el otro de la creen-
cia consoladora enJ una rectificación suprema; por más
que evidentemente ello sea una fase secundaria del senti-
miento -como por lo demás Jo implica el orden de los
afectos corporales. Pero la vista de estas dos diferencias
distintas no sirve más que para mostrar mejor cuán rela-
tivamente ligeras son y hasta qué punto esta forma dolo-
rosa del sentimiento ego-altruista consiste verdaderamen-
te en su fondo en una representación voluminosa y vaga
de las disposiciones mentales de los demás hombres y de
la desgracia general asociada en el pensamiento con estas
disposicio,es mentales.
Y aquí podemos ver cuán lejos de este estado moral,
el más elevado de todos, se encuentran los hombres de
nuestros días en los cuales los sentimientos supremos y
los más potentes son los provocados por la consideración
de la conducta en si misma y no por la consideración de
las opiniones de las demás personas sobre esta conducta.
En un espiritu medio, el sufrimiento constituido por la
conciencia de haber hecho algo en si injusto, no es com-
parable más que, en una proporción ligera, con el sufri·
miento constituido por la· conciencia de la reprobación de
los demás, y esto, aun en el caso de que esta reprobación
sea excitada por algo que no es en si injusto. Considérese
cuán dificil sería conseguir que una señora arrastrara un
carretón de manzanas a través de Regen-streel y qué fácil-
mente se la puede llevar a que hable mal de otra señora
HH:RBERT SP.HNCER 351

de la que está celosa. Parang6nese la intensa repulsi6n


que experimentaría en ejecutar el primero de estos actos.
que no es en si mismo reprensible y la débil repugnancia
que siente por el segundo, que es, por si mismo, verdade-
ramente reprensible y entonces se comprenderá cuán gran-
de es todavía la evolución que tieeen que realizar los sen·
timientos morales para poner a la naturaleza humana en
completo acuerdo con el estado social.
CAPÍTULO VIII

SENTIMIENTOS ALTRUISTAS

§ S24. Los sentimientos reguladores inferiores de


que hemos tratado bajo el título de ego-altruistas tienen,
como hemos visto, el carácter de que las acciones que los
excitan, agradable o desagradablemente, son muy incons-
tantes en sus formas concretas. Aur.que en todas las so-
ciedades y en todas las épocas del progreso hay ciertas
especies de conducta como la que está inspirada por la
intenci6n de agradar a nuestros semejantes y la que tiende
sin raz6n a irritarles, que suscitan señales de aprobaci6n
o desaprobaci6n que sirven para excitar estos sentimien-
tos ego-altruistas, hay, sin embargo, también muchas es-
pecies de conductas que no encantan ni irritan directa ..
mente a los otros, pero que indirectamente se han hecho
agradables o irritantes por las tradiciones y los hábitos
de la sociedad para la cual están ajustados los sentimien·
tos ego·altruistas -acciones que, en tiempos y en luga-
res diferentes, son con frecuencia exactamente opuestos.
De ello se ha sacado la consecuencia de que, tal como
aqui se la expone, la génesis de las emociones, no puede,
en fin, producir nunca sentimientos fijos y universales que
respondan a lo justo y a lo injusto en si.
Esta critica implicada que las costumbres de los hom-
bres y los sentimientos correspondientes que han ofrecido
y todavía ofrecen tanta variabilidad, no pueden soportar
HERBERT SPENCBR 353

ninguna constancia. En la naturaleza de las cosas no ha-


bría nada que haga que una especie de conducta oe adap-
te mejor que otra a la vida social -todo serfa indetermi-
nado. Concluir que sentimientos fijos no pueden engen-
drarse por el proceso descripto más atrás, es suponer que
no hay condiciones fijas de bienestar social. Sin embargo,
si las formas temporales de conducta requeridas por las
necesidades sociales hacen nacer ideas temporales de lo
justo y de lo injusto con excitaciones de sentimientos co-
rrespondientes, se puede de ello inferir con claridad que
las formas permanentes de conducta requeridas por las
necesid;des sociales, harán nacer ideas permanentes de lo
justo y de lo injusto con las excitaciones de sentimiento
correspondientes y así, discutir la génesis de estos senti-
mientos, es poner en duda la existencia de estas formas.
Ahora bien; nadie ne~ará que haya formas permanen-
tes de c9nducta mientras se quiera comparar los códigos
de todas las razas que han traspasado la vida puramente
predatriz. Esta variabilidad de sentimientos, señalada más
arriba, no es otra cosa que el acompañamiento inevitable
de la transici0n que conduce, del tipo original de sociedad
adoptado para la actividad destructiva, al tipo civilizado
de sociedad adoptado para la actividad pacífica. Mientras
dura, hay un compromiso entre las exigencias antagóni-
cas de estas dos condiciones, y un compromiso correspon ..
diente entre los sentimientos antagónicos que de ello re-
sultan sin cesar. Las condiciones están en vías de cam-
bio parcial, los hábitos correspondientes se modifican y
los sentimientos se reajustan. De abi tanta incon!!iistencia.
Pero, desde el momento en que se hacen dominantes las
actividades pacificas, en cuanto se hacen imperativas las
condiciones en que pueden desarrollarse armónicamente
las actividades pacíficas, desde ese momento las ideas co-
TOM() lY 23
3M PRlNCl~lOS DB PSICOLOGtA

rrespondientes llegan a ser claras, y los sentimientos co-


rrespondientes adquieren fuerza. Y estas ideas y estos sen-
timientos tienen que llegar a ser finalmente uniformes y
permanentes por la razón de que las condiciones necesa-
rias para la vida social completa son~uniformes y perma·
nentes.
§ 525. El régimen industrial se distingue del régimen
predatriz en que la dependencia mútna llega a ser consi-
derable y directa, mientras que el antagonismo mutuo se
hace débil e indirecto. En una sociedad predatriz, los sen-
timientos que son satisfechos por el mal de los otros (los
enemigos), se ejercen habitualmente al mismo tiempo que
los sentimientos que encuentran su satisfacción en el bien
de los otros (los amigos); mientras que en una sociedad
industrial Jos sentimientos que encuentran su satisfacción
en el mal de los otros, como ya no se tienen en actividad
constante e intensa, dejan de luchar con los sentimientos
que encuentran su satisfacción en el bien de Jos otros y ya
no reprimen su desarrollo. Y puesto que a medida que
una sociedad gana en organización aumenta la interdepen-
dencia de sus partes y el bien de cada uno está más inti-
mamente ligado con el bien de todos, resulta de ello que
el crecimiento de los sentimientos que encuentran su sa-
tisfacción en el bien de todos es el mismo de los sentimien-
tos ajustados a las condiciones fundamentales e inmuta·
bies de la salud social.
Debemos tratar de los sentimientos que acabamos de
describir bajo el nombre de sentimientos altruistas. Se
desarrollan con los sentimientos ego altruistas de Jos que
no se distinguen de una manera marcada porque, a decir
verdad, si estuvieran desarrollados del primer golpe aisla-
damente no podrian existir. Observemos el proceso de
esta diferenciación.
HI!RBI!RT SPENCER 355

§ 5z6. Cnando estamos impresionados por las apa-


riencias y los sonidos que constituyen el lenguaje natural
del sentimient.o en otro ser, el agregado de sentimi!!ntn~
excitado por las asociaciones que la experiencia ha es-
tablecido principalmente en la raza, pero en parte también
-en el individuo, forma cios grupos que pueden estar el uno
-con relación al otro en proporciones di versas, pero de los
que ninguno existe ordinariamente acompañada por com.
pleto de la otra. Las manifesta<¡,iones del sentimiento tien·
den a excitar un sentimiento análogo en el observad<>r;
y tienden simultáneamente a excitar en el observador sen-
timientos compuestos de experiencias de placeres y de su·
frimientos que le son propias, tales como las que pueden
seguir a estas manifestaciones. Como se ha mostrado "1
el capítulo sobre la tSociabilidad y la simpatia• los seres
inteligentes que viven los unos en presencia de les otroo y
están expuestos a las mismas causas de placer y de sufri-
mientos, adquieren la aptitud de participar en los placer"•
y en los sufrimientos los unos de los otros. Y, hemos vi;.
toen el capitulo inmendiatamente precedente que, entre
los seres que viven juntos y son capaces de experimenhr
placeres y sufrimientos con motivo de los actos de los
otros, según que Jos inspire la amistad o la enemistad, se
desarrollan emociones que corresponden a las manifesta-
ciones amistosas u hostiles. Es decir, que estos ú:timos
sentimientos o sentimientos ego-altruistas cuyos elemen-
tos son las representaciones de sentimientos que probable.
mente el individuo mismo experimentará y bs primeros o
sentimientos altruistas que tienen por elementos las re-
presentaciones de sentimientos actualmente experimenta-
dos por otro, entran simultáneamente en vigilia y parecen
deber, a falta de causas que actuen en sentido contrario,
desarrollarse paralelamente. No hay nada en la naturale-
356 PRINCIPIOS DE PISCOL0G1A

za intrínseca de las emociones no personales que haga su


evolución más dificil, que la evolución de las emociones
personales excitadas por las mismas manifestaciones.
¿Cómo es, pues, que, desde ese momento, los sentimien·
tos ego-altruistas puedan hacerse tan activos, mientras
que los sentimientos altruistas permanecen casi dormido>?'
Ya he indicado la respuesta a esta pregunta al fin del
capitulo sobre •la sociabilidad y la simpatfao. He dado
entonces algunos ejemplos que muestran que en las emo·
ciones, como en las sensaciones, la repetición frecuente de
un estimulo produce un endurecimiento que le atenúa. Y
hemos visto que, en consecuencia, si la naturaleza de las
condiciones de la existencia que necesiten excitaciones
simpáticas frecuentes de especie dolorosa los sufrimientos
excitados por simpatia se harán gradualmente menores y
que resultará de ello la indiferencia. Además se ha nota-
do que, durante la lucha por la existencia entre la socie-
dades, lucha que en el origen era intensa y que aún en la
hora actual está muy lejos de haber concluido, las condi-
ciones han sido tales, que hacían necesaria una extrema
facilidad para infligir el dolor y reprimían en proporción
los sentimientos afectuosos. Se puede agregar aqui que, a
esta restricción de la simpatía que los antagonismos de las
sociedades entre sí necesitaban y necesitan todavía, se ha
añadido otra que resulta de la lucha por la existencia en el
seno de cada sociedad. No solamente esta lucha por la
existencia implica la necesidad de que los fines personales
se prosigan sin consideración a los males que entraña para
los competidores desgraciados, sino que también implica
la necesidad de que la simpatía no se acentúe demasiado
por el sufrimiento difuso que inevitablemente acompaña a
este combate perseverante, Evidentemente, en efecto, si
hubiera una simpatía bastante pronta par~ que el sufrí.
HERBERT SPENCER 357

miento ajeno fuera sentido en cierto modo con su intensi-


dad y su grandeza reales, la vida seria intolerable para to-
dos. El contacto familiar con los signos de miseria produce
{o mejor sostiene) necesariamente una~indiferencia propor-
cionada a la frecuencia de este contacto y es ese un acom-
pañamiento tan inevitable de la competencia no sangrienta
entre los miembros de una sociedad como el de la campe·
tencia sangrienta entre las sociedades mismas.
Vengamos al hecho que nos interes1 particularmente
aqui. Podemos ver ahora por qué acontece que entre los
sentimientos variados producidos en cada ser por la ex-
presión de los sentimientos de los otros, se desarrollan en
alto grado los sentimientos ego-altruistas mientras que los
sentimientos altruishs quedan comparativamente poco
desarrollados. Porque bajo las condiciones desaparecidas
de la existencia social, la salud de la sociedad y de cada
in:liviJuo no necesitan la represión de las emociones ego·
altruistas; muy al contrario, el placer del individuo y el
bien de la sociedad han pedido a la vez que crezcan estos
sentimientos. El amor.a la gloria ha sido un estimulo pre-
cioso para el perfeccionamiento del arte militar y, en con-
secuencia, para la conserva:;i6n nacional. El deseo de la
aprobación, al dulcificar el conficto de los individuos, ha
tendido fuertemente a facilitar la cooperación. El temor a
tos reproches de una parte al reprimir la cobardfa en los
combates y de otra al restringir las acciones funestas a la
vida social, ha contribuido a la ventaja de los particulares
y de los Esta:los. Sólo cuando el el individuo persigue con
tanta pasión los aplausos de los demás y se ve conducido
a sacrificar su salud inmediata, es cuando encuentra su
deseo por el placer in:lireoto re-representativo tenido en
jaque por el deseo de un placer directo pre.,ntativo. De
este modo se han fortificado considerablemente y repri.
35S PRINCIPIOS DE PSlCOLOGJA

mido poco los sentimientos ego-altruistas. Y por esta ra-


zón la tendencia generai ha llegado a ser tal que el testi-
go de una manifestación cualquiera de emoción en otro-
hombre siente nacer en el una ola rápida y amplia de es-
tados de coc ciencia en los cuales la representación de los
estados personales adquieren un lugar dominante mien-
tras que, si es que no falta, es debilla representación del
sentimiento que ha provocado esta manifestación.
§ 527. De los dos grupos de emociones que de este
modo se diferencian los sentimientos altruistas a los cua-
les prestamos ahora nueslra atención, son todas las exci-
taciones simpáticas de emociones egoístas y sus caracteres.
varían según los caracteres de las emociones egoístas ex-
citadas simpáticamente.
Algunas emociones altruistas asi producidas no se com-
prenden en la definición de los sentimientos que se ha
dado más arriba. Cuando un bostezo produce un bostezo
simpático; cuando la vista de un pasajero que está marea-
do aumenta la tendencia al mareo de aquel que es testigo;
cuando uno siente temblar sus piernas al ver a alguno al
borde de un precipio, o cuando durante una operación uno
de los asistentes experimenta tal trastorno que se siente
desfaller, la excitación es en algunos casos total y en otro!>
parcialmente, una excitación por vía simpática de sensa·
cienes simples-el contenido de la conciencia es pura-
mente representativo y no re· representativo.
Una emoción altruista no llega a ser re-representativa
ni merece el nombre de sentimiento propiamonte dicho-
más que cuando la emoción objeto de la simpatía es men·
tal, y como veremos, las formas más desarrolladas de
emociones altruistas son enteramente de esta naturaleza.
Sin embargo, debemos reconocer aqui el hecho de que no
se puede tirar una Hnea marcada entre las dos-que en los
Hb:RBERT SPENCER 359
- -------~-------
casos más simples hay simpatía en la sensación, que muy
generalmente hay simpatía en la sensación y en la emo-
ción propiamente dicha que la acompaña (porque en el su-
jeto de una sensación bastante fuerte para excitar la si m·
patfa, hay ordinariamente un aéompañamiento emocional)
y que pasamos gradualmente a la fase más elevada en la
cual la simpatía se produce por emociones que ya no con.
tienen ningún elemento presentativo,
Comprendida esta distinción podemos ahora conside-
n.r en su sucesión las formas directrices del sentimiento
altruista.
§ 5z8. La mayor parte de los sentimientos clasifica·
dos bajo el nombre de generosidad, son ego-altruistas. El
e'tado de conciencia que acompaña al cumplimiento de
un acto ventajoso a otro hombre, es extraordinariamente
mezclado y frecuentemente el placer que se causa está re-
pre•entado con menos vivacidad que los sentimientos de
aquel a quien se da respecto a aquel que da y la aproba·
ción de los espectadores, El sentimiento de generosidad
propiamente dicho está, sin embargo, sin mezcla en loa
casos en que el beneficio es anónimo admitiendo, sin em-
bargo, que no se pÍer..sa en un retorno esperado en el por-
\'enír. Cumplidas estas con:!iciones el beneücio implica
. claramente una viva representación de las emociones agra·
dables (ordinariamente representativas ellas mismas) que
debe experimentar el obligado.
En la generalidad sin mezcla asi constituida se pueden
distingair dos grados, En la forma más humilde el placer
de otro representado es bastante fuerte para determinar el
acto ttue produciría este placer, admitiendo que el acto no
entraña un sacrificio considerable, que la molestia que hay
que tomar no es demasiado grande y que el placer a que
se renuncia no es ninguna gran cosa. Con la mayor fre-
360 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

cuencia esta generosidad sin mezcla traspasa este limite,


puesto que los beneficies del orden aqui descrito adoptan
en este caso de ordinario la forma de una ayuda pecunia·
ria prestada por un hombre capaz de dar sin sufrir por
ello mucho y hasta si¡¡ sufrir absolutamente nada. Solo
en casos relativamente raros en que el beneficio anónimo
viene de un hombre que no puede proporcionar sino con
trabajo la suma o el esfuerzo exigido la generosidad se
eleva a esa forma superior, en la cual el placer altruista
sobrepasa al placer egoista,
Como la generosidad es un sentimiento altruista re la·
tivamente simple (por lo menos esa generosidad que co· ·
munica un placer sensible) se muestra en algú!l grado, y
a las veces en un grado elevado, durante las fases primi-
tivas de la evolución humana. Por más que en la conduc·
ta de los salvajes los actos que nos parecen generosos sean
causados ordinariamente por el deseo del aplauso, con
todo, de tarde en tarde, la prosecución impersonal de la
"alud de otro, parece existir de una manera innegable; y,
ain embargo, aun aquí podemos observar que acompaña
ordinariamente a un violento apego, como el del perro por
su amo, y que debe en consecuencia distinguirse de la ge·
nerosidad que se manifiesta faltando Intimas relaciones
personales, Admitamos, sin embargo, que mientras está
mezclado con sentimientos inferiores, la generosidad se
muestra desde muy temprano de una manera débil e in·
termitente; podemos decir con toda seguridad, no llega a
oer muy marcada y frecuente más que cuando la civiliza·
ción desarrolla las simpatía.. Basta para mostrarlo paran·
ganar la filantropía de los tiempos modernos con la de los
tiempos antiguos, que tan poco se le parece.
§ Szg. La última comparación nos conduce a otra es·
pecie muy cercana del sentimiento altruista cuyo desarro-
HERBERT SPt!NCER 361

llo la ilustra mucho mejor que el desarrollo de la genoro-


sidad; me refiero al sentimiento de piedad. El placer cons·
tituído por la representación del placer en otro, siendo el
sentimif·nto que provoca la acción generosa, la emoci6n
que provoca la tentativa de dulcificar la pena es una pena
constituida por la representación de una pena en otro.
Como ya se ha explicado este sentimiento, es reprimido
necesariamente durante las fases de la actividad predatriz
y aun en todos los tiempos se sostiene, en un considera.
ble grado, por la competencia industrial. Pero también en
todos los tiempos le ha dado más o menos campo en que
ejercer su acción la vida doméstica-agregando su ejerci-
cio al de los sentimientos que tienen entre sí los sexos y
los padres por su progenitura. Pero la piedad propiamen-
te dicha o el sentimiento altruista que determina a s~co ·
rrer a los demás en sus sufrimientos independientemente
de toda conexión personal o social y de toda afección par-
ticular es un sentimiento que no odquiere desarrollo con·
siderable sino en cuanto lo consiente la disminución de las
actividades predatrices.
La simpatía por el sufrimiento produce en la conduc-
ta modificaciones de varios géneros. En primer lugar,
reprime los actos por los cuales se inflige intencional·
mente el sufrimiento. Este efecto se observa en varios
grados. Suponiendo que no se experimente ninguna ani-
mosidad, el movimiento por el cual se tropieza con otro
hombre, suscita un sentimiento espontáneo de disgusto
en casi todos los hombres adultos, a no ser en las perso-
nas completamente brutales; la representación del dolor
físico así producido, es suficientemente viva en casi todas
las personas civilizadas para inducirlas, para tener cuida-
do de evitarlas. Allí donde exista un más alto grado de
potencia representativa, existe marcada repugnancia a in·
3ó2 PRINCIPIOS DE P~ICOLOG ÍA
- - - - - - - --------- - - -·-
fligir un dolor aunque no sea físico. El estado de espíri-
tu penoso que se excitaría en otro hombre por una palabra
aura o un acto mortificante, se imagina can tanta clari-
dad, que esta imagen basta, parcial o completamente, a
desviarnos de ello. Y entre las personas simpáticas, la
representación del desagrado que pueden provocar es tan
viva, que con frecuencia les impide hacer o deci; lasco-
sas desagradablos que tienen que hacer o decir; el sent͕
miento de piedad constituye un obstáculo aun allí donde
no debiera estar para la inflicción del sufrimiento.
En otras clases de casos, la piedad modifica la con·
ducta, determinando esfuerzos para el alivio de un dolor
ya existentes-el dolor que resulta de una enfermedad o
de un accidente, o de la crueldad de enemigos o hasta la
cólera de la misma persona en cuyo corazón nace la pie·
dad-. La simpatía que de este modo se demuestra por el
sufrimiento, sensacional o emocional, puede, sin embar-
go, conducir a dos direcciones opuestas, según que el
individuo, simpáticamente afectado, tenga poco o mucho
po1er representativo. Si este individuo no es muy imagi·
nativo, y esto es lo frecuente, puede, alejándose, desem ..
barazarse de la conciencia desagradable. Y aun siendo
muy imaginativo, no le queda otro part,ido cuando no
puede encontrar remedio a les males de que es testigo.
Pero si su imaginación es viva, y si ve además que el su-
frimiento de que es testigo puede dulcificarse mediante su
ayuda, entonces no puede escapar a la conciencia des ...
agradable alejándose, puesto que continúa persiguiéndole
la imagen del dolor, solicitándole para que vuelva sobre
sus pasos y preste su socorro.
Y aquí vemos cómo el sentimiento, altruísta bajo esta
y otras formas, llega a ser elevado en la medida que es
re· r<presentativo. Desempeña su función mucho más efi-
HERBBRT SPEI\'C.ER 363

cazmente cuando puede ser excitado, no solamente por


manifestaciones dolorosas reales, sino también por las
ideas de estas manifestaciones.
También es este el lugar oportuno para advertir que
un poder representativo más elevado no implica una coñ-
miseraci6n mayor que si se han experimentado dolores
semejantes o casi semejantes a los de que se es testigo.
Es una verdad importante implícita en todas las explica-
ciones, la de que cada sentimiento altruísta requiere, tomo
factor indispensaLle, el s;ntimiento egoísta correspon ..
diente, puesto que si no se ha experimentado una sensa-
ción o emoción, no puede excitarse por via simpática.
Por tal razón, las personas robustas, por simpáticas que
naturalmente sean, no pued~n entrar por completo en los
sentimientos de las personas débiles. No habiendo sido
nnnca nerviosas ni impresionables, son incapaces de con•
cebir los sufrimientos que las personas atacadas de afec•
ciones crónicas experimentan por las causas más leves de
turbación. De ahí el que se haya notado, muy común-
mente, que las personas de buena salud, despt~és de una
grave enfermedad, se hacen mas tiernas que antes con las
personas que sufren. Y es que entonces experimentaron
los sentimientos egoistas, que excit,dos por vía simpáti-
ca, producen los sentimientos altruistas apropiados.
§ 53o. De las formas simples del sentimiento altruis-
ta, pasamos ahora a la forma más compleja: el senti-
mi~nto de justicia. Evidentemente, este aentirniento no
consiste en representaciones de simples placeres o simples
sufrimientos que los otros experimentan, sino que con-
siste en representaciones de las emociones que los demás
sienten cuando se impide que deje de manifestarse en ellos,
r<almente o en prespectiva, las actividades por las cuales
se buscan los placeres y se prescinde de los sufrí mi en tos.
PRINCIPIOS DE PSICOLOGf.\

De este modo, el sentimiento de justicia está constituido


por la representación de un sentimiento, que es por sí
mismo altamente re .. representativo.
La emoción asl represen~ada o excitada de una mane-
ra simpática, como la expresamos, es, entre los sentimien-
tos egoístas, el que se ha descrito como el amor de la
libertad personal Este sentimiento que encuentra su satis-
facción en un medio en que nada limita su actividad: este
sentimiento que es contrariado, aun en los organismos in-
feriores, por alguna causa que traba los miembros o detie-
ne el movimiento y que. en los s~res superiores está con·
trariado por cualquiera causa que impida las actividades
o que cuando menos amenace impedirlas. Este sentimien-
to que sirve en su origen para mantener la esfera requerí·
d1 por el individuo para el ejercicio normal de sus fuerzas
y el cumplimiento de sus deseos, sirve de una manera se-
cundaria, cuando es excitado simpáticamente, para produ-
cir el respeto para las esferas semejantes en que se mueven
los demás individuos-sirve tamb;én, por vla de excita·
ción simpática, para determinar la defensa de los otros
cuando se invaden sus esferas de acción. Evidentemente
cuanto más altamente representativo se haga el sentimien-
to bajo su forma egoísta hasta el punto de que sea excita-
ble por ataques indirectos y alejados contra la libertad,
más se hace, bajo su forma altruista, capaz de sentir el
valor de la libertad en los otros, más respetuoso es para
las reivindicaciones de los demás semejantes a las suyas,
más deseoso de no usurpar los derechos:de los otros igua-
les a los suyos. Aquí, como en los casos restantes no hay
sentimiento altruista posible fuera de los que nacen por
vía de excitación simpática de un sentimiento egoísta co-
rrespondiente y, en consecu~ncia, no habría en modo al-
guno sentido de la justicia para los otros si no hubiera un
HEKBERT 5PENCER

sentido de !ajusticia para sí por lo menos igual. Sin embar·


go, el segundo no implica nectsariamente el primero para
ser completo porque, a falla de la simpatía, puede exis.
tir sin el otro•. Pero permaneciendo constante la simpa·
tia, las formas egoístas y altruistas del sentimiento de
justicia se desarrollarán juntas y permaneciendo constante
la forma egoista deJ sentimiento. la forma ahruísta va·
riará con el grado de simpatía. Las sociedades pasadas y
presentes nos suministran pruebas abundantes de estas re-
laciones. En un extremo tenemos la verdad familiar de
que el carácter que se pliega más facilmente a la esclavi.
tud es aquel que igualmente está dispuesto, cuando se !e
presente ocasi6n, a desempeñar el papel de tirano. En el
otro extremo tenemos el hecho, del que abundan en nues-
tra sociedad ejemplos muy claros, de que cuanto más cre-
ce la tendencia a resistir la agresi6n, más desminuye en.
tre los que pudieran ser agresores, la tendencia a serlo.
En Inglaterra la misma especie de caracter que entre las
clases que sufren la ley, ha asegurado cada vez más el
progreso de la libertad, ha asegurado cada vez más entre
las clases que hacen la ley, el respeto a la libertad. Estas
han mostrado una increíble facilidad, para las concesiones,
en parte porque experimentaría una simpatía creciente
por el sentimiento que suscitaba las reclamaciones.
Es bastante fácil de discernir el límite hacia el cual
marcha este sentimiento altruista superior. Su factor egoís-
ta. al encontrar satisfacciones en Jas condiciones ambien-
tes, que ni de cerca ni de lejos constituyen obstáculo a las
actividades individuales y su otro factor la simpatía, que
hace de él un sentimiento altruista que tiende siempre a
medida que se hace más sensible y mas comprensiva
para excitar un sentimiento de solidaridad cada vez más
vivo por ese amor a la actividad sin trabas en los otros,
366 PRINCIPIOS DI! PSICOLOGfA

resulta de ello que marcha hacia un estado en el cual cada


ciudadano incapaz de soportar toda otra restricción de su
libertad soportará, siro embargo, con gusto las restriccio·
nes de esta libertad necesitadas por las reclamaciones de
otro. Es más; no solamente tolerará esta restricci6n, &in o
que la reconocerá y la afirmará espontáneamente, estará
simpáticamente lleno de solicitud por la integridad de la
esfera de acción de los demas ciudadanos, como lo está
por la suya propia, y la defenderá contra todo ataque al
propio tiempo que se prohibirá el atacarla él mismo. Tal
es, evidentemente, la condición de equilibrio que cooperan a
producir el sentimiento egoista y el sentimiento altruísta.
§ 53r, Notamos ahora cuan errónea es la creencia
de que la evolución do la inteligencia por los efectos acu·
m u lados y hereditarios de las experiencias no puede pro·
ducir sentimientos morales permanentes y universales CO?-
Ios principios morales correspondientes. Mientras que,
como hemos visto, los sentimientos ego -altruistas se
ajustan a los diversos modos de conducta requeridos por
las circunstancia. sociales en cada lugar y en cada época,
los sentimientos altruistas se ajustan a los modos de
conducta que son vent&josos de una manera permanente,
porque se conforman con las condiciones requeridas para
la más alta prosperidad de los individuos en el estado de
sociedad. El conflicto que ha existido en el seno de cada
sociedad entre la vida predatriz. y la vida industrial ha
necesitado un conflicto correspondiente entre los modos
de sen! mientos apropiados al uno y al otro y necesaria-
mente hubo también conflicto entre los principios del de-
recho. Pero ahora que las actividades destructoras son
n¡enos habituales, y la represión de las simpatías menos
constantes, lo! sentimientos altruistas que encuentran su
satisfacción en una conducta llena de consideraciones
HHRBi!.ltT SPENCER 367

para los demás hombres y conduce así a una cooperación


armoniosa, se bacen más fuertes. El carácter sagrado de
1a vida, de la libertad y de la propiedad oe experimenta
con más viveza a medida que avanza la civilización. En·
tre las razas superiores que han estado sometidas duran-
te más largo tiempo a la disciplina social existe sobre es-
tos puntos un acuerJo relativo mientras se trata de rivali-
dades entre los ciudadanos de la misma nacién. Y aun du-
rante los antagonismos de la guerra, las actividades pre.
datrices se ejercen ahora con restricciones considerables,
se respetan mucho más la vida, las personas y los bienes,
• no sólo de los que no son combatientes. sino hasta los de
los combatientes mismos.
Al mismo tiempo que la evolución de los sentimien-
tos altruistas debida a estas causas, se verifica la evolu-
ción de las ideas y de los principios correspondientes. Y
aquí podemos observar la relación que une este punto de
vista con las teorías morales corrientes, y especialmente
con la doctrina de la utilidad. Antes de notar en qué me·
dida la teoría de las concepciones y de los sentimientos
morales, según los principios de Ja evolución, se armooi.
za con la que está implícita en la doctrina de la utilidad
y en qué difiere de ella, debemos tratar brevemente del
sentido de la palabra utilidad. Esta palabra es bastante
comprensiva, pero presenta el inconveniente que resulta
de esta comprensión misma y puede dar Jugar a inter-
pretaciones erróneas. Hace pensar con fuerza en Jos
usos, en los medios y en los fines próximos; pero n~ hace
pensar sino muy débilmer:te en los placeres positivos o
negativos, que son Jos fines últimos y que son los únicos
considerados en las discusiones morales. Además, implica
la distinción consciente de los medios y de los fines, im-
plica la elección deliberada de un modo de acción en vis-
36S PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

ta de una ventaja conocida, y deja ignorar los casos in-


nur:Jerables en que la acción está determinada y hecha
habitual por las experiencias de resultados agradables o·
dolorosos, sin ninguna generalización consciente de estas
experiencias. Cuando, sin embargo, se ha desprendido·
cuidadosamente a la palabra utilidad de toda asociación
que pueda entrañar alguna equivocación y su significa-
ción ha recibido la extensión que consiente, vemos que
la doctrina de la utilidad puede ponerse en armenia con
la teoria evolucionista de los sentimientos morales y de
las ideas morales (admitido que reconoce los efectos acu-
mulados de las experiencias transmitidas por herencia) y
que asl, hasta la simpatía y los sentimientos que resultan
de la simpatía, pueden explicarse com~ teniendo por cau.
sa experiencias de utilidad.
Suponiendo que se prescinda de toda idea de recom.
pensas o de castigos, inmediatos o alejados, un hombre
qlle vacila en causar un sufrimiento a otro hombre en
razón de la viva representación de este sufrimiento que
en él se suscita, no está contenido ni por alguna idea de
obligación ni por alguna doctrina de utilidad formulad~
en su espíritu, sino por la asociación establecida en su
conciencia. Y es claro que si después de las experiencias
repetidas del sufrimiento moral que ha experimentado al
ver los males causados indirectamente por algunos de sus
actos, es conducido a detenerse cuando siente nuevamen-
te la tentación de cometerlos, el freno que le contiene es
de la misma naturaleza. La recíproca es cierta en lo 4ue
concierne a los actos capaces de dar placer a otro; la re-
petición de actos de bondad y la experiencia de los goces
simpáticos que les acompañan, tienden continuamente a
hacer más fuerte la asociación entre tales actos y las
emociones dichosas.
HEHBERT SPENCER 36?

Finalmente, estas experiencias pueden generalizarse


de una manera consciente, y de ello puede resultar una
prosecución deliberada de los goces simpáticos. Se puede
llegar a reconocer distintamente las verdades de que los
actos d: bondad y los actos de crueldad son los unos ven-
tajosos y los oÍros desventajosos, que las consideraciones
debidas a otro son, en definitiva, prÓvechosas a la salud
personal, y que el menosprecio de sus derechos entraña,
en definitiva, nuestro desastre personal, y entonces pue-
den ser corrientes máximas que resumen la experiencia
adquirida, como la de que la honradez es la mejor polí-
tica. Pero tales miras intelectuales sobre la utilidad no
preceden ni causan los sentimientos morales. Por el con·
trario, los sentimientos morales les preceden y les hacen
posible. Los placeres y los sufrimientos que siguen a las
acciones simpáticas y no simpáticas han estado primera-
mente débilmente asocia4os con estas acciones, y las ac ..
ciones y los impedimentos resultantes han sido, por de
pronto, obedecidos antes de que se pudiera apercibir que
las acciones simpáticas y antipáticas son, de una manera
lejana, las unas ventajosas, las otras desventajosas a su
autor, y debe haber tenide una connotaci6n y una com ...
paraci6n mucho más larga de las experie~cias, antes de
que se pudiera apercibir de que estas acciones son unas
ventajosas y otras desventajosas a la suciedad. Cuando,
sin embargo, sus efectos últimos, tanto sociales como
personales, son generalmente reconocidos, se encuentran
formulados en máximas corrientes y cor.ducen a prescrip-
ciones revestidas de la sanción religiosa; los sentimientos
que provocan acciones simpáticas y refrenan las acciones
no simpáticas están sumamente corroborados por su alian-
za con aquéllos. La aprobaci6n y d"saprobación divina y
humana vienen a asociarse en el pensamiento con las
1'0MOJY
370 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

acciones simpáticas y no simpáticas. Las prescnpctones


de la creencia, las penalidades legales y el código de con·
ducta social se unen para fortificarlos, y sobre cada niño
que crece, las palabras, las fisonomías y los sonidos de
la voz de las personas que le rodean, imprimen la auto·
ridad de estos principios superiores de conducta.
Y ahora podemos ver por qué se atribuye un carácter
sagrado especialísimo a estos principios superiores, y
por qué se reconocía autoridad suprema a sentimientos
altruistas corre;pondientes. Muchas acciones que en los
estados sociales primitivos recibían la sanción religiosa
y obtenían la aprobación pública, tenían el defecto ce
ultrajar las simpatías existentes, y de este modo no pro-
porcionaban a sus autores más que una satisfacción im-
perfecta. Mientras que las acciones altruistas, que tienen
también la sanción religiosa y obtienen la aprobación pú-
blica, hacían nacer una conciencia simpática del placer
dado o d,,l dolor perdonado; y, además, hacían nacer una
conciencia simpática del bien de los hombres en general,
en cuanto servido por el hábito de las acciones simpáti-
cas. Esta conciencia simpática, a la vez particular y ge-
neral, se hace más fuerte y más extensa a medida que
aumenta la misma aptitud para la representación mental,
y que, de otra parte, la facultad de imaginar las canse·
cuencias, tanto lejan•s como inmediatas de una acción,
se hace más viva y comprensiva. A la larga, los senti-
mientos altruistas comienzan a poner en cuestión la auto-
ridad de los sentimientos ego·altrulstas que en otro tiem·
po reinaban sin oposición. Provocan la resistencia contra
las leyes que no llenan las condiciones de la justicia; es ti.
mulan a los hombres a provocar el descontento de sus
semejantes, entregándose a la ejecución de acciones que
se apartan de costumbres antiguas, pero perjudiciales, y
HERBHRT t:,Pl:!~CI:!R 371
-------
les impulsan hasta apartarse de las creencias religiosas
-dominantes, sea que la duda verse sobre los atributos y
los actos prestados a la Divinidad, contrariamente a las
leyes de este supremo arbitrio moral, sea que llegue hasta
rechazar por completo una creencia que presta a la Di vi·
nidad tales atributos y tales actos.
§ 532. Si fuera necesario, podria consagrarse aqui
una sección o un sentimiento altruista todavia más com·
plicado: el del perdón. El estado de conciencia asi llama·
do es un estado en el cual la ejecución de un acto pro''"·
cado por el sentimiento de la justicia, está impedido por
un sentimiento de piedad que le hace equilibrio: por la
representación del sufrimiento que es necesario infligir.
Aquí tenemos dos sentimientos altruístas en antagonismo,
y es interesante observar cómo en ciertos casos se prodcce
una vacilación dolorosa entre dos máximas, de la que
cada una parecerla moralmente imperativa faltando la
Qtra. La ansiedad que impulsa a no infligir el castigo,
impulsa el esplritu de ,;n lado, y otro sentimiento le im ·
pulsa en una dirección contraria: es el que corresponde a
esos supremos principios de equidad que la humanidad ~o
puede, sin peligro, dejar que se relajen.
Sin detenerme más sobre este sentimiento, consagraré
un corto pasaje a otro sentimiento que pertenece al mis :no
grupo, y lo haré, sobre todo, porque tiene en común con
un sentimiento análogo del que se ha tratado en un capi·
tulo anterior, una cualidad dificil de comprender-me re-
fiero al sentimiento que podemos llamar por analogia la
voluptuosidad de la compasión.
Porque hay, comúnmente, un elemento de piedad dis·
tinto de los elementos de que ya hemos tratado, y que no
se puede rderir a las mismas causas. Bajo su forma pri-
mitiva, la piedad implica simplemente la representación
372 PRIN'CIPlO~ DE P.SICOLOGÍA

del dolor sensacional o emocional experimentado por otro.


y su función, en cua:..to asi constituido, parece ser simple-
mente prevenir el infligimiento del dolor o provocar los
esfuerzos para dulcificarlo cuando ha sido infligido. Este
proceso no implica nada que se parezca al placer-todo.
lo que gana la persona tocada de piedad al apartar el do··
lor de otro, es apartar de si mismo su propio dolor-.
Pero en cierta fase do la piedad, el sufrimiento esta acom ·
pañado de placer; y el sufrimiento agradable o el placer
doloroso, continúa hasta cuando nada se ha hecho ni pue-
de hacerse para dulcificar el sufrimiento. La contempla·
ci6n del sufrimiento ejerce una especie de fascinación-
continua hasta cuando se está lejos del ser que sufre, y a
las veces ocupa la imaginación hasta ti punto de excluir
c~,.;:alquier otro pensamiento-. Tenemos, pues, que tratar
aqui de· un deseo en apariencia de naturaleza anormal,
puesto que es doloroso-de un deseo bastante fuerte para
tener en jaque toda distracción extraña-. ¿Cómo nace
este sentimiento agradable en un tal sentimiento? ¿Por
qué no hay en este caso como en los otros faciiidad y
hasta impaciencia para excluir la emoción dolorosa? E>i ·
dentemente, tenernos aquí un modo de conciencia que Jas.
explicaciones precedentes han dejado fuera de alcance.
No veo más que una sola solución del mistedo. El
sentimiento agradable que se junta al sentimiento de pie.
dad no es de los que se producen gracias a los efectos he·
reditarios de la experiencia; pertenece a un grupo com ..
pletamente diferente, atribuible sólo a la supervivencia
de los más aptos-a la selección natural de las variacio-
nes accidentales-. En este grupo están contenidos todos
los apetitos corporales con los instintos más simples de
sexo y de paternidad, por lrs cuales se conserva cada
raza, y que deben existir antes de que pueda comenzor
HERBBRT SPBNCBR 373
----------------------------
-el proceso más elevado de evolución mental. El instinto
<le paternidad y de maternidad es el miembro de ese grn·
po con el cual está aliado ei sentimiento que considera·
mos, no, entiéc.dase bien, el instinto de paternidad, bajo
su aspecto concreto, sino el instinto de paternidad en su
naturaleza intrínseca.
Ordinariamente suponemos que el instinto de pater-
nidad no se muestra más que en el apego de un ser por
-:su propia progenitura. Pero, reft ·xionando uo instante,
nos aparecerá que es ésta una concepción muy estrecha.
En los casos. de adopción, el sentimiento se encauza sobre
la progenitura de otro y la conducta habitual de los adul-
tos respecto de los niños que no son suyos, prueba clara-
mente que este sentimiento puede excitarse fuera del pa-
·r entesco. Los mismos animales nos muestran este hech~.
La adopción no es rara entre ellos y algunas veces hay
ado~ción de crías pertenecientes a otras especies. As! ese
instinto no se define con exactitud cuand3 se dice que es
.aquél que apega un ser a sus pequeñuelos. Aunque se
manifiesta más frecuente y más fuertem~nte en esta .rela-
.ci6n, no se manifiesta exclusivamente de esta manera •
.¿Cómo, pues, debemos describirla para comprender to·
das sus manifestaciones? ¿Cuál es el rasgo común de loa
<>bjetos que la excitan? El rasgo común es siempre la de-
.bílidad y la necesidad relativas. En la muchacha, por su
muñeca; en la mujer, por su perrito; en la gata, por el
.perrito que adopta, y, en fin, la gallina, que se muestra
solicita por los patos que ha criado, el sentimiento ae
<lesarrolla en presencia de algo débil y que tiene necesi-
dad de cuidados.
Si comparamos los seres de todas las clases de ani-
males, vemos que los grupos de atributos por los cuales
hacen impresión sobre los padres respectivos son suma-
374 PRINClPJOS DE P~lCOLOGÍA

mente variados. Pero hay algo de constante en todos eso!>


grupos de atributos: es la impotencia de que acabo de
hablar; la pequeñez, asociada ordinariamente con una
inercia relativa, ;iendo ia primera señal de impotencia.
¿No podemos concluir, desde ese momento, que el ins·
tinto, que es constante en l!ls padres, tiene relación con
el rasgo que es constantt:: en su progenitura? Y si es así,
si el amor de la debi!Had es Jo que constituye esencial-
mente este sentimiento, lkga en consecuencia a ser fáci¡
de comprender cómo, gracias a la asociación de las ideas,
la manifestación de la debilidad en otros seres que los
pequei'los tiende a excitarlo. No solamente Jos pequ<ñue-
Jos de la misma especie y Jos pequeñuelos de otra especie
serán su objeto; son las criaturas débiles en general, y
las criaturas que han sido reducidas a la debilidad por
accidente, enfermedad o mal trato.
Este amor a la debilidad me parece ser la fuente prin-
cipal de lo que el doctor Bain llama emoción tierna. Pro-
funda, como es, en la naturaleza de los seres altamente
desarrollados en general y jugando un papel tan domi-
nante en su vida adulta, puede excitarse por una variedad
de propiedades y de relaciones que todas recuerdan las
cosas que la excitan originalmente. Y así no la provocan
sclamente Ja vista o el pensamiento de un ser que lucha
contra las circunstancias amenazadoras, sino que tam-
bién es provocada por uno de los rasgos que ordin~ria­
mente acompañan a la debilidad manifestada original y
habitualmente por los seres j6,·enes. La simple pequeñez
misma en un objeto inanimado le afectará ligeramente,
como se puede ver en la expresi6n •querido pequeño•,.
aplicado por una señora a algún producto artístico o a
algún adorno, que es más pequeño que las demás cosas
de la misma naturaleza. Y muchos atributos físicos que
HERBERT SPENCER 375

cita el doctor Bain como provocativos de esta emoción


tierna, tienen probablemente esta propiedad, porque se
parecen en algo a los atributos del niño. De la misma
manera, cuando la relación entre dos personas es tal que
la una suministra su ayuda a la otra o que ésta pide
ayuda a la primera, el paralelismo con la relación entre
padres e hijos comunica a la conciencia más o menos de
este sentimiento. Es evidentísimo que tal es el caso en la
t moción que lleva el hombre hacia la mujer. Esa debili-

d<td relativa que en la mujer pide protección, satisface en


el hombre el deseo que experimenta de tener algo que
p;oteger, y satisfecho este deseo, constituye un elemento
l"onsiderable de la emoción tierna en él provocada por
e. te género de relación. ¿Cuál es la naturaleza de la en.o·
ción recíproca? No puedo decirlo con seguridad, pero
debe diferir en alguna medida, siendo un sentimiento ali-
mentado por el más débil frente al más fuerte; y, sin em-
bargo, podría ser el mismo, siendo un sentimiento soste-
nido por un ser que se estima en el más alto grado y que
se posee en realidad o por representaci:m.
Voh·amos al mi~terioso sentimiento que tenemos que
considerar aquí; la podemos explicar ahora. Todos los
casus en que se tX!Jcrimenta la voluptuosidad de la com ..
pasión, son casos en que las personas objeto de piedad han
sido colocadas por la enfermedad o por cualquier desgra-
cia en un estado que excita este amor por la debilidad.
Así, la conciencia dolorosa, fruto .de la simpatia, está
combinada con la conciencia agra:iable constituida por la
emoci6n tierna. Las numerosas aplicaciones de este punto
de vista teórico, son una comprobación de ello. Por más
que la frase tia piedad es pariente cercano del amor•, no
sea literalmente cierta, puesto que, en su naturaleza in ..
trínseca, los dos sean completamente desemejaRtes, sin
376 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

embargo que los dos están asociados de tal suerte que la


piedad tiende a producir el amor, es una verdad que está
comprendida en la verdad general anunciada mb atrás.
Un hecho. que también deja de ser extraño, es el que se
encuentre placer en la lectura de una historia melancólica
o en el espectáculo de un drama trágico. Y encontramos
la clave de ello en la aparente anomalía de que con mucha
frecuencia el bienhechor experimenta mucha más afección
por la persona que ha recibido el beneficio, que ésta por
su bienhechor.
Hay que observar, en fin, que una excitación recípro-
ca entre la simpatla y l'l emoción tierna, complica ordina-
riamente los sentimientos altruistas de todas las especies.
Alli donde existe la emoción tierna, se excita más fácil-
mente la simpatía, y alli donde la simpatía agradable o
dolorosa se eleva en el corazón, la emoción tierna se des-
pierta con ella con rr.ás o menos fuerza. Esta comunión
se produce inevitablemente. En el instinto de los padres
con las acciones que determina, encontramos el altruismo
primordial en la simpatía con las acciones que determi·
na; encontramos el altruismo desarrollado; estas dos for-
mas de altruismo se asocian naturalmente. A partir de
sus ralees. tan lejanas y tan profundas, crecen entrecru-
zándose de una manera inextricable porque las circuns·
tandas que los provocan tienen cte común la relación del
bienhechor con el obligado.
CAPITULO IX

SENTIMIENTOS ESTÉTICOS

§ 533. Hace años encontré en un autor alemán la


observación de que los sentimientos estéticos derivan del
impulso al juego. No me acuerdo del nombre del autor, y
si alguna razón hubiera dado para apoyar esta proposi-
d6n o si sacó alguna'i consecuendas de ella, son cosas de
que no me acuerdo, Pero la proposición misma ha queda-
do en mi memoria como ofre_ciendo sobre este punto, si
no la verdad misma, por lo menos un esbozo de la verdad,
Las actividades que llamamos juego, están unidas con
las actividades estéticas por el rasgo de que ni unas ni
otras sirven de una manera directa a los proce~ws útiles
de la vi :la, Las energias corporales, las facultades intelec-
tuales, los ihstintos, los apetitos, las pasiones y basta to-
dos los sentimientos superiores de que acabamos de tra-
tar, tienen por fin inmediato o lejano mantener el eq,i-
librio orgánico del individuo, o por lo menos, conservar
la especie. Detened una de las vísceras y las acciones vi-
tales cesan inmediatamente; impdid a un miembro que se
mueva y la aptitud para aprovecharse de las circunstan-
cias ambientes se verá seriamente comprometida; dos-
truid un órgano de los sentidos, paralizad una facultad
perceptiva, turbad la razón, e inmediatamente se hacen
sentir vacios más o menos considerables en esta adapta-
37tl PRJ!'-iCJPIOS DE P~JCOLOGfA

ci6n de la conducta a las condiciones exterior:s, que es la


salvaguardia de la vida; y si los sentimientos egoistas que
¡.revocan la preocupaci6n de la propiedad y de la libertad
o Jos sentimientos ego-altruistas y altruistas que regulan
nuestra conducta frente a los demás, dejan de ejercer su
acción, se presentan ob>táculos a la vida completa por la
falta de recursos o por la enajenación de nuestros com·
pañeros. Pero mientras que las acciones primitivas de
nuestras facultades corporales o mentales con los placeres
correspondientes se refieren asi evidentemente a fines pró.
ximos que implican ventajas ulteriores, las acciones de
las facultades que constituyen el juego y las que dan lu-
gar a los placeres estéticos, no se refieren a ventajas ul-
teriores; los fines próximos son sus únicos fines. Es ver-
dad que la actividad de estos dos órdenes pueden aportar
a las facultades asi ejercitadas, el beneficio ulterior de un
aumento de fuerza, y que la vida, tomada en su conjuntot
pu~de de esta manera acrecentarse ulteriormente. Pero
este efecto y el tfecto semejante producido por las activi-
dades primitivas de las facultades, se anulan reciproca-
mente, dejando la diferencia precisamente alli donde esta-
ha. De la acción primitiva de una facultad, resulta un
I lacer normal inmediato, más la conservación o el incre-
mento de la aptitud que son debidos al ejercicio, 111ás el
cumplimiento del fin objetivo o la satisfacción de la nece-
>idad. Pero de la acción secundaria de una facultad mani-
festada por el juego o el desarrollo estético, no resulta
~.in o el placer inmediato, más la conservaci6n o el aumen ..
to de la aptitud.
Antes de tratar de los sentimientos estéticos asi distin-
gui<ios y así clasificados, debemos descender un poco más.
adelante; debemos preguntarnos de dónde viene la impul-
&i6n del juego y cómo, por fin, esta actividad suplemen-
HERBERT SPENCER 379

!aria llega a hacerse con las elevada~ f&cultades que su-


ponen las bellas artes.
§ 534, Las especies inferiores de animales tienen el
rasgo común de que tt das sus fuerzas se gastan en desem-
peñar las funciones esenciales para la conservación de la
vida, Están incesantemente ocupadas en buscar el alimen-
to, en escapar de sus enemigos, en prepararse un abrigo
o en tomar disposiciones para criar su progenitJra. Pero,.
a medida que subimos a los animales de tipo superior, que
tienen facultades más potentes y más numtrosas, comen-
zamos a encontrar que su tiempo y su fuerza no estáa com-
pletamente absorbidas por las exigencias de sus necesida-
ries inmediatas. Una alimentación mejor conseguida gra-
cias a la superioridad de su organismo les suministra un
aumento de vigor, Satisfechos los apetitos, no hay en ellos
ningún deseo ardiente que dirija sus energías desbordan-
tes hacia la prosecuci6n de una presa nueva o hacia
la satisfacción de alguna necesidad apremiante. El
aumento variado de las facultades que ordinariamente
se junta con el aumento de energía, produce un resul-
tado análogo. Cuando se han desarrollado un gran nú-
mero de poderes adaptados a un gran número de con-
diciones, no pueden obrar todos a la vez; las circunstan-
cias ponen en ejercicio ya los linos ya los otros y algu-
nos de ellos permanecen sin ejercicio durante periodos
considerables. Así acontece que, entre los seres más des·
arrollados vuelve una suma de energía algo en exceso con
relación a las necesidades inmediatas y que se produce,
ya en esta facultad, ya en esta otra, un reposo suficiente
para permitirle elevarse a un alto grado de acción gracias
a la reparación que sigue al gasto.
En el capítulo sobre la cesto-fisiología (§ So), se ha
notado que •los centros nerviosos que han sufrido por efec-
330 PRINC1PIOS DI! PSICOLOGL\

to de la acción ejercida una desintegración se reintegran


perpetuamente volviendo a ser aptos para la acción •. Se
ha notado, además, que <cuanto durante más tiempo ha
sido inactiva una parte cualquiera ,de un centro nervioso,
es decir, cuantos más días y noches han trascurrido du ·
rante las cuales no se ha impedido por ningún gasto nota-
ble la reparación de esta parte, más inclinada debe estar
dicha parte a un estado de inestabilidad extraordinaria, a
un estado en que muestre una felicidad excesiva para la
descomposición y para la descarga de fuerzas. ¿Qué debe
auceder? E~ta partt está expuesta, como todas las demás,
a esas reverberaciones de onda que atravieean de instante
en instante el sistema nervioso. Su extrema inestabilidad
debe hacerla excepcionalmente sensible a esas reverbera•
ciones, excepcionalmente di!!tpuesta a sufrir el cambio, a
suministrar movimiento molecular y a convertirse en el
asiento del sentimiento ideal correspondiente••. Aquí tene-
mos la interpretación de lo que se llama deseos. Los de-
seos son sentimientos ideales que n•cen cuando los senti-
mientos reales a que correspoden no han sido experimen·
tados desde hace mucho tiemp9.
Como cada una de las falcultades mentales, está por
con•iguiente sometida a la ley de que sn• órganoo, después
de dormitar durante un intervalo más largo que de ordi •
nario, se hacen excepcionalmente prestos para la acción,
excepcionalmente dispuestos a que tomen nacimiento Jos
sentimientos correspondientes :;ue presentan una faciliJad
excepcional para poner en juego todas sns actividades co-
rrelativas que son inducidas con mucha lacitidacl a una
actividad simulada, cuando las circunstancias la pravo·
can, en lugar de provo~ar una actividad real. De ahí los
juegos de todas especies, de ahi la tendencia a los ejercí·
cios superfluos y sin objeto de nuestras facultades cuando
HERBERT SPENCER 381

nuestras facultades han tenido un largo reposo. De ahi


también el hecho de que los movimientos sin objeto se
manifiestan con mucha más frecuencia por las facultades
que tienen un papel dominante en la vida animal. Obser·
vemos cómo se verifica esta proposición desde las facul-
tades más humildes hasta las más elevadas.
La rata, cuyos incisivos crecen continuamente en ra-
zón del incesante empleo que de ellos hace, y que experi-
menta el deseo correlativo de servirse de los mismos, se
ocupará, si se le pone en una jaula, en morder todo lo que
pueda coger. El gato, cuyas uñas y músculos están ajusta-
dos para una actividad cotidiana que consiste en coger la
presa, pero que en la actualidad lleva una vida que ya no
es casi predatriz, experimenta el deseo de ejercitar estas
partes de su cuerpo; se le puede ver satisfacer este deseo
extendiendo sus patas, haciendo salir sus garras y ara-
ñando una superficie cualquiera como la paja de una silla
o la corteza de un árbol. Es lo que nos muestra en una
forma todavía más interesante la jirafa; ella, que en li-
bertad pasa todo el día en serviroe de su lengua para co-
ger las ramas de los árboles, experimenta, cuando está en-
cerrada, una necesidad tan viva de entregarse a un ejer-
cicio, por lo menos análogo, que coge continuamente con
su lengua todas las part.s interiores del techo que puede
desprender -poco a poco los ángulos superiores de las
puertas, etc.- Esta actividad sin objeto de los órganos
que quedan sin empleo, que en los casos citados se eleva
apenas haata lo que llamamos un juego, llega a ser un
juego en el sentido ordinario de la palabra cuando hay
una unión más maoifiesta del sentimiento con la acción.
El juego es igualmente e!" ejercicio artificial de energías
que, a falta de su ejercicio natural, llegan a estar tan dis-
puestas a gastarse, que se consuelan con acciones simula.
3d2 PRINCJPlOS DE PSICOLOGJA

das ya que no pueden satisfacerse con acciones reales-


Porque los perros y los demás animales de presa nos
muestran, de una manera incontestable, qne su juego con ..
si>te en una imitación de la caza y del combate, se persi-
guen los unos a los otro!, se adelantan unos a otros, se
muerden mútuamente.todo lo 'que se atreven. Otro tanto
acontece con los gatitos que corren detrás de una pelota:
la hacen rodar delante de ellos y la vuelven a coger, se
hacen una bola como en una emboscada, brincando des-
pués sobre la pelota. Todo este juego, ¿no es una comedia
de la persecución de una pieza, una satisfacción ideal de
los instintos destructivos destinada a reemplazar la satis·
facción real? Lo mismo puede decirse de !os hombres.
Los juegos de los niños: el juego de muñecas, de la ten·
dera y de las visitas, son la comedia de las actividades
adultas. Los juegos de los muchachos que se persiguen
unos a otros, que se agarran los unos a los otros y hacen
prisioneros, satisfacen muy evidentemente de una manera
parcial los instintos predatrices. Y si consideramos hasta
sus juegos de destreza, lo mismo que los juegos de des·
treta practicados por los adultos, encontramos que sin
ninguna duda el elemento esencial que se encuentra en
todos tiene el mismo origen. Porque poco importa, sea el
que fuere el juego; la satisfacción que se saca de ella es
conseguir l>l victoria, dominar sobre un antagonista. El
amor de la victoria, tan dominante en todos los seres
porque es el sentimiento correlativo del éxito en el com·
bate por la existencia, encuentra en qué satisfacerse en
una parte de fracasos a falta de victorias más difíciles. Y
hasta los juegos de la conversación están caracterizados
por el mismo elemento. En la zumba, en el choque de
agude2a, en los asaltos de ingenio, el rasgo constante es
la manifestación de aiguna superioridad relativa -el des-
IIERDERT SPESCE.n 3~3

cubrimiento de una debilidad, de una equivocación, de un


absurdo de uno de Jos jugadores por el otro. Es decir, que
la actividad de las facultades intelectuales de que uno se
sirve para conducirse en los negocios do la vida se la em·
plea en parte para darse el placer mismo de la actividad,
en parte para la satisfacción que la acompaña de ciertos
sentimientos egoístas que no encuentran por el mom~nto
ninguna otra salida.
Pero nótese ahora que esta proposición, que es verda-
dera en cuanto se refiere a las energlas corporales, a los
instintos destructores y a las emociones correspondien·
tes que dominan en la vida porque están directamente in-
teresr.dos en la lucha necesaria para la conservación de
ella, Jo es también que cuanto se refiere a las demás fa-
cultades. Repara dos sus órganos durante el tiempo de re·
poso, tienden semejantemente a hacerse más excitables a
pasar a la a"ción ideal a falta de la acción real y son in·
ducidos muy fácilmente a un modo artificial de ejercicio
que sustituye al modo natural cuando éste es imposible.
Las potenciM más elevadas, pero las menos esenciales, lo
mismo que las potencias más esenciales y las más hu mil.
des, vienen de este modo a tener actividades que se des-
pliegan en vista de las satisfacciones inmediatas que de
ellas derivan, abstracción hecha de las ventajas ulteriores;
y a estas potencias superiores las producciones esttticas
suministran la materia de esas actividades suplementarias
como los juegos suministran una materia a la actividad de
las potencias inferiores.
§ 535. La naturaleza general y la posición de los sen-
timientos estéticos que esta explicación no hace compren.
der más que oscuramente, se comprenderá mejor por
nosotros si observaf!JOS por qué designamos como estéti·
cos ciertos modos del sentimiento más bien que otros.
384 PRINCIPIOS DE l'SICOLOGIA

Comenzando por las sen~aciones más simples encontra-


mos que el carácter estético de un sentimiento se halla
habitualmente asociado con la distancia que le sepan. de
las funciones que •irven para la vida.
En un grado muy débil podemos atribuir a las sensa-
ciones del gusto el carácter estético. Muchos sabores, que
son de los más agradables, no sugieren en ningún grado la
idea de belleza; y hasta las cosas dulces para er gusto, aun-
que podamo~ considerarlas como deliciosas, no se las cali.
fica como bellas en el verdadero sentido de la palabra. Este
hecho es el simultáneo del de que los placeres del gusto
se separan muy raramente de las funciones que sirven
para la vida, acompañan a la acción de comer y beber y
ordinariamente no se presentan fuera de uno u otro de
e~tos actos.

Consideremos ahora los placeres que hacen nacer los


olores. Éstos, mucho más separables de las funciones que
sirven para la vida, llegan a ser placeres que se buscan
por sí mismos, y encontramos aqui, en algún grado, el
carácter estétiéo. Un perfume delicioso, si no da una
emoción estética de una especie completamente distinta,
produce, cuando menos, algo que a ella se le aproxima;
al respirar el olor de una flor, se puede, además de la
sensacióh agradable misma, discernir un segundo placer
vago. En las sensacioneo de color, que están todavía más
separadas de las funciones que sirven para la vida, el ele-
mento estético llega a ser decidido. Por más que cada una
de las manchas de color agrupadas en el espacio que cons·
tituye nuestra percepción visual, .sirvan como signos por
los cuales reconocemos los objetos, y guían de esta suerte
nuestras acciones, t:l discernimiento de los co1ores no nos
es, sin embargo, en la mayoría de los casos, necesario
para guiarnos; testigo: los inconvenientes relativamente
HERBERT SPENCER 385

ligeros soportados por los ciegos de los colores, De ello


resulta que, por más que la facultad que aprecia el color
tenga una función útil en la vida, la relación entre esta
actividad y su uso no es íntima. Por consiguiente, el p!a.
cerque deriva de esta actividad, en cuanto se ejerce por
ella misma, llega a ser notable; se busca voluntariamente
la voluptuosidad de los bellos colores, y la idea de la be-
lleza está fuertemente asociada con ellos. Otro tanto suce-
de con los sonidos. El poder de percibir y distinguir los
sonidos, nos ayuda, por de pronto, a adaptar nuestras
acciones a las circunstancias; pero hay muchos sonidos
que no nos interesan basta el punto de modificar nuestra
conducta cuando se hacen oir de nos1tros. Así, las accio4
nes de la facultad auditiva están más separadas de lP.S
funciones que sirven para la vida, y se abre un vasto cam-
po a los placeres que pueden resultar de las acciones su-
perfluas de esta facultad. Estos son los phceres que cla·
sificamos como estéticos. Los sonidos de cierta naturale·
za son considerados como bellos.
No quiero decir que desde que una facultad sensitiva
extiende su esfera de ejercicio más allá de la esfera de las
aplicaciones útiles, las sensaciones producidas por el ejer·
cicio superfluo tengan, necesariamente, el carácter estético:
porque, evidentemente, muchas sensaciones o;fativas, vi4
suales y auditivas, obtenidas en esta esfera de las acciones
surl!rogatorias, están desprovistas de carácter estético.
Sólo quiero decir que esta propiedad de poder separarse
de las funciones que sirven para la vida, es una de las con-
diciones requeridas para la obtención del caráoter estético.
Vemos que esto es así al pasar al otro extremo: al
comparar, no ya las sensa!;iones, sin1 los sentimientor¡¡
entre sí. El a~or de la posesión es poco separable de la
función de utilidad vital. Los motivos y actos cuyo tér·
TOWC IV
386 PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA

mino es la adquisición, tienen siempre a la vista una ven-


taja ulterior. Aqui, el carácter estético está totalmente
ausente: ni e! agente ni el testigo de la acción ven ningu·
na belleza en la actividad que ti~nde a la apropiaci6n. Y
esto, no p(Jrque sea una actividaJ puramente egoista,
porque hay sentimientos y actividades correspondientes
tan egoistas, y aún más, que despiertan la conciencia
estHica. Basta recordar con qué placer tan afanoso en los
combates y asaltos cortesanos es acogida por los especia·
dores y por los lectores de los relatos corrientes, una
hazatia cualquiera, para ver que, en este caso, por más
que la actividad sea absolutamente egoista; suscita la ad.
miración como algo bello y glorioso. Otro tanto cabe de-
cir de la manifestación de un sentimiento puramente
egoista: el orgullo. Las acciones en que se muestra están
muy profundamente separadas de las funciones que sirven
para la vida, y, sin embargo, bajo cierta forma, despierta
el sentimiento estético de grandeza y de dignidad, tanto
en el actor como en el espectador.
Una nueva pruoba de que la conciencia estética es
esencialmente aquella en que Jas acciones mismas, abs.
tracci6n hecha de sus fines, constituyen su objeto, nos lo
suministra el hecho muy notable de que muchos senti·
mient,os estéticos r.acen de la contemplación de los atri.
bulos y de los actos de otras personas reates o ideales. En
casos tales, la conciencia está alejada de la función que
~irve para la vida, no solamente como lo está la concien-
cia que acompaña al Juego o el goce de un color bello o
de un bello sonido, sino también de esta otra manera: es,
a saber, que la cosa contemplada como fuente de placer,
no es, "en nada, una acción directa o una afección del su·
jeto, sino que es una afección secundaria del sujeto pro-
ducida por la consideración de actos, de caracteres y de
HERBRRT SPENCER .i87

sentimientos conocidos como objetivos, y que no le están


presentes más que por representación. Aqul, la separación
respecto de la función de utilidad vital, es extrema, pues-
to que ni un fin ventajoso, ni un acto que conduzca a este
fin, ni un sentimiento que determine tal acto, forma un
elemento en el sentimiento estético. La imaginación de
estas cosas, o más bien de algunas de estas cosas~ es todo
lo que experimenta el sujeto del sentimiento estético.
La hipótesis dicha referente a los sentimientos estéti·
cos, se encuentra de este modo plenamente comprobad'l·
Porque, de la misma manera que,. como hemos visto pre.
cedentemente, la excitación estética se produce cuando
hay ejercicio de ciertas facultades en vista de ellas mis-
mas, abstracción hecha de toda ventaja ulterior, así tam·
bién, en estos casos, vemos que la concepción de belleza
es distinta de la concepción de lo que es bueno, puesto que
se refiere, no a los fines que hay que realizar, sino a la~
actividades que entran en ejercicio en la prosecución rle
estos fines. En la concepción de una cosa como buena o
justa, y en el sentimiento correlativo, la conciencia está
ocupada por representaciones o re~representaciones dis~
tintas o vagas de una dicha particular o general que va
a acrecentarse; en la concepción de algo como bello, como
noble y grande, la conciencia no está ocupada distinta o
vagamente po! la idea de una ventaja última, sino por el
objeto mismo en cuanto fuente directa de placer. Aunque
en muchos casos esta conciencia agradable se haya des-
prendido, en el origen, de la representación de ventajas
que se han de recoger, concluye, sin embargo, por tener
una conciencia agradable en la idea del objeto o del acto
considerados independientemente de cualq':iera otra cosa,
y, por ello, esta conciencia pasa a la categoría de sen ti·
mientas que abraza, en uno de los extremos, las activi-
388 PRINCIPIOS DE PSJCOLOGIA

dades del juego, y, en el otro, los sentimiontos estéticos.


§ S36. No entra en nuestro plan tratar la psicología
de la estética en toda su extensión, Sus fenómenos son
sumamente complejos, y se necesitarían muchos capitu·
los para ocuparse de ellos de una manera sÚficiente. Aquí
no me propongo más que esbozar, en forma de compJe.
mento a las concepciones generales ya expuestas, una
ojeada estrictamente necesaria p~ra su desarrollo.
Bajo el título de sentimientos estéticos, comprende-
mos estados de conciencia de todos los grados de comple-
jidad, de los que algunos, tomando su origen en condi·
ciones puramente físicas, no son más que modos perfec..
donados de sensación, mientras que otros, como el gozo
que se experimenta en co~templar una acción noble de
naturaleza ficticia, son re.. representativos en sumo grado.
Las simples sensaciones de todo género que tienen el ca-
rácter estético la revisten probablemente cuando las cau·
sas fisicas son tales que hacen entrar en acción el apara·
to se~sorial, lo más eficazmente y con los menos obstácu·
los, Que esto es así nos lo prueban muy claramente las
sensaciones auditivas. Los sonidos de un timbre bello y
las armonías de los sonidos tienen d carácter común de
que resultan de vibraciones en una relación tal, que cau-
san en el aparato auditivo el menor conflicto de acciones
y la mayo~ suma de cooperación, produciendo de este
modo el total más considerable de excitació'n normal en
los elementos nerviosos afectados. No parece improbable
que el sentimiento de la belleza de los colores pueda te·
ner el mismo origen. Vemos bien que lo tiene, t:n efecto,
allí donde la armonía de los colores es la fuente del pla-
cer.. Aqui, pues, al reconocer como condición primera
que la actividad no sea de las que sirven directamente
para la vida, concluímos que se eleva a la forma estética
Hl!RBf!RT SPENCER 389

en la proporción en que es mayor en su intensidad y se


encuentra completamente más exenta de los elementos
sensitivos dolorosos que resultan de la acción discordante
de las 01idas aéreas o de las ondas etéreas; de tales ele-
mentos que acompañan lo que la función tiene de excesi-
vo en determinados elementos nerviosos.
Hay, sin embargo, un placer socnndario dado por es-
tos sentimientos simples como por todos los demás senti-
mientos de especie normal. Como ya se ha dado a enten·
-der en el § rz8, y como se ha explicado más completa-
mente en el § z6r, csi los placeres y los sufrimientos
están constituidos en parte de los elementos sensitivos
locales y notables que despiertan directamente los esti-
mulas especiales, están también en una proporción con·
siderabJe·, si no dominante, compuestos de elementos se.
cundarios, despertados indirectamente por la excitación
difusa del sistema nervioso•- Es un corolario de lo que
precede que una estimulación sensorial, como la que pro-
duce un color bello o un sonido dulce, que implica, como
acabamos de ver, una gran cantidac1, de acción normal en
la parte ce que se trata, sin ninguna compensación pro-
-cedente de acciones excesivas y que, de este modo, supo-
ne una potente descarga nerviosa, en la que ningún ele-
mento está on exceso, tenderá a despertar un placer se-
·cundario, vago. Los septimientos estéticos en general es-
tán en una gran parte compuestos de una conciencia in.
detlnible que nace de esta manera.
Hay un elemento cercano a aquél, pero más particu-
lar, en la impresión de belleza suministrada por la sensa-
-ción. Gran parte de la conciencia agradable que excita un
color bello puede re'erirse a asociaciones establecidas en
la experiencia. Durante nuestra vida, el color rojo, azul,
púrpura, verde, etc., ha estado ligado con las flores, los
390 PRlNClPlO~ DE PH:COLOGJA

días luminosos, las escenas pintorescas y los placeres ex•


perimentados simultáneamente con las impresiones que
esas cosas causaban en nosotros. Pasemos de las esferas.
de la naturaleza a las del arte. Es igualmente visible que
en horas de fie;ta las excitaciones agradables se han agre-
gado a la percepción de brillantes colores. De ello resul-·
ta que la descarga difusa producida por un color briilante
que si estuviera difundida por todos lados causarla sola-
mente un placer vago, causa un placer. más vivo y mejor
definido al tomar direcciones en que despierta los agre-
gados de recu<rdos agradables.
Otro tanto acontece en lo que se refiere a los sonidos
dukes. Muchos de ellos están asociados por Questra ex-
periencia con relaciones sociales de una especie agrada-
ble. Mientras que el sonido de voz de la cólera y de la
brutalidad es duro y ronco, el sonido de la voz de simpa·
tía y de urbanidad es relativamente Julce y tiene un
timbre agradable. Es decir, que el timbre, asociado en la
exreriencia con la impresión de placeres recibidos, ha
adquirido la propied~d de causar por si mismo placer y
que, por cons.iguiente, los sonidos que en la música tie-
nen un timbre análogo llegan a ser fuentes de placer y
se les llama bollos. No es e~a la única causa que tienen
de agradarnos. Como esto deriva de lo que precede, hay
una causa física primitiva y el hecho de que una gratt
voluptuosidad resulta de la armonía, la cual no se puede
(·xplicar por la asociación, este hecho muestra que la
causa física es una causa dominante. Si además recorda-
mos los sonidos de los instrumentos que se aproximan 10
Ja voz humana, si observamos que parecen tanto más.
bellos cuanto más se acercan a ella, veremos que segura·
mente este elemento estético secundario no deja de tener
su importancia. Se puede reconocer en las sensaciones
IIERDERT SPENCER 391

olfativas una fuente parecida de placer estético que se


agrega al placer primitivo. Muchos olores suaves son
agradables, no solamente por sí mismos, sino por asocia-
ción. Los perfumes de las flores están unidos con los go-
ces de la compañía y de los paseos en jardines deliciosos.
Basta recordar la onda de sentimiento agradable excita-
da por el olor del heno, cuyo encanto intrínseco es muy
mederado, para comprender en qué proporción tan am-
p:ia entra en el encanto que nos causa el despertar, en lo
más profundo ciela conciencia, de goces pasados que ·se
nperimentaron durante muchos días del estío. En mu-
chos casos, basta se pueden distinguir las causas inme·
diatas de las c~usas lejanas del placer. El perfume del
aimizcle o del sándalo, sea el que fuere el" gusto que pue-
da inspirar, no excita en ninguna manera el sentimiento
vago tan novelesco y tan poético como el perfume del li-
rio en los valles, porque este último ofrece asociaciones
de orden poético que faltan en los otros.
§ 537. Si nos elevamos de las sensaciones simples a
las corn~inaciones de estas sensaciones de la especie de
aquellas que despiertan ideas y sentimientos de belleza,
creo yo que podremos discernir las mismas verdades gene-
ral~s y particulares. La fuente rrimiti ... a dd plzcer esté-
tico es una combinación de tal naturaleza que ejercita las
facultades lo más completamente posible con el número
menor de compensaciones negativa:i que procedan del ex-
ceso de ejercicio. A eota fuente primitiva se viene & agre-
gar, como antes, una secundaria-la diíusión del estímulo
normal en amplias proporciones despertando una oleada
de sentimiento agradable, débil e indefinible. Y, como an-
tes, una tercera fuente de placer es el despertar parcial
por efecto de esta descarga de los diversos atractivos par·
ticulares ligados en la experiencia con las combir.acionea
392 PRINCIPIOS DE PbiCOLOG(A

de la especie dada. Detengámonos un momento ante cada


una de ellas, Los ejemplos de la primera causa nos lo su-
ministrarán combinaciones de movimientos, combinacio-
nes de formas, combinaciones de luces, de sombras y de
colores y combinaciones de sonidos.
Los movimientos del cuerpo agradables a aquel que
los ejecuta y asociados con la conciencia de la gracia
(como al patinar) son movimientos de tal especie que exi·
gen de los músculos una acción moderada y armónica sin
obligar a ninguno de ellos a un ejercicio violento. Un mo-
vimiento torpe es el que implica un cambio repentino de
dirección, algo de anguloso, la destrucción de mucha fuer-
,za, el exceso en el es :uerzo muscular, mientras que el m o·
vimiento llamado gracioso-movimiento en líneas curvas
que se funden sin interrupción uno en otro, es un movi-
miento en el cual se pierde muy poca fuerza, en el cual no
se pide a ningún músculo ningún esfuerzo inútil, no se
desperdicia ninguna energía. Y mientras que en el actor
la conciencia estética está sobre todo constituida por el
sentimiento de acción muscular moderada, pero eficaz, sin
obstáculo, sin violencia, sin pérdida, la conciencia de la
gracia, en el observador procede en amplia medida de la
simpatía que experiment,; por los sentimientPs que impli-
ca semejante movimiento.
Consideremos ahora las formas y observaremos que el
encaQto que resulta de las lineas ondulantes, con exclusión
de las lineas angu!osas, se debe en parte a la acción armo·
niosa y fácil de los músculos del ojo que implica la percep·
ción de tales lineas; no hay en ellas ningún desarrollo que
resulte de detenciones repentinas del movimiento y del
cambio de dirección-semejante a aquel en que se es arro-
jado cuando el ojo recorre una línea en zigzag. Aqul tam-
bién, por consiguiente, tenemos un sentimiento que acom-
HERBl!RT SPE:o..'CER 393

paña a una actividad que está en su plenitud, pero que no


.contiene ningún elemento penoso procedente de un exceso.
En las combinaciones más complejas que comprenden va·
rías formas que se presentan a la vez en la mirada, es re-
lativamente difícil desprender el principio; pero veo ¡pul·
titud de razones para sospechar que las disposiciones de
forma que son bellas son las que ejercitan eficazmente el
mayor número de los elementos nerviosos interesados en
la percepción y no recargan más que al menor número
posible de estos elementos.
Otro tanto cabe decir de los conjuntos visuales comp!e.
jos que presentan los objetos reales o de las representado·
nes de objetos con sus luces, sus sombras y sus colores,
Todas las <xigencias de la armonia de la subordinación y
de la proporción, la necesidad de una variedad bastante
grande para prevenir la monotonía, pero bastante multi.
plicada para distraer la atención de una manera excesiva,
puede considerarse como implicitas en el principio de que
gran número de elementos de la facultad perceptiva deben
ponerse en juego en tanto que ninguno esté condenado a
un ejercicio excesivo, debe haber un cuerp'J de sentimien-
to considerable que resulta de su actividad moderada, sin
que venga a ningún sufrimiento debido a una actividad
extrema.
Los placeres excitados por las seriesdel sonido forman
frases mHsicales y cadencias, por más que no se deban prin·
cipalmente a esta causa, provienen sin embargo parcial ..
mente de ella. El canto difiere de la palabra en que em-
plea una escala de sonidos <nucho más extensa y ejercita,
de este modo, sucesivamente, un gran número de aparatos
auditivos, ninguno en exceso, como lo hace el discurso
monótono. La misma verdad se aplica respecto de las va·
riaciones de intensidad. Para ser artísticas, esto es, para
3?4 PHINCIPIO!-, DE P~lCOLOGfA

excitar eficazmente el sentimiento de la belleza, las notas


no deben ser todasjorle o todas píai!O y l• ejecución e• tan-
to más bella cuanto sus matices graduados son más nu-
merosos, en el supuesto de que satisfaga las demás condi.
cic¡¡es, Otro tanto puedo también decirse de las diferencias
en la acentuación, el ritmo y el timbre, La parte dada al
sentido tan grande como lo merece la ejecución de una
pieza, es tanto mejor cuanto más heterogénea; y, en igual-
dad de circunstancias, su heterogeneidad creciente impli -
ca una varit:dad creciente en las excitaciones del sujeto
que percibe y la exclusión de esa excitación excesiva de al-
gunos de los aparatos perceptivos que entraña la unifor-
midad,
Entre los placeres suplementarios nombrados atrás,
los que nacen de las descargas nerviosas difusas que pco-
\Í•nen del ejercicio normal de las facultades perceptivas,
no exigen ningún desarrollo excepcional. Pero es preciso
añadir algo para dilucidar la tercera especie de placeres
<.stéticos que acompañan a la actividad perceptiva, especie
más particular que resulta de las asociaciones particulares
formadas en la experiencia.
Los sentimientos experimentados de tarde en tarde al
mismotiempoquelas percepdanes de movimientos gracio-
sos, han sido lo más comúnmente agradables. Las perso-
nas que nos han dado el espectáculo de tales movimiento&
han sido ordinariamente personas bien educadas y cuya
manera de obrar nos encantaba. La oca9i6n de su encuen-
tro han sido de ordinario momentos de alegría como un
baile o una reunión brillante, Y los lugares con los cuales
están asociados los movimientos graciosos, como los tea-
Iros y las casas de nuestros amigos, son lugares en los que
hemos encontrado regocijos de diferentes especies. De
ello resulta que la excitación difusa que acompaña a la
HERBhH:T SPENCER 395

percepción de los movimientos graciosos, vuelve a desper·


tar confusamente de una manera ideal los placeres deriva-
dos de e•tas diversas fuentes.
Los mismos fenómenos se presentan en lo que se refie·
re a las bellas formas. Las personas que tienen un semblan-
te que satisface a las exigencias de la belleza están más fre-
cuentemente ligadas en nuestra experiencia con recuer·
dos agradables. Otro tanto cabe decir de los bellos mode-
los entre los prcductos del arte, en arquitectura, en escul-
tura y en pintura; las ocasiones en que se han contempla.
do. han sido con la mayor frecuencia ocasiones dichosas.
Por eso el placer estético que tiene la forma por objeto,
aunque ba>tante débil en e! hombre sin cultura, llega a ser
relativamente voluminosa en el hombre culto, gracias a
los recursos de la asociación. Si de la forma simple pasa-
mos a las combinaciones complejas de la forma con los
colvres, la luz y las sombras, como por ejemplo, un pai-
saje, esta fuente indirecta de atractivo estético adquiere
una importancia considerable. La conexión entre la per·
cepción de un vasto horizonte y la multitud de sentimien-
tos agradables debidos a la libertad y al reposo experimen·
tados con la mayor frecuencia, uno y otro simultánea-
mente, es demasiado evidente para que •e pueda dudar de
que una parte considerable del placer comunicado, está
causado por el d<spertar parcial de un gran número de
goces pasados, algunos que pertenecen a la experiencia in-
dividual, otros que la sobrepujan en profundidad (véase
§ 214). Y desde ese momento, en el placer que nos es cau-
sado por una hábil representación de un paisaje, encontra-
mos un resultado todavia más lejano de estas asociaciones.
Porque, aparte de la satisfacción estética directa que nos
es dada por la pintura, hay una conciencia oscura de los
go:es que han acompañado a la presencia real de escenas
396 PRINCIPIOS DE PSICOLOGfA

semejantes a la escena representada. Y, en fin, se pue.


de observar que la cosa es verdadera tratándose de los ele·
mentos melódicos de la música. El poder expresivo de las
cadencias musicales depende de su relación con las cad-n·
cias de la voz humana bajo ls influencia de la emodón.
Cuando la emoción inspirada por una cadencla es alegre
&e presenta una ocasión al desarrollo de la simpatia agra·
dable; cuando la emoción inspirada es dolorosa es una
ocasión para nosotros de experitnentar el dolor delicioso
de la piedad. El canto se distingue del lenguaje hablado
por diferentes r~sgos que resultan de la idealización de
los rasgos de los sentimientos fuertes expresados por la
voz. Y el placer estético indirecto que proporciona la me·
lodia se debe al poder derivado de excitar los sentimien·
tos ligados en la experiencia con tales rasgos.
§ S38. Nos encontramos transportados aqui casi sin
apercibirnos de ello en la región superior de los senti·
mientas estéticos en que los estados de conciencia son
éxcluaivamente re-representativo!. De la estética en la
sensación, que es presenta ti va, pero con elementos repre-
sentativos y de la estética en la percepción, que es tam.
bién presentativo pero con elementos representativos de
género más complejo, nos elevamos ahora a la estética
en los estados de conciencia que han alcanzado traspa-
sando las sensaciones y las percepciones . Como se acaba
de notar, nos acercamos a esa especie de estados señalan·
do los estados más distantes excitados por la vista de un
paisaje y por la música. Pero hay ciertos sentimientos
estéticos que están todavla más n'tamente separados de
los modos más humildes de la conciencia. Me refiero á los
sentimientos estéticos excitados por la literatura de ima-
ginación.
Los placeres estéticos simples que resultan del ritmo
BERUERT SPENCER 397

y de la armonía de los sonidos, una vez señaladoa, y re-


mitiéndonos a las explicaciones dadas anteriormente, nos
encontramos en presencia, en Ia poesía, de sentimientos
de belleza altamente re-representath·os; y son tales, no
solamente en el sentido de que se despiertan por ideas o
representaciones, sino también en el sentido de que los
~entimientos despertadOs indirectamente son re-represen~
tativos, frecuentemente en un alto grado. Y en la ficción
en prosa, en que el instrumento que interpreta el pensa-
miento no nos ofrece ningún atractivo sensible apreciable
el carácter re-representativo de Jos sentimientos provoca-
dos es completo. Es una condición del placer estético en
las regiones más elevadas, como en las más bajas, que
grandes masas y numerosas variedades de los elementos
de que están compuestas las emociones, sean excitadas
en el lector al mismo tiempo que dnguno de estos ele-
mentos esté más excitado de lo necesario. Un volumen
considerable de emoción sin la menor tensión dolorosa
es el efecto que produc<n un buen drama, un buen poe-
ma, una Cuena novela. Verdad es que ei éxito se mide
comúnmente por la intensidad del sentimiento que de
ello resulta, especialmente del sentimiento de piedad, por
más que aun aquí pueda quedar perjudicado el efecto
cuando el sentimiento es excedido por una apelaeión a él
demasiado continua. Pero aun tenier.do en. cuenta eslos
casos, debemos tener como seguro que el placer esté'tico
propiamente dicho está en su punto más elevado cuando
la conciencia emocional tiene, no solamente amplitud y
masa, sino también umftal variedad que no deje tras sí
ni sacied¡,d ni agotamiento.
Lo mismo se puede decir de los sentimientos estéticos
excitados por acciones que la pintura pone delante de los
ojos en lugar de estar descritos por palabras, Porque,
393 PRINClk"IOS DE PSlCOLOGfA

aparte Jos placeres estéticos que pueden venir de un cua·


dro considerado solamente bajo su aspecto técnico, como
dando los goces directos e indirectos de la sensación y de
la percep:ión unidas en una cooperación armónica, hay
el placer estético, que puede venir de una conciencia re·
representativa de Jos sentimientos implícitos por la ac-
ción. Y aqui, como más atrás, las condiciones son que
estos sentimientos presentan toda la moderaci6n posible
mezclada con la cantidad menor posible de violencia; y
que allí donde, corno sucede con frecuencia, se encuentra
excitado un dolor simpático, éste sea aquella forma de
piedad que contiene un elemento agradable dominante.
§ s3g. Se puede discutir brevemente otra cuestión
-la medida de elevación de un sentimiento estético-.
Pueden adoptarse dos modos de estimaci6n que, como
veremos, coinciden en sus resultados esenciales.
Admitido que el sentimiento estético tiene por condi-
ción primordial no servir inmediatamente una de las
funciones vitales, se sigue de lo que se ha dicho que el
sentimiento estético más elevado es aquel que tiene el
mayor volumen, producido por el ejercicio normal del
número mayor de energías, sin que ninguno entre en
ejercicio anormal. Por otra parte, es un corolario de la
doctrina general de la evolución mental, que el más ele-
vado de los sentimientos estéticos es aquel que resulta
del ejercicio completo, pero no excesivo, de la facultad
emocional más compleja. El acuerdo de estos dos crite·
rios no es, a primera vista, manifiesto; pero un instante
de reflexión mostrará que en "'a mayoría de J~s casos,
aunque no en todos, coinciden sus datos. Porque de una
parte, una gran cantidad de sentimiento, del cual ningún
elemento se eleva a una intensidad dolorosa, puede obte-
nerse más que por la acción simultánea de un gran nÓ·
HERBERT SPENCER 399

mero de energías, y de la otra, no pueden entrar simul-


táneamente en acci6n un gran número de energías más
que por el intermedio de una facultad compleja. Es una
verdad que se vuelve a encontrar en todas las explica-
ciones de esta obra la de que cada facultad superior apa-
rece como un medio de coordenar las acciones de las di-
versas facultades inferiores, ajustando y equilibrando de
una manera conveniente sus diversas funciones. La acti-
vidad de una facultad elevada o compleja es, por consi-
guiente, la actividad de numerosas facultades subordina-
das que· aquélla coordena. Si, pues, uno se sirve del modo
de medida que se encuentra indicado por ello, se consti·
tu irá de este modo la jerarquía de los sentimientos es·
téticoa.
En el grado más bajo se presentan los placeres que
derivan de la simple sensación, como los de los olores sua-
ves, bellos colores, bellos sonidos, y nn poco más alto
vienen las impresiones producidas por las armonías de los
sonidos y las armonías de Jos colores.
Inmediatamente, por cima deben tomar lugar las im-
presiones agradables que acompañan las percepciones más
o menos complejas de formas de luz y de sombras combi-
nadas de cadencias y de acordes sucesivos, elevándose en
la escala a una mayor altura allí donde están unidas en
combinaciones de formas y de colores en disposiciones
acertadas de melodías y de armoní;:¡.s, tc.dos los grados
ascendentes que cumplen de una manera evidente Ja do-
ble condición de una complejidad mayor y de un mayor
volumen.
Más alto todavía se encuentran los sentimientos esté-
ticos propiamente dir.hcs que no contienen ningún ele-
mento puramente presentativo. De los dos órdenes infe-
riores cita 1os, les elementos presenta ti vos son esenciales
400 PRINCIPIOS DE PSICOLOGJA

y las elementos representativos acci:ientales. Pero, en los


órdenes más elevados de sentimientos estéticos, los ele-
mentos presentativos son accidentales y los elementos re-
presentativos, esenciales. Las impresiones de forma y de
color suministradas por la pintura, las cadencias y los
acordes de un aire o de un coro, y todavía más los sím-
bolos del lenguaje oral o escrito por los cuales la descrip-
ción de una cosa bella o ·grande es puesta ante los ojos, no
son aquí más que medios por los cuales ciertas emociones
están exchadas de una manera ideal. Así, el sentimiento
producido es elevado en razón de la distancia que le sepa-
ra de la simple sensación y en razón de su complejidad;
es decir, en tanto que contiene una variedad más consi-
derable de los elementos de que están compuestas !as
emociones; en razón de su volumen, es decir, en cuanto
que es la reproducción débil de un agregado más enorme
de los elementos aglomerados conjuntamente en el curso
de la evolución. Además, hay que notar q~e entre los
mismos sentimientos estéticos más elevados continúa
exist:endo una gradación semejante: los que encuentran
su fuente en una excitación de los sentimientos altruistas
siendo más elevados que los que encuentran su fuente en
una excitación de los sentimientos ego-altruistas y egoís-
tas, más elevados evidentemente en su grado de represen·
!ación y de complejidad, sino en lo que ahora respecta en
su volumen.
Consiguientemente, la forma más perfecta del senti-
miento estético es alcanzada cuando estos tres órdenes de
goces, el que acompaña a la sensación, Ja que acompaña a
la percepción y la que acompaña a la emoción, se dan a la
vez por la plena acción de las facultades respectivas con
la menor deducción causada por lo que hay de doloros<>
en la actividad excesiva. Una excitación estética de esta
HERBBRT SPENCEK 401

especie es raramente experimentada por la razón de que


las obras de arte poseen raramente todos los caracteres
requeridos. Muy generalmente, un efecto que es artistico
sobre un punto, está acompañado de un efecto que es
antiartlstico sobre otro punto. Y alll donde la ejecución
técnica es satisfactoria, no es frecuente que la emoción
que se ha intentado producir por este medio sea de un
orden elevado. Medid los sentimientos estéticos y las
obras de arte a que corresponden por el criterio dado
ahora mismo y os encontraréis impulsado a relegar a ua
rango comparativamente inferior lo que en la actualidad
domina en el más alto grado. Al comenzar por la epopeya
de los griegso y las representaciones que sus escultores
nos han dado de las leyendas análogas, las cuales tienden
a provocar sentimientos de naturaleza egoista o ego .
altruista, al pasar por la iiteratura de la edad media,
igualmente penetrada de sentimientos inferiores y por las
pinturas de los viejos maestros que compensan raramente,
por las ideas y Jos sentimientos, que inspiran los efectos
duros que sufren nuestros sentidos cultivados por el es-
tudio de las apariencias para llegar a tantas obras elo·
giadas del arte moderno que, exoelentes en cuanto a la
ejecución técnica, son poco elevadas en cuanto a las emo·
ciones que expresan y que hacen nacer, como las escenas
de batalla de Vernet y las composiciones de. Gérome, que
son ya sensuales, ya sanguinarias, vemos que, en el uno
o el otro de lo~ atributos exigidos, están casi todas muy
lejos de las formas del arte correspondiente a las formas
más altas del sentimiento estético.
§ S40. Los 'resultados de esta rápida ojeada arrojada
sobre un asunto, que exigirla mucho más tiempo y más
espacio del que puedo consagrarle, pueden resumirse bre·
vemente de la siguiente manera:
TOMO JV
402 PRINCIPIOS DE P~JCOLOGJA

Las emociones y los sentimientos estéticos no son:-


como nuestras palabras y nuestras frases podrían bacer
suponer, emociones y sentimientos que difieran eRencial·
mente de los otros en su origen y su naturaleza. No son•
ninguna otra ,cosa que modos particnlares de excitación
de nuestras facultades: sensación, percepción, emoción-
facultades que, excitadas de otra manera, producen esos;
otros modos de conciencia que constituyen nuestras im-
presiones, ideas y emociones ordinarias. Las mismas
energías están en acción, y la única diferencia está en lfh
actitud de la conciencia con relación a los estados resul-
tantes.
En toda la escala de las sensaciones, percepciones y
emociones que no clasificamos como estéticas, los estados
de conciencia sirven simplemente de auxiliares y de es-
tímulos para la dirección y la acción. Son transitorios o
si persisten algún tiempo en la conciencia no atraen la
atención a ellos solos; lo que absorbe la atención es algc-
ulterior cuyo advenimiento, en cuanto .medios, preparan.
Pero en los estados de espíritu que clasificamos como es·
!éticos, la aptitud opuesta se mantiene en la conciencia
respecto de las sensaciones, percepciones y emociones ..
Ya no son anillos en la cadena de los estados que deter-
minan y guían nuestra conducta. En lugar de desaparece!'
con los objet~s que pasan desp~és de baber sido reconocí-
dos por nosotros, se conservan en la conciencia e insiste
sobre ellos; porque es tal su naturaleza que es agradable
su presencia continua en la conciencia.
Antes de que pueda desarrollarse esta· acción de la&
facultades, es preciso que las necesidades a satisfacer por
el intermedio de las excitaciones sensitivas, perceptivas y
emocionales no sean apremiantes. Mientras existen vio-
lentos apetitos, que nacen de las necesidades corporales y
HE.RBERT SPE.SCEtt 403

de los instintos más bajos no satisfechos, no es permitido


a la conciencia insistir s.>bre los estados que acompañan
,. la acción de las facultados más elevadas; loo_apetitos los
excluyen continuamente,
Otra forma de la misma verdad es que las actividades
<le este orden no se muestran más que cuando se llega a
una organización de tal modo superior que no se gastan
completamente las energías en la satisfacción de las exi-
gencias materiales que se presentan de hora en hora. Si-
multáneamente a excedentes accidentales de nutrición, si·
multáneamente a esa variedad de facultades que existe en
los animales entre los cuales son frecuentes los exceden-
tes de nutrición, se encuentran las condiciones que hacen
posible para los estados de conciencia que acomp•ñan las
.acciones de las facultades más elevadas de convertirse en
estados que se buscan por sí ellos mismos, abstracción
hecha de los lines. De ahí nace el juego.
Los ~laceres que acompañan a las acciones ejecutadas
sin consideración a los fines serán sobre todo los que
.acompañan a las acciones dominantes en la vida del ani-
mal. Por ello esa primera forma de placeres llamado jue·
go se muestra en las actividades superfluas del aparato
sensitivo- motor y de los instintos destructivos que guían
ordinariamente las acciones. Cuando están establecidos
estos placeres, los órdenes más elevados de poderes coor-
denadores vienen a tener también sus actividades super-
fluas y sus placeres correspondientes en las partes de des·
treza y los otros ejercicios más alejados de las activida-
des destructivas. Pero, como vemos en los salvajes, en las
'<lanzas imitativas y en los cantos que las acompañan,
danzas y cantos que apenas comienzan a revestir el ca-
rácter <&!ético, existe todavía un gran predominio de los
sentimientos agradables adaptados a la vida de rapiña. Y
404 PRII'><.:IPIOS DE f'SJCOLOGL'\

hasta cuando se alcanzan esos productos estéticos más


desarrollados y los sentimientos correlativos que nos su-
ministran las civilizaciones ya viejas se encueutra un ras·
go dominante parecido.
Cuando, sin embargo, la disciplina de la vida social,
que es cada vez menos predatriz y cada vez más pacífica,
al cabo de un largo tiempo ha permitido que nazcan las
simpatías y que se desarrollen Jos sentimientos altruistas
resultantes; estos sentimientos, a ~u vez, comienzan a
pedir esferas de actividad superflua. Las beJlas artes de
toda especie adquieren formas cada vez más en armonía.
con estos sentimientos. Especialmente en la literatura de
imoginaci6n es donde podemos ver en nuestros días cuánta·
disminuye la apelación a los sentimientos egoístas y ego-
altruistas, rasgo que, sin duda, se acentuará más cada vez ..
Para concluir: vale la pena de que digamos que es de
esperar que las actividades estéticas en general jueguen
un papel cada vez más considerable en la vida humana a
medida que avance la evolución. Una mayor economiza-·
ci6n de energía, que resulta de la superioridad de la or·
ganizaci6n, tendrá en el porvenir efectos semejantes a
los que ha tenido en el pasado. El orden de actividades
a que pertenece la estética, como ya habrá recibido su
impulsión primera de esta economización, estará en lo
sucesivo 1odavía más extendido por ello, haciéndose la
economizaci6n de dos maneras: directamente, por el per..
!eccionamiento del mismo cuerpo humano, e indirecta-
mente, por el perfeccionamiento de todas las aplicaciones
mecánicas, sociales, etc. Un excedente creciente de energía
hará nacer una proporciÓn creciente de actividades y de
placeres estéticos; y mientras que las formas de arte serán
tales que suministrarán un ejercicio agradable a las fa-
cultades más simples, Jlamarán al mismo tiempo a un
máo alto grado que ahora en las emociones más elevadas.

FIN
lndice del Tomo IV y último

SÉPTI~!A PARTE

ANALISIS GENER;AL
P4¡inas

Capitulo l.-La cuestió:t final................ 1


Capitulo J/.-La hipótesis de los metafisicos.............. 9
Capitula 111.-Los térmiqos de los metafísicos............ 16
Capitulo /V.-Los razonamientos de Jos metafisicos....... 37
Capitulo V.-Justificación negativa del realismo....... . . . 70
Capitulo VJ.-Argumento sacado de la prioridad.... . . . .. 72
Capitulo V/l.-Argumento sacado de la simplicidad....... 60
Capitulo VIl l.-Argumento sacado de la claridad......... 115
Capitulo IX. -Criterio necesariCt....................... •. 90
Caprtulo X.-Proposiciones distinguidas cualitativamente.. 102
Capitulo X l.-El postulado universal..................... 117
Capitulo XII.-El criterio de validez relativa.....•..•..... 142
Capitulo X/11.-Sus corolarios.......................... 150
Capitulo X/V.-Justificación positiva del realismo......... 159
Capitulo X V.-Dinámica de la conciencia................ 162
Capitulo XV/.-Diferenciacíón pa!cial de la conciencia del
sujeto y del objeto .•....•.••..•..•. ··............... 170
Capitulo XVJ/.-Diferenciaclón completa de la conciencia,
del sujeto y del objeto...................... .. . . . . . • 185
Capitulo XVII/.-Concepción desarrollada del objeto...... 199
Capitulo XIX.- El realismo transfigurado................ 210
11 Í~DICE

PARTE OCTAVA
CO~OLA~IOS

Ca,ltulo l.-Psicología especial............ 229


co,llulo ll.- Clasificación. • . • . . . . . . . . . • . . . • . . • . . . . . 232
Capitulo //l.-Desarrollo de las concepciones........ . . . . 245
Caplt•lo !V.-Lenguaje de las emociones...... 268
Copilo/o V.-Sociabilidad y shnpatfa.......... . . . . . . . . . . . 290
Capitulo Vl.-Sentimientos egolstas........... 315
Capitulo Vll.-Sentlmientos ego·aitrulstas • . . . . . . . . . . . 333
Copil•lo V!!l.-Sentimientos altruistas. . .. . . . . . . . . 352
Cll(lit•lo lX.-Sentimientos estéticos....... 377
Libros publicados por "La España Moderna,
:::..6paz H::>yos, 6.-MADEU:O

Peseta!. Pesetcs
1\guanno. -La génesis y la evolu· Bolssler.-La Oposición bajo los
ción dei Derecho civil (2 tomos).. 15 Cesares .......••....•...•••.
- La Rcfotma integral de la legisla· Bod.chot.-Historia de la literatura
ción civil (l. a parte de La Génesis) 4 antigua ..................... .
1Ubert.-La Prosil ............ ,... 6 Bourget.-Hipólito Taine ..•••.•.
1lmieJ.-Diario íntimo... 9 Bréai,-Ensayo de Semántica (Cien-
1lr~o.tr~ief. -Los ahorcados........ 3 cia de las significaciones) •...••..
1loónlmo.-¿Académicas? • • • . • • 1 Bí-edif.-La Elocuencia politlca en
- Currita Albornoz al P. Luis Coloma Grecia ..............•••.
1lntolne. Curso de Economía So- Br~t Harte.-Bloqaeados por la
cial, z volúmenes . . . . . . . • . . • • • . . 15 nieve .....•.....•.•..••••....
1lrenai.--El Delito colectivo...... 1,50 Brooks Rdams. -La ley de la ci·
- El Derec.ho de gracia... . • . 3 vilización y de la decadencia de
- El Visitador dd preso........ . . . 3 los pueblos ..•••..••...••..•.•
1lrnó. -las servidumbres rústicas y Bryce.-La R!!pÚblica Norteameri-
urbanas.-Estudw sobre las sovi- cana (dos tomos)... . . . .. . . . • . . . • r3
dumbres prediales .....•••.•...• - El gobierno de los Estados en la
aseD!IÍO.-Fernán Caballero ••.. República Norteamericana ..••.•••
- Martin Alonso Pinzón... . ••.•.• - Los partidos políticos en los Es·
1\sser.-Derecho Internacional prf· tactos Unidos ••..•.....•.••.•..
vado ...••...•.•....•......•• , - La opinión pública ...•.••. ,.
Jl.udinet.- Derecho Internacional - Las Instituciones sociales en los
privado tdos tomos) ......... . Estados Unidos ............... .
Bagehot.-La Constitución inglesa. 'Runge.-La Educación........... 12
- Leyes cientificas del desarrollo Bur ,Jeas. -Ciencia política y D!!re~
de las naciones..... .. .. .. .. .. .. 4 cho cons~itucional comparados(dos
Baldwin.~-Eiementos de Psicología 8 tomos). . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
Balzac. Cé:;ar Birotteau......... 3 Bu.rnour.-Las religiones, literatura
- Eugenia Grandct..... . . . . . . . . . . 3 y conslitución stJcial de la lndia .•.
- La Q .i'-!bra de César Birottcau... 3 Buylla.-Econorma (dos tomos)... to
- Papá Goriot .......••.•.••••••. ealllaux-.-Los Impuestos en Fran-
- Ursula Mirouet .............. . cia (tres tomos)................. 18
8arbey d' !l.ureviliy .-El Cabecilla eambronero.-Las Cortes de la
- El Dandismo y Jorge Brumel. .••• Revolución............. • . • . . . . • 4
-La Hechizada .•....... - Crónicas del tiempo de lsabel ll.. 7
- Las Diabólicas. . . . . . . . . . . .... . eampe.-Historia de América (dos
-Una historia si11 nombre ........ . tomos) . ...............•.....•
- Venganza de una mujer ...•...• eampoa mor.-Cánovas..... . .••
Barthelem)Y •Salnt• Hllalre.- - Doloras, cantares y humoradas ...
Buda y su religión...... • . . , .. - Ternezas y flores.. . . .. .. . • . • • •
Becerro de Bengoa.- Trucha ..• 1 earJyle.-La Revolución francesa,
Bergerct. ·· Eugenio Mouwn (Me· (tres tomos),.................... 24
rinos) ..•.........•..••..•.. - Pasado y presente.. . . . . . .. .. .. 7
Berzeviczy. -Beatriz de Aragórt, earo.-Costumbres literarias...... 3
R.dua de Hungría ............. . - El pesimismo en el siglo XIX.. • 3
Boccardo.--Historia del Comercio, - El suicidio y la civilización...... 3
de la !ndustria y de la Economia - La filosofia de Goethe... .. . .• • • 6
politica, para uso especialmente de eastro. -El libro de los galicismos . 3
los Institutos técnicos y de las Es· eotombey.- Historia anecdótica
cuelas superiores de Comercio.... 1o de El Du~lo en todas las épocas y
Boissler.-Cicerón y sus amigos - en todos los países .......... , ,
Estudio de la .)OCiectad romana del eolllns.-Resumen de la filosofía
tiempo de Cé3ar •. , •••••••..••.• de Spt:ncer (dos tomos).......... J 5
Pe~etas. Pesetu
eomte.,-Principlos de Filosoha po--- Fltzmaurice•Kelly.-Historia de -
sitiva............. • . ••• • . . • •• . ~ la literatura espafiola ........ , . • Jo
eopp~e.-Un idilio ............ . Plaubert.- Un Corazón sencillo...
euuperus.- Su Majestad ..••..•• .Plint. La Pilosofia de la Historia
ehampcommunale.-La sucesión en Alemania. . .•..••....••.•.•
abintestato en Derecho lnternacio· Plournoy.-Espiritus y Mediums
na! privíldo................ . . • • 10 (Mctaps1quica y Psicolog a), dos
<2hassay.-Losdebcres de la mujer tomo3... • • •. • .. • • •• . . • . . • •. . 13
en la familia .•.•••••.•••••••.•.• Pouillée. -Historia de la ftlosofia
eherbullez.-Amorcs frágiles .... (dos tomos).. . .. .. • . . .. • . .. . . .. 12
- La tema de Juan Tozudo ..•.••.• - La ciencia social contemporánea. 8
- Meta Holdenis.••••..•.•.•••.• - Novísimo concepto del derecho
- Mis Rovel. •.•.....••..••••.•.• en Alemania, Inglaterra y frartcia.
- Paula Mere.•••.•••.•.•.•.••.•• - Historia 1e la filosofia de Platón
Darwln.-Viaje de un naturalista (dostomos).. .. • .. .. .. .. . .. .. • 12
alrededor del mundo (dos tomos). J 5 - Compendios de los grandes filó-
Daudet,-Cartas de mi molino.... 3 sofos (dos tomos).. . • • • . • • . . , . . 12
- Cuentos y fantasias........ . .... 3 .Pournler.-El Ingenio en la his-
- Jack (dos tomos)............... 6 toria.- Jnvestigadones y"turiosida·
- Novelas del lunes..... . • . • • . .. des <!Cerca de t.a~ frases hi!'tóncas.
Oelorme.-Cesar y sus contempo- .Pramarino del .'lalatesta. Ló·
ráneos......... . ••..•....•..• gica de las pruebas en maleria crl·
Deplolge.- El conflicto de la Mo- minal (dos tomos)....... .. • • • • . 1 s
ral y de la Sociologfa..•..•.•.• .Prometin.-La pintura en Bélgica
De•chanell. -Lo malo y lo bueno y Holanda .... , _.•.. , , • , ••.•.
que se ha dicho de las mujeres ... Ga.bba.- Cuestiones prácticas de
Dolllnger.-El Pontificado •....•. Derecho civil moderno (dos tomos) 15
Ooréido.-Concepción Arenal .•.• Garnet.-Historia de la Literatura
Dostoyusky.-La novela del pre· ttalia,la... . ••..•..•••••.••••
sidlu ... , •...•.... . •••..•...• Garofalo.- lndcmnizílción a las
Dowden.-Hisloria de la literatura victimas del delito ............ .
francesa. • .•.•.•••..••.••.••.• - La criminologfa. - Estudio sobre
Dumas.·- Actea . . • . • • . • • . . • el delito y la teorfa de la repre-
Eltzbacher.- El anarquismo, se- sión, con un Apéndice sobre los
gún sus más ilustres representan- términos del problema penal,.por
tes.... . . . . • . . • •• • • • . • . • . • . Luis Carelli.. . ••••.•••••...••
Ellen Key.-El amor y el matri· - La superstición socialista •...•••
tnonio...•......•••••••.••••.• - El delito como fenómeno social..
Ellts Stevens.-La Constitución - Justicia y civilización •••..•.•.
de los Estados Unidos, estudiada &autier.- Bajo las bombas prusia·
en sus relaciones con la Historia de nas....... • • • • .• • • ••. . • •••••
Inglaterra y de sus colonias ..••• 4 - Enrique Heine•.•.••••••..••••
~mH:~g~~-;~~~ftc~~-~-a ~~~~-_-:::: S -Madama de Girardin y Baizac •.••
4 - Nerval y Baudelaire ..•.•..•••••
- Ensayo sobre la naturaleza, segui- Gay -Los Salones célebres •.•...•
do de varios discursos .•...•...•. .3-$0 Georg e. Protección y librecambio
- Jnglatcrra y el carácter inglés .••• 4 - ~ roblemas sociales..•.•.•.••••.•
- Veinte ensayos .... , ......... . 7 Glddlngs. - Principios de Socio-
Engels.- Anti·Dühring o revolu- logia......... • . • • •• •. . • . .• Jo
g~n _de la ciencia, de Eugenio Sociología inductiva............ 6
uhnng..... •• . • . •••••••.•••• Glrard.-La Elocuencia ática ..•..•
Paguet. -Los amores de literatos - El sentimiento religioso en la Li-
celebres ...••.•••.•••.•.•... teratura griega ............... ..
- Leyendo a Nietzsche ••••....... &lurlatl.-Los errores judiciales ..
.Pernández Guerra.- Hartzcn- -El Pi•glo................... .
busch .•....••• , •••. . • , ..•.•• , . Gladstone.-Lord Maca"iay•..••.
Pernán Plor.-Tamayo .••. . ••• . Goethe.- Memorias .•.•.....•••.
- Zorrllla •.••...•..•.•••.••..• . . Gómez VUialranca.-lndices de
Perrán.-Obras com¡tletas .. ....•. La Espnlta Modemn. tomos r a
Pl~o t. - Filosofía de la longevidad. 264, formados aplic"ndo el sistema
Flsher.-Economfa política y geo- de clasificación bibliogríifica dtci-
métrica •.•••••.••...•••••.•.••• tnal..•••••.••.•.•. , ••••••..•••
Peset:Jl:J. Pe~;et
Gonblanc:.-1-listoria general de l i - - - Krafft•Eblng.-Medlcina legal
teratura .••••••••.•••••.•.•.• (rlos tomos)... .. . . • .. • . . . • . • .. • 15
Goncourt. -Oerminia Lanceneux. Kropotklne.-Campos, fábricas y
- Historia de Marii'\ Antonieta ..•• ta Jeres.... • .....•..•.•.....
- La Elisa .••.•..•..•..••••••.. KrUger. Historia, fuentes y litera-
- La Faustin ..................... . tura del Derecho romano. . . . • • • • 7
- Las favoritas de Luis XV..•...•• Lagerlof El esclavo de su fmca. 3-
- Querida............. . ......... 3 Lo.gorgette. - La guerra, estudio
- R.enata Mauperfn ..••....•.••.• • 3 de Sociología general (dos tomos). 14
- la Du-Rarry •.•••.•••••••.•.• ·• 4 Lange. Luis Vives. . . . . • . . . . . . 2,5
- La C·airon..... • . • . . . • . • .. .. . • 6 Lareher.- Las mujeres juzgadas
- La mujer en el siglo XVHI. •••••• por las mala~ lenguas.. . .••..•
Goodnow.-Dcrecho administrati- Larcher y JulUen,- Opiniones
vo comparado (dos tomos).... . . . . J2 acerca del matrimonio y del celi-
Goschen.-Teoría de los cambios bato......... .. . .. • .. • . .... 5
ex.ranjt:ros ••••.••.•••..•. • •••• Laveleye.-Economía p< Htica. .. 7
Gosse. Padre e Hijo: Estudio de - El Socialismo contemporáneo.... 8
dos temperamentos ..••••••••.•• Lemcke. - Estética............... 1
Grave. - La ;;ociedHd fulura . • ••••• Lemonnler.- La Carnicería (5::-
Green.- Historia del pueblo inglé-s dán)...................... .
{cllatro tomos). . . • • • • . • • • . • • . • 25 Leroy•Beautieu.- Economía po-
Gross.-Manual del juez •••••••• lhica.... • . . . •. .. . .. . • .•. . . •. S
Guizot A be lardo y Elofsa ..•.•.. Lester Ward.-Factores psíquicos
GumplowJ~z -Derecho político dt! la civí111:ación .............. .
filvsufJcu- . ,., •.•. ,,, .... , •.••.. Lewis•Pattée -Histo ria de la Li-
- Luch~ de razas........... , .••.. teratura dL lus Estados Unidos.. .. S
- Compendio de Sociología .....• Llesse. El trabajo desde el punto
- J.a Sodologia y la politica. ... • • 4 de vista científico, industrial y so·
Guyau.- La educación y la herencia 8 da!.. ....................·• ~
- La moral inglesa conkmporáneíl. Lombroso.-I.a Escuela criminoló-
o sea Moral de la utilidad y de la g¡co pOSillVISta. , • , . , • ,
ev,.l:n·ión.... .. . • . . . . . . • ... . . 12 Medrcina legal (dos tomos)
Railmi1n.-- Hisloria de la Pedagogía Lubbock -El empleo de la vida •.
RarnJiton. Lógica parlamentaria .. Ly nch - Viaje al Clondic. . • . • • . 4-
R4rmJgnJé.- El Eslado y su:, a!:!.en- Ma~aulay. Estudios juridicos. .• . 6-
les . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..... . - La t:ducación de Lord Macaulay.. 7
Raussonville. - I.a juventud de - Vida, memorias y cartas (2 tomos) 14-
Lt rd Byrün... . • • • • • . • • • • • . i\la~·Donald -El criminal tipo... 3
Relberg .- Novelas danesas •.•.•.. .M.andu~a.-Procedimiento penal.. 5
Heine -Memorias..•.••..•..•... Mar-le.· Misticismo y locura. . . • . 5-
- Alemania .................. . Marshall. - Tratado de Economia
Rtiflding -Psicologia e:xperimental púltth.a (tres tomos) . . . . • • . . z1
Rume.-Historia de la Espafia con · Martens. - De recho internacional
tcmporáuca... • . . . • . • • . . .•• .. (público y p!lvado1 tres tomos •• .
- Historia del Pueblo Español. •••. - Tratado de Derecho' internacional.
- Reinas de la Espafia i\ntigua.•. •. . Apcndice .•. .••. .. ... . . . . . .... .
Hunter,-Sumario del Dcrccho.ro- - La paz y la guerra.... . • . • . • . . 8-
nJano ••.•.•.••..•.•••.•••••• Martín,-La Moral en China •....
lluxrey.-La educación y las cien- Mattlrolo.-lnstituclones de Dere·
Cias naturales ................ . chu procesal civil. .. • . .. .. . .. . Jo
lbaen .-Casa de Mufteca.. . .••.•. Maupassant.- Emilio Zola.~. .. . . 1
- Los Aparecidos y Edda Gabler... Max•MUilt!r.-La cicnclí1 del Ien-
Jltta -Método de Derecho interna- gu.je. .................. .. . ... S.
cional. ..•.•.• ,, •..•..••..•••• - Origen y desarrollo de la religión. 6
Jusu.- Es~udios de arte español - Historia de las religiones ...... , 8
(dos tomos).... • • • • • • . . . • . • . . 12 - La Mitologla comparada.. .. • • . . 7
ltells ln .,ran.-Historla de la Eco- Menéndez y P'eJayo. - Martínez
nomia Pulltica •• •• . .. .•••• •••.. de la Rosa . •. • •.•.••..•••.•. •
tl::o~h y otros.- Estudios de hi· - Núnez de Arce .•...... •• .•.•• .
giene general.., .•••. • .•• , • • • Meneval. Maria Stuardo •....••
- Korolenko.-EI desertor de Sa- Mercier.-Psicología 12 tomos).... 12
jalln........................... 2150 - Ontolo ía........ .. . .
Ló-~
Pe se'.t~
lft.crcier.-Curso de Filosof!a: 1 li'revost Varado t. -La Historia--
glca. • • • . . . . . . • . • . .. . . . . . • •. 8 Universal (tres tomos).. . • • . • • . • 16
- CrHerlolog[a general... • .•.... Qulnet. -El espiritu nuevo ••.....
Merelkowsky.- La Muerte de tos Renán.-Estudlos de historia reli-
Dioses •••.••...••.••••••... giosa ••.......•.....••......•..
- Merimee.-Coh1mba ... , .•••.. Rlbblng.-La higiene sexual ..... .
- Mis perlas.. • • • . • .•..•.•.••.• Rlccl.- Tratado <le l¡;¡s pruebas (dos
Merkel.-Derecho penal......... to tomos)... . . • • • . • • •• • • zo
Meyer.-Derccho administrativo.. 4 - Derecho civil (20 tomos) .••..•• 14u
Miraglla.- f1tosofla del Derecho Rocco.-La sentencia civil........ 4
(dos tomos) • • • • • . • . • . • • . • • • .• t5 Rod.-El silencio ..•.. : ..•....•
Molins -Bretón de las Herreros .• Roguli1. Las reglas juridicas •..•.
Mommsen.- LJerecho p~blico ro- Ruosevett.-New York: ........ .
mano ••• , . . • . • . • . . . • .• . . . . 12 Rossi. -Sociologia y Psicologia co-
- Derecho penal romauo (2 tomos). 18 lectiva ••....•...•.••..•
Morley. Estudios sobre grandes Rozan.-Locuciones, proverbios.•.
hombres .•.....•••...•.•...... Ru~kb1. - Las siete lámparas de la
- Voltalre •...•.••..••••.••...• arquitectura......... 1
Mouton. -El deber de castigar .•• - Obras escogida3 rdos tomos) • . . • 13
Murray -Historia de la lileratura - Las piedras de Venecia: Guia es-
clásica griega..... • . . • • . . • • • . . Io tética de Venecia v de Verooa •.•.
Na osen.- Hada el Polo...... • • . 6 Salote•Beuve.-Retratos de mu-
.Nardi·Greeo.- Sociologla juri~ jeres..... • • . . .. • ...•..•...
dica • • . . •....•..•..•••••.• -Estudios sob~e Virgiiio .•...•..•.
Neera.- Teresa. • . • • . • • .•• - Tres mujeres ......... : ...... .
1\Ieumann.-Derccho internacional Sals:tet. -Desearles, sus precurso-
púbtko moderno ............. , , res y sus discípulos. • . . . • • .
Nietzsche.-Asi hablaba Zara Sansonetti.- Derecho constitucio-
tu;.tra ...•••.-..•.•.••.•••.••• , nal ...•...•.•..•••...•..•.
- Más allá del bien y del mal .•••• , Sarcey. -Crónica del sitio de Parfs.
- La Genealogfa de la moral . . .... Sardo u. La perla negra ......•.•.
- Humano, demasiado humano .•.. Schopenhaüer. El mundo como
- Aurora. ••••. . .•. .. .. .. • •• Voluntad y como representación
- Ullimos opúsculos ............ . (tres tomos) . • . • .. . . • • . . . . • • 30
- La G11ya cienda....... . ...... . - Ensayos sobre Religión, Estética
- El viajero y su sombra. . . . o, • • y Arqueologia. . • • • • • . • . • . . . • . . . 4
Nlsard - Los cuatro gra'l.des his- - La nigromancia. . . • . • . . • • . . • • . .;
toriadores latinos . • . • • . •. o •• - Estudios de H1storia filosófir.a... 4
Nourrlson.-Maqufavelo .••....• - EudemoPologia. Tratado cie m un·
NovJcow.-Los despilfarros de las do\ogfa o ane de bien vivir •.....
Suciedades modernas ..• , . • • ... Seheel y M.ombert.-J.a explota-
- El porvenir de la raza blanca. . . . 4 ción de las flt:Ut:ZJS por el Estado
- ConcJenc1a y voluntad sociales... 6 y por el Municipio ......... .
- La guerra y sus pretendidos bene· Seh()ro. El pianista Francisco I.istz.
ficios... • . •• • . . •. • . . • . • • • . . . t,so Scburé.-Hlstoria del drama mu-
Vaplni.-Lo trágico cotidiano y El Sical •.•..••••..•.• , .•
piloto ciego. . . . . . ...•.....•..• -Ricardo Wagner, sus obras y sus
-El Crepúsculo de los filósofos. o •• ideas....... . ..••......•...
Pardo Bazán.-Alarcón .•..... Selva.-Gufa del buen decir ...••.
- Campoamor..•••....•..•..... Slenkiewiez.-Ors••. En vano ....
- El P. Luis Coloma... • ••...... Sleroszew:ikl.--Yang·Hun·Tsy ..•
VassarQe. -lbsen .•......•••••• Sohm.-Ot!recho privado romano.. 14
.Vepin y H:ansson.- La reforma Sombart -El Socialismo y el mo·
deJa Ma~istraLura y el arte de juz- vimtento social en el siglo XIX •••
gar .....•..•••.••..•..• : •..... Spencer. -De las leyes en general.
l?errot.-Derecho públfco de Ate· - La moral. ...•..•..•.•....••.
nas..•.•..••...•......•• , .. - El organismo social. ...•.••....
!?león. Ayala ............... . - El progreso.. • . • • ••.•......••.
P'iepera.-La reforma del Derecho - Etica de las prisiones ..•••.....
{dos tomos)..•• ••••••• , • . • • • 10 - Exceso de legislación ..••...•...
Jl'otapenko.-La novela de un -- La beneficencia................ 4
hombre sensato ..•.•.. , •.••.. ,,. - La justida.... • • . . . • . . . • . . . . . . 7
Pesetll. Per.eta
na!; Régimen polltico de los Esta--- Zote.-El naturalismo en el teatro
dos Unidos ..•.••.•••.••••.• (dos tomos) .... ............... ..
Wlllaughby,-La legislación obre· - Estudios críticos . o • • • • • o •• • • • •
raen los Estados Unidos. . • . . . . . 3 - Estudios literarios .• ..............
Wltt.- Historia de Washington y - Flaubert. ................... ..
de la fundación de la República de - Oautier .............. ••••.....
los Estados Unidos. . . . ....... . - Jorge Sand .............. ..
Woolf.- Un Ooblemo lntcrnaclo· - La novela experimental ..•....•.
nal ....... ..... -.... o . • • • • •o •• - los Ooncourt ......... .•......•
Wandt.-Compendlo de Psicología - Los novelistas naturalistas (dos
- Principios de filosofia .. o o. o o o o. tomos)....................... .
- Hipnotismo y sugestión .... o • • • • -Mis odios .................... .
Zahm.-Biblla, Ciencia y Fe .•••.• - for\ussct .. o•••· ••••.•••••••.•
Zola. · Balzac .................. .. - Nuevos estudios literarios .• o • • • •
- Chateaubrland ............... .. - Safnte Be uve ..... o o • • • • • • • • • •
- Daudet .................... . - Sardou ...................... .
- Dumas (hijo) ................. . - Stendhal.. ................... .
- El Doctor Pascual (dos tomos) ••• 1 - Víctor Hugo .................. .

11\llll\1111\llll\lllllll\ll\1\llll\lllll\llllll\llll\1
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pt&ll.
Nanaen.-Ilada el Polo, 6 pt111.
llardi-Oreco.-Sodnloill!. jurtdie., 9 pta•.
Neera.-T6rl'l&, a ph1.1.
Neumann.--Deroeho internacional público mo•
rit>rno,UptAII.
llliehsche -As! b~tblllba Z11rata1tra, 7 Ptn. -
LA Jlenell.lo¡l:la. de In mor11.l, (J pt111.-Má1al11
dol bien y del ma.', 5 ptlls.-JramAoo, de•
w11.•iadn buro11no, 6 pbs.-Aoron, 7 J>t&R.-·
Pltimos opll·cul()!<, 5 ptns.-L11 gaya. cien•
odA, O ptas.-El vbjero y an 10mbr11, 6 pta1,
IUsard.-Los enatro gmnde• historiadore. la·
tino~, 4 pt111.
llaurrluon.- '~•quiAvelC" 1 8 pf1111.
Novleaw. -Lo• de!llpiliHrroa de les 1oeied&d81
mod.orna11. 8 ptu - RI porvenir de lA na"
biAnc•, .t pto~~•.-C,.,noienciA 7 vnlanbd •o-
ciale,, B pt•"· L. 1uerra y aua pretendido•
ben oftriol. 1 ,ro ptq
Papl•l.-r.n ttAI'ice cotidiano y el piloto ele•
~rn, 11 pt••·- ·El crepUICulo de lo• tU61ofo..
IJ J'lNt.
Par•o Badtn.-EI P. Colt~m•l 2 pta1.-VIda de
Pa~:.~~~Vi:i~ 1/o'~b;.~; tp~;~~n, 1pta.
hFin.- L" reformA d11 la mAaiPtr&tnra, yRawe·
un. El attM de jar;gotr, la• do• obru eo ao
vol amPo. 1\ pta11.
Perrot- F.l deret-bo p\tbllco en A tena•, 4 ptu.
PiaOn (S. 0.)-Vidade Ay~~tiA.1 pta.
Plepers.- J.a reformA del Derecho, V tom .. ,
10p'A!I,
Pota,enko.-T.a novel• de un hombre eeo .. t.o,
'.!ptu.
Pr6vost-Paradoi.-Hiltoria univeriAI, S tomo•,
!Uptu.
Duhlet.- El ••J)Iritu nuevo, 5 ptu.
RIWIIOit,-}!!larto dAjozg•r,y Ptlllll, La 1'8for-
ma de la rrlllflRtratura, a~a.bns obraa eu UD
volum~n, 8 pta•.
Renb. -E:~torl1o1 do hiPtorill. reli1i01"' 6 ptas.
Rlllblng. J,a bigieno I'CXnal, 8 pt"•·
Rice!.- Trata·ln riA•lu prnebu, B tomo,,~
puotu.-nort>eho civil.!20 tomo1,140 pt.al.
Fiocco.- I.n. ~<t>ntenciA civil,' ph.ll.
Ro11r1.-Sentido económico de la bistoria, 10
peseta•.
Rod.-El,ilencio., B ptae.
Roguln,-J,u re~tlu¡urfdicu, 8 ptu.
Rootevelt.-Nueva·York, 4. ptas.
Rosti.-Socioloa:la y p•lcolna:la cole('¡tiv11, 6 ¡;
Rozan.-I.o(';QCiones, proverbiar, dicho• J 1·
S8R, 3 pt11111,
Raskln.- Lnalit>tel8.tnpl'l.rAe de la Aro·
rA.. 7 ptu -Ohr.uoe~n~r:idas.Btnr
1'1111111!1 -·Lils pi .. dril!' de Veneei11 1 "'
Salnte·BIUVI--F.>~tadio
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- Tru mujeres, 3 ptat. l''"'
TP!I,:IpUI.
SIIUt.t. Un~eKrtes, eafl'.
dpnln•, 7 J>t&a.
lan10111tt1.-Dor~'
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Sartlou. 1.11. perl" r>n,-..:~n, .j ptas. :'ltJJOfnncta,.l¡ota~. La onat&rlf' hr.
Selva. nnl• del hu.-n dudr. 'i pt~t.' lptu Mar'doymu,tcr,:lptna llna J
Soheel y Momoert. La cxplo11\dón d e .a,. r1• raciouu•, :J pt".~--El ahor<"nrto, a .,ta~.a lltl
r¡uCY.ft'> por el t:atndo y por •·1 Municl pi·•, t. princ pe N""kli, :,1 pt.a11. };o t!l ('.-uca •
Schopenhuer. Fund"mento de la mora.1,5¡oe· (!es.. la.~.- Los cosncoa, a pt.... 1 vi\ u ol
set11 s -· hl mundo como votunt11.d y como blicil, d_pth. Bl ''"uto del cume, a pta11
representllciOo, ;J vola., ao ptas. i<:udemo· El CRmlllo do la \'ida, ti ¡JtaHo. 1'111orerea
nolol;,fa {trntauo de mundolo¡gl" y arte de eiosos, a phi,- El dtnoro y el tr"bllJO, :J
hiun vivtr), (1 vttta.-k:etudio:i do Hi11t0rifL s~tll!l- ~1i confesión, :1 J•tfllt· El trahii.,}O,
tilo•OficA,-! ptas. ·J," nigromancia, il phu. Tougan-Baranowskl. J.nacrisia iwluatriftlf'll 1
f:naftyo~ sohro religiÓD, E~etéticR y nrqueo· lul{lat-.rrll, ts pitll.
login,l ptin. Turgueneff, llamo,;¡ pt~ts. ~ido do hi<1nlA'r
Schorn.-El piAnista Listll, 7 ptftll. ~Ptii~.-·EijudJo,<Jptllii.-El rey LSilr de
Sohuré.-Hiottoritt. del dr&ull\ ul\l!;ical, ij pta11.- e1topR, :) ptas.-Un dt-II'!SJ'~rndn, .! ptt.ll.
R1cardo \V,.gner, sus obras y &llll ideas, l'rimoraruor,iJ (!t•u•. A!tu¡u priuuworHl
fl plfl!', i.l pt11.,. -Dsme~r1o Budiu, iJ ptiUI. El rt]( 1

SJtnkiewro~ .· Oreo. En v, no, 9 ptRS.


Slerou:ewskl. l:~tng·Hun·T.y, nov~:~lft, ~ ¡•ha, urfett"liis~oarrau~~C~i~~:~ ~~=:
Sombart. -.l!a 1Wci"liemo y el movimiento ao· Vaccaro.-LIIB b"ses aocivló~icnll del ¡:,Hec
ciAI en el 81j;¡:lo XIX,3 p!ASo \ dul E~tado, n ¡H""·
Sohm.-Jloo-echo lHlV"rlo romano, U ptav, Valera. VutRdl! \ erotnra rle l" \'togA, 1 pta.
Spencer.-La,iuatJC'.i,., 7 ptna. t.a woral7 pe· Varios autore1. Ft JJ~u•lw ut11 .\l,~wl<•:l•rt , 111~
setas. La lJennficoncia. 4 pt11a. -J,,.Ii in~> ti• JWI'IillW.t, b! pt.as,
tncionell t'lc:le~ift..ticAs, li ptAs.-lnstitnciB- ldem.-Nuvdt\8 y cnpricho", :~ pt11.a. lb
ne• aocia.l.,s, 7 ptl\5.- los. itudones poHd· 11 t e do t•uentos, :s 11t.. 8. ·To•orn oto -.ueu
CAl', ~ lO otlOS. 12 pt.RS. - fo~] orgAntSO'IO f!OClRI, !! p11u. Cuent••a l·,cutndo~<, ti ptu.s.
7 pt,.a. El progre,.n, 7 ¡>tlls. - Exco~o ele l.,- Loa grandes oisoursos do lol mblmos era
gl81Ación: 7 pti<IJ lJe l"" leyes t~n ~toner.-1, res Ingleses modernt s, 7 ptaM.
H ptas. .1-.tit•n do ln>~ pnsiou~s, H ptas,-L(Is Vrrg•lil. Mauaal dta fo;~t.,nhti<";a, 4 Jltllll.
d. tos de la e·•~.c.logla, ~ towo11, 12 }'ta~<. Vlvante. Derecho wercautil,lOptlis.
Las ioduocioDHI de lA tooclologi"' y la11 ina· Vocke.-Priocipiosluuúamunt.. lll"'·e .. '\cie
tttncoiJnes domtlflticaP, l.l pt1111. -ln•tttudo- •ta,:.! tomos,10 ptas.
r;.,s ..-rofesiooRl~>R, 4 pt:ls.·-lnsti~uclonell io- Wadletgh Chllndler.-La novela picnre~.- eo'
dns tri ..tea, 8 pt1111 -· ·Paicologlu, tomo I, 11 pe· l'"i'i .. ,4 ptas.
lleta!.; tomo 11. S pht.a. Wagner.- -H.ocuerdos de mi vida, :J ptas.
Squltl¡ce.-L 11 doctrina& IIOCioló~icM, 2 to- Wallace -Husia, 4 pt<~.s. t
moll, 1V J!IM.~. ProUlt!lnR!I rooatilUCÍOnRles Whl.rton. -Los millooRrios de 1011 ~&lll <J!I { o,
do 1" • ociologi~, 2 tomo .. , 12 pta~. dos o f>l pnis dt~l placer, O ptna.
St.ahl. · Hi.tuti,, da lA filOIIoliA del Derecho, White.-Hi..;;toria de la lucha entre lad€nc111.
12p~l!. la teologi", ts ptaP.
Starke.-1.. ~ fAmiliA en lllS diferentes sociedA- Witt.-HiaLoria de \Vaahington, 7 ph
d e!!, ú pLa~. Wallsrewskt.-Hiatoria de la litertllu;. , •;,,a
St1rner.- _¡;:¡único y su propiedAd,!) ptu. H pt1111.
Stourm.- I..•S ¡.oreaupne~<toa, 2 tomo11, 15 ptA•. Wen1worth.- Ifi~toria de loa Jo:<;tados {'
t tra(IOrt~IIJ,-llellp:..tl!ll de la mbt.rte, iJ ptAs. 4! pht!l.
Stuar Mi 11. -l'!r;tudioellobre lA reliJIÓn,-t pt&~~"• Westermarck.-El matrimonio de la e. •o
Sumner Ml•ne. l-~1 11ntiguo Dor+'cho y la co~- bumanR, 12 pUla.
turuhru ¡•timitiva, i ptA•.-l.A gtJerrR lle· Whitmam. - J,a J\ lel!lnni~ Imperi11J, 5 ¡1lar..
J!ÚII el j)~recho in•erm~cionRI, 4 [ItaS.- (.f\'1 Willaughby. L!!. legrllli\CIÓO obrera eu loA r: ...
w~titucionc¡; i'riuutiv..ll, 7 pta11. t"d"!l Unidos,~ ptas. 1
Suplno.-l)orocho mercantil, 2 tomos, 12 pttl!l. WH~on.-El gob1~rno congrefionnl, !'1 po:a.
Suttner. Higb·Life, a J:!las. Wundt. -liompendio do p~icololl'h•, l) pr~,¡.
Taina. Historia de 11\ hteratura inglesa, ó to- Htpnotismo y sugestión, 2 ptas. } f'inCl 4

mull, 31 pUta. J,os oríg~nf!S de 1~ Francia. pios de ñlosulia, lfpta~.


Zham.-Dibli11,cieoeia y tf>, (J ptaot
:~·;~~ed~~~~:roe~~~. to~~!' ~o~~~!~ -;-~1~~ 6~~: Zola. Vidas de re!'llOnnies itustre: Jorat
r!~.li pt1111. ·1,1\ pintunt. en lo11 l'•í•e11 ll11j1Ja, Sand,l pta.-V.ct·Jr Hugn, 1 ¡1tet. ·-.l:~:"c
a ptns.-}'Joreneuli, a ptRII. Voneeill, ¡J ptA!I. 1 pta. Dnudet, 1 pta.-Snrtlou, 1 . , -Da
Tito I ..lVio, 4 pt~ts. m"s(hijo), 1 pt.R. -l<'lanbert, 1 plll.. -•" '" aa
Tanera.-[,Ho gu~rra frll.nco·n'eULADft do 1-'~70- loriloud, 1 ptA. Ooucourt, t p~.- "!. • :t
1~71,4 ptM.s. 1 ptll.-Teolilo Oaut•er, t pta. ~1\• 1• ... Jf.'>u
Tarde.-l.u" lransform~~ociones del Deret'bo 6 ve, 1 pta. ~tenr"lhal, 1 ptM. F.atud• ·• lltl
po11et11.s. -r.a. crimi1111lid"d eomp&rada, S pe·
t~etas.-}'ilosofia. p••noi'LI, ~ tOlllOS, H ptas.
Tchekhof. - Un doelo 1 pta.
__
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dios lllo>rarioa. 3 ptas. Esta+llo•
Todd.· Jo:t gol.Jiorno·pn.damentario en Jogb.te- peset~~os.-gl n¡~turali,¡c:no nn
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rrll-, 2 tOIDOI1Ó. ptAS. mtls,li pta1.-Los noveli~t!tll 1111tUrr
Talstoy.-Loa h"ml.lri•mtoa, a. ptii&.-¿Que bll- tomos, u Jlt&s.-i<;l noct')r l'ns<'ual
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