Jorge Núñez. Rigor, Objetividad y Responsabilidad Social: La Ciencia en El Encuentro Entre Ética y Epistemología
Jorge Núñez. Rigor, Objetividad y Responsabilidad Social: La Ciencia en El Encuentro Entre Ética y Epistemología
Jorge Núñez. Rigor, Objetividad y Responsabilidad Social: La Ciencia en El Encuentro Entre Ética y Epistemología
Introducción
Los éxitos de la ciencia, en su alianza con la tecnología son indudables. Nos han proporcionado
una gran capacidad para explicar, controlar y transformar el mundo.
La enorme capacidad cognoscitiva de la humanidad debe ejercer una influencia cada vez mayor en
la vida de las sociedades y las personas.
Por eso es que la reflexión sobre la ciencia es un tema al cual el pensamiento moderno, sobre todo
el de la segunda mitad de este siglo, ha dedicado especial atención.
Este ensayo se dirige a personas que estudian las ciencias (naturales, sociales, técnicas u otras) o se
interesan por ellas para presentarles una cierta imagen de la ciencia tal y como ella emerge del
debate contemporáneo. Enseñar y aprender la ciencia requiere una cierta “vigilancia
epistemológica” que impida que nuestros actos epistémicos sean conducidos por enfoques que
simplifiquen y tergiversen la naturaleza real de la praxis científica.
La tesis que anima mi exposición es ésta: no sólo necesitamos saber de ciencia sino sobre la ciencia.
Según creo, la relevancia de este planteamiento es extensiva a las personas que se dedican
principalmente a la actividad tecnológica. La ciencia y la moderna tecnología son inseparables; en
consecuencia, han llegado a ser actividades casi indistinguibles. Es difícil saber a que se dedican
las personas que trabajan en un laboratorio de investigación-desarrollo de una gran industria:
¿hacen ciencia o hacen tecnología? Quizás simplemente hagan “tecnociencia”, actividad donde los
viejos límites son desdibujados.
En todo caso cualquier discusión sobre la ciencia es relevante para la tecnología y viceversa. A fin
de cuentas, se trata del conocimiento y su significación social.
tecnología es, sobre todo, un fenómeno que se materializa a partir de la segunda mitad del siglo y
se acentúa notablemente en el siglo actual. El tránsito que vivimos del siglo XX al siglo XXI es un
período profundamente marcado por el desarrollo científico y tecnológico.
Lo primero que debe conocer un estudiante que se incorpora a estudios en los campos de la ciencia
y la tecnología es que se sumerge en uno de los territorios que definen en gran medida el poder
mundial.
La imagen de la ciencia como una actividad de individuos aislados que buscan afanosamente la
verdad sin otros intereses que los cognitivos, a veces transmitida por los libros de texto, no
coincide para nada con la realidad social de la ciencia contemporánea. En gran medida el
desarrollo científico y tecnológico de este siglo ha sido impulsado por intereses vinculados al afán
de hegemonía mundial de las grandes potencias y a las exigencias del desarrollo industrial y las
pautas de consumo que se producen y se difunden desde las sociedades que han marcado la
avanzada en los procesos de modernización.
Por eso los Estados y las grandes empresas transnacionales se cuentan entre los mayores
protagonistas de la ciencia y la tecnología contemporáneas.
Durante el siglo XIX surgió la llamada ciencia académica vinculada a la profesionalización del
trabajo científico y la consolidación de la investigación científica como una función relevante de la
universidad (el paradigma es la Universidad Alemana de inicios del siglo XIX). En este proceso
cristalizó también la imagen de la ciencia como búsqueda desinteresada de la verdad a la que aludí
antes.
Pero la relación ciencia - sociedad ha experimentado cambios bruscos en este siglo. Sin embargo,
hasta hace apenas dos décadas prevaleció un enfoque que hoy se considera insatisfactorio. La idea
era que había que invertir fuertemente en investigación básica, lo que a la larga generaría
innovación tecnológica y ésta favorecería el desarrollo social. Tras esta idea, en el período que
media entre la Segunda Guerra Mundial y los años setenta se invirtió mucho dinero con este fin.
La crisis económica que experimentó el capitalismo mundial obligó a reconsiderar este enfoque y
transitar a un modelo mucho más dirigista del desarrollo científico técnico. Esto es lo que es propio
de la llamada Tercera Revolución Industrial caracterizada por el liderazgo de la microelectrónica y
el protagonismo de la Biotecnología, la búsqueda de nuevas formas de energía, los nuevos
materiales, entre otros sectores.
Hoy en día es escasa la práctica científica alejada de intereses de aplicación con fines económicos o
de otro tipo, lo cual tiene implicaciones en la actividad científica, en la vida de los científicos, las
instituciones que los acogen y sus relaciones con la sociedad. La psicología y la ideología
empresariales están presentes en el mundo de la ciencia. No es por gusto que los problemas éticos
asociados a ciencia y tecnología constituyen preocupaciones cotidianas hoy. Se ha dicho que el
poder acumulado es tanto que la pregunta: ¿qué se puede hacer? ha sido desplazada por ¿qué se
debe hacer ?
Pero ese poder extraordinario está muy mal distribuido a nivel mundial. La inmensa mayoría de la
capacidad científica y tecnológica se concentra en un reducido grupo de países industrializados.
Las revoluciones científica e industrial de los Siglos XVII y XVIII se desenvolvieron en Europa
asociadas al cambio económico, político y cultural que experimentaron aquellas sociedades a partir
Rigor, objetividad y responsabilidad social: la Ciencia en el encuentro entre Ética y Epistemología Jorge Núñez Jover 66
del Renacimiento. Durante los dos siglos siguientes algunos países lograron incorporarse
activamente a esos procesos, entre ellos Estados Unidos, Rusia y Japón.
La mayor parte del mundo, sin embargo, apenas tiene participación en la definición y ejecución de
los cursos científico técnicos. Se ha dicho que la ciencia mundial está aún más concentrada que la
riqueza mundial. América Latina, por ejemplo, tiene muy poca participación en ciencia y
tecnología: poco más del 2% de los científicos e ingenieros que realizan tareas de investigación y
desarrollo en el planeta y algo más del 1% de los recursos que se invierten con ese fin.
Sobre todo desde los años sesenta se viene insistiendo en que la salida del subdesarrollo obliga a
crear capacidades en ciencia y tecnología. Pero los discursos han desbordado a las realizaciones
prácticas.
Dentro de ese panorama la posición de Cuba es muy singular: con relación a sus recursos
económicos el país ha hecho un esfuerzo extraordinario en ciencia y tecnología lo cual expresa
una voluntad política muy definida. Cuba sigue apostando al desarrollo científico y tecnológico
como vehículo del desarrollo social. La ambición por satisfacer las necesidades humanas básicas
(en salud, alimentación, etc.) y la necesidad de articular de modo beneficioso la economía cubana a
la economía internacional, son los móviles del desarrollo científico y tecnológico cubano que
descansa en un esfuerzo educacional sostenido por casi 40 años.
Mientras la mayor parte de los países del Tercer Mundo han renunciado al protagonismo en el
campo científico, Cuba insiste en desarrollar una base científico y tecnológica endógena. El
problema de la relación ciencia-tecnología-desarrollo es para nuestro país un tema fundamental.
Dentro de ese ambicioso propósito la responsabilidad social de la intelectualidad científico técnica
es esencial.
En este apartado introduzco una discusión fundamental para la interpretación teórica de la ciencia.
Una apreciación errada sobre el tema impediría lograr una visión equilibrada de la relación entre el
compromiso social y la honestidad intelectual en la ciencia.
Para discutir el asunto voy a seguir el hilo del análisis sobre la neutralidad desarrollado por
Agazzi (1996). Para él hay que discernir entre varios sentidos fundamentales de la neutralidad:
como “desinterés”, como “independencia de prejuicios”, como “no estar al servicio de intereses”,
como “libertad de condicionamientos”, o como “indiferencia respecto a fines” (p.68).
¿Es posible reconocer la neutralidad de la ciencia en alguno de estos sentidos?. Los estudios
sociales de la ciencia desarrollados durante este siglo (Núñez, 1989) han puesto de manifiesto la
naturaleza social de la práctica científica y su consecuente comprometimiento con los valores,
prioridades e intereses propios de la estructura y los agentes sociales. Es decir, la ciencia es una
actividad social vinculada a las restantes formas de la actividad humana. Los procesos de
producción, difusión y aplicación de conocimientos propios de la actividad científica son
inexplicables al margen de los intereses económicos, políticos, militares, entre otros que
caracterizan los diversos contextos sociales.
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Sin embargo, la conclusión podría no ser tan rotunda si se presta atención a la ciencia como
conocimiento, es decir, si prestamos atención al valor cognoscitivo de las teorías y otras
expresiones del saber. Si de manera apresurada se extiende la no neutralidad predicada para la
ciencia como actividad a la comprensión de la ciencia como saber se puede llegar a la negación de
la objetividad científica; se podría sostener un ideal de compromiso social para la ciencia pero en
este camino no veo la forma de retener el sentido de la honestidad intelectual entendida como
compromiso con la objetividad. Agazzi lo expresa así: “se ha de concluir que la ciencia no puede
ser neutral como actividad mientras lo es y debe serlo como saber” (p.71).
La ciencia es actividad y es saber. Ni lo uno ni lo otro por separado. Los límites entre ambas
expresiones de la ciencia sólo pueden reconocerse con un propósito analítico. Sin embargo, como
se verá de inmediato, esa distinción puede ser útil para explorar los diferentes sentidos de
neutralidad mencionados antes.
Debemos reconocer que esos prejuicios también influyen sobre la ciencia como saber. Los criterios
de objetividad y racionalidad están sometidos a cierta contingencia y determinación histórica. La
construcción de un saber objetivo siempre se logra dentro de marcos conceptuales y
metodológicos prestablecidos. Los científicos deben tomar conciencia de los límites que imponen a
la objetividad dichos marcos y esforzarse por subordinar sus conclusiones a las “buenas razones”
(teóricas, lógicas, empíricas) que puedan aportarse dentro de esos marcos cuyos límites han sido
críticamente evaluados. De este modo la ciencia como saber logra cierta neutralidad respecto a los
prejuicios: “la ciencia como saber puede y debe ser neutral respecto a los prejuicios, tomando
conciencia de ellos y de su parcialidad” (ibid, p.73).
Es obvio que esa capacidad de evaluación y crítica de los prejuicios es limitada y por ello la
objetividad suele estar amenazada. La construcción de un saber objetivo exige la disposición
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permanente a discutir los prejuicios que informan las conclusiones científicas y a través de ello es
alcanzable un grado razonable de neutralidad.
Al hablar de la neutralidad como “desinterés” nos referimos a los motivos que la conducen. Al
abordar la neutralidad como “no estar al servicio de intereses” el acento recae en la posibilidad de
instrumentalización de la ciencia. Al nivel de la ciencia como actividad no es posible imaginar tal
tipo de neutralidad. Si observamos la ciencia como conocimiento objetivo, la conclusión debe ser
diferente. La ciencia ha contribuido a promover dentro de nuestra civilización ese hábito moral
que llamamos honestidad intelectual “o sea, aquella actitud de fondo que consiste en el rechazo a
callar la verdad, a camuflarla, o a hacerla pasar por falsa, en obsequio a intereses de cualquier
género, incluso si éstos fueran particularmente nobles y altruistas. Por eso no es posible renunciar
a esta forma de neutralidad de la ciencia sin tener que pagar una cuota elevadísima en términos de
quiebra de civilización” (ibid, p.76).
Desde luego que intereses muy diversos pueden penetrar el conocimiento científico; la honestidad
intelectual debe constituir un antídoto para imponer límites a esa tendencia.
El sentido de la neutralidad como “indiferencia respecto a fines” permite por una parte reconocer
la diversidad de finalidades que pueden guiar la ciencia como actividad y por otra, identificar la
finalidad distintiva y fundamental de la ciencia. Aún admitiendo que la ciencia puede perseguir
diferentes finalidades en contextos diversos como la investigación, la aplicación, la enseñanza u
otros (Echeverría, 1995), podemos admitir que su finalidad fundamental, el “fin definitorio y
constitutivo del ámbito de la ciencia como saber” es la producción de conocimiento objetivo.
La ciencia no puede y no debe ser neutral respecto a diversos fines sociales, no puede alienarse
respecto a ellos alegando que no le preocupan; esto sería miopía o hipocresía. Pero la ciencia sí
debe reservar un espacio para la objetividad defendiendo su valor como fin auténtico.
Este recorrido por el tema de la neutralidad pretende dejar en pie que la naturaleza social de la
actividad científica impide aceptar su neutralidad respecto a condicionamientos, fines, valores
sociales. La ciencia guarda siempre un compromiso social. Los colectivos que aceptan o
promueven la ciencia pueden y deben preguntarse en referencia a qué valores sociales, a qué
prioridades e intereses desarrollarán su actividad.
En lo que sigue intentaré someter a discusión diferentes enfoques que debaten el tema de la
objetividad, la racionalidad y el progreso científico. Considero que esta discusión epistemológica
es fundamental para el debate ético en ciencia.
Enfoques de la Ciencia
Casi todo el mundo acepta que la ciencia ha avanzado considerablemente. Ese éxito ha conducido
a suponer que hay algo muy especial en la praxis científica, una cierta manera de proceder que
permite develar las esencias más profundas de la realidad. A esa llave triunfadora se le ha
denominado método científico. Así, los científicos armados del método son capaces de hacer
progresar ininterrumpidamente el conocimiento hacia la verdad. En esta visión el afán de
búsqueda de la verdad es el motor impulsor de ese avance. Los científicos son personas que
actúan racionalmente, entendida la racionalidad como la capacidad de subordinar las teorías a los
hechos de la realidad, y realizar las selecciones teóricas a partir de la evidencia empírica y teórica.
Y ese progreso científico es la base del progreso humano, moral y material.
Verdad, racionalidad, progreso, método científico, son temas que han llenado volúmenes y son
parte de una concepción de la ciencia que hacia fines del Siglo XX es puesta en duda.
Desde otras visiones filosóficas distintas, la ciencia se concibe una tradición entre otras. Nada hay
en ella que la haga superior a otras tradiciones espirituales. Es más, ese paradigma de
racionalidad y verdad ha sido inventado por los propios científicos en su provecho: esa es la
fuente del poder de los expertos y parte de su estrategia de ascenso social.
Las teorías no son ni verdaderas ni falsas -según esta misma lógica- apenas son instrumentos
convencionales para controlar y manipular la realidad. No existe el método científico ni la ciencia
dispone de ningún recurso especial para conocer. Existen muchas otras experiencias cognoscitivas
y espirituales que dicen más del mundo y de nosotros mismos que la ciencia.
La educación científica, especializada y al nivel popular, debe saber colocar las cosas en su lugar.
Según creo esto incluye fomentar una imagen crítica de la praxis científica y sus resultados, así
como de sus resonancias sociales. Pero esa imagen crítica no puede conducir a despedir a la razón
ni a equiparar la ciencia con cualquier otra tradición espiritual. La astrología puede ser atractiva
pero no tiene la solidez intelectual (empírica, teórica, lógica)de la Mecánica Cuántica o la Cinética
Molecular. Puede ser muy agradable estar tendido al sol especulando mentalmente sobre lo divino
y lo humano pero difícilmente esto haga progresar sensiblemente el conocimiento de la realidad;
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es posible que el método científico no sea un algoritmo infalible pero es algo distinto a charlar o
discutir sin fines o metódicas definidas.
Es verdad que la ciencia y la tecnología no garantizan el progreso social. La razón es simple: ellas
no actúan en un vacío social. Sólo la política, la economía, la moral pueden convertirlas en aliadas
del hombre o en sus enemigos.
Este punto es especialmente polémico. Hay toda una concepción que podríamos llamar
“tradicional” y que encuentra sus referentes principales en la tradición del positivismo y el
empirismo lógico y también en el criticismo popperiano que insiste en disociar la ciencia y sus
metas sociales. Según esa concepción la discusión sobre la racionalidad científica debe limitarse a
su capacidad de producir conocimiento objetivo, verdad. El efecto social benefactor de ello será
una consecuencia de la actuación racional.
Esa disociación entre conocimiento y valores sociales no parece muy oportuna a la luz de los usos
diversos, a veces antihumanos, que puede tener el conocimiento. La aprobación de proyectos de
investigación, la definición de prioridades en ciencia y tecnología, son procesos profundamente
mediatizados por los valores e incluso por las ideologías. Me parece más oportuno concebir que
las metas sociales son intrínsecas a los procesos de conocimiento y las matrices que las definen:
proyectos, programas, políticas de investigación.
Por otra parte, el desarrollo del conocimiento es algo bastante más complejo de lo que parece a
simple vista. La primera duda epistemológica procede de una inducción pesimista sobre los
resultados de la historia de la ciencia. Vistas desde hoy muchas de las teorías del pasado revelan
demasiadas deficiencias para suponerlas verdaderas y sí esto es así: ¿no serían apreciadas como
erróneas nuestras actuales teorías cuando sean contempladas desde el futuro?
Otra duda proviene de las limitaciones de la inducción. Bertrand Russel (Porlan, 1995) ponía el
ejemplo del pavo inductivista. “Este pavo descubrió que en su primera mañana en la granja
avícola comía a las 9 de la mañana. Sin embargo, siendo como era un buen inductivista, no sacó
conclusiones precipitadas. Esperó hasta que recogió una gran cantidad de observaciones del
hecho de que comía a las 9 de la mañana e hizo estas observaciones en gran variedad de
circunstancias, en miércoles y en jueves, en días fríos y calurosos, en días lluviosos y soleados.
Cada día añadía un nuevo enunciado observacional a su lista. Por último, su conciencia
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inductivista se sintió satisfecha y efectuó una inferencia inductiva para concluir: siempre como a
las 9 de la mañana. Pero ¡ay ! se demostró de manera indudable que esta conclusión era falsa
cuando, la víspera de Navidad, en vez de darle la comida le cortaron el cuello”. (pp. 31-32).
Por eso la idea de que la ciencia busca la verdad suponiendo que se trata de un proceso que nos
conduce a una verdad única y universal y que a lo largo de ese extenso camino vamos obteniendo
resultados cognoscitivos (teorías, por ejemplo) incontrovertibles, verdades absolutas, es
insostenible a la luz de la historia de la ciencia. Desde ésta parece imponerse la imagen del
conocimiento como un proceso a lo largo del cual crece la verosimilitud del conocimiento
disponible y con él la capacidad de resolver problemas y controlar y manipular la realidad. Esta
capacidad creciente, por demás, es un buen argumento para sostener que conocemos
efectivamente un mundo que existe más allá e independientemente de las representaciones que
tengamos de él.
Es decir, según creo, la historia de la ciencia, demuestra que el hombre puede conocer el mundo,
obtener conocimiento objetivo. Pero esto no conduce a identificar la objetividad del conocimiento
(es decir su adecuación en cierto grado a la realidad, a la naturaleza, al mundo) y la verosimilitud
creciente de las teorías que crea el hombre (es decir que en ellas hay contenidos de verdad que se
incrementan con el desarrollo de la ciencia) con la imagen del conocimiento como algo infalible y
definitivamente probado. El proceso del conocimiento y sus productos transitorios están siempre
condicionados por el contexto histórico social y el nivel de la praxis que es propio de cada época.
Por eso, junto a la confianza en las capacidades cognoscitivas del hombre (de nosotros mismos)
hay que sostener una actitud crítica ante cada uno de sus resultados. Todo conocimiento es
perfectible. Y no hay un método infalible, sea inductivo, deductivo o de cualquier tipo que
garantice la certeza del conocimiento.
Existen, eso sí, estrategias generales de búsqueda del conocimiento, pero no hay reglas
algorítmicas infalibles. A cada paso de su labor el científico tiene que ir adoptando decisiones
sobre lo que va estudiar y cómo lo va a estudiar, sobre los factores que considerará relevantes
para sus estudios, sobre las influencias teóricas que aceptará o que rechazará. Todo ello se basa en
una capacidad teórica que sólo se aprende investigando, preferiblemente en contacto con personas
que saben hacerlo. La ciencia es una tradición, una cultura con sus propios valores, ritos, criterios
de evaluación ; es sumergiéndose en esa tradición donde los jóvenes aprenden a discernir las
mejores estrategias para una investigación dada y los recursos tácticos que a cada paso deberán
movilizar.
Fíjense que el planteamiento anterior nos conduce a la idea de la ciencia como una empresa
colectiva. En la ciencia contemporánea no existen los Robinson Crusoe. La discusión colectiva es
decisiva, de ahí que la noción de comunidad científica sea hoy vital para entender la práctica
científica.
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Esa noción que fue popularizada por Kuhn a partir de la publicación de La Estructura de las
Revoluciones Científicas en 1962 apunta a la dimensión colectiva del trabajo científico. Es bueno
que entendemos que la ciencia contemporánea se hace en el seno de comunidades lo cual tiene
diversas implicaciones. Una comunidad científica no es una suma aleatoria de personas que
comparten un local de trabajo. Es algo más: las comunidades científicas suelen compartir
paradigmas, es decir modelos de solución de problemas. Las comunidades suelen ser grupos
donde se comparten enfoques, métodos, objetivos, lo que genera un cierto cierre profesional que
afecta la comunicación con los que comparten otros paradigmas. Un psicólogo de la Gestalt y otro
Skinneriano dialogan con mucha dificultad. De modo que la adscripción paradigmática es
prácticamente imprescindible en tanto a través de ella nos incorporamos a una tradición existente.
Pero también aquí encontramos una fuente de dogmatismos pues es difícil descubrir lo que de
valioso pueda haber más allá del paradigma que compartimos y por el que se nos juzga y evalúa
en el seno de la comunidad a la que pertenecemos.
S. Toulmin (1977) advierte este hecho e incluso subraya el papel que en la certificación del
conocimiento verdadero juegan lo que él llama “los grupos de referencia”, es decir las personas
que por razones intelectuales o de posición social tienen un papel más relevante: “debemos ahora
prestar atención a los procedimientos de selección realmente usados para evaluar los méritos
intelectuales de cada nuevo concepto, y es menester relacionar estos procedimientos mismos con
las actividades de los hombres que forman, por el momento, el grupo de referencia autorizado de
la profesión implicada. En esta medida, hallaremos que la historia disciplinaria o intelectual de la
empresa interacciona con su historia profesional o sociológica, y sólo podemos separar la historia
interna de las vidas de los hombres que tienen esas ideas al precio de una excesiva simplificación”.
(p.153).
Kuhn (1982) introduce una similitud entre las revoluciones científicas y políticas que es ilustrativa
del papel de la comunidad y las controversias que desarrolla. Según su punto de vista, lo mismo
que en la revolución política, en la elección de paradigma tampoco hay nivel superior al del
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consenso de la comunidad correspondiente. Esto significa que para explicar las revoluciones
científicas, tenemos que examinar no sólo el impacto de la naturaleza y de la lógica, sino también
las técnicas de argumentación persuasivas que desarrollan los grupos dentro de la comunidad de
científicos.
El problema de los paradigmas tiene otra consecuencia. Los paradigmas pueden fortalecer los
cierres profesionales y el aislamiento disciplinario. Sin embargo, una de las características del
desarrollo científico del siglo XX es el incremento de diferentes formas de integración horizontal
(trabajo en equipos, multidisciplinariedad, interdisciplinariedad, transdisciplinariedad) como
recurso necesario para generar nuevos conocimientos y tecnología. En gran medida el desarrollo
científico de vanguardia se está produciendo en los puntos de contacto entre diversas disciplinas.
Se habla de la “recombinación genética” entre disciplinas y la producción permanente de
productos cognitivos híbridos. El estudio de procesos complejos exige de investigaciones
complejas que promuevan la multi, la inter y la transdisciplina (Morin, 1984). “Los transgresores
de fronteras” pueden ser hoy más cotizados que los especialistas estrechos, pero la adscripción
paradigmática no favorece este proceso. Esa es una tensión real que presenta la educación
científica.
El asunto de la comunidad científica requiere una observación adicional desde el Tercer Mundo.
Las comunidades de la periferia de la ciencia se caracterizan por la inferioridad numérica (casi
nunca hay lo que se suele llamar “masas críticas”, es decir, el número de personas que permitan
articular un trabajo colectivo); a esto se suma que las revistas, libros y otras publicaciones se gestan
en los países del “Centro” y el arbitraje de lo que se va a publicar se realiza según los criterios de
esos países. Así, lo que se juzga como relevante, lo que se premia, las invitaciones a congresos,
becas, etc. se definen con criterios del “Centro”.
Puede ocurrir que un trabajo sea relevante a nivel local (una innovación técnica, el caso de una
nueva fuente de energía) pero signifique poco en relación a las prioridades del “Centro”. En ese
caso el científico encontrará escasas posibilidades de publicar, recibir honores. Esto conduce a las
personas a frustraciones y es parte de los estímulos a la fuga de cerebros que las potencias cultivan
con toda intención.
Lo que quiero observar es que este asunto de la fuga de cerebros, que tiene desde luego
componentes políticos y económicos, posee también una base cognitiva : la corriente principal del
conocimiento tiene una clara localización en el “Centro” y ello tiene notables consecuencias para
las personas que se quieren desarrollar en el campo científico.
Ahora volvamos un poco atrás. Me he esforzado por aclarar la naturaleza discutible de todo
conocimiento y cómo la asimilación por parte del científico de determinados paradigmas tiene que
ver no sólo con la cuota de verdad que ellos puedan contener sino también con compromisos
grupales e institucionales.
Esta observación no es intrascendente. Al menos desde el Siglo XVII se viene discutiendo con
asiduidad cuál es la fuente más segura del conocimiento. Las tradiciones del empirismo y el
racionalismo han pugnado por aclarar en qué radica esa certeza. El empirismo ha votado favor de
la subordinación del pensamiento a los datos y hechos que nos ofrecen la verdad. Más o menos es
esto: hay que tomar y estudiar la naturaleza sin prejuicios, sin preconcepciones, sin
especulaciones, sin influencias teóricas o valorativas que empañan la “lectura de los datos” que se
obtienen a través de la inducción. Según esta concepción existe una base empírica incontestable y
lo único que cabe al pensamiento es subordinarse a ella. Este es el camino de la verdad.
Según la perspectiva del conocimiento que intento defender en estas páginas, no existe una
manera única de asegurar la certeza del conocimiento. Veamos esto un poco más.
El papel activo del sujeto del conocimiento está fuera de discusión. Esos sujetos son parte de
comunidades, sociedades, épocas y en ellos conforman sus capacidades cognitivas y los
instrumentos para indagar la realidad. Por ello, la percepción del mundo varía de una época a
otra. Sólo en el último siglo nos hemos acostumbrado a atribuir a la realidad la existencia de
electrones. Hoy es un lugar común hacerlo, mas un siglo antes esto era impensable. Sólo desde
Freud el problema del subconsciente puede ser de interés. Los paradigmas son maneras de ver el
mundo que van cambiando con el tiempo. Con ellos cambian las preguntas que les hacemos a la
realidad y los métodos para estudiarlas.
Barry Barnes (1977) resume el asunto así: “(el conocimiento también es producto de recursos
culturales dados), el viejo conocimiento es de hecho una causa material en la generación del nuevo
conocimiento (por ello) la racionalidad del hombre sola no basta ya para garantizarle acceso a un
solo cuerpo permanente de conocimiento auténtico; lo que pueda llegar dependerá de los recursos
cognoscitivos que le sean disponibles y de las maneras en que sea capaz de explotar dichos
recursos…Descubrir lo anterior implica examinar la generación del conocimiento dentro de su
contexto social como parte de la historia de una sociedad particular y su cultura; los hombres
racionales en diferentes culturas pueden representar la realidad de maneras diferentes, incluso
contradictorias”. (p.20).
Los conocimientos no están en la realidad, los construye el hombre; pero no el hombre aislado y
ahistórico sino el hombre en comunidad, el hombre en sociedad. Así las cosas, el proceso de
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conocimiento puede ser concebido como un proceso de construcción social de conocimientos, que
supone un diálogo, una relación de doble tráfico, entre razón y experiencia, entre teoría y empiria.
Según Kuhn, la observación y la experiencia pueden y deben limitar drásticamente la gama de las
creencias científicas admisibles o, de lo contrario, no habría ciencia. Ellas por sí solas no pueden
determinar un cuerpo particular de tales creencias. Según su punto de vista un elemento
aparentemente arbitrario, compuesto de incidentes personales e históricos, es siempre uno de los
ingredientes en la formación de las creencias sostenidas por una comunidad científica dada en un
momento determinado.
En Filosofía de la Ciencia, sobre todo desde los años cincuenta y más aún en los sesenta, se hizo
común el reconocimiento de la “carga teórica de la observación”. Miramos siempre la realidad
desde “espejuelos” cuyos cristales están construidos con los materiales culturales propios de una
época. No existe la posibilidad de acceder a la verdad de modo virginal: estamos siempre
conducidos por las teorías, las filosofías, las preferencias metodológicas y otras que hemos recibido
de la cultura científica disponible y en particular de la educación científica recibida. Fue Kuhn uno
de los primeros en llamar la atención sobre el papel de la educación en la ciencia. Es allí donde se
inicia la inscripción cultural del científico, proceso que continuará a lo largo de toda su carera
profesional. Más aún Kuhn consideró que esa iniciación es siempre dogmática. El científico casi
nunca es adiestrado para cuestionar el conocimiento recibido sino para aceptarlo y usarlo. Si todo
lo dicho hasta aquí es cierto pueden ustedes juzgar las consecuencias de ese acto de asunción
acrítica del saber.
El corolario es que al ser insuficiente la evidencia empírica los factores epistémicos no son
suficientes para definir el debate y entonces es preciso apelar a factores técnico-instrumentales que
favorecen unas u otras interpretaciones y también a diversos factores sociales (criterios de
autoridad, intereses, sesgos profesionales, entre otros).
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Pero esto no hace de la ciencia una empresa irracional ni del cambio científico un juego arbitrario.
En cada sociedad concreta, dentro de cada marco conceptual o paradigma disponible, es posible
reunir argumentos empíricos y teóricos que permitan escoger unas proposiciones científicas sobre
otras. Existen resultados de experimentos y observaciones, hay teorías aceptadas que se
consideran bien fundamentadas, con las cuales las nuevas ideas pueden ser comparadas; el éxito
de los conocimientos aceptados para expresar los fenómenos conocidos y predecir otros nuevos
también es un buen criterio para juzgar la verdad del conocimiento. También hay marcos
filosóficos más respetables que otros. Es decir, para ciertos fines cognoscitivos (resolver
determinados problemas planteados) es posible disponer de “buenas razones” para tomar
decisiones teóricas y empíricas en el campo científico. Tal modo de proceder hace de la empresa
científica una empresa racional. Los que no aceptan esta conclusión buscarán las “buenas razones”
en otra parte, por ejemplo, considerarán que las adhesiones científicas se basan en esfuerzos por
maximizar el prestigio personal y las ganancias de diverso orden de los científicos. Si esto fuera así
la ciencia no sería una empresa racional en términos cognitivos. Sus finalidades serían otras y la
racionalidad predicada podría ser política, económica o de otro tipo, pero nunca científica.
De todos modos no hay que echar en saco roto lo juicios de los críticos de la racionalidad científica.
Hay que admitir que las distorsiones y la sustitución de fines cognitivos por otros de naturaleza
menos epistemológica es siempre posible.
Michel Foucault, obsesionado por la relación entre conocimiento y poder, llegó a decir que cada
sociedad tiene su “régimen de verdad”, es decir, cada contexto tiene su “filtro” que define lo que
es aceptable o no en términos del conocimiento y también señalaba que debía admitirse que el
poder produce saber, que saber y poder se implican directamente el uno al otro; que no existe
relación de poder, sin constitución correlativa de un campo de saber.
Max Plank en su autobiografía se quejaba de la resistencia que las generaciones de científicos “en
el poder” ejercen al cambio científico. La autoridad -que no es sólo científica- juega un papel
importante en la validación del conocimiento, en lo que se juzga como conocimiento relevante.
Años más tarde Plank se opondría al Premio Nobel de Einstein ratificando con ello que la lucha
entre lo viejo y lo nuevo es propia del campo científico.
En resumen los procesos de producción y legitimación del conocimiento no son ajenos a conflictos
de poder, generacionales, entre otros.
En los tiempos que corren donde “el templo” de la ciencia se llena de “mercaderes”, de gente
buscando hacer negocios y donde el problema no es tanto qué se puede hacer sino qué se debe
hacer, el “control ético” de la práctica científica es imprescindible.
Pero recordemos que la actividad científica es una empresa colectiva. Existe la discusión científica,
las publicaciones, los juicios de pares, es decir, la empresa científica está dotada de controles
comunitarios que reducen el margen a la charlatanería. Ese control colectivo debe estar
permanentemente activado pero tampoco él lo garantiza todo.
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Desde esta perspectiva la racionalidad científica no consiste en verificar teorías por vía inductiva
sino en elaborar hipótesis y someterlas a test muy severos para refutarlas o aceptarlas
provisionalmente.
Para Popper la actitud realmente científica consiste en someter las hipótesis, incluso las propias, a
la refutación permanente. Imre Lakatos, filósofo húngaro ya fallecido, incisivamente le preguntó :
¿conoce usted a algún científico que se proponga refutar sus propias proposiciones ?
Repasen ustedes las revistas científicas guardadas en las bibliotecas de sus facultades y verán que
esa no es la actitud científica normal. Más bien hay resistencia al cambio y creación de hipótesis ad
hoc para evitar que las ideas básicas contenidas en las teorías sean refutadas. Esto es lo normal.
Fue Robert Merton (1980), sociólogo, creador de la Sociología de la Ciencia, quien compartía esos
ideales, el que propuso ciertas normas que garantizasen el ejercicio de la racionalidad y el
progreso cognoscitivo. Esas normas: comunismo, desinterés, universalismo y escepticismo
organizado, constituían el “ethos de la ciencia” cuyo custodio es la propia comunidad. Así, una
empresa racional por sí misma se protegía de las “tentaciones mundanales” sobre la base de un
código ético normativo. Los científicos individualmente podían desviarse pero la comunidad se
encargaba de evaluarlos y corregirlos. Voy a explicar brevemente el contenido de estas normas 1.
El Universalismo es quizás la más importante de las normas que forman el ethos científico. Las
pretensiones de verdad deben ser sometidas a criterios impersonales tales como la adecuación a la
experiencia y el conocimiento confirmado. Lo que importa son las pruebas y los argumentos, no el
origen social, raza o sexo del que propone las ideas. El Universalismo debe abrir el camino al
talento.
El Comunismo subraya que los hallazgos de la ciencia son producto de la colaboración social y por
tanto son asignados a la comunidad. Las aportaciones son una herencia común, el derecho del
productor individual se limita al reconocimiento por el aporte. Los productos del conocimiento
son socializados preferentemente a través de las publicaciones, lo que se favorece porque las
instituciones presionan a los individuos a publicar para expandir el conocimiento y satisfacer con
1
Con mayor detalle las normas mertonianas se discuten en el ensayo "Perspectiva sociológica de la ciencia", incluido
en este volumen.
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ello ciertos estándares de calidad. Así, el científico intercambia conocimiento por reconocimiento
de los restantes investigadores y la comunidad en su conjunto.
La norma del Desinterés indica que no se debe aspirar a más beneficio que el proporcionado por la
satisfacción que produce el resultado alcanzado y el prestigio que de él se derive.
A lo largo de varias décadas estas normas han sido intensamente debatidas y cuestionado su
grado de correspondencia con la práctica científica real. Se ha dicho que pertenecen a la ciencia
académica decimonónica y no tanto a las formas que la práctica científica adquiere envuelta en la
actual revolución tecnológica y los intereses económicos y las políticas que la mueven.
Lo que se debe enfatizar es que este planteamiento sociológico es solidario del enfoque
neopositivista y popperiano porque sugiere una racionalidad científica más o menos
incontaminada por todo lo que no sea la búsqueda de la verdad y el método en que esa búsqueda
descansa. Se trata de la metáfora de la caverna : la ciencia es una suerte de caverna a cuyo interior
reina la racionalidad pura (inductiva o deductiva, neutral siempre) y a su exterior aguardan los
conflictos sociales sin penetrarla, sin afectarla.
T.S.Kuhn (1982) a través de su estudio de la historia de la ciencia llegó a la conclusión que toda esa
construcción articulaba una imagen mítica de la ciencia que no se correspondía con la historia real.
Esa historia ponía en evidencia la influencia de factores no epistémicos en el desarrollo del
conocimiento. No bastaba la suma de razón y experiencia para explicar la actividad científica. La
ecuación había que completarla.
Para Kuhn los compromisos comunitarios, los rasgos psicológicos de los científicos, las ideas
metafísicas que les influyen, la educación recibida, entre otros, condicionan considerablemente la
actividad científica.
En esos procesos hay pérdidas, retrocesos, cambios en las explicaciones de los fenómenos del
mundo. La ciencia no es entonces un proceso acumulativo de verdades. Los paradigmas nuevos
son simplemente distintos a lo que les preceden: unos y otros son "inconmensurables”, no se le
puede comparar. Esto pasa, según Kuhn, entre la mecánica clásica de Newton y la mecánica
relativista de Einstein.
En la interpretación instrumentalista de las teorías se dice que estas son invenciones más o menos
arbitrarias que se introducen para relacionar los datos disponibles y predecir otros. En esta
perspectiva palabras como mundo, verdad, objetividad, carecen de interés. Sin embargo, la
existencia del mundo objetivo es el dato de partida en cualquier investigación. Puede haber algo
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de convencional en afirmar que el delfín es un mamífero pero no hay convención que permita
decir que es un crustáceo. El hecho de que la realidad objetiva es independiente de nuestras
representaciones sobre ella impone límites a la especulación y la fantasía. Y si la verdad es un
compromiso móvil, cambiante, aproximado, entre representación y realidad, entonces no se puede
dudar que los científicos se interesan por la verdad o al menos la toman como referencia implícita
en su trabajo.
Insisto, aunque los científicos trabajan en la solución de problemas y estos pueden ser muy
prácticos, suelen adoptar como referencia la idea de verdad. Cuando un científico presenta un
artículo para su publicación y lo somete al arbitraje de una revista y ese trabajo es o no aceptado,
los argumentos en favor o en contra del artículo, en los que se recurre a buenas razones (teóricas,
experimentales, lógicas) tienen como referencia última la idea de que en la ciencia se producen
conocimientos que pueden ser verdaderos y/o erróneos y esas características verdaderas o falsas
influyen en la aceptación del conocimiento.
Pero algún otro requisito debería imponérsele desde una visión ética y humana. El progreso en la
ciencia -y la tecnología- debería suponer una mayor capacidad para ayudar a resolver los grandes
problemas humanos, o atenuar los enormes desequilibrios que son propios del mundo de hoy.
Eso, desde luego, no depende sólo de la ciencia y los científicos. El problema es que la ciencia es
un fenómeno social. La actividad científica es una actividad humana entre otras y está enlazada
con las restantes dimensiones de lo social: política, económica, moral, entre otras.
Según Mendelsohn (1977) “La ciencia es una actividad de seres humanos que actúan e interactúan,
y por tanto una actividad social. Su conocimiento, sus afirmaciones, sus técnicas, han sido creados
por seres humanos y desarrollados, alimentados y compartidos entre grupos de seres humanos.
Por tanto el conocimiento científico es esencialmente conocimiento social. Como una actividad
social, la ciencia es claramente un producto de una historia y de un proceso que ocurre en el
tiempo y en el espacio y que involucra actores humanos. Estos actores tienen vida no sólo dentro
de la ciencia, sino en sociedades más amplias de las cuales son miembros”. (p.3).
La fuerza de las ideas seminales de Marx radica en que el análisis del conocimiento tiene lugar en
el interior de una comprensión de la sociedad. En esta perspectiva Teoría Social y Teoría del
Conocimiento deben fecundarse recíprocamente. En palabras de Horkheimer (1978) “Separada de
una teoría particular de la sociedad, toda teoría del conocimiento permanece formalista y abstracta.
No sólo expresiones como vida y producción, sino también términos que aparentemente son
específicos de la teoría del conocimiento, tales como verificación, confirmación, prueba, etc.
permanecen vagos e indefinidos a pesar de las más escrupulosas definiciones y traducciones al
lenguaje de las fórmulas matemáticas, si no están en relación con la historia real y son definidos
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como parte de una unidad teórica comprenhensiva”. (p.426). En la tradición dialéctico materialista
el conocimiento, la ciencia y la tecnología, sólo pueden comprenderse como dimensiones de la
totalidad social y sólo se les puede explicar con relación a esa totalidad.
Por ello para la teoría que viene de Marx los problemas políticos, económicos, morales, no son
ajenos a la ciencia. Las relaciones ciencia-sociedad no son instancias que interactúan a distancia
(recordar la metáfora de la caverna) sino auténticas relaciones de constitución.
Esta perspectiva enriquece el ideal de la racionalidad científica. No basta con plantear metas
cognitivas sino de enlazarlas con otras de carácter social y humano. La selección de problemas y
las estrategias para resolverlos deben tener en cuenta los intereses humanos más amplios. El
planteamiento de fines a la ciencia no cabe en la sola idea de “la búsqueda de la verdad”. También
hay que buscar el bienestar humano.
Las páginas anteriores han intentado delinear una posición epistemológica que defiende la
objetividad científica a la par que evita un realismo ingenuo para lo cual incorpora la idea de que
el conocimiento es un proceso de construcción social donde la subjetividad - no el subjetivismo-
tiene un papel importante.
Una propuesta epistemológica de esta naturaleza exige desbordar los límites de la epistemología
tradicional e incorporar las contribuciones de la sociología y la historia de la ciencia. De esa
síntesis emerge una imagen de la ciencia que subraya su condición de proceso (y producto)
cultural, histórica y socialmente condicionado.
A continuación intentaré resumir varias de las tesis más importantes que articulan este enfoque.
1. Es preciso aceptar el ingrediente ontológico del realismo filosófico: el carácter verdadero o falso
de las teorías científicas (u otros productos cognitivos) depende de su capacidad de asumir,
“incorporar” el mundo que existe independientemente de ellas. Este es el viejo asunto del
materialismo filosófico al cual Lenin dedicó especial atención en Materialismo y
Empiriocriticismo.
3. Los conocimientos son construcciones sociales pero fuertemente anclados a la realidad: tienen
que servir para explicar, predecir, manipular. Y a través de esos procesos se ponen a prueba.
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5. Me parece justa la tesis del relativismo moderado: es preciso comprender la conexión entre los
conocimientos y el contexto social, cultural. La objetividad es un proceso que se construye a
partir de marcos conceptuales, paradigmas, contextos de comunicación, adscripciones
disciplinarias, consensos.
6. La ciencia (y mucho más la tecnociencia) no es sólo una actividad teórica, es una actividad
social, institucionalizada, portadora de valores, cultura. Hay que comprender la inscripción
histórica, social y cultural de la ciencia.
8. Hay que proponerse superar el paradigma simplificador que de modo oculto gobierna
nuestros actos epistémicos y promueve la búsqueda de generalizaciones abstractas,
disyunciones, simplificaciones. Hay que evitar que la información abrumadora conduzca a la
ignorancia. Se necesitan estructuras teóricas que soporten la información. Hay que evitar que el
orden epistémico vigente, orientado a la superespecialización, impida enriquecernos con
visiones más complejas de la realidad (Morin, 1984).
9. No existe teoría de la ciencia desvinculada de una teoría de la sociedad. La sociedad puede ser
vista como un conjunto pluridimensional donde cada fenómeno, incluso la elaboración de
conocimientos, cobra sentido exclusivamente si se le relaciona con el todo: el conocimiento
aparece como una función de la existencia humana única; función de la actividad social
desenvuelta por hombres que contraen relaciones objetivamente condicionadas; del carácter de
esas relaciones depende la producción y orientación social de la ciencia.
10. Las prácticas científicas y educacionales siempre se relacionan con ideales epistémicos, por
tanto ellas requieren de una permanente “vigilancia epistemológica” que se apoya no sólo en
el conocimiento científico sino en el conocimiento sobre la ciencia.
Bibliografía
Barnes, B (1977): Interest and the growth of knowledge, Rouledge and Kegan Paul, Londres.
González, M; López Cerezo, J.A.; Luján, J (1996): Ciencia, tecnología y sociedad, Tecnos, Madrid.
Horkheimer, M (1978): “On the problem of truth”, Arato y Gebhart (comps), The essential,
Frankfurt School Reader, Blackwell, Oxford.
Snow, C.P (1977): Las Dos Culturas y un Segundo Enfoque, Alianza, Madrid.
Vessuri, H (1987): “Los papeles culturales de la ciencia en los países subdesarrollados”, Saldaña, J.J
(editor), El perfil de la ciencia en América, Cuadernos de Quipu 1, México.