Ma PDF
Ma PDF
Ma PDF
)>E P O E T A S
A NO-AMERICANO
EX LIBRIS
HEMETHERII VALVERDE TELLEZ
Episcopi Leon ënsis
W ñ
ANTOLOGIA
I
I
DE
POETAS HISPANOAMERICANOS
¡
í
I
I
ANTOLOGÍA
DE
POETAS HISPANOAMERICANOS
PUBLICADA POR LA
T O M O I.
40378
'-'-v-ir.iT
' " " " ' — —
¡fe
INTRODUCCION.
i.
ADVERTENCIAS GENERALES.
endebles que han podido encontrarse del desarrollo la crítica literaria, del cuadro de costumbres, hubieran
poético en algunos países que han sido menos favoreci- podido presentarse muestras cabales y de moderada ex-
dos en esta parte, pero que no parecía bien que entera- tensión ; pero estos géneros no han sido hasta ahora los
mente quedasen excluidos de este pequeño monumento más florecientes en América, y el darles lugar prefe-
levantado á la gloria de nuestra lengua común. Hemos rente hubiera sido invertir el orden natural de las
procurado fortalecer é ilustrar nuestro juicio con el de cosas.
los varones doctos de las diversas regiones americanas, El título mismo de nuestra obra muestra bien cuáles
ya por comunicación directa, ya en sus libros y estudios son sus naturales límites. Trátase sólo de la poesía caste-
de crítica, y si alguna vez erramos será de buena fe, llana en América, quedando excluida con ello otra poe-
por deficiencia de noticias ó de gusto, nunca por per- sía no castellana de lengua, aunque pueda ser calificada
versión ó malignidad de la voluntad, ni por celo pa- de española en el sentido más tradicional y etnológico
triótico indiscreto y mal encaminado. Si alguna vez de la frase, es á saber: la opulenta poesía brasileña, que
encontramos en nuestro camino reliquias de la lucha de es quizá la más americana de toda América sin que por
otros tiempos, procuraremos que no se empañe en nos- eso deje de ser esencialmente portuguesa. Hoy parece
otros la serenidad del criterio histórico, sin olvidar algo decaída de su antiguo esplendor, pero le basta para
nunca el carácter de lucha cuasi civil que tienen siem- su gloria con lo que de ella conoció y reveló á Europa
pre las guerras de segregación entre individuos por Fernando Wolf en 1863 (1). No nos ha parecido bien
cuyas venas corre una misma sangre: guerras terribles ni retocar su trabajo, ni menos mezclar lenguas dis-
y asoladoras á veces en sus efectos inmediatos, pero tintas en una misma obra.
que nunca dejan tras de sí los odios inexpiables que son Con mayor motivo aún, hemos debido prescindir de la
nefando cortejo de la guerra extranjera. poesía indígena en lenguas americanas, anterior ó poste-
Oportuno hubiera sido, y al principio así se pensó, que rior á la conquista. Extraños nosotros de todo punto al
á esta antología de poetas hispano-americanos acom- estudio del Nahuatl, del Otomí, del Tarasco, del Mix-
pañase otra de prosistas. Pero de tal idea hubo que de- teco, del Maya, del Otlateco, del Quichúa, del Aymara,
sistir, así por la imposibilidad material de reunir y orde- del Guaraní y de tantas otras lenguas todavía más incóg-
nar en breve plazo los documentos necesarios, cuanto nitas y revesadas, nada hubiéramos podido hacer sino
por ser mucho más fácil presentar composiciones ínte- repetir superficialmente lo que han consignado en trata-
gras en verso que en prosa, si no había de darse á la co- dos especiales los que pasan por entendidos en estas
lección el carácter de una biblioteca dividida en varios arduas materias. Sea cual fuere la antigüedad y el valor
volúmenes. De las grandes obras de historia ó de cien-
cia, lo mismo que de las fábulas novelescas, no se forma
(1) Le Brésil Littéraire. Histoire de la Littérature Brésilienne Berlin,
cabal idea por capítulos aislados: sólo de la oratoria, de A. Asher, 1863. ( A c o m p a ñ a d o de una antología de poetas brasileños.)
de los pocos y obscuros fragmentos literarios que de
mos americanos de hoy resultan mucho más extrañas,
esas lenguas primitivas quedan (no sin sospecha muchas
menos familiares y menos interesantes que las de los asi-
veces de interpolación y aun de inocente falsificación
dos, los persas ó los egipcios; ha de buscarse en la con-
literaria debida á los ocios de cualquier misionero ó de
templación de las maravillas de un mundo nuevo, en los
algún neófito de noble estirpe indiana) su influencia en
elementos propios del paisaje, en la modificación de la
la poesía española de América ha sido tan escasa, ó más
raza por el medio ambiente, y en la enérgica vida que
bien tan nula (fuera de pasajeros caprichos de algún
engendraron, primero el esfuerzo de la colonización y
poeta), que la historia de esa poesía puede hacerse en
de la conquista, luego la guerra de separación, y final-
su integridad prescindiendo de tales supuestos orígenes
mente las discordias civiles. Por eso lo más original de
y relegándolos al estudio y crítica del filólogo. Así lo han
la poesía americana es, en primer lugar, la poesía des-
hecho los críticos americanos, aun los más conocedores
criptiva, y en segundo lugar, la poesía política. Todos los
de las lenguas indígenas, y así lo haremos nosotros, pres-
demás géneros cultivados en Europa están representa-
cindiendo de la erudición de segunda mano que hubié-
dos allí por ensayos más ó menos felices, y aun por obras
ramos podido granjear con pequeñísimo esfuerzo. La
de mucho precio, que son bastante más que tentativas;
poesía americana de que vamos á tratar no es la de las
pero hay en todo esto mucha labor de imitación inge-
elegías del rey de Tezcuco, Netzahualcóyotl, ni la del
niosa y hábil, muchos versos que lo mismo podrían ser
Ollantay, drama quichúa, sino la que llevaron á A m é -
firmados en Madrid ó en París que en Buenos Aires,
rica los colonos españoles y conservan sus descendien-
en México ó en Caracas. Hay gran número de autores
tes. Si algo del americanismo primitivo llegó á infiltrarse
americanos, aun de los más dignos de estimación, en
en esta poesía (lo cual es muy dudoso), sólo en este sen-
quienes el americanismo no existe ó está latente; así
tido podrán tener cabida tales elementos bárbaros y
como en muchos otros, que á cada paso le afectan, es
exóticos en un cuadro de la literatura hispano-ameri-
cosa falsa y postiza. Tal cualidad, ó es innata ó no se
cana, la cual, por lo demás, ha seguido en todo las vici-
adquiere con estudio: Bello y Heredia la encontraron
situdes de la general literatura española, participando
dentro de una escuela académica, y todavía no es se-
del clasicismo italiano del siglo x v i , del culteranismo
guro que hayan llegado á ser tan americanos los machos
del XVII, de la reacción neoclásica del XVIII, del roman-
poetas que de propósito deliberado han querido pasar
ticismo del presente y de las influencias de la novísima
por aztecas, guaraníes y araucanos.
literatura extranjera, especialmente de la francesa y de
la inglesa. Esto no excluye gran originalidad en los por- Fijados así los límites de nuestra Antología por razón
menores; pero el fundamento de esta originalidad, más de la lengua, ha habido que fijarlos también por razón
bien que en opacas, incoherentes y misteriosas tradicio- del tiempo. Figuran en esta colección los poetas del
nes de gentes bárbaras y degeneradas que para los mis- tiempo de la colonia, lo mismo que los posteriores á la
separación; pero una razón evidentísima de decoro lite-
rario obliga á prescindir de los autores vivos. Dolorosa
es evidente que mientras un escritor vive y produce no
ha sido para la Academia esta exclusión, puesto que pre-
puede ser juzgado más que de un modo incompleto.
cisamente algunos de ellos son de los que más honran
¿Quién sabe hasta dónde pueden llegar las nuevas mani-
actualmente la lengua castellana y de los que con más
festaciones de su talento? ¿Quién sabe si el escritor acla-
encomio mencionará la futura historia literaria; pero el
mado hoy por magistral y clásico lleva en su espíritu
sacrificio ha sido necesario, considerando que la censura
algún germen vicioso que mañana le convertirá en co-
de autores vivos, sujeta siempre en mayor ó menor
rruptor del gusto y fautor de triste decadencia?
grado al influjo de las pasiones contemporáneas, parece
La más vulgar discreción aconseja, pues, en el caso
tarea más propia del juicio individual, rectificable siem-
presente, limitar el estudio á los muertos. Así será más
pre, que de una especie de fallo oficial y solemne, que
breve, y podrá ser también más fructuoso. Sólo teme-
debe estar exento aun de la más leve sospecha de par-
mos que la distancia y lo difícil de las comunicaciones,
cialidad favorable ó desfavorable. Cada cual escribiendo
privándonos de noticias exactas sobre algunos poetas,
en nombre propio puede abundar en su sentir , del cual
nos haga excluir, por suponerle en vida, á algún notable
él solo es responsable ; pero cuando una Academia ha-
lírico que desgraciadamente haya pagado ya su tributo
bla, ha de hacerlo del modo más impersonal posible,
á la muerte. Para este caso solicitamos indulgencia, que
aunque uno solo de sus individuos lleve materialmente
fácilmente esperamos se nos conceda por ser tan invo-
la pluma por bondadosa delegación de sus compañeros.
luntaria la falta.
Sobre toda época literaria ya fenecida queda una resul-
Otra prevención debemos hacer sobre la materia de la
tante general en que convienen la mayor parte de los
presente Antología. Abarca sólo la poesía lírica, tomada
hombres de gusto; pero la literatura contemporánea es
esta palabra en su acepción más amplia y corriente, esto
cosa ondulante y movible, en que á cada paso cambian
es, comprendiendo todos los poemas menores, así la oda,
las posiciones del artista y también las del crítico. No
la elegía y el himno, como la sátira y la epístola, la fábula
se cansó Sainte-Beuve de rectificar hasta la hora de la
y la égloga, y aun los poemas descriptivos, narrativos y
muerte casi todos los fallos que había dado sobre sus
didascálicos cuando no son de mucha extensión. Sólo
contemporáneos, y por el contrario, ¡cuán pocos tuvo
excluímos la poesía dramática y la épica, si bien de la
que enmendar de los relativos á la literatura más anti-
segunda alguna vez presentaremos fragmentos, no ha-
gua ! Á los antiguos se les juzga con el mero criterio es-
ciéndolo con las obras teatrales por ser imposible que
tético y por puras impresiones de gusto; respecto de los
escenas aisladas den idea de ellas. Además, el teatro,
modernos, algo extraño al arte se interpone siempre que
fuera de los dos ilustres mejicanos Alarcón y Gorostiza,
los favorece ó los daña, que puede darnos la clave de
cuya actividad dramática se ejercitó principalmente en
algún rasgo de su talento, pero que con frecuencia per-
la Península, apenas tiene historia en América, como
judica para la apreciación serena y total. Por otro lado,
fruto que ha de ser de un estado complejo de relaciones
XII XIII
afectivas y de condiciones técnicas, las cuales es impo- Las antologías buenas ó malas que tenemos nos han
sible producir artificialmente en pueblos nacientes y en servido sólo para el estudio de aquellos poetas que no
sociedades nuevas. Á l o sumo podrá llegarse á ensayos han llegado á coleccionar sus obras, ó de aquellos otros
de imitación como los de Pardo y Milanés, y á la farsa cuyas colecciones no hemos podido conseguir en tiempo
ó representación superficial y abultada de costumbres oportuno. Pero en lo tocante á los que no están en este
populares, como vemos en el peruano Segura. caso y cuyas obras más ó menos completas tenemos á
Son en gran número las colecciones de poesías ame- mano, hemos seguido nuestro propio juicio en la elec-
ricanas publicadas hasta ahora, pero su mérito no está ción , habiendo tenido mil ocasiones de observar cuán
en razón directa de su abundancia. De cada región hay vario, caprichoso y á veces irracional es el criterio con
una por lo menos, y además varias generales, entre las que suelen proceder los editores de tales florestas. Ha-
cuales merece y obtiene el primer lugar en la estima- brá en nuestro trabajo errores y omisiones, y no faltará
ción de los aficionados la célebre y ya rara América de seguro quien por ellas nos zahiera y maltrate; pero
Poética, que publicó en Valparaíso en 1846 el argentino no todas se nos deben poner en cuenta. Cualquiera
D. Juan María Gutiérrez, persona de buen gusto y de puede ser erudito profundo en las cosas de su propia
mucha lectura, aunque obscureciese sus buenas pren- casa. Los libros americanos escasean notablemente en
das un antiespañolismo furioso, que fué exacerbándose Europa, y muchos, quizá de los más importantes, fal-
con los años. De esta disposición de su ánimo nacía tam- tan no sólo en nuestra biblioteca particular, sino en la
bién una especie de entusiasmo fanático por todas las de la Academia Española, en la Nacional de Madrid y
cosas de América, que le llevaba á multiplicar con ex- en otros depósitos públicos. La guerra trajo un período
ceso el número de los genios, y á encontrar fácil dis- de incomunicación literaria que no ha cesado hasta nues-
culpa para lo mediano y aun para lo malo: Era, con tros días, y de aquí que por lo tocante á libros america-
todo, verdadero literato, y su colección contrasta del nos, los más conocidos en España sean ó los muy anti-
modo más ventajoso con la infelicísima de Cortés y con guos ó los muy modernos.
otras posteriores. Tiene, sin embargo, el inconveniente Una sola advertencia para terminar estos enfadosos
de su fecha ya atrasada , después de la cual han apare- preliminares. Como nueva prenda del espíritu de fra-
cido muchos poetas de mérito y han acabado de des- ternidad hispano-americana con que esta obra ha sido
arrollarse otros que allí sólo están representados por concebida, figuran en ella no sólo los poetas america-
débiles muestras. Y además, el autor no estuvo infor- nos que han escrito en América, sino también los que
mado por igual ni disfrutó de los mismos recursos bi- han pasado en España la mayor parte de su vida, y á
bliográficos para todos los países de América, y hay quienes generalmente se incluye en la literatura penin-
algunos, tan importantes como México, de que parece sular, puesto que los más de ellos hasta políticamente
haber logrado pocas noticias. fueron españoles, así Ventura de la Vega, Baralt, Ger-
trudis Gómez de Avellaneda, Heriberto García de Que-
la fundación, y aun llegó á designar maestros; pero la
vedo y el general Ros de Olano.
gloria de llevar al cabo el establecimiento de las escue-
Y sin más prevenciones, entremos desde luego en
las corresponde á su sucesor, D. Luis de Velasco, que
materia, comenzando por el que se llamó Virreinato de
fué el encargado de poner en ejecución la Real cédula
Nueva España, y es hoy (aunque con territorio notable-
del emperador Carlos V , fecha en Toro á-22 de Sep-
mente mermado) la República federal de los Estados
tiembre de 1551, por virtud de la cual la Universidad de
Mexicanos, principal representante en el Norte de
México, dotada con mil pesos de oro de minas al año,
América del genio de nuestra raza.
comenzó á gozar los mismos privilegios y franquicias
que la de Salamanca. Otra cédula de Felipe I I , fecha
en Madrid á 17 de Octubre de 1562, confirmó, y aun
amplió estos privilegios, después que la Sede Apostó-
II. lica, en 1555, había dado á la Universidad el título de
Pontificia, concediendo el patronato de ella á los Reyes
MÉXICO.
de España.
No cayó la semilla en terreno estéril, ni pasó mucho
Tuvo el Virreinato de Nueva España (como la parte tiempo sin que la naciente Universidad, cuyos estudios
predilecta y más cuidada de nuestro imperio colonial, y se inauguraron en 3 de Junio de 1553, con inmenso con-
aquella donde la cultura española echó más hondas curso de gentes y asistencia del Virrey y de la Audien-
raíces) las más antiguas instituciones de enseñanza del cia á las primeras cátedras, comenzase á dar muestras
Nuevo Mundo, y también la primera imprenta. Á los de actividad científica, dignas de los hombres nada vul-
nombres venerables del primer arzobispo Fr. Juan de gares que hicieron sonar en ellas su voz desde el primer
Zumárraga y del primer virrey D. Antonio de Men- día. El agustino Fr. Alonso de Veracruz, á quien tanto
doza, va unida la introducción de estos dos capitales honra su adhesión á las doctrinas y á la persona de fray
elementos de cultura: la Universidad y la Tipografía. Luis de León, llevó al Nuevo Mundo la filosofía peripa-
Y a existían el colegio de Tlatelolco para indios, y los de tética, imprimiendo en 1554 el primer tratado de Dia-
San Juan de Letrán y la Concepción para mestizos, léctica, y en 1557 el primer tratado de Física, obras que
cuando el cabildo de la ciudad solicitó, y concedió el le dan buen lugar entre los neoescolásticos del siglo xvi,
Virrey, licencia para que se fundase «una Universidad modificados en método y estilo por la influencia del Re-
de todas ciencias, donde los naturales y los hijos de los nacimiento. El Dr. Bartolomé Frías de Albornoz, hábil
españoles fuesen industriados en las cosas de nuestra y enérgico adversario de Fr. Bartolomé de las Casas, y
santa fe católica y en las demás facultades». Contribuyó uno de los más antiguos impugnadores de la trata de
Mendoza con rentas propias para los primeros gastos de negros, «hombre doctísimo y en todas lenguas perfectí-
trudis Gómez de Avellaneda, Heriberto García de Que-
la fundación, y aun llegó á designar maestros; pero la
vedo y el general Ros de Olano.
gloria de llevar al cabo el establecimiento de las escue-
Y sin más prevenciones, entremos desde luego en
las corresponde á su sucesor, D. Luis de Velasco, que
materia, comenzando por el que se llamó Virreinato de
fué el encargado de poner en ejecución la Real cédula
Nueva España, y es hoy (aunque con territorio notable-
del emperador Carlos V , fecha en Toro á-22 de Sep-
mente mermado) la República federal de los Estados
tiembre de 1551, por virtud de la cual la Universidad de
Mexicanos, principal representante en el Norte de
México, dotada con mil pesos de oro de minas al año,
América del genio de nuestra raza.
comenzó á gozar los mismos privilegios y franquicias
que la de Salamanca. Otra cédula de Felipe I I , fecha
en Madrid á 17 de Octubre de 1562, confirmó, y aun
amplió estos privilegios, después que la Sede Apostó-
II. lica, en 1555, había dado á la Universidad el título de
Pontificia, concediendo el patronato de ella á los Reyes
MÉXICO.
de España.
No cayó la semilla en terreno estéril, ni pasó mucho
Tuvo el Virreinato de Nueva España (como la parte tiempo sin que la naciente Universidad, cuyos estudios
predilecta y más cuidada de nuestro imperio colonial, y se inauguraron en 3 de Junio de 1553, con inmenso con-
aquella donde la cultura española echó más hondas curso de gentes y asistencia del Virrey y de la Audien-
raíces) las más antiguas instituciones de enseñanza del cia á las primeras cátedras, comenzase á dar muestras
Nuevo Mundo, y también la primera imprenta. Á los de actividad científica, dignas de los hombres nada vul-
nombres venerables del primer arzobispo Fr. Juan de gares que hicieron sonar en ellas su voz desde el primer
Zumárraga y del primer virrey D. Antonio de Men- día. El agustino Fr. Alonso de Veracruz, á quien tanto
doza, va unida la introducción de estos dos capitales honra su adhesión á las doctrinas y á la persona de fray
elementos de cultura: la Universidad y la Tipografía. Luis de León, llevó al Nuevo Mundo la filosofía peripa-
Y a existían el colegio de Tlatelolco para indios, y los de tética, imprimiendo en 1554 el primer tratado de Dia-
San Juan de Letrán y la Concepción para mestizos, léctica, y en 1557 el primer tratado de Física, obras que
cuando el cabildo de la ciudad solicitó, y concedió el le dan buen lugar entre los neoescolásticos del siglo xvi,
Virrey, licencia para que se fundase «una Universidad modificados en método y estilo por la influencia del Re-
de todas ciencias, donde los naturales y los hijos de los nacimiento. El Dr. Bartolomé Frías de Albornoz, hábil
españoles fuesen industriados en las cosas de nuestra y enérgico adversario de Fr. Bartolomé de las Casas, y
santa fe católica y en las demás facultades». Contribuyó uno de los más antiguos impugnadores de la trata de
Mendoza con rentas propias para los primeros gastos de negros, «hombre doctísimo y en todas lenguas perfectí-
simo» al decir del Brócense, representaba allí la cultura
Á favorecer el desarrollo de los estudios y la comu-
jurídica, como catedrático de Instituto,. Y finalmente,
nicación de los estudiosos había venido, aun antes que
los estudios literarios, los llamados entonces de Gramá-
la Universidad, la imprenta, que es gloria de nuestra
tica y Retórica, tenían su patriarca en un benemérito
raza haber introducido y propagado en el Nuevo Mundo,
humanista toledano, Francisco Cervantes de Salazar,
siendo México la primera ciudad que pudo ufanarse en
que ya en España, y bajo los auspicios de Hernán Cor-
poseerla. Zumárraga y Mendoza fueron sus benéficos
tés, se había mostrado ingenioso moralista y florido cul-
promotores, y el primer oficial de ella un Juan Pablos,
tivador de la lengua propia, continuando el Diálogo de
dependiente del impresor de Sevilla Crombérger, á nom-
la dignidad del hombre, del maestro Hernán Pérez de
bre del cual están dados los privilegios de las primeras
Oliva, hasta añadirle triple materia; glosando y decla-
ediciones, porque él ponía el costo de la empresa. De
rando la curiosa novela alegórica del protonotario Luis
1539 parece ser el primer libro, esto es, la Breve y Com-
Mexía, intitulada Apólogo de la ociosidad y el trabajo;
pendiosa Doctrina Christiana en lengua mexicana y
y traduciendo y adicionando algún opúsculo de Luis
castellana, del apostólico Zumárraga (i). De 1540 es,
Vives, cuya dirección crítica parece haber seguido en
seguramente, el Manual de Adultos, del cual sólo restan
sus estudios, y cuyos procedimientos dialogísticos para
dos hojas, en una de las cuales se leen unos dísticos la-
la enseñanza de la lengua latina venía á aclimatar en la
tinos del burgalés Cristóbal de Cabrera, primer vagido
Universidad americana, reimprimiendo, comentados,
de la poesía clásica en el Nuevo Mundo. No menos que
en 1554, los coloquios ó manual de conversación de
116 libros salidos de aquellas prensas en el siglo x v i han
aquel grande humanista, y adicionándolos con siete más
llegado á catalogar los más diligentes bibliófilos, y sin
de propia cosecha, tres de los cuales vienen á constituir
duda hubo muchos más, que se consumieron y destruye-
una interesante y animada descripción de la ciudad de
ron por el uso continuo y la mala calidad del papel,
México, tal como estaba en los primeros tiempos de la
como fácilmente puede observarse en los rarísimos ejem-
colonia, y de la vida y ocupaciones de los moradores de
plares hoy existentes, incompletos casi todos, maltrata-
ella, con raras noticias topográficas y de costumbres
dos y sucios, consumidos por la humedad y la polilla, y á
que han servido de base á uno de los trabajos más inte-
pesar de eso, buscados con afán y pagados en las ventas
resantes y amenos del sabio y profundo historiógrafo
públicas á precios altísimos, que apenas alcanza ningún
mexicano D. Joaquín García Icazbalceta (1).
otro género de libros. Predominan, entre ellos, como es
natural, los libros catequísticos y los de educación, las
(1) México en 1554. Los Dñlogos latinos que Francisco Cervantes Salazar
escribió é imprimió en México en dicho año. Los reimprime, con traducción cas- ( 1 ) V é a s e la magistral biografía que de este gran Prelado ha escrito el se-
tellana y notas, Joaquín García Lcazbalceta; en 4° M é x i c o , A n d r a d e y M o r a - ñor Icazbalceta: Fr. Juan de Zumárraga, primer Obispo y Arzobispo de Mé-
les, 1875. xico. Estudio biográfico y bibliográfico; en 4. 0 M é x i c o , Andrade y Morales, 1881.
b
doctrinas y cartillas en lenguas indígenas, las gramáticas
y vocabularios de estas mismas lenguas, mexicana, ta- de Amadis é otros desta calidad, porqne éste es mal
rasca, zapoteca, mixteca y maya, preciosísimo fondo de ejercicio para los indios, é cosa en que no es bien que se
la filología americana; pero no faltan obras de carácter ocupen ni lean». Pero sobre la poesía propiamente dicha
más general: las de Filosofía del P. Veracruz; las de no recaía tal anatema, antes comenzaba á ser estimada
Teología de Fr. Bartolomé de Ledesma; las de Medicina y honrada por todo el mundo, y la Universidad, no sólo
de Bravo, Farfán y López de Hinojosa; las de Náutica la acogía en sus aulas, sino que la daba entrada en sus
y Arte militar del santanderino Diego García de Pala- festividades, así en lengua vulgar como en lengua latina.
cio, y algunas compilaciones legales como las Ordenan- Pero es cierto que los mismos libros de los poetas clá-
zas de Mendoza y el Cedulario de Puga. sicos usados comúnmente en las escuelas, iban de Es-
Pero cuando atentamente se recorren las inestimables paña, sin que apenas haya otra excepción que un Ovi-
páginas de la Bibliografía mexicana del siglo x v i (i), dio (Tristes y Ponto) de 1577 (1); y por lo que toca á la
de García Icazbalceta, obra en su línea de las más per- poesía vulgar, no hay en rigor ni un solo libro, puesto
fectas y excelentes que posee nación alguna, llama la que nadie ha visto, y todo induce á tener por fabuloso
atención la ausencia de libros de amena literatura. Los el Cancionero Spiritual, de un P. Las Casas, indigno
diálogos de Francisco Cervantes de Salazar son quizá religioso de esta Nueva España, que se dice impreso
la única excepción importante que puede presentarse, en México por Juan Pablos, en 1546. La portada, única
y aun para eso, más que libro recreativo son un libro de cosa que del libro sabemos, y en la cual se declara que
ejercicios prácticos para estudiantes de Gramática. No contiene «obras muy provechosas y edificantes, en par-
sorprende, en verdad, la falta de libros de caballerías ticular unas coplas muy devotas en loor de Nuestro
y otras invenciones novelescas, puesto que sobre ellos
( 1 ) P o r aquel tiempo s e suscitó en M é x i c o una cuestión análoga á la que
pesaba en las colonias dura proscripción, y apenas po-
en Francia, y en nuestros días, se ha llamado cuestión de los clásicos. E l j e -
dían entrar sino de contrabando los que se imprimían suíta italiano V i c e n t e L a n u c h i , primer profesor de letras humanas en el co-
en la Península, según se deduce del contexto de una legio de la Compañía, en M é x i c o , se oponía á la lección de los poetas genti-
l e s ; pero su parecer f u é desaprobado por los superiores de su Orden,
cédula de 4 de Abril de 1531, confirmada por otras mandando el g e n e r a l , en carta de 8 de A b r i l de 1577, que «no se dejasen de
posteriores, prohibiendo pasar á Indias «libros de ro- leer los libros profanos, siendo de buenos autores, como se leen en todas las otras
partes de la Compañía, y los inconvenientes q u e V . R . significa, los maestros
mances de historias vanas ó de profanidad, como son
los podrán quitar del todo, con el cuidado que tendrán en las ocasiones que
se ofrecieren.»
A consecuencia, sin duda, de tal determinación, imprimieron los jesuítas
(1) Bibliografía mexicana del siglo xvi. Primera parte. Catalogo razonado de
de M é x i c o aquel mismo año su Ovidio; pero para satisfacer á los aficionados
los libros impresos en México de 1539 * 1600. Con biografías de autores y otras
á los poetas cristianos, añadieron, al fin, algunos versos de Sedulio y otros
ilustraciones. Precedido de una noticia acerca de la Imprenta en México, por
Joaquín García Icazbalceta; en 4 ° grande. M é x i c o , Imprenta de F r a n c i s c o de San G r e g o r i o N a c i a n c e n o , traducidos del griego. E l mismo a ñ o , y tam-
Díaz de L e ó n . bién'para uso de las escuelas de la C o m p a ñ í a , se hizo una edición de los
Emblemas, de A l c i a t o .
Señor Jesu Christo y de la Sacratíssiraa Virgen María,
Su Madre, con una farsa intitulada el Juicio final», tiene mos creer que todas ó la mayor parte fueran suyas. Si
todas las trazas de ser una broma de algún bibliófilo ma- así fué, valía como poeta mucho menos que como pro-
leante, para chasquear á sus compañeros con la estu- sista, aunque por versos de circunstancias no puede juz-
penda noticia de un cancionero mexicano de 186 folios. garse á nadie. Los latinos son algo mejores que los cas-
Icazbalceta ha puesto de realce todas las inverosimili- tellanos, sin duda porque Cervantes de Salazar, como
tudes, ó más bien imposibilidades, que se oponen á la otros muchos humanistas, tenía más hábito de versifi-
existencia de tal obra, y por nuestra parte, sólo nos car en la lengua sabia que en la propia, si bien un crí-
mueve á mencionarla el correr divulgada su noticia en tico reciente califica de ruda su dicción latina (1). Lo
libro tan autorizado y tan seguro en sus indicaciones bi- único que importa advertir es que los pocos versos cas-
bliográficas como la traducción española de Ticknor. tellanos del Túmulo son todos de la escuela italiana:
sonetos y octavas reales con algunos versos agudos,
Nos vemos reducidos, pues, á seguir los primeros
como solían practicarlo Boscán y D. Diego de Men-
pasos de la musa mexicana en los versos panegíricos y
doza. Se ve que los humanistas del Nuevo Mundo no
en las relaciones de fiestas: literatura, por lo general, de
andaban rezagados, y que recibieron pronto las noveda-
más curiosidad histórica que poética. Son los más anti-
des literarias que por vía de Italia se habían comunicado
guos los que se contienen en el rarísimo opúsculo que
á nuestros ingenios.
Francisco Cervantes de Salazar publicó en 1560 con el
¿ Y cómo no, si al parecer las llevó allí el mismo Gu-
título de Túmulo imperial de la gran ciudad de México
tierre de Cetina, uno de los patriarcas del gusto italo-
á las obsequias del invictísimo César Carlos V. García
clásico? Convienen todos los biógrafos de este terso y
Icazbalceta le ha reproducido íntegro en su Bibliogra-
delicado poeta sevillano, en que su varia y contrastada
fía, no sólo á título de ejemplar único, sino por conside-
fortuna le condujo ya en su vejez á México, donde tenía
rarlo como monumento de la grandeza á que había
cargo de gobierno un hermano suyo; pero de tal viaje
llegado México en tan pocos años. Hizo la traza del
no ha quedado huella en sus poesías. Quizá Cetina ya no
túmulo Claudio de Arciniega, «arquitecto excelente,
las hacía en aquel tiempo. El había sido comensal de
maestro mayor de las obras de México», y fué «obra
Hernán Cortés, y para la Academia que éste tenía en
extraña y de gran variedad para todos los que la vieron»,
su casa de Sevilla compuso la famosa Paradoja en ala-
porque iba llena de historias y figuras, «pintadas muy
banza de. los cuernos.
bien al natural, de lo que representaban», según «se
comprendía y daba á entender» en muchas letras é ins- Otros dos ilustres poetas castellanos del siglo xvi,
cripciones, unas en verso y las más en prosa. No dice hicieron larga residencia en Nueva España, contribu-
el maestro Cervantes de Salazar los nombres de sus
autores; pero como no las elogia al transcribirlas, pode- ( 1 ) M a s s e b i e a u , Les colloques scolaires du seizième siècle et leurs auteurs.
P a r i s , 1878, pâg. 199.
yendo sin duda de un modo eficaz al desarrollo de las
Y con lustroso iczotl de tierra ajena
buenas prácticas literarias, difundidas por las escuelas
D i ó al cuerpo un lustre de belleza tanta,
de Salamanca y de Sevilla. Fué el primero el madrileño Q u e le dejó tan terso y tan p o l i d o ,
Eugenio Salazar de Alarcón, que después de haber C o m o si fuera de marfil bruñido.
en breve tiempo tan abundante, que ya en 1610 podía E l cuadro de la prosperidad material é intelectual de
escribir el dramaturgo Fernán González de Eslava: la México española trazado por la brillantísima pluma
«hay más poetas que estiércol». Á un solo certamen de nuestro llorado compañero D. Luis Fernández-Gue-
de 1585, solemnísimo á la verdad, puesto que lo autori- rra, en su biografía de D. Juan Ruiz de Alarcón, nos
zaron con su presencia siete Obispos juntos para el prohibe insistir en este punto, so pena de quedar muy
concilio provincial mexicano, concurrieron nada menos deslucidos en la comparación. Búsquelo el curioso en
que trescientos poetas, según refiere Bernardo de Val- el libro mismo, y sentirá, todo junto, sorpresa, admira-
buena, que fué uno de los laureados, y que no se harta ción y patriótico deleite (i).
de encarecer «los delicados ingenios de aquella florida
Sabemos de cierto que muchos de esos ingenios no
juventud, ocupados en tanta diversidad de loables estu-
eran ya trasplantados de España, sino nacidos y creci-
dios, donde sobre todo la divina alteza de la poesía más
que en otra parte resplandece» (1). México empezaba
(1) Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, por D. Luis Fernandez-Guerra
y Orbe. Obra premiada eti público certamen de la Real Academia Española,y
( 1 ) Siglo de Oro, edición de la Academia Española, pág. 133. publicada a sus expensas. Madrid, 1871.
dos en México. Cuál sea el más antiguo poeta mexicano zas, el primero de estos sonetos que, con algún rasgo
de nombre conocido, no parece cosa fácil de averiguar; del estilo de Herrera, tiene, sin embargo, más analogía
pero todas las probabilidades están á favor de Francisco' con la manera de Cetina, de quien Terrazas parece
de Terrazas, elogiado ya por Cervantes en el Canto de haber sido amigo y quizá discípulo:
Canope, que se imprimió con la Galatea en 1584.
Dejad las hebras de oro ensortijado
D e la región antàrtica podría Q u e el ánima me tienen enlazada,
E t e r n i z a r ingenios soberanos,
Y volved á la nieve no pisada
Q u e si riquezas h o y sustenta y cría,
L o blanco de esas rosas matizado.
T a m b i é n entendimientos sobrehumanos.
Dejad las perlas y el coral preciado
Mostrarlo puedo en muchos este día,
D e que esa boca está tan adornada;
Y en dos os quiero dar llenas las manos:
Y al cielo, de quien sois tan envidiada,
U n o de N u e v a España y n u e v o A p o l o ,
. V o l v e d los soles q u e le habéis robado.
Del P e r ú el otro, un sol único y solo.
L a gracia y discreción que muestra ha sido
Francisco el uno de Terrazas tiene Del gran saber del celestial maestro,
E l nombre acá y allá tan conocido, V o l v é d s e l o á la angélica natura;
C u y a vena caudal nueva H i p o c r e n e Y todo aquesto así restituido,
H a dado al patrio venturoso nido V e r é i s que lo que os queda es propio v u e s t r o :
Ser áspera, cruel, ingrata y dura.
Era Terrazas hijo de uno de los conquistadores, ma-
yordomo de Hernán Cortés, alcalde ordinario de Mé- El Sr. García Icazbalceta, gran maestro de toda eru-
xico y «persona preeminente», al decir de Bernal Diaz dición mexicana, ha descubierto recientemente fragmen-
del Castillo. D e l hijo poco sabemos, salvo que fué «ex- tos de una obra poética de Terrazas, mucho más impor-
celentísimo poeta toscano, latino y castellano». Escasas, tante y extensa (1). Este poema, que el autor no acabó
pero no despreciables, son las reliquias de sus versos impedido por la muerte, se titulaba: Nuevo Mundo y
En el Ensayo de Gallardo (1) se han publicado tres Conquista, y eran su asunto las hazañas de Hernán
sonetos suyos, tomados de un precioso cancionero ma- Cortés.
nuscrito de la Biblioteca Nacional coleccionado en Aunque manuscrito, debió de correr con estimación
Mexico en 1577, y a l parecer por Gutierre de Cetina. entre sus contemporáneos, puesto que el autor de su
El mejor de estos sonetos no puede transcribirse aquí epitafio, con la hipérbole propia de tales elogios fúne-
por ser un tanto deshonesto: el dirigido á una dama bres, se atrevió á compararlo nada menos que con el
que despabiló una vela con los dedos, adolece del giro mismo Hernán Cortés, manifestando sus dudas de que
conceptuoso propio del argumento. Nos limitamos,
pues, a presentar, como muestra del númen de Terra-
( 1 ) V é a s e el estudio titulado: Literatura Mexicana. Francisco de Terrazas
y otros poetas del siglo x v i . E n las Memorias de la Academia Mexicana corres-
( 1 ) T o m o x, columnas 1.003-1.007. pondiente de la Real Española. ( T o m o II, páginas 357-425.)
el conquistador hubiera valido más con sus heroicos he-
chos que Terrazas- con escribirlos: la invasión de los españoles. Algunas octavas de este
episodio (inspirado evidentemente por las Tegualdas y
T a n e x t r e m a d o s l o s dos las Glauras de la Araucana, abuelas más ó menos re-
E n su suerte y su prudencia,
motas de Atala) mostrarán que Terrazas no era poeta
Q u e se queda la sentencia
Reservada para D i o s vulgar, aunque abusase en demasía de símiles y recursos
Q u e sabe la diferencia. de estilo ya muy manoseados por otros poetas:
Las octavas que nos restan del celebrado poema, se
N o c o m o y o con tal presteza parte
han conservado sin orden en una especie de centón en C i e r v o q u e sin sentido el curso aprieta,
prosa que formó otro descendiente de conquistadores, C u a n d o en segura y sosegada parte
H e r i d o siente la mortal saeta:
Baltasar Dorantes de Carranza. Aparecen además con-
N i nunca por el cielo de tal arte
fundidas y revueltas con otras al mismo asunto que pa- C o r r e r se ha visto la v e l o z cometa,
recen ser de un tal Arrázola ó Arrazola, y de un Salva- Q u e á v e r de mi desdicha el caso cierto
C o n miedo y con amor volaba muerto.
dor de Cuenca, poetas ignotos uno y otro. No es
Y á una legua ó poco más andada
posible, por tanto, formarse idea clara del poema, ni Hallé los robadores y robados;
siquiera determinar lo que propiamente pertenece á V i d e una g e n t e blanca m u y barbada,
Soberbios y de limpio hierro armados;
Terrazas, si bien por la semejanza de estilo se infiere V i la cautiva presa en medio atada,
que la mayor parte de los fragmentos deben de ser su- D e sus alhajas miseras cargados,
A l uso y voluntad de aquellos malos
yos. Entre los innumerables poemas de asunto ameri-
Q u e aguijando los van á duros palos.
cano que suscitó el ejemplo de Ercilla, no parece haber
sido éste de Terrazas uno de los más infelices. La len- Cual tórtola tal vez dejó medrosa
gua es sana, pero no de mucho jugo; la narración corre E l chico pollo que cebando estaba,
P o r v e r subir al árbol la escamosa
limpia; los versos son fáciles, aunque de poco nervio. Culebra que á su nido se acercaba,
Hay episodios agradables de amores y escenas campes- Y vuelta vió la fiera ponzoñosa
C o m e r l e el hijo encarnizada y brava;
tres, que templan la monotonía de la trompa bélica. E l B a t e las alas, chilla y vuela en vano,
ingenio de Terrazas parece más apto para la suavidad y C e r c a n d o el árbol de una y otra mano.
ternura del idilio, que para lo épico y grandilocuente. E s A s i y o , sin remedio, congojado
D e v e r mi bien en cautiverio puesto,
muy linda, por ejemplo, la historia del valeroso mancebo L l e g a b a al escuadrón desatinado
Huitzel, hijo del Rey de Campeche, y de su amada C l a m a n d o en vano y revolviendo presto:
Quetzal, hija del R e y de Tabasco, y de sus andanzas y
M a s c o m o ni salvalla peleando
fuga por los desiertos hasta llegar al pueblo de Naucol, Pudiese, ni morir en su presencia,
donde hacen vida de pescadores y donde los sorprende T a l v e z al e n e m i g o amenazando,
T a l v e z pidiendo humilde su clemencia,
Sin otro efecto los seguí luchando
nio de Saavedra Guzmán, publicado en Madrid en 1599,
C o n el dolor rabioso y la paciencia,
Hasta llegar al río do se entraban obra sólo digna de estimación por su extremada rareza»
E n casas de madera que nadaban. y por ser el primer libro impreso de poeta nacido en
Nueva-España (1). Pocas lecturas conozco más áridas
V o l v i e n d o á mí, y en llanto derretida,
«Huitzel (me dijo), pues mi dura suerte é indigestas que la de esta crónica rimada en veinte
Y sin que pueda ser de ti valida, cantos mortales, que el autor escribió y acabó (según
M e lleva do jamás espero v e r t e ;
dice) en setenta días de navegación con balances de nao.
R e c i b e en la penada despedida
E l resto de las prendas de quererte, Hízola con el propósito poco disimulado de que le sir-
Y aquesta fe postrera q u e te e n v í o viese como de memorial en las pretensiones que á Es-
C o n cuanta fuerza tiene el amor mío.
Q u e quien p o r ti la patria y el sosiego,
paña traía, al igual de otros descendientes de conquista-
E l padre, el reino y el honor pospuso dores reducidos por entonces á suma pobreza, en nom-
Y puesta en amoroso y dulce f u e g o bre y representación de los cuales exhala amargas quejas
Seguirte peregrina se dispuso;
N i en muerte ni en prisión el m u n d o c i e g o
al principio del canto x v . Pretender en versos tan malos,
Q u e amor al corazón cuitado puso, no parece que había de adelantar mucho la fortuna del
Podrá quitar-jamás, sin ser quitada poeta, y si se había mostrado tan inepto corregidor en
E l alma presa á la mortal morada.
Si v o y para v i v i r puesta en s e r v i c i o
Zacatecas como rimador pobrísimo, no es extraño que
T e n e r m e ha tu memoria compañía, se levantase contra él aquella tormenta de que habla y
Y en un continuo y solitario oficio que le costó su empleo. N o sé cómo pudo Ticknor en-
L l o r a n d o pasaré la noche y día;
Mas si muriendo en triste sacrificio,
contrar poesía y verdad en tal obra, y la razón que da
F o r t u n a abrevia la desdicha mía, no me convence. El haber nacido el autor en México y
A d o n d e estés vendré (no tengas duda)
estar familiarizado con las escenas que describe y co-
Espíritu desnudo y sombra muda.
nocer los hábitos de la raza infeliz cuyo fin relata, con-
No siempre se sostienen á la misma altura los frag- diciones eran que no podían infundirle el talento poé-
mentos del poema, y aun suelen degenerar en crónica ri- tico de que carecía, aunque puedan dar alguna curiosidad
mada, pero así y todo fué desdicha grande que Terrazas histórica á su obra. Por eso el P. Clavijero la pone en
no llegara á perfeccionar é imprimir su obra, la cual, sin
pasar de una honrada medianía, como exactamente nota
Tcazbalceta, lleva, no obstante, todo género de ventajas (1) El Peregrino Indiano, por D. Antonio de Saavedra Guzmán, viznieto
á otro poema mexicano del mismo tiempo, compuesto del Conde del Castellar, nacido en México. E n Madrid, en casa de P e d r o Ma-
drigal, 1599, 8.° E n t r e los versos laudatorios los h a y de V i c e n t e E s p i n e l y
igualmente en loor de Hernán Cortés, y que logró
de L o p e de V e g a .
la fortuna, bien poco merecida, de fatigar las prensas. E s t e poema ha sido reimpreso en el folletín de un periódico de México,
Nos referimos á El Peregrino Indiano, de D. Anto- El Sistema Postal (1880), c o n prólogo de G . Icazbalceta. .
el catálogo de las historias americanas, añadiendo que
•no tiene de poesía sino el metro. El autor ofreció «un lia curiosa pero no muy segura coincidencia histórica
manjar de verdad» y no otra cosa; y añade, en versos recordada en estos versos:
detestables, si es que el nombre de versos se merece:
M a s ¡ay! que ese adalid el mismo día
N o lleva el ornamento de invenciones Q u e nacer v i m o s al sajón L u t e r o ,
D e ninfas cabalinas ni Parnaso, N a c i ó también para la afrenta mía
de la Hernandía. De todos modos, ninguno de ellos Minas sin plata, sin verdad mineros,
Mercaderes por ella codiciosos,
nos compensa la pérdida del poema de Terrazas, que Caballeros de serlo deseosos,
Con mucha presunción bodegoneros;
vivió en mejor época literaria, y sintió mejor la poesía Mujeres que se venden por dineros,
Dejando á los mejores más quejosos;
del argumento. Calles , casas, caballos muy hermosos,
Muchos amigos, pocos verdaderos.
Había por aquellos días en México innumerable turba Negros que no obedecen sus señores,
Señores que no mandan en su casa,
de versificadores; pero la mayor parte de ellos debían Jugando sus mujeres noche y día:
Colgados del Virrey mil pretensores,'
Tiánguez ( * ) , almoneda, behetría,
Aquesto, en suma, en esta ciudad pasa.
(i) Primera parte de Cortés Valeroso, y Mexicana de Gabriel Lasso de la 2.
Vega, criado del Rey nuestro señor, natural de Madrid..... M a d r i d , en casa de
P e d r o M a d r i g a l , 1 5 8 8 . - M e x i c a n a de Gabriel Lasso de la Vega, enmendada y Niños soldados, mozos capitanes,
Sargentos que en su vida han vi:to guerra,
añadida por su mismo autor Lleva esta segunda impresión trece cantos más Generales en cosas de la tierra,
Almirantes con damas muy galanes:
que la primera. E n Madrid, por Luis Sánchez. Año 1594.
Alféreces de bravos ademanes,
A todos los p o e m a s de a s u n t o a m e r i c a n o v e n c e e n lo r a s t r e r o y p r o s a i c o Nueva milicia que la antigua encierra,
el titulado Historia de la Nueva México, del capitán Gaspar de Villagra ( A l - Hablar extraño, parecer que atierra,
Turcos rapados, crespos alemanes.
calá, 1 6 1 0 , p o r L u i s M a r t í n e z G r a n d e ) , l i b r o , p o r otra parte, de los m á s b u s -
El favor manda y el privado crece,
cados e n t r e los de su clase, así p o r el i n t e r é s h i s t ó r i c o c o m o p o r la rareza Muere el soldado desangrado en Flandes
b i b l i o g r á f i c a . E s t á e n treinta y c u a t r o m o r t a l e s c a n t o s e n v e r s o s u e l t o , p e r o Y el pobre humilde en confusión se halla.
Seco el hidalgo, el labrador florece,
d e aquel g é n e r o de v e r s o s s u e l t o s q u e H e r m o s i l l a c o m p a r a b a c o n una escoba
Y en este tiempo de trabajos grandes,
desatada, y el a u t o r i n t e r r u m p e á v e c e s el h i l o de la n a r r a c i ó n para i n t e r c a - S e o y e , se m i r a , se contempla y calla.
lar p r o v i s i o n e s , reales c é d u l a s y o t r o s d o c u m e n t o s j u s t i f i c a t i v o s , sin q u e s e
(*) Según el Sr. Pimentel (Revista Nacional de letras y Ciencias, 1889), ' a palabra tiánguez es
c o n o z c a n o t a b l e m e n t e la transición de los v e r s o s á la p r o s a cancilleresca. azteca, y quiere decir mercado.
XL
-
de la lengua no tienen precio: como gran parte del diá-
logo es de tono vulgar y aun chocarrero, abunda en tóricamente el asunto ó encontró ya la alegoría en los
idiotismos y maneras de decir familiares, propias del sagrados libros. Bajo este aspecto son signos de reco-
habla de los criollos, y que en vano se buscarían en los mendación los sencillos y fervientes monólogos del pro-
monumentos de la poesía culta. Allí pueden sorpren- feta Jonás en el coloquio séptimo (que es, por lo demás,
derse os gérmenes del provincialismo mexicano, en el muy desigual y lleno de extravagantes anacronismos), el
cual el elemento andaluz parece haber sido el predomi- ingenioso debate de la Riqueza y la Pobreza en el colo-
nante como en casi toda América, acaudalándose en quio décimotercio, y la parábola de la viña, desarrollada
México más que en otras partes con despojos de las len- en el undécimo («del arrendamiento que hizo el Padre
guas indígenas. No menos curiosidad ofrecen estos co- de las Compañas á los Labradores de la Viña»), cuyo
loquios para la historia: muchos de ellos pertenecen al argumento es idéntico al del hermosísimo auto de Lope
genero de los llamados de circunstancias, y nos hacen de Vega, El Heredero del Cielo, aunque, naturalmente,
penetrar mucho en las intimidades de la vida colonial pierde mucho Eslava en tan terrible comparación. Pero
aplicadas con inocente irreverencia á la representación aun en los asuntos de pura fantasía es innegable y no
simbólica del misterio eucarístico y de otros dogmas vulgar el talento poético del primer dramaturgo mexi-
cristianos. Así uno de estos autos nos recuerda la vuelta cano, como lo prueba su brillante concepción alegórica
de los que fueron con Miguel López de Legaspi á la de El Bosque Divino. Acompañan á los coloquios al-
jornada de la China; otro, el más largo de todos, escrito gunas poesías líricas, todas de asunto sagrado, porque
en prosa y verso, y dividido en siete jornadas, fué com- el editor P . Bustamante reservaba las profanas para un
puesto para la consagración del arzobispo Moya de segundo tomo que, ó no llegó á imprimirse, ó se ha ocul-
Contreras en 1574; en otro, los siete Sacramentos apa- tado hasta ahora á la exquisita diligencia del Sr. Icaz-
recen simbolizados por los siete fuertes ó presidios balceta, que ha sido el desenterrador de Eslava, como
que el virrey D. Martín Enríquez levantó en el camino de casi toda la primitiva literatura de Nueva España.
de las minas de Zacatecas, y, finalmente, dan materia á Los versos de Eslava, á lo divino, son enteramente
diversas alegorías la entrada del virrey Conde de Co- versos de cancionero, y pueden y deben añadirse á la
runa en 1580, la espantosa epidemia que cayó sobre los vasta colección de este género que formó D. Justo de
indios en 1576, el recibimiento del paternal virrey don Sancha. Están, pues, en aquella tradición literaria que
Luis de Velasco en 1590. Tales piezas, aunque sean las va desde Fr. Ambrosio Montesino hasta JuanLópez de
mas interesantes para el anticuario, no suelen ser las Úbeda, Damián de Vegas y el maestro Valdivielso.
mas poéticas; hay rasgos superiores en aquellas donde Con lo mejor de estos autores pueden compararse al-
Eslava no necesitó dar tormento á su ingenio buscando gunas de las canciones, chanzonetas y villancicos de
y P r o f a n a s alegorías, sino que trató directa é his- Eslava, así como otros participan en gran manera del
gusto monjil y apocado y del conceptismo rastrero que
en manos de Ledesma, Bonilla y sus secuaces, acabó
que quiera conocerle más de cerca, intérnese en las pá-
por enervar y pervertir miserablemente este género
ginas de su libro y no dará por perdido su trabajo. E l
con tanto daño de la poesía como de los afectos de-
autor mismo parece convidarle con la suave y miste-
votos. No siendo Eslava poeta mexicano de nacimiento,
riosa vaguedad lírica de estos versos:
no pueden tener sus versos entrada en la presente An-
Sin tardar,
tología ; pero para muestra de su estilo copiamos en
D é m o n o s priesa á e m b a r c a r .
nota un villancico suyo que da muestra completa de la ¡ O h q u é v i e n t o y m a r en calma,
ingeniosidad de estilo de este simpático poeta (i) El G r a n c o n s u e l o es para e l a l m a
C o n tal t i e m p o n a v e g a r !
L a s ondas de la mar
Al contrito pecador.
¡Qué buen labrador! ó simulacro de la futura conquista de Jerusalén. L o s actores eran exclusiva-
Mira, hombre, si te quiero, mente indios, y las piezas se componían en su lengua con algún que otro
Pues mi cuerpo verdadero
g ueda en divino granero
orque te hartes mejor.
villancico en castellano.
E n la capital había representaciones para los unos y para los otros, siendo
¡Qué buen labrador! las principales, c o m o en todas partes, las del C o r p u s , c u y a procesión se ce-
Conmigo mismo te heredo
Y al Padre voy, y aquí quedo: lebraba con gran suntuosidad, pero con accesorios tan profanos y escanda-
Pues yo hago lo que puedo, losos q u e excitaron la indignación del venerable arzobispo Z u m á r r a g a , el
Haz tú algo por mi amor. cual para condenar tales abusos hizo imprimir por dos v e c e s un tratadito del
¡Qué buen labrador!
Sembrarás por tu consuelo cartujano Dionisio R i c k e l , adicionándole con una exhortación p r o p i a , en
Buenas obras en el suelo, q u e se leen estas vehementes palabras: « C o s a de gran desacato y desver-
Y cogerás en el cielo güenza parece que ante el Santísimo Sacramento vayan los hombres con
Fruto de sumo dulzor.
¡Qué buen labrador! máscaras y en hábitos de mujeres, danzando y saltando con meneos desho-
(Pág. 240.) nestos y lascivos, haciendo estruendo, estorbando los cantos de la Iglesia,
representando profanos triunfos como el del dios del amor, tan deshonesto, y aun
«Coloquios Espirituales y Sacramentales y Poesías Sagradas del Presbítero
á las personas no honestas tan v e r g o n z o s o de mirar L o s que lo hacen, y
Fernán González de Eslava (escritor del siglo x v i ) . Segunda edición conforme á
los que lo mandan, y aun los que los consienten á otro que F r . Juan Z u -
la primera hecha en México en 1610. La publica, con mía Introducción, Joaquín
márraga busquen que los excuse y p o r sólo esto, aunque en otras tierras
García Icazbalceta, Secretario de la Academia Mexicana, etc., etc. México: Im-
y gentes se pudiese tolerar esta vana y profana y gentílica c o s t u m b r e , en
prenta de F. Díaz de León, 1 8 7 7 , 4. 0 De la primitiva edición sólo se c o n o c e n
ninguna manera se debe sufrir ni consentir entre los naturales de esta nueva
dos ejemplares, uno de ellos el que posee el Sr. Icazbalceta.
Iglesia. P o r q u e c o m o de su natural inclinación sean dados á semejantes re-
A u n q u e Eslava sea el más antiguo dramaturgo de los que escribieron en g o c i j o s vanos, y no descuidados en mirar lo q u e hacen los españoles, antes
M é x i c o en el sentido de ser el primero ó más bien el ú n i c o que n o s ha de- los imitarán en estas vanidades profanas que en las costumbres cristianas.
jado u n cuerpo ó colección de sus obras, las representaciones sagradas eran Y demás desto hay otro mayor inconveniente por la costumbre que estos
mucho más antiguas y se habían introducido desde los primeros t i e m p o s de naturales han tenido de su antigüedad, de solemnizar las fiestas de sus ídolos con
la conquista, no sólo en lengua castellana, sino en las lenguas de l o s indios, danzas, sones y regocijos, y pensarían, y lo tomarían por doctrina y l e y , que
que quizá tenían y a algún bárbaro r u d i m e n t o de drama en sus danzas y mi- en estas tales boberías consiste la santificación de las fiestas.»
totes. L o s misioneros franciscanos se valieron alguna v e z del teatro sagrado T a n g r a v e s y piadosas razones no impidieron que, muerto el primer A r -
c o m o de medio catequístico, y hay sobre e s t o m u y curiosas noticias en la zobispo, volviesen las cosas á su antiguo estado, si bien con el tiempo y con
Historia de los Indios de Nueva España, de F r . T o r i b i o de B e n a v e n t e ó M o - la reforma de las costumbres fueron desapareciendo ó aminorándose mu-
tolinia, que dirigió y organizó algunas de estas fiestas del C o r p u s y de la chos de los inconvenientes. L a legislación definitiva sobre este punto fué la
Epifanía en Tlaxcala, desde 1538 p o r lo menos. H u b o entre ellas u n a de ca- del Concilio tercero M e x i c a n o de 1585, q u e prohibiendo en los días de N a -
rácter histórico «por las paces hechas entre el E m p e r a d o r y el R e y d e Fran- vidad y del C o r p u s ó en otra cualquier fiesta «las danzas, bailes, representa-
cia». P o r cierto que el buen fraile, mal a v e n i d o sin duda con los c o n q u i s t a - ciones y cantos profanos», permitió las «de historia sagrada, ú otras cosas,
dores, dió á H e r n á n C o r t é s y á P e d r o de A l v a r a d o el mando de las dos santas y útiles al alma», con tal que se presentasen un mes antes á la c e n -
cuadrillas de moros ó infieles que figuraron en aquella especie de m o j i g a n g a sura del diocesano.
didas con las flores, los tesoros con la escasez, los pára-
crítico formó de Valbuena, ya en el prólogo y notas de
mos y pantanos con los montes y selvas.más sublimes y
su Colección de poesías selectas castellanas, ya en el
frondosas.» No puede darse expresión más exacta, ni
magnífico discurso preliminar de la Musa Épica. Quin-
ocurre añadir ó rectificar cosa importante en el juicio,
tana no regateó nunca su admiración á aquella poesía
para nosotros definitivo, que aquel gran poeta y elegante
del Obispo de Puerto Rico, tan nueva en castellano
cuando él escribía, tan opulenta de color, tan profusa de
A d e m á s de E s l a v a , queda el n o m b r e y una obra por lo menos de otro ornamentos, tan amena y fácil, tan blanda y regalada al
poeta sacramental, el presbítero Juan P é r e z R a m í r e z , que cobraba cada año oído cuando el autor quiere, tan osada y robusta á las
cincuenta pesos de minas p o r el cargo de escribir los autos. E n un códice d é l a
Biblioteca de nuestra A c a d e m i a de la Historia (que contiene muchas piezas
veces, y acompañada siempre de un no sé qué de origi-
dramáticas, la m a y o r parte de jesuítas) está su Desposorio espiritual de la nal y de exótico, que con su singularidad le presta realce,
Iglesia Mexicana y el Pastor Pedro: égloga representada el dia de la consagra-
y que en las imitaciones mismas que hace de los anti-
ción del obispo de México, D. Pedro de Moya Contreras, que fué el $ de Diciem-
bre de 1574. Y a hemos visto q u e Eslava trató como en competencia el mismo guos se discierne. Aun su clasicismo es de una especie
asunto. muy particular y propia suya, que casi pudiéramos decir
L o s jesuítas tenían también en sus colegios representaciones de m a y o r clasicismo romántico, semejante en algo al de los poetas
artificio. C o m o muestra de ellas puede citarse la tragedia en cinco actos
intitulada Triunfo de los Santos, en que se representa la persecución de Diocle-
ciano, y la prosperidad que se siguió con el imperio de Constantino, inserta al fin
de la Carta ó Relación q u e el P . P e d r o de Morales e n v i ó al general de la presas, y la Vida del Patriarca Ignacio de Loyola, en versos castellanos».
Compañía P . E v e r a r d o Mercuriano, describiendo las festividades con q u e fue- ( P r ó l o g o del L d o . Juan B e r m ú d e z y A l f a r o al poema inédito de B e r m ú d e z ,
ron recibidas en M é x i c o las reliquias que e n v i ó G r e g o r i o X I I I en 1579. H a y La Hispálica.)
extractos de ella en la Bibliografía Mexicana del siglo x v i , del Sr. Icazbalceta. D e los dramaturgos en lenguas indígenas no tenemos q u e tratar aquí.
Parece ser obra m u y larga y desigualmente versificada; quizá de varios in- Suenan entre ellos los nombres de F r . Juan B a u t i s t a , franciscano, q u e com-
genios. E s de esperar q u e el d o c t o editor de los Coloquios de Eslava c o m - puso dramas espirituales de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo,
plete el buen servicio que con ellos nos ha h e c h o , reimprimiendo en otro en nahuatl; F r . Martin de A c e v e d o , d o m i n i c o , a u t o r de dramas alegóricos,
volumen esta p i e z a , la de P é r e z Ramírez, y cualquiera otra reliquia que pa- en lengua c h o c h a , y de autos sacramentales, en lengua misteca; F r . A n d r é s
rezca de los orígenes de la escena en M é x i c o . de O l m o s , franciscano, q u e hizo representar delante del v i r r e y M e n d o z a y
E n q u é tiempo e m p e z ó el teatro puramente s e c u l a r , no lo sabemos á del arzobispo Zumárraga su célebre auto de El Juicio Final, «causando gran
punto fijo; pero cuando V a l b u e n a , en 1603, nos dice q u e había edificación á t o d o s , indios y españoles». A n t e r i o r á todos ellos había sido
F r . L u i s de F u e n s a l i d a , u n o de los doce primeros misioneros de su O r d e n ,
q u e c o m p u s o , en lengua mexicana Diálogos ó coloquios entre la Virgen Ma-
Fiesta y comedias nuevas cada día,
De varios entremeses y primores, ría y el A rcángel San Gabriel.
Gusto, entretenimiento y alegría,
F i n a l m e n t e , no omitiremos la curiosísima noticia de q u e D . B a r t o l o m é de
A l b a , descendiente de los R e y e s d e T e z c u c o , tradujo al nahuatl, por los
no h e m o s de creer q u e se trataba de los simplicisimos autos a n t i g u o s , s i n o años de 1641 tres comedias de L o p e de V e g a . Beristain las vió en el colegio
de verdaderas c o m e d i a s , como las de L o p e y sus discípulos. D e uno de de San G r e g o r i o de M é x i c o , y da sus títulos: i . " El Gran Teatro del Mundo.
e l l o s , y no ciertamente de los m e n o s n o t a b l e s , del a u t o r de El Diablo Pre- 2. a El Animal profeta y dichoso parricida (San Julián). 3. a La Madre de la Me-
dicador, L u i s de B e l m o n t e B e r m ú d e z , c u y a vida es una prodigiosa n o v e l a , jor (Santa A n a ) . N o conocemos comedia de L o p e de V e g a con el primero
consta q u e dos v e c e s e s t u v o en M é x i c o , «donde, no pudiendo olvidar el de estos títulos: será quizá el auto de Calderón, que se titula del mismo
manjar sabroso d é l a s M u s a s , escribió muchas comedias, que algunas hay itn- modo.
d
LI
de la decadencia latina, sobre todo en la intemperancia
tarde, sin poder participar de aquella suprema embria-
descriptiva unida á cierto refinamiento que le hace bus-
guez de luz en que vivió el poeta de Ferrara, en medio
car nuevos aspectos en el paisaje y apurar menuda-
de los resplandores del Renacimiento; no sólo por care-
mente los detalles con un artificio de dicción primoroso
cer del alto sentido poético y de la blanda ironía con que
y nuevo. Otro rasgo de su estilo consiste en la mezcla
el autor del Orlando corona de flores el ideal caballe-
frecuente de los pormenores realistas, triviales y aun
resco en el momento mismo de inmolarle, sino porque
grotescos, con lo más elevado y puro de la emoción
aun en lo más externo, en las condiciones más técnicas,
poética, no tanto por desaliño ó cansancio, cuanto por
resulta notoriamente inferior en gusto y arte, ya por
buscar un nuevo elemento de interés en el contraste.
falta de donaire en la parte cómica, ya por resabios fre-
Cuando quiere ser clásico puro, llega sin esfuerzo al
cuentes de hinchazón y ampulosidad culterana, ya por
clasicismo alejandrino por lo menos, y pedazos de sus
monstruosa desproporción en los episodios; sin contar
églogas hay que recuerdan mucho más la manera de
la poca novedad y consistencia de las figuras que en el
Teócrito que la de Virgilio. En ocasiones la docta in-
poema intervienen: paladines, encantadores, gigantes ó
dustria con que aspira á remedar los ecos de la flauta
princesas encantadas, derivados todos ó de su predece-
de Sicilia, parece que preludia una de las maneras de
sor italiano ó del fondo común de los libros de caballe-
Andrés Chénier. De todos los imitadores de Teócrito,
rías. Pero con todos estos graves y sustanciales defec-
anteriores á este gran maestro del neoclasicismo, Val-
tos, todavía creemos, como creyó Quintana, que las
buena es el que más exactamente llegó á reproducir al-
facultades descriptivas del Abad de la Jamaica eran casi
gunas cualidades del modelo, no sólo en la artificiosa,
iguales á las del Ariosto, y por de contado superiores á
pero no amanerada simplicidad del estilo, sino en la
las de cualquier poeta nuestro. No se ha de negar que
composición general y en el diálogo, en lo que pudié-
le perjudicó en gran manera el exceso mismo ele esta
ramos decir parte dramática de la égloga, que casi siem-
cualidad, no templada en él convenientemente por nin-
pre falta en los bucólicos virgilianos.
guna otra, aunque ciertos episodios, como el ternísimo
Pero la manera habitual y predilecta de Valbuena es de Dúlcia muestran que no le faltaban condiciones de
otra muy diversa y muy alta de color, muy aventurera sentimiento, y que encontraba alguna vez, como por
é impetuosa, formada con tan varios elementos como la instinto, aquella suave languidez de expresión que pe-
viciosa lozanía de Ovidio, el número sonante y la enfá- netra el alma en algunos pasos de Eurípides y de Vir-
tica altivez de Lucano, de Estacio y de Claudiano, y la gilio. Pero como la poesía naturalista y pintoresca no
risueña fantasía del Ariosto con cuyo filtro mágico di- era la que más abundaba en España y en el siglo x v i ,
ríase que se adormece la naturaleza en un perpetuo algo ha de concederse á quien tanto ensanchó sus lími-
sueño de amor. Valbuena es un segundo Ariosto, infe- tes y tanto despilfarró los tesoros de la lengua, convir-
rior sin duda al primero, no sólo por haber llegado más tiendo la pluma en pincel con ímpetu y furia desorde-
nada, sólo comparable á la de los retóricos coloristas
píamente dicha, en éste nos fijaríamos más bien que en
de la moderna escuela romántica, que se jactaban de sa-
el Arauco Domado de Pedro de Oña, aunque éste fuera
ber «los nombres de todas las cosas». No es sólo en el
chileno y Valbuena español. Nada hay americano en el
Bernardo (obra capital suya) donde se leen, como pon-
poema de Oña más que la patria del autor, mucho hay
deró Quintana, «descripciones admirables de países, de
en Balbuena, cuyo libro es una especie de topografía
fenómenos naturales, de edificios y de riquezas, anti-
poética. ¡ Lástima que en la parte de botánica no llegue
güedades de pueblos, de familias y de blasones, siste-
el autor á emanciparse de la tiranía de los recuerdos
mas teológicos y filosóficos». Hay una obra de su juven-
clásicos é italianos, y nos describa más bien las plantas
tud que nos da ya la medida de su asombrosa fertilidad
de Virgilio ó de Plinio que las que fueron reveladas al
descriptiva, por la cual D. Nicolás Antonio, interrum-
Viejo Mundo por Oviedo y Francisco Hernández! Pero
piendo con un rasgo de entusiasmo su habitual seque-
aunque el paisaje, en medio de su floridez y abundancia,
dad bibliográfica, le había declarado superior á todos
no tenga más que un valor convencional y aproximado,
nuestros poetas descriptionum elegantia, geographice
y esté, por decirlo así, traducido ó traspuesto áun molde
astronomicceque rei locorum pulcherrima tractatione,
literario, todavía en el raudal de las descripciones de
miraque exprimendi fereque oculis subjiciendi quod
Valbuena se siente algo del prolífico vigor de la prima-
tam longe a conspectu est, virtute. Tal es el poemita de
vera mexicana. Tiene no obstante más interés, más ver-
la Grandeza Mexicana, impreso en la capital del vi-
dad y más animación para nosotros la descripción que
rreinato en 1604 (1). Si de algún libro hubiéramos de
hace de las grandezas de la ciudad que la del campo.
hacer datar el nacimiento de la poesía americana pro-
Enamorado de ella hasta el delirio, apura los epítetos
en su loor, y todos le parecen pocos para expresar su
sincero entusiasmo por la que llama
( 1 ) La Gra?ideza Mexicana del bachiller Bernardo de Balbuena En
M é x i c o , por Melchior O c h a r t e , 1604, 8.° D e l placer m a d r e , piélago de g e n t e ,
D e esta edición rarísima hay dos clases de ejemplares con algunas dife- D e joyas c o f r e , erario del T e s o r o ,
rencias q u e ha notado el Sr. Icazbalceta. (.Memorias de la Academia Mexi- F l o r de ciudades, gloria de P o n i e n t e ;
cana, 1886, págs. 95-116.) D e amor el c e n t r o , de las m usas coro,
L a Grandeza Mexicana ha tenido tres reimpresiones matritenses en D e h o n o r el r e i n o , de virtud la esfera,
nuestro s i g l o , la de 1 8 2 1 , publicada por la Real A c a d e m i a Española al fin D e honrados patria, de avarientos oro,
de El Siglo de Oro, la de 1829 y 1 8 3 7 , por D. Miguel de B u r g o s , 12. 0 Estas
dos últimas son en realidad una sola, con distinta portada y preliminares. T e m p l o de la b e l d a d , alma del gusto,
H a y también una edición de N u e v a Y o r k (1828) y otra de M é x i c o (1860).
Indias del M u n d o , cielo de la tierra.
E s lástima que en todas las reimpresiones se hayan suprimido la m a y o r
parte de las piezas en prosa y verso que acompañan al poema y q u e son
m u y curiosas para la biografía de su autor y hasta para el conocimiento de
El rumbo, el tropel y el boato, la bizarría de trajes é
sus ideas literarias. L a más importante es un Compendio Apologético en ala- invenciones, el brío y ferocidad de los caballos mexica-
banza de la Poesía.
nos y la gala bizarra de sus jinetes, envueltos en sedas
y «varia plumería», los ricos jaeces y libreas costosas riqueza; pero el oído queda halagado y los ojos se des-
de aljófar, perlas, oro y pedrería, ejercen sobre la ar- lumhran; que al fin españoles somos, y á tal profusión
diente imaginación de Valbuena una especie de pres- de luz y á tal estrépito de palabras sonoras no hay entre
tigio mágico. Muy aficionado debió de ser á caballos, á nosotros quien resista:
juzgar por el alarde de precisión con que los describe,
distinguiendo sus castas y cualidades: E s la ciudad más rica y opulenta,
D e más contratación y más tesoro,
Donde en rico jaez de oro campea Q u e el N o r t e enfria, ni que el sol calienta.
E l castaño colérico, que al aire L a plata del P e r ú , de Chile el oro,
V e n c e si el acicate le espolea; V i e n e á parar aquí: de T e r r e n a t e
Y el tostado alazán, que sin desgaire C l a v o fino y canela de Tidoro.
H e c h o de f u e g o en la color y el brío D e C a m b r a y telas, de Quinsay r e s c a t e ,
E l freno le compasa y da d o n a i r e ; D e Sicilia coral, de Siria nardo,
E l remendado overo h ú m e d o y frío, D e Arabia inciensos y de O r m u z granate.
E l valiente y galán rucio rodado,
E l rosillo cubierto de rocío ; L a fina loza del Sangley medroso,
E l blanco en negras moscas salpicado, L a s ricas mantas de los Scítios C a s p e s ,
E l zaino ferocísimo y adusto, D e l T r o g l o d i t a el cínamo oloroso:
E l galán ceniciento gateado; Á m b a r del Malabar, perlas de Hidaspes,
E l negro endrino, de ánimo robusto, Drogas de E g i p t o , de Pancaya olores,
E l c e b r u n o fantástico, el picazo D e Persia alfombras y de Etolia jaspes.
E n g a ñ o s o , y el b a y o al freno j u s t o , D e la gran C h i n a sedas de colores ( i ) ,
Y otros innumerables que al r e g a z o Piedra Bezar de los incultos A n d e s ,
D e sus cristales y á su juncia v e r d e D e ' R o m a estampas, de Milán primores.
Esquilman y la comen gran pedazo.
nero de primor y artificio sabio de dicción que consti- Y á tu espalda, en las selvas de T i d o r o ,
tuye la principal gloria de Andrés Bello? De flores de canela coronada,
Arrodillado ante tu cruz el moro
E l oro hilado q u e con las voltarias
Hebras q u e el aire alumbran entretienen T u s católicos hijos belicosos
M i l bellas manos y horas solitarias E n sus atrevimientos descubrieron
Q u e era bastante ¿ sujetar su espada
Y entre este resonante aire movible ( i ) Más mundo que otros entender supieron.
N o falta sutil lima que reduce
E l duro acero á término invisible, ¡ O h España aitiva y fiel, siglos dorados
Y en finas puntas aceradas luce L o s que á tu Monarquía han dado priesa,
D e sutiles agujas que el desnudo Y á tu triunfo mil reyes destronados!
A l j ó f a r hacen que por ellas cruce. T r a e s al A l b i s rendido, á Francia presa,
H u m i l d e al Póo, pacifico al T o s c a n o ,
T ú n e z en freno, y A f r i c a en empresa:
Digno remate y coronación de tan gallardo poema
A q u í te h u y e un principe otomano,
es el epílogo en que contemplando á España en la cum- A l l í rinde su armada á la vislumbre
bre de su prosperidad y de su grandeza antes que se no- D e la desnuda espada de tu mano.
tasen las primeras señales de decadencia, exclama el au- Y a das ley á Milán, y a á Flandes lumbre,
Y a el imperio defiendes y eternizas,
tor con acentos verdaderamente épicos y dignos de tal Ó la Iglesia sustentas en su cumbre.
materia: E l mundo que gobiernas y autorizas
T e alabe, patria dulce, y á tus playas
M i humilde cuerpo v u e l v a ó sus cenizas.
¡ O h España valerosa, coronada
P o r monarca del V i e j o y N u e v o M u n d o ,
D e aquél temida, déste tributada. De este modo, la glorificación de México y la apoteo-
sis de España se confunden en los cantos del poeta,
como el amor á sus dos patrias era uno solo en su alma.
( i ) E l de la fragua. Por eso es á un tiempo el verdadero patriarca de la poe-
LV1II LIX
sía americana, y , á despecho de los necios pedantes de leños Lope, Tirso, Calderón y Moreto ó el toledano Ro-
otros tiempos , uno de los más grandes poetas castella- jas. Fenecido el grupo de Valencia, que casi pertenece
nos. La Academia Española, que ya procuró levantarle al período de los orígenes, no queda en España más que
modesto monumento con la edición de algunas de sus un teatro nacional, y á él se amoldan hasta los vates que
obras en 1821, se complace hoy en renovar su memoria,
proceden de escuelas líricas tan enérgicamente caracte-
igualmente grata y gloriosa en ambos mundos.
rizadas como las de Andalucía, y los que ni siquiera te-
El nombre de D. Juan Ruiz de Alarcón viene aquí
nían por lengua materna la castellana, como los portu-
naturalmente á los puntos de la pluma, no por semejanza
gueses.
poética con Valbuena, puesto que no hay dos ingenios
Varias razones nos inducen á prescindir de Alarcón
más diversos así en el género que cultivaron como en en este estudio. E s la primera la total ausencia de color
el temple de su estilo y calidad de su gusto, sino por americano que se advierte en sus producciones, de tal
cierto contraste en su fortuna literaria y en la respec- modo, que si no supiéramos su patria, nos sería imposi-
tiva significación que alcanzan dentro del cuadro de la ble adivinarla por medio de ellas. Es la segunda su pro-
literatura española. Fueron contemporáneos, y quizá se pia grandeza y perfección como dramático, la cual le
conocieron en las aulas ó en los saraos literarios de Mé- hace salirse del marco de la poesía colonial, que resulta
xico; pero su vida siguió rumbos tan opuestos, que al exiguo y desproporcionado para tal figura. Añádase á
paso que Valbuena puede ser calificado de español-ame- esto que no cultivó nunca la poesía lírica sino en pocos
ricano ó americanizado, de cuyo nombre é influencia es é infelicísimos versos de circunstancias, ó arrancados
imposible prescindir en cualquiera historia de la poesía por la amistad para preliminares de libros. Y es la úl-
del Nuevo Continente, Ruiz de Alarcón ha de ser tenido tima razón, y no la menos valedera, el que Alarcón está
por un americano españolizado, que sólo por su naci- ya definitiva y magistralmente juzgado por Hartzen-
miento y su grado de licenciado puede figurar en los busch y por D. Luis Fernández-Guerra (1). Gracias á
anales de México. Toda su actividad literaria se des- ellos, nadie le niega ni le disputa la palma de la comedia
arrolló en la Península: son rarísimas en él las alusiones moral entre nosotros, sin que por eso ceda el paso á
ó reminiscencias á su país natal: de una sola comedia otro alguno ni en la novela dramática de El Tejedor de
suya, El semejante á sí mismo, se puede creer ó inferir Segovia, ni en la alta inspiración religiosa de El Anti-
con verosimilitud que fuese compuesta en América. La
poesía dramática, campo único de sus triunfos y de sus
( 1 ) Hartzenbusch. Caracteres distintivos de las obras dramáticas de D. Juan
inmerecidos reveses, era planta cortesana que no podía Ruiz de Alarcón (discurso preliminar á su edición de las Comedias d e Alar-
prosperaren una remota colonia. Buscó, pues, Alarcón c ó n , t o m o x x d e la Biblioteca de A A. Estrióles). Fernández-Guerra. Don
Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. M a d r i d , 1871. V é a n s e también los estu-
el centro en que la multitud dispensaba los favores de la dios de D . Isaac N ú ñ e z Avenas q u e acompañan á la edición selecta del Tea-
escena, y fué tan ingenio de esta corte como los madri- tro de Alarcón hecha por nuestra A c a d e m i a en 1867.
cristo, ni en la noble y felicísima expresión de los afec-
ción, la de una gran mujer que en ocasiones demostró
tos caballerescos, donde pone siempre algo más hu-
tener alma de gran poeta, á despecho de las sombras y
mano , más íntimo y menos convencional que otros
desigualdades de su gusto, que era el gusto de su época.
grandes poetas de su tiempo. Pero su gloria principal
No era posible, sin embargo, que en un día desapa-
será siempre la de haber sido el clásico de un teatro ro-
reciesen las buenas tradiciones literarias que, por suce-
mántico sin quebrantar la fórmula de aquel teatro ni
sión apenas interrumpida, venían transmitiéndose desde
amenguar los derechos de la imaginación en aras de una
Cetina, Salazar, Juan de la Cueva y Mateo Alemán,
preceptiva estrecha ó de un dogmatismo ético; la de
hasta Luis de Belmonte, que en México escribió su
haber encontrado por instinto ó por estudio aquel
poema de San Ignacio, y Diego Mexía, que en largo y
punto cuasi imperceptible en que la emoción moral
penoso viaje de tres meses por el interior de Nueva Es-
llega á ser fuente de emoción estética, y sin aparato
paña, tradujo las Heroídas de Ovidio, en un ejemplar
pedagógico, á la vez que conmueve el alma y enciende
que, «para matalotaje del espíritu», había comprado á un
la fantasía, adoctrina el entendimiento como en escuela
estudiante de Sonsonate (i). Todavía proseguía siendo
de virtud, generosidad y cortesía. F u é , pues, Alarcón
México la metrópoli literaria del mundo americano,
poeta moralista, con moral de caballeros, única que el
afamada entre todas sus ciudades por la doctrina de sus
auditorio de su tiempo hubiera sufrido en el teatro, y
escuelas, por la cultura de sus moradores y por la gala
así abrió en el arte su propio surco, no muy ancho, pero
y primor con que se hablaba nuestra lengua, conforme
sí muy hondo. Su estatua queda colocada para siempre
declaró Bernardo de Valbuena:
donde la puso Hartzenbusch, «en el templo de Mo-
nandro y Terencio, precediendo á Corneille y anun- E s ciudad de notable policía,
Y donde se habla el español lenguaje
ciando á Molière».
Más puro y c o n m a y o r cortesanía.
Vestido de un bellísimo ropaje
Trabajo cuesta descender de tales alturas para con-
Q u e le da propiedad, gracia, agudeza,
templar el estado nada lisonjero de la poesía mexicana E n corto, limpio, liso y g r a v e traje ( 2 ) .
durante la mayor parte del siglo x v n . Pero no nacen
todos los días Alarcones y Valbuenas, y por otra parte, Los certámenes menudeaban y había plaga de poetas,
las dos epidemias literarias del culteranismo y del con- ó, mejor dicho, de versificadores, latinos y castellanos.
ceptismo comenzaban á esparcir su letal influjo en las Más de ciento, pertenecientes á esta época, se encuen-
colonias como en la metrópoli, con la circunstancia tran citados en el vasto trabajo bibliográfico de Beris-
además de no ser en México Góngoras ni Quevedos, ni
siquiera Villamedianas y Melos, los representantes de
( 1 ) V o l v e r e m o s á hablar de D i e g o M e x í a y de su Parnaso Antartico al
la decadencia, sino ingenios sobremanera adocenados y tratar de los primeros poetas del Perú.
de corto vuelo, con una sola pero gloriosísima excep- (2) Grandeza Mexicana, epilogo.
tam (i), y debió de haber muchos más si se considera
que sólo á los certámenes de la Inmaculada, publicados se reduce á un solo nombre, que vale por muchos: el
por Sigüenza y Góngora con el título de Triunfo Par- de sor Juana Inés de la Cruz. Es cierto que en una his-
thénico, concurrieron más de cincuenta aspirantes. Á los toria detallada no podría prescindirse de algunos versi-
eruditos del país corresponde la tarea de entresacar de ficadores gongorinos que demostraron cierto ingenio,
todo ese fárrago lo que pueda tener algún valor rela- como el jesuíta Matías Bocanegra, autor de una Can-
tivo, ya como poesía, ya como documento histórico. ción alegórica al desengaño, que se hizo muy popular
Para nuestro objeto, la poesía mexicana del siglo x v n y fué glosada por muchos poetas, obra ciertamente
no despreciable, así por la fluidez de los versos como
por la delicadeza del sentido místico. Vale mucho me-
(i) Biblioteca Hispano-Americana Septe?itrio?ial, ó Catálogo y noticias de los
literatos que, ó nacidos ó educados ó florecientes en la América Septentrional Es-
nos como poeta, y es de los más lóbregos y entenebre-
pañola, han dado á luz algún escrito, ó lo han dejado preparado para la prensa. cidos de la escuela, un varón de los más ilustres que ha
La escribía el Dr. D. José Mariano Beristain de Souza Deán de la Metropo-
producido México, y cuyo nombre es imposible omitir
litana de México. Año de 1816. E l tercer t o m o se publicó en 1821. C o m -
prende, como se ve, todo el período colonial, y bajo el nombre de América aquí, no por su Triunfo Parthénico, ni por su poema
Septentrional incluye también a l g u n o s escritores de las Antillas y de la A m é - sacro-histórico de la Virgen de Guadalupe, que tituló
rica Central: en todo, más de c u a t r o mil artículos. Beristain escribía mal, n o
tenia buen g u s t o , y describe m u y imperfectamente los libros, sin n i n g u n o
Primavera Indiana, sino por sus escritos en prosa, los
de los perfiles que ahora se e x i g e n ; pero su obra es un estimable tesoro de cuales bastan y sobran para comprender á qué grado
noticias, porque alcanzó en su integridad los archivos y las bibliotecas de
de alta cultura científica habían llegado algunos escrito-
México, y da noticia de infinidad de obras que después se han p e r d i d o . L a
suya es una de las más raras que h a y en bibliografía. P o r eso ha h e c h o se- res hispano-americanos de fines del siglo XVII, es decir,
ñaladísimo servicio en reimprimirla el bachiller F o r t i n o H i p ó l i t o de V e r a de la época más desdeñada y peor reputada, no sólo en
en A m e c a m e c a , 1883, siendo sólo de lamentar q u e la mísera calidad del pa-
pel y de los tipos no corresponda al m é r i t o de la obra.
la historia de la literatura colonial, sino en la general
historia de España. Sigüenza y Góngora, que tiene al-
M u c h o antes q u e Beristain, había a c o m e t i d o la misma empresa D . J u a n
José de E g u i a r a y E g u r e n , pero no llegó á publicar más que el primer t o m o , guna semejanza con su contemporáneo el peruano Pe-
comprensivo de las tres primeras letras. E s t e libro, todavía más raro q u e el ralta Barnuevo, abarcó en el círculo de sus estudios
de Beristain, se titula Bibliotheca Mexicana, sive eruditorum historia virorum
quiin America Boreali nati vel alibigeniti,in ipsam domicilio aut studiis ads-
casi todos los conocimientos humanos, dedicándose con
citi, quavis lingua scripto aliquid tradiderunt..... Mexici: nova Typographia in particular asiduidad á las matemáticas, á la filosofía y á
cedibus Authoris editioni ejusdem Bibliothecce destinata. Atino Domini, 1755.
la historia. Formó un gran museo de antigüedades me-
Sobre lo mucho q u e falta y sobra en estas Bibliotecas, véase un discurso
xicanas, hizo especiales estudios sobre el calendario az-
de García Icazbalceta en el t o m o 1 de las Memorias de la Academia Mexicana
(páginas 351-370). teca para encontrar una base segura en la cronología de
E g u i a r a tiene todos los defectos de B e r i s t a i n , c o n más el g r a v í s i m o de aquellos pueblos, dirigió una expedición hidrográfica en
haber traducido al latin los títulos de los libros castellanos, y esto de u n
m o d o tan revesado, que á v e c e s c u e s t a m u c h o identificarlos. L o s Antcloquios
el Seno Mexicano, impugnólas supersticiones astrológi-
de su Biblioteca vienen á ser una historia panegírica de la cultura mexicana en su Manifiesto filosófico contra los cometas (1681) y
y contienen datos curiosos. en la Libra astronómica y filosófica, y, finalmente, en
LXIV-
un libro al cual dió, con la falta de gusto propia de su
tiempo, el extravagante título de El Belerofonte mate- públicos, celebrados en el Colegio de la Compañía de
mático contra la Quimera astrológica, vulgarizó los Jesús, recitó de memoria las Soledades y el Polifemo,
más sólidos principios astronómicos, exponiendo la ma- «comentando los más obscuros lugares, desatando las
teria de paralajes y refracciones, y la teoría de los mo- más intrincadas dudas, y respondiendo á los más sutiles
vimientos de los cometas, ya según la doctrina de Co- argumentos que le proponían los que muchos años se
pérnico, ya según la hipótesis de los vórtices cartesia- habían ejercitado en su inteligencia y lectura». Nutrido
nos. La aparición de tal hombre en los días de Carlos II, con tal leche literaria, todavía es de admirar que el
basta para honrar á una Universidad y á un país, y buen instinto de Salazar y Torres le salvase alguna que
prueba que no eran tan espesas las tinieblas de ignoran- otra vez, como en su linda comedia El Encanto es la
cia en que teníamos envueltas nuestras colonias, ni tan hermosura, que mereció ser atribuida á Tirso, y en
despótico el predominio de la teología en las escuelas sus versos de donaire, especialmente en el poemita de
que por allá fundamos. Las Estaciones del día.
L o que había realmente era muy mal gusto literario Los títulos mismos de los poemas que entonces se es-
y mucha afición á ridículos esfuerzos de gimnasia inte- cribían arredran desde luego al que se atreve á penetrar
lectual. Un religioso mercenario, Fr. Juan de Valencia, en aquellas tinieblas. Exaltación magnifica de la Bet-
de quien cuentan que se había aprendido de memoria lemítica rosa de la mejor americana jfericó Ecos de
el Calepino, escribió una Teresiada ó poema latino las cóncavas grutas del Monte Carmelo y resonantes
acerca de Santa Teresa en 350 dísticos retrógrados, es balidos tristes de las Raqueles ovejas del aprisco de
decir, que se pueden leer al revés. Otros se dedicaban Elias Carmelitano, son títulos de libros del bachiller
á hacer centones de las obras de Góngora, sacando los Pedro Muñoz de Castro. Un portero de la Audiencia de
versos de su lugar para componer con ellos nuevos poe- México, Felipe Santoyo, compuso un poema de Santa
mas; asilo hizo el licenciado Francisco Ayerra y Santa Isabel, á quien llama en la portada «mística Cibeles de
María, á quien llama D. Carlos de Sigüenza «erudita la Iglesia». Hízose célebre un soneto de D. Luis de San-
enciclopedia de las floridas letras». Góngora había pa- doval y Zapata á la Virgen de Guadalupe, en metáfora
sado á la categoría de clásico, y los poemas de su úl- del fénix mitológico, el cual soneto comenzaba:
tima y depravada manera se leían y comentaban en E l astro de los Pájaros espira,
Aquella alada eternidad del v i e n t o ;
las escuelas al igual de los de Homero y Virgilio.
Y entre la exhalación del m o v i m i e n t o
Cuenta D. Juan de Vera Tassis, en la biografía de su V í c t i m a arde olorosa de la P y r a
amigo el ingenioso y malogrado poeta D. Agustín de
Salazar y Torres (natural de Almazán, pero educado en Este autor había escrito Panegyrico de la Paciencia,
México desde los cinco años), que en unos exámenes como previendo la mucha que se necesitaba para leer
sus versos. La Elocuencia del Silencio, título de un
LXVII
robusto y calderoniano, así en el relato de Teseo como colonias y aun puede decirse que estos períodos corres-
en el discurso del Embajador de Atenas (i). ponden con bastante exactitud á las dos mitades del si-
Con sor Juana termina, hasta cronológicamente, la glo. En la primera continúa dominando, aunque cada
poesía del siglo x v n . La del XVIII se divide natural- vez más degenerado y corrompido, el gusto del siglo an-
mente en dos períodos, asi para España como para sus terior; en el segundo triunfa la reacción clásica ó pseu-
doclásica que, exagerándose como todas las reacciones,
( i ) N a c i ó sor J u a n a I n é s de l a C r u z , d e p a d r e v a s c o n g a d o y m a d r e m e - va ácaer en el más trivial y desmayado prosaísmo, del
x i c a n a , en 12 de N o v i e m b r e d e 1 6 5 1 , y m u r i ó en 17 d e A b r i l de 1 6 9 1 . Su cual lentamente va levantándose nuestra poesía por el es-
n o m b r e e n el siglo era D . a J u a n a I n é s de A s b a j e y R a m í r e z de C a n t i l l a n a ;
fuerzo de algunos buenos ingenios que intentan, y en
su n o m b r e p o é t i c o Julia. S o b r e el l u g a r de su n a c i m i e n t o h a y a l g u n a d i v e r -
sidad e n t r e lós a u t o r e s ; l o s m á s , s i g u i e n d o al P . D i e g o de C a l l e j a ( q u e es- parte consiguen, armonizar lo severo de la nueva pre-
cribió la p r i m e r a b i o g r a f í a de s o r J u a n a e n la a p r o b a c i ó n del t o m o t e r c e r o ceptiva con el culto de la dicción poética, noble y ma-
de sus obras), la s u p o n e n nacida e n l a a l q u e r í a de San M i g u e l de N e p a n t l h a ,
jestuosa, bebida en los modelos de nuestro siglo x v i en
á d o c e l e g u a s de M é x i c o ; o t r o s la d i c e n h i j a del p u e b l o de A m e c a m e c a ,
f u n d a d o s en u n s o n e t o de la m i s m a p o e t i s a , q u e a c a b a b a d i c i e n d o : aquello que tuvo de más clásico, latino ó italiano. Como
Porque eres zancarrón y yo de Meca.
/
puede considerarse como un ejercicio de estilo, lo mis-
mo que algunas poesías sueltas, entre las cuales se dis- ñas de América, pero no sé yo si igualmente versado
tingue la égloga Nysus (que ha ganado mucho al ser en las letras clásicas, que quizá ha desdeñado por más
puesta en felicísimos versos castellanos por el S r . P a - fáciles y corrientes. Ese juicio que él tiene por extra-
gaza, pero que ya en su original era una imitación ele- vagancia ó sutileza mía es vulgarísimo en Europa, y
gante de la égloga segunda de Virgilio, hasta sin cambio jamás he oído expresar otro á los humanistas que han
de sexo en el protagonista), le abrieron el camino para visto la traducción del P. Alegre. Valga por muchos
empresa más ardua, como lo fué su traducción latina de el parecer de Hugo Fóscolo, que, además de gran poeta,
la Ilíada, impresa en Bolonia en 1776, y luego con y de insigne traductor de Homero, era jonio de naci-
grandes correcciones en Roma en 1788. miento y tenía el griego por lengua materna. Pues lo
que Fóscolo dice de Alegre es textualmente lo que si-
Si sólo se atiende á los méritos de versificación y len-
gue : «Ingiere en su traducción todos los versos tradu-
gua, la Ilíada del P . Alegre es sin duda uno de los mo-
cidos ó imitados por Virgilio; á los que Virgilio dejó
numentos de la poesía latina de colegio. Pero si de con-
intactos, les aplica modos virgilianos: salta á pies junti-
siderarla aisladamente pasamos á ponerla en relación
ñas todo aquello que desespera de embellecer; tiene al-
con su original, pocos traslados de Homero se encon-
gunos versos bellísimos, pero no tiene ningún color ho-
trarán menos homéricos y más infieles al espíritu de la
mérico (1).» No podía ser fiel traductor de Homero, por
primitiva poesía heroica, que pocos espíritus sabían dis-
mucho griego que supiese, quien tenía de los caracteres
cernir en el siglo xvrii, época de elegancia académica
del estilo épico la opinión que muestra en una de las
en que los más cultos helenistas apenas veían el clasi-
cismo griego sino á través del clasicismo latino. Esta
distinción, hoy tan obvia y casi vulgar, era entonces (1) Innesta tutti i versi tradotti o imitati da Virgilio: a'passi intatti da Vir-
gilio innesta i modi virgiliani: salta a pie pari ciò ck'ei dtspera d'abbellire: ha
patrimonio de muy pocos, y aun los que técnicamente parecchi bellissimi versi, ma nessuna sembianza omerica (Poesie, F i r e n z e , L e
comenzaban á sentirla y entenderla, no lo mostraban M o n n i e r , 1 8 5 6 , pág. 359).
luego en sus versiones: tal era la tiranía de la educa- E l mismo A l e g r e en su prefacio da bien á entender el carácter de su tra-
b a j o : •(•Poctarum, igitur, Principis mentem, non verba, latinis versibus expri-
ción y de la costumbre. La Ilíada del P . Alegre no ntere conati, Virgilium Maronem, Homeri ,inquam, optimum et pulckerrimum
tiene más que un defecto, pero éste es capitalísimo interpretem ducetn sequimur in quo plura ex Homero fere ad verbum expressa,
plurima levi quadam inmutatione detorta, innumera, immo ictus quotus Maro
y salta á la vista en cuanto se lee el primer canto: no es
est, ad Homeri imitationem compositus. Ubi ergo Virgilius, pe>te ad litter am
la Ilíada de Homero; es una Ilíada virgiliana. En Homerum expressit, nos eadem Virgilii carmina omnino aut fere nihil inmutata
vano protesta airadamente contra éste juicio mío, como lectori dabimus, nec enim ab ullo mortaliui7i elegantius efferripotuisse quisquavi
crediderit, aut vitio plagiove nobis verti poterit, si ubicumque inventam home-
si se tratase de gravísima ofensa al ilustre jesuíta ó á ricam supellectilem, ipso jure clamante,vero domino restituamus. Ubi autem Vir-
su patria, un laborioso crítico mexicano, muy docto, á gilius, Virgilius, inquam ipse, nonnullas Graeci Vatis loquutiones et loca latine
idesperans traetata nit esc ere posse, reliquit*, nos item relitiquemus. Habet
lo que dicen, en el conocimiento de las lenguas indíge-
enim unaquceque lingua lepores suos
notas de su Poética castellana: «¿Quién puede negar en Escritas y publicadas en Italia la mayor parte de las
Homero algunas repeticiones, ya de embajadas, ya de obras de estos esclarecidos hijos de la Compañía de Je-
transiciones, ya de epítetos enfadosísimos? ¿Quién sús, no pudo ser muy eficaz su influjo en el desarrollo
puede dejar de conocer la impropiedad en algunas lar- de la cultura mexicana. Mayor y más directo era el que
guísimas arengas y diálogos de los héroes, en medio del ejercían los libros que continuamente llegaban de Es-
calor de las batallas?» Siguió, pues, el gusto de su tiempo
Alexandriados sive de expugnatione Tyri ab Alexandro Macedone, libri v. Fo-
y el suyo propio, haciendo en gran parte de su Ilíada
rolivii, 1775.
una especie de centón de todos aquellos pasajes en que Francisci Xaverii Alegrii Americani Veracrucensis Homeri Ilias latino car-
Virgilio imita á Homero, sin advertir que lo hace Vir- mine expressa, cui accedit ejusdem Alexandrias, sive de expugnatione Tyji
Bononice, Typis Ferdinandi Pisauri, 1776.
gilio no con fidelidad de intérprete sino con libertad de
Francisci Xaverii Alegre Mexicani Veracrucehsis Homeri Ilias Latino Car-
poeta, y que le imita en su propio estilo, que es el de la mine expressa. Editio romana venustior et cmendatior, 1788. Apud Salvionem
culta y refinadísima era de Augusto, poco menos di- Typographum Vaticanum.
Falta en muchos ejemplares la portada g r a b a d a , que en uno de los meda-
verso del de la epopeya homérica que puede serlo el de llones lleva el busto del P. A l e g r e .
Ariosto ó el del Tasso del de una canción de gesta de Opúsculos Inéditos Latinos y Castellanos del P. Francisco Javier Alegre (ve-
racruzanó) de la Compama de Jesús. México. Imprenta de Francisco Diaz de
la Edad Media.
León, 1889.
Escribió el P. Alegre muy pocos versos castellanos: E s t e precioso tomito, publicado por Icazbalceta con la pulcritud y esmero
que él pone en todas sus obras, contiene, además de algunos versos latinos
lo mejor que tenemos suyo en nuestra lengua es la tra- y una prolusión sobre la S i n t a x i s , una traducción, latina también, de la
ducción libre y parafrástica de los tres cantos primeros Batracomiomaquia, y en castellano algunas sátiras y epístolas de Horacio, y
el Arte poética de B o i l e a u , conforme al original autógrafo que de estas ver-
del Arte poética de Boileau, rimada en silva con mu-
siones posee nuestro docto compañero y venerado maestro D. Aureliano
cho garbo, facilidad y viveza, y adornada con notas cu- F e r n á n d e z - G u e r r a . D i ó de ellas la primera noticia el Sr. Marqués de Val-
riosísimas que no sólo revelan la peregrina erudición de mar en su inestimable bosquejo (ó más bien Historia critica') de la poesía
castellana en el siglo x v n i q u e a n t e c e d e á la colección de poetas de dicho
su autor (pues son evidentemente de memoria casi to- período en la Biblioteca de Autores Españoles.
das las citas que hace, de poetas muchas veces obscuros) L a égloga Nysus del P. A l e g r e , publicada por el Sr. Icazbalceta, se lee
sino la relativa libertad é independencia de sus doctri- traducida por D. Joaquín Arcadio Pagaza en el tomo 111 de las Memorias de
la Academia Mexicana, págs. 422-425.
nas literarias, que le hacen atenuar el rigor de ciertos E n el brillante contingente que á la emigración jesuítica dió M é x i c o , y
preceptos de Boileau, y vindicar el gusto de nuestro en el cual figuraban entre otros los historiadores Clavijero y C a v o , había
otro poeta, el P. A g u s t í n de C a s t r o , cuyas obras que al parecer quedaron
siglo x v n , aun en aquello en que más se aparta del
manuscritas en su mayor parte, no hemos llegado á v e r . P o r testimonio de
gusto clásico. Tradujo también, con menos fortuna, al- Beristain y de los bibliógrafos de la C o m p a ñ í a , sabemos q u e escribió La
gunas Sátiras de Horacio (i). Cortesiada, poema épico sobre H e r n á n Cortés, la descripción de Antequera
de O a x a c a en verso castellano, y la de las ruinas de Mitla en verso latino,
y que tradujo las Fábulas d e F e d r o , las Troyanas de Séneca, y varias poesías
de A n a c r e o n t e , S a f o , H o r a c i o , V i r g i l i o , J u v e n a l , M i l t o n , Y o u n g , Gessner
( i ) Apuntaremos las principales indicaciones bibliográficas relativas á y el falso Ossián. D e j ó también un T r a t a d o de Prosodia.
las obras poéticas del P . A l e g r e :
LXXXVII
paña, trayendo nuevas de la llamada restauración del
colonia, distinguiéndose por su fervor patriótico, que
buen gusto, en las páginas de Luzán, D. Nicolás Mora-
solía expresar en versos tales como los del siguiente
tín, Cadalso, Iriarte y Samaniego, y muy pronto en las
soneto:
de Fr. Diego González, Iglesias y Meléndez. Todos ellos
¡ C u á n t o t i e m p o , ¡oh A m é r i c a ! a n d u v i s t e
comenzaron á ser imitados, así en sus buenas cualida- E n p o s d e tu deseada i n d e p e n d e n c i a ,
des como en sus defectos. La manera prosaica de Iriarte, Y á pesar d e tu g r a n d e diligencia
( ¡ P o b r e de t i ! ) hallarla no supiste.
por ejemplo, tuvo discípulo fervoroso en el latinista don L á g r i m a s tiernas derramabas triste
Rafael Larrañaga, autor de una menos que mediana B a j o el y u g o d e dura d e p e n d e n c i a ,
traducción de Virgilio, que hace buena la que de los Suspirando c o n ansia y c o n v e h e m e n c i a ,
P o r la deseada q u e abrazar quisiste.
cuatro primeros libros de la Eneida había publicado el M a s c e s e el llanto y a : c e s e el l a m e n t o ,
fabulista de Canarias. Fábulas escribieron varios, entre P u e s la por quien estabas suspirando
Y a pareció. ¡ Q u é g o z o ! ¡ q u é c o n t e n t o !
ellos D. José Joaquín Fernández Lizardi {el Pensador
B u s c ó l a , hallóla h e r o i c a m e n t e obrando
mexicano), que tan célebre llegó á hacerse en los últimos E l ínclito I t u r b i d e : mira a t e n t o ,
tiempos del gobierno virreinal y primeros de la Inde- S u e l o feliz: aquí la está abrazando.
( i ) L o cual no excluyó actos individuales de generosidad heroica c o m o ( 1 ) V é a s e esta oda en la América poética, de G u t i é r r e z .
el del general D. Nicolás Bravo perdonando la vida á gran número de pri- (2) N a c i ó D. A n d r é s de Quintana R o o en Mérida de Y u c a t á n en 1787,
sioneros españoles después del suplicio de su padre. y m u r i ó en M é x i c o en 1851.
que dieron el ejemplo, junto con la doctrina, y no eran
igual esmero en la construcción de sus versos. Sus com-
por cierto frecuentes en México, en 1821, versos de tan
posiciones eróticas y anacreónticas valen todavía me-
firme y sostenida entonación como algunos de los suyos,
nos que las del P . Navarrete, de quien puede ser consi-
verbigracia:
derado como discípulo, no sólo en este género insulso y
C u a l al r o m p e r las pléyadas lluviosas trivial, sino en otros de más alta poesía. El Entusiasmo
E l seno de las nubes encendidas, en una noche serena, la oda A la Luna en tiempo de dis-
Del m a r las olas antes adormidas,
S ú b i t o el austro altera tempestosas '
cordias civiles, La Melancolía, Al Ser Supremo en el
día de mis bodas, indican las tendencias del poeta á la
El mismo Sánchez de Tagle, poeta más fecundo y va- meditación filosófica, siguiendo las huellas del cantor
riado que Quintana Roo, dista mucho de haber puesto De la Divina Providencia y de los Patos tristes, pero
son tan desiguales, y en general tan lánguidas, que no
Noticias de su v i d a , y de las de los demás poetas q u e iremos citando, s e nos hemos decidido á insertar ninguna en esta colección.
encuentran en el Manual de Biografía Mexicana, de A r r ó n i z , y en las Biogra-
fías de Mexicanos distinguidos, de D . Francisco Sosa ( M é x i c o , 1884). E s lás-
La sincera piedad del autor, su ternura doméstica, su
tima que á estas obras n o acompañe la parte bibliográfica, que supliría la austeridad moral, le hacen simpático y recomendable,
falta de una c o n t i n u a c i ó n del Beristain.
pero de sus poesías sólo pueden entresacarse fragmen-
N o sabemos q u e h a y a n sido coleccionadas las poesías de Quintana R o o .
E n las pocas que h e m o s visto se trasluce la buena educación clásica del tos, y no de primer orden. La misma oda Á la Luna,
autor. E n la oda del Diez y seis de Septiembre hemos notado dos reminiscen- que tiene una entrada grave y solemne, muy directa-
cias horacianas.
mente imitada de la elegía de Meléndez Á las mise-
L a sangre difundida
De los héroes, su número recrece, rias humanas, hasta el punto de ser idéntico el primer
Como tal vez herida
De la segur, la encina reverdece, verso:
Y más vigor recibe, ¡Con q u é silencio y majestad caminas,
Y con más pompa y más verdor revive.....
P o r miles de luceros festejada,
Duris ut ¡lex tonsa bipennibus Súbditos que dominas,
Nigrae feraci frondis in Algido,
Per damna, per caedes, ab ipso Ornato augusto de la noche helada
Ducit opes animumque ferro.
(Líb. i v , od. i v . )
está afeada por versos tales como éstos, que son purísi-
bus nombres antes fueron ma prosa:
Cubiertos de luz pura, esplendorosa,
Mas nuestros ojos vieron
Brillar el tuvo (*) como en noche hermosa
Entre estrellas sin cuento ceslao A l p u c h e . N o conocemos sus poesías, publicadas en 1842, y que, según
A la luna en el alto firmamento. parece, fueron acremente censuradas por el C o n d e de la Cortina. A j u z g a r
Micat inter omnes por sus títulos, casi todas deben de ser políticas: Hidalgo, Grito de Dolores,
Iulium sidus, velut ínter ignes La Independencia, El Suplicio de Morelos. D o n F r a n c i s c o Sosa publicó en 1873
Luna minores.
un Ensayo biográfico y critico sobre este poeta.
(Líb. I, od. X I I . )
Suponemos que figurarán sus versos en la colección de Poetas Yucatecos
H a y otro poeta y u c a t e c o de este tiempo, imitador de Q u i n t a n a , D . W e n - y Tabasqueños, publicada en Mérida de Y u c a t á n , 1 8 6 1 , por D . Manuel Sán-
(*) El de Itórbide. chez Mármol y D. A l o n s o de R e g i l y P e ó n .
XCVI
Y la s o m b r a h u y e s i n saber á donde....
Y p e n s a b a e n g u l l i r el caos menguado..... tra Antología este valiente rasgo de elocuencia poética
A h o r a ¡ oh d o l o r ! en hórridas r e u n i o n e s que tenemos por superior á su poemita religioso La
Preparan combustiones
Venida del Espíritu Santo, muy ensalzado por los crí-
Y el f e r v o r o s o a n h e l o
D e l patriota v e r a z será f r u s t r a d o ticos mexicanos. Hay ciertamente en este poema felices
imitaciones de Milton en la descripción de los espíritus
Entre los versos políticos de Sánchez Tagle, sobresale
infernales, mucho vigor y precisión teológica de frase,
la oda que en presencia de Itúrbide leyó Á la entrada
pero el conjunto resulta pesado y palabrero, sobre todo
del ejército trigarante en México, y el romance heroico
por un larguísimo razonamiento del demonio. La ma-
en que celebró la salida de Morelos del sitio de Cuautla,
nera de Ortega en la poesía sagrada es muy semejante
en 1812 (1). Años antes, en 1804, había dedicado á Car-
á la de los poetas de la escuela sevillana de fines del si-
los I V una oda encomiástica, y en 1808 otra Á la glo-
glo XVIII : Lista, Reinoso, Roldán; pero quizá más jugosa
ria inmortal de los valientes españoles y á la corona-
y menos rígida. Transcribiremos algunos versos del final
ción de Fernando V I I . Cosa ligera y alada es el carácter
del poema, como muestra de la versificación acendrada
de los poetas.
y noble estilo que generalmente emplea su autor:
Más brío, más alma de poeta, y más corrección tam-
Y a la tierra a n c h u r o s a
bién hay en las obras de D. Francisco Ortega (2), ar- E s t o d a del S e ñ o r O m n i p o t e n t e ;
diente partidario de las ideas republicanas, en nombre S u diestra p o d e r o s a
D e fuego precedida refulgente,
de las cuales dirigió á Itúrbide, no cánticos de gloria, sino A su espíritu e n v i ó ; n i n g ú n v i v i e n t e
severa invectiva en el día de su coronación. V a en nues- D e su c a l o r se e s c o n d e i n e x t i n g u i b l e ;
C o n él q u e m ó el e s c u d o
Y q u e b r ó el arco de Satán sañudo,
( x ) N a c i ó D . F r a n c i s c o S á n c h e z de T a g l e en Morelia (antes Valladolid
Y sus armas t a m b i é n ; v i ó s e terrible
d e M i c h o a c á n ) , e l 1 1 de E n e r o de 1782, y m u r i ó en M é x i c o en 7 de D i c i e m - S o b r e todos los d i o s e s .
bre de 1847. G o z a b a fama de e x c e l e n t e t e ó l o g o y canonista. R e d a c t ó el acta
d e i n d e p e n d e n c i a d e 1 8 2 1 , y f u é diversas v e c e s s e n a d o r p o r el E s t a d o de
N o h a y l e n g u a q u e no e n t i e n d a y aperciba
M i c h o a c á n . E n 1833 d e s t r u y ó gran p a r t e de sus poesías. L a s q u e se salvaron Su v o z q u e el o r b e llena,
f u e r o n publicadas d e s p u é s de su m u e r t e en 1852, con un p r ó l o g o de D . J o s é S u v o z q u e s i e m p r e a s c i e n d e en llama v i v a .
Joaquín Pesado, que dice de T a g l e : «dejó como h o m b r e privado memorias P o r los desiertos de la L i b i a a r d i e n t e ,
g r a t í s i m a s de s u s a m a b l e s p r e n d a s y de sus v i r t u d e s . » P o r los p u e b l o s flecheros,
( 2 ) N a c i ó O r t e g a en M é x i c o el 13 de A b r i l d e 1793, y m u r i ó en 1 1 de D e l S e p t e n t r i ó n al Sur, de O c a s o á O r i e n t e ,
M a y o d e 1849. F u é p r e f e c t o de T u l a n c i n g o , d i p u t a d o e n v a r i a s legislaturas y D e Jehová mensajeros
s u b d i r e c t o r del E s t a b l e c i m i e n t o de ciencias i d e o l ó g i c a s y h u m a n i d a d e s . S e Corren, vuelan, enseñan, iluminan;
le a t r i b u y e la r e d a c c i ó n d e las Bases Orgánicos de 1841. S u s Poesías líricas E l s a c e r d o t e , el m a g o , el i g n o r a n t e ,
s e p u b l i c a r o n en 1 8 3 9 : h a y e n ellas una e s p e c i e d e loa titulada México libre. E l filosofo, el p r i n c i p e a r r o g a n t e
D e j ó m a n u s c r i t a s u n a t r a g e d i a y u n a c o m e d i a originales, y una traducción O y e n , a p r e n d e n , arden, v a t i c i n a n .
d e la Rosmunda, de A l f i e r i . P u b l i c ó en d i v e r s o s t i e m p o s v a r i o s opúsculos
políticos. Todo esto está correcta y decorosamente dicho, pero
9
XCVIII
N o m i r a r a , cual h o y , su h e r m o s u r a ,
E s t r e c h a d a de a l e v e r i v a l : Y a por Tejas avanza
E l invasor astuto:
P u e s s o b r e ellos v e l o z m e lanzara,
Su grito de venganza
E s g r i m i e n d o mis uñas g o z o s o
A n u n c i a triste l u t o
Á la infeliz r e p ú b l i c a
S u a l m a n e g r a i m p a c i e n t e arrancara,
O u e al a b i s m o arrastráis.
E n su c u e r p o c e b á n d o m e ansioso
E l b á r b a r o y a en masa
C u a n d o e n c i m a d e t o d a la t i e r r a
P o r n u e s t r o s c a m p o s entra,
M a r i n m e n s o de s a n g r e mirara,
Á f u e g o y sangre arrasa
S a t i s f e c h o en sus ondas nadara
C u a n t o á su paso e n c u e n t r a ,
D e s t e m u n d o infeliz d u e ñ o y a .
D e s h o n r a á nuestras v í r g e n e s ,
Y e n la s a n g r e mis alas t e n d i e n d o ,
N o s asesina audaz.
E n t r e sangre tuviera reposo:
S i y o b u i t r e naciera espantoso,
E u r o p a se a p r o v e c h a
M i venganza me hiciera inmortal.
D e nuestra inculta vida,
C u a l tigre n o s acecha
En la exaltación de su fantasía potente, pero desequi- C o n la garra tendida,
librada, Rodríguez Galván llegó á creerse una especie Y nuestra ruina próxima
Y a c e l e b r a n d o está.
de vidente de la Ley Antigua, con el mandato sobre-
natural de intimar á los tiranos el anatema. Daba un
baile el Presidente de la República en 1841, é inmedia- En la Profecía de Guatimoc, que insertamos íntegra
tamente Galván, firmándose Jeconías, venía á escribir en esta Antología á pesar de su extensión, porque es
su Mane, Thecel, Pitares, en versos vigorosísimos, y sin disputa la obra maestra del romanticismo mexicano,
que realmente tuvieron algo de profético: está Rodríguez Galván de cuerpo entero y en el mo-
mento más feliz de su inspiración. Si hubiera escrito
B a i l a d , m i e n t r a s q u e llora siempre así, le faltaría poco para ser gran poeta. La
E l p u e b l o dolorido,
Bailad hasta la a u r o r a
parte descriptiva de esta composición es admirable y
A l c o m p á s del g e m i d o recuerda sin desventaja los mejores trozos de Heredia
Q u e á v u e s t r a p u e r t a el h u é r f a n o en El Teocalli de Cholula. La parte política es de in-
H a m b r i e n t o lanzará.
flamada elocuencia. No sirve aquí la apoteosis de Gua-
B a i l a d , bailad.
timozín, como en otros poetas mexicanos, de pretexto
S o l d a d o s sin d e c o r o para declamaciones contra la antigua España. El autor
Y sin saber n o s c e l a n :
sabe muy bien que de otra parte viene el peligro, y en
A d o n d e dan m á s o r o
CXVIII
Relámpagos de alta poesía hay también en otras com- m u r i ó fusilado en T a c u b a y a , en 1859, c o n o t r o s m é d i c o s q u e c u m p l í a n su mi-
s i ó n h u m a n i t a r i a ; s u s v e r s o s f u e r o n c o l e c c i o n a d o s aquel m i s m o a ñ o con el
posiciones suyas, especialmente en El Tenebrario y en título de Páginas del corazón. S e le llama el poeta mártir.
los bellos tercetos Eva ante el cadáver de Adán (i). C o m o a u t o r de l e y e n d a s y r o m a n c e s s e e l o g i a , p r i n c i p a l m e n t e , al p o e t a
de Jalapa, D . José Jesús Díaz, padre del D í a z C o v a r r u b i a s a n t e s m e n c i o n a d o
La estancia en México de Heredia, mayor poeta que
(1809-1846). C i t a n s e c o m o las m e j o r e s , La Cruz de madera, El Puente del
Diablo, La Toma de Oaxaca, El Cura Morelos. H o m b r e de tan b u e n g u s t o
c o m o D . José M a r í a R o a B á r c e n a , ha llegado á decir de D i a z : « E s a u t o r de
( x ) N a c i ó D . I g n a c i o R o d r í g u e z G a l v á n en el p u e b l o de F i z a y u c a e n 22
r o m a n c e s de nuestra g u e r r a d e I n d e p e n d e n c i a , q u e n o t i e n e n igual e n M é x i c o
de M a r z o de 1 8 1 6 , y m u r i ó del v ó m i t o n e g r o el 25 de J u n i o de 1842 e n la
y q u e no s e habría a v e r g o n z a d o de firmar el D u q u e de R i v a s . » H a d e j a d o
H a b a n a . S u s obras líricas y d r a m á t i c a s f u e r o n publicadas en d o s v o l ú m e n e s t a m b i é n gran fama c o m o p o e t a d e s c r i p t o r de la rica y e x u b e r a n t e v e g e t a c i ó n
p o r su h e r m a n o D . A n t o n i o en 1 8 5 1 . L a e d i c i ó n q u e t e n e m o s á la v i s t a , d e Jalapa. S u s poesías líricas no han s i d o c o l e c c i o n a d a s , y lo p o c o q u e c o n o -
t a m b i é n e n dos v o l ú m e n e s , es la de P a r í s , D o n n a m e t t e , 1883, q u e f o r m a c e m o s de ellas n o basta para caracterizarle.
parte de la Biblioteca de Autores Mexicanos. H i z o Rodríguez Galván varias
C o m o poetas d r a m á t i c o s de e s t e t i e m p o , citase, a u n q u e sin particular elo-
t r a d u c c i o n e s é i m i t a c i o n e s de m é r i t o ( s a l m o s 89 y 135, h i m n o d e la Pasión y
gio, á Carlos Hipólito Serán, Ignacio Anievas, Pantaleón T o v a r .
c o r o del Carmagnola, de M a n z o n i ; f r a g m e n t o s del Aristodemo, de M o n t i , y del
Luis XI, de D e l a v i g n e ; El Angel y el niño, de R é b o u l ; Un rayo de luna, d e L a - (*) Prólogo á El Romancero Nacional, de Guillermo Prieto.
mejores que ha producido América, un valor histórico y
relativo todavía mayor. «Al ejemplo de ambos (escribe lente periodista político-religioso, con tendencias aná-
D. José Bernardo Couto, biógrafo de Carpió), deben logas á las de Balines y Quadrado entre nosotros.
las letras el renacimiento de la poesía en México; la so- Á este motivo no literario se añade, sin duda, el cam-
ciedad y la religión les deben el que sus hermosos versos bio de gusto que en México se ha verificado en estos úl-
hayan servido de vehículo para que se propaguen pen- timos años, la reacción que en la mayor parte de los li-
samientos elevados y afectos nobles.» En efecto, la in- teratos jóvenes se advierte contra la poesía que motejan
fluencia de ambos poetas fué social y religiosa, al mismo de culta y académica, y la tendencia cada vez más
sistemática, no á crear una literatura nacional, que por
tiempo que literaria. Profundamente cristianos uno y
ninguna parte acaba de aparecer, sino á huir de los
otro, dedicaron la mejor parte de sus tareas al enalteci-
antiguos modelos latinos, italianos y españoles, para
miento de la fe que profesaban, y á hacerla llegar viva y
entregarse con supersticiosa veneración al culto de la
ardiente al ánimo de sus lectores. De aquí su preferencia
novísima literatura francesa. Pesado, por su importancia
por los asuntos bíblicos; de aquí también la saña é intran-
de jefe de escuela, por los aventajados aunque escasos
sigencia con que el fanatismo anticatólico, que parece
discípulos que todavía siguen su manera, por el gusto
haberse enseñoreado de México en estos últimos años,
enteramente español de sus versos, por su respeto á
procura amenguar y obscurecer la fama de ambos poe-
todo género de tradiciones, ha tenido que ser la primera
tas, especialmente la de Pesado, en quien concurrió
víctima de aquellos sectarios fanáticos, que alardeando
además la circunstancia de haber sido liberal exaltado de mucha independencia literaria, son los primeros en
en sus primeros años y ardiente controversista ultra- no respetar la legitimidad de todas las formas, que en
montano en su edad madura; conversión que nunca le el proceso histórico del arte se han sucedido distin-
perdonaron sus antiguos correligionarios, porque en Mé- guiendo en ellas lo bello y permanente de lo accidental
xico los odios políticos y religiosos, especialmente en la y transitorio.
época llamada de las leyes de Reforma, llegaron á un
grado de fiereza de que sólo podemos formar alguna Una de las acusaciones que con más frecuencia y no
idea retrocediendo á los tiempos más crudos de nuestra sin algún viso de fundamento se repiten contra Pesado,
primera guerra civil. En la memoria del poeta Pesado es la de falta de originalidad, no ya en los asuntos sino
se persigue, sobre todo, la memoria del valeroso di- en las imágenes y en los versos. Como no se le pueden
negar sus evidentes cualidades de versificador terso y
rector de La Cruz, del que lidió al lado del Obispo de
puro, ni aquella «vivida claridad de su mente y blanda
Mechoacán, Munguía, las más formidables batallas en
ternura de su corazón» que en él reconocía nuestro Pa-
pro de la inmunidad eclesiástica, de la unidad religiosa
checo (i), fácilmente se sale del paso con llamarle pla-
y del espíritu cristiano en las leyes. Porque no se ha de
perder de vista que Pesado, además de poeta, fué exce-
( i ) V i d . su estudio acerca de Pesado, inserto en La Concordia (1864).
giario y dar por ajenos los mayores aciertos de su pluma.
Garci-Lasso, á Andrés Chénier, quedarían poco menos
Hay que hacer aquí varias distinciones. Es, en efecto,
que implumes. Nada menos que tres tomos escribió
Pesado, uno de los poetas que más han imitado y tradu-
Eichoff para comparar verso por verso las Eglogas, las
cido, pero el traducir bien, y confesando cuáles son
Geórgicas y la Eneida con sus modelos griegos, y eso
los originales, no es desdoro para nadie. Leopardi tiene
que se han perdido muchos de ellos, citados por Macro-
un tomo de traducciones mayor que el pequeño vo-
bio y otros antiguos. Para Garci-Lasso véanse los co-
lumen de sus cantos. De las tres secciones en que las
mentarios del Brócense y de Herrera; para Andrés
poesías de Fr. Luis de León se dividen, sólo la pri-
Chénier el eruditísimo comentario de Becq de Feuquié-
mera es de versos propios. Y ni Leopardi ni Fr. Luis de
res. El hombre de gusto meticuloso admirará en todo
León dejan, por eso, de ser dos de los mayores líricos del
esto una sabia y elegante labor de taracea; el hombre
mundo, y quizá no hubiesen llegado á la plenitud y per-
de gusto más amplio y verdaderamente capaz de sentir
fección de su forma, si no se hubiesen sometido antes á
los misterios de la forma poética, verá un caso de trans-
este duro y largo aprendizaje de luchar cuerpo á cuerpo
fusión de la poesía antigua en las venas de la poesía
con los modelos. Lo que hay es que ellos tenían una
nueva; el ignorante no verá más que un centón y una
centella de genio lírico que le faltó á Pesado, el cual
cadena de plagios, y se admirará de que hayan llegado á
por eso no pasa de ser un estimable poeta de segundo
merecer el respeto y la admiración de la posteridad
orden; pero aquí no se trata sino del hecho de traducir,
hombres que apenas tienen un verso original, cuando es
que es en sí completamente inofensivo, y muy laudable
tan fácil disparatar originalmente, hablando del sol y de
cuando se traduce con la perfección que mostró Pesado
las estrellas, ó del amor y de la muerte, ó de la libertad
en algunos salmos, en el Cantar de los Cantares, en al-
y de la tiranía.
guna oda de Horacio y en los fragmentos de la Jerusa-
El crimen, pues, que se imputa á Pesado, no es otro
len, del Tasso, porque otras versiones que hizo, así de
que el de aquellos hurtos honestos, de que tanta gala ha-
Teócrito y Sinesio, como de Lamartine y Manzoni, re-
cían un Horacio y un Virgilio. Y aun en cuanto á la in-
sultaron muy inferiores, unas porque no dominaba la
dicación de estos hurtos, suelen tener tal mano sus
lengua de los originales, y otras por falta de parentesco
censores, que uno de ellos, en dos distintos trabajos,
y semejanza entre su gusto y estilo poético y el de los
cita como uno de los plagios más escandalosos estos
autores que traducía.
cuatro versos de un romance:
Pero además de las versiones declaradas, y propia- ¿Qué importa pasar los montes,
mente tales, hay en Pesado, como en todos los poetas Visitar tierras ignotas
Si á la grupa los cuidados
clásicos, gran número de imitaciones y reminiscencias C o n el j i n e t e galopan?
de detalle. Los que tanto le censuran por ellas debie-
ran recordar que, aplicando tal criterio á Virgilio, á Y añade con mucha formalidad: «éstos versos son to-
mados de Lucrecio», sin decir de dónde. Y la verdad es
Se ha dicho que la paráfrasis del Cantar de los Canta-
que son de Horacio, y conocidísimos, de la oda x v i del
res tiene el mismo origen, pero no llevan razón los que
libro ii A Grosfo
tal dicen. Traslado casi literal de la paráfrasis de Evasio
quid térras alio calentes Leone es la del jesuíta santanderino Fernández Pala-
Solé mutamus? patriae quis exul zuelos, que lealmente lo confiesa: «Evasio Leone ha
S e q u o q u e fugit?
Scandit aeratas vitiosa naves
sido mi luminoso dechado»; la de Pesado no lo es.
Cura, nec turmas equitum relinquit, Imitó á Evasio Leone en la elección de algunas combi-
O c i o r cervis et agente nimbos naciones métricas adaptables al canto, en la disposición
Ocior Euro.
de las escenas y en poco más que esto. El estilo es una
Pero hay en Pesado, aparte de estas reminiscencias fusión hábil de la manera de Fr. Luis de León con la de
enteramente lícitas, otras más difíciles de explicar, y de los traductores italianos ; y como en estas cosas sólo la
las cuales se han aprovechado largamente la pedantería comparación material convence, comparemos algún
y la maledicencia. Él que confesó haber traducido de trozo de la traducción de Evasio Leone con otro de la
Lamartine las Memorias de los muertos, Los Recuer- de Pesado, y esto no sólo para que se vea cuán distin-
dos, El Aislamiento, La Entrada de la noche, etc., tas son, sino principalmente para que se saboreen algu-
dejó de indicar que La Inmortalidad tenía el mismo nas bellezas de la del poeta mexicano, ya que por su ex-
origen. Distracción ú olvido hubo de ser, puesto que tensión no puede figurar íntegra en esta Antología (1).
bien podía presumir que quien abriese el libro del poeta
P e r te si s t r u g g e , il sai, prence adorato,
francés para cotejar las otras piezas había de tropezar
Q u e s t ' anima fedele. U n bacio solo
con la Meditación 5.a, que tampoco está traducida sino Del tuo purpureo labbro
imitada y sumamente abreviada y puesta además en ver- D e h non mi niega ! O h q u a n t o
E ' d o l c e l'amor t u o ! N o n cosi dolce
sos sueltos de estructura clásifca, tan lejanos del molde P e r la vene serpeggia il più soave
de la poesía francesa. En Heredia hay mucho de esto, G e n e r o s o licor. D o v u n q u e il passo
M o v i , mio b e n , di preziosi unguenti
pero como Heredia era revolucionario y furibundo ene-
Spira l'aura odorata. A h ! non a caso
migo de España, se le concede en América toda la in- L e più belle e ritrose
dulgencia que se niega á Pesado. Donzellette vezzose,
A v v a m p a n o per te, se il tuo sol n o m e
Para mí el pecado más grave de éste, por lo mismo S e il tuo bel n o m e sol ne' loro cuori
D e s t a , e mantiene i fortunati ardori.
que no se trata de un poeta que anda en manos de todo
A h non lasciarmi no
el mundo como Lamartine, sino de un ingenio modesto T u c h e mi s t r u g g i il c o r
y olvidado, cuyas obras han visto pocos, es el haber
ocultado que debía una parte de las bellezas de su (1) Il cantico dei Cantici tradotto ed ilustrato dal Padre Evasio Leone Car-
j
predilecto de este poeta. Todos sus versos manifiestan nura, con delicada pureza de sentimiento, á la cual res-
sus buenos estudios y la pureza de su gusto. ¿Quién al ponde lo puro y nítido de la forma. Su espíritu honrado
leer los bellos tercetos Por los muertos y Por los des- y sereno complácese, sobre todo en los recuerdos del
graciados, no descubre al asiduo lector de la Epístola valle de la infancia y de la materna aldea, y aunque no
moral, aunque el perfume de estoicismo cristiano que sea muy original, ni en su manera de sentir, ni en la de
embalsama aquella obra maestra se haya disipado en los expresar lo sentido, y deje por esto huella poco honda
áridos conceptos materialistas de su imitador: en el espíritu, agrada siempre por lo apacible y caden-
¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso cioso de la versificación y por cierta melancolía resig-
C u y o precio es el p r e c i o del deseo
nada. Aunque tiene su manera propia, no parece ex-
Q u e e n él g u a r d a n natura y el A c a s o ?
C u a n d o a g o b i a d o p o r la edad l e v e o , traño á la lectura de los modernos poetas españoles, y
Solo en las m a n o s de la sabia t i e r r a , Selgas y Becquer fueron quizá los que más influyeron
R e c i b i r á otra f o r m a y o t r o e m p l e o .
en él, como más análogos á su índole, especialmente
M a d r e N a t u r a l e z a , y a no h a y flores el primero, puesto que al segundo, si le imitó en el sen-
P o r d o mi paso v a c i l a n t e a v a n z a : timiento (i) no quiso remedarle en la incorrección, ni
N a c i sin e s p e r a n z a s ni t e m o r e s ,
tampoco en la forma heinianas de rimas breves (2).
V u e l v o á ti sin t e m o r e s ni esperanzas.
La dura ley que nos hemos impuesto de prescindir de
Más apacible fisonomía moral y literaria ofrece José las obras de los vivos, nos obliga á omitir aquí á poetas
Rosas Moreno, que fué también liberal y tampoco fué de tan alta significación y tanta influencia como Gui-
romántico. Su reputación se funda principalmente en sus
Fábulas, que han sido altamente elogiadas por críticos
( 1 ) E s t a s i m i t a c i o n e s s o n á v e c e s d e m a s i a d o directas, v e r b i g r a c i a :
de tanto nombre como Altamirano y Pimentel, y que
han desterrado de las escuelas de aquella República las Volvieron al verjel brisas 3' flores,
Volvieron otra vez los ruiseñores ....
insulsas y mal versificadas de Lizardi. Rosas ha dado en Mi amor no volverá.
irreparable. D e su a n t i e s p a ñ o l i s m o r a b i o s o , q u e le hacía e x c l a m a r c o m o g r a v e c a r g o
Sustituir el hogar al relicario, Es, pues, un modelo peligrosísimo, y por eso insisti-
Sustituir la v i o l e t a al incensario mos en sus defectos, que fueron los de toda la juventud
sin que falten, por supuesto, de su tiempo en México y en España, y que pueden ser
contagiosos para quien tome el desaliño y la incorrec-
L a cicuta del Sócrates profundo
ción por marca de genio. Ráfagas de genio tuvo Acuña,
Y la sangre del Cristo del Calvario
pero á mi entender sólo dos veces en su corta vida, y
E l sangriento puñal de los tiranos, las dos en el último año de ella. Son dos poesías en que
Y la máscara vil del fanatismo
puso toda la sustancia de su alma enferma y atormen-
el «sublime martirologio de la idea»; la «pupila augusta tada: una de amor, Nocturno; otra de materialismo dog-
de la historia», revuelto todo con imágenes tan desca- mático, Ante un cadáver. Esta última es una de las más
belladas como decir del hombre vigorosas inspiraciones con que' puede honrarse la poe-
sía castellana de nuestros tiempos. Acuña era tan poeta
P o l l u e l o de ese cóndor de lo obscuro
Q u e se llama el misterio que hasta la doctrina más áspera y desolada podía con-
vertirse para él en raudal de inmortales armonías. Sen-
Ni tuvo tiempo para educar su gusto, ni sus estudios, ex- tía aquel mismo género de embriaguez naturalista que
clusivamente dirigidos á las ciencias experimentales, le es el alma de la inspiración de Lucrecio y de la de Di-
permitieron adquirir el pleno dominio déla lengua poé- derot en el Sueño de D'Alembert. La materia no conce-
tica. La suya está afeada, no sólo por incorrecciones bida mecánicamente, sino de un modo dinámico, y
continuas y extraños cuanto inútiles neologismos {es- abarcándola en toda la plenitud y complejidad de sus
plendor aurora!} verbigracia), sino por composiciones desarrollos y evoluciones, no es sujeto refractario á la
de palabras que el genio de nuestro idioma rechaza, poesía, y puede existir y existe sin duda un género de
como el mártir-libertad, el espectro-co?iciencia, la luz- monismo poético, que tiene de poesía lo que tiene de
inmortalidad, el Dios-dulzura, el espacio-inteligenciat metafísica, menos distante que pudiera creerse, ya de
de donde resulta un estilo sobremanera bárbaro, al cual la concepción de Leibnitz, ya de la de Hegel, puesto
da los últimos toques la rechinante fraseología perio- que realmente esa materia parece viva y llena de almas,
dística: y su incesante ebullición como que se somete y disci-
Y" q u e hallemos en ti á la mujer fuerte plina á un proceso dialéctico. Á ese monismo, más
Q u e del obscurantismo se redime
que al materialismo tradicional de las escuelas médicas,
corresponden los extraños versos de Manuel Acuña,
que eran las habituales entre los jóvenes de su edad y
cuya naturaleza afectiva ha impreso además en ellos
de su generación: E s p r o n c e d a , Campoamor, Becquer,
muy imborrable huella:
quizá Ruiz Aguilera. Del primero tomó versos enteros
T ú sin a l i e n t o y a , d e n t r o de p o c o , como los «rizados copos de nevada espuma»; á imita-
V o l v e r á s á l a tierra y á s u s e n o ,
Q u e es de la v i d a u n i v e r s a l el f o c o . ción del segundo hizo doloras y pequeños poemas: sus
Y allí á la v i d a e n a p a r i e n c i a a j e n o , Hojas secas forman una especie de Lntermezzo como
E l p o d e r d e la l l u v i a y del v e r a n o
las Rimas de Becquer, y, por último, nos parece per-
Fecundará de gérmenes tu cieno.
Y al a s c e n d e r de la raíz al g r a n o ,
cibir en La Vida del campo un remedo de la inofensiva
Irás del v e g e t a l á s e r t e s t i g o parodia bucólica que Aguilera tituló La Arcadia Mo-
E n el l a b o r a t o r i o s o b e r a n o .
derna. Sólo á Zorrilla no quiso imitar jamás Acuña,
Tal vez para v o l v e r cambiado en t r i g o
A l triste h o g a r d o n d e la triste e s p o s a antes le trata con irritante desdén y notoria irreveren-
Sin e n c o n t r a r u n p a n s u e ñ a c o n t i g o . cia (i).
E n t a n t o q u e las g r i e t a s de t u fosa
Muy diverso poeta es Manuel M. Flores. No era in-
V e r á n alzarse de s u f o n d o a b i e r t o
L a larva convertida en mariposa, crédulo como Acuña, pero dió culto ferviente á la poe-
Q u e e n los e n s a y o s de s u v u e l o i n c i e r t o , sía erótica en sus manifestaciones más cálidas y menos
I r á al l e c h o i n f e l i z d e t u s a m o r e s
ideales. E l amor de Acuña, castísimo en la expresión
A llevarle tus ósculos de muerto
y vehementemente apasionado, el amor trágico y más
Los versos á Rosario, que llevan el título de Noc- poderoso que la muerte, es sin duda más poético que
turno, y son probablemente los últimos que compuso la voluptuosa languidez, la enervadora molicie que res-
el desventurado Acuña, esconden en cifra la historia piran los versos de Flores, y que para todo espíritu viril
de sus tristísimos amores, y aunque muy incorrectos, llega á ser empalagosa, como lo es en nuestro Arólas,
tienen toda la vehemencia y toda la angustia del mo- uno de los pocos poetas francamente carnales que tene-
mento supremo: es poesía que no puede leerse sin cierto mos en nuestro Parnaso, que es honrosa excepción en
terror y tras de la cual se adivina el próximo naufragio esta parte entre todos los modernos. Dígase lo que se
de la conciencia moral del poeta. Ante estas dos sober- quiera de la influencia del clima y del temperamento, la
bias inspiraciones se oscurecen todas las restantes suyas, poesía española, aun en los países tropicales á donde ha
pero hay bellos rasgos de sentimiento en algunas otras,
como Entonces y hoy, Lágrimas, Adiós , y tampoco •
( i ) N a c i ó M a n u e l A c u ñ a en la ciudad del S a l t i l l o , capital del E s t a d o d e
carecen de mérito los versos humorísticos, aunque ten- C o a h u i l a , el 27 de A g o s t o de 1849. E n 1865 f u é á M é x i c o , y se matriculó
gan más de fáciles que de chistosos. En todo lo demás, e n la E s c u e l a de M e d i c i n a . F u n d ó la s o c i e d a d literaria Netzahualcóyotl, y
dió á las tablas u n d r a m a c o n el t í t u l o de El Pasado. S e s u i c i d ó e n 6 de D i -
como sucede siempre en las colecciones de poetas muy c i e m b r e de 1 8 7 3 . H a y varias e d i c i o n e s del t o m o de sus p o e s í a s . L a que
jóvenes, son visibles las reminiscencias de sus lecturas, t e n g o á l a v i s t a e s la de P a r í s , 1885 ( G a r n i e r ) .
/
le
Viaje del Parnaso. Llamóse Juan de Mestanza; de él
Aguila; el P. Antonio Cáceres trató el mismo asunto
se lee en el primero de estos poemas laudatorios:
bajo la alegoría de Ciprés; el P. Fernando Valtierra
¡ O h tú, que al patrio Betis has tenido •bajo el emblema de Fénix; el estudioso cronista descen-
L l e n o de envidia, y con razón quejoso
D e q u e otro cielo y otra tierra han sido
diente de Bernal Díaz del Castillo, D. Francisco Anto-
T e s t i g o s de tu canto numeroso! nio de Fuentes y Guzmán, que había titulado á su histo-
A l é g r a t e , q u e el n o m b r e esclarecido
ria de Guatemala Recordación florida, compuso además
T u y o , Juan de Mestanza generoso,
Sin segundo será por todo el suelo la Limosna política, El Milagro de la América, ó des-
M i e n t r a s diere su l u z el grato cielo. cripción en verso de la catedral de la misma ciudad,
una Vida de Santa Teresa en coplas castellanas, y una
E l otro cielo y la otra tierra á que se alude, eran el descripción, también en verso, de las fiestas con que
cielo y tierra de Guatemala, según se declara en el Viaje se celebró el cumpleaños de Carlos II en 1675 (1).
del Parnaso (1614). E l gusto crespo y enmarañado duraba todavía en el
L l e g ó Juan de Mestanza, cifra y suma
-segundo tercio del siglo pasado, como es de ver en
D e tanta erudición, donaire y gala, las Lágrimas de Aganipe, que el abogado D. Manuel
Q u e no hay muerte ni edad que la consuma.
•de Taracena publicó en 1766, deplorando la muerte del
A p o l o le arrancó de Guatemala,
Y le t r u j o en su ayuda, para ofensa
jesuíta Villafañe, asesinado en la cárcel de Guatemala
D e la canalla en todo e x t r e m o mala. por un negro á quien ayudaba á bien morir. Como imi-
tador de D. Diego de Torres logró cierta fama otro abo-
D e los 131 escritores centro-americanos (en su ma- gado guatemalteco, D. Antonio Paz Salgado, de quien
yor parte guatemaltecos, y muchos de ellos franciscanos) Beristain cita varios opúsculos. Verdades de grande
que, salvo error, hemos contado en la Biblioteca de Be- importancia para todo género de personas (1751), El
ristain, sólo hay unos quince poetas; escaso número para mosqueador ó abanico con visos de espejo para ahu-
tres siglos; mucho más si se considera que la mayor yentar y representar todo género de tontos y majade-
parte no son más que versificadores de circunstancias. ros (1742). Pudieran añadirse otros nombres obscuros,
Pertenecientes casi todos á los peores días de los si- como el del dominico Fr. Felipe Cadena, que imprimió
glos XVII y X V I I I , fácil es imaginar cuál será el gusto
predominante en sus composiciones. E l jesuíta Alonso
( 1 ) L a ha reproducido el Sr. D. Justo Zaragoza al fin del primer tomo de
de Arrivillaga escribió Certamen poético latino y caste-
la Recordación florida (páginas 435 y 4 5 1 ) , publicada por la Biblioteca de
llano en honor del recién nacido Niño Jesús, bajo la Americanistas en 1882. E l titulo de la rarísima edición original impresa en
alegoría de Esculapio; otro jesuíta, el P. Ignacio de Guatemala, por Joseph de Pineda Ibarra,en 1 6 7 5 , e s Fiestas Reales, sus genia-
les diasy festivas pompas celebradas a felicísimos trece años, que se le contaron á
Azpeitia, Certamen poético en honor del recién na- 1a Majestad de nuestro Rey y Señor D. Carlos II..... L a relación está en quinti-
cido infante Jesús, representado^ bajo la figura del llas con una dedicatoria en redondillas.
en 1779 un Acto de contrición en verso castellano, el del
poco entienden ni leen los antiguos que, sin embargo,
franciscano Fr. Juan de Dios Cid, el del jesuíta P. Ata-
toman por punto de comparación para declarar tarea ab-
nasio Portilla, autor de elegías y odas latinas; sin contar
surda y pueril todo empeño de imitarlos. Pero el hom-
con los que poetizaron en lenguas indígenas, y aun
bre de gusto y de cultura clásica, distingue muy fácil-
hicieron en ellas algún ensayo dramático. Pero hablan-
mente entre los poemas de centón y de taracea, llamados
do con todo rigor, la poesía en Guatemala no comienza
versos de colegio, que no pueden tener más valor que el
sino con el P. Rafael Landívar y con fray Matías de
de una gimnasia más ó menos útil, y cuyo abuso puede
Córdoba.
ser pernicioso, y los versos latinos verdaderamente poé-
Si es cierto, como lo es sin duda, que en materias lite-
ticos compuestos por insignes vates que eran al mismo
rarias importa la calidad de los productos mucho más
tiempo sabios humanistas, y que acostumbrados á pen-
que el número, con Landívar y con José Batres tiene
sar, á sentir, á leer en lengua extraña, que no era para
bastante Guatemala para levantar muy alta la frente
ellos lengua muerta, sino viva y actual, puesto que ni
entre las regiones americanas. El P . Landívar, autor de
para aprender, ñipara enseñar, ni para comunicarse con
la Rusticcitio mexicana, es uno de los más excelentes
los doctos usaban otra, encontraron más natural, más
poetas que en la latinidad moderna pueden encontrarse.
fácil y adecuado molde para su inspiración en la lengua
Si desechando preocupaciones vulgares, damos su de-
•de Virgilio, que en la lengua propia, sin que para eso
bido aprecio á un arte, no ciertamente espontáneo ni
:les fuera menester zurcir retales de la púrpura ajena,
popular, pero que puede en ocasiones nacer de una ins-
-puesto que poseían absoluto dominio del vocabulario y
piración realmente poética; si admitimos, como no pue-
de la métrica, y el espíritu de la antigüedad se había
de menos de admitir quien haya leído á Poliziano, á
confundido en ellos con el estro propio, hasta hacerlos
Fracastorio y á Pontano, que cabe muy fresca y juvenil
más ciudadanos de Roma que de su patria. Angelo Po-
poesía en palabras de una lengua muerta: si tenemos
liziano, por ejemplo, es mucho más poeta en latín que
además en cuenta el mérito insigne aunque secundario
en italiano. Y quien diga que el poema De la Sífilis, de
de la dificultad vencida, y los sabios primores de una
Fracastor, ó la Cristiada y la Poética, de Vida, ó los
técnica ingeniosa, no tendremos reparo alguno en reco-
Pesos, de Juan Segundo, son poesía arcaica, fría y de
nocer asombrosas condiciones de poeta descriptivo al
escuela, dirá una necedad solemnísima, y probará que no
P . Landívar, á quien, en mi concepto, sólo faltó haber
tiene gusto ni entendimiento de poesía.
escrito en lengua vulgar, para arrebatar la palma en este
A l género de la poesía neolatina de verdad perte-
género á todos los poetas americanos, sin excluir acaso
nece la Rusticatio, del P . Landívar, que es entre los
al cantor de La Agricultura en la zona tórrida. De los
innumerables versificadores elegantes que la Compañía
versos latinos modernos hablan mal sin distinción todos
de Jesús ha producido, uno de los rarísimos á quienes
los que no los entienden ni pueden leerlos, como tam-
•en buena ley no puede negarse el lauro de poeta. N o
porque en lo esencial dejen de pertenecer sus versos á
gaza, con lo cual podremos también, aunque indirecta-
la escuela descriptivo-didáctica que por excelencia lla-
mente, dar entrada en esta colección al autor de los
mamos jesuítica, y á la cual se deben tantos ingeniosos,
Murmurios de la Selva, que es sin contradicción uno
caprichos métricos sobre el té y el café, sobre la pólvora,
de los más acrisolados versificadores clásicos que hoy
sobre el imán, sobre los terremotos, sobre los reloj es,,
honran las letras españolas.
sobre el arte de la conversación, sobre las bodas de las
La Musa del P . Landívar es la de las Geórgicas, re-
plantas, sobre el gusano de seda, sobre la caza y la pesca,,
mozada y transferida á la naturaleza americana. Pero
sobre los cometas y el arco iris, sobre la aurora boreal,
aunque Virgilio sea su modelo, y una gran parte del
sobre el barómetro, sobre el juego de ajedrez, y hasta
libro merezca el nombre de Geórgicas americanas, no
sobre el agua de brea, sino porque en pocos, en muy
se ha de creer que la Rusticatio sea un poema de mate-
pocos de los hábiles artífices que trabajaron tales poe-
ria puramente agrícola, como los cuatro divinos libros
mas, ni siquiera en Rapín y en Vaniére, descubrimos,
de Virgilio. La Rusticatio, que está dividida en quince
inspiración tan genial y tan nueva, riqueza tan grande
libros con un apéndice, abarca mucho más, y es una
de fantasía descriptiva, y una tal variedad de formas y
total pintura de la naturaleza y de la vida del campo en
recursos poéticos como la que encontramos en el amení-
la América Septentrional: vasto y riquísimo conjunto
simo poema del P. Landívar. Desde que casi en nuestra
de rarezas físicas y de costumbres insólitas en Europa.
infancia leímos algunos versos de este poema en una de
La novedad de la materia, por una parte, contrastando
las notas que pone Maury á su espléndido canto de
con lo clásico de la forma y obligando al autor á mil in-
La Agresión británica, entramos en gran curiosidad
geniosos rodeos y artificios de dicción para declarar
de adquirir y leer la Rusticatio, deseo que sólo se nos
cosas tan extraordinarias, y por otra el sincero y fer-
cumplió bastantes años después, por ser libro difícil
viente amor con que el poeta vuelve los ojos á la patria
de hallar aun en Italia, donde se imprimió dos veces
ausente y se consuela con reproducir minuciosamente
durante el destierro de su autor con los demás hijos
todos los detalles de aquella Arcadia para él perdida,
de la Compañía. H o y nos complacemos en tributarle
empeñan poderosamente la atención de quien comienza
aquí el elogio que estimamos justo, lamentando sólo que
á leer la Rusticatio, desde la sentida dedicatoria á la ciu-
la lengua en que está escrito nos impida presentar en el
dad de Guatemala, y luego creciendo el interés y la ori-
texto de la Antología ninguna muestra de esta poesía
ginalidad de canto en canto, van apareciendo á nuestros
tan genuinamente americana. Pero ya que no en su texto
ojos, como en vistoso y mágico panorama, los lagos de
original, que aquí no tiene cabida, algo verán de la Rus-
México, el volcán de Xorullo, las cataratas de Guate-
ticatio nuestros lectores en la magistral versión parafrás-
mala; los alegres campos de Oaxaca; la labor y el bene-
tica.que del primer canto relativo á los Lagos ha hecho
ficio de la grana, de la púrpura y del añil; las costumbres
el elegantísimo poeta mexicano D. Joaquín Arcadio Pa-
y habitaciones de los castores; las minas de oro y de
CLXVIII
( i ) N a c i ó D. Juan D i é g u e z en 23 de N o v i e m b r e de 1 8 1 3 , en G u a t e m a l a .
Su profesión fué la de a b o g a d o , sus ideas liberales. T o m ó parte en las re- ( 1 ) L a transición brusca entre la antigua y la moderna poesía de la
voluciones de su país y se vió perseguido y p r o s c r i t o , hasta que t r i u n f a n d o A m é r i c a C e n t r a l , entre la escuela clásica de los Batres y de los Irisarris, y
su partido f u é nombrado j u e z de primera instancia y catedrático de D e r e - la romántica que ha prevalecido después, no puede comprenderse bien sin
cho en la Universidad de G u a t e m a l a . M u r i ó en 28 de Junio de 1805. S u t e n e r en cuenta el portentoso influjo que ejerció allí c o m o en otras regiones
hermano D . Manuel nació en 20 de M a y o de 1821 y m u r i ó en 20 de M a y o de A m é r i c a , especialmente en el P e r ú , un singular personaje literario tan
de 1861. desconocido en su patria E s p a ñ a , y aun en su provincia natal, como célebre
en el N u e v o M u n d o . T a l fué el montañés D . Fernando V e l a r d e , natural de
Hinojedo, autor de las Melodías románticas y de los Cánticos de Nuevo Mundor
poeta de extraordinai-ias dotes naturales afeadas por un mal g u s t o increíble.
,En pompa, brillantez y magnificencia le igualaron p o c o s , pero son raras las-
páginas en que su grandilocuencia no se trueca en h i n c h a z ó n , su sonoridad
en redundancia, su aspereza viril en énfasis hueco. T e n í a las condiciones m á s
adecuadas para ser un c o r r u p t o r del g u s t o , un n u e v o L u c a n o ó un nuevo
G ó n g o r a , porque aun en su? mismas aberraciones dió muestras de ser in-
genio nada v u l g a r . S u Canto estrepitoso y deslumbrante á la cordillera de los
Andes, tiene en l o b u e n o y en lo malo cosas no indignas de V í c t o r H u g o -
V e l a r d e aspiraba c o n s t a n t e m e n t e á lo t i t á n i c o ; pero daba muchas veces en
el escollo de la falsa grandeza, p o r q u e ni sus alas, con poder mucho, podían
l o que él pensaba, ni su g u s t o cerril é indómito, q u e nunca llegó á educarse
á pesar de haber sido él h o m b r e de grandísima variedad de conocimientos,
acertaba á mostrarle aquel punto imperceptible en que lo sublime confina
c o n lo grotesco. P o r sus grandes cualidades, lo mismo q u e por sus grandes
defectos, Fernando V e l a r d e fué el ídolo de la juventud literaria de A m é r i c a
durante un periodo bastante l a r g o , y no es hipérbole decir q u e compartió
con Zorrilla el privilegio de ser imitado por todos los principiantes. E s t a
influencia fué m a y o r q u e en ninguna p a r t e , en Guatemala.
MÉXICO.
SOR J U A N A INES D E L A CRUZ.
SONETO.
Á SU R E T R A T O .
SONETO.
SONETO.
SONETO.
ENSEÑA CÓMO UN SOLO E M P L E O EN A M A R , ES RAZÓN E N G R A N D E C E E L HECHO DE LUCRECIA.
Y CONVENIENCIA.
¡Oh famosa Lucrecia, gentil dama,
Fabio, en el ser de todos adoradas, De cuyo ensangrentado noble pecho,
Son todas las beldades ambiciosas; Salió la sangre que extinguió, á despecho
Porque tienen las Aras por ociosas, Del Rey injusto, la lasciva llama!
Si no las ven de víctimas colmadas: ¡ O h , con cuánta razón el mundo aclama
Y así, si de uno sólo son amadas, T u virtud; pues por premio de tal hecho,
Viven de la Fortuna querellosas; A u n es para tus sienes cerco estrecho
Porque piensan, que más que ser hermosas, L a amplísima corona de tu fama!
Constituye Deidad el ser rogadas.
Pero si el modo de tu fin violento
Mas yo soy en aquesto tan medida, Puedes borrar del tiempo y sus anales,
Que en viendo á muchos mi atención zozobra; Quita la punta del puñal sangriento
Y sólo quiero ser correspondida Con que pusiste fin á tantos males;
De aquel, que de mi amor réditos cobra; Que es mengua de tu honrado sentimiento
Porque es la sal del gusto el ser querida; Decir que te ayudaste de puñales.
Que daña lo que falta y lo que sobra.
SONETO. SONETO.
SONETO.
SONETO.
Á PORCIA.
EFECTOS MUY P E N O S O S D E A M O R , Y Q U E NO P O R G R A N D E S I G U A L A N
¿Qué pasión, Porcia, qué dolor tan ciego CON L A S P R E N D A S D E QUIEN L E C A U S A .
T e obliga á ser de ti fiera homicida?
¿O en qué te ofende tu inocente vida ¿Vesme, Alcino, que atada á la cadena
Que así le das batalla á sangre y fuego? De A m o r , paso, en sus hierros aherrojada
Si la fortuna airada al justo ruego Mísera esclavitud, desesperada,
De tu esposo se muestra endurecida; De libertad y de consuelo ajena?
Bástale el mal de ver su acción perdida : ¿Ves de dolor y angustia el alma llena,
No acabes con tu vida su sosiego. De tan fieros tormentos lastimada,
Deja las brasas, Porcia, que mortales Y entre las vivas llamas abrasada,
Impaciente tu amor elegir quiere; Juzgarse por indigna de su pena?
No al fuego de tu amor el fuego iguales; ¿Vesme seguir sin alma un desatino,
Porque si bien de tu pasión se infiere, Que yo misma condeno por extraño?
Mal morirá á las brasas materiales ¿Vesme derramar sangre en el camino,
Quien á las llamas del amor no muere. Siguiendo los vestigios de un engaño?
M u y admirado estás. ¿Pues, ves , Alcino?
Más merece la causa de mi daño.
SONETO.
Df mm m
BWifl.'eca Va¡míe y Telfo
Discursos tan varoniles,
Que pudo en vuestras niñeces Estense allá en su esfera
Tomar lecciones Ulises. Los dichosos, que es cosa en mi sentido
Recibid este romance T a n remota, tan fuera
Que mi obligación os rinde, De mi imaginación, que sólo mido,
Con todo lo que no digo, Entre lo que padecen los mortales,
Lo que digo y lo que dije. Lo que distan sus males de mis males.
¡Quién tan dichosa fuera,
Que de un agravio indigno se quejara!
¡Quién un desdén llorara!
. LIRAS. ¡Quién un alto imposible pretendiera!
¡Quién llegara, de ausencia ó de mudanza,
EXPRESA EL SENTIMIENTO QUE P A D E C E UNA MUJER Casi á perder de vista la esperanza!
A M A N T E D E SU MARIDO MUERTO. ¡Quién, en ajenos brazos,
Viera á su dueño, y con dolor rabioso
Se arrancara á pedazos
A estos peñascos duros,
Del pecho ardiente el corazón celoso!
Mudos testigos del dolor que siento,
Pues fuera menor mal que mis desvelos,
Que sólo siendo mudos,
E l infierno insufrible de los celos.
Pudiera yo fiarles mi tormento,
Pues todos estos males
Si acaso de mis penas lo terrible
Tienen consuelo, ó tienen esperanza;
No infunde lengua y voz en lo insensible:
Y los más son iguales,
Quiero contar mis males,
Solicitan ó animan la venganza,
Si es que yo sé los males de que muero;
Y sólo de mi fiero mal se aleja,
Pues son mis penas tales,
L a esperanza, venganza, alivio y queja.
Que si contarlas, por alivio, quiero,
Porque ¿á quién sino al cielo,
Le son una con otra atropellada,
Que me robó mi dulce prenda amada,
Dogal á la garganta, al pecho espada.
Podrá mi desconsuelo
N o envidio dicha ajena, Dar sacrilega queja destemplada?
Que el mal eterno, que mi pecho lidia, Y él con sordas rectísimas orejas,
Hace incapaz mi pena, A cuenta de blasfemias pondrá quejas.
De que pueda tener tan alta envidia: Ni Fabio fué grosero,
Es tan mísero estado en el que peno, N i ingrato, ni traidor, antes amante,
Que como dicha envidio el mal ajeno. Con pecho verdadero:
No pienso yo si hay glorias, Nadie fué más leal ni más constante ;
Porque estoy de pensarlo tan distante, Nadie más fino supo, en sus acciones,
Que aun las dulces memorias Finezas añadir á obligaciones.
De mi pasado bien, tan ignorante Sólo el cielo envidioso
Las mira de mi mal el desengaño, Mi esposo me quitó: la Parca dura,
Que ignoro si fué bien, y sé que es daño. Con ceño riguroso,
Fué sólo autor de tanta desventura:
¡Oh cielo riguroso! ¡Oh triste suerte! Y lo que éste por alivio,
Que tantas muertes das con una muerte! Aquél tiene por trabajo.
El que está triste censura
¡ A y dulce esposo amado!
A l alegre de liviano,
¿Para qué te vi yo? ¿Por qué te quise;
Y por qué tu cuidado Y el que está alegre se burla
Me hizo con las venturas infelice? De ver al triste penando.
¡Oh dicha fementida y lisonjera, Los dos filósofos griegos
Quién tus amargos fines conociera! Bien esta verdad probaron;
Pues lo que en el uno risa,
¿Qué vida es esta mía,
Causaba en el otro llanto.
Que rebelde resiste á dolor tanto?
Célebre su oposición
¿Por qué necia porfía?
Ha sido por siglos tantos,
¿Y en las amargas fuentes de mi llanto,
Sin que cuál acertó, esté
Atenuada, no acaba de extinguirse
Hasta ahora averiguado.
Si no puede en mi fuego consumirse?
Antes, en sus dos banderas,
E l mundo todo alistado,
Conforme el humor le dicta,
Sigue cada cual el bando.
ROMANCE. Uno dice que de risa
Sólo, es digno el mundo vario,
Y otro, que sus infortunios
Finjamos que soy feliz,
Son sólo para llorados.
Triste pensamiento, un rato; Para todos se halla prueba,
Quizá podréis persuadirme, Y razón en que fundarlo,
Aunque yo sé lo contrario. Y no hay razón para nada,
Que pues sólo en la aprehensión, De haber razón para tanto.
Dicen que estriban los daños; Todos son iguales jueces,
Si os imagináis dichoso, Y siendo iguales y varios,
No seréis tan desdichado. No hay quien pueda decidir
Sírvame el entendimiento Cuál es lo más acertado.
A l g u n a vez de descanso, Pues si no hay quien lo sentencie
Y no siempre esté el ingenio ¿Por qué pensáis, vos, errado,
Con el provecho encontrado. Que os cometió Dios á vos
Todo el mundo es opiniones, \ | La decisión de los casos?
De pareceres tan varios, ¿O por qué, contra vos mismo,
Que lo que el uno, que es negro, Severamente inhumano,
E l otro prueba que es blanco. Entre lo amargo y lo dulce,
A unos sirve de atractivo Queréis elegir lo amargo?
L o que otro concibe enfado, Si es mío mi entendimiento
¿Por qué siempre he de encontrarlo
Tan torpe para el alivio, Si culta mano no impide
Tan agudo para el daño? Crecer al árbol copado,
Quitan la substancia al fruto
E l discurso es un acero
L a locura de los ramos.
Que sirve por ambos cabos,
De dar muerte por la punta, Si andar á nave ligera
Por el pomo de resguardo. No estorba lastre pesado,
Sirve el vuelo de que sea
Si vos, sabiendo el peligro,
E l precipicio más alto.
Queréis por la punta usarlo,
E n amenidad inútil,
¿Qué culpa tiene el acero
L ¿Qué importa al florido campo,
Del mal uso de la mano?
Si no halla fruto el otoño,
No es saber, saber hacer
Que ostente flores el mayo?
Discursos sutiles vanos;
¿De qué le sirve al ingenio
Que el saber consiste sólo
El producir muchos partos,
E n elegir lo más sano.
Si á la multitud se sigue
Especular las desdichas
E l malogro de abortarlos?
Y examinar los presagios,
Y á esta desdicha, por fuerza
Sólo sirve de que el mal
Ha de seguirse el fracaso
Crezca con anticiparlo.
De quedar el que produce,
E n los trabajos futuros, Si no muerto, lastimado.
L a atención utilizando, El ingenio es como el fuego,
Más formidable que el riesgo Que con la materia ingrato,
Suele fingir el amago. Tanto la consume más,
¡Qué feliz es la ignorancia, Cuanto él se ostenta más claro.
Del que, indoctamente sabio, Es de su propio señor
Halla, de lo que padece, Tan rebelado vasallo,
E n lo que 'ignora, sagrado! Que convierte en sus ofensas
No siempre suben seguros Las armas de su resguardo,
Vuelos del ingenio osados, Este pésimo ejercicio,
Que buscan trono en el fuego, Este duro afán pesado,
Y hallan sepulcro en el llanto. Á los hijos de los hombres
También es vicio el saber; Dió Dios para ejercitarlos.
Que si no se va atajando, ¿Qué loca ambición nos lleva
Cuanto menos se conoce De nosotros olvidados;
E s más nocivo el estrago. I Si es para vivir tan poco,
Y si el vuelo no le abaten, ¿De qué sirve saber tanto?
E n sutilezas cebado, ¡Oh, si como hay de saber
Por cuidar de lo curioso Hubiera algún seminario,
Olvida lo necesario. O escuela, donde á ignorar,
Se enseñaran los trabajos!
¡Qué felizmente viviera, É l mismo empaña el espejo
Y siente que no esté claro?
E l que flojamente cauto
Con el favor y el desdén
Burlara las amenazas
Tenéis condición igual,
Del influjo de los astros!
Quejándoos, si os tratan mal,
Aprendamos á ignorar
Burlándoos, si os quieren bien.
Pensamiento, pues hallamos,
Opinión ninguna gana,
Que cuanto añado al discurso
Pues la que más se recata,
Tanto le usurpo á los años.
Si no os admite, es ingrata,
Y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis,
REDONDILLAS. Que con desigual nivel,
A una culpáis por cruel,
A R G U Y E DE INCONSECUENTE EL GUSTO Y LA CENSURA Y á otra por fácil culpáis.
D E LOS HOMBRES, QUE EN L A S MUJERES A C U S A N LO QUE CAUSAN. ¿Pues cómo ha de estar templada
La que vuestro amor pretende,
Si la que es ingrata ofende
^ Hombres necios, que acusáis
Y la que es fácil enfada?
Á la mujer sin razón,
Mas entre el enfado y pena
Sin ver que sois la ocasión
Que vuestro gusto refiere,
De lo mismo que culpáis;
Bien haya la que no os quiere
Si con ansia sin igual Y quejaos enhorabuena.
Solicitáis su desdén, Dan vuestras amantes penas
¿Por qué queréis que obren bien Á sus libertades alas,
Si las incitáis al mal? Y después de hacerlas malas
Combatís su resistencia, Las queréis hallar muy buenas.
Y luego con gravedad. ¿Cuál mayor culpa ha tenido
Decís que fué liviandad En una pasión errada,
Lo que hizo la diligencia. La que cae de rogada,
Parecer quiere el denuedo O el que ruega de caído?
De vuestro parecer loco, ¿O cuál es más de culpar,
A l niño que pone el coco, Aunque cualquiera mal haga,
Y luego le tiene miedo. La que peca por la paga
Queréis con presunción necia, Ó el que paga por pecar?
Hallar á la que buscáis. ¿Pues para qué os espantáis
Para pretendida, Thais, De la culpa que tenéis?
Y en la posesión, Lucrecia. Oueredlas cual las hacéis
¿Qué humor puede ser más raro, O hacedlas cual las buscáis.
Que el que falto de consejo, Dejad de solicitar,
Y después, con más razón,
Y así mi intención Si por perfecciones
Acusaréis la afición
No es de referirte Tus años se miden.
De la que os fuere á rogar.
Lo que nadie entiende Vive en el dichoso
Bien con muchas armas fundo
Y todos repiten: Consorcio apacible
Que lidia vuestra arrogancia;
Porque todos cantan De tu dulce esposo,
Pues en promesa é instancia,
Tus prendas sublimes, De tu amante firme,
Juntáis diablo, carne y mundo. Del excelso Cerda;
Y cuán grandes sean
Nadie lo concibe: Que á su real estirpe
Sino de tus años Une sus gloriosos
ENDECHAS. A l día felice, Personales timbres.
Dar de mis afectos Y de José bello
PROSIGUE EX R E S P E C T O AMOROSO, DANDO ENHORABUENAS El tributo humilde. Vínculo, que ciñe
D E CUMPLIR AÑOS L A SEÑORA VIRREINA. Vive, y á tu edad De vuestros dos cuellos
E l sol que la asiste, Las amantes vides.
Nunca la mensure, En cuyos progresos
Discreta y hermosa, ¿Qué cosa de ti Sólo la ilumine. Pido á Dios que mires
Soberana Lisi, Puede discurrirse, A tus primaveras L a piedad de Numa,
En quien la belleza Que mayor no sea E l tiempo flexible Y el valor de Aquiles;
E ingenio compiten. De lo que se explique? Sirva solamente, Para que de tantos
Bella una vez sola ; El que copia al sol, No las examine. Héroes invencibles,
¡Oh qué poco dije! Aunque solicite Tantos como prendas Las claras memorias
Discreta mil veces, Copiarle más bello, Años multipliques; E n él resuciten.
Bella otros mil miles. Nunca lo consigue. Y ellos solamente V i v e , porque y o ,
No es esto alabarte; Pues por más que intenso Cuenten tus abriles. De tus rayos Clicie,
Que para aplaudirte, E l estudio aplique, Pues serás eterna Sólo vivo aquello
Son aún de la fama Quedará más bello Con cuenta infalible, Que pienso que vives.
Roncos los clarines. De lo que le pinten.
Ni hacerte lisonjas Así, si tus partes
A nadie es posible, Quieren aplaudirse, DÉCIMAS.
Pues ninguna hay que Sólo en no copiarlas
Tú no verifiques. Pudieran mentirte.
Porque, ¿qué alabanza Porque es tu hermosura Copia divina, en quien veo
Puedo yo decirte, Tan inaccesible, Desvanecido al pincel,
Que no halle verdad Que quien más la alaba, De ver que ha llegado él
El que la averigüe? Menos la define. Donde no pudo el deseo;
Que si es lisonjero. T u ingenio y tus gracias A l t o , soberano empleo,
El que en lo que dice, Tan imperceptibles, De más que humano talento,
Ó más encarece, Que no les da alcance Exenta de-atrevimiento,
O lo que no hay finge: La pluma más lince. Pues tu beldad increíble,
— 25 —
ni
I I
f
FRAGMENTOS
VILLANCICO.
DEL
A quien no conocieron
( T o d o esto ha de haber dicho llegando hacia la fuente, y en llegando la mira y dice.)
Tus padres, ni los vieron,
N i honraron tus mayores;
NARCISO.
(Canta.) Y con esto incitastes mis furores.
Y prorrumpí enojado: Llego: mas ¡qué es lo que miro!
Y o esconderé mi cara ¡Qué soberana hermosura!
(Á cuyas luces para Afrenta con su luz pura
Su cara el sol dorado) Todo el celestial zafiro:
(Canta.) De este ingrato, perverso, infiel ganado. Del sol el luciente giro,
Y o haré que mis furores Con todo el curso luciente,
Los campos los abrasen, Que da desde Ocaso á Oriente,
Y las hierbas que pacen, No esparce en signos y estrellas
Y talen mis ardores Tanta luz, tantas centellas.
(Cama.) A u n los montes que son más superiores. Como da sola esta fuente.
Mis saetas ligeras Cielo y tierra se ha cifrado
Les tiraré, y el hambre A componer su arrebol;
Corte el vital estambre, E l cielo con su esplendor,
Y con sus flores el prado:
La esfera se ha trasladado E l pecho me ha traspasado,
Toda á quererla adornar; Con el rizo-de un cabello:
Pero no, que tan sin par Abre el cristalino sello
Belleza, todo el desvelo De ese centro claro y frío,
De la tierra, ni del cielo, Para que entre el amor mío;
No lo pudieran formar. Mira que traigo escarchada
L a crencha de oro, rizada
Recién abierta granada
Con las perlas del rocío.
Sus mejillas sonrosea,
Ven esposa, á tu querido,
Sus dos labios hermosea
Rompe esta cortina clara,
Partida cinta dorada,
Muéstrame tu hermosa cara,
Por quien la voz delicada,
Suene tu voz á mi oído;
Haciendo al coral agravio,
Ven del Líbano escogido,
Despide el aliento sabio,
Acaba ya de venir,
Oue así á sus claveles toca;
Y coronaré el Ofir
Leche y miel vierte la boca,
De tu madeja preciosa
Panales destila el labio.
Con la corona olorosa
Las perlas, que en concha breve De Amaná, Hermón y Sanir.
Guarda, se han asimilado
A l rebaño, que apiñado
Desciende en copos de nieve:
SONETO.
El cuerpo, que gentil mueve,
E l aire á la palma toma; EN Q U E D A M O R A L CENSURA Á U N A ROSA
Los ojos, por quien asoma
Y EN E L L A Á SUS SEMEJANTES.
El alma en su resplandor,
Muestra, con luces de sol,
Rosa divina, que en gentil cultura,
Benignidad de paloma.
Eres con tu fragante sutileza
Terso el bulto delicado, Magisterio purpúreo en la belleza,
De lo que á la vista ofrece, Enseñanza nevada á la hermosura;
Parva de trigo parece, Amago de la humana arquitectura,
Con azucenas vallado: Ejemplo de la vana gentileza,
De marfil es torneado E n cuyo ser unió naturaleza
E l cuello, gentil columna; L a cuna alegre y triste sepultura:
No puede igualar ninguna ¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
Hermosura á su arrebol, Soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
Escogida como el sol, Y luego, desmayada y encogida,
Y hermosa como la luna. De tu caduco ser das mustias señas
Con un ojo solo bello Con que con docta muerte y necia vida
E l corazón me ha abrasado, Viviendo engañas, y muriendo enseñas!
T
SONETO. LIRAS
!
— 44 -
— 45 — m
Y no me podrás culpar,
Si hasta aquí mi proceder, De mi respeto la llave.
Por ocuparse en querer, Y aunque el amar tu belleza
Se ha olvidado de explicar. Es delito sin disculpa,
Que en mi amorosa pasión, Castigúeseme la culpa
No fué descuido ni mengua, Primero que la tibieza.
Quitar el uso á la lengua, No quieras, pues, rigurosa,
Que estando ya declarada, lifi
Por dárselo al corazón.
Sea de veras desdichada,
Ni de explicarme dejaba;
Quien fué de burlas dichosa.
Que como la pasión mía
Si culpas mi desacato,
Acá en el alma te vía,
Culpa también tu licencia;
Acá en el alma te hablaba.
Que si es mala mi obediencia,
Y en esta idea notable
No fué justo tu mandato.
Dichosamente vivía ;
Y si es culpable mi intento,
Porque en mi mano tenía
Será mi afecto precito;
E l fingirte favorable.
Porque es amarte un delito
Con traza tan peregrina
De que nunca me arrepiento.
Vivió mi esperanza vana;
Esto en mis afectos hallo,
Pues te pudo hacer humana
Y más que explicar no sé;
Concibiéndote divina.
Mas tú, de lo que callé,
¡Oh! ¡Cuán loca llegué á verme Inferirás lo que callo.
E n tus dichosos amores;
Que aun fingidos tus favores
Pudieron enloquecerme!
ROMANCE.
Oh! ¡Cómo en tu sol hermoso
Mi ardiente afecto encendido.
Por cebarse en lo lucido, Supuesto, discurso mío,
Olvidó lo peligroso! Que gozáis en todo el orbe,
Perdona, si atrevimiento Entre aplausos de entendido,
j
Fué atreverme á tu ardor puro ; De agudo veneraciones;
Que no hay sagrado seguro Mostradlo en el duro empeño
De culpas de pensamiento. En que mis ansias os ponen,
De esta manera engañaba Dando salida á mis dudas,
La loca esperanza mía, Dando aliento á mis temores.
Y dentro de mí tenía Empeño vuestro es el mío ;
Todo el bien que deseaba.
Mas ya tu precepto grave
Mirad que será desorden
Ser en causa ajena agudo,
Y en la vuestra propia torpe.
1
Rompe mi silencio mudo;
Que él solamente ser pudo Ved, que es querer, que las causas,
C o n efectos desconformes,
Nieves el fuego congele, Que aquesto es razón me dicen
Q u e la nieve llamas brote. Los que la razón conocen:
Manda la razón de Estado Pues ¿cómo la razón puede
Q u e , atendiendo á obligaciones, Forjarse de sinrazones?
L a s partes de Fabio olvide, ¿Qué te costaba, hado impío,
L a s prendas de Silvio adore. Dar al repartir tus dones,
O que al menos, si no puedo O los méritos á Fabio,
Vencer tan fuertes pasiones, Ó á Silvio las perfecciones?
Cenizas de disimulo Dicha y desdicha de entrambos
Cubran amantes ardores. L a suerte les descompone,
¡Qué vano disfraz la juzgo! Con que el uno su desdicha,
Pues harán, cuando más obren, Y el otro su dicha ignore.
Que no se mire la llama, ¿Quién ha visto que tan varia
N o que el ardor no se note. La fortuna se equivoque,
¿Cómo podré yo mostrarme, Y que el dichoso padezca
E n t r e estas contradicciones, Porque el infelice goce?
Á quien no quiero, de cera, No me convence el ejemplo
Á quien adoro, de bronce? Que en el Mongibelo ponen,
Que en él es natural gala,
¿Cómo el corazón podrá,
Y en mí violencia disforme.
Cómo sabrá el labio torpe
Y resistir el combate
Fingir halago, olvidando,
De tan encontrados golpes,
Mentir, amando, rigores? i
-•M N o cabe en lo sensitivo,
¿Cómo sufrir abatido,
Y puede sufrirlo un monte.
Entre tan bajas ficciones,
¡Oh vil arte! cuyas reglas
Que lo desmienta la boca
Tanto á la razón se oponen,
Podrá un corazón tan noble?
Que para que se ejecuten,
¿Y cómo podrá la boca
Es menester que se ignoren.
Cuando el corazón se enoje,
¿Qué hace en adorarme Silvio?
Fingir cariños, faltando
¿Cuando más fino blasone
Quien le ministre razones?
Quererme, es más que seguir
¿Podrá mi noble altivez De su inclinación el Norte?
Consentir que mis acciones Gustoso vive en su empleo
De nieve y de fuego sirvan Sin que disgustos le estorben :
De ser fábula del orbe? ¿Pues qué vence, si no vence
Y yo doy, que tanta dicha Por mí sus inclinaciones?
Tenga, que todos lo ignoren : ¿Qué víctimas sacrifica,
Para pasar la vergüenza Qué incienso en mis aras pone,
¿No basta que á mi me conste? Si cambia sus rendimientos
A l precio de mis favores?
Porque era ejercer en sí
Más hago yo; pues no hay duda
Sus propias operaciones.
Que hace finezas mayores
A parte reí se distinguen,
Que el que voluntario ruega,
E l objeto, que conoce ;
Quien violenta corresponde.
Y lo amable, no lo amante,
Porque aquél sigue obediente
Es blanco de sus arpones.
De su estrella el curso dócil,
A m o r no busca la paga
Y ésta contra la corriente • De voluntades conformes;
De su destino se opone.
Que tan bajo interés fuera
E l es libre para amarme, m Indigna usura en los dioses.
Aunque otra su amor provoque,
No hay cualidad que en él pueda
¿Y no tendré y o la misma
Imprimir alteraciones,
Libertad en mis acciones ?
Del velo de los desdenes,
Si él restituir no puede, Del fuego de los favores.
Su incendio mi incendio abone: Su ser es inaccesible
¿Violencia que á él le sujeta, A l discurso de los hombres;
Qué mucho que á mí me postre? Que aunque el efecto se sienta,
¿ N o es rigor, no es tiranía, La esencia no se conoce.
Siendo iguales las pasiones, Y en fin, cuando en mi favor
No poder él reportarse, No hubiera tantas razones,
Y querer que me reporte ? Mi voluntad es de Fabio:
Quererle porque él me quiere Silvio y el mundo perdonen.
No es justo que amor se nombre;
Que no ama quien para amar ROMANCE.
El ser amado supone.
No es amor correspondencia: Y a que para despedirme,
Causas tiene superiores, I Dulce, idolatrado dueño,
Que las concilian los astros Ni me da licencia el llanto,
Ó la engendran perfecciones. Ni me da lugar el tiempo:
Quien ama porque es querida, Háblente los tristes rasgos,
Sin otro impulso más noble, Entre lastimeros ecos,
Desprecia el amante, y ama De mi triste pluma, nunca
Sus propias adoraciones. Con más justa causa negros.
Y aun ésta te hablará torpe
Del humo del sacrificio
Con las lágrimas que vierto;
Quiere los vanos honores,
Porque va borrando el agua
Sin mirar si al oferente
Lo que va dictando el fuego.
Hay méritos que le adornen.
Hablar me impiden mis ojos,
Ser potencia y ser objeto,
Y es, que se anticipan ellos,
Á toda razón se opone;
Viendo lo que he de decirte,
Dudosamente lo pienso;
A decírtelo primero.
Pues si es verdad, no estoy viva,
Oye la elocuencia muda
Y si viva, no lo creo.
Que hay en mi dolor, sirviendo
¿ Posible es que ha de haber día
Los suspiros, de palabras,
Tan infausto, tan funesto,
Las lágrimas, de conceptos.
E n que sin ver yo las tuyas
Mira la fiera borrasca
Esparza sus luces Febo?
Que pasa en el mar del pecho,
¿Posible es que ha de llegar
Donde zozobran turbados
E l rigor á tan severo,
Mis confusos pensamientos. Que no ha de darle tu vista
Mira, cómo ya el vivir Á mis pesares aliento?
Me sirve de afán grosero,
¿Qué no he de ver tu semblante?
Que se avergüenza la vida ¿Qué no he de escuchar tus ecos?
De durarme tanto tiempo. ¿Qué no he de gozar tus brazos?
Mira la muerte, que esquiva ¿ Ni me ha de animar tu aliento ?
H u y e , porque la deseo; ¡ A y mi bien! ¡ A y prenda mía!
Que aun la muerte, si es buscada, ¡Dulce fin de mis deseos!
Se quiere subir de precio. ¿Por qué me llevas el alma,
Mira cómo el cuerpo amante, Dejándome el sentimiento?
Rendido á tanto tormento, Mira que es contradicción
Siendo en lo demás cadáver, Que no cabe en un sujeto,
Sólo en el sentir es cuerpo. Tanta muerte en una vida,
Mira cómo el alma misma Tanto dolor en un muerto.
A u n teme, en su ser exento, Mas ya que es preciso (¡ay triste!)
Que quiera el dolor violar E n mi infelice suceso,
La inmunidad de lo eterno. Ni vivir con la esperanza,
E n lágrimas y suspiros, Ni morir con el tormento:
A l m a y corazón á un tiempo, Dame algún consuelo tú
Aquél se convierte en agua, E n el dolor que padezco,
Y ésta se resuelve en viento. Y quien en el suyo muere,
Ya no me sirve de vida V i v a , siquiera, en tu pecho.
m Esta vida que poseo, No te olvides que te adoro,
Sino de condición sola Y sírvate de recuerdo
Necesaria al sentimiento. Las finezas que me debes,
¿Mas por qué gasto razones Si no las prendas que tengo.
E n contar mi pena, y dejo Acuérdate que mi amor
De decir lo que es preciso, Haciendo gala del riesgo,
Por decir lo que estás viendo ? Sólo por atropellado,
En fin, te vas: ¡ A y de mí! Se alegraba de tenerlo.
•
|J Mh
— 52 — - 53 —
Y si mi amor no es bastante, De tu rostro en el mío T u y o el óbolo sea
E l tuyo mismo te acuerdo, Haz amoroso estampa Para fletar la barca.
Que no es poco empeño haber Y las mejillas frías Recibe de mis labios
Empezado ya en empeño. De ardiente llanto baña. E l que, en mortales ansias,
Acuérdate, señor mío, Tus lágrimas, y mías, E l exánime pecho
De tus nobles juramentos, Digan equivocadas Ultimo aliento exhala.
Y lo que juró tu boca, Que, aunque en distintos pechos, Y el espíritu ardiente,
No lo desmientan tus hechos. Las engendró una causa. Que vivífica llama
Y perdona, si en temer Unidas de las manos, De acto sirvió primero
Mi agravio, mi bien, te ofendo; Las bien tejidas palmas, Á tierra organizada,
Que no es dolor, el dolor Con movimientos digan Recibe, y de tu pecho
Que se contiene en lo atento. L o que los labios callan. E n la dulce morada,
Y adiós, que con el ahogo Dame por prendas firmes Padrón eterno sea
Que me embarga los alientos, De tu fe no violada, De mi fineza rara.
N i sé ya lo que te digo, E n tu pecho, escrituras, Y adiós, Fabio querido;
Ni lo que te escribo leo. Seguros en tu cara; Que ya el aliento falta,
Para que cuando baje Y de vivir se aleja
Á las estigias aguas, La que de tí se aparta.
ENDECHAS
Si acaso, Fabio mío, Oye en tristes endechas QUE DISCURREN F A N T A S Í A S TRISTES DE UN AUSENTE.
Después de penas tantas, Las tiernas consonancias,
Quedan para las quejas Que al moribundo cisne Prolija memoria, Sino que otra especie
Alientos en el alma; Sirven de exequias blandas. Permite, siquiera, De tormento sea.
Si acaso en las cenizas Y antes que noche eterna, Que por un instante Ni de mí presumas
De mi muerta esperanza, Con letal llave opaca, Sosiegue mis penas. Que soy tan grosera
Se libró por pequeña De mis trémulos ojos Afloja el cordel, Que la vida sólo
Alguna débil rama, Cierre las lumbres vagas, Que (según aprietas) Para vivir quiera.
Adonde entretenerse, Dame el postrer abrazo, Temo que reviente, Bien sabes tú, como
Con fuerza limitada, Cuyas tiernas lazadas, Si das otra vuelta. Quien está tan cerca,
E l rato que me escuchas, Siendo unión de los cuerpos, Que sólo la estimo
Mira, que si acabas
Pueda la vital aura; Identifican almas. Por sentir con ella.
Con mi vida, cesa
Si acaso á la tijera Oiga tus dulces ecos, De tus tiranías Y porque perdida,
Mortal, que me amenaza, Y en cadencias turbadas, L a triste materia. Perder era fuerza
Concede breves treguas No permite el ahogo U n amor que pide
No piedad te pido
L a inexorable Parca, Enteras las palabras. Duración eterna:
En aquestas treguas,
Por esto te pido Méritos más altos,
Que tengas clemencia, Más dulces ternezas? ROMANCE
No, porque yo viva, ¿Si de obligaciones
S í , porque él no muera. La carga molesta EN QUE E X P R E S A LOS EFECTOS DEL AMOR D I V I N O , Y PROPONE
¿No basta cuán vivas Le obliga en mi agravio, MORIR A M A N T E Á P E S A R DE TODO RIESGO.
Se me representan A pagar la deuda?
De mi ausente cielo ¿Para qué ventilas Traigo conmigo un cuidado
Las divinas prendas? La cuestión superflua, Y tan esquivo que creo
¿No basta acordarme De si es la mudanza Que aunque sé sentirlo tanto,
Sus caricias tiernas, Hija de la ausencia? Aun yo misma no lo siento.
Sus dulces palabras, Ya yo sé que es frágil Es amor, pero es amor,
Sus nobles finezas? La naturaleza, Que faltándole lo ciego,
¿Y no basta que Y que su constancia Los ojos que tiene son
Industriosa crezcas, Sola es no tenerla. Para darle más tormento.
Con pasadas glorias, Sé que la mudanza E l término no es á quo,
Mis presentes penas? Por puntos, en ella Que causa el pesar que veo,
Sino que (¡ay de mí! Es, de su ser propio, Que siendo el término el bien,
Mi bien, quién pudiera Caduca dolencia. Todo el dolor es el medio.
No hacerte este agravio Pero también sé Si es lícito, y aun debido
De temer mi ofensa!) Que ha habido firmeza, Este cariño que tengo,
Sino que, villano, Que ha habido excepciones ¿Por qué me han de dar castigo?
Persuadirme intentas, De la común regla: ¿Por qué pago lo que debo?
Que mi agravio es ¿Pues por qué la suya ¡Oh, cuánta fineza! ¡Oh, cuántos
Posible que sea. Quieres tú que sea, Cariños he visto tiernos!
Y para formarlo, Siendo ambas posibles, Que amor que se tiene en Dios
Con necia agudeza, De aquélla, y no de ésta? Es calidad sin opuestos.
Con cuerdas palabras, De lo lícito no puede
Mas ¡ay! que ya escucho,
Acciones contestas: Hacer contrarios conceptos,
Que das por respuesta,
Sus proposiciones Con que es amor, que al olvido
Que son más seguras
Me las interpretas, No puede vivir expuesto.
Las cosas adversas.
Y lo que en paz dijo Y o me acuerdo (¡oh nunca fuera!)
Con estos temores,
Me sirve de guerra. Que he querido en otro tiempo
En confusa guerra,
¿Para qué examinas, Lo que pasó de locura,
Entre muerte y vida
Si habrá quién merezca Y lo que excedió de extremo.
Me tienes suspensa.
De tus bellos ojos Ma s como era amor bastardo,
Ven á algún partido Y de contrarios compuesto,
Atenciones tiernas? De una vez, y acepta Fué fácil desvanecerse,
¿Si de otra hermosura Permitir que viva,
Acaso le llevan De achaque de su ser mesmo.
O dejar que muera.
Mas ahora (¡ay de mí!) está
0 0 3 0 3 3
Tan en su natural centro, Pero valor, corazón,
Que la virtud y razón Porque en tal dulce tormento,
Son quien aviva su incendio. E n medio de cualquier suerte
Quien tal oyere dirá No dejar de amar protesto.
Oue si es así, ¿por qué peno?
Mas mi corazón ansioso
Dirá que por eso mesmo.
¡Oh humana flaqueza nuestra,
R O M A N C E A L MISMO I N T E N T O .
Á donde el más puro afecto
A u n no sabe desnudarle
Del natural sentimiento!
Tan precisa es la apetencia Mientras la gracia me excita
Que á ser amados tenemos, Por elevarme á la esfera,
Que aun sabiendo que no sirve Más me abate hasta el profundo
Nunca dejarla sabemos. E l peso de mis miserias.
Que corresponda á mi amor La virtud y la costumbre
Nada añade; mas no puedo E n el corazón pelean ;
(Por más que lo solicito) Y el corazón agoniza,
Dejar yo de apetecerlo. E n tanto que lidian ellas.
Si es lícito, ya lo digo; Y aunque es la virtud tan fuerte
Si es culpa, ya la confieso; Temo que tal vez la venzan;
Mas no puedo arrepentirme Que es muy grande la costumbre,
Por más que hacerlo pretendo. Y está la virtud muy tierna.
Bien ha visto quien penetra Obscurécese el discurso
L o interior de mis secretos, Entre confusas tenieblas;
Que y o misma estoy formando Pues ¿quién podrá darme luz,
Los dolores que padezco. Si está la razón á ciegas ?
De mí misma soy verdugo,
Bien sabe que soy yo misma
Y soy cárcel de mí mesma,
Verdugo de mis deseos,
¿Quién vió que pena y penante
Pues muertos entre mis ansias,
Una propia cosa sean?
Tienen sepulcro en mi pecho.
Hago disgusto á lo mismo
Muero (¿quién lo creerá?) á m a n o s
Que más agradar quisiera;
De la cosa que más quiero,
Y del disgusto que doy,
Y el motivo de matarme
En mí resulta la pena.
E s el amor que le tengo.
A m o á Dios, y siento en Dios;
Así alimentando triste
Y hace mi voluntad mesma
L a vida con el veneno,
De lo que es alivio, cruz,
La misma muerte que vivo
Del mismo puerto, tormenta.
E s la vida con que muero.
Padezca, pues Dios lo manda;
Mas de tal manera sea, Con una intuición presente
Que si son penas las culpas, Tenéis en vuestro registro
Que no sean culpas las penas. El infinito pasado
Hasta el presente finito.
Luego no necesitabais
Para ver el pecho mío,
ROMANCE Si lo estáis mirando sabio,
Entrar á mirarlo fino.
Á C R I S T O SACRAMENTADO DÍA D E COMUNIÓN. Luego es amor, no celos,
Lo que en vos miro.
Amante dulce del alma,
Bien soberano á que aspiro,
T ú , que sabes las ofensas
Castigar á beneficios,
Divino imán en que adoro;
H o y , que tan propicio os miro,
Que me animáis la osadía
De poder llamaros mío :
Hoy, que en unión amorosa
Pareció á vuestro cariño,
Que si no estabais en mí,
Era poco estar conmigo:
Hoy, que para examinar
E l afecto con que os sirvo,
A l corazón en persona
Habéis entrado vos mismo.
Pregunto, ¿es amor ó celos
T a n cuidadoso escrutinio?
Que quien lo registra todo,
Da de sospechar indicios.
Mas ¡ay, bárbara, ignorante,
Y qué de errores he dicho,
Como si el estorbo humano
Obstara al lince divino!
Para ver los corazones,
N o es menester asistirlos,
Que para vos son patentes
Las entrañas del abismo.
FR. M A N U E L D E N A V A R R E T E .
SONETO.
DE LA HERMOSURA.
LA DIVINA PROVIDENCIA.
P o e m a eucarístico, dividido en tres cantos ( i ) .
11
INTRODUCCIÓN.
I tí
- 6 4 - _ 65 -
Cantemos al Señor que nos inspira Cantarán tus favores,
Asuntos soberanos: Y extenderán tu nombre en todo el mundo.
Lejos de mí los versos que son vanos.
Como aquel que despierta alborozado
Después de haber soñado CANTO PRIMERO.
Á ITÚRBIDE, EN SU CORONACIÓN.
ROMANCE MORISCO.
PROFECÍA DE GUATIMOC.
I.
— 102 —
MI A M A D A E N L A M I S A D E A L B A .
lili
Que conmoviera los bronces.
Toma el camino del templo,
Diversas calles traspone,
I De amor los puros afectos,
Y en tu mente los conceptos
De la ciencia celestial.
Pisa las gradas ligera, ¡Oh cuánto respeto imprimes!
Y bajo el pórtico entróse. ¡Eres bella, ingenua, pura,
Como exhalación ardiente Y reinas en una altura
Que las densas nieblas rompe, Harto superior á mí!
i Y alumbra por un momento Moradora del empíreo
E l aire, el mar y los montes; (No sé yo cómo te nombre),
Así se mostró en su curso ¿Quién es el hijo del hombre
Esta aparición veloce: Digno de llegar á ti?
Á sus luces repentinas Con esas formas divinas,
Desapareció la noche. Que acá en la tierra demuestras,
Camino tras sus pisadas Das al que te mira muestras
Y llego á la iglesia, donde De la hermosura eternal:
Arrodillada la miro Y a sé lo que vale el alma
¡ En el pavimento, inmóvil. . Que mis sentidos anima,
Los ojos levanta al cielo, Pues que conoce y estima
Luego en el suelo los pone, E l precio de tu beldad.
Y en su semblante reflejan Si gentil hubieras sido,
Las llamas de los blandones. Altares te levantara,
La rodilla te doblara,
r
Y fueras mi diosa tú: Si lo que encubren tus ropas
Incienso y flores rendido T u belleza lo declara?
Tributara á tu belleza, ¿Pudiera no conocerte?
Emblemas de tu pureza, ¿Cuándo un amante se engaña?
Y tu fragante virtud. En mí con rasgos de fuego
Hoy eres á estos mis ojos Vives, Elisa, grabada.
Imagen por excelencia Dejaste el traje de seda
De la suma inteligencia, Ornado de punto y gasas,
Pues que cristiano nací: Y tomaste otro vestido
Espíritu que me guía Sin la pompa cortesana.
E n los caminos del mundo, Sabe que en oficios rudos
Y en el piélago profundo También el Amor se agrada,
Norte fijo para mí. Y bajo paños humildes
¿Qué fuera del globo triste, Sus tiernas formas disfraza.
De espanto y de sombras lleno, ¡Qué gallarda te presentas,
Si no brillara en su seno Hermosísima aldeana!
T u rayo consolador? ¡Qué bien cogido el cabello
T ú disipas los temores, Trenzado en torno con gracia!
Todo el universo alegras Las florecillas silvestres
Y haces sus moradas negras Que en él entretejes y atas,
Pensil donde reina amor. Se muestran envanecidas
De verse allí colocadas;
Y el rebozo que á tus hombros
V.
Luce con labores varias,
¡Cuándo verán mis ojos aquel día Contrasta con el vestido
E n que, dueño feliz de tu hermosura, Simple y desnudo de galas.
Ni el rigor tema de la suerte impía, Vencen en precio y estima
Ni que vuele cual sombra mi ventura! Á las margaritas raras,
De inmarcesibles rosas coronado, Los abalorios que llevas
Bajo las alas del amor propicio, Á la Cándida garganta.
Disfrutaré en tu seno reclinado Y la cadena que el pecho
De todos los tesoros que codicio. Con dobles vueltas te enlaza,
E s muestra de la que liga
Á tu voluntad las almas.
ESCENAS DEL CAMPO Y DE L A A L D E A EN MEJICO. Nunca en sus amenas sombras
Miraron las selvas altas
LA SALIDA A L CAMPO. Prodigio que así pudiese
Ser de adoraciones causa.
¿Cómo ocultarte pudieras
Ni aun al paganismo ciego,
De mi vista enamorada,
• • • • • - • -
— n6 —
L a cazadora Diana Disfruta de los placeres
Se representó tan bella Con que brinda la campaña,
Por los bosques y montañas. Y mientras dure la siesta
L a pobre choza que habitas Goza las templadas auras.
Es ya gloriosa morada, E l césped te ofrece asiento,
Donde la hermosura reina Sombra la verde enramada,
Con nuevos triunfos y palmas. Fragante aroma las flores,
Mudos y en silencio miran Y su frescura las aguas.
T u belleza soberana
Los labradores con gozo,
Con turbación las serranas. LA LID D E GALLOS.
T ú de la ciudad trajiste
E l Amor á las cabañas. Del pueblo en la opuesta parte
¡Cuántos afectos se ocultan Tosco palenque aparece,
Bajo sus techos de paja! Cercado en torno con arte,
¡Cuántos tímidos suspiros! Que lid de gallos ofrece
j Cuántas amorosas ansias A l vulgo, que á verle parte.
En estos sitios perturban Y al punto que con presura
L a antigua paz que gozaban! L a circunferencia llena,
Las quejas de los amores Saltan, llenos de bravura,
Y la voz de la alabanza, Iguales en apostura
Entre los bosques resuenan Dos gallos sobre la arena.
Y en las cimas escarpadas. Los cuellos tornasolados
Vamos á la fuente, Elisa, Con erizado plumero,
Oye en las floridas ramas Los penachos inflamados,
Las aves, que en sus gorjeos Los ojos de fuego hinchados,
Deidad del campo te llaman. Los pies armados de acero.
Oye cómo tierna arrulla E n torno primero giran
L a tórtola solitaria, Bizarros, luego delante
Que del ausente consorte E l uno al otro, se miran ;
Lamenta ya la tardanza. Y con ojo centellante
Aman las floridas hiedras, Se acercan ó se retiran.
Y á los árboles se abrazan, Hasta que en un punto, luego,
Aman las parleras fuentes, Arrebatados de ciego
Y hasta los peñascos aman. Enojo, parten furiosos,
¡Qué mucho si cuanto miras Como centellas de fuego
En vivas llamas abrasas! E n nublados tempestosos.
¡Hechizo de estas riberas! Se acometen denodados,
¡Incendio de estas comarcas! Se atacan enfurecidos,
• — J 38 —
E n t r e las s o m b r a s obscuras,
Cada vez más alentados, E n bien marcadas figuras
Los pechos todos heridos, D e l p u e b l o las calles varias.
Los flancos despedazados.
Las que desde el monte vistas
Cuando en el choque se allegan Por sorprendido viajero,
Violentos, con iras sumas, Forman á sus ojos listas
Cuando á la muerte se entregan, De trémulo reverbero
E l suelo de sangre riegan,
Y de fantásticas vistas.
E l aire llenan de plumas.
Mientras el templo sagrado
Vence á su rival odiado Lleno de piadosa gente,
E l que fortuna prefiere; Brilla, de luz inundado,
E n el polvo derribado Con las antorchas fulgente,
Queda aquél; éste á su lado Con incienso perfumado;
Canta la victoria y muere. Mientras el acorde coro
E l concurso, á la armonía Hace que su voz concuerde
De la música sonora, Con el órgano sonoro,
Rompe en vivas de alegría, Y ora su acento se pierde,
Renovando hora por hora Ora domina, canoro.
Los combates de aquel día. L a multitud se derrama
De estas sangrientas escenas Y á opuestos puntos camina,
L a vista á Elisa no agrada, Donde el placer la reclama,
Que son de su gusto ajenas, Ó la novedad la llama
Y por las huertas amenas E n cada calle y esquina.
Sola y divertida vaga. En puestos y aparadores,
Y de la plaza en las fuentes,
Brillan vasos de colores
EL MERCADO.
Y botellas transparentes
Con embriagantes licores.
L a lumbre del sol hermosa Junto al barnizado tarro
Deja el imperio del cielo Que guarda dulce conserva,
Á la sombra temerosa, Brilla un búcaro bizarro:
Pero la noche amorosa A g u a helada, que reserva
Tiende su estrellado velo. El grato olor de su barro.
Muestra apenas su camino Vense en formas desiguales,
L a nueva luna en la esfera: De azúcar cándida y leve,
E l lucero vespertino, Los esponjosos panales,
Sobre el alta cordillera, Y en porcelana y cristales
Lanza su rayo divino. Los blancos grumos de nieve.
Dibujan las llamas puras Acá en hileras tendidas
De encendidas luminarias,
Están en limpias esteras La fuente que lo acompaña
Naranjas de oro encendidas, Tiene alegre nacimiento,
Limas cual cera, y teñidas Y la sencilla cabaña
De vivo carmín las peras. Halló fácil fundamento;
A l l á , como la esmeralda, En cuyo verde recinto
Los limones aparecen, Las corrientes y las flores
Las manzanas como gualda, Hacen grato laberinto,
Las fresas, que tiernas crecen, Derramando sus olores
Del monte en la húmeda falda. L a mosqueta y el jacinto;
También la encarnada guinda, Allí la ilustre belleza
L a nuez de dura cubierta, De Elisa reside y mora,
L a fruta del moral linda, Y allí la naturaleza
Y la granada que, abierta, De las gracias que atesora
Todos sus tesoros brinda. Hace muestra con largueza.
En fin, á los ojos lucen En silencio y alto olvido
Cuantos de aquellos confines, El orbe todo descansa,
Los huertos frutos producen, Y mi dulce bien, dormido
Y las flores, que relucen A l soplo del aura mansa,
En sus cerrados jardines. Reposa en lecho florido.
Donde rosas y azahares E n su corazón, el sueño
De aromas forman corrientes, De envidia exento y de agravios,
Y disipan los pesares Infunde dulce beleño,
Las aves con sus cantares, Y con el dedo en los labios
Con su murmullo las fuentes. L a vela el Amor risueño.
Un pecho que la adoraba
Rompió el silencio á deshora,
LA SERENATA.
Y así esta letra cantaba,
Que su pasión declaraba
Sobre los mares de Oriente A l son de un arpa sonora:
Los dos gemelos hermosos
Alzan la estrellada frente, ¡Oh, tú, que duermes en casto lecho,
Y por los bosques frondosos De sinsabores ajeno el pecho,
Vaga templado el ambiente. Y á los encantos de la hermosura,
Junto al redondo vallado
De césped compuesto y piedras,
De altos cedros coronado,
» É
Unes las gracias del corazón,
Deja el descanso, doncella pura,
Y oye los ecos de mi canción!
Donde forman enrejado ¿Quién en la tierra la dicha alcanza?
Los laureles y las hiedras; Iba mi vida sin esperanza,
En cuyo fértil asiento Cual nave errante sin ver su estrella,
Cuando me inundas en claridad;.
Y desde entonces, gentil doncella, Y á los acentos suaves
Me revelaste felicidad. De la canción que enamora,
¡Oh, si las ansias decir pudiera Siguió la voz de las aves
Que siente el alma, desde que viera Cantando á la nueva aurora.
Ese semblante que amor inspira
Y los hechizos de tu candor!
Mas, rudo el labio, torpe la lira, SITIOS Y E S C E N A S DE ORIZABA Y CÓRDOBA.
Decir no puede lo que es amor.
Del Iris puede pintarse el velo;
Del sol los rayos, la luz del cielo;
La negra noche, la blanca aurora;
LA F U E N T E DE OJOZARCO.
Mas no tus gracias ni tu poder,
Ni menos puede de quien te adora
Sonora, limpia, transparente, ondosa,
Decirse el llanto y el padecer.
Naces de antiguo bosque, ¡ oh sacra Fuente !
Amor encuentra doquier que vuelva
E n tus orillas canta dulcemente
L a vista en torno; la verde selva,
E l ave enamorada y querellosa.
Florido el prado y el bosque umbrío,
Ora en el lirio azul, ora en la rosa
L a tierna hierba, la hermosa flor,
Que ciñen el raudal de tu corriente,
Y la cascada, y el claro río
Se asientan y se mecen blandamente
Todos me dicen: amor, amor.
L a abeja y la galana mariposa.
Cuando te ausentas, el campo triste Bien te conoce A m o r por tus señales,
De luto y sombras luego se viste; Gloria de las pintadas praderías,
Mas si regresas, la primavera Hechizo de pastoras y zagales.
Hace sus galas todas lucir:
¿Mas qué son para mí tus alegrías?
¡Oh, nunca, nunca de esta ribera,
¿ Qué tus claros y tersos manantiales,
Doncella hermosa, quieras partir!
Si sólo has de llevar lágrimas mías ?
tomo 1. 8
— 124 —
— 125 —
Mírase aquí selvosa la montaña: Y doblando sus iras y furores,
A l l í el ganado ledo, que sestéa Esparce en remolinos turbulentos
Parte en la cuesta, y parte en la campaña. Aridez, sequedad, polvo y ardores.
Y en la tarde, al morir la luz febea, I
Convida á descansar en la cabaña
L a campana sonora de la aldea. EL VIENTO NORTE.
— 134 — — 11=; —
A quien puros inciensos Que la mudanza anuncian.
Rodean y perfuman; E l hijo pequeñuelo
Á quien canoras aves E l seco pecho estruja
Dulcísimas adulan. De la madre, que al seno
Los genios, á quien mandas L o estrecha con angustia.
Que tus decretos cumplan, Á tus altares corre
Nos privan de los dones La desolada turba
Que en tu morada abundan. Con pálidos semblantes
Los frescos manantiales Y desceñidas túnicas.
Cerraron en sus urnas, Mira al pequeño infante
Y niegan á los campos Que en desvalida cuna
T u s bienhechoras lluvias. Por el sustento clama
^ Lleváronse á su hermana, Y refrigerio busca.
A la deidad augusta ¡ A y ! atiende á sus ruegos,
Que nos daba las mieses Sus clamores escucha,
Solícita y fecunda; Y á nuestros campos vuelve
Las mieses, más preciosas La pompa y hermosura.
Que las riquezas sumas Abre las fuentes claras,
Y que las perlas raras Nuestros valles inunda,
Que da la mar cerúlea. Restituye á sus diques
Resquiébrase abrasada La plácida laguna.
L a triste tierra inculta, Mas no de lo alto lances
Trocando en polvo estéril E l rayo que relumbra :
Sus galas y verdura. No sufren nuestros ojos
Sobre el pesado fango La luz que los ofusca:
De la muerta laguna, E l espantoso trueno
Ni el cisne se pasea, Que horrísono retumba,
Ni la barquilla cruza. Postra al anciano débil
Pide en su pena al cielo Y al tierno niño asusta.
E l labrador ayuda, Alguna vez del orbe
Y el sol, con rayo ardiente, Vendrá á noche profunda,
Tuesta su faz adusta. Herida de tus rayos,
Cuando la triste aurora L a excelsa arquitectura.
En el Oriente alumbra Ahora nos liberta
No el coro de las aves De presenciar la lucha
Festivo la saluda. Con que la tierra y cielo
En el abismo se hundan.
Cuando de noche reina
La soñolienta luna,
Nubes no la coronan
Hirió su luz fulgente
ENHORABUENA Imperios espaciosos:
Nunca mantuvo ociosos
EN LA CORONACIÓN DE UN PRÍNCIPE. 50 el manto soberano
Su planta firme y su esforzada mano;
Amado pueblo mío, Reprimió la malicia,
N o más llanto doliente, Y colocó en el trono la justicia.
Y suspende el plañir de la amargura:
Recobra esfuerzo y brío: ¡Oh, cuán irreparable
Ciñan flores tu frente Su pérdida nos fuera,
Y vístete de gala y hermosura. 51 no encontrara en ti sucesor diño!
Benevolencia pura Por manera admirable
T e muestra el alto cielo T u exaltación sincera
Dándote por consuelo E l hado dichosísimo previno:
U n príncipe preciado, E l próspero destino
Guerrero en los combates esforzado, Trazó con firme dedo
Solaz al afligido, Rumbo á tus plantas nuevo:
Padre del miserable y desvalido. A l porvenir obscuro
Sucedió clara luz con rayo puro:
Partió de aqueste mundo T u nombre quedó inscrito
E l rey que te regía, Entre el número de astros infinito.
Bajando de la muerte á la morada:
Siguió gemir profundo E l rey del claro día
A l canto de alegría, Que tierra y mar profundo
Y endechas á tu música acordada. Rige, de los alcázares del cielo,
T u luz quedó apagada, Determinado había
T u hermosa flor marchita, Que fueras en el mundo
Rota tu margarita, Hijo de rey, de reyes el modelo.
Sin brillo tus pendones, Como en fecundo suelo
Pasados de dolor los corazones, De su semilla, hermoso
Tus confines con susto, Crece el árbol frondoso,
Y de sombras cercado el solio augusto. De pompa coronado,
Sobre los bosques y el florido prado;
Así con fuerzas nuevas
Intrépido guerrero,
T u estirpe gloriosísima renuevas.
Fué de tu pueblo escudo,
Grande en el mando, y en obrar ardiente
Con pecho y brazo entero Desde tu trono atiende
A l contrario sañudo A fáciles consejos
Hizo en el polvo sepultar la frente. Que al labio dicta el corazón sencillo;
; -^SiSKgí® - - «a***
- 139 -
Á la verdad defiende, Que suele el cielo justo
Desterrando á lo lejos Sobre soberbio imperio
De torpe adulación el falso brillo. Centellas fulminar con brazo airado,
E l valor, tu caudillo; Trueca con ceño adusto
T u norma, la prudencia; Su mando en cautiverio,
T u madre, la experiencia Y en oprobio su nombre celebrado.
Serán, y porque aciertes, Ejército esforzado
Mantén la dulce paz con leyes fuertes Cubre, de gentes fieras,
Uniendo en blando lazo Sus montes y riberas:
A l pacífico pueblo en tu regazo. La vengadora llama
Por templos y ciudades se derrama:
Cuida con tierno empeño E n sus campos incultos
Y en su seno alimenta Yacen ¡ay! sus guerreros insepultos.
A l hijuelo, la madre cariñosa:
Vela su dulce sueño:
Ó bien de los nublados
Sólo para él alienta:
Lanza lluvia copiosa
No descansa en un punto, no reposa.
A l brillar de relámpagos ardientes;
No menos oficiosa
Arrastran los sembrados
T u mano excelsa y firme
Con furia procelosa
Á tu pueblo confirme;
Hinchados y sonoros los torrentes:
E n perdurable vela
Otras veces dolientes
Sírvele de defensa y centinela; Los campos, á porfía
Y tenlo á ti estrechado Luchan con la sequía;
De contento y de bienes abastado. Ó bien el austral viento,
Empañando los astros con su aliento,
Escucha ¡oh rey! mi aviso; Hiere con soplo fiero,
Jamás flaco y cobarde Ministro de la muerte, á un pueblo entero.
T e entregues con molicie al abandono
E l Dios supremo quiso
Que el fuego que en él arde Por eso resignado
Incólume mantengas en el trono. Á Dios, y ante él rendido,
V i v e libre de encono; Escucha sus palabras sacrosantas.
Sé firme en justa guerra: No pongas descuidado
Los placeres destierra: Sus leyes en olvido;
T u s consejos preside: Y pues por él al solio te levantas,
C o n trabajo y labor el hambre impide Humíllate á sus plantas.
Y sufre con paciencia, Será entonces con gloria
E n unión de tu grey, la pestilencia. T u hermana la victoria:
Serán tus pueblos fieles:
tomo i.
Coronarás tus sienes de laureles;
N o llegar á su fin, nadie lo espere;
Y al fin, dejando el suelo,
L a más alegre y dilatada vida
V i v i r á s con los astros en el cielo.
E n yerto polvo convertida muere.
¿Ves la tierra tan ancha y extendida?
Pues no es más que sepulcro dilatado
CANTOS DE NETZAHUALCOYOTL. Que oculta cuanto fué, cuanto ha pasado.
tomo i.
Las vírgenes tocando sus panderos Bendecid en idiomas diferentes
Seguían, y así cantaban: Su nombre sin segundo:
Ved que sobre los astros se levanta
Lleno de luces, y sus glorias canta
«Gloria al Dominador, siempre triunfante,
L a redondez del mundo.
Oue esas turbas con r a y o devorante
Dejó ya traspasadas.
¿Oís cual retumbó su voz sonora?
Celebrad su poder, tribus dichosas,
Bendigamos su mano protectora,
Que fuisteis por sus manos poderosas
Su poder y su alteza:
Del polvo levantadas.»
E l es roca y presidio de afligidos,
Pidámosle, y dará á sus escogidos
L a pompa prosiguió: ledos y ufanos
Virtud y fortaleza.
Del pueblo de Judá los más ancianos
Caminaban delante;
Los de Néphtali y Zabulón seguían,
Y los de Benjamín después venían LA REVELACIÓN.
Con rostro jubilante.
CANTO CUARTO.
Haz, Señor, de tus obras larga muestra,
Confirma las hazañas de tu diestra,
Episodio de Aglaya.
Establece tus leyes;
Poseídos de horror, llenos de espanto,
XLV.
Llevarán dones á tu templo santo
Los príncipes y reyes. Atada á un tronco la ligera barca,
Descanso un prado nos brindó y asilo,
De aquel pueblo falaz, que desde el Nilo Q u e extenso valladar ciñe y abarca
Nos acecha cual fiero cocodrilo, De obscura madreselva y verde tilo:
Reprime los clamores; A n t e una ermita que su centro marca,
Y de éstos, que nos buscan coligados, De mujeres hallé coro tranquilo,
Furiosos como toros encelados, Mostrando entre sus velos ojos bellos
Enfrena los furores. Y negras trenzas por los albos cuellos.
o
— 16o — — 161 —
tomo 1.
E n aqueste lugar gime y padece.
V i v i r del fin eterno separada
Y sufrir el dolor, bien lo merece
Quien pudo vacilar por un instante,
Entre el amor, de Dios y el de su amante.
XCVI.
XCVII.
D. MANUEL CARPIO.
Dijo y en largo llanto se desata,
Semejante á las gotas de rocío,
Que de su trono de cristal y plata
Vierte la luna sobre el bosque umbrío
Cuando la noche plácida dilata
Por el orbe su extenso señorío ;
Y ofrecen al mortal para consuelo
Quietud la tierra y esperanza el cielo.
D. M A N U E L CARPIO.
CASTIGO DE F A R A Ó N .
— 176 —
S e deje el camino seguro y abierto, De Oriente al Ocaso, del Sur al mar Grande,
Y hacer sacrificios allá en el desierto Errantes las sombras cubrieron el cielo,
E n rústicas aras al grande Criador. Relámpagos rojos cruzaban el suelo,
Los truenos hacían la tierra temblar.
«Seis plagas has visto que toda la gente E l Nilo bramaba, bramaban los mares,
Sufrió por tu culpa, le dijo el anciano ; Bramaban sus costas, silbaban los vientos:
A l Dios de mis padres resistes en vano ; De Tebas y Tanis los hondos cimientos
E l quiere librarnos y es fuerza partir. Del rayo temblaban al duro estallar.
Humíllate débil al fuerte Adonai:
E l hizo los montes, los campos y mares; Rasgadas las nubes, la lluvia ruidosa
Y allá en esos cielos, él puso á millares Inunda los campos, rebosan las fuentes,
Las altas estrellas que miras lucir.» Y bajan las aguas en turbios torrentes
Y arrastran las olas ganado y pastor.
E l R e y entretanto, cambiando colores, Mezclados andaban granizos y rayos,
Se inunda su pecho de cólera amarga: L a hierba del campo y el árbol hirieron;
Y a coge la espada, ya coge la adarga, El toro robusto y el hombre murieron,
Y a baja del solio, ya vuelve á subir. Y el reino cubrióse de luto y horror.
Temblaban los guardias al ver el enojo
Que agita al monarca cual tigre en la reja; El bárbaro río sus márgenes cubre,
Revuelve los ojos, enarca la ceja, Arranca los cedros de Menfis altiva,
Y en tono tremendo comienza á decir : Y en gran remolino sus palmas derriba
Y arroja los troncos al férvido mar.
«¿Cómo es que un hebreo, cómo es que un esclavo E n tanto el ganado del pueblo judío
Armado tan sólo de mágica vara E n campos floridos pastaba contento,
M e pida insolente, y así, cara á cara, Y allí no sintieron granizo ni viento,
Librar á sus tribus? Así no será. Y sólo de lejos oyeron tronar.
Primero los mares, abriendo su seno,
Á mí y á mis tropas y carros cubrieran, Pasada la negra ruidosa borrasca,
Que gentes tan viles de Egipto salieran; Que salgan las tribus el Rey no consiente ;
Serán aquí siervos, aquí morirán.» Mas alza el caudillo la vara potente,
Y hambrientas langostas obliga á venir.
Oyendo el profeta palabras tan duras, Y luego tinieblas espesas derrama,
«Mañana, le dijo, verás tempestades, Y á Egipto sus luces el cielo le niega ;
Habrá granizadas, habrá mortandades, Tan sólo el hebreo contento se entrega
Verás maravillas que Egipto no vió.» A juegos campestres y alegre festín.
Y dando la vuelta salió del palacio;
Las sombras cubrían la tierra otra noche,
Y cuando cercano mostrábase el día,
E l pueblo en su sueño posaba tranquilo,
A l cielo terrible la mano tendía,
Y manso corría magnífico el Nilo;
Y negro nublado los aires cubrió.
Callaba la tierra, callaba la mar.
Sus lágrimas ruedan, y da un alarido
Pacíficas duermen las Cándidas garzas
Que en todo el alcázar, en todo se oyó.
Allá entre las cañas, orillas del río ,
Las bestias feroces en campo sombrío
Lloraba la Reina, sus manos torcía,
Y en húmedas cuevas dormidas están.
Con ayes dolientes á su hijo llamando,
Y suelto el cabello, y el velo arrastrando,
Los áulicos altos, los nobles magnates
Toda ella temblaba de espanto y dolor.
Descansan en lechos de púrpura rica:
Gritaban las madres por calles y plazas,
Mas ¡ay! sobre sedas el Rey se abanica,
Alzaban los ojos llorosos al cielo,
E inquieto en su cama no puede dormir.
O bien de rodillas besaban el suelo,
Repasa en la mente las plagas horribles,
Haciendo plegarias á Osiris y Amón.
Que al reino trajeron inmensa amargura,
Le eriza el cabello su suerte futura;
Tremendo castigo de un pueblo orgulloso,
Sudando y convulso se siente morir.
Idólatra ciego, que á un pueblo su hermano,
Oprime sin tregua con bárbara mano,
Un ángel en tanto voló como un rayo, Y apenas le deja del sueño gozar.
De Siene hasta el Delta temblando de enojo ; Empero esa noche soñando en su viaje,
Con la ala derecha tocaba el Mar Rojo, L a s tribus d o r m í a n e n rústicos l e c h o s ;
L a izquierda tocaba el Libio arenal. Terror no agitaba los Cándidos pechos
Volaba cubierto de espesa tiniebla, De aquellos mortales, amor de Jehováh.
Llevaba en la mano su acero sangriento,
Sus negros cabellos vagaban al viento,
E l ángel en tanto se para en la cumbre
Sus ojos brillaban con luz funeral.
De la alta pirámide, y da una mirada
Á todo el Egipto, y envaina la espada,
Cual suele en los campos un gran torbellino Y quédase un rato pensando entre sí.
Quebrar las cañuelas de verdes espigas, De nuevo desplega sus rápidas alas,
Dejando burladas así las fatigas Y parte, y resuena su espada en el vuelo;
Y dulce esperanza de algún labrador; Divide las nubes y encúmbrase al cielo,
Así pasó el ángel airado matando Y dice, postrado: «Señor, ya cumplí.»
A cuantos varones nacieron primero:
Murió desde el hijo del pobre leñero, Así en ese tiempo y en esas regiones
Hasta el del monarca de Egipto señor. Quebranta Adonai la fuerte cadena
Del pueblo escogido, y humilla y enfrena
Un grito de muerte se oyó á media noche A l bárbaro egipcio, y al gran Faraón.
E n todo el Imperio; llevaba la gente Libró á los judíos con brazo robusto,
Pavor en el alma, sudor en la frente; Y á tantos prodigios tembló el Filisteo,
De todos los ojos el llanto corrió. E l fuerte Moabita, y el fuerte Idumeo,
E l Rey se levanta del lecho de grana, Y el rico Fenicio temblaba en Sidón.
Los vastos salones recorre aturdido,
A u n hay obeliscos y templos y tumbas Y el duro suelo escarban y golpean,
De Tebas y Menfis allá entre las ruinas, Y están inquietos por salvar los fosos.
Que vieron al ángel en densas neblinas Sus cascos hollarán en Babilonia
Cual águila negra volando cruzar; Las estatuas de dioses incensados,
Allí Bonaparte á orillas del Nilo, Hollarán á los nobles y soldados,
A l dar á los turcos batalla tremenda,
Y yelmos y viseras y corazas,
Es fama que dijo, «aquí va la senda
Y en gran tropel levantarán el polvo
Que ha visto de un ángel la sombra pasar.»
De las soberbias y desiertas plazas.
Del palacio en los patios á cuchillo
Con su Rey morirán tantos vasallos,
Que en esta noche la caliente sangre
L A C E N A DE B A L T A S A R .
A los frenos dará de los caballos.
Era de noche, y la redonda luna, Mientras que Ciro con ardor se apresta
Desde la inmensa bóveda del cielo, A dar por fin el formidable asalto,
Alumbraba los sauces del Eufrates L a ciudad, cual ramera deshonesta,
Y á la gran Babilonia en sus festines, Entrégase al placer sin sobresalto,
Fortalezas, alcázares, jardines, Y á regocijos que el honor detesta
Y los templos magníficos de Belo. Se abriga el padre y á la par la esposa,
E l libertino y el anciano triste,
E l intrépido ejército de Ciro El agorero y la doncella hermosa.
Está sobre las armas impaciente Entre bailes y cantos de alegría
Por tomar la ciudad: la infantería Resuena la algazara de las gentes
Se conmueve y agita sordamente, Que por las calles van como dementes
Cual negra tempestad que allá á lo lejos Entre la confusión y gritería.
Brama y rebrama en la montaña umbría. También de Baltasar el gran palacio
Y a se aprestan de Persia los jinetes, Se agita alegre con festín ruidoso:
Sus fuertes armaduras centellean, E l Rey, y sus mujeres y magnates,
Y encima de los cóncavos almetes Todos ocupan un salón fastoso
Altos plumajes con el aire ondean. Que tiene vista al caudaloso Eufrates.
Y a se escucha el crujir de los broqueles, E l soberbio salón es un portento:
De la trompeta el bélico sonido, Las paredes de estuco están doradas
Y el bufar de los férvidos corceles, Y forman el grandioso pavimento
Y la grita de jóvenes bizarros, Variadas losas de lucientes jaspes
Y del sonante látigo el chasquido, Cubiertos con asiáticas alfombras
Y el rodar de las ruedas de los carros. De los remotos climas del Hydaspes.
Y a los caballos con su blanca espuma Cien columnas blanquísimas de mármol
Humedecen sus pechos espaciosos; Sostienen la magnífica techumbre;
A l ruido de las armas se recrean, Lámparas de oro de labores bellas
A u n hay obeliscos y templos y t u m b a s
Y el duro suelo escarban y golpean,
De Tebas y Menfis allá entre las ruinas,
Y están inquietos por salvar los fosos.
Que vieron al ángel en densas neblinas
Sus cascos hollarán en Babilonia
Cual águila negra volando cruzar;
Las estatuas de dioses incensados,
Allí Bonaparte á orillas del Nilo,
Hollarán á los nobles y soldados,
A l dar á los turcos batalla tremenda,
Es fama que dijo, «aquí va la senda Y yelmos y viseras y corazas,
Que ha visto de un ángel la sombra pasar.» Y en gran tropel levantarán el polvo
De las soberbias y desiertas plazas.
Del palacio en los patios á cuchillo
Con su Rey morirán tantos vasallos,
L A C E N A DE BALTASAR. Que en esta noche la caliente sangre
A los frenos dará de los caballos.
Baja, hermosa, del Líbano excelso Mas pasada tan negra borrasca,
Con guirnalda de lirios y nardos; Subirás con un vuelo seguro
Ven del monte de fuertes leopardos, Más allá del magnífico Arturo,
Baja ya del florido Sannir. Del magnífico Orion más allá.
í
»Dile que dentro el corazón me duele
Entonces se apresura, y semejante
De ver al hombre en su angustiosa pena,
A l rayo del Señor, se precipita,
Que me duele el crujir de su cadena,
Las blancas alas más y más agita,
Y que sudando por romperla anhele. Y en Nazaret preséntase triunfante.
Desde la inmensa altura en que venía »Anda el mortal sobre ásperos abrojos
L a tierra triste apenas se miraba, Por desiertos sin agua y sin camino,
Y sus ojos en ella el Ángel clava, Rasgado el corazón, perdido el tino,
Los negros ojos, llenos de alegría. Y están hinchados de llorar sus ojos.
»Y no quiere aplacarse el Dios clemente »Pasarán esta tierra y estos mares,
Cuando en las aras el incienso humea; Podrá venirse abajo el firmamento,
L a sangre, en vano, del altar chorrea, Pero ese rey en su inmutable asiento
Y en vano empapa el suelo delincuente. Verá pasar los siglos á millares.
•
»Del mundo ingrato el crimen infinito —»¿Cómo ser madre—díjole María—
Con la sangre de toros no se expía, Si me conservo en virginal pureza ?
N i con humo tampoco : ¿ qué valdría Gabriel entonces con gentil viveza
E l humo y sangre para tal delito? Á la hermosa Israelita le decía:
«Dios te guarde—la dijo—alta Criatura: Los ojos baja á esta sazón la Hebrea,
Eres más linda que la luna llena Los grandes ojos que en el suelo clava,
Cuando se eleva' de la mar serena Y «he aquí—exclamó—de mi Señor la esclava:
Después que huyó la tempestad obscura. E n mí cumplida tu palabra sea.»
»La gracia del Señor en ti rebosa, Oyóla el Angel, y admirado ante ella
Y antes que el aquilón se desatara, Quédase un rato, inmóvil como roca;
Y antes también que el piélago bramara Después, con humildad pone la boca
Jehováh te destinó para su esposa. E n el polvo que pisa la Doncella.
»Tu Hijo el Criador ha de ocupar un solio, Ángeles mil y mil pasmados se hallan
Y regirá su cetro á las naciones, E n el cielo con tantas maravillas,
Y flotarán triunfantes sus pendones Cierran las alas, doblan las rodillas,
Encima del soberbio Capitolio. Bajan los ojos y postrados callan.
— 198 —
De altivos Faraones, de griegos Tolomeos,
DESPEDIDA DE HÉCTOR. De bárbaros Califas, y piensa en los trofeos
Que bravos los cruzados lograron alcanzar.
SONETO.
Absorto en pensamientos gloriosos y sublimes
A l l á de Troya en el inmenso foro Camina por la playa del mar adormecido,
Héctor ostenta su luciente cota, Del mar que en otro tiempo con hórrido bramido
Lanza y morrión y cándida garzota, Caballo y caballero y carros se tragó.
Y altos coturnos recamados de oro. L a noche se adelanta cubriendo de tinieblas
Su esposa se le acerca, y blando lloro E l bárbaro desierto y el piélago callado ;
Amargamente de sus ojos brota, Apenas se distingue soldado de soldado,
Y bajo el velo que en el aire flota Apenas se distingue camello de bridón.
Le lleva el hijo, de los des tesoro.
Quiere cogerlo en brazos el troyano, Del mar en la ribera tan sólo se escuchaban
Y el niño desconócele y se espanta, De pájaros marinos los gritos lamentables,
Grita y se esconde en el materno seno. Pisadas de caballos y estrépito de sables,
Héctor entonces con robusta mano De tropas que seguían al ínclito adalid.
Se quita el casco, al niño se adelanta, E n esta negra noche, en medio á tal escena
Lo besa, y parte de congoja lleno. Que pasa en el desierto; ¿quién ¡ a y ! pensado habría
Que Europa la orgullosa vencida en algún día
Delante de aquel joven rindiera la cerviz ?
I.
tomo i.
El sol brillando en la mitad del día, ¡Ah! que por siempre en soledad se vea,
Menos el pecho inflaman, Que negado le sea
Menos la fuerza de ese amor proclaman El sol, y gima sin hallar consuelo,
Que el alma santa de la Madre mía. El pecho descreído
i Que tu gracia no admire agradecido
Escogida por ti, de gracia llena, E n la Reina hermosísima del cielo.
L a bárbara cadena
:m81 ¡ U n punto no arrastró del enemigo: Y o te adoro, Señor: ferviente el labio
T ú alzaste el brazo airado, T e aclama bueno y sabio.
Y no llegó ni sombra de pecado A l levantar tu mano sacrosanta
A l blando seno que iba á darte abrigo. A esa Doncella pura,
También, Señor, á singular altura
T e debías á ti tan alta gloria: A la mujer de que nací, levanta.
Por tu insigne victoria,
Necesaria, Señor, á tu grandeza,
Pudo modesta y pía II.
Sola á tus ojos ofrecer María,
No indigna de la tuya, su pureza. INVOCACIÓN Á L A BONDAD DIVINA.
»
El grande privilegio verdadero «Da quod jubes, et jnbe quod vis.»
Confiese el orbe entero: (San Agustín.)
E n ningún corazón la duda habite.
¿Quién, Padre soberano, No amargo desconsuelo
Contó las maravillas de tu mano? Permitas que de mi alma se apodere,
¿Quién hay, Señor, que tu poder limite? Señor; ni el bien que el cielo
L a ofrece, considere
¿Retroceder no hiciste la corriente Costoso, y de alcanzarle desespere.
Del Jordán á su fuente?
¿ A l pueblo de Israel no dió camino T u generosa mano
Seco el mar á tu acento? Mantenga sobre el agua mi barquilla,
¿Y en la piedra de Oreb no halló sediento Siquiera el Noto insano
Fresco raudal y puro y cristalino? L a contrastada quilla
Bramando aleje de la dulce orilla.
¿No cantan las angélicas legiones,
No cantan las naciones Es yugo más süave
E n esa joya de inmortal valía El de tu ley; es carga más ligera:
Inclinada la frente, Con peso harto más grave
U n prodigio, Señor, más excelente? Y angustia verdadera
1 Aflige el vicio, si en el mal impera
¿No es Madre y virgen la feliz María?
111
9
i
¿Á quién, Señor, la vía
No complace risueña y deleitosa,
Que á tu morada guía, III.
Si en ella siempre hermosa
Entre nardo y clavel crece la rosa? A MI PRIMO Y A M I G O D. JOSÉ JOAQUÌN PESADO.
Mas tu ejemplo magnánimo condena Paz logrará. Con nueva furia enciende
E l bárbaro egoísmo, el desaliento , L a discordia civil su horrible tea,
El miedo v i l , que de baldón nos llena. Y la llama voraz crece y se extiende.
Que el templo, empero, respetado sea;
Y que al Sumo Pastor el pueblo unido,
U n dogma y una ley tan sólo crea.
Á GERMÁNICO.
LA MAGDALENA.
L A CORONA DE FLORA.
Y t ú t a m b i é n , ¡oh Cándida a z u c e n a !
Tiendes de nieve las brillantes alas, ( 1 ) Con este nombre es conocido en A n d a l u c í a uno de los más hermosos árboles
Y de fragancia y granos de oro llena que engalanan sus deliciosos verjeles. S u flor blanca, al desprenderse del botón, se
Desplegas noble tus altivas galas: tiñe á pocos días con una mancha de color de rosa; y sucesivamente se dividen am-
bos colores la gloria de hermosearla con caprichosa variedad, hasta que predomina
Y o la inocencia de tu faz serena
un rosa vivísimo, que conserva hasta su muerte.
Si la inconstancia tu color anima, Como la rosa altiva y desenvuelta:
Rival ó de la nieve, ó de la grana? Bella, débil, modesta, halagadora,
Si hay quien vuestra beldad eterna estima, ¿Quién es el que te mira y no te adora?
Que la ley del amor resiste ufana,
¡Oh siemprevivas! Circundad su frente; Crece, ¡oh tímida flor! doquiera veas
¡Nada pidáis á un corazón ardiente! Latir de amor un corazón sensible,
Emblema dulce de su fuego seas;
T ú le hablas j a y ! admiración de Flora, Su amada como tú, bella, apacible;
i Oh milagrosa, oh dulce sensitiva! Y, pues de Flora el reino enseñoreas,
Toma en ti la modestia encantadora Y yo canté tu triunfo bonancible,
Virgíneo velo que el amor aviva: E l aura que tu bálsamo respira
Mas si á la noche, al aura silbadora, Hiera también las cuerdas de mi lira.
Niegas prudente tu hermosura esquiva,
E l beso, tan sabroso diferido,
¿Por qué no premia al amador rendido?
E L OTOÑO.
Veloz se precipita
De la alta sierra el bramador torrente,
Como corcel que irrita
La espuela; é impaciente
Arrastra cuanto estorba su corriente.
A L S A G R A D O C O R A Z Ó N D E JESUS.
ODA.
T ú de la sangre fuiste
Del Cordero de Dios urna sagrada,
Y bullir la sentiste
E n tu seno inflamada
Por verse en mi rescate derramada.
De su piedad la alteza
E l Padre puso en ti con larga mano,
Y toda la riqueza
De su amor soberano,
Gloria y delicia del linaje humano.
, L a caudalosa vena
De su virtud benéfica y fecunda
Desciende á ti serena,
Y tus senos inunda,
Y en mil prodigios de bondad redunda.
f
Y o también olvidado
Largos años de ti, y á tu enemigo
Con toda el alma dado,
Tus riquezas prodigo,
Y á tormentos, sin término me obligo.
AL AMOR.
L A G U E R R A CIVIL.
Los que olvidando un punto sus furores Cuando el recién nacido llore hambriento.
Convierten á la esposa ante el esposo E l pecho exhausto le dará la madre,
En víctima de lúbricos amores. Y sangre beberá por alimento.
Más y. más crece el fuego pavoroso, Por mal que á la virtud proscrita cuadre,
Y el soldado el doméstico santuario Por quitarle su pan, fiero el hermano
Tras el botín asalta codicioso. A l hermano herirá, y el hijo al padre.
EL ZENTZONTLE.
E n el ardiente Estío,
Cuando el sol en el cielo apenas arde,
E l himno de la tarde
Cantas en las praderas
A l rumor de las brisas lisonjeras.
Y en la noche callada,
Cuando la luna pálida fulgura,
Como virgen que vela enamorada,
Y la naturaleza desmayada
En grata, inmóvil languidez reposa, Cuando altiva otro tiempo y vencedora
Y la nocturna diosa La reina de Occidente,
Ornada en jaspes de vistosas plumas
Vierte doquier su plácido beleño,
Alzaba al cielo la serena frente,
En el sereno ambiente
Y Axayacatl valiente,
Suspiras tiernamente
Humillando á sus pies á las naciones,
L a tímida canción de un dulce sueño.
Sus gloriosas conquistas extendía,
Y doquier la victoria sonreía
En esas tristes horas
Á la sombra feliz de sus pendones,
T u cadenciosa voz llega al oído,
E n la risueña margen de los lagos,
El silencio turbando,
Los sinsontes con notas celestiales
Como el eco fugaz de un bien perdido;
Del guerrero imitaban la querella,
Como el vago gemido
E l discorde vibrar de los timbales,
De un alma ardiente, que en ardiente anhelo
La enamorada voz de la doncella
La tierra va cruzando,
Y el clamor de los himnos nacionales.
Solitaria y doliente suspirando,
Otras veces, volando en la espesura,
Sin cesar suspirando por el cielo.
De la fuente imitaban los rumores;
El lamento del mirlo entre las flores;
A l levantarse un día
L a querellosa voz de la paloma,
Entre las olas de la mar hirvientes
L a adorada y hermosa patria mía, De hondos suspiros llena;
Quiso amoroso Dios que independientes Del tardo buey el trémulo bramido,
Los sinsontes su atmósfera cruzaran Y el hórrido silbido
A la luz de sus astros refulgentes; Del reptil que se arrastra entre la arena.
Que allí su dulce amor tiernos buscaran,
Y , orgullosos volando en las alturas, Así cual del Anáhuac contemplando
Su juventud espléndida cantaran La majestad divina,
E n la selva, en el monte, en las llanuras. Que un sol de fuego espléndido ilumina,
Mustia y triste la Europa nos parece,
Y su antigua hermosura palidece;
Tus hermanos, de entonce, en raudo vuelo
Así cuando el sinsonte enamorado
Cruzan su hermoso suelo,
Feliz se oculta en el risueño prado
Sus soberbias montañas, sus veijeles,
Y canta entre las palmas y las flores,
Sus floridos y extensos limonares,
Deben enmudecer los ruiseñores.
Sus magníficos bosques de laureles;
Y suspiran dulcísimos cantares,
T ú , inimitable artista,
Impregnados de amor y sentimiento,
E n mil revueltos giros
Y el ambiente respiran de sus mares,
Volando caprichoso,
Y orgullosos se mecen en el viento,
Imitas cadencioso
Que sacude sus anchos platanares.
Ecos, cantos, murmullos y suspiros.
Toa o 1.
Siempre hallas una voz y una armonía ¡Cuánto gozo escuchando embelesado
Para expresar tu duelo, Ese tímido acento apasionado
Y traduces en tierna melodía Que en mi niñez oí!
Del amor el dulcísimo consuelo A l ver de lejos la arboleda umbrosa,
¡Cuál recuerdo, en la tarde silenciosa,
Y el ardiente placer de la alegría.
L a dicha que perdí!
Tienes siempre al mecerte por el viento
Para todos los goces un acento;
Aquí al son de las aguas bullidoras,
Á todo prestas inefable encanto,
De mi dulce niñez las dulces horas
Y ora el dolor te agite, ora el contento,
Dichoso vi pasar,
No hay dicha, no hay afán, no hay sentimiento
Y aquí mil veces, al morir el día,
Que tú no expreses con tu tierno canto.
Vine amante después en mi alegría
¡Cuál conmueve tu voz el alma mía!
Dulces sueños de amor á recordar.
¡Bendita la armonía
De tu suspiro amante,
Ese sauce, esa fuente, esa enramada,
Bardo alado de Anáhuac, bardo errante,
De una efímera gloria ya eclipsada
Morador de sus bosques silenciosos,
Trovador de sus lagos rumorosos! Mudos testigos son:
¡Plegue al piadoso cielo Cada árbol, cada flor, guarda una historia
De amores y placer, cuya memoria
Que en estrecha prisión nunca suspires
Entristece y halaga el corazón.
Triste canción de duelo;
Que en orgulloso vuelo
Aquí está la montaña, allí está el río;
Cruzando las inmensas cordilleras,
A mi vista se extiende el bosque umbrío
Á nuestra patria mires
Donde mi dicha fué.
Bendita por la historia;
¡Cuántas veces aquí con mis pesares
Y que repitas siempre en tus cantares
V i n e á exhalar de amor tristes cantares!
E l himno de su gloria,
¡Cuánto de amor lloré!
A l gemir de sus anchos platanares
Y al rumor de las olas de sus mares!
Acá la calle solitaria; en ella
De mi paso en los céspedes la huella
E l tiempo ya borró.
LA VUELTA Á LA ALDEA. A l l á la casa donde entrar solía
De mi padre en la dulce compañía
¡Y hoy entro en su recinto solo y o !
Ya el sol oculta su radiosa frente;
Melancólico brilla en Occidente
Desde esa fuente, por la vez primera,
Su tímido esplendor;
Una hermosa mañana, la ribera
Y a en las selvas la noche inquieta vaga,
Á Laura vi cruzar,
Y entre las brisas, lánguido se apaga
Y de aquella arboleda la espesura.
El último cantar del ruiseñor.
Una tarde de Mayo, con ternura, Cual pasa la ilusión;
Una pálida flor me dió al pasar. Cantaba el labrador en su cabaña,
Y el eco repetía en la montaña
Todo era entonces para mí risueño; L a misteriosa voz de la oración.
Mas la dicha en la vida es sólo un sueño,
Y un sueño fué mi amor. Aquí está la montaña, allí está el río
Cual eclipsa una nube al rey del día, ¿Mas dónde está mi fe? ¿Dónde, Dios mío,
L a desgracia eclipsó la dicha mía Dónde mi amor está?
En su primer fulgor. Volvieron al verjel brisas y flores,
Volvieron otra vez los ruiseñores
Desatóse estruendoso el torbellino, Mi amor no volverá.
Y al fin airado me arrojó el destino
De mi natal ciudad. ¿De qué me sirven, en mi amargo duelo,
Así cuando es feliz entre las flores, De los bosques los lirios, y del cielo
¡ A y ! del nido en que canta sus amores E l mágico arrebol,
Arroja al ruiseñor la tempestad. El rumor de los céfiros suaves
Y el armonioso canto de las aves,
Errante y sin amor siempre he vivido; Si ha muerto ya de mi esperanza el sol?
Siempre errante en las sombras del olvido...
¡Cuán desgraciado soy! Del arroyo en las márgenes umbrías,
Mas la suerte conmigo es ya piadosa; No miro ahora, como en otros días,
Ha escuchado mi queja, cariñosa, A Laura sonreír.
Y aquí otra vez estoy. ¡ A y ! E n vano la busco, en vano lloro;
Ardiente en vano su piedad imploro;
Ni sé, ni espero, ni ambiciono nada;
¡Jamás ha de venir!....
Triste suspira el alma destrozada
Sus ilusiones ya;
Mañana alumbrará la selva umbría
La luz del nuevo sol, y la alegría
E L V A L L E D E MI INFANCIA.
¡Jamás al corazón alumbrará!
A N T E UN CADÁVER.
I. IV.
b
Que existe entre los dos,
¡Adióspor la vez última,
A m o r de mis amores;
L a luz de mis tinieblas,
L a esencia de mis flores;
Mi lira de poeta,
Mi juventud, adiós!
D. M A N U E L M A R I A FLORES.
PASIÓN.
tomo i.
Y en cada flor con que su senda alfombro
Pusiera un alma como pongo un beso.
A l l á en la soledad, entre las flores,
Nos amamos sin fin á cielo abierto,
Y tienen nuestros férvidos amores
L a inmensidad soberbia del desierto.
E l l a , la regia, la beldad altiva,
Soñadora de castos embelesos,
Se doblega cual tierna sensitiva
A l aura ardiente de mis locos besos.
Y tiene el bosque voluptuosa sombra,
Profundos y selvosos laberintos,
Y grutas perfumadas, con alfombra
De eneldos y tapices de jacintos.
Y palmas de soberbios abanicos
Mecidos por los vientos sonorosos,
A v e s salvajes de canoros picos
Y lejanos torrentes caudalosos.
Los naranjos en flor que nos guarecen
Perfuman el ambiente, y en su alfombra
AMÉRICA CENTRAL.
U n tálamo los musgos nos ofrecen
De las gallardas palmas á la sombra.
Por pabellón tenemos la techumbre
Del azul de los cielos soberano,
Y por antorcha de himeneo la lumbre
Del espléndido sol americano.
Y se oyen tronadores los torrentes
Y las aves salvajes en concierto,
E n tanto celebramos indolentes
Nuestros libres amores del desierto.
Los labios de los dos, con fuego impresos,
Se dicen el secreto de las almas;
Después desmayan lánguidos los besos
Y á la sombra quedamos de las palmas.
I
P. RAFAEL LANDÍVAR.
h
P. R A F A E L LANDÍVAR.
LOS L A G O S DE MÉXICO.
M E X I C A N A » , DEL P . R A F A E L L A N D Í V A R , S. I.
tomo i.
E l indígena astuto Del Viejo Mundo, y que la voz remeda
Sobre las aguas el flotante prado Del hombre, de las aves, y el ladrido
Conduce á otro lugar más abrigado, Del mastín y las blandas inflexiones
Y aquellos males precavido evita. Del que entona motetes y canciones.
Guarda cada uno con tenaz empeño Tañendo el arpa con dorado plectro,
Su pequeña heredad, que flota leve, Ahora forma musical escala,
E n aquel lago fértil y risueño. Ahora chilla cual rapaz milano,
L a tierra firme de la verde orilla, Y a maya como gato y abre el ala
De estos campos flotantes la riqueza Y el son remeda de clarín insano,
Tan singular, conoce que le humilla Y ya ladra festivo, gime ó pi'a
Y los ve con un aire de tristeza. Trémulo y débil cual implume cría.
Mas yergue la cabeza, Encerrado en la jaula se consuela
E n olmos y cerezos coronada, Y alegre en torno de la cárcel vuela
E n peros encorvados por el fruto, Dulcísimo cantando noche y día.
En cedros y laurel y pino hirsuto, No tanto la llorosa Filomela
E n cajiga sombrosa y levantada, De Teseo los crímenes deplora
Y en púnico manzano; , Bajo la sombra de álamo tardío,
Y siempre, en competencia con los huertos, Llenando el bosque con su voz sonora,
Se viste con las galas del verano. Como el cenzontle cabe fresco río
En ese bosque moran tantas aves Regocija, cantando, la ribera
Á la sombra tenaz de la arboleda, Y los arbustos de feraz plantío.
Que siempre el aura fugitiva y leda A l asomar la dulce Primavera,
Se complace en llevar los ecos suaves. Cuando los leves prados nadadores
Allí la turba alada Se coronan en flores
Y de vivos colores matizada Y los campos se visten de esmeralda
E l aire hiende con dorada pluma: Y frescas rosas de carmín y gualda,
Ora se ciernen en el hondo espacio; Frecuentan estas plácidas orillas
Ora en la orilla de brillante espuma Y estas ondas los nobles mexicanos
Bañada, sueltan el sabroso trino. En pequeñas y frágiles barquillas.
Allí el gorrión divino Entran por grupos en los barcos leves,
De roja cresta embelesado canta, Con doble remo, el ánimo espaciando
Y al cual las plumas del erguido cuello Con el acorde blando
Por ser sanguíneas tórnanle más bello. De la ronca dulcísona guitarra,
Allí revuela del excelso coro A la cual flébil Eco
De pájaros el rey, insigne y claro De los antros obscuros do se esconde
Por las voces innúmeras que avaro Con voz débil y opaca le responde;
Encierra en la dulcísima garganta, Y la ardua selva por el canto herida
Pues que en verdad no hay otro más canoro De los amantes las palabras suaves
E l cenzontle, que fué desconocido Resuena embebecida.
Del fondo obscuro; tornan y superan
Y se retan ya entonces á la justa;
La clara linfa donde alegres bullen;
Á quien remó mejor, y más ligero
Conduzca las levísimas piraguas; Y van y vienen por igual camino,
A l estruendo de aplauso lisonjero Hasta que al fin se rinden á su sino
Parten rizando las cerúleas aguas Y en el cebo engañoso y atrayente
Y se alejan, llevados de la gloria Clavan ¡incautos! el pequeño diente.
Por el deseo, á sitios m u y distantes, Levanta el pescador á la aura pura
Hasta que al fin de aquellos contrincantes L a caña sin demora,
Alguno alcanza el lauro de victoria. Y le ciñe la turba bullidora
Y van en derredor de las chinampas De socios que á aplaudirle se apresura.
Ufano el vencedor y los vencidos Azota el pececillo moribundo
Siguiendo alegres las torcidas calles Con aletas y cola la barquilla,
Entre pequeños flotadores valles, Mientras con otras férulas delgadas,
Con el cebo mortífero aparadas,
O en sus barcos resbalan embebidos
Vaguean otros por la verde orilla;
Cerca de las riberas sinuosas
Salpicadas de flores olorosas. Y vese á medio hundirse la canoa,
Como el cretense y prófugo Teseo Bajo aquel peso; júzganse dichosos
Logró dejar los senos horrorosos Los pescadores; y llevando ufanos
Buscando los umbrales engañosos L a hermosa pesca, buscan sus hogares
Del laberinto con falaz rodeo, (Cuando la estrella entre arreboles arde)
Así las calles por hallar se afana, Envueltos en las sombras de la tarde.
Errante por los huertos nadadores, Mas, luego que se aplaca
La juventud de México galana. Aquel tumulto y entra vocinglera
No escasean algunos que se gozan L a turba en la ciudad, y con su opaca
Bajo aquel limpio y refulgente cielo Veste ruidosa el Ábrego acelera
E n prender á los peces que allí nadan La fuga de la virgen Primavera,
Con el combado y formidable anzuelo, Agrada recorrer aqueste ameno
Ya que dejan los huertos y la orilla Campo abierto de espléndida hermosura
Y á donde más se explaya la laguna Á los que alienta el corazón sereno,
Con grácil remo llevan su barquilla. Á los que abate fúnebre amargura,
Muy cautamente prenden en el hamo Y á los que inquieren del saber amantes
El fatal cebo; pende de una caña De Minerva las plácidas labores.
E l hilo que sumergen en un tramo Estas risueñas y húmedas orillas
Entre ninféis, juncos y espadaña; Sembradas de laurel y manzanillas
Le arrojan á los peces, y en silencio Acogen á menudo á los poetas,
Esperan. Pronto los volubles peces Que al bastecer sus mágicas paletas
En derredor del cebo se aglomeran Dejan oir sus cantos seductores.
Sin osar engullirle; se zabullen Aquí lloraba en versos armoniosos
Y ocultan en los líquidos dobleces De Cristo las heridas y afrentosos
Rudos tormentos y tremenda muerte, De guijas y peñascos erizada,
Llevado del más noble y verdadero Y en la laguna arrójase salada;
A m o r etéreo y fuerte, Semejante al Jordán, que su agua infunde
E l piadoso y melifluo Juan Carnero. Dulce y pura en el seno del mar Muerto
A q u í con estro sacro Y en la asfáltica linfa se confunde.
E l gran Abad mil himnos de alabanza Pues aunque en las llanuras de Tezcuco
Cantó al Señor. Con voces de matanza Limpios arroyos brotan por doquiera,
Asordaba estos campos y riberas Y se nutre la pérfida laguna
E l docto Alegre, el hado de Peleo De aguas dulces, famélica aglomera
A l lamentar y las batallas fieras, T a l cantidad de sales en su seno
De Apolo con el arte y el de Orfeo. Que las linfas corrompe, y las orillas
Por esta orilla de los pardos troncos Torna infecundas su letal veneno.
Carcomidos y broncos, Míranse allí las hierbas, amarillas
Zapata y Reina, y Alarcón, famado Y siempre enfermas; árboles y arbustos,
Por su coturno, los gloriosos nombres Nunca descuellan verdes y robustos;
Grabaron en la rígida corteza Sus frutos no produce naturales
- A l menear el plectro delicado L a tierra blanquecina; y los rebaños
Y desparcir su bárbara tristeza. N o á la sombra de vides y castaños
Mas al tañer la célica sor Juana Tronzan la flor de plácidos gramales.
Su ebúrnea lira, el estruendoso río Quema la sal los campos anchurosos
Paró su curso, y en el bosque umbrío Y aleja el agua que se azota impura
De aves canoras la caterva ufana Con su fetor, tibieza y amargura
Los trinos melodiosos suspendieron, A l cardumen de peces bulliciosos.
Y las rocas ingentes se movieron. Si alguno de ellos atrevido y ciego
Y porque no á las Musas negra envidia L a laguna de Chalco tal vez deja
Atormentara, y por mayor decoro Y un solo instante placentero nada
Fué incorporada al aganípeo coro. En la linfa salada,
Jamás el cisne de plumón nevado E l mal olor fatígale y aqueja;
Embargó con tan blandas melodías Quiere huir, exhala leve queja,
A l deleitoso y floreciente prado, Sube y aspira el aura, y luego muere.
Ni, moribundo en los undosos giros Y es cautelosa: engaña esta laguna
Del Caistro, tan blandas armonías A las leves barquillas y canoas
Supo unir con tan lánguidos suspiros. Que se confían. A l mostrar la frente
Mas ya se encauza y fluye impetuoso, E l padre Febo sobre el mar de Oriente
Y en río ingente, el apacible lago Haciendo huir á la llorosa luna
Encierra toda el agua que fecunda Y á las estrellas, de color de lila
Los dulces campos; y huye perezoso Sus ondas son y muéstrase tranquila;
Cortando la ciudad, y sinuoso Pero no bien envuelve en negra sombra
Su curso sigue, y la ribera inunda E l sol la falda del occiduo monte
Y cansado se inclina al horizonte, Con que los indios en lo más profundo
Cuando rabioso el Austro se alborota, Del lago apresan entre junco y caña
La agita, y sus espumas en la playa Las falanges de patos graznadoras,
Salobre y muda enfurecido azota. Que antes cruzaban la región etérea
Y a se abre abajo de la barca leve, Sin peligro, y las ondas bullidoras
Y a se infla rauda y sube á las estrellas, De los lados de México; las armas
Y la piragua herida É insidias de los indios no temían,
Por la negra laguna embravecida Y lentamente, sin temor ni alarmas,
Se desata en gemidos y querellas, Por las verdes riberas discurrían,
A la par con los nautas previsores Y algunas veces gárrulos y osados
Que se esfuerzan y gritan asustados Burlaban á los indios desarmados,
Y fatigan á Dios con sus clamores. Hasta que al fin el natural talento
Y si el timón, solícito el piloto De aquella raza en la apariencia ruda,
No dirigiera á la segura orilla, Reprimió tan inicuo atrevimiento.
Sumergirían los adversos hados Crece en los bosques sin cultivo alguno,
Nautas y barcos en sepulcro ignoto. Pendiente de las ramas y adherida
Aqueste lago encubre su falacia Á los troncos, ingente calabaza
Con cierto aire de gracia: Sin meollo en verdad ; y que es muy útil
El, de Chalco la límpida laguna Para cruzar sin riesgo de la vida
Se bebe á más beber, por el ameno Los anchos ríos, y al salir de caza
Ancho canal, y de incontables fuentes Para llevar el confortante vino
Que fluyen á él, las linfas transparentes Y atenuar las fatigas del camino.
Guarda ambicioso en el avaro seno, Suele escoger de entre éstas las mayores
Sin permitir jamás que gota alguna Astuto el indio; luego las arroja
Se derrame en los campos. No se llena Encima de las ondas cristalinas,
Con tantas aguas; nunca satisfecho Y donde más los patos nadadores
Se siente y ni se mira que rebose Exentos de congoja
Dejando un punto el cenagoso lecho; Desparecen y quiebran las verdinas
Muy semejante al túmido Océano, Palustres hierbas. Treme, horrorizado,
Que islas encierra y vastos .continentes E l ánade infeliz; de aquellos monstruos,
Con sus olas, y llama de doquiera Con graznido lloroso y prolongado,
Grandes ríos que laman su ribera Huye al punto, y la turba lastimera
Y se los bebe gárrulo, insaciable, Asorda con sus gritos la ribera.
Sin que amenacen las hinchadas linfas
Pero al mirar que flotan y vaguean
A l continente, sin que sólo un río
Sin causar ningún daño,
Se escape de él arrebatado y frío,
Deponen el pavor y se recrean
Y sin que abra al comercio nuevos mares. E n el común y delitoso daño.
Nada admirable ofrece el Nuevo Mundo, Van de los patos una y otra mole
Más admirable que la astucia y maña E n derredor, mas ellos no las temen,
Y en medio nadan de su tierna prole.
E l indio astuto, entonces con presteza
Adapta á su cabeza
A l g u n a calabaza igual en todo
A las que vense con impulso blando
Encima de las aguas ir nadando ;
E n t r a en el lago y húndese hasta el cuello,
Y envuelto con las olas se adelanta
Sin alejarse de la orilla amena,
Y hollando el suelo con aleve planta.
L a falange de patos ve serena
Llegar aquel estorbo; entonce el indio
A l a r g a allí la codiciosa mano,
Y de los pies afianzándolos ufano,
Los sumerge en el agua adormecida
Sin distinción; sin que la obscura fraude
A d i v i n e n , los priva de la vida.
¡ Tanta es la habilidad de aquella gente,
Que estúpida reputan é indolente! FR. MATIAS DE CÓRDOBA.
FR. M A T Í A S D E C Ó R D O B A .
LA T E N T A T I V A DEL LEÓN
Ó EL É X I T O D E SU EMPRESA.
Fábula moral.
tomo i. 20
E n los pies se recarga; ambas orejas De unos frondosos árboles que mira;
Hacia él dirige, y luego le responde: Mas pierde la esperanza cuando llega
— D e l hombre á quien se rinde mi soberbia A l sitio majestuoso consagrado
Un criado soy. que con placer le sirvo, A l genio reflexivo. Las napeas,
Tomando como mías sus empresas. Con el dedo en los labios, á los Faunos
E n sus largas jornadas lo conduzco Que avanzan por mirarlas más de cerca,
Puesto sobre mi lomo: con la espuela Silencio imponen, y las blandas alas
Me bate los ijares, y yo entonces Céfiro con sorpresa mueve apenas.
Corriendo más veloz que una centella, Duerme la ninfa de una clara fuente
Alcanzo á los rebeldes fugitivos Que deja ver su reluciente arena:
Que no quieren estar á su obediencia. Después copia los sauces de la orilla,
Si es demasiado mi fogoso empeño, Y más en lo profundo representa
Con el freno al instante lo modera, L a perspectiva augusta de los cielos,
Y con el mismo freno me prescribe, Por la parte oriental que Febo incendia.
E l paso en que he de andar y por qué senda. ¡Qué hermoso carmesí! ¡Qué franjas de oro!
¡Qué peligros arrostro por servirle! L a avenida de luz por allá deja
Cuando el clarín ó los timbales suenan, Sobre un hermoso fondo azul celeste
Erizada la crin, hiriendo el suelo, U n jaspeado color de madreperla.
Como sensible á la gloriosa empresa, — A l león este cuadro nada importa,
Lejos de amedrentarme los horrores, Siendo su celestial magnificencia
Á mi señor advierto la impaciencia Para aquel corazón bueno y sensible
Con que deseo entrar con él en parte Que odio, envidia, venganza no envenena.
De los riesgos y afanes de la guerra — Trepa ligero al sauce más antiguo;
Suena entonces de lejos un relincho, Mira por todas partes y no encuentra
Y el caballo al oirlo:—Aunque quisiera— Por ninguna el objeto de sus iras;
Dijo—seguir hablando, me precisa Pero siendo oportuno á sus ideas
Ir adonde me llaman con urgencia.— Aquel sitio, en el brazo más robusto
Luego, volviendo las torneadas ancas, Que hay en la rama principal, se sienta.
Con tal ímpetu emprende la carrera, V e desde allí venir hacia la fuente
Que á la fiera en los ojos encendidos U n animal de poca corpulencia
Con las patas arroja las arenas. Aunque muy bien formado, que clamando
A l león, no el dolor, sino el insulto Con voz aguda su dolor expresa.
Le es insufrible: de la acción violenta Cuando llegó á distancia que podía
Jura vengarse, y para hacerlo pronto.
El león escucharle ¡qué sorpresa!
Frota los ojos con las manos vueltas;
¡Qué accesos de furor! Habla del hombre,
Mas después que los abre, el veloz potro
Á quien, como si oyéndole estuviera,
Y a no parece en la llanura inmensa.
Con el dulce entusiasmo del cariño
Sigue, no obstante, por el mismo rumbo,
Le dirige la voz de esta manera:
Creyendo que se oculta en las hileras
—¿Dónde, señor, estás que no me escuchas?
¿De mi lealtad acaso no te acuerdas? Que excediendo á la suya en otro tanto
¿Quién como yo te advierte los peligros Tendría su rival doble grandeza.
O se expone á morir en tu defensa? E n traje de prudencia disfrazado
Ningún criado te da más testimonios El pálido temor, temblando llega,
De amor, de sumisión y de obediencia; Y á tomar la espesura le persuade
Pues si las leves faltas me castigas Con el semblante, la actitud y señas.
No opongo á tu furor más que la queja. Mas luego la opinión inexorable
Lamiéndote la mano que me hiere, Que tiraniza el globo de la tierra,
Y postrado á tus pies, pido me vuelvas Con ojos torvos ¡qué dirán! le grita.
A tu amistad, y una mirada tuya, No dice más, ni aguarda la respuesta.
Golpes, desprecios, todo lo compensa. — V e n i d acá, censores inflexibles,
Si me mandas seguir alguna caza, No aguardéis á que el éxito se vea
¡Con qué empeño, qué celo, qué presteza Para fallar en tono decisivo:
L a persigo, la alcanzo, y de ella triunfo! E l león vuestro sabio juicio espera,
Mas sobrio, te la entrego, sin que pueda Cuando ya no le sirva, si es vencido,
Mi integridad faltar, aun en el caso Será locura perseguir la empresa,
De que el hambre furiosa me acometa. Como si vence, debe ser cordura
Cuando duermes, y o velo cuidadoso: No abandonar una victoria cierta.
Rondo la casa porque no sorprenda — E l león fatigado, que no sabe
A l g ú n extraño tan preciosa vida: A dónde caminarse, ó qué hacer deba,
Muestro, además, mi celo en la defensa U n matorral espeso le convida
De animales á quienes dañaría, Y en él dudoso á descansar se interna,
Si el placer que te causan no advirtiera..... Notando que allí puede, sin ser visto,
Mas por aquí el olfato ciertamente Observar cuanto pasa por de fuera.
Sí, por aquí pasó, según la huella — El sueño le acomete; él se resiste
—Decía el perro, oliendo las pisadas Y le rechaza, en fin, cuando ve cerca
Que vió estampadas en la blanda tierra. U n animal bien hecho, cuya mole
Sigue el rastro, creyendo que ninguno Sólo sobre sus pies mantiene recta.
Nada de lo que dijo oir pudiera, — N o arman sus manos—dice—corvas uñas
Y el enemigo lo escuchaba todo. E s adorno su pelo, no cubierta;
¡Esas facilidades de la lengua! Calma y bondad anuncia su semblante;
— E l león confundido no percibe Todo es blandura, gracias, inocencia.
Qué magia, qué virtud el hombre tenga, E n tu favor previenes, ¡ser amable!
Pues que los animales más valientes ¿Serás, dulce viviente, serás presa,
De grado se le rinden ó por fuerza. Que esclavice y degrade el feroz hombre?
Baja, no obstante, y se encamina al sitio ¡No hará tal, que yo salgo á tu defensa!
E n que el perro observó la humana huella: Se levanta, se estira, se sacude,
A l llegar cuidadoso la examina, Y se dirige al que auxiliar intenta,
Y viendo su tamaño, considera Mas como ve su turbación, le dice:
El hombre es á quien busco, nada temas. Ven á ayudarme á dividir el tronco.—
— P u e s bien, yo soy el hombre; ¿qué buscabas? E l León, que reñir á punto lleva,
¿Qué se ofrece?—le dijo con confianza. —¿Cómo quieres—pregunta—que te ayude?—
— ¿ E r e s tú?—le pregunta;—¿eresel mismo? Y el hombre contestó:—De esta manera.
— S i n duda, soy el mismo—le contesta. Y atrás doblando un pie, sobre sí tira
— ¡ Cómo!—exclama el León — ¡tantas maldades E l extremo del mástil con gran fuerza:
Ocultas con tan bellas apariencias! E l un lado de la hacha fué el apoyo,
—Dejemos—dijo el hombre—los insultos Con el otro venció la resistencia
Que irritan, aunque propios de una bestia; Del tronco, haciendo en él una abertura:
Y así para evitar contestaciones, Y pujando le dice:—Con presteza,
Puedes volver al bosque y yo á la aldea. Agarra la hendidura que me canso
—¡No—responde el León—no nos iremos; Tira luego por esa parte opuesta
H o y mismo quiero ver por experiencia, Con valor ahora fuerte.—Y el incauto
Si acaso eres conmigo tan valiente Mete las manos hasta las muñecas,
Como tirano con las otras bestias!— Para abrir más el tronco; pero el hombre,
Pone el hombre en tortura su discurso Soltando la palanca, preso deja
Porque le suministre alguna treta; A su rival, que brama de coraje
Mas la presencia de ánimo no pierde, Y de dolor que le hace ver estrellas.
Que es lo que en tales casos aprovecha. Entonces con irónica risita
— M i r a — d i j o al León—siempre la fama Le decía:—Verás por experiencia
Y a se ve, es imposible que uno pueda Si acaso soy contigo tan valiente
Á todos contentar mas no me opongo: Como tirano con las otras bestias.
Estoy conforme con lo que tú quieras; ¡Rebelde! á palos domaré tu orgullo,
Pero antes que riñamos, es preciso Y amarrado después, con fuerte cuerda,
Hacer para mi casa un haz de leña, T e llevaré arrastrando por las calles
Porque si tú me vences, ya eso menos Para que en la horca deshonrado mueras. —
Tendrá que hacer mi débil compañera; Tanto el tormento de la mordedura
Cuando no, quedaré debilitado, Como lo doloroso de la afrenta,
Porque no hay enemigo que no ofenda. Angustian al León: pierde el sentido,
El León no advertía que en un tronco Se desmaya, inclinando la cabeza
Cuyas profundas raíces lo sustentan, Contra el pérfido tronco; mas volviendo
Y que tenía cerca su enemigo, En sí, otra vez le dice: —¡Hombre! respeta
Una hacha muy pesada estaba puesta. Los decretos del cielo en la desgracia,
Tomóla, pues, el hombre, y allí mismo Que hacer mayor pretendes con la afrenta.
L a clavó con tal ímpetu y violencia, Si acaso te es tan dulce la venganza,
Que bien se percibió crujir el tronco, Tienes tu mano armada, y yo cabeza:
Vibrar el aire, retemblar la tierra. Hiere al que ingenuamente reconoce
Después con tono impávido le dice: Que á todo es superior tu inteligencia,'
— S i apeteces cuanto antes la contienda, — N o — d i j o el hombre entonces—vive honrado.
____ _ 'I"? : - • i
— 322 — - -
E L RELOJ.
PRIMERA PARTE.
: f
Y corre al borde, y súbito se para Se puso á pasear como demente,
Arredrado del salto peligroso: Pronunciando el monólogo siguiente:
Del mismo modo al ver á doña Clara
Arrugar el hermoso sobrecejo. «Lengua de Barrabás, que en los pasados
Se quedó como estatua don Alejo. Tiempos, para mentir falsos amores,
Veloz, en gabinetes y en estrados,
Y ella viendo pintado su desmayo Parecías redoble de tambores,
E n la cara angustiada que tenía, A manera de ciertos diputados
Que herido parecía estar del rayo, Que quisieran pasar por oradores:
T o m ó un aire de trisca y de ironía, ¿Cómo diablos ¡ oh lengua! enmudeciste
Hoy que decir una verdad quisiste?»
Y su rostro inclinando de soslayo,
Le dijo con maligna cortesía
Y risa entre burlona y desdeñosa: Hizo una breve pausa y levantando
«¿Iba usted á decirme alguna c o s a ? » La voz, como cantor en un crescendo
Que comienza en acento sordo y blando
«Mal la mujer conoce quien presume, Y progresivamente va subiendo,
Á fuerza de suspiros obligarla ; Apostrofó á su ingrata, declamando
E n vano se desvive y se consume Versos de Shakespeare; mas traduciendo
E n su necia pasión sin explicarla. Con la fidelidad con que interpreta
Valor, audacia: en esto se resume Cierta arenga de un belga la gaceta.
L a ciencia del amor y el resto es charla.»
Mas no penséis que esta sentencia es mía: «A woman sometimes scorns what best contents»
L a digo porque Byron la decía. Fué el texto que tomó: texto que quiere
Decir que algunas veces la mujer
Cuando alzó don Alejo la cabeza Hace burla de aquello que prefiere:
Para reconvenir á la inhumana Y que lo que más finge aborrecer
Por su feo desdén y su crudeza, E s lo mismo tal vez por que se muere;
Mano á mano se halló con la ventana. Ni de su burla hay que asustarse tanto,
Atónito, corrido, en su fiereza Que lo que empieza en risa acaba en llanto.
Clamaba á Lucifer con furia i n s a n a ,
Todo esto no lo dice sólo el texto,
Y al marcharse tirándose del pelo
Ni hay idioma en el mundo tan lacónico
Oyó una carcajada: ¡qué consuelo!
Que pueda en un renglón decir todo esto,
Inclusos el romano y el teutónico.
N o bien llegó á su casa el desdichado,
Mas los últimos versos son del resto
De infanda saña el corazón h e n c h i d o ,
De un discurso satírico y sardónico
Que se echó en su sillón desesperado,
Que dice, no me acuerdo qué persona
Descompuesto el cabello y el v e s t i d o :
Del drama Los Hidalgos de Verona.
Y luego levantóse endemoniado,
Y exhalando un sordísimo g e m i d o ,
Y prosiguió: «¡Mujer, yo te aborrezco! U n simple antojo, una ilusión fingida.
¡Mujer falaz, artificiosa, ingrata! ¿Qué es el amor? Es un delirio insano
A l escuchar tu nombre me enfurezco Que roe una existencia maldecida.
Porque es tu nombre tósigo que mata! No hay del amor definición correcta
Y o no quiero tu amor: yo no apetezco Y la da cada cual según su secta.
T u corrompido corazón de plata
Que sólo vibra al retintín del oro! Preguntad á Platón : en su sistema
Mujer ¡maldita seas! yo te adoro Es el amor un sentimiento puro,
Una llama invisible que no quema
»Yo te adoro es decir, á pesar mío: Y qué sé yo. — L a escuela de Epicuro
T e aborrezco y te adoro juntamente, Niega la esencia de esta unión suprema
Como se juntan el calor y el frío Y nos pinta el amor carnal, impuro;
E n el sudor glacial que arde mi frente: Aunque no fué Epicuro tan sensual,
Y o perdonara tu desdén impío; Mas Aristipo lo entendió muy mal.
¡Mas antes me arrojara en un torrente
Que perdonarte tu sangrienta mofa!» De unos y otros siguiendo la doctrina,
(Es algo metafísica esta estrofa.) Funda Rouseau la suya en la pureza
Del amor de Platón, al cual se inclina,
Dijo luégo entre dientes otras cosas Y cree que por exceso de flaqueza
De manera que apenas se entendían Tenemos que ceder á la rutina
Sino algunas palabras injuriosas De nuestra material naturaleza;
Que acaso sin querer se le salían: Mas que, aplacado un tanto este incentivo,
Como necias coquetas veleidosas Vuela el alma al amor contemplativo.
Y otras que bien presumo cuál serían;
Y a se v e , don Alejo estaba loco; Entre tantas escuelas y secciones
Pero se fué calmando poco á poco. Sobre esta gran cuestión de Erolojia
E n que están divididos los campeones
¡ O h amor (este episodio es excelente, De la moral y la filosofía,
E l verso es suelto, fácil, bien hilado Y entre este laberinto de opiniones,
Y corre como el agua de una fuente). La que prefiero á todas es la mía;
¡Oh amor (y buen trabajo me ha costado) Y pues viene de perlas, os haré
¡ O h amor inconcebible, inconsecuente, Una sincera profesión de fe.
¿Qué nombre te daré (poned cuidado)
Si á veces, más que amor, pareces odio? Y o creo en el amor sentimental,
(Arrogante principio de episodio!) Y creo en la amistad del corazón,
Y en el gusto, también, condicional
¿Qué es el amor? Es un sublime arcano, De Rouseau, de Voltaire, de Richardsón
Símbolo del misterio de la vida. (Con acento en la sílaba final):
¿Qué es el amor? Es un capricho vano, Creo en la simpatía, en la atracción
De la filosofía de Rousel, Duerman en paz; en paz mi cuento sigo
Y si otro amor hubiere, creo en él. Apenas despertó de su letargo,
h • OOq Btí U n poco sosegado nuestro amigo
Creo también (lo digo con verdad) De su gran pesadumbre, sin embargo
En el desinterés de la mujer, De no estarlo del todo, como digo,
En su fina y constante lealtad, Viéndose en el escaño largo á largo,
E n su modo sublime de querer: Tendió los brazos y estiró el pescuezo,
La mujer es un ángel de bondad, Exhalando un suspiro y un bostezo.
Incapaz de engañar ó de ofender:
Ni tiene gracia que lo diga yo, También yo bostezara si tuviera
Ellas mismas dirán si es cierto ó no. De seguirle en su historia paso á paso,
Sin omitir ninguna friolera:
Y o conozco sus prendas; pero al cabo No la habría emprendido en ese caso:
Vale más el callar, porque no gusto U n buen pintor que pinta una pradera,
De que puedan pensar que las alabo Dibuja al sol cayendo en el ocaso
Por mi propio interés: lo justo, justo: Y al ganado paciendo en la verdura;
Ni acostumbro adular con menoscabo Mas no llena su cuadro con basura.
De la verdad, ni empleo el tono adusto
O el estilo dogmático de un viejo Baste, pues, el decir «que recobrado
Entretanto ¿qué hacía don Alejo? Y del primer terror convalecido»,
Tornó á su galanteo acostumbrado,
Lo que entretanto don Alejo hacía Olvidando el desaire recibido.
Era estar recostado en un escaño, (Esto se llama estar enamorado.)
Rendido á su dolor ¡quizá dormía! Ni desistió jamás de este partido
¿Vosotras lo extrañáis? Yo no lo extraño. Aunque vió ser su diligencia vana,
Si una pena durase todo un día Pues siempre hallaba sola la ventana.
Tan cruda como empieza, haría un año
Que no saliera un verso pareado Por abreviar mi tarda narración
De mi cráneo Vacío y horadado. V o y á cortarla aquí: como el congreso
Que teniendo la ley en discusión,
Dejémosle dormir enhorabuena, Para darla más presto entra en receso.
Que el sueño, si no cura al desgraciado, Cumple así cada cual su obligación,
Alíviale, á lo menos, de su pena, A l público aliviando de un gran peso:
A lo menos da tregua á su cuidado. El diputado el de su inútil dieta,
Duerme el cautivo atado á su cadena, Y el de algunas estrofas el poeta.
Duerme junto á sus armas el soldado,
Duerme el piloto al pie del gobernalle, Pero no puedo menos que copiar
Y duermen los serenos en la calle. Una carta que guardo para muestra
Del femenil estilo epistolar
E n época tan varia de la nuestra. »tu amiga que desea verdete,
Se hace en ella mención particular (Así el original) Clara Róblete
Del lance acaecido en la fenestra;
(Fenestra significa la ventana), •»de Cabrales. — P. D. Y a ves como
Y dice: «Jueves, diez —Querida Juana: »don Alejo llegó por la ventana
»con ánimo de hablarme y empezó mo-
»No puedes figurarte con la pena »liéndome con que soy una tirana,
»que me tiene tu viaje pues á cada »pues estaba mas pálido que el plomo
»rato estoy preguntando como un ena- »y se puso á decir cuanto la gana
»morado cuando vuelves, pero nada »le dió, que era muy linda como un cielo
»importa lo demás como estes buena »pero ni la mitad es esto de lo
»que es lo que y o deseo y muy hallada
»y engordes mucho con los baños en »que me decía; qué dirá la gente
»unión de don Gerónimo con quien »de haberlo visto allí con su tontera
»por más que yo le dije que era un ente
»estoy muy enojada, pero mucho, »muy insignificante, y que se fuera:
»pues yo ninguna tulla he recibido, »pues si vieras, es hombre muy corriente
»y dime si ha salido bueno tu cho- >y que tiene la sangre muy ligera;
»colate para enviarte, no me ha sido »mas á mi no me gusta por osado,
»posible conseguir que el avechucho »pues amantes como él se encuentran á
»de don Blas mi cuñado haya querido
»llevarme á verte; es tanto lo que extraño »docenas. Pero al fin se fué llorando
»tu falta que ya pienso que hace un año »así que me quité, ve qué locura,
»y andaba por allí Cornelio cuando
»pues tengo mucho que contarte ya sa- »esto pasó, y cayó con calentura
»brías el casamiento de la Coso »don Alejo, y ha estado delirando,
»con don Juan Catarino, y que se casa >mas ¡por mí! que se muera, ya me apura
»á disgusto de todos pero yo so- »el portador. Jesús, qué priesa de hombre,
»lamente por la pobre NicolaSa »saluda á don Jerónimo en mi nombre.»
»lo ciento porque dicen que es celoso
...(un borrón hay aquí sobre lo escrito)... Así escribían antes las señoras.
»pues no me gusta el novio ni tantito. ¡Cómo los tiempos mudan! hoy en día,
E n que todo es progresos y mejoras,
»Y no me alargo mas por estar suma- Da gusto lo que escriben, á fe mía;
m e n t e indispuesta con dolor de cara Y entre ellas sobresalen mis lectoras.
»y escribiendo muy mal de modo que huma- ¡Qué estilo! ¡qué dicción! ¡qué ortografía!
»namente no podras leer mis gara- ¡Qué delicada construcción de frases,
»vatos, y por estar fatal la pluma. Sin mentiras, sin pueses y sin mases!
»No dejes de escribir dos letras para
¿Pudiera ser acaso de otro modo? Se alegraron las calles con festones,
Sin que nos extendamos más sobre esto. Armáronse pendencias, tremolinas,
Con decir quiénes son, se dijo todo. Corrillos, carcajadas, estrujones,
Alguno juzgará que me he propuesto Pañuelos y sortijas se perdieron,
Ser su panegirista, y que acomodo Y muchachas también pero volvieron
Una lisonja con cualquier pretexto:
No es mi carácter ese; si supiera A l son de chirimías y atabales,
Alguna cosa en contra, lo dijera. Los de Tlaxcala claros descendientes,
Llevando á cuestas arcos triunfales,
Pero vuelvo á mi historia, y os convido La marcha precedían diligentes;
A dar conmigo un salto ¿qué, os espanta? Bellas plumas de pavos y quezales
No es el salto de Léucades temido, Coronaban los arcos relucientes,
Ni el que con un dogal en la garganta Y otros indios vestidos de soldados
Dió Judas de su infamia arrepentido. Los custodiaban de arcabuz armados.
Ni el salto que Solís tanto decanta
De A l varado con todos sus arneses: Á caballo seguía la nobleza
Es simplemente un salto de dos meses. E n unión del ilustre Ayuntamiento,
Ostentando su brillo y gentileza
E l de Noviembre es clásico en la historia En selecto y lucido regimiento.
Del reino de Utatlan (hoy Guatemala) Cada corcel llevaba en la cabeza
Por la recordación de una victoria U n penacho ó florón: el paramento
Que en unión de los indios de Tlaxcala Era de plata y oro, y enrizadas
Aquel héroe ganó; y en su memoria La cola y crin con cintas enlazadas.
Se hacía en este mes con pompa y gala
Un militar paseo, en la vigilia Cerraba la brillante cabalgata
Del día veinte y dos — Santa Cecilia. L a Audiencia y la real Chancillería,
También bordado el traje de oro y plata
Llegado, pues, aquel famoso día Más vistoso que el sol á mediodía.
En el año que vamos refiriendo, Vestido el Presidente de escarlata,
Comenzó la función como solía Con más ostentación que un rey venía,
A l son de las campanas y al estruendo Trayendo á la derecha en su bridón
De dos piezas ó tres de artillería A l Alférez real con el pendón.
O fuese de arcabuces: no pretendo
Que se me preste fe sobre este punto, Por último, venía paso á paso
Mas las salvas importan á mi asunto. El cuerpo provincial de los dragones,
De disciplina y de valor escaso,
De gentes se cuajaron las esquinas, E n caballos muy flacos y trotones,
De damas se adornaron los balcones, A l son de un mal tambor, sin hacer caso
Colgáronse los muros de cortinas, De guardar formación, por pelotones,
:' " 'y-
Con mucha gravedad y muy despacio A éstos seguía don Julián Moneada,
Venía encaminándose á Palacio, Teniente coronel, mayor de plaza;
Mayordomo mayor de la Cruzada
Cuyo balcón estaba rebosando Y Tercero del Carmen, dando traza
De damas y señores de gran cuenta, De alcanzar á don Cosme de Vainada,
El egregio paseo contemplando, Que montaba un bridón de buena raza,
Junto con la señora Presidenta. Y á don Justo Pastilla que en su potro
A l ir los caballeros desfilando Con un estribo va más largo que otro.
L a excelsa multitud estaba atenta
(La llamo excelsa porque estaba en alto) No quiero fastidiar con los demás,
Viendo cada corveta Jy cada salto. Como los Garrafuerte, los Gallín,
Los Peladas, los Moscas, los Reiyas,
Pasó el primei o don Martín Lamprea, Los Trampeas, en número sin fin:
M u y estirado en una yegua baya; Todos con sus lacayos por detrás,
Tras él don Juan Gonorreitigorrea, Puesta la mano en la anca del rocín;
Natural de Pasajes, en Vizcaya; Mas ¿quién son esas damas que los miran
Seguíanles don Sancho Bocafea, Desde el balcón, y viéndolos suspiran?
Don Luis Tenaza, don Andrés Malhaya,
Don Blas Cabral y don Manuel Cornada, La Presidenta doña Petra Almonda
Hombre de una nariz desaforada. Era la principal, y su sobrina
Doña Lucía, natural de Ronda,
Venía don Crisóstomo Zamporda Muy salada gitana y muy ladina.
E n un caballo negro salpicado: Doña Isabel Sinnóes, linda y blonda,
Don Bruno Rueda en una yegua torda Doña Inés Tresamantes de Pesquina
L e seguía torciéndose de lado. Y doña Cruz Malpara del Pezado,
Cerca de él don Gregorio Panzagorda Les hacían la corte á cada lado.
Hundía el lomo de un rocín melado,
Y el de un overo don José Portilla, Prendida la mantilla con hilvanes,
Agarrado del pico de la silla. Muy mirlada en su silla le seguía
Doña Coronación de Cienfustanes;
En un zaino de trote furibundo Después doña Tomasa de Maldía,
Don Tonino Lenguaza atrás venía: Guiñando el ojo á todos los galanes;
E l hombre más chismoso de este mundo Luego doña Joaquina Cararpía,
Y el más cobarde que en el reino había. Con el rostro muy seco y afligido
Don Julio Mier iba á su lado, oriundo Por la muerte del séptimo marido.
De Carmona, ciudad de Andalucía,
Y con ellos don Marcos Bahamonde, Estaba allí doña Rosita Alfaca,
Corregidor que fué de no sé dónde. Cuñada de un oidor de campanillas,
Y doña Dorotea Tomaidaca
Que cantaba muy bien las seguidillas.
Va á repetir en su último reflejo:
También doña A n a Espín, señora flaca,
¡A... quel es..., allá viene... don Alejo!
Empeñada en cubrir las pantorrillas
De doña Engracia Ordez, señora gorda
E n esto despuntaba por la plaza
Que á la solicitud se hacía la sorda.
Más que Orlando gallardo el caballero,
No cubierto de casco ni coraza,
Doña Clara Róblete, por supuesto,
Sino de una casaca y un sombrero.
A todas excedía en hermosura,
Ni llevaba montante, lanza ó maza,
E n tez, en cara, en talle y en el resto,
Ni pulido broquel de fino acero,
Y en el traje también, cuya pintura Mas un estoque armado en pedrería
Haría si pudiera; mas sobre esto Que del dorado cinturón pendía.
Nada sé, ni de frases de costura;
¿Qué entiendo yo de nesgas, lazos, golas,
Eran de raso blanco los calzones
Bebederos, jaretas ni escarolas?
Llegándole no más que á las rodillas,
Cubiertas las costuras con galones
Estas y otras bellezas sobrehumanas,
Y sujetos al cuerpo con hebillas.
El mirador magnífico cubriendo,
No diré que alcanzase á los talones
Parecían huríes y sultanas
La casaca, mas sí á las pantorrillas,
Que un bazar estuviesen presidiendo.
De seda de Milán color de perla
Gordas y flacas, jóvenes y ancianas
E n silencio ¡oh prodigio! estaban viendo Y bordada, que daba gusto verla.
Pasar los caballeros, como digo,
¡Cual si fuese el ejército enemigo! La larga chupa al muslo descendía
De igual color y de las mismas telas,
Y una y otra cartera guarnecía
De repente un clamor estrepitoso
U n hermoso alamar de lentejuelas.
Se oyó rodar entre las damas bellas,
Por su brillo tal vez se juzgaría
Y un volver las cabezas, y un ansioso
Que llevaba en los muslos escarcelas;
Mirar al mismo lado todas ellas.
Era el ropaje, en fin, de los más ricos,
Así al ver algún cuerpo luminoso
Así como el sombrero de tres picos.
E l campo atravesar de las estrellas
Todos para mirarlo se voltean,
Tenía el alazán la frente blanca,
Y ála vez dicen todos «¡vean, vean!»
Ancha nariz, cabeza breve y cuello,
Largo y delgado ijar, redonda el anca,
¡Allá viene! ¡allá viene! ¡Qué galán,
Robusto el pecho, liberal resuello,
Don Alejo es aquel que se adelanta!
Rasgado el ojo, la mirada franca,
¡Allá viene montado en su alazán,
El brazo negro, levantado, bello,
Qué planta de animal, qué hermosa planta!
Que en tierra estampa el casco desdeñoso
Estas palabras circulando van
Como quien pisa el cráneo de un chismoso.
Y el eco del rumor que se levanta
tomo i. 22
En el aire flotando su copete No pudiendo sufrir los empellones,
Iba el corcel erguido como un gallo; Soltó las riendas y alargó los brazos;
Y su dueño estirado del jarrete Y mostrando el revés de sus calzones
Parecía sultán en su serrallo. Cayó, haciendo á la noble concurrencia
Las mujeres miraban al jinete Una inversa y profunda reverencia.
Y los hombres miraban al caballo;
A l par iba el rocín que el dueño ufano, Muy lejos de burlar al caballero
Con fundamento igual para ser vano. Por aquella ridicula aventura,
Decían: ¡qué valiente, qué ligero!
A l dar frente al balcón, con algazara ¡Con qué gracia se cae, qué soltura!
Saludóle aquel círculo festivo, El aura popular con un guerrero
Y en medio del bullicio, doña Clara Hace siempre lo mismo y transfigura
Haciendo un ademán no poco esquivo, Cualquier ardid que le sugiere el miedo
Decirles parecía con la cara E n estrategia, en táctica, en denuedo.
«Ese sultán que veis es mi cautivo»;
Señal de que sentía allá en su pecho ¡Don Alejo cayó! De su caída
Cierto placer de orgullo satisfecho. Alzóse con más gloria, más preciado;
Las mujeres temblaron por su vida,
El desdeñado amante, con deseos Su reloj á los hombres dió cuidado.
De ostentar más y más su gallardía, La misma doña Clara conmovida,
Caracoles haciendo y escarceos, Juzgándole en las piedras estrellado,
Delante de las damas se lucía. Tan pálida se puso, que cualquiera,
Estando en estos saltos y paseos Viéndola así, su novia la creyera.
Su salva disparó la artillería
(Por eso hablé de salvas; mas ahora, De suerte que las damas lo notaron,
Si queréis, suprimidlas en buen hora.) Y afectando interés y simpatía
L a causa del pavor le preguntaron;
A l estallido los caballos fieros Mas ella ¡mi marido! les decía:
Parecían demonios desatados, Hacia Cabral entonces se tornaron,
Arrojando de sí á los caballeros Y viendo que el caballo le ccrnía
Sobre los circunstantes apiñados; Exclamó á carcajadas la asamblea:
Volaron espadines y sombreros ¡Vean cuál Pelanueces bambolea!
Y volaron también por todos lados
Unas cuantas polvíferas pelucas Juzga así el mundo etcétera (con esta
Dando á luz los secretos de las nucas. Dos etcéteras van). L a blanca lumbre
De la luna bañaba la alta cresta
Aunque se hacía el alazán pedazos Del monte, y la aureola de su cumbre
Guardaba don Alejo los arzones, Se empezaba á teñir, cuando la fiesta
Hasta que al repetir los cañonazos, Dió fin con el refresco de costumbre
Y de Asturias, ¿qué escriben? ¿será cierto
E n casa del alférez, donde os ruego
Que se va don Alejo en el verano?
Me permitáis llevaros desde luego,
— D i c e n que sí: le llama don Roberto
A recibir las minas del hermano
^ Por no cansar no pasaré revista
Oyendo doña Clara aquel aserto,
A los helados, vinos y licores.
Dejó caer el vaso de la mano,
Ni haré la larga y dilatada lista
El cual, dando al más viejo en las rodillas,
De los variados dulces y las flores
Eué rodando á sus pies á hacerse astillas.
Que el olfato halagaban y la vista
Con su grato perfume y sus colores;
¡El vaso! el va clamó Cabral ansioso;
Ni de cuanta invención el arte engendra
Como las ricas tártaras de almendra. Mas viendo el ceño á su mujer al paso,
Concluyó con un gesto lastimoso,
Sin acabar de repetir «el vaso»;
Cubiertas de brillantes perendengues,
Por enmendar el yerro de su esposo;
Cien beldades (es número hiperbólico)
Y corrida la dama del fracaso,
Digerían lisonjas y merengues
Díjole, dominando su sorpresa:
Con aire indiferente y melancólico.
«Conduce á estos señores á la mesa.»
No harían más melindres y más dengues
A l tomar el brebaje más diabólico
No andaba don Alejo tan remoto
Que los que á vista del sorbete hacían;
De la escena del cuádruplo congreso,
Pero ¿cómo ha de ser? se lo bebían.
Que no viese muy bien el vaso roto,
Y el cómo y el por qué de aquel suceso:
Cerca de doña Clara colocados,
Y vió la necedad y el alboroto
Hartos de limonada y de rosquillas,
Que metió don Cornelio, y que por eso
Dos señores estaban reclinados
A refrescar, le dijo doña Clara,
Contra los espaldares de sus sillas:
Que á entrambos caballeros se llevara.
Hablando de cosechas, de ganados,
Del precio del cacao en las Antillas,
De las noticias últimas de España Acercósele entonces el amante,
Y del conflicto con la Gran Bretaña. Con el valor que le faltó primero,
Leyendo su ventura en el semblante,
Ora tan blando y antes tan severo.
E l más mozo decía: «Estoy seguro,
Y en voz, le dijo tierna y suplicante:
Porque á mí me lo escriben de Valencia,
«No sabe usted lo mucho que la quiero;
De que estalló la guerra.»—El más maduro
Por Dios, no esconda tan hermosa cara,
Preguntóle: «¿Y qué dice su Excelencia?
¡Clara! ¡mi dulce, mi querida Clara!»
E s regular que en semejante apuro
Dictará alguna seria providencia
Ella, más colorada que un celaje,
— ¡ T o m a ! dispuso ya las necesarias,
Encendidos y lánguidos los ojos,
Como son rogativas y plegarias.»
Respondióle en suavísimo lenguaje
N o sé qué de peligros y de arrojos, Por hacer reverencias sempiternas
Del susto del caballo y del viaje: Con la espada enredada entre las piernas.
T o d o entre mil sonrisas y sonrojos,
Con abandono tal y tal gracejo, Las señoras en pie para marcharse,
Que se quedaba absorto don Alejo. Con abrazos sin fin se despedían
Todas hablando juntas, sin curarse
E s t a manera de decir su amor De lo que mutuamente se decían.
Parecerá trivial, pero no importa: Grato rumor que puede compararse
Y o digo como César: la mejor A l que presumo yo que formarían,
E s la menos pensada y la más corta: Por sonoras, por fuertes y por largas
N i es posible otra cosa en el ardor De Waterloo las últimas descargas.
De una declaración que el alma aborta
E n vértigo febril, que en su agonía Mas, en fin, una á una iban saliendo
E l corazón al corazón envía. Llevando cada cual su cucurucho
De los mejores dulces, y comiendo,
P o r lo demás, es esta mi manera, Y sobre todo, platicando mucho.
Y acaso dos ó tres de mis lectoras Los caballeros íbanles siguiendo
Podrían recordarla si no fuera Como sigue á la garza el aguilucho;
Porque piensan en otras á estas horas. Y en los jacos montaban los lacayos
El éxito (compruébelo el que quiera) Que partían veloces como rayos.
Excede al de las frases más sonoras,
Que anticipado el ánimo prepara: Fuerza fué, pues, á nuestros dos amantes
Díganlo don Alejo y doña Clara. Dejar sus dulces diálogos pendientes,
Resueltos á seguirlos cuanto antes
Dulce, como resbala de la fuente Y diciendo ternezas entre dientes.
E l cristal entre márgenes de flores, Por equivocación trocaron guantes
E l tiempo resbalaba su corriente (Acaso no serían diferentes),
Sobre nuestros ternísimos actores. Y al protector estruendo de los coches,
No quiero ya decir que enteramente Se dieron las postreras buenas noches.
Tuviesen ajustados sus amores:
¿Dónde está la mujer tan sin orgullo, ¡Á dormir! ¡á dormir! que estoy cansado
Que dé los brazos al primer arrullo? L e dijo á doña Clara su marido
Cuando quedaron solos:—¿Qué hora ha dado?
E n confuso rumor los caballeros — L a s nueve.—¡Con razón! Tremenda ha sido
Andaban ya buscando por las sillas L a jornada y el gasto demasiado,
Látigos, abanicos y sombreros, Y mañana el almuerzo ¡estoy lucido!
Y las damas prendiendo sus mantillas, ¿No vienes á acostarte? ¿Qué horas son
Y los criados llamando á los cocheros, Por el reloj?—Las nueve.—¡Con razón!
Y don Cornelio dando zancadillas
Diez minutos después Cabral dormía, Y placentera tu frente:
Y , al lado suyo, su mujer velaba; Ríe tú mientras yo muero
Así dió fin la fiesta de aquel día, Ríete; ¡oh cara!
Que tanto en la ciudad se celebraba; Por tu sonrisa trocara
E l día veintidós se repetía E l mundo entero.»
L a misma operación, y se almorzaba
En casa del alférez, y acabado, Esta canción cantaba don Alexo,
Volvía todo á su normal estado. (Don Alejo con X se firmaba,
Pero no con acento circunflejo)
Cabral dormía, digo, sin cautela, Y doña Clara en vela le escuchaba:
A pierna suelta, de su esposa al lado: «Duerme tú, duerme tú, mientras me quejo»;
Á su lado la esposa estaba en vela, Esta canción, repito que cantaba:
Y en la calle el amante desvelado, «Duerme tú; duerme tú , mi dulce dueño.»
Cantaba al blando son de su vihuela ¡Bonito modo de llamar el sueño!
Una canción en tono bemolado
De do menor: con el compás consueto Velaba doña Clara, y su marido
De seis por ocho, en aire de larguetto. Á cada copla del cantor nocturno
Con un trinado y áspero ronquido
«Duerme ¡oh bella! en paz y en calma A l compás respondíale por turno,
Sobre tu dorado lecho, O profería frases sin sentido
Sin pesares en el alma Entre sueños mohíno y taciturno,
Ni temores en el pecho. Como «Clara no saltes ¡ay! detente
Duerme tú, mientras yo canto Soy de cristal me rompes ¡cuánta gente!....»
Lánguida trova,
Sin que te turbe en tu alcoba Así sueña el gobierno con la bula,
Mi quebranto. El obispo y el fuero: mientras tanto
Que canta el enemigo en Tapachula
»Sueña mágicos jardines Y en los Altos resuena el ronco canto,
Con fuentes, grutas y flores: ¡Oh patria! ¡cara patria! Disimula
Sueña espléndidos festines Si tus llagas no baño con mi llanto;
Con danzas y con amores. Mas ya mis ojos cóncavos y huecos
Sueña t ú , mientras y o velo, Á fuerza de llorar quedaron secos.
¡Idolo mío!
Y al aire el acento envío Y o quisiera saber en qué consiste
De mi duelo. Que en el curso de un día está mi mente
Unas veces alegre y otras triste;
»Duerme, hermosa, y en el sueño Como mujer fantástica y demente,
Séate blando el ambiente. Que de luto y de púrpura se viste
Esté tu rostro risueño Mudando de color continuamente.
No llego á conocer mi fantasía, Habláronse en la reja muchas veces
Y las ajenas menos que la mía. E l amante y la dama sin recelo,
E n tanto que soñaba Pelanueces
Propongo este dilema: ¿es un entero Que se venía del caballo al suelo.
Nuestra imaginación? ¿Es un quebrado, Oculto don Alejo en los dobleces
(Entiéndame quien pueda) ó es un cero? De la capa, calado su chapelo
Cero no puede ser por decontado: Y bajo el brazo la ancha toledana,
N i se vaya á pensar que me refiero Como un Cid asediaba la ventana.
A la tesorería del Estado
Cuando de ceros hablo: ni se crea Ya podéis suponer que pocos días
Que aludo á lo que hizo la Asamblea. Pasaron sin que todas las vecinas
Comenzasen á armar habladurías
Prosigamos.—Aquella serenata Acerca de estas citas clandestinas.
Significaba «ven á la ventana», E l que dice vecinas dice espías :
Y aunque no aquella noche, en la inmediata Lleve el diablo sus lenguas viperinas!
L a súplica del bardo no fué vana: Odiosa, inútil y maldita raza
Envuelta doña Clara en una bata, Que sólo sirve de espantar la caza.
Hasta más de las dos de la mañana,
E n gran coloquio estuvo con su amigo, A l soplo de la brisa más ligera
A l través de una reja y un postigo. L a llama débil ríndese y se apaga,
Mientras que al huracán la inmensa hoguera
Y no obstante el estar enamorada Arde con más violencia y se propaga.
Hizo la resistencia más lucida, Muere un débil amor de igual manera
Cual valerosa guarnición sitiada, A l primer contratiempo que le amaga;
Antes de dar la plaza por vencida: Mas á la par que el contratiempo crece,
E l «no puedo, el «no debo», el «soy casada», El amor verdadero se enardece.
Á su tiempo vinieron: en seguida
Un silencio obstinado, un aire inquieto; Así Clara y Alejo (los tuteo
Por último el encargo del secreto. Harto de tanto don y tanto doña )
No cedieron al necio cacareo
Sk
Guardar secreto es condición forzosa Que levantó la vecinal ponzoña.
Que impone la mujer con el objeto Antes bien se encendieron en deseo
De mostrar que si cede es pesarosa: De quitarse á la vez aquella roña
«Te quiero, pero guárdame el secreto.» Y de poderse ver con más franquicia
Y el hombre, por jurar alguna cosa, Siempre que fuese la ocasión propicia.
Le jura con mil cruces ser discreto:
¡Ambos juran callar! y á sus amigos Cerca de la ciudad y al mediodía
Del juramento ponen por testigos. Hay una fértilísima campaña
Que en su tortuosa y rauda travesía
E l Guacalate con sus aguas baña.
Iluminando apenas el estrado
En ella don Cornelio poseía
E n que los dos se hallaban lado á lado.
Una soberbia plantación de caña ,
Cual consta del viejísimo expediente
De un litis que en la corte está pendiente. É l reclinado sobre el hombro de ella
Posaba el brazo en su redondo cuello,
Entiéndase la Corte de justicia, Y ella, lánguida y tierna al par que bella,
Supremo tribunal por excelencia Blandamente rizábale el cabello.
I11 quo dolus non est: Corte propicia Era cada mirada una centella
Al fus, al suum cuique, á la i n o c e n c i a :
Alternando en recíproco destello,
Tribunal que no quema ni ajusticia, De esas miradas húmedas y ardientes
Por no firmar con sangre una sentencia: Que el corazón inundan á torrentes.
Tribunal el más claro; porque, en fin,
No se habla allí ni griego ni latín. De esas miradas con que el alma quiere
E n otra alma verterse y sepultarse,
Último acento de la voz que muere
Y no por ignorancia: desde luego
Sintiendo el imposible de explicarse:
En Guatemala hay más de un abogado
Dulce lenguaje que el amor prefiere
Que sepa traducir latín y griego
A l más dulce que puede imaginarse,
Y español, á pesar de ser letrado.
Que el amante locuaz al encontrarlo
Bien que en estas materias soy un lego
Deja al punto de hablar por imitarlo.
Y acaso en lo que digo voy errado;
Siendo así, de lo dicho me desdigo
Y mi sencilla narración prosigo. Y nuestros dos actores no contentos
Con lanzarse miradas peregrinas,
Se decían primores y portentos,
Peleznez con frecuencia á su plantío
Aunque entrambos sus voces con sordinas
Iba á ver el progreso de un trabajo
Sonaban menos ya que sus alientos,
Cuyo objeto era hacer subir el río
Que parecían fraguas damasquinas;
Que del cañaveral corría abajo.
Á fin de establecer el regadío Y hacían repetidos calderones
Hizo de arena un dique y de cascajo E n suspiros envueltas las razones.
Pues aquí hasta las ciencias las estancan
Porque suban, y el paso les atrancan. Suspiros que el amante acompañaba
De un silbido levísimo y ligero
Que la falta del diente ocasionaba,
Ello es que á pocas noches doña Clara
Semejante al trinado del jilguero.
Hallándose en la hacienda su marido,
Apenas otra voz se pronunciaba
Á solas en su alcoba y cara á cara
Oue «vete»—«no me quieres»—«sí te quiero»
T u v o ocasión de hablar con su querido.
«Nadie nos oye»—«cállate» - y el resto
Con aldaba tenían la mampara
Que bien sabéis vosotras por supuesto.
Y cubierto el velón , aunque encendido,
Mas ¡ay! que entre el silencio interrumpido Como el rayo de luz que el sol envía
Por el trino larguísimo de un beso, A l través de una bóveda sombría
Entre el hondo y patético gemido A l roto mármol de una sepultura.
Del labio ardiente entre los labios preso, Callado, inerte, en estupor profundo,
La sorda voz y hueca del marido Mi corazón se embarga y se enajena,
Dejóse oir llamando en el ingreso, Y allá en su centro vibra moribundo
Como la voz en la tragedia suena Cuando entre el vano estrépito del mundo
De un espectro feral que entra en la escena. L a melodía de tu nombre suena.
Sin lucha, sin afán y sin lamento,
¿Qué hacer? ¿Por dónde huir? ¿Por qué camino Sin agitarme en ciego frenesí,
Evitar el encuentro del tirano? Sin proferir un solo, un leve acento,
¿Cómo parar el golpe del destino? Las largas horas de la noche cuento
Cualquier arbitrio les parece vano. ¡Y pienso e n ti!
La dama por instinto femenino
Mostró al galán la cama con la mano,
Mas no para brindar la mitad de ella;
¡ A y , que no era tan próspera su estrella!
¡YO P I E N S O E N TI!
SÁTIRA.
EL BOCHINCHE.
D. JUAN DIÉGUEZ.
D. J U A N DIÉGUEZ.
LA GARZA.
¿Qué haces allí, oh nítida azucena, Y yo, leve juguete del destino
Como sembrada en la anchurosa margen? Cual la hoja de sañudos huracanes,
¿Nuevo Narciso en el cristal contemplas, Yo, cuyo sueño la tormenta arrulla,
Por ventura, el albor de tu plumaje? Yo. pobre alción en agitados mares,
Y oigo no más que las ardientes quejas ¡ O h , canta, sí! que en mi febril desvelo
Que al astro envían las nocturnas aves; Escucho con placer tu acento agudo,
E l melancólico incansable grillo, Y o , que cual triste y moribunda lámpara,
Que al bosque aduerme con rumor constante; E n mísera dolencia me consumo.
El manso viento que en las altas cumbres E l mustio sueño, de la muerte imagen,
Murmullo blando entre los pinos hace, Reina entre sombras de espantoso luto,
Como corrientes de lejanas aguas Y apenas alentar la vida siéntese
. Que se oyen ir por ignorado cauce; Entre vagos y débiles murmullos;
/
Y son entonces tus sonoros ecos En que á la ruina pavorosa y lóbrega
Prenda de vida para el triste mundo; Va á sepultarse el agorero buho,
Voz de consuelo, y de esperanza cántico Y en mi febril cerebro el sueño apaga
E n el silencio pavoroso y mustio. Este abrasante delirar nocturno:
Tal vez á esta hora en la vecina sierra, ¡ O h , ave del alba, mi canoro huésped;
Bajo glacial escarcha, vagabundo, Y o con flébiles versos te saludo!
Oyó el viajero tu lejano canto, ¡ Salve, oh cantor amigo, que diviertes
Y aliento cobra y esperanza y júbilo; Mi eterna noche y mi dolor adusto!
Que así te escucha, como vió el piloto Canta, y el aura tus acentos lleve
E n borrascoso mar el faro lúcido, Del ancho valle á los confines últimos,
Porque tu voz, albergue hospitalario, Y ella me traiga los lejanos cantos
Revélale del valle en lo profundo. Que á tu acento responden de uno en uno,
Y á la hora en que los astros desvanécense Que por caso feliz hubiste dueño
Á la mitad de su brillante curso, E n cuya alma jamás albergue tuvo
En que bullir la rumorosa vida E l bajo y vil y sanguinario instinto
De nuevo empieza sobre la haz del mundo; Que abrigan de tu raza los verdugos;
tomo
- 381 -
M . MENÉNDEZ Y P E L A Y O . INTRODUCCIÓN.
I . — A d v e r t e n c i a s generales \
II.—Méxic o
I I I . — A m é r i c a Central CLIX
MÉXICO.
S o n e t o . — A un retrato 5
Soneto *"•
S o n e t o . — E n s e ñ a c ó m o un solo e m p l e o en a m a r , es razón y
conveniencia 6
S o n e t o . — M u e s t r a se debe escoger antes el morir que exponerse
á los ultrajes de la v e j e z .
S o n e t o . — E n g r a n d e c e el h e c h o de L u c r e c i a 7
S o n e t o — Á Julia ^
Soneto.—Á Porcia R
Soneto.—Pyramo y Tysbe ••
S o n e t o . — E f e c t o s m u y penosos de a m o r , y q u e no por grandes
igualan con las prendas de quien le causa
Décimas *' * \V-
R o m a n c e . — N o habiendo logrado una tarde v e r al señor V i r r e y ,
M a r q u é s de L a g u n a , q u e asistió en las vísperas del c o n v e n t o ,
le escribió este romance
L i r a s . — E x p r e s a el sentimiento que padece una m u j e r amante
de su marido muerto
_ 16
Romance
R e d o n d i l l a s . — A r g u y e de inconsecuente el g u s t o y la censura de
los hombres, que en las mujeres acusan lo que causan
Guatemalteca, curioso y erudito trabajo del académico
Secretario, D. Agustín Gómez Carrillo.
La Academia Española se complace en hacer pú-
blico su agradecimiento al noble esfuerzo de sus her-
manas las Academias de América, y por mi parte sólo
deploro que tan ricos materiales hayan caído en manos
tan poco hábiles como las mías para sacar de ellos todo ÍNDICE.
el fruto apetecible.
Enero de 1893.
Páginas.
M . MENÉNDEZ Y P E L A Y O . INTRODUCCIÓN.
I . — A d v e r t e n c i a s generales \
II.—Méxic o
I I I . — A m é r i c a Central CLIX
MÉXICO.
S o n e t o . — A un retrato 5
Soneto *"•
Soneto.—Enseña c ó m o u n solo e m p l e o en a m a r , es r a z ó n y
conveniencia 6
S o n e t o . — M u e s t r a se d e b e e s c o g e r antes el m o r i r q u e e x p o n e r s e
á los u l t r a j e s de la v e j e z .
S o n e t o — E n g r a n d e c e el h e c h o de L u c r e c i a 7
S o n e t o — Á Julia ^
Soneto.—Á Porcia R
Soneto.—Pyramo y Tysbe ••
S o n e t o . — E f e c t o s m u y p e n o s o s de a m o r , y q u e no p o r g r a n d e s
i g u a l a n con las p r e n d a s de q u i e n le causa
Décimas *' * \V-
R o m a n c e . — N o h a b i e n d o l o g r a d o u n a t a r d e v e r al s e ñ o r V i r r e y ,
M a r q u é s de L a g u n a , q u e asistió e n las v í s p e r a s del c o n v e n t o ,
le escribió este romance
L i r a s . — E x p r e s a el s e n t i m i e n t o q u e p a d e c e u n a m u j e r a m a n t e
de su m a r i d o m u e r t o
_ 16
Romance
R e d o n d i l l a s . — A r g u y e de i n c o n s e c u e n t e el g u s t o y la c e n s u r a de
los h o m b r e s , q u e e n las m u j e r e s acusan lo q u e c a u s a n
Páginas. Páginas.
amor 4o — E n h o r a b u e n a en la c o r o n a c i ó n de un P r í n c i p e 136
Redondillas 43 — C a n t o s de N e t z a h u a l c ó y o t l . — V a n i d a d de la g l o r i a h u m a n a . . 140
Romance 45 E l e g í a . - A l Á n g e l de l a G u a r d a de E l i s a M7
Romance - 49 Jerusalén (fragmentos) x47
p o n e m o r i r a m a n t e á pesar de t o d o r i e s g o 55
R o m a n c e al m i s m o i n t e n t o 57 D. Manuel Carpió.
R o m a n c e . — A C r i s t o s a c r a m e n t a d o , día de C o m u n i ó n 58
C a s t i g o de F a r a ó n
Fr. Manuel de Navarrete. L a cena d e Baltasar 180
Himno i8 9
S o n e t o . — D e la h e r m o s u r a 63 La Anunciación *93
S o n e t o — D e s p e d i d a de H é c t o r *98
Poema eucarístico.—La Divina Providencia 63 N a p o l e ó n en el mar R o j o *9 8
E l Zentzontle 249
L a v u e l t a á la a l d e a 252
E l valle de mi i n f a n c i a 255
D. Manuel Acuña.
A n t e un c a d á v e r 263
Pasión 273
Ausencia 274
Adoración 275
Eva 277
B a j o las palmas 283
AMÉRICA CENTRAL.
P. Rafael Landivar.
L o s lagos de M é x i c o 289