El documento discute el significado y la importancia central de la escatología cristiana. Argumenta que la escatología no debe verse como una doctrina separada sobre los eventos finales, sino que es el centro de la fe cristiana y da sentido de orientación y esperanza a la vida presente. La escatología cristiana habla de la resurrección de Jesús y la promesa de su futuro retorno, insertando así la fe en una esperanza activa hacia adelante.
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El documento discute el significado y la importancia central de la escatología cristiana. Argumenta que la escatología no debe verse como una doctrina separada sobre los eventos finales, sino que es el centro de la fe cristiana y da sentido de orientación y esperanza a la vida presente. La escatología cristiana habla de la resurrección de Jesús y la promesa de su futuro retorno, insertando así la fe en una esperanza activa hacia adelante.
El documento discute el significado y la importancia central de la escatología cristiana. Argumenta que la escatología no debe verse como una doctrina separada sobre los eventos finales, sino que es el centro de la fe cristiana y da sentido de orientación y esperanza a la vida presente. La escatología cristiana habla de la resurrección de Jesús y la promesa de su futuro retorno, insertando así la fe en una esperanza activa hacia adelante.
El documento discute el significado y la importancia central de la escatología cristiana. Argumenta que la escatología no debe verse como una doctrina separada sobre los eventos finales, sino que es el centro de la fe cristiana y da sentido de orientación y esperanza a la vida presente. La escatología cristiana habla de la resurrección de Jesús y la promesa de su futuro retorno, insertando así la fe en una esperanza activa hacia adelante.
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Meditación sobre la esperanza
¿Cuál es el logos propio de la escatología cristiana?
Durante mucho tiempo la escatología ha venido siendo
definida como la "doctrina de las cosas últimas" o "doctrina acerca de lo último". Por muchas cosas últimas entendíase ciertos sucesos que, al final del tiempo, sobrevendrán al mundo, a la historia y a los hombres. Entre ellos se contaba el retorno de Cristo como Señor del universo, el juicio del mundo y el cumplimiento del reino, la resurrección de todos los muertos y la nueva creación de todas las cosas. Tales sucesos últimos habrían de irrumpir en este mundo desde un más allá de la historia, poniendo fin así a ésta, dentro de la cual se agita y se mueve todo aquí abajo.
Pero al retrasar hasta el "último día" tales acontecimientos,
éstos perdían su significado de orientación, de aliento y de crítica para la totalidad de los días que el hombre pasaba aquí en la historia, más acá del final. Por ello las doctrinas acerca de este final llevaban una vida peculiarmente estéril, situadas al final de la dogmática cristiana. Eran como un apéndice suelto, como algo apócrifo, carente de toda importancia esencial. Tales doctrinas no tenían relación alguna con las referentes a la cruz y la resurrección, la glorificación y el dominio de Cristo, y no se deducían necesariamente de éstas. Estaban tan alejadas de ellas como los sermones del día de difuntos pueden estarlo de la fiesta de pascua. En la medida en que el cristianismo se fue convirtiendo en la organización que sucedió a la religión estatal romana, y sostuvo con obstinación las mismas pretensiones que ésta, la escatología, así como el efecto movilizador, revolucionario y crítico de ésta sobre la historia que el hombre debe vivir ahora, fueron abandonados a las sectas de fanáticos y a los grupos revolucionarios. En la medida en que la fe cristiana desalojó de su propia vida la esperanza en un futuro que le sirve de base, trasladando éste a un más allá o a la eternidad, a pesar de que los testimonios bíblicos que esa fe continuaba enseñando están llenos de una esperanza mesiánica en un futuro para la tierra, la esperanza emigró, por así decirlo, de la iglesia y se volvió contra ella, desfigurada de múltiples modos. Mas, en realidad, escatología significa doctrina acerca de la esperanza cristiana, la cual abarca tanto lo esperado como el mismo esperar vivificado por ello. En su integridad, y no sólo en un apéndice, el cristianismo es escatología; es esperanza, mirada y orientación hacia adelante, y es también, por ello mismo, apertura y transformación del presente. Lo escatológico no es algo situado al lado del cristianismo, sino que es, sencillamente, el centro de la fe cristiana, el tono con el que armoniza todo en ella, el color de aurora de un nuevo día esperado, color en el que aquí abajo está bañado todo. Pues la fe cristiana vive de la resurrección de Cristo crucificado y se dilata hacia las promesas del futuro universal de Cristo. La escatología es el sufrimiento y la pasión que tienen su origen en el Mesías; por ello no puede ser, en realidad, un fragmento de doctrina cristiana. Por el contrario, el carácter de toda predicación cristiana, de toda existencia cristiana y de la iglesia entera tiene una orientación escatológica.
Por ello sólo existe un auténtico problema de la teología
cristiana, un problema que su propio objeto le plantea a ella y que, mediante ella, se plantea a la humanidad y al pensar humano: el problema del futuro. Pues todo lo que en los testamentos bíblicos de la esperanza se nos aparece como lo otro, como aquello que nosotros no alcanzamos ni a pensar ni a imaginarnos basándonos en el mundo actual y en nuestras experiencias hechas con él, todo eso, decimos, se nos presenta como promesa de algo nuevo y como esperanza en un futuro asentado en Dios. El Dios de quien aquí se habla no es un Dios intramundano o extramundano, sino el "Dios de la esperanza" (Rom 15, 13); un Dios que tiene "el futuro como carácter constitutivo" (E. Bloch), un Dios tal como le conocemos por el Éxodo y por las profecías de Israel, un Dios que, en consecuencia, no podemos tener dentro de nosotros o por encima de nosotros, sino, en puridad, tan sólo delante de nosotros, un Dios que sale a nuestro encuentro en sus promesas para el futuro y al que, por tal motivo, no lo podemos tampoco "tener", sino sólo aguardar en una esperanza activa. Una teología auténtica debería ser concebida, por ello, desde su meta en el futuro. La escatología debería ser, no el punto final de la teología, sino su comienzo.
¿Mas cómo hablaremos de un futuro que todavía no está ahí,
y de acontecimientos venideros, que aún no hemos presenciado? ¿No son todo esto sueños, especulaciones hueras, deseos y temores, que se quedarán necesariamente en algo vago e inconcreto, puesto que nadie puede comprobar tales cosas? La expresión "escatología" es errónea. No puede existir una "doctrina" de las cosas últimas, si por "doctrina" se entiende un conjunto de enunciados doctrinales, que podemos comprender basándonos en experiencias que se repiten siempre y que cualquier hombre puede tener. La expresión griega "logos" se refiere a la realidad que está ahí, que está siempre ahí y que es reducida a verdad en la palabra que le corresponde. En este sentido no resulta posible ningún logos del futuro, a no ser que éste sea la continuación o la repetición simétrica del presente. Pero si el futuro hubiera de traer algo nuevo y sorprendente, entonces no está permitido decir nada sobre él; no se puede decir nada con sentido sobre él, pues sólo en lo permanente y en lo que se repite con regularidad, y no en lo nuevo y contingente, puede residir una verdad expresable en un logos. Aristóteles puede afirmar, ciertamente, que la esperanza es el "soñar del hombre despierto", pero para los griegos la esperanza representa un mal salido de la caja de Pandora.
¿Cómo puede la escatología cristiana reducir el futuro a
lenguaje? La escatología cristiana no habla del futuro en general. Arranca de una determinada realidad histórica 5 enuncia el futuro de ésta, la posibilidad y la potencialidad de futuro de ésta. La escatología cristiana habla de Jesucristo y del futuro de éste. Conoce la realidad de la resurrección de Jesús y predica el futuro del resucitado. Por esto, el fundar en la persona y en la historia de Jesucristo todos sus enunciados acerca del futuro representa la piedra de toque de los espíritus escatológicos y utópicos.
Pero si, merced a la resurrección, el Cristo crucificado posee
un futuro, esto significa, inversamente, que todos lo; enunciados y juicios acerca de Cristo tienen que decir a la vez algo sobre el futuro que hay que aguardar de él. Así pues, el modo como la teología cristiana habla acerca de Cristo no puede ser el modo propio del logos griego o de los enunciados doctrinales basados en la experiencia, sino sólo el modo propio de proposiciones acerca de la esperanza las promesas para el futuro. Todos los predicados adjudicado; a Cristo dicen no sólo quién fue y quién es, sino que implican afirmaciones acerca de quién será y qué hay que aguardar de él. Todos esos predicados afirman: "El es nuestra esperanza" (Col 1, 27). En la medida en que, de este modo, tales predicados anuncian al mundo, en promesas, el futuro de Cristo, insertan la fe en éste en la esperanza en su futuro no sobrevenido aún. Las afirmaciones de la promesa que nos hablan de esperanza se anticipan al futuro El futuro oculto se anuncia ya en las promesas, y a través de la esperanza despertada influye en el presente.
Los enunciados doctrinales encuentran su verdad en la
conformidad, controlable, que guardan con la realidad que está ahí y que puede experimentarse. Los enunciados de la promesa que nos hablan de esperanza tienen, en cambio que entrar en colisión con la realidad experimentable en el presente. No son resultado de experiencia, sino que constituyen la condición de posibilidad de experiencias nuevas. No pretenden iluminar la realidad que está ahí, sino la realidad que viene. No aspiran a copiar en el espíritu la realidad que existe, sino a insertar esa realidad en el cambio que está prometido y que esperamos. No quieren ir a la zaga de la realidad, sino precederla. De este modo la tornan histórica. Pero si la realidad es percibida históricamente, entonces tenemos que preguntar, con J. G. Hamann: "¿Quién pretende sacar del presente conceptos exactos, sin conocer el futuro?"
En la escatología cristiana lo presente y lo futuro, la
experiencia y la esperanza entran en mutua contradicción, de tal manera que aquélla no le proporciona al hombre conformidad y armonía con lo dado, sino que lo introduce en el conflicto entre esperanza y experiencia. "Por esperanza hemos sido salvados: pero una esperanza que ve, no es esperanza pues lo que uno ve ¿cómo lo esperará? Y si esperamos algo que no vemos, aguardemos con paciencia" (Rom 8, 24-25).
En todo el nuevo testamento la esperanza cristiana se dirige
a lo que todavía no se ve; es, por ello, "esperar contra esperanza"; por esa razón, condena lo visible y lo ahora experimentable, presentándolo como una realidad perecedera, como una realidad abandonada de Dios, que nosotros debemos dejar atrás. La contradicción en que la esperanza coloca al hombre con respecto a la realidad actual de sí mismo y del mundo, es precisamente la contradicción de la que nace esa esperanza, es la contradicción de la resurrección con respecto a la cruz. La esperanza cristiana es esperanza de resurrección, y manifiesta su verdad en la contradicción con que el futuro de la justicia —prometido y garantizado en ella— se enfrenta al pecado; la vida, a la muerte; la gloria, al sufrimiento; la paz, al desgarramiento. Calvino vio muy bien esta discrepancia en que la esperanza fundada en la resurrección nos coloca:
"Se nos promete la vida eterna; pero se nos promete a
nosotros, los muertos. Se nos anuncia una resurrección bien aventurada; pero entretanto estamos rodeados de podredumbre. Se nos llama justos; y, sin embargo, el pecado habita en nosotros. Oímos hablar de una bienaventuranza inefable; pero entretanto nos hallamos oprimidos aquí por una miseria infinita. Se nos promete sobreabundancia de todos los bienes; pero somos ricos sólo en hambre y en sed. ¿Qué sería de nosotros si no nos apoyásemos en la esperanza, y si, en este camino a través de las tinieblas, iluminado por la palabra y por el espíritu de Dios, no se apresurase nuestro entendimiento a ir más allá de este mundo?" (Ad Hebreos, 211,1).
La esperanza debe demostrar su fortaleza en esta
contradicción. Por ello la escatología no puede perderse en vaguedades, sino que tiene que formular sus enunciados acerca de la esperanza en contradicción con la experimentada presencia del sufrimiento, del mal y de la muerte. Por ello resulta siempre muy difícil desarrollar una escatología en sí misma. Mucho más importante es mostrar que la esperanza constituye el fundamento y el resorte del pensar teológico en general, e introducir la perspectiva escatológica en los enunciados de la teología que hablan de la revelación de Dios, la resurrección de Cristo, la misión de la fe, y la historia.