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ISSN: 1390-0102
CRÍTICA
RESUMEN
La literatura ecuatoriana de la década de 1930 ha sido leída repetidas veces a través de una
dicotomía estricta que separa tajantemente las obras de vanguardia y las asociadas al rea-
lismo social. Sobre la oposición entre las retóricas de Pablo Palacio y Jorge Icaza, la crítica
ha colocado las obras del período en un esquema maniqueo que impide la consideración y el
estudio inmanente de ciertos textos con rasgos heterogéneos, como el volumen de cuentos
Los que se van, escrito por Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert y Joaquín Gallegos
Lara en 1930. Aunque leído como hito de la literatura de alegato social, el texto combina mo-
tivaciones y recursos de las dos inflexiones mencionadas. El análisis de sus procedimientos
estéticos, tales como el montaje, la elipsis y el particular uso del lenguaje acercan al texto a la
tentativa de un sector de la vanguardia latinoamericana que combinó la experimentación de
las formas literarias con una elocuente intención de representación y denuncia.
PALABRAS CLAVE: Ecuador, crítica, cuento, vanguardia, realismo, generación, literatura.
ABSTRACT
Ecuadorian literature of the 1930s has been read repeatedly through a strict dichotomy that ada-
mantly separates avant-garde works and those associated with social realism. On the opposition
between the rhetoric of Pablo Palacio and Jorge Icaza, criticism has placed the works of the period
in a Manichean scheme that precludes consideration and the immanent study of certain texts with
heterogeneous features, such as volume stories Los que se van written by Demetrio Aguilera Malta,
Enrique Gil Gilbert and Joaquín Gallegos Lara in 1930. Although read as landmark in the literature
of social argument, the text combines the motivations and resources of the two inflections mentio-
ned. The analysis of their aesthetic procedures, such as assembly, ellipsis and the particular use
of language bring the text closer to the attempt of a sector of Latin American art that combined the
experimentation of literary forms with an eloquent intention of representation and complaint.
KEYWORDS: Ecuador, criticism, story, avant-garde, realism, generation, literature.
VALENCIA, ROBLES
Y LA TENTACIÓN DICOTÓMICA
1. Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert y Joaquín Gallegos Lara, Los que se van,
en Narradores ecuatorianos del 30, prólogo de Jorge Enrique Adoum, selección y crono-
logía de Pedro Jorge Vera (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1980), 1-84.
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nes que empiezan a desarrollarse en sincronía con las mismas obras a través de
las polémicas e intervenciones de sus protagonistas. En este sentido, el trabajo
de Humberto E. Robles sobre el desarrollo de la experiencia vanguardista en
Ecuador4 es otra obra clave para entender por qué ciertos textos como Los que
se van han sido leídos solo como meros fundadores de una corriente estética.
El eje de la investigación de Robles es expresado de la siguiente forma:
“Nuestro propósito es, en síntesis, llegar a un mayor entendimiento histórico
sobre la recepción de corrientes literarias innovadoras y el consiguiente emer-
ger de una corriente de alegato social en literatura”.5 De esta forma, la dicoto-
mía se empieza a construir desde el principio de la pesquisa: hay dos literatu-
ras, una descartada aunque innovadora y otra triunfante pero de mero alegato
social, que en algún momento se percibieron con desafíos comunes. La tesis
principal de Robles es que, luego de un fértil momento de convivencia y diá-
logo en el que las distintas propuestas estéticas compartían inquietudes, me-
dios y objetivos, el sector más comprometido políticamente logró imponer su
propio programa estético, desplazando a la vanguardia de la tradición nacional
por ser tributaria de vanas afectaciones burguesas. En contraposición, la litera-
tura realista se mostraba según sus cultores y propagandistas como un medio
capaz de denunciar a través de la ficción las desigualdades y el sometimiento
de las masas ecuatorianas, así como también expresar el compromiso de los
escritores por cambiar la realidad en la que estaban insertos. La historización
que hace Robles del proceso de la vanguardia en Ecuador refuerza su posición:
a la etapa 1918-1924 la llama “presencia y recepción polémica”; a 1925-1929,
“descrédito y desplazamiento”; finalmente, el período 1930-1934 es llamado
“rezago y descarte”. La conformación de la serie expresa un sentido teleoló-
gico, sostenido por un desarrollo histórico en el que una corriente aplastó a
la otra, clausurando un rico proceso en marcha. Más allá del innegable valor
tanto de su reflexión crítica como de su ardua búsqueda documental, que res-
cata inhallables textos de diarios y revistas de los años 1920-1930 de Ecuador,
Robles establece un sistema de referencias que se complementa con la posi-
ción de Valencia y le brinda un sólido anclaje argumental a su “síndrome de
Falcón”: la crítica ecuatoriana desterró los ensayos vanguardistas de su historia
literaria a causa de una ideología política que hegemonizó la vida cultural hasta
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fines del siglo XX, tornando imposible una lectura inmanente de los textos,
juzgados siempre en función de su capacidad de representación, denuncia o
legitimación del autor en el campo intelectual, tal como afirma Robles.6 En
ambos trabajos, la idea de una oportunidad perdida y un sojuzgamiento nunca
revisado atraviesa y motiva los enunciados.7
Esta oposición entre retóricas aparentemente opuestas ha sido afortu-
nadamente puesta en duda en las últimas décadas por parte de la crítica.8 Testi-
monio de este intento fue el Congreso Internacional “Jorge Icaza, Pablo Pala-
cio y las vanguardias latinoamericanas”, organizado por la Universidad Andina
Simón Bolívar en Quito, hacia 2006. En el evento, un grupo de destacados
especialistas desplegó una profunda reflexión en favor de una interpretación
menos maniqueísta de los principales autores de la década de 1930 y sus obras.9
Lejos de contraponerlos y separarlos por distancias insalvables, el Congreso se
esforzó en resaltar las búsquedas e inquietudes en común de ambos escritores,
evitando la condena y el entronizamiento de uno o del otro, tal como explica
Ortega Caicedo: “[...] Lo que impulsó el congreso y este esfuerzo editorial co-
lectivo es trascender una discusión que, lamentablemente, se ha visto acorralada
en la necesidad de elegir a uno de los dos escritores como el fundador de lo
que hoy se considera la moderna literatura ecuatoriana”.10 En vez de pensar a
Icaza y Palacio en términos de polos e íconos, lo que se buscó fue la inclusión
6. Robles llega a afirmar que la polémica contra la vanguardia en realidad ocultaba una
mera pelea por la inclusión y el control del campo intelectual ecuatoriano: “De por medio
estaba, en apariencia, el centro y la función de la literatura en la sociedad al igual que la
ruta que debían seguir las letras. En el fondo, sin embargo, lo que más bien se disputaba
era el poder [cursivas nuestras]”. Ibíd., 44.
7. Otro punto en común entre los análisis de Valencia y Robles es la valoración afirmativa
que los dos hacen de la obra de José de la Cuadra, que es considerada una escritura
compleja y modernizada, en contraposición a las elaboraciones de sus contemporá-
neos. Véase Robles, comp., La noción de vanguardia en el Ecuador..., 21 y Valencia,
“Hay un escritor escondido en la acuarela”, en El síndrome de Falcón, 202-209.
8. De la misma manera, Robles ha matizado las tesis de La noción… con interesantes
ensayos que recuperan los aspectos más complejos e innovadores de los escritores
de 1930. Véase “ ‘Honorarios’ (adaptaciones y refundiciones en De la Cuadra y Aguilera
Malta”, Kipus: revista andina de letras, No. 25 (I semestre de 2009): 113-135; “Paradig-
mas ecuatorianos (1920-1930): discordias, teorías, función de la literatura y la práctica
narrativa”, Guaraguao, año 14, No. 33 ( 2010): 17-30.
9. Los trabajos más significativos fueron publicados en la revista Guaraguao, año 14, No.
33 (2010).
10. Alicia Ortega Caicedo, “Jorge Icaza, Pablo Palacio y las vanguardias latinoamericanas”,
Guaraguao, año 14, No. 33 (2010): 8.
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13. José de la Cuadra, El montuvio ecuatoriano (Buenos Aires: Ediciones Imán, 1937).
14. Ibíd., 32.
15. José de la Cuadra, “El arte ecuatoriano del futuro inmediato”, Kipus: revista andina de
letras, No. 16 (II semestre de 2003): 55-62.
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poeta Jorge Carrera Andrade, quien en una transmisión radial de 1932 tam-
bién enfatiza la conciencia que la generación ecuatoriana de 1930 tenía de sí
misma y sus responsabilidades históricas: “Nuestra generación tiene así una
misión heroica que cumplir. Misión de propaganda civilizadora y de prepara-
ción paciente y abnegada. Nuestro campo de acción está entre los más jóvenes
y los más puros”.16 Su testimonio es de suma pertinencia, ya que Carrera An-
drade produce una poesía que mucho le debe al surrealismo vanguardista. Aun
así, defiende tanto el valor de las innovaciones formales como la asunción de la
responsabilidad ciudadana generacional, sin que un elemento niegue al otro.
Habiendo discutido el enfoque dicotómico y establecido el horizonte
común de las búsquedas de la literatura ecuatoriana de 1930, creemos necesa-
rio extender el proceso de revisión crítica que el Congreso de 2006 desarrolló
sobre las obras de Icaza y Palacio hacia un texto que fue unilateralmente sindi-
cado como iniciador de una corriente de denuncia social, pero que porta en su
superficie textual una notable heterogeneidad de operaciones y procedimien-
tos. Confirmando los limites de las lecturas maniqueas, el volumen de cuentos
Los que se van. Cuentos del Cholo i del montuvio expresa desde su título una
notable conjunción de afán representativo y provocación lingüística, elemen-
tos paradigmáticos de una época de la historia ecuatoriana y latinoamericana
donde la utopía estética y la política se hallaban tensadas indisolublemente.
Una primera dificultad que surge al leer las interpretaciones de Los que
se van es que a menudo la crítica ha encontrado en las consideraciones de los
propios autores la clave ética y estética para su análisis, cayendo fatalmente en
una perspectiva que jerarquiza el texto por su valor de denuncia e intervención.
Denuncia por lo que relataba, intervención por cómo lo hacía. Un len-
guaje crudo para relatar una realidad cruda fue el eje que atravesó las lecturas
del volumen de cuentos, una operación bien articulada con los presupuestos del
Grupo de Guayaquil, el colectivo de narradores conformado por los tres escrito-
res de Los que se van más Alfredo Diezcanseco y José de la Cuadra, que militaba
por un tipo de literatura que se hiciera cargo de la representación de las masas
16. Jorge Carrera Andrade, “El destino de nuestra generación”, en La noción de vanguardia
en el Ecuador..., 152.
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explotadas del Ecuador. Este último fue quien enunció con mayor elocuencia la
orientación general del grupo, al reflexionar en un texto de 1934 sobre la nece-
sidad de adecuar la forma al referente: “Es imprescindible que esta realidad de
fondo exista y vaya unida, en cuanto exista, a la expresión… Solo así la literatura
será un arma terrible... la realidad y nada más que la realidad, es suficiente. Hasta
es, con frecuencia, más que suficiente”.17 El valor de la denuncia depende así de
que la injusticia social sea relatada sin alambicamientos ni exageraciones. Los
hechos mismos bien valen como denuncia, por lo que solo hay que relatarlos
con fidelidad. Junto a esta profesión de fe verista, De la Cuadra señala que uno
de los principales rasgos de los escritores de Los que se van es su experiencia de
vida. En sus biografías, la renuncia al ámbito intelectual y el contacto directo
con las masas que representan, los dotan del conocimiento necesario para retra-
tar a cholos y montuvios con fidelidad documental. Como ejemplo, valga esta
afirmación sostenida sobre la vida de Gallegos Lara: “Espiritualmente, estaba
abajo [...]. Cerca de las gentes humildes, de las cosas humildes [...]. Vivió en
el monte la plenitud campesina. Iba a caballo por las sabanas. Iba en canoa por
los tembladerales y por los esteros”.18 La experiencia convalida la verdad de la
denuncia y la denuncia sostiene el valor del relato. El carácter antiintelectualista
de las observaciones evidencia la concepción de una literatura de intervención,
bien articulada con la vida social.
Pero no fueron solo los escritores quienes concibieron así su obra, y
he aquí el mayor problema de las lecturas acerca de Los que se van: también la
crítica apeló a estos planteos para leer los textos, replicando sin rigor ni dis-
tanciamiento los pareceres de los autores. En un principio, la operación puede
estar justificada por la necesidad de construir una tradición nacional que no
lograba erigir un eje para su sistema. Claro está que la decisión de instalar a
Los que se van como hito central de la literatura ecuatoriana moderna es arbi-
traria, pero toda construcción de una historia literaria lo es, sobre todo en sus
instancias fundacionales. En este caso, Benjamín Carrión, defensor de la idea
de la novela como representación del espíritu nacional y el principal artífice
del canon literario del país, ubica en la publicación de Los que se van el inicio
de una narrativa ecuatoriana con un nivel aceptable de realización estética y
con una inigualable osadía moral, dada a través del uso de un lenguaje vulgar
y popular. Carrión considera al texto como una partición de aguas, el inicio
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19. Benjamín Carrión, El nuevo relato ecuatoriano (Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana,
1958), 85.
20. Ángel F. Rojas, La novela ecuatoriana (México: Fondo de Cultura Económica, 1948),
181.
21. Con “cholos” y “montuvios” nos referimos a poblaciones mestizas que viven en la Costa
ecuatoriana y que poseen características especiales que los diferencian de las poblacio-
nes urbanas y de las nativas de la Sierra. En la grafía de “montuvios”, seguimos la pre-
sente en la obra de los autores. Para más información, véase De la Cuadra, El montuvio
ecuatoriano.
22. Agustín Cueva, La literatura ecuatoriana (Buenos Aires: Centro Editor de América Lati-
na, 1968), 49.
23. Miguel Donoso Pareja, Los grandes de la década del 30 (Quito: El Conejo, 1984), 77.
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Para eso, existen otros aportes críticos que estimulan un diálogo dis-
tinto con las obras. En el prólogo al volumen de Biblioteca Ayacucho sobre
la narrativa ecuatoriana de 1930, Jorge Enrique Adoum demuestra cómo se
puede analizar Los que se van esquivando los lugares comunes.27 Primero, duda
del carácter de denuncia del libro evidenciando la ausencia tanto de causa-
lidades sociológicas que expliquen las peripecias de los personajes como de
escenas de explotación o incluso de trabajo, lo cual desvirtúa cualquier idea de
didactismo moral o político. Segundo, le otorga a la violencia y a la fatalidad
un rol central en cada uno de los cuentos. Finalmente, Adoum hace énfasis en
que el gran aporte del texto a la literatura ecuatoriana es el lenguaje,28 pero su
aseveración no se limita al desafío moral que esto implicó, sino al carácter de
artificio narrativo que poseen las voces de narradores y personajes de Los que
se van. La eliminación de distancias entre ellos supone no solo una superación
al costumbrismo, sino la elección de un procedimiento literario que hace a los
cuentos distintos a lo que se venía ensayando.
Más adelante en el tiempo, y muy en sintonía con el discurso de los
Estudios Culturales, Vicente Robalino29 y Juan Antonio Vergara Alcíbar30 ana-
lizan cómo la construcción de la oralidad en Los que se van es un elemento
central de los textos, en tanto abre una serie de problemáticas entre las comu-
nidades campesinas que son consideradas referentes de la representación y la
escritura culta que las intenta representar. Considerar como lo hacen los auto-
res que la intervención política de los cuentos está dada en la misma retórica
de los textos y no en la osadía de los vulgarismos o el coraje de la denuncia,
es gran aporte para su relectura. Pero debemos pensar si la idea de que la li-
teratura es una reivindicación de los sectores oprimidos no sigue adecuando
la interpretación de la crítica a la de los autores. En efecto, la siguiente frase
de Vergara Alcíbar limita la potencialidad de sus análisis a la comprobación de
una hipótesis difícil de probar con la mera lectura del libro: “La colección de
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34. Jorge Schwartz, Las vanguardias latinoamericanas (México: Centro de Cultura Econó-
mica, 2002).
35. Nelson Osorio, “Para una caracterización histórica del vanguardismo literario hispano-
americano”, Revista Iberoamericana, vol. XLVII, No. 114-115 (enero-junio, 1981): 227-
254.
36. Ibíd., 249.
37. Alfredo Bosi, “La parábola de las vanguardias latinoamericanas”, en Schwartz, Las van-
guardias latinoamericana, 27.
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38. En consonancia con Bosi, Ángel Rama designa como “doble vanguardia” a la conviven-
cia de dos orientaciones distintas en la vanguardia latinoamericana: una que mantiene
el experimentalismo radical de los primeros años y otra que, sin dejar de probar nuevas
técnicas narrativas, se inclina a articularse con los problemas sociales de las comunida-
des en las que se insertan. “Medio siglo de narrativa latinoamericana (1922-1972)”, en
La novela en América Latina (Xalapa-Montevideo: Universidad Veracruzana / Fundación
Ángel Rama, 1986), 99-201.
39. Enrique Gil Gilbert, “El malo”, en Los que se van, 4.
40. Ibíd.
41. Ibíd., 3.
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42. Ibíd., 4.
43. Ibíd., 7.
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44. Ibíd., 5.
45. Ibíd., 8.
46. Adoum, “Prólogo”, en Narradores ecuatorianos del 30, XXVI.
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47. Schwartz, Las vanguardias latinoamericanas, 74. El crítico relaciona este intento con las
exploraciones sobre nuevos lenguajes que desarrollan los modernistas brasileños y los
argentinos nucleados en la revista Martín Fierro.
48. Robles, La noción de vanguardia en el Ecuador..., 53.
49. Joaquín Gallegos Lara, “Er sí, ella no”, en Los que se van, 14.
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a torrentes. De donde habían estado los ojos”.55 De nuevo, la elipsis evita con-
tar la acción concreta: el enceguecimiento voluntario de Rodolfo. Y a la vez,
el montaje de escenas omite expresiones de dolor o enunciados explicativos,
reemplazándolos por la sucesión de frases descriptivas.
El montaje y los procedimientos que se organizan en su entorno cons-
truyen una evidente distancia entre el referente de la representación y la enun-
ciación. En el comienzo del cuento “Por guardar el secreto”,56 de Enrique
Gil Gilbert, nos encontramos frente a los recuerdos del terrateniente Pablo
Briones referidos en discurso indirecto libre, seguido por un diálogo en el que
uno de los participantes tiene su mismo apellido. A partir de esta yuxtaposi-
ción en la que no media ningún tipo de conector temporal u observación del
narrador, quedan establecidos los personajes principales y el conflicto central
del cuento: el hijo de Briones empieza a trabajar en su hacienda sin saber que
el patrón es su padre. El sentido debe ser reconstruido por el lector a partir de
estos retazos de relato, lo que ejemplifica cómo los textos de Los que se van no
se presentan como una representación inmediata de la realidad ecuatoriana.
No encontramos ni una reproducción mimética ni una ilustración de los males
que aquejan a la nación. Tampoco se expresan a través de la prosa reclamos
o demandas. Lo que prima en los relatos es una evidente operación estética
sobre la situación referencial elegida, lo que pone de manifiesto su carácter de
artificio literario, su alto grado de autonomía y el marcado trabajo de experi-
mentación con la forma. Que los autores opten por la representación de temas
propios del costumbrismo o el realismo o que los consideren parte de una
militancia política no debe impedir leer sus cuentos como textos de frontera
que, mediando entre los polos dicotómicos en los que la crítica ha insistido,
seleccionan materiales de la cultura popular y temas de la literatura de alegato
social para reelaborarlos con los modernos procedimientos propios de las es-
téticas vanguardistas.
Finalmente, otro imprescindible elemento a tener en cuanta al analizar
Los que se van es su carácter de volumen colectivo y de compilación de cuen-
tos, particularidades de una obra generalmente relacionada con autores de
novelas regionalistas, realistas o incluso indigenistas. En este caso, se trata de
una obra firmada en conjunto por Aguilera Malta, Gil Gilbert y Gallegos Lara,
quienes colocan como paratexto en el inicio del volumen una sentencia que
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afirma: “AL FRENTE: Este no es un haz de egoísmo. Tiene tres autores: no tiene
tres partes. Es una cosa sola. Pretende que unida sea la obra como fue unido
el ensueño que las creó. Ha nacido de la marcha fraterna de nuestros tres
espíritus. Nada más. Los autores”.57 La naturaleza orgánica del texto que los
escritores apuntan solo puede comprobarse en la unidad de lugar y lenguaje
de los cuentos. Luego, los cuentos presentan particularidades estilísticas que
permiten reconocer con claridad quién es el autor, tal como la crítica lo ha se-
ñalado repetidas veces.58 Pero aun cuando el cometido colectivo no se cumpla
cabalmente, lo que sí se destaca es lo que Ezequiel De Rosso ha llamado un
“conjunto de variaciones sobre una serie de motivos”:59 un reducido número
de núcleos argumentales que son resueltos de forma distinta. El crítico pone
como ejemplo las relaciones sexuales condicionadas por la victoria en un duelo
de machetes y sus distintos desenlaces que aparecen en “Al subir el aguaje”,
de Gallegos Lara, y “El cholo que se castró”, de Aguilera Malta.60 Este mismo
tema puede ser ampliado con la inclusión de textos en los que el duelo con
familiares de la víctima define la conquista (“Er sí, ella no”, de Gallegos Lara
y “Juan der Diablo”, de Gil Gilbert”.61). Otros ejemplos son los cuentos que
tratan el tema de la superstición y sus consecuencias en las relaciones sociales
de los personajes (“El malo” y “El tabacazo”).62
En todos ellos, los autores construyen tramas disímiles sobre el mismo
núcleo temático, sugiriendo el abanico de resoluciones argumentales que cada
situación permite y que el libro ilustra. Este índice de operaciones posibles so-
bre los tópicos del realismo social se articula con la heterogeneidad de proce-
dimientos formales ensayados y sostiene así la posibilidad de concebir a la obra
como un auténtico manifiesto poético, un género literario característico de las
vanguardias que encuentra en Los que se van una ingeniosa reelaboración. El
carácter breve de los cuentos, la unidad de lugar y lenguaje, los objetos de la
representación y la entonación colectiva responden a la necesidad de una toma
57. Aguilera Malta, Gil Gilbert y Gallegos Lara, Los que se van, 2.
58. Véase Carrión, El nuevo relato ecuatoriano, 86; y Donoso Pareja, Los grandes de la
década del 30, 78.
59. Ezequiel de Rosso, “Motivos de Los que se van: innovaciones narrativas del Grupo de
Guayaquil” (ponencia presentada en las XXIV Jornadas del Instituto de Literatura Hispa-
noamericana, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2011, mímeo).
60. Gallegos Lara, “Al subir el aguaje”, y Aguilera Malta, “El cholo que se castró”, en Los que
se van, 63-65 y 74-80, respectivamente.
61. Gil Gilbert, “Juan der Diablo”, en Los que se van, 39-43.
62. Gallegos Lara, “El tabacazo”, en Los que se van, 43-48.
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REPAROS Y CONCLUSIONES
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