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Souza Maria Capitulo 4

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Capítulo 4

Corrientes de Pensamiento. Maria Cecilia Souza Minayo.

Positivismo sociológico

Dentro de la filosofía positivista, el cientista social debe comportarse frente a su objeto de


estudio –la sociedad, cualquier segmento o sector de ella– libre de juicios de valor, intentando
neutralizar cualquier intervención que pueda perjudicar su objetividad en la explicación de los
fenómenos.

En la propuesta positivista, el cientista siempre debe superar los límites de su subjetividad


(Durkheim, 1978).

La ciencia positivista tiene sus raíces en la filosofía de las luces del siglo XVIII (Lowy, 1986). Para
Lowy, el padre del positivismo es Condorcet, un enciclopedista que formuló de forma clara y
precisa la idea de que la ciencia de la sociedad debería ser una Matemática Social basada en
estudios cuantitativos rigurosos y probabilísticos.

Lowy incluye entre los discípulos de Condorcet y defensor de sus ideas, al socialista utópico
Saint-Simon (Lowy, 1986), para quien la ciencia de la sociedad consistía en una “fisiología
social”, cuya dinámica tiene dos movimientos históricos: las épocas críticas que consiguen
eliminar las fosilizaciones sociales, y las épocas orgánicas que se caracterizan por la estabilidad
y la reproducción de las estructuras.

Hasta el inicio del siglo XIX, el positivismo diseñado por estos precursores constituyó una visión
social-utópica-crítica del mundo de su tiempo.

Comte decía que existe un orden interno que rige la sociedad de la misma forma que ese
orden existe en la naturaleza. Toda sociedad caminaría hacia la armonía, el desarrollo y la
prosperidad. Al cientista social le correspondería descubrir ese orden y explicitarlo a los
lectores para que, a partir de su comprensión, la estabilidad social fuese mantenida.

Según Comte el positivismo como “ciencia libre de juicios de valor y neutra” se proponía no
contradecir los hechos políticos tal cual se presentan, sino aceptarlos y legitimarlos. Estas son
las palabras del autor:
El positivismo tiende, poderosamente, por su propia naturaleza, a considerar el orden público a través del
desarrollo de una sabia resignación. Porque no puede existir una verdadera resignación, o sea, una disposición
permanente de soportar con constancia y sin ninguna esperanza de cambio los males inevitables que rigen todos
los fenómenos naturales, si no es a través del profundo sentimiento de que esas leyes son inevitables. La filosofía
positiva, que crea esa disposición, se aplica a todos los campos, incluso a los males políticos (Comte, 1978, p. 70).

No hay dudas de que el positivismo clásico se combina con todo el conservadurismo político y
legitimador de situaciones vigentes y lo fundamenta.

Reconociéndose como discípulo de Comte, Durkheim se dedicó a pensar la especificidad del


objeto de la sociología. Para él, el objetivo de la sociedad es estudiar hechos que obedecen a
las leyes invariables, de forma objetiva y neutra.

“la sociología no es individualista ni socialista”, decía (Durkheim, 1978b, p. 27).

En el prefacio de la segunda edición de Las Reglas del Método Sociológico, escrito en 1901,
Durkheim refuta críticas a su propuesta diciendo que “los hechos sociales deben ser tratados
como cosas” y que cuando dice eso significa que “cosa” se opone a “idea” en el sentido de que
son externas a los individuos.

Pero este fenómeno moral, dice él, precisa ser observado objetivamente, “como una cosa”,
para ser debidamente explicado.

Este fundador de la sociología enseñaba que, ciertamente un cientista social tiene sus
preferencias políticas, simpatiza con los trabajadores o con los patrones, es liberal o es
socialista, pero, en el ejercicio de su ciencia, precisa hacer callar sus pasiones. Sólo en ese
silencio debe iniciar su estudio (1978). Esa externalidad del observador en cuanto a lo que
debe ser observado en lo social es la esencia de su método.

Una de las principales influencias del positivismo en las ciencias sociales es la práctica de la
investigación empírica. Metodológicamente, hasta hoy, bajo la óptica positivista, eso significa
el descubrimiento de las características de regularidades e invariaciones en los hechos sociales,
entendidos por Durkheim como “toda forma de hacer, fija o no, susceptible de ejercer sobre el
individuo una coerción exterior” o aún “lo que es general en el conjunto de una determinada
sociedad teniendo, al mismo tiempo, una existencia propia, independiente de las
manifestaciones individuales” (1978a, p.92).

Hoy existe un consenso entre los que adoptan los principios positivistas, de que los datos son
objetivos (susceptibles a errores calculables), cuando son producidos por instrumentos
estandarizados, apuntando a eliminar fuentes de propensión de todo tipo y presentar una
semántica observacional neutra. El lenguaje de las variables representaría la posibilidad de
expresar generalizaciones con objetividad y precisión.

Hoy existe un consenso entre los que adoptan los principios positivistas, de que los datos son
objetivos (susceptibles a errores calculables), cuando son producidos por instrumentos
estandarizados, apuntando a eliminar fuentes de propensión de todo tipo y presentar una
semántica observacional neutra. El lenguaje de las variables representaría la posibilidad de
expresar generalizaciones con objetividad y precisión.

El problema presentado por la crítica teórica es la producción de una verdadera reificación del
método que precisa ser criticada por lo menos en dos puntos: el primero es epistemológico y
se refiere a la pretensión de que los datos observables expliquen la realidad, restringiéndola a
lo cuantificable. El segundo es de orden moral. Sobre los dos aspectos vale la pena rememorar
los sabios pensamientos de Wright Mills (1952) que, desde los años ‘50, cuestiona a la
sociología positivista americana.

Funcionalismo como derivación del positivismo

Una de las variantes del positivismo sociológico es el funcionalismo, cuyos representantes


clásicos son, en la antropología inglesa, Malinowski (1975) y Radicliffe-Brown (1973) y, en la
sociología americana, Merton (1970) y Parsons (1951).

Los funcionalistas se diferencian de Comte (1978) y Durkheim (1978) en la medida en que


niegan las leyes generales que rigen el funcionamiento de la sociedad como un todo. Además,
no reducen la ciencia de lo social a la descripción de acontecimientos o de hechos observables.

“Desarrollan un tipo de teoría especialmente aplicable a la comprensión de la estructura social


y de la diversidad cultural”.
Los conceptos centrales del funcionalismo (sistema, subsistema, estructura, función,
adaptación, integración, desvío y consenso) son coherentes con los principios del positivismo
sociológico, para el cual las leyes que rigen los fenómenos sociales son atemporales,
invariables y tendientes a la estabilidad y a la cohesión. La implicancia metodológica de ambos
(positivismo sociológico y funcionalismo como una de sus variantes) es que las totalidades
funcionales, aunque la investigación no sea de orientación empírica, sean replicables.

El Marxismo y algunas de sus corrientes

Dentro de la perspectiva marxista, los principios que explican el proceso de desarrollo social
pueden ser sintetizados en los términos: materialismo histórico y materialismo dialéctico.

Dentro del marxismo, el materialismo histórico representa el camino teórico que apunta a la
dinámica de lo real en la efervescencia de una sociedad. A su vez, la dialéctica se refiere al
método de abordaje de la realidad, reconociéndola como un proceso histórico con su propio
dinamismo, provisoriedad y transformación. La dialéctica es la estrategia de aprehensión y de
comprensión de la práctica social empírica de los individuos en sociedad (en los grupos, clases
y segmentos sociales), de realización de la crítica de las ideologías y de los intentos de
articulación entre sujeto y objeto, ambos históricos.

Goldmann (1980) considera que esa versatilidad de la obra de Marx, se debe al hecho de haber
conseguido relevar las cuestiones teóricas más importantes para el análisis de la sociedad
capitalista, vinculándolas a la utilidad y a las necesidades humanas.

Marx se apropió del concepto de dialéctica tal como fue utilizado por Hegel y lo transformó.
Pero el término es mucho más antiguo, proviene de la filosofía griega trayendo un sentido
dinámico de inquietud y pregunta sobre las cosas, los hechos de la vida y de la sociedad. Ese
concepto va tomando diferentes connotaciones en el transcurso de la historia5 .

La primera tesis de la dialéctica es la especificidad histórica de la vida humana: nada existe


totalmente determinado, eterno, fijo y absoluto. Por lo tanto, no existen ideas, instituciones ni
categorías estáticas. Toda vida humana y social está sujeta a cambios, transformaciones,
siendo perecible y pudiendo ser reconstruida. De un modo diferente a los positivistas que
buscaban leyes invariables de la estructura social para conservarla, la lógica dialéctica
introduce en la comprensión de la realidad el principio del conflicto y de la contradicción como
algo permanente y que explica lo inacabado, lo imperfecto y la transformación.
“Nada se construye fuera de la historia como tampoco la historia es producto de las ideas, dicen Marx y Engels,
en el texto que escribieron sobre la Sagrada Familia (1967)”.

Pensamiento sistémico

La idea del pensamiento sistémico se ha traducido en diversas expresiones: teoría general de


los sistemas (Bertalanffi, 1968); pensamiento complejo (Morin, 1990), paradigma del orden a
partir de la fluctuación (Prigogine, 1991) y paradigma de la auto-organización a partir del ruido
(Atlan, 1984).

Teoría sistémica - Las primeras elaboraciones del pensamiento sistémico se deben al biólogo
Ludwig von Bertalanffy que, en 1968, publicó un libro de gran repercusión titulado Teoría
General de los Sistemas.
Este autor demostró que la termodinámica clásica que lidia con el equilibrio, precisaría ser
complementada con una teoría que abarque también los sistemas abiertos que se apartan del
equilibrio. Al identificar la interacción como punto neurálgico para todos los campos
científicos, definió sistema como el concepto central de su teoría general.

Según Bertalanffy (1968), sistema es un todo integrado cuyas propiedades no pueden ser
reducidas a las propiedades de las partes. Por lo tanto, el comportamiento del todo es más
complejo que la suma del comportamiento de las partes y los acontecimientos implican más
que decisiones de las partes individualmente.

En la organización jerarquizada, la realidad como un todo se caracteriza por la superposición


de niveles de los sistemas, cada uno constituyéndose como un todo y siendo irreducible a los
niveles inferiores, lo que les impide ser tratados analíticamente (por partes).

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