Calderon Bouchet, Ruben - Causas Del Orden Político 2
Calderon Bouchet, Ruben - Causas Del Orden Político 2
Calderon Bouchet, Ruben - Causas Del Orden Político 2
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Rubén Calderón Bouchet
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LAS
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CAUSAS
DEL
ORDEN
P O LITICO
Editorial NUEVO ORDEN
SOBRE LAS CAUSAS
DEL ORDEN POLITICO
O tras obras del a u to r :
La contrarrevolución en Francia
Los fundamentos espirituales de la ciudad Cristiana-
Tradición, revolución y restauración en el pensamiento po-
Utico de don Juan Vázquez de Mella
Nacionalismo y revolución
La formación de la ciudad cristiana
El apogeo de la dudad cristiana
La decadencia de la dudad cristiana
Formación y decadencia de la ciudad griega
Lecciones de antropología filosófica
Lecciones de epistemología
RUBEN CALDERON BOUCHET
Editorial N U E V O O R D E N
BUENOS AIRES
Hecho él registro que ordena la ley N? 11.723
Prohibida la reproducción total o parcial
<g) Editorial N uevo Orden
5
la justicia, 110. La justicia distributiva, 113. La jus
ticia social es virtud y no ideología, 1Í4. Orden
justo, y orden prudencial, 116. La llamada justicia
social, 119.
VI. Lo determinable en el orden sociopolítico, 121. El
hombre como sujeto del orden: la materia “ in qua” ,
124. El hombre y el país, 125. El hombre y su socie
dad política, 127. Vida moral y orden comunitario,
128. Las condiciones existenciales del Estado, 130.
Sexualidad y familia, 134. El cuerpo, el tempera
mento y la tierra, 138, El patriotismo, 141. Las con
diciones del arraigo, 143. El desarraigo, 145.
VII. Sociedad y autoridad, 149. Definición de autoridad,
U:. 153. Los atributos esenciales de la autoridad, 154.
Existencia de la autoridad, 156. Virtudes de la auto
ridad, 157. Origen de los soberanos y clases de je
fatura, 160. Las relaciones entre autoridades, 162.
VIII. Soberanía y poder, 165. Soberanía y legitimidad, 167.
Los principios de la legitimidad, 171. La legitimidad
■ en la sociedad tradicional, 173. La legitimidad revo
lucionaria, 176. Democracia y legitimidad, 179.
IX. Libertad y poder, 185. Libertad y ¡libre arbitrio, 187.
Nueva noción de libertad, 192. Aristocracia y liber
tad, 194. Libertad democrática, 197. Libertad inte
rior y dominio, 200. Libertades y fin de la liber
tad, 202.
X. Poder y libertad, 205. Origen del poder, 206. Dia
léctica del poder, 208. Poder y revolución: el poder
del dinero, 209. El nuevo Estado industrial, 212.
La democracia totalitaria, 216.
La pitié, la pitié réelle due á oes mal-
hereux et á ses semblables, préserits et
futurs, est précisément la raison qui pres-
crit de ne pas oublier autant que le fait
notre siécle, la juste protection due á la
semence des forte.
C harles M aurras
Cuestiones preliminares
1 Jn Eth., Lect. 19 N9 1.
2 In 119 P h y s Leet. 15, N9 5.
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10 Mi
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11
ximo, habitué, puede usarse en lugar de cualidad, en
tanto el hábito bueno cualifica la disposición.
La virtud infusa tiene por sujeto a la mente. En ella
reside y en tanto la determina, podemos afirmar que
la mente es la materia '‘in qua” se imprime como un se
llo la virtud. Pero la virtud es siempre el hábito bueno
de una disposición especificada por un determinado ob
jeto. El objeto de la virtud se llama materia “ circa
quam” porque es aquello acerca de lo cual versa. La
ciencia es una buena cualidad de la mente que tiene
por objeto material u “ objectum materiale circa quam” , ■X&.
12
conviene al sujeto hombre, en tanto posee una poten
cia racional que lo vincula y lo ordena con los otros.
Esa disposición racional es la materia “ in qua” de la
justicia, pero como ésta se especifica por su objeto que
consiste en dar a cada uno según su derecho. Los otros,
en tanto portadores del derecho, son la materia “ eirca
quam” de la justicia.
Conviene se recapacite en el carácter analógico de
las causas y en su mutua reciprocidad. Cada una de las
causas da origen a un orden propio y éste actúa a su
vez como causa en la complicada estructura de la so
ciedad política.
La necesidad de conocer al hombre para comprender
las ciencias morales y por ende la política misma, está
subrayada por Santo Tomás cuando habla acerca de las
potencias como sujeto de las virtudes: “ no podemos ac-
ceder con perfección a la ciencia moral si no sabemos
de las potencias del alma” . Esto es tanto más necesa
rio porque la actividad ética es parte de la actividad
del hombre. La ética es ciencia subalterna de la antro
pología y como dice Santo Tomás: “ el que posee la
ciencia subalternada, no la tiene%e manera perfecta si
su conocimiento no guarda continuidad con el conoci
miento de la ciencia subalternante” 4.
4 De Vevítate, 14,9 ad 3.
13
monian por la unidad en un plano meramente descrip
tivo. Las múltiples acepciones del término bregan por
una diversidad de formas sociales entre las que pode
mos distinguir: naturales o arbitradas. El uso corrien
te del vocablo designa también a todas las entidades
colectivas, tanto las nacidas en un desenvolvimiento es
pontáneo de las potencias naturales, como aquellas ar
bitradas para satisfacer fines no necesariamente liga
dos a exigencias de esa índole. Se llama sociedad a la
familia, al municipio, al linaje, a la corporación, al gre
mio, al partido, al sindicato y a las asociaciones con
propósitos financieros y hasta delictivos.
El mundo influido por las ideas liberales distingue
entre sociedad y Estado porque supone a este último
nacido de un pacto político. El Estado es concebido co
mo un artefacto que el hombre arbitra para garantizar
el uso de una serie de libertades individuales, imposi
bles de sostener en el estado prepolítico. El pensamien
to clásico no conoció esa escisión, nacida de un criterio
estrecho de la noción de Estado. Para el mundo clásico
y la tradición filosófica cristiana, el Estado es la so
ciedad políticamente ^organizada y no ha lugar a esa
separación aberrante entre Estado y pueblo, contra la
que combatió denodadamente Hegel. El marxismo, he
redero en esto como en otros tópicos dei pensamiento
liberal burgués, ha insistido con particular énfasis en
esta separación, con el propósito de superarla en una
nueva síntesis, donde la distinción individuo-sociedad,
fuera imposible. Para Marx el Estado es un artificio
ideológico-coactivo al servicio de la clase dominante, por
esa razón puede creer que la caída definitiva del Es
tado en la futura sociedad comunista, deja intacta una
organización social químicamente pura.
En una sociedad hallamos una pluralidad de hombres
organizados en vista a un objetivo común. El carácter
de la unidad dada a las accionas individuales y la dis
tribución de sus competencias respectivas, estará en
función de los fines propuestos. Esto supone en toda
sociedad la existencia de un orden de actividades y por
ende una disposición inteligente de sus partes consti
tutivas que funda el principio de autoridad.
Los sociólogos admiten en la sociedad la existencia de
cuatro propiedades que conviene enumerar para deli
mitar lo social y ensayar una definición.
a) Se trata de una pluralidad de hombres unidos por
un interés común. La unidad del interés y su comuni
dad, lo distingue de todo interés meramente individual.
b) Se reconoce la existencia de una intención común
en todos los vinculados con un lazo comunitario. Si se
examina el carácter de esta intención se advierte un
acuerdo inteligente y una mutua obligación de respetar
sus respectivos derechos. Un grupo asociado para co
meter un crimen, puede llamarse sociedad en la medi
da que posee estas condiciones y siempre que se use
el término en un sentido muy lato. ,
c) El acuerdo inteligente supone conocimiento claro
del vínculo existente entre los miembros de la sociedad
y del propósito final.
d) Entre esa pluralidad de hombres ha de existir
acción recíproca directa o indirecta. La interacción so
la no funda la sociedad y debe estar completada con los
otros elementos especificantes, de otro modo una gres
ca callejera constituiría una sociedad. y;;J
* Fridolin Utz arriesga esta definición: “ la sociedad
es una acción recíproca entre dos o más personas basa
da en elementos de un contenido intencional común” .
Por lo menos eso es lo que el término, en su acepción
más lata, expresa5. Vierkand asegura que la sociedad
es una agrupación humana cuyos miembros son porta
dores de relaciones recíprocas conscientes. .No entra
mos a examinar ambas definiciones aplicándoles, con
todo rigor, los recaudos del método tomista. Las admi
timos como definiciones nominales y a título provi
sorio.
La definición real
La definición nominal advertía una acción entre dos
o más individuos humanos. El problema consiste en
averiguar si la explicación última de lo social reside
en el individuo o en algún principio supraindividual. De
5 Utz, Fridolin, Etica Social, Herder, Barcelona, 1961,
p. 50.
15
este dilema nacen dos formas típicas de explicación:
las explicaciones individualistas y las supraindividua-
leS. .
Dentro de las primeras distinguimos tres modalida
des, según se apele a un principio mecánico, biológico
o psicológico para interpretar la impulsión asociadora
de los individuos.
Las explicaciones mecanicistas consideran al indi
viduo única realidad. La sociedad es un agregado, una
suma de partes. Los componentes valen en relación a
la energía desplegada dentro del conjunto. No hace
falta gran perspicacia para comprender la pobreza de
los instrumentos nocionales usados por esta teoría.
La interpretación biologista recurre a fuerzas vivas
más aptas para dar cuenta deí fenómeno social. La so
ciedad tiene por fin resguardar y promover las aptitu
des biológicas de los individuos más capaces. Se ins
piran en Darvvin y si bien explican lo social por lo
individual, consideran al conjunto como una suerte de
superorganismo.
La psicología social nace con el propósito de descu
brir el motivo psicológico que lleva al hombre hacia lo
social. Gabriel Tarde habló de la imitación, otros ha
llaron en la simpatía el impulso congregante y no fal
taron los que vieron en el miedo el factor determinante
de la sociedad humana.
Todas estas interpretaciones encierran una verdad
parcial, ven un aspecto del problema y en la ausencia
de un método de observación adecuado, pretenden ex
plicar toda la realidad social en función de uno de sus
elementos menos significativos.
En el orden social la unidad es más decisiva que la
pluralidad, la primera hace a la forma y la segunda a
la materia. El valor de nuestra encuesta consiste en
hallar la formalidad propia de lo social y determinar
la consistencia de esa unidad dentro de la pluralidad,
sin desconocer el carácter substancial de los individuos
asociados y el meramente accidental de la asociación.
La sociedad es una unidad accidental formada por la
acción en mancomún de muchas personas. Determinar '
con rigor la esencia de ese accidente es la tarea propia
de la Etica social.
16
En orden a determinar el carácter de esa unidad y
fundamentar su prelación se han hecho varios intentos.
Con el propósito de ponerlos en un esquema cómodo
vamos a dividirlos según el modo de concebir la índole
propia de lo social:
* a) Biologismo social: la sociedad es un hiperorga-
nismo. Bergson en Les deux sources de la morale et la
réligion escribe: “ La aparición de cada una de ellas (las
sociedades) era como la creación de una nueva especie
compuesta de un individuo único, el logro vital ten
diente de tarde en tarde— en un hombre determinado—
a un resultado que no había podido ser obtenido de una
sola vez para el conjunto de la humanidad” . Una págí- . ....
na más adelante añade este párrafo que redondeada
idea: “ porque presión social y espíritu de amor no son .
más que dos manifestaciones complementarias de la vi
da, normalmente aplicada a conservar en conjunto la
forma social que fue característica de la especie huma
na desde el origen.. . ” 6.
° Bergson afirma que la sociedad es un organismo, pero
lo hace en un sentido analógico o metafórico. Admite
la existencia de un impulso vital que allende los indi-
viduos los une y congrega haciéndolos partícipes de una
forma social impuesta por la fuerza creadora de la evo
lución La causa eficiente es el impulso vital, la evolu
ción creadora; la materia está constituida por los in
dividuos congregados en función de ese ordenamiento
impuesto por la fuerza incoercible de esa tendencia. El
fin es la expresión más completa y acabada de la vida.
* Osvaldo Spengler en su libro famoso La decadencia
de Occidente se pregunta si los conceptos fundamenta
les de lo orgánico, incluido lo social, ¿no serán el des
arrollo de ciertas protofcrmas biográficas universales?
Ve en la historia universal “ la imagen de una eterna
formación y deformación, de un maravilloso adveni
miento y perecimiento de formas orgánicas” , semejan
tes a las plantas o a los animales que son las sociedades
culturales 7.
17
ér La comparación con los organismos no tiene en Spen
gler una intención meramente poética. Las sociedades
son organismos y como tales se encuentran sometidas
al ritmo vital de los seres vivos: nacen, crecen y mue
ren cuando han terminado el ciclo de su desarrollo.
* b) 'Psicologismo social: lo social se inserta en lo
psíquico y se alimenta de las fuerzas anímicas. Esto no
sería más que la constatación de un hecho si nociones
tales como “ alma social” y “ espíritu de un pueblo” no
complicaran el itinerario de la observación con imáge
nes tomadas de nociones psicológicas.
c) Teoría.i de las relaciones humanas: el titulo para
' designar este parágrafo es meramente aproximativo.
Con él denotamos todas las interpretaciones de lo social
que lo explican como una interrelación. La relación so
cial tiene la peculiaridad de ser en un sujeto y ai mis-
,mo tiempo de referirse a otro.
El ser de una relación depende de los términos que se
relacionan. La distancia de A a B o de B a A, depende
en su ser de la existencia de A y B. Desaparecido uno
de los términos de la relación, ésta también desapare
ce. Cuando en el término que permanece queda una
suerte de remanente o de disposición hacia el otro y es
ta disposición se funda en la esencia misma del ente
considerado, se dice que la relación es trascendental.
En el hombre existe una relación hacia el otro que for
ma parte de su dispositivo esencial. Los cambios que la
historia provoca en ía situación de los términos rela
cionados, traen como consecuencia cambios en las con
cretas relaciones sociales. La sociología es una disci
plina histórica que estudia las sociedades concretas y
considera la tendencia social del hombre como una
relación predieamental.
* La ética social estudia la relación con el otro como
fundada en la propia naturaleza del hombre, es decir,
en cuanto se trata de una relación trascendental. La
referencia a los otros está en la disposición natural del
hombre y se constituye como un accidente propio.
Esta relación trascendental es, en la persona singu
lar, disposición potencial. Cuando el hombre entra en
intercambio social con los otros, actualiza esa dispo-
18
sición y la refuerza con el ejercicio. Crea así un hábito
que cualifica la disposición hacia lo social.
El fundamento metafísico de esta disposición es la
tendencia del hombre -a un bien común para el que po
see una ordenación trascendental. Este bien es supra-
individual, pero se refiere también a cada uno de los
individuos en lo que éstos tienen de propio.
Sobre estas reflexiones, Utz ensaya una definición
real de la ética social: “ la ética social tiene por objeto
toda interacción humana fundada sobre un bien común,
sea que este bien esté dado «a priori» en la sociabilidad
o se trate de un acto táctico moral de los hombres que
se coaligan” B.
El mismo autor propone estas otras definiciones rea
les de lo social que recogen lo esencial de lo asentado
más arriba: “ social es aquello que constituye la unidad
de relación (form a) de muchos hombres (materia) y
se fundamenta sobre una acción recíproca (eficiencia)
y posee un contenido intencional común ( f i n ) ” .
Para la ética social propone, provisoriamente, esta
definición: “ es aquello que se encuentra en una unidad
de relación respecto de un bien común, ordenado mo
ralmente a todos los miembros” . Y ratifica con más
precisión: “ la sociedad es la unidad de relación de mu
chos hombres que se constituye sobre la interacción re
cíproca con un contenido intencional común” .
En ambas definiciones no se explícita con claridad
el fundamento trascendental de la relación y la inter
acción recíproca — con contenido intencional común—
deja la impresión de que se trata de una relación pre-
dieamental. La definición vale tanto para una iglesia
como para una pandilla de pistoleros. La formulación
requiere la inclusión de un contenido ético y al mismo
tiempo la referencia. a*,la disposición trascendental que
la funda en la naturaleza humana. •
Utz propone esta última definición: “ lo social es la
unidad de relación de muchos hombres respecto de un
bien común y ordenado moralmente a todos los miem-
bros” . ;
Aceptémosla provisoriamente y continuemos nuestro
19
análisis. Antes de distinguir las diversas formalidades
presentadas por lo social, digamos algo del fundamento
metafísico de esta disposición trascendental.
El ser trascendente se configura como verdad para
la inteligencia y como bien para el apetito. El ser tras
cendente es absoluto y ningún ente relativo puede lo
grar una aproximación adecuada a su realidad. La
aproximación se hace más completa merced a la multi
plicidad y a la mancomunidad de los esfuerzos singula
res. La adquisición de la verdad y del bien fundamen
tan el orden social.
“ Lo político aquí no significa otra cosa que ia con
ducción temporal de lo humano en cuanto comunitario,
o sea el grupo de la «polis» o ciudad. Lo ético o moral
es la conducción de lo humano en cuanto tal, como acto
del ser singular de la especie; el «ethos» griego, el «mos»
latino”
* La filosofía nos enseña los principios a que debe so
meterse la acción, tanto ético individual como política.
Estos principios se fundan en la naturaleza del hombre,
; en tanto trascendentalmente ordenada a la mancomu
nidad, para alcanzar el bien del intelecto que es Dios.
<
-* ■tizan, La acción social es siempre y en todos los climas
y tiempos, acción específicamente inteligente y volun
taria. La inteligencia puede resolver el problema polí
tico de un modo o de otro, pero su solución será siempre
inteligente y los impulsos naturales del hombre estarán
.allí lo suficientemente expresados como para que se
pueda discernir su humanidad.
La acción social es también acción personal. No pue
de comprenderse su razón específica si no se tiene en
cuenta la multiplicidad de personas que obran de man
común. La acción de la persona individualmente consi
derada se entiende a partir del todo y en tanto participa
de un bien común.
o “ En la ética social se tienen en cuenta los deberes
personales, que se han impuesto al hombre, en cuanto
éste tiene que desempeñar una función parcial en un
^ todo informado por el bien común” 10.
a Es ciencia práctica porque tiene por fin la perfección
del agente que opera. Todos los saberes que colaboran
en el conocimiento circunstanciado de la situación con
creta de una comunidad inciden en el mayor perfeccio-
: namiento del acto determinante del orden. Esto explica
%:i por qué este saber se encuentra relacionado con otros
de tipo especulativo: antropología, metafísica, etcétera.
La acción humana es tanto más perfecta cuando más
clara conciencia tiene el agente de todos los ingredien
tes que la constituyen. El conocimiento abstracto de los
principios no basta para determinar la rectitud del acto
concreto, pero colabora en él. Lo decisivo es el orden de
las virtudes, porque influye decisivamente en el acto
prudencial. Esto fue visto por la socrática con gran
agudeza y Platón en La República busca conciliar las
exigencias de un orden interior justo, con el orden de
la ciudad.
22
: •]
II
23
realidad, como materia “ circa quam”x del orden social.
La causa eficiente es extrínseca a su efecto, pero
esto no supone necesariamente exterioridad entitativa.
J Un mismo ente, dotado de una perfección primera, pue
de ser causa de una segunda perfección realizada en su
propia entidad. La forma habitual recibida en la dispor
sición anímica del sujeto, está impuesta por la acción
transformadora del mismo sujeto, al obrar sobre sí.
* Tenemos que reconocer en el hombre la existencia
de una disposición a obrar sobre sí mismo y en man
comunidad con los otros, para vigorizar y perfecccio-
nar los vínculos de sus interrelaciones. Esta tendencia
es la causa eficiente del orden social.
La noción de causa eficiente es también análoga y
conviene, en primer lugar, a la primera causa y en
segundo lugar a la causa segunda, causa causada o
causa por participación.
“ Hay pues dos maneras de causar: una cuando se
hace algo sobre la base de una cosa ya existente y a
esta manera se le dice hacer por información, porque
aquello que adviene con posterioridad se añade a lo
que ya existe, a manera de una form a; la otra manera
de causar es sin ningún presupuesto, y a esto se le lla
ma crear” 1.
A la causa eficiente creadora y a la causa eficiente
productora les conviene una analogía de proporciona
lidad. El problema de la analogía en el género de la
causa eficiente no termina con esta distinción. La causa
eficiente puede obrar movida por su propia virtud o
accidentalmente. La primera produce su efecto por sí
misma, se dice que es causa eficiente per se. La natu
raleza humana es causa eficiente “ per se” del orden
social y lo es con carácter de principal, propio y ade
cuado, habida cuenta del carácter mancomún de la
acción social. Si se considera a la naturaleza humana
como perfección primera y .en tanto disposición poten
cial latente en el individuo, sólo es . causa principal,
pero inadecuada y parcial.
La eficiencia tiene bajo su férula una cierta cantidad
de causas instrumentales y a las que se puede llamar
24
cabaljnente tales, por su participación con la causa
principal con la que guardan una analogía de atribu
ción intrínseca. Entre las causas eficientes instrumen
tales del orden social está el orden jurídico, escuela,
y todos los bienes culturales empeñados en la acción
educativa.
¿En qué sentido la naturaleza humana puede ser con
siderada como causa eficiente del orden social?
“ l^ingún ser relativo, hombre, mundo o hecho, puede
ser él segundo término de una igualdad con el ser ab¡-
soluto. Para la igualación entre el absoluto trascen
dente y el ser relativo existente, debe haber en el ser
relativo: multiplicidad. La deficiencia de lo relativo
existente tiende a subsanarse mediante la multiplici
dad, para obtener por muchos lo que no se puede lograr
por uno solo; a saber, la aproximación al ser trascen
dente” 2.
Este es el fundamento metafísico de la sociedád
humana, visto desde la causa final. La aseveración ase
gura que la naturaleza humana, considerada en su di
mensión individual, no tiene toda la perfección corres
pondiente, pero como alguna perfección tiene, es oportu
no distinguir entre perfección primera y perfección
segunda.
"De dos modos se da la perfección de una cosa: peiv
feceión primera y perfección segunda. La primera es
aquella por la cual la cosa es perfecta en su substan
cia y esta perfección es la forma del todo que funda
la unidad de sus partes, integrantes. La segunda perfec
ción proviene del fin porque el fin o es operación tal
como el fin del citarista es citarizar, o es algo a lo
cual se llega por la operación, como el fin del cons
tructor es la casa. La primera perfección es, empero,
causa de la segunda, porque la forma es el principio
de las operaciones” 3.
Los dos ejemplos aducidos por Santo Tomás en el
párrafo citado, han sido tomados de la actividad artís
tica. La situación es análoga cuando se trata de una
operación práctica. La perfección segunda reside en la
21
razón, “ ratio” , supone un proceso discursivo, por el
cual, de una verdad conocida se infiere una nueva ver
dad. La inteligencia es definida por la escuela como
la. facultad por la que se capta la esencia ( quiddita-
tem) de una cosa material. Conviene considerar un
poco mejor cada uno de los términos de la definición:
Facultad: es un accidente realmente distinto de la
forma substancial, pues el intelecto es principio inme
diato de operaciones, pero no una forma en acto. Entre
las cosas creadas y naturalmente conocidas por noso
tros, no se da una substancia intelectual cuyo acto pri
mero sea un acto inteligente.
Por la que se capta: hace referencia a un acto cog
noscitivo. El término capta guarda un sentido analó
gico con el hecho físico de capturar y nos habla de
una asimilación espiritual del objeto.
... La esencia o “ quiddidad” . Los sentidos aprehenden
las cualidades exteriores o físicas de un objeto. El
conocimiento inteligente penetra en las determinacio
nes formales de la cosa, intus o ínter legere, y capta
su estructura inteligible. A eso llamamos esencia o
“ quidditas” , porque la inteligencia “ cognoscit quod
quid est” .
“ Quidditatis reí rnaterialis” . En el objeto de la inte
ligencia debe distinguirse lo adecuado de lo propio. El
objeto adecuado de la inteligencia es el ente en cuanto
ente, el objeto propio es la quiddidad de la cosa ma
terial.
“ El intelecto humano es una forma en la materia
sin las condiciones de la materia; su objeto vindica
-algo del mismo orden: algo material sin las condicio
nes de la materia; esto es la esencia de la cosa sensi
ble, abstraída de sus principios individualizadores” 5.
Interesa examinar, si la facultad intelectual es activa
o pasiva. Santo Tomás establece el criterio para hacer
la distinción entre el momento activo y pasivo del
intelecto. Nos parece importante recoger aquí su re
flexión : *
“ No se distinguen la potencia activa o pasiva por
el hecho que tengan o no operación, pues como cual
í
5 Hugon, E., Metaphysica, Lethillieux, París, 1986, p. 15.
28
quier potencia animal, tanto activa como pasiva, tiene-
alguna operación, toda potencia animal sería activa.
La distinción entre ambas potencias se establece pol
la comparación a sus respectivos objetos. Si este ob
jeto se relaciona con la potencia como lo que padece
cambio, será potencia activa. Así todas las potencias
vegetativas en el animal son activas, porque el alimento
es transformado por las potencias del alma tanto en
la nutrición como en la generación. En cambio las po
tencias sensitivas son todas pasivas porque son movi
das de la potencia al acto por los objetos sensibles. Res
pecto al entendimiento hay una potencia activa y otra
pasiva” 6.
De esta doctrina se saca una conclusión: el intelecto
humano es potencia esencialmente pasiva, pero goza
de una verdadera actividad inmanente. Interesa desta
car ambos aspectos, para comprender la doble causa
lidad, eficiente y material, que la razón cumple en la
acción social.
Esta compleja situación de la inteligencia humana
llevó a la escuela tomista a admitir dos etapas en la
realización del acto intelectual: un momento pasivo,
llamado intelecto posible o paciente y un segundo ac
tivo, al que se llamó intelecto agente.
El intelecto paciente era la facultad cognoscitiva de
la esencia de la cosa material El intelecto agente era
definido como una facultad intelectual activa, que abs
traía las especies inteligibles de las imágenes.
Se connotan como partes constitutivas de la inteli
gencia humana a la memoria intelectual, la razón su
perior, la razón inferior, el intelecto especulativo, el
intelecto práctico, la sindéresis y la conciencia.
Para mejor esclarecimiento de nuestro tema, inte
resa distinguir el intelecto especulativo del práctico y
referirnos brevemente a la sindéresis y la conciencia.
La inteligencia está dispuesta al orden de dos ma
neras: una activa, en cuanto hace el orden que consi
dera y esto es propio del intelecto práctico; la otra
casi pasiva, porque no hace ese orden, sino que lo
30
deramos brevemente las condiciones fisicocorporales que
gravan el ejercicio del espíritu del hombre. Conviene
recordar ahora que el orden político no considera un
hombre aislado, sino una multiplicidad de hombres
mancomunados en una acción inteligente condicionada
a su vez por un esfuerzo de dos dimensiones: una
histórica y otra coetánea,
esfuerzo coetáneo
> ----------- -------------- -------
— — ' —
esfuerzo histórico
7 In Phyn., Lee: 1, n? 1.
31
tación dialéctica de ambas nociones, al terreno de los
hechos reales. La idea de materia es opuesta y con
traria a la idea de espíritu, pero esta oposición con
ceptual no tiene por qué admitirse tal cual, en el
plano óntico.
c Dios ha creado los entes llamados materiales, dotán
dolos de una perfección que no se logra de una sola
vez y en un acto acabado de realización. La perfección
es lograda mediante un movimiento espacial y sucesi
vo y esto supone la conquista paulatina del propio ser
en una serie de actualizaciones accidentales. Esto su
cede en razón de la esencia misma de esos entes y no
como consecuencia de un infortunio metafísico.
El hombre posee un cuerpo y está ligado al dina
mismo cósmico en el tiempo y en el espacio. La per
fección de su forma substancial así lo requiere. La
vocación de ángel exiliado es una ilusión y, al mismo
tiempo, una tentación maliciosa.
0 “ El alma se une al cuerpo por causa del bien que
es la perfección substancial, de tal modo se completa
la especie humana por causa del bien que es la per
fección accidental, así sucede con el conocimiento inte
lectual que se adquiere, como es natural en el hombre,
a través de los sentidos” ' 8.
La vida del espíritu humano es un esfuerzo diario
realizado a través de todos sus condicionamientos ma
teriales. Cuando ese esfuerzo decae y el ímpetu dismi
nuye se tiene la sensación de un triunfo de todas esas
fuerzas oscuras que nos atan al mundo físico y parecen
coaligarse para aplastar nuestro crecimiento. A veces
sucede efectivamente así; la realidad natural ofrece
una resistencia enconada a la energía humana y ter
mina por quebrantarla. Esta situación ha inspirado la
idea de una oposición y al mismo tiempo la nostalgia
angélica de un alma liberada de esa confabulación de
fuerzas adversas. Los platónicos confiaban en la muer
te liberadora, del justo para vagar a su albedrío en un
cielo limpio de impedimentos materiales; el progresis
mo confía en la ciencia y en la técnica mancomunadas;
ambas crearán las condiciones de un espacio cósmico
8 De Anima., I, ad 7 a 3.
32
perfectamente controlado por el hombre y de una si
tuación interior libre de todas las enajenaciones im
puestas por una disciplina nacida de la adversidad.
Mientras no se cumplan estos sueños, el espíritu del
hombre, por condición esencial de su naturaleza, está ♦
ligado a un cuerpo individual y a todos los elementos
conjugados del mundo físico. Cuando los . factores
integrantes de su realidad están bien dispuestos,
el alma logra con más rapidez y perfección el desarro
llo de su plenitud.
"‘Le conviene al alma estar unida a un cuerpo porque 9
es imperfecta y se encuentra en estado de potencia en
el género de las substancias espirituales. No poseyendo
por naturaleza la plenitud de la ciencia, debe adquirirla
de las cosas sensibles por ministerio de los sentidos” .
El encuentro con la realidad cósmica es imprescindible
para actualizar las virtualidades del conocimiento. Por
eso Santo Tomás dice que “ la materia es para la forma
y no al revés, hay que buscar por el lado* del alma la
razón por la cual el cuerpo, al que está unido, tiene
tales o cuales disposiciones. Pues como ha sido dicho
en el II? libro del De Anima, el alma no es solamente
la forma y el motor del cuerpo, sino también su fin.
Luego surge de las cuestiones que acabamos de discu
tir que es natural al alma humana estar unida a un
cuerpo; pues de hecho ella es lo que hay de más bajo
en el orden de las substancias espirituales, un poco
como la materia primera es lo más tosco en el orden
de las substancias sensibles. La naturaleza no le ha*
infundido las representaciones mentales que le permi
tirían darse espontáneamente a su actividad propia
que es saber, conocer — como es el caso de las substan
cias intelectuales— , el alma ha sido abandonada en
potencia al conocimiento, tal como una tabla rasa sobre
la que no hay nada escrito. De ahí le viene la nece
sidad de recibir sus ideas de las cosas exteriores por
intermedio de las potencias sensibles, las que no pueden
tener operación propia sin el soporte de los órganos
corporales. De donde se ve que es por necesidad que el
alma está unida al cuerpo” 9.
34
* Y añade: “ Lo mismo sucede por parte de las poten
cias inferiores, de que el entendimiento necesita para *
su operación: a saber la buena disposición de la ima
ginación, memoria y cogitativa” .
* La causa eficiente del orden sociopolítico no es una
infelYgéncia que actúa libre cíe todo compromiso mate
rial. Es un intelecto condicionado por todas las inci-
cféñcias físicas del cuerpo y, a través de éste, influido
por las circunstancias espaciotemporales. Las socieda
des humanas llevan la marca del lugar en que nacen
y del temperamento de un pueblo. A estos ingredientes
condicionadores deben sumarse los que vienen de las
vicisitudes históricas con toda la gama de sus mati
ces. Por estas razones, la elección consiguiente al juicio
formulado por la inteligencia práctica se realiza en la
mayor incertidumbre, porque Versa sobre situaciones
muy complejas, además, singulares y únicas y que por
su misma irreiterabilidad no tienen precedentes en los
cuales fundarse con adecuación. “ Es necesario — arguye
Santo Tomás— que nuestra razón no se comprometa
en la vía tortuosa de la inquisición antes de avanzar
al juicio sobre las cosas dudosas e inciertas, sin previa
indagación de las circunstancias condicionantes” 10.
La tarea de ordenar la acción humana es la más
complicada de todas, ya por la incertidumbre del juicio
práctico, como consecuencia de la complejidad de la
situación en que sé pronuncia, ya por las afecciones
adheridas al movimiento voluntario, cuando tiene que
elegir entre tantos motivos, muchos de los cuales soli
citan a los apetitos sensibles, por el lado del temor,
la ira o la concupiscencia. Para que la elección tenga *
menos dificultades, el hombre instituye una serie de
instrumentos: instituciones, leyes, usos, costumbres,
etc., verdaderas causas instrumentales al servicio de
la eficiente principal.
Con el propósito de mejor apreciar las condiciones
que rodean la obra del espíritu en la formación del
orden sociopolíticb, conviene recordar algunas sitúa
ciones fácilmente olvidadas por los fabricantes de* uto
pías: los ideólogos acostumbran trazar los rasgos de
35
un orden social, construido sobre las tendencias de un
hombre engendrado en un aparato.
El hombre de carne y hueso nace. Luis Lachance
recuerda este hecho en un magnífico resumen donde
glosa un pensamiento de Santo Tomás. Decía el Aqui-
nate: “ El nacimiento puede ser atribuido a alguien
de dos maneras: primero como a su sujeto, segundo
como a su término. Es atribuido como a su sujeto al
que nace; y ésta es la persona (hipóstasis) y no la
naturaleza” . ••
En efecto, el nacimiento es una fase de la genera
ción y así como algo es engendrado pam adquirir exis
tencia, así también nace con este fin. La existencia
pertenece en propiedad al sujeto: la forma, si no es
subsistente, no se dice que existe sino en tanto que
alguien o algo existe en virtud de ella. La persona o
hipóstasis designa al sujeto subsistente mientras la
naturaleza designa la forma, según la cual algo existe.
El nacimiento es atribuido a la persona eomo sujeto
naciente. Cuando es atribuido a la naturaleza no es
como a su sujeto sino como a su término. El término, en
efecto, de la generación y de todo nacimiento, es la
participación a una forma. Por esta razón Aristóteles
llama al nacimiento el paso de una naturaleza. Las
fuerzas de la naturaleza tienden a realizar la forma
específica como a su térm ino31.
Esta larga cita tiene un propósito: observar que el
nacimiento corresponde al hombre como sujeto portador
de una forma natural. Quien por el hecho de su naci
miento aparece colocado en un país y en un momento
preciso de la historia de un pueblo, recibe en esta cir
cunstancia una serie de influjos raciales, geográficos,
históricos y culturales que sin constituir la naturale
za, determinan la personalidad con una serie, de acci
dentes predicamentales ineludibles. Los padres aportan
una carne y una. sangre y con' ellas incorporan al hom
bre a una nación.
La imperfección física e intelectual del recién nacido
lo pone a merced del grupo familiar. De él recibirá
31 S. 77o, Illa. Q. 35 a 1.
36
la lengua, usos y costumbres y éstas obrarán como
causas para hacerlo miembro de una sociedad deter
minada. Es obvio señalar que así como se heredan cua
lidades, se heredan deficiencias, taras y malas cos
tumbres familiares y nacionales, todas cuales indispo
nen al sujeto para lograr un desarrollo perfecto. La
familia está para hacer posible la subsistencia del recién
nacido y mientras no provoque su muerte intencional
mente, cumple con su cometido. Puede suceder que la
acción familiar se limite a unos pocos aspectos de la
compleja realidad del niño y en unos casos actúe con
eficacia y en otros decididamente mal. Con todo no
puede ser substituida por otro grupo cualquiera sin
que se repita la situación con los agravantes que im
plica la ausencia de lazos afectivos.
Líbreme Dios de los que me aman — ha dicho al
guien— y, sin lugar a dudas su intención fue hacer
una frase ingeniosa especialmente adecuada a ciertos
amores que matan, pero cuando pretende ser, como en
el caso de Gide, válida para todos los amores, no pasa
de una boutade superficial. La rebelión contra la con
dición natural del hombre conduce al desarraigo y al
desmedro de la naturaleza.
/. 37
)
. ■ •' 38
píritu se lo descubre y se lo muestra irradiando bon
dad ; la voluntad actúa a la luz del pensamiento” ir>.
e Dos tipos de actos proceden de la voluntad: elícitos
e imperados. Se llama elícitos a los actos formalmente
voluntarios porque tienen su origen en la voluntad y
sólo con la voluntad se realizan: querer (velle), amar.
Se llama imperados a los actos voluntarios ejercidos
por una potencia externa a la voluntad: caminar, ha
blar, nadar, escribir, etc. La voluntad impone su domi
nio a los miembros motores, a las cuerdas vocales, len
gua, etc., y éstos ejercen el mandato imperativo de la
voluntad.
A la voluntad le repugna la coacción y tanto menos
puede padecerla cuanto más formalmente voluntario es
el acto. Ál acto voluntario elícito no se lo puede violen
tar, pero se puede ejercer violencia sobre el acto volun
tario imperado. Nadie puede obligarme a amar, pero
se me puede obligar a correr, a comer o a responder a
una pregunta.
‘‘Repugna a la naturaleza del acto voluntario ser vio
lentado o forzado, como repugna a la razón de la incli
nación natural de la piedra el moverse hacia arriba,
pero puede serlo por violencia, siempre que este movi
miento le venga impuesto de una fuerza exterior a la
suya propia. Asimismo puede el hombre también ser
arrastrado violentamente. . . pero a la razón de volun
tad repugna la de violencia” 1(i.
* Muchos filósofos sitúan el tema de la libertad en
esta condición del acto voluntario y establecen taxati
vamente que el hombre siempre es libre. En verdad la
libertad del movimiento voluntario es resultado de una
conquista interior, de una previa posesión de sí mismo,
por la cual el espíritu se apodera de la dirección del
alma y la dirige a la conquista de su bien propio. Sin
dominio no hay auténtica libertad. No importa que el
intelecto vea lo mejor y este bien, ofrecido a la voluntad
por la inteligencia, sea amado por.ésta; la ausencia de
39
orden en las pasiones traerá por consecuencia una ac
ción defectuosa y por ende sin libertad.
Un dicho latino recoge con precisa claridad esta si
tuación: “ video meliora, proboque, deteriora sequor” .
En español: veo lo mejor, lo apruebo y hago lo peor. i
La buena disposición del movimiento voluntario elícito
no está afectada, porque el agente aprueba el bien mos
trado por la inteligencia, pero el desorden pasional im
pide el buen ejercicio de los actos imperados. En este
caso el elemento pasional salido de quicio no vulnera
una recta formulación del juicio práctico.
Mucho peor es cuando la pasión presiona la inteli
gencia y tuerce su visión de la realidad presentando
a la inteligencia un bien subordinado como si fuera el
bien supremo. Este es el tipo de violencia ejercido por
una propaganda perversa. Se ataca a la raíz del acto
voluntario mediante una distorsión del conocimiento. La
técnica de los lavados de cerebro se funda en esta po
sibilidad.
Antes de concluir este breve examen sobre la volun
tad conviene recordar otra enseñanza de Santo Tomás,
para comprender mejor nuestro tema principal. Dice el
Doctor Común que la necesidad del fin no repugna a
la voluntad, como tampoco la necesidad natural. No
coarta la libertad voluntaria adherirse necesariamente
a las exigencias del fin último. Si se arguye la contra
dicción entre necesidad y libertad, se puede decir con
Santo Tomás: “ Del mismo modo se dice que algo es
natural porque es según la inclinación de la naturaleza,
como se dice que algo es voluntario porque es según la
inclinación de la voluntad. Así es imposible que algo sea
violento y al mismo tiempo voluntario” 27. La voluntad,
en tanto inclinación natural, admite una cierta necesi
dad. Así como la-inteligencia adhiere a los primeros
principios, la voluntad se inclina hacia el último fin
que es la beatitud, porque el fin conviene a la operación
como el principio a la intelección.
Si se objetara que la voluntad nos hace dueños de
nuestros actos y mal podríamos ser dueños de un acto ■
40
algo cuando se puede elegir, responde Santo Tomás:
la elección no versa sobre el fin sino sobre aquellas ca
sas dispuestas hacia el fin : "de donde se sigue que el
deseo del último fin no es de aquellos de los cuales te
nemos dominio” 18. El orden sociopolítico se regula de
acuerdo con estos principios. El fin último, como bien
común trascendente, dirige todo el proceso operacio-
nal. Este fin puede ser mal conocido por la inteligencia,
aunque por esto no deja de estar presente en el movi
miento de la voluntad “ ex-necessitate” . Pero todas aque
llas cosas ordenadas al fin no tienen carácter necesa
rio y por eso se presentan ante una potencia que puede
elegir libremente. En una sociedad humana constituida
hay fines impuestos por la naturaleza del hombre y
otros provenientes de sus decisiones libres.
La razón es profunda y limpia, pues así como lo a e -"
eidental (la sociedad lo es) se reduce a lo substantivo,
de la misma manera, lo libre y contingente, presupone
lo necesario. La voluntad se funda en la naturaleza y
ella misma es algo natural. Por lo tanto algo en ella
procede de modo natural. Pero lo que viene de la natur
raleza es necesario, luego la voluntad quiere algo de
modo necesario y esto es el último fin.
En estas razones la enseñanza de Santo Tomás abre*
una perspectiva para instalar lo que podría llamarse,
en el lenguaje de Comte y Maurras, una física social.
De acuerdo con el pensamiento del Doctor. Angélico, no
sólo el fin último es querido por la voluntad de modo
necesario, sino también los fines convenientes a las di
versas potencias: El conocimiento de la verdad al inte;
lecto, ser, vivir, nutrirse, procrear. Todos estos fines
son buscados como sendas necesidades impuestas por
la naturaleza del hombre y los medios a ellos adecuados,
deben ser amados con carácter de necesidad.
La escuela tomista propone la siguiente definición de *
la voluntad: "Facultad inorgánica o espiritual que de
sea el bien conocido por el entendimiento” .
No es un apetito en acto que emana directamente de
la forma substancial. Es una facultas, esto es, una po
tencia operativa. De ella proceden los actos de la ape
18 ibíd. - '
.41
tición elícita y los que llevan su imperio a otras partes
del cuerpo.
Se dice de la facultad volitiva que es inorgánica, por
que no depende, en su ejercicio propio, de la unión con
un órgano determinado. Se la define también como ape
tito, porque designa una inclinación, úna fuerza orien
tada hacia un bien, como los otros apetitos. El bien que
rido por la voluntad se especifica como un “ bonum
intellectu cognitum” , porque procede del alma mediante
el conocimiento de la inteligencia. El objeto propio de
la voluntad es el bien en general, es decir: no este o
aquel bien particular.
La voluntad apetece el bien necesaria o libremente,
así como el intelecto aprehende la verdad intuitivamen
te o mediante razonamiento. Intuitivamente capta los
primeros principios. La voluntad quiere necesariamen
te el bien. Por razonamiento la inteligencia logra otros
conocimientos. Libremente la voluntad quiere los bie
nes particulares que se ordenan al último fin.
El dominium
43
ción afectiva del hombre respecto a su prójimo. A esta
inclinación del sentimiento la llama amicitia y la funda
sobre la virtud de justicia como un efecto suyo.
La amistad no es una fuerza emocional pura, un
movimiento del afecto, totalmente independiente del
intelecto práctico: “ la amistad — dice Santo Tomás— es
virtud en cuanto es un hábito de elección y se reduce
al género de la justicia” 19,
Añade que la amistad es virtuosa porque la virtud es
causa de la verdadera amistad. Podría pensarse en es
ta doctrina como adoleciendo de Una acentuada rigidez
intelectual. La emoción no es vista como un movimiento
autónomo capaz de dar origen a una serie de valores
propios, por el contrario, Santo Tomás considera a la
afectividad como un efecto o resonancia de represen
taciones intelectuales o sensibles. No le desconoce valor
en la apreciación del acto moral, pero lo reduce a la ca
tegoría de un elemento secundario.
• La doctrina tomista de la voluntad resulta mucho
más fría si nos olvidamos su enseñanza sobre el ser
del alma: ésta es el acto primero de un cuerpo natural
orgánico y los ingredientes pasionales de la animalidad
están intrínsecamente asumidos, no negados, por la for
ma- racional. La perfección impuesta por el espíritu a
las fuerzas inferiores del apetito sensible, las hace
participar de una realidad más noble, pero no las ani
quila, ni las olvida.
En el hombre hay una disposición sensible hacia el
congénere como en cualquier animal. Este es, si así se
quiere, el fundamento biológico de la amistad. Pero
cuando esta inclinación sensible es intrínsecamente per
feccionada por el espíritu, ingresa, como todos los otros
apetitos, en el ámbito del dominmm y se impregna de
exigencias espirituales.
La amistad humana es una virtud deb intelecto por
que es aptitud selectiva y, al mismo tiempo, afecta a la
voluntad disponiéndola favorablemente hacia los valo
res inherentes al amigo. Ella constituye la base de la
concordia civil, porque el afecto incluido en la amistad
tiene su fuente en las inclinaciones gregarias del ins-
44
tinto. La amistad es virtud anexa a la justicia porque
impulsa a amar la bondad del amigo. Su raíz biológica
reside en la inclinación del ser vivo a la perfección de
su especie. El hombre ama la realización personal de
las perfecciones propias de su naturaleza. No hay ciu
dad sin amistad y no hay amistad donde no se cultivan
las virtudes.
Conclusión:
45 „
*
v - li .
111
3 De Vertíate, Q. 21 a 1.
2 De Vertíate, Q. 1 a l.
3 Fabro, Cornetio, Participalion et causalité, Ed. Nau-
welaerts, París, 1961, p. 250.
4 Dé Potentia, Q. 9 a 7 ad. 6.
• ente, como sujeto del apetito, revela una imperfección
que sólo puede ser colmada por el bien descubierto en
¿ otro o en otros entes. Así el individuo humano, como
parte de una sociedad, en tanto realidad substantiva
es un ente absoluto, porque posee el ser en sí, con
independencia de todo otro ente. Pero en tanto carece
de aquellas perfecciones que sólo puede darle la con
secución del bien absoluto, se dice de él que es un
bien relativo. La sociedad en tanto accidente, es un
ente relativo, porque su ser depende de la substancia
individual humana. Considerada como fin es un bien
absoluto, porque colma a las substancias individuales
de las perfecciones necesarias para alcanzar el últi
mo fin.
En la “ Quaestio” V* art. 1 de la primera parte de
la Suma Teológica afirma Santo Tomás: “ Aunque el
bien y el ente son una misma cosa secundum rem ; se
diferencian secundum rationem” , pues no del mismo
modo se dice una cosa ens simpliciter y bonum sim
pliciter. Porque ente significa que una cosa está en
. acto propiamente, y como acto dice orden a la poten,-
cia ; en tanto una cosa se dice ens simpliciter o ente
a secas, en cuanto esa cosa se diferencia de lo que
está en potencia: esto es, pues, lo que se llama ser
substancia de una cosa cualquiera. Y así por su
ser substancial una cosa es ens sim pliciter; mien
tras que por los actos sobrevenidos, es ente relativo
o en algo: como por ejemplo, el ser blanco es ser se
cundum quid. Pues el ser blanco recae sobre una cosa
ya preexistente en acto. Pero el bien dice razón de cosa
perfecta que es apetecible y que por tanto también tiene
razón de último. De donde todo lo que es último perfecto
se llama “ bonum simpliciter1’. Pero lo que no tiene
esa perfección última que debe tener, aunque por otra
parte tenga alguna perfección en cuanto está en acto,
no por eso se dice perfecto absoluto, ni bueno absoluto,
sino relativo o en algo.-Así por lo tanto, según el primer
ser que es substancial, una cosa se dice ente absoluto,
.y bueno relativo, esto es, en cuanto es ente; pero si
se considera según el acto último una cosa se llama
“ ens secundum quid et bonum simpliciter7’.
Debe entenderse el bien como el término de todo mo-
50
vimiento natural y en tanto aparece como fin de un
movimiento, tiene razón de apetecible. Logrado el fin
propuesto se alcanza una perfección y ésta constituye
al ente en acto. Bien y ente son una misma cosa,
pero difieren según la perspectiva que descubre la
razón. Cuando %e afirma que el ente es uno, es ver
dadero o es bueno, no se quiere decir simplemente que
el ente es ente. Estas afirmaciones no son meras tau
tologías, sino la aplicación de un predicado conveniente
y. en algún modo, distinto con distinción de razón, del
sujeto. Ratificamos que la distinción no es real, es de
razón, pero constituye una explicitación de un conte
nido nocional implícito en la idea de ente.
Ente dice ser; uno, indivisión; verdadero, ordenación
a la inteligencia; bueno, relación al apetito. Pero uno,
verdadero y bueno se predican del ente y tienen de
él su fundamento, porque al ente le conviene la indi
visión, la ordenación a la inteligencia y la relación al
apetito.
51
ción fundada en la existencia de seres inclinados a
hacer el mal, diciendo que hasta el mal es apetecido
bajo la razón de bien y en cuanto de alguna manera
lo estiman bueno. A petecen: la escuela enseña la exis
tencia de tres especies de apetitos: vegetativos, sen
sitivos e intelectivos. El primero es u#a inclinación de
las cosas hacia su propia perfección realizada sin co
nocimiento. El segundo supone el conocimiento sensible
y el tercero un conocimiento intelectual. En la defi
nición el apetito está tomado en.su acepción más vasta,
de modo que vale para los tres tipos de apetitos.
La razón de bien trascendental consiste en la misma
perfección de la cosa y en cuanto esta perfección es
querida por el ente. Esto importa orden a las tenden
cias apetitivas. La razón de bien se funda en la per
fección del ente y es esta perfección la que colma el
apetito. -
Conviene distinguir en la apetibilidad un aspecto
fundamental y otro formal. El fundamento de la ape
tibilidad es la perfección del ente. Sólo en la medida
de su perfección un ente es capaz de perfeccionar a
quien lo apetece. Formalmente la apetibilidad reside
en la relación del ente con el apetito. En pocas pala
bras : la apetibilidad es la aptitud del ente para des
pertar un movimiento perfectivo. El fundamento de la
apetibilidad pertenece a la esencia del bien porque es
la perfección de la cosa y en eso, precisamente, reside
la razón de bien. •
Formalmente considerada la apetibilidad dice rela
ció n 'a l apetito, pero el apetito perfectivo sólo puede
despertar ante la perfección del ente: “ El bien dice
lo perfecto que es apetecible y por consiguiente expresa
una razón de último” . De donde aquello que finalmente
es perfecto es llamado “ bonum simpliciter” . En cam
bio lo que no tiene lá última perfección que debe tener,
aunque posea alguna perfección en cuanto está en acto,
no se dice “ absolutamente perfecto, ni bien absoluto,
sino relativamente” 6,
53
•. ;ntido absoluto y por ende perfectivo de todos
— : ' «' .Vres, a modo de fin.
, / ; a señalado lo más pobre y lo más rico en cuanto
^ ¿ ¿ f e c c i ó n : la indigencia entitativa que desata la
praxis y la plenitud entitativa que la colma. Entre una
y otra se colocan la causa material “ in qua” del orden
social: el hombre mismo considerado como sujeto de
una perfección, la acción mancomunada de los miem
bros de una sociedad y luego la perfección recibida,
orden prudencial y justo, causa formal de la sociedad *.
64
Toda causa importa un orden: “ De toda causa se
deriva algún orden a sus efectos, como que toda causa
tiene razón de principio; por consiguiente, de acuerdo
a la multiplicación de las causas se multiplican los
órdenes” 9.
La noción de orden comporta una relación entre una *
pluralidad de cosas distintas y desiguales, unidas por
común referencia a un principio primero, con respecto
,al cual mantienen una correspondencia de prioridad
y posterioridad i0.
Sobre esta idea volveremos a detenernos cuando tra
temos la causa formal de la sociedad. Por ahora nos
limitaremos a señalar el orden impuesto por la causa
final.
En los términos de la definición se observa que el
orden comporta una relación entre una pluralidad de
cosas distintas y desiguales. Las palabras pluralidad,
distintas y desiguales testimonian por la condición de
las cosas ordenadas. Deben distinguirse unas de otras
porque de otro modo sería imposible colocarlas en rela
ción de orden. Si se distinguen unas de otras, como los
ladrillos de la casa, pero no son desiguales, pueden
formar un todo homogéneo: la pared, elemento consti
tutivo de una unidad de orden: la casa. La desigualdad
es nota principal en las cosas que entran en la forma
ción de un orden. Si todos los elementos integrantes
de una unidad de orden fueran iguales, no guardarían
entre sí conveniencia de prioridad y posteridad, según
mayor o menor perfección de cada parte, con respecto
al principio unificador, por ende no habría orden sino
yuxtaposición. «
• La sociedad política es un orden de muchas personas
distintas y desiguales, unidas por un principio primero:
el bien común, en función del cual se distribuyen las
prioridades y las posterioridades.
* El fin está presente en el intelecto como bien capa/
de colmar la tendencia apetitiva específica do! hom
bre. El logro de este bien, último en la ejecución, os
55
primero en la intención de los agentes porque desata
el movimiento perfectivo.
El camino para alcanzar el bien común es arduo. Un
análisis abstracto permitiría captar algunos matices
di versificador es de la noción de fin. Uno el fin último
al cual se tiende, otro el fin intermedio por el que pasa
la acción y otros los medios para lograrlo. Santo Tomás
distingue un fin objetivo: “ la cosa que es el fin, al cual
se puede llamar «finís qui» o «finis cuius gratia»” . Un
fin subjetivo: la paz experimentada por el sujeto cuando
ha alcanzado el fin. A esta paz se la llama también
deleite.
* Se llama bien honesto a aquello que se quiere por si
mismo, por su propio valor. El deleite es una consecuen
cia de su posesión, por esta razón, el concepto de fin
corresponde en primer lugar a la cosa buena y no al
deleite provocado por ella. “ El bien ciertamente hones
to tiene razón de bien y fin antes que el bien deleita
ble” n.
\ ;"El orden de los bienes, según una analogía de atri
bución, nace de la común referencia de todos ellos al
último fin objetivo, como a su supremo analogante.
11 Ibíd., p. 20. .•
56
IV. Medios o útiles:
a) los que tienen cierta bondad intrínseca: leer,
escribir.
b) sin ninguna bondad intrínseca: mere utilia:
sacar o apartar algo que molesta, ejecutar
un criminal, golpear a un impertinente.
12 De Veritate, 21 a 1 ad 1.
Noción de participación
, t
' El concepto de participación exige una breve nota
aclaratoria,. porque está comprometido en la idea de
bien común y en la noción de orden. El orden connota
multiplicidad de entes referidos a un principio uno de
cuya naturaleza participan según prioridad o posterio
ridad. En la referencia de muchos distintos y desiguales
a un bien común radica el fundamento de la participa
ción social.
Carlos Cardona, en su libro sobre la metafísica del
bien común, llama la atención sobre el doble significa
do del término participar en la lengua castellana. Por
un lado la palabra es usada para señalar el derecho de
alguien sobre la parte de un todo cuantitativo; dinero,
hacienda, bienes raíces, botín, etc. Por otro lado se in
dica la acción, mucho menos simple de tomar parte en
el usufructo de un bien indivisible. Los concurrentes >
a un concierto participan de la misma partitura musi
cal, sin que la participación de cada uno pueda medirse
cuantitativamente. Estaríamos tentados de llamar a es-
participación cualitativa, pues el mayor o menor
grado de participación depende de la sensibilidad mu
sical de cada uno de los participantes y no de una dis
tribución alícuota de la partitura.
El bien común social implica bienes materiales cuan
titativamente participados por sus componentes, pero el
esfuerzo mancomunado de los miembros de una socie
dad tiende a la promoción de bienes espirituales, cuya
participación es cualitativa e incide en la perfección de
todos y cada uno de los participantes.
En la referencia a los bienes espirituales advertimos
una nueva bifurcación significativa del vocablo partici
par. Una aceixúón se refiere a la acción mancomunada
de todos los integrantes de la empresa en la realiza
ción del bienj la otra se refiere al beneficio dado por
ese bien a cada uno de los participantes.
9 Santo Tomás dice: participar es cuando algo recibe
particularmente lo que a otro conviene universalmen
te. El ser le conviene a Dios de manera universal y
por esencia, a las cosas creadas sólo en forma particu
lar y por participación. Pero Dios es acto primero y
58
por ende principio universal de todo acto. Su infini- •
dad contiene virtualmente y sin composición todo lo
existente. Todas las cosas participan de El, pero no
como si fueran sus partes, sino porque han sido hechas
por El y cada una tiene su ser de él, pero este ser par
ticipado no añade ni quita nada al ser de quien parti
cipa. #
La causa final última del orden social es Dios y en
esta perspectiva se presenta como un bien común tras
cendente y principio uno en función del cual se ordena
la actividad mancomunada de los hombres. Como algo
participa del bien en la medida de su asimilación a
la bondad primera, una sociedad política será tanto
más perfecta cuanto más favorable resulte a los hom
bres hallar en ella los bienes ordenados al último fin. •
La interpretación de esta afirmación puede ceder a
la tentación de una ironía, pues se podría pensar que
una sociedad capaz de hacernos morir mártires estaría
cerca de alcanzar la perfección. En verdad, una socie
dad dedicada a fabricar santos por medio de la violen
cia y la persecución a los fieles de Cristo, es una so
ciedad de verdugos. Las víctimas, de acuerdo al sen
tido cristiano del triunfo, pueden alcanzar la victoria
final, pero los beneficiarios del régimen no. Esta di
gresión no obedece al simple gusto de refutar una in
terpretación siniestra. Se inspira en la actitud de los
que sostienen el sofisma angélico de la virtud purifi
cadera de la persecución. Desde el punto de vista de
las víctimas puede pensarse en una catarsis positiva,
siempre y cuando éstas hayan mostrado aptitudes para
una resistencia heroica. ¿Pero los que no son héroes?
¿Los que por temor al sufrimiento delatan y apostatan?
¿Y los perseguidores? No olvidemos: la persecución es
capaz de poner de manifiesto lo mejor de un hombre,
pero también lo peor. Desata perversiones insospecha
bles en una sociedad bien ordenada.
59
en bandera de vulgaridad por el craso colectivismo de
la época. Los pensadores cristianos le dieron al térmi
no un sentido muy distinto del liberal o marxista y de
bemos buscar su nobleza denotativa en un nivel de
consideración más profundo del alcanzado por la crítica
• revolucionaria burguesa. Lo común a una pluralidad de
entes puede entenderse de dos modos: uno, cuando la
comunidad es de razón y así el género es común a las
especies y las especies a los individuos; otro, cuando
lo común es un bien real: los habitantes de una aldea
tienen en común un predio de pastoreo.
En el primer caso, lo común, género o especie, es me
nos real que aquellos de quienes se predica y por ende
es también menos perfecto. El individuo tiene existen
cia concreta, el género o la especie no. La imperfección
de lo más común viene, en este caso, de su universali
dad predicativa: viviente tiene una extensión mayor
que animal, pero su amplitud denotativa está en relación
inversa a las perfecciones reales connotadas.
y r.. En el segundo caso, un ente es común a muchos,
cüando permanece en sí mismo sin dividirse y extiende
sus beneficios, por participación cuantitativa o cuali
tativa, a todos los otros. Cuando más extensa y pro
fundamente penetre su bondad en los particulares, más
perfecta será su realidad. Dios es causa de todo lo que
es. Su bondad se extiende a todos los entes del universo
mundo y se dice el ‘‘bien común” de todas las criaturas
porque las causa y las sostiene en su ser.
El texto de Santo Tomás dice así: “ De dos modos
puede decirse que algo es común: uno por modo de con
secuencia o predicación. Así cuando algo conviene a
muchos según una razón y en este caso lo común no es
más noble sino más imperfecto de aquello de quien se
predica, como la nota animal respecto de hombre; así
también la vida natural es más común que la gloria” la.
La noción bien común es análoga y con analogía de
proporcionalidad intrínseca. Su mayor o menor perfec
ción depende del grado de participación del analogado
(bien común natural) con el analoganté principal
(D io s ).1
3
13 De Vertíate, art., 6 ad 7. .
60
Una mala comprensión del problema del bien común
suscita el cotejo, en un mismo nivel de realidad, de los
bienes espirituales de una sociedad con las personas
individuales que la constituyen. Como las personas son
las substancias más nobles y los bienes espirituales
simples accidentes, resulta fácil, en una comparación
superficial, establecer la superioridad entitativa de la
persona.
■Si tomamos la ciencia, como ente de razón, aparte de
los hombres perfeccionados . por su posesión es, indu
dablemente, inferior al hombre de carne y hueso que la
hace y sostiene. Sería una aberración sacrificar la vida
de un hombre o corromper su conducta en aras de una
abstracción. Pero no debemos olvidar que esos bienes
espirituales obtenidos por el esfuerzo social, son la ac
tualización de las facultades personales. Un cotejo con
la persona sólo tiene sentido en el nivel de la realización
práctica del hombre. La ciencia es algo en el hombre'
mismo. Supone la perfección de su facultad cognitiva,
fuera de allí es prácticamente nada. ¿Qué realidad tiene
un centón de conocimientos sin hombre que conozca?
Más todavía: esa perfección, aunque la posea un indi
viduo singular, es un bien común no sólo por su origen
social, sino por su aptitud para difundirse y perfeccio
nar a otros.
La noción de bien común, tomada en su sentido más *
amplio, es el bien de algo, en cuanto éste es parte de
un todo. Todo ente creado, de una u otra manera, está
en relación con otros por participación o comunicación.
No se da el caso de un ente que sea su propio bien, con
exclusión de todos los demás.
.^Si se observa que Dios es su propio bien, advertimos *
que es también el bien común por antonomasia y esto
en dos sentidos: porque es el Creador de todos los entes
y por ende causa eficiente de las perfecciones prime
ras; porque es el Fin Ultimo de las criaturas y por lo
tanto el bien en función del cual son actualizadas las
perfecciones segundas.
"‘Bien o fin común universal en su función de causa *
final última, «in finalizando», pero al mismo tiempo
uno, único y personal en su razón íntima de ser infi
nitamente perfecto «in essendo». Dios es un ser uno
61
y único y personal, esencialmente distinto del mundo
y de cada una de sus partes; pero al mismo tiempo cau
sa universalísima de todo, y fin universalísimo y co
munísimo de todo lo que es. Bien común por esencia. . .
Es el primero y supremo análogo de la razón de bien
común, a quien la razón de bien común universal con
viene primordialmente y en toda su plenitud y per
fección” 14.
• Todos los otros bienes reciben su razón de bien y de
común por participación del bien que es Dios. Así debe
entenderse el juicio de Santo Tomás cuando afirm a:
todo lo que es, en la medida que desea su propio bien,
desea implícitamente a Dios, porque es el ser de quien
toma la realidad lo que posee y ama.
La primacía práctica dei bien común se funda en esa
doble superioridad óntica: ‘‘in essendo” e “ in causan
do” . Dios es el ser, fuente de todo y donde todo toma
por participación su realidad; es también causa efi- >
cíente y final de los entes porque las criaturas dependen
de El en cuanto al origen y al deseo que las lleva a su
última perfección. Cuando se habla de la primacía del
bien común debe entenderse en las dos dimensiones de
’su realización: óntica y ética.
62
prioridades. El catecismo del Concilio de Trente preci
sa con rigor esta definición: “ Disposición de las cosas
superiores e inferiores que entre sí son aptas para re
ferirse una a la otra'\ La tradición cristiana cuando
habla del orden del universo menciona una realidad
mucho más compleja que aquella sostenida por la físi
ca moderna. El mundo del cristianismo está formado
por las criaturas corporales y por las espirituales. Los
ángeles forman parte de él y son superiores a los hom
bres por su espiritualidad. Entre los ángeles y los cuer
pos con o sin vida, el hombre es como un horizonte
“ en cuanto es substancia incorpórea, aunque tiene for
ma de cuerpo” 15.
Solamente Dios queda fuera del mundo y porque no
es parte de él, se encuentra por encima del orden uni
versal pero contiene en sí, de un modo eminente, toda
perfección creada i6.
En el bien del universo hay dos aspectos para dis
tinguir: un bien separado: Dios y otro inmanente a las
cosas mismas: el orden de las partes entre sí. Así como
los integrantes de un ejército guardan entre sí una
relación jerárquica impuesta por la disciplina, los en
tes del mundo creado están ordenados en una común
referencia a Dios. Los miembros del ejército se orde
nan recíprocamente según sus diversos oficios y todos
juntos concurren al bien general que es la victoria. Del
mismo modo la multiplicidad de las criaturas se orde
na conforme a una distribución de valores. Este orde
namiento recíproco es el bien común inmanente.
Este ordenamiento — dice Santo Tomás— es la per- *
feeción del universo y como el orden del universo tiene
razón de todo respecto a las partes constitutivas, la
perfección del todo es superior a la perfección de cada
una de las partes singulares. Escribe: “ Lo óptimo en
tre todos los entes causados es el orden del universo
y en eso consiste el bien del universo. Así también en
las cosas humanas, el bien de todos es más divino que
el bien de uno-solo” *?.3
5
63
Conviene acentuar: el orden como relación de una
multiplicidad de cosas desiguales y distintas a un prin
cipio primero, se funda en la naturaleza misma de las
cosas ordenadas. En una auténtica comunidad de orden,
el bien del todo es el mejor bien de cada una de sus
partes. En el orden familiar humano, el bien común del
hogar es el mejor bien del padre, de la madre y de los
hijos. Hablar del bien de un miembro de la comunidad
distinto del bien común, es referirse a una perfección
-que la parte puede adquirir con-prescindencia de su or-,
denamiento al todo, a esto se lo puede llamar bien del
singular o bien privado.
* El bien del universo se funda en lina conexión recí
proca de causas y se logra cuando una criatura actúa
en otra y se hace a semejanza de otra y obra como fin
y ejemplo de otra. Escribe Santo Tomás: “ De cualquier
causa se deriva algún orden en sus efectos, porque
t- • cualquier causa tiene razón de principio. Y así, según-,
el número de causas será el número de órdenes, de los
¿ cuales uno estará contenido bajo otro, tal como una
causa bajo otra. De donde el orden de la causa superior
no está contenido bajo el orden de la causa inferior,
5fí sino al revés. Un ejemplo lo tenemos en las cosas hu
manas, pues del padre de familia depende el orden do
méstico, el que está contenido bajo el orden civil, que
depende del orden de la ciudad y éste a su vez está
contenido bajo el orden del rey que abarca todo el
reino” 18 y 19. • ...
I
j
Saint Thomas dice: cuando se comparan dos realidades
de orden práctico: bien propio y bien común, nos refe-
rimos a ellas en tanto son fines. El bien propio del
J .hombre es la perfección de su naturaleza, pero ésta sólo
j se puede lograr con el apoyo y la concurrencia de otras
í inteligencias y otras voluntades. La coherencia y el or-
\ den de la sociedad política son necesarios para una
í acertada disposición del esfuerzo común: el bien pro
pio del hombre logra su efectividad cuando realiza el
’• bien común de la sociedad política.
El hombre no alcanza su bien propio fuera del bien
j común. Esto no significa confundir ambos bienes: el
| bien propio siempre es un bien del singular y el bien
| común no. El carácter universal del bien común hace
1 de su relación al bien propio, como la del todo a la par-
te integrante. Para mayor abundancia: el bien propio
í de cada uno está condicionado por aptitudes y esfuerzos
personales. El bien común es inmanente al orden social
por la suma mancomunada de todos esos esfuerzos y
i aptitudes.
“ El individuo no es la especie, no es la naturaleza
! universal y pura, sino solamente una materialización de
| ésta, un participante. Sus principios esenciales, porque
implican materia y ocupan un lugar en el espacio, es-
| tán comprometidos en una síntesis dinámica y revisten
| un conjunto de\ caracteres inalienables que hacen de
} cada uno de ellos -un todo inédito. Somos el producto
j de un concurso de influencias singulares: raza, nacio-
| nalidad, familia, suelo, luz, clima y una multitud de
! factores psíquicos individuales que se han concertado
65
,i
para hacer de nosotros un tipo original, para modelar
nos una fisonomía sin réplica” 20.
El bien propio está individualizado por todos estos
factores condicionantes. Para lograrlo es menester asu
mir las condiciones de nuestra existencia carnal y lle
varlas al más alto grado de perfección, sin abandonar
nunca su ordenamiento al bien común.
En la integración al bien común se realiza el bien
propio. Es absurdo oponer el bien propio al bien co
mún. Ningún hombre puede ser considerado perfecto
si no es buen padre, buen hijo, buen esposo y buen ciu
dadano. Ninguna sociedad realiza el bien común polí
tico si impide a sus miembros el ejercicio de todas y
cada una de estas perfecciones.
La posibilidad de un conflicto entre los distintos ór
denes de integración: bien privado, bien propio, bien
,¡ familiar y bien social político, se produce por dos cau-
. j f sas: o bien las comunidades orgánicas naturales no se
,4 ¿ ordenan al bien común político como las partes al todo,
¿ ;p el orden político no respeta el principio de subsidia-
* |riedad y recaba para sí un poder que desconoce la exis
tencia y el valor de los otros órdenes. En ambos casos
tse corrompe la noción de bien común y no se procede de
^conformidad con el orden verdadero.
Cuando Santo Tomás escribe sobre los diversos gra
dos de fruición beatífica, establece con precisión desea
ble la distinción entre bien propio y bien común:
“ Debe decirse que en la razón de beatitud se inclu
yen dos: una, el mismo fin último que es el sumo bien,
y dos: su logro o fruición. En cuanto al bien mismo,
objeto y causa de la beatitud, no puede haber una
beatitud mayor que otra, siendo uno mismo y solo el
bien sumo. Dios, cuya fruición hace feliz a los hom
bres. Mas en cuanto a la posesión o fruición de ese mis
mo bien puede uno ser más feliz que otro, porque cuan
do más se disfruta de ese bien, tantb mayor es la
felicidad. Sucede, pues, que alguno disfruta de Dios
más perfectamente que otro, por hallarse mejor dís-
66
)
puesto o preparado para esa fruición y así puede uno
ser más bienaventurado que otro” 21.
Comenta Lachance: el principio vale también para el
orden natural, pues la apropiación de los bienes huma
nos por los individuos está condicionada por disposicio
nes personales. Cada uno obtiene en la medida de su
receptividad. Esta medida particular contrae el bien
propio y lo limita a las fronteras del singular y en esto
se diferencia también el bien propio del bien común.
El bien común inmanente de una sociedad es juno. ^
Es resultado de un esfuerzo inteligente y voluntario
de todas las generaciones en concurrencia. Se expresa
en las ciencias, técnicas, artes, usos, costumbres, idio- .
ma, riquezas materiales, etc. Todo este tesoro del es
fuerzo común está a la disposición de los miembros de
esa sociedad, pero cada uno de ellos disfruta de esos
bienes de un modo individual y particularizado. El hom
bre de genio penetra en la ciencia o el arte de su pue
blo con mucha más hondura que el ciudadano común. El
hombre activo e inteligente logra una apropiación su
perior de bienes materiales. Á las aptitudes personales
deben sumarse los beneficios provenientes de esfuerzo
familiar. Toda sociedad política respetuosa de las exi
gencias fundamentales de la naturaleza humana, es un
orden de familias y no el conglomerado de individuos
solitarios. Una familia de talante desmedrado no pre
dispone a sus hijos con la misma eficacia de una fami
lia fuerte y bien organizada. Uno de los signos más
negativos del pensamiento político revolucionario es su
individualismo. Ve como una injusticia social los resultas***
tados del esfuerzo familiar y gj*ava con un derecho su
cesorio contrario a la familia los frutos de su trabajo,
de su previsión y de su ahorro. La revolución es la
destrucción de los órdenes intermedios en beneficio del
poder central. K
El hontanar de esta furia igualitaria es una natu
raleza corrompida por una persistente voluntad do no
gar los lazos que Unen el hombre a Dios, al mundo y a
la sociedad. Ya se perfila con bastante nitidez la ten
dencia a nivelar el tesoro cultural de los pueblos merced
21 5. 77/.., Illa., Q. 5 a 2.
67
a una industrialización masiva de los productos de su
ciencia y de su arte. Basta observar cómo se enseña hoy
un idioma para advertir la superficialidad de tal em
presa. No se trata de profundizar en el genio peculiar
¡r'l
de una lengua a través de su literatura y de su pen
Ej¡ samiento. El propósito es reducir la riqueza lingüística
a un repertorio de frases usuales propias para un anodi
no intercambio de impresiones.
El bien propio y el bien común se condicionan reci
procamente. Cada hombre busca su bien bajo la direc
ción de aquellos que velan por el bien del conjunto. De
esta manera trabaja para la adquisición de su bien
propio y concurre a la realización del bien común.
jj •
68 V .
parecen la obviedad misma. Con todo, conviene repetir
las y recordar que no basta pronunciarlas para que
nuestra actividad práctica se beneficie con su influjo.
Es necesario incorporar tales conceptos a la vida dia
ria para convertirlos en principios de acción, en esos
que, respetando la versión intensiva de Santo Tomás, 1
se llaman virtudes. y -\
La criatura — escribe el Santo Doctor— se parece a ?
Dios en dos cosas: “ en cuando a eso de que Dios es f
bueno, es bueno en cuanto criatura y como Dios es la J
causa de la bondad de los otros, una criatura mueve a -
otra por su bondad” 222.
3
Ser, perfección, bondad, significan el ente mismo
en tanto realizado y actual, aunque cada uno de estos
términos atiende a una propiedad del ente capaz de ser
distinguida por la inteligencia. El ser es perfecto en
orden a la completa realización de sus posibilidades y w,
bueno porque es querido. En el ser humano la bondad I
funda la amistad y hace de cada hombre un activo di- I
fusor de su propia excelencia. La clausura en sí mismo ?
es clara señal de anemia vital. No debemos confundir |
la generosidad para la comunicación del propio bien,
con la agitación de los perpetuos promotores del odio f
y la discordia. «i.
El hombre imita al hombre. Esto explica también porl
qué el error y la maldad son igualmente difusivas, porj
eso a quien obra en provecho o en perjuicio de otro sel
le debe aplicar mérito o demérito conforme a la _
ticia: “ cualquiera hace bien o mal a alguien en la s o -i
ciedad, se proyecta a toda la sociedad. Quien hiere la |
mano, hiere al hombre” 2S.
Sin principios metafísicos bien conocidos, no hay )
ciencia política propiamente dicha. La sociedad no es f
realidad distinta al hombre, por esa razón es un grave ¡
error separar el individuo de la unidad de orden naci
da de su dinamismo moral y luego explicar su inser
ción en lo político como algo advenedizo. El hombre,
como todo ente en movimiento, busca el bien capaz de
colmar sus aspiraciones más profundas. Esta tarea no j
71
*
IY
73
tomadas para que los habitantes de una nación vivan
* en acuerdo de virtudes. Este ordenamiento prescrip-
tivo de las actividades, directa o indirectamente prácti
cas, del hombre constituye el orden jurídico. Cuando
examinemos la causa formal inffmseca^d^T orden social
nos referiremos a este ordenamiento legal como a uña
causa Instrumental, subordinada al, orden moral pro
piamente dicho.
| Dice Mesmer en su Tratado de Derecho Natural:
s!‘‘Unaspeíedatrpttede--estár provista de un aparato eco-
nco perfecto y, sin embargo, el bien común de la
jmisma se puede realizar tan sólo en un grado muy Il
imitado. Las instituciones son bienes de la Sociedad y
|poseen carácter de medios al servicio del bien común,
¿es decir, del bienestar espiritual, físico y material de
i los miembros de la sociedad en su totalidad” .
1 Mesmer se refiere al bien común inmanente en su
1acepción más amplia. No debemos olvidar que el bien
I común sólo se puede lograr cuando el camino hacia el
|,fm último no está obstaculizado por un defectuoso con-
Í eepto de justicia.
v•**?•
fH•'ír'
La noción personalista del bien coman
76
% de superarlos mediante un compromiso: se trata de
;# conjugar la verdad sostenida por ambas doctrinas y
¿ evitar su error. La sociedad política puede exigir la
? completa sumisión del súbdito en todo lo referido a
su realidad económica, pero no puede sostener la pre
tensión de erigirse en fin último de la vida humana.
El hombre tiene un destino personal allende el orden
social y esto es un bien propio, no un bien común.
Colocado en el .meollo de esta temática teológica,
Tomás responde: para ser admitido por la Divina
Gracia en la participación de su Reino es menester
ser ciudadano y miembro de la Ciudad de Dios y por
ende, poseer virtudes infusas cuyo ejercicio exige el
amor al bien común de toda la sociedad: este es el bien
divino en cuanto objeto de felicidad.
“ De allí que al hombre, así adscripto a la patria
celestial, le competan ciertas virtudes gratuitas, que
son virtudes infusas; para cuyo ejercicio se requiere
el amor al bien común de toda la sociedad; lo cual es
bien divino en cuanto objeto de felicidad’72.
Si consideramos las condiciones reales donde la per ¿r
sona llega al conocimiento de su posible destino eter
no, aprende la doctrina y la hace suya a través de un
lenguaje y una pedagogía socialmente determinadas,
no se ve cómo puede eludir el condicionamiento social y
escapar al círculo férreo de los bienes de sabiduría y
caridad puestos a su servicio.por la sociedad donde vive.
0
El personalismo pretende eludir el cerco de esta ar
gumentación dividiendo los fines de las diversas so
ciedades en compartimientos da-usos: la familia para
criar, el Estado para cuidar la hacienda pública y la
Iglesia para salvar. Tres jurisdicciones, tres dinamis
mos paralelos, tres órdenes sociales distintos. Cada uno
de estos órdenes se hace cargo de un propósito, de un
fin, o, si se quiere, de un bien común diferente sin
preocuparse por la unidad 'fundamental que los liga
al fin último del hombre “ tamquam ad principalissima” .
El árbol ha hecho perder de vista al bosque. Los
hechos, sin la luz del principio iluminador, se ciefran
y ocultan la conexión ordenadora. El personalista in-
. •* !2
2 De Caritate, Q. 1 a 2 c.
77
m
siste en que la sociedad plural de nuestra época es
un hecho irreversible y positivo. No se puede retro
í' ceder a una situación perimida. No discutimos el as
pecto profético de la cuestión, escapa a nuestro saber,
fipr pero si examinamos las exigencias naturales de un
m
orden social, podemos comprender que una situación
histórica puede estar determinada por una trayectoria
errónea de la inteligencia. Rectificar el entendimiento
es el primer paso para superar el error.
lif-
i | I
colabora para realizar el bien de todos.
La sociedad humana es un orden moral operativo y
| resulta de la actividad de las personas singulares en
Chusca de la propia perfección. Para alcanzar su digni
dad la persona está obligada a unirse a los otros y
78
p- •
^• lograr en mancomún una perfección imposible de al- '
% canzar aisladamente.
&■- La persona no tiene un fin superior al orden social, .
ni éste una finalidad distinta a la perfección de la^
persona. La escisión entre sociedad y persona nace de }
separar arbitrariamente una unidad operativa, un todo \
de orden práctico regido por el bien común.
Segundo., objeción: la persona es fuente de actos li
bres. Está fuera y por . encima del orden del universo.! ^ /
Ser libre es ser causa de sí mismo. La persona no /
ordena á otro bien que ¿..su propia y solitaria realij
79
singular una perfección común, pero solamente con
existencia real en los individuos.
La comunidad del bien común se funda en el ser
(existencia). Por lo tanto es análoga, con analogía de
proporcionalidad propia o intrínseca. La perfección de
la cual se participa existe, con plena independencia
óntica, fuera de sus participantes.
En esta relación de participante a participado, par
ticipar significa alcanzar la perfección del participado
en un acto de aproximación real y recibiendo por difu
sión el bien propio del ente que se comunica. Este bien
perfecciona la singularidad individual del participante,
pero lo hace en una serie de actos donde se compro
mete el ejercicio de las perfecciones de muchas per
sonas mancomunadas.
Cuarta objeción : la felicidad de la persona singular
no depende de la felicidad de los otros. El carácter social
¿Le la beatitud es secundario.
La respuesta es simple: se confunde lisa y llanamente
la comunidad del bien objetivo con la del subjetivo. Aun-
| f ' q u e una sola persona en el universo de las criaturas lie-
13 r gara a gozar del bien absoluto, no se podría concluir de
1 ahí que ese bien estaba hecho para su. placer privado. Se
invertiría el orden de las prelaciones suponiendo al bien
absoluto como bien privado de un ser relativo,
j * Quinta objeción : la sociedad es un accidente, la per
sona una substancia. La substancia es ónticamente su
perior al accidente, luego el bien de la substancia es
superior al bien del accidente: el-bien propio de la
persona es superior al bien común de la sociedad.
¡ * El bien común no conviene formalmente a la socie
dad en cuanto ésta es un todo accidental. Es el bien
de todas y cada una de las substancias constituyentes
de la sociedad y en tanto son miembros de la sociedad.
* En esta objeción se repite un viejo erroú: cotejar
valorativamente dos realidades pertenecientes a dife
rentes niveles de consideración científica: uno especu
lativo y el otro práctico. La substancia, considerada
como perfección absoluta, es superior al accidente de
pendiente de ella en su ser. Pero en los entes móviles
la substancia es apenas el soporte de actos accidentales
80
manifestativos de su ser y expresiones de sus segundas^
perfecciones. #
La sociedad es accidente propio del hombre y, p o r
ende, cabal expresión de su perfección entitativa. Per
sona como sujeto de operaciones y sociedad como re
sultado operativo no son dos cosas separadas ni sepa
rables. Son dos aspectos de una misma realidad, cuya
perfección debe considerarse en la perspectiva práctica
de su desarrollo. Considerada en función del dinamismo
moral que la produce, la sociedad es acto, perfección
segunda y bien absoluto del movimiento incoado en la
substancia individual, sujeto y soporte sustentador de
ese acto.
Para advertir con más claridad la falacia de la ob
jeción consideremos la inteligencia como principio de
operaciones y comparémosla con el acto de entender.
La inteligencia es propiedad esencial del alma humana *
y por lo tanto nota constitutiva de su naturaleza. El
acto de entender es un accidente de la inteligencia,
pero como operación realizada, es superior a la mera
posibilidad de entender. En esta consideración se ad- . ;
vierte el orden de las prelaciones, pues si en tanto . ;
sujeto de los actos intelectuales, la inteligencia puede .
reclamar para1 sí superioridad entitativa, la situación
revierte cuando se la observa como aptitud para enten
der y se la coteja con el entendimiento en acto.
Es en la perspectiva de la doctrina del acto y la
potencia donde se debe instalar la reflexión sobre las
relaciones entre personas y sociedad. La persona es el
principio substancial del orden social. Sin persona no
hay sociedad, como sin inteligencia no hay ciencia. Pero
así como la ciencia es la inteligencia en acto, la socie
dad es la actualización de las disponibilidades poten
ciales de las personas. Es necio pensar que aquello que
realiza la perfección personal, pueda oponerse a esa
misma perfección. -
Sexta objeción: el orden práctico está subordinado
al orden especulativo. La felicidad perfecta es la con
templación de Dios y como el orden práctico de la
ciudad está sometido a este fin último, está sometido
a la felicidad especulativa de la personal
La respuesta dada por de Koninck entra en un sen-
81
cilio aforism o: “ la felicidad práctica de la comunidad
no está, de suyo, ordenada a la felicidad especulativa
de la persona singular, sino a la felicidad especulativa
<ie la persona en tanto miembro de la comunidad” 4.
* El bien objeto de la contemplación, observado en si
mismo, es comunicable a muchos y por lo tanto es un
bien común. Quien goza del bien es la persona, pero
-esto no quita al bien su carácter comunicable ni a la
persona la necesidad de organizar socialmente su as
censo hacia Dios.
Séptima objeción: la ciudad ha sido arbitrariamente
creada por el hombre como un instrumento a su ser
vicio.
■r Idea típicamente liberal, asimila la sociedad política
a las asociaciones contractuales y debe partir, para
resultar inteligible, de una mítica edad de oro donde
todos los hombres fueran libres e iguales. Da sociedad
política se impone como remedio arbitrado frente a
Jas amenazas de un medio súbitamente hostil. Sitúa-'
ir eión similar a la de un grupo de tenderos libres que,
\
l: para contrarrestar la competencia de una fuerza finan
ciera, deciden abandonar parte de sus libertades en
una cooperativa capaz de asegurarles la subsistencia.
En este tipo de asociación el propósito es salvar el
bien singular de cada uno de los contratantes, quienes,
en tanto tenderos libres, eran superiores a su condi
ción actual de tenderos asociados.
La superioridad del contratante social sobré el ins
trumento arbitrado es doble: la nueva razón social es
un medio para contrarrestar una fuerza hostil; los
individuos antes de componer la sociedad eran mejo
res: tenían libertad y autoridad, ahora dependen de
las estipulaciones de un contrato.
Es fácil deducir de esta concepción del orden social
el derecho que asiste al individuo de pedir la revoca
ción del contrato cuando las condiciones de vida no
se ajustan a la medida de sus exigencias.
La noción contractualista de la sociedad tiene las
características de una'construcción “ a prior!” del en-
88
y a los bienes divinos. Este es el destino mismo y la
razón final de la personalidad.
Esta escisión en la unidad misma del hombre entre
persona e individuo, ha inspirado el lema personalista:
““ el individuo para el Estado, el Estado para la perso
na; la persona para Dios” .
El lema, aparentemente claro, pretende conciliar el
pensamiento cristiano con el liberalismo y el marxismo.
El propósito es conmovedor, difícil de entender y te
rriblemente oscuro para traducirse en normas para la
acción. • "• • ?
Maritain tuvo un objetivo, terminar con la ambi
güedad aparente en las palabras de Cristo: “ Dad al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” ,.
La frase, pese a su claridad, no señala con precisión
la porción de Dios y la parte de César. ¿Quién tiene
autoridad para señalar las repectivas jurisdicciones?
¿César? ¿D ios? ¿O los que se arrogan su representa
ción en la tierra?
- Si son estos últimos, César deberá plegarse a su
magisterio y aceptar como legítima la pretensión de
indicarle a él los límites de sus prerrogativas. Pero
esto es colocar el poder espiritual en una situación
de auténtica prelación sobre los poderes temporales.
Es hacer de la Iglesia la instancia más alta de un
orden sociopolítico único, tal como lo soñó la Edad
Media.
Maritain pensó en la muerte definitiva del mundo
medieval. Más aún, la idea misma sostenida en la
Edad Media había dejado de ser buena y amable. El
movimiento laico impulsado por la burguesía ascen
dente, marcó nuestra cultura con el signo de un pro
greso en el orden temporal, totalmente ligado a con
diciones profanas de gobierno. El desarrollo progresivo
supone la autonomía dé la ciudad terrestre y. su irre
vocable independencia frente al magisterio de la Igle
sia. Maritain cree imprescindible señalar con vigor
el fundamento antropológico de esta doble ciudadanía.
La distinción de persona e individuo nace - con el pro
pósito de responder a esta exigencia práctica con una
teoría adecuada.
El hombre es individuo en tanto parte integrante del
84
mundo terrenal y sometido a las necesidades del cuer
po. Es persona porque está dotado de espiritualidad
y libertad. Como individuo está ligado al determinismo
de la tierra y debe organizar socialmente su estada
en ella para satisfacer exigencias de orden físico. Esta
situación terrenal toma en cuenta el bien común de
todo el cuerpo social, pues el individuo, en tanto tal,
no puede reclamar para sí ningún derecho contrario
al bien común.
En tanto persona el hombre pertenece á Dios y como
Dios lo ama libre, el Estado no puede tener el privi
legio de dirigir a la persona humana en la elección
de su último fin. Por esta razón el Estado tiene el
deber de ser laico. Más aún, conviene que sea secular
y ateo, siempre que no conciba su ateísmo como una re
ligión y trate de imponer esa concepción a los súbditos.
No nos interesa destacar el origen kantiano de estos
pensamientos, pero como ha sido presentado en un
contexto tomista, observaremos la doctrina de Tomás
para ver si hay lugar en ella para esta manera de
pensar.
85
es una naturaleza racional, siempre que el vocablo ra
cional no importe conocimiento por discurso, sino na
turaleza intelectual. De la misma manera, el término
■individuo no compete a Dios en tanto tiene origen en
la materia, pero sí cuando significa la incomunicabi
lidad de su ser personal.
La persona es individua por el carácter incomunica
ble de su existencia. Dios puede crear otros seres, pero
su existencia personal no puede ser dividida. Por esa
razón puede afirmarse de Dios que es "individua subsr
tantia naturae rationalis” . Refuerza la expresión de
Boecio con la frase de Ricardo de Saint V ictor: "Por
lo que el término persona, aplicado a Dios, es la exis
tencia incomunicable de la naturaleza divina” .
La individualización señala la incomunicabilidad de
la existencia y mal puede convertirse en principio de
división de aquello cuya unidad substancial tiene por
misión custodiar. Quitemos a la persona su carácter de ^
individuo y deberemos admitir que se trata entonces de
algo común a muchos, en el orden significativo de los
predicamentales: género, especie, propio, común o di
ferencia y esto es, precisamente, eso que la persona
no es.
Corrobora esta doctrina cuando afirma que el ca
rácter de individuo se da con mayor énfasis en las
substancias: los accidentes son individualizados por el
sujeto, pero la substancia, se individualiza por si misma.
Maritain divide al hombre en individuo y persona.
Sí nos atenemos a la doctrina de Santo Tomás y adju
dicamos la individualidad a la substancia, la persona
no sería una substancia porque carecería de individua
ción y dependería en su ser del vSujeto. Si así es no
puede tener un destino diferente de la substancia donde
inhiere y por ende el bien común de los individuos, en
su perspectiva, terrena, es el único bien real de. la
persona.
Santo Tomás -no divide al hombre en individuo y
persona. Asegura el carácter particular e indiviso de
la persona y pone de relieve su perfecta individualidad
pues en tanto dueña de sus actos, la persona es "aque
llo que en sí es indistinto y distinto de los otros” .
El individuo es aquello indistinto en sí mismo y
86 i
-distinto de cualquier otro. Esta definición vale tam
bién para la persona, en cuanto ésta connota una subs
tancia racional. Individuo y persona, en el lenguaje de
Santo Tomás, son en el hombre una sola cosa. Mari-
tain no niega la indistinción de la persona y aunque
no examina el texto supracitado de Santo Tomás, con
vendrá en que se aplica perfectamente a ese que él
entiende por persona. Si esto así es, el hombre deter
minado por una “ materia signata quantitate” es cor
poralmente un individuo, indistinto eñ sí mismo y dis
tinto de todos los otros individuos y esto debe ser
admitido aunque más no fuere para poder individua
lizar el cuerpo de alguien en la morgue. Pero la noción
tomista de individuo: indistinto en sí mismo y distinto
de todos los demás se da nuevamente en la persona, de
otro modo Dios no podría distinguirnos en el otro mundo
una vez abandonado el individuo material. Así, aplicada
con rigor a la tesis de Maritain la definición tomista
de individuo, nos encontramos con que el hombre lo
es por partida doble: una en razón del cuerpo material
determinado por la cantidad y otra en función de un
principio substantivo espiritual. Se rompe el sentido
de la unidad substancial y se hace del hombre dos
cosas, que por ser cada una de ellas “ in se indistine-
tum sed ab aliis vero distinctum” retrotrae el pensa
miento cristiano a un craso dualismo.
Puede hacérseme el reproche de juzgar la doctrina
de Maritain en un contexto decididamente tomista, sin
tomar en consideración su originalidad. Respondo: así
>o exige el mismo Maritain cuando afirm a: “ hay fun
damentos para creer que la distinción entre individuo
y persona, o más bien entre individualidad y persona
lidad, cuya esencial importancia nos descubren los prin
cipios de Santo Tomás de Aquino, es una de esas ver
dades de la que el pensamiento contemporáneo tiene
particular necesidad" 5.
Julio Meinvielle en su excelente crítica a la concep
ción mariteniana de. la persona humana, señala con
suficiente claridad sus errores y lo acusa de haber plan
teado con criterio formalmente especulativo un pro-
87
° blema esencialmente práctico: “ Porque el Estado (po
demos decir también sociedad política) no es ni puede
tener realidad física o metafísica. El Estado no tiene
otra existencia que aquella que surge de las acciones
: exteriores de personas humanas que comunican en la
consecución de un bien común” 6.
El orden político, como realidad practicomoral, nace
de la acción racional del hombre en busca del bien pro
pio. El orden físico y el orden metafísico son especu
lares. La razón los descubre, no los crea, y, al descu
brirlos, los contempla. No hace falta ' gran pericia
filosófica para comprender los distintos niveles de am
bas realidades. Un cotejo valorativo que incurre en el
ít error de no advertir este hecho debe traer consecuen
cias lamentables.
89
7
90
•El bien colectivo: la ciudad totalitaria
93
ámbito de lo privado o individual, sin que deje de ser
común ni destruya su “ analogía de proporcionalidad
propia” . El bien capaz de realizar el bien propio del
hombre en tanto especie, o el bien privado de la perso
na singular en tanto parte de un orden social, es siem
pre un bien común.
En realidad no se percibe el bien común sino a tra
vés de un bien privado: siento la felicidad de los míos
porque eso me hace feliz. Bastaría que uno de ellos de
jara de serlo para perder ese sentimiento de plenitud.
Esta situación de dependencia mutua en la participa
ción del bien, explica la rebeldía de un miembro de la
familia, pues la falta de equilibrio, de armonía y de
paz en el conjunto, perturba la fruición privada del bien.
•El rebelde culpa a la comunidad de su desasosiego y
no al desorden que reina en ella y toma por normal lo
patológico.
Jean Cocteau se refiere a los últimos momentos de
la vida de Fontenelle cuando interrogado por el médico
sobre su estado respondió: “ Siento dificultad de ser” .
Comenta Cocteau: “ Debe ser un sueño vivir a gusto en
su pellejo. Desde mi nacimiento tengo, la sensación de
una carga mal equilibrada. Jamás me he sentido del to
do bien. . . ” . Este sentimiento de estar mal ajustado a
su cuerpo y a su medio es compartido por todos los
hombres capaces de penetrar con cierta agudeza en los
laberintos de la. sensibilidad. La solución más inmedia
ta a esta situación de desequilibrio es culpar a los
otros: familia, sociedad. . ./siem pre hay un chivo emi
sario a mano para cargar con nuestra “ dificultad de
ser” . En vez de empeñar nuestras fuerzas en mejorar
la armonía de la participación en el bien común, opta
mos por la vía simplista de la amputación. La conse
cuencia es una disminución entitativa, una pérdida in
mediata de la plenitud vital, pero se logra una cierta
seguridad de quiste. La ciudad totalitaria está en la
línea del talante plebeyo, porque exime al hombre de
muchas responsabilidades y sus consecuentes dolores,
pero reduce su repertorio existencial a poca cosa.
Fridolin Utz ha dicho algo parecido, en su estilo de
profesor, cuando afirma glosando el pensamiento de
Santo Tomás: “ esto es lo que se quiere decir, cuando
94
■
se asegura que el bien común es un concepto universal
en sentido analógico, esto es, una unidad que compren
de en sí la diversidad” 31.
Se peca contra la noción análoga de bien común cuan- •
do la perfección humana es concebida como el desarro
llo unívoco e igualitario de un acto formal autónomo,
inmanente al proceso de la historia. Este motor puede
ser la Idea o la Materia, para el caso es lo mismo. Inte
resa destacar la noción: la multiplicidad de los hombres
movidos, en sus diversas etapas históricas, por una
fuerza inmanente única cuyo proceso de desarrollo
culmina en la promoción de un ordenamiento iguali
tario de la humanidad. La visión trucida la diversidad
en beneficio de una unidad homogénea.
La analogía del bien común salva los aspectos verda- *
deros en la unidad de lo diverso, merced a la noción de
orden. Cada parte distinta y desigual alcanza su propia
perfección en la plenitud de los vínculos que la une a
los otros sin negar su originalidad.
Los actos perfectivos de cada hombre son personales,,
pero dependen para alcanzar su plenitud, de su inser
ción en dos grupos comunitarios. El liberalismo y el
comunismo hacen de la noción de bien común una no
ción unívoca y destruyen así la posibilidad de una au
téntica solidaridad social.
La univocidad del pensamiento liberal concibe al bien
común como una suma de bienes singulares. Cada uno
de ellos está medido por el grado de bienestar econó
mico procurado por la gestión crematística de la socie
dad. La univocidad socialista abreva en la misma fuen
te, pero los actos formales perfectivos del hombre son
delegados en el acto perfectivo de una colectividad con
cebida como individuo.
En ambos casos un mismo formalismo racionalista
sirve de fundamento a una ética personalista y autó
noma. En el pensamiento tomista el bien común tiene
su analogado principal en Dios. Dios es bien trascen
dente a la persona singular y al bien común inmanente
de la sociedad. Desde su trascendencia mide el mayor1
V:
Í*-; -
98
i
Y
- Pr°f.
Lo determinable y lo determinante
en el orden sociopolítico
99
#' ma accidental no se dice que algo se ha corrompido de
una manera absoluta, sino relativamente.
- » “ La forma substancial da el ser absoluto, por su acto
se dice que algo ha sido generado en absoluto y por su
receso que algo se ha corrompido asolutamente” b
La forma substancial y la forma accidental convienen
porque suponen una perfección y por lo tanto ambas
están en acto; difieren porque el acto de la forma subs
tancial da el ser a un sujeto en potencia. Esta potencia
primera o materia prima, influye en el ente como ma
teria ex qua.
La forma accidental imprime un modo de ser y obra
sobre un sujeto, real, materia in qua de la modificación
accidental. La situación explica por qué razón la corrup
ción correspondiente a la unión substancial sea total.
No así la que separa una forma accidental de la poten-
- - cia actualizada.
El orden sociopolítico es una forma accidental cu yo'
sujeto es la disposición inteligente y voluntaria en las
relaciones del hombre singular con los otros hombres,
para realizar la vida perfecta.
Pero así como la cau'sa eficiente y la causa final se
influyen recíprocamente, igual sucede con la causa fo r
mal y la material. La materia depende de la forma para
ser, pero la form a corporal depende a su vez de la mate
ria para su perfección; Esta mutua dependencia mani
fiesta la existencia .de un influjo de la forma sobre la
materia y de la materia sobre la forma. El influjo
formal es determinante, el influjo material, condicio
nante.
El alma racional determina el modo de ser del hom
bre* las circunstancias fisicosomáticas, temperamenta
les, raciales, geográficas y económicas, imponen al prin
cipio activo de esta forma substancial condiciones
diversas para su ejercicio concreto.
La mutua reciprocidad causal se da también entre
la forma accidentaly el sujeto determinado por esta for
ma. Este influjo recíproco es todavía más complejo
porque la materia “ in qua” es un sujeto compuesto. No
se trata ya de informar' una pura potencia, cuyo in-
flujo sobre la forma dependería de una mayor o menor
docilidad para recibir su impronta. Se trata de un en
te real con una actualidad determinada y en condicio
nes de favorecer o impedir el advenimiento de la nueva
forma por medio de una resistencia o colaboración ac
tiva. -
La más complicada de todas las formas accidentales
es, precisamente, la “ sociabilidad” . En primer lugar por
el carácter inmanente del hábito perfectivo. El proceso
causal se desarrolla en la intimidad de la persona y
allí debe investigarse la acción de las causas. En se
gundo lugar existen múltiples influencias provenientes
de la causa material “ cirea quam” o sea de todos los
componentes de un orden social en vivo entrecambio de
bienes, perfecciones o corrupciones, capaces de incidir
positiva o negativamente en la disposición operativa de
los sujetos. Estas relaciones son contingentes y en las
circunstancias concretas las operaciones del alma no
aparecen con tanta claridad como en el terreno de la teo
ría: “ Por la razón de que las actividades morales son
contingentes y probables, un solo acto no basta para
causar la virtud, son requeridos muchos. Y como esos
muchos no son simultáneos, sino sucesivos: el primer
acto dispone, el segundo aumenta la disposición y el
tercero la acrecienta. El último acto del agente y en
virtud de los actos anteriores completa la generación de
la virtud, tal como sucede cuando muchas gotas hora
dan una piedra” 2.
El orden práctico versa sobre lo contingente y por
ende el juicio depende de un# hábito prudencial, esto
es, de un ordenamiento tal de las virtudes para actuar
aquí y ahora, de acuerdo con las exigencias del bien
común.
La necesidad de establecer ciertos hitos en la con
ducta práctica explica la existencia de una minuciosa
preceptiva jurídica. El derecho positivo tiene el pro
pósito de señalar, mediante una serie de normas lega
les, los aspectos menos contingentes de la acción hu
mana para guia de los ciudadanos.
\
102
en los puros equívocos, no habría orden: “ porque don
de no hay distinción, el orden no ha lugar; pero si las
cosas que se distinguen no convienen en nada, no esta
rían en un orden” .
Lo dicho anteriormente vale para las cosas ordenadas,
pero existen algunos requisitos impuestos por la noción
misma de orden. El primero de todos ellos es que algo
sea primero o principal y en función de esa prelación,
se distribuyan gradualmente todos los componentes de
la ordenación. El orden siempre se predica por compa
ración a un principio del que nace la razón de orden.
La ordenación exige, en segundo lugar, una relación en
tre las cosas ordenadas. La relación puede ser entre
ellas o respecto al principio de acuerdo con el cual se
dicen primeras o postreras, mayores o menores: “ más
próximo o posterior se dicen según la relación con un
principio. Empero el orden incluye en sí, de alguna
manera, más próximos y posteriores. De donde surge
que allí donde hay un principio, existe también un or
den” 3.
De estas observaciones Ramírez extrae una defini
ción descriptiva: “ relación de muchos distintos y desi
guales, pero que al mismo tiempo convienen en algo,
con algo uno y primero, según prioridad o posteriori
dad, o según mayor o menor” . Cita la definición del
Catecismo de T rento: “ hay efectivamente orden, si
aceptamos su fuerza y significado propio, la disposición
de las cosas superiores é inferiores, que son de tal
modo aptas entre sí, que una es referida a la otra” .
Esta definición — asevera Ramírez— coincide con la
que suele darse del término análogo. También éste se
dice de muchos por prioridad o posterioridad, según or
den de relación a alguno uno y principal. Concluye
Ramírez ^ la analogía propia del orden es de atribución
a uno o por uno.
103
' * cierto orden. Corresponde observar el*orden fundado
por cada causa que opera en la sociedad política.
* En primer lugar se impone la reflexión sobre el.or
den y analogía de los bienes en función de la causa fi
nal, es decir, en relación a ese bien primero y supremo,
* fin último objetivo del obrar humano. Todos los bienes
constitutivos del tesoro común de una sociedad- civil,,
son bienes por su referencia intrínseca al bien común
trascendente: fin ultimo del hombre y principio hacia
el que se ordena la sociedad política. Esta referencia
manifiesta la analogía de atribución en la serie orde
nada de todos esos bienes. £fo puede haber bien si apar
ta al hombre de Dios. Si se obra en relación a un bien,
sin respetar el orden de prioridad o posterioridad, en su
mayor o menor acercamiento al fin último, desaparece
la noción de orden y con ella la bondad intrínseca del
acto.
La analogía de atribución impone el nombre de *
bien a las cosas útiles o deleitables, porque la utilidad
y el deleite son amables en tanto no apartan de los
fines honestos. Tomar un medio por un fin es causar
un desorden y obrar sin respeto por la justa distribu
ción de los bienes.
o La causa eficiente impone un ordenamiento de las
acciones humanas cuando toma en cuenta la prelación
de una eficiencia incausada cuyo nombre es Dios. El
hombre es causa eficiente del orden social, pero como
Dios es causa eficiente del hombre, la consideración
de la eficiencia impone aceptar esta jerarquía.
Se atenta contra este ordenamiento no sólo cuando
se prescinde totalmente de Dios en la explicación de lo
social, sino también cuando se amputa la naturaleza
racional del hombre en su proyección metafísica, y se
la reduce a un mero instinto gregario o a una simple
necesidad de subsistir.
Simplificada la eficiencia -en virtud de una inter
pretación perezosa, las exigencias del orden social dis
minuyen en proporción. No.es lo mismo gobernar hom
bres en busca d e . una perfección espiritual trascen
dente que manejar una muchedumbre movida por re
flejos condicionados en función de un poder político o
de muchos poderes financieros. Si el hombre es un
104
i
105 i
y que por su virtud sucede esto, pero esto también es
por la virtud de B y ulteriormente por la virtud de
A. De donde, si se averigua por qué opera G, se res
ponderá: por su virtud. ¿Y cuáles otras por su virtud?
Por la virtud de B Y así hasta llegar a la virtud de la
causa primera. . Por lo mismo parece que, como Dios
sea la primera causa de todo, su virtud es inmediatí
sima en todo. Pero porque el mismo en su virtud, no
sólo es el principio inmediato de las operaciones en
todas las cosas, sino también es inmediatamente en
todos los operantes” 4.
El nombre de causa — enseña Santo Tomás— se dice
analógicamente y con analogía de atribución intrínseca
de las segundas respecto a la principal y de las ins
trumentales respecto a la causa por sí. La causa por
sí es la verdadera, pues de ella dependen, en orden a
la eficiencia, todas las otras causas.
La causa material del orden socionolítico suscita un >
doble problema: la determinación del “ subiectum inhae-
sipnis” o susceptible de la forma accidental, en que
consiste lo social en el hombre; la determinación del
■■obiectwYri materiale” acerca del cual versa la disposi
c i ó n inteligente y voluntaria, propia de la acción so
cial. Ambos problemas constituyen la cuestión de la
“ materia in qua” y de la “ materia eirca quam” del
orden social.
- Materia “ in qua” dél orden social se dice en primer
lugar del hombre, porque la substancia es el primer
sujeto de ínhesión de todo accidente; en segundo lugar
de la disposición cualificada por la forma de lo social
en acto. Ésta no puede ser sino. Ja disposición práctica
del intelector cuya misión es regular la ¿cción de los
hombres entre sí para que puedan alcanzar la vida
perfecta.
- Algo semejante ocurre con la materia “ circa quam” .
En primer lugar se predica de los hombres en cuanto
son el objeto terminativo de los actos propiamente so
ciales : “ así pues, en el género de la cualidad material
está primero aquello que es más potencial que la po
tencia pasiva o receptiva, y así más determinable e
106
imperfecto. De allí que Santo Tomás diga: «Según la
razón de causa material lo imperfecto está antes que
lo perfecto, y la potencia que el acto»” . Aplicamos esta
doctrina a nuestro caso: el hombre, en tanto término
de la relación social, es el objeto material “ circa quam”
de esta relación, pero en tanto se precisa con más rigor
como sujeto "efe un derecho, la pura materialidad se
formaliza y se constituye en un objeto formal termi
nativo.
La doble dimensión de la causa material en el orden 9
sociopolítico exige dos determinaciones formales: una
aplicada a la materia “ in qua” : la virtud cualificadora
del intelecto práctico; otra la forma objetiva en acto,
término de la disposición virtuosa extraída de la ma
teria “ eirca quam” : el derecho.
La causa formal del orden sociopolítico es una forma
accidental: “ La forma substancial difiere de la forma
accidentar porque esta última no da el ser absoluto,
sino el ser tal; así el calor no da el ser a su sujeto
sino el ser caliente. Del mismo modo cuando adviene
una forma accidental, no se dice que algo ha sido
hecho o generado de un modo absoluto sino que ha
sido hecho de tal o cual manera; de la misma manera
cuando se pierde la forma accidental no se dice que
algo se ha corrompido de una manera absoluta sino
relativamente” 5. Entre la forma substancial: alma hu
mana y la accidental : acto prudencial político, existe
una analogía, porque en parte convienen y en parte di
fieren : convienen en que una y otra son actos y por
ende perfeccionan una disposición potencial; difieren
en dos aspectos: porque la form a substancial da el ser
en sentido absoluto y su sujeto es mera potencia; la
forma accidental determina un modo de ser y su sujeto
es un ente en acto. La forma substancial determina a
su materia, la forma accidental depende de la natu
raleza del sujeto. El sujeto de la forma accidental
existe, tiene una perfección primera en acto y está
dispuesta, en potencia próxima de acto, para la per
fección segunda. Esto explica por qué el hombre es
también causa eficiente del orden social.
•
r‘ S. T K la . 75 4 c.
107
Santo Tomás d ice: una forma accidental que no está
en la substancia, no pertenece a la esencia o qvÁddidad
del sujeto: lo blanco no es esencial a los cuerpos blan
cos. El alma es forma substancial porque es de la
esencia de los cuerpos animados6.
Lo social no forma parte constitutiva de la eséíicia
humana, no es una perfección primera, ni como el
acto de entender, una perfección segunda fundada en
la naturaleza misma del hombre, con todo, depende de
esa naturaleza como un accidente propio, porque nace
del dispositivo operacional natural.
108
• la forma esencial del orden sociopolítico depende en su -
estructura de la meta propuesta para alcanzar y ésta
no puede ser otra que el bien común.
« En la Suma Teológica, prima seeundae, cuestión 100
artículo 2, Santo Tomás escribe: el estado es una
sociedad política perfecta y plenamente organizada
según derechos y deberes establecidos por leyes justas
en costumbres legítimas, ordenadas al bien común de
sus miembros.
El orden esencial del todo social está constituido por
la participación de todos sus integrantes en el bien
común. Cuando se dice: la esencia de lo social reside
en la unidad de orden, se dice bien, pero conviene re??
cordar: la unidad de orden depende de la participación
que tiene cada individuo en el bien común. El bien
común del ejército es la victoria y la unidad de orden
está dada, en la batalla, por la participación de cada
soldado en la consecución de la victoria.
* La formalidad intrínseca de la acción moral depende
del fin : un acto es justo cuando se adecúa al derecho ^
de otro o al mío propio, en caso de reclamar su reco.-
nocimiento. La actividad ética del hombre no es homo
génea, porque la determinación objetiva de los -actos i
morales no tiene en vista la consecución de un solo
fin. Existe un fin último único, pero una multiplici
dad de fines intermedios. Cada uno de ellos determina
un acto virtuoso, pero sólo el fin último establece la
unidad esencial de todos.
- Lo mismo sucede en la dimensión sociopolítica del
dinamismo ético: el ordenamiento esencial de las co
munidades intermedias dentro del Estado, se efectúa
por la disposición de cada una de ellas al bien común
de todas.
La realización del bien común es tarea del Estado,
pero como éste no puede hacerlo si no tiene ni auto
ridad ni poder, la palabra Estado se predica en primer
lugar del gobierno. La autoridad en el gobierno se
manifiesta en la inteligencia política para realizar el
fin del Estado, por eso, algunos tratadistas, consideran
a la autoridad conao^una-form a esencial del orden so
ciopolítico.
109
Orden y justicia: doctrina tradicional
de la justicia
111
miembro activo de la sociedad y orientado al servicio
del bien común, se llama justicia general.
.^..A la justicia general la llama también legal, porque
le conviene dirigir los actos humanos al bien de todos.
Jean Madiran advierte sobre el malentendido a que sue
le prestarse la designación de justicia legal. Hace creer
en una virtud del buen legislador y la coloca en el ám
bito del conocimiento legislativo y no en el movimiento
de la voluntad. La justicia legal reside fundamental-*
mente en la virtud obediencial del ciudadano respecto
a las leyes tanto' positivas como naturales 8. Madiran
destaca la importancia de saber que esta justicia está
ordenada al bien común. Se trata de una virtud de la
voluntad, por eso es justicia, pero ordenada al derecho
del todo social sobre sus partes constituyentes. Direc
tamente ordena la voluntad para el bien común, indi
rectamente para el bien de los particulares.
•* En la justicia particular, Santo Tomás hace una nue
va distinción según se trate de relaciones entre singu
lares o entre el gobierno y el bien que conviene a cada
^particular. A la primera llama justicia conmutativa y
distributiva a la segunda.
♦ v El término de justicia general ha caído en desuso y
como los esfuerzos para acreditar la locución justicia
legal provocaban malentendidos, se ideó la palabra jus
ticia social para señalar la disposición voluntaria para
dar a los individuos todo lo necesario en orden ai bien
común. Dice M adiran: la justicia social impone a los *
individuos todo lo necesario para él bien común y esta
definición coincide con la dada por Santo Tomás para
la justicia general. Insiste: “ la justicia social no es una
novedad aparecida tardíamente en el pensamiento y la
moral cristiana: solamente el término es nuevo” 9.
S.,S. Pío XI aclaraba el sentido de la palabra usán
dola como sinónimo de la justicia general, según el lé
xico tomista. Dice el Sumo Pontífice en su Divini Re~
devruptoris: es propio de la justicia social “ exigir de
cada uno lo que es necesario al bien común, Pero así
112
c o m o d organismo viviente no puede funcionar bien en
su conjunto, si no se da a cada parte y a cada miembro
todo lo que han menester para ejercer sus funciones,
así tampoco se puede procurar el bien del organismo
social y de toda la sociedad, si no se da a cada una de
las partes y a cada uno de sus miembros, esto es, hom
bres dotados de la dignidad de personas, todo lo que
deben tener para sus funciones sociales. Si se satisfa
ciera también a la justicia social, su fruto sería una
intensa actividad de toda la vida económica desenvuelta
en la tranquilidad y el orden que demostraría la salud
del cuerpo social, como la salud del cuerpo humano se
reconoce por una no turbada, plena y fructuosa acti
vidad del organismo’’ 10.
La justicia distributiva
113
bu ti va establece la participación de cada persona en ese
mismo bien.
Si se observa bien el orden jerárquico de esta rela
ción se verá que la justicia distributiva está subordi
nada a la justicia social. Sobre una y otra prima la
noción de bien común, por su superioridad sobre los
bienes particulares. Estos deben aceptar esa primacía
y recién entonces se puede hablar con justicia de una
participación de todos y cada uno en los beneficios del
bien común.
• A este respecto añade Jean Madiran en una nota su
cinta, pero muy precisa: el bien común^sp definp como
bien de la comunidad y como la comunidad del bien del
que participan- todos los miembros del orden social.
"Bien de la comunidad y comunidad del bien, consti
tuyen dos aspectos inseparables y complementarios deí
bien común” . Termina con una cita de Charles de Ko-
ninck: "el bien común no es un bien que no sería el
bien de los particulares, sino el de una colectividad to
mada como una persona singular” .
‘
rjc- \
La justicia social es virtud y no ideología
114
ye racionalmente un orden social a partir de ciertas
premisas fundamentales que, sin ser advertido por sus
promotores, forman también parte de la ideología. Marx
podrá creer con todo el vigor de su fe, en un movi
miento del universo y de la historia impulsado por las
fuerzas oscuras de la materia. No examina con la de
bida precaución el dispositivo espiritual del hombre y
su orientación hacia el absoluto. Por ende no tiene una
idea adecuada del bien común, ni ve con precisión el
papel de la inteligencia y el arbitrio humanos en la rea
lización efectiva de la historia.
Aunque se admitiera, para conceder un punto de par
tida, las motivaciones puramente económicas de la ac
ción humana, no podríamos negar la primacía de la
inteligencia en la concepción de un ordenamiento del
trabajo: prever las contingencias futuras, ordenar un
proyecto, anticipar medidas y previsiones, etc., son
obras del cálculo y de una aptitud intelectual que hace
posible la economía. A simple vista se advierte la exis
tencia de un conocimiento de la realidad, posteriormen
te traducido en una acción inteligente. Si un sistema
económico caduca será, fundamentalmente, porque las
circunstancias concretas lo hacen inoperante. Un nuevo
ordenamiento para sustituirlo con éxito, no será una
ideología como una respuesta intelectualmente adecua
da a los nuevos problemas planteados por la economía.
Desgraciadamente debe admitirse que las construc
ciones puramente ideológicas tienen mucha influencia
en el proceso de la historia. No tanto porque defiendan
los intereses económicos de una clase, como porque sa
tisfacen el deseo de predominio, el rencor o la envidia.
Si el hombre se guiara solamente por la conveniencia
económica, las ideologías tendrían poco trabajo y ha
bría una instintiva adaptación al régimen que da de
comer. • .'
La ideología construye un orden ideal y conforme
con él se pretende organizar la vida social. La justicia
recoge la existencia de un orden real, impuesto por la
colaboración de muchas instancias espirituales, históri
cas y socioeconómicas. No se trata de un orden inmu
table y fijo, sino cambiante y siempre en función de
situaciones históricas irreiterables, pero ligado a prin-
í 15
cipios de acción dependientes de disposiciones natura
les estables.
* 116
Soaje Ramos arguye tres razones para establecer la
coneretidad del orden: a) su autor radical es un abso
luto personal eminentemente real y concreto; b) por
que son concretas las exigencias de su contenido; c) por
que son concretos sus destinatarios.
La reflexión sobre los principios tiene en cuenta to
dos estos elementos de la coneretidad del orden, pero
no considera las exigencias concretas sobre las que de
be pronunciarse, en un irreiterable aquí y ahora, el
juicio prudencial.
Tomar en consideración las exigencias del orden mo
ral con respecto a una persona determinada y resolver
el adecuado sentido de su conducta en un planteo teó
rico del problema, es lo propio del consejo. Quien pide
a otro un consejo para salir de una situación de per
plejidad, pone a disposición del consejero todas las cir
cunstancias reales de su posición. El consejero mide
intelectualmente la dimensión del problema y da una
solución, cuya ejecución queda librada a la decisión
prudencial del aconsejado.
El juicio prudencial es decisivo y cierra el proceso
del conocimiento práctico. El determina aquí y ahora
lo que el sujeto debe hacer y cómo debe hacerlo. La pru
dencia es una virtud del intelecto práctico, es un saber,
pero un saber sostenido por la asistencia de las otras
virtudes morales. Sin dominio de los apetitos no hay
prudencia y la acción estaría vulnerada por la persis
tencia de una pasión remisa a su imperio,
‘'Es bien conocido — escribe Soaje Ramos— el carác
ter judicativo y práctico de la determinación prudencial
según el tomismo. Lo que en cambio es menos frecuen
te ver es el reconocimiento de que esa determinación
no es obra de la razón práctica sola, aun supuesto el
concurso de las virtudes morales rectificadoras del ape
tito. Ello así, porque no se tiene presente la doctrina
tomista sobre el doble sujeto de la prudencia. Para el
Aquinate el sujeto principal es ciertamente la razón
práctica, pero hay un sujeto secundario: la cogitativa
que es propiamente eí sentido de la prudencia. Es sólo
por medio de ella como la razón dispone de las cosas
en concreto y articula el silogismo prudencial, pues en
ésta la premisa mayor (universal) es proporcionada por
•. ja razón, pero la menor (particular) es brindada por
la cogitativa. Y ésto es el sentido de la prudencia por
que es a la vez el sentido de la situación o bien una es
pecie de razón particular ( vatio parii&ularis) que argu
menta concretamente sobre los aspectos concretos” 12.
Basta meditar sobre esté texto y el anterior tomado
del mismo autor para advertir que el juicio prudencial
se ajusta, en una situación determinada, a realizar per
sonalmente el orden normativo concreto de la acción
moral.
La reflexión vale también para el orden normativo
sociopolítico, objetivamente determinado por la posi
ción de cada uno de los miembros respecto al todo social
y a los otros miembros en particular. El juicio pruden
cial reconoce esta situación y actúa de conformidad
con ella. Confirma con un acto irreiterable y único, el
ajuste personal al orden del conjunto.
•••■'••••-Sin lugar a dudas la realidad sociopolítica no ofrece
los caracteres de un orden de justicia o de prudencia
claramente resuelto, Pero no se puede afirmar que el
juicio prudencial determina, aquí y ahora, el ordena
miento de un sujeto humano con respecto al bien co
mún. Con todo y teniendo en cuenta que Dios es autor
del orden moral normativo concreto, los actos dicta
dos por la prudencia personal contribuyen a la realiza
ción efectiva de ese orden, aunque el juicio prudencial
concreto sea erróneo y el individuo cometa un verdade
ro desorden. Nuestras injusticias y nuestros pecados no
destruyen el. ordenamiento establecido por Dios desde
la eternidad, pues cualquiera sea el peso de la falta, el
castigo merecido y que no puede dejar de efectuarse,
restablece el equilibrio del orden en la justa balanza de
la providencia.
El orden de la sociedad política es resultado de una
pluralidad de órdenes subordinados. Al mismo tiempo
reconoce dos dimensiones de realización: una objetiva,
determinada por la posición de los miembros distintos
y desiguales componentes de la sociedad; otra subje
tiva, constituida por la recta disposición de las facul
tades operativas de lá persona humana. 'Una interpre-
12 Ibíd. p. 263.
118
mmmm
tación realista supone a esta última, como consecuencia
de un ajuste personal a la realidad social. La materia
“ eirca quam” , los otros en la efectiva situación en que
se encuentran, son el objeto material donde la justicia
y la prudencia extraen las formas de su adecuación.
119
4
gencias de la vida, y finalmente a cubrir con bellas fór
mulas propósitos interesados. La verdadera justicia es
como la savia de la creación: concreta y viviente. To
m a en cuenta los casos y las circunstancias, trata a los
hombres como personas que tienen la misma dignidad
esencial pero cualidades distintas y no como cosas in
tercambiables. Establece entre las personas (indivi
duales o colectivas) una igualdad de proporción. Admite
y sanciona la variedad de las costumbres, reconoce la
diversidad de las condiciones históricas, no da al niño
los mismos derechos que al adulto, ni al furioso la mis
ma libertad y los mismos poderes que a un hombre sa-
; •vilo de espíritu” .
La justicia social toma en cuenta los bienes parti
culares en orden al bien común de la sociedad políti
camente organizada. Pero estos bienes particulares de
ben ser tomados en toda su compleja realidad. Las po-
; das y simplificaciones ayudan a dar una solución ahs- >
tracta de los problemas sociopolíticos, pero no colabo
r a n en su realización concreta. Los ideólogos modernos
han buscado hacer más mecánica la tarea del Estado
eliminando todas las comunidades intermedias, sin pa
rar mientes en que esa supresión se hacía sobre la vida.
E l esfuerzo histórico de una familia es liquidado junto
con los privilegios que lo sostienen. El pretexto es el
beneficio de familias menos fuertes y afortunadas, pero
políticamente es tan insano como destruir el tesoro cul
tural de un pueblo, para que pueblos incultos y semi- .
bárbaros no sientan las desventajas de su situación.
La desigualdad entre los hombres y entre los grupos
es un hecho y lo que es más importante: un elemento
imprescindible de fecundidad y vigor social. La defini
ción del orden considerada supra lo toma en cuenta, no
advertirlo así en la distribución de los bienes parti
culares es contrario al bien común. La razón es senci
llísima : porque es contrario a la vida perfecta. El igua
litarismo político auspiciado por la Revolución Fran
cesa y los ideales de inspiración socialista, tienen el
corte geométrico de un típico ideologismo. Nacen del
raquitismo moral y aspiran al quiste totalitario como
form a de vida menos expuesta y más apta para durar
en una atmósfera de pantano. .■ <
120
VI
-fa 'f.
122
un cuerpo ligado a una herencia, a un clima, a una
raza, pero mi individualidad resulta de la unión de
todo esto con el alma, principio formal determinante.
La individualidad está estrechamente ligada a todos
los condicionamientos del suelo, la herencia, la raza, la
estirpe y el pueblo, sin hablar de otros, tal vez menos
importantes pero que también entran como ingredientes
en la explicación de mi modo de ser.
Hemos mencionado, de un modo muy lato, estas rea
lidades obvias con el propósito de llamar la atención
sobre las perspectivas concretas en que se desenvuelve
la realidad humana. Hoy se insiste en desconocer estos
condicionamientos como si su eliminación, por omisión
o por olvido, ayudara a realizar una forma de huma
nidad cuyo acceso a lo universal no se hiciera por la
vía del crecimiento natural, como lo exige el pensa
miento católico, sino por la pendiente de la abstracción
formal de primer grado. Me explico: si abandonamos
las notas individualizadoras obtenemos la noción espe
cífica de hombre podada de su individualidad concre
ta: alguien que no es negro, ni blanco, ni alto ni bajo,
ni gordo ni flaco. En pocas palabras un hombre sin
país, sin raza, sin familia, sin religión. En resumen:
nadie.
Las raíces del árbol deben penetrar profundamente
en la tierra para abrirse al cielo en una amplia copa.
El hombre es tanto más universalmente hombre cuan
do más hondos son sus compromisos con el fundamento
de su realidad terrena. A esta situación llama Simone
Weil Venracinement, el arraigo. Lo describe con her
mosas palabras que vale la pena transcribir: '‘El arrai
go es la necesidad más importante y la más desconocida
del alma humana. Es una de las más difíciles de defi
nir. El ser humano tiene raíces por. su participación
real, activa y natural, en la existencia de una colectivi
dad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y al
gunos presentimientos de porvenir. Participación na
tural, es decir, conducida automáticamente por el lugar,
el nacimiento, la profesión, el medio social. Cada ser
humano tiene-necesidad de tener múltiples raíces. Tie
ne necesidad .de ¡recibir la casi totalidad de su vida mo-
ral, intelectual, espiritual, por intermedio de las comu
nidades de las que forma parte naturalmente” 1.
El desarraigo total no es posible. El hombre siempre
está ligado a su pueblo por algún resto de raíz: el idio
ma, las costumbres, el clima, los usos, etc., y aunque
todos ellos sean malos, forjan el talante del hombre na
cido bajo su influencia. El producto más ruin de una
suburra, formado entre los detritos de una sociedad en
descomposición, lleva en sus hábitos la huella imbo
rrable de su medio. '
CT w eil,
p. 61.
no todos los países tienen el mismo gusto por el ejer
cicio de la actividad teorética, pero hay en las conclu
siones de estos saberes una objetividad, una forma
lidad tan pura y descarnada, que valen para toda
inteligencia humana cualquiera sea el país donde se
encuentre. Un juicio prudencial no sólo está atado a
la situación de un aquí y un ahora irremediable. El mis
mo, en tanto juicio, recibe la influencia de un modo
de comprender esa situación, típica de un hombre y un
país. Frente a un problema matemático un francés y
un alemán o un chino darán una respuesta semejante.
Pero frente a un problema político más o menos pare
cido, si puede hablarse así en materia tan contingente,
la situación estará influida por la doble originalidad
í nacida de la situación única y del modo particular de
ver esa situación.
Una nación puede tener interés en raptar a un cien
tífico para que trabaje en su provecho, pero no ganará
nada con raptar a un político, por genial que fuere,
para hacerlo rendir buenos servicios en una nación para
él desconocida.
n w".
El hom bre y el país
127
son sus miembros, eso no tiene equivalente en el uni
verso entero” .
Añade Simone W eil: “ por su duración la colectividad
penetra en el porvenir. Ella contiene el alimento, no
.solamente para las almas de los vivos, sino también
para- aquellas de los que todavía no han nacido y que
vendrán al mundo en el curso de los próximos siglos.
“ En fin, y por la misma duración histórica, la co
lectividad tiene sus raíces en el pasado. Constituye el
único órgano de conservación para los tesoros espiri
tuales amasados por los muertos, el único órgano de
transmisión por intermedio dei cual los muertos pue
den hablar a los vivos. Y la única cosa terrestre que
tiene un lazo terrestre con el destino eterno del hom
bre, es la irradiación de aquellos que han sabido tomar
una conciencia completa de este destino y ha sido trans
mitida de generación en generación” 3.
128.
so del alma, es pecado angélico. El cristianismo nunca
ha eximido al hombre de sus compromisos terrenos,
cuando éstos no oscurecían la meta de su camino vic
torioso.
El pensamiento nacido de la revolución parece hallar
su solaz en la destrucción de todos los lazos sociales
orgánicos, como si conjugara la noción abstracta de
hombre con la idea de una perfección mecánica del apa
rato sociopolítico. El abandono de las condiciones exis*
teneiaíes deja al individuo desamparado frente al apa
rato estatal y éste asume la peligrosa tarea de conver
tirse en único proveedor de seguridades y beatitudes.
Una sociedad concreta puede vivir en el desorden y
la improvisación, tal como puede hacerlo un hombre
singular, pero •suponer normal lo patológico por la
simple razón del hecho, es rebajar nuestra inteligencia
al nivel de los sentidos, es renunciar para siempre a
una noción de naturaleza, única capaz de darnos las
bases para valorar, normalizar y rectificar. Esta ten
tación no fue conocida por el cristianismo durante la
época en que su inteligencia y su fe vivieron en fruc
tuoso equilibrio.
Un orden comunitario orgánico es resultado de un
crecimiento histórico. No surge al azar de una conven
ción acordada por individuos aislados. Compuesto por
familias, por estirpes y agrupaciones intermedias, la
sociedad política se enriquece con el aporte de muchos
esfuerzos históricos, hacer tabla rasa de ellos para dar
a los individuos singulares la famosa “ igualdad de
posibilidades” , es abolir de un golpe la naturaleza del
orden y sustituir al hombre por eL “ robot” socialista.
El cristianismo, en su proyección sociopolítica, pro- •
curó restaurar la naturaleza comunitaria del hombre
y propuso a su dinamismo moral un bien último capaz
de asumir en orden, a todos los otros bienes, creando
las bases de una vida social rica en valores espiritua
les. El hombre podía hallar en ella todo lo que colmara
las exigencias de su naturaleza.
La rebelión contra ese orden debe buscarse en un 0
nivel mucho más hondo que el de las apetencias econó
micas o políticas. Su raíz es. metafísica y se hunde en
el fondo demoníaco i de una. naturaleza
* vuelta contra
129
ímisma: se prefiere padecer como Prometeo ligado
á sus cadenas, que ser el sumiso emisario de Dios.
-- Esto fue bien visto y mejor dicho por los grandes
. oradores católicos de la pasada centuria : Donoso Cor
tés, Vázquez de Mella, Albert de Mun y otros menos
notorios pero tan sagaces en el descubrimiento de la
raíz teológica de la revolución. Interesa por ahora aña-^
dír algo a lo ya apuntado cuando expusimos sobre la
causa eficiente del orden social: no puede existir una
sociedad equilibrada si no se promueve una situación
favorable al cultivo de las virtudes nobles.
La fortaleza, la generosidad, la magnanimidad, la
magnificencia y la cortesía no pueden darse en un
mundo donde todos están asediados por la urgencia
de conquistar un lugar al sol. Donde la lucha de todos
contra todos no da tiempo para adquirir un temple
sosegado y sensorial. Una verdadera aristocracia supo
ne un régimen familiar estable y vigoroso. El noble se
forma en un ambiente de seguridad económica, porque
esto le permite el cultivo de virtudes de lujo, propias
de su estamento. Sin ellas la vida política se convierte
en una continuación del negocio y la tarea gubernativa
en un asalto organizado contra el bien común.
En el pensamiento político de Santo Tomás no hay-
lugar para un gobierno de tipo oligárquico. Considera,
y en esto coincide con la enseñanza universal de la
Iglesia, qpe el dinero es nocivo cuando no está en ma
nos de gente capaz de dominarlo. Lo ve como un ins •YM«
trumento al servicio de la grandeza familiar o nacio \
nal, pero dañoso cuando se convierte en un fin y se .V
impone en las directivas de la política. ’f l f
.
Las condiciones existénciales del Estado
130
posee una doble dimensión: una externa, en el gobier
no, cuando se concentra en una sola persona que hace
del oficio regio la única razón de su existencia; otra
interna, en el espíritu de los súbditos, por la fe en
el carácter saeral del gobernante.
El régimen monárquico tiene para Santo Tomás otros *
valores. El más importante: su situación por encima
de los intereses y querellas de partido El monarca
decide por el bien común y reacciona frente al crecí-*
miento excesivo de los particulares porque afectan su
seguridad y amenazan su trono.
Considera mejor la monarquía vitalicia y electiva:
“ es mejor que el rey asuma de por vida por elección
y no por sucesión; pero por sucesión es mejor acci
dentalmente^ 4.
No escapan a su inteligencia los defectos inherentes
a toda elección: predominio de los intereses del grupo
electoral sobre el bien común. El elegido se encuentra
presionado por sus electores para satisfacer sus ape
titos y no el bien del todo. Por esa razón examina con
buenos ojos el criterio dinástico. El oficio regio trans
mitido por herencia asegura la continuidad, condición
existencia! de la vida humana, que es bueno ver reali
zada en el Estado.
La monarquía sucesoria — nos dice— es mejor ‘‘per
accidens” , pero en tanto el régimen mixto es concep
ción de carácter práctico elaborada para la aplicación,
ese “ per accidens” domina en nuestra consideración.
“ Debemos concluir — arguye Demongeot— sin precisar
más de lo que Santo Tomás precisa, que el rey del ré
gimen mixto debe ser, con preferencia, hereditario” r\
La familia está sometida a la misma contingencia
de la herencia y una situación negativa en los ante
cesores 0 en los sucesores, sólo puede ser paliada por
la existencia de usos y costumbres que no pongan el
haber patrimonial a la merced del padre imbécil o del
hijo pródigo. Una sociedad rica en poderes intermedios
y con una fuerte estructura familiar se defiende me-
182
propiedad, familia. De otro modo era un simple habi
tante sin derecho a elegir ni a ser elegido.
Tres son las prerrogativas del poder según Santo
Tomás: deliberar, juzgar y gobernar propiamente di
cho. El rey posee todo el peso de la potestad regia y
por ende está en sus manos la decisión política. Pre- * ***/-
eisamente porque el juicio de prudencia política se
pronuncia en una situación contingente, Santo Tomás
no es partidario de una limitación constitucional es
crita. El jefe de gobierno debe estar libre de toda ata
dura para pronunciarse sobre lo adecuado hic et mine.
La palabra del rey es decisiva, pero su absolutismo no
tiene el carácter del absolutismo moderno. En primer
lugar existen los príncipes del reino con poderes inde
pendientes, en cuanto a su origen y conservación, de
la voluntad del monarca. El rey debe contar con ellos
por dos razones: porque le conviene aconsejarse bien
y porque necesita su apoyo en cualquier empresa de
envergadura. . 4
La democracia medieval operaba en el nivel del *
municipio, pero no debe olvidarse la importancia eco
nómica de las ciudades. El rey no podía emprender una - ■
campaña militar de cierta importancia, sin el apoyo
de los burgos.
El poder del monarca estaba limitado políticamente *
por los contrapoderes nobiliarios y municipales. Ade
más existían las leyes del reino, los usos, las costum
bres, la Iglesia, las corporaciones de oficios y otras
comunidades con franquicias y privilegios conquista
dos en el decurso de una historia secular. Santo Tomás
se refiere al valor de los usos consuetudinarios y pre
viene contra el afán de m odificar: “ el mero hecho de"'
modificar una ley implica por sí mismo un detrimento
del bien común, pues, en orden a la observancia de la
ley, nada vale tanto como la costumbre, hasta el puntp
de que lo que se háce en contra de la costumbre, aun
que en sí sea ligero, reviste una cierta gravedad” 6.
En la misma cuestión vuelve sobre esta verdad: “ si +
la multitud no tiepe libertad de hacer por si misma sus
leyes ni de rechazar las leyes hechas por una autori-
Sexualidad y familia
7 Ib id., Q. 96 a l .
134
doble dimensión, personal y social porque lo convierte
^en el ciudadano responsable de ese nuevo orden inau
gurado desde la tierra: el Reino de Dios.
El sacramento tiene por misión dar al matrimonio
la gracia necesaria para convertirlo en célula viva de
ese Reino. Esto vio San Pabló cuando dijo que era
un misterio tremendo y percibió en él un análogo de
la unión de Cristo con la Iglesia. Perspectiva teológica
insoslayable cuando se examina el orden sociopolítico
instituido por el cristianismo.
La razón es simple: si la gracia sacramental del
matrimonio realizado ante la Iglesia hace a los cón
yuges una célula viyiente del cuerpo místico de Cristo,
es porque todo el orden social cristiano está íntima
mente transido por esa exigencia. Si tal gracia no
existe y los esponsales cristianos son una versión poé
tica del matrimonio civil, la sociedad entera es algo
irremisiblemente profano y el cristianismo una fábula
bonita para endulzar el trago amargo de la vida.
Engels vio en el matrimonio monogámico la más
temprana expresión de la explotación de la mujer por
el hombre. Santo Tomás, más dispuesto a advertir las
diferencias impuestas por la sexualidad, observó: “ en
tre las cesas que son necesarias para la vida humana
hay ciertas obras que competen a los varones y otras
a las mujeres. Por lo cual la naturaleza aconseja una
cierta asociación entre el varón y la mujer, en esto
consiste el matrimonio” #.
Las observaciones entre la distinción de los sexos
se referían escuetamente a las funciones para cum
plir en la generación y la educación de los hijos y tal
vez, a las menos delicadas del trabajo doméstico. En
una sociedad como la nuestra donde la mujer se ha
incorporado prácticamente a.’ todas las faenas, resulta
insostenible la distinción de tareas hogareñas, cuando
no un abusivo aumento de labor para la mujer plomero
o la mujer vigilante quienes, al retorno de su trabajo
se encuentran con la limpieza de la casa y la comida
por hacer.
En la actualidad la gente piensa de manera distinta
<•
*> S. Th., Illa;, Q. 91 a 1.
135
a la de Santo Tomás y el magisterio de la Iglesia se
ve en grandes dificultades para hacer entrar en las
cabezas contemporáneas un poco de sensatez en materia
de sexo. La ciencia ha visto también los diversos ma
tices diferencíales originados en la distinción sexual.
Pretender rechazarlos es instalar una doble ignoran
cia: científica y teológica. .
Pero una cosa es la ciencia auténtica y otra la rebe
lión contra la condición natural auspiciada por la re
volución. Nivelar los sexos, destruir sus diferencias
secundarias, es aspiración de una época sólidamente
asentada en la idolatría del andrógino.
♦ El hombre y la mujer están condicionados en su
estructura animicocorporal por el sexo y así como en
los seres bien hechos, esta situación se expresa en una
anatomía claramente diferenciada, no deja de mani
festarse en los movimientos más finos y aparentemen
te más asexuados del espíritu. “ Esto indica que el hom
bre y la mujer son cosas bien distintas del macho y
la hembra, ya que sus diferencias sexuales no se ligan
táñ sólo a la naturaleza, sino también al espíritu, in
tegrándose una y otra dependencia en la unidad de la
persona” 5.
o En una meditación sobre el orden político más qiie
la existencia de tales diferencias, interesa destacar la
integración perfectiva realizada en el matrimonio y
que a través de él fecunda todo el ámbito de la vida
social.
Lo femenino y lo masculino se unen en la familia
conyugal y conservando su polaridad crean un ambien
te propicio a la eclosión de una humanidad rica en
matices diferenciales. Una educación exclusivamente
femenina o masculina impide al sexo .cuya preponde
rancia domina, abrirse a la influencia del otro. Esto
lo cierra en sí mismo y provoca una unilateralidad ca
paz de deformarse en las aberraciones del homosexua
lismo. Se piensa en la misoginia de esos soldados fo r
mados en el ideal de una vida exclusivamente varonil
y para quienes se convierten en obsesión aquellas debi
lidades consideradas como propias de la mujer.9
138
tierra guardan una unidad fundamental y profunda.
El campesino es más hijo de la tierra que el ciudadano, t
Cuando más gjrande y mecanizada es una ciudad y por
ende, menos dependiente de su territorio por la técnica
de sus artefactos y de su comercio, más desarraigados
son sus habitantes y más fácilmente intercambiables.
El agricultor y el pastor están unidos al paisaje y los
complejos movimientos de sus almas traducen esa in
tima compenetración: No sólo la afectividad, sino tam
bién la inteligencia y la voluntad, están condicionadas
por la relación transformadora del trabajo y las in
fluencias más sutiles del derredor geográfico.
Más vivo y más ágil, el pastor paga su versatilidad
con una abulia que imprime a su acción intermitencias
pasionales de pereza y energía. Una música donde al
terna la sensualidad nostálgica con el alarido de la
meznada guerrera, expresa esta dualidad anímica del
pastor. Grandes animadores de fuerzas civilizadoras, los
pastores no han logrado construir una cultura pura
mente pastoril. Transhumante, rechaza la inmovilidad
de la vida ciudadana. No es político: su sociabilidad
halla su expresión más perfecta en el compañerismo
.militar. Su relación con la mujer es de preferencia fur
tiva y violenta. Teme la dulzura femenina porque ablan
da el ánimo y conspira contra la aventura, pero al mis
mo tiempo sueña con un paraíso de voluptuosidad
irrealizable. M.ahoma sabía mucho de esto y abrió las
compuertas de la imaginación árabe con la promesa
carnal de su erotismo delirante. Aquellos mozos heroi
cos lanzados a conquistar el mundo para la mayor glo
ria de Alá, parecían tan locos como su profeta por el
ardor de las dunas inhóspitas.
Los pueblos agricultores son conservadores, tenaces, •*
están adheridos con fuerza a la tierra donde viven, pero
tienen poca imaginación y no gustan cambiar el ritmo
de su existencia para seguir el capricho de una aventu
ra. Para que nazca una sociedad de alta tensión cultu
ral es menester el encuentro de ambas formas de vida
en una compenetración mutua y fecunda. Es necesario
tjue el guerrero acepte, el orden impuesto por la mente
política del agricultor y ponga su espada al servicio de
una idea social de cierta permanencia.
139
Convenía esta referencia somera a las características
generales de los hombres más vinculados a la tierra,
para advertir su relación genética con una sociedad
políticamente fecunda. Mientras no hay asiento no hay
ciudad y sin polis no hay política. Pero la auténtica
ciudad es una sintesis de todas las fuerzas del terruño.
De otro modo apenas es una aldea o un aduar, cuando
no una mezcla de ambas cosas fácilmente degenerabíe
en factoría. Las grandes ciudades de América son sim
ples almacenes, no tienen la individualidad impresa por
el espíritu de un pueblo hondamente modelado por el
paisaje.
El pastor asentado funda la nobleza y ésta configura
.su fisonomía sobre la base de tres principios: uno bio
lógico, otro educacional y un tercero político. Sin ta
lante físico y temperamental para el ejercicio de la
guerra no hay nobleza. “ Nosotros los francos, blancos
de piel y nobles de cuerpo” — dice la ley Sálica. Cuando
Ulises reprende a Tersites lo trata de esmirriado y en
clenque. Pone como testimonio de su nobleza la fuerza
de su puño.
Tampoco hay nobleza sin un proceso educativo para
marcar con vigor una verdadera jerarquía de prefe
rencias. Una raza de comando y de prestigio no se for
ma en el juego de toma y daca auspiciado por el co
mercio, ni está atada al dinero como un usurero mise
rable. Lo decía con airado gesto nuestro Don Quijote
cuando contestó al sacerdote que lo reprendía por me
terse en andanzas de caballería: “ Unos van por el ancho
campo de la ambición soherbia; otros por el de la adu
lación servil y baja; otros por el de la hipocresía en
gañosa, y algunos por el de la verdadera religión ; pero
yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda
de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio
la hacienda pero no la honra” .
La nobleza cumple una función política irreemplaza
ble. El carácter hereditario.e histórico de su prestigio
hace de una familia cuna de dirigentes, cuyo poder está
sustraído al tráfico electoral y a la influencia de las
finanzas. .
A través del campesino y el noble la ciudad sublima
los impulsos rústicos y refleja en sus creaciones la in-
140
fluencia individualizadora del terruño. En su Présen-
tation de la Becuuce lo dice Peguy con su ritmo lento y
cadencioso:
Un hombre de nosotros, de la gleba fecunda
ha hecho surgir aquí en un solo gesto,
y de una sola fuente y de un solo esfuerzo,
hacia vuestra asunción la aguja única en el mundo.
El patriotismo
• *141
patria es recuerdo y proyecto: obligaciones de un pasa
do, prolongado en el presente y a,bierto en la perspectiva
de una heredad a cuidar para los hijos.
La patria es fe común. Sin religión no hay justicia,
sin justicia no hay piedad y sin piedad no hay patria.
No basta el instinto ni la sensibilidad. Es menester la
participación en la comunidad patria con toda la inte
ligencia y con toda la voluntad y para eso debe existir
entre los compatriotas la unidad espiritual impuesta
* por la creencia. Si no logramos ponernos de acuerdo
en la consecución de un fin último, estamos espiritual
mente divididos aunque pisemos la misma tierra, res
piremos el mismo aire y tengamos intereses materiales
coincidentes. El liberalismo nunca quiso entender esta
verdad y no quiere entenderla porque en su visión pu
ramente mercantil de las cosas, cree a la patria una
suerte de empresa comercial en gran escala. El nego
cio está en prosperar, hoy diríamos en desarrollarnos.
¿A qué plantear problemas de sectas y de creencias? A
la inteligencia le basta con los “ slogans” fabricados
por los empresarios para desatar la lucha obsesionante
por el “ status” .
“ La hipocresía de la sociedad liberal y la hipocresía
de la sociedad marxista crean finalmente un idéntico
malestar y un mismo disgusto, porque la sociedad li
beral y la sociedad marxista mienten y proponen un fal
so ideal para enmascarar la ley implacable del provecho
y de la explotación o de la dictadura imbécil de una
burocracia carcelaria. Y sus engaños y sus falsas posi
ciones provienen de que han tomado por fundamento
de todo la estructura económica y no el hombre. Nos
proponen dos esclavitudes diferentes de lo económico
que finalmente llegarán a juntarse. Todos los “ trusts” ,
sean del estado o de la banca, tienen en el fondo una
misma mecánica. Ahora bien lo que importa es el des
tino que se le da al hombre” n . •
* Tiene sus raíces en un determinado lugar, se realiza
en un esfuerzo histórico de mancomunidad. Negarla
porque separa y divide a los hombres, es negar una de
142
las condiciones materiales de la individuación. La unión *
de las patrias debe lograrse en la integración de las di
ferencias y no sobre la base del desarraigo y la iguala
ción. El internacionalismo comunista o teenocrático es
una idea- originada en las grandes concentraciones cos
mopolitas y toma por punto de apoyo un hombre despo
seído de todo vínculo con el pasado de un pueblo. Sus
corifeos se reclutan entre todos esos “ cerebros” sin en
trañas prohijados por el trabajo mecanizado y la lucha
entre los poderes financieros y sin raíces.
143
sos. Conviene a todos los miembros de una sociedad
participar activamente en la realización y el goce de
esos bienes. Las épocas armoniosas de la historia hu
mana han conocido una escala de valores espirituales
de la que todos se sentían solidarios. La clase dirigente
los encarnaba con vigorosa decisión y todos los otros
reconocían la excelencia de los superiores por la efec
tiva superioridad de la conducta. Todavía entre nos
otros la palabra “ caballero” goza de cierto prestigio.
No importa la desaparición del producto y el remedo
miserable que reemplaza al original. La sociedad de con
sumo usa el término para crear atmósfera propicia a
la venta de sus productos y aureola la marca de un ci
garrillo con el prestigio de una falsa corona o de un
apócrifo lema nobiliario.
La misma fe e idénticas creencias inspiraron un mis
mo orden de bienes espirituales. El pueblo cristiano
entero entraba en la catedral como en su casa y hallaba
en sus vitrales, en su música, en su plástica y en la pré
dica del sacerdote el mismo arte y las mismas verdades,
con los mismos símbolos sacrales que acompañaban, su
vida desde el nacimiento hasta la muerte. No importa
ba su condición: mendigo o emperador oían una mú
sica idéntica y contemplaban la obra de una plástica,
cuyos motivos reflejaban sentimientos, amores y armo
nías compartidos. La fe se manifestaba en las plegarias
y éstas recorrían idéntico itinerario en el espíritu del
teólogo y en el alma del simple creyente. La Suma Teo
lógica de Santo Tomás es un catecismo para sacerdotes
y las verdades afirmadas y explicadas por el príncipe
de los teólogos eran las mismas que se afirmaban y
explicaban a los más modestos concurrentes a las es
cuelas parroquiales. La fe explica la alta coincidencia
de todas las creaciones del espíritu y la participación
activa del pueblo cristiano como actor y espectador.
En la Edad Media hubo pocos desarraigados, algunas
minorías de extranjeros reticentes como las'juderías,
todos los otros tenían la convicción callada o explícita
de ser parte, de la nación cristiana. Nadie se sentía ex
traño cuando un coro gregoriano llenaba hasta los te
chos de la Iglesia con las ondas de su canto solemne, ni
cuando en los atrios se desarrollaba un auto inspirado
144
en un asunto 'bíblico. Las verdaderas condiciones del
arraigo están dadas cuando un pueblo entero participa
en los bienes materiales y espirituales de una sociedad
y no se siente extraño a ninguna creación reveladora
de su genio.
El desarraigo
* Simone Weil escribía que una condición social perpe
tuamente suspendida del dinero manifiesta más aguda
mente la enfermedad del desarraigo. Tomaba por ejem
plo la sociedad obrera de nuestro tiempo a quien la
exclusiva dependencia de un salario y la falta total de
propiedad, convertía en la más desarraigada de las
clases aunque hubiera permanecido siempre en el mismo
lugar.
« Señalaba también, con gran agudeza, a la instrucción
pública como segunda causa del desarraigo. El Rena
cimiento provocó una ruptura terminante entre la gen
te culta y la masa del pueblo. El arte se encerró en las
capillas de los iniciados. La sabiduría se hizo asunto
de eruditos y la ética complicó inútilmente su código de
sutilezas estéticas. La cultura supuso, desde ese mo-
mentó, una educación realizada en ámbitos confinados,
entre grupos selectos y en uso de un lenguaje circuns
cripto a minorías especializadas. El Renacimiento di
vorció la aristocracia del pueblo, pero éste siguió
guardando en lo hondo del alma, el sentido de la comu
nión tradicional.
El desarraigo cabal liega con la sociedad capitalista.
El predominio de los poderes financieros y la dedica
ción exclusiva a fabricar productos para la venta, ins
piró la idea de una cultura de masas..
Todo está pensado ahora en términos de mercado.
“ Marketing” y “ ranking” son las palabras claves de la
época. Ellas permiten clasificar el valor de un paquete
de fideos, de una canción, de un mueble, de un con
ferencista o de un sermón religioso*.
1
* No se crea que esta afirmación tiene el carácter de
una “ boutade” . Billy Graham es, probablemente, uno de los
■M
* La civilización moderna trabaja para la masa. Todos
sus esfuerzos tienen por finalidad mantener alerta la
voracidad del público consumidor. Para él los labora
torios fabrican constantemente una enorme cantidad
de remedios, calmantes, excitantes, tranquilizantes y
sedantes. La radiotelefonía, la televisión, los diarios,
los semanarios y las ediciones de libros populares des
piertan sus pasiones, agudizan sus apetitos, acarician
sus ilusiones, encienden sus deseos o atizan sus odios.
Lo asustan, lo excitan, lo lanzan a las aventuras cruen
tas de la guerra o de la revolución. Azuzan su agresi
vidad para el ataque o lo inhiben para que se deje
explotar sin protestas.
Lo manejan como a un paquete de nervios sin cere
bro y al mismo tiempo le hacen creer que es el amo
de todo, el más fino, el más perspicaz y el más maduro.
* Hoy le dicen una cosa y mañana otra. Para que no
•:» -5«<f
14G
caiga en la tentación de pensar han inventado dos pa- *
labras mágicas: el sentido de la historia y superar.
Uno está en la historia cuando está con los amos de *
la propaganda y ha superado algo cuando ha perdido
el rastro de un saber, de una virtud o de una ver
güenza.
“ El sentido de la historia — escribe Carpentier— es r
la torta con crema de todas las discusiones, una manera
de cerrarte e! pico. No trates de defenderte; mira los
rostros de los auditores desde que la palabra suena.
El sentido de la historia responde a todos los argu
mentos, apacigua todos los escrúpulos, regula los casos
de conciencia, rehabilita las inepcias y justifica las
peores atrocidades” .
Si un agente de policía mata a un estudiante, es un *
asesino. Si diez estudiantes matan dos agentes de po
licía es el sentido de la historia. Si un blanco mata a
un negro es un racista y un criminal, si mil negros
queman una ciudad y despanzurran a los blancos, es el
sentido de la historia. Si un profesor dice que hay
que tomar por modelo a Santo Tomás para pensar con
orden, es un retrógrado, pero si afirma un retorno a
Heráclito, es el sentido de la historia.
No tratéis de razonar, la lógica ha sido superada
por la marihuana y el principio de no contradicción
por la dialéctica. Si apeláis a los grandes sentimientos
del honor y la vergüenza, se os dirá que Freud los
superó definitivamente cuando devolvió su libertad a
los esfínteres.
El mundo del “ marketing” y el “ ranking” ha po
drido las raíces de los instintos, ha entregado a la
voracidad de los “ trusts” un miserable despojo, cuya
única ilusión es el gran pesebre totalitario donde pueda
abrevar su rabia igualitaria.
147
—
V I I
~Prof.
Sociedad y autoridad
149
*
150
den soeiopolítico propiamente dicho, sino orden policial.
•Una filosofía ignorante de las condiciones espirituales
y religiosas del hombre, confunde siempre la autoridad
con un aparato represivo de tipo policial.
Dice Garrigou-Lagrange: “ la vida interior es justa
mente una elevación y una transformación de la con
versación íntima de cada cual consigo mismo, desde el
momento que hay en ella tendencia a convertirse en
conversación con Dios“ . Cita la frase de San Pablo:
“ ¿Quién de entre los hombres conoce lo que pasa en su
interior, sino el espíritu del mismo hombre que está
dentro de cada uno? De igual manera nadie conoce lo
que sucede en Dios, sino el mismo espíritu de Dios” .
El hombre espiritual renueva su vida en la presencia de
ese testigo insobornable, que domina con su autoridad,
libremente querida pero obedientemente aceptada, los
íntimos movimientos del alma. En la intimidad del cre
yente reina Cristo en justicia y santidad verdaderas ’ .
La doctrina de la vida interior forma parte de la en
señanza cristiana y cualquiera sea nuestra opinión so
bre el valor de las experiencias religiosas, no podemos
negar su influencia efectiva en la conducta del hombre
de fe.
¿Qué sucede con los incrédulos, con aquellos en cuya
vida interior reina la soledad y el abandono?
Siempre hay un sustituto de Dios o de los dioses y
nunca falta un tribunal supremo ante quien se es leal
o perjuro: la nación, la revolución, el honor o la cama
radería suelen hacer, bien o mal ese papel. De otro mo
do es el caos y la anarquía de los sentimientos renco
rosamente proyectados sobre un mundo social vacío.
Los Padres de la Iglesia, influidos por la doctrina
del pecado original y del pensamiento estoico, pensaban
en la autoridad política como en una. exigencia de coac
ción impuesta por la caída del hombre. La opinión no
reconocía con bastante fuerza el carácter natural de
la sociabilidad y por ende la necesidad de autoridades
externas, revestidas con dignidad y mando, para con
ducir la multitud hacia sus fines últimos en la cohesión5
151
y armonía. La naturaleza había puesto un padre a la
v cabeza de la familia y las sociedades primitivas habían
ampliado esta estructura familiar convirtiendo la pa
ternidad en símbolo'de unidad política.
~ Dejemos fuera de nuestra consideración el desorden
provocado por el pecado original y limitemos nuestra
observación al examen de las naturales exigencias de
la “ praxis” humana. El hombre no nace en posesión
actual de todas sus perfecciones Se impone un proceso
educativo para llevarlo a la completa posesión de sí
mismo y al uso acabado de sus facultades. Esto supone
el ejercicio de una autoridad docente. La caza, la pesca,
los trabajos pastoriles y agrícolas y todas las tareas
donde hay necesidad de distribuir competencias y apti
tudes, imponen la existencia de una autoridad capaz de
dar unidad al esfuerzo de mancomún y ordenarlo a la
plena consecución de su fin.
* La autoridad no es arbitraria ni viene impuesta co
mo consecuencia del pecado. Es elemento constitutivo
del orden social y se impone por su exigencia natural.
Si pensáramos, contra todos los datos de la experiencia
:r personal e histórica, en un hombre dotado de una ten
dencia espontánea e irreversible para hacer el bien co
mún, la multiplicidad de inteligencias y voluntades uni
das en el esfuerzo social, la variedad de las condiciones,
los distintos temples del ánimo y las múltiples formas
de ingenios y talentos, hacen imprescindible la coordi
nación de las aptitudes para la eficacia de su despliegue.
Bertrand de Jouvenel en su libro La soberanía es
cribe: “ el ascendiente del hombre sobre el hombre se
ejerce tanto para reunir a un conjunto de individuos
dispuestos para una acción común, como para poner
remedio a los antagonismos que naturalmente resultan
del entrecruzamiento de las voluntades humanas” 2.
* El mismo autor acepta el fenómeno psicosocial de la
autoridad como algo anterior y al mismo, tiempo fun
damento de la soberanía.
152
Definición de autoridad
155
Existencia de la autoridad
156
existencia. La tarea es ímproba y el efecto aparente
mente nulo, pero Dios quiere que seamos sus servidores
inútiles y demos testimonio de la verdad sin preocupar
nos por los resultados temporales de la acción.
Nuestros contemporáneos, desde los más esclareci
dos hasta los más imbéciles, se hacen eco de la situa
ción crítica porque atraviesan las sociedades formadas
bajo la influencia de la Iglesia de Cristo. Se habla de
subversión de valores y se estima positiva o negativa-
' mente el desorden provocado por los cambios axiológi-
cos. Los influidos por la filosofía alemana vislumbran
en el caos presentimientos de nuevos cosmos en gesta
ción. Tienen el gusto de las cosas por venir y en plena
demolición se calientan en el fuego inexistente de los
hogares que brotarán de los escombros. En toda hincha
zón ven un embarazo y en los huevos pintados, sucu
lentos pollos “ alio spiedo” .
No todos participamos de este optimismo romántico
y amparados por el principio metafísieo de que no hay
bien sin fundamento óntico, no creemos en la virtud
del desorden, ni en la fecundidad de las catástrofes. Só
lo ‘"per accidens” un mal puede traer un bien y esto
porque el mal puede poner en movimiento una muy real
y perfecta buena disposición.
Con este temple no podemos contemplar la aristofo-
. bia del hombre contemporáneo sin un estremecimiento
de asco. No puede concebirse un futuro decente cons
truido por una minoría anónima cuya única virtud es
saber explotar el terror o las ilusiones de la masa.
Virtudes de la autoridad
157
las pasiones bajas y en el abandono a las influencias
de moda.
El hombre de autoridad es. Por esa razón no puede
medírselo cuantitativamente por sus riquezas, sus co
nocimientos informativos, sus conexiones o sus “ con
tactos” . La perfección natural sólo puede estimarse en
términos de. ser, de vida, de inteligencia y de voluntad.
Para poder apreciarla hace falta una realidad humana
en consonancia: una inteligencia y una voluntad alerta
para descubrir nuestras faltas y saber apreciar con
justicia las excelencias de los otros.
La verdadera autoridad conoce los medios para lo
grar sus objetivos. Es capaz de examinarlos con efi
ciencia y ordenar de tal modo los actos de sus subor
dinados que éstos comprendan los propósitos y partici
pen conscientemente en la acción.
La acción humana es ante todo inteligente. Sin inte
ligencia clara de los fines propuestos no hay autoridad.'
El hombre de autoridad se manifiesta en la.delibera
ción por el conocimiento de los medios adecuados para
la realización de ese fin. Suele suceder que un consejero
vea con claridad todos los elementos de una circuns
tancia analizada y sea muy capaz, de acuerdo con ese
saber, de formular un plan de acción perfectamente
válido para el caso, pero con todo, no tenga autoridad
porque le falta decisión, coraje u otra virtud integra-
dora del juicio prudencial.
La autoridad se completa con el don de mando y la
prudencia suficiente para que la voluntad no sea dete
nida en la ejecución del proyecto por la concupiscencia,
el miedo o la ira irreflexiva.
La “ posesión de sí mismo” o “ dominium” es,condi
ción “ sine qua non” del comando y cualquiera que no
esté enemistado con la sana pedagogía conoce al domi
nio como resultado de una concmista. interior.
En la Lettre d*un pere a son fils Montherlant escri
bió estas hermosas reflexiones para trazar un esquema
excelente de las virtudes complementarias del “ ethos”
señorial: en primer lugar el coraje moral: “ Virtud fá
cil — dice— especialmente para el que no toma en cuen
ta la opinión. Si no se tiene, adquirirlo es asunto de
voluntad, es decir un asunto fácil. Por el contrario
cuando no se posee el coraje físico, adquirirlo es asunto
de higiene. . . Civismo y patriotismo son una sola cosa
si el patriotismo merece su nombre. Sois de un país don-
' de hay patriotismo por convulsiones, y civismo, nunca;
donde el civismo es considerado ridículo. Yo os digo:
si sois patriotas sedlo seriamente, como os diría: si
sois católicos sedlo seriamente. No hago mucho caso*
del hombre que defiende valientemente su país en tiem
po de guerra, después que lo ha debilitado a pequeños
pinchazos durante la paz. No es necesario que veáis
vuestro país invadido para tratarlo bien. Conducios tan
decentemente en la paz como en la guerra, si amáis
la paz.
“ La vanidad, que conduce al mundo es un sentimien
to ridículo. El orgullo, aun fundado no añade nada al
mérito. Cuando oigo hablar de un bello orgullo, quedo
pensativo. No fundado es también ridículo. La única
superioridad del orgullo sobre la vanidad, está en que
la vanidad espera todo y el orgullo no espera nada. El
orgullo no tiene necesidad de alimentarse, es de una
sobriedad loca. A medio camino entre la vanidad y el
orgullo elegiréis la altivez. "\¿
“ La rectitud es esto o aquello y por lo demás es un
buen negocio. Obtiene todo lo que obtienen las mañas,
con menos gastos, menos riesgos y menos tiempo per
dido.
“ El desinterés tiene el mérito de sacaros de la vul
garidad, pero lo hace con seguridad. Cuantas veces que
pudiendo tomar, no habéis tomado, os dáis a vos mismo
cíen y mil veces más de lo que podríais haberos dado
tomando. De todas las ocasiones voluntariamente des
aprovechadas, os haréis en el mundo invisible una ca
tedral de diamantes. La Francia de hoy ha creado un
cierto número de palabras verdaderamente obscenas,
entre ellas «resquilleur» (garronero, aprovechado, avi
vado). No os aprovechéis, aun en las cosas más humil
des. porque esto va de lo pequeño a lo grande.
“ El desprecio forma, parte también de la estima. Se
desprecia en la misma medida que se estima. Tenemos
excelentes razones para despreciar. Quien no desprecia ¡
el mal o la bajeza pacta con ellos. ¿Qué vale la estima
de quien no sabe despreciar? Siempre pensé que se po-
159
día fundar algo sobre el desprecio; ahora lo sé: la mo
ral. No es el orgullo el que desprecia; es la virtud.
Creo que habrá mucho que perdonarle a aquél que haya
despreciado mucho” .
En este mundo moderno, donde todo lo cualitativo
como la autoridad, ha sido sacrificado al número, el
desprecio y el desinterés son dos escudos seguros para
abroquelar las buenas condiciones del ánimo contra los
embates de la vulgaridad.’ Pero todo esto pertenece al
campo de una pedagogía concreta y escapa a la índole
de nuestra reflexión.
1:62
cional es la religiosa: la India aparece dominada por la
casta sacerdotal de los brahmanes, la China por los
eruditos mandarines confucianos, el Islam por sus jefes
carismáticos y sus inspirados derviches, Israel lo fue
por los profetas y los caudillos suscitados por Yavé
para conducir su pueblo hacia su misterioso destino, la
sociedad occidental tuvo por inspiración y orden las
enseñanzas impartidas por la Iglesia Católica. Cuando
más se penetra en el alma de una sociedad primitiva
más fuerte se revela el vínculo religioso de sus insti
tuciones y más difícil resulta distinguir en ellas lo sa
cra! y lo profano. El fenómeno mismo de la autoridad
es considerado como un carism a: un sacerdote vudú de
claró en cierta oportunidad: “ los loa se apoderan del
hombre como el Espíritu Santo del sacerdote cuando
da la misa” .
La inspiración sobrenatural explicaba la sagacidad,
la prudencia y el buen consejo. La autoridad política
~ aprovechaba el aviso de los dioses y consultaba a los
escogidos por ia divinidad sin menoscabo para el ejer-
J ciclo de su autoridad propia, más efectiva desde el
punto de vista legal, pero menos visitada por la gracia.
En las sociedades tradicionales la autoridad del rey
está relacionada con el sacerdocio y existe entre ambas
una mutua limitación que traza las fronteras de sus
jurisdicciones. Los profetas, los santos y en un plano
de compromisos profanos, “ los grandes del reino” , son
los contrapoderes naturales al ejercicio de una sobera-
- nía “ ad intra” .
Un orden sociopolítico exige muchas autoridades, dis- *
tintas y desiguales, pero unidas bajo la férula de una
sola para concurrir a la unidad del bien común. Esta
necesaria colaboración de poderes inspiró la idea de los
regímenes mixtos “ para que la formulación de la ley
— como dice Santo Tomás— no fuera labor exclusiva
de los reyes, sino también de otros gobernantes, e in
cluso también del pueblo” 5.
El régimen no renunciaba al principio monárquico de
la unidad., pues de acuerdo con la naturaleza misma del
orden, la decisión política debe estar en mano de una *
i
5 S. Th., lia . Ilae., Q. 50 a i..
163
p sola persona. Esta condición de la soberanía no excluía
la participación del pueblo en el gobierno. Sin lugar
a dudas esto no significaba repartir la-competencia
soberana de la decisión, pero los grandes del reino in
tervenían en la deliberación y el consejo, los pequeños
en el ejercicio activo del gobierno municipal.
9 Consideramos con prolijidad la materia “ in qua” y
la materia “ cirea quam” de la sociedad civil. Ambos
aspectos se refieren, subjetiva y objetivamente, a la
multitud de los hombres en la ciudad. La forma del
orden social hace a la unidad de esa multitud y se es
cinde en un aspecto interior, cualitativo, la virtud
práctica para discernir aquí y ahora los medios ade
cuados para alcanzar el bien común y salvar los dere
chos de cada uno y del conjunto según justicia: un
aspecto objetivo, exterior, la realización efectiva de
la unidad con recursos de gobierno.
En ambas dimensiones se instala el fenómeno de la
autoridad; en la dimensión interior, porque no hay
autoridad donde no existe posesión egregia del juicio
i-t- prudencial. Esta circunstancia ha llevado a muchos
autores a pensar en la autoridad como si fuera la causa
!F formal de la sociedad civil. La opinión se refuerza si
se piensa que la autoridad posee de manera eminente
la forma determinadora del orden. Pero es precisamen
te la aptitud de la autoridad para imponer el orden en
los otros lo que nos permite colocarla en la línea de la
eficiencia.
La operación sigue al ser. No se puede imprimir en
otro una forma sin poseerla. Esta verdad ontológica da
a la autoridad su doble razón de forma y de principio
eficiente próximo del orden sociopolítico.
164
VIII
Soberanía y poder
166
cuenta clara dé la distinción entre potestad y poder.
Tener es un hecho, una situación existencia! cualquie
ra* : alguien puede tener a otro tomado dei cuello o
uh millón de pesos ajenos en los bolsillos. La posesión
es un acto determinado por un derecho. Se tiene un
terreno cuando se lo ocupa de jacto, se lo posee cuando
la ocupación es legal y supone un título legítimo.
Distinguir no es lo mismo que separar: en el orden
sociopolítico puede darse un poder sin potestad, pero
capaz de ejercer mando efectivo y real sobre los miem
bros de la sociedad. En cambio no puede existir una
potestad, al menos por mucho tiempo, si no tiene poder
para sostener su dominio.
La soberanía es prerrogativa de la potestad suprema
de un Estado. Ella convierte a una comunidad en so
ciedad perfecta y equivale a superioridad en orden al
gobierno. El bajo latín llamaba “ supéranos” o “ supra-
nus” al más alto en una escala jerárquica: “ el prín
cipe, soberano del orden de los mejores” .
El nombre, referido a una persona singular, se ex
tiende a todo el Estado y designa la potestad superior,
la más alta y perfecta entre las potestades del orden
social. Esta condición de la soberanía explica la limi
tación de su ejercicio: siempre es interna — aA intra—
porque se ejerce sobre las partes de la sociedad some
tidas a su control.
La soberanía cumple con eficacia el cometido de man
tener unida la sociedad si tiene la plenitud del poder.
No puede haber en el Estado una fuerza capaz de opo
nerse exitosamente a sus designios. Si ese poder existe,
la soberanía ha dejado de serlo.
No basta el poder. La soberanía necesita autoridad,
esto es, inteligencia y voluntad políticas. Un claro
conocimiento de los medios usados para el bien común
y una real capacidad para promover ..las actividades
ordenadas a su consecución. Sin estas condiciones, la
soberanía, aunque tenga fuerza, carecerá de su prin
cipa! atributo y no podrá imponerse a sus súbditos
como poder consciente v firme.
.Hacia afuera — ad extra— el Estado soberano debe
conservar su autonomía y su independencia, tanto po
lítica como económica y financiera. El poder supremo
166 .
de una nación al servicio del extranjero, destruye el
orden interior y corrompe a los miembros de una so
ciedad. Los hombres de paja, beneficiarios del poder,
son escogidos entre los más ruines de una nación.
167
una multitud de individuos atomizados. El pueblo es
taba formado por una serie de agrupaciones comunita
rias: familias, cuerpos profesionales, municipios, etc.,
agrupados de acuerdo con un orden legal y según
jerarquías de funciones. Cada comunidad intermedia
disponía, en su ámbito propio, de alguna potestad.
Basta pensar en el respeto inspirado por el principio
de subsidiariedad, para comprender el relativo poder
de los cuerpos intermedios. Desgraciadamente para
nuestra tesis, el poder delegado por estas asociaciones
no podía ser el de su propia jurisdicción, pues el Es
tado según exigencias de su misma perfección, no podía
asumir y menos absorber, las potestades de la fam i
lia, de los grupos profesionales o de los municipios 2.
Sí los cuerpos intermedios no pueden delegar su
propia potestad para crear una nueva integrada con
la suma de los poderes delegados, ¿qué poder delegan
esos cuerpos al poder civil para constituirlo en potes
tad soberana? Ninguno.
La respuesta es perentoria, pero clara. De otro modo
habrá de admitirse la divisibilidad del poder soberano,
del que cada comunidad poseería una parte capaz de
ser reivindicada en caso de incumplimiento del pacto
constituyente del Estado. Basta observar el funciona
miento vivo de una nación para advertir la poca con
sistencia de esta hipótesis.
Algunos arguyen que la delegación del poder pro
viene de la república o nación ya constituida en socie
dad política. Ésto es un disparate mayúsculo, y como
lo hacía ver Vázquez de Mella, un atentado contra el
principio de no contradicción: el poder soberano cons
tituye a la nación o república en Estado.
De hecho, el orden sociopolítico nace convocado por
una serie de situaciones concurrentes y éstas sugieren
la idea de un crecimiento natural de las sociedades
inferiores. El desarrollo impone la necesidad de un
3 Política, I, 2.
169
cjnedio de esta variedad de hechos se delinean ciertas §
fuerzas inteligentes que otras y en torno a las J
cuales van colocándose todos los aspirantes a salir del i;
conflicto. |
Mientras el poder lucha por la hegemonía es una ¡
simple fuerza en conflicto, pero en cuanto demuestra jj
autoridad y un claro conocimiento de sus propósitos, T
los poderes menores ven en él una potestad benéfica, j¡
capaz de poner fin a la reyerta y crear las bases de h
un nuevo orden político. La soberanía nace cuando ese J
poder es aceptado por todos los grupos, sea en razón j[
de los beneficios auspiciados o de los perjuicios aho-
rrados.
No puede escapar a la comprensión de nadie la su
maria brevedad de este esquema, pero tiene la ventaja ;
de permitir, en su misma parquedad, la inclusión de :t\
una variada gama de situaciones históricas concretas.
Bertrand de Jouvenel en El Poder advierte que,el l)'.
derecho a mandar a toda la nación reivindicado por el 1
soberano no puede ser la propiedad caprichosa de un 1"
hombre o de un grupo de hombres: “ Be le supone un i;
titular lo suficientemente augusto para que le dejemos A
áer nuestro guía absoluto y para que no pensemos en
negociar con él. Este titular es Dios, o, si no, la so-
ciedad” . j|
El autor señala detrás del derecho divino o de la so- |
beranía popular, proveedores de legitimidad, la existen- I
cia de una noción metafísica: “ una voluntad suprema, f*.
ordenadora y rectora de la comunidad humana, una íf
voluntad buena por naturaleza y a la cual resulta de- f;
lictivo oponerse” .
Esta voluntad es la de Dios o la de su sustituto lai- |*
c o : voluntad general, etc., capaz de poner la obediencia
del hombre en manos superiores.
El pensamiento de de Jouvenel no trasciende, a mi i
juicio, el nivel de una consideración psicológica. El |f
trasfondo metafísico del soberano no pasa de ser un ¡§
cómodo expediente para sustentar el poder o una necesi- I
dad impuesta por nuestra disposición espiritual. De f;
cualquier manera la legitimidad de la potestad es un |
problema de reconocimiento, por parte del pueblo, de p
esa soberanía. Al mismo tiempo el nuevo gobierno §Ü
fi
acepta los usos y costumbres del pueblo a gobernar. De
este doble acuerdo nace la legitimidad. Sin lugar a
dudas existen muchos modos de realizar el convenio en
tre la potestad soberana y el pueblo: pacto, contrato,
sanción favorable del poder eclesiástico, sacro, procla
mación por la asamblea, plebiscito o simple adhesión
tácita. Todos ellos han tenido su ocasión en la histo
ria y todos son relativamente válidos y precariamente
indiscutidos. El mejor es siempre el más adecuado a
los usos y creencias de una sociedad.
171
Iglesia Católica y por ende carecían de todo derecho:
“ eso que ellos llaman propiedad y su pretendida auto
ridad son situaciones de hecho sin legitimidad ningu ' í
na. iSu propiedad es un robo. Para poseer legítimamente
debe haberse recibido el derecho de la Iglesia. Para
■■m
heredar la fortuna paternal tiene que tenerse autori
zación de la Iglesia: sin la Iglesia vuestros padres no
han sido unidos en el sacramento del matrimonio y no
sois más que hijos ilegítimos sin ningún derecho” 5.
Un gobierno no aceptado por la Iglesia carece total
mente de legitimidad y sólo puede ser considerado co
mo una franca usurpación. |j
Contra la exasperada dureza de esta posición se le
vanta el matizado pensamiento de la escuela tomista en
la figura del gran jurista español Francisco de Vitoria:
“ Más se podrá dudar si cabe decir lo mismo que de
las repúblicas cristianas, de los poderes por los cuales
se gobiernan las repúblicas de los infieles; esto es, si
entre los paganos los príncipes y magistrados son legí
timos” . “ Y parece que no; porque si uno de cristiano
se hiciere infiel, perdería como dice el derecho, su po
der por razón de infidelidad. Luego permaneciendo la
misma razón de infidelidad, impedirá el legítimo prin *
172 •
solo título de ser infieles, si no han recibido de ellos
ninguna injuria” 6. .
La revolución, destruyendo los fundamentos tradicio
nales del Antiguo Régimen, modificó el criterio para
la legitimación del poder político. Desde ese momento
entró a funcionar la ficción de la soberanía popular y
con ella, la técnica para lograr, con diversos recursos,
que el pueblo pronunciara su pláceme ante el poder más
persuasivo y eficaz en el juego de la propaganda
173
limitación de su gobierno: “ Yo, en el momento de ser
-ordenado, por una gracia particular de Dios, rey de los
franceses, prometo en el día de mi ordenación, en la
presencia de Dios y sus santos, que conservaré a cada
uno de vosotros y a cada una de las Iglesias que os han
sido confiadas él privilegio canónico, la ley bajo la cual
vivía y la justicia que os es debida; defenderé, con la
ayuda de Dios y tanto como me sea posible los derechos
que corresponden a los obispos y a las iglesias del rei
no. Prometo también que en la promulgación de las le
yes, emplearé mi autoridad para hacer gozar de sus
legítimos derechos al pueblo que está bajo mi cus
todia” 7.
Los reyes y el Emperador comandan en nombre de
Dios y están sometidos, como gobernantes cristianos, a!
magisterio de la Iglesia. El Papa tiene en sus manos
la espada espiritual y la temporal. Pero no usa de esta
última, la delega a los poderes temporales para que éstos
administren justicia y gobiernen conforme a los pre
ceptos de la Santa Religión. Hugo de Saint Víctor ex
presa esta idea cuando afirm a: “ Al Papa le pertenece
ej poder espiritual y es quien da la existencia a las
potencias temporales y las juzga si son culpables” .
Esta opinión, reiterada por los agustinistas Alejan
dro de Hales y San Buenaventura, es expresión de un
deseo no siempre corroborado por las condiciones rea
les del mundo político. Con todo, permite comprender
el principio de legitimidad tal como lo entendía la Edad
Media.
La consagración por la autoridad eclesiástica incor
poraba al rey a la Asamblea del Pueblo Cristiano como
potestad temporal reconocida. La Iglesia daba a éste,
el valor de un sacramental.
Los sacramentales son signos instituidos por la Igle
sia donde se pide a Dios para que El, por misericordia
y libre voluntad y no por virtud intrínseca al sacra
mento, produzca en el fiel los efectos pedidos. Los sa-
174
SígjgR??:*
l
ripp-cramentos confieren gracia santificante “ ex opere ope-
IF r a to ” , fórmula significativa de eficacia santificante.
;T>.sin tener en cuenta los méritos del ministro ni del ad-
^■mínistrado. El sacramental opera “ ex opera operanti” ,
\ :vj por obra del que opera, pero como en su administración
[. opera la Iglesia misma, es a través de ella, como uni-
dad santa establecida por Cristo, por donde obra el
t sacramental
0 La legitimación era conferida por la impetración de
; la Iglesia (Asamblea del Pueblo de Cristo) a Dios para
| t. que diera al nuevo poder la gracia de servir sus santos
designios en el orden temporal La comunidad cristia
na intervenía “ místicamente” en la legitimación del
poder y lo hacía por medio de sus órganos adecuados.
El “ ungido” pertenecía a la Iglesia en su doble calidad
de fiel y gobernante de fieles y participaba en su mi
sión salvadora al recibir la autoridad de Dios.
Bertrand de Jouvenel observa que la fórmula de San *.
. 1.. Pablo: “ todo poder viene de Dios” era entendida por la
Iglesia no tanto para instar los fieles a la obediencia,
-V como para limitar la tendencia innata a todo poder a
~ - desconocer los límites de.su ejercicio: “ no se trata de
permitir al príncipe crear absolutamente la ley, sino de
doblegar el poder a una ley divina que lo domina y
obliga” fi.
No debe entenderse tampoco como sutileza jurídica *
de los clérigos para tener bajo su potestad el poder
político. La fe de todos los cristianos concebía a la
Iglesia como un cuerpo místico capaz de acción sobre
natural sobre las almas, producida por sus signos sa
cramentales. La acción de la Iglesia sobre el monarca
consagrado no tenía, para los creyentes, el carácter de
una influencia humana ejercida por las personas de
sus representantes oficiales. Tenía el valor misterioso
de un pedido a Dios hecho por la “ asamblea” do sus
elegidos, para que el monarca velara por la justicia de)
reino y le diera fuerza para hacerlo bien.
Es difícil para un hombre formado en los principios *
modernos entender estas ideas. Ellas suponen la fe 8
175
y la revolución ha destruido la fe, y con ella, la posibi
lidad de entender el valor de estas fórmulas sacra
mentales.
La revolución es un proceso de laicización y tiende a
reemplazar la estructura saeral de la ciudad cristiana
por un sustituto nacido de la inteligencia humana. Esto
explica por sus raíces el cambio de criterio en la legi
timación del poder.
La legitimidad revolúcionaria
176
eerle cumplir los requisitos de una legitimación impues
ta por los usos y convertirlo así en potestad soberana.
Uno de los más ilustres representantes de la Revo
lución Francesa, el ex cura Sieyés, vio en el tercer
estado la causa esencial del movimiento: “ ¿Qué es el
tercer estado? — pregunta— . Nada. ¿Qué quiere ser?
Todo” .
En este par de respuestas está explicada toda la t
revolución: es la voluntad de un grupo escogido con el
apoyo de una minoría económicamente fuerte. En este
vigor reside la mitad de su triunfo, la otra mitad, en
la debilidad del adversario. Un rey sin autoridad po
lítica, pues no tiene la inteligencia de tomar medidas
oportunas, ni voluntad para imponerlas. Una nobleza
frívola, en general de escaso caletre y rebelde, un
clero dividido y a medias convertido a las nuevas ideas.
Y sobre esta morralla semivencida, los confusos, pero
decididos poderes de la burguesía.
La burguesía, dueña de las finanzas, ha dominado
con su dinero toda la política del siglo xix y lo que
va del xx en los países capitalistas. Pero la revolución
no detiene su marcha. Una fría voluntad de poder
lleva a los técnicos de la subversión a concebir nuevos
subterfugios para legitimar su aspiración a un domi
nio total sobre los hombres. No basta el manejo de las
cosas temporales, el nuevo poder se insinúa como una
Iglesia y aspira a la dirección de las almas. Para fun
dar esta pretensión invoca el sentido de la historia.
Hegel la provee de una explicación dialéctica y Marx
de su énfasis profético. La voluntad general ha parido
la conciencia revolucionaria y la pvsamblea de los ele
gidos al partido comunista.
Se puede alegar la inexistencia de tal “ sentido de
la historia” y por ende la falsedad de todas sus pre
tensiones. La discusión está abierta y en sesión per
manente. El sentido de la historia tiene tanta realidad
como la voluntad general. Pero ha reemplazado a Dios
y tiene probabilidades de ser aceptado tanto por sus
fieles servidores como por sus taimados opositores. El
éxito de tales ideas está en su aptitud para colmar el
vacío dejado por la fe y proveer a los revolucionarios
de una conciencia en regla. Gracias a ella se pueden
177
p
cometer los peores crímenes y desatar los más atroces
178
Democracia y legitimidad *
™ S. T h la. Ilae., Q. 95 a 4.
179
nuestro sudor y de nuestro trabajo; el otro partido
quiere la república para estos últimos veinticuatro mi
llones que han fundado sus bases cimentándola con su
sangre, y nutren y sostienen y apoyan a la patria en
todas sus necesidades, la defienden y mueren por su
seguridad y su gloria” .
Señala el número y la calidad de los nuevos candi
datos al gobierno y precisa sus pretensiones: “ la igual
dad de derechos, la igualdad de los libros, un desahogo
honesto, la suficiencia legalmente garantizada de todas
las necesidades físicas, de todas las ventajas sociales,
como retribución justa e indispensable por la parte
del trabajo que cada uno aporta a la tarea común” 11.
La democracia censitaria no satisfizo el espíritu de
la revolución. Era menester extender el número de los
beneficiarios hasta alcanzar a todos los habitantes del
país. Convenía modificar la estructura económica para
convertir a toda la nación en una empresa colectiva al
servicio de todos por igual. Este era el único medio'
de lograr una auténtica democracia: “ Demostraremos
que la suerte de cada hombre no ha debido empeorar
por el paso del estado natural al estado social. Defi
niremos la propiedad. Probaremos que la tierra no
pertenece a nadie, sino que es de todos. Probaremos
que todo lo que un individuo acapara más allá de lo
que necesita para alimentarse es un atentado contra
el pueblo. Probaremos también que la herencia familiar
es un gran horror, que aísla a todos los miembros de
una asociación y hace de cada familia una pequeña
república que no puede sino conspirar contra la grande
y consagrar la desigualdad” 12.
En el Manifiesto de los Iguales, redactado por su
amigo Sylvain Maréchai, afirma el principio incontro
vertible de la democracia igualitaria y anuncia la re
volución definitiva para hacer de los hombres un re
baño homogéneo e intercambiable:
“ Somos iguales, ¿no es verdad? Este principio es
incontestable porque, a menos de estar tocado de loeu-
180
ra, no se podría decir seriamente que es de noche
cuando luce el sol” .
“ Y tendremos esta igualdad real, cueste lo que cos
tare. ¡ Desgraciado, quien se oponga a nuestros desig
nios ! . . , La Revolución Francesa no es más que el
heraldo de otra revolución mucho más grande, mucho
más solemne, y que será la ultima7’.
No debe quedar la menor duda sobre la índole hos
pitalaria de su democracia. El Manifiesto termina con
este grito:
“ Ha llegado el momento de fundar la República de
los iguales, ese gran hosvicio abierto a todos los hom
bres. Han llegado los dias de la restitución general” 1
*1S. .
3
Babeuf quizás no pensó en la posibilidad de ver rea- f
lizado su sueño. Era loco y tremendamente ignorante,
pero no carecía de experiencia política. Podía compren
der perfectamente de dónde surgirían las dificultades
más serias para la construcción de su hospicio. Amaba
el poder por lo que tiene de negativo. Soñaba con la
igualdad más para vengar frustraciones personales que
para satisfacer esperanzas ajenas. De haber tomado el
gobierno en sus manos hubiera exigido la suma del
poder público para cumplir su programa de amputa
ciones. Esto es lo grave en las democracias utópicas;
necesitan una concentración tan grande de fuerzas
en el cuerpo encargado de fabricar el paraíso, que luego
resulta imposible detener el crecimiento inexorable de
la tiranía.
Hoy los Estados Unidos del Norte se han convertido
en los verdaderos fabricantes de la auténtica democra
cia. Tanto y tan bien han organizado este régimen de
gobierno que un objetivo fundamental de su política
exterior consiste en la extensión y fortalecimiento de
la democracia. Admiten la existencia de problemas más
o menos irritantes con países democráticos, pero los
consideran poca cosa comparados con las divergencias
existentes con las naciones totalitarias. Diremos para
refrescar la memoria de los olvidadizos: el totaütaris-
181
| mo comunista fue, durante la lucha contra el fascismo,
una democracia hermana. Hoy Norteamérica le niega
ese título en un sentido estricto, pero los rusos sin
importunarse .por el monopolio americano sobre la pa
182
a sí misma como nación es negar la posibilidad de ia
democracia por una aplicación pérfida del principio de
no contradicción. Si se afirm a: el régimen democrático *
nace, como cualquier otro, de la fuerza y se impone
gracias a la voluntad y la determinación de una mino
ría resuelta, se ha caído en la peor de las herejías.
Negar a la democracia el derecho a la propaganda
es rechazar ai bien político por antonomasia y admitir,
sin otro requisito, que sólo los fascistas y los comu
nistas pueden sostener la popularidad por medio de la
educación, la televisión, la prensa y el altoparlante.
La legitimidad de los regímenes se funda en la adhe
sión popular y ésta se obtiene por la propaganda. Si '
ninguna de las democracias por nosotros conocidas es
capa a esta necesidad, evidencia una verdad de Pero .
Grullo, válida para todos los tiempos y lugares: el
poder político, además de inteligencia y voluntad, ne
cesita apoyo popular. Esto se conseguía antes por la
fuerza y por los servicios prestados, hoy se consigue
por la fuerza y por la propaganda, una modalidad so
lapada de la violencia.
Podemos discutir el valor del sufragio universal como
medio de auténtica participación democrática. Tenemos
derecho a pensar que la influencia del dinero se hace
sentir en la opinión pública y la sella con su insis
tencia publicitaria, pero no podemos desconocer un ras
go definitorio de la democracia, sea o no totalitaria:
ia exaltación del hombre masa, él culto de ese anónimo
destinatario de todos los santos y señas de la propa
ganda y la técnica unidas.
Cuando la soberbia tenía por protagonista un nom
bré extraordinario: Atila, Tamerlán, Calvino o Napo
león, se podía prever una caída más o menos rápida.
Lo realmente peligroso de nuestra época es que la
soberbia se ha convertido en el vicio de los más mi
serables. Es ese rebaño reiterado en cada generación
quien se sostiene en su orgullo colectivo merced al
condicionamiento de ideologías puestas al servicio de
su vanidad mediocre. El genio tiene la medida de la
claridad de su inteligencia, pero la imbecilidad es abis
mal, parodia la infinitud en la profundidad de su in
consciencia.
183
IX
L ibertad y poder
186
tes de la vida pasional porque las lanzaba, como las
torres de una catedral gótica, hacia la altura donde
vivía el amor increado.
La Edad Moderna pierde paulatinamente el sentido
viviente de la espiritualidad. La razón no es ya la
forma más alta de la realidad y al perder contacto con
las fuentes místicas de la vida sobrenatural, no conser
va otro calor que aquél proveniente de los estremeci
mientos sensibles del cuerpo.
Cuando el espíritu humano extrae su vida de Dios
aspira a una unión efectiva con la fuente de la Gra
cia, porque en definitiva esa unión colma sus aspira
ciones de plenitud de una manera concreta. Esta espe
ranza justifica el pliegue ascendente impuesto a las
facultades inferiores cuando se las somete a las exi
gencias del espíritu.
Pero si la razón es un simple aparato para calcular
los beneficios obtenidos en una existencia regulada por
la previsión, ¿qué son las virtudes? Compuertas para
contener las aguas del impulso y evitar los desbordes
capaces de arrastrar los hitos fijados en nuestros
proyectos. Esta idea negativa de la virtud impuesta
por la mentalidad burguesa, justifica la rebelión ro
mántica: vale más vivir en el desorden de la espon
taneidad pasional que helarse en e) formalismo de una
ética sin vida sobrenatural.
1Ú0
bertad en cuestiones de orden político sin pleno co
nocimiento del problema sobre el cual se piensa. Una
información errónea, apresurada y generalmente de
formada a designio, pone en movimiento una corriente
de opinión con pretensiones de estar acertada sobre
una multitud de situaciones mal estudiadas y peor
comprendidas. Sobre errores de este tipo, reposa la
democracia moderna.
En el fondo, más que sobre un error, la democracia «
se funda en una mentira. La idea de un pueblo sobera
no supone conocimiento egregio de los actos fundado
res de una soberanía nacional y esto es el privilegio
de una minoría muy bien dotada para el ejercicio del
gobierno. La buena conducción política exige la for
mación de esa minoría.
Cuando existían los antiguos órdenes comunitarios:
familias, corporaciones, provincias y estamentos, no
era difícil detectar las buenas inteligencias políticas.
Cada uno de estos cuerpos intermedios tenía el sentido
claro de sus necesidades y auspiciaba el ascenso de
aquellos más capaces de favorecer sus intereses. El rey
mismo, colocado en la cúspide de la sociedad política,
precisaba ejercitar una aguda perspicacia en la selec
ción de sus servidores si quería conservar la corona
y mantener la continuidad de su poder. Pero, como
escribía Augustin Cochin a Charles Maurras: “ cuando
todos estos antiguos cuerpos caen pulverizados, un par
tido organizado de una cierta manera se apodera fatal
mente de la opinión, la dirige artificialmente por el
solo impulso de su juego mecánico, sin deber nada a
causas naturales o a otras, ni a la acción legítima de
sus ideas, ni al número de sus afiliados, ni al talento
de sus jefes. El reino del interés general, el de la
mayoría numérica, es una quimera: el pueblo pasa de
las manos de una minoría que tiene el derecho de
mandar a las manos de una minoría que tiene el arte
de engañar” .
El engaño consiste en dirigir la imaginación de las
masas haciendo espejar la utopía de una abundancia
conseguida sin esfuerzo y por el solo juego de la vo
luntad colectiva: “ en esa edad de oro del sufragio uni
versal — escribe el mismo Cochin— el pueblo parece
191
p -„:
i
pasarse de todo consejo. La iniciativa como los pode
res vienen de él. Se conocen sus lenguaraces, pero no
los jefes subrepticios y ocultos. Se reúne sin ser con
vocado, firm a petitorios sin saber de dónde vienen,
nombra diputados sin saber de dónde salieron sus can
didaturas, se subleva sin seguir a nadie".
♦ Cuando se habla de la soberanía del pueblo, se habla
en realidad de una red de pequeñas sociedades de opi
nión con medios para mover la voluble fantasía de la
masa. No se trata de inteligencia política en sentido
estricto sino de habilidad para manejar elecciones, sus
citar apetitos, crear ilusiones. Deformada la inteligen
cia de las gentes por el asedio de una propaganda in
cansable, se pierde de vista hasta la comprensión del
bien más inmediato, por el espejismo de bienes leja
nos, incontrolables, utópicos.
193
<
<
'Ti.-
- '« 'r í f
:
I):=•:
promete en la posibilidad de nuevos descubrimientos,
II: manifestados por el indefinido desvelamiento del ser,
en los sucesivos encuentros con la inteligencia. Tal vez
sea permitido pensar en un futuro donde ios hombres
m
conocerán el libre despliegue de la libertad: “ una acti
vidad constructora sería posible para todos, si cada
hombre pudiera realizar positivamente sus proyectos
y su propio porvenir” .
Desgraciadamente este sueño libertario no puede
realizarse por la* situación de opresión padecida por la
mayoría de los hombres. Este hecho social impide la
formación de un clima de auténtica libertad. Luchar
n
Wf
contra las trabas sociales es obra del marxismo y libe
rar al hombre de sus ataduras es tarea de la filosofía
£y-h
existencial.
Mi libertad exige, para cumplirse, disponer de un
Vi. - i
m porvenir abierto: son los otros hombres quienes abren
mi porvenir, porque al constituir el mundo de mañana
& definen mi futuro; pero si en lugar de permitirme
r v
participar en ese movimiento constructor, me obligan a
consumir vanamente mi trascendencia, manteniéndome
por debajo del nivel conquistado por ellos y a partir del
cual se efectúan las nuevas conquistas, entonces cor
F\ tan mi porvenir y me cambian en cosa4.
si u
Vf En menos palabras: el verdadero sentido de la li
|I. ••
l\ r bertad me obliga a engancharme en el movimiento de
la revolución mundial encabezado por el partido comu
nista. El hombre es libertad y proyecto, pero la revo
lución determina el proyecto del hombre socialmente
considerado. Oponerse a la revolución es negar el por*
venir y por ende negar el proyecto, la libertad y el
hombre mismo.
Aristocracia y libertad
4 Ibíd., p. 126.
194
en esa algarabía de tópicos es esto: la libertad no es
resultado de una conquista interior, sino de un movi
miento colectivo desatado por una fuerza algo extraña
a nosotros mismos pero que nos arrastra inexorable
mente hacia la libertad. Oponerse al torrente de la Re
volución, levantar barreras contra su avance indeteni-
ble, es condenarse a un anacronismo sin remedio y
renunciar para siempre a la libertad de flotar como un
corcho en la corriente de la historia.
Después de hacernos esta cándida reflexión cabe pre- *
guntarnos todavía: ¿no sería esa oposición al deter-
minismo revolucionario la única manera de probar
nuestra libertad?
En los cerebros revolucionarios vaga todavía una *
suerte de nube teológica. Para ellos, como para los pen
sadores cristianos, el hombre logra su libertad en su
encuentro con el ser verdadero. Para llegar hasta la
fuente misma de la vida, el cristiano debía limpiar to
dos los fangosos canales de la concupiscencia. Su liber
tad era el pago de una purificación larga y dolorosa.
El revolucionario es más democrático. La libertad está
ah alcance de cualquiera, si tiene el tino de ponerse en
las filas del partido y servir su causa con toda la fe, la
esperanza y esa total falta de caridad que constituye
su gracia particular.
El hombre antiguo y el hombre cristiano supieron
crear un ideal verdaderamente aristocrático de vida. Es
un error de Nietzsche atribuir al cristianismo la pa
ternidad de la democracia moderna porque puso la ca
ridad en la cima de las virtudes teologales. Ninguna
virtud es tan poco accesible al vulgo como la caridad.
Pensemos que ella inspira todo sentido de responsabi-
lirar generosa y heroica, esto nos hará comprender la
nobleza de una virtud vilipendiada por quien confunde
nobleza con soberbia.
La soberbia es un vicio canalla y afecta en especial
a los habitantes de esas villas miserias de la cultura
que son las redacciones de lo periódicos, los grupos de
trabajo para el mejoramiento de la humanidad, para el
desarrollo, el progreso o cualquier otra idea peregrina
capaz de poner en manos de unos cuantos intelectuales
195
de izquierda la gerencia del sentido de la historia o de
las verdades de la Evolución.
► Él ideal griego del hombre noble tuvo su contrapar
tida en la exaltación del orgullo y en ja s aberraciones"
de la concupiscencia, pero como escribe Jaeger en Pai-
deia: “ fue el momento único e inimitable en que la
fe de la antigua Grecia vio en este mundo, transfigu
rado y henchido de divinidad, y dentro de los límites
de lo terrenal, la posibilidad de llegar a la perfección
y elevar la figura humana a la cumbre de la divinidad,
y en que fue posible concebir la propia santificación
mediante la lucha de nuestra naturaleza mortal para
acercarnos a aquel modelo de dioses en forma humana
que los artistas ponían ante nuestros ojos, de acuerdo
con las leyes de aquella perfección” 5.
El cristianismo abrió para la vida del hombre una
perspectiva' de realización sobrenatural ignorada por
el griego, atado a los límites de la tierra. Este nuevo>
ideal de nobleza no buscaba expresar en el equilibrio
de las form as corporales la trágica serenidad del alma
resignada al brillo efímero del sol y a la larga espera
en las tinieblas del Hades. El cristiano supo de una vida
superior y más alta. Su lucha en este bajo mundo su
ponía la victoria sobre la muerte y el júbilo de una
resurrección gloriosa. Los dolores y sufrimientos de la
carne perecedera fueron superados por la Gracia en la
esperanza de hacerlos “ triunfales en la gloria, como las
llagas de Jesús resucitado” 6.
La tarea de recrear al hombre interior para hacerlo
digno de las promesas de Cristo, es faena concurrente
de la Gracia de Dios y la libertad del hombre. Dice San
Bernardo: hay que guardarse de atribuir la salvación
a nuestra sola voluntad, que es flaca, ni a la exclusiva
necesidad divina. La gracia despierta el libre albedrío
cuando siembra los pensamientos, le sana cuando orde
na su afecto, le fortalece para llevarlo a la acción, le
sostiene para que no sienta desmayo. De tal modo con
el libre albedrío que al principio le previene y luego le
197
m
para distinguirse de los otros, los privilegios materia ge virtudes heroicas ni disposiciones especiales, por
les, el poder, las prebendas, las ínfulas sin fundamento eso engendra fácilmente la envidia: todos se sienten
y el orgullo vacuo de glorias inmerecidas. Esta situa ñon aptitudes para gozar de los bienes puestos en ma
ción despierta la envidia y sugiere la necesidad de una ños de los más afortunados. La sociedad democrática
sustitución de valores. La fuerza de la nobleza: el ho nacida bajo el influjo de las ideas igualitarias, segrega
nor, el dominio de sí, la generosidad se han convertido resentimiento tan naturalmente como el hígado bilis.
en su propia caricatura: vanagloria, empaque, despib El fantasma del mundo capitalista liberal es la mala
farro. -conciencia de una distribución injusta del dominio so
Con la pérdida del sentido religioso las virtudes se bre la realidad exterior. Esta situación espiritual ins
anemian. La castidad, el ascetismo, la humildad, son pira a los príncipes de este mundo el ardid de una
asumidas por el hombre carnal y se convierten en cálcu ilusoria participación de las masas en el poder. La apo
lo, mezquindad, servilismo. La existencia se ciñe al teosis del hombre mediocre nace de este manantial im
horizonte de la tierra y el hombre pone toda su ener puro y con ella, la utopía de todos los “ mañanas que
gía en aumentar sus posesiones sobre las cosas. cantan'’. El hombre" masa se regodea con los futuros
La autoridad no tiene su trono en la vida interior y viajes interplanetarios cuando todavía no puede llegar
se carece de un tribunal divino ante quien rendir cuenta decentemente desde su casa hasta su lugar de traba
de los movimientos más íntimos del alma, donde se gesta jo. Sueña con el triunfo de los injertos, pero no puede
la conducta. Abandonado de Dios el hombre delega pn curar sus gripes estacionales ni su lumbago. Pero el
las cosas, en el dinero, la tarea de medir su valor. espejismo colectivo le oculta su impotencia personal y
La libertad aristocrática se fundaba en el señorío el poder delegado en las organizaciones sociotécnicas le
sobre las pasiones. Su perfeccionamiento estaba libra- ¿impide ver la miseria de su realidad.
brado a una ley de crecimiento natural y a mía disposi Las llamadas libertades democráticas confirman el
ción de obediencia a la Gracia capaces de llevar el alma orgullo colectivo y dan, al más simple'y desvalido de los
al encuentro de Dios. súbditos la impresión de gozar, sin ningún esfuerzo,
Pero ahora el espíritu se adjudica la faena de poner de todos los privilegios que eran el patrimonio de una
la realidad externa al servicio de los apetitos. La liber minoría selecta. ¿N o es dueño de decidir en materia de
tad debe ser medida por la cantidad y extensión del do religión como un teólogo eminente? ¿No lo convocan
minio sobre las cosas. Ei hombre clásico y el cristiano a que opine sobre la estructura sociopolítica de su país
se encontraban colocados frente a una realidad creada como si fuera un legislador? ¿N o lo invitan a transfor
por Dios. Su pensamiento era dócil a las exigencias de mar, alterar y aun trastrocar las estructuras funda
un orden universal divino, declararlo libre era supo mentales de la patria como si fuera el mismo Padre
nerlo absoluto y por ende desvinculado de esa realidad Eterno? ¿Qué soberano absoluto, en las épocas más.
por conocer. Ahora no se trata de conocer, sino de do autoritarias de nuestro Occidente tenía el derecho de
minar. El pensamiento dirigido por la concupiscencia destruir el régimen de propiedad, abolir las familias,
no tiene otro límite que la impotencia. El devenir ha cambiar los ideales educativos?
reemplazado al Ser y el hombre nuevo se siente a la “ Los derechos del hombre” , certifican el nacimiento
cabeza de un movimiento de. realización que imita, en de una nueva libertad y dan a cada uno la 'posibilidad
su transposición inmanentista, la obra de la creación. de hacer todo lo que no perjudique a otro. El ejercicio
La democracia liberal hizo del poder económico el pa de los derechos naturales, tiene por única barrera* el
trón de la libertad. Se era libre en tanto se podía hacer goce de los mismos derechos otorgados a los otros
esto o tener aquello y tal posibilidad dependía de los ; ¿Puedo sentirme atado por una obligación determi
medios financieros. Pero la posesión del dinero ño exi- nada por la ley al señalar los límites de mis derechos?
198 199
¿Qué sucede con el mandato de amar a Dios por sobre
todas las cosas y al prójimo como a si mismo por el
amor de Dios? 'Son decisiones pertenecientes a un fue
ro íntimo al margen de toda obligación. Puedo adoptar
las si quiero, pero no estoy obligado a ellas. Todayía
más, en uso de mi libertad de pensamiento puede de
clararlas nulas, obsoletas, superadas o no vigentes y
como tengo derecho a expresar mis opiniones, valgan
lo que valieren, puedo permitirme un proselitismo en
consonancia. Cada ciudadano, en virtud de los derechos
del hombre puede dedicarse a destruir en los otros los
, fundamentos de su moral, de su religión, de su fortu
na personal, de su tradición. ¿ Puede haber algo que
halague más la vanidad de un imbécil? Saberse en con
diciones de comunicar libremente sus ideas : hablar, es
cribir e imprimir todo lo lucubrado por su estúpido
cerebro sin más trabas que la ofensa al pudor, a los
magistrados, a los proceres o a alguna acéfala deidad
republicana.
.* . El imbécil tiene que ser rico o gozar de una situa
ción especial para tener acceso a los medios técnicos de
comunicación. Marx advirtió el valor excesivo del di-,
ñero en la sociedad burguesa: sustituía el talento y
cuando existían ios medios financieros no había necesi
dad de contar con la inteligencia.
* Pero Marx se convirtió en el corifeo de todos los
burgueses castrados, de los sobrinos sin herencia y de
los intelectuales frustrados. Su filosofía es el canto al
hombre genérico, intercambiable como un mameluco y
prolijamente podado de toda excelencia personal. La
mayoría de edad de las masas, la toma de conciencia del
-proletariado, la fe madura y la obediencia adulta son
jalones para marcar el ascenso de los tontos y señalar
el predominio de los truhanes. Todos estos santo y se
ñas de la revolución manifiestan el vacío de la autori
dad y ponen en lugar de Dios una vaga entelequia fá
cilmente manejada por los poderes ocultos.
202
apelar a una minuciosa casuística para evitar los equí
vocos de propósitos tan universales.
* Una constitución capaz de garantizar a sus ciudada- 0
i nos la libre publicación de sus ideas, el uso y disposi
ción de la propiedad, de profesar un culto y de enseñar
y aprender, debe establecer con nitidéz los límites lí
citos de tales derechos para no caer en la trampa de
afirm aciones tan vagas como peligrosas En los albo
res de la nueva democracia, cuando todavía se gozaba
el placer diario de negar una autoridad tradicional, no
se pensaba en las terribles consecuencias de tales de
claraciones. En realidad el organismo moral formado
por la doctrina cristiana estaba casi intacto y con él
los principios prácticos de la vida fam iliar y pública.
Desaparecida la fe y cada día más ausentes de la legis
lación social las influencias cristianas, las libertades
sostenidas por las constituciones liberales comienzan a
dar sus frutos am argos: ¿Q ué hace el gobernante de-
_ mocrático a quien se le solicita permiso para inaugurar
él culto de Satanás? La liturgia puede estar concebida
í sin estridencias ni situaciones prohibidas por la ley. No
hay obscenidad evidente, ni orgías, ni escándalo. Si mal
hay, está escondido y el anteojo adm inistrativo no pue
de verlo. Escapa al control de un pensamiento enemigo
de la m etafísica la existencia real del Demonio, por lo
tanto la oportunidad de su culto no está encuadrada en
ninguna figu ra penal prevista por los legisladores lai
cos. La renuncia a la superstición coloca todo el orden
sobrenatural en el cándido ciclo de las utopías inofen
sivas.
Para un tradicionalista estas declaraciones univer
sales apuntan a un objetivo bien preciso: destruir el
orden social cristiano inspirado por la Iglesia Católica.
Lo vio perfectamente Comte cuando afirm ó que el pen
samiento del siglo xvin, por todo su contenido crítico,
estaba dirigido a la demolición radical de la antigua
organización teológica. El propósito de su sistema de
política positiva era restablecer el orden sobre la base
de un conocim iento científico de la sociedad y renunciar
a las vagas enunciaciones libertarias cuyo poder den
tructor había cumplido su faena.
La libertad formulada en ese sentido amplio y sin h
203
mites precisos tiene un fin revolucionario y ha s id o j^
expresada así para destruir el magisterio de la Iglesia! ■jm.
Sin autoridad divina el trono de la conciencia queda ^
vacante. El hombre nuevo saldrá de su crisálida y re-~|||§f mm
clamará una autonomía absoluta en todas las funciones!
del orden espiritual.
El Antiguo Régimen estaba colocado bajo la diree-f
ción religiosa y moral de la Iglesia de Cristo. Sus ciu||L
dadanos no conocieron la libertad de pensar y publicar:f||
libremente sus ideas y menos aún la de practicar cua!-‘J|
quier culto. ¿Esta situación hacía imposible un régimen %
de libertades ? ||
Por lo que a mí me consta, no. Hubo libertades per.- j l
fectamente reconocidas en los límites trazados por la jj| ¡Ü
revelación, el derecho natural y las aptitudes persona-®
les para aspirar a ellas. Las libertades eran concretas. |p
personales, familiares o corporativas, pero bien determi- |É|||
nadas y adquiridas por merecimiento y conquista. El ij||¡g
estado ennoblecía a un hombre para premiar sus serví- %$r-
eios y esta nueva dignidad asumida por el beneficiario, f i J fe
creaba una tradición de obligaciones y privilegios para
toda su descendencia. Las libertades tenían el carácter ;
de privilegios, pero éstos imponían una serie de deberes.
La libertad concedida por la sociedad política no sig-|
nifica la destrucción de un vínculo impuesto por otro |
cuerpo comunitario. Supone la instauración de una fuen- ;
te de energía para ser usada en beneficio del orden. El l¡J
hombre es libre cuando alcanza la plenitud de su natu-JJ
raleza y se ordena al bien y a la verdad. El hombre §
moderno ha entendido mal el problema de la libertad. J
La piensa como a un proceso de liberación respecto a los
lazos naturales y concibe el derecho a la prevaricación lp§¡g:
y el error, no como peligros de la libertad, sino c o m o ;® .,
sus legítimas consecuencias. -
Enfermo de individualismo busca en la separación la
proyección de su disconformismo. Nacido protestante
se ha dirigido por caminos de desorden al abandono |||§|
perruno de la desesperación. El estado totalitario es jp ¡J
una consecuencia de todos estos abandonos y ai mismo |{jg¡J
tiempo la única posibilidad de recomponer por fuera y jjral
bajo la presión policial, el orden interior destruido por fjgjjj
la revolución. Wm*
204
Poder y libertad . 1
206
mago, al sacerdote y al rey testimonian por el vigor y
la cohesión de un poder capaz de tomar las voluntades
por dentro y hacerlas concurrir en la mancomunidad de
un esfuerzo socialmente orientado. Sin esa unidad in
terior fundada por la fe, no se puede explicar la armo
nía ni la duración del poder en las sociedades primi
ti vas.
Esa es la ventaja de la sociedad tradicional sobre la
revolucionaria: la fuente legitimadora del poder es una
sola y coincide con la fe común de todos los miembros
del grupo social. Cuando la religión muere en la creen
cia de un pueblo, el poder debe crear su propia fuente
de legitimación con un expediente aceptable para todos.
Ese aparato conceptual tiene todos los caracteres de ; ,
una ideología en el sentido marxista del término.
El marxismo es la expresión más acabada de una ideo-*
logia, es decir, de un sistema de ideas montado con el
propósito de explicar, justificar y legitimar un poder
■político. La.ideología es el sustituto racionalista de la
religión. Viene a reemplazar, y está segura de hacerlo
en un ámbito de exigencias conceptuales más maduras,
el caduco mecanismo supersticioso armado por los clé
rigos. A la sensiblería pueril de un artefacto de jugue
te, contrapone una máquina auténtica para fabricar
ídolos.
La relación de la ideología con el poder es compleja.
Ella lo explica v al mismo tiempo lo origina: el comu
nismo, como fuerza política real, es tanto resultado de
la propaganda doctrinal, como motor creador y sostene
dor de esa propaganda. Nada tiene de extraño. Se trata
de una sociedad y en la praxis constitutiva de un orden,
las causas se influencian recíprocamente: la eficiencia
realizada por hombres es al mismo tiempo receptáculo
del orden impuesto.
La tendencia a pensar la religión como una ideo
logía se explica perfectamente en el campo del pensa
miento racionalista, influido por el marxismo. Para el
hombre de fe, la religión no es una invención humana,
proviene real y efectivamente de Dios. Esto explica
por qué la relación entre el poder y el sistema de las
creencias es muy distinta a la relación existente entre
el poder y la ideología. El poder ideológico maneja el
207
sistema de ideas a su antojo. Lo modifica según conve
niencias circunstanciales y en todo momento está dis
p u estos servirse de él para sus propios fines. Es más:
tiene la conciencia clara de haberlo inventado para eso.
~ Con la religión sucede todo lo contrario: el poder es
tá efectivamente limitado por las verdades de fe. Estas,
en tanto provienen de Dios tienen la inmutable peren
nidad de su fuente e imponen a los gobernantes un
orden conforme al cual deben ajustar sus conductas en
los actos de gobierno tanto como en los personales.
208
-debe ser único y no puede admitir frente a él ninguna
fuerza social para oponerse a sus designios, pues coin
cide, exactamente con el sentido de la historia y reem
plaza a Dios en la tarea de crear un hombre nuevo.
No hace falta gran inteligencia para comprender al
marxismo como un heredero inmediato de las oscuras
lucubraciones de Hegel, pero apto para dar al poder po
lítico la justificación de su omnipotencia. El marxismo
ha dado una explicación pseudo religiosa a la tendencia
.fSjÉ
de concentrar los poderes sociales en la única organi
zación del Estado.
La dialéctica implícita en este movimiento nace de la
contradicción entre la libertad, tomada eomo liberación
de todos los lazos orgánicos impuestos por exigencias
naturales del orden, y la fuerza coactiva externa con
vocada por la necesidad de poner término al caos de los
instintos liberados.
Ouando uno se ha formado en la frecuentación de ios
pensadores clásicos y cristianos las explicaciones dia
lécticas lo dejan perplejo. En verdad la contradicción
de los impulsos en libertad y las exigencias coactivas
V. del poder, se resuelve en una exasperación avasalladora
■£
de la “ libido dominandi” .
mM El poder, en una civilización exclusivamente técnica
— escribía Marcel de Corte— que repudia las comunida
des orgánicas, no puede evitar el desorden social y esto
porque él mismo lo suscita por su método absorbente y
centralizado!’ . Este poder necesita engendrar un “ homo
politicus” análogo al “ homo oeconomicus” y cuyos re
flejos sociales tienden a reforzar la potencia del Estado.
Así como el “ homo oeconomicus” está totalmente pro
gramado por el instinto de nutrición llevado a la cum
bre de su crecimiento, el nuevo “ homo politicus” lo
estará sobre la inclinación al dominio llevada al grado
extremo de pureza genérica a fuerza de ser anónima,
impersonal y automática.
209
auténticos y mei’cenarios. También se da el poder fi
nanciero. Conviene, no obstante, advertir una nota tí
pica de ese tipo de sociedad, el dinero no determina toda
relación de poder. Frente a él se erigen uná serie de
poderes fundados en la fe, la naturaleza o la historia,
difícilmente reemplazables y a los cuales el dinero aca
ta hasta cuando intenta comprarlos.
f El dinero es un sistema de signos convencionales, pa
ra vivir necesita de las cosas reales, por esa razón su
íntima tendencia es fagocitar la realidad para conver
tirla en el cuerpo de su espíritu descarnado. Donde re
emplaza un poder real siente la euforia de una con
quista: ¿no se podrá comprar todo de la misma manera?
¿Qué es lo que se opone a su voracidad? ¿El orden fun
dado en la fe ? ¿N o podrá ser sustituido por otro ba
sado en el dinero?
La fe es un sistema de ideas y éstas productos de la
inteligencia: ¿si compramos la inteligencia no podremos
tener también nuestro sisema de ideas?
p Charles Maurras en L’Avenir de Víntélligence adver-
í;:, lia : “sin otros dueños que la opinión v el dinero, am
bos más o menos disfrazados so color de inteligencia, el
Estado estaba investido de poderes muy extendidos
sobre la masa de los ciudadanos. Pues bien estos podé
is. res antiguos no han sido depuestos por el Estádo mo
derno. Por el contrario, los patrones invisibles, tenían
interés en extender más y redoblar esos poderes, y,
efectivamente, han sido extendidos y redoblados. Cuan
to más crecía el Estado a expensas de los particulares,
el Dinero, dueño del Estado, veía crecer más el campo
J:|¡ de su influencia; ese gran mecanismo central le servia
de intermediario: por medio de él gobernaba, dirigía,
modificaba una multitud de actividades cuya libertad
y extrema delicadeza escapan al dinero, pero no al Es
tado. E j.: una vez dueño del Estado y habiendo éste
puesto sus manos sobre el material y el personal de la
|f religión, el Dinero podía actuar por medio del Estado-
sobre la conciencia de los ministros del culto, y, por
0 , ahí desembarazarse de temibles censuras. La religión
•es, en efecto, el primero de los poderes que se puede
oponer a la plutocracia, y especialmente una religión
tan fuertemente organizada como el catolicismo: e r i-;
ñ
¡i;-):
210
m.
gida en función del Estado, pierde una gran parte de
su independencia y, si el dinero es dueño de) Estado,
pierde su franqueza contra el Dinero. El poder material
triunfa sin control contra su principal antagonista es
piritual” J.
Marx, por su parte, había advertido en el proceso
económico la fuerza que mueve a las sociedades y co 1
locó en el juego de los intereses el fundamento expli
cativo de la historia. El razonamiento era simple y daba
razón a la inclinación más profunda de la mentalidad
burguesa, pero cometía un error de base: la primacía
de lo económico sobre los otros valores de la vida depen
de de una previa decisión del espíritu. >
La economía es un orden impuesto al trabajo, una pre
visión y un planeamiento de la .actividad orientada a la
provisión de bienes de consumo. Cuando el espíritu del
hombre limita sus exigencias a este tipo de labor lo
hace impulsado por una preferencia libre de su aptitud
valorativa.
El burgués nació con ese sino y en la medida que im
puso su ‘‘forma mentís” a la antigua sociedad cristiana,
ésta se impregnó de su gusto por el lucro y de su amor
al Dinero. Los pasos dados por la burguesía para con
vertir su preferencia en dominación, están claramente
señalados por la historia moderna.
En primer lugar debía destruirse el poder de la Igle
sia sobre las almas. El artilugio empleado por la bur
guesía para lograr este primer objetivo es típica mani
festación de su espíritu: se trataba de cargar contra
el clero la acusación de rapacidad para llevar un lucra
tivo ataque contra sus bienes. Despojada la Iglesia de
toda fuerza económica quedaba sometida a la protección
del Estado. El segundo paso sería poner Lis manos so
Wgg: Í.,
bre el poder político.
Wfe-V Considerar los eventos de esta empresa llevada exi
tosamente a término por la burguesía es hacer la histo
ria de la Revolución. Bástenos decordar: la toma del3
§g.'t
W! t
=m 3 Maurras, Charles, L’Avenir de Vlntelligence, Fonte-
moing, Paris, 1905, pp. 83, 84. [Hay trad. castellana, El
• !porvenir de la inteligencia, Ed. Nuevo Orden, Bs. As.,
■
1965.]
■* ■■■ :■ li'N
poder por las fuerzas financieras imponía la previa des
trucción de los poderes históricos, responsables, persc
nales y con origen conocido. Los hombres de dinero so
duchos en operaciones abstractas y saben montar, co_
mecánica precisión, los engranajes para diluir en e
anonimato la potencia dominante.
El Dinero supo dos cosas: la persistencia del poder
moral de la Iglesia se oponía al crecimiento de su dial
láctica destructiva. Junto con ella, la monarquía sacr
y la fidelidad de la nobleza militar. Destruir la bas
religiosa del Poder y sustituirla por una computaeiór
cuantitativa de sufragios era un paso relativamente sen
cillo y quedaba librado a la eficacia de una propaganda
bien montada. El segundo paso consistía en armar la
guerra como un negocio y convertir a los militares en
técnicos al servicio de una organización. Estos movi
mientos tácticos fueron facilitados merced al desarme
previo de la inteligencia teológica y su sustitución por
la filosofía racionalista.
... No escapa al entendimiento la incapacidad del D i
nero solo para realizar esta triple faena. Fue menester
Tese vuelco del espíritu que apartó al hombre de Occi
dente de su visión sacramental del universo y lo lanzó
/ p o r los caminos de un conocimiento sometido a la libi
do dominandi. Dominio puro, sin fundamento metafí-:
sieo capaz de desarrollar extraordinariamente el poder
sobre las cosas y convertir al mismo hombre en una
cosa manejada por ese Poder.
212
económica fundada en la propiedad privada de los me- i.¿
dios de producción, trae como consecuencia la acumula- :
eión del poder en las manos de una organización buro
crática. Esta dispondrá de todos los resortes del Estado
y de los medios de presión puestos a su disposición
por las modernas técnicas de sometimiento.
Hace relativamente poco hemos leído los pronósticos
del profesor John Kenneth Galbraith sobre los pro
blemas de la nueva sociedad industrial. Para nuestro
tema no interesa mucho el acierto o no de sus vati
cinios, pero lamentamos, en la consoladora compañía de ;i;
otros economistas menos interesados en el advenimien- i
to de una sociedad socialista, que los grandes temas i
de las empresas modernas, sean tratados por universi
tarios y no por hombres con relación más concreta
en los negocios. La situación se torna más grave cuan
do tales universitarios tienen marcada propensión a
creer en “ el viento de la historia” .
La tesis del profesor Galbraith puede resumirse
así: el ensanchamiento de los ciclos de producción, las
crecientes necesidades del capital y el llamado a un
personal cada vez más tecniíicado obliga a las gran
des empresas industriales a buscar una demanda se
gura y a mantener precios estables. Estas exigencias
llevan a encontrar el apoyo del Estado para que éste
dé las seguridades requeridas por una programación
a largo plazo.
Otro aspecto del crecimiento de los “ oligopolios” es
la necesidad de contraer acuerdos para evitar compe
tencias y establecerlos en la cúspide de su tecnoestruc-
tura. El control de precios impone control de demandas
y por un proceso inverso a la vieja economía de mer
cado, el productor coloca sus productos por medio de
una publicidad agresiva y permanente. La provocación
de la demanda se extiende al nivel del Estado. Gal
braith recuerda los gastos en concepto de defensa y
conquista del espacio con un casi sesenta por ciento
del presupuesto federal. La tecnoestructura debe ase
gurar que estas erogaciones se traduzcan en mercados
a largo plazo, mientras el Estado procurará que la
política fiscal incida favorablemente en la capacidad
213
de consumo de la población para asegurar la demanda
de artículos manufacturados.
'•'V: La tecnoestructura no detiene aquí su control sobre
el proceso económico de la sociedad, se extiende al
campo de los sindicatos obreros a través de los cuales
busca canalizar las reivindicaciones salariales, usándo
las como un instrumento más en el plan de producción.
Esto le hace prever una inevitable convergencia de
las sociedades ^industriales de estructura capitalista y
las de tipo comunista. El optimismo americano quiere,’
en amable continuidad con los iluministas del siglo
XVIII, un sustituto de Dios al alcance de la mano para
determinar los límites del Poder. El siglo xvm apeló
a la idea de naturaleza. Confiaba en las recién descu
biertas leyes del progreso social para trazar las fron
teras de la potestad política. Galbraith sostiene algo
parecido cuando augura la socialización inevitable de
la nueva estructura industrial y una limitación dej
poder impuesta por los imperativos de la organización.
La naturaleza ha sido eliminada del concurso, en su
lugar hallamos el artificio de un mecanismo para regu
lar el juego mismo de la producción.
No interesa considerar las críticas suscitadas por el
libro de Galbraith, sus opiniones delatan la voluntad
de.encauzar el poder conforme a una dialéctica susci
tada por el aparato económico.
* El dinero simboliza el triunfo del signo sobre la
realidad, de la razón sobre el ser y este es el funda
mento de su espiritualidad invertida. Se obedece a su
sino cuando se vive con el deseo de reemplazar las
realidades concretas por los resultados lógicos de la
interpretación. El dinero en manos de un hombre es
siempre un instrumento dispuesto a expresar los deseos
sensatos o no de una persona, pero en manos de la
Organización es el dinero químicamente puro. Es una
entidad de poder autónoma con una vida parasitaria
y malvada. Cuando el orden sociopolítico esté tramado
hasta en sus detalles más pequeños por las disposicio
nes de la Organización, no habrá tiempo ni para asus
tarse, porque el terror estará tan metido en los entre
sijos del alma que nadie advertirá la presencia solapada
del Príncipe de este Mundo.
214
“ Si abrazamos con la mirada este conjunto, tendre
mos la impresión de que la naturaleza y el hombre
mismo están cada día más sometidos a la empresa do
minadora del poder económico, técnico, organizador,
estatal. Cada vez más nítidamente se dibuja una sitúa *
cíón en la que el hombre dispone en dueño do la natu
raleza, pero al mismo tiempo dispone también del hom
bre. El Estado dispone del pueblo, el sistema técnico,
económico, estatal, dispone de la vida” 23.
El mismo autor dice al comienzo de este libro que
cuando la persona humana ha sido descuidada, negada,
violentada, el vacío producido no puede permanecer:
“ Esto no significa que el hombre se transforme en una
substancia natural y su poder en energía natural. Esto
no es posible. El vacío no constituye, en verdad, más
que una infidelidad convertida en una actitud y en
esa situación, cuando el Señor está ausente, otra ini
ciativa comienza: la del demonio. En la seguridad que
le da su fe en el progreso, el siglo xix se ha burlado
dél personaje que se llama el Diablo, digamos con más
lealtad y exactitud: de Satanás. Quien tiene ojos para
ver no se ríe. Sabe que aquél existe y está en su ta
rea. Es verdad que nuestro tiempo tampoco acepta su
realidad. Cuando habla de lo demoníaco, la palabra
carece de seriedad. La mayor parte de las veces no
significa nada y cuando se habla seriamente, se en
tiende por esto una angustia indeterminada, o bien un
hecho psicológico o un símbolo. Cuando las ciencias
de las religiones, la psicología profunda, el drama, el
cine o el folletón hablan de lo demoníaco, expresan el
sentimiento de que hay en la existencia un elemento
de desacuerdo, de contradicción, de perfidia, un ele
mentó supremo de incomprensión y de inquietud que
salta con fuerza especial en ciertas circunstancias indi
viduales e históricas y al cual responde una angustia
particular. Pero en realidad lo que está en juego no
es lo demoníaco, es Satanás, y lo que es Satanás, sólo
la Revelación puede decirlo de un modo pertinente” \
215
La democracia totalitaria
216
secular y social. Con la repulsa de la Iglesia y de la
justicia trascendente el Estado quedó como única fuen
te y sanción de la moralidad” 4. .
La religión no desapareció del todo, dejó en el hom- i’* /
bre occidental el hábito de pensar el futuro en térmi
nos esjatológicos. Cuando las bases sobrenaturales de
la esperanza cristiana desaparecieron de la conciencia
europea a ésta le quedó una inclinación marcada a pen
sar en el porvenir en orden a una tarea salvadora.
En verdad la muerte individual parece poner un coto
definitivo a los sueños optimistas, pero como el grueso
animal social goza de una cierta inmunidad -estadística
¿por qué no pedirle a él la inmoidaífdád ñéífáda? $er la
muerte personal? '/ 'i
Para lograr este sueño era* rtéeesaríll^i^^izarLI%
sociedad de tal modo que la*-Tájfevisi^^Ja^^úiifi<^ar
ción cumplieran todos los reóinsitos m n^S|videi^-t|,
cia temporal bien concreta. Eli estadía ju e ^ lt
maestro y sacerdote debía rconvertiiáe--ef^í^|byeedor ‘g
de beatitudes y preparar el advenimiento, de un hombre^
nuevo sin divisiones interiorés#mi téhsl'on^.externas#
No se prometía un cuerpo glor|qájo y una fésúl*re^i^i
en el Reino de Dios, pero la supresión. cte la propiedad
privada garantizaba ía desapariciónvde fbdas^4as ñotas
impuestas por una visión individualista- del mundo.
Ser dueño de algo, es distinguir lo mío de lo tuyo, esto
inspira una ética y una sensibilidad de la finitud per
sonal. Morir, para un burgués, es el término de una
carrera plena de propósitos individuales. también
el duro momento en que la fortuna amasada entra en
las zozobras de un porvenir desconocido. El comunismo
vivirá en un plano de solidaridad colectiva. No habrá
mío ni tuyo y sólo podrá preocuparse de las catás
trofes sociales. La muerte será un simple informe
estadístico, apenas un ingrediente en el balance demo
gráfico que la futura Organización, anticonceptivos
mediante, sabrá dosificar con prudente parsimonia
No soy profeta, ni encuentro .ninguna alegría en la
217
V
218
DE NUESTRO CATÁLOGO
.v.w:r