El Muqui
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EL MUQUI
La empresa de los gringos nos pagaba un sueldo básico, y para sacarnos la mugre
nos ofrecía la modalidad del «colectivo». El colectivo era un dinero que la minera
ofrecía como un bono; se premiaba con este pago a los que más avanzaban, a los
que descubrían más vetas. Por eso, empujados por el dinero, los más valientes
buscaban como sea entrar más en las profundidades desconocidas de la tierra.
Los estoperol, esos que se encargan de perforar el terreno, armaban de 6 a 12
cuadras en cada turno para poder hacer más entradas. Los frontoneros, que
son los que van al frente, avanzaban y abrían galerías con gran rapidez, ansiosos
de ver las rocas brillantes. Y los motoristas, por su parte, jalaban de 100 a 120
carros cada uno llevando las piedras y la tierra extraída. En mi cuadrilla
trabajábamos el cholo Vilcas, hombre fuerte de Ancobamba, y José Ibárcena, un
tipo medio creído que venía de Matucana y se creía limeñito.
Todos nos entregábamos al trabajo hasta agotar el último sudor para ganar el
bendito colectivo que, según la empresa, lo pagarían a la cuadrilla que mejor
producción hiciera. Pero daba la casualidad de que, llegado el día del
pago, todos nos mirábamos con caras largas porque al final a nadie le daban
el colectivo aduciendo que no se había llegado al objetivo. Viveza de los
gringos, caracho.
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la tierra tiene vida y manda a sus criaturas... Ja, lo único que da vida dentro
de la tierra es el mineral.
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leyendas que había escuchado sobre el muqui, en los que se decía que era
un ser malo y despiadado, pero que también podía ser bueno con los
mineros. Además, no tenía una actitud agresiva, solo me miraba y se
acercaba lentamente. Me armé de valor y dije con voz apagada:
— Tú eres el muqui... Qué quieres de mí, por qué te estás robando mis
cosas...
— Yo nunca me llevo nada sin dar algo a cambio —dijo, ya a mi lado,
rodeándome, y su voz resonaba fuerte en las paredes rocosas—. Voy a ser
directo. Yo sé toda tu vida, Temoche, y la de toda esta gente que ha venido
a buscar las riquezas de esta mina. Sé quiénes hablan mal de mí, quiénes
se burlan, y para todos tengo mis planes. Ahora estoy aquí contigo porque
quiero hacerte una propuesta que ojalá te guste y convenga: a mí no me
gusta regalar nada, pero puedo hacer que tu cuadrilla sea la que más
producción tenga, la que más galerías nuevas abra y la que se lleve ese
ansiado colectivo que la empresa les ha ofrecido. Te puedes hacer rico en
poco tiempo, Temoche... Y seguro estarás pensando qué me tienes que dar
a cambio por el favorcito que te voy a hacer. Algo muy simple: a mí me gusta
mucho la coquita que tú tienes, no sé de dónde la traes pero me gusta y
me ayuda a trabajar con más empeño. Entonces, solo te pido que cada
semana me dejes un capacho lleno de esa coca, nada más. Esto durante un
año entero. Pasado el año, nuestro pacto se habrá terminado y podrás irte
a disfrutar de tus riquezas.
Así me dijo el enano, con sonrisa malévola, con sus ojos que saltaban
de un lado a otro. Y aunque dentro de mí me decía que algo oscuro había
en eso, le di la mano y acepté su trato.
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Al poco tiempo, joven compañero, salió en las noticias que en esa mina hubo
un tremendo derrumbe que acabó con la vida de veinte mineros.
Felizmente mi amigo Vilcas había estado de permiso y no se murió.
Equipos de rescate encontraron los cuerpos solo de 19 mineros... El único
que no pudieron hallar fue el de Ibárcena... Parecía que la tierra se lo había
tragado.
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Resulta que un minero muy pobre había ido hasta allá desde su natal
Apurímac, convencido de que con el oro podría salir de la miseria en que
vivía. Empezó como lavador en los ríos, buscando pepitas que luego
vendía en el mercado negro. Pero para hacer eso hay que saber, y él con
inexperiencia apenas ganaba para comer. Así que decidió trabajar en las
minas informales que abundan ahí y donde se trabaja al filo de la muerte
por la falta de seguridad de los socavones rudimentarios. Ahí conoció el trabajo
duro, pero vio que se ganaba un poco más y decidió quedarse, aunque
trabajara hasta catorce horas seguidas, sin descanso.
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jalón de orejas, pero el niño le entregó las bolitas de oro que brillaban
espléndidamente, y le dijo que su amiguito de la mina se las había regalado.
La mujer se lo contó a su marido, y ambos, seducidos por el oro, decidieron
mandar a su hijo a que se haga regalar más bolitas. Sabían que se trataba
del muqui, pero les entró un gran interés por saber qué más podían obtener de
ese enano que seguramente tenía muchas riquezas y que al parecer era
amistoso con su hijo.
El niño les siguió llevando muchas canicas del preciado metal, y los padres
las fueron vendiendo y haciéndose ricos porque eran del oro más puro.
Hasta que el brillo del metal más codiciado del mundo los fue
encegueciendo y quisieron tener más, sus deseos se convirtieron en una
obsesión y tramaron un plan para obtener todo el oro del muqui.
Pretendían capturarlo y pedirle toda su riqueza a cambio de su libertad.
Con engaños, hicieron que su hijo le diga al muqui que salga un poco
más de su socavón para jugar con él, y cuando tuvieron cerca al enano, lo
apresaron usando unas mallas de metal muy gruesas. El pobre muqui se
desesperó por querer librarse, ya que no podía permanecer mucho tiempo
a la luz del día pues podía morir.
Los malvados padres lo sujetaron más fuertemente:
—Así que tú eres el muqui, tú has querido llevarte a nuestro hijo y le has estado
haciendo regalitos para que se vaya contigo. Ahora te vamos a tener aquí
apresado... Solo te vamos a soltar si nos prometes que nos entregarás todo
tu oro a cambio de tu vida y tu libertad.
—Está bien —les dijo el muqui—, todito mi oro les voy a dar, se los
prometo, pero suéltenme ya, por favor.
Y así fue. El muqui que tenía alma de niño fue liberado, y esa misma
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noche los esposos vieron que su sala se llenaba de puros lingotes de oro
brillante, uno encima de otro, hasta llenar toda su casa.
B e b i e r o n y s e e m b o r r a c h a r o n t o d a l a n o che, haciendo planes de
comprar esto y aquello, siempre pensando en grande, ya se imaginaban
comprando casas y terrenos en las mejores zonas de la capital, y en medio
de su oro se quedaron dormidos y ebrios de alegría.
Pero, al día siguiente, cuando la madre fue a despertar a su pequeño, pegó
un grito desgarrador. Encima de la cama estaba tirado un muñeco de trapo,
vestido con la ropa de su hijo y con la cabeza cortada.
Llorando fue a buscar a su marido que todavía roncaba de la
borrachera y lo despertó a gritos. Ambos se pusieron a llorar y a
lamentarse de su ambición, pues habían perdido la mayor riqueza de
sus vidas, su único hijo.
Desesperados, corrieron a la mina a buscar al muqui para pedirle perdón
y devolverle todo su oro frío, pero cuando estaban llegando a la boca de la
mina, pudieron divisar a dos pequeñas sombras que, tomadas de la mano,
ingresaban al túnel... Corrieron, gritaron desesperados, pidieron ayuda, pero
nunca más nadie volvió a ver al muqui de esa mina, y menos al pequeño de
cinco años que se había perdido con él. Al poco tiempo, los esposos murieron
de pena y desolación.
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