Las Relaciones Económicas de La Argentina Con Gran Bretaña y Estados Unidos 1880-1943
Las Relaciones Económicas de La Argentina Con Gran Bretaña y Estados Unidos 1880-1943
Las Relaciones Económicas de La Argentina Con Gran Bretaña y Estados Unidos 1880-1943
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INDICE
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Las relaciones económicas de la
Argentina con Gran Bretaña y Estados
Unidos (1880-1943)
Introducción
La formación y consolidación del Estado argentino ha estado
estrechamente ligada al tipo de lazos externos que el país desarrolló,
especialmente, con potencias como Gran Bretaña y Estados Unidos. Las
relaciones económicas mantenidas con estos países desde fines del siglo
pasado fueron muy significativas en términos del perfil productivo que fue
adoptando la economía argentina y de sus posibilidades de desarrollo.
En el caso de Gran Bretaña, se trataba de un intercambio cuyos
antecedentes se remontaban a los tiempos de la colonia y reflejaban
estrechos lazos económicos cuyo mantenimiento y expansión representó
una prioridad permanente para los gobernantes argentinos. Con Estados
Unidos, la conexión económica fue siempre un tanto más distante, estuvo
a menudo signada por el conflicto y se intensificó recién en este siglo. Pero
es en el período en consideración en este estudio (1880-1943),
coincidente con la etapa de mayor crecimiento de la economía argentina,
en el que se conforma una trama de relaciones triangulares que tendrá un
importante impacto económico en las décadas posteriores.
Se trata de un período clave de la historia argentina, en cuyo inicio se
identifica el intento por dejar atrás las divisiones internas para consolidar el
Estado nacional y promover el desarrollo económico. Más allá de las
discrepancias ideológicas entre los miembros de la élite gobernante, la
noción de progreso centralizaba la atención y los esfuerzos de la
Generación del 80 en pos de un ideal de crecimiento nacional. Ello se vio
acompañado por circunstancias favorables del contexto internacional, que
permitieron a la Argentina sacar partido de su especialización productiva.
En esa economía mundial floreciente en la que el país intentaba insertarse,
Gran Bretaña jugaba un rol decisivo por la organización global de su
comercio y por su importancia como centro financiero. A la Argentina le
cupo el rol de productor agropecuario e importador de bienes
manufacturados. Aprovechando ventajas naturales y el ingreso de
capitales y mano de obra extranjeros, la economía argentina se expandió
notablemente entre 1880 y 1914.
La agricultura y más tarde la ganadería fueron las bases de esa
expansión, mientras que la industria se iba desarrollando lenta pero
progresivamente, ligada también a la explotación de productos primarios,
pero no orientada hacia la exportación sino empujada por el crecimiento
del mercado interno. No obstante, la crisis financiera de 1890, este modelo
económico fue exitoso y permitió a la Argentina ingresar al siglo XX
inmersa en un clima de paz y prosperidad.
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La Primera Guerra Mundial puso en evidencia los límites y
vulnerabilidades de ese modelo. A las restricciones financieras se sumó la
caída de las exportaciones por malas cosechas en 1913 y 1914, lo cual
alimentó un cuadro recesivo que duró varios años. Las exportaciones se
recuperaron luego, pero la inversión extranjera decayó. Al mismo tiempo,
por primera vez el cierre de la economía, aunque no formaba parte de un
cambio deliberado en la orientación de la política económica, ponía en
práctica una cierta protección de la producción local y favorecía así el
desarrollo de la industria manufacturera.
La guerra también trajo aparejado un cambio del eje de poder de un
lado del Atlántico al otro: Inglaterra ya no sería el polo financiero y
comercial de antes y Estados Unidos se convertía rápidamente en una
potencia. Para la Argentina, este cambio a nivel global se reflejó en una
creciente competencia entre los capitales británicos y norteamericanos, los
primeros por retener su rol privilegiado de antaño, los segundos por
consolidar su cada vez más fuerte posicionamiento en la economía
doméstica.
La década del veinte registró un renovado empuje hacia el crecimiento
económico y la paz interna. El comercio exterior aumentó sostenidamente
a lo largo de la década, dando impulso tanto a la agricultura intensiva
como a la ganadería, al tiempo que aumentó notablemente la participación
de la industria manufacturera en el producto bruto total. Particularmente
importante en este último desarrollo fue el ingreso de capitales
norteamericanos, los que decididamente reemplazaron a los británicos en
orden de importancia. De todos modos, hasta entonces no estaba en
cuestión el tipo de orientación que debía darse al modelo económico de
desarrollo.
El golpe de gracia al modelo implantado en 1880 fue dado por la gran
crisis de fines de la década del veinte. Las tendencias recesivas que la
misma instaló se hicieron sentir con mayor intensidad en aquellos países
que, como la Argentina, eran altamente dependientes de sus
exportaciones. Estas eran fundamentales no sólo para mantener el nivel
de empleo y actividad, sino también para generar fondos que permitieran
importar los bienes que el país no producía. En consecuencia, la caída en
el valor de las exportaciones tuvo un fuerte impacto negativo, al igual que
la brusca salida de los capitales extranjeros y las dificultades para la
obtención de nuevo financiamiento.
No obstante, como ocurriera en otros países, el diagnóstico de los
economistas tardó en pasar de la consideración de una crisis transitoria al
reconocimiento de sus orígenes y secuelas más estructurales. El cambio
de rumbo en la orientación de la política económica tomó unos años y
recién se manifestó en plenitud hacia finales de la década. La doctrina del
libre comercio y la práctica del liberalismo multilateral comenzaron
entonces a declinar y fueron paulatinamente reemplazadas por prácticas
proteccionistas y acuerdos bilaterales. Tanto Estados Unidos como Gran
Bretaña, los principales socios comerciales de la Argentina, fueron activos
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practicantes del uso de restricciones arancelarias al comercio y el
establecimiento de acuerdos preferenciales. De hecho, con el segundo de
estos países, la Argentina firmó importantes tratados comerciales durante
los años treinta, que garantizaban su abastecimiento de productos
agropecuarios y la colocación de las exportaciones británicas.
Los primeros signos de recuperación de la crisis recién se notaron hacia
mediados de los años treinta. Pero una nueva recesión mundial se hizo
sentir hacia fines de la década. La segunda gran conflagración sin duda
empeoró las condiciones generales. Pero para ese entonces la Argentina
estaba en condiciones diferentes como para enfrentar
estos shocks externos; entre otras cosas, a fuerza de tener que sustituir
importaciones, se había convertido en el segundo país más industrializado
de América Latina, después de Brasil.
Asimismo, en términos de formulación de la política económica, se
habían dado pasos novedosos durante esa década, tales como el uso del
control de cambios y la creación del Banco Central y de las juntas
reguladoras. Su incidencia pudo notarse en las consideraciones del Plan
de Reactivación Económica que el Ejecutivo enviara al Congreso a
principios de los años cuarenta (también conocido como Plan Pinedo). En
el mismo, la preocupación por los problemas del comercio exterior eran
centrales, al igual que el reclamo por una intervención más activa del
Estado en la economía a favor del desarrollo de la industria nacional. Más
allá de su fracaso político, este plan económico traducía un incipiente
consenso acerca de un nuevo modelo de desarrollo que se convertiría en
política oficial en los años siguientes, redefiniendo así los compromisos
externos del país y su inserción en la economía internacional.
El presente trabajo tiene por objeto reseñar los principales
acontecimientos que marcaron la historia de las relaciones económicas de
la Argentina con Gran Bretaña y con Estados Unidos durante las décadas
mencionadas (entre 1880 y 1943). Está dividido en dos secciones, la
primera dedicada a las relaciones con Gran Bretaña y la segunda a las
mantenidas con Estados Unidos.
Dentro de la primera sección, el capítulo 1 se ocupa de la relación
anglo-argentina durante el período 1880-1930. En él pueden identificarse
las bases de una estrecha interdependencia existente entre ambas
economías sustentada, primordialmente, en la exportación de productos
agropecuarios a Gran Bretaña y en un creciente influjo de capitales
británicos a la Argentina. No obstante, circunstancias atinentes tanto a la
política interna de ambos países como a episodios de carácter
internacional, marcaron ciclos de diferente tenor en la relación bilateral. Así
es que puede identificarse una primera fase que va de 1880 a 1890, en la
cual se produce un sostenido crecimiento del comercio bilateral y de las
inversiones británicas en nuestro país, lo cual impulsó el desarrollo de la
infraestructura económica argentina y sentó las bases para la expansión
posterior. El año 1890 marcó un hito importante en tanto estuvo signado
por la crisis financiera o “crisis Baring”, que paralizó la entrada de capitales
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externos y requirió una década de ajuste y austeridad para su superación.
Desde el inicio del siglo XX y hasta la Primera Guerra Mundial se produce
una notable expansión de la economía argentina y del comercio exterior.
Son los años de mayor auge de la relación anglo-argentina, tanto desde el
punto de vista del comercio bilateral como del de las inversiones británicas
en la Argentina. La guerra afectó ambos flujos ya que obligó a Gran
Bretaña a priorizar sus necesidades domésticas por sobre sus
compromisos externos. Indirectamente, esto benefició a Estados Unidos al
permitirle posicionarse como principal proveedor de manufacturas y capital
para la Argentina. Desde entonces, como ya se ha mencionado, se fue
configurando una relación triangular que, si bien implicó una
profundización de los vínculos económicos de la Argentina con Gran
Bretaña y con Estados Unidos, no estuvo exenta de conflictos y
competencias entre los tres países.
El capítulo 2 se refiere a las relaciones anglo-argentinas entre 1930 y
1943. Durante esos años Gran Bretaña, en tanto socio económico de la
Argentina, recuperó parte de la posición perdida frente a los intereses
norteamericanos. La evolución del comercio de granos y de carnes así lo
demuestra, al igual que las características que adoptaron las inversiones
británicas en nuestro país en ese período. Particularmente, se destacan
los acuerdos alcanzados sobre el comercio de carnes (Roca-Runciman, en
1933 y Malbrán-Eden, en 1936), reflejo de la recomposición de las
relaciones económicas de Gran Bretaña con sus dominios extranjeros y
socios comerciales en su conjunto. En el caso de la Argentina, dichos
acuerdos fueron también una expresión de la búsqueda por parte de
ambos gobiernos de garantías de tratamiento privilegiado y colocación
asegurada para los productos intercambiados. Por otra parte, hacia fines
del período, la Segunda Guerra Mundial tuvo un impacto significativo en
las relaciones bilaterales, a la vez que impulsó cambios en la política
económica argentina: las exportaciones agrícolas hacia Gran Bretaña y el
resto de Europa cayeron, mientras que las de carnes aumentaron, en el
marco de una creciente intervención estatal en y un mayor cierre de la
economía local.
Dentro de la segunda sección, el capítulo 3 analiza las relaciones
económicas de la Argentina con los Estados Unidos en el período 1880-
1930. Dicho período se subdivide, para su análisis, en tres etapas. En
primer lugar, entre los años 1880 y 1914 se produce un progresivo pero
creciente involucramiento económico de Estados Unidos en la Argentina.
Las barreras tarifarias impuestas por el gobierno estadounidense, el
carácter competitivo de ambas economías, deficiencias en el servicio de
transporte y comunicaciones, y el protagonismo de la relación económica
anglo-argentina, habían relegado a los intereses norteamericanos a un
segundo plano hasta entonces. La voluntad de remover estos obstáculos
que se manifestó durante esos años encontró su oportunidad propicia, en
una segunda etapa, durante la Primera Guerra Mundial, cuando la
Argentina necesitó cada vez más de los Estados Unidos para la colocación
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de sus exportaciones y para la provisión de manufacturas y capitales.
Durante la tercera etapa, que se extiende desde la conclusión de la guerra
hasta fines de la década de los veinte, las relaciones económicas
bilaterales siguieron un rumbo más errático y menos expansivo que en los
años anteriores, en sintonía con las tensiones provocadas por medidas
proteccionistas -generalmente originadas en las demandas de ciertos
grupos de interés domésticos- y otras decisiones de política monetaria y
financiera local.
El capítulo 4 aborda los principales acontecimientos que marcaron la
relación de la Argentina con Estados Unidos en el lapso 1930-1943. En
principio, se analiza el impacto de la crisis mundial de 1929 sobre la
economía y las relaciones económicas externas de la Argentina. En ese
contexto, se registra una relativa pérdida de posición de Estados Unidos
en tanto socio comercial, paralela con una recuperación del rol de Gran
Bretaña en tanto proveedora de manufacturas. Además, a pesar de que
las inversiones estadounidenses en Argentina crecieron de manera
significativa, las barreras arancelarias y el problema de la aftosa en la
carne argentina, continuaron siendo fuente de conflicto en el intercambio
comercial. Ello llevó a distintos intentos por encontrar puntos de acuerdo
que mejoraran la relación bilateral. No obstante, estos intentos estuvieron
marcados por disidencias en el plano político-ideológico, toda vez que por
la vía de la diplomacia multilateral Estados Unidos trataba de ampliar y
consolidar su liderazgo a nivel regional. La actitud poco colaboracionista
de la Argentina alcanzó su punto culminante durante la Segunda Guerra
Mundial, con la persistencia en su posición de neutralidad. Las presiones
políticas y económicas ejercidas por Estados Unidos para lograr el
alineamiento argentino repercutieron seriamente en las relaciones
económicas bilaterales y en las perspectivas de desarrollo económico de la
Argentina en el período de postguerra.
Cierran este volumen algunas conclusiones generales sobre las
implicancias de las relaciones económicas con ambos países en el período
1880-1943 en su conjunto.
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Capítulo 48
Las Relaciones económicas con Gran Bretaña
en el período 1880-1930
• Introducción
Entre 1880 y 1930 la Argentina desarrolló estrechos vínculos con Gran
Bretaña debido a la exportación de alimentos y a la importación de capital.
Durante esas cinco décadas algunas tendencias se manifestaron de
manera constante pero, si se consideran períodos más cortos, puede
observarse que las circunstancias domésticas en cada país y algunos
acontecimientos internacionales marcan puntos de inflexión notables.
Con el fin de observar esos vaivenes de la relación bilateral, el período
bajo consideración se divide aquí en cinco fases: la primera abarca desde
1880 hasta la crisis de 1890; la segunda comprende la resolución de dicha
crisis (1890) hasta 1900; la tercera se extiende desde 1900 hasta el
estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914; la cuarta corresponde a
los años de la guerra (1914-1918) y la quinta abarca el período que va
desde el fin de la Primera Guerra Mundial hasta la crisis mundial de 1929.
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siguientes palabras, que reflejaron la política de no intervención oficial
británica:
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los efectos de la crisis fueron el gobierno, cuyos problemas financieros lo
colocaron en una incómoda situación, y el sector urbano no exportador
(comerciantes, importadores, trabajadores y aquellos que especularon con
tierras y valores mobiliarios). (32)
El Presidente Luis Sáenz Peña continuó la negociación con los bancos
acreedores iniciada por Pellegrini. En ella tuvo especial gravitación el
nuevo Ministro de Hacienda, Juan José Romero, quien propuso a los
bancos acreedores que la Argentina pagara su deuda de acuerdo con la
capacidad real de pago, sin tomar nuevos préstamos. El 3 de julio de 1893
Romero logró un arreglo con Rothschild en Londres. Los intereses de
varios títulos argentinos se reducían (el promedio de reducción fue algo
inferior al 30%) por cinco años. Durante el período de reducción de los
intereses, el gobierno argentino se comprometió a pagar cada año una
suma de 1.565.000 libras al Banco de Inglaterra, para que éste la
distribuyera entre los tenedores de bonos. A fines del sexto año, la
Argentina trataría directamente con las casas emisoras. Romero negoció
con los acreedores en forma directa, y si bien los términos del acuerdo
fueron criticados tanto en Buenos Aires como en Londres, éste funcionó
porque fue un compromiso entre intereses que, mas allá de sus
diferencias, tuvieron en común la voluntad de mantener el proceso de
comercio e inversión entre la Argentina y Gran Bretaña. (33)
Los méritos principales del arreglo logrado por Romero fueron que
orientó productivamente los excedentes de renta del Estado argentino,
resolvió el problema de las deudas provinciales -asumidas por el gobierno
nacional- y puso fin a las garantías ferroviarias otorgadas por el gobierno
argentino. En enero de 1896 el Congreso Nacional autorizó una emisión
de bonos de 50 millones de pesos oro al interés del 4%, con amortización
del ½%, con el objetivo de pagar todas las cuentas pendientes derivadas
de las garantías y rescindir todos los contratos de garantías ferroviarias
posibles mediante la negociación. Como resultado de estos esfuerzos del
gobierno argentino, cinco compañías aceptaron abultadas sumas en
reemplazo de las garantías estatales y dos fueron compradas, logrando
reducirse las posibles demandas por garantías ferroviarias en un 50%.
Después de 1905 no se acordó garantía o subsidio de ninguna clase a
ninguna compañía ferroviaria.
• NOTAS
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4. Ibid.
5. Horacio C.E. Giberti, Historia de la ganadería argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, p.
173.
6. Se necesitaban grandes sumas de dinero para construir una planta frigorífica, no menos de
200.000 libras esterlinas hacia fines del siglo XIX. El costo de mantenimiento y de personal era
también considerable. Esta situación implicaba que empresarios pequeños o medianos
quedaban automáticamente descartados de la industria frigorífica (excepto, por supuesto, como
accionistas). En consecuencia, el número posible de competidores quedaba limitado en la
práctica por la necesidad del gran volumen y capital. Era imposible que alguien instalara un
pequeño frigorífico y que, con el tiempo y una buena administración, lo pudiese convertir en un
gran frigorífico. Bajo semejantes condiciones, los dueños de frigoríficos procuraban grandes
volúmenes de comercio y fuentes regulares de suministro. Ver al respecto Peter H. Smith, Carne
y política en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, pp. 48-49.
7. Brazil and River Plate Mail, July 8, 1874, p. 3; August 22, 1874, p. 5; July 8, 1876, "Argentine
Progress", JRL 1221/1, Liverpool, 26 Sept. 1872, Heald to Milroy, fuentes citadas por Vera Blinn
Reber, British mercantile houses in Buenos Aires, 1810-1880, Ph.D. dissertation, University of
Wisconsin, 1972, pp. 104, 117 y 118.
8. GP 1/1899-1903, "International Trade and the Present Market of Argentine Trade", pp. 8-12;
"English Wholesale Trade in the River Plate", South American Journal, 3 August 1889. "Our
Trade with the Argentine Republic", The Economist, July 20, 1889, pp. 927-928, citado por V.B.
Reber, op. cit., pp. 278-279.
9. Estas cifras corresponden a J. Fred Rippy, British Investments in Latin America: 1822-1949. A
Case Study in the Operations of Private Enterprise in Retarded Regions, Minneapolis, University
of Minnesota Press, 1959, p. 159. Por su parte, Ferns presenta en su texto la cifra de 150
millones de libras, aunque aclara que algunos observadores calcularon un valor mucho mayor
como, por ejemplo, Arthur Herbert, Secretario Comercial de la delegación británica en Buenos
Aires, quien estimó las inversiones en 204 millones. Sin embargo, con falta de coherencia,
Ferns coloca en el cuadro 1 del Apéndice estadístico de su obra la cifra de 174,7 millones de
libras, señalando que esta estimación se basa, luego de haber sido objeto de muchas
correcciones, en el cálculo hecho por el Secretario Comercial en Buenos Aires publicado
en Parliamentary Papers, 1892, LXXXI, pp. 92-93. A la vez Ferns menciona el cálculo de J.A.
Williams de 184,5 millones de libras, citado en la obra de éste, Argentine International Trade
Under Inconvertible Paper Money, 1880-1900, Cambridge, Mass., 1920, p. 103. Cfr. H.S.
Ferns, Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX,Buenos Aires, Solar-Hachette, 1968, p. 397 y
Apéndice estadístico, pp. 490-492. Por su parte, Roberto Cortés Conde, "Auge de la economía
exportadora y vicisitudes del régimen conservador, 1890-1916", en Ezequiel Gallo y Roberto
Cortés Conde, Argentina: La República Conservadora, Colección Historia Argentina, vol. 5,
Buenos Aires, Paidós, 1972, pp. 139-140, cita a Rippy, y Donald Boyd Easum, The British-
Argentine-United States Triangle: A Case Study in International Relations, Ph.D. dissertation,
Princeton University, 1953, pp. 23-24, basa sus estimaciones en la cifra mayor de Ferns.
10. R.Cortés Conde, op. cit., p. 140; H.S. Ferns, op. cit., p. 397.
11. Ver estos porcentajes en Alec George Ford, El patrón oro: 1880-1914. Inglaterra y
Argentina, Buenos Aires, Editorial del Instituto Di Tella, 1966, p. 153, y en D.B. Easum, op.
cit., p. 24, quien cita como fuente a H.S. Ferns, The Development of British Enterprise in
Argentina, 1806-1895, Ph.D. thesis, Cambridge University, 1950, p. 182.
12. D.B. Easum, op. cit., pp. 23-25. Easum cita como fuente de sus cifras una tabla en
Departamento de Agricultura, Dirección Nacional de Comercio e Industria, Comercio
Internacional Argentino, Buenos Aires, 1916, p. 46, basada a su vez en las estadísticas de la
Dirección General de Ferrocarriles, Ministerio de Obras Públicas, Buenos Aires. También remite
a Ernesto Tornquist & Co., The Economic Development of the Argentine Republic in the last Fifty
Years, Buenos Aires, 1919, pp. 116-117, y a A.B. Martínez y M. Lewandowski, The Argentine in
the Twentieth Century, New York, 1915, p. 94.
13. Eduardo A. Zalduendo, "Aspectos económicos del sistema de transportes de la Argentina (1880-
1914)", en G. Ferrari y E. Gallo (comp.), op. cit., pp. 448-449 y 442-443.
14. Andrés Regalsky, Las inversiones extranjeras en la Argentina (1860-1914), Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1986, p. 21.
15. Ibid., pp. 37-38.
16. Las cédulas hipotecarias y el crédito bancario constituyeron los medios principales de los
propietarios rurales para financiar sus operaciones en la década de 1880. Las cédulas fueron
instrumentos para tomar en préstamo y prestar dinero. Pero no existió ninguna ley argentina o
contrato que protegiese de las pérdidas a aquellos que invirtieron su dinero en cédulas. El poder
adquisitivo obtenido por la venta de cédulas se empleó en la Argentina de cuatro maneras: 1) la
inversión para mejoras en el agro y ganadería; 2) el despilfarro y lujo de los propietarios rurales;
3) la especulación en tierras; y 4) la construcción urbana (por ejemplo, series de cédulas del
Banco Hipotecario de la Provincia de Buenos Aires se dedicaron a la construcción de La Plata).
20
Respecto de las inversiones extranjeras en créditos hipotecarios, ver ibid., pp. 43-44, y H.S.
Ferns, Gran Bretaña y..., op. cit., pp. 370-372.
17. La Ley Argentina de Bancos Garantidos tomó por modelo la ley bancaria estadounidense de
1863-4 y fue sancionada por el gobierno de Juárez Celman (1886-1890). Por ella se permitía la
creación de una multiplicidad de bancos de emisión. Para emitir billetes dentro del nuevo
régimen, los bancos debían contar con un capital mínimo de 250.000 pesos y comprar bonos del
gobierno nacional a un 4 ½ % de interés. Estos bonos serían depositados en el Banco Nacional
a cambio de billetes standard. También el oro pagado al gobierno a cambio de los bonos sería
depositado en el Banco Nacional por dos años antes de ser aplicado a la amortización de la
deuda externa argentina. Ningún banco fuera del sistema podía emitir billetes. Todos los bancos
que estaban dentro del sistema serían inspeccionados por una agencia gubernamental y se
publicarían balances mensuales y anuales. Los bancos insertos en el nuevo sistema serían
conocidos como bancos garantidos porque el gobierno nacional, con la esperanza de atraer más
capitales extranjeros, se comprometía a compensar a los acreedores cualquier déficit restante
después de la venta de los bonos, cubriendo su emisión en el caso de que fracasara cualquier
banco del sistema. Desde el punto de vista del gobierno, lo interesante del sistema de bancos
garantidos era que ofrecía al gobierno nacional la posibilidad de influir en la política de
préstamos de los bancos privados. Además de estimular nuevas inversiones extranjeras en el
sector bancario, buscaba amenguar los efectos de futuras crisis financieras internacionales
sobre la economía argentina. Con este sistema, el gobierno recibiría oro del sistema bancario y
podría hacer frente a sus obligaciones externas. Pero esta solución dio lugar en realidad a una
intensa fiebre especulativa, ya que muchos bancos, que no dispusieron de oro, comenzaron a
vender bonos propios en el exterior para obtenerlo y poder así emitir. En otras palabras, mientras
el gobierno recibió oro del sistema bancario para pagar la deuda externa, los bancos se
endeudaron en el exterior provocando un aumento de ésta: los préstamos se pagaron con
nuevos préstamos. La espiral ascendente de préstamos y de emisión inflacionaria de billetes
hizo prever, en consecuencia, la proximidad del colapso financiero de 1890, causado por el
desquicio monetario y financiero. Ver, al respecto, Ricardo M. Ortiz, Historia económica de la
Argentina, Buenos Aires, Plus Ultra, 1978, pp. 320-321; Charles Jones, "Los bancos británicos",
en G. Ferrari y E. Gallo (comp.), op. cit., pp. 531-532 y M. Rapoport, op. cit., p.210.
18. A. Regalsky, op. cit., p. 16. Consultar también los trabajos de H.S. Ferns, Gran Bretaña y..., op.
cit., pp. 439 a 451; A.G. Ford, El patrón oro..., op. cit., pp. 158-159 y 164; M. Rapoport, op. cit.,
p. 209; Oscar Cornblit, Ezequiel Gallo (h.) y Arturo O' Connell, "La generación del '80 y su
proyecto. Antecedentes y consecuencias", en Desarrollo Económico, Vol. 1, Nº 4, Buenos Aires,
1961; y Roberto Cortés Conde y Ezequiel Gallo, La formación de la Argentina moderna, Buenos
Aires, Paidós, 1973, p. 49.
19. A.G. Ford, El patrón oro..., op. cit., p. 153.
20. C.F. Díaz Alejandro, op. cit., p. 9.
21. Alec George Ford, "Argentina and the Baring Crisis of 1890", Extract from Oxford Economic
Papers, New Series, Volume 8, Number 2, Oxford at the Clarendon Press, June 1956, pp. 127-
128. Consultar también del mismo autor "Comercio exterior e inversiones extranjeras, 1880-
1914", en G. Ferrari y E. Gallo, (comp.), op. cit., p. 507.
22. H.S. Ferns, Gran Bretaña y..., op. cit., pp. 409-410.
23. Rory Miller, op. cit., p. 154.
24. Ezequiel Gallo, "La gran expansión económica y la consolidación del régimen conservador
liberal, 1875-1890", en E. Gallo y R. Cortés Conde, op. cit., p. 50.
25. F.O. 6/404, Pakenham a Salisbury, 15 de octubre de 1889, citado por H.S. Ferns, Gran
Bretaña y..., op. cit., p. 448.
26. La ley de Bancos Garantidos dio lugar a una intensa fiebre especulativa por parte de los bancos
dentro del sistema, quienes se endeudaban en el exterior para obtener oro. En otras palabras, la
ley acentuó lo que buscó paliar: el monto de la deuda externa argentina. Entre 1886 y 1890 la
Argentina tomó prestados, por esta vía, casi 700 millones de pesos oro, y la balanza comercial
no logró compensar la ascendente deuda externa. Para colmo, desde que la ley pasó por el
Congreso en 1887, el circulante se duplicó, generando una fuerte inflación. Pero ese no fue el
único inconveniente. Tampoco logró la ley de Bancos Garantidos su segundo objetivo: promover
la inversión extranjera en el sector bancario. Los bancos privados reaccionaron en forma
negativa ante la nueva legislación. Hacia febrero de 1888, ninguno de los bancos privados
existentes se había adherido a la ley de Bancos Garantidos. El Gobierno de Juárez Celman
reaccionó presentando una propuesta para imponer un gravamen a los depósitos de todos los
bancos no incluidos en el sistema de dicha ley. Los británicos inmediatamente enviaron
mensajes al ex presidente Julio Argentino Roca, entonces en Londres, "explicándole el gran
perjuicio que el gobierno se causará a sí mismo... para que el general Roca pueda disuadir al
gobierno de tales procedimientos". Pronto se formó en Buenos Aires un comité integrado por los
gerentes del Banco de Londres, el Banco Inglés del Río de la Plata y el Banco Italiano, quienes
hicieron sentir su presión al gobierno. Como resultado de ésta, fracasaron los sucesivos intentos
21
de los ministros de finanzas del período por imponer gravámenes a los bancos privados no
insertos en el régimen de la ley de Bancos Garantidos. Ver Ch. Jones, op. cit., pp. 532-535. La
cita textual pertenece a Archivos de Mandatos y Agencias del Río de la Plata (Mandatos),
Records of the English Bank of the River Plate Ltd. (E.B.R.P.), Jones a casa matriz, 16 de
febrero de 1888. Estos asientos, ahora destruidos, se conservaban anteriormente en las oficinas
de la compañía en Avenida de Mayo, en Buenos Aires.
27. Cabe aclarar que en el seno de la Comisión Rothschild existieron tres opiniones respecto de la
actitud a tomar con la deuda argentina. Un grupo sostuvo el punto de vista ortodoxo de que la
Argentina debía hacer las reformas necesarias y pagar la deuda sin la ayuda de ningún
préstamo. Otro grupo, encabezado por los miembros alemán y francés de la Comisión,
eran partidarios de otorgar a la Argentina un pequeño préstamo de 1.500.000 libras para pagar
las obligaciones del momento, a cambio de que el gobierno argentino redujese el circulante,
reformase los bancos, cobrase el 100% de los impuestos en oro, impusiese un fuerte impuesto a
las tierras y redujese el presupuesto público. El tercer grupo, encabezado por Rothschild y los
miembros británicos de la Comisión, abogó por conceder un préstamo mayor a la Argentina, de
12 a 15 millones de libras, que tendría el efecto de bajar el oro y ayudar a los ferrocarriles, cuyos
beneficios en ese momento estaban reducidos por la alta cotización del oro. Algunos círculos
sospecharon que Rothschild deseaba con su solución "liberal" mantener durante un tiempo los
títulos argentinos en el mercado de valores y ayudar así a Baring Brothers a descargar sus
haberes en círculos públicos más amplios. Los distintos miembros de la Comisión no se pusieron
de acuerdo, los banqueros franceses y alemanes se retiraron y Rothschild y los ingleses
impusieron su criterio, con lo cual el gobierno argentino logró un acuerdo bastante liberal con los
bancos.
28. Basado en el texto del acuerdo publicado por La Nación, en F.O. 6/418, 4 de enero de 1891,
citado por H.S. Ferns, Gran Bretaña y..., op. cit., pp. 458-459.
29. The Buenos Aires Standard, 5 de junio de 1891, cit. por Carlos Marichal, Historia de la deuda
externa de América Latina, México, D.F., Alianza Editorial Mexicana, 1988, p. 190.
30. Discurso del canciller inglés Robert A. Cecil, marqués de Salisbury, citado en The Times, 30 de
julio de 1891, fuente citado por H.S. Ferns, Gran Bretaña y..., op. cit., p. 463 y en "Las relaciones
angloargentinas 1880-1910", en G. Ferrari y E. Gallo (comp.), op. cit., p. 647. Ver también el
artículo "'No seremos Dios en la Argentina', sostuvo el canciller británico", en Diario de la Historia
Argentina, Nº 82, agosto 1891, p. 2, citado en Jorge Perrone, Diario de la Historia
Argentina, tomo 2, 1852-1916, p. 130.
31. Ver al respecto H.S. Ferns, "Las relaciones angloargentinas, 1880-1910", en G. Ferrari y E. Gallo
(comp.), op. cit., pp. 648-649.
32. R. Cortés Conde, op. cit., pp. 98-99.
33. H.S. Ferns, Gran Bretaña y..., op. cit., pp. 470-471. Ver también los trabajos de R. Miller, op. cit.,
pp. 155 y 158 y Carlos Marichal, A Century of Debt Crises in Latin America: from Independence
to Great Depression, 1820-1930, Princeton, Princeton UP, 1989, pp. 162-163. Consultar también
H.S. Ferns, "Las relaciones angloargentinas, 1880-1910", en G. Ferrari y E. Gallo (comp.), op.
cit., p. 649 y Carlos Marichal, Historia..., op. cit., pp. 190-191.
22
La recuperación (1890-1900)
Durante la década de 1890 la crisis de Baring quedó resuelta, pero las
inversiones extranjeras no tuvieron el mismo ritmo que en la década
anterior. La crisis había afectado tanto a Baring Brothers y al gobierno
argentino, como a quienes habían invertido en tierras y valores mobiliarios.
Las inversiones británicas en la Argentina no se recuperaron hasta 1904.
Los préstamos al gobierno registraron una declinación pronunciada, de
modo que las inversiones en ferrocarriles, frigoríficos, compañías de tierras
y bancos crecieron en términos relativos. La crisis no tuvo efectos
desfavorables, sin embargo, sobre el sector agropecuario. La década de
1890 se caracterizó por un aumento en los valores y volúmenes de las
exportaciones agrícolas y, de modo menos notorio, de las ganaderas, cuyo
afianzamiento se produjo después de 1900.
Analizando la evolución más en detalle del comercio exterior argentino,
puede observarse que, según el Anuario del Comercio Exterior de la
época, a fines de la década de 1890 las importaciones argentinas desde
Gran Bretaña representaban más de un tercio del valor total importado
(36,3% en 1898), mientras que Estados Unidos, Italia, Francia, Bélgica y
Alemania contaban con alrededor de 10% cada uno. Las exportaciones
estaban menos concentradas. El principal destino de las exportaciones
argentinas era Francia, que en 1898 contaba con 22,4%, siguiéndole luego
Alemania con 15,2% y Gran Bretaña con 14,3%. En ese año Francia,
Alemania y Gran Bretaña reunían más del 50% del valor total exportado.
Cabe destacar que Francia era un importante comprador de lana
argentina, por lo que el valor de las exportaciones con ese destino superó
en varias oportunidades en la década del 90 a las destinadas a Gran
Bretaña. Según la fuente antes citada, los significativos porcentajes de
participación de Alemania y Bélgica (15,2% y 10,4% en 1898) reflejan el
peso de estos países en el comercio argentino de granos, donde la
presencia británica fue comparativamente más débil que en el comercio de
carnes.
En cuanto al comercio de granos, podría decirse que, en medio de la
crisis de Baring, la economía argentina descubrió en el trigo -desarrollado
desde años atrás en la zona de colonias del Litoral- el medio de pago de la
deuda externa acumulada en el período anterior. Varios factores
coadyuvaron a un vuelco en tal sentido: las malas cosechas en Europa y
Estados Unidos, que determinaron un precio mundial excepcional en 1891
(41 pesos oro la tonelada); la caída del papel moneda, que valorizó los
ingresos en oro; y la amplia disponibilidad de tierras vírgenes para su
cultivo.
El incremento de la producción triguera produjo enormes saldos
exportables, que pasaron de un promedio anual de 762 mil toneladas en
1890-1894 a 801 mil toneladas en 1895-1899. (1) De acuerdo con el
Anuario del Comercio Exterior correspondiente, el progreso también se
advierte al comparar el quinquenio 1886-1890, en que se exportó trigo por
23
un valor promedio de 6,1 millones de pesos oro, y el quinquenio 1896-
1900 en que la cifra fue de 25,1 millones.
La exportación de maíz se expandió a un ritmo también notable, ya que
saltó de un promedio de 266 mil toneladas en 1890-1894 a 910 mil
toneladas en 1895-1899. Más notable aún fue la expansión de la
exportación de semillas de lino, que pasó de un promedio de 50 mil
toneladas en 1890-1894 a 200 mil toneladas en 1895-1899. En valores, las
cifras más elocuentes respecto del maíz son el salto de 4,6 millones de
pesos oro en el período 1891-1895 a 11,1 millones en 1996-1900, y para
el lino de 3,6 millones a 7,1 millones en los mismos períodos. (2)
La expansión de la producción cerealera en la década de 1890 hizo que,
como proporción del valor total de las exportaciones argentinas, las
exportaciones de cereales saltaran de 1,4% en 1880 al 25% en 1890 y al
50% en 1900. En términos relativos, las exportaciones ganaderas
declinaron del 94% del valor total de las exportaciones argentinas en 1880
al 61% en 1890 y a menos del 50% en 1900, pero ello no se debió a una
caída de los valores absolutos, sino al rápido crecimiento de las
exportaciones agrícolas. (3)
Un rubro en lento ascenso entre 1890 y 1900 fue el de las carnes
congeladas, al compás de los primeros pasos de la industria frigorífica en
la Argentina. Curiosamente, el ganado que aprovechó inicialmente las
ventajas del frigorífico fue el ovino y no el vacuno. (4) A pesar de que el
bovino no se adaptaba a las necesidades de la industria frigorífica, dos
factores evitaron su declinación durante la década del 90: la ampliación y
consolidación de fronteras y la mayor importancia de la exportación de
ganado bovino en pie respecto de la de carne congelada en este período.
En cuanto al primer factor, el proceso de expansión fronteriza necesitó de
la presencia del vacuno, debido a que éste devoraba los pastos altos,
abonaba el suelo con sus deyecciones y compactaba el suelo con su
pisoteo, preparando el terreno virgen para la cría del ovino. (5) Respecto
del segundo factor, la mayor parte de la producción exportable de la
década de 1890 siguió saliendo del ganado en pie y no de los frigoríficos,
que recién a partir de 1900 ocuparon una posición de liderazgo en la
economía exportadora argentina.
En 1895 comenzaron los embarques regulares de ganado en pie hacia
el Reino Unido. Cortés Conde menciona la importancia del ganado en pie
vacuno en el comercio de exportación argentino, que alcanzó la cifra tope
de 96.903 cabezas en 1898 a partir de la cual comenzó la declinación,
para llegar en 1900 a sólo 34.026 cabezas y cesar un año más tarde los
embarques casi completamente, excepto para países limítrofes. Este autor
no menciona la exportación de ovinos.
Por su parte, Gravil proporciona cifras semejantes para la exportación
de bovinos en pie: 89.369 cabezas en 1898 para luego descender a
85.365 en 1899 y a 38.562 en 1900. Pero este autor menciona cifras
mucho mayores para el caso del ovino en pie, sobre todo a partir de 1895:
430.372 cabezas en 1898, 382.080 en 1899 y 178.969 en 1900. Para
24
1903, las cifras habían declinado significativamente: 27.807 vacunos y
82.491 ovinos.
Giberti, en tanto, menciona la exportación de ganado en pie como
prioritariamente vacuno aunque con activa participación lanar, pero no
proporciona cifras. El ganado en pie argentino, aunque de regular calidad,
se impuso en los mercados europeos por su bajo precio, frente a
competidores como Canadá, Estados Unidos y Australia. (6)
En 1899 las exportaciones argentinas de ganado en pie sumaron 9
millones de pesos oro, mientras que las de la carne congelada (en su
mayoría ovina) produjeron 2,7 millones de pesos oro. Los productos de los
frigoríficos representaron tan sólo el 16% del total de exportaciones de
carne de la Argentina en 1894, pero la tendencia cambió hacia 1900, de tal
modo que en 1914 representaban cerca del 88% de ese total. (7)
Las exportaciones de carne en conserva y extracto de carne también
crecieron durante el período en consideración. La Compañía de Extractos
de Carne de Liebig se había establecido en el Río de la Plata en 1871. Las
importaciones británicas de extracto de carne proveniente del Río de la
Plata se elevaron de 3163 cwts. en 1880 a 310.527 cwts en 1910. (8) La
carne en conserva fue un rubro sustancial en las exportaciones argentinas
a Gran Bretaña y registró una enorme expansión durante la Primera
Guerra Mundial. Fue, además, la rama de procesamiento de la carne que
primero adoptó la integración vertical, a través de la adquisición de
estancias.
Por otra parte, las exportaciones de lana comenzaron a incrementarse
hacia 1892, y su salto más notable se dio entre 1894 y 1899, período en
e1 que pasaron de 162.000 a 237.000 toneladas, para declinar hacia 1900
cuando Francia, el principal comprador, sufrió una importante crisis textil.
(9)
Ahora bien, como se ha mencionado anteriormente, las inversiones
británicas en la Argentina declinaron a partir de la crisis de Baring y no se
recuperaron hasta los primeros años del siglo XX. Pero también se
acentuó en el largo plazo el cambio en la composición de dichas
inversiones, ya que la proporción de las inversiones directas sobre la
inversión total británica pasó del 50,8% en 1895 a 59,3% en 1905. La más
importante de las inversiones directas británicas eran los ferrocarriles. En
ese sector el capital nominal británico saltó de 7,6 millones de libras a fines
de 1880 a 64,6 millones a fines de 1890, 93,6 millones en 1900, 174,4
millones de libras en 1910 y 215 millones a fines de 1913. (10) La
relevancia de las inversiones apuntadas se vio reflejada
consecuentemente en el alto grado de participación británica en el
aprovisionamiento de materiales al sector ferroviario. En 1893 Gran
Bretaña proveyó el 77,2% de las locomotoras; y en el año 1895, 64,1% de
los vagones de carga, 57,6% de los vagones de pasajeros y 43,7% de los
furgones y vagones especiales. En las empresas británicas, sobre todo en
las más importantes (Ferrocarril Gran Sur de Buenos Aires, Ferrocarril
Central Argentino, Ferrocarril de Buenos Aires al Pacífico y Ferrocarril
25
Oeste de Buenos Aires), esa participación fue aun mayor: 84,8%, 60,9%,
64,3% y 40,7% respectivamente. (11)
Cabe destacar que, no obstante el espectacular crecimiento de las
inversiones británicas en ferrocarriles aun después de la crisis de 1890, la
actitud del gobierno argentino hacia las empresas ferroviarias varió
respecto de la observada durante los años de la "manía ferroviaria",
previos a la crisis. La práctica de otorgar garantías estatales sobre los
beneficios ferroviarios fue objeto de creciente crítica. Durante la crisis de
Baring se advirtió que las garantías gubernamentales cubrían no menos
del 20% del endeudamiento del gobierno nacional, con un costo anual de 5
millones de pesos oro. En respuesta a esta situación, el gobierno argentino
nombró en 1893 una comisión que debía investigar métodos para reducir
esta enorme carga. Las negociaciones con los ferrocarriles resultaron en
una reducción del monto de esas garantías hasta cerca de la mitad de la
cifra preexistente.
La industria frigorífica fue otro sector en el que creció la inversión
británica. Firmas argentinas que operaban desde la década anterior
cayeron en la órbita de influencia británica o norteamericana, ya sea por
problemas de falta de infraestructura o de capital, o por ambas. Ya hacia
1891, Sansinena pasó a estar bajo la influencia de The River Plate Fresh
Meat Company. Esta tendencia continuó, como lo prueba la adquisición de
la planta de La Blanca por el poderoso complejo de Chicago conocido
como The National Packing Company (conformado por las firmas
norteamericanas Swift, Armour y Morris), en 1909. Sulzberger & Sons, otra
firma norteamericana, compró el Frigorífico Argentino en 1913.
Otros rubros de inversión que crecieron en la década de 1890 fueron las
compañías de tierras y las estancias. Mientras que en 1890 el capital
británico invertido en propiedades rurales sumaba 2,8 millones de libras,
hacia 1913 el total llegaba a 13 millones de libras. La primera compañía de
tierras, la Argentine Central Land Co., había sido creada por el Ferrocarril
Central Argentino en 1870. Entre las explotaciones rurales puede
mencionarse a Associated Estancias (organizada en 1900), Estancias and
Properties, Limited (creada en 1899), Espartillar Estancia (organizada en
1886) y Las Cabezas Estancia Company (fundada en 1876). Por su parte,
la compañía británica Forestal Land, Timber and Railways
Company obtuvo destacables beneficios en la explotación de productos
forestales, especialmente quebracho, a partir de 1906. (12)
Otras inversiones británicas importantes se localizaban en la
infraestructura portuaria y en servicios tales como electricidad, gas y
tranvías. Ejemplos de inversión en estos sectores fueron la Anglo
Argentine Tramway Co. Ltd., la Compañía Primitiva de Gas, ambas de la
ciudad de Buenos Aires, y la Compañía de Aguas Corrientes de la
Provincia de Buenos Aires.
El caso de la Compañía de Tranvías Anglo-Argentina revela que el
capital británico en los servicios públicos, si bien predominante, estuvo
lejos de tener una presencia hegemónica en el sector. La Anglo-Argentine
26
Tramways Co. Ltd. fue una compañía británica que prestó servicios en
Buenos Aires entre 1876 y principios de la década de 1950. Ya en 1907
esta empresa fue absorbida por la Compagnie Générale des Tramways de
Buenos Aires, una empresa belga que perteneció a SOFINA (Société
Financière des Transports et d' Entreprises Industrielles), un holding
internacional con sede en Bélgica e inversiones en transportes urbanos y
energía eléctrica en todo el mundo. Aunque la compañía siguió teniendo
accionistas y debenturistas británicos, SOFINA tomó el control de su
directorio. (13)
• NOTAS
1. Anuario Geográfico..., op. cit., p. 380, citado por C.F. Díaz Alejandro, op. cit., Statistical
Appendix, p. 474.
2. Ibid.
3. Simon G. Hanson, Argentine Meat and the British Market. Chapters in the History of the
Argentine Meat Industry, California, Stanford University Press, 1938, p. 121; D.B. Easum, op. cit.,
pp. 27 y 29, quien cita como fuente a Hanson.
4. Varias razones explicaron esta preferencia de los frigoríficos por el ovino. En primer lugar, el
vacuno de entonces no tuvo la calidad exigida por el gusto británico. El ovino, en cambio, corrió
con la ventaja de la mestización de décadas anteriores. En segundo lugar, la precariedad de los
frigoríficos hizo más dúctil el congelamiento de una res delgada y pequeña como la ovina que el
de un animal grande como el bovino. La paulatina valorización de la carne ovina por parte del
frigorífico (que llegó a pagar hasta el 50% más que la grasería), hizo que los criadores buscasen
el Lincoln, con más carne que el merino. De este modo, los estancieros se dedicaron a la cría del
Lincoln o a cruzarlo con merinos. Este proceso de "desmerinización" estuvo también estimulado
por el éxito del merino en campos bajos y húmedos como los del sur de Buenos Aires y la
adaptabilidad del Lincoln a los pastos duros. No obstante, este proceso de "desmerinización" no
fue parejo en todo el país, dividiendo más bien a éste en dos zonas bien diferenciadas. Una de
ellas, correspondiente a la mayor parte de la provincia de Buenos Aires, sur de Córdoba y sur de
Entre Ríos, se adaptó al proceso debido a la cercanía de los frigoríficos y a la calidad de los
pastos, que permitió criar razas ovinas exigentes en alimentación. La otra zona, correspondiente
al norte de Entre Ríos, Corrientes, La Pampa y área patagónica, mantuvo los métodos
tradicionales, debido a su lejanía de los centros frigoríficos. En el caso del área patagónica, este
último inconveniente se unió a la pobreza de sus pastos para hacer de los campos patagónicos
un ámbito exclusivamente productor de lana y, por ende, apto para los merinos desplazados. Ver
al respecto Horacio C.E. Giberti, Historia económica de la ganadería argentina, Buenos Aires,
Hyspamérica, 1986, pp. 171-172.
5. De acuerdo con José María Jurado, citado a su vez por Horacio Giberti, el vacuno es el ganado
colonizador por excelencia, "anda grandes distancias sin fatiga, soporta bien las adversidades,
mejora los pastos, compacta el suelo por el pisoteo, lo abona con sus deyecciones y lo drena
gracias al fácil escurrimiento del agua por los caminos que traza hacia las aguadas". Por su
parte, Giberti agrega que "se tornó evidente la necesidad y ventaja de mantener bovinos en
campos dedicados a lanares; la distinta modalidad alimentaria de ambos hace que no compitan
entre sí; la oveja no come los pastos altos, de modo que sin el vacuno que los devore, éstos
cubren poco a poco el campo y lo desvalorizan". Ver H. Giberti, op. cit., p. 173; José María
Jurado, "Cuestión ganadera", Anales de la Sociedad Rural Argentina, XXI, apartado VII, Buenos
Aires, 1887, pp. 181 y 153.
6. Ver, al respecto, el cuadro sobre número de exportaciones argentinas de ganado en pie hacia
Gran Bretaña entre 1890 y 1903, Report of the Departmental Committee appointed to inquire into
Combinations in the Meat Trade, British Parliamentary Papers, XV, 1909, Appendix 1, fuente
citada por Roger Gravil, The Anglo-Argentine Connection, 1900-1939, Dellplain Latin American
Studies, Nº 16, Boulder, Colorado, Westview Press, 1985, p. 57; R. Cortés Conde, op. cit., p.
113; H. Giberti, op. cit., p. 174.
7. D.B. Easum, op. cit., p. 30.
8. R. Gravil, op. cit., pp. 65 y 67.
9. R. Cortés Conde, op. cit., p. 113.
10. J.F. Rippy, op. cit., p. 160.
11. Ver porcentajes en Eduardo Zalduendo, Libras y rieles, Buenos Aires, El Coloquio, 1975, p. 373.
Consultar del mismo autor, "Aspectos económicos del sistema de transportes...", op. cit., p. 449.
27
12. Eduardo José Miguez, Las tierras de los ingleses en la Argentina (1870-1914), Buenos Aires,
Editorial de Belgrano, 1985; J.F. Rippy, op. cit., pp. 161 y 177. Ver R. Cortés Conde, op. cit., p.
141.
13. Raúl García Heras, "Capitales extranjeros, poder político y transporte urbano de pasajeros: la
compañía de tranvías Anglo-Argentina Ltda. de Buenos Aires, Argentina, 1930-1943",
en Desarrollo Económico, volumen 32, Nº 125, abril-junio de 1992, pp. 36-37.
28
Prosperidad (1900-1914)
Hacia 1900 la economía argentina había dejado atrás los problemas
derivados de la crisis de 1890. La diversidad y capacidad de adaptación de
las exportaciones argentinas, como señala Carlos Díaz Alejandro, habían
contribuido a la recuperación. Hasta la década de 1880 prevalecieron las
exportaciones de lana, cueros y carne salada; en la de 1890 se produjo un
marcado incremento de las exportaciones de trigo; y a partir de 1900
crecieron de modo notable las exportaciones de carnes congeladas.
Debido a esta diversidad, como también a las importantes inversiones
extranjeras realizadas en las décadas precedentes, entre 1900 y 1913, el
valor de las exportaciones argentinas se triplicó, mientras que el de las
importaciones -inversión extranjera mediante- se cuadruplicó, con un
notable crecimiento de las importaciones de inversión. (1)
En cuanto al comercio exterior, entre 1900 y 1914 -con excepción de
1911- la balanza comercial argentina tuvo saldos positivos. Gran Bretaña
suplió el 33% del total de las importaciones; Alemania ocupó el segundo
lugar, con el 15%; Estados Unidos, en ascenso respecto a las décadas
anteriores, el 13,6%; Francia e Italia, entre 10% y 8% y Bélgica, alrededor
del 5%. (2) La proporción de las importaciones argentinas originadas en
Gran Bretaña había alcanzado su pico en 1895, pero a partir de esa fecha
empezó a declinar. A pesar de esta tendencia, las importaciones
argentinas de Gran Bretaña aún superaban con amplitud a las de los
Estados Unidos al estallar la Primera Guerra Mundial.
De modo que en la década previa a dicha guerra las relaciones
económicas anglo-argentinas alcanzaron su punto culminante. Esto se
debió tanto al volumen del comercio bilateral como a la fuerte corriente de
inversiones británicas hacia la Argentina, que contribuyó a afianzar esa
relación comercial. Una prueba de la significación de la misma para Gran
Bretaña está dada por el hecho de que mientras el valor total de sus
exportaciones al mundo se duplicó durante el período 1900-1913, sus
exportaciones a la Argentina crecieron 290% entre 1900-1904 y 1909-
1913. Entre esos mismos períodos las exportaciones de manufacturas de
algodón casi se duplicaron, las de lana se triplicaron y las ventas de
maquinaria se quintuplicaron. (3)
No obstante la expansión de las exportaciones británicas a la Argentina
por esos años, Gravil advierte que la posición comercial de Gran Bretaña
se hallaba amenazada por la importante competencia que ejercían los
productos alemanes y norteamericanos en el mercado argentino. Por este
motivo, las casas comerciales británicas se vieron forzadas a comercializar
productos norteamericanos y de otros países.
En 1913, por ejemplo, la compañía británica The South American
Stores importaba el 45% de sus productos de Francia, el 25% de Gran
Bretaña y el 8% de los Estados Unidos. Además, bastante antes de 1914,
la comercialización de los textiles británicos había pasado en gran medida
a manos de comerciantes alemanes de la Argentina. (4) Algo similar
29
sucedía en el sector ferroviario, ya que entre los años 1908 y 1913, a
pesar de que los británicos controlaban el 76% de las acciones de las
compañías ferroviarias en la Argentina, los fabricantes británicos habían
provisto sólo el 47,5% de las locomotoras, el 49% de los vagones y el 40%
de los rieles. Por lo tanto, la correlación de signo positivo entre alto nivel de
inversión de capital británico e importación de bienes de ese origen
registrada en la década de 1880 no se repitió durante el boom inversor del
período 1908-1913. (5)
Hacia 1913, el 15% de la inversión privada británica en la Argentina se
colocó fuera del control británico: 17,3 millones de libras se ubicaron en
emprendimientos argentinos que competían con los británicos. Esos
emprendimientos se dividían de la siguiente manera: ferrocarriles, 1,3
millones de libras; bancos y casas de descuento, 11,6 millones de libras;
comercios e industrias, 2,1 millones de libras; electricidad, 0,3 millones de
libras; tranvías y ómnibus, 1,6 millones de libras y tierras, finanzas e
inversión, 0,4 millones de libras. (6) Los restantes 20 millones de libras de
la inversión privada británica se colocaron en empresas de propiedad
extranjera en territorio argentino, que no estimularon a la industria
británica. Incluso, parte de este monto fue invertido en la sucursal
argentina del proyecto de Perceval Farquhar, que tuvo el expreso
propósito de eliminar la presencia británica de Sudamérica. (7)
El estallido de la Primera Guerra Mundial constituyó un punto de
inflexión en las relaciones anglo-argentinas. Después de la guerra, Gran
Bretaña no logró recuperar su posición como principal proveedor de
productos manufacturados -posición en la que fue reemplazada por
Estados Unidos-, si bien mantuvo su preeminencia en los rubros invisibles
(créditos, seguros, fletes). Esto fue resultado, en parte, de tendencias en la
economía británica que habían comenzado a manifestarse a fines del siglo
XIX: por un lado, la disminución de las exportaciones de manufacturas, y
por otro, la creciente importancia de los bienes invisibles. Hasta comienzos
de la Primera Guerra, los ingresos por fletes, seguros y servicios bancarios
crecieron, compensando el desequilibrio de la balanza comercial. (8)
En cuanto al comercio de granos en particular, al comenzar el siglo XX
las exportaciones argentinas mantuvieron el dinamismo adquirido en la
década del 90. Es más, las exportaciones de granos incluso crecieron en
los primeros años del siglo. Considerando los volúmenes, el promedio de
la exportación de trigo en 1910-1914 creció 164% respecto de 1895-1899;
el de maíz, 251%; y el de las semillas de lino, 225%. En el lustro anterior a
la Primera Guerra Mundial la exportación de trigo alcanzaba 2,1 millones
de toneladas por año; la de maíz, 3,2 millones de toneladas; la de semillas
de lino, 0,7 millones de toneladas; y la de avena, cebada y centeno, 0,6
millones de toneladas. Si tenemos en cuenta los valores de las
exportaciones en millones de pesos oro y consideramos el período 1911-
1915 en relación al de 1986-1900, las cifras son aún más elocuentes:
259% de aumento para el trigo, 618% para el maíz y 483% para el lino. (9)
Asimismo, en los primeros años del siglo, el Reino Unido absorbió la
30
tercera parte de los embarques de trigo argentino, la mitad de sus
exportaciones de avena y las dos quintas partes de las de maíz. La
creciente demanda británica de trigo argentino se debió a tres factores: la
merma de un 50% en la producción británica, los vaivenes de las
exportaciones norteamericanas en 1904 y 1905 y el aumento del consumo
interno de trigo. (10)
Ahora bien, aunque un alto porcentaje de las exportaciones argentinas
de granos estuvo destinado a Gran Bretaña y la Argentina fue un
importante abastecedor de granos de ese país, las principales casas
exportadoras que operaban en la Argentina no eran británicas. Como
sostienen Gravil y Miller, las compañías cerealeras más grandes de la
Argentina fueron ejemplos tempranos de empresas multinacionales, cuyos
miembros residían en Europa. En efecto, hacia mediados de 1914 el
control de los embarques cerealeros argentinos estaba dividido entre estas
compañías de origen multinacional con los siguientes porcentajes: Bunge y
Born, 23%; Louis Dreyfus y Co., 22%; Huni y Wormser, 10,5%; Weil
Brothers, 10%; General Mercantile Company, 9,5%; Hardy y Mühlenkamp,
7%; H. Ford y Co. Ltd., 7%; Sanday y Co., 6%; y Proctor, Garratt y Marston
Ltd., 3%. Estas nueve compañías comercializaban, por lo tanto, el 98% del
total de las exportaciones de granos, pero solamente las dos últimas, que
contaban con 9% del total exportado, eran británicas: Sanday y Co. de
Liverpool -que contó con dos filiales, una en Buenos Aires y otra en
Rosario- y la firma Proctor, Garratt y Marston, también de Liverpool, que
actuaba en Rosario. Este 9% contrastaba claramente con el 65% de las
exportaciones de granos controlado por las empresas no británicas Bunge
y Born, Louis Dreyfus y Co., Huni y Wormser, y Weil Brothers, las que
recibieron el nombre de las "Cuatro Grandes". Por lo tanto, la presencia
británica en el comercio de granos en la Argentina no era monopólica.
Dicho comercio estuvo primordialmente en manos alemanas e incluso la
participación francesa en esta actividad más que duplicó la inglesa. (11)
El transporte ferroviario fue la única actividad vinculada con el comercio
de granos en que empresas británicas estuvieron involucradas en forma
significativa. Las compañías ferroviarias Buenos Aires y Pacífico, Central
Argentino, del Sur y del Oeste, en particular, otorgaron un tratamiento
preferencial a las "Cuatro Grandes". Todas las exportadoras, excepto
Bunge y Born, utilizaban elevadores pertenecientes a las compañías
ferroviarias. (12)
En cuanto al comercio de carnes, se destaca que a partir de 1900 la
exportación de carne vacuna refrigerada creció enormemente. Este
crecimiento fue consecuencia de una serie de factores que favorecieron a
las carnes congeladas al mismo tiempo que desalentaban otros tipos de
producción pecuaria.
Entre esos factores debe señalarse: 1) la crisis lanera de Francia que
hizo decaer el interés por los ovinos; 2) el cierre del mercado británico para
el ganado en pie argentino, debido a un brote de aftosa; 3) la declinación
de las exportaciones de carne provenientes de Estados Unidos, como
31
resultado del aumento del consumo interno y de las huelgas de Chicago;
4) la merma del comercio anglo-australiano de carnes, debida entre otros
factores a las frecuentes sequías en Australia; y 5) el crecimiento de la
población y del consumo de carne por parte de los británicos. (13) Debido
a la aparición de este conjunto de factores la Argentina surgió como el
nuevo abastecedor de carne congelada a Gran Bretaña. El frigorífico,
sector en el que ya existía una importante inversión británica, pasó
entonces a un primer plano en la economía argentina.
Entre 1900 y 1914, además del crecimiento de las exportaciones de
carne vacuna congelada, se advierte una caída en la exportación de lana,
el estancamiento de la exportación de carne ovina congelada y, en los
años previos a la Primera Guerra Mundial, el comienzo de la exportación
de carne enfriada.
Desde 1900 se produjo una marcada declinación de la exportación de
ganado en pie. Ello se debió a las desventajas del prolongado viaje y a la
transmisión de enfermedades del ganado. Como consecuencia de las
plagas del ganado (pleuro-neumonía y aftosa) de la década de 1860 se
había generado en Gran Bretaña cierta resistencia a la importación de
ganado en pie. Las medidas de control sanitario se hicieron más estrictas
tras la sanción del Acta de Enfermedades Contagiosas de los Animales en
1878. Dicha Acta estableció dos listas para controlar la importación de
ganado. La primera lista prohibió todo comercio con aquellos países cuyo
ganado tuviese alguna enfermedad probadamente virulenta. La segunda
permitió la importación de animales vivos, con la condición de que fuesen
matados en el puerto de entrada. Durante los doce primeros años de
vigencia del Acta, la mayoría de los países europeos estuvo incluida en la
primera lista, mientras la Argentina, junto a Canadá y Estados Unidos,
estuvo en la segunda. La erupción de un foco de aftosa en el ganado
vacuno de la provincia de Buenos Aires en enero de 1900 llevó a las
autoridades británicas a prohibir la importación de animales en pie de la
Argentina desde el 30 de abril de 1900. (14)
En la Argentina esta medida fue considerada discriminatoria,
atribuyéndosela a una actitud proteccionista de los intereses pastoriles
británicos, o bien a la intención de crear deliberadamente un excedente
ganadero para beneficiar a las compañías frigoríficas británicas. Las
exportaciones de carne refrigerada a Gran Bretaña, sin embargo, habían
superado a las de ganado en pie aun antes de la prohibición, mientras las
exportaciones de carne de cordero prácticamente se mantuvieron. Por este
motivo, y porque el ganado argentino realmente estuvo infectado con
aftosa, la sospecha de que las medidas sanitarias británicas tuvieron
objetivos distintos de los manifestados debe descartarse.
La prohibición de la importación de ganado en pie proveniente de la
Argentina se levantó en 1903, pero un rebrote de la infección hizo que se
tornase permanente. Antes de declinar definitivamente, la exportación de
ganado en pie mantuvo su vigencia principalmente como consecuencia de
la demanda del ejército británico en Sudáfrica en un momento en que el
32
comercio de carnes refrigeradas estaba todavía en su fase embrionaria. La
exportación de ganado en pie alcanzó un nuevo repunte entre 1902 y
1903, cuando 172.085 ovejas y 12.683 vacunos (así como 63.423 mulas y
12.733 caballos) fueron enviados desde la Argentina a Sudáfrica. La
Guerra de los Boers también estimuló la exportación de carne congelada y
en conserva de modo transitorio, ya que en 1906 Sudáfrica concedió
preferencias tarifarias a Australia. (15)
A partir de 1905 se acentuó el crecimiento de la exportación de carne
congelada. El promedio de los volúmenes anuales del período 1905-1909
fue 73,1% más alto que el de 1900-1904, y el de 1910-1914 fue 66%
superior al del lustro inmediato anterior. Entre 1900-1904 y 1910-1914 la
exportación de carne vacuna congelada creció, por lo tanto, 186%. (16) La
exportación de carne enfriada comenzó en 1908, con poco más de 1000
toneladas, alcanzando en 1910-1914 un promedio anual de casi 25.000
toneladas. (17)
Asimismo, durante los primeros años del siglo XX, la industria frigorífica
argentina vio facilitada la colocación de sus productos en el mercado
británico por la declinación de la competencia de las carnes
norteamericanas. Entre 1880 y 1910 hubo en Estados Unidos un
crecimiento demográfico del 83%, mientras que el ganado bovino
norteamericano creció sólo 22,5%, los porcinos 16,9%, y los ovinos
cayeron 6%. En consecuencia, una creciente proporción de la carne
norteamericana debió cubrir las necesidades del mercado interno. Este
factor fue para Gravil el más importante en la apertura del mercado
británico a las carnes argentinas. (18)
Australia y Nueva Zelandia, las pioneras en la industria de carne
refrigerada, fueron el mayor obstáculo para las carnes argentinas. Sin
embargo, la carne argentina logró ingresar paulatinamente al mercado
británico a partir de 1888, y para principios de la década de 1900, la carne
australiana fue relegada al consumo de los conglomerados obreros del
norte de Gran Bretaña, mientras que la argentina conquistó el mercado del
sur británico. (19)
Australia demostró ser altamente vulnerable a la competencia argentina
en carnes, debido al carácter inestable de su economía, más afectada por
las sequías que la argentina. Además, la producción australiana era
estacional, con un ciclo productivo de tan sólo tres o cuatro meses. En
consecuencia, la oferta de Australia resultaba básicamente inestable. Esta
discontinuidad de la oferta se agravó además por defectos en el sistema
de distribución de la carne, de carácter horizontal, es decir, con muchos
intermediarios. Luego de 1900 resultó muy usual el sistema de ventas por
adelantado, que sometió a los comerciantes australianos a condiciones
futuras que eran impredecibles.
En contraste, el rasgo más destacado del comercio de carne anglo-
argentino fue el alto grado de integración vertical. La mayor parte de la
carne enviada desde la Argentina estuvo bajo control de los frigoríficos, los
cuales contaron con sus propias oficinas, depósitos y salida de venta al
33
público en Londres. Las firmas individuales en la Argentina controlaron, a
diferencia de sus colegas en Australia, todas las etapas de procesamiento
y distribución de la carne, desde la compra de los animales al productor
ganadero hasta la venta de los mismos a los consumidores británicos. Este
factor otorgó una considerable ventaja a la carne argentina sobre su
competidora australiana, menos organizada en este período. (20)
Desde la década de 1880 se habían establecido en la Argentina
compañías británicas que se dedicaron a la producción de carne
refrigerada. La primera de ellas, como ya se mencionara, fue The River
Plate Fresh Meat Co. Ltd., establecida por George Drabble en Campana,
en 1882. Esta firma se concentró en la exportación de carne ovina
congelada. La segunda fue Las Palmas Produce Co. Ltd., de capital
angloargentino, establecida por los hermanos James y Hugh Nelson en
Zárate, en 1886. Los Nelson diversificaron sus operaciones, emprendiendo
no sólo la exportación de carne congelada, sino también el negocio de la
exportación de animales en pie para ser sacrificados en Inglaterra. La
Negra Compañía Sansinena de Carnes Congeladas, cuya planta estaba
en Avellaneda, fue establecida por capital nacional en 1885, pero en 1891
fue adquirida parcialmente por The River Plate Fresh Meat. Otras firmas
inglesas fueron la Smithfield & Argentine Meat Company, que se estableció
en 1903 en Zárate y cuyas operaciones comenzaron en 1905, y The La
Plata Cold Storage establecida en Berisso en 1904 pero adquirida por la
firma norteamericana Swift en 1907. (21)
The River Plate, Las Palmas y La Negra se asociaron en 1897 para
formar The South American Fresh Meat Co. Esta asociación de los tres
frigoríficos más antiguos instalados en la Argentina procuró alcanzar algún
grado de cooperación para controlar el mercado de la carne como un
oligopolio. Desde entonces los administradores en Londres sostuvieron
una conferencia semanal para discutir las condiciones. Presumiblemente
se llegó a un acuerdo tácito acerca de los precios, e incluso se registraron
intentos para lograr un acuerdo formal respecto de la cantidad de carne a
embarcarse desde la Argentina. (22)
Para consolidar su dominio del mercado, The River Plate de Campana,
las Palmas de Zárate y Sansinena de Avellaneda en 1898 arrendaron al
único competidor no británico -el establecimiento Terrason, de San
Nicolás- y lo mantuvieron cerrado. Estas tres compañías frigoríficas
británicas fueron protagonistas de lo que Pedro Bergés llama la “edad de
oro” de la industria frigorífica, que comprendió el trienio 1900, 1901 y 1902.
(23) Además de operar sin competencia en el mercado argentino,
Sansinena, River Plate y Las Palmas vieron reforzada su posición por la
prohibición de importación de ganado en pie argentino a Gran Bretaña,
debida a la fiebre aftosa. Este factor y otros como la sequía en Australia, la
guerra de los boers en Sudáfrica y los problemas laborales en Chicago y
Nueva York (que afectaron a la industria de la carne norteamericana)
dieron origen a la edad de oro de la industria frigorífica argentina.
De ese modo, hacia 1905 las compañías frigoríficas británicas y sus
34
asociadas disponían de casi dos tercios de la capacidad de congelamiento
de carne del país. Como las firmas argentinas tendieron a concentrarse en
el mercado interno, las compañías extranjeras dominaron una proporción
aún mayor de la exportación. (24)
La edad dorada de la industria frigorífica atrajo otros intereses hacia el
sector. La posición oligopólica de las tres compañías británicas fue
quebrada en 1907 por la irrupción de los frigoríficos norteamericanos, que
desarrollaron el sistema de carne enfriada, abriendo al vacuno de calidad
un mercado más amplio pero también más exigente que el de la carne
congelada.
Asimismo, de todas las actividades vinculadas con la producción y
comercialización de las carnes argentinas, el transporte marítimo fue el
sector donde más fuertemente se manifestó la presencia británica. Las
compañías navieras británicas -Royal Mail, Pacific Steam, H.W. Nelson,
Furness Withy, Houlders, Prince, McIver y Houston- controlaron casi
completamente el transporte de carne refrigerada. (25)
No obstante, la irrupción del capital norteamericano en la industria de la
carne en 1907 complicó el predominio mantenido hasta entonces por los
frigoríficos británicos. Hasta esa fecha los intereses británicos controlaban
seis de nueve frigoríficos. Los frigoríficos de capital nacional, incapaces de
resistir, se plegaron al oligopolio británico o fueron absorbidos por éste.
(26)
Los frigoríficos norteamericanos contaban con dos armas: su poderío
financiero y la carne enfriada. Esta, de mayor calidad que la carne
congelada, se adaptaba mejor al gusto británico. Como consecuencia de la
expansión norteamericana en una industria donde hasta entonces
predominaban los intereses británicos y en la que el principal producto de
los frigoríficos norteamericanos estaba destinado al mercado británico, se
declaró la primera "guerra de carnes" (1908-1911).
Las guerras de carnes consistieron en la competencia entre los
frigoríficos británicos y norteamericanos por alcanzar el máximo de faena y
exportaciones, mediante subas de precios ganaderos. Los
norteamericanos, al poseer su propia flota, no estaban subordinados como
los frigoríficos argentinos a los barcos británicos. (27)
Antes de la guerra de carnes, sin embargo, para contrarrestar la
competencia norteamericana los frigoríficos británicos buscaron la
asistencia del gobierno argentino. Propagandistas pro-británicos como los
medios Review of the River Plate y The Buenos Aires Herald tuvieron un
rol importante en este sentido.
La campaña antinorteamericana llegó a la Cámara de Diputados en
junio de 1909, cuando Carlos y Manuel Carlés presentaron un proyecto de
ley para prohibir todos los "trusts de acción conjunta" en la industria
frigorífica. En su discurso de presentación, los hermanos Carlés
lamentaban los intentos extranjeros por "fundar un imperio dentro de
nuestra república". Aunque a primera vista su proyecto podía parecer
producto de una actitud nacionalista, los Carlés apuntaban contra los
35
frigoríficos norteamericanos: "Nuestros amigos los ingleses, hace rato que
nos están poniendo alertas sobre el peligro yanqui de los 'beef-trusts'..."
(28) Los hermanos Carlés buscaban el apoyo de los ganaderos para
transferir el conflicto anglo-norteamericano del campo económico al
político, pero los estancieros, que eran los grandes beneficiarios de la
competencia entre frigoríficos británicos y norteamericanos, se mostraron
reacios a actuar contra los últimos. Finalmente, el proyecto de ley de los
Carlés fue ignorado.
Como consecuencia de la competencia anglonorteamericana y de la
caída de los precios de la carne en Londres, producto de la creciente
oferta de carne enfriada proveniente de la Argentina, las compañías
frigoríficas comenzaron a registrar pérdidas. Para contrarrestar esa
tendencia las compañías pusieron fin a la guerra de carnes, uniéndose en
un pool para establecer cuotas de envíos. Las compañías establecieron la
distribución de las proporciones de exportación de carne a colocar en el
mercado británico: 41,35% para las compañías norteamericanas Swift,
Armour y Morris; 40,15% para las británicas, y 18,5% restante para las
argentinas. (29)
Los frigoríficos argentinos fueron testigos pasivos del enfrentamiento
entre norteamericanos y británicos. Antes de 1908, los frigoríficos
argentinos se habían incorporado al oligopolio británico. Los pocos
frigoríficos de capital nacional fueron absorbidos por los británicos o
pesaron muy poco en el mercado. Esta actitud pragmática se comprende
mejor si se toma en cuenta que en 1915 los beneficios de los frigoríficos
oscilaron entre 22% y 257% de sus capitales, con un promedio ponderado
del 39%. (30)
El acuerdo alcanzado entre los frigoríficos norteamericanos y británicos
a fines de 1911, que puso fin a la primera guerra de carnes, no duró
mucho más allá del plazo de un año por el que había sido acordado. Para
permanecer en el pool los frigoríficos norteamericanos requirieron un
aumento del 50% de su cuota. Como la contraoferta del 10% efectuada por
los frigoríficos británicos fue rechazada, en abril de 1913 se desencadenó
la segunda guerra de carnes. (31)
Al igual que durante la primera, en la segunda guerra de carnes (1913-
1914) los frigoríficos británicos también buscaron el respaldo de las
autoridades argentinas. En junio de 1913, el gobierno argentino fue
informado por el Ministro Plenipotenciario británico en la Argentina,
Reginald Tower, de que el Gobierno de Su Majestad miraría "con cordial
interés cualquier acción que se emprenda para impedir el establecimiento,
por parte de firmas extranjeras, de un monopolio en el comercio de
exportación de carnes". Este anuncio de Tower fue acompañado por
presiones de los frigoríficos británicos y argentinos sobre el Ministro de
Agricultura argentino Adolfo Mugica. El ministro -un ganadero- replicó que
no tomaría ninguna medida contra los norteamericanos "salvo que
descubriera propósito de trust". A pesar de la presión, el gobierno no
adoptó una actitud decididamente antinorteamericana. (32)
36
En respuesta a estas presiones políticas y comerciales, en mayo de
1913 el diputado Carlos Carlés volvió a presentar el proyecto de ley para
prohibir todos los trusts de acción conjunta en el negocio de los frigoríficos
que él y su hermano Manuel habían presentado vanamente en 1909. En
junio, el diputado Juan J. Atencio solicitó autorización para interpelar a
Mugica acerca de la existencia de un trust de la carne en la Argentina. Se
abrió así un áspero debate en el Congreso entre los defensores de los
frigoríficos norteamericanos y los de los británicos. Entre los protagonistas
del mismo podemos mencionar a Carlos Carlés, Abel Bengolea, Estanislao
S. Zeballos y el socialista Juan B. Justo. Se conformó un comité
parlamentario, conformado por el ex presidente de la Sociedad Rural
Emilio Frers, Juan J. Atencio, Carlos Carlés y el diputado conservador y
entonces presidente de la Sociedad Rural Abel Bengolea, el que propuso
al Congreso tres medidas: una ley antitrust, una provisión para el censo del
ganado en pie y recomendaciones para investigar dentro del mercado
interno. Finalmente, todos los proyectos se archivaron, lo cual significó la
victoria de las compañías norteamericanas y los ganaderos argentinos
vinculados a ellas sobre sus competidoras anglo-argentinas y los otros
ganaderos, quienes fueron incapaces de contrarrestar la creciente
influencia de los primeros. (33)
El ministro Mugica convocó a algunos ganaderos, entre ellos al ex-
presidente Julio Roca, para analizar la situación. En esa reunión se acordó
que no era conveniente emprender acción alguna contra los frigoríficos
norteamericanos, a menos que éstos amenazaran a los estancieros
argentinos. Esta aparente inacción oficial se debió a que los productores
ganaderos argentinos se vieron beneficiados por los excelentes precios
que acompañaron al boom exportador. Para ellos, la competencia entre los
frigoríficos era más conveniente que el pool, de modo que no tenían
interés en que se tomara medida alguna para poner fin a la guerra de
carnes.
Más aun, del mismo modo que durante la primera, las autoridades y los
ganaderos argentinos no evidenciaron en la segunda guerra de carnes una
postura unánimemente favorable a uno u otro de los bandos en pugna.
Existieron firmes defensores de los intereses británicos dentro y fuera del
gobierno argentino, como también los hubo de los norteamericanos. Esta
división entre ganaderos probritánicos y pronorteamericanos no respondió
a la existente entre criadores e invernadores, pues por entonces el
comercio de carne enfriada era una pequeña porción del comercio total de
carnes de la Argentina. Peter Smith sostiene que esta división respondió
más al hábito que a la función: algunos estancieros comerciaban con los
frigoríficos británicos y otros con los norteamericanos.
El gobierno argentino propuso a los británicos la reapertura del comercio
de ganado en pie como remedio a la competencia norteamericana. En la
óptica argentina, esta alternativa liberaría a los productores de los cuellos
de botella en el mercado, digitados tanto por los intereses británicos como
por los norteamericanos. Según el Ministro de Agricultura Adolfo Mugica, la
37
reapertura del comercio de ganado en pie hacia Gran Bretaña permitiría a
los productores argentinos ofrecer carne de categoría aún más barata que
la carne enfriada vendida por los frigoríficos norteamericanos. Al generar
competencia de precios, el ingreso de ganado en pie argentino en el
mercado británico evitaría la formación de un monopolio de los frigoríficos
norteamericanos y bajaría los precios de la carne, con el consiguiente
beneficio del consumidor británico. (34)
Los frigoríficos británicos, en su búsqueda de apoyos para contener la
competencia norteamericana, recurrieron también a las autoridades del
Reino Unido. Pero éstas manifestaron su preocupación principalmente por
el bienestar de los consumidores británicos, de modo que tampoco
percibieron la rivalidad entre los frigoríficos británicos y norteamericanos
como negativa.
Así, ante las presiones de los frigoríficos británicos para que el gobierno
argentino resistiera el "creciente poder del trust norteamericano de la
carne", el Foreign Office consultó a la Junta de Agricultura británica antes
de adoptar una decisión. Esta sugirió que el Foreign Office debía alentar a
las autoridades argentinas a limitar las exportaciones de cada frigorífico.
Esta propuesta de la Junta de Agricultura no apuntaba tanto a ayudar a los
frigoríficos británicos como a proteger a los ganaderos británicos de la
competencia extranjera e impedir un monopolio en el comercio de carnes
que perjudicara a los consumidores británicos. El ministro británico en
Buenos Aires justamente cumplía con estas instrucciones cuando tuvo sus
reuniones con los miembros del gobierno durante el mes de junio. (35)
Aunque la segunda guerra de carnes consolidó la posición de los
frigoríficos norteamericanos debe señalarse, por un lado, que sus
productos se exportaban principalmente a Gran Bretaña y, por otro, que
los frigoríficos británicos también exportaban sus productos a Estados
Unidos. Tan es así que el primer embarque de carne argentina a Estados
Unidos, efectuado el 21 de agosto de 1913, fue hecho por el empresario
británico George Drabble.
Asimismo, a pesar de la expansión de los frigoríficos norteamericanos,
la posición de los británicos se fortaleció por procesos de fusión. A
comienzos de 1914, The Las Palmas Produce Co. Ltd., la compañía del
británico Nelson, se fusionó con The River Plate Fresh Meat Co. Ltd., la
compañía de su compatriota Drabble, formando The British and Argentine
Meat Company Ltd.,(popularmente conocida como Vestey Brothers).
También estuvo asociada a esta operación la compañía naviera
británica The Royal Mail Steamship Co. Ltd.
Tal vez debido a este proceso de fusión de empresas británicas, sus
competidoras norteamericanas desearon renovar las negociaciones para
establecer las cuotas de participación en la exportación de carne
argentina. Tras reuniones efectuadas en Londres y Chicago en abril de
1914, se alcanzó un arreglo por el que se asignaba una cuota del 58,5% a
los frigoríficos norteamericanos, 29,64% a los británicos y 11,86% a los
argentinos. (36)
38
Por otra parte, otro rubro importante en el que se registran inversiones
británicas en este período es el del comercio minorista. La creciente
prosperidad argentina atrajo inversiones extranjeras también hacia el
comercio al por menor a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Una
modalidad entonces desarrollada en Europa, las grandes tiendas, que
integraban varios sectores del comercio minorista, fue transplantada a
Buenos Aires primero y luego a otras ciudades.
Los franceses habían tomado la iniciativa en 1872, cuando J. Brun fundó
la casa llamada "A la ciudad de Londres", cuyo local central estaba
ubicado en Corrientes y Carlos Pellegrini. Su éxito lo llevó a instalar otro
local en la Avenida de Mayo. A fines de la década de 1880, los grandes
almacenes Bon Marché de París comenzaron a construir un gigantesco
local entre las calles Florida, Viamonte, San Martín y Córdoba. Algunos
empresarios argentinos también se lanzaron en esa dirección. El caso más
destacado es el de Alfredo Gath y Lorenzo Chaves, quienes en 1883
fundaron la gran tienda que llevó sus nombres en Buenos Aires.
En los primeros años del siglo también los británicos comenzaron a
invertir en el comercio al por menor. De esta manera, D'Erlanger and
Co. convirtió a la firma argentina Gath y Chaves en una compañía inglesa
llamada The South American Stores (Gath and Chaves) Ltd. Los británicos
invirtieron en esta casa un capital de 1.712.500 libras esterlinas. Con la
firma de un acuerdo el 27 de mayo de 1912, Gath y Chaves cerró una
etapa de casi treinta años de capitalización independiente. A cambio de la
participación británica, los fundadores de esta casa comercial recibían el
5% de las ganancias hasta el 15 de enero de 1918 y Lorenzo Chaves fue
nombrado miembro de la Junta de directores en Londres.
Otro elocuente testimonio del potencial de la venta al por menor y del
interés británico por invertir en la misma fue la apertura de una sucursal de
la casa Harrods en Buenos Aires, tras abrirlas en Río de Janeiro y Sao
Paulo. El primer paso de Harrods en la Argentina fue dado en febrero de
1912 con un capital de 25.000 libras, como un experimento barato. Ocho
años después, Harrods tomó posesión de la casa The South American
Stores (Gath y Chaves), controlando tanto los locales en Buenos Aires
como estableciendo filiales en Rosario, Bahía Blanca, Córdoba, Paraná, La
Plata, Mendoza, Tucumán y Mercedes. Además, Harrods capturó la
totalidad del capital accionario de la compañía The Chilean Stores (Gath y
Chaves), que operó en las ciudades más importantes de Chile, Santiago y
Valparaíso, así como en pueblos pequeños como Temuco y Valdivia.
Hacia 1914 Buenos Aires se había convertido en un puesto avanzado del
comercio al por menor británico. (37)
Finalmente, cabe mencionar el rubro combustibles respecto de las
inversiones británicas. Al respecto, como es bien sabido, la economía
argentina creció sobre la base de combustible importado. Los densos
bosques de las provincias norteñas proporcionaron sólo 15% de la energía
consumida en el país hacia 1913, mientras que el carbón mineral,
proveniente de los yacimientos de carbón del sur de Gales, proveyó casi
39
todo el resto. Favorecido por la industria naviera británica, que ofrecía
bajos fletes para el carbón en los buques con destino a la Argentina, el
carbón galés cubrió 90% de las importaciones argentinas de carbón. Estas
se incrementaron al compás del crecimiento del sector ferroviario, que
llegó a consumir 70% del carbón importado. En vísperas de la Primera
Guerra Mundial, el consumo argentino de carbón galés se cuadruplicó
respecto de la década anterior. (38)
Por otra parte, antes de la Primera Guerra Mundial el petróleo
proporcionaba menos del 5% de las necesidades energéticas locales.
Productos derivados del petróleo eran importados por unas pocas
compañías extranjeras. Entre éstas cabe mencionar la
norteamericana Standard Oil y su competidora británica, la Anglo-Mexican
Petroleum Company Limited, subsidiaria de la Royal Dutch Shell. La
Anglo-Mexican, que comerciaba productos de la Mexican Eagle Oil
Company, también perteneciente a Shell, abrió oficinas en Buenos Aires
en 1913. Al estallar la guerra y desorganizarse los embarques de carne,
prosperó rápidamente, llegando a construir depósitos en Buenos Aires y
Bahía Blanca. Entre sus clientes principales estuvieron las plantas inglesas
envasadoras de carne y los ferrocarriles británicos. Hasta el comienzo de
la guerra el petróleo importado suplió más de 90% del consumo argentino.
(39)
• NOTAS
1. Ver Carlos F. Díaz Alejandro, "La economía argentina durante el período 1880-1913", en G.
Ferrari y E. Gallo, (comp.), op. cit., p. 371; y A. G. Ford, "Comercio exterior e inversiones
extranjeras, 1880-1914", en Ibid., p. 511.
2. R. Ortiz, op. cit., p. 674.
3. R. Gravil, op. cit., p. 97.
4. R. Gravil, op. cit., pp. 97-100. Ver también Sara Caputo de Astelarra, "La Argentina y la rivalidad
comercial entre los Estados Unidos e Inglaterra (1899-1929)", en Desarrollo Económico,
Volumen 23, Nº 92, enero-marzo de 1984, p. 593.
5. S.B. Saul, Studies in British Overseas Trade, 1870-1914, London, 1960, p. 79; H. S. Ferns,
"Investment and Trade between Britain and Argentina in the Nineteenth Century", Economic
History Review, 2nd. Series, 111 (1950), 208-218, fuentes citadas por R. Gravil, op. cit., pp. 100-
101.
6. Ver al respecto tabla 4.6 de inversiones de cartera británica bajo control mayoritario argentino en
la industria privada en 1913, citado en R. Gravil, op. cit., p. 102, quien a su vez cita como fuente
la tabla 9 del trabajo de Irving Stone, "British Direct and Portfolio Investment in Latin America
before 1914", Journal of Economic History, volume XXXVII, (September 1977), Number 3, p.
713.
7. Percival Farquhar era un promotor norteamericano, dueño de empresas frigoríficas, madereras,
de tierras, de servicios portuarios y públicos, asociado a capitales canadienses, británicos,
norteamericanos, alemanes y franceses. Su teatro de operaciones abarcó diversos países del
continente: Brasil, Argentina, Paraguay, Chile y Bolivia. Actuó en América latina entre los años
1898 y 1931. Aunque Farquhar recibió financiamiento del Scotland Bank y otros miembros de la
comunidad financiera londinense, los intereses británicos en América latina se alarmaron con la
aparición del grupo Farquhar. En la Argentina, Farqhuar obtuvo la gestión del ferrocarril Rosario-
Puerto Belgrano en asociación con el grupo Paribas (Banque de Paris et des Pays Bas) y otras
entidades financieras, entre ellas la Argentine Railway Company, un holding destinado durante
los años 1912 a 1914 a operar un conjunto de empresas cuya situación no fue muy próspera. A
mediados de 1914 la situación del grupo Farqhuar se tornó insostenible en la Argentina, debido a
la magnitud de los compromisos asumidos en distintas compañías, y la imposibilidad de
saldarlos con nuevas emisiones como consecuencia del estallido de la guerra. Como resultado
de estos factores, el holding se disolvió y el ferrocarril Rosario-Puerto Belgrano volvió a manos
del antiguo grupo inversor, hegemonizado por Paribas. Hacia fines de 1914 la enorme estructura
40
de Farquhar colapsó en América, poniendo fin a su amenaza a los intereses británicos. Ver al
respecto Irving Stone, op. cit., pp. 718-720 y Andrés Regalsky, "Capital extranjero y desarrollo
ferroviario en la Argentina: las inversiones francesas, 1900-1914", Instituto Torcuato Di Tella,
Centro de Investigaciones Sociales, Documento de Trabajo Nº 113, Buenos Aires, febrero de
1991, p. 38.
8. Pedro Skupch, "El deterioro y fin de la hegemonía británica sobre la economía argentina, 1914-
1947", en M. Panaia, R. Lesser y P. Skupch (eds.), Estudios sobre los orígenes del peronismo,
volumen 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1975, p. 8.
9. Anuario Geográfico..., op. cit., p. 380, citado por C.F. Díaz Alejandro, op. cit., Statistical
Appendix, p. 474.
10. W.H. Court, British Economic History 1870-1914: Commentary and Documents, Cambridge,
1965, pp. 191-192, citado por R. Gravil, op. cit., p. 37.
11. Un somero análisis de las "Cuatro Grandes" revela la debilidad de la presencia británica en el
comercio de granos. Respecto de Bunge y Born, su sociedad fue fundada originariamente en
Antwerp, e incluyó oficinas en Amsterdam, Hamburgo, Rotterdam, Londres y Buenos Aires. Los
socios senior de la filial de esta firma en Buenos Aires a principios del siglo XX eran Ernest
Bunge, un alemán nacionalizado argentino y Julius Born, alemán naturalizado belga. El 85% del
personal de la firma decía ser alemán y éste era el idioma utilizado en sus oficinas. En cuanto a
Louis Dreyfus y Co., era una empresa de origen franco-judío; Huni y Wormser, suizo-francés;
Weil Brothers, judía. En cuanto a las otras empresas, The General Mercantile Co. Ltd. fue
registrada en Londres en 1901, pero su capital era principalmente holandés; en cuanto a Hardy y
Mühlenkamp, su socio principal, Hardy, era belga, mientras que Mühlenkamp era alemán; y
respecto de H. Ford y Co., era aparentemente británica, aunque su socio administrador, Harold
Ford, trabajó durante mucho tiempo para la casa mercantil alemana en Buenos Aires Brass,
Mahn y Co. Ver R. Gravil, op. cit., pp. 37-41; R. Miller, op. cit., p. 149.
12. F.O 368/786, Tower to Grey, Commercial Confidential Nº 164, 30 July 1913, citado por R.
Gravil, op. cit., p. 39.
13. Ver estos factores causales de la aparición del frigorífico como la principal opción para los
ganaderos argentinos a partir de 1900 en P. Smith op. cit., pp. 42-43; R. Gravil, op. cit., pp. 55-63
y H. Giberti, op. cit., pp. 176-177.
14. Review of the River Plate, 7 April 1900, 8; 14 April 1900, 7 ; 28 April 1900, 8; 5 May 1900, 6; 12
May 1900, 6-7, fuentes citadas por R. Gravil, op. cit., p. 57.
15. R. Gravil, op. cit., p. 61; S.G. Hanson, op. cit., p. 129.
16. Calculado en base a los volúmenes del Anuario Geográfico consignados en la tabla 61 de C.F.
Díaz Alejandro, op. cit., Statistical Appendix, p. 474.
17. H. Giberti, op. cit., pp. 187-188.
18. G. Omètre, L’ Industrie Frigorifique en Argentine, ses rapports avec le Marché Mondial des
Viandes, Paris, 1925, cit. por R. Gravil, op. cit., p. 62.
19. Weddel’s Review of the Frozen Meat Trade 1904, 13; Weddel’s Review of the Frozen Meat
Trade 1905, 5, fuentes citadas por R. Gravil, op. cit., p. 62.
20. Royal Commission on the Meat Export Trade of Australia (Street), April 1915, British
Parliamentary Papers, XLVI, 1914-1916, fuente citada por R. Gravil, op. cit., pp. 62-63.
21. Ver detalles de las firmas The River Plate Fresh Meat Company, Las Palmas, Smithfield and
Argentine Meat Co. y The La Plata Cold Storage en H.S. Ferns, Argentina y..., op. cit., pp. 415-
417; S.G. Hanson, op. cit., pp. 53-55; P.H. Smith, op. cit., p. 42; Vicente Vázquez-Presedo, El
caso argentino: Migración de factores, comercio exterior y desarrollo 1875-1914, Buenos Aires,
EUDEBA, 1971, p. 182; H. Giberti, op. cit., p. 198.
22. La necesidad de llegar a un acuerdo sobre la cantidad de carne a embarcar se debía a dos
factores. Por un lado, la limitada disponibilidad de bodegas para los envíos a Gran Bretaña, que
llevó a las compañías a una brutal competencia. Por otro, la limitada capacidad del mercado
británico para absorber la carne argentina sin que se provocara una caída de los precios. Más
tarde, para la carne enfriada, se agregó un tercer factor: la lentitud del viaje. Como éste duraba
un mes y la carne enfriada sólo duraba 40 días, quedaban sólo diez días para su distribución y
venta. Ver P.H. Smith, op. cit., p. 49, y R. Gravil, op. cit., p. 69, quien cita como fuente a Report
of the Departmental Committe appointed to inquire into Combinations in the Meat Trade, British
Parliamentary Papers, XV, 1909, 5-6.
23. Pedro Bergés, "El frigorífico en Argentina. Su historia, su importancia, su porvenir", Anales de la
Sociedad Rural Argentina, Buenos Aires, mayo-junio de 1908, pp. 47-48, fuente citada en H.
Giberti, op. cit., p. 178.
24. H. Giberti, op.cit., pp. 178-179; Vicente Vázquez Presedo, "La evolución industrial (Argentina,
1880-1910)", en G. Ferrari y E. Gallo (comp.), op. cit., pp. 411-412; Juan E. Richelet, The
Argentine Meat Trade: Meat Inspection Regulations in the Argentine Republic, Londres, 1929, p.
19, citado por P.H. Smith, op. cit., p. 42.
25. Información suministrada por el Dr. R.G. Greenhill, citada por R. Gravil, op. cit., p. 69.
26. H. Giberti, op. cit., p. 197.
41
27. Ibid., pp. 199-200.
28. Diputados, 1909, 1 (21 de junio), pp. 155-159, cit. por P.H. Smith, op. cit., pp. 64-66.
29. R. Ortiz, op. cit., p. 358; P.H. Smith, op. cit., p. 66; H. Giberti, op. cit., p. 200.
30. De acuerdo con Escalada, los dividendos de los frigoríficos norteamericanos La Plata Cold
Storage, Armour y La Blanca en 1915 fueron de 28,3%, 22,4% y 95,9% respectivamente. Las
firmas británicas British and Argentine Meat y Smithfield Argentine tuvieron en ese mismo año
dividendos del 44,5% y 43,7% y el frigorífico argentino Sansinena un dividendo del 25,6%. Por
su parte, el frigorífico Argentino Central de la firma norteamericana Sulzberger tuvo un dividendo
del 256,9% en 1915. Alberto J. Escalada, "Estado actual de la ganadería argentina", Buenos
Aires, Imprenta Escoffier, Caracciolo y Cía., 1916, p. 43, también citado en H. Giberti, op. cit., p.
201.
31. R. Ortiz, op. cit., p. 362; P.H. Smith, op. cit., p. 73; H. Giberti, op. cit., p. 200.
32. Ver al respecto F.O. 371/1897, Argentine Republic, Annual Report 1913, 22; F.O. 368/785,
Tower to Grey, Commercial Nº 109, 28 May 1913; Parliamentary Debates, Commons, Vol. LIV,
23 June 1913, 813 and 1 July 1913, 1654; F.O. 371/1897, Argentine Republic, Annual Report
1913, 22-23, fuentes citadas por R. Gravil, op. cit., p. 73; P.R.O., F.O. 368/375, Board of
Agriculture a F.O., 30 de mayo de 1913; F.O. a Gaisford, 2 de junio de 1913; Tower a Grey, 11
de junio de 1913, fuentes citadas por P.H. Smith, op. cit., p. 67.
33. Ver respecto del debate en el Congreso sobre los trusts de la carne y las medidas adoptadas en
respuesta a las presiones británicas R. Gravil, op. cit., pp. 73-74 y P.H. Smith, op. cit., pp. 68-72.
34. Para la propuesta de Mugica, ver Diputados, 1913, tomo II, 25 de junio de 1913, p. 316-319,
donde el Ministro de Agricultura propone, en respuesta a los abusos del trust de la carne, la
reapertura de los puertos ingleses al ganado en pie, previa inspección de veterinarios británicos.
F.O. 371/1897, Argentine Republic, Annual Report 1913, 25; F.O. 368/785, Tower to Grey,
Commercial Telegram Nº 17, 18 June 1913; F.O. 368/785, Tower to Grey, Commercial Nº 138,
18 June 1913, fuentes citadas por R. Gravil, op. cit., p. 75; P.R.O / F.O. 368/375, Tower to Grey,
13 de junio y 18 de junio de 1913; y Ministerio de Agricultura, Comercio de Carnes, 1 (Libro
Rojo), Buenos Aires, 1922, pp. 26-27, fuentes citadas por P.H. Smith, op. cit., p. 68.
35. P.R.O., F.O. 368/375, Board of Agriculture a F.O., 30 de mayo de 1913; F.O. a Gaisford, 2 de
junio de 1913; Tower a Grey, 11 de junio de 1913, citado por P.H. Smith, op. cit., p. 67.
36. Ibid., p. 73.
37. R. Gravil, op. cit., pp. 94-95.
38. D.C.M. Platt, Latin America and British Trade, 1806-1914, London, Adam and Charles Black,
1972, p. 246; A.J. Sargent, Coal in International Trade, London, P.S. King and Son, 1926, p. 28;
J.B. Bradley, "Argentine Fuel and Power and the International Coal Trade", Comments on
Argentine Trade, 9 de mayo de 1930, p. 48, fuentes citadas por Carl E. Solberg, Petróleo y
nacionalismo en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, pp. 23-24. Consultar también
tabla de crecimiento del consumo industrial de combustibles entre 1912 y 1922 citado en Carlos
García Mata, "El consumo de combustibles en la Argentina", Revista de Economía Argentina,
Año 9, Nº 107, mayo 1927, p. 397, citado a su vez en Carlos A. Mayo, Osvaldo Andino y
Fernando García Molina, La diplomacia del petróleo (1916-1930), Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1983, p. 15.
39. C.E. Solberg, op. cit., p. 30.
42
La Primera Guerra Mundial (1914-1918)
La Primera Guerra Mundial afectó profundamente a la economía argentina,
pues hizo que declinara el flujo de capital, mano de obra y manufacturas
antes proveniente de Europa. El valor total de las importaciones argentinas
disminuyó entre 40 y 50% respecto del nivel anterior a 1914. (1) Esa
declinación se debió a la reasignación de recursos en los países europeos
para la producción de equipamiento bélico y a las dificultades de transporte
producidas por la guerra. No todas las importaciones, sin embargo,
declinaron de la misma manera: maquinarias para la industria, equipo
ferroviario y materiales para la construcción fueron las más afectadas. La
declinación de las importaciones favoreció a las industrias argentinas que
utilizaban materias primas nacionales, pero su expansión fue lenta debido
a la escasez de mano de obra, a la dificultad para importar maquinarias y a
la suba de los precios de los combustibles importados que suplían la
mayor parte de la energía consumida en la Argentina.
Las relaciones económicas anglo-argentinas se vieron especialmente
afectadas por las demandas impuestas a Gran Bretaña por el esfuerzo
bélico. El Reino Unido había sido hasta la guerra el principal proveedor de
manufacturas de la Argentina, pero fue reemplazado en tal posición por los
Estados Unidos. En 1915 las exportaciones norteamericanas a la
Argentina casi se duplicaron respecto del año anterior mientras las
británicas cayeron cerca de un tercio, y un año más tarde, en 1916, las
manufacturas norteamericanas ocuparon la primera posición en las
importaciones argentinas, permaneciendo en ella hasta 1921 y desde 1925
hasta 1931. (2)
En cuanto al comercio de granos, puede decirse que la Primera Guerra
Mundial afectó negativamente ese rubro de la balanza comercial argentina
debido, especialmente, a la escasez de bodegas para el transporte
ultramarino. El tonelaje total de buques extranjeros que entraron y salieron
de puertos argentinos cayó a casi la mitad entre 1913 y 1918. Durante la
guerra, las exportaciones argentinas de granos crecieron en valor, por el
aumento de la demanda europea, pero no en volumen, por la recurrencia
de las malas cosechas, principalmente de maíz, a causa de malas
condiciones climáticas. Las exportaciones de trigo sufrieron menos por ese
motivo y en 1918 se vieron favorecidas porque Rusia, como consecuencia
de la revolución de fines del año anterior, dejó de exportarlo. Aunque las
exportaciones de granos se recuperaron gradualmente, sólo en 1918 su
valor superó significativamente al de 1913. (3)
Las exportaciones de granos de la Argentina a Gran Bretaña fueron
también afectadas de otras maneras por la guerra. Desde el comienzo de
ésta hasta 1916, dos aspectos de la política cerealera británica tuvieron
consecuencias negativas para la Argentina. Uno fue la oposición al
almacenamiento ilimitado de las existencias de granos que entorpeciese el
normal curso del comercio. El gobierno del Reino Unido se opuso al
almacenamiento de las existencias de granos cuando éste alcanzaba una
43
extensión capaz de entorpecer el normal curso del comercio. Los
británicos no estaban dispuestos a dejar amontonar las existencias de
granos del Río de la Plata. (4) El segundo aspecto de la política cerealera
británica consistió en la concesión de preferencias a los dominios para el
abastecimiento de cereales a Gran Bretaña.
No obstante, en 1916 se llevó a cabo un intento de incrementar la
importación de granos de la Argentina, acordándose entre ambos
gobiernos la formación de un sindicato privado de bancos y empresas
exportadoras de cereales supervisado por el gobierno inglés, que tendría
el monopolio de las ventas al Reino Unido. La Argentina vendería a crédito
a Gran Bretaña, que pagaría al finalizar la guerra. El intento fracasó, sin
embargo, porque tras la llegada de Yrigoyen a la presidencia, en octubre,
las tratativas se paralizaron debido a un desacuerdo de las nuevas
autoridades respecto del crédito. (5)
A partir de marzo de 1916, el gobierno británico estableció listas negras
para excluir a las compañías cerealeras alemanas del mercado británico.
La política tuvo éxito y las compañías excluidas debieron buscar la manera
de sobrevivir: Bunge y Born se dedicó al abastecimiento del mercado
interno y del mercado brasileño; Weil Hermanos suspendió sus actividades
y se dedicó a la compra de cédulas argentinas provenientes de accionistas
en Alemania, y Hardy y Mühlenkamp reemplazaron a su socio alemán por
un socio belga, Louis de Ridder. (6)
Obviamente, el gobierno británico no estaba solamente preocupado por
lograr un adecuado abastecimiento de cereales para Gran Bretaña, sino
también por impedir que Alemania lo obtuviera. Los embarques de granos
argentinos a países neutrales, como Holanda, Dinamarca y Suecia, cuya
importancia había sido insignificante en los años previos a 1914, creció
notablemente durante la guerra debido a que estos países actuaban como
intermediarios de Alemania. Este rol de intermediación se vio facilitado por
la extensión de líneas de barcos de vapor entre la Argentina y los países
escandinavos. (7) Casi seguramente estos embarques tuvieron por último
destino a Alemania. La principal dificultad de limitar esas exportaciones
consistió en que buena parte de los embarques se hacían "a órdenes", sin
declarar el destino final. (8) Gran Bretaña presionó al gobierno argentino
para evitar que la Argentina vendiera a países europeos neutrales granos
que terminarían en Alemania. La renovación de un préstamo de los bancos
de Nueva York a la Argentina y la aprobación de licencias de exportación
de carbón, maquinaria agrícola y otros productos norteamericanos a la
Argentina se condicionaron a que ésta reservase sus excedentes de
granos para los aliados. Se calculaba que éstos demandarían 525 millones
de bushels de trigo en 1918, de los que Canadá y Estados Unidos sólo
suplirían 320 millones. Las exportaciones argentinas de grano, por lo tanto,
resultaban cruciales para los esfuerzos de guerra de los aliados. (9)
La Argentina se negó a suspender las ventas de granos a los países
neutrales, pero Gran Bretaña también presionó a éstos para que redujeran
sus compras. El Ejecutivo de Trigo Inter-Aliado, que controlaba el
44
abastecimiento a los aliados occidentales, asumió la responsabilidad por
las compras de Noruega, Suecia e Islandia, que fueron financiadas por el
Tesoro británico. Ante la virtual eliminación de mercados alternativos, al
gobierno argentino no le quedó otra opción que estrechar relaciones con
Gran Bretaña y los aliados. (10)
Respecto del comercio de carnes, se observa que las exportaciones
argentinas de ese producto también fueron afectadas por la guerra,
aunque positivamente. Gran Bretaña continuó como el principal importador
de las carnes enfriadas y congeladas, mientras Estados Unidos, rival de la
Argentina como abastecedor del Reino Unido antes de la guerra,
desapareció del mercado del bovino congelado. Consecuentemente, entre
1914 y 1918, la matanza para la exportación aumentó en más del doble.
(11) Debido a la guerra, sin embargo, se produjeron importantes cambios
en la composición del comercio de carnes: crecieron las exportaciones de
carne congelada y en conserva, y cesaron las exportaciones de carne
enfriada.
El crecimiento de las exportaciones de carne vacuna congelada y de
carnes en conserva se debió a que eran productos mucho menos
perecederos que la carne enfriada. Debe recordarse que ésta duraba 40
días, 30 de los cuales eran consumidos por el transporte. Las dificultades
del transporte marítimo hicieron imposible continuar con su exportación a
Gran Bretaña. En compensación, la exportación de carne congelada creció
de 300.000 toneladas en 1914 a 500.000 toneladas en 1918, lo que en
valores significó un salto de 37,5 millones de pesos oro a 154,5 millones.
La exportación de carnes en conserva llegó a 200.000 toneladas en 1918,
tres veces más que el promedio anual del quinquenio 1910-1914. La
exportación de carne de cordero congelada declinó debido a que la suba
del precio de la lana desalentó la matanza. También se registró una
expansión de la demanda europea de productos lácteos, tales como
manteca y queso, cuya exportación alcanzó en 1919 un total de 20.000 y
10.000 toneladas, respectivamente. (12)
Este aumento de la demanda externa de las carnes congeladas y
envasadas argentinas en plena coyuntura bélica generó una renovada
vigencia de la especulación, pues muchos ganaderos, procurando
aprovechar la política liberal del gobierno, decidieron sacar provecho
del boom de tiempos de guerra invirtiendo en ganado. Incluso, la gran
matanza de animales determinó proposiciones encaminadas a impedir el
agotamiento del ganado. Tales fueron los casos de la proposición
efectuada por Gerónimo del Barco en Diputados en septiembre de 1914 y
vuelta a presentar en julio de 1916, y del proyecto de ley presentado por el
poder ejecutivo para autorizar la limitación de las exportaciones de ganado
vacuno en pie. Ninguno de estos intentos se concretó. (13)
Por otra parte, un efecto interesante del incremento de las exportaciones
de carne envasada y congelada durante estos años fue la supresión
temporaria de la rivalidad latente entre criadores e invernadores. La
enorme demanda de estos rubros impuesta por la guerra entre agosto de
45
1914 y mediados de 1916 generó un estado de euforia económica que
impidió los conflictos entre productores y frigoríficos y criadores e
invernadores. (14)
Sin embargo, a partir de 1916, los productores ganaderos, y muy
especialmente los de ganado de calidad, comenzaron a sentir las
consecuencias de la creciente demanda de carne conservada y congelada
y de la interrupción de las exportaciones de carne enfriada. Unos y otros
consideraban que los frigoríficos, dueños del circuito de comercialización
de la carne, no pagaban lo suficiente por su ganado. Por su parte, los
consumidores se vieron perjudicados por el aumento de las ventas de
carne al exterior, ya que ésta provocó una disminución del número de
cabezas destinadas al mercado interno y un aumento del precio de la
carne, que pasó de 50 centavos por kilo en 1914 a 71 centavos en 1919.
En consecuencia, productores y consumidores vieron un enemigo común
en los frigoríficos. (15)
Es así que el comercio de carnes durante la Primera Guerra Mundial
presentó similitudes y diferencias con el comercio de granos. En ambos
casos, los artículos resultaron vitales para el esfuerzo de guerra de los
aliados occidentales. En ambos casos, igualmente, empresas británicas y
no británicas se disputaron el control de la comercialización de la
producción argentina, aunque en el caso de los granos esa competencia
fue con empresas alemanas y en el de la carne con frigoríficos
norteamericanos.
Tres rasgos, sin embargo, distinguieron al comercio de carne del de
granos. En primer lugar, los frigoríficos británicos en la Argentina, a
diferencia de las empresas cerealeras, eran poderosos. Durante la guerra,
los frigoríficos demostraron su capacidad de controlar el comercio de la
carne, obteniendo enormes beneficios a expensas tanto de los
consumidores locales como de los productores de ganado de calidad
superior. Los consumidores debieron soportar el precio creciente y la
escasez de la carne en el mercado interno, como consecuencia del
aumento de las exportaciones de carne envasada y congelada para las
tropas aliadas. Por su parte, los productores de ganado de calidad superior
sintieron las consecuencias de la interrupción de las exportaciones de
carne enfriada y la expansión de la demanda de carne conservada y
congelada, pues no podían vender su ganado a los precios habituales
del chilled beef. (16) El distanciamiento entre los productores ganaderos y
los frigoríficos comenzó a tomar forma a partir de mediados de 1916 hasta
el fin de la guerra. (17) No obstante los trastornos producidos en la oferta -
al quedar sin mercado el ganado más fino-, la respuesta positiva ante esos
cambios muestra la flexibilidad y capacidad de adaptación de la ganadería
argentina.
En segundo lugar, las medidas de presión sobre la Argentina respecto
del comercio de granos se justificaban porque las firmas alemanas no eran
sólo competidoras económicas de las británicas, sino también políticas.
Pero en el caso del comercio de la carne, el competidor económico de
46
Gran Bretaña era, paradójicamente, Estados Unidos, su aliado en la
guerra. Por esta razón, el Reino Unido necesitó atemperar en el comercio
de la carne las extremas tácticas que utilizó en el de granos.
En tercer lugar, a diferencia de los granos, las carnes no tuvieron un
mercado diversificado, ya que el destino fue casi exclusivamente Gran
Bretaña. En consecuencia, en el caso de éstas, los británicos no
necesitaron utilizar listas negras ni embargos, y los frigoríficos ingleses
pudieron extraer la máxima cantidad de carne para las tropas aliadas en
detrimento de los consumidores argentinos. Esta política, a su vez,
provocó en la Argentina una depresión de los precios internos de los
granos y una inflación de los de las carnes. Puede ser una paradoja,
aunque no una contradicción, afirmar que en el balance final ambos
cambios de precios dañaron a la economía argentina, ya que los
productores de granos eran mucho más numerosos y vulnerables que los
productores ganaderos. (18)
En cuanto al rubro combustibles, como consecuencia de la Primera
Guerra Mundial la Argentina sufrió una severa escasez de estos insumos.
Las importaciones de carbón, principal fuente energética de la industria y
los ferrocarriles, cayeron como resultado de la carencia de bodegas y las
exigencias militares europeas. El volumen importado en 1918
representaba apenas 20% del total importado en 1913. Debido a esto el
precio del carbón en Buenos Aires subió 538% entre 1913 y 1918. Las
plantas energéticas, los frigoríficos y otros consumidores intentaron
reemplazar el carbón por el petróleo, pero también las importaciones de
éste fueron escasas, de modo que su precio aumentó 256% entre 1914 y
1918. La escasez de combustible y el aumento de precio afectaron las
exportaciones argentinas a Gran Bretaña. A fines de 1917, los directores
londinenses de las compañías ferroviarias radicadas en la Argentina
advirtieron a su gobierno que la falta de carbón provocaría la caída de las
exportaciones de alimentos desde la Argentina. Los ferrocarriles sufrían
particularmente la escasez de carbón, ya que el aumento de su precio
significaba un aumento de sus gastos. Entre 1913-1914 y 1918-1919, los
gastos de combustible del ferrocarril del Oeste se incrementaron de
193.909 libras esterlinas a 739.561 libras esterlinas, es decir, un 281%.
(19)
Los ferrocarriles habían comenzado a usar madera como combustible,
pero el quebracho y el algarrobo del norte de Santa Fe y Santiago del
Estero proporcionaban menos energía que el carbón. A pesar de esta
limitación, la producción de madera creció desde 1.205.565 toneladas en
1913 a 2.764.485 toneladas en 1916 y 2.853.337 toneladas en 1917,
aportando alrededor del 70% del combustible de los ferrocarriles en 1916,
y representando dos años más tarde el 75% del abastecimiento total de
combustible del país. (20)
Como la madera tampoco podía producirse a un ritmo acorde con la
demanda, los ferrocarriles y las usinas eléctricas usaron maíz como
combustible, a pesar de su baja capacidad calórica y de los problemas que
47
presentaba para el mantenimiento de las máquinas. El testimonio de un
maquinista ferroviario a Katherine Dreier, visitante norteamericana, durante
un viaje en ferrocarril de Mendoza a Buenos Aires en 1918, hace clara
referencia a este inconveniente. En dicha ocasión, el maquinista le informó
que, como combustible, el maíz "no era bueno para la máquina (...) El
aceite que se producía (...) obligaba a que la máquina estuviera
constantemente en reparaciones". (21) No obstante la baja capacidad
calórica del maíz como combustible, durante la guerra se lo consumió en
gran cantidad en las centrales eléctricas argentinas. (22)
Asimismo, la crisis energética produjo descontento entre los militares
argentinos durante la Primera Guerra, especialmente en la Marina, porque
sus buques quemaban fundamentalmente carbón. Sólo dos de los buques
principales, los acorazados Rivadavia y Moreno, se hallaban equipados
para consumir petróleo. Y si bien doce de los quince destructores de la
flota argentina podían usar petróleo, todos los buques menores y
embarcaciones de apoyo dependían exclusivamente del carbón. (23)
Ahora bien, la política de neutralidad adoptada por la Argentina
implicaba el deseo del gobierno argentino de comerciar libremente con
cualquier país. Según el Anuario del Comercio Exterior de esos años, en
1913 Gran Bretaña había comprado 23,2% de las exportaciones
argentinas, pero Alemania, que había comprado 11,2%, era el segundo
cliente. Durante la década anterior a la guerra Alemania había desplazado
a Francia como el segundo cliente argentino. Del total de las exportaciones
argentinas en el período 1904-1913, las exportaciones a Alemania
representaron 11,2%, mientras que las exportaciones a Francia fueron
10,3%.
De este modo, la política británica de listas negras y embargos a
empresas y barcos de Alemania y sus aliados privó a la Argentina de un
lucrativo intercambio con esos países. Esa política afectó tanto a las
exportaciones como a las importaciones de la Argentina. Las
importaciones de Alemania cayeron de 14,7% del total en 1914 a 2,5% en
1915 y a 0% en 1918. En 1920, la presencia alemana en el comercio de
importación argentino se recuperó, alcanzando un porcentaje del 4,7%,
muy lejano al de 1914. El comercio argentino-alemán no se paralizó
totalmente, ya que se practicó a través de terceros países. En 1915 y 1916
se produjo un aumento de las exportaciones argentinas a países neutrales
como Dinamarca, Suecia y Holanda, que reexportaban los productos
argentinos a Alemania. Este comercio indirecto, sin embargo, no tuvo la
misma envergadura del comercio argentino-alemán de preguerra, ya que
las cantidades de productos argentinos como maíz, trigo, lino, lana, cueros
vacunos, sebo, rollos y extracto de quebracho y afrecho reexportadas por
las naciones neutrales a Alemania fueron sustancialmente menores que
las que ésta importó directamente de la Argentina antes del estallido de la
guerra. (24)
La presión de los aliados para que la Argentina no vendiera bienes a
terceros países sin la aprobación previa de las autoridades británicas
48
incluso impidió a las compañías argentinas obtener bienes desde Chile y
otros países neutrales. Esta política, que respondía a la doble necesidad
británica de evitar el comercio argentino-alemán a través de los países
neutrales, y de forzar a la Argentina a romper su neutralidad e ingresar en
la órbita de influencia de los aliados, creó un gran resentimiento en las
autoridades argentinas, hasta tal punto que el Ministro de Relaciones
Exteriores José Luis Murature llegó a compararla con la Inquisición
española. (25)
En contraste con la declinación del comercio argentino-alemán durante
la guerra, el valor de las exportaciones argentinas a los países aliados
creció, a pesar de la escasez de bodegas y de la guerra submarina. Como
ya se ha mencionado, el lugar más importante lo ocuparon las
exportaciones argentinas de carnes congeladas y en conserva al Reino
Unido y en cantidades menores a Francia (a partir de 1915), Estados
Unidos e Italia, embarcadas en navíos británicos. Las exportaciones de
cereales fluctuaron, pero Francia e Italia absorbieron las remesas de trigo
que Inglaterra dejó de importar en 1916. Otros productos argentinos
demandados por los aliados fueron caballos, mulas, vino, artículos de
cuero (suelas, monturas, etc.), aguardiente, y manufacturas de lana
(frazadas, mantas, telas para uniformes). (26)
El propósito destructivo de la política británica tuvo éxito hasta cierto
punto. El comercio alemán desapareció de las estadísticas oficiales
argentinas y se registró el cierre de algunas grandes firmas alemanas. El
caso más espectacular fue la bancarrota de la importante Brauss Mahn y
Co. Esta tendencia demostró que el comercio clandestino no resultó un
paliativo suficiente para evitar la retracción alemana en el comercio de
importación-exportación de la Argentina. Tanto los mecanismos de control
como la política de las listas negras orquestadas por Gran Bretaña
cumplieron de alguna manera su objetivo. Contribuyeron, pues, a debilitar
a la comunidad de negocios alemana en el Río de la Plata, aunque los
exportadores de manufacturas británicos no pudieron aprovechar las
ventajas derivadas de la virtual eliminación de sus competidores hasta el
fin de la guerra. (27)
No obstante, varias de las más poderosas empresas alemanas
radicadas en la Argentina pudieron sostenerse hasta el fin de la guerra.
Cuando los británicos intentaron cortar el abastecimiento de carbón a la
Compañía de Electricidad Transatlántica Alemana, bastó con que su
presidente, Emil Hayn, amenazara con dejar de proveer electricidad para
los tranvías ingleses y el alumbrado de Buenos Aires para que la medida
británica quedara sin efecto. Más aún, esa empresa alemana quedó
expresamente excluida de las listas negras. (28) Otro mecanismo para
eludirlas fue la utilización de ciudadanos argentinos, italianos o de otras
nacionalidades como intermediarios de las empresas alemanas radicadas
en la Argentina. Estos ciudadanos no germanos prestaron sus nombres o
personas para realizar las operaciones comerciales de las firmas
alemanas. (29) Un indicio adicional del efecto limitado de la política de
49
listas negras sobre las empresas alemanas fue el hecho de que durante la
guerra los dos bancos germanos ubicados en Buenos Aires continuaron
funcionando sin obstáculos y que incluso fue inaugurada la empresa de
seguros alemana La Germano-Argentina. (30)
Los alemanes en la Argentina resistieron la política británica formando
un Comité para la Libertad de Comercio y una Liga de Equidad y Justicia,
con el objetivo de proteger sus intereses y hacer propaganda contra la
intervención aliada. Las principales firmas alemanas en la Argentina, tales
como Engelbert Hardt y Co., Staudt y Co., Kropp y Co., H. Sternberg y Co.,
Lindwebel Schreyer y Co., y Plaut y Co., contribuyeron a financiar esas
organizaciones y protestaron ante el gobierno argentino para que éste
resistiese las amenazas de los Aliados a su neutralidad. En 1916 las firmas
germanas organizaron la Cámara de Comercio Alemana de Buenos Aires.
(31)
Uno de los primeros intentos de analizar estos efectos de la Primera
Guerra Mundial sobre el comercio de exportación argentino fue hecho por
Estanislao Zeballos en mayo de 1919. Zeballos sostuvo que el comercio
argentino durante los cuatro años de la guerra había sido extremadamente
lucrativo, pero que la política de los aliados había robado a la Argentina su
oportunidad de oro. Los ingresos del comercio exterior fueron 72.727.000
libras esterlinas menores que los que se habrían ganado en caso de
ausencia de controles. Bajo condiciones de no restricción a las
exportaciones argentinas, el movimiento de los precios para los productos
argentinos hubiera generado beneficios cuatro veces mayores que los que
se obtuvieron en la práctica con la presencia de controles. (32) Antes de la
guerra los intereses alemanes eran importantes en el comercio de granos,
bancos y empréstitos y también tenían una crucial participación como
proveedores de armamentos y naves de guerra a la Argentina (en este
rubro, por ejemplo, la firma alemana Krupp competía con la francesa
Schneider y con las firmas británicas). (33)
Es decir, la importante presencia alemana en la industria bélica
argentina y su notoria influencia en la formación de sus oficiales, sumadas
a su poderosa presencia económica en el comercio de granos, convirtieron
a Alemania en una importante amenaza para los intereses económicos y
estratégicos británicos. En consecuencia, Gran Bretaña aprovechó la
Primera Guerra como una oportunidad para desplazar al capital alemán en
el mercado argentino, utilizando la política de las listas negras y los
embargos a buques alemanes.
En realidad, el objetivo declarado de la política británica de embargos y
listas negras eran las empresas alemanas que controlaban el comercio de
granos en la Argentina, pero su alcance no se limitó a éstas. Esta política
afectó también los intereses comerciales argentinos y norteamericanos
radicados en la Argentina. A pesar del esfuerzo del Departamento de
Estado y la Junta de Comercio de Guerra del gobierno norteamericano por
colaborar con los ingleses para dar cumplimiento al sistema de listas
negras, el gobierno británico utilizó a éstas y a su control sobre los
50
embarques aliados con el objetivo de destruir el comercio norteamericano
en la Argentina. El cónsul general W. Henry Robertson y los funcionarios
de la embajada norteamericana en la Argentina informaron a sus
superiores que los ingleses mostraban más celo en asegurarse el mercado
argentino que en destruir el comercio alemán, y que comerciaban en la
práctica con las compañías incluidas en las listas negras y, por lo tanto,
vedadas a los norteamericanos. El gobierno norteamericano tomó nota de
estas denuncias, pero no hizo nada efectivo para revertir estas prácticas
británicas. (34)
Las mismas fuentes indican que esa inactividad se debió a que el
principal beneficiario de la política británica de listas negras y embargos no
fue, paradójicamente, el Reino Unido, sino los Estados Unidos, cuya
participación en las importaciones argentinas pasó de un 13,5% en 1914 a
un 33,9% en 1918, con lo que llenó el vacío dejado por otros
abastecedores. (35)
La creciente competencia norteamericana durante la Primera Guerra
provocó gran alarma en Gran Bretaña. El objeto de la misión comercial
encabezada por Sir Maurice de Bunsen, que llegó a Buenos Aires el 31 de
mayo de 1918, fue el de encontrar en el gobierno argentino alguna
seguridad de que el crecimiento de la presencia norteamericana en la
Argentina no se convertiría en un rasgo permanente de la situación de
posguerra. Contra las expectativas de Londres, las autoridades argentinas
no estuvieron dispuestas a colaborar con propuestas concretas en favor de
un renacimiento del comercio británico en la posguerra. La misión
comercial británica, por lo tanto, se redujo a recibir del gobierno argentino
una serie de recomendaciones generales para reformas en Gran Bretaña
con el supuesto objetivo de promover una recuperación del comercio
angloargentino, pero sin obtener medida alguna con tal fin. (36)
Por cierto, no era éste el único problema que debían enfrentar los
británicos: desde antes de la guerra los bancos norteamericanos habían
comenzado a interesarse por la Argentina. En 1912, Morgan
Schuster investigó la plaza de Buenos Aires en nombre del First National
City Bank of Nueva York, que instaló una filial en noviembre de 1914. Ese
banco se vinculó en esa ocasión con un sindicato formado para promover
operaciones financieras en la Argentina, que incluía a representantes
de Standard Oil, Carnegie Foundation, Anaconda Copper Co., Ingersoll
Rand, y Kuhn, Loeb y Co. (37) La segunda aventura norteamericana fue el
establecimiento en Buenos Aires, en junio de 1917, de una filial del First
National Bank of Boston. El objetivo principal de este emprendimiento fue
el de financiar el importante comercio de maderas argentino con Boston.
(38)
Durante la guerra los intereses financieros norteamericanos crecieron
prodigiosamente, desplazando a los británicos y europeos. Un préstamo
de 15 millones de dólares fue concedido a la Argentina en enero de 1916,
seguido de otro de 25 millones de dólares. (39) Estados Unidos se
convirtió así, a causa de la guerra, en la principal fuente de fondos del
51
gobierno argentino y el principal abastecedor de manufacturas de la
Argentina. (40)
• NOTAS
52
mataderos argentinos. En esa ocasión, del Barco manifestó que su iniciativa era de carácter
preventivo, advirtiendo que la guerra podía liquidar el stock ganadero de los países beligerantes
y que, como consecuencia de este inconveniente, dichos países vendrían pronto a la Argentina
para repoblar sus campos devastados. Este proyecto de 1914 fue criticado por La Nación, que
en un extenso artículo del 1º de octubre de 1914 sostuvo que la iniciativa no era necesaria y que
los hacendados eran los primeros interesados en conservar las hembras, negando que éstas
fueran sacrificadas en gran número en mataderos de la capital, como sostenía del Barco. Pero
dos años después, el mismo diario se encargó de darle la razón a del Barco. En un editorial del
30 de mayo de 1916, La Nación declaró su alarma ante las gestiones inglesas para adquirir
100.000 vacas para repoblar sus campos sin ganado. Gerónimo del Barco, aprovechando esta
circunstancia presentó su proyecto en Diputados en julio de 1916. El texto del proyecto de ley
presentado por del Barco puede consultarse en: Congreso Nacional, Diario de Sesiones de la
Cámara de Diputados, Año 1916, Tomo 1, 17 de julio, Buenos Aires, Talleres Gráficos de L. J.
Rosso y Cía, 1916, pp. 911-912. Las propuestas de del Barco de 1914 y 1916, están en
Diputados, 1914, IV, 19 de septiembre, 961-963, y Diputados, 1916, 1, 17 de julio, pp. 911-912; y
fueron citadas por P.H. Smith, op. cit., p. 73. Por su parte, el proyecto de ley del Poder Ejecutivo
para autorizar la limitación de exportaciones de ganado vacuno fue firmado por el presidente
Victorino de la Plaza y Horacio Calderón y presentado a Diputados en julio de 1915. Ver
Proyecto del Poder Ejecutivo de limitación de las exportaciones de ganado en pie citado en
Congreso Nacional, Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, Año 1915, Tomo 1, 12 de
julio, Buenos Aires, Talleres Gráficos "La Gaceta de Buenos Aires", 1915, p. 650. Fuente citada
también en P.H. Smith, op. cit., p. 73.
14. P.H. Smith, op. cit., pp. 73-74.
15. Ibid., pp. 73-74 y 78-79.
16. R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 126; P.H. Smith, op. cit., pp. 74-79.
17. Justamente en 1916 Pedro T. Pagés, uno de los principales criadores de ganado, llegó a
proponer una ley "precaucional" que establecía a través de la creación de una Caja Nacional de
Defensa Agropecuaria un fondo nacional para comprar los frigoríficos extranjeros y así
contrarrestar los efectos del trust de la carne sobre los precios de los productos. Ver Diputados,
1916, tomo II, 26 de julio, 1033-1039, fuente citada en P.S. Smith, op. cit., p. 74. En junio de
1918, algunos ganaderos promovieron la expropiación de los frigoríficos mediante una emisión
de bonos. La propuesta buscaba "poner fin a la explotación de que actualmente son víctimas los
productores de ganado y toda la Nación Argentina". Consultar al respecto S.G. Hanson, op. cit.,
pp. 205-206; y P.H. Smith, op. cit., p. 75, quien cita como fuentes a Review of the River Plate, 26
de julio, 1918, p. 209, y a Hanson.
18. R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., pp. 126 y 130.
19. C.E. Solberg, op. cit., p. 52.
20. Las cifras correspondientes a producción de madera en toneladas corresponden a madera
transportadas por los ferrocarriles. La producción era en realidad algo mayor, ya que un sector
menor de la producción maderera se transportaba por agua. Los datos sobre producción de
madera transportada por los ferrocarriles y porcentajes de participación de ésta como
combustible están citados en C.E. Solberg, op. cit., pp. 52-53 y en V.L. Phelps, op. cit, p. 16.
Phelps cita a su vez como fuente a Carlos García Mata, "El consumo de combustibles en la
Argentina", Revista de Economía Argentina, Vol. XVIII, Nº 107, Mayo 1927, p. 391.
21. Katherine S. Dreier, Five Months in the Argentine: From a Woman's Point of View, New York,
Frederic Fairchild Sherman, 1920, p. 12, cit. por C.E. Solberg, op. cit., p. 53.
22. C.E. Solberg, op. cit., p. 53.
23. Fred T. Jane, editor, Fighting Ships (1914), Londres, Sampson, Low, Marston & Co., 1914, pp.
422-432, citado por C.E. Solberg, op. cit., p. 53.
24. Rutas del Comercio Internacional Argentino, pp. 214-293, fuente citada por R. Weinmann, op.
cit., p. 72.
25. F.O. 833/16, Memorandum by the Foreign Trade Dept., 16 November 1916, cit. por R.
Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 137.
26. Idem, p. 218, 242, 250, 260, 274, 278 y 282, citado en Ibid., p. 72.
27. R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 137.
28. Wilhelm Keiper, Das Deutschtum in Argentinien während des Weltkrieges (1914-1918),
Hamburgo, 1942, p. 32 y Ernest Freiherr Gedult von Jungenfeld, Aus den Urwäldern Paraguays
zur Fahne, Berlín, 1916, p. 85, fuentes citadas por R. Weinmann, op. cit., p. 66.
29. R. Gravil, "The Anglo-Argentine connection and the war...", op. cit., p. 69; W. Keiper, op. cit., pp.
31 y sigs., fuentes citadas en ibid., p. 67.
30. W. Keiper, op. cit., p. 45, fuente citada en ibid., p. 67.
31. F.O. 902/27, WTID Weekly Bulletin, 27 September-3 October 1918, 34 y F.O. 902/27, WTID
Weekly Bulletin, 11-17 October 1918, 27, citados por R. Gravil, The Anglo-Argentine
Connection..., op. cit., p. 137. Ver también R. Weinmann, op. cit., p. 67.
53
32. F.O. 371/3504, Tower to Balfour, 9 May 1919; The Standard, 9 May 1919, citado por R.
Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 133.
33. Ver Warren Schiff, "The Influence of the German Armed Forces and War Industry on Argentina,
1880-1914", Hispanic American Historical Review, Volume 52, Number 3, Duke University Press,
August 1972, pp. 436-455.
34. Ver R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., pp. 119-140; Harold Peterson, La
Argentina y los Estados Unidos, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985, vol. II, pp. 27-28; Dana
Royden Sweet, A History of United States-Argentine Commercial Relations, 1918-1933: A Study
of competitive Farm Economies, Syracuse University, 1972, p. 28 y James Ferrer Jr., United
States-Argentine Economic Relations, 1900-1930, Ph.D. dissertation, Berkeley, University of
California, 1964, pp. 117-122.
35. Gravil, tomando datos de CEPAL, aporta los siguientes porcentajes de la participación
norteamericana en las importaciones argentinas: 14,7% para 1914 y 33,9% para 1918.
CEPAL, El desarrollo económico de la Argentina, México, 1959, citado por R. Gravil, The Anglo-
Argentine Connection..., op. cit., p. 140. Easum y Lahera-Parada ofrecen cifras similares a las de
Gravil: el primero menciona un incremento de la participación de las importaciones
norteamericanas en el total de las importaciones argentinas desde un 13,5% en 1914 a un
34,3% en 1918; Parada subraya un aumento de las importaciones de origen norteamericano
desde un 14,4% entre 1910-1914 hacia un 24,6% en 1925-1929. Ver D.B. Easum, op. cit., p. 79,
y Eugenio Lahera-Parada, Public Policies and Foreign Investment in Latin America. The Cases of
Argentina and Chile, Ph.D. dissertation, Princeton University, 1979, p. 125. Por su parte,
Weinmann asegura que la Primera Guerra fortaleció las relaciones económicas y políticas entre
la Argentina y Estados Unidos. Consultar R. Weinmann, op. cit., pp. 73-82.
36. R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 142.
37. F.O. 368/1203, Tower to Grey, Commercial Nº 388, 29 November 1915, citado en Ibid., p. 142.
38. F.O. 368/1690, Spring Rice to Balfour, Commercial Nº 150, 8 February 1917, cit. en Ibid., p. 142.
39. F.O. 371/2239, Tower to Grey, 8 January 1915, cit. en Ibid., p. 142.
40. De acuerdo con Ferrer Jr., Estados Unidos se convirtió en el más grande exportador de capital
luego de 1914. El gobierno argentino reconoció esta realidad tempranamente pues antes de
1917 recurrió reiteradamente al mercado financiero de Nueva York. Ver J. Ferrer Jr., op. cit., p.
92. En cuanto a la expansión de las exportaciones de manufacturas de Estados Unidos a la
Argentina, Easum aclara que fue más importante en aquellos rubros donde los norteamericanos
no encontraron competencia europea, tales como automóviles y maquinarias agrícolas. Ver D. B.
Easum, op. cit., p. 69. Por su parte, Raúl García Heras, utilizando datos de los Anales de la
Sociedad Rural Argentina, muestra que a partir de 1915 Estados Unidos dio el gran salto como
proveedor de importaciones argentinas a costa de Inglaterra. Las exportaciones norteamericanas
desplazaron a las británicas en 1916 y mantuvieron una posición líder en el comercio de
importación argentino hasta 1922, cuando nuevamente las exportaciones británicas volvieron a
ocupar el lugar de liderazgo. Ver Raúl García Heras, "Argentina, Gran Bretaña y Estados Unidos,
1928-1930", Fundación para el Estudio de los Problemas Argentinos, Documento de Trabajo Nº
2, Buenos Aires, 1978, p. 5, quien cita como fuente a Anales de la Sociedad Rural Argentina, 15
de enero de 1927, p. 59; ver también cuadro sobre porcentaje de participación de Gran Bretaña
y Estados Unidos en el total de importaciones argentinas, 1870 a 1952, citado por D.B.
Easum, op. cit., table 15, pp. 79-81.
54
Desde el fin de la guerra hasta la crisis (1918-1929)
Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, y especialmente a lo largo de la
década de 1920, se fue configurando una relación entre la Argentina, Gran
Bretaña y Estados Unidos, caracterizada por corrientes comerciales con
sentido predominantemente unidireccional. Esto se debía, por un lado, a
que los productos agropecuarios argentinos competían con los de Estados
Unidos y, por otro, a que la industria británica ya no podía satisfacer toda
la demanda de la Argentina. Como consecuencia, la Argentina tuvo una
balanza comercial favorable con el Reino Unido y desfavorable con los
Estados Unidos. El Anuario del Comercio Exterior correspondiente muestra
que la balanza comercial entre la Argentina y Gran Bretaña fue favorable a
ésta última hasta 1911 y en 1913, pero desde 1914 hasta 1930,
exceptuando 1922 y 1923, fue favorable a la Argentina. Gran Bretaña
compensó este déficit comercial con los ingresos producidos por los
"bienes invisibles": seguros, fletes e intereses de sus créditos e
inversiones.
Las características asumidas por el comercio exterior de la Argentina
con Gran Bretaña y Estados Unidos originó paralelos desequilibrios en el
transporte marítimo y en los movimientos de capitales. En cuanto al
transporte marítimo, debe señalarse que la escasa disponibilidad de
cargas de retorno hacia los Estados Unidos estimuló la dependencia
argentina de la flota mercante británica. En cuanto al movimiento de
capitales, Gran Bretaña compensaba su balanza comercial desfavorable
con los ingresos por bienes invisibles y Estados Unidos financiaba sus
exportaciones con préstamos al tiempo que realizaba inversiones directas
e indirectas. (1)
De modo que las relaciones comerciales anglo-argentinas en la década
de 1920 se caracterizaron por la declinación de Gran Bretaña como
proveedora de manufacturas y por su creciente importancia como
compradora de carne. El Anuario del Comercio Exterior indica que las
importaciones argentinas desde Gran Bretaña cayeron de 33,7% en 1901-
1910 a 27,5% en 1911-1920 y a 21,1% en 1921-1930. La declinación se
ve aún mejor cuando se separan los dos lustros de esta última década: en
1921-1925 Gran Bretaña suplió el 23,1% de las importaciones argentinas,
pero en 1926-1930 solamente el 19,1%. El pico de la participación
británica en las importaciones argentinas se había alcanzado en 1891, con
42,1%.
Específicamente respecto del granos, ya se ha mencionado que desde
1906 hasta 1916 -con la excepción de 1911- las exportaciones de granos
habían prevalecido sobre las de carnes. Luego, a causa de la guerra, por
las dificultades de transporte de los granos y la demanda de carne
congelada para los ejércitos, se produjo una recuperación de las
exportaciones de carnes, que duró hasta 1919. Desde 1920 en adelante,
la misma fuente antes citada muestra que las exportaciones de granos se
recuperaron, representando, entre 1921 y 1930, 53,9% del valor total de
55
las exportaciones, frente a 32,2% de las exportaciones de productos
ganaderos.
En la década de 1920 las compañías británicas siguieron jugando un rol
menor en el control de las exportaciones de granos de la Argentina, incluso
las efectuadas hacia Gran Bretaña, a pesar de los esfuerzos realizados por
el gobierno británico durante la Primera Guerra Mundial para cambiar esta
situación. Alrededor de 35 firmas se ocupaban de la exportación de
granos, pero en la práctica, la exportación estaba altamente concentrada.
Para comienzos de la década de 1930, Lázaro Nemirovsky estimaba que
el 71,74% de los embarques de trigo era controlado por dos compañías
extranjeras; el 73,07% del comercio de exportación de maíz por tres
firmas; el 90,48% de las exportaciones de lino estaba concentrado en las
manos de cuatro compañías, y dos firmas respondían por el 83% de las
exportaciones de avena. Las tres compañías multinacionales que
demostraron mayor habilidad en sobrevivir a la guerra, Bunge y Born,
Louis Dreyfus, y Louis de Ridder fueron las responsables de una
abrumadora proporción de los embarques de granos argentinos. Las otras
firmas, incluyendo a las británicas, tuvieron una presencia marginal en el
comercio de granos. (2)
Ahora bien, como ya se ha señalado, sin amenazar todavía la
preeminencia británica, desde fines del siglo pasado hasta 1914 se
produjo un aumento de las importaciones desde Estados Unidos y
Alemania, debido en parte a la declinación de las importaciones desde
Francia pero también a una lenta declinación de las provenientes de Gran
Bretaña. A causa de la guerra se produjo un notable incremento de las
importaciones desde Estados Unidos, que entre 1916 y 1921 fue el
principal abastecedor de la Argentina. Gran Bretaña recuperó esa posición
en 1922, pero la cedió desde 1925 en adelante. Una de las razones que se
atribuyeron a la declinación de las importaciones argentinas desde Gran
Bretaña en la segunda mitad de la década de 1920 fue la sobrevaluación
de la libra esterlina, que hizo que los precios de los productos británicos
fuesen superiores a los de sus competidores norteamericanos.
No obstante, a pesar del avance comercial norteamericano, las
importaciones británicas mantuvieron su primacía en algunos productos,
como el carbón, los lubricantes y las manufacturas de hierro, todos ellos
vinculados al sector más importante de la inversión británica en la
Argentina: los ferrocarriles. Durante el período 1920-1923, el mercado
argentino absorbió el 3,6% del total de las exportaciones británicas. Este
era un porcentaje similar al de 1903, pero menor que el 4,5% promedio de
la década 1903-1912. (3)
Al mismo tiempo, durante la década de 1920 Gran Bretaña mantuvo su
posición como la principal compradora de productos argentinos,
absorbiendo el 27,5% del valor total de las exportaciones (en 1911-1920
había absorbido el 28%). Esa cifra no refleja fielmente la importancia del
mercado británico para cada producto, ya que en el caso de la carne
enfriada dicho mercado absorbió el 99% de la exportación.
56
Cabe recordar que el mercado británico era crucial para las carnes
argentinas, debido a que en 1926 Estados Unidos prohibió la importación
de carne congelada argentina por razones sanitarias, en 1927 Francia,
Bélgica e Italia aumentaron las tarifas para las importaciones de ese
producto, y Alemania se incorporó a la corriente proteccionista decidiendo
reducir sus importaciones. Para 1928 el gobierno alemán había reducido
su permiso de importación de un tope de 120.000 toneladas a 100.000, y
la Sociedad Rural argentina temía en ese año una nueva rebaja a 50.000
toneladas. Ante esta situación, la entidad ganadera propuso que las
autoridades argentinas ofrecieran a las alemanas "reducciones de
derechos sobre la base de la tarifa existente, a cambio de reducciones
igualmente efectivas que otros países concediesen a los productos
argentinos". Hacia abril de 1930, el gobierno alemán había planteado al
Congreso un aumento de primas a los productos agrícolas, su creación
para los productos ganaderos y la supresión de las importaciones de las
carnes congeladas, lo cual originó un nuevo reclamo de la Sociedad Rural
al gobierno argentino. (4)
Asimismo, el mercado inglés también comenzó a contraerse debido a
tres factores: a) la reducción en el consumo de carne por habitante a raíz
de que la crisis en las minas de carbón redujo el poder adquisitivo de las
clases más bajas, b) la solicitud de medidas proteccionistas por parte de
los dominios británicos productores de carne (Australia y Nueva Zelandia),
y c) la acusación de los ganaderos ingleses de que la carne argentina
estaba infectada con aftosa, lo cual obligó al gobierno británico a enviar
una carta en la que se solicitaba al argentino se extremaran los esfuerzos
para impedir la exportación de reses infectadas. (5)
Cabe recordar, además, que las industrias de exportación de Gran
Bretaña, enfrentadas con altos costos de producción y métodos
anticuados, estaban declinando. La participación británica en las
exportaciones mundiales de productos manufacturados cayó desde 29% a
22% del total entre 1913 y 1929, pero los textiles, el rubro de exportación
más importante, declinaron mucho más rápidamente. El desempleo,
concentrado en las ramas de las industrias textil y metalúrgica, permaneció
por encima del 10% entre 1924 y 1929. La depresión de la economía
británica estimuló la creación del ya mencionado Movimiento de
Preferencia Imperial, que apuntaba a reemplazar la tradicional política
británica de libre comercio con tarifas proteccionistas sobre los bienes
importados desde fuera del Imperio. (6) Como Gran Bretaña era el destino
de la mayor parte de las exportaciones de carne y de 25 a 30% de las
exportaciones totales, la Preferencia Imperial era una seria amenaza para
la economía argentina.
Esa amenaza, sumada a los rumores de implementación de un sistema
de cuotas por el gobierno británico para restringir las importaciones de la
Argentina, forzó a los sectores exportadores y al gobierno argentino a
reconsiderar su política comercial. La Sociedad Rural, tradicionalmente
favorable al libre comercio, había participado de una coalición
57
proteccionista en 1923, pero en 1927 adoptó una política dirigida a
asegurar el principal mercado para los productos agropecuarios mediante
acuerdos bilaterales. "Comprar a quien nos compra" fue el lema adoptado
a fines del año anterior para sintetizar la urgencia de la hora. En sus
publicaciones institucionales la Sociedad Rural sostenía que "nuestro país
debería ofrecer reducciones en los derechos tarifarios a cambio de
reducciones similares que otros países podrían ofrecer respecto de
nuestras exportaciones".
El lema, sin embargo, había surgido de una frase del embajador
británico, sir Malcolm Robertson, cuya traducción literal era "cómprennos
para que podamos comprarles". El embajador señaló que con dicha frase
no había pretendido sugerir un tratamiento preferencial para su país,
sino simplemente describir un mecanismo: si la Argentina importaba más
manufacturas británicas, el desempleo caería en Gran Bretaña, el nivel de
vida de los británicos mejoraría, y en consecuencia aumentaría el consumo
de productos argentinos. (7) Pero este mecanismo simplemente no existía:
en primer lugar, la Argentina no importaba una cantidad tan impresionante
de manufacturas británicas como para causar semejante efecto en el
empleo y el consumo; en segundo lugar, aunque ese efecto hubiese sido
posible, no garantizaba, dada la existencia del Movimiento de Preferencia
Imperial, que el mayor consumo de alimentos se tradujese en compras a la
Argentina. El embajador estaba efectivamente aludiendo a la posibilidad
de llegar a acuerdos bilaterales o estaba convencido de la ingenuidad de
los productores argentinos.
El mencionado lema también ha sido interpretado como una muestra de
nacionalismo y de inquietud ante el avance del capital norteamericano. (8)
No parece, sin embargo, más que la preocupación de un importante sector
de la economía argentina por preservar su principal mercado, frente a las
amenazas de perderlo. La implementación del lema no variaba
sustancialmente la estrecha vinculación que se había forjado entre la
economía argentina y la británica, basada en la inversión de capital y en la
corriente comercial. Difícilmente habría podido revertir la declinación de las
importaciones argentinas de Gran Bretaña que se observaba desde fines
de la década de 1890, pero sí podía afectar la recuperación de la
participación británica en las exportaciones argentinas que se estaba
dando lentamente a largo de la década de 1920. Como a principios de esa
década, cuando más baja fue la proporción del total de exportaciones
argentinas que se destinó a Gran Bretaña, la participación británica
duplicaba a la del segundo cliente argentino (en 1922 Gran Bretaña
compró el 22,2% de las exportaciones argentinas y Estados Unidos
11,8%), parece natural que los productores y el gobierno trataran de
asegurar el mercado amenazado en un momento -como la segunda mitad
de la década- en que la participación británica estaba creciendo y la
norteamericana declinando, sin que pudiese pensarse que Alemania, cuya
participación crecía, fuese un cliente estable, debido a los problemas
económicos derivados de la guerra que aún sufría.
58
El interés del gobierno y de los productores argentinos por preservar el
principal mercado de los productos argentinos encontró una respuesta
positiva del lado británico, no necesariamente por benevolencia, sino por la
magnitud de la presencia británica en la Argentina y la connotación política
de las importaciones de carne enfriada argentina en Gran Bretaña. La
respuesta británica a la preocupación argentina se concretó en la misión
comercial encabezada por lord D’Abernon, analizada más adelante.
Es decir, la guerra impuso condiciones que los productores argentinos
enfrentaron exitosamente, pero ese mismo éxito llevó a los problemas de
posguerra. Durante la guerra había caído la exportación de granos y carne
enfriada y había crecido la exportación de carne congelada. Como
consecuencia, el stock vacuno creció, en detrimento del área sembrada y
varió la composición de ese stock, debido al tipo de vacuno demandado. El
reajuste a las nuevas condiciones de la posguerra produjo una crisis en la
ganadería.
Los datos del Anuario del Comercio Exterior de la época indican que las
exportaciones de carne enfriada habían crecido hasta 1914, decayeron en
los dos años siguientes, alcanzaron su pico en 1917, para caer a valores
insignificantes en los dos años siguientes. La recuperación comenzó en
1920 y desde entonces crecieron de modo constante hasta 1925,
decayeron en los tres años siguientes y en 1929 y 1930 superaron los
valores de comienzos de la década. Las exportaciones de carne congelada
crecieron a causa de la guerra y alcanzaron su pico en 1918 y 1919.
Durante la década de 1920 sufrieron altibajos, pero la tendencia fue
declinante. Solamente en 1920-1921 y 1926-1927 el valor de las
exportaciones de carne congelada superó al de la carne enfriada. A pesar
de la importancia de las exportaciones de carnes, durante la década de
1920 el valor de las exportaciones de carne vacuna congelada y enfriada
fue inferior -excepto en 1921- al valor conjunto de las exportaciones de
lana y cueros.
Cabe señalar que el comercio de carnes mantuvo en la década de 1920
su anterior estructura oligopólica. Aunque 19 compañías participaron del
mismo, las exportaciones estuvieron dominadas por unas pocas: las
norteamericanas Swift, Armour y Morris; las británicas Vestey
Bros y Smithfield and Argentine Meat Company Ltd., las
angloholandesas Meat Company Ltd., River Plate British and Continental
Meat Company Ltd., y la argentina Sansinena y Cía. Ltda. En 1923, las
firmas norteamericanas controlaban el 51,95% de las exportaciones totales
de carne; entre las británicas, solamente Vestey Bros controlaba el 25,61%
de las exportaciones; mientras que firmas independientes, entre ellas
Sansinena, controlaban el 22,4% restante. Estos porcentajes muestran
claramente que una poco significativa fracción de las exportaciones de
carne estuvo en manos de compañías argentinas. (9) Durante la tercera
guerra de las carnes, que se inició en abril de 1925 y se extendió hasta
junio de 1927, los frigoríficos norteamericanos ganaron aún mayor ventaja
sobre sus competidores. A pesar de que el Reino Unido era el principal
59
destino de las exportaciones agropecuarias argentinas, las compañías
británicas no tuvieron una participación equivalente en ese comercio.
Los productores de carnes tuvieron una débil posición frente a las
compañías exportadoras. Las quejas de los primeros estaban dirigidas
contra las grandes compañías extranjeras, por sus métodos de
comercialización y clasificación de las carnes. En 1923, haciéndose eco de
esas quejas, el gobierno introdujo una serie de reformas en la
comercialización de carnes, consistentes en la represión de los trusts, la
creación de un frigorífico nacional y la supervisión estatal del comercio de
carne, incluyendo la fijación de precios mínimos para la carne. Los
empresarios de los frigoríficos creían que estas medidas no solucionarían
la crisis ganadera, por lo que propusieron medidas alternativas, tales como
reducciones de impuestos, disminución de los costos de producción,
mejoramiento de los rebaños e intervención mínima del Estado, limitada al
apoyo en la conquista de nuevos mercados externos para la carne. Las
medidas propuestas por los frigoríficos contaban con el favor de los
grandes estancieros e invernadores, mientras que los pequeños
productores y los criadores estaban de acuerdo con las medidas del
gobierno. De todas las medidas del gobierno, la de precios mínimos era la
más irritativa para los empresarios de los frigoríficos. Estos pensaban que
de ese modo la carne argentina quedaría excluida del mercado británico,
debido a que los sectores sociales de ingresos bajos y medios no podrían
absorber el aumento de precios. Los empresarios de los frigoríficos
sostenían que si eso sucedía sus compras de ganado disminuirían,
comprando sólo a clientes especiales, o podrían suspender sus
operaciones.
A pesar de su enorme poder económico, los dueños de los frigoríficos
no contaron con aliados externos en Washington o Londres. Aunque hubo
presiones en tal sentido, no existen pruebas concretas de la ayuda
diplomática de los gobiernos británico y norteamericano en ayuda de los
frigoríficos. Por el contrario, las autoridades británicas se negaron a
intervenir en favor de los frigoríficos. Estos obtuvieron el apoyo de aliados
internos, tales como la prensa de lengua inglesa (Buenos Aires
Herald y Review of the River Plate). Los frigoríficos no pudieron impedir la
aprobación de la reforma, pero suspendiendo sus operaciones por tres
semanas lograron que el control de precios fuese eliminado. (10)
Entre abril de 1925 y octubre de 1927 tuvo lugar la tercera y última
guerra de carnes, que se resolvió como las dos anteriores en favor de los
frigoríficos norteamericanos. El prólogo de la guerra comenzó en enero de
1925, cuando la firma Smithfield & Argentine, de propiedad británica,
aprovechando el retiro de Sansinena del pool frigorífico, anunció la
ampliación de su planta y pidió un incremento de su cuota del 5,065% al
8,50%. A su vez, la norteamericana Swift decidía la construcción de una
nueva planta en Rosario y también solicitaba el aumento de su cuota. Por
su parte, la poderosa firma británica Vestey construía enormes plantas
congeladoras en Dock Sur para oponerse a la norteamericana Swift en
60
Rosario.
Vestey era un poderoso rival para Swift pues tenía sus plantas
envasadoras, buques y compañías aseguradoras propios, depositaba la
carne en sus cámaras frigoríficas y vendía al público por intermedio
también de sus propias carnicerías. Pero Swift, el trust de Chicago, no
estaba dispuesto a dejar avanzar a los ingleses. (11) En consecuencia,
Swift y Vestey se prepararon para el enfrentamiento, que estalló en abril de
1925.
A pesar de las pérdidas, las batallas entre los frigoríficos continuaron
hasta octubre de 1927, fecha de la Tercera Conferencia de Fletes, en la
cual los empresarios de los frigoríficos llegaron al siguiente acuerdo de
cuotas de embarque: frigoríficos norteamericanos, 54,9%; británicos,
35,1% y argentinos, 10%. (12)
Las consecuencias más evidentes de la tercera guerra de carnes fueron
el afianzamiento de la presencia norteamericana y la concentración del
comercio de carnes en manos de tres grandes empresas: las
norteamericanas Swift y Armour y la británica Vestey. Los frigoríficos
argentinos vieron reducirse todavía más su cuota de participación y
terminaron incorporándose al bando norteamericano o al británico como
aliados secundarios.
Las dos primeras guerras de carnes habían beneficiado a los
ganaderos argentinos, ya que produjeron un aumento del precio del
ganado. La tercera guerra produjo un aumento del 12,2% en el precio del
ganado, pero, como el valor promedio mensual de las ventas descendió
más del 10%, el beneficio no fue tan marcado. La declinación de las
compras de carne por los frigoríficos se acentuó con posterioridad al fin de
esta guerra, ya que se vieron obligados a limitar sus exportaciones. La
reducción de la capacidad adquisitiva de los trabajadores británicos
produjo una contracción de la demanda de carne argentina, que afectó
especialmente a la carne enfriada entre 1926 y 1928 y a la carne
congelada desde 1928. También contribuyó a reducir la demanda la
solicitud de los dominios, especialmente Australia y Nueva Zelandia,
también productores de carnes, al gobierno británico para que les
concediese preferencias comerciales. Los conservadores, que llegaron al
gobierno de la mano de Stanley Baldwin a fines de 1925, fueron sensibles
a ese reclamo de protección imperial.
Asimismo, el cierre del mercado norteamericano para las carnes
argentinas por razones sanitarias en 1926 hizo temer la posibilidad de que
el Reino Unido siguiera el mismo camino. Los ganaderos comenzaron a
preocuparse por retener el mercado británico. El gobierno de Alvear,
receptivo a los intereses ganaderos, aceptando las recomendaciones
formuladas por el Ministerio de Agricultura y Pesca de Gran Bretaña,
decretó medidas sanitarias suplementarias en 1927 y 1928.
A principios de 1928, Charles Bathurst, primer barón de Bledisloe o lord
Bledisloe, secretario parlamentario del ministro británico de agricultura,
efectuó una visita a la Argentina, conocida como “misión Bledisloe”. El
61
comisionado británico traía el encargo de comprobar la veracidad de las
acusaciones de que la carne argentina estaba infectada con aftosa y
obtener garantías sanitarias.
En su visita a la Sociedad Rural, Bledisloe señaló que aunque su misión
se relacionaba con el problema de la aftosa, un embargo a la importación
de chilled beef por Gran Bretaña era difícilmente imaginable, a menos que
la aftosa alcanzara proporciones muy serias. Bledisloe propuso a los
miembros de la Sociedad Rural un "compromiso de honor" de no dejar salir
de sus establecimientos animales infectados con aftosa. En su opinión, tal
compromiso era un medio tanto o más eficaz que la imposición de nuevas
y más estrictas regulaciones sanitarias por el gobierno británico. (13)
Las palabras de lord Bledisloe fueron muy bien recibidas por los
miembros de la Sociedad Rural, que interpretaron su visita como una
muestra de la buena voluntad del gobierno del Reino Unido hacia la
Argentina. Este optimismo fue reforzado por las declaraciones de Juan E.
Richelet, agregado agrícola en la embajada argentina en Londres, quien
dijo que la misión de Bledisloe fue más allá del aspecto estrictamente
sanitario, y estuvo también motivada por intereses económicos, ya que las
carnes de Australia y Nueva Zelandia estaban afectadas por los precios
altamente competitivos de las carnes argentinas en el mercado británico.
Sin embargo, la posición del gobierno británico, expresada en la visita
de lord Bledisloe, no era compartida por todos los sectores de opinión en
Gran Bretaña. Desde las páginas de The Times, otras voces, como la de
sir William Haldane, señalaban que la fiebre aftosa estaba fuera de control
en la Argentina y que el "compromiso de honor" obligaba al Reino Unido a
comprar carnes que no tenían garantías suficientes. Los mismos
argumentos fueron expresados en la Cámara de los Lores. Bledisloe los
enfrentó argumentando que los procedimientos de inspección de las
carnes argentinas eran muy eficientes y que el "compromiso de honor"
tendría el efecto buscado. A pesar de las opiniones en contra, el gobierno
británico sostuvo la posición de Bledisloe, de modo que el "compromiso de
honor" pasó a constituir la base de varias décadas de comercio de carnes
entre la Argentina y Gran Bretaña, hasta la prohibición sobre reses
importadas por parte de este último país de fines de la década de 1960.
(14)
No obstante, si bien las autoridades británicas mantuvieron las puertas
abiertas a las carnes argentinas, presionadas por los ganaderos se
mantuvieron alertas a la posibilidad de contagio. Prueba de esto fueron las
continuas visitas de expertos sanitarios del Reino Unido a la Argentina,
algunas realizadas sorpresivamente para evitar posibles ocultamientos de
reses enfermas.
Entre ellas debe mencionarse la de Lamb Frood, que llegó en mayo de
1927, meses antes de la misión Bledisloe, y la de Harry German, asesor
técnico de la National Farmer's Union -la más importante organización de
productores rurales británicos-, que visitó la Argentina en agosto de 1928.
Estos expertos tenían por función supervisar los procedimientos de policía
62
sanitaria del gobierno argentino. El informe de German consideró al estado
sanitario de los ferrocarriles y de los corrales de Liniers como responsable
de los estallidos de aftosa en Gran Bretaña.
A su vez, en noviembre de 1928, con el objetivo de desmentir los
rumores de que la carne argentina estaba infectada de aftosa, la Sociedad
Rural patrocinó una visita de parlamentarios británicos a las principales
estancias. En 1929, el agregado agrícola en la embajada argentina en
Londres Juan E. Richelet publicó en Londres un libro titulado Una defensa
de la carne argentina, como parte de una campaña publicitaria en favor del
consumo de carne argentina. Richelet desmentía allí los argumentos
basados en razones sanitarias y sostenía que los ataques a la carne
argentina se debían a una actitud proteccionista de los ganaderos
británicos. (15)
Los británicos tomaron seriamente el riesgo de infección proveniente de
las carnes importadas, dado el alto costo de la erradicación de la fiebre
aftosa. La diferencia entre la actitud norteamericana y la británica, se
debió, sin embargo, a que Estados Unidos no necesitaba de la carne
argentina, por lo que podía responder de manera drástica al problema
sanitario planteado por la carne importada. Al considerar el embargo
norteamericano exclusivamente como una manifestación de
proteccionismo, los productores y autoridades argentinos colocaron al país
en una posición comercial débil, ya que en lugar de adoptar severas
medidas sanitarias para evitar o mitigar el embargo apostaron al mercado
británico.
Para las autoridades y ganaderos argentinos la continuada aceptación
de las carnes argentinas por Gran Bretaña sólo era una prueba de la mala
voluntad norteamericana y de la buena voluntad británica. Sucedía, sin
embargo, que los intereses de los ganaderos británicos -a quienes podía
perjudicar el contagio de la aftosa- se veían contrarrestados por los de los
industriales, para quienes la carne argentina, que por su bajo precio se
había convertido en un artículo habitual de la dieta de la clase trabajadora,
servía para contener presiones salariales que hubiesen agravado aún más
la pérdida de competitividad internacional de la economía británica. (16)
La preocupación británica también se reflejó en las acciones del
embajador británico en la Argentina, Malcolm Robertson. En una entrevista
que mantuvo con el presidente Hipólito Yrigoyen a fines de noviembre de
1928, Robertson urgió al presidente a considerar la gravedad de la
situación y le adelantó que, en caso de encontrarse rastros de aftosa en
alguna res importada desde la Argentina, el gobierno británico podría verse
obligado a prohibir la importación de carne enfriada. (17) La amenaza del
embajador y la creación en Gran Bretaña del Movimiento de Preferencia
Imperial en favor de la importación de productos de los dominios o colonias
británicas antes que de la Argentina exacerbaron los temores de los
ganaderos argentinos de quedar excluidos del mercado británico. Por este
motivo, pocas semanas después de la entrevista de Robertson con
Yrigoyen, el senador radical Diego Luis Molinari visitó al embajador y le
63
propuso en nombre del presidente el envío de una misión británica para
conversar sobre posibles acuerdos comerciales. Esta misión se llevó a
cabo en 1929 y fue encabezada por lord D’Abernon, quien firmó con el
gobierno argentino una serie de convenios.
En efecto, al asumir su segunda presidencia Yrigoyen debió enfrentar
una difícil situación económica. El valor de las exportaciones cayó un 10%
en 1929 respecto del año anterior y 36% en 1930 respecto de 1929,
mientras que la balanza comercial pasó de un saldo positivo de 218
millones de pesos oro en 1928 a uno negativo de 125 millones en 1930. La
Argentina había retornado al patrón oro en agosto de 1927, tras catorce
años de inconvertibilidad, pero ante las presiones de una balanza de
pagos negativa debió abandonarlo en diciembre de 1929. (18)
Cuando la misión D’Abernon llegó a Buenos Aires en agosto de 1929, la
situación no era tan alarmante como después del crash de la bolsa de New
York en octubre, pero algunos síntomas perturbadores, además de los
referidos a las relaciones bilaterales entre la Argentina y Gran Bretaña, es
posible que ya se estuviesen percibiendo. Para 1929, en efecto, el Anuario
del Comercio Exterior indica que las exportaciones a tres de los principales
clientes argentinos sufrieron bruscas caídas respecto de los valores del
año anterior: en el caso de Alemania pasaron de 144,8 a 95,5 millones de
pesos oro, en el de Holanda de 117,3 a 92 millones de pesos oro y en el
de Italia de 91,9 a 54,8 millones de pesos oro. En 1928 estos tres países
habían comprado 33,6% de las exportaciones argentinas, en 1929
compraron 25,4%.
Los fuertes y permanentes saldos negativos en la balanza comercial del
Reino Unido con la Argentina hicieron que el gobierno británico reclamara
una mayor reciprocidad argentina por lo menos desde mediados de la
década de 1920. Justamente, la publicitada visita a la Argentina de
Eduardo de Windsor, príncipe de Gales, en agosto y septiembre de 1925,
tuvo como objetivo promover el comercio angloargentino. (19) Tras la visita
del príncipe, el embajador británico en la Argentina hizo considerables
esfuerzos para aunar los diversos intereses británicos con el fin de obtener
concesiones comerciales de la Argentina.
En 1928 tres miembros del Parlamento británico de visita en la
Argentina criticaron las regulaciones sanitarias norteamericanas,
contrastándolas con el más benévolo tratamiento dado por Gran Bretaña a
las exportaciones de carne argentina. Los parlamentarios dieron el primer
paso en la búsqueda de un tratado comercial preferencial de la Argentina
hacia los productos del Reino Unido, pidiéndole a las autoridades
argentinas que renunciaran a todos sus tratados comerciales con otros
países. Tras esto, sugerían, la Argentina sólo debía firmar nuevos tratados
con la cláusula de nación más favorecida con los países que no
discriminaran, por razones arancelarias o sanitarias, contra sus
exportaciones. Los parlamentarios pidieron además un 10% de reducción
en las tarifas sobre las manufacturas británicas.
En realidad, el blanco de las sugerencias de los parlamentarios
64
británicos era Estados Unidos, que quedaría excluido de los nuevos
tratados comerciales si no cambiaba sus regulaciones sanitarias. en ese
sentido, en enero de 1929 se formó en Buenos Aires un Comité Anglo-
Argentino que, junto con un comité similar en Londres, tendría por objetivo
eliminar intermediarios y bajar los precios de las manufacturas británicas
en el mercado argentino, para competir más efectivamente en él con las
manufacturas norteamericanas.
En este contexto de preocupación británica por la competencia
norteamericana en la Argentina y de preocupación argentina por el peligro
de que las restricciones que afectaban a sus productos en Estados Unidos
y Europa continental se extendiesen a su principal mercado, Gran Bretaña,
como lo pedía un movimiento proteccionista surgido allí, llegó a Buenos
Aires una delegación de prominentes hombres de negocios británicos,
encabezada por Edgar Vincent, el primer vizconde D’Abernon.
La misión tenía por objeto obtener concesiones del gobierno argentino
en las áreas de finanzas, industria y comercio y era percibida como una
oportunidad de recobrar el terreno cedido a los intereses norteamericanos
en la Argentina desde la Primera Guerra Mundial. Cabe aclarar que la
Cámara de Comercio Británica en Buenos Aires no creía que se pudiesen
obtener medidas significativas del gobierno argentino para incrementar las
compras a Gran Bretaña, ya que sus esfuerzos en tal sentido, realizados
en 1926, habían fracasado.
Sin embargo, el Tratado Oyhanarte-D’Abernon, firmado en septiembre
de 1929, obligaba al gobierno argentino a comprar 9 millones de libras
esterlinas en equipos para los ferrocarriles estatales a cambio de las
seguridades británicas de compra de un monto equivalente de productos
agropecuarios. El acuerdo también incluía la promesa del gobierno
argentino de considerar favorablemente el proyecto de una firma británica
para construir una red nacional de elevadores de granos, el otorgamiento
por el gobierno argentino de preferencias a los contratistas británicos en
ciertas obras públicas, la seguridad de que las líneas férreas serían
compradas en Gran Bretaña (y no en Francia o Bélgica), y la promesa de
abolir el impuesto a los agentes viajeros, que resultaba muy molesto para
los hombres de negocios británicos. Como consecuencia del acuerdo, en
noviembre de 1929 se decretó una reducción del 50% de la tarifa existente
sobre hilos y telas que contuvieran seda artificial importada del Reino
Unido. El acuerdo fue aprobado por la Cámara de Diputados el 13 de
diciembre de 1929 por una abrumadora mayoría y en Gran Bretaña fue
recibido con gran entusiasmo.
El embajador británico interpretó el acuerdo como una victoria
diplomática de su país, lo cual implicaba, por su participación en las
negociaciones, que era también una victoria de su propia habilidad. Para
Robertson, según escribió en su correspondencia en enero de 1930, su
país había obtenido 9 millones de libras esterlinas del gobierno argentino,
que de otro modo, porque los productos británicos eran más caros que los
de la competencia, "no habríamos tenido la más mínima oportunidad de
65
conseguir", y "en recompensa nos comprometimos a comprar sólo una
verdaderamente pequeña fracción de lo que inevitablemente compramos".
Creía, por lo tanto, que su país había obtenido "algo a cambio de nada" y
que los argentinos no se habían dado cuenta de la "extrema debilidad del
gobierno argentino en esta cuestión". Robertson no alcanzó a comprender
el significado de la afirmación que Yrigoyen le había hecho en el curso de
las negociaciones a lord D’Abernon y a él: "No tengo ningún reparo en
absoluto acerca de los detalles. Quiero que éste sea un gran gesto moral
hacia el país de ustedes". (20) La política se encargaría de especificar
cuáles detalles de ese gesto podrían implementarse.
El acuerdo fue criticado en la Argentina y el primer obstáculo derivó de
la ilegalidad de algunas de sus cláusulas. La cláusula 5, que otorgaba al
gobierno argentino la opción de comprar directamente a las factorías
británicas, chocaba contra lo establecido por el artículo 22º de la Ley 423 y
el artículo 3º de la Ley 6.775. Los opositores a Yrigoyen señalaron los
productos argentinos que según el acuerdo no agregarían demasiado al
comercio anglo-argentino ya existente, ya que sólo el valor de las
exportaciones de carne cuadruplicaba esa cifra.
Además, la rebaja del arancel sobre la seda artificial británica produjo
cierta controversia. La clasificación aduanera argentina no diferenciaba
entre seda natural y seda artificial, pero ésta, por precio, estaba más cerca
de los artículos finos de algodón que de la seda natural. Por esa razón los
británicos habían negociado con el gobierno argentino esa rebaja
arancelaria. La falta de diferenciación entre la seda natural y la artificial en
el arancel argentino había operado como una barrera protectora, tras la
que habían surgido varias fábricas que producían seda artificial. La Unión
Industrial Argentina, por lo tanto, se manifestó en contra de la rebaja
arancelaria, como también Francia, para la que se habían violado tratados
existentes. Ante estas presiones, Yrigoyen decidió anular las rebajas
concedidas. (21)
De todos modos, Yrigoyen utilizó el optimismo generado por el Tratado
Oyhanarte-D’Abernon para obtener préstamos en Gran Bretaña.
Primeramente se colocó a través de Baring Brothers un empréstito de 5
millones de libras esterlinas. El empréstito sería depositado en Londres y
acreditado a la cuenta de la Caja de Conversión, que quedó fuera de
operación ya que la Argentina suspendió sus pagos de oro en diciembre
de 1929. (22) Entusiasmado con este éxito, Yrigoyen negoció con la casa
Baring otro empréstito de 30 millones de libras esterlinas. Esta segunda
colocación fue objetada por el gobierno británico, que no confiaba
completamente en las condiciones financieras de la Argentina. Los fondos
fueron finalmente obtenidos, pero no en Gran Bretaña sino en Estados
Unidos. En abril de 1930, dos bancos norteamericanos, The Phoenix
Corporation y Chatham, prestaron 50 millones de dólares a la Argentina
por seis meses, una suma menor que la requerida a la casa Baring. (23)
Mientras tanto, las marchas y contramarchas dadas con el arancel de la
seda artificial anticiparon el destino del tratado Oyhanarte-D’Abernon,
66
aclarando el sentido de la expresión transcripta por Robertson: el gesto de
buena voluntad importaba más que los detalles. Yrigoyen, antes que
delimitarlos por sí mismo, prefería que la realidad política se encargara de
aclararlos. El tratado fue aprobado por la Cámara de Diputados, pero
cuando el gobierno de Yrigoyen cayó, el 6 de septiembre de 1930, el
Senado aún no lo había considerado. (24)
Es interesante destacar que desde la perspectiva británica, "la misión
D’Abernon había sido un fracaso", mientras que, desde la perspectiva
argentina, lo fue mucho menos. No hubo cambios sustantivos en la política
comercial argentina: los aranceles no fueron modificados y las carnes
argentinas siguieron exportándose a Gran Bretaña. La enorme cobertura
de las negociaciones D’Abernon por la prensa británica, sin embargo, fue
un elemento que favoreció la imagen de Yrigoyen en Londres y renovó la
confianza de los inversores británicos hacia el mercado argentino. El
carácter bilateral de las conversaciones y su descarada apariencia pro-
británica sirvió como una advertencia a Estados Unidos, cuyo gobierno
tuvo en esos momentos la intención de introducir nuevas tarifas aduaneras
que habrían restringido aún más las exportaciones argentinas. El tratado,
visto desde esta perspectiva, fue una hábil jugada de Yrigoyen, que le
permitió al gobierno argentino ganar tiempo en su enfrentamiento con el
creciente Movimiento de Preferencia Imperial. (25)
La caída de Yrigoyen y la política más proteccionista de las nuevas
autoridades argentinas provocó un vívido debate en la Cámara de
Comercio Británica acerca del futuro de las empresas del Reino Unido en
el Río de la Plata. Algunos miembros de la Cámara, desilusionados con los
resultados de la misión D’Abernon, reclamaron una represalia.
Demandaron que Gran Bretaña abandonase el libre comercio, imponiendo
tarifas a los bienes argentinos y respaldando a los importadores británicos
en la Argentina en su enfrentamiento con el proteccionismo. Los
representantes de la industria británica en la Argentina, en cambio,
tomaron distancia de la postura de los importadores, argumentando que
las tarifas protectoras argentinas habrían de crear oportunidades para el
surgimiento de nuevas compañías, "como ramales de una compañía
madre en Gran Bretaña, o como unidades individuales". Tales industrias
habrían de emplear capital, maquinaria, accesorios y personal técnico
británicos. (26)
El tratado Oyhanarte-D’Abernon quedó, como lo quiso Yrigoyen, en un
gesto moral. Tras la caída de Yrigoyen, la depresión, el aparente triunfo de
la filosofía de la Preferencia Imperial en Ottawa en 1932, y la imposición
por el gobierno argentino de tarifas protectoras y del control de cambios
presentaron nuevos problemas a las relaciones económicas entre la
Argentina y Gran Bretaña, que requirieron un nuevo acuerdo bilateral.
Como resultado de estas negociaciones bilaterales, se firmó en 1933 el
Tratado Roca-Runciman.
Finalmente, en lo que respecta a las inversiones extranjeras durante la
década de 1920, la mitad de éstas se localizó en los ferrocarriles, sector en
67
el que Gran Bretaña mantuvo su preeminencia. El hecho de no ser ya en
estos años un rubro tan redituable explica en parte el desplazamiento del
capital inglés por el norteamericano. En esta década, ingleses y
norteamericanos se disputaron el rubro empréstitos, dado que el gobierno
argentino recurrió asiduamente al capital extranjero para equilibrar los
déficit presupuestarios que no lograron saldarse ni con impuestos internos
ni con ingresos aduaneros.
Según un estudio publicado por Alejandro Bunge en febrero de 1928, la
distribución de capitales británico y norteamericano al 31 de octubre de
1927 era la siguiente: de un monto total de inversiones extranjeras de
7000 millones de pesos moneda nacional, 4700 millones correspondían a
capitales de origen británico, 1148 millones a norteamericanos y 1175 a
capitales de otras nacionalidades (alemanes, franceses, belgas, italianos,
suizos, etc.). De los 4700 millones de pesos moneda nacional de origen
británico, 900 fueron destinados a empréstitos, 2800 a ferrocarriles y 1000
a sectores varios. Por su parte, de un total de 1148 millones moneda de
pesos nacional correspondientes a capital norteamericano, 863 fueron
destinados a empréstitos, 190 a frigoríficos, 30 a explotaciones petroleras
y 65 millones a sectores varios. (27) Estas cifras demuestran el peso
adquirido por los empréstitos al gobierno, tanto en el caso de los capitales
británicos, como en el de los norteamericanos, durante la década de
1920.
En el rubro petróleo, se registraron inversiones importantes. Como
consecuencia de la escasez de combustible sufrida durante la Primera
Guerra Mundial, el consumo de petróleo y sus derivados creció desde la
finalización del conflicto. También creció la producción interna del petróleo,
como resultado de inversiones efectuadas en el sector por el gobierno y
compañías privadas. En 1922 el consumo total alcanzaba 1,5 millones de
metros cúbicos, de los cuales 30,5% correspondía a la producción
nacional. En 1930 el consumo alcanzó 3,4 millones de metros cúbicos, de
los cuales 41,7% correspondía a la producción nacional. (28)
En consecuencia, las compañías petroleras extranjeras pusieron su
atención, en un principio, sobre las tierras petroleras cercanas a la reserva
estatal de 5000 hectáreas de Comodoro Rivadavia. La primera compañía
privada argentina de petróleo, Astra (Compañía Argentina de Petróleo
S.A.), consiguió una concesión de 1500 hectáreas e inició la producción
en Comodoro Rivadavia en 1916. En 1920 el control de Astra pasó a
manos de intereses alemanes, pero la compañía siguió teniendo estrechas
relaciones con el gobierno de Yrigoyen, que le compraba el petróleo para
la Armada. (29)
Entre los inversores privados que comenzaron a invertir en los
yacimientos petrolíferos patagónicos también se encontraban los
ferrocarriles británicos, que habían sufrido particularmente la escasez de
combustible durante la guerra. Las compañías ferroviarias consideraban
que el abastecimiento de petróleo era más económico y seguro que el del
carbón importado. Tres de los principales ferrocarriles británicos, el Sud, el
68
Oeste y el Pacífico, formaron en 1920 un consorcio, la Compañía
Ferrocarrilera de Petróleo, que arrendó por veinte años a una compañía
privada argentina una concesión de 1500 hectáreas contigua a la reserva
estatal de Comodoro Rivadavia. Este consorcio inició inmediatamente la
construcción en Comodoro Rivadavia de una refinería, con una capacidad
de producción de 1300 metros cúbicos diarios. Los ferrocarriles
transformaron rápidamente sus locomotoras para utilizar petróleo como
combustible. (30)
También en 1920, la firma británica Whitehall Petroleum Corporation,
Limited propuso a Yrigoyen la creación de una empresa mixta, en la que
se comprometía a invertir 5 millones de libras esterlinas, equivalente al
50% del capital accionario, ofreciendo experiencia, crédito, funcionarios y
dirección, mientras que el gobierno argentino debía aportar su reserva de
5000 hectáreas de Comodoro Rivadavia, como la otra mitad del capital. La
compañía mixta resultante tendría el monopolio de la explotación,
producción, refinación y transporte de la reserva estatal por un lapso de 51
años, y sería eximida de impuestos, así como autorizada a exportar
petróleo. A cambio, el Estado recibiría el 65% de las ganancias netas.
(31)
Luego de largas negociaciones con los representantes de Whitehall,
Yrigoyen rechazó la propuesta. Las negociaciones fracasaron porque el
presidente pidió para sí el poder de prohibir exportaciones y de fijar precios
de venta, condiciones que la empresa no aceptó. El ministro británico
James Ronald Macleay informó al Foreign Office que la decisión del
gobierno argentino se debía a "una especie de patriotismo extraviado que,
como en China, descubre en cualquier concesión de derechos mineros a
extranjeros una irreparable renuncia a un bien nacional inapreciable", y
que además había influido en la decisión presidencial la existencia de
"intereses creados" que incluían a senadores y diputados dedicados a la
compra del petróleo estatal para "revenderlo, naturalmente a un precio
más alto, a amigos y clientes". (32) A la diplomacia británica no pareció
sensata ni honesta la decisión del gobierno argentino, pero se abstuvo de
presionar para obtener un resultado favorable a la Whitehall Petroleum.
Sea cuales fueren los motivos del diplomático británico para efectuar tales
comentarios en sus informes, la postura del gobierno argentino parece
haberse debido a que la propuesta no era convincente, ya que otras
compañías de capital británico, la Anglo-Persian Company y Diadema
Argentina, subsidiaria de la Royal Dutch Shell, accedieron a tierras
petrolíferas en la Patagonia a principios de la década de 1920. (33)
Por otra parte, la exploración y el refinamiento del petróleo también
fueron un campo de conflicto entre las compañías petroleras británicas y
norteamericanas. La competencia entre la británica Anglo-Persian y la
norteamericana Jersey Standard puede verse a través del proyecto de
construcción de una refinería para YPF. Ese proyecto fue presentado por
el presidente Marcelo T. de Alvear al Congreso solicitando la asignación de
los fondos necesarios a mediados de 1923, pero no fue aprobado. El
69
presidente ordenó entonces buscar empresas extranjeras que estuvieran
dispuestas a construir la refinería a crédito.
A fines del mismo año, el gobierno aprobó un contrato preliminar con la
norteamericana Bethlehem Steel Corporation para la construcción de una
refinería en las cercanías de la ciudad de La Plata. Esta decisión del
gobierno argentino causó irritación en la compañía británica Anglo-Persian,
que había albergado hasta ese momento el proyecto de construir y operar
una refinería a medias con YPF. Un ejecutivo de la Anglo-Persian en la
Argentina, Arnold Wilson, vio en ese contrato una maniobra de la Jersey
Standard, a la que creía detrás de la Bethlehem, para adueñarse del
control de la industria petrolera estatal cuando YPF se mostrase incapaz
de operarla. Sin embargo, los funcionarios de la Jersey Standard se
sintieron tan desalentados por la construcción de una refinería de YPF
como los de la Anglo-Persian, a cuyas maquinaciones atribuían el proyecto
de construcción de la misma. (34)
Además, el presidente Alvear además firmó dos decretos en enero de
1924 que afectaban las operaciones de las compañías petroleras privadas.
Por un lado, se creaba una vasta reserva petrolera estatal, de unas 33
millones de hectáreas, en los territorios nacionales (27,6 millones de
hectáreas en Neuquén, 4,8 millones en Chubut y las restantes 430.000
hectáreas en Tierra del Fuego); y, por otro, se decidía un riguroso examen
de la capacidad financiera de los solicitantes de concesiones para eliminar
los pedidos especulativos característicos del período 1920-1923. (35)
Esos decretos provocaron una protesta de los intereses privados locales
y dieron lugar a una disputa entre el gobierno argentino y la Anglo-Persian,
que operaba en Comodoro Rivadavia desde 1921. En 1925, las
exploraciones de la Anglo-Persian revelaron que existían ricos yacimientos
en las adyacencias de sus concesiones, por lo que la compañía solicitó los
derechos de perforación sobre algunos miles de hectáreas adicionales.
Esta extensión, sin embargo, estaba comprendida dentro del área de
reserva, por lo que el gobierno rechazó el pedido. Ese mismo año YPF
inició trabajos de perforación a 50 metros del límite de la concesión de
la Anglo-Persian. Charles Greenway, presidente del directorio de esta
compañía, pidió que YPF suspendiera la perforación, pero el gobierno
rechazó su pedido. (36)
La decisión del gobierno argentino redujo a la empresa petrolera
británica a jugar un pequeño papel en la producción petrolera argentina.
Esta situación fue criticada por la prensa del Reino Unido, pero el Foreign
Office la aceptó sin protestar. Tanto los representantes de la Anglo-
Persian como los de la norteamericana Standard Oil culparon al ministro
de Agricultura, Tomás Le Bretón, por la controversia. Tras su renuncia en
ese mismo año de 1925 por razones ajenas al conflicto, sin embargo, la
política petrolera del gobierno mantuvo el mismo rumbo. (37)
Más tarde, el blanco principal de la política petrolera de Yrigoyen
durante su segunda presidencia (1928-1930) fue la Standard Oil. Esto fue
una respuesta, por un lado, al proteccionismo norteamericano, y por otro, a
70
las conexiones de esa compañía con los gobiernos de Salta y Jujuy, que
se habían negado a revocar las concesiones otorgadas a la Jersey
Standard y que resistieron los intentos de Alvear por proteger el futuro de
YPF en esas provincias y consolidar el dominio de este organismo a nivel
nacional.
En julio de 1928 los radicales yrigoyenistas o personalistas presentaron
al Congreso la legislación que autorizaba las expropiaciones a compañías
petroleras privadas y garantizaba a YPF el monopolio completo de la
industria petrolera argentina. El proyecto fue aprobado en septiembre del
mismo año por la Cámara Baja, donde había mayoría radical, pero no
pudo superar la oposición del Senado, que resistió los planes de
monopolio y expropiación durante las sesiones de 1928. (38) Para
presionar al Senado durante las sesiones de 1929 el yrigoyenismo
organizó a los estudiantes universitarios y realizó manifestaciones públicas
contra la Standard en las principales plazas de Buenos Aires, incluyendo
Plaza Italia y Plaza Constitución.
La campaña del Partido Radical contra las petroleras extranjeras recibió
apoyo de la Alianza Continental, una asociación creada en 1927 por el
abogado e intelectual Arturo Orzábal Quintana para combatir el
imperialismo económico norteamericano. (39) La Argentina, un diario
dirigido por el general Alonso Baldrich, uno de los más enfáticos
defensores del nacionalismo en política petrolera, no dudó en acusar a
la Standard Oil y al Senado como socios de una conspiración
inescrupulosa que quería evitar que el pueblo argentino gozara de las
consecuencias de una política petrolera nacionalista. (40)
Un importante golpe contra la Standard Oil fue asestado en mayo de
1928, cuando el gobernador yrigoyenista o personalista de la provincia de
Salta Julio Cornejo restableció la reserva petrolera provincial, canceló los
permisos de exploración concedidos a partir de 1925 y ordenó a
la Standard que suspendiera las operaciones en las áreas en disputa con
YPF. Estos decretos perjudicaban las operaciones de la compañía
petrolera, que decidió llevar sus reclamos a la Corte Suprema. Este tema
trascendió los límites provinciales para atraer la atención del gobierno
nacional. Mientras el abogado Silvio Bonardi, protegido de Yrigoyen y
representante del gobierno de Salta, sostenía que el gobierno nacional no
podía sujetarse a la "servidumbre económica" de un trust extranjero, el
abogado Rómulo S. Naón, en representación de la Standard, demostró
que la compañía había actuado dentro de la ley. Finalmente, la Corte
emitió en junio de 1930 un juicio favorable a la Standard. (41)
De cualquier modo, la política petrolera de Yrigoyen no afectó del mismo
modo los intereses de las compañías británicas. Una subsidiaria de
la Royal Dutch Shell que explotaba concesiones petroleras en Chubut,
Diadema Argentina, había obtenido de Alvear un permiso de construcción
de una refinería, que Yrigoyen anuló. Ante la presión del Foreign Office,
ejercida a través del embajador Robertson, el presidente revocó la
anulación en mayo de 1930, permitiendo a Diadema continuar la
71
construcción. (42) Por su parte, la Anglo-Mexican se ocupó durante la
presidencia de Yrigoyen de la importación y distribución de combustible en
la Argentina. (43)
En cuanto a las inversiones en el sector ferroviario, se observa que las
cuatro líneas ferroviarias de capital británico (Gran Sur, Oeste, Central
Argentino y Buenos Aires al Pacífico) gozaron de una situación próspera
durante los años de la Primera Guerra Mundial, debido a las buenas
exportaciones de granos argentinas y la apreciación del peso respecto de
la libra esterlina.
Recién hacia 1920 este cuadro de situación comenzó a cambiar. Con el
fin de la guerra los mercados de exportación comenzaron a encogerse, las
importaciones argentinas aumentaron y las exportaciones declinaron. En
julio de 1920, preocupado por la salida de oro del país, el gobierno ordenó
el embargo de las exportaciones del preciado metálico. Siguió entonces
un rápido proceso de depreciación del peso argentino respecto de las
monedas extranjeras, y hacia marzo de 1921, los ferrocarriles sufrieron
pérdidas en la conversión de pesos a libras esterlinas. (44) Las acciones
de las compañías ferroviarias británicas cayeron en la Bolsa de Valores de
Londres. Así es que, si se compara el valor promedio de las acciones de
las cuatro grandes compañías en 1913 con el valor de las mismas a fin de
diciembre de 1920, se observa una declinación promedio de 47%. (45)
Asimismo, los problemas financieros llevaron a aumentos de tarifas, lo
cual generó serios roces entre el gobierno y las compañías, pero la presión
de diversos sectores -productores agropecuarios, industriales y políticos-
hizo que el primero no autorizara los incrementos tarifarios. En agosto de
1921 lord St. Davids, presidente del directorio londinense de la compañía
Buenos Aires al Pacífico, en esos momentos presente en Buenos Aires, se
entrevistó en nombre de las compañías ferroviarias con Yrigoyen, para
insistir en la necesidad de efectuar esos aumentos. El presidente se
comprometió a aprobarlos, pero mediante una serie de maniobras
burocráticas la decisión fue postergándose. La intención de Yrigoyen fue
calmar a los círculos ferroviarios en Londres, ya que durante varias
semanas las acciones ferroviarias argentinas habían oscilado ampliamente
debido a la especulación que generó el estado de incertidumbre acerca del
futuro de las tarifas. Con la noticia de que el gobierno argentino había
autorizado las tarifas, el mercado se estabilizó. (46)
Las líneas férreas comenzaron a cobrar tarifas más altas el 1º de
septiembre de 1921, luego de recibir la autorización del director general de
Ferrocarriles, pero debido a la presión de la opinión pública y la proximidad
de elecciones en la provincia de Córdoba, el gobierno no publicó la
resolución en el Boletín Oficial y posteriormente el presidente anunció a
través de la prensa que nunca había autorizado los aumentos tarifarios.
Aun cuando las compañías ferroviarias consideraban haber actuado dentro
de la ley, decidieron no presentar al público su versión de la controversia
para no enfrentar al gobierno. A fin de septiembre, los aumentos de tarifas
fueron oficialmente cancelados por el gobierno. (47)
72
Debido a la seriedad de la disputa tarifaria, las juntas locales de las
compañías decidieron consultar a los directorios en Londres respecto de
posibles cursos de acción. Luego de una serie de deliberaciones, las
compañías decidieron retirar bajo protesta todos los aumentos de tarifas
de dudosa legalidad, y recurrir a la justicia para mantener los que habían
sido aprobados por el director general de Ferrocarriles. (48)
El gobierno argentino puso en marcha entonces una campaña de
prensa contra las compañías y les aplicó multas por no cancelar todos los
aumentos. Los ferrocarriles Gran Sur, Pacífico y Oeste, con el objetivo de
forzar el tratamiento de la controversia tarifaria en las cortes judiciales,
anunciaron que no pagarían las multas, a menos que fueran obligados por
la justicia. Las compañías intentaban desafiar legalmente el derecho del
gobierno a regular las tarifas ferroviarias, pero el gobierno reaccionó
velozmente y logró que la Justicia conminara a las compañías a pagar las
multas. Los ferrocarriles no desafiaron a la justicia: a mediados de octubre
pagaron las multas y cancelaron los aumentos tarifarios, pero reclamando
judicialmente la devolución de las multas. (49)
El litigio tarifario fue largo y enredado, teñido de matices políticos. Los
directores locales concluyeron que eran víctimas de la maquinaria política
radical y del gobierno de Yrigoyen, que deliberadamente "excitaba las
pasiones del público" contra las compañías ferroviarias controladas por el
capital extranjero, las que no tenían voz en las elecciones locales. El
embajador británico coincidió con la percepción de las compañías y criticó
el trato dado a las mismas, subrayando que Yrigoyen había sacrificado los
intereses de los ferrocarriles para no correr el riesgo de perder algunos
votos para su partido. (50)
Como la inversión británica en los ferrocarriles argentinos no era una
cuestión menor, la controversia tarifaria llegó a la Cámara de los Comunes
en octubre de 1921. Algunos miembros del Parlamento trataron de que el
gobierno británico enviara una representación diplomática a Buenos Aires
en apoyo de los ferrocarriles, noticia que fue explotada políticamente por la
prensa opositora de Buenos Aires. Las compañías ferroviarias
consideraron que la evolución de la cuestión en esa dirección exacerbaría
la incómoda posición en que se hallaban e hicieron saber al gobierno
británico que no deseaban ninguna presentación diplomática en su
favor. En opinión de aquellas, el asunto era puramente político y finalizada
la elección presidencial de abril éste se solucionaría. (51)
La batalla por las tarifas continuó en 1922. El gobierno invitó a grupos
económicos locales a dialogar con los representantes de las compañías
ferroviarias. Aunque la mayoría de los delegados admitió que los
ferrocarriles estaban en el medio de una crisis financiera real, ninguno
aceptó que los incrementos tarifarios fuesen la solución. No obstante, los
grupos económicos locales aceptaron aumentos de tarifas en el transporte
de bebidas alcohólicas, tabaco, cereales y lino. También se propusieron
aumentos en las tarifas del transporte de pasajeros y equipajes, pero no
hubo ningún incremento que afectara el transporte de carne. Finalmente,
73
en junio de 1922, Yrigoyen, ansioso por colocar un empréstito en Inglaterra
para consolidar la deuda flotante y extender los ferrocarriles de propiedad
estatal, autorizó los incrementos tarifarios. Las líneas férreas comenzaron
a recaudar las nuevas tarifas el 1º de agosto de 1922, tras haber
soportado la crisis financiera durante más de un año. (52)
Hacia mediados de la década de 1920 los ferrocarriles disfrutaron de un
nuevo período de prosperidad, que produjo una nueva controversia
tarifaria. Ante la caída de los precios internacionales de los granos, en
1926 el gobierno de Alvear, presionado por los productores, exploró la
posibilidad de recortar tarifas. Las compañías ferroviarias acordaron
rebajas, pero en 1927, ante una caída aún más precipitada de los precios
de los granos, los productores de cereales, apoyados por sectores
comerciales, buscaron tarifas todavía más bajas. (53)
El gobierno argentino decidió entonces investigar la situación de cada
una de las compañías. Un informe presentado como consecuencia de esa
decisión concluyó que las tarifas del Ferrocarril Sur podían rebajarse un
10%, ya que su posición era sólida. La compañía no compartía esa
opinión, señalando que sus ganancias habían sido menores que lo
afirmado en el informe y que las perspectivas para 1929 no eran buenas. A
mediados de 1928 Alvear, usando las facultades que le otorgaba la ley,
ordenó al Ferrocarril Sur que presentara nuevas escalas tarifarias,
basadas en las existentes antes de los aumentos de 1922. Poco después
extendió tal orden al Ferrocarril Central Argentino. (54)
Algunos analistas argumentaron que las rebajas de las tarifas eran una
maniobra política de Alvear para dejar a Yrigoyen la ingrata tarea de
autorizar aumentos tarifarios ante nuevas dificultades. Las compañías
ferroviarias, por este u otros motivos, trataron de mantener la cuestión
tarifaria en suspenso hasta que Yrigoyen asumiese la presidencia. No
obstante Alvear, empeñado en cerrar la cuestión antes de dejar el gobierno
a su sucesor, en los últimos días de su gestión aprobó algunas rebajas
tarifarias. Pero a pesar de las controversias de 1921-1922, las compañías
ferroviarias no parecieron temer el retorno de Yrigoyen a la presidencia.
Probablemente, la causa de esto fuera el plan de obras públicas de amplio
alcance que había propuesto el futuro presidente, que incluía la extensión
de los ferrocarriles a todo el territorio argentino. Esto demandaría un flujo
de capital fresco que sólo podría ser obtenido si el inversor en Inglaterra
estaba conforme con el clima financiero en la Argentina. (55)
Un factor importante en las buenas relaciones existentes entre las
compañías e Yrigoyen era la estrecha relación que con él mantenía
Atanasio Iturbe, jefe de consejeros legales del Central Argentino, que
había sido uno de los primeros afiliados a la Unión Cívica Radical. Para el
Central Argentino, esa amistad generó dividendos inmediatos, ya que a
poco de asumir Yrigoyen pospuso el plazo concedido al Central Argentino
para reducir sus tarifas. Como resultado, los planes para investigar las
tarifas de otras compañías fueron olvidados y, con la excepción del Sur,
los ferrocarriles mantuvieron sus tarifas de 1922. (56)
74
Cabe aclarar que las controversias tarifarias de 1921-1922 y 1928
estuvieron estrechamente relacionadas con la política interna. Yrigoyen las
utilizó para sacar ventajas electorales y Alvear quizás lo haya hecho para
poner trabas a su sucesor (aunque éste supo desligarse de ellas). La
controversia es también instructiva como indicador del comportamiento del
capital extranjero. Los registros internos de las compañías ferroviarias
muestran que no desearon involucrarse en la política interna argentina.
Aunque no permanecieron pasivas ante las amenazas a sus intereses,
tampoco buscaron la intervención del gobierno británico, que
efectivamente permaneció al margen de los problemas enfrentados por las
compañías ferroviarias en Argentina. (57)
Por último, resulta relevante señalar que a fines de la década de 1920
uno de los cambios económicos más relevantes en la Argentina fue el
surgimiento del transporte automotor. Diversos factores ayudaron al
mismo: la valorización del peso en relación con las monedas extranjeras,
el incremento de las importaciones argentinas de camiones de
procedencia norteamericana, la política de comercialización por parte de
los fabricantes estadounidenses y sus representantes locales, y los
servicios de traslado de las cosechas de cereales por parte del camión,
más ágiles y económicos que los del ferrocarril. Inicialmente, los ejecutivos
de las principales compañías ferroviarias no percibieron en este conjunto
de factores la emergencia de una amenaza al reinado del ferrocarril en el
tráfico de cargas argentino. Sus declaraciones públicas e informes
revelaron, muy por el contrario, un sentimiento optimista acerca del futuro
crecimiento económico argentino, y de cómo el mismo permitiría continuar
el dominio de las compañías ferroviarias. (58)
Pero el estallido de la Depresión en 1929 se encargó de borrar
rápidamente estas percepciones tan optimistas. Como efectos de la crisis,
el comercio exterior y la actividad económica interna sufrieron una
contracción, reduciendo la demanda de servicios ferroviarios y de cargas
en general. Y como, además, el gobierno argentino estuvo preocupado por
el desempleo y la caída de los salarios reales de los trabajadores, las
compañías ferroviarias no pudieron recortar los gastos de explotación a
través de la reducción de personal o la aplicación de rebajas en salarios.
En consecuencia, la merma en la demanda de servicios combinada con la
imposibilidad de bajar los costos llevó a una reducción tanto de las
ganancias como del tráfico de cargas de las compañías británicas a partir
de 1929. Las ganancias de éstas cayeron de 156,2 millones de pesos
moneda nacional en el bienio 1928-29, a una de 115,9 millones de la
misma moneda en el bienio siguiente. En términos de tráfico de cargas, las
compañías británicas sufrieron un descenso de 33,3 a 28,2 millones de
toneladas en los mismos períodos. (59)
• NOTAS
1. Ver Jorge G. Fodor y Arturo O´Connell, "La Argentina y la economía atlántica en la primera
mitad del siglo XX", en Desarrollo Económico", vol. 13, Nº 49, abril-junio 1973, pp. 4-10. También
75
Mario Rapoport, "El triángulo argentino: Las relaciones económicas con Estados Unidos y Gran
Bretaña, 1914-1943", en M. Rapoport (comp.), op. cit., p. 254.
2. Standard Directory Co., The Argentine Standard Directory of National and Foreign Merchants
and Manufacturers, Buenos Aires, 1920, y L. Nemirovsky, Estructura económica y orientación
política de la agricultura en la República Argentina, Buenos Aires, 1933, 143, fuentes citadas por
R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 151. Ver también Roger Gravil, "State
Intervention in Argentina's Export Trade between the Wars", Journal of Latin American Studies,
Volume 2, Number 2, November 1970, pp. 148-149.
3. P. Skupch, op. cit., p. 16; Vicente Vázquez Presedo, Estadísticas Históricas Argentinas, primera
parte 1875-1914, Buenos Aires, Macchi, 1971, pp. 72-73.
4. Anales de la Sociedad Rural, Año LXII, Vol. LXII, Nº 8, 15 de abril de 1928, p. 491; Nota del 11
de abril de 1930 presentada por la Sociedad Rural al ministro de agricultura Dr. Juan Fleitas,
en Anales de la Sociedad Rural, Año LXIV, Vol. LXIV, Nº 9, 1º de mayo de 1930, p. 360. Fuentes
también citadas en R. García Heras, "Argentina, Gran Bretaña...", op. cit., p. 7.
5. Arturo O' Connell, "La fiebre aftosa, el embargo sanitario norteamericano contra las
importaciones de carne y el triángulo Argentina-Gran Bretaña-Estados Unidos en el período
entre las dos guerras mundiales", en Desarrollo Económico, volumen 26, Nº 101, abril-junio
1986, p. 23. Ver también al respecto P.H. Smith, op. cit., pp. 116 a 119, y R. García Heras,
"Argentina, Gran Bretaña...", op. cit., p. 6.
6. El Movimiento de Preferencia Imperial fue una doctrina postulada por lord Beaverbrook.
Proponía levantar una barrera de tarifas que aislara al Imperio Británico y lo convirtiera en un
espacio autárquico. En la opinión de Beaverbrook, el Imperio podía producir todo lo que
necesitaba sin tener que recurrir a productos extranjeros, los que serían gravados con fuertes
impuestos. Así, por ejemplo, lord Beaverbrook sostenía que, por su mejor calidad, las carnes
canadienses eran preferibles a las argentinas, que era posible transportar las carnes
australianas al mercado británico, y que sin tener en consideración los cortes seleccionados, las
carnes argentinas se vendían al mismo precio que las carnes del país. La Sociedad Rural
Argentina criticó la posición de lord Beaverbrook identificándola con la vieja teoría del
nacionalismo económico. Ver R. García Heras, "Argentina, Gran Bretaña...", op. cit., pp. 9-10.
7. R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 165.
8. P.H. Smith, "Los radicales argentinos....", op. cit., p. 819; R. García Heras, "Argentina, Gran
Bretaña....", op. cit., p. 33.
9. R. Gravil, "State Intervention in Argentina’s Export Trade...", op. cit., p. 147.
10. R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., pp. 157-158; P.H. Smith, Carne y
política..., op. cit., pp. 94-95.
11. R. García Heras, "Argentina, Gran Bretaña....", op. cit., pp. 31-32.
12. Los porcentajes citados (frigoríficos norteamericanos: 54,9%; británicos, 35,1% y argentinos,
10%) pertenecen a P.H. Smith, Carne y política..., op. cit., p. 112 y a David J.R. Watson, Los
criollos y los gringos: escombros acumulados al levantar la estructura ganadera-frigorífica, 1882-
1940, Buenos Aires, Julio Suárez, 1941, p. 53; Smith cita como fuentes a Watson y a J.A.
Brewster, "The South American Meat Trade", en Frank Gerrard (comp.), The Book of the Meat
Trade, Londres, 1949, II, 218-219. Por su parte, Roger Gravil, The Anglo-Argentine
Connection..., op. cit., p. 151, cita porcentajes distintos: frigoríficos norteamericanos, 65,98%;
británicos, 19,15%; y argentinos, 14,87%, citando como fuentes a E.G. Jones, "The Argentine
Refrigerated Meat Industry", Económica, 9, 1929, 171, y a C.G.P. Smith, Britain’s Food Supplies
in Peace and War, London, 1930, 93-99. A su vez, Ricardo M. Ortiz, Historia económica..., op.
cit., p. 364, otorga porcentajes de embarque también diferentes: 60,901% para el grupo
norteamericano; 29,099% para el británico y el 10% para el argentino, sin citar fuentes. Por su
parte, Horacio Giberti, op. cit., p. 201, y Raúl García Heras, "Argentina, Gran Bretaña...", op. cit.,
p. 32, coinciden en dar porcentajes diferentes a los de los anteriores autores: 69,9% para los
frigoríficos norteamericanos, 20,09% para los ingleses y 10% para argentinos, pero no citan
fuentes, ni el último cita al primero.
13. Acerca del "compromiso de honor" que lord Bledisloe propuso a los miembros de la Sociedad
Rural ver Arturo O' Connell, "La fiebre aftosa, el embargo sanitario norteamericano contra las
importaciones de carne y el triángulo Argentina-Gran Bretaña-Estados Unidos en el período
entre las dos guerras mundiales", en Desarrollo Económico, volumen 26, Nº 101, Buenos Aires,
abril-junio de 1986, p. 40. En el almuerzo que las autoridades argentinas le ofrecieron en el
Jockey Club, lord Bledisloe reiteró un discurso similar en su contenido al efectuado en la
Sociedad Rural, destacando que
“… la visita efectuada a algunos frigoríficos le había dejado una impresión muy satisfactoria,
tanto respecto de la calidad de los animales que se sacrifican, como de las precauciones
sanitarias que se aplican para segurar una eficiente profilaxis (...) ellas serán suficientes
siempre que los estancieros cooperen por su parte impidiendo la salida de animales que no
estén sanos (...). Los ganaderos argentinos (...) deben tener presente que la situación
76
privilegiada de que gozan al poder suministrar más del 50 por ciento de la carne que se
consume en la Gran Bretaña es envidiada por otros países productores, entre los cuales
figuran algunos dominios, y que para mantenerla no deben omitir esfuerzos ni gastos
razonables, pues ellos redundarán en beneficios positivos ulteriores”.
14. Detalles de la misión de lord Bledisloe en La Prensa, 1º de enero de 1928, p.12; 10 de enero de
1928, p. 15 y 17 de enero de 1928, p.15; Anales de la Sociedad Rural, 1º de febrero de 1928, pp.
158 y 166, citado por R. García Heras, "Argentina, Gran Bretaña...", op. cit., pp.6-7. Consultar
también A. O’Connell, "La fiebre aftosa...", op. cit., pp. 40-42.
15. A. O’Connell, "La fiebre aftosa...", op. cit., pp. 39-40 y 45, P.H. Smith, Carne y política..., op. cit.,
pp. 118-119.
16. A. O'Connell, "La fiebre aftosa...", op. cit., pp. 21-25 y 49; J. Fodor y A. O'Connell, op. cit., p. 13.
17. A. O'Connell, "La fiebre aftosa...", op. cit., pp. 43-45.
18. Ver Graciela Malgesini,"¿Subsidio o sustracción? El control de cambios y los productores
cerealeros en los años '30", en Anuario IEHS, vol. 1, 1986, Universidad Nacional del Centro de la
Provincia de Buenos Aires, Tandil, junio 1987, p. 123.
19. La visita de Eduardo de Windsor, príncipe de Gales, a la Argentina se produjo en los meses de
agosto y septiembre de 1925, respondiendo a una invitación del gobierno argentino. Su propósito
fue estimular las relaciones económicas angloargentinas. De acuerdo con comentarios del
diario The New York Sun del 26 de septiembre de 1925, reproducidos en el diario argentino La
Prensa del día 27 de dicho mes, la visita del príncipe de Gales fue positivamente recibida por los
círculos comerciales en Gran Bretaña ya que, en su opinión, iba a repercutir en la disminución de
los precios de las mercaderías británcias a fin de que pudieran competir con éxito con las
procedentes de Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia y Japón. Sobre este episodio, ver
visita La Prensa, 1º de septiembre de 1925, p. 14; 3 de septiembre de 1925, p. 13; 18 de
septiembre de 1925, p. 16; y 7 de septiembre de 1925, p. 11; "Cálida recepción al Príncipe de
Gales", agosto de 1925, en Diario de la Historia Argentina, Nº 107, p. 2, citado en Jorge
Perrone, Diario de la Historia Argentina, tomo 3, 1916-1946, p. 40.
20. Malcolm Robertson, "The Economic Relations Between Great Britain and the Argentine
Republic", International Affairs, 9, March 1930, p. 228, cit. por Paul B. Goodwin Jr., "Anglo-
Argentine Commercial Relations: A Private Sector View, 1922-1943", Hispanic American
Historical Review, Volume 61, Number 1, February 1981, Duke University Press, 1981, p. 39, por
C.E. Solberg, Petróleo y..., op. cit., p. 218, y por L. Randall, op. cit., p. 96.
21. R. García Heras, "Argentina, Gran Bretaña...", op. cit., pp. 13-14.
22. F.O. 371/14188, Millington Drake to Foreign Office, 8 January 1930, 16, fuente citada por R.
Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 171 y por el mismo autor, "Anglo-U.S.
Trade Rivalry in Argentina and the D’Abernon Mission of 1929", en David Rock (ed.), op. cit., pp.
62-63.
23. F.O. 371/14188, Millington Drake to Foreign Office, 9 April 1930, 52, fuente citada por R.
Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 171 y por el mismo autor, "Anglo-U.S.
Trade Rivalry in Argentina...", op. cit., pp. 62-63.
24. Respecto de la actitud del Senado argentino frente al acuerdo D’Abernon, ver "Está detenido en
el Senado un convenio con Inglaterra", diciembre 1929, Diario de la Historia Argentina, Nº 112, p.
3, en Jorge Perrone, Diario de la Historia Argentina, tomo 3, 1916-1946, p. 61. Goodwin ha
señalado, contra las interpretaciones del tratado que enfatizan su significado como un refuerzo
de los vínculos de dependencia de la Argentina respecto de Gran Bretaña, que para comprender
el tratado no puede omitirse la consideración de la política interna. Ver P.B. Goodwin Jr., "Anglo-
Argentine Commercial Relations...", op. cit., pp. 39-40.
25. P.B. Goodwin Jr., "Anglo-Argentine Commercial Relations...", op. cit., p. 40.
26. J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 195-196; Cámara Británica de la República Argentina, "Council
Minutes", 10 de noviembre de 1931, citado por P.B. Goodwin Jr., "Anglo-Argentine Commercial
Relations...", op. cit., p. 41.
27. Alejandro Bunge, "Los capitales extranjeros en la República Argentina", Revista de Economía
Argentina, vol. 10, Nº 116, Buenos Aires, 1928, p. 135.
28. Tabla 4.3: Producción interna argentina e importaciones de petróleo, 1922-1930, en C.E.
Solberg, op. cit., p. 146.
29. George S. Brady, Argentine Petroleum Industry and Trade, Washington, 1923, p. 7; Mira Wilkins,
"Multinational Oil Companies in South America in the 1920s: Argentina, Bolivia, Brazil, Chile,
Colombia, Ecuador and Peru", Business History Review, 48, otoño 1974, p. 433; Standard de
Buenos Aires, 4 de enero de 1924, fuentes citadas en Ibid., p. 99. Según la tesis de Frederick A.
Hollander, Oligarchy and the politics of petroleum in Argentina: The Case of the Salta Oligarchy
77
and Standard Oil, 1918-1933, Los Angeles, University of California, 1976, p. 334, los inversores
alemanes eran una pantalla de la Jersey Standard que controlaba a Astra de manera indirecta.
30. Times de Londres, Trade Supplement, July 24, 1920, p. 505; Paul B. Goodwin, Los ferrocarriles
británicos y la U.C.R. (1916-1930), Buenos Aires, La Bastilla, 1974, p. 179, fuentes citadas por
C.E. Solberg, op. cit., p. 100.
31. Gran Bretaña, F.O. 371/4410, mayo 14, 1920, Macleay (Buenos Aires) al Foreign
Office; Estados Unidos, NA, DS, M-514, 835.6363/16, ene. 9, 1920, Bursley (Londres) al
Secretario de Estado, fuentes citadas en Ibid., p. 100. La Whitehall estuvo formada por un grupo
de inversores británicos liderado por lord Cowdray, magnate de la Anglo-Mexican Petroleum.
32. Gran Bretaña, F.O. 371/4410, mayo 14, 1920, Macleay (Buenos Aires) al Foreign Office;
371/5521, mar. 7, 1921, Macleay (Buenos Aires) al Foreign Office; The Review of the River
Plate, 54, jul.9, 1920, pp. 89, 91, fuentes citadas en Ibid., p. 101.
33. The Review of the River Plate, 57, ene. 20., 1922, p. 171; Estados Unidos, NA, DS, M-514,
835.6363/62, abr. 4, 1921, Stimson (Buenos Aires) al Secretario de Estado; G.S. Brady, op.
cit., p. 81; Gran Bretaña, F.O. 371/9504, abr. 4, 1924, Wilson (Buenos Aires) al Foreign Office,
p. 13, fuentes citadas en Ibid., p. 102.
34. Gran Bretaña, F.O. 371/10605, abril 8, 1925, Alston (Buenos Aires) al Foreign Office; mayo 5,
1925, Alston (Buenos Aires) al Foreign Office; Mira Wilkins, "Multinational Oil Companies in
South America in the 1920s: Argentina, Bolivia, Brazil, Chile, Colombia, Ecuador and
Peru", Business History Review, 48, otoño 1974, p. 424, fuentes citadas en Ibid., p. 142.
35. Texto de ambos decretos en República Argentina, Yacimientos Petrolíferos
Fiscales, Recopilación de leyes, decretos y resoluciones sobre materia petrolífera (1907-1933),
Buenos Aires, 1938, pp. 145-51; un análisis de su contenido en The Review of the River Plate,
61, enero 18, 1924, p. 171, y 61, mayo 2, 1924, p. 1095; Dudley M. Phelps, "Petroleum
Regulation in Temperate South America", American Economic Review, 29 mar. 1939, p. 51;
Guillermo Hileman, Sobre legislación del petróleo en la República Argentina, Buenos Aires, La
Aurora, 1927, p. 23, fuentes citadas en Ibid., p. 154.
36. La correspondencia entre sir Charles Greenway y el Ministro de Agricultura argentino Tomás Le
Bretón se encuentra en Gran Bretaña, F.O. 371/10605, abril 8, 1925, Alston (Buenos Aires) al
Foreign Office, fuente citada en Ibid., pp. 156-157.
37. Tomás Le Bretón renunció a la titularidad del Ministerio de Agricultura en septiembre de 1925 a
causa de una disputa con el presidente Alvear respecto de la política de reconciliación de este
último con Yrigoyen. A partir del alejamiento de Le Bretón, quedó claro que el sesgo nacionalista
de la política petrolera argentina emanó directamente de Alvear y de su colaborador más eficaz,
el director de YPF, coronel (y general) Enrique Mosconi. Ver Ibid., pp. 157-158.
38. El 17 de septiembre de 1928, la Cámara de Diputados dispuso por 79 votos contra 17 la
expropiación de las concesiones particulares de petróleo en la Argentina. Ver al respecto
Diputados, 1928, tomo IV, septiembre 17 de 1928, pp. 356-397, y el artículo "Diputados aprobó
la expropiación de los yacimientos petroleros", septiembre de 1928, en Diario de la Historia
Argentina, Nº 110, p. 2, citado en Jorge Perrone, Diario de la Historia Argentina, tomo 3, 1916-
1946, p. 52. Por el contrario, este proyecto de expropiación chocó con la resistencia del Senado
durante sus sesiones de 1928.
39. Los publicistas de la Alianza Continental subrayaban la necesidad de la autosuficiencia
económica argentina, el significado del petróleo para el desarrollo económico del país y la
"rapaz" penetración de los trusts petroleros norteamericanos, específicamente la Standard. La
Alianza tenía pretensiones de expandir su acción por toda América Latina, pero en los hechos se
concentró en la cuestión petrolera argentina. Ver al respecto C.E. Solberg, op. cit., pp. 211-213,
cuyas fuentes son: "La Alianza Continental", Petróleo y Minas, 9, feb. 1, 1929, p. 14; James E.
Buchanan, Politics and Petroleum Development in Argentina, 1916-1930, Ph.D. dissertation,
University of Massachusetts, 1973, p. 188; Arturo Orzábal Quintana, "Los soviets y el petróleo
del Caúcaso", Nosotros, 22 nov. 1928, pp. 162-187. La fascinación de la Alianza Continental por
los experimentos económicos soviéticos y su retórica antiimperialista llevaron a los diplomáticos
norteamericanos a considerarla como un frente comunista fundado por la Tercera Internacional.
Los norteamericanos siguieron con cierta alarma los esfuerzos de la Alianza. Estados Unidos,
NA, DS, M-514, 835.6363/303, oct. 21, 1927, Anderson (Departamento de Marina) al Secretario
de Estado; Ibid., dic. 12, 1929, Bliss (Buenos Aires) al Secretario de Estado, y John H. Nelson,
"Agitation for Nationalization of Oil Renewed in Argentina", The Oil and Gas Journal, 28, feb. 27,
1930, p. 90, fuentes también mencionadas por C.E. Solberg, op. cit., pp. 211-213.
40. La Argentina, febrero 1, 1930; p.1; febrero 22, 1930, p. 1; febrero 24, 1930, p. 1, citado
en Ibid., p. 220.
41. Ibid., pp. 209-210. Consultar también "Salta frenó a la Standard Oil", mayo 1928, Diario de la
Historia Argentina, Nº 109, p. 4; "La Corte Suprema en favor de la Standard Oil", junio de
1930, Diario de la Historia Argentina, Nº 113, p. 2; "La Corte a favor de la Standard Oil", marzo
de 1932, Diario de la Historia Argentina, Nº 116. Todos estos artículos en Jorge Perrone, Diario
de la Historia Argentina, tomo 3, 1916-1946, pp. 50, 64, y 82 respectivamente.
78
42. Gran Bretaña, F.O. 371/13464, Sept. 20, 1929, el Foreign Office a Robertson (Buenos Aires);
371/14191, ene. 13, 1930, Millington-Drake (Buenos Aires) al Foreign Office; La Epoca, ene. 10,
1930, p. 1; "La nueva destilería", Petróleo y Minas, 10, jun. 1, 1930, p. 17, fuentes citadas por
C.E. Solberg, op. cit., p. 219.
43. Ibid., pp. 218-219.
44. De acuerdo con Randall, el peso aumentó su valor de 1917 a 1920 y luego se desvalorizó hasta
1926. L. Randall, op. cit., p. 96. Por su parte, Rock menciona que entre 1921 y 1924 el valor del
peso declinó en términos de su paridad con el dólar estadounidense. Ver David Rock, "Radical
Populism and the Conservative Elite, 1912-1930", en David Rock (ed.), Argentina in the
Twentieth Century, University of Pittsburgh Press, 1975, p. 81. Esta desvalorización también es
mencionada por Carl Solberg, quien señala que a principios de la década de 1920 el peso cayó
en su valor relativo tanto respecto de la libra esterlina británica como del dólar estadounidense.
Ver Carl Solberg, "The Tariff and Politics in Argentina, 1916-1930", Hispanic American Historical
Review, Volume 53, Number 2, Duke University Press, May 1973, p. 262.
45. Ver cotizaciones de las acciones de los ferrocarriles británicos en la Bolsa de Valores de
Londres, 1913, 1920, citado en Paul B. Goodwin, Jr., "The Politics of Rate Making: The British-
owned Railways and the Unión Cívica Radical", Journal of Latin American Studies, 6, nov. 1974,
p. 262.
46. Archivo del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico (AFBP), Actas del Directorio Local, Acta 884, 31
de agosto de 1921; AFBP, Actas de las Juntas de los Representantes y Gerentes de los
Ferrocarriles (AJRG), Acta 28, 20 de septiembre de 1921; The Times, 3 Sept. 1921, p. 12, cit.
en Ibid., p. 272-273.
47. Nota de los representantes legales a Torello , 30 de septiembre de 1921, en The Review of the
River Plate, 7 de octubre de 1921, p. 927; texto de la resolución del 31 de agosto en The Review
of the River Plate, 30 de septiembre de 1921, p. 861; ABAP/AJRG, Acta 29, 28 de septiembre de
1921; La Epoca, 17 de septiembre de 1921, citado en Ibid., pp. 273-274.
48. Telegrama de los directorios en Londres a los representantes legales, Londres, 4 de octubre de
1921, ABAP/AJRG, Acta 31, 4 de octubre de 1921, citado en Ibid., p. 275.
49. Archivo del Ministerio de Transporte, ex Dirección General de Ferrocarriles (AMT/DG), circular Nº
48, 5 de octubre de 1921; La Epoca, 5 de octubre de 1921; ABAP/AJRG, Acta 32, 5 de octubre
de 1921; The Review of the River Plate, 21 de octubre de 1921, pp. 1049, 1051, fuentes citadas
en Ibid., p. 276.
50. ABAP/AJRG, Acta 33, 19 de octubre de 1921; Macleay to Tyrrell, Buenos Aires, 14 de octubre de
1921, PRO/FO, 371/A8257/5526/2, citado en Ibid., p. 276.
51. 147 H.C. deb. 5 s, cols. 1324-1325, 1943-1944, 31 de octubre de 1921: La Vanguardia, 3 de
noviembre de 1921; La Epoca, 4 de noviembre de 1921; Cecil Harmsworth, Parliamentary Under
Secretary of State, to A.M. Samuel, M.P., 16 de enero de 1922, PRO/FO 371/A29/7170/2, and
the FO minute, 2 de marzo de 1922, en 371/A1518/7170/2; Macleay to the Foreign Secretary,
Buenos Aires, 27 de enero de 1922, 371/A1491/7170/2; White to the Secretary of State, Buenos
Aires, 2 de diciembre de 1921, DS, NA, 835.00/263, fuentes citadas en Ibid., p. 277.
52. H.O. Chalkley, British Commercial Attaché, to the Foreign Secretary, Buenos Aires, 28 June
1922, PRO/FO 371/A 4712/7170/2, citado en Ibid., pp. 278-279.
53. Ibid., 279-280.
54. República Argentina, Ministerio de Obras Públicas, Dirección General de Ferrocarriles, Tarifas
Ferroviarias: Estudio de la Dirección General de Ferrocarriles sobre su revisión, Buenos Aires,
1928, pp. 27-159 y 176-179; Ferrocarril del Sur, Nota dirigida a S.E. el Señor Ministro de Obras
Públicas de la Nación, Dr. Roberto M. Ortiz con motivo del Informe de la Dirección General de
Ferrocarriles referente a tarifas, Buenos Aires, 1928, pp. 66-68; y República Argentina, Ministerio
de Obras Públicas, Revisión de las tarifas del Ferrocarril del Sud, Buenos Aires, 1928, pp. 6-8,
fuentes citadas en Ibid., pp. 281-283.
55. Ibid., pp. 283-285.
56. Ibid., pp. 285-286.
57. Ibid., pp. 286-287.
58. Raúl García Heras, "Los ferrocarriles británicos y la política de coordinación de transportes en la
Argentina durante la década del 30", en M. Rapoport (comp.), Economía e historia..., op.
cit., pp. 303-304.
59. Ver Cuadro I de Tráfico de cargas y ganancias de las principales compañías ferroviarias
británicas entre 1927-1940, citado en Ibid., p. 305.
79
Capítulo 49
Las relaciones económicas con Gran Bretaña en
el período 1930-1943
• Introducción
En el período 1930-1943, y particularmente en los primeros años de la
década de 1930, la presencia económica británica en la Argentina retornó
a la posición de predominio perdida durante la década anterior frente a la
competencia norteamericana y alemana. Durante la década de 1930, la
Argentina representó más de la mitad del comercio de importación y
exportación británico con América Latina (1) y la inversión de capital
británico en la Argentina excedió la tercera parte del total en la región,
alcanzando un 39% en 1939. (2) La relevancia de la Argentina respecto
del resto de América Latina en términos de las inversiones británicas fue
un factor que llevó a algunos sectores del gobierno del Reino Unido a
postular la necesidad de que la Argentina lograse tener una relación
imperial semejante a la de Australia o Canadá. El informe de la misión
d'Abernon en 1930, por ejemplo, sostenía que la Argentina "tiene una
posición especial en relación con Gran Bretaña para la cual no existe
paralelo exacto fuera del Imperio Británico (...). Los dos países están
unidos económicamente el uno al otro en una peculiar manera". Asimismo
sir Malcom Robertson, ministro plenipotenciario del Reino Unido en
Buenos Aires entre 1925 y 1927 y embajador entre 1927 y 1929, fue uno
de los más fervientes defensores de una relación especial anglo-argentina,
sosteniendo que la Argentina "está en una muy especial posición y debe
ser considerada casi como parte del Imperio". (3)
Pero frente a los defensores de un refuerzo de la "conexión anglo-
argentina", encabezados por sir Robertson, estuvieron los partidarios de
que el Imperio Británico se transformase en un espacio económico cerrado
y autárquico, en el cual el Reino Unido otorgara preferencias comerciales a
sus dominios y restringiese sus importaciones de países, que, como la
Argentina, no tenían el status de dominio dentro del Imperio británico. (4)
Este sector partidario de la política de preferencias comerciales estaba
liderado desde mediados de la década de 1920 por el millonario
canadiense Max Aitken o Lord Beaverbrook, el más franco oponente al
comercio anglo-argentino. (5) Beaverbrook expresó su postura a través del
llamado Movimiento de Protección Imperial, que surgió con fuerza a partir
de la segunda mitad de la década de 1920, cuando en Gran Bretaña se
hicieron sentir los efectos de la llamada Gran Depresión (1929-1933). Con
la llegada de la depresión económica, Gran Bretaña abandonó su
tradicional política de libre comercio y comenzó a buscar una política
comercial más apropiada para sus intereses. De este modo, se refugió en
el proteccionismo y constituyó un área de la libra, defendida por el control
80
de cambios primero y la inconvertibilidad de la moneda después. En
septiembre de 1931, Gran Bretaña abandonó el patrón oro, base del
sistema multilateral y librecambista adoptado en el siglo anterior. (6) En
síntesis, en los primeros años de la década de 1930, tuvo lugar en el Reino
Unido la transición entre la vieja política comercial de libre comercio, con la
cláusula de nación más favorecida, y la nueva política de preferencias
imperiales. Esta última tuvo su expresión más acabada en la Conferencia
de Ottawa de 1932 cuyas medidas, como se detallará más adelante,
alarmaron a los productores argentinos. Cabe entonces abocarse al
análisis de las relaciones económicas bilaterales por esos años.
• NOTAS
1. B.R. Mitchell y P. Deane, Abstract of British Historical Statistics, Cambridge, 1962, 3232; y Anual
Statements of Trade of the United Kingdom with Foreign Countries, British Parliamentary Papers,
fuentes citadas en Roger Gravil, The Anglo-Argentine Connection, 1900-1939, Dellplain Latin
American Studies, Nº 16, Boulder, Colorado, Westview Press, 1985, p. 179. En base a las
fuentes mencionadas, Gravil señala que en relación con el resto de América latina las
importaciones de Gran Bretaña desde la Argentina representaron 56,7% en 1930, 50,9% en
1932, 44% en 1935 y 38,5% en 1938. Por su parte, Rory Miller, citando también los Annual
Statements of Trade and Navigation, considera que la Argentina representó 55,6% del valor total
de las importaciones británicas provenientes de América latina en 1930, 63,9% en 1932, 57,6%
en 1935 y 52,3% en 1938. Ver Rory Miller, Britain and Latin America in the Nineteenth and
Twentieth Centuries, London, Longman, 1993, tabla 9.2: Importaciones británicas provenientes
de América latina, en miles de libras, entre 1920 y 1938, p. 210.
2. J. F. Rippy otorga como dato una inversión nominal británica en la Argentina de 428.518.172
sobre un total en la región de 1.127.904.305, aunque estas cifras son sólo las registradas en la
Bolsa de Valores de Londres. J. F. Rippy, British Investments in Latin America 1822-1949,
Connecticut, 1959, 85; Royal Institute of International Affairs, The Problem of International
Investments, London, 1937; U. K. Department of Overseas Trade, Report of the British Economic
Mission to Argentina, Brazil and Uruguay, London, 1930, estima una inversión total británica que
oscila entre 500 y 600 millones de libras esterlinas. Todas estas fuentes son citadas por R.
Gravil, op. cit., p. 179. Ver también la tabla 19 de Donald Boyd Easum, The British-Argentine-
United States Triangle: A Case Study in International Relations, Ph.D. dissertation, Princeton
University, 1953, p. 88, cuya fuente es Paul R. Olson and C. Addison Hickman, Pan-American
Economics, New York, 1943, pp. 96 y 100. En la tabla de Easum, en 1939 la Argentina reunía
39% del total de las inversiones británicas en América latina, seguida de Brasil con 23% y
México con 16%.
3. DOT, Report of the British Economic Mission, pp. 12-13; W.R. Wright, British-Owned Railways in
Argentina: their effect on the growth of economic nationalism, 1854-1948, Austin, UTP, 1974, p.
135, citado por R. Miller, op. cit., p. 216. Ver también R. Gravil, op. cit., p. 180, cuyas fuentes
son: M. Robertson, "Argentina and Great Britain", Institute of Hispanic Studies, Liverpool, 1935,
Lectures and Addresses Nº 2, 10; M. Robertson, "The Economic Relations between Great Britain
and the Argentine Republic", Royal Institute of International Affairs, Journal 9, 1930; F.O.
371/1340, Robertson to Henderson, 17 June 1929, 42.
4. Cabe aclarar que en diciembre de 1930 fue elaborado el Estatuto de Westminster, aprobado por
el Parlamento en noviembre de 1931, por el cual Inglaterra y sus Dominios configuraban la
Comunidad Británica de Naciones, una forma confederada del antiguo Imperio británico, donde
las ex colonias tendrían autonomía política pero mantendrían estrechos vínculos económicos
con la metrópoli.
5. Lord Beaverbrook dirigió a través de su periódico una verdadera campaña a favor del "Libre
Comercio del Imperio", concepto que implicaba la abolición de la conexión anglo-argentina tan
defendida durante la segunda parte de la década de 1920 por sir Malcolm Robertson. Los
particulares puntos de vista de Max Aitken o lord Beaverbrook aparecieron en medios de prensa
tales como el Daily Express y el Sunday Express, mientras sus documentos figuran en el House
of Lords Records Office en Londres. La campaña de lord Beaverbrook no logró sin embargo
mellar la conexión angloargentina. Por el contrario, las autoridades británicas procuraron durante
la década de 1930 la fortificación y no la abolición de las vinculaciones entre Buenos Aires y
Londres. El amigo y biógrafo de lord Beaverbrook sugiere que la campaña orquestada por este
81
último fue engañosa, mal encarada y poco efectiva. Ver al respecto R. Gravil, op. cit., p. 182,
quien cita a A.J.P. Taylor, Beaverbrook, London, 1972, especialmente las páginas 275-277.
6. Luis Alberto Romero, Breve historia contemporánea de la Argentina, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 1994, p. 96. Ver también Jorge Fodor y Arturo A. O' Connell, "La Argentina y
la economía atlántica en la primera mitad del siglo XX", Desarrollo Económico, Vol. 13, Nº 49,
abril-junio 1973, pp. 30-31 y R. Miller, op. cit., p. 205.
82
El comercio de granos
De acuerdo con Gravil, el cultivo cerealero en la Argentina jugó un rol
heroico en el contexto de la crisis económica de los años 30, pues fue el
pilar de la recuperación de las exportaciones argentinas durante dicha
década, a pesar de los múltiples problemas que enfrentaba el agro: la baja
productividad, la debilidad de los productores agrícolas, la escasez de
maquinarias y elevadores y la competencia de poderosos países
productores como Estados Unidos, Canadá y Australia. A su vez, el
gobierno argentino trató de proteger al productor agrícola, adoptando
importantes medidas de política económica. En octubre de 1931, fue
establecido el sistema de control de cambios por parte del Estado. En
noviembre de 1933 el peso fue devaluado 20% y se creó la Junta Nacional
de Granos, la cual asumió el control de las ventas al exterior. Por este
mecanismo, el gobierno reconoció obtener una utilidad de 91 millones de
pesos en los primeros nueve meses, cantidad que fue utilizada en parte
para financiar una ayuda estatal al comercio de exportación de granos.
Otras medidas, tales como la fijación de precios básicos para el trigo,
maíz, lino y linaza y el pago por adelantado de 80% del valor de la cosecha
por parte del Banco de la Nación fueron disposiciones del gobierno que
apuntaron a favorecer las exportaciones de granos y a proteger al
productor agrícola de la crisis mundial y la competencia extranjera. (1)
Estas medidas, por cierto, estimularon el crecimiento en los volúmenes
de las exportaciones agrícolas durante la década, que pasaron de
9.278.809 de toneladas en 1930 a 12.094.484 en 1933 y 16.316.009 en
1937. (2) En términos de valor, las exportaciones agrícolas pasaron de
322.896.000 pesos oro en 1930 a uno de 388.020.000 en 1931. Declinaron
levemente en 1932 y 1933, para recuperarse en 1934, alcanzando su
punto más alto de la década en 1937, con 654.968.000 pesos oro. (3)
El crecimiento de las exportaciones agrícolas sobrepasó en gran
manera al de otros grupos de exportaciones. Sobre un volumen total de
exportaciones de 11.027.493 de toneladas en 1930, las agrícolas
representaron 9.278.809 toneladas, mientras que las ganaderas tuvieron
un volumen de sólo 1.212.334 toneladas. Los volúmenes de exportaciones
de productos forestales y minerales fueron aún de menor importancia. En
1933, sobre un volumen total de 13.776.607, las exportaciones agrícolas
alcanzaron un volumen de 12.094.484 toneladas, mientras las ganaderas
sólo sumaron 1.151.424 toneladas. Y en 1937, sobre un total de
18.235.425, los volúmenes respectivos fueron de 16.316.009 toneladas y
1.275.912 toneladas. (4) En términos de valor, también las exportaciones
agrícolas superaron a las ganaderas a lo largo de la década, no obstante
lo cual es muy significativo el valor de las últimas en relación a su volumen.
Sobre un total de 614.104.000 pesos oro para 1930, las exportaciones
agrícolas tuvieron un valor de 322.896.000 pesos oro y las ganaderas uno
de 262.597.000 pesos oro. En 1937, un año particularmente excelente
para las exportaciones agrícolas, éstas alcanzaron un valor de
83
654.968.000 pesos oro sobre un valor total de exportaciones de
1.016.839.000, mientras que el de las exportaciones ganaderas fue
de 320.262.000 pesos oro. (5) Si se toma en cuenta la participación
porcentual de las exportaciones agrícolas y ganaderas en relación con el
valor total de las exportaciones, en 1930, las exportaciones agrícolas
representaron 55,5% del valor total de las exportaciones argentinas, frente
a 41,2% de las ganaderas. El porcentaje más alto de participación del
sector agrícola en la década se dio en 1932, con 65,8% del total de las
exportaciones, mientras el sector ganadero representó 30,5%. En 1937 las
exportaciones agrícolas alcanzaron otro pico, con 64,5% frente a 31,5% de
las exportaciones ganaderas, y el punto más bajo de la década se dio al
año siguiente, cuando el valor de las exportaciones agrícolas fue de
47,5% frente a 45,5% de las ganaderas. (6)
Gravil sostiene que durante la década de 1930 las exportaciones
argentinas de productos agrarios experimentaron una sostenida
recuperación sobre la base de la diversificación de los mercados de
colocación. Hubo factores que por cierto incentivaron esta positiva
recuperación del comercio argentino de granos: las medidas anteriormente
mencionadas de control estatal, y, posteriormente, el estímulo adicional
que significó el debilitamiento de los controles sobre la importación en
Gran Bretaña a partir del estallido de la Segunda Guerra en 1939. En
1934, las exportaciones de trigo representaron 27,5% de las exportaciones
mundiales, las de maíz 64,6% y las de linaza 77%. Para 1937, los
porcentajes fueron 23,4%, 69,6% y 83,1% respectivamente. (7) Hacia
1939, las exportaciones de granos argentinas representaron el 31,8 % del
mercado cerealero mundial, mientras Canadá y Estados Unidos
representaron un 15,4 % y un 8,6 %, respectivamente. (8)
En lo que respecta al volumen de las exportaciones agrícolas argentinas
enviadas al Reino Unido, se destacaron en primer lugar las de maíz, que
sin embargo declinaron de 3.015.992 toneladas en 1931 a 2.312.119
toneladas en 1933. En los años siguientes experimentaron una suave
recuperación, hasta alcanzar el máximo de la década en 1936, con
3.435.203 toneladas, para luego seguir un comportamiento descendente
en el resto de la década y principios de los años 40. Los volúmenes de
exportación de trigo hacia el Reino Unido se ubicaron detrás de los de
maíz en términos de importancia, alternando alzas y bajas. Se destacaron
los volúmenes alcanzados en 1934, 1939 y 1940: 1.887.747 toneladas,
1.646.551 y 1.294.993 toneladas respectivamente. (9)
En términos de valores, las exportaciones argentinas hacia el Reino
Unido durante la década de 1930 registraron la tendencia inversa a la
apuntada para el conjunto del comercio exterior argentino, donde las
exportaciones agrícolas superaron en valor y en volumen a las ganaderas.
Mientras en 1933 el valor de las ventas de productos agrícolas fue de
194.191.227 pesos moneda nacional, el de los productos ganaderos fue
de 211.402.184. Sólo en 1934 las exportaciones agrícolas hacia el Reino
Unido, con un valor de 313.767.946 pesos moneda nacional, superaron a
84
las ganaderas, con uno de 231.587.566 pesos moneda nacional. Con esta
expresa excepción, se mantuvo a lo largo de la década el predominio del
sector ganadero sobre el agrícola en las exportaciones argentinas hacia
Gran Bretaña. En 1937 las exportaciones agrícolas alcanzaron su valor
más alto: 326.433.935 pesos moneda nacional. (10)
Por otra parte, el creciente éxito de los granos argentinos en los
mercados de ultramar fue un factor que por cierto estimuló al gobierno a
reconsiderar su adhesión al Acuerdo Internacional del Trigo. Este acuerdo
tuvo su origen en una propuesta argentina presentada en enero de 1933
en una sesión preliminar de la Conferencia Económica Mundial en Ginebra
y consistió en que los cuatro países productores de trigo más importantes
a nivel mundial -Canadá, Estados Unidos, Australia y Argentina-
elaborasen las bases de un plan general para limitar la producción y el
comercio de trigo. Según el acuerdo finalmente alcanzado en la
Conferencia Internacional de Londres en agosto de 1933, la Argentina y
Australia convinieron en lugar de la reducción de sus cultivos, exportar
para la temporada 1934-1935 el equivalente a una disminución del 15% de
las superficies destinadas a la producción triguera, empleando los
sobrantes en otros usos diferentes al consumo humano. (11)
La limitación de las exportaciones de granos no pareció en ese
momento onerosa para el gobierno argentino, pues no existía acopio en el
país y los pronósticos de la cosecha correspondiente eran pobres. Por lo
tanto, la gestión de Justo consideró conveniente firmar el acuerdo en
agosto de 1933. Pero ya hacia diciembre de dicho año se hizo evidente
que el excedente exportable del año superaría la cuota establecida por el
acuerdo. Además, el proteccionismo del Canadian Wheat Pool había
obligado a los molineros británicos a recurrir crecientemente al trigo
argentino de manera que la harina británica de alta calidad pasó a
contener 40% de trigo argentino. Argumentando que la pobre cosecha
triguera de Estados Unidos no le permitiría a este país llenar la cuota de
exportación y que de todos modos los países europeos no observaban el
acuerdo -Rusia no daba el menor síntoma de querer cooperar-, el gobierno
argentino rompió lo convenido y exportó un volumen tope de trigo en 1934.
El volumen de exportaciones trigueras creció de 3.929.223 toneladas en
1933 a 4.793.747 en 1934, alcanzando el tope de la década. En ese año el
Reino Unido importó 1.887.747 toneladas de trigo argentino, contra
1.215.670 toneladas del año anterior. Esta demanda declinó al año
siguiente, se recuperó en 1936, alcanzando volúmenes cercanos al de
1934, y luego volvió a bajar en 1939 y 1940. (12)
Asimismo, las exportaciones de maíz y de linaza, aún más significativas
que las de trigo, consolidaron la posición de la Argentina como exportador
mundial de cereales en la década de 1930. Mientras que la Argentina
aportó 22,3% de las exportaciones mundiales de trigo en 1935 y 23,4% en
1937, en esos mismos años las proporciones para el maíz fueron 73,5% y
69,6%, y para la linaza, 86,7% y 83,1%. (13) Los excelentes resultados del
comercio de granos fueron en consecuencia un poderoso factor en la
85
recuperación general de la economía argentina del año 1937, el cual fue
un año excelente. Los volúmenes de las exportaciones de trigo, maíz y lino
registraron en dicho año un significativo aumento respecto al año anterior:
3.887.195 toneladas contra 1.610.386 toneladas en el caso del trigo;
9.087.363 toneladas contra 8.381.690 en el del maíz y 1.802.048
toneladas contra 1.487.926 toneladas en el caso del lino. (14)
• NOTAS
1. Ver al respecto Roger Gravil, "State Intervention in Argentina's Export Trade between the
Wars", Latin American Studies, 2, 2, Great Britain, Nov. 1970, pp. 156-157, quien cita las
siguientes fuentes: Banco Tornquist, Business Conditions in the Argentine Republic, Report Nº
201, enero de 1934, p. 22, y "British Chamber of Commerce in the Argentine Republic",
en Monthly Journal, XIV, 31 de febrero, 1934, p. 19. El control de cambios establecido a partir del
10 de octubre de 1931 implicó un racionamiento de las escasas divisas disponibles y una
manipulación de los tipos de cambio por parte del gobierno argentino. Apuntó a erradicar la
especulación en el mercado cambiario, evitar una mayor depreciación del peso y permitir al
gobierno argentino cumplir con el servicio de la deuda pública nacional en el exterior. Esta
política fue instrumentada por una Comisión de Control de Cambios con amplias facultades para
supervisar todas las remesas de divisas al exterior, fijar los tipos de cambio oficiales comprador y
vendedor y distribuir el monto de divisas disponibles. Esta distribución se realizó en la práctica
de acuerdo a un orden de preferencias establecido con anterioridad y en forma explícita por el
Ministerio de Hacienda. Dicho orden de prioridades fue el siguiente: en primer lugar, la cartera
económica ubicó a las demandas del gobierno y las empresas estatales para atender el servicio
de sus deudas en el exterior; en un segundo lugar de prioridades estableció el pago de ciertas
importaciones indispensables y ciertos bienes de consumo vitales para la economía argentina;
en un tercer lugar fijó las remesas de bancos, casas comerciales y compañías de servicios
públicos extranjeras para cancelar obligaciones financieras en el exterior; en un cuarto lugar de
importancia, las necesidades de divisas de extranjeros, y en un quinto y último lugar de
oportunidades, el Ministerio de Hacienda colocó el pago de importaciones no esenciales o
consideradas de lujo. Ver Raúl García Heras, "Las compañías ferroviarias y el control de
cambios en la Argentina durante la gran depresión", en Desarrollo Económico, Nº 116, enero-
marzo 1990, p. 484, quien cita como fuente: Ministerio de Hacienda, Memoria correspondiente a
1932, tomo I, p. 70.
2. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, correspondientes a los años 1930 a
1940, citados en Vicente Vázquez Presedo, Estadísticas históricas argentinas II (comparadas),
segunda parte 1914-1939, Buenos Aires, Ediciones Macchi, 1976, p. 184.
3. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, correspondientes a los años 1930 a
1940, cit. en V. Vázquez Presedo, Estadísticas..., segunda parte, p. 189.
4. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1930 a 1940, cit. en V. Vázquez
Presedo, Estadísticas...., segunda parte, p. 184.
5. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1930 a 1939, cit. en V. Vázquez
Presedo, Estadísticas..., segunda parte, p. 189.
6. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1930 a 1939, cit. en V. Vázquez
Presedo, Estadísticas..., segunda parte, p. 226.
7. Ruth Kelly, "The Foreign Trade of Argentina and Australia 1930-1960 (1)", Economic Bulletin for
Latin America, X, Nº 1, marzo 1965, p. 56, cit. por R. Gravil, "State intervention...", op. cit., p.
170.
8. A. Martínez de Hoz, "Agricultura y ganadería", en J. A. Paita (editor), Argentina 1930-1960,
Buenos Aires, 1961, 192, cit. por R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection.., op. cit., p. 187.
9. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1930 a 1943.
10. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1934, 1935 y 1937.
11. La Prensa, 6 de septiembre de 1933, p. 10.
12. Volúmenes de exportación del trigo argentino en 1933 y 1934 en Anuarios del Comercio Exterior,
años 1933 y 1934, cit. en V. Vázquez Presedo, Estadísticas..., op. cit., segunda parte, p. 210.
Volúmenes de exportación de trigo argentino hacia el Reino Unido entre 1930 y 1940, en
Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1930 a 1940. Respecto de la
adhesión y ruptura de la Argentina como miembro del Acuerdo Internacional de Trigo ver R.
Gravil, "State Intervention...", op. cit., pp. 170-171, quien cita las siguientes fuentes: "British
Chamber of Commerce in the Argentine Republic", Monthly Journal, XIII (agosto 1933), pp. 15-
16; Banco de la Nación Argentina, Revista Económica, 6 (6), agosto 1933, pp. 97-98; "British
86
Chamber of Commerce in the Argentine Republic", Monthly Journal, XIV, 30 de diciembre 1933,
p. 14; J.W.F. Rowe, Primary Commodities in International Trade, Cambridge, 1965, p. 152.
13. R. Kelly, op. cit., p. 50, cit. en R. Gravil, "State Intervention...", op. cit., p. 172.
14. Datos del Anuario del Comercio Exterior, año 1940, y Revista de la Bolsa de Cereales de
Buenos Aires, año 1948, p. 18, citados por V. Vázquez Presedo, Estadísticas..., op. cit., segunda
parte, p. 185.
87
El comercio de carnes
El período 1930-1933
92
Gath & Chaves y Shell-Mex. Debido a la rápida acumulación de fondos no
remitidos por las compañías y a la no disposición de los exportadores
británicos a seguir autorizando el embarque de mercaderías sólo contra la
prueba del depósito en pesos en Buenos Aires, las autoridades argentinas
comprendieron que la distribución de divisas se había convertido en el
instrumento más poderoso de la política comercial. Incluso existía la
ventaja adicional de que la discriminación en la colocación de divisas por
parte del gobierno argentino no constituía en sentido estricto una violación
de la cláusula de nación más favorecida de los tratados comerciales
argentinos, ya que dichos tratados no hacían referencia alguna a
disposiciones cambiarias. No obstante, el temor a las represalias británicas
existió entre las autoridades y los ganaderos argentinos, aun a pesar de la
teórica libertad de que gozaba el gobierno argentino para conceder
tratamiento preferencial a Gran Bretaña en ese campo. (17) Junto al
régimen de control de cambios, otras medidas adoptadas por las
autoridades argentinas generaron inquietud en los exportadores británicos,
tales como el incremento del 10% en los gravámenes sobre las
importaciones. Si bien esta medida tuvo un sentido más tributario que
proteccionista, los exportadores británicos se inquietaron ante la
posibilidad de una evolución de la política arancelaria argentina que fuera
desfavorable para sus intereses. (18) Justamente, como se explicará en la
próxima sección, este arancel del 10% sobre las importaciones fue uno de
los temas presentes tanto en las negociaciones diplomáticas anglo-
argentinas previas a la firma del acuerdo Roca-Runciman en 1933, como
en el texto mismo de dicho convenio.
No obstante, a pesar de las medidas restrictivas adoptadas por los
gobiernos de Gran Bretaña y la Argentina, existió también una recíproca
voluntad de acercamiento, alimentada por los intereses de sectores
influyentes en uno y otro país. Por el lado argentino, el gobierno y los
intereses ganaderos a los que el primero apoyaba no pudieron (o no
quisieron) vislumbrar otro mercado que pudiera reemplazar al británico. La
industria de la carne argentina había crecido en función de la demanda del
Reino Unido y se había adaptado al gusto inglés, especialmente a través
del rubro de carne enfriada, del cual la Argentina era el principal
proveedor.
La Conferencia Imperial de Ottawa había decidido medidas
preferenciales para los miembros del Commonwealth, afectando los
intereses ganaderos argentinos, dado que implicaban la reducción en un
tercio de las compras de carne congelada argentina, y en un 10% de la
enfriada, tomando para esto como base las compras de 1932, ya muy
bajas en el rubro de la carne congelada. Se trataba de un punto
extremadamente sensible, por su importancia económica intrínseca debido
al valor relativo de las exportaciones de carne respecto del conjunto de las
exportaciones argentinas como por la magnitud de los intereses
constituidos en torno a aquéllas: productores, frigoríficos y empresas
navieras con capacidad de presión sobre el gobierno argentino.
93
A la vez, el gobierno poseía a través de la política arancelaria y el
control de cambios una poderosa arma para negociar con los británicos.
Estos mecanismos permitían al gobierno argentino discriminar las
importaciones y regular el monto de las divisas que sería utilizado para
pagar el servicio de la deuda británica, seguir comprando productos
británicos o remitir las utilidades de las empresas británicas instaladas en
la Argentina. (19)
Por su parte, las autoridades y agentes económicos del Reino Unido
temían por los 600 millones de libras esterlinas invertidas en el mercado
argentino, uno de cuyos rubros principales de inversión, los ferrocarriles,
ya atravesaba dificultades económicas. Además, en ese momento el Reino
Unido era un país acreedor de la deuda externa argentina, y no deseaba
que su servicio se viera dificultado. Por último, aunque Gran Bretaña había
realizado esfuerzos para estimular su propia producción de carnes y
depender menos del exterior, no había logrado el autoabastecimiento.
En realidad, la Argentina y Gran Bretaña habían llegado a un grado tal
de complementación económica que, de acuerdo con un memorándum del
Comité Anglo-Argentino en Londres "la prosperidad o el revés en uno,
tiene que tener importantes repercusiones en el otro". En otras palabras, la
prosperidad o el revés en el campo argentino, no sólo repercutiría en la
condición de los ferrocarriles británicos, sino también en los frigoríficos de
capitales ingleses y en las compañías marítimas británicas que
transportaban los productos argentinos al Reino Unido. (20)
Asimismo, los británicos demostraron preocupación por las
consecuencias del régimen de control de cambios adoptado por el
gobierno argentino. Hacia fines de 1932 se había establecido una posición
oficial, con la intervención de Frederick Leith-Ross, el consejero económico
más importante del gobierno británico. En su opinión debía solicitarse al
gobierno argentino que en la asignación de divisas se concediese algún
tipo de preferencias a Gran Bretaña. En forma simultánea, se formuló un
esquema, en consulta con las compañías ferroviarias, para que se
descongelaran los pesos bloqueados en Buenos Aires. Este esquema
consistió en la emisión de un bono en libras que pudiera ser aceptado
como garantía bancaria y que sería distribuido entre los tenedores de
sumas importantes de dichos pesos. (21) En síntesis, tanto de un lado
como del otro de la relación comercial anglo-argentina existían
motivaciones suficientes como para iniciar una negociación.
• NOTAS
1. R. Kelly, op. cit., p. 55, cit. por R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 187.
2. Ver editorial "Las importaciones de carne argentinas en Gran Bretaña han disminuido mucho en
1930", La Nación, 13 de diciembre de 1930, p. 3.
3. R. Duncan, "Imperial Preference: The Case of Australian Beef in the 1930’s", Economic
Record 39, Nº 86, June 1963, p. 161, citado por Carlos F. Díaz Alejandro, Essays on the
economic history of the Argentine Republic, New Haven, Yale University Press, 1970, p. 100.
4. Pablo Della Costa, Informe sobre la misión Roca al Reino Unido, presentado al señor ministro de
relaciones exteriores, Carlos Saavedra Lamas, por el cónsul general retirado, señor Pablo Della
Costa, ex jefe de la división comercial del mismo departamento, República Argentina, Archivo del
94
Ministerio de Relaciones Exteriores (en adelante AMRE), año 1932, expediente 152, Convenio
con Gran Bretaña, legajo 4: Firma de la Convención Accesoria y Protocolo con el Reino Unido de
la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, 1º de mayo de 1933. Negociaciones Generales, folio 291,
fuente citada en Daniel Drosdoff, El gobierno de las vacas (1933-1956). Tratado Roca-
Runciman, Buenos Aires, La Bastilla, 1972, p. 20; República Argentina, Ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto, Memoria presentada al Honorable Congreso Nacional correspondiente al
período 1932-1933, tomo I, Buenos Aires, 1933, pp. 406-407, cit. por J. Fodor y A. O’Connell, op.
cit., p. 45.
5. Ver al respecto La Nación, 18 de noviembre de 1930, p. 9; La Nación, 20 de noviembre de 1931,
p. 4.
6. J. Fodor y A. O' Connell, op. cit., p. 44. Ver también respecto de la Conferencia de Ottawa José
María Rosa, Historia argentina. Orígenes de la Argentina contemporánea, tomo 12, Década
infame (1932-1943), Buenos Aires, Oriente, 1992, pp. 65-67.
7. Telegrama de Julio A. Roca al Ministro de Relaciones Exteriores, Londres, 18 de marzo de 1933,
en República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores, Memoria presentada al Honorable
Congreso Nacional correspondiente al período 1933-1934, Primera parte: Relaciones Exteriores,
Anexo A: Política internacional, Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1934, p. 389-390.
8. Ver J.M. Rosa, op. cit., p. 67. Consultar también D. Drosdoff, op. cit., p. 16, quien cita como
fuente República Argentina, Ministerio de Agricultura, Conferencia Económica Imperial de
Ottawa, traducción y explicación de los principales convenios celebrados entre el Gobierno del
Reino Unido y sus Dominios, Buenos Aires, 1932, p. 8. De hecho, Brasil y Uruguay preocuparon
mucho más que Australia a los productores argentinos de chilled beef en esta etapa. Ver al
respecto R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., pp. 183 y 205, cuyas fuentes son:
Imperial Economic Committee, Meat: A Summary of Figures of Production and Trade, 1936, 25, y
Banco de la Nación Argentina, Revista Económica, 3, abril de 1932, 60. En la última figura el
crecimiento de las exportaciones de chilled beef brasileño al mercado británico: las mismas
habían ascendido de 1070 toneladas en 1926 a 30.500 toneladas en 1931. También se había
registrado en el mismo período un incremento de las exportaciones uruguayas: de 35.000 a
39.500 toneladas.
9. Las cifras son tomadas de República Argentina, Ministerio de Agricultura de la
Nación, Conferencia Económica Imperial de Ottawa, traducción y explicación de los principales
convenios celebrados entre el Gobierno del Reino Unido y sus Dominios, Buenos Aires, talleres
gráficos del Ministerio de Agricultura de la Nación, 1932, p. 4, cit. por D. Drosdoff, op. cit., p. 15.
10. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1928/1929 y 1932.
11. Daniel Drosdoff y Alberto Conil Paz y Gustavo Ferrari coinciden en estos porcentajes salvo en el
caso del cuarto trimestre de 1933, donde el primero cita un porcentaje del 75% y los últimos uno
del 65%. Los porcentajes de reducción de las exportaciones trimestrales argentinas de carne
ovina y bovina congelada en relación a las correspondientes al "año de Ottawa", están
mencionados en República Argentina, Ministerio de Agricultura de la Nación, Conferencia
Económica Imperial de Ottawa..., op. cit., p. 4, fuente citada por D. Drosdoff, op. cit., p. 16 y por
Alberto Conil Paz y Gustavo Ferrari, Política exterior argentina 1930-1962, Buenos Aires,
Huemul, 1964, p. 14.
12. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1932 y 1935.
13. Informe del Ministerio de Agricultura, La Prensa, 2 de diciembre de 1932; F.O. 371 A78/78/51-
1932, fuentes citadas por J. Fodor y A. O' Connell, op. cit., p. 45, n. 85.
14. Esta declaración del 14 de octubre de 1932 fue firmada por nombres prestigiosos de la industria
ganadera y agrícola argentina tales como Eduardo F. Bullrich, Guillermo Seré, Pedro Ichauspe,
Enrique Duhau, Leonardo Pereyra Iraola, Enrique Santamarina, Sociedad Anónima Pereda
Limitada, Rodolfo de Alzaga Unzué, José Santamarina e hijos, Carlos Lattuada, Nicolás Bruzone
e hijos y Guillermo Martínez de Hoz. Ver esta declaración en La Nación, 15 de octubre de 1932,
p. 5; La Prensa, 15 de octubre de 1932, p. 11.
15. Tulio Halperín Donghi, "Crónica del período", en J.A. Paita (editor), Argentina 1930-1960,
Buenos Aires, 1961, 34, cit. por R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 183.
Memorándum del Foreign Office de noviembre de 1932, en F.O. A 7753/1040/2, 18/11/1932,
citado por Pedro Skupch, "El deterioro y fin de la hegemonía británica sobre la economía
argentina (1914-1947)", en M. Panaia, R. Lesser, P. Skupch, Estudios sobre los orígenes del
peronismo, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1975, pp. 38-39, y por R. Miller, op. cit., p. 217.
16. R. Miller, op. cit., p. 216.
17. Virgil Salera, Exchange Control and the Argentine Market, Nueva York, 1941, cit. por J. Fodor y
A. O' Connell, op. cit., pp. 46 y 48. Ver también L.A. Romero, op. cit., p. 97; Joseph S. Tulchin,
"Foreign Policy", en Mark Falcoff & Ronald H. Dolkart (eds.), Prologue to Perón: Argentina in
depression and war, 1930-1943, Berkeley, UCP, 1975, pp. 90-91, y D. Drosdoff, op. cit., pp. 14-
15.
18. Idem nota anterior.
19. L.A. Romero, op. cit., pp. 101-102.
95
20. J. Fodor y A. O'Connell, op. cit., pp. 19-20.
21. Minutas de la primera reunión del Comité Interministerial sobre Restricciones Cambiarias del
gobierno británico en A 70/70/2, del F.O. 371-1933; también A 859/70/2, del F.O. 371-1933,
fuentes citadas en ibid., p. 49.
96
El Tratado Roca-Runciman
99
productos agropecuarios, pero no fijan el límite a la posibilidad de
que se concreten condiciones mucho más perjudiciales para ellos. A
ellos concurrirá en primer término la acción infatigable de los
partidarios de la preferencia a otorgarse a los Dominios y la
apelación incesante de los productores de carne británicos. A estas
pretensiones han podido ser contenidos hasta este momento por los
funcionarios del Board of Trade que han hecho valer la posibilidad de
realizar arreglos satisfactorios para el capital y la industria británica
con la República Argentina y con algunos otros países: Dinamarca y
Noruega. El fracaso de las negociaciones daría libre curso a todas
estas aspiraciones que no encontrarían ya barrera que le ha ofrecido
hasta el momento la política desarrollada por el Board of Trade, que
ya fue en su hora, adversario de los arreglos de Ottawa”. (14)
101
se podían otorgar franquicias extra a los británicos cuando ya
aproximadamente 54% de los productos ingleses entraban libres de
derechos en el mercado argentino hacia 1932. El ministro pensaba que
estas concesiones adicionales de aduana eran innecesarias, si se iban a
otorgar ventajas en la política de control de cambios. Además sostuvo que
dichas concesiones originarían un serio desequilibrio en el presupuesto.
En síntesis, el ministro Hueyo deseaba que el gobierno argentino
mantuviese un estricto control sobre el comercio exterior como una ayuda
indispensable para concretar las reformas financieras internas, equilibrar el
presupuesto y ganar la cooperación de los inversores británicos "rehenes"
en el mercado argentino. (20)
El vicepresidente Roca, a diferencia del ministro Hueyo, tuvo por
principal objetivo garantizar niveles mínimos de exportación a Gran
Bretaña, aun a costa de resignar la protección cambiaria. Según su óptica,
era necesario vincular todavía más estrechamente entre sí a las
economías argentina y británica, de modo que las empresas británicas en
la Argentina fueran dependientes de la prosperidad general del país
anfitrión para poder sobrevivir. (21)
Así, toda la actuación de Roca parece haber estado guiada por la idea
de que debía evitarse un mal mayor. En su informe acerca de las
negociaciones, aquél sostuvo: "Hemos tenido constantemente como punto
de mira la necesidad de vincular más estrechamente los intereses
económicos británicos con los nuestros, a fin de estimular el desarrollo de
elementos de resistencia contra las tendencias proteccionistas y
preferencias que se desenvuelven progresivamente en desmedro de
nuestros productos". (22) Finalmente, la firma del tratado provocó el
alejamiento de Alberto Hueyo de su cargo de Ministro de Hacienda el 30
de junio de 1933. (23)
No obstante, a pesar de los numerosos obstáculos existentes en las
negociaciones mantenidas entre la misión encabezada por
el vicepresidente Julio A. Roca (hijo) y los representantes del Board of
Trade liderados por Walter Runciman, finalmente se llegó a un acuerdo el
1º de mayo de 1933. Este convenio comprendía una convención y un
protocolo. (24)
El texto de la convención establece en su artículo 1º el compromiso del
gobierno del Reino Unido de no imponer ninguna restricción a las
importaciones de carne enfriada argentina que implicara una cantidad
inferior a la importada en el trimestre del año terminado el 30 de junio de
1932, "a menos y tan sólo cuando a juicio del gobierno del Reino Unido,
después de haber consultado al Gobierno Argentino e intercambiado con
éste toda información pertinente, ello fuera necesario para asegurar un
nivel remunerativo de precios en el mercado del Reino Unido" (párrafo 1).
Si por "circunstancias imprevistas" el gobierno británico se veía obligado a
reducir sus importaciones de carne enfriada de la Argentina en un monto
mayor del 10% por debajo de la cantidad importada en el año terminado el
30 de junio de 1932, debía también reducir las importaciones de carne
102
enfriada y congelada procedentes de todos los países exportadores de
carne que formaban parte de la Comunidad Británica de Naciones "en un
porcentaje igual al porcentaje de reducción de la carne vacuna enfriada
argentina por debajo del 90% de la cantidad importada en el trimestre
correspondiente del año terminado el 30 de junio de 1932" (párrafo 2).
Por el artículo 2º de la convención de mayo de 1933, párrafo 1, el
gobierno argentino debía destinar la suma total de cambio en libras
esterlinas proveniente de la venta de productos argentinos en el Reino
Unido para satisfacer la demanda para remesas corrientes de la Argentina
al Reino Unido, permitiéndosele deducir una suma razonable anual para el
pago del servicio de la deuda pública externa argentina (nacional,
provincial y municipal). Los párrafos 2 a 6 de este artículo 2º se referían al
orden y la forma en que el cambio en libras esterlinas disponible sería
otorgado. El párrafo 2 sostenía que previa la reserva para el pago del
servicio de deudas públicas externas, el cambio en libras esterlinas
disponible por las autoridades argentinas "será distribuido entre las
diversas categorías de solicitantes de remesas al Reino Unido (y) será
resuelto mediante acuerdo entre el gobierno argentino y el gobierno del
Reino Unido". Por el párrafo 3, el gobierno argentino debía apartar un
equivalente en libras esterlinas de doce millones de pesos papel, "con el
fin de realizar pagos en efectivo hasta un importe a fijarse entre el gobierno
del Reino Unido y el gobierno argentino, con respecto a cada uno de los
casos de saldos en pesos que, hasta el 1º de mayo de 1933, estuvieran
esperando cambio en libras esterlinas para ser remitidos al Reino Unido".
Y por el párrafo 4 se establecía que el gobierno argentino ofrecería emitir
bonos en libras esterlinas en cambio de los saldos en pesos que hubiesen
quedado al 1º de mayo de 1933 a la espera de cambio en libras esterlinas
para ser remitidos al Reino Unido, después de haberse agotado los doce
millones de pesos papel a que se refiere el parágrafo precedente. Estos
bonos serían emitidos a la par, a un plazo de veinte años, comenzando su
amortización a los cinco años de su emisión y devengarán un interés del
4% anual. El tipo de conversión y demás condiciones de los bonos serán
convenidos entre el gobierno argentino y una comisión de representantes
de los tenedores de los saldos en cuestión.
El artículo 3º comprometía a las partes a la firma de un convenio
suplementario, "con disposiciones relativas a los derechos y otros
gravámenes similares, así como a las regulaciones cuantitativas a ser
aplicadas a las mercaderías del Reino Unido en la República Argentina y
las similares a ser aplicadas a las mercaderías argentinas en el Reino
Unido".
Por el artículo 4º se establecía que ninguna disposición de la
convención afectaría los derechos y obligaciones del Tratado de Amistad,
Comercio y Navegación firmado en Buenos Aires el 2 de febrero de 1825.
El artículo 5º establecía que cualquier divergencia relacionada con la
interpretación o aplicación de la Convención sería sometida, a pedido de
una de las partes, a la Corte Permanente de Justicia Internacional, "a
103
menos que en cualquier caso particular las partes contratantes convengan
en someter la divergencia a otro tribunal o resolverla por otro
procedimiento". Finalmente, el artículo 6º establecía la obligatoriedad de
ratificar la convención y el plazo de vigencia de la misma que era de tres
años.
Por su parte, el Protocolo que acompañó la Convención de mayo de
1933, establecía en su párrafo 1 el compromiso del gobierno argentino de
dispensar a las empresas que contaran con colaboración de capital
británico un "tratamiento benévolo que tienda a asegurar el mayor
desarrollo económico del país y la debida y legítima protección de los
intereses ligados a tales empresas". El párrafo 2 del Protocolo expresaba
por su parte la disposición del gobierno británico a cooperar con el
argentino en "una conjunta investigación de la estructura económica y
financiera y del funcionamiento del comercio de carnes, con especial
referencia a los medios a adoptarse para asegurar un razonable beneficio
a los ganaderos". El párrafo 3 establecía que, en el caso de que el
gobierno o los ganaderos argentinos tuvieran la propiedad y administración
de empresas que no persiguieran fines de lucro sino una mejor regulación
del comercio y la búsqueda de un beneficio razonable para el ganadero, el
gobierno del Reino Unido estaba dispuesto a permitir la importación de
carne proveniente de dichas empresas hasta el 15% de la cantidad total
importada de la Argentina al Reino Unido.
En el párrafo 6, las autoridades argentinas declaraban su intención de:
a) mantener libres de derechos el carbón y todas las mercaderías que en
ese momento se importaban en la Argentina libres de derechos; b) retornar
en general a las tasas y aforos sobre las mercaderías británicas vigentes
en 1930 "hasta donde lo permitan las necesidades fiscales y el interés de
las industrias nacionales", y modificar la clasificación según proposiciones
del Reino Unido; c) entablar conversaciones con el gobierno del Reino
Unido para mantener la situación de ese momento del carbón del Reino
Unido en el mercado argentino. Vinculado con el párrafo 6, el gobierno
argentino se comprometía en el párrafo 7 a no imponer, mientras estuviera
pendiente la conclusión del acuerdo suplementario, "ningún nuevo
derecho, ni aumentar los existentes ya sea por aumentos de tasas, o por
aumento de aforos, o por aumentos en la sobretasa temporaria del 10%, o
por aplicación de una sobretasa a mercaderías a las cuales no se aplica
actualmente, o por cualquier otro medio".
Por su parte, el párrafo 8 contenía la declaración de propósitos del lado
británico: a) no imponer nuevos derechos o gravámenes o aumentos en
los derechos a la carne, jamones, trigo, maíz, lino y extracto de quebracho
importados de la Argentina en el Reino Unido; b) no establecer limitaciones
cuantitativas sobre las importaciones en el Reino Unido de trigo, maíz, lino,
afrecho y afrechillo, rebacillo, lana en bruto, premier jus, sebo sin refinar,
cerda, tripas y extracto de quebracho; y c) asegurar un tratamiento
equitativo a todas las mercaderías importadas de la Argentina en el Reino
Unido no mencionadas expresamente.
104
En el párrafo 9 el gobierno del Reino Unido también se comprometía,
mientras estuviera pendiente la conclusión del acuerdo suplementario, a
no imponer ninguno de los derechos, aumentos o limitación cuantitativa
mencionados en el párrafo anterior. Por último, el párrafo 10 estipulaba
que el gobierno argentino designaría una comisión, a cuyas deliberaciones
serían invitados representantes del gobierno británico, a fin de examinar
las proposiciones realizadas por el Reino Unido mencionadas en el párrafo
6 y preparar el acuerdo suplementario que quedaba pendiente.
En definitiva, la Argentina consiguió mantener las exportaciones de
carne enfriada en los niveles del "año de Ottawa", es decir, a un volumen
algo menor de las 390.000 toneladas correspondientes a dicho año. Para
la delegación argentina, la seguridad de la cuota de carne del año Ottawa
era en sí misma una importante concesión de las autoridades británicas.
Según uno de sus integrantes, Fernández Beyró, "Gran Bretaña es un
mercado sobresaturado de carnes y de otros productos que las sustituyen
en la alimentación humana. En tales condiciones, nuestras importaciones
podrían sufrir de inmediato un corte de 100.000 toneladas anuales sin que
los precios minoristas se elevaran hasta el punto de provocar la protesta
de los consumidores". No obstante que el artículo 1º, párrafo 1 del
Convenio autorizaba al gobierno británico a efectuar reducciones en las
importaciones de este producto previa consulta con las autoridades
argentinas y para asegurar un nivel remunerativo de precios en el mercado
del Reino Unido, Fernández Beyró consideraba poco probable una
reducción de más del 10% sobre la carne bovina enfriada porque "el Reino
Unido no puede imponer una reducción a los dominios, ni éstos la
aceptarían voluntariamente". (25)
Además, el gobierno argentino logró obtener un porcentaje del manejo
de la cuota de carne. Este era un tema sensible para los ganaderos
argentinos, afectados por las maniobras del pool de frigoríficos extranjeros.
Gran Bretaña mantendría el control de 85% de las licencias de importación
de carne proveniente del mercado argentino, concediéndose a las
autoridades argentinas el derecho de administrar 15% de la cuota, para
asegurar un razonable beneficio al ganadero.
La Argentina también obtuvo el compromiso de las autoridades
británicas de no restringir la importación de menudencias comestibles
siempre que guardaran cierta relación con el volumen de las carnes, de no
imponer nuevos derechos sobre artículos específicos del mercado
argentino y de no establecer limitaciones cuantitativas sobre las
importaciones de trigo, maíz, lino y otros productos.
Por su parte, el gobierno del Reino Unido obtuvo el deseado tratamiento
especial o benévolo en cuanto a control de cambios. Los párrafos 1, 3 y 4
del artículo 2º del convenio de mayo de 1933 establecían la obligación del
gobierno argentino de separar del excedente del cambio en libras
esterlinas proveniente de la venta de productos en el Reino Unido, un
equivalente en libras a 12.000.000 de pesos papel, para hacer pagos en
efectivo hasta el 1º de mayo de 1933 a aquellas firmas que estuvieran
105
esperando cambio para girar a Gran Bretaña. Luego de tal fecha, y
agotado el fondo, se emitirían bonos en libras esterlinas, pagaderos en 20
años con un interés del 4% anual, comenzando su amortización a los cinco
años de haber sido emitidos.
Esta cláusula de tratamiento benévolo a las empresas británicas en la
Argentina presente en el tratado anglo-argentino de 1933 es presentada
por numerosos autores argentinos y extranjeros vinculados a argumentos
nacionalistas y/o dependentistas como la prueba de la complicidad entre
los gobiernos argentino y británico y las compañías inglesas en la
Argentina. (26) En realidad, la inclusión de esta cláusula fue una vaga
promesa de buena voluntad de las autoridades argentinas dado que no las
comprometía a implementar políticas específicas favorables a estas
empresas. Las opiniones de dos de los miembros más influyentes del
gabinete argentino confirman que la aceptación de dicha cláusula no
significaba que la Argentina debía comprometerse a atender todas las
demandas de los inversores británicos. El Ministro de Hacienda Alberto
Hueyo sostuvo que esta cláusula de tratamiento benévolo no debía impedir
a las autoridades argentinas llevar a cabo una política económica
independiente de interferencias británicas. Por su parte, el Ministro de
Agricultura Antonio de Tomaso señaló que "su buena disposición para
facilitar la firma de un tratado con el Reino Unido no significaba que
estuviese dispuesto a tolerar un convenio perjudicial para la Argentina".
(27)
Para el gobierno del Reino Unido, un logro mucho más relevante que el
ambiguo "tratamiento benévolo" a las firmas británicas establecidas en la
Argentina fue la disminución de los derechos aduaneros sobre 235
artículos ingleses otorgada por el Convenio Suplementario de la
Convención firmado en septiembre de 1933.
En cuanto a la repercusión del tratado en ambos países, puede decirse
que fue diversa. En el Reino Unido, la firma del tratado Roca-Runciman
contó con la oposición de la prensa de lord Beaverbrook.
El Daily Express de Londres, un periódico de Beaverbrook, sostuvo que el
tratado "entrega el status de dominio a una república de Sudamérica",
acusando al señor Runciman de "perder 75.000.000 de libras esterlinas de
ingreso que podría haber venido de un derecho de dos peniques por libra
sobre carne importada". (28) En un editorial del mismo mes, el Daily
Expresssostuvo que el convenio anglo-argentino destruía todas las
esperanzas para la recuperación de la agricultura y ganadería británicas,
"porque coloca a la Gran Bretaña en la misma situación en que se vio en el
año 1923. Por su ignorancia o su maldad (...), los ministros (Walter)
Runciman, (Stanley) Baldwin y su jefe (Ramsay) Macdonald han
desbaratado el mercado de la industria ganadera británica. Esperamos que
los ganaderos no lo olviden y que el pueblo no se lo perdone jamás". (29)
Otros medios de prensa adoptaron una actitud más moderada que la
del Daily Express al comentar el tratado. El Times, también de Londres,
comentó que el convenio podía "abrir la puerta de un desarrollo sustancial
106
del intercambio para el beneficio de ambos países". (30) Por su parte, los
diarios Financial News y Financial Times se abstuvieron da opinar sobre el
polémico tratado, y el Morning Post evadió el compromiso de la opinión
sosteniendo que el convenio era difícil de evaluar. (31)
En la Argentina, la firma del tratado Roca-Runciman tuvo un eco dispar
en los medios de prensa. En Buenos Aires, los diarios la Prensa y La
Nación evidenciaron opiniones encontradas a pesar de su común
inclinación conservadora. La Prensa demostró su oposición a los esfuerzos
de la Sociedad Rural, que presionaba a las autoridades a un pacto con el
Reino Unido, sosteniendo que, a pesar de la celebración del convenio
entre las autoridades argentinas e inglesas, ningún factor podía impedir la
exclusión parcial de los productos argentinos en favor de los Dominios. A
continuación, el matutino exhortaba a los productores agropecuarios a
"dedicarse con valentía a la organización independiente de sus
productos".
Una vez firmado el tratado Roca-Runciman en 1933, La Prensa mantuvo
su inclinación crítica, atacando la política comercial del gobierno de Justo y
también la de su antecesor Uriburu. Apoyando una política de libre cambio,
describió al tratado Roca-Runciman como el precio de la política
proteccionista implantada desde 1930. A diferencia del perfil crítico
evidenciado en las columnas de La Prensa, La Nación alabó el tratado
Roca-Runciman, destacando como virtud del mismo la de constituir "el
hecho original de un pronto restablecimiento en las actividades
económicas argentinas y un modelo de convenciones de reciprocidad
comercial, en el que podrían inspirarse los tratados venideros".
En cuanto al diario socialista La Vanguardia, atacó al tratado como "la
lógica de la política conservadora e inglesa, atentatorias las dos contra los
intereses de los respectivos pueblos". Sostuvo que la actitud de firmar el
tratado era una directa consecuencia de la estructura agrícolo-ganadera
argentina: "En primer lugar, resulta chocante la preocupación patriótica de
nuestro gobierno por alimentar con la mejor carne argentina a los ingleses,
cuando nuestro pueblo se encuentra condenado a una alimentación
deficiente". (32)
Asimismo, respecto de la reacción de las organizaciones corporativas
ante el acuerdo, cabe destacar la posición de la Sociedad Rural Argentina.
Esta entidad expresó a través de su presidente Horacio N. Bruzzone su
apoyo a la firma del convenio Roca-Runciman, aunque sin dejar de
mostrar sus puntos de disidencia con el mismo:
108
“El convenio no asegura ventaja alguna, y la razón que inclina a
votarlo a los que lo votan y a excusarlo -no a defenderlo- a los que lo
excusan, es el temor. Se teme que Albión, provocada
imprudentemente a hacer un tratado, se moleste si se rechaza, tome
represalias y coloque a Argentina en peores condiciones que antes.
(...) no hay 350.000 toneladas aseguradas porque el tratado dice que
Gran Bretaña puede reducir la cuota de carne enfriada en
circunstancias imprevistas (...) La misión abocada a un imposible, por
pura imprudencia de la Cancillería, después de haber aceptado todo
lo que pedía Inglaterra, aceptó que nada se diera a la Argentina. He
aquí por qué el convenio constituye un fracaso total: fracaso
diplomático y fracaso comercial”. (35)
110
cuyo jefe, Luis Colombo, podía organizar manifestaciones que fijaran
límites a las concesiones. Gravil se inclina por la primera opción debido a
que el gobierno se vio confundido por la seriedad de la misión británica a
Buenos Aires y trató de ocultar las preferencias otorgadas a Gran Bretaña.
(42)
Para tener cierta idea del alcance del problema de reducir o no los
derechos sobre las importaciones británicas, vale aclarar que las
propuestas británicas respecto de la reducción de estos derechos cubrían
36% del total de las exportaciones del Reino Unido, y 20% del total del
comercio de importación de la Argentina. Sobre la base de las estadísticas
del comercio de 1931, y excluyendo el 10% de la tasa adicional, las
demandas británicas implicaron una reducción del ingreso aduanero para
el gobierno argentino de 18 millones de pesos papel. Esta cifra representó
sólo el 7% del total de los ingresos aduaneros, pero la merma del comercio
de exportación argentino generó también una contracción del comercio de
importación total, no obstante lo cual las importaciones británicas
aumentaron como consecuencia de la revisión de las tarifas aduaneras. En
un intento por cubrir la creciente brecha existente entre exportaciones e
importaciones, el gobierno argentino había introducido un impuesto a las
rentas en 1931, pero el mismo fue inmensamente impopular y chocó
contra una tenaz resistencia interna. Al parecer, la aplicación de dicho
impuesto se limitó en la práctica a la ciudad y provincia de Buenos Aires,
pero "en el resto de la República el impuesto fue considerado más o
menos como letra muerta". (43) Pasó mucho tiempo antes de que el
ingreso directo pudiese cubrir la declinación de los ingresos indirectos.
Otro factor íntimamente vinculado con la cuestión tarifaria y que
impactaba de manera decisiva en la agenda comercial entre la Argentina y
el Reino Unido era el crecimiento de la industria textil, particularmente
significativo en las ramas de algodón y telas de lana. Por cierto, los
empresarios vinculados a este sector se opusieron al retiro de la
protección tarifaria exigido por las autoridades e industriales británicos. En
consecuencia, la mejor perspectiva para el progreso de los productos
manufacturados del Reino Unido en el mercado argentino fue la de
situarse en un comercio liberalizado de textiles de alta calidad. (44)
La cuestión tarifaria también incluía el tema del carbón importado por la
Argentina, producto que resultó de crucial importancia en la economía
argentina de los años de la Primera Guerra Mundial y su posguerra. Hacia
comienzos de la década de 1930, si bien Gran Bretaña proveía 90% de las
importaciones argentinas de carbón, otros productores de carbón estaban
perdiendo mercados como resultado de los cambios en las tarifas
mundiales. En particular, el gobierno del Reino Unido temía que países
productores y exportadores de carbón como Alemania y Polonia
procuraran colocar su producción en el mercado argentino, ya que las
autoridades de Buenos Aires disponían el libre ingreso del carbón pero
para todos los posibles abastecedores. Frente a este temor británico, los
argentinos argumentaron que el comercio de carbón proveniente del Reino
111
Unido estaba tan bien integrado al de granos de la Argentina, que Gran
Bretaña podría preservar fácilmente su posición con fletes marítimos de
bajo costo. Sin embargo, los comerciantes británicos no aceptaron estos
argumentos y siguieron presionando en favor de una preferencia
disfrazada. (45)
Finalmente, en setiembre de 1933 se firmó un acuerdo complementario
del tratado. El llamado Convenio Suplementario de la Convención del 1º de
mayo de 1933 fue firmado en Buenos Aires por el canciller argentino
Carlos Saavedra Lamas y el embajador británico en Buenos Aires sir
Henry Chilton el 26 de septiembre de 1933. (46)
Los artículos de dicho Convenio establecían expresamente que el
gobierno argentino no podía aplicar a los productos manufacturados
británicos derechos ni aforos más elevados que los especificados en los
Anexos I y II de dicho Convenio, debiendo además tratar de suprimir la
tasa adicional del 10%. Por el artículo 3º el gobierno argentino no podía
imponer ningún derecho sobre la importación de carbón de piedra, coke o
cualquier otro artículo admitido libre de derechos al 1º de mayo de 1933. El
artículo 4º establecía que no se impondría en la República Argentina sobre
el whisky fabricado en el Reino Unido impuestos internos más elevados
que a las bebidas alcohólicas nacionales o de otro origen.
De forma recíproca, se establecía que los artículos producidos en la
República Argentina enumerados en el Anexo III del Convenio no serían
sometidos a su importación en el Reino Unido a otros derechos o cargas
que los especificados en el referido anexo (art. 5º). Asimismo no se
establecerían limitaciones cuantitativas a la importación en el Reino Unido
sobre los artículos enumerados en el Anexo IV (art. 6º). En caso de
establecerse limitaciones a artículos no enumerados, éstos debían recibir
un tratamiento equitativo (art. 7º).
Adjunto al Convenio, Saavedra Lamas y Chilton suscribieron un
Protocolo específico para el caso del carbón que establecía, en su artículo
1°, que durante la vigencia del Convenio no se impondría ningún
gravamen nuevo ni mayor de los existentes, por concepto de eslingaje,
gastos de descarga u otros sobre el carbón de piedra, coke y combustible
manufacturado con derivados del carbón de pìedra, producidos o
manufacturados en el Reino Unido. El artículo 2° estipulaba que si el
gobierno del Reino Unido consideraba que la situación del mercado de
carbón, coke y combustible manufacturado, producidos o manufacturados
en el Reino Unido, no se había mantenido, se realizarían consultas entre
los dos gobiernos para estudiar la situación.
Las ventajas tarifarias concedidas al Reino Unido por el convenio
suplementario del tratado Roca-Runciman fueron aseguradas además por
el Decreto Nº 31.130 sancionado en enero de 1934. Este decreto
distinguió entre los importadores que solicitaban y obtenían permisos de
importación por adelantado, lo cual significaba que tendrían buena
posibilidad de recibir cambio, y los importadores que pedían los permisos
para mercadería en tránsito o ya entregada en el mercado argentino, factor
112
que les otorgaba menos chance de obtenerlo. Obviamente, esta política
favorecía a los comerciantes ya establecidos y con buenas conexiones
como el caso de los británicos y perjudicaba a los recién llegados como los
comerciantes norteamericanos. (47)
• NOTAS
1. Ver al respecto R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p. 184 y J.S. Tulchin,
"Foreign Policy, op. cit., p. 94. García Heras aclara que los efectos de la Conferencia de Ottawa
en las exportaciones de carne vacuna, las probabilidades de superar los impuestos británicos a
la importación y las franquicias aduaneras que debían otorgarse al comercio británico con la
Argentina fueron objeto de un debate que tuvo por protagonistas al Ministro de Agricultura
Antonio de Tomaso, al Ministro de Relaciones Exteriores Carlos Saavedra Lamas y a los
embajadores argentinos en Londres y París, Manuel Malbrán y Tomás Le Bretón,
respectivamente. Cfr. Raúl García Heras, op. cit., p. 487, quien cita como fuentes: Malbrán a
Saavedra Lamas, Londres, 8 de abril de 1932, Ministerio de Relaciones Exteriores, Archivo
Embajada, Caja 32, Carpeta 1; Malbrán a Saavedra Lamas, Londres, 10 de octubre de 1932 y
18 de noviembre de 1932, Ministerio de Relaciones Exteriores, Archivo Embajada, Letter Book,
Nº 297.
2. La Nación, 15 de octubre de 1932, p. 5.
3. Julio Argentino Roca (hijo), Miguel Angel Cárcano y Guillermo Leguizamón eran abogados y
miembros del exclusivo Jockey Club de Buenos Aires, con dilatada experiencia en la vida pública
y diplomática. Leguizamón en particular tuvo importantes vínculos con los ferrocarriles. A lo largo
de su trayectoria, Leguizamón fue presidente de los directorios de las compañías del Ferrocarril
Oeste de Buenos Aires Limitada, Ferrocarril Gran Sud de Buenos Aires, The Western Telegraph
Company Limited, The Bahía Blanca y North Western Railway Company Limited, Ferrocarril
Ensenada y Costa Sud, The Buenos Aires Southern Dock Company Limited, Compañía Muelles
y Depósitos del Puerto de La Plata y la Compañía Ferrocarrilera de Petróleo. El economista Raúl
Prebisch fue asesor técnico de la misión, junto a Carlos Brebbia y Aníbal Fernández Beiró. Ver
D. Drosdoff, op. cit., p. 21, quien cita el trabajo llamado Quién es quién en la Argentina, Buenos
Aires, Guillermo Kraft, 1941, p. 367.
4. F.O. 371/15800, Macleay to F.O., 2 November 1932, 317; F.O. 371/15800, 29 October 1932,
313; F.O. 371/15054, Macleay to Henderson, Despatch Nº 66, 24; La Nación y La Prensa, 14,
15 y 16 de marzo de 1931, fuentes citadas por R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op.
cit., p. 184. Ver también texto del decreto del Poder Ejecutivo nombrando la misión argentina a
Gran Bretaña, diciembre 24 de 1932, en República Argentina, Ministerio de Relaciones
Exteriores, Memoria...1933-1934, op. cit., Primera parte, Anexo B: Política comercial, pp. 351-
352.
5. El príncipe de Gales había visitado la Argentina en marzo de 1931 junto al príncipe Jorge, con el
objetivo de inaugurar la Exposición de Artes e Industrias Británicas que tuvo lugar en Palermo.
Los medios de prensa representativos de los intereses ganaderos argentinos (tal el caso de La
Nación) consideraron esta visita de los príncipes británicos, y la exposición británica misma,
como un síntoma de la buena voluntad de la Corona hacia la Argentina. Ver al respecto los
editoriales "Los príncipes británicos", La Nación, 1º de marzo de 1931, p. 4; "Gran Bretaña y la
Argentina", La Nación, 10 de marzo de 1931, pp. 4 y 5; "La exposición británica", La Nación, 14
de marzo de 1931, p. 4; y "La exposición y la política económica", La Nación, 16 de marzo de
1931, p. 4. Detalles de la exposición británica efectuada en Buenos Aires en La Nación, 11 y 12
de marzo de 1931, p. 3; 13 de marzo de 1931, p. 7; 15 de marzo de 1931, pp. 1, 4 y 5; y 16 de
marzo de 1931, p.5. Ver también D. Drosdoff, op. cit., p. 21, cuya fuente es R.A., AMRE, op. cit.,
legajo 1: Designación del señor vicepresidente de la Nación, Dr. Julio A. Roca, para que en
misión especial retribuya las visitas que realizara a nuestro país Su Alteza Real el Príncipe de
Gales. Invitación de diversos países para que el jefe de la misión, Dr. Roca, efectúe visitas de
cortesía.
6. J. Fodor y A. O'Connell, op. cit., p. 49.
7. República Argentina, División Comercial de la Cancillería, Informe de junio de 1933 sobre
Ventajas obtenidas por el Convenio Argentino-Británico sobre la situación proteccionista creada
por los Acuerdos de Ottawa, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 4, folio 205, cit. en D. Drosdoff, op.
cit., p. 22.
8. Ver J. Fodor y A. O'Connell, op. cit., p. 51 y nota 98, cuyas fuentes son la minuta de la primera
reunión de negociadores del 15 de febrero de 1933 en A1327/48/2, del F.O. 371-1933; la
conversación en Ginebra del 16 de enero de 1933 entre Prebisch y Leith-Ross, en A523/48/2,
del F.O. 371, y la nota de Carlill sobre la segunda reunión del Subcomité de Carnes, en
A1678/78/51.
113
9. Telegrama de Julio A. Roca al Ministro de Relaciones Exteriores, Londres, 18 de marzo de 1933,
en República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores, Memoria...1933-1934, op. cit.,
Primera parte, Anexo B, pp. 389-391.
10. Board of Trade, Report of the Joint Committee of Enquiry into the Anglo-Argentine Meat Trade,
London, His Majesty's Stationary Office, 1938, p. 17, cit. por D. Drosdoff, op. cit., p. 27.
11. Sociedad Rural Argentina, El Pool de Frigoríficos: Necesidad de la intervención del Estado,
Buenos Aires, 1927, p. 62, cit. en ibid., p. 28.
12. Carta de de Tomaso a Saavedra Lamas, 5 de enero de 1933, en R.A., AMRE, op. cit., legajo
2: Iniciación de negociaciones comerciales tendientes a celebrar un convenio con Gran Bretaña,
folio 7, cit. en ibid., p. 28.
13. Telegrama de Julio A. Roca al Ministro de Relaciones Exteriores, Londres, 24 de febrero de
1933, en República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores, Memoria...1933-1934, op.
cit., Primera parte, Anexo B, pp. 380-381; R.A., AMRE, op. cit., Julio A. Roca, Informe
presentado por el Dr. Julio A. Roca, 24 de junio de 1933, legajo 4, p. 21, cit. en D. Drosdoff, op.
cit., p. 29.
14. Telegrama de Julio A. Roca al Ministro de Relaciones Exteriores, Londres, 18 de marzo de 1933,
en República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores, Memoria...1933-1934, op. cit.,
Primera parte, Anexo B: Política comercial, pp. 389-390.
15. Nota del Board of Trade al Ministerio de Relaciones Exteriores, 3 de marzo de 1933, en R.A.,
AMRE, op. cit., legajo 10: Negociaciones Generales sobre cambios. Gestiones británicas para
obtener de la Comisión de Control de Cambios las facilidades previstas en artículo 2 de la
Convención Accesoria del 1º de mayo de 1933, folio 27, cit. por D. Drosdoff, op. cit., p. 23.
16. D. Drosdoff, op. cit., pp. 24-25. Ver lista de compañías británicas con pesos bloqueados extraída
de telegrama de Saavedra Lamas a Roca, 27 de febrero de 1933, en R.A., AMRE op. cit., legajo
10, folios 23-25.
17. Idem nota anterior, folio 25, cit. en D. Drosdoff, op. cit., p. 25.
18. Minutas de la segunda reunión del Subcomité de Restricciones Cambiarias del Gobierno
Británico del 11 de enero de 1933, F.O. 371 A984/70/2 y A71/A468/A414/70/2, fuentes citadas
por J. Fodor y A. O'Connell, op. cit., p. 46.
19. Roca a Saavedra Lamas, telegramas del 18 y 19 de marzo de 1933, en R.A., AMRE, op. cit.,
legajo 2, folio 154, cit. por D. Drosdoff, op. cit., p. 26. Ver también telegrama de Julio A. Roca al
Ministro de Relaciones Exteriores, Londres, 18 de marzo de 1933, en República Argentina,
Ministerio de Relaciones Exteriores, Memoria...1933-1934, op. cit., Primera parte, Anexo B, pp.
389-392.
20. J.S. Tulchin, op. cit., p. 95; D. Drosdoff, op. cit., pp. 26-27, y R.A., AMRE, op. cit., transcripto de
conversación telefónica entre Roca y Hueyo, legajo 2, folio 113, cit. en D. Drosdoff, op. cit., p. 44.
21. D. Drosdoff, op. cit., p. 27.
22. Julio A. Roca, Informe presentado por el Dr. Julio A. Roca, op. cit., folio 220, p. 9. cit. por D.
Drosdoff, op. cit., p. 27.
23. Referencia a la renuncia de Hueyo y sus causas en el editorial titulado "Repercusión de la
renuncia del ministro Hueyo en los círculos financieros de la Gran Bretaña", La Prensa, 19 de
julio de 1933, p. 9.
24. Texto de la Convención y Protocolo sobre Intercambio Comercial, firmado en Londres entre
Walter Runciman y Julio A. Roca (hijo) el 1º de mayo de 1933, transcripto en D. Drosdoff, op. cit.,
Documentos, pp. 169-178. También en La Prensa, 2 de mayo de 1933, p. 6; Anales de la
Sociedad Rural Argentina, Año LXVII, Vol. LXVII, Nº 5, mayo de 1933, pp. 203-208 y República
Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores, Memoria... 1933-1934, op. cit., Primera parte,
Anexo B, pp. 441-449 y pp. 485-494.
25. Malbrán a Saavedra Lamas, 5 de marzo de 1933, R.A., AMRE, op. cit., legajo 4, folio 32 y 34,
fuentes citadas por D. Drosdoff, op. cit., pp. 35-36.
26. Ver, entre otros trabajos, los de Raúl Scalabrini Ortiz, Política británica en el Río de la Plata,
Buenos Aires, Plus Ultra, 1965; Carlos Ibarguren, La historia que he vivido, Buenos Aires,
1955; Roberto M. Ortiz, El ferrocarril en la economía argentina, Buenos Aires, Cátedra Lisandro
de la Torre, 1958; Rodolfo y Julio Irazusta, La Argentina y el imperialismo británico: los
eslabones de una cadena, 1806-1933, Buenos Aires, Tor, 1934; J. Fodor y A. O’Connell, op. cit.;
y Roger Gravil & Timothy Rooth, "A Time of Acute Dependence: Argentine in the 1930s", Journal
of European Economic History, VII, 2-3, 1978, pp. 337-78.
27. Paul Goodwin, "Anglo-Argentine Commercial Relations: A Private Sector View, 1922-
43", Hispanic American Historical Review, Volume 61, Number 1 (febrero 1981), Duke University
Press, p. 47. Ver opiniones de Hueyo y De Tomaso citadas en R. García Heras, op. cit., p. 493.
28. The Daily Express, London, May 9, 1933, extraído de R.A., AMRE, op. cit., legajo 4, folio 52,
citado por D. Drosdoff, op. cit., p. 38.
29. The Daily Express, London, May 4, 1933, citado por La Prensa, 4 de mayo de 1933, p. 9.
30. The Times, London, 3 de mayo de 1933, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 4, folio 46, citado por D.
Drosdoff, op. cit., p. 39.
114
31. The Financial Times, Londres, mayo 3 de 1933; The Financial News, Londres y The Morning
Post, ambos de Londres y de la misma fecha que el primero, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 4,
folios 43, 46 y 54, citado en ibid., p. 39.
32. La Prensa, 27 de octubre de 1932, p. 8 y 3 de mayo de 1933, p. 8; La Nación, 3 de mayo de
1933, p. 6; La Vanguardia, 5 de mayo de 1933, p. 1, fuentes citadas en ibid., pp. 37-38.
33. Texto de la declaración del presidente de la Sociedad Rural Argentina, Dr. Horacio N. Bruzzone,
al gobierno argentino, citado en Anales de la Sociedad Rural Argentina, Año LXVIII, vol. LXVIII,
Nº 5, mayo de 1933, pp. 199-201 y en La Prensa, 4 de mayo de 1933, p. 11.
34. Defensa del tratado Roca-Runciman por parte del canciller Saavedra Lamas en República
Argentina, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, año 1933, tomo II, sesión del 18 de julio,
pp. 274 y 285, y tomo II, sesión del 19 de julio, pp. 335, 353 y 379, fuentes citadas en ibid., p. 40.
Ver también La Prensa, 20 de julio de 1933, p. 10.
35. Críticas del senador Lisandro de la Torre al tratado Roca-Runciman en República Argentina,
Cámara de Senadores, Diario de Sesiones, año 1933, tomo I, pp. 564, 570 y 603, cit. por D.
Drosdoff, op. cit., pp. 41-42.
36. Críticas del senador Lisandro de la Torre al tratado Roca-Runciman en editorial "La humillación
argentina", Diario de la Historia Argentina, Nº 117, julio 1933, p. 3, en Jorge Perrone, Diario de la
Historia Argentina, Tomo 3, 1916-1946, Buenos Aires, Artes Gráficas Eda, noviembre 1991, p.
85.
37. Críticas del senador Nicolás Matienzo al Tratado Roca-Runciman en República Argentina,
Cámara de Senadores, Diario de Sesiones, año 1933, tomo I, pp. 604 y 609, citado en D.
Drosdoff, op. cit., p. 42.
38. Defensa del tratado Roca-Runciman por parte del senador conservador Guillermo Rothe en
República Argentina, Cámara de Senadores, Diario de Sesiones, año 1933, tomo I, p. 563, cit.
en ibid., p. 41.
39. Defensa del tratado Roca-Runciman por parte del canciller Saavedra Lamas en República
Argentina, Cámara de Senadores, Diario de Sesiones, año 1933, tomo I, p. 593, citado en ibid.,
p. 43.
40. La Prensa, 29 de julio de 1933, p. 11.
41. Telegrama de Julio A. Roca al Ministro de Relaciones Exteriores, Londres, Mayo 1º de 1933, en
República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores, Memoria… 1933-1934, op. cit.,
Primera parte, Anexo B, pp. 387-388, cursivas en el original.
42. F.O. 371/16533, conversation between Craigie and Malbrán, 3 July 1933, 143; F.O. 371/16533,
Macleay to F.O., 14 June 1933, 110; F.O. 371/16533, Macleay to Simon, Despatch Nº 212, 14
June 1933, 131, fuentes citadas por R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., p.
193.
43. F.O. 371/16531, Anglo-Argentina Trade Negotiations, 17 February 1933, 197, y 20 February
1933, 258-259; The Economist, Nº 4695, 19 August 1933, 368, citado en ibid., p. 193-194.
44. F.O. 371/16531, Anglo-Argentine Trade Negotiations, 20 February 1933, 256-258; F.O.
371/16532, Anglo-Argentine Trade Negotiations, 21 February 1933, 288-292, citado en ibid., p.
194.
45. F.O. 371/16532, Anglo-Argentine Trade Negotiations, 22 February 1933, 296-299, citado
en ibid., p. 194.
46. Texto del Convenio Suplementario de la Convención del 1º de mayo de 1933, Buenos Aires, 26
de setiembre de 1933, cit. en República Argentina, Ministerio de Relaciones
Exteriores, Memoria...1933-1934, op. cit., Primera parte, Anexo B, pp. 494-499; La Prensa, 27 de
septiembre de 1933, p. 10, y en D. Drosdoff, op. cit., pp. 179-183.
47. E. Fougere, "Bilateralism: Dangers of the New Tendency in Treaty Policy", World Trade 6
(November 1934), 4; Félix Weil, Argentine Riddle, New York, 1944, 160-161, fuentes citadas por
R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection, .op. cit , p. 190.
115
El período 1934-1939
• NOTAS
1. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1935 y 1937 (cap. IV).
2. El tratamiento de nación más favorecida hacia el Reino Unido constituye una cláusula del
Tratado de Amistad, Navegación y Comercio firmado en Buenos Aires el 2 de febrero de 1825.
Dicho tratamiento preferencial fue confirmado por la Convención y Protocolo sobre Intercambio
Comercial del Tratado Roca-Runciman del 1º de mayo de 1933 firmado en Londres, cuyo texto
estipula que los gobiernos británico y argentino reafirman su común propósito de "mantener y
perfeccionar" el Tratado de 1825.
3. Ministerio de Relaciones Exteriores a Federico Pinedo, carta (sin firmar) del 3 de septiembre de
1933, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 13: Firma del Convenio Suplementario de la Convención de
Londres, septiembre 25 de 1933. Negociaciones generales, folio 65, tomo 1; Saavedra Lamas a
Pinedo, 27 de octubre de 1933, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 32: Gestiones iniciadas por otros
países solicitando igual tratamiento arancelario. Extensión de las ventajas del Convenio
Suplementario, folio 32; Julio A. Roca, Informe presentado por el Dr. Julio A. Roca, op. cit., p. 15,
citados en D. Drosdoff, op. cit., pp. 44-45.
4. Ver ley 30.277 en R.A., AMRE, op. cit., legajo 32, folio 39, citado en ibid., pp. 45-46.
130
5. Leche a Saavedra Lamas, 6 de noviembre de 1935, en R.A., AMRE, op. cit., legajo
21: Reclamación británica para que se hagan extensivos los favores del Tratado de 1825 a los
Dominios y Colonias británicos, folios 1 y 2, y texto del artículo 4º de la Convención y Protocolo
sobre Intercambio Comercial, citado en ibid., p. 46.
6. Memorándum de la División de Asuntos Económicos y Consulares de la Cancillería del 21 de
junio de 1938, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 21, folio 26, citado en ibid., p. 47.
7. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1935 a 1944.
8. Anuarios del Comercio Exterior de la República Argentina, años 1933 a 1939. La cifra de 17.859
toneladas de carne carne vacuna congelada para 1938 es la que aparece en los Anuarios de
1939 en adelante.
9. R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., pp. 186 y 207.
10. República Argentina, Junta Nacional de Carnes, Síntesis de una labor desarrollada: 1933-1945,
Buenos Aires, Peuser, 1945, p. 13, citado por D. Drosdoff, op. cit., p. 49.
11. Simon G. Hanson, Argentine Meat and the British Market, California, Stanford University Press,
1938, pp. 261-262; D. Drosdoff, op. cit., p. 50.
12. Board of Trade, Report of the Joint Committee of Enquiry into the Anglo-Argentine Meat
Trade, op. cit., p. 63, cit. por D. Drosdoff, op. cit., p. 50.
13. Texto de la Ley de Carnes transcripto en Horacio V. Pereda, op. cit., pp. 353-371 y 374, citado
en ibid., pp. 50-51.
14. Idem nota anterior, citado en ibid., p. 51.
15. Ibid., pp. 51-52.
16. República Argentina, Cámara de Senadores, Diario de Sesiones, sesión del 8 de noviembre de
1934, tomo III, octubre 1934-marzo de 1935, p. 18.
17. Laureano Landaburu, En el Senado: Actuación Parlamentaria, 1934-1943, Buenos Aires, Artes
Gráficas Armando Hernández, s/f, tomo 1, p. 11, citado por D. Drosdoff, op. cit., p. 53.
18. La Prensa, 9 de noviembre de 1934, p. 10; 13 de noviembre de 1934, p. 12; y editorial "Con
intervención de la fuerza pública, comenzó el examen de los libros de los frigoríficos", del 15 de
noviembre de 1934, p. 8.
19. El propio Tootell reconoció ante los miembros de la Comisión Investigadora de Carnes que había
disuelto la oficina de costos y destinado su personal a otras reparticiones, con el objeto de
impedir que la comisión pudiera obtener los datos solicitados para la investigación. Ver "La
Comisión de Carnes del Senado dispuso el arresto del presidente del Frigorífico Anglo, Sr.
Tootell", La Prensa, 21 de noviembre de 1934, p. 13.
20. Detalles del apresamiento de Tootell y del descubrimiento de documentos del Frigorífico Anglo
en Samuel Yasky, Lisandro de la Torre de cerca: los momentos culminantes de su vida pública,
Buenos Aires, Metrópolis, 1969, pp. 65 y 76, y La Nación, 21 de noviembre de 1934, fuentes
citadas en D. Drosdoff, op. cit., p. 55. También J.M. Rosa, op. cit., p. 77; La Prensa, 22 de
noviembre de 1934, p. 12, 23 de noviembre de 1934, p. 11, y 24 de noviembre de 1934, p. 11; y
República Argentina, Cámara de Senadores, Diario de Sesiones, año 1935, tomo I, sesión del 2
de julio, p. 406.
21. Anglo-Argentine Committee, Memorandum on Trading and Financial Relations between Great
Britain and Argentina, 1933-1936, London, Press Secretaries Ltd., 1936, p. 21, encontrado en
R.A., AMRE, op. cit., legajo 38: Misión encomendada a los embajadores Le Breton y Malbrán
para celebrar un nuevo tratado de comercio con Gran Bretaña; y Malbrán a Sir Follet Holt, 26 de
noviembre de 1934, citado en R.A., AMRE, op. cit., legajo 28: Designación de una comisión
investigadora del Senado de la Nación para que con fines de legislación se informe de los libros
de las Cías. frigoríficas, folios 32 y 33, fuentes citadas por D. Drosdoff, op. cit., pp. 57-58.
22. Declaración del 19 de marzo de 1935 de la receptoría de la Aduana de Fray Bentos, Uruguay, el
señor Rogelio García, al juez letrado de primera instancia, Dr. Don Julio O. Dieux, en R.A.,
AMRE, op. cit., legajo 28, folio 143; Saavedra Lamas a Miguel L. Jantus, 22 de diciembre de
1934, R.A., AMRE, op. cit., legajo 28, folio 91, fuentes citadas en ibid., p. 58.
23. S. Yasky, op. cit., pp. 66-76, citado en ibid., p. 63.
24. Consultar los dos informes de la Comisión Investigadora del Senado en República Argentina,
Cámara de Senadores, Diario de Sesiones, año 1935, tomo I, sesión del 11 de junio, pp. 149 a
158, y en Carlos Malamud, "Lisandro de la Torre y el debate de las carnes", en Anuario IEHS, Nº
7, Universidad Nacional del Centro, Tandil, 1992, p. 141. Ver acusaciones de de la Torre a los
frigoríficos y a la complicidad del gobierno con éstos en C. Malamud, op. cit., pp. 154-163 y en D.
Drosdoff, op. cit., p. 67. Los debates que siguieron a los informes presentados por Landaburu y
Serrey y de la Torre aparecen en las sesiones del Senado correspondientes al 18 de junio, pp.
187 a 212; 19 de junio, pp. 216 a 247; 21 de junio, pp. 248 a 276 y 277 a 285, 22 de junio, pp.
289 a 310; 27 de junio, pp. 356 a 387; 28 de junio, pp. 388-404; 2 de julio, pp. 406-423; 4 de
julio, pp. 424-455; 5 de julio, pp. 470-485; 11 de julio, pp. 490-535; 12 de julio, pp. 536-583; 15
de julio, pp. 584-614; 16 de julio, pp. 615-662; 17 de julio, pp. 667-719; 18 de julio, pp. 720-787;
19 de julio, pp. 792-819; 20 de julio, pp. 824-843; 22 de julio, pp. 847-877; y 23 de julio, p. 880,
131
fecha esta última en que debido al asesinato del senador Enzo Bordabehere se suspendió la
consideración de los despachos de la Comisión Investigadora de Carnes.
25. Referencias a este incidente en República Argentina, Cámara de Senadores, Diario de Sesiones,
año 1935, tomo I, sesión del 23 de julio, p. 880; también en editorial titulado "Asesinato en el
Senado. Se acabó el debate sobre las carnes", Diario de la Historia Argentina, Nº 119, julio 1935,
p. 1, en J. Perrone, tomo 3, op. cit., p. 95.
26. D. Drosdoff, op. cit., pp. 76-77. Ver también Carlos Alberto Floria y César A. García
Bulsence, Historia de los argentinos, tomo II, Buenos Aires, Larousse, 1993, pp. 356-357.
27. Malbrán a Saavedra Lamas, 24 de junio de 1935 (comunicación telefónica), R.A., AMRE, op. cit.,
legajo 31: Propuestas para la modificación del Convenio Roca-Runciman, folio 112, cit. por D.
Drosdoff, op. cit., p. 82.
28. D. Drosdoff, op. cit., p. 79.
29. Miguel Angel Cárcano reemplazó en 1936 a Luis Duhau como ministro de agricultura.
30. Memorándum referente a la transmisión de instrucciones a la delegación argentina en Londres
relativas a la investigación del comercio de carnes y solicitados por el Ministerio de Agricultura,
en R.A., AMRE, op. cit., legajo 27:Comisión Investigadora del Comercio de Carnes encuadrada
en el artículo 2º del Protocolo de la convención firmada el 1º de mayo de 1933, tomo I, segunda
parte, folio 113, cit. por D. Drosdoff, op. cit., p. 80.
31. Board of Trade a Malbrán, nota del 29 de junio de 1934, R.A., AMRE, op. cit., legajo
30: Propuestas para la modificación del Convenio Roca-Runciman, folio 8; Aide Memoire
presentada por la embajada británica a Carlos Saavedra Lamas el 18 de febrero de 1935, folios
98, 99, 101 y 102; Memorándum del Foreign Office del 10 de abril de 1935, folio 246, fuentes
citadas en ibid., pp. 82-84.
32. Luis Duhau, Informe del 14 de noviembre de 1935, folios 277 y 278; Cárcano a Saavedra Lamas,
3 de abril de 1936, R.A., AMRE, op. cit., Legajo especial confeccionado para el Sr. Ministro de
R.R.E.E. y Culto, Dr. Saavedra Lamas, folio 31, fuentes citadas en ibid., pp. 85-86.
33. Cárcano a Castillo, 31 de agosto de 1936, folio 30; Ortiz a Saavedra Lamas, 3 de abril y 28 de
julio de 1936, R.A, AMRE, op. cit., legajo especial, folio 48 y legajo 36: Misión encomendada a
los Embajadores Le Breton y Malbrán para celebrar un nuevo tratado comercial con Gran
Bretaña, folio 241, respectivamente; telegrama de Saavedra Lamas a Le Bretón, 20 de
noviembre de 1936, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 38: Misión encomendada a los Embajadores
Le Breton y Malbrán para celebrar un nuevo tratado comercial con Gran Bretaña, folio
26, fuentes citadas en ibid., pp. 86-88.
34. Texto de la Convención relativa al intercambio comercial y otras disposiciones de orden
económico y financiero, del Protocolo y Anexo I (al artículo 1º), citado en ibid., pp. 184-196, y
en La Prensa, 2 de diciembre de 1936, p.7 (Anexo I) y 3 de diciembre de 1936, p. 13 (texto del
convenio).
35. Idem nota anterior.
36. Junta Nacional de Carnes, Informe de la labor realizada desde el 1º de octubre de 1935 hasta el
30 de diciembre de 1937, Buenos Aires, 1937, p. 26, citado por D. Drosdoff, op. cit., p. 91.
37. Opiniones de los medios londinenses sobre el acuerdo Malbrán-Eden, citadas en La Prensa, 4
de diciembre de 1936, p. 7.
38. Comentario de The Economist, citado en La Prensa, 6 de diciembre de 1936, p. 8.
39. La Nación, 4 de diciembre de 1936, p. 8; La Vanguardia, 8 de diciembre de 1936, p. 8, citado por
D. Drosdoff, op. cit., pp. 91-92.
40. Editorial "La política económica y el convenio angloargentino", La Prensa, 13 de diciembre de
1936, p. 5, y La Prensa, 16 de diciembre de 1936, p. 9.
41. Opinión del presidente de la Sociedad Rural, doctor Cosme Massini Ezcurra, respecto del tratado
Malbrán-Eden, reproducida en La Prensa, 16 de diciembre de 1936, p. 9.
42. Declaración de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa, cit.
en La Prensa, 17 de diciembre de 1936, p. 15.
132
Inversiones británicas en la Argentina
Como se mencionó anteriormente, el impacto de la crisis de 1929 no tardó
en hacerse notar en la economía argentina. La disminución de las
exportaciones provocó un rápido deterioro de la balanza de pagos. Para
defenderse de dicha crisis, las autoridades argentinas adoptaron una serie
de medidas que afectaron los intereses británicos, tan ligados a la
prosperidad de la economía primario-exportadora. Entre dichas medidas,
vale recordar la salida del patrón oro en 1929, el aumento de las tarifas
aduaneras en 1931 y la aplicación del régimen de control de cambios en
octubre de 1931, luego reformado en noviembre de 1933.
La crisis y las medidas cambiarias adoptadas para enfrentarla
terminaron por afectar las inversiones británicas en la Argentina. La
rentabilidad de los ferrocarriles decayó como consecuencia de la baja de
los precios agropecuarios y de la creciente competencia del automotor.
Tanto Raúl García Heras como Pedro Skupch coinciden en señalar las
enormes dificultades de las empresas británicas instaladas en el mercado
argentino para girar sus dividendos al exterior, como consecuencia del
régimen de control de cambios vigente durante la década de 1930.
Además, la estrecha relación existente entre las inversiones y las
importaciones se percibe en la disminución vertiginosa de las compras de
las empresas ferroviarias en Gran Bretaña. De 9,6 millones de libras
esterlinas en el ejercicio 1930/31 sus compras descendieron a 2,5 millones
en el ejercicio 1933/34. (1) Como reflejo de estas dificultades en el cuadro
de inversiones británicas, las efectuadas en títulos de gobierno pasaron a
ser las más rentables debido a que las autoridades argentinas siguieron
pagando escrupulosamente los servicios de la deuda pública aun a costa
de la reducción de los salarios de los empleados públicos, lo cual provocó
que dichas inversiones en títulos públicos mantuviesen intereses estables
hasta 1944.
La disminución del rendimiento de las inversiones británicas durante la
década del 30 se tradujo en la pérdida de una fuente importante de
dividendos. El promedio anual de intereses pagados por todos los
capitales británicos invertidos en la Argentina había sido de 22,3 millones
de libras esterlinas anuales entre 1925 y 1929, cifra que bajó a 14 millones
de libras en el quinquenio siguiente, y a 9,3 millones en los años anteriores
a la Segunda Guerra Mundial. Esta tendencia fue particularmente crónica
para el caso de los ferrocarriles, que de pagar 13,3 millones de libras
anuales antes de la crisis de 1929 declinaron hasta un mínimo de 4
millones entre 1940 y 1944. Incluso durante los quince años que siguieron
a la crisis hasta su nacionalización, más de la mitad del capital invertido en
ferrocarriles no arrojó ningún dividendo. (2)
La disminución del rendimiento de las inversiones británicas y las
crecientes dificultades del comercio exterior tanto para la Argentina como
para Gran Bretaña desembocaron en la búsqueda común por parte de los
agentes económicos y diplomáticos británicos y de los ganaderos y
133
autoridades argentinos de proteger la conexión anglo-argentina, búsqueda
que derivó en la firma de tratados bilaterales Roca-Runciman y Malbrán-
Eden antes comentados.
No obstante, los intereses de estos diferentes sectores no fueron
monolíticos. Los intereses del Foreign Office y del gobierno británico no
contemplaron las necesidades de las compañías de servicios públicos
residentes en la Argentina, como hemos visto al analizar la cuestión
cambiaria y su impacto en los ferrocarriles anglo-argentinos. La presencia
de divergencias entre las compañías de servicios públicos y el gobierno
británico, así como las existentes entre los propios miembros de la
delegación y los del gobierno argentino en los días de negociación de los
tratados alejan cualquier tentación de percibir a éstos como la
quintaesencia de la mentalidad dependiente de la elite gobernante
argentina. El gobierno argentino adoptó medidas que, a la vez que
beneficiaron intereses comerciales y financieros británicos, procuraron
proteger a los productores agrícolas y ganaderos locales de los efectos de
la Depresión a través de medidas de intervención económica y, contra lo
que una lectura nacionalista o dependentista podría suponer, no
respondieron a los intereses de las compañías de servicios públicos
inglesas radicadas en la Argentina, que más bien se vieron perjudicadas
por las medidas tarifarias y de control de cambios adoptadas en la década
de 1930.
El caso de las compañías ferroviarias, por ejemplo, merece algunos
comentarios. Con el estallido de la Gran Depresión económica (1929-
1932), comenzaron años especialmente difíciles para las compañías
ferroviarias británicas en la Argentina, no obstante el hecho de que, desde
fines de la década de 1920, los valores bursátiles de dichas compañías
devengaron ganancias que oscilaron regularmente entre un 4,9% y un
5,5% anual. (3) Durante los años 20 las compañías ferroviarias radicadas
en la Argentina pudieron cancelar sin problemas sus obligaciones
principales en Londres, convirtiendo sus ganancias netas de pesos papel a
libras esterlinas y remitiéndolas a Gran Bretaña a los fines de atender
gastos administrativos y contables vinculados a su administración desde
las oficinas centrales ubicadas en Londres, y cancelar regularmente
diversos pagos en el exterior. Las compañías ferroviarias pudieron efectuar
estas operaciones debido a la ausencia de control del Estado argentino
sobre las transacciones con moneda extranjera y a la valorización del peso
argentino ocurrida entre 1925 y 1929. (4)
Esta valorización del peso argentino incrementó ligeramente el poder
adquisitivo de las ganancias ferroviarias en términos de moneda
extranjera, y alentó un optimismo generalizado de los proyectos
ferroviarios acerca del futuro de sus compañías en la Argentina. Este clima
de excesiva confianza llevó a los agentes financieros de Londres a apostar
en las empresas de servicios públicos en la Argentina y a los directorios
ferroviarios a contraer préstamos bancarios y emitir debentures para
financiar proyectos de desarrollo cuyo servicio anual se volvió problemático
134
durante la década de 1930. De acuerdo con cálculos diplomáticos
británicos, en vísperas de la firma del tratado Roca-Runciman, la mayoría
de las compañías ferroviarias se encontraban en una delicada situación
económico-financiera, con sus préstamos bancarios impagos. (5)
La contracción del comercio exterior y de la actividad económica del
país provocada por la crisis redujeron notablemente la demanda de los
servicios de las compañías ferroviarias, provocando una sensible caída en
su tráfico de cargas. Además, como el gobierno argentino estaba muy
preocupado por las altas tasas de desempleo y la caída de los salarios
reales de los obreros, no permitió a las compañías ferroviarias británicas
disminuir gastos de funcionamiento eliminando personal o reduciendo
sueldos y salarios, situación que contribuyó aún más a la caída neta de las
ganancias de los ferrocarriles.
Así, los años de la década de 1930 registraron una importante caída del
tráfico de cargas y de las ganancias netas de las compañías ferroviarias en
comparación con los niveles promisorios de fines de la década de 1920.
Mientras en el bienio 1928-1929 el tráfico total de las compañías
ferroviarias británicas Oeste, Sud, Central Argentino y Buenos Aires al
Pacífico tenía un volumen de 33,3 millones de toneladas, con una
ganancia neta de 156,2 millones de pesos papel, ya para el bienio 1929-
1930 el tráfico cayó a 28,2 millones de toneladas y las ganancias netas a
115, 9 millones de pesos papel. Esta tendencia descendiente continuó a lo
largo de la década, alcanzando su punto más bajo en el bienio 1932-33,
con un tráfico total de 24,5 millones de toneladas y una ganancia neta de
80,9 millones de pesos papel. (6)
También contribuyó a oscurecer el panorama de los ferrocarriles
británicos en la Argentina la competencia automotriz surgida a fines de la
década de 1920. La caída de los precios agrícolas impulsó a los
productores cerealeros locales a utilizar el camión, un medio más barato y
ágil que el ferrocarril. Mientras el costo del transporte del ferrocarril variaba
entre 60,20 y 72,75 pesos moneda nacional por tonelada en una distancia
de 300 kilómetros, y entre 81 y 101,15 en una distancia de 600 kilómetros,
el costo del transporte por camión oscilaba entre 24 y 43 pesos moneda
nacional por tonelada si la distancia era de 300 kilómetros y entre 49 y
87,50 pesos moneda nacional por tonelada si era de 600 kilómetros. (7)
Además, a principios de la década de 1930 los gobiernos conservadores
argentinos lanzaron sólidos programas de construcción de caminos que
alentaron el desarrollo de medios de transporte alternativos, los cuales
gradualmente socavaron el monopolio ferroviario del tráfico de cargas y de
pasajeros en Argentina. (8)
En síntesis, el cuadro de situación para los ferrocarriles británicos en la
Argentina en la década de 1930 era muy difícil: el impacto de la crisis
económica en las exportaciones e importaciones argentinas, la aplicación
de una política de control de cambios por parte del gobierno argentino y los
numerosos problemas que acosaron a las compañías ferroviarias
británicas, entre ellos la competencia automotriz, dieron lugar a
135
interminables demandas de los ejecutivos de dichas compañías al
gobierno argentino, solicitando protección.
En efecto, el 4 de mayo de 1932, los gerentes de las firmas ferroviarias
entregaron al Ministro de Obras Públicas argentino un memorándum en el
que solicitaban el envío de sus ganancias netas a Londres a una tasa
cambiaria fija, la implementación de una política de coordinación de
transporte que neutralizase el auge descontrolado de la competencia
automotriz contra el ferrocarril, la autorización del gobierno para que las
empresas ferroviarias despidiesen a su personal y reprogramasen sus
servicios con el objetivo de reducir gastos de explotación y funcionamiento
hasta que pasara la coyuntura de crisis.
En este memorándum, las empresas ferroviarias se quejaban de dos
factores puntuales que, a su juicio, contribuían a dificultar su situación
financiera. Uno de ellos era el pago tardío de los servicios que éstas
prestaban al Estado. Este último mantenía con las compañías ferroviarias
una deuda de 32 millones de pesos moneda nacional en concepto de
transportes efectuados a media tarifa por cuenta del Gobierno, incluyendo
la parte de los fletes cobrados por la Dirección de Correos como transporte
de encomiendas. Otro factor que motivaba las quejas de las compañías
ferroviarias era la depreciación monetaria, pues afectaba sus envíos de
fondos al extranjero para compra de materiales y pago de los intereses de
los empréstitos contraídos con bancos británicos. Finalmente, los
directivos de las compañías exigían el cobro de fletes y pasajes sobre la
base de oro y no de papel depreciado. (9)
Los gerentes de las compañías ferroviarias elevaron este memorándum
poco antes del inicio de la Conferencia de Ottawa, especulando con que
los temores del gobierno y de los ganaderos argentinos respecto de una
posible restricción a sus exportaciones en favor de las de los Dominios
facilitarían una actitud flexible y favorable a los pedidos de las empresas
ferroviarias. Pero la aparición de este memorándum coincidió con la
petición del parlamentario británico sir Fairfax-Lucy al Foreign Office de
que el gobierno inglés utilizara la Conferencia Imperial de Ottawa como
instrumento de presión para obligar al gobierno argentino a actuar en favor
de las empresas ferroviarias haciendo concesiones en su política
cambiaria. Esta sugerencia de Fairfax-Lucy generó consultas entre
el Foreign Office y el Board of Trade, pero fue rechazada. Ambas agencias
consideraron que la política de control de cambios adoptada por las
autoridades argentinas era una cuestión de índole interna, razón por la
cual no resultaba conveniente para el gobierno británico la intervención.
Además, en la opinión del Foreign Office y del Board of Trade, una actitud
de intervención del gobierno británico en favor de las empresas ferroviarias
era contraproducente, ya que podía provocar innecesariamente irritación
en las autoridades argentinas en un momento particularmente difícil de las
vinculaciones entre Buenos Aires y Londres. (10)
Además de chocar con la indiferencia del gobierno británico, las
compañías ferroviarias no obtuvieron respuesta de las autoridades
136
argentinas a su petición de mayo de 1932. No obstante, los directivos
ferroviarios decidieron exponer personalmente al presidente Justo la
situación de las compañías. Meses más tarde, en octubre de 1932, los
directorios en Londres entregaron al embajador argentino en la capital
británica Manuel Malbrán un memorándum extraoficial que señalaba sus
objeciones respecto de la política cambiaria del gobierno argentino y pedía
el levantamiento de las restricciones a sus operaciones con moneda
extranjera. (11)
Pero estos esfuerzos tampoco obtuvieron resultados inmediatos. El
Ministro de Hacienda Alberto Hueyo se oponía al otorgamiento de una tasa
cambiaria preferencial a las compañías ferroviarias por temor a que tal
medida pusiera en peligro el normal servicio de la deuda pública argentina
en el exterior, actitud que finalmente le valió el enfrentamiento con el
vicepresidente Julio A. Roca y el canciller Carlos Saavedra Lamas, y su
alejamiento y reemplazo por Federico Pinedo. (12)
En noviembre de 1933 el gobierno argentino modificó totalmente el
régimen de control de cambios vigente desde octubre de 1931. Esta
reforma fue parte de una nueva política económica lanzada por Federico
Pinedo. A partir de la reforma de Pinedo, existieron dos mercados: un
mercado oficial regulado por el Estado, que recaudaría ingresos para
subsidiar la producción cerealera de los agricultores argentinos y
neutralizar las pérdidas de la Tesorería al atender el servicio de la deuda
pública en el exterior; y otro mercado libre de cambios regulado por la ley
de la oferta y la demanda.
Además, antes de fijar el tipo de cambio comprador que el Estado
pagaría por las divisas devengadas por las exportaciones regulares
argentinas, el peso fue devaluado 20%, medida que se adoptó para
aumentar las ganancias de los exportadores en pesos y beneficiar a los
productores cerealeros argentinos. El tipo comprador oficial de la libra
esterlina en Buenos Aires se elevó a 15 pesos papel y el vendedor se
estabilizó en 17 pesos, fijando una diferencia de 11,8% entre ambas tasas
que el gobierno destinó a los fines anteriormente citados. Por su parte, y
para comienzos de 1934, el tipo vendedor de la libra esterlina en el
mercado libre se estabilizó en alrededor de 20 pesos papel ($m/n). (13)
La nueva política cambiaria jugó entonces un papel clave en las
recaudaciones fiscales de la política económica adoptada por Pinedo y
ocasionó a las empresas ferroviarias británicas una serie de problemas.
Una de las dificultades que enfrentaron las compañías de servicios
públicos británicas en la Argentina fue que las asignaciones para remesas
a Gran Bretaña a través del mercado oficial de cambios debían hacerse de
acuerdo con las prioridades establecidas para distribuir las divisas
devengadas por las exportaciones argentinas al Reino Unido. Es decir,
sólo se asignaría cambio oficial para las compañías de servicios públicos
británicas una vez cubiertas las necesidades del comercio, las finanzas y
el servicio de la deuda en Londres. Por otra parte, las ventas de cambio
oficial a estas empresas británicas estuvieron sujetas a una escala de
137
preferencias para su uso: cancelación de dividendos de debentures,
préstamos y finalmente los dividendos de sus acciones. Al solicitar el
cambio oficial las empresas de servicios públicos británicas estaban
obligadas a llenar un formulario especificando la finalidad de la remesa.
(14)
Otra dificultad con la que se enfrentaron las empresas ferroviarias en la
Argentina fue que el mismo gobierno británico, con consentimiento del
argentino, impuso una condición adicional aplicable a las remesas de las
compañías británicas en la Argentina enviadas a través del mercado
oficial. Como muchas de estas firmas adeudaban importantes sumas
al Inland Revenue del Reino Unido en concepto de impuestos a las
ganancias correspondientes al período 1931-1933, a partir de las reformas
cambiarias de 1933 las empresas británicas en la Argentina debían
primero remitir a Inglaterra los fondos destinados a pagar los impuestos a
las ganancias. A pesar de la intención inicial de los directivos de estas
empresas de cancelar primero otras obligaciones fijas, antes de hacerlo
con remesas de cambio oficial debieron cumplir con sus obligaciones
impositivas en Inglaterra.
En otras palabras, hubo un acuerdo de los gobiernos argentino y
británico en torno de ignorar las necesidades de cambio de las compañías
ferroviarias británicas instaladas en la Argentina. Esta actitud común se
debió a que los acuerdos cambiarios vigentes para el envío de remesas
desde la Argentina a Gran Bretaña, si bien perjudicaban a las empresas
ferroviarias británicas en territorio argentino, también favorecían los
intereses comerciales y financieros ingleses, que concentraron la atención
del gobierno británico durante las negociaciones de 1933 con los
delegados argentinos. (15)
Un problema adicional se planteó a las compañías ferroviarias
instaladas en la Argentina cada vez que éstas intentaron solicitar un tipo
de cambio preferencial para girar ganancias a través del mercado oficial.
En estos casos, chocaron con la reiterada negativa de las autoridades
argentinas, que no deseaban perder los ingresos provenientes de las
operaciones en el mercado oficial de cambios. Con estos ingresos, el
gobierno había comenzado a subsidiar a los productores cerealeros
locales y a compensar parcialmente el pesado servicio anual de la deuda
pública nacional en el exterior. Cabe mencionar, al respecto, que hasta el
31 de diciembre de 1936 la Comisión de Control de Cambios recaudó
325,7 millones de pesos papel, de los cuales 85 millones fueron utilizados
para hacer frente al oneroso servicio de la deuda externa. (16)
Como resultado de estas dificultades, las compañías ferroviarias
británicas en la Argentina sufrieron un incremento en sus pérdidas por
diferencias de cambio. En el bienio 1930-1931 el Ferrocarril del Sud casi
decuplicó sus pérdidas respecto del bienio anterior, el del Oeste las
cuadruplicó y el Central Argentino las más que quintuplicó. Salvo una
breve tregua en el bienio 1932-1933, donde incluso las pérdidas se
redujeron, la tendencia ascendente continuó a lo largo de la década de
138
1930. (17) Este hecho se debió a que las compañías ferroviarias también
tuvieron que remitir montos significativos de utilidades a Londres a través
del mercado libre de cambios, para lo cual debieron abonar tasas
cambiarias más elevadas. A ello se sumó la no recuperación de los niveles
de rentabilidad de la década de 1920, dificultad agravada por la
competencia de los camiones y por el deterioro de las condiciones
operativas y financieras de los ferrocarriles. (18)
Por otra parte, una situación muy distinta se daba en el sector petrolero
respecto de las inversiones extranjeras. El régimen instaurado por el
general José Félix Uriburu (1930-1932) pareció crear un clima favorable
para las compañías petroleras extranjeras, ya que su llegada al gobierno
implicó el alejamiento de Hipólito Yrigoyen de la presidencia y de Enrique
Mosconi de YPF, figuras ambas ligadas al monopolio estatal del petróleo.
Asimismo, varios ministros del gabinete de Uriburu estaban ligados a
intereses petroleros privados británicos, como era el caso del Ministro de
Agricultura Horacio Béccar Varela, miembro del directorio de la Compañía
Argentina de Comodoro Rivadavia, asociada a los ferrocarriles británicos, y
de la compañía Sol, vinculada a la Anglo-Persian; el Ministro de
Relaciones Exteriores, Ernesto Bosch, quien presidía el directorio de la
Compañía Industrial y Comercial de Petróleo, subsidiaria local de la Anglo-
Persian, y Octavio S. Pico, Ministro de Obras Públicas y luego del Interior,
que era directivo de la Compañía Argentina de Comodoro Rivadavia. (19)
Otra razón para el optimismo de las petroleras extranjeras fue el hecho
de que éstas expandieron sus operaciones rápidamente y casi duplicaron
su producción de petróleo crudo en los dos años que siguieron al golpe de
1930. Por contraste, YPF, la compañía petrolera estatal, creció sólo 9% en
ese mismo bienio, afectada tanto por la desorganización administrativa
como por su estrechez financiera. (20)
No obstante, la política petrolera de Uriburu no estuvo tan claramente
inclinada a favor de las petroleras extranjeras. En primer lugar, la renuncia
de Mosconi a su cargo de director general de YPF no implicó que la
empresa estatal entrara en una fase de debilidad. Por el contrario, la
llegada de Enrique Zimmermann, un fervoroso nacionalista, a partir de
marzo de 1931, implicó la continuidad de la línea de Mosconi de combate a
la influencia de las petroleras dentro y fuera del gobierno. (21)
Así, al hacer un balance de la gestión de Uriburu, las compañías
petroleras extranjeras no se encontraban satisfechas. La firma británica
Astra sostenía que durante el año 1931
139
los yacimientos petrolíferos fiscales fuera de la zona de reserva
creada por la ley 5059”. (22)
• NOTAS
Febo asoma / ya sus rayos / iluminan el histórico Congreso / Tras los muros / se oyen voces /
¡Coordinemos, coordinemos, coordinemos! / Son las huestes / que prepara / Gran Bretaña para
entrar a nuestro suelo / Y el clarín / que allá en Londres sonó / dio la orden: ¡Coordinemos! Y se
nos coordinó / Febo asoma / los tranvías y los micros no son nuestros / Pertenecen a Inglaterra /
Inglaterra que es la amada en nuestro pueblo / Pero es poco un amo solo / Dos patrones
precisamos por lo menos / Y el clarín / en Nueva York vibró / ¡Pronto tendrá el teléfono / nueva
coordinación!
Editorial "Los ingleses ¡Pon!? ¿O nosotros?", Diario de la Historia Argentina, Nº 120, enero 1937,
p. 1, citado en J. Perrone, tomo 3, op. cit., p. 99. También citado en J.M. Rosa, op. cit., pp. 92-
93.
36. Macleay a Saavedra Lamas, 20 de junio de 1933, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 11, folio 6;
Presidencia de la Nación a Saavedra Lamas, 26 de julio de 1933, en legajo 11, folio 18, citado
en D. Drosdoff, op. cit., pp. 101-102.
37. Irving a Cárcano, 7 de septiembre de 1933, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 11, folios 18 y 19,
citado en ibid., p. 102.
38. Duhau a Irving, 8 de mayo de 1935, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 11, folio 25, citado en ibid, p.
103.
39. Wellesley a Malbrán, 16 de agosto de 1935, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 11, folio 63, citado
en ibid., p. 103.
40. Embajada Británica en Buenos Aires, Aide Memoire del 21 de agosto de 1933, en R.A.,
AMRE, op. cit., legajo 12: Situación de las compañías británicas de seguros en la Argentina, folio
10, citado en ibid., pp. 103-104.
41. Chilton a Saavedra Lamas, 22 de noviembre de 1934, R.A., AMRE, op. cit., legajo 19: La
Embajada Británica llama la atención del Gobierno Argentino respecto a la situación creada a la
"Consolidated Water Works Company of Rosario, folio 1; Ministerio de Relaciones Exteriores a la
Embajada Británica, 16 de abril de 1937, legajo 19, folio 43, citado en ibid., p. 105.
42. Chilton a Saavedra Lamas, 23 de octubre de 1933, R.A., AMRE, op. cit., legajo 16: Gestiones
británicas para que se deje sin efecto el decreto dictado por el Concejo Deliberante de Buenos
Aires, reduciendo la provisión de reses bovinas a los frigoríficos, folio 1; Alcorta a Chilton, 29 de
noviembre de 1933, legajo 16, folio 11, citado en ibid., p. 106.
43. Chilton a Saavedra Lamas, 9 de enero de 1935, en R.A., AMRE, op. cit., legajo 16, folio 13;
Ibarra García a Saavedra Lamas, 9 de enero de 1935, en R.A., legajo 16, folio 15, citado en ibid.,
p. 106.
148
Las relaciones económicas bilaterales a partir de 1939
El comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939 produjo un innegable
impacto sobre las relaciones económicas de la Argentina con Gran
Bretaña. Por el lado de las exportaciones argentinas, el progresivo cierre
de los mercados europeos, producido por las victorias alemanas, redujo en
forma drástica las exportaciones agrícolas. Las dirigidas al Reino Unido
cayeron pero en cambio aumentaron mucho las ventas de carne a este
país, tanto en el rubro de carne enfriada como en el de congelada.
De acuerdo con las cifras del Anuario del Comercio Exterior de la
República Argentina, hubo una sensible caída en el valor de las
exportaciones de productos agrícolas argentinos hacia el Reino Unido,
especialmente entre 1939 y 1942. En ese lapso cayeron de un valor de
205.306.455 pesos moneda nacional a uno de 36.017.527 pesos moneda
nacional. En cambio, en ese mismo lapso, el valor de las exportaciones
ganaderas saltó de 341.974.388 pesos moneda nacional a 530.234.444
pesos moneda nacional, alcanzando en 1944 un valor de 772.280.137
pesos moneda nacional. El incremento de la exportación de carne, aunado
a la disminución de las importaciones de origen británico, permitió
mantener un saldo comercial favorable a la Argentina en su intercambio
con el Reino Unido. (1)
Otra importante tendencia que registró el comercio exterior argentino a
partir de 1939 fue la exportación de productos industriales a países
limítrofes, aprovechando tanto las dificultades que la guerra generó en el
comercio internacional a partir de su estallido, como una suerte de "vacío
de poder" en el ámbito regional. De este modo, las ventas de textiles,
confecciones, alimentos y bebidas, calzado y productos químicos
acentuaron el crecimiento del sector industrial argentino, iniciado con la
sustitución de importaciones que tuvo lugar a partir de la Primera Guerra
Mundial. Como resultado de esta tendencia, la Argentina comenzó a tener
saldos comerciales favorables, incluso con Estados Unidos.
Este panorama del comercio exterior argentino confirmaba que los
cambios generados por la crisis de 1930 se tornaban cada vez más
profundos y que la vuelta a la situación anterior a la crisis se hacía cada
vez más remota. Mientras las exportaciones tradicionales parecían tener
pocas perspectivas en el largo plazo, una vez que pasara la coyuntura
bélica que temporalmente estaba beneficiando a los ganaderos, las
exportaciones industriales argentinas parecían tener un horizonte mucho
más prometedor a futuro. La opción por las exportaciones industriales
implicaba la profundización de los cambios de política económica
provocados por la crisis de 1930: mayor intervención del Estado en la
regulación económica y también un mayor cierre de la economía local. (2)
En cuanto a la política doméstica, también tuvo su impacto sobre las
relaciones económicas anglo-argentinas. En noviembre de 1940, Federico
Pinedo, designado Ministro de Hacienda por el presidente Ramón Castillo,
propuso un Plan de Reactivación Económica que, de haber tenido chances
149
de ser respaldado políticamente, habría clausurado el férreo bilateralismo
con el Reino Unido impuesto por los tratados Roca-Runciman de 1933 y
Malbrán-Eden de 1936.
El Plan Pinedo propuso, como salida a las dificultades que la guerra
generaba en la economía argentina, tres objetivos: a) insistir en la compra
de las cosechas por parte del Estado, para sostener el precio de las
mismas; b) estimular la construcción pública y privada, por su efecto
multiplicador sobre muchas otras actividades de la economía; y c)
incentivar la producción industrial. Pinedo sostenía que si el comercio
exterior seguía siendo la "rueda maestra" de la economía, las actividades
industriales, "ruedas menores", contribuían al equilibrio general de dicha
economía. Pinedo advirtió claramente el problema de una economía
excesivamente cerrada en sí misma y propuso estimular las llamadas
"industrias naturales", que elaboraran materias primas locales y las
exportasen a mercados tales como los países vecinos y Estados Unidos.
Por esa vía, a largo plazo, la Argentina solucionaría el problemático déficit
comercial que mantenía con el país del Norte, que indudablemente se
incrementaría a la par del crecimiento del sector industrial argentino, y, con
este último, el aumento de la demanda de insumos, máquinas, repuestos y
combustibles, elementos de los cuales el mercado norteamericano era el
principal proveedor.
La propuesta no preveía que la Argentina interrumpiera su provisión de
alimentos a Gran Bretaña, país que pagaría estas compras entregando de
manera gradual sus ferrocarriles instalados en la Argentina. A la vez, la
Argentina podría adquirir de Estados Unidos sus necesidades de
productos manufacturados, para lo cual el gobierno argentino recibiría del
país del Norte un préstamo de 110 millones de dólares. De haberse
concretado en la práctica la propuesta de Pinedo, ésta habría implicado
una modificación de los términos de la relación triangular Argentina-Gran
Bretaña-Estados Unidos y una inserción de la Argentina en el mundo
sustancialmente distinta a la de las décadas anteriores. El plan exigía un
Estado con instrumentos de intervención económica poderosamente
desarrollados, que pudiese movilizar el crédito privado y orientarlo hacia
inversiones de largo plazo, entre ellas las industriales. Además, dicho plan
preveía un estímulo a las exportaciones de productos manufacturados a
través de sistemas de reintegros, leyes contra el dumping y una intensa
promoción del intercambio. (3)
Asimismo, por ese entonces volvió a reflotarse el tema de las libras
bloqueadas, íntimamente ligado al comercio bilateral. Con el estallido de la
Segunda Guerra Mundial en 1939, el Bank of England llegó a un acuerdo
provisional con el Banco Central de la República Argentina. Este acuerdo
de pagos, cuyos detalles se mantuvieron en secreto, proporcionó las bases
del comercio anglo-argentino durante la guerra. El principal objetivo del
gobierno británico durante la coyuntura bélica fue el de obtener productos
argentinos sin tener que utilizar sus escasos recursos en dólares u oro. Por
su parte, el objetivo de las autoridades argentinas fue el de preservar a
150
toda costa el mercado británico.
Finalmente, el acuerdo de 1939 estableció que la Argentina aceptaría
libras esterlinas como pago de sus exportaciones a Gran Bretaña. Estas
libras serían depositadas en una cuenta especial en el Bank of England y
usadas exclusivamente para pagar las exportaciones británicas a la
Argentina o para comprar títulos argentinos retenidos en Gran Bretaña. De
este modo, las autoridades británicas lograban su objetivo de no emplear
sus escasas tenencias de dólares. Además, los saldos en libras
constituyeron un mercado cautivo para las exportaciones británicas
después de la guerra, ya que dichos saldos estaban bloqueados y serían
liberados lentamente a medida que se recobraran las industrias de
exportación británicas.
Esta fue principalmente la posición del Board of Trade, mientras el Bank
of England esperaba que las libras esterlinas acumuladas fuesen
empleadas en la Argentina para comprar una parte importante de los
ferrocarriles británicos, sector que estaba dando pérdidas. Para que los
anhelos de las autoridades del Bank of England se concretaran en la
práctica, era necesario que la Argentina lograra acumular una cantidad
sustancial de libras. Particularmente, los miembros del Bank of
England temieron que las libras esterlinas acumuladas fueran utilizadas
por el gobierno argentino no para comprar los ferrocarriles sino para
repatriar paulatinamente su deuda externa en Londres.
No obstante, los temores de las autoridades del Bank of England no se
vieron reflejados en la realidad, pues el gobierno argentino no empleó sus
libras ni en repatriar su deuda externa ni en comprar acciones de los
ferrocarriles. En consecuencia, mientras sus deudas con Gran Bretaña
pagaban interés, las deudas británicas con la Argentina no hacían lo
mismo. En la práctica, el acuerdo entre los bancos significaba que la
Argentina proporcionaba a Gran Bretaña un crédito ilimitado al cero por
ciento de interés. El gobierno británico obtuvo este acuerdo ventajoso
debido a dos causas: a) las simpatías que las autoridades del Reino Unido
tenían en el Banco Central y b) el hecho de que en las primeras etapas de
la guerra los compradores dominaran el mercado. Como ejemplos de la
última tendencia, Fodor y O'Connell señalan que en 1939
151
Ahora bien, a medida que la Segunda Guerra Mundial se prolongaba, se
registraron importantes cambios en el equilibrio de poder que definía las
relaciones anglo-argentinas, aun cuando la clase gobernante argentina
pareció no advertirlo y mantuvo e incluso profundizó su disposición a
conceder ventajas a las autoridades y agentes económicos británicos.
El primer cambio importante en el equilibrio de poder entre Buenos Aires
y Londres consistió en que el arma principal que el gobierno británico
había utilizado durante la década de 1930, esto es, la amenaza de reducir
sus importaciones de carne provenientes de la Argentina, había perdido
buena parte de su poder disuasorio. Ante la falta de fuentes tradicionales
de abastecimiento que planteó la nueva coyuntura bélica, la carne
argentina se volvió indispensable para la continuación del esfuerzo de
guerra. Esta necesidad por parte de Gran Bretaña cambiaba las reglas de
juego, si bien los negociadores británicos intentaron seguir utilizando a su
favor la amenaza del cierre del mercado. (5)
El segundo cambio importante en el equilibrio de poder entre la
Argentina y Gran Bretaña fueron los cambios a nivel de la política interna
argentina, y especialmente la crisis de los vínculos tradicionales entre el
partido Conservador argentino y Gran Bretaña. Durante los primeros años
de la década de 1930 los miembros conservadores de la élite argentina
fueron a la vez pro-británicos en términos económicos (pues la prosperidad
de criadores e invernadores dependía del mercado del Reino Unido) y
profascistas en términos político-ideológicos -tendencia que iba a tono con
la aparición en el mundo de expresiones conservadoras antiliberales como
el falangismo-franquismo, el fascismo y el nazismo. Un buen ejemplo de
esta extraña combinación de tendencias probritánicas y a la vez
profascistas fue Ezequiel Ramos Mejía, Ministro de Obras Públicas y figura
clave en la aprobación de la ley que exceptuó de gravámenes a los
ferrocarriles. Este conservador amigo del capital británico y director de dos
ferrocarriles ingleses fue designado para encabezar una misión argentina
en Roma en 1933, donde expresó sin tapujos sus simpatías por el partido
fascista italiano a pesar de su conocida trayectoria filobritánica. (6)
Con la guerra, los miembros de este Partido Conservador se
solidarizaron con el Eje, factor que erosionó los vínculos que tenían con
Gran Bretaña. Cuando los gobiernos de la Unión Soviética y Estados
Unidos entraron en la guerra, el temor al comunismo y su posible
incremento de poder como consecuencia de una victoria aliada
condicionaron a los conservadores argentinos a esperar que el Eje no
fuese derrotado. Con el estallido de la guerra, los británicos se encontraron
en una situación muy particular, por la cual sus principales defensores en
la Argentina pasaron a ser los partidos que durante la década de 1930 se
opusieron a los privilegios concedidos al capital británico: los socialistas en
primer lugar y en menor grado los radicales. A este factor se sumó el
reemplazo de Ortiz por Castillo, que disminuyó aún más el poder de los
conservadores probritánicos, ya que Castillo provenía de Catamarca y no
era un representante del grupo de criadores de ganado. (7)
152
Según Tulchin, la conducta argentina durante los años de la depresión,
la firma de los tratados Roca-Runciman de 1933 y Malbrán-Eden de 1936,
y su neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial fueron producto de la
preocupación de las autoridades argentinas por preservar los mercados
tradicionales de exportación. Esta obsesión por proteger los mercados
tradicionales de exportación estaba vinculada a la percepción de que el
contexto internacional se estaba volviendo crecientemente hostil para el
país. En los años precedentes al estallido de la Segunda Guerra, el nexo
con Gran Bretaña ya no proporcionaba el apoyo que la clase dominante
argentina necesitaba; Estados Unidos no quería ocupar el lugar de Gran
Bretaña, como lo comprobó Justo al intentar inútilmente un tratado
comercial con Washington. Esta percepción de hostilidad del contexto
internacional desembocó en una creciente inclinación por la autosuficiencia
económica vinculada al intervencionismo y al antiliberalismo y que recibió
el rótulo de "nacionalismo".
La política de neutralidad era el resultado de un consenso bastante
amplio dentro de la sociedad, incluyendo numerosos grupos que tenían
sentimientos pro-aliados. (8) Tal el caso, por ejemplo, de la Fuerza de
Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), agrupación que
percibía la necesidad de continuar la neutralidad observada por Yrigoyen
durante la Primera Guerra, pues percibía esta segunda conflagración como
una lucha entre imperialismos, extraña a los intereses económicos
argentinos.
Autores nacionalistas como Raúl Scalabrini Ortiz también defendían la
neutralidad sosteniendo:
153
en 1937, el mariscal Alemby, el canciller del Tesoro británico, Halshman, y
el ex virrey de la India, lord Sillingdon, quienes llegaron a Buenos Aires en
misión de confraternidad, procurando proteger los importantes intereses
británicos en la Argentina.
También la Cámara de Comercio británica en Buenos Aires tuvo por
costumbres agasajar en sus banquetes mensuales del Plaza Hotel a los
ministros de gobierno, con el fin de mantener fluidos los contactos con las
esferas oficiales. Así, agasajó al titular de Obras Públicas del gobierno de
Justo, Roberto M. Ortiz, a quien incluso los integrantes de la Cámara
propusieron como posible candidato a la sucesión presidencial. También
fueron agasajados el Ministro de Agricultura Miguel Angel Cárcano, el del
Interior Ramón Castillo, el de Relaciones Exteriores Carlos Saavedra
Lamas y el de Hacienda Carlos A. Acevedo.
La neutralidad adoptada por la Argentina en la Segunda Guerra Mundial
no afectaba los intereses de aprovisionamiento británicos, pero favorecía
los planes alemanes de intercambio comercial e infiltración ideológica. Ya
desde antes de la guerra, la prensa escrita en inglés opinaba la
conveniencia de que la Argentina "fuese neutral, pero amiga y proveedora
de Gran Bretaña en la próxima guerra". (10)
El secretario de Estado norteamericano, Cordell Hull, buscó torcer la
voluntad neutralista del gobierno argentino, y buscó para ello la
colaboración británica. Su subsecretario, Sumner Welles, se contactó con
el embajador británico en Estados Unidos, Lord Halifax, en diciembre de
1942, sin obtener el resultado esperado por Hull. Welles declaró al
respecto que: "a pesar de las manifestaciones oficiales del gobierno
británico al argentino, muchas importantísimas figuras comerciales y
financieras de la colonia británica en la Argentina manifestaban
consecuente y públicamente que este país no debía romper relaciones con
el Eje, y que los intereses británicos favorecerían la posición argentina de
neutralidad".
En los años de la Segunda Guerra, el gobierno de Gran Bretaña actuó
como el "abogado" del de la Argentina frente a la política de hostigamiento
aplicada por Washington entre 1942 y 1949 en perjuicio de las autoridades
de Buenos Aires. Las autoridades del Reino Unido ordenaron el retiro de
su embajador de Buenos Aires para no chocar con la Casa Blanca, pero,
lejos de adherirse a un embargo, decidieron seguir adquiriendo productos
argentinos.
A fines de 1943, y debido a sus sospechas sobre la intervención
argentina en la situación interna de Bolivia, las autoridades
norteamericanas presionaron a las británicas para imponer en forma
conjunta sanciones a la Argentina. El Foreign Office rechazó la propuesta,
puntualizando que en 1944 la Argentina representaba para Gran Bretaña
14% de sus importaciones totales de trigo, 70% de sus importaciones de
semilla de lino, 29% de su carne conservada y 35% de sus importaciones
de cuero. Aunque el Foreign Office hacía declaraciones de repudio a la
actitud neutral argentina, a la vez cuidaba que ningún factor perturbara el
154
intercambio entre la Argentina y el Reino Unido. (11)
Cuando el Presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt le pidió
al Primer Ministro británico Winston Churchill que no renovara un convenio
de carnes con la Argentina que vencía en octubre de 1944, y le propuso
reemplazar las compras de carne argentina por las de cerdo
norteamericano, Churchill le contestó:
• NOTAS
1. L.A. Romero, op. cit., p. 118. Ver también Anuarios del Comercio Exterior de la República
Argentina, años 1939 a 1945.
2. L.A. Romero, op. cit., pp. 118-119.
3. L.A. Romero, op. cit., pp. 119-120. Ver también J.M. Rosa, op. cit., p. 244 y el artículo de Juan J.
Llach, "El Plan Pinedo de 1940, su significado histórico y los orígenes de la economía política del
peronismo", en Desarrollo Económico, Nº 92, Buenos Aires, 1984, pp. 515-558.
4. Ibid., p. 57.
5. Ibid.
6. Ibid., pp. 57-58.
7. Ibid., p. 58.
8. Joseph S. Tulchin,"Una perspectiva histórica de la política argentina frente al Brasil", Estudios
Internacionales, Nº 52, Revista del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de
Chile, Santiago, octubre-diciembre 1980, pp. 468-470.
9. Diario de la Historia Argentina, Nº 121, septiembre 1939, p. 2, en J. Perrone, tomo 3, op. cit., p.
104.
155
10. La Prensa, 12 de mayo de 1937, cit. por J.M. Rosa, op. cit., pp. 197-198.
11. R.A.Humphreys, Latin America and the Second World War, volume II, London, Athlone Press,
1982, p. 140; R. Stemplowski, "Castillo’s Argentina and World War II: economic aspects of the
Argentine-British-United States", Beiträge zur Wirtschaftgeschichte, 8, pp. 812-813, fuentes
citadas por R. Miller, op. cit., p. 226.
12. Telegrama de W. Churchill a F.D. Roosevelt del 17 de abril de 1944, citado en Juan Archibaldo
Lanús, Del Chapultepec al Beagle. Política exterior argentina, 1945-1980, volumen I, Buenos
Aires, Hyspamérica, 1986, p. 26.
13. The Manchester Guardian, Londres, 30 de septiembre de 1944, citado en ibid., p. 26.
156
Sección II
Relaciones económicas de la
Argentina con Estados Unidos.
157
Capítulo 50
Las relaciones económicas con Estados Unidos
en el período 1880-1930
• Introducción
La historia de las relaciones económicas entre la Argentina y Estados
Unidos en el período en consideración es una de paulatino pero sostenido
involucramiento de los intereses norteamericanos en la economía
argentina. Este proceso creó una estrecha interdependencia entre ambas
economías, la cual siguió los vaivenes marcados por los acontecimientos
internos a los países e internacionales.
Así es que entre 1880 y 1929 pueden identificarse diferentes etapas en
el desarrollo de los vínculos económicos entre la Argentina y Estados
Unidos: a) la primera, desde 1880, año del comienzo del gobierno de
Roca, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914); b) la
segunda, desde el inicio de dicha guerra (1914) hasta su finalización
(1918) y c) la tercera, desde 1918 hasta la crisis de 1930 en la Argentina.
158
• Inserción norteamericana en el mercado argentino
(1880-1914)
Una de las claves para entender el paulatino involucramiento económico
de Estados Unidos en nuestro país antes mencionado, reside en la
evolución de las relaciones comerciales bilaterales.
En el caso de las exportaciones argentinas, es manifiesta la brecha
existente, al comienzo del período, entre la importancia del mercado
británico y la relativa irrelevancia del norteamericano, tanto en términos de
valor como de participación. Estados Unidos estuvo relegado a un quinto
lugar de importancia entre 1882 y 1913. En cambio, Gran Bretaña pasó de
un tercer a un segundo lugar en la década de 1880, y logró el primer lugar
en 1893 y 1894 y desde 1900 hasta 1930. La diferencia cuantitativa y
cualitativa entre Gran Bretaña y Estados Unidos como destinos de los
productos agropecuarios argentinos estaba íntimamente vinculada al
carácter competitivo de las economías argentina y norteamericana, que
contrastaba con el carácter complementario de la vinculación comercial
argentino-británica.
Cabe señalar al respecto que, durante las décadas de 1880 y 1890, el
crecimiento de las exportaciones argentinas hacia Estados Unidos se vio
trabado por una serie de barreras tarifarias norteamericanas. A este
obstáculo se sumó la falta de un servicio regular de transporte marítimo
entre Buenos Aires y Nueva York, que hizo correr a Estados Unidos con
desventaja frente a la competencia europea. Dados estos inconvenientes,
no sorprende que el ministro argentino en Washington, Martín García
Mérou, comentara al canciller Amancio Alcorta en una nota de octubre de
1896, que mientras “a Europa mandamos de 82 á 85 por ciento de
nuestros productos exportables, (...) á los Estados Unidos no nos es
posible mandar sino el 5 por ciento de lo que exportemos”. (1)
Además, las exportaciones agrícolas de Estados Unidos competían con
las de la Argentina en el mercado mundial y británico. Con todo, en la
década de 1900 las exportaciones argentinas crecieron, mientras que las
norteamericanas tendieron a declinar, como consecuencia del desequilibrio
existente entre un rápido crecimiento demográfico y un decreciente ritmo
de producción. Entre 1900 y 1910, Estados Unidos estuvo entre el primero
y el segundo lugar en el comercio mundial de trigo (en alternancia con
Rusia), y la Argentina ocupó el tercero. Incluso, en 1905
momentáneamente la Argentina llegó a desplazar del segundo lugar a
Estados Unidos. (2) Entre 1900 y 1913, los embarques anuales de maíz y
harina de maíz norteamericanos al Reino Unido cayeron de un promedio
de 1.809.000 a 375.000 toneladas. En cambio, las exportaciones
argentinas saltaron de 412.000 a 1.188.000 toneladas en esos mismos
años. La misma tendencia ocurrió con las exportaciones de avena y harina
de avena al Reino Unido. Mientras los envíos norteamericanos cayeron de
322.896 a 74.707 toneladas, los provenientes de la Argentina crecieron de
prácticamente cero a 327.605 toneladas. Asimismo, la Argentina y Estados
159
Unidos compitieron por el abastecimiento de carne al mercado británico.
Las exportaciones norteamericanas de carne declinaron a principios del
siglo XX, hasta el punto de que la economía norteamericana se convirtió
en una neta importadora de carnes hacia 1913, factor que le permitió a la
Argentina constituirse en el principal abastecedor de carne del Reino
Unido. (3)
Como consecuencia del mencionado carácter competitivo de las
economías argentina y norteamericana, las exportaciones argentinas hacia
Estados Unidos dependían para su incremento de falencias coyunturales
de la producción interna norteamericana (como ocurrió en el caso de las
carnes entre 1900 y 1913, o en el del maíz en determinadas coyunturas de
crisis), o de rubros que Estados Unidos produjera de manera deficiente
(tales como lana, cueros y pieles). (4)
A partir de 1896, el extracto de quebracho comenzó a ser un rubro
importante en las exportaciones argentinas hacia Estados Unidos,
demandado por las industrias del cuero norteamericanas debido a sus
virtudes para el curtido. Las ventas de este producto al mercado
norteamericano tuvieron un aumento porcentual del 12.400% entre 1896 y
1911 en términos de valor. Este factor hizo a su vez que también su
volumen creciera de 105 toneladas en 1896, a 1765 toneladas en 1900 y
28.402 toneladas en 1913. (5) En 1911 y 1912, la Argentina desalojó a sus
competidores del mercado norteamericano debido al enorme rendimiento
del quebracho. En los años inmediatamente previos a la Primera Guerra
Mundial, la Argentina llegó a ocupar con los rollizos de quebracho el primer
lugar en las importaciones norteamericanas de productos brutos
empleados en la tintorería o el curtido. (6)
Sin embargo, el rubro exportable que llegó a ser más valioso en las
exportaciones argentinas hacia el mercado norteamericano fue el cuero.
Como en el caso del extracto de quebracho, su importancia derivó de la
demanda generada por el crecimiento de la industria que lo
manufacturaba. Por cierto, el crecimiento de las exportaciones de cuero
hacia Estados Unidos estuvo condicionado por las tarifas aduaneras
norteamericanas. La tarifa Dingley de 1897, sancionada para proteger los
intereses de los ganaderos norteamericanos, anuló el status libre del que
gozaba el cuero importado, generó irritación no sólo entre los exportadores
argentinos, sino también entre los fabricantes de cuero norteamericanos,
que necesitaban del cuero importado para bajar costos y expandir su
industria. Ante la presión de los sectores vinculados a la industria del cuero
norteamericana, el Congreso volvió a colocar a los cueros en la lista libre
de aranceles en agosto de 1909 por la tarifa Payne-Aldrich. La nueva tarifa
incidió en el crecimiento de las exportaciones argentinas de cuero a
Estados Unidos, que pasaron de un promedio anual de 64.900 toneladas
en los tres años anteriores a la anulación de la tarifa Dingley, a uno de
132.200 toneladas en los tres años posteriores. (7)
Ahora bien, a diferencia de las exportaciones argentinas, donde la
importancia británica fue abrumadoramente superior a la norteamericana,
160
el panorama de las importaciones argentinas reveló la creciente presencia
de Estados Unidos como abastecedor de manufacturas, que contrastó con
una declinación de la productividad y de las exportaciones industriales
británicas. Con el paso del tiempo, la inicial ventaja británica respecto de la
norteamericana de fines del siglo pasado se fue desdibujando a tal punto
que, ya en los años anteriores a la Primera Guerra, muchos de los
productos provenientes de Estados Unidos ocupaban una posición de
liderazgo en el comercio de importación argentino. En las décadas de 1880
y 1890, el Reino Unido ocupó el primer lugar de importancia. Estados
Unidos estuvo entre el tercer y cuarto lugar en la década de 1880. De
acuerdo con el Anuario del Comercio Exterior, entre los años 1901 y 1914,
fluctuó entre el segundo y tercer lugar de importancia en las importaciones
argentinas, o sea, tuvo una participación cercana al 15% del total de las
importaciones argentinas, porcentaje mayor que el alcanzado en las
décadas anteriores (entre el 7 y algo más del 10% en la de 1880 y
alrededor de un 11% en la de 1890). En los años inmediatamente previos
a la Primera Guerra y, como contrapartida del ascenso de la presencia
norteamericana, se dio un estancamiento de la presencia británica, cuya
participación rondó entre 30 y 35% del total de las importaciones
argentinas, porcentaje menor al registrado en años anteriores (en 1885
había llegado a 38,4%; en 1890 a 40,6%; en 1895 a 41,6%; y en 1900 a
34,1%).
Un claro indicio del crecimiento de la presencia norteamericana y del
estancamiento de la británica en el conjunto de las importaciones
argentinas durante los años inmediatamente previos al estallido de la
Primera Guerra Mundial fueron los cambios operados en las adquisiciones
de material vinculado al sector ferroviario, hasta ese momento controladas
en forma prácticamente hegemónica por Gran Bretaña. Los ferrocarriles
argentinos comenzaron a adquirir rieles de hierro de Estados Unidos, y los
británicos recurrían a fabricantes norteamericanos en caso de emergencia.
Hacia 1913 fueron las mismas compañías ferroviarias británicas las que
reemplazaban sus vagones de carga hechos en Inglaterra, de 10 a 18
toneladas de capacidad, por los fabricados en Estados Unidos, de una
capacidad de 30 a 40 toneladas. (8)
Entre 1900 y 1913 Estados Unidos era un serio competidor e incluso
llegó a desplazar a Gran Bretaña en el abastecimiento de una serie de
rubros crecientemente demandados por los consumidores argentinos.
Entre ellos, los más importantes fueron hierro y manufacturas derivadas
(especialmente alambres, herramientas y maquinaria eléctrica),
maquinarias agrícolas (sembradoras, trilladoras, segadoras y
desgranadoras), madera y sus manufacturas derivadas, y aceites
lubricantes. Estos cuatro grupos de productos constituyeron
aproximadamente 65% de las exportaciones totales de Estados Unidos a
la Argentina. (9) Por su parte, ya en los años inmediatamente anteriores al
inicio de la Primera Guerra, sobresalieron las importaciones de
automóviles y máquinas de escribir norteamericanas. (10)
161
Las importaciones de alambre de hierro galvanizado norteamericano
prácticamente se duplicaron entre 1900 y 1913, desplazando además a la
variedad británica tanto en términos de valor como de participación. Por su
parte, las máquinas de coser de origen norteamericano, que en 1900
habían llegado a las 13.669 unidades, para 1913 más que cuadruplicaron
esa cantidad. También en este caso, los modelos británicos se vieron
ampliamente superados en cantidad y valor por los norteamericanos. (11)
Las máquinas de escribir norteamericanas incrementaron casi ocho veces
su cantidad y valor, de 700 unidades en 1900, valuadas en 22.440 pesos
oro en 1900, a 5378 unidades, con un valor de 187.186 pesos oro,
alcanzando registros superiores a las máquinas de escribir británicas. (12)
Por su parte, la maquinaria agrícola fue un rubro donde Estados Unidos
tenía la ventaja de producir modelos que respondían satisfactoriamente a
las necesidades geográficas argentinas, notoriamente similares a las
norteamericanas. Además, la variedad norteamericana era más barata,
eficiente y duradera que las maquinarias agrícolas europeas y
australianas. Por ejemplo, en el caso de las máquinas desgranadoras de
trigo, mientras la variedad británica usaba a 32 hombres y extraía entre
300 y 350 bolsas de grano de trigo por día, la norteamericana usaba sólo
20 hombres y extraía entre 500 y 600 bolsas. En un país con escasez de
mano de obra como el caso de la Argentina, el modelo norteamericano era
claramente preferible al británico. (13) Dentro de las maquinarias agrícolas,
se destacaron especialmente por su demanda en el mercado argentino las
sembradoras, trilladoras, segadoras y desgranadoras. La importación de
sembradoras se incrementó notablemente, tanto en cantidad -pasaron de
1531 unidades en 1900 a 14.535 unidades en 1913- como en valor -de
41.170 pesos oro a 351.912 pesos oro en esos mismos años-. Por su
parte, las trilladoras saltaron de 38 unidades en 1900 a 815 en 1913, pero
su incremento en valor fue mucho más significativo, pasando de 37.527 a
901.659 pesos oro. La importación de segadoras también aumentó tanto
en términos de cantidad como de valor entre 1900 y 1913. (14)
Como resultado del mayor peso de las importaciones sobre las
exportaciones, la balanza comercial bilateral arrojó déficits para la
Argentina en todo el período 1880-1914, salvo en los años 1880, 1891,
1895 y 1914. Pero el gobierno y los agentes económicos argentinos nunca
aceptaron esta situación como una condición permanente, ya que
confiaban en que tarde o temprano el mercado norteamericano se abriría a
los productos argentinos.
Mientras tanto, la persistencia de desacuerdos comerciales entre la
Argentina y Estados Unidos, fruto del carácter competitivo de sus
respectivas economías, fue uno de los obstáculos de la agenda bilateral
que ocupó la atención de los diplomáticos en el período comprendido entre
1880 y el inicio de la Primera Guerra Mundial. Uno de los desacuerdos
comerciales bilaterales más importantes estaba vinculado a las altas tarifas
que desde 1867 pesaban sobre las exportaciones argentinas de lana. (15)
Aunque en las décadas de 1870 y 1880 el Congreso norteamericano bajó
162
ligeramente los derechos sobre este producto, los funcionarios argentinos
trataron de persuadir a sus colegas de Washington para que colocasen a
la lana en la lista de productos libres de impuestos aduaneros.
Estos intentos se vieron desbaratados por la presión ejercida desde el
Congreso por el lobby de los productores laneros. En 1883, el ministro
argentino en Washington Luis L. Domínguez envió al secretario de Estado
F. T. Frelinghuysen un informe donde subrayaba los efectos negativos del
arancel de 1867 en el intercambio bilateral. En este informe, y en una nota
enviada al sucesor de Frelinghuysen, Thomas F. Bayard, en 1885,
Domínguez se quejaba de la falta de reciprocidad comercial. Mientras las
autoridades de Buenos Aires admitían la madera, los materiales
ferroviarios y la maquinaria agrícola de procedencia norteamericana libres
de barreras o con aranceles muy bajos, las de Washington le cerraban la
puerta a la lana argentina. Las quejas de Domínguez reflejaban la realidad,
ya que si bien en 1883 la Tariff Commission, encabezada por el secretario
de la American Wool Manufacturers Association, John L. Hayes, propuso
una serie de reformas en esta materia, las mismas no implicaron ninguna
salida para los exportadores argentinos. (16)
Por su parte, el representante norteamericano en Buenos Aires, Bayless
W. Hanna, comentaba en noviembre de 1887 que la tarifa sobre la lana era
discriminatoria, pues la variedad argentina debía pagar una tarifa mayor
que la proveniente de Australia y Nueva Zelandia. El diplomático
norteamericano exhortaba a una mejora de las condiciones de intercambio
entre la Argentina y Estados Unidos sosteniendo que el restablecimiento
de las antiguas relaciones comerciales entre los dos países era de vital
interés para ambos. (17)
No sólo los sectores diplomáticos norteamericanos reclamaban a su
gobierno un cambio en la política comercial con la Argentina. También lo
hicieron los importadores, interesados en incrementar el intercambio
bilateral a través de la compra de cueros, lanas, semillas de lino y otros
productos primarios valiosos para el sector industrial norteamericano. (18)
Pero a pesar de los intentos de distintos actores estatales y no estatales
argentinos y norteamericanos por mejorar la enojosa situación creada en
torno a la tarifa impuesta sobre la lana, del proyecto de unión aduanera
americana impulsado por el secretario de Estado James Gillespie Blaine
en la Primera Conferencia Panamericana de Washington en 1889, y de la
cláusula de reciprocidad que contemplaba la ley de tarifas McKinley en
1890, las relaciones bilaterales se tornaron aún más tensas precisamente
porque la lana estaba exceptuada de dicha cláusula de reciprocidad.
Cabe aclarar que la ley de tarifas aduaneras de McKinley, sancionada
por el Congreso norteamericano el 1º de octubre de 1890, contemplaba la
libre entrada en el mercado norteamericano “de todos los azúcares que no
excedan los 16 grados holandeses, como norma, en color; melazas, café,
té, cueros, pieles”. El secretario de Estado norteamericano, James
Gillespie Blaine, buscaba aplicar esta ley con el fin de eliminar las barreras
comerciales mediante tratados bilaterales de reciprocidad comercial y
163
concretar por esta vía su proyecto de unión aduanera panamericana, que
había sido bombardeado por la tenaz oposición de la delegación argentina
en la Primera Conferencia Panamericana, celebrada en Washington, en
1889.
La ley McKinley resultó irritativa para los intereses exportadores
argentinos, por dos motivos. El primero, porque mantenía el gravamen
sobre la lana, uno de los dos principales productos argentinos de
exportación hacia el mercado norteamericano. Y los argentinos no estaban
dispuestos a llegar a un acuerdo comercial con Estados Unidos si la
reciprocidad contemplada por la ley McKinley no incluía en su alcance a la
lana. El segundo motivo irritante era el carácter condicional de la libre
entrada de los mencionados productos. Si bien los cueros, el otro producto
de exportación clave hacia Estados Unidos, estaba ubicado en la lista libre
de arancel, el inciso 3º de la ley McKinley otorgaba al presidente
norteamericano el poder para reimplantar el gravamen “sobre cualesquiera
de los precitados artículos (o sea, sobre los artículos libres de arancel),
siempre que los países de origen no acuerden favores recíprocos á
productos de los Estados Unidos”. (19) En otras palabras, si el titular de la
Casa Blanca lo juzgaba conveniente, los cueros argentinos podían ser
eventualmente gravados con un impuesto de 6% ad valorem, o sea 1 ½
centavo por libra.
A principios de enero de 1890, antes de sancionarse la mencionada
tarifa, el secretario de Estado James Blaine había invitado al ministro
argentino en Washington, Vicente G. Quesada, a cerrar un acuerdo mutuo,
ofreciéndole como propuesta la libre admisión de los cueros en Estados
Unidos a cambio de la libre entrada en la Argentina del cuero curtido,
zapatos y suelas norteamericanos. No obstante, ambos demostraron
escasa voluntad de hacer concesiones mutuas y, por esta vía, llegar a un
acuerdo. Quesada evitó comprometerse con el ofrecimiento de Blaine, y
argumentó como excusa la falta de instrucciones del gobierno argentino
respecto de la cuestión. A su vez, el Secretario de Estado norteamericano
hizo lo mismo respecto del pedido de Quesada de flexibilizar el arancel
sobre la lana.
Luego de sancionada la ley McKinley y disgustado porque la anunciada
reciprocidad comercial del gobierno norteamericano se limitaba a un solo
producto argentino (los cueros) y en forma condicional, el diplomático
argentino dejó deslizar una velada amenaza: la de un eventual aumento
tarifario sobre el pino blanco norteamericano, en el caso de que las
autoridades de Washington llegaran a establecer el derecho de 1 ½
centavo por libra establecido por el inciso 3º de la ley McKinley. (20) Ante
el tenso tono al que habían llegado las conversaciones entre Blaine y
Quesada, el secretario de Estado norteamericano optó por trasladar la
espinosa cuestión de las tarifas sobre la lana a una nueva ronda de
negociaciones.
El dilema de las autoridades argentinas quedaba claramente explicitado
en la siguiente nota del canciller Eduardo Costa, dirigida al Ministro de
164
Hacienda Vicente F. López en abril de 1891, como consecuencia de las
conversaciones de Quesada con Blaine:
• NOTAS
1. Anexo XXVI, Legación en los Estados Unidos de América, Legación de la República Argentina,
M. García Mérou a Amancio Alcorta, ministro de Relaciones Exteriores de la República
Argentina, Washington, octubre 10 de 1896, en República Argentina, Ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones Exteriores presentada al Honorable Congreso
Nacional en 1898, Buenos Aires, Imprenta de M. Biedma é hijo, 1898, p. 280.
2. Las exportaciones argentinas de trigo alcanzaron en ese año un volumen de 3.075.000
toneladas, casi el doble de las norteamericanas, que fueron de 1.625.000 toneladas. Vicente
Vázquez Presedo, Estadísticas históricas argentinas (comparadas), primera parte 1875-1914,
Buenos Aires, Macchi, 1971, Cuadro IV. 14, p. 84.
3. James Ferrer Jr., United States-Argentine Economic Relations, 1900-1930, Ph.D. dissertation,
Berkeley, University of California, 1964, pp. 25-26.
4. Dana Royden Sweet, A History of United States-Argentine Commercial Relations, 1918-1933: A
Study of Competitive Farm Economies, Ph.D. dissertation, Syracuse University, 1972, p. 11.
5. Ver exportaciones de extracto de quebracho en Anuario de la Dirección General de Estadística
correspondiente al año 1896, tomo I, Buenos Aires, Compañía Sud-Americana de Billetes de
Banco, 1897, pp. 177 y 201; Anuario de la Dirección General de Estadística correspondiente al
año 1900, tomo I, Buenos Aires, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, 1901, pp. 224
y 299; Anuario de la Dirección General de Estadística correspondiente al año 1913, Buenos
Aires, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, 1914, pp. 462 y 710.
6. Ernesto Bosch, Ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, a Rómulo S.
Naón, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la República Argentina en los
Estados Unidos, Buenos Aires, Febrero 21 de 1913, cit. en República Argentina, Ministerio de
Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones Exteriores y Culto presentada al
Honorable Congreso Nacional correspondiente al año 1913-1914, Buenos Aires, Talleres
Gráficos de Selin Suárez, 1915, Anexo R, Comercio, p. 443.
7. J. Ferrer Jr., op. cit., p. 52.
8. Ibid., p. 67.
9. Ibid., p. 19.
10. D.R. Sweet, op. cit., p. 19.
183
11. Mientras las importaciones norteamericanas de alambre de hierro galvanizado pasaron de
8.044.519 kilogramos, con un valor de 541.450 pesos oro en 1900 a 16.437.633 kilogramos, con
un valor de 885.529 pesos oro en 1913, la variedad británica se incrementó, para los mismos
años, de 2.451.506 kilogramos (valuados en 154.622 pesos oro) a 7.023.083 (con un valor de
413.097 pesos oro). Por su parte, mientras la variedad británica de máquinas de coser
alcanzaba para 1900 una cantidad de 7391 unidades, la norteamericana llegó a 13.669
unidades. En 1913, la Argentina importó 20.538 máquinas de coser británicas y 59.329
norteamericanas. La brecha en términos de valor también fue evidente. Mientras las máquinas
de coser británicas alcanzaron un valor de 87.562 pesos oro en 1900, el monto de las
norteamericanas fue de 163.044 pesos oro. En 1913, las primeras saltaron a 235.982 pesos oro,
mientras las segundas llegaron a 725.982 pesos oro. Anuario...1900, op. cit., pp. 134, 148-149,
296-297, 331-332; y Anuario...1913, op. cit., pp. 271-272, 296-297, 684 y 686, 698-699 y 702-
703.
12. Anuario...1900, op. cit., pp. 148-149, 296, 332; y Anuario...1913, op. cit., pp. 296-297, 686, y 702-
703.
13. J. Ferrer Jr., op. cit., p. 48, y D.R. Sweet, op. cit., p. 11.
14. Anuario...1900, op. cit., tomo I, p. 296; y Anuario...1913, op. cit., pp. 343 y 345.
15. Estados Unidos dependía del suministro externo de lana, pues la producción interna no
alcanzaba para cubrir la demanda norteamericana. No obstante este factor que aparentemente
abría inmejorables oportunidades para las expectativas exportadoras argentinas, el lobby lanero
en el Congreso norteamericano, integrado por criadores de ovinos y fabricantes de lana, tuvo un
rol muy activo en la adopción de medidas proteccionistas en materia comercial. Pero la
capacidad de presión de estos sectores dependía de las prioridades y condicionamientos del
gobierno de turno. Así, durante la Guerra Civil norteamericana, los productores laneros no
pudieron frenar el importante crecimiento de las importaciones de lana provenientes de la
Argentina, provocada por la escasez de algodón. De este modo, los exportadores argentinos
habían logrado tomar ventaja de la creciente demanda de uniformes de lana para el Ejército de
la Unión. Pero, en 1867, con el fin de la Guerra Civil, el lobby lanero logró obtener del Congreso
norteamericano la sanción de una tarifa protectora que implicó una virtual exclusión de las
exportaciones de lana cruda argentina a Estados Unidos. Esta pérdida, coincidente con una
caída de los precios de la lana atribuida a una oferta excesiva de este producto a nivel mundial,
deprimió la industria argentina. Ver al respecto D.R. Sweet, op. cit., pp. 6-7; David
Rock, Argentina 1516-1987. Desde la colonización española hasta Alfonsín, Buenos Aires,
Alianza, 1989, p. 185, y Harold Peterson, La Argentina y los Estados Unidos, 2 vols., Buenos
Aires, Hyspamérica, 1986, vol. I, pp. 267-268.
16. En la nota que el ministro argentino en Estados Unidos, Luis L. Domínguez, envió al secretario
de Estado Thomas F. Bayard en agosto de 1885, Domínguez mencionaba claramente el impacto
negativo de los aranceles sobre la lana en el intercambio comercial entre la Argentina y Estados
Unidos:
“Sírvase V.E. observar que en ninguna parte del mundo convendría más a los fabricantes
americanos comprar esta materia prima (la lana) que en la República Argentina, porque
siendo el término medio del precio de las lanas en este país de 35 centavos por libra, en
Buenos Aires podrían comprarla por la mitad ¿Por qué no lo hacen? No puede ser sino
porque la tarifa americana impone sobre nuestras lanas derechos tan fuertes que
aumentan su precio á punto de no poder competir con las que vienen de otros países más
cercanos, de donde son transportadas á éste con menor recargo de gastos. Por
consiguiente, si en los Estados Unidos se suprimieran ó rebajaran los derechos de
importación sobre las lanas argentinas, el comercio exterior aumentaría, porque
tendríamos con qué pagar las producciones americanas que recibiéramos en cambio.
Es inútil buscar medios de acrecentar el comercio entre dos países, si no se remueven los
obstáculos que el gobierno les opone por medio del impuesto. Nosotros recibimos las
maderas, los materiales para ferrocarriles, las maquinarias para la agricultura y otros
productos americanos, libres de derechos de importación, o con impuestos muy
moderados, y en este país se recarga el más importante de los nuestros con un impuesto
de importación que lo excluye de este mercado. Inglaterra, Francia, Alemania, tienen con
el Río de la Plata un comercio mucho más considerable que los Estados Unidos, por la
sencilla razón de que, recibiendo libremente nuestros productos, tenemos con que
pagarles las manufacturas suyas que necesitamos para nuestro consumo. Del mismo
modo, nuestras comunicaciones marítimas, son incomparablemente mayores con la
Europa que con esta parte de América, porque á Europa mandamos de 82 á 85 por ciento
de nuestros productos exportables, mientras que á los Estados Unidos no nos es posible
mandar sino el 5 por ciento de lo que exportamos.
Creo que es un error suponer que este estado de cosas cambiaría solamente con acordar
subvenciones á las compañías de navegación á vapor. No son barcos que hagan el
184
comercio entre los dos países lo que nos falta. Lo que falta son productos que puedan
cambiarse, y me parece indudable que los habrá, si la tarifa no aumenta artificialmente sus
precios (...)”.
17. Ver palabras de Bayless W. Hanna, titular de la legación norteamericana en Buenos Aires,
en Foreign Relations of United States (FRUS), 1888, Volume I, Correspondence. Argentine
Republic, Nº 1, Mr. Hanna to Mr. Bayard, Extract, Nº 93, Legation of the United States, Buenos
Ayres, November 19, 1887, p. 2. Por su parte, en FRUS, 1887, Correspondence. Argentine
Republic, Nº 9, Mr. Hanna to Mr. Bayard, Nº 74, Legation of the United States, Buenos Aires,
February 23, 1887, pp. 10-11, Bayless W. Hanna menciona a Bayard además del problema de
las tarifas sobre la lana argentina, otras importantes dificultades del comercio bilateral, entre
ellas la enorme demanda europea (y especialmente británica) de los productos argentinos, los
derechos aduaneros norteamericanos sobre los cueros y la lana argentinos y la ausencia de una
línea de navegación fluida entre Buenos Aires y Nueva York.
18. Para consultar declaraciones de George F. Brown, importador de Nueva York, acerca de la tarifa
norteamericana sobre la lana argentina, ver FRUS, 1888, Volume I, Correspondence. Argentine
Republic, Nº 1, Mr. Hanna to Mr. Bayard, Extract, Nº 93, op. cit., pp. 1-2.
19. Legación de los Estados Unidos, septiembre 17 de 1891, Estados Unidos. Negociaciones
comerciales, en República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria del
Ministerio de Relaciones Exteriores presentada al Congreso Nacional, octubre de 1891 a agosto
de 1892, Buenos Aires, Empresa “La Nueva Universidad”, 1892, p. 367. Ver también H.F.
Peterson, op. cit., vol. I, p. 269.
20. El pino blanco importado de Estados Unidos pagaba un derecho de importación de 10% el metro
cuadrado en el caso del pino sin labrar, y de 25% en el caso del labrado y demás clases de pino.
Ante la exclusión de las lanas argentinas de la cláusula de reciprocidad contemplada por la ley
McKinley y la posibilidad de que fuera reimplantado algún derecho sobre los cueros, el ministro
argentino en Estados Unidos, Vicente G. Quesada, amenazó: “(...) En mi país el pino blanco
paga pocos derechos, y si ustedes impusieran derechos diferenciales sobre los cueros, quizá el
Gobierno se vería obligado á imponerlos sobre el pino blanco, que recibimos también del
Canadá y Norte de Europa (...)”. Ver Legación en Estados Unidos. Reciprocidad comercial,
Informe del ministro argentino en Estados Unidos, Vicente G. Quesada al Ministerio de
Relaciones Exteriores, cit. en Legación Argentina, Washington, Febrero 12 de 1891, en
República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones
Exteriores presentada al Honorable Congreso Nacional en 1891, Buenos Aires, Imprenta de
Juan A. Alsina, 1891, pp. 210-211 y 213.
21. Legación en Estados Unidos. Reciprocidad comercial. Ministerio de Relaciones Exteriores,
Buenos Aires, abril 22 de 1891, Eduardo Costa al ministro de hacienda Vicente López, en
República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria... 1891, op. cit., pp.
215-216.
22. Nota del Ministerio de Relaciones Exteriores, Buenos Aires, Diciembre 24 de 1891, dirigida al
ministro norteamericano en Buenos Aires, J.R. G. Pitkin; y Nota del ministro norteamericano en
Buenos Aires, J.R.G. Pitkin, al canciller Zeballos, Buenos Aires, Mayo 30 de 1892, en República
Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria...1891-1892, op. cit., pp. 400-
404 y 431-432.
23. H.F. Peterson, op. cit., vol. I, p. 270.
24. Pitkin a John W. Foster, secretario de Estado, 11 de julio de 1892 y adjuntos, National Archives,
Department of State, Desp. Arg., XXX, fuente citada por H.F. Peterson, op. cit., vol. I, p. 271.
25. Ver, respecto del tema de las tarifas sobre los navíos norteamericanos, la siguiente
correspondencia citada en FRUS, 1891: Correspondence. Argentine Republic. Mr. Blaine to Mr.
Pitkin, Nº 96, Department of State, Washington, February 13, 1891, p. 4; Inclosure in Nº 96, Mr.
Smith to the Bureau of American Republics, The National Board of Marine Underwriters, 25
William Street, New York, February 3, 1891, p. 4; Mr. Pitkin to Mr. Blaine, Nº 129, Legation of the
United States, Buenos Ayres, May 27, 1891, pp. 10-11; Mr. Pitkin to Mr. Blaine, Nº 141, Legation
185
of the United States, Buenos Ayres, July 7, 1891, p. 12; Inclosure in Nº 141 (Translation), The
Minister of Foreign Affairs to Mr. Pitkin, Argentine Republic, Ministry of Foreign Affairs, Ministry of
Hacienda, Buenos Ayres, June 25, 1891, pp. 12-13.
26. Anexo XXXIII, Consulado General en los Estados Unidos, Informe anual, en República
Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones Exteriores
presentada al Honorable Congreso Nacional en 1895, Buenos Aires, Imprenta de M. Biedma,
1895, p. 286. Los efectos positivos de las mutuas exenciones tarifarias (la del Congreso
argentino a fines de 1893 declarando libres de tarifas al petróleo crudo y refinado, los aceites
lubricantes y la madera provenientes de Estados Unidos, y la del gobierno norteamericano
colocando la lana y otros productos agrícolas en una lista libre de arancel en 1894) pueden
rastrearse en FRUS, 1894, Correspondence. Argentine Republic. Proposed Tariff Legislation.
Señor Zeballos to Mr. Gresham, Argentine Legation, Washington, January 30, 1894, pp.3-4 y
Mr. Uhl to Señor Zeballos, Department of State, Washington, February 3, 1894, p. 4; Mr.
Buchanan to Mr. Gresham, Nº 28, Legation of the United States, Buenos Ayres, June 20, 1894,
pp. 4-5; Señor Zeballos to Mr. Gresham (Translation), Argentine Legation, Washington, July 30,
1894, pp. 5-6; Inclosure-Telegram, Señor Costa to Señor Zeballos, Buenos Ayres, June 18,
1894, p. 6; y Mr. Adee to Mr. Buchanan, Nº 23, Department of State, Washington, August 9,
1894, p. 6. Ver también J. Ferrer Jr., op. cit., p. 18.
27. Anexo XXX, Informe anual del Consulado General de la República en los Estados Unidos de
América, Consulado General de la República Argentina, Nueva York, febrero 28 de 1900, en
República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones
Exteriores y Culto presentada al Honorable Congreso Nacional en 1900, Buenos Aires, Taller
Tipográfico de la Penitenciaría Nacional, 1900, p. 216.
28. Los valores de las exportaciones de lana sucia crecieron de forma acorde al incremento de sus
volúmenes: de 906.227 a 1.076.906 pesos oro entre 1893 y 1894, pasaron a 1.821.719 pesos
oro en 1895. En 1896 alcanzaron un valor levemente menor que el año anterior, pero que era el
doble del registrado en 1893. Anuario de la Dirección General de Estadística correspondiente á
1894, Buenos Aires, Compañía Sud- Americana de Billetes de Banco, 1895, pp. 141 y
180; Anuario de la Dirección General de Estadística correspondiente al año 1895, tomo I,
Buenos Aires, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, 1896, pp. 152 y 195;
y Anuario...1896, op. cit., tomo I, pp. 157 y 201.
29. Ver tarifas de los tres tipos de lana (Merino, cruza Lincoln y criolla) en Anexo XXIX, Consulado
General en los Estados Unidos de América, Informe anual correspondiente al año de 1897,
presentado al ministro de relaciones exteriores por el cónsul general argentino, en República
Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria...1898, op. cit., pp. 226-227. Ver
también Anexo XXIII, Consulado General en los Estados Unidos de América, en República
Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones Exteriores y Culto
presentada al Honorable Congreso Nacional en 1899, Buenos Aires, Taller Tipográfico de la
Penitenciaría Nacional, 1899, p. 298 y 313-314.
30. Anexo XXIX, Consulado General en los Estados Unidos de América, Informe anual...1897, en
República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria...1898, op. cit., p.
233. Ver también Anexo VIII, Informes consulares anuales, A, Estados Unidos, Consulado
General de la República Argentina, New York, Febrero 14 de 1903, IX: Lanas, en República
Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones Exteriores y Culto
presentada al Honorable Congreso Nacional correspondiente al año 1902-1903, Buenos Aires,
Taller Tipográfico de la Penitenciaría Nacional, 1904, p. 297.
31. Anexo XXIII, Consulado General en los Estados Unidos de América, Informe anual del
Consulado argentino en los Estados Unidos correspondiente a 1898, en República Argentina,
Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria...1899, op. cit., p. 298.
32. La exportación de lana sucia cayó de 17.740 toneladas en 1897 a 5333 toneladas al año
siguiente. Su valor descendió de 3.288.938 pesos oro en 1897 a 1.062.382 en 1898. Anuario de
la Dirección General de Estadística correspondiente al año 1897, tomo I, Buenos Aires,
Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, 1898, pp. 153 y 211; Anuario de la Dirección
General de Estadística correspondiente al año 1898, tomo I, Buenos Aires, Compañía
Sudamericana de Billetes de Banco, 1899, pp. 166 y 224; Anuario de la Dirección General de
Estadística correspondiente al año 1899, tomo I, Buenos Aires, Compañía Sud-Americana de
Billetes de Banco, 1900, pp. 195 y 287; y Anuario...1900, op. cit., tomo I, pp. 200 y 298.
33. Según el informe del Consulado argentino, este tipo de lanas se incrementó de una cantidad de
1.215.947 libras en 1898 a 5.284.572 en 1899; 9.775.006 en 1900; 13.538.099 libras en 1901 y
17.118.416 libras en 1902. Ver Anexo VIII, Informes consulares anuales, A; Estados Unidos,
Consulado General de la República Argentina, New York, Febrero 14 de 1903, IX: Lanas, en
República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria...1902-1903, op. cit.,
pp. 295-298.
34. La evolución de las exportaciones de cueros vacunos secos argentinos hacia Estados Unidos en
términos de valor fue la siguiente: de 2.939.360 pesos oro en 1896, saltaron a 3.759.333 pesos
186
oro en 1897, para caer a 3.195.664 pesos oro en 1898. Tras recuperarse levemente en 1899,
alcanzando un valor de 4.136.997 pesos oro, volvieron a caer en 1900, registrando una cifra de
3.648.617 pesos oro. Anuario...1897, op. cit., tomo I, pp. 152 y 211; Anuario...1898, op. cit.,
tomo I, pp. 165 y 224; Anuario...1899, op. cit., tomo I, pp. 194 y 286; y Anuario...1900, op. cit.,
tomo I, pp. 199 y 298.
35. Anuario...1899, op. cit., pp. 194 y 286; Anuario...1900, op. cit., pp. 199 y 298.
36. Para exportaciones de cueros lanares sucios ver Anuario...1897, op. cit., pp. 151 y
211; Anuario...1898, op. cit., pp. 164 y 224; Anuario...1899, op. cit., pp. 193 y 286;
y Anuario...1900, op. cit., p. 198 y 298.
37. Anexo XII, Memoria de la Legación, Legación de la República Argentina, Washington D.C., abril
21 de 1897, República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de
Relaciones Exteriores presentada al Honorable Congreso Nacional en 1897, Buenos Aires,
Taller Tipográfico de la Penitenciaría Nacional, 1897, pp. 111-113. García Merou decía en su
informe:
“Sin exagerar los peligros que amenazan a nuestro comercio con este país por medio de la
elevación de derechos de la nueva tarifa, insisto en mi opinión antes manifestada a V.E. de
que ella es agresiva e injusta en lo que se refiere a nosotros. Hemos dado al comercio
importador americano, todas las facilidades compatibles con nuestro sistema fiscal. Somos
hoy el más fuerte comprador de las máquinas agrícolas de este país. Los derechos sobre
el pino de diferentes clases fueron reformados en tal forma, á pedido del ministro
americano en Buenos Aires (...). Empezábamos a notar un progreso evidente en las
transacciones recíprocas de ambos pueblos y nuestro intercambio se equilibraba casi (...)
Es en estos momentos en que, bruscamente, se proyecta una tarifa exagerada que grava
fuertemente uno de nuestros más importantes artículos de exportación. (...) Los Estados
Unidos (...) excluyendo los cereales, pueden introducir á la República Argentina la mayor
parte de sus más ricos productos naturales (carbón, kerosene ó naphta cruda, madera,
etc.,) y casi la totalidad de sus productos industriales o manufacturados (géneros de lana y
algodón, tejidos de hilo y seda, máquinas, armas, instrumentos, herramientas, artículos de
hierro y acero; ferretería, etc., etc.,) que nosotros recibimos de todas partes del mundo.
¿Qué podemos nosotros, bajo las provisiones de la nueva ley, y suponiendo que ella sea
aceptada sin modificación por las cámaras, enviar á este país? (...)”. Ibid., pp. 112-113.
38. Anexo VII, Memorias de las Legaciones argentinas, F. Estados Unidos, Legación Argentina en
Norte América, Washington, D.C., mayo 23 de 1903, en República Argentina, Ministerio de
Relaciones Exteriores y Culto, Memoria...1902-1903, op. cit., pp. 183-184.
39. Anexo VIII, Informes consulares anuales, A, Estados Unidos, Consulado General de la República
Argentina, New York, febrero 14 de 1903, XI: Cueros, en República Argentina, Ministerio de
Relaciones Exteriores y Culto, Memoria...1902-1903, op. cit., p. 299.
40. Cabe aclarar que la tarifa de 1898 no se limitó a una medida de represalia por la sanción de la
Ley Dingley en 1897. Respondió también a importantes condicionantes internos. La crisis de
1890 y, particularmente, la devaluación del peso, había encarecido notoriamente las
importaciones, estimulando la producción industrial local. La gradual apreciación del peso
después de 1894 no logró revertir esta expansión. Finalmente, las tarifas de 1898 otorgaron la
suficiente protección a los intereses industriales locales como para compensar la apreciación de
la moneda argentina. La presencia de una alta barrera tarifaria era una condición necesaria para
las ventas de los productos industriales argentinos -vino, azúcar, calzado y textiles-, que eran
básicamente no competitivos. No obstante la tarifa de 1898, los argentinos se vieron obligados a
importar muchos rubros que la industria local podía haber fabricado. Ver J. Ferrer Jr., op. cit., pp.
12-13 y 18.
41. Ver respecto de la cuestión de la madera norteamericana FRUS, 1897, Correspondence.
Argentine Republic. Discrimination against American Lumber, Mr. Olney to Mr. Buchanan, Nº
187, Department of State, Washington, December 31, 1896, p. 1; y Mr. Buchanan to Mr. Olney,
Nº 304, Legation of the United States, Buenos Ayres, February 1, 1897, pp. 1-2. Respecto de la
cuestión del aceite de semilla de algodón consultar FRUS, 1897, Correspondence. Argentine
Republic. Discriminating Duty on cotton-seed oil. Mr. Olney to Mr. Buchanan, Nº 186, Department
of State, Washington, December 30, 1896, p. 2; y Mr. Buchanan to Mr. Olney, Nº 303, Legation
of the United States, Buenos Ayres, February 1, 1897, pp. 3-4.
42. Anexo IV, 2a Conferencia Pan Americana, Informe de la delegación argentina, V, Reciprocidad
comercial, 3, en República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de
Relaciones Exteriores y Culto presentada al Honorable Congreso Nacional correspondiente al
año 1901-1902, Buenos Aires, Taller Tipográfico de la Penitenciaría Nacional, 1904, p. 94.
43. D.R. Sweet, op. cit., p. 8.
187
44. Así lo hizo saber al gobierno argentino el propio Presidente norteamericano William Howard Taft
(1909-1913) a través del decreto del 9 de febrero de 1910, cuyo texto se reproduce a
continuación:
“(...) Yo, William Howard Taft, Presidente de los Estados Unidos de América hago saber y
decreto por las presentes, en virtud de la facultad conferídame por dicha Ley del
Congreso, que desde y después del 31 de marzo de 1910 y durante todo el tiempo que
esté en vigencia dicha Ley del Congreso y que el Gobierno de la República Argentina no
aplique términos ó restricciones á la importación ó venta en la República Argentina de
productos de los Estados Unidos que perjudicaran á los Estados Unidos, todos los
artículos importados de la República Argentina á los Estados Unidos ó á alguna de sus
posesiones (con excepción de las islas Filipinas y de las islas de Guam y Tutuila) deberán
ser admitidos de acuerdo con los términos de la tarifa mínima de los Estados Unidos,
según las disposiciones establecidas en el artículo 1º de la Ley de avalúos de los Estados
Unidos, aprobada el 5 de agosto de 1909 (...)”.
Decreto Del Excmo. Señor Presidente de los Estados Unidos de América, acordando á los
productos argentinos el beneficio de tarifa mínima, Washington, 9 de febrero de 1910, en
República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones
Exteriores y Culto presentada al Honorable Congreso Nacional correspondiente al año 1910-
1911, Buenos Aires, Imprenta y Casa editora “Juan A. Alsina”, 1911, Anexo VII, Comercio, A, pp.
339-341.
45. D.R. Sweet, op. cit., p. 19 y J. Ferrer Jr., op. cit., p. 73.
46. Exportaciones de maíz a Estados Unidos en Anuario...1913, op. cit., p. 449 y 710; Anuario de la
Dirección General de Estadística correspondiente al año 1914, Buenos Aires, Compañía Sud-
Americana de Billetes de Banco, 1915, pp. 467.
47. Exportaciones de bovinos congelados y enfriados y de carneros congelados a Estados Unidos
en Anuario...1913, op. cit., pp. 428-429 y Anuario...1914, op. cit., pp. 444-445.
48. Exportaciones de lana sucia a Estados Unidos en Anuario...1913, op. cit., pp. 433 y 710;
y Anuario...1914, op. cit., p. 449.
49. Exportaciones de cueros lanares salados, lanares sucios, vacunos salados y vacunos secos
en Anuario...1913, op. cit., pp. 430-432 y 710; y Anuario...1914, op. cit., pp. 447-448.
50. Exportaciones de extracto de quebracho a Estados Unidos en Anuario...1913, op. cit., pp. 462 y
710 y Anuario...1914, op. cit., p. 482.
51. Ver, respecto de la tarifa argentina sobre las partes de las máquinas agrícolas norteamericanas,
la siguiente correspondencia: FRUS, 1905, Argentine Republic. Prohibitory Tariff on parts of
agricultural machinery, etc. The Acting Secretary of State to Minister Beaupré, Telegram-
Paraphrase, Department of State, Washington, September 14, 1905, p. 45; Minister Beaupré to
the Secretary of State, Telegram-Paraphrase, American Legation, Buenos Aires, September 15,
1905, p. 45; The Acting Secretary of State to Minister Beaupré, Telegram-Paraphrase,
Department of State, Washington, September 16, 1905, p. 46: Minister Beaupré to the Secretary
of State, Telegram-Paraphrase, American Legation, Buenos Aires, September 16, 1905, p. 46; y
Minister Beaupré to the Secretary of State, Nº 229, American Legation, Buenos Aires, October 5,
1905, pp. 46-47.
52. No obstante, no serían considerados como repuestos o como formando parte integral de la
maquinaria llaves inglesas, cadenas, filtros de cualquier naturaleza, paquetes de amianto,
tuercas, ruedas con o sin incisiones de metal o tela, limpiadores, ganchos, pernos, pernos para
coches, pasadores o clavijas de metal para la maquinaria, latas de aceite manuales, niveladores,
llaves fijas, poleas, sierras, grifos y tuercas, que deberían seguir pagando las tarifas
correspondientes. Ver FRUS, 1905, Argentine Republic. Prohibitory Tariff on parts of agricultural
machinery, etc, Minister Beaupré to the Secretary of State, Nº 236, American Legation, Buenos
Aires, October 10, 1905, p. 47.
53. Datos extraídos de H.F. Peterson, op. cit., vol. I, p. 274 y Ricardo M. Ortiz, Historia económica de
la Argentina 1850-1930, Buenos Aires, Plus Ultra, 1964, tomo II, p. 19.
54. Estos intentos del empresario y coronel W.P. Tisdel de colocar una línea de navegación directa
entre Nueva York y Buenos Aires sin necesidad de hacer escalas en la costa brasileña están
mencionados en las fuentes diplomáticas norteamericanas. Ver, al respecto, FRUS, 1887, Nº 4,
Mr. Hanna to Mr. Bayard, Nº 65, Legation of the United States, Buenos Ayres, January 1, 1887,
p. 6; Inclosure 1 in Nº 65, Mr. Costa to Mr. Hanna, December 29, 1886, p. 6; Inclosure 2 in Nº 65,
Mr. Hanna to Mr. Costa, Legation of the United States, Buenos Ayres, December 30, 1886, p. 7;
Nº 8, Mr. Bayard to Mr. Hanna, Nº 42, Department of State, Washington, February 12, 1887, pp.
9-10. Existen también referencias al proyecto de Robert Houston, representante del capital
británico, para establecer dos líneas de barcos de vapor oceánico, una que uniera el norte de
188
Europa con el Río de la Plata y otra entre Nueva York y Buenos Aires. Ver FRUS, 1888, Volume
1, Nº 2, Mr. Hanna to Mr. Bayard, Nº 94, Legation of the United States, Buenos Ayres, November
20, 1887, pp. 2-3; Inclosure Nº 94, Terms agreed upon between the Executive and R.P. Houston,
for direct navigation from the United States to the ports of the Republic, p. 4; Nº 10, Mr. Hanna to
Mr. Bayard, Extract, Nº 150, Legation of the United States, Buenos Ayres, May 3, 1888, p. 12.
55. Anexo XXXVI, Consulado General en los Estados Unidos, Informe anual, en República
Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones Exteriores
presentada al Honorable Congreso Nacional en 1894, Buenos Aires, Imprenta de Martín Biedma,
1894, p. 278.
56. La falta de un servicio directo de barcos de vapor entre Buenos Aires y Nueva York aparece
repetidamente mencionada en las fuentes diplomáticas. La Legación norteamericana en Buenos
Aires exigió ante las autoridades de Washington la presencia de una línea directa de barcos de
vapor que quebrara el monopolio europeo. Ver al respecto FRUS, 1888, Volume I,
Correspondence. Argentine Republic, Nº 12, Mr. Hanna to Mr. Bayard, Extract, Nº 166, Legation
of the United States, Buenos Aires, July 25, 1888, pp. 13-14; FRUS, 1889, Mr. Hanna to Mr.
Blaine, Nº 222, Legation of the United States, Buenos Ayres, April 11, 1889, p. 3.
57. En el informe anual del consulado argentino en Estados Unidos correspondiente a 1882, se
sostenía que “(...) Las mercaderías despachadas por buques de vela (de Nueva York a Buenos
Aires) tardan de dos á tres meses en llegar á nuestros puertos; mientras que las enviadas por
vapor, vía Europa, llegan, próximamente, en treinta días á su destino. De aquí viene que, en
gracia de la prontitud, se prefiera la segunda vía (...)”. Informe del Consulado General de la
República Argentina en Estados Unidos, Nueva York, Febrero 20 de 1882, en República
Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria del Ministerio de Relaciones
Exteriores presentada al Honorable Congreso Nacional en 1882, Buenos Aires, Imprenta de “La
Pampa”, 1882, sección tercera: Informes consulares, p. 360.
59. Unnumbered dispatch of December 18, 1906, from Snyder. National Archives, Record Group 59,
NF1700/30, cit. en ibid., p. 71.
60. Es necesario puntualizar que este fue uno de los temas de agenda tratados en la Cuarta
Conferencia Internacional de Estados Americanos celebrada en 1910 en Buenos Aires. Ver, al
respecto, FRUS, 1910, Fourth International Conference of American States, Buenos Aires, July
12-August 30, 1910, The Secretary of State to the Delegates of the United States of America to
the Fourth International Conference of American States, Department of State, Washington, June
14, 1910, VII. Consideration of the conditions under which the establishment of more rapid mail,
passenger, and express steamship service between the American Republics can be secured, p.
18; Delegates of the United States to the Fourth International Conference of American States to
the Secretary of State, Consideration of the conditions under which the establishment of more
rapid mail, passenger, and express steamship service between the American Republics can be
secured, pp. 33-34.
61. Bayless W. Hanna, titular de la legación norteamericana en Buenos Aires, envió al respecto una
explícita queja al secretario de Estado norteamericano James G. Blaine por el “insuficiente e
ineficiente” servicio de correo marítimo norteamericano. Denunció que la compañía Direct United
States Mail Line era en gran medida responsable de que muchos miembros de la comunidad
norteamericana en la Argentina, al sufrir las demoras y accidentes de este servicio de correo,
optaran por los más directos y efectivos servicios de correo europeos. Ver, al respecto, FRUS,
1889, Correspondence. Argentine Republic, Mr. Hanna to Mr. Blaine, Nº 233, Legation of the
United States, Buenos Ayres, May 18, 1889, p. 6.
62. Robert Lansing, secretario de Estado, a los ministros de relaciones exteriores del Uruguay y de
la Argentina, 19 de diciembre de 1919, National Archives, Department of State, 835.73/34a, 109.
Para ese entonces la Central and South American Telegraph Company se había combinado
con la All American Cables, Inc. Fuente citada por H.F. Peterson, op. cit., vol. I, p. 276.
65. Informe del cónsul norteamericano en Buenos Aires, E.L. Baker, correspondiente a los años
1894-1895, en República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de
189
Relaciones Exteriores presentada al Honorable Congreso Nacional en 1896, Buenos Aires,
Taller Tipográfico de la Penitenciaría Nacional, 1896, pp. 309-310 y 315-316.
66. Según Ferns, este empréstito fue propuesto por las autoridades norteamericanas y según
McGann por el presidente argentino Carlos Pellegrini. F.O. 6/423, Packenham a Salisbury, 28 de
marzo de 1892, cit. en H.S. Ferns, Argentina y Gran Bretaña en el siglo XIX, Buenos Aires,
Solar-Hachette, 1968, p. 466; Thomas F. McGann, Argentina, the United States and the Inter-
American System, 1880-1914, Cambridge, Harvard University Press, 1957, p. 166, citado
también en ibid.
67. F.O. 6/425, Telegrama secreto y confidencial de Herbert, 29 de marzo de 1892, cit. en H.S.
Ferns, op. cit., p. 466.
68. Ver al respecto F.O. 6/423, Herbert a Salisbury, 3 de mayo de 1892, cit. en ibid., p. 467.
69. Consultar, respecto de este tema, la siguiente correspondencia: FRUS, 1891, Correspondence.
Argentine Republic, Mr. Blaine to Mr. Pitkin (Telegram), Washington, January 5, 1891, p. 1; Mr.
Blaine to Mr. Pitkin, Nº 88, Department of State, Washington, January 8, 1891, p. 1; Inclosure in
Nº 88, Mr. Williams to Mr. Blaine, 700 Fourteenth Street, Washington, D.C., December 22, 1890,
pp. 1-2; Telegram of J. Stahel to George B. Williams, New York, December 31, 1890, p. 2; Mr.
Pitkin to Mr. Blaine, Nº 94, Legation of the United States, Buenos Ayres, February 5, 1891, p. 2;
Inclosure 1 in Nº 94, Mr. Fishback to Señor Costa, Legation of the United States, Buenos Ayres,
January 10, 1891, p.2; Inclosure 2 in Nº 94, Mr. Pitkin to Señor Costa, Legation of the United
States, Buenos Ayres, January 30, 1891, pp. 3-4 y Mr. Pitkin to Mr. Blaine, Nº 102, Legation of
the United States, Buenos Ayres, February 26, 1891, p. 7; and Inclosure 1 in Nº 102 (Translation)
Señor Costa to Mr. Pitkin, Argentine Republic, Ministry of Foreign Affairs, Buenos Ayres,
February 13, 1891, p. 8. Ver también Legación de los Estados Unidos. Correspondencia
cambiada con motivo del impuesto á las Compañías Extranjeras de Seguros de Vida
(Traducción), Buenos Aires, Enero 10 de 1891; (Traducción), Legación de los Estados Unidos,
Buenos Aires, Enero 30 de 1891; y Ministerio de Relaciones Exteriores, Buenos Aires, Febrero
13 de 1891, en República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto, Memoria...1891, op. cit., pp. 199-206.
70. Ver la nota del ministro norteamericano en Buenos Aires John R.G. Pitkin al secretario de Estado
norteamericano James G. Blaine, la del Ministro de Relaciones Exteriores argentino Eduardo
Costa al ministro Pitkin y el decreto presidencial firmado por Carlos Pellegrini y Vicente Fidel
López, documentos citados en FRUS, 1891, Mr. Pitkin to Mr. Blaine, Nº 102, Legation of the
United States, Buenos Ayres, February 26, 1891, p. 7; Inclosure 1 in Nº 102 (translation) Señor
Costa to Mr. Pitkin, Argentine Republic, Ministry of Foreign Affairs, Buenos Ayres, February 13,
1891, p. 8; and Inclosure 2 in Nº 102, from The Buenos Ayres Standard, February 25, 1891,
Decree of the President (Decreto del presidente, firmado por Carlos Pellegrini y Vicente Fidel
López), p. 8.
71. Respecto de la resolución del conflicto en torno al proyectado impuesto sobre las compañías de
seguros norteamericanas radicadas en la Argentina, ver FRUS, 1891, Inclosure 1 in Nº 137,
translation, Executive decree, Buenos Ayres, May 2, 1891, firmado por Vicente F. López, p. 11;
Inclosure 2 in Nº 137, Mr. Watson to Mr. Pitkin, Buenos Ayres, June 6, 1891, p. 12.
72. El préstamo que el gobierno argentino solicitó en París en enero de 1909 fue trabado por la
intervención del gobierno francés, que clausuró la Bolsa de Valores parisina para cuestiones
argentinas en represalia por la negativa de las autoridades de Buenos Aires a cerrar un contrato
de armas con una empresa francesa el año anterior. Los tests efectuados a los cañones
franceses demostraban que éstos contemplaban las prescripciones reglamentarias. Sin
embargo, el gobierno argentino prefirió contratar a una empresa alemana. Con el cierre de la
Bolsa de Valores de París para cuestiones vinculadas con la Argentina, el gobierno francés
evitaba que la Argentina utilizara dinero francés para pagar la artillería alemana. Ver J. Ferrer
Jr., op. cit., pp. 38-39.
74. Louis Víctor Sommi, Los capitales yanquis en la Argentina, Buenos Aires, 1949, pp. 195-206, cit.
en ibid., p. 40.
190
76. Ibid., p. 94. Ver también H.F. Peterson, op. cit., vol. I, pp. 276-277.
78. Ver lista de empresas norteamericanas radicadas en la Argentina, citada en Mario Rapoport, “El
triángulo argentino: las relaciones económicas con Estados Unidos y Gran Bretaña, 1914-1943”,
en Mario Rapoport (compilador), Economía e historia. Contribuciones a la historia económica
argentina, Buenos Aires, Tesis, 1988, pp. 270-271.
79. Great Britain. Parliament. House of Commons, Accounts and Papers, London, (1914), LXXXIX,
22-24, cit. en J. Ferrer Jr., op. cit., p. 42.
80. Ver figura 16 sobre origen y evolución de los grupos frigoríficos en la Argentina, citada por
Horacio C.E. Giberti, Historia económica de la ganadería argentina, Buenos Aires, Hyspamérica,
1986, p. 198. Ver también Simon G. Hanson, Argentine Meat and the British Market: Chapters in
the History of the Argentine Meat Industry, California, Stanford University Press, 1938, p. 149.
Para 1910, La Plata Cold Storage tenía invertido un capital de 1.990.000 pesos oro, siendo la
segunda inversión en términos de importancia luego de la firma River Plate Fresh Meat Co. (con
un capital de 2.250.000 pesos oro). Consultar al respecto Guillermo A. Schwenke, “Estimación
del monto de capitales extranjeros colocados en valores, empresas, etc., en la República
Argentina”, Buenos Aires, 1910, p. 4.
81. Los porcentajes de participación de las firmas Swift, Morris y Armour en The National Packing
Company eran, respectivamente, del 46,70%, 13,19% y 40,11%. En 1912 la compañía The
National Packing Co. fue liquidada (en Estados Unidos había sido disuelta por una acción
antitrust) y Swift vendió sus acciones de La Blanca, que pasó a partir de entonces a ser
propiedad de Armour y Morris. Peter H. Smith, Carne y política en la Argentina, Buenos Aires,
Hyspamérica, 1986, p. 66, nota 12; D.R. Sweet, op. cit., p. 15; S.G. Hanson, op.cit., pp. 143-144
y 149 y H. Giberti, op. cit., pp. 198 y 200.
82. P.H. Smith, op. cit., p. 64, y D. Rock, op. cit., p. 228. Ver también Orlando Williams Alzaga, “La
ganadería argentina (1862-1930)”, en Academia Nacional de la Historia, Historia argentina
contemporánea 1862-1930, vol. III: Historia económica, Buenos Aires, El Ateneo, 1966, p. 435.
83. Letter of November 18, 1909, from Henry Lane Wilson to Henry M. Hoyt, Department of State,
National Archives, Record Group 59, NF16677/7. Dispatch Nº 47 of June 17, 1909, from
Bartleman, National Archives, Record Group 59, NF 20735, fuentes citadas en J. Ferrer Jr., op.
cit., pp. 44-45. Ver también referencias a esta poco efectiva estrategia de los frigoríficos
británicos de buscar el respaldo de los ganaderos argentinos en su lucha contra la competencia
de las firmas norteamericanas en el trabajo de P.H. Smith, op. cit., pp. 64-67; asimismo J. Ferrer
Jr., op. cit., p. 45, y R.M. Ortiz, op. cit., tomo II, pp. 22-23 y 27-28.
85. En el debate de carnes de 1913, se citaron precios comunes de 200 pesos por cabeza cuando
hasta ese momento el precio máximo registrado era de 112. R.M. Ortiz, op.cit., II, p. 22.
86. D.H. Sweet, op. cit., p. 15. Estos porcentajes coinciden con los otorgados por H. Giberti, op. cit.,
p. 200; P.H. Smith, op. cit., p. 66, y R. M. Ortiz, op. cit., II, p. 23.
88. Las cuotas de participación de los frigoríficos argentinos (11,86%), británicos (29,64%) y
norteamericanos (58,5%) citados en D.R. Sweet, op. cit., pp. 15-16, coinciden con las otorgadas
por H. Giberti, op. cit., p. 200; y R.M. Ortiz, op. cit., II, p. 27.
89. Organizada en 1905, la Compañía Nacional de Petróleos Limitada (CNP) construyó una
pequeña refinería para producir kerosene y gasolina en la localidad de Campana, ubicada cerca
de Buenos Aires. Esta refinería estuvo protegida por una barrera tarifaria. Carl Solberg, Petróleo
y nacionalismo en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, p. 25.
191
91. H.F. Peterson, op. cit., vol. I, p. 344.
92. Dispatch Nº 38 of July 29, 1909, from Sherrill, National Archives, Record Group 59, NF1070/75,
citado en J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 58-59.
93. Dispatch Nº 94 of September 20, 1909, from Sherrill, National Archives, Record Group 59, NF
1070/102; Telegram of October 5, 1909, from Sherrill to Secretary of State, NA RG 59,
NF1070/88, and Telegram of October 8, 1909, from Sherrill to Secretary of State, NA RG 59, NF
1070/96, fuentes citadas en J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 60-61.
96. Sherril señaló en su informe los esfuerzos personales del presidente Taft para eliminar las tarifas
sobre los cueros argentinos (tarifa Payne-Aldriff de 1909) como el factor determinante de la
negociación. Ver Dispatch Nº 227 of January 23, 1910, from Sherrill, NA, RG 59, DF835.34/185,
cit. en J. Ferrer Jr., op. cit., p. 66. McGann, por su parte, sostiene que fue la presión ejercida por
los intereses provenientes de las industrias del calzado y del cuero de Massachusetts la
responsable de que se colocaran los cueros en la lista libre de derechos. Ver McGann, op. cit., p.
261, fuente citada en D.R. Sweet, op. cit., p. 17.
192
El impacto de la guerra en las relaciones económicas
bilaterales (1914-1918)
El estallido de la Primera Guerra Mundial abrió un nuevo capítulo en la
historia de las relaciones económicas externas argentinas. Alterados los
mercados europeos e interrumpido el tráfico comercial tras el inicio de las
hostilidades, la Argentina necesitó crecientemente de Estados Unidos el
aporte de productos manufacturados y capitales. (1)
Los exportadores norteamericanos supieron sacar provecho de esta
situación originada por el vacío dejado por los tradicionales abastecedores
europeos en el mercado argentino. Mientras Alemania pasó del segundo
lugar en importancia entre 1910 y 1914, a desaparecer prácticamente
como abastecedor de las importaciones argentinas desde 1915 hasta el fin
de la guerra, Estados Unidos saltó del tercer al segundo lugar de
importancia entre 1914 y 1915.
Para 1916 y hasta 1931, Estados Unidos se convirtió en el principal
abastecedor de manufacturas del mercado argentino, desplazando del
liderazgo a Gran Bretaña tanto en términos de valor como de participación.
Junto a la declinación de las exportaciones británicas, cabe señalar la de
las alemanas, perjudicadas en buena medida tanto por el arrollador avance
de los productos manufacturados norteamericanos como por la política de
listas negras y embargos orquestada por Gran Bretaña -de éxito parcial, en
tanto no logró mantener el predominio británico como abastecedor de
manufacturas para el mercado argentino. (2)
Aun por el lado de las exportaciones argentinas, la evidencia de la
creciente importancia de la economía norteamericana fue incontrastable a
partir del estallido de la guerra. En 1913 Estados Unidos compró productos
argentinos por un valor de 22,9 millones de pesos oro y se ubicó quinto en
la lista de importadores de la producción argentina, detrás del Reino Unido,
Alemania, Francia y Bélgica. En 1914 Estados Unidos saltó al segundo
lugar en importancia como comprador de los productos argentinos en
términos de valor, ubicándose detrás del líder, Gran Bretaña. Las
exportaciones argentinas hacia el mercado norteamericano alcanzaron en
ese momento un valor de 42,9 millones de pesos oro, representando el
10,6% del total exportado. En 1915 más que duplicaron el valor de 1914, y
en 1918 llegaron a la cifra de 165,2 millones de pesos. En términos de
crecimiento porcentual, el valor de las exportaciones argentinas se
incrementó en ese último año de la guerra a casi un 900% respecto de los
valores de 1913. (3)
No obstante las dificultades de embarque y los problemas en las
cosechas argentinas, que disminuyeron el volumen de las exportaciones
agropecuarias argentinas hacia Estados Unidos, el valor de las mismas fue
empujado hacia arriba por el aumento de la demanda sobre algunos de los
productos exportables (en el caso del comercio con Estados Unidos, la
lana y el extracto de quebracho o, en el caso del comercio con Europa, las
carnes en conserva). Por ejemplo, en 1918 el valor de las exportaciones
193
de lana, cueros y pieles, y semilla de lino se incrementó un 465% por
encima de los niveles registrados para estos mismos productos en 1914.
En cambio, sus respectivos volúmenes se incrementaron en el mismo
período tan sólo un 175%. (4)
El valor de la mayoría de los productos de exportación argentinos hacia
Estados Unidos reflejó esta tendencia inflacionaria provocada por la
coyuntura bélica. Considerando los precios promedio desde julio de 1913 a
junio de 1914 con un índice de 100, los cueros y pieles llegaron a 174, los
químicos para curtido a 231 y la lana y sus derivados a 274. Por su parte,
los embarques de cueros y pieles casi se duplicaron tanto en términos de
volumen exportado como de valor. La única excepción fueron las
exportaciones de maíz y carne, las únicas de importancia dirigidas hacia
Estados Unidos cuyos valores declinaron durante la guerra. (5)
Esta tendencia inflacionaria de tiempos de guerra, con volúmenes
decrecientes y valores crecientes, no sólo operó sobre la mayoría de los
productos exportables argentinos con fuerte demanda en los mercados
europeo y norteamericano. También se registró para las exportaciones
norteamericanas hacia la Argentina. En su conjunto, el volumen de éstas
declinó durante los años de guerra, por varias razones. En primer lugar, los
fabricantes norteamericanos estuvieron demasiado preocupados con los
mercados europeos como para prestar su atención al argentino. En
segundo lugar, muchos fabricantes y exportadores de manufacturas
norteamericanos adoptaron más bien una actitud especulativa, partiendo
de la premisa que las ganancias del mercado argentino en los tiempos de
guerra eran artificiales y se esfumarían una vez restaurada la paz. En
consecuencia, muchos exportadores norteamericanos estuvieron
simplemente interesados en hacer el mayor beneficio posible en el menor
lapso de tiempo, aprovechándose de las necesidades de los importadores
argentinos, exacerbadas por las escaseces de la guerra. Aun las firmas
norteamericanas establecidas desde hacía tiempo en la Argentina
adoptaron esta estrategia especulativa.
Esta tendencia se evidenció claramente en el sector de la industria textil.
Los fabricantes y exportadores norteamericanos aceptaban pedidos de los
importadores argentinos, pero no siempre embarcaban esos productos a
las compañías que los habían solicitado originalmente. En vez de
ello, enviaban las mercaderías a otros compradores que ofrecían precios
más altos. Las compañías argentinas con varios pedidos se encontraban
con la sorpresa de que el último solicitado era el primero en ser cubierto,
porque convocaba al precio más alto. Una posibilidad, repetida con
excesiva frecuencia, era que los fabricantes y exportadores
norteamericanos cancelaran los primeros pedidos de compra excusándose
en el argumento de que dichas mercaderías no reunían las
especificaciones exigidas para su venta. Otra posibilidad era que los
productos se vendieran, pero con atraso, mayor precio y por debajo de la
calidad requerida. En este contexto, los importadores argentinos,
agradecidos por recibir algo en el difícil contexto de la guerra, terminaban
194
aceptando las entregas en las condiciones estipuladas por los fabricantes
y exportadores de productos industriales norteamericanos. (6)
Por su parte, y en contraste con su caída en términos de volumen, los
valores de las exportaciones norteamericanas a la Argentina subieron,
afectados por la inflación de tiempos de guerra. Si se toma como índice
100 los precios promedio desde julio de 1913 a junio de 1914, en 1918 los
aceites vegetales habían ascendido a 250, las manufacturas de algodón a
255, los productos de hierro y acero a 218, el carbón y coque a 207 y el
petróleo y derivados a 180. (7)
Generalmente, los productos cuyas exportaciones incrementaron su
valor fueron aquellos fuertemente demandados en el mercado argentino, y
en los cuales Estados Unidos no tenía mucha competencia, tal el caso de
las exportaciones de maquinaria eléctrica y electrodomésticos. Sin
embargo, las ventas de lámparas incandescentes y ventiladores, rubros en
los que Estados Unidos había predominado, declinaron. Un rubro de
notable expansión durante los años de guerra fueron las exportaciones
norteamericanas de textiles de algodón hacia la Argentina, tanto en
términos de volumen como de valor. Las de telas de algodón blanco se
incrementaron de 7131 kilogramos en 1914 a 217.282 kilogramos en 1916
y 707.508 kilogramos en 1918. En cuanto a sus valores, saltaron en esos
mismos años de 6169 a 183.952 pesos oro y de este monto a 605.965
pesos oro. Las de algodón crudo o lienzo registraron el mismo
comportamiento ascendente. Por su parte, la demanda de telas de algodón
teñido norteamericano registraron un aumento espectacular, pasando de
sólo 7650 kilogramos en 1914 a 1.746.890 kilogramos en 1916, y de allí a
3.206.066 kilogramos en 1918. Sus respectivos valores se incrementaron
de 6641 a 1.479.254 pesos oro y de este monto a 2.782.081pesos oro.
(8)
Un dato importante respecto del intercambio comercial bilateral en los
años de la guerra es que la Argentina revirtió su tendencia deficitaria en la
balanza comercial con Estados Unidos. Las cifras proporcionadas por el
Anuario del Comercio Exterior de la época indican que pasó de un déficit
de 39,1millones de pesos oro en 1913 a un superávit de 6,2 millones de
pesos oro en 1914. Durante los años de la guerra, el mejor saldo comercial
obtenido por la Argentina fue el del año 1915, con un superávit de 33,7
millones de pesos oro, que más que quintuplicaba el del año anterior. La
Argentina siguió teniendo balanzas comerciales favorables en su
intercambio con Estados Unidos hasta 1918, cuando volvió a tener déficit.
Entre 1914 y 1917 se acumuló un monto de balanza comercial favorable a
la Argentina de 75,8 millones de pesos oro.
Cabe aclarar que estas tendencias se daban en un marco en el que la
colocación de las exportaciones agrícolas argentinas en el tradicional
mercado europeo durante los años de la guerra quedó fuertemente
condicionada por una serie de factores: la competencia mundial de los
granos canadienses y norteamericanos, más baratos y voluminosos que
los argentinos; la inestabilidad de la oferta argentina, debido a la
195
recurrencia de plagas y sequías en las cosechas, y la escasez de espacio
para el embarque. Además, el ascendente poder de Estados Unidos le
permitió jugar un rol de “control” sobre las exportaciones de granos
argentinas con destino a los países europeos aliados. Este rol de
“intermediario” impidió que los exportadores y el gobierno argentinos
pudiesen extraer dividendos de la postura de neutralidad aprovechando las
necesidades de cereales y alimentos del bando aliado. Como
consecuencia de este factor, agravado por la escasez de combustible y
créditos que afectaba a la economía argentina, la neutralidad adoptada por
los gobiernos argentinos se tornó “benévola”, mostrando en la práctica un
creciente acercamiento al bando aliado.
No obstante, el mercado norteamericano no logró compensar la
retracción del europeo. Muchos rubros de exportación argentina competían
desfavorablemente con los norteamericanos. Sólo algunos de ellos
incrementaron su ingreso en el mercado norteamericano durante los años
de la guerra. Tal el caso de las semillas de lino. La participación
norteamericana en las exportaciones argentinas de este producto saltó de
un 10,2% en 1913 a un 25,7% en 1915, y para fines de 1917, Estados
Unidos compró virtualmente toda la semilla de lino argentina disponible
para la exportación. (9)
A diferencia de las semillas de lino, en el caso de las exportaciones
argentinas de maíz hacia Estados Unidos durante los años de la coyuntura
bélica se registró una declinación tanto en términos de volumen como de
valor. Hacia 1913, el maíz argentino había desarrollado un apreciable
mercado en la costa atlántica norteamericana. En 1914, estimuladas por
las ventajas del status libre de derechos que otorgaba la tarifa Underwood-
Simmons del año anterior, las exportaciones de maíz subieron, casi
duplicando su volumen respecto del año anterior (pasaron de 85.495
toneladas en 1913 a 155.164 toneladas en 1914). En cuanto a su valor,
aumentó de 2.105.913 pesos oro en 1913 a 3.458.000 pesos oro en 1914.
Pero las ventas argentinas de maíz hacia Estados Unidos sufrieron los
avatares de la guerra y cayeron agudamente durante los años siguientes,
llegando en 1918 a las cifras más bajas de la coyuntura bélica: 39.871
toneladas, con un valor de 1.203.814 pesos oro, las que, por cierto,
estaban muy lejos de los niveles de 1913 y 1914. (10)
En cambio, dentro de las exportaciones forestales, la evolución de las
exportaciones de extracto de quebracho fue diametralmente opuesta a la
del maíz: sus ventas casi se cuadruplicaron en volumen entre 1914 y 1918,
pasando de 13.144 toneladas en 1914 a 24.693 toneladas en 1916 y
61.276 toneladas en 1918. Su valor, de 855.147 pesos oro en 1914,
aumentó más de cinco veces en 1916. En 1918 llegaba a 6.315.008 pesos
oro, un valor más de siete veces superior al de 1914. (11)
Asimismo, negociaciones con terceros países coadyuvaron a estas
tendencias. Tal fue el caso del convenio triguero firmado el 14 de enero de
1918 por la Argentina con los gobiernos de Gran Bretaña y Francia, por el
cual se estableció un contrato de venta de 2.500.000 toneladas de trigo y
196
un crédito de 40 millones de libras. Las negociaciones que llevaron a este
acuerdo comenzaron en Washington en julio de 1917 y fueron activadas
por el embajador norteamericano en la Argentina, Frederic J. Stimson,
quien prometió a las autoridades argentinas el aporte norteamericano de
carbón en contrapartida por las ventas de trigo argentino a Gran Bretaña y
Francia. Este convenio marcó un creciente acercamiento de la Argentina
con Estados Unidos y las naciones aliadas, característico de los últimos
años de la guerra -la llamada por Peterson “neutralidad benévola”. (12) Por
cierto, en esta neutralidad benévola quedaba de manifiesto tanto el poder
del gobierno de Estados Unidos como la falta de margen de maniobra de
la Argentina para utilizar a su favor dicha neutralidad y obtener buenos
dividendos para sus productos de exportación.
Por su parte, y en contraste con el oscuro panorama cerealero, en los
años de la guerra se dio un notorio incremento en las exportaciones
ganaderas argentinas, que compitieron exitosamente con las de Australia,
Nueva Zelandia y Estados Unidos, debido a dos razones: transporte más
barato y mejor método de comercialización que sus rivales. La cantidad de
embarques disminuyó durante los dos primeros años de la guerra, pero se
expandió en los restantes. La carne y sus derivados proveyeron la mayor
participación en este incremento. La contribución de la ganadería pastoril
en los valores de exportación aumentó rápidamente. Mientras en 1913 fue
de un 38,7%, ascendió a un 49,3% al año siguiente y llegó a un 68,3% en
1917, antes de declinar ligeramente en 1918. (13)
Entre los productos que se expandieron figuró la lana argentina,
requerida para las vestimentas de los ejércitos europeos (y luego
norteamericanos). Los precios de este producto se vieron notoriamente
inflados con el ingreso de Estados Unidos en la guerra, a tal punto que la
lana reemplazó a los cueros y las pieles como la exportación argentina de
mayor valor. Los embarques de lana sucia argentinos incrementaron
notoriamente sus precios, saltando de 6.880.333 pesos oro en 1914 a
67.910.013 pesos oro en 1918. Las exportaciones de cueros lanares y
vacunos también siguieron esta tendencia alcista, aunque con altibajos y
de manera mucho menos espectacular que la lana. Las exportaciones de
cueros vacunos salados ascendieron en su valor de 13.209.349 pesos oro
en 1914 a 18.202.470 pesos oro en 1918. Las de cueros vacunos secos,
en cambio, declinaron, de 6.176.302 pesos oro a sólo 297.466 pesos oro
en los mismos años. Pero el salto más relevante lo dieron las ventas de
cueros lanares sucios, que pasaron de sólo 52.110 pesos oro en 1914 a
1.636.368 pesos oro en 1918. (14)
La tendencia apuntada para la mayoría de las exportaciones argentinas
de tiempos de guerra, con volúmenes decrecientes y valores crecientes, se
registra claramente en los casos de las ventas de carneros congelados y
carne en conserva. Las exportaciones de carneros congelados
aumentaron de 5778 toneladas en 1914 a 6056 toneladas en 1916,
aunque cayeron en 1918 a sólo 18 toneladas. Pero las ventas de este
producto se valorizaron notoriamente entre 1914 y 1916, saltando de
197
462.220 pesos oro a 1.117.358 pesos oro. En el caso de las exportaciones
de carne en conserva, éstas declinaron de un volumen de 9186 toneladas
en 1914 a sólo 392 toneladas en 1916, pero pasaron a 48.810 toneladas
en 1918. Su valor, por efecto de la tendencia inflacionaria de la guerra, no
cayó tanto como su volumen, pasando de 91.857 pesos oro a 39.187
pesos oro entre 1914 y 1916. Y para 1918, las ventas de carne en
conserva, si bien no llegaron a los niveles de 1914, aumentaron más de
setenta veces respecto de los valores de 1916 (de 39.187 a 23.641.227
pesos oro). (15)
Las excepciones a la regla anteriormente apuntada de volúmenes
decrecientes y valores crecientes fueron las exportaciones argentinas de
bovinos congelados y enfriados, que no se adaptaban a los requerimientos
de la coyuntura bélica. Las primeras estaban afectadas por la escasez de
lugar para los embarques y por las necesidades propias de una guerra de
trincheras como fue la Primera Guerra Mundial. Para los soldados
europeos era mucho más útil consumir la práctica carne en conserva que
las carnes congeladas o enfriadas. En el caso de las carnes enfriadas, su
necesidad de ser consumidas a los 40 días de ser embarcadas la hacía
totalmente impropia, debido a la irregularidad del tráfico marítimo impuesta
por la guerra. Por lo tanto, las exportaciones de bovinos congelados
cayeron tanto en términos de volumen como valor, de 52.519 toneladas,
con un valor de 5.251.867 pesos oro en 1914, a 8840 toneladas, con un
valor de 1.997.838 pesos oro en 1916 y sólo 697 toneladas con un valor
de 171.123 pesos oro en 1918. En 1916 y 1918 no se registraron cifras de
exportaciones de carne enfriada a Estados Unidos. (16)
Por su parte, según la misma fuente, durante los años de la Primera
Guerra Mundial el porcentaje de participación norteamericana en el total de
las importaciones argentinas pasó del tercer lugar en 1914, con un 13,5%
al primer lugar en 1915, con un 24, 8% alcanzando su pico en 1917, con
un 36,3%. El año siguiente cayó a un 33,9%, pero este porcentaje estaba
lejos del alcanzado por sus seguidores -el más inmediato era Gran
Bretaña, con un 25%.
Pero no todas las exportaciones de Estados Unidos a la Argentina
participaron del aparente boom comercial de la coyuntura bélica. Los
rubros que más se incrementaron en los años de guerra fueron los de
automóviles, vestidos de algodón, maquinarias eléctricas, láminas de
estaño, azúcar y productos derivados del petróleo, mientras que los rubros
que declinaron respecto de los años previos a la guerra fueron la madera,
la maquinaria agrícola y el material rodante ferroviario. El volumen de las
exportaciones norteamericanas declinó agudamente luego de noviembre
de 1917, cuando los fabricantes norteamericanos debieron cubrir las
necesidades derivadas de los esfuerzos de guerra de Estados Unidos.
Entre los rubros en ascenso dentro de las importaciones argentinas de
origen norteamericano se destacaron especialmente los productos de
hojalata, automóviles y textiles, que fueron los que registraron las mayores
ganancias. El aumento en las importaciones de hojalata estuvo
198
íntimamente vinculado al incremento de las exportaciones de carne en
conserva argentina a Europa. (17) Este incremento fue tan importante, que
Estados Unidos suplantó a Gran Bretaña como el principal abastecedor de
este producto en el mercado argentino. (18) En consecuencia, las
importaciones de hojalata cortada para envases provenientes de Estados
Unidos aumentaron notoriamente tanto en términos de volumen como de
valor, saltando de 234.220 kilogramos en 1914 a 18.167.622 kilogramos
en 1918, y de un valor de 18.552 pesos oro a uno de 1.453.410 pesos oro.
(19)
Por su parte, la importación de automóviles norteamericanos se
incrementó tanto en volumen como en valor. Pasaron de 723 unidades,
con un valor de 257.188 en 1914, a 5869 unidades con un valor de
2.351.981 en 1918 (sumando automóviles de pasajeros y de carga). (20)
La exportación de automóviles norteamericanos a la Argentina reunió una
rápida tasa de expansión y una declinación del precio durante los años de
guerra. Los modelos norteamericanos, con su poder extra y peso liviano
contaron con una poderosa ventaja sobre los pesados automóviles
europeos, especialmente para los viajes al interior argentino. El relativo
bajo costo del automotor norteamericano fue su principal ventaja. Antes de
establecer su agencia en Buenos Aires, la Ford Motor Company redujo su
precio a más del 50%, que lo hizo más barato que cualquier modelo que
pudiesen ofrecer las compañías europeas. (21)
Por último, dentro de las importaciones textiles de origen
norteamericano, se destacaron las de algodón, un rubro de tradicional
dominación británica. Las importaciones de telas de algodón blanco
registraron un permanente aumento durante los años de guerra: 7131
kilogramos en 1914, 39.311 kilogramos en 1915, 217.282 kilogramos en
1916, 383.688 kilogramos en 1917 y 707.508 kilogramos en 1918.
Mientras tanto, su valor casi se decuplicó entre 1914 y 1918. También las
importaciones de algodón crudo (lienzo) aumentaron durante la guerra,
aunque en forma menos pronunciada. (22)
Entre los rubros importados que sufrieron una caída respecto de los
años anteriores a la coyuntura bélica, la principal pérdida fue sufrida por
los implementos agrícolas norteamericanos. Las máquinas y herramientas
de labranza de ese origen cayeron de un valor de 81.760 pesos oro en
1913 a uno de 10.379 pesos oro en 1916, para recuperarse en 1918,
alcanzando un valor de 44.221 pesos oro, la mitad del correspondiente a
1913. (23)
Ahora bien, los intereses comerciales norteamericanos en la Argentina,
a pesar de su crecimiento durante los años de la guerra, sufrieron también
una serie de amenazas. Una de las más importantes fue la representada
por Gran Bretaña, su aliado en la guerra, pero su rival en la disputa por el
dominio del mercado argentino. La política británica de listas negras,
supuestamente destinada a estorbar el comercio argentino con Alemania,
no fue utilizada exclusivamente contra las empresas germanas y sus
aliadas. Paradójicamente también tuvo como blanco los intereses
199
norteamericanos en la Argentina. A pesar de que el Departamento de
Comercio y la Junta de Comercio de Guerra norteamericanos se
comprometieron a cooperar con los ingleses para dar cumplimiento al
sistema de las listas negras, los últimos no perdieron la oportunidad de
aprovechar esas mismas listas negras como medio para perjudicar el
comercio norteamericano con la Argentina.
Por ejemplo, el gobierno británico utilizó su control sobre las
embarcaciones aliadas y varias modalidades de listas negras con el
objetivo de desviar el comercio norteamericano hacia las compañías
británicas. El gobierno norteamericano, a pesar de estar informado de este
juego de los intereses comerciales británicos tanto por el cónsul general
W. Henry Robertson como por los representantes de la embajada
norteamericana en la Argentina, no adoptó una actitud lo suficientemente
firme como para detener estas prácticas. (24)
Para implementar esta política de listas negras, los ingleses residentes
en las ciudades más importantes de la Argentina condujeron a los hombres
de negocios a la creación de Comités de Comercio Interaliados. (25) Con
el transcurso de los meses quedó en evidencia el verdadero propósito de
la creación de estos comités. Todas las compañías investigadas e
incorporadas en las listas negras eran aquéllas que comerciaban con
Estados Unidos. Curiosamente, conocidas firmas británicas que
comerciaban con compañías alemanas no fueron incorporadas a la lista
negra y tampoco fueron investigadas. Las pocas firmas norteamericanas
que cooperaron con los comités fueron firmas ya anteriormente asentadas
en el mercado argentino y, en consecuencia, ansiosas de evitar cualquier
presencia de nuevos competidores.
Tanto el cónsul general como el embajador de Estados Unidos criticaron
públicamente estos comités. Como respuesta, el Departamento de Estado
dio instrucciones a ambos funcionarios de aconsejar a la comunidad
norteamericana residente en la Argentina que no participara en ninguna
lista negra no oficial. (26)
A decir verdad, las restricciones comerciales impuestas por la política
británica de listas negras y embargos hicieron más daño a la vulnerable
economía argentina que a las empresas alemanas o norteamericanas. En
los años de la guerra, Alemania desapareció de las estadísticas oficiales,
pero su intercambio con la Argentina se realizó a través de terceros
países. Por su parte, y a pesar de los esfuerzos británicos por impedirlo,
los productos provenientes de Estados Unidos lideraron las importaciones
argentinas, sobre todo en rubros donde el Reino Unido ya no estaba en
condiciones de competir.
Asimismo, la economía argentina pagó durante los años de la guerra un
caro precio por su dependencia de la flota británica y de ciertos productos
importados. Las listas negras, unidas a la falta de bodegas adecuadas, el
aumento de las tarifas sobre los fletes y el control aliado sobre las
exportaciones, fueron factores que se aunaron para provocar una crónica
escasez en la Argentina de productos importados claves para su
200
economía, tales como el carbón, el papel para diarios, los implementos
agrícolas y los equipos de transporte. Si bien se sostiene que los años de
la guerra estimularon cierto auge del sector industrial en la Argentina como
respuesta a la escasez de importaciones, lo cierto fue que dicha escasez
limitó seriamente la producción industrial, que cayó en los primeros años
de la guerra y no recobró los niveles de preguerra hasta el año 1918. Si se
toma el año 1913 con un índice 100, la producción industrial cayó a 91 en
1914, 81,6 en 1915, 83,9 en 1916 y 83 en 1917, comenzando a
recuperarse recién de 1918 en adelante. (27) Si bien algunas industrias
que utilizaron materias primas argentinas -casos de la manufactura de
zapatos, textiles y lana- registraron un crecimiento durante los años de la
Primera Guerra Mundial, este fue lento, perturbado por la falta de mano de
obra, la crónica escasez de combustible y la virtual imposibilidad de
importar maquinarias. Las importaciones de carbón provenientes de Gran
Bretaña cayeron estrepitosamente, factor que incidió a su vez en una suba
espectacular del carbón en la Argentina. Así, en 1918, el carbón se vendió
en Buenos Aires a un precio promedio de 50 pesos oro la tonelada, lo que
representó un aumento de más del 500% sobre su valor de 1913. (28)
Ante esta dificultad, el gobierno argentino procuró obtener del
norteamericano un seguro abastecimiento externo de carbón. Cuando en
marzo de 1918, se iniciaron las negociaciones sobre este tema, las
autoridades argentinas señalaron que las trabas a los suministros de
carbón norteamericano a la Compañía Eléctrica Alemana en Buenos Aires,
reflejo de la política de listas negras, eran un obstáculo para un rápido
acuerdo con Estados Unidos. (29)
Como respuesta, el gobierno de Estados Unidos concluyó un acuerdo
con Gran Bretaña, por el que los dos gobiernos prometieron satisfacer los
requerimientos mínimos de carbón de la Argentina. El primero acordó
abastecer de combustible y el último prometió transportarlo.
El gobierno argentino, acosado por la escasez de combustibles que
provocaba la situación de guerra, pidió a las autoridades norteamericanas
una colaboración de mayor alcance. El embajador argentino en
Washington, Rómulo S. Naón, presentó sus propuestas formales en una
nota del 29 de julio de 1918, que incluían el compromiso de Estados
Unidos y Gran Bretaña de un monto mínimo de bienes a ser
intercambiados, y el uso de recursos financieros por parte de la Argentina
para financiar sus exportaciones a Estados Unidos.
En el caso de que las autoridades de Washington garantizasen un
embarque mensual de 40.000 toneladas en el intercambio con la
Argentina, las autoridades de Buenos Aires se comprometían a emplear en
estas operaciones los barcos alemanes internados en sus puertos desde el
estallido de la guerra. Aunque el gobierno norteamericano estaba
interesado en el uso de los barcos alemanes y en la asistencia financiera,
la guerra terminó antes de que alguna medida concreta se materializara. El
11 de noviembre de 1918, y ya finalizada la guerra, Rómulo Naón admitió
su fracaso y renunció. (30)
201
Por último, el papel de las inversiones norteamericanas en la Argentina
durante este período también fue muy importante. Por cierto, el capital
financiero norteamericano cubrió, durante los años de la guerra, las
necesidades argentinas de provisión de capital, que Gran Bretaña no
podía cubrir. Las condiciones que el mercado de Londres ofrecía para
otorgar los préstamos eran en ese momento inaceptables para las
autoridades argentinas. La declinación del comercio de granos y carnes
enfriadas y congeladas durante los años de la Primera Guerra, sumada a
la urgencia por financiar obras de urbanización ya iniciadas, llevaron al
gobierno argentino a recurrir a los empréstitos norteamericanos. Los
banqueros norteamericanos, encabezados por J.P. Morgan and
Company y por el National City Bank of New York, hicieron préstamos de
corto plazo a las autoridades argentinas, los cuales llegaron a 80 millones
de dólares en 1917. Este ciclo de préstamos provenientes del mercado de
Nueva York, limitado básicamente a los banqueros, se cerró a partir de
1917, cuando la Argentina se convirtió en nación acreedora y, en un plazo
de tres años, saldó sus deudas con los banqueros norteamericanos. (31)
Durante la coyuntura bélica, los agentes económicos norteamericanos
implementaron una serie de reformas con el objetivo de adecuarse a las
necesidades del mercado argentino. Una de ellas fue la ya mencionada
apertura de sucursales de bancos norteamericanos en la Argentina, que
recolectaban información y conducían negociaciones con el fin de apoyar y
promover el comercio bilateral. En 1914, el National City Bank of New
York abrió una sucursal en Buenos Aires, la primera de un banco
norteamericano en establecerse en el exterior. En 1917 le siguió una filial
delFirst National Bank of Boston. De este modo, los norteamericanos
comenzaron a construir sus propias redes financieras que los conectaban
con clientes argentinos, prescindiendo de la intermediación europea. (32)
En lo que respecta a la concesión de empréstitos de bancos
norteamericanos a la Argentina durante la guerra, se registraron dos
períodos distintos: uno, desde 1914 hasta 1917, que consistió en la
concesión de préstamos u obligaciones de corto plazo del mercado bursátil
de Nueva York al gobierno argentino, con el objetivo de cubrir los déficits
de presupuesto. (33) El segundo período se extendió desde 1917 a 1920,
y consistió en el reintegro de dichos empréstitos de corto plazo por parte
de las autoridades argentinas, como consecuencia de la presión del
gobierno norteamericano. Asimismo, en esta segunda etapa de las
relaciones financieras bilaterales creció la inversión de capital
norteamericano en empresas privadas en un monto de 35 millones de
dólares respecto del período anterior. (34)
Asimismo, en los años de guerra, se adoptaron dos medidas tendientes
a facilitar las transacciones financieras entre Estados Unidos y la
Argentina. Entre ellas se puede mencionar la autorización por parte del
Departamento del Tesoro y la Junta Federal de Estados Unidos de
entregar moneda de oro al embajador argentino en Washington como pago
de giros de Francia, Inglaterra o la Argentina, y el acuerdo entre los
202
gobiernos argentino y norteamericano para facilitar a los importadores
norteamericanos los pagos que debían efectuar en la Argentina. (35) Los
importadores norteamericanos de productos argentinos depositarían el
equivalente en dólares a la par más 3% en la cuenta de la embajada
argentina en Washington para luego ser transferidos en cuenta corriente
de la Reserva Federal. El gobierno argentino se comprometía a no girar
contra esos créditos por algún tiempo. Estas “exportaciones argentinas de
capital”, que fueron vistas como meras transferencias de reservas
monetarias, cumplieron la misión de parar el aumento del peso en el
mercado de cambios hasta 1920. (36)
La incrementada actividad de las corporaciones norteamericanas
suministró a la Argentina otra importante fuente de inversión en dólares.
Las tenencias norteamericanas crecieron desde 40.000.000 de dólares en
1913 a 85.000.000 de dólares en 1917 y 100.000.000 dólares en 1918.
(37) Antes de que terminara la guerra, los inversores norteamericanos
adquirieron la mayor parte de las acciones inglesas, y para el fin de la
contienda, todos los bancos norteamericanos más importantes tuvieron
alguna forma de acceso directo al mundo financiero argentino,
convirtiéndose en importantes compradores de la deuda flotante argentina.
Hacia el 1º de agosto de 1918, la filial del First National Bank of
Boston tuvo un monto de 1.000.000 dólares y la del National City Bank of
New York tuvo 7.750.000 dólares de estas obligaciones. (38)
Durante los años de la guerra, fueron superados factores tales como la
falta de líneas marítimas norteamericanas en el puerto de Buenos Aires, la
virtual ausencia de sucursales de bancos norteamericanos en el mercado
argentino, la escasa adaptabilidad de las firmas norteamericanas a las
exigencias de calidad y créditos de los clientes argentinos, y la carencia de
una estructura comercial adecuada en la Argentina que pudiera competir
con la de los países europeos. Durante los cinco años de la coyuntura
bélica al menos 24 compañías líderes norteamericanas comenzaron sus
operaciones en la Argentina. Estas compañías se expandían hacia el
mercado argentino con los objetivos de aprovechar un comercio existente,
cubrir una demanda insatisfecha, o simplemente producir para el comercio
de exportación argentino.
A su presencia en el sector de la industria frigorífica, anterior a los años
de la guerra, los norteamericanos sumaron rubros tales como automóviles,
cemento, extracto de quebracho y petróleo. Como consecuencia de este
avance del capital norteamericano, se multiplicaron las casas comerciales
en Buenos Aires y los norteamericanos residentes en la Argentina crearon
sus propias organizaciones, tales como el Club Comercial Norteamericano
en 1914, la Asociación de Exportadores de los Estados Unidos en 1916 y
una Cámara de Comercio en 1918, que llegó a agrupar a 125 compañías
norteamericanas. (39)
Un claro indicio de la variada composición de la inversión
norteamericana en la Argentina en los años de la guerra surge del examen
de los integrantes originales de la mencionada Cámara de Comercio,
203
quienes representaron a las siguientes empresas: Singer Sewing
Machine, Otis Elevator, Dennison Manufacturing, Corn Products
Refining, J. Case Threshing Machine, South American Leather
Company, Goodyear Tire and Rubber, Frigorífico Armour, Cajas
Registradoras National, International Machinery, Ford Motor, Youngstown
Sheath and Tool, Aluminium Company of South America, United States
Steel Products, Kodak, West India Oil, National Lead, Trumbull Electric
Manufacturing, International Silver, Remington Typewriter, Pratt, American
Linseed, Consolidated Rolling Mills and Foundries, Fairbanks
Morse, United States Rubber Export, American Trading, W.R. Grace,
Compañía Transportadora de Petróleos, Compañía Nacional de
Petróleos, Galena Signal Oil, Vacuum Oil Company, H. J. Baker &
Brothers, Cereal Machine, United Press Association, Fiske Brithers
Refining, International Harvester, y Westinghouse Electric. (40)
Por otra parte, un paso importante dado por los intereses financieros y
autoridades norteamericanas en función de consolidar su presencia
financiera en países como la Argentina y unificar criterios entre las
naciones americanas fue la convocatoria de la Primera Conferencia
Financiera Panamericana, celebrada en Washington en mayo de 1915. El
resultado más relevante de esta reunión fue la creación de una Alta
Comisión Internacional integrada por un comité de nueve miembros por
cada uno de los países. El objetivo de este organismo era lograr una
legislación uniforme sobre reglas aduaneras, letras de cambio y otros
aspectos del comercio regional, tales como formas de otorgamiento de
créditos a países americanos por parte de Estados Unidos, medios de
comunicación marítima adecuados entre Washington y el resto de la
región, estabilización de los tipos de cambio, arbitraje de las disputas
comerciales, los criterios de clasificación de las mercancías
intercambiadas, reglamentación uniforme de patentes y marcas
comerciales, promoción de negocios y facilidades bancarias entre Estados
Unidos y los países de la región. (41)
Durante esta conferencia, la delegación argentina, encabezada por
Ricardo C. Aldao, buscó acercarse a la Casa Blanca para obtener los
créditos que ya no venían de Europa debido a la guerra. En el informe de
dicha delegación al ministro de relaciones exteriores José Luis Murature,
se sostenía de manera realista:
• NOTAS
1. A su vez, el estallido de la guerra en Europa afectó profundamente las exportaciones argentinas.
Ya desde 1911 o 1912 se evidenciaban síntomas de desaceleración en el ritmo de expansión de
principios del siglo XX, debido a factores tales como pobres cosechas en 1912 y 1913, reducción
en la producción ganadera y restricciones crediticias. Las últimas también fueron provocadas por
circunstancias externas, como las tensiones previas a la Primera Guerra (entre ellas la Guerra
de los Balcanes), interrumpieron el flujo de capitales europeos hacia el mercado argentino, factor
clave en la prosperidad económica alcanzada durante la década anterior a 1914. Ricardo
Weinmann, Argentina en la Primera Guerra Mundial: neutralidad, transición política y
continuismo económico, Buenos Aires, Biblos-Fundación Simón Rodríguez, 1994, pp. 77-78;
Vernon Lovell Phelps, The International Economic Position of Argentina, Philadelphia, University
of Pennsylvania Press, 1938, p. 22; y Andrés Martín Regalsky, Las inversiones extranjeras en la
Argentina (1860-1914), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986, p. 17.
2. El porcentaje de participación porcentual de Alemania en las importaciones cayó del 14,7% en
1914 al 2,5% en 1915. Entre 1916 y 1919 no llegó a alcanzar el 1%.
3. J. Ferrer Jr., op. cit., p. 99.
4. V.L. Phelps, op. cit., pp. 127-128; D.R. Sweet, op. cit., p. 29.
5. J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 100 y 108.
6. Ibid., pp. 113-114.
7. Ibid., p. 110.
8. Ibid., pp. 110-111. Ver también importaciones argentinas de telas de algodón blanco, crudo (o
lienzo) y teñido en Anuario...1914, op. cit., pp. 134-136; República Argentina, Dirección General
de Estadística de la Nación, Anuario del Comercio Exterior de la República Argentina, año 1916,
Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos de L.J. Rosso y Cía, 1918, pp. 135-136; y República
Argentina, Dirección General de Estadística de la Nación, El comercio exterior de la República
205
Argentina en el trienio 1918-1920, Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos de L. J. Rosso y
Cía, 1922.
9. “Argentina's Production of Flax”, 18 November 1917, 12005, Entry 67, Preliminary Inventory 100,
Records of the War Trade Board, Record Group 82 (sic) (182), National Archives; Department of
Commerce, The Economic Position of Argentina During the War, fuentes citadas en David
Matthew Khazanov Sheinin, The Diplomacy of Control: United States-Argentine Relations, 1910-
1928, Ph.D. dissertation, The University of Connecticut, 1989, p. 143.
10. Anuario...1914, op. cit., p. 467; Anuario...1916, op. cit., p. 510; y El comercio exterior...en el
trienio 1918-1920, op. cit., p. 648.
11. Anuario...1914, op. cit., p. 482; Anuario...1916, op. cit., pp. 521 y 541; y El comercio exterior...en
el trienio 1918-1920, op. cit., p. 666.
12. Ver este término en H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 29.
13. Contribución porcentual de los productos pastoriles, agrícolas y forestales en las exportaciones
argentinas durante la Primera Guerra Mundial, cit. en J. Ferrer Jr., op. cit., Table 3, p. 82 B.
14. Anuario...1914, op. cit., pp. 449, 447, 448; Anuario...1916, op. cit., pp. 493-494 y 541; y El
comercio exterior...en el trienio 1918-1920, op. cit., pp. 628, 625, 624; Foreign Commerce and
Navigation of the Unitad States para el período 1914-1918, fuente citada en D.R. Sweet, op. cit.,
p. 26; y J. Ferrer Jr., op. cit., p. 101.
15. Anuario...1914, op. cit., pp. 444-445 y 452; Anuario...1916, op. cit., pp. 491, 498 y 541; El
comercio exterior...en el trienio 1918-1920, op. cit., pp. 620-621 y 631.
16. Ibid.
17. Durante los años de la guerra, se dio un importante incremento en el valor de las exportaciones
argentinas de carne en conserva a Gran Bretaña, que pasaron de 966.956 pesos oro en 1914 a
43.502.878 en 1918. Incluso esta tendencia al alza de los precios también se registró en el caso
de las ventas de este producto dirigidas a Estados Unidos, que en los mismos años saltaron de
91.857 pesos oro a 23.641.227 pesos oro. Anuario...1914, op. cit., p. 452; y El comercio
exterior...en el trienio 1918-1920, op. cit., p. 631.
18. J. Ferrer Jr., op. cit., p. 102.
19. Anuario...1914, op. cit., p. 324 y El comercio exterior...en el trienio 1918-1920, op. cit., pp. 361-
362.
20. Anuario...1914, op. cit., p. 360; y República Argentina, Dirección General de Estadística, El
comercio exterior...en el trienio 1918-1920, op. cit., p. 316.
21. J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 111-112.
22. Anuario...1914, op. cit., pp. 134-136; Anuario...1916, op. cit., pp. 135-136; República Argentina,
Dirección General de Estadística de la Nación, Anuario del Comercio Exterior de la República
Argentina año 1917 y noticia sumaria del período 1910-1919, Buenos Aires, Imprenta Mercatali,
1920, pp. 125-127; y El comercio exterior...en el trienio 1918-1920, op. cit., pp. 141-143.
23. J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 101. Ver también Anuario...1913, op. cit.., pp. 339 y
685; Anuario...1916, op. cit., p. 365; El comercio exterior... en el trienio 1918-1920, op. cit., p.
392.
24. D.R. Sweet, op. cit., p. 28; J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 117-122 y H.F. Peterson, op. cit., vol. II, pp.
27-28.
25. Estas organizaciones, de carácter informal, examinaban las operaciones de todas las compañías
argentinas y las agrupaban de acuerdo a una clasificación tripartita. El grupo “A” incluía aquellas
firmas consideradas completamente de confianza y, en consecuencia, con derecho a participar
en el comercio aliado. En el grupo “B” estaban aquellas firmas cuya situación respecto de los
intereses comerciales y estratégicos británicos no estaba claramente definida. En cambio, en el
grupo “C”, estaban aquellas firmas consideradas indignas de confianza, por cualquier razón,
para participar en este comercio interaliado. Ver al respecto J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 121-122.
26. Dispatch Nº 1251 of October 22, 1918, from Robertson. National Archives, Record Group 59
DF635.00171/2; Dispatch Nº 1300 of December 13, 1918, from Robertson. National Archives,
Record Group 59, DF635.00171/3; Instruction Nº 479 of February 18, 1919, to Robertson.
National Archives, Record Group 59, DF635.00171/3, fuentes citadas en ibid., pp. 121-122.
27. Indices en Guido Di Tella y Manuel Zymelman, Las etapas del desarrollo económico argentino,
Buenos Aires, EUDEBA, 1967, p. 309, cit. por C.E. Solberg, op. cit., p. 50.
28. C.E. Solberg, op. cit., p. 51.
29. La importante Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad proporcionaba en ese momento
fuerza motriz a la Compañía Anglo-Argentina de Tranvías y energía eléctrica a la ciudad de
Buenos Aires; además, controlaba empresas subsidiarias en otras ciudades argentinas y países
vecinos. Esta compañía obtenía del mercado norteamericano carbón, cobre, lubricantes y
equipos eléctricos. El ministro argentino Pueyrredón solicitó al gobierno norteamericano que
mantuviera el abastecimiento de carbón, pero el secretario de Estado norteamericano Lansing
manifestó en 1917 la intención de cortar el flujo de carbón norteamericano a menos que el
gobierno argentino incautara la propiedad de la firma alemana. Como efecto de la política
norteamericana, la compañía germana se vio obligada a utilizar insignificantes cantidades de
206
carbón de cualquier fuente y a precios que quintuplicaron los de 1914, y a suplir la carestía de
carbón con aceite, leña y cáscaras de granos desmenuzadas por la molienda. Ver al respecto
H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 28.
30. Ibid., pp. 50 y 52; también J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 106-107.
31. Vicente Vázquez Presedo, Crisis y retraso. Argentina y la economía internacional entre las dos
guerras, Buenos Aires, EUDEBA, 1978, p. 154; H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 61.
32. J. Ferrer Jr., op. cit., p. 94.
33. En este período 1914-1917 se concretaron los siguientes seis empréstitos norteamericanos al
gobierno argentino: diciembre de 1914, 15.000.000 de dólares; mayo de 1915, 25.000.000 de
dólares; diciembre de 1915, 6.000.000 de dólares; febrero de 1916, 18.500.000 dólares; marzo
de 1916, 15.000.000 de dólares y diciembre de 1916, 16.800.000 dólares. Ver al respecto V.L.
Phelps, op. cit., p. 29 y R. Weinmann, op. cit., p. 80.
34. Consultar esta periodización de las relaciones financieras argentino-norteamericanas en V.L.
Phelps, op. cit., pp. 29-30, 101 y 102, en R. Weinmann, op. cit., p. 80 y en V. Vázquez
Presedo, Crisis y retraso..., op. cit., p. 154.
35. Ver al respecto las siguientes fuentes: Arreglo entre los Estados Unidos de América y la
República Argentina para el depósito de oro en la Embajada argentina en Washington, y Arreglo
con los Estados Unidos para facilitar a los importadores norteamericanos los pagos que deban
efectuar en la República, ambas en República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto, Memoria de Relaciones Exteriores y Culto presentada al Honorable Congreso Nacional
correspondiente al año 1917-1918, Buenos Aires, Imprenta y encuadernación del Hospicio de las
Mercedes, 1919, Anexo A, Guerra Europea, X y XI, pp. 167-170.
36. V. Vázquez Presedo, Crisis y retraso..., p. 141.
37. F.M. Halsey, Investments in Latin America and the British West Indies, Washington, 1918, p. 25,
cit. en J. Ferrer Jr., op. cit., p. 92; Max Winkler, Investments of United States Capital in Latin
America, World Peace Foundation, 1928, p. 68, fuente cit. en V.L. Phelps, op. cit., pp. 250 y 252.
38. Letter of December 26, 1918, from the National City Bank of New York to the Assistant Secretary
of the Treasury Albert Rathbone, NA, RG39, Box Nº 2, cit. en J. Ferrer Jr., op. cit., p. 95.
39. R. Weinmann, op. cit., p. 78; J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 96-98.
40. Ver esta lista de empresas miembros de la Cámara de Comercio en el asunto Silver Jubilee,
1944, en Comments on Argentine Trade, publicación oficial de la Cámara de Comercio de los
Estados Unidos de América en la República Argentina, fuente citada en Donald Boyd
Easum, The British-Argentine-United States Triangle: A Case Study in International Relations,
Ph.D. dissertation, Princeton University, 1953, p. 90.
41. III. Conferencia Panamericana: Washington, 25, 26, 27 y 28 de mayo de 1915, Informe de la
Comisión Argentina al Honorable William Mc Adoo, Secretario de Hacienda y presidente del
Congreso Financiero Panamericano; Conferencia Panamericana celebrada en Washington el 24
de mayo de 1915. Informe de los delegados argentinos ante la Conferencia Panamericana
celebrada en Washington el 24 de mayo de 1915 al ministro de Relaciones Exteriores José Luis
Murature, Buenos Aires, 27 de agosto de 1915, en República Argentina, Ministerio de
Relaciones Exteriores y Culto, Memoria de Relaciones Exteriores y Culto presentada al
Honorable Congreso Nacional correspondiente al año 1915-1916, Buenos Aires, Casa
Impresora: A. de Martino, 1916, pp. 29-55. Ver respecto de los temas tratados durante la Primera
Conferencia Financiera Panamericana en Washington en 1915, las siguientes fuentes: FRUS,
1916, Argentina, International High Comission on Uniform Legislation, created by the First Pan
American Financial Conference; First General meeting. Draft Treaty Providing For an
International Gold Clearance Fund, File Nº 810.51/517, The Secretary of the Treasury to the
Secretary of State, Treasury Department, Washington, February 18, 1916, pp. 18-21. Consultar
también R. Weinmann, op. cit., p. 79, quien cita los trabajos de Marisol de Gonzalo, “Relaciones
entre Estados Unidos y América Latina a comienzos de la primera guerra mundial: formulación
de una política comercial”,en Boletín Histórico, Nº 47, 1978, pp. 208 y sigs.; Johannes
Pfitzner, Die Pan-Amerikanische Finanzkonferenz vom 24 bis 29 Mai 1915, Jena, 1915; y Emily
S. Rosenberg, World War I and the growth of the United States preponderance in Latin America,
Nueva York, 1973, p. 39; y H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 42.
42. Informe de los delegados argentinos ante la Conferencia Panamericana celebrada en
Washington el 24 de mayo de 1915 al ministro de Relaciones Exteriores José Luis Murature,
Buenos Aires, 27 de agosto de 1915, en República Argentina, Ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto, Memoria...1915-1916, op. cit., p. 45.
43. Ver respecto de los resultados prácticos de la reunión de la Alta Comisión Internacional en
Buenos Aires en 1916 las opiniones de H.F. Peterson, op. cit., vol. II, pp. 42-45, y de R.
Weinmann, op. cit., p. 80.
207
Los vaivenes de una relación conflictiva (1918-1930)
En términos generales, el período abierto entre el fin de la Primera Guerra
Mundial (1918) y la crisis de 1930 en la Argentina puede dividirse, en lo
relativo al intercambio comercial entre la Argentina y Estados Unidos, en
dos fases: una, que va desde 1918 hasta 1920 y la otra, desde esta fecha
hasta 1929, año en que se inició la crisis económica mundial.
Durante la primera fase del intercambio comercial bilateral, las
exportaciones argentinas alternaron alzas con bajas, interrumpiendo el
movimiento alcista de los años de la Primera Guerra Mundial. Así, en
1919, los datos del Anuario del Comercio Exterior muestran que las
exportaciones dirigidas a Estados Unidos se incrementaron respecto del
año anterior y alcanzaron el valor más alto desde 1881, arrojando un
monto de 189,2 millones de pesos oro, pero luego declinaron en 1920 y
1921. Este comportamiento también se reveló en términos de participación
porcentual. En 1917 Estados Unidos había alcanzado 29,3% del total de
las exportaciones argentinas. En 1918 llegó al pico del período 1918-1929,
con 20,6%. Luego declinó a 18,4% en 1919 y 14, 8% en 1920.
En el caso de las importaciones, entre los años 1918 y 1920 hubo una
gran tendencia expansiva. En estos años, la demanda argentina de
productos importados de origen norteamericano creció tanto en términos
de valor como de participación porcentual, alimentada por la capacidad de
compra que otorgaban las divisas provenientes de las exportaciones al
mercado europeo. Continuó así en los dos primeros años de posguerra el
alza registrada durante la coyuntura bélica. En términos de valor, las
importaciones argentinas de origen norteamericano pasaron de un monto
de 169,5 millones de pesos oro en 1918 a uno de 232,9 millones en 1919.
En 1920 llegaron al máximo valor obtenido desde 1881: 310,4 millones de
pesos oro. En cuanto a participación porcentual, saltaron de 33,9% del
total en 1918 a 35,5% en 1919, aunque cayeron a 33,2% en 1920. (1)
Esta tendencia alcista en las importaciones provenientes de Estados
Unidos entre 1918 y 1920 estaba íntimamente vinculada a la posición de
liderazgo de este país lograda tras la coyuntura bélica. Finalizada la
guerra, Estados Unidos era, a diferencia de las naciones europeas, un país
con un sector industrial intacto y capaz de cubrir las necesidades
argentinas. En consecuencia, la Argentina se volvió hacia el mercado
norteamericano para adquirir muchos de los bienes que no estuvieron
disponibles durante la guerra. Desde 1917 el valor de las importaciones
provenientes de Estados Unidos superó al de las británicas, y alcanzó el
primer lugar en las demandas argentinas, situación que se mantuvo en
general durante la década de 1920, salvo entre los años 1922 a 1924, en
los que las importaciones de procedencia británica superaron a las de
origen norteamericano.
Similar tendencia se dio en el caso de los porcentajes de participación,
aunque en este caso se observa que las importaciones norteamericanas
superaron a las británicas ya desde 1916. Ello demostraba, entre otras
208
cosas, que la caída de la productividad industrial británica frente a
potencias más dinámicas como Estados Unidos era ya irreversible, y que
el uso de medios coercitivos utilizados por los británicos durante los años
de la guerra, tales como la política de listas negras y embargos, había sido
un arma ineficaz. La política de listas negras logró debilitar la presencia
alemana en el mercado argentino, pero no la norteamericana. En
consecuencia, Estados Unidos ocupó el rol de principal abastecedor de las
importaciones argentinas, lugar que había quedado vacante tanto por el
retroceso alemán como por la impotencia británica.
En cuanto a la segunda fase del intercambio económico argentino-
norteamericano (entre 1920 y 1929), puede dividirse, a su vez, en dos
etapas. La primera se extiende de 1920 a 1924 y se caracterizó por la
reducción de las importaciones argentinas de origen norteamericano,
inducida por la retracción de la demanda europea de productos
agropecuarios argentinos como consecuencia de la depresión económica
de los años 1920 a 1922. (2) A partir de 1920, las importaciones de
procedencia norteamericana se encarecieron en relación con las de otros
países debido a la depreciación del peso, a tal punto que los argentinos no
pudieron mantener el nivel de importaciones sostenido entre 1918 y 1920.
(3)
De acuerdo con el Anuario del Comercio Exterior, mientras en 1920 las
importaciones de procedencia norteamericana habían alcanzado su pico
máximo con un monto de 310,4 millones de pesos oro, en 1921 cayeron a
200,9 millones de pesos oro, y en 1922 a 152,6 millones de pesos oro,
para recuperarse levemente en 1923 y 1924. (4) Incluso, entre 1922 y
1924, las importaciones de procedencia británica desplazaron del primer
lugar, tanto en valor como en participación porcentual, a las de origen
norteamericano. Si se analiza la cuestión por quinquenios, en 1921-1925
el valor promedio de las importaciones argentinas de origen británico
superó levemente al de las de origen norteamericano (185,5 millones de
pesos oro contra 184,8 millones de pesos oro). Lo mismo ocurrió en
términos de participación: en el quinquenio 1921-1925, el Reino Unido
contó con un porcentaje promedio de 23,1% del total de las importaciones
argentinas, contra 23% de Estados Unidos.
Según la misma fuente, entre 1920 y 1922 también declinaron las
exportaciones argentinas hacia Estados Unidos. Tras haber alcanzado el
pico del período en 1919, con un valor de 189,2 millones de pesos oro, las
ventas hacia el mercado norteamericano cayeron de 154,1 millones de
pesos oro en 1920 a 59,2 millones de pesos oro en 1921, para
recuperarse en 1922 y 1923.
En términos de porcentajes de participación, la posición de Estados
Unidos como mercado de colocación de las exportaciones argentinas
declinó de 18,4% del total en 1919 a 14,8% en 1920 y 8,8% en 1921. Si se
toman los porcentajes promedio por quinquenios, esta tendencia se
confirma, ya que las exportaciones argentinas hacia Estados Unidos
declinaron de 19,9% de las exportaciones totales en el quinquenio 1914-
209
1918, a 13,6% en el quinquenio 1919-1923. Por cierto, las tarifas
proteccionistas norteamericanas de principios de la década de 1920 (the
Emergency Tariff Act en 1921 y the Fordney-McCumber Tariff Act de 1922)
contribuyeron en buena medida a esta tendencia hacia la baja. (5)
En la segunda etapa dentro de esta fase, desde 1924 hasta 1929, la
reactivación de Europa como mercado de colocación de las exportaciones
agropecuarias argentinas ejerció un efecto relativamente positivo en el
intercambio entre la Argentina y Estados Unidos. El Anuario del Comercio
Exterior para esos años muestra que, por el lado de las exportaciones
argentinas hacia el mercado norteamericano, se registró un incremento
respecto de la etapa anterior, aunque el mismo no alcanzó los niveles de
los años 1918 a 1920, ni en términos de valor ni de participación
porcentual. Este crecimiento moderado fue a su vez producto de las
restricciones de la nueva política tarifaria norteamericana aplicada en los
primeros años de la década de 1920. Aunque la relativa prosperidad
alcanzada por el comercio de exportación argentino con Europa en 1923-
1924 suavizó el impacto negativo de estas medidas, dicha prosperidad fue
pasajera. (6)
A partir de la segunda mitad de la década, el panorama de las
exportaciones argentinas se volvió a complicar por el incremento del
proteccionismo en los países de Europa Occidental y Estados Unidos. En
el caso norteamericano, a la sanción de las tarifas de Emergencia de 1921
y Fordney-McCumber de 1922 se le unieron una serie de medidas
sanitarias que fueron percibidas por las autoridades argentinas como
medidas proteccionistas y discriminatorias.
Estas medidas tuvieron lugar en el año 1926 y generaron una aguda
tensión entre los gobiernos de Buenos Aires y Washington. En abril de
dicho año, el Departamento de Agricultura norteamericano empezó a exigir
la coloración de toda la semilla importada de alfalfa y trébol morado; en
mayo prohibió las importaciones de uva -debido al descubrimiento de un
embarque de este producto afectado por la “mosca mediterránea”.
Finalmente, en septiembre, el Bureau of Animal Industry, agencia
dependiente del Departamento de Agricultura, prohibió la importación de
carne congelada o enfriada proveniente de regiones infectadas con aftosa,
medida que incluía a la Argentina. Para colmo, también se registró una
fuerte reducción en las importaciones de carne argentinas por parte de
Italia, Francia y Alemania. Estas complicaciones llevaron a la Sociedad
Rural Argentina a sostener el lema “Comprar a quien nos compra”, que se
transformó en un verdadero alegato a favor de la consolidación de los
vínculos con el Reino Unido. (7)
Por cierto, los obstáculos tarifarios impuestos por las autoridades
norteamericanas impidieron una mayor expansión de las exportaciones
argentinas y, consecuentemente, una mayor capacidad para adquirir
importaciones de ese país. No obstante, Estados Unidos mantuvo el
primer lugar como abastecedor de las importaciones argentinas. Ello se
debió a la combinación de dos factores. El primero fue la reactivación de
210
las exportaciones argentinas a Europa en 1923-1924 tras la depresión de
1920-1922, factor que posibilitó un mayor nivel de divisas obtenidas por las
ventas de productos agropecuarios y, por esta vía, un incremento de las
importaciones procedentes de Estados Unidos. Un segundo factor
estimulante del intercambio entre la Argentina y Estados Unidos fue la
apreciación del peso respecto del dólar, que abarató el precio de los
productos norteamericanos en relación con el de sus competidores
europeos. (8)
Fundamentalmente, el liderazgo norteamericano estuvo basado en una
mezcla de calidad, precio e inversiones, que aseguró a ciertos rubros
industriales norteamericanos un predominio incuestionable. La
combinación de estas tres ventajas permitió que los dos rubros de
exportación norteamericana más importantes, maquinaria agrícola y
automóviles, desplazaran a la competencia británica, en el primer caso, y a
la francesa, en el segundo, por estar mejor adaptados a las necesidades
argentinas (amplitud topográfica y escasez de mano de obra).
Otro factor igualmente estimulante para las exportaciones de productos
manufacturados norteamericanos fue la escasez de desarrollo industrial
argentino hacia fines de la década de 1920. El crecimiento relativo de la
industria argentina durante estos años -fruto del proceso de sustitución de
importaciones- no amenazó el crecimiento de las importaciones de
procedencia norteamericana. Las firmas locales vinculadas a la fabricación
de petróleo, cemento, productos de cuero y bienes de caucho pasaron a
depender de la maquinaria importada de Estados Unidos.
Por su parte, la industria textil argentina reemplazó la lenta maquinaria
europea por los rápidos modelos norteamericanos. A la vez, el creciente
uso del petróleo en la Argentina, el rol ampliado del gobierno en la
construcción de ferrocarriles y las demandas de maquinarias modernas por
parte del mercado argentino, fueron todas tendencias que, lejos de
obstaculizar, favorecieron a los exportadores norteamericanos. Incluso, a
pesar de las crecientes importaciones de carbón (provenientes de Gran
Bretaña) y de la ascendente producción nacional de petróleo, la Argentina
importó una creciente cantidad de petróleo norteamericano. Las
importaciones de petróleo natural o en bruto para combustible procedentes
de Estados Unidos ascendieron de manera vertiginosa tras el fin de la
guerra. Pasaron de 10.450 kilogramos en 1919 a 29.849 kilogramos en
1921 y a 235.365.524 kilogramos en 1923. Volvieron a incrementarse en
1924 y tras una importante caída en 1925, llegaron en 1926 a 344.875.049
kilogramos. (9)
La presencia norteamericana incluso se hizo sentir en rubros hasta
entonces monopolizados por intereses europeos, tal el caso del comercio
de armamentos. A través de un agente de la firma Colt Company que se
puso en contacto con una comisión de militares argentinos, los fabricantes
norteamericanos reclamaron a las autoridades argentinas la misma
consideración dispensada a los fabricantes de otras naciones. (10) Como
ocurriera durante la “diplomacia de los acorazados” entre 1909 y 1912, en
211
la década de 1920 los directivos de astilleros y empresas de barcos de
guerra norteamericanos debieron enfrentar la tenaz competencia de sus
rivales europeos. Entre 1926 y 1927 ofrecieron un préstamo a las
autoridades argentinas para que éstas adquiriesen barcos de guerra, pero
el alto de costo de éstos en comparación con el de sus competidores
europeos malogró la iniciativa de las empresas norteamericanas. (11)
Asimismo, en un rubro de tradicional hegemonía británica como el de los
productos manufacturados textiles, los exportadores norteamericanos
demostraron una sorprendente habilidad para desafiar a sus competidores.
Las crecientes ventas de hilo, mercería y ropa interior norteamericanos,
más que compensaron la declinación en las exportaciones de telas. Los
fabricantes norteamericanos se dedicaron a investigar intensivamente los
mercados externos y desarrollaron dos líneas especiales de mercería, una
de seda artificial y otra de lana mezclada con seda. Ninguna nación pudo
competir con estos productos norteamericanos en términos de precio y
calidad. De hecho, la propia Gran Bretaña fue el principal mercado externo
y la Argentina el segundo. Pero las autoridades argentinas reaccionaron,
protegiendo su incipiente industria textil a través de aranceles. Los
incrementos tarifarios de 1920 y, particularmente, de 1923, capacitaron a
los fabricantes argentinos para reemplazar una buena parte de esas
importaciones textiles. Estas medidas tarifarias redujeron las exportaciones
norteamericanas en el mercado argentino, aunque las mantuvieron por
encima del nivel alcanzado en 1913. (12)
De este modo, el peso de las importaciones argentinas procedentes de
Estados Unidos hizo que la balanza comercial bilateral arrojara saldos
negativos para la Argentina durante toda la década de 1920. Entre 1920 y
1929 el valor de las importaciones argentinas provenientes de Estados
Unidos como mínimo duplicó al de las exportaciones dirigidas hacia ese
mercado.
En cuanto a las exportaciones agrícolas y forestales argentinas hacia
Estados Unidos en particular, también pueden identificarse dos
subperíodos. El primero abarca el lapso 1918-1920, años durante los
cuales, como ya se ha mencionado, las exportaciones agrícolas argentinas
dirigidas hacia el mercado norteamericano sufrieron alzas o bajas según
los rubros. Entre las exportaciones en alza figuraron las de lino, las cuales
más que duplicaron su volumen y valor entre 1918 y 1920, pasando de
241.473 a 508.213 toneladas y de 20.873.453 a 56.842.203 pesos oro. Por
su parte, las de maíz se cuadruplicaron en esos mismos años, saltando de
39.871 a 157.900 toneladas y de 1.203.814 a 5.894.912 pesos oro. En
cuanto a las de trigo, experimentaron un menor crecimiento. Su volumen
se incrementó de 28.089 a 45.897 toneladas y su valor de 1.618.678 a
2.863.753 pesos oro. (13)
En cambio, el extracto de quebracho, tan importante para la industria del
cuero norteamericana desde fines del siglo XIX, fue un rubro en baja,
debido a su acumulación en Estados Unidos durante los años de guerra.
Sus exportaciones cayeron a prácticamente la mitad de su volumen entre
212
1918 y 1920, pasando de 61.276 a 32.352 toneladas. En comparación con
el volumen, su valor cayó menos: de 6.315.008 pesos oro en 1918 a
5.181.631 pesos oro en 1920. Por cierto, este diferente comportamiento
del valor respecto del volumen resulta en sí mismo un indicio de la
importancia del extracto de quebracho dentro de las importaciones
norteamericanas provenientes de la Argentina. (14)
En el segundo subperíodo, esto es, entre 1920 y 1929, las
exportaciones agrícolas argentinas se vieron obstaculizadas por una serie
de medidas proteccionistas adoptadas por las autoridades
norteamericanas. Durante la depresión de los años 1920 a 1922, el
Departamento de Agricultura, accediendo a las presiones de los farmers o
productores agropecuarios norteamericanos, había enviado a expertos
en marketing para analizar en Europa y la Argentina la situación de varios
productos primarios que en ese momento competían con los producidos en
Estados Unidos. Las conclusiones de estos expertos establecieron que
productos argentinos como carne, lana, y semillas de lino, tenían menores
costos de producción y transporte que sus similares norteamericanos.
Además, sus informes sostenían que la Argentina tenía también la
capacidad potencial para producir montos significativos de otros rubros de
exportación norteamericana, tales como algodón y frutales. (15)
La competencia que representaba la variedad argentina de semilla de
lino, de mayor calidad y menor costo de transporte que la norteamericana,
fue el mayor dolor de cabeza para los farmers. Este producto, cuyo aceite
es utilizado como lubricante para las maquinarias, resultaba un insumo
energético clave para las industrias norteamericanas de aquella época.
Durante la década de 1920 Estados Unidos sólo produjo cerca de 15% del
total mundial de lino, mientras que la Argentina aportó cerca de 50%,
convirtiéndose en el principal productor y exportador de este rubro. Entre
1918 y 1930, la Argentina vendió entre 15 y 35% del total de sus
exportaciones de semillas de lino a Estados Unidos, y esto representó
entre la mitad y las ocho décimas partes del total de las importaciones
norteamericanas en este rubro. Durante la década de 1920, el valor de las
exportaciones argentinas de semillas de lino a Estados Unidos representó
un tercio del valor total exportado a ese país, ocupando una posición
dominante en las relaciones comerciales argentino-norteamericanas. (16)
A diferencia de la semilla de lino, las ventas de lino a Estados Unidos,
que habían experimentado un ascenso entre 1918 y 1920 tanto en
términos de volumen como de valor, tuvieron en esta segunda fase dos
momentos diferentes, uno, desde 1920 a 1925, con tendencia a la baja
(con un pico alcanzado en 1923), y un segundo momento, desde 1926 a
1929, con tendencia al alza, para llegar en ese último año al mayor registro
de la década, con 558.090 toneladas. No obstante, las exportaciones de
otro subproducto del lino, el aceite de lino, no dejaron de caer a lo largo de
la década de 1920: 101.500 kilogramos en 1920 a 17.758 kilogramos en
1922, 5714 kilogramos en 1924, 187 kilogramos en 1926, y de 1927 a
1929 no figura en los registros pues debió ser importado por la
213
Argentina. Su valor cayó en esos mismos años de 32.645 pesos oro en
1920 a sólo 2094 pesos oro en 1922, 946 pesos oro en 1924 y 30 pesos
oro en 1926. (17)
Aunque no en la medida en que lo hizo la semilla de lino, el ingreso de
maíz en el mercado norteamericano también preocupó a los farmers.
Estados Unidos aportaba cerca de 60% del total de la producción maicera
mundial, pero la Argentina era el exportador más importante en términos
de volumen, vendiendo seis veces más que su competidor. Las
exportaciones argentinas de maíz se dirigieron en su mayor parte al
mercado europeo, pero también lograron colocarse en el primer lugar en
las importaciones norteamericanas de maíz, aunque de manera muy
errática, ligada esencialmente a las coyunturas de malas cosechas en
Estados Unidos. En consecuencia, las ventas de maíz argentino a Estados
Unidos alternaron años de alza (1920, 1923, 1924, 1926, y 1927) con años
de baja (1921, 1922, 1925, 1928 y 1929). El pico de la década fue
alcanzado en 1920, con un volumen de 157.900 toneladas y un valor de
5.894.912 pesos oro, y su punto más bajo fue en 1922, con sólo 998
toneladas y un valor de 35.670 pesos oro. (18)
Mientras tanto, las exportaciones de extracto de quebracho mantuvieron
la tendencia hacia la baja manifestada entre 1918 y 1920, aunque de
manera menos pronunciada. Cayeron de 32.352 toneladas, con un valor
de 5.181.631 pesos oro en 1920, a 25.616 toneladas, con un valor de
2.727.360 pesos oro en 1922. Hacia 1923 se recuperaron e incluso
alcanzaron el pico de la década, al llegar a un volumen de 52.872
toneladas y un valor de 4.735.052 pesos oro. El registro más bajo de la
década se produjo en 1929 cuando cayeron a 24.787 toneladas. (19)
En cuanto al comercio de productos ganaderos, y siguiendo con la
misma distinción en etapas antes mencionada, puede observarse que
durante los dos primeros años de la posguerra (1918-1920), los precios de
las exportaciones ganaderas argentinas en general se mantuvieron
estables y en muchos casos incluso se incrementaron ligeramente
respecto de los vigentes durante los años de la guerra. Ello se debió a la
sostenida demanda de los países europeos que, con sus propios rebaños
disminuidos y sus tierras sin cultivar, se vieron forzados a importar grandes
cantidades de productos agropecuarios argentinos para satisfacer sus
necesidades mínimas.
Ahora bien, esta relativa prosperidad del intercambio argentino-europeo
entre 1918 y 1920 no se extendió al comercio con Estados Unidos, aunque
el panorama varía según los rubros. En el caso de la lana, las tarifas de
1921 y 1922 restringieron las exportaciones al mercado norteamericano.
Mientras tanto, en 1918, la Argentina aportó la mitad del total de
importaciones norteamericanas de lana; en 1919, representó cerca de un
tercio; en 1920, un sexto y entre 1921 y 1929, un décimo. (20) Las
exportaciones de lana lavada pasaron de 8291 a 4748 toneladas entre
1918 y 1919, y a 1030 toneladas en 1920. Las de lana sucia cayeron de
69.898 a 52.087 y 29.306 toneladas en esos mismos años. En cambio, el
214
panorama de las exportaciones de cueros fue alentador, como
consecuencia de la demanda generada por el desarrollo de la industria del
cuero en Estados Unidos. Entre 1918 y 1929, Estados Unidos fue el
principal cliente de la Argentina, ya que le compró entre un cuarto y un
tercio de su producción anual de cueros y pieles. (21) Las ventas de
cueros lanares sucios saltaron de 2780 a 6079 toneladas entre 1918 y
1919, para caer a 1646 toneladas en 1920. Las de cueros lanares pelados,
salados y sin salar y cueros vacunos salados también se incrementaron.
Pero el ascenso más importante en este rubro se dio en el caso de los
cueros vacunos secos, que aumentaron más de diez veces su volumen y
valor en 1920 con respecto a 1918. (22)
Por su parte, las exportaciones de carne en conserva hacia Estados
Unidos declinaron entre 1918 y 1920, pasando de 48.810 toneladas en
1918 a 1.555 toneladas en 1920, llegando a tan sólo 26 toneladas en
1921. En cuanto a las de carne enfriada a dicho mercado, directamente no
figuran en las estadísticas oficiales ente 1918 y 1921. En cambio, rubros
como bovinos y carneros congelados experimentaron un alza en su
volumen, saltando de 697 a 6470 toneladas entre 1918 y 1920 el primer
caso, y de 18 a 6038 toneladas el segundo. (23)
Los ganaderos norteamericanos temían la posibilidad de que los
frigoríficos de su país instalados en la Argentina (Swift, Armour, Wilson y
Morris) presionaran al gobierno de Washington para vender su carne, más
barata que la norteamericana, en el propio mercado de Estados Unidos.
Sin embargo, según la evidencia documental estos temores no se
materializaron. Los frigoríficos norteamericanos instalados en la Argentina
no ejercieron presión sobre las autoridades de su país para incrementar
sus ventas a Estados Unidos durante las décadas de 1920 y 1930. (24)
Dieron prioridad a los mercados europeos, y especialmente al británico,
pues desde la perspectiva de las firmas norteamericanas eran destinos
más lucrativos que el mercado estadounidense. (25)
Respecto de la segunda etapa (1920-1929), dentro de las exportaciones
ganaderas hacia Estados Unidos resulta conveniente distinguir la situación
de la lana de la de los cueros. En el caso de la lana, continuó la tendencia
descendente de la fase 1918-1920, agravada por las tarifas de 1921 y
1922, aunque se registraron situaciones diversas según la modalidad del
rubro. Las ventas de lana sucia a Estados Unidos no dejaron de declinar a
lo largo de la década, desde 29.306 toneladas en 1920 a 28.976 en 1922,
13.584 toneladas en 1924, 15.002 toneladas en 1926 y 10.399 toneladas
en 1928. En cambio, las de lana lavada tuvieron alzas y bajas, con su
punto más bajo en 1927, cuando alcanzó un volumen de 205 toneladas.
(26) Por su parte, las ventas de cueros vacunos secos experimentaron dos
momentos diferenciados. Entre 1920 y 1922, experimentaron una
tendencia alcista pasando de 4926 a 10.438 toneladas. En cambio, a partir
de 1923, alternaron momentos de alzas y bajas. (27)
En el caso de las exportaciones de bovinos y carneros congelados a
Estados Unidos, se experimentaron fuertes caídas entre 1920 y 1923,
215
seguramente debido a la incidencia de las tarifas de 1921 y 1922. Las de
bovino congelado declinaron de un volumen de 6470 toneladas en 1920 a
uno de 167 toneladas en 1921. Se recuperaron levemente en 1922, para
volver a caer en 1923. En el caso de las exportaciones de carneros
congelados, el volumen de 1922 fue cerca de la mitad del correspondiente
a 1920, y en 1923 cayeron aún más. Por su parte, las exportaciones de
carne bovina enfriada cayeron de 544 toneladas en 1922 a 94 toneladas
en 1923. (28)
Durante la segunda mitad de la década de 1920, las exportaciones
argentinas de carne congelada y enfriada fueron interrumpidas debido al
embargo decretado por el Bureau of Animal Industrydel Departamento de
Agricultura en septiembre de 1926 sobre aquellas regiones del mundo
productoras de carne congelada o enfriada infectada con aftosa. De
acuerdo con las estadísticas oficiales, las ventas de bovino y carnero
congelado experimentaron una tendencia hacia la baja. Por su parte, las
exportaciones de bovino enfriado cayeron de 544 toneladas en 1922 a 100
en 1924, y de 1925 hasta 1929 directamente no figuran registros, salvo en
1928, año en el que las fuentes señalan un insignificante volumen de 4
toneladas, con un valor de 605 pesos oro. (29)
En cambio, y a diferencia de las carnes congeladas y enfriadas, que
sufrieron los efectos del embargo decretado en 1926, las carnes en
conserva argentinas, en descenso de 1918 a 1921, ocuparon hacia fines
de la década de 1920 un lugar muy importante en el conjunto de
importaciones norteamericanas de carne, tanto desde el punto de vista
económico como psicológico (a causa del embargo contra las carnes
argentinas decretado por las autoridades norteamericanas). (30)
Ahora bien, la tercera guerra de las carnes, que estalló en abril de 1925
y finalizó en octubre de 1927, marcó un nuevo avance de los grandes
frigoríficos norteamericanos en el control del comercio argentino de carnes,
aunque el volumen fuese transportado esencialmente a través de vagones
y barcos vinculados a capitales británicos. (31)
No obstante, si bien los grandes frigoríficos norteamericanos como Swift
y Armour fortalecieron su presencia en la Argentina a expensas de sus
competidores británicos, esta ventaja no fue capitalizada por las
autoridades de Washington, que, con el embargo a las carnes importadas
infectadas con aftosa en septiembre de 1926, contribuyeron a reducir la
esfera de influencia norteamericana en el comercio de carnes argentinas y
a fortalecer los tradicionales vínculos de los ganaderos argentinos con el
Reino Unido. En otras palabras, el embargo decretado por el gobierno
republicano de Calvin Coolidge respondió a los intereses de los
productores de ganado norteamericanos y dio la espalda a los de los
frigoríficos norteamericanos instalados en la Argentina que procuraban
exportar carne a Estados Unidos. (32)
Por otro lado, un aspecto menos conocido del comercio entre la
Argentina y Estados Unidos fue el vinculado con los esfuerzos
norteamericanos por vender ganado de pura raza a los estancieros
216
argentinos, un rubro tradicionalmente monopolizado por los británicos en
general -y holandeses en el caso particular de las vacas lecheras-. A pesar
de estos intentos, en ningún momento de la década de 1920 los planteles
norteamericanos pudieron desplazar de su liderazgo al ganado en pie de
pura raza de origen británico. Los estancieros argentinos generalmente
prefirieron las razas británicas Shorthorn y Hereford, probablemente
debido a que su carne era más aprovechable y magra que la del ganado
norteamericano.
Asimismo, tampoco los norteamericanos lograron quebrar el predominio
de Holanda en la venta de vacas lecheras de pura raza a la Argentina.
Intentaron aprovechar las falencias de la industria láctea argentina en los
años de la posguerra, que no estaba ni bien organizada ni contaba con un
buen stock de vacas lecheras. Pero no pudieron quebrar el predominio de
las razas lecheras holandesas. Mientras los norteamericanos exportaron a
la Argentina una cantidad promedio de tan sólo 10 cabezas de ganado de
pura raza por año a lo largo de la década de 1920, los europeos vendieron
más de 100 por año. Los norteamericanos no lograron vender animales de
pura raza en cantidad importante al mercado argentino, debido, además, a
las dificultades y altos costos de embarque del ganado vivo de Estados
Unidos hacia la Argentina. (33)
Más allá de este rubro específico, cabe aclarar que en términos
generales la persistencia de barreras protectoras y de embargos sanitarios
decretados contra los productos ganaderos argentinos fueron dos
obstáculos importantes en las relaciones económicas argentino-
norteamericanas en la década de 1920.
Las altas tarifas aduaneras impuestas por las autoridades
norteamericanas a las exportaciones argentinas eran una respuesta al
impacto negativo de la depresión mundial de los años 1920 a 1922 sobre
el agro norteamericano. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, tanto los
ganaderos argentinos como sus pares estadounidenses esperaban que el
mercado europeo mantuviera la demanda registrada durante la coyuntura
bélica, pero este común optimismo se vio visiblemente quebrado cuando
en junio de 1920 la fuerte caída en los precios mundiales de los productos
primarios dejó en una posición altamente vulnerable a los ganaderos de
ambos países. Las naciones europeas, agotadas por el esfuerzo de
guerra, priorizaron la necesidad de reconstruir sus economías, y redujeron
importaciones. La caída de la demanda europea puso en la cuerda floja a
muchos ganaderos y hombres de negocios. Estos, tentados por los buenos
precios de los tiempos de guerra, habían invertido en planteles y tierras
para engorde e incluso se habían endeudado, esperando recuperar su
inversión con el mantenimiento de las exportaciones de carne al nivel de
las de la Primera Guerra. Pero estas expectativas no se cumplieron, y se
dieron casos de bancarrota de productores agropecuarios tanto en la
Argentina como en Estados Unidos. (34)
La crisis alcanzó su punto más álgido en Estados Unidos durante el
invierno de 1920-1921, cuando los farmers exigieron al gobierno la
217
colocación de altas tarifas para proteger sus productos contra los
inconvenientes del alza en los costos, la baja de los precios internos y la
competencia de los productos importados. Los reclamos de
los farmers fueron escuchados por el gobierno republicano de Warren G.
Harding. Tanto el primer mandatario como su vicepresidente Calvin
Coolidge y su secretario de Agricultura Henry C. Wallace favorecieron una
fuerte protección a los farmers. De este modo, surgieron los aranceles de
1921 -conocidos como the Emergency Tariff Act- y de 1922 -conocidos
como Fordney-McCumber Tariff-, que fueron perjudiciales para los
intereses exportadores argentinos, ya que restablecieron los aranceles en
todas las posibles variantes de carnes importadas (bovina, ovina, y porcina
congelada, en conserva, preparada y procesada), productos que la tarifa
Underwood-Simmons de 1913 había colocado en la lista libre de
impuestos.
La Tarifa de Emergencia se hizo efectiva a partir del 27 de mayo de
1921, y estableció tasas prohibitivas sobre casi todos los productos
agrícolas y ganaderos exportados por la Argentina, entre ellos el trigo, el
maíz, las carnes, el extracto de quebracho, la semilla de lino y casi todas
las lanas. Solamente, los cueros, las pieles y la lana para alfombras
permanecieron en la lista de productos libres de derechos. La aplicación
de los nuevos derechos tarifarios de 1921 afectó a productos que en 1920
representaban 16% de las exportaciones totales de la Argentina. (35)
Por su parte, la Tarifa Fordney-McCumber de 1922 fue sancionada
como ley en septiembre de dicho año y aplicó impuestos aún más altos
que los vigentes bajo la Tarifa de Emergencia de 1921 a la mayoría de los
productos agropecuarios importados, incluso sobre rubros que Estados
Unidos exportaba en mayor volumen de lo que importaba, tales como
algodón, trigo, maíz, y carne de cerdo. Los derechos sobre la lana eran
reintegrados si los importadores probaban que ésta era utilizada para la
fabricación de alfombras. Los cueros y las pieles fueron los únicos rubros
importantes de exportación argentinos que no sufrieron arancel. (36)
En consecuencia, según las mismas fuentes, entre 1920 y 1924 los
porcentajes de participación de Estados Unidos en el total de las
exportaciones argentinas sufrieron una fuerte declinación, pasando de
14,8% a 7,1% (con una leve recuperación en los años 1922 y 1923). Pero
con el fin de no caer en una visión excesivamente reduccionista, vale
advertir que resulta difícil evaluar el impacto de las tarifas de 1921 y 1922
sobre las exportaciones argentinas a Estados Unidos porque, además de
las tarifas aduaneras, la caída de la demanda norteamericana y los bajos
precios también contribuyeron a la declinación del intercambio bilateral.
Por ejemplo, rubros de exportación argentinos que estaban libres de
arancel como los cueros y las pieles también cayeron en su valor. Las
exportaciones de cueros lanares sucios cayeron de 1646 toneladas en
1920 a sólo 93 toneladas en 1921, y aunque se recuperaron en 1922,
volvieron a caer en 1923, cuando llegaron a 785 toneladas, o sea, menos
de la mitad del volumen de 1920. Con los cueros salados la tendencia fue
218
similar: su volumen cayó de 40.911 a 29.250 toneladas entre 1920 y 1921,
aunque se recuperaron en los dos años siguientes. (37)
Más allá de su impacto real en las exportaciones argentinas, lo cierto es
que las tarifas de 1921 y 1922 generaron un fuerte impacto psicológico
entre los productores agropecuarios argentinos. Fue un baldazo de agua
fría para estos sectores, entusiasmados con la idea de expandir sus ventas
hacia un mercado que, al tener productos primarios con precios más altos
que los argentinos, parecía abrir enormes posibilidades. Hacia 1927, Luis
Duhau, presidente de la Sociedad Rural Argentina, sostuvo que el
aumento de las exportaciones de carne hacia Estados Unidos no sólo
beneficiaría los intereses exportadores argentinos, sino que también lo
haría con los norteamericanos, aportando productos agropecuarios con
precios más bajos y permitiendo un incremento de las ventas de productos
manufacturados de Estados Unidos como consecuencia del aumento de la
capacidad de compra argentina. (38)
Estos argumentos no sólo fueron constantemente repetidos por los
representantes del gobierno y los medios de prensa argentinos. También
tuvieron eco en los empresarios y exportadores norteamericanos que, al
igual que los productores agropecuarios argentinos, percibían estas altas
tarifas como perjudiciales para sus lucrativas actividades. La tarifa de 1921
fue dictada por el Congreso norteamericano dominado por elementos del
Partido Republicano, y sellaba el compromiso del gobierno de proteger de
la crisis económica a los farmers del Oeste y Medio Oeste norteamericano.
Este compromiso perjudicaba los intereses de los empresarios y
comerciantes del Norte y Este quienes, a diferencia de los farmers,
buscaban bajar la protección de los productos agropecuarios
norteamericanos para permitir el ingreso de los argentinos, particularmente
de la lana y la semilla de lino, esenciales para importantes industrias del
Norte. A su vez, con el incremento de las exportaciones agropecuarias de
la Argentina hacia Estados Unidos, los intereses empresariales y
comerciales del Norte y Este norteamericano se aseguraban que los
argentinos tuvieran el nivel de divisas necesario para adquirir bienes
industriales provenientes de Estados Unidos. (39)
Más aún, la desilusión que sintieron los productores agropecuarios
argentinos con la sanción de las tarifas de 1921 y 1922 alimentó un
sentimiento de resentimiento u hostilidad hacia Estados Unidos, que se
incrementó con las medidas adoptadas por las autoridades
norteamericanas en 1926. En abril de dicho año, el Departamento de
Agricultura prohibió la importación de alfalfa argentina, pues no era apta
para crecer en el Oeste norteamericano, región sometida a crudos
inviernos. En mayo del mismo año, a raíz del descubrimiento de un envío
de uva blanca infectado por la “mosca mediterránea” proveniente de la
Argentina, el Bureau of Plant Quarantine del Departamento de Agricultura
prohibió subsiguientes importaciones. Y en septiembre, el Bureau of
Animal Industry, agencia dependiente del Departamento de Agricultura,
cerró la importación de carne fresca o congelada procedente de zonas del
219
mundo contaminadas por la fiebre aftosa. Estas medidas afectaron a la
Argentina, cuyas autoridades no realizaban un efectivo control sanitario
sobre las exportaciones de estos productos. (40)
En realidad, las medidas norteamericanas estaban justificadas por
razones sanitarias y avaladas por un avanzado conocimiento científico,
pero en la Argentina la reglamentación norteamericana sonó a
discriminatoria. Es cierto que la decisión de prohibir el ingreso de las
carnes argentinas favorecía los intereses de los ganaderos
norteamericanos. Sin embargo, a diferencia de lo que en ese momento
sostuvieron el gobierno y los ganaderos argentinos, la extrema actitud de
Washington no respondió sólo a una actitud proteccionista, sino que
también estuvo respaldada en argumentos científicos.
Cabe aclarar que el resentimiento que generó el embargo en los
argentinos no fue sólo producto de la miopía con que éstos percibieron el
problema de la aftosa. Por cierto, la hábil actitud británica ayudó mucho a
nutrir esta falsa percepción. En contraste con la brusca e impolítica -
aunque legítima- actitud norteamericana, la diplomacia británica trató el
tema de la aftosa con mucho mayor tacto. Las autoridades británicas,
como sus colegas norteamericanas, eran conscientes de que las carnes
argentinas estaban infectadas con aftosa. Pero decidieron mantener
abierto el mercado, con el objetivo de asegurar un suministro barato a los
consumidores ingleses. Esta actitud, leída erróneamente por el gobierno
argentino y los miembros de la Sociedad Rural como un signo de la buena
voluntad británica, en realidad constituyó un valioso instrumento de presión
por parte de Londres.
En otras palabras, la diplomacia británica utilizó en forma permanente la
amenaza del cierre del mercado a las carnes con el fin de obtener no sólo
la adopción de controles sanitarios por parte de las autoridades y
ganaderos argentinos sin necesidad de recurrir a la extrema actitud
norteamericana, sino también concesiones económicas y comerciales,
como lo demostraron en forma elocuente el frustrado tratado Oyhanarte-
D'Abernon de 1929 y el polémico tratado Roca-Runciman de 1933. (41)
Las autoridades argentinas se negaron entonces a ver la realidad. El
alto grado de contagio del virus que provoca la aftosa y la tardía aparición
de síntomas en el animal infectado justificaban por cierto los drásticos
métodos sanitarios adoptados en Estados Unidos -que incluyeron la
cuarentena, desinfección e incluso matanza de animales. Pero el embargo
y las propuestas de control sanitario ofrecidas por Estados Unidos
atacaban un producto que era símbolo del orgullo y la prosperidad de la
élite argentina, y ayudaban por ello a exacerbar en este sector un
sentimiento de encono hacia Estados Unidos.
Una tendencia similar ocurrió en el caso de las exportaciones de granos
argentinas. El Congreso norteamericano, muy presionado por los farmers,
demostró poca comprensión de las necesidades de reciprocidad comercial
por parte de la Argentina, como demostraron claramente las discusiones
parlamentarias en torno al aumento de las tasas sobre las semillas de lino
220
y maíz importadas. Los productores agrícolas argentinos, como por ese
entonces aportaban el grueso de ambos productos al mercado
norteamericano, se sintieron, ante las medidas restrictivas del gobierno
norteamericano, víctimas de las mismas. Pero esta decepción, provocada
por las medidas tarifarias y no tarifarias norteamericanas entre 1921 y
1926, no impidió que las autoridades y productores agropecuarios
argentinos apostaran a la posibilidad de colocar exportaciones argentinas
en el mercado norteamericano. Mantuvieron esa esperanza a lo largo de
los años 20 y la sostuvieron sobre la idea de que la economía
norteamericana pronto alcanzaría los límites propios de una producción
agrícola eficiente, forzando al gobierno de Washington a reducir sus tarifas
en productos provenientes del mercado argentino tales como maíz,
semillas de lino y carne refrigerada. Acorde con esta percepción, el
presidente de la Sociedad Rural Argentina sostuvo, luego de la visita a
Estados Unidos en 1927, que el gobierno argentino garantizaría las
condiciones sanitarias para solucionar el problema de la aftosa, y que la
opinión pública norteamericana estaría a favor de una flexibilización de las
tarifas vigentes. (42)
Otro factor que fortalecía esta idea era el temor de los ganaderos
argentinos a que el gobierno británico adoptara la prédica del Movimiento
de Preferencia Imperial y priorizara las vinculaciones con sus ex colonias
como Canadá, Nueva Zelandia y Australia, en detrimento de las
exportaciones agropecuarias argentinas, tendencia que se concretaría en
la década siguiente tras la Conferencia de Ottawa en 1932. La inseguridad
que ofrecía el mercado británico hizo que las autoridades y productores
argentinos se aferrasen aún más a la esperanza de colocar su producción
en el mercado norteamericano, autoconvenciéndose de que podrían llegar
a un satisfactorio acuerdo con Washington.
Este acuerdo no parecía tan descabellado, si se tiene en cuenta que los
sectores industriales norteamericanos eran partidarios de la reducción de
las tarifas sobre ciertos productos argentinos claves para la industria
norteamericana, como la lana, los cueros y el aceite de semilla de lino.
Para estos sectores, de la prosperidad de las exportaciones argentinas
hacia Estados Unidos dependía una mayor capacidad de compra de
productos industriales norteamericanos.
Otro factor que se sumó a los anteriores para alimentar la esperanza de
un incremento del intercambio comercial bilateral fueron las promesas de
revisión tarifaria efectuadas por el Presidente Herbert Hoover durante su
visita a la Argentina en 1928, que entusiasmaron incluso a personajes
provenientes del sector empresarial, como Alejandro Bunge. (43)
Finalmente, otro obstáculo importante en el intercambio bilateral,
íntimamente vinculado con las medidas arancelarias y de carácter sanitario
adoptadas por las autoridades norteamericanas, fue la devaluación del
peso respecto del dólar. La balanza comercial negativa de la Argentina con
Estados Unidos, combinada con los pagos por servicios financieros,
generó una presión tan poderosa sobre el peso, que la divisa local
221
descendió su cotización respecto del dólar en la última mitad de 1920. La
depreciación del peso, a su vez, hizo a los productos norteamericanos tan
caros, que resultó difícil y en algunos casos casi imposible, venderlos en el
mercado argentino. Esta devaluación cambiaria provocó que los bienes
norteamericanos fueran desplazados por los europeos. Ante esta
desfavorable situación, los exportadores norteamericanos se vieron
obligados a reexportar o revender, con un 40 a 50% de pérdida, los bienes
acumulados en las aduanas argentinas. (44)
Así, la depreciación del peso argentino en términos del dólar fue una de
las principales causas de la drástica caída de las importaciones
provenientes de Estados Unidos, tanto en términos de valor como de
porcentaje de participación, entre 1920 y 1922. El Anuario del Comercio
Exterior muestra que en estos años el valor de las importaciones de origen
norteamericano declinó de 310,4 millones de pesos oro en 1920 a 200, 9
millones en 1921 y 152,6 millones de pesos oro en el año siguiente. En
términos porcentuales, la caída fue de 33,2% en 1920 a 26,8% en 1921 y
22,1% en 1922.
Se pueden suministrar algunos ejemplos de la influencia negativa del
tipo de cambio para los intereses norteamericanos. La firma Curtiss
Airplane and Motor Corporation, una próspera empresa de fabricación y
escuela de aviones establecida en Buenos Aires, vio peligrar sus ventas de
aeroplanos hacia noviembre de 1920 debido al encarecimiento del dólar
con respecto al peso y las divisas europeas. Pero la depreciación del peso
tuvo su mayor impacto sobre el comercio de textiles. La competencia
proveniente de las firmas textiles británicas y europeas obligaba a los
fabricantes norteamericanos a operar con márgenes muy estrechos de
ganancia. El colapso del nivel general de precios en 1921 dejó muy mal
parados tanto a los fabricantes norteamericanos, que no querían sufrir
mayores pérdidas, como a los importadores textiles argentinos, que no
estaban dispuestos a efectuar sus compras a precios más altos que los
originalmente acordados.
En este momento crítico, la firma American Drygoods Agents'
Association propuso la creación de una corporación de debentures en
Nueva York para solucionar la crisis. Esta corporación tomaría los textiles
colocados en las aduanas argentinas, los vendería e invertiría el dinero
obtenido en valores argentinos. Sobre la base de estas inversiones,
emitiría su propio papel a los dueños originales de los textiles. Cuando las
condiciones mejoraran, la corporación liquidaría sus tenencias. La
Asociación publicitó este proyecto como un medio de ayudar a la
estabilización del cambio, poner moneda en circulación y promover la
inversión. La propuesta nunca contó con apoyo suficiente para ser
implementada. Los textiles que estaban en las aduanas fueron
reembarcados hacia Estados Unidos o sometidos a la subasta pública.
(45)
La desventaja del dólar respecto del peso se revirtió a partir de abril de
1925. El peso alcanzó y luego excedió la paridad con la divisa
222
norteamericana en 1927, y se mantuvo fuerte hasta la crisis mundial de
1929, momento en que volvió a depreciarse. A la apreciación del peso se
sumó la estabilización de las monedas europeas a través de acuerdos
internacionales y del restablecimiento del patrón oro. Como consecuencia
del influjo de ambos factores, los intereses exportadores europeos
perdieron la ventaja en el tipo de cambio que durante la primera mitad de
la década les había permitido competir exitosamente con sus pares
norteamericanos. (46)
Por último, en cuanto a las inversiones norteamericanas en la Argentina
durante el período en consideración, se observa que el comportamiento de
los inversores atravesó tres etapas claramente diferenciadas. En una
primera etapa, que abarcó los cinco años inmediatamente posteriores al fin
de la guerra, las inversiones norteamericanas se dirigieron hacia más de
veinte compañías, demostrando un comportamiento más diversificado que
el británico. Estuvieron representadas en sectores de diversa índole:
petróleo, frigoríficos, cemento, construcción, textiles, bienes eléctricos y
químicos, seguros, distribución de películas, bancos y publicaciones, entre
muchos otros. En muchos casos estas inversiones actuaron en sociedad
con capitales de los más diversos orígenes: con los británicos en
publicaciones, con los argentinos en explotaciones agropecuarias y
petróleo, con los franceses y alemanes en comunicaciones, y con los
italianos en seguros. (47)
En una segunda etapa, iniciada al promediar la década de 1920, aunque
se expandieron las inversiones en empresas productivas -muy
especialmente en ramas como petróleo, vehículos y maquinarias-, los
capitales de Estados Unidos se dirigieron en su mayor parte hacia la
compra de títulos gubernamentales y la concesión de créditos de corto
plazo al gobierno argentino. Un nuevo ciclo de préstamos se inició tras el
alza en los mercados mundiales de 1923-1924, en el que el gobierno
nacional recibió créditos por un monto cercano a los 290 millones de
dólares, pero donde también se registraron préstamos a gobiernos
provinciales y municipales por 75 millones de dólares. Las bancas de
Nueva York y Boston prestaron dinero a los gobiernos nacional, provincial
y municipal de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Tucumán, con el fin de
cubrir operaciones de reembolso, financiar escuelas y mejorar las calles,
carreteras e instalaciones sanitarias. Por cierto, el carácter
excepcionalmente próspero de las relaciones financieras entre la Argentina
y Estados Unidos entre 1924 y 1928 terminó estimulando el incremento en
unos 185 millones de dólares de las inversiones privadas directas de
Estados Unidos en la Argentina. Los grupos empresarios norteamericanos,
limitados a principios de siglo a la industria de la carne, se convirtieron en
prestamistas activos del gobierno argentino e inversores en la industria
local. (48)
En tercer lugar, durante los años 1928 y 1929 se dio una tercera etapa
de las inversiones norteamericanas en la Argentina. Mientras la concesión
de préstamos de corto plazo por parte de los bancos norteamericanos a
223
las autoridades argentinas y las inversiones en títulos de deuda pública
perdían interés relativo por el rápido incremento de las tasas de interés, la
caída de los precios de las materias primas y la depreciación del peso, la
euforia económica imperante en Estados Unidos en los años
inmediatamente previos al crash de 1929, llevó a los inversores
norteamericanos a canalizar su capital en los servicios públicos de Buenos
Aires y las provincias.
Respecto de los rubros en los que se registraron las inversiones
estadounidenses sobresale, en primer lugar, el sector de servicios
públicos. Entre las inversiones efectuadas en el mismo, se destacaron las
efectuadas por la International Telephone and Telegraph Corporation y
la American and Foreign Power Company, cuyo monto invertido estuvo
cerca de 160.000.000 de dólares en este rubro en el bienio 1928-1929.
(49) Por su parte, la empresa Central and South American Telegraph
Company obtuvo permiso para extender sus líneas desde la Argentina a
Uruguay en 1918, las que comenzaron a operar al año siguiente. (50)
En efecto, esta concesión otorgada por las autoridades argentinas a
la Central and South American Telegraph Company alarmó a la firma
telegráfica británica Western Telegraph Co., que exigió la anulación de
dicha concesión. (51) La firma norteamericana le ganó la pulseada a su
rival británica. La Central and South American Telegraph Co., que cambió
su nombre por el de All America Cables, Inc., no sólo mantuvo la
concesión para colocar uno o más cables entre Buenos Aires y
Montevideo, sino que también obtuvo del gobierno argentino la renovación
de la ansiada y hasta ese momento negada concesión firmada en 1885: el
establecimiento de una línea de cable telegráfico directo entre Buenos
Aires y Brasil, concesión otorgada en noviembre de 1921. (52)
Dentro del rubro de servicios públicos, la velocidad con que operaron las
compañías norteamericanas de energía eléctrica fue aún más
impresionante que la de las telefónicas. En 1929, la Electric Bond and
Share Company adquirió el control de la Atlas Light and Power Company
of London, la firma británica eléctrica más importante en la Argentina. Esta
compra, sin embargo, fue sólo una entre muchas. Entre mediados de 1928
y noviembre de 1929, las firmas norteamericanas Electric Bond Share
Company y South American Company of Public Services añadieron 140
estaciones de energía eléctrica a las 40 que habían adquirido. (53)
Esta presencia norteamericana en los servicios públicos preocupó a los
comerciantes y fabricantes británicos, que temieron perder su tradicional
hegemonía en este sector. Cuando la Electric Bond and Share
Company compró extensas propiedades inglesas en 1929, la comunidad
británica en Buenos Aires se alarmó. Esta alarma se transformó en pánico
cuando se extendieron los rumores de los intentos norteamericanos por
comprar el Buenos Aires and Pacific Railway. La preocupación causada
por estos rumores entre los británicos fue, por cierto, justificada. Los
intereses comerciales británicos no habían evidenciado preocupación con
respecto a la primera oleada de inversiones norteamericanas de la década
224
de 1920, porque éstas se concentraron fuertemente sobre los títulos
gubernamentales. Pero cuando las compañías norteamericanas
compraron los servicios de comunicaciones y energía, estas adquisiciones
representaron en la visión de los intereses comerciales británicos, una
amenaza para las exportaciones inglesas.
No obstante, las compañías norteamericanas no estaban todavía
decididas a provocar cambios tan rápidos en los patrones comerciales. En
muchos casos lograron el control de los servicios públicos no a través del
desplazamiento de la inversión británica, sino por medio del incremento del
capital invertido en dichos servicios. Por ejemplo, la International
Telephone and Telegraph Company obtuvo el control de la Compañía
Telefónica Argentina duplicando el capital y prometiendo suministrar
inversiones adicionales y habilidad técnica para expandir las operaciones.
En otro caso -el de la transferencia de la propiedad de Atlas Light and
Power Company of London a una firma norteamericana- se estipuló que la
ex empresa británica continuara comprando su equipamiento en el Reino
Unido por un período determinado. En consecuencia, los fabricantes
británicos retuvieron momentáneamente su liderazgo en el sector de
servicios públicos a pesar del avance de las inversiones norteamericanas.
(54)
En cuanto al sector petrolero, puede decirse que éste adquirió particular
relevancia en el conjunto de las inversiones norteamericanas efectuadas
en la Argentina. Ello se debió a dos razones. La primera fue la atención
otorgada por el Departamento de Estado a este rubro, que era concebido
como estratégico debido a la competencia mundial por su control. Desde
por lo menos 1919 se registraron instrucciones del Departamento de
Estado a la embajada norteamericana en Buenos Aires que instaban a que
ésta respaldase los proyectos norteamericanos de inversión en áreas
petroleras argentinas e informase a Washington sobre las actividades de
ingleses, franceses y alemanes respecto de la explotación de dichas
áreas. La segunda, porque es en el tema del petróleo donde se advierte de
manera mucho más nítida que en ningún otro rubro de la inversión
norteamericana la actitud “anti-norteamericana” del gobierno y de los
sectores nacionalistas argentinos, para quienes el control de este recurso
también poseía una enorme importancia estratégica e incluso constituía un
símbolo de la “soberanía” nacional.
Esta actitud de enemistad hacia las actividades de las empresas
petroleras norteamericanas en la Argentina, fue una actitud más “anti-
norteamericana” que “nacionalista”, pues tuvo como blanco preferido de
sus ataques a la Standard Oil y no a las petroleras británicas, y estaba
muy vinculada a la molestia de las autoridades y ganaderos argentinos por
las medidas sanitarias del gobierno norteamericano adoptadas durante la
década de 1920. Esta actitud también se evidenció en casos como los de
las compañías frigoríficas norteamericanas, la inversión directa en la
construcción de ferrocarriles y la amenaza a los bancos norteamericanos.
Pero fue en la política petrolera donde esta actitud más anti-
225
norteamericana que nacionalista se expresó de manera más enfática. (55)
Así fue que lo largo de la década de 1920 los funcionarios de
Washington pusieron especial atención respecto de las reservas
petrolíferas argentinas. La Bolivia-Argentine Petroleum Exploration
Company, presumiblemente una fachada de la Standard Oil de New
Jersey, pareció correr con ventaja en un principio. Sin embargo, los
funcionarios de la embajada norteamericana en Buenos Aires advirtieron a
su gobierno que para que la empresa tuviera posibilidades de éxito debía
demostrar que no tenía vínculos con la Jersey Standard, a causa de la
imagen negativa que tenía esa empresa en la Argentina. Finalmente ante
la falta de apoyo del Departamento de Estado y el retiro de sus operadores
financieros, la Bolivia-Argentine clausuró sus oficinas y los contratos que
había obtenido con los gobiernos de Buenos Aires y Jujuy nunca fueron
ratificados por las correspondientes legislaturas. (56)
Por su parte, la poderosa Standard Oil de New Jersey abrió una oficina
en Buenos Aires y comenzó a obtener concesiones de petróleo en los
territorios de Neuquén y Chubut y en la provincia de Salta. Luego de
invertir en la adquisición de 10.000 hectáreas en Challacó, Neuquén, en
1922, la compañía estableció formalmente la Standard Oil Company of
Argentina, S.A. Esta era propiedad de la Jersey Standard pero
independiente de la WICO, la otra gran empresa de la misma casa matriz.
La Standard de la Argentina comenzó sus perforaciones en 1922 y realizó
su primer hallazgo en 1924. (57)
Cuando Yrigoyen terminó su mandato, aparecieron signos de corrupción
en la política petrolera de su gobierno. Una investigación realizada por la
cámara de Diputados y dada a publicidad en 1923 comprobó muchos de
los cargos que se habían hecho desde que estallara el escándalo el año
anterior. A su vez, los tribunales federales encontraron evidencias de que
el Ministro de Hacienda de Yrigoyen había conspirado con la WICO para
evadir las normas de importación y defraudar al fisco. Finalmente, y luego
de llegar su caso hasta la Corte Suprema, las compañías fueron absueltas
bajo el argumento de que ellas habían seguido las instrucciones del
Ministro de Hacienda. El sucesor de Yrigoyen, Carlos de Alvear, respaldó
una política petrolera mucho más agresiva, tendiente a restringir las
operaciones de las compañías petroleras extranjeras y a revitalizar la
compañía estatal YPF. (58)
Cabe señalar que también se registraron algunas importantes
inversiones norteamericanas en otros rubros, aunque no de la misma
magnitud. Por ejemplo, a diferencia de sus colegas petroleras, las
compañías de hierro y acero norteamericanas no tuvieron una estrategia
de penetración tan agresiva en el mercado argentino. Incluso a principios
de 1923 la firma norteamericana Consolidated Steel Company no
aprovechó una oferta para controlar la Compañía Argentina de Hierro y
Acero, firma que dominaba en ese entonces 40% del comercio argentino
en productos de hierro y acero. Cuando la empresa norteamericana
rechazó esta oferta, la planta fue vendida a un sindicato europeo
226
dominado por intereses británicos. (59)
A diferencia de las inversiones en el sector petrolero o en el de servicios
públicos, los frigoríficos norteamericanos ya instalados en la Argentina no
realizaron inversiones apreciables para expandirse, especialmente luego
de 1924. Gracias a la tercera guerra de carnes contra sus competidores
británicos entre 1925 y 1927, pudieron incrementar sus cuotas de
exportación. Armour fue la única firma que se expandió, pero lo hizo sin
incrementar el gasto de inversión. En 1928 adquirió el control de The River
Plate British and Continental, que estaba operando con pérdida. (60)
Las inversiones financieras norteamericanas tuvieron una especial
importancia entre 1924 y 1928, período en el que se dirigieron a la compra
de títulos públicos. El gobierno nacional y los provinciales y municipales
acumularon una importante deuda, y los bancos norteamericanos
instalados en la Argentina expandieron sus actividades. Tal el caso
del First National Bank of Boston, que estableció en este período una
segunda sucursal en Buenos Aires y otra en Avellaneda. (61)
En realidad, la Segunda Conferencia Financiera Panamericana
constituyó la primera oportunidad para los Estados Unidos de explotar a
través del manejo diplomático el liderazgo financiero que el país había
obtenido durante la guerra. El traspaso del centro financiero mundial de
Londres a Nueva York y la consecuente capacidad de esta plaza para el
otorgamiento de créditos había elevado el nivel de la fuerza hemisférica
norteamericana. Los planes para la conferencia realizados por los
departamentos de Estado y del Tesoro durante 1919 y 1920 se centraron
en el predominio financiero de Estados Unidos. La preocupación de
Estados Unidos era cómo iban los países latinoamericanos a hacer frente
a sus obligaciones financieras. En el caso de la Argentina se tenían en
cuenta los créditos que su gobierno había acordado a los gobiernos de
Gran Bretaña, Italia y Francia para financiar la venta de granos. Finalmente
se decidió que los bancos neoyorquinos podrían acudir en ayuda del
gobierno argentino. (62)
En clara sintonía con estos serios condicionamientos financieros, los
objetivos de los representantes argentinos en las conferencias
panamericanas de la década de 1920 variaron considerablemente de los
de décadas anteriores. Abandonaron su pretensión de competir con
Estados Unidos por el liderazgo regional, y procuraron obtener créditos de
los bancos norteamericanos a través de una política conciliatoria con los
objetivos panamericanos de Washington. El objetivo principal de la
delegación argentina en la Segunda Conferencia Financiera fue el de
obtener de Washington la concreción del plan propuesto por el Ministro de
Hacienda argentino, Domingo E. Salaberry, respecto de la apertura de una
sucursal del Banco de la Nación en Estados Unidos. Pero el plan estuvo
mal concebido y sufrió el bombardeo de la prensa argentina, la que calificó
al ministro Salaberry de incompetente. Además, y como ocurrió con los
planes específicos presentados en la conferencia por la mayoría de las
naciones, el proyecto de Salaberry quedó en la nada. (63)
227
En síntesis, los desarrollos reseñados hasta aquí, junto con los que se
analizarán en el próximo capítulo, fueron sentando las bases para la
consolidación, en la segunda postguerra, del rol activo y protagónico por
parte de Estados Unidos en tanto socio económico de la Argentina y de
otros países latinoamericanos.
• NOTAS
1. Según D.R. Sweet, op. cit., pp. 72 y 73 (Table 3), el comercio total bilateral alcanzó un valor de
421.503.000 dólares, un registro que no logró ser superado hasta 1947.
2. Ver al respecto V.L. Phelps, op. cit., pp. 43-46.
3. La depreciación del peso en relación con el dólar, que encareció las importaciones
norteamericanas, tuvo su impacto mayor en el rubro textil. Los fabricantes norteamericanos,
debido a la severa competencia de las firmas textiles británicas y otras europeas, operaban con
márgenes muy estrechos de ganancias que otorgaban poco espacio para la flexibilidad de
precios.
4. En términos de participación porcentual sobre el total de importaciones argentinas, la caída de
las importaciones de procedencia norteamericana fue de 33,2% en 1920 a 26,8% en 1921 y
22,1% en 1922.
5. H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 66.
6. Ferrer Jr. ubica en 1923 el inicio de la reactivación económica argentina y Phelps lo hace en
1924, aunque menciona los años 1923 y 1924 como prósperos. Ver al respecto los trabajos de J.
Ferrer Jr., op. cit., p. 150-151 y V.L. Phelps, op. cit., pp. 46-48.
7. H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 67; Raúl García Heras, “Argentina, Gran Bretaña y Estados
Unidos”, Documento de Trabajo Nº 2, Fundación para el Estudio de los Problemas Argentinos,
Buenos Aires, 1978, pp. 6-7.
8. D.R. Sweet, op. cit., p. 113; J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 150-151, y V.L. Phelps, op. cit., p. 185.
9. J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 153-154 y pp. 176-177. Ver también El comercio exterior...en el trienio
1918-1920, op. cit., p. 185; República Argentina, Dirección General de Estadística, Anuario del
Comercio Exterior de la República Argentina años 1921, 1922 y 1923, volumen I, Buenos Aires,
Kraft, 1924, p. 196; República Argentina, Dirección General de Estadística, Anuario del Comercio
Exterior de la República Argentina año 1926 y noticia sumaria del período 1910-1926, Buenos
Aires, Peuser, 1927, pp. 195 y 583.
10. Respecto de este tema, consultar FRUS, 1926, Volume I, Argentina. Request to the Argentine
Government that American Arms Manufacturers be given the same consideration as those of
other nations, 835.24/20 a, Telegram, The Secretary of State to the Ambassador in Belgium
(Phillips), (Paraphrase), Washington, March 1, 1926, p. 561; 835.24/20 b, Telegram, The
Secretary of State to the Ambassador in Argentina (Jay), (Paraphrase), Washington, March 1,
1926, p. 561; 835.24/21, Telegram, The Ambassador in Argentina (Jay) to the Secretary of State,
(Paraphrase), Buenos Aires, March 4, 1926, p. 562; 835.24/22, Telegram, The Ambassador in
Belgium (Phillips) to the Secretary of State, (Paraphrase), Brussels, March 5, 1926, pp. 562-563.
11. Ver al respecto FRUS, 1927, Volume I, Argentina. Efforts to secure for American firms equal
consideration with other foreign companies in bids for Argentine naval construction, 835.34/405,
Telegram, The Ambassador in Argentina (Jay) to the Secretary of State, Buenos Aires, May 21,
1926, p. 424; 835.34/405, Telegram, The Secretary of State to the Ambassador in Argentina
(Jay), Washington, September 9, 1926, p. 424; 835.34/409, Telegram, The Ambassador in
Argentina (Jay) to the Secretary of State, Buenos Aires, September 11, 1926, p. 425; 835.34/409:
Telegram, The Secretary of State to the Ambassador in Argentina (Jay), (Paraphrase),
Washington, October 18, 1926, pp. 425-426; 835.34/412, Telegram, The Ambassador in
Argentina (Jay) to the Secretary of State, (Paraphrase), Buenos Aires, October 19, 1926, p. 426;
835.34/413: Telegram, The Ambassador in Argentina (Jay) to the Secretary of State,
(Paraphrase), Buenos Aires, October 19, 1926, pp. 426-427; 835.51/564: Memorandum by the
Economic Adviser (Young) of a Conversation With Mr. Hugh Knowlton of the International
Acceptance Bank, Washington, January 7, 1927, pp. 427-428; 835.51/567, Memorandum by the
Assistant Secretary of State (White) of a Telephone Conversation With Mr. Hugn Knowlton of the
International Acceptance Bank, Washington, January 14, 1927, p.428; 835.34/421, Telegram,
The Acting Secretary of State to the Chargé in Argentina (Cable), Washington, March 1, 1927, p.
429; 835.34/422, Telegram, The Acting Secretary of State to the Chargé in Argentina (Cable),
(Paraphrase), Washington, March 9, 1927, pp. 429-430; 835.34/423, Telegram, The Chargé in
Argentina (Cable) to the Secretary of State, (Paraphrase), Buenos Aires, March 10, 1927, p. 430;
835.34/428, The Chargé in Argentina (Cable) to the Secretary of State, Nº 261, Buenos Aires,
April 7, 1927, pp. 430-431; 835.34/426, Telegram, The Chargé in Argentina (Cable) to the
228
Secretary of State, (Paraphrase), Buenos Aires, April 15, 1927, p. 432; 835.34/428, The
Secretary of State to the Ambassador in France (Herrick), Nº 2322, Washington, June 14, 1927,
pp. 432-433; 835.34/428, Telegram, The Secretary of State to the Chargé in Argentina (Cable),
Washington, July 28, 1927, p. 433; 835.34/451, Telegram, The Chargé in Argentina (Cable) to
the Secretary of State, Buenos Aires, August 9, 1927, pp. 433-434; 835.34/428, Telegram, The
Secretary of State to the Chargé in Argentina (Cable), (Paraphrase), Washington, August 18,
1927, p.434; 835.34/461, The Ambassador in Argentina (Bliss) to the Secretary of State, Nº 37,
Buenos Aires, October 17, 1927, pp. 434-436.
12. Ibid.
13. Para exportaciones de lino, maíz y trigo ver El comercio exterior... en el trienio 1918-1920, op.
cit., pp. 648 y 654; Anuario...1921, 1922 y 1923, op. cit., volumen II, pp. 675 y 681.
14. Ver datos sobre exportaciones de extracto de quebracho en El comercio exterior... en el trienio
1918-1920, op. cit., p. 666.
15. Gladys L. Baker, Wayne D. Rassmussen, Vivian Wiser and Jane Porter, Century of Service: The
First One Hundred Years of the United States Department of Agriculture, Washington,
Government Printing Office (United States), 1963, pp. 88-94 y 134-135; U.S. Department of
Agriculture, Yearbook, 1922, Washington, Government Printing Office, 1923, p. 18; Leon M.
Estabrook, Agricultural Survey of South America: Argentina and Paraguay, U.S. Department of
Agriculture Bulletin Nº 1409, Washington, Government Printing Office (United States), 1926, pp. 2
y 4; George B. L. Arner, “The Cattle Situation in Argentina”, Bureau of Agricultural
Economics, F.S. Report 29 (April 1923, (revised) April 1924, mimeographed); U.S. Tariff
Commission, Flaxseed. Report of the United States Tariff Commission to the President of the
United States, Washington, Government Printing Office, 1929, pp. 36-37 y 45-47; U.S.
Department of Agriculture, Yearbook, 1926, Washington, Government Printing Office, 1927, pp.
365-366; U.S. Department of Agriculture, Yearbook, 1930, Washington, Government Printing
Office, 1931, p. 295, fuentes citadas en D.R. Sweet, op. cit., pp. 43 y 46.
16. Ver estos porcentajes en ibid., pp. 45-46.
17. Sobre exportaciones de lino y aceite de lino, ver El comercio exterior... en el trienio 1918-
1920, op. cit., pp. 648 y 655, respectivamente; Anuario...1921, 1922 y 1923, op. cit., volumen II,
pp 675 y 683, respectivamente; República Argentina, Dirección General de Estadística de la
Nación, Anuario del Comercio Exterior de la República Argentina año 1924 y noticia sumaria del
período 1910-1924, Buenos Aires, Peuser, 1925, p. 542; Anuario...1926, op. cit., pp. 510, 517 y
623. No figuran registros de exportaciones argentinas de aceite de lino a Estados Unidos para
los años 1928 y 1929, aunque sí las exportaciones de lino. Ver República Argentina, Dirección
General de Estadística de la Nación, Anuario del Comercio Exterior de la República Argentina
años 1928 y 1929 y noticia sumaria del período 1910-1929, Buenos Aires, Peuser, 1931, pp. 596
y 781.
18. Datos en D.R. Sweet, op. cit., p. 48. Ver datos sobre exportaciones de maíz en El comercio
exterior... en el trienio 1918-1920, op. cit., p. 648; Anuario... 1921, 1922 y 1923, op. cit., volumen
II, p. 675; Anuario... 1924, op. cit., pp. 534 y 615; Anuario...1926, op. cit., pp. 511 y
623; Anuario...1928 y 1929, op. cit., pp. 596 y 781.
19. Sobre exportaciones de extracto de quebracho, ver El comercio exterior... en el trienio 1918-
1920, op. cit., p. 666; Anuario... 1921, 1922 y 1923, op. cit., volumen II, p. 693; Anuario... 1928-
1929, op. cit., p. 612.
20. J. Ferrer, op. cit., p. 126 y D.R. Sweet, op. cit., p. 54.
21. Cabe recordar que en 1919 la industria del cuero norteamericana ocupaba el tercer lugar de
importancia dentro del sector industrial en Estados Unidos en términos del valor de su
producción. D.R. Sweet, op. cit., pp. 55 y 57-58.
22. Respecto de las exportaciones de lana lavada y sucia, ver El comercio exterior... en el trienio
1918-1920, op. cit., pp. 627 y 628; de cueros lanares sucios y cueros lanares pelados, salados y
sin salar, en ibid., p. 624; de cueros vacunos salados y cueros vacunos secos, en ibid., p. 625.
23. Sobre exportaciones de bovinos y carneros congelados y carne en conserva, ver El comercio
exterior... en el trienio 1918-1920, op. cit., pp. 620, 621 y 631, respectivamente. No figuran
exportaciones de bovino enfriado a Estados Unidos entre los años 1918 y 1921.
24. De acuerdo con Sweet, las evidencias provenientes del Departamento de Estado, del
Departamento de Agricultura, o de agencias equivalentes (Bureau of Agricultural
Economics, Office of Foreign Agricultural Relations) no demuestran que los frigoríficos
norteamericanos instalados en la Argentina hayan presionado a las autoridades de Washington
para obtener ventajas de comercialización de la carne argentina en el mercado norteamericano.
D.R. Sweet, op. cit., p. 67. Peter Smith, en su libro Carne y política en la Argentina, sostiene que
tampoco existe evidencia de una presión diplomática en los conflictos entre los frigoríficos
norteamericanos y las autoridades de Buenos Aires, aunque da un caso aislado en 1923 cuando
el Departamento de Estado autorizó a su embajador en Buenos Aires a “informar al Ministro de
Relaciones Exteriores (de la Argentina) que este gobierno alienta la esperanza de que no se
emprenda ninguna acción ... que tienda seriamente a afectar el capital norteamericano” en
229
frigoríficos. National Archives, Correspondence of the American Legation / Embassy, Buenos
Aires, fuente citada en P.H. Smith, op. cit., p. 95. Pero más allá de esta declaración, Sweet y
Smith están de acuerdo en afirmar que no existe evidencia documental respecto de que los
frigoríficos hayan presionado al Departamento de Estado o al de Agricultura para expandir sus
ventas al mercado norteamericano u obtener respaldo en sus conflictos con el gobierno
argentino. Como ejemplo de la desconfianza o recelo de los ganaderos norteamericanos hacia
los frigoríficos norteamericanos instalados en la Argentina, Sweet cita U.S., Congress, Senate,
Committee on Finance, Hearings on the Proposed Tariff Act of 1921 (HR 7456), Schedule 7, IV,
2695-96, en D.R. Sweet, op. cit., p. 67.
25. D.R. Sweet, op. cit., pp. 67-68.
26. Para detalles sobre exportaciones de lana lavada y sucia, ver El comercio exterior... en el trienio
1918-1920, op. cit., pp. 627 y 628; Anuario...1921, 1922 y 1923, op. cit., volumen II, pp. 653 y
654, respectivamente; Anuario...1924, op. cit., pp. 510 y 615; Anuario...1926, op. cit., pp. 486,
487 y 623; Anuario...1928 y 1929, op. cit., pp. 582, 583 y 780.
27. Sobre exportaciones de cueros vacunos secos, ver El comercio exterior... en el trienio 1918-
1920, op. cit., p. 625; Anuario... 1921, 1922 y 1923, op. cit., volumen II, p. 651,
respectivamente; Anuario... 1924, pp. 508 y 615 ; Anuario...1926, op. cit., pp. 484
y 622; Anuario...1928 y 1929, op. cit., pp. 577 y 780.
28. En cuanto a las exportaciones de bovino y carnero congelado y de bovino enfriado, ver El
comercio exterior... en el trienio 1918-1920, op. cit., pp. 620 y 621; y Anuario...1921, 1922 y
1923, op. cit., volumen II, pp. 646-647, respectivamente.
29. Sobre exportaciones de bovino y carnero congelado y de bovino enfriado, ver Anuario...
1924, op. cit., pp. 503 y 615; Anuario...año 1926, op. cit., pp. 479 y 622; Anuario...1928 y
1929, op. cit., pp. 570, 571 y 780.
30. D.R. Sweet, op. cit., p. 69 y H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 67.
31. De acuerdo con Horacio Giberti, en la segunda guerra de las carnes, los porcentajes de
participación obtenidos por los frigoríficos norteamericanos e ingleses fueron respectivamente de
58,50% y 29,64%; con la culminación de la tercera guerra de las carnes, los norteamericanos
elevaron su cuota a 69,901% y los británicos la rebajaron a 20,099%. Consultar al respecto H.
Giberti, op. cit., pp. 200-201. Vale advertir que los porcentajes de Ortiz y Smith difieren de los de
Giberti. Ortiz señala para 1927 un porcentaje de 60,901% de los embarques de carnes para el
grupo de frigoríficos norteamericanos y de 29,099% para el británico, convalidando, aunque no
con las mismas cifras de Giberti, las tendencias de ascenso de la participación de los frigoríficos
norteamericanos (de 58,5% en 1915 a 60,901% en 1927) y retracción de los británicos (de
29,64% en 1915 a 29,099% en 1927) en el comercio argentino de carnes. En cambio, Smith, si
bien arranca de los mismos porcentajes de Ortiz y Giberti para el fin de la segunda guerra de las
carnes en 1915 (58,5% para los norteamericanos y 29,64% para los británicos), señala para el
fin de la tercera guerra en 1927, los porcentajes de 54,9% para los norteamericanos y de 35,1%
para los británicos en 1927. Estos porcentajes de Smith, menores que los presentados por
Giberti y Ortiz, contradicen la tendencia señalada por los dos últimos, pues no habría un avance
norteamericano al precio de la retracción de los frigoríficos británicos y argentinos. Mas bien, las
cifras de Smith señalan que el fin de la tercera guerra de las carnes en 1927 representó el triunfo
de los grandes frigoríficos (los norteamericanos Swift y Armour y el británico Vestey) a expensas
de las pequeñas firmas (argentinas y extranjeras, como el caso de las británicas English &
Dutch, que debió cerrar sus puertas y The River Plate, British & Continental, que disminuyó sus
embarques a casi cero. Ver al respecto R.M. Ortiz, op. cit., tomo II, pp. 27-29 y P.H. Smith, op.
cit., pp. 73 y 112.
32. P.H. Smith, op. cit., p. 117.
33. The Producer, vol. II, Nº 1 (June 1920), 32 y Nº 5, (October 1920), 27; Record Group 166, Office
of Foreign Agricultural Relations, file “Argentina-Livestock- 1918-1929”, extracto del “Annual
Report on Commerce and Industries for 1921”, por W. Henry Robertson, cónsul general, Buenos
Aires, octubre 12, 1922; loc. cit., “U.S. Exports of Cattle to Argentina Increasing”, por Brice M.
Mace, Trade Commissioner, abril 1926; file “Argentina-Dairy Products-1918-1929”, “A Brief
Review of the Dairy Industry”, by D.S. Bullock, Livestock Commissioner, (1921); loc. cit., “The
Dairy Industry in Argentina”, by Harvey S. Gerry, Vice Consul, Buenos Aires, March 4, 1926,
fuentes citadas en D.R. Sweet, op. cit., pp. 84-85.
34. Ver, respecto del impacto de la depresión europea de los años 1920 a 1922 en las economías
argentina y norteamericana, los trabajos de P.H. Smith, op. cit., pp. 85-86 y D.R. Sweet, op. cit.,
pp. 74-75.
35. U.S., Statutes at Large, XLII, 9, cit. en D.R. Sweet, op. cit., p. 78; H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p.
66.
36. U.S., Statutes at Large, XLII, Part 1, (April 1921-March 1923); Emergency Tariff Act, May 27,
1921, and Tariff Act of 1922 (Fordney-McCumber Tariff), September 21, 1922, 858; Murray R.
Benedict, Farm Policies of the United States, 1790-1950, New York, The Twentieth Century
230
Fund, 1953, pp. 183-185; James Shideler, Farm Crisis 1919-1923, Berkeley and Los Angeles,
University of California Press, 1957, pp. 183-185, fuentes citadas en D.R. Sweet, op. cit., p. 78.
37. Consultar exportaciones de cueros lanares sucios y vacunos salados en El comercio exterior...
en el trienio 1918-1920, op. cit., pp. 624 y 625; y Anuario...1921, 1922 y 1923, op. cit., volumen
II, pp. 650-651, respectivamente.
38. Declaraciones de Luis Duhau, presidente de la Sociedad Rural Argentina, reproducidas en el
periódico neoyorquino The New York Times, May 5, 1927, p. 5, cit. en D.R. Sweet, op. cit., p. 39.
39. D.R. Sweet, op. cit., pp. 39-40. También H.F. Peterson, op. cit., vol. II, pp. 66-67.
40. La Argentina no había tenido aftosa en sus planteles ganaderos hasta las décadas de 1860 y
1870, cuando el virus llegó probablemente acompañando ganado en pie proveniente de Europa.
Como las autoridades no adoptaron ninguna medida para frenar el avance del contagio, el virus
se expandió durante los años de la Primera Guerra Mundial. A los animales infectados se los
ponía en cuarentena en vez de sacrificarlos y algunos de ellos eran enviados a los frigoríficos
para ser vendidos al exterior. Para un examen detallado de este tema, consultar D.R. Sweet, op.
cit., pp. 87-94 y 136-137. También H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 67.
41. Respecto de las diferentes actitudes de las autoridades norteamericanas y británicas frente al
problema de la aftosa en las carnes argentinas, consultar los trabajos de Arturo O´Connell, “La
fiebre aftosa, el embargo sanitario norteamericano contra las importaciones de carne y el
triángulo Argentina-Gran Bretaña-Estados Unidos en el período entre las dos guerras
mundiales”, en revista Desarrollo Económico, volumen 26, Nº 101, Buenos Aires, abril-junio de
1986, especialmente pp. 20, 32, y 48-49; R. García Heras, op. cit., pp. 6, 7, 32 y 33; C.E.
Solberg, op. cit., pp. 175-176 y H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 69.
42. Dispatch Nº 75 of November 16, 1927, from Bliss. National Archives, Record Group 59,
DF635.1111/5, cit. en J. Ferrer Jr., op. cit., p. 198.
43. Dispatch 497 of March 14, 1929, from White. National Archives, Record Group 59, DF
611.353/17; Dispatch 75 of November 16, 1927, from Bliss, National Archives, Record Group 59,
DF 635.1111/5; y Alejandro E. Bunge, La economía argentina, 4 vols., Buenos Aires, 1928-30, I,
188, fuentes citadas en J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 198-199.
44. Ibid., pp. 130-131.
45. Dispatch Nº 2235 of June 20, 1921, from Robertson. National Archives, Record Group 59
DF635.1112/30; Memorandum of October 5, 1921, by Philip S. Smith of the Bureau of Foreign
and Domestic Commerce to the Director. National Archives, Record Group 151, Indexed File Nº
601.2-Argentina, fuentes citadas en ibid., pp. 133-134.
46. Ibid., pp. 178-179.
47. Ibid., p. 171.
48. Entre 1924 y 1933 se instalaron 23 sucursales de empresas industriales norteamericanas en la
Argentina. D. Rock, op. cit., p. 257; V. Vázquez Presedo, Crisis y retraso..., op. cit., pp. 154-155 y
H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 64.
49. H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 64.
50. En 1885 la compañía norteamericana Central & South American Telegraph Company, que contó
con el auxilio del ministro en Buenos Aires general Osborn, obtuvo una concesión del gobierno
argentino para colocar un cable telegráfico que uniese la costa de Brasil con Buenos Aires,
concesión ésta que fue posteriormente anulada por las autoridades argentinas. En agosto de
1918, éstas concedieron a la firma telegráfica norteamericana la posibilidad de colocar cables
entre Buenos Aires y Montevideo. Ver al respecto FRUS, 1918, Argentina. Cable-Landing
Concessions granted by Argentina to the Central & South American Telegraph Co. (an American
company), File Nº 835.73/66, The President of the Central & South Telegraph Co. (James A.
Scrymser) to the Secretary of State, (Memorandum-Extracts), New York, September 23, 1916,
pp.35-36; (Enclosure-Translation), Cable concession issued by the Department of the Interior of
Argentina to the Central & South American Telegraph Co., (concesión firmada por Julio Argentino
Roca y Benjamín Paz), Buenos Aires, June 22, 1885, pp. 36-37; The Secretary of State to the
Chargé in Argentina (De Billier), (Telegram-Extract), Washington, September 28, 1916, p. 37; File
Nº 835.73/69, The Chargé in Argentina (De Billier) to the Secretary of State, (Telegram), Buenos
Aires, October 6, 1916, p. 37; File Nº 835.73/70, The Chargé in Argentina (De Billier) to the
Secretary of State, (Extract), Nº 288, Buenos Aires, October 9, 1916, pp. 37-38; File Nº
835.73/71, The Ambassador in Argentina (Stimson) to the Secretary of State, Nº 324, Buenos
Aires, February 9, 1917, pp. 38-39; File Nº 835.73/72, The Vice President of the Central & South
American Telegraph Co. (John L. Merrill) to the Secretary of State, New York, March 23, 1918,
pp. 39-40; File Nº 835.73/71, The Secretary of State to the Ambassador in Argentina (Stimson),
(Telegram), Washington, March 29, 1918, p. 41; File Nº 835.73/63, The Secretary of State to the
Ambassador in Argentina (Stimson), (Telegram), Washington, March 29, 1918, p. 41; File Nº
885.73/73, The Ambassador in Argentina (Stimson) to the Secretary of State, (Telegram),
Buenos Aires, April 2, 1918, pp. 41-42; File Nº 835.73/75, The Ambassador in Argentina
(Stimson) to the Secretary of State, (Telegram), Buenos Aires, April 9, 1918, p. 42; File Nº
835.73/77, The Ambassador in Argentina (Stimson) to the Secretary of State, (Telegram),
231
Buenos Aires, April 10, 1918, p. 43; File Nº 835.73/78, The Ambassador in Argentina (Stimson) to
the Secretary of State, (Telegram), Buenos Aires, April 12, 1918, p. 43; File Nº 835.73/81, The
Chargé in Argentina (Robbins) to the Secretary of State, (Telegram), Buenos Aires, August 10,
1918, p. 43; y File Nº 835.73/83, The Ambassador in Argentina (Stimson) to the Secretary of
State, (Telegram), Buenos Aires, October 28, 1918, p. 44; y FRUS, 1919, Volume I, Concession
to the Central & South American Telegraph Co. for a cable connecting Buenos Aires and
Montevideo; Protests by the Western Telegraph Co.; Autorization to open Service, December 18,
1919. (Enclosure-Translation): Decree of December 18, 1919, Authorizing the Operation of the
Cable of the Central & South American Telegraph Co. From Buenos Aires to Montevideo, articles
1 to 4, firmados por Irigoyen (sic) y R. Gómez, pp. 182-183.
51. Ver, respecto de las protestas de la firma británica Western Telegraph Co. contra la concesión
otorgada a la compañía norteamericana Central & South American Telegraph Co. para la
construcción de un cable telegráfico entre Buenos Aires y Montevideo, los documentos citados
en FRUS, 1919, Volume I, Concession to the Central & South American Telegraph Co. for a
Cable Connecting Buenos Aires and Montevideo; Protests by the Western Telegraph Co.;
Authorization to Open Service, December 18, 1919, 835.73/75: Telegram, The Ambassador in
Argentina (Stimson) to the Acting Secretary of State, Buenos Aires, December 10, 1918, p. 172;
835.73 /85: Telegram, The Acting Secretary of State to the Ambassador in Argentina (Stimson),
Washington, January 14, 1919, p. 173; 835.73/88: Telegram, The Ambassador in Argentina
(Stimson) to the Acting Secretary of State, Buenos Aires, January 18, 1919, p. 173; 835.73/96:
Telegram, The Ambassador in Argentina (Stimson) to the Acting Secretary of State, Buenos
Aires, April 16, 1919, p. 174; 835.73/99: Telegram, The Chargé in Argentina (Welles) to the
Acting Secretary of State, Buenos Aires, July 22, 1919, p. 174; 835.73/103: Telegram, The
Chargé in Argentina (Welles) to the Secretary of State, Buenos Aires, August 23, 1919, pp. 174-
175; 835.73/107, Report of the Consul General at Buenos Aires (Robertson), Buenos Aires,
August 30, 1919, p. 175; Executive Decree of July 21, 1919, regarding Concession for Cable
from Buenos Aires to Montevideo, Buenos Aires, July 21, 1919, pp. 175-178; 835.73/111, The
President of the Central & South American Telegraph Co. (Merrill) to the Secretary of State, New
York, December 5, 1919, pp. 178-180; 835.73/108: Telegram, The Ambassador in Argentina
(Stimson) to the Secretary of State, Buenos Aires, December 16, 1919, p. 181; 835.73/113, The
Ambassador in Argentina (Stimson) to the Secretary of State, Nº 1040, Buenos Aires, January
19, 1920, pp. 181-182; Enclosure-Translation: Executive Decree of December 18, 1919,
Authorizing the Operation of the Cable of the Central & South American Telegraph Co. from
Buenos Aires to Montevideo, pp. 182-183, y 835.73/112: Telegram, The Ambassador in
Argentina (Stimson) to the Secretary of State ad interim, Buenos Aires, February 21, 1920, p.
183.
52. Respecto de la concesión de una línea de cable directo desde Buenos Aires a Brasil a la
compañía norteamericana All America Cables (ex Central and South American Telegraph
Company) en noviembre de 1921, ver los documentos citados en FRUS, 1921, Volume I,
Argentina, Confirmation to the All America Cables, Incorporated, of the concession of 1885 for a
direct cable from Buenos Aires to Brazil, 835.73/123, The Secretary of State to the Chargé in
Argentina (White), Nº 639, Washington, May 5, 1921, pp. 263-264; 835.73/132, The Chargé in
Argentina (White) to the Secretary of State, Nº 1796, Buenos Aires, December 29, 1921, pp. 264-
265; (Enclosure-Translation): Draft Executive Decree of November 16, 1921, Recognizing the
Validity of the Decree of June 22, 1885, p. 265.
53. Dispatch Nº 91 of May 29, 1929, from Messersmith, National Archives, Record Group 59,
DF635.4117/37, cit. en J. Ferrer Jr., op. cit., p. 213.
54. Ibid., p. 214.
55. Las políticas petroleras de los gobiernos argentinos entre 1916 y 1930 están tratadas en varios
trabajos: el citado libro de C.E. Solberg, Petróleo y nacionalismo en la Argentina, op. cit.; el
trabajo de Carlos A. Mayo, Osvaldo Andino y Fernando García Molina, La diplomacia del
petróleo (1916-1930), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983, pp. 10-174; la tesis
doctoral de James Buchanan, Politics and Petroleum Development in Argentina, 1916-1930,
también citada, pp. 1-309, y el artículo de Marcos Kaplan, “Política del petróleo en la primera
presidencia de Hipólito Yrigoyen (1916-1922)”, en Desarrollo Económico, volumen 12, Nº 45,
Buenos Aires, abril-junio de 1972, pp. 3-24.
56. C.E. Solberg, op. cit., pp. 102-106; H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 62 y J. Ferrer Jr., op. cit., pp.
168.
57. C.E. Solberg, op. cit., pp. 107-108.
58. Ibid., pp. 118-122.
59. J. Ferrer Jr., op. cit., pp. 169-170.
60. Ibid., pp. 205-206.
61. Ibid., p. 205.
62. D.M.K. Sheinin, op. cit., pp. 237-239.
232
63. Nº 1876, Hacherly to Secretary of State, 30 August 1920, 810.51a /276; Nº 1005, Stimson to
Secretary of State, 28 November 1919, 810.51a /205, General Records of the Department of
State, Record Group 59, National Archives; “Argentine Public Opinion: The American
Representatives at the Financial Conference”, Buenos Aires Herald, 28 January 1920; “Argentine
Public Opinion: Prophets Abroad”, Buenos Aires Herald, 1 February 1920, fuentes citadas en
D.M.K. Sheinin, op. cit., pp. 240-241.
233
Capítulo 51
Las relaciones económicas con Estados Unidos
en el período 1930-1943
• El legado de la crisis
La Depresión mundial de 1929 dejó su impronta en la economía
exportadora argentina. Ya antes del colapso de la Bolsa en Wall Street
habían aparecido síntomas de decaimiento de la prosperidad económica
que caracterizó al gobierno de Marcelo T. de Alvear (1922-1928). Por
consiguiente, los años del segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen (1928-
1930) estuvieron signados por un reemplazo del crecimiento, la
especulación y la sobre-expansión por la deflación, el retraimiento en las
operaciones y el déficit en la balanza de pagos. Hacia 1929 la declinación
de las exportaciones, combinada con una reducida afluencia de nuevos
capitales y las fuertes exportaciones de oro, abultaron la deuda nacional y
desorganizaron el tesoro público. Asimismo, el peso cayó en los mercados
cambiarios, aumentó la desocupación y dejaron de pagarse sueldos y
salarios.
Esta tendencia negativa continuó durante 1930, año en el que los
precios mundiales de los productos agrícolas y ganaderos comenzaron a
bajar en forma desastrosa y las exportaciones argentinas cayeron al más
bajo nivel anual desde la Primera Guerra Mundial. (1) El valor de las
exportaciones argentinas hacia Estados Unidos cayó desde 93.558.000
pesos oro en 1929 a 59.448.000 pesos oro en 1930, llegando a su punto
más bajo en 1932, con un valor de 19.265.000 pesos oro. Durante el resto
de la década el valor de las exportaciones aumentó, llegando a un pico en
1937, con un valor de 129.741.000 pesos oro. (2)
Durante la década de 1930 el comercio anual bilateral no se aproximó a
las importantes sumas de los años 1927-1929; sólo en 1937, a causa de la
sequía de la zona norteamericana del maíz, dicho intercambio excedió las
cifras del período 1921-1926. Si se exceptúan los años comprendidos
entre 1935 y 1937, en que los cereales argentinos cubrieron el déficit de
producción de los sembrados norteamericanos, la Argentina exportó
mucho menos al mercado norteamericano de lo que importó, generando
déficits en su balanza comercial con Estados Unidos. En 1932, 1934 y
1938 el valor de las importaciones duplicó al de las exportaciones. Salvo
los citados años de 1935 a 1937, se produjeron recurrentes déficits en la
balanza comercial para la Argentina hasta 1941, momento en que esta
tendencia se revirtió. (3)
Otro dato relevante del comercio argentino-norteamericano durante la
década de 1930 fue la pérdida de la posición que Estados Unidos había
conquistado a partir de los años de la Primera Guerra como principal
abastecedor de productos manufacturados para el mercado argentino a
234
expensas de Gran Bretaña. Luego de haber abastecido aproximadamente
un cuarto del total de las importaciones anuales argentinas entre 1925 y
1929, su participación se redujo a la mitad entre 1934 y 1938, mientras que
la parte de Inglaterra ascendió hasta retomar el primer lugar en las
importaciones argentinas a partir de 1931. (4)
Uno de los obstáculos en las relaciones comerciales argentino-
norteamericanas fue la continuidad del problema de las tarifas aduaneras.
Este tema había sido un elemento de fricción entre la administración
republicana norteamericana y el segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen. A
la serie de medidas sanitarias adoptadas por el Departamento de
Agricultura norteamericano en 1926 durante la gestión de Alvear sobre la
alfalfa, fruta y carne congelada y enfriada argentinas, (5) se añadieron
otras de corte proteccionista como la aprobación de la Ley de Aduanas
Smoot-Hawley en junio de 1930. Esta ley eliminó los cueros de la lista de
artículos exentos de impuestos y aumentó los gravámenes que pesaban
sobre la carne, la semilla de lino, el maíz y la lana, factores que
complicaron la ya deteriorada posición interna del gobierno de Yrigoyen.
(6) En el caso de las exportaciones argentinas de alfalfa, la tarifa Smoot-
Hawley de 1930 (8 centavos por libra de alfalfa) duplicó el gravamen
respecto de la tarifa vigente en 1922 (4 centavos por libra), y ello provocó
la virtual desaparición de las exportaciones de alfalfa argentina hacia el
mercado norteamericano en la década de 1930. (7)
Los efectos de las tarifas de 1930, combinados con los provocados por
las tarifas de la década de 1920, fueron tales que en 1940, un año antes
de que la Argentina y Estados Unidos firmaran su acuerdo comercial, entre
las 2/3 y las 3/4 partes de las importaciones norteamericanas
provenientes de la Argentina estaban aranceladas. (8) El incremento de
los derechos aduaneros dispuesto por las tarifas Hawley-Smoot jugó por
cierto un rol crucial en la reducción de las exportaciones argentinas al
mercado norteamericano en la década de 1930. Esta tendencia negativa
se puede comprobar examinando sólo algunos de los rubros de
exportación más importantes de la Argentina hacia Estados Unidos.
En términos de volumen, las exportaciones argentinas de trigo hacia el
mercado norteamericano cayeron de 3668 toneladas en 1930 a tan sólo
731 toneladas en 1932. Las de maíz, de 35.938 toneladas a 3684
toneladas en los mismos años. Las de lino, de 284.597 toneladas a
181.589 toneladas. En términos de valor, las exportaciones argentinas de
trigo hacia Estados Unidos cayeron de 127.086 pesos oro en 1930 a
22.060 pesos oro en 1932. Las de maíz declinaron de 819.679 pesos oro a
72.743 pesos oro. Por su parte, las exportaciones de lino registraron en
1930 un valor de 23.629.749 pesos oro frente a los 42.397.650 pesos oro
del año anterior. En 1931 cayeron a 15.787.108 pesos oro, y al año
siguiente a casi la mitad, 7.354.023 pesos oro. (9)
A su vez, según la misma fuente, el valor de las exportaciones de
cueros vacunos salados cayó de 17.426.149 pesos oro en 1929 a
11.223.321 pesos oro en 1930, 6.384.754 en 1931 y 3.295.826 pesos oro
235
en 1932. Los cueros lanares registraron la misma tendencia descendente:
los cueros lanares pelados cayeron de 1.541.390 pesos oro en 1930 a
687.586 pesos oro en 1932, y los cueros lanares sucios pasaron de un
valor de 94.072 pesos oro en 1930 a uno de 52.517 pesos oro en 1932.
Asimismo, la exportación de carne conservada pasó de un volumen de
13.011 toneladas en 1930 a 4.816 toneladas en 1932, lo que significó
pasar de un valor de 3.367.361 pesos oro a 509.168 pesos oro en los
mencionados años.
Aunque el grueso de las controversias comerciales entre la Argentina y
Estados Unidos se centró en la cuestión de la aftosa en la carne, el
principal rubro de exportación argentino en términos de su importancia en
el mercado norteamericano fue la semilla de lino, que constituyó entre 25 y
40% del comercio argentino con Estados Unidos en las décadas de 1920 y
1930. (10)
Los medios de prensa argentinos reaccionaron con fuerte hostilidad a
las drásticas medidas proteccionistas adoptadas por las autoridades
norteamericanas en las décadas de 1920 y 1930, percibiéndolas como
económicamente discriminatorias e ignorando sus razones sanitarias.
Incluso la Sociedad Rural amenazó con posibles represalias al cónsul
general norteamericano. (11) Este creciente descontento, exacerbado
además por los efectos de la crisis mundial de 1929, fue uno de los
factores que abonaron el terreno para la intervención militar, que se
concretó en septiembre de 1930, derrocando al presidente Yrigoyen.
El gobierno del general José Félix Uriburu (1930-1932) adoptó una serie
de medidas arancelarias que, procurando revertir la aguda declinación del
comercio exterior argentino, resultaron funcionales con el sentimiento
antinorteamericano imperante en la opinión pública y los medios de
prensa. En febrero de 1931, el gobierno decretó extensos aumentos de
tarifas a una variedad de exportaciones norteamericanas. (12)
El intercambio bilateral, afectado en gran medida por las mutuas
barreras arancelarias, llegó a su punto más bajo en 1932, cuando su valor
representó apenas la séptima parte del alcanzado en 1929, siendo
además el más bajo registrado desde 1908. Estados Unidos, que había
participado en las importaciones argentinas con un promedio porcentual de
20% durante la década de 1920, llegó en 1932 a un porcentaje de apenas
13,5%. Por el lado de la Argentina, mientras en 1930 proveía 32% de las
importaciones norteamericanas de cueros y pieles, su participación cayó a
11% en 1932. En el caso de las semillas de lino, la participación argentina
cayó de 25% en 1930 a 11% en 1932 y en el de las lanas, de 10% a 4%
para los mismos años. El comercio bilateral comenzó a reactivarse en
1933 y ascendió en forma irregular hasta 1940. Excepto para los años
1935-1937, en los que se registraron importantes cantidades de maíz
argentino importadas por el mercado norteamericano para suplir la merma
en la producción de este último por sequía, la Argentina no tuvo superávits
comerciales con Estados Unidos hasta 1941. De 1941 a 1945 la tendencia
se revirtió. (13)
236
Ahora bien, el problema comercial más serio entre los dos países en
términos de sus efectos negativos sobre la relación bilateral fue la
controversia desatada respecto de la aftosa en la carne argentina. Las
autoridades y medios de prensa argentinos interpretaron la prohibición
sanitaria en la carne como una medida discriminatoria motivada por los
intereses económicos de los productores o farmers norteamericanos.
Sweet sostiene que un profundo examen de los aspectos económicos
de este problema revela que, al menos inicialmente, las exportaciones
argentinas de carne a Estados Unidos tuvieron poca importancia para
ambas partes. En 1926, un año antes de la imposición de la prohibición
sanitaria, la Argentina embarcó hacia Estados Unidos sólo 1.488.089 libras
de carne, frente a un volumen total de 16.213.430 correspondiente a las
importaciones norteamericanas de carne en aquel año. El aporte argentino
equivalía a menos de 1% de las exportaciones argentinas de carne
refrigerada en 1926. (14)
Además, el motivo del Bureau of Animal Industry de enviar la orden de
embargo sanitario a la Argentina en septiembre de 1926, medida
incorporada como Sección 306 (a) de la Ley Hawley-Smoot de 1930, no
tuvo un carácter discriminatorio como sostenían el gobierno, los ganaderos
y los medios de prensa argentinos. Obedeció a razones básicamente
sanitarias, destinadas a proteger el ganado norteamericano de la aftosa
proveniente, entre otras regiones, de la región pampeana, principal región
productora de ganado en la Argentina. La concentración de los medios de
prensa, revistas especializadas y autoridades argentinas en las razones
económicas de la prohibición sanitaria norteamericana fue resultado del
fracaso del Bureau of Animal Industry y del Departamento de Agricultura
en su conjunto de explicar adecuadamente y aclarar las razones sanitarias
que llevaban a tan drástica medida, lo cual afectó el orgullo de los
productores y del gobierno argentinos. (15)
Tanto O'Connell como Sweet sostienen las razones sanitarias de base
científica para la aplicación del embargo, aunque éste a su vez favoreciese
también los intereses proteccionistas de los farmers. Ambos autores
señalan la dificultad de controlar la infección, como consecuencia de: a) el
carácter altamente contagioso de la aftosa; b) la brevedad del período de
inmunidad posterior a la infección (sólo dura unos pocos meses, tras los
cuales el mismo ejemplar puede volver a contraer la enfermedad) y c) la
extraordinaria supervivencia del virus aun fuera del animal enfermo. (16)
Asimismo, Sweet y O'Connell coinciden en señalar que los gobiernos
británico y norteamericano tomaron actitudes diferentes en cuanto a
adoptar o no medidas sanitarias contra la carne importada, vinculadas a su
grado de dependencia de este producto. El gobierno británico, fuertemente
dependiente del suministro de carnes argentinas, se negó a poner en
práctica el embargo que adoptaron las autoridades norteamericanas. Ello
se debió al temor del gobierno británico a los efectos de un embargo de
carnes sobre el costo de vida de los sectores populares. En cambio, las
autoridades norteamericanas, temerosas de los efectos de la aftosa
237
importada sobre sus planteles, cortó por lo sano y adoptó el embargo
sanitario. Además, Estados Unidos no dependía de la carne argentina en
la medida que lo hacía Gran Bretaña.
La diferencia de actitudes de los gobiernos británico y norteamericano
respecto de la cuestión de la aftosa impulsó una actitud crecientemente
filo-británica y anti-norteamericana en la opinión pública y los ganaderos
de la Argentina, (17) que se reflejó a su vez en el comportamiento
abiertamente confrontacionista que adoptaron en las décadas de 1930 y
1940 algunos sectores de la clase política argentina hacia los intentos
panamericanistas norteamericanos.
Por otra parte, uno de los más serios puntos de divergencia en la
agenda comercial entre la Argentina y Estados Unidos fue la aplicación de
la sección 306 parágrafo (a) de la Tarifa Hawley-Smoot del 18 de junio de
1930, que prohibía la importación de carne refrigerada de
cualquier país que tuviese brotes de aftosa, tal como era el caso de
Argentina. Esta disposición reemplazó la Orden 298 del Bureau of Animal
Industry (BAI) del Departamento de Agricultura del 17 de septiembre de
1926, que prohibía la importación de carne refrigerada proveniente de
cualquier región que tuviese aftosa.
Las autoridades argentinas insistieron en que la nueva restricción, al
abarcar países y no regiones, discriminaba injustamente contra sus carnes
refrigeradas, sobre todo en perjuicio de las provenientes de la Patagonia,
región que, a diferencia de la pampeana, no tenía ganado infectado con
aftosa. Así, mientras el Departamento de Agricultura norteamericano (por
decisión sobre todo de su Bureau of Animal Industry) interpretó región
como un concepto que incluía al país entero, las autoridades argentinas y
el Departamento de Estado norteamericano favorecieron la interpretación
de región como concepto diferenciado de país, con lo cual exoneraban del
alcance de la Sección 306 a la región patagónica. (18)
El primer intento del gobierno argentino por revocar los negativos
efectos de la sección 306 de la Tarifa Hawley-Smoot de 1930 fue
protagonizado por el embajador argentino en Londres Manuel Malbrán,
quien envió un memorándum al secretario de Estado norteamericano
Henry Stimson en junio de 1931. El memorándum sostenía que la palabra
país en esta sección debía ser interpretada en un sentido geográfico, más
que político, en relación a la región del sur argentino conocida con el
nombre de Patagonia, por lo cual solicitaba al gobierno norteamericano
que volviese a aplicar el concepto de región que tenía la Orden 298
del Bureau of Animal Industry de septiembre de 1926. Esta última
interpretación capacitaba a los ganaderos argentinos a exportar carne
ovina congelada proveniente de la región patagónica a Estados Unidos.
(19)
Pero las autoridades argentinas complicaron la controversia sobre la
carne al utilizar el término Patagonia en forma muy poco clara. La mayoría
de la gente, incluyendo a las autoridades argentinas y norteamericanas,
usualmente utilizaban el término para referirse sólo a los territorios de
238
Tierra del Fuego, Santa Cruz y algunas veces Chubut, pero no a la región
entera, que se extiende al sur del Río Colorado hasta Tierra del Fuego. El
uso preciso del término Patagonia fue un factor relevante en la
controversia, ya que mientras el sur de la región patagónica -es decir,
Tierra del Fuego y Santa Cruz- estaba aislado de la región pampeana y,
por ende, de la posibilidad de contagio de la aftosa, la parte norte de dicha
región -Neuquén y Río Negro-, limítrofe con la región pampeana, tenía
brotes de aftosa admitidos por las propias autoridades argentinas.
Así, aunque el memorándum del 18 de junio de 1931 enviado por el
embajador Malbrán al secretario de Estado norteamericano Henry Stimson
mencionaba el término Patagonia, en realidad se estaba refiriendo sólo a
los territorios de Santa Cruz y Tierra del Fuego, como lugares de
procesamiento de carne ovina congelada libres de aftosa. El memo
concluía con el ofrecimiento de la firma de un certificado sanitario
suplementario por parte de las autoridades argentinas que, acompañando
las exportaciones de carne ovina provenientes de Tierra del Fuego y Santa
Cruz, pudiera atestiguar las excelentes condiciones sanitarias de ésta.
Este certificado sanitario sería del mismo tipo que el acordado por las
autoridades argentinas y norteamericanas en 1927 pero que no había sido
utilizado. (20)
Es importante tener en cuenta que, entre 1931 y 1933, los territorios de
Santa Cruz y Tierra del Fuego aportaron cerca de 20% del total de las
exportaciones de ovinos, principalmente destinados al mercado británico.
Los porcentajes fueron de 14,3% en 1931; 21,3% en 1932 y 18,9% en
1933. Debido a la limitada capacidad de producción en Santa Cruz y Tierra
del Fuego (así como del resto de la región patagónica), la Argentina no
pudo desarrollar un mercado beneficioso para sus ovinos en Estados
Unidos. Aunque las autoridades argentinas procuraron de las
estadounidenses la aprobación para exportar sólo carne ovina congelada,
de todos modos la pequeña industria ganadera de Santa Cruz y Tierra del
Fuego restringía las posibilidades exportadoras.
Si bien el consejero legal del Departamento de Estado norteamericano
Flournoy rechazó el pedido argentino, sostuvo que el Departamento de
Agricultura de Estados Unidos o el fiscal general elaborarían una
resolución final respecto de la definición del término "país". El embajador
argentino en Washington, Felipe Espil, no se dio por vencido y envió al
Departamento de Agricultura norteamericano un informe donde los
funcionarios sanitarios argentinos atestiguaban que Santa Cruz y Tierra del
Fuego estaban libres de aftas. (21)
El pedido argentino contó con el respaldo del secretario de Estado
norteamericano Henry Stimson, quien en una carta de octubre de 1931
dirigida al secretario de Agricultura Hyde sostuvo que el término "país" no
necesariamente se refería a la extensión íntegra de un "Estado" en el
sentido político y que el pedido del embajador argentino debía recibir una
consideración favorable. (22)
No obstante, el reclamo de Espil chocó con la oposición del
239
Departamento de Agricultura. Hyde sostuvo que la Sección 306 (a)
prohibía en forma absoluta la importación de carnes enfriadas y
congeladas de cualquier parte de un país que estuviese infectado por
aftosa. Sostuvo también que la palabra "país" no permitía una
interpretación geográfica. El secretario de Agricultura señaló, además, que
por más eficiente que fuera la regulación sanitaria efectuada por las
autoridades argentinas, la aftosa podría escapar a la inspección. La razón
más importante del rechazo de los miembros del Bureau of Animal
Industry del Departamento de Agricultura norteamericano a la propuesta
argentina fue su temor a que otros países imitaran el ejemplo argentino y
procuraran excepciones a la aplicación de la polémica sección 306. La
opción de acceder al pedido argentino hubiera embarcado a los
funcionarios del Bureau en la complicada tarea de detectar la aftosa en las
carnes importadas; en este sentido, la exclusión total hacía más fácil y
efectivo el esfuerzo de regulación sanitaria. (23)
La prensa argentina dio su opinión acerca de la actitud
norteamericana. La Prensa atacó en forma continua la prohibición de las
carnes argentinas, cuestionando las premisas científicas en las cuales
estaba basada y asegurando que esta medida estaba motivada más en
razones económicas que sanitarias. Por otro lado, La Nación reconoció
que las autoridades sanitarias norteamericanas consideraban la aftosa
como un serio problema y remarcó que en oportunidades anteriores los
brotes de la enfermedad en Estados Unidos habían sido resueltos a través
de la matanza de todos los animales sospechosos de tener el virus. (24)
Consciente de las críticas al embargo norteamericano, la embajada de
Estados Unidos en la Argentina solicitó a las autoridades norteamericanas
un informe explicativo acerca de las razones científicas del embargo sobre
las carnes refrigeradas argentinas. Sin embargo, no existe evidencia de
que las autoridades de la Casa Blanca hayan respondido a este pedido del
embajador norteamericano. Este factor, sumado a la presión ejercida en
contra de la posición norteamericana por parte de medios locales como el
influyente La Prensa, contribuyó a convencer a los argentinos de que la
posición norteamericana no era científicamente válida. (25)
Por otro lado, la posición del Bureau of Animal Industry respecto de que
el término "país" de la Sección 306 fuese estrictamente interpretado no
pudo sostenerse en ocasión de la IV Conferencia Comercial Panamericana
celebrada en Washington en octubre de 1931. En dicha conferencia, la
delegación argentina presentó un memorándum preparado por la Cámara
de Comercio de Buenos Aires cuyo contenido responsabilizaba a las “altas
barreras aduaneras” norteamericanas del estancamiento del comercio
internacional, y sostenía que Estados Unidos estaba empezando a sentir
los efectos de la depresión económica mundial provocada por estas
barreras. La propuesta de la delegación argentina, respaldada por las
delegaciones de Brasil, Chile y Uruguay, sostenía que la prohibición
sanitaria debía caer sólo sobre las carnes procedentes de las regiones
afectadas por la aftosa y no englobar al conjunto del país. Esta propuesta
240
fue finalmente aceptada al aprobarse una resolución que exigía una
interpretación “regional” en la aplicación de las restricciones sanitarias.
(26)
En noviembre de 1931, el embajador Espil insistió con un nuevo
memorándum a las autoridades norteamericanas en que las carnes ovinas
congeladas provenientes de Santa Cruz y Tierra del Fuego debían ser
admitidas por Estados Unidos pues estaban libres de aftosa, remitiendo
como prueba de su aserto un informe de las autoridades sanitarias
argentinas. Aseguraba además que las medidas sanitarias adoptadas
prevenían la exportación de aftosa y citaba los testimonios parlamentarios
durante las sesiones en que se había debatido la Ley de Tarifas de 1930
para probar que el embargo no estaba basado en razones científicas sino
económicas. También argumentaba que las cláusulas del Tratado
Sanitario firmado entre Estados Unidos y México en 1928 y ratificado en
1930 reconocían el concepto de "zonas" infectadas, e1 que podía ser
aplicado al caso de la Argentina. Finalmente, sugería la opción de que las
autoridades sanitarias norteamericanas visitaran Santa Cruz y Tierra del
Fuego con el fin de comprobar que la mencionada región patagónica
estaba libre de aftosa.
Los funcionarios del Bureau of Animal Industry del Departamento de
Agricultura y del Departamento de Estado norteamericanos discutieron las
propuestas del memorándum argentino, y aunque exploraron posibles
alternativas, no arribaron a un acuerdo. Mientras el Departamento de
Estado sugirió que el Bureau of Animal Industry enviara un funcionario
para inspeccionar las estancias de ovejas y frigoríficos en Santa Cruz y
Tierra del Fuego y así comprobar la existencia o no de aftosa, el
Departamento de Agricultura prefirió posponer una respuesta. (27)
Procurando obtener la aprobación del doctor Mohler, experto del Bureau
of Animal Industry, respecto de los métodos sanitarios utilizados para
combatir la aftosa, el gobierno argentino lo invitó a una conferencia sobre
refrigeración que tuvo lugar en agosto de 1932 en Buenos Aires. Las
autoridades argentinas planeaban ofrecer a Mohler una recorrida por las
estancias y frigoríficos, incluyendo los de Santa Cruz y Tierra del Fuego.
No obstante Mohler rechazó la invitación, pues no consideraba que su
visita pudiera resolver la controversia acerca de la prohibición
norteamericana. Por el contrario, sostuvo que la misma pondría mayor
énfasis a dicha controversia, lo cual sólo lograría empeorar las relaciones
entre la Argentina y Estados Unidos. (28) De este modo, fracasaron los
primeros esfuerzos provenientes tanto de las autoridades del gobierno
argentino como del Departamento de Estado por persuadir al Bureau of
Animal Industry del Departamento de Agricultura para admitir la carne de la
región patagónica.
A pesar de este inconveniente, la llegada del demócrata Franklin Delano
Roosevelt a la presidencia de Estados Unidos en 1933 hizo renacer las
esperanzas de las autoridades de Buenos Aires de cerrar un tratado
comercial con Washington. El embajador argentino en la capital
241
norteamericana, Felipe A. Espil, reabrió la cuestión de la carne en una nota
enviada al Departamento de Estado el 22 de junio de dicho año. En esta
ocasión, el Departamento de Estado, el secretario de Agricultura Henry
Wallace y su secretario asistente Tugwell apoyaron la admisión de la carne
patagónica, pero chocaron con la firme oposición del Bureau of Animal
Industry y del asesor legal del Departamento de Agricultura, con cuya
interpretación coincidió además el fiscal general. (29)
De esta manera, los intentos argentinos por cambiar la sección 306 (a)
de la Tarifa Smoot-Hawley fracasaron. También la posibilidad de cerrar un
tratado comercial con Estados Unidos. Ambos factores, sumados al error
de las autoridades norteamericanas de no explicar y publicitar claramente
que la aftosa era una enfermedad de rápida propagación y cuyo período
de incubación escapaba a los controles sanitarios, contribuyeron a
aumentar el resentimiento del gobierno y los medios de prensa argentinos
hacia Estados Unidos y, sobre todo, ayudó a que desde la Argentina se
percibiera erróneamente el embargo como una medida primordialmente
discriminatoria en términos comerciales. (30)
La cuestión de la Patagonia como un área libre de aftosa puso
al Bureau of Animal Industry en un dilema. Si bien las autoridades de éste
admitieron que la carne ovina refrigerada proveniente de los territorios de
Santa Cruz y Tierra del Fuego estaba libre de la enfermedad y su
producción podía ser exportada sin que el ganado norteamericano corriese
peligro de contagio, pesó el temor de la posibilidad remota de que la
aftosa ingresara por error. Además, las posibilidades de introducir aftosa
en la Patagonia aumentarían si los estancieros, con el fin de cubrir una
demanda en aumento, reforzaban sus planteles con ganado proveniente
del área pampeana -área que sí estaba infectada por aftosa- sin tomar las
suficientes medidas de precaución. (31)
Por su parte, el Departamento de Estado norteamericano era partidario
de aceptar la propuesta argentina de importar carne ovina proveniente de
Tierra del Fuego y Santa Cruz. Esta concesión, de haberse concretado,
habría tenido la ventaja de aliviar la carga de las quejas de los gobiernos
argentinos acerca de la motivación económica de la prohibición
norteamericana y, a la vez, habría reforzado los argumentos sanitarios de
la prohibición y posibilitado mantener las restricciones contra aquellas
regiones del mundo que tenían el virus. (32)
Pero los farmers ejercieron una poderosa presión a través del Bureau of
Animal Industry, con el fin de bloquear esta estrategia aperturista del
Presidente y del Departamento de Estado. Mientras tanto, los funcionarios
del Departamento de Estado encararon la difícil tarea de tratar de
mantener relaciones amistosas con la Argentina en un momento en que
ambas naciones, con economías competitivas, adoptaron políticas
económicas conflictivas para enfrentar los efectos de la Gran Depresión y
la crisis de 1929.
Las dificultades económicas que enfrentaron los farmers durante las
críticas décadas de 1920 y 1930, sumadas a su fuerza política y sus
242
apoyos en el Congreso y el Departamento de Agricultura, frustraron los
esfuerzos de la administración Roosevelt de extender su Política del Buen
Vecino a la Argentina. Abortaron también las expectativas de los gobiernos
de Justo y Ortiz de cerrar un tratado comercial con Washington que
permitiese acallar la oposición interna a Estados Unidos y las simpatías
internas por el Eje a partir del estallido de la Segunda Guerra. Hasta fines
de 1939 no se pudo negociar un tratado comercial con Estados Unidos
debido a la oposición de los farmers y sus apoyos políticos. En enero de
1940 fracasó un intento de negociación, que se renovó en 1941.
Finalmente, los gobiernos de la Argentina y Estados Unidos cerraron un
tratado comercial en octubre del último año. Pero como el problema
sanitario siguió sin resolverse, el tratado comercial resultó un logro
demasiado pobre para el grupo aliadófilo que circundaba al presidente
Roberto Ortiz, cercado internamente y finalmente jaqueado por los
sectores neutralistas.
El fracaso de los gobiernos de Uriburu, Justo y Ortiz en cerrar un tratado
comercial con Estados Unidos y resolver el problema sanitario en torno de
la carne fue un factor que, sumado al descontento interno por el Pacto
Roca-Runciman con Inglaterra y al crecimiento de la industria argentina
durante los años de la Depresión económica, aceleró la búsqueda de un
modelo de economía cerrada y estatista, libre de la interferencia del capital
extranjero. Esta tendencia se plasmó en la década de 1940 con el primer
gobierno peronista.
• NOTAS
1. Unión Panamericana, Argentina, Foreign Trade Series, Nº 87, 1931, p. 1, cit. por Harold F.
Peterson, La Argentina y los Estados Unidos, Volumen II, 1914-1960, Buenos Aires,
Hyspamérica, 1985, p. 73.
2. República Argentina, Dirección General de Estadística de la Nación, Anuarios del Comercio
Exterior, años 1927 a 1939, citados por Vicente Vázquez Presedo, Estadísticas históricas
argentinas II (comparadas), segunda parte 1914-1939, Buenos Aires, Macchi, 1976, pp. 224-225.
3. Según el Anuario del Comercio Exterior, que presenta los valores de exportaciones e
importaciones argentinas hacia y desde Estados Unidos en pesos moneda nacional, en 1932 el
valor de las exportaciones argentinas con destino al mercado norteamericano fue de 43.859.000
pesos moneda nacional, el de las importaciones más que duplicó el de las exportaciones,
arrojando una cifra de 112.656.000 pesos moneda nacional. En 1934, el valor de las
exportaciones argentinas, de 78.838.000 pesos moneda nacional, fue superado por el de las
importaciones, de 145.812.000 pesos moneda nacional. Y en 1938 el valor de las exportaciones
argentinas hacia Estados Unidos fue de 118.553.000 pesos moneda nacional, mientras que el de
las importaciones de origen norteamericano fue de 254.685.000 pesos moneda nacional. Dado
el mayor peso de las importaciones sobre las exportaciones, la balanza comercial fue
permanentemente deficitaria, salvo en los años 1935 a 1937. Ver al respecto República
Argentina, Dirección General de Estadística de la Nación, Anuarios del Comercio
Exterior correspondientes a los años 1940 y 1942, que presentan cuadros retrospectivos del
comercio exterior argentino entre 1910 y 1940 y entre 1910 y 1942, Buenos Aires, 1941 y 1943.
Por su parte, Harold Peterson, que maneja valores en miles de dólares, señala la misma
tendencia del comercio exterior: balanzas comerciales deficitarias para la Argentina a lo largo de
la década del 30 hasta 1941, con las excepciones de los años 1935 a 1937. H. Peterson, II, op.
cit., pp. 74 y 83; Raúl García Heras, “Argentina, Gran Bretaña y Estados Unidos, 1928-1930”,
Fundación para el estudio de los problemas argentinos, Buenos Aires, 1978, p. 17, quien cita a
Peterson.
4. Virgil Salera, Exchange Control and the Argentine Market, Nueva York, 1941, pp. 240-241, cit.
por H. Peterson, II, op. cit., pp. 74-75. Consultar también R. García Heras, op. cit., p. 17, quien
243
cita a Peterson; y Donald Boyd Easum, The British-Argentine-United States Triangle: A Case
Study in International Relations, Ph.D. dissertation, Princeton University, 1953, p. 80.
5. En 1926, el Bureau of Animal Industry (BAI) o División de la Industria Animal del Departamento
de Agricultura norteamericano adoptó una serie de medidas restrictivas sobre cuestiones
sanitarias que afectaron los intereses comerciales argentinos y fueron percibidas desde Buenos
Aires como medidas abiertamente discriminatorias. Estas medidas fueron, en abril de 1926, la
exigencia del Departamento de Agricultura, impulsada por el American Farm Bureau Federation,
respecto de la coloración de toda la semilla importada de alfalfa y trébol morado; en mayo del
mismo año, la prohibición, por parte del Bureau of Plant Quarantine, de las importaciones de uva
argentina a raíz del descubrimiento de un envío de uva blanca afectado por la “mosca
mediterránea”; y en septiembre, la prohibición de importar carne fresca o congelada de regiones
afectadas por la aftosa , medida esta última que afectó a la Argentina. Ver respecto de estas
medidas Dana Royden Sweet, A History of United States- Argentine Commercial Relations,
1918-1933: A Study of Competitive Farm Economies, Ph.D. dissertation, Syracuse University,
1972, pp. 88-94; y H. Peterson, II, op. cit., p. 67.
6. H. Peterson, II, op. cit., p. 75; R. García Heras, op. cit., p. 17.
7. D. R. Sweet, op. cit., p. 90.
8. D.B. Easum, op. cit., p. 162.
9. Ver República Argentina, Dirección General de Estadística de la Nación, Anuarios del Comercio
Exterior de la República Argentina, correspondientes a los años 1930 a 1932, Buenos Aires,
1930 a 1933.
10. D.R. Sweet, op. cit., p. 259.
11. J. C. White, encargado de negocios interino en la Argentina, al Secretario de Estado, 26 de junio,
y Messermith al Secretario de Estado, 3 de julio de 1930, National Archives (NA), Department of
State (DS), 611.003/2224, 2286, cit. por H. Peterson, op. cit., II, p. 75.
12. A. M. Warren, cónsul en Buenos Aires, al Secretario de Estado, 5 de marzo de 1931, RSC,
Department of State, 635.113 / 17, cit. en ibid., II, p. 76.
13. D.R. Sweet, op. cit., p. 193 y 195.
14. Ibid., pp. 259-260.
15. Ibid., pp. 262-263.
16. Arturo A. O'Connell, "La fiebre aftosa, el embargo sanitario norteamericano contra las
importaciones de carne y el triángulo Argentina-Gran Bretaña-Estados Unidos en el período
entre las dos guerras mundiales", Desarrollo Económico, volumen 26, Nº 101, Buenos Aires,
abril-junio 1986, p. 26.
17. Ibid., p. 49 y D.R. Sweet, op. cit., p. 263.
18. D.R. Sweet, op. cit., pp. 216 y 217.
19. Memorándum del embajador argentino Manuel Malbrán al secretario de Estado norteamericano
Henry Stimson, 18 de junio de 1931, en Record Group 59, Department of State, File Nº 3556/78,
citado en ibid., pp. 231-232.
20. Ibid., pp. 232-235.
21. Record Group 16, United States Department of Agriculture, file "Meat-Meat Imports" letter,
Secretary of Agriculture (Hyde) to Secretary of State (Stimson), November 7, 1931, cit. en ibid.,
pp. 235-236.
22. Record Group 59, Department of State, file Nº 611.3556/84, Letter, Secretary of State (Stimson)
to Secretary of Agriculture (Hyde), October 8, 1931, cit. en ibid., pp. 236-237.
23. Record Group 17, Bureau of Animal Industry, file Nº 528.5 - Argentina, memorandum, Dr. Mohler,
Chief of BAI to Secretary of Agriculture Hyde, October 15, 1931, cit. en ibid., pp. 238-239.
24. La Prensa, 6 de octubre, 15 y 16 de noviembre de 1931; La Nación, 11 de octubre de 1931,
fuentes citadas en ibid., pp. 239-240.
25. Record Group 59, Department of State, file Nº 611.3556/86, Chargé White to Secretary of State,
Despatch 1385, October 14, 1931, cit. en ibid., p. 240.
26. La Nación, 6 de octubre de 1931, p.1; editorial “Las carnes argentinas en los Estados
Unidos”, La Nación, 11 de octubre de 1931, p. 6; La Nación, 14 de octubre de 1941, p. 2;
también La Prensa, 6 de octubre de 1931, y New York Times, October 6, 1931, p. 4, citados por
D.R. Sweet, op. cit., p. 240.
27. Editorial “Las carnes argentinas en los Estados Unidos”, La Nación, 14 de noviembre de 1931, p.
6; Record Group 59, Department of State, file Nº 611.3556/91, copy of “Note to the Department
of State (from the Argentine Embassy)”, November 11, 1931; Record Group 59, Department of
State, file Nº 611.3556/98, memorandum of conference among Dr. Mohler and Dr. Pope (Bureau
of Animal Industry), Mr. Sherman (from the Solicitor’s Office in the United States Department of
Agriculture), Edwin Wilson, Orme Wilson and Mr. Flournoy of the State Department, December
16, 1931, los dos últimos citados por D.R. Sweet, op. cit., pp. 240-242.
28. Record Group 16, United States Department of Agriculture, file "Meat-Meat Inspection", personal
memorandum from Dr. Mohler to Secretary of Agriculture (Hyde), January 28, 1932; Record
Group 166, Office of Foreign Agriculture Relations, file "Argentina-Inter-American Agreements",
244
Special Report Nº 32 by Charles Luedtke, Assistant Agricultural Commissioner, Buenos Aires,
September 28, 1931; Record Group 59, Department of State, file Nº 611.3556/98, December 16,
1931, fuentes citadas en ibid., pp. 243-244.
29. Ibid., pp. 248-251.
30. Ibid., pp. 252-253.
31. Ibid., p. 266.
32. Ibid., pp. 266-267.
245
La búsqueda de entendimientos
La llegada del presidente general Agustín Pedro Justo (1932-1938), con
Carlos Saavedra Lamas al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores,
implicó la búsqueda de relaciones estrechas con Gran Bretaña y de una
política proteccionista respecto de Estados Unidos. Según Tulchin, esta
política proteccionista de Justo respecto de las exportaciones
norteamericanas procuró ser en realidad un instrumento de presión para
lograr negociaciones en torno de un tratado comercial recíproco con
Estados Unidos. (1)
Conviene entonces situar estos intentos en el contexto de las relaciones
bilaterales en su conjunto, las cuales estuvieron teñidas, en el plano
político, por la rivalidad argentino-norteamericana en torno a las cuestiones
interamericanas. En efecto, durante la gestión de Agustín P. Justo, las
posibilidades de acercamiento bilateral se vieron obstaculizadas por la
persistencia de divergencias en temas sensibles de la agenda tales como
el alcance de la Doctrina Monroe y de la intervención norteamericana en la
región, la política comercial y la paz mundial. Así, en septiembre de 1933,
en ocasión de renovar su condición de miembro de la Sociedad de las
Naciones, la Argentina reiteró sus objeciones a la Doctrina Monroe
considerada como compromiso regional. (2)
Por su parte, la polémica sobre intervención o no intervención volvió a
estar sobre el tapete con motivo del estallido de la revolución popular de
agosto de 1933 en Cuba, que derrocó la dictadura de Gerardo Machado,
quien estaba en el poder desde 1925. Ante el temor de una posible
intervención norteamericana en la isla, el gobierno argentino dejó
expresamente sentada su postura antiintervencionista, aunque respondió
con entusiasmo a la política de Franklin Delano Roosevelt de consultar a
los diplomáticos latinoamericanos y respetar la soberanía cubana. (3)
En el tema de la paz mundial, la Argentina intentó retomar la iniciativa
en los asuntos internacionales y un liderazgo a nivel regional a través del
Pacto Antibélico o Pacto de no Agresión y Conciliación gestionado por el
canciller del gobierno de Justo, Carlos Saavedra Lamas. El Pacto
Antibélico estuvo abierto a la adhesión universal de las naciones y era un
mecanismo de paz alternativo al esfuerzo norteamericano de
panamericanizar los conflictos a través de la Comisión de Neutrales -
formada por Estados Unidos, Colombia, Cuba, México y Uruguay- para
solucionar la Guerra del Chaco desatada entre Bolivia y Paraguay. (4)
El Pacto Antibélico de Saavedra Lamas pretendió coordinar los
engranajes esenciales de la paz de cinco convenciones existentes: el
Tratado Gondra de Conciliación (Chile, 1923), el pacto Briand-Kellogg
(París, 1928), los Tratados Interamericanos de Conciliación y Arbitraje
(Washington, 1929) y el Pacto de la Liga Covenant. Este pacto presentado
por Saavedra Lamas, que recibió las adhesiones de los gobiernos de
Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay, condenaba las "guerras de agresión",
negaba asimismo la validez de las adquisiciones territoriales obtenidas por
246
la fuerza y prohibía el derecho de intervención. (5)
Saavedra Lamas procuró incluir la consideración de su proyecto de
fortalecimiento de mecanismos pacíficos en la agenda de la Séptima
Conferencia Internacional de Montevideo a celebrarse en diciembre de
1933, asegurándose así una nueva oportunidad para atacar la posición
norteamericana sobre la intervención con el respaldo de los países de la
región. Además, el canciller argentino gestionó contactos con
personalidades chilenas y aseguró la firma del gobierno de Brasil y de
otras cinco naciones. Con este tratado concreto, Saavedra Lamas se
preparó para enfrentar en Montevideo al secretario de Estado
norteamericano Cordell Hull.
A medida que se acercaba la inauguración de la Conferencia de
Montevideo (diciembre de 1933), Saavedra Lamas comenzó a considerar
la real conveniencia de celebrarla. En su opinión, las tensiones
engendradas por los disturbios políticos en Cuba y Uruguay y por las
disputas fronterizas vinculadas a los territorios de Leticia y Chaco,
parecían recomendar la conveniencia de aplazar la reunión panamericana.
(6) De este modo, y cuando faltaban apenas cinco semanas para la
Conferencia, Saavedra Lamas procuró interesar a los gobiernos de Brasil,
Chile y Perú en un aplazamiento.
En Washington también existieron serias reservas sobre la conveniencia
de celebrar la Conferencia de Montevideo. El gobierno de Roosevelt no
deseaba sufrir un revés en Montevideo. La aplicación de la “doctrina del
buen vecino” en América Latina debía hacer frente a numerosos
obstáculos: el nacionalismo económico, el rechazo al intervencionismo
norteamericano y el generalizado resentimiento de los países
latinoamericanos contra los Estados Unidos. (7)
No obstante estas reservas, el Secretario de Estado Cordell Hull resistió
la tendencia de altos funcionarios de Washington y del canciller argentino
de querer aplazar la Conferencia. Hull opinaba que a menos que la política
del buen vecino demostrara su eficacia en el hemisferio occidental, no
tendría ocasión de moderar tensiones en otras partes del mundo. El
gobierno norteamericano debía retomar el liderazgo regional, y
demostrarle a los países de la región que sus resentimientos hacia
Estados Unidos podían ser superados. (8) Finalmente, el deseo de Hull de
celebrar la conferencia se impuso y entre el 3 y el 26 de diciembre de 1933
tuvo lugar la Séptima Conferencia Internacional en Montevideo.
Comprendiendo el sentido de la estrategia del canciller argentino y el
resentimiento imperante en la región por las políticas comerciales y de
intervención norteamericanas, Hull resolvió edificar su plan de acción en
Montevideo en torno a dos resoluciones amplias: una atacaría el problema
de las elevadas tarifas aduaneras y las restricciones al comercio; la otra
recomendaría la ratificación universal del Pacto Antibélico de Saavedra
Lamas y de los restantes instrumentos de paz. En lo concerniente a la
política de intervención norteamericana, Hull estaba dispuesto a aceptar el
punto de vista latinoamericano. (9)
247
En torno de los sensibles problemas de la recuperación económica y los
mecanismos de paz, el secretario Hull persuadió al canciller Saavedra
Lamas de patrocinar en forma conjunta las resoluciones presentadas. La
estrategia de Hull surtió efecto, ya que ante la invitación del representante
norteamericano, el Ministro de Relaciones Exteriores argentino respondió
con entusiasmo: "Seremos las dos alas de la paloma de la paz, usted la
económica y yo la política". (10)
Saavedra Lamas cumplió con su promesa de cooperar con Hull. El 12
de diciembre de 1933 apoyó en forma entusiasta la propuesta
norteamericana de llevar un amplio ataque contra las perjudiciales barreras
comerciales y las elevadas tarifas aduaneras por medio de acuerdos
comerciales recíprocos. En retribución, Hull respaldó el 15 la propuesta
argentina de que cada delegación comprometiera a su gobierno a suscribir
los cinco instrumentos existentes para la organización de la paz. Ambas
resoluciones fueron aprobadas en forma unánime por los delegados ante
la Conferencia de Montevideo. (11)
En los puntos críticos, susceptibles de acusar división, Saavedra Lamas
mantuvo la palabra empeñada a Hull. Por ejemplo, cuando se trató la
espinosa cuestión de la intervención, la delegación argentina dejó que
fueran los representantes de otros países los que dirigieran sus ataques a
los norteamericanos. Y cuando la delegación mexicana presentó un vasto
programa sobre deudas y problemas monetarios, Saavedra Lamas estuvo
junto a Hull en la posición de aplazar tal propuesta para una próxima
conferencia. Asimismo, al no obtener de los delegados de la Conferencia
el respaldo a su proposición de que los países limítrofes censuraran la
Guerra del Chaco, el canciller argentino respaldó la resolución de Hull que
recordaba a los gobiernos de Bolivia y Paraguay las obligaciones
contraídas con el Pacto de la Sociedad de las Naciones y les solicitaba
que arreglaran sus divergencias por la vía jurídica. (12)
La Séptima Conferencia Internacional de Montevideo fue en
consecuencia la más exitosa de todas las conferencias panamericanas, en
gran medida debido a la mutua actitud adoptada por las delegaciones
argentina y norteamericana. Saavedra Lamas abandonó la tradicional
actitud de oposición respecto de las propuestas norteamericanas por la de
agente catalizador de las mismas. A cambio, obtuvo la receptividad de
Washington a su Pacto Antibélico, la seguridad de Hull de que no habría
intervención norteamericana en la región y un prometedor programa de
reciprocidad bilateral. Además, el canciller argentino recibió el voto de su
colega norteamericano para recibir el Premio Nobel de la Paz. (13)
No obstante, la imagen de cordialidad y mutuas concesiones que
caracterizó la gestión de las delegaciones argentina y norteamericana en
la Conferencia de Montevideo de 1933 resultó tan sólo una máscara que
ocultó la esencial rivalidad entre ambos países. Uno de los ámbitos donde
se manifestó a las claras la competencia argentino-norteamericana fue el
de las negociaciones que la diplomacia de una y otra nación llevaron a
cabo para terminar la Guerra del Chaco (1932-1935) entre los gobiernos
248
de Bolivia y Paraguay. Finalmente, se impuso el criterio argentino ya que la
Conferencia de Paz se celebró en Buenos Aires y no en Washington.
Otro ámbito de competencia bilateral fue la Conferencia Interamericana
de diciembre de 1936 en Buenos Aires, donde tuvo lugar un verdadero
duelo entre un Saavedra Lamas en el pináculo de su prestigio
internacional y el secretario de Estado norteamericano Cordell Hull. En
efecto, a principios de ese año, el presidente Roosevelt escribió una carta
personal a su colega Justo, proponiéndole la reunión de una conferencia
interamericana extraordinaria, con el objetivo de tratar los problemas del
hemisferio, y sugiriendo que Buenos Aires fuera la sede de dicha reunión.
Con esta iniciativa, el mandatario norteamericano procuró convertir a
América en un bloque cerrado, protegido de la agresiva Italia de Mussolini
y la recuperada Alemania nazi.
Roosevelt estaba convencido, como muchos de sus colegas en la
región, de que el evidente fracaso operativo de la Sociedad de las
Naciones daba lugar a la necesidad de construir una liga americana,
reeditando el viejo proyecto del Presidente uruguayo Baltasar Brum.
Roosevelt obraba inspirado por su Secretario de Estado Cordell Hull, quien
procuraba repetir la jugada de aparente acercamiento con la Argentina
efectuada en Montevideo, proponiendo que Buenos Aires fuese sede de la
conferencia panamericana. Alimentando el amor propio del gobierno
argentino, las autoridades de Washington procuraban extinguir la actitud
de oposición argentina a los proyectos norteamericanos. (14)
Pero la aparente cooperación de la Conferencia de Montevideo entre los
representantes argentinos y norteamericanos no se repetiría en Buenos
Aires. A pesar de que la opinión pública y los medios de prensa porteños -
excluyendo los nacionalistas y los germanófilos- recibieron con bombos y
platillos la llegada del presidente Roosevelt a Buenos Aires para inaugurar
la Conferencia, Cordell Hull se encontró con que la actitud de Saavedra
Lamas ya no era la misma que la demostrada en la conferencia anterior.
La actitud obstruccionista que asumiría el gobierno argentino estuvo
vinculada a algunos hechos importantes ocurridos desde la reunión de
Montevideo, tales como la firma del Tratado Roca-Runciman, que
fortaleció la conexión anglo-argentina, y la imagen de prestigio
internacional que poseía en ese momento Carlos Saavedra Lamas, quien
había obtenido el Premio Nobel de la Paz y había sido triunfalmente
recibido en la Sociedad de las Naciones. El canciller argentino, además,
había logrado obstaculizar la influencia norteamericana en las tratativas de
paz entre Bolivia y Paraguay. Era prácticamente imposible que la actitud
de Saavedra Lamas fuera otra que de oposición a Hull. Las dos primeras
propuestas del delegado norteamericano -compromiso obligatorio de
asistencia recíproca en caso de ataque por una potencia no americana y
un nuevo mecanismo interamericano para cumplir esa promesa- se
oponían a la política exterior argentina de ese momento, identificada por
los vínculos con Europa. Por su parte, la tercera propuesta de Hull
(panamericanización de la legislación sobre neutralidad con el objetivo de
249
mantener la región fuera del alcance de la guerra europea) consistía en
una neutralidad aislacionista, que habría expuesto a la Argentina a
pérdidas económicas dada la enorme dependencia argentina del mercado
europeo. El gobierno argentino se pronunció por la neutralidad, pero no
por la clase de neutralidad aislacionista propuesta por las autoridades
norteamericanas, que implicaba para la Argentina una renuncia a sus
tradicionales lazos con Europa. (15)
Al comienzo de las deliberaciones de la Conferencia, Hull introdujo un
amplio plan que aseguraría la solidaridad interamericana frente a la guerra
europea o en caso de amenaza a la seguridad continental. El plan del
Secretario de Estado norteamericano comprendía tres proposiciones
específicas: 1) consulta obligatoria entre los Estados americanos en caso
de amenaza a la paz del hemisferio; 2) comité de consulta permanente de
todos los ministros de relaciones exteriores para determinar la naturaleza
de la acción común; 3) extensión a América Latina de los principios de
neutralidad vigentes en Estados Unidos. (16)
Por su parte, Saavedra Lamas redactó su propio proyecto para el
mantenimiento de la paz, que establecía: 1) estrecha cooperación
interamericana con la Sociedad de las Naciones; 2) consulta únicamente
para la negociación directa a través de los canales diplomáticos regulares;
3) no intervención absoluta, incluyendo la "intervención diplomática
excesiva". La posición de Saavedra Lamas durante la Conferencia de
Buenos Aires demostró la resistencia argentina a una organización
regional extensiva, que en su óptica era como "crear dentro del mundo una
gran isla de Robinson Crusoe”. Así pues, el canciller argentino y Premio
Nobel de la Paz sostuvo la universalización de la organización de la paz
frente a la idea norteamericana de un derecho internacional regional
americano. (17)
Una vez que el proyecto de Hull se dio a conocer, Saavedra Lamas
arremetió contra él. Atacó el proyecto norteamericano de generar un
organismo de consulta permanente entre los estados americanos como
una tentativa de crear una versión panamericana de la Sociedad de las
Naciones. El canciller argentino argumentó que este organismo se
opondría a la Sociedad, la presencia de este organismo le otorgaría
funciones políticas a la Unión Panamericana. Saavedra Lamas bombardeó
también las sugerencias de Hull de consulta y colaboración obligatorias,
argumentando que privarían a los estados americanos de su libertad de
acción. Asimismo, se opuso a la difusión continental de los principios de
neutralidad, que implicaban embargos de créditos y de armas. La
propuesta norteamericana, en la opinión del ministro argentino, estaba en
contradicción con la política de la Sociedad de las Naciones que permitía
exportar armas a las naciones víctimas de la agresión. (18) En síntesis, el
canciller argentino se opuso en la Conferencia de Buenos Aires a toda
propuesta de Hull. Sostuvo que sólo aceptaría principios de carácter
universal, no restringidos a América, y siempre que los organismos
dependiesen de la Sociedad de las Naciones, organismo que el gobierno
250
de Estados Unidos percibía como inoperante para resolver la amenaza de
las fuerzas totalitarias en Europa. (19)
Como consecuencia de los ataques de Saavedra Lamas, la Conferencia
Interamericana de Consolidación de la Paz aprobó sólo una sombra de lo
que era el proyecto original de Hull. El Convenio de Coordinación,
Extensión y Cumplimiento de los Tratados Existentes entre los Estados
Americanos firmado en la conferencia de Buenos Aires no ordenó en
concreto ninguna acción ni creó ningún organismo permanente. Se limitó a
hacer una referencia acerca de la política de neutralidad común como un
objetivo deseable para los países americanos. Además, Saavedra Lamas
le ganó la pulseada al representante norteamericano en otros dos
aspectos importantes.
En primer lugar, en el Convenio para Mantener, Preservar y Restablecer
la Paz, Saavedra Lamas logró que sus colegas eliminaran toda mención a
la agresión de una potencia no americana, como puede apreciarse en el
contenido de su parte dispositiva, que dice lo siguiente:
De acuerdo con Hull, la frase "que así lo deseen" fue una estratagema
argentina destinada a desvirtuar la resolución. (21)
En el Protocolo Adicional Relativo a la No Intervención, nuevamente
Saavedra Lamas logró imponer el criterio argentino, favorable a la no
intervención. Dicho protocolo establecía:
“Art. 2º- Que todo acto susceptible de perturbar la paz de América las
afecta a todas y a cada una de ellas y justifica la iniciación de los
procedimientos de consulta previstos en la Convención para el
252
Mantenimiento, Afianzamiento y Restablecimiento de la Paz, suscripta
en esta Conferencia”. (26)
• NOTAS
1. Joseph S. Tulchin, La Argentina y los Estados Unidos. Historia de una desconfianza, Buenos
Aires, Planeta, 1990, p. 143.
2. Alexander Weddell, embajador en la Argentina, al secretario de Estado, 28 de septiembre de
1933, National Archives, Department of State, 500.C001/817, cit. por H.F. Peterson, II, op. cit., p.
102.
3. Ministerio de Relaciones Exteriores argentino al Departamento de Estado, 8 de septiembre de
1933, FRUS, 1933, V, p. 409, cit. en ibid., II, p. 102.
4. Ver al respecto Alberto Conil Paz y Gustavo Ferrari, Política exterior argentina, 1930-1962,
Buenos Aires, Huemul, 1964, pp. 39-45.
5. Ver texto del Pacto Antibélico o Pacto de No Agresión y Conciliación citado en La Nación, 10 de
octubre de 1933, p. 1; en Carlos Alberto Silva, La política internacional de la Nación Argentina,
Buenos Aires, Imprenta de la Cámara de Diputados, 1946, pp. 272-275; y en República
Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores, Memoria presentada al Honorable Congreso
Nacional correspondiente al período 1933-1934, Primera parte: Relaciones Exteriores, Anexo
A: Política internacional, Buenos Aires, Kraft, 1934, pp. 176-194.
6. Weddell a Hull, 28 de octubre de 1933, FRUS, 1933, IV, 34, cit. por H.F. Peterson, op. cit., II, p.
104.
7. Cordell Hull, The Memoirs of Cordell Hull, Nueva York, 1948, volumen I, 308-309, cit. en ibid., II,
p. 104.
8. C. Hull, op. cit., I, pp. 317-318, cit. en ibid., II, pp. 104-105.
9. C. Hull, op. cit., I, pp. 318-324, cit. en ibid., II, p. 105.
10. C. Hull, op. cit., I, pp. 327-329; memorándum de las conversaciones entre el secretario y
miembros de diversas delegaciones, sin fecha, FRUS, 1933, IV, 178-182, cit. en ibid., II, p. 105.
11. Séptima Conferencia Internacional de los Estados Americanos, Minutes and Antecedentes with
General Index, cap. I, 20-23; cap. IX, 90-92; C. Hull, op. cit., I, pp. 331-333; Departamento de
Estado, Report of the Delegates of the United States of America to the Seventh International
Conference of American States, pp. 7-10, 54-57, 195-198, cit. en ibid., II, p. 106.
12. Minutes and Antecedents, cap. II, 107-115, 121-122, C. Hull, op. cit, I, pp. 333-336, fuentes
citadas en ibid., II, p. 106.
13. Ibid., II, pp. 106-107. Ver también Miguel Angel Scenna, ¿Cómo fueron las relaciones argentino-
norteamericanas?, Buenos Aires, Plus Ultra, 1970, pp. 148-149.
14. M.A. Scenna, op. cit., pp. 153-154.
15. M.A. Scenna, op. cit., p. 154; Arthur P. Whitaker, La Argentina y los Estados Unidos, Buenos
Aires, Proceso, 1956, p. 125.
16. El Departamento de Estado publicó el texto del plan. Ver Press Releases, XV, 12 de diciembre
de 1936, Nº 375; C. Hull, op. cit., I, pp. 498-500, cit. por H.F. Peterson, op. cit., II, p. 114.
17. Draft of a Convention for the Maintenance of Peace, pp. 1-16. El canciller Saavedra Lamas
expuso en extenso su propuesta en su obra titulada La Conferencia Interamericana de
Consolidación de la Paz (celebrada en Buenos Aires, del 1º al 23 de diciembre de 1936), Buenos
Aires, 1938, fuentes citadas por H.F. Peterson, op. cit., II, p. 114; A. Conil Paz y G. Ferrari, op.
cit., p. 51.
18. C. Saavedra Lamas, La Conferencia Interamericana de Consolidación de la Paz, op. cit., pp.
115, 135-136, 159-166, 199, 283-288, 327, 426, 734-736, cit. por H.F. Peterson, op. cit., II, p.
115.
257
19. M.A. Scenna, op. cit., p. 156.
20. Texto de los artículos 1º y 2º de la parte dispositiva de la Convención sobre Mantenimiento,
Afianzamiento y Restablecimiento de la Paz, cit. por A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 53.
21. Ibid., p. 53.
22. Texto del artículo 1º del Protocolo Adicional Relativo a la No Intervención, citado en ibid., p. 54 y
por M.A. Scenna, op. cit., p. 156.
23. Gordon Connell-Smith, Los Estados Unidos y la América Latina, México, Fondo de Cultura
Económica, 1977, p. 196.
24. Artículo 2º del proyecto original del Tratado sobre Solidaridad y Cooperación Interamericana,
presentado por las naciones centroamericanas, citado por A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p.
54.
25. Artículo 2º modificado, citado en ibid., p. 55.
26. Cuarta versión modificada del artículo 2º citado en las dos notas anteriores, aprobado por la
delegación argentina, y citado en ibid., p. 56.
27. G. Connell-Smith, op. cit., pp. 196-197.
28. A.P. Whitaker, op. cit., pp. 126-127.
29. D.R. Sweet, op. cit., p. 203.
30. Los benéficos efectos de las tarifas Underwood-Simmons no tardaron en manifestarse en la
balanza comercial argentino-norteamericana, ya que las exportaciones argentinas a Estados
Unidos se duplicaron en el año fiscal de 1914 respecto de los niveles de 1913. El producto que
registró un crecimiento espectacular en este sentido fue el de la carne congelada, cuyo volumen
pasó de 7.161.000 libras en 1913 a 132.806.000 libras. Ver al respecto D.R. Sweet, op. cit., p.
19.
31. Bliss al Departamento de Estado, 20 de septiembre de 1927, FRUS, 1927, 1, 421-422, cit. por
H.F. Peterson, II, op. cit., p. 79.
32. FRUS, 1933, IV, pp. 510-511, 642-643, 650, 661-681; Memorándum del Secretario de Estado
interino, 12 de julio de 1933, FRUS, 1933, IV, p. 646, fuentes citadas en ibid., II, pp. 79-80.
33. FRUS, 1936, V, cit. por J.A. Tulchin, op. cit., p. 143.
34. Benedict, Can We Solve the Farm Problem? An Analysis of Federal Aid to Agriculture, New York,
The Twentieth Century Fund, 1955, pp. 227-231; Theodore Saloutos and John D.
Hicks, Agricultural Discontent in the Middle West, Madison, University of Winconsin Press, 1951,
pp. 435-470; Theodore Saloutos, "The New Deal and Farm Policy in the Great
Plains", Agricultural History, Vol. XLIII, Nº 3, July 1969, pp. 345-347; Leonard J. Arrington,
“Western Agriculture and the New Deal”, Agricultural History, Vol. XLIV, Nº 4, October 1970, p.
352, fuentes citadas por D.R. Sweet, op. cit., pp. 195-196.
35. J.A. Tulchin, op. cit., pp. 144-148 y D.R. Sweet, op. cit., p. 216.
36. Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la República Argentina, Trade Relations between
Argentina and the United States of America, pp. 40-41, 44-45, 80-81, cit. por H.F. Peterson,
II, op. cit., p. 82.
37. Ibid., II, pp. 82-83. Peterson cita las siguientes fuentes: Departamento de Estado, Bulletin, II, 13
de enero de 1940, 42. Para las observaciones efectuadas por el embajador Armour, ver el
despacho que éste envió al Secretario de Estado, 29 de enero de 1940, FRUS, 1939, V, 294-
302. Para la declaración oficial argentina acerca de la terminación de las negociaciones, ver The
New York Times, 14 de enero de 1940. Ibid., II, p. 82.
38. Ibid., II, p. 83.
258
Inversiones norteamericanas en la Argentina
Como ya se ha señalado, durante el período de la primera posguerra, es
decir, entre 1918 y 1939, se dieron importantes cambios en la composición
y dirección de las inversiones extranjeras en la Argentina. Mientras las
inversiones británicas en el mercado argentino se detuvieron durante la
Primera Guerra y los inicios de la posguerra y se recuperaron sólo
lentamente en la última parte de la década de 1920, Estados Unidos se
convirtió en la mayor fuente de inversión externa argentina de posguerra.
Una estimación calcula que hacia 1930 las inversiones norteamericanas en
la Argentina ascendían a casi la tercera parte del total de las británicas,
habiéndose incrementado de un monto de 39 millones de dólares en 1913
a 654 millones de dólares en 1931. (1)
Otras fuentes también mencionan el rápido crecimiento de las
inversiones norteamericanas en la Argentina ocurrido durante la década
de 1920, señalando que pasaron de 75 millones de pesos oro en 1920 a
200 millones en 1923 y 505 millones de pesos oro en 1927. Pero este
crecimiento llegó a un tope en 1931, con un monto de 807 millones de
pesos oro, cayendo luego a 590 millones de pesos oro en 1934 y a 550
millones de pesos oro en 1937, situación que contrastó con el leve
incremento en estos mismos años de las inversiones británicas, alemanas
y francesas. (2)
El período de 1930 a 1934 se caracterizó por una marcada declinación
de las inversiones norteamericanas en la Argentina, tanto privadas como
públicas. Las inversiones directas permanecieron en el nivel alcanzado en
1930 y sólo se registró un pequeño volumen de nuevas inversiones de
capital durante los años de la depresión (1929-1933). Entre 1930 y 1934
ocho nuevas plantas de manufacturas norteamericanas se establecieron
en la Argentina, con una inversión de capital total estimada de 10 millones
de dólares. (3)
Algunos desarrollos específicos se dieron en el sector petrolero. El
general José Félix Uriburu, quien asumió el poder como consecuencia del
golpe militar de septiembre de 1930, solicitó al director general de YPF
Enrique Mosconi la colaboración con su gobierno. Este, que era un firme
opositor a la dictadura militar, rechazó tal pedido, tras lo cual debió
exiliarse en Europa. Dejando aislado a Mosconi y desterrando la amenaza
de la nacionalización, Uriburu creó un clima favorable para las compañías
petroleras extranjeras. Durante su gestión, las firmas petroleras extranjeras
expandieron sus operaciones rápidamente, casi duplicando el volumen de
producción anterior al golpe, en tanto la producción de YPF, presa de la
desorganización administrativa y la estrechez financiera, apenas creció 9%
entre 1930 y 1932. (4)
Si bien el gabinete de Uriburu contó con representantes de los intereses
económicos norteamericanos, alemanes y británicos operantes en el país,
ninguno de ellos representaba exclusivamente intereses petroleros. Por
ejemplo, la cartera de Agricultura había sido confiada a Horacio Béccar
259
Varela, quien había sido presidente del directorio local de la Galena Signal
Oil, firma importadora rival de la Standard Oil, y miembro del directorio de
la Compañía Argentina de Comodoro Rivadavia, asociada a los
ferrocarriles británicos; de la compañía petrolera Río Atuel, y de la
compañía Sol, vinculada a la Anglo-Persian. Pero también Béccar
Varela era un abogado ligado al First National City Bank, hombre de los
intereses de Morgan.
Por su parte, el Ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Bosch, había
presidido durante varios períodos el directorio de la Compañía Industrial y
Comercial del Petróleo, subsidiaria local de la Anglo-Persian. Bosch era
además presidente de La Escandinavia, Sociedad Anónima Agrícola y
Ganadera. A su vez, el secretario de la Presidencia, teniente coronel
Emilio Kinkelin, había sido representante de los capitales petroleros
alemanes en el país, particularmente de Hugo Stinnes y también tenía
alguna parte en las compañías de seguros alemanas. El Ministro del
Interior Matías G. Sánchez Sorondo había tenido en cambio relaciones
más estrechas con la Standard Oil. Esta lo había designado, junto a
Rómulo Naón y Manuel Augusto Montes de Oca, abogado de la empresa
en el pleito con la provincia de Salta. Sánchez Sorondo era además
miembro del directorio y lo sería de la Franco Argentina Comercial y
Financiera. El presidente de la Nación, alguno de cuyos parientes estaban
relacionados con la Standard Oil, representaba sobre todo intereses
financieros alemanes. Sus amigos y colaboradores Carlos Ibarguren y
Meyer Pellegrini, estaban vinculados a capitales alemanes. (5)
No obstante estas vinculaciones de los miembros del gobierno con los
intereses petroleros extranjeros, dado el origen militar de Uriburu, éste
tenía cierto grado de compromiso con el nacionalismo petrolero. Un primer
síntoma de esto lo otorgaron los nombres y orientaciones de los nuevos
directivos de YPF. Si bien el nuevo director general de la petrolera estatal,
el capitán de navío Felipe Fliess, era considerado por la revista
petrolera World Petroleum como un hombre favorable a los "intereses
norteamericanos", su designación fue balanceada por la del director
general suplente, el general Allaria, un amigo de Mosconi y enfático
nacionalista, que se había enfrentado con la Standard Oil en el Norte y
había sido miembro de la Alianza Continental. (6)
Otro indicio de cierta inclinación nacionalista en el gobierno argentino
fueron los decretos de noviembre de 1930 sobre la ampliación de la
reserva petrolera estatal de 1924 para poder incluir toda la zona argentina
de Tierra del Fuego. Dichos decretos otorgaron además a YPF la autoridad
para explorar y producir petróleo en Salta y otras provincias argentinas,
autoridad por la cual Enrique Mosconi había luchado y que los gobiernos
radicales de Marcelo T. de Alvear e Hipólito Yrigoyen no habían podido
concederle. (7) Asimismo, en febrero de 1931 el derecho de importación
que gravaba el petróleo extranjero fue aumentado de 16 a 27 pesos por
decreto del gobierno. Las firmas importadoras protestaron y el gobierno se
retractó parcialmente, rebajando el derecho a 21,68 pesos la carga. Pero
260
en octubre del mismo año, las compañías importadoras y distribuidoras
aumentaron el precio de la nafta como respuesta a las diferencias
desfavorables del tipo de cambio, la desvalorización del peso y el impuesto
a las transacciones. Por su parte, y tras estudiar la situación, el gobierno
argentino volvió a aumentar los derechos sobre el petróleo importado. (8)
En marzo de 1931 la influencia norteamericana en YPF, si es que existió
a través del Director General Fliess, quedó anulada, pues el Capitán de
Navío solicitó y obtuvo su relevo de la titularidad de la petrolera estatal. En
su reemplazo fue designado Enrique Zimmermann, un fervoroso
nacionalista, que como en su momento hiciera Enrique Mosconi, decidió
iniciar la guerra contra las compañías extranjeras. En diciembre del mismo
año, Zimmermann elevó al gobierno argentino un audaz proyecto que
proponía una serie de medidas tarifarias que afectaban los intereses de las
grandes firmas importadoras.
Comentando los efectos del proyecto de Zimmermann, el encargado de
negocios norteamericano Warren afirmaba al Departamento de
Estado: “Asesta un golpe vital a los intereses de la Standard Oil en la
Argentina a raíz de la no ratificación de las concesiones en Salta, y por
tanto, limita estrictamente el abastecimiento de crudo a disposición de las
refinerías de la Standard Oil Company aquí”. Warren ya había informado
que en el mes de noviembre de 1931 la eficaz propaganda llevada a cabo
por YPF contra las compañías extranjeras había logrado reducir en
Buenos Aires las ventas de nafta de la Standard en 56% y las de la Royal
Dutch en 50%. Su informe luego señalaba: “Las compañías petroleras
extranjeras se inclinan a pensar que YPF, aun si el proyecto completo no
sale, podrá gracias al apoyo del Gobierno y mediante decretos que
beneficiarán su posición en la Capital Federal, gozar de un virtual
monopolio de las ventas de gasolina en la ciudad de Buenos Aires (...)”.
(9)
Las medidas de ampliación de la reserva petrolera estatal de fines de
1930, al otorgar facultades a la empresa YPF para explotar y producir
petróleo en Salta y otras provincias, indudablemente generaron fricciones
entre el gobierno argentino y la poderosa compañía norteamericana
Standard Oil. Pero a los conflictos entre la petrolera estatal YPF y la
Standard Oil se añadieron una serie de incoherencias dentro del propio
gobierno argentino, el cual adoptó una posición contradictoria en esta
lucha. Así, por ejemplo, el Ministro de Agricultura Béccar Varela, al poner
en funciones al capitán Felipe Fliess como reemplazante de Mosconi en el
cargo de Director General de YPF, anunció que el nuevo gobierno no se
proponía dictar una legislación de fondo en materia de petróleo, con lo cual
insinuó veladamente que el tema de la nacionalización del petróleo no
figuraría ni siquiera remotamente en la agenda del gobierno.
Sin embargo, algunos funcionarios del nuevo régimen ignoraron esta
posición del Ministro de Agricultura. Tal el caso del interventor de la
provincia de Buenos Aires, quien intentó reeditar un decreto por el cual se
restringían los permisos a particulares para instalar surtidores de nafta en
261
la provincia. Esta medida irritó a los directivos de la Standard Oil, quienes
presionaron al gobierno reclamando la revocación de la misma. Ante esta
situación, Béccar Varela se dirigió al interventor bonaerense sosteniendo
que la posición del gobierno nacional no era la de restringir la libertad de
comercio en materia de petróleo y que no habría trabas en la instalación
de surtidores mientras la misma no perjudicara a YPF. La nota del ministro
fue enviada además al resto de las provincias argentinas por expreso
pedido de la Standard Oil. (10)
Una nueva puja interna en el gobierno argentino respecto de la actitud a
adoptar frente a las petroleras norteamericanas tuvo lugar cuando el
representante de la Wayne Company, J. H. Williams, se quejó al
embajador norteamericano en Buenos Aires, Robert W. Bliss, de que el
Departamento de Pesas y Medidas argentino ponía obstáculos a la
entrada de surtidores de nafta extranjeros. Ante el pedido del propio
embajador norteamericano, el Ministro de Agricultura dictó un decreto que
facilitaba el ingreso, hasta ese momento restringido, de los surtidores
Wayne. (11)
Un indicio de la vacilante actitud del gobierno de Uriburu respecto de las
empresas petroleras extranjeras fue el fracaso de la Standard Oil en
consolidar su posición en Salta. Tanto el reemplazante de Béccar Varela
como Ministro de Agricultura, David M. Arias, como el Ministro de Obras
Públicas Pablo Calatayud, íntimamente ligados a firmas norteamericanas,
habían prometido concretar el proyecto de la Standard Oil en Salta. Pero
esas promesas no se tradujeron en hechos concretos, ya que el decreto de
reserva de 1924 no fue derogado, aunque sí flexibilizado. Además, el
gobierno argentino volvió a elevar los derechos sobre el crudo importado a
36,32 pesos. (12)
En síntesis, si bien las empresas petroleras tuvieron enorme influencia
en el gabinete de gobierno de Uriburu, la política de éste estuvo lejos de
ser coherente como pueden sugerir autores nacionalistas inspirados en
argumentos dependentistas. En realidad, la política petrolera de Uriburu
zigzagueó entre los intereses de la empresa petrolera estatal YPF y los de
las petroleras extranjeras. El gobierno de Uriburu siguió un camino
proteccionista algo pendular: elevó los derechos aduaneros, perjudicando
a las petroleras extranjeras; ante la presión de éstas, los rebajó pero poco
después volvió a elevarlos favoreciendo a YPF y a las empresas
productoras. Esta misma pendularidad se manifestó en la actitud del
gobierno de Uriburu respecto de los contratos con la Standard Oil en Salta:
primero dio rienda suelta al interventor provincial para firmar un contrato
ampliamente favorable a los intereses de la petrolera norteamericana,
luego cedió ante la presión de YPF y terminó anulando ese contrato.
Contra los deseos de las compañías petroleras extranjeras, Uriburu no
sólo no destruyó YPF sino que además amplió su radio de explotación a
prácticamente todo el territorio argentino y le otorgó personería jurídica.
Además, la salida de Mosconi como director general de YPF no implicó la
desaparición de los "mosconistas" de la petrolera estatal: tales los casos
262
del general Allaria y de Zimmermann quienes, desde sus cargos directivos
en YPF, declararon la guerra a la Standard Oil y a las demás petroleras
extranjeras. En fin, la política petrolera de Uriburu reveló la presencia de
un gobierno tironeado tanto por los intereses privados como por los
sectores nacionalistas presentes en él y en la opinión pública.
Esto tendría consecuencias sobre la política de su sucesor. En efecto,
dos días antes de las elecciones nacionales del 8 de noviembre de 1931,
la Standard, aprovechando la transición hacia un nuevo gobierno, firmó un
contrato de producción con el gobierno de la provincia de Salta, pero un
mes más tarde el presidente Uriburu se vio obligado a cancelarlo por la
presión en contra del general Agustín Pedro Justo, cabeza visible del
sector de la élite exportadora pro-británica y su sucesor presidencial en
dichas elecciones. La opinión pública salteña se sintió ultrajada por la
cancelación de este contrato, ya que la economía provincial estaba
atravesando un período de depresión provocado, principalmente, por la
suspensión de las importaciones chilenas de ganado en 1930. En ese
crítico contexto, las regalías de la producción de la Standard Oil eran la
única fuente de recursos para el agotado erario provincial. Sin embargo,
frente a la firme oposición de Justo, Uriburu nada pudo hacer por los
salteños respecto del contrato con la Standard Oil. (13)
Si bien Justo se opuso a la instalación de la Standard Oil en Salta,
durante su presidencia (1932-1938) debió flexibilizar la postura ante la
presión de los políticos provinciales, partidarios de firmar contratos con la
petrolera norteamericana como un medio de reactivar sus alicaídas
economías. Como producto de este juego de fuerzas, a mediados de 1933
el gobierno salteño firmó un contrato con la Standard. En 1934 firmó
también un contrato con la petrolera estatal YPF, pero para ese entonces
la Standard Oil había obtenido una posición de privilegio en la provincia.
Buena parte de la explicación de las razones por las cuales el gobierno
de Justo no intervino Salta tuvo que ver con el poder que en esa provincia
tenía Robustiano Patrón Costas. Gracias a sus estrechos vínculos con las
elites de las provincias del Litoral e Interior, Patrón Costas fue el arquitecto
de la Concordancia: la alianza de conservadores, socialistas
independientes y radicales disidentes que apoyaba al gobierno de Justo.
El presidente Justo no se atrevió a intervenir Salta y anular el contrato con
la Standard por temor a que Patrón Costas le retirara su apoyo y provocara
una crisis política justo en el momento en que se estaba negociando el
pacto Roca-Runciman con Gran Bretaña. (14)
De acuerdo con la opinión de Solberg, las críticas a la política petrolera
del gobierno de Justo efectuadas por autores nacionalistas como Arturo
Frondizi y Marcos Kaplan, quienes sostienen que Justo sacrificó YPF a los
intereses importadores, son demasiado severas. En sus seis años de
gestión, Justo intentó una política tan vacilante como la de su antecesor.
Por un lado, buscó promover a YPF a expensas de la Standard. Por el otro
lado, tranquilizar a los inversores británicos, incluso a los del sector
petrolero. (15)
263
Justo aceptó el contrato firmado entre el gobierno de Salta y la Standard
Oil, pero en 1934 contraatacó, procurando fortalecer la presencia de YPF
en las provincias a expensas de la poderosa firma petrolera
norteamericana. Por decreto, el Presidente limitó las concesiones
petroleras privadas a sus límites existentes, convirtiendo el resto de la
Argentina en una inmensa reserva de YPF. Este decreto presidencial fue
ratificado por el Congreso en 1935, confirmando los derechos de la
empresa petrolera estatal a operar en las provincias garantizados por su
antecesor. No obstante este decreto de Justo, las provincias conservaron
la autoridad jurisdiccional para negociar contratos petroleros con la
empresa estatal. Además, todos los productores petroleros, públicos y
privados, se vieron obligados a partir de este decreto a abonar una regalía
del 12% de la producción bruta al gobierno provincial (o al federal si los
territorios en explotación eran territorios nacionales). Como consecuencia
de este decreto, YPF se expandió con rapidez en las provincias,
especialmente en la de Mendoza.
Los productores privados criticaron la ampliación de la reserva estatal
decretada por el gobierno. Pero no se limitaron a esta actitud. Los
directivos de las compañías petroleras extranjeras decidieron combatir el
decreto del gobierno de Justo inundando el mercado argentino con
petróleo importado barato. De este modo, las importaciones de crudo, a
precios menores que el petróleo proveniente de YPF, aumentaron en un
100% entre 1934 y 1935. Esta actitud de las firmas extranjeras generó
voces de protesta en el Congreso y en los medios de prensa, los cuales se
quejaron de que las petroleras del exterior recurrían al dumping para
eliminar el mercado de YPF. (16)
En 1936 Justo replicó la ofensiva de las petroleras extranjeras con
decretos que establecieron un límite a las importaciones de petróleo y
adjudicaron cuotas tanto en el comercio de importación como en el
mercado de derivados del petróleo entre la empresa petrolera estatal YPF,
la británica Shell, la norteamericana Standard y las compañías privadas
menores. Este acuerdo alcanzado en 1936, que permaneció en vigencia
hasta 1947, reservó alrededor del 50% del mercado argentino de gasolina
a YPF.
Esta estrategia del gobierno de dividir el mercado nacional para proteger
a la petrolera estatal de la competencia de la Standard Oil contrarió a los
nacionalistas, quienes afirmaron que las medidas adoptadas por Justo
eran equivalentes a una actitud de capitulación ante los importadores y las
petroleras extranjeras. El diputado socialista Julio V. González, quien
condujo una investigación legislativa del acuerdo de 1936 firmado entre el
gobierno de Justo y las empresas petroleras, calificó al mismo como una
"sentencia de muerte contra YPF".
Es interesante notar que, a pesar de las enfáticas protestas de los
sectores nacionalistas de que el gobierno de Justo favorecía
innecesariamente los intereses de los importadores y que lo correcto
hubiera sido directamente expropiar las compañías petroleras privadas por
264
haber procurado destruir la competencia con YPF, violando la ley antitrust
argentina de 1923, lo cierto fue que la política petrolera de Justo, señalada
por los sectores nacionalistas como complaciente con los intereses
foráneos, en realidad fue muy mal recibida por las compañías petroleras
extranjeras y especialmente por las norteamericanas. Un ejemplo de la
tendencia apuntada fueron los comentarios efectuados por un petrolero
norteamericano, quien señaló que: "Ahora estamos siendo acosados por
ambos extremos", en obvia referencia a YPF por un lado, y a la compañía
petrolera británica Shell por el otro. Este petrolero norteamericano agregó,
comentando la ley del gobierno de Justo que estableció la reserva de
1935, que la misma "restringió (...) todos los esfuerzos futuros para
aumentar nuestra producción de crudo en nuevas concesiones, mientras
que ahora se intenta limitar nuestras ventas". (17)
El gobierno de Justo mantuvo una constante batalla legal para impedir la
expansión de la Standard Oil. En 1936 rechazó la propuesta de la
petrolera norteamericana de reunir a sus empresas subsidiarias y
aumentar su capital. Ese mismo año, acusó a la Standard de espionaje,
competencia desleal e importación ilegal de petróleo de Bolivia. Estas
acusaciones tuvieron eco en la opinión pública argentina, que ya conocía
acusaciones contra la empresa norteamericana por haber promovido la
Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay (1932-1935).
A fines de la década de 1920, habían tenido lugar manifestaciones de
estudiantes universitarios argentinos exigiendo la expropiación de la
Standard Oil. A estas manifestaciones se añadieron las provenientes del
general Baldrich, plegado a la causa nacionalista, quien publicó ataques
contra la multinacional norteamericana.
En 1937 la Standard ofreció vender al gobierno sus propiedades en la
Argentina, pero el Congreso no consideró la propuesta y la compañía
continuó sus operaciones. La presión de la opinión pública y los medios de
opinión argentinos en contra de la petrolera norteamericana y las medidas
adoptadas por el gobierno de Justo provocaron la declinación de la otrora
poderosa Standard Oil. Su producción en la Argentina cayó violentamente
desde 1934 y Diadema Argentina, subsidiaria de la Shell, se transformó en
el principal productor petrolero extranjero al expandir su producción en las
concesiones de Comodoro Rivadavia.
• NOTAS
1. Ver Norma Delia González, U.S.-Argentine Relations in the 1950s, Ph.D. dissertation, University
of Massachusetts, 1992, p. 6.
2. Vernon Lovell Phelps, The International Economic Position of Argentina, Philadelphia, University
of Pennsylvania Press, 1938, p. 99. También D.B. Easum, op. cit., p. 84, quien cita a Phelps.
3. Dudley M. Phelps, Migration of Industry to South America, New York, Mc Graw-Hill Book
Company, 1936, pp. 13 y 19, cit. por V. L. Phelps, op. cit., p. 104.
4. Carl E. Solberg, Petróleo y nacionalismo en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, pp.
234-235.
5. Fernando García Molina y Carlos A. Mayo, El general Uriburu y el petróleo, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1985, pp. 98-100.
6. La Alianza Continental fue una asociación creada en 1927 para combatir el imperialismo
económico extranjero y particularmente estadounidense. Este grupo anti-imperialista estuvo
265
compuesto principalmente por estudiantes e intelectuales. Aunque tuvo pretensiones de expandir
su acción al resto de América Latina, se concentró casi totalmente en la cuestión petrolera
argentina. Ver C.E. Solberg, op. cit., p. 212, y F. García Molina y C. Mayo, op. cit., p. 101.
7. Yacimientos Petrolíferos Fiscales, Desarrollo de la Industria Petrolera fiscal, 1907-1932, Buenos
Aires, Peuser, 1932, pp. 192-193, cit. por F. García Molina y C. Mayo, op. cit., p. 102. Ver
también La Nación, 25 de noviembre de 1930, p. 9.
8. Petróleos y Minas, noviembre de 1931; La Prensa, 26 de febrero de 1931, p. 10, cit. por F.
García Molina y C. Mayo, op. cit., p. 107. Ver también La Nación, 15 de octubre de 1931, p. 5 y
editorial “El encarecimiento de la nafta”, La Nación, 16 de octubre de 1931, p. 4.
9. Estados Unidos, National Archives, Department of State, 835.6363/369, Warren al Departamento
de Estado, cit. por F. García Molina y C. Mayo, op. cit., p. 106.
10. Estados Unidos, National Archives, Department of State, 835.6363/356, Bliss al Secretario de
Estado, 21 de enero de 1931, cit. en ibid., p. 107.
11. Ibid., p. 107.
12. En abril de 1931, el Ministro de Agricultura, Horacio Béccar Varela, fue reemplazado por David
M. Arias, mientras que el jurista Octavio S. Pico pasó de Obras Públicas a Interior; para la
cartera de Obras Públicas fue nombrado Pablo Calatayud. Las designaciones de Calatayud y
Arias parecieron inicialmente favorecer los intereses de las compañías norteamericanas, ya que
el nuevo Ministro de Obras Públicas era un alto directivo de Firestone, mientras que su colega en
Agricultura sería el principal responsable, junto al interventor Erasmo Martínez, de los convenios
firmados entre el gobierno de Salta y la Standard Oil. En julio del mismo año, el Ministro de
Agricultura Arias pronunció un discurso muy prometedor para los intereses petroleros
extranjeros, en el que incluyó una abierta crítica a sus antecesores en materia de política
petrolera. En dicho discurso, Arias sostuvo que: “En materia de petróleo (...) el país deberá
alterar sustancialmente el rumbo de la política que se ha seguido hasta hoy. Gran parte de
Chubut, el norte de Santa Cruz, los territorios de Neuquén y de Tierra del Fuego, en toda su
amplitud, y parte de La Pampa y del Río Negro, son regiones que han quedado vedadas a la
iniciativa particular, todo ello sin contar las reservas con la insignificancia de las zonas realmente
explotadas”. La alusión era a los decretos de reserva de Alvear y a las ampliaciones dispuestas
en Tierra del Fuego y Mendoza para explotación de YPF. En la visión del nuevo ministro, YPF
debía actuar como una empresa particular libre de todo apoyo oficial: “Por una parte, el capital
privado rindiendo al Estado tributo de regalía, por la otra, los Yacimientos Petrolíferos Fiscales,
explotando como empresa particular, las minas que se descubran por intermedio del personal a
las órdenes de la respectiva dirección y sirviendo de control a las explotaciones no oficiales”.
Discurso del Ministro de Agricultura Arias en Petróleos y Minas, agosto de 1931, cit. en ibid., p.
109.
13. Frederick Alexander Hollander, Oligarchy and the politics of petroleum in Argentina: The Case of
the Salta Oligarchy and Standard Oil, 1918-1933, Tesis, University of California, Los Angeles,
1976. pp. 506-525, cit. en C.E. Solberg, op. cit., p. 236.
14. F.A. Hollander, op. cit., pp. 554-648, cit. en ibid., p. 239.
15. Arturo Frondizi, Petróleo y política, Buenos Aires, Raigal, 1955, pp. 363-365 y Marcos
Kaplan, Economía y política del petróleo argentino (1939/1956), Buenos Aires, Praxis, 1957, p.
24, fuentes citadas en ibid., p. 238.
16. Porcentajes en ibid., p. 239; "Prohibición de la exportación de petróleo y fiscalización de la
importación", Boletín de Informaciones Petroleras, 13 jul. 1936, pp. 10-14; James E.
Zinser, Alternative Means of Satisfying Argentine Petroleum Demand: Importation, Government
Production, or Foreign Private Contractual Production: A Comparative Analysis and a
Recommended Petroleum Policy, Tesis, University of Oregon, 1967, pp. 52-53, fuentes citadas
en ibid., pp. 239-240.
17. Julio V. González, Nacionalización del petróleo, Buenos Aires, El Ateneo, 1947, pp. 61-62;
Adolfo Silenzi de Stagni, El petróleo argentino, Buenos Aires, 1955, pp. 58-60; los decretos de
Justo figuran en “Prohibición de la exportación de petróleo y fiscalización de la importación”, op.
cit., pp. 10-14; las quejas del petrolero norteamericano pueden hallarse en Cox (Buenos Aires) al
Secretario de Estado, 22 de mayo de 1936, en Estados Unidos (1), Department of State, Foreign
Relations of the United States: Diplomatic Papers, 1936, V, The American Republics,
Washington D.C., Department of State, 1954, p. 184, fuentes citadas en ibid., p. 240.
266
Las implicancias de la guerra para las relaciones bilaterales
Antes de señalar las implicancias concretas de la Segunda Guerra Mundial
sobre las relaciones argentino-norteamericanas, conviene reseñar
brevemente los prolegómenos de tal acontecimiento en tanto formadores
del contexto en el que éstas se desenvolvieron.
Justamente, en medio de un orden mundial signado por el avance de los
regímenes totalitarios y la debilidad de la Sociedad de las Naciones que
tanto había defendido el canciller Saavedra Lamas como mecanismo de
pacificación mundial, durante el último año del gobierno de Justo las
autoridades argentinas intentaron acercarse a Washington. Así, en la
comida de la comunidad norteamericana efectuada el 4 de julio de 1937, el
otrora combativo canciller Carlos Saavedra Lamas dio su respaldo a la
Doctrina Monroe en la medida que la misma excluía de la región
americana toda idea hostil a la forma republicana de gobierno. El diario
norteamericano The New York Times se refirió a este discurso de
Saavedra Lamas como "el discurso más laudatorio, fuera de duda, que se
haya pronunciado con referencia a los Estados Unidos en cualquier país
latinoamericano en la última generación". Y como para que no quedasen
dudas en la Casa Blanca de la actitud amistosa adoptada por las
autoridades de Buenos Aires, en la inauguración del monumento de
George Canning efectuada en diciembre de ese mismo año, el Ministro de
Relaciones Exteriores argentino manifestó que "la protección de los
Estados latinoamericanos contra la agresión venida de fuera procedería
siempre de los Estados Unidos y Gran Bretaña". (1) Incluso en dos
ocasiones Saavedra Lamas apoyó vehementemente la candidatura de su
rival en la Conferencia de Buenos Aires Cordell Hull al Premio Nobel de la
Paz. (2)
Los gestos amistosos hacia la Casa Blanca fueron continuados por el
nuevo Presidente Roberto M. Ortiz (1938-1942, pero interinamente desde
julio de 1940 su vicepresidente.) En primer lugar, y en forma acorde con la
opinión pública argentina, dio la bienvenida a las seis "fortalezas volantes"
enviadas por las autoridades norteamericanas en su honor. En segundo
lugar, Ortiz inició negociaciones en procura de la incorporación de ocho
instructores de vuelo de la Fuerza Aérea norteamericana. El 21 de marzo
de 1938, en presencia del embajador norteamericano en Buenos Aires
Alexander W. Weddell y de altos funcionarios de gobierno, el Presidente
argentino pronunció un mensaje radial de buena voluntad dirigido al pueblo
norteamericano. En septiembre del mismo año, época de la crisis
checoslovaca, Ortiz envió a su colega norteamericano Roosevelt la
promesa de apoyo argentino a su llamamiento a la paz, dirigido a Hitler.
(3)
Pero esta serie de gestos amistosos hacia la Casa Blanca dirigidos por
el gobierno de Ortiz no alteraron la orientación básica de la política exterior
argentina, remisa a compromisos con Estados Unidos que pudieran dañar
los vínculos con Europa. Por eso el nuevo canciller José María Cantilo,
267
consciente de que la situación europea llevaría al secretario de Estado Hull
a insistir con el proyecto de unidad hemisférica, trató de postergar la
Conferencia de Lima. El gobierno de Estados Unidos y de los países
americanos que respondían a su influencia no aceptaron la sugerencia
argentina.
Finalmente, la Octava Conferencia Panamericana se celebró, como
estaba previsto, en Lima en diciembre de 1938. Dado el fracaso de su
estrategia de postergación, el canciller argentino José María Cantilo optó
por no concurrir personalmente a Lima para evitar un choque directo con
Hull. No obstante, no resistió la tentación de inaugurar la conferencia,
aprovechando que Hull aún no había llegado. El discurso de Cantilo,
aunque tuvo alguna referencia al compromiso sobre la unidad hemisférica,
fue la más apasionada defensa de los vínculos con Europa y la más clara
refutación del deseo norteamericano de construir mecanismos de
solidaridad continental, como puede apreciarse en sus palabras:
268
El resultado concreto de la conferencia fue el documento conocido como
"Declaración de Lima", sancionado unánimemente en la víspera de
Navidad de 1938, que decía lo siguiente:
269
apoyó la moción. El 5 de septiembre la Argentina se unió a Estados Unidos
y a otras seis naciones -Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México y Perú- para
auspiciar, de acuerdo con lo dispuesto en las resoluciones de Buenos
Aires y Lima, la invitación del gobierno de Panamá a celebrar la Primera
Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores.
En la reunión de Panamá, de septiembre a octubre de 1939, el delegado
argentino, Leopoldo Melo, se esforzó por trabajar junto al subsecretario de
Estado Sumner Welles a fin de lograr unanimidad para mantener la
neutralidad y trazar un amplio plan tendiente a la seguridad continental
frente a la guerra europea y adoptar medidas para enfrentar la dislocación
económica que sobrevendría al finalizar la guerra. El resultado más
importante de la reunión fue la llamada “Declaración de Panamá”, por la
que se constituyó una zona marítima de seguridad en torno del continente
de 300 millas de extensión. Dentro de esa zona estaba prohibido a los
beligerantes llevar a cabo actos de guerra. La delegación argentina se
opuso a patrullar esas aguas por temor a que el país terminase
involucrándose en la guerra y obtuvo que la acción fuera facultativa. No
obstante, Melo decidió no dejar aislada a la Argentina e insistió en que se
situara -tal como lo sostiene el propio Sumner Welles- "en completa
armonía y amistoso entendimiento con los Estados Unidos". (8)
La diplomacia argentina expresó su acuerdo a las medidas aprobadas
en Panamá, salvo la reserva ya apuntada sobre la zona de seguridad y
una referente a la situación de las islas Malvinas, sobre la que reiteraba
que la República Argentina mantenía intactos sus legítimos títulos y
derechos. (9)
En todas las cuestiones importantes tratadas por la conferencia de
ministros de relaciones exteriores de Panamá, tales como cooperación
económica, coordinación de medidas judiciales y policiales, transferencia
de soberanía de regiones geográficas por Estados no americanos, la
representación argentina se incorporó al frente común de seguridad, para
beneplácito de las autoridades de la Casa Blanca. Profundamente
impresionado por el espíritu de colaboración de Melo, Sumner Welles
recomendó al secretario Hull que enviara a Buenos Aires una nota de
felicitación. (10)
Parecía que las gestiones de Melo habían concretado los inconclusos
sueños de colaboración interamericana de Rómulo S. Naón en los días de
la Primera Guerra. Pero esta impresión no pasaría de ser un espejismo
momentáneo. La actitud argentina de colaboración con el gobierno
norteamericano en la reunión de ministros de relaciones exteriores en
Panamá de 1939 se debió en gran medida a que dicha reunión hizo de la
neutralidad una política panamericana cuyos términos, a diferencia de los
planteados en la Conferencia Interamericana de Buenos Aires de 1936, no
amenazaban el intercambio argentino con Europa y porque las autoridades
de Estados Unidos prometieron gran ayuda a los países latinoamericanos
que sufrieran por la guerra. (11)
Otro factor fue la necesidad del gobierno de Ortiz de acercarse a
270
Estados Unidos y ser un miembro leal de la comunidad interamericana,
como manifestación "externa" de su política de "democratizar" el
fraudulento sistema político vigente desde el golpe de 1930. Ortiz
necesitaba un aliado “externo” que le permitiese contrarrestar la creciente
influencia de los elementos nacionalistas y pronazis que atentaban contra
la estabilidad de su gobierno. Pero sus esfuerzos chocaron contra la
intransigencia del gobierno norteamericano, el cual permaneció indiferente
a la situación interna de la Argentina. (12)
Durante el lapso transcurrido entre la caída de Polonia en septiembre de
1939 y la de Francia en junio de 1940 en manos de las fuerzas alemanas,
el Ministro de Relaciones Exteriores Cantilo manifestó un enérgico
respaldo a la política de solidaridad continental propiciada por el gobierno
norteamericano. Así, en el Día de las Américas correspondiente a abril de
1940, en ocasión del quincuagésimo aniversario de la fundación del
movimiento panamericano, Cantilo se expresó en los términos más
amplios posibles acerca de los aportes del panamericanismo. (13)
Asimismo, factores inherentes a la guerra tales como el hundimiento de
barcos mercantes dentro de la zona de seguridad y la acción bélica de las
fuerzas británicas contra la incursión del acorazado alemán Graf
Spee frente a las costas uruguayas parecieron convencer a Cantilo de la
ineficacia de la Declaración de Panamá. Además, la presencia de un millar
de alemanes internados en la Argentina generó en las autoridades de la
Casa Rosada la sensación de que los peligros de la guerra no eran tan
lejanos para el país a pesar de su carácter de neutral, tal como lo había
advertido el gobierno norteamericano. Cuando este último propuso a las
repúblicas americanas el envío de una nota conjunta sobre el incidente
del Graf Spee, Cantilo apoyó una declaración clara y enérgica. (14)
Ante el peso de factores como la intensidad de la blitzkrieg o guerra
relámpago encabezada por las fuerzas alemanas en el frente europeo, e
incidentes como el del Graf Spee, que violó la zona de seguridad en torno
del continente decretada por la Declaración de Panamá, el canciller José
María Cantilo inició conversaciones en abril de 1940 con el embajador
norteamericano Norman Armour, encaminadas a reemplazar el tradicional
concepto de neutralidad por la noción de “no beligerancia” que, según su
parecer, se adaptaba mejor a los hechos que estaban ocurriendo. Cantilo
declaró a Armour que la neutralidad ya no existía en Europa y que una
posición neutral creaba deberes pero no otorgaba derechos, sugiriendo
que las repúblicas americanas acordaran declararse "no beligerantes".
(15)
Este cambio en la actitud argentina se divulgó a través de una circular a
las distintas embajadas que sostenía que “(...) en la situación de hoy, ni los
Estados beligerantes respetan la voluntad de los neutrales, ni éstos
pueden hacer respetar su neutralidad como forma jurídica de su
aislamiento. La neutralidad, creada para preservar la soberanía, en las
condiciones actuales la burla o la disminuye, pero no la protege. Es una
ficción, un concepto muerto, que debe ser reemplazado dentro de la
271
realidad del momento que vivimos”. (16)
En su justificación del reemplazo de la neutralidad por la “no
beligerancia”, Cantilo sostuvo que la Declaración de Panamá y la zona
marítima de seguridad fueron los esfuerzos máximos para preservar la
neutralidad dentro de las normas del Derecho Internacional, y que
justamente estos esfuerzos habían sido puestos en tela de juicio por el
combate entre el acorazado alemán Graf von Spee y los tres cruceros
británicos frente a las costas uruguayas en diciembre de 1939.
Este incidente, al demostrar la ineficacia de las protestas multilaterales
como medio de proteger los derechos de los neutrales, fue decisivo en la
resolución del gobierno de Ortiz de adoptar una política más agresiva. Lo
curioso fue que varios funcionarios del Departamento de Estado
compartieron este escepticismo argentino sobre la eficacia de mecanismos
multilaterales como la Declaración de Panamá. Incluso un documento del
Departamento de Estado de comienzos de 1940 promovía la adopción de
un cambio en la posición de neutralidad de Estados Unidos y un avance
hacia lo que la Argentina llamó en abril y mayo de ese mismo año la “no
beligerancia”.
El embajador argentino en Washington, Felipe A. Espil notificó la
posición argentina de no beligerancia en una entrevista mantenida con el
subsecretario Sumner Welles el 22 de abril de 1940, en los siguientes
términos:
282
objetivo de conservar el mercado alemán para la carne argentina en el
caso de que Gran Bretaña fuera derrotada- contribuyeron al gradual retiro
argentino del programa de solidaridad continental iniciado en Panamá.
Por cierto, la negativa reacción argentina al llamado de Hull a una nueva
conferencia consultiva integrada por los países de la región en La Habana
reveló el cambio en la actitud del canciller Cantilo desde su declaración de
no beligerancia de abril de 1940. Inicialmente dispuesto a enviar
delegados a la conferencia impulsada por Washington, Cantilo cambió su
opinión al enterarse de la resolución unilateral del gobierno norteamericano
del 18 de junio respecto de la transferencia de las colonias europeas en
América, (40) sosteniendo que no había necesidad de celebrar tal reunión
consultiva. (41)
El viejo antagonismo argentino-norteamericano reapareció luego de la
caída de Francia ante el ejército nazi en junio de 1940, cuando el gobierno
de Washington abandonó la neutralidad declarada en Panamá y se
convirtió en el "arsenal de la democracia", abasteciendo de armas a los
enemigos del Eje. Como tantas otras veces, la diplomacia argentina
enfrentó a la norteamericana en vez de cooperar con ella. El canciller
Cantilo reaccionó en contra del anteproyecto de Hull que impulsaba una
amplia resolución para proteger el territorio del hemisferio de toda
transferencia violenta de una potencia no americana a otra. De acuerdo
con la óptica de Cantilo, y a diferencia de lo que opinaban las autoridades
de la Casa Blanca, dicha transferencia de territorios no era
necesariamente hostil a la paz y la seguridad en la región. El canciller
argentino cuestionó el derecho de las repúblicas americanas a sentarse a
juzgar los cambios políticos europeos. El Ministro de Relaciones Exteriores
argentino puso en duda la justicia de la política norteamericana, que
garantizaba el statu quo sin tener en cuenta si el cambio era o no
deseable. La diplomacia argentina sostenía que en todo caso era el mismo
pueblo quien debía determinar su destino soberano. Con el pensamiento
puesto tal vez en la cuestión de las islas Malvinas, Cantilo sugirió como
alternativa al anteproyecto norteamericano el principio opcional de que las
colonias europeas no debían existir en el hemisferio occidental. (42)
Deseando evitar la confrontación directa con la delegación
norteamericana, el canciller Cantilo envió en su lugar a Leopoldo Melo
para que hiciera la presentación de la posición argentina en la conferencia
de La Habana. Melo, quien había tenido una actitud cooperativa con
Estados Unidos en la reunión de Panamá, se vio en esta ocasión muy
condicionado por el cambio de gobierno operado en su país. El delegado
argentino expuso fielmente la posición de Cantilo y, como varios de sus
colegas latinoamericanos, puso en tela de juicio la capacidad
norteamericana para defender a todo el hemisferio en caso de agresión
extracontinental.
Sin embargo, Melo adoptó una posición más intransigente hacia
Washington en su exposición que en la práctica, ya que se avino a firmar
junto a los demás estados de la región el "Acta de La Habana" y la
283
"Convención sobre Administración Provisional de las Colonias y
Posesiones Europeas de las Américas" que la acompañaba. Ambos
documentos prohibieron la transferencia de las posesiones americanas de
las potencias europeas como Francia, Países Bajos y Gran Bretaña, a
cualquier otra potencia, y crearon una administración interamericana para
tales posesiones en caso de necesidad. A pesar de firmar estos
documentos, la Argentina no desaprovechó la ocasión para reafirmar sus
derechos sobre las islas Malvinas y manifestó que si el control de Gran
Bretaña sobre las islas cesaba por alguna razón, las Malvinas pasarían a
dominio de la Argentina y no a un control interamericano. (43)
Otro fruto de la Conferencia de La Habana fue la Declaración XV sobre
Asistencia Recíproca y Cooperación Defensiva de las Naciones
Americanas, la cual establecía:
284
Habana el teniente coronel norteamericano R. L. Christian, tras mantener
conversaciones con oficiales superiores de Paraguay y Uruguay, inició
conversaciones con los ministros de guerra y marina argentinos. Las
mismas se llevaron a cabo en setiembre de 1940. A dichas conversaciones
se incorporó luego el agregado naval Brereton. En dichas conversaciones,
Christian se refirió a la preparación para la defensa común del continente
americano, en caso de agresión por parte de una potencia no americana a
un estado de la región. Manifestó que su intención era la de intercambiar
ideas entre profesionales, y no la de arribar a compromiso alguno, ya que
ello era una cuestión de gobierno. También declaró que la delegación
norteamericana no tenía intención de apoderarse o forzar a ninguna
nación americana a ceder bases para las fuerzas norteamericanas.
La respuesta del gobierno argentino a las gestiones de Spears y
Christian fue calificada por los círculos oficiales de la Casa Blanca como
"respuestas generales y evasivas". Para Washington, los fracasos de
ambas misiones revelaban la falta de interés del gobierno argentino en la
cooperación hemisférica, lo cual a la vez explicaba su actitud dilatoria ante
los intentos norteamericanos de cooperación militar. El fracaso de estos
primeros contactos contribuyó a generar un clima de creciente tensión
entre las autoridades de Buenos Aires y Washington, que se enrareció aún
más cuando el gobierno de Estados Unidos rompió su neutralidad a partir
de diciembre de 1941 (46) y la Argentina la mantuvo, debiendo soportar a
partir de ese momento un creciente hostigamiento económico y
diplomático por parte de la Casa Blanca.
Pero no se trató sólo de hostigamiento. También existieron juegos de
compensaciones, de los cuales la Ley de Préstamo y Arriendo constituye
un buen ejemplo. En efecto, el 11 de marzo de 1941 el Congreso
norteamericano sancionó la Ley de Préstamo y Arriendo (Lend-Lease Act),
que permitió al Presidente norteamericano enviar refuerzos militares a las
fuerzas aliadas. A partir de ese momento, el gobierno de Estados Unidos
ingresó en una fase de semibeligerancia que terminó en diciembre de
1941, cuando las autoridades norteamericanas decidieron ingresar en la
guerra.
Esta ley de Préstamo y Arriendo autorizó al presidente de Estados
Unidos, “cuando lo considere de interés para la defensa nacional (...) a
vender, permutar, transferir, arrendar, prestar” toda clase de artículos para
la protección del “gobierno de cualquier país cuya defensa el Presidente
considere vital para los Estados Unidos”. En consecuencia, esta ley otorgó
respaldo jurídico interno a la proyección internacional del gobierno
norteamericano como el “arsenal de las democracias”. Como resultado de
las previsoras medidas de la Ley de Préstamo y Arriendo, la economía
estadounidense adaptó su producción a las necesidades de la guerra un
año antes de declararla, y puso al alcance de sus aliados unos 50.000
millones de dólares en armas, servicios y alimentos.
Asimismo, a través de la Ley de Préstamo y Arriendo, el gobierno de
Estados Unidos puso en práctica y a gran escala la política del gift o
285
“regalo”, que en décadas posteriores repitió exitosamente para defender su
liderazgo global. Esta política del gift consistió en donaciones de bienes o
capitales por parte del gobierno norteamericano a determinados países sin
contraprestación de las naciones receptoras.
Estas operaciones tuvieron una finalidad política, generalmente expresa,
y descansaron en la premisa de que es preferible la ayuda masiva a un
plan de defensa de costo equivalente o superior a la guerra misma. La
ausencia de contraprestación por parte de los países receptores de la
ayuda económica norteamericana no implicaba la ausencia de ventajas
para el país donante, pues la reactivación económica de los primeros
aumentaba el intercambio y, en consecuencia, terminaba beneficiando al
país que había otorgado la ayuda. (47)
En los hechos, la política del Préstamo y Arriendo consistió en
prácticamente un regalo de armamento del gobierno de Estados Unidos a
aquellos países latinoamericanos que sintonizaran con la política de
seguridad norteamericana. Dicha política alteró de manera sustancial el
equilibrio de poder en la región, favorable a la Argentina hasta la Segunda
Guerra Mundial. Así lo atestigua una nota enviada por el embajador de
Alemania en Río de Janeiro, Ritter, quien, en marzo de 1938, daba cuenta
a Hitler de la preocupación brasileña respecto de su poderoso vecino: la
Argentina. (48)
A partir de la entrada en vigencia de esta política en marzo de 1941, las
entregas de armas por parte del gobierno norteamericano a países
latinoamericanos reverdecieron viejas rivalidades intra-regionales. Desde
esa fecha en adelante, la diplomacia argentina intentó congeniar dos
actitudes irreconciliables: mantener la neutralidad y a la vez evitar su
creciente inferioridad bélica procurando captar la ayuda norteamericana
por el camino del Lend-Lease.
El 30 de julio de 1941, el embajador norteamericano en Buenos Aires
Norman Armour presentó a la cancillería argentina un memorándum
confidencial en el que hizo saber que el gobierno de Estados Unidos había
resuelto, en los próximos años, otorgar a las repúblicas americanas
material naval y militar por un valor aproximado de 400 millones de
dólares. Sostenía el memorándum que el gobierno argentino podía
acceder a la entrega de material naval y militar en una fecha cercana en
los términos de la Ley de Préstamo y Arriendo. Finalizaba el memo
informando que el subsecretario Welles tenía entendido que las
autoridades argentinas estaban dispuestas a reanudar las conversaciones
de estados mayores iniciadas en Buenos Aires, durante las visitas del
capitán Spears y el teniente coronel Christian. Para concretar dicho
objetivo, el documento sugería la designación de una comisión naval-
militar argentina que viajara a Estados Unidos en fecha próxima, con
facultades para continuar las conversaciones iniciadas en Buenos Aires el
año anterior y expresar las necesidades del gobierno argentino con
respecto al equipo militar y naval.
Ahora bien, la neutralidad adoptada por Castillo no era compartida en
286
forma monolítica por el conjunto de la clase política argentina. A mediados
de junio de 1941, el embajador norteamericano en Buenos Aires Norman
Armour informaba al Secretario de Estado norteamericano que la
impaciencia que suscitaba en algunos sectores de la opinión pública y de
la clase política argentina la actitud circunspecta e irresoluta de Castillo iba
haciéndose más marcada, y en agosto del mismo año daba cuenta
también de que una insistente demanda popular exigía mayor colaboración
con Gran Bretaña, Estados Unidos y las demás repúblicas americanas.
(49)
Lo cierto fue que entre junio de 1941 y el ataque japonés a Pearl Harbor
en diciembre del mismo año, el gobierno de Castillo pareció ceder a la
presión interna de los sectores aliadófilos y acercarse a los intereses de
seguridad interamericana impulsados por el gobierno de Estados
Unidos. Un ejemplo de esta actitud fue la declaración efectuada por el
presidente interino el día 7 de julio ante dos mil oficiales del ejército, en la
que, si bien dejando definida su actitud como una de "prudente
neutralidad", Castillo justificó un acercamiento a Estados Unidos y a la
cooperación interamericana sobre la base de una pertenencia al “ambiente
de civilización armónica, donde imperan la paz y el orden que hacen
grandes a los pueblos y más respetables a los hombres”. (50)
A este gesto del gobierno de Castillo en procura de un acercamiento con
la Casa Blanca le siguieron otros. Así, las autoridades argentinas
permitieron que el jefe de estado mayor de la marina participara en una
gira de inspección de establecimientos navales norteamericanos.
Asimismo, el 13 de mayo de 1941, la gestión de Castillo cerró tardíamente
los puertos y aguas argentinos a los submarinos beligerantes. También el
gobierno argentino propuso a sus colegas norteamericano y brasileño una
mediación tripartita en la disputa fronteriza entre Ecuador y Perú. (51)
Mientras tanto, el impacto de la Segunda Guerra Mundial en la
atmósfera política interna argentina era más que evidente. En esos
mismos días en que el gobierno de Castillo adoptaba un conjunto de
medidas tendientes a un mayor acercamiento con Estados Unidos, la
Comisión de la Cámara de Diputados que investigaba la penetración de las
redes de espionaje y organizaciones nazis en la Argentina, fuertemente
respaldada por los sectores y medios de prensa aliadófilos, presionaba
sobre el gobierno argentino para que éste declarase sus intenciones.
Mediante revelaciones periódicas acerca de las actividades de la
embajada alemana en la Argentina, estos medios pusieron al descubierto
el grado en que el embajador von Thermann abusaba de sus privilegios
diplomáticos, colocando al gobierno de Castillo en una posición
sumamente incómoda. El 15 de septiembre de 1941 la Cámara de
Diputados votó una moción de censura y recomendó la disolución de todas
las organizaciones laborales y culturales alemanas. (52)
En medio de esta incómoda situación, el gobierno de Castillo procuró
acelerar las negociaciones diplomáticas tendientes a estrechar la
cooperación con Washington. Las negociaciones se relacionaron
287
esencialmente con tres problemas: el control mundial del trigo, la escasez
de equipo militar y el intercambio comercial argentino-norteamericano.
Respecto del primer problema, los funcionarios argentinos se reunieron
con sus colegas de Australia, Canadá, el Reino Unido y Estados Unidos
con el objeto de resolver las crecientes dificultades ocasionadas por la
demanda y la oferta mundial de trigo. Como resultado de estos contactos,
los representantes de estos países acordaron firmar en abril de 1942 un
acuerdo que abarcó temas tales como existencias, fondo de ayuda y
controles sobre producción, exportación y precios.
En cuanto al segundo problema, el de la escasez de equipo militar por
parte de la Argentina, los esfuerzos norteamericanos por satisfacer las
necesidades argentinas debieron sortear numerosos obstáculos. Los
negociadores argentinos presentaron a fines de junio de 1941 su lista
inicial de equipos militares escasos, sobre todo de productos químicos y
metales. Un mes más tarde, cuando el Departamento de Estado intentó
vincular estas necesidades argentinas a conversaciones sobre defensa
continental entre los estados mayores de ambos países, tropezó con la
reacción negativa del embajador argentino en Washington, Felipe A. Espil.
Ante esta dificultad, los funcionarios del Departamento de Estado se
apresuraron a establecer una separación completa entre necesidades
militares y compromisos políticos. Una vez que recibieron seguridades
sobre este espinoso punto, las autoridades argentinas decidieron enviar en
el mes de agosto de 1941 una misión negociadora a Washington.
Sobre el problema del intercambio comercial bilateral, el gobierno de
Castillo adoptó la trascendente decisión de firmar con las autoridades
norteamericanas un acuerdo recíproco de comercio el 14 de octubre de
1941, el que reemplazó al obsoleto tratado de 1853. Este paso resultó de
importancia. Ambas naciones, afectadas por la dislocación del comercio en
la coyuntura bélica y por la escasez de bodegas, lograron concretar un
moderno tratado comercial.
Así fue que el 14 de octubre de 1941, los representantes argentinos y
norteamericanos lograron el acuerdo comercial. Este tratado aportó
ventajas a ambas partes. Si bien no aseguró a la Argentina el mercado
norteamericano para sus cereales y carne fresca, vale señalar que sentó
las bases para la futura diversificación del intercambio comercial y, sobre
todo, contribuyó a reducir el resentimiento de las décadas anteriores
existente entre ambos países a causa de las mutuas discriminaciones
contra los productos exportables, modificando el fundamental conflicto
filosófico-comercial entablado entre los conceptos de comercio bilateral y
multilateral.
Por una parte, el acuerdo aseguró una reducción de índices tarifarios
sobre, según Conil Paz y Ferrari, 69%, y según Peterson, 75% de las
exportaciones argentinas de 1940 a Estados Unidos, incluyendo el rubro
de la carne envasada. Por la otra, dicho acuerdo también rebajó los
índices sobre 18% de los productos manufacturados norteamericanos
importados por la Argentina en el mismo año (entre otros rubros, el de
288
automóviles y heladeras).
El gobierno argentino prometió además no subir las tarifas aduaneras
existentes por encima de 12%. Mantuvo las cuotas vigentes y el control de
cambios, pero se comprometió a no utilizarlos en perjuicio de Estados
Unidos, salvo a favor de Gran Bretaña y los países del área de la libra
esterlina, así como de sus vecinos y de Perú. (53)
Asimismo, luego de haber concluido el tratado comercial, el gobierno de
Castillo adoptó una serie de pasos que generaron en la Casa Blanca la
esperanza de que la Argentina adoptase una auténtica participación en la
defensa del hemisferio junto a Estados Unidos. A fines de octubre de ese
año de 1941, el Presidente interino argentino anunció que una misión
militar partiría sin tardanza a Estados Unidos con el objetivo de realizar
compras esenciales de equipos y armamento. Esta misión militar fue
acompañada por un experto en finanzas, con el fin de discutir la ayuda
bajo la Ley de Préstamo y Arriendo en las condiciones fijadas por los
norteamericanos.
En noviembre, y de modo acorde con los planes norteamericanos de
guerra económica, el Ministro de Relaciones Exteriores argentino Ruiz
Guiñazú, notificó a Washington que la Argentina vendería a Estados
Unidos toda su producción de tungsteno durante un período de tres años.
Asimismo, en ocasión de un viaje efectuado por diputados argentinos a
Estados Unidos, el ex Ministro de Relaciones Exteriores Cantilo, hizo
referencia a la “ineludible necesidad de fortalecer las relaciones
panamericanas y, en particular, la amistad entre los Estados Unidos y la
República Argentina”. Y el 2 de diciembre de 1941 el propio presidente
Castillo aseguró al embajador norteamericano en Buenos Aires Armour
que el gobierno argentino estaba dispuesto a cumplir con sus
compromisos interamericanos, afirmando que Estados Unidos podía contar
con el apoyo cabal de la Argentina. (54)
No obstante, fueron las divergentes consideraciones geográficas,
económicas y estratégicas en cada uno de los países de la región
americana las que determinaron tanto el grado de rapidez con que éstos
reaccionaron ante la Segunda Guerra Mundial, como la medida en que
cumplieron con sus obligaciones interamericanas. Así, los nueve pequeños
Estados de la región del Caribe, estrechamente vinculados a Estados
Unidos por lazos comerciales y de defensa, declararon la guerra a las
naciones del Eje el 10 de diciembre de 1941. En cambio, las naciones más
extensas del Caribe, México, Colombia y Venezuela, si bien igualmente
importantes para Estados Unidos en materia de abastecimiento y
estrategia, actuaron con más lentitud que los estados caribeños pequeños,
aunque ya hacia fin de ese año 1941 habían roto las relaciones
diplomáticas con las fuerzas nazifascistas. Un tercer grupo de Estados,
que comprendía a la Argentina, Bolivia, Chile y Uruguay, alejados del
Atlántico Norte y preocupados por su defensa, decidieron acordar al
gobierno de Estados Unidos la condición de no beligerantes. Por último,
las naciones restantes del continente, Brasil, Ecuador, Paraguay y Perú,
289
reconocieron formalmente su solidaridad con Estados Unidos, pero se
abstuvieron de adoptar acciones concretas hasta fines de enero de 1942.
(55)
Por último, cabe señalar que la primera reacción del gobierno de Castillo
ante el ataque japonés a Pearl Harbor fue el decreto Nº 108.040 enviado al
secretario Hull el 9 de diciembre de 1941, que estipulaba que la Argentina
conformaría su política a la asistencia recíproca dispuesta por la
Resolución XV del Acta Final de La Habana. Dicho decreto disponía lo
siguiente:
290
Cámara de Diputados argentina volcaron expresiones similares de
solidaridad y las enviaron al presidente de la Cámara de Representantes
de Estados Unidos, Sam Rayburn.
A su vez, los medios de prensa porteños, al criticar el ataque japonés a
Pearl Harbor, sostuvieron que el telegrama enviado por Castillo al
Presidente norteamericano Roosevelt no reflejaba en forma suficiente el
hondo sentimiento de solidaridad del pueblo argentino para con el
norteamericano. En particular, La Prensa exigió de las autoridades
argentinas un pronto acuerdo sobre una política uniforme a la que
adhirieran todas las naciones americanas. (59)
El gobierno de Castillo respondió en forma severa a las expresiones
pronorteamericanas provenientes de distintos sectores de la clase política
y la opinión pública argentinas, despertando serias dudas en el embajador
norteamericano Norman Armour acerca de la sinceridad de las buenas
intenciones argentinas para con el gobierno de Washington. El 16 de
diciembre de 1941 Castillo decretó el estado de sitio. Esta medida apuntó
a mantener e incluso fortalecer la posición neutral. Al suspender las
garantías constitucionales, el gobierno podía acallar los medios de prensa
y debilitar la presión de la opinión pública en favor de una estrecha
colaboración con las naciones americanas. También el estado de sitio
podía fortalecer el poder del régimen frente a las crecientes críticas
provocadas por el fraude en las elecciones provinciales. Estos objetivos
del estado de sitio decretado por el presidente Castillo provocaron
satisfacción en los sectores conservadores, deseosos de que la Argentina
no se apartase de la neutralidad. (60)
En una reunión de gabinete del 23 de diciembre, Ruiz Guiñazú sostuvo
que la Argentina debía evitar cooperar más estrechamente con Estados
Unidos y se debía atener a la más estricta neutralidad posible. Pocos días
después, el Ministro de Relaciones Exteriores argentino dio otra molesta
señal a las autoridades de Washington al hacer saber al embajador
brasileño que la Argentina no estaba en condiciones de declarar la guerra,
ni siquiera de romper relaciones. (61)
Por otra parte, ante la nueva situación provocada por la agresión
japonesa, Estados Unidos y Chile propusieron una Tercera Reunión de
Consulta, la cual se llevó a cabo en Río de Janeiro en enero de 1942. Las
tres naciones americanas que habían roto las relaciones diplomáticas con
las naciones del Eje pero sin declarar la guerra a éstas, México, Colombia
y Venezuela, introdujeron una resolución que, contando con el aval
norteamericano, hacía extensible la ruptura de relaciones al resto de las
naciones de la región. El proyecto de ruptura con el Eje presentado por los
tres países americanos tenía el siguiente contenido:
295
en la entrega de armas y mayores facilidades que antes de la citada
Conferencia, hasta el punto de aconsejar que para este aumento en la
ayuda el Congreso norteamericano votase una ley adicional a la Lend-
Lease Act. (75)
En contraste con el optimismo del gobierno argentino, el 17 de febrero
de 1942 Welles exigía al jefe de operaciones navales, almirante Stark, que
los representantes de Estados Unidos no firmaran ningún acuerdo con la
comisión argentina, y que el ejército norteamericano tomara similar actitud
respecto de sus colegas argentinos. (76)
El 15 de marzo de 1942, el almirante Sueyro, el embajador argentino en
la capital norteamericana Espil y el subsecretario Welles conversaron en la
residencia de Espil en Washington. Welles señaló las dificultades por las
que atravesaba el gobierno norteamericano para proveer de armamentos a
los países que los necesitaban sin demora. Recalcó la imperiosa
necesidad de auxiliar a Brasil, prácticamente envuelto en la guerra.
También se refirió a la delicada situación de Chile, con sus extensas
costas casi indefensas. Respecto de la Argentina, el subsecretario
norteamericano calificó la actitud de no beligerancia del gobierno de
Castillo como un factor que incidía negativamente en el conflicto e insistió
en la necesidad de establecer un “convoyaje” para la protección del
comercio interamericano en el cual participara la armada argentina, al
menos hasta el inicio de la costa brasileña.
El almirante Sueyro contestó a Welles que era imposible cumplir con
esos requisitos, porque la marina argentina carecía de elementos para
poder colaborar en esa tarea. Por su parte, Welles insistió en que deseaba
de parte del gobierno argentino cualquier medida de colaboración activa,
por limitada que fuera, algún “gesto” destinado a cambiar en la opinión
pública norteamericana la impresión de que la Argentina se mantenía
alejada e indiferente frente al conflicto mundial.
La actitud inflexible de la comisión militar-naval argentina llevó a un
virtual paréntesis en las negociaciones, que pasaron a ser discutidas
directamente a nivel gubernamental, aunque con idéntico mal resultado.
Para justificar la posición de neutralidad, la cancillería argentina sostuvo
que la obligación del convoyaje creaba una situación de beligerancia que
la Argentina no deseaba, pues abría la puerta hacia la ruptura de las
relaciones con el Eje y la guerra misma.
Asimismo, la cancillería argumentó que la exigencia de convoyaje o de
“control y protección de la navegación en la costa atlántica” aparecía como
una obligación impuesta exclusivamente al gobierno argentino y no a los
de las demás naciones latinoamericanas. Dicha exigencia como condición
para la entrega de material bélico bajo el régimen del Préstamo y Arriendo
era para la cancillería argentina una actitud discriminatoria del gobierno
norteamericano, exigencia que no había sido impuesta a los demás
gobiernos de la región, los cuales habían recibido dicha asistencia militar
sin ninguna clase de prerrequisitos.
Frente al argumento esgrimido por la cancillería argentina, el
296
Departamento de Estado norteamericano sostuvo que la obligación del
convoyaje no era exclusiva para el gobierno argentino, pues diecinueve
repúblicas habían declarado la guerra o roto relaciones con el Eje, y por lo
tanto las autoridades norteamericanas ayudarían a aquellas repúblicas que
habían adoptado una firme posición en términos de defensa continental.
En estos casos, el gobierno de Estados Unidos ponía a disposición todo el
material bélico disponible, mientras que los gobiernos que no habían
contribuido a la causa americana no podían esperar tal ayuda militar de
Washington. Sólo colaborando, sostuvo Welles, “la República Argentina
podía legítimamente compartir la provisión de armamentos, que los
Estados Unidos tienen para distribuir entre las repúblicas americanas”.
(77)
Ante la exigencia del convoyaje, el canciller Ruiz Guiñazú telegrafió al
embajador Espil ordenándole que manifestara al gobierno de Roosevelt “la
incompatibilidad que surge entre las sugestiones (de convoyaje) y la
reiterada posición argentina”. Espil, obedeciendo las instrucciones de su
canciller, solicitó una audiencia con el Presidente norteamericano y
preparó un memorándum historiando el proceso de las negociaciones. El
documento fue presentado el 24 de marzo, y el 3 de abril, el Departamento
de Estado, en respuesta al memo argentino, insistió en su postura,
señalando que si el gobierno argentino aceptaba la propuesta
norteamericana de control y protección de la navegación y estaba
dispuesto a ejecutarla, podría negociar inmediatamente con Washington el
acuerdo para obtener asistencia militar.
No obstante, Ruiz Guiñazú rechazó nuevamente la propuesta
norteamericana de control y protección en la costa argentina,
argumentando que el gobierno argentino no encontraba motivo para
modificar la posición de no beligerancia adoptada respecto de la guerra.
Asimismo, ordenó a su embajador Espil que desistiera de la entrevista con
Roosevelt.
A partir de ese momento, las negociaciones se estancaron y el clima
diplomático entre los dos países se enfrió decididamente. Por un lado, la
cancillería argentina entregó una nota al embajador norteamericano, en
donde criticaba la obligación exclusivamente argentina del convoyaje, “en
cuanto supone la creación de un estado de beligerancia que el país no
desea y para el cual no está preparado”. La respuesta de Hull no se hizo
esperar y fue categórica. En primer lugar, rechazó el argumento de que la
obligación del convoyaje era exclusivamente argentina. En segundo lugar,
no dudó en colocar a la Argentina en el banquillo de los acusados,
lamentando que la actitud porfiadamente neutral del gobierno de Castillo
imposibilitaba a éste acceder a los beneficios de la Ley de Préstamo y
Arriendo.
Al respecto, cabe aclarar que después de la reunión de Río, la Argentina
y Chile fueron los dos únicos países americanos que no cumplieron con la
ruptura de relaciones con las naciones del Eje. Las autoridades de Buenos
Aires intentaron seguir una línea de estricta neutralidad. Luego del
297
combate del Río de la Plata, se habían negado a entregar los prisioneros
alemanes y mantuvieron los vínculos económicos, diplomáticos y de
telecomunicación con los países del Eje. Pero a la vez rehusaron asilo a
los diplomáticos del Eje expulsados por otras repúblicas americanas,
renunciaron a representar intereses italianos en México y América Central
y solicitaron el retiro del embajador alemán en Buenos Aires.
No obstante, dichas medidas fueron consideradas insuficientes por el
gobierno norteamericano. La permisiva actitud del gobierno de Castillo a
las actividades de inteligencia y espionaje de los agentes del Eje exasperó
al Secretario de Estado norteamericano Cordell Hull, quien decidió
presionar al gobierno argentino a través de mecanismos de coerción, tanto
en el ámbito bilateral como multilateral. Además de las presiones puestas
en práctica en el aspecto diplomático-militar, el secretario de Estado inició,
como ya se mencionara, un boicot a la economía argentina que con
distintas características se extendió desde febrero de 1942 hasta 1949. La
oportunidad para Hull sobrevino al convertirse Estados Unidos virtualmente
en la única fuente de maquinaria de acero, repuestos ferroviarios,
equipamiento para explotación de petróleo, cubiertas y otros productos
industriales a la que podía recurrir la Argentina. En marzo de 1942 la Junta
de Guerra Económica (Board of Economic Warfare) comenzó a denegar
permisos a los exportadores norteamericanos para la venta a la Argentina
de equipos eléctricos y sustancias químicas. Hacia septiembre de ese año
la Argentina prácticamente no obtenía nada de Estados Unidos salvo
carbón y papel para impresión. (78)
Así, a mediados de 1942 se pudieron apreciar en la economía argentina
los efectos de la política tanto de coerción como de boicot impuesta desde
el Departamento de Estado norteamericano. La falta de bodegas había
reducido la importación de artículos manufacturados. Los hundimientos de
submarinos destruían cargamentos de hojalata, caucho crudo, papel para
diarios, hierro y acero. La escasez de papel para diarios había reducido a
la mitad el tamaño de los grandes diarios porteños. Las casas y locales
para oficinas sufrían la falta de combustible. El aumento de los costos de
los artículos importados y nacionales incidía negativamente en el nivel de
vida. (79)
Al mismo tiempo, el Departamento de Estado norteamericano censuraba
públicamente a la Argentina y Chile por la persistencia en sus actitudes de
neutralidad. (80) Además, el Secretario Hull utilizó abiertamente la
coerción diplomática y transmitió al gobierno argentino sus revelaciones
sobre la propaganda y el espionaje nazis dirigidos desde Buenos Aires.
Los días 3, 4 y 10 de noviembre de 1942, el embajador norteamericano en
Buenos Aires Armour entregó al Ministerio de Relaciones Exteriores
argentino tres extensos memorandos que contenían esta comprometedora
información. El día 9 del mismo mes y año, el embajador argentino en
Washington Espil solicitó oficialmente que los documentos no fuesen
dados a publicidad y Hull acusó al gobierno de Castillo de complicidad y
negligencia al no suprimir las actividades subversivas de los agentes nazis
298
en Buenos Aires. (81)
Ante la intensa presión diplomática de Washington, el gobierno
argentino decidió tomar algunas medidas que colocasen paños fríos a la
tensa situación bilateral. Puso freno a las actividades de los representantes
del Eje y Estados satélites que pudiesen perjudicar la seguridad de las
repúblicas americanas. En diciembre, los tribunales federales otorgaron
prioridad a los cargos judiciales acumulados contra 38 presuntos espías
del Eje, incluyendo entre ellos a varios diplomáticos alemanes. Otra
medida conciliatoria de las autoridades de Buenos Aires fue la de permitir
una gran concentración pública que rendiría "homenaje a Roosevelt" el día
de la conmemoración del ataque japonés a Pearl Harbor. Finalmente, en
enero de 1943, el gobierno argentino decidió declarar persona non grata al
agregado naval alemán. (82)
Sin embargo, todas estas medidas no consiguieron desterrar las
sospechas norteamericanas. Hull creyó que el gobierno de Castillo aún no
había adoptado los pasos suficientes como para extirpar la subversión de
los agentes nazis que amenazaban al hemisferio. Los servicios secretos
del Departamento de Estado norteamericano informaban que los agentes
del Eje operaban desde bases argentinas bajo órdenes del alto comando
alemán, acumulando información vital acerca de embarcaciones y
movimientos de tropas aliadas, armamentos y producción de guerra
norteamericanos y medidas defensivas latinoamericanas. Estos agentes
transmitían datos a Alemania desde estaciones de radio clandestinas. El
espionaje nazi, concluían los informes del Departamento de Estado, había
causado pérdidas de vidas y propiedades a Estados Unidos y sus aliados.
(83)
Decidido a doblegar la tenaz actitud del gobierno argentino, el
Departamento de Estado compiló un memorándum con todas las
revelaciones de la presencia e influencia nazi en el Río de la Plata y el 21
de enero de 1943 decidió utilizar los mecanismos multilaterales de presión
contra el gobierno de Castillo, enviando el memorándum al Comité
Interamericano Consultivo de Emergencia para la Defensa Política, creado
en Montevideo como resultado de la Resolución XVII de la Reunión de
Consulta de Cancilleres de Río de Janeiro. El Ministro de Relaciones
Exteriores argentino intentó frenar la ofensiva norteamericana en el foro
multilateral enumerando en un comunicado las medidas adoptadas contra
los ciudadanos alemanes. No obstante, a pesar de las presiones y de que
Chile había roto relaciones con Alemania y Japón ese mismo mes, el
gobierno de Castillo reafirmó su actitud neutral.
Ante el fracaso de las presiones políticas tanto a nivel bilateral como
multilateral, las autoridades del Departamento de Estado optaron por
recurrir a las armas económicas, y sus expertos en el área latinoamericana
recomendaron la adopción de rígidas restricciones económicas a la
Argentina. Por su parte, los exportadores e importadores norteamericanos,
incluyendo firmas instaladas en el mercado argentino, se sumaron a la
presión económica contra la última nación neutral del hemisferio.
299
Asimismo, el embajador norteamericano en Buenos Aires Norman Armour
recomendó que se estrechara más la cooperación entre ingleses y
norteamericanos para presionar a las autoridades argentinas cercenando
los ricos mercados de colocación de carnes. Pero los norteamericanos no
pudieron explotar este talón de Aquiles del comercio de exportación
argentino debido a la creciente demanda de carne por parte de
consumidores británicos y de los ejércitos aliados. (84)
A pesar de las limitaciones, las autoridades del Departamento de Estado
insistieron con las armas económicas para obligar al gobierno argentino al
abandono de la neutralidad. La Junta de Guerra Económica (Board of
Economic Warfare) llamó a poner en marcha un severo sistema de
controles de exportación que limitara los embarques de artículos de
consumo de primera necesidad, equipos mecánicos y repuestos para
transportes. Sólo escaparon a esta rigurosa reglamentación los materiales
destinados a operar y mantener los frigoríficos y las minas productoras de
tungsteno y berilio. Este sistema de permisos comenzó a regir a partir del
1º de abril de 1943.
A esta medida de presión se sumaron otras. Así, en el mismo mes de
abril el gobierno de Estados Unidos y sus aliados impidieron que la
Argentina participara en la Conferencia Alimentaria de las Naciones Unidas
celebrada en Hot Springs, Arkansas. Además, la gira del vicepresidente
norteamericano Henry A. Wallace por Sudamérica excluyó
intencionalmente a la Argentina. (85)
Finalmente, el gobierno de Castillo cayó por un alzamiento militar en
junio de 1943. Este golpe fue recibido con júbilo por las autoridades del
Departamento de Estado, quienes inicialmente identificaron este cambio
político como un corolario de la exitosa presión diplomático-económica
norteamericana. Pero pronto los hechos demostraron que esta optimista
percepción del Departamento de Estado era errada.
Aún así, una mirada de largo plazo indica que los acontecimientos
reseñados hasta aquí también tuvieron implicancias a nivel del equilibrio
de poder regional y, en particular, entre las naciones del Cono Sur. Como
consecuencia de su posición de neutralidad, sobre todo después de la
Reunión de Consulta de Río, la Argentina quedó al margen de la ley de
Préstamo y Arriendo y de la asistencia financiera y económica
norteamericana a sus aliados en la región. Este hecho alteró el equilibrio
de fuerzas existente en Sudamérica antes de la Segunda Guerra, que
hasta ese entonces había sido favorable a la Argentina. Por la ley de
Préstamo y Arriendo norteamericana, el gobierno de Brasil recibió, como
consecuencia de su actitud de colaboración con las fuerzas aliadas, más
de los dos tercios del total de ayuda de guerra destinado a América Latina,
transformándose en la primera potencia militar del sur de América, a
expensas de la Argentina. (86)
Los militares argentinos comenzaron a sentir una seria preocupación por
el desequilibrio militar subregional en favor de su vecino, inquietud que se
hizo extensiva tanto a aliadófilos como a germanófilos dentro del ejército.
300
Así, un memorándum de agosto de 1942 de los generales Tonazzi y
Pierrestegui, ministro de guerra y jefe del estado mayor respectivamente,
señalaba la ruptura del equilibrio estratégico en la cuenca del Plata en
contra de la Argentina. Pedro Ramírez, representante de la tendencia
opuesta e integrante del GOU -sector del ejército que protagonizó el golpe
contra Castillo en junio de 1943- coincidía con el diagnóstico del memorial
Tonazzi-Pierrestegui.
Esta crítica situación explica los desesperados y a la vez vanos intentos
del gobierno argentino por adquirir de Alemania elementos esenciales
(tales como material antitanque, aeronafta), intentos a los cuales hace
referencia el Libro Azul publicado por el Departamento de Estado en 1946.
(87)
Ahora bien, la ayuda norteamericana al colaboracionista gobierno de
Brasil no se limitó exclusivamente al plano militar, sino que se extendió al
plano económico. Las resoluciones de la Conferencia de Río de Janeiro
fueron, en este sentido, el prolegómeno a la firma de una serie de
importantes acuerdos entre el ministro brasileño de finanzas Souza Costa
y funcionarios norteamericanos en marzo de 1942, que incluyeron una
línea de créditos de 100 millones de dólares otorgados por el Export-Import
Bank, con el objetivo de movilizar medios productivos de Brasil.
Por su parte, Souza Costa y el Secretario Interino de Estado Sumner
Welles firmaron un convenio por el que se estableció un fondo de 5
millones de dólares de la Rubber Reserve Company, para ser utilizado en
cooperación con el gobierno brasileño en el desarrollo de la producción de
caucho crudo en el valle del Amazonas. Finalmente, a través de una serie
de negociaciones entre el canciller brasileño Oswaldo Aranha y el
secretario de Estado Cordell Hull, se concretó un préstamo de 45 millones
de dólares otorgado por el Export-Import Bank para la construcción de la
planta siderúrgica brasileña de Volta Redonda. (88)
Este hecho sirvió de corolario al entrecruzamiento de intereses
económicos y políticos que se dio en el período en consideración, en el
marco de una relación entre la Argentina y Estados Unidos que no pudo
superar su faceta conflictiva.
• NOTAS
1. The New York Times, 5 de julio y 5 de diciembre de 1937, cit. por H.F. Peterson, op. cit., II, p.
117.
2. Weddell al Secretario de Estado, 24 de julio de 1937 y 9 de febrero de 1938, National Archives,
Department of State, 093.57 N66/318, 343, cit. en ibid., II, p. 117.
3. Press Releases, XVIII, 5 de marzo de 1938, 279-280; FRUS, 1938, V, 313-320; Weddell al
Secretario de Estado, 22 de marzo de 1938, National Archives, Department of State,
835.76/22; Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino, 1938-1939, I, 285-287,
289, cit. en ibid., II, op. cit., p.118.
4. Ver declaraciones de Cantilo en Lima, citadas por A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., pp. 58-59. La
posición de la delegación argentina en Lima se encuentra en: FRUS, 1938, V, 3-4; Phillips al
Secretario de Estado, 15 de febrero de 1938, National Archives, Department of State,
835.00/802; la óptica del canciller Cantilo en Informaciones argentinas, Nº 8, 15 de diciembre de
1938, fuentes citadas por H.F. Peterson, op. cit., II, p. 118.
301
5. A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., pp. 57-63; José María Rosa, Historia Argentina. Orígenes de la
Argentina contemporánea, tomo 12, “Década infame” (1932-1943), Buenos Aires, Oriente, 1992,
pp. 194-195.
6. Texto de la Declaración de Lima, citado por A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 62 y por C.A.
Silva, op. cit., p. 830.
7. Carlton J. Hayes, Essays on Nationalism, Nueva York, 1928, pp. 77-78, 83, cit. por H.F.
Peterson, op. cit., II, p. 120.
8. Welles al Secretario de Estado, 3 de octubre de 1939, National Archives, Department of State,
740.00111 A.R. /425, cit. en ibid., II, p. 127. Consultar también A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit.,
pp. 66-68. Ver texto de la “Declaración de Panamá” en C.A. Silva, op. cit., pp. 840-841.
9. Ver texto de la delegación argentina en C.A. Silva, op. cit., p. 841.
10. Felicitación de las autoridades norteamericanas en C.A. Silva, op. cit., p. 841; Welles al
Secretario de Estado, 3 de octubre de 1939, National Archives, Department of State, 740.00111
A.R. /425; República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores, Memoria, 1939-1940, p. 53,
fuentes citadas por H.F. Peterson, op. cit., II, p. 128. Ver también J.A. Tulchin, op. cit., p. 163.
11. A.P. Whitaker, op. cit., p. 128.
12. J.A. Tulchin, op. cit., p. 162.
13. Informaciones argentinas, Nº 43, mayo de 1940, pp. 2-3, cit. por H.F. Peterson, op. cit., II, p.
128.
14. Hull a Armour, circular, 15 de diciembre, y Armour a Hull, 16 de diciembre, FRUS, 1939, V, 94-
96, 100-101; Armour al Secretario de Estado, 20 de diciembre de 1939, National Archives,
Department of State, 740.0011 - European War / 1361, fuentes citadas en ibid., II, p. 128.
15. Telegrama de Armour al Secretario de Estado, 19 de abril de 1940, FRUS, 1940, Washington,
Centro de Impresión del Gobierno de los Estados Unidos, volumen I, 743-744, cit. por J.A.
Tulchin, op. cit., p. 156.
16. A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 69.
17. Entrevista del embajador argentino en Washington, Felipe A. Espil, con el subsecretario de
Estado, Sumner Welles, cit. por J.A. Tulchin, op. cit., p. 157.
18. Ver la respuesta norteamericana a la propuesta argentina de “no beligerancia” en ibid., pp. 157-
158.
19. A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 70.
20. A fines de abril de 1940, Espil informó que en la medida en que los republicanos utilizaran el
tema de la neutralidad en su campaña electoral “(...) la presente administración verá con poca
simpatía e incluso con alarma cualquier sugerencia de una declaración colectiva, ya sea de “no
beligerancia” o simplemente “el abandono de la neutralidad”, independientemente de cuantas
explicaciones o excepciones pudieran acompañarla. Esto y no una adhesión estricta a los
principios de derecho internacional (...) explica la posición del Departamento de Estado en su
memorándum del 24 de abril. Esto es cierto aun cuando este país tenga una administración que,
a pesar del rótulo de neutralidad, se acerca cada vez más a la “no beligerancia”en el sentido
europeo del término”. Tanto Conil Paz y Ferrari como Tulchin perciben como una causa del
rechazo norteamericano a la propuesta argentina de no beligerancia la cercanía de las
elecciones presidenciales de 1940. Ver A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 70, y palabras de
Espil a fines de abril de 1940, citadas por J.A. Tulchin, op. cit., pp. 170-171.
21. J.A. Tulchin, op. cit., pp.169-172.
22. Ibid., p. 155.
23. Ibid., pp. 160-162.
24. A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., pp. 69-70 y 78-79.
25. A.P. Whitaker, op. cit., pp. 129-130.
26. Rogelio García Lupo, La rebelión de los generales, Buenos Aires, Jamcana, 1963, pp. 38-39, y
Arthur P. Whitaker, La Argentina, un calidoscopio, Buenos Aires, Proceso, 1956, p. 81, fuentes
citadas por Alberto Ciria, Partidos y poder en la Argentina moderna (1930-1946), Buenos Aires,
Hyspamérica, 1986, pp. 285-286.
27. J.M. Rosa, op. cit., p. 219; A.P. Whitaker, La Argentina y..., op. cit., p. 82.
28. J.C. de Wilde y Bryce Wood, “U.S. Trade with Argentina”, Forign Policy Report, XVII, 1º de
diciembre de 1941, pp. 223-224, cit. por H.F. Peterson, op. cit., II, p. 138.
29. J.C. de Wilde y B. Wood, op. cit., pp. 224-228, cit. en ibid., II, p. 138.
30. Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina, Trade Relations between Argentina
and the United States of America, pp. 57-59, 90-91; J.C. de Wilde y B. Wood, op. cit., p. 228,
fuentes citadas en ibid., II, p. 138.
31. Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina, Trade Relations between Argentina
and the United States of America, p. 74, cit. en ibid., II, p. 138.
32. J.C. de Wilde y B. Wood, op. cit., pp. 79 y 227, cit. en ibid., II, p. 139.
33. J.C. de Wilde y B. Wood, op. cit., pp. 74 y 83, cit. en ibid., II, p. 139.
302
34. República Argentina, Dirección General de Estadística de la Nación, Anuarios del Comercio
Exterior de la República Argentina, correspondientes a los años 1940 a 1945-46, Buenos Aires,
1940 a 1947.
35. Ver al respecto La Prensa, 22 de febrero de 1942, p. 9 y La Prensa, 24 de febrero de 1942, p.
12.
36. C. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., pp. 92-93.
37. Ibid., p. 93.
38. Ibid., p. 95.
39. Pocos días antes de comenzar la Conferencia de La Habana, un grupo de ganaderos envió una
resolución al gobierno argentino que sostenía que este último debía abstenerse de asumir
cualquier compromiso político y económico que limitara el envío de carne argentina a Alemania,
percibido como el cliente más importante para la Argentina en caso de que Gran Bretaña fuese
derrotada en la guerra. Ver J.A. Tulchin, op. cit., p. 177.
40. El proyecto presentado por el secretario de Estado y aprobado por el Congreso norteamericano
el 18 de junio de 1940 desconocía la transferencia de cualquier región del hemisferio de una
potencia no americana a otra. Ante un caso de traspaso o su intento, Estados Unidos consultaría
con las demás repúblicas americanas sin excluir medidas para salvaguardar intereses comunes
a la región. El Departamento de Estado comunicó inmediatamente esta resolución a los
gobiernos de Roma y Berlín. Ver C. Hull, op. cit., I, 813-817, cit. por J.A. Peterson, op. cit., II, pp.
129-130. Consultar también A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 71.
41. Memorias del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino, 1940-1941, I, 15-16; M. B. Davis,
primer secretario de la embajada norteamericana en la Argentina, al Secretario de Estado, 21 de
junio de 1940, National Archives, Department of State, 710, Consultation, (2), 98, cit. por H.F.
Peterson, op. cit., II, p. 130.
42. Armour al Secretario de Estado, 20 de julio, FRUS, 1940, V, 235-287; despachos 991 y 992 del
23 de julio de 1940, National Archives, Department of State, 710. Consultation (2) /491, 492, cit.
en ibid., II, p. 130.
43. A.P. Whitaker, La Argentina y..., op. cit., pp. 128-129.
44. Texto de la Declaración XV sobre Asistencia Recíproca y Cooperación Defensiva de las
Naciones Americanas, cit. por A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., pp. 74-75 y por C.A. Silva, op.
cit., pp. 857-858.
45. G. Connell-Smith, op. cit., p. 206.
46. El 7 de diciembre de 1941 se produjo el ataque japonés a Pearl Harbor, factor que decidió la
ruptura del aislacionismo en el Congreso norteamericano. Al día siguiente (8 de diciembre) el
gobierno norteamericano declaró la guerra a Japón, y pocos días después, el 11 de diciembre,
Estados Unidos declaró la guerra a los gobiernos de Alemania e Italia, quebrando la neutralidad.
47. A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., pp. 98-99; J.M. Rosa, op. cit., pp. 270-271.
48. Nota del embajador alemán en Río de Janeiro a su gobierno, Río de Janeiro, marzo de 1938,
acerca de la preocupación brasileña con respecto a la superioridad militar argentina, cit. por A.
Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 99.
49. Armour al Secretario de Estado, 13 de junio y 20 de agosto de 1941, National Archives,
Department of State, 810.20 Defense / 882, 1402, cit. por H.F. Peterson, op. cit., II, p. 135.
50. La Prensa, 8 de julio de 1941, cit. en ibid., II, p. 136.
51. Dicha disputa entre Ecuador y Perú fue finalmente resuelta en ocasión de la Tercera Reunión de
Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de Río, a través de este mecanismo de
mediación tripartita al que se sumó el gobierno de Chile. Departamento de Estado, Bulletin, VI /
31 de enero de 1942/ 94, 194-196, cit. en ibid., II, p. 136.
52. El contenido de las revelaciones de la comisión investigadora de la Cámara de Diputados
argentina fue volcado por el embajador norteamericano en Buenos Aires, Norman Armour, en la
siguiente fuente: National Archives, Department of State, 962.20235/570, 583, 601;
701.6235/110, 119 , 122, 124, 126, 146, cit. en ibid., II, p. 136.
53. Ver el texto completo del acuerdo comercial argentino-norteamericano de octubre de 1941 en
Department of State, Executive Agreement Series 277; J.C. de Wilde y Bryce Wood, op. cit., pp.
229-231, fuentes citadas por H.F. Peterson, II, op. cit., p. 140. Consultar también A. Conil Paz y
G. Ferrari, op. cit., p. 78.
54. Armour al Secretario de Estado, 19 de octubre de 1941, y otras comunicaciones, National
Archives, Department of State, 835.24 /195; The New York Times, 24 de octubre de 1941;
República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Instrumentos internacionales
de carácter bilateral suscriptos por la República Argentina, II, 981-982; Departamento de
Estado, Bulletin, V, 18 de octubre de 1941, p. 295; Armour al Secretario de Estado, 6 de
diciembre de 1941, National Archives, Department of State, 033.3511/154; Armour al Secretario
de Estado, 2 de diciembre de 1941, National Archives, Department of State, 810.20
Defense/1732, fuentes citadas por H.F. Peterson, op. cit., II, pp. 140-141.
303
55. Documents on American Foreign Relations, V, 359; D. H. Popper, "The Rio de Janeiro
Conference of 1942", Foreign Policy Report, XVIII, 15 de abril de 1942, 27-28, cit. en ibid., II, p.
141.
56. Ver texto del Decreto Nº 108.040 del 9 de diciembre de 1941, en A. Conil Paz y G. Ferrari, op.
cit., pp. 79-80; en Departamento de Estado, Bulletin, V, 13 de diciembre de 1941, cit. por H.F.
Peterson, op. cit., II, p. 142, y en C.A. Silva, op. cit, p. 862.
57. Ver texto del Presidente argentino Castillo al presidente norteamericano Roosevelt, 10 de
diciembre de 1941, cit. por C.A. Silva, op. cit., p. 862.
58. A.P. Whitaker, La Argentina y..., op. cit., p. 130.
59. Armour al Secretario de Estado, 12 de diciembre de 1941, National Archives, Department of
State, 740. 0011 Pacific War /1021, cit. por H.F. Peterson, op. cit., II, p. 142.
60. Armour al Secretario de Estado, 24 de diciembre de 1941, National Archives, Department of
State, 740. 0011 Pacific War /1512, cit. en ibid., II, pp. 142-143.
61. Armour al Secretario de Estado, 24 de diciembre de 1941, National Archives, Department of
State, 740.0011 Pacific War /1512; Armour al Secretario de Estado, 27 de diciembre de 1941,
National Archives, 710. Consultation (3) / 121, fuentes citadas en ibid., II, p. 144.
62. Texto del proyecto de ruptura con el Eje presentado por las delegaciones de Colombia, México y
Venezuela, cit. en A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 82, y en C.A. Silva, op. cit., p. 872.
63. República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Tercera reunión de consulta de
los ministros de Relaciones Exteriores de las Repúblicas Americanas, pp. 10-11 y 15-16, 24;
Enrique Ruiz Guiñazú, La política argentina y el futuro de América, Buenos Aires, 1944, pp. 21,
35, 79-80, fuentes citadas en ibid., II, pp. 145-146.
64. Expresiones de Ruiz Guiñazú citadas por A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 89.
65. Sumner Welles, The Time for Decision, New York, 1944, p. 232; C. Hull, op. cit., pp. 1146-
1147; La Prensa, 21 y 22 de enero de 1942, fuentes citadas por H.F. Peterson, op. cit., II, p.
146.
66. Ver texto definitivo de la Tercera Reunión de Consulta de Río de Janeiro, cit. en ibid., p. 84. y por
C.A. Silva, op. cit., p. 873.
67. República Argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Tercera reunión de consulta de
los ministros de Relaciones Exteriores de las Repúblicas Americanas, pp. 38-39; Departamento
de Estado, Bulletin, VI, pp. 117-141, fuentes citadas por H.F. Peterson, op. cit., II, p. 148.
68. Hull acusó telefónicamente a Welles de haber violado sus instrucciones de obtener del gobierno
argentino una resolución de ruptura obligatoria con las naciones del Eje y de rendirse
servilmente a la voluntad de las autoridades argentinas. Por su parte, Welles se defendió
sosteniendo que una resolución obligatoria en tal sentido hubiera dividido en dos a la reunión de
Río, debido a que la Argentina no era el único país que rechazaba la ruptura con el Eje
propuesta por Washington, sino que seguramente sería respaldada por los gobiernos de Brasil y
Chile. La solución de compromiso a la que Welles llegó en Río, que reflejó el éxito de la política
obstruccionista argentina tendiente a evitar compromisos panamericanos de ruptura con el Eje,
dice Whitaker, “agudizó la dicotomía entre los dos planteos diferentes del problema argentino
que representaban estos dos hombres –Welles, quien creía que a la larga se obtendrían mejores
resultados con paciencia, persuasión y, cuando fuera inevitable, mediante concesiones y
compromisos en interés de la unanimidad; y Hull, cuya opinión de la mala voluntad de los
gobiernos argentinos fue reforzada por este episodio y que consideraba la solución del
compromiso como una cláusula de escape que facilitaría la evasión de la Argentina de sus
obligaciones interamericanas”. Ver A.P. Whitaker, La Argentina y..., op. cit., pp. 131-132.
También sobre el conflicto entre Hull y Welles ver Alberto Ciria, Los Estados Unidos nos mira,
Buenos Aires, La Bastilla, 1973, p. 122.
69. Carlos Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina, 1942-1949, Buenos
Aires, Ed. de Belgrano, 1988, pp. 93-94.
70. Ibid., pp. 251-330.
71. A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., pp. 105-106.
72. Comunicación de Sumner Welles a su embajador en la Argentina, Norman Armour, Washington,
4 de febrero de 1942, cit. en ibid., p. 109.
73. Nota de Welles al embajador argentino Espil, Washington, 9 de febrero de 1942, cit. en ibid., p.
109.
74. Instrucciones de la Cancillería argentina al embajador Espil, Buenos Aires, 17 de febrero de
1942, cit. en ibid., pp. 110-111.
75. Ibid., p. 111.
76. Ibid.
77. Declaración del subsecretario Sumner Welles, citado en ibid., p. 116.
78. C. Escudé, op. cit., pp. 254-256.
79. Reportajes procedentes de Buenos Aires, Montevideo y Asunción publicados por The Christian
Science Monitor, 16, 18 y 20 de abril, 13 y 23 de mayo y 2 de junio de 1942, fuente citada en
H.F. Peterson, op. cit., II, pp. 150-151.
304
80. The New York Times, 9 de octubre de 1942, cit. en ibid., II, p. 152.
81. C. Hull, op. cit., p. 1382; Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino, 1942-1943,
p. 29, fuentes citadas en ibid., II, p. 152.
82. The New York Times, 19 de noviembre y 5 y 9 de diciembre de 1942; 12 de enero de 1943, cit.
en ibid., II, p. 153.
83. Ver al respecto Hull, op. cit., p. 1382; Comisión Consultiva de Emergencia para la Defensa
Política, Annual Report Submitted to the Governments of the American Republics, July, 1943, pp.
107-110, cit. en ibid., II, p. 153.
84. The New York Times, 26 de enero de 1943; Armour al Secretario de Estado, 5 de febrero de
1943, National Archives, Department of State, 835.00/1358, fuentes citadas en ibid., II, p. 154.
85. The New York Times, 18 de abril de 1943; Documents on American Foreign Relations, V, p. 297
y sigs., fuentes citadas en ibid., II, p. 154.
86. A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit., p. 120. También A.P. Whitaker, La Argentina y..., op. cit., p.
133.
87. A. Conil Paz y G. Ferrari, op. cit, p. 119.
88. Ibid., pp. 121-122.
305
Conclusión
Las implicancias de las relaciones económicas de la Argentina con Gran
Bretaña y Estados Unidos en un período tan significativo del desarrollo
económico y político de nuestro país han sido evaluadas desde diferentes
perspectivas. Este trabajo no pretende ser exhaustivo en esta materia, sino
sólo recoger aquí algunas de ellas.
En principio, en cuanto a las relaciones anglo-argentinas, es necesario
aclarar que las mismas han sido objeto de múltiples caracterizaciones. La
misma divergencia de interpretaciones respecto de este tema, más allá de
la relativa validez de cada una de ellas, es un significativo indicio de su
complejidad.
Así, las interpretaciones revisionistas y anti-imperialistas de la
historiografía argentina se nutrieron de la llamada "teoría de la
dependencia", y caracterizaron a la Argentina primario-exportadora de
fines del siglo XIX y principios del XX como "sexto dominio" o "colonia
honorífica" de Gran Bretaña. (1) Dichas caracterizaciones parten del
ampliamente aceptado supuesto de que un sistema económico desigual ha
definido el balance de poder entre estos dos países durante el siglo XIX y
buena parte del siglo XX. Hasta la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña
dominó la economía argentina con inversiones en servicios públicos,
ferrocarriles, bancos y finanzas, seguros, navegación, comunicaciones, la
industria de la carne y el comercio de venta al público. Dada esta
omnipresencia británica, es lógico asumir que la Argentina debió haber
experimentado una "anglicanización" de su vida económica y política.
Al respecto, es preciso reconocer que los nuevos conocimientos
aportados por los registros públicos y privados de la Cámara de Comercio
Británica en la Argentina han otorgado cierto grado de mérito al enfoque
de la dependencia y sus variantes en autores argentinos. Pero, al mismo
tiempo, esta Cámara representó intereses de las empresas británicas en el
Río de la Plata muy heterogéneos entre sí. En la lista de sus miembros
figuraron importadores, manufactureros locales y vendedores al por menor,
estancieros y directores de servicios públicos. Dado este amplio rango de
intereses, la Cámara reflejó, en forma por momentos sorprendente,
opiniones divergentes acerca de las relaciones comerciales anglo-
argentinas. Además, los agentes oficiales de esa entidad, tales como Sir
Herbert Gibson, estuvieron extremadamente bien informados acerca de las
complejidades y misterios de la realidad política y económica argentina.
Los papeles privados de Gibson han captado una dimensión de las
relaciones comerciales anglo-argentinas que no puede ser obtenida por
medio de los informes del Foreign Office. Tomadas en su conjunto, estas
fuentes ilustran la heterogénea naturaleza de la apuesta económica
británica en la Argentina. También arrojan valiosas pistas acerca del modo
en que los intereses británicos variaron a lo largo del tiempo.
Como sostiene Goodwin, el amplio espectro de puntos de vista que
emana de dichas fuentes ofrece un correctivo sumamente útil para dejar
306
de lado percepciones excesivamente uniformes acerca de los motivos,
deseos, objetivos y temores de los hombres de negocios británicos en el
Río de la Plata que, alimentadas en la teoría de la dependencia, han
resultado simplistas y distorsionadas. De este modo, una serie de
investigaciones respecto de las relaciones anglo-argentinas han generado
importantes interrogantes acerca de la adecuación del enfoque
dependentista para explicar la complejidad de dichas relaciones. (2)
En primer lugar, resulta inevitable definir con mayor rigor las
características de la hegemonía británica antes de 1914. Londres fue el
centro financiero internacional pero Skupch aclara que la economía del
Reino Unido estuvo ligada más que la de ningún otro país desarrollado a la
economía internacional. A diferencia de su evidente supremacía en el
comercio de rubros "invisibles" (fletes, créditos financieros), en el rubro de
productos "visibles", la economía británica se volvió crecientemente
dependiente de los productos primarios del exterior, al contrario de lo que
sucedió con los países de la "segunda revolución industrial" (Estados
Unidos, Francia, Alemania, etc.), que sustituyeron importaciones hacia
fines del siglo XIX. El Reino Unido, protagonista de la "primera revolución
industrial" hacia mediados del siglo XVIII, se convirtió, a lo largo de la
centuria siguiente, en un importador de materias primas y alimentos. Esta
creciente dependencia británica del exterior se hizo evidente a partir de la
segunda mitad del siglo XIX, al abolirse la protección a la agricultura. Ya
en la década de 1870, Inglaterra importó la mitad del total consumido de
trigo y harina y comenzó a importar carnes. Es en este peculiar contexto
en el que hay que tomar en cuenta la importancia de la Argentina como
proveedora de estas materias primas vitales –particularmente, de carne- al
mercado británico.
A la vez resulta relevante revisar la tan arraigada idea de una economía
argentina (periférica) unilateralmente dependiente de la británica
(desarrollada o central). No puede dejar de reconocerse que una economía
periférica, exportadora y abierta como la de la Argentina en el siglo XIX fue
particularmente vulnerable a las oscilaciones del mercado financiero
internacional (particularmente el de Londres), como lo demostraron las
recurrentes crisis de 1876, 1890, y 1930. Pero las cifras demuestran que
desde el punto de vista comercial, la relación económica entre la Argentina
e Inglaterra no fue tan unilateral como sostienen los partidarios del enfoque
dependentista.
Es innegable, como afirman éstos, que las exportaciones argentinas de
carnes tuvieron una fuerte dependencia del mercado británico. En 1929, el
99% de la carne enfriada argentina, el 54% de la congelada, el 76% del
total de las exportaciones de carne, el 34% de las de trigo y el 10% de las
de maíz tuvieron por destino el Reino Unido. Pero también es igualmente
innegable que para Gran Bretaña estas exportaciones argentinas
representaron el 40% del consumo inglés de carne, el 85% del de lino, el
24% del de trigo y el 75% del de maíz. (3) De acuerdo con Skupch, la
Argentina fue el mercado más importante de América Latina para Gran
307
Bretaña, absorbiendo en 1913 y 1927, el 44% y el 46% de sus
exportaciones a esta región, respectivamente. (4)
Como señala O'Connell, el abastecimiento de carnes argentinas resultó
crucial para el Reino Unido a tal punto que éste, a diferencia de Estados
Unidos, decidió mantener las puertas abiertas a las mismas aun a riesgo
de contagiar la fiebre aftosa a sus propios planteles ganaderos. Es más,
los funcionarios del Ministerio de Agricultura y Pesca británico solicitaron al
Foreign Office que recomendara al embajador Robertson no excederse en
el uso de la amenaza del embargo a las carnes argentinas, porque "habría
dificultades obvias en repentinamente privar a los consumidores británicos
de la mitad de su abastecimiento normal de carne". (5) En consecuencia,
el gobierno británico no siguió los pasos del norteamericano respecto del
embargo de carnes refrigeradas argentinas, precisamente por su enorme
dependencia de éstas.
Por otro lado, un examen cuidadoso de la composición de las
exportaciones argentinas revela, como sostiene Díaz Alejandro, una
remarcable capacidad y flexibilidad para responder a las sucesivas
oportunidades que ofreció el mercado internacional, al menos hasta 1930.
Esta relativa flexibilidad se mantuvo en la medida en que los países
industrializados fueron capaces de mantener sus tasas de crecimiento y su
compromiso con el libre mercado.
Como ejemplo de dicha flexibilidad de la economía argentina, cabe
mencionar que, en 1837, dos tercios del total del valor de las
exportaciones que salieron del puerto de Buenos Aires estaban
representados por cueros, 9% de las mismas por tasajo y 7 % por lana.
Luego de 1840, las exportaciones del último producto crecieron
rápidamente de menos de 2000 toneladas a 66.000 toneladas en 1870 y
237.000 toneladas en 1899. Entre 1875 y 1879 el valor de las
exportaciones de lana argentina representó la mitad del total. Más tarde,
las crecientes necesidades alimenticias del mercado europeo, sumadas a
la expansión de la red ferroviaria en la Argentina, estimularon el rápido
ascenso de las exportaciones de cereales a partir de 1880. Entre 1880 y
1900 las exportaciones de granos ascendieron de prácticamente cero a
varios millones de toneladas, y luego de 1900, las exportaciones de carne
enfriada y congelada comenzaron a cobrar creciente importancia. (6)
La tradicional idea de una economía argentina exclusivamente
dependiente de su comercio con el Reino Unido se deriva erróneamente
de la extrapolación de la situación del comercio de carnes a la del conjunto
del comercio exterior. No obstante, incluso en este caso, si bien Gran
Bretaña absorbió más del 99% de las exportaciones argentinas de carne
enfriada, éstas representaron, entre 1925 y 1929, sólo el 7,5% del total del
conjunto de las exportaciones. Por su parte, las ventas de carnes
congeladas sólo significaron el 3,3% del volumen total, mientras que
rubros provenientes del comercio de granos como el trigo, el maíz y las
semillas de lino representaron, respectivamente, el 22,2%, el 18,5% y el
12,2% del total de las exportaciones. Además, en términos de ingresos
308
aduaneros, la Argentina obtuvo de la venta de carne enfriada menos del
10% del total de sus entradas de divisas, alrededor de 15 millones de
libras por año antes de la Depresión. (7)
Asimismo, de acuerdo con los datos presentados por Díaz Alejandro,
ciertos productos de exportación mostraron un patrón de comportamiento
más diversificado y menos ligado al mercado británico que el de las carnes
enfriada y congelada. De este modo, las exportaciones de cueros y pieles
argentinos en 1929 tuvieron como los dos principales clientes a Estados
Unidos (44% de las exportaciones argentinas) y Alemania (21%). Si
tomamos los casos de la lana, el trigo, el maíz y la semilla de lino la
diversificación de las exportaciones argentinas en términos de mercados
de colocación fue aún mayor. En 1929, Alemania adquirió 23% de las
exportaciones de lana, el Reino Unido 18% y Bélgica 17%. En el caso del
trigo y para ese mismo año, el Reino Unido absorbió 34% de las
exportaciones de trigo, Bélgica 14% y Holanda 11%. Para el maíz, Bélgica
importó 16%, Italia 11% y Francia 10%; y en el caso de la semilla de lino,
Estados Unidos adquirió en 1929 35% de las exportaciones argentinas,
Holanda 23% y el Reino Unido tan sólo 10%. (8)
En el caso de las importaciones argentinas, Díaz Alejandro sostiene que
la economía argentina se benefició de la aguda competencia entre los
países industriales. La presencia del capital británico sufrió embates del
capital norteamericano (cuyo avance fue arrollador en rubros tales como
automóviles y maquinarias agrícolas, donde los británicos no pudieron
ofrecer resistencia) y de los capitales alemán y francés (en ítems tales
como maquinarias agrícolas, armamentos, servicios eléctricos e incluso en
un bastión tradicional británico como el ferrocarril). En síntesis, la
economía exportadora argentina mostró un panorama comercial bastante
diversificado, que fue señal de su exitosa adaptabilidad a las necesidades
de los mercados externos, hasta la crisis de 1929-1930.
No obstante este comportamiento diversificado del comercio exterior
argentino, en algunos de sus rubros -como el ganadero y, especialmente,
aquel vinculado a la producción y comercialización del chilled beef o carne
enfriada- se apostó al mantenimiento del vínculo con Gran Bretaña,
principal mercado de colocación para este producto. En otras palabras, la
apuesta probritánica de los ganaderos y del gobierno argentino fue una
decisión que reflejó los poderosos intereses de la Sociedad Rural y la
realidad del comercio de carnes argentino, pero no la del conjunto del
comercio exterior, más diversificada. Como sostienen Fodor y O'Connell, la
dependencia de la Argentina de la suerte económica de Gran Bretaña fue
la consecuencia de la identificación del comercio de carne enfriada como
el interés nacional prioritario. (9) Sin embargo, la dependencia de la
Argentina respecto de Gran Bretaña se limitó al comercio de carnes. Como
hemos visto, el comercio de granos tuvo mercados alternativos al británico
y estuvo monopolizado por empresas multinacionales no británicas.
En concordancia con los argumentos expuestos, Roger Gravil y Rory
Miller también denuncian la falencia del enfoque dependentista de plantear
309
una suerte de omnipresencia británica en el conjunto del comercio exterior
argentino, pasando por alto las características distintivas del comercio de
carnes y de granos argentinos. Para ambos autores las compañías
exportadoras de granos fueron tempranos ejemplos de empresas
multinacionales, donde la presencia británica fue mucho más débil que en
el caso de los frigoríficos. Es más, las diferencias de estructura entre el
comercio argentino de granos y el de carnes llevaron a que la política de
listas negras, empleada por el gobierno británico contra la presencia
alemana en la Argentina, tuviera diferentes resultados en uno y otro caso:
exitosa en el comercio de granos (donde la presencia alemana superó a la
británica), y contraproducente en el caso del de carnes (donde Gran
Bretaña tuvo un claro predominio y donde, además, su competidor fue,
paradójicamente su aliado en la guerra, Estados Unidos). (10)
Junto a la presencia imperial británica, constante a lo largo de la historia
argentina, otro elemento de análisis crucial en los autores nacionalistas o
antiimperialistas argentinos vinculados al enfoque dependentista es la
caracterización de la élite o sector dominante como una "oligarquía anti-
nacional" dependiente del imperialismo británico. Autores como Raúl
Scalabrini Ortiz y José María Rosa perciben esta dependencia como el
producto de la interacción entre un poder imperial y una élite dependiente
que acepta dicho poder.
En efecto, este fenómeno existió, pues se trató de una élite ganadera
que "decidió" ser dependiente respecto de la economía británica, ante el
cierre de los mercados norteamericano y europeo. Existió una "decisión
consciente de ser dependiente" de los gobiernos y ganaderos argentinos
respecto de Gran Bretaña, decisión vinculada a dos tendencias de
poderosa presencia en la mentalidad de los círculos dirigentes argentinos
de la época: la creencia en la perdurabilidad del vínculo comercial
argentino-británico y la tendencia al desafío respecto del gobierno de
Estados Unidos. La tendencia filo-británica llevó a la Argentina a apostar
todas sus cartas de negociación a un vínculo que ya en la década de 1920
mostraba síntomas de decadencia. Incluso esta actitud le permitió al Reino
Unido obtener concesiones que a largo plazo debilitaron la posición
comercial argentina en el mundo. A la vez, la tendencia a desafiar a
Estados Unidos -país en franco ascenso- privó al mercado argentino de un
socio esencial para su futuro económico.
Ambas tendencias eran reflejo, entre otros muchos ejemplos, de la
lectura equivocada que a partir de fines de 1926 los ganaderos y las
autoridades argentinas hicieron respecto del embargo norteamericano de
carnes refrigeradas y de la actitud británica de seguir comprando carnes
aun a riesgo de estar infectadas con aftosa. O'Connell se refiere a este
doble error argentino de la siguiente manera:
Sin embargo, tanto David Rock, como Peter Smith, Rory Miller y Ricardo
M. Ortiz cuestionan, en sus respectivos trabajos, la caracterización
dependentista de una élite ganadera argentina totalmente subordinada a
los intereses británicos. Como sostienen Smith y Miller, el hecho de que
los ganaderos argentinos (representados en la Sociedad Rural) tuvieran
intereses comunes con los frigoríficos británicos instalados en la Argentina
no implicó que los primeros compartiesen la preocupación de los últimos
respecto de la competencia con las firmas frigoríficas norteamericanas, la
que tuvo lugar durante las tres guerras de las carnes. Por el contrario, los
ganaderos locales, fervientes partidarios del laissez faire, se vieron
inicialmente beneficiados por la situación de competencia anglo-
norteamericana al recibir buenos precios de los frigoríficos
norteamericanos. (14) En coincidencia con los autores mencionados, Ortiz
311
señala que los ganaderos argentinos exhibieron, durante los años de las
guerras de las carnes, un tono de amarga crítica al monopolio anglo-
argentino en la industria frigorífica y de profunda esperanza en las
actividades de las empresas norteamericanas. Esta última se reflejó en las
propias palabras del Ministro de Agricultura argentino, quien expresó que
"la acción de los frigoríficos norteamericanos, lejos de perjudicar los
intereses de nuestra industria ganadera, los ha favorecido, desde que ha
provocado una gran valorización en el precio de nuestras vacas y novillos
(...)". (15) Esta opinión contó con el respaldo de la mayoría de los
ganaderos argentinos quienes, según Ortiz, tuvieron además la cándida
percepción de que el capital británico presentaría una férrea resistencia al
avance norteamericano en la industria frigorífica, y que en esa titánica
lucha, los capitales norteamericanos y británicos se despedazarían en
favor del ganadero criollo.
En consecuencia, puede afirmarse que la actitud de los ganaderos
argentinos fue esencialmente pragmática, adaptándose a los cambios de
coyuntura. Así, la Sociedad Rural pasó de una actitud de pragmática
neutralidad frente a la primera y segunda guerra de carnes entre
frigoríficos británicos y norteamericanos, a causa de que la competencia
anglo-norteamericana benefició inicialmente a los ganaderos, a un perfil
claramente pro-británico (y anti-norteamericano) desde 1927, reflejado en
el lema "comprar a quien nos compra" y motivado por el crecimiento del
proteccionismo norteamericano y europeo que afectaba a las
exportaciones argentinas.
A la vez, respecto del Pacto D'Abernon, percibido por los autores
dependentistas como el prolegómeno de la actitud "entreguista" de la élite
argentina en el polémico Pacto Roca-Runciman de la década de 1930,
Goodwin Jr. y Ferrer Jr. demuestran que el acuerdo Oyhanarte-D'Abernon
tuvo interesantes móviles de política interna que el enfoque dependentista
pasa por alto. Es cierto que, como sostiene dicho enfoque, este pacto
reflejó la estrecha vinculación entre los ganaderos y el mercado británico.
Pero, como señalan Goodwin Jr. y Ferrer Jr., el Pacto D'Abernon también
puede ser visto como el producto de la habilidad política de Yrigoyen
quien, a cambio de un gesto amistoso hacia Londres sin costos políticos
internos (pues el Senado rechazó dicho pacto), logró una mejoría de su
imagen en el Reino Unido, objetivo clave para obtener, a su vez, un
empréstito del mercado londiense.
Otro punto que debe aclararse es la clásica imagen, tan cara al enfoque
dependentista y/o nacionalista, según la cual el gobierno británico presionó
ante las autoridades argentinas en favor de los intereses particulares de
sus residentes en la Argentina. En este caso debe remarcarse la actitud de
no intervención del Foreign Office o del mismo gobierno del Reino Unido
respecto de medidas que afectaron intereses económicos británicos en la
Argentina (tales como ferrocarriles, bancos, frigoríficos, o compañías
petroleras). Contra estos míticos supuestos, H.S. Ferns señala con
claridad la actitud no intervencionista del Foreign Office durante la crisis de
312
Baring de 1890-1891. El Foreign Office decidió no intervenir a favor de los
inversores británicos en la Argentina, al consultar con expertos legales de
la Corona y comprobar que las medidas de emergencia adoptadas por el
gobierno argentino, tales como el impuesto establecido por el gobierno
argentino sobre depósitos en bancos extranjeros en la Argentina,
estuvieron dentro de la legalidad, dado que al ser aplicado el impuesto
equitativamente a todos los bancos extranjeros y no sólo a los británicos,
no tuvo carácter discriminatorio. En consecuencia, las medidas del
gobierno argentino no violaron las cláusulas del tratado anglo-argentino de
1825 y las autoridades del Foreign Office expresaron que el arreglo de las
finanzas argentinas no era de la incumbencia del gobierno británico. (16)
Si bien en muchos casos las autoridades británicas tomaron contacto
con agentes económicos británicos en la Argentina, no existió una
completa identidad de intereses entre ambos actores en contra de los
"intereses nacionales argentinos". El panorama resulta más matizado de lo
que suponen los autores nacionalistas. Smith señala que, en el transcurso
de la guerra de las carnes, el ministro de Su Majestad criticó las ganancias
de los frigoríficos británicos y que, además, el Foreign Office no los
respaldó en su competencia contra los norteamericanos. Lejos de lo
supuesto por lecturas "conspirativas" tan comunes en la historiografía
argentina, el gobierno británico vio con buenos ojos la competencia anglo-
norteamericana en la industria frigorífica en la Argentina, pues
proporcionaba carne barata a los consumidores en el Reino Unido. (17)
Asimismo, Goodwin Jr. sostiene que las compañías ferroviarias británicas
no desearon involucrarse en la política interna argentina, aun en períodos
de crisis tarifaria. Incluso, se molestaron cuando la disputa tarifaria llegó a
ser discutida en la Cámara de los Comunes. Contra lo sostenido por
muchos autores dependentistas, Goodwin afirma que las compañías
ferroviarias respetaron en la década de 1920 la soberanía argentina. (18)
En congruencia con los autores anteriormente citados, Skupch sostiene
que una constante de la política oficial británica fue la de no intervenir en
los asuntos internos de los países latinoamericanos. (19)
Cabe destacar, por último, que los argumentos anteriormente expuestos
no tienen por objeto erradicar por completo el enfoque de la dependencia.
Simplemente busca matizar algunos de sus simplificados supuestos. Es
preciso reconocer que los autores vinculados a este enfoque aciertan al
caracterizar a la élite gobernante argentina como "dependiente" de Gran
Bretaña, si bien hemos señalado algunos límites a dicha situación. Sin
embargo, los argumentos anti-imperialistas, nacionalistas o dependentistas
fallan al otorgarle un poder incontrastable a la presencia británica en la
Argentina, viendo a Gran Bretaña como si fuese un actor unificado y
coherente que ejerce sin restricciones su poder imperial. El examen
detenido de ciertos sectores del mercado argentino fuera de la industria de
la carne, tales como el comercio de granos, e incluso aquellos
tradicionalmente considerados como baluartes del imperialismo británico -
ferrocarriles, bancos y empréstitos- revelan una importante presencia de
313
capitales franceses, alemanes y belgas, que impidieron una total primacía
de los británicos en estos rubros. Incluso en la misma industria de la carne,
el capital británico, con una presencia pionera desde la década de 1880,
sólo tuvo un control hegemónico entre 1900 y 1902, los llamados años de
oro de la industria frigorífica. A partir de esa fecha, y especialmente desde
1907 o 1908, el capital norteamericano compitió con el inglés en este
rubro, y terminó desplazándolo. Los únicos rubros en donde los británicos
tuvieron un dominio absolutamente indisputado fueron la marina mercante
-la Argentina nunca tuvo flota propia para sus embarques de carnes y
granos- y el suministro de carbón -clave en las necesidades energéticas
del mercado argentino aun en fecha tan tardía como la década de 1940.
A beneficio de los argumentos dependentistas, cabe reconocer que
dicho control le permitió a las autoridades británicas contar con un enorme
poder de negociación sobre las argentinas. Los autores de raíz
dependentista o nacionalista también aciertan al marcar la enorme
vulnerabilidad de la economía argentina. Como señala justamente
O'Connell, la Argentina tuvo las debilidades propias de una economía
excesivamente abierta: la dependencia del sistema fiscal argentino de los
ingresos aduaneros, el control oligopólico de las divisas del comercio
exterior argentino por parte de unas pocas firmas cerealeras locales y
multinacionales y un grupo de frigoríficos británicos y norteamericanos, la
fluctuación de los volúmenes y precios de exportación de los productos
agropecuarios argentinos, derivada de factores tanto internos -condiciones
climáticas cambiantes (sequías, pérdida de cosechas) o cambios en el
consumo interno- como externos -oferta de productos agropecuarios por
parte de otros países-, el contraste entre esta inestabilidad de los ingresos
de divisas y la inflexibilidad de las importaciones y servicio de la deuda
(que representaron una carga fija, originada en los ciclos de auge del
comercio exterior y exacerbada por el aumento de emisión monetaria) y,
por último, la vulnerabilidad argentina vinculada a su delicada posición en
el triángulo con Estados Unidos y Gran Bretaña. (20)
Por cierto, la dañina efectividad de la política británica de listas negras y
embargos a empresas alemanas y a las que colaborasen con ellas fue una
dramática prueba de la vulnerabilidad económica argentina. Al cercenar las
posibilidades de colocar los cereales argentinos en los mercados de
Alemania y países neutrales durante los años de la guerra, la ofensiva
británica marcó a fuego el destino de la economía argentina, vinculándola
más estrechamente a los aliados y particularmente a Gran Bretaña, rumbo
que en la década de 1920 adoptaron los ganaderos y las autoridades
argentinas ante el cierre del mercado norteamericano y europeo-
occidental. La Argentina sufrió el boicot a su comercio de granos durante
los años de la guerra. Pagó muy caro su intento por comerciar con
Alemania y países europeos neutrales y su dependencia de la flota
británica para sus embarques de granos y carnes. Pagó también el precio
de su dependencia de insumos importados claves para su desarrollo
industrial, tales como el carbón, el petróleo, implementos agrícolas y
314
equipos de transportes, cuyos abastecedores primordiales fueron Gran
Bretaña y Estados Unidos. En el caso del comercio de carnes, la
vulnerabilidad económica argentina se reflejó, como ya se señalara, en el
rubro de carne enfriada.
Pero la aceptación de esta vulnerabilidad de la economía argentina no
implica -como hacen autores nacionalistas vinculados a lecturas de
enfoque dependentista- caracterizarla apresuradamente con los rasgos
propios de una economía monoexportadora, como si la Argentina hubiera
tenido una economía poco diversificada y su comercio dominado en forma
exclusiva por el "imperialismo" británico. Como sostiene acertadamente
Díaz Alejandro, el comercio argentino de exportación de granos -y aun el
de carnes- revela, entre mediados del siglo XIX y la crisis de 1929, una
economía altamente exitosa en términos de ofrecer rubros cambiantes de
exportación de acuerdo con condiciones también cambiantes en la
demanda mundial de materias primas. Decir que la economía exportadora
argentina fue altamente exitosa no implica negar que fue también muy
vulnerable. La vulnerabilidad e inestabilidad económica fueron rasgos
permanentes de dicha economía, que se evidenciaron en su falta de
anticuerpos respecto de cada una de las crisis recurrentes del capitalismo
mundial. El modelo primario-exportador argentino, aun con las
vulnerabilidades propias de toda economía abierta, demostró ser exitoso
hasta 1929, mientras se mantuvieron las reglas de juego que permitieron
su gestación y maduración y que reflejaron la hegemonía mundial británica
-el sistema multilateral de pagos basado en el patrón oro y la división
internacional del trabajo. Ya años antes de la crisis de 1929, las reglas que
habían permitido la inserción exitosa de la Argentina en el mercado
mundial, comenzaron a cambiar. Indicios de este cambio fueron el avance
del capital norteamericano en detrimento del británico, la crisis del sistema
multilateral de pagos y del patrón oro y la incapacidad de Gran Bretaña
para conservar el liderazgo como abastecedor de manufacturas y capital a
la economía argentina.
Ahora bien, en lo que respecta a Estados Unidos, se observa que entre
la llegada de Roca a la presidencia de la Argentina en 1880 y la crisis
económico-política de 1930, las relaciones económicas argentino-
norteamericanas se caracterizaron por la existencia de múltiples
dificultades y al mismo tiempo un crecimiento de las inversiones
norteamericanas en el mercado argentino.
Las dificultades y obstáculos que afectaron la relación bilateral
estuvieron generados por factores económicos, políticos y culturales. Entre
los factores económicos, se pueden mencionar el carácter competitivo de
las economías argentina y norteamericana, la adopción de mutuas
barreras comerciales debido a este carácter no complementario de ambas
economías, la falta de un servicio marítimo adecuado por parte de Estados
Unidos que impidiera el alto costo del transporte de mercancías, y la
identificación de los intereses económicos argentinos con los del mercado
europeo y fundamentalmente británico.
315
Entre los factores políticos, se destaca el choque entre el deseo de
liderazgo regional de Estados Unidos, que se percibía a sí mismo como
guiado por un “Destino Manifiesto” que justificaba sus intervenciones en
América Latina, y la actitud de los hombres de gobierno argentinos de
desafiar la postura norteamericana y pretender ser un portavoz regional
alternativo a los designios panamericanos de Washington. Entre los
culturales, el “europeísmo” de la élite argentina, que llevaba a sus
integrantes a chocar con las autoridades norteamericanas, percibidas
como representantes de una cultura no europea.
Un rasgo importante de las relaciones económicas argentino-
norteamericanas, que se dio de manera paulatina pero ininterrumpida en el
período 1880-1930 fue el crecimiento de las inversiones norteamericanas
en el mercado argentino. Esta tendencia fue especialmente evidente en la
década de 1920 cuando, en contraste con la casi virtual parálisis de las
inversiones británicas, las norteamericanas crecieron hasta casi la tercera
parte del total de las inversiones del Reino Unido en la Argentina, pasando
de 39 millones de pesos oro en 1913 a 611 millones de pesos oro en 1929.
(21) Particularmente entre 1925 y 1929, Estados Unidos invirtió más
capital en la Argentina que en ninguna otra nación. En 1929, las
inversiones norteamericanas en la Argentina ocuparon entre el tercero y
cuarto lugar de importancia en América Latina. (22)
En comparación, las potencias europeas invirtieron relativamente poco
capital nuevo. Gran Bretaña permaneció como el inversor externo más
importante con tenencias valuadas en 2.164.000.000 de dólares. Sin
embargo, el valor de su inversión creció sólo 188.000.000 de dólares entre
1924 y 1929, si se la compara con el incremento de más de 500.000.000
en las inversiones norteamericanas. (23) En términos de crecimiento
porcentual, mientras entre 1913 y 1929 las inversiones totales de Estados
Unidos en la Argentina se incrementaron en un 1429%, las británicas sólo
lo hicieron en un 15%. (24)
Este crecimiento de las inversiones norteamericanas no pudo ser
obstaculizado por la política de listas negras y embargos lanzada por Gran
Bretaña durante la Primera Guerra Mundial. Tampoco las inversiones
productivas norteamericanas encontraron un escollo en el crecimiento de
la industria argentina, proceso que más bien contribuyó a aumentar la
demanda de productos importados que la economía norteamericana pudo
ofrecer mucho más satisfactoriamente que sus competidores europeos.
Durante los años de la guerra y la inmediata posguerra, Estados Unidos
llenó el vacío dejado por los abastecedores europeos. Por la peculiar
mezcla de calidad, adaptabilidad a las necesidades argentinas, buen
precio e inversión en la modernización de equipos, los fabricantes
norteamericanos ocuparon un liderazgo indiscutible en sectores como el
de maquinarias agrícolas y automóviles. Incluso en el rubro frigoríficos, en
el que los británicos habían sido pioneros, el capital norteamericano se
impuso. Las firmas norteamericanas desarrollaron una política comercial
más agresiva y eficaz que la británica, debido a una creciente superioridad
316
y sofisticación tecnológica, a un aprovechamiento integral de las reses y a
la captación del sector ganadero local más poderoso encargado de aportar
las reses aptas para el comercio de carne enfriada. En el debe de los
frigoríficos norteamericanos instalados en la Argentina hay que anotar el
obstáculo del monopolio inglés del sistema de transporte en barcos
frigoríficos y el impacto negativo de las medidas tarifarias de la década de
1920, que pusieron al desnudo la opción del gobierno de Calvin Coolidge
en favor de los intereses de los farmers y no de los frigoríficos
norteamericanos instalados en Argentina, deseosos de controlar el
comercio de carne argentina y exportarla hacia el mercado
norteamericano. Esta evidencia destruye cualquier lectura conspirativa
respecto de un supuesto “proyecto imperialista norteamericano” para
controlar las carnes argentinas y convertir por esta vía la economía
argentina misma en una suerte de apéndice del capitalismo
norteamericano. (25)
Otro punto importante en el análisis de las relaciones entre la Argentina
y Estados Unidos es el tema de la existencia de una actitud hostil a la
política norteamericana. Sin duda, había una congruencia de los intereses
económicos argentinos con los británicos debido a las inversiones que
éstos venían realizando en el país desde mucho tiempo atrás, pero esto no
implicaba, sin embargo, una absoluta identidad de intereses entre Buenos
Aires y Londres, ni tampoco una total incompatibilidad de intereses entre
Buenos Aires y Washington. Es cierto que la diplomacia argentina boicoteó
el proyecto de unión aduanera regional impulsado por el secretario de
Estado James Blaine en la Primera Conferencia Panamericana de
Washington en 1889, pero lo hizo partiendo de la percepción de que la
política panamericana de Estados Unidos podía lesionar su vinculación
económica, política y cultural con Europa.
Aun a pesar del carácter estructuralmente competitivo de las economías
argentina y norteamericana, hubo ocasiones donde los intereses
económicos de los miembros de la élite local congeniaron con los de
sectores privados norteamericanos. Por ejemplo, durante los primeros
años del siglo XX y a partir de la llegada del capital norteamericano a la
industria frigorífica en la Argentina, la actitud pasiva de los ganaderos en
las “guerras de las carnes” entre las firmas inglesas y norteamericanas por
el control del mercado argentino demostró una postura bastante lejana del
alineamiento pasivo a los intereses británicos y, a la vez, claramente
divorciada del anti-norteamericanismo. Los estancieros y el gobierno
argentinos le dieron la bienvenida al ingreso de los capitales
norteamericanos en los frigoríficos, pues la competencia entre éstos y las
firmas británicas aumentaba los precios de sus productos exportables.
Ambas actitudes -la de pasividad frente a la “guerra de las carnes” entre
frigoríficos ingleses y norteamericanos, y la de desafío a Estados Unidos
en los foros panamericanos-, a pesar de su superficial diferencia, tienen un
hilo conductor común: la defensa de los intereses exportadores
argentinos.
317
La existencia de un sentimiento anti-norteamericano en la sociedad y la
clase gobernante argentina no puede negarse, sobre todo durante la
década de 1920 y como reacción al embargo de la carne y al avance de
las petroleras norteamericanas en territorio argentino. Pero en ambos
casos había un fuerte componente de frustración psicológica que explica el
brote anti-norteamericano. El embargo de septiembre de 1926, decretado
por el Bureau of Animal Industry del Departamento de Agricultura
norteamericano hirió un símbolo del orgullo de la elite argentina: la carne.
El embargo era interpretado por los ganaderos como una “lesión al honor
nacional” y al rubro más importante de exportación. (26)
En el caso del petróleo, se dio una fuerte identificación entre
nacionalismo petrolero, intervencionismo estatal, transferencia de la
riqueza de los extranjeros a la clase media y desarrollo económico
nacional, identificación que el propio discurso del radicalismo se encargó
de potenciar y que los sectores de la clase media adoptaron, ligando el
nacionalismo petrolero al desarrollo económico y el desarrollo económico a
la expansión de oportunidades de empleo. Por ejemplo, el movimiento
estudiantil argentino, frustrado por las limitadas posibilidades de inserción
laboral en el marco de una economía percibida como dependiente y no
industrializada, adoptó una postura anti-imperialista, abrazando el discurso
nacionalista de la política petrolera de Yrigoyen. A fines de 1927 y
principios de 1928 estallaron bombas en bancos estadounidenses y en la
embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. (27)
No obstante, estos brotes de sentimiento anti-norteamericano no
llegaron a provocar una total ruptura de los vínculos entre Buenos Aires y
Washington, porque los sectores exportadores locales, aun frustrados y
resentidos, siguieron apostando a que tarde o temprano el intercambio
bilateral se incrementaría. Así, en 1928, la promesa efectuada por el
presidente Herbert Hoover de un incremento del comercio bilateral
encontró adeptos incluso en el empresario argentino Alejandro Bunge. (28)
Y a pesar de la frustración y resentimiento adicionales que generó en los
productores argentinos la Ley de Aduanas Smoot-Hawley de junio de
1930, al aumentar los gravámenes sobre la carne, la semilla de lino, el
maíz y la lana, los gobiernos de Agustín P. Justo y Roberto Ortiz y los
intereses ganaderos que estos gobiernos representaban, no cesaron de
buscar el ansiado acuerdo comercial con Estados Unidos, que se
concretaría en octubre de 1941. (29)
Por último, el examen de las relaciones argentino-norteamericanas en el
período en consideración revela, como en el caso de los vínculos con Gran
Bretaña, la enorme vulnerabilidad externa de la economía argentina. La
Argentina emergió de la Primera Guerra Mundial con serias dificultades
económicas, a causa de las restricciones en los intercambios con los
países europeos. Su economía pagó fuertemente el costo de no contar con
flota propia y depender de la flota británica, que encontró en la guerra una
excusa para intentar controlar el comercio de granos a través de una
política de embargos y listas negras que en realidad dañó más a la
318
economía argentina que a sus supuestos blancos (las empresas
alemanas). (30)
También pagó caro el precio de su enorme dependencia de los
combustibles y créditos del exterior. Así, la pretensión de los sectores
exportadores y del gobierno argentino de aprovechar la posición neutral
adoptada, abasteciendo de alimentos a los países en guerra con buenos
márgenes de ganancia, quedó abortada por la intermediación
norteamericana que, utilizando diversas formas de presión, obligó al
gobierno argentino a proveer alimentos a los aliados sin
condicionamientos. (31)
La crónica escasez de combustibles provocó que la industria argentina
no pudiera expandirse lo suficiente en la producción de bienes básicos.
Tampoco pudo dejar de depender de las importaciones de maquinarias
norteamericanas. En consecuencia, los términos de intercambio de la
Argentina se deterioraron por el rápido ascenso del costo de las
manufacturas importadas, que las divisas de las exportaciones
agropecuarias no podían equilibrar. Por último, las regulaciones sanitarias
y las altas tarifas aplicadas por el Congreso y el gobierno de Estados
Unidos impidieron las ventas argentinas y desilusionaron las expectativas
de los sectores exportadores de ampliar su participación en el mercado
norteamericano.
En consecuencia, las medidas proteccionistas adoptadas por el
gobierno argentino durante la década de 1930 -entre ellas la adopción del
control de cambios y de tarifas protectoras- fueron una respuesta a la
depresión de la década anterior, y evidenciaron las serias limitaciones de
una economía exportadora relativamente exitosa hasta la crisis de 1929.
De allí en más, el modelo de organización socio-económica adoptado,
caracterizado por la existencia de una economía altamente cerrada que
priorizaba el desarrollo del mercado interno y una fuerte intervención
estatal, marcaría el tono de las relaciones económicas externas.
• NOTAS
1. Ver al respecto, por ejemplo, el trabajo de Raúl Scalabrini Ortiz, Política británica en el Río de la
Plata, Buenos Aires, Reconquista, 1940. También los trabajos de los hermanos Julio y Rodolfo
Irazusta, La Argentina y el imperialismo británico. Los eslabones de una cadena, 1806-1933,
Buenos Aires, Independencia, 1982.
2. Ver L. Randall, op. cit., New York, 1978; R. Gravil, "The Anglo-Argentine Connection and the War
of 1914-1918", op. cit., pp. 59-89; P.B. Goodwin, Jr., "The Politics of Rate Making...", op. cit.,
257-287, fuentes citadas por P.B. Goodwin, "Anglo-Argentine Commercial Relations: A Private
Sector View, 1922-43", op. cit., p.30.
3. Ver porcentajes en C.F. Díaz Alejandro, Essays..., op. cit., pp. 20-21. También en J. Fodor y A.
O'Connell, op. cit., p. 11 y en M. Rapoport, "El triángulo argentino...", op. cit., p. 255.
4. P. Skupch, op. cit., p. 16.
5. A. O'Connell, "La fiebre aftosa...", op. cit., p. 48.
6. Ver porcentajes en C. Díaz Alejandro, Essays..., op. cit., pp. 5, 17 y 18.
7. Ver porcentajes en C. Díaz Alejandro, Essays..., op. cit., pp. 18-19 y J. Fodor y A. O'Connell, op.
cit., p. 11.
8. C. Díaz Alejandro, Essays..., op. cit., pp. 20-21.
9. J. Fodor y A. O'Connell, op. cit., pp. 11 y 13.
10. R. Gravil, The Anglo-Argentine Connection..., op. cit., pp. 37-41 y pp. 126, 130; R. Miller, op. cit.,
p. 149.
319
11. A. O'Connell, "La fiebre aftosa...", op. cit., p. 49.
12. J. Fodor y A. O'Connell, op. cit., p. 13.
13. David Rock, El radicalismo argentino, 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu, 1977, pp. 18-19.
14. R. Miller, op. cit., p. 158.
15. R.M. Ortiz, Historia económica..., op. cit., p. 357.
16. Ver al respecto los trabajos de H.S. Ferns, Gran Bretaña y..., op. cit., pp. 462-464 y del mismo
autor, su artículo "Las relaciones angloargentinas, 1880-1910", en G. Ferrari y E. Gallo
(comp.), op. cit., pp. 646-647.
17. P.H. Smith, Carne y política..., op. cit., p. 67.
18. P.B. Goodwin Jr., "The Politics of Rate Making...", op. cit., p. 287.
19. P. Skupch, op. cit., p. 14.
20. Ver al respecto el artículo de Arturo O'Connell, "La Argentina en la Depresión: Los problemas de
una economía abierta", en Desarrollo Económico, volumen 23, Nº 92, enero-marzo de 1984,
especialmente pp. 479-490 y 512-513.
21. D. Rock, op. cit., p. 257.
22. James Ferrer Jr. y Harold Peterson coinciden en señalar que las inversiones norteamericanas en
la Argentina ocuparon el tercer lugar en importancia en América Latina luego de Cuba y México.
Por su parte, Donald Boyd Easum y Dana Royden Sweet sostienen que las inversiones de
Estados Unidos en el mercado argentino ocuparon el cuarto lugar de importancia en América
Latina, luego de Cuba, México y Chile, y el sexto en el mundo. El orden de importancia de las
inversiones norteamericanas en 1929 fue, según estos autores, el siguiente: Canadá, Cuba,
México, Reino Unido, Chile y Argentina. Ver al respecto J. Ferrer Jr., op. cit., p. 199, quien cita
como fuente a Louis Víctor Sommi, Los capitales yanquis en la Argentina, Buenos Aires, 1949, p.
78; H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 61, cuya fuente es Max Winkler, Investments of United
States Capital in Latin America, Boston, 1929, pp. 69-74; D.B. Easum, op. cit., p. 88, y D.R.
Sweet, op. cit., p. 112.
23. J. Ferrer Jr., op. cit., p. 200.
24. H.F. Peterson, op. cit., vol. II, p. 65.
25. Consultar al respecto R. García Heras, op. cit., p. 32, y P.H. Smith, op. cit., p. 117.
26. Ibid., p. 127.
27. C.E. Solberg, op. cit., pp. 177, 179 y 180-181.
28. Alejandro Bunge, La economía argentina, vol. I, Buenos Aires, 1928, p. 188, cit. en J. Ferrer
Jr., op. cit., p. 198.
29. Joseph S. Tulchin, La Argentina y los Estados Unidos. Historia de una desconfianza, Buenos
Aires, Planeta, 1990, pp. 143-148.
30. Respecto de la política británica de listas negras y embargos y sus perjudiciales alcances en la
economía argentina ver los trabajos de Roger Gravil, The Anglo-Argentine Connection, 1900-
1939, Dellplain Latin American Studies, Nº 16, Westview Press, Boulder and London, 1985, pp.
119-143; R. Weinmann, op. cit., pp. 47-49; H.F. Peterson, op. cit., vol. II, pp.27-29; J. Ferrer
Jr., op. cit., pp. 117-124.
31. D.M.K. Sheinin, op. cit., pp. 154-156.
320
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