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Filosofía Antigua

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

INSTITUTO UNIVERSITARIO ECLESIÁSTICO


“SANTO TOMÁS DE AQUINO”
PALMIRA-ESTADO TÁCHIRA

FILOSOFÍA ANTIGUA

Autora: Rivas Murillo, Jessica Adriana.

Palmira, abril de 2019


LA FILOSOFÍA ANTIGUA

La filosofía antigua, en el mundo occidental, ve la luz con el paso del mito


al logos (razón). Este paso fue un proceso progresivo que implicó el
abandono de la imaginación y las explicaciones divinas sobre el mundo, para
sustituirles por el razonamiento. Dicho cambio se presentó alrededor de los
siglos VII y VI a.C. en Jonia, una región situada en las costas de Asia Menor.
La filosofía antigua corresponde entonces, para Fischl (1984), al periodo
comprendido entre el siglo VII a.C. y el año 550 d.C, aunque Hirschberger
(1954) indica su fin en el año 529 d.C. Por lo tanto, la filosofía antigua se
puede dividir, de acuerdo con Fischl (1984), en un total de tres (03) periodos
cronológicos o, acorde con Hirschberger (1954), de cuatro (04) periodos;
mientras que, Abbagnano (1994) plantea una división de cinco (05) periodos
para la filosofía griega, conforme con el enfoque de sus problemas, siendo
estos: (a) el periodo cosmológico, (b) el período antropológico, (c) el período
ontológico, (d) el período ético y (e) el período religioso. Mas, para efectos de
la investigación, se empleará la siguiente división:

Filosofía Helenístico-
Romana
(300 - 550 a.C.)
• Filosofía del Helenismo
(300 - 30 a.C.)
• Filosofía del Imperio
Filosofía Preática Romano
(600 - 450 a.C.) (siglo I a.C. - 550 d.C.)

Filosofía Ática
(450 - 300 a.C.)
Filosofía Preática

La filosofía preática o presocrática hace referencia al período del


pensamiento comprendido entre el año 600 a.C. y el año 450 a.C. Esta fue
desarrollada en las colonias griegas, en Jonia inicialmente, extendiéndose en
el sur de Italia y Sicilia, pasando por Abdera y, llegando finalmente la
especulación filosófica a la Atenas (y, por consiguiente, Grecia) en el siglo V,
ocupando la Metrópolis un lugar de gran relevancia en posteriores períodos.
(Fischl, 1984; Hirschberger, 1954; Marías, 1980).
Sus primeras preguntas acerca del cosmos permitieron pavimentar el
camino de la filosofía hasta la llegada de Sócrates. De acuerdo con
Abbagnano (1994), la filosofía de este período se enfoca en el problema
cosmológico, por lo cual el hombre es considerado como un elemento más
de la naturaleza o cosmos. Es considerada, entonces, como la filosofía de la
naturaleza, puesto que busca los principios que explican la constitución del
mundo físico. Por lo tanto, son planteadas, por primera vez, cuestiones como
la materia primera del mundo, la unidad y multiplicidad, la generación y
corrupción, el movimiento y la inmutabilidad. Entre las escuelas o tendencias
pertenecientes a este período se encuentran:

Antiguos físicos: escuela milesia y efesia.

También conocidos como filósofos de la naturaleza. Fischl (1984) explica


que estos filósofos provenían de las colonias jónicas de Mileto y Éfeso. Los
milesios Tales, Anaximandro y Anaxímenes representan los tres primeros
referentes presocráticos; mientras que, por Éfeso, se debe resaltar a
Heráclito. Estos filósofos naturalistas planteaban la búsqueda de la materia
primera del mundo, cuya respuesta se encontraba entre las cosas materiales,
pero que cada uno expresó de distinta manera.
Tales de Mileto (624-546 a.C.). Para Aristóteles (citado por Fischl, 1984),
Tales es el padre de la filosofía al ser el primer hombre en preguntarse
acerca del principio primero que pueda explicar unitariamente todas las
cosas. Este filósofo dirigía una escuela de náutica. Dado que vivía junto al
mar, podría contemplar el agua, cómo esta se dilataba hasta lo infinito, cómo
caía como lluvia y cómo brotaba de la tierra, lo cual le daría pie para
considerar a este elemento como el principio primero de todas las cosas. Es
decir, el agua constituía la esencia de las cosas, de ella se originan y a ella
retornan.
Anaximandro de Mileto (610-546 a.C.). Perteneciente a la misma escuela
que Tales, tuvo una relación personal con el filósofo. A diferencia de Tales,
Anaximandro intuye que las cosas de este mundo no pueden explicarse por
una materia existente. Por esta razón, él plantea la existencia de un
elemento anterior a todas las cosas y lo denomina indefinido o apeiron. De
acuerdo con Fischl (1984), el apeiron debe cumplir cuatro (04) condiciones:
(a) es totalmente indeterminado, en términos cualitativos; (b) es indefinido e
infinito, hablando cuantitativamente; (c) es indefinido, increado e inmortal, en
términos temporales; y (d) es divino y omnipresente, desde la perspectiva
religiosa.
Anaxímenes de Mileto (585-525 a.C.). Este discípulo de Anaximandro
siguió la corriente monista de los milesios, mas planteó al aire como la arjé
de las cosas. Según Hirschberger (1954), el filósofo basa sus especulaciones
en el aire por condensación y rarefacción (proceso que disminuye la
densidad de cuerpos y sustancias). El proceso de rarefacción, que consiste
en la disminución de la densidad de cuerpos y sustancias, sería el
responsable del surgimiento del calor, la tempestad, el rayo, el fuego y el
alma. En cambio, la condensación provocaría el frío, la tormenta, las nubes,
el agua e, incluso, el surgimiento de la tierra y los hombres. Aunado a esto,
admite el devenir cíclico del mundo, por lo que periódicamente se disolvería
en el principio primero y se regeneraría del mismo.
Heráclito de Éfeso (535-475 a.C.). En contraposición con los anteriores
filósofos, Heráclito provenía de una familia noble de Éfeso, pero renunció a
esta para ir al silencio de la naturaleza. Fischl (1984) explica que el filósofo
era enemigo de la democracia y, al no querer que la plebe le entendiese, se
ganó el sobrenombre de “el oscuro” por escribir en un estilo tan difícil de
comprender. Entre sus aportes se puede destacar su idea acerca del
devenir; Heráclito plantea que todo fluye, nada es permanente y, por lo tanto,
no es posible bañarse dos veces en el mismo río. A su vez, la guerra o lucha
entre las fuerzas es aquello que engendra, que produce todas las cosas;
todo es la mezcla de sus contrarios, de los opuestos. Así que, tomando esta
concepción del cambio como ley básica universal, afirma que el fuego es el
principio de todas las cosas. Las llamas son procesos en continua evolución
que nunca cuentan con dos instantes iguales. Por ello, el fuego es
representación del cambio eterno. Es considerado como un principio activo,
inteligente y creador.

Escuela pitagórica.

Esta tendencia se ubica en el sur de Italia. Su concepción de las causas


primeras del mundo radica en los números y en el orden que estos
determinan. La liga pitagórica nace originalmente bajo la concepción de
orden religiosa, otorgándole un carácter político y religioso. Esta se crea en
Crotona, cuando Pitágoras reune a un grupo de hombres y mujeres de
sangre griega y, dada su naturaleza, contó con un proceso de selección muy
rigoroso y tres (03) años de prueba. (Fischl, 1984; Abbagnano, 1994). A
pesar de su connotación religiosa, según Martino y Bruzzese (2000), esta
escuela representó la primera aparición documentada de las mujeres como
seguidoras y practicantes de la filosofía, entre las que destacan las 17
principales discípulas de Pitágoras: Timica, Filtide, Ocelo, Ecelo, Quilónide,
Cratesiclea, Téano, Mía, Lastenia, Abrotelea, Equécrates, Tirsenide,
Pisírrode, Teadusa, Boio, Babelica y Cleecma.
Pitágoras (582-497 a.C.). Proveniente de la clase aristocrática de Samos,
Pitágoras tuvo que abandonar su tierra y dirigirse a Crotona, al sur de Italia,
como producto de una revolución social, dando así inicio a la escuela
pitagórica. Entre sus aportes se encuentra la transmigración de las almas,
donde plantea que el alma es una emanación de lo divino y es inmortal, por
lo que el cuerpo es una prisión que castiga culpas de vidas anteriores, hasta
retornar purificada a lo divino.
Por otra parte, la teoría del número de Pitágoras concibe a este como
principio de todas las cosas, no en materia, sino en forma. Todas las cosas
constan de números y piensan por contrarios, por lo tanto, no conocen
menos de diez (10) antítesis: el 1 representa lo limitado e ilimitado, el 2 es lo
par e impar, el 3 es el uno y los muchos, el 4 la derecha y la izquierda, el 5
corresponde a lo masculino y lo femenino, el 7 a lo recto y lo torcido, el 8 es
la luz y la oscuridad, la 9 es lo bueno y lo malo, y el 10 lo racional y lo
irracional. Para los pitagóricos, todas las oposiciones se reducen a
oposiciones entre números, por lo que los impares reciben la connotación de
limitados y los pares de ilimitados e inconclusos. (Fischl, 1984; Hirschberger,
1954; Abbagnano, 1994). Adicionalmente, encuentra que en la música se
halla la armonía de las proporciones numéricas y, dado el efecto de esta en
los hombres, se interpretaba como la penetración de la armonía del universo
en esta, generando así la purificación y reconciliación del cuerpo y el alma.

Escuela eleática.

Los eleatas se ubicaban al sur de Italia. Su pensamiento filosófico estuvo


enfocado en el ser como tal. Esta escuela constituye la antítesis del devenir
de Heráclito, puesto que el devenir en sí mismo se limita a la simple
apariencia, pero la sustancia es inmutable. La sustancia es por sí misma un
principio metafísico, esta no es corpórea o numérica, sino permanente y
necesaria del ser en cuanto tal. El enfoque cosmológico de las escuelas
anteriores se libra del ámbito naturalista con los eleatas, llevando así, por
primera vez, la filosofía a un plano ontológico. Por ello, es considerada por
Fischl (1984) como la primera fortaleza de la metafísica. Entre los filósofos
pertenecientes a esta escuela se encuentran Jenófanes de Colofón (el
teólogo, fundador de la escuela), Parménides de Elea (el metafísico), Zenón
de Elea (el dialéctico) y Meliso de Samos (el consumador), pero solo se hará
énfasis en dos (02) de estos.
Parménides de Elea (539-480 a.C.). Este filósofo fue discípulo de
Jenófanes y contemporáneo de Heráclito, con quien sostuvo numerosas
contradicciones. Su obra, un poema titulado “Sobre la naturaleza”, plantea
dos (02) vías o caminos, siendo la primera de estas la vía de la verdad,
empleada por Parménides y la filosofía; mientras que, la segunda, consistía
en la vía de la opinión y se centra en la apariencia. (Marías, 1980;
Hirschberger, 1954; Abbagnano, 1994; Fischl, 1984).
La vía de la verdad plantea que: (a) sólo el ser es, el no ser (la nada) no
es y, por lo tanto, al descubrir en todo pensamiento una cosa, la nada no
puede siquiera ser pensada; (b) hay un solo ser, que es único, indivisible,
igual y eterno; (c) el ser es inmutable, puesto que lo que es no necesita
hacerse y el movimiento no se da tampoco, dado que no existen espacios
vacíos (nada). Entonces, el ser cuenta con las características de ser eterno,
único (la multiplicidad de las cosas no tiene relación con la unidad del ente),
homogéneo, indivisible, inmóvil (el movimiento de llegar a ser implica
duplicidad y el ente es único), finito (lo infinito es incompleto y al ser no le
falta nada), compacto, lleno (no tiene vacíos), indestructible, ingenito,
imperecedero, continuo y todo. Por esto, Parménides compara al ser con una
esfera homogénea, inmóvil y perfectamente igual en todos los puntos.
Por otra parte, de acuerdo a Marías (1980), la vía de la opinión (doxa),
plantea que la opinión: (a) se atiene a información del mundo, las cuales son
muchas, cambiantes y se transforman; (b) entiende el movimiento y cambio
como un llegar a ser, pero el ser no se da en los sentidos; y (c) es de
mortales y su órgano es la sensación, componiéndose por tanto de contrarios
y pereciendo como las cosas mismas. La verdadera materia primera es el
ser, sin el cual todo sería nada.
Zenón de Elea (490-430 a.C.). Fue el discípulo predilecto de Parménides
y es a causa de él que la escuela eleática recibe la denominación de
dialéctica o erística con la cual es conocida en la historia de la filosofía.
(Hirschberger, 1954). En su intento por confirmar la filosofía de su maestro,
plantea tres (03) pruebas: (a) no hay movimiento, (b) no hay multiplicidad y
(c) las percepciones sensibles son engaño. Por su parte, Abbagnano (1994)
expresa que los argumentos de Zenón pueden dividirse en dos grupos,
siendo el primero dirigido contra la multiplicidad y la divisibilidad de las cosas;
mientras que, el segundo, son los argumentos contra el movimiento. Y, son
precisamente estos argumentos contra el movimiento los que han sido
famosos, por cuentas de Aristóteles.
El primero de estos es el argumento de la dicotomía, el cual indica que
para que un móvil se mueva de A a B necesita pasar por un punto intermedio
y, por ello, también deberá de haber otro punto intermedio y así
sucesivamente; entonces, existirían una infinidad de puntos o partes, que
para cruzar, también necesitaría de una infinitud de tiempo. El segundo
argumento del movimiento hace referencia a Aquiles y su incapacidad de
alcanzar la tortuga, esto es en consecuencia al paso de ventaja que lleva y,
por consiguiente, primero debe alcanzar ese punto de donde parte el animal,
el cual ha seguido avanzando, generando siempre una ventaja entre uno y
otro.
Por su parte, el argumento de la flecha que parece en movimiento radica
en que, en realidad, esta se encuentra inmóvil, ocupando un espacio
específico y, siendo que el tiempo está hecho de momentos, la inmovilidad
caracterizará a la flecha durante la duración del mismo. Por último, el
argumento del estadio plantea la presencia de dos masas iguales, que son
dotadas de velocidades iguales y deben recorrer espacios iguales en tiempos
iguales; pero, al encontrar en extremos opuestos del estadio, cada una de
ellas emplea en recorrer la longitud de la otra la mitad del tiempo que emplea
una de ellas en estado de reposo, deduciendo entonces que la mitad del
tiempo es igual al doble. (Hirschberger, 1954; Abbagnano, 1994; Fischl,
1984).

Físicos recientes.

Los filósofos recientes de la naturaleza se ubicaban en Sicilia y Adbera.


Según Fischl (1984) e Hirschberger (1954), después de los fracasos de las
escuelas anteriores para explicar el mundo y las contradicciones entre
filósofos, estos filósofos trataron de conciliar las doctrinas de Heráclito y los
eleatas, aspirando a hacer una síntesis sobre el nacer y perecer y, el ser
eterno invariable. Entre estos pensadores se encuentran los mecanicistas,
entre quienes se pueden observar a Empédocles de Agrigento, Leucipo de
Mileto y Demócrito de Abdera.
Empédocles de Agrigento (490-430 a.C.). Este filósofo fue un dirigente
político democrático y gran demagogo, a quien se le atribuía poderes
sobrenaturales y cuya vida acabo al lanzarse al cráter del Etna. (Magee,
1999). Tomando en consideración las dificultades para explicar los
fenómenos del mundo a través de la realidad de un solo principio, él planteó
la multiplicidad a través de la postulación de la existencia de cuatro (04)
principios pasivos (agua, fuego, aire y tierra) que actúan y reaccionan,
constituyendo así todas las cosas del universo. Estos principios, según
Giannini (2005), son inmortales y no generados, no pueden unirse o
separarse en la formación y disolución de las cosas, por lo que deben
intervenir otros dos (02) principios eternamente activos: el amor y el odio. Así
que, Empédocles defendía el concepto de realidad cambiante, el mundo de
los sentidos y su inherente pluralidad. A su vez, planteaba que la materia no
podría salir de la nada, pero tampoco convertirse en nada.
Anaxágoras de Clazomene (500-428 a.C.). Conforme a Martínez (2010),
fue el primer filósofo en desarrollar gran parte de su actividad en Atenas, así
como también fue amigo de Pericles, el gobernante de Atenas. Anaxágoras
indicó que todo estaba en todo, el todo participa de todo, puesto que nada
puede empezar a ser si no lo era de algún modo previamente. Por lo tanto,
admite que los elementos son cualitativamente distintos unos de otros,
denominándoles semillas a estas partículas invisibles. Estas semillas se
caracterizan por su infinita divisibilidad y su infinita agragabilidad. Las
partículas, originalmente, se encontraban mezcladas desordenadamente
entre sí en una multitud infinita e inmóvil hasta la intervención de la
inteligencia, que se encuentra completamente separada de la materia que
constituye las semillas y se encarga de introducir movimiento y orden. La
inteligencia es, entonces, simple, infinita y dotada de fuerza propia de la que
se vale para producir la separación de los elementos. (Abbagnano, 1994)
Demócrito de Abdera (460-370 a.C.). Este filósofo atomista fue discípulo
de Leucipo (discípulo de Parménides) y contemporáneo a Sócrates. De
manera similar a los anteriores filósofos, plantea la multiplicidad de
elementos, pero esta vez desde la existencia de un número infinito de
elementos que no se diferencian entre sí de manera cualitativa sino por su
posición, magnitud, figura, orden, peso y demás caracteres cuantitativos.
Estos elementos son catalogados con el nombre de átomos y cuentan con
las mismas características cualitativas: llenos, compactos, sólidos,
homogéneos, inalterables e indestructibles. Estos se mueven en el vacío (no
ser) y al combinarse producen distintos aspectos cualitativos de la realidad.
Además, el movimiento de los átomos no es causado por una causa
espiritual o inteligencia, sino que es realizado de manera mecánica por la
interrelación entre los mismos átomos, introduciendo el concepto de azar
durante el mismo. (Giannini, 2005).

Filosofía Ática
Atenas fue el hogar de este periodo del pensamiento filosófico, que
comprende del 450 al 300 a.C. Es importante destacar que, con la llegada de
los sofistas, la filosofía comienza a explorar el problema antropológico,
viéndose desprovisto de valor todo el pensamiento de los físicos y los
problemas que estudiaban por parte de ellos. Por esto, toman al hombre con
su pensar y obrar como centro de los problemas, pasando de la exterioridad
a la interioridad. Pero, de acuerdo con Fisch (1984), antes de hundirse en un
relativismo sin fondo, fueron creados sistemas profundamente pensados y
convincentes que llevarían a la filosofía griega hacia la cumbre.
Considerando la división planteada por Abbagnano (1994), se puede
ubicar en la filosofía ática al periodo antropológico, cuyo problema es hallar
la unidad del hombre en sí mismo y respecto a los demás como fundamento
y posibilidad de la formación del individuo y de la armonía de la vida en
sociedad; así como también el periodo ontológico, que sintetiza los
problemas de los periodos anteriores al situar su problema en la relación
entre el hombre y el ser, especialmente en la condición y la posibilidad del
valor del hombre como tal y la validez del ser como tal.

La sofística.

Durante este período Atenas es el centro de la cultura griega, en donde


los ciudadanos podían participar en la vida política y hacer uso de sus dotes
oratorios para lograrlo. Esto genera una necesidad ante la educación de sus
clases dirigentes que sería satisfecha por los sofistas, quienes reconocían el
valor formativo del saber y elaboraron el concepto de cultura. el objeto de la
enseñanza sofística se limitaba a disciplinas formales, como la retórica o la
gramática, o a diversas nociones brillantes pero carentes de solidez
científica, que podían ser de utilidad para la carrera de un abogado o de un
hombre político. Su creación fundamental fue la retórica, o sea, el arte de
persuadir, independientemente de la validez de las razones aducidas. Los
sofistas afirmaban la independencia y omnipotencia de la retórica: la
independencia de todo valor absoluto cognoscitivo o moral; la omnipotencia
respecto a todo fin que alcanzar. Pero por la exigencia misma de este arte, el
nombre pasa a primer plano en la atención de los sofistas; se le considera no
ya como una parte de la naturaleza o del ser, sino en sus caracteres
específicos: de tal manera que, si la primera fase de la filosofía griega había
sido predominantemente cosmológica u ontológica, con los sofistas se inicia
una fase antropológica. (Abbagnano, 1994). Entre los sofistas se encuentran
los sofistas mayores Protágoras de Abdera, Gorgias de Leontino, Aspasia de
Mileto, Pródico de Ceos, Hipias de Elis; y los sofistas menores Trasímaco de
Calcedón, Calícles, Glaucón de Atenas, Antifonte de Atenas y Crítias de
Atenas.
Protágoras de Abdera (485-415 a.C.). Es considerado por Fischl (1984)
como el más importante de todos los sofistas. Protágoras enseña el
relativismo absoluto, en el conocimiento y la moral. Formuló la idea de que el
hombre es la medida de todas las cosas y, dado que el conocimiento
consiste en el encuentro de los átomos de las cosas con los átomos del
alma, cómo aparecen las cosas depende del yo en el momento del
encuentro. Las cosas con que no se encuentran no existen para ese
individuo, puesto que son para cada uno tal como se le aparecen.
Adicionalmente, expone que, desde su punto de vista, todos tienen razón y,
como no hay un punto de vista privilegiado, todos tienen igual razón. Por lo
tanto, no hay una verdad universalmente valedera, ni una norma absoluta de
moral. Si todos tienen igualmente razón, nadie puede mandar nada a otro. Y
si no hay una ley que obligue a todos, el Estado es imposible. La sociedad
es, consiguientemente, para los hombres, algo externo y artificialmente dado.
Gorgias de Leontino (483-375 a.C.). Este discípulo de Empédocles fue
embajador de Atenas y uno de los mejores oradores de toda la antigüedad
griega. De acuerdo con Fischl (1984), plantea tres (03) tesis: (a) nada existe;
(b) si algo existiera no sería cognoscible; y (c) si algo pudiera ser conocido no
podría ser expresado. Gorgias llega así a un nihilismo filosófico completo,
utilizando las tesis eleáticas acerca del ser y reduciéndolas al absurdo.

Sócrates (470-399 a.C.).

Si bien Sócrates fue considerado como sofista, dadas sus similitudes con
ellos, este filósofo ateniense representó la superación de la escuela,
demostrando con su vida y palabra la existencia de verdades y valores
universalmente válidos. (Hirschberger, 1954). Su filosofía es una filosofía
viva; los conocimientos que realmente son necesarios son aquellos que se
refieren a cómo dirigir sus vidas y a ellos mismos. Por ello, preguntas sobre
qué es el bien, lo correcto o la justicia son tan trascendentes. Y para lograr
esto, empleando la técnica de la mayéutica para generar objetivas
reflexiones, aclaración de ideas y el nacimiento de nuevos conocimientos.
Sócrates era consciente de que nadie tenía la respuesta a ninguna de estas
preguntas, ni siquiera los sofistas, quienes aparentaban saberlo todo.
Se dedicó a vagar por las calles de Atenas planteando todo un conjunto de
preguntas sencillas sobre la moralidad y la política; elegía un concepto que
ejerciese influencia sobre la vida de los hombres; solicitaba que alguien
respondiese, y sometía la respuesta a un detenido examen formulando una
serie de preguntas. Con esto lograba rebatir su propia respuesta o ponerla
en duda y el resultado era la demostración de que la respuesta era errónea.
La mayéutica permitía dejar al descubierto la ignorancia de aquel que creía
saber y que lo único que se es capaz de saber es que no se sabe nada; y,
por otro lado, lograba a un tiempo implicar a los demás en un debate
filosófico sobre las cuestiones fundamentales de la naturaleza humana. Con
él se cuestionan de forma implacable los conceptos básicos sobre los que se
había asentado toda la historia de la filosofía. Aunque no dejaba de afirmar
que no tenía nada que enseñar, sino tan sólo preguntas que formular.
Sócrates fue más allá que nadie al establecer el principio de que todo es
cuestionable, por esto las respuestas no pueden ser breves y concluyentes,
dado que las mismas preguntas conducen a nuevos interrogantes.
De acuerdo con Magee (1999), él fue el primero en resaltar la importancia
de la integridad de cada uno como una auténtica obligación personal, ajena a
las leyes, la religión o cualquier tipo de autoridad. Para él, la integridad era lo
primero y toda persona que logre mantener intacta su integridad se
encuentra a salvo de todo daño o peligro. Todas las eventualidades, como la
muerte y los accidentes, son inherentes a una siempre escurridiza existencia
que inevitablemente acabará. La peor de las calamidades para un hombre
consiste en la corrupción del alma. A su vez, estaba convencido de que
nadie hace el mal de forma consciente, puesto que si se tiene la certeza de
correr el riesgo de actuar de una forma incorrecta simplemente no se hace.
Consecuentemente, plantea la idea de que la virtud es una forma del
conocimiento y, la búsqueda del conocimiento y la aspiración a la virtud se
convierten en una misma cosa.

Platón (427-347 a.C.).

Este filósofo ateniense perteneció a la más antigua nobleza de Atenas,


aunque este se alejó de la vida pública de la ciudad luego de la muerte de su
maestro, Sócrates. Acorde con Magee (1999), tras su muerte, Platón
empieza a escribir una serie de diálogos filosóficos que tienen como principal
protagonista a su maestro, quien aparece interrogando y confundiendo a sus
interlocutores acerca de los conceptos básicos sobre la política y la moral.
Mas, conforme pasaron los años Platón evolucionó y maduró hacia un punto
de vista y postulados propios, por lo que sus primeros diálogos reflejan
fielmente la obra y personalidad de Sócrates, reflejando un interés absoluto
por las cuestiones relativas a la moral.
En cambio, el interés de Platón se centra en bs cuestiones filosóficas
aplicadas al mundo de las cosas concretas y sensibles, para después pasar
a aplicarlas a la conducta humana, rechazando la idea de que la virtud
consiste tan sólo en saber qué es lo correcto. Y, una de las discrepancias
que presenta con su maestro es la creencia de que el único daño que puede
sobrevenir a una persona es el que afecta al alma y, por tanto, es mejor sufrir
una equivocación que cometerla. Tampoco coincide en el convencimiento de
su maestro a la hora de no dar nada por sentado y cuestionar todo y a todos.
Este filósofo escribió más de 20 diálogos, siendo uno de los diálogos más
célebres La República, en el cual aborda la cuestión de la naturaleza de la
justicia y se plantea, entre otras cosas, esbozar las bases del Estado ideal.
Por su parte, en El banquete trata la naturaleza del amor. Por su parte, la
mayoría de sus diálogos tienen el nombre del interlocutor principal.
Aunado a esto, Platón formula la teoría del mundo de las ideas. Para esto,
retomó la teoría de su maestro acerca de la naturaleza de lo moral y de la
virtud, y la generalizó al resto de la realidad. Entonces, todo aquello de que
se compone este mundo sensible que rodea a los seres humanos no es más
que una manifestación o reflejo efímero y caduco de una idea superior y
universal que posee una existencia permanente e indestructible fuera del
espacio y el tiempo. Aunado a esto, retomando los postulados de Pitágoras,
Platón concede una extraordinaria importancia a este concierto universal al
concluir que, por encima del caos aparente que se manifiesta en la realidad,
subyace un orden perfecto que encuentra su máxima expresión en las
matemáticas. Este orden no es perceptible a simple vista, pero sí es
accesible a la razón, la inteligencia y el intelecto.
Esta aproximación, llevada a cabo por Platón con una gran minuciosidad
en las áreas más variadas del conocimiento, dio como resultado la división
de la realidad en dos reinos distintos. Por un lado, un mundo visible de las
cosas, que no es más que la percepción que de él tenemos a través de los
sentidos, el mundo cotidiano en el que nada permanece inmóvil e invariable.
Todo en ese mundo está en continua evolución, no hay nada que se
encuentre ajeno al proceso de cambio continuo, en el que todo resulta, por
tanto, imperfecto y corruptible. Es precisamente este mundo ubicado en el
espacio y el tiempo el único que el hombre puede percibir y aprehender a
partir de los sentidos. Además, existe otro reino que es ajeno a la tiranía del
espacio y el tiempo, pero no es accesible a los sentidos, y donde reside el
orden perfecto y permanente. Este otro mundo no es más que la realidad
permanente y atemporal de la que el mundo sensible e imperfecto de las
cosas ofreciendo unos siempre breves e insuficientes destellos. Pero, de
hecho, constituye la realidad verdadera, ya que es estable e invariable, y no
está sumida en un continuo proceso de cambio, tal como sucede en el
mundo sensible.
Todo esto se puede aplicar, lógicamente, al propio ser humano. Es decir,
hay una parte que se puede percibir con los sentidos, aunque bajo esta
apariencia subyace otra parte, ésta inaccesible a los sentidos, pero que, en
cambio, la razón si es capaz de intuir. La primera se compone del cuerpo, de
todo aquello que se encuentra sometido a las leyes de la naturaleza y que se
sitúa bajo el dominio del espacio y el tiempo. El cuerpo nace y crece, y
siempre es imperfecto, ya que está en continua evolución, hasta que
desaparece. No es sino un fugaz reflejo de algo superior que también forma
parte de sí mismos y que no tiene materia, es atemporal e imperecedero,
algo que se podría denominar alma. Es el alma, precisamente, la Idea de
cada uno que habita en un mundo donde no existe el espacio ni el tiempo,
allí donde en definitiva se encuentra la verdadera realidad.
Además, para Platón, el hombre está compuesto de tres elementos en
permanente conflicto: las pasiones, el intelecto y la voluntad, y la labor
principal del intelecto es el control permanente de las pasiones a través de la
voluntad. Pero no se queda ahí y extrapola esta división a su visión de la
sociedad ideal, en la que destaca una clase intermedia, que él define como
guardianes, cuya finalidad es mantener bajo control a la clase inferior
formada por el pueblo llano, y una clase superior, la de los gobernantes, que
procede de una selección de los mejores guardianes y que tiene como
finalidad arbitrar la vida política del conjunto de la sociedad desde su
condición de filósofos
Y, por último, es importante mencionar el mito de la caverna, el cual se
encuentra ubicado en La República y en donde ejemplifica de forma
simbólica su visión de la condición humana y su teoría del conocimiento con
respecto a la realidad. El ser humano es prisionero de su cuerpo y es
incapaz de discernir incluso su propio mundo. La experiencia que de éste
posee el hombre no nace de la realidad sino de su mente.

Aristóteles (384-322 a.C.).

Este discípulo de Platón llegó a convertirse en maestro de Alejandro


Magno, creando el Liceo posteriormente. La postura de Aristóteles, se opone
radicalmente a la visión dual de su maestro al sostener que el único mundo
sobre el que se puede filosofar no es sino el mismo en el que vivimos y
percibimos, que en sí mismo constituye una enorme e inagotable fuente de
fascinantes y maravillosas experiencias. Por otro lado, Aristóteles no cree en
la existencia de otro mundo ajeno a éste, de ahí que crea inútil toda
argumentación filosófica que tenga por objetivo su justificación. Según él,
todo aquello que se encuentre más allá de nuestra percepción o experiencia
no existe.
El objetivo de Aristóteles de conocer todo lo relativo al mundo de los
sentidos constituye. Por esto plantea la primera clasificación de las diversas
ramas del saber, muchas de las cuales han tomado el nombre de los títulos
de algunas de las obras aristotélicas más célebres (la lógica, la física, la
política, la economía, la psicología, la metafísica, la meteorología, la retórica
o la ética). Además, a él se deben muchísimos términos técnicos de difusión
universal en la gran mayoría de las lenguas. Y, adicionalmente, sistematizó
la lógica mediante un proceso de validación e invalidación, es decir,
distinguiendo aquello que realmente deriva de una causa y lo que tan sólo es
consecuencia en apariencia.
Por otra parte, la pregunta básica que se plantea Aristóteles radica en
cómo explicar la esencia de las cosas, qué es lo que hace que algo exista.
La primera conclusión a la que llega es que las cosas no son simplemente la
sustancia de que están hechas. Aristóteles traslada esta teoría al resto de los
seres. Así, por ejemplo, sostiene que las diferentes familias de perros que
existen no se engloban en el nombre genérico de perro por la materia
particular de que se componen, sino porque todas ellas comparten un mismo
conjunto de rasgos característicos que las diferencian de las otras especies
de animales que también poseen huesos, carne y sangre.
Así pues, Aristóteles concluye que una cosa es lo que es en virtud de su
forma. Al llegar a este punto se plantea otra cuestión: ¿qué se entiende por
forma? Por un lado se afirma que no se trata de algo material y, por otro, se
refuta la teoría de las Ideas platónica, desechando así la posibilidad de que
se trate de una entidad sobrenatural fuera del espacio y el tiempo. Para
Aristóteles, la respuesta hay que buscarla en la realidad del propio mundo
sensible.
De acuerdo con lo dicho hasta ahora, para Aristóteles la forma es la causa
que hace que algo sea lo que es. Esto le lleva a examinar qué se entiende
por causa, de la que acaba distinguiendo cuatro tipos distintos que
explicarían en definitiva por qué una cosa es lo que es. De ese modo, la
forma no es sino lo que expresa una cosa. Para que ésta exista algo, primero
debe existir la materia de que se compone, definida así como causa material.
la materia de que se compone una cosa no basta para que ésta exista. Sí
que es cierto que es imprescindible, pero es del todo insuficiente en sí misma
para crear la cosa, pues requiere otras tres causas. Para que un bloque de
mármol adopte la forma es necesario que alguien lo esculpa con un cincel y
un martillo, a lo que Aristóteles denomina la causa eficiente, es decir, aquello
o aquel de donde procede el principio primero del cambio. Pero el proceso no
acaba ahí, sino que ese bloque ha de adoptar una forma concreta y
característica que lo distinga de los demás y esto se denomina como causa
formal, es decir, aquello que hace que la materia indeterminada pase a ser
algo determinado que responde a la pregunta. Las tres causas mencionadas
tienen lugar porque hay una finalidad detrás de todas ellas, es decir, la causa
final, el fin por el que se hace algo, lo que confiere sentido a toda acción. Así
pues, las cuatro causas aristotélicas son la material, la eficiente, la formal y,
por último, la final.
Para Aristóteles, la verdadera esencia de un objeto radica no tanto en la
materia de lo que está formado, sino en la función intrínseca para la que se
ha diseñado; en este sentido afirmó una vez que si el ojo tuviera alma ésta
sería la de la visión. Este principio resulta igualmente válido para los seres
inanimados. Lo verdaderamente importante de los objetos es su utilidad, la
finalidad para la que han sido concebidos, y tan sólo desde esta
aproximación es posible llegar a conocer la realidad. Es éste también el
camino que permite entender los conceptos aristotélicos de alma, forma y
causa final.
Este método, además de proporcionar a Aristóteles una solución al
problema de los universales planteado por Platón en su teoría de las Ideas,
le permite al mismo tiempo abordar los principios del movimiento y el cambio.
Este último es concebido como el proceso en el que la potencia (aquello que
puede llegar a ser lo que todavía no es) se convierte en acto (la realización o
concreción de esa potencia), tras dejar el objeto su forma primitiva para
pasar a ser otra cosa distinta.
Sugiere Aristóteles la necesidad de dotarse de un método aplicable en
cualquier tipo de situaciones, sobre el que se asienten de modo firme el
conjunto de fenómenos que se hayan de estudiar, de modo que siempre sea
posible volver atrás, al origen. Éste es, precisamente, el objetivo fundamental
que debe presidir toda aproximación del hombre a la naturaleza. Este
método debe permitir en todo momento prescindir de todo aquello que no se
base en la propia experiencia; es decir, tal como dice el propio Aristóteles,
debe salvar las apariencias. Esta expresión todavía puede servir de punto de
partida para la actualidad en cualquier estudio filosófico.
Aristóteles parte del presupuesto de que el hombre tiende a buscar la
felicidad por sí misma, y ésta viene dada por el pleno desarrollo y ejercicio de
las capacidades propias de cada uno en el contexto de la vida en sociedad.
Esta búsqueda pasa inevitablemente por el desacuerdo con otras personas,
pero esto, según puntualiza, no constituye en sí ningún impedimento. Y, en
este contexto desarrolla su famosa teoría del término medio, según la cual la
virtud se encuentra en el punto medio de dos extremos, cada uno de los
cuales no es más que vicio. El objetivo es siempre alcanzar el equilibrio, que
es el que en definitiva conduce, según Aristóteles, a la verdadera felicidad.
Según Aristóteles, la auténtica misión del Estado consiste en crear las
condiciones para que los hombres puedan llevar una vida plena y feliz, es
decir, que puedan satisfacer sus necesidades. Uno de los puntos sobre los
que se basa su teoría reside en la creencia de que el hombre sólo puede
alcanzar la felicidad formando parte de una sociedad, y nunca como un ser
aislado. El hombre solitario es antinatural; la tendencia innata del hombre es
la que le lleva a intentar lograr la perfección y, por tanto, la felicidad, en la
sociedad.

Filosofía del Helenismo

Este período filosófico corresponde históricamente, según Hirschberger


(1954), desde Alejandro Magno hasta la caída de sus sucesores, es decir,
entre el 300 y el 30 a.C. Allí, tuvo lugar un proceso histórico espiritual que
afectó la filosofía y su concepción: el desmembramiento de las ciencias
particulares. Así pues, la filosofía se limitó a tratas las grandes cuestiones
establecidas por Platón y Aristóteles como auténticos problemas filosóficos,
en el ámbito de la lógica, la ética y la metafísica. La filosofía es, entonces, la
ciencia de la concepción del mundo y sus problemas adquieren una especial
profundidad. Entre las grandes escuelas de filósofos que pueden ubicarse
cronológicamente aquí, se encuentran la Academia, el Peripato, la Estoa y
Epicuro. Desde la división de Abbagnano (1994), se puede observar como el
período ético se inmiscuye, caracterizándose por estudiar el problema de la
conducta humana y por la disminución de la conciencia del valor teorético
(ciencia y virtud como unidad).

Estoicismo.

Atenas sirvió como hogar para la escuela estoa. Según Abbagnano


(1994), sus inicios tomaron como guía al cinismo, explicando así la
orientación general del estoicismo, el cual se presenta como continuación y
complemento de esta doctrina. Al igual que los cínicos, los estoicos no
buscan ya la ciencia, sino la felicidad por medio de la virtud. Pero a diferencia
de los cínicos, consideran que para alcanzar felicidad y virtud se necesita la
ciencia. A su vez, sus filósofos pueden ser clasificados en tres (03) periodos
de acuerdo a la época: estoa antigua, estoa media y estoa posterior. En la
antigua se puede mencionar a su creador, Zenón de Citio, y otras
personalidades como Cleantes de Assos, Arato de Sole y Crisipo de Sole,
situándose en el siglo III a.C. La estoa media se extiende entre los siglos II y
I a.C., con personalidades como Panecio de Rodas y Posidonio de Apamea.
Y, finalmente, la estoa posterior destaca a Senéca, Epicteto y el emperador
Marco Aurelio. Aunque, Ménage (2009) incluye en esta escuela a las
filósofas Porcia, Arria (madre e hija), Fania y Teófila (también perteneciente
al epicureísmo).
Zenón de Citio (350-264 a.C.). Fue discípulo del cínico Crates (su mayor
influencia), del megárico Estilpón y del académico Jenócrates, así como
fundador de la escuela en Atena. Consideraba indispensable la ciencia para
dirigir la vida, y aunque no le reconociese ningún valor autónomo, la incluía
entre las condiciones fundamentales de la virtud. La misma ciencia le parecía
virtud y las divisiones de la virtud eran para él divisiones de la ciencia. Esto
se debe a que el estoicismo parte de la idea de que no hay autoridad más
importante que la razón y, a partir de esta afirmación, se basa el resto de los
dogmas que conforman esta doctrina. (Magee, 1999). Plantea la existencia
de un orden que es a la vez racional y natural para las cosas; así como
explica que el bien se encuentra en el individuo al estar en acuerdo pleno
con ese orden. Aunado a esto, catalogó la investigación filosófica en lógica,
física y ética.
Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.). Este filósofo procedía de una
familia noble y ejerció como senador, cuestor y tribuno, llegando a ser
preceptor de Nerón en su juventud. Su filosofía, por ser parte del estoicismo
reciente, se limita a cuestiones morales y se mezcla insensiblemente con
ideas cristianas, conociendo ya la concepción cristiana de pecado. Además,
percibe el fin de la vida terrena como la preparación de la vida eterna y, pide
un amor al hombre que se extiende a los esclavos y no excluye a los mismos
enemigos. También concibe a la filosofía como la maestra de la vida y la
educadora de la humanidad. Mientras que, en las situaciones de apuro
aconseja el suicidio, explicando esto su decisión de suicidarse ante la caída
en desgracia con el emperador. (Fischl, 1984; Abbagnano, 1994).
Epicteto de Hierápolis (50-138 d.C.). Fue un esclavo frigio, que vivió
como liberto en Roma. Este filósofo recibió instrucción del estoico Musonio
Rufo. Epicteto funda su ética sobre la fe en Dios y recomienda el amor a los
enemigos, que sólo hacen el mal porque no conocen el bien. Por su parte,
entre sus obras se ubica el Enquiridion de moral, el cual fue compilado por
uno de sus discípulos.
Marco Aurelio (121-180 d.C.). Este emperador de la dinastía de los
Antoninos, obtuvo el poder en el año 161, por lo cual sus ideas se
consignaron en los campamentos a manera de aforismos. Para Marco
Aurelio (citado por Fischl, 1984), todo hombre es una parte del mundo y
debe, por consiguiente, someterse al todo. La naturaleza ha producido a
todos, todos están unidos y deben de amarse unos a otros, estando en
contra de las persecuciones de los cristianos, pero al estar lejos de Roma (en
sus campañas) no estaba muy enterado acerca de estos.

Epicureismo.

De acuerdo con Marías (1980), los epicúreos guardan un paralelismo


acentuado con los cirenaicos. La sede de la escuela fue el jardín de Epicuro,
por lo que sus discípulos eran denominados filósofos del jardín. La autoridad
de Epicuro sobre sus discípulos era muy grande y la escuela tenía un
carácter religioso, similar al de otras escuelas, solo que la divinidad a la que
estaba dedicada esta asociación era su fundador, provocando el
modelamiento de su conducta acorde con el ejemplo de Epicureo. (Fischl,
1984). Entre sus discípulos se pueden mencionar a Metrodoro de Lampsaco,
Apolodoro, Zenón de Sidón, Fedro, Sirón, Filodemo de Gádara y Demetrio el
Lacedemonio; aunque estos epicúreos posteriores degradaron la idea del
placer a un sentido de goce sensual. Además de estos, tal y como reflejan
Ménage (2009) y Abbagnano (1994), mujeres como Temistia, Teófila y
Leontina.
Epicureo de Samos (341-271 a.C.). Recibió formación en la filosofía de
Demócrito, quien se convertiría en el fundamento de su doctrina. Epicuro ve
en la filosofía el camino para lograr la felicidad, entendida como liberación de
las pasiones. Así que, la filosofía es concebida como un instrumento para
lograr el fin: la felicidad. Mediante la filosofía, el hombre se libra de todo
deseo, de las opiniones irrazonables y vanas, y de las turbaciones que de
ellas proceden. Esta alivia, en cuanto, (a) libera del temor a los dioses, (b)
libera del temor a la muerte, (c) demuestra que el acceso al placer es fácil y
(d) demuestra el límite del mal provisto en la brevedad y la provisoriedad del
dolor. (Abbagnano, 1994). También, Epicuro llama a la lógica canónica,
puesto que es la norma o regla del pensamiento, siendo la sensación lo
único de lo cual se puede fiar el conocimiento; esta es la última y única
garantía de la verdad.

Escepticismo.

Esta escuela nace a partir de los constantes conflictos y contradicciones


de sus doctrinas, conllevando a los pensadores críticos hacia la duda acerca
de la certeza del conocimiento humano. El escepticismo tiene por objeto la
consecución de la felicidad como ataraxia (tranquilidad y ausencia total de
deseos o temores). La tranquilidad del espíritu y, por ello, la felicidad, se
consigue rechazando cualquier doctrina, para lo cual la indagación es el
medio. La investigación escéptica no busca esta justificación en sí misma,
solo lleva al hombre a rechazar cualquier doctrina determinada y el fin último.
Fischl (1984) indica la distinción de tres (03) periodos para la escuela. El
escepticismo antiguo incluye a Pirrón de Elide y Timón de Fiiunte, como
principales representantes; mientras que, en la escuela media o escepticismo
académico (al ser introducido y enseñado en la Academia platónica) se ubica
a Carnéades de Drene; y, finalmente, el escepticismo nuevo, que resalta a
Enesidemo de Cnosos y Sexto Empírico.
Pirrón de Elide (360-270 a.C.). Fue soldado de Alejandro Magno y
fundador de la skepsis. La opinión que presenta o defiende una escuela
acerca del conocimiento o las normas éticas no es, en nada, más cierta que
la contraria. A partir de esta diferencia de opiniones procede toda inquietud y,
es en la indiferencia respecto de todas las opiniones de escuela y su no
adhisión a alguna de estas lo que mantendrá la tranquilidad de espíritu.
Niega que haya cosas verdaderas o falsas, bellas o feas, buenas o malas,
por naturaleza; dado que yodo lo que se juzga tal, se juzga así por
convención o costumbre, no por verdad y naturaleza.
Eclecticismo.

De acuerdo con Marías (1980), el eclecticismo es otro fenómeno de las


épocas de decadencia filosófica, puesto que el espíritu de compromiso y
conciliación aparece en ellas, y toma de aquí y de allá, para componer
sistemas que superen las polarizaciones y divergencias. Así que, esta
escuela trivializó la filosofía, utilizando solo el pensamiento filosófico como
materia de erudición y moralización, mas estando siempre alejada de los
grandes problemas filosóficos.
Cicerón (106-43 a.C.). Esta renombrada figura no contó con escritos
filosóficos originales, sino que, acorde con Hirschberger (1954), el ecléctico
no hacía sino poner las palabras que le brotaban espontáneamente de la
boca, considerándolas más como una transcripción. El valor de estos escritos
es, para Marías (1980), el repertorio abundante a la filosofía griega, así como
la acuñación de la terminología usada en la traducción de vocablos griegos.
Entre sus ideas se podrían observar tendencias éticas, antropológicas y
teológicas del estoicismo; conceptos y teorías peripatéticas; y posiciones
critico-epistemológicas escépticas.

Filosofía del Imperio Romano

De acuerdo con Hirschberger (1954), este período filosófico corresponde


exclusivamente a la creación y caída del Imperio Romano, datándose
aproximadamente entre el año 30 a.C. y el 550 d.C. Este periodo fue
bastante turbulento y causó gran desazón en las personas; pero, en
contraposición a esto, el nacimiento y propagación del cristianismo, cuya
doctrina religiosa repercutió fuertemente sobre la filosofía, conllevando a que,
a finales de este período, se intentara a través del neoplatonismo reducir a
una síntesis todas las doctrinas filosóficas y religiosas. Los problemas se
centraron en encontrar el camino de la reunión del hombre con Dios,
considerándole como único camino de salvación. Si bien el neoplatonismo es
la más pura expresión de este período, escuelas del helenismo también
entran en el período romano, como es el caso del estoicismo, cuyos inicios
forman parte del periodo ético helénico de la filosofía antigua.

Neoplatonismo.

Después de ausentarse de la filosofía desde la muerte de Aristóteles, hace


una última aparición en la filosofía antigua con la escuela neoplatónica. Esta
plantea el problema metafísico en términos griegos, pero con influencias
cristianas y de otras religiones orientales de la cultura grecorromana de los
primeros siglos después de Cristo. Esta, junto con el neopitagorismo,
representa la contraposición entre el mundo de los sentidos y el mundo
inteligible, entre el mundo espiritual trascendente y el mundo de sombras y
constante devenir. Su fundador es, según Giannini (2005), Amonio Saccas,
quien enseñaba el pensamiento platónico y aristotélico en Alejandría. Pero,
también se ha de destacar a Hipatía de Alejandría, una de las filósofas
antiguas más reconocidas y quien ejerció como sucesora de Plotino en la
escuela fundada por él en Alejandría. (Martino y Bruzzese, 2000; Ménage,
2009). Otros filósofos neoplatónicos son Porfirio de Tiro, Jámblico de Calcis,
Proclo, Juliano el Apóstata y Sinesio de Drene, habiendo sido este último
discípulo de Hipatía.
Plotino (205-270 d.C.). Fue discípulo de Amonio y es considerado como
el principal representante de esta escuela por Giannini (2005). Entre las
ideas de Plotino se encuentra su identificación de la Idea platónica de Bien
con la mónada pitagórica (unidad), llamando Uno a la suprema esencia de la
cual emana todo lo que tanto lo espiritual como lo corporal. Aunado a esto, el
concepto de emanación a partir de lo Uno es introducido, explicando que,
como el Uno se multiplica en sí mismo, se derrama o emana sin pérdida de
sí. Como consecuencia, el mundo no se crea de la nada, tal y como lo
plantea el cristianismo. Adiciona a esto la postulación de jerarquías o grados
de ser, acordes con la proximidad al principio de toda realidad. Del Uno
procede la inteligencia, que ama y desea aquello que engendra el Uno;
procediendo de esta el alma del mundo, que produce y mantiene la armonía
y belleza en imitación del ser de la Inteligencia; a su vez, esta alma es
procedida por el mundo; cuya sombra procede la materia sensible,
considerada como absolutamente indeterminada, siendo casi un no ser.
REFERENCIAS

Abbagnano, N. (1994). Historia de la filosofía (vol. 1). Barcelona: Hora.


Fischl, J. (1984). Manual de historia de la filosofía. Barcelona: Herder.
Hirshberger, J. (1954). Historia de la filosofía - I. Antigüedad, Edad Media,
Renacimiento. Barcelona: Herder.
Marías, J. (1980). Historia de la filosofía (32a. ed.). Madrid: Biblioteca de la
Revista de Occidente.
Giannini, H. (2005). Breve historia de la filosofía. Santiago de Chile,
Catalonia.
Magee, B. (1999). Historia de la filosofía. México D.F.: Planeta.
Ménage, G. (2009). Historia de las mujeres filósofas. Barcelona: Herder.
Martino, G. y Bruzzese, M. (2000). Las filósofas. Barcelona: Cátedra.
Martínez, F. (2010). Historia de la filosofía I. Madrid: Akal..

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