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Llevar a término una obra como la presente, y además buscar una editorial que
quiera hacerse cargo, no creo que deba de mencionarse ya que cualquier persona
que se dedique a la investigación en el campo de Historia Antigua, Prehistoria,
Arqueología, Epigrafía o Numismática en la Antigüedad, conocen el esfuerzo y la
dificultad de tal empresa. Además, como viene siendo habitual, la denostación de
este tipo de obras, consideradas menores, pero luego bien que utilizadas, por los
colegas eruditos, parece ser también un mal habitual. Evidentemente no son todos
los especialistas que hay, pero con solo mirar la relación de autores se puede apre-
ciar que el director de la obra ha intentado escudarse en una serie de científicos de
las diferentes Universidades del territorio español que contribuyen en los campos
que les son más conocidos, en ocasiones con mayor o menor fortuna, pero el resul-
tado a todas luces supera las expectativas que se pueden tener en una obra de con-
sulta y referencia.
Y el que escribe menciona ésto porque, aunque no ha leído todo el material
publicado, sería demencial leer un diccionario ya que es obra de consulta cuando se
requiere la misma, sí que ha realizado una serie de seguimientos sobre algunas de las
entradas, observando que, a veces, el esfuerzo empleado en una investigación hace
olvidar lo que significa una entrada en un diccionario. Sirva de ejemplo el caso de
Ceret, en el que una inscripción, CIL II 1305, que tan solo menciona M.C., se desa-
rrolla la fórmula m(unicipium) c(eretanum) que simplemente es eso, una interpre-
tación de una abreviatura que deberá constatarse con otros hallazgos que den enti-
dad a la localización propuesta. En otras ocasiones, la tradición historiográfica hace
que la información bascule hacia el lado del periodo romano, como sucede en la
entrada -, marcas de. (ánfora.), sin hacer mención a las mismas en un periodo ante-
rior, como sucede en el mundo fenicio y/o púnico. Se echa de menos un desarrollo
en entrada de alguna droga utilizada en la Antigüedad, aunque para esta palabra si
haya una entrada en concreto, así como existe una entrada para cebolla o esparto,
debería haber una para cannabis, no solo por su efecto psicotrópico sino porque,
junto al esparto, era una de las plantas utilizadas para elaborar cuerdas, o de plan-
tas de las que se extrae resina, como la tuya berberisca, que con toda probabilidad
debía de ser ampliamente utilizada en la Península Ibérica, así como una referencia
al drago canario. Claro está que los encargados de las entradas droga y resina tal vez
deberían haber forzado a la inclusión de este tipo de información. Respecto al
mundo animal uno echa en falta entradas como gallo (gallus gallus), estando pre-
sente la de avestruz pero no una de su producto, el huevo de avestruz, aunque en la
entrada para el animal se mencione a éstos.
María Luisa SÁNCHEZ LEÓN (ed.), El Més Enllà, Religions del Món Antic 4, Palma,
Fundació “Sa Nostra”, 2004, 269 pp. [ISBN:84-96031-42-X].
Esta obra recoge las ocho conferencias que integraron el IV Cicle Religions del
Món Antic, celebrado en Palma de Mallorca entre los días 23 de octubre y 18 de
diciembre de 2003 y organizado por la Fundació “Sa Nostra”; en ella sus autores
analizan la visión del Más Allá en diversas culturas de la Antigüedad como la egip-
cia, la israelíta, el Irán preislámico, el mundo etrusco, griego o romano (tanto de
forma global como en el caso particular de Hispania), así como la relación entre los
cultos mistéricos y el mundo de ultratumba.
Especialmente interesante es constatar las similitudes ideológicas que presentan
culturas contrapuestas, como la importancia del agua en la concepción del Más Allá
o la presencia de seres psicopompos que guían al difunto en su viaje hasta el mundo
de los muertos.
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El primer capítulo, escrito por Josep Padró, está dedicado al mundo funerario en
el Antiguo Egipto. En primer lugar, presenta una visión general de la escatología
egipcia y su sistema de creencias; a continuación se analiza el desarrollo de la con-
cepción sobre el Más Allá egipcio de un modo diacrónico, basándose en los textos
que nos han llegado de cada época (Textos de las Pirámides, Textos de los Sarcófa-
gos y Libro de los Muertos), que a su vez son un reflejo del propio cambio social y
político vivido a lo largo de la dilatada historia de Egipto.
Otro interesante apartado es “La noció de mal i de pecat”, donde se destaca el
papel de Seth como contraposición de Osiris y personificación del mal. La noción
del pecado queda bien ilustrada por el Libro de los Muertos, donde se describe
minuciosamente el proceso que sufre el difunto. No superar la prueba del Juicio
supone la destrucción (y por tanto el olvido).
Por último, J. Padró detalla los recientes hallazgos realizados en la excavación
del Osireion de Oxirrinco, como las figurillas de barro que representaban al dios y
se empleaban en sus rituales funerarios.
A continuación Julio Trebolle propone el tema del “Más Allá, de la religión de
Israel a los orígenes del cristianismo”. En este capítulo su autor analiza las seme-
janzas y diferencias entre las creencias israelitas y las cristianas, y cómo fue varian-
do la concepción del mundo de ultratumba.
Se nos habla del controvertido tema de la resurrección que aparece ya en dos tex-
tos del Qumrán. A continuación se analiza el bíblico Sheól o reino de la muerte, que
tenía paralelos con el mundo de ultratumba mesopotámico, así como el greco-roma-
no. Al contrario de lo que ocurre en otras religiones próximas, en el Antiguo Testa-
mento no hay relatos sobre viajes al Más Allá (quizá el episodio de Jonás en el vien-
tre de la ballena sea el que más se acerque). Es mejor conocido por los manuscritos
del Qumrán y los textos apócrifos.
Por último se trata el tema de la ascensión a los cielos y la resurrección que
cobran sentido con el episodio de la Cruz y de la salvación de Cristo (pues no apa-
rece en las primeras fuentes cristianas).
El siguiente capítulo a cargo de Alberto Cantera nos adentra en la tradición ira-
nia preislámica, y se centra principalmente en los viajes al Más Allá, cuya descrip-
ción nos ha llegado a través de numerosos textos; su función era advertir a los vivos
sobre lo que acaecería tras la muerte, y generalmente eran efectuados por un indi-
viduo sobresaliente en cuya elección intervenía la divinidad. Se cree que detrás de
estos relatos puede haber una realidad ritual. El autor detalla el camino que recorre
el alma, así como los diferentes seres que se encuentra en cada fase. Muy intere-
sante por ser un tema muy poco conocido.
El siguiente punto, redactado por Francisco Díez Velasco, versa sobre el Más
Allá en el mundo griego. A modo de introducción se nos describe primero el reino
de Hades, y a continuación se detallan las diversas formas de acceso a éste: por tie-
rra, aire y agua. Sin embargo, no todos los difuntos tenían el mismo destino tras la
muerte, pues hay noticias de héroes que obtienen una vida de ultratumba privile-
giada en los Campos Elíseos; del mismo modo, se puede alcanzar un destino dife-
rente en el Más Allá gracias a la iniciación.
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Laotse. Tao Te Ching. Los libros del Tao, Edición y traducción del chino de I. Pre-
ciado Idoeta, Madrid, Ed. Trotta, 2006, 542 pp. [ISBN: 84-8164-835-3].
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Charlotte BOOTH, The Hyksos Period in Egypt, (Shire Egyptology series 27), Bac-
kingham-Shire, Shire Publications: Princes Risborough, 2005, 56 pp. [ISBN: 0-
7478-0638-1].
Tema, el del volumen que reseñamos, interesante por la cantidad de problemas que
plantea y por la falta de datos que poseemos. La XV Dinastía es la que corresponde a
los reyes Hyksos. La serie de Dinastías contemporáneas de estos es enorme. Fue un
tiempo de inestabilidad social. Egipto se hallaba dividido en multitud de piezas. Ade-
más de la cultura semítica se percibe en los Hyksos cierta influencia mesopotámica.
Como todos los demás volúmenes reseñados por mí en el Boletín de la Asocia-
ción Española de Egiptología, a pesar de su poca extensión tienen el acierto de
exponer y actualizar los principales problemas de cada tema.
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La llegada de los Hyksos a Egipto, tal como dice la nota de Manetón, citado por
F. Josefo, irrumpe como un ejército invasor y arrasador. Sin embargo, hoy sabemos
que no fue así. Eran realmente un pueblo guerrero (las excavaciones en Tell el-
Dab`a son una prueba de ello). Introdujeron el caballo y el carro en Egipto. La pro-
paganda oficial posterior los hizo bárbaros. Se establecieron principalmente en el
Delta y se preocuparon de organizar bien su capital, Awaris. La autora ha dibujado
personalmente para la publicación los dibujos y croquis, siguiendo los diseños de
A. Bietak. Cita seis reyes entre 1663 y 1500 a.C. El rey más problemático es Nehe-
si. El más fuerte y destacado fue Apopis. Después de la parte histórica referida a los
Hyksos en Egipto, la autora dedica el capítulo 3º a los asentamientos de Awaris y
Tell el-Yahudiyah con la explicación de la clase de edificación que se ha encontra-
do y de sus tumbas y templos. En el capítulo de la religión nos habla de los dioses
y de los enterramientos. El dios principal era Set, correspondiente al Baal cananeo.
La diosa Astarté, la diosa de la fertilidad y el amor, era también adorada por los
Hyksos. Se han hallado ocho clases de tumbas de este período. Lo peculiar de los
enterramientos es la posición en forma fetal, como en el primer período dinástico.
Es curioso también la práctica de enterrar a los burros, práctica usada en Palestina
anteriormente a los Hyksos. Otro dato notable es el enterramiento de los siervos
fuera de la entrada de la tumba del señor, con el rostro en dirección a ésta. Es evi-
dente la religiosidad de los Hyksos.
El capítulo 5º trata de la contribución de los Hyksos a Egipto. La introducción
del caballo pudo también producirse por otra parte distinta de aquellos. Además del
carro introdujeron el arco compuesto, la lanza, el hacha de guerra y la cimitarra.
Activaron el comercio con Palestina, especialmente de cerámica. También mantu-
vieron relaciones internacionales con Creta, el Imperio Hitita, Canaán y Siria. En
literatura cabe notar que el pWestcar es de esa época, al igual que el pRhind.
El volumen se termina con la expulsión de los Hyksos. La XVII Dinastía teba-
na, en tiempos de Seqenenra Tao II da comienzo con este hecho. Kamose y Ahmo-
se I siguieron la tarea. El pSallier I nos recuerda la hostilidad entre la Dinastía teba-
na y los Hyksos. Advierte la autora que la fama de unos Hyksos bárbaros es
infundada (p. 49). Contribuyeron enormemente a la riqueza de Egipto. La biblio-
grafía selecta está puesta al día.
Felipe SEN
Universidad Complutense de Madrid
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Felipe SEN
Universidad Complutense de Madrid
Nos encontramos con este libro ante la nueva reedición de un clásico de la cul-
tura egipcia, obra del prolífico egiptólogo y antiguo conservador del Museo Britá-
nico E.A. Wallis Budge (1857-1934). Aunque más conocido por la traducción que
hizo de El Libro Egipcio de los Muertos (también conocido como Papiro de Ani)
nos hallamos con una obra menor en su producción, pero que supone un acerca-
miento ameno y riguroso al mundo de la magia egipcia, inherente por otro lado al
de la religión.
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este capítulo alude a los textos conservados en el Papiro Westcar, de la XVII dinas-
tía, y a diferentes capítulos de El Libro Egipcio de los Muertos.
El sistema es muy simple, introducción mediante una breve exposición del asun-
to, y explicación e ilustración a través de pasajes conservados, principalmente, en
papiros y soportes epigráficos, de tal forma que a veces uno tiene la impresión,
valga la licencia, de estar leyendo un libro de cuentos, por otro lado, espléndidos.
Para el estudio de la magia en Egipto, y en la Antigüedad en general, resulta impres-
cindible el estudio de las piedras mágicas y los amuletos, contenedores de la iconogra-
fía mágica más extendida. Éste es el tema del segundo capítulo (40-72). Así realiza un
acercamiento a la magia pero en función de este soporte lítico, destacando amuletos
tales como el del corazón, el del escarabajo, el de Tet, asociado a Osiris y a los cuatro
puntos cardinales, o al de la almohada, relacionado con los ritos de momificación.
Tras esta explicación teórica y este paso por los principales soportes, realiza un
estudio en el capítulo III (73-104) sobre las principales figuras mágicas, es decir, los
agentes mágicos activos, (determinados dioses, espíritus y animales) aquellos que
hacen que el conjuro o encantamiento surta efecto y se lleve a cabo con éxito. La
principal fuente utilizada es de nuevo el Papiro Westcar, aunque se echa en falta
alguna imagen que ilustre mejor lo explicado por un lado, y un comentario algo más
profundo sobre el propio sentido y significado de esas figuras mágicas por otro. En
ocasiones se queda en la mera exposición del relato.
El capítulo IV, Figuras y fórmulas mágicas (105-146), resulta muy parecido al
anterior. A modo de cajón de sastre, se explican en él otro tipo de conjuros y actos
mágicos útiles para asegurar un viaje más propicio y seguro para el difunto por el
más allá. Se hace especial hincapié en el poder de la palabra en el acto mágico para
evitar adversidades en ese viaje, algo que cobra sentido y enlaza perfectamente con
el mito de Isis y Ra, narrado a continuación, y con la historia de Isis y los escor-
piones, perfectamente sustanciada en la famosa estela Metternich y los llamados
cippi de Horus, destinados a evitar las picaduras y mordeduras de animales, también
tratados en este epígrafe.
Enlazando con el capítulo anterior en orden y sentido se sitúa el capítulo V (147-
168), donde el autor se centra en los nombres mágicos. Tras introducir la relevan-
cia de la palabra se centra ahora en los nombres específicos que se utilizan como
agentes mágicos, ya que en ellos reside la esencia de cualquier hombre o dios.
Conociendo estos nombres secretos se controla la voluntad de su poseedor. Desta-
ca así la importancia de figuras como Isis, Tot, Ra o Ptah.
Ya en el penúltimo capítulo, el VI, Ceremonias mágicas (169-186), Wallis
Budge se centra exclusivamente en los actos mágicos llevados a cabo por el sacer-
dote (magia teúrgica), el cual pretendía objetivos más elevados que la magia (goé-
tica) que llevaban a cabo las clases sociales inferiores. Se relacionaban principal-
mente con la conservación del cuerpo momificado y la restauración de las funciones
naturales del cuerpo. Es decir, se trataba de aquellos ritos destinados a la consecu-
ción de la inmortalidad. En la primera parte del capítulo se dedica a explicar de
forma clara el proceso de momificación realizado por el sacerdote, utilizando como
principal fuente el trabajo del profesor G. Maspero, coetáneo a Wallis Budge, Le
rituel de l’Embaubement.
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La presente obra realiza un análisis de cómo vieron los griegos la India y Etio-
pía, ambas zonas localizadas en el extremo de la ecumene, por lo que ambas se
caracterizan por ser zonas exóticas y muy ricas. El autor analiza diversos escritos,
tanto de carácter histórico-etnográfico, como algunas obras literarias, si bien pre-
dominan los primeros sobre los segundos. Al comienzo de la obra realiza una intro-
ducción donde expone los objetivos y los autores que posteriormente tratará, así
como las ediciones de los textos clásicos que ha usado para su análisis.
A continuación divide el libro en dos partes: la primera (y más extensa) dedica-
da a la India, y la segunda a Etiopía. Sigue un orden cronológico en su exposición,
desde las primeras menciones de estas zonas. El primero que habló sobre la India
fue Escílax de Carianda en el s. VI a.C., con motivo de una expedición ordenada por
el rey persa para recoger información militar. Y este objetivo será muy común en
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expediciones posteriores, como por ejemplo las de Alejandro Magno. Escílax asen-
tará una serie de tópicos que serán usados por escritores posteriores como Herodo-
to, Ctesias o aquellos que acompañaron a Alejandro Magno. También es verdad que
con el paso del tiempo, se van añadiendo nuevas informaciones y nuevas visiones,
pero siempre están latentes aquellos mitos de este primer escritor.
Al estar localizada en uno de los extremos del mundo, se veía como una zona
rica, exótica, y donde las gentes eran muy primitivas, pues estaba muy alejada de la
zona habitada por los griegos, de la civilización. Este primitivismo delata el etno-
centrismo griego y nos muestra su visión de la naturaleza salvaje, de aquella que no
estaba sometida a ningún orden, como sí lo estaba la chora que rodeaba las polis
griegas, pues estaba sometida al cultivo, por tanto, a una ordenación. Por el contra-
rio, el resto de la naturaleza era algo más complicado donde habitaban todo tipo de
seres fantásticos y primitivos, como se pone de manifiesto en la enumeración de los
distintos pueblos de la India: como los ictiófagos, que sólo comían pescado. Y,
todos ellos, por supuesto, consumían los alimentos crudos, el sumum del primiti-
vismo: pues aún Prometeo no les ha llevado el fuego de los dioses, y por tanto se
comportan como animales.
Todos los autores recogen el mismo tipo de información: etnografía, geografía,
costumbres, algunos tratan el tema de la religión (aunque muy sucintamente) y la
organización social. Este último aspecto sobre todo es tratado por Megástenes, que
divide la sociedad en 7 castas (que en realidad son distintos oficios), cada una con
un cometido distinto. Muestra una sociedad idílica, perfecta, quizá por las agitacio-
nes de su propio tiempo, pues vive las luchas de los diádocos por el Imperio de Ale-
jandro.
Así, cada uno escribirá por unas motivaciones concretas, lo que determinará que
se fije en unos aspectos u otros, y que muestre los datos de una manera u otra. Así
por ejemplo, los escritores de Alejandro pretendían exaltar su figura y presentarle
como el gran conquistador y difusor de la cultura griega. Por ello, en sus obras
hacen mención constante de las aventuras de Heracles y Dionisos en la India: mues-
tran así que Alejandro llegó incluso más allá que los dioses y héroes. Además, es
curioso que se vincule a Dionisos, dios de las pasiones desatadas, de la naturaleza
salvaje, con esta parte del mundo, igualmente salvaje para los griegos. Para los grie-
gos era un dios de procedencia oriental (si bien en las tablillas micénicas ya apare-
ce mencionado), porque era todo lo contrario a lo que debía ser el espíritu griego de
equilibrio; aunque quizá es una visión que se acuñó en el s. V a.C. en lo que se ha
llamado la época clásica.
A la hora de abordar estos textos, hay que tener en cuenta el contexto del autor
y su biografía, pues ambos influyen en la concepción de su obra. Aspectos que se
abordan al comienzo de cada escrito que se analiza. Pero también es importante
tener en cuenta el público al que se dirige, porque así se presentarán los datos, y del
mismo modo la intención del autor es determinante para interpretar correctamente
sus afirmaciones. Y todos estos aspectos los ha cuidado bastante el autor de la pre-
sente obra, pues tras la biografía del escritor que analiza, pasa a sus escritos, ponien-
do en relación sus informaciones con obras anteriores y con su contexto.
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1 El plan de la obra y los títulos publicados pueden verse en la web de la editorial [URL:
http://www.urgoitieditores.com]. Se ha diseñado un plan de publicación de 41 títulos. En nuestro ámbito dis-
ciplinar, además del presente libro, han aparecido publicadas ediciones críticas de P. Bosch Gimpera (por J.
Cortadella), A. Schulten (por F. Wulff) y S. Montero Díaz (por A. Duplá), estando anunciadas las de F. Fita
(por J. Gómez Pantoja), H. Obermaier (por G. Mora) y M. Murguía (por R. Villares); la reedición de F. M.
Tubino (por P. Anguera) corresponde a un ensayo de temática literaria, aunque obviamente el estudio intro-
ductorio puede interesar al lector de historiografía arqueológica. Esta iniciativa está recibiendo alabanzas en
diversas reseñas y estados de la cuestión (p. ej. Mora 2003-2005: 15).
2 Destacan, en este sentido, los proyectos sobre fotografía antigua de temática arqueológica dirigidos
por el Prof. Juan Blánquez, de la Universidad Autónoma de Madrid.
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(Mora 2003-2005). Díaz-Andreu emplea desde hace años estas fuentes de informa-
ción, aunque, en esta obra más que en otras anteriores, los documentos inéditos lle-
gan a constituir la columna vertebral de su trabajo. Para ello, la autora ha investi-
gado básicamente en el Archivo General de la Administración, el archivo del Museo
Arqueológico Nacional y el Archivo de Clases Pasivas (p. XVII). Por el contrario,
dos fondos documentales a los que se presta mucha menos atención son el archivo
de la Comisión de Antigüedades de la Real Academia de la Historia, que tras un
intenso proceso de estudio y publicación (Almagro-Gorbea y Maier 2003) se
encuentra en la actualidad digitalizado y en la red3; y el archivo de la Real Acade-
mia de Bellas Artes de San Fernando, del cual también se han colgado en internet
un inventario general y algunos índices4. Sé que ésto responde a una decisión cons-
ciente y meditada de la autora, que en mi opinión debería haber aclarado en el
texto5.
Hasta fechas muy recientes, Mélida y la arqueología española del cambio de
siglo eran en buena medida un enigma. Entre los principales estudios previos, se
contaban el catálogo de la exposición sobre la historia del Museo Arqueológico
Nacional (Marcos Pous 1993), el libro de Peiró y Pasamar (1996) sobre la Escuela
Superior de Diplomática, el de Elena Gómez-Moreno (1995) sobre su padre y un
sucinto artículo sobre la figura de Mélida (Almela Boix 1991), además de los tra-
bajos, entonces todavía en proceso, sobre la Real Academia de la Historia.
La autora no tiene reparo en señalar que cuando le propusieron escribir el traba-
jo “mi conocimiento de quién había sido Mélida casi se podría decir que era nulo”
(p. XIII). Esta afirmación, que puede sonar a frivolidad, tiene como objetivo poner
de manifiesto un tema que analiza minuciosamente en su estudio: el olvido poste-
rior a que se vio sometido su figura debido al “clientelismo o sistema de coopta-
ción, por el cual el acceso a la carrera universitaria (o a cualquiera de tipo buro-
crático) se regula por reglas conectadas con la fidelidad del candidato a los deseos
del patrón y no necesariamente con la calidad investigadora y docente del mismo”
(p. XV). Díaz-Andreu relativiza la extendida idea según la cual García y Bellido y
Taracena fueron sus seguidores, para destacar la sorprendente ausencia de discípu-
los de tan eminente arqueólogo; relaciona esta circunstancia con las consecuencias
de la creación en 1907 de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas, que provocó una distinción muy clara entre los que estaban dentro de
esta institución y los que se habían quedado fuera, caso de Mélida. El sistema clien-
telar se encuentra también en relación con el enorme peso de la nobleza en la orga-
nización estructural de la investigación y la gestión del patrimonio arqueológico. De
hecho, la autora considera que es el inicio de la relación con el mundo aristocrático
lo que probablemente abre a Mélida las puertas de la fama.
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ambos sin oposición y por la vía excepcional que preveía la ley. Las presuntas pre-
siones de Tormo dan lugar a la creación de una tercera cátedra de Arqueología
Árabe para Gómez-Moreno (1912), otro que se propone como posible enemigo de
Mélida (pp. XCI-XCIII). Sería precisamente la actividad docente la que permitiría
a Mélida apreciar con claridad la ausencia de manuales universitarios, lo que le
lleva a publicar Arqueología Española (1929) y Arqueología Clásica (1933). Es
aquí donde se analiza, también, la escasa huella de Mélida, relacionada con la pér-
dida de la memoria viva tras la muerte de sus discípulos y con su “no pertenencia
al Centro de Estudios Históricos y la intuida creciente enemistad con Gómez-More-
no” (p. XCVI). La autora llega a ver esta institución como un escollo para el desa-
rrollo de la arqueología en la universidad española de la época, ya que favorecería
las investigaciones de un grupo de profesores madrileños unidos por lazos de amis-
tad y clientelismo, mientras los restantes —en especial los de fuera de Madrid—
trabajan en unas condiciones de gran penuria (p. CIV).
Los dos restantes capítulos se consagran a la teoría y práctica en el pensamien-
to y obra de Mélida (capítulo quinto) y a la obra Arqueología española y su impac-
to (capítulo sexto). Se propone el encuadre de Mélida en el positivismo, que se plas-
ma sobre todo en su énfasis en la elaboración de catálogos (lo que sin duda debió
verse favorecido por su vinculación a instituciones museísticas desde sus orígenes
profesionales). Quizá esta adscripción sea un poco limitadora y no estaría mal que
se intentasen ver sus relaciones con otras tendencias ideológicas y teóricas del
momento (aunque hay también una mención a la influencia del nacionalismo en p.
CXI). Se consideran además sus intereses temáticos (Egipto, arqueología ibérica,
etc.) y su actividad como arqueólogo de campo (Numancia, Mérida, etc.), ámbito
sobre el que sin duda sería bien recibida una exposición más extensa (técnicas de
excavación, representación gráfica del registro, etc.; hay una breve referencia al
tema de la estratigrafía en p. CXXV y otra breve digresión en el capítulo siguiente,
pp. CXLVIIs). En este campo, el estudio se centra en los aspectos administrativos y
financieros, destacando las fuertes sumas de dinero que recibió Mélida por parte de
la JSEA, en parte comprensibles por su vinculación a dos yacimientos estrella como
Numancia y Mérida. El capítulo sexto supone una breve pero certera disección de
la obra reeditada (estructura temática, ilustraciones, autores citados, etc.) y de su
influencia posterior, básicamente a través de citas y valoraciones emitidas por diver-
sos arqueólogos.
El extenso estudio introductorio se cierra con la reproducción del programa de
la asignatura “Concepto e historia del arte” presentado por Mélida a la oposición de
cátedra en 1896 y con la bibliografía, dividiendo entre “Bibliografía citada” y la
“Bibliografía (in)completa” de Mélida, que supone hasta la fecha el listado más
exhaustivo y depurado de la obra de este autor, aunque Díaz-Andreu advierte toda-
vía de la existencia de posibles lagunas y errores.
A lo largo de todo el estudio introductorio se insertan varias tablas y algún grá-
fico que son muy de agradecer por su potencial explicativo. Sin embargo, creo que
se echa en falta una tabla-resumen cronológica (con los principales acontecimien-
tos, puestos ocupados por Mélida, etc.) que guíe al lector entre la multitud de
fechas, nombres y datos que continuamente se aportan.
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6 D. Casado Rigalt: José Ramón Mélida y la historiografía arqueológica en España entre 1875 y 1936.
Tesis doctoral dirigida por el Prof. M. Almagro-Gorbea, Universidad Complutense de Madrid, año aca-
démico 2004. Resumen de su contenido y otros datos en la base de datos TESEO [URL:
http://www.mcu.es/TESEO/index.html].
7 Estudio de las colecciones arqueológicas procedentes de España conservadas en la Hispanic
Society of America de Nueva York. Plan Nacional I+D+I 2003-2005, BHA2002-02306, con M. Bendala
Galán como investigador principal y S. Celestino Pérez como coordinador. Un resumen de los objetivos
del proyecto y otra información en la web del Instituto de Arqueología de Mérida [URL:
http://www.iam.csic.es].
8 Tecnología y valor en la orfebrería castreña de los museos de Madrid. Proyecto Comunidad de
Madrid 06/0090/2000, dirigido por A. Perea; Metales prehistóricos en el Instituto Valencia de Don Juan.
Proyecto Comunidad de Madrid 06/0112/2003, dirigido por I. Montero. Información disponible en la web
del grupo de investigación “Historia de la Tecnología. Arqueometalurgia” del Departamento de Prehistoria
del CSIC [URL: http://www.ih.csic.es/arqueometalurgia].
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BIBLIOGRAFÍA
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Ampurias y su entorno son casi un icono de la Historia Antigua ibérica, una con-
sagrada referencia de disputas teóricas y fuente de preciosos datos históricos. Su
bibliografía es apabullante y siempre obtiene una atención especial, pues es creen-
cia común que de la comprensión de lo acontecido en aquel territorio dependen
muchos artificios aclaratorios de procesos culturales y económicos en la Antigüe-
dad hispana. Por eso sería superfluo recordar la historia de la investigación en el
entorno de Ampurias y su significado prácticamente institucional en la investiga-
ción española, como también lo sería recordar la desproporción entre la importan-
cia de los restos de las dos colonias griegas del Golfo de Rosas o las de Ullastret y
el número de estudios de conjunto sobre el habitat antiguo ampurdanés, el medio
natural y sus posibilidades económicas. La relativa ventaja de la conservación de
restos en el Ampurdán —salvedad hecha de la Palaiapolis—, que se traduce en posi-
bilidades de investigación únicas y muy rentables desde las estrategias multidisci-
plinares disponibles, ha sido explotada por Dirce Marzoli partiendo del estudio de
las condiciones geomórfológicas y paleoambientales de la costa del Ampurdán y
utilizando sus resultados para entender fundamentalmente el proceso histórico de
aquel escenario entre el Bronce Final y la Segunda Guerra Púnica.
La base de este estudio es el trabajo Habilitación que la autora defendió en la
Universidad de Marburgo en noviembre de 1999, al que se le han añadido las refe-
rencias bibliográficas más importantes hasta 2002. Se enmarca en el Proyecto de
Investigación sobre las costas ibéricas del Instituto Arqueológico Alemán —aquel
impulsado por H. Schubart desde los años ochenta y financiado entonces por la
Fundación Volkswagen—, que intenta reconstruir la morfología costera y el
ambiente de los entornos coloniales ibéricos de los comienzos del I Milenio a.C.
Cuando hace dos décadas comenzó este proyecto, estimulado entonces por la cues-
tión sobre la navegabilidad de los ríos Vélez y Algarrobo en tiempos fenicios y la
posibilidad de ubicación de los embarcaderos, poco se podía saber de cuanto trans-
formaría el pensamiento sobre el entorno colonial, la combinación de aquel interés
con un estudio geográfico y paleoambiental. Tan solo con eso, la monografía que
ahora comentamos —de la serie Iberia Archaeologica, donde el Instituto Arqueo-
lógico Alemán, ha publicado recientemente otros importantes estudios— se con-
vertiría en una aportación notable en la examen del proceso histórico en los comien-
zos del I Milenio a.C. en esta zona, pero el conjunto del trabajo tiene un alcance
distinto.
El estudio se introduce con una exposición general de fuentes sobre el antiguo
paisaje, datos toponímicos y referencias antiguas entorno al enclave griego y sus
vecinos, incluyéndose un apartado en lo que Marzoli recupera una importante y
decisiva fuente geográfica: la cartografía histórica del Ampurdán. Al analizar la
serie de mapas conservados de una intensa actividad —recuérdese la importancia
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militar de la zona desde el s. XVII y los posteriores intereses civiles a partir del
XVIII— y que muestran el alcance de los cambios del paisaje del área en los cua-
tro últimos siglos, la autora prácticamente define las líneas generales de la recons-
trucción del país antiguo.
De este preámbulo parte un cuestionario que en grandes rasgos se atiene, en pri-
mer lugar, a la reconstrucción de las vías de comunicación que como habían mos-
trado los mapas dependían fundamentalmente del agua. Analizando cuestiones
como los cursos del Muga, Fluvià, Ter y Daro, se evidencia ahora la magnitud de
una red de comunicaciones fundamentalmente acuáticas en la que hasta el siglo XX
se integraban grandes lagos, y de la que los canales aparecen como vestigios de un
drenado relativamente reciente. La autora ensaya la reconstrucción del conjunto de
esta red, en primer lugar señalando sus extensiones marítimas, de lo que ya se reco-
noce como un paisaje de lagunas, pantanos e islas y en cuyas relaciones externas
sospecha la clave de su organización. Primero lo relaciona con la información de
los pecios antiguos del área del Noreste ibérico, concentrándose en los trazados de
la rutas marítimas relacionadas con Emporion y documentadas por naufragios cer-
canos y después lo completa con un pequeño análisis de los plomos de Pech-Maho
y Ampurias. La reconstrucción de los caminos terrestres a partir de la única infor-
mación disponible, la toponimia y las expectativas desde los yacimientos, se con-
vierte por ello en un complemento en vez de cuestión principal.
Esta estructura clásica que expone los datos referentes a una cuestión y los con-
fronta con los disponibles de sucesivas áreas adyacentes se mantiene en el conjun-
to de los bloques que se desarrollan en el libro. Así, el siguiente se concentra en el
problema de los enclaves, instalaciones y posibilidades portuarias, que se introduce
con la estimación de antigua línea de costa y evolución del nivel del mar. Son cues-
tiones que al resolverse confirman lo que ya sugerían mapas, toponimia y rutas; en
el apartado se describen la serie de prospecciones realizadas y los datos que permi-
ten establecer aproximadamente con la curva de nivel 10 actual, el contorno de la
línea de costa antigua, en un área de singular y convulsa actividad geológica en los
dos últimos milenios. Las condiciones geomorfológicas conducen, determinan y se
completan con la investigación de los posibles refugios y embarcaderos en el Golfo
de Rosas, lo que incorpora y explica la extensión y denso contenido de este capítu-
lo —en términos de inversión multidisciplinar— de la investigación de las instala-
ciones portuarias de la comarca adyacente a Emporion. Aquí se concentraron los
esfuerzos en las propias instalaciones de la colonia, en la reconstrucción de la zona
entre la Palaiapolis y la Neapolis y de otros puertos en Riells, en Rosas, o en la valo-
ración de las numerosas calas. La situación en el Golfo de Rosas se confronta con
los datos disponibles de entornos equivalentes, en términos paleoambientales y de
relación humana. Los elegidos son la desembocadura del Llobregat, del Ebro y
Segura, y las factorías fenicias del sur, en la Península Ibérica, el orden espacial del
sur de Francia (Narbona, Pech-Maho, Lattes y Marsella) y se extiende para incluir
la Italia continental —con la comparación con el mundo etrusco— y Sicilia.
La siguiente sección se dedica de forma extensa a la reconstrucción del pobla-
miento humano, en un entorno que es posible ahora comprender desde los nuevos
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de José David Sacristán sobre Clunia, el artículo de Martín Almagro Gorbea sobre
Segobriga, el artículo de Elena Heras sobre Segontia Lanka, y el artículo de Jaime
Vicente sobre La Caridad. En todos ellos se aporta la historia del yacimiento y los
pueblos que habitaban los mismos (planteando los problemas de identificación y
localización), su historia y relación con Roma, la tecnología y el desarrollo de la
situación socioeconómica, las fases de asentamiento, la romanización y municipa-
lización, la interpretación arqueológica de la planta y de las estructuras arquitectó-
nicas más notables (murallas, necrópolis, hogares o edificios más característicos) y
las noticias sobre los últimos hallazgos de materiales, ajuares e inscripciones en
dichos poblados.
El siguiente conjunto de artículos abordan el tema de la religión celtíbera. Fran-
cisco Marco Simón, partiendo de la base de que la mayoría de la documentación es
posterior a la conquista, confirma la existencia de sacerdocio, rituales y sacrificios
entre los pueblos celtíberos, así como la importancia que jugaba la naturaleza y el
simbolismo astral en la religión. A continuación, José Mª Blázquez estudia el pan-
teón celtíbero, los sacrificios humanos y los rituales bélicos. Del análisis de los san-
tuarios se ocupa Silvia Alfayé, quien los interpreta como lugares de encuentro entre
dioses y hombres existiendo cuevas-santuarios y bosques-santuarios. Esta autora
plantea, además, la hipótesis de la posible existencia de santuarios vinculados a
necrópolis. Gabriel Sopeña analiza los rituales funerarios afirmando que existió una
dualidad funeraria entre los celtíberos, interpretando la muerte como la inmortali-
dad del alma. Finalmente, Mª Luisa Cerdeño y Rosario García estudian las necró-
polis celtíberas del Alto Jalón y Alto Tajo, mientras que Alfredo Jimeno y el equi-
po arqueológico de Numancia estudian las necrópolis celtíberas del Alto Duero.
Ricardo Olmos es el encargado de estudiar la iconografía celtíbera. En ésta se
observa la omnipresencia de las cabezas y del zoomorfismo, así como una gran
existencia de cerámica con decoración o estelas en detrimento de la escultura. El
autor observa como gracias a la cerámica la investigación puede avanzar en el estu-
dio de varios aspectos de los celtíberos como escenas de la vida cotidiana, el atuen-
do o las divinidades.
En el siguiente bloque temático los autores se ocupan del estudio de la organi-
zación social y de las instituciones políticas. En este sentido la epigrafía juega un
papel crucial para el estudio de estas cuestiones. El primero en hacerlo es Francis-
co Beltrán, quien analiza los conceptos de pueblo, etnia y ciudad, así como las rela-
ciones de parentesco, las federaciones y los pactos de hospitalidad, clientela y devo-
ción, cuestiones que son también estudiadas por Manuel Ramírez. En último lugar,
las élites guerreras, las ciudades como unidades político-administrativas y la orga-
nización urbana con la consiguiente romanización son estudiadas por Alberto J.
Lorrio y Adolfo Domínguez.
Los siguientes artículos quedan encuadrados en un extenso bloque temático
dedicado a la economía, al comercio y al artesanado de los celtíberos. En este blo-
que temático se encuentran las siguientes contribuciones: Mª Concepción Blasco y
Carmen Cubero estudian los productos agrícolas, el instrumental agrícola de hierro, los
enseres de madera, la caza y la cría de pequeños animales; Corina Liesau aborda
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las cuestiones sobre ganadería; Clemente Polo y Carolina Villargordo estudian los
recursos minerales de los celtíberos, analizando los principales centros mineros del
Sistema Ibérico y las extracciones de plata, plomo, cobre y hierro; Ricardo Berzo-
sa escribe sobre el utillaje y las herramientas de trabajo. Confirma la existencia de
la actividad textil y metalúrgica, el curtido de pieles y la alfarería, así como el
empleo de hoces, azadas, podaderas, arados y elementos de arreo; Eduardo Galán
se ocupa de los artistas y de los artesanos sosteniendo la tesis de que en los talleres
celtíberos no se conoce el grado de especialización; Carlos Sanz y Salvador Rovira
se encargan del estudio de los orfebres y de la tecnología del metal; Fernando
Romero y Manuel García se ocupan de la cerámica, analizando sus formas y deco-
ración así como su composición y fabricación; los adornos como los broches, colla-
res, cascos y pectorales, y las vestimentas son estudiados por Magdalena Barril;
Marisa Ruiz-Gálvez escribe sobre el comercio e intercambio entre los celtíberos
interpretando la guerra como actividad mercantil; de las cuestiones monetarias y de
los sistemas ponderales se ocupan Almudena Domínguez y Mª Paz García y Belli-
do; en último término, los artículos de Jesús Alberto Arenas, Juan Francisco Blan-
co y Luis Berrocal estudian las relaciones y conexiones de aculturación existentes
entre los celtíberos y los pueblos de las áreas colindantes, conexiones que son visi-
bles no sólo en los hábitats, sino también en las cerámicas, en las armas, en la orfe-
brería o en los santuarios.
El siguiente bloque temático dedicado a las cuestiones relativas a la lengua y a
las escrituras celtíberas es obra de Javier de Hoz. En su contribución se ocupa de
recoger, tras el estudio de los materiales, los problemas fonéticos y morfológicos,
así como las discusiones existentes acerca de una correcta traducción.
Manuel Salinas y Mª Victoria Romero abordan en sus contribuciones las guerras
celtiberas y los cambios producidos por la romanización con una gran capacidad de
síntesis, aunque no por ello sin eludir información, por recoger con todo detalle todo
lo acontecido entre los años 182-133 a.C. y el proceso de romanización y acultura-
ción experimentado en los principales núcleos celtíberos.
La historia del Museo Celtibérico de Soria es explicada por Elías Terés Navarro.
El autor describe la historia de dicha institución desde el momento de su fundación,
la labor ejercida por recuperar piezas, la labor de catalogación y documentación, así
como las salas de las que consta el museo.
José Ignacio de la Torre trata en su artículo el tema de la identidad celtibera tan
presente a lo largo de la Historia. Tomando como punto de partida el clasicismo cel-
tibero y pasando por el humanismo español, José Ignacio de la Torre observa como
en el siglo XX corrientes políticas o varios personajes de renombre han recurrido a
lo celtibero como herramienta por proclamar un origen, un ámbito y un sentimien-
to nacional identificandolo con prestigio nacional.
Los artículos se cierran con la aportación de Gonzalo Ruiz-Zapatero y Alfredo
Jimeno, quienes escriben sobre “el pasado-presente”. En esta contribución los auto-
res llegan a la conclusión de que la herencia de las tradiciones celtiberas ha dibuja-
do el mapa de los usos y costumbres cotidianas de toda la Meseta hasta hace bien
poco.
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En suma y como conclusión, nos encontramos ante una obra de calidad que está
bien concebida y que recoge con gran maestría las contribuciones de los investiga-
dores más expertos para alcanzar una visión más que global sobre el mundo celti-
bero. Al tratarse de un tema de gran relevancia e interés científico, esta obra cons-
tituye uno de los referentes más indicados para futuras investigaciones. Este libro
resulta de gran interés tanto para estudiantes universitarios y especialistas en la
investigación sobre el mundo celtibero, como para el lector común sin un conoci-
miento previo sobre el mismo. Por todo ello, hemos de dar la enhorabuena a todos
los que han hecho posible esta obra.
Ugo FANTASIA (ed.), Tucidide. La Guerra del Peloponneso. Libro II: testo, tradu-
zione e commento con saggio introduttivo, Pisa, Edizioni ETS, 2003, 649 pp.
[ISBN: 88-467-0582-3].
La obra se abre con un prefacio del autor (11-13) fechado en 2001: en él nos
habla del objetivo de la misma, básicamente su uso provechoso por parte de los
estudiantes de letras clásicas, de historia y literatura griega, así como de historia de
la historiografía griega, cosa que consigue con este libro que apenas cuenta con pre-
cedentes en Italia. Ugo Fantasia trata de defender, asimismo, la figura de Tucídides
como historiador y artista, como filósofo y maestro de retórica.
A continuación, las abreviaturas bibliográficas (15-19) recogen las ediciones,
traducciones, comentarios de texto y obras de consulta básicas de los diversos cam-
pos (instituciones griegas, epigrafía, historia, lingüística) que el estudioso ha tenido
en cuenta.
Desde la página 21 hasta la 59 tenemos una excelente introducción al libro II de
la Guerra del Peloponeso, a Tucídides y a la Atenas de la época: destaca el autor de
la obra lo revolucionario de la estrategia de Pericles, consistente en dejar devastada
el Ática en manos del enemigo para que éste no pudiera hacer nada con ella y reu-
nir toda su población en Atenas, planteamiento que, sin embargo, resultó perjudicial
a causa de la epidemia que azotó a la población. La actitud del pueblo ateniense,
contraria a la estrategia de Pericles, de quien se dibuja un talante casi tiránico, ayuda
a la caracterización que Tucídides hace del estratego ateniense como representante
del poder de la razón lógica y del conjunto del pueblo como masa indistinta, siem-
pre presa de la disconformidad, el desacuerdo y la ira, fácil de manejar por líderes
incompetentes como Cleón o Alcibíades. Otro asunto importante que trata el profe-
sor Fantasia en la introducción es si Tucídides oculta realmente, o no, información
acerca de una posible campaña ateniense en Occidente (en Sicilia, básicamente)
entre los años 433 y 432 a.C., para disminuir la responsabilidad de Pericles en el
penoso resultado posterior: es una posibilidad que habría que descartar, según Ugo
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Fantasia, a partir de lo dicho en 65.7, donde se afirma claramente que los líderes
atenienses del 427 a.C. y siguientes años podrían ser acusados de llevar a Atenas a
la ruina al incrementar la actividad militar contra Siracusa, por lo que Pericles no
tendría ninguna responsabilidad en ello; por otro lado, la expedición ateniense del
415 a Sicilia adquirió un relieve tal que dejó en la sombra campañas anteriores en
la misma zona, si es que las hubo. También podría defenderse una perspectiva filo-
ateniense en los discursos de los corintios del 433 en Atenas, y del 432 en el con-
greso de los aliados de Esparta (ambos en el libro I): efectivamente, en ninguno de
los dos hay recriminación alguna por la política agresiva de Atenas anterior al 433.
Fantasia, sin embargo, sostiene que se trata de una estrategia retórica corintia, dada
la reticencia de Esparta a un conflicto con Atenas y la inexistencia de un frente pelo-
ponesíaco compacto.
Otra interesante observación recogida en la introducción se refiere a la posición
de Tucídides acerca de la posible existencia de un ente sobrenatural que indica a los
hombres el sentido de sus sucesos: a diferencia de Heródoto, en la obra de Tucídi-
des los elementos sobrenaturales quedan fuera del campo de observación histórica,
en consonancia con la cultura racionalista del siglo V a la que pertenece el historia-
dor. Para éste, todo lo que escapa a la capacidad de previsión de los protagonistas
históricos queda dentro del ámbito de la tuvch (si bien es verdad que alguna vez los
hombres atribuyen al azar cosas que son fruto de su falta de preparación o de un
error de cálculo): incluso la peste escapa a la voluntad divina. El escepticismo del
historiador alcanza los oráculos, de los que hace una crítica racionalista. Así las
cosas, el mundo político queda fuera de la tutela de una divinidad garante de justi-
cia, para enmarcarse en el espacio de la polis, que, a su vez, se encuadra en el ámbi-
to de la physis, infinitamente más vasto, privado de reglas y, por ello, refractario a
cualquier criterio que trascienda las fuerzas que en él operan, lo que explica la falta
de prejuicios en el discurso político ateniense, en el que el xumfevron (estrechamen-
te ligado al concepto de utilidad) está siempre antepuesto al divkaion. Con este pro-
ceder, Atenas llega a la cima de su potencia, que para Tucídides se encuentra ínti-
mamente vinculada al nombre de Pericles: para el historiador, si la ciudad hubiera
seguido bajo el control de Pericles durante todo el curso de la guerra, no se habría
visto envuelta en acciones temerarias desde el punto de vista estratégico, tampoco
habría adoptado inútiles medidas punitivas contra sus aliados, ni seguramente
habría decidido la masacre de los melios; no hay en Tucídides una denuncia del
deseo ateniense de conservar y reforzar su imperio, sino la crítica de un liderazgo
que no trabaja por los verdaderos intereses de la ciudad. Una ciudad que ha roto las
fronteras de una ética tradicional de subsistencia y autosuficiencia: éste es el “error”
de Atenas, la falta de moderación (moderación que sí hallamos en Esparta y en
Arquidamo). Pero una Atenas moderada no habría logrado el nivel de vida que
alcanzó en su extraordinaria trayectoria histórica.
Tras la introducción, comienza la parte titulada Testo e traduzione (62-71), con
un sumario del libro II, seguido de un elenco de las siglas y abreviaturas usadas en
el aparato crítico, así como de unas notas sobre el texto conservado: vemos en esta
sección que Fantasia no sólo ha utilizado los códices más relevantes para la edición
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del texto griego, sino que también hace uso de un gran número de papiros (de Oxyr-
rinco, principalmente), que en ocasiones nos han dado sorpresas tales como coinci-
dencias con manuscritos recentiores que no se habían conservado en las ramas prin-
cipales de la tradición medieval. Por otra parte, el comentario del estudioso acerca
de la tradición manuscrita y la tradición indirecta (principalmente, sobre la inter-
vención del texto por obra de Éforo) es sencillamente excelente.
Seguidamente, se nos ofrece el cuerpo del texto griego y el aparato crítico, con
la traducción al italiano (72-217). La edición del texto griego contiene sólo las
variantes más importantes e interesantes desde el punto de vista filológico, normal-
mente explicadas en el comentario. La traducción es fiel al texto y siempre que hay
un problema en la sintaxis que complica la traducción encontramos aclaración de la
misma en el comentario.
Finalmente, llegamos a la que creo que es la mejor parte y la más útil del libro,
el vastísimo comentario del texto (221-605): encontramos en esta sección eruditas
observaciones de todo tipo, siempre apoyadas por una extensa bibliografía. Abun-
dan las notas sobre la ubicación temporal de los hechos, sobre instituciones políti-
cas, sobre crítica textual, observaciones históricas, de semántica, de historia de la
lengua, de análisis de los discursos de los distintos personajes, apuntes de arte, pro-
sopográficos, sobre intertextualidad, estilísticos, sobre geografía… Se trata, en fin,
de un comentario que ayuda a la comprensión íntegra del texto y del contexto, y que
será de gran ayuda para todo estudioso del ámbito de Humanidades que esté intere-
sado en Tucídides. De esta manera se cumple el objetivo que el autor se proponía
en el prefacio.
El libro se cierra con una extensa bibliografía (607-629), un índice de nombres
y de “cosas notables”, y seis mapas de los lugares en que transcurre la acción de este
segundo libro de Tucídides.
Pedro López Barja de Quiroga y Estela García Fernández nos ofrecen una nueva
edición de la Política de Aristóteles. Su novedad reside precisamente en promover
una mirada diferente respecto a las que ya hay en el mercado. Es conocida la com-
plejidad de la obra, por lo que no es fácil reunir, en pocas líneas, una idea precisa de
su significación general. Sin embargo, sus editores, nos aportan una traducción en un
lenguaje próximo y excelentes notas a pie de página que ayudan al lector en sus
dudas. A ello se añade una excelente introducción de Pedro López Barja de Quiroga
que permite al lector acercarse a esta influyente obra en la historia del pensamiento.
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La introducción se inicia con una cita de Hanna Arendt en la que ésta defiende
al hombre creador (Los orígenes del totalitarismo). Con dicha cita sitúa al pensador
de Estagira frente a dos de los tópicos con que se le ha identificado tradicional-
mente: pensador totalitario y opuesto a su maestro Platón. Para Pedro López la pre-
tensión de un Aristóteles pensador totalitario no es atinada, por cuanto “no se daban,
en primer lugar, las condiciones históricas. La pólis no es un estado cuya existencia
necesite el totalitarismo como requisito previo, aunque luego lo trascienda e inclu-
so lo socave y destruya. En el mundo antiguo griego, en segundo lugar, las masas
no existen, de modo que no habrían podido tener lugar los sacrificios humanos, en
forma de purgas, asesinatos, deportaciones, que todo totalitarismo comporta. Por
esa razón, entre otras, Popper estaba equivocado al situar en el mismo plano a Pla-
tón y al totalitarismo moderno: el totalitarismo requiere una ingeniería social para
la que la pólis en modo alguno estaba capacitada” (p. 8). Aristóteles no es, pues, “un
pensador totalitario, e incluso, en algunas ocasiones, podría parecernos más bien
democrático”. Por otra parte, “el defensor de la esclavitud natural, de la inferioridad
del bárbaro y de la posición subordinada y obediente de las mujeres, ha contado con
las simpatías de muchos modernos, que lo prefieren al “totalitario” o “reaccionario”
Platón. Las semejanzas, con todo, que encontramos entre maestro y discípulo son
mucho mayores de lo que este contraste podría hacernos pensar” (pp. 9-10).
Después de introducirnos en la biografía de Aristóteles y su “biblioteca” (pp. 11-
24 y 25-29 respectivamente), entra de lleno en el análisis de la Política, que ocupa
el grueso de su propuesta. En este apartado, una excelente visión de conjunto, se
invita al lector a no perder de vista el presupuesto sobre el que se construye la Polí-
tica: “partiendo de la exigencia del hombre como “animal ciudadano”, [Aristóteles]
está convencido que sólo en la pólis puede alcanzarse la “vida buena”, la eudemo-
nía. En ningún momento quiere ni siquiera imaginar a un individuo abstracto, ais-
lado del resto de sus congéneres, para preguntarse luego qué ética le sería aplica-
ble”. La ética y la política son inseparables, “son dos partes de un mismo edificio,
y Aristóteles utilizó un método muy semejante para abordarlas en cada caso”.
Semejanza que Pedro López nos hace ver mediante un breve paralelismo entre las
materias que la Política y la Ética nicomáquea tratan. Aunque “la correspondencia
entre ambas obras no es completa”, tampoco hay hiato “ni separación entre los
libros que tratan de la política y sus estudios sobre ética, como explícitamente lo
afirma él mismo, al concluir su Ética nicomáquea (10,9, 1181b)” (p. 32). El para-
lelismo que se ofrece entre la Ética y la Política le resultará, a un lector curioso, un
acicate para hacer una lectura comparada de ambas obras, y a la vez volver a pen-
sar la estrecha relación entre ambas o, más bien, el fundamento sobre el está cons-
truida la reflexión política de Aristóteles.
Respecto a la evolución del pensamiento aristotélico, que supuso un progresivo
alejamiento de la enseñanza de Platón, aplicado a la redacción de la Política (Jae-
ger), y otras más alambicadas (R. Weil), Pedro López sostiene que “el mismo des-
orden puede perfectamente obedecer no a una composición dilatada en el tiempo
sino, al contrario, al apresuramiento de quien escribe unas “lecciones” sin intención
de publicarlas” (p. 35). Otra cosa es el problema del orden de sucesión de los libros,
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Recensiones
en el que se decanta por mantener el tradicional, frente a aquellos que colocan los
libros VII y VIII después del III (A. Scaino da Salò en 1577 y, entre los modernos
F. Susemihl o W. L. Newman); porque, aunque así “consiguen formar una pieza
coherente de raíz platónica (los libros III, VII y VIII), a la que Aristóteles, según la
hipótesis de Jaeger, le añadió luego el análisis empírico contenido en los libros IV-
VI. Sin embargo, contraponer un Aristóteles idealista y otro empirísta resulta en
exceso esquemático” (p. 35).
A la hora de determinar la fecha de composición, tema muy debatido, Pedro
López es contundente, “mi entender, Aristóteles comenzó a escribir la Política una
vez concluida la Ética (abundan las referencias explícitas a ella en la Política, pero
no al revés), sin que podamos precisar mucho más en cuanto a su fecha de compo-
sición. Es verdad que el último libro, el VIII, nos ha llegado incompleto, pero resul-
ta arriesgado deducir de ahí que Aristóteles escribió el tratado en los últimos años
de su vida y que no tuvo tiempo de terminarlo” (pp. 36-37).
A partir de aquí, se detiene a analizar pormenorizadamente el contenido de los
libros de la Política: las formas de dominación: pólis y oikos (libro I), pp. 37-46; La
pólis como comunidad (libro III), pp. 46-58; Los regímenes políticos (libros IV-VI),
pp. 58-72; El régimen ideal (libros VII-VIII), pp. 72-75; El imperialismo, según
Aristóteles, pp. 76-81, una especie de corolario de sus reflexiones precedentes:
“Desde W. Jaeger, que es como decir desde siempre, se ha hecho costumbre leer con
cierto desdén los dos últimos libros de la Política, considerados poco o nada aristo-
télicos, sino más bien idealistas, utópicos, platonizantes en suma. Para Jaeger per-
tenecen a un momento anterior a la madurez que muestran los libros IV al VI de la
Política y Düring los considera obra de juventud, pues cree que fueron escritos en
vida de Platón, cuando Aristóteles pertenecía a la Academia. Grave error, a mi
entender. Lo que tenemos en estos dos libros, por desgracia inacabados, es la pro-
puesta de Aristóteles para la vida feliz, la vida excelente, que es la coronación y fin
de su ética. Ese parámetro de felicidad absoluta, que muchos no podrán alcanzar,
deberemos usarlo como medida para juzgar cualquier otro régimen, necesariamen-
te imperfecto. Es cierto que Aristóteles nunca lo hace así de manera explícita, es
decir, nunca alude a propuestas o razonamientos propios del régimen ideal al estu-
diar las constituciones desviadas en los libros IV-VI, pero la razón principal es que
a estas últimas no pretende corregirlas sino dotarlas de estabilidad, introducir las
reformas necesarias para evitar o posponer su final. En cambio, cuando quiere cali-
brar, en el libro II, la validez de otras propuestas ideales o los méritos de constitu-
ciones reales tenidas por excelentes, sí que emplea razonamientos propios de los
libros VII y VIII. Con independencia del momento en que se escribieran los libros
VII y VIII, y ya quedó dicho que no considero defendibles las posiciones analíticas
más extremas, actúan como referente para toda la reflexión que les precede. Como
digo, en lo que se ha conservado, Aristóteles sólo esboza los fundamentos de ese
régimen, para él, ideal, pero con ese esbozo será más que suficiente para nosotros”
(p. 79). En estas últimas reflexiones volvemos a encontrarnos con la idea, antes alu-
dida, de repensar la problemática historiográfica sobre la Política aristotélica, como
su contenido, a la luz de la Ética, que sin duda la ilumina.
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Recensiones
La propuesta de Pedro López se cierra con tres puntos: “la recepción de Aristóte-
les” (pp. 81-85); “sobre la tradición manuscrita y sobre la presente traducción” (pp.
85-87) y el último, una acertada selección bibliográfica sobre los temas tratados,
“bibliografía sobre la Política de Aristóteles” (pp. 88-92). En definitiva, un trabajo
que no sólo informa de la problemática de la obra sino que invita a volver sobre ella.
9 L’Atene di Iseo. L’organizzazione del privato nella prima metà del IV secolo a.C., Edizioni ETS, Pisa,
1998.
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de sus discursos en la BCG —por María Dolores Jiménez López, profesora del
departamento de Filología Clásica de la Universidad de Alcalá, en 1996—, y un
artículo del año 1986 de la investigadora María Teresa Galaz Juárez, de la Univer-
sidad Autónoma de México10. Si a ello sumamos la relativa aridez de los temas judi-
ciales tratados por Iseo en sus discursos, casi por completo centrados en cuestiones
de herencias —excepto en su discurso XII, un litigio por pérdida de ciudadanía—,
completamos entonces la imagen de autor secundario que la investigación conser-
va en gran medida sobre él: para la Filología, poco hay que pueda añadir a los avan-
ces de Lisias y Demóstenes; para la Historia, existen fuentes mucho más ilustrati-
vas y menos controvertidas que consultar. Por todo ello, un estudio monográfico
sobre un discurso de Iseo es sin duda una gran noticia.
La edición de Stefano Ferrucci, profesor de la Universidad de Siena, está cen-
trada en el discurso octavo —de acuerdo con la clasificación alejandrina—, que
Iseo dedicó al caso de Cirón, un ciudadano ateniense de posición acomodada
—“medio-alta” para Ferrucci, 19— que murió dejando su herencia sin un titular
claro; aparecen entonces dos posibles destinatarios: un sobrino, actual depositario
de la herencia, y el nieto directo de Cirón, que es el demandante del caso y cliente
de Iseo. Ferrucci, al tratar de reconstruir la clave jurídica del caso, señala que los
derechos del demandante serían superiores según la normativa ática sobre los de su
adversario, dado que dicha normativa tendía a privilegiar a los descendientes direc-
tos sobre los colaterales (14). La legitimidad de la demanda parece más que evi-
dente, pero el asunto es mucho más complicado: por un lado, Cirón se casó dos
veces, siendo el nieto descendiente de su primer matrimonio; por otro lado, el sobri-
no, aparente depositario de la herencia a través de la segunda mujer de Cirón, pare-
ce actuar en connivencia con Diocles, hermano de ésta y cuñado por tanto de Cirón,
que trataría de obtener de este modo un lote de propiedades perteneciente en reali-
dad a otra familia. Lo que está en juego, en definitiva, es el traspaso del kléros, la
propiedad que supone la base de la ciudadanía, y por tanto la conservación de los
derechos cívicos del nieto de Cirón. El discurso es, así pues, un acceso directo a
aquello que constituye la espina dorsal de la ciudadanía ateniense y a los mecanis-
mos legales para su transmisión y conservación.
A la vista de esta situación, es natural que Ferrucci dedique la introducción de
su estudio a tratar de esclarecer los numerosas elementos del caso: por un lado, el
complejo entramado de relaciones familiares de Cirón, un hecho necesario para
determinar los derechos respectivos de ambas partes a la herencia (24-38), así como
el patrimonio familiar y la naturaleza de su herencia, factor básico para establecer
el fundamento del caso (38-43); y por otro lado, el contexto jurídico del litigio,
esencial para comprender los intrincados matices de la argumentación legal de Iseo
(43-82). La introducción de Ferrucci reivindica los derechos del demandante
mediante una cuidadosa exposición de los sucesivos vínculos familiares de los des-
cendientes de Cirón, no siempre claros tanto por su complejidad como por los esca-
sos detalles que el discurso aporta; otros personajes del entorno de la familia de
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En definitiva, Ferrucci presenta una edición muy interesante sobre un texto poco
conocido, sin demasiadas novedades por lo que se refiere a la investigación sobre
Iseo y su oratoria judicial, pero con un tono solvente y riguroso. Organizada en tres
grandes secciones —introducción, texto y comentario—, la edición muestra un gran
equilibrio entre ellas y una ágil distribución de los contenidos: la introducción y el
comentario son valiosísimas herramientas para la comprensión del texto tanto en
sus detalles externos como internos, y están dotadas del don de una amena profun-
didad; el texto está acompañado de un aparato crítico riguroso y sensible a las oca-
sionales variaciones entre los manuscritos, mientras que la traducción aparece en un
lenguaje moderno y ágil que intenta respetar en la medida de lo posible los múlti-
ples matices del griego original. El apéndice bibliográfico y los índices de fuentes
citadas y términos completan un trabajo serio y profundo, de recomendable lectura.
Pierre CARLIER, Homero, trad. A. Iglesias, Madrid, Ed. Akal, 2004, 250 pp. [ISBN:
84-460-2151-X].
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Odisea habría surgido unos veinte o treinta años después de la Ilíada, como obra de
un aedo distinto al de la Ilíada y también muy dotado, que pretendió rivalizar con
el anterior y que lograría igualmente que su obra fuera reconocida como una obra
maestra. A cada uno de ellos los denomina C. con la, en mi opinión, feliz denomi-
nación de “maestro de la Ilíada” y “maestro de la Odisea”. La diferente autoría de
los dos poemas ha sido muchas veces rechazada con argumentos habitualmente tan
subjetivos y poco consistentes como, por ejemplo, la dificultad de pensar que pudie-
ran coincidir en el tiempo dos genios de la talla de los autores de la Ilíada y la Odi-
sea. Una somera mirada a la historia de la literatura universal o de nuestra propia
nación demuestra la debilidad de tal argumento. Por el contrario, C. se fundamenta
para su distinción en puntos mucho más sólidos y bien estudiados por él en libros
anteriores: las diferencias que existen entre ambos poemas en cuanto a la ideología
de la realeza, en la autoridad de Zeus con respecto a los demás dioses (que en la
Odisea casi encarna ya a la Justicia) y en cuanto a los ideales de vida expuestos en
uno y otro poema. C. no cierra la puerta a la posibilidad de que esas diferencias se
deban a la evolución interna de un mismo autor (de lo que también tenemos ejem-
plos en la historia de la literatura), pero la solidez de su argumentación parece abo-
gar más por la diferenciación en la autoría. Él mismo emplea constantemente esa
diferenciación.
Los dos capítulos centrales del libro están dedicados a resumir y a comentar en
forma breve cada uno de los cantos de la Ilíada y la Odisea, desde ese prisma de
interpretación unitaria de los poemas. Recordemos, en todo caso, que en ambas
composiciones encontramos episodios que han hecho correr ríos de tinta entre neo-
analistas y unitarios en los más de doscientos años de estudios homéricos: los unos,
defendiendo que en ellos se ve con claridad una mala integración de diversos poe-
mas precedentes en la Ilíada, y los otros, rechazando tales argumentos. Me estoy
refiriendo, por ejemplo, a las diferencias en el canto I entre la amenaza de Agame-
nón de ir él mismo a recoger a Briseida y el hecho de que luego sean los heraldos
los que efectivamente toman a la mujer, o a la disparidad entre el sueño de Agame-
nón y el desarrollo del consejo en el canto II, más claro aún con la embajada aquea
a la tienda de Aquiles en el canto IX, por no hablar de la escena de la visita de Aga-
menón a la tienda de Aquiles en el canto XIX. Para C., las incongruencias que se
detectan en esas partes de la narración no serían tales, sino (teniendo siempre en
mente y aceptando la coexistencia de las diversas versiones orales y escritas que cir-
culaban) el resultado de la medida e inteligente redacción del “maestro de la Ilía-
da”, mucho más sutil en su conformación del carácter de los personajes y del des-
arrollo psicológico de las escenas de lo que con frecuencia se ha sugerido. Sin duda,
las soluciones que ofrece C. son inteligentes y acertadas, aunque a uno le hubiese
gustado que el autor contrastase más sus interpretaciones con los prolijos argumen-
tos presentados por el neoanálisis a lo largo de la historia de los estudios homéri-
cos. Por otra parte, es justo reconocer que la concisión expositiva es inevitable en
una obra de este formato y características.
Por referirme a la temática que más interesa a este reseñante, que es la guerra, y
dejando a un lado cuestiones tan interesantes como la posición de la Teichoskopía
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María Yolanda MONTES MIRALLES, Ideología aristocrática en los orígenes del Arca-
ísmo griego. Estrategias de alteridad en la Ilíada, Oxford, Bar International
Series 1487, 2006, 209 pp. [ISBN 1 84171 739 8].
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Kurt RAAFLAUB, The Discovery of Freedom in Ancient Greece, Chicago and Lon-
don, The University Chicago Press, 2004, 420 pp. [ISBN: 0-226-70101-8].
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ateniense en el Egeo durante el siglo IV se entrelaza con las figuras de Cotis I y Cer-
sobleptes (Foucart, Cloché, Heskel); y todo ello sin olvidar la monografía funda-
mental de Isaac sobre los asentamientos helénicos en Tracia. Ya en la segunda parte
de esta introducción ofrece la autora su visión sobre los caracteres generales de la
ocupación griega en la costa tracia, con sus mitos de fundación, concretados en los
casos de Abdera, Maronea, Eno, Perinto, Bizancio y Mesembria.
El segundo capítulo se ocupa de la historia de la región en tiempos de la liga
delo-ática, desde su fundación hasta el fin de la guerra del Peloponeso (p. 59-141),
también en dos partes. V.-T. se centra primero en las comunidades aliadas de Ate-
nas situadas entre el Nesto y el Bósforo, esto es, desde Abdera a Bizancio. Pasa
revista a los acontecimientos político-militares vividos por todas estas poleis, las
cuales formaron parte de la nueva symmachía hasta su disolución, salvo cortos
periodos de defección, a diferencia de los griegos de la costa occidental del Euxi-
no, sólo atestiguados en la polémica tasación de Cleón, el año 425. Las operaciones
de fortificación y control practicadas por Alcibíades en el Quersoneso durante la
guerra decélica merecen especial atención a la autora, sobre todo para defender su
independencia respecto de Amádoco I y Seutes II. El siguiente epígrafe presenta un
análisis detallado de las listas tributarias durante todo el periodo, con una refutación
convincente, caso por caso, de la idea de que las fluctuaciones en el phoros de estas
ciudades fueron debidas a la necesidad de compatibilizar dichos pagos con obliga-
ciones fiscales para con los reyes odrisios, en especial Sitalces I. En la segunda
parte de este capítulo son estudiados estos mismos años desde el punto de vista de
los monarcas tracios: Teres I, el evanescente fundador del reino; su hijo Sitalces I
(431/0-424/3), aliado efímero de Atenas, y cuya campaña militar del 429 contra
Macedonia y los calcídicos sirve a la autora para evaluar los recursos humanos y
territoriales del reino, no habiendo constancia de que éste incluyese ciudad costera
alguna, pese a ciertas afirmaciones en tal sentido basadas en las fuentes numismá-
ticas; y Seutes I (424-?), a quien debemos imputar las primeras exacciones tributa-
rias sobre algunas comunidades de la Propóntide arrebatadas a los atenienses, segu-
ramente antes de 410-408.
El tercer capítulo aborda el tiempo de la hegemonía espartana (p. 143-200),
siguiendo el mismo esquema: primero, las ciudades helénicas en sus relaciones con
el imperialismo lacedemonio (y con la talasocracia ateniense cuando ésta comienza
a recuperarse) y, a continuación, la historia de los reyes tracios en esta centuria. Si
el control espartano en la región de los estrechos está ligado al régimen de los har-
mostas y a figuras como Lisandro, Clearco o Dercílidas, en lucha ocasional contra
el expansionismo tracio hacia el mar, los atenienses por su parte consiguieron recu-
perar cierta influencia en el Egeo norte y el Helesponto durante la guerra de Corin-
to, gracias a Trasíbulo. El reverso de la moneda, que la autora nunca olvida, es el
pueblo tracio, el cual vive en esta época bajo la férula de Amádoco I, Seutes II y el
efímero Ebricelmis, a cuyos gobiernos están dedicadas páginas de obligada refe-
rencia para la investigación futura, especialmente por el renovador análisis de las
fuentes epigráficas y numismáticas.
El cuarto capítulo, el más extenso de todos (p. 201-324), se explaya en la época
de la segunda liga marítima y de Filipo II de Macedonia, en tres partes. La porción
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del león se la llevan las páginas dedicadas a los atenienses en el norte del Egeo y el
Helesponto, con especial atención a la reconquista del Quersoneso, siempre sin
olvidar las inevitables relaciones con los monarcas tracios: Cotis I, Berisades, Amá-
doco II y Cersobleptes. Esta reexaminación de la historia político-militar se con-
vierte otra vez en un punto de partida inexcusable para cualquier estudio futuro
sobre el tema, con la particularidad además del novedoso análisis de IG II2 126
(Staatsv. 303): además de proponer una nueva restitución para las líneas 13-14, V.-
T. identifica esta inscripción con el tratado de Atenodoro (358), no con el de Cares
(357), como se venía pensando. En la segunda parte es analizada paso a paso la polí-
tica exterior del Argeada frente a los soberanos odrisios, desde sus primeras con-
frontaciones con Cetríporis, hasta su victoria final sobre Cersobleptes y el escita
Ateas, ya en el Ponto, dejándonos nuevas propuestas y correcciones en materia de
cronología y fuentes. Una última sección ofrece un análisis interno de los reinos tra-
cios en este periodo, atendiendo sobre todo a sus fronteras, recursos económicos y
expansión costera, lo que otra vez da ocasión a la autora para demostrar su capaci-
dad de aprovechamiento crítico de la epigrafía (léase la inscripción de Pistiro) y
también de la iconografía monetal.
El libro, en fin, termina con un capítulo de conclusiones, a modo de síntesis
interpretativa, sobre la forma y naturaleza de las relaciones de los reyes odrisios con
las ciudades helénicas (p. 325-340). V.-T. pone de relieve la importancia e incluso
la intensidad de los contactos entre griegos de la costa y regnícolas tracios, tanto a
nivel político, como económico y cultural, con la lengua griega imponiéndose como
vehicular, pero al mismo tiempo no deja de subrayar las diferencias irreductibles
entre la civilización helénica y el mundo tracio. A modo de colofón, una anécdota
tomada de la Anábasis, donde se refiere la negociación infructuosa de Jenofonte
ante el rey Seutes II, que se negaba a cumplir su palabra y a satisfacer las pagas
debidas a los Diez Mil, sirve a la autora para ilustrar el principio de que “las rela-
ciones de Jenofonte y los demás griegos con Seutes mostraban dos sistemas de valo-
res distintos, dos civilizaciones diferentes” (p. 340).
V.-T. escribe en un griego claro y ordenado, cuya comprensión además viene
facilitada por un amplio resumen final en inglés (p. 377-397), así como por unos úti-
les índices de fuentes, de temas y de nombres propios. La autora se ciñe siempre a
los hechos y evita las especulaciones, teniendo buena cuenta de la bibliografía ante-
rior y sobre todo de la documentación disponible, que sabe combinar y contrastar,
sobre todo los textos literarios, epigráficos y las monedas. Nos aporta, en suma, una
monografía imprescindible para la historia de los griegos en la región y del mundo
tracio que debe estar en nuestras bibliotecas. Finalmente, esta investigación supone
una llamada de atención sobre un área geográfica que no siempre ha estado muy
presente en las síntesis de la colonización griega y, en este sentido, reviste un par-
ticular interés para los especialistas españoles en la colonización griega, empezan-
do por la presencia helénica en Iberia y por los contactos de colonias y emporios
con el mundo tartesio e ibérico.
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Uno de los centros más activos en torno a la investigación en música griega anti-
gua es la Academia de las Ciencias de Viena, con Stefan Hagel como principal
exponente: véase, por ejemplo, su imprescindible estudio sobre la modulación
(Modulation in altgriechischer Musik, del año 2000) o sus contribuciones sobre el
verso homérico. De la mano de Christine Harrauer, nos presenta este magnífico
volumen que se añade a la reciente bibliografía sobre la música griega (por ejem-
plo, el manual de E. Rocconi, Mousiké Techne, Milán, 2004). La aportación más
notable del volumen que reseñamos es la inclusión en el mismo de un CD con la
grabación de diez fragmentos del conjunto conservado (por miembros del Departa-
mento de Filología Clásica vienés, Stelios Psaroudakes y los grupos Ancient
Orchestra de Gardzienice y Musica Romana), más una interpretación del propio
Hagel a la forminge de diecisiete versos de la Ilíada. La grabación se suma a las tres
de que ya disponemos en el mercado, pero incide asimismo en la orientación prác-
tica de las investigaciones aquí reunidas.
John C. Franklin (“Hearing Greek Microtones”, pp. 9-50) representa la gran
aportación a la investigación sobre los géneros melódicos tras Winnington-Ingram
y A. Bélis. Estudia el fenómeno de la microtonalidad en la música griega antigua
comenzando por asentar su fundamento acústico, la resonancia (con ejemplos en el
CD). Franklin incide en que los fenómenos de resonancia van más allá de las clási-
cas consonancias, hasta intervalos de entonación justa como 6:5 ó 5:4, presentes en
los géneros de Arquitas o Dídimo. Para Franklin, estos fenómenos quedan difumi-
nados si contemplamos las escalas como una sucesión de lógoi y no reparamos en
las relaciones tonales entre notas no inmediatamente contiguas. Este tipo de reso-
nancia menor era conscientemente buscada en la práctica citarística (mediante la
conocida “dulcificación” y partiendo siempre de una afinación diatónica), expli-
cándose así intervalos considerados a menudo como “ficciones matemáticas”. El
autor termina con la demostración de que la supuesta importancia de la nota mése
tiene fundamento acústico al estar focalizadas todas las resonancias de las cuerdas
hacia esta nota.
Stefan Hagel (“Twenty-four in auloi. Aristotle, Met.1093b, the harmony of the
sferes, and the formation of the Perfect System”, pp. 51-92) nos presenta una fasci-
nante interpretación del pasaje aristotélico del título, que alude al número 24 en el
auló. Tras demostrar que la cifra señala un intervalo de tono de la escala diatónica
pitagórica, Hagel se apoya en los números de las escalas armónico-planetarias
donde las notas “fijas” del Sistema Perfecto Mayor equivalen a una esfera y a una
cifra, y cita una fuente árabe poco conocida, Ikhwan al-Safa, en apoyo de la correc-
ción de sus cálculos. La coherencia de estas escalas y su secuencia numérica, ras-
treable hasta el Timeo platónico, llevan a Hagel a reconstruir una secuencia de
armonía cósmica original de esferas y notas del Sistema Perfecto. El autor apunta a
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Arquitas de Tarento como posible fuente última de estas escalas, pues el pitagórico
era también auleta. Hagel concluye que el auló es el instrumento base de desarro-
llos teóricos a los que contribuyó con su propio perfeccionamiento técnico, origi-
nando controversias entre ejecutantes y teóricos que ocasionaron una reacción con-
tra el instrumento y la concentración posterior pitagórica en la cuerda.
Graeme Lawson (“Ancient European lyres: excavated finds and experimental
performance today”, pp. 93-119) constituye un ejemplo de investigación “paleomu-
sicológica”. El objetivo del autor es comparar testimonios de ámbitos diferentes,
comprobando los niveles de correspondencia, sobre todo de ámbitos preteridos
como la arqueología musical. Por ejemplo, en las liras medievales occidentales del
siglo VIII, la pintura nos muestra variaciones importantes (como el número de cuer-
das o la disposición del puente) que los hallazgos confirman en grados diferentes.
Lawson sostiene que sólo mediante la reconstrucción y experimentación práctica se
explicará la ergonomía del instrumento, con consecuencias en la interpretación de
los testimonios artísticos.
Matthias J. Pernerstorfer (“Carl Orffs hesperische Musik”, pp. 121-130) revisa
la obra orffiana de tema clásico (Antigonae, Oedipus der Tyrann) remarcando su
carácter de re-interpretación de los precedentes helénicos, pues no son, según Per-
nerstorfer, una reconstrucción de la práctica escénica antigua. Para Orff, cualquier
reconstrucción era inverosímil; su punto de partida era la Antígona de Hölderlin y
sus ideas sobre el drama sofocleo. Pero, además, Orff se relacionó estrechamente
con autores como Schadewaldt o Kerényi, y su obra obtuvo buena acogida en los
ambientes filológicos y musicológicos (para Schadewalt, Orff actualizaba la teoría
de la catarsis). Considerando al compositor como exponente de una recepción de
la música griega comprendida entre los años veinte y sesenta del siglo pasado,
Pernerstorfer concluye que Orff es un nexo fundamental entre ciencia y práctica
teatral.
Egert Pöhlmann (“Dramatische Texte in den Fragmenten antiker Musik”, pp.
131-145) revisa los conocimientos que disponemos sobre la música escénica anti-
gua: el tipo de notación empleada, los problemas de transmisión y la cuestión de las
ediciones antiguas. Los fragmentos con notación musical pertenecen a una tradición
distinta a la alejandrina, es decir, la de los músicos profesionales: se trata de frag-
mentos con ausencia de colometría y con escritura en ambas caras del papiro. Pöhl-
mann hace una revisión de estos fragmentos, centrándose en aspectos como la res-
ponsión métrica, el acento y la línea melódica; advierte que hasta el siglo II a.C.
conservamos excerpta de partes líricas escénicas, pero de fecha posterior sólo tex-
tos antiguos de escena de nuevo puestos en música. Precisamente la escasez de
testimonios se debe a que estamos ante antologías ajenas a la tradición filológica
alejandrina.
Robert W. Wallace (“Performing Damon’s harmoníai, pp. 147-157) es un cono-
cido especialista en la música griega de época clásica, y presenta aquí una investi-
gación sobre el carácter (o éthos) de los ritmos y las escalas. La cuestión es cómo
ciertos ritmos o modos producen un efecto en el ánimo del receptor. Por ejemplo,
un metro tiene un carácter determinado pero, en la práctica, es usado para una gran
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Natale SPINETO, Dionysos a teatro: il contesto festivo del dramma greco, Roma,
“L’Erma” di Bretschneider, 2005, XII + 436 pp. [ISBN: 88-8265-321-8].
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ciones teatrales. Es cierto que la bibliografía sobre el tema es muy abundante pero
las fiestas dionisíacas nunca habían sido objeto de una monografía que las aborda-
se de forma sistemática desde el punto de vista de la Historia de las Religiones. El
estudio, ya clásico, de Arthur Pickard-Cambridge, publicado hace más de medio
siglo, que constituía hasta ahora el análisis más rico y profundo sobre el augumen-
to, se limita a considerar las fiestas desde una perspectiva filológica sin plantearse
el significado que tuvieron en el contexto de la religión griega. La obra de Natale
Spineto, teniendo presente toda la bibliografía disponible y, en particular, los estu-
dios publicados después de la monografía de Pickard-Cambridge, cubre precisa-
mente esta laguna.
El volumen reconstruye de forma minuciosa, las Antesterias, las Leneas, las
Grandes Dionisias y las Dionisias rurales analizando las fuentes literarias y arqueo-
lógicas y definiendo, a partir de este análisis, las fases de desarrollo de cada cele-
bración. Spineto trata, pues, de analizar el significado que tales fiestas, considera-
das en sus propias particularidades y en sus rasgos comunes, tenían en el cuadro de
la religión de la polis y en el calendario de los cultos dionisíacos. En su reconstruc-
ción afronta el problema de la peculiaridad de la figura de Dióniso y de los rituales
que le pertenecen, el tema de las relaciones entre las diversas fiestas, el cultivo de
la vid y la producción del vino, la cuestión del teatro griego y las relaciones que tra-
gedia, comedia y drama satírico tenían tanto con el marco festivo como con la
divindad en cuyo honor eran celebradas.
A lo largo de su trabajo Spineto toca también otros muchos aspectos de la cul-
tura y, en particular, de la sociedad ateniense de los cuales podemos hacernos una
idea recorriendo el rico índice temático que cierra el volumen. El planteamiento
general se sitúa dentro de una corriente interpretativa del drama griego que, a par-
tir de algunos estudios de Angelo Brelich (recuérdese, por ejemplo, su célebre artí-
culo “Aspetti religiosi del dramma greco”, Dioniso 39, 1965, 82-94), ve el teatro
como representación de una realidad diversa respecto a la ordinaria, una represen-
tación que, a través del cuestionamiento de las reglas comunmente aceptadas, ter-
mina por confirmar el valor del orden existente. Tal proceso tendría lugar bajo la
égida de Dióniso, divinidad que en el panteón figura como “extranjera”, solidaria o
acorde con aquello que es diferente respecto al universo griego bien ordenado y, por
ello mismo, garante de una relación regulada con la alteridad.
Spineto identifica este elemento de inversión en la estructura de las cuatro fies-
tas dionisíacas en las cuales el dios actúa a diversos niveles y sobre diversos regis-
tros. En las Antesterias, por ejemplo, se alude a una realidad originaria en la cual no
se conocía la manera precisa de beber vino, en la ritualización de una sociedad en
la cual las distinciones jerárquicas no existían, en la conmemoración del diluvio, en
la ruptura del confín que separa a los vivos de los muertos. Respecto a las Leneas,
el autor propone una nueva hipótesis sobre la relación entre la fiesta y el proceso de
exprimir y prensar la uva. Las Dionisias rurales son estudiadas a la luz de la com-
pleja relación que se manifiesta entre ciudad y campo mientras la obra lleva a cabo
un amplio tratamiento de las Grandes Dionisias como nunca antes se había llevado
a cabo. En efecto, si el discurso del libro comprende todos los aspectos documen-
tables de las fiestas dionisíacas, el autor pone el acento —sobre todo en el capítulo
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III sobre las Grandes Dionisias— en las categorías de la sociedad implicada en las
celebraciones. Las fiestas resultan ser expresiones de la identidad y potencia de Ate-
nas pero, al mismo tiempo, espacios de una apertura de la ciudad a aquellas cate-
gorías sociales que estaban excluidas del disfrute de los derechos políticos: los
extranjeros, las mujeres, los jóvenes y los niños. De aquí emerge un cuadro que
reconoce como protagonista la identidad de Atenas que, en todos los niveles en los
que se articula, es puesta en crisis y reafirmada en el interior de la dinámica pecu-
liar de la fiesta y, en particular, de la fiesta dionisíaca.
Es una obra, pues, que debe atraer la atención del estudioso no sólo de la reli-
gión antigua sino también de la sociedad y la política griegas porque, además, como
todo buen libro, se abre con expectación y se cierra con fruto.
Santiago MONTERO
Universidad Complutense de Madrid
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Francisco PINA POLO, Marco Tulio Cicerón, Barcelona, Editorial Ariel, 2005, 446
pp. [ISBN: 84-344-6771-2].
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Gianpaolo URSO, Cassio Dione e i magistrati. Le origini della repubblica nei fram-
menti della Storia Romana, Milano, Vita e Pensieri, 2005, 220 pp. [ISBN: 88-
343-1249-X].
Gianpaolo Urso es conocido en nuestro país sobre todo por su esmerada labor de
edición de las prestigiosas actas de los congresos de la Fondazione Niccolò Canus-
sio que anualmente se celebran en Cividale del Friuli pero su labor investigadora
viene siendo objeto cada vez de una mayor atención, especialmente desde la publi-
cación de su monografía Taranto e gli xenikoi strategoí (Roma, 1998) que en su
momento fue objeto ya de una recensión en estas mismas páginas de Gerión.
Este su segundo libro está dedicado al estudio de las instituciones republicanas
romanas en los libros III-VI de la Historia Romana de Dión Casio de los que se con-
servan algunos fragmentos y el epítome de Zonaras (la Biblioteca Clásica Gredos
ofrece en lengua castellana una traducción, a cargo del profesor Plácido, en la que
se advierte la enorme complejidad del establecimiento del texto). Se trata, pues, de
un aspecto poco estudiado por la historiografía moderna pese a su indudable interés
ya que la obra de Dión conserva para la historia arcaica de Roma tradiciones de las
que Livio y Dionisio de Halicarnaso no se hacen eco.
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Los esfuerzos de Urso se dirigen especialmente a las fuentes de Dión para este
periodo de la historia romana, una empresa difícil dado que el historiador griego,
como en general sucede en la historiografía clásica, es muy reacio a mencionarlas.
Pero el interés que ofrece el tema de las fuentes de Dión y sus relaciones con Livio
y la analística tardorepublicana, así como la creciente confianza que en los últimos
treinta años viene dispensándose a su obra, es precisamente lo que le ha llevado a
emprender este trabajo. Los citados libros contienen numerosas informaciones
sobre las más antiguas magistraturas republicanas expuestas a través de ordenados
excursus (conservados sólo en el resumen de Zonaras y cuya extensión, por tanto,
desconocemos) que Urso analiza uno a uno con especial cuidado. Dichas noticias
son particularmente interesantes ya que no son recogidas por otros autores y apun-
tan a una reconstrucción del nacimiento de la República muy original y alejada de
la que ofrece la tradición vulgata.
Cada capítulo está dedicado a un libro de la Historia Romana y las magistratu-
ras que se tratan en él: el libro III a los cónsules, el IV a los cuestores, dictadores,
tribunos de la plebe y ediles, el V a los decemviri legibus sribundis y el VI a los tri-
bunos militares, los censores, los magistri equitum y el princeps senatus. El plantea-
miento no puede ser más acertado pues Dión es, como señala Urso, el único his-
toriador —sin olvidar el precedente de Polibio— que proporciona noticias sobre los
magistrados romanos de modo tan sistemático. Los excursus de Dión sobre las
magistraturas se pueden considerar, en un sentido lato, los fragmentos supervivien-
tes de esa misteriosa fuente y constituyen la más completa exposición sistemática
que la antigüedad clásica nos ha transmitido de ellas.
Respecto a la fuente de Dión, Urso se inclina por un liber de magistratibus una
fuente técnica que se ocupaba específicamente de los magistrados romanos, escrita
en torno a mediados del s. I a.C., probablemente en los años 40 o 30, si bien un
núcleo de las informaciones que ésta fuente recoge tiene un origen aún más antiguo
y remonta a la segunda mitad del siglo II a.C., cuando la historia del derecho públi-
co se constituye como una verdadera ciencia especializada. Ese autor debe reunir,
además, otras características: jurista con intereses histórico-anticuarios o historia-
dor con una “spiccata sensibilità” por la temática jurídica, contemporáneo de Cice-
rón y César y anterior a Livio y, desde luego, consultado aún —aunque no extensa-
mente— en época severiana, a comienzos del siglo III d.C. A través del
conocimiento que el estudioso italiano posee de las fuentes y su exhaustiva lectura
de la moderna bibliografía señala, siempre de forma muy prudente, algunos autores
que Dion podría haber utilizado como Varrón, Servio Sulpicio Rufo, L. Cincio, C.
Trebacio Testa o Q. Elio Tuberón todos ellos autores de obras relativas al ius publi-
cum si bien de todos ellos Urso, con sólidos argumentos, se inclina a pensar en este
último. Estamos pues, ante un estudio, realizado con un riguroso método, que ofre-
ce puntos de indudable interés para historiadores tanto de la República como del
derecho público romano, filólogos y en general para aquellos estudiosos que deseen
profundizar el nacimiento y desarrollo de las instituciones romanas.
Santiago MONTERO
Universidad Complutense de Madrid
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colaboración con la prof. Barbet y la Dra. Minero. Del grupo francés forma parte
así mismo la Dra. N. Blanc colaboradora con H. Eristov entorno al templo de Isis
en Pompeya; es investigadora asociada en la publicación del libro La pintura mural
romana dirigido por A. Barbet. Cerrando brillantemente la intervención no italiana,
cabe mencionar a la estudiosa Agnes Allroggen Bedel experta en arqueología
pompeyana y en particular herculanense (Villa dei Papiri).
Entre las aportaciones más destacables dadas por este congreso en el campo de
la historia del arte, nos referiremos en primer lugar a la intervención de la mencio-
nada Dra. Allroggen.
Gli scavi borbonici nelle ville Stabiane: pintura antiche e gusto settecentesco
por Agnes Allroggen Bedel. Durante las excavaciones iniciales bajo el reinado de
Carlos III, los frescos que iban siendo descubiertos en los paramentos de las villas
stabianas eran arrancados de la pared y conservados como cuadros barnizados y
enmarcados, colgados en las salas del Real Museo en Nápoles, entre 1749 y 1761.
La estudiosa persigue la recomposición ideal de los conjuntos de frescos desmem-
brados en época borbónica. Su ponencia se centra en la explicación de la elección
de motivos preferidos de las pinturas arrancadas y llevadas de las villas de Stabia
por los excavadores del XVIII como decoración para la galería real. Aunque elegí-
an imágenes concretas, los primeros descubridores de los frescos comprendían la
importancia del contexto pictórico completo y por ello, en alguna ocasión hicieron
documentar a artistas los hallazgos de decoraciones parietales a base de dibujos y
acuarelas, antes de separar del muro parte de los frescos que cubrían gran parte de
los ambientes. Una porción de los motivos aislados de sus conjuntos han aparecido
publicados en la colección de “Antiquità di Ercolano” editada en 1808. Las elec-
ciones estéticas de los excavadores borbónicos están perfectamente definidas, se
prefieren paisajes, pequeñas figuras delicadas, pintura de vasos y objetos de lujo,
tondos,… y no las decoraciones arquitectónicas del conocido como II Estilo Pom-
peyano, que permanecen aún in situ como marcos vacíos en las paredes desnuda-
das. La capacidad técnica de los trabajadores del XVIII para extraer grandes super-
ficies afrescadas queda demostrada por los vestigios de su actuación, incluso
algunos medallones en soportes murarios pequeños y curvos fueron hábilmente
separados del material constructivo. Las decisiones de estos entusiastas expoliado-
res son guiadas por el gusto de la época, inclinado hacia lo exótico y lo antiguo, sin
especial distinción. Se provee al Museo Real de tondos, paisajes, figuras pequeñas
que satisfacen la demanda de arte de la época y no parece verse en absoluto cons-
treñida por limitaciones prácticas o coartada en sus usos por la moderna idea de
conservación. Estos motivos escogidos y arrancados son los únicos que tienen la
posibilidad de influir sobre la opinión artística de la sociedad europea en los pri-
meros decenios de las excavaciones pompeyanas. La decoración pictórica del ele-
gante III Estilo Pompeyano coincidía especialmente con el gusto de la época, inclui-
do el de Winckelmann, que consideraba varias de las obras sacadas a la luz como
de factura griega. Del hallazgo y la difusión del arte pompeyano resulta un auténti-
co redescubrimiento de los grutescos de la Domus Aurea neroniana y la Logia de
Rafael en el Vaticano por parte de los artistas del último tercio del XVIII. En des-
cripciones de la época, se consideraron “chinescas” varias decoraciones pompeyanas
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que lucían campos netos de color rojo, asociándose a la exótica estética oriental;
aparentemente el arte árabe, chino, la pintura clásica y los grutescos no eran tan dis-
tantes entre si para la mentalidad estética del XVIII y así encontramos influencia de
estos estilos que conviven, no como pastiche consciente, sino como una forma plás-
tica recuperada en su conjunto de los restos del pasado. En la época, el gusto clasi-
cista de Winckelmann o Goethe y su juicio negativo sobre estos estilos se difunde
rápidamente en gran parte de Europa, y con él la infravaloración de la producción
imperial romana, del arte árabe y las manifestaciones estilísticas provenientes de
otros continentes. En el XVIII el conocimiento del arte romano era aún una mezcla
entre grutescos, arte exótico y decorativismo, como atestigua el destructivo aprove-
chamiento selectivo de los frescos stabianos.
Ercole nell’ atrio: l’ esempio Della villa San Marco a Stabiae. Antonella Corali-
ni examina el uso de la imagen del héroe en la casa romana, basándose en docu-
mentación pompeyana y de primera época imperial. La función tutelar y apotropai-
ca de Hércules justifica la representación del rostro del semidiós en el atrio que da
acceso al hogar, en muros que flanquean la entrada a estancias, en el ingreso de tien-
das y talleres. Su vinculación al ámbito doméstico aparece también significativa-
mente plasmada en el interior de espacios habitados, aunque preferentemente lo
encontramos en las piezas domésticas de primera recepción. Coralini parte de la
villa de San Marco como punto de referencia y el rostro barbado coronado de hojas,
un Hércules en plena madurez de la pintura parietal del IV Estilo de su atrio tetrás-
tilo es el primer hito analizado. Esta cabeza pintada del protector de la domus se
situaba en un recorrido visivo preferente, en el primer espacio murario que recibía
al visitante. La imagen de Hércules podía ser un motivo aislado o un elemento de
un programa iconográfico más complejo. En el área vesubiana están documentados
otros tres casos de un uso semejante de representación hercúlea, consistente en dos
estatuillas marmóreas y otra pintura a fresco. Aunque existe de momento un corto
número de hallazgos, las fuentes literarias de época imperial (Virgilio, IV Égloga, y
los Mitografi Vaticani) recuerdan en diversos pasajes una vinculación de la figura
de Hércules con la zona del atrio de la casa a propósito del ritual de nacimiento de
niños (nobilibus pueril editis). El significado del héroe como garante de la abun-
dancia y la fertilidad que evidencia este ritual, lleva a la autora a identificar en Pom-
peya algunas representaciones más de Hércules en otros espacios que combinan la
habitación y las actividades comerciales, con el significado mismo que estamos
analizando. En una de ellas, una estatuilla marmórea, por ejemplo, aparece estre-
chamente envuelto en su leontela, puede que simbolizando el carácter acogedor de
la casa. El uso de este tipo iconográfico en el ámbito doméstico se ha relacionado
con el uso de la imagen de Hércules Meditando, y se incardina perfectamente, como
prueban otros ejemplos, en la voluntad votiva y apotropaica de la representación.
Así mismo, también se puede apuntar a una función de Hércules como númen del
lucrum en estos casos en los que aparece en puntos de la máxima evidencia, conec-
tando visivamente la parte privada de la casa con el sector comercial que estaba pre-
sente en el contiguo taller o tienda. Otra referencia del estudio de la autora sobre el
uso de las imágenes, es el bronce de la conocida como Casa de Salustio, pero en
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este caso podemos hablar más de una voluntad de prestigio y decoración cualifica-
da, más que de una función tutelar o votiva. El tercer ejemplo analizado se trata de
una herma pintada, una imagen de Hércules recuperada en el atrio de una modesta
casa —taller de la regio IX pompeyana, de frente a la puerta de comunicación entre
la casa y la parte comercial, de cara a la calle. Esta herma pintada y la inscripción
griega que la flanquea son el único resto de decoración pictórica de II Estilo Pom-
peyano que permanecía en el atrio, tras una redecoración pictórica en III Estilo lle-
vada a cabo quizás para reparar o renovar la casa. Se cree por el estado de conser-
vación supuesto para el momento de la catástrofe que sepultó Pompeya, que debía
haber sido apreciada más por su valor simbólico que por una consideración estéti-
ca. Gracias a los diversos casos examinados por la investigadora, queda probada la
consideración de tutor de las imágenes hercúleas en los interiores domésticos
comerciales pompeyanos, aunque no tan evidentemente como la desempeñada por
las representaciones del héroe en el exterior de fachadas y cornisas. El artículo se
cierra con la explicación de un ejemplo más: la iconografía de Hércules en la villa
de San Marco de Stabiae, imagen del héroe del thiasos dionisiaco y también en fun-
ción de la hipóstasis del atleta victorioso (coronado de laurel), ambos aspectos ico-
nográficos coherentemente integrados en el resto de la decoración parietal del atrio
de la villa y de los cubículos que a éste se abren, aunque se haya perdido parte de
la decoración. La pintura no conservada en la pared enfrentada a la que soporta la
pintura de la cabeza del héroe, debía de hacerle pendant como una duplicación, si
se trataba de otro Hércules, o una relación de complementariedad entre ambas imá-
genes, si era una representación de alguna deidad cuyo significado se enlazara con
nuestro héroe. La presencia de Hércules en ámbito doméstico y comercial, se mul-
tiplica en significados: hipóstasis del atleta triunfante, protagonista dionisiaco,
numen guardián del comercio, protector del viajero, tutor de la casa… Era una refe-
rencia que ofrecía muchas lecturas acumulativas para el visitante de la casa o el
cliente del comercio.
I mosaici del Secondo Complesso al Museo Nazionale di Napoli. Maria Stella
Pisapia estudia los mosaicos de la extensa villa denominada Il Complesso que se
encuentra en la colina de Varano. Reconstruyendo las varias fases de excavaciones
borbónicas, explica cómo se arrancaron los pavimentos y se reunieron en el Museo
Ercolanense, luego fueron llevados al Museo Real de Nápoles y finalmente en nues-
tros días, forman parte del Museo Arqueológico Nacional. La villa se excavó en
1762 y 1775. Se hallaron en ella más o menos completos, suelos de diferente tipo:
lastras de mármol con dibujos geométricos y florales, superficies con preparación
para instalar un solado que nunca llegó a realizarse, mosaico con diferentes moti-
vos decorativos, áreas sin pavimentar, superficies en cuadricula y en listado de már-
moles y piedras duras en varios colores. Gran cantidad de estas coberturas fueron
arrancadas en la primera o en la segunda campaña de excavación y se hicieron tras-
ladar al Museo de Herculano. Una vez allí, sólo de un fragmento, el realizado en
opus sectile (composiciones hechas de placas de mármol de distintos colores recor-
tadas, empleadas para recubrir suelos y paredes) que fuera recuperado parcialmen-
te en las primeras excavaciones, fue reaprovechado e integrado como solado del
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Jos A.K.E. DE WAELE (ed.), Il tempio dorico del foro triangolare di Pompei, con un
contributo di R. Cantilena, (Studi della Soprintendenza archeologica di Pompei
2), Roma, “L’ Erma” di Bretschneider, 2001, 399 pp., [10] c. di tav. ripieg., ill.,
29 cm. [ISBN: 88-8265-149-5].
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Waele en la Introducción “Scavare significa leggere il libro della storia della terra,
le cui pagine sono costituite dagli strati archeologici. Una volta letti, tuttavia, essi
vengono destrutti”. El Apéndice II es así mismo una importantísima aportación
documental, en este caso se trata de los informes de los arqueólogos destacados por
la Académie des Beaux Arts de París, remitidos a su institución para dar parte de sus
progresos en las excavaciones centradas en el distrito de los Teatros de la Regio VIII
en Pompeya. El Apéndice III está igual que el anterior en lengua francesa, pues se
transcribe la Mémoire de Bonet (1858) procedente del Archivo de la École des
Beaux Arts de París, en el que relata su viaje a Pompeya y sus estudios sobre el Foro
Triangular, la exedra junto al templo y el propio templo griego “dit de Neptune”.
También describe el recinto “servant a deponer les cendres qui provenaient des
sacrifices” en la superficie del foro, un edículo circular elevado sobre una grada y
formado por ocho columnas, los Propileos y el mercado público “dit portique des
ecoles”. El cuarto y último apéndice está formado por un informe de Renata Cati-
lena (Universidad de Salerno) sobre el hallazgo en 1890 de tres monedas de bron-
ce en la cimentación del pavimento, por el excavador Von Duhn-Jacobi, partiendo
de su propia relación “breve, e in un caso imprecisa” según la profesora Catilena.
Una pieza es un cuadrante romano con la proa de un barco, que señala como fecha
post quem la Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.). Las otras dos monedas haya-
das son unidades de bronce de Neapolis que apuntan a un momento comprendido
entre el final del siglo IV a. C. y los primeros treinta años del III a. C.
Tras los apéndices documentales encontramos tres adenda, a cargo de J. de
Waele la primera, otra firmada por Bruno D’ Agostino y unas notas de L. A. Sca-
tozza en último lugar. Lo primero se añade la reacción del profesor J. de Waele ante
una ponencia de F. Coarelli, La scultura negli edifici pubblici, presentada en el Con-
greso Internacional titulado Pompei: scienza é societá. 250 anniversario dgli scavi
di Pompei que tuvo lugar en noviembre de 1998. Dado que sus opiniones sobre el
Foro Triangular de Pompeya entran en contradicción con lo expuesto en algunos
capítulos de este volumen, su principal autor introduce una breve contestación a las
nuevas propuestas divulgadas. A continuación está la adenda de D’ Agostino tra-
yendo a colación una referencia bibliográfica (de C. Rescigno, Tetti campani-Etá
arcaica-Cuma-Pitecusa e altri contesti, Roma 1998) dada a conocer tras la entrega
de su manuscrito para el presente volumen, pero considerada oportuna para refren-
dar lo expuesto en estas páginas. Finalmente, L. A. Scatozza completa sus aporta-
ciones en este texto con referencias a las investigaciones de la propia autora apare-
cidas sobre los temas aquí tratados, novedades posteriores al manuscrito de este
volumen pero anteriores a la publicación del mismo.
Una completísima bibliografía y un índice detallado y explicativo del abundan-
te material gráfico, tablas e ilustraciones que constituyen parte fundamental de la
publicación de las excavaciones y estudios sobre el Templo Dórico del Foro Trian-
gular, son los dos apartados que cierran la edición.
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Con este volumen dedicado al complejo edilicio romano en el entorno del Ves-
covado de Rímini se publica el ejemplar número veintiuno de la colección “Studi e
Scavi” del Departamento de Arqueología de la Universidad de Bologna. Se trata de
una magnífica y divulgativa memoria de excavación al igual que un excelente catá-
logo de los materiales que han sido hallados desde las primeras campañas arqueo-
lógicas de 1962. Bajo la coordinación de la Dra. Luisa Mazzeo Saracino, responsa-
ble de retomar las excavaciones iniciadas en 1962 por Giuliana Riccioni, un
magnífico equipo de arqueólogos e investigadores muestra clara y minuciosamente
los avances y descubrimientos logrados en el yacimiento. La obra, de una extensión
considerable al tratarse de una obra de este tipo, presenta una edición muy cuidada
y de gran calidad al igual que unos contenidos muy completos y actualizados dota-
dos en todo momento de criterio científico. Se trata, además, de una obra con una
gran riqueza en el aparato fotográfico al mostrar con gran maestría un complejo
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edilicio riminiense con más de dos mil años de antigüedad. En pocas palabras,
podemos afirmar que las investigaciones se centran en las tres domus halladas en la
centralísima área del Vescovado de Rímini.
En lo que respecta al formato, “Il complesso edilizio di età romana nell’area
dell’ex Vescovado a Rimini”, es una obra de fácil comprensión y uso dividida en
dos partes precedidas a su vez de unas notas preliminares a cargo de Luciano Chic-
chi, Presidente de la Fundación de la Caja de Ahorros de Rímini, y de una intro-
ducción a cargo de Luisa Mazzeo Saracino en la que explica brevemente la histo-
ria, el estado actual del yacimiento y la riqueza de mosaicos con la que contó en su
época de máximo esplendor. Cada parte se subdivide a su vez en varios apartados,
cada uno de los cuales se ocupa de una cuestión particular. Todas las contribucio-
nes están dotadas de varias fotografías, planimetrías, mapas, gráficos, tablas o dibu-
jos de una gran calidad con objeto de ofrecer al lector una información mucho más
detallada y de facilitar una mejor comprensión. Al tratarse de una memoria de exca-
vación, la práctica totalidad de los artículos editados en esta obra son de carácter
arqueológico, aunque, no empero, existen en varios de ellos contenidos de carácter
histórico y socioeconómico. Dichos trabajos demuestran haber utilizado una meto-
dología correcta y razonada. Por otro lado, desde el punto de vista cronológico es
bastante amplio el período tratado ya que comprende desde la fase republicana hasta
el medioevo. Merecen una valoración muy positiva las notas a pie de página que
existen en todas las contribuciones y las conclusiones existentes en algunas de ellas.
En este caso, y a diferencia de otras publicaciones, la bibliografía no aparece al final
de cada contribución, sino que aparece al final de la obra dividida a su vez en varios
bloques temáticos. La obra recoge también un catálogo con fotografías y recons-
trucciones a color de las estructuras y materiales más relevantes hallados desde 1962.
La primera parte está dedicada a la interpretación arqueológica de las estructu-
ras y se inicia con un artículo de Luisa Mazzeo Saracino dedicado a la topografía y
a la arquitectura del yacimiento. En éste se revisan los datos obtenidos en las cam-
pañas de Giuliana Riccioni. Se presentan varias estructuras y reconstrucciones
como las de las trincheras, los alcantarillados, las dos fases del peristilo o varias
habitaciones con sus respectivos mosaicos. La autora sostiene en estas páginas la
hipótesis de que la regularización y ortogonalidad de las estructuras se reconoce a
partir del siglo III a.C. La autora hace hincapié en el lujo con el que contó el com-
plejo arqueológico dotado ya de estatuto municipal en época tardorrepublicana. Por
otro lado, reconoce en el yacimiento varias ampliaciones y reconstrucciones siendo
posible una reocupación parcial a finales del siglo IV.
Luisa Mazzeo Saracino se encarga también del estudio de los pavimentos pre-
sentes en todas las estancias del yacimiento realizando estudios comparativos con
otros pavimentos existentes en otras partes de Italia. Los pavimentos conservados
presentan unas cronologías que van desde el siglo I a.C. al siglo III, siendo el siglo
II la época de mayor productividad musiva. Entre los pavimentos reconocidos se
encuentran los siguientes: opus tessellatum con teselas blancas, opus tessellatum
con motivos geométricos, opus tessellatum policromo y de influencia pompeyana,
opus tessellatum blanco y a líneas, opus tessellatum policromo con teselas irregu-
lares, opus tessellatum con decoración figurada y geométrica realizado con teselas
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En primer lugar, aun tratándose de una Tesis —o, tal vez, precisamente por
ello—, conviene destacar la ingente documentación utilizada, de la que son buena
prueba la veintena de colecciones documentales reseñadas (p. 264) y de las que hay
cumplida información en las numerosas notas a pie de página (427 notas en el cap.
3; 567 notas en el cap. 4), a menudo minuciosamente elaboradas y llenas de refe-
rencias. En segundo lugar, por el contrario, llama la atención la aparente sencillez
del índice (“Inhaltverzeichnis”), en el que se sigue un estricto orden cronológico,
desde el final de la República hasta la Antigüedad tardía o, si se prefiere, desde
César o Augusto hasta Graciano o Teodosio, a fines del siglo IV (p. 104; especial-
mente pp. 211 ss). Finalmente, el aparato bibliográfico que sirve de apoyo a esta
investigación es realmente selecto, por no decir insuficiente. Naturalmente, predo-
minan las referencias en alemán, pero no faltan títulos en inglés, francés o italiano,
aunque sólo tres registrados en español, lo cual es tanto más significativo cuanto
que el Director de la Tesis ha sido el colega y profesor de la Universidad de Post-
dam, Pedro Barceló.
Aparte de estas observaciones formales, el rico contenido histórico de la obra
nos permite también un breve comentario al respecto.
Que los emperadores romanos llevaron en su titulatura oficial el título de ponti-
fex maximus es un dato bien conocido y perfectamente documentado en las fuentes
antiguas y, en particular, en las monedas e inscripciones honoríficas de época impe-
rial, incluso en el siglo III (ahora M. Peachin, Roman Imperial Titulature and Chro-
nology, A.D. 235-284, Amsterdam, 1990). Pero interesa ante todo conocer las
variantes —si las hubiere— de estas atribuciones religiosas así como la vinculación
particular de cada emperador con los miembros de los collegia sacerdotales. El
punto de partida de la investigación es el hecho —indiscutible por el momento—
de que el emperador romano no era sólo un jefe político sino también la máxima
autoridad religiosa del Imperio. Esta peculiar condición religiosa (“augustus”, pero
también “ pontifex maximus”) le situaba por encima de los sacerdotes y vestales y,
ante todo, de los cargos existentes en los cuatro grandes sacerdotia imperiales
(quattuor amplissima collegia), a saber: pontifices, augures, quindecimviri sacris
faciundis, septemviri epulones). Aunque esta medida tenía precedentes republica-
nos, Octavio-Augusto fue el primer romano en acumular en su persona la pertenen-
cia y autoridad sobre todos los collegia sacerdotales (p. 44), de tal modo que su
elección como pontifex maximus el año 12 a. C. (p. 45, con posible errata en p. 63,
n. 161: 12 d.C.) constituye de hecho el terminus post quem para esta medida políti-
ca, que se mantendrá con leves variantes hasta el 383, cuando el emperador Gra-
ciano —por primera vez en cuatro siglos— rechazó tal título en la nomenclatura
imperial, cosa que, sin embargo, no habían hecho todavía sus predecesores cristia-
nos. Por tanto, el núcleo de la investigación lo constituye el análisis de la docu-
mentación imperial de contenido religioso en sendos capítulos (cap. 3: pp. 40-104;
cap. 4: pp. 105-209), siguiendo un riguroso orden cronológico (emperador por
emperador, dinastía por dinastía, época por época) y utilizando en cada caso toda la
documentación disponible: numismática, epigráfica, historiográfica, iconográfica,
jurídica, etc. De este modo podemos saber con exactitud cuándo se introdujeron los
principales cambios. Si Augusto se hizo elegir o aclamar, Nerva fue el primer empe-
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rador que rechazó la elección (p. 63), e incorporó pontifex maximus como un título
más en su titulatura en el momento del dies imperii, es decir, su proclamación como
emperador el 18 de septiembre del 96. Por su parte, Antonino Pío no parece haber-
lo incorporado hasta algunos meses después de su proclamación en julio del 138, a
la muerte de Adriano, porque las emisiones monetales no lo registran, pero sí las
inscripciones de fines de ese mismo año (p. 68, n. 192). Otro dato asimismo rele-
vante es el hecho de que durante la diarquía de Marco Aurelio y Lucio Vero (161-
169) el título de pontifex maximus sólo es ostentado por el primero, aunque ambos
reciben la salutación imperial de patres patriae (en plural) en una inscripción de
Pannonia (p. 75, n. 229). En fin, durante los convulsos años del siglo III incluso se
mantiene en general la vigencia de estos títulos, aunque se añaden algunos nuevos.
Así, por ejemplo, Filipo I (244) y su hijo (247) adoptan también el de sanctissimus
(p. 90), que se mantiene todavía bajo Treboniano Galo, a su proclamación en 251 (p.
92) y en la de su hijo Volusiano poco después. Pero ya Aureliano (270-275) introdu-
jo el nuevo título de pius augustus, que asocia a su mujer Severina como piissima,
y que es reclamado por Tácito, su sucesor, como piissimus en algunas inscripciones
(p. 94) y que llevan también Caro y sus hijos, Carino y Numeriano (p. 95).
En consecuencia, una tradición imperial pagana que hunde sus raíces en la época
de César (pp. 25 ss.) y que se mantiene incluso bajo los primeros emperadores cris-
tianos hasta la proclamación de Graciano el 383 (pp. 211 ss.), primer emperador que
rechazó este título y año que, por lo tanto, constituye un terminus ante quem para
su vigencia en las titulaturas imperiales. Pero queda la duda de si esta trascendental
medida, que acabó con una tradición centenaria, se debió a razones religiosas (en
defensa del cristianismo, como suponen algunos) o, simplemente, a razones políti-
cas (por oposición al usurpador galo de nombre Maximus) [p. 213].
En definitiva, el estudio es el resultado de una relectura de la historia imperial en
clave religiosa con el mérito inapreciable para investigaciones posteriores de pro-
porcionar una documentación sistemática sobre la vida religiosa del Imperio: colle-
gia sacerdotales, símbolos iconográficos, atributos, cargos religiosos, asociaciones,
salutaciones imperiales, medidas políticas en materia religiosa, etc. Pero no como
una visión global, sino como análisis de situaciones concretas, que se repiten una y
otra vez, emperador por emperador, cayendo a menudo en una cierta reiteración,
acaso una inevitable deficiencia —por exceso— en una investigación de estas carac-
terísticas. En suma, una obra que sin duda hará reflexionar a los puristas de la teoría
política romana, por que el mensaje es contundente: desde Augusto —al menos— el
título religioso de pontifex maximus va asociado al poder político del emperador
hasta Graciano —al menos—. Pero el hecho de que dicho título aún se mantuviera
vigente bajo los emperadores cristianos (pp. 194 ss.) deja la duda, una vez más, de
si se trataba de un poder religioso efectivo, como lo había sido al principio, o se había
convertido ya en un simple título honorífico. Si esto último fue lo que realmente ocu-
rrió, Teodosio, sólo unos años después, no debió encontrar grandes obstáculos para
erradicar los símbolos que todavía pervivían del declinante paganismo imperial.
Gonzalo BRAVO
Universidad Complutense de Madrid
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Recensiones
H-L. FERNOUX, Notables et élites des cités de Bithynie aux époques hellénistique et
romaine (IIIe siècle av. J.-C.-IIIe siècle ap. J.-C.). Essai d’histoire sociale, Lyon,
Université de Bourgogne, 2004, 603 pp. [ISBN: 2-903264-24-4].
Siempre resulta difícil valorar un libro, sobre todo si, como es el caso, se trata de
una Tesis doctoral (Tours, 1997) que ha sido ya revisada por el correspondiente Tri-
bunal. Pero también es cierto que la publicación de las tesis debería ser obligada, por-
que es la forma más segura de dar a conocer a la comunidad académica y científica
los resultados de una investigación, generalmente larga, de varios años y, a veces,
lustros. Además, la obra que nos ocupa se enmarca en una línea historiográfica bien
definida, que se ha incluido entre las publicaciones de la prestigiosa colección fran-
cesa (CMO, 31), dedicada a estudios sobre Oriente y Mediterráneo (Collection de la
Maison de l’Orient et de la Mediterranée), que dirige J. Boucharlat.
El primer aspecto destacable del libro de Fernoux es su claro encuadre espacial
(Bitinia) y temporal (siglos III antes a III después de la era cristiana), siguiendo una
línea marcada por las investigaciones de su predecesor y maestro M. Sartre (con A.
Tranoy, La Mediterranée antique. IVe siècle av. J.-C. / IIIe siècle ap. J.-C., París,
1990), pero circunscrita a un ámbito regional concreto, aunque también sin delimi-
tación precisa de época: helenística y romana. Se trata pues de un estudio sobre la
evolución de Bitinia, desde antes de ser provincia romana hasta bien avanzado el
período imperial, pero fundamentalmente desde la perspectiva social o, más exac-
tamente, sobre las sociedades urbanas de esta región greco-oriental. Sin embargo,
el contenido de la investigación no se limita al análisis de los grupos sociales, ni a
la identificación de los “notables” y “élites” de las distintas ciudades bitinias, sino
que a menudo trata sobre el poder económico, el magisterio ideológico y la organi-
zación política de Bitinia, con el análisis de las instituciones características de época
helenística (gerusia, asambleas populares, arcontes) y distintas de las de época
romana (magistraturas, decuriones, jueces, gobernadores). En este sentido, de par-
ticular interés para investigaciones posteriores serán los capítulos dedicados a la
capacidad económica de las élites (locales y regionales) bitinias, especialmente el
cap. IV (pp. 235 ss.) que trata sobre las fortunas privadas de época altoimperial,
registradas sobre todo en las inscripciones, y basadas tanto en la propiedad de la tie-
rra como en la actividad comercial. El cap. V (pp. 295 ss.) incluye asimismo un
apartado sobre prácticas evergéticas, procedimiento que, no obstante, se analiza con
detalle en el capítulo siguiente (pp. 361 ss.), con una especial atención a los textos
que registran gastos “ privados” y “ públicos” —no siempre fáciles de discernir—
en el ámbito edilicio, consistentes en estatuaria, monumentos, construcción de
puentes y edificios oficiales, que cambiaron sustancialmente la imagen de la región
con la llegada de los romanos, pero ante todo con la organización impuesta por éstos
desde la conversión del territorio póntico-bitinio en provincia romana. Finalmente,
el autor dedica un amplio capítulo (cap. VII: pp. 415 ss.) a lo que denomina “pro-
sopographie” de las élites bitinias en el período considerado, que divide en tres gru-
pos: élites administrativas, militares e intelectuales. El corpus prosopográfico pro-
puesto registra el cursus honorum de 25 caballeros y 18 senadores de seguro origen
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Gonzalo BRAVO
Universidad Complutense de Madrid
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Pero la duda subsiste: ¿hasta qué punto el mimetismo generalizado puede explicar
productos figurativos similares? ¿Hay un único modelo imitable o varios? A menu-
do las supuestas imitaciones no son tales sino elaboraciones propias de la élite local.
Además, los modelos cambian: de una época a otra, de una región a otra, de una
provincia a otra. Es preciso, por tanto, buscar en la evolución de la época, región o
provincia las razones del cambio.
Otros aspectos aquí tratados tienen un indudable interés para investigaciones
posteriores sobre el tema, porque ponen sobre aviso acerca de algunas cuestiones
que se plantean inevitablemente en la historiografía sobre las élites. Una cuestión
difícil de discernir tratándose de élites es la distinción de ámbitos, espacios o esfe-
ras (privada y pública), porque a menudo, como ocurre en el ámbito funerario,
ambos planos se yuxtaponen claramente: aunque una inscripción funeraria sea un
testimonio privado, se registra en ella generalmente la vida pública del personaje,
su magnanimidad y ayuda a la comunidad local. Otro aspecto discutible es el de la
emulación de las élites locales, por ellas mismas emulando a élites de mayor rango
o por parte de personajes no pertenecientes a ellas, bien porque no gozan de autori-
dad política, bien porque por su función (religiosa, profesional) se encuentran al
margen de ellas. En este sentido, la forma de emulación más usual es la práctica
evergética, que no siempre identifica a un miembro de la élite local, sino que puede
tratarse del miembro de una nueva familia asentada recientemente en la localidad.
Finalmente, las fuentes antiguas suelen ser parcas registrando a menudo hechos ais-
lados. Pero en el caso de las élites quizás haya que preguntarse si la escasa presen-
cia documental no implica un carácter excepcional que, sin duda, perdería si el
hecho fuera más frecuente.
Hasta aquí algunas de las reflexiones que sugiere la lectura de este interesante
Coloquio, sin duda una obra de referencia obligada para futuras investigaciones, no
sólo sobre élites, sino sobre la sociedad romana en general.
Gonzalo BRAVO
Universidad Complutense de Madrid
Rita LIZZI TESTA, Senatori, popolo, papi. Il governo di Roma al tempo dei Valenti-
niani, Bari, Edipuglia, 2004, 528 pp. [ISBN: 88-7228-392-2].
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Recensiones
La primera, “Ricordare gli anni del terrore” se centra en los procesos que se produ-
jeron bajo Valentiniano I (364-375) y de los que Ammiano Marcelino da cumplida
noticia en el libro XXVIII de sus Res Gestae. La segunda, “Un trampolino per il
Paradiso”, trata las relaciones de la nobleza y el papado entre los siglos IV y VI,
atendiendo especialmente a los aspectos económicos, así como la figura del papa
Dámaso y la Roma de su tiempo. La tercera, “L’Urbe sotto inchiesta” estudia la
magia maléfica y la aruspicina en la legislación de aquella época y la participación
de la aristocracia en tales prácticas. Por último, la cuarta, “Uno strano epilogo,
ovvero un nuovo avvio” se centra en la política senatorial atendiendo especialmen-
te a figuras como Pretextato, Avianio Símmaco o Libanio.
La obra, densa pero excelentemente documentada, pone de manifiesto el pro-
fundo conocimiento que la autora tiene de las rivalidades de los grupos o clanes
aristocráticos en su acceso a las magistraturas (Anicii, Symmacii, Ceionii, etc.), las
relaciones de connivencia y hostilidad entre los senadores y los funcionarios pala-
tinos, las luchas por el poder imperial y por la sucesión papal así como por las refor-
mas económicas y administrativas emprendidas por Valentiniano I y sus hijos. El
emperador, la aristocracia, el pueblo de Roma, los obispos y el papa que articulan
la obra tienen relaciones muchas veces ocultas entre sí que Lizzi Testa nos pone al
descubierto. Naturalmente un planteamiento de estas características obliga a la
autora a conocer y manejar fuentes historiográficas y eclesiásticas, la documenta-
ción jurídica, la epigrafía y aún la arqueología de la Roma del siglo IV lo que hace
con total dominio. Me atrevería a decir que no existe ninguna obra de conjunto para
el periodo valentiniano que ofrezca mejor tratamiento, mejores resultados y será
difícil que en los próximos años, tras su lectura, alguien se sienta animado a supe-
rarla.
Mientras escribía estas líneas, que sólo pretenden dar noticia de la obra, sin
entrar en la complejidad de los detalles, he sabido de un nuevo libro, Le trasforma-
zioni delle élites in età tardoantica. Atti del Convegno Internazionale Perugia, 15-
16 marzo 2004 (Roma, L’Erma di Bretschneider, 2006) en el que Lizzi Testa, ade-
más de correr con la edición o coordinación de la obra, realiza otra importante
aportación a la época valentiniana (“Cuando nella Curia furono viste fiorire le
scope: il senato di Valentiniano I”) esta vez centrado en el prodigio que tiene lugar
en la Curia referido a Máximo, el nuevo prefecto del pretorio. Pero tanto dicha con-
tribución como en general esta reciente obra merecen por su importancia una recen-
sión aparte.
Santiago MONTERO
Universidad Complutense de Madrid
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Recensiones
Cabe afirmar sin riesgo a equivocarse que la cuestión más debatida por la histo-
riografía en torno al concilio de Elvira ha sido —y sigue siendo— la relativa a la
fecha de su celebración. De hecho, la mayoría de los autores que participan en esta
obra se pronuncian sobre el particular. García Moreno afirma que el concilio pudo
celebrarse entre el 295 y el 314 (p. 170); González Blanco precisa algo más y sitúa
su celebración entre el 306 y el 314 (p. 229, n. 1); Teja sostiene, en cambio, que,
teniendo presentes las implicaciones relativas a la institución pagana del flaminado
mencionada en sus cánones, la celebración del sínodo iliberritano habría de situar-
se en algún momento anterior a la persecución de Diocleciano (p. 210). Es cierto
que en su revisión de la historiografía moderna relativa a este concilio (pp. 65-88),
Ramos-Lissón se muestra partidario de retrasar considerablemente la fecha hasta el
año 326, en plena época constantiniana. Sin embargo, en su argumentación existen,
a mi entender, algunas dudas e impedimentos que dificultan la aceptación sin reser-
vas de su propuesta, especialmente en relación con la emblemática figura de Osio
de Córdoba y su participación en este concilio y en el ecuménico de Nicea (325).
Creo que, a este respecto, Sotomayor Muro presenta un análisis mucho más pro-
fundo y convincente (pp. 137-167). Atendiendo al carácter riguroso de sus cánones,
signo inequívoco de mayor antigüedad, y a sus características lexicográficas, este
autor llega a la conclusión de que el concilio de Elvira fue anterior al de Arlés (del
año 314). Y añade que su celebración pudo tener lugar en un momento posterior a
la ordenación episcopal de Osio de Córdoba (acontecida probablemente en el año
295) y a la fecha de comienzo de la llamada Gran Persecución (en el año 303), pues
no existe referencia alguna en sus cánones a los graves problemas que, en relación
con los traditores y los lapsi, ocasionaron los edictos persecutorios en el seno de la
Iglesia. En definitiva, la fecha que propone este autor con sólidos argumentos habría
que situarla entre los años 300 y 302.
Tras un minucioso análisis de los cánones, Sotomayor Muro y Berdugo Villena
(pp. 89-114) desestiman la teoría defendida por algunos autores según la cual nos
hallaríamos, en realidad, ante las actas de diferentes concilios. Las diferencias redac-
cionales o estilísticas —muchas de ellas de difícil explicación— pudieron deberse a
la inexperiencia conciliar de los Padres allí reunidos y a la falta de una intención de
diseñar un código propiamente legislativo. Las decisiones tomadas en este sínodo no
perseguían otro propósito que asegurar la communio eclesiástica a través del con-
senso respecto a la resolución de problemas doctrinales o disciplinarios que afecta-
ban de manera similar a las comunidades cristianas allí representadas.
García Moreno presta atención al controvertido origen, o más bien orígenes, del
cristianismo en la Península Ibérica (pp. 169-193), defendiendo la idea de que éste
tuvo diferentes cauces de penetración y de que su presencia en las Hispaniae podría
retrotraerse incluso a época apostólica, presunción ésta que depende, en último
extremo, de la aceptación de unos argumentos en exceso especulativos (pp. 173-
178). Sin embargo, las razones aducidas para demostrar el origen africano de las
iglesias hispanas meridionales poseen, sin duda, un mayor peso científico, pues, si
bien es cierto que no todas las iglesias hispanas tuvieron dicho origen, hubo algu-
nas, especialmente en el mediodía peninsular, que adoptaron una estructura eclesial
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Recensiones
idéntica a la de las iglesias del norte de África (pp. 185-190). En lo que atañe a la
antigua Iliberri-Elvira, Orfila presenta la información arqueológica de la ciudad
romana y cristiana (pp. 117-135), pero, debido a la precariedad de los datos dispo-
nibles y, especialmente, a la escasa epigrafía de la época, apenas podemos consta-
tar que, en fecha imprecisa (aunque, sin duda, posterior a la celebración del conci-
lio), Elvira sufrió una despoblación y un traslado de su población hacia un núcleo
próximo, posiblemente Castella.
Por su parte, el profesor Teja presta atención a los cánones que el concilio ilibe-
rritano dedica a las exterae gentes, es decir, a paganos, judíos y herejes (pp. 197-
228). Según este autor, los padres conciliares trataron de definir convenientemente
los rasgos de identidad de la religión cristiana, pero estableciendo fórmulas compa-
tibles (allí donde era posible) con los usos y costumbres sociales de la época. “Fren-
te al rechazo frontal —afirma Teja—, la iglesia reflejada en Elvira, y como conse-
cuencia, sin duda, del casi medio siglo de pacífica convivencia que había hecho
aumentar considerablemente el número y el nivel social y económico de los fieles,
trata de encontrar su acomodo y una forma de convivencia con una sociedad de la
que no podía aislarse totalmente” (p. 219).
De signo muy diferente es el capítulo que González Blanco dedica al clero y a
la espiritualidad que refleja este concilio (pp. 229-274). El propio autor reconoce
que apenas existen elementos en sus cánones que permitan definir las funciones de
los miembros de la comunidad que conforman su jerarquía (p. 240). Tan sólo pue-
den vislumbrarse las exigencias morales que se reconocían como propias de dicha
jerarquía, entre las que cabría resaltar el ideal de abstinencia sexual. Sin embargo,
la visión que presenta este autor de la “espiritualidad” propia de los grupos cristia-
nos representados en Elvira resulta en muchas ocasiones excesivamente idealista,
ignorando que las normas disciplinarias que aprueba el concilio entran a menudo en
contradicción, signo evidente de que la doctrina moral que habría de regir el com-
portamiento social de la comunidad cristiana todavía no aparece en esta época total-
mente definida. A este respecto, la deficiente información no puede tampoco suplir-
se con la frecuente extrapolación del pensamiento de Cipriano de Cartago. No
habría que olvidar que la distancia temporal entre ambas fuentes se incrementa si se
tiene presente que respondieron a contextos históricos diferentes. De hecho, en el
concilio de Elvira no existe referencia alguna a la persecución. Cipriano, en cam-
bio, vive en un acuciante ambiente de persecución religiosa. No se comprende, por
tanto, que el autor afirme que “en tiempos en los que el mal está adquiriendo carác-
ter apocalíptico, el concilio de Elvira adopta una postura de enfrentarse a tales con-
cepciones, colgados de Dios y exigiendo una antropología definida” (p. 272). Se
ignora, así, que el largo período de libertad de culto que se inauguró con Galieno y
que llegó hasta la primera persecución de Diocleciano (260-303) contribuyó de
forma extraordinaria al fortalecimiento doctrinal e institucional de la Iglesia, y que
el concilio de Elvira supone, precisamente, un valioso testimonio de la situación
eclesiástica en la última fase de dicho contexto histórico. Por ello, tampoco se com-
prende cómo González Blanco destaca de manera privilegiada el “humanismo” de
la comunidad cristiana en detrimento de la capacidad de adaptación social que, de
manera tan acertada, defendía pocas páginas atrás Ramón Teja. Baste citar, simple-
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mente, el siguiente párrafo: “El grupo cristiano, pues, se nos ofrece a la luz del síno-
do como viviendo una vida aparte y con distintas categorías y escalas de valores que
los que regían en la sociedad civil. Más aún, con espíritu de conquista y de exclu-
sión frente a los valores de esa sociedad civil, tensión que no podía menos de llegar
a encender el conflicto, ya que si el Cristianismo era fruto de una convicción mono-
lítica y absoluta, en igual medida o mayor era intolerante la mentalidad pagana” (pp.
270-271). No es posible tampoco aceptar la interpretación que ofrece este autor de
las relaciones del grupo cristiano con los judíos, pues defiende equivocadamente
que el fenómeno propiamente antijudío sólo aparece a finales del siglo IV, identifi-
cando dicho fenómeno exclusivamente con la política de persecución contra los
judíos (p. 271). Con anterioridad a ese momento, afirma, la hostilidad cristiana con-
tra esta minoría religiosa no respondería nada más que a una actitud de “autodefen-
sa”. Parece ignorar que, en buena medida, el fenómeno ideológico del antijudaísmo
forma parte intrínseca de la teología cristiana, que cumple una función esencial-
mente aleccionadora y que constituye un componente necesario de emancipación
religiosa respecto de la religión judaica.
Fernández Ubiña, por último, trata de manera magistral el tema de la mujer y el
matrimonio en los cánones iliberritanos (pp. 275-322). A pesar de su carácter casu-
ístico —o precisamente gracias a ello—, el concilio trata problemas concretos que,
sin embargo, definen una realidad mucho más amplia. Aunque a veces se ha resal-
tado de manera especial la discriminación de la mujer como signo distintivo de este
concilio, el autor, aun sin negar que el trato a la mujer fue muy desfavorable,
demuestra convincentemente que dicha actitud respondía a una ideología similar a
la que se descubre en el derecho romano y en la sociedad occidental bajoimperial.
De igual forma que el primer capítulo del libro presenta el texto y una nueva tra-
ducción, más acorde con su realidad filológica, de las actas del concilio de Elvira a
cargo de Sotomayor Muro y Berdugo Villena (pp. 13-64), la obra se cierra con un
útil apéndice en el que se registran en un mapa las comunidades cristianas repre-
sentadas en el concilio.
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Recensiones
sobre el tema (al margen de este Coloquio) así como las nuevas perspectivas de
investigación que se abren a partir de él. Desde este punto de vista las aportaciones
del Coloquio demuestran claramente dos cosas, a tener en cuenta para investigacio-
nes futuras sobre el tema: una, que, en adelante, los estudios regionales son impres-
cindibles, dada la complejidad y diversidad de aspectos implicados en el análisis del
fenómeno rural; y dos, pero no menos importante, que los mayores avances en este
terreno provienen de la arqueología. Dos retos que deben ser tenidos en cuenta
sobre todo por quien afronte directa o indirectamente la problemática histórica del
Occidente tardoantiguo o altomedieval.
Gonzalo BRAVO
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Gonzalo BRAVO
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entidad supranacional europea por parte de las diversas potencias europeas en los
últimos dos milenios. La autora propone una revisión a los sucesivos intentos de
reinstauratio Imperii protagonizados por el Imperio Bizantino y Carolingio. A con-
tinuación, se estudian las tentativas de Austria y Francia en los siglos XVII-XIX por
emular la estructura geográfica, política y cultural del Imperio Romano a la luz de
la concepción histórica-filosófica de Hegel.
El artículo de Pilar Fernández Uriel, “Un fundamento en la economía de los
Estados Modernos: el sistema tributario romano altoimperial”, conjuga disciplinas
tan dispares como la economía, el Derecho Romano y la política con la intención
de subrayar la importancia de la herencia del sistema tributario del Imperio Roma-
no. Este trabajo repasa la historia y evolución de diversos impuestos e instituciones
(el eisphorá y phóros griego, los quaestores y el Aerarium Populi Romani) en fun-
ción de su adecuación a los diversos regímenes políticos de Roma, prestando espe-
cial atención a las reformas introducidas por el emperador Augusto, a la naturaleza
de impuestos indirectos y al tributum.
Gonzalo Bravo, en “Del Mediterráneo al Danubio: configuración histórica del
espacio europeo”, parte de una razonable postura escéptica respecto a la opinión de
que Roma alcanzó su cénit político y geográfico empleando como “vehículo” el
Mediterráneo. Frente a esta visión de la expansión del poder romano, Gonzalo
Bravo arguye que ni en época republicana ni imperial Roma tuvo una logística y
una mentalidad para fundamentar su poder en el dominio del mar Mediterráneo. Del
mismo modo, hubo cambios y fluctuaciones en las fronteras terrestres y en la men-
talidad romana respecto a su concepción del bárbaro: frente al estereotipo de la bru-
talidad, el siglo IV d.C. inauguró una nueva visión del bárbaro como persona servi-
cial y, en ocasiones, aliado.
Por su parte, Mauricio Pastor Muñoz estudia un importante —y actual— com-
ponente para la conformación de Europa en “El Norte de África y su importancia
en la formación de Europa durante el Imperio romano”. Este trabajo parte de la afir-
mación de que el Mediterráneo tuvo un valor idiosincrásico propio en el que los
territorios norteafricanos fueron una parte importante del Imperio Romano (espe-
cialmente con el nacimiento de las dos Mauritanias, Tingitana y Cesariense), si bien
los elementos tribales dificultaron sobremanera el proceso de romanización. Este
trabajo repasa de manera global, pero profunda, la evolución del Norte de África en
el marco de la cultura mediterránea y del Imperio romano, desde César hasta la ins-
tauración del cristianismo en determinadas zonas.
En el mismo marco geográfico se sitúa el artículo de Enrique Gozalbes Cravio-
to, “Lengua latina y pervivencia de las lenguas indígenas en el Occidente romano.
Algunos problemas al respecto”, donde se estudia la relación lingüística entre la
lengua del poder dominante, el latín, y las lenguas de pueblos indígenas de Hispa-
nia y del Norte de África. Este estudio, que parte de documentos epigráficos ante la
carencia de documentos literarios, ayuda a clarificar el uso específico del púnico y
líbico y la situación de bilingüismo en determinadas comunidades indígenas, situa-
ción que también tuvo lugar en la Hispania romana.
Jesús Rodríguez Morales plantea en “La divisoria de los términos de las ciuda-
des del centro de la Península en época romana y su posterior perduración” el pro-
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Alberto QUIROGA
La obra que hoy comentamos es una magnífica puesta a punto sobre la cuestión
del fenómeno social de los gladiadores en la Roma antigua. Para ello la autora, que
es profesora de Historia Antigua en la Universidad brasileña de Paraná, parte de un
buen y bastante completo análisis teórico, en una revisión de la principal y más
difundidad bibliografía internacional, especialmente la emblemática obra del Paul
Veyne (Le pain et le cirque), de G. Ville (La gladiature en Occident des origines à
la mort de Domitien), de K. W. Weeber (Panem et circenses), o D. Mancioli (Gio-
chi e Spectacoli. Museo della civiltà romana), entre otros.
El texto no supone un mero discurso expositivo, o incluso de análisis secuen-
ciado de unas actividades, sino que penetra de principio a fin en el terreno históri-
co más crítico, el de carácter valorativo y analítico. De ahí la extraordinaria impor-
tancia que la autora da a la discusión referida a las posiciones e interpretaciones de
los distintos sectores de la historiografía. El fenómeno de los juegos y espectáculos
circenses en Roma quedan así replanteado, incluso en parte reivindicado, con la
superación de algunos anacronismos.
La obra se inicia con una introducción dedicada a unas consideraciones iniciales
acerca de los munera romanos, que comenzaron con el más antiguo de ellos docu-
mentado por Tito Livio (264 a. C.), hasta el final de los combates proclamado legal-
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mente en 438 por el Código Teodosiano. La autora realiza toda una exposición de
motivos, al destacar que la documentación utilizada no es para nada completa, sino
seleccionada, incluso en un marco cronológico (especialmente el siglo I), que pre-
tende un diálogo entre fuentes escritas y cultura material (aunque centrada muy
especialmente en el Coliseo romano), y desde nuestra perspectiva, revisar la ima-
gen de sadismo y crueldad de la sociedad romana a partir de estos espectáculos.
En el primer capítulo (pp. 29-58) trata sobre lo que considera singularidad de un
imperio, la gloria y la sangre en los anfiteatros. Un capítulo en el que la autora trata
de la violencia y de su imagen historiográfica, discutiendo los tópicos dados por
sabidos. Para ello la autora se introduce en el capítulo II (pp. 59-101), una discusión
de la bibliografía principal que le ofrecerá un basamento teórico para el análisis. En
concreto, Senna Garraffoni atribuye a los estudios del siglo XIX la acuñación de
una imagen, lo cual debe indicarse que no sólo es cierto para este caso sino para
otros muchos de la Historia de Roma. En cualquier caso, este camino que recorre la
autora viene ciertamente inspirado por la obra de Roland Auguet publicada inicial-
mente en 1970 (Cruauté et civilisation: les jeux romains), y también por la de la
ya mencionada de Paul Veyne, para quien detrás de la asistencia popular a los
espectáculos existía un fenómeno de reivindicación social, mucho más que de
mera ociosidad.
A partir del análisis anterior, la autora se extiende en el capítulo III (pp. 103-149)
en los anfiteatros y la dinámica social. Se analiza, de forma muy breve, la estructu-
ra y las instalaciones de los anfiteatros, y se intenta traslucir la dinámica social de
su interior. La discusión acerca de la interpretación más tradicional, la de un lugar
para manifestar el dominio de Roma sobre los bárbaros, se realiza a partir del mag-
nífico artículo de Jonathan Edmondson acerca de “Dynamic Arenas” (1996), que
llamó la atención sobre los tópicos y las insuficiencias interpretativas, al señalar la
existencia de una multiplicidad de motivaciones para los espectáculos (en honor de
diversos hechos o personas), y también la ubicación del edificio en el marco de la
ciudad romana.
A partir del libro de J. C. Golvin, L’amphitéâtre romain, essai sur la théorisa-
tion de sa forme et ses fonctions (1988), la autora establece una conocidad tipolo-
gía, aunque después las ilustraciones se resumen al Coliseo romano, obvio por su
centralidad en el Imperio, y al edificio hispano de Segobriga, si bien de las dos fotos
(escaneadas) que se publican hay una de pésima calidad. Más interesante que todo
lo anterior nos parece el apartado dedicado a la jerarquía y conflictos en el interior
de los anfiteatros romanos, para lo que la autora recurre a una cantidad más com-
pleta de fuentes, entre ellas la epigrafía y la literatura.
El capítulo cuarto (pp. 151-195) es, sin duda, una de las principales aportacio-
nes de la obra, más allá de la discusión historiográfica presente de forma transver-
sal en todos los anteriores. Su título, “De las arenas a las ciudades: repensando lo
cotidiano de los gladiadores”, enmarca un contenido en el cual Renata Senna
Garraffoni, sin duda por sus estudios anteriores, se muestra a nuestro juicio mucho
más segura. Se trata, entre otras cuestiones destacables, de la percepción de las
armas, de sus elementos defensivos, de su vestimenta, pero también de los elemen-
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tos de la vida social fuera del espectáculo, sus relaciones familiares o de amistad,
aspecto para el que se utilizan como documentación básica las inscripciones parie-
tales de Pompeya.
Las consideraciones finales (197-199) resultan una sentida aproximación de la
autora acerca de su propia obra, señalando que los sentimientos impulsaron su ela-
boración, para oir las voces de aquellos que luchaban en las arenas. En los apéndi-
ces se recogen tres pinturas sobre el circo romano obras de Jean-Léon Gérôme, que
ciertamente pierden casi todo su valor al reproducirse en blanco y negro (y fotos de
mala calidad), los grafitos analizados en el libro, y también fotos o dibujos de tres
lápidas de Roma, y de otras tres de Hispania (tomadas del catálogo de García y
Bellido).
La bibliografía es bastante completa, y se divide en una parte en las fuentes
escritas utilizadas, los repertorios epigráficos manejados, así como la bibliografía
subdividida en obras generales, obras del siglo XIX especialmente discutidas (Frie-
dländer, Meier y Mommsen), y libros y artículos del siglo XX. Dada su formación,
Senna Garraffoni amplió estudios en España, no podía menos que tener en cuenta
también la bibliografía española, y destacar sobremanera la documentación hispana
sobre el fenómeno gladiatorio.
Aún y así no podemos menos que detectar algunas ausencias muy relevantes,
pues si tiene en cuenta trabajos “clásicos” de García y Bellido o Piernavieja, sin
embargo desconoce buena parte de lo publicado acerca de las representaciones en
mosaicos (en especial los trabajos de López Monteagudo), y sobre todo (y ello es
más relevante) los magníficos trabajos sobre el fenómeno del circo en la Hispania
romana, publicados por el equipo del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida.
Así, entre las ausencias, podemos recordar volúmenes como los de J. M. Álva-
rez Martínez (ed.), Coloquio Internacional El Anfiteatro en la Hispania romana
(Badajoz, 1993), de T. Nogales Basarrate y F. F. Sánchez Palencia (eds.), El circo
en Hispania Romana (Madrid, 2002) o de T. Nogales (ed.), Lvdi Romani.Espectá-
culos en Hispania romana (Mérida, 2002). También detectamos la ausencia de con-
sulta de la obra de E. Melchor Gil, El mecenazgo cívico en la Bética. La contribu-
ción de los evergetas a la vida municipal (Córdoba, 1994), que le hubiera ofrecido
algunos datos más completos que en el artículo citado de este mismo autor. Mucha
más justificación tiene, por su publicación reciente, la ausencia de mención de un
trabajo más general sobre “El gladiador romano” publicado por M. Pastor Muñoz.
Más allá de estas sensibles ausencias del caso hispano, la obra de Senna está
muy bien construida, utiliza no solo una bibliografía sino también una documenta-
ción que, estando muy lejana de la exhaustividad, por el contrario sí resulta signifi-
cativa. En especial porque la autora presta una especial atención a la propia figura
de los gladiadores, algo que ha estado menos desarrollada por la historiografía.
También en su conjunto, utilizando de forma bastante amplia el reflejo de los espec-
táculos en la literatura, la obra de Senna Garraffoni permite profundizar en el terre-
no social y sociológico, desde la actividad aplicada por las capas pobres y margi-
nales, hasta la actitud y el pensamiento de una sociedad, en su juego y escala de
valores, en sus sentimientos y en sus aficiones.
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En suma, un buen estudio que trata de la figura del gladiador, y de los espectá-
culos circenses en Roma, actualizando los planteamientos sobre unos fenómenos
que han despertado la fascinación, y la valoración crítica, desde el siglo XIX, como
demuestra la literatura y el cine. La desigualdad que hemos detectado entre varias
de sus partes no restan valor al producto final, cuya lectura recomendamos a todos
aquellos que quieran tanto introducirse como profundizar en este elemento de la
sociedad romana.
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Ahora bien, las aportaciones no dejan de reflejar una realidad que no por bien
conocida es intrascendente, el hecho de que para el siglo II el volumen de las fuen-
tes literarias acerca de Hispania no sea expresamente muy elevado. Destacamos en
las ausencias trabajos sobre los datos toponímicos de Claudio Ptolomeo, con sus
falsas confidencias repetidas desde el siglo XVI ad nauseam. Quizás el estudio más
significativo desde el punto de vista de las fuentes literarias es el dedicado por Bea-
triz Antón a las citas de Tácito sobre Hispania (pp. 21-32). Unos textos cuyo valor
documental la autora pone en severa solfa, debido a los prejuicios del historiador
latino, al considerar que la hostilidad del mismo a personajes hispanos era prolon-
gación natural de su actitud ante el territorio.
De hecho, aparte de Tacito, destacan para el siglo II los S.H.A. que, sin embar-
go, han sido objeto de escaso análisis en las aportaciones de este volumen. Por
ejemplo, un episodio documentado en los S.H.A., y tan curioso como las incursio-
nes de mauri contra la Bética, o algún tumultus en la Lusitania, no son analizadas
en las aportaciones. Destacamos en el mismo la discusión sobre la relación de
Adriano, Italica y las Sortes Vergilianae en un texto de la Vita Hadriani (C. Mª
Cerda y S. Perea Yébenes), y el estudio sobre los amigos y clientes hispanos de Pli-
nio el Joven (A. Gonzales).
Un dato que reseñamos con notable valor historiográfico es que las aportaciones
documentales principales para el siglo II, aparte de la arqueología, se centran en la
epigrafía, puesto que de esta etapa son un número considerable de inscripciones
latinas de Hispania. Este hecho tiene su inmediato reflejo en las aportaciones publi-
cadas en el volumen, en el que el apartado “Epigrafía y Sociedad” es el más nume-
roso, si bien también este tipo de documentación ocupa una posición privilegiada
en los restantes apartados del volumen: “Organización y administración del territo-
rio”, “Religión, cultura y arte” y “Economía”.
Respecto a la epigrafía debemos indicar que dicha documentación aparece de
forma transversal en buena parte de los estudios, entre los que destacamos los
aspectos religiosos, tales como en una una nueva y precisa actualización acerca de
las religiones mistéricas en Hispania (J. Alvar), el aspecto referido a los cultos de
los hispanos militares presentes en la provincia de Dacia (J. R. Carbó), un análisis
acerca de la ciudad y de los cultos en la Lusitania del siglo II (M. Salinas y J. Rodrí-
guez).
Junto a la ciudad los aspectos municipales, por ejemplo se estudian diversos
aspectos del gobierno municipal en la Bética (A. C. Merchán), se efectúa un estu-
dio concreto sobre la municipalización y la sociedad en el caso de Iliberis, por otra
parte ya analizado por el mismo autor en otras ocasiones (M. Pastor), se estudia la
problemática epigráfica del Municipium Consaburensis (J. J. Muñoz), se estudia el
caso de Castro del Río (M. Carrilero y Mª J. López), se analiza el caso concreto de
la ciudad de Ávila en esta época (L. Hernández y A. Jiménez), así como se estudian
los testimonios del siglo II acerca de las municipalizaciones flavias de la Bética (E.
Mª Morales).
Otros estudios se centran en grupos onomásticos clientelares, como el caso de la
gens de los Pompeii en la Celtiberia (L. Amela), o la gens de los Ulpii (H. Galle-
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La obra que reseñamos parte de una amplísima documentación que incluye las
fuentes literarias, pero sobre todo las más recientes aportaciones de la investigación
arqueológica. La misma plantea una Historia total de la antigüedad en un marco
regional. En este caso era imprescindible un trabajo como éste, que es el primer
estudio completo sobre la región castellano-manchega en la antigüedad. Se trata de
un volumen que forma parte de la serie de Historia regional de Castilla-La Mancha
que viene publicando la editorial Almud de Ciudad Real.
El título de esta obra, como en otros muchos casos, es más o menos afortunado,
aunque como casi siempre viene determinado por el propio proyecto editorial. Por-
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que en este caso, aunque el análisis más preciso y fundamental se dedica al mundo
romano, la realidad es que rebasa ampliamente el mismo. Por un lado, con el análi-
sis final del mundo ibérico, que tuvo manifestaciones particularmente importantes
en zonas muy diversas de la actual región, especialmente en Albacete, y el proceso
ahora llamado de etnogénesis. Por el otro extremo cronológico, el estudio se extien-
de por la denominada Antigüedad Tardía, con un análisis muy especial sobre la
etapa visigoda.
Desde el punto de vista historiográfico un estudio de estas características se
enfrenta a múltiples y diversificados riesgos iniciales. Entre ellos mencionamos los
siguientes: escribir una Historia de campanario, aduladora de una región y de unos
habitantes que, sin dudar que lo merecen en el presente, pero tuvieron Historia Anti-
gua simplemente como todos/as. El segundo problema es que, al participar en la
redacción seis especialistas, el producto pudiera no estar suficientemente coordina-
do, de tal forma que desde las distintas y peculiares perspectivas surgieran las fla-
grantes contradicciones. El tercer riesgo es que el trabajo encerrara un estudio y un
corpus documental básicamente arqueológico, mucho más que histórico, al ser
materiales las principales fuentes aportadas en los últimos años. Por último, otro
riesgo de un trabajo de este tipo sería el de no alcanzar su objetivo de resultar útil
para una diversidad de público lector o consultante, incluidos los lectores deseosos
de una obra explicativa y comprensiva, y por el otro extremo los especialistas en la
antigüedad clásica.
Se me permitirá indicar, pese a ser uno de los redactores de la obra, que afortu-
nadamente la misma solventa bastante cumplidamente esos riesgos, además en
general con bastante oficio. De esta forma la aportación de historiadores y de
arqueólogos consigue una obra colaboradora que semeja estar bien articulada. En
cualquier caso, cada uno de los redactores asume de forma directa la elaboración de
la parte del trabajo encomendada, más allá de las puestas en común. Esta firma per-
sonal es en sí misma discutible como hecho desde alguna perspectiva, pero también
para los especialistas debe resultar la garantía de una coherencia en el conocimien-
to más directo de una documentación.
Es cierto que algunas objeciones pueden plantearse a esta obra, lo cual no deja
de ser natural en cualquiera. La información que recogen los autores es amplísima,
en un relato que es relativamente extenso, intentando ofrecer la visión más comple-
ta posible sobre una región de la que bien poco podía escribirse hasta fechas recien-
tes. No obstante, esta extensión de la información y el análisis ha conducido a la
editorial a la utilización de un tamaño de letra que es en exceso reducido, con un
interlineado que tampoco resulta nada generoso. El volumen de texto en cada pági-
na resulta así excesivo, incluso más en los casos en que el estilo de redacción de
alguno de los autores conduce a escasos puntos y aparte en cada página.
Este mismo hecho que señalamos se relaciona con la ausencia de ilustracio-
nes, si la portada es agradable (con una conocida foto aérea de Segobriga, pero
en un estado mucho más atrasado de su descubrimiento), hubiera sido conve-
niente la aportación de algún material gráfico (tan sólo se recogen dos mapas, en el
Apéndice de las fuentes literarias, y el segundo de ellos tan pequeño que resulta
inservible).
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El Prof. Hernández Guerra nos tiene acostumbrados a realizar trabajos que a otros
investigadores les parecen tediosos e inabarcables, ya que, como anteriormente hizo
con las provincias de Palencia o Valladolid, ha ordenado la ingente masa de datos
procedentes de las fuentes clásicas, la epigrafía, la numismática y la arqueología
sobre la provincia de Soria, cuyo territorio fue mucho más importante en la Anti-
güedad de lo que es hoy día, para componer un hilo histórico que relate el período
comprendido entre el inicio de la II Edad del Hierro y el final del Imperio Romano.
El valor de estos estudios es bastante alto, porque intentar realizarlos con terri-
torios más extensos, como, p. ej. toda la Meseta Norte o toda Hispania, resulta muy
difícilmente abarcable tanto por la diversidad de situaciones que se daba en la Anti-
güedad en estos territorios, como por el enorme volumen de material disponible;
parece más apropiado intentar construir historias de territorio más pequeños, para
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luego integrar los resultados en un todo comprensible, aunque ello tenga un defec-
tos, el de utilizar un reparto territorial actual, y un riesgo, perder de vista la pers-
pectiva general que los historiadores debemos tener.
Tras una presentación del presidente de la Institución provincial, la obra se
estructura en dos grandes partes, dedicadas, respectivamente al mundo prerromano
y al período romano. El primer bloque describe en cinco capítulos las fuentes
—nunca nos cansaremos de afirmar que es necesario leer en la lengua original y uti-
lizar directamente los testimonios del pasado— sobre arévacos y pelendones; la
etnogeografía de estos pueblos, entrando en la cuestión de sus límites y adhiriéndo-
se a que la mayor parte de la provincia de Soria sería arévaca, correspondiendo a
los pelendones sólo el territorio en torno a las fuentes del Duero; el poblamiento,
con los diferentes tipos, aunque el dedicar un capítulo específico a las necrópolis no
nos parece excesivamente correcto y debería haberse incluido en un subapartado de
castros, oppida, ciudades y aldeas; a la organización social, política y religiosa,
aspectos íntimamente unidos en la Antigüedad y totalmente interdependientes; y a
la economía.
El segundo bloque, el dedicado al mundo romano, se divide, a su vez, en seis
capítulos; en el primero se estudian las fuentes para el período de anexión del terri-
torio soriano a Roma —Guerras Celtibéricas y Sertorianas—; el segundo construye
un relato histórico de ese proceso de incorporación y la posterior organización
administrativa; después se analiza el poblamiento romano, con mención a las comu-
nidades perfectamente estructuradas en civitates, a los yacimientos rurales y a las
necrópolis; en cuarto lugar se estudia la sociedad, la religión y la economía del terri-
torio provincial soriano en este período; el capítulo quinto se dedica a estudiar la
pintura, escultura, mosaicos y coroplásticos heredados del mundo romano; el últi-
mo capítulo se dedica a reconstruir la red viaria a su paso por la provincia de Soria,
a través de los datos, no siempre coincidentes, de las fuentes y de los testimonios
materiales y epigráficos.
Por último, unas breves y acertadas conclusiones ponen a disposición de los lec-
tores los resultados de este meritorio trabajo.
El libro concluye con un elenco de abreviaturas, un índice onomástico de perso-
najes antiguos, otro de lugares geográficos, una cuidada y extensa bibliografía y
unas láminas que ilustran el rico patrimonio provincial, que complementan los
mapas y planos insertados en el texto.
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es Ciudad Rodrigo, cuando creemos haber demostrado que es Yecla de Yeltes —L.
Hernández Guerra y A. Jiménez de Furundarena. “Propuesta de distribución terri-
torial en época augustea en la provincia de Salamanca”. Actas del I Congreso Inter-
nacional de Historia Antigua: La Península Ibérica hace 2000 años Valladolid
2001, pp. 255-262—, y podría ser la otra Mirobriga; en cuanto a la coincidencia con
la cognatio de los Magilancum de la Tabula de Montealeagre de Campos (Vallado-
lid), no nos parece posible, ya que la propia tabula indica …cognatio Magilancum
Amallobrigensis..., es decir de la civitas Amallobriga.
En la inscripción nº 59, hallada en Herguijuela, es posible reconstruir el texto del
cognomen del dedicante y la fórmula votiva, de manera que este sería
CAB/VR[VS], con paralelos femeninos en las inscripciones nºs. 5 y 111, y aquella
con [V(otum), restando un espacio en las líneas 4 y 5 para la filiación, imposible de
reconstruir.
La inscripción nº 60, también de Herguijuela, tiene el nombre del dedicante en
genitivo, que estaría formado por un praenomen latino abreviado y un cognomen
indígena en función de nomen, dando como resultado Quinti Mantai; el uso del
genitivo no es excesivamente correcto, pero no es rara su utilización; en cuanto a la
fecha del monumento en el siglo I, nos parece muy temprana para la capital actua-
ria utilizada por el lapicida, por lo que debería adscribirse al siglo II.
El cognomen Caeno de la inscripción nº 69, de Ibahernando, de origen latino y
constatado en las inscripciones nº 88 de Malpartida de Cáceres y nº 111 de Tejeda
del Tietar, y, tal vez nº 121 de Zorita, está huérfano de estudio, pese a ser bastante
corriente en la epigrafía hispánica.
La inscripción nº 87, de Malpartida de Cáceres, carece de estudio onomástico,
con un filiación, Laetus, que es un cognomen latino, y un cognomen indígena
Sunua, constado en Cáceres en la inscripción nº 35, y relacionado con el cognomen
indígena Sunna de la inscripción AE 1982, 535 de Urso (Osuna, Jaén). Lo mismo le
ocurre a la inscripción nº 88 de la misma procedencia.
En la inscripción nº 95, de Monroy, la aparición del tria nomina A(ulus) Aconius
Rufus debía merecer algún comentario más, por la rareza del praenomen y del
nomen.
La inscripción nº 101, de robledillo de Trujillo, carece, para variar de estudio,
aunque aparece un perfecto tria nomina, cuyo cognomen, Gracil, es plenamente
latino.
Lo mismo le ocurre a la inscripción nº 106, de Salvatierra de Santiago, un epi-
tafio dedicado a G. Norbanus Rufus, que debería ser pariente directo —¿hijo, sobri-
no?— de G. Norbanus Rufus recogido en la inscripción nº 105, ¡del mismo lugar!.
En la inscripción nº 121, de Zorita, habría que indicar que Caeno es latino y no
indígena; todo lo más es que existiera un nombre vetón homófono con el latino.
En general, observamos que, cuando se ha realizado ya un estudio de un nom-
bre, se prescinde de este estudio cuando vuelve a aparecer, lo que es correcto si se
indican los paralelos internos del texto.
En la inscripción paleocristiana nº 124, de Herguijuela, se realiza la trascripción
completa de la pieza, aunque solo se conserve un pequeño fragmento, pero sin reali-
zar más estudio que indicar su fecha, sin aludir al cognomen germánico Gunthoerta.
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En los años ochenta y comienzos de los noventa del pasado siglo, la epigrafía
hispánica vivió un período de cierta efervescencia que, entre otras cosas, supuso la
proliferación de catálogos provinciales, cuya edición corrió a cargo, la mayoría de
las ocasiones, de las diputaciones provinciales y los recién creados Gobiernos Autó-
nomos. Entre aquellos proyectos editoriales hubo uno que, por las razones que en
ocasiones acechan a los investigadores, nunca llegó a publicarse. Y ello a pesar de
que la edición estaba ya ultimada y la comunidad científica esperaba la aparición
del libro. En efecto, aquel catálogo epigráfico de la provincia de Segovia, realizado
por Juan Santos Yanguas, no llegó a salir de la imprenta, aunque la generosidad del
autor permitió que algunos historiadores pudieran acceder al mismo. Entretanto, a
comienzos de los años noventa veía la luz el libro Latin inscriptions from Central
Spain, en el que Robert C. Knapp publicaba las inscripciones latinas de época roma-
na de las provincias de Ávila, Madrid y Segovia. Aquella obra, a pesar de algunas
limitaciones —no siempre justificadas— puestas en evidencia por algunos colegas
españoles11, supuso una inestimable ayuda para los estudiosos de la epigrafía his-
pánica, toda vez que el cuidado puesto por el científico norteamericano en su reali-
zación, le confería un valor añadido frente a otros repertorios locales y provinciales
editados en nuestro país.
El paso de los años y el incesante ritmo de aparición de nuevos epígrafes en la
provincia de Segovia, han ido convirtiendo aquel catálogo en un instrumento de tra-
bajo cuya utilidad se ha visto lastrada por nuevos testimonios, relecturas y, en algún
11 Véanse las reseñas de Emilio RODRÍGUEZ ALMEIDA en Archivo Español de Arqueología 67 (1994), pp.
275-279, y de Joaquín GÓMEZ-PANTOJA en Journal of Roman Archaeology 8 (1995), pp. 452-460.
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los criterios utilizados al realizar su estudio, toda vez que sólo un epígrafe (ERSg
159) puede datarse por los cónsules, y otro más (ERSg 65) por la titulatura impe-
rial. Para el resto de las inscripciones, que es tanto como decir para la casi totalidad
del corpus, los únicos criterios que permiten realizar una cronología aproximada
son los habituales: onomástica, el análisis de la propia escritura empleada o la pro-
pia iconografía, cuando ésta se conserva.
La introducción se cierra con una amplia bibliografía (pp. 41-56), en la que apa-
recen todas las referencias citadas en el libro, a la que sigue el catálogo propiamen-
te dicho. La ordenación de las inscripciones se ha realizado atendiendo a las pobla-
ciones en las que éstas se han hallado o se localizan actualmente. Y dentro de cada
localidad (con excepción de la ciudad de Segovia), su clasificación se ha efectuado
siguiendo la ordenación habitual en este tipo de estudios: votivas, honorarias, jurí-
dicas, fragmentos, instrumenta domestica, y soportes anepígrafos. En las localida-
des actuales asentadas sobre antiguos núcleos de población de época romana se ha
incluido una introducción previa en la que se analiza el estado actual de la cuestión
sobre los restos arqueologicos conocidos y el estatuto jurídico de la población.
Dicha introducción, que en los casos de Garcillán o Sepúlveda, por ejemplo, se
limita a uno o dos párrafos, se hace más extensa para los núcleos de población que
son bien conocidos a través de las fuentes escritas (Coca-Cauca, Segovia), o para
aquellos otros que, pese a desconocerse su denominación antigua, conservan restos
arqueológicos y epigráficos suficientes como para considerar segura la existencia
de un núcleo de población romano de cierta entidad (como sucede, por ejemplo, con
Duratón).
La presentación formal de la ficha de cada inscripción se ha realizado atendien-
do a la estructura habitual en los mejores corpora de la especialidad. La redacción
es precisa, sin vaguedades ni reiteraciones, y la terminología empleada, tanto para
describir los soportes como el tipo de letra empleado para grabar el texto, se sujeta
a los criterios comúnmente aceptados por la comunidad científica. El texto de las
inscripciones se ha publicado atendiendo a los criterios empleados en la edición del
CIL, aunque los problemas derivados de la utilización de los procesadores de texto
habituales han ocasionado algunos problemas al utilizar algunos signos diacríticos,
sobre todo al señalar los nexos de letras y los restos de letras que sólo se pueden
identificar dentro del contexto. A la lectura acompaña la obligada transcripción y
una traducción del texto al español que, sin ser obligatoria en este tipo de estudios,
sí parece recomendable en los tiempos que vivimos.
Sin duda, uno de los aspectos más destacabales de la ficha es que se hayan inter-
calado las fotografías, lo que permite cotejar fácilmente la lectura y transcripción
propuestas por los autores del catálogo. Ciertamente este esfuerzo ha supuesto un
trabajo añadido en la maquetación de la obra que, en ocasiones, no se ha solventa-
do de la mejor manera para la presentación formal de las fotografías, pero que, en
cualquier caso, es de agradecer. La calidad técnica de las fotografías es bastante
aceptable, aunque en algunas de ellas se observa poco contraste. Ignoro si este
defecto es achacable al procesamiento informático de las imágenes o al papel
empleado en la edición de la monografía, pero en cualquier caso, no menoscaba la
calidad global de la obra.
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Un examen atento del catálogo permite comprobar el especial cuidado que han
puesto sus editores en la realización de las lecturas, sobre todo en los abundantes
ejemplos de inscripciones que, debido a su mal estado de conservación, requieren
un gran esfuerzo para su estudio. Es evidente que, ante la duda ante una letra iniden-
tificable, prefieren utilizar el signo + antes que proponer una letra que sea aceptada
sin más crítica por otros historiadores. Este rigor, por desgracia no muy habitual en
otros catálogos publicados en los últimos años, aporta confianza al lector de la obra.
Como botón de muestra, el excepcional estudio que han realizado los autores de la
conocida placa de bronce descubierta en Segovia en 1985 (ERSg 66), cuyo frag-
mentario estado de conservación ha impedido una correcta lectura del epígrafe
hasta ahora. O el estudio del fragmento correspondiente a la lex municipalis de la
ciudad romana que estuvo situada junto a la actual Duratón (ERSg 24), publicado
por Javier del Hoyo hace unos años (AE 1985, 862; HEp 6, 1996, 855). Igualmen-
te destacable es el trabajo que han realizado los autores para revisar las lecturas de
un buen número de inscripciones situadas en la muralla de Segovia que, debido su
mal estado de conservación y su difícil acceso, presentan serias dificultades para su
estudio. Sin ánimo de referir una a una las notables aportaciones de este catálogo,
baste señalar como ejemplo el de una estela funeraria descubierta por Knapp en
1980, que fue publicada con una lectura que no distinguía las letras de las ll. 5-6
(LICS 233), y que ahora ofrece una lectura completamente revisada, que además
incluye las dos últimas líneas del texto (ERSg 109).
Algunos comentarios son de gran ayuda para aquellos que tengan previsto exa-
minar directamente algunas inscripciones. Así por ejemplo, cuando al referirse a un
fragmento de inscripción (ERSg 34) que se conserva puesta en fábrica en el muro
de una finca particular, los autores advierten de que “el propietario de la finca nos
ha impedido de forma expeditiva, intransigernte y reiterada (2003 y 2005) la obten-
ción de datos”. Ciertamente, la epigrafía puede considerarse en ocasiones como una
ciencia de riesgo, y precisamente arriésgandome a ofrecer algunas aportaciones crí-
ticas, me permito puntualizar varias observaciones sobre algunas inscripciones del
corpus que he tenido ocasión de estudiar personalmente. Por ejemplo, yo excluiría
del catálogo la supuesta inscripción anepígrafa de Ayllón (ERSg 3) publicada por
Leonard A. Curchin en 1999 (HEp 9, 1999, 501), y otro fragmento más, proceden-
te de la misma localidad, que se incluye entre las inscripciones inéditas del catálo-
go (ERSg 4). En efecto, estos dos supuestos fragmentos de estelas, que se conservan
puestos en fábrica en la iglesia de Santa María la Mayor, parecen más bien restos de
relieves de época medieval, sin duda procedentes del mismo edificio del que proce-
den otros sillares con decoración escultórica reaprovechados para la construcción de
esta iglesia. Ciertamente, la elevada altura a la que se sitúan ambos ejemplos (sobre
todo ERSg 4), no permiten su examen directo, pero el empleo de una buena cámara
digital provista de zoom, sin duda permite descartarlas como tales.
También incluiría en el anexo 2 del catálogo, dedicado a las inscripciones de
atribución errónea o dudosa, un fragmento de inscripción de Sepúlveda (ERSg
163), descubierto por Knapp en 1979, que está empotrado en la pared exterior de
una de las torres de la Puerta del Ecce Homo. A pesar de que el norteamericano la
considerara en su momento como romana (LICS 317; HEp 4, 1994, 231) y se haya
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puesto en relación, incluso, con una supuesta mención de Noua Augusta, un examen
atento de las letras (sobre todo de los refuerzos de la S y el bucle de la T), permite
descartar su atribución romana. En este sentido, mi opinión coincide con la de los
arqueólogos que han estudiado las murallas de Sepúlveda, citada textualmente en
una oportuna nota a pie de página por los autores del catálogo, que proponen fechar
el fragmento en época moderna. Finalmente, aporto el dato de una inscripción inédi-
ta que no aparece incluida entre los testimonios epigráficos de Sepúlveda. Se trata
de un fragmento de estela caliza, de (63) x (18) cm, que no conserva texto alguno,
en cuya parte superior se conserva una rosácea sexapétala inscrita en un doble cír-
culo de 30 cm de diámetro. Se conserva puesta en fábrica en uno de los muros de
la iglesia de la Virgen de la Peña, que está situada en uno de los extremos de la
población, sobre una de las hoces del río Duratón.
El aparato cartográfico de la obra es igualmente destacable. Además de dos
mapas generales de la provincia, uno dedicado al poblamiento y otro a la distribu-
ción topográfica de los epígarfes, se incluyen cinco planos de la muralla medieval
de Segovia (dividida en cinco sectores), que facilitan al estudioso la localización de
los epígrafes que aún se conservan puestos en fabrica en la misma. Cierra la obra
un anexo, firmado por Rosario García Giménez, del Departamento de Química
Agrícola, Geología y Geoquímica de la Universidad Autonóma de Madrid, dedica-
do al análisis de los elementos constitutivos de los bronces de Duratón (pp. 295-
297). La obra concluye con unos índices epigráficos comúnes a este tipo de catálo-
gos (pp. 301-310) y unas completas tablas de concordancias (pp. 313-322), que
permiten una consulta más rápida de las inscripciones incluidas en el catálogo a par-
tir de las numeraciones que éstas poseeen en otros repertorios anteriores.
En suma, se trata de una obra muy bien realizada, que a buen seguro será de gran
utilidad para aquellos historiadores de la Antigüedad que busquen en sus páginas la
información que necesitan para sus investigaciones, al tiempo que una obra de con-
sulta imprescindible para los epigrafistas, que sabrán apreciar un repertorio epigrá-
fico editado conforme a los requisitos internacionalmente aceptados para esta dis-
ciplina. Pese a que a sus autores no les falta parte de razón cuando afirman que la
epigrafía de Segovia “es poco espectácular”, el libro demuestra el tiempo y esfuer-
zo invertido por los autores en su realización, además del cuidado que han puesto
en la revisión del texto.
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A. Las inscripciones romanas del Alto Palancia, Edeba, Lesera y sus territorios
(IRAPELT).
B. Los miliarios del país valenciano (MPV).
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José BELTRÁN - Beatrice CACCIOTTI - Xavier DUPRÉ - Beatrice PALMA (eds.), Illu-
minismo e Ilustración: Le Antichità e i loro protagonisti in Spagna e in Italia
nel XVIII secolo, (Bibliotheca Italica. Monografías de la Escuela Española de
Historia y Arqueología 27). Roma, “L’Erma” di Bretschneider, 2003, 360 pp.
[ISBN: 88-8265-243-2].
En el siglo XVIII surge en toda Europa un renovado interés por el mundo anti-
guo y sobre todo por sus manifestaciones artísticas y literarias. Fruto de ello será el
desarrollo de los estudios de historia y arte antiguos y el crecimiento del coleccio-
nismo y el negocio de antigüedades. En esta misma línea, se emprenden los viajes
denominados “grand tour” como medio a través del cual adentrarse en las culturas
de la antigüedad.
Sin duda, en el conocido como “siglo de las luces” los pensadores ilustrados ori-
ginan cambios importantes en la concepción del mundo oriental y además, se
emprende una nueva lectura de su legado que abarca la arqueología y la literatura.
Destaca el interés de los gobiernos ilustrados europeos por la protección, conserva-
ción y estudio de los monumentos antiguos de sus respectivos países, a partir de lo
cual se sitúa el punto de partida sobre las medidas legislativas del patrimonio his-
tórico-artístico, arqueológico y documental.
Con el fin de analizar el movimiento de la Ilustración española y su paralelo
movimiento del Illuminismo en Italia desde su dimensión historiográfica, se cele-
bró en Roma en 2001 un Congreso Internacional organizado por la Escuela Espa-
ñola de Historia y Arqueología allí establecida (CSIC), y por la Universidad de Tor
Vergata, en colaboración con otras entidades. De esta reunión se deriva este grueso
tomo donde se recogen algunas de las ponencias leídas. No obstante, como explica
M. Espadas Burgos en la presentación, ya antes se habían celebrado dos congresos
de igual temática, en Madrid en 1991 y 1995.
Destacable es el hecho de que como portada del libro aparece la imagen de Car-
los III, posiblemente el monarca más representativo de la Ilustración en la España
del XVIII ya que con él se hace patente en toda Europa el gusto por la cultura anti-
gua; los especialistas sobre el tema publican algunas de sus más famosas obras y se
fundan importantes museos en Italia e Inglaterra.
Las actas se inician con dos presentaciones a cargo de Manuel Espadas, director
de la EEHAR-CSIC y Alessandro Finazzi, rector de la Universidad de Tor Vergata.
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Tarragona y sus alrededores. Muchos más documentos a lo largo del XVIII nos
acercan a la antigüedad de Tarragona, pero especial mención merece el erudito
canónigo Ramon Foguet i Foraster, figura de referencia para todos los ilustrados
peninsulares. En el siglo XIX, durante la Guerra de Independencia se llevó a cabo
un nuevo expolio y destrucción de numerosos bienes arqueológicos de la antigua
ciudad romana, por parte de las tropas napoleónicas; gracias a los numerosos traba-
jos llevados a cabo en el XVIII se conserva en la actualidad un idea de lo que fue
la Tarraco antigua.
La siguiente ponencia a cargo de Maria Elisa, trata la figura del cardenal Save-
rio personaje de gran relevancia en la Roma vaticana del siglo XVIII. Pertenecien-
te a una familia noble española, llevó a cabo una intensa actividad política y una
gran aportación al mundo del arte y de la antigüedad clásica. La autora alude a su
apoyo para la creación de un herbolario y a su colección personal en la que destaca
un importante elenco de gemas antiguas.
En la ponencia número catorce se habla de la colección del cardenal español
Antonio Despuig, compuesta de numerosas esculturas. En este trabajo se muestra lo
hallado por Despuig a finales del XVIII en la villa romana de Vallericcia. Alude a
la biografía del cardenal, nacido en Mallorca y a sus excavaciones en el área de
Ariccia, iniciadas en 1789. Encontró esculturas y una estructura de difícil interpre-
tación pero no un templo que era lo que él pretendía. Tras comentar el desarrollo de
los trabajos de Despuig, la autora cita y describe uno por uno todos los hallazgos
del cardenal en sus excavaciones; sólo algunas esculturas han podido ser identifi-
cadas, las demás son muy dudosas. Se explica el destino de todas las obras, algunas
de éstas tenían paralelos con las halladas en una villa romana próxima. Al final de
su artículo Mette Moltesen incluye una completa lista bibliográfica.
El siguiente trabajo, a cargo de Gloria Mora, forma parte de una investigación
sobre las relaciones anticuarias entre Italia y España. Alude a los viajes que los Bor-
bones financian por Europa en la segunda mitad del XVIII, y presta especial aten-
ción a los viajes literarios realizados a Italia como aprendizaje cultural y más con-
cretamente al viaje, menos conocido, de Francisco Pérez Bayer. Su traslado a Italia,
promovido por Fernando VI, es un viaje de reconocimiento de archivos y recupera-
ción de las antigüedades de la nación. Este viaje catalogado por Gregorio Mayans
como “erudita peregrinación”; tenía dos objetivos básicos: recoger monedas,
manuscritos y piezas antiguas para enriquecer el Gabinete de Medallas de la Real
librería y copiar libros y manuscritos de bibliotecas públicas y privadas de Italia; el
estudio del árabe a través del cual profundizar en los orígenes del castellano. Se
conoce su itinerario y relaciones por su Diario de viaje, y por las cartas a Gregorio
Mayans; es significativo el hecho de que no describe las excavaciones ni los monu-
mentos que observa, sólo le interesan los documentos españoles y las monedas. Por
último la autora incluye una nota sobre el manuscrito del diario del viaje a Italia de
Bayer, donado a la biblioteca de la Universidad de Valencia, actualmente en el
Archivo, y sugiere que es posible que el viaje de Pérez Bayer a Italia tuviera por
objeto la fundación de una Academia de Historia eclesiástica en Roma, para conti-
nuar las investigaciones sobre la historia de las iglesias españolas, de ahí su interés
por copiar manuscritos y cartas españolas.
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En la siguiente ponencia Beatrice Palma nos habla del comercio anticuario y las
exportaciones de antigüedades realizadas en el XVIII y el papel de España en todo
ello. Menciona la importante colección de antigüedades que Felipe V e Isabel de
Farnesio reunieron para adornar el Palacio de San Idelfonso. Alude a los bustos de
los emperadores romanos de la colección de Cristina de Suecia y al precio que estos
adquirieron. Esta colección fue trasladada a España y actualmente muchas de las
piezas están en el Museo del Prado. La autora hace mención a la historia de la colec-
ción y a las obras que la constituían, así como al interés de los monarcas españoles
del XVIII y sus agentes, en hacerse con una buena colección de antigüedades.
Importante papel el de Nicolás de Azara que concebía el coleccionismo como un fin
educativo y moral.
Seguidamente Anna Pasqualini, trata el tema de la colección de epígrafes del
cardenal mallorquín Despuig. Además de los epígrafes tenía una rica colección de
bustos, estatuas y bajorrelieves antiguos. Viajó a Italia en el XVIII y le impresionó
sobre todo su patrimonio artístico. El interés del cardenal por el mundo antiguo fue
reconocido por sus contemporáneos que supieron ver su afán y dedicación en el
estudio del arte antiguo. Indica la autora que el coleccionismo epigráfico en Roma
era muy practicado, no había villa o palacio que no contara con una lápida inscrita,
y Despuig reunió una colección que contaba con poco más de 60 epígrafes de pro-
cedencia heterogénea. Anna Pasqualini alude a sus posibles procedencias y en notas
a pie de página indica la referencia en el CIL de cada uno. Comenta una inscripción
relativa a Claudio Marcelo grabada en una urna funeraria.
A continuación se sitúa la ponencia de Maria Grazia relativa a la restauración de
esculturas en el siglo XVIII, estudiada a partir de la colección de Hipólito Vitelles-
chi. Esta colección compuesta de casi cuatrocientos ejemplares de estatuas, bustos
y relieves, completos y fragmentados, se dispersó al ser adquirida por sus suceso-
res. La autora describe y muestra la fotografía de algunas de las piezas de la citada
colección que fueron restauradas, expresando así los gustos de la época y las for-
mas de restauración. Especialmente interesante es el estudio que hace de una esta-
tua de Minerva.
En su ponencia Lucia Pirzio se ocupa del “Diario de Vincenzo Pacetti, un espa-
ñol en Roma en la segunda mitad del XVIII”, donde se relata el gusto de la socie-
dad de la época por el arte y múltiples detalles relacionados con la vida y anécdo-
tas de su autor. Así como sus contactos con importantes personajes de la época y
artistas en general, de los que Pacetti relata algunas características.
Por último y para concluir el volumen, Patricia Serafin nos habla del catálogo
monetario que introduce José Nicolás de Azara en su obra sobre la “Vida de Cicerón”.
Como destaca la autora este no es una simple traducción de la obra de Middleton.
Habla de la vida de Cicerón y de la sociedad romana, así como de otros autores que
han escrito sobre Cicerón. Comenta las diferentes monedas romanas. Destaca la acti-
vidad de Nicolás de Azara en el ámbito del coleccionismo numismático.
Por último se incorpora un catálogo de publicaciones, separadas por temas, de la
escuela española de Historia y Arqueología en Roma (CSIC).
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latina aparecen las diferentes variantes y también la fuente tanto de las citas bíbli-
cas como de los autores citados. El que desee disfrutar de ese castellano viejo en
que está escrita la versión española hará bien en leer toda la disputa. Es de notar la
sencillez del lenguaje y la habilidad del autor al exponer la doctrina cristiana. El
texto latino, cuya traducción es la versión española, también servirá de solaz al
conocedor de la lengua del Lacio. Es igualmente un lenguaje sencillo y se sigue con
gran interés la Disputatio. Se termina el volumen con el resumen en castellano y el
abstract en inglés.
Felipe SEN
Universidad Complutense de Madrid
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