Masacre Napalpi
Masacre Napalpi
Masacre Napalpi
Fue una de las masacres de mayor magnitud cometida en Argentina durante el siglo XX.
Antecedentes
Unos cuarenta años antes, el ejército argentino había lanzado una campaña militar para
someter a los pueblos indígenas del Chaco que dio como resultado la muerte de millares
de indígenas y la desintegración social y cultural de numerosas etnias en las actuales
provincias argentinas de Formosa y Chaco que en ese momento eran territorios
nacionales.
Se fundaron numerosos fortines con el fin de mantener a raya a los indígenas vencidos.
Sus tierras fueron vendidas a colonos europeos, en particular italianos y franceses,
quienes pronto las destinaron a la producción de algodón. Numerosas tribus fueron
confinadas en reducciones en donde fueron sometidas a un régimen de explotación muy
cercano a la esclavitud. Una de tales reducciones era Napalpí, nombre qom (toba) que
significa, precisamente, cementerio, fundada en 1921 y cuyo nombre actual es Colonia
Aborigen Chaco.
La masacre
El día 19 de julio de 1924 muy temprano, un grupo de unos 130 hombres, entre policías,
estancieros y civiles blancos de la zona, fuertemente armados con rifles Wínchester y
Máuser, rodearon el campamento donde se habían reunidos los indígenas alzados que,
armados tan sólo con palos, bailaban en una fiesta religiosa organizada por los
chamanes en la zona del Aguará, un área considerada sagrada por los qom ubicada
dentro de los límites de la colonia. Convencidos de que los dioses los protegerían de las
armas de fuego de los hombres blancos no pudieron ofrecer resistencia al fuego emitido
hacia el campamento durante cuarenta minutos. Luego los blancos entraron al mismo
para rematar a machetazos a los indígenas que quedaban, muchos moribundos, incluidos
mujeres y niños.
A finales de los años veinte, el periódico Heraldo del Norte recordó así el hecho:
Como a las nueve de la mañana, y sin que los inocentes indígenas hicieran un sólo disparo, [los
policías] hicieron repetidas descargas cerradas y enseguida, en medio del pánico de los indios
(más mujeres y niños que hombres), atacaron. Se produjo entonces la más cobarde y feroz
carnicería, degollando a los heridos sin respetar sexo ni edad.
La matanza de indígenas por la policía del Chaco continúa en Napalpí y sus alrededores; parece
que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se hallaron presente en la
carnicería del 19 de julio, para que no puedan servir de testigos si viene la Comisión
Investigadora de la Cámara de Diputados.
En el libro Napalpí, la herida abierta, el periodista Mario Vidal detalla: «El ataque
terminó en una matanza, en la más horrenda masacre que recuerda la historia de las
culturas indígenas en el siglo XX. Los atacantes sólo cesaron de disparar cuando
advirtieron que en los toldos no quedaba un indio que no estuviera muerto o herido. Los
heridos fueron degollados, algunos colgados. Entre hombres, mujeres y niños fueron
muertos alrededor de doscientos aborígenes y algunos campesinos blancos que también
se habían plegado al movimiento huelguista».
Se dispararon más de 5000 tiros y la orgía de sangre incluyó la extracción de testículos, penes y
orejas de los muertos, esos tristes trofeos fueron exhibidos en la comisaría de Quitilipi. Algunos
muertos fueron enterrados en fosas comunes, otros fueron quemados.
En el mismo audio, el cacique toba Esteban Moreno, contó la historia que es transmitida
de generación en generación:
En las tolderías aparecieron soldados y un avión que ametrallaba. Los mataron porque se
negaban a cosechar. Nos dimos cuenta que fue una matanza porque sólo murieron aborígenes,
tobas y mocovíes, no hay soldados heridos, no fue lucha, fue masacre, fue matanza, por eso
ahora ese lugar se llama Colonia La Matanza.
La Reducción de Napalpí había sido fundada en 1911, en el corazón del Territorio
Nacional del Chaco. Las primeras familias que se instalaron eran de las etnias Pilagá,
Abipón, Toba, Charrúa y Mocoví.
Además de someterlos, el gobierno quería ampliar los cultivos, dar tierra a grandes
terratenientes y concentrar a los indígenas en reservas. Siempre la versión oficial,
«civilizadora y cristiana», hablaba de malones o enfrentamientos despiadados. Pero los
muertos siempre eran pobladores originarios. Acerca de estos imaginarios combates, el
historiador Alberto Luis Noblía remarca que «las naciones aborígenes chaqueñas no
practicaron el malón, usual en otros pueblos. Todo lo contrario, los inmigrantes llegados
de Europa nunca fueron perseguidos por los entonces dueños de las tierras. Al contrario,
el colono supo encontrar en el indígena mano de obra barata».
Los testimonios de testigos oculares hablan de unos doscientos muertos. Las fuentes
coinciden en señalar que no hubo resistencia alguna por parte de los indígenas, por lo
que el hecho fue, en la práctica, un fusilamento masivo seguido de actos aberrantes:
...les extraían el miembro viril con testículos y todo, que guardaba la canalla como trofeo... Los
de Quitilipi declararon luego que estos tristes trofeos fueron exhibidos luego, haciendo alarde de
guapeza en la comisaría... Para completar el tétrico cuadro, la policía puso fuego a los toldos,
los cadáveres fueron enterrados en fosas... hasta ocho cadáveres en cada una... (y algunos
quemados).
Ninguno de los hombres que cometieron la masacre murió o resultó herido y nunca se
realizó una investigación ni se llevó a juicio a los culpables.
MASACRE DE NAPALPÍ
En la mañana del 19 de julio de 1924, 130 policías y un grupo de
civiles partieron desde Quitilipi hasta Napalpí, a 120 kilómetros de
Resistencia, Chaco. El historiador Favio Echarri reseñó que el
entonces gobernador del territorio chaqueño, Fernando Centeno,
había ordenado: "Procedan con rigor para con los sublevados". Según
datos de la Red de Comunicación Indígena, durante 45 minutos la
policía descargó más de 5 mil balas de fusil sobre la reducción de
Napalpí, palabra toba que paradójicamente significa "lugar de los
muertos".
Pedro Solans y Carlos Díaz indican que el total de víctimas fue de
423, entre indígenas y cosecheros de Corrientes, Santiago del Estero
y Formosa. El 90 por ciento de los fusilados y empalados eran tobas y
mocovíes. Algunos muertos fueron enterrados en fosas comunes,
otros sólo quemados. Se estima que lograron escapar 38 niños. La
mitad fueron entregados como sirvientes en Quitilipi y Machagai,
mientras el resto murió en el camino.
También se salvaron 15 adultos, entre ellos Melitona, una de las
pocas mujeres que tuvo la fortuna de no ser violada.
El relato de los historiadores es desgarrador. En el libro "Memorias
del Gran Chaco", Mercedes Silva señala que el mocoví Pedro Maidana
fue muerto de forma salvaje: "Le extirparon los testículos y una oreja
para exhibirlos como trofeo de batalla". Maidana había sido uno de
los líderes de la huelga que derivó en la matanza.
Los aborígenes y criollos reclamaban una justa retribución por la
cosecha de algodón o bien poder salir de la provincia para trabajar en
los ingenios de Salta y Jujuy, que ofrecían mejor paga. Para la
versión oficial se trató de una "sublevación indígena".
Asesinaron a todos y, como trofeos de guerra, cortaron orejas, testículos y penes, que luego
fueron exhibidos como muestra de patriotismo en la localidad cercana de Quitilipi. Los
asesinados fueron más de 200 aborígenes que reclamaban una paga justa para cosechar el
algodón de los grandes terratenientes. Para justificar la matanza, la versión oficial esgrimió una
"sublevación indígena". A 80 años de la masacre, no habrá actos oficiales, pero los pobladores
originarios la recordarán en cada comunidad.
En 1895, la superficie sembrada de algodón en el Chaco era de sólo 100 hectáreas. Pero el
precio internacional ascendía y los campos del norte comenzaron a inundarse de capullos
blancos donde trabajaban jornadas eternas miles de hombres de piel oscura. En 1923, los
sembradíos chaqueños de algodón ya alcanzaban las 50 mil hectáreas. Pero también debían
multiplicarse los brazos que recojan el "oro blanco".
A la mañana del 19 de julio, 130 policías y algunos civiles partieron desde la localidad de
Quitilipi hasta Napalpí. Después de 45 minutos de disparar los Winchester y Mauser a todo lo
que se movía, sólo quedó el silencio y la humareda de los fusiles. Los heridos –fueran
hombres, mujeres o niños– fueron asesinados a machetazos. El periódico Heraldo del Norte
recordó el hecho a finales de la década del ’20: "Como a las nueve, y sin que los inocentes
indígenas realizaran un solo disparo, hicieron repetidas descargas cerradas y enseguida, en
medio del pánico de los indios (más mujeres y niños que hombres), atacaron. Se produjo
entonces la más cobarde y feroz carnicería, degollando a los heridos sin respetar sexo ni
edad".
El libro Memorias del Gran Chaco, de la historiadora Mercedes Silva, confirma el hecho y
cuenta que el mocoví Pedro Maidana, uno de los líderes de la huelga, corrió esa suerte. "Se lo
mató en forma salvaje y se le extirparon los testículos y una oreja para exhibirlos como trofeo
de batalla", asegura.
En el libro Napalpí, la herida abierta, el periodista Vidal Mario detalla: "El ataque terminó en una
matanza, en la más horrenda masacre que recuerda la historia de las culturas indígenas en el
presente siglo. Los atacantes sólo cesaron de disparar cuando advirtieron que en los toldos no
quedaba un indio que no estuviera muerto o herido. Los heridos fueron degollados,algunos
colgados. Entre hombres, mujeres y niños fueron muertos alrededor de doscientos aborígenes
y algunos campesinos blancos que también se habían plegado al movimiento huelguista".
La Reducción de Napalpí –palabra toba que significa lugar de los muertos– había sido fundada
en 1911, en el corazón del Territorio Nacional del Chaco. Las primeras familias que se
instalaron eran de las etnias Pilagá, Abipón, Toba, Charrúa y Mocoví. El corresponsal del diario
La Razón, Federico Gutiérrez, escribió en julio de 1924: "Muchas hectáreas de tierra en flor
están en poder de los pobres indios; quitarles esas tierras es la ilusión que muchos desean en
secreto".
A ochenta años de la masacre, el lugar está sólo habitado por una familia que dice escuchar los
lamentos de las víctimas cuando cambia el viento. El cacique Alfredo José dijo a Télam que
reclama una reparación histórica. Su antecesor, Angel Nicola, recordó con amargura las
promesas incumplidas de autoridades y legisladores. Reclaman que se coloque un cartel que
indique que allí, en Napalpí, ocurrió la matanza. José impulsó una ceremonia en la escuela de
Colonia Aborigen, pero no prosperó porque el tema no figura en los programas de estudios de
los descendientes de los masacrados. Una frustración más: los carteles oficiales de la Ruta
Nacional 16 ubican a Napalpí en otra parte, como otra muestra del olvido y ocultamiento.
Por Argenpress.info
La masacre ocurrida en el entonces territorio nacional del Chaco fue un ejemplo de cómo la
opresión indígena jugaba en aquellos años un rol en la acumulación capitalista mediante la
utilización de mano de obra barata en el trabajo agrario del norte argentino.
Ese trágico 19 de Julio de 1924, unos 130 hombres armados entre la policía y gendarmería,
atacaron El Aguará sin encontrar resistencia. Según los diarios de la época, y las denuncias
formuladas por los diputados socialistas en la cámara de Diputados de la Nación, los atacantes
sólo cesaron de disparar cuando 'advirtieron que en los toldos no quedaba un indio que no
estuviera muerto o herido'. Los heridos fueron degollados, los esfínteres de algunos de ellos
fueron colgados en palos. Entre hombres, mujeres y niños, se calculan doscientos muertos
aborígenes y algunos campesinos blancos.
El ejemplo de los tobas podría extenderse a todo el norte argentino, movilizando por sus jefes
políticos-religiosos -los chamanes - y por una fuerte mítica escatológica basada en un
renacimiento de las tradiciones morales y religiosas indígenas.
El entonces gobernador Centeno, alentado por los hacendados, ordenó la represión de los
indefensos aborígenes que, hay que destacarlo, estaban ejerciendo su resistencia en forma
pacífica y en ningún momento recurrieron a las armas. Lo curioso de la terrible tragedia es que,
después de producida, el silencio más absoluto la ocultó por décadas, a pesar de las denuncias
parlamentarias que, muy pronto, también se acallaron.
La plaza central de la ciudad de Machagai fue sede del homenaje a Melitona Enrique, única
sobreviviente de lo que se conoce la Masacre de Napalpí, al cumplir 107 años. "No basta con
mirar hacia atrás. Hoy en nombre del Estado del Chaco pido perdón por los crímenes de lesa
humanidad que el 19 de julio de 1924 cometió el gobierno del entonces Territorio Nacional.
Nuestro propósito va mucho más allá de esta formalidad omitida hasta ahora", dijo el
gobernador.
"Es posible construir otra justicia: Entre todos los hombres y mujeres de buena voluntad
podemos construir una justicia que repare ésa y otras heridas del pasado: ése el objetivo del
Gobierno el Chaco".Capitanich recordó que mucho de lo que se sabe en la actualidad acerca
de la El gobierno chaqueño pidió perdón por la masacre de Napalpí
Masacre
de
Napalpí Melitona Enrique, cuyo cumpleaños 107 fue celebrado en la plaza de Machagai con la
se debe presencia del gobernador Jorge Capitanich, quien le pidió perdón y le rindió un
a lo homenaje. En 1924 tenía 23 años, se salvó escondiéndose en el monte durante varios
días, sin comida ni agua. Ella misma recordó en una oportunidad que "los cuervos
estuvieron una semana sin volar, porque seguían comiendo los cadáveres".
realizado en su momento por el ex diputado Claudio Ramiro Mendoza, quien falleció el 12 de
mayo de 2006. Tanto los libros "Napalpí, la herida abierta", publicado por el periodista Vidal
Mario en el año 1998, y "Crímenes en sangre", del escritor chaqueño Pedro Solans, abrevian
en la documentación aportada por el diputado Mendoza.
Buscando localizar el lugar de los dramáticos hechos que desencadenaron la masacre indígena
de 1924, penetramos en El Aguará bajo un sol abrasador y por caminos de tierra, algunos muy
estrechos.
Las dos versiones que logramos difieren en la interpretación: los dichos que corresponden a
descendientes indígenas, los de los criollos. En los primeros se mantiene inalterable el relato
que fueron reconstruyendo historiadores, antropólogos e investigadores, sobre el martirio de
esos hombres, mujeres, niños y ancianos inmolados por el odio y el miedo de quienes los
atacaron brutalmente. En cambio, la visión criolla repite el relato colonizado - como diría Franz
Fanon -, en donde los aborígenes debieron ser reprimidos porque estaban 'levantados' o
pensaban atacar a los centros poblados, cosa que nunca existió ya que se habían internado en
las entrañas de El Aguará rodeado de su mística político-religiosa y, conviene recalcar, se trató
de un levantamiento pacífico, no violento, y ese carácter adquiere verosimilitud si se tiene en
cuenta que durante los hechos sangrientos no cayó ningún blanco de los que formaban parte
del grupo agresor, y tampoco hay registros de ataques indígenas a zonas pobladas, urbanas o
semiurbanizadas en la época.
Recién cuando localizamos el lugar donde se habrían producido los sucesos, ubicado en el
límite entre El Agruará y Napalpí, pudimos establecer que se puede llegar a la zona (fue el
camino de regreso) por la ruta 16, hasta el kilómetro -aproximadamente- número 147, y allí
doblar a la izquierda por uno de los caminos de tierra y luego de avanzar otros cinco kilómetros
se llega a las chacras de los hermanos Angel y Agriano Verdán, actualmente un algodonal,
donde se desencadenaron los sucesos.
Otro dato interesante recogido de testimonios de habitantes de El Aguará - hoy una enorme
reserva indígena que a pesar de la pobreza cuenta dos escuelitas -, es la permanencia en la
conciencia popular de los mitos escatológicos animistas vinculados algunos de ellos con la
masacre que nos ocupa.
Pero lo que no fue un mito, sino una cruel realidad es lo que nos relató una mujer y luego nos
confirmo otro testimonio.
Durante la represión contra los indígenas, además de las fuerzas militarizadas armadas de
fusiles máuser y otros elementos bélicos de la época, fue utilizada una avioneta de
reconocimiento, elemento éste con lo que se trató de amedrentar a los rebeldes indefensos y
evitar cualquier resistencia. Ahora pudimos confirmar la utilización de esa avioneta o planeador
sobre la que tuvimos noticias a través del investigador Picciuolo Vals que estudió los hechos de
Napalpí hace ya varios años. Hay, con todo, un agregado, confirmado ahora por los testimonios
de los habitantes de la zona, de origen indígena o criollos: desde el aeroplano mediante la
utilización de alguna sustancia química o de otra clase, se incendió la toldería donde habitaban
los rebeldes.
Para tener una idea que nos ubique ante los hechos, según las reconstrucciones históricas, el
levantamiento toba-mocoví, tuvo una gran presencia milenarista y religiosa. Según las
costumbres autóctonas, el templo o templete para el culto religioso se construía fuera del lugar
donde se instalaban las viviendas indígenas. El ataque se habría producido cuando éstos
retornaban a su hogar en las primeras horas de la mañana, luego de un oficio religioso.
Según el antropólogo Picciuolo Vals, en el templete, levantado sobre una altura, y que consistía
en una rústica casita, se 'aparecía' el Dios indígena, o los dioses, que tomaban contacto con su
pueblo para fortalecerlos espiritual y materialmente. Era una relación directa sin mediación
chamánica, aunque estos jefes político-religiosos fueron guía del movimiento.
Testimonios recogidos en la reserva de El Aguará nos destacaron que cuando la 'seca' llega a
su fin y se produce una gran tormenta con sus fuertes lluvias, ante de los precipitaciones los
indígenas dicen escuchar los 'tambores' que ejecutaban los antiguos lugareños masacrados.
Mito, leyenda, animismo, los testimonios permiten advertir la persistencia del pensamiento
mágico y ritual propio de la cultura nativa y parte de su especificidad moral y espiritual,
elemento indispensable para sortear durante siglos la opresión blanca, el racismo, el olvido, la
discriminación e, incluso, junto al exterminio el proceso intenso de trasculturización cristiana
blanca.
Recorrido El Aguará nos fuimos acercando tras un viaje donde debíamos descorrer algunos
caminos hasta encontrar el lugar que nos interesaba: las chacras de Angel y Agriano Verdán.
Fue allí, según el testimonio de los pobladores, aborígenes o criollos, donde se produjeron los
hechos de violencia. Precisamente en la chacra de Agriano Verdán. Sobre un sembradío de
algodón se levantaban las tolderías de los rebeldes y allí cerca, sobre una altura que ya no
existe porque fue desmontada, se alzaba el templete religioso. Según nos dijo Angel Verdán
bajo la altura habían existido dos pistas de bailes indígenas, tal vez para bailes rituales o como
parte de la vida comunitaria y social. Angel Verdán nos relató que en los últimos años han
encontrado en la zona, durante la siembra o en las cosechas, bajo tierra, trozos de platos u
otros utensilios que habrían pertenecido a los infortunados indígenas asesinados. Nos expresó
también que en la cercanía, a la que no llegamos, había una fosa común donde se tiraron los
restos humanos después de la masacre. Nos preguntamos por qué no existe allí un monolito,
una placa, un señalamiento que recordara a los inmolados. Tal forma de recordación no forma
parte de las costumbres indígenas que recurren a la transmisión oral de sus símbolos y
creencias, pero sería obligación moral de las autoridades, partidos políticos, sindicalistas,
organizaciones religiosas y culturales, hacer un señalamiento para que no se borre de la
conciencia popular argentina un suceso que se emparenta en otra época y con distintos actores
a la masacre de Margarita Belén. Porque somos los blancos los que estamos en deuda con
aquellos que sufrieron el calvario a los que se refiere Santiago (V.1) cuando recuerda los que
'han condenado a los justos y ellos no se resistían'.
La tragedia indígena de Napalpí tuvo aspectos particulares que corresponde analizar a la luz de
esos hechos dramáticos.
En Sáenz Peña y otras ciudades y pueblos chaqueños tenían cierta influencia en aquellos años
el Partido Socialista y núcleos de ideologías libertarias y anarquistas. Sin embargo, estos
sectores, ganados por concepciones eurocentristas no apoyaron en un primer momento ni
comprendieron el significado del levantamiento pacífico indígena, principalmente toba.
Sin embargo, hubo un aliado indígena, algunos comerciantes de origen árabe que actuaban en
la venta de productos, tanto a blancos como a indígenas. Tal vez su no adscripción al
pensamiento eurocentrista y racionalista tradicional, hizo que aquellos inmigrantes árabes
entendieran el significado político, social y religioso del levantamiento toba-mocoví. Cuando la
violencia se desató sobre los indefensos indígenas cobrando sus vidas, recién allí fue cuando
el Partido Socialista, intelectuales y sindicalistas libertarios advirtieron el error anterior y se
movilizaron a favor de esos sectores irredentos. En la Cámara de Diputados de la Nación,
diputados socialistas como Antonio De Tomaso y Mario Bravo denunciaron el genocidio
indígena y reclamaron al gobierno nacional del presidente radical Marcelo Torcuato de Alvear,
para que detuviera nuevas masacres.
Fuente: Argenpress.info
Una sobreviviente de la
masacre de Napalpi cuenta
su historia
Por Pedro Jorge Solans*
Su tío le dijo que el silencio era tan importante como esconderse. Si era necesario había que
olvidar.
Ella, una hermosa joven toba de 23 años, no sabía cómo borrar lo sucedido esa mañana.
Esa mañana de sábado, 19 de julio de 1924, cuando esos hombres blancos mataban y
mataban desde un aparato que volaba. Aquellos labios de aquellas bocas con aquellas
dentaduras. Aquellos hombres blancos, hombres blancos con gafas negras, que miraban y se
reían desde arriba.
¡Cómo olvidarlo!
Abrían la boca. Abrían la boca. Se reían, y festejaban, cuando caían los niños, las mujeres, los
ancianos…
Y después los policías a caballo que disparaban y los de a pie que degollaban con tanta furia
que los uniformes reventaban. No parecían seres humanos.
¿O sí?
Se abordan las nefastas consecuencias de aquella trágica matanza y se alerta sobre "el actual
genocidio de los pueblos originarios, que ocurre a silencio, sigilosamente, a fuego lento, en
forma casi desapercibida para la opinión pública".
Se pone de relieve, seguidamente, cómo los episodios actuales ratifican la vigencia de los
sucesos trágicos de Napalpí y, a través de distintos testimonios, se revelan los intereses
ocultos que hay detrás de la desaparición de los aborígenes. El libro, finalmente, se convierte
en una reflexión acerca de la deuda que existe con las naciones aborígenes.
Pedro J. Solans, cuyo abuelo fue uno de los civiles que participaron del ataque a los
aborígenes "sublevados", es oriundo de Quitilipi pero larga radicación y trayectoria en el
campo del periodismo y de la literatura cordobesa. Fundó y dirige actualmente "El Diario
Cordobés" y "El Diario de Carlos Paz", respectivamente.
Durante el mediodía de ese maldito sábado, el avión recorrió varias veces la zona para ver si
quedaban aborígenes vivos. Sobrevolaba el lugar de la masacre.
Aquella mañana, Melitona corría hacia el monte, y cayó, y entre todos la arrastraron. Estuvo
días sin comer. Ella y su madre no probaron bocado. No tenían nada, ni agua. Varios días,
varias noches.
Melitona se salvó. Anduvo escondida por los bosques hasta que se hizo olvido, y con el olvido a
cuesta pudo llegar a Quitilipi. En el peregrinar perdió los abuelos, los tíos, los primos. Pero
recordó al tío; el silencio era la salvación y el olvido, la eternidad.
Luego pasó a Machagai, donde el olvido se le hizo más profundo, tan profundo como el miedo.
Y así, sí, mansamente, emprendió el regreso al paraje El Aguará. Llegó como un fantasma,
como si lo vivido hubiese sido una leyenda. La angustia se había hecho hueso en las entrañas
de Melitona. Su piel empezó a oler distinto. La mujer había cambiado para siempre.
Sobreviviente.
El Aguará es triste cuando llueve. Llueve y el carro que va de cuneta a cuneta, como tractor,
hace huellas en el barro intransitable.
El fuego late apenas en el rancho de los hermanos Irigoyen. El fuego late apenas, entre
cenizas que prolongan el gris de la cabellera de Melitona, que alguna vez fue azabache.
La toba qom vive aún ahí con dos de sus doce hijos, postrada en algo semejante a un catre,
donde pelea un lugar con los animales, las garrapatas, los insectos y con quien quiera
compartir sus 106 años. Esos años que le enseñaron que su historia, la historia de su pueblo,
se había reducido a derrota.
Mueve constantemente sus manos como si estuviera hilando algodón. Aquel algodón que tanto
apetecían los ingleses, los norteamericanos; pero que ella sólo sabía de capataces y colonos
blancos. Acaricia un trapito azul agradeciendo la única suavidad que conoció sus agrietados
dedos. Se limpia con una precisión horaria, a cada rato, sus ojos profundos. Esos luceros que
se humedecían automáticamente y parece que siguen llorando a cuenta de tanto horror que
vio. Se limpia con el mismo trapito azul la boca que se abre buscando oxígeno y para dibujar
palabras después de tanto silencio.
Sobrevive aquella terrible masacre que soportaron tobas y mocovíes a manos de policías,
gendarmes y vecinos chaqueños.
El padecimiento de Napalpí amasó
silencio de víctimas, y más silencio de
victimarios. Años y años en silencio. Años
y años de crónicas distorsionadas. De
lechuzas malagüeras, de quitilipis heridos.
Melitona enfermó y no le quedan fuerzas. Ya no tiene aquella fuerza que usó aquella mañana
cuando los policías del Territorio del Chaco ametrallaban y ametrallaban.
"Los policías andaban a caballo. Pero la infantería ametralló primero." Todavía tiene miedo a
los uniformados.
De tanto olvido, ahora está olvidada, lejos del pavimento, reducida a un cofre donde hay
silencios, o cosas sencillas, o sabiduría que no cotizan en el mercado de valores.
Hoy sigue el hambre, pero come, come al compás del salto de un caballo en el ajedrez y tiene
medicamentos, cuando hay gasoil para la F100 de la posta sanitaria de El Aguará.
Se refugiaron en la casa de don Segundo donde protegían a los refugiados. Allí se enteraron
que desde el aparato que volaba mataron a sus abuelas, y los policías a caballo asesinaron a
los abuelos.
Melitona tenía los crímenes en la sangre cuando se casó con Dalmacio Irigoyen. Sus doce hijos
heredaron el miedo y se debilitó la dignidad qom de los caciques Dialrochií y Juanalraí.
Prevaleció la
derrota.
La sangre se
estiró
inevitablemente y
como brazos
infinitos, de aquí
en más,
sobrevivirá.
Licuada.
Mezclada.
Extinguiéndose
en una lengua
muda.
Hace poco se
enteró que sus hijos y sus hermanos están desparramados por Buenos Aires, por Santa Fe, por
Chaco, y nunca más los vio.
Las piernas no le responden. La sacan afuera cuando hay lindo día, para que camine un poco,
para que vea con esos ojos llorosos el campo, para que no pierda el suspiro de belleza que es
soñar, aunque sea, por una ayuda.
Melitona no está acostumbrada a usar la memoria. La mantuvo quieta, casi agonizante mucho
tiempo. Pero, de a poco, naturalmente, su memoria quiere resucitar. Y en esos espasmos
memoriosos, habló, recordó que trabajaban los hombres y las mujeres todo el día. Había
organización. Las mujeres se ocupaban de los quehaceres en el rancho y en la cosecha. Dijo
que se escaparon muchos y, prácticamente, no sabe porqué vinieron a matarlos ese día de
crespón negro. Piensa que ellos no tenían ninguna culpa.
"Nadie avisó que querían pelear. Estábamos durmiendo porque la noche anterior tuvimos
fiesta. Los administradores y los capataces se habían ido."
Su tío se volvió loco. Pegaba cabezazos a la tierra, a los árboles, y corría de un lado para otro.
Enloqueció cuando regresaba al lugar de la matanza y en el camino vio como los cuervos
destrozaban los cuerpos de su madre y de su hermano.
"Los aborígenes se amontonaban para el reclamo. Le pagaban muy poco en el obraje, por los
postes, por la leña, y por la cosecha de algodón. No le daban plata. Sólo mercadería para la
olla grande donde todos comían. Por eso se reunieron, y reclamaron a los administradores, y a
los patrones. Y se enojaron los administradores y el Gobernador.
Trabajaban para la Administración y ahí por eso, seguramente, se enojaron y nos mataron.
En el Aguara éramos como mil aborígenes cuando atacaron. En las tolderías no había armas
de fuego. Y nos mataron más de doscientos: hombres, mujeres, ancianos, ancianas, y niños.
Los hombres queríamos volver a las tolderías pero éramos perseguidos por la policía. Nunca
hubo malones. Querían sacarnos las tierras y eliminarnos.
Querían eso. Eliminar a todos los aborígenes y meter gente criolla, gente gringa. Mis hijos
aborígenes. Y los aborígenes queremos trabajar en agricultura."
Melitona se hunde en el qom y Mario y Savino Irigoyen, los hijos que más la cuidan, se hunden
con ella, pero desde una profundidad milenaria nace una voz, imposible de saber si era de la
anciana sobreviviente o de los hijos, pero la esencia era una sola:
"Queremos trabajar como aborigen. Los aborígenes no somos malos. Los blancos nos quieren
eliminar; y yo pregunto: ¿Por qué? Sí todos somos iguales."
Silencio.
Ella espera.
Ella necesita.
"Al techo de su rancho le pusimos una frazadita por la calentadura del sol"; explicó Savino
Irigoyen.
Verano en el Chaco adentro.
Aunque este año por primera vez un gobierno provincial le rindió homenaje y le obsequió una
vivienda, su partida fue como la mayor parte del tiempo vivido: en la pobreza y exclusión."
Luego, gracias a las investigaciones realizadas por el historiador Pedro Solans y el periodista
Mario Vidal, se conocieron datos de esta parte de la historia cruel y sangrienta.
Napalpí es una localidad del interior de la Provincia del Chaco. Este contexto era habitado y
dominado por los indígenas.
La propia gobernación, mediante una nota al Presidente del "Aero Club Chaco" Dr. Agustín
Cabal (h), solicita la cooperación de su entidad facilitando uno de los aviones que posee. En la
misma explícita la tarea encomendada:"que iría tripulado por el experto piloto Sargento
Esquivel, con el fin de practicar una exploración detenida de los parajes en los que indígenas
se hallan reconcentrados, y poder informar a este Gobierno con exactitud cantidad de los
mismos y elementos de que disponen, datos estos, de indiscutible importancia para poder
tomar las medidas necesarias que el momento y circunstancias requieran"- Fechado el 17 de
julio de 1924.
"Cuando la policía se vio segura avanzó en jauría hacia los toldos y aquello fue espantosa
escena que repugna narrar. Indio que se hallase con vida, sin respetar sexo ni edad, era
ultimado, acribillándosele a balazos o a machetazos. Parece que los criminales se hubieran
propuesto eliminar a todos los que se hallaron presente en la carnicería del 19 de julio, para
que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la Cámara de
Diputados.
La caza del indio continuó por parte de la policía. Había que exterminar...a todos. Durante un
mes -nos dice uno de los conocedores de la tragedia- se persiguió a los indígenas que
pudieran escapar con vida, a los que se les mataba en donde se les encontraba y hasta para
no dejar rastro, se les quemaba" - Heraldo del Norte. Edición Extraordinaria. Año IX, N. 652,
27/06/1925. Napalpi IV.p.51 .(38)
Por eso las tropas de línea no recibieron ningún daño. Mi hermano contaba que uno solo fue
herido pero no era de gravedad, sólo un raspón acá en los dedos". ‘Todo fue un arreglo del
gobernador y del jefe de la Policía del Territorio, cuando se pusieron firmes para la destrucción
del indio.
Ciento cinco soldados fueron apostados a 500 metros de las tolderías. Vino un avión que les
echó caramelos y masitas para que se junten, y para mirar si tenían trinchera.
La primera descarga tiraron arriba y la siguiente haciendo blanco. Fue en pocos minutos que la
toldería quedó en silencio con humareda...".
Según expresan los relatos ya registrados por varios investigadores del tema, el avión se
apareció en el lugar y: "...al oír el ruido del motor de la máquina, los indígenas salieron al
descampado sin saber que la policía los acechaba, cuando de pronto se produjeron cerradas
descargas. Se asegura que se dispararon 5.000 cartuchos.
Tras las descargas las tropas, avanzaron sobre los toldos y dieron muerte a balazos y
machetazos a los que habían quedado con vida, y luego prendieron fuego a las pobres
‘huestes’ (López Piacentini)
"...130 hombres descargan con sus fusiles Máuser y Winchester, más de 5.000 cartuchos en
menos de dos horas, sin tener una sola baja. Sáenz Loza ordena que degüellen a los muertos y
heridos. Como trofeo de guerra les arrancan las orejas y los testículos y cortan y mutilan los
pechos de las mujeres" (Romero.F).
"El ataque terminó en una matanza, en la más horrenda masacre que recuerda la historia de
las culturas indígenas en el presente siglo.
Los atacantes sólo cesaron de disparar cuando advirtieron que en los toldos no quedaba un
indio que no estuviera muerto o herido. Los heridos fueron degollados, algunos colgados. Entre
hombres, mujeres y niños fueron muertos alrededor de doscientos aborígenes y algunos
campesinos blancos que también se habían plegado al movimiento"(Mendoza,M).
Muchos de los cadáveres fueron quemados junto con tolderías, otros quedaron expuestos por
días y fueron garrapiñados por los buitres, otros relatos hablan de los enterramientos. "...al otro
día sale la policía a juntar persona para sepultar los muertos. Tenían 38 personas que
trabajaban en la toldería. Había dos pozos de agua y allí fueron sepultados 75 en un pozo y en
el otro 70 más.
Noventa días anduvo la comisión con ese trabajo de matar a los que encontraban en el monte."
Relato de la madre de Gonzalo Leiva. "...mi papá ayudó a enterrar a los muertos. El contaba
que hacían zanjas, tiraban a los muertos y los quemaban. Cuando terminaba con ese grupo,
traían a otro." Relato de Lino Fernández.
Esta es una historia que debemos conocer todos, para la reivindicación de los pueblos
primitivos, cruelmente discriminados, aún en la actualidad. Debemos recordar que: no hay
culturas superiores a otras, sino, DIFERENTES.
Tampoco hay seres humanos superiores a otros, solo DISTINTOS. Y ocupamos lugares en la
sociedad solo TEMPORALMENTE.
Para justificar la matanza la versión oficial esgrimió "sublevación indígena". Era el mismo
período de las masacres de obreros en la Patagonia, años en los que en el norte argentino
solía hablarse de rebeliones indígenas para justificar el asesinato de pobladores originarios que
resistían su inclusión definitiva a un mercado de trabajo que exprimía vidas a bajo precio. A 80
años de aquella masacre, no habrá actos oficiales, pero los pobladores originarios recordarán
la matanza en cada comunidad.
En 1895 la superficie sembrada de algodón en el Chaco era de sólo 100 hectáreas. Pero el
precio internacional ascendía y los campos del norte comenzaron a inundarse de capullos
blancos donde trabajaban jornadas eternas miles de hombres de piel oscura. En 1923 los
sembradíos chaqueños de algodón ya alcanzaban las 50.000 hectáreas. Pero también debían
multiplicarse los brazos que recojan el "oro blanco".
A la mañana del 19 de julio, 130 policías y algunos civiles partieron desde la localidad de
Quitilipi hasta Napalpí. Después de 45 minutos de disparar los Winchester y Máuser a todo lo
que se movía, hubo silencio y humareda de los fusiles. Los heridos -fueran hombres, mujeres o
niños- fueron asesinados a machetazos. El periódico Heraldo del Norte recordó, a finales de la
década del 20, el hecho: "Como a las nueve, y sin que los inocentes indígenas hicieran un sólo
disparo, hicieron repetidas descargas cerradas y enseguida, en medio del pánico de los indios
(más mujeres y niños que hombres), atacaron. Se produjo entonces la más cobarde y feroz
carnicería, degollando a los heridos sin respetar sexo ni edad".
En el libro "Memorias del Gran Chaco", de la historiadora Mercedes Silva, se confirma el hecho
y cuenta que el mocoví Pedro Maidana, uno de los líderes de la huelga, corrió esa suerte. "Se
lo mató en forma salvaje y se le extirparon los testículos y una oreja para exhibirlos como trofeo
de batalla", asegura.
En el libro "Napalpí, la herida abierta", el periodista Vidal Mario detalla: "El ataque terminó en
una matanza, en la más horrenda masacre que recuerda la historia de las culturas indígenas en
el presente siglo. Los atacantes sólo cesaron de disparar cuando advirtieron que en los toldos
no quedaba un indio que no estuviera muerto o herido. Los heridos fueron degollados, algunos
colgados. Entre hombres, mujeres y niños fueron muertos alrededor de doscientos aborígenes
y algunos campesinos blancos que también se habían plegado al movimiento huelguista".
Nos dimos cuenta que fue una matanza porque sólo murieron aborígenes, tobas y mocovíes,
no hay soldados heridos, no fue lucha, fue masacre, fue matanza, por eso ahora ese lugar se
llama Colonia La Matanza".
La Reducción de Napalpí -palabra toba que significa lugar de los muertos- había sido fundada
en 1911, en el corazón del Territorio Nacional del Chaco. Las primeras familias que se
instalaron eran de las etnias Pilagá, Abipón, Toba, Charrúa y Mocoví. El corresponsal del diario
La Razón, Federico Gutiérrez, escribió en julio de 1924: "Muchas hectáreas de tierra flor están
en poder los pobres indios, quitarles esas tierras es la ilusión que muchos desean en secreto".
A ochenta años de la Masacre de Napalpí, aún nadie fue sancionado, el crimen permanece
impune y las escasas tierras que permanecen en manos aborígenes les siguen siendo
arrebatadas.
Napalpí no fue una matanza aislada, sino una práctica recurrente del poder político y los
terratenientes --con la mano de obra policial o militar-- para privar a los pobladores originarios
de su forma ancestral de vida e introducirlos por la fuerza al sistema de producción. Todos los
historiadores revisionistas coinciden en esa mirada y, en el libro "La violencia como potencia
económica: Chaco 1870-1940", Nicolás Iñigo Carrera afirma: "Los aborígenes de la zona
chaqueña vivían sin la necesidad de pertenecer al mercado capitalista. La violencia ejercida
hacia ellos, por la vía política con la represión y por la vía económica tuvo como objetivo
eliminar sus formas de producción y convertirlos en sujetos sometidos al mercado".
"Se comenzó a privar a los indígenas de sus condiciones materiales de existencia. Se inició así
un proceso que los convertía en obreros obligados a vender su fuerza de trabajo para poder
subsistir, premisa necesaria para la exitencia de capital. Un modo de vivir había sido destruido",
destaca Iñigo Carrera en su libro.
Además de someterlos, el Gobierno quería ampliar los cultivos, dar tierra a grandes
terratenientes y concentrar a los indígenas en reservas. Siempre la versión oficial, "civilizadora
y cristiana", hablaba de malones o enfrentamientos despiadados. Pero los muertos siempre
eran pobladores originarios. Sobre los imaginarios combates, el historiador Alberto Luis Noblía
remarcó que "las naciones aborígenes chaqueñas no practicaron el malón, usual en otros
pueblos. Todo lo contrario, los inmigrantes llegados de Europa nunca fueron perseguidos por
los entonces dueños de las tierras. Al contrario, el colono supo encontrar en el indígena mano
de obra barata".
El 21 de julio de 1925 --un año después de la matanza--, el ministro del Interior, Vicente Gallo,
reconocía los deseos de Alvear: "El Poder Ejecutivo considera que debe encararse
definitivamente, como un testimonio de la cultura de la República, el problema del indio, no sólo
por razones de humanidad y de un orden moral superior, sino también porque una vez
incorporado a la civilización será un auxiliar valioso para la economía del norte del país".
Fuente: www.causapopular.com.ar
Las causas judiciales por las masacres de Rincón Bomba y Napalpí ingresaron a la agenda
nacional. La Federación Pilagá, junto con sus abogados, Julio García y Carlos Díaz se
entrevistaron con distintos funcionarios nacionales y con el premio Nobel de la Paz, Adolfo
Pérez Esquivel, para exponer la situación judicial y buscar apoyo para continuar la
investigación.
En Rincón Bomba (Formosa) hace casi 60 años fueron asesinados un número aún no
determinado de indígenas del pueblo pilagá. Los testimonios hablan de mil personas ultimadas
por la gendarmería nacional. En Napalpí (Chaco), en 1924, también se toparon con la muerte
indígenas del pueblo qom, entre 450 y 700 de ellos. El número de víctimas no está determinado
porque las excavaciones para rastrear las fosas, en el caso de Formosa, recién se iniciaron, y
hasta el momento se encontraron unos 27 cadáveres. En el caso del Chaco, no empezaron
nunca. En ambos casos, fue el Estado nacional, a través de sus fuerzas de seguridad, el
responsable de las matanzas. Hoy los pueblos indígenas piden justicia, que implicaría el
reconocimiento de la verdad histórica, recuperar los cuerpos de sus muertos y un resarcimiento
a las comunidades. Son, como lo definen los abogados de las causas, los dos genocidios
indígenas más importantes del siglo XX.
Interés nacional
Bartolo Fernández, de la Federación Pilagá, opinó que las reuniones "tuvieron su fruto" porque
lograron interesar a las autoridades e instituciones en las causas. La presencia de los
dirigentes pilagás fue muy importante porque mostró el compromiso de la comunidad y evitó
que las masacres sea tratadas solo como causas judiciales para mostrarlas como parte de la
lucha de los pueblos indígenas.
Adolfo Pérez Esquivel también sumó su acompañamiento. "Se pone en evidencia un genocidio
contra las comunidades indígenas, no solo lo que fue la tremenda campaña del desierto sino
todos los genocidios cometidos a lo largo del tiempo" dijo. "Hay que tratarlo a través de la
verdad, de la justicia, lo que debe ser la reparación del daño hecho a las comunidades".
Anticipó que "nosotros vamos a acompañar, tenemos un equipo en el Servicio Paz y Justicia
que trabaja con los pueblos originarios. Hay que pedirle al gobierno que se vuelva querellante
en esto".
Al analizar la situación actual de los pueblos indígenas planteó su preocupación porque "parece
que se los considera ciudadanos de tercera, se les esta quitando las tierras, no se atienden las
necesidades básicas. Otra cuestión es la deforestación, que afecta su cultura, su alimentación,
su hábitat. Y la extranjerización de las tierras que se venden grandes extensiones. Hay que
reestablecer el equilibrio, con nosotros, con la madre naturaleza, estos son los desafíos, en un
mundo materialista que privilegia el capital financiero sobre el humano".
"Esperamos- dijo- que los indígenas se unan. Que tengan voz propia, nosotros vamos a
acompañar pero a través de la voz de los mismos indígenas, porque sino sería entrar en un
proceso de re-colonizacion. Los indígenas tienen voz propia y tienen que hacer valer su voz y
vamos a acompañar la reivindicación de sus derechos".
De esta manera ingresa a una nueva instancia una historia que comenzó en 1998 con la
aparición del libro "Napalpí, la herida abierta" de Vidal Mario (cuya tercera edición fue lanzada
recientemente por Librería de la Paz) rescatando del olvido la masacre ocurrida el 19 de julio
de 1924. En octubre de 2004, 80 años después, se inició una demanda por 116.000.000 de
dólares ante el Juzgado Federal de Resistencia, en el marco del expediente caratulado
"Asociación Comunitaria La Matanza c/Estado Nacional - Poder Ejecutivo -s/Daños y perjuicios,
lucro cesante, daño emergente y moral".
El comunicado sigue diciendo que la Nación "minimiza la masacre, como si la pérdida de una
sola vida no fuera ya una tragedia, aduciendo con total ligereza que el número de afectados
ascendía "sólo a más de cincuenta". Si así fuera, ¿no es un gran crimen asesinar a "más de
50" ? (punto 7 del escrito de contestación de la demanda). Justifica lo injustificable al decir
textualmente que la masacre de Napalpí fue como reacción a "determinados actos de violencia
que habían acaecido como consecuencia del accionar de los indios tobas, así como de las
demás etnias que habitaban la provincia, wichís y mocovíes. Al principio hubo una resistencia
pasiva por parte de algunos, con la protesta de los que no entregaban y la de los más ladinos,
que aconsejaban la resistencia, invitando a los otros a consultar al comerciante proveedor,
etcétera. Y aquí aparece el dios de los indios. La administración nada hizo para resolver el
conflicto y entonces los indios empezaron a reunirse al lado del titulado dios. De todos los
rumbos empezaron a llegar indios; de Resistencia, Colonia Popular, Benítez, del norte y del sur
llegaban grupos de indios a escuchar la palabra santa. Así fue que llegó también un grupo de
mocovíes (resaltado en negrita del escrito original de contestación de la demanda, punto 7).
Niega que sean "ciertas las afirmaciones en cuanto a que la población toba tenga el más alto
índice de mortalidad infantil y analfabetismo. Más aún, sin sustento fáctico ni jurídico se oponen
terminantemente a desenterrar las fosas comunes negando el derecho al duelo y a dar humana
sepultura a sus antepasados, lo que denota una actitud racista y discriminatoria que no tiene
parangón en la justicia argentina. Así lo dice con todas las letras en el punto 12 del escrito de
contestación de la demanda: "Oposición a que en el predio conocido como "Reducción" y
"Colonia Aborigen Napalpí" se realicen y finalicen los estudios antropológicos forenses de
zonas donde estarían fosas conteniendo cadáveres de indígenas argentinos asesinados.
Oposición a que se proceda a realizar excavaciones y estudios en lugares donde se cree que
existen enterrados en fosas comunes cadáveres de indígenas argentinos asesinados en el
lugar señalado".
Finalmente niega la Procuración del Tesoro de la Nación Argentina que los cientos de muertos
en esa masacre tengan valor económico alguno y solicita, en consecuencia, el rechazo de la
demanda".
Fuente: www.voxpopuli.com.ar
Julio Cesar García, uno de los abogados de las demandas contra el Estado por las masacres
de Napalpí (1924, Chaco) y Rincón Bomba (1947, Formosa), denuncia racismo y groseras
contradicciones por parte del Gobierno nacional en el tratamiento de las mismas. En ambas
matanzas se estima que murieron unas 1500 personas de los pueblos toba y pilagá, en lo que
son considerados los dos mayores genocidios indígenas del siglo XX. Lee y escuchá la
entrevista realizada en vivo durante la emisión del miércoles 13 de septiembre de La Señal de
la Paloma (Aire Libre Radio Comunitaria).
Sinceramente lo que nosotros creemos es que el Estado lo que está haciendo es, en los
hechos, negar todo el discurso de derechos humanos que tiene para con la sociedad en
general.
JG: Bueno, lo primero en el caso de Rincón Bomba, hay testigos de la masacre vivos, o sea
hay indígenas que eran niños, adolescentes o jóvenes, que al momento en que ocurrieron los
hechos de Rincón Bomba, eran miembros de familia y vieron diezmadas sus grupos familiares.
Mayor evidencia que esa es imposible.
En segundo lugar, hay un informe realizado por expertos sobre el descubrimiento de por lo
menos cinco tumbas comunes, y el Estado Nacional se ha opuesto a que se sigan cavando
estas tumbas, y también se ha opuesto a que se conserven las mismas, con una serie de
herramientas que si bien son jurídicamente idóneas, porque impiden que se siga la
investigación, éticamente en un caso de derechos humanos que esto lo realice el Estado es
aberrante. Así que nosotros lo que creemos es que hay un discurso del Gobierno nacional para
con la cuestión de los derechos humanos cuando no están en juego los pueblos indígenas;
cuando están en juego los derechos indígenas en realidad las políticas son otras.
- En una nota periodística se habla de una comprobación de los peritos de que los restos
encontrados fueron muertos por armas de fuego. Después hay otro dato fáctico que son los
cuerpos encontrados en distintos lugares, vos hablabas de 5 fosas, lo cual en otra nota se
refiere como el "sendero de la muerte". Podés explicarnos qué es esto y cuántas personas se
estima que murieron en este espacio.
JG: Bueno, un primer dato de la realidad que nosotros tenemos es que el pueblo pilagá, que
fue víctima de esta masacre, está en un proceso de extinción, tiene muy pocos miembros, esto
lo reconoce el propio Estado nacional al contestar la demanda. Eso es el primer dato.
El segundo dato es que los hechos empezaron un día, pero después a los sobrevivientes y a
los testigos o posibles testigos del hecho, los fueron aniquilando y los fueron tirando como
marionetas a fosas comunes cavadas por la propia Gendarmería. Y el informe que vos te
referís, es el informe del consultor que en ese entonces era Enrique Prueger, y el informe del
perito oficial designado por el juez federal Marcos Bruno Quinteros. O sea, la información que
hay está acreditada en la causa, no ha sido desvirtuada por el Estado nacional, pero a pesar de
eso, el Estado nacional en la contestación habla de un enfrentamiento - que a nosotros nos
hacía acordar a la época de la dictura cuando se hablaba de enfrentamientos con la guerrilla' ,
siempre comillas, esos comunicados que lanzaba la dictadura -, con un herido por parte de las
fuerzas de Gendarmería y 500 o 1000 muertos del lado de los indígenas.
JG: Si, es otra verguenza. El Estado nacional acaba de firmar el año pasado, y lo aprobó el
Congreso de la Nación, el convenio internacional de imprescriptibilidad de los delitos de lesa
humanidad. Lo que alega la abogada defensora del Estado nacional es que ese tipo de
imprescriptibilidad puede ser alegada solamente para los crímenes de lesa humanidad
cometidos por la dictadura militar. Falso. Esto es absolutamente falso, porque la
imprescriptibilidad del convenio internacional no tiene plazo retroactivo, debe ser aplicado a
todas las masacres o hechos cometidos por el Estado nacional que no tuvieron investigación.
Y también, seamos sinceros, los indígenas no han podido acceder al sistema de justicia,
porque el sistema de justicia les niega el acceso sistemáticamente al tratarse de una minoría; y
de hecho alega sus propias torpezas el Estado en no instrumentar un ordenamiento jurídico
conteste con la realidad que viven los pueblos indígenas, invoca esas propias torpezas en
cabeza de los indígenas para impedirle nuevamente el acceso al sistema de justicia. Así que a
nosotros nos parece sinceramente una burla a los intereses de los pueblos indígenas.
- No estamos hablando solamente de un caso que se inscribe en lo legal, porque estos hechos
y su gravedad y su resonancia tienen que ver con lo que es la memoria histórica, no solamente
de los pueblos indígenas sino además de toda nuestra sociedad. Es bastante sorprendente
esta declaración, de que aparentemente las violaciones a los derechos humanos las cometen
solamente los Gobiernos dictatoriales y no otros sujetos, es bastante indefendible. ¿Porqué te
parece que el Estado está respondiendo esto, que es de una torpeza enorme?
JG: Mirá, no sólo que le da un tiempo determinado, sino que además dice que no la cometió el
Estado sino que la cometieron sus funcionarios en exceso de sus facultares, cuando todos
sabemos que era una política genocida. Es lo mismo que nosotros sostengamos este principio
en cuanto a lo que hizo la dictadura militar; que no era responsable el Estado argentino o sus
representantes, en ese entonces de facto. Había un plan para eliminar a un determinado grupo
de personas con determinadas caractísticas ideológicas. Si nosotros no asumimos eso,
estaríamos exculpando actualmente con ese discurso a los genocidas de la última dictadura
militar. Entonces es una contradiccion fruto de la desidia que existe para con los pueblos
indígenas, no hay otra explicación, yo hablo de desidia por no decir racismo, discriminación,
continuidad histórica del genocidio o del etnocidio.
- Lo que viene a la cuenta es el caso reciente del intendente de Villa Río Bermejito, en el
Impenetrable chaqueño, que también es denunciado por racismo. Por ahí no estamos hablando
de la misma gravedad, porque no hay muertos en este caso en manos de Gendarmería, pero
las denuncias no cambian mucho. Mismo en Formosa, en la provincia que sucedió Rincón
Bomba, el ataque policial a la comunidad Nam Qom sucedido hace 4 años atrás también ha
quedado sin ningún tipo de culpables. Hay una continuidad, ¿verdad?
JG: Sí, sí, para nosotros eso es clarito, por eso creemos que estas no son causas - coincido
con vos - solamente judiciales, sino que tienen un fuerte contenido político y que tienen que ver
con la relación histórica entre pueblos indígenas y Estado.
- En un documento ustedes afirman que en la contestación del Estado a la demanda por la
Masacre de Rincón Bomba se confunden los hechos con la Masacre de Napalpí. ¿Cómo es
esto?
JG: Sí, fruto de la haraganería del colega que corta y pega de la contestación de la demanda
del colega de Chaco. Recordémosle a tu audiencia que la diferencia que existe entre una y otra
masacre es que una tuvo una investigación de la propia Cámara de Diputados de la Nación de
ese entonces, de 1924, y también hubo una causa judicial, que es reprochable en su resultado,
en su investigación, pero existió. En el caso de Rincón Bomba no existió. Lo que nosotros
como abogados estamos seguros - y quienes acompañamos este proceso - es que hay
testimonios vivos y por esos testimonios vivos que nos impulsan y por la justicia del reclamo
por sus muertos, nosotros sinceramente estamos convencidos de la legitimidad y justicia de la
demanda.
JG: El Estado confunde básicamente el pueblo toba con el pueblo pilagá, confunde la cantidad
de años que sucedió en una y otra masacre, da datos erróneos, cuando habla de los pilagá
habla en realidad de los tobas y cuando habla de los tobas habla de los pilagá; no tenía nada
que decir en la contestación de Rincón Bomba sobre los tobas y lo dice; así que para nosotros
fue que le giraron un archivo de la contestación de Napalpí y de ahí cortó y extrajo algunas
conclusiones. En general, la mayoría de las conclusiones y la estrategia legal se condice con la
de Napalpí, es la misma, el mismo perfil.
- ¿La causa por Napalpí qué avance ha tenido? En Rincón Bomba hay excavaciones, han
encontrado restos, hay en ese sentido un avance que deja algún tipo de esperanzas, más allá
de la respuesta que de el Estado. ¿En el caso de Napalpí se ha iniciado algún tipo de
investigación?
JG: Bueno, en Napalpí hay un impedimiento no salvado por parte de juez federal [Carlos]
Skidelsky, que dice que si estuvieron varios años pueden estar más años esperando los
cuerpos en ese lugar. Eso está apelado ante la Cámara, eso es una medida cautelar que había
pedido el doctor Díaz. Y en el día de mañana [jueves 14 de septiembre] se va a llevar a cabo
una audiencia testimonial, como prueba anticipada, en Machagai, muy cerquita de donde vivían
las comunidades indígenas de Napalpí, por parte de una anciana, y va a actuar de traductor
Orlando Sánchez, un maesto que ha sido reconocido hace pocos días por el Gobierno nacional
como un ejemplo de lucha de los pueblos indígenas. Así que nosotros sinceramente estamos
tratando de avanzar en ambas causas, pero en el caso de Napalpí es muy muy a paso de
tortuga.
- Muy bien, Julio, te agradecemos por toda esta información, vamos a estar comunicados para
poder seguir dándole cobertura a este tema. En Rosario es importante habiendo la comunidad
toba numerosa que hay en esta ciudad, así que te agradecemos mucho.
JG: No, yo les agradezco a ustedes, y otra novedad que existe es que nosotros habíamos
hecho una presentación administrativa, a la Gendarmería pidiéndole que se abrieran los
archivos y que pida perdón por la Masacre, y nos contestaron que sí...a la apertura de los
archivos. Así que dentro de unos días vamos a estar viendo si existen, si están, si han sido
conservados los archivos de la Masacre de Rincón Bomba que tenga la Gendarmería Nacional.
- Así escuchamos a uno de los abogados patrocinantes de las comunidades indígenas en las
causas por justicia para las masacres de Rincón Bomba y Napalpí. Denunció racismo,
contradicciones y groseras torpezas de parte del Estado nacional en el tratamiento de las dos
causas.