El Amor, Hilo Conductor
El Amor, Hilo Conductor
El Amor, Hilo Conductor
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“El hambre se cobra cada día 25.000 vidas en el mundo.” “Estados Unidos y Europa se
gastan, al año, 80.000 millones de dólares en heroína y cocaína.” “En algunos países, el
10 por ciento de la población posee el 90 por 100 de la tierra.”
“Mientras unos países tienen una renta anual de cerca de 30.000 dólares, otros no llegan
a 500.” “Uno de cada seis niños de los países más ricos vive sumido en la pobreza.”
Y lo más sorprendente, y lamentable, es que esto ocurre tanto en países que se
llaman cristianos como en los que no lo son. Lo cual indica hasta qué punto se han dejado
a un lado los valores fundamentales. ¿Somos todos iguales? En el plan de Dios sí, porque
todos hemos sido creados a su imagen y semejanza. Precisamente por eso, “toda forma
de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural,
por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida o
eliminada, por ser contraria al plan de Dios” (íd. 29). Y más adelante recuerda la Historia
de la Salvación, destacando la persona y la doctrina de Cristo (íd. 32).
La Historia de la Salvación fue el método preferido por san Agustín. Un método en
el que el amor (amor actuando y no en abstracto) es el contenido más valioso y el principal
hilo conductor. Sin amor, los mismos acontecimientos que constituyen la historia nacerían
ya asfixiados, es decir, sin vida y sin proyección de futuro. ¿No es esto lo que está
sucediendo con muchos de nuestros proyectos personales y pastorales?
Con el amor como principio y motor, el hombre haría una lectura positiva de la
historia, de los acontecimientos y de la misma vida. Imitaría más el modo de actuar de
Dios que, siendo amor, actúa siempre por amor y obrando maravillas. También
comprendería que los males que existen en el mundo tienen su origen en el déficit de
amor del hombre. Lo cual quiere decir, alargando un poco la conclusión, que si el hombre
siguiera el plan de Dios podría evitar la mayor parte de ellos.
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II.- EL AMOR: NUCLEO DE LA DOCTRINA AGUSTINIANA
La vocación de Agustín, ya desde niño, fue el amor. Las leyes le gustaban poco y
los números, menos. Le parecían muy fríos. Se sentía más atraído hacia lo humano y lo
relacionado con las personas: el amor, la amistad, los amigos, el diálogo, la conversación.
Fue un hombre que vivió intensamente la vida. Y la vivió teniendo como centro y fuerza
principal el amor. Es la conclusión que se saca de una lectura, aunque rápida, de las
Confesiones. Agustín no parece poder entenderse a sí mismo ni lo que le rodea sin el
amor y la amistad.
Y lo mismo hay que afirmar de su doctrina y de su actuación. Siendo la Sagrada
Escritura la fuente principal, se podían citar muchos textos. Aquí, por razones de espacio,
mencionamos solamente cinco que se podían considerar como las columnas sobre las
que se asienta el pensamiento agustiniano, y de un modo especial su espiritualidad.
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2. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que se nos ha dado” (Romanos 5, 5).
Entre las muchas conclusiones que Agustín saca de este texto, se pueden señalar
dos: la gratuidad y el origen del amor. La gratuidad es uno de los apartados en que más se
detiene el Obispo de Hipona. Es uno de los pilares de su espiritualidad.
La segunda conclusión va unida a la primera. El amor tiene su origen en Dios y nos
conduce hacia Dios; pero siguiendo la dirección del amor al prójimo. El amor, como la
lluvia, nunca regresa vacío. El hombre debe reconocer que ha comenzado su existencia y
andadura recibiendo. Si no está convencido de este comienzo, lo más probable es que
tampoco lo esté de la necesidad de dar y de compartir. El amor es donación; “amar es
darse”. El texto siguiente podría servir de resumen:
“No existe nadie que no ame. La pregunta, más bien, es sobre lo que se debe
amar. Por eso, no se nos invita a no amar, sino a que elijamos lo que hemos de
amar. Pero, ¿qué vamos a elegir, si antes no somos elegidos? Porque, no amamos
si antes no somos amados. Escuchad al apóstol Juan: “Amamos, porque El nos amó
primero” (1Juan 4. 10). Nosotros amamos. Y ¿de dónde nos viene ese amor? <Porque
él nos amó primero>. Busca de dónde puede venir al hombre el amor de Dios; de
seguro que no encontraras otro motivo que éste: Dios le amó primero. Aquél a
quien amamos se nos dio a sí mismo. Y nos dio con qué amarle. Lo que nos dio
para que le amaramos oídlo con toda claridad por boca del apóstol Pablo: ‘El amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones’ (Romanos5, 5). ¿De dónde? ¿De
nosotros tal vez? No. ¿De dónde, entonces? <Por el Espíritu Santo que se nos ha
dado>” (Sermón 34, 2).
En uno de los comentarios a este texto, el Obispo de Hipona decía a sus fieles: “Es
como si dijera: los que no son míos tienen también otros dones míos comunes a
vosotros; por ejemplo, la naturaleza, la vida, la salud, el don de lenguas, los
sacramentos... Pero no tienen el amor (‘caridad’). Por eso, nada les aprovecha”
(Tratados sobre el Evangelio de San Juan 65, 3). Las muchas aplicaciones son patentes.
4. “Os voy a mostrar un camino más excelente. Ya podría yo hablar las lenguas de
los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que
resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de predicción y conocer
todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no
tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosna todo lo que tengo y aun
dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve.
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El amor es compasivo, el amor es servicial y no tiene envidia; e! amor no
presume ni se engríe; no es mal educado, no es egoísta; no se irrita, no lleva
cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa
sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa
nunca” (1 Corintios 13, 1-8).
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A. G. HAMMAN escribió un libro muy valioso titulado: La vida cotidiana en Africa del
Norte en tiempos de san Agustín (FAE-OALA, Madrid 1989), Es una gran ayuda para
conocer la actuación y la doctrina de san Agustín. La conclusión lleva por título “La ciudad
de Dios”, “el libro más leído”, según Hamman. Y no es de extrañar, porque Agustín lo
escribió después de mucho escuchar al pueblo y a los entendidos, reflexionar sobre la
situación de aquellos años tan difíciles y orar al Señor pidiendo luz y fuerza. La ciudad de
Dios es una lectura de la historia en clave de esfuerzo y de (esperanza y, en el fondo, de
amor: “Dos amores construyeron dos ciudades, el amor de sí mismo hasta el
desprecio de Dios, el amor de Dios hasta el desprecio de si mismo” (La ciudad de
Dios 14, 28). Al final, nuestro autor escribe: “Libro de esperanza en un tiempo de
apocalipsis, La Ciudad de Dios, lejos de preconizar la fuga del mundo, es el arte de vivir
cristianamente, arriesgadamente... La experiencia personal de las Confesiones va
aumentando en La Ciudad de Dios hasta la dimensíón del mundo: e! nuevo fresco cubre
la humanidad entera. La primera palabra de su historia es ternura, amor de Dios,
moldeando la arcilla a su imagen, y la última palabra de Agustín, del cristiano, es
esperanza, La Ciudad de Dios es una defensa de la esperanza” (HAMMAN oc. p. 498).
En resumen, Agustín, siguiendo el plan de Dios, desea que toda su vida, su
actuación y su doctrina sean entendidas desde el amor y con amor. ¿Por qué? Porque
para él, el amor es el motor que da vida y valor a lo que la persona es, hace y dice. El
amor hace fácil lo difícil y ligero lo pesado. Y tiene tanta fuerza que puede hacer
desaparecer no sólo los problemas, sino también las causas que los producen.
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III.- QUE ES EL AMOR
1 ALGUNAS “DEFINICIONES”
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a la persona. Para saber, pues, cómo eres o cómo es tu amor, averigua hacia dónde te
conduce.
El amor raíz. Es otra de las comparaciones preferidas por Agustín. “Nuestra raíz
es nuestro amor; nuestros frutos, las buenas obras” (Comentarios a los Salmos 51,
12). Que esta raíz se mantenga adherida a la piedra, a Cristo (íd. 50, 12). El Señor mira a
la raíz más que a la flor (Sermón 158, 6). Además, la raíz no sólo alimenta al árbol, sino
que lo sostiene y da solidez. Así el amor a la persona. En este contexto se encuentra la
famosa frase, una de las más citadas: “Ama y haz lo que quieras” (Tratado sobre la
primera Carta de San Juan 7, 8). Teniendo en cuenta el contexto, dicha frase no significa
una invitación a disminuir el valor de los mandamientos y mucho menos a vivir al margen
de ellos. Es todo lo contrario. Agustín establece ese principio para dar solidez y vitalidad al
cumplimiento de los que el cristiano no debe olvidar nunca: el servicio, el respeto, la
corrección fraterna, el perdón, etc. En el fondo, “ama y haz lo que quieras” es un
resumen del texto famoso de san Pablo.
El amor peso. “Mi peso es mi amor, él me lleva adondequiera soy llevado”
(Confesiones 13, 9, 10). Al hablar del amor-peso, Agustín se apresura a decir que no todo
peso tiende hacia abajo, no todo peso oprime. Los hay que tienden hacia arriba, como la
llama y el aceite. Por eso el amor verdadero libera y eleva. El amor ilícito nos arrastra
hacia el precipicio (Sermón 65A, 1). El amor es como la ley de la gravedad, la más fuerte
del corazón humano. Peso (“pondus”) equivale propiamente a impulso, movimiento,
tendencia, etc. Este elemento es tan profundo que se puede considerar como un
existencial del hombre. No hay persona que no ame. Y cada una se distingue por el amor.
El amor es luz (Comentarios a los Salmos 54, 8). Pero no lo es completamente,
porque tampoco lo es el hombre. Este es “Adán y Cristo” (íd. 70, 2, 1). De ahí la
dialéctica: luz-oscuridad, don-conquista, encuentro- búsqueda, etc.
Amar es “habitar con el corazón” (íd. 100, 5). Es decir, preocuparse por los
demás, averiguar sus necesidades con el fin de ayudar; tratar de conocer la realidad, y
sobre todo de mejorarla.
Amar es darse. No solamente dar cosas, sino darse uno mismo. “No debemos
desear que haya necesitados para ejercer con ellos las obras de misericordia. Das
pan al hambriento, pero mejor sería que nadie tuviese hambre” (Tratado sobre la
primera Carta de San Juan 8, 5). Amar no es simplemente dar limosnas. Es mucho más.
Es hacer lo posible con el fin de erradicar las causas que originan las necesidades. Y más
todavía: buscar la igualdad, la presencia, la donación mutua.
El amor es una vida que une otras vidas. Dice el texto completo: “¿Qué es el amor que
tanto alaban y recomiendan las Escrituras, sino el amor del bien? Pero el amor
supone un amante y un objeto que se ama con amor. He aquí, pues, tres realidades:
el que ama, lo que se ama y el amor. ¿Qué es el amor, sino una vida que une o ansía
unir otras vidas, es decir, al amante y al amado?” (La Trinidad 8, 10, 14; 9, 2, 2). Lo
que está en el fondo de este texto es el amor-relación. Un amor que no tiene nada que ver
con la soledad ni con el aislamiento.
El amor deseo. “Amar no es otra cosa que desear (‘appetere’) algo por sí
mismo... El amor es un tipo de deseo (‘appetitus’)” (Ochenta y tres cuestiones diversas
35, 1 y 2). Algunos en lugar de deseo traducen “anhelo”. Este es un apartado muy
profundo en san Agustín y al que se han dedicado muchas páginas. Las últimas, en el libro
El concepto de amor en san Agustín, de HANNAH ARENDT (traducción). Dios ha
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sembrado en el corazón de cada ser humano el deseo de amarle. El deseo es como la sed
del alma (Comentarios a los Salmos 65, 5). Por eso, “consciente o inconscientemente”,
todos buscamos y amamos a Dios.
2. ALGUNOS SÍMBOLOS
Si las definiciones son muchas, los símbolos no son menos. En san Agustín tienen
mucha importancia, porque el símbolo es más que el signo. En el símbolo, el hombre
experimenta con más viveza la sensación de cercanía-lejanía, luz-oscuridad, alegría-
tristeza, misterio-claridad. En el símbolo, la persona se siente más envuelta, más
“afectada”, más amada. Lo que hay que temer, en este apartado, es lo que lamentaba
Henri Boucherie, al escribir que, a veces tomamos prestadas de san Agustín sus imágenes
y comparaciones, “pero sin su genio”. Y podíamos añadir: y sin su amor. Ahí está
realmente el peligro.
En este tema del amor las comparaciones pueden hablar más alto que las
definiciones. Agustín habla de la “caridad madre” (Confesiones 13, 6, 7); es uno de los
símbolos más repetidos en sus escritos. “Ningún ave se comporta con sus polluelos
como la gallina. Toda ella se transforma por el amor a sus polluelos; siendo ellos
débiles, ella se hace débil. Dios también se hizo débil, porque nosotros somos
débiles” (Comentarios a los Salmos 90, 1,5). “La caridad es como un madre, y una
madre muy solícita” (Tratado sobre la primera Carta de San Juan 1, 11). Otros símbolos
que se encuentran en sus escritos, son: el fruto del olivo, porque no hay ningún líquido que
oprima al aceite (íd. 6, 20); el pan, por su sabor y dulzura (Sermón 105, 6); el fuego,
porque arde, quema y purifica (Las costumbres de la Iglesia 1,30,64; Sermón 16A, 8); las
alas de las aves, por la libertad: “cualquiera que ama a Dios y al prójimo tiene dotada
su alma de alas, alas libres, y vuela con santo amor hacia el Señor” (Comentarios a
los Salmos 103, 1, 13); el agua, por la vida y la frescura (íd. 103, 2, 3); las arras, porque el
amor de aquí es principio y prenda del amor pleno (Sermón 23, 9; Comentarios a los
Salmos 148, 8).
3. VUELTA AL EVANGELIO
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P. Paulino Sahelices González,OSA
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EL AMOR, HILO CONDUCTOR