Cuentos Chinos Cap 1
Cuentos Chinos Cap 1
Cuentos Chinos Cap 1
Cuentos chinos
El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de
América Latina
ePub r1.0
NoTanMalo 23.4.16
Título original: Cuentos chinos
Andrés Oppenheimer, 2005
A mediados de la primera década del siglo XXI, dos estudios de procedencia muy
diferente —uno del centro de estudios a largo plazo de la CIA, y el otro de uno de los
principales expertos en América latina del Parlamento Europeo, el socialista Rolf
Linkohr— estremecieron a los pocos latinoamericanos que tuvieron acceso a ellos.
Ambos contradecían frontalmente la visión presentada por la mayoría de los
gobiernos de América latina, en el sentido de que la región estaba gozando de una
recuperación económica y se encaminaba hacia un futuro mejor. El primer estudio era
del Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos (CNI), el instituto de
estudios a largo plazo de la CIA. El segundo, casi simultáneo, había sido escrito por el
eurodiputado socialista alemán Linkohr en su condición de presidente de la Comisión
de Relaciones con Sudamérica del Parlamento Europeo. Ambos estudios analizaban
el futuro de América latina en los próximos veinte años, y llegaban a la misma
conclusión: la región se ha vuelto irrelevante en el contexto mundial, y —de seguir
así— lo será cada vez más.
El Informe Linkohr comenzaba diciendo: «La influencia de América latina en el
acontecer mundial está decreciendo. La participación de la región en el comercio y la
economía mundiales es pequeña, y cada vez menor, a medida que crecen las
economías de Asia»[1]. Linkohr, que sintetizaba en su informe sus observaciones tras
veinticinco años de viajes a casi todos los países de la región, agregaba: «Es
sorprendente que a pesar de todos los cambios que han ocurrido (en el mundo), y que
América latina también ha experimentado, poco ha cambiado en este panorama algo
deprimente del continente… Aunque existe una calma relativa en América latina en
el presente, la situación podría deteriorarse en el futuro»[2].
El estudio del CNI, la central de estudios a largo plazo de la CIA y todas las demás
agencias de inteligencia de los Estados Unidos, con sede en el edificio de la CIA en
Langley, Virginia, era un informe de 119 páginas que contenía los pronósticos de los
principales «futurólogos» del mundo académico, empresarial y gubernamental
norteamericanos sobre cómo será el mundo en el año 2020. Y decía prácticamente lo
mismo, aunque menos explícitamente. En su gráfico inicial, titulado «El Paisaje
Global en el 2020», el CNI pintaba un mapa político-económico del mundo a fines de
la segunda década del siglo XXI en el que América latina no aparecía ni pintada[3].
En la visión de los futurólogos convocados por el centro de inteligencia a largo
plazo de los Estados Unidos, el mundo del 2020 será bastante diferente del actual.
Estados Unidos seguirá siendo la primera potencia mundial, pero menos poderoso
que ahora. La globalización económica seguirá su curso, la economía mundial crecerá
significativamente, y el promedio del ingreso per cápita mundial será un 50 por
ciento mayor al actual, pero el mundo será menos «americanizado», y más «asiático».
China será la segunda potencia mundial en el 2020, seguida de cerca por la India, y
Europa, quizás en ese orden. Las corporaciones multinacionales, en su afán de
conquistar los inmensos mercados vírgenes de China y la India —cuya población
conjunta abarca casi la mitad de la humanidad— cambiarán su cultura y producirán
sus bienes para satisfacer los gustos y exigencias de la creciente clase media asiática.
«Para el 2020, la globalización ya no será asociada en el imaginario colectivo con los
Estados Unidos, sino con Asia», dice el estudio del instituto de inteligencia
norteamericano[4]. Viviremos en un mundo un poco menos occidental, y un poco más
oriental, afirma.
Y, al mismo tiempo, la política mundial tendrá cada vez menos que ver con
ideologías, y cada vez más con identidades religiosas y étnicas, según el pronóstico
del CNI. El Islam seguirá creciendo en todo el mundo, aglutinando a sectores de
diferentes países y culturas, y quizá creando una entidad central multinacional. Podría
surgir un califato, que abarcaría gran parte de África, Medio Oriente y Asia Central.
Y en Asia, podría surgir un «modelo chino de democracia», que permitiría elecciones
libres para funcionarios locales y miembros de un organismo consultivo a nivel
nacional, mientras que un partido único mantendría el control sobre el gobierno
central, especula el informe.
¿Dónde quedará parada América latina en el nuevo contexto mundial? El estudio
del CNI le dedica sólo un breve recuadro a América latina, casi al final. Aunque el
estudio considera factible que Brasil se convierta en un país importante, y ve a Chile
como un posible oasis de progreso, su visión de la región es lúgubre. El CNI ve un
continente dividido entre los países del norte —México y Centroamérica— atados a
la economía de los Estados Unidos, y los del sur, más atados a Asia y Europa. Pero
lejos de tener bloques comerciales exitosos que aseguren el progreso económico y
social, los «futurólogos» convocados por el centro de estudios de la CIA auguran que
la región estará «dividida internamente», jaqueada por la «ineficiencia de sus
gobiernos», amenazada por la criminalidad, y sujeta al «creciente peligro de que
surjan nuevos líderes carismáticos populistas, históricamente comunes en la región,
que explotarían a su beneficio la preocupación de la sociedad por la brecha entre
ricos y pobres» para consolidar regímenes totalitarios[5].
Pero el informe mundial del CNI apenas tocaba la superficie en lo que hace a
América latina. Había otro estudio de ese organismo, más específico, titulado
«América latina en el 2020», que resumía las conclusiones de varios académicos,
empresarios y políticos latinoamericanos y norteamericanos que habían participado
en una conferencia académica organizada por el CNI para aportar conclusiones al
informe mundial. La conferencia se había realizado en Santiago de Chile con la
participación de exfuncionarios y políticos de varios países, incluyendo al
norteamericano-chileno Arturo Valenzuela, exjefe de Asuntos Latinoamericanos de la
Casa Blanca durante el gobierno de Bill Clinton; el argentino Rosendo Fraga, director
del Centro de Estudios Nueva Mayoría; la mexicana Beatriz Paredes, senadora del
Partido de la Revolución Institucional de México y exembajadora en Cuba; el
expresidente peruano Valentín Paniagua, y el exministro de Defensa colombiano
Rafael Pardo. El informe final de la conferencia auguraba que «pocos países (de la
región) podrán sacar ventaja a las oportunidades del desarrollo, y América latina
como región verá crecer la brecha que la separa de los países más avanzados del
planeta»[6]. Agregaba que «las proyecciones económicas indican que América latina
verá caer su participación en la economía global como resultado de los bajos niveles
de crecimiento (de los últimos años), y el “efecto arrastre” que éstos tendrán en la
productividad y la capacidad instalada de los países»[7]. En otras palabras, la región
se ha quedado atrás, y será difícil que recupere el terreno perdido.
Y en el mundo de la economía del conocimiento, en que los servicios se cotizan
mucho más que las materias primas, «casi ninguno de los países latinoamericanos
podrá invertir sus escasos recursos en desarrollar grandes proyectos de investigación
y desarrollo», decía el informe regional. «La brecha entre las capacidades
tecnológicas de la región y los países avanzados aumentará. Ningún proyecto
tecnológico amplio a nivel latinoamericano de relevancia que permita la creación de
una capacidad exportadora como la de los países asiáticos será desarrollado en los
próximos quince años», decía el estudio, aunque agregaba que puede haber
excepciones aisladas, como la inversión de Intel en Costa Rica, o programas estatales
de la industria de defensa en Brasil.
Cuando leí ambos estudios, con una diferencia de pocas semanas, no pude evitar
sorprenderme por sus conclusiones. El estudio del CNI y el Informe Linkohr llegaban
a conclusiones diametralmente opuestas a las que se escuchaban a diario en boca de
los gobernantes de América latina y de instituciones como la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL), que presentaban un
panorama mucho más optimista de la región. Por primera vez en muchos años, había
un «escenario positivo» en la región, decían estos últimos. Los países
latinoamericanos estaban volviendo a crecer a tasas del 4 por ciento anual luego de
varios años de crecimiento cero, y las inversiones en la región habían subido por
primera vez en seis años, a 56 400 millones de dólares[8]. En Sudamérica, los
presidentes habían firmado en 2004 un convenio para la creación de la «Comunidad
de América del Sur» o «los Estados Unidos de Sudamérica», que según proclamaban
algunos sería el prólogo de un futuro más auspicioso para la región. El expresidente
argentino Eduardo Duhalde, uno de los arquitectos de la Comunidad de América del
Sur, pronosticaba que los países sudamericanos lograrían «el sueño de los
libertadores de América de tener una Sudamérica unida», que llevaría a un mañana
mucho más auspicioso. Y en el norte, el presidente mexicano Vicente Fox les decía a
sus coterráneos que «cada día estamos más cerca del país que todos queremos tener:
un lugar donde cada mexicano y mexicana tenga la oportunidad de una vida mejor,
un México en el que todos estemos dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos por
el bien del país»[9].
¿Quién estaba más cerca de la realidad? ¿El CNI y el Informe Linkohr con sus
oscuras predicciones? ¿O los jefes de Estado latinoamericanos y la CEPAL con sus
discursos optimistas? Había motivos para desconfiar de ambos bandos. ¿Acaso los
estudios del CNI y el Informe Linkohr no estaban sesgados por el enamoramiento de
los países ricos con el boom asiático, el milagro irlandés y el despertar de la ex
Europa del Este? Y, por el otro lado, ¿no había un propósito claro de contagiar el
optimismo en los discursos de los líderes latinoamericanos, desde el mesiánico
presidente venezolano Hugo Chávez hasta sus colegas más pragmáticos como Fox?
¿A quién creerle? ¿Quién estaba presentando un panorama realista, y quién estaba
contando cuentos chinos?
Mi propósito al escribir este libro fue contestarme a mí mismo estas preguntas.
Durante los tres años previos a su publicación, entrevisté a los actores más relevantes
del futuro de América latina, desde el secretario de Defensa de los Estados Unidos
Donald Rumsfeld y el encargado de América latina del Departamento de Estado
Roger Noriega hasta el diputado cocalero boliviano Evo Morales, pasando por figuras
como el expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, el expresidente español
Felipe González, y los presidentes de México, la Argentina, Perú, Colombia y Chile.
Y viajé a países tan disímiles como China, Irlanda, Polonia, la República Checa y
Venezuela para ver de cerca qué están haciendo los países que avanzan, y qué están
haciendo los que retroceden. En todas mis entrevistas y viajes, quise descubrir cuál
será el mejor camino a seguir para América latina en las próximas dos décadas. Y,
curiosamente, lejos de terminar resignado a un permanente rezago de América latina,
como lo hacían los informes del CNI y el Informe Linkohr, me encontré con que estos
estudios son más acertados como diagnósticos del presente que como augurios del
futuro. Tanto en mis entrevistas con líderes mundiales como en mis viajes, una de las
cosas que más me sorprendió fue la rapidez con que los países pueden pasar de la
pobreza y la desesperanza a la riqueza y el dinamismo. Como veremos a lo largo de
este libro, mucho de lo que descubrí me hizo cambiar viejos prejuicios, y me hace ver
el futuro con más esperanza que antes.
ANDRÉS OPPENHEIMER
CAPÍTULO 1
El desafío asiático
Cuento chino: «El sector estatal de la economía, es decir, el sector económico de propiedad
socialista de todo el pueblo, es la fuerza rectora de la economía nacional».
(artículo 7.º de la Constitución de la República Popular China).