Esclavos y Libres en La Novela de Sab
Esclavos y Libres en La Novela de Sab
Esclavos y Libres en La Novela de Sab
CRÍTICA
http://dx.doi.org/10.5209/ALHI.58463
[en] Slaves and freemen in the Gertrudis Gomez de Avellaneda’s novel Sab
Abstract. The issue of slavery and freedom expressed in the Gertrudis Gomez de Avellaneda’s novel
Sab has been widely analysed from the socio-political point of view. There are also studies which
underscore the widespread romantic vision of the enslaving power of love and the liberating power of
death. However, this article aims to highlight another romantic idea, embodied by the author on the
main characters of this novel, but scarcely studied by the critics: a person can be slave or free not on
the basis of his or her social status or economic and political conditions, but according to the strength
and the sincerity of his or her love.
Keywords: Gertrudis Gomez de Avellaneda; Cuba; women; slaves; love; freedom; slavery.
Cómo citar: Tabatadze, O. (2017) Esclavos y libres en la novela Sab de Gertrudis Gómez de
Avellaneda, en Anales de Literatura Hispanoamericana 46, 335-348.
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1
Universidad de Granada, España.
E-mail: otabatadze@yahoo.es
2
Aquí podríamos subrayar el enfoque político y social de Aurelio Mitjans (1918); el de protesta social de
Ricardo Navas-Ruiz (1970); el de prejuicios de raza y posición social de Elena Catena (1989); el social y
subjetivista (de la construcción del sujeto y la subjetividad femeninos en la obra) de Susan Kirkpatrick (1991);
el de denuncia social (de opresión de mujeres y esclavos) de José Servera (2003) o el antiesclavista y
feminista de Ángeles Ezama (2015) y Luis T. González del Valle (2015), etc.
resto de Europa, en las letras rusas, por ejemplo, encontramos obras, como Elka i svadba (1848) de Fiodor
Dostoevsky, Bespredannitsa (1879) de Nikolay Ostrovsky, Zhemchuzhnoe ozherelie (1885) de Nikolay
Leskov, etc., dedicados al mismo tema. No obstante, son también posteriores a 1841. Es interesante que a Tula
misma le preparaban un matrimonio por conveniencia, cuyo compromiso fue roto por ella en 1830 por sentirse
más atraída por un joven llamado Loynaz (Servera 2003: 13 y Scott 2006: 698).
9
Juan Andreo García analiza detalladamente el comportamiento de las mujeres blancas de la élite cubana de la
época estudiada y observa que la novela Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda, que relataba el
enamoramiento de un mulato esclavo y una mujer blanca, suponía una “subversión de todos los valores
sociales y morales y, en última instancia, económicos y políticos, establecidos” (García 2006: 749).
10
Nina M. Scott observa que el “amor de Sab por Carlota era, en Cuba y en muchos otros lugares, un amor
literalmente impensable e indecible” y admira el “atrevimiento creativo de Gertrudis Gómez de Avellaneda,
hija de dueños de esclavos, al imaginarse a un mulato noble, amante de una mujer blanca” y “muy superior a
su rival rubio y blanco” (2006: 699).
11
Sobre la opresión de las mujeres y los esclavos en Sa,b consultar los trabajos de José Servera (2003: 42-45) y
de Ángeles Ezama (2015: 424-433).
12
En la crítica es muy frecuente encontrar observaciones sobre la fuerza esclavizadora del amor y el
entendimiento de la muerte como la vía de liberación, tan propios del romanticismo. Así, por ejemplo,
precisamente en esta clave ve el crítico José Servera (2003: 59-68) a los tres personajes principales de la
novela avellanediana: Sab es el esclavo de amor pasional, Carlota es la mujer-esclava del amor ciego y
Enrique es el esclavo del dinero y de bienes materiales.
13
Su caso nos resulta curioso, puesto que en el texto en varias ocasiones se menciona que Sab disponía de “una
libertad largo tiempo ofrecida y repetidas veces rehusada” (Gómez de Avellaneda 2015: 42). Nos
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atreveríamos a pensar que el motivo de la renuncia de la libertad deseada fue el amor que sentía por Carlota:
“Desde mi infancia fui escriturado a la señorita Carlota: soy esclavo suyo, y quiero vivir y morir en su
servicio” (15).
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Carlota amó a Enrique, o mejor diremos amó en Enrique el objeto ideal que le
pintaba su imaginación, cuando vagando por los bosques, o a las orillas del
Tínima, se embriagaba de perfumes, de luz brillante, de dulces brisas: de todos
aquellos bienes reales, tan próximos al idealismo, que la naturaleza joven, y
superabundante de vida, prodiga al hombre bajo aquel ardiente cielo. Enrique era
hermoso e insinuante: Carlota descendió a su alma para adornarla con los más
brillantes colores de su fantasía: ¿qué más necesitaba? (26).
joven ve volver al caballo del inglés con las bridas despedazadas y sin jinete,
lanzando un grito y por poco cayendo en tierra, pálida y demudada, se precipita
fuera de casa y corre desatinada hacia los campos para “descubrir su cadáver y
expirar sobre él” (41). Al recibir de Sab la carta de Enrique, en la que éste le
asegura que está “libre de todo riesgo”, se desmaya de la conmoción, sin terminar
de leerla, y “vuelta apenas en su conocimiento, hace acercar al esclavo y, en un
exabrupto de alegría y agradecimiento, [ciñe] su cuello con sus hermosos brazos”
(42) y lo colma de bendiciones, repitiéndole varias veces que era libre. Toda esta
escena nos muestra lo enamorada que estaba Carlota de Enrique, lo mucho que
sufriría si le hubiera pasado algo y lo contenta que se quedó al saber que su amado
ya no corría ningún peligro. Esta misma fuerza del amor de Carlota nos la confirma
Teresa en su conversación con Sab:
Estos fragmentos nos indican que Carlota es una persona apasionada y sincera,
que no conoce “medias tintas” y se entrega en su amor hasta el final. Es capaz de
sufrir y padecer por los demás, como lo muestran sus lágrimas y compasión por los
esclavos o por los indios de los que hablaba Martina y que vivían en esas tierras
antes de la llegada de los descubridores de América. Su corazón es grande y
generoso, aunque no carente de prejuicios propios de su tiempo. Así, en una
conversación con Enrique, Carlota reconoce la nobleza del alma de Sab, pero, al
mismo tiempo, considera increíble que se pueda amar a ese joven por el simple
hecho de que es un mulato y un esclavo y que la persona que pudiera amarlo sin
avergonzarse, merecía, si no una reprobación, una lástima (143).
El mulato Sab, dotado del “amor de lo bello, el anhelo de lo justo, la ambición
de lo grande”, también posee una intensidad inconmensurable del amor. El joven
escribe a Teresa antes de morir: “[…] El amor se apoderó bien pronto
exclusivamente de mi corazón: pero no le debilitó, no. Yo hubiera conquistado a
Carlota a precio de mil heroísmos” (159). Y continúa la reflexión sobre su amor:
¡El amor! Un amor inmenso que me ha devorado. El amor es la más bella y pura
de las pasiones del hombre, y yo la he sentido en toda su omnipotencia. En esta
hora suprema, en que víctima suya me inmolo en el altar del dolor, paréceme que
mi destino no ha sido innoble ni vulgar. Una gran pasión llena y ennoblece una
existencia. El amor y el dolor elevan el alma, y Dios se revela a los mártires de
todo culto puro y noble” (160).
Sab muere “abrasado en el santo fuego del amor” y la última frase de su carta y
de su vida es para Carlota, para su “flor de una aurora que aún no había sido tocada
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sino por las auras del cielo”: “¡Adiós!... Yo he amado, yo he vivido… ya no vivo…
pero aún amo” (163).
Su sentimiento es puro e intenso y lo vemos, cuando el joven se sincera con
Teresa -junto con quien nos introducimos en los orígenes de este fuerte amor-, al
contarle que ama “a aquella cuya huella no es digno de besar”:
-[…] No podéis saber […] cuán inmensa, cuán pura es esta pasión insensata.
¡Dios mismo no desdeñaría un culto semejante! Yo he mecido la cuna de
Carlota: sobre mis rodillas aprendió a pronunciar “te amo” y a mí dirigieron por
primera vez sus angélicos labios esta divina palabra. […] Junto a ella he pasado
los días de mi niñez y los primeros de mi juventud: dichoso con verla, con
adorarla, no pensaba en mi esclavitud y en el oprobio, y me consideraba superior
a un monarca cuando ella me decía “te amo” (98).
-[…] Yo consideraba aquella niña tan pura, tan bella, que junto a mí
constantemente, me dirigía una mirada inefable, parecíame que era el ángel
custodio que el cielo me había destinado, y que su misión sobre la tierra era
conducir y salvar mi alma. Los primeros sonidos de aquella voz argentina y pura;
aquellos sonidos que aún parecían un eco de la eterna melodía del cielo, que no
me fueron desconocidos […] Así la amaba yo, la adoraba desde el primer
momento en que la vi recién nacida, mecida sobre las rodillas de su madre” (99).
Cuando Carlota creció, el dulce y tierno amor de Sab se hizo ardiente, pero no
carente de respeto y admiración:
Enrique (71-72), en quien fija sus ojos como dos “ascuas de fuego” no sólo aquella
noche, sino también en muchas otras ocasiones (32, 38, 126-127).
Enrique no le gusta a Sab, no sólo por los celos que le tiene, sino también
porque no se fía de los sentimientos ni intenciones del inglés. Así, en la noche de la
caída, el joven mulato, cuyas pupilas de azabache despedían en aquel momento un
brillo “sombrío y siniestro, como los fuegos de la tempestad”, mataría y
abandonaría por fuertes celos “al pobre Otway pálido, sin sentido, magullado el
rostro y cubierto de sangre” (39). Pero, sólo el amor a Carlota, quien le había
encomendado proteger a Enrique, y la preocupación por hacerla desgraciada, saca a
Sab de sus siniestras ideas y le ayuda a usar su libertad para salvarle la vida al
inglés y no para matarlo, aunque el desprecio y los fuertes celos sigan dominando
al mulato. “Luego se acercó precipitadamente al herido y era evidente que
terminaban sus vacilaciones y que había tomado una resolución decidida” (40): Sab
lo lleva a la estancia de un labrador, lo cuida activamente y va cuatro leguas de ida
y vuelta para traerle el carruaje de su padre para que al día siguiente pueda volver
bien a su casa de Puerto Príncipe. Más adelante, en el descenso a las cuevas de
Cubitas, Sab vuelve a hacer de “ángel protector” de Enrique, socorriéndolo con
oportunidad y osadía, cuando a éste le falla un pie y está a punto de caerse en la
mitad del declive (75). Etc.
Y, finalmente, el tierno amor de Sab hacia Carlota se nos revela en el hecho de
que sabiendo cuánto amaba las flores su joven señora había cultivado, vecino a la
casa de Bellavista, un “pequeño y gracioso jardín”, aunque “no había en Puerto
Príncipe en la época de nuestra historia, grande afición a los jardines: apenas se
conocían, acaso por ser todo el país un vasto y magnífico vergel formado por la
naturaleza y al que no osaba el arte competir” (45). El mulato “no dominaba el
gusto inglés ni francés en aquel lindo jardinillo” y a la hora de formarlo “no había
consultado sino sus caprichos” para agradar a la amada, a quien –y lo sabía con
certeza- le gustaba mucho venir a este bonito recinto para pasear, pensar, mirar y
recoger flores, dar de” comer a sus aves favoritas” y hasta “perseguir las
mariposas” (46).
De estos y otros tantos fragmentos que encontramos en el texto podemos
comprender que el amor de Sab por Carlota se distingue por su fuerza, fidelidad,
ternura, constancia y la preocupación por sus gustos, felicidad y seguridad.
Teresa, una persona aparentemente fría y distraída, imperturbable y racional,
ensimismada y capaz de autodominio –lo opuesto a Carlota, debido a sus
cualidades tan poco románticas-, a lo largo de la novela, al paso de que vayamos
penetrando en su corazón, va descubriéndose a la otra luz. En efecto, en la noche
de la tormenta, cuando todos los habitantes de la casa, llenos de preocupación e
inquietud, le piden a Enrique quedarse en Bellavista y aguantar la tempestad –la
cual, presentándose agitada, horrorosa y a punto de estallar, refuerza la común
excitación-, Teresa es la única persona que permanece tan tranquila e inmutable
que hasta parece indiferente (34-35). Pero, cuando Enrique se acercó a Teresa para
despedirse, la joven:
ojos con alguna sorpresa, pero había vuelto a colocarse en su primera postura, y
su rostro frío, y su mirada fija y seca, como la de un cadáver, no revelaban nada
de cuanto entonces ocupaba su pensamiento y agitaba su alma (35).
Teresa se puso de pie. A la trémula luz de las estrellas pudo Sab ver brillar su
frente altiva y pálida. El fuego del entusiasmo centelleaba en sus ojos y toda su
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figura tenía algo de inspirado. Estaba hermosa en aquel momento: hermosa con
aquella hermosura que proviene del alma, y que el alma conoce mejor que los
ojos. Sab la miraba asombrado. Tendió ella sus dos manos hacia él y levantando
los ojos al cielo:
-¡Yo! –exclamó-, yo soy esa mujer que me confío a ti: ambos somos huérfanos y
desgraciados… aislados estamos los dos sobre la tierra y necesitamos igualmente
compasión, amor y felicidad. Déjame, pues, seguirte a remotos climas, al senos
de los desiertos… ¡Yo seré tu amiga, tu compañera, tu hermana! (114).
Estaba claro que Teresa no engañaba a Sab, sino que era capaz de cumplir lo
que prometía. El mulato, profundamente emocionado, se sintió aliviado, calmado y
consolado y, tras besar los pies y las manos de la doncella, exclamó:
-¡Sublime e incomparable mujer! […] Dios sabrá premiarte el bien que has
hecho. Tu compasión me da un momento de dulzura que casi se asemeja a la
felicidad. ¡Yo te bendigo, Teresa!” (115).
Siguióla Enrique paso a paso, como si temiese dejar de verla sin desear
alcanzarla, y pintábase en su blanca frente y en sus ojos azules una expresión
particular de duda e indecisión. Hubiérase dicho que dos opuestos sentimientos,
dos poderes enemigos dividían su corazón (32).
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-¡Carlota! –dijo una vez-, un amor como el tuyo es un bien tan alto que temo no
merecerlo. Mi alma acaso no es bastante grande para encerrar el amor que te
debo. –Y apretaba la mano de la joven sobre su corazón, que latía con un
sentimiento tan vivo y tan puro que acaso aquel momento en que se decía
indigno de su dicha, fue uno de los pocos de su vida en que supo merecerla (59).
Y es justamente el afán del dinero lo que, por el otro lado, interpela los
sentimientos de Enrique, dividiendo su alma y sus pensamientos. Las noticias de la
privación de Carlota de la herencia de su tío y la pérdida del pleito por los bienes
de su madre, es decir, la destrucción de “las brillantes esperanzas de fortuna” que
Enrique fundaba en su novia, provocan un cambio en el alma del joven. Pero,
siendo “demasiado adoctrinado en el espíritu mercantil y especulador de su padre”,
“no indiferente […] a las riquezas” y “tan codicioso como su padre” es muy
disimulado:
Momento hubo en que la idea de renunciar a Carlota le pareció tan cruel, que si
no hubiera tenido un padre codicioso, si hubiese sido libre en su elección, acaso
le habría dado su mano con preferencia a la más rica heredera de todas las islas;
pero aun en estos momentos de exaltación amorosa Enrique no pensó ni
remotamente en contrariar la enérgica voluntad de su padre, y ni aun siquiera
intentar persuadirle. Según las idea en que había sido educado, nada era más
razonable que la oposición de su padre a un enlace que ya no le convenía, y
Enrique se reprochaba como una debilidad culpable el amor que le hacía
repugnar la voluntad paterna.
-Esto es un hecho –decía él hablando consigo mismo-, esa mujer me ha
trastornado el juicio, y es una felicidad que mi padre sea inflexible, pues si
tuviese yo libertad de seguir mis propias inspiraciones es muy probable que
cometiera la locura de casarme con la hija de un criollo arruinado (121-122).
La suerte, por una cruel irrisión, ha querido compensar el golpe mortal dado en
mi corazón con la pérdida de mi hijo, otorgando fortuna a mi hija mayor. Carlota
ha sacado el premio de cuarenta mil duros en la última lotería: Enrique, tú que no
pierdes un hijo, puedes dar gracias al cielo por este favor (127).
Este pequeño anexo marca la diferencia entre dos frases seguidas –la
“¡Imposible! No puedo sin orden de mi padre dejar Guanaja” y la “Marchar
inmediatamente a Puerto Príncipe”-, contestadas por el joven antes y después de
leer la postdata. Efectivamente, el pobre, mezquino, pusilánime y tibio amor de
Enrique hacia Carlota, que se pospone a su preferencia por las cosas materiales, ya
se había revelado en la casa de la anciana india, cuando el brillo extraordinario de
la piedra, que limpió Teresa, acaparaba la atención del joven inglés mucho más que
la narración acerca de la bondad y la caridad de Sab.
De esta manera, resulta claro que el amor más fuerte, puro, abnegado, discreto y
fiel es el de Sab y Teresa. El amor de Carlota también es fuerte y apasionado, pero
ilusorio y no carente de prejuicios, mientras que el amor de Enrique es
absolutamente tibio, dubitativo y mezquino. Por lo tanto, podemos concluir que
para Gertrudis Gómez de Avellanada la intensidad del amor de los personajes de
esta obra es directamente proporcionada al grado de su libertad antropológica que
se encuentra más allá de las apariencias y situaciones socio-políticas. El amor
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sincero, puro y abnegado es el que libera al hombre y a la mujer y los hace capaces
de entregarse a la persona amada por completo, sin reservas y hasta el final. Así es
el amor que siente Sab y así es el amor que anhela Carlota. Así es el amor del que
Teresa es testigo y del que Enrique es absolutamente incapaz. Un amor auténtico,
grande y sincero, que hace a una persona ser capaz de entrega y de fidelidad, hace
completamente libre -independientemente de la justicia social o política- al esclavo
Sab del homicidio y de la perdición y a la huérfana Teresa de los celos de Carlota y
de la villanía de quedarse con el premio para conseguir el matrimonio con Enrique.
Mientras tanto, el amor ilusorio de la libre y dichosa Carlota por Enrique –aunque
debido a la inocencia- y sus prejuicios acerca de la imposibilidad de amar a un
esclavo –cuando, debido a la confusión, Carlota y Enrique creen a Teresa
enamorada del mulato (143)- la hacen ignorar el amor verdadero y la convierten,
aunque por inocencia, en una esclava de las circunstancias, y el interesado y
dubitativo amor del libre y bien posicionado Enrique revela la esclavitud del joven
de las riquezas y la opinión social.
En resumen, la novela Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda nos muestra
cómo el amor verdadero libera al hombre en cualesquiera que sean sus
circunstancias sociales y políticas, mientras que la falta de un amor así, al igual que
un sentimiento ilusorio o mezquino, lo esclaviza de diversas formas. Y estas
distintas formas de la esclavitud del ser humano son lo que nuestra escritora
reprobó en su obra con tanta explicitud.
Referencias bibliográficas