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Esclavos y Libres en La Novela de Sab

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J.

CRÍTICA

Anales de Literatura Hispanoamericana


ISSN: 0210-4547

http://dx.doi.org/10.5209/ALHI.58463

Esclavos y libres en la novela Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda


Olga Tabatadze1

Resumen. El tema de la esclavitud y la libertad expresadas en la novela Sab de Gertrudis Gómez de


Avellaneda ha sido ampliamente analizado desde el punto de vista socio-político. También existen
estudios que subrayan la visión romántica generalizada acerca de la fuerza esclavizadora del amor y
del poder liberatorio de la muerte. No obstante, este artículo pretende resaltar otra idea romántica,
plasmada por la autora en los personajes principales de esta obra, pero poco estudiada por los críticos:
que una persona puede ser esclava o libre no en base de su estatus social o las condiciones
económico-políticas, sino en función de la fuerza y la sinceridad de su amor.
Palabras clave: Gertrudis Gómez de Avellaneda; Cuba; mujeres; esclavos; amor; libertad; esclavitud.

[en] Slaves and freemen in the Gertrudis Gomez de Avellaneda’s novel Sab
Abstract. The issue of slavery and freedom expressed in the Gertrudis Gomez de Avellaneda’s novel
Sab has been widely analysed from the socio-political point of view. There are also studies which
underscore the widespread romantic vision of the enslaving power of love and the liberating power of
death. However, this article aims to highlight another romantic idea, embodied by the author on the
main characters of this novel, but scarcely studied by the critics: a person can be slave or free not on
the basis of his or her social status or economic and political conditions, but according to the strength
and the sincerity of his or her love.
Keywords: Gertrudis Gomez de Avellaneda; Cuba; women; slaves; love; freedom; slavery.

Cómo citar: Tabatadze, O. (2017) Esclavos y libres en la novela Sab de Gertrudis Gómez de
Avellaneda, en Anales de Literatura Hispanoamericana 46, 335-348.

El tema de la libertad y la esclavitud, expresada en la obra de Gertrudis Gómez de


Avellaneda Sab, está ampliamente estudiado y analizado2. En su gran mayoría
estos trabajos ofrecen un enfoque socio-político, por lo que nosotros quisiéramos
aportar una visión más antropológica, la cual encuentra poca expresión en los
estudios publicados hasta ahora. Y es que nos resulta evidente que cada uno de los
cuatro personajes principales de esta obra avellanediana lleva en sí la señal de

_____________
1
Universidad de Granada, España.
E-mail: otabatadze@yahoo.es
2
Aquí podríamos subrayar el enfoque político y social de Aurelio Mitjans (1918); el de protesta social de
Ricardo Navas-Ruiz (1970); el de prejuicios de raza y posición social de Elena Catena (1989); el social y
subjetivista (de la construcción del sujeto y la subjetividad femeninos en la obra) de Susan Kirkpatrick (1991);
el de denuncia social (de opresión de mujeres y esclavos) de José Servera (2003) o el antiesclavista y
feminista de Ángeles Ezama (2015) y Luis T. González del Valle (2015), etc.

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336 Tabatadze, O. Anales de Lit. Hispanoam. 46 2017: 335-348

libertad o de esclavitud, en función de la fuerza y la sinceridad del amor que


alberga en su interior.
Antes de pasar a la argumentación de nuestra tesis, quisiéramos recordar que el
Sab de esta escritora hispano-cubana3 fue la primera novela antiesclavista
publicada4. En efecto, redactada alrededor de 18385 y editada por primera vez en
1841, describe los hechos que se desarrollan “veinte años hace, poco más o menos”
(Gómez de Avellaneda 2015: 7), es decir, aproximadamente en 1818, época en la
que la trata de los esclavos en la Isla estaba absolutamente vigente y que tan sólo se
aboliría oficialmente en 1886 mediante la Ley de abolición total y definitiva de la
esclavitud en Cuba, aprobada en el Congreso de La Habana6. Ya desde las primeras
páginas del primer capítulo la autora nos introduce en la vida diaria de los esclavos
“sin dignidad ni derechos” (113) y nos muestra la dureza de vida que provoca
lágrimas y un gran pesar en el alma de Carlota, la cual, cuando los ve pasar, reparte
“entre ellos todo el dinero que llevaba en sus bolsillos con expresiones de
compasión y afecto” (47).
Además de la expresa denuncia de la esclavitud del hombre por su semejante
que, en opinión de los críticos, pudo ser la razón por la que la escritora no quiso
incluir la novela Sab en la primera edición de sus obras completas7, quisiéramos
mencionar otro desacuerdo reflejado en la obra y que, posiblemente, también
contribuyó a la decisión tomada. Nos referimos a la desaprobación de la escritora
del papel de la mujer en los enlaces por conveniencia8, comúnmente aceptados en
_____________
3
La cuestión acerca de la cubanía o la hispanidad de Gertrudis Gómez de Avellaneda está discutida por algunos
estudiosos de la obra de esta escritora, como, por ejemplo, Mary Cruz (1990) o Milena Rodríguez Gutiérrez
(2015).
4
Es importante observar que la novela Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda fue la primera obra abolicionista
publicada en Europa y América. Así, por ejemplo, la famosa obra La cabaña del tío Tom de la norteamericana
Harriet Beecher-Stowe se publicó en 1851, las obras Petrona y Rosalía (1838) de Félix Tanco y Bosmeniel y
Una feria de la caridad en 183… de José Ramón Betancourt vieron luz en 1858 y la novela Francisco, El
ingenio o Las delicias del campo del escritor cubano Anselmo Suárez y Romero, terminada hacia 1839, “no se
publicó hasta 1880” (Gutiérrez de la Solana, 1981, 301).
5
La autora escribe en su introducción a la obra Sab, titulada, “Dos palabras al lector” que “tres años ha dormido
esta novelita casi olvidada en el fondo de su papelera” (Gómez de Avellaneda 2015). 5). La propia autora
escribe en una carta (carta 143) dirigida a A. Neira: “pero en ratos de ocio escribía desaliñadamente el Sab,
que comencé en Lisboa, en 1838” (Bravo-Villasante, 1970, 15). Precisamente en este año Gran Bretaña
declaró abolida la esclavitud en sus colonias y en el norte de los Estados Unidos comenzaba a surgir una
fuerza social y política en contra de los esclavistas del sur (Servera, 2003, 46).
6
La historia de la abolición de la esclavitud en Cuba está detalladamente narrada en los trabajos de Fernando
Portuondo del Prado (1965), Luis Navarro García (1991), Pablo Tornero Tinajero (1996) entre muchos otros
estudios.
7
Obras literarias, dramáticas y poéticas de Gertrudis Gómez de Avellaneda se publicaron en 5 volúmenes por
la Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra en 1869-1871, en vida de la autora, y no incluían las obras Sab,
Dos mujeres y Guatimozín (Servero 2003: 48). El contemporáneo de la autora, Luis Vidart ya entonces se
preguntaba en su artículo “Las novelas de la Avellaneda” (Revista de España, 1871, pp. 30-43) acerca del por
qué la Sra. Avellaneda no ha dado lugar en la colección a estas tres obras suyas (Servero 2003: 48, Ezama
2015: 430). Según parece, la autora nunca dio respuesta a esta pregunta, pero, en opinión de la crítica Carmen
Bravo-Villasante, fue porque si Sab hubiera figurado en la Isla, a la Avellaneda “de seguro se le habría negado
la entrada” (Bravo-Villasante 1970: 33). Es más, “la corta edición” que se hizo en Madrid en 1841 “fue, en su
mayor parte, secuestrada y retirada de la circulación por los mismos parientes de la autora, a causa de las ideas
abolicionistas que encierra” (Bravo-Villasante 1970: 33). Nosotros nos inclinamos a la misma opinión.
8
Las obras dedicadas al papel de la mujer y al matrimonio por conveniencia surgieron en España y en América,
probablemente, sólo hacia la época del realismo. La obra Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde, considerada la
primera novela cubana y cuyo primer tomo fue publicado a mediados de 1839 (el segundo salió en 1879 y la
edición definitiva se editó en 1882), aunque presente en calidad de protagonista a una hermosa mulata, no
plantea la cuestión de la mujer y del matrimonio desde esta perspectiva, sino que le da otro enfoque. En el
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aquel entonces, pero que, a la par de hacer al matrimonio desgraciado, dejan a la


mujer en la situación de un esclavo. En efecto, en la novela, Carlota se presenta
como una mujer-objeto, interesante sólo por la cuantía de su dote; una vez que
Enrique adquiere y satisface el afán de riquezas por medio de su matrimonio con
Carlota, ignora y olvida a su esposa9. Otro personaje, Teresa, también es una
mujer-objeto, que, por el contrario, carece de todo interés debido al escaso valor de
su patrimonio y vive sólo gracias a la caridad de sus bienhechores. Además, la
escritora hace visible en la novela lo verdadero y feliz que podría llegar a ser un
matrimonio basado en un amor sincero de un hombre capaz de entregar la vida por
su esposa, de conquistar para su “amada un nombre, un destino, un trono” (159),
como lo podría hacer Sab por Carlota si no fuera un esclavo10, y lo falso y
desdichado que es un enlace inspirado por el interés y la codicia que mueven a
Enrique a casarse con la joven protagonista. De esta manera, la crítica del papel de
la mujer, reducido a ser un mero objeto de compra-venta en un matrimonio mal
entendido, por un lado, y la amplia aceptación de este papel por la sociedad que le
era contemporánea a la escritora y la cual fue duramente criticada y
responsabilizada por la autora tanto por el hecho de la cosificación de la mujer,
como por el hecho de la esclavitud11, por otro lado, están firmemente presentes en
esta obra avellanediana.
Dicho esto, y volviendo al tema principal de nuestro artículo, quisiéramos
mostrar cómo la escritora expresa la libertad y la esclavitud del hombre a través de
la fuerza y la pureza del amor12 del que son capaces sus personajes principales:
Sab, Carlota, Enrique y Teresa.
Aparentemente en la obra se nos presenta a dos personas que disponen de plena
libertad económica y social –Carlota y Enrique-, y a dos personas que no gozan
tanto de esta independencia: la huérfana Teresa, que, siendo libre, al mismo
tiempo, es dependiente de la bondad de la familia de don Carlos de B…, y el
esclavo Sab, que, aun gustando la confianza de la familia, el buen trato, el respeto y
el cariño de todos, sigue siendo un esclavo13.
_____________

resto de Europa, en las letras rusas, por ejemplo, encontramos obras, como Elka i svadba (1848) de Fiodor
Dostoevsky, Bespredannitsa (1879) de Nikolay Ostrovsky, Zhemchuzhnoe ozherelie (1885) de Nikolay
Leskov, etc., dedicados al mismo tema. No obstante, son también posteriores a 1841. Es interesante que a Tula
misma le preparaban un matrimonio por conveniencia, cuyo compromiso fue roto por ella en 1830 por sentirse
más atraída por un joven llamado Loynaz (Servera 2003: 13 y Scott 2006: 698).
9
Juan Andreo García analiza detalladamente el comportamiento de las mujeres blancas de la élite cubana de la
época estudiada y observa que la novela Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda, que relataba el
enamoramiento de un mulato esclavo y una mujer blanca, suponía una “subversión de todos los valores
sociales y morales y, en última instancia, económicos y políticos, establecidos” (García 2006: 749).
10
Nina M. Scott observa que el “amor de Sab por Carlota era, en Cuba y en muchos otros lugares, un amor
literalmente impensable e indecible” y admira el “atrevimiento creativo de Gertrudis Gómez de Avellaneda,
hija de dueños de esclavos, al imaginarse a un mulato noble, amante de una mujer blanca” y “muy superior a
su rival rubio y blanco” (2006: 699).
11
Sobre la opresión de las mujeres y los esclavos en Sa,b consultar los trabajos de José Servera (2003: 42-45) y
de Ángeles Ezama (2015: 424-433).
12
En la crítica es muy frecuente encontrar observaciones sobre la fuerza esclavizadora del amor y el
entendimiento de la muerte como la vía de liberación, tan propios del romanticismo. Así, por ejemplo,
precisamente en esta clave ve el crítico José Servera (2003: 59-68) a los tres personajes principales de la
novela avellanediana: Sab es el esclavo de amor pasional, Carlota es la mujer-esclava del amor ciego y
Enrique es el esclavo del dinero y de bienes materiales.
13
Su caso nos resulta curioso, puesto que en el texto en varias ocasiones se menciona que Sab disponía de “una
libertad largo tiempo ofrecida y repetidas veces rehusada” (Gómez de Avellaneda 2015: 42). Nos
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En efecto, conociendo a los personajes y su situación, descubrimos que Carlota


es una joven de casi dieciocho años, bella, viva, feliz, ingenua e impresionable y
que, siendo la primera de los seis hijos de don Carlos de B… y huérfana de madre
desde hacía cuatro años para el momento de la narración, procede de una de las
más nobles familias del país y es una de sus más ricas herederas. Su padre, don
Carlos de B… era el propietario del productivo ingenio de Bellavista, de bastante
valor, en el que había cincuenta negros y que le proporcionaba la “zafra de seis mil
panes de azúcar” (10) –anteriormente este ingenio “daba a su dueño doce mil
arrobas de azúcar cada año, porque entonces más de cien negros trabajaban en sus
cañaverales” (10)-, de las tierras de Cubitas y de una casa en el Puerto Príncipe, sin
contar con patrimonio de sus parientes y las tierras de su mujer, que, finalmente, no
les fueron concedidas.
Por el contrario, Enrique era el “único fruto” que quedaba del matrimonio al
inglés Jorge Otway, que vino a Cuba -atraído por las riquezas del país-, cuando
“contaba más de treinta años, trayendo consigo un hijo de seis” (23). El padre de
Enrique, “había sido buhonero algunos años en los Estados Unidos de América del
Norte, después en la ciudad de La Habana, y últimamente llegó a Puerto Príncipe
traficando con lienzos” (23). Al principio, el padre y el hijo estaban detrás del
mostrador de su tienda despachando lienzos, pero rápidamente hicieron fortuna y, a
la edad de dieciséis años, Enrique fue enviado por el padre a Londres para
perfeccionar su educación. Cuando volvió “de Europa, adornado de una hermosa
figura y de modales dulces y agradables” (24), su casa empezaba a adquirir el
crédito y el joven “no fue desechado en las reuniones más distinguidas del país”.
Al cabo de varios años más, el joven ya era hijo de un “rico negociante, alternado
con la clase más pudiente, servido de esclavos, dueño de magníficos carruajes y
con todos los prestigios de la opulencia” (24).
Teresa, inexpresiva, impasible, fría y seca aparentemente, pero “formada” para
sentir grandes pasiones, era hija natural de un pariente lejano de la esposa de don
Carlos. “Perdió a su madre al nacer, y había vivido con su padre, hombre libertino
que la abandonó enteramente al orgullo y la dureza de una madrastra que la
aborrecía” (19). Tras la muerte de su padre la niña fue recogida por la señora de
B… y su esposo y, para el momento de la narración, ya hacía ocho años que se
encontraba “bajo la protección del señor de B…, único pariente en quien había
encontrado afecto y compasión” (20). En el seno de esta “feliz pareja” halló mucho
cariño de los señores de B… y una tierna amistad de Carlota. Aun así, su
nacimiento hería constantemente su natural altivez y su escasa fortuna “la
constituía en una eterna dependencia” (19). Teresa se sentía desgraciada y “el
destino parecía haberla colocado junto a Carlota para hacerla conocer por medio de
un triste cotejo, toda la inferioridad y desgracia de su posición” (20).
Finalmente, Sab, a diferencia de Teresa, es una persona “de aquellas fisonomías
que fijan las miradas a primera vista y que jamás se olvidan cuando se han visto
una vez” (9). Aun vestido de labriego, por sus modales y cortesía, podría parecer
un “distinguido propietario de [aquellas] cercanías” (12), no obstante, pertenecía a
_____________

atreveríamos a pensar que el motivo de la renuncia de la libertad deseada fue el amor que sentía por Carlota:
“Desde mi infancia fui escriturado a la señorita Carlota: soy esclavo suyo, y quiero vivir y morir en su
servicio” (15).
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“aquella raza desventurada sin derechos de hombres”, un “mulato y esclavo” (12).


Hablando de sí mismo, Sab explica: “Es […] que a veces es libre y noble el alma,
aunque el cuerpo sea esclavo y villano” (12). Sab –o Bernabé, según su nombre de
bautismo-, mayoral de aquel ingenio, era el hijo de una hermosa princesa de
Congo, que apenas salía de la infancia, cuando fue vendida al padre de don Carlos
de B…. Fruto de la correspondida pasión de su madre, desconocía el nombre de su
padre, aunque todos suponían que lo fuera don Luis, el hermano menor de don
Carlos, debido a la protección, afecto y estimación que se le daba al mulato por
parte de la familia de B…: Sab jamás sufrió “el trato duro que se da generalmente a
los negros”, ni fue “condenado a largos y fatigosos trabajos”, sino que, por el
contrario, fue criado con Carlota, siendo su compañero de juegos y estudios.
Pero, independientemente de la posición que los cuatros personajes ocupan en la
sociedad y del cariño que reciben de parte de las otras personas, los protagonistas
de esta novela aman y tanto la intensidad como la sinceridad de su amor revela al
lector el grado de libertad que poseen en realidad, al margen y por encima del
estado visible de las cosas.
Sin duda, el amor más romántico es el de Carlota:

Declarose, pues, [Enrique] amante de la señorita de B… y no tardó en ser amado.


Se hallaba Carlota en aquella edad peligrosa en que el corazón siente con mayor
viveza la necesidad de amar, y era además naturalmente tierna e impresionable.
Mucha sensibilidad, una imaginación muy viva, y gran actividad de espíritu, eran
dotes, que, unidas a un carácter más entusiasta que prudente debían hacer temer
en ella los efectos de una primera pasión. Era fácil prever que aquella alma
poética no amaría largo tiempo a un hombre vulgar, pero se adivinaba también
que tenía tesoros en su imaginación bastantes a enriquecer cualquier objeto a
quien quisiera prodigarlos. El sueño presentaba, hacía algún tiempo, a Carlota la
imagen de un ser noble y bello formado expresamente para unirse a ella y
poetizar la vida en un deliquio de amor (25).

La autora prosigue sobre el amor de la joven:

Carlota amó a Enrique, o mejor diremos amó en Enrique el objeto ideal que le
pintaba su imaginación, cuando vagando por los bosques, o a las orillas del
Tínima, se embriagaba de perfumes, de luz brillante, de dulces brisas: de todos
aquellos bienes reales, tan próximos al idealismo, que la naturaleza joven, y
superabundante de vida, prodiga al hombre bajo aquel ardiente cielo. Enrique era
hermoso e insinuante: Carlota descendió a su alma para adornarla con los más
brillantes colores de su fantasía: ¿qué más necesitaba? (26).

Al principio, “por el desprecio al buhonero”, la familia de B… rehusó al joven


inglés la mano de Carlota. Pero, cuanto más insistían los familiares en apartar a la
inocente y dulce Carlota de Enrique, más lo amaba (27). El fuerte, fogoso, ardiente
y sufriente amor, que la joven criolla alberga en su corazón, la hace padecer, gemir
y llorar de preocupación por el amado, especialmente cuando Enrique se marcha de
Bellavista al comienzo de una terrible tempestad (36). Y, al día siguiente, cuando la
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joven ve volver al caballo del inglés con las bridas despedazadas y sin jinete,
lanzando un grito y por poco cayendo en tierra, pálida y demudada, se precipita
fuera de casa y corre desatinada hacia los campos para “descubrir su cadáver y
expirar sobre él” (41). Al recibir de Sab la carta de Enrique, en la que éste le
asegura que está “libre de todo riesgo”, se desmaya de la conmoción, sin terminar
de leerla, y “vuelta apenas en su conocimiento, hace acercar al esclavo y, en un
exabrupto de alegría y agradecimiento, [ciñe] su cuello con sus hermosos brazos”
(42) y lo colma de bendiciones, repitiéndole varias veces que era libre. Toda esta
escena nos muestra lo enamorada que estaba Carlota de Enrique, lo mucho que
sufriría si le hubiera pasado algo y lo contenta que se quedó al saber que su amado
ya no corría ningún peligro. Esta misma fuerza del amor de Carlota nos la confirma
Teresa en su conversación con Sab:

-[…] Yo conozco mejor que tú el alma de Carlota. Aquella alma tierna y


apasionada se ha entregado toda entera: su amor es su existencia, quitarle el uno
es quitarle la otra […]
Sab cayó a sus pies como herido de un rayo.
-¡Pues qué! –gritó con voz ahogada-, ¿ama tanto Carlota a ese hombre?
-Tanto –respondió Teresa-, que acaso no sobreviviría a la pérdida de su amor
[…] (111-112).

Estos fragmentos nos indican que Carlota es una persona apasionada y sincera,
que no conoce “medias tintas” y se entrega en su amor hasta el final. Es capaz de
sufrir y padecer por los demás, como lo muestran sus lágrimas y compasión por los
esclavos o por los indios de los que hablaba Martina y que vivían en esas tierras
antes de la llegada de los descubridores de América. Su corazón es grande y
generoso, aunque no carente de prejuicios propios de su tiempo. Así, en una
conversación con Enrique, Carlota reconoce la nobleza del alma de Sab, pero, al
mismo tiempo, considera increíble que se pueda amar a ese joven por el simple
hecho de que es un mulato y un esclavo y que la persona que pudiera amarlo sin
avergonzarse, merecía, si no una reprobación, una lástima (143).
El mulato Sab, dotado del “amor de lo bello, el anhelo de lo justo, la ambición
de lo grande”, también posee una intensidad inconmensurable del amor. El joven
escribe a Teresa antes de morir: “[…] El amor se apoderó bien pronto
exclusivamente de mi corazón: pero no le debilitó, no. Yo hubiera conquistado a
Carlota a precio de mil heroísmos” (159). Y continúa la reflexión sobre su amor:

¡El amor! Un amor inmenso que me ha devorado. El amor es la más bella y pura
de las pasiones del hombre, y yo la he sentido en toda su omnipotencia. En esta
hora suprema, en que víctima suya me inmolo en el altar del dolor, paréceme que
mi destino no ha sido innoble ni vulgar. Una gran pasión llena y ennoblece una
existencia. El amor y el dolor elevan el alma, y Dios se revela a los mártires de
todo culto puro y noble” (160).

Sab muere “abrasado en el santo fuego del amor” y la última frase de su carta y
de su vida es para Carlota, para su “flor de una aurora que aún no había sido tocada
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sino por las auras del cielo”: “¡Adiós!... Yo he amado, yo he vivido… ya no vivo…
pero aún amo” (163).
Su sentimiento es puro e intenso y lo vemos, cuando el joven se sincera con
Teresa -junto con quien nos introducimos en los orígenes de este fuerte amor-, al
contarle que ama “a aquella cuya huella no es digno de besar”:

-[…] No podéis saber […] cuán inmensa, cuán pura es esta pasión insensata.
¡Dios mismo no desdeñaría un culto semejante! Yo he mecido la cuna de
Carlota: sobre mis rodillas aprendió a pronunciar “te amo” y a mí dirigieron por
primera vez sus angélicos labios esta divina palabra. […] Junto a ella he pasado
los días de mi niñez y los primeros de mi juventud: dichoso con verla, con
adorarla, no pensaba en mi esclavitud y en el oprobio, y me consideraba superior
a un monarca cuando ella me decía “te amo” (98).

Efectivamente, Carlota fue a sus ojos un objeto de veneración y de culto. Sab


prosigue:

-[…] Yo consideraba aquella niña tan pura, tan bella, que junto a mí
constantemente, me dirigía una mirada inefable, parecíame que era el ángel
custodio que el cielo me había destinado, y que su misión sobre la tierra era
conducir y salvar mi alma. Los primeros sonidos de aquella voz argentina y pura;
aquellos sonidos que aún parecían un eco de la eterna melodía del cielo, que no
me fueron desconocidos […] Así la amaba yo, la adoraba desde el primer
momento en que la vi recién nacida, mecida sobre las rodillas de su madre” (99).

Cuando Carlota creció, el dulce y tierno amor de Sab se hizo ardiente, pero no
carente de respeto y admiración:

Luego la niña creció a mi vista y la hechicera criatura convirtióse en la más


hermosa de las vírgenes. Yo no osaba ya recibir una mirada de sus ojos, ni una
sonrisa de sus labios: trémulo delante de ella un sudor frío cubría mi frente,
mientras circulaba por mis venas ardiente lava que me consumía. Durmiendo aún
la veía niña y ángel descansar junto a mí, o elevarse lentamente hacia los cielos
de donde había venido, animándome a seguirla con la sonrisa divina y la mirada
inefable que tantas veces me había dirigido. Pero cuando despertaba era la mujer
y no el ángel la que veían mis ojos y amaba mi corazón. La mujer más bella, más
adorable que pudo hacer palpitar jamás el corazón de un hombre: era Carlota con
su tez de azucena, sus grandes ojos que han robado su fuego al sol de Cuba;
Carlota con su talle de palma, su cuello de cisne, su frente de quince años… y al
contemplarla tan hermosa pensaba que era imposible verla sin amarla […] (99-
100).

Este tierno, dulce y, a la vez, apasionado y fogoso amor de Sab también es


extraordinariamente abnegado y fiel. Así, haciendo noche en la aldea de Cubitas,
vemos como todos los huéspedes de la casa se acuestan y se duermen y sólo Sab,
como un bulto inmóvil, yace junto a la puerta de la habitación de la señorita de
B…, para proteger su sueño y su honor de los “miserables” e “inicuos deseos” de
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Enrique (71-72), en quien fija sus ojos como dos “ascuas de fuego” no sólo aquella
noche, sino también en muchas otras ocasiones (32, 38, 126-127).
Enrique no le gusta a Sab, no sólo por los celos que le tiene, sino también
porque no se fía de los sentimientos ni intenciones del inglés. Así, en la noche de la
caída, el joven mulato, cuyas pupilas de azabache despedían en aquel momento un
brillo “sombrío y siniestro, como los fuegos de la tempestad”, mataría y
abandonaría por fuertes celos “al pobre Otway pálido, sin sentido, magullado el
rostro y cubierto de sangre” (39). Pero, sólo el amor a Carlota, quien le había
encomendado proteger a Enrique, y la preocupación por hacerla desgraciada, saca a
Sab de sus siniestras ideas y le ayuda a usar su libertad para salvarle la vida al
inglés y no para matarlo, aunque el desprecio y los fuertes celos sigan dominando
al mulato. “Luego se acercó precipitadamente al herido y era evidente que
terminaban sus vacilaciones y que había tomado una resolución decidida” (40): Sab
lo lleva a la estancia de un labrador, lo cuida activamente y va cuatro leguas de ida
y vuelta para traerle el carruaje de su padre para que al día siguiente pueda volver
bien a su casa de Puerto Príncipe. Más adelante, en el descenso a las cuevas de
Cubitas, Sab vuelve a hacer de “ángel protector” de Enrique, socorriéndolo con
oportunidad y osadía, cuando a éste le falla un pie y está a punto de caerse en la
mitad del declive (75). Etc.
Y, finalmente, el tierno amor de Sab hacia Carlota se nos revela en el hecho de
que sabiendo cuánto amaba las flores su joven señora había cultivado, vecino a la
casa de Bellavista, un “pequeño y gracioso jardín”, aunque “no había en Puerto
Príncipe en la época de nuestra historia, grande afición a los jardines: apenas se
conocían, acaso por ser todo el país un vasto y magnífico vergel formado por la
naturaleza y al que no osaba el arte competir” (45). El mulato “no dominaba el
gusto inglés ni francés en aquel lindo jardinillo” y a la hora de formarlo “no había
consultado sino sus caprichos” para agradar a la amada, a quien –y lo sabía con
certeza- le gustaba mucho venir a este bonito recinto para pasear, pensar, mirar y
recoger flores, dar de” comer a sus aves favoritas” y hasta “perseguir las
mariposas” (46).
De estos y otros tantos fragmentos que encontramos en el texto podemos
comprender que el amor de Sab por Carlota se distingue por su fuerza, fidelidad,
ternura, constancia y la preocupación por sus gustos, felicidad y seguridad.
Teresa, una persona aparentemente fría y distraída, imperturbable y racional,
ensimismada y capaz de autodominio –lo opuesto a Carlota, debido a sus
cualidades tan poco románticas-, a lo largo de la novela, al paso de que vayamos
penetrando en su corazón, va descubriéndose a la otra luz. En efecto, en la noche
de la tormenta, cuando todos los habitantes de la casa, llenos de preocupación e
inquietud, le piden a Enrique quedarse en Bellavista y aguantar la tempestad –la
cual, presentándose agitada, horrorosa y a punto de estallar, refuerza la común
excitación-, Teresa es la única persona que permanece tan tranquila e inmutable
que hasta parece indiferente (34-35). Pero, cuando Enrique se acercó a Teresa para
despedirse, la joven:

volviose con un movimiento convulsivo hacia él, asustada con el sonido de su


voz. Enrique al tomarla la mano notó que estaba fría y temblorosa, y aun creyó
percibir un leve suspiro ahogado con esfuerzo entre sus labios. Fijó en ella los
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ojos con alguna sorpresa, pero había vuelto a colocarse en su primera postura, y
su rostro frío, y su mirada fija y seca, como la de un cadáver, no revelaban nada
de cuanto entonces ocupaba su pensamiento y agitaba su alma (35).

La aparente frialdad y distracción de Teresa vuelve a mostrarse también en la


choza de Martina en Cubitas: mientras la dueña de aquella “humilde morada”
cuenta a los huéspedes la historia de su desdichada familia y de lo bondadoso y
compasivo que ha sido Sab para con ellos, frente al común interés, emoción y
admiración por el relato de la anciana, la apacible e indiferente Teresa aparenta
estar más preocupada por limpiar una piedra, cuya hermosura y el extraordinario
brillo admiraban tanto Enrique, como Teresa (81).
Y, sin embargo, detrás de esta impenetrable, fría e inexpresiva fachada se
encontraba un corazón apasionado e inflamado de amor, que pudo ser visto y
reconocido sólo por la perspicaz mirada de Sab. En efecto, tras la jubilosa
recepción de Enrique, que visitaba a la familia de B… por primera vez después de
su accidente, cuando todos entraron en la casa,

Solamente dos personas quedaron en el patio: Teresa de pie, inmóvil en el


umbral de la puerta que acababan de atravesar sin reparar en ella los dos amantes
[Carlota y Enrique], y Sab, de pie también, y también inmóvil en frente de ella,
junto a su jaco negro del cual acababa de bajarse. Ambos se miraron y ambos se
estremecieron, porque como en un espejo había visto cada uno de ellos en la
mirada del otro la dolorosa pasión que en aquel momento le dominaba.
Sorprendidos mutuamente exclamaron al mismo tiempo:
-¡Sab!
-¡Teresa!
Se han entendido y huye cada uno de las miradas del otro. Sab se interna por los
cañaverales, corriendo como el venado herido que huye del cazador llevando ya
clavado el hierro en lo más sensible de sus entrañas. Teresa se encierra en su
habitación (58-59).

Este reconocimiento mutuo de que en los corazones de Sab y Teresa se


albergaba un ardiente y sufriente amor no correspondido, cobra su profundidad en
la conversación de la noche. Teresa, enamorada de Enrique, no acepta del delirante
Sab el número ganador de la lotería, que podría convertirla en la señora de Otway,
ni tampoco cede ante la propuesta del mulato de aparentar algunos días sólo para
que “Carlota conozca la bajeza del hombre a quien ha entregado su alma” (111)
para abrumarle luego los desprecios y alejarlo. El noble y compasivo corazón de
Teresa no admite ni soborno, ni maldad –está convencida de que arrancarle a
Carlota sus ilusiones sobre Enrique y hacerla perder su amor, significaría romperle
el corazón y “quitarle la existencia”-, sino que siendo testigo del santo e inmenso
amor de Sab por Carlota y de la profunda angustia del muchacho de que ninguna
mujer podrá amarlo ni querrá “unir su suerte a la del pobre mulato, seguir sus pasos
y consolar sus dolores” (114), se conmueve y reacciona:

Teresa se puso de pie. A la trémula luz de las estrellas pudo Sab ver brillar su
frente altiva y pálida. El fuego del entusiasmo centelleaba en sus ojos y toda su
344 Tabatadze, O. Anales de Lit. Hispanoam. 46 2017: 335-348

figura tenía algo de inspirado. Estaba hermosa en aquel momento: hermosa con
aquella hermosura que proviene del alma, y que el alma conoce mejor que los
ojos. Sab la miraba asombrado. Tendió ella sus dos manos hacia él y levantando
los ojos al cielo:
-¡Yo! –exclamó-, yo soy esa mujer que me confío a ti: ambos somos huérfanos y
desgraciados… aislados estamos los dos sobre la tierra y necesitamos igualmente
compasión, amor y felicidad. Déjame, pues, seguirte a remotos climas, al senos
de los desiertos… ¡Yo seré tu amiga, tu compañera, tu hermana! (114).

Estaba claro que Teresa no engañaba a Sab, sino que era capaz de cumplir lo
que prometía. El mulato, profundamente emocionado, se sintió aliviado, calmado y
consolado y, tras besar los pies y las manos de la doncella, exclamó:

-¡Sublime e incomparable mujer! […] Dios sabrá premiarte el bien que has
hecho. Tu compasión me da un momento de dulzura que casi se asemeja a la
felicidad. ¡Yo te bendigo, Teresa!” (115).

Efectivamente, la reservada Teresa pudo ser conocida sólo por el desventurado,


pero delicado y perspicaz Sab, la única persona capaz de comprenderla tal y como
era en realidad:

-El mundo no te ha conocido, pero yo que te conozco debo adorarte y bendecirte.


[…] ¡Oh! ¡Eres una mujer sublime, Teresa! No, no llegará a un corazón como el
tuyo mi corazón destrozado… Toda mi alma no bastaría a pagar un suspiro de
compasión que la tuya me consagrase. ¡Yo soy indigno de ti! […] Yo te absuelvo
del cumplimiento de tu generosa e imprudente promesa. ¡Dios, solo Dios es
digno de tu grande alma! (115).

En definitiva, tanto en la conversación con Sab, como en la última carta que el


mulato, ya moribundo, escribe a la muchacha huérfana, agradeciéndole su amistad
y el haberle “enseñado la generosidad, la abnegación y el heroísmo” (156), a quien
llama “sublime”, “grande”, “fuerte” y “ennoblecida por los sacrificios” (156) y a
quien quería imitar como a un águila en vuelo, descubrimos que la aparentemente
fría, seca e imperturbable Teresa, en realidad es capaz de amar apasionadamente y
de sufrir por este gran amor, de sacrificarse y entregarse, de escuchar, compadecer,
llorar y a consolar con ternura a un desdichado.
Finalmente, el amor de Enrique contrasta bruscamente con el sentimiento
amoroso de los otros tres personajes. El joven inglés -“uno de los más gallardos
jóvenes del país” y “uno de los más ventajosos partidos”-, siendo “dotado de un
carácter flexible, y acostumbrado a ceder siempre ante la enérgica voluntad de su
padre” (25), es dubitativo incluso en sus sentimientos hacia Carlota:

Siguióla Enrique paso a paso, como si temiese dejar de verla sin desear
alcanzarla, y pintábase en su blanca frente y en sus ojos azules una expresión
particular de duda e indecisión. Hubiérase dicho que dos opuestos sentimientos,
dos poderes enemigos dividían su corazón (32).
Tabatadze, O. Anales de Lit. Hispanoam. 46 2017: 335-348 345

Y es cierto. Por un lado, Carlota le gusta. Cuando Jorge Otway manifiesta a su


hijo la determinación de casarlo con la hija de don Carlos B…, el joven “prestose
fácilmente a sus deseos, y no con repugnancia esta vez” (25). La encuentra “tan
bella”, “tan buena”, “su corazón tan tierno” y “su talento tan seductor” (52), que
incluso, en una ocasión, llega a decirle a Sab que “Carlota tiene una dote más rica y
apreciable en sus gracias y virtudes” (57). En otra ocasión, cuando Enrique es
recibido en la casa de Bellavista tras su caída, la ternura de Carlota para con él es
tan “viva y elocuente” que Enrique “subyugado por ella, a pesar suyo, sentía
palpitar su corazón con una emoción desconocida” (59). Enrique, movido por el
impulso, prorrumpió:

-¡Carlota! –dijo una vez-, un amor como el tuyo es un bien tan alto que temo no
merecerlo. Mi alma acaso no es bastante grande para encerrar el amor que te
debo. –Y apretaba la mano de la joven sobre su corazón, que latía con un
sentimiento tan vivo y tan puro que acaso aquel momento en que se decía
indigno de su dicha, fue uno de los pocos de su vida en que supo merecerla (59).

En efecto, el narrador nos confirma este sentimiento amoroso:

Es indudable que Enrique Otway amaba a Carlota de B… y ¿cómo no amar a


una criatura tan bella y apasionada? Cualesquiera que fuesen las facultades del
alma del inglés, la altura o bajeza de su sensibilidad no cabe duda en que su amor
a la hija de don Carlos era una de las pasiones más fuertes que había
experimentado en su vida. Pero esta pasión no siendo única era contrarrestada
evidentemente por otra pasión rival y a veces victoriosa: la codicia (37).

Y es justamente el afán del dinero lo que, por el otro lado, interpela los
sentimientos de Enrique, dividiendo su alma y sus pensamientos. Las noticias de la
privación de Carlota de la herencia de su tío y la pérdida del pleito por los bienes
de su madre, es decir, la destrucción de “las brillantes esperanzas de fortuna” que
Enrique fundaba en su novia, provocan un cambio en el alma del joven. Pero,
siendo “demasiado adoctrinado en el espíritu mercantil y especulador de su padre”,
“no indiferente […] a las riquezas” y “tan codicioso como su padre” es muy
disimulado:

Su conducta no varió en lo más mínimo, ni se advirtió la más leve frialdad de sus


amores. El público, si bien persuadido de que solo la conveniencia le había
impulsado a solicitar la mano de Carlota, creyó entonces que un sentimiento más
noble y generoso le decidía a no renunciarla (29).

Es cierto, nadie se da cuenta de este cambio de intenciones, excepto Sab. El


mulato es el único que ha tenido la perspicacia de penetrar en las intenciones de
Enrique y es por eso por lo que no le gusta. Y, aunque Enrique le dice a Carlota
que “pronto llegará el día […] en que nos reunimos para no separarnos más” (60),
en realidad se pregunta “interiormente si llegaría en efecto aquel día, y si sería
imposible renunciar a la dicha de poseer a Carlota” (60). Y es que la diferencia
entre las dos decisiones la ponían los “cuarenta mil duros en oro y plata”.
346 Tabatadze, O. Anales de Lit. Hispanoam. 46 2017: 335-348

En efecto, viendo a Enrique en Guanaja, a punto de tomar su decisión final


acerca de la boda con Carlota, descubrimos el hilo de los razonamientos internos
del personaje:

Momento hubo en que la idea de renunciar a Carlota le pareció tan cruel, que si
no hubiera tenido un padre codicioso, si hubiese sido libre en su elección, acaso
le habría dado su mano con preferencia a la más rica heredera de todas las islas;
pero aun en estos momentos de exaltación amorosa Enrique no pensó ni
remotamente en contrariar la enérgica voluntad de su padre, y ni aun siquiera
intentar persuadirle. Según las idea en que había sido educado, nada era más
razonable que la oposición de su padre a un enlace que ya no le convenía, y
Enrique se reprochaba como una debilidad culpable el amor que le hacía
repugnar la voluntad paterna.
-Esto es un hecho –decía él hablando consigo mismo-, esa mujer me ha
trastornado el juicio, y es una felicidad que mi padre sea inflexible, pues si
tuviese yo libertad de seguir mis propias inspiraciones es muy probable que
cometiera la locura de casarme con la hija de un criollo arruinado (121-122).

Para Enrique la obediencia al padre, en realidad, no es ningún obstáculo, sino la


salvación de sí mismo, de su amor insensato y de su libertad imprudente. La
codicia por el dinero triunfa en su corazón, dejándole la única preocupación de
encontrar una excusa creíble para que no le conozcan como un hombre interesado
(122). La firme decisión del joven de romper sus compromisos con Carlota se
altera únicamente a causa de las pocas líneas de la postdata, que don Carlos le
escribe a Enrique en la carta, que anunciaba la inmediatez de la boda –planeada
para aquel mismo día- y que fue llevada por Sab. La postdata decía:

La suerte, por una cruel irrisión, ha querido compensar el golpe mortal dado en
mi corazón con la pérdida de mi hijo, otorgando fortuna a mi hija mayor. Carlota
ha sacado el premio de cuarenta mil duros en la última lotería: Enrique, tú que no
pierdes un hijo, puedes dar gracias al cielo por este favor (127).

Este pequeño anexo marca la diferencia entre dos frases seguidas –la
“¡Imposible! No puedo sin orden de mi padre dejar Guanaja” y la “Marchar
inmediatamente a Puerto Príncipe”-, contestadas por el joven antes y después de
leer la postdata. Efectivamente, el pobre, mezquino, pusilánime y tibio amor de
Enrique hacia Carlota, que se pospone a su preferencia por las cosas materiales, ya
se había revelado en la casa de la anciana india, cuando el brillo extraordinario de
la piedra, que limpió Teresa, acaparaba la atención del joven inglés mucho más que
la narración acerca de la bondad y la caridad de Sab.
De esta manera, resulta claro que el amor más fuerte, puro, abnegado, discreto y
fiel es el de Sab y Teresa. El amor de Carlota también es fuerte y apasionado, pero
ilusorio y no carente de prejuicios, mientras que el amor de Enrique es
absolutamente tibio, dubitativo y mezquino. Por lo tanto, podemos concluir que
para Gertrudis Gómez de Avellanada la intensidad del amor de los personajes de
esta obra es directamente proporcionada al grado de su libertad antropológica que
se encuentra más allá de las apariencias y situaciones socio-políticas. El amor
Tabatadze, O. Anales de Lit. Hispanoam. 46 2017: 335-348 347

sincero, puro y abnegado es el que libera al hombre y a la mujer y los hace capaces
de entregarse a la persona amada por completo, sin reservas y hasta el final. Así es
el amor que siente Sab y así es el amor que anhela Carlota. Así es el amor del que
Teresa es testigo y del que Enrique es absolutamente incapaz. Un amor auténtico,
grande y sincero, que hace a una persona ser capaz de entrega y de fidelidad, hace
completamente libre -independientemente de la justicia social o política- al esclavo
Sab del homicidio y de la perdición y a la huérfana Teresa de los celos de Carlota y
de la villanía de quedarse con el premio para conseguir el matrimonio con Enrique.
Mientras tanto, el amor ilusorio de la libre y dichosa Carlota por Enrique –aunque
debido a la inocencia- y sus prejuicios acerca de la imposibilidad de amar a un
esclavo –cuando, debido a la confusión, Carlota y Enrique creen a Teresa
enamorada del mulato (143)- la hacen ignorar el amor verdadero y la convierten,
aunque por inocencia, en una esclava de las circunstancias, y el interesado y
dubitativo amor del libre y bien posicionado Enrique revela la esclavitud del joven
de las riquezas y la opinión social.
En resumen, la novela Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda nos muestra
cómo el amor verdadero libera al hombre en cualesquiera que sean sus
circunstancias sociales y políticas, mientras que la falta de un amor así, al igual que
un sentimiento ilusorio o mezquino, lo esclaviza de diversas formas. Y estas
distintas formas de la esclavitud del ser humano son lo que nuestra escritora
reprobó en su obra con tanta explicitud.

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