San Alejo
San Alejo
San Alejo
) (DOS PLIEGOS)
ELOGIO HISTÓRICO
EN HONRA Y GLORIA DEL
MADRID
Despacho : Sucesores de Hernando, Arenal, 11.
ELOGIO HISTÓRICO
EN HONRA Y GLOÍIIA
DEL
'O v. r<Xt
minuta el ardor 'de su caridad, para dividir su corazón en Dios y laa
criaturas, y. para dejar de obedecer á aquel Señor que llama paraej «cu-
car cosas grandes y maravillosas,'
'No ha estudiado Alejo en !a escuela de los mundanos la filosofía da
03tos .sabios presumidos, cuyo 'sistema es querer hermanar Dios y el
mundo, las obras del Señor con la de Behal y la lu¿ con las tinieblas;
suyo objeto no es otra .cosa que desear con una sed. insaciable las ri-
quezas, los honores y las felicidades de este mundo, aunque sea por
unos medios los más vergonzosos y criminales; á cuyo fin, tener una
vida relajada, placentera y deliciosa. Alejo ha cursado la ciencia del
Evangelio y de los santos, y en ella aprendió que el hombre no debe di-
vidir su corazón entre Dios y las criaturas; que todos loa bienes de e s -
te mundo no son más que humo que ai punto se desvanece, ñor que
luego se marchita, vanidad de vanidades, seguir el Eclesiástico, y ba-
sura, estiércol y nada, según la espre: ion do San- Pablo; por esta ra-
zón, todo lo renuncia con la mayor generosidad, todo lo deja con el
mayor desinterés, y todo lo abandona eou el mayor desprecio.
Las ocupaciones de Alejo, sus anhelos, sus afanes, era el retiro, el
estudio y la oración. Siempre solícito, como otro Samuel, y deseoso de
escuchar la voz del Señor que hablaba dentro de su corazón, to-
mó la gran resolución de romper .inmediatamente los lazos que le p o -
dían aprisionar en el mundo; y como el Señor le había inspirado qiu
dejase hasta sü propia mujer, lo ejecutó prontamente y con la mayor
Xitielidad.
En efecto, cuando la casada Alejo se regocijaba con lamas estraordi-
naria alegría, celebrando la fiesta de tan magnífica boda, en la primera
noche de su desposorio, entró Alejo en el aposento de su esposa; pre
Sentóla en aquel mismo instante una sortija y un cintillo de inestimable
valor, suplicándola se dignase admitirlo en demostración del grande
amor que la tenia, y pidiéndola licencia para partir á J'eruaalen. Cre-
yendo la buena mujer y nueva esposa que iria á visitar la iglesia ó ca-
pilla de Jerusalen de Roma, no tuvo reparo en concedérsele; y ved aquí
que inmediatamente, y habiéndola dejado intacta por el grande amor
que profesaba á la virginidad, virtud que en todo el discurso de su vi"
da apreció infinito, salió como otro Abraham de la casa de sus padre*
y de su familia, y se fuá en derechura á la tierra que el Señor le habia
mostrado; luego que se le presentó ocasión trocó sus vestidos' ricos
con los andrajos de loa pobres, y llegando con este disfraz al puerto,
pudo componer de entrar en un navio que estaba para partir, y se hi-
zo á la vela para Laodicea. Resolución generosa, que solo pudo dictar
una perfecta obediencia, inspirada de la divina gracia. ¿Que*, obstácu-
los no hubiera podido encontrar nue.stro santo para una fuga tan r e -
pentina? ¿Qué inconvenientes si hubiera consultado con la carne y con la
sangre? Pero Alejo oyó la voz secreta del Señor; y como entendiendo
cuál era su voluntad, obedece con la mayor prontitud, y deja su casa y
su esposa poniendo toda la confianza en el Señor, gran Dios Y quó
confusión para nosotros! Cuánta» veces oímos dentro de nuestro cora-
Ж/я. el eco de гтя- voz divina que поя llama;, una voz que nos •avian y
nos enseña los caminos que nos deben conducir,ala patria celestial,' y
и да voz que nos dice que abandonemos los falsos y perecederos de este
mundo, que nos llevan por, las.sendas de la iniquidad, que no nos ' de
jamos arrastrar do,esta maldita codicia y amor desordenado alas rique
zas que son el mayor escollo en que se pierden las almas; y con todo, ni
ia escuchamos, ni la obedecemos, ni seg uimos sus caminos.
•JS!o,lohizo así nuestro g lorioso santo, pues atento siempre á escuchar
la voz de Dios, puso todo su cuidado en ejecutar su voluntad santísi
ma y en confiar en loa poderosos.auxilios de su gracia, que nunca falta á
los que cooperan á ella, como no le faltó á Alejo en una pereg rinación
tan prodig iosa. Ausente ya y bien distante de su casa, se vio esta en la
¡más lastimosa situación.. Ayer todo era aleg ría, hoy todo es tristeza;
ayer todo aclamaciones de júbilo y contento, hoy todo voces lastime
ras, ayes y consternaciones. Pero, ¿ )uién об la causa do un trastorno
r
tan lastimero? ¡Oh justos juicios de Dios! La fug a do Alejo que para
obedecer los altos designios del Señor, causó esta repentina mudanza.
Esta misma huida fué la que llenó, del más g rande dolor y del mayor
sentimiento á toda la casa de Eufemiano. Buscándolo por toda la c i u
dad de orden de este, preguntaban por él y se informaban,' pero todo
fué inútil, todo en vano. Ya estaba Alejo en alta mar cuando todavía
le buscaban por todaBoma.
El dolor do que estaban penetrados sus padres cuando perdieron las
esperanzas de saber de su,hijo, no se puede concebir fácilmente: las l á
grimas que derramaban, los suspiros que despedían y los amar g os
ayes,que salían de su boca eran capaces de enternecer los corazones
más duros é inflexibles. Su amoroso padre, enajenado y fuera de sí, no
perdona las más vivas dilig encias para tener alg ún indicio de su para
dero. Su tierna madre, á la manera de la esposa de los cantares, va si
guiendo calles y plazas, y afcravosando montes y collados, preg unta á
unos y á otros: ¿habéis visto, por ventura, á mi querido Alejo, mi hijo
querido á quien ama tanto mi alma? Mas sin embarg o de todas estas di
ligencias, no le halla.
Su tierna, su amable esposa Sabina, penetrada del más vivo do
lor, de dia y ele noche no cesa de prorumpir en unas espresiones las
más tiernas y sensibles, en unas esclamaciones las т а з amarg as, y en
unas voces las más tristes: ¿dónde está, decia, mi amado Alejo? ¿Qué
motivo te he dado para que me hayas dejado? ¿Cómo es posible, decia
opiimida de dolor, que me hayas desamparado y te hayas ausentado
de mi vista? ¡Oh esposo mió! si no te acomodaba hacer vida conmig o,
ipará queme tomaste por mujer? ¿En qué te ofendí? Gran Dios, forta
leced mi espíritu, alentad mi alma, pues estoy enferma di dolor. Estas
y otras eran las espresiones con que desahog aba su aflig ido corazón es
ta esposa desconsolada; pero en medio de estas espresiones amorosas
nada logra ni consig ue. é
Entretanto lleg ó el santo Alejo á Laodicea; pero temiendo ser cono,
cido en esta ciudad (puesto que era su intento tener una vida retiíatja,
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7 solitaria), partió á pié para Edem, provincia de Mesopotamia, en don
de estaba la imagen del Rostro de Jesusscristo Nuestro Redentor. Aquí
tijó su asiento, como muy á propósito para sus ideas virtuosas. Genero-
so y "caritativo, como siempre, repartió al instante entre los pobres
!.o poco que le habia quedado, dejándose enteramente en las manos de
i& Providencia.
Como todos le consideraban estranj ero por la simplicidad que afee
taba y por sus pobres vestidos, cogió una abundante cosecha de insul-
tos, vituperios, desprecios y baldones, sufriendo'con'paciencia inal-
terable estos abatimientos por amor de su Divino Maestro Jesucris-
to, que era lo que tanto deseaba, y el único objeto de su corazón. Mi-
rábanle los vecinos ¿orno un holgazán vagamundo, y tanto, que si por
consideración le alargaban uní lismona, era con dificultad de muy ma-
la gana.
Loa muchachos, á vista de un objeto al parecer tan despreciable, le
escarnecían con sus burlas; el vulgo le ultrajaba, y casi todos llegaron á
aborrecerle; pero el magnánimo corazón de Alejo, lleno de una santa
resignación yalegría, tod</< lo sufre con una invencible paciencia "para-
conformarse con la santa voluntad de su Divino Maestro. ¡Ah! si loa
hombres sufrieran con esta misma resignación las cruces y las mortifi-
caciones que el misericordioso Señor nos envía para probar nuestra fi-
delidad; para enseñarnos el camino del cielo y par.a aumentar nuestro
mérito, ¡qué. distintos serian nuestros procederes! ¡qué otras nuestras
costumbres! Entonces no nos quejaríamos de esas cruces y tribulacionen
quo tanto nos molestan; antes bien las desearíamos, y bendeciríamos
la mano del Señor que nos las envía y con las que nos regala, dicien-
do con San Agustín: No me perdonéis, Señor, aquí, con tal que me
perdonéis eternamente: ó bien con Santa Teresa: Señor, ó padecer ó
morir.
Lo cierto es que cualquiera que desee acreditarse de verdadero dis-
cípulo de Jesucristo, es preciso que lleve con paciencia y resignación su
cruz; esto es, la cruz délos trabajos y tribulaciones, y que siga sus pisa-
das, como lo dice el mismo Señor en su Evangelio. Por la tierna d e v o -
ción que profesaba nuestro insigne Alejo á la gloriosa Madre de Dios,
María Santísima, escogió para su residencia una iglesia dedicada á su
nombre. Ocupaba algunas horas del dia pidiendo limosna á la puerta de
dicha iglesia, y las demás las empleaba en oraeion y en descansar un
rato allí mismo sobre la dura tierra.
Los trabajos que padeció en este tiempo, y las incomodidades que
suirió, parecen increíbles é insoportables á la humana naturaleza; por
esta causa se desfiguró de tal modo, que no era posible conocerle.
Por algunas noticias que corrían de que un mancebo se habia em-
barcado para el Oriente, continuaban los criados de tu casa en buscar-
le; pero se fatigaban en vano, y tanto, que por un efecto de aquellas
maravillas que obra el Señor en sus siervos, tenie'ndole los criados d e -
lante, no le conocen y le dan limosna; y Alejo los conoce y la recibe.
Pero, ¡oh gran Dios! ¿Acaso una v>tud tan grande y tan heroica, £
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una humildad i profunda, ha de estar siempre escondida á los ojos eti-
los hombres? ¿Una luz tan brillante ha de estar eclipsada en medio dt
tantas tinieblas de error, de incredulidad y de ignorancia? Pero no tar-
dará mucho tiempo en resplandecer este astro luminoso. El Señor, que
estáempeñado en asaltar á los humildes de corazón, obrará con su po-
der inmensos prodigios y milagros para endulzar la virtud y la profun-
dísima humildad de su siervo Alejo.
Con efecto, al cabo de poco tiempo se esparció por toda la ciudad
una voz que decia: que el extranjero que pedia limosna á la puerta de
la iglesia de la Virgen, era más de lo que parecía. Desde este mismo
instante todos le miraban con respeto, con aprecio y veneración. Cad;v
uno cuenta lo que ha notado en él. Unos ensalzan su modestia y su
dulzura; otros su recogimiento y devoción, y todos su humildad, su
resignación y su paciencia. Pero lo que dio vuelo á su reputación y au-
mentó el dolor á su humildad; fué el milagroso testimonio que quiso
dar el Señor de su virtud.
Fué el caso que considerando un dia el sacristán de la iglesia de
Santa María el constante y continuo ejercicio de oración que habia o b -
ervado en Alejo, oyó una voz que salió, á su parecer, de la imagen de
una Virgen que estaba colocada sobre la puerta de la iglesia, y decia
de esta suerte: ese pobre que está constantemente en ese pórtico, es un
gran siervo de Dios, y cuyas oraciones pueden mucho con su Divina
Majestad. El buen sacerdote que ya de antemano le miraba y venera-
ba, le hizo varias instancias para que se dignase admitir un aposento
de su casa en laque le asistiría con todo lo necesario; pero como no
tenia Alejo otras ideas que las de vivir despreciado y desconocido por
amor de Jesucristo, nada quiso admitir de regalos y comodidades, con-
tentándose siempre con padecer por el Señor, único objeto de todas
sus delicias.
Otro testimonio dio el eielo de su santidad y virtud, que no es me-
nos prodigioso que el primero. Hallando el santo un dia cerrada la
puerta de la iglesia, oyó el portero una voz de la misma imagen, que le
dijo: abre, y deja entrar al siervo de Dios, cuyas oraciones son tan
bien recibidas en el cielo.
Divulgándose por toda la ciudad este prodigio, se vio Alejo preci-
sado á dejarla cuanto antes, temiendo que la pública aclamación y
buena fama no fresen un principio para su humildad, una chispa de
vanagloria, caps,* de encender en un corazón-el fuego de la soberbia; y
sin la me:aor demora se embarcó ea el primer navio que se hizo á l a v e -
la, con el intento de partir á Laodicea, y desde allí á Tarso.
Pero, [oh justos juicios de Dios! Inmediatamente se levantó una fu-
riosa tempestad, y tanto que las olas encrespadas y el mar embi'aveei
do llevaron el navio á las costas de Italia, desde donde fueron al puer-
to de Boma. Conoció el santo por inspiración del cielo que este era el
lugar de su destino, y gozoso con su suerte se sometió en todo á la v o -
luntad ele Dios.
Animado entonces de una fe y de una confianza singular, se consi-
San Aieio. 9
deró este fiel israelita en la tierra que se le habia prometida); y toman -
do la generosa resolución de volver á casa de sus padres, vista la,cari-
dad con que recibían á'los pobres, aunque uña enípresa como esta, po-
día desalentar ál hombre ínás áuimóso fortalecido con;.la gracia del S e -
ñor, Regó á la, puerta del palacio de'Eufemiano, su padre, y ácercán-
•iose á él al tiempo que venía del Senado,, le dijo así: Señor, tened .pie-
dad de este pobre de Jesucristo, y permitid que se recoja en un,rincón
de vuestra casa, que Dios os pagará esta caridad. Al oir Eufemiano
una súplica tan humilde, se le conmovieron las entrañas y oprimido; su
tierno corazón con los afectos de una triste memoria, se vio precisado
á desahogar su sentimiento con las,amargas lágrimas que derramaron
sus ojos. Pero como los pobres habían sido siempre el objeto, de ;su
amor, enteramente enternecido su pecho, dio orden á uno de sus cria-
Jos para que le alojasen en el palacio y le diesen d e , comer todos , los
El criado, que miraba como nueva carga la arden que le habia da-
do su señor, después de haber injuriado al Santo con las más indignas
palabras, le colocó en un aposentillo muy oscuro debajo de la escalera
principal; pero lejos de quejarse de los malos tratamientos del criado,
¡lió gracias al Altísimo por verse tan ultrajado en la misma casa de sus
padres. ,.
A vista de una paciencia como esta, yo no sé cómo se confundo la
altanería y soberbia de los hombres, que ala menor injuria y al más le-
ve contratiempo, luego se quejan y se precipitan en mil desórdenes y
venganzas.
Espíritus.soberbios y vengativos, desengañaos y estad . seguros de
que no encontrareis en el reino délos cielos, si,'como nos dice ol Evan-
gelio, no perdonáis de todo corazón á vuestros enemigos.
Mas no paró en eso lo mucho que Alejo tuvo que sufrir en su mis-
ma casa. Eú el espacio de diez y siete años que habitó debajo do la e s -
e/llera, se puede creer que no fué menos paciente que Job, menos,.obe-
diente que Abraham, menos humilde que David, menos casto quo José,
m e i m K abstinente que Elias, menos religioso que Moisés.
Teníanle todos por esclavo fugitivo y por un holgazán y vagabun-
do; de modo que entre los criados y domésticos era tenido y mirado co-
mo objeto de sus pesadísimas burlas. En aquel estado' lastimoso califi-
ca'ian de estupidez su paciencia inalterable; su caridad, deafliccion; su
humildad, do simpleza; y su devoción de hipocresía. Dejábanle infini-
tas v. ees sin comer, y jamás le d?.ban un triste bocado que no fueso sa-
ponado con un tropel de injurias; pero Alejo, como fiel discípulo del
Señor que tanto padeció por los uoa^bres, nunca sé veia mas alegre que
cuando se voia maltratado por su amor.
No satisfecho todavía él Santo coa estos vilipendios, anadia ¿la es-
las afrentas las penitencias más duras y las mortificaciones 'más ás-
peras. é
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portado en.huir de su casa, por lo mucho que había daín en que decir y
murmurar á toda la ciudad, de.Ib que en eldia del juicio daría al Se-
ñor estrechísima cuenta; añadiendo que su esposa Sabina, á causa de
esta fuga se habia prostituido, y haciendo el más inicuo comercio de su
cuerpo, lo regalaba todo para tener más adoradores; en cuyo testimo-
nio le presentó la .sortija que él mismo habia entregado la noche de su
desposorio. ¡Oh espíritu infernal! ¿Pensabas acaso haber conquistado
el magnánimo corazón de Alejo? ¿Imaginabas haber derribado su emi-
nente santidad? Te alucinó tu diabólica fantasía. El conoció tus tram-
pas y falaces proyectos, y esto bastó para destruir tus ideas diabólicas y
rebatir tus tentaciones.
Esta fué la victoria que alcanzó Alejo del demonio, por cuyo motivo
mereció que el Señor le enviase un ángel, que le manifestó todas sus
astucias y le aseguró de la fidelidad de su esposa. En fin, después de
diez y siete años de méritos, y después de tantas victorias, premió
Dios sus heroicas virtudes, avisándolo por medio de una revelación
el d k y hora de su muerte, dieiéndole que era preciso que en los últi-
mos dias de su vida diese un testimonio público y auténtico de los pro-
digios y milagros que habia obrado en él la Divina Gracia. Con este fin
le proporcionó todos los medios, y Alejo lo ejecutó todo con la inayor
sumisión y prontitud, escribiendo sucintamente en un papel que pidió
por caridad, la prolongada serie de una vida que habia procurado ocul-
tar á los ojos del mundo.
Concluido el papel le cerró y le apretó en su mano, y poniéndose en
oración inmediatamente se apoderó de ellas angustias déla muerte'/* "le
acometió un sudor frió, é inclinando la cabeza espiró y entró como fiel
siervo al goce del Señor. Esta es la muertede los justos, y esta es la que
tuvo Alijo.
Pero no finalizaron los prodigios con su muerte, pues todavía con-
tinuaron después de ella. Con efecto, los ruidosos sonidos de todas las
campanas de Roma que al espirar Alejo se tocaron por sí mismas, y
las voces que se oyeron por elaire, con que dieron á entender la entrada
de nuestro Santo en la patria celestial, no fueron otra cosa que prodi-
gios y milagros estupendos. En la hora en que murió Alejo esii&íia Eu-
leraiano, s'ip*ure, en la iglesia de San Pedro oyendo una misa que ce-
lebraba ©1 Papa Inocencio .1, en presencia del emperador Honorio; y
en aquel mismo instante se oyó una voz que dijo de esta suerte: nAcaba
de espirar el siervo de Dios; es grande su poder y ha muerto en casa
de Eufemiano.ii Al eco de esta voz todos se maravillan y pasman, y
entonces Eufemiano, poseído de la mayor admiración, st acercó al em-
perador y le dijo: Sí, señor, es cierto lo que esta voz nos anuncia, el
Santo que ha fallecido en mi casa no puede ser otro que un pobre extran-
jevo, á quien muchos añoshá he recogido por caridad en mi palacio.
Acabada la misa, el Papa, el emperador y un crecido número de ecle-
siásticos, aeompañados de innumerable gentío, caminaron en procesión
ala casa del senador Eufemiano, y habiendo llegado á ella, atónito Eu-
femiano se acercó inmediatamente al pobre aposentillo en que descansa-
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ba el Santo, y hallándole tendido en el .suelo y cubierto el rostro con
su pobre capa, al descubrirle salió de él un resplandor como si fuera un
ángel.
Observó entonces que tenia una carta en la mano, y queriendo, to-
marla no lo pudo lograr, porque tenia la mauo cerrada y apretada que
no bastaban sus fuerzas. Vistas tantas maravillas, pasmado y atónito
Eufemiano se fué al emperador, y haciéndole una relación circuntancia-
da de todo lo que habia visto, se enterneció y se admiró en estremo.
Pero cuanto más crecen estos asombrosos prodigios, tanto más crecía en
ellos el deseo de saber lo que contenía la carta, y la verdad de unhecho
tan extraño.
Por esta razón pusieron al instante el cuerpo del santo en una sala
grande y en una cama bien aderezada; y entrando en ella el Sumo Pon-
tífice y el emperador, se'arrodillaron ambos juntos al cuerpo y le pi-
dieron con la mayor humildad la carta; pero no habiendo podido con-
seguirlo, lo probaron también los cardenales y los arzobispos y aun
sus mismos padres, pero en vano.
Al fin llegó Sabina, y poniéndose arrodillada delante del cadáver,
le dijo así: siervo de Dios, yo te ruego por el Señor que te crió, y poi ,
quien has sufrido tantos trabajos, me des ese papel para que podamos*
saber tu vida.
Entonces Alejo alargó el brazo, abrió la mano y ella tomó la carta.
Al instante se la entregó á Accio, el cual *• ra canciller de la Iglesia r o -
mana, y en alta voz, y en presencia do todos, leyó de esta manera:
Yo soy Alejo, hijo de Eufemiano, seriAdor de Roma. ¿Quién podrá es-
plicar el dolor y el sentimiento de sus padres y de su esposa, cuando
vieron que era Alejo el pobre que tuvieron tantos años en su casa? Las
quejas amorosas en que prorumpieron sus corazones afligidos; las lá-
grimas tan amargas que 'lerramaron, y los suspiros tristes que arroja-
ron, son un testimonio nada equívoco y unas pruebas irrefragables do
su pena.
Su padre, enternecido, se arrojó con ímpetu amoroso sobre el ca-
dáver; dos u'os de lágrimas salen de sus ojos; pero su afligida madre,
movida de los mismos afectos que su esposo, dejadme, decia, dejadme
abrazar al que parí para dolor; pues hoy ha muerto toda mi esperanza.
Hijo mió, exclamaba, ¿cómo no me dejaste recibir, alo menos, tus úl-
timos alientos? ¿Es posible queseáis tú aquel pobre que todos los dias
tenia delantedemis ojos? La amable y desconsolada Sabina, cubierta de
luto y tristeza, se acercó con el mayor dolor al santo cuerpo, y como
el quebranto de su corazón era tan grande, apenas hallaba espresiones
en su boca para poder desahogarse. Toda mi vida, decía, he pasado en
llanto y en dolor; como tórtola que ha perdido su compañero amante
en gemidos y en trhte soledad. Ya se acabó mi vida con la tuya, y cor, < ' *, > 1
, GOZOS Q U E S E CANTAN
A L GLORIOSO SAN A L E J O / C O N F E S O R ,
OREMUS.
Deus qui nos beati Alexi confesoris tiri annua solefnnitate letifica*
concede propitiu; utcujus natalitia colimus, etiam actiones imitemur
Per Christum Dominum nostrum. Amen.
FI».
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