Parabolas Del Reino de Dios
Parabolas Del Reino de Dios
Parabolas Del Reino de Dios
Cualquier persona que quiera vivir una vida con propósito debe establecer metas para
su vida. Como cristiano, debes consultar a Dios y a la Biblia para determinar las metas
de tu vida. ... 3 ¿Qué es el Proyecto Personal de Vida Cristiana? El PPVC es un medio
educativo para ayudarnos a crecer en el seguimiento de Jesús.
TERCER GRADO
10
Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas?
11
El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino
de los cielos; mas a ellos no les es dado.
12
Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo
que tiene le será quitado.
13
Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni
entienden.
14
De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo:
De oído oiréis, y no entenderéis;
Y viendo veréis, y no percibiréis.
15
Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,
Y con los oídos oyen pesadamente,
Y han cerrado sus ojos;
Para que no vean con los ojos,
Y oigan con los oídos,
Y con el corazón entiendan,
Y se conviertan,
Y yo los sane. m
16
Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.
17
Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no
lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.
18
Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador:
19
Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo
que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino.
20
Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la
recibe con gozo;
21
pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la
persecución por causa de la palabra, luego tropieza.
22
El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este
siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.
23
Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da
fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno.
24
Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre
que sembró buena semilla en su campo;
25
pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y
se fue.
26
Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña.
27
Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste
buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña?
28
El les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que
vayamos y la arranquemos?
29
El les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo.
30
Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré
a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero
recoged el trigo en mi granero.
31
Otra parábola les refirió, diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de
mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo;
32
el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es
la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y
hacen nidos en sus ramas.
Parábola de la levadura
(Lc. 13.20-21)
33
Otra parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una
mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado.
34
Todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba;
35
para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo:
Abriré en parábolas mi boca;
Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo.
36
Entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos,
le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo.
37
Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre.
38
El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los
hijos del malo.
39
El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son
los ángeles.
40
De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de
este siglo.
41
Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que
sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad,
42
y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes.
43
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene
oídos para oír, oiga.
El tesoro escondido
44
Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el
cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que
tiene, y compra aquel campo.
45
También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas,
46
que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.
La red
47
Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge
de toda clase de peces;
48
y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo
echan fuera.
49
Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los
justos,
50
y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes.
51
Jesús les dijo: ¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor.
52
El les dijo: Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre
de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.
Jesús en Nazaret
(Mr. 6.1-6; Lc. 4.16-30)
53
Aconteció que cuando terminó Jesús estas parábolas, se fue de allí.
54
Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se
maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros?
55
¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos,
Jacobo, José, Simón y Judas?
56
¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas
cosas?
57
Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su
propia tierra y en su casa.
58
Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos.
CUARTO GRADO
La doctrina social de la Iglesia es aquella enseñanza que nace del diálogo entre
el Evangelio y la vida económico social de los pueblos.
Esa doctrina busca iluminar las realidades terrenas y en ella se apoyan los
pastores de la Iglesia Católica para orientar en estas materias.
Hay siete principios, siete criterios que son muy claros y yo quisiera recordarlos
hoy, como de un golpe. Son ellos los ejes claves de esta doctrina y son los ejes
también para poder ayudar a todo ser humano a crecer, desarrollarse y
progresar, como debe ser. Esos siete principios son los siguientes:
Los vemos así en su conjunto porque nos iluminan; pero yo quisiera volver la
mirada sobre cada uno de ellos. Pero recordemos que para la doctrina de la
Iglesia, la enseñanza de la Iglesia, para Jesucristo, como también para todo lo
que es la filosofía humanista, lo principal es la persona humana, su dignidad; y
todo lo demás ha de converger a la ayuda, al apoyo, al progreso de todo ser
humano y de todos los seres humanos.
La concepción es clara: Dios creó todo lo que existe para todos los seres
humanos, no para una sola persona. De ahí que el principio del bien común quiere
mirar no solamente a un individuo sino a todos los individuos, no a una persona
sino a todas las personas.
Por eso, este principio del bien común es una tarea que nos compete a todos, y
de ahí que los bienes que existen sobre la tierra han de llegar a todos los seres
humanos. Para nosotros, es un criterio que tiene que estar siempre claro y es el
criterio que se exige en la conducción de la vida política; por eso, un político es
aquel que debe trabajar el bien común y colige con ese principio cuando busca
sus propios intereses, sus propios bienes o el bien particular; y los bienes que
hay en una nación, si los miramos bien, son para todos y por eso se busca que
haya una igualdad en la repartición de los bienes.
Reflexionar una y otra vez sobre el bien común nos coloca y nos sitúa en un
principio clave en el desarrollo y en el progreso de todo ser humano y de todos
los seres humanos.
2. El destino universal de los bienes: El principio del bien común que guía la
doctrina social de la Iglesia va muy unido al principio del destino universal de los
bienes. Este principio nos recuerda a nosotros que todo cuanto existe tiene una
dimensión universal. Nosotros hablamos del derecho de propiedad.
El derecho de propiedad privada también tiene su sentido. La propiedad privada
ayuda a que las personas puedan tener un mínimo de espacio para vivir, para
que se respete su libertad; sin embargo, cuando la propiedad privada se excede
y viola el principio universal de los bienes, entonces, la propiedad privada ha de
estar sujeta a lo que es este principio universal de los bienes. El Papa Juan Pablo
II repetía que: “Sobre toda propiedad privada, hay una hipoteca de los bienes
que han de llegar a todos”.
Y ese llegar a todos es llegar a todo ser humano y a todos los seres humanos y
nosotros hemos de repetirlo continuamente: Dios creó todas las cosas, no para
un grupo, sino para todos. De tal manera es así, que hay que buscar caminos
para una justa distribución de los bienes y de las riquezas, sean éstas las que
sean.
Venir en apoyo de las familias que no pueden alcanzar las metas que deben
alcanzar, de los individuos, de las personas, de los grupos, sean estos los que
sean. Por eso, el Estado tiene la responsabilidad de cuidar, de velar para que
cada uno de nosotros haga lo que tenga que hacer, pero que podamos recibir
también el apoyo en aquello que nosotros no podamos hacer. Ese principio de
subsidiaridad ayuda a que los pueblos puedan progresar y los grupos puedan
avanzar. Y esto hay que decirlo no solamente a nivel nacional, hay que decirlo,
también, a nivel universal: nos hemos de acompañar mutuamente los pueblos,
y aunque esto no lo pidiera Dios, ni lo pidiera la doctrina social de la Iglesia, lo
pide el sentido común y lo pide la razón. Se ha de apoyar a todo aquel que no
puede dar todo lo que él quisiera o pudiera dar.
Por eso, una persona que no participa en los gastos de un pueblo, con sus
impuestos, es una persona que no está cumpliendo con su deber. Una persona
que no participa en las elecciones, por ejemplo, es una persona que se siente
limitada en lo que es su derecho de participar en la elección de aquellos que lo
dirigen. Esta dimensión de la participación muestra un derecho, pero también
muestra un deber. Derecho y deber, el derecho de participar y el deber de
participar. Por eso, cuando las personas no pueden participar todo lo que pueden
en la vida nacional, se sienten limitadas.
Las dictaduras limitan la participación, pero también la participación se vuelve un
desorden cuando no es regulada.
Volvamos una y otra vez la mente sobre la participación, sobre nuestro deber de
participar en la vida familiar, en la vida social, en la vida del barrio, en la vida
nacional, en la vida internacional. Pensemos en la participación, como un derecho
y un deber.
Los países más ricos tienen necesidad de ser solidarios con los demás y los Países
pobres también han de tomar conciencia sobre esto. El Amazonas no pertenece
ya a Brasil o a los países del Cono Sur, es un bien de toda la humanidad, porque
lo que pasa allí afecta a la humanidad. Somos solidarios, y los seres humanos
somos como un racimo de guineos: o caminamos juntos o nosotros perecemos,
pero hemos de estar juntos. El principio, el criterio, el valor de la solidaridad es
temática sobre la que hay que pensar y volver una y otra vez porque no
solamente se ha de esperar solidaridad de los demás, sino que cada uno de
nosotros ha de poner su granito de arena en el camino y en la construcción de
un mundo solidario.
Los cuatro grandes valores son estos: La verdad, la libertad, la justicia y el amor.
Y me voy a referir ahora a los tres primeros porque el amor, que nos une a los
demás, necesita un tratamiento especial.
La verdad: sin la verdad ningún pueblo podrá avanzar. Jesucristo decía, y es
lema del pueblo dominicano: “Conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.
7. La vía del amor: Podemos hablar y tocar temáticas como esta: el bien común,
el destino universal de los bienes, la participación, la solidaridad, los valores de
la verdad, la justicia y la libertad. Pero tenemos que decir que el vínculo que une
todo esto es el amor. Sin amor, nosotros no podremos llegar a eso que
deseamos: a una mayor distribución de las riquezas, a un mundo donde impere
la verdad, la justicia, la libertad; donde los bienes realmente sean comunes,
donde se busque el bien común.
No podemos pedirles a los políticos que se preocupen de buscar los intereses del
pueblo dominicano y no sus propios intereses, si ellos no tienen amor. Se lo
podemos pedir en nombre de la justicia, en nombre del respeto a los demás; el
amor es necesario para todo ello. Podemos pedirle a un juez que haga la justicia,
pero si ese juez no respeta a la persona humana, si ese juez no ama al ser
humano y no ama a los dominicanos, será injusto. Los valores que nosotros
necesitamos poner en práctica, y son necesarios todos, necesitan un
fundamento, un guía, que es el amor. Por eso, el progreso de los pueblos, el
bienestar de los pueblos, la mejor distribución de las riquezas, todo aquello que
nosotros deseamos no se dará en efecto y en verdad, si los seres humanos son
egoístas. De ahí que el camino del amor, la vía del amor, es y seguirá siendo el
camino del desarrollo de los pueblos, del respeto a las personas y de los derechos
humanos.
Todos los días oigo hablar de la necesidad de educar en valores. Esto queda muy bien
y muy bonito. La cuestión es, eso está muy bien, pero ¿en qué valores vamos a educar?
En este artículo pretendo responder a la cuestión de cuáles son los valores que se
proponen en la doctrina social.
Verdad
Libertad
Justicia
Caridad
Los principios permanentes de reflexión que presiden la doctrina social, como leyes
reguladoras que son de la vida social, están intimimamente relacionados y no son
independientes del reconocimiento real de los valores fundamentales inherentes a la
dignidad de la persona humana.
Si vivimos estos valores tendremos un camino seguro para alcanzar una convivencia
social más humana; constituyen la referencia imprescindible para los responsables de la
vida pública, que son los llamados a realizar las reformas sustanciales de las estructuras
económicas, políticas y culturuales y tecnológicas, y los cambios necesarios en las
instituciones.
La fe y la cultura
JOSÉ MORENO LOSADACAPELLÁN UNIVERSITARIO Miércoles, 6 enero 2010, 01:04
LA relación fe-cultura tiene gran importancia hoy, pero siempre ha sido una cuestión
fundamental para el cristianismo. La primera definición de cultura es de Catón el Viejo
(S. II a. C) que la refería al 'agro' (agricultura) situándola en la relación hombre-
naturaleza; más tarde Cicerón nos hablaría de la cultura como cultivo del espíritu por las
personas 'cultas'. Hoy el concepto de cultura se entiende de un modo mucho más
amplio. Se considera que todos los hombres cultivamos la relación con la naturaleza,
con la sociedad, con nosotros mismos como forma de entender la vida. La cultura se nos
muestra como una realidad de carácter personal y social a la vez. Por ser interpretación
de la realidad, la cultura ha de estar abierta a todos los elementos que tienen pretensión
hermenéutica y uno de ellos es la fe.
A partir del siglo IV se impone al mundo una teología elaborada con categorías
grecolatinas, una liturgia que era la propia de Roma y un código al estilo del derecho
romano y con claves monárquicas. De este modo no sólo se transmitía el Evangelio sino
categorías culturales también; se realizaba la monoinculturación. El cristianismo tenía
vitalidad y supo acompasar el proceso de la cultura y de los tiempos, con una buena
adaptación. Así lo hizo santo Tomás de Aquino.
A partir del siglo XVI comienza una etapa defensiva de la Iglesia ante la cultura;
primero frente a la Reforma y posteriormente ante la Revolución, llegando al extremo
con Pío IX al plantear la disyuntiva de «ser católico o moderno», y que acabaría con la
condena de la modernidad en el Syllabus. Ratzinger, actual pontífice, comentando
teológicamente hace mucho tiempo los dos Syllabi afirmaba que la Iglesia se quitó a sí
misma la posibilidad de vivir lo cristiano como actual.
Pablo VI señaló de modo claro que la ruptura entre Evangelio y cultura era el drama del
momento. En dicho drama perdían la fe y la cultura. La fe se quedaba sin estructura de
plausibilidad como lo estamos viendo y sintiendo claramente ahora, y la cultura también
se está viendo con situaciones en las que se queda 'desalmada', sin verdaderos caminos
para acceder a la felicidad como tarea interior.
En este contexto de ruptura, que viene de hace siglos, nos toca recorrer el camino de
vuelta para que pueda darse la reconciliación y el enriquecimiento mutuo entre la fe y la
cultura. Se trata de lograr una relación que de ninguna manera caiga en el desprecio
unilateral o mutuo, ni tampoco en una identificación absorbente que rompa uno de los
elementos fundiéndolo en el otro. Hemos de buscar el verdadero diálogo que haga
posible el encuentro, el 'coloquio' del que hablaba Pablo VI; un diálogo que posibilite la
inculturación del Evangelio y la evangelización de la cultura. El punto de partida
consistirá en la búsqueda positiva de la realidad mundana y su autonomía como lo
presentaba la Constitución 'Gaudium et Spes' en el Concilio Vaticano II. Necesitamos
detectar todos aquellos signos de bondad y reflejos de la imagen de Dios que están
inscritos y se desarrollan en la cultura actual, y eso sólo podemos hacerlo buscando el
diálogo y el encuentro; escuchando a los hombres de hoy en todos los ámbitos de
cultura, formando parte de ellos. En ese encuentro aparecerá también la fe de un modo
encarnado haciéndose cultura y pretendiendo superar el peligro del que avisaba el
pontífice Juan Pablo II al afirmar que una fe que no se hace cultura es una fe no
plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida. Tenemos el reto de
encontrarnos activamente con un pluralismo cultural, para revitalizar la verdadera
relación fe-cultura.
La Fe Y Cultura
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No hay cultura si no es del hombre, por el hombre y para el hombre. Abarca toda
la actividad del hombre, su inteligencia y su afectividad, su búsqueda de sentido,
sus costumbres y sus recursos éticos. La cultura es tan connatural al hombre, que
la naturaleza de éste no alcanza su expresión plena sino mediante la cultura. El
cometido esencial de una pastoral de la cultura consiste en devolver al hombre
su plenitud de criatura «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26), alejándolo de
la tentación antropocéntrica de considerarse independiente del Creador. Así pues
-y esta observación es de suma importancia para una pastoral de la cultura-, «no
se puede negar que el hombre existe siempre en una cultura concreta, pero
tampoco se puede negar que el hombre no se agota en esta misma cultura.
Por otra parte, el progreso mismo de las culturas demuestra que en el hombre
existe algo que las transciende. Este algo es precisamente la naturaleza del
hombre. Esta naturaleza es la medida de la cultura y es la condición para que el
hombre no sea prisionero de ninguna de sus culturas, sino que defienda su
dignidad personal viviendo de acuerdo con la verdad profunda de su ser»
(Veritatis Splendor n. 53).
Diálogo fe – cultura
“La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo,
como lo fue también en otras épocas”. Estas palabras del Beato Pablo VI en Evangelii
Nuntiandi (1975) han marcado el pensamiento y la acción de la Iglesia en los últimos
tiempos. Preocupación asumida por SanJuan Pablo II y transformada en propuesta
evangelizadora: “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no
totalmente pensada, no fielmente vivida”.Desde estas perspectivas la evangelización de
la cultura o las culturas se ha convertido en uno de los grandes desafíos de la Iglesia
contemporánea.
La nueva cultura que algunos califican como “tecnolíquida” hunde sus raíces en una
antropología basada en la imagen y las nuevas tecnologías, configurando nuevas formas
de pensar, sentir y actuar. En ella cobran especial protagonismo las llamadas “redes
cibernéticas” que no sólo dirigen la vida de las últimas generaciones, “nativos
digitales”, sino también la de amplias capas de la sociedad adulta. Una nueva cultura
que sin duda ofrece importantes instrumentos para elcrecimiento humano personal y
comunitario, pero que también produce graves patologías, como el alto grado de
dependencia con obsesión compulsiva hacia las nuevas tecnologías, separación de la
vida real, despersonalización y creciente autismo egocéntrico que favorece el
narcisismo y dificulta la interiorización, entre otras.
Cómo conectar la fe con esta nueva sociedad digital-virtual, es decir, cómo ser
verdaderos comunicadores-evangelizadores y evangelizadores-comunicadores es uno de
los grandes retos que tiene la Iglesia actual en relación con la “evangelización de la
cultura” e “inculturación de la fe”. Adentrarse en este difícil y fascinante compromiso
exige una pedagogía de la búsqueda, de la escucha y del reconocimiento de la
pluralidad.
Hace ya un año que han asumido con gran ilusión este reto un grupo de cristianos de
nuestra diócesis a través del proyecto Areópago-diálogo promovido e impulsado por la
Delegación de Apostolado Seglar. Se define como grupo de opinión que desea hacer
llegar su voz a la sociedad a través de los medios de comunicación y entablar con ella
un diálogo constructivosobre temas de actualidad.
Siguiendo las pautas del Concilio Vaticano II intenta propiciar el diálogo dando la
primera palabra a los “signos de los tiempos”, a los acontecimientos, en los cuales
resuena la interpelación de Dios, y nuestra respuesta. Desde ellos, el proyecto desea
hacer presente el Evangelio y los principios básicos de la Doctrina Social de la Iglesia.
Hoy son muchos e importantes los temasque afectan a nuestro mundo y que reclaman
una respuesta cristiana: la igual dignidad de la persona, la solidaridad, la defensa de la
vida, el medio ambiente, la política y el bien común, etc. Potenciar este Ilusionante
proyecto es hoy una urgencia pastoral.
QUINTO GRADO
***
Con ocasión de celebrar los dos mil años del nacimiento del Apóstol San Pablo, el Papa
Benedicto XVI ha concedido la posibilidad de ganar la indulgencia plenaria. Buen
número de personas me han hecho algunas preguntas al respecto. Trato brevemente el
tema en mi mensaje de hoy.
Cristo Jesús fundó la Iglesia sobre el grupo de los Doce Apóstoles, a cuyo frente puso a
San Pedro. San Pablo no perteneció al grupo de los Doce Apóstoles, incluso en un
principio fue perseguidor de los que creían en Jesucristo; pero tuvo un notable cambio
en su vida, convirtiéndose en un apasionado discípulo y misionero de Cristo Jesús,
difundiendo con valentía y convicción su Evangelio en muchas ciudades del Imperio
romano. No se puede entender la vida de la Iglesia en sus primeros años sin la vida y la
misión de San Pablo. Quien ahonda en la figura y el testimonio de San Pablo, no puede
quedar insensible ante él, pero especialmente ante Aquel que lo transformó: Cristo
Jesús. Efectivamente, San Pablo llega a decir: “Todo lo considero basura, con tal de
ganar a Cristo” (Flp 3, 8); y “ya no soy yo quien vive, sino Cristo que vive en mí” (Gal
2, 20); por Cristo y por el anuncio de Cristo, San Pablo padece cárceles, azotes,
naufragios, peligros de ríos, de salteadores, días sin comer, noches sin dormir (cf. 2Cor
11, 22-31); pero su fuerza y su gloria está en Cristo Jesús, por eso exclama “todo lo
puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4, 13).
Por el sacramento de la penitencia Dios nos perdona los pecados que hayamos
cometido; pero queda la pena temporal, de la cual podemos ser purificados mediante la
oración y las distintas prácticas de penitencia y obras de misericordia en la tierra, o
después de la muerte en el purgatorio.
La indulgencia es el perdón que Dios nos concede de esa pena temporal, al aprovechar
el “tesoro de la Iglesia”, que es el valor infinito de la redención de Cristo y las oraciones
y buenas obras de la Virgen María y de los Santos, unidos a Cristo. Efectivamente, si
con Adán somos solidarios en el pecado original, con Cristo somos solidarios en la
gracia.
Cada quien puede ganar la indulgencia para sí mismo o también para algún difunto, una
sola vez cada día. Se requiere confesión sacramental, participación en alguna
Celebración eucarística y comunión o alguna Celebración piadosa en honor del Apóstol
San Pablo, oraciones por las intenciones del Papa (Padre Nuestro, Credo, invocaciones a
María Santísima y San Pablo) y excluir cualquier apego al pecado, o sea luchar con
firmeza por despojarnos del “hombre viejo”, como dice San Pablo, revistiéndonos del
“hombre nuevo” (cf. Ef 4, 17-24; Col 3, 5-15), en otras palabras, con firme propósito de
vencer la inclinación al pecado y de crecer en las virtudes.
iscípulos y Misioneros
Al aceptar ser discípulos de Jesucristo nos ponemos en la escuela del Evangelio. Ahí
encontramos la fuente de nuestro estilo de ser y de hacer misión. Pero necesitamos tener
el valor de leerlo como si fuera la primera vez y dejarnos cautivar por su mensaje de
total disponibilidad. Necesitamos pedir la gracia de seguir a Jesucristo
incondicionalmente, hasta configurarnos con Él, por amor. Seguirlo en la comunión con
su Padre y en la búsqueda continua de su Voluntad. Seguirlo en sus actitudes de Buen
Samaritano y en los criterios de las Bienaventuranzas. Seguirlo en su identificación con
los pecadores, los pobres y los pequeños. Seguirlo en sus opciones que sustentan la
inauguración de un Reino de justicia, paz y dignidad. Y, finalmente, seguirlo hasta
compartir su destino de Cruz y Resurrección.
Al aceptar ser misioneros de Jesucristo nos comprometemos humildemente a continuar
su misión en el mundo. Él nos enseña que la fuente de su misión es la compasión (se le
conmueven las entrañas) ante los que sufren, los marginados y todos aquellos que se
encuentran “vejados y abatidos como ovejas sin pastor”. Continuar su misión para llevar
su oferta de salvación hasta los últimos rincones, para escuchar el grito de los más
pobres, para llevar a todos al encuentro con el Dios de la Vida, para construir una tierra
nueva, para reunir a todos los hermanos y hermanas dispersos alrededor de la mesa en la
fiesta inagotable del cielo.
El Señor “llamó a los que Él quiso” y de ellos “hizo Doce”. Jesús toma la iniciativa y
nos invitaa ser sus colaboradores. Esta convicción vocacional nos llena de serenidad en
los momentos difíciles. No por nuestros méritos sino por designio divino. Al llamarnos
confía en nosotros y espera nuestra respuesta generosa. Luego pone en nuestras manos
su propio proyecto.
2. Participar de su Vida
Los llamó “para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar con el poder de destruir el
mal”. Una traducción más exacta sería: “para ser uno con Él”. Esta es la esencia de la
vocación misionera: estar unidos a Jesucristo como las ramas al árbol. La oración y la
escucha cotidiana de su Palabra constituyen la fuerza invencible de la misión. Hablar
con Él para hablar de Él. De otra forma lo único que haremos será predicarnos a
nosotros mismos y lo que construyamos quedará sobre arena. Los sacramentos, en
particular la eucaristía y la reconciliación, como ríos de gracia, nutren nuestra
conversión y nos asocian al Amor capaz de aniquilar la acción del maligno.
3. Testigos de Fraternidad
Somos enviados como Iglesia, nunca solos: “de dos en dos”. Porque el núcleo del
anuncio consiste en mostrar que somos hermanos y hermanas en el único Padre-Amor.
Por eso el mundo no nos quiere recibir, ya que testimoniamos y proclamamos la
fraternidad ante una sociedad que nos asegura lo contrario. Esto es también el fin que
anhelamos: “que viendo como nos amamos, glorifiquen al Padre que está en el cielo”.
La experiencia de la fraternidad es lo que más necesita nuestra presente humanidad
herida. De dos en dos para aligerarnos con el bálsamo de la amistad y ayudarnos a
cargar la cruz, para que el testimonio sea válido conforme a la ley judía, sobretodo para
estar ciertos de la presencia del Maestro que nos prometió “ahí donde dos o más se
reúnan en mi Nombre, yo estaré en medio de ellos”.
4. Abandono en la Providencia
5. Instrumentos de Paz
“Cuando entren en una casa, digan Shalom”. Lo que más necesitan las personas es el
Shalom: la paz que nada ni nadie puede dar sino sólo Dios. La paz que devuelve la
dignidad al hombre degradado o a la mujer maltratada, que no juzga ni condena, que
devuelve la esperanza y que hace llorar de alegría. El Shalom que retuerce la escala de
valores del mundo y coloca en primer lugar a nosotros, hijos e hijas de Dios,
encontrados y perdonados.
6. Fieles en la Cruz
Jesús es conciente que nos envía “como ovejas en medio de lobos”. Al mal no se le
venceengordándolo más por la revancha. Al mal se le vence a fuerza de bien. Jesucristo,
nuestro Redentor, ha puesto sobre sus espaldas el pecado del mundo y lo ha derrotado
para siempre. Él ha roto el círculo vicioso del odio. El veneno de la serpiente ha
quedado ineficaz y ella ha sido ridiculizada. Ya nada puede hacernos daño y la aparente
debilidad de la oveja se convierte en energía regeneradora. La persecución y el mismo
martirio, como signos identificadores de la misión de los discípulos de Jesucristo, son
fuente de fecundidad inigualable y de paz imperecedera. La tentación de escapar del
sufrimiento, a veces también por medio de falsas religiosidades, viene superada por la
confianza absoluta en el Crucificado que nos ama hasta el extremo.
7. Profetas de Esperanza
“No tengan miedo…Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”. Esta certeza ilumina
toda la misión. El Amor tiene la última palabra en la historia humana, a pesar de
nuestros fracasos, incoherencias, traiciones… Cuando Dios nos elige nos toma en serio
y nos es fiel. A nosotros nos corresponde simplemente dejarnos guiar por su luz
Entregar nuestros “cinco panes y dos peces” para que se realice nuevamente el milagro
del amor multiplicado. Lo peor que puede suceder a un misionero es perder la
esperanza, si ello acontece entonces será urgente volver a las fuentes de la Vida. Nada
puede apagar nuestro gozo porque tiene raíces de eternidad. Dios es nuestra Fuerza, aún
si ya nuestro cuerpo flaquea. El ideal cristiano seguirá siendo la aventura de lo
imposible, porque sólo Dios sabe hacerlo y la misión es suya.
El gran reto para nuestra Iglesia es la misión ad gentes; ir más allá de la atención a los
que ya están dentro y buscar a los más alejados. No se trata solamente de una lejanía
geográfica. No resulta conforme al Evangelio el excusarnos diciendo: “para que salir si
también nosotros tenemos necesidad” o “todo es misión entonces aquí la realizamos” o
“para que molestar la conciencia de otros si de todas formas se salvan”. Dios, en
cambio, bendice a la anciana que donó “todo lo que tenía para vivir”, aunque fueran
sólo dos moneditas y no a los dejaban sus sobras. Una Iglesia que da desde su pobreza
recibe mucho más en gracia y medios, conforme a los planes divinos, porque Dios no se
deja vencer en generosidad. Todo bautizado es responsable de la misión universal.
Naturalmente no todos podrán salir físicamente pero a todos, sin excepción, compete el
compromiso de la oración, la promoción de las vocaciones misioneras, el testimonio de
vida, el empeño apostólico en donde nos encontremos, el ofrecimiento del dolor y de los
quehaceres cotidianos, el conocimiento y estudio de las realidades, la colaboración con
medios materiales… para compartir y sostener la obra misionera ad gentes. Nuestras
liturgias, catequesis, apostolados, obras sociales, jornadas o retiros, etc. quedarán
incompletos si no incluyen de alguna manera a los indiferentes, a los que no han
recibido el don de la fe, a los que la rechazan o no les interesa, a los que no pertenecen
al redil de Cristo. Él continúa diciendo a su Iglesia: “Vayan y hagan discípulos a todas
las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
CONCLUSIÓN
El DOMUND nos une a todos los católicos del mundo, junto con María nuestra Madre,
en la plegaria humilde y confiada para que Dios Padre nos conceda ser auténticos
discípulos y misioneros de Jesucristo para que, por la fuerza del Espíritu Santo, nuestros
pueblos en Él tengan VIDA.