Mary Calmes - Rana y Principes
Mary Calmes - Rana y Principes
Mary Calmes - Rana y Principes
© Mary Calmes
© De la traducción: S&M
Atención: Este libro es de temática homoerótica y contiene escenas de sexo explícito M/M
AVISO IMPORTANTE:
Weber Yates es un alma errante, un vaquero que ve cada vez más lejos su
sueño de convertirse en una estrella del rodeo. Sin familia, sin hogar, sin raíces
ni nada que lo ate… toda su vida cabe en la mochila que carga.
—¿Hola?
—¿Hola?
Me aclaré la garganta.
—¿Doc?
Tragué saliva con fuerza en lugar de colgar el teléfono como debería haber
hecho.
—Soy Weber y…
—¿Weber?
4
—Hey… —respondí yo, sonriendo al teléfono mientras la lluvia que
entraba a la cabina empezaba a empaparme las botas vaqueras ya desgastadas.
—Entonces te dejo y…
Comencé a tiritar.
—¿Lo prometes?
—Oh, Dios. ¡Te estás muriendo de frio! Estás… ¿dónde estás, exactamente?
5
—¡Oh, Dios! —exclamó entonces— ¿Estás tan cerca?
—Doc…
—Escucha —dijo con una voz baja y ronca—. Lamento lo que dije la última
vez.
—Web…
—¡Dios, soy un idiota! —me lamenté, sintiéndome algo mucho peor que
eso. Era un bastardo necesitado de afecto.
—¡No!
«¿No?»
—Cariño, estás…
—Sí, pero…
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—¡Quiero verte!
—Cálmate; deja de levantar la voz. No quiero que piensen que estás loco.
Carraspeé ligeramente.
—Bueno, la última vez que estuve aquí me dijiste que sentarías cabeza con
un tipo que quería tomar vuestra relación seriamente. Por eso pensé…
—No, no era él. Lo intenté, con el hombre al que te refieres, pero... después
de todo no se puede amar a alguien solo porque nos conviene.
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—¡Lo es, al contrario! —exclamó—. Es una maravillosa idea. Un gesto muy
bonito de tu parte no dejar que me sintiera un pedazo de mierda por lo que me
quede de vida.
Suspiré profundamente.
—¿Cuándo?
Me conocía demasiado bien para ser alguien que me había visto no más de
quince veces en el trascurso de tres años. Sabía que tenía que preguntarme
exactamente “cuando”; cada vez que le decía «Nos vemos», ya que podía
significar hoy, mañana o antes de morir.
—¿Weber?
Suspiré profundamente.
—No. Lo sé, pero… me has hecho mucha falta y nunca tengo manera de
contactarte... Estoy tan feliz de que me hayas llamado. No puedes ni siquiera
imaginar cuanto.
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Nos habíamos conocido en Texas, entre un rodeo y otro, mientras
trabajaba en un rancho atendiendo los caballos. Él, junto a sus amigos, había
venido a cazar codornices; el guía estaba ocupado en otra cosa, así que mi patrón
de ese entonces me había pedido que bajara al pueblo a recoger a unos
“citadinos” para traerlos hasta el rancho. Nunca me hubiera imaginado que
aquel tipo moreno de ojos castaños y piel dorada hubiera perdido un segundo en
fijarse en mí. Incluso bajo el despiadado sol de Texas era todo un espectáculo:
fresco, limpio y pulcro; con ropa elegante y con una camisa que costaba más que
todas las cosas que yo poseía en el mundo puestas juntas, adherida a su cuerpo,
acentuándole todos los músculos del pecho. Apenas lograba respirar con
normalidad.
Carraspeé.
Cyrus asintió con la cabeza y noté que sus ojos se entornaban mientras se
humedecía los labios.
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No podría superar una cena con él.
—¿Dónde?
—Yo puedo pedir la habitación —le dije, incluso cuando eso me dejaría en
quiebra y tendría que posponer mi partida por otras dos semanas. Pero valdría
la pena por meterse bajo las sábanas con un hombre que llenaría mis sueños por
el resto de mi vida.
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—¿Activo? —respondí, queriendo dejarlo claro desde el principio. Nunca
confié en nadie lo suficiente como para ser pasivo y, ciertamente, no iba a
comenzar con un desconocido al que solo quería follar. Sin importar lo atractivo
que fuera.
—Sí.
—¿Tengo que llevar cuerdas? —le pregunté en broma, solo para ver lo
lejos que llegaba.
En respuesta, dejó caer el bolso que tenía sobre los hombros, tomó mi
rostro con las dos manos y me miró directamente a los ojos.
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—Dios mío —susurró, con los ojos color avellana brillantes y febriles, los
labios inflamados y oscuros, mientras volvía a tragar saliva.
—¿Qué estás...?
—Ven aquí. —Lo agarré por los brazos y, al mismo tiempo cerré con un
fuerte golpe la puerta del vehículo, tirando del hombre, casi levantándolo del
suelo y arrastrándolo conmigo.
—Bájate los pantalones —le dije, sacando un condón lubricado del bolsillo
posterior de mis Wrangler1—. Y quítate la camisa.
1
Popular marca estadounidense de pantalones de jean.
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—Mierda —dijo con voz ronca, colocando de inmediato una mano sobre
mi cabeza y aferrándose al cabello lacio y rojizo que me llegaba hasta los
hombros.
—Baja la cabeza.
Lo hizo sin decir nada, sólo apoyó la mejilla contra la hierba fragante y al
mismo tiempo levantó el culo.
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vez se me permitía disfrutar de aquellas cosas que prefería del sexo, como los
besos, las caricias y los roces, decidí aprovechar y hacerlo con mi nuevo amigo
citadino.
Es por eso que nunca, jamás, me meto en alguien de un solo golpe. A pesar
de que a veces me trataron mal en la vida, siempre me aseguro de no causar
dolor a otros. Especialmente en aquellos que me permitían estar sobre ellos.
Los ruidos que estaba haciendo, los quejidos y lamentos, la forma en que
pronunciaba mi nombre, los músculos tensos de su hermoso culo apretado... yo
ya estaba listo para cabalgarlo a conciencia.
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Me gustaban los apodos dulces por encima de todas las cosas, aunque
estaría muerto antes de admitirlo en voz alta. Mientras movía mis caderas hacia
atrás y hacia delante, me aferraba a las suyas tan fuerte como para dejar
moretones. Dijo mi nombre una vez más. ¿Cuánto más podría aguantar? Había
perdido el control sobre mí mismo gracias a ese hombre de cuerpo cálido y
codicioso, de ojos lánguidos y piel bronceada. Lo aferré de los cabellos, haciendo
que se enarcara en una posición sumisa por demás hermosa; su espalda estaba
doblada, su culo en alto y su aliento, como un siseo agudo, me estaba
enloqueciendo.
—Vente para mí —le dije, con la voz ronca y profunda, sin dejar de
martillear. El aire caliente estaba como detenido, denso y pesado, y olía a sexo y
sudor.
15
—Espera.
No me moví.
—Puedo sentirte sobre mí. Siento toda tu fuerza. Veo todas estas
maravillosas venas hinchadas atravesando tus brazos... y tus manos... quiero
más. Quiero verlo todo.
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mí otra vez, y continué besándolo, incluso mientras tomaba su polla con la mano
y comenzaba a deslizarla hacia arriba y hacia abajo.
—Nunca, creo. —Jadeó sin aire—. Cristo. ¿Quién coño eres tú?
—Levántate y lo haré.
—Te necesito.
—Yo…
Hice que los lamiera, mientras lo trabajaba hasta hacer que se viniera de
nuevo.
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Nos hubiéramos quedado todo el día allí, cubiertos de hierba, sudor y
esperma, si el beso no hubiera cesado. Intentó meter su lengua en mi boca y el
estruendo de mi risa lo hizo temblar con mis brazos envueltos a su alrededor.
Sería una extraña cosa de ver si alguien hubiera aparecido en aquel momento. Yo
estaba completamente vestido y él, desnudo como la naturaleza lo había traído
al mundo, excepto por los calcetines y un reloj costosísimo.
—¿Cómo?
—Oh, lo juro —le aseguré, rocé su cabeza con mi nariz, devoré su cuello, lo
mordisqueé por todas partes, respirando su aroma y chupando con pasión.
—Será mejor que te vistas. —Me reí, pasando una mano por su espalda
lisa, hasta llegar a ese culo redondo y firme. Lo agarré con toda la mano y se me
vino encima—. Antes de que derribe la puerta de esta cabaña, te tumbe dentro y
te folle tan duro que no podrías, siquiera, caminar.
Le sonreí.
—Esta noche, antes de que nos encontremos, lávate bien y verás lo que sé
hacer con mi lengua.
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Tuvo que sostenerse fuerte para recomponerse antes de que sus piernas
cedieran.
Lo miré de reojo.
Lo observé alejarse con una sonrisa, tenía que darle tiempo para regresar
antes que yo, y además, tenía que deshacerme del preservativo de alguna
manera. Su trasero, incluso a través de los pantalones, era una obra de arte.
Más tarde esa noche, tumbado en la cama a su lado en el Willow Tree Inn,
comprendí realmente cuanta distancia había entre un vaquero y un
neurocirujano.
Vivía en San Francisco, en una casa que valía cientos de miles de dólares,
tal vez, incluso, millones. Yo no tenía casa y solo contaba con los cuarenta y dos
dólares de mi bolsillo hasta mi próxima paga, el viernes siguiente. Entonces
tendría trescientos cuarenta y dos dólares, lo suficiente para ir a Kansas la
primera semana de agosto e inscribirme en el rodeo de Dodge City.
1
Weber tiene un hablar muy rústico, coloquial pero muy educado y respetuoso. Por lo que suele adjuntar el apelativo
“señor” a la afirmación o negación como si se tratara de una sola palabra. O sea, “Sissignore”/“Nossignore”,
(siseñor/noseñor) en lugar del “Sí, señor”/”No, señor” que diría alguien con una habla más formal. Como en español
esta distinción no es posible en el lenguaje escrito, la voy a distinguir usando cursiva.
19
Se detuvo, posando sus labios sobre los míos.
—No lo hagas —le dije con una sonrisa mientras deslizaba una mano
sobre su nuca—. No te preocupes por lo que puedan pensar de ti o cómo te
debes sentir por querer algo; tómalo y basta, maldita sea.
Sus labios se relajaron sobre los míos y el beso fue dulce y suave, antes de
que yo abriese la boca y su lengua se metiera en profundidad. Su gemido
ahogado me hizo sonreír: lo hice girar sobre su espalda, con ganas de
sumergirme en él tanto como fuera posible, hasta donde me lo permitiera.
Lo miré de reojo.
—Por favor. —Él respiró hondo y levantó las piernas, envolviéndolas por
detrás a mis muslos—. Web…
—¡¿WEB?!
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—No me importa. Permanece quieto donde estás, no te vayas.
—Está bien.
—Bien.
—Tendría que dar una vuelta y ver si hay algo abierto para comer un
bocadillo.
—No. Tengo cosas para comer en casa. Puedes tomar una ducha. Te
prepararé algo tan pronto como lleguemos allí.
Estaba yendo hacia Alaska porque Aidan Shelton, un sujeto que había
conocido en el rodeo, me había concertado una entrevista para un trabajo
invernal. Su hermano poseía una finca de pesca situada a solo cuarenta y cinco
minutos en hidroavión desde Anchorage, y necesitaba de alguien que hiciera el
mantenimiento general durante tres meses. Conocí a Aidan en Louisville, en el
campeonato de Norteamérica y, después de sufrir una lesión en las
eliminatorias, se había acercado para hacerme la propuesta. Fue muy amable de
su parte hacerlo, así como al invitarme a cenar a continuación. Me había incluso
preguntado si quería pasar la noche con él; dado que no tenía mucho dinero,
también aprecié ese gesto. Cuando salí de la ducha, me lo había encontrado
esperándome en medio de la cama con el culo desnudo y preguntándome que
estaba esperando. También consideré aquello como una bendición: había
sufrido la soledad durante el viaje y era arriesgado ir en busca de un
desconocido.
21
—Hey...
Solté un bufido.
—No me acuerdo.
—Oh, Doc, yo no pretendía darte pena. Sabes que eso no es para mí.
—Lo sé. —Se aclaró la garganta—. Termina lo que estabas diciendo, sobre
el rodeo.
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—¿Qué ha cambiado con respecto al rodeo?
Suspiré profundamente.
—Doc…
—Olvídalo.
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—Estoy bien, cariño. —Le sonreí al auricular del teléfono—. Es solo que
tengo cuarenta y cuatro años ahora, como tú mismo has dicho, pero me siento
como de setenta. Y no quiero correr el riesgo de quedar lisiado. Ni siquiera tengo
seguro de salud.
—Me estás volviendo loco. Siéntate ahí en algún lado a esperar a que
llegue. Voy con el BMW.
—Bueno, sí, Weber. Hay algo llamado GPS. ¿Nunca has oído hablar de él
entre un aventón y otro?
Reí.
—Te has hecho una idea de cómo es mi vida aquí fuera, ¿eh?
—Te espero.
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CAPÍTULO 2
Con aquel suéter, aquellos pantalones y esas botas relucientes, parecía una
visión sobrenatural que hubiera surgido justo frente a mí, y estaba viniendo a mi
encuentro. Yo, sin embargo, tenía todo el aspecto de un desamparado que estaba
a punto de recibir limosnas de él.
—¡WEB! —gritó.
Dejé caer mi mochila y levanté los brazos hacia él, esperando que me
alcanzase.
—¿Por qué estás temblando? —pregunté con los labios entre su cabello,
sosteniéndolo, disfrutando de la sensación de su cuerpo macizo pegado al mío y
sintiendo sus labios moviéndose sobre mi cuello.
—Porque me hiciste falta, idiota. —Se aferró a mí todavía con más ímpetu,
levantando la cabeza para mirarme a los ojos—. ¿Te metes en el auto? Así puedo
besarte.
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Dio un paso atrás, se quitó uno de los guantes de cuero y tomó mi mano,
entrelazando sus dedos con los míos. No tuve idea de cuánto frio tenía hasta ese
momento, cuando me tocó. Una vez en el coche me dejó ir; lancé mi mochila
sobre el asiento de atrás mientras él daba la vuelta para entrar y ponerse al
volante.
—Déjame tomar una buena ducha caliente cuando lleguemos a casa, ¿de
acuerdo? De ese modo, cuando esté limpio, podré meterme en tu cama.
—Eso jamás sucederá —le aseguré—. Y cuando por fin tenga un lugar
donde quedarme, quizás, incluso, puedas pensar en venir a visitarme.
—Cy, no…
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Él dejó su asiento y se sentó a horcajadas sobre mí, girándose con todo su
metro ochenta hasta presionar su bajo vientre contra mis abdominales. Frotaba
mi dolorosa erección contra su cuerpo y su respiración se volvió irregular.
Nuestras manos, veloces, se deslizaban por todas partes y nuestras lenguas se
enroscaban entre sí; a mis largos y profundos gemidos él respondía
estrechándome cada vez más intensamente. Era hermosa la manera en la cual se
aferraba a mí, mordiéndome el labio inferior y aplastando mi pecho con el suyo.
Sus ojos eran pozos de deseo y cuando me icé un poco sobre el asiento, un
sonido grave y sexy, como un ronroneo, salió de su boca.
—Dos días —le dije cerrando los ojos. La calidez de su cuerpo, la forma en
la que me sostenía estrechamente y su aliento en mi cuello me hacían desear
quedarme allí y no irme nunca más—. ¡Dios, adoro abrazarte!
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Nos quedamos allí, en silencio, con la lluvia que golpeaba el parabrisas
como único ruido. Aferré su mano apoyada en mi muslo.
—¿Quieres decirme algo? —le pregunté, entrelazando mis dedos con los
suyos.
Me eché a reír.
—¿Qué? ¿Quién?
—Mira.
Vi a tres niños salir en fila, desde el más grande al más pequeño; luego,
catapultarse hacia el garaje para protegerse de la lluvia que se espesaba
lentamente. Cy se detuvo, estacionó, y ambos nos bajamos del coche.
—Cy —lo llamó agitada y, con solo una mirada, rápidamente noté dos
cosas: primero, que había estado llorando; y segundo, era su hermana.
Era igual que él: los mismos rasgos delicados, frágiles y esculpidos. Tenían
el mismo pelo color avellana y los mismos ojos castaños enmarcados por
pestañas larguísimas. Incluso la tez era idéntica. Debido a que se parecía tanto a
él, sentí una empatía inmediata hacia ella.
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—Oh —dijo cuando me vio, tratando de recobrar la compostura—. Yo no
sabía que tenías compa...
—No las necesitas para nada, en realidad —le aseguré—. Los vaqueros de
verdad pueden montar caballos solo con la presión de sus talones y piernas. Sólo
en las películas se usan espuelas.
—¿En serio?
—Ocho.
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—Oh —dije, encogiéndome de hombros—. Tienes razón, yo no hice la
carrera del barril1 hasta que tuve diez cumplidos.
—Vi la carrera del barril en la televisión. ¿Tú la hiciste cuando tenías diez?
—¿Quién es Spencer?
—Mi hermano.
Le sonreí.
1
Competencia donde un jinete debe evadir unos barriles en el menor tiempo posible.
2
Raza de caballos americana.
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Asentí con la cabeza, agarrando la pequeña y pegajosa mano. Luego me
volví hacia el otro pequeño chico que ahora se había apoyado en mí.
Tristán y Philip tenían los ojos azul cobalto, oscuros como la noche. Los de
Micah eran más claros, más luminosos, casi como el azul real de las flores de
altramuz con las cuales había crecido en Texas. Los tres eran realmente
hermosos.
La mujer asintió.
—Sí.
31
—Podría ser una buena idea —me respondió, con una voz que parecía
haber sido forzada a salir de su boca—. Pero… ehm, los niños no comen nada.
Tienen el peor apetito del mundo.
Él asintió.
—Yo lo hago —respondió—. Tú toma una ducha y ponte algo de ropa seca
antes de que agarres una neumonía. —Le sonreí, el hombre nunca dejaba de
preocuparse—. Y necesitas sentarte y relajarte.
—Bueno, tal vez una ducha rápida, entonces los niños podrán mostrarme
cómo funciona aquel juego, ese que habías comprado la última vez que estuve
aquí.
—Sí, ese —le dije; Micah comenzó a juguetear con el cuello de mi chaqueta
y Philip deslizó su manita en la mía.
—Se ve como un buen plan. —Me sonrió con sus ojos resplandeciendo de
repente.
1
Tipo de consola de videojuegos.
32
—No. Josie Dole tiene dos madres; ella está en mi clase. Y Jake Finnegan
tiene dos papás, pero él está en la clase del señor Wong.
—Ahí está, ¿ves?, tú entiendes todo acerca de cómo son estas cosas,
porque eres un hombre de mundo.
—Tienes ocho, ¿no? —le pregunté, mirándolo con los ojos entrecerrados.
—Sí, ocho.
Sin embargo, a pesar de que era enorme, la vista de la ciudad y sus luces, y
el toque masculino de los muebles siempre me hacían sentir cómodo. Aun
cuando eso no significara nada, incluso aunque nunca fuera capaz de vivir
permanentemente allí -¿qué podría hacer un vaquero en San Francisco?-, me
sentía como en casa cada vez que cruzaba el umbral de la entrada. Olía delicioso;
flotaba un aroma combinado del cuero de los sofás y la madera pulida de los
pisos. Sentí que mi cuerpo se relajaba, como siempre lo hacía.
Y los dos muchachos lo hicieron, junto a Micah, quien sólo devolvió una
mirada a Cyrus.
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—De nada, muchachos —respondió el aludido sonriendo. Luego,
volviéndose hacia Micah, añadió—: Y también te he oído a ti, ¿de acuerdo?
—No puedes entrar. —Me reí—. Ve a preparar la comida para los niños.
Lo miré.
—No lo creo. —Me di la vuelta para mostrarle mis pectorales—. Toca aquí,
puro músculo.
—¡Pero si mides casi uno noventa! Deberías pesar al menos entre ochenta
y noventa kilos. ¿Cuánto pesas ahora? ¿Setenta?
Me moví para que me pudiera tocar. Sonreí al verlo hacer una mueca por
las contusiones frescas que exhibía, la nueva cicatriz sobre mis costillas del lado
izquierdo y el corte que se estaba curando sobre el músculo pectoral derecho, ya
en vía de convertirse en una franja rosada y suave.
Se estremeció.
—Casi, casi que me deja sin plumas ese toro —lo provoqué moviendo las
cejas hacia arriba y hacia abajo.
—Cy...
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—Cállate.
Solté un bufido.
—Tengo los pantalones que compré la última vez que estuviste aquí, y la
camiseta de manga larga que te gusta usar para dormir. Déjame ir a buscarlos.
—No lo hice.
—Me hace feliz. —Le sonreí—. Ahora cierra la puerta que me estoy
muriendo de frío y ve a descubrir qué demonios le ha sucedido a tu hermana.
35
—Parece más oscuro.
—Sigue siendo el mismo —le contesté con una sonrisa—. Ordinario y rojo,
como siempre.
—Ya.
36
—Dios, me muero de hambre.
—Gracias por haber cocinado tan tarde —le dije besando su oreja—.
Muchas gracias, Cy.
—¿Por qué?
—Yo...
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—Te lo juro, no creces. Mi ma´ nos lo decía a mí y a Spence, que la única
razón por la que habíamos llegado a ser tan grandes era porque comíamos todo
lo que ponía delante de nosotros, y dormíamos cuando nos decía que teníamos
que hacerlo.
Le tembló el aliento.
—No que yo sepa. —Le ofrecí una sonrisa y luego otra a Cy, que acababa
de apoyar una botella de salsa tabasco al lado de mi plato.
—Gracias.
—No tan tarde, y la leche es siempre mejor que el jugo. O agua. El agua es
lo mejor de todo.
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—Weber.
—¿Señora?
Le sonreí.
—Yo... la razón por la cual estoy aquí es que mi marido se ha ido esta tarde.
Se fue a Las Vegas con la niñera.
¿Pero por qué el marido se iría con la niñera si los niños estaban...? Ohh, ya
entendí. ¡Dios, ciertamente debía estar muy cansado si tardaba tanto para
entender las cosas!
—Yo también.
Volví los ojos hacia Cy y este tenía una mirada enojada, sufrida y
preocupada al mismo tiempo.
—Weber.
—Les pediría a mis padres que me ayudasen, pero viven en Half Moon Bay,
California, y Tristán tiene clases de fútbol, judo y piano. Micah tiene que ir al
psicólogo y tiene clases de arte.
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—Y no he hecho planes para Pip porque pensé que no era necesario, pero
ahora su escuela está cerrada durante los días festivos y tiene lecciones de
música; encima todos van a gimnasia, y ahora... ahora estoy perdida.
—Señora...
—No soy de los que aceptan la caridad de los demás, Lyn. Gracias por
habérmelo propuesto, pero no me conoces...
—Mi hermano te conoce —me interrumpió—. Y veo cómo eres con mis
hijos, nunca los había visto ser así con nadie antes de ahora, sobre todo... —
Abrió mucho los ojos y los dirigió hacia Micah, luego hacia mí—. Yo podría
traerlos por la mañana y te puedo dejar mi auto; estaría de vuelta a las cinco y
media, a lo sumo a las seis de la tarde para llevarlos de regreso. Quiero decir, lo
necesito a partir de este lunes y es un gran problema. Nunca encontraré a
alguien en quien pueda confiar y no puedo permitirme no trabajar, ya que por lo
visto estoy a punto de convertirme en madre soltera.
La miré fijamente.
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—Lo sé, Tris. —Ella volvió a tomar aliento, claramente tratando de no
provocarse un infarto. Cerró los ojos por un momento y cuando los abrió,
estaban rojos, pero sin lágrimas.
—No quiero mandarlos a algún lugar que no conozco con alguien en quien
no confío. Te lo ruego.
—No me mires a mí —dijo él—. Por una vez no puedes acusarme de haber
premeditado todo. No es mi culpa si ese pedazo de mier...
—Weber.
—Es solo por dos semanas. Luego, Tristán y Micah volverán a la escuela e
incluso la de Pip reabrirá. Yo solo necesito un arreglo temporal.
—No me parece justo tomar el dinero de ti solo por cuidar a los niños. Lo
haría con mucho gusto.
—Sí, pero es un trabajo duro. —Suspiró—. Lo es. ¿Qué piensas de dos mil
quinientos?
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Ella se quedó sin habla.
—¿En serio? —Era como si estuviera a punto de llorar, pero con lágrimas
de alegría.
Me volví hacia Cy. Sus dedos, que hasta ese momento habían estado
acariciando el cabello de mi nuca, se inmovilizaron. Contuvo el aliento, incluso.
—¿Estará bien si me quedo por dos semanas? ¿No será un problema para
ti tenerme aquí por tanto tiempo?
—Desde hace tres años que sabes muy bien lo que quiero en verdad, así
que no me hagas esas preguntas estúpidas.
—No sé cuáles son tus planes, pero este compromiso me mantendrá aquí
por navidad, y yo no quiero causar ningún...
Lo seguí a la cocina y comí de pie, charlando con los niños bajo la mirada
serena de su madre. Una vez que terminé de comer, me ayudaron a lavar los
platos, los tres en fila como soldados. Carolyn me dijo que era un ángel venido
directamente del cielo y, cuando le dije que venía de otra parte, se rió con ganas.
Entré en la habitación de Cy para llamar al hermano de Aidan en Alaska y
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cuando le dije que no iba a poder ir, él estuvo muy sorprendido. Al parecer,
Aidan había hablado sin consultarlo y su hermano nunca había tenido ninguna
intención de contratarme. Él me dijo que probablemente tuviera un puesto unas
pocas semanas más tarde, pero no podía prometerme nada. Prácticamente había
atravesado todo el país por un “quizás”, no por algo seguro; tenía ganas de
darme patadas en el culo solo por haberle tomado la palabra a Aidan como lo
había hecho. No debería haberme fiado así. Ese solo quería llevarme a la cama,
nada más. Pero, como ya he dicho, no soy muy despierto.
Me reí y le di una señal con la cabeza. Tomó carrera y saltó sobre la cama,
junto a mí. Nos recostamos los dos sobre el cobertor mirando el televisor
apagado.
—No. —Bostecé.
—Llamemos a Micah.
43
Sonreímos y luego encendí el televisor. Estaba en el canal deportivo ESPN
y, antes de escuchar las quejas, cambié el canal. Continué haciendo cambiando
hasta llegar a Animal Planet, donde estaban dando Rivers Monsters. Tristán dijo
que estaba bien, así que todos empezamos a mirarlo.
Poco después, me encontré con Philip, Pip, sobre la espalda, con la cabeza
sobre mi hombro que comenzaba a cerrar los ojos. Entonces, Tristán se apoyó
contra mí sobre el lado derecho y Micah hizo lo mismo sobre el izquierdo hasta
que quedé completamente bloqueado. Me mantenían caliente y en pocos
instantes se sintió tan agradable que yo también me adormecí.
Solté un gruñido.
—Es mejor que te metas bajo los cobertores y vuelvas a dormir. Estás
agotado.
—Yo no lo hice y lo sabes muy bien. Ella solo decidió por su cuenta confiar
en ti.
—Estás fuera.
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—Por supuesto que estoy fuera. Me pone furioso que no quieras quedarte
aquí conmigo y que no me dejes cuidar de ti.
Me miró enojado.
—Déjame.
Cuando levanté la cara hacia él, sus labios le dieron la bienvenida a los
míos y, mientras yo lo besaba, sentía que todo lo demás se desvanecía
gradualmente.
Si hubiera tenido algo que ofrecer, lo que fuera, lo habría reclamado para
mí, para siempre. Nadie más. Solo yo. Pero de la manera que las cosas realmente
eran, yo solo podía ser una distracción temporal, que duraría hasta que él se
diera cuenta de que podría tener algo mucho, pero mucho, mejor. Era un
neurocirujano y yo un vagabundo sin hogar: esto no era un cuento de hadas.
Pero esto era todo lo que tenía para ofrecer; era todo lo que yo era capaz
de dar.
45
Se pegó a mí en un segundo, metió su cabeza bajo mi barbilla, agazapado
en mi cuello. Lo abracé y lo sentí estremecerse.
—Tú eres el único que sabe cuánto me gusta, porque eres el único que me
obliga a hacerlo.
—Tú fuiste el único que tuvo las pelotas para someterme así.
46
CAPÍTULO 3
Rió tímidamente.
—¿No me digas que te han puesto los pies helados sobre el vientre?
47
me molesté en lo más mínimo en mirarla. Estaba demasiado interesado en su
hermano y en sus manos deslizándose por mi espalda debajo de la camiseta.
—Este fin de semana —comenzó Cyrus, pasándome los dedos sobre los
abdominales—, les prometí a mis padres ir hasta su casa, en Half Moon Bay,
porque mi hermano Brett y su familia van a pasar las fiestas con los padres de su
esposa, así que no los veremos hasta después de Año Nuevo.
—Ya.
—Ohh, nooo —canturreó Carolyn desde atrás—. Quiero que pases todo el
tiempo posible con los chicos. Y quiero comentarte sobre Micah.
—¿Es cómo dice? —le pregunté a Cy, izándole la barbilla y mirando dentro
de sus ojos color coñac.
Le sonreí.
48
—¿Qué? ¡Pero si nunca me preocupo por nada!
Suspiró.
«Santo Dios».
—Sí.
Asentí.
49
—Hemos probado con hipnosis, con... quiero decir, mi marido y yo, antes
de que se escapara con la niñera... hemos intentado todo.
—Lamento escuchar eso. Los abrazos son la parte más hermosa de una
relación, ¿no es así?
—Así debería ser, sí. —Ella asintió con la cabeza, secándose las lágrimas y
apartándose de mí.
50
Las carcajadas se escucharon hasta la cocina.
Por fortuna, Cyrus había lavado, secado y doblado toda mi ropa antes de
que despertara, así que tuve algo que ponerme. Pero eso no era suficiente, por lo
visto, pues quiso que le permitiera procurarme alguna otra ropa.
Lo miré de reojo.
Me encogí de hombros.
51
—Es la única posibilidad —le dije rotundamente—. Iremos solamente si
puedo guardar el recibo, así sabré la cantidad de dinero que te debo.
—Porque soy un adulto, maldita sea. Por eso —dije bruscamente —. Por el
amor de Cristo, Cy; ¿por qué discutimos sobre esto?
—No vas a ninguna parte, al menos no durante dos semanas, así que si
quiero darte pantalones de jean nuevos, dado que todos los tuyos están
desgastados, te los compraré. Todo lo que quiera comprarte, lo compraré y tú lo
aceptarás, porque así es como debe ser.
—¿Por qué siempre tienes que discutir conmigo? —preguntó con enojo
yéndose de la habitación.
52
Lo vi reflexionar durante un momento y la forma en que me miró luego,
llena de asombro, me hizo reír.
—Ven aquí.
—Júramelo.
—Te lo juro.
—¿Crees que esto resuelva las cosas? —le pregunté mientras envolvía una
bufanda alrededor de mi cuello y su hermana me ayudaba a ponerme una
chaqueta.
—Sí. —Él me miró con los ojos resplandecientes—. Te queda bien. Te ves
fascinante con esa chaqueta.
53
—¿Qué pasa?
—No.
—No.
—¿Para qué?
—¡Por el amor de Cristo, Cy, sabes que me quedaría por aquí si hubiera
algo que pudiera hacer en San Francisco, pero no lo hay, así que no voy a
quedarme a vivir contigo para ser tu zorra 1!
1
“Zoccola”: literalmente “zorra”, pero aquí está usado para referirse a una prostituta.
54
—Lo harías —le aseguré—. Y yo no quiero correr el riesgo de que eso
suceda.
—¿Por qué?
Lo miré a la cara.
—Sí.
Le sonreí.
—Trato hecho.
Después del almuerzo, estando en el auto hacia Half Moon Bay, por no sé
qué razón, Tristán le preguntaba algo a Cy sobre la lepra. Pip y su madre jugaban
“veo, veo” 1, y Micah y yo nos miramos mientras me hacía un dibujo.
—Me gustan los rinocerontes —le dije—. Yo nunca he montado uno. ¿Qué
piensas, sería cómo montar un toro?
Micah asintió.
Él, sin apartar los ojos del papel, posó su mano izquierda sobre mi mejilla,
acariciándola suavemente. Apoyé la cabeza contra la suya y le oí suspirar antes
de que mis ojos comenzaran a cerrarse. No tenía idea de lo exhausto que estaba.
1
Juego infantil que consiste en adivinar que está viendo el otro a partir de pistas.
55
Sentí un ligero apretón de mano sobre la rodilla derecha y abrí los ojos: Cy
me miró.
—No quiero pelear más. Basta de cabrearnos el uno al otro, dame un beso
y hagamos las paces.
—¡Qué aburrido!
—¿Sí?
Estalló en risas más abiertas y lo empujé hacia mí, besándolo, hasta que
dejó de reír. Cuando salió de la camioneta estaba todo despeinado y aturdido.
Él soltó un bufido.
—Quizás sea el momento para que tú tomes el mío —dije en voz baja.
Se quedó petrificado.
56
Yo estaba orgulloso de mí mismo por no haberme dejado follar a lo loco así
que, cuando Cy se volteó para mirarme con la boca abierta y los ojos fuera de sus
cuencas, le pregunté distraídamente que qué le pasaba.
—¿Tú?
—¿Yo?
—Tú.
—Sí, exacto.
—Justamente.
57
Él sacudió la cabeza y luego la dejó caer de nuevo sobre mi pecho.
—Así que —le dije entre risas—, ¿quién es el que se lamentará de que no
podamos estar solos?
—Te odio.
—Lo sé.
—¡Cyrus!
Los dos nos volvimos hacia la puerta y vimos a Carolyn haciéndonos señas
para entrar.
—¿Cyrus, cariño?
58
Las niñas se llamaban Vanessa y Victoria; tenían cinco y siete años. Eran
bellísimas, incluso a esa edad, por lo que, probablemente, a los dieciséis y
dieciocho años causarían estragos en unos cuantos corazones. Tenían el pelo
negro y los ojos celestes claro, en contraste con los niños, quienes tenían el
cabello castaño claro y los ojos azul oscuro. Eran todos muy tiernos y las
continuas risas me hacían sentir bien. Perdí la noción del tiempo y fue realmente
agradable.
—Hola.
Me volví y vi a un hombre un poco más alto que Cy, pero un tanto más bajo
que yo.
—Hola —respondí yo, sabiendo muy bien quién era. No cabía duda, Tenía
que ser, forzosamente, la cabeza de la familia Benning. Era una versión más
grande y añosa del hombre que llevaba en el corazón desde el primer día en que
lo vi.
—Owen Benning.
Vanessa me dio una pelota de tenis llena de baba y un segundo más tarde
uno de los perros se acercó a la espera. La lancé y la niña chilló con deleite.
—¿Cómo está?
59
—Creo que está intentando ser fuerte por los niños —respondí y me di la
vuelta nuevamente para observar a Victoria que, mientras tanto, había atrapado
a otro de los perros y le tiraba de las orejas.
—¡Bonita!
La niña me miró.
Parecía atemorizada.
60
—Abuelo. —Se mordió el labio inferior—. ¿Puedo subirme al caballito
blanco y negro?
Él me miró.
—¿Sabes cabalgar?
Él asintió.
61
—¿Y quién está contigo? —preguntó una mujer bellísima, que era, sin
duda, la madre de Vanessa y Victoria. Tenía los mismos cabellos negros y los
mismos ojos celestes.
62
—Oh. —Tristán asintió y se dio la vuelta buscando hacer contacto visual
conmigo—. Tío Brett y tía Rachel, los padres de Vicky y Van, a veces invitan
amigos para que conozcan el tío Cyrus.
—No sabían que vendrías aquí con Cy, Weber —aclaró el señor Benning.
Fue amable de su parte.
—Entiendo.
Cuando volvimos a los establos, les mostré a los niños lo que había que
hacer al finalizar una cabalgata y me prestaron mucha atención. Mientras
caminábamos de regreso al jardín vi a Cyrus, a su madre, a su supuesta pareja
del fin de semana, a Rachel y a otro hombre, quien debía a ser su marido Brett;
todos estaban de pie bajo el árbol al que se había subido Micah. Brett se disponía
a trepar a su vez para alcanzar a su sobrino.
—¿Cuándo?
63
—Estuvimos tratando de convencerlo para que saliera de allí —dijo Cy,
poniendo una mano sobre mi espalda —, pero no quiere saber nada.
Él asintió de nuevo.
Asintió.
—Claro —respondió con una sonrisa y en sus ojos azules surgió como un
resplandor. Cruzó la cocina y me extendió la mano para presentarse.
64
—Y yo soy Web, Señora. Encantado de conocerla.
—El placer es todo mío —respondió mirando mi cara con atención—. Has
estado increíble ahí.
—¿Perdón?
—Me llevo bien con los niños y los animales. —Reí entre dientes—. A ellos
no les interesan las cosas que les importan a los adultos.
—Sí, Señora.
—Tienes que agarrar las cajas porque hay premios dentro de ellas.
—¿Qué?
65
daba indicaciones, interrumpiendo su demostración, y yo me eché a reír. Me di
por vencido; les dije que Pip jugaría por mí y le informé a Vanessa, que estaba
colgado de mi cuello sobre la espalda, que me estaba ahorcando. Luego me
tumbé y ella hizo lo mismo.
—Hey, chicos, ¿por qué no dejáis que Weber venga a hablar con nosotros,
los adultos, por un rato? —pidió Carolyn.
Una cosa era verse de vez en cuando para follar como conejos, y otra era
encontrarse en la casa de sus padres y pretender de alguna manera, ser capaz de
estar a su altura. Fui al baño y me lavé la cara con agua fría, preguntándome
cómo Cyrus siquiera había fijado sus ojos sobre mí.
Mis ojos eran de un pálido celeste, mi pelo era rojizo cuando estaba largo,
pero ahora que me lo había cortado se había vuelto decididamente más oscuro.
Tenía las cejas, pestañas y barba del mismo color: un color rojo desteñido, como
de herrumbre. Tenía mandíbula pronunciada, una nariz que se había quebrado
muchas veces y labios delgados. ¿Por qué ese hombre me querría justamente a
mí?
Quedarme con él había sido un error, pero aún peor había sido haber
venido aquí por el fin de semana. Al prepararme para abrir la puerta escuché
voces en el pasillo:
—Sí… Mierda.
Él se echó a reír.
66
—Brett, ¿estás bromeando? Sé que no puedes llegar a entenderlo, ¡pero tu
hermano es demasiado atractivo! Y cirujano, además.
Rió.
—Y tú, corredor de bolsa. ¡Nada mal! Así que, ¿qué te importa eso?
—Me importa, porque salir con alguien que ya tiene su dinero y no busca
el tuyo no es poca cosa, confía en mí.
Él soltó un bufido.
—Es un cirujano de renombre mundial, está bien que sea un poco creído.
Tú no puedes entenderlo porque eres de la familia, pero apuesto a que se
comporta así con todos los que no conoce bien.
—Yo solo pensé, desde que te conocí, que seríais una buena pareja, eso es
todo. Ya sabes, viviendo en la misma ciudad, y...
—¡Pero qué dices! —Ross parecía divertido—. “Los dos son gais”. Eso es lo
que pensaste al respecto.
—No te preocupes, estoy muy feliz de ser el único amigo gay que tú y
Rachel tenéis, y estuve encantado de venir aquí a conocer a tu hermano.
—De verdad, yo no sabía que iba a venir con Weber. Ni siquiera sabía que
conocía a alguien como él.
—Sí. ¡Dios! Estoy atónito incluso de que mis padres le hayan permitido
entrar en casa.
67
Esperé un poco más aún para salir y entonces volví a la sala de estar. Me
senté en el suelo entre Micah y Tristán y, al cabo de un segundo, tuve a Pip entre
mis brazos.
—Terminé.
—¿Ah, sí?
—¿Eh… cómo?
—Exactamente.
—Sí, Señor.
68
Mientras tanto, la habitación se había quedado en silencio.
—¿Sí, Tris?
Abrí el grifo para lavar los platos y, de repente, unas manos se aferraron a
mis caderas y una cabecita se apoyó en mi espalda, a media altura.
—Lo siento.
69
—¿Estás enojado?
—Tontuelo.
—Weber, déjalo, no te molestes con eso —me dijo Angie que acababa de
entrar en la cocina.
Tuve la ayuda de todos los niños antes de que Angie llegara y se uniera a
nosotros.
—Weber.
La miré.
70
Le tomó un segundo, pero la tensión en su rostro disminuyó y me sonrió.
—Idiota.
Le sonreí a mi vez.
—De verdad. Yo nunca haría una cosa así, como pretender despertarte
celos o una estupidez de ese tipo.
—Sí, lo sé.
—Lo cual me encanta, doctor Benning —añadí yo, poniendo una mano en
su cuello e inclinándome para darle un beso.
—A pesar de que yo no tengo nada que ver con esta historia, tú estás
celoso de “como-sea- que-se-llame”.
—Eso.
71
—M-mm —estuvo de acuerdo, con un pulgar sobre mi boca y su
entrepierna contra mi muslo.
—¿Tú no qué?
Resopló, repitiendo:
—¿Tú…? —instó.
Me aclaré la garganta.
—¿O…?
—Mierda. Yo...
72
—Pero yo no tengo derecho a exigirte nada.
Incluso escuchar a Ross, que a decir verdad era un chico muy divertido, no
me resultó para nada fastidioso. Me senté en el sofá entre Carolyn y Cy con una
taza de té en la mano, disfrutando del sonido de la lluvia contra el techo y las
ventanas; feliz de estar en un sitio resguardado, cálido y seguro. Miré a los
perros mientras dormían al lado del fuego crepitante de la chimenea y decidí
que algún día yo también tendría algo así. Quizás fuera una casa más pequeña y
un solo perro, pero el mismo tipo de ambiente familiar. Ese era mi sueño.
—Sí, es cierto.
Cy se aclaró la garganta.
73
—La madre de Weber murió cuando tenía catorce años y su padre, que
trabajaba emplazando una perforación, murió en un accidente un año más tarde.
La dama asintió.
74
—Sí, Señora.
—¿Disculpe?
—Cyrus nos dijo que te lastimaste hace algún tiempo, pero no nos dijo
cómo. Los toros deben ser algo muy peligroso.
Me encogí de hombros.
Mierda.
75
—Ahora todo el mundo piensa que soy una especie de infortunado. ¿Por
qué tuviste que decir que soy un maldito huérfano? ¿Para dar pena a todo el
mundo?
—Yo...
—Me has oído cuando hablaba con Brett esta tarde, ¿no es así?
Tomó aliento.
76
—A un hombre con un aspecto como ese, con ese trabajo, e incluso con esa
cuenta bancaria, no se le deja. Es así. No se le deja y basta. Tú crees poder
continuar yendo y viniendo y que él estará ahí para ti cada vez que lo hagas, y
eso es ridículo. Ni siquiera deberías pensar en hacer algo así. Un hombre como
tú, sin perspectivas ni nada... ¿cómo es que terminaste aquí con...?
—Oh.
Ambos nos volvimos hacia el final del pasillo, desde donde oímos que
provenía la voz. Era Cy; estaba de pie en la puerta, vestido con una bata marrón,
grande y suave; con los pies descalzos sobresaliendo de los pantalones del
pijama de algodón; con el pelo despeinado y una gran sonrisa en el rostro.
Cy le dio una sonrisa falsa; luego sus ojos se posaron sobre mí, de repente
centelleantes.
—¿Web?
En serio, había que estar realmente ciego para no ver la inmensa alegría en
su rostro o la ardiente pasión en sus ojos. Sin pensarlo, se pasó la lengua por los
labios, apretó la mandíbula y respiró hondo.
—Gracias.
—¿Por qué?
Sacudió la cabeza.
77
—Es la verdad —continué, lanzándome contra él y posando mis manos
sobre su rostro para acariciarlo. Entonces apoyé mi boca sobre la suya y lo besé
intensa pero suavemente, sin violencia. Finalmente estaba a solas con él y no lo
podía creer.
No nos lanzamos sobre la cama; fue más bien como si nos dejáramos caer
sobre ella, como si nos derrumbáramos, sin dejar de hacer el amor con nuestras
bocas. Y yo hubiese querido saltar sobre él, poseerlo o dejar que él me tomara;
sin embargo, yo no podía dejar de besarlo de ninguna manera.
—¿Cy?
—¿Haciendo qué?
78
—¡No te quiero en un rancho en algún punto perdido de Texas! ¡Te quiero
aquí!
Dios.
—¿Y si digo que no? —me preguntó, metiendo una mano entre mi cabello,
inclinándome la cabeza hacia un lado y apoyando los labios entre mi cuello y mi
hombro, besándome y acariciándome el costado con la mano libre.
79
—¡Mierda! —mascullé—. ¡Quítate!
—Aún no has llegado ahí, pero llegarás —dijo con aliento entrecortado. Se
puso duro, y sentí su polla contra mí, en toda su longitud.
—Web —gimió con las manos sobre mis caderas—. Déjate ir. Yo me
ocuparé de ti.
—Cy…
80
—Sí, amor —respondió. Sentí la primera pasada de su lengua sobre mi
estrecho agujero.
—Has oído bien. Quiero que te vengas en mi culo, quiero sentirlo dentro
de mí, quiero sentir como fluyes en mí.
—Eres doctor. Sé que tienes sexo seguro, sé que hasta ahora nunca lo
hemos hecho a pelo, y yo no lo haría nunca jamás con otro que no fueras tú.
.
—Sí, pero...
—Oh —dije con tono triste, dándome cuenta de que no era lo que él
quería—. Lo siento. No quiero obligarte a hacer una cosa que...
Yo lo miraba desde atrás, por el rabillo del ojo; en ese momento, deslizó
dos dedos en mi interior, todo el camino hasta el fondo.
—Dices cosas como estas, me ofreces la virginidad de tu culo sin que haya
nada que nos separe y, al mismo tiempo, planeas abandonarme otra vez en dos
semanas. ¿Hay alguien en el mundo más tonto que tú?
81
Intentaba con todas mis fuerzas comprender lo que estaba diciendo;
escuché sus palabras, pero ¡Santo Dios!, sus dedos eran... eran... sus dedos...
—Yo me hago la prueba cada seis meses, así que sé que estoy bien.
—Yo me la hice hace cuatro meses por un tipo del rancho donde trabajaba
y resultó negativo.
—¿Te gusta?
82
—Lo soy, así que puedes estar seguro —le afirmé—: serás siempre y
únicamente tú, te lo prometo.
Sentí sus labios en la parte inferior de mi espalda y apreté los puños contra
las sábanas.
—¿Confías en mí?
—Solo tú —logré decir con dificultad, poniendo una mano sobre mi gruesa
erección que goteaba constantemente y empezando a tocarme.
—Recuérdalo siempre —dijo. Luego, puso las manos sobre mis nalgas,
separándolas rápidamente, sin gentileza; en un segundo, sentí la punta de su
polla rozar mi abertura dilatada.
83
conmigo que finalmente me convencí de que si se lo pedía hubiera creído que
era más de lo que en realidad era, y sin duda, me arrepentiría después.
—Esto cambiará todo —dijo. Y por esas palabras, justamente por esas tres
palabras, yo tendría que haber dicho: “¡Espera!”. Debería haber dicho “no”, pero
todo lo que salió de mis labios fue “por favor”.
Hasta ese momento no había tenido ni idea de que toda la tensión, el dolor
y el deseo dentro de mí necesitaban de Cy para ser aplacados y satisfechos.
Saber que no tenía el control y que él lo tenía por completo me liberó por
primera vez en mi vida. Esa sensación no se parecía a nada que hubiese
experimentado hasta entonces. La entrega fue absoluta, abrumadora, y la belleza
de lo que estaba experimentando parecía devorarme.
—Eres tan estrecho y sexy. Vente amor, porque quiero sentirte, verte, y no
puedo... ¡Oh, Dios! Por favor, Weber.
Pronunció las últimas palabras con dulzura, a media voz. Estaba lleno de
ternura, pero también de lujuria. Mi cuerpo era un estanque de fuego.
84
—¡Eres mío! —exclamó, y luego lo sentí hincharse dentro de mí, dentro de
mi canal estrecho y resbaladizo. Sentí su mano en la parte baja de mi espalda
apoyándose con fuerza y empujándome contra el colchón, mientras que la otra
permanecía aferrada a mi cadera. Cy me penetraba una y otra vez sin descanso,
martillando mientras yo temblaba debajo de él.
—¡Web!
Nunca antes, en toda mi vida, había estado lleno de semen. Estaba caliente
y viscoso en mi interior, pero también lo tenía sobre los muslos, sobre los cuales
descendía resbaladizo y pegajoso. Me sentí como si me hubieran marcado; la
mezcla del olor del sexo y el sudor, me embriagaba.
85
—Eso es porque los has apretado todos a la vez. —Él suspiró y me besó en
la espalda, entre los omóplatos, y en la base de la columna—. Me volviste loco,
Weber. Dios, has estado magnífico.
Dejé escapar un quejido mientras sus manos, cálidas como la toalla que
tenía, me acariciaban la piel sensible.
—Lo lamento.
—Para eso están las lavadoras. —Se rió entre dientes—. Me ocuparé de
ellas mañana por la mañana, tan pronto como me levante. Mi madre no se dará
cuenta de nada.
86
—Por el amor de Dios, ¿por qué insistes a toda costa...?
—Cy...
—¡Dios Santo, Cy! Sabes que te amo —respondí bruscamente—. ¡No es ese
el problema! ¡Nunca ha sido ese! Es solo que…
Traté de moverme, pero él no soltó presa y me retuvo allí, con los labios
aún rozando los míos.
—No. Eres tú el que no se está escuchando a sí mismo. —Me dio una gran
sonrisa—. Como siempre, eres un gran idiota.
—Cy...
87
—Porque debo informarte que no puedo esperar para hacerlo otra vez. —
Se estremeció—. Ver mi pene deslizarse dentro de tu maravilloso...
—Nunca has estado tan agresivo antes —le dije tan pronto como me dio
un instante para respirar.
88
CAPÍTULO 4
—¿Puedo ir contigo?
—Mi cuñado está locamente enamorado de ti, eres el héroe de mis niñas y,
probablemente, mi marido no tenga el coraje de mirarte a la cara el día de hoy.
—¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—Oh, pobre —me reí entre dientes — ¿Le ha dicho algo al respecto?
Se echó a reír.
89
—Oh, sí; exactamente. Incluso vino a nuestra habitación ayer por la noche
a gritarle cuatro verdades.
—No tienes por qué. Conozco a Cy desde hace más de diez años y es una
persona más que sensata y razonable; a decir verdad, hasta un poco, demasiado,
fría.
90
—No me malinterpretes, si yo tuviera un tumor en el cerebro y necesitara
a alguien que se pusiera en mi lugar, Cy sería la primera persona a la que
llamaría. Pero la cara que puso ayer cuando te vio jugar con los perros, su
sonrisa, la forma en que no puede quitarte las manos de encima... yo nunca había
visto ese lado de él y, si debo serte sincera, yo no creía que existiera. Todos
estamos maravillados. Lyn me había dicho que estar en la casa con vosotros era
surrealista.
La miré atónito.
—Gracias por haber ido a correr con ella. No me gusta que vaya sola, pero
me lastimé la rodilla y ya no puedo acompañarla.
91
Él respiró hondo y asintió.
—Buen día, vaquero —dijo sin tocarme, excepto con los labios.
—¿Qué pasa?
—Sí, pero solo si yo también estoy sudado. —Me hizo una cara como para
darme entender que daba asco y comenzó a alejarme—. Siéntate por allá, ¿de
acuerdo? Sin tocarme.
—Ven aquí.
—¡Weber!
—Vamos, nene.
—¡NO! —dijo él, riendo y dando vueltas alrededor de la mesa para evitar
ser capturado—. Desayuna y vete inmediatamente a tomar una ducha.
Moví las cejas hacia arriba y hacia abajo y me lancé sobre él. Los sonidos
que salían de su boca: risas, gritos, chillidos; era un placer escucharlos.
—Beso —exigí.
92
Pero no podía dejar de reír y me di por vencido. Lo dejé ir y, en vez de
levantarse, se puso en posición fetal. Me levanté del sofá y me di cuenta, con
estupor, que toda la familia de Cy estaba en la puerta mirándome. Todos estaban
con los ojos fuera de sus cuencas y con la boca abierta.
—¿Qué pasa?
No tenía idea de lo que quería decir, así que arrastré a Cy diciéndole que se
levantara del sofá y viniera a comer conmigo.
—Sí, Señor.
—Sí, Señor.
93
Él hizo un gesto de aprobación.
Carraspeó ligeramente.
—Los hombres que ha conocido, los hombres que ha traído aquí y que nos
ha presentado a su madre y a mí, eran todas opciones lógicas. Eran más o menos
como Ross, el amigo de Brett que se ha ido esta mañana. Todos ellos tenían un
gran trabajo y una buena vida - según la opinión de Cy, no la mía - y cuando
venían aquí, sacaban fuera sus ordenadores portátiles casi de inmediato para
ponerse a trabajar. No tiene nada de malo ser así; tienen todo mi respeto por sus
esfuerzos y su forma de vivir y de tomar decisiones, pero ninguno de ellos nunca
94
hizo reír tanto a mi hijo como para que se le llenaran los ojos de lágrimas. No se
sentaba junto a ellos, ni los besaba delante de nosotros.
—No sé mucho acerca de ti, Weber, pero te puedo decir una cosa: me
gustas. Y, ciertamente, no estoy deseoso de que el hijo demasiado serio y
disciplinado que tenía antes vuelva pronto. —Rió—. Me gusta el hombre que se
rió de mis bromas ayer por la noche y que se sentó a contarme algunos nuevos
proyectos que tiene para su sala de operaciones; el hombre que, la próxima vez
que venga a verme, me traerá la cerveza que le gusta para que yo la pruebe. Me
gusta el desconocido que ha traído consigo, que se pasea por mi casa, y a quién
yo podría, sin ninguna duda, aficionarme. Tal vez soy egoísta por pensar así, lo
sé, pero por favor, Weber, permanece con nosotros, ¿de acuerdo?
Suspiró profundamente.
—¡Papá!
—Tu amado Pack 1 está jugando. —Se rió entre dientes—. Ve adentro,
viejo.
—¿Ves, que te dije? —me dijo Owen en voz baja mientras se disponía a
ponerse de pie—. No tenía ni idea de que él supiera que sigo a los Green Bay.
Owen sonrió, pasó junto a su hijo y entró en la casa. Cy le dijo que entraría
pronto.
1
Se refiere a los Packers de Green Bay, equipo de fútbol americano.
95
—¿Qué pasa?
Hizo una mueca mientras se inclinaba sobre mí, pero yo levanté la cara
para encontrarme con su boca.
Fue un beso casto y dulce, hasta que empezó a mordisquear mis labios y a
presionar para entrar más profundamente. Su lengua tocó la mía, y yo hice un
sonido gutural mientras lo agarraba de la chaqueta. Lo atraje hacia mí hasta
hacer que se sentara en mi regazo. Me puso las manos sobre el pecho y se
balanceó hasta acomodarse sobre mis muslos.
96
—Mi familia te adora —dijo Cy mientras nos alejábamos en el coche,
lanzándome un rápido vistazo antes de descender por la colina empinada.
Gruñí.
Cy condujo bajo la lluvia y, una vez allí, Carolyn y los niños se quedaron a
cenar con nosotros. Cocinamos espaguetis, pan de ajo y ensalada; y bebimos
vino. Le dejé probar un sorbo de mi vaso a Tristán porque dijo que él había
estudiado en la escuela que en Italia, los niños empezaban a beber vino desde
pequeños. Yo no tenía la menor idea, pero Cy estuvo de acuerdo. Así que lo dejé
probar un poco de mi Chianti1.
Los niños no querían irse, pero Carolyn insistió, los convenció con la
promesa de que un día durante la semana posterior, les permitiría pasar la
noche en la casa de su tío. Los saludé, recordándoles que nos veríamos a la
mañana siguiente. Pip se aferró a mi pierna y no quería saber nada de soltar la
presa. Tuve que arrastrarlo hasta la camioneta de su madre. El cielo se había
despejado, haciendo que la noche fuera fría pero serena.
Una vez que se fueron, empecé a lavar los platos mientras Cy me abrazaba
fuerte desde atrás.
1
Famoso vino tinto italiano.
97
—Nada que valga la pena repetir —le aseguré, volviéndome para darle un
beso en ambas mejillas—. Ayúdame a secarlos.
Abrió la boca para decir algo, pero le di una palmadita en el trasero en ese
mismo momento y dejó escapar un gemido, inclinando la cabeza hacia atrás,
conteniendo la respiración y aferrándose a mí aún más.
—Me gustaría señalarte entre la multitud y poder decir “es mío”. Quiero
tenerte aquí, ponerte un anillo en el dedo y volver a casa cada noche para ver tu
cara, aunque pienses que soy un idiota.
—Nunca pensaría...
—Te estás concentrado en una sola cosa de todo lo que he dicho para
evadir el resto. Y lo entiendo, de verdad. Pero la última vez que te fuiste, te juro
Web, mi corazón casi no sobrevive.
98
Suspiré y me senté a un lado de la cama.
—Tu vida está aquí. Tu familia está aquí. ¡El hospital en el que trabajas, la
gente que conoces está aquí! Tú no puedes simplemente...
—Tú eres la única cosa que no tengo, Weber Yates. Eres lo único que echo
de menos. Eres la parte de mí que solo puedo tener cuando sé que al
despertarme en la mañana, podré verte a mi lado —concluyó, estirando sus
brazos hacia mí.
—No voy a dejar que llegues a odiarme porque no puedes ejercer más de
cirujano —le respondí con ira, levantando la cabeza para esquivar sus manos—.
Jugar al doctor en una clínica de un pueblito miserable no te hará feliz.
99
—¡TÚ ME HACES FELIZ! —gritó empujándome con fuerza. Yo estaba de
pie junto a la cama y perdí el equilibrio cayendo sobre el colchón.
—¡No!
100
Él se estremeció y me ordenó darme prisa en un tono que nunca había
oído antes.
—¿Cy? —Sonreí.
—Oh, Dios mío, Weber, ¡muévete! ¡Toma el maldito lubricante de una vez!
—¡Weber!
—¡Fóllame ahora!
—¡Mierda!
Le temblaban los muslos así que me incliné sobre él, haciendo que se
doblara por la mitad: sus piernas terminaron encima de mis hombros y comencé
a penetrarlo aún más fuerte y más profundo.
101
—Dios, Cy, tan estrecho… mierda.
—Web... Weber —gimió él, con los ojos fijos en los míos.
Sus músculos se tensaron alrededor de mi eje como una prensa, tanto que
grité su nombre. Los dos estábamos haciendo mucho alboroto por lo que era
más que una bendición estar a salvo en su casa, donde podíamos hacer lo que
quisiéramos, podíamos ser nosotros mismos.
—Solo tú, Web —me susurró—. Tú eres el único que puede hacerlo. Nadie
más. Nunca.
Nunca.
102
Y yo sabía exactamente lo que pretendía. Quería sentir mi piel, quería
sentirme dentro; me incliné y lo abracé sin decir nada, solo arrimándome a él;
piel contra piel y labios contra labios, mientras lo besaba robándole su aliento,
sus gemidos, todo.
103
CAPÍTULO 5
Si fuera él quien dejara todo por mí, pronto comenzaría a odiarme por la
decisión que había tomado. Su reputación, la red de conocidos, colegas y amigos
que tenía, las comodidades de la vida que llevaba y, lo más importante, su
familia. Esa no era una opción.
—No, Señora
Era una mujer muy hermosa y la sonrisa que me brindó reveló, de repente,
hoyuelos y dientes blancos.
1
Cadena de tiendas que venden materiales para la construcción, herramientas, bricolaje, etc.
104
—Entiendo.
Esperé en silencio.
Me observó atentamente.
—¿Señora?
—De su hermana.
—Sí, Señora.
Asintió.
—Gracias. —Le sonreí, luego me giré para ir a sentarme con los niños.
Micah y Tristan tenían ambos sus Nintendo; Pip tenía algo muy similar,
pero más grande y con una cámara de fotos incorporada.
—Perdón por haber tardado en venir —dijo sonriendo. Sus ojos eran
dulces y cariñosos.
105
—¿Qué cosa? —preguntó con una sonrisa, llevando sus manos al cuello de
mi camisa bajo el suéter que llevaba puesto, para arreglarlo.
Le sonreí.
—Entiendo.
—¿Entonces?
—Eres un...
106
—Vuelve a casa cuando puedas. Los niños y yo vamos cocinar para su
mamá esta noche y pensábamos hacerlo también para ti.
Me eché a reír.
—¿Lo apuestas?
—Sí, lo apuesto.
Solté un bufido.
—Oh, tendrás que ponerte en cuatro apenas pases por la puerta sin
siquiera preguntar.
107
—¿Doctor Benning?
—¿Puedo conocerlo?
—Es hora de que nos vayamos —le dije rápidamente, girándome hacia los
niños.
—Weber. —El otro doctor sonrió, pero no era una sonrisa pequeña; era
enorme. Estaba más que feliz de conocerme. Estaba sumamente contento, como
si fuese estúpido—. Es un honor conocerte. Es un gran placer.
Era Donovan Allen, uno de los directivos del hospital. Era uno de los
hombres más importantes de allí y, sorprendentemente, incluso él pareció
emocionado de conocerme.
108
—¿Qué demonios dijiste? —le pregunté a Cy mientras tomaba mi mano
con la derecha y con la izquierda agarraba la de Pip, acompañándonos a todos
nosotros hacia el ascensor.
—¿Tu “novio”?
—Es lo que eres —respondió con seguridad—. Somos más que amigos,
pero no vivimos juntos, por lo que no eres mi pareja. Pero espero una pequeña
señal, aunque sea una pequeña pizca de esperanza, para conservarte a mi lado
para siempre. Por lo tanto, para mí tú eres mi novio.
Lo miré de reojo.
—¿Ves?
—Es que soy un hombre muy reservado, Web. Quiero decir, todo el mundo
sabe que soy gay, pero no saldría jamás con alguien del hospital, ni siquiera con
alguien lejanamente relacionado con este lugar. Ellos, que tienen una red de
relaciones casi incestuosas aquí, obviamente no lo comprenden.
Él soltó un bufido.
109
—Tengo colegas. Muchos de mis amigos, que son médicos, tienen clínicas
privadas.
—Sí.
Traté de recordarlos.
Le sonreí.
—Nunca se sabe.
Pero yo lo sabía.
Me aclaré la garganta.
110
—Has sido derrotado —le aclaré entre risas.
Yo esperaba una oficina, un diván para tumbarse y todo eso que había
visto en las películas. En cambio, me encontré frente a una mujer de cierta edad,
la doctora Erin Watase, en una pequeña finca de campo, al pie de una colina.
Tenía gallinas, caballos, un burro, una vaca y cuatro patos. Allí me sentí
mucho más a gusto de lo que me había sentido en los últimos días.
Me sorprendió.
—¿Micah dice?
Asentí.
—Ve a divertirte —le dijo al pequeño. Y Micah saltó del porche, corriendo
hasta donde estaban sus hermanos en el columpio—. Estoy feliz de ver que esa
niñera inútil se ha ido y que usted haya ocupado su puesto.
La miré.
Hizo un gesto.
—¿Está seguro?
111
—Bueno, porque Micah lo adora —dijo—. Se siente seguro con usted,
como si nunca fuera a dañarlo… o abandonarlo.
—¿Cómo lo sabe?
—No lo creo.
Me encogí de hombros.
—Weber.
—Supongo. —Suspiré.
112
—Tiene a su madre.
—Quien está ocupada tratando de reconstruir una vida para ella y para sus
niños y no tiene tiempo para sentarse y abrazarlo... no tiene tiempo, eso es todo,
—Tiene seis años. —La dama estuvo de acuerdo—. A los seis años no se es
grande. A los seis años se necesita muchísimo afecto.
—¿De verdad?
—La valoro por eso, pero necesita una mano. Los niños que no encuentran
lo que necesitan en el hogar –amor, reglas, disciplina– van a buscarlo a otro sitio.
Los niños están en crisis en este momento, Weber. Todos los niños, no solo estos.
Son miles los que no tienen el sostén emocional suficiente. Dos padres son
fundamentales, son la base de todo.
—¿Un hombre y una mujer? —le pregunté para saber cómo pensaba.
—Por supuesto. Por eso encontrará una niñera a tiempo completo cuando
me haya ido.
—Weber, lo que necesitan los niños, en general, es una persona que los
quiera incondicionalmente y desee lo mejor para ellos. Los niños necesitan un
ejemplo, no héroes y milagros, sino simplemente alguien que se dé tiempo para
113
detenerse y preguntarles cómo les ha ido en el día, y prepararles la merienda,
incluso, cantar con ellos en el auto.
—Sí, Señora.
—Tiene que entender una cosa que tal vez se le haya escapado.
No pude seguirla...
—Por cada puerta que se cierra, hay un portón que se abre. ¿Lo
comprende?
—Y tal vez lo es. Quizá esto no les afecte en absoluto. ¿Qué cree usted?
Asintió brevemente.
—Yo creo que cuando alguien se va, se queda dentro de nosotros. Todos
cargamos sobre nuestras espaldas las lecciones que hemos aprendido, las
experiencias que vivimos. Y con respecto a Tristán y Micah, sus corazones no
serán más livianos después de esto.
114
Me volví hacia ellos: tres pequeños gritando con alegría mientras jugaban
con el columpio. Sus rostros estaban sonrojados por la fatiga y el aire frío de
diciembre. La noción de lo que había hecho su padre, y el comprender que
siempre estaría en su corazón, me entristeció mucho.
—Philip es pequeño; quizás no cargue con esto, pero los otros dos son lo
suficientemente grandes como para preguntarse quién será el siguiente en irse.
Me aclaré la garganta.
—¿Perdón?
—Micah está ligado a usted, Weber Yates. Creo que hablará muy pronto,
con usted o de usted. Puedo verlo en sus ojos, la alegría, la expectativa. Moría de
ganas de contarme sobre usted hoy. No podía dibujar lo suficientemente rápido.
Quería expresar un montón de cosas y cuando yo fingía no entender, se irritaba
mucho conmigo. Creo que él pensó que era más inteligente que yo.
—Lo engañó.
Me eché a reír.
—Sí, comprendo.
115
—Pero usted, mi querido muchacho, es la persona con quien y de quien
quiere hablar. Es el recién llegado, la novedad; fue abandonado y usted llegó.
Tristán lo mira con los ojos llenos de esperanza. Haga lo que haga, no mate esa
esperanza; de lo contrario, seré yo quien lo mate a usted.
—Oh, mi Dios. —Se carcajeaba con ganas, en voz alta y sin ninguna
elegancia, como, por el contrario, uno podría imaginarse que lo hubiera hecho—.
¿Pero quién es usted? ¿De dónde vino?
—¿Antes de aquí?
No tenía idea de lo que la había golpeado así, pero llegado a cierto punto,
viendo que no parecía dar señal de querer volver a la normalidad, llamé a los
niños para irnos. La dama, la doctora, la “estruja-cerebros” o lo que fuera... estaba
loca. El porqué me rodeó con sus brazos para saludarme, o el porqué se lo
permití, será siempre un misterio para mí.
116
—¿Tienes licencia de conducir, Weber? —me había preguntado vacilante.
—¿Arizona? —Sonrió.
—Oh, Dios mío. —Estaba indignada—. ¡Ni siquiera te verás como ahora en
veintiocho años! ¡¿En qué diablos están pensando esos?!
Su rostro se adornó con una enorme sonrisa, y luego me entregó las llaves.
No entendí por qué llamó a su camioneta como la nave del capitán Kirk 2,
hasta que llegó la hora de aparcarla.
1
Nave insignia de la serie “Viaje a las estrellas”.
2
Protagonista de la serie “Viaje a las estrellas”.
117
Nos llamó Carolyn y nos pidió disculpas de antemano por el retraso de su
vuelta a casa. Por el tono de su voz, me di cuenta de que estaba preocupada de
que pudiera enojarme. Pero yo no tenía ninguna intención de hacerlo, por mí no
había problema. Cuando llegó a las siete y media, los niños ya habían cenado,
tomado un baño y ya estaban en pijama, listos para ir a casa.
Los observó, todos ocupados en sus cosas; todos buenos chicos. Pip
miraba las caricaturas, Micah dibujaba y Tristán jugaba con su Nintendo. Rompió
en llanto.
Los niños nos miraban, curiosos por saber que estaba sucediendo.
Bajaron del sofá, uno por uno; primero Pip, luego Tristán y, finalmente,
Micah. La dama se arrodilló para recibir besos y abrazos de todo el mundo y,
además, un dibujo de Micah.
—¡Oh, amor, que bonito! —le dijo, secándose las lágrimas con sus dedos, y
señalando el árbol con el columpio y luego a mí, con una enorme cabezota.
La mujer enmudeció.
—La doctora Erin —comencé—; ella me dijo que empezaría a hablar muy
pronto, así que escucharemos algunas palabras aquí y allá, de ahora en adelante.
118
—Pero no debemos darle a entender que es una cosa extraordinaria, por
lo contrario, sino creerá que es diferente a los demás, cuando en realidad, no lo
es. Por lo tanto, ya sabes, cuando te hable, solo hay que responderle.
—¿Perdón?
—Ellos han estado contigo solo un día, ¡carajo!, y Micah ya se siente tan
bien que quiere hablar de nuevo, y los tres están tan felices y contentos, como no
los veía desde hace meses.
Me encogí de hombros.
—¿Qué?
—Weber.
119
—Eso es realmente muy triste —le dije—. Tal vez necesites primero
asegurarte que cualquier persona que conozcas de ahora en adelante, sea dulce
con todos vosotros. Es solo una idea.
Tragó saliva.
120
Me incorporé un poco a fin de encontrar mejor su boca y lo arrastre hacia
abajo, sobre el sofá, junto a mí. El beso se hizo más intenso; jugué un poco con la
lengua antes de empujar contra la suya.
—¿Qué...?
—Ve a cambiarte. Esa ropa cuesta más que todo lo que tengo en el mundo,
doctor Benning.
121
Me reí entre dientes, sin dejar de masajear la planta de sus pies con los
nudillos, apretando bien el talón y presionando con fuerza bajo sus dedos.
—¿Cuánto?
—El vaquero.
—No sé.
Se alzó sin quitar los pies de mi regazo. Me miró directamente a los ojos y
me di cuenta, una vez más, de cuan oscuros y profundos eran, con un aura
dorada alrededor de la pupila.
Me gruñó.
—Es un apodo. Lo cambiaré. Dios, no creía que fueras capaz de pensar algo
tan estúpido.
1
Canción del grupo The Eagles que habla de un solitario cowboy.
122
Levanté una ceja hacia él y, al mismo tiempo le cogí un pie, apretándolo
fuerte.
—Sí, pero...
—Sí.
123
—Pero lo has intentado —me consoló, quitando sus pies de mi regazo para
ponerse de rodillas, superándome en altura. Tuve que levantar un poco la cabeza
para mirarlo a los ojos; luego, se movió de nuevo colocándose a horcajadas sobre
mis muslos—. La mayoría de la gente no tiene las pelotas para intentarlo.
Pero no era aquello lo que quería, así que lo detuve cubriendo sus manos
con las mías, aplastando una contra mi pecho y llevando la otra a su mejilla.
—¿Web?
—Ponte de pie.
—¿Qué? No quiero...
124
Le di la vuelta a la casa y me aseguré de que todo estuviese bien; luego, me
dirigí a la habitación. Estaba sentado sobre la cama, desnudo hasta la cintura,
con la mitad de las piernas cubiertas, esperándome. No dijo nada mientras me
desvestía, me colocaba los pantalones cortos que usaba para dormir y daba la
vuelta para llegar a mi mitad de la cama. Mi lado era el izquierdo, el más cercano
a la puerta.
—Pero somos dos idiotas —le dije entre su cabello mientras inhalaba su
esencia y, con los dedos acariciaba su espalda desnuda y lisa—. Tú porque crees
que si no follamos cada vez que llegas a casa, voy a perder el interés en ti; y yo,
porque creo que si dejo de cabalgar, tú no querrás tener nada que ver conmigo.
—Yo solo quiero que entiendas que aquello que haces no es lo que eres.
Son dos cosas completamente diferentes.
125
—Por el amor de Dios, Weber, no me importa una mierda lo que haces. No
necesito un vaquero o...
—¿Un príncipe?
—Por Dios, Weber, ¿no ves que cada vez que me besas suspiro como si
estuviera de vuelta a casa?
—Sí, lo sé — murmuré.
126
CAPÍTULO 6
Para los colegas de Carolyn, yo era uno de sus empleados, por lo que, luego
de la curiosidad inicial, me ignoraron. Las otras niñeras estaban o en busca de
maridos que pudieran mantenerlas o eran estudiantes universitarias, por lo que
me trataron como a una de ellas. Me contaron chismes sobre sus empleadores,
me dijeron que me mostrara decidido cuando pidiera un día libre y me
recomendaron buenos lugares para llevar a los niños. En general, era un grupo
de gente aceptable, mucho mejor de lo que me había imaginado.
—¿Ah, sí? —La provoqué. Era muy simpática estando borracha y se reía
fácilmente por el efecto del alcohol.
127
—Ohh —dijo ella, con un sollozo—, sí. Tuve que decirle a tres de mis
colegas que te pagaba muy bien y que no tenía intenciones de cederte a ninguna.
Me eché a reír.
—Oh —dijo ella con tono triste de repente, posando una mano en mi
hombro—. Lo siento mucho.
128
—La próxima vez.
Tenía sentido.
Solté un bufido.
—Como hoy.
—Te enseñaré cómo usarlo y todo lo que se puede hacer con él más tarde.
—¿Dónde estás?
129
—Necesito un favor.
—¿Qué favor?
—Estoy bebiendo algo con un grupo de amigos con los que me encontré
después del trabajo. Como tú estabas en esa fiesta con Carolyn y aún no habrías
llegado a casa… pero ahora creo que debería haber ido allí a esperarte.
—¿Y entonces?
—Bueno, ahora estoy un poco borracho, y también todos los demás, nos
vinimos caminando hasta la casa de Jeff, pero me di cuenta de que me había
dejado el auto en el estacionamiento del bar. No quiero que se lo lleven, pero no
creo estar en condiciones de ir y...
—¿Qué?
—Iré a buscarlo —le dije—. ¿Tienes otro par de llaves aquí o debo ir a
donde estás tú a buscarlas?
—¿Entonces?
—¿Estás enojado?
130
—No, lo sé.
—Porque nunca bebes tanto. Debe que haber una razón para que lo
hicieras.
—No.
—Entiendo.
—Para esas cosas estás tú —Lo dijo con un cierto énfasis en la palabra
“tú”, por si no lo había entendido bien.
Permanecí en silencio.
Pero según yo lo veía, era su culpa: él había dicho que había tenido un mal
día, no una real y completa pesadilla.
—¡LO SÉ!
131
—Por el amor de Dios, Weber, ¡LO SÉ! ¡El único lugar donde me gustaría
estar en este momento es allí contigo, pero mi auto va a estar en algún depósito
mañana si lo dejo en el bar!
—Está bien —le dije para que se relajara—. Voy en seguida. Dime dónde
queda el bar.
Mierda.
Creí que no sería más que un grupo de unos pocos amigos pero, mientras
me acercaba, escuché un montón de voces y música fuerte. Era una fiesta, e
inclusive bastante ruidosa para ser la noche del martes. Pero por otra parte, yo
estaba acostumbrado a ir a la cama a las nueve y levantarme a las cuatro de la
mañana. Podría apostar que ninguno de aquellos hombres nunca se había
levantado antes del alba.
132
Atravesé la cocina y me vio llegar. Los ojos se le iluminaron y de inmediato
se apartó de la pared, poniendo el vaso sobre la mesa y viniendo a mi encuentro.
Podría haber esperado a que yo llegara a él, pero no lo hizo.
—Mierda, Web. —Me dio una enorme sonrisa extendiendo los brazos
hacia mí—. Te ves impresionante.
—Estás borracho. —Se rió entre dientes y le puse una mano sobre la nuca,
acariciándolo con los dedos por debajo del cuello de la camisa, y lo hice
aproximar. La mirada en sus ojos velados y tristes me dolió en el estómago. Era
hermoso.
—No.
Hice que se acercara aún más y mi boca se posó sobre la suya con un deseo
y una necesidad que quería que sintiese. Lo saboreé con la lengua; sabía a
tequila y un poco de sal. Él gimió en mi boca y lo estreché con más fuerza,
disfrutando, como siempre, de la forma en que su cuerpo se fusionaba con el
mío.
133
—Estás fuera —Suspiré, sosteniendo su cara entre las manos y
sonriendo—. Tenía miedo de que hubieses vuelto a tu vieja costumbre de besar
ranas.
—¡Dios, Weber!, tú eres mi príncipe, idiota. Y tú nunca has sido una rana
—dijo con voz baja y un tono áspero.
—No, no lo haré aquí, pero tan pronto como lleguemos nos tiraremos en el
sofá si no puedes aguantar hasta llegar a la habitación.
—Dime.
—No quiero decirte nada —susurró con firmeza. Cerró sus ojos con fuerza,
tratando de contener las lágrimas, pero escaparon de todos modos a través de
sus largas pestañas—. Quiero que te quedes. ¡Dios, Weber!, nunca he necesitado
a nadie como te necesito a ti.
134
—Te amo —le dije, y de repente todo aquello me pareció la cosa más bella
del mundo. Ya no tenía miedo.
—¿Me amas?
Se arrojó sobre mí, puso sus brazos alrededor de mi cuello y me apretó con
fuerza. Estaba temblando y yo, después de tomar conciencia de mis
sentimientos, ya no tuve más dudas ni temores. Finalmente comprendí que ese
hombre me amaba verdadera y completamente. Y no porque fuera un vaquero,
ni porque fuera parte de algún ideal romántico; me amaba por quién era. Amaba
a Weber Yates, al pobre, desempleado y extraño Weber Yates. Besaba el suelo
sobre el que yo caminaba. Eso no tenía ningún sentido, ¡éramos tan diferentes!
Yo era un don nadie y él tenía el mundo a sus pies; sin embargo, parecía no verlo
de ese modo. No lo tenía todo si no me podía tener. Cy me había robado el
corazón desde que se había fijado en mí, ahora sabía lo mucho que lo amaba y
que nunca dejaría de sentir eso por él. Nunca. No había duda; habría dos caras en
este amor, si por fin me decidiera a permitirlo. Y, en efecto, ¿por qué no habría
de hacerlo? El único obstáculo entre nosotros era mi orgullo, pero ahora ya no
era suficiente para mantenernos alejados. Yo no era presuntuoso, pero yo sabía
lo mucho que él me necesitaba y que solo conmigo, tenía más que suficiente. Lo
sostuve cerca de mí y le besé en la mejilla.
—¿Sí?
—Oh, mierda.
—Hermoso.
135
—¡Yo moriré antes que tú, idiota! —repliqué mirando a sus ojos felices, los
más llenos de esperanza y miedo que yo hubiera visto en mi vida—. Soy más
viejo.
Trepó sobre mí y comenzó a reír, pues incluso me había puesto las piernas
alrededor de la cintura. Me encontré con su lengua en mi boca en cuestión de un
segundo. Nos besamos apasionadamente, nos devoramos, sin intentar ni
siquiera respirar. Poco a poco fui tomando conciencia del aplauso que nos
estaban dedicando hasta que, finalmente, nuestras bocas se separaron.
—Ya captamos la idea —dijo uno de los hombres más cercanos a nosotros
mientras sonreía a Cy—. Es tuyo; mantendremos nuestras manos alejadas.
Me reí entre dientes, mirando desde abajo sus ojos tan dulces y sus labios
hinchados. Dios mío, era bellísimo y ahora que lo tenía todo para mí, sin duda no
permitiría que ningún otro pusiera los ojos sobre él.
—Sí, Señor —dijo él con su aliento sobre mí, sin dejar de mirarme con la
felicidad creciendo en su cara, en sus ojos y en su sonrisa. Caminamos hacia la
puerta.
—Cuando lleguemos a casa, ¿me abrazarás tan fuerte que pueda sentir el
latido de tu corazón?
—Weber.
—Will.
136
—Sí. —Le sonreí y bajé a Cy—. Es un placer volver a verte. ¿Te quedarás
esta vez? Si me guió por la expresión de Cy diría que sí.
Me tendió la mano.
—¿Weber?
—Gracias, pero...
—Lo digo en serio. —Miré sus ojos verdes, claros y serenos, y percibí su
sinceridad. Luego continuó—: Estoy muy feliz de que te quedes aquí. No veo la
hora de salir con vosotros. Ven un momento y conoce a los demás, ¿de acuerdo?
—Oh, está bien —respondió rápidamente, con los ojos fuera de sus
cuencas y la boca gestualizando la palabra “borracho” delante de mí antes de
regalarme una gran sonrisa—. Nos vemos pronto.
—Dios, sí que estás borracho —dije yo, asegurando mi control sobre Cy,
mientras caminábamos hacia la puerta.
Nos detuvieron en el pasillo antes de llegar a la escalera, pero esta vez era
alguien que nunca había visto antes.
137
Era el famoso ex, obviamente.
—Entonces, aclárame una cosa —dijo mirándome con los ojos casi
cerrados—: yo no era suficiente para ti, pero un vagabundo sin hogar sí lo es. No
tiene sentido.
Me giré, lo agarré, me lo eché por encima del hombro y comencé a bajar las
escaleras con facilidad, a pesar de que tenía a Cy y todo su peso que soportar
—¡Bájame!
1
Es un juego de palabras. Le dice que cabalga su “ucello” que literalmente significa “pájaro” pero coloquialmente se
usa para referirse al pene.
138
—Entonces, ese es el tipo con quien te fuiste a la cama cuando te dejé la
última vez, ¿eh?
—¿Cómo diablos se enteró que cabalgaba toros? —le pregunté, sin prestar
atención a sus gritos.
Bueno, ahora, sin duda, ya no lo era más, visto que lo había gritado a todo
el vecindario.
—¿Por qué?
—No lo estés —le pedí sonriendo y tirando de él hacia mí—. Me gusta que
seas tan posesivo, eso significa mucho para mí.
139
Cuando me incliné para darle un beso, Cy inmediatamente abrió la boca,
pero yo me tomé todo el tiempo y cuando me aparté un poco de sus labios, noté
que tenía los ojos abiertos.
—Pero me da un poco de miedo que todo sea un sueño así que no voy a
dejar de mirarte.
—¿Qué?
Ciertamente.
—Estoy asqueroso.
140
—¿Cómo puedes quedarte aquí? —preguntó, haciendo caso omiso de mi
pregunta.
—Está bien.
—Gracias.
—Web.
—Estoy de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. ¿Estás bien con eso? Cuidar
a los niños, digo.
Me crucé de brazos.
—Bueno, tú serás el que tenga que decir: “Me acuesto con la niñera”.
141
Se ahogó con el agua que estaba bebiendo por lo que di un salto hacia él
para tomar el vaso de su mano y poner una toalla en su cara; el agua le salió por
la nariz.
—Y sigues vomitando...
—Una base.
—¿Qué?
—Sí, exacto.
—El otro día, Micah tenía que dibujar algo que le recordara a mí e hizo una
montaña.
—¿En serio?
Él asintió con la cabeza sin decir nada, estaba claro que no lograba decir ni
una palabra. Cogí su silla y le hice volverse hacia mí. Lo tomé entre mis brazos,
sosteniendo su cabeza con una mano y con la otra acaricié su espalda.
—¿Qué?
142
—¿Quién es “todos vosotros”?
143
CAPÍTULO 7
Pensó en ello, de pie entre mis muslos, como era su costumbre, con un
brazo alrededor de mi cuello.
—Bien —dijo acercándose—. Está bien, solo perdió un diente, pero por
suerte era de leche.
—Aquel niño debería estar fuera de la competencia por el resto del año. Es
un peligro.
—Oh, no. Mi hija menor, Jane. —Sonrió—. Es de la misma edad que Micah.
144
—Encantado de conoceros. —Él asintió, ofreciendo un apretón de manos,
pero era notorio, a decir verdad, que no podían importarle menos. Volvió su
atención hacia mí casi inmediatamente—. Así que, Weber, el jueves salimos a las
ocho de la mañana con el autobús del equipo, por lo que necesito que estéis allí,
Tristán y tú, a las siete y media.
—Perfecto.
Llegamos a nuestros asientos con el tiempo justo, apenas antes de que las
luces se desvanecieran y se abriera el telón, dejando al descubierto tres filas de
niños: era el concierto de Pascua. Para el de Navidad había participado toda la
145
escuela, pero ahora solo estaba el coro, en el cual Micah cantaba. Se había unido
a ellos a comienzos de año.
Carolyn no había puesto ninguna resistencia; quería una vida estable, con
nuevos fundamentos. Incluso ella estaba lista para construir sobre la montaña y
yo estaba honrado de la confianza que depositaba en mí.
Los niños estuvieron locos de alegría, e incluso cuando los sentamos para
imponerles algunas reglas, aún así, estuvieron tan emocionados que las habían
aceptado sin pestañear. Tenían una nueva casa, con sus propias habitaciones, y
cuando Cy trajo a casa una perra que había encontrado cerca de un contenedor
de basura fuera del hospital, no convertimos en una familia completa: seis más
un perro, a la que nombramos Reba, al igual que mi cantante favorita. El
veterinario nos dijo que, probablemente, era un cruce entre un labrador y un
husky, y que llegaría a ser tan grande que nos echaría de la casa. Reba era
grande, dulce y cariñosa, excepto una vez cuando un hombre se había acercado a
mí demasiado rápido y comenzó a gruñir, mostrando todos sus dientes y
146
poniéndose en posición de ataque. Al parecer, Reba era buena y amable solo
mientras su familia estuviera a salvo. Yo también era más o menos así, por lo que
comprendía perfectamente su comportamiento.
Su esposo, Mark, había firmado todos los papeles del divorcio y solo
pretendía ser libre, sin tener que pagar la pensión alimenticia a su esposa ni
ocuparse de los niños. Ella le había dicho que, de todos modos, no tendría opción
de lo contrario.
147
—Gracias, Cy —había dicho Carolyn el día en que el divorcio se hizo oficial.
Estábamos en la cocina, que se había convertido en el corazón de la casa, y le
había estrechado la mano—. Si no fuera por ti y Weber, habría tenido que luchar
por la custodia de mis hijos. No quiero volver a tener nada que ver con él
mientras viva. Solo quiero que se quede en Las Vegas y que no aparezca más por
aquí.
Le sonreí.
Me dio tanta risa que tuve que utilizar la almohada para ahogar las
carcajadas.
—¡Web!
Me había tirado en la cama, sin poder parar de reír. Cuando por fin saqué
mi cara de debajo de la almohada, tenía lágrimas en los ojos.
—¡Weber Yates!
148
—Bonito—murmuró. Lo besé y la pasión de inmediato le ganó el pulso al
mal humor. Habían pasado cuatro meses desde que habíamos oficializado
nuestra relación y nos habíamos jurado amor eterno; tres meses desde que
habíamos celebrado la ceremonia en la casa de sus padres en Half Moon Bay, y a
la cuál habíamos invitado a todos los que conocíamos; y dos meses desde que
Carolyn me había nombrado legalmente responsable de sus hijos, de quienes su
marido había renunciado para siempre; después de todo aquello, aún lograba
quitarle el aliento a Cy. Yo había creído que, con la rutina diaria, disminuiría la
atención que me dedicaba, que verme todos los días haría decaer la fascinación
que experimentaba por mí. Pero no fue así.
Éramos una familia y yo nunca había esperado ser tan afortunado como
para tener una.
Estaba en paz conmigo mismo, con el hombre que era, porque yo era el eje
de todo. Sin mí, Cy era una persona diferente. Sin mí, los niños no se sentían
protegidos, felices y seguros. Sin mí, Carolyn no tenía ninguna base en la que
apoyarse, alguien en quien confiar, que sostuviera su mundo. Para mí, aquellas
eran todas bendiciones, especialmente Cy; yo los valoraba de la misma manera y
no renunciaría a nada de aquello, nunca jamás.
149
—¿Estás bromeando? —respondió Cy, dándome una palmadita ligera
sobre el brazo.
—¡¿Qué?!
—¿Es una broma? —Él se indignó—. Esa cosa puede provocar daños en la
corteza cerebral.
Sacudí la cabeza.
—No creo.
—Vivo con un doctor —le dije, moviendo las cejas hacia arriba y abajo —.
Se aprenden algunas cosas a fuerza de vivir juntos.
—Es solo en las tres primeras canciones —le dije—. Luego vienen las
maracas.
Estaba horrorizado.
Para mí, lo que realmente importaba era que Micah pudiera verme allí,
sonriendo. El niño necesitaba de un poco de apoyo, por Dios.
150
Antes de Año Nuevo, Micah le había pedido a Cy que le pasara las patatas
que estaban sobre la mesa, y Cy lo había hecho. Fue una cosa extraordinaria,
pero habíamos intentado tomarlo con normalidad frente al niño. Cuando fuimos
a casa de sus padres, el primero de enero, apenas una semana después de la
visita de Navidad, se sorprendieron al oír hablar a Micah como si nunca nada
hubiera sucedido. Él no hablaba mucho, ni demasiado rápido o en voz alta, pero
hablaba como si siempre lo hubiera hecho, como de costumbre. Su vida se había
afianzado, ahora. Cuando no estaba en la escuela o con su madre, estaba
conmigo.
Esperaba que fuera feliz en Las Vegas; al igual que Carolyn, yo quería que
se quedara allí y disfrutara de su vida. La nuestra era perfecta y no le
guardábamos ningún rencor.
—¿Sí Señora?
—Disculpe que lo moleste. ¿Pero usted dijo que solo hay dos de estas y
luego las maracas?
151
—Oh, sí, sí. —Estaba tratando de conservar la sonrisa en su cara y la falsa
expresión de alegría—. Casi se me había olvidado que también tocarán eso.
Gracias.
—¿Qué?
—Te amo.
—Pero voy a tener que matarte por no advertirme sobre esta tortura —se
quejó, y otra nota equivocada rechinó en nuestros oídos. Fue realmente muy
aguda y sus ojos se abrieron como platos.
—Sé que Becky está encantada de tener tal apoyo de su parte —continuó
la mujer.
152
Carolyn alzó los ojos al cielo; luego llegó Micah, vestido de traje y corbata,
esquivó a los maestros, a algunos de los padres, al tío y a su madre, y vino
directamente a mis brazos, apretándome con fuerza.
Dio un largo suspiro: aquello era muy reconfortante para un niño de seis
años y medio.
—Sí, por tres días. —Me reí—. El partido es el sábado por la tarde.
Emprenderemos la vuelta la misma noche del sábado, por lo que vamos a estar
aquí para el domingo de Pascua.
153
—En cualquier caso —dijo él, quitándose la camisa y pegando su pecho
desnudo al mío, contra mi piel—, es la primera vez después de nuestro
intercambio de promesas.
—Voy a estar de vuelta antes de que te des cuenta —le dije, poniendo una
mano debajo de su barbilla y haciendo que la levantara para poder mirarlo a los
ojos—. Solo para que lo sepas, yo también te echaré de menos, mi amor.
—¿Sabes que es lo que yo necesito? —le dije, acariciando el bulto duro que
se presionaba contra su pantalón y sintiendo como emitía un gemido de deseo,
crudo y salvaje—. ¿Quieres adivinar?
Sin hacerle ninguna promesa, comencé a lamerlo desde los testículos hasta
la punta. Era largo y grueso y me gustó muchísimo, sobre todo adoraba su sabor.
Lo acogí en mi boca y lo llevé hasta el fondo de mi garganta. Apoyó una mano
posesiva sobre mi cabello; por la manera en que gemía, pensé que no tendría
muchos reclamos que hacer al respecto.
154
—Por favor, Web, hazlo como si no pudieras vivir sin mí, como si yo fuera
todo lo que necesitaras...
Pude leer su mente con gran facilidad. No se sentía una pieza fundamental
del rompecabezas: creía que aún sin él, Carolyn, los niños y yo podríamos seguir
adelante como si nada hubiera pasado.
Tenía que estar más atento al momento, y ese momento era el propicio. Mi
hombre, que todos los días, cada uno de ellos, tenía la vida de otros en sus
manos, necesitaba ir a casa y dejar de lado todo ese poder, cediéndomelo a mí. Él
simplemente quería sentir, sin pensar, dejarse ir para sentirse libre de ser él
mismo. Yo era quien debía tomarlo de la mano, tomar las riendas. Necesitaba
entregarse a mí y yo estaba demasiado centrado en los niños, creyendo que las
cosas, como estaban en ese momento, estaban bien. Y en cierto modo lo estaban,
pero quería más. Tenía que ser más receptivo a sus necesidades. Debía estar más
atento, esmerarme más con él. Me prometí a mí mismo hacerlo. Yo nunca, nunca
deseaba perderlo.
—Yo no quiero que vayas en busca de otra persona que cuide de ti —le
dije, dejándolo deslizarse fuera de mi boca, levantándome para mirarlo
fijamente a los ojos.
—Date la vuelta.
Temblaba mientras se giraba. Tomé sus manos y las puse a los lados sobre
la madera oscura y lisa de la pared. Le bajé los pantalones completamente
haciendo que levantara un pie después del otro para quitarlos de sus piernas.
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Solo de verlo, con sus manos contra la pared, con las piernas abiertas, esperando
lo que quisiera hacer con él, me hizo ponerme más duro y húmedo.
—Permanece quieto.
Dio un pequeño salto hacia adelante haciendo que su pene rozara la pared
y cuando trató de regresar a su posición inicial, lo empujé de nuevo hacia
delante, al mismo tiempo que metía un dedo dentro de su culo firme y redondo.
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—¡Web!
Por suerte las paredes eran gruesas y la película estaba a todo volumen;
los Transformers sonaban en la televisión, en la sala de estar, manteniendo a
todos a raya.
—Amor...
Me moví unos pocos milímetros, apenas suficientes para sentir como sus
músculos se contraían, apretándose a mi alrededor, antes de hundirme de nuevo
hacia delante, esta vez aún más profundamente.
—Weber...
—Eres mío —le dije, sacudiendo mis caderas con arrebato adelante y
atrás, martillando en su interior sin descanso, lo más profundo que podía.
Perdí la noción de todo, excepto del hombre entre mis brazos; del olor y el
sabor de su piel sudorosa; del sonido de su respiración agitada. ¿Cómo llegué
siquiera a pensar en que podía vivir sin él?
Él quería que yo hiciera lo que yo nunca pensé que podría hacer, a pesar
de que sospechaba que tendría que hacerlo; quería que dictara las reglas de la
casa, justo como lo había hecho con los niños de Carolyn antes de que se
mudaran con nosotros.
—Weber...
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Dios, tenía que hacerlo rápidamente, antes de que se derrumbara frente a
mis ojos.
—¿Me lo prometes?
Tenía que sentirlo, debía entender. Eso le arrancaba el orgasmo con fuerza
cada vez. Debía ver mi mano, el anillo de oro que me había colocado en el dedo
tres meses antes, el juramento de que no me lo quitaría jamás, el anillo que le
gritaba al mundo que ahora era un hombre casado… eso era lo que necesitaba.
—Web.
—Doc.
—No quisiera darte otras cosas en que pensar, ¿sabes?, pero realmente
tenía necesidad de...
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—Sí. Pero es más tuya que de nadie más. Cuando alguno de nosotros no
está, no pasa nada, pero cuando tú no estás, Web, la casa entonces está vacía.
Eres tú quien hace de estas paredes un hogar. Eres tú de quien todos tenemos
necesidad. Tú eres la fortaleza.
Asintió.
—¿Sí?
—Se irán tarde o temprano —le dije pasándole un dedo sobre las cejas —.
Y verás cuanto los extrañarás.
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—No eres eso. Es solo que me amas y quieres estar conmigo a solas.
—Encontraremos más tiempo para nosotros. Pero te pido una cosa, nunca
dejes de hablarme de estas cosas. Tengo que saber que pasa por tu cabeza,
porque no quiero que comiences a pensar otra vez que no eres necesario para
esta familia.
Aquella noche me desperté porque tenía frío, y cuando alargué las manos
hacia él solo encontré algunas sábanas heladas en lugar de su cálido cuerpo.
Levanté la cabeza y lo vi, de pie frente a la ventana, envuelto en una manta,
mirando hacia afuera, hacia las luces lejanas de la ciudad.
—No estarás cansado de esta vida, ¿no? ¿Quisieras estar allá fuera, en
busca de una presa?
—No, estoy contento de que hayamos aclarado algunas cosas esta noche.
Necesitaba saber cuál era mi lugar. No dejaba de preguntármelo desde hace un
tiempo y finalmente me lo has aclarado. Ahora entiendo que me amas y que
también me necesitas; y comprendí que aunque no tenga el control de cada cosa,
no significa que sea una persona débil.
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Asintió.
—Lo esperaba. No he querido nunca nada como te deseo a ti, Web. Eres la
única pieza que me hacía falta para tener lo que siempre anhelé en esta vida.
—Ven aquí.
—Quiero mi cobertor.
—Por supuesto.
Emití un bufido.
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—¿Una pizca, aunque sea?
—El huérfano soy yo —le dije entre un beso y otro. Sus manos se
aferraron con fuerza a mis hombros y un estremecimiento le recorrió todo el
cuerpo—. Eres tú quien debe querer conservarme.
Sabía que contaba con ello porque yo sentía lo mismo por él.
FIN
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MARY CALMES vive en Lexington, Kentucky, con su marido y dos niños.
Ama todas las estaciones menos el verano. Se licenció en la University of the
Pacific de Stockton en California en literatura inglesa. Debido a que se trataba de
literatura y no de gramática, no le pidan que les señale una preposición porque
no sucederá jamás. Le encanta escribir, sumergirse en el proceso y concentrarse
en el trabajo. Puede incluso describir cómo huelen los personajes. Le encanta
comprar libros e ir a las convenciones para encontrarse cara a cara con sus
lectores.
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