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Bernal Díaz Del Castillo

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Bernal Díaz Del Castillo

(Medina del Campo, Valladolid, h. 1492 - Guatemala, h. 1585) Conquistador y cronista español. Desde joven se
decidió por la carrera de las armas y debido a su afán de aventuras, hacia 1514 se embarcó a América viajando
sucesivamente con las expediciones de Pedro Arias de Ávila (a Darién, o sea Centroamérica), Francisco Hernández de
Córdoba (a Yucatán) y Juan de Grijalva (a Tabasco). Casado con Angelina Díaz, tuvo un hijo llamado Diego.

Bernal Díaz Del Castillo

Por tres años estuvo al servicio de Diego Velázquez en Cuba hasta que se le incluyó en la expedición de Hernán Cortés.
Desde el 18 de febrero de 1519 fue soldado de las huestes de Pedro de Alvarado, por lo que participó en la conquista
del imperio mexica. Fue testigo presencial de la prisión y muerte de los tlahtoanis Moctezuma y Cuitláhuac, vivió la
llamada «Noche Triste» y peleó por la toma de México-Tenochtitlán.

Al concluir ésta, se unió a la expedición de Gonzalo de Sandoval hacia Coatzacoalcos y llegó a ser regidor de la villa
del Espíritu Santo. Después participó en la conquista de Chiapas y, en 1524, partió con Hernán Cortés a la conquista
de las Hibueras (Honduras), que resultó un fracaso, por lo que regresó por tierra a la ciudad de México.

Tras una prolongada estancia en esa ciudad, viajó en 1539 a España para reclamar sus derechos por haber
participado en la conquista de México, pero sólo obtuvo un corregimiento en el Soconusco. Inconforme, continuó
buscando una recompensa por parte de la corona española, por lo que hizo varios viajes entre España y América,
hasta que decidió establecerse con su familia definitivamente en la ciudad de Santiago de los Caballeros de
Guatemala.

Ahí llegó a sus manos el libro Historia General de las Indias escrito por el capellán de Cortés, Francisco López de Gómara.
Éste, sin haber estado en México, hizo una descripción de la Conquista en la que enaltecía la figura de don Hernán, a
quien le atribuyó todo el mérito de la Conquista. Molesto por esta interpretación, Díaz del Castillo escribió su propia
versión en la crónica titulada Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, en la que, con sencillez, hizo un extenso
relato épico en el que resaltó el papel de los soldados españoles y reconoció con respeto la defensa heroica de los
indígenas. Díaz del Castillo murió en Guatemala en 1585 y su obra no fue publicada hasta 1632.
Garcilaso de la Vega
(Toledo, 1501? - Niza, 1536) Poeta renacentista español. Perteneciente a una noble familia castellana, Garcilaso de la
Vega participó ya desde muy joven en las intrigas políticas de Castilla. En 1510 ingresó en la corte del rey Carlos I y
tomó parte en numerosas batallas militares y políticas. Participó en la expedición a Rodas (1522) junto con Juan
Boscán y en 1523 fue nombrado caballero de Santiago.

Garcilaso de la Vega

En 1530 Garcilaso se desplazó con Carlos I a Bolonia, donde el monarca fue coronado emperador. Permaneció allí un
año hasta que, debido a una cuestión personal mantenida en secreto, fue desterrado a la isla de Schut, en el Danubio,
y después a Nápoles, donde residió a partir de entonces. Habiendo sido herido de muerte en combate durante el
asalto a la fortaleza de Muy (Provenza), Garcilaso fue trasladado a Niza, donde murió.

Su escasa obra conservada, escrita entre 1526 y 1535, fue publicada póstumamente junto con la de Juan Boscán en
Barcelona, bajo el título de Las obras de Boscán con algunas de Garcilaso de la Vega (1543), libro que inauguró el Renacimiento
literario en las letras hispánicas. Sin embargo, es probable que antes hubiera escrito poesía de corte tradicional, y que
fuese ya un poeta conocido.
Garcilaso se sumó rápidamente a la propuesta de su amigo Juan Boscán de adaptar el endecasílabo italiano a la métrica
castellana, tarea que llevó a cabo con mejores resultados, puesto que adoptó un castellano más apto para la
acentuación italiana y la expresión de los nuevos contenidos poéticos, de tono neoplatónico, propios de la poética
italiana renacentista.
Muchas de sus composiciones reflejan la pasión de Garcilaso por la dama portuguesa Isabel Freyre, a quien el poeta
conoció en la corte en 1526 y cuya muerte, en 1533, le afectó profundamente. Los cuarenta sonetos y las tres églogas
que escribió se mueven dentro del dilema entre la pasión y la razón que caracteriza la poesía petrarquista; en estos
poemas el autor recurre, como el mismo Petrarca, al paisaje natural como correlato de sus sentimientos, mientras que
las imágenes de que se sirve y el tipo de léxico empleado dejan traslucir la influencia de Ausiàs March. Escribió también
cinco canciones, dos elegías, una epístola a Boscán y tres odas latinas, inspiradas en la poesía horaciana y virgiliana.

Luis de Góngora y Argote


(Córdoba, España, 1561-id., 1627) Poeta español. Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la
Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le
brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una
amonestación del obispo (1588).
Luis de Góngora

En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su
situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con
Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo. Instalado
definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su
correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte.

Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se ha hallado ningún escrito en prosa,
salvo las 124 cartas que conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en
vida casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy leídas y comentadas.

En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena parte
de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece
en los poemas dedicados al sepulcro del Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se
producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido separados.
Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria
originalidad, tanto temática como formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las
metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico
del Barroco, pero que también suscitó polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros
lírico, épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto contra las Soledades y Quevedo lo atacó con su
malicioso poema Quien quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran
recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la
distinción de los hombres cultos».

El estilo gongorino es sin duda muy personal, lo cual no es óbice para que sea considerado como una magnífica
muestra del culteranismo barroco. Su lenguaje destaca por el uso reiterado del cultismo, sea del tipo léxico, sea
sintáctico (acusativo griego o imitación del ablativo absoluto latino). La dificultad que entraña su lectura se ve
acentuada por la profusión de inusitadas hipérboles barrocas, hiperbatones y desarrollos paralelos, así como por la
extraordinaria musicalidad de las aliteraciones y el léxico colorista y rebuscado.

Su peculiar uso de recursos estilísticos, que tanto se le criticó, ahonda de hecho en una vasta tradición lírica que se
remonta a Petrarca, Mena o Herrera. A la manera del primero, gusta Góngora de las correlaciones y
plurimembraciones, no ya en la línea del equilibrio renacentista sino en la del retorcimiento barroco. Sus perífrasis y la
vocación arquitectónica de toda su poesía le dan un aspecto oscuro y original, extremado si cabe por todas las
aportaciones simbólicas y mitológicas de procedencia grecolatina.

Su fama fue enorme durante el Barroco, aunque su prestigio y el conocimiento de su obra decayeron luego hasta bien
entrado el siglo XX, cuando la celebración del tercer centenario de su muerte (en 1927) congregó a los mejores
poetas y literatos españoles de la época (conocidos desde entonces como la Generación del 27) y supuso su definitiva
revalorización crítica.
Francisco de Quevedo
(Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, España, 1645) Escritor español. Los padres de Francisco de Quevedo desempeñaban altos
cargos en la corte, por lo que desde su infancia estuvo en contacto con el ambiente político y cortesano. Estudió en el colegio
imperial de los jesuitas, y, posteriormente, en las Universidades de Alcalá de Henares y de Valladolid, ciudad ésta donde adquirió su
fama de gran poeta y se hizo famosa su rivalidad con Góngora.

Francisco de Quevedo

Siguiendo a la corte, en 1606 se instaló en Madrid, donde continuó los estudios de teología e inició su relación con el duque de
Osuna, a quien Francisco de Quevedo dedicó sus traducciones de Anacreonte, autor hasta entonces nunca vertido al español. En 1613
Quevedo acompañó al duque a Sicilia como secretario de Estado, y participó como agente secreto en peligrosas intrigas diplomáticas
entre las repúblicas italianas.

De regreso en España, en 1616 recibió el hábito de caballero de la Orden de Santiago. Acusado, parece que falsamente, de haber
participado en la conjuración de Venecia, sufrió una circunstancial caída en desgracia, a la par, y como consecuencia, de la caída del
duque de Osuna (1620); detenido, fue condenado a la pena de destierro en su posesión de Torre de Juan Abad (Ciudad Real).

Sin embargo, pronto recobró la confianza real con la ascensión al poder del conde-duque de Olivares, quien se convirtió en su protector y
le distinguió con el título honorífico de secretario real. Pese a ello, Quevedo volvió a poner en peligro su estatus político al mantener
su oposición a la elección de Santa Teresa como patrona de España en favor de Santiago Apóstol, a pesar de las recomendaciones
del conde-duque de Olivares de que no se manifestara, lo cual le valió, en 1628, un nuevo destierro, esta vez en el convento de San
Marcos de León.

Pero no tardó en volver a la corte y continuar con su actividad política, con vistas a la cual se casó, en 1634, con Esperanza de
Mendoza, una viuda que era del agrado de la esposa de Olivares y de quien se separó poco tiempo después. Problemas de corrupción
en el entorno del conde-duque provocaron que éste empezara a desconfiar de Quevedo, y en 1639, bajo oscuras acusaciones, fue
encarcelado en el convento de San Marcos, donde permaneció, en una minúscula celda, hasta 1643. Cuando salió en libertad, ya con
la salud muy quebrantada, se retiró definitivamente a Torre de Juan Abad.

Baltasar Gracián
(Baltasar Gracián y Morales; Belmonte de Calatayud, España, 1601 - Tarazona, id., 1658) Escritor y jesuita español.
Hijo de un funcionario, estudió en un colegio jesuita de Calatayud y en la Universidad de Huesca, tras lo cual ingresó,
en 1619, en la Compañía de Jesús, probablemente en Tarragona, donde se encontraba el noviciado de la provincia.

Se dispone de escasa información sobre su vida entre esta fecha y 1635, año de su ordenación sacerdotal. Se sabe
que en 1628 se encontraba en el colegio de Calatayud, donde es presumible que ejerciera como docente, y que su
posterior paso por el colegio de Huesca le permitió entrar en contacto con medios muy cultos. Dotado de gran
inteligencia y de una elocuencia a la vez rica y límpida, a partir de 1637 se dedicó en exclusiva a la predicación.

Baltasar Gracián

En Zaragoza fue nombrado confesor del virrey Nochera, a quien acompañó a Madrid, donde residió por dos veces
entre 1640 y 1641, por lo que frecuentó la corte y trabó amistad con el célebre poeta Hurtado de Mendoza. Después
de una corta estancia en Navarra con el virrey, ambos se dirigieron a Cataluña para sofocar la revuelta. En 1642,
Nochera murió violentamente como consecuencia de su oposición a la sañuda política represiva que había adoptado la
Corona en Cataluña.

Ejerció por un tiempo de secretario de Felipe IV, tras lo cual fue enviado, en parte como castigo de la Compañía por
sus ideas y escritos, a combatir contra los franceses en el sitio de Lérida (1646). Su obra más conocida, El criticón,
apareció en 1651, firmada por García de Marlones, anagrama de su nombre, disimulo que no pudo evitar el
agravamiento de sus problemas con la Compañía de Jesús, que le aplicó una sanción ejemplar. Poco después se
trasladó a Zaragoza como catedrático de la Universidad. En 1650 había empezado a preparar El comulgatorio (publicado
con su apellido en 1655), obra que comprende cincuenta meditaciones para la comunión y constituye una valiosa
muestra de oratoria culterana.
De carácter orgulloso e impetuoso, y, sobre todo, mucho más hombre de letras que religioso, Gracián optó por
desobedecer de nuevo a la jerarquía y publicó las partes segunda y tercera de El criticón (1653 y 1657), bajo el nombre
de su hermano, Lorenzo de Gracián. El segundo volumen no le costó más que una nueva amonestación de los
jesuitas, pero la aparición del tercero supuso su caída en desgracia. El padre Piquer, rector del colegio jesuita de
Zaragoza, lo castigó a ayuno de pan y agua, y, tras desposeerle de la cátedra que ostentaba, lo desterró a Graus. El
mismo año de 1657 apareció la Crítica de reflexión, violento alegato contra él, firmado por un autor levantino.
Parcialmente rehabilitado, se instaló en Tarazona, donde su petición de ingresar en una orden monástica le fue
denegada por la Compañía.
La concepción pesimista sobre el hombre y el mundo predomina en sus primeras obras: El héroe (1637), El
discreto (1646) y Oráculo manual y arte de prudencia (1647), en las que da consejos sobre la mejor manera de triunfar. El
estilo de Gracián, considerado el mejor ejemplo del conceptismo, se recrea en los juegos de palabras y los dobles
sentidos. En Agudeza y arte de ingenio (1648) teorizó acerca del valor del ingenio y sobre los «conceptos», que él entiende
como el establecimiento de relaciones insospechadas entre objetos aparentemente dispares; el libro se convirtió en el
código de la vida literaria española del siglo XVII y ejerció una duradera influencia a través de pensadores como La
Rochefoucauld o Schopenhauer.
La obra cumbre de su producción literaria, El criticón, emprende el ambicioso proyecto de ofrecer una amplia visión
alegórica de la vida humana en forma novelada. Sus dos protagonistas, Andrenio y Critilo, son símbolos,
respectivamente, de la Naturaleza y la Cultura, de los impulsos espontáneos y de la reflexión prudente. Como Gracián
parte del supuesto barroco de que la Naturaleza es imperfecta, Critilo es quien salva a Andrenio de las asechanzas del
mundo y lo conduce luego a la isla de la Inmortalidad, a través de una serie de lugares alegóricos.
Sor Juana Inés de la Cruz
(Juana Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Nepantla, actual México, 1651 - Ciudad de México, id., 1695)
Escritora mexicana, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. La influencia del barroco español,
visible en su producción lírica y dramática, no llegó a oscurecer la profunda originalidad de su obra. Su espíritu
inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos
ojos que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.

Biografía

Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa. En 1659 se trasladó con
su familia a la capital mexicana. Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor
Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los marqueses de Mancera, brilló en la corte
virreinal de Nueva España por su erudición, su viva inteligencia y su habilidad versificadora.

Sor Juana Inés de la Cruz

Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció
en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un
convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su escasa vocación religiosa, parece que Sor
Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir
sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que
impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió.

Su celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente y
admirador del poeta cordobés Luis de Góngora (cuya obra introdujo en el virreinato), y también del nuevo virrey,
Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, con
quien le unió una profunda amistad. En su celda también llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida
biblioteca, compuso obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el
teatro (en los que se aprecia, respectivamente, la influencia de Luis de Góngora y Calderón de la Barca), hasta opúsculos
filosóficos y estudios musicales.
Perdida gran parte de esta obra, entre los escritos en prosa que se han conservado cabe señalar la Respuesta a Sor Filotea
de la Cruz. El obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Cruz, había publicado en 1690 una obra de Sor Juana Inés,
la Carta athenagórica, en la que la religiosa hacía una dura crítica al «sermón del Mandato» del jesuita portugués António
Vieira sobre las «finezas de Cristo». Pero el obispo había añadido a la obra una «Carta de Sor Filotea de la Cruz», es
decir, un texto escrito por él mismo bajo ese pseudónimo en el que, aun reconociendo el talento de Sor Juana Inés, le
recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la
reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres.
En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla), Sor Juana Inés de la Cruz da cuenta de su vida y
reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo les es lícito, sino muy provechoso».
La Respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes datos biográficos, a través de los cuales
podemos concretar muchos rasgos psicológicos de la ilustre religiosa. Pero, a pesar de la contundencia de su réplica,
la crítica del obispo de Puebla la afectó profundamente; tanto que, poco después, Sor Juana Inés de la Cruz vendió su
biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa.

Firma autógrafa de Sor Juana

Murió mientras ayudaba a sus compañeras enfermas durante la epidemia de cólera que asoló México en el año 1695.
La poesía del Barroco alcanzó con ella su momento culminante, y al mismo tiempo introdujo elementos analíticos y
reflexivos que anticipaban a los poetas de la Ilustración del siglo XVIII. Sus obras completas se publicaron en España
en tres volúmenes: Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz (1689), Segundo volumen de las obras de Sor
Juana Inés de la Cruz (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700), con una biografía del jesuita P. Calleja.
La poesía de Sor Juana Inés de la Cruz

Aunque su obra parece inscribirse dentro del culteranismo de inspiración gongorina y del conceptismo, tendencias
características del barroco, el ingenio y originalidad de Sor Juana Inés de la Cruz la han colocado por encima de
cualquier escuela o corriente particular. Ya desde la infancia demostró gran sensibilidad artística y una infatigable sed
de conocimientos que, con el tiempo, la llevaron a emprender una aventura intelectual y artística a través de
disciplinas tales como la teología, la filosofía, la astronomía, la pintura, las humanidades y, por supuesto, la literatura,
que la convertirían en una de las personalidades más complejas y singulares de las letras hispanoamericanas.

Juana Inés a los quince años de

edad, antes de tomar los hábitos

En la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz hallamos numerosas y elocuentes composiciones profanas (redondillas,
endechas, liras y sonetos), entre las que destacan las de tema amoroso, como los sonetos que comienzan con "Esta
tarde, mi bien, cuando te hablaba" y "Detente, sombra de mi bien esquivo". En "Rosa divina que en gentil cultura"
desarrolla el mismo motivo de dos célebres sonetos de Góngora y de Calderón, no quedando inferior a ninguno de
ambos. También abunda en ella la temática mística, en la que una fervorosa espiritualidad se combina con la hondura
de su pensamiento, tal como sucede en el caso de "A la asunción", delicada pieza lírica en honor a la Virgen María.
Sor Juana empleó las redondillas para disquisiciones de carácter psicológico o didáctico en las que analiza la
naturaleza del amor y sus efectos sobre la belleza femenina, o bien defiende a las mujeres de las acusaciones de los
hombres, como en las célebres "Hombres necios que acusáis". Los romances se aplican, con flexibilidad discursiva y
finura de notaciones, a temas sentimentales, morales o religiosos (son hermosos por su emoción mística los que
cantan el Amor divino y Cristo en el Sacramento). Entre las liras es célebre la que expresa el dolor de una mujer por
la muerte de su marido ("A este peñasco duro"), de gran elevación religiosa.

Mención aparte merece Primero sueño, poema en silvas de casi mil versos escritos a la manera de las Soledades de
Góngora en el que Sor Juana describe, de forma simbólica, el impulso del conocimiento humano, que rebasa las
barreras físicas y temporales para convertirse en un ejercicio de puro y libre goce intelectual. El poema es importante
además por figurar entre el reducido grupo de composiciones que escribió por propia iniciativa, sin encargo ni
incitación ajena. El trabajo poético de la monja se completa con varios hermosos villancicos que en su época gozaron
de mucha popularidad.
El teatro y la prosa
En el terreno de la dramaturgia escribió una comedia de capa y espada de estirpe calderoniana, Los empeños de una casa,
que incluye una loa y dos sainetes, entre otras intercalaciones, con predominio absoluto del octosílabo; y el juguete
mitológico-galante Amor es más laberinto, pieza más culterana cuyo segundo acto es al parecer obra del licenciado Juan de
Guevara. Compuso asimismo tres autos sacramentales: San Hermenegildo, El cetro de San José y El divino Narciso; en este
último, el mejor de los tres, se incluyen villancicos de calidad lírica excepcional. Aunque la influencia de Calderón
resulta evidente en muchos de estos trabajos, la claridad y belleza del desarrollo posee un acento muy personal.
La prosa de la autora es menos abundante, pero de pareja brillantez. Esta parte de su obra se encuentra formada por
textos devotos como la célebre Carta athenagórica (1690), y sobre todo por la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), escrita
para contestar a la exhortación que le había hecho (firmando con ese seudónimo) el obispo de Puebla para que
frenara su desarrollo intelectual. Esta última constituye una fuente de primera mano que permite conocer no sólo
detalles interesantes sobre su vida, sino que también revela aspectos de su perfil psicológico. En ese texto hay mucha
información relacionada con su capacidad intelectual y con lo que el filósofo Ramón Xirau llamó su "excepcionalísima
apetencia de saber", aspecto que la llevó a interesarse también por la ciencia, como lo prueba el hecho de que en su
celda, junto con sus libros e instrumentos musicales, había también mapas y aparatos científicos.
De menor relevancia resultan otros escritos suyos acerca del Santo Rosario y la Purísima, la Protesta que, rubricada con su
sangre, hizo de su fe y amor a Dios y algunos documentos. Pero también en la prosa encuentra ocasión la escritora para
adentrarse por las sendas más oscuras e intrincadas, siempre con su brillantez característica, como vemos en
su Neptuno Alegórico, redactado con motivo de la llegada del virrey conde de Paredes.

A causa de la reacción neoclásica del siglo XVIII, la lírica de Sor Juana cayó en el olvido, pero, ya mucho antes de la
posterior revalorización de la literatura barroca, su obra fue estudiada y ocupó el centro de una atención siempre
creciente. La renovada fortuna de sus versos podría adscribirse más al equívoco de la interpretación biográfica de su
poesía que a una valoración puramente estética. Ciertamente es desconcertante la figura de esta poetisa que, a pesar
de ser hermosa y admirada, sofoca bajo el hábito su alma apasionada y su rica sensibilidad sin haber cumplido los
veinte años. Pero la crítica moderna ha deshecho la romántica leyenda de la monja impulsada al claustro por un
desengaño amoroso, señalando además como indudable que su silencio final se debió a la presión de las autoridades
eclesiásticas.

Alonso de Ercilla
(Madrid, 1533 - id., 1594) Poeta español que relató la conquista de Chile en el célebre poema épico La Araucana.
Educado en la corte, donde su madre era dama de la emperatriz, sirvió como paje al príncipe Felipe, futuro Felipe II, y
le acompañó en sus viajes por Flandes e Inglaterra.
Alonso de Ercilla (detalle de un retrato de El Greco)

Desde Londres partió hacia Chile (1555), donde se habían sublevado los araucanos. Participó en diversas batallas y
empezó a escribir La Araucana, poema épico de exaltación militar en 37 cantos, donde narra los hechos más
significativos de la expedición. Tras intervenir en unas campañas en Lima y Panamá, regresó a España en 1563, y
publicó en 1569 la primera parte de su gran obra, dedicada a Felipe II. Fue nombrado gentilhombre de la corte y
caballero de Santiago, tras lo cual participó en diversas acciones diplomáticas.

En 1570 contrajo matrimonio con doña María de Bazán, la cual aportó como dote más de ocho millones de
maravedíes. Instalado en Madrid, vivió, según se dice, una existencia feliz y exenta de preocupaciones materiales que
le permitió terminar las partes segunda y tercera de su poema.

La Araucana
En el poema épico La Araucana, escrito en octavas reales y dividido en tres partes (1569, 1578 y 1589), Ercilla relata a
lo largo de treinta y siete cantos las cruentas luchas sostenidas en Chile entre araucanos y españoles. Al parecer,
Ercilla escribió alguna de sus partes directamente en el campo de batalla usando "cuero por falta de papel".
El poema empieza con una amplia descripción geográfica del país y de las costumbres de los araucanos. Éstos se
disponen a resistir a la amenaza de los españoles, pero están muy divididos para elegir un jefe supremo. Por consejo
del cacique Colocolo deciden dar el mando a quien lleve más lejos un grueso tronco sobre sus espaldas y la prueba es
ganada por Caupolicán. Éste ocupa Tucapel para evitar que la ciudad caiga en manos del capitán español Pedro de Valdivia,
quien, derrotado por el cacique Lautaro, es perseguido hasta Santiago dejando en manos de los araucanos la ciudad de
la Concepción, que es saqueada e incendiada.
Mientras los araucanos celebran con grandes fiestas su victoria, Francisco de Villagrán, con nuevas tropas enviadas
entretanto por el marqués de Cañete, ataca al cacique Lautaro cercado en un fuerte y extermina a todos los
araucanos, incluido Lautaro, que se niega a rendirse. Los indios se reúnen en asamblea y surgen diferencias y desafíos
entre los caciques. Los araucanos asaltan el fortín español de Penco y las naves, pero son rechazados y el cacique
Tucapel, herido, huye. Los españoles, habiendo recibido refuerzos, entran en el estado de Arauco y, pese al heroísmo
de los caciques Tucapel, Rengo y Galvarino, a quien los españoles cortan las manos, consiguen vencer en la batalla.
Ejecución de Caupolicán

La discordia vuelve a surgir entre los araucanos, y Tucapel y Rengo se desafían a singular combate, hiriéndose
ambos; pero Caupolicán consigue apaciguarles y les lanza imprudentemente al asalto de los españoles, que destrozan
al enemigo y hacen prisionero a Caupolicán, quien, antes de sufrir el suplicio, se hace cristiano. Todos los obstáculos
están removidos ante los conquistadores que se dirigen hacia la nueva tierra sometida al imperio de Felipe II.

El poema trata de combinar, siguiendo las huellas de Ariosto y de Tasso, los elementos históricos y les fantásticos,
pero la fusión no está del todo conseguida y los numerosos episodios novelescos (las historias amorosas del héroe
araucano Lautaro con Guacolda, de Caupolicán y de Fresia, las peripecias de la india Glaura), y las ficciones y los
recuerdos clásicos (el sueño del poeta en la batalla de San Quintín, la visión de la batalla de Lepanto en la gruta del
mago Filón, la historia de Dido tomada del relato virgiliano, la aparición de la Virgen), contrastan con el clima de
crónica de la narración. El propósito de Ercilla de ser historiador además de poeta, que él manifestó muy claramente,
da al poema un carácter más descriptivo que fantástico. Por el contrario tienen mucho relieve cosas y aspectos de la
realidad ambiental, por lo que Ercilla puede considerarse la primera voz poética del alma americana.
La fuerza de la vivencias relatadas hizo pensar a los lectores y críticos posteriores que La Araucana era una auténtica
crónica de la campaña del Arauco. Sin embargo, el gran mérito de este poema es estético y no histórico. Utilizando los
recursos épicos habituales de su tiempo, Ercilla reprodujo muchos de los tópicos del Renacimiento, como aumentar los
méritos del enemigo para engrandecer al vencedor.

Esto explica que las figuras más heroicas sean las de los jefes Caupolicán y Lautaro, porque, lejos de revelar una
postura proindigenista, subrayan la naturaleza exótica que da un carácter excepcional a la epopeya. Frente a los
héroes españoles Valdivia, Villagrán, Reinoso, el general García Hurtado de Mendoza, el soldado Andrés y el mismo
poeta, están los indómitos héroes araucanos, adoptando actitudes nobilísimas, y captados en su psicología de
defensores de su tierra.

El tono autobiográfico se combina con frecuentes alusiones cultas que sirven para incrementar la verosimilitud y la
grandeza de una historia cuyos personajes adquieren dimensión clásica. La nobleza de las octavas reales y la
musicalidad de los versos superan otras composiciones contemporáneas: La Jerusalén conquistada de Lope de Vega o
el Bernardo de B. de Balbuena. También resultan sorprendentes las glosas en las que reflexiona sobre los hechos
narrados o las interpolaciones que comentan la redacción misma del poema. Ercilla tuvo muchos imitadores, como
el Arauco domado de Pedro de Oña, y una enorme trascendencia en la poesía americana posterior.
Miguel de Cervantes
Don Quijote de la Mancha ha sido unánimemente definido como la obra cumbre de la literatura universal y una de las
máximas creaciones del ingenio humano. Considerado asimismo el arranque de la novela moderna y concebido
inicialmente por Cervantes como una parodia de los libros de caballerías, el Quijote es un libro externamente cómico e
íntimamente triste, un retrato de unos ideales admirables burlescamente enfrentados a la mísera realidad; no son
pocos los paralelos que se han querido establecer con la España imperial de los Austrias, potencia hegemónica
destinada a gobernar el mundo en el siglo XVI y a derrumbarse en el XVII, y con la vida de su autor, gloriosamente
herido en el triunfo de Lepanto y abocado luego a toda suerte de desdichas.

Miguel de Cervantes (retrato imaginario de Eduardo Balaca)

A diferencia de la de su contemporáneo Lope de Vega, quien conoció desde joven el éxito como comediógrafo y poeta
y también como seductor, la vida de Cervantes fue ciertamente una ininterrumpida serie de pequeños fracasos
domésticos y profesionales, en la que no faltó ni el cautiverio, ni la injusta cárcel, ni la afrenta pública. No sólo no
contaba con rentas, sino que le costaba atraerse los favores de mecenas o protectores; a ello se sumó una particular
mala fortuna que lo persiguió durante toda su vida. Sólo en sus últimos años, tras el éxito de las dos partes del Quijote,
conoció cierta tranquilidad y pudo gozar del reconocimiento hacia su obra, aunque sin llegar nunca a superar las
penurias económicas.
Biografía

Cuarto de los siete hijos del matrimonio de Rodrigo de Cervantes Saavedra y Leonor de Cortinas, Miguel de Cervantes
Saavedra nació en Alcalá (dinámica sede de la segunda universidad española, fundada en 1508 por el cardenal
Francisco Jiménez de Cisneros) entre el 29 de septiembre (día de San Miguel) y el 9 de octubre de 1547, fecha en que
fue bautizado en la parroquia de Santa María la Mayor.

La familia de su padre conocía la prosperidad, pero su abuelo Juan, graduado en leyes por Salamanca y juez de la
Santa Inquisición, abandonó el hogar y comenzó una errática y disipada vida, dejando a su mujer y al resto de sus
hijos en la indigencia, por lo que el padre de Cervantes se vio obligado a ejercer su oficio de cirujano barbero, lo cual
convirtió la infancia del pequeño Miguel en una incansable peregrinación por las más populosas ciudades castellanas.
Por parte materna, Cervantes tenía un abuelo magistrado que llegó a ser efímero propietario de tierras en Castilla.
Estos pocos datos acerca de las profesiones de los ascendientes de Cervantes fueron la base de la teoría de Américo
Castro sobre el origen converso (judíos obligados a convertirse en cristianos desde 1495) de ambos progenitores del
escritor.

El destino de Miguel parecía prefigurarse en parte en el de su padre, quien, acosado por las deudas, abandonó Alcalá
para buscar nuevos horizontes en el próspero Valladolid, pero sufrió siete meses de cárcel por impagos en 1552, y se
asentó en Córdoba en 1553. Dos años más tarde, en esa ciudad, Miguel ingresó en el flamante colegio de los jesuitas.
Aunque no fuera persona de gran cultura, Rodrigo se preocupaba por la educación de sus hijos; el futuro escritor fue
un lector precocísimo y sus dos hermanas sabían leer, cosa muy poco usual en la época, aun en las clases altas. Por lo
demás, la situación de la familia era precaria.

Supuesto retrato de Miguel de Cervantes atribuido al poeta y pintor Juan de Jáuregui

En 1556 Leonor vendió el único sirviente que le quedaba y partieron hacia Sevilla con el fin de mejorar
económicamente, pues esta ciudad era la puerta de España a las riquezas de las Indias y la tercera ciudad de Europa
(tras París y Nápoles) en la segunda mitad del siglo XVI. A los diecisiete años, Miguel era un adolescente tímido y
tartamudo, que asistía a clase al colegio de los jesuitas y se distraía como asiduo espectador de las representaciones
del popular Lope de Rueda, como recordaría luego, en 1615, en el prólogo a la edición de sus propias comedias: «Me
acordaba de haber visto representar al gran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y del entendimiento».
En 1551 la hasta entonces pequeña y tranquila villa de Madrid había sido convertida en capital por Felipe II, por lo
que en los años siguientes la ciudad quintuplicaría su tamaño y población; llevados nuevamente por el afán de
prosperar, los Cervantes se trasladaron en 1566 a la nueva capital. No se sabe con certeza que Cervantes hubiera
asistido a la universidad, a pesar de que en sus obras mostró familiaridad con los usos y costumbres estudiantiles; en
cambio, su nombre aparece en 1568 como autor de cuatro composiciones en una antología de poemas en alabanza de
Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, fallecida ese mismo año. El editor del libro, el humanista Juan López de
Hoyos (probable introductor de Cervantes a la lectura de Virgilio, Horacio, Séneca y Catulo y, sobre todo, a la del
humanista Erasmo de Rotterdam) se refiere a Cervantes como «nuestro caro y amado alumno». Otros aventuran, sin
embargo, que en el círculo o escuela de Hoyos, Cervantes había sido profesor y no discípulo.
Soldado de Lepanto

En el año de 1569 un tal Miguel de Cervantes fue condenado en Madrid a arresto y amputación de la mano derecha
por herir a un tal Antonio de Segura. La pena, corriente, se aplicaba a quien se atreviera a hacer uso de armas en las
proximidades de la residencia real. No se sabe si Cervantes salió de España ese mismo año huyendo de esta sanción,
pero lo cierto es que en diciembre de 1569 se encontraba en los dominios españoles en Italia, provisto de un
certificado de cristiano viejo (sin ascendientes judíos o moros), y meses después era soldado en la compañía de Diego
de Urbina.

Pero la gran expectativa bélica estaba puesta en la campaña contra el turco, en la que el Imperio español cifraba la
continuidad de su dominio y hegemonía en el Mediterráneo. Diez años antes, España había perdido en Trípoli cuarenta
y dos barcos y ocho mil hombres. En 1571 Venecia y Roma formaban, con España, la Santa Alianza, y el 7 de octubre,
comandadas por el hermanastro bastardo del rey de España, Juan de Austria, las huestes españolas vencieron a los
turcos en la batalla de Lepanto. Fue la gloria inmediata, una gloria que marcó a Cervantes, el cual relataría muchos
años después, en la primera parte del Quijote, las circunstancias de la lucha. En su transcurso recibió el escritor tres
heridas, una de las cuales, si se acepta esta hipótesis, inutilizó para siempre su mano izquierda y le valió el apelativo
de «el manco de Lepanto» como timbre de gloria.
La batalla de Lepanto

Junto a su hermano menor, Rodrigo, Cervantes entró en batalla nuevamente en Corfú, también al mando de Juan de
Austria. En 1573 y 1574 se encontraba en Sicilia y en Nápoles, donde mantuvo relaciones amorosas con una joven a
quien llamó «Silena» en sus poemas y de la que tuvo un hijo, Promontorio. Es posible que pasara por Génova a las
órdenes de Lope de Figueroa, puesto que la ciudad ligur aparece descrita en su novela ejemplar El licenciado Vidriera, y
finalmente se dirigiera a Roma, donde frecuentó la casa del cardenal Acquaviva (a quien dedicaría La Galatea), conocido
suyo tal vez desde Madrid, y por cuya cuenta habría cumplido algunas misiones y encargos.
Fue ésta la época en que Cervantes se propuso conseguir una situación social y económica más elevada dentro de la
milicia mediante su promoción al grado de capitán, para lo cual obtuvo dos cartas de recomendación ante Felipe II,
firmadas por Juan de Austria y por el virrey de Nápoles, en las que se certificaba su valiente actuación en la batalla de
Lepanto. Con esta intención, Rodrigo y Miguel de Cervantes se embarcaron en la goleta Sol, que partió de Nápoles el
20 de septiembre de 1575, y lo que debía ser un expedito regreso a la patria se convirtió en el principio de una
infortunada y larga peripecia.
El cautiverio en Argel

A poco de zarpar, la goleta se extravió tras una tormenta que la separó del resto de la flotilla y fue abordada, a la
altura de Marsella, por tres corsarios berberiscos al mando de un albanés renegado de nombre Arnaute Mamí. Tras
encarnizado combate y la consiguiente muerte del capitán cristiano, los hermanos cayeron prisioneros. Las cartas de
recomendación salvaron la vida a Cervantes, pero serían, a la vez, la causa de lo prolongado de su cautiverio: Mamí,
convencido de hallarse ante una persona principal y de recursos, lo convirtió en su esclavo y lo mantuvo apartado del
habitual canje de prisioneros y del tráfico de cautivos corriente entre turcos y cristianos. Esta circunstancia y su mano
lisiada lo eximieron de ir a las galeras.
Cervantes, prisionero del rey Hassán (grabado de Eusebio Planas)

Argel era en aquel momento uno de los centros de comercio más ricos del Mediterráneo. En él muchos cristianos
pasaban de la esclavitud a la riqueza renunciando a su fe. El tráfico de personas era intenso, pero la familia de
Cervantes estaba bien lejos de poder reunir la cantidad necesaria siquiera para el rescate de uno de los hermanos.
Cervantes protagonizó, durante su prisión, cuatro intentos de fuga. El primero fue una tentativa frustrada de llegar
por tierra a Orán, que era el punto más cercano de la dominación española.

El segundo, al año de aquél, coincidió con los preparativos de la liberación de su hermano. En efecto, Andrea y
Magdalena, las dos hermanas de Cervantes, mantuvieron un pleito con un madrileño rico llamado Alonso Pacheco
Pastor, durante el cual demostraron que debido al matrimonio de éste sus ingresos como barraganas se verían
mermados, y, según costumbre, obtuvieron dotes que fueron destinadas al rescate de Rodrigo, quien saldría de Argel
el 24 de agosto de 1577. Los hermanos pudieron despedirse pese a haber fracasado el segundo intento de fuga de
Miguel, que se salvó de la ejecución gracias a que su dueño lo consideraba un «hombre principal».

El tercer intento fue mucho más dramático en sus consecuencias: Cervantes contrató un mensajero que debía llevar
una carta al gobernador español de Orán. Interceptado, el mensajero fue condenado a muerte y empalado, mientras
que al escritor se le suspendieron los dos mil azotes a los que se le había condenado y que equivalían a la muerte.
Una vez más, la presunción de riqueza le permitió conservar la vida y alargó su cautiverio. Esto sucedía a principios
de 1578.

Finalmente, un año y medio más tarde, Cervantes planeó una fuga en compañía de un renegado de Granada, el
licenciado Girón. Delatados por un tal Blanco de Paz, Cervantes fue encadenado y encerrado durante cinco meses en
la prisión de moros convictos de Argel. Tuvo un nuevo dueño, el rey Hassán, que pidió seiscientos ducados por su
rescate. Cervantes estaba aterrado: temía un traslado a Constantinopla. Mientras tanto su madre, doña Leonor, había
iniciado trámites para su rescate. Fingiéndose viuda, reunió dinero, obtuvo préstamos y garantías, se puso bajo la
advocación de dos frailes y, en septiembre de 1579, entregó al Consejo de las Cruzadas cuatrocientos setenta y cinco
ducados. Hassán retuvo a Cervantes hasta el último momento, mientras los frailes negociaban y pedían limosna para
completar la cantidad. Por último, el 19 de septiembre de 1580, fue liberado, y tras un mes en el que para limpiar su
nombre pleiteó contra Blanco de Paz, se embarcó para España el 24 de octubre.

Retorno a la patria

Cinco días más tarde, después de un lustro de cautiverio, Cervantes llegó a Denia y volvió a Madrid. Tenía treinta y
tres años y había pasado los últimos diez entre la guerra y la prisión; la situación de su familia, empobrecida y
endeudada con el Consejo de las Cruzadas, reflejaba en cierto modo la profunda crisis general del imperio, que se
agravaría luego de la derrota de la Armada Invencible en 1588. Al retornar, Cervantes renunció a la carrera militar, se
entusiasmó con las perspectivas de prosperidad de los funcionarios de Indias, trató de obtener un puesto en América
y fracasó. Mientras tanto, fruto de sus relaciones clandestinas con una joven casada, Ana de Villafranca (o Ana de
Rojas), nació una hija, Isabel, criada por su madre y por el que aparecía como su padre putativo, Alonso Rodríguez.

A los treinta y siete años, Cervantes contrajo matrimonio; su novia, Catalina de Salazar y Palacios, era de una familia
de Esquivias, pueblo campesino de La Mancha. Tenía sólo dieciocho años; no obstante, no parece haber sido una
unión signada por el amor. Meses antes, el escritor había acabado su primera obra importante, La Galatea, una novela
pastoril al estilo puesto en boga por la Arcadia de Jacopo Sannazaro ochenta años atrás. El editor Blas de Robles le pagó
1.336 reales por el manuscrito.

Miguel de Cervantes (grabado de Fernado Selma, siglo XVIII)

Esta cifra nada despreciable y la buena acogida y el relativo éxito del libro animaron a Cervantes a dedicarse a escribir
comedias, aunque sabía que mal podía competir él, todavía respetuoso de las normas clásicas, con el nuevo modo
de Lope de Vega, dueño absoluto de la escena española. Las dos primeras ( La comedia de la confusión y Tratado de Constantinopla y
muerte de Selim, escritas hacia 1585 y desaparecidas ambas) obtuvieron relativo éxito en sus representaciones, pero
Cervantes fue vencido por el vendaval lopesco, y a pesar de las veinte o treinta obras compuesta en esta etapa (de
las que sólo conocemos nueve títulos y dos textos, Los tratos de Argel y Numancia), alrededor de 1600 había dejado de
escribir comedias, actividad que retomaría al fin de sus días.

Entre 1585 y 1600 Cervantes fijó su residencia en Esquivias, pero solía visitar Madrid solo; allí alternaba con los
escritores de su tiempo, leía sus obras y mantenía una permanente querella con Lope de Vega. En 1587 ingresó en la
Academia Imitatoria, primer círculo literario madrileño, y ese mismo año fue designado comisario real de abastos
(recaudador de especies) para la Armada Invencible. También este destino le fue adverso: en Écija se enfrentó con la
Iglesia por su excesivo celo recaudatorio y fue excomulgado; en Castro del Río fue encarcelado (1592), acusado de
vender parte del trigo requisado. Al morir su madre en 1594, abandonó Andalucía y volvió a Madrid.

Pero las penurias económicas siguieron acompañándole. Nombrado recaudador de impuestos, quebró el banquero a
quien había entregado importantes sumas y Cervantes dio con sus huesos en prisión, esta vez en la de Sevilla, donde
permaneció cinco meses. En esta época de extrema carencia comenzó probablemente la redacción del Quijote. Entre
1604 y 1606, la familia de Cervantes, su esposa, sus hermanas y su aguerrida hija natural, así como sus sobrinas,
siguieron a la corte a Valladolid, hasta que el rey Felipe III ordenó el retorno a Madrid.
El Quijote
En 1605, a principios de año, apareció en Madrid El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Su autor era por entonces un
hombre enjuto, delgado, de cincuenta y ocho años, tolerante con su turbulenta familia, poco hábil para ganar dinero,
pusilánime en tiempos de paz y decidido en los de guerra. La fama fue inmediata, pero los efectos económicos apenas
se hicieron notar. Cuando en junio de 1605 toda la familia Cervantes, con el escritor a la cabeza, fue a la cárcel por
unas horas a causa de un turbio asunto que sólo tangencialmente les tocaba (la muerte de un caballero asistido por
las mujeres de la familia, ocurrida tras ser herido aquél a las puertas de la casa), don Quijote y Sancho ya pertenecían
al acervo popular.

Don Quijote enloquece leyendo libros de caballerías (ilustración de Gustave Doré, 1863)

Su autor, mientras tanto, seguía pasando estrecheces. No le ofreció respiro ni siquiera la vida literaria: animado por el
éxito del Quijote, ingresó en 1609 en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento, a la que también pertenecían
Lope de Vega y Francisco de Quevedo. Era ésta costumbre de la época, que ofrecía a Cervantes la oportunidad de obtener
algún protectorado.

En aquel mismo año se firmó el decreto de expulsión de los moriscos y se acentuó el endurecimiento de la vida social
española, sometida al rigor inquisitorial. Cervantes saludó la expulsión con alegría, mientras su hermana Magdalena
ingresaba en una orden religiosa. Fueron años de redacción de testamentos y contiendas sórdidas: Magdalena había
excluido del suyo a Isabel en favor de otra sobrina, Constanza, y Cervantes renunció a su parte de la finca de su
hermano también en favor de aquélla, dejando fuera a su propia hija, enzarzada en un pleito interminable con el
propietario de la casa en la que vivía y en el que Cervantes se había visto obligado a declarar a favor de su hija.

A pesar de no conseguir siquiera (como tampoco lo logró Góngora) ser incluido en el séquito de su mecenas el conde de
Lemos, recién nombrado nuevo virrey de Nápoles (el cual, sin embargo, le daba muestras concretas de su favor),
Cervantes escribió a un ritmo imparable: las Novelas ejemplares vieron la luz en 1613; el Viaje al Parnaso, en verso, en 1614.
Ese mismo año lo sorprendió la aparición, en Tarragona, de una segunda parte espuria del Quijote escrita por un tal
Avellaneda, que se proclamó auténtica continuación de las aventuras del hidalgo. Así, enfermo y urgido, y mientras
preparaba la publicación de las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados (1615), acabó la segunda parte
del Quijote, que se imprimiría en el curso del mismo año.
A principios de 1616 estaba terminando una novela de aventuras en estilo bizantino: Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El
19 de abril recibió la extremaunción y al día siguiente redactó la dedicatoria al conde de Lemos, ofrenda que ha sido
considerada como exquisita muestra de su genio y conmovedora expresión autobiográfica: «Ayer me dieron la
extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto,
llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir...».

Agonía de Cervantes (óleo de Eduardo Cano de la Peña)

Unos meses antes de su muerte, Cervantes había tenido una recompensa moral por sus penurias e infortunios
económicos: uno de los censores, el licenciado Márquez Torres, le envió una recomendación en la que relataba una
conversación mantenida en febrero de 1615 con notables caballeros del séquito del embajador francés:
«Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo,
soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: "Pues ¿a tal hombre no le tiene España muy
rico y sustentado del erario público?". Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza:
"Si necesidad le ha de obligar a escribir, plaga a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él
pobre, haga rico a todo el mundo"».

En efecto, ya circulaban traducciones al inglés y al francés desde 1612, y puede decirse que Cervantes supo que con
el Quijote creaba una forma literaria nueva. Supo también que introducía el género de la novela corta en castellano con
sus Novelas ejemplares y sin duda adivinaba los ilimitados alcances de la pareja de personajes que había concebido. Sus
contemporáneos, si bien reconocieron la viveza de su ingenio, no vislumbraron la profundidad del descubrimiento
del Quijote, fundación misma de la novela moderna. Así, entre el 22 y el 23 de abril de 1616, murió en su casa de
Madrid, asistido por su esposa y una de sus sobrinas; envuelto en su hábito franciscano y con el rostro sin cubrir, fue
enterrado en el convento de las trinitarias descalzas, en la entonces llamada calle de Cantarranas. A principios de
2015, un grupo de investigadores que se había propuesto localizar su tumba encontró un ataúd con las iniciales
"M.C.", pero el examen de su contenido reveló que no podía ser el del escritor. En marzo del mismo año, los
estudiosos concluyeron que sus restos mortales se hallaban en un enterramiento en el subsuelo de la cripta,
mezclados tras un traslado con los de otras dieciséis personas.
Las fuentes del arte de Cervantes como novelista son complejas: por un lado, don Quijote y Sancho son parodia de los
caballeros andantes y sus escuderos; por otro, en ellos mismos se exalta la fidelidad al honor y a la lucha por los
débiles. En el Quijote confluyen, pues, realismo y fantasía, meditación y reflexión sobre la literatura: los personajes
discuten sobre su propia entidad de personajes mientras las fronteras entre delirio y razón y entre ficción y realidad se
borran una y otra vez. Pero el derrotero de Cervantes, que asistió tanto a las glorias imperiales de Lepanto como a las
derrotas de la Invencible ante las costas de Inglaterra, sólo conoció los sinsabores de la pobreza y las zozobras ante el
poder. Al revés que su personaje, no pudo escapar nunca de su destino de hidalgo, soldado y pobre.
Tirso de Molina
(Seudónimo de Fray Gabriel Téllez; Madrid, 1584 - Almazán, 1648) Dramaturgo español. Es uno de los grandes
dramaturgos del Siglo de Oro español. En su obra dramática se mantuvo fiel a Lope de Vega, del que sólo se diferencia
por el análisis más profundo de la psicología de sus protagonistas, en especial en los tipos femeninos, cuya variedad y
matización es poco usual en el teatro español de la época.

Tirso de Molina

Pocos datos se conocen respecto de la biografía de Tirso de Molina. Se sabe que se ordenó en el convento mercedario
de Guadalajara (1601); que vivió en el monasterio de Estercuel (1614-1615); que viajó a Santo Domingo en 1616, de
donde regresó dos años más tarde. Una Junta de Reformación le condenó a destierro de la corte por escribir comedias
profanas. En 1626 estaba de nuevo en la corte y fue nombrado comendador del convento de Trujillo. Fue confinado en
el convento de Cuenca por orden del P. Salmerón, visitador general, al parecer por las mismas causas que
promovieron su destierro. En 1632 fue nombrado cronista de su orden; en 1645 fue comendador del convento de
Soria, y al año siguiente, definidor provincial de Castilla.

Fue un autor muy fecundo. Dejó unas 300 comedias, que se imprimieron en cinco partes: Primera parte (Sevilla,
1627); Segunda parte (Madrid, 1635); Tercera parte (Tortosa, 1634); Cuarta parte (Madrid, 1635), y Quinta parte (Madrid, 1636).
Como dramaturgo religioso, escribió varios autos sacramentales ( El colmenero divino, No le arriendo la ganancia, El laberinto de
Creta), comedias bíblicas (La mujer que manda en casa, sobre la historia de Acab y Jezabel; La mejor espigadera, sobre Ruth; La
vida y muerte de Herodes; La venganza de Tamar) y comedias hagiográficas (la trilogía de La Santa Juana, La ninfa del cielo, La dama del
Olivar).
Extrajo de las historias y leyendas nacionales argumentos de numerosas comedias: la trilogía de los Pizarro ( Todo es dar
en una cosa, Amazonas en las Indias y La lealtad contra la envidia); la historia de Martín Peláez (El cobarde más valiente), o la de María
de Molina (La prudencia en la mujer). Entre las comedias de carácter destacan Marta la piadosa y El vergonzoso en palacio. Al grupo
de comedias de intriga pertenecen La villana de Vallecas, Desde Toledo a Madrid, Por el sótano y el torno y Don Gil de las calzas verdes.
Se le atribuyen, aunque no se incluyeron en las Partes de sus comedias, dos obras de contenido filosófico de gran
importancia: El burlador de Sevilla y convidado de piedra, que introdujo el tema del libertino don Juan Tenorio en la literatura
universal, y El condenado por desconfiado, en la que trató el tema de la arrogancia del hombre frente a la gracia divina y la
importancia del libre albedrío. Su obra en prosa incluye una Historia de la orden de la Merced y dos obras
misceláneas: Cigarrales de Toledo (1621) y Deleitar aprovechando (1635).
Pedro Calderón de la Barca
(Madrid, 1600 - id., 1681) Dramaturgo español. Educado en un colegio jesuita de Madrid, estudió en las universidades
de Alcalá y Salamanca. En 1620 abandonó los estudios religiosos y tres años más tarde se dio a conocer como
dramaturgo con su primera comedia, Amor, honor y poder.

Calderón de la Barca

Como todo joven instruido de su época, viajó por Italia y Flandes y, desde 1625, proveyó a la corte de un extenso
repertorio dramático entre el que figuran sus mejores obras. Tras granjearse un sólido prestigio en el Palacio Real, en
1635 escribió El mayor encanto, el amor, para la inauguración del teatro del palacio del Buen Retiro.

Nombrado caballero de la Orden de Santiago por el rey, se distinguió como soldado en el sitio de Fuenterrabía (1638)
y en la guerra de Cataluña (1640). Ordenado sacerdote en 1651, poco tiempo después fue nombrado capellán de
Reyes Nuevos de Toledo. Por entonces ya era el dramaturgo de más éxito de la corte. En 1663 el rey lo designó
capellán de honor, por lo que se trasladó definitivamente a Madrid.

El teatro de Calderón de la Barca


Según el recuento que él mismo hizo el año de su muerte, su producción consta de ciento diez comedias y ochenta
autos sacramentales, loas, entremeses y otras obras menores. Como todo coetáneo suyo, Calderón no podía por
menos que partir de las pautas dramáticas establecidas por Lope de Vega. Pero su obra, ya plenamente barroca, tal vez
alcance mayor grado de perfección técnica y formal que la de Lope. De estilo más sobrio, Calderón pone en juego
menor número de personajes y los centra en torno al protagonista, de manera que la obra tiene un centro de
gravedad claro, un eje en torno al cual giran todos los elementos secundarios, lo que refuerza la intensidad dramática.
Ángel Valbuena Prat ha señalado que en su estilo cabe distinguir dos registros. El primero consiste en reordenar y
condensar lo que en Lope aparece de manera difusa y caótica y en estilizar las notas de su realismo costumbrista. Así,
Calderón reelabora temas originales de Lope en varias de sus obras maestras; en ellas aparece una rica galería de
personajes representativos de su tiempo y de su condición social, los cuales tienen en común un tema del siglo: el
honor, el patrimonio del alma enfrentado a la justicia de los hombres, caso de El alcalde de Zalamea, o las pasiones
amorosas que ciegan el alma, cuestión que aborda en El mayor monstruo, los celos o en El médico de su honra.
Pero no es ése, desde luego, el principal motivo de su obra. En su segundo registro, el dramaturgo inventa, más allá
del repertorio caballeresco, una forma poético-simbólica desconocida antes de él y que configura un teatro
esencialmente lírico, cuyos personajes se elevan hacia lo simbólico y lo espiritual. Calderón destaca sobre todo como
creador de esos personajes barrocos, íntimamente desequilibrados por una pasión trágica, que aparecen en El mágico
prodigioso o La devoción de la cruz.
Su personaje más universal es el desgarrado Segismundo de La vida es sueño, considerada como la cumbre del teatro
calderoniano. Esta obra, paradigma del género de comedias filosóficas, recoge y dramatiza las cuestiones más
trascendentales de su época: el poder de la voluntad frente al destino, el escepticismo ante las apariencias sensibles,
la precariedad de la existencia, considerada como un simple sueño, y, en fin, la consoladora idea de que, incluso en
sueños, se puede todavía hacer el bien.

Con Calderón adquirieron asimismo especial relevancia la escenografía (lo que él llamaba «maneras de apariencia») y
la música. La carpintería teatral se convirtió en un elemento clave en la composición de sus obras, y el concepto de
escena se vio revalorizado de una manera general, en la línea del teatro barroco. En cuanto a su lenguaje, se puede
considerar que es la culminación teatral del culteranismo. Su riqueza expresiva y sus complejas metáforas provienen
de un cierto conceptismo intelectual, acorde con el temperamento meditabundo propio de sus personajes de ficción.

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