La Iliada Resumen
La Iliada Resumen
La Iliada Resumen
A día de hoy, una obra como esta, con casi 3000 años a sus espaldas desde que fuera
escrita o recopilada, su origen no está exento de polémica. No todos atribuyen la obra a la
pluma de Homero, ya que muchos consideran que pudo ser un personaje creado o
inventado, o tal vez la persona que recopiló las historias de la tradición oral griega previa al
siglo VIII a.C. Otros afirman que, tal como se ha comprobado, Troya existió, y Homero la
pudo escribir de forma contemporánea a la guerra real entre esta ciudad del norte de la
actual Turquía y las polis griegas.
Resumen de La Ilíada
En contra de lo que muchos piensan, y como vamos a ver en este resumen de La
Ilíada, la obra no narra toda la guerra entre Troya y Grecia, provocada por la fuga de
Helena con Paris, príncipe troyano, lo que despierta la furia de Menelao, que pide ayuda a
su hermano Agamenón para marchar frente a la ciudad del rey Príamo para recuperar a su
esposa.
En realidad, la obra comienza narrando la cólera de Aquiles, uno de los héroes
griegos que se niega a luchar porque Agamenón ha decidido quedarse con Briseida, la
esclava favorita del guerrero más célebre de las polis, que únicamente busca
reconocimiento y ser leyenda.
Al no luchar Aquiles, las tropas troyanas están venciendo la guerra y expulsando a los
griegos hacia la playa, a quienes cada vez les dejan menos terreno. En esas circunstancias,
Patroclo, íntimo amigo del héroe griego, decide usar la armadura y armas de Aquiles para
lanzarse a la batalla, ya que sufre al ver cómo su pueblo pierde la guerra y su preciado
compañero no hace nada para solventar la situación.
Por desgracia, Patroclo, ducho en la guerra, se enfrenta a Héctor, uno de los hijos del
rey Príamo, y el mejor de ellos en la batalla, quien a la postre, acaba por darle muerte
pensando que se enfrentaba a Aquiles. El guerrero griego, al saber de la desgracia de
Patroclo, entra en cólera y decide volver a la lucha. Además, el hecho de que los troyanos
no le concedan el cuerpo de su amigo para enterrarlo en paz le hace enfadar más todavía.
En esta tesitura, Aquiles acaba por localizar a Héctor, con quien tiene una dura
batalla, pero termina por dar muerte al héroe troyano. Así pues, en venganza, ata el cuerpo
fenecido de su rival a su carro y lo arrastra por la playa de Ilión en señal de humillación.
Mientras tanto, Príamo, desolado por la muerte de su querido hijo, decide una noche
acercarse a hurtadillas hasta la tienda de Aquiles en el campamento griego para pedirle que
le dé el cuerpo de su hijo de forma que pueda enterrarlo dignamente.
Aquiles, ante las palabras de amor y desolación del rey Príamo, le concede tal honor
para que pueda enterrar el cuerpo de su hijo dignamente y con los honores que merece
como héroe real troyano.
Personajes de La Ilíada
Héctor: héroe troyano e hijo del rey Príamo. Es el mejor guerrero de su ciudad, y se
representa como un hombre fiel a su ciudad y las gentes a quien defiende.
Durante la narración, aparecen otros personajes, como el caso de héroes griegos como
Áyax el Grande y Áyax el Menor, igual que muchos dioses que toman partido por uno u
otro bando, como Artemisa, Hades, Hermes o Poseidón. Tienen también cierta relevancia
otros como Eneas, guerrero troyano que usaría el romano Virgilio para idear un origen
mítico de Roma en su obra La Eneída, o la esclava Briseida, favorita de Aquiles.
El autor de la Ilíada
Supuestamente, Homero debió nacer en el siglo VIII a.C., tal vez en la ciudad
Quíos, aunque este galardón se lo disputan otras como Atenas, Colofón o Ítaca. Sin
embargo, otras fuentes afirman que su procedencia se debió originar en Asia Menor, actual
Turquía.
Homero es conocido como autor de La Odisea y La Ilíada, obras muy influyentes en su día
y actualmente. Ambas son epopeyas con fines pedagógicos que se usaban para extraer
lecciones didácticas. De ahí que se piense que más bien eran historias de la tradición oral
griega, más que escritas por un solo hombre.
Sea como fuere, tanto si Homero es el autor como si no, son obras que nos permiten
conocer bien cómo era la vida en Grecia hace casi 3000 años, cuando se realizaban
sacrificios de forma habitual, observamos cómo se respetaba a los ancianos y los cadáveres
de los enemigos y se honraba a dioses que ellos creían que se inmiscuían continuamente en
las cosas de los humanos.
La Ilíada no es una lectura fácil; y esto no solo se aplica a los escolares torturados
por la versión original griega, sino también a los adultos que se enfrentan a una traducción.
¿Por qué decimos esto? En primer lugar, porque conocer los obstáculos es el primer paso
para superarlos, y la lectura de la Ilíada supone introducirse en el mundo del que quizá sea
el mejor libro de todos los tiempos. Basándome en mi experiencia personal, y sin un orden
definido, estas son las principales dificultades que le encuentro a la lectura del libro:
❖ El medio que supone la narrativa en verso nos resulta ajena. Si esto se combina con
la dificultad que implica trasladar significados del griego original a nuestro propio idioma,
el resultado suele ser poco elegante, un muro contra el que los traductores chocan una y
otra vez, aunque algunos hayan conseguido salir bastante airosos.
❖ El texto está lleno de repeticiones –coros descriptivos o mensajes reiterativos que
permiten al bardo que recita el texto tomarse un respiro–. En algunas traducciones, estos
son omitidos. Otros elementos idiosincráticos del origen oral de la historia, sin embargo, no
pueden ser descartados de este modo sin alterar el mensaje original. Esto incluye epítetos
como «Odiseo rico en ardides», «el dios rufián» (Ares), «las negras naves» y tantos otros.
Además, existen epítetos que varían por las necesidades métricas, aunque no respondan al
momento en que se encuentra la historia: «Palas», por ejemplo, aparece a menudo en
sustitución de «Atenea», y nos encontramos con «las veloces naves» aunque dichos barcos
se encuentren en ese momento varados en la playa. Cabe preguntarse en este punto: si estos
cambios realizados para ajustar los versos nos dificultan la lectura, ¿por qué no suponían un
problema para los oyentes originales? Expliquémoslo brevemente: en esta época las
historias eran casi siempre transmitidas en verso; es más fácil de recitar que la prosa, es
más fácil de recordar y sus reiteraciones permitían tanto al bardo como a su audiencia
mantener la atención durante periodos de tiempo que a nosotros, poco acostumbrados a este
tipo de relato, nos parecerían una eternidad. Es por eso que, en la mayoría de sociedades, el
verso siempre se antepone a la prosa a la hora de contar historias de forma oral.
❖ Otra dificultad es la intervención en la historia de unos seres –los dioses– en los que
nosotros, simplemente, no creemos, y cuyas acciones nos dan la impresión de que alguien
está haciendo trampas para modificar el argumento. De todas formas, para superar este
escollo basta con imaginar que las intervenciones divinas son una metáfora de la suerte. No
cabe duda de que ya en la época clásica muchos lectores lo interpretaban de este modo.
❖ Una de las primeras barreras que se le plantean al lector de la Ilíada es la segunda mitad
del Libro II. Tras un inicio prometedor, con el enfrentamiento entre Agamenón y Aquiles, y
el consejo celebrado a continuación por los jefes griegos, la historia se detiene con una
lista, aparentemente interminable, de los participantes en la guerra –tanto griegos
como troyanos– y de sus lugares de procedencia. El arqueólogo y el estudioso la leerán con
detenimiento; el simple lector puede saltársela e ir directamente al inicio del Libro III. Los
ritos funerales celebrados en honor de Patroclo pueden ser igualmente aburridos, por lo que
se recomienda adoptar una estrategia parecida.
❖ La Ilíada está repleta de nombres de personajes y lugares que nos resultan poco
familiares: hasta 750. Los personajes que juegan un papel destacado en el argumento son,
sin embargo, apenas 18 seres humanos y 12 dioses. Se recomienda centrar la atención en
estos personajes destacados y en sus relaciones: posiblemente no requiera más esfuerzo que
aprenderse los principales papeles en un culebrón, pero con resultados más gratificantes.
¿Personajes reales o héroes vacíos?
Los inmortales que juegan un papel en el argumento de la Ilíada tienen personalidades bien
definidas, ¿son los personajes humanos algo más que meros arquetipos a los que asociamos
actos de valor, cobardía, rabia, estupidez, honor y deshonor? Aunque, efectivamente, a
veces funcionen como arquetipos, también creo que presentan unas características
personales bien delineadas y realistas. Así, podemos ver unos cuantos ejemplos entre los
griegos.
Agamenon, el comandante en jefe, es mandón, arrogante e incapaz de comprender a sus
hombres y a sí mismo. Nótese cuando, al principio, para tratar de alentar a los griegos a la
lucha diciéndoles que lo mejor que pueden hacer es recoger e irse a casa, sus tropas están a
punto de tomarle la palabra. Es frecuente que las situaciones le sobrepasen. Es orgulloso,
tiránico y, cuando se encuentra bajo presión, poco resolutivo.
Ajax, hijo de Telamón (hay dos Ajaxes), es un matón impetuoso y musculoso, insensible,
valeroso, brutal y estúpido –un tipo perfecto para protagonizar películas de acción.
Aquiles es un hombre apasionado que se deja llevar con excesiva facilidad por una cólera
destructiva. Su enfrentamiento con Agamenón es la causa indirecta de la muerte de su
amado Patroclo. Suele reaccionar de forma excesiva, y no solo mata a Héctor, sino que
también deshonra su cuerpo –y también, por consiguiente, a sí mismo–. Aquiles está
torvamente resignado a morir. Es reflejado como un ser humano grandioso pero imperfecto:
violento, valiente, orgulloso y finalmente redimido por la pena que comparte con el hombre
a cuyo hijo ha matado –un personaje complejo y apabullante.
Néstor es viejo, experimentado, sabio, terco, impertinente e inflexible –el ejemplo perfecto
de líder retirado que recibe el respeto de todos y que a veces se lo gana.
Patroclo es joven, amable con las mujeres y con sus amigos y arrojado; al final, demasiado
arrojado para permanecer con vida.
De todas formas, los personajes que mejor reflejan la complejidad humana son los tres
principales troyanos:
¡Querido! Nadie que sea justo reprenderá tu trabajo en el combate, porque eres valiente;
pero a veces te complaces en desalentar y no quieres pelear, y mi corazón se aflige cuando
oigo que te baldonan los troyanos que tantos trabajos sufren por ti. Pero vámonos y luego
lo arreglaremos todo, si Zeus nos permite ofrecer en nuestro palacio la crátera de la
libertad a los celestes sempiternos dioses, por haber echado de Troya a los aqueos de
hermosas grebas. (VI, 521-final)
Por supuesto, esto no ocurrirá nunca. En apenas dos días Héctor estará muerto. El orgulloso
contrapeso de Aquiles, que es reflejado como un hombre libre del vicio de la ira, que
defiende su hogar, ama a su esposa y que es tierno con su hijo, se compromete a luchar
contra Aquiles, una lucha que sabe que no puede ganar. Es mejor que seas tú mismo quien
decida sobre su carácter. Es posible que llegues a la conclusión de que Héctor es el
verdadero héroe de la Ilíada.
La Ilíada
La atribución de la Ilíada a Homero (siglo VIII a. de C.) tiene ya una antigüedad de casi
tres milenios, pues se remonta por lo menos al siglo VII a. de C., y es aceptada en la
medida en que no se han hallado argumentos concluyentes en su contra. Incluso la división
en veinticuatro cantos, que indudablemente data, tal como ha llegado hasta hoy, de la época
de los gramáticos alejandrinos, probablemente no fue más que una restauración de
divisiones rapsódicas mucho más antiguas, muchas de las cuales podrían ser debidas al
mismo poeta.
La Ilíada no relata, como parece desprenderse del título, la guerra de Troya o Ilión, sino
sólo un episodio de ella: el de la cólera de Aquiles. Tal episodio se desarrolla en un tiempo
brevísimo, exactamente en cincuenta y un días. En verdad las cóleras son dos y no una. Y el
paso de la una a la otra divide el poema en dos partes: en la primera Aquiles decide no
combatir más; en la segunda se arroja de nuevo al combate.
La acción se sitúa en el último de los diez años que duró la guerra. Una terrible peste
invade el campamento aqueo: es el dios Apolo quien, bajando del Olimpo, con los dardos
invisibles y mortales de la peste hiere a hombres y animales. El dios Apolo venga así a su
sacerdote Crises, a quien el jefe supremo del ejército aliado, Agamenón, no ha querido
restituir su hija Criseida. Agamenón finalmente la devuelve, pero quiere una compensación,
y se apodera de Briseida, la esclava de Aquiles. De ahí nace la ira de Aquiles, que se retira
a orillas del mar, en su tienda, y se niega a seguir luchando.
El ejército aqueo estaba constituido por numerosas mesnadas venidas cada una con su jefe
de las distintas regiones de la Grecia continental y de las islas; en total, unos ciento veinte
mil hombres. Naturalmente, como no combate Aquiles, no combaten tampoco sus soldados,
los mirmidones, tesaliotas fortísimos venidos a Tesalia, con Peleo, desde la isla de Egina.
Las grandes batallas de la Ilíada son cuatro: la primera ocurre el día veintidós, y ocupa los
cantos III-VII (el primero es el planteamiento del poema, mientras en el segundo se pasa
revista a los dos ejércitos). Después de la promesa de Zeus a la madre de Aquiles, Tetis, de
que Aquiles será vengado con una grave derrota de los aqueos, sería natural que
esperáramos esta derrota.
Pero los aqueos no son derrotados, aunque tampoco resultan vencedores: de hecho, la
preocupación de la derrota está en el aire de toda la batalla, a pesar del valor de Diomedes
(canto quinto); tanto es así que, terminada la batalla, y solicitada una tregua para enterrar a
los muertos, los aqueos construyen un muro y un foso para protección de sus naves. ¿Por
qué precisamente tienen que construir este muro y esta fosa en el último año de la guerra y
no antes? Porque ahora no está Aquiles; mientras él estuvo presente y combatió, nadie
pensó jamás en la necesidad de murallas de defensa.
La segunda batalla tiene efecto el día veinticinco (canto octavo). Tampoco en ésta los
aqueos son derrotados, pero tampoco resultan vencedores; y tanto persiste y se acentúa la
preocupación de la derrota, que el mismo Agamenón propone enviar una embajada a
Aquiles, con presentes, excusas y promesas, para que desista de su ira y vuelva a la lucha.
La embajada llena el bellísimo canto noveno.
La verdadera y estrepitosa derrota tiene lugar en la tercera batalla, el día 26, que ocupa una
tercera parte de la totalidad del poema, desde el canto XI al XVIII. Empezando por
Agamenón, todos los mejores guerreros aqueos dan grandes pruebas de valor; pero tanto
Agamenón como Ulises y Diomedes son heridos. El héroe troyano Héctor (hijo de Príamo,
el rey de Troya) ha hundido las puertas del muro defensivo; detrás de él se arrojan furiosos
los troyanos, salvan el foso y llegan junto a las naves de los aqueos; en éstas, saltando de
una a otra, enorme, férreo, detrás de la protección de su invencible escudo, Áyax intenta
rechazar el asalto. Pero ni Áyax lo logra. La nave de Protesilao es incendiada.
Desde un ángulo del campamento, Aquiles ve el resplandor del incendio. Pero Aquiles, en
su tienda o junto a la orilla del mar, ya no es indiferente a lo que sucede a su alrededor. En
un determinado momento ve a Néstor que pasa junto a él en su carro para salvar a un
herido. Y le asalta la curiosidad de saber quién es, y envía a su fraternal amigo Patroclo a
enterarse. La ira de Aquiles está a punto de ceder. Estamos en la mitad del canto undécimo,
en la mitad del poema. Patroclo va y regresa; pide a Aquiles que por lo menos le permita
vestir sus armas y participar en la batalla. Aquiles lo consiente. Acompañado de los
mirmidones, los soldados de Aquiles, Patroclo entra en batalla y se encuentra con Héctor,
que le da muerte. Héctor, en el ímpetu glorioso de la victoria, despoja a Patroclo de sus
armas y se reviste él mismo con las armas de Aquiles.
Estalla entonces el nuevo y más fiero dolor de Aquiles: la nueva y más terrible cólera borra
y sustituye la primera. Aquiles vuelve a la batalla. Vuelve, primero, a pesar de ir sin armas,
mientras que Hefesto, rápidamente, le fabrica otras nuevas. Se yergue en un ribazo y
profiere un triple grito, e incluso a los caballos enemigos se les erizan de terror las largas
crines, y huyen hacia Troya, arrastrando consigo en desorden carros y hombres armados.
Y llegamos a la cuarta y última batalla, en el día 27. Una vez en posesión de las nuevas
armas y reunidos los mirmidones, Aquiles se arroja corriendo por entre las filas enemigas,
buscando únicamente a Héctor, y derribando y matando a todo aquel que le sale al paso.
Los cantos veinte y veintiuno rebosan de este furor de Aquiles. Los troyanos han huido a
refugiarse detrás de las murallas. Sólo Héctor queda fuera. Y frente a él, por fin, Aquiles.
Miran los troyanos desde los muros; miran los aqueos desde el campamento, alineados e
inmóviles como una muralla de bronce. Y Aquiles mata a Héctor. Trocada su furia en
compasión por los ruegos del rey Príamo, Aquiles accede a entregarle el cadáver de su hijo.
El canto XXIII celebra los funerales de Patroclo; el último, los funerales de Héctor. El
poema termina con este acto de misericordia, en un sentimiento de universal piedad e
infelicidad.