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ARGUMENTO.
Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, y tomo 11, Madrid 1872
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nicarse con unos, y cuando negarse respecto de otros, se-
giinque son ó nó capaces de sacar provecho de sus discur-
sos yde su ejemplo. Los que saben, como el nieto de Arís-
tides eljusto, hacerse hábiles con el trato de Sócrates, es-
tán dotados de un feliz carácter, que naturalmente se
amolda á su genio; y si Teages quiere tentar fortuna, Só-
crates no se niega á ello. No basta querer ser hábil para
hacerse tal; ni tampoco basta encontrar un buen maestro,
sino que es indispensable que uno sea moralmente capaz
de llegar i ser hombre hábil.
Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, y tomo 11, Madrid 1872
TEAGES
ó
DE LA CIENCIA d).
DEMODOCO.—SÓCRATES.—TEAGES.
DBHODOCO.
Sócrates, tengo gran necesidad de conversar un mo-
mento y privadamente contigo, si tienes espacio para
ello; y si no le tienes, te ruego que me le proporciones
en consideración á mi persona, á no ser que un negocio
muy urgente te lo impida.
SÓCRATES.
Siempre tengo tiempo, y para tí más que para cual-
quiera otro. Si quieres decirme algo, estoy dispuesto á
escucharte.
DEHODOCO.
¿Quieres que nos retiremos al pórtico de este templo de
Júpiter libertador?
SÓCBATES.
Como quieras.
DEMODOCO.
Vamos pues allí, Sócrates. Se me figura que todo lo
(1) La palabra griega aoipta significa á la vez aabiduria, habi-
lidad, instrucción y todo lo que supone conocimientos, es decir,
en general, la ciencia.
TOMO XI. 5
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que nace, lo mismo las plantas que salen de la tierra,
que los animales y todo lo demás, son como el hombre
mismo; porque á los que cultivamos la tierra nos es fácil
preparar todas las cosas que son necesarias antes de
plantar y en el acto de la plantación; pero cuando se da
el fruto, entonces el trabajo que hay que tomar es muy
grande y penoso. Lo mismo sucede con los hombres, por-
que mido á los demás por lo que á mí me sucede. Ahí
tienes á mi hijo; me ha venido como una planta, sin que
me haya costado gran trabajo; pero su educación es difí-
cil y me tiene en continuo cuidado. Sin entrar en el por-
menor de todos los puntos en que estoy temeroso respecto
á él, hé aquí uno absolutamente nuevo, y es el deseo, que
si no es reprensible, es peligroso y á mí me aterra,
de querer hacerse sabio. Sin duda algunos de sus ca-
maradas y algunos jóvenes de nuestro pueblo, que van
á Atenas, refieren ciertos discuraos que han oido, y
que le vuelven la cabeza. Lleno de emulación, no cesa de
atormentarme, suplicándome con instancia que mire por
su educación y que pague á un sofista para que le ins-
truya. No es el gasto el que me detiene, pero temo que
esta pasión le ponga en gran peligro. Hasta ahora le he
contenido, halagándole con buenas palabras; pero hoy
que ya no puedo más, creo que el mejor partido que
puedo tomar es alzar el brazo y darle gustp, no sea que
las relaciones que pueda tener en secreto y sin mi cono-
cimiento le corrompan. Esto es lo que hoy me trae á Ate-
nas, para ponerle bajo la dirección de algún sofista; y es
una fortuna el haberte encontrado, porque tú eres con
quien más deseaba yo consultar este negocio. Si tienes
algún consejo que darme, te lo pido por favor; tú no
puedes negármelo.
SÓCRATES.
Habrás oido muchas veces, Demodoco, que el consejo
tiene algo de sagrado, y si lo es en todas ocasiones, lo es
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más en ésta, porque de todas las cosas sobre que el hom-
bre puede pedir consejo, no hay una más divina que la
que afecta á la educación de sí mismo y de los suyos.
Ahora en primer lugar convengamos en lo que ha de ser
materia de consulta, no sea que tú entiendas una cosa
y yo otra, y que al final de nuestra conversación nos pon-
gamos en ridiculo, por haber hablado largo rato sin ha-
bernos entendido.
DBHODOCO.
Dices verdad, y eso es lo que debemos de hacer.
SÓCRATES.
Seguramente digo verdad... Sin embargo, no es eso tan
cierto como yo pensaba, y me retracto en parte; porque
me viene á la mente que ese joven podria tener otro deseo
que el que nosotros le atribuimos, lo cual nos pondría en
una situación más ridicula aún por haber recaído la con-
sulta sobre una cosa que no es el objeto de sus aspiracio-
nes. Vale más comenzar por él, y preguntarle lo que
desea.
DEHODOCO.
Sí, vale más, como dices.
SÓCRATES.
Pero ¿cuál es el buen nombre de ese joven y cómo he de
llamarle?
DEHODOCO.
Su nombre es Teages (1), Sócrates.
SÓCRATES.
Precioso y divino nombre le has dado;¿dime, pues, Tea-
ges, deseas hacerte sabio, y apuras átu padre, para que
busque un hombre que te pueda comunicar esta sabidu-
ría de que te muestras tan ansioso?
TEAGES.
Sí.
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SÓCRATES.
¿A quiénes llamas tú sabios? ¿son los que saben, cual-
quiera que sea su instrucción, ó los ignorantes?
TEAGES.
Los hombres instruidos.
SÓCRATES.
Qué! ¿tu padre no ha hecho que te enseñen todo lo que
aprenden los hijos de nuestros mejores conciudadanos
como á leer, á tocar instrumentos, á luchar y hacer todos
los demás ejercicios?
TEAGES.
Mi padre me ha hecho aprender todo eso.
SÓCRATES.
Ah! ¿crees que haya aún alguna otra ciencia, que tu
padre esté obligado á hacer que te enseñen?
TEAGES.
Si, sin duda.
SÓCRATES.
¿Cuál es esa ciencia? Dímelo á fin de que te ayudemos.
TEAGES.
Mi padre bien lo sabe, porque se lo he dicho muchas
veces; pero quiere hablarte así como si ignorara lo que
yo deseo. No hay dia que no dispute conmigo, y se resiste
siempre á ponerme en manos de un hombre instruido.
, SÓCRATES.
Pero lo que hasta ahora has dicho á tu padre ha pasado
sólo entre los dos; hoy tómame por arbitro, y dime á mí
cuál es esa ciencia que quieres adquirir. Porque si quisie-
ras aprender la ciencia que enseña á dirigir los buques, y
yo te preguntara; Teages, ¿cuál es la ciencia que tu
padre no ha querido que aprendas y motiva tu queja? ¿no
me re.sponderias sobre la marcha, que es la ciencia de los
pilotos?
TEAGES.
Sí, sin duda.
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SÓCRATES.
Y si quieres aprender la que enseña á conducir carrua-
jes, ¿no me dirias que es la de los cocheros?
TEAGES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Pues bien, esa ciencia que estás tan ansioso de adquirir,
¿tiene nombre ó no lo tiene?
TBAGES.
Estoy persuadido de que tiene uno.
SÓCRATES.
¿La conoces sin saber el nombre ó sabes el nombre?
TEAGES.
La conozco y sé su nombre.
SÓCRATES.
Di meló, pues.
TBAGES.
¿Qué otro nombre puede dársele que el de ciencia?
SÓCRATES.
Pero el arte de los cocheros ¿no es igualmente una cien-
cia? ¿Crees tú que sea una ignorancia?
TEAGBS.
No, sin duda.
SÓCRATES.
Luego es una ciencia; ¿para qué nos sirve? ¿No nos en-
seña á conducir los caballos enganchados?
TBAGES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Y el arte de los pilotos ¿no es igualmente una
ciencia?
TIAGES.
Asi mé lo parece.
SÓCRATES.
¿No es la que nos enseña i dirigir las naves?
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TBAGBS.
Así es.
SÓCRATBS.
¿Y cuál es la que tú quieres aprender y qué es lo que
nos ha de enseñar! ,
TKAGBS.
Me parece que es la que enseña á gobernar á los
hombres.
SÓCRATES.
jQué! ¿á hombres enfermos?
TBAGBS.
Nó.
SÓCRATES.
Porque eso corresponde á la medicina; ¿no es así?
TBAGBS.
¿Quién lo duda?
SÓCRATES.
¿Es acaso la que nos enseña á dirigir el coro de los mú-
sicos?
TBAGBS.
Nada de eso.
SÓCRATES.
¿Porque eso pertenece verdaderamente á la música?
TBAGBS.
Seguramente.
SÓCRATES.
¿Nos enseña acaso á gobernar á los que se consagran á
ejercicios corporales?
TBAGBS.
Tampoco.
SÓCRATES.
Porque eso es de la competencia de la gimnástica. ;Qué
hombres son los que nos enseña á gobernar esa ciencia?
Explícate claramente como yo lo he hecho con motivo de
las que quedan citadas.
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TBAGBS.
Nos enseña á gobernar álos habitantes de la ciudad.
SÓCRATES.
Pero en la ciudad ¿no hay también enfermos?
TRACES.
Los hay sin duda, pero no es de ellos solos de los
que yo quiero hablar, sino de todos los demás ciuda-
danos.
SÓCRATES.
Veamos si yo comprendo el arte de que hablas. Me pa-
rece que tú no hablas del que nos enseña á gobernar á
cosecheros, vendimiadores, labradores, trilladores y sem-
bradores; porque esto pertenece é, la agricultura.
TBAGSS.
Asi es.
SÓCRATES.
Tampoco hablas del que enseña á gobernar á los que
manejan la sierra, el cepillo y el torno, porque esto per-
tenece ¿ la carpintería.
TBAGBS.
Ciertamente.
SÓCRATES.
¿Quieres hablar del arte que enseña á gobernar, no
sólo á los de todos estos oficios, sino á todos los demás ar-
tesanos y á todos los particulares, hombres y mujeres? ¿Es
esta la ciencia de que tú hablas?
TEAGES.
Esa es y no otra.
SÓCRATBS. ,
Te suplico, que me respondas. Egisto, el que mató á
Agamemnon en Argos, ¿gobernaba á esta clase de gentes,
& los artesanos y á todos los particulares, hombres y
mujeres, ó gobernaba á otros?
TBAGBS.
Gobernaba á esta clase de gentes y no á otros.
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SÓCRATKS.
Pero Peleo, hijo de Eaco, ¿no gobernaba la misma clase
de gentes en Ftia?
TEAGBS.
La misma.
SÓCRATBS.
Y Periandro, hijo de Cipselo, "no mandaba en Corinto.
TEAGES.
Así es.
SÓCRATES.
¿No mandaba ¿la mismas clase de gentes en esta ciudad?
TEAGES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Y Arquelao, hijo de Pérdicas, que posteriormente ha
subido al trono de MaCedonia ,¿no manda igualmente ¿
esta clase de g^entes?
TEAGES.
A las mismas.
SÓCRATES.
Y el hijo de Pisístrato, Hipias, que ha gobernado á
Atenas, ¿á quiénes piensas tú que ha mandado? ¿No es á
la misma clase de gentes?
TEAGES.
¿Quién lo duda?
SÓCRATES.
Dime, ¿cómo debemos llamar ¿ Bacis (1), ¿ la Sibila y
á nuestro Anfilito?
TEAGES.
Yo creo que adivinos.
SÓCRATES.
Muy bien; dime otra cosa: ¿qué nombre debe darse i
(1) Bacis era un adivino, que mucho antes de la inrasion de
Jerjes en Grecia habia predicho k los griegos todo lo que debia
suceder.
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Hipias y Periandro con relación al mando que han
ejercido?
TEAGES.
El de tiranos, á mi entender. ¿Qué otro nombre puede
dárseles?
SÓCRATES.
Luego todo hombre que desea mandar como ellos á to-
dos los habitantes de la ciudad, desea adquirir un imperio
tiránico, y convertirse él en tirano.
TEAGES.
Así me parece.
SÓCRATES.
¡Pues ahi tienes la ciencia de que eetás tan enamorado!
TEAGES.
Eso se sigue naturalmente de lo que he dicho.
SÓCRATES.
¡Ah malvadol tú deseas hacerte nuestro tirano, y tie-
nes el atrevimiento de quejarte, há ya mucho tiempo, de
que tu padre no te entrega en manos de uno que te
adiestre en la tiranía. Y tú, Demodoco, conociendo la
ambición de tu hijo, y sabiendo dónde enviarle para
hacerle hábil en la magnífica ciencia que desea, ¿no te
avergüenzas de privarle de esa felicidad y de no haberle
procurado un gran maestro? Pero, puesto que delante de
mí se queja de tí como ves, veamos juntos á dónde podre-
mos enviarle, y si conocemos alguno 4 cuyo lado pueda
hacerse un buen tirano.
SEHODOGO.
¡Sí, por Júpiter! Sócrates, veámoslo juntos, porque co-
nozco claramente que tenemos gran necesidad de un buen
consejo.
SÓCRATES.
Aguarda; sepamos antes lo que él piensa.
DEMODOCO.
No tienes más que preguntarle.
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SÓCRATES.
Teages, si habláramos con Eurípides que dice:
los tiranos hábiles son formados por los hábiles,
y le preguntásemos: Eurípides, ¿en qué dices que los tí-
ranos se hacen hábiles con el trato de los hábiles? y en
lugar de contestar á esto, nos dijese,
£os labradores hábiles son formados por los hábiles,
y quisiéramos saber en qué los labradores se han hecho
hábiles, ¿no nos respondería que en la agricultura?
TEAGES.
No respondería otra cosa.
SÓCRATES.
Y si nos dijese:
Los cocineros hábiles son formados por los hábiles,
y le preguntásemos, ¿en qué se han hecho hábiles? ¿Qué
crees tú que respondería? ¿No diría que se habían hecho
hábiles en el arte de cocina?
TEAGES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Sí el mismo nos dijese:
Los luchadores hábiles son formados por los hábiles,
y le preguntásemos en qué; ¿no respondería asimismo
que son hábiles en el arte de la lucha?
TEAGES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Siendo esto así, puesto que nos dice que los tiranos
hábiles son formados por los hábiles, si nosotros le pre-
guntásemos: Eurípides, ¿en qué se han hecho hábiles es-
tos tíranos? en qué puede consistir su ciencia?
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TBAGBS.
¡Por Júpiter! yo no sé nada de eso.
SÓCRATES.
¿Pero quieres que te lo diga?
TBAGBS.
Sí, si gustas.
SÓCHATBS.
Es la ciencia que, según Anacreonte, enseñaba Callícre-
tes (1). ¿No te acuerdas de su canción?
TBAGBS.
Me acuerdo.
SÓCRATES.
¡Y qué! ¿no deseas que se te ponga en manos de un
hombre que ejerza la misma profesión que esta Callicre-
tes, hija de Ciana, y que sepa como ella, al decir del
poeta, el arte de formar tiranos, para que de esta manera
llegues á ser tirano nuestro y de toda la ciudad?
TEAGES.
Há mucho tiempo que estás mofándote y burlándote
de mi.
SÓCRATES.
jCJómol ¿no dices que deseas adquirir la ciencia que te
enseñe á gobernar á todos los ciudadanos? ¿Puedes tú go-
bernarlos sin hacerte su tirano?
TEAGES.
Desearla con todo mi corazón hacerme el tirano de to-
dos los hombres, y si esto es mucho, por lo menos de la
mayor parte; y creo, que tú mismo, Sócrates, tendrás esta
ambición, como la tienen todos los hombres; y quizá
no satisfecho con ser un tirano, querrías ser un dios;
pero yo no te he dicho que fuera esto lo que yo
deseaba.
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SÓCRATES.
Pues ¿qué es lo que deseas? ¿No dices que gobernar á
tus conciudadanos?
TEAGES.
No gobernarlos por la fuerza como los tiranos, sino go-
bernarlos con su beneplácito, como lo han hecho los hom-
bres grandes que hemos tenido en Atenas.
SÓCRATES.
¿Ck)mo Temístocles, como Feríeles, como Gimen y como
otros grandes políticos?
TEAGES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Veamos, pues; si quisieses hacerte hábil en el arte de
montar á caballo, ¿á quienes crees deberías dirigirte para
hacerte buen jinete? ¡No seria á los picadores?
TEAGES.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿No escogerías los jinetes más entendidos, aquellos que
manejan un gran número de caballos, y que montan, no
sólo los suyos, sino los de otros países?
TEAGES.
Sin dificultad.
SÓCRATES.
Y si quisieses hacerte hombre diestro en tirar el arco,
¿no te dirigirías á los mejores tiradores y á los que saben
perfectamente servirse de toda clase de arcos y de flechas,
tanto aquí como en cualquiera otra parte del mundo?
TEAGES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Dime, pues, puesto que quieres hacerte hábil en la
política, ¿crees poder adquirir esta habilidad, dirigiéndote
á otros que á estos profundos políticos en esta ciencia, que
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TI
saben conducir no sólo su ciudad, sino otras muchas, así de
griegos como de bárbaros? ¿Ó piensas que, conversando
con otros que estos, te harás tan hábil como aquellos?
TEAGBS.
Sócrates, he oido hablar de algunos discursos que me
han dicho que tú has pronunciado para hacer ver que
los hijos (1) de estos grandes políticos no valian más que
los hijos de un zapatero de viejo, y en cuanto yo alcanzo,
me parece esta una verdad incontestable. Seria yo bien
insensato, si creyese que alguno de esos grandes políticos
me podia comunicar una ciencia, que no ha podido comu-
nicar á su hijo, lo cual habría hecho, si le hubiera sido
posible, antes que comunicarla á un extraño.
SÓCRATES.
¿Qué barias tú, Teages, si tuvieses un hijo, que te per-
siguiese todos los dias, diciéndote que quería ser un
gran pintor y se quejase continuamente de que tú, que
eras .«u padre, no querías hacer ningún sacrificio para
satisfacer su deseo, mientras que por otra parte des-
preciaba él los mejores maestros y se resistiese á ir á su
escuela? ¿Qué harías si en la misma forma desdeñase los
tocadores de flauta ó los tocadores de lira, queriendo ser
uno ú otro? ;,Tendrías otro meilio de contentarle y cono-
cerías otras personas á cuyo lado pudieras mandarle , sí
él rechazaba á los maestros?
TEAGES.
¡Por Júpiter! no sé qué haría.
SÓCRATES.
Hé aquí juntamente lo que haces tú con tu padre. ¿Cómo
puedes extrañar ni quejarte de que él no sepa qué hacer
contigo ni donde enviarte para hacerte hábil? Porque
nosotros, sí quieres, ahora mismo te ponemos en manos
de nuestros mejores maestros, de los más sabios en polí-
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tica; tú no tienes más que escoger; ellos no te pedirán
nada; de suerte que ahorrarás tu dinero y adquirirás con
ellos más reputación para con el pueblo, que la que po-
drías adquirir en las relaciones con cualquiera otra per-
sona.
TEAGBS.
Y bien, Sócrates, ¿no eres tú uno de estos hombres
hábiles? Si quieres tomarme bajo tu protección, á mime
basta, y no busco otro maestro.
SÓCRATES.
¿Qué es lo que dices, Teages?
DBMODOCO.
|Ah! Sócrates, cuan bien ha hablado mi hijo, y cuan
grande servicio me barias accediendo á su súplica. No co-
nozco mayor felicidad que la de ver á mi hijo gustar de tu
compañía y que no te sea molesto. Me conmueve el decir la
vehemencia con que lo deseo; pero os suplico á ambos, en
nombre de los dioses, á ti. Sócrates, que recibas á mi hijo,
y á tí, hijo mió, el no buscar jamás otro maestro que Só-
crates; y de esta manera ambos me librareis de mis mayo-
res cuidados y temores, porque me estremece siempre el
temor de que mi hijo caiga en manos de alguno que le
corrompa.
TBAGES.
¡ Ah I padre mió, no temas por mí, si tienes la fortuna
de persuadir á Sócrates á que me tome bajo su protec-
ción.
DBMODOCO.
Tienes razón, hijo mió; yo no me dirijo ya á ningún
Otro que á tí, Sócrates, y para no halagarte con palabras
supérfluas, estoy dispuesto á entregarme á tí, y en-
tregarte lo más precioso que tengo para que dispongas de
ello en caso necesario, si consigo que quieras á mi Tea-
ges y que le procures todos los bienes que eres capaz de
darle.
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SÓCRATES.
No me sorprende, Deraodoco, ese gran deseo, si crees
que tu hijo pueda sacar de mi alguna utilidad, porque no
conozco nada que deba ocupar más á un padre que sea
racional que lo que tenga relación con la educación de su
hijo ¿ con cuanto pueda contribuir á hacerle ¡más hombre
de bien. Pero lo que me extraña y no comprendo es
cómo has podido pensar, que fuese yo más capaz que tú
de hacer este gran servicio y formar de él un buen ciuda-
dano. Y él mismo ¿cómo ha podido imaginarse que es-
tuviese yo en mejor posición de conseguirlo que su padre?
Porque, en primer lugar, tú eres de más edad que yo, has
desempeñado los cargos más importantes, eres una de las
personas más notables en tu distrito de Anajira, y nadie
es más estimado ni honrado que tú en el resto de la ciu -
dad; y ni tú ni tu hijo podéis ver en mí ninguna de estas
ventajas. Si tu hijo desprecia el trato con nuestros políti-
cos y busca á esas personas, que prometen educar bien á
la juventud, ahí tenemos á Prodico de Ceos, Gorgias de
Leoncio, Polo de Agrigento y otros muchos que son tan
hábiles, que, viajando de ciudad en ciudad, consiguen
atraer los jóvenes de las casas más nobles y más ricas; jó-
venes que podrían ser enseñados, sin costarles nada, por
cualquiera de sus conciudadanos; pero que llegan á de-
jarse persuadir por aquellos de que deben renunciar á estos
y unirse á ellos, pagándoles gruesas cantidades y quedán-
doles muy obligados (1). Hé aquí los maestros que debe-
ríais escoger tú y tu hijo, en lugar de pensar en mí,
porque yo no sé ninguna de esas bellas y dichosas ciencias.
Querria con todo mi corazón saberlas; pero he hecho pro-
fesión de confesar que no sé nada, por decirlo así, más que
una ciencia de poco interés, la del amor (2). Así es que me
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VOZ del dios, no vayas á Nemea. Me respondió: esa voz
te advierte quizá que yo no seré premiado; pero si no con-
sigo la victoria, me habré ejercitado, habré luchado, y
me doy por satisfecho. Dichas estas palabras, se separó
de mi y fué á combatir. Podéis saber por él mismo lo que
le sucedió, porque el asunto lo merece. Si queréis pregun-
tar á Clitómaco, hermano de Timarco, lo que le dijo este
último cuando caminaba ¿ la muerte, por haber despre'-
ciado la advertencia divina, y lo que también le dijo
Evatlo, tan célebre en las carreras del estadio, que reci-
bió en su casa á Timarco, cuando huia; él os dirá, que
Timarco le dijo en palabras terminantes...
TBAGBS.
¿Qué le dijo? ^
SÓGBATBS.
Le dijo: « Camino á la muerte por no haber querido
creer á Sócrates;» y si queréis saber lo que queria decir,
voy á referíroslo. Cuando Timarco se levantó de la mesa
con Filemon, hijo de Filemonides, para ir á matar á Ni-
elas, hijo de Heroscamandro, porque eran ellos dos los
únicos conspiradores, me dijo al tiempo de levantarse:
¿Qué me dices, Sócrates? quedaos aquí bebiendo, yo tengo
precisión de salir; volveré dentro de un momento, si puedo.
En este acto oí la voz, y llamándole la< atención, le dije:
no salgas, te lo suplico; la voz me ha dado an señal acos-
tumbrada. Él se detuvo, pero pasado poco tiemf>o se vol»*
vio á levantar, y me dijo: yo me marcho, Sócrates. La
voz repitió la señal, y lo detuve. En fin, por tercera vez,
queriendo desasirse de mi, se levantó sin decirme nada, y
aprovechando la ocasión de tener mi espíritu ocupado en
otra cosa, salió é hiao lo que le condujo á la muerte. Hé
aquí por qué dijo á su hermano, que iba á morir por no
haber querido creerme. También podéis saber por muchos
de nuestros conciudadanos lo que les dije de la expedi-
ción de Sicilia y de la derrota que sufrió allí nuestro ejér-
TOMO XI. 6
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cito. Pero sin hablar de cosas pasadas, que son tan fáci-
les de averiguar por los que las conocen perfectamente,
hoy mismo puede hacerse una prueba de la señal que ese
genio me da de ordinario, para saber si dice verdad.
Cuando el buen Sannion debia partir para el ejército, oí
esta voz, y en este momento marcha con Trasilo contra
Efeso y contra las demás ciudades de Jonia. Estoy per-
suadido de que morirá ó que le sucederá alguna desgra-
cia, y temo mucho el resultado de esta empresa (1). Os
he dicho todo esto para daros á entender que hasta cuando
se trata de los que quieren unirse á mi persona, todo de-
pende de este genio que me gobierna; porque aquellos á
quienes es contrario, jamás podrían sacar de mí ninguna
utilidad, ni me es posible tener con ellos ninguna rela-
ción. Hay muchos á quienes el genio no me impide ver,
pero que sin embargo nada adelantan; mas aquellos, que
mantienen relaciones conmigo con su aprobación, son los
mismos de quienes me hablabas antes, y que hacen, en
efecto, en muy poco tiempo grandes progresos; con la
diferencia que en unos estos progresos son firmes y per-
manentes, y en otros, mientras están conmigo aprove-
chan de una manera sorprendente, pero apenas se han
separado de mí, vuelven á su primitivo estado y no se
diferencian del común de los hombres. Esto es lo que ha
sucedido á Arístides, hijo de Lisímaco y nieto de Arísti-
des (2). Mientras estuvo á mi lado aprovechó maravi-
llosamente en muy poco tiempo; pero habiéndose visto
obligado á partir con motivo de una expedición, se em-
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barco, y á su vuelta se encontró con que Tucídices (1),
hijo de Malasias y nieto de Tucidices, habia querido ser
uno de mis amigos; pero la vispera no sé por qué habia
regañado conmigo por ciertas palabras proferidas en nues-
tra conversación. Como viniera 4 verme Arístides, des-
pués de los primeros cumplimientos, me dijo: Sócrates,
acabo de saber que Tucídices habla mal de tí, y que hace
de persona, como si valiera algo. Es cierto, le respondí
yo. ¡Ah! no se acuerda, replicó él, cuan pobre hombre
era antes de verte? Las trazas son de que lo ha olvidado,
le repliqué. En verdad, Sócrates, añadió él, me sucede á
mí mismo una cosa bien rara. Le pregunté qué cosa era.
Es, me dijo, que antes de mi partida para el ejército, me
sentía capaz de conversar con todo el mundo, y no me
consideraba inferior á nadie en la converáacion, y así era
que buscaba siempre las personas más distinguidas, mien-
tras que ahora me sucede todo lo contrario; las evito
todo cuanto puedo; tanto es lo que me avergüenza mi
ignorancia. Le pregunté si semejante actitud le habia
abandonado de repente, ó poco á poco. Me respondió que
poco á poco. ¿Y cómo la adquiriste? le pregunté. ¿Fué
mientras recibiste lecciones de mí ó de otro maestro? Voy
á decírtelo, Sócrates, replicó. Es una cosa que parece in-
creíble, pero que, sin embargo, es muy cierta. Jamás he
podido aprender nada de tí, como sabes muy bien. Sin
«mbargo, no dejé de aprovecharme cuando estaba con-
tigo, aun cuando fuese sólo en la misma casa, y no en la
misma habitación. Cuando podia estar en la misma habi-
tación adelantaba más, y siempre que tú hablabas cono-
cía visiblemente que aprovechaba más cuando tenia fija
la vista en tí, que cuando miraba para otra parte; y este
progreso era sin comparación más grande cuando estaba
Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, y tomo 11, Madrid 1872
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sentado cerca de tí y estaba en contacto contigo. *Esta ca-
pacidad al presente ba desaparecido.
Hé aquí, Teages, cuál es la relación que es posible te-
ner conmigo. Si lo que intentas es agradable al dios,
aprovecharás extraordinariamente y en muy poco tiempo;
si no, tus esfuerzos serán inútiles. Mira, pues, si no es
más ventajoso y más seguro para tí ir al lado de uno de
esos maestros que consiguen el ser siempre útiles, que
seguirme á mí que no estoy seguro de nada.
T8AGES.
Hó aquí, Sócrates, lo que, en mi juicio, debemos ha-
cer : comencemos á vivir juntos para tantear al dios. Si
aprueba nuestra amistad, estarán satisfechos y colmados
mis deseos; y si la desaprueba, yeremos entonces la con-
ducta que deberemos observar; si deberé buscar otro
maestro, ó tratar de aplacar á ese genio con súplicas y
sacrificios y con todos los demás medios prescritos por
IQS adíyinos.
DEHODOCO.
No te opongas más, Sócrates, á los deseos de este joven.
Teages tiene mucha razón.
SÓCRATES.
Si creéis que es esto lo que debemos hacer, sea en
buen hora; consiento en ello.
MN DB TBAfiBS.
Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, y tomo 11, Madrid 1872