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La Oracion Perseverante - Awp

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LA ORACIÓN PERSEVERANTE

A.W. Pink

Introducción

Hasta hoy, mucho es lo que se ha escrito sobre lo que normalmente se ha llamado el


“Padrenuestro” (y que yo prefiero llamar la “Oración familiar”), y también es mucho lo que se ha
escrito sobre la oración sacerdotal de Cristo en Juan 17. En cambio, es poco lo que se dice sobre
las oraciones de los apóstoles. Personalmente, no conozco ningún libro dedicado a las oraciones
apostólicas y, con la excepción de un cuadernillo que trata las dos oraciones de Efesios 1 y 3,
casi no se puede encontrar literatura que las explique por separado. Esta omisión no es fácil de
explicar. Uno pensaría que las oraciones apostólicas están tan llenas de doctrinas importantes y
de valores prácticos para los creyentes, que deberían haber atraído la atención de quienes
escriben sobre temas devocionales. En tanto que muchos de nosotros rechazamos los esfuerzos
de quienes nos quieren hacer creer que las oraciones del Antiguo Testamento son obsoletas e
inadecuadas para los santos de la era evangélica, me parece que hasta los maestros
dispensacionalistas reconocerán cuán aptas para los creyentes son las oraciones registradas en las
epístolas y en el Apocalipsis. Con excepción de las oraciones de nuestro Redentor, sólo las
oraciones apostólicas contienen alabanzas y peticiones específicamente dirigidas al “Padre.” De
todas las oraciones que se encuentran en las Escrituras, sólo estas son ofrecidas en el nombre del
Mediador. Más aún, solamente en estas oraciones apostólicas hallamos todo el sentir del Espíritu
de adopción.

Qué bendición es escuchar que algún cristiano entrado en años, que hace mucho que camina con
Dios y disfruta de su íntima comunión, derrama su corazón delante del Señor en adoración y
súplica. Pero, cuánto más bendecidos nos estimaríamos. si hubiésemos tenido el privilegio de
escuchar las alabanzas y peticiones dirigidas a Dios por aquellos que anduvieron con Cristo
durante los días de su ministerio entre los hombres! Y si alguno de los apóstoles todavía
estuviese sobre la tierra, ¡qué gran privilegio sería escucharlo ocupado en la oración! Sería un
privilegio tan grande, que estaríamos dispuestos a todo tipo de inconvenientes y a viajar largas
distancias para ser favorecidos de esa manera. Y si nuestro deseo fuese concedido, cuán
atentamente escucharíamos sus palabras y cuán diligentemente las atesoraríamos en nuestra
memoria. Pues bien no es necesario que pasemos ningún inconveniente ni que hagamos un largo
viaje. A fin de instruirnos y satisfacernos al Espíritu le pareció bien dejar constancia de algunas
de las oraciones apostólicas. ¿Apreciamos un don tan grande? ¿Alguna vez hemos hecho una
lista de ellas y meditado en su significado?

EL LIBRO DE HECHOS NO CONTIENE ORACIONES APOSTÓLICAS

Al llevar a cabo el trabajo preliminar de analizar y tabular las oraciones apostólicas que han
llegado hasta nosotros, dos cosas me llamaron mucho la atención. La primera me tomó
totalmente por sorpresa, en tanto que la segunda fue algo ya esperado. Lo que puede impactamos
como algo extraño -a algunos lectores los dejará casi perplejos- es lo siguiente: El libro de
Hechos, que nos provee la mayor parte de la información que tenemos acerca de los apóstoles,
no contiene en sus veintiocho capítulos una sola oración apostólica. No obstante, si pensamos un
poco, veremos que esta omisión está en total armonía con el carácter especial de este libro;
porque el libro de Hechos es mucho más histórico que devocional, y es más una crónica de lo
que el Espíritu obró por medio de los apóstoles que de la obra que hizo en ellos. El libro destaca
los hechos públicos de los embajadores de Cristo, y no tanto sus ejercicios privados. Por cierto
que se presenta a los apóstoles como hombres de oración, tal como sus propias palabras lo
demuestran: “Así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra”
(Hch. 6:4). Una y otra vez los vemos dedicados a este santo ejercicio (Hch. 9:40; 10:9; 20:36;
21:5; 28:8); sin embargo, no se nos dice cuál fue su oración. Lo que más se parece a un registro
de palabras claramente atribuibles a los apóstoles es lo que Lucas nos ofrece en Hechos 8:14, 15,
pero aun allí sólo nos da la esencia de lo que Pedro y Juan oraron. Considero que la oración de
Hechos 1:24 pertenece a los 120 discípulos. Hechos 4:24-30 recoge una preciosa y eficaz oración
que no pertenece sólo a Pedro y a Juan, sino a toda la compañía (v. 23) que se había reunido para
escuchar el informe de ellos.

PABLO: UN EJEMPLO EN ORACIÓN

El segundo rasgo que me impresionó mientras consideraba el presente tema, es que la gran
mayoría de las oraciones apostólicas que han llegado hasta nosotros provienen del corazón de
Pablo. Como ya lo hemos dicho. esto era de esperarse. Si alguien preguntara por qué, podríamos
dar varias respuestas. Primero, Pablo fue ante todo el apóstol a los gentiles. Santiago y Juan
ministraron principalmente a los creyentes judíos (Gá. 19), quienes aun en sus días de
inconversos estaban acostumbrados a doblar las rodillas delante del Señor. Pero los gentiles
habían salido del paganismo y lo más lógico era que su padre espiritual fuese también su padre
devocional. Además. Pablo escribió dos veces más epístolas inspiradas por Dios que todos los
otros apóstoles juntos. y en sus epístolas escribió ocho veces más oraciones que todos los demás
en las suyas. Pero recordamos principalmente lo primero que el Señor dijo de Pablo después de
su conversión: “Está orando” (Hch. 9:1 l). Era como si el Señor estuviera dando la nota clave de
lo que sería la vida de Pablo puesto que se distinguiría primordialmente como un hombre de
oración.

Esto no quiere decir que el resto de los apóstoles no tuviesen este espíritu. Dios no utiliza a
ministros que no oran, pues sus hijos no son mudos. Cristo afirma que la marca distintiva de los
elegidos de Dios es que “claman a él de día y, de noche” (Lc. 18:7). Con todo, Dios permite que
algunos de sus siervos y de sus santos disfruten de un compañerismo más estrecho y constante
con el Señor, y (a excepción de Juan) así le ocurrió obviamente al hombre que en una ocasión
fue arrebatado incluso al paraíso (2 Co. 12:1-5). A Pablo se le otorgó una medida extraordinaria
de “espíritu de gracia y de oración” (Zac. 12:10), de modo que parece haber sido ungido con
mayor espíritu de oración que sus compañeros apóstoles. Era tan grande su amor por Cristo y por
los miembros de su cuerpo místico y tal su solicitud por el bienestar y crecimiento espiritual de
la iglesia, que de su alma brotaba continuamente un torrente de oración a Dios en favor de la
Iglesia y en gratitud por ella.

EL AMPLIO ESPECTRO DE LA ORACIÓN


Antes de continuar, conviene señalar que en esta serie de estudios no voy a limitarme a las
oraciones de los apóstoles que expresan peticiones. sino que abarcaré un espectro más amplio.
Debemos recordar que en la Escritura, la oración incluye mucho más que el darle a conocer a
Dios nuestras peticiones. Además, en una época caracterizada por la superficialidad y la
ignorancia de la religión revelada por D los, los creyentes tenemos necesidad de que se nos
instruya en todos los aspectos de la oración. Un texto clave, que nos presenta el privilegio de
exponer nuestras necesidades delante del Señor subraya precisamente este aspecto: “No se
inquieten por nada; más bien, en toda ocasión con oración y ruego, presenten sus peticiones a
Dios y denle gracias” (Fil. 4:6, la cursiva es mía). Si no expresamos nuestra gratitud por las
misericordias ya recibidas, ni damos gracias a nuestro Padre por concedernos el continuo favor
de poder presentarle nuestras peticiones, cómo podremos esperar que nos atienda, para así recibir
respuestas de paz? No obstante la oración en su sentido más sublime y pleno transciende la
gratitud por los dones recibidos. El corazón se eleva al contemplar al Dador mismo, de modo que
el alma se postra ante él en culto y adoración.

Aunque no deberíamos apartamos de la materia que estamos tratando para entrar en el tema de la
oración, es preciso señalar que todavía existe otro aspecto que debe preceder a la gratitud y las
peticiones. Me refiero al autoaborrecimiento y a la confesión de nuestra propia indignidad y
pecaminosidad. El ser humano debe recordar solemnemente que a quién se acerca en oración, es
nada menos que el Altísimo. Ante él, los mismos serafines se cubren el rostro (Is. 62). Aunque la
gracia divina ha hecho del cristiano un hijo, todavía sigue siendo una criatura, y como tal está a
una distancia infinita e inconcebible del Creador. Es del todo apropiado que uno sienta
profundamente esta distancia entre la criatura y el Creador, y que la reconozca tomando ante
Dios su lugar en el polvo. Debemos recordar también que, por naturaleza, no somos sólo
criaturas sino criaturas pecadoras. De manera que, al inclinamos delante del Santo, tiene que
haber algo que sintamos nuestro. Sólo así podremos, con algún sentido y realismo, invocar la
mediación y los méritos de Cristo como fundamento de nuestro acercamiento.

Es por esto por lo que, hablando en términos generales, la oración incluye confesión de pecado,
peticiones para que nuestras necesidades sean suplidas, y el homenaje de nuestros corazones al
Dador mismo. En otras palabras, podemos decir que los principales elementos de la oración son
la humillación, la súplica y la adoración. Por tanto, a lo largo de esta serie no sólo esperamos
abarcar pasajes como Efesios 1: 16-19 y 3:14-21, sino también versículos individuales, tales
como 2 Corintios 1:3 y Efesios 1:3. La expresión “bendito sea Dios” es en sí una forma de
oración. Esto resulta evidente a partir del Salmo 100:4: “Entrad por sus puertas con acción de
gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid su nombre” (RV60). Se podrían dar otras
referencias, pero con ésta es suficiente. El incienso ofrecido en el tabernáculo y templo consistía
de un compuesto de diversas especias (Ex. 30:34,35); la mezcla de una con otra hacía que el
perfume fuese muy fragante y refrescante. El incienso era un tipo de la intercesión que efectuaría
nuestro gran Sumo Sacerdote (Ap. 8:3A) y de las oraciones de los santos (Mal. 1:11). De la
misma manera, en nuestro acercamiento al trono de la gracia debe haber una mezcla
proporcional de humillación, súplica y adoración; no una cosa con la exclusión de otras, sino una
mezcla de todas ellas.

LA ORACIÓN: TAREA PRIMORDIAL DE LOS MINISTROS


El hecho de que las epístolas del Nuevo Testamento den fe de tantas oraciones, nos llama la
atención sobre un aspecto importante de la tarea ministerial. El predicador no ha terminado con
sus obligaciones cuando deja el púlpito, ya que es preciso que riegue la semilla que ha sembrado.
Por el bien de los predicadores jóvenes, permítaseme extenderme un poco sobre este asunto. Ya
hemos visto que los apóstoles se dedicaron “de lleno a la oración y al ministerio de la palabra”
(Hch. 6:4) dejando un ejemplo excelente para todos aquellos que les siguen en esta sagrada
vocación. No sólo hay que poner atención al orden de prioridades que establecen los apóstoles,
sino que hay que obedecerlo y practicarlo. No importa con cuánto cuidado y laboriosidad
preparemos nuestros sermones, estos llegarán a los oyentes sin la unción del Espíritu si no han
nacido de un alma que se ha afanado delante de Dios. A menos que el sermón sea el producto de
intensa oración no esperemos que despierte el espíritu de oración en aquellos que lo escuchan.
Como ya se ha señalado, Pablo entretejía oraciones entre las instrucciones que escribía en sus
cartas. Es nuestro privilegio y nuestro deber retirarnos a un lugar apartado después de dejar el
púlpito, para rogar a Dios que escriba su palabra sobre el corazón de quienes nos escucharon,
para evitar que el enemigo arrebate la semilla y para bendecir nuestro esfuerzo de tal manera,
que esas palabras lleven fruto para su eterna alabanza.

Lutero solía decir: “Hay tres cosas que hacen eficaz a un predicador: súplicas, meditación y
tribulación.” No sé cómo explicó esto el gran reformador, pero supongo que quería decir algo
así: que la oración es necesaria para situar al predicador dentro del marco adecuado, para
manejar las cosas divinas y para investirlo de poder divino; que la meditación en la palabra es
esencial para suplirle material para su mensaje, y que se requiere de la tribulación como
contrapeso de su nave, porque el ministro del evangelio necesita pruebas que lo mantengan
humilde, así como el apóstol Pablo recibió un aguijón en la carne para evitar que se exaltara
indebidamente por la abundancia de revelaciones que le eran concedidas. La oración es el medio
señalado para recibir comunicaciones que edifiquen e instruyan al pueblo. Debemos dedicar
mucho tiempo a estar con Dios, antes de poder salir y hablar en su nombre. Epafras, uno de los
pastores de Colosas, había salido de casa para visitar a Pablo. Al concluir su epístola a los
Colosenses, Pablo informa a los destinatarios que Epafras intercedía por ellos fielmente: “Os
saluda epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente
por vosotros en sus oraciones. para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios
quiere. Porque de él doy testimonio de que tiene gran solicitud por vosotros. . .” (Col. 4:12.13a.
RV60). ¿Sería posible recomendarlo a usted ante su congregación en esos términos?

LA ORACIÓN: UNA TAREA UNIVERSAL ENTRE LOS CREYENTES

Pero no se piense que el énfasis que las epístolas hacen indica que la oración es una tarea
exclusiva de los predicadores. Lejos de ser así, las epístolas van dirigidas a creyentes en general,
quienes necesitan practicar todo lo que estas cartas contienen. Los cristianos deben orar mucho,
no solamente por ellos mismos sino por todos sus hermanos y hermanas en Cristo. Debemos orar
deliberadamente de acuerdo con estos modelos apostólicos, y pedir las bendiciones particulares
que allí se especifican. Hace mucho tiempo que soy un convencido de que no hay manera
mejor -ni más práctica, ni más valiosa, ni más eficaz-de expresar nuestra solicitud y afecto por
los santos, que presentarlos en oración delante de Dios, y llevarlos en los brazos de nuestra fe y
de nuestro amor.
Al estudiar estas oraciones en las epístolas, y al considerarlas frase por frase aprenderemos con
mayor claridad qué bendiciones debemos procurar para nosotros y para otros; sabremos cuáles
son los dones y gracias espirituales por los que debemos ser muy solícitos. El hecho de que estas
oraciones, inspiradas por el Espíritu Santo, hayan quedado registradas en el sagrado volumen,
hace ver que los favores particulares que en ellas se piden son los que Dios nos ha permitido
buscar y obtener de parte de él (Ro. 8:26,27; 1 Jn. 5:14,15).

LOS CRISTIANOS DEBEN DIRIGIRSE A DIOS COMO A PADRE

Concluiremos estas observaciones preliminares y generales señalando a algunos de los rasgos


más definidos de las oraciones apostólicas. Así que, es importante observar a quién se dirigen
estas oraciones, pues si bien no se someten a una forma de expresión árida y uniforme, sino que
muestran una adecuada variedad de dicción, la forma más frecuente en que se invoca a la Deidad
es usando el nombre Padre, como en: “Padre misericordioso” (2 Co. l:3); “Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo” (Ef. 1:3; 1 P. 1:3, RV60); “Padre glorioso” (Ef. 1: 17); “Padre de
nuestro Señor Jesucristo” (Ef. 3:14). Este lenguaje evidencia claramente lo mucho que los
apóstoles observaban el mandato de su Maestro. Porque, cuando le pidieron: “Señor, enséñanos a
orar, él respondió de la siguiente manera: “Ustedes deben orar así: Padre nuestro que estás en el
cielo” (Mt. 6:9, la cursiva es mía). Lo mismo les enseñó por medio de su ejemplo en Juan 17:1,
5, 11, 21, 24 y 25. La instrucción y ejemplo de Cristo han quedado registrados para que
aprendamos a orar. No ignoramos que muchas personas han usado el apelativo Padre para
dirigirse a Dios de manera ilícita y superficial. Pero el abuso no justifica nuestra negligencia para
reconocer esta bendita relación. Nada ha sido mejor calculado para producir calidez en nuestro
corazón y darnos libertad de expresión, que el reconocimiento de que nos estamos acercando a
nuestro Padre. Si en verdad hemos recibido el verdadero “Espíritu de adopción” (Ro. 8:15,
RV60), no lo apaguemos sino más bien sigamos su impulso y clamemos: “Abba, Padre.”

LAS ORACIONES APOSTÓLICAS: BREVES Y ESPECIFICAS

Seguidamente, notemos la brevedad de las oraciones apostólicas. Son oraciones cortas. No sólo
algunas, ni la mayoría, sino la totalidad de ellas son extremadamente breves, y la mayoría de
ellas se encuentran en no más de uno o dos versículos, y la más prolongada en sólo siete
versículos. Gran reproche es este contra las oraciones de muchos púlpitos extensas, inertes y
consadoras. Las oraciones locuaces suelen ser vanas. Vuelvo a citar Martín Lutero esta vez sus
comentarios sobre el Padrenuestro. dirigidos a hombres sencillos del pueblo:

Cuando ores, que tus palabras sean pocas, pero tus pensamientos y afectos, muchos; y sobre
todo, que sean profundos. Cuanto menos hables, mejor oras ... La oración externa y corporal es
ese zumbido de labios, ese balbuceo externo que sale sin pensar y que hiere el oído de los
hombres. Pero la oración en espíritu y en verdad es ese deseo interior, las intenciones, los
suspiros que provienen de las profundidades del corazón. La primera es la oración de los
hipócritas y de todos aquellos que confían en sí mismos; la segunda es la oración de los hijos de
Dios, de quienes andan en su temor.

Pongamos también atención en lo específicas que son. Aunque extremadamente breves, las
oraciones apostólicas eran muy explícitas. No había en ellas vanas divagaciones ni meras
generalizaciones, sino peticiones específicas de cosas concretas. Cuánto error existe en este
sentido. Cuántas oraciones incoherentes y sin propósito hemos escuchado, tan carentes de
precisión y de unidad que, cuando llegaban al Amén final, difícilmente podíamos recordar una
sola cosa por la que se había dado gracias, o alguna petición que se había hecho! La mente
quedaba sólo con una impresión borrosa, y con la sensación de que el suplicante se había
ocupado más en predicar indirectamente que en orar directamente. En cambio, si examinamos
cualquiera de las oraciones apostólicas, de inmediato se notará que sus oraciones son semejantes
a las de su Maestro en Mateo 6:9-13 y Juan 17. Son oraciones constituidas de elementos
específicos de adoración, y peticiones agudamente definidas. No tienen frases moralizantes ni
pías, sino que exponen ante Dios ciertas necesidades, pidiendo en forma sencilla que se suplan.

LA ESENCIA Y CATOLICIDAD DE LAS ORACIONES APOSTÓLICAS

Pongamos atención a la esencia de estas oraciones. Con una sola excepción, en las oraciones
apostólicas que han llegado a nosotros no encontramos súplicas que le pidan a Dios que provea
para las necesidades temporales. Tampoco piden que Dios intervenga providencialmente en
favor de quienes oran (aunque las peticiones de este tipo son legítimas cuando conservan la
adecuada proporción respecto de los intereses espirituales). Las cosas que se piden son de
naturaleza totalmente espiritual, cosas que pertenecen a la gracia.

Se pide al Padre que nos dé espíritu de entendimiento y revelación para conocerlo se le pide que
ilumine los ojos de nuestro entendimiento, de modo que podamos conocer cuál es la esperanza a
la que nos ha llamado, las riquezas de gloria de su herencia en los santos y la extremada
grandeza de su poder hacia nosotros los que creemos (Ef. 1: 17-19). Se le pide que nos conceda,
conforme a las riquezas de su gloria el ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre
interior; que Cristo habite en nuestros corazones por la fe -que conozcamos el amor de Cristo que
sobrepasa todo conocimiento, y que seamos llenos de toda la plenitud de Dios (Ef. 3:16-19). Se
pide que nuestro amor abunde más y más, que seamos sinceros e irreprochables, y que estemos
llenos de los frutos de justicia (Fil. 1:9-11); que andemos como dignos del Señor agradándole en
todo (Col. 1:10); que seamos santificados totalmente (1 Ts. 5:23).

Notemos también la catolicidad de estas oraciones. No está mal ni es poco espiritual orar por
nosotros mismos, así como no es incorrecto que supliquemos por misericordias temporales y
providenciales. Lo que quiero es, más bien, dirigir la atención a las cosas que ellos acentuaron.
Una sola vez encontramos a Pablo orando por sí mismo, y muy pocas veces por individuos en
particular (como es de esperar tratándose de oraciones que son parte del registro público de las
Santas Escrituras, aunque, sin duda, en privado oró mucho por casos individuales). En general,
acostumbraba orar por toda la familla de la fe. En esto se apegó estrechamente a la oración
modelo dada por Cristo (a la que llamo la oración familiar), la cual sólo registra la primera
persona plural: “Padre nuestro”, “dánoslo” (no solamente “dame”), “perdónanos", etc. En conse-
cuencia, encontramos al apóstol exhortándonos a perseverar “en oración por todos los
santos- (Ef. 6:18, la cursiva es mía), y en sus oraciones precisamente nos da un ejemplo de esto.
Rogó al Padre que la iglesia de Él, eso pudiera “comprender, junto con todos los santos, cuán
ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo, en fin que conozcan ese amor que sobrepasa
nuestro conocimiento” (Ef. 3:18. la cursiva es mía). ¡Qué correctivo para el egocentrismo! ¡Al
orar por “todos los santos” me incluyo a mí mismo!
UNA OMISIÓN IMPACTANTE

Finalmente, permítanme señalar una impactante omisión. Si se leen atentamente todas las
oraciones apostólicas, se notará que en ninguna de ellas se da lugar alguno a lo que es tan
prominente en las oraciones de los arminianos. Ni una sola vez encontrarnos que se pida a Dios
que salve al mundo en general, o que derrame su Espíritu sobre toda carne sin excepción. Los
apóstoles ni siquiera oraron por la conversión de toda una ciudad en donde estuviera localizada
una determinada iglesia cristiana. En esto nuevamente se conformaron al ejemplo que les fue
dado por Cristo: “No ruego por el mundo”, dijo Jesús. “sino por los que me has dado”
(Jn17:20,21). Si se objeta que allí el Señor Jesús oraba sólo por sus discípulos inmediatos, la
respuesta es que cuando extiende su oración más allá de ellos no lo hace por el mundo sino
únicamente por su pueblo creyente hasta el final del tiempo (véase Jn. 17:20,21). Por cierto,
Pablo enseña que “se hagan plegarias, oraciones, súplicas \ acciones de gracias, por toda clase de
gente: por reyes y por todas las autoridades'“ (1 Ti. 2:1,2a, mi propia traducción), y digamos, de
paso, que en esta tarea muchos son deplorablemente remisos. Pero la oración no es por la
salvación de ellos, sino “para que tengamos paz y tranquilidad, y llevemos una vida piadosa y
digna” (v. 2b). Hay mucho que aprender de las oraciones de los apóstoles.

***

CAPÍTULO 1
Hebreos 13:2,21

Esta oración es un notable epítome de toda la epístola, una epístola a la que todo ministro del
evangelio debería dedicar especial atención. No hay nada que muestra época necesite más que
sermones expositivos sobre las epístolas a los Romanos y a los Hebreos. La primera suple el
mejor material para repeler el legalismo, el antinomianismo y el arminianismo, escuelas que tan
en boga están ahora. La segunda refuta los errores cardinales del romanismo, exponiendo las
pretensiones sacerdotales de sus ministros. Hebreos provee el antídoto divino para el ponzoñoso
espíritu del ritualismo que actualmente hace tan fatales incursiones dentro de muchos sectores
del protestantismo decadente. El tema central de este bendito e importante tratado es el
sacerdocio de Cristo, el cual encierra la substancia de lo que fue prefigurado tanto por
Melquisedec como por Aarón. Hebreos demuestra que el perfecto sacrificio de Cristo, ofrecido
una vez y para siempre, ha desplazado a las instituciones levíticas y terminado con todo el
sistema judaico. Aquella oblación todo suficiente del Señor Jesús hizo expiación completa por
los pecados de su pueblo, satisfaciendo todos los requerimientos legales que la ley de Dios tenía
sobre ellos, haciendo innecesario cualquier esfuerzo de parte de ellos para aplacar a Dios.
“Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando”(Heb.
10: 14). En otras palabras, en forma infalible e irrevocable. Cristo ha apartado a los creyentes
para el servicio de Dios. El Señor lo logró mediante la plena realización de su obra perfecta.

LA RESURRECCIÓN DECLARA QUE DIOS HA ACEPTADO LA OBRA DE CRISTO


Al levantar a Cristo de los muertos y sentarlo a la diestra de la majestad en las alturas. Dios ha
dado testimonio de haber aceptado el sacrificio expiatorio de Cristo. Lo que caracterizaba al
judaísmo era el pecado. la muerte y el distanciamiento de Dios. Esto resultaba evidente en el
perpetuo derramamiento de sangre de animales ofrecidos en sacrificio. y en que la gente estaba
excluida de la presencia divina. Pero lo que caracteriza al cristianismo es un Salvador resucitado
y entronizado, el cual borró de la vista de Dios los pecados de su pueblo, consiguiendo para ellos
el derecho de entrar en su presencia: “Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús tenemos
plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha
abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo. y tenemos además un gran sumo
sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con
la plena seguridad de la fe”(Heb. 10: 19-22a). De esta manera, se nos alienta a acercamos a Dios
con plena confianza en los méritos infinitos de la sangre y de la justicia de Cristo, dependiendo
únicamente de ellos. En su oración, el apóstol solicita que todo lo que les expuso en la parte
doctrina¡ de la epístola sea aplicado en forma práctica al corazón de cada uno. A lo largo de esta
epístola, Pablo exhorta a los destinatarios a hacer suya toda la gracia y virtud de Dios, y ahora
pide que esas cosas obren poderosamente en sus vidas. Lo que haremos a continuación es
considerar el objetivo, el fundamento, la petición y la doxología de esta bendita invocación.

EL USO DISCRIMINADO DE TÍTULOS DIVINOS

La oración se dirige al “Dios de paz". Como he sugerido en algunos capítulos de mi libro


Gleanings from Paul, los apóstoles no usaban al azar los diferentes títulos con los que se dirigían
a la Deidad, sino que los escogieron con discernimiento espiritual. Los apóstoles no eran tan
pobres en palabras como para suplicar a Dios usando siempre el mismo título, ni eran tan
descuidados como para dirigirse a él usando el primer nombre que se les viniera a la mente. Por
el contrario, al acercarse a Dios escogían cuidadosamente aquel atributo de la naturaleza divina o
aquella relación particular de Dios con su pueblo, que fuesen más apropiados para la bendición
específica que buscaban. Las oraciones del Antiguo Testamento muestran el mismo principio de
discernimiento. Cuando los santos hombres de antaño buscaban fuerza, se dirigían al Poderoso.
Cuando pedían perdón, apelaban a la “multitud de sus tiernas misericordias.”Cuando clamaban
por liberación de manos de sus enemigos, lo hacían basándose en la fidelidad de su pacto.

EL DIOS DE PAZ

En el Capítulo 4 de Gleanings from Paul (pp. 41-46) discurro acerca del título “Dios de paz",
pero ahora quisiera explicarlo un poco más mediante algunas líneas de pensamiento. En primer
lugar, es un título distintivamente paulino, puesto que ningún otro escritor del Nuevo Testamento
usa tal expresión. Su uso aquí es una de las muchas pruebas de que Pablo fue el autor de esta
epístola. La expresión aparece seis veces en sus escritos (Ro. 15:33; 16:20; 2 Co. 13:11; Fil. 4:9;
1 Ts. 5:23) y aquí en Hebreos 13:20. La frase “El Señor de paz”aparece sólo en 2 Tesalonicenses
3:16. Por lo tanto, es evidente que Pablo se deleitaba de manera especial al contemplar a Dios en
este carácter particular. Y con razón, porque es un título extremadamente bendito e inclusivo, por
ese motivo también me he esforzado, conforme a la inteligencia que me ha sido concedida, por
debelar su significado. Un poco más adelante voy a sugerir por qué fue Pablo, y no otro de los
apóstoles quien acuñara esta expresión.
En segundo lugar, es un título forense que ve a Dios en su carácter oficial de Juez y que nos dice
que ahora está reconciliado con los creyentes. Significa que la enemistad y el conflicto que
existían anteriormente entre Dios y los pecadores elegidos ha llegado a su fin. Esa hostilidad
había sido producida por la apostasía del hombre respecto de su Creador y Señor. La entrada del
pecado en el mundo destruyó la armonía que había entre cielo y tierra, anuló la comunión entre
Dios y el hombre, y sembró discordia y conflicto. El pecado despertó el justo desagrado de Dios
y motivó su acción judicial. Esto produjo una alienación mutua; porque un Dios santo no puede
estar en paz con el pecado sino que está “airado contra el impío todos los días”(Sal. 7:11, RV60).
Pero la sabiduría divina preparó un camino mediante el cual los rebeldes pudieran ser restaurados
al favor de Dios sin la menor disminución de su honor. Mediante la obediencia y el sufrimiento
de Cristo la ley quedo totalmente reivindicada, siendo restablecida la paz entre Dios y los
pecadores. La gratuita operación del Espíritu de Dios vence la enemistad anidada en el corazón
de su pueblo, y los suyos son traídos a una sujeción leal hacia su Dios. De este modo se ha
eliminado la discordia y se ha creado la amistad.

En tercer lugar, se trata de un título restrictivo. Dios es “Dios de paz” únicamente para aquellos
que están unidos a Cristo en una relación salvadora, puesto que ninguna condenación hay para
aquellos que están en él (Ro. 8: 1). Pero el caso es totalmente distinto con aquellos que rehúsan
inclinarse ante el cetro del Señor Jesús y buscar protección bajo su sangre expiatoria. “El que
cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira
de Dios está sobre él”(Jn. 3:36, RV60). Notemos que no se trata de que el pecador vaya a caer
bajo la ira de Dios que la ley divina menciona, sino que ya está bajo ella: “Ciertamente la ira de
Dios viene revelándose desde el ciclo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos”
(Ro. 1: 18, la cursiva es mía). Además, en virtud de su relación corporativa con Adán, todos sus
descendientes son “por naturaleza objeto de la ira de Dios” (Ef. 13), y llegan a este mundo como
objeto del desagrado judicial de Dios. Lejos de ser -Dios de paz- para aquellos que no están en
Cristo, “Jehová es varón de guerra”(Ex. 15:3) y “es temido por los reyes de la tierra” (Sal.
76:12).

"EL DIOS DE PAZ" ES UN TÍTULO EVANGÉLICO

En cuarto lugar, esto quiere decir que el título “Dios de paz” es un epíteto evangélico. Las
buenas nuevas que sus siervos recibieron para predicarlas a todo el mundo son anunciadas como
“la paz”(Ro. 10: 15, RV60). Es muy apropiado darles ese nombre, porque así se exhibe la
gloriosa persona del Príncipe de Paz. La expresión “evangelio de la paz- también pone de relieve
la obra todo suficiente de Cristo, mediante la cual hizo “la paz mediante la sangre que derramó
en la cruz”(Col. 1:20). La tarea del evangelista consiste en explicar cómo es que Cristo lo logró.
El Señor obtuvo la paz entrando en el espantoso abismo que el pecado había abierto entre Dios y
los hombres, cargando con las iniquidades de todos aquellos que habían de creer en él, y
sufriendo la pena total que merecían esas iniquidades. Cuando el que estaba libre de todo pecado
fue declarado pecador por el bien de su pueblo, quedó bajo la maldición de la ley y bajo la ira de
Dios. En total armonía con su eterno propósito de gracia (Ap. 13:8), Dios Padre declara:
“Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío”(Zac. 13:7).
Satisfecha la justicia, Dios ha sido aplacado, y todos los que son justificados por la fe tienen “paz
con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”(Ro. 5: 1).
En quinto lugar, la expresión “Dios de paz”es, por tanto, un título de pacto, pues toda la
transacción entre Dios y Cristo fue hecha conforme a una estipulación eterna. “Y consejo de paz
habrá entre ambos”(Zac. 6:13). En la eternidad se había acordado que el buen Pastor haría
satisfacción completa por los pecados de su rebaño, reconciliando a Dios con ellos, y a ellos con
Dios. Ese pacto entre Dios y sus elegidos es denominado expresamente “pacto de paz", y su
carácter inviolable aparece en esta bendita declaración: “Porque los montes se moverán, y los
collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se
quebrantará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti”(Is. 54: 10). El derramamiento de la
sangre de Cristo fue el sello o ratificación de ese pacto, tal como se deduce de Hebreos 13:20. En
consecuencia, el rostro del Juez Supremo se vuelve benigna sonrisa al contemplar a su pueblo en
el Ungido.

En sexto lugar, el título “Dios de paz”también es un título dispensacional, y como tal tenía un
significado especial para quien lo usaba con frecuencia. Aunque judío de nacimiento y hebreo de
hebreos por educación, Pablo fue llamado por Dios a “predicar a las naciones las incalculables
riquezas de Cristo”(Ef. 3:8). Quizás este hecho indique por qué este apelativo “Dios de paz”sea
característico de Pablo; porque en tanto que los otros apóstoles ministraron y escribieron
principalmente a la circuncisión, Pablo fue primordialmente apóstol a la incircuncisión. Por eso
él, más que ningún otro, rendía adoración a Dios por el hecho de que esa paz fuese predicada a
los que estaban lejos y a los que estaban cerca (Ef. 2:13-17). Pablo recibió una revelación
especial con respecto a Cristo: “Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos [judíos y
gentiles] ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos
separaba, pues anuló la ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí
mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad al hacer la paz, para reconciliar con Dios a
ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad”(Ef. 2:14-16, los
corchetes son míos). Entonces, en virtud de haber recibido esta revelación especial, el apóstol a
los gentiles era particularmente idóneo para invocar a Dios con este título, al elevar sus súplicas
por los hebreos y por los gentiles.

Finalmente, este es un título relacional. Con esto quiero decir que está estrechamente relacionado
a la experiencia cristiana. Los santos no son solamente los sujetos de esa paz judicial que Cristo
hizo con Dios en favor de ellos, sino que también participan de hecho en la gracia divina. La
medida de la paz divina (que gozan es proporcional a la medida en que son obedientes a Dios,
porque la piedad y la paz son inseparables. La íntima conexión que existe entre la paz de Dios y
la santificación de los creyentes se demuestra en 1 Tesalonicenses 5:23, y aquí en Hebreos
13:20,21. En cada uno de estos pasajes se pide que la santidad práctica abunde, y en cada uno se
Invoca al “Dios de paz.”Cuando la santidad reinaba sobre todo el universo, también prevalecía la
paz. No hubo guerra en el cielo hasta que uno de los ángeles principales se convirtió en diablo y
fomentó una rebelión contra el trino Dios. Así como el pecado acarrea contienda y miseria, así la
santidad engendra paz de conciencia. La santidad complace a Dios, y cuando él está complacido
todo es paz. Cuánto más sea ponderada esta oración, en detalle y en forma global, más se notará
cuán apropiado es este título para Dios.

NUESTRO FUNDAMENTO: LA RESURRECCIÓN DE CRISTO


“Y el Dios de paz que trajo de vuelta de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran pastor de las
ovejas, por la sangre del pacto eterno”(Heb. 13:20, Versión inglesa King James). Considero que
la referencia que el apóstol hace a la liberación de Cristo de la tumba es el fundamento sobre el
cual el apóstol basa la petición que sigue. Creo que este es uno de los versículos más importantes
del Nuevo Testamento, así que voy a poner toda mi atención en cada una de sus palabras tanto
más si se considera que en la actualidad la gente casi no entiende parte de su maravilloso
contenido. Primero observaremos el carácter con que el Señor es presentado aquí; en segundo
lugar, examinaremos la obra de Dios, al levantarlo de los muertos; en tercer lugar, la conexión
entre esa obra y su oficio como “Dios de paz”; cuarto, cómo es que la causa meritoria de ello fue
1a sangre del pacto eterno"; y quinto, la poderosa motivación que los méritos de la obra de Cristo
producen, para alentar a los santos a acercarse confiadamente al trono de la gracia donde podrán
obtener misericordia y hallar gracia para el tiempo de necesidad. Que el Espíritu Santo se digne
ser nuestro Guía al ponderar en oración esta parte de la Verdad.

EL GRAN PASTOR DE LAS OVEJAS

Fue muy pertinente y apropiado que una epístola que se dirige mayormente a judíos creyentes
usase este título para referirse a Cristo, puesto que el Antiguo Testamento les había enseñado a
buscar al Mesías en esa función específica. Moisés y David, prominentes tipos de Cristo, fueron
pastores. En cuanto al primero se dijo: “Condujiste a tu pueblo como ovejas por mano de Moisés
y Aarón”(Sal. 77:20). Usando el nombre del segundo, Dios prometió a Israel que enviaría al
Mesías: “Y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David [esto es, su
antitipo: Cristo], él las apacentará, y él les será por pastor”(Ez. 34:23, los corchetes son míos). Es
obvio que Pablo se refería aquí a esta profecía particular, pues más abajo Ezequiel añade: “Y
estableceré con ellos pacto de paz”(v. 25). Las mismas tres expresiones son usadas en Hebreos
13:20, a saber: el Dios de paz, el gran Pastor y el pacto eterno. En tono con el tema de la epístola,
las tres expresiones se usan para refutar el concepto erróneo que los judíos se habían formado de
su Mesías. Pensaban que les aseguraría una libertad externa como la que consiguió Moisés.
Pensaban que les traería un próspero estado nacional, como el establecido por David. No se
imaginaban que el Cristo derramaría su preciosa sangre y que sería llevado a la tumba, aunque
tenían que haberlo sabido y entendido a la luz de la revelación profética.

Cuando Cristo apareció en su medio, se presentó a los judíos con ese carácter. No sólo declaró:
“Yo soy el buen pastor", sino que agregó: “El buen pastor da su vida por las ovejas”(Jn. 10: 11).
El precursor de Cristo, Juan el Bautista, anunció de esta manera la manifestación pública de
Cristo: “Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”(Jn. 1:29). Isaías 53
había anunciado al Señor Jesucristo en términos de este doble carácter (con Ez. 34 como telón de
fondo): “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas
Jehová cargó en él [es decir, en el pastor de las ovejas] el pecado de todos nosotros”(Is. 53:6, los
corchetes son míos; cf. Zac. 13:7). Ahora notemos la maravillosa concordancia que se da entre el
siguiente versículo de la profecía de Isaías (v. 7) y la oración que estamos estudiando: “como
cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no
abrió su boca”(la cursiva es mía). Notemos cómo el mismo Espíritu que inspiró a Isaías, también
impulsó a Pablo a decir en Hebreos 13:20 que Dios “trajo de vuelta de los muertos a nuestro
Señor Jesucristo, al gran Pastor de las ovejas”(la cursiva es mía). Porque el texto original no dice
“resucitó, sino “sacó de entre los muertos- (Versión Nácar-Colunga). “sacó de la muerte”(Nueva
Biblia Española), o: “volvió a traer de entre los muertos”(Versión Moderna). El hecho de que
Dios haya traído de la muerte a este gran Pastor, significa que previamente el Padre lo había
llevado a la muerte como Substituto, como cordero propiciatorio, por los pecados de sus ovejas.
¡Cuán minuciosamente adecuado es el lenguaje de la Santa Escritura y cuán perfecta es la
armonía verbal entre ambos Testamentos!

El Espíritu guió a Pedro a que en su primera epístola utilizara la misma maravillosa profecía
referida al Señor Jesús. Primero se refiere al Señor diciendo que fuimos rescatados por un
“cordero sin mancha y sin defecto”(1P.1: 18,19), después pasa a citar algunas de las expresiones
proféticas de Isaías 53, como la que habla de nosotros: “nos descarriamos como ovejas", la que
se refiere a la virtud salvadora de la obra expiatoria de Cristo: “por sus llagas fuimos nosotros
curados"; y la que habla de que al llevar nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero,
Cristo estaba cumpliendo transacciones celestiales con el Juez justo: “Pastor y Obispo de
vuestras almas”(I P. 2:24,25, RV60). Pedro fue guiado a hacer una exposición de Isaías,
retratando al Salvador como Cordero en la muerte y como Pastor en la resurrección. Era
inexcusable que los judíos no supieran del Cristo en este particular oficio. Esta ignorancia es
evidencia, si se tiene en cuenta que fue uno de sus profetas el que anunció que Dios diría:
“Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío ... Hiere al
pastor- (Zac. 13:7). Allí se presenta a Dios en su carácter judicial, como enojado con el pastor
por amor a nosotros. Puesto que él cargó con la responsabilidad de nuestros pecados, la justicia
tenía que ser satisfecha a costa suya. Ese fue “el castigo de nuestra paz”impuesto sobre él, y el
buen pastor dio su vida por las ovejas para satisfacer los justos requerimientos de Dios.

EL GRAN PASTOR

Lo expuesto arriba nos hará percibir mejor por qué el apóstol Pablo designó a Cristo como “el
gran Pastor". No sólo fue anunciado por Abel, por los pastores patriarcales; no sólo fue tipificado
por David, sino que las predicciones mesiánicas lo retrataron como el pastor de Jehová. Debemos
notar que este título muestra sus dos naturalezas, la divina y la humana, pues dice: “el pastor, . . .
el hombre compañero mío, dice Jehová”(Zac. 13:7). Como Thomas Goodwin (1600-1680 d.C.)
señaló hace algunos siglos, este título también implica todos los oficios de Cristo: su oficio
profético, “como pastor apacentará su rebaño”(Is. 40: 11; cf. Sal 23:1,2); su oficio sacerdotal, “el
buen pastor da su vida por las ovejas”(Jn. 10: 11); su oficio real, el mismo texto que lo anuncia
como pastor sobre el pueblo de Dios también lo denomina “príncipe”(Ez. 34:23,24). Cristo
mismo señala la conexión entre su oficio real y la descripción que de él se hace como pastor:
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su trono
glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros, como separa
el pastor las ovejas de las cabras”(Mt. 25:31,32). Ciertamente, él es el “gran Pastor,” todo
suficiente para su rebaño.
UN PASTOR DEBE TENER OVEJAS

"Y el Dios de paz que trajo de vuelta de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran pastor de las
ovejas, por la sangre del pacto eterno”(Heb. 13:20, Versión inglesa King James). Notemos la
relación entre Redentor y redimidos. Pastor y ovejas son términos correlativos: a nadie se le
puede llamar pastor si no tiene ovejas. La idea de Cristo como pastor necesariamente implica la
existencia de un rebaño escogido. Cristo es el pastor de las ovejas, no de los lobos (Lc. 10:3), ni
siquiera de las cabras (Mt. 25:32,33), puesto que Dios no le encomendó la salvación de ellos. En
innumerables textos a lo largo de las Escrituras se nos confronta con la verdad fundamental de la
redención particular! “Cristo no entregó su vida por todo el ganado de la humanidad, sino sólo
por el rebaño de los elegidos que el Padre le dio, tal como lo declaró en Juan 10: 14-16.26”( John
Owen).

Obsérvese también cómo este título nos sugiere su oficio de Mediador. Como Pastor no es el
Señor final del rebaño, sino el Siervo del Padre que se hace cargo y cuida de él: “eran tuyos; tú
me los diste”(Jn. 17:6). Además la siguiente frase nos mostrará qué relación tiene para con
nosotros: “nuestro [o el] Señor Jesucristo”(Heb. 13:20). Por eso, es nuestro pastor, es nuestro en
su oficio pastoral, oficio que todavía desempeña; nuestro, como aquel que fue traído desde los
muertos, porque nosotros resucitamos en él (Col. 3:1).

LA SUPERIORIDAD DE CRISTO, EL GRAN PASTOR

La frase “el gran pastor de las ovejas”acentúa la superioridad inconmensurable de Cristo sobre
todos los otros pastores que eran sólo un tipo del que habría de venir, sobre los pastores
ministeriales de Israel, así como las palabras “un gran sumo sacerdote” (Heb. 4:14) destacan la
eminencia de Cristo sobre Aarón y los sacerdotes levíticos. De la misma manera, denota su
autoridad sobre los pastores que él establece sobre sus iglesias, porque él es el “Pastor supremo”(
1 P. 5:4) con relación a todos los pastores subordinados. El es el Pastor de almas, y una de ellas
vale mucho más que todo el mundo puesto que es el valor que les asigna al redimirlas con su
propia sangre. El adjetivo gran también señala la excelencia de su rebaño: es el gran pastor de
todo un rebaño indivisible, compuesto de judíos y gentiles. Por eso, declaró: “Tengo otras ovejas
que no son de este redil (judío): y también a ellas debo traerlas. Así ellas oirán mi voz; y habrá
un solo rebaño y un solo pastor” (Jn. 10: 16, corchetes y cursiva míos). Este “solo rebaño,”este
solo redil, incluye a todos los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento (véase
también cómo el apóstol Pablo destaca esta unidad del pueblo de Dios utilizando la metáfora del
olivo en Ro. 11). La frase “el gran pastor también se refiere a sus capacidades, pues Cristo tiene
un conocimiento particular de toda y cada una de sus ovejas (Jn. 10:3) tiene la capacidad de
juntarlas, alimentarlas y curarlas (Ez. 34:11-16); y tiene el poder de preservarlas eficazmente:
“Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano”(Jn.
10:28). Entonces, cuánto debemos confiar en él, amarle, adorarle y obedecerle!

***

CAPÍTULO 2

Hebreos 13:20,21
II

"Y el Dios de paz que sacó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las
ovejas, por la sangre del pacto eterno” (RV60). Ahora tenemos que considerar cuidadosamente la
obra de Dios realizada para con nuestro Salvador, la que el apóstol Pablo usa aquí como la base
para la petición que sigue después. En el gran misterio de la redención, Dios el Padre ocupa el
oficio de Juez Supremo (Heb. 12:23). Fue él quien cargó sobre el Fiador los pecados de su
pueblo, y quien llamó a la espada para que se levantara contra el Pastor (Zac. 13:7). Fue él quien
lo recompensó y honró en gran manera (Fil. 19). “Por tanto, sépalo bien todo Israel, que a este
Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías” (Hch. 2:36; cf. 10:36). Lo
mismo ocurre con el texto que tenemos ante nosotros: la resurrección de Cristo no es considerada
como una obra del poder divino, sino de la justicia divina. Los términos que se usan indican
claramente que Dios está ejerciendo su autoridad judicial. Saldremos perdiendo si en nuestro
descuido pasamos por alto o evaluamos a la ligera los casos en que la Escritura varía su lenguaje.
Como dijimos, nuestro texto no dice que Dios “resucitó” a nuestro Señor Jesús, sino que lo “trajo
de vuelta de los muertos” (versión King James) o que lo “sacó de la muerte” (Nueva Biblia
Española). Esto nos presenta un aspecto de la verdad asombrosamente diferente y bendito, es
decir, la liberación legal del cuerpo de nuestro Fiador, que estaba prisionero en la muerte.

LA RESURRECCIÓN COMO PARTE DE UN PROCESO LEGAL

Cristo fue sometido a un proceso legal formal. Jehová cargó sobre él todas las iniquidades de sus
elegidos. En consecuencia, la ley divina lo declaró culpable. Por lo tanto, la justicia divina lo
condenó justamente y lo llevó a prisión. Como él cargaba con la culpa del pecado, Dios estaba
airado con él. Dios lo castigó hasta que pagara toda la pena impuesta por la ley. Pero pagada la
deuda, y habiéndosele infligido la pena establecida por la ley, se satisfizo la justicia y se aplacó a
Dios. Así que, Dios el Padre llegó a ser “el Dios de paz", tanto para Cristo como para sus
representados (Ef. 2:15-17). Como la ira de Dios fue aplacada y su ley fue engrandecida y
vindicada (Is. 42:21). Dios procedió a exonerar al Fiador, justificándolo y poniéndolo en libertad
(ls . 50:8: 1 Ti. 3:16). Tal cual había sido predicho: “Fue tomado de la cárcel y del juicio: y
¿quién declarará su generación? (Is. 53:8, según la versión King James). James Durbam, escribió
(1682) una excelente exposición de Isaías 53 -casi imposible de obtener en la actualidad. En su
exposición, Durham demostró en forma concluyente que Isaías 53:8 describe la exaltación de
Cristo, después de su humillación. Demostró que el término generación se usa en el sentido de
duración o continuación (tal como ocurre en Josué 22:27, “los que vendrán después” en RV60).
“Así como su humillación fue profunda, también su exaltación fue inefable; no puede ser
declarada, ni concebida adecuadamente siendo su continuación para siempre".

Condensando las palabras de Durham, su análisis de Isaías 53:8 es con sigue:

1. Aquí se afirma algo acerca de Cristo: “fue tomado (o 1evantado') de la cárcel y del juicio.” 2.
Se señala algo que no puede ser expresado: “¿quién declarará su generación [continuación]?” 3.
Para ambas cosas se ofrece una razón: “porque fue cortado de la tierra de los vivientes."

La cláusula “fue tomado de la cárcel y del juicio” no sólo nos recuerda que Cristo fue arrestado,
mantenido en custodia y llevado a juicio ante el Sanedrín y los magistrados civiles. Ante todo,
nos recuerda que los rigores de la humillación y del sufrimiento al que fue sometido Cristo, se
debieron a su comparecimiento ante el tribunal de Dios en su calidad de Esposo y Fiador legal de
su pueblo (sus ovejas, Jn. 10: 14,15). Legalmente estaba obligado a pagar las deudas del pecado
de su pueblo (puesto que había aceptado voluntariamente ser su esposo): “Por la rebelión de mi
pueblo fue herido” (Is. 53:8). Los envidiosos líderes judíos (y sus seguidores), que con manos
impías crucificaron y golpearon al Príncipe de la vida (Hch. 2:23; 3:15), no tenían ni la menor
idea de la gran transacción habida entre el Padre y el Hijo, a la cual ellos ahora daban
cumplimiento. Ellos sólo se estaban rebelando contra el Hijo de David, el popularmente
aclamado Rey de Israel (Jn. 1:49; 12:13), y lo hacían de modo congruente con la preservación de
sus propios intereses egoístas como hombres de poder, riqueza y prestigio entre los judíos. Sin
embargo, en su alta traición contra el Señor de la gloria, a quien no conocían (I Co. 18), estaban
cumpliendo lo que Dios había determinado (Hch. 2:23; 4:25-28; cf. Gn. 50:19,20). Llevaron a
juicio al Substituto designado como si fuese un criminal común.

Se puede tomar la palabra cárcel (Is. 53:8) en el sentido más general de 1 dolores y las angustias
de espíritu que el Señor Jesús padeció bajo la maldición de la ley; y juicio debe apuntar a la
horrenda sentencia que fue pronuncia sobre él.

Cristo se refería a su inminente juicio cuando dijo: “De un bautismo ten que ser bautizado; y
¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Le. 12:5 RV60). Su agonía en el huerto y su grito de
angustia en la cruz pueden atribuir a los dolores y confinamiento en la cárcel. Finalmente, la
tumba fue su prisión.

SIGNIFICADO DE LA LIBERACIÓN DE CRISTO, DE LA CÁRCEL DE LA MUERTE

En la oración “fue tomado de la cárcel y del juicio” aparece el verbo hebreo laqah, que se traduce
“fue tomado”. Esta palabra a veces significa soltar libertar, como cuando se libera a un cautivo
(véase Is. 49:24,25; y cf. Jer. 37:1 38:14; 39:14). El Fiador fue tomado o liberado tanto de la
cárcel como d juicio, de modo que “la muerte ya no tiene más dominio sobre él” (Ro. 6:9 Cristo
recibió la absolución divina, así como cuando una persona es absuelta por la corte por haber
cumplido su condena. Cristo no solamente recibió absolución, sino que fue concretamente
librado de la prisión, habiendo paga hasta el último centavo de lo que se le había demandado.
Aunque fue llevado la cárcel y a juicio, cuando cumplió con todas las demandas de la justicia,
pudo ser detenido allí por más tiempo. El apóstol Pedro lo expresó de siguiente manera: “Dios lo
resucitó, librándolo de las angustias [o “cuerdas de la muerte, porque era imposible que la muerte
lo mantuviera bajo dominio” (Hch. 2:24, cursiva y corchetes míos). Matthew Henry declara:
“Por una orden extraordinaria del cielo fue sacado de la cárcel del sepulcro; un ángel fue enviado
a quitar la piedra y a ponerlo en libertad, con lo cual fue anulado revertido el juicio contra él". En
este sentido, Thomas Manton insiste en siguiente: “así como las palabras anteriores declaran su
humillación, sufrimiento y muerte, la cláusula “y ¿quién declarará su generación?” (Is. 53:
Versión King James) significa: ¿quién declarará la gloria de su resurrección?

Manton afirma correctamente: “Mientras Cristo permaneció en el estado muerte, en realidad era
un prisionero, confinado por la venganza divina, pe cuando nuestro Fiador se levantó, fue sacado
de la cárcel” De manera muy ilustrativa Manton explica que la fuerza peculiar de la frase “sacó
de la muerte ... a nuestro Señor Jesús” (Heb. 13:20, Nueva Biblia Española) se explica con
mayor eficacia mediante el porte digno que mostraron los apóstoles cuando, e una oportunidad,
fueron arrojados ilegalmente al calabozo (Hch. 16:22ss.). Al día siguiente, los magistrados
enviaron alguaciles a la prisión para ordenarle al carcelero que los dejara en libertad. Pero Pablo
se rehusó a ser sacado “a escondidas” (16:37), y permanecieron allí hasta que los magistrados
mismos fueron: “y sacándolos, les pidieron que salieran de la ciudad” (Hch. 16:39, RV60, la
cursiva es mía). Algo similar le ocurrió a Cristo. El Señor no tuvo necesidad de escaparse de la
prisión. Así como Dios lo había “entregado” a la muerte (Ro. 8:32), así también lo “sacó de la
muerte". Manton escribe:

En realidad fue la absolución de nuestras deudas lo que él se dispuso a pagar. Algo similar
ocurrió cuando Simeón fue puesto en libertad. Cuando se cumplieron las condiciones y José
quedó satisfecho al ver a su hermano, “sacó a Simeón a ellos” (Gn. 43:23).

Fue Dios quien, en su carácter oficial de Juez de todos, puso en libertad justamente a nuestro
Sustituto. Aunque Cristo, como Fiador nuestro, era oficialmente culpable, siendo condenado por
ese motivo (Is. 53:4-8), personalmente era inocente y, por tanto, fue absuelto por su resurrección
(Is. 519-11; Heb. 4:15; 7:26-28; 9:14; 1 P. 1: 19). Al sacar a su Hijo del sepulcro, Dios estaba
diciendo que este Jesús, el verdadero Mesías, no murió por causa de sus propios pecados, sino
por los pecados de otros.

EL DIOS DE PAZ SACÓ A CRISTO DE LA MUERTE

Ahora observemos brevemente que fue en su carácter de Dios de paz que el Padre actuó cuando
“sacó de la muerte . . . a nuestro Señor Jesús” (Heb. 13:20, Nueva Biblia Española). La
obediencia perfecta y la oblación expiatoria de Cristo habían cumplido con todos los
requerimientos de la ley, habían quitado las iniquidades de aquellos por quienes habían sido
ofrecidas, y habían aplacado a Dios reconciliándolo con ellos. Mientras se mantuviera el pecado,
no podía haber paz; pero cuando el pecado fue borrado por la sangre de¡ Cordero, Dios fue hecho
propicio. Cristo hizo 1a paz mediante la sangre que derramó en la cruz” (Col. 1:20), pero
mientras permaneció en el sepulcro no hubo de ello proclamación abierta. Fue cuando Dios sacó
Cristo de los muertos que se dio a conocer al universo que su sacrificio había sido aceptado.
Mediante la resurrección de su Hijo, Dios el Padre declaró públicamente que la enemistad había
llegado a su fin y que la paz se había establecido. Allí estaba la gran evidencia y la prueba de que
Dios estaba en paz con su pueblo. Cristo había conseguido una paz honorable. “De este modo,
Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús” (Ro. 3:26). Nótese también
la relación que Cristo mantenía, cuando Dios lo libró de la muerte. Dios no lo trató como a una
persona particular, sino como a la cabeza corporativa de su pueblo. Lo trató como al “gran Pastor
de las ovejas". Así, su pueblo fue legalmente librado junto con él, de la prisión de la muerte (cf.
Ef. 15,6).

CRISTO ORÓ POR SU PROPIA LIBERACIÓN

Los Salmos arrojan mucha luz sobre la vida espiritual del Mediador, y una gran bendición
aprender en los Salmos que Cristo suplicó a Dios por propia liberación del sepulcro. El Salmo 88
habla proféticamente de la pasión del Señor Jesús. Allí vemos que Jesús dice: “Que llegue ante ti
mi oración dígnate escuchar mi súplica. Tan colmado estoy de calamidades que mi vi está al
borde del sepulcro” (vv. 2,3). Como se le habían imputado todas 1 transgresiones de su pueblo,
aquellas “calamidades” eran los dolores y las angustias que experimentó cuando sobre él se
ejecutó e infligió el castigo p los pecados de su pueblo. Su clamor prosiguió de este modo: “Me
has echa en el foso más profundo, en el más tenebroso de los abismos. El peso de enojo ha
recaído sobre mí; me has abrumado con tus olas” (vv. 6,7). Aquí se n concede una idea de lo que
sintió el Salvador en su alma mientras estuvo bajo el castigo de Dios, soportando toda la justa y
santa maldición de Dios sobre pecado. No lo podrían haber llevado a una condición más baja.
Cuando Dios ocultó el rostro, el sol dejó de alumbrar sobre él y quedó sumido en u obscuridad
total. Los sufrimientos del alma de Cristo eran como la “segunda muerte.” Sufrió en toda
plenitud lo que para él era, como Dios hombre, equivalente de una eternidad en el infierno.

El Redentor herido prosiguió diciendo: “Encerrado estoy, y no puedo salir” (v. 8, RV60), o: “Soy
como un preso que no puede escapar” (Versión Casa de Biblia). Nadie sino el Juez podía
legalmente poner en libertad a Jesús. “¿Acaso entre los muertos realizas maravillas? ¿Pueden los
muertos levantarse a da gracias?” (v. 10). En su notable exposición de este Salmo, S. E. Pierce
declaró:

Esas preguntas contienen el alegato judicial más poderoso que Cristo podía argumentar ante el
Padre, para lograr su liberación del presente estado de sufrimiento y su resurrección del poder de
la muerte. “¿Pueden los muertos levantarse a darte gracias?” Con todo, en mí realizarás
maravillas levantando mi cuerpo del sepulcro. De lo contrario, no se podrá completar la
salvación de tus elegidos, ni tu gloria podrá resplandecer plenamente en ellos. Tus maravillas no
pueden ser declaradas; los elegidos no pueden levantarse para alabarte, a no ser sobre la base de
mi resurrección.

“Yó, Señor, te ruego que me ayudes” (v. 13). Cuánta luz arroja este Salmo sobre las palabras que
el apóstol refiere a Cristo: “En los días de su vida mortal Jesús ofreció oraciones y súplicas con
fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente
sumisión” (Heb. 5:7). E el lenguaje profético del Salmo 2:8, Dios el Padre le dice a su Hijo:
“Pídenle, como herencia te entregaré las naciones. ¡tuyos serán los confines de la tierra” (la
cursiva es mía). De la misma manera, nuestro Señor primero clamó por su liberación de la
prisión del sepulcro, y luego el Padre lo -sacó” en respuesta a su clamor. Es notable cuán
perfectamente el Hijo del hombre se acomoda a nuestra total dependencia de Dios. El también,
aunque sin pecado, tuvo que orar por aquellas bendiciones que Dios ya le había prometido!

MEDIANTE LA SANGRE DEL PACTO ETERNO

En último lugar, consideremos que la gran obra de Dios de la que aquí se habla fue
realizada---por[medio del la sangre del pacto eterno.” Se ha discutido mucho el significado
exacto de estas palabras. Aunque está fuera de los límites de este estudio efectuar un análisis
completo de este tema, algunos de nuestros lectores más eruditos se disgustarían si no
ofreciéramos algunas observaciones. Por tanto, les pido que tengan paciencia y que me
acompañen mientras abordo un detalle técnico. Una lectura cuidadosa de la Epístola a los
Hebreos mostrará que en ella se habla del “pacto” (10:29), del “pacto ... superior” (8:6), de “un
nuevo pacto” (8:8), y aquí del “pacto eterno.” Aunque muchos eminentes eruditos han concluido
que en todos estos casos se hace referencia a lo mismo, no puedo estar de acuerdo con ellos. Es
obvio que Hebreos 8:6-13 toma el nuevo y superior pacto hecho con el Israel espiritual (es decir,
con la iglesia), y lo contrasta con el primer (v. 7) pacto que se describe como obsoleto (v. 13). El
primer pacto fue el que se hizo con la nación de Israel en el Sinaí (esto es, con 1srael según la
carne"). En otras palabras, el contraste es entre el judaísmo y el cristianismo bajo dos pactos
diferentes, mientras que el “pacto eterno” es la antítesis del pacto de obras hecho con Adán como
cabeza corporativa de la raza humana.

Aunque el pacto de obras fue el primero en manifestarse, el pacto eterno (o pacto de gracia), fue
el primero en origen. Cristo tiene que tener la preeminencia en todo (Col. 1: 18), por eso Dios
hizo un convenio con él antes de que Adán fuese creado. Este pacto ha sido designado de varias
maneras; se le ha llamado “pacto de la redención", o “pacto de gracia.” Mediante este pacto,
Dios hizo todos los arreglos y provisiones para la salvación de sus elegidos. Ese pacto eterno ha
sido administrado bajo diversas economías, y a lo largo de la historia humana sus bendiciones
fueron concedidas a personas de todas las épocas. Bajo el antiguo pacto (judaísmo), los
requerimientos y las provisiones del pacto eterno fueron tipificados o anticipados
particularmente por medio de la ley moral y ceremonial; bajo el nuevo pacto (cristianismo), sus
requerimientos y provisiones son determinados y proclamados por medio del evangelio. En cada
generación, a los que participan de sus bendiciones se les requiere arrepentimiento, fe y
obediencia (Is. 553). En su Outlines of Theology, el renombrado teólogo A. A. Hodge dice lo
siguiente:

En tres oportunidades, el Nuevo Testamento aplica a Cristo el título de “mediador” del pacto
(Heb. 8:6; 9:15; 12:24), pero como en cada caso el término “pacto” es calificado por el adjetivo
“nuevo” o “mejor", es evidente que la palabra “pacto” no se usa para apuntar al pacto de gracia,
sino a la nueva dispensación del pacto eterno, la cual Cristo introdujo en persona, en contraste
con la administración menos perfecta del mismo pacto, que fue introducida por la
instrumentalidad de Moisés.

CRISTO: MEDIADOR DE UN PACTO ETERNO

De manera que tomamos la expresión 1a sangre del pacto eterno” tal con suena, como si
apuntara al convenio eterno que Dios hizo con Cristo. A la 1 de las frases que le preceden en
Hebreos 13:20, es evidente que la “sangre d pacto eterno” tiene una triple relación. Primero, se
conecta con el título divino usado aquí. Históricamente, Dios llegó a ser el “Dios de paz” cuando
Cristo hizo propiciación y confirmó el pacto eterno con su propia sangre (Col. 1:2 (Desde antes
de la creación del mundo, Dios se había propuesto y planea lograr la paz entre sí mismo y los
hombres pecadores (Lc. 2:13,14). Cristo conseguiría esa paz. Toda cuestión que estuviese
relacionada con esa paz f convenida eternamente entre el Padre y Cristo. Segundo, esto apunta al
hecho de la muerte de Cristo. El derramamiento de la preciosa sangre de Cristo llevó justo Juez
del universo a restaurarlo del sepulcro y exaltarlo poniéndolo en un lugar de supremo honor y
autoridad (Mt. 28:18; Fil. 15-1 l). Puesto que Fiador había ejecutado plenamente su parte del
convenio, se le adeudaba p justicia que el Gobernante del universo lo librara de la prisión.
Tercero, es bendita frase tiene relación con el oficio de Cristo. Para llegar a ser el “gran Pastor de
las ovejas", Cristo debía derramar su sangre en favor de ella conforme a lo pactado en el
convenio. Es así como nuestro Señor Jesús reunió a los elegidos de Dios para colocarlos en el
rebaño, y ministrarles, proveerles protegerles (Jn. 10: 11, 15).

Si Dios sacó a nuestro Señor Jesús de la muerte, no fue sólo debido convenio, sino también por
sus méritos. Por tanto, la resurrección ocurre sólo a causa del “pacto” sino a causa de la “sangre”
del pacto. Como Dios Hijo, no tuvo que merecer o comprar la resurrección, puesto que suyos son
honor y la gloria; pero como mediador Dios-hombre se ganó la liberación d sepulcro como
recompensa justa por su obediencia y sufrimientos. Además, fue liberado como persona
particular sino como Cabeza de su pueblo consiguiendo así que ellos también fuesen liberados.
Si él fue restaurado del sepulcro “por la sangre del pacto eterno,” ellos tienen que ser restaurad
igualmente. Las Escrituras afirman que nuestra liberación del sepulcro no solo se debe a la
muerte de Cristo sino también a su resurrección: “¿Acaso creemos que Jesús murió y resucitó?
Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él” (1 Ts. 4:14; cf. Ro.
4:25). De este modo se le asegura a la iglesia su plena redención final. Dios le prometió
expresamente al Pastor de antaño: “Y tú también por la sangre de tu pacto serás salva; yo he
sacado tus presos de la cisterna en que no hay agua (esto es del sepulcro) (Zac. 9:11, los
corchetes son míos). Cristo “entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo ... con su
propia sangre” (Heb. 9:12) Es en base al valor infinito de esa misma sangre como nosotros
también entramos al trono celestial (Heb. 10: 19). El mismo declaró: “Porque yo vivo, vosotros
también viviréis” (Jn. 14:19).

UNA PETICIÓN BIEN FUNDAMENTADA

Ahora volvámonos a la petición misma: “Y el Dios de paz ... os haga aptos en toda obra buena
para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por
Jesucristo” (RV60). Este versículo está íntimamente relacionado a la totalidad del versículo
precedente. Entre ellos hay una bendita relación que nos inculca una enseñanza de gran
importancia práctica. Esta enseñanza se puede elaborar en forma sencilla, como sigue: Las
maravillosas obras de Dios en el pasado deben profundizar nuestra confianza en él e impulsamos
a buscar de sus manos bendiciones y misericordias para el presente. Puesto que con tanta gracia
proveyó un Pastor tan grande para las ovejas, puesto que ha sido apaciguado con nosotros (sin
que quede rasgo alguno de ira en su rostro), puesto que ha exhibido tan gloriosamente su poder y
su justicia trayendo a Cristo de vuelta de la muerte, con toda seguridad podemos contar con que
seguirá estando a nuestro favor. Día tras día debemos esperar de él todas las provisiones de
gracia que necesitamos. Aquel que resucitó a nuestro Señor es poderoso para vivificarnos a
nosotros y hacernos fructíferos para toda buena obra. Por consiguiente, miremos al “Dios de paz”
e invoquemos “la sangre del pacto eterno” cada vez que nos acerquemos al trono de
misericordia.

Dicho en forma más específica, el que Dios haya traído a Cristo de regreso de la muerte es lo que
nos garantiza infaliblemente que va a cumplir todas sus promesas a los elegidos y todas las
bendiciones del pacto eterno. Esto queda claro en Hechos 13:32-34, que dice: “Nosotros les
anunciamos a ustedes la buena nueva respecto a la promesa hecha a nuestros antepasados. Dios
nos la ha cumplido plenamente a nosotros, los descendientes de ellos, al resucitar a Jesús . . .
Dios lo resucitó ... Así se cumplieron estas palabras: [resucitándolo] Yo les daré las bendiciones
santas y seguras prometidas a David” (los corchetes son míos). Al resucitar a Cristo, Dios
cumplió la gran promesa (que virtualmente contiene la totalidad de sus promesas) que le hizo a
los santos del Antiguo Testamento, entregando así una prenda en cuando a la realización y
cumplimiento de todas las promesas futuras, y dándoles vigencia. Las “bendiciones santas y
seguras prometidas a David” son las bendiciones que Dios juró en pacto eterno (Is. 55:3). El
derramamiento de la sangre de Cristo ratificó, selló, estableció para siempre cada artículo
contenido en ese pacto. Al traerlo vuelta de la muerte, Dios ha asegurado a su pueblo que les
concede infaliblemente todos los beneficios que Cristo obtuvo para ellos mediante sacrificio.
Todas las bendiciones de regeneración, perdón, limpie reconciliación, adopción, santificación,
perseverancia y glorificación fueron dadas a Cristo para sus redimidos, y en sus manos están
seguras.

Por su obra mediadora, Cristo ha abierto un camino mediante el cual Dios puede conceder, en
armonía con toda la gloria de sus perfecciones, todas cosas buenas que fluyen de las perfecciones
divinas. Así como el consejo divino determinó que era imprescindible que Cristo muriera para
que los creyentes pudieran recibir aquellas “bendiciones santas y seguras”, de la misma forma
estableció que su resurrección era igualmente indispensable para que, viviendo en el cielo, nos
pudiera impartir esas bendiciones, que eran el fruto de su ago y la recompensa de su victoria.
Dios ha cumplido para con Cristo cada uno los artículos acordados en el pacto eterno, es decir, lo
trajo de vuelta de muerte, lo exaltó a su mano derecha, lo invistió de honor y gloria, lo sentó en
trono del mediador, y le dio un nombre que es sobre todo nombre. Y lo que Dios ha hecho por
Cristo, la cabeza, es garantía de que cumplirá también todo lo que ha prometido a los miembros
de Cristo. Es glorioso y bendito saber que todo lo nuestro, en esta vida y en la eternidad, depende
totalmente de lo que ocurrió entre el Padre y Jesucristo, es decir, que Dios el Padre recuerda y es
fiel a sus compromisos con el Hijo, y que nosotros estamos en su mano (Jn. 10:2 30). Cuando la
fe realmente hace suyo ese grandioso hecho, todo temo incertidumbre se desvanece; todo alegato
y conversación acerca de nuestra indignidad es silenciada. ¡“Digno es el Cordero” se convierte
en nuestro tema y en nuestro cántico!

ESTA MANERA DE ORAR PRODUCE ESTABILIDAD ESPIRITUAL

Cuán tranquilizante y estabilizador nos resulta considerar que nosotros tenemos un interés
personal en todos los hechos ocurridos en favor nuestro, antes de la fundación del mundo, entre
Dios el Padre y el Señor Jesucristo, y todo lo que fue negociado entre el Padre y el Hijo en y a
través de la o mediadora que llevó a cabo en este mundo. Lo único que nos puede liberar
nosotros mismos y de nuestros enemigos es la plena bendición y eficacia de salvación del pacto,
las cuales se gozan por la fe. Sólo este pacto salvífico nos hará triunfar sobre nuestra presente
corrupción. y pecados y miseria. Es a que sólo tiene que ver con la fe, porque las emociones
jamás serán la base p la estabilidad y la paz espiritual. Estas cosas sólo se obtienen
alimentándonos constantemente de la verdad objetiva, es decir, del sabio plan de la gracia divina
que se da a conocer en las Escrituras. A medida que ejercitemos la fe en ellas, a medida que
recibamos lo que se dice de los compromisos eternos entre el Padre y el Hijo, experimentaremos
la paz y el gozo. Cuanto más alimentemos nuestra fe con la verdad objetiva, más seremos
fortalecidos en forma subjetiva, es decir, emocionalmente. La fe considera cada cumplimiento
que, en el pasado, Dios hizo de sus promesas como evidencia cierta de que cumplirá, a su tiempo
y a su manera, todo lo que nos ha prometido.

Dios prometió resucitar a Cristo, y la fe considerará el cumplimiento de esta promesa como la


mejor evidencia. ¿Es cierto que el Pastor ha sido levantado de la muerte mediante la gloria del
Padre? Pues con la misma certeza todas sus ovejas serán libradas de la muerte y del pecado.
Todas serán vivificadas con novedad de vida, santificadas por el Espíritu, recibidas en el paraíso,
cuando su peregrinación haya terminado, y resucitadas con cuerpos inmortales en el último día.
***

CAPÍTULO 3
Hebreos 13:20,21
III

“Y el Dios de paz ... os haga aptos en toda buena obra para que hagáis su voluntad, haciendo él
en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo” (RV60). Como ya dijimos, este
versículo se relaciona estrechamente con el anterior. Aquí tenemos la petición que el apóstol
ofrece en favor de los santos hebreos, mientras que el versículo anterior nos entrega el
fundamento sobre el cual se basa la petición. Ya vimos cuán apropiado, poderoso y conmovedor
es ese fundamento. La súplica es presentada ante el “Dios de paz.” Se le pide que conceda la
petición en su calidad de Aquel que ha sido reconciliado con su pueblo (cf. Ro. 5: 10). Además,
dado que fue Dios el que resucitó a nuestro Señor Jesucristo, ese hecho se convierte en el mejor
fundamento para pedir que, por medio de la regeneración, vivifique a sus elegidos muertos en
pecado, que traiga a casa a los que vagan lejos, y que complete su obra de gracia en ellos. El
Padre sacó a Cristo de la cárcel de la muerte porque el Señor Jesucristo actuaba en su capacidad
de “gran Pastor de las ovejas”. Así viviría eternamente para cuidar de su rebaño. En este
momento nuestro gran Pastor suple las necesidades de cada una de sus ovejas por medio de su
intercesión en favor nuestro (Ro. 8:34; Heb. 7:25). A través de la oración está ahora dispensando
dones a los hombres, especialmente aquellos dones que promueven la salvación de los pecadores
como nosotros (Ef. 4:8ss.). Además, el mismo pacto eterno que prometió la resurrección de
Cristo también garantizó la glorificación de su pueblo. Entonces, el apóstol invoca al Padre para
que perfeccione a los santos conforme a dicho compromiso.

UNA ORACIÓN QUE PIDE SANTIDAD Y FRUCTIFICACIÓN

“El Dios de paz . . . os haga aptos en toda buena obra para que hagáis sus voluntad".
Esencialmente, esta petición pide que se le otorgue al pueblo de Dios santidad práctica y
fructificación. Aunque el pacto eterno ha sido llamado con propiedad “el pacto de la redención",
debemos recordar cuidadosamente que su meta es asegurar la santidad de sus beneficiarios.
Inspirado por el Espíritu, Zacarías clama diciendo: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel. porque
... nos envió un salvador ... al acordarse de su santo pacto ... Nos concedió que fuéramos libres
del temor, al rescatarnos del poder de nuestros enemigos [espirituales], para que le sirviéramos
con santidad en su presencia todos nuestros días” (Lc. 1:68-69,72,74-75, los corchetes son míos).
Aunque también se le ha llamado adecuadamente el” Pacto de gracia", tenemos que recordar que
el apóstol Pablo dijo: “En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual
trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir
en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza
... (Tit. 2.11-13). El gran objetivo del pacto eterno, así como el de todas las obras divinas. es la
gloria de Dios y el bien de su pueblo. No fue diseñado sólo para exhibir la magnificencia divina
sino para conseguir y promover las exigencias de la santidad divina. Dios no entró en pacto con
Cristo para poner de lado la responsabilidad humana, ni el Hijo cumplió con todos sus términos
para hacer innecesaria la vida en obediencia de sus redimidos.
Cristo no sólo aceptó propiciar a Dios, sino también regenerar a sus elegidos. Cristo no sólo se
dispuso a tomar el lugar de los elegidos para satisfacer todos los requerimientos de la ley, sino
también a escribir esa ley en sus corazones y sentimientos. Cristo no sólo se comprometió a
quitar el pecado de la vista de Dios, sino también a hacer que sus santos lo odien. Desde antes de
la creación del mundo, Cristo no sólo emprendió la tarea de satisfacer los requerimientos de la
justicia divina sino de santificar su simiente enviando al Espíritu para que habite en ellos, los
conforme a su propia imagen y los incline a seguir el ejemplo que les dejaría. Los que han escrito
últimamente sobre el pacto de gracia han insistido demasiado poco que Cristo no sólo se
comprometió con la deuda de su pueblo, sino que con su deber. Cristo obtuvo para ellos la gracia
de un corazón nuevo y un nuevo espíritu, a fin de traerlos al conocimiento del Señor, y poner el
temor de Dios en corazones, y hacerlos obedientes a su voluntad. También se comprometió con
la seguridad de ellos. De modo que si descuidan su ley y abandonan sus juicios, él visitará sus
transgresiones con vara (Sal. 89:30-36) y si retroceden y se apartan de él, ciertamente los
recuperará.

PABLO CONVIERTE UNA PROFECÍA EN ORACIÓN

"Os haga aptos ... para que hagáis su voluntad? El apóstol elevó esta petición teniendo en cuenta
los contenidos del pacto. En los capítulos anteriores se ha demostrado que la profecía del
Antiguo Testamento presentaba al Mesías prometido como Fiador de un pacto de Paz y el
“Pastor” de su pueblo. Ahora resta demostrar que también fue retratado como un pastor que
perfeccionaría a sus ovejas en santidad y buenas obras. “Mi siervo David será rey sobre ellos, y
todos ellos tendrán un solo pastor” (Ez. 37:24). El Señor declara aquí que el Israel de Dios se
uniría en tomo al Mesías como su rey. la gran simiente de David. El Mesías sería su único pastor.
En el mismo versículo se declara: “Y andarán en mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los
pondrán por obra". Así que, habiendo descrito a Dios como el “Dios de paz” que sacó a nuestro
Señor Jesús del dominio de la muerte “mediante la sangre del pacto eterno”, ahora Pablo pide
que Dios obre en sus ovejas haciendo “lo que es agradable delante de él por Jesucristo”. Porque
si bien Dios ha prometido hacer esto, también declara: “Aún seré solicitado por la casa de Israel,
para hacerles esto” (Ez. 36:37). El pueblo de Dios tiene el deber ineludible de orar por el
cumplimiento de sus promesas (considérense las diversas peticiones del Padrenuestro). Vemos,
pues, que esta amplia oración, inspirada por el Espíritu, no solamente es un epítome del
contenido de toda esta epístola sino también un resumen de las profecías mesiánicas.
LA FE EN UN DIOS RECONCILIADO DESPIERTA DESEOS DE BUSCAR SU
GLORIA

"Y el Dios de paz ... os haga aptos en toda buena obra para que hagáis su voluntad” (RV60). Una
petición como esta sólo puede ser ofrecida cuando uno contempla a Dios como al “Dios de paz---
. Para que realmente pueda haber un verdadero deseo de glorificar a Dios, la fe primero tiene que
tenerlo por reconciliado con nosotros, pues mientras se mantenga un sentimiento de horror al
pensar en Dios, o un miedo servil ante la mención de su nombre, es imposible que le sirvamos o
hagamos lo que es agradable ante sus ojos. “En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios”
(Heb. 11:6), y la fe es algo totalmente opuesto al terror. Tenemos que estar seguros de que Dios
ya no es un enemigo, sino nuestro amigo, antes de que la gratitud del amor pueda hacernos correr
en dirección de sus mandamientos. Esa seguridad sólo llega cuando comprendemos que Cristo ha
quitado nuestros pecados y satisfecho todo lo que la ley de Dios exigía de nosotros. “Ya que
hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (Ro. 5:1). Cristo obtuvo una perfecta y eterna paz “mediante la sangre de su cruz”
(Col. 1:20). En base a este sacrificio, Dios ha hecho un “pacto eterno, totalmente re-lamentado y
seguro” (2 S. 23:5, Versión Popular) con todos los que se rinden al yugo de Cristo y confían en
su sacrificio. Esto tiene que ser abrazado por la fe, antes de que haya una búsqueda confiada de
la necesaria gracia suya.

Hay todavía otro ángulo desde el cual podemos percibir lo adecuado de este pedido dirigido al
“Dios de paz” en el que le pedimos que nos perfeccione en toda buena obra para hacer su
voluntad. El hacer la voluntad de Dios es sumamente esencial para que en la práctica disfrutemos
de su paz. “Mucha paz tienen los que aman tu ley- (Sal. 119:165), porque los caminos de la
sabiduría 1. son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz” (Pn 3:17). Por eso, es totalmente
inútil esperar tranquilidad de corazón si dejamos los caminos de la sabiduría para seguir por los
caminos de la autocomplacencia. Ciertamente, no lograremos paz de conciencia mientras
mantengamos algún pecado conocido. El camino a la paz es el camino de la santidad: “Paz y
misericordia descienden sobre todos los que siguen esta norma” (Gá. 6:16). A menos que
sinceramente resolvamos y procuremos hacer aquellas cosas que son agradables a la vista de
Dios, en nuestro interior habrá un estado de turbación e inquietud, no de paz. Al Hijo encarnado
pertenece el título “el Príncipe de paz”, y este título tiene un significado espiritual más profundo
de] que normalmente se percibe. El podía decir: “siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29), y por eso
gozaba de una calma no perturbada. ¡Qué impactantes eran esas palabras: “La paz les dejo, mi
paz les doy"! (Jn. 14:27, la cursiva es mía).

PABLO PIDE QUE LOS SANTOS SEAN FORTALECIDOS EN SUS


RESPONSABILIDADES

"Y el Dios de paz ... os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su ). Esta petición pone
ante nosotros el lado humano de la vida. lo que el apóstol Pablo pide en favor de los santos tiene
que ver con las responsabilidades que ellos tenían que cumplir, y para lo cual era imperativo que
contaran con la ayuda divina. El pacto eterno anticipó la entrada de] pecado, por lo cual no sólo
proveyó para que el pecado fuese quitado sino para que la justicia eterna sea una realidad. Esa
justicia es la obediencia perfecta de Cristo, con la que fue honrada y magnificada la ley divina.
La perfecta justicia de Cristo es imputada a todos lo que creen, pero nadie puede creer con fe
salvadora hasta que el Espíritu implante un principio de justicia en su alma (Ef 4:24). Esa nueva
naturaleza o principio de justicia se manifiesta en la realización de buenas obras (Ef. 2: 10). No
tenemos derecho de hablar de] Señor Jesús como del “Señor nuestra justicia” hasta que
personalmente seamos hacedores de justicia (1 Jn. 2:29). ¡El pacto eterno de ninguna manera
hace innecesario que los que participan de sus beneficios practiquen la justicia, sino que suple los
motivos más prácticos y poderosos para movemos en esa dirección! La fe obra por amor (Gá.
5:6), siendo su propósito agradar a Dios.

Cuánto más guiadas sean nuestras oraciones por las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, tanto
más estarán marcadas por estas dos cualidades: Los preceptos divinos se transformarán en
peticiones que, a su vez, fundamentaremos en el carácter y las promesas divinas. Al meditar en la
ley de Dios. el salmista declara: “Tú encargaste que sean muy guardados tus mandamientos. Pero
al estar consciente de su propio fracaso, añadió: “¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos para
guardar tus estatutos! (Sal. 119:4,5). El salmista no se limitó a lamentar los impedimentos que su
pecado levantaba; al contrario, clamo:

"Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos ... Guíame por la senda de tus mandamientos,
porque en ella tengo mi voluntad- (Sal. 119:33,35). De la misma manera, al establecer su casa
delante de] Señor, David alegó la promesa divina: “Ahora pues, Jehová Dios. confirma para
siempre la palabra que has hablado sobre tu siervo y sobre esta casa y haz conforme a lo que has
dicho” (2 S. 7:25, la cursiva es mía, véase también 1 R. 8:25,26. 2 Cr. 6:17). Al familiarizarnos
más con la palabra de Dios, descubrimos los detalles del elevado nivel de conducta que se nos
exige. Esto debería llevamos a ser más definidos y diligentes en buscar gracia para cumplir
nuestras diversas tareas. Al familiarizarnos más con el “Padre misericordioso” (2 Co. 1:3) y con
sus “preciosas y magníficas promesas” (2 P. 1:4), confiaremos de que él suplirá nuestras
necesidades.

UNA ORACIÓN QUE PIDE LA RESTAURACIÓN DEL VIGOR ESPIRITUAL

"Y el Dios de paz ... os haga aptos en toda obra buena". La palabra griega del texto original que
aquí se traduce “haga aptos” es katartizo, que Reinier Schippers define como ordenar,
fundamentar preparar equipar, y también reparar restablecer (véase L. Coenen, E. Beyreuther y
H. Bieternhard, Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Salamanca: Sígueme, 1980, vol.
III, p. 346). La NV195 traduce: “los capacite". Esto debe contrastarse con la palabra teleioo
usada en Hebreos 2:10; 10:1,14; 11:40, que según el mismo Schippers significa llevar a la
plenitud, hacer perfecto (op. cit., vol. III, p. 79,83). La palabra de nuestro texto, katartizo, se usa
para describir el trabajo que Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, estaban haciendo cuando
Cristo los llamó al ministerio: estaban “remendando las redes- (Mt. 4:2 l). En Gálatas 6:1, Pablo
utiliza esta palabra para hacer una exhortación: “Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado,
ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde . . .” (la cursiva es mía).
De manera que era muy adecuado aplicar esta palabra a cristianos hebreos que tenían una
verdadera necesidad de' ser advertidos en contra de la apostasía. Después de haber creído en el
evangelio habían encontrado tan enardecida oposición de parte de los judíos que ahora se
encontraban tambaleando en su fe (Heb. 4:1. 6:11,12: 10:23. etc.). Como dijimos al principio de
nuestra exposición, esta oración no sólo resume la totalidad de la instrucción doctrinal de la
epístola, sino también sus exhortaciones. Los hebreos habían vacilado y caído (Heb. 12:12); el
apóstol ora aquí por su restauración. Los diccionarios (tales como el de Liddell y Scott, p. 910)
nos dicen que katartizo (que la RV60 tradujo “haga aptos” ) literalmente hace referencia a la
reubicación de un hueso dislocado. ¿No ocurre lo mismo con los creyentes? Una triste caída
quiebra su comunión con Dios, y nada que no sea la mano del Médico divino puede reparar el
daño. Esta oración es para todos nosotros, pues pide que Dios rectifique cada una de nuestras
capacidades para hacer su voluntad, y que nos enderece para su servicio cada vez que tengamos
necesidad de ello.

Notemos cuán inclusiva es esta oración: “Os haga aptos en toda obra buena". Como Gouge lo ha
señalado, “todos los frutos de santidad van en dirección a Dios, y los de justicia en dirección a
los hombres". La regla que Dios ha puesto ante nosotros no nos permite mantener áreas
reservadas: Se
requiere que amemos a Dios con todo nuestro ser, que seamos santificados en todo nuestro
espíritu, alma y cuerpo, y que en todas las cosas crezcamos en Cristo (Dt. 6:5; Lc. 10:27; Ef.
4:15; 1 Ts. 5:23). El objetivo que debemos alcanzar es nada menos que la perfección en “toda
obra buena". Aunque en esta vida no podremos alcanzar la perfección absoluta, lo que se
demanda de nosotros es la perfección de la sinceridad, es decir, que lo intentemos honestamente,
que hagamos un esfuerzo genuino por agradar a Dios. La mortificación de nuestros apetitos, el
sometimiento a Dios en las pruebas, y la práctica de una obediencia imparcial y universal,
siempre son todos ellos deberes obligatorios para nosotros. Nosotros mismos somos incapaces de
cumplir con nuestras obligaciones; por eso tenemos que orar continuamente, para recibir la
gracia que nos capacite para llevarlas a cabo. No sólo dependemos de Dios para poder iniciar
nuestras buenas obras, sino también para continuarlas y progresar en ellas. Emulemos a Pablo,
quien dijo: “No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo
adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no
pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás
y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el
premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Fil. 3:12-14).

EL CONOCIMIENTO ADQUIRIDO POR REVELACIÓN DIVINA NOS EXIGE


OBEDIENCIA

"Os haga aptos para toda obra buena". Que Aquel que nos ha dado a conocer cómo piensa, ahora
nos incline eficazmente para actuar de modo que lo pongamos por obra, para que hasta el fin
continuemos siendo solícitos en nuestras obligaciones como pueblo redimido. No es suficiente
que conozcamos su voluntad; es preciso que la pongamos en práctica (Lc. 6:46; Jn. 13:17).
Mientras más la practiquemos, mejor la entenderemos (Jn. 7:17) y comprobaremos su excelencia
(Ro. 122). La voluntad de Dios que debemos poner por obra no es la voluntad secreta de Dios,
sino su voluntad revelada o preceptiva. es decir, se nos pide practicar las leyes y estatutos de
Dios (Dt. 29:29). La voluntad revelada de Dios debe ser nuestra única regla de conducta. Muchas
de las cosas que hacen los cristianos, que si bien son admiradas y aplaudidas por sus semejantes
no son más que “culto a la voluntad", no son más que andar en base a “mandamientos de
hombres” (Col. 2:20-23). Los judíos le agregaron sus propias tradiciones a la ley divina,
instituyendo ayunos y fiestas de invención propia. Los papistas que se engañan con sus
austeridades corporales. devociones idólatras y esquilmantes pagos, son culpables de lo mismo.
Algunos protestantes que se inventan privaciones y ejercicios supersticiosos tampoco están
limpios de este mal romano.

"Haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él". Estas palabras confirman lo que
acabamos de decir, que lo único que es aceptable para Dios es aquello que se ajusta a la regla que
él mismo ha establecido. Las palabras “delante de él” demuestran que Dios mira y evalúa cada
una de nuestras obras. Al consultar otros pasajes, hallamos que a Dios sólo le agradarán las obras
que él nos ha encomendado hacer y que son hechas en su temor (Heb. 12:28). Solamente
aceptará las que proceden del amor (2 Co. 5:14) y que se hacen con la única intención de
glorificarlo a él (1 Co. 10:3 l). No debemos tener otra meta ni otro esfuerzo que no sea este:
“Que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda
buena obra” (Col. 1: 10). Sin embargo, para poder hacer esto necesitamos que Dios nos capacite.
¡Qué golpe a la autosuficiencia y a la autoglorificación es la frase: “haciendo él en vosotros"!
Aun después de ser regenerados dependemos totalmente de Dios. A pesar de la vida, la luz y la
libertad que nos ha dado, no tenemos fuerza propia para hacer lo que pide. Cada uno debe
reconocer: “Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo” (Ro. 7:18).

AQUÍ TENEMOS UNA VERDAD QUE DESTRUYE EL ORGULLO

Ciertamente esta es una verdad que nos hará humildes. Es un hecho que por sí mismos los
cristianos son incapaces de cumplir con su deber. Aunque el amor de Dios ha sido derramado en
sus corazones y les ha sido comunicado un principio de santidad (o nueva naturaleza), no
obstante. son incapaces de hacer el bien que ardientemente desean hacer. No sólo desconocen
todavía muchos requerimientos de la voluntad revelada de Dios, sino que el pecado que habita en
ellos se resiste y trata de inclinar sus corazones en dirección contraria. Por lo tanto, es imperativo
que diariamente busquen en oración que Dios les dé de su gracia. Aunque están ciertos de que el
Señor completará su buena obra en ellos (Fil. 1:6), eso no quita la necesidad de clamar: “Clamo
al Dios Altísimo, al Dios que brinda su apoyo” (Sal. 57:2). El privilegio de la oración tampoco
nos libra de la obligación de obedecer. Al contrario, en la oración hemos de pedirle que nos
fortalezca para cumplir con las tareas que requiere de nosotros. La bendición del acceso a Dios
no tiene el propósito de eximirnos del uso regular y diligente de todos los medios que Dios ha
señalado para nuestra santificación práctica. Su propósito es más bien damos la oportunidad de
buscar la bendición divina en el uso de todos los medios de gracia. Nuestra responsabilidad es
pedir a Dios que obre en nosotros “tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena
voluntad” (Fil. 2:13). Nuestro deber es no apagar el Espíritu por negligencia o desobediencia,
especialmente después de haber orado pidiendo su dulce influencia (1 Ts. 5:19). Nuestro deber es
usar la gracia que ya nos ha dado.

"Haciendo él en vosotros lo que es agradable. .. por [medio de] Jesucristo". Aquí hay una doble
referencia: (1) se habla de la obra de Dios en nosotros, y (2) de su aceptación de nuestras obras.
Dios obra a través del Salvadon El Dios de paz no nos comunica ninguna gracia que no sea por y
a través de nuestro Redentor. Todo cuanto Dios hace en favor nuestro lo hace por amor a Cristo.
Toda operación del Espíritu Santo en nosotros es fruto de la obra meritoria de Cristo, porque fue
él quien procuró el Espíritu por nosotros (Ef. 1:13,14; Tit. 3:5,6) y en la actualidad envia su
Espíritu a nosotros (Jn. 15:26). Toda bendición espiritual que se nos concede es consecuencia de
la intercesión de Cristo en favor nuestro. Cristo no es solamente nuestra vida (Col. 3A) y nuestra
justicia (Jer. 23:6), sino también nuestra fuerza (Is. 45:24). “De su plenitud todos hemos recibido
gracia sobre gracia” (Jn. 1:16). Los miembros de su cuerpo místico dependen totalmente de la
Cabeza (Ef. 4:15,16). Si nosotros llevamos fruto es por nuestra comunión con Cristo, por
permanecer en él (Jn. 15:5). Es muy importante que tengamos una comprensión clara de esta
verdad, si Jesucristo va a tener el lugar que le corresponde en nuestros pensamientos y afectos.
La sabiduría de Dios ha dispuesto las cosas de tal manera que cada persona de la Deidad es
exaltada en la estima del pueblo de Dios. El Padre como fuente de gracia, el Hijo en su oficio de
mediador, como canal a través del cual fluye toda gracia hacia nosotros, y el Espíritu Santo como
el que hace entrega de la misma.

DIOS ACEPTA NUESTRAS OBRAS Y ORACIONES EN BASE A LOS NIERITOS


INFINITOS DE CRISTO
Pero las palabras “por (medio de) Jesucristo” también tienen una relación inmediata con la frase
“lo que es agradable delante de él” (Heb. 13:20, RV60). Aunque nuestras obras sean buenas y
sean hechas por Dios en nosotros, todavía son imperfectas por estar contaminadas por el
instrumento que las realiza, así como un vidrio empañado o polvoriento atenúa la más pura de las
luces que pasa a través de él. Pero aunque nuestras obras sean defectuosas, Dios las acepta
cuando son hechas en el nombre de su Hijo. Nuestros mejores logros tienen defectos y son
insuficientes para alcanzar la excelencia de los requerimientos que demanda la santidad de Dios,
pero sus defectos son cubiertos por los méritos de Cristo. De igual manera, Dios acepta nuestras
oraciones porque nuestro gran Sumo Sacerdote les agrega “mucho incienso” para ofrecerlas
luego en el altar de oro delante del trono (Ap. 8:3). Ofrecemos “sacrificios espirituales que Dios
acepta por medio de Jesucristo- (1 P. 2:5). Dios es “en todo alabado por medio de Jesucristo”
solo (1 P. 4:11). Por tanto, al Mediador no sólo le debemos el perdón de nuestros pecados y la
santificación de nuestra vida, sino el que Dios acepte nuestro culto y servicio imperfectos.
Spurgeon lo expresó adecuadamente en sus comentarios diciendo: “¡Somos absolutamente nada!
Nuestra bondad no es nuestra".

UNA DOXOLOGÍA

"Al cual sea la gloria por los siglos. Amén” (Heb. 13:2 1, RV60). El apóstol buscaba la gloria de
Dios. ¿Cómo debemos glorificarlo? Lo glorificamos andando en obediencia, haciendo su
voluntad, haciendo las cosas que son agradables ante sus ojos, y adorándolo. La construcción de
esta oración gramatical nos da dos posibilidades, una es adscribir esta alabanza al “Dios de paz",
a quien se dirige la oración, la otra es pensar que se dirige al “gran Pastor de las ovejas---, quien
es el antecedente más cercano del pronombre “al cuaF. Puesto que la gramática permite ambas
cosas, y dado que la analogía de la fe nos instruye incluir tanto al Padre como al Hijo en nuestra
adoración, rindamos a ambos la gloria. Dios trajo a nuestro Señor Jesús de vuelta de la muerte, es
fiel a los compromisos que asumió en el pacto eterno, nos provee de toda la gracia que
recibimos, y acepta nuestra pobre obediencia “por Jesucristo". Por todo esto, alabemos a Dios
como al---Diosde paz". Adoremos también al Mediador, porque es “nuestro Señor Jesús", el que
nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, porque es “el gran pastor de las vejas", quien
cuida y ministra a su rebaño; porque con su preciosa sangre ratificó el pacto; y porque sus
méritos e intercesión hacen posible que nosotros y nuestro servicio sean “agradables” ante el
Supremo. “Amén.” ¡Qué así sea! ¡Qué las alabanzas a un Dios redentor y propicio resuenen por
la eternidad!

***

CAPÍTULO 4
1 Pedro 13-5
Parte 1

Ciertos dispensacionalistas radicales afirman e insisten en que las últimas siete epístolas del
Nuevo Testamento (de Hebreos a Judas) no son para todos los miembros del cuerpo místico de
Cristo, sino que son enteramente judías, en el sentido de que las escribieron los apóstoles a la
circuncisión teniendo en cuenta exclusivamente a los judíos. Una afirmación tan descabellada y
malvada no puede ser más que una ficción inventada por ellos mismos. En la Escritura no hay
una sola palabra que apoye semejante afirmación. Al contrario, estas mismas epístolas contienen
muchos elementos que repudian claramente ese punto de vista. De igual manera uno podría decir
que las epístolas de Pablo “no son para nosotros” (los santos del siglo veinte) porque fueron
dirigidas a grupos de creyentes en Roma, Corinto, Galacia, etc. No es posible saber la identidad
de los cristianos a quienes fue dirigida originalmente la epístola a los Hebreos. Sin embargo, es
de vital importancia reconocer que la epístola está dirigida a personas que tienen “parte en el
mismo llamamiento celestiar” que nosotros (Heb. 3:1, la cursiva es mía), algo que de ninguna
manera pertenecía a la nación judía como un todo. Aunque la epístola de Santiago fue escrita a
“las doce tribus que se hayan dispersas por el mundo", estaba dirigida a aquellos integrantes
suyos que habían nacido de Dios (Stg. 1:18). Las epístolas de Juan son claramente las cartas de
un padre en Cristo a sus queridos hijos (1 Jn. 2:12; 5:21), y como tales trasmiten el cuidado
solícito que el Padre celestial tiene por los suyos, es decir, a los que tienen a Jesucristo por
abogado (1 Jn. 2:1). La epístola de Judas también es de carácter general, dirigida a “los que son
amados por Dios el Padre, guardados por Jesucristo y llamados a la salvación” (v. l).

AQUELLOS POR QUIENES PEDRO OFRECE ESTA DOXOLOGÍA

La primera epístola de Pedro se dirige “a los elegidos, extranjeros dispersos por el Ponto,
Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1 P. 1:1). La versión “Casa de la Biblia” traduce más
literalmente: “a los elegidos que peregrinan dispersos por el Ponto .” . “, es decir, a judíos que
han emigrado de Palestina, que residen en países gentiles (cf. Jn. 7:35). Es preciso aclarar, sin
embargo, que no debemos limitar el término extranjeros o la frase que peregrinan a su sentido
literal, sino que también se debe respetar su significado figurado y su aplicación espiritual. No se
refiere estrictamente a los descendientes físicos de Abraham, sino más bien a su simiente
espiritual que participaba del llamamiento celestial, y que como tal estaba lejos de su patria. Los
patriarcas confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente
dieron a entender que andaban en busca de una patria . . . una patria mejor [que la de Canaán], es
decir, la celestial” (Heb. 11:13-16, los corchetes son míos). Incluso David, cuando reinaba sobre
Jerusalén, hizo un reconocimiento similar: “En esta tierra soy un extranjero” (Sal. 119:19).
Todos los cristianos son extranjeros en esta tierra; porque si bien “mantenemos siempre la
confianza", “mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor” (2 Co. 5:6). La
ciudadanía de ellos está en el cielo (Fil. 3:20). De manera que Pedro escribió a peregrinos
espirituales (residentes temporales), a personas que habían renacido para una herencia reservada
para ellos en el cielo (I P. 1-4).

Además, no todos estos extranjeros espirituales eran del linaje natural de Abraham. La epístola
misma contiene evidencia de que, aunque había una mayoría judía, no todos lo eran. En 2:9, por
ejemplo, Pedro afirma que Dios los había sacado de las tinieblas y los había introducido en su luz
admirable. En el siguiente versículo los describe con las siguientes palabras: -Ustedes antes ni
siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero
ahora ya la han recibido” (2:10). Estas palabras describen precisamente el caso de los creyentes
gentiles (cf. Ef. 2:12,13). Pedro cita Oseas 1:9, 10 (donde la frase “hijos de Israel” del v. 10
apunta al Israel espiritual). Romanos 9:24,25 nos da la interpretación definitiva de ese pasaje:
“ésos somos nosotros, a quienes Dios llamó no sólo de entre los judíos, sino también de entre los
gentiles. Así lo dice Dios en el libro de Oseas: Llamaré «mi pueblo» a los que no son mi pueblo".
Nuevamente, 1 Pedro 4:3 les recuerda a los destinatarios: “Pues ya basta con el tiempo que han
desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos [lit. a los gentiles], entregados al
desenfreno. a las pasiones, a las borracheras, a las orgías, a las parrandas y a las idolatrías
abominables". El último tipo de transgresión solamente podía referirse a los gentiles, porque los
judíos (considerados como nación) no habían vuelto a caer en la idolatría desde el cautiverio
babilónico.

LA OPACIÓN MISMA

Al examinar juntos la oración contenida en 1 Pedro 1:3-5, consideremos ocho aspectos: (1) su
contexto, para que percibamos quiénes son todos los que están incluidos en las palabras “nos ha
hecho nacer de nuevo-; (2) su naturaleza, una doxología (“Alabado sea Dios”); (3) a quién se
dirige: “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo”; (4) su argumento: “su gran misericordia”; (5)
su incentivo: “nos ha hecho nacer de nuevo ... para que tengamos una esperanza viva”; (6) su
reconocimiento: “mediante la resurrección de Jesucristo”; (7) su sustancia: “una herencia
indestructible incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para
ustedes”; y (8) su garantía: “a quienes el poder de Dios protege mediante la fe". Aquí hay
muchas cosas de interés y de profunda importancia. Por eso, sería un error de nuestra parte
despedir apresuradamente un pasaje como este, haciendo solamente algunas observaciones
generales, especialmente si se tiene en cuenta que contiene una enorme riqueza de gozosas
reflexiones espirituales que edificarán la mente y moverán la voluntad y los afectos de todo santo
que medite adecuadamente en él. Quiera Dios que abordemos este texto conscientes de su altura
espiritual, para que así afecte nuestra vida debidamente.

En primer lugar, consideremos su contexto. El apóstol ofrece una doxología por gente que el
versículo 1 describe conforme a sus circunstancias literales y figuradas. Luego se les describe
por sus características espirituales: “a los elegidos. . . según la previsión de Dios el Padre,
mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su
sangre” (v. 2). Esa descripción se ajusta a todos los regenerados de todos los tiempos. Cuando se
la conecta con la elección, la “previsión” o “presciencia” (RV60) de Dios no se refiere a su
conocimiento eterno y universal, ya que este abarca a todos los seres y acontecimientos, pasados,
presentes y futuros, lo cual incluye a elegidos y no elegidos. Por consiguiente, aquí no se hace
ninguna alusión al conocimiento por el cual Dios previó de antemano que creeríamos, o a alguna
otra virtud de parte nuestra. El término previsión alude más bien a la fuente u origen de la
elección, es decir, a la inmerecida buena voluntad y aprobación de Dios. Es por esto que las
traducciones modernas vierten el original de esta manera: “a los elegidos ... objeto del designio
de Dios” (Casa de la Biblia), “a los elegidos ... conforme al proyecto de Dios “ (Nueva Biblia
Española). En cuanto a este uso de la palabra conocer véanse los siguientes pasajes: Salmo 1:6;
Amós 3:2; 2 Timoteo 2:19. Para un sentido semejante de la palabra presciencia, véase Romanos
11:2. Por eso, la frase: “a los elegidos. .. según la previsión de Dios” quiere decir que los así
descritos habían sido amados de antemano por él y que fueron objetos de su eterno favor e
inalterable deleite, al verlos en forma anticipada en Cristo, habiéndonos concedido su gracia “en
el Amado” (Ef. 1:6).

LA OBEDIENCIA ES LA MARCA INDISPENSABLE DE LA OBRA SALVADORA DEL


ESPIRITU
“Mediante la obra santificadora del Espíritu” (I P. 1:2). Nuestra elección por parte de Dios el
Padre tiene lugar por medio de la efectiva obra de gracia que el Espíritu opera en nosotros (véase
2 Ts. 2:13). La frase “mediante la obra santificadora del Espíritu” se refiere a su obra
regeneradora, por la cual somos vivificados (vueltos a la vida), ungidos y consagrados para Dios.
La idea que subyace debajo del término santificación casi siempre es la de separación. El nuevo
nacimiento nos diferencia de aquellos que están muertos en pecado. Las palabras “para
obedecer” (I P. 1:2) quiere decir que el llamamiento eficaz del Espíritu nos pone bajo el llamado
autoritativo del evangelio (véase el v. 22 y Ro. 10:1,16) y por consiguiente bajo sus preceptos.
La elección nunca promueve el libertinaje; siempre produce santidad y buenas obras (Ef. 1:4;
2:10). A través de la regeneración, el Espíritu nos trae a una nueva vida de voluntaria sumisión a
Cristo, no a una vida de autocomplacencia. Cuando el Espíritu santifica un alma, lo hace para
que sea capaz de adornar el evangelio mediante una vida de obediencia. Es mediante su
obediencia que el cristiano da muestras de que Dios lo eligió, porque antes era uno de “los que
viven en la desobediencia” (Ef. 5:6). Mediante su nueva vida de obediencia, el creyente da
pruebas de la obra sobrenatural del Espíritu en él.

"Redimidos por su sangre” (I P. 1:2), o más literal: “rociados con la sangre de


Jesucristo- (RV60). Es importante que sepamos diferenciar entre el rociamiento y el
derramamiento de la sangre de Cristo (Heb. 9:22). El derramamiento se dirige a Dios; mientras
que el rociamiento se aplica al creyente, con lo cual obtiene perdón y paz de conciencia (Heb.
9:13,14; 10:22). La sangre rociada de Cristo hace que su servicio sea aceptable a Dios (I P. 2:5).

Una lectura cuidadosa de toda la epístola mostrará que estos santos estaban atravesando por
severas pruebas (véase 1 P. 1:6,7; 2:19-21; 3:16-18, 4:12-16; 5:8,9). Los destinatarios de la carta
se componían de una mayoría judía que era severamente oprimida y perseguida, no tanto por el
mundo profano como por sus propios hermanos según la carne. El caso de Esteban, y lo que
Pablo sufrió a manos de ellos (2 Co. 11:24-26), muestra cuán amargo y enardecido era el odio
que los judíos incrédulos les tenían a sus compatriotas cristianos. Para alentarlos, Pablo les
recuerda a sus hermanos hebreos las persecuciones que ya habían soportado por amor a Dios:
“Recuerden aquellos días pasados cuando ustedes, después de haber sido iluminados, sostuvieron
una dura lucha y soportaron mucho sufrimiento. Unas veces se vieron expuestos públicamente al
insulto y a la persecución; otras veces solidarizaron con los que eran tratados de igual manera . . .
les confiscaron sus bienes” (Heb. 10:32-34). Cuando se entiende este hecho, se comprende mejor
muchos de los detalles del libro de Hebreos. Además, nos ayuda a entender por qué Pedro tiene
tanto que decir sobre las aflicciones y por qué se refiere tantas veces a los sufrimientos de Cristo.
Sus hermanos necesitaban un estímulo que los fortaleciera para perseverar heroicamente en
medio de los sufrimientos. Por eso, Pedro insistió en aquellos aspectos de la verdad divina que
mejor se adaptaban para apoyar al alma, fortalecer la fe, inspirar la esperanza y producir
constancia y buenas obras.

ESTA ORACIÓN ES UNA DOXOLOGÍA, UNA ALABANZA A DIOS

En segundo lugar, examinemos su naturaleza. Es un tributo de alabanza. “En esta oración el


apóstol no está pidiéndole nada a Dios, sino que más bien le ofrece adoración! No sólo tenemos
el deber de presentarle nuestras necesidades, sino que tenemos el privilegio y deber de adorarle.
En efecto, lo uno debería ir siempre acompañado de lo otro. Pablo exhorta de esta manera: .,sean
conocidas vuestras peticiones delante de Dios ... con acción de gracias” (Fil. 4:6, RV60). Y esto
viene precedido por la exhortación: “Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!” (v. 4).
El regocijo se expresa dándole gracias a Dios, y dándole gloria. Si la generosidad de Dios toca
mi vida, no podré menos que bendecir a la fuente de ella. 1 Pedro 1:2 menciona algunos de los
más notables e incluyentes beneficios divinos, y esta exclamación es la forma en que el corazón
del apóstol Pedro reacciona ante la asombrosa gracia que Dios le ha demostrado a él y a sus
hermanos. En esta doxología particular Pedro reconoce los inestimables favores que Dios ha
concedido a sus elegidos, tal como se explica en el versículo 3. Cuando el apóstol reflexiona en
las gloriosas bendiciones conferidas a pecadores que merecen el infierno, su corazón salta en
ferviente adoración hacia el benigno autor de ellas.

Así debería ser, y así tiene que ser con los cristianos de la actualidad. Dios no tiene hijos mudos
(Lc. 17:7). No solamente claman a él de día y de noche en su angustia, sino que con frecuencia lo
alaban por su excelencia y le dan gracias por sus beneficios. Al meditar en la abundante
misericordia que Dios demostró cuando los hizo renacer a una esperanza viva, al anticipar por la
fe la gloriosa herencia que les está reservada en el cielo, y al comprender que estos beneficios
provienen del soberano favor de Dios hacia ellos por medio de la muerte y resurrección de su
amado Hijo, bien pueden exclamar: “¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (13).
De modo que las doxologías son expresiones de gozo santo y de honra ofrecida en adoración. En
cuanto al término bendito, Ellicott nos ayuda con este comentario:

Esta forma de la palabra griega sólo se usa en relación con Dios: Marcos 14:61; Romanos 9:5; 2
Corintios11:31. Es una palabra totalmente diferente al o “dichosos” de las bienaventuranzas, y
diferente al “bendito- pronunciado por la madre de nuestro Señor en Lucas 1:28, 42. Esta forma
de la palabra [que aparece en 1 P. 1:3] implica que la bendición siempre es apropiada por algo
inherente a la persona, mientras que la otra solamente implica una bendición recibida.
Aquí vemos otra vez cuán minuciosamente específico y correcto es el lenguaje de la Sagrada
Escritura.

A QUIEN SE DIRIGE LA ALABANZA

En tercer lugar, consideremos a quien se dirige la alabanza. Esta doxología se dirige a “Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo", lo que Calvino explica de la siguiente forma:

En épocas pasadas, Dios se hacía llamar Dios de Abraham, a fin de diferenciarse de los dioses
ficticios. Pero habiéndose manifestado en su propio Hijo, ya no quiere otra cosa que no sea el ser
conocido en el Hijo. Por eso, los que forman sus ideas acerca de Dios sólo a partir de una
majestad desnuda, aparte de Cristo, se han formado un ídolo en lugar del verdadero Dios, como
es el caso de los judíos y los turcos [esto es, los musulmanes, a quienes podemos agregar los
unitarios]. Entonces, todo aquel que quiere conocer realmente al único y verdadero Dios, tiene
que considerarlo como el Padre de Cristo.

Además, el Salmo 72:17 ya anticipaba: “Que en su nombre las naciones se bendigan unas a
otras; que todas ellas lo proclamen dichoso". Después el salmista sagrado prorrumpe en
adoración: “Bendito sea Dios el Señor, el Dios de Israel, el único que hace obras portentosas” (v.
18). Esa era la forma de doxología usada en el Antiguo Testamento (cf. 1 R. 1:48; 1 Cr. 29: 10),
pero la doxología del Nuevo Testamento (2 Co. 13; Ef 13) se construye siguiendo la forma en
que Dios se ha revelado en la persona de Jesucristo: “E] que se niega a honrar al Hijo no honra al
Padre que lo envió” (Jn. 5:23).

Dios el Padre no es visto aquí en forma absoluta, sino relativa, es decir, como el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo. Y a nuestro Señor se le contempla en su carácter de Mediador, esto es,
como el Hijo eterno revestido de nuestra naturaleza humana. Como tal, el Padre lo designó y
envió a cumplir su misión redentora. En esa capacidad y oficio, el Señor Jesús honró y sirvió al
Padre como a su Dios y Padre. Desde el comienzo estuvo ocupado en los negocios de su Padre,
haciendo siempre lo que agradaba a sus ojos. En todas las cosas se regía por la Palabra de Dios.
Jehová era su “porción” (Sal. 16:5), su “Dios” (Sal. 22: l), su “todo.” Cristo se sometió al Padre
(Jn. 6:38; 14:28): -Dios es cabeza de Cristo” (I Co. 113). También en lo que respecta al pacto,
fue y es el Dios y Padre de Cristo (Jn. 20:17), y no solamente mientras Cristo estuvo aquí en la
tierra, sino ahora también, al estar en el cielo. Esto queda claro por la promesa de Cristo después
de su ascensión: “Al que salga vencedor lo haré columna del templo de mi Dios ... Sobre él
grabaré el nombre de mi Dios” (Ap. 3:12, la cursiva es mía). No obstante, esta subordinación
oficial de Cristo para con Dios el Padre de ningún modo se opone ni modifica su igualdad
esencial con él (Jn. 1: 1-3; 5:23; 10:30-33).

POR SER EL PADRE DE NUESTRO FIADOR, TAMBIEÉN ES NUESTRO PADRE

Hay que notar cuidadosamente que aquí la alabanza no es ofrecida al “Dios y Padre del Señor
Jesucristo” sino de “nuestro Señor Jesucristo.” En otras palabras, la relación de Dios hacia
nosotros es determinada por su relación con nuestro fiador o garante. Es en Cristo donde Dios es
Dios y Padre de los pecadores. A Dios se le adora como la Cabeza contractual del Salvador y de
sus elegidos en él. Este es un punto de primordial importancia: la relación que la iglesia tiene con
Dios depende de la relación que el Redentor tiene con Dios, porque la iglesia es de Cristo y
Cristo es de Dios (I Co. 3:23). El título “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” es peculiar y
característico del cristianismo. Son los cristianos los que designan a Dios de esa manera, pues lo
contemplan como el Dios de la redención (Ro. 15:6; 2 Co. 11: 3 1; Col. 1: 3). Cuando un israelita
lo invocaba como “el Dios de Abraham, Isaac y Jacob", lo reconocía y honraba no sólo como al
creador y gobernador moral del mundo, sino también como al Dios que había hecho un pacto con
su nación. De modo que, cuando el cristiano lo invoca como “el Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo", lo reconoce como autor de eterna redención por medio del Hijo encamado, quien
voluntariamente se subordinó al Padre. En el sentido más sublime de la palabra, Dios no es Padre
de nadie hasta que uno se una a Aquel que fue comisionado y enviado a ser el Salvador de los
pecadores, el único Mediador entre Dios y los hombres.

El lenguaje que aquí se utiliza para adorar a Dios explica cómo es que puede ser tan bondadoso y
generoso con su pueblo. Todas las bendiciones que sus criaturas reciben provienen de él. Él las
creó y suple todas sus necesidades. De la misma manera, toda bendición espiritual proviene de él
(Ef. 1:3; Stg. 1: 17). El Altísimo es “bondadoso con los ingratos y malvados” (Le. 6:35). Pero las
bendiciones espirituales no vienen de él simplemente en su calidad de Dios, ni como el Padre
solamente, sino como el “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo". Después el apóstol menciona
la gran misericordia de Dios, por la que hizo renacer a sus elegidos a una esperanza viva y a una
herencia que transciende infinitamente todos los bienes terrenales. Cuando Dios concede esos
favores, hay que reconocerlo en el carácter especial en que los confiere. Alguien podría
preguntar: ¿cómo es posible que un Dios santo conceda tales bendiciones a hombres pecadores?
La respuesta es: como el “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo". Es porque Dios está
complacido con el Redentor por lo que también se complace en los redimidos. La obra de Cristo
ha merecido esa clase de recompensa, y Cristo la comparte con los suyos (Jn. 17:22). Todas las
cosas nos vienen del Padre por medio del Hijo.

SU GRAN MISERICORDIA ES LA CAUSA DE QUE NOS HAYA ELEGIDO POR


GRACIA

En cuarto lugar, consideremos el argumento de la doxología. La base del argumento radica en la


frase: “su gran misericordia". El arrepentimiento y la fe son sólo efectos del llamamiento eficaz,
el que a su vez es una consecuencia (y no la causa) de la elección. Dios elige “por su propia
determinación y gracia” (2 Ti. 1:9). Por tanto, así como Dios no eligió a nadie porque de
antemano vio que se arrepentiría y creería en el evangelio, tampoco regenera a nadie por el
hecho de que el regenerado tenga algún mérito, sino que lo hace únicamente por su propia buena
voluntad (Stg. 1: 18). Su abundante misericordia se contrasta aquí con nuestros abundantes
deméritos. Sólo en la medida en que estemos conscientes de nuestras faltas sentiremos el deseo
de alabarle por sus misericordias. Por causa del pecado, nuestro caso es tan desesperado que
nada sino la misericordia divina puede librarnos. Prestemos atención a las palabras de C.H.
Spurgeon:

Si la misericordia de Dios nos hubiese fallado, ningún otro atributo podría habernos ayudado. En
base a lo que somos por naturaleza, la justicia sólo puede condenarnos, la santidad airarse, el
poder aplastarnos, la verdad confirmar las amenazas de la ley y la ira caer sobre nosotros. Es en
la misericordia de Dios donde comienzan todas nuestras esperanzas. El miserable necesita
misericordia, y aún más el pecador. La miseria y el pecado van íntimamente unidos en la raza
humana, y la misericordia ejecuta aquí la más noble de sus obras. Mis hermanos, Dios ha
concedido su misericordia para con nosotros. y debemos reconocer agradecidos que, en nuestro
caso. su Misericordia ha sido misericordia abundante.

Estábamos manchados con abundante pecado, y solamente la multitud de sus amorosas bondades
pudo haber apartado esos pecados. Estábamos completamente infectados del mal, y solamente su
desbordante misericordia pudo sanarnos de toda nuestra enfermedad natural y hacernos aptos
para el cielo. Hasta ahora hemos recibido abundante gracia; hemos girado grandes sumas de la
cuenta de Dios, y de su plenitud hemos recibido todos, gracia sobre gracia. Donde abundó el
pecado sobreabundó la gracia ... En Dios todo es grande. Hace temblar al mundo con su gran
poder; pesa las nubes en su gran sabiduría. Y su misericordia es tan grande como sus otros
atributos: Es misericordia divina, ¡misericordia infinita! Primero hay que medir la Divinidad para
poder calcular su misericordia. Y si es infinita, bien se la puede llamar “abundante”. Siempre
será abundante, porque todo lo que se pueda extraer de ella no será sino como la gota que cae del
balde comparada con el mar mismo. La misericordia que se ocupa de nosotros no es misericordia
de hombre, sino misericordia de Dios, y por tanto, misericordia infinita.

***
CAPÍTULO 5
1 Pedro 1:3-5
Parte 2

“¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho
nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva”.
Comencemos este capítulo continuando nuestro examen del argumento de esta doxología. Según
el pacto, Dios el Padre es visto aquí como la Cabeza del Mediador y de sus elegidos en él; por
eso se le confiere su título distintivamente cristiano (véase, p. ej., Ef. 1:3). Este título lo presenta
como el Dios de la redención. Se le atribuye “gran misericordia.” Esta es una de sus perfecciones
inefables, pero al igual que todos sus atributos, su ejercicio de ella lo determina su propia
voluntad imperial (Ro. 9:15). Las Escrituras hablan mucho sobre esta excelencia divina. Leemos
de su “entrañable misericordia” (Le. 1:78); David declara: “Porque tu misericordia es grande”
(Sal. 86:13, RV60); “Tú, Señor, eres ... grande en misericordia” (Sal. 86:5, RV60). Nehemías
habla de “tu gran misericordia” (Neh. 9:27). David supo por experiencia propia lo que es la
misericordia de Dios, y el meditar en ella afectó la forma en que adoraba a Dios: “Mas yo por la
abundancia de tu misericordia entraré en tu casa; adoraré hacia tu santo templo en tu temor” (Sal.
5:7, RV60). Bendito sea su nombre “porque para siempre es su misericordia” (Sal. 107: 1,
RV60). Entonces, que cada creyente se una al salmista: “Pero yo cantaré de. . . tu misericordia”
(Sal 59:16, RV60). A este atributo deben mirar especialmente los santos que han errado:
“Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones” (Sal. 5 1: 1, RV60).

DEBEMOS DISTINGUIR ENTRE LA MISERICORDIA GENERAL DE DIOS Y LA


MISERICORDIA ESPECIAL DE DIOS
Es preciso señalar que hay tanto una misericordia general como una especial. Esta distinción es
necesaria e importante. En efecto, es vital, porque mucha gente descansa en la primera, en vez de
mirar por fe a la segunda. “Bueno es Jehová para con todos, y sus misericordias sobre todas sus
obras” (Sal. 145:9, RV60). Teniendo en cuenta la mucha maldad que hay en este mundo. el
corazón contrito e inteligente puede decir con el salmista: “De tu misericordia, oh Jehová, está
llena la tierra” (Sal. 119:64, RV60). Para nuestro propio bien, es esencial que captemos la
distinción que la Palabra de Dios hace entre esta misericordia general y la benignidad especial de
Dios para con sus elegidos. Como Cristo es por antonomasia el don de Dios. se dice que a través
de él Dios muestra “misericordia a nuestros padres” (Le. 1:72, la cursiva es mía). Con cuánta
propiedad declara el salmista: “Porque más grande que los cielos es tu misericordia” (Sal. 108:4,
RV60; compárese Ef. 4:10); allí se encuentra el trono de la misericordia de Dios (véase Heb. 9,
especialmente vv. 5,23,24), donde ahora está sentado nuestro exaltado Salvador administrando
los frutos de su obra redentora. Es allí donde el alma contrita y cargada de pecado debe mirar
para alcanzar misericordia salvadora. Concluir que Dios es demasiado misericordioso para
condenar eternamente a una persona es una mentira con que Satanás engaña a multitudes. La
misericordia perdonadora solamente se puede obtener mediante la fe en la sangre expiatoria del
Salvador. La condenación divina es inescapable para quien rechace a Cristo.

ESTA MISERICORDIA ES ABUNDANTE PORQUE ES LA MISERICORDIA DEL


PACTO
La misericordia que Pedro celebra aquí es claramente particular y discriminatoria. Es la
misericordia de “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo-, la cual fluye hacia sus objetos
favorecidos “mediante la resurrección de Jesucristo”. Estas palabras son el ancla de esta
afirmación: “Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo ... para que tengamos una
esperanza viva”. Se trata de la misericordia del pacto, la misericordia redentora, la misericordia
regeneradora. Se la ha llamado correctamente su “gran misericordia.- especialmente cuando se
tiene en cuenta a quien la ha concedido. Porque esta gran misericordia proviene del
autosuficiente Jehová. que es infinita e inmutablemente bendito en sí mismo, quien no habría
sufrido pérdida personal alguna si hubiese abandonado a la raza humana a su destrucción . No
fue sólo su buena voluntad la que lo refrenó de hacerlo. Cuando se tiene en cuenta a quiénes se
concedió la salvación, es decir, a rebeldes depravados cuyas vidas estaban en enemistad con
Dios, entonces vemos que fue su “gran misericordia” la que evitó que los abandonara. Lo mismo
queda claro cuando contemplamos sus bendiciones peculiares. No son bendiciones comunes y
temporales. tales como salud y fuerza, sustento y protección, lo que también se concede a los
malvados, sino beneficios espirituales, celestiales y eternos, tales que la mente del hombre jamás
pudo haber imaginado.

Se la ve tanto más como -gran misericordia” cuando contemplarnos el medio por el cual se
comunicaron esas bendiciones: “mediante la resurrección de Jesucristo”. lo que necesariamente
presupone su encarnación Y crucifixión.

La expresión “gran misericordia” es lo único que puede expresar adecuadamente el que Dios
haya enviado a su amado Hijo para que tomara la forma de siervo, a fin de asumir una condición
mortal naciendo en un establo, y todo por amor a aquellos cuya multitud de iniquidades merecía
castigo eterno. El bendito Salvador vino al mundo para ser el fiador de su pueblo, pagar sus
deudas, sufrir en lugar de ellos y morir por los injustos. Por eso Dios no escatimó ni a su propio
Hijo, sino que lo hirió con la espada de justicia. Lo entregó a la maldición para poder darnos con
él “todas las cosas” (Ro. 8:32). En consecuencia, es una misericordia justa, la que también
declara el salmista: “la misericordia y verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Sal.
85:10, RV60). Los atributos de misericordia y justicia, amor e ira, santidad y paz, que parecían
estar en conflicto, fueron unidos en la cruz, así como los diversos colores de la luz forman un
hermoso arco iris, señal y emblema del pacto (Gn. 9:12-17; Ap. 4:3).

LA MEDITACIÓN EN EL MILAGRO DEL NUEVO NACIMIENTO PRODUCE


FERVIENTE ALABANZA

En quinto lugar, consideremos el incentivo que esta doxología encuentra en las siguientes
palabras: -Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo . . . para que tengamos una
esperanza viva”. El hecho de comprender que Dios había vivificado a aquellos que estaban
muertos en pecado movió a Pedro a bendecir a Dios con tanto fervor. Las palabras: “nos ha
hecho nacer de nuevo” se refieren a la regeneración. Más adelante en el capítulo, el apóstol los
describe como gente que ha “nacido de nuevo” (v. 23), y en el capítulo siguiente se dirige a ellos
como “niños recién nacidos” (1 P 2:2). Les fue impartida una vida nueva y espiritual de origen
divino, obrada en sus almas por el poder del Espíritu Santo (Jn. 3:6). Esa nueva vida les fue dada
con el propósito de formar en ellos un nuevo carácter y transformar su conducta. Dios envió a
sus corazones el Espíritu de su Hijo, comunicándoles de esa manera una disposición santa. Como
el Espíritu de adopción (Ro. 8:15), el Espíritu los inclinaba a amar a Dios. A esta obra se le llama
nuevo nacimiento, no sólo porque es en ese momento cuando comienza la vida espiritual y se
implanta una simiente santa (1 Jn. 3:9), sino porque se les trasmite la imagen o semejanza de
quien los ha engendrado (1 Jn. 5: l). Así como el Adán caído “engendró un hijo a su semejanza,
conforme a su imagen” (Gn. 5:3), así en el nuevo nacimiento los cristianos “se han puesto el
[ropaje] de la nueva naturaleza que se va renovando en conocimiento a imagen de su creador”
(Col. 3: 10).

Cuando Pedro dice “nacer de nuevo”, apunta a dos cosas: a una comparación y a un contraste.
Primero, así como Dios es causa eficaz de nuestro ser, también lo es de nuestro bienestar; nuestra
vida natural proviene de él, y lo mismo ocurre con la vida espiritual. Segundo, el apóstol
distingue nuestro nuevo nacimiento del antiguo. En nuestro primer nacimiento, fuimos
concebidos en pecado y formados en iniquidad (Sal. 51:5), pero en nuestra regeneración fuimos
“creados ... en verdadera justicia y santidad” (Ef. 4:24). El nuevo nacimiento nos libra del poder
reinante del pecado. porque se nos ha hecho “tener parte en la naturaleza divina” (2 P. 1:4).
Desde ese momento se forma un conflicto constante dentro del creyente. No sólo la carne batalla
contra el Espíritu, sino que el Espíritu batalla contra la carne (Gá. 5:17). Por lo general, la gente
no reconoce ni comprende lo suficiente que la nueva naturaleza de gracia por necesidad batalla
contra la vieja naturaleza de pecado. Este renacimiento espiritual se le atribuye a la “gran
misericordia- de Dios, porque nada en nosotros o de nosotros podría incentivar a Dios a
salvamos. Nadie le deseaba. En cada caso, Dios podía declarar: “fui hallado por los que no me
buscaban” (Is. 65:1; cf. Ro. 3:11). Así como los creyentes lo amaron porque él los amó primero
(1 Jn. 4:19), así también no comenzaron a buscar a Cristo hasta que él los buscó y llamó
eficazmente (Lc. 15; Jn. 6:44-, 10:16).

Este renacer es según la gran misericordia de Dios. La misericordia se exhibió aquí en la forma
más eminente. Porque la regeneración es la bendición fundamental de toda gracia y gloria,
siendo la primera manifestación abierta de que los elegidos reciben el amor que Dios les
tiene. -Pero cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, él nos salvó,
no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el
lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo” (Tit. 14,5). Thomas
Goodwin lo expresa con toda propiedad:

El amor de Dios es como un río o corriente subterránea que ha corrido así desde la eternidad.
¿Cuándo irrumpe por primera vez? Irrumpe cuando se produce el llamamiento eficaz. En ese
momento el río, que desde siempre corrió subterráneamente, irrumpe en el corazón de un hombre
por medio de la cruz de Cristo.

Es en ese momento cuando somos hechos hijos de Dios, somos recibidos en su favor y somos
conformados a su imagen. En todo esto su benignidad se exhibe en forma notable. En el nuevo
nacimiento, el amor de Dios es derramado en el corazón. y eso nos introduce y garantiza toda
otra bendición espiritual para el tiempo y la eternidad. Así como el amor predestinante de Dios
asegura nuestro llamamiento eficaz o regeneración. así la regeneración garantiza nuestra
justificación y glorificación (Ro. 8:29,30).
LA REGENERACIÓN PRECEDE A NUESTRO ARREPENTIMIENTO Y FE

Repasemos ahora nuestros pasos, recorriendo nuevamente el terreno cubierto pero en sentido
inverso. El ser humano no logrará ninguna comprensión espiritual de la misericordia de Dios
hasta que haya sido engendrado de Dios. Antes de que se lleve a cabo ese milagro de gracia, el
ser humano es poseído en mayor o menor medida por un espíritu farisaico. Los que bendicen
sinceramente al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo por su gran misericordia, son los que
primero reconocen de corazón haberse apartado con asco de los inmundos trapos de su propia
justicia (Is. 64:6), son los que ya para nada confían en la carne (Fil. 3:3). Igualmente cierto es
que ninguna persona no regenerada podrá tener su conciencia rociada con la sangre de Cristo,
fuente de paz, porque mientras no se le haya impartido al hombre vida espiritual, el
arrepentimiento evangélico y la fe salvadora son moralmente imposibles. Por eso, no podremos
damos cuenta de que necesitamos desesperadamente al Salvador, ni podremos confiar en él con
auténtica confianza, hasta que seamos vivificados (vueltos a la vida) por el Espíritu Santo (Ef.
2:1), es decir, hasta haber nacido de nuevo (Jn. 3:3). Aún más evidente es que, mientras una
persona continúe muerta en pecado, con una disposición de enemistad con Dios (Ro. 8:7), su
obediencia no será aceptada, porque Dios no acepta ser presionado ni sobornado por rebeldes. Y
es cierto que nadie que esté enamorado de las coloridas baratijas de este mundo se conducirá
como “extranjero y peregrino sobre la tierra”, porque se siente perfectamente como en su casa.

LA REGENERACIÓN PRODUCE UNA ESPERANZA VIVA


“Nos ha hecho nacer de nuevo ... para que tengamos una esperanza viva”. Este es el efecto y
fruto inmediato del nuevo nacimiento, y es una de las marcas características que distinguen al
regenerado del no regenerado. La esperanza siempre tiene que ver con algo en el futuro (Ro.
8:24,25), es una deseosa expectación de algo que se desea, es la anticipación de un bien
prometido, sea real o imaginario. El corazón del hombre natural se mantiene campante,
esperando que mejore su suerte para así incrementar su felicidad en este mundo. Pero en la
mayoría de los casos, sus sueños no se materializan, e incluso cuando lo hacen el resultado es
siempre un desengaño. Porque debajo del sol no hay nada que brinde verdadera satisfacción al
alma. Cuando los desilusionados caen bajo la influencia de la religión humana, intentan
persuadirse de la existencia de algo mucho mejor para ellos en el más allá. Pero tales
expectativas demostrarán ser igualmente vanas, porque no son más que las fantasías de hombres
carnales. La falsa esperanza del hipócrita (Job 8:13), la esperanza presuntuosa de quienes no
adoran la santidad de Dios ni temen su ira, sino que cuentan con su misericordia, y la esperanza
muerta de creyentes nominales, terminarán burlándose de ellos.

LA ESPERANZA CRISTIANA ES VIVA Y VIVAZ

En contraposición a las engañosas expectativas que acarician los no regenerados, los elegidos de
Dios son nacidos de nuevo para una esperanza real y sustancial. Esta esperanza que llena sus
mentes y afectos (alterando radicalmente la orientación de sus pensamientos, palabras y actos) se
basa en las promesas objetivas de la palabra de Dios (resumidas en el v. 4). Entre las varias
traducciones que la Reina-Valera (1960) da al participio adjetival del verbo griego zao (=vivir),
se encuentran viviente (Mt. 26:63), vivo (Jn. 6:5 1; Hch. 14:15; Ro. 12: 1; 1 P.1:3; 14-5) y de
vida (Hch. 7:38). En el presente contexto, se puede hablar de una esperanza viva o viviente.
Ambos significados son correctos y apropiados. La esperanza cristiana es segura y firme (Heb.
6:19), porque está basada en la palabra y en el juramento de Aquel que no puede mentir. Es el
don de la gracia divina (2 Ts. 2:16), es un fruto del Espíritu (Ro. 5:1-5), inseparablemente ligada
a la fe y el amor (1 Co. 13:13). El creyente es una persona que ha vuelto a la vida, por lo cual su
esperanza es una esperanza viva, es una esperanza que surge de la nueva naturaleza o principio
de gracia que ha recibido en la regeneración. Es una esperanza viva porque tiene como meta la
vida eterna (Tit. L2). ¡Qué cambio tan glorioso ha ocurrido! Antes de ser engendrados de Dios
vivíamos cautivos de “una terrible expectativa de juicio” (Heb. 10:27), vivíamos sometidos a la
esclavitud “por temor a la muerte” (Heb. 2:15). También se la llama una “esperanza viva”
porque es imperecedera, una esperanza que mira y dura más allá del sepulcro. Si la muerte
sobreviniera al que la abriga, lejos de frustrarse, es en ese momento cuando empezaría a dar
fruto.

Esta esperanza del creyente no solamente es viva sino vi . vi . ente (=vivificante) porque,
al igual que la fe y el amor, es un principio que está activo en el alma del cristiano, animándolo a
la paciencia, constancia y perseverancia en el camino del deber. En esto difiere radicalmente de
la esperanza rnuerta de los formalistas religiosos y de los profesos nominales, porque la
esperanza de ellos jamás los mueve a la actividad espiritual ni produce nada que los distinga de
respetables mundanos que no hacen profesión de nada. Es la posesión y el ejercicio de esta
esperanza viviente lo que ofrece la demostración de que hemos “nacido de nuevo”. Al
regenerarnos, Dios nos comunica vida espiritual. y esa vida se manifiesta deseando cosas
espirituales, buscando satisfacción en cosas espirituales, y por la gozosa realización de tareas
espirituales. La autenticidad y realidad de esta “esperanza viviente” se evidencia en el hecho de
que la esperanza lleva al creyente a negarse a sí mismo y a soportar las aflicciones. La esperanza
actúa como una “firme y segura ancla del alma” (Heb. 6:19) en medio de las tormentas de la
vida. Además, esta esperanza se distingue por purificar a su poseedor: “todo el que tiene esta
esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo así como él es puro” (1 Jn. 33). También es una
“esperanza viviente” por alegrar y vivificar a su poseedor; porque cuando el creyente vislumbra
la bendita meta, recibe valentía e inspiración, lo que lo capacita a perseverar hasta el final de sus
pruebas.

LA VIRTUD SALVADORA DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO

En sexto lugar, consideremos el reconocimiento que hace esta oración, esto es, “la resurrección
de Jesucristo.- A juzgar por el lugar que ocupan estas palabras, es evidente que dominan sobre
las que preceden, así como sobre el versículo que sigue. Es igualmente obvio que la resurrección
de Cristo implica que primero vivió y murió, aunque cada cosa tiene su propio valor y virtud.
Hay un vínculo estrecho entre la resurrección de Cristo y la abundante misericordia de Dios
Padre, por la cual nos levantó de muerte a vida, puso una esperanza viva en nuestros corazones y
nos introdujo a una gloriosa herencia. Debemos explorar esta relación con devota atención. La
resurrección del Salvador fue la prueba máxima del origen divino de su misión y la ratificación
de su evangelio. Fue el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento referidas a él,
probando con ello que era el Mesías prometido. Fue el cumplimiento de sus propias
predicciones, certificando con ello que era un auténtico profeta. Determinó el contexto entre él y
los líderes judíos. Ellos lo condenaron a muerte como impostor, pero al restaurar en tres días el
templo de su cuerpo, les demostró que eran ellos los mentirosos. Fue un testimonio de que el
Padre había aceptado su obra redentora.
Sin embargo, hay una relación mucho más estrecha entre la resurrección de Cristo y la esperanza
de vida eterna que su pueblo goza. El hecho de que haya salido triunfante del sepulcro fue prueba
indubitable de la eficacia de su sacrificio propiciatorio, con el cual canceló los pecados de
aquellos por quienes el sacrificio fue ofrecido. Habiendo efectuado la expiación, Cristo introdujo
una justicia duradera mediante su resurrección (Dn. 9:24), consiguiendo con ello para su pueblo
la recompensa eterna que se le debía por haber cumplido la ley de Dios mediante su propia
perfecta obediencia. Aquel que fue entregado a la muerte por nuestras ofensas fue levantado para
nuestra justificación (Ro. 4:25). Prestemos atención a las palabras de John Brown (cuyo
comentario sobre 1 Pedro es la base de mi exposición):

Cuando Dios resucitó a nuestro Señor Jesús, el gran pastor de las ovejas, mediante la sangre del
pacto eterno, se manifestó a sí mismo como “el Dios de paz”, la Deidad pacificada. Dios “lo
resucitó y lo glorificó, de modo que su [=vuestra] fe y su [=vuestra] esperanzaestán puestas en
Dios” [ 1 P. 1:2 11. Si Jesús no hubiera resucitado “la fe de ustedes es ilusoria y todavía están en
sus pecados” (I Co. 15:17) y sin esperanza. Pero ahora que ha resucitado,

Nuestro Fiador fue prendido por nuestras ofensas, pero una vez libre, nos dio la independencia;
Su liberación nos quitó las cadenas, y nos regocijamos al ver de Dios la complacencia.

Pero esto no es todo. La resurrección de nuestro Señor no debe ser vista únicamente en relación
con su muerte, sino con la gloria que vino después. Resucitado de la muerte, ha recibido todo
poder en el cielo y en la tierra para dar vida eterna a todos los que el Padre le ha dado. Es fácil
ver cómo esto nos trae esperanza. Porque él vive, también nosotros viviremos. Teniendo las
llaves de la muerte, nos levantará de la muerte y nos dará vida eterna. Está sentado a la mano
derecha de Dios. Nuestra vida está escondida con él en Dios; y cuando él, que es nuestra vida,
aparezca, nosotros también apareceremos con él en gloria. Todavía no estamos en posesión de la
herencia; pero nuestra Cabeza y representante sí ha tomado posesión de ella. Todavía no vemos
que todas las cosas estén sometidas a nosotros; pero lo vemos a él, Capitán de nuestra salvación,
que por el padecimiento de la muerte se coronó de gloria y honor. La resurrección de Cristo se
convierte en la mejor forma de fortalecer la esperanza de vida eterna, cuando se la ve en relación
con la muerte que le precedió y la gloria que le siguió.

Por la fe contemplamos ahora a Cristo sentado a la mano derecha de la suprema Majestad, desde
donde está administrando todos los beneficios de la redención que logró. “Por su poder, Dios lo
exaltó como Príncipe y Salvador, para que diera a Israel arrepentimiento y perdón de
pecados- (Hch. 5:31).

Más específicamente, la resurrección de Cristo no es solamente la base legal sobre la que Dios el
Padre imputa la justicia de Cristo a la cuenta de los pecadores que creen, sino que también es la
garantía legal sobre la que el Espíritu Santo procede a regenerar a esos pecadores, para que así
puedan comenzar a creer en Cristo, a volverse de sus pecados, y a ser salvos.
Desafortunadamente, en la actualidad este es un asunto poco comprendido, como sucede con
muchas otras bellas doctrinas del evangelio. Los seres humanos están muertos en pecado, y Dios
tiene que regenerarlos para que sus cuerpos estén listos a ser levantados en gloria en el último
día. Y aunque Espíritu Santo es aquel que vivifica espiritualmente a los elegidos de Dios, es
preciso recordar que es enviado a hacer la obra salvadora de Cristo, en virtud del poder real del
Cristo resucitado, a quien le ha sido conferida esa autoridad como recompensa por la obra que
terminó (Mt. 28:18; Hch. 2:33; Ap. 3:1). En Santiago 1:18 el nuevo nacimiento es asignado a la
soberana voluntad del Padre. Efesios 1: 19ss., atribuye el nuevo nacimiento y sus consecuencias
a la operación llena de gracia del Espíritu. Nuestro texto, aunque trata de la gran misericordia del
Padre, atribuye el nuevo nacimiento a la virtud del triunfo de Cristo sobre la muerte. Hay que
observar que la resurrección de Cristo es tenida como un acto de procreación: “hoy mismo te he
engendrado” (Sal. 2:7; cf. Hch 13:33), mientras que nuestra resurrección es designada como
regeneración (Tit. 15). Cristo es llamado expresamente “el primogénito de los muertos” (Ap 1:5).
Es llamado así porque su resurrección marcó un nuevo comienzo tanto para él como para su
pueblo.

***

CAPÍTULO 6
1 Pedro 1:3-5
Parte 3

“Alabado sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho
nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva”.
Comencemos este capítulo continuando nuestra consideración de lo que esta oración reconoce.
Hay que recordar que esta epístola se dirige a los extranjeros o peregrinos dispersos (v. l).
Entonces es muy apropiado que se mencione que Dios hace renacer a sus elegidos, porque es por
la regeneración efectuada gratuitamente por el Espíritu Santo como los elegidos son constituidos
extranjeros (gente de paso que reside temporalmente en este mundo) tanto en su corazón como
en su conducta. El Señor Jesús también fue un extraño aquí (Sal. 69:8), porque era el Hijo de
Dios venido del cielo. Lo mismo ocurre con su pueblo, ya que dentro de sí llevan el Espíritu de
Cristo. ¡Cuán grande es este milagro de gracia! La regeneración no es una mera doctrina, ya que
en ella Dios le comunica al hombre su propia vida (Jn. 1:13). Anteriormente el cristiano estaba
en el mundo y era del mundo, pero ahora es ciudadano del cielo (cf. Fil. 3:20). Por eso su
confesión es: “En esta tierra soy un extranjero” (Sal. 119:19). Para el alma que ha sido renovada
por Dios, el mundo se convierte en árido desierto. Porque su herencia, su patria, está en el cielo,
y por eso ahora ve las cosas temporales en una luz muy diferente.

LOS GRANDES INTERESES DEL ALMA REGENERADA SON AJENOS A ESTE


MUNDO

El regenerado no tiene sus principales intereses en la esfera del mundo. Sus afectos están puestos
en las cosas de arriba; y en la medida en que así sea, su corazón se desliga de este mundo. La
sensación de sentirse extranjeros es la marca esencial que distingue a los santos de los impíos.
Los que de corazón abrazan las promesas de Dios son adecuadamente afectados por ellas (Heb.
11:13). Uno de los efectos concretos que la gracia divina tiene sobre el creyente es que lo separa
del mundo, tanto en espíritu como en práctica. Este deleite en las cosas celestiales se manifiesta
en su despego por las cosas de la tierra, así como la mujer en el pozo dejó su balde cuando
obtuvo de Cristo el agua viva (Jn. 4:28). Esta actitud convierte al creyente en un extranjero entre
los adoradores de mamón. Moralmente es un extranjero en tierra ajena, rodeado de personas que
no lo conocen (1 Jn. 3:1) por no conocer a su Padre. Tampoco entienden sus alegrías y tristezas
ni aprecian los principios y motivos que lo mueven, porque los propósitos y placeres de ellos son
radicalmente diferentes a los suyos. Además, se encuentra en medio de enemigos que lo odian
(Jn. 15:19), y no tiene con quién pueda tener comunión, a no ser con aquellos pocos que “han
recibido una fe tan preciosa” (2 P. 1:1) como la que él tiene.

Pero aunque no hay nada para el cristiano en el desierto de este mundo. ha nacido de nuevo para
una esperanza viva. Previamente veía la muerte con horror, pero ahora percibe que ella le
concederá la bendita liberación de todo pecado y dolor, y que le abrirá la puerta al paraíso. El
principio de gracia recibido en el nuevo nacimiento no sólo inclina al creyente a amar a Dios y a
actuar con fe en su Palabra, sino que también lo dispone a no fijarse “en lo visible sino en lo
invisible” (2 Co. 4:18). Sus aspiraciones se distancian del presente para acercarse a su glorioso
futuro. Thomas Manton declara con propiedad: “La nueva naturaleza fue hecha para otro mundo:
de allí vino y hacia allá lleva al hombre”. La esperanza es la expectación segura de bienes
futuros. Por la fe obtenemos una mirada a una dicha radiante, y la esperanza la disfruta. Es
esperanza viva, ejercida en un entorno que agoniza, sosteniéndonos y fortaleciéndonos a todos
los que creemos. Mientras esté en sana actividad, la esperanza no solamente nos sostiene en
medio de las pruebas de esta vida, sino que nos eleva por encima de ellas. ¡Oh, que los corazones
estén más ocupados en la gozosa anticipación del futuro! Porque si nuestros corazones se llenan
de esperanza, seremos motivados a cumplir nuestro deber y estimulados a perseverar. En
proporción a la inteligencia y fuerza de nuestra esperanza seremos librados del temor de la
muerte.

HEMOS SIDO REGENERADOS POR ESTAR UNIDOS A CRISTO EN SU


RESURRECCIÓN

Hay algo más que debemos decir en cuanto a la relación que la resurrección de Jesucristo tiene
con el nuevo nacimiento que el Padre nos ha dado para que gocemos de una esperanza viva. La
obra de Cristo y su victoria sobre el sepulcro fue la base legal, no sólo de la justificación de su
pueblo sino también de su regeneración. El propósito de Dios los unió a Cristo, y cuando el
Fiador se levantó de la muerte, fueron librados místicamente de la condenación requerida por la
ley . “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con
Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en
unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó . . .” (Ef, 2:4-6, la cursiva es mía). Esas palabras se
refieren a la unión corporativa de la iglesia con su Cabeza y a su participación judicial en la
victoria de Cristo. y no a una experiencia individual. No obstante, puesto que todos los elegidos
resucitaron corporativamente cuando su representante resucitó, a su tiempo ellos tienen que ser
regenerados. Puesto que legalmente han recibido vida, a su debido tiempo tienen que ser
vivificados espiritualmente. Si Cristo no hubiera resucitado, nadie hubiera sido vivificado (1 Co.
15:17); pero porque él vive, ellos también vivirán:
Porque Cristo vive, yo también viviré;
¡Tu aguijón, oh muerte, ha dejado de existir!
Vive el que se dignó morir por mí,
soltando los grillos de la muerte;
Me rescató del polvo,
Jesús será eternamente mi esperanza y mi sostén.

La vida que está en la cabeza tiene que ser comunicada a los miembros de su cuerpo. La
resurrección de Cristo es la causa efectiva de nuestra regeneración. No se habría derramado el
Espíritu Santo si Cristo no hubiera conquistado al último enemigo (1 Co. 15:26) y subido al
Padre: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros ... para que
por la fe recibiéramos el Espíritu según la promesa” (Gá. 3:13,14). Nuestra regeneración fluye de
la resurrección de Cristo, tan cierto como lo es nuestra justificación, la cual es resultado de esa fe
salvadora que sólo el Espíritu puede crear renovando nuestros corazones. Cristo compró para su
pueblo el bendito Espíritu que los eleva a la gracia y a la gloria: “Nos salvó, no por nuestras
propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la
regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo, el cual fue derramado abundantemente
sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador” (Tit. 3:5,6, la cursiva es mía). Dios el
Padre ha derramado el poder regenerador del Espíritu Santo sobre nosotros, gracias a los méritos
de la vida muerte y resurrección de Cristo, y en respuesta a su mediación en favor nuestro. El
Espíritu Santo está aquí para testificarle a los elegidos de Dios acerca de Cristo. para suscitar en
ellos la fe en Cristo y para que “rebosen de esperanza” (Ro. 15:12,13). El triunfo de Cristo sobre
la muerte no sólo asegura que resucitaremos físicamente cuando Cristo vuelva, sino que también
ha conseguido nuestra liberación espiritual del sepulcro de la culpa, poder y contaminación del
pecado. Él es el “primogénito entre muchos hermanos” (Ro. 8:29), y es la misma vida de Cristo
la que les es impartida cuando son engendrados de nuevo.

EL MISMO PODER QUE RESUCITÓ A CRISTO FÍSICAMENTE, RESUCITA A LOS


PECADORES ESPIRITUALMENTE

La resurrección de Cristo también es el prototipo dinámico de nuestra regeneración. El mismo


poder que resucitó el cuerpo de Cristo rescata nuestras almas de la muerte espiritual (Ef. 1:
19,20; 2: l). El Señor Jesús es designado “el primogénito de la resurrección” (Ap. 1:5) porque su
salida del sepulcro fue promesa y paradigma de la regeneración de su pueblo y de la resurrección
de sus cuerpos en el día final. La semejanza es obvia. El renacimiento es el comienzo de una
nueva vida. Cuando Cristo nació para entrar a este mundo fue en una “condición semejante a
nuestra condición de pecadores” (Ro. 8:3). Aunque sin ser tocado por la mancha del pecado
original (Lc. 1:35) y sin mácula en cuanto a hechos pecaminosos, fue revestido con debilidad por
causa de la iniquidad que le fue imputada. Pero al salir con poder y gloria del sepulcro, lo hizo
con un cuerpo adecuado para el cielo. De la misma manera, por la regeneración recibimos una
naturaleza que nos hace aptos para el cielo. Al resucitar a Cristo, Dios testificó que había sido
pacificado por su sacrificio (Heb. 13:20); al hacernos nacer de nuevo, Dios nos asegura que
estamos personalmente incluidos en esa salvación. Así como la resurrección de Cristo fue la
prueba suprema de su adopción como Hijo divino (Ro. 1:4), así el nuevo nacimiento es la
primera manifestación abierta de nuestra adopción. Así como la resurrección de Cristo fue el
primer paso para entrar a su gloria y exaltación, así la regeneración es la primera etapa de nuestra
entrada a todos los privilegios espirituales.

LA GLORIFICACIÓN ES LA META DE LA REGENERACIÓN

Nuestra séptima consideración al examinar esta doxología es su sustancia: y recibamos una


herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo
para ustedes” (1 P 1:4). La regeneración tiene como propósito la glorificación. Renacemos
espiritualmente a dos realidades: a una esperanza viva en el presente, y a una herencia gloriosa
en el futuro. Es el nuevo nacimiento el que nos aprueba para la gloria. Las herencias se rigen por
el nacimiento: “quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn.
3:5). Si no somos hijos no podemos ser herederos; y tenemos que nacer de Dios para llegar a ser
hijos de Dios. Pero “si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con
Cristo” (Ro. 8:17). El hecho de renacer no solamente confiere el título, sino que también
garantiza la herencia. El cristiano ya ha recibido el Espíritu, quien garantiza nuestra herencia”
(Ef. 1: 14). Así como a Cristo le tocó comprar la herencia, la labor del Espíritu es darla a conocer
a los herederos: porque “Dios nos ha revelado ... por medio de su Espíritu” (1 Co. 2: 10) “lo que
Dios ha preparado para quienes lo aman” (v. 9). Es jurisdicción del Espíritu otorgar a los
regenerados un dulce anticipo de lo que les espera, de traerles algo del gozo del cielo aquí en la
tierra.

EL NUEVO NACIMIENTO DE INMEDIATO NOS HACE APTOS PARA IR AL CIELO

El nuevo nacimiento no sólo nos otorga un título y nos asegura la herencia celestial, sino que
también nos hace idóneos para la misma. En el nuevo nacimiento se nos imparte una naturaleza
apta para la esfera celestial, habilitándonos para morar por siempre con el Dios tres veces santo,
lo que se evidencia por la presente comunión con él. Cuando el creyente llega al final de su
peregrinación por este mundo, su cuerpo muere, y con él muere también el pecado que ahora
pone obstáculos a la comunión con Dios. Los santos han comprendido muy escasamente que en
la regeneración son de una vez hechos idóneos para el cielo. Muchos de ellos creen -sufriendo
seria disminución de su paz y gozo- que todavía tienen que atravesar por un proceso de severa
disciplina y refinamiento antes de estar en condiciones de entrar a las cortes celestiales. Eso no
es más que otra reliquia del romanismo. El ladrón moribundo que fue llevado en forma inmediata
desde el lugar de su nacimiento espiritual al paraíso, debería darnos una lección mejor. Pero no
es así. El legalismo sigue siendo la tendencia del corazón, incluso en el cristiano, de manera que
resulta difícil convencerlo de que fue hecho apto para el cielo en el momento mismo de su nuevo
nacimiento, tan apto como podría llegar a ser si viviera otro siglo en la tierra. Qué difícil nos es
creer que no hace falta ningún crecimiento en la gracia ni ardientes pruebas para preparar al alma
para el hogar del Padre.

En ninguna parte dicen las Escrituras que a los creyentes se les someta a un lento proceso de
maduración que los haga aptos para el cielo. El Espíritu Santo declara expresamente que Dios el
Padre “por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo ... para que ... recibamos una
herencia”. ¿Qué podría ser más claro? Este no es un texto solitario. A los cristianos se les ha
hecho “tener parte en la naturaleza divina” (2 P. 1:4). Si esto es así, ¿qué más podría faltarles
para estar en la presencia divina? Las escrituras declaran enfáticamente, “Así que ya no eres
esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero” (Gá. 4:7). La herencia es
el derecho o patrimonio del hijo. Hablar de herederos que no califican para una propiedad es una
contradicción en términos. Nuestra idoneidad para la herencia se basa únicamente en el hecho de
que somos hijos de Dios. Si es cierto que una persona no puede entrar o ver el reino de Dios, a
menos que nazca de nuevo, entonces es obvio que habiendo nacido de nuevo está calificada para
entrar y disfrutar del reino de Dios. Las siguientes palabras exponen un aspecto de las oraciones
de gratitud que Pablo elevaba por los colosenses: “dando gracias con alegría al Padre. Él nos ha
facultado [tiempo pasado] para participar de la herencia de los santos en el reino de la luz” (Col.
1: 12, cursiva y corchetes míos). Este texto anula todo argumento en contra.

LA REGENERACIÓN NOS UNE EN MATRIMONIO CON CRISTO

La regeneración nos une vitalmente con Cristo, convirtiéndonos así en coherederos con él. La
porción de la esposa es su participación en la porción del esposo. “YÓ les he dado la gloria que
me diste” (Jn. 17:22), declara el Redentor en cuanto a sus redimidos. En la actualidad es
necesario que acentuemos esta verdad, cuando tanta doctrina falsa es presentada como verdad.
En sus intentos fantasiosos de “dividir correctamente la Palabra,” los hombres han dividido
incorrectamente a la familia de Dios. Algunos dispensacionalistas no sólo sostienen que hay una
distinción en privilegios terrenales, sino que las mismas distinciones serán perpetuadas en el
mundo venidero. Afirman que los creyentes del Nuevo Testamento estarán en un nivel superior
al de Abraham, Isaac y Jacob; que los santos que vivieron y murieron antes de Pentecostés no
participarán en la gloria de la iglesia, o que no entrarán a la herencia “reservada en el cielo” para
nosotros. Afirmar que los santos de esta era cristiana ocuparán una posición superior y
disfrutarán de mayores privilegios que los de eras anteriores es un error grave e inexcusable,
porque choca con las enseñanzas más fundamentales que las Escrituras imparten sobre el
propósito del Padre, la redención de Cristo y la obra del Espíritu, y porque repudia los aspectos
esenciales de la gran salvación de Dios. Escribiendo a las iglesias en Galacia, integradas
mayormente por gentiles, el apóstol Pablo declara: “Por lo tanto, sepan que los descendientes de
Abraham son aquellos que viven por la fe” (Gá. 3:7). Este texto solo es suficiente para probar
que Dios no ha cambiado la ruta de salvación.

La totalidad de los elegidos de Dios son participantes comunes de las riquezas de su asombrosa
gracia, vasos que “de antemano preparó para esa gloria” (Ro. 9:23), a quienes ha predestinado “a
ser transformados según la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). Cristo actuó como el Fiador de toda la
elección hecha por gracia, y lo que su obra meritoria consiguió para uno de ellos, lo consiguió
necesariamente para todos. Los santos de todos los tiempos son compañeros en su carácter de
herederos. Cada uno de ellos fue predestinado por el mismo Padre (Jn. 6:37; 10:16,27-30;
17:2,9-12,20-24); cada uno de ellos fue regenerado por el mismo Espíritu (Ef. 4A), cada uno de
ellos miró y confió en el mismo Salvador. Las Escrituras no saben de ninguna salvación en que
los salvados no sean coherederos con Cristo. A quienes Dios les da su Hijo (es decir, toda la
compañía de elegidos desde Abel hasta el final de la historia terrenal), también les da libremente
todas las cosas (Ro. 8:32). Que tanto Abraham como David fueron justificados por la fe, queda
demostrado en Romanos 4, y no existe ningún destino superior o perspectiva más gloriosa que
aquella que la justificación acredita plenamente. La obra renovadora del Espíritu Santo es
idéntica en cada miembro de la familia de Dios, es decir, busca hacerlos renacer y habilitarlos
para una herencia celestial. Todos los que fueron llamados eficazmente por él durante la era del
Antiguo Testamento recibieron 1a herencia eterna prometida” (Heb. 9:15). Los hijos nacidos
celestialmente tienen que tener una porción celestial.

LA NATURALEZA DE NUESTRA HERENCIA ETERNA

"Una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el


cielo para ustedes” La porción celestial reservada para el pueblo de Dios es de una naturaleza
que se ajusta a la vida nueva recibida en la regeneración, porque es un estado de perfecta
santidad y felicidad, apropiado para seres espirituales que poseen cuerpos materiales. Son
muchas y variadas las descripciones que las Escrituras ofrecen de la naturaleza de nuestra
herencia. En nuestro texto (v. 5), se la describe como 1a salvación que se ha de revelar en los
últimos tiempos” (cf. Heb. 9:28), es decir, se trata de salvación en la plenitud y perfección que
será otorgada a los redimidos cuando Cristo vuelva en gloria. Nuestro Señor Jesús la describe
como “el hogar de mi Padre” donde hay “muchas viviendas” que él mismo Cristo está
preparando ahora para su pueblo (Jn. 14:1,2). El apóstol Pablo se refiere a ella como 1a herencia
de los santos en el reino de la luz” (Col. 1:12, la cursiva es mía), y a los futuros habitantes de ese
glorioso reino los describe como “hijos de luz” (1 Ts. 5:5, la cursiva es mía). Sin duda, estas
expresiones apuntan a la perfección moral de Aquel en cuya refulgente luz un día han de morar
todos los santos (Is. 33:13;

1 Ti. 6:13-16; Heb. 12:29; 1 Jn. 1:5). Además, subrayan la inmaculada pureza que caracterizará a
cada uno de aquellos que habitarán para siempre “en la casa del Señor” (Sal. 23:6; cf. Dn. 123;
Ap. 21:27). Pablo la describe como 1a ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto
y constructor” (Heb. 11:10). Sobre ella Abraham fijó su mirada, llena de esperanza y fe.
También la llama “un reino inconmovible” (Heb. 12:28; cf. Ap. 21:10-27).

El apóstol Pedro se refiere a los cristianos como a aquellos a quienes Dios ha llamado “a su
gloria eterna en Cristo” (1 R 5: 10). En otra parte llama a nuestra herencia “reino eterno de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 1: 1 l). El Señor Jesús oró diciendo: “Padre, quiero
que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria” (Jn. 17:24). En su
revelación al apóstol Juan, el Cristo glorificado describe la herencia de los santos como el
“paraíso de Dios” (Ap. 17), de donde podemos inferir que Edén solamente fue una sombra del
mismo. Mirando hacia el futuro a ese paraíso, David declara, “Me has dado a conocer la senda de
la vida; me llenarás de alegría en tu presencia, y de dicha eterna a tu derecha” (Sal. 16:11).

EL SIGNIFICADO DE LA PALABRA HERENCIA

En su comentario sobre 1 Pedro, John Brown explica de esta manera el significado de la palabra
herencia:

Las Escrituras llaman “herencia” a las dichas celestiales, y esto por dos razones: para marcar su
naturaleza gratuita y para marcar su posesión segura.

Una herencia es algo que no se obtiene por esfuerzos propios, sino por el libre don u
otorgamiento de otro. El pueblo de Dios no recibió su herencia terrenal o externa porque fueran
más grandes o mejores que las otras naciones de la tierra, sino porque Dios “se agradó para
amarlos” (Dt. 10: 15). “Porque no fue su espada la que conquistó la tierra, ni fue su brazo el que
les dio la victoria: fue tu brazo, tu mano derecha; fue la luz de tu rostro, porque tú los amabas”
(Sal. 44:3). Y la herencia celestial del pueblo espiritual de Dios es enteramente un don de su
soberana bondad. “¡Por gracia ustedes han sido salvados” (Ef. 2:5); La dádiva de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús” (Ro. 6:23).

La metáfora de una “herencia” se usa con referencia a la dicha celestial y sugiere una segunda
idea, la de una posesión segura. No hay derecho más inobjetable que el derecho a una herencia.
Si el derecho del dador u otorgador del bien es correcto, todo está seguro. La dicha celestial, sea
que se la considere como don del Padre o como dádiva del Hijo, es “segura para toda la
simiente”. Si el título del poseedor es tan válido como el derecho del propietario original,
entonces su posesión tiene que ser tan segura como el trono de Dios y el de su Hijo.

LA EXCELENCIA DE NUESTRA HERENCIA

"Una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el


cielo para ustedes”. La excelencia de la herencia eterna de los redimidos se describe con cuatro
expresiones. En primer lugar, es indestructible, y así es semejante a su Autor, el “Dios inmortal”
(Ro. 1:23). Toda corrupción es un cambio de mejor a peor, pero el cielo no tiene cambios ni fin.
Por lo tanto, con la palabra indestructible se apunta a algo duradero, imperecedero. Es algo que
tampoco va a corromper a sus herederos como lo han hecho muchas de las herencias del mundo.
En segundo lugar, es incontaminada, y con ello es semejante a quien la compró, Aquel que pudo
pasar por este mundo sin contaminarse, pasó como el rayo de sol que sigue inmaculado aunque
brille sobre un objeto sucio (Heb. 7:26). Toda mancha es producida por el pecado, pero ni uno de
sus gérmenes puede entrar jamás en el cielo. Por eso, el término incontaminado comunica la idea
de algo beneficioso, incapaz de herir a sus dueños. La palabra incontaminada habla de “un río de
agua de vida, claro como el cristal” (Ap. 22: l). Es un río de frescura imperecedera y perpetua; su
esplendor nunca será empañado, ni disminuida su belleza. En tercer lugar, es inmarchitable, y
como tal es semejante a Aquel que nos conduce a ella: “el Espíritu eterno” (Heb. 9:14, la cursiva
es mía), el Espíritu Santo. En cuarto lugar, se agrega: “Tal herencia está reservada en el cielo
para ustedes”, lo que habla del lugar y de la seguridad de nuestra herencia (véase Col. 1:5; 2 Ti.
4:18).

Al considerar las cuatro expresiones descriptivas contenidas en el versículo 4, ante nuestra vista
aparecen varias características propias de la herencia. Para comenzar: nuestra herencia es
indestructible. Su sustancia es totalmente diferente a la de los reinos terrenales, cuya grandeza se
desvanece. Los imperios más poderosos de la tierra eventualmente se desvanecen por causa de su
corrupción inherente. En cambio, consideremos la pureza de nuestra porción. Jamás una
serpiente entrará en este paraíso para contaminarlo. Contemplemos su belleza inmutable. No la
pueden dañar el óxido ni la polilla, ni podrán los siglos sin fin producir una arruga en el rostro de
sus habitantes. Valoremos seguridad. Es guardada por Cristo para sus redimidos; jamás ladrón
alguno podrá entrar en ella.

A mí me parece que estas cuatro expresiones tienen el propósito de motivarnos a trazar una serie
de contrastes con la herencia gloriosa que nos espera. Primero, consideremos la herencia de
Adán. ¡Qué rápido se corrompió el Edén! Segundo, pensemos en la herencia que “el Altísimo ...
hizo dividir a los hijos de los hombres” (Dt. 318) y cómo la han contaminado con su avaricia y
derramamiento de sangre. Tercero, contemplemos la herencia de Israel. Cuán tristemente se secó
la tierra que fluía leche y miel bajo las sequías y hambres que el Señor envió para castigar a la
nación por sus pecados. Cuarto, reflexionemos en la gloriosa habitación que les fue vedada a los
ángeles caídos que “no mantuvieron su posición de autoridad” (Jd. 6). Estos desgraciados y
ensombrecidos espíritus no tienen un sumo sacerdote que, lleno de gracia, interceda por ellos,
sino que están “perpetuamente encarcelados en oscuridad para el juicio del gran Día”.
Conscientes de la corrupción que aún queda en nosotros, bien podemos preguntar con temblor y
pía desconfianza qué pasará con nosotros mismos (véase Mt. 26:20-22), “¿Qué nos salvará de
semejante condenación?”.

LA GARANTIA DE QUE RECIBIREMOS NUESTRA HERENCIA

Ahora llegamos, finalmente, al octavo punto de nuestra reflexión: aquello que esta doxología
garantiza infaliblemente. Acabamos de preguntar con miedo cómo podríamos estar seguros. La
doxología, llena de gracia, responde: .la quienes el poder de Dios protege mediante la fe hasta
que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos” (1 P. 1:5) ¡Aquí está el
aliento para los temblorosos santos! La herencia inestimablemente gloriosa y preciosa no
solamente es segura, “reservada en el cielo” para nosotros, sino que nosotros también estamos
seguros, pues “el poder de Dios” nos protege. Aquí coinciden perfectamente la doctrina del
apóstol Pablo y la del Señor Jesús, y la de los otros apóstoles. Nuestro Señor enseñó que aquellos
que son nacidos de nuevo, creen en su Hijo (Jn. 1:11-13; 3:3-5), y que quienes creen tienen vida
eterna (Jn. 3:15,16). “El que cree en el Hijo tiene [en forma presente y continua] vida eterna” (Jn.
3:36, los corchetes y cursiva son míos). También enseñó que los que no creen, no creen porque
no son ovejas suyas (Jn. 10:26), a lo que agrega:

"Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca
perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más
grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El Padre y yo somos uno”
(Jn. 10:27-30).

El apóstol Pablo también declara el hecho de que ninguno de los hermanos de Cristo perecerá:

“¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el
hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? ... Sin embargo, en todo esto somos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la
vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo
profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha
manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Ro. 8:35,37-39).

Sin embrago, todavía queda la pregunta: ¿Cuál es el medio principal usado por el poder de Dios
para preservarnos para que entremos en nuestra heredad y la gocemos?

LA FE ES EL MEDIO POR EL CUAL SE NOS PRESERVA


"A quienes el poder de Dios protege mediante la fe---. Las palabras de John Brown son muy
valiosas en este punto:

Ellos son “protegidos” -puestos a salvo- en medio de los muchos peligros que enfrentan, y son
protegidos “por el poder de Dios”. La expresión “poder de Dios- podría referirse al poder que
Dios ejerce en relación a los enemigos de los cristianos, controlando sus propósitos malignos,
pero también podría apuntar a la influencia espiritual que Dios ejerce en las mentes de los
creyentes, haciendo que sigan creyendo en la verdad [la cursiva es mía] y haciéndolos llamar
como Dios ama, y a perseverar como Cristo perseveró” (2 Ts. 3:5; cf. 2 Ti. 1: 13,14). Lo más
probable es que el apóstol se refiera a esto último, ya que añade 'mediante la fe'. Dios hace que el
cristiano persevere en la fe y de esa forma lo guarda de caer y hace que conserve el estado y
carácter que son absolutamente necesarios para poder gozar de la herencia celestial.
La perseverancia que se obtiene de esta forma, es una perseverancia en fe y en santidad; y nada
sería más absurdo y grosero que el que vive en incredulidad y pecado piense que de alguna
forma podrá obtener la bendición de estar en el cielo.

DIOS NOS GUARDA, PERO NOSOTROS DEBEMOS CREER

Con su poder todopoderoso, Dios nos guarda “hasta que llegue la salvación que se ha de revelar
en los últimos tiempos”. Pero el mismo Espíritu de gracia que nos guarda, también inspiró a
Judas para que escribiera “conservaos en el amor, esperando la misericordia de nuestro Señor
Jesucristo para vida eterna” (Jd. 2 1, RV60, la cursiva es mía). El Espíritu también guió a Pablo
para que escribiera “Pónganse toda la armadura de Dios ... Además de todo esto, tomen el escudo
de la fe, con el cual pueden apagar todas las flechas encendidas del maligno” (Ef. 6:11,16). Es
por esto que, con los apóstoles, debemos pedirle continuamente al Señor: “¡Aumenta nuestra
fe!”. Si nuestra súplica es genuina, podemos estar seguros de que Jesús, que es “iniciador y
perfeccionador de nuestra fe", oirá y contestará nuestra oración en la forma que mejor responda a
nuestra necesidad, aunque sea por medio de la adversidad.

Fue muy apropiado que el apóstol se refiriera a la herencia celestial de los creyentes. Escribía a
quienes estaban natural y espiritualmente lejos de su hogar, que eran extranjeros en un país
extraño. Muchos de ellos eran judíos convertidos, a quienes se les trataba con mucha crueldad.
Un judío convertido al cristianismo tenía mucho que perder: era excomulgado de la sinagoga, se
convertía en un paría entre su propio pueblo. Sin embargo, también recibía la más rica
recompensa. Era una persona que había sido nacida del cielo para tomar posesión de una
herencia que en calidad y duración era infinitamente superior a la tierra de Palestina. Su ganancia
era muchísimo más grande que sus pérdidas (véase Mt. 19:23-29, especialmente el v. 29).
Entonces, desde el comienzo mismo de la carta, el Espíritu llevó a estos creyentes que sufrían a
una comunión más estrecha con Dios. Lograba este objetivo colocando delante de ellos las
riquezas de la gracia y la misericordia de Dios. Mientras más ocupados estuviesen con esos dos
dones celestiales, más podrían levantar sus mentes por sobre lo terrenal para llenarse de
alabanzas a Dios. Aunque pocos de nosotros sufrimos pruebas como las que ellos sufrieron, sin
embargo, nuestra suerte se echa en un día oscuro, y a nosotros nos toca mirar más allá de las
cosas que se ven para fijar nuestra atención en la bendición futura que nos espera. Puesto que
Dios nos ha preparado tal bendición deberíamos glorificarle en adoración genuina y hasta el fin
apegamos a sus promesas por medio de la “obediencia a la fe” (Ro. 16:26).
***

CAPÍTULO 7
1 Pedro 5:10,11
Parte 1

Ahora llegamos a una sublime oración apostólica. Es una oración notablemente rica en
contenido, y su cuidadoso estudio y devota meditación serán ricamente recompensados. Mi
propia tarea será mucho más fácil, ya que estoy usando ampliamente la excelente y exhaustiva
exposición que Thomas Goodwin hace del pasaje. El Señor iluminó de manera especial a este
autor cuando escribió acerca de esta porción de las Escrituras. Mi deseo es compartir con mis
lectores aquello que ha sido de no poca bendición personal para mí.

Hay siete aspectos que debemos considerar con referencia a esta oración: (1) el suplicante,
porque hay una relación íntima e impactante entre las experiencias de Pedro y los términos de su
oración; (2) su entorno, porque está íntimamente ligada al contexto, particularmente a los
versículos 6”9; (3) su destinatario, es decir, "el Dios de toda gracia" “un título especialmente
querido para su pueblo y absolutamente apropiado en este contexto; (4) su argumento, porque
como tal ha de considerarse la cláusula "que los llamó a su gloria eterna en Cristo"; (5) la
petición, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables"; (6) su idoneidad, "después que
ustedes hayan sufrido un poco de tiempo", porque si bien esa cláusula precede a la petición, por
lógica le sigue, cuando el texto es tratado homiléticamente; (7) su alabanza, "A él sea el poder
por los siglos de los siglos. Amén".

"Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia
que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables" (v.
10). Con estas palabra el apóstol comienza su apelación a aquel que es la fuente de gracia. Así
que ni el principal de los pecadores tiene por qué desesperar cuando se acerque al Dios de gracia.
Luego menciona aquello que todos los creyentes pueden tener como prueba de que es
verdaderamente el Dios de toda gracia, a saber, el hecho de haberlos llamado eficazmente de la
muerte a la vida, y de haberlos sacado de la oscuridad del pecado e introducido a su propia luz
maravillosa. Pero eso no es todo, porque la regeneración es solamente un anticipo de lo que ha
designado y preparado para ellos, puesto que los ha llamado a su gloria eterna. La comprensión
de esa verdad mueve al apóstol Pedro a pedir que, después de un tiempo de prueba y aflicción,
Dios complete su obra de gracia en ellos. En esto queda claramente implícito que Dios
preservará a su pueblo de la apostasía y que los impulsará a perseverar hasta el fin. A pesar de
toda la oposición del mundo, de la carne y del diablo, Dios los llevará seguros al cielo.

PEDRO EXPERIMENTO LA GRACIA RESTAURADORA Y PROTECTORA DE DIOS

En primer lugar, consideremos al suplicante de esta oración. Fue Simón Pedro quien se acercó a
Dios como al Dios de gracia. Mientras que Pablo tenía mucho más que decir de la gracia de Dios
que cualquiera de los demás apóstoles, le tocó al pobre Pedro usar el título "Dios de toda gracia".
No será preciso ir muy lejos para descubrir cuán apropiadas son sus palabras y el por qué de esta
invocación. Mientras que en Saulo de Tarso el Nuevo Testamento tiene el trofeo más
sobresaliente de la gracia salvadora (siendo el rey Manasés un caso igualmente notable en el
Antiguo Testamento), sin duda que en Simón, obtiene el ejemplo más conspicuo de lo que es la
gracia restauradora y protectora de Dios (David suple un paralelo bajo la ley de Moisés). ¿Qué es
lo que más asombra a un cristiano? ¿Qué es lo que derrite su corazón en la presencia de Dios?
¿Acaso es la gracia que Dios le ha mostrado mientras aún estaba muerto en pecado, la gracia que
lo sacó del lodo cenagoso y lo puso sobre y dentro de la Roca de los siglos? ¿0 es la gracia
mostrada a uno después de su conversión, a saber, la gracia que soporta su extravío e ingratitud,
la gracia que es paciente cuando se aleja del primer amor, contrista al Espíritu y deshonra a
Cristo; la gracia que, a pesar de todo, lo ama hasta el fin y sigue ministrando a todas sus
necesidades? Si la experiencia del lector es de alguna manera semejante a la mía, no tendrá
dificultad en responder.

¿Quién sino aquel que ha sentido penosamente la corrupción que hay en su interior, que ha
tenido tantas pruebas tristes de lo engañoso e irremediablemente malo que es su propio corazón,
y que ha percibido algo de la excesiva pecaminosidad del pecado, puede estimar correctamente
la triste caída de Pedro? Porque Pedro no solamente tenía un lugar de honor entre los doce
embajadores del Rey de gloria, sino que también tuvo el privilegio de contemplarlo en el monte
de la transfiguración, siendo uno de los tres que vieron más que ningún otro las agonías en el
huerto. ¡Y escucharlo después, un poco más tarde, negando con juramentos a su Maestro y
Amigo! ¿Quién sino alguien que haya experimentado personalmente la “paciencia de Dios" (1 P.
3:20; 2 P. 19,15), y que ha sido personalmente el receptor de su "gran misericordia” (1 P. 1:3)
puede estimar realmente la asombrosa e infinita gracia que movió al Salvador (1) a mirar con tal
dolor y ternura al descarriado, que lo hizo llorar (Lc. 22:62), (2) a tener una entrevista personal
con Pedro después de su resurrección (Lc. 24:34; 1 Co. 15:5), y (3) sobre todo, recuperar a su
oveja descarriada, para restaurarlo en el apostolado (Jn. 21:15-17)? ¡Con razón Pedro puede
llamar a Cristo, junto al Padre y al Espíritu “Dios de toda gracia”!

LA DOBLE TAREA DE LOS MINISTROS DEL EVANGELIO

En segundo lugar, consideremos el entorno de esta oración. Al examinar cuidadosamente el


contexto, hallaremos que contiene mucho que aprender y admirar. Antes de entrar a los detalles,
observemos el contexto general. En los versículos precedentes (vv. 6-9), el apóstol hizo una serie
de importantes exhortaciones. Pero como estas exhortaciones son precedidas por las obligaciones
que Pedro inculca a los siervos públicos de Dios (vv. 1-4), permítaseme que primero les dirija
algunas palabras a ellos. Que todos los pastores que están bajo la autoridad de Cristo sigan el
ejemplo que aquí se les presenta. Habiendo exhortado a los creyentes a ser prudentes y sobrios,
el apóstol dobla su rodilla para encomendarlos al cuidado lleno de gracia de su Dios, buscando
para ellos aquellas misericordias que, a su parecer, más necesitaban. El ministro de Cristo tiene
dos obligaciones principales que cumplir en cuanto a las ovejas que están a su cuidado (cf. Heb.
13:17): dirigirse a ellas para hablar en nombre de Dios, y dirigirse a Dios para suplicar en favor
de ellas. La semilla que el ministro siembra difícilmente producirá mucho fruto, a menos que la
riegue personalmente con sus oraciones y lágrimas. Es un hipócrita si exhorta a sus oyentes a
dedicar más tiempo a la oración y él mismo no frecuenta el trono de la gracia. Cuando el pastor
ha proclamado fielmente todo el consejo de Dios, solamente ha cumplido la mitad de su misión;
la otra parte ha de ser cumplida en privado.
LAS DOS OBLIGACIONES DE LOS QUE ESCUDRIÑAN LA PALABRA DE DIOS

El mismo principio es igualmente válido para quienes se sientan en las bancas. El más profundo
de los sermones aprovechará muy poco, a menos que sea puesto en ferviente oración. ¡Y lo
mismo con lo que leemos! Dios bendecirá estos capítulos en la medida en que lleven al lector a
ponerse de rodillas en sincera súplica buscando el poder del Señor. Sólo así tendrán alguna
influencia en el lector De la exhortación, el apóstol pasa a la súplica. Hagamos lo mismo pues de
lo contrario quedaremos sin la fuerza necesaria para obedecer los preceptos del Señor. El apóstol
inculca diversas obligaciones, a las que agrega su propia oración pidiendo que Dios capacite a
los lectores para que las cumplan, no importa cuán difíciles sean, y para que tengan paciencia
frente a las pruebas, no importa cuán dolorosas sean. Observemos también el bendito contraste
que se da entre los ataques del enemigo (vv. 8.9) y la forma en que se concibe a Dios (vv. 10, 1
l). ¿Acaso el propósito de esto no es enseñarle al santo que no tiene nada que temer de su vil
adversario, mientras tenga acceso a Aquel en quien reside toda clase de gracia necesaria para el
diario andar, trabajar, batallar y testificar? Seguramente esta es una de las principales lecciones
prácticas que debemos aprender de esta oración, al contemplarla a la luz de su contexto.

NUESTRA CAPACIDAD PARA RESISTIR A SATANÁS DEPENDE DE LA ORACIÓN

A menos que todos los días nos pongamos en manos del "Dios de toda gracia", ciertamente
nunca seremos capaces de resistir "firmes en la fe" (v. 9) a nuestro enemigo el diablo", el cual
"ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (v. 8). De igual manera, necesitamos la
gracia divina para practicar el "dominio propio" y para mantenemos "alerta” (v. 8). Necesitamos
que la gracia nos fortalezca para poder resistir exitosamente a un enemigo tan poderoso como el
diablo. Necesitamos que la gracia nos dé valor para resistir firmes en la fe; y necesitamos que la
gracia nos haga pacientes para sobrellevar las aflicciones con mansedumbre. Dios no sólo nos
provee de toda clase de gracia, sino también de gracia en toda medida, de modo que cuando nos
sintamos agotados podamos obtenerla en toda medida. Una de las razones por las que Dios
permite que Satanás ataque tan frecuente y cruelmente a su pueblo, es para que comprueben por
sí mismos la eficacia de la gracia de Dios: "Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para
ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena
obra abunde en ustedes" (2 Co. 9:8). Así que traigamos a Dios todo cántaro de necesidad, y
saquemos agua de su plenitud inagotable. F.B. Meyer dice: "Con diversos nombres se conoce al
océano, según las orillas que bañe, pero siempre es el mismo océano. Así también es siempre el
mismo amor de Dios. aunque cada uno percibe y admira su adaptación especial a las necesidades
propias”.

LA EXHORTACIÓN Y ORACIÓN DE PEDRO TIENEN UNA NOTABLE


CORRESPONDENCIA CON SU EXPERIENCIA

Thomas Goodwin ha demostrado que hay una relación mucho más definida entre esta oración y
su contexto, y entre ambas cosas y la experiencia de Pedro. Los paralelos son tan estrechos y
numerosos que no pueden pasar desapercibidos. En Getsemaní, Cristo exhortó a sus siervos,
diciendo: "Estén alerta y oren para que no caigan en tentación" (Mt. 26:41). y en su epístola
Pedro exhorta a los santos: “Practiquen el dominio propio y estén alerta". Anteriormente el
Salvador le había advertido: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes
como si fueran trigo” (Lc. 22:3 l), y, como solían decir los puritanos: "sacudirlos hasta no dejar
gracia alguna". Así, en el versículo 8, Pedro puntualiza su llamado a la sobriedad y a la
vigilancia diciendo: "su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar".
Pero ante la afectuosa admonición, el Señor lo alentó, diciendo, "Pero yo he orado por ti, para
que no falle tu fe" (Lc. 22:32). Como Goodwin señala: "Fe sin arruga, a Satanás arruina". En ese
sentido, el apóstol Pedro agrega: “Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe". Calvino lo
interpreta como el don de la fe. Aunque Pedro cayó por fallarle la confianza y coraje que tenía en
sí mismo, su fe lo libró de dar lugar a la desesperación abyecta, tal como lo muestra Lucas
22:61,62.

Nuestro Señor concluyó su exhortación a Simón diciendo, “Y tú, una vez vuelto [restaurado,
traído de vuelta], confirma a tus hermanos" (Lc. 22:32, RV60, los corchetes son míos). Del
mismo modo, manera nuestro apóstol escribió: "sabiendo que sus hermanos en todo el mundo
están soportando la misma clase de sufrimientos" (v. 9); y luego pide que después de que ellos
hayan sufrido por un corto tiempo, el Dios de toda gracia los "los restaurará y los hará fuertes,
firmes y estables". Oró pidiendo para ellos el mismo tipo de liberación que él mismo había
experimentado. Finalmente, Goodwin observa que cuando Cristo fortaleció la fe de Pedro contra
Satanás, puso su "pero yo he orado por ti" contra lo peor que el enemigo podía hacer. Por eso
Pedro, después de haber retratado al adversario de los santos en su más horrendo carácter (como
"león rugiente"), introduce estas palabras: "Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su
gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firme y estables". Con ellas les aseguraba
que Dios sería su protector, afirmador y fortalecedor. Si a pesar de su triste caída, Pedro fue
restaurado y preservado para gloria eterna, esto nos garantiza que así será con todos los
verdaderamente regenerados. ¡Cuán admirablemente las Escrituras (Lc. 22) interpretan las
Escrituras (1 P. 5)!

ES IMPRESIONANTE LA FORMA TAN APROPIADA EN LA QUE DIOS ELIGE A


LOS ESCRITORES DE LA BIBLIA

Antes de pasar a la siguiente sección, notemos y admiremos cómo los instrumentos particulares
utilizados por Dios como sus mensajeros, estaban personalmente calificados y eran por
experiencia idóneos para sus múltiples tareas. ¿Quién, sino Salomón, estaba tan bien preparado
para escribir el libro de Eclesiastés? Tuvo oportunidades excepcionales de beber de todas las
pobres cisternas de este mundo, y luego registrar que no se había hallado satisfacción en ellas.
De ese modo proveyó un adecuado trasfondo para el Cantar de los Cantares, donde Dios nos
habla del amor. Cuán apropiada fue la selección de Mateo para escribir el primer evangelio,
porque era el único de los doce que antes de ser llamado al ministerio tenía un puesto oficial
(cobrador de impuestos al servicio de los romanos). De los cuatro evangelistas, es él quien con
mayor claridad presenta a Cristo en su carácter oficial de Mesías y Rey de Israel. Marcos, el
ayudante de Pablo (2 Ti. 4:1 l), es escogido para presentar a Cristo como el siervo de Jehová.
¿Quién podría haber sido más adecuado para escribir sobre el bendito tema del amor divino, que
aquel a quien se le dio la bendición de recostar su cabeza en el seno del Amado de Dios? Y aquí
es Pedro el que con tanta emoción llama a la Deidad, "el Dios de toda gracia". Y en realidad es
así. Cuando Dios llama a una persona al ministerio, la equipa por la experiencia y la califica para
sus tareas.
UNA VERDAD QUE SÓLO PERTENECE AL EVANGELIO: DIOS ES EL "DIOS DE
TODA GRACIA”

En tercer lugar, contemplemos a su destinatario: “el Dios de toda gracia". La naturaleza no revela
a Dios de esta manera, puesto que el hombre tiene que trabajar duramente para ganar lo que
obtiene de ella. La providencia tampoco lo revela así, porque contiene un aspecto severo y
también uno benigno; y en general más bien ejemplifica que cosechamos lo que sembramos. La
ley sería la ultima en exhibirlo en ese carácter, puesto que su recompensa es asunto de deuda, no
de gracia. Es solamente en el evangelio donde Dios es manifestado claramente como "el Dios de
toda gracia." La alta estima que podamos tener de su persona como el Dios de toda gracia es
proporcional a la baja estima de nosotros mismos, porque la gracia es el favor gratuito de Dios al
que no lo merece. Por eso, es algo que no podremos apreciar verdaderamente hasta haber
comprendido nuestra total indignidad y vileza. Bien podría ser el Dios de inflexible justicia e ira
implacable hacia los que se rebelan contra su gobierno. En efecto, eso es para todos los que están
fuera de Cristo, y seguirá siéndolo por toda la eternidad. Pero en el glorioso evangelio los
pecadores que merecen el infierno descubren la asombrosa gracia de Dios. Descubren a un Dios
listo para perdonar y limpiar al peor de los pecadores que se arrepienta y crea. La gracia ideó el
plan de la redención; la gracia lo ejecutó; y la gracia lo aplica y lo pone en práctica.
Anteriormente Pedro hizo mención de 1a gracia de Dios en sus diversas fórmas” ( 1 P. 4: 10, la
cursiva es mía), porque nada menos servirá para quienes son culpables de "muchas rebeliones" y
"grandes pecados" (Am. 5:12). La gracia de Dios no sólo es numéricamente multiforme, sino que
es rica en variedad y manifestaciones. Cada bendición que disfrutamos debe ser adjudicada a la
gracia. Con todo, el apelativo "Dios de toda gracia" es aún más incluyente; en efecto, a la mente
humana finita le es totalmente incomprensible. Como hemos visto, este título forma un contraste
con lo que se dice del diablo en el versículo 8, donde por su maldad es retratado en su terrible
carácter de enemigo nuestro; por la fuerza que tiene, se le describe como león; por el terror que
causa, como león rugiente; por su energía, como león que "ronda ... buscando a quien devorar", a
menos que Dios se lo impida. Qué bendito y estimulante es el contraste: "Dios mismo" “el
todopoderoso, autosuficiente, todo suficiente” "el Dios de toda gracia”. ¡Cuán alentador es
destacar este atributo, cuando tenemos que tratar con las tentaciones de Satanás! Si el Dios de
toda gracia está a favor nuestro, ¿quién podrá contra nosotros? Cuando Pablo fue probado
severamente por el mensajero (ángel) de Satanás, quien lo envió para golpearlo, y cuando oró
tres veces pidiendo que le sea quitado, Dios le aseguró su alivio: "Te basta con mi gracia" (2 Co.
119, la cursiva es mía).

EL DIOS DE TODA GRACIA: UN GRAN ESTÍMULO A LA ORACIÓN

Aunque las Escrituras mencionan frecuentemente la gracia de Dios y mencionan el hecho de que
la naturaleza misma de Dios está llena de gracia, en ningún otro versículo hallamos la
denominación "el Dios de toda gracia". Aquí hay un énfasis especial que requiere nuestra más
esmerada atención: Dios no es simplemente "el Dios de gracia", sino "el Dios de toda gracia."
Como Goodwin ha demostrado, Dios es el "Dios de toda gracia" (1) esencialmente en su propio
carácter, (2) en su propósito eterno en cuanto a su pueblo, y (3) en su presente trato con ellos. El
pueblo de Dios recibe constantemente y en forma personal, pruebas de que Dios es así; y
aquellos cuyos pensamientos son moldeados por su palabra saben que los beneficios con que los
cubre diariamente son las expresiones de su designio eterno de gracia para con ellos. Pero sus
hijos tienen que mirar aún más atrás, o fijar sus ojos más arriba, y percibir que todas las riquezas
de gracia que él ha ordenado para ellos, provienen de su naturaleza misma, y son su naturaleza
misma. Goodwin dice: "La gracia que es parte de su naturaleza es la fuente o vertiente; la gracia
de sus propósitos es la cisterna, y la gracia en sus dispensaciones, los arroyos". Fue la gracia que
es parte de su naturaleza la que lo llevó a formar "pensamientos de paz” hacia su pueblo (Jer.
29:1 l), así como es la gracia que habita en su corazón la que lo impulsa a cumplirlos. En otras
palabras, la gracia de su misma naturaleza, lo que él es en sí mismo, ella es la que garantiza que
todos sus benevolentes propósitos serán bien cumplidos.

Así como él es el todopoderoso, autosuficiente y omnipotente, para quien todas las cosas son
posibles, así también en sí mismo es el Dios de toda gracia, sin que le falte perfección alguna que
lo haga infinitamente benigno. Por eso hay en Dios un océano de gracia que alimenta todos los
torrentes que han de manar de sus propósitos y dispensaciones. Entonces, esta es nuestra gran
consolación: toda la gracia que existe en su naturaleza, y que lo hace ser el "Dios de toda gracia”
para sus hijos, asegura no sólo que se manifestará a ellos como tal, sino que garantiza que suplirá
todas sus necesidades y asegura que en los siglos venideros derramará sobre ellos las exuberantes
riquezas de su gracia (Ef. 17). Por consiguiente, debemos mirar más allá de los torrentes de
gracia que ahora gozamos. Debemos mirar al Dios”hombre, a Jesús el Ungido, que está "lleno de
gracia" (Jn. 1: 14), para pedirle provisiones duraderas y mayores. La estrechez está en nosotros,
no en él, porque en Dios hay provisión sin medida y sin límite. Ruego a los lectores (y a mí
misino) que recuerden que al venir al trono de misericordia (para dar a conocer sus peticiones) le
supliquen al "Dios de toda gracia". En él hay un océano infinito de donde sacar aguas de vida, y
él te exhorta a venir diciendo, "abre bien la boca y te la llenaré" (Sal. 8 1: 10, itálicas mías). No
en vano ha declarado: conforme a vuestra fe os sea hecho".

SÓLO POR LA FE PODEMOS GOZAR DEL DIOS DE TODA GRACIA

El Dador es mayor que los dones, pero para que cualquiera de nosotros goce de Dios, tiene que
ejercer fe personal. Sólo así haremos particular lo que es general. Dios es el Dios de toda gracia
para todos los santos, pero yo debo personalmente dirigir mi fe a Dios, para conocer y deleitarme
en él por lo que él es realmente. En el Salmo 59 tenemos un ejemplo de esto. Allí David declaró:
"El Dios de mi misericordia irá delante de mí"(v. 10, RV60, la cursiva es mía). David apropia
para sí mismo la misericordia de Dios. Primero observemos cómo David se aferra a la
misericordia esencial de Dios, esa misericordia que está enraizada en su naturaleza misma. En el
versículo 17 David exclama otra vez: "Fórtaleza mía, a ti cantaré; porque eres, oh Dios, mi
refugio, el Dios de mi misericordia" (RV60, la cursiva es mía). El Dios de toda gracia es mi
fuerza. Es mi Dios, y por eso el Dios de mi misericordia. Como tal me dirijo a él; toda la
misericordia que hay en él es mía. Puesto que él es mi Dios, todo lo que hay en él es mío.
Después de todo, fueron la misericordia y la gracia que están en él, lo que lo impulsó a poner su
amor en mí y hacer un pacto conmigo, diciendo: "yo seré su Dios, y él será mi hijo" (Ap. 21:7).
Goodwin dice:

Hemos oído decir que Dios es el Dios de toda gracia para la iglesia. Supongamos ahora que
alguien tuviese todas las necesidades de la iglesia juntas y que nada le ayudase sino la totalidad
de la gracia que Dios tiene para la iglesia toda ““en efecto, aun la totalidad de Dios mismo”, te
aseguro que Dios le daría toda su gracia ... Pobre alma, solías mirar a tus pecados, y en efecto,
quizá sean graves y te sientas inclinado hacia ellos. Otra vez mirabas a tu miseria. Te exhorto, sin
embargo, a considerar que Dios es el Dios de tu misericordia y que, dada la ocasión y la
necesidad, toda la misericordia de Dios es tuya, y toda ella basada en un título tan real como lo
es tu pecado; porque la dádiva gratuita de Dios es un título tan bueno como el pecado que has
heredado.
De esta manera, vemos que en la hora de la necesidad Dios n misericordia como si cada uno de
nosotros fuese su único hijo. Así como hemos heredado la culpa y las miserias de las
transgresiones de Adán, así, los que estamos en Cristo, hemos heredado el título a toda gracia y
misericordia.

Además, notemos que David se aferra a la misericordia intencional de Dios. Cada santo
particular tiene designada y concedida lo que puede llamar "mi misericordia". En su decreto,
Dios ha apartado una porción tan abundante que jamás puede agotarse ni por tus pecados ni por
tus necesidades.” El Dios de toda misericordia irá delante de mí". Desde toda la eternidad Dios
ha anticipado y provisto de antemano para todas mis necesidades, así como un padre sabio tiene
preparada una caja de remedios para las dolencias de sus hijos. Y acontecerá que "antes de que
clamen, responderé yo; mientras aún hablen, yo habré oído" (ls. 65:24, la cursiva es mía). ¡Qué
condescendencia asombrosa es que Dios haga de esto una característica de sí mismo, que se
convierta en el Dios de misericordia para cada uno de sus hijos en particular!

Finalmente, notemos su misericordia dadivosa, la que se nos concede concretamente momento a


momento. Aquí también el creyente tiene todo motivo para decir: "El Dios de mi misericordia",
porque cada bendición que disfruta procede de su mano. Este título suyo no está vacío, porque el
hecho de que David lo haya registrado en la Santa Escritura asegura que Dios lo respaldará.
Cuando el cristiano lo hace suyo en auténtica fe, dependiendo de él como un niño, Dios se
compromete a ocuparse de todos mis intereses. No es solamente mi Dios personal, también es el
Dios de mis necesidades.

***
CAPITULO 8
1 Pedro 5:10,11
Parte 2

"El Dios de toda gracia que los llamó”. Usando el análisis de Goodwin, en el capítulo
anterior se señaló que este título tiene referencia a lo que Dios es en sí mismo, a lo que es en su
eterno propósito, y a lo que es en su actuar para con su pueblo. En las palabras recién citadas,
vemos estas tres cosa unidas en una referencia al llamamiento eficaz con el que Dios nos saca de
las tinieblas del pecado, para introducimos a su luz maravillosa (1 P. 2:9). El Espíritu Santo nos
llama internamente de manera muy especial, produciendo en nosotros inmediata e infaliblemente
arrepentimiento y fe. Así, el llamamiento se convierte en la primera prueba evidente y externa
que el nuevo creyente recibe de que Dios realmente es para él “el Dios de toda gracia". Aunque
esa no fue la primera vez que Dios lo amó, es la prueba de que Dios lo ha amado desde toda la
eternidad: "a los que predestinó, también los llamó" (Ro. 8:30). "Desde el principio Dios los
escogió para ser salvos" (2 Ts. 2:13). A su tiempo, Dios lleva a cabo su salvación mediante las
operaciones invencibles del Espíritu, quien los capacita y los hace tener fe en el evangelio. Creen
por medio de la gracia (Hch. 18:27), porque la fe es el don de la gracia divina (Ef. 2:8), y ésta les
es dada porque pertenecen a los "escogidos por gracia" (Ro. 11:5). Pertenecen a los elegidos
porque el Dios de toda gracia los ha escogido desde la eternidad para que sean eternamente
monumentos de su gracia.

LA REGENERACIÓN ES FRUTO DE LA ELECCIÓN, NO SU CAUSA

En 2 Timoteo 1:9 queda claro que fue la gracia de Dios lo que lo llevó a llamarnos: "Dios nos
salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia
determinación y gracia. Nos concedió ese favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo".
La regeneración (o el llamamiento eficaz) es la consecuencia y no la causa de la predestinación
divina. Dios resuelve amamos con un amor inalterable, y ese amor determinó que fuésemos
participantes de su gloria eterna. Su buena voluntad hacia nosotros lo mueve tan infaliblemente a
ejecutar todas las resoluciones de su gratuita gracia hacia nosotros, que nada lo puede apartar de
ello, aunque en el ejercicio de su gracia siempre actúa de manera consistente con sus otras
perfecciones. Nadie como Goodwin magnificó tanto la gracia de Dios. Sin embargo, cuando se le
preguntó “¿La prerrogativa divina de la gracia implica que Dios salva a las personas, aunque
éstas continúen viviendo como quieran?”, su respuesta fue:

Válgame Dios. Nosotros no creemos en una soberanía interpretada de esa manera; como si ella
salvara sin reglas o contra las reglas. El mismo versículo que habla de Dios como "el Dios de
toda gracia" en relación a nuestra salvación, agrega "que los llamó", y nuestro llamamiento es
santo (2 Ti. 19). Aunque el fundamento del Señor es firme, se agrega: "Que se aparte de la
maldad todo el que invoca el nombre del Señor" (2 Ti. 2:19), de lo contrario no puede ser salvo.

Comprenderemos mejor el título divino "el Dios de toda gracia", si lo comparamos con otro que
se encuentra en 2 Corintios 13, que dice: "Dios de toda consolación”. La principal diferencia
entre ambos es que el segundo se restringe más al aspecto dadivoso de la gracia de Dios, como lo
muestran las palabras que siguen: "quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones" (2 Co.
1:4). Como "Dios de toda consolación", no solamente es el dador de todo consuelo real y el que
nos sostiene en todas nuestras pruebas, sino que es el dador de todos los consuelos y
misericordias temporales. Porque todo refrigerio natural o beneficio que derivamos de sus
criaturas se debe únicamente al hecho de haberlas bendecido para nosotros. De igual modo, es el
Dios de toda gracia: gracia que busca, gracia vivificante, gracia perdonadora, gracia purificadora,
gracia proveedora, gracia restauradora, gracia preservadora, gracia glorificante, gracia de toda
clase y de medida plena. Si bien la expresión "el Dios de toda consolación" sirve para ilustrar el
título que estamos considerando aquí, no obstante, es inferior a este. Porque las dispensaciones
de la gracia de Dios son más extensas que las de su consuelo. En ciertos casos, Dios da gracia
donde no da consolación. Por ejemplo, su gracia iluminadora trae consigo los dolores de la
convicción de pecado, que a veces duran mucho tiempo antes de que sea concedido algún alivio.
También, bajo su vara de castigo, se otorga una gracia que nos sostenga mientras se nos retiene
el consuelo.

DIOS DISPENSA TODO TIPO DE GRACIA SEGÚN LA NECESIDAD PRECISA QUE


TENGAMOS
Dios no sólo tiene para nosotros todo tipo concebible de gracia, sino que con frecuencia la otorga
precisamente en el momento de nuestra necesidad; porque es entonces cuando el favor
gratuitamente concedido se manifiesta en toda su belleza. Se nos invita gratuitamente a venir con
toda confianza al trono de la gracia para "hallar la gracia que nos ayude en el momento que más
la necesitemos" (Heb. 4:16), o como lo expresó Salomón, que Dios proteja la causa de su pueblo
Israel, haciendo “cada cosa en su tiempo" (I R. 8:59). Así es nuestro Dios, lleno de gracia,
ministrando a favor nuestro a toda hora y en todo asunto. El apóstol Pablo nos dice: "Ustedes no
han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano [es decir, ninguna tentación
que no sea común a la naturaleza humana caída, porque el pecado contra el Espíritu es cometido
solamente por quienes tienen una afinidad especial con Satanás y sus malos designios de
oponerse al reino de Cristo]. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá
de lo que pueden aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a
fin de que puedan resistir" (I Co. 10: 13, los corchetes son míos). El Señor Jesucristo declaró
que, con la excepción recién mencionada arriba, “a todos se les podrá perdonar todo pecado y
toda blasfemia" (Mt. 12:31). Porque el Dios de toda gracia produce arrepentimiento de todo tipo
de pecado, tanto de los cometidos después de la conversión como de los anteriores a ella, tal
como lo demuestran los casos de David y de Pedro. El Señor dice: "Yo sanaré su rebelión, los
amaré de pura gracia" (Os. 14:4). Cada uno de nosotros tiene abundantes razones para decir de
todo corazón y por experiencia propia: "Pero la gracia de nuestro Señor se derramó sobre mí con
abundancia" (I Ti. 1: 14).

LA PRUEBA INFALIBLE DE SU ABUNDANTE GRACIA HACIA NOSOTROS SU


PUEBLO

"El Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna". Aquí está la mayor y la más grande
prueba de que él es realmente el Dios de toda gracia para con su pueblo. No se necesita ninguna
evidencia más convincente y bendita para manifestar su buena voluntad para con ellos. Aquí se
evidencian claramente la abundante gracia y los buenos propósitos que hay en su corazón hacia
ellos. Ellos son los 1larnados de acuerdo con su propósito" (Ro. 8:28), es decir, "conforme a su
eterno propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor" (Ef. 3:1 l). El llamamiento eficaz nos
trae de la muerte a la vida, y es la primera manifestación abierta de la elección gratuita de Dios.
El llamamiento es el fundamento de todas las obras que su gracia hace después por ellos. Es
entonces cuando comienza esa "buena obra" suya, la que finalmente será perfeccionada "el día
de Jesucristo" (Fil. 1:6). Mediante ella son llamados a una vida de santidad aquí, y a una vida de
gloria en el más allá. En la frase "que los llamó a su gloria eterna" se nos informa que los que
una vez fuimos "por naturaleza hijos de ira" (Ef. 23, RV60) y que ahora somos por gracia
participantes "de la naturaleza divina" (2 P. 1:4), también seremos participantes de la gloria
eterna del mismo Dios. Aunque el llamamiento eficaz no los pone inmediatamente en posesión
de la gloria eterna. los califica y adecua plenamente para participar eternamente de su gloria. Por
eso el apóstol Pablo dice a los colosenses que está “dando gracias con alegría al Padre. Él los ha
facultado para participar de la herencia de los santos en el reino de la luz" (Col. 1: 12).

Pero miremos más allá de los más deleitosos torrentes de gracia; miremos a la Fuente de todos
ellos. Es la gracia infinita, propia a la naturaleza de Dios, la que se involucra para cumplir sus
propósitos benignos y alimenta continuamente esos torrentes. Hay que notar cuidadosamente que
cuando Dios inauguró su decisión de gracia: "tendré misericordia del que tendré misericordia", lo
hizo anteponiendo estas palabras: "Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré
el nombre de Jehová delante de ti" (Ex. 33:19). Moisés debía ser cautivado por toda la gracia y
misericordia que habita en Jehová mismo, antes de que su mente se volviera para considerar la
suma de los decretos y propósitos de la gracia de Dios. Esa gracia, que es parte del ser mismo de
Dios, debe ser dada a conocer a su pueblo. El verdadero océano de bondad que habita en Dios
está entregado a promover el bien de su pueblo. Dios hizo pasar todo ese bien ante los ojos de su
siervo. Moisés cobró aliento al contemplar tan ¡limitada riqueza de benevolencia. Tal fue el
ánimo que recibió, que tuvo plena seguridad de que el Dios de toda gracia sería verdaderamente
misericordioso con aquellos que había escogido en Cristo antes de la fundación del mundo. Esa
gracia esencial, arraigada en el ser mismo de Dios, ha de ser el primer objeto de la fe; y cuanto
más nuestra fe esté dirigida a ella, más sostén recibirán nuestras almas en la hora de la prueba,
persuadidas de que Él no nos puede fallar.

EL ARGUMENTO SOBRE EL QUE PEDRO BASA SU PETICIÓN

En cuarto lugar, consideremos el argumento en que el apóstol Pedro basa su petición: "que los
llamó a su gloria eterna en Cristo". Sin lugar a duda, esta cláusula es introducida para magnificar
a Dios y ejemplificar su maravillosa gracia. Sin embargo, considerada aparte, en relación con la
plegaria como un todo, este es el argumento presentado por el apóstol para apoyar la petición que
sigue. Pedro estaba pidiendo que Dios perfeccione, afirme, fortalezca y establezca a sus santos.
Era lo mismo que argumentar diciendo: “Puesto que ya has hecho lo que es más grande ahora
concede lo que es menor en vista de que van a ser participantes de tu eterna gloria en Cristo,
concédeles lo que necesitan mientras permanecen en este mundo pasajero". Si nuestros
corazones estuvieran más ocupados con quien nos ha llamado y con aquello a lo que nos ha
destinado, no sólo abriríamos más nuestras bocas sino que también tendríamos más confianza de
que serán llenadas con alabanzas a Dios. No es otro sino Jehová sentado en forma
resplandeciente sobre su trono, rodeado por las huestes celestiales que lo adoran, quien en breve
nos dirá. a cada uno, “Ven a mí y deléitate en mis perfecciones”. ¿Cree el lector que Dios
retendrá cosa alguna que sea para su bien? Si él me ha llamado al cielo, ¿existe alguna necesidad
que me niegue en la tierra"

¡Qué argumento más poderoso y prevaleciente! En primer lugar, es como si el apóstol estuviera
diciendo: "Ten respeto por las obras de tu mano. Ciertamente los has llamado de las tinieblas a la
luz, pero todavía son temerosos e ignorantes. Es por tu buena voluntad que van a pasar la
eternidad en tu presencia inmediata en las alturas, pero todavía están aquí en el desierto y
rodeados de debilidades. Entonces, en vista de todo esto, ejecuta todas las otras obras de gracia
por ellos, y en ellos, obras necesarias para traerlos a tu gloria". Lo que Dios ya ha hecho por
nosotros, no sólo debe ser la base de una confiada expectación de lo que hará (2 Co. 1:10), sino
que debe ser usado por nosotros como argumento al presentarle nuestras peticiones a Dios.
"Puesto que me has regenerado, dame ahora crecimiento en la gracia. Ya que has puesto en mi
corazón odio por el pecado y hambre de justicia, intensifícalos. Puesto que me has hecho un
sarmiento de la viña, haz que sea muy fructífero. Puesto que me has unido a tu querido Hijo,
capacítame para mostrar sus alabanzas, para honrarlo en mi vida diaria, y de esa manera
recomendarlo a los que no lo conocen". Pero con esto estoy anticipando un poco la siguiente
división.
NUESTRO LLAMAMIENTO Y JUSTIFICACIÓN SON LA CAUSA DE NUESTRA
ALABANZA Y EXPECTACIÓN
A través de su llamamiento, Dios se ha manifestado a sí mismo como el Dios de toda gracia para
el creyente, lo cual debe fortalecer y confirmar grandemente su fe en él. “a los que llamó,
también los justificó" (Ro. 8:30, la cursiva es mía). La justificación consiste en dos cosas: (1)
Dios nos perdona y nos declara "inocentes", como si nunca hubiéramos pecado; y (2) Dios nos
declara "justos", como si hubiéramos obedecido a la perfección todos sus mandamientos. Para
estimar la plenitud de su gracia para perdonar, debemos calcular el número y la perversidad de
nuestros pecados. Ellos fueron más que los cabellos de nuestra cabeza, puesto que nacimos como
un "pollino de asno montés" (Job 11:12), y desde el primer despuntar de la razón cada
imaginación de los pensamientos de nuestros corazones fue única y continuamente el mal (Gn.
6:5). En cuanto a su criminalidad, la mayoría de nuestros pecados fueron cometidos contra la voz
de la conciencia, desprecio de privilegios y abuso de misericordias. No obstante, su palabra
declara que él nos ha perdonado "todos los pecados” (Col. 2:13). Cuánto debería esto derretir
nuestro corazón e impulsamos a adorar al "Dios de toda gracia”. Cómo debería esto persuadimos
plenamente de que seguirá obrando en nuestra vida, no conforme a lo que merecemos, sino
conforme a su propia bondad y benignidad. Es cierto, todavía no nos ha librado de la corrupción
que nos habita, pero eso le da la oportunidad de ser longánimo con nosotros.

Pero por muy maravilloso que sea un favor como este, el perdón de los pecados solamente es la
mitad del aspecto legal de la salvación, solamente la parte negativa. Aunque cada cosa que el
débito registró en mi contra ha sido borrada, del otro lado todavía no hay un solo rubro en
carácter de crédito. Desde la hora de mi nacimiento y hasta el momento de mi conversión, no hay
una sola obra buena registrada a mi favor, puesto que ninguna de mis acciones procedía de un
principio puro, ni fueron realizadas para la gloria de Dios. Por venir de una vertiente
contaminada, las corrientes de mis mejores obras también estaban contaminadas (ls. 64:6).
Entonces, ¿cómo pudo Dios declararme justo, declarar que yo había cumplido con la norma
establecida? Esa norma exige perfecta y perpetua conformidad a la ley divina, ya que nada
inferior obtiene su recompensa. Aquí aparecen nuevamente las maravillosas riquezas de la gracia
divina. Dios no sólo ha borrado todas mis iniquidades, sino que acreditó a favor mío una justicia
plena e incontaminada, y me imputó la obediencia perfecta de su Hijo encarnado: "Pues si por la
transgresión de un solo hombre reinó la muerte, con mayor razón los que reciben la abundancia
de la gracia y del don de la justicia reinarán en vida por medio un solo hombre, Jesucristo ... Por
tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de
justicia produjo la justificación que da vida a todos" (Ro. 5:17,19, la cursiva es mía). Cuando
Dios nos llamó eficazmente, nos vistió "con la justicia [de Cristo]” (Is. 61: 10, los corchetes son
míos), y esa investidura nos asignó un derecho inalienable a la herencia (Ro. 8:17).

DESDE EL PRINCIPIO, DIOS TUVO COMO META FINAL NUESTRA


GLORIFICACIÓN

"Que los llamó a su gloria eterna en Cristo”. Cuando Dios regenera a alguien, le da fe. La fe en
Cristo quita las cosas que lo descalificaban para la gloria eterna (es decir, su contaminación,
culpa y amor al pecado). por la fe recibe un título seguro para el cielo. Mediante el llamamiento
eficaz, Dios nos habilita para la gloria eterna y nos entrega un adelanto del mundo venidero. El
gran final que Dios tenía en mente desde el principio fue nuestra glorificación; todo lo que hace
por nosotros y en nosotros no son pasos y prerrequisitos que apuntan a ese fin. El supremo
designio de Dios al escogemos y llamamos es, primero su propia gloria, e inmediatamente
después nuestra glorificación: "desde el principio Dios los escogió ... a fin de que tengan parte en
la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (2 Ts. 2:13,14, la cursiva es mía). "A los que predestinó ...
también los glorificó" (Ro. 8:30). "No tengan miedo, mi rebaño pequeño, porque es la buena
voluntad del Padre darles el reino” (Le. 12:32). 'Tengan ustedes, a quienes mi Padre ha
bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo"
(Mt. 25:34). Cada uno de estos textos presenta el hecho de que el pueblo creyente de Cristo
heredará el reino celestial y la gloria eterna del trino Dios. Nada menos que esto fue lo que el
Dios de toda gracia dispuso en su corazón como la porción de sus queridos hijos. Por eso,
cuando nuestra elección se manifiesta por primera vez mediante su llamado eficaz, Dios está tan
determinado a darnos esta gloria que inmediatamente nos otorga un título a ella.

Goodwin dio una ilustración impactante de lo que acabamos de decir, basada en la forma en que
Dios obró con David. Cuando David no era más que un joven pastor, Dios envió a Samuel a
ungirlo como rey ante los ojos de su padre y hermanos (I S. 16:13). Mediante este solemne acto
Dios lo invistió con el derecho visible e irrevocable de reinar sobre Judá e Israel. Pero Dios
pospuso por muchos años el que David tomara posesión real del mismo. Sin embargo, el título
divino había sido otorgado en el momento de su ungimiento, y con juramento Dios prometió y se
ocupó de cumplirlo. Después Dios soportó a Saúl (figura de Satanás), quien comandó a todas las
fuerzas militares de su reino y a la mayoría de sus súbditos para causar mucho daño. Dios lo
soportó para demostrar que ningún consejo divino puede ser anulado. Aunque por un tiempo
David estuvo expuesto como una perdiz en las montañas, teniendo que huir de un lugar a otro,
Dios lo protegió milagrosamente y finalmente lo puso en el trono. Así, en la regeneración, Dios
nos unge con su Espíritu, nos aparta y nos da un título a la gloria eterna. Y aunque después
permite que feroces enemigos caigan sobre nosotros, dejando que luchemos y batallemos contra
ellos de la forma más encarnizada, no obstante, su mano poderosa está sobre nosotros
socorriéndonos, fortaleciéndonos y restaurándonos cuando somos temporalmente vencidos y
aprisionados por el enemigo.

NO HAY NADA TRANSITORIO EN LA GLORIA A LA QUE SOMOS LLAMADOS

Dios no nos ha llamado a una gloria etérea, sino eterna, otorgándonos el derecho a ella en el
momento de nuestro nuevo nacimiento. En ese momento se nos comunicó vida espiritual, una
vida indestructible y, por tanto, eterna. Más aún, en ese momento recibimos el "Espíritu
glorioso" (I P. 4:14) como aquel que "garantiza nuestra herencia" (Ef 1:14). Después, durante la
vida, la imagen de Cristo es moldeada progresivamente en nuestros corazones, “somos
transformados ... con más y más gloria" (2 Co. 3:18). De esa manera, Dios no sólo nos "ha
facultado para participar de la herencia de los santos en el reino de la luz" (Col. 1: 12), sino que
recibimos un derecho eterno a la gloria. Porque mediante la regeneración (o llamado eficaz),
Dios nos hace renacer para la herencia (1 P. 13,4); en ese momento nos es dado el
correspondiente título que dura para siempre. El título es nuestro, tanto por la estipulación del
pacto de Dios como por la garantía testamentaria del Mediador (Heb. 9:15). Pablo dice:

"Si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios" (Ro. 8:17). Thomas Goodwin lo resume
de esta manera:
Juntemos tres cosas: en primer lugar, que la gloria a la cual somos llamados es eterna en sí
misma; segundo, que en la persona que ha sido llamada ha brotado un principio de esa gloria que
jamás morirá ni perecerá; tercero, que el creyente tiene derecho a la gloria eterna, y que desde el
momento de su llamamiento esto es un caso cerrado.

Esa "gloria eterna" es "la incomparable riqueza de su gracia", la que derramará sobre su pueblo
por toda la eternidad (Ef. 17), y como lo señala Efesios 2:4-7, incluso ahora estamos sentados
“legal y corporativamente en las regiones celestiales”.

"Que los llamó a su gloria eterna" (1 P. 5:10). Dios no solamente nos ha llamado a entrar a un
estado de gracia en el cual "nos mantenemos firmes", sino que nos ha llamado a un estado de
gloria, de gloria eterna, su eterna gloria, de manera que "nos regocijamos en la esperanza de
alcanzar la gloria de Dios" (Ro. 5:2). Estas dos cosas están inseparablemente unidas: "Gracia y
gloria dará Jehová" (Sal. 84:11, RV60). Aunque nosotros somos las personas que han de ser
glorificadas por ella, es la gloria de Dios la que es puesta sobre nosotros. Es así obviamente,
porque somos totalmente pobres, criaturas vacías, a quienes Dios llenará con las riquezas de su
gloria. En verdad, es el "Dios de toda gracia" quien hace esto por nosotros. Ni la creación ni la
providencia, ni siquiera su obrar con los escogidos en esta vida, exhiben plenamente la
abundancia de su gracia. Recién en la consumación podremos ver y disfrutar su suprema altura.
Es allí donde la gloria de Dios tendrá su manifestación final. Allí se manifestará el honor y el
inefable esplendor con el cual Dios se viste. No solamente vamos a contemplar para siempre esa
gloria, sino que nos será comunicada. "Entonces los justos brillarán en el reino de su Padre" (Mt.
13:43). La gloria de Dios llenará tan completamente nuestras vidas que será irradiada por
nuestros cuerpos. Entonces se habrá cumplido plenamente el eterno propósito de Dios. Entonces
nuestras más profundas esperanzas se habrán realizado perfectamente. Entonces Dios será "todo
en todos"(1 Co. 15:28).

POSEEMOS LA GLORIA ETERNA EN VIRTUD DE NUESTRA UNIÓN CON CRISTO

"Que los llamó a su gloria eterna en Cristo". La última parte de esta frase quiere decir que
nuestro llamado a gozar de la gloria eterna de Dios es posible en virtud de nuestra unión con
Cristo. La gloria le pertenece a nuestra Cabeza, y él nos la comunica únicamente porque somos
miembros de su cuerpo. Cristo es el primer y gran propietario de la gloria, y la comparte con
aquellos que el Padre le ha dado (Jn. 17:5,22,24). Cristo Jesús es el centro del consejo eterno de
Dios, "conforme a su eterno propósito realizado en Cristo Jesús Señor nuestro'" (Ef. 3:11). Todas
las promesas de Dios "son «sí» en Cristo" (2 Co. 1:20). Dios nos ha bendecido con todas las
bendiciones espirituales en Cristo (Ef. 1:3). Somos herederos de Dios porque somos coherederos
con Cristo (Ro. 8:17). Así como todos los propósitos divinos de gracia fueron formados en
Cristo, así también son concretamente ejecutados y establecidos en él. Después de bendecir a
Dios por haber enviado "un poderoso salvador”, Zacarías agrega: "Para mostrar misericordia a
nuestros padres al acordarse de su santo pacto" (Lc. 1:68-72). Somos "preservados en Jesucristo"
(Jd. 1, RV60). Puesto que Dios nos ha llamado "a tener comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro
Señor" (1 Co. 1:9), es decir, para ser participantes (en la debida proporción) de todo aquello de lo
cual él mismo participa. Cristo nuestro coheredero y representante ha entrado a la posesión de
esa herencia gloriosa y en nuestro nombre la está guardando para nosotros (Heb. 6:20).
TODA NUESTRA ESPERANZA SE CENTRA EN CRISTO SOLO

¿Al lector le parece demasiado bueno para ser verdad? ¿Es demasiado decir que el "Dios de toda
gracia" es su Dios? ¿Hay momentos en que usted duda que él lo haya llamado a usted
personalmente? ¿Excede a la capacidad de su fe el saber que Dios lo ha llamado a su gloria
eterna? Si es así, permítame dejar con usted este último pensamiento. ¡Todo esto es suyo sólo por
Cristo Jesús! La gracia de Dios se encuentra atesorada en Cristo (Jn. 1: 14-18), el llamamiento
eficaz viene por medio de Cristo (Ro. 1:6), y la gloria eterna se alcanza por él. ¿La sangre de
Cristo no fue suficiente para comprar bendiciones eternas para pecadores que merecían el
infierno? Entonces, no mire usted a su propia indignidad, sino a la infinita dignidad y méritos de
Aquel que es amigo de publicanos y pecadores. Nuestra fe podrá o no captar esto, pero es
infaliblemente cierto que esta oración de Jesús será contestada: "Padre, quiero que los que me
has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria" (Jn. 17:24). Esa visión no será
transitoria, como la que disfrutaron los apóstoles en el monte de la transfiguración, sino que será
para siempre jamás. Como se ha señalado con frecuencia, cuando la reina de Saba contrastó su
breve visita a la corte del Rey Salomón con el privilegio de los que allí residían, exclamó:
"Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti"
(1 R. 10:8, la cursiva es mía). Así será nuestra feliz bendición durante los siglos sin fin.

***

CAPÍTULO 9
1 Pedro 5.- 10 11
Parte 3

En los dos capítulos anteriores tuvimos la oportunidad de considera al suplicante, al entorno, al


destinatario y al argumento de esta oración. Contemplemos ahora, en quinto lugar, la petición:
"el Dios de toda gracia ... los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables". La fuerza propia de
la gramática griega haría que la petición se lea de esta manera: "el Dios de toda gracia ... él
mismo los restaurará, él mismo los hará fuertes, él mismo los hará firmes y él mismo los hará
estables". Estas palabras contienen mucho más de lo que se ve en la superficie. La plenitud de su
significado solamente se puede descubrir mediante un estudio paciente de las Escrituras,
estableciendo cómo se usan los diferentes términos en otros pasajes. Considero las palabras "él
mismo los restaurará" como la petición principal. Los tres verbos que siguen son en parte una
ampliación y explicación del proceso mediante el cual se alcanza la meta deseada; aunque cada
uno de los cuatro verbos requiere una consideración aparte. Los expositores antiguos, que
analizaban las cosas con mucha más profundidad y cabalidad que muchos expositores modernos,
plantearon la pregunta de si esta oración recibe plena respuesta en la vida actual o en la vida
venidera. Después de evaluar cuidadosamente los pro y los contra de sus argumentos, llegué a la
conclusión de que esta petición es contestada tanto en esta vida como en el más allá. Por eso, mi
explicación tendrá en cuenta estas dos realidades.

DOS SIGNIFICADOS APROPIADOS


"El Dios de toda gracia ... los restaurará” . Otras versiones traducen:”--os restablecerá” (Casa de
la Biblia, Nueva Biblia Española, Biblia de Jerusalén), ,los perfeccionará” (Nacar-Colunga, cf.
RV60). El verbo griego katartizo significa hacer perfecto (1) por medio de ajustar o unir un
objeto, de tal manera que no tenga fallas; o (2) por medio de restaurar un objeto que había
perdido su perfección. Para que el lector pueda formarse un juicio propio, presento los pasajes en
los que la palabra griega es traducida de diversas formas. En cada uno de los pasajes citados, la
palabra (o palabras) en cursiva representa la traducción del verbo griego restaurar que aparece en
nuestro texto. Cuando el Salvador dice "me preparaste cuerpo" (Heb. 10:5), debemos entender,
como también lo ha señalado Goodwin, que "el Espíritu Santo formó y unió todas las partes de
ese cuerpo y alma con el Hijo de Dios" y que así fue inmaculadamente santo, impecable y sin
mancha ni arruga. El verbo katartizo se usa también para expresar terminación y perfecta
consumación de la obra de Dios en la primera creación: "el universo fue formado por la palabra
de Dios" (Heb. 11:3). Es decir, fue terminado en forma tan completa que no hizo falta nada para
perfeccionarlo; porque, como nos dice Génesis 1:3, "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he
aquí que era bueno en gran manera".

Pero en otros pasajes este mismo verbo griego adopta otro sentido. En Mateo 4:21 se le
encuentra en la frase "remendando las redes", donde denota la reparación de algo que ha sido
dañado. "Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben
restaurarlo con una actitud humilde" (Gá. 6: l). En este texto significa algo como cuando se
restaura a un miembro del cuerpo que se dislocó. Sin duda que este era uno de los sentidos que el
apóstol Pedro tuvo en mente al escribir la presente súplica, puesto que las personas por quienes
oraba habían sido dislocadas o esparcidas por las persecuciones (1 P. 1:1,6,7). También Pablo
pensaba en este aspecto del significado, al exhortar a los corintios divididos a "que se mantengan
unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito" (1 Co. 1:10). Otras veces, la palabra es
usada para expresar la acción por la que se repara una deficiencia, como ocurre en 1
Tesalonicenses 3:10, "suplicamos que nos permita verlos de nuevo para suplir lo que falta a su
fe". La palabra falta implica deficiencia. La palabra ocurre una vez más en Hebreos 13:21, que
dice: "Que él os capacite en todo lo bueno para hacer su voluntad". Aquí el apóstol ora por que
los santos puedan avanzar en esta vida a otros grados de fe y santidad.

NUESTRA RESTAURACIÓN TIENE QUE VER CON EL PROCESO DE


SANTIFICACIÓN

El uso que otros pasajes le dan al verbo katartizo, parece sugerir que la afirmación "El Dios de
toda gracia ... los restaurará" quiere decir algo así: "El Dios de toda gracia ... él mismo los irá
restaurando (o perfeccionando) por medio de todos los sucesivos grados de gracia que ustedes
necesitan para alcanzar madurez espiritual”. Este significado no necesariamente implica alguna
falta o fracaso personal en las vidas de aquellos por quienes Pedro ora, como tampoco se culpa a
un niño por no haber alcanzado todavía la plena estatura de un adulto o por no tener todavía el
conocimiento que viene con la edad madura. Es con este principio en mente que Dios ha
prometido perfeccionar la buena obra que ha comenzado en el alma de su pueblo (Fil. 1:6).

Aunque un cristiano se conduzca a la altura de la medida de la gracia que ha recibido, sin


apartarse voluntariamente de su camino, todavía es imperfecto. Tal fue el caso del apóstol Pablo,
uno de los hijos de Dios más favorecidos, que confesó, "No es que ya lo haya conseguido todo, o
que ya sea perfecto" (Fil. 3:12). Han existido y existen algunas almas privilegiadas que nunca
dejaron su primer amor, que han avanzado rápidamente buscando el conocimiento del Señor, y
que (conforme al tenor general de sus vidas) se han comportado conforme a la luz recibida. Pero
inclusive éstos han necesitado mayor crecimiento en sabiduría y santidad para que pudiesen ser
sarmientos más fructíferos de la Vid y para seguir siempre en dirección a una consumación de la
santidad en el cielo.

Tenemos un ejemplo de esto en el caso de los santos de Tesalónica. No sólo habían


experimentado una notable conversión (1 Ts. 1:9), sino que se habían conducido de la forma más
ejemplar y honrosa para con Dios, de manera que el apóstol daba gracias a Dios "a causa de la
obra realizada por su fe, el trabajo motivado por su amor y la constancia sostenida por su
esperanza en nuestro Señor Jesucristo" (v. 3). No solamente eran sanos y vigorosos en cuanto a
las gracias internas, sino que en su conducta externa "se constituyeron en ejemplo para todos los
creyentes" (v. 7). Sin embargo, Pablo estaba muy ansioso por visitarlos nuevamente para
perfeccionar lo que le faltaba a su fe (3:10). Pablo quería que fuesen bendecidos con nuevas
provisiones de conocimiento y de gracia, que los conducirían a un andar más estrecho con Dios y
a una mayor resistencia para vencer las tentaciones. Porque además de habérseles concedido la fe
que descansa en Cristo para el perdón y aceptación de Dios, también hay una fe consciente que
se apropia de nuestra aceptación por parte de Dios. Pablo se refiere a esto como a “la riqueza que
proviene de la convicción y del conocimiento" (Col. 2:2). Con esta bendita riqueza y con la
seguridad de nuestro llamamiento y elección, Dios nos da la profunda experiencia del "gozo
indescriptible y glorioso" (1 P. 1:8); de manera que en esta vida empezamos a entrar
abundantemente a su reino (2 P. 1:10,11). No obstante, esta restauración o perfeccionamiento
también se aplica a la recuperación y restauración de cristianos apartados, como queda evidente
por el propio caso de Pedro.

PEDRO ORA POR EL FORTALECIMIENTO Y ESTABLECIMIENTO DE LA FE

Pero supongamos que Dios remienda y restaura a quienes fueron sorprendidos en falta, ¿acaso no
van a caer otra vez? Por cierto que sí.

Evidentemente Pedro estaba pensando en ese tipo de contingencia. Por eso agrega "los hará
fuertes". Otras versiones traducen: "os fortalecerá" (Casa de la Biblia), "os afianzará" (Biblia de
Jerusalén, Nueva Biblia Española). Pedro anhelaba que fuesen de tal manera confirmados en su
fe, que ya no se apartaran de ella. En cuanto a los débiles y vacilantes, pedía que ya no fuesen
llevados de acá para allá, sino que fuesen afirmados en sus creencias. En cuanto a los
desalentados, pedía que, habiendo puesto las manos en el arado, las dificultades del camino no
los hicieran mirar atrás. En cuanto a los que caminaban estrechamente con el Señor, pedía que
fuesen afirmados en santidad delante de Dios (1 Ts. 3:13), porque aun los más espirituales tienen
necesidad de que la gracia los sostenga día a día. La expresión "los hará fuertes” traduce el verbo
griego sterizo, que en general significa establecer, fortalecer, hacer firme. Cristo lo usa en Lucas
16:26: "hay (establecido) un gran abismo entre nosotros y ustedes" (corchetes y cursiva son
míos). El verbo vuelve a ocurrir en relación con Cristo, de quien se dice que "se hizo el firme
propósito de ir a Jerusalén" (Lc. 9:51, la cursiva es mía). Es la palabra que el Señor le dirigió a
Pedro: "Y tú ... fortalece [o establece firmemente] a tus hermanos" (Lc. 22:32, corchetes y
cursiva son míos). Por anticipado, el Señor le estaba encargando a Pedro fortalecer a aquellos
compañeros suyos que también cederían a la tentación de negar a su Maestro. De la misma
manera, Pablo quería establecer y consolidar la fe de los santos tesalonicenses en relación con la
tentación o las pruebas (1 Ts. 3:1-5).

PEDRO PIDE QUE DIOS LES IMPARTA FIRMEZA MORAL

Aunque seamos de tal manera establecidos por la gracia de Dios que no podamos apartamos total
y definitivamente de sus caminos, no obstante, somos débiles y podemos estar sufriendo bajo
grandes flaquezas. Por eso el apóstol agrega a su petición las palabras: "los hará ... firmes". Otras
versiones traducen: "robustecerá" (Casa de la Biblia, Biblia de Jerusalén, Nueva Biblia
Española). El verbo griego es sthenoo, el cual no es usado en ninguna otra parte del Nuevo
Testamento, pero al ocurrir entre 'Tuertes" y "estables" pareciera dar la idea de vigorizar contra
debilidades y corrupción. Me viene a la memoria la oración que Pablo ofreció en favor de los
efesios, diciendo: 1e pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus
gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser" (Ef. 3:16). En Romanos 5:6,
Pablo emplea un sustantivo negativo (asthenes), formado de la misma raíz: "A la verdad como
éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados" (la cursiva
es mía). En nuestro estado no regenerado estábamos totalmente desprovistos de toda habilidad y
capacidad para hacer aquellas cosas que agradan a Dios. Al estado de impotencia espiritual del
no regenerado se le describe como un estado de "incapacidad". El sustantivo astheneia (derivado
de asthenes) se usa para apuntar al estado en que el cuerpo está muerto: 1o que se siembra en
debilidad', es decir, aquello que carece de vida, que está totalmente desprovisto de vigor. Por
contraste. "resucitar en poder" (1 Co. 15:43). es ser investido y provisto de grandes habilidades,
incluso a semejanza de los ángeles (Lc. 20:36), que son "poderosos en fortaleza" (Sal. 103:20,
RV60). De modo que esta petición de fortalecimiento o firmeza para los santos debe ser
entendida como las provisiones de gracia que vigorizarán las manos débiles y las rodillas
endebles, y los capacitará para vencer a toda fuerza opositora.

PEDRO ORA POR QUE SEAN ESTABLECIDOS EN FE, AMOR Y ESPERANZA

Aunque seamos fortalecidos de tal modo que nunca nos perdamos, y aunque seamos afirmados
para sobrellevar pruebas, todavía podemos volvernos endebles e inseguros. Por eso Pedro agrega
a su petición:” los hará ... estables". Otras versiones traducen: "os consolidará" (Casa de la
Biblia, Biblia de Jerusalén), "dará estabilidad" (Nueva Biblia Española). A Pedro le interesa que
sean incesantes en su fe en Cristo, en su amor hacia Dios y en la esperanza de gloria eterna. El
verbo griego themelioo se traduce en Mateo 7:25 como estaba cimentada, en Efesios 3:17 como
cimentados, y en Hebreos 1:10 como pusiste los cimientos. En nuestro texto, el verbo se usa
como lo opuesto a la indecisión del espíritu y a las dudas del corazón. Pedro está diciendo algo
semejante a esto: "Pido que ustedes puedan decir confiadamente 'Yo sé a quien he creído, y estoy
seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día' (2 Ti. 1:12), y que no abandonen
el sendero del deber por causa de la oposición que encuentren". No importa cuán bueno sea el
árbol, si en vez de estar arraigado en la tierra se le cambia de un lugar a otro, no dará fruto.
¡Cuántos se darán cuenta de que la falta de fruto en sus vidas se debe al estado de inestabilidad
de sus corazones y pensamientos! David pudo decir, "Firme está, oh Dios, mi corazón; firme está
mi corazón". Sólo por eso pudo agregar: "Voy a cantarte salmos" (Sal. 57:7). Esta también es
una bendición que solamente Dios puede impartir. Pablo habla del Dios "que puede
fortalecerlos" (Ro. 16:25). Pero como lo demuestran Deuteronomio 28:9 y 2 Crónicas 20:20,
tenemos que usar los medios indicados.

"Los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables". Pareciera que la meta final se menciona
primero, y luego los pasos para obtenerla. Ya sea que se los trate en conjunto o individualmente,
todos tienen que ver con nuestra santificación práctica. El que se acumulen estos términos
enfáticos, indica que el cristiano tiene una tarea difícil y que tiene una necesidad urgente de
constantes provisiones de gracia divina. La lucha del santo no incluye dificultades comunes, sus
necesidades son profundas y muchas; pero ¡cuenta con "el Dios de toda gracia”! Por eso, es tanto
nuestro privilegio como nuestro deber tomar de él toda la gracia posible, importunándole con
nuestras súplicas (2 Ti. 2: 1; Heb. 4:16). Dios ha provisto gracia adecuada para cada una de
nuestras necesidades; sin embargo, fluyen a través de los medios que él ha establecido. Dios nos
restaurará y nos hará fuertes firmes y estables, en respuesta a la oración ferviente, mediante la
instrumentalidad de su Palabra, bendiciendo en favor nuestro los diversos ministerios de sus
siervos, y santificando para nuestro bien la disciplina de sus providencias. Aquel que ha dado
una esperanza segura a su pueblo, también dará todo lo necesario para alcanzar el objetivo de esa
esperanza (2 P. l:3); pero depende únicamente de nosotros buscar, mediante la oración, la
bendición deseada y necesaria (Ez. 36:37).

NUESTRO SUFRIR CON CRISTO PRECEDE NUESTRA GLORIFICACION CON EL

En sexto lugar, llegamos a considerar la idoneidad de esta oración. "Y después de que ustedes
hayan sufrido un poco de tiempo". Esta cláusula está íntimamente ligada a otras dos: (1) "que los
llamó a su gloria eterna en Cristo"; y (2) la petición misma "Dios mismo ... los restaurará". El
apóstol no oraba que, tan pronto hubiesen sido regenerados, los creyentes fuesen quitados de este
mundo, ni que fuesen librados inmediatamente de sus sufrimientos. Más bien pide que sus
sufrimientos diesen lugar a la gloria eterna: "Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de
tiempo", o según el significado del griego: "después de un corto tiempo". Porque todo tiempo es
corto comparado con la eternidad. Por la misma razón, las aflicciones más severas deben ser
consideradas “1uz", y deben tenerse .Por un momento" cuando se les compara con la "gloria
eterna" que nos espera (2 Co. 4:17). Los sufrimientos y la gloria están inseparablemente ligados,
porque "es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios" (Hch. 14:22).
El apóstol Pablo enseña claramente que los que somos hijos de Dios vamos a compartir la
herencia de Cristo, "pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria"
(Ro. 8:17). El que no lleva una cruz tampoco tendrá una corona (Lc. 14:27). Todos los que han
sufrido en este mundo por amor de Cristo, serán glorificados en el cielo; pero sólo será
glorificado el que, de una forma u otra, ha llegado a "ser semejante a él en su muerte" (Fil. 3:
10). Algunos de los sufrimientos del creyente provienen de la mano providencial de Dios; unos
los causan “Falsos hermanos" (2 Co. 11:26; Gá. 2A), unos vienen del mundo profano, algunos de
Satanás, y otros de nuestro propio pecado. Pedro habla de "diversas pruebas" (1 P. 1:6), pero las
mismas son equilibradas por la "gracia de Dios en sus diversas formas" (1 P. 4: 10). Y ¡ambas
son dirigidas por la "sabiduría en toda su diversidad" de Dios (Ef. 3:10)!

NUESTRA SEMEJANZA A CRISTO POR NECESIDAD INCLUYE COMPARTIR SUS


SUFRIMIENTOS
La abundante gracia de Dios no excluye las pruebas y las aflicciones. Por el contrario, los que
han recibido la gracia divina han sido destinados para el sufrimiento (cf. 1 Ts. 1:3-5). Entonces
no desmayemos ni nos dejemos abatir por las dificultades. Más bien, busquemos la gracia para
que aquellas sean santificadas para nuestro bien. Por varios motivos es necesario que los santos
sufran. En primer lugar, las aflicciones tienen el fin de conformarlos a su Cabeza. "En efecto, a
fin de llevar muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo
existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos" (Heb. 2: 10). Le
basta al discípulo ser como su Maestro, para que sea perfeccionado después de haber sufrido un
poco de tiempo. La salvación tiene un orden que empieza con la humillación y sigue con la
exaltación. Este orden no sólo se aplica a la Cabeza, sino también a sus miembros. Pedro mismo
alude a este orden divinamente establecido en el camino de la salvación, cuando menciona que el
Espíritu '1estificó de antemano acerca de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que vendría
después de éstos" (1 P. 1:11). La voluntad divina lo quiso así: "aunque era Hijo, mediante el
sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb. 5:8). Hubo un momento crucial en el ministerio de Jesús
cuando comenzó "a advertir a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas a
manos de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley, y que era
necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara" (Mt. 16:21, la cursiva es mía). ¿Por qué
tuvo que sufrir de esa manera? Porque Dios así lo ordenó (Hch. 4:28). ¿Acaso el diablo tentó a
Cristo sólo porque le tenía mala voluntad? No, puesto que "el Espíritu llevó a Jesús al desierto
para que el diablo lo sometiera a tentación" (Mt. 4:1, cf. Mr. 1: 12,13; Lc. 4:1,2). Los hermanos
que están soportando pruebas deben recordar que el Salvador mismo tuvo que "pasar por muchas
dificultades para entrar en el reino de Dios" (Hch. 14:22), lo mismo que nosotros. Así, pues, "por
haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados" (Heb. 2:18). Por eso,
"considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas" (Stg. 1:2).
porque sufrir "por ser cristiano" es un medio por el cual podemos glorificar a Dios nuestro
redentor (1 P. 4:16). Uno de los medios designados por Dios para que sepamos que estamos en
Cristo, y no identificados con el mundo que ahora vive bajo la ira de Dios, es el privilegio de
“participaren sus sufrimientos” (Fil. 3:7-11). Oigamos las palabras del Maestro:

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece.
Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra
ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran
recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes
(Mt. 5:10-12).

LA GRACIA DE DIOS SE ENGRANDECE SUPLIENDO NUESTRAS NECESIDADES Y


CONFUNDIENDO A NUESTROS ENEMIGOS

En segundo lugar, el Dios de toda gracia lo ha establecido así porque su gracia se pone de relieve
cuando nos sustenta, y es mucho más manifiesta cuando nos socorre. Por lo tanto, hallamos que
el trono de gracia se engrandece cuando Dios nos da gracia "en el momento que más lo
necesitarnos" (Heb 4:16). Gran parte de la gloria de la gracia de Dios se manifiesta por sostener a
los débiles, librar a los que son tentados y levantar a los caídos. El Señor no nos exime del
conflicto, sino que nos sostiene en medio de él. El llamamiento eficaz nos asegura que
perseveraremos hasta el final; sin embargo, no hace innecesaria la continua provisión de gracia.
Como lo ha expresado Manton: "Dios no solamente les dará gloria al final del viaje, sino que
paga los gastos del camino"

En tercer lugar, nuestro Padre nos guía a través de ardientes pruebas para confundir a los que nos
combaten. La gracia reina (Ro. 5:21) y la grandeza de una monarquía se demuestra cuando
subyuga a los rebeldes y derrota a los enemigos. Dios levantó al poderoso faraón para exhibir su
propio poder divino. El contexto ya nos mostró (1 P. 5:8) que Dios tolera que el diablo ande
como león rugiente resistiendo y atacando a los creyentes. Pero Dios lo hace únicamente para
burlarlo, porque "será quitado el botín al valiente" (Is. 49:24), y "muy pronto el Dios de paz
aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes" (Ro. 16:20).

EL SUFRIMIENTO PONE A PRUEBA NUESTRAS VIRTUDES Y HACE QUE EL


CIELO SEA MÁS GLORIOSO

En cuarto lugar, el sufrimiento es necesario para poner a prueba nuestras virtudes: 1a prueba de
su fe produce constancia" (Stg. 13). Consideremos lo que Pedro dice cuando habla de nosotros
los que hemos renacido "para que tengamos una esperanza viva":

Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir
diversas pruebas por un tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la
fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es
digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele (1 P. 1:6,7).

Es el viento de la tribulación lo que separa al trigo de la paja; el horno revela la diferencia entre
oro y escoria. El oyente de corazón empedrado se ofende y se aparta "cuando surgen problemas o
persecución por causa de la palabra (Mt. 13:21). Así también, para que nuestra esperanza sea
purificada y hecha resplandeciente, nuestros corazones tienen que despegarse más
completamente de este mundo antes de que puedan estar concentrados en las cosas de arriba.

En quinto lugar, soportando las aflicciones engrandecemos la gloria de nuestra herencia.


Escuchemos las palabras de Thomas Goodwin:

El cielo no es simplemente gozo y felicidad, sino gloria, y una gloria que hemos conquistado. En
cada una de las siete epístolas de Apocalipsis 2 y 3, las promesas se dirigen "al que salga
vencedor”. Es una corona ganada por la habilidad y la lucha de quienes compiten conforme a
ciertas reglas establecidas que deben ser respetadas (2 Ti. 2:5). La gloria que se conquista con
habilidad es la más valiosa. La porción ganada por Jacob "con mi espada y con mi arco” era la
reservada para su amado José (Gn. 48:22). Por medio de aquel que nos amó somos más que
vencedores.

DIOS PROVEE SU GRACIA PARA NUESTROS CONFLICTOS INTERNOS Y


EXTERNOS

Es un error restringir los sufrimientos de 1 Pedro 5:9, 10 a las persecuciones y pruebas externas.
También deben incluirse todos los ataques internos, ya sea que provengan de nuestras propias
pasiones o de Satanás. El contexto así lo requiere, porque las palabras "practiquen el dominio
propio y manténgase alerta" tienen que ver tanto con nuestro deseos pecaminosos como con toda
otra provocación a obrar el mal. El llamado a resistir al diablo se relaciona claramente con las
tentaciones que surgen de nuestro interior y que nos empujan al pecado. Así lo requiere la
experiencia de todos los santos, porque sus dolores más agudos son los ocasionados por sus
propias corrupciones. Más aún, como lo ha señalado Goodwin, el poner a Dios ante los ojos de
nuestra fe como "el Dios de toda gracia" exige lo mismo; porque lo que su gracia quiere ante
todo es ayudarnos contra pecados internos y tentaciones a pecar. Además, cuando se habla del
Dios de toda gracia, hay que entender que ella no sólo se extiende a todo tipo de miserias
externas, sino a todos los males internos que son nuestra mayor pesadumbre. Son estos males los
que requieren de su abundante gracia, más que de cualquier otra cosa. Es a ellos a quienes su
gracia se dirige principalmente (Sal. 19:14; 119:1-16; Pr. 3:5-7; 4:20-27). La gracia de Dios es el
gran remedio para todo mal que venga sobre el creyente. Algunos son culpables de pecados más
graves después de su conversión que antes de ella, pero si no fuera que el Dios de toda gracia es
el Dios de ellos, ¿dónde estarían?

LA PERFECCIÓN DE LA GRACIA ES TANTO PROGRESIVA COMO


ESCATOLÓGICA

"Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia
que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables" (1 R
5: 10). Esta petición suplica una gracia que nos capacite a obedecer la exhortación de 1 Corintios
15:58: "Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténgase firmes e inconmovibles, progresando
siempre en la obra del Señor." Hemos de oponemos constantemente al pecado, procurando la
santidad en toda nuestra conducta. Dios contesta parcialmente esta petición en esta vida, pero en
el cielo será cumplida en forma más completa y trascendente. Después de un tiempo de
vacilación y de sufrimiento, Dios promueve a los santos a grados más altos de fe y santidad. Dios
los fortalece y afirma en un marco más firme del Espíritu. Pero estas bendiciones serán
totalmente nuestras cuando lleguemos al estado que nos ha sido establecido después de la
muerte. Sólo entonces seremos restaurados en el sentido de ser plenamente conformados a la
imagen del Hijo del Hombre. Seremos fortalecidos interiormente "para que, cuando nuestro
Señor Jesús venga con todos sus santos, la santidad de ustedes sea intachable delante de nuestro
Dios y Padre" (1 Ts. 3:13). Recién entonces nuestros cuerpos serán resucitados "en poder” (1 Co.
15:43) y terminarán todas nuestras debilidades. Entonces seremos afin-nados eternamente,
porque la promesa divina dice: "Al que salga vencedor lo haré columna del templo de mi Dios, y
ya no saldrá jamás de allí"(Ap. 3:12).

UNA DOXOLOGÍA DE ESPERANZA INFALIBLE

En séptimo y último lugar, llegamos a considerar la gran alabanza de esta oración apostólica: “A
él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén" (RV60). Como dice Leighton: "El
apóstol, habiendo agregado oración a su doctrina, aquí agrega alabanza a su oración”. Ella
expresa la confianza del apóstol de que el Dios de toda gracia contestará su petición. Estaba
seguro que lo solicitado en favor de los santos era para la "gloria" divina, y que el “imperio"
divino lo haría realidad en forma infalible. De manera que en esta doxología final hay una
sugerencia práctica para nosotros. Nos indica dónde obtener alivio y encontrar fuerza en medio
de nuestros sufrimientos. Para conseguir fuerza y alivio debemos poner los ojos en la gloria de
Dios, la cual es el gran final que Dios tiene planeado en toda su obra con nosotros; debemos
esperar confiadamente en el imperio de Dios, quien hará que todas las cosas obren para nuestro
bien (Ro. 8:28). Porque sí el imperio es suyo, y si él nos ha llamado a gloria eterna, entonces
¿qué vamos a temer? Nuestra glorificación es tan cierta (Ro. 8:30), que ahora ya debemos dar
gracias por ella. La gracia abundante e infinita de Dios está comprometida con ello, y su
omnipotente poder garantiza su realización.

***
CAPÍTULO 10
2 Pedro 1: 2 3

Ningún estudio de las oraciones apostólicas o de la Biblia estaría completo sin un examen de las
salutaciones con las que los apóstoles (excepto Santiago) empezaron sus epístolas. En aquel
tiempo, las salutaciones eran un acto de urbanidad. Por ejemplo, en Jerusalén estaba parte del
ejército romano, y su capitán escribió una carta siguiendo este modelo: "Claudio Lisias, a su
excelencia el gobernador Felix: Sahidos" (Hch. 23:26). Pero las salutaciones apostólicas eran
algo muy diferente a la simple cortesía mostrada en aquella época. Las salutaciones de los
apóstoles eran mucho más que una cortés formalidad, incluso más que expresiones de buenos
deseos. El "gracia y paz" que usaban era una oración, era un acto de adoración en el que Cristo
siempre era mencionado en unión con el Padre. Significaba que se había pedido que Dios
concediera estas bendiciones. Estos anhelos de bendición mostraban el cálido afecto que los
apóstoles tenían por aquellos a quienes escribían, y expresaban los deseos espirituales que
sentían en favor de ellos. Al colocar estas palabras de bendición al comienzo mismo de su
epístola, el apóstol Pedro manifestaba cuánto la bondad que Dios tenía para con los hermanos
había afectado su propio corazón.

Lo que ahora ocupará nuestra atención puede considerarse bajo los siguientes encabezamientos.
Primero veremos el contenido de la oración: Ia gracia y la paz". Estas son las bendiciones que se
piden a Dios. Segundo, vamos a ponderar la medida en que se quiere que sean concedidas: "que
abunden en ustedes". Tercero, vamos a contemplar el medio por el cual son otorgadas: "por
medio del conocimiento que tienen de Dios y de Jesús nuestro Señor". Cuarto, vamos a examinar
la intención que está detrás de este pedido: porque "Su divino poder ... nos ha concedido todas
las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda" (2 P. 1:3). Antes de llenar este bosquejo
o hacer una exposición de sus versículos, permítanme señalar (especialmente para el beneficio de
predicadores jóvenes, para quienes es particularmente vital aprender cómo estudiar un texto) lo
que esta oración implica.

LAS IMPLICACIONES VITALES DE ESTA BENDICIÓN

Cuando el apóstol busca de parte de Dios bendiciones como estas para los santos, por
implicación nos enseña las siguientes lecciones de vital importancia: (1) Que nadie puede
merecer nada de parte de las manos de Dios, pues la gracia y los mérito se oponen; (2) no puede
haber verdadera paz si no proviene de la gracia divina: "No hay paz, dijo mi Dios, para los
impíos" (Is. 57:21); (3) que aun los regenerados tienen constante necesidad de la gracia de Dios;
y (4) por eso los regenerados debieran poder ver su propia vileza. Si queremos recibir más de
Dios, debemos presentarle nuestros corazones como vasos vacíos. Antes de hacer su petición al
Señor, Abraham reconoció ser ..polvo y ceniza" (Gn. 18:27). Jacob reconoció que no merecía ni
la menor de sus misericordias (Gn. 32:10). (5) Un pedido como el que Pedro hace aquí es una
confesión tácita de que el creyente depende totalmente de la providencia de Dios, y que
solamente Dios puede suplir las necesidades de ellos. (6) Al pedir que la gracia y la paz abunde
en ellos, hay un reconocimiento de que no solamente el comienzo y la continuación, sino
también su aumento, proceden de la buena voluntad de Dios. (7) Con esto se sugiere que
podemos "abrir la boca" porque Dios la llenará (Sal. 81:10). Por eso, conformarse con poca
gracia es mala señal. Manton dice: "Nunca fue bueno aquel que no tuvo deseos de ser mejor".

EL CARÁCTER ESPECIAL DE LA SEGUNDA EPÍSTOLA DE PEDRO

También es preciso decir una palabra sobre el carácter especial del libro que contiene esta
oración particular. Como todas las segundas epístolas, esta también trata una situación en la que
las falsas enseñanzas y la apostasía tenían un lugar prominente. Una de las principales
diferencias entre las dos epístolas de Pedro es esta: En la primera, el propósito principal es
fortalecer y animar a los hermanos en medio de los sufrimientos a los que eran expuestos a
manos del mundo profano (véase el capítulo 4), pero ahora les hace advertencias (2 P. 2: 1, 11-4)
y los confirma (2 P. 1:5-11, 3:14) en cuanto a un peligro mayor procedente del mundo que se
decía cristiano, y de aquellos que los amenazaban desde dentro del cristianismo. En la primer
epístola, Pedro había representado a su gran adversario como león rugiente (1 P. 5:8), pero aquí.
sin mencionarlo directamente, identifica a Satanás como ángel de luz (serpiente astuta). Ahora
Satanás ya no los persigue, sino que trata de corromperlos y envenenarlos mediante enseñanzas
falsas. En el segundo capítulo, esos falsos maestros son denunciados: (1) como hombres que
negaron al Señor que los había comprado (v. l), y (2) como licenciosos que daban vía libre a sus
apetitos carnales (vv. 10- 14,19).

El apóstol Pedro dirige su epístola "a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo
han recibido una fe tan preciosa como la nuestra” (2 P. 1: l). La palabra fe se refiere aquí a la
acción por la cual uno se apropia de la verdad revelada por Dios. Se dice que la fe de ellos es
"preciosa" porque es uno de los mayores dones de Dios y es el fruto inmediato el poder
regenerador de su Espíritu Santo. Esto se enfatiza en la expresión “han recibido" (lanjano). Es la
misma palabra griega que se encuentra en Lucas 1:9: "le tocó en suerte ... entrar en el santuario
del Señor para quemar incienso" (la cursiva es mía). Luego vuelve a aparecer en Juan 19:24: "No
la dividamos -se dijeron unos a otros-. Echemos suertes para ver a quien le toca" (la cursiva es
mía). Este verbo le recordaba a los creyentes que su fe salvadora no la debían a alguna sagacidad
superior propia, sino únicamente a los designios de la gracia. Lo mismo que pasó con Pedro,
pasó con ellos. Se les había dado una revelación, pero fue algo que no "lo reveló ningún mortal,
sino de mi Padre que está en el cielo" (Mt. 16:17). Al conceder sus favores, Dios les dio una
porción bendita: “la fe de los escogidos de Dios" (Tit. 1: 1, RV60). La frase "a los", a quienes
Pedro se dirige, son los gentiles, y "nuestra" apunta a los judíos entre los cuales Pedro se incluye.
El objeto sobre el que pusieron su fe fue la perfecta justicia de Cristo, su Fiador, porque las
palabras "por la justicia de” se traducen más correctamente como “en la justicia" del divino
Salvador.

LA ESENCIA DE LA BENDICIÓN DE PEDRO


Habiendo descrito a sus lectores conforme a su estado espiritual, Pedro agrega su bendición
apostólica: "Que abunde en ustedes la gracia y la paz". La bendición y saludo apostólicos que
Pedro usa aquí es en suma casi igual a los que Pablo usa en diez de sus epístolas y al que Pedro
usó en su primera carta. En 1 y 2 Timoteo, y Tito, Pablo agrega el elemento misericordia, como
lo hace también Juan en su segunda carta. Judas usa los elementos misericordia, paz y amor. Con
esto aprendemos que, al pronunciar sobre los destinatarios bendiciones inspiradas por el Espíritu,
los apóstoles combinaban la gracia, la palabra consigna de la era del Nuevo Pacto (Jn. 1:14,17)
con la paz, la bendición distintivamente hebrea. Quienes hayan leído atentamente el Antiguo
Testamento habrán notado con qué frecuencia se usa el saludo "paz a vosotros" o algo similar
(Gn. 43:23; Jue. 6:23; 18:6; etc.). David clama: “que haya paz dentro de tus murallas” (Sal.
1217), al contemplar expectante las bendiciones espirituales y temporales que desea para
Jerusalén e Israel (cf. vv. 6,8, y la totalidad del Salmo). Este texto muestra que la palabra paz era
un término general usado para denotar bienestar. La forma en que el Jesús resucitado usa el
término en Juan 20:19 parece decimos que abarcaba todas las bendiciones. En los saludos y
bendiciones finales de las epístolas y del libro de Apocalipsis (que Cristo, la gran Cabeza de la
Iglesia, quería que circulara lo mismo que una epístola). se usan con frecuencia los términos
gracia y/o paz. La palabra paz es usada ocho veces de diferentes maneras (Ro. 16:20; 2 Co.
13:11; Ef 6:23: 1 Ts. 5:23. 2 Ts. 3:16: Heb. 13:20; 1 P. 5:14; 3 Jn. 14), en seis de estos casos su
significado es m ás o menos cercano al de la palabra gracia, la que aparece dieciocho veces (Ro.
16:20-24: 1 Co. 16:23; 2 Co. 13:14; Gá. 6:18. Ef. 6:24; Fil. 4:23: Col. 4:18; 1 Ts. 4:28; 2 Ts.
3:18; 1 Ti. 6:2 1; 2 Ti 4:22; Tit. 3:15; Flm. 24: Heb. 13:25; 1 P. 5: 10; 2 P. 3:18; Ap. 22:21).
Obviamente, la cláusula "La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros", o alguna
variación de ella. constituye la bendición final más característica de los apóstoles. A la luz de la
comprensión que el apóstol Pedro tenía de las realidades de la era evangélica (Hch. 10; 11,
especialmente 11: l- 18), resulta evidente que con esta bendición e] apóstol ve y abarca tanto a
creyentes judíos como gentiles que comparten unidos la plena bendición de la salvación de Dios.

Deseando sinceramente el bienestar de los destinatarios, Pedro procuró para los santos las más
escogidas bendiciones que les podían ser conferidas, para que fuesen enriquecidos moral y
espiritualmente, tanto interior, como exteriormente. La expresión "gracia y paz" contiene la suma
de las bendiciones de] evangelio, y suple cada una de nuestras necesidades. Juntas incluyen todo
tipo de bendiciones y por eso son las cosas más abarcadoras que se le pueden pedir a Dios. Son
los favores más escogidos que podemos desear para nosotros mismos, ¡y para nuestros
hermanos! Sólo Dios puede concederlos por medio de la fe, confiando en la mediación y los
méritos de nuestro Señor Jesucristo. “Gracia y paz" son la esencia misma, y el todo, de la
verdadera felicidad de un creyente en esta vida, lo que explica por qué el apóstol anhelaba que
sus hermanos en Cristo participaran abundantemente de ellas.

PEDRO ORA PARA QUE SUS HERMANOS CREZCAN EN GRACIA

La gracia no debe ser entendida como el favor distintivo y redentor de Dios, ya que estos
creyentes fueron objeto de la gracia mucho antes. Tampoco debe ser entendida como un
principio espiritual natural, puesto que tal principio les fue impartido en el nuevo nacimiento. La
gracia apunta más bien a una manifestación mayor de la naturaleza espiritual y de la semejanza
divina recibida de Dios, y una mayor y más gozosa dependencia de quien la da (2 Co. 119).
También se refiere a los dones divinos que inducen tal crecimiento. Refiriéndose a Cristo, el
apóstol Juan declara, “de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia” (Jn. 1: 16).
Matthew Poole comenta este texto de la siguiente manera:

Gracia sobre gracia. No hemos recibido gotas. sino gracia sobre gracia, no solamente
conocimiento e instrucción, sino el amor y el favor de Dios. Hemos recibido hábitos espirituales
en proporción al favor y la gracia que hay en Cristo (teniéndose en cuenta nuestras limitadas
capacidades). Cristo nos ha dado su gracia gratuita y abundantemente. Esto nos permite ver que
los que hemos recibido esta gracia debemos reconocer y adorar a Cristo, y ser confirmados para
recibir mayor gracia, y la esperanza de la vida eterna ... (la cursiva es mía).

1 Pedro 4: 10 deja en claro que la gracia de Dios es multifacética. Dios la dispensaba a los santos
en diversas formas y cantidades de acuerdo a sus necesidades, pero no solamente para la
edificación del individuo, sino del cuerpo de Cristo como un todo (Ef. 4:7-16). Ya al final de esta
epístola, Pedro manda a sus lectores diciendo: "Crezcan en la gracia y en el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P. 3:18; cf. Ef. 4:15). De esa manera vemos lo apropiada
que era la oración de Pedro, pidiendo que Dios siga ejerciendo su benignidad hacia ellos.
También vemos nuestra necesidad de orar de la misma manera, por nosotros mismos y los unos
por los otros.

Si bien el significado fundamental de la palabra gracia es el favor redentor de Dios libremente


concedido, sin embargo, el término es usado frecuentemente en un sentido más amplio, para
incluir todas aquellas bendiciones que fluyen de su soberana bondad. En este sentido debe
entenderse cuando ocurre en las bendiciones apostólicas, pues son una oración que pide que Dios
continúe y manifieste mucho más la obra que él ya ha comenzado (Fil. 1:6). "Gracia y paz": Los
dos beneficios están adecuadamente unidos porque nunca se encuentra el uno sin el otro. Sin la
gracia reconciliadora no puede haber paz sólida y duradera. La primera es la buena voluntad de
Dios hacia nosotros; la segunda es la gran obra suya en nosotros. En la medida en que se
comunica la gracia, se disfruta la paz: gracia para santificar el corazón; paz para alentar al alma.

AUNQUE LA PAZ EMPIEZA CON LA JUSTIFICACION, SE MANTIENE POR LA


OBEDIENCIA
Cuando el evangelio penetra en el corazón del creyente, uno de sus frutos principales es la paz.
La paz es esa tranquilidad de mente que surge de saberse aceptado por Dios. Aquí se habla de un
paz subjetiva, no de una paz objetiva. La “paz con Dios" (Ro. 5:1, la cursiva es mía) es
fundamentalmente una paz judicial, es lo que Cristo ha hecho por su pueblo (Col. 1:20). Pero la
fe trasmite a la conciencia una respuesta que tiene que ver con nuestra amistad con Dios.
Tendremos paz en nuestro interior en la medida en que nuestra fe descanse sobre la paz hecha
con Dios por medio de la sangre de Cristo. En Cristo, y por medio de Cristo, Dios está en paz
con los creyentes, y el efecto feliz que esto produce en nuestros corazones es una experiencia de
“justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo" (Ro. 14:17). No obstante, no es posible disfrutar o
recibir estas bendiciones si primero no nos hemos rendido al señorío de Cristo y tomado el yugo
sobre nosotros (Mt. 11:29,30). Por eso, es correcto que Pablo pida: "Que gobierne en sus
corazones la paz de Cristo" (Col. 3:15, la cursiva es mía). Esta es la clase de paz que los
apóstoles pedían para sus hermanos. Esta paz es el fruto de la seguridad que nos dan las
Escrituras respecto al favor de Dios, la cual a su vez se mantiene mediante una constante
comunión con Dios en obediencia a sus mandamientos. También es paz con nosotros mismos.
Estamos en paz con nosotros mismos cuando la conciencia deja de acusamos y cuando nuestros
afectos y nuestra voluntad se someten a la mente iluminada. Además, incluye armonía y amistad
con nuestros hermanos en Cristo (Ro. 5:5,6). Qué ejemplo tan excelente nos dejó la iglesia en
Jerusalén: "Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar" (Hch. 4:32).

LA CANTIDAD DE BENDICIÓN QUE SE PIDE: QUE ABUNDE LAGRACIA Y LA


PAZ

La gracia y la paz son la herencia actual del pueblo de Dios, y Pedro quería que las disfrutaran en
gran cantidad, mucho más que un simple gustar de ellas una vez. Como sugiere 2 Pedro 3:18,
Pedro anhelaba que "crezcan en la gracia", y que sean llenos de paz (cf. Ro. 15:13). Su anhelo lo
llevó a pedir: "que abunde en ustedes la gracia y la paz". Con estas palabras, Pedro le pide a Dios
que los visite con muestras mayores y más generosas de su bondad. No solamente ora que Dios
les conceda medidas más y más grandes de su gracia y su paz, sino que también les aumente
grandemente la escasa capacidad que tienen para comprender lo que Dios había hecho por ellos.
Pide que les sea concedida una provisión abundante de gracia y de paz. Ya eran partícipes de
esos beneficios divinos, pero se pide que se los aumente abundantemente. En contraste con las
cosas materiales, las cosas espirituales nunca cansan y, por eso, nunca tendremos demasiado. Las
palabras "que abunden en ustedes" sugiere que la gente experimenta diferentes grados de
seguridad respecto a su situación delante de Dios y que nunca cesamos de depender de su
gratuita gracia. Las dimensiones de esta petición nos enseñan que tenemos el privilegio de pedir
a Dios, no solamente más gracia y paz, sino una mayor amplitud de ellas. Dios se siente más
honrado cuando pedimos lo máximo de sus bendiciones. Si nuestra vida está limitada en la gracia
y la paz de Dios que disfruta, se debe a la mezquindad de nuestras oraciones, porque en Dios no
hay ninguna escasez.

EL MEDIO POR EL QUE SE COMUNICAN LA GRACIA Y LA PAZ

"Por medio del conocimiento que tienen de Dios y de Jesús nuestro Señor". El lector que no es
demasiado lento para hacer estudios comparativos de las Escrituras, habrá observado una
variación entre la salutación que Pedro utiliza en su primera epístola (1 P. L2) y la que usa aquí.
En la primera carta oraba: “Que abunde en ustedes la gracia y la paz". Aquí se agrega: "Por
medio del conocimiento que tienen de Dios y de Jesús nuestro Señor”. Esto es significativo en
cuanto al propósito diferente que tiene esta carta. El estudiante también habrá notado que
conocimiento es una de las palabras prominentes de esta epístola (véase 2 P. 1:2,3,5,6,8; 2:20;
3:18). También debemos considerar con cuánta frecuencia Cristo es designado "nuestro Señor” o
“nuestro Salvador" (2 P. 1:1,2,8,11,14,16; 3:15,18). Con esta designación, Pedro traza un agudo
contraste entre los auténticos discípulos y aquellos falsos profesantes de la fe cristiana que no se
someterán al cetro de Cristo. Ese "conocimiento de Dios" que aquí se menciona no es un
conocimiento natural sino espiritual, no es especulativo sino algo que se experimenta. No es el
mero conocimiento del Dios de la creación y de la providencia, sino de un Dios que tiene un
pacto con los hombres por medio de Jesucristo. Esto resulta evidente, pues se le menciona en
conexión con "Jesús nuestro Señor". Por lo tanto, lo que aquí se ve es un conocimiento
evangélico de Dios. No es posible conocerlo en forma salvadora, sino en Cristo y por medio de
Cristo, tal como él mismo lo ha declarado: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce
al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo" (Mt. 11:27).

Esta oración pide que la gracia y la paz “abunden" en los santos "por medio del [o en]
conocimiento que tienen de Dios". Esto sugiere que deberán permanecer y avanzar en ese
conocimiento. Calvino hace el siguiente comentario:

Por medio del conocimiento, o en el conocimiento. Con todo, la preposición griega en con
frecuencia significa “por medio de" o "con". Ambos sentidos se ajustan al contexto. Me inclino a
adoptar el primero. Porque cuanto más uno avanza en el conocimiento de Dios, más crece uno en
todo tipo de bendición con el sentir del amor divino.

El conocimiento espiritual y experimental de Dios es el gran medio por el cual se nos comunican
todas las influencias de la gracia y de la paz. Dios obra en nosotros como criaturas racionales, en
una manera que concuerda con nuestra naturaleza intelectual y moral. en la cual el conocimiento
precede a todo lo demás. Así como no hay verdadera paz aparte de la gracia, tampoco hay gracia
o paz sin un conocimiento salvador de Dios. La única forma de conocer a Dios es en y por medio
de "Jesús nuestro Señor", porque Cristo es el canal por el cual fluye toda bendición a los
miembros de su cuerpo místico. Mientras más ventanas tenga una casa, más luz entrará a sus
habitaciones. Del mismo modo, cuánto mayor sea nuestro conocimiento de Dios, mayor será
nuestra medida de gracia y paz. Sin embargo, el conocimiento evangélico del más maduro de los
santos no es sino fragmentario y débil y, por lo tanto, requiere un crecimiento continuo. Este
crecimiento viene cuando Dios bendice los medios establecidos para el perfeccionamiento y
fortalecimiento de los santos.

EL LOGRO DIVINO MUEVE A PEDRO A ORAR

"Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y
potencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda" (1 P.
1:3). Esto es lo que movía al apóstol a presentar ante Dios la petición del versículo anterior. Fue
lo que Dios ya había hecho en favor de estos santos lo que lo movía a pedir que los siguiera
tratando generosamente. El versículo 3 también es introducido para alentar la fe de estos
cristianos. Es decir, puesto que Dios había hecho cosas tan grandes por ellos, podían esperar
nuevas y abundantes provisiones de él. Nótese que el motivo inspirador era puramente
evangélico, no es legalista ni mercenario. Dios ya les había concedido todo lo necesario para la
producción y preservación de la espiritualidad en sus vidas, y el apóstol anhelaba ver que las
mantuviesen sanos y vigorosos. El poder divino es la fuente de la vida espiritual, la gracia es su
sostén, y la paz es la atmósfera en la que prospera. Las palabras "todas las cosas que necesitamos
para vivir como Dios manda" también pueden ser entendidas como refiriéndose, en última
instancia, a la vida eterna en gloria. Los cristianos tienen derecho a ella, son hechos aptos para
ella y han recibido una garantía de que ya les ha sido otorgada.

Finalmente, para nuestro crecimiento cristiano es esencial comprender que el contenido del
versículo 3 debe ser considerado como la base de las exhortaciones de los versículos 5-7. Lo que
se pide en el versículo 2 debe ser considerado como el equipamiento para toda fructificación
espiritual y buenas obras. Seamos, pues, más diligentes para habitar en Cristo (Jn. 15:1-5) tanto
en nuestras oraciones como en todos nuestros pensamientos, palabras y acciones.

***

CAPÍTULO 11
Judas 24, 25
Parte 1

La oración que ahora ocupa nuestra atención tiene un carácter particularmente cautivante, su
belleza y bendición se ponen de relieve cuando se le examina teniendo en cuenta su sombrío
telón de fondo. Esta oración pone fin a una de las más solemnes epístolas del Nuevo Testamento,
y debemos leerla con temor, temblor, lo mismo que con gratitud y alabanza. Contiene una
horrenda descripción de la gente que profesa ser creyente pero que carece de la gracia, de a
aquellos árboles que aparentemente prometen mucho fruto para la gloria de Dios, pero cuyas
hojas pronto cayeron y rápidamente se marchitaron. Su tema es la apostasía o, más
específicamente, la corrupción de gran parte de la iglesia visible y la corrupción resultante de un
cristianismo apóstata. Nos presenta un cuadro que en forma trágica pinta las cosas tal como son
ahora en el área de la religión, en la mayoría de las mal llamadas "iglesias". Nos informa cómo
comienza el proceso de decaimiento en profesantes religiosos reprobados, y cómo se desarrolla
hasta que los mismos terminan siendo totalmente corruptos. Esboza la personalidad de aquellos
que extravían a otros en sus viles obras. Da a conocer la segura condenación que espera tanto a
los líderes como a aquellos que se dejan conducir a la apostasía. Termina con un glorioso
contraste.

MUCHOS PERVIERTEN EL EVANGELIO DE LA LIBRE GRACIA DE DIOS HASTA


CONVERTIRLO EN LICENCIA PARA PECAR

El Señor Jesús advirtió que junto a la buena semilla que él y sus apóstoles plantaban, Satanás y
sus agentes sembrarían espinos en el mismo campo. Pablo también anunció que, a pesar del
extenso éxito que el evangelio tuvo durante su vida, habría "apostasía" antes de la revelación del
hombre de pecado (2 Ts. 2:3). A través de la pluma de Judas, el Espíritu describió
detalladamente esa “apostasía" o descarrío de la iglesia visible, considerada corporativamente.
Como Cristo mismo lo había anunciado, la corrupción inicial sería astutamente introducía
"mientras dormían" (Mt. 13:25). Judas presenta a los impíos diciendo que “se han infiltrado” (v.
4), esto es, han entrado sigilosamente o a escondidas. Se les describe como hombres “que
cambian en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Jesucristo, nuestro único Soberano y
Señor" (v. 4). Es decir, pretendiendo inagnificar la libre gracia de Dios, la pervirtieron al no
equilibrar su vida con el otro lado de la moneda: la santidad. Aunque profesaban creer en Cristo
como Salvador, rehusaron someterse a su señorío. Eran camales y sin ley. En vista de esta
horrible amenaza, los santos son exhortados a seguir “luchando vigorosamente por la fe
encomendada una vez por todas a los santos" (v. 3). En este contexto, la fe significa nada menos
que la totalidad del consejo de Dios (cf. Hch. 20:27-3 l).

Se acentúa la exhortación mencionando tres ejemplos terribles y solemnes del castigo con que
Dios visitó a quienes habían apostatado. El primero es el de los hijos de Israel, a quienes Dios
había sacado de Egipto. Los israelitas todavía ansiaban la ollas con carne de Egipto, y debido a la
incredulidad que mostraron en Cades Barnea, toda una generación de ellos fue destruida en el
desierto (v. 5; cf. Nm. 13; 14:1-39, especialmente vv. 26-37). El segundo ejemplo es el de los
ángeles que apostataron de su posición privilegiada y que ahora están '.encarcelados en oscuridad
para el juicio del gran Día" (v. 6). El tercero es Sodoma y Gomorra, que por su indulgencia en
las formas más groseras de lascivia, fueron destruidas por fuego del cielo (v. 7; cf. Gn. 19:1-25).
A esto el apóstol agrega que los que corrompen a la iglesia visible, "contaminan su cuerpo,
desprecian la autoridad y maldicen a los seres celestiales" (v. 8). Ni siquiera el arcángel Miguel
fue irrespetuoso con un inferior, pero estos son irrespetuosos con sus superiores (v. 9). Judas
pronuncia la divina sentencia: Ay de los que ... !" (v. 1 l). Sin la menor vacilación los compara a
ellos y a sus obras con tres notorios pecadores: el "camino de Caín", con lo cual debemos
entender una religión natural que gratifica la carne y que es aceptable a los no regenerados; el
"error de Balaam", que debemos entender como un ministerio mercenario que pervertirá la
"doctrina de la verdadera religión por amor de ganancias sucias" (Calvino); y la "rebelión de
Coré", que apunta al desprecio hacia la autoridad y la disciplina, un esfuerzo por hacer nulas las
distinciones que Dios ha hecho para su propia gloria y para nuestro bien (Nm. 16:1-3).

JUDAS OFRECE CLARAS INDICACIONES DE QUE ESTOS FALSIFICADORES


ERAN PARTE DE LA IGLESIA VISIBLE

En los versículos 12 y 13 se ofrecen otras características de estos malhechores religiosos. Hay


que notar particularmente que se menciona que ,.sin ningún respeto convierten en parrandas las
fiestas de amor fraternal que ustedes [los santos] celebran", lo que agrega más evidencias de que
estos hipócritas, engañadores y engañados, están dentro de las iglesias. Desde la segunda mitad
del versículo 13 hasta el 15 se pronuncia su condenación. Para personas que han caído hay un
camino de restauración; pero no para los apostatas. En el versículo 16, Judas detalla otras
características de estos falsos hermanos, cuyos rasgos lamentablemente se asemejan a los de
muchos cristianos de nuestros días. Luego Judas exhorta al pueblo de Dios a recordar que los
apóstoles de Cristo habían predicho que en el postrer tiempo habrá "burladores que vivirán según
sus propias pasiones impías” (vv. 17-18, cf. 2 P. 33). La frase "en los últimos tiempos" señala a
esta dispensación cristiana o final (véase 1 P. 4:7; 1 Jn. 2:18), con una posible referencia al punto
culminante del mal al término del mismo. Después Judas exhorta a sus lectores mediante un
número de exhortaciones necesarias y saludables (vv. 21-23). Termina con la oración que ahora
vamos a ponderar. La más solemne de todas las epístolas concluye con una desbordante
exclamación de alabanza, tal como no se la encuentra en ninguna otra de ellas.

EL HIMNO FINAL QUE JUDAS COMPONE A LA TRIUNFANTE GRACIA DE DIOS

“¡Al único Dios, nuestro Salvador, que puede guardarlos para que no caigan, y establecerlos sin
tacha y con gran alegría ante su gloriosa presencia, sea la gloria, la majestad, el dominio y la
autoridad, por medio de Jesucristo nuestro Señor, antes de todos los siglos, ahora y para siempre!
Amén". Consideremos cuatro cosas en nuestro estudio de esta oración: (1) su trasfondo general;
(2) el contexto inmediato; (3) las razones que motivaron a Judas a orar así; y (4) la naturaleza y
destinatario de esta oración.
Primeramente, quisiera agregar algo más a lo que dije en términos generales sobre el trasfondo
de esta oración. En vista de lo dicho por el apóstol en los versículos previos, me da la impresión
de que no pudo más que dar expresión a este himno de alabanza. Después de examinar cómo
toda una generación de israelitas murió en el desierto por causa de su incredulidad, se sintió
llevado a exclamar con alegría: "Al único Dios, nuestro Salvador, que puede guardarlos para que
no caigan". Contempló con temblor la experiencia de los inmaculados ángeles que cayeron de su
primer estado. Pero al pensar en el Salvador y protector de su iglesia, prorrumpió en un torrente
de adoración. Judas halló gran consuelo y seguridad en el hecho bendito de que aquel que
comienza una obra de gracia en la vida de aquellos que le son dados por él, no la deja hasta
haberla perfeccionado (Fil. 1:6). Judas sabía que si no fuera por el amor eterno y el infinito poder
de Dios nuestro caso sería semejante al de los ángeles que cayeron. Si no fuera por el Redetor
todopoderoso, nosotros también tendríamos que entrar en oscuridad eterna y soportar el
sufrimiento del fuego que no se apaga. Comprendiendo esto, Judas no pudo sino bendecir a aquel
cuya mano protectora cubre a cada uno de los que fueron comprados por su sangre.

JUDAS EQUILIBRA LA TEMEROSA CONSIDERACIÓN DE LA APOSTASÍA, CON


LA CONFIADA ALABANZA AL DIOS QUE NOS GUARDA

Después de mencionar algunos ejemplos terribles de apostasía, es muy probable que el escritor
de esta epístola haya dirigido sus pensamientos a un ejemplo mucho más reciente y conocido. Es
muy posible que cuando nuestro Señor envió a los doce, "Judas hijo de Jacobo, y Judas Iscariote"
hayan ido juntos (Le. 6:16, 9:1-6); el gran apóstata, "el que nació para perderse” (Jn. 17:12) y
aquel que habría de escribir extensamente sobre la gran apostasía, salieron juntos! No hay lugar a
dudas de que, al recordar al traidor, Judas exclamó con más énfasis: "¡Al único Dios ... que
puede guardarlos para que no caigan ... sea la gloria ... ahora y para siempre! Amén".
Probablemente había respetado a Judas Iscariote como lo hicieron sus compañeros apóstoles, y
quizá le escuchó preguntar con los otros "¿Soy yo?”, en respuesta a la afirmación de Cristo de
que uno de ellos le traicionaría. Y, sin duda, se sintió impactado cuando Iscariote comenzó a
revelar su verdadero carácter. Porque inmediatamente después de recibir el bocado que Jesús
había mojado para él, y escuchando el ay de él pronunciado por Cristo, repitió con hipocresía la
misma pregunta: "¿ Señor, soy yo?" para salir enseguida a llevar a cabo la más despreciable de
las obras para la cual había sido designado (Jn. 6:70; Mt. 26:20-25; Jn. 13:21-30; Sal. 41:9; Jn.
17:12). No pudo menos que recordar que el remordimiento hizo que el traidor se ahorcase. Al
escribir su epístola, Judas reflexionó en este terrible destino.

Pero Judas no meditó en estas tristes escenas para hundirse en un estado de depresión. Sabía que
su omnisciente Maestro había predicho que una creciente marejada de mal se levantaría para
inundar la iglesia visible, y por muy misterioso que semejante fenómeno pudiera ser, la divina
providencia tenía sabias razones para ello. Sabía que si bien la tempestad rugía aterradora, no
había motivos para temer, porque Cristo mismo estaba en la embarcación, y él había declarado:
“les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20). Sabía que las
puertas del infierno no podían prevalecer contra la iglesia (Mt. 16:18). Por eso elevó sus ojos en
adoración por encima de este siglo malo, para mirar por fe a la Cabeza y Preservador de la
iglesia sentado a la diestra de Dios. Si me he detenido en este trasfondo, se debe a que nos
provee de una lección de suprema importancia: Dios protege a su iglesia en medio de la
apostasía. Compañeros cristianos, apropiémonos esta lección debidamente. En vez de estar tan
ocupados con las condiciones del mundo, con la amenaza de la bomba atómica, con la creciente
apostasía, que nuestros corazones estén cada vez más ocupados con nuestro amado Señor:
encontremos en él nuestra paz y nuestro gozo.

LA PROMESA DE LA PROTECCIÓN DE DIOS VA LIGADA A NUESTRO DEBER DE


CUIDAR DE NOSOTROS MISMOS

Consideremos ahora el contexto inmediato de esta oración. En ocasiones anteriores hemos visto
cuán útil es fijarnos cuidadosamente en el contexto. Aquí es preciso hacer lo mismo para
mantener en equilibrio la verdad y controlar una propensión al antinominianismo. No es honesto
apropiarnos de la promesa implícita en la oración: "¡Al único Dios ... que puede guardarlos para
que no caigan", sin haber atendido primero al mandamiento del versículo 21: “manténganse en el
amor de Dios" (la cursiva es mía). Se puede diferenciar entre los preceptos y las promesas, pero
no se les debe separar. Unos nos hablan de nuestro deber, las otras son para confortamos
mientras tratamos genuina y sinceramente de dar cumplimiento a aquellos. Pero el que es
negligente con su deber no tiene derecho a ser alentado. Después de describir extensamente el
comienzo, curso y final de la apostasía de la iglesia visible, el apóstol le entrega a los santos siete
exhortaciones breves (vv. 20-23). Son un llamado a ejercitarse en la fe, la oración, el amor, la
esperanza, la compasión y el temor. Es un llamado a aborrecer el pecado. Estas exhortaciones
son medios para preservarnos de la apostasía. Calvino comentó estas exhortaciones de la
siguiente manera:

Muestra la forma en que podían vencer todos los engaños de Satanás, es decir, teniendo un amor
unido a la fe, y permaneciendo atentos como si estuviesen en una torre de vigilancia, hasta la
venida de Cristo.

EL USO CORRECTO DE PRECEPTOS, ADVERTENCIAS Y CONSUELOS

Prestemos reverente atención a las fieles palabras de Adolph Saphir sobre este tema de vida o
muerte:
Existe un olvido unilateral y no escritural del estado actual del creyente (o del que profesa ser
creyente). Se olvida que el creyente todavía es una persona que va de camino, que libra una
batalla, que todavía tiene la responsabilidad de negociar con el talento que se le ha confiado, que
debe estar atento al regreso del Maestro. Ahora bien, hay muchos peligros, senderos laterales,
precipicios en la ruta. y debemos perseverar hasta el fin. Solamente serán coronados los
vencedores y los que son fieles hasta la muerte.

Las doctrinas de la elección y la perseverancia nos fueron dadas como un aliciente para las horas
de vacilación y como el íntimo y ulterior secreto del alma en sus tratos con Dios. Por tanto, no es
una práctica espiritual, sino camal, sacar los preceptos y las advertencias de la Palabra divina de
la ruta común y cotidiana de nuestros deberes y pruebas, para reemplazarlas por las benditas y
solemnes doctrinas de nuestra elección en Cristo y de la perseverancia de los santos. No
queremos decir que Dios nos cuida usando sólo advertencias y mandamientos, sino que el alma
que las pasa por alto y considera a la ligera estas porciones de las Escrituras no es como un niño,
humilde y sincero. Los intentos de eliminar, a fuerza de explicaciones, las temibles advertencias
que las Escrituras hacen en contra de la apostasía están arraigadas en un peligroso estado mental.
Un precipicio es un precipicio, y es necio negarlo. Por ejemplo, Pablo advierte a los hermanos
que si viven conforme a la carne ..morirán" (Ro. 8:13). Y para evitar que la gente caiga al
precipicio no levantamos un delicado y gracioso cerco de flores, sino la barrera más fuerte que
esté a nuestro alcance; ponemos afiladas estacas y trozos de vidrio para prevenir calamidades.
Pero aun esto es solamente la superficie del asunto. Nuestro andar con Dios y nuestra
perseverancia hasta el fin son realidades grandes y solemnes. Nuestro trato es con el Dios
viviente, y solo la vida con Dios y en Dios y para Dios nos puede servir de algo aquí. El que nos
sacó de Egipto, nos está guiando ahora; y si le seguimos, y le seguimos hasta el fin, entraremos
al reposo final.

Dar aquí una exposición completa de los preceptos que se encuentran en los versículos 20-23
excede el alcance propuesto para estas líneas; sin embargo, unos pocos comentarios son
necesarios, si he de observar fielmente el lazo que existe entre ellos y nuestro texto. No hay que
divorciar deber y privilegio, ni tener la osadía de permitir que el privilegio neutralice el deber. Si
el cristiano ha de gozar del privilegio de tener el corazón unido a Cristo en gloria, será
transitando el sendero que él le ha señalado y haciendo las tareas que él le haya asignado.
Aunque Cristo ciertamente es aquel que los guardará de que su fe naufrague, no lo hace aparte
del sincero esfuerzo del propio discípulo. Cristo trata a sus redimidos como a criaturas
responsables. Requiere de ellos que se conduzcan como agentes morales, y que hagan todo
esfuerzo para vencer los males que los amenazan. Aunque dependen enteramente de él, no deben
permanecer pasivos. El hombre tiene una naturaleza activa y, por eso, tiene que crecer para bien
o para mal. Antes de su regeneración ciertamente está muerto en espíritu, pero en el nuevo
nacimiento recibe vida divina. Movimientos y ejercicios siguen a la vida. y esos movimientos
deben ser dirigidos por preceptos divinos. Escuche las palabras de nuestro Señor:

¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama,
mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él (Jn. 14:21).

Cómo deben haber resonado estas palabras en la memoria de Judas, al escribir su epístola.

SIETE EXHORTACIONES A UNA VIDA DE SANTIDAD

En contraste con los apostatas del versículo anterior, "ustedes, en cambio, queridos hermanos,
manténganse en el amor de Dios, edificándose sobre la base de su santísima fe” (v. 20). Es
cierto, como dice Pablo, que "el fundamento de Dios es sólido y se mantiene firme, pues está
sellado con esta inscripción: El Señor conoce a los suyos” (2 Ti. 2:19a). Sin embargo, Dios
requiere que con nuestro esfuerzo colaboremos con él de todo corazón en su propósito de elegir a
pecadores para darles salvación eterna, la cual se manifiesta en nuestra total santificación (1 Ts.
4:3). Porque en el mi smo versículo Pablo declara: "Que se aparte de la maldad todo el que
invoca el nombre de Cristo" (2 Ti. 2:19b). Por eso, debemos ser solícitos en cuanto a nuestro
propio crecimiento, y cuidadosos tanto de nosotros mismos como del resto de los creyentes. No
es suficiente estar basados en la fe. Diariamente debemos crecer en ella más y más. El
crecimiento en la fe es uno de los medios des¡,-nados para nuestra preservación.
Sobreedificamos en nuestra fe mediante un conocimiento más profundo de ella. "Escuche esto el
sabio. y aumente su saber”, dice Salomón (Pr. 1:5). Nos edificamos a nosotros mismos en
nuestra fe meditando en su sustancia o contenido (Sal. 1:2. Lc. 2:19), creyendo la Palabra y
haciéndola nuestra en nuestra vida, aplicándola a nosotros mismos y siendo gobernados por ella.
Obsérvese que se trata de una "santísima fe” porque requiere. y al mismo tiempo promueve. la
santidad personal. Con esto nos distinguimos de los profesantes carnales y apostatas. "Orando en
el Espíritu Santo” dice Judas. Debemos buscar ferviente y constantemente su presencia y fuerza
divina, pues ellas nos pueden suplir la fuerza de voluntad y de los afectos necesarios para
cumplir con estos preceptos.

"Manténganse en el amor de Dios (v. 21 ). Cuiden que el amor de ustedes hacia Dios sea
preservado en estado puro sano y vigoroso. Procuren que el amor de ustedes hacia Cristo esté en
constante actividad, obedeciendo a aquel que dijo: "Si ustedes me aman, obedecerán mis
mandamientos” (Jn. 14:15). "Por sobre todas las cosas cuida tu corazón porque de él mana la
vida” (Pr. 4:23). Si los afectos del creyente se desvanecen. su comunión con Cristo se deteriorará
y se arruinará el testimonio. Sólo en la medida en que el cristiano se mantenga en el amor de
Dios, se podrá diferenciar de los profesantes carnales a su alrededor. Esta no es una exhortación
innecesaria. El cristiano vive en un mundo cuyos vientos helados pronto enfrían su amor a Dios,
a menos que lo cuide como a la niña de sus ojos. El adversario malvado hará cuanto esté a su
alcance para enfriar su amor. Que Cristo nunca tenga que quejarse diciendo: "Sin embargo, tengo
en tu contra que has abandonado tu primer amor" (Ap. 14, la cursiva es mía). Más bien, que
nuestro amor "abunde cada vez más" (Fil. 1:9). Para ello es necesario ejercitar la esperanza,
“mientras esperan que nuestro Señor Jesucristo, en su misericordia, les conceda vida eterna" (v.
21). Los versículos 22 y 23 nos dan a conocer nuestro deber y cuál debe ser nuestra actitud hacia
aquellos hermanos que han caído junto al camino. Hacia algunos debemos mostrar compasión,
porque por ser sensibles solamente soportarán retos y amonestaciones suaves. Con ellos la
aspereza los llevará sólo a desesperar y a posponer su mirada penitente a Cristo. Pero otros, de
corazón duro y diferente temperamento, requieren ser reprendidos severamente para que se
recuperen. Hay que advertirles que Dios juzgará a los pecadores obstinados que resisten las
amenazas y ofrecimientos de misericordia. A estos debemos salvar "arrebatándolos del fuego".

***
CAPÍTULO 12
Judas 24,25
Parte 2

"Al único Dios ... que puede guardarlos para que no caigan". Cuando se considera el contexto de
esta oración, la siguiente pregunta es crucial: ¿quiénes son los que el Señor Jesús preserva de
esta manera? El caso de Judas Iscariote demuestra que Dios no guarda de la apostasía a todo el
que se profesa creyente y seguidor de Cristo. Entonces, ¿a quiénes preserva? Sin duda, Dios
preserva a quienes hacen un auténtico esfuerzo por obedecer las exhortaciones que se encuentran
en los versículos 20-23, discutidas al final del capítulo anterior. Estos creyentes verdaderos, lejos
de conformarse con el conocimiento y estado espiritual que ahora tienen, tratan sinceramente de
seguir edificándose en su santísima fe. Los que tienen un auténtico amor a Dios, lejos de ser
indiferentes al estado de sus corazones, velan celosamente por sus afectos, para que su amor a
Dios pueda ser preservado en condición pura, sana y vigorosa, haciendo regularmente obras de
devoción y obediencia. Estos verdaderos santos, lejos de deleitarse en coquetear con el mundo y
dar lugar a sus deseos carnales, tienen su corazón ocupado en aborrecer "hasta la ropa que haya
sido contaminada por su cuerpo" (v. 23). Estos verdaderos discípulos oran fervientemente por la
ayuda del Espíritu Santo para el cumplimiento de todos sus deberes, y están profundamente
solícitos por el bienestar de sus hermanos y hermanas en Cristo. A estos, a pesar de sus
debilidades y flaquezas, Dios preserva de la apostasía con su poder y gracia.

DOS PRINCIPIOS DE INTERPRETACIÓN QUE SON NECESARIOS PARA


ENTENDER ESTA ORACIÓN

Para un sano conocimiento de las Escrituras es de vital importancia observar el orden en que la
verdad es presentada. Por ejemplo, hallamos a David diciendo: "¡Malhechores, apártense de mí,
que quiero cumplir los mandamientos de mi Dios!". Estas palabras preceden a la oración:
"Sosténme conforme a tu promesa, y viviré" (Sal. 119:115,116). No hubiera habido sinceridad al
pedir a Dios que lo sustente, si antes no hubiera decidido obedecer los preceptos divinos. Es una
horrible burla a Dios que cualquier persona le p que la sostenga en el curso de su propia
voluntad. De nuestra parte, primero debe haber un santo propósito y una resolución, y luego la
búsqueda de la gracia necesaria. Para que entendamos correctamente las Escrituras, también es
importante que tengamos especial cuidado en no separar lo que Dios ha unido, apartando una
frase del contexto que la califica. Con frecuencia leemos esta cita: "Mis ovejas ... nunca
perecerán". Aunque esto es cierto, no son esas las palabras precisas usadas por Cristo. Esto es lo
que realmente dijo: “Mis ovejas oyen [obedecen] mi voz, yo las conozco [apruebo] y ellas me
siguen. Yo les doy vida eterna, y [las que obedecen] nunca perecerán jamás" (Jn. 10:27,28, los
corchetes y la cursiva son míos).

LA FE ES EL INSTRUMENTO DE NUESTRA PRESERVACIÓN

“Al único Dios . . . que puede guardarlos para que no caigan . . . ". En estas palabras descubrimos
la primera gran ra7ón detrás de la oración del apóstol Judas, esto es, que Dios es capaz de
preservar a los santos de la apostasía. El lector perspicaz habrá notado que en los comentarios
anteriores ya se anticipó y respondió a la interrogante de cómo preserva Cristo a su pueblo. Lo
hace de una manera muy diferente a cuando mantiene los planetas en su curso, lo cual se opera
mediante energía física. Cristo preserva a los suyos mediante su poder espiritual, mediante
operaciones concretas de su gracia en la vida de ellos. Cristo no preserva a su pueblo en el curso
de la autocomplacencia, sino en el de la autonegación. Los preserva haciendo que presten
atención a sus advertencias, que practiquen sus preceptos y que sigan el ejemplo que les ha
dejado. Los guarda capacitándolos para perseverar en fe y santidad. A nosotros que somos suyos,
"Dios protege mediante la fe" (1 P. 1:5, la cursiva es mía), y la fe respeta sus mandamientos (Sal.
119:66; Heb. 11: 8) como también sus promesas. Cristo ciertamente es "el iniciador y
perfeccionador de la fe" (Heb. 122), pero somos nosotros los que debemos practicar esa fe, no él.
Sin embargo, a través del Espíritu Santo obra en nosotros "tanto el querer como el hacer para que
se cumpla su buena voluntad" (Fil. 2:13). Así como la fe es el medio instrumental por el cual
somos justificados delante de Dios, nuestra perseverancia en la fe es el medio por el que Cristo
nos preserva hasta su venida (1 Ts. 5:23; Jud. 1).

Después de exhortar a los santos en cuanto a sus deberes (vv. 20-23), Judas les indica a quién
mirar para ser capacitados y bendecidos en sus esfuerzos: “Al único Dios . . . que puede
guardarlos para que no caigan . Los destinatarios debían confiar plenamente en que el Señor
Jesús los guardaría. No lo dice para frenar sus esfuerzos, sino para alentar su esperanza de éxito.
Es un gran alivio para el cristiano saber que '.el Señor tiene poder para sostenerlo(Ro. 14:4). John
Gill comienza su comentario sobre Judas 24, diciendo: "El pueblo de Dios es susceptible de caer
en tentación, en pecado, en errores . . . y si no fuera por el poder divino. incluso en la apostasía
total y final". En efecto están dolorosamente conscientes tanto demás malas inclinaciones como
de sus debilidades, y por eso claman frecuentemente al Señor, pidiéndole: “Defiéndeme y estaré
a salvo; siempre optaré por tus decretos" (Sal. 119:117). Al leer acerca de Adán y de los ángeles
en el cielo, que aun estando en un estado de inocencia fueron incapaces de guardarse sin caer,
saben muy bien que criaturas imperfectas y pecadoras no pueden protegerse a sí mismos. El
camino al cielo es angosto, y hay precipicios por ambos lados. Por dentro y por fuera hay
enemigos que buscan mi destrucción por mí mismo no tengo más fuerzas que el pobre Pedro,
cuando fue puesto a prueba por una sirvienta.

LAS METÁFORAS QUE DESCRBEN LA DEBILIDAD INHERENTE DE LOS


CRISTIAN(ÍS TIENEN COMO FIN DIRIGIR NUESTRA FE A DIOS

Casi cada figura que la Biblia usa para describir a un hijo de Dios enfatiza su debilidad y su
desamparo: una oveja, un sarmiento de la vid, una caña quebrada, un tizón humeante. En la
medida en que la experiencia nos muestra nuestra debilidad, aprendemos a apreciar más a aquel
que puede guardarnos de caer. ¿Está alguno de mis lectores temblando y diciendo: “Temo que
también yo voy a perecer en el desierto”? No será así si su oración es sincera y clama: "Sustenta
mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen" (Sal. 17:5, RV60). Cristo es poderoso
para protegernos, porque su poder es ilimitado y su gracia es abundante. ¡Cómo ha de fortalecer
esto al guerrero cansado! David mismo se consoló con ello al declarar: "No temo peligro alguno,
porque tú estás a mi lado" (Sal. 23:4). Hay una doble protección para los elegidos que esta
epístola menciona: una es anterior a la regeneración; la otra viene después de ella. En el
versículo inicial de Judas se las menciona como: "amados por Dios el Padre, guardados por
Jesucristo”. En su decreto eterno, Dios los amó para salvación (2 Ts. 2:13). Fueron “amados"
antes de ser llamados eficazmente. ¡Este es un hecho maravilloso y bendito! Estando todavía
apartados del rebaño y despreciando al pastor de sus almas, el amor de Dios ya velaba sobre ellos
(Jer. 313) librándolos con su poder de un anticipado sepulcro. ¡La muerte no se puede apoderar
de un pecador escogido antes de que haya nacido de nuevo!

CRISTO NO DESPIERTA NUESTRAS ESPERANZAS PARA DESPUES DEJARNOS


EN LA DESILUSION
Lo que se acaba de señalar debe dejar en claro que no hay duda alguna en cuanto a que el
Señor está decidido a salvar a su pueblo. Si los ha librado de la muerte cuando aún estaban en
estado no regenerados, mucho más los va al librar de la muerte espiritual ahora que los ha hecho
nuevas criaturas (cf. Ro. 5:9,10).

Si Cristo no estuviera dispuesto a hacer que “toda gracia abunde” para con su pueblo (2 Co. 9:8),
de "guardar hasta aquel día lo que he dejado a su cuidado" (2 Ti. 1: 12), de “socorrer a los que
son tentados" (Heb. 2:18), y de “salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios"
(Heb. 7:25), ciertamente no los mortificaría afirmando en cada pasaje que es poderoso para hacer
estas cosas. Cuando dos ciegos le pidieron a Jesús que tuviese misericordia de ellos, Cristo les
preguntó: “¿Creen que puedo sanarlos?" (Mt. 9:28). Con esta pregunta su intención no era
hacerles dudar de si tenía la voluntad de darles la vista, sino despertar la fe de ellos, tal como lo
demuestra el siguiente versículo. Las palabras "¡Al único Dios ... que puede guardarlos para que
no caigan . . . " son una expresión general, que no solo incluye su poder y disposición, sino su
bondad y generosidad, que ya ha puesto y seguirá poniendo al servicio de la preservación de su
pueblo.

EL PACTO OBLIGA A CRISTO A PRESERVAR A SU PUEBLO DE UNA APOSTASIA


TOTAL Y FINAL

El poder de Cristo es Infinito, así que es mucho más grande del que de hecho ejerce. Si quisiera,
podría guardar completamente a su pueblo del pecado; pero por motivos sanos y santos no lo
hace. Juan el Bautista ya se lo había dicho a los fariseos: "Dios es capaz de sacarle hijos a
Abraham incluso de estas piedras" (Mt. 3:9). Cristo podría haber mandado una legión de ángeles
que lo librase de sus enemigos (Mt. 26:53), pero no quiso. Es el eterno propósito de Dios lo que
regula el ejercicio de su poder. Cristo exhibe su poder sólo en la medida en que le está estipulado
hacerlo por los compromisos del pacto. Por eso, las palabras "Al único Dios ... que puede
guardarlos para que no caigan....” no están referidas a todo tipo de caída, sino al caer en los
errores fatales de los "impíos" mencionados en el versículo 4, de ser extraviados por los
razonamientos y ejemplos de maestros herejes. Como pastor de las ovejas de Dios, Cristo ha sido
comisionado a preservarlas, no de todo extravío, sino de la destrucción. Cristo libra a su pueblo
de los pecados groseros que el contexto menciona, pecados que vienen unidos a la obstinación y
a la impenitencia. Estos son pecados de soberbia; al no ser confesados, se convierten en pecados
imperdonables (igual que el suicidio). En otras palabras, Cristo guarda a los suyos de la apostasía
total y final.

Como Salvador todopoderoso, a Cristo se le ha encomendado la obra de guardar a su pueblo. El


Padre le dio ese pueblo para que lo protegiese. Si se tiene en cuenta su deidad y su humanidad,
Cristo está en todo sentido capacitado para dicha tarea (Heb. 2:18). Toda autoridad le ha sido
dada en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18). Su disposición es tan grande como su competencia,
porque la voluntad del Padre es que no pierda a ninguno de su pueblo (Jn. 6:39), y en ello se
deleita. Tiene un interés personal en ellos, puesto que los ha comprado para sí mismo. Es
responsable de custodiarlos. Por eso, los preserva de ser devorados por el pecado. El nuestro no
es un Salvador débil, sino uno vestido de omnipotencia. Esto se manifestó aun durante los días
de su humillación, al echar fuera demonios, sanar a enfermos y calmar la tempestad con 1 a
autoridad de su palabra. Ello quedó demostrado cuando con una sola palabra hizo caer a tierra a
los que habían venido para arrestarlo (Jn. 18:6). Quedó demostrado en forma suprema en su
victoria personal sobre la muerte y el sepulcro. Cristo usa el mismo poder omnipotente para
ordenar todos los asuntos de su pueblo y para dirigir constantemente sus voluntades y acciones a
lo largo de toda su peregrinación terrenal. Él dice de su viña: “Yo Jehová la guardo, cada
momento la regaré; la guardaré de noche y de día para que nadie la dañe" (Is. 273).

LA GLORIOSA BIENVENIDA CON LA QUE CRISTO RECIBE Y PRESENTA A LOS


REDIMIDOS

"Y establecerlos sin tacha y con tiran alegría ante su gloriosa presencia". Esta es la segunda
razón que produjo esta maravillosa doxología. Cristo no solamente protege a su pueblo en esta
vida, sino que ha provisto para su felicidad en el más allá. Su gracia y su poder son 4e tal
magnitud que cumple todo lo que Dios ha propuesto y prometido. Cristo establece y presenta a
su pueblo delante de Dios individual y corporativamente. La presentación individual ocurre al
momento de la muerte, cuando recibe al creyente en su presencia. Esta es una bendición
inigualable: cuando el espíritu abandona el cuerpo del creyente, el espíritu es conducido de
inmediato a la presencia de Dios, y el Salvador mismo lo admite en el cielo y lo presenta delante
del trono. Libre de toda corrupción y mancha, el espíritu es recibido por Cristo en la gloria de
Dios. El Señor establecerá delante suyo al espíritu redimido de un pecador justificado y
perfeccionado (Heb. 12:23). El Señor lo recibirá con gran alegría de corazón, pues reflejará sus
propias perfecciones. Lo pondrá en honor supremo, lo llenará de gloria, le dará las expresiones
supremas de su amor y lo contemplará con deleite. En el momento de la muerte del creyente.
Cristo recibe a cada espíritu lavado por su sangre, lo abraza eternamente y con exuberante gozo
lo presenta en la gloria de Dios.

Nuestro pasaje también mira al futuro al momento en que Cristo presentará ante sí mismo,
pública y corporativamente. al pueblo escogido. La Cabeza y Salvador, que "amó a la iglesia y se
entregó por ella", la presentará “así mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni
ninguna otra imperfección, sino santa e intachable" (Ef. 5:25,27). Esto será el resultado cierto y
triunfante de su amor, y será la consumación de nuestra redención. La palabra griega para
presentar (cf. Ef. 5:27) puede ser usada en el sentido de poner junto a. Habiendo limpiado a la
iglesia de toda su contaminación natural y habiéndola preparado y adornado para el lugar que le
ha sido destinado como compañera en su gloria, Cristo la recibirá formal y oficialmente. Esta
jubilosa declaración continúa: "¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! ya ha llegado
el día de las bodas del Cordero" (Ap. 19:7). Cristo habrá embellecido a la iglesia con sus propias
perfecciones, y ella estará llena de hermosura y esplendor, como una esposa adornada para su
esposo. Entonces él le dirá: "Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha" (Cnt. 4:7).
"La princesa es todo esplendor, luciendo en su alcoba brocados de oro". De ella se dice: “El rey
está cautivado por tu hermosura" (Sal. 45:11,13), y él será por siempre la porción satisfactoria de
su gozo.

Las Escrituras indican, además, que en la resurrección Cristo presentará a la iglesia ante su Padre
(2 Co. 4:14), y entonces exclamará: "He aquí estoy yo, con los hermanos que Dios me ha dado"
(Heb. 2:13; cf. Gn. 33:5; Is. 8:18). ¡Ninguno se habrá perdido (Jn. 6:39,40; 10:27-30; 17:12,24)!
Y todos serán perfectamente conformados a su imagen (Ro. 8:29). Nos presentará delante de
Dios para su inspección, aceptación, y aprobación. Albert Bames dice:

Delante del trono del Padre eterno, nos presentará en la corte del cielo como su pueblo rescatado,
como rescatados de entre las ruinas de la caída, como salvados por los méritos de su sangre. No
solamente los levantará de la muerte, sino que pública y solemnemente nos presentará ante Dios
como suyos, como rescatados para su servicio y como poseedores de un título en el pacto de
gracia a la bienaventuranza del cielo.

Es Cristo el que toma su lugar delante de Dios como triunfante Mediador, junto a los "hermanos"
que Dios le ha dado, y el que confiesa ser uno con ellos, y se deleita en el fruto de sus manos.
Los presenta "sin mancha": justificados, santificados, glorificados. Lo hará con "gran alegría",
porque entonces "verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho" (Is. 53:1 l). En
Judas 15 leemos acerca de la condenación que les espera a los apostatas; aquí contemplamos la
dicha destinada a los redimidos. Ellos van a resplandecer para siempre en la justicia de Cristo, y
él se deleitará en la iglesia como compañera de su felicidad.

UNA DOXOLOGÍA DE GRANDES CUALIDADES DIRIGIDA A UNA PERSONA DE


INFINITAS PERFECCIONES

"¡Al único Dios, nuestro Salvador... sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad, por
medio de Jesucristo nuestro Señor, antes de todos los siglos, ahora y para siempre! Amén".
Ahora nos toca considerar la naturaleza y el destinatario de esta oración. Es una doxología, una
expresión de alabanza; y aunque breve, las verdades divinas que enfoca son inmensas. Dado que
el Señor está vestido de gloria y de belleza (Job 40: 10), siempre debemos adjudicarle esas
excelencias (Ex. 15:11; 1 Cr. 29:11). Los santos deben publicar y proclamar las perfecciones de
su Dios: "Canten salmos a su glorioso nombre; ¡ríndanle gloriosas alabanzas!" (Sal. 66:2). Esto
es lo que hicieron los apóstoles, y nosotros debemos emularlos.

Sobre el destinatario, la versión Reina-Valera (1960) tiene la siguiente lectura: "al único y sabio
Dios, nuestro Salvador, sea la gloria . . . ". Según esta lectura, el glorioso destinatario de esta
doxología sería el Mediador del pacto de la gracia: Jesucristo. Pero los manuscritos más antiguos
leen: "¡Al único Dios, nuestro Salvador ... sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad,
por medio de Jesucristo nuestro Señor . . . ". Con todo, otros textos del Nuevo Testamento
confirman la divinidad de Cristo. Romanos 9:5 dice claramente que Cristo "es Dios sobre todas
las cosas. ¡Alabado sea por siempre! Amén". Tito 2:13 habla de "nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo". 2 Pedro 1:1 también menciona a "nuestro Dios y Salvador Jesucristo". Parece, pues,
que el destinatario es Dios el Padre, quien también es designado nuestro Salvador.
CRISTO FUE SINGULARMENTE IDÓNEO PARA LA OBRA QUE SE LE
ENCOMENDÓ

Lo que aquí se magnifica es la fuerza y suficiencia de Cristo para cumplir con todas las
exigencias de su mediación redentora. Es adorado como aquel que va a completar en forma
triunfante la obra que se le ha encomendado, una obra que ni siquiera un arcángel podría
cumplir. Nadie sino el que es al mismo tiempo Dios y hombre podía actuar como Mediador.
Nadie sino una persona divina podía ofrecer adecuada satisfacción a la justicia divina. Nadie sino
alguien de infinitos méritos podía proveer un sacrificio de infinito valor. Nadie sino Dios podía
preservar a las ovejas en medio de los lobos. En Proverbios 8, especialmente en los versículos
12,13 y 32, a Cristo se le llama "Sabiduría", la que nos habla como una persona bien definida.
Fue anunciado como "Admirable, Consejero" (Is. 9:6). En 1 Corintios 1:24 se lo llama
expresamente "sabiduría de Dios", "en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría"
(Col. 2:3). Su sabiduría se manifiesta en la creación de todas las cosas (Jn. 13), en su gobierno y
mantenimiento de todas las cosas (Heb. 1:3), y en que el Padre -todo juicio lo ha delegado al
Hijo" (Jn. 5:22).

La consumada sabiduría de Cristo se manifestó durante los días de su carne. Ante los hombres,
abrió los secretos de Dios (Mt. 13:1 l). Declaró que "el Hijo no puede hacer nada por su propia
cuenta, sino solamente lo que ve que su Padre hace, porque cualquier cosa que hace el Padre, la
hace también el Hijo" (Jn. 5:19). De esa manera, Cristo afirmó la existencia de una igualdad de
competencia entre él y su Padre. No "necesitaba que nadie le informara nada acerca de los
demás, pues él conocía el interior del ser humano" (Jn. 2:25). Los que oían sus enseñanzas se
maravillaban, y decían “¿De dónde sacó éste tal sabiduría y tales poderes inflagrosos7 (Mt.
13:54). La singular sabiduría de Cristo se manifestó al contestar y silenciar a sus enemigos.
“¡Nunca nadie ha hablado como ese hombre!" (Jn. 7:46), testificaron los que fueron enviados
para arrestarlo. A tal punto confundió a quienes lo criticaban, que al final Mateo testificó
diciendo: "Nadie pudo responderle ni una sola palabra, y desde ese día ninguno se atrevía a
hacerle más preguntas" (Mt. 22:46). Por lo tanto, puesto que está investido de omnisciencia, no
encontraremos defecto en sus obras. En cambio, llevémosle todos nuestros problemas a él;
confiemos absolutamente en él, poniéndonos nosotros mismos y todos nuestros asuntos en sus
manos.

CRISTO EL SENOR MERECE SUPREMA ALABANZA

Puesto que el "único Dios, nuestro Salvador" recibe 1a gloria, la majestad, el dominio y la
autoridad, por medio de Jesucristo nuestro Señor", démosle a Jesús la gloria como tal. Así como
los que están en el cielo arrojan sus coronas a los pies del Cordero y exaltan sus inapreciables
perfecciones, así debemos hacerlo nosotros los que todavía estamos en la tierra. Puesto que
Cristo mismo se sujetó a tan indecible deshonra y humillación por amor a nosotros, sufriendo
hasta la muerte, y muerte de cruz, ¡cómo no vamos a estar dispuestos a honrarlo! También
debemos alabar al Padre, clamando con el apóstol: "sea la gloria, la majestad, el dominio y la
autoridad". Gloria es la exhibición de excelencia, de tal manera que se gana la aprobación de
cuantos la contemplan. Aquí la palabra apunta al gran honor y la alta estima que el Padre merece
por sus perfecciones, con las cuales excede en medida infinita a todas las criaturas y cosas del
universo. Majestad se refiere a su exaltada dignidad y divina grandeza por las que es honrado y
preferido por todas sus criaturas. Dominio es el gobierno absoluto que Dios tiene sobre todo y
sobre todos sus enemigos. Dios ejercita de tal manera ese dominio y poder, que no hay nadie que
detenga su mano y le diga: “¿Qué haces?” (Dn. 4:35). Por medio de Cristo, aplastó la cabeza de
Satanás, su enemigo más poderoso (Gn. 3:15). El Padre desbarató el reino de la maldad,
"desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al
exhibirlos en su desfile triunfal" (Col. 2:15). Autoridad apunta a la autoridad para gobernar
derivada de un derecho legal. Dios gobierna a través de Cristo, quien "se hizo obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz!" (Fil. 18,9). Por eso Dios lo exaltó dándole autoridad y gobierno sobre
el universo (Mt. 28:18), y es allí donde ahora reina como “REY DE REYES Y SEÑOR DE
SEÑORES" (Ap. 19:16). Cristo conquistó este reino universal como un derecho legal por su
perfecta obediencia en carácter de segundo Adán (Gn. 1: 26-28). Como Dios-hombre, Cristo no
solamente merece autoridad y dominio sobre la tierra y todas sus criaturas, sino también sobre
todo el universo que él mismo ha creado.

“¡Al único Dios, nuestro Salvador ... sea la gloria. la majestad, el dominio y la autoridad,
por medio de Jesucristo nuestro Señor, antes de todos los siglos, ahora y para siempre! Amén".
Pongamos atención en la cursiva. El concepto inspirado de Judas era radicalmente distinto al de
tantos "estudiantes de las profecías" que posponen el reinado de Cristo a alguna futura era
“milenial”. Aquí se exhibe la infinita dignidad de Dios, una dignidad pasada, presente y futura
que se manifiesta “por medio de Jesucristo nuestro Señor". Por lo tanto, de Cristo se dice que Ya
ha sido "coronado de gloria y de honra" (Heb. 19). Hoy Cristo goza de majestad, porque fue
exaltado "por encima de todo gobierno y autoridad". Dios "sometió todas las cosas al dominio de
Cristo" (Ef. 1:21,22, la cursiva es mía). El Señor también ejerce el dominio. Por la misma fuerza
con la que obtuvo el dominio, ahora "sostiene todas las cosas con su palabra poderosa" (Heb.
13). Ahora mismo Jesús está sentado en el trono de David (Hch. 2:29-35). A Cristo “están
sometidos los ángeles, las autoridades y los poderes (1 P. 3:22). De modo que reinará, no tan
sólo por mil años sino por siempre. Amén. Así concluye Judas la más solemne de todas las
epístolas. La termina con un himno de santa exaltación a la gloria presente y eterna de Dios y del
Cordero.

***

CAPÍTULO 13
Apocalipsis 1:5,6
Parte 1

El apóstol Juan eleva la siguiente oración: "Al que nos ama y por cuya sangre nos ha librado de
nuestros pecados, al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre,
¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén" (Ap. l:5b,6). Esta oración
constituye la parte final de la salutación y de las bendiciones de Apocalipsis 1:4,5. En esta parte
se le pide "gracia y paz" al trino Dios, invocado en sus personas distintivas: (1) "de parte del que
es y que era y que ha de venir", es decir, se le invoca como Jehová, como aquel que existe en sí
mismo y que es inmutable. Se le invoca por el equivalente a su nombre memorial (Ex. 3:13-17),
el cual nos recuerda su naturaleza eterna y su fidelidad para guardar el pacto (Ex. 6:2-5); (2) "y
de parte de los siete espíritus que está delante de su trono", es decir, del Espíritu Santo en la
plenitud de su poder y en la diversidad de sus operaciones (Is. 11: 1,2); y (3) "y de parte de
Jesucristo”, quien es mencionado al final como el eslabón entre Dios y su pueblo. Al Salvador se
le describe de tres maneras: (1) el "testigo fiel," lo que contempla y cubre la totalidad de su
virtuosa vida, desde el pesebre hasta la cruz; (2) "el primogénito de la resurrección", que celebra
su victoria sobre el sepulcro. El título "primogénito" es un título de nobleza (Gn. 493), e indica
prioridad de rango más que de tiempo; y (3) "soberano de los reyes de la tierra", quien anuncia su
majestad y dominio real. Este tercer título ve al Conquistador como exaltado "sobre todo
gobierno y autoridad" (Ef. 1:2 l), como aquel sobre cuyos hombros ha sido puesto el gobierno
del universo (Is. 9:6), quien ahora mismo "sostiene todas las cosas con su palabra poderosa"
(Heb. 1:3) y ante quien se doblará toda rodilla (Fil. 2: 10).

SINOPSIS ANAÚTICA DE LA ORACIÓN

El haber recitado (v. 5a) las perfecciones del Redentor provocó que el apóstol Juan exclamara en
adoración: "Al que nos ama y por cuya sangre nos ha librado de nuestros pecados, al que ha
hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él sea la gloria y el poder
por los siglos de los siglos! Amén”. Otra vez, la naturaleza de esta oración es la de una
doxología. Su destinatario es el Hijo de Dios encarnado en su carácter y oficio de Mediador. Sus
adoradores somos "nosotros", los beneficiarios de su mediación. Las razones que la motivan son
su insondable amor, la eficacia purificadora de su preciosa sangre y la maravillosa nobleza que
ha conferido a sus redimidos. Su contenido es que a él "sean la gloria y el poder”, no sólo por mil
años sino "por los siglos de los siglos! Amén”, terminando con el confiado "Amén". Para
beneficio de los predicadores jóvenes agregaré algunos comentarios sobre las doxologías en
general.

LAS DOXOLOGIAS SON NECESARIAS PARA AUMENTAR NUESTRA


COMPRENSIÓN DE LAS PERSONAS DE LA TRINIDAD

Las Escrituras contienen doxologías que revelan nuestra necesidad de formamos conceptos más
exaltados de las personas de la Deidad. Para ello es preciso que nos dediquemos con más
frecuencia y devoción a meditar en sus inefables atributos. Pocas veces nos detenemos a
admirarlos en la creación. Las cualidades invisibles de Dios "se perciben claramente" en las
cosas que Dios ha creado, e incluso los paganos no tienen excusa para no glorificar a Dios por la
obra de sus manos (Ro. 1: 19-21. No solamente nuestros sentidos deberían sentirse agasajados
por los hermosos colores de los árboles y los perfumes y las flores, sino que nuestros
pensamientos deberían detenerse en la consideración de los movimientos e instintos de los
animales, admirando la mano divina que los ha equipado así. Cuán escasamente reflexionamos
en las maravillas de nuestro propio cuerpo, y en la estructura, conveniencia y perfecta adaptación
de cada miembro. Cuán pocos son los que se unen al salmista para exclamar: "¡Te alabo porque
soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas y esto lo sé muy bien!" (Sal. 139:14).
Cuánto más maravillosas son las facultades de nuestro hombre interior, que nos eleva muy por
encima de todas las criaturas irracionales. ¿De qué mejor manera podríamos usar nuestra razón si
no alabando a aquel que nos ha dotado tan ricamente? Sin embargo, son muy pocas las veces que
la gente ora a Dios reconociéndolo con gratitud como benefactor, creador y sustentador de
nuestro ser.
Cuán escasamente consideramos la sabiduría y el poder de Dios manifestados en el gobierno del
mundo. Tomemos, por ejemplo, el equilibrio preservado en cuanto al número relativo de
nacimientos y muertes, de manera que la población de la tierra se mantiene de una generación a
otra sin ningún arbitrio humano. 0 tomemos en cuenta los diversos temperamentos y talentos
dados a los hombres, de modo que algunos son sabios para aconsejar, administrar y dirigir,
mientras que otros están mejor calificados para el duro trabajo manual, y otros para servir en
funciones religiosas. 0 consideremos cómo el gobierno de Dios domina las pasiones más bajas de
los hombres, de modo que las leyes y el orden generalmente logra que los fuertes no consuman a
los débiles, y que los buenos puedan vivir en un mundo que está "bajo el control del maligno" (1
Jn. 5:19). 0 pensemos en los límites que Dios le establece al éxito de dictadores rapaces, de modo
que cuando aparentemente están a punto de arrasar con todo, de pronto son detenidos por uno
que ha decretado "no llegarás más lejos". Dios aplica la ley de la retribución, para que tanto
individuos como naciones cosechen lo que siembran, sea bueno o malo. Es por dar tan escasa
atención a éstos y otros cien fenómenos similares, que tan pocas veces somos impulsados a
exclamar: "¡Aleluya! Ya ha comenzado a reinar el Señor, nuestro Dios Todopoderoso" (Ap.
19:6).

LAS DOXOLOGIAS TIENEN EL SOLO FIN DE ALABAR A LA DEIDAD, Y EN


PARTICULAR LAS OBRAS DE LA GRACIA DIVINA

Pero son las maravillosas obras de Dios en el reino de la gracia, más que en la creación y en la
providencia, las que mejor se prestan para que los corazones del pueblo de Dios se sientan
impulsados a homenajearlo en adoración. Más particularmente, aquellas obras en las que el
Amado de su propio corazón estuvo y está involucrado para nuestro bien, son las que causan
nuestra admiración y alabanza. Esto es lo que ocurre en los versículos que ahora estamos
considerando. Tan pronto como Juan se pusó a pensar en las perfecciones y en la persona sin
igual de aquel que ama eternamente, su corazón lo hizo exclamar con desbordante entusiasmo: ¡a
él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén”. Y así lo hicieron todos los
auténticos santos Esta exclamación es la respuesta y expresión espontánea de sus corazones. Las
doxologías tienen todas un elemento común: que en ellas la alabanza es ofrecida siempre y en
forma exclusiva a la Deidad, y nunca a alguna agencia o logro humano. El congratularse y
ocuparse de uno mismo no tiene lugar alguno en ellas. Eso está muy lejos del escaso nivel de
espiritualidad general que actualmente prevalece en las iglesias. En el cielo no hay nadie
culpable de alabarse a sí mismo o de magnificar sus propias virtudes, y aquí en la tierra ningún
cristiano debería ser culpable de ello.

EL DESTINATARIO PARTICULAR DE ESTA DOXOLOGÍA

El destinatario de esta adoración y acción de gracias es el Bendito que junto al Padre y al Espíritu
emprendió la tarea de salvar a su pueblo de todos sus pecados y miserias mediante el precio de su
sangre y el brazo de su poder. En su persona esencial, Dios el Hijo es igual y eterno con el Padre
y el Espíritu. Cristo "es Dios sobre todas las cosas. ¡Alabado sea por siempre! Amén" (Ro. 9:5).
El es el eterno sol de justicia (Sal. 84:11; Mal. 4:2). En él resplandece toda la gloria de la deidad,
y en él se han manifestado todas las perfecciones de Dios. En respuesta a este homenaje Cristo
responde: "Yo soy el Alfa y la Omega “dice el Señor Dios”, el que es y que era y que ha de
venir, el Todopoderoso" (Ap. 1:8). Antes de que fuesen hechos los mundos, hizo un pacto para
encarnarse, para ser hecho a semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3), para servir como fiador de
su pueblo, para ser el esposo de su iglesia; su Salvador completo y todo suficiente. Como tal, es
el hombre de la mano derecha de Dios, el compañero del Señor de los ejércitos, el Rey de gloria.
Su obra es honorable, su plenitud infinita, su poder omnipotente. Su trono es por siempre y para
siempre. Su nombre es sobre todo nombre. Su gloria es más grande que todos los cielos. Es
imposible excederse en su exaltación, porque su nombre es "glorioso y alto sobre toda bendición
y alabanza" (Neh. 9:5).

En el contexto inmediato, este Ser adorable es visto en su persona teantrópica, como encarnado,
como el Mediador Dios-hombre. Es presentado aquí en su triple oficio de profeta, sacerdote y
Rey. Su oficio profético es expresado claramente en el título "testigo fiel". En la profecía del
Antiguo Testamento, el Padre anunció: "yo lo di por testigo" (Is. 55A). Cristo mismo declaró a
Pilato: "Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Jn.
18:37). Como tal, proclamó el evangelio a los pobres y lo confirmó con poderosos milagros. Su
oficio sacerdotal está necesariamente implícito en la expresión "primogénito de los muertos",
porque en su muerte se ofreció a sí mismo como un sacrificio a Dios para dar satisfacción por las
transgresiones de su pueblo. Luego resucitó para poder seguir ejerciendo su sacerdocio mediante
la constante intercesión a favor de ellos. Su oficio real se muestra claramente en la designación
"soberano de los reyes de la tierra", puesto que tiene absoluto dominio sobre ellos. Gracias a él
reinan los reyes (Pr. 8: 15), quienes tienen orden de serle leales (Sal. 2:10-12). A él debemos
acercarnos, en él tenemos que creer, y a él debemos sujetamos. En forma individual y colectiva
estos títulos anuncian que él debe ser respetado y reverenciado en gran manera.
LOS ÁNGELES QUEDAN ASOMBRADOS ANTE EL AMOR REDENTOR QUE
CRISTO TIENE POR SU IGLESIA

Estando exilado en la isla de Patmos, Juan se ocupó de contemplar a Emanuel en la excelencia de


su persona, sus oficios y su obra. Al hacerlo, su corazón fue cautivado al punto que exclamó: "Al
que nos amó”. Aquí el apóstol Juan expresa el amor de Cristo en tiempo pasado, no porque sea
inoperante en el presente, sino para fijar la atención en lo que ese amor obró antes. Las Santas
Escrituras no revelan un hecho y misterio más grande que el amor de Cristo. Ese amor se originó
en el corazón de Dios y se mantiene en acción por toda la eternidad, porque antes que los montes
fuesen formados “¡en el género humano me deleitaba!" (Pr. 8:31). Ese maravilloso amor fue
expuesto por Cristo en relación con el pacto eterno, en el que él mismo estuvo dispuesto a servir
como defensor de su pueblo y a cumplir con todas las obligaciones de ellos. El cielo se asombra
de que se complaciera en criaturas hechas del polvo (Ef. 3:8-10; 1 P. 1: 12). Es incomprensible
que los haya amado cuando aún estaban en su condición de caídos. Ese amor fue abiertamente
expresado en su encarnación, humillación, obediencia, sufrimientos y muerte.

Las Sagradas Escrituras declaran que el amor de Dios "sobrepasa nuestro conocimiento" (Ef.
3:19). Excede totalmente nuestra limitada reflexión o comprensión. Que el Hijo de Dios se
dignara a tomar nota de criaturas limitadas fue un acto de gran condescendencia de su parte (Sal.
116). Que fuese al extremo de tener piedad de ellas, es aún más maravilloso. Que nos ame en
nuestra contaminación, transciende nuestro entendimiento. Que su amor por la iglesia lo
impulsara a dejar de lado la gloria que tenía con el Padre antes de que el mundo existiese (Jn.
17:5), para tomar forma de siervo, y para hacerse "obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!"
(Fil. 17,8), va más allá de todo pensamiento y toda alabanza. Que el Santo estuviese dispuesto a
ser hecho pecado por su pueblo (2 Co. 5:21) y soportar la maldición para que la porción de ellos
fuese bendición ¡limitada (Gá. 3:13,14), es totalmente inconcebible Como S. E. Pierce lo ha
expresado tan adecuadamente:

Su amor es un acto perfecto y continuo desde siempre y para siempre. No conoce abatimiento ni
decaimiento. Es amor eterno e inmutable. Excede todo concepto y sobrepasa toda expresión.
Para dar la prueba suprema de ese amor "Cristo murió por los malvados" (Ro. 5:6). En vida
exhibió su amor plenamente. En sus sufrimientos y muerte los selló con énfasis eterno.

EL AMOR DE CRISTO ES COMPLETAMENTE GRATUITO, NO HAY MERITO


ALGUNO DE NUESTRA PARTE QUE PUEDA INCENTIVARLO

El amor de Cristo fue totalmente desinteresado, porque no estuvo influenciado por nada que
hubiese en sus beneficiarios ni por ninguna otra consideración ajena a él mismo. No había
absolutamente nada en su pueblo. ni en el presente, ni previsto en el futuro, que pudiera despertar
su amor. Nada en el presente, pues se habían rebelado contra Dios escogiendo deliberadamente
como ejemplo y maestro a uno que era mentiroso y asesino desde el comienzo, nada previsto en
el futuro, porque no podían presentar excelencia alguna sino la que él mismo obrase en ellos con
su mano llena de gracia. El amor de Cristo excedió infinitamente en pureza, intensidad y
desinterés todo lo que alguna vez pudiera motivar a un corazón humano. Fue totalmente libre y
espontáneo. Nos amó cuando carecíamos amor y éramos indignos de ser amados. Éramos
totalmente incapaces de recompensarlo de manera apropiada. Su propia bienaventuranza no
podía ser disminuida por nuestra condenación ni aumentada por nuestra salvación. Su amor no
fue invitado, ni atraído, sino causado y motivado totalmente por él mismo. Fue su amor lo que
impulsó a todos los otros atributos (sabiduría, poder, santidad, y tantos otros), a ponerse en
acción. Las palabras de David "me libró porque se agradó de mí" (Sal. 18:19), proveen la
explicación divina de mi redención.

El amor de Cristo fue discriminatorio. "El Señor es bueno con todos, él se compadece de toda su
creación" (Sal. 145:9). Dios es benevolente para con todas sus criaturas, haciendo que el sol
salga sobre malos y buenos, y enviando lluvia sobre los justos y los injustos (Mt. 5:45). “Porque
es bondadoso con los ingratos y malvados" (Lc. 6:35, la cursiva es mía). Pero Cristo amó a la
iglesia y dio su vida por ella, con un amor que no expresa para toda la humanidad. La iglesia es
el objeto peculiar y especial de sus afectos. Para ella reserva y mantiene un amor y una devoción
únicos que la hacen resplandecer entre todas las obras creadas por sus manos con la
inconfundible refulgencia de una favorita. Se exhorta a los esposos a amar a sus esposas "como
Cristo amó a la iglesia" (Ef. 5:25). El amor de un esposo hacia su esposa es especial y exclusivo;
así también Cristo atesora un afecto especial para su iglesia. Ese amor es puesto en su esposa
más que sobre la raza humana en general. Ella es su particular tesoro. "Y habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13:1, la cursiva es mía). En vez de
cavilar sobre esta verdad, gocémonos en su hermosura. El amor de Cristo también es constante y
duradero, ejercido sobre sus beneficiarios "hasta el fin"; y, como veremos ahora, es un amor
sacrificial y enriquecedor.

EL AMOR DE CRISTO ATENDIÓ A NUESTRA MAYOR NECESIDAD: PURGAR


NUESTROS PECADOS

Las manifestaciones del amor de Cristo corresponden a nuestra miseria y necesidad, siendo sus
operaciones adecuadas a la condición y a las circunstancias de sus beneficiarios. Nuestra mayor
necesidad era ser apartados de nuestros pecados. y él suplió completamente esa necesidad. Con
sólo su amor no podía apartar nuestras transgresiones "como el oriente está lejos del occidente".
Era preciso satisfacer los requisitos de la justicia de Dios. Tenía que soportar la condenación de
la ley, "pues sin derramamiento de sangre no hay perdón" (Heb. 9:22). Cristo amó tanto a la
iglesia, que derramó su preciosa sangre por ella. Por eso se oye al apóstol Juan exclamar: "Al que
nos ama y por cuya sangre nos ha librado de nuestros pecados" o "Al que nos amó, y nos lavó de
nuestros pecados con su sangre" (RV60). Este es el segundo motivo inspirador que está detrás de
estas palabras benditas. Esta referencia a la sangre de Cristo necesariamente subraya tanto su
deidad como su humanidad. Nadie sino una criatura puede derramar sangre y morir, pero nadie
sino Dios puede perdonar pecados. De igual modo, también es un testimonio de la naturaleza y
eficacia vicaria de su sacrificio. ¿De qué otra manera pudo habernos lavado de nuestros pecados?
Además, celebra la prueba suprema de su cuidado por su pueblo. "Fuerte es como la muerte el
amor ... Las muchas aguas no podrán apagar el amor" (Cnt. 8:6,7), lo cual fue demostrado en la
cruz, donde todas las ondas y las olas de la ira de Dios (Sal. 417) pasaron sobre quien llevaba
nuestros pecados.

El desbordante amor de Cristo fue evidenciado al defender a las personas escogidas por Dios, al
hacerse cargo de su causa, asumiendo la naturaleza humana, obedeciendo y sufriendo en lugar de
ellos. El apóstol Pablo expresó esta bendita verdad, aplicándola a los creyentes, cuando dijo:
Por tanto, imiten a Dios como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como también
Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios (Ef.
5:1,2).

El Señor Jesús sabía lo que era necesario para nuestra liberación, y su amor lo impulsó a
conseguirlo. Pablo y Juan comprendieron y enseñaron todo lo referido a la gran deuda de amor y
gratitud que llevamos todos los que somos los dichosos beneficiarios de la obra salvadora de
Cristo. El "lavamiento de nuestros pecados" es la esencia misma de lo que necesitábamos para
nuestra salvación, y para ello debía derramar su sangre. ¡Qué estupenda prueba de su amor fue
aquella! En esto consiste el amor, en que el justo sufra gozosa y voluntariamente por los injustos
"a fin de llevarlos a ustedes a Dios" (2 P. 3:18). "Pero Dios demuestra su amor por nosotros en
esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros" (Ro. 5:8). ¡Noticias
asombrosas, que Cristo hizo expiación completa por aquellos que en ese momento eran sus
enemigos (Ro. 5:1) Escogió entregar su vida en favor de aquellos que, por su naturaleza y
hechos, eran rebeldes contra Dios, para que no fuesen por siempre un sacrificio a la ira de Dios.
Los culpables transgreden, pero el inocente es condenado. Los impíos ofenden, pero el santo
soporta el castigo. El siervo comete el crimen, pero el Señor de gloria lo borra. ¡Cuántas razones
para adorarlo!
EL AMOR DE CRISTO ES INFINITO E INMUTABLE

¿De qué mejor manera podría haber manifestado Cristo su amor hacia su pueblo? "Nadie tiene
amor más grande que el dar la vida por sus amigos" (Jn. 15:13). Sin embargo, el Dios-hombre
dio su vida, y al hacerlo mostró que su amor era infinito y eterno, ¡Imposible de ser aumentado!
En Getsemaní y en el Calvario su amor resplandeció en la meridiana plenitud de su poder y
esplendor. Allí soportó la totalidad de la terrible maldición que correspondía pagar por los
pecados de su pueblo. Fue allí donde el Padre quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento (Is.
53: 10). Su angustia fue inconcebible. Bajo ella exclamó: 11 ¿Por qué me has abandonado?" Fue
así como nos amó, y fue así como proveyó la fuente que nos limpió de nuestras iniquidades.
Mediante el derramamiento de su sangre preciosa, lavó enteramente a su pueblo de la culpa y la
contaminación del pecado. Unámonos en la desbordante alabanza de S. E. Pierce:

¡Bendito, eternamente bendito sea el Cordero que llevó nuestros pecados y cargó nuestros
dolores! Su sangriento sudor es nuestra eterna salud y curación. Su dolor, nuestra eterna
liberación de la maldición de la ley y de la ira venidera. Al llevar al madero nuestros pecados en
su propio cuerpo, quedamos eternamente libres de ellos. Su más precioso derramamiento de
sangre es nuestra eterna purificación.

"Al que nos ama y por cuya sangre nos ha librado de nuestros pecados" o nos lavó de nuestros
pecados con su sangre" (RV60). El pecado mancha nuestra acta delante de Dios, contamina el
alma y arruina la conciencia; y nada lo puede quitar sino la sangre expiatoria y purificadora de
Cristo. El pecado es lo único que el Señor Jesús odia. La esencia de su santidad así lo requiere.
Lo odia de manera inmutable, y así como no puede dejar de amar a Dios, no puede amar el
pecado. Pero su amor hacia su pueblo es aun mayor que su odio al pecado. Como seres caídos en
Adán, los seres humanos son pecadores; sus naturalezas caídas son totalmente depravadas. Son
pecadores en pensamiento, palabra y obra. Literalmente son culpables de incontables
transgresiones, porque sus pecados exceden el número de sus cabellos (Sal. 40:12). ¡Sin
embargo, Cristo los amó! Los amó antes que pecaran en Adán, y el hecho de pensar
anticipadamente en ellos, en su estado de criaturas caídas, no produjo cambio en su amor por
ellos; más bien fue la oportunidad para exhibir ese amor. Por eso se encarnó, para borrar sus
pecados. No hubo nada más terrible para el Santo de Dios. Pero estuvo dispuesto a ser un extraño
para los hijos de su madre, despreciado y rechazado por los hombres, burlado y escarnecido por
ellos. En efecto, por un instante abandonado por Dios, para que su pueblo pudiera ser limpiado.

CRISTO LAVÓ A SU PUEBLO DE UNA VEZ PARA SIEMPRE

Concuerdo plenamente con los comentarios de John Gill referidos a las palabras "nos lavó de
nuestros pecados con su sangre" (RV60):

Esto no debe interpretarse como si se refiriera a la santificación, la cual es obra del Espíritu, sino
como indicio de la expiación de los pecados y de la justificación de los pecadores.

En otras palabras, es la compra de la redención, y no su aplicación, lo que aquí se considera. La


última, por supuesto, empieza con la regeneración, porque a todos los que lavó judicialmente de
la culpa y del castigo del pecado (una vez para siempre en el Gólgota), a su tiempo también los
purifica y los libra de su amor al pecado y del dominio que este tiene sobre ellos. Lo que se
señala es que la culpa ha sido cancelada, la condenación anulada, la maldición de la ley
removida, y la sentencia de absolución pronunciada. Esta es la porción de todos los creyentes:
"Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús" (Ro. 8:1).
Tenemos que distinguir entre la justificación de nuestras personas, la cual se opera una vez y
para siempre (Hch. 13:39) y el perdón de aquellos pecados que cometemos como cristianos (1
Jn. 1:9). Estos últimos tienen que ser confesados en actitud penitente, y entonces somos
perdonados y limpiados sobre la base de la sangre de Cristo. En Apocalipsis 1:5 se habla del
perdón una vez y para siempre. Aquí el apóstol Juan se regocija en el amor de aquel cuya sangre
ha lavado, una vez y para siempre, las personas de los santos. La limpieza del pecado que
necesitamos día a día se menciona en Apocalipsis 7:13,14, donde contemplamos a los santos en
vestiduras blancas, resplandecientes, vestiduras que primero estuvieron manchadas por la
travesía y que ellos lavaron día a día (cf. Jn. 13:3-17).

***

CAPÍTULO 14
Apocalipsis 1:5,6
Parte 2

En esta oración se mencionan dos evidencias del amor que Cristo tiene hacia su pueblo: Cristo
los lava de sus pecados por su propia sangre y los enriquece por medio de títulos de nobleza.
Pero también hay una tercera manifestación de su amor que, aunque no está específicamente
expresada, está necesariamente implícita. Me refiero a la provisión que Cristo hace para ellos
como resultado de la obra que, impulsada por su amor, consiguió con sus méritos: que el Espíritu
Santo fuese derramado sobre su pueblo (Hch. 2:33). Por eso, Cristo envía al Espíritu Santo para
regenerarlos, para tomar de las cosas de Cristo y mostrárselas a ellos (Jn. 16:14,15), para
impartirles la experiencia de un conocimiento salvador del Señor Jesús, y para producir fe en sus
corazones, de modo que crean en él para vida eterna. Digo que todo esto está necesariamente
implícito porque es solamente por estas realidades por las que ellos verdaderamente pueden
exclamar: "Al que nos ama". Por cierto, sólo eso permite que cada uno de ellos asegure que "el
Hijo de Dios me amó y dio su vida por mí"(Gá. 2:20). Que en base a la Palabra el Espíritu me
asegure que soy objeto del infinito e inmutable amor de Cristo, es la quintaescencia de la
verdadera bienaventuranza. El conocimiento de esto hace que Cristo sea, en mi estima "todo él
codiciable" (Cnt. 5:16), hace que mi ser se regocije, y santifica mis afectos.

MEDIANTE LA FE SALVADORA UNO DEJA DE MIRARSE A Sí MISMO PARA


FIJAR LA MIRADA EN CRISTO

Notemos aquí que, por naturaleza, la fe salvadora se apropia de las promesas de Dios. Se apropia
de Cristo y de su sacrificio por los pecadores, tal como se le da a conocer en la Palabra de
verdad. El evangelio nos presenta una carta de amor del cielo acerca del Hijo de Dios. Esta carta
da cuenta del amor de Cristo y presenta las pruebas más contundentes y grandes del mismo. Me
doy cuenta de que esa carta es para mí, porque está dirigida a los pecadores, en efecto, al
principal de los pecadores. Me invita y me ordena recibir a este Divino Amante, y a creer
incondicionalmente en la suficiencia de su sangre expiatoria por mis pecados. Por eso, lo recibo
según el libre ofrecimiento del evangelio y confío en su palabra: "Al que a mí viene, no lo
rechazó” (Jn. 6:37). Esta fe no proviene de mis sentimientos de amor a Cristo, sino por el oír de
su amor para los pecadores (Ro. 5:8; 10:17). Ciertamente, usando la Palabra de Dios, el Espíritu
Santo hace impresiones sobre el corazón. Sin embargo, la base de la fe no son esas impresiones,
sino el evangelio mismo. El objeto de la fe no es Cristo obrando en el corazón y pacificándolo,
sino más bien Cristo tal como es presentado en la palabra de Dios para nuestra aceptación. No se
nos ha llamado a oír a Cristo hablando secretamente en nuestro interior, sino a Cristo hablando
abierta y objetivamente, sin nosotros.

LOS FRUTOS BENDITOS DE LA FE SALVADORA

Una maldición terrible pende sobre todo el que "no ama al Señor" (1 Co. 16:22). Es algo muy
solemne comprender que esa maldición está sobre la mayoría de nuestros semejantes, incluso en
aquellos países que tienen reputación de ser cristianos. ¿Pero por qué un pecador ama a Cristo?
Uno tiene ese amor sólo porque cree en el amor de Cristo hacia los pecadores, y porque percibe
la maravilla y preciosura de ese amor; por la "fé que actúa mediante el amor” (Gá. 5:6), el amor
de Cristo se hace manifiesto hacia nosotros. El creyente recibe ese amor en el corazón. Después
ese amor trae paz a la conciencia, confiere acceso consciente a Dios (El 3:12), mueve al cristiano
a regocijarse en Cristo y estimula la comunión y el acuerdo con él. Esa fe obra mediante el amor,
es decir, es el reflejo de habemos apropiado del amor de Cristo. La fe que el Espíritu Santo
implanta, derrota nuestra enemistad hacia Dios y nos hace deleitamos en su ley (Ro. 7:22).
Nuestros pecados nos separaron y alejaron de Dios. En base a la autoridad de la Palabra de Dios,
la fe sabe que nuestros pecados han sido lavados por la sangre expiatoria de Cristo. Cuán
indeciblemente bendito es saber que, en la plenitud del tiempo, Cristo apareció: “una sola vez y
para siempre, a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de su cruz" (Heb. 9:26). Qué
preciosos es saber que Dios dice de todos los creyentes "Nunca más me acordaré de sus pecados
y maldades" (Heb. 10:17).
Tanto nuestra santidad práctica como nuestro consuelo dependen en gran medida de nuestra
confianza en los testimonios del evangelio. Nuestro amor por Cristo y nuestra adoración a él
crecerán o menguarán en proporción a nuestra fe en la persona y obra de Cristo. Donde hay
seguridad personal de su amor, no puede haber sino una unidad con los santos en el cielo,
alabando a Cristo por lavamos de nuestros pecados (Ap. 5:9, 10). Pero muchos objetarán
diciendo: "Todavía tengo tanto pecado en mí, y tantas veces me domina, que no me atrevo a
atesorar la seguridad de que Cristo me haya lavado de mis pecados" Si esa es la situación del
lector, déjeme que le haga esta pregunta: ¿lamenta usted sus corrupciones y desea sinceramente
ser librado de ellas para siempre? Si así es, ello es prueba de que usted tiene derecho a
regocijarse en la sangre expiatoria de Cristo. Dios considera adecuado dejar algo de pecado en
usted, para que en esta vida pueda mantenerse humilde delante de él y maravillarse aún más de
su paciencia. El ha establecido que ahora el Cordero sea comido “con hierbas amargas" (Ex.
12:8). Este mundo no es el lugar de su reposo. Dios soporta que usted sea molestado por sus
pasiones, para que mire más ansiosamente al futuro, a la liberación y al reposo que le esperan.
Aunque Romanos 7:14-25 describe adecuadamente su experiencia presente, Romanos 8:1
también declara: "Por tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo
Jesús".

LOS CREYENTES DISFRUTAN DE GRANDES POSICIONES Y PRIVILEGIOS POR


ESTAR UNIDOS A CRISTO

"Al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre", o "y nos hizo
reyes y sacerdotes para Dios, su Padre" (RV60). Este es el tercer motivo inspirador para la
alabanza que sigue. Habiendo reconocido la deuda que los santos tienen hacia el amor y el
sacrificio del Salvador, ahora el apóstol Juan celebra los altos títulos de nobleza que Cristo ha
conferido a los creyentes. Juan los celebra usando el lenguaje de los espíritus de los justos que
han sido hechos perfectos (Heb. 12:23). Por ser hijos del Supremo, Dios nos hace participar de
los honores de aquel que es tanto Rey de reyes como nuestro gran sumo sacerdote. El apropiarse
de este hecho hace que uno prorrumpa en alabanzas a él. Cristo le confiere a los creyentes
nobleza real y les permite que se acerquen a Dios como sacerdotes. Cuando comprendemos que
el Señor Jesús comparte estos honores con los redimidos, no podemos sino exclamar con
desbordante entusiasmo: "la él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos!". Fuimos
virtualmente hechos reyes y sacerdotes cuando Cristo aceptó cumplir los términos del pacto
eterno, porque por ese compromiso nosotros fuimos constituidos como tales. Fuimos hechos
reyes y sacerdotes por un precio, cuando él compró nuestra redención, puesto que fue por sus
méritos como compró estos privilegios para nosotros. Fuimos constituidos reyes y sacerdotes de
manera corporativa en el momento en que Cristo subió a lo alto (Ef. 4:8; 2:6) y atravesó el velo
(Heb. 6:19,20). Y en forma concreta se nos dieron estos honores en nuestra regeneración, cuando
llegamos a ser participante de su unción.

"Al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre", o "y nos hizo
reyes y sacerdotes para Dios, su Padre" (RV60). Aquí vemos al Redentor exaltando y dando
nobleza a sus redimidos. Esto presupone nuestro perdón, y viene con él, y es el resultado positivo
de la obediencia meritoria de Cristo a la ley de Dios (sin la cual obediencia no podría haber
muerto en lugar de los pecadores). Aquel que nos amó no solamente quitó nuestras manchas,
sino que nos restauró el favor divino y el compañerismo con Dios. Además nos ha asegurado una
recompensa gloriosa. Tomó nuestro lugar para que nosotros pudiéramos compartir el suyo. A
efecto de poder protegemos de ciertos errores insidiosos, que han aprisionado a no pocos hijos de
Dios, es importante percibir que estos títulos no pertenecen solamente a una clase muy selecta y
avanzada de cristianos, sino que pertenecen de igual manera a todos los creyentes. También es
necesario, para no ser despojados por el dispensacionalismo, comprender que estos títulos de
nobleza nos pertenecen ahora. No son pospuestos hasta que lleguemos al cielo, ni mucho menos
hasta el milenio. Todo santo ha recibido estos dos honores de una vez; todo santo es un sacerdote
real y un monarca sacerdotal. En esto vemos la dignidad y nobleza del pueblo del Señor. El
mundo nos mira como a despreciables y viles, pero Dios habla de nosotros diciendo: "para lo
íntegros es toda mi complacencia" (Sal. 16:3, RV60).

En 2 Corintios 1:21, Pablo afirma que "Dios nos mantiene firmes ... Él nos ungió" (la cursiva es
mía). Con esto quiere decir que Dios nos hizo reyes y sacerdotes; porque el verbo ungir se usa
para conferir dignidad. Los reyes y sacerdotes eran ungidos al ser establecidos en sus oficios. Por
eso, cuando se dice que Dios ha ungido a todos los que están en Cristo Jesús, se sugiere que los
ha calificado y autorizado a cumplir estos altos oficios. Para trazar un agudo contraste entre
verdaderos creyentes y falsos hermanos, el apóstol Juan dice: "Todos ustedes, en cambio, han
recibido la unción del Santo ... la unción que de él recibieron permanece en ustedes” (1 Jn. 2:20,
27). Tenemos una participación en la unción de Cristo (Hch. 10:38), recibiendo el mismo
Espíritu con el que fue ungido (cf. Sal. 133:2, donde se presenta un hermoso tipo del ungimiento
de Cristo). La bienaventuranza de los elegidos se muestra en que son hechos tanto reyes como
sacerdotes gracias al Nombre en el que son presentados delante de Dios. Los que "reciben en
abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de un solo hombre,
Jesucristo" (Ro. 5:17, la cursiva es mía). Cristo fue ungido "con óleo de alegría más que ... tus
compañeros" (Sal. 45:7, RV60, la cursiva es mía). Aunque en todas las cosas Cristo tiene la
preeminencia, siendo "Rey de reyes"; no obstante, sus compañeros son investidos de realeza,
pues "en este mundo hemos vivido como Jesús vivió" (1 Jn. 4:17, la cursiva es mía). ¡Oh, que
por la fe nos apropiemos de ese hecho, y que por gracia nos conduzcamos conforme a él!

Aparentemente hay un contraste intencional entre las dos expresiones "soberano de los reyes de
la tierra" (v. 5) y "Al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre"
(v. 6), o "nos hizo reyes y sacerdotes para Dios". Los primeros son reyes terrenales y naturales,
nosotros espirituales; ellos son para los hombres, nosotros para Dios. Ellos son sólo reyes,
nosotros somos reyes y sacerdotes. El dominio de los monarcas terrenales sólo es pasajero;
rápidamente se desvanece su gloria real. Hasta la gloria de Salomón, que excedió a la de todos
los reyes de la tierra, no duró sino brevemente. Pero nosotros seremos corregentes con un Rey
cuyo trono tiene fundamentos indestructibles (Ap. 3:21), cuyo cetro es eterno, y cuyo dominio es
universal (Mt. 28:18; Ap. 21:7). Seremos vestidos de inmortalidad y cubiertos de gloria eterna.
Los creyentes son reyes, no en el sentido de tomar parte en el gobierno del cielo sobre la tierra,
sino como participantes en el triunfo del Señor sobre Satanás, el pecado y el mundo. En esto los
creyentes también se diferencian de los ángeles. Puesto que ellos no son reyes, ni tampoco
reinarán, porque no han sido ungidos. No tienen unión con el Hijo encarnado de Dios, y por lo
tanto no son "coherederos con Cristo" como lo son los redimidos (Ro. 8:17). Los ángeles sólo
son "espíritus dedicados al servicio divino, enviados para ayudar a los que han de heredar la
salvación" (Heb. 1: 14). ¡Tienen un lugar subordinado; su lugar es el servicio!
EL DOMINIO MORAL QUE EJERCEN LOS CRISTIANOS

Cristo no solamente hizo una gran obra para su pueblo, sino que ejecuta una gran obra en ellos.
No solamente los lava de sus odiosos pecados, sino que también los transforma por su poder,
pues los ama. No los deja como los encontró, bajo el dominio de Satanás, el pecado y el mundo.
Más bien los hace reyes. Un rey es aquel que es llamado a gobernar, que ha sido investido de
autoridad y que ejerce dominio; y así lo hacen los creyentes para con sus enemigos. Es cierto,
algunos de nuestros súbditos son fuertes y turbulentos, pero nosotros somos "más que
vencedores por medio de aquel que nos amó" (Ro. 8:37). El cristiano es un "rey al frente de su
ejército" (Pr. 30:31). Aunque muchas veces pueda ser vencido, su causa nunca será vencida. En
sus miembros todavía hay una ley que batalla contra la ley de su mente (Ro. 8:23); sin embargo,
el pecado no lo podrá dominar (Ro. 6:14). Una vez el mundo lo tuvo prisionero, y presumía
dictar su conducta, de manera que tenía miedo de desafiar las costumbres mundanas y se
avergonzaba de ignorar sus máximas. Pero "todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Ésta
es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn. 5A). Por el don lleno de gracia de Dios, el
cual es nuestra fe, estamos capacitados para buscar nuestra porción y disfrutar las cosas de
arriba. Notemos bien las palabras de Thomas Manton sobre este tema:

Rey, es un nombre de honor, poder y grandes posesiones. Aquí reinamos espiritualmente, al


conquistar al diablo, al mundo y a la carne. Los príncipes están por encima de aquellas cosas
inferiores, pisotéandolas con orgullo santo y celestial. Un pagano podría decir: "Es un rey el que
nada teme ni desea". El que está por encima de las esperanzas y temores del mundo, el que tiene
su corazón en el cielo y está por encima de minucias temporales, de los altibajos del mundo, el
que no pone su corazón en el mundo, ése posee un espíritu real. El reino de Cristo no es de este
mundo, ni lo es el de un creyente. Porque "De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al
servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra" (Ap. 5: 10), es decir, de manera espiritual. Es
de bestias servir a nuestros deseos, pero de reyes tener nuestra conversación en el cielo y
conquistar al mundo, estar a la altura de nuestra fe y amar con espíritu noble. Después de aquí
reinaremos visible y gloriosamente cuando nos sentemos en tronos con Cristo.

Y los santos juzgarán al mundo y a los ángeles (1 Co. 6:2,3).

LA SUPERIORIDAD DEL DOMINIO PROPIO EN CONTRASTE CON SER


DOMINADOS POR EL MUNDO

La obra asignada al cristiano como rey es la de gobernarse a sí mismo. "Más vale ser paciente
que valiente; más vale dominarse a sí mismo que conquistar ciudades" (Pr. 16:32, la cursiva es
mía). Como rey, el cristiano es llamado a mortificar su propia carne, a resistir al diablo, a
disciplinar su temperamento, a subyugar sus deseos y traer cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo (2 Co. 10:5). Es una tarea de toda la vida. Tampoco puede el cristiano
cumplirla en su propia fuerza. Es su deber buscar ayuda de arriba, y tomar de la plenitud de
gracia que está a su disposición en Cristo. Su reino es el corazón (Pr. 4:23). Su responsabilidad
es dejar que la Palabra de Dios modele su razón y su conciencia, y que ambos gobiernen sus
deseos de tal manera que su voluntad esté sujeta a Dios. Se le requiere que señoree sobre sus
deseos y regule sus afectos, que se niegue a los deseos mundanos y apartados de Dios, que viva
sobria, justa y piadosamente en este mundo. Los cristianos "se entrenan con mucha disciplina” (1
Co. 9:25). El creyente debe subyugar su impetuosidad e impaciencia, renunciar a la venganza
cuando otros le hacen daño, frenar sus pasiones, debe vencer "el mal con el bien" (Ro. 12:21), y
tener tal control sobre sí mismo que se "alegre con temblor” (Sal. 2:11, RV60). Debe aprender a
conformarse con toda situación y condición de vida que Dios, en su sabia y buena providencia,
se complazca en asignarle (Fil. 4:11).

Algunos monarcas terrenales tienen bastantes siervos infieles y desleales que los envidian y los
odian, que se irritan bajo su cetro y que quieren destituirlos. Sin embargo, aún mantienen sus
tronos. De igual manera, el rey cristiano tiene muchos deseos rebeldes y disposiciones
traicioneras que se oponen continuamente a su gobierno. Sin embargo, debe buscar gracia par
ponerles freno. En vez de esperar ser derrotado, su privilegio es tener 1 seguridad de que “todo lo
puedo en Cristo que me fortalece" (Fil. 4:13). E apóstol Pablo estaba ejerciendo su oficio real
cuando decía: “Todo me está permitido, pero no dejaré que nada me domine" (1 Co. 6:12). Con
esto nos h dejado un ejemplo (1 Co. 11:1). También se conducía como rey, cuando dijo "Golpeo
mi cuerpo y lo domino" (1 Co. 9:27). Sin embargo, como todas las demás cosas en esta vida,
ejercemos nuestro oficio real de manera imperfecta. Todavía no hemos entrado plenamente a
nuestros honores reales ni ejecutad nuestra dignidad real. Todavía no hemos recibido la corona,
ni nos hemos0 sentado con Cristo en su trono; y las ceremonias de coronación son esenciales
para la completa manifestación de nuestro reinado. Sin embargo, la corona no está reservada. Se
ha reservado para nosotros una mansión infinitamente mayo que el palacio de Buckingham, y
esta promesa es nuestra: "Muy pronto el Dio de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes"
(Ro. 16:20).

LOS PRIVILEGIOS Y LAS OBLIGACIONES SACERDOTALES DEL CREYENTE

Siguiendo mi costumbre, he tratado de ofrecer más ayuda allí donde lo comentaristas y


expositores ofrecen menos. Habiendo tratado de explicar con cierta extensión el oficio de rey,
propio al creyente, nos queda menos por decir del oficio sacerdotal. Un sacerdote es aquel a
quien se le ha otorgado un lugar de cercanía a Dios, alguien que tiene acceso a él, alguien que
tiene santa comunión con él. Su privilegio es ser admitido en la presencia del Padre recibir
muestras especiales de su favor. Tiene un servicio divino que cumplir. Su oficio es de gran honor
y dignidad (Heb. 5:4,5). Sin embargo, no pertenece ninguna jerarquía eclesiástica, sino a todos
los creyentes comunes. Lo creyentes son "linaje escogido, real sacerdocio" (1 P. 2:9). Los
cristianos son u “sacerdocio santo", ordenados "para ofrecer sacrificios espirituales que Dio
acepta por medio de Jesucristo" (1 P. 2:5). Los creyentes adoran la majestad divina y traen
consigo un sacrificio de alabanza (Heb. 13:15). "Los labios de lo sacerdotes han de guardar la
sabiduría y de su boca el pueblo buscará la ley” (Mal. 17). Como sacerdotes, deben interceder a
favor de todos los hombres especialmente de reyes y de todos los que están en autoridad (1 Ti.
2:1). Pero e ejercicio pleno y perfecto de nuestro sacerdocio está en el futuro, cuando libre de
pecado y temores carnales veamos a Dios cara a cara y lo adoremos continuamente.

UNA DOXOLOGÍA ADECUADA SE BASA EN LO QUE CRISTO ES Y EN LO QUE HA


HECHO
¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén" (Ap. 1:6). Este es un acto de
adoración, una entrega de alabanza, una expresión de adoración al Redentor, todo lo cual
proviene del corazón de los redimidos. Los cristianos varían grandemente en sus habilidades y
talentos, y en muchos aspectos y prácticas menores también difieren. Pero en esto se unen todos
al apóstol. Todos los cristianos tienen sustancialmente los mismos conceptos de Cristo y el
mismo amor a él. Dondequiera que el evangelio haya sido comprendido redentoramente, no
puede sino producir este efecto. Primero hay un reconocimiento devoto de lo que el Señor Jesús
ha hecho por nosotros, luego una doxología dirigida a él. Al contemplar quién fue el que nos
amó, es decir, no un mortal sino el eterno Dios, no podemos sino postramos en adoración delante
de él. Al considerar qué hizo por nosotros, es decir, que derramó su preciosa sangre, nuestros
corazones son impulsados a amarlo. Al comprender cómo nos ha otorgado títulos de nobleza tan
maravillosos, haciéndonos reyes y sacerdotes, no podemos sino arrojar nuestras coronas a sus
pies (Ap. 4:10). Cuando esta clase de sentimientos realmente controlen al alma, Cristo tendrá el
trono de nuestro corazón. Nuestro mayor anhelo será complacerlo y vivir para su gloria.

“¡A él sea la gloria". Esta es una palabra que significa: (1) claridad o resplandor visible, o (2)
excelencia de carácter que pone a la persona (o cosa) en un lugar de buena reputación, honor y
alabanza. La "gloria de Dios" denota, primordialmente, la excelencia del ser divino y la
perfección de su carácter. La “,gloria de Cristo" comprende su deidad esencial, la perfección
moral de su humanidad, y el elevado valor de sus oficios. En segundo lugar, las manifestaciones
físicas de la gloria de Jehová (Ex. 3:2-6; 13:21,22) y de su Ungido (Mt. 17:1-9), derivadas de la
gran santidad del trino Dios (Ex. 20:18,19; 33:17-23; Jue. 13:22; 1 Ti. 6:16). Cristo tiene una
gloria intrínseca como Dios Hijo (Jn. 17:5). Tiene una gloria oficial como Dios-Hombre y
Mediador (Heb. 2:9). Tiene una gloria merecida como recompensa de su obra, y ésta la comparte
con sus redimidos (Jn. 17:5). En nuestro texto se le da gloria por cada una de las siguientes
razones: Cristo es magnificado aquí, tanto por la excelencia inmaculada de su persona, que lo
exalta infinitamente por encima de todas las criaturas, como por su gloria adquirida que aún será
exhibida ante la asamblea del universo. Hay una gloria que le pertenece como Dios encarnado, la
que fue proclamada por los ángeles en los campos de Belén (Lc. 2:14). Hay una gloria que le
pertenece como consecuencia de su oficio y obra de mediador, y esta solamente puede ser
adecuadamente celebrada por los redimidos.

"Y el poder`. Este también le pertenece, primordialmente, por derecho como Dios eterno. Como
tal, el dominio de Cristo es indivisible y supremo. Tiene soberanía absoluta sobre todas las
criaturas, estando el diablo bajo su autoridad. Además, sus méritos le dan dominio universal. Al
mismo Jesús que los "hombres crucificaron", Dios lo hizo "Señor y Mesías” (Hch. 2:36). él le es
dada toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt. 18:18). Esa autoridad le fue prometida en el
pacto eterno como recompensa por su gran obra. El reinado de Cristo como Mediador está
fundado sobre su muerte sacrificial y s resurrección triunfante. Estos títulos suyos de nobleza son
"por siempre y siempre," porque lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite" (Is. 9:7 Dn.
7:13,14). Mediante un fiel "Amén" pongamos nuestro sello a la veracidad de la declaración de
Dios.

¡Qué bendición es que antes de anunciar el terrible juicio que el Apocalipsis describe, antes de
que suene una trompeta de condenación, antes de que s derrame sobre la tierra el vaso de la ira
de Dios, primero se oye a los santos (e la inspirada bendición de Juan) alabar con cánticos al
Cordero:

"Al que nos ama y por cuya sangre nos ha librado de nuestros pecados, al que ha hecho de
nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él sea la gloria y el poder por los
siglos de los siglos! Amén."

***

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