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Ejercicios Sobre El Perdón

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Ejercicios sobre el perdón, 1

El P. Jaime Forero, Terciario Capuchino, falleció no hace mucho después de dolorosa enfermedad,
dejando tras de sí una estela de amables recuerdos por el don de su amistad, por sus servicios a su
Comunidad Religiosa, y por su fecundo ministerio sacerdotal. Quiso él compilar una serie de
reflexiones teórico-prácticas sobre esa área de la vida que a todos nos interesa porque todos
necesitamos alguna vez en la vida: el perdón. Nos proponemos presentar aquí estos escritos suyos
sobre la experiencia liberadora de perdonar, con la doble convicción de que serán de inmenso
provecho para muchos de nuestros lectores y que el mismo P. Jaime acompañará con su bendición y
su sonrisa el camino que todos hemos de recorrer para aprender del Corazón de Cristo cómo llevar
vidas más sanas y libres, gracias al perdón. La importancia del tema nos mueve además a ceder
nuestras ediciones de los días martes a esta causa, de modo que quienes coleccionan este boletín
pueden iniciar desde hoy una serie que les va a servir en gran manera, lo mismo que a sus familias,
grupos de oración y demás comunidades. ¡Bendiciones a todos!

INTRODUCCIÓN
El hombre fue creado para el amor y en vivirlo consiste su plenitud y su felicidad. Si no hubiese
cometido el pecado no habría dejado de vivir el amor. Pero una vez le falló a Dios entró en su vida el
desamor, el egoísmo y ya no sigue espontáneamente el camino del amor, sino el del egoísmo que trae
una secuela de sentimientos negativos que le frustran en la vivencia del amor y le alejan del Señor y
de los hermanos. La síntesis de esos sentimientos negativos se llama incapacidad para perdonar.
Iniciaremos nuestros Ejercicios hablando sobre el objetivo de nuestra vida, sobre el amor, para el cual
fuimos creados y luego iremos reflexionando sobre una cantidad de sentimientos negativos,
frustración del amor en el hombre, hasta llegar al perdón, la otra cara del amor.
En el tratamiento apropiado, oportuno de esos sentimientos negativos mediante la terapia del perdón
estaremos despejando el camino que nos encausa nuevamente hacia el Señor por la autopista del
amor, que se inicia recibiendo los ojos nuevos que nos regala el Señor para ver al hermano en forma
distinta de como nos muestra nuestro yo. Desde ahí, encontraremos la solución a nuestros problemas
relacionales alimentando sentimientos positivos, factores apropiados para llevar una vida equilibrada.
La síntesis de todos esos sentimientos positivos es el perdón. Este será prácticamente nuestro tema.
Aprenderemos a controlar nuestros sentimientos sabiendo cambiar nuestros pensamientos,
empleando permanentemente la higiene mental, sumamente provechosa.
Esta higiene nos coloca en una atmósfera de amor y de perdón. Aprenderemos, en primer lugar, a ser
conscientes de que los problemas por la falta de perdón no están fuera de nosotros. Pensar que están
fuera de nosotros, en nuestros enemigos, en nuestros padres, en el conyuge, es engañarnos y
mantenernos alejados de la solución. Sólo pensar que la causa está en nosotros, deshace la ira y la
negatividad que hemos proyectado hacia los demás, pues admitimos que el problema está en
nosotros, en nuestro interior, como dice el Señor: “Lo que sale del hombre es lo que contamina al
hombre” (Mc 7,20-23)
Mirando hacia nuestro interior, reconoceremos nuestra parte de culpa en lo que queríamos ver como
ajeno a nosotros. Aprendemos a admitir que perdonar es una decisión nuestra somos nosotros
quienes tenemos que dar el primer paso para perdonar.
Si nosotros mismos creamos el problema, somos nosotros mismos quienes tenemos que solucionarlo,
desde el perdón. Cuántas personas se encuentran paralizadas por los odios, que no sólo contaminan
sus cuerpos, sino también a la sociedad y se convierten en multiplicadores de violencia.
Y para poder perdonar es imprescindible una ayuda divina, el regalo del Espíritu Santo, que es Amor. El
Espíritu Santo nos quita la culpabilidad y nos acerca al hermano de quien nos habíamos separado por
la enemistad. Pedimos, por tanto, el don del ES. A Él tenemos que entregarle nuestro problema y
pedirle que nos libere de él.
Necesariamente todo lo anterior requiere una gran dosis de humildad, pues el perdón requiere la
humildad, como el orgullo es causa del odio y los demás sentimientos negativos. El anterior camino es
el único camino milagroso que destruye en nosotros lo negativo, os equilibra y restablece en nosotros
la felicidad.
Entre las diferentes personas que me han ayudado en mi trabajo para poder ayudar a ustedes y a mí
mismo está un sacerdote psicoterapeuta que, también él tuvo muchas dificultades en perdonar, como
las hemos tenido la mayoría de las personas. En uno de sus testimonios decía que él había estado
luchando sin éxito más de tres años por sanar de una herida afectiva. Pensaba que la solución estaba
en dar un perdón de tipo puramente voluntario. Pero no era así; y no conseguía encontrar la paz
interior que buscaba. Me di cuenta, dice, hasta qué punto era novato en el arte de perdonar, a pesar
de mi formación religiosa, filosófica, teológica y pastoral.

Ejercicios sobre el perdón, 3


Los Sentimientos
(Jn 11, 33-36; Lc 7, 11-17; Lc 7, 36-50; Filp 2,5)

Les invito a iniciar una reflexión sobre los sentimientos y su naturaleza. El hombre obra y se mueve
por sentimientos, aunque de pronto no les pone mucha atención, los considera algo perfectamente
natural. Somos afectivos por naturaleza y respondemos afectivamente en todo el contexto de
nuestra existencia. Con la afectividad expresamos la capacidad y la necesidad que tenemos de amar
y de ser amados; por ella somos capaces de experimentar sentimientos, emociones y pasiones. En
nuestra reflexión nos acercaremos al modelo de todo hombre y mujer: Jesucristo Dios y hombre. El
tuvo grandes sentimientos, por eso tuvo amigos. Cuando uno de ellos, Lázaro, murió, fue para ver el
lugar donde le habían colocado. Allí se encontró con María, hermana de este. Ella sufría sobrecogida
de dolor. Al verla se conmovió profundamente, pues había muerto alguien a quien los dos amaban.
Ante la tumba, no solo lloró por la muerte de su amigo, sino por el dolor de su amiga María. Tener
buen corazón y buenos sentimientos es la clave de la felicidad y la verdadera riqueza. Iniciaremos
ahora nuestra reflexión sobre los sentimientos en general y en el siguiente tema abordaremos
nuestra reflexión sobre los sentimientos de Jesús.
Naturaleza de los sentimientos:
Los sentimientos son emociones o impulsos de la sensibilidad hacia lo sentido o imaginado como
bueno o como malo. Los sucesos externos, algún estímulo interno, o cualquier sufrimiento pasado,
traído por el recuerdo, son transmitidos por los sentidos a la corteza cerebral.
El humor afectivo hace que estemos como sintonizados para la ira o el amor, para la tristeza o la
alegría, e influye, junto con el temperamento, en los pensamientos que vendrán a la mente en
presencia de los acontecimientos, y que será la causa de nuestras emociones. Nuestros sentimientos
revelan un estado de espíritu íntimo, una disposición corporal preparatoria para realizar un acto con
placer o sin placer. Los sentimientos, por no ser ni buenos ni malos pues no responden a la voluntad,
penetran todo nuestro ser, y predicen y explican nuestro comportamiento. Alguien dijo que el
sentimiento, más que una emoción, es una comunicación de toda la persona sobre qué clase de
compromiso estás teniendo con el mundo.
Cuando los sentimientos nos facilitan obrar el bien, conviene fomentarlos; y cuando nos llevan hacia el
mal: es necesario dominarlos, cambiarlos. De todos modos no debemos dejarnos guiar por los
sentimientos. El hombre debe guiarse por su inteligencia, que es la facultad que muestra el verdadero
bien. Los sentimientos son en buena parte instintivos. El instinto es un estímulo interior que lleva al
animal a realizar acciones tendientes a la conservación y a la reproducción. Por eso, dejarse dominar
por los sentidos, es dejarse dominar por los instintos, no por la inteligencia ni la voluntad y perder así
la libertad. Los actos determinados por el instinto, tanto en los hombres como en los animales,
permanecen invariables, así el recién nacido mama y las aves construyen sus nidos, hoy igual que hace
mil años. El sentimiento de fastidio hacia un hermano, por ejemplo, no debe guiarnos en nuestras
relaciones, sino que tenemos que educarlo, dominarlo y superarlo.
Cómo surgen los sentimientos:
Los sentimientos son respuesta a estímulos registrados en billones de células que forman parte de
nuestro sistema nervioso. Los indicadores más sutiles del rostro y las más pequeñas contracciones del
mismo son producidas por músculos faciales involuntarios, casi imperceptibles. La persona obra y se
mueve por sentimientos, aunque no les ponga mucha atención, porque los considera como algo
perfectamente natural. Tenemos conciencia de los sentimientos solamente cuando son fuertes y
profundos.
División de los sentimientos
Los sentimientos se suelen agrupar así: ante un bien: amor -simpatía, estima,
admiración-, deseo, gozo; ante un mal: odio -antipatía, repugnancia, fastidio-, aversión –
huída-, tristeza; ante un bien difícil de alcanzar: esperanza, desesperación; ante un mal difícil de
superar: temor, audacia, ira. Se les coloca siempre comparativamente por parejas contrarias: amor y
odio, deseo y fuga, alegría y tristeza. El sentimiento más importante es el amor. Conviene no confundir
el amor como sentimiento y el amor como virtud que es de mayor categoría.
Existe un método, llamado electromiografía, para estudiar las reacciones de los músculos. Minúsculos
electrodos en el cuerpo captan señales eléctricas que se originan alrededor de los músculos y pasan a
la pantalla de un osciloscopio para su lectura e interpretación; comparando la lectura de los músculos,
los científicos pueden diferenciar entre los sentimientos alegres o agradables y los desagradables u
hostiles.
Los sentimientos agradables o desagradables pueden acelerar o disminuir el ritmo del corazón, hacer
enrojecer o palidecer, y ayudar o dificultar nuestra digestión. Es grande su influjo en nuestra salud y
bienestar y revelan el aspecto saludable o enfermo de nuestra condición mental y corporal.
Los sentimientos agradables nacen de una sensación de bienestar, buena salud, ambiente sano,
cercanía de amigos, sentimientos sexuales placenteros y excitantes, buen descanso en la noche y
pequeñas cosas agradables, que pasan inadvertidas, pero que tienen una enorme influencia en
nuestro estado de ánimo.
Uno no siente los latidos del corazón y la corriente sanguínea fluyendo a través de las venas, y los
pulmones en su movimiento rítmico, o las comunicaciones telegráficas que se realizan entre todas las
partes del cuerpo y del cerebro. Pero sí siente la salud y vitalidad. Cuando uno tiene este sentido, él
vencerá todo lo que suceda durante el día; si ha pasado un largo y difícil día en la oficina, vuelve a casa
sintiéndose cansado, pero después de una buena noche de descanso, se recupera y se siente pleno al
otro día.
Los sentimientos desagradables de los que somos víctima a diario, tales como fatiga, preocupaciones,
tiempo demasiado frío o caliente, etc., nacen de sensaciones de malestar o desagrado. Vivimos en un
laberinto de sensaciones desagradables que causan un círculo vicioso de temores y otras
enfermedades psicológicas.
Los sentimientos agradables alimentan nuestra vida, los desagradables son un tóxico para nuestro
bienestar y causan perturbaciones físicas y emocionales. Unos y otros tienden a expresarse, tienden a
la acción. Algunos pasan rápidamente, otros permanecen; algunos son causados por hipersensibilidad
exterior o desajustes sexuales complejos, y hay otros, sobre las cuales nada sabemos.
Simón, tengo algo que decirte:
El episodio de la mujer en casa de Simón (Lc 7, 36-50), ungiendo con perfume a Jesús, lavando los pies
del Maestro con sus lágrimas y secándolos con sus cabellos, desató una cantidad de pensamientos y
sentimientos encontrados en el grupo, también en Jesús. La mujer dejó su orgullo y expresó sus
sentimientos íntimos, Jesús reveló y expresó sus propios sentimientos y los de Simón. Para
comprender la situación de unos y otros fue necesario expresar y clarificar todos los sentimientos.
Expresar los sentimientos:
Los sentimientos deben ser expresados en alguna forma en el momento en que se tienen y a la
persona que los provocó. Así, cuando uno nota que una persona le ofende, debe acercarse a ella y, si
es posible, mirarla de frente y decirle que le está ofendiendo y cómo.
Usted mismo haga por escrito una relación con adjetivos que describan mejor la manera como usted
se está sintiendo y trate de clasificar esos adjetivos dentro de una disposición de espíritu general
como enojado, ofendido, angustiado, solitario, etc. Tratando de precisar sus sentimientos, admítalos,
clarifíquelos y compártalos con los demás, así está dando los primeros pasos para controlarlos de
manera que llegue a aquel estado de espíritu en que usted alimenta sentimientos agradables y los
desarrolla para que sean la fuerza propulsora de una vida sana, sensata y equilibrada.
Como controlar nuestros sentimientos
Controlamos nuestros sentimientos, controlando y frenando nuestros pensamientos. Así como detrás
de las ideas vienen las acciones, detrás de los sentimientos viene nuestro comportamiento. La
actividad del hombre tiene tres momentos: conocer, sentir y querer. En toda acción participan los
tres. Así, cuando se planea una comida al aire libre, se sabe lo que se va a hacer y porqué; existe
también el sentimiento de placer o de sufrimiento y se busca o se rechaza realizarlo.
El sentimiento, que es interno y subjetivo, no produce por sí mismo ningún resultado externo, pero los
sentimientos están unidos a las emociones, que determinan si nuestras acciones serán agradables o
desagradables. Los sentimientos agradables producen placer, felicidad, alegría, deleite, entusiasmo;
los sentimientos desagradables producen disgusto, descontento, tristeza, pesar, aflicción, desaliento,
desequilibrio, etc.
Un sentimiento de aversión o una inclinación de rechazo al trabajo, se habrá formado a base de
experiencias negativas en torno al trabajo. Para cambiar ese sentimiento habrá que adquirir o
imaginar varias experiencias positivas. Por ejemplo: convencerse de la bondad y conveniencia del
trabajo, crear sentimientos de laboriosidad en general; intentar olvidar el malestar en torno al trabajo
y eliminar sentimientos de fastidio que se tengan; recordar o imaginar los éxitos o buenos momentos
debidos al trabajo y adquirir así sentimientos de estima por él; sonreír al empezar algún trabajo y
tener amor por el.
Ejercicios sobre el perdón, 4
Tomar Conciencia de nuestros Sentimientos
(Jn 11,33-36; Lc 7, 11-16)
Les invito a continuar nuestra reflexionar sobre esa realidad fundamental de la persona humana,
nuestros sentimientos y su comunicación. Los sentimientos anteceden al perdón, que no depende de
ellos, sino de la voluntad. Un sentimiento que ha sido herido necesita del perdón. De todos modos
necesitamos tomar conciencia de nuestros sentimientos, partir de ellos y reabrir así los canales de un
auténtico perdón. En nuestra cultura pasamos por alto lo que sentimos ante determinados hechos.
Los guardamos y nos quedamos con una energía que se va represando en nuestro interior. Cuanto
más reprimamos nuestros sentimientos, más nos perjudicamos vitalmente. Veremos cómo Jesús,
nuestro modelo, tuvo una riquísima vida afectiva, rodeándose de amigos, con quienes compartía
hasta sus más íntimos sentimientos. Su comunidad apostólica era una escuela de intercambio de
sentimientos, como aparece en el Evangelio.

Jesús tenía una profunda sensibilidad


Los Evangelios muestran a Jesús como hombre de una profunda sensibilidad. Jesús siente las congojas
de aquellas personas con la que se cruza en su camino. Siente la aflicción de una viuda que había
perdido lo único que le quedaba, su hijo. El evangelio insiste que Jesús “se compadeció” (Lc 7, 13).
Cuando murió su amigo Lázaro, se conmovió profundamente, agobiado de emoción. Lloró porque
María estaba llorando; los dos lloraban porque se había muerto una persona que los dos amaban;
Jesús lloró porque no había aprendido que “los hombres fuertes no lloran”. El era un hombre
demasiado sano para contener sus lágrimas. Jesús no intentó ocultar sus sentimientos y los compartía
con toda libertad: “comenzó a sentir tristeza y angustia. Y les dijo: ‘siento una tristeza mortal” (Mt
26,37-38); “Jesús lleno de gozo en el Espíritu Santo dijo:” (Lc 10,21); “su espíritu se conmovió
profundamente y se turbó” (Jn 11,33.38).
La religión no es solo cuestión de inteligencia
Se podía pensar que la religión es solo cuestión de entender intelectualmente lo que se nos propone.
Pero este camino ha traído consecuencias fatales al occidente cristiano, habiéndonos contentado la
mayoría con ser católicos de ideas, sin haber entregado a Dios nuestro corazón, nuestra vida afectiva.
Sin hacer a un lado nuestra inteligencia, el camino que nos lleva a Dios es el corazón, pues Dios es
Amor. Así lo asegura la Escritura: “los razonamientos tortuosos alejan de Dios. Búsquenlo con un
corazón sincero, porque El se deja encontrar, se manifiesta a los que confían en Él” (Sab 1,2-3).
Naturaleza de los sentimientos
El hombre se relaciona con los demás a través de su afectividad, que promueve: sentimientos. Estos
son energía, reacción interior, provocada por un estímulo externo o interno y tienen vida propia, no
dependen de la volunta y, por eso, no son ni buenos ni malos. Esto quiere decir que no tienen
moralidad en sí. Lo que sí tiene moralidad es la acción que los sigue. Por eso, dicen los moralistas,
que el pecado no está en sentir sino en consentir. Que sintamos envidia, rabia, deseos sexuales,
atracción por ciertas personas, no es malo, es natural. Los sentimientos referentes al sexo, a la ira, se
les consideró indignos; mientras los tranquilos como la alegría, la paz, buenos.
Cuando creemos que los sentimientos son malos, tratamos de reprimirlos y esto nos quita la paz y nos
hace vivir con un miedo constante a que se repitan.
Como resultado, mucha gente aprendió a eludir los sentimientos menos tranquilos, y en la mente de
muchos católicos, la represión –guardar dentro- de ciertos sentimientos fue elevada a virtud. La
negación de la ira, la envidia y los sentimientos sexuales llegó a ser virtud para muchos. Pero uno y
otros son indiferentes.
Los sentimientos son la manera que tenemos de percibirnos. Ellos son nuestra manera de reaccionar
ante el mundo que nos rodea. Cada uno de nosotros obramos conforme a los sentimientos que
tenemos. Por esto, comprender nuestros sentimientos es comprender nuestra reacción ante los
demás y ante todo lo demás. Todos poseemos una gran riqueza de sentimientos: amor,
enamoramiento, placer, rabia, ansiedad, fracaso, miedo, tristeza, depresión.
Los sentimientos son personales
Los sentimientos tienen el sello personal y, como la persona, son diferentes, únicos. Más aún, ellos son
los que nos identifican. Permitamos a nuestros sentimientos expresarse: manifestemos el amor, el
odio, la ira, la amistad. Por no conocer y aprender a manejar nuestros sentimientos tenemos muchos
problemas con quienes convivimos. Las consecuencias por no saber manejarlos pueden ser peores
que las de conducir un carro sin saber hacerlo.
Respuestas del cuerpo
Un sentimiento puede ser eliminado de la mente pero no del cuerpo. Si lo callamos, la energía del
sentimiento ignorado permanece atrapada en el estómago, en el pecho, en el cuello, etc. Podemos
calmar, con aspirinas o tranquilizantes el malestar que esto nos produce; pero la energía emocional se
convierte en síntoma desagradable. Los sentimientos reprimidos se van fermentando en nuestro
interior y son causa de variedad de enfermedades. A veces, esos sentimientos crónicos se somatizan y
buscan un lugar en el cuerpo para permanecer allí. Pueden manifestarse en forma de dolores de
cabeza crónicos, problemas estomacales, dolores de espalda, cáncer, etc. Cierta persona, a
determinada hora sentía un dolor de cabeza. Se le recomendó que recordara desde cuándo empezó a
sufrir ese dolor y qué le aconteció en esa ocasión. Recordó que a los 7 años su padre lo había
castigado injustamente. Ahora reconoció el posible motivo del castigo, perdonó a su padre y el dolor
de cabeza desapareció y quedó liberado de la rabia. Tenemos que aprender a reconocer los
sentimientos, a aceptarlos y a comunicarlos. Desde que la ciencia de la conducta humana descubrió
las relaciones entre los sentimientos torpemente tratados y muchas enfermedades; desde que los
teólogos comenzaron a estudiar la humanidad de Jesús a una nueva luz, y fueron conscientes de que
El se airó, tuvo compasión, tuvo otros sentimientos y los expresó, se ha dado más importancia al
conocimiento y a la expresión adecuada de los sentimientos.
Precisar nuestros sentimientos
Para que nuestros sentimientos promuevan las buenas relaciones es
necesario poseerlos, reconocerlos, aceptarlos y ofrecerlos. Es frecuente encontrar “buenos cristianos”,
que intentan superar sus sentimientos. Si sienten ira, tristeza, deseos sexuales buscan moderar su
intensidad; si son emociones “inaceptables” se apresuran a ofrecérselas a Dios, tratando de
sacrificarlas. El intento de espiritualizar en demasía la vida emocional conduce a guardar dentro esos
sentimientos. Ofrecer esto a Dios, más que oración, es represión psicológica. Necesitamos dejarnos
mover por la compasión, llenarnos de ternura, enfadarnos, batallar con la impaciencia, cultivar la
alegría y desear, sentir dolor, llorar.
No sabemos expresar los sentimientos
Nuestra sociedad nos ha acostumbrado a no expresar los sentimientos. A los hombres se les ha
educado para silenciar ciertos sentimientos, advirtiéndoles, por ejemplo: ¡los “machos” no lloran! Se
nos ha privado así de parte de nuestra humanidad, perdiendo una de las más ricas fuentes de
intimidad. Los religiosos tenemos dificultad de decirle al hermano: ¡te quiero!, por las consecuencias.
A veces me siento herido por alguien y me callo, reprimiendo mis sentimientos. Soy incapaz de
aceptar que tengo rabia, furia, amargura, decepción, calentura sexual y me pongo una careta de
víctima, de inocencia, mientras mis sentimientos continúan reprimidos, ahogándose y ahogándome.
Estas personas no han aprendido a sentir sus sentimientos, a conocer su naturaleza, su nombre, a
expresarlos. En la escuela no se nos enseña a conocer y a manejar los sentimientos.
Psiquiatras, terapeutas, orientadores saben de cantidad de problemas que están relacionados con la
incapacidad de expresar nuestros sentimientos: un religioso joven no sabe si su prefecto le estima;
otro no puede entender porqué su más íntimo amigo lo ha abandonado sin decir adiós. Se comunican
ideas, pero no sentimientos o estados de ánimo. Hay historias de religiosos, de personas que sufren
por falta de cercanía humana. No se nos proporciona adiestramiento para la intimidad, ni para
expresar sentimientos de amor, de rabia; de pronto alguno ha pasado años distanciándose de los
demás, de sus hermanos, sin darse cuenta; otro, asustado sin querer o sin sentirse capaz de compartir
con nadie su malestar. Ayudar a clarificar este proceso es hoy indispensable.
El diálogo, medio ordinario para expresar nuestros sentimientos
El episodio del encuentro de Jesús en el templo señala el diálogo como elemento apropiado para, en
un clima de comunicación familiar, respetuoso, expresar lo que sentimos. José y María no se quedan
represando sus sentimientos, sino que expresan a Jesús lo que sienten ante la crisis que acaban de
vivir. María le dice a Jesús: “Hijo, ¿porqué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos
angustiados”. Y Jesús, a su vez expresa, también, sus sentimientos con todo respeto: “No sabíais que
debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49). José y María no entendieron lo dicho por Jesús,
pero expresaron y permitieron a Jesús que expresara, también, sus sentimientos.

Ejercicios sobre el perdón, 5


Génesis de nuestros sentimientos y emociones
Les invito a continuar nuestra reflexión sobre los sentimientos. Cualquier acontecimiento puede ser
ocasión de emociones, por ejemplo, la vista de un relámpago, de un paisaje maravilloso, una fiera
suelta, oír el rugido de una tempestad, de un león, los insultos de un adversario; experimentar la
muerte de un ser querido, una enfermedad, un fracaso, el recuerdo vivo de una humillación. Todo lo
anterior puede dar pie al temor, a la ira, a la tristeza, al dolor, al gozo. Del mismo modo, la presencia
de una persona querida, sus palabras de aliento, sus regalos serán ocasión de amor, de alegría, de
seguridad.

Las imágenes o ideas especulativas interesan solo al entendimiento; las decisiones, a la voluntad. Pero
hay experiencias, ideas y recuerdos con carga afectiva de temor o esperanza, de alegría o de tristeza,
de odio, ira, amor, etc., que afectan a todo el ser; y parecen incrustarse en nuestro cuerpo y tienden a
continuar en nuestra alma, influenciando nuestra personalidad. Son los sentimientos y emociones en
los que vibran nuestros nervios y todo nuestro ser ante la felicidad o su ausencia: emociones positivas
ante la dicha real o imaginaria; emociones negativas ante la desdicha.
Dios creó a la persona con sus sentimientos
La Escritura nos muestra a Dios como un alfarero que modela la arcilla de la naturaleza humana:
“como el barro en manos del alfarero, así son ustedes en mi mano, casa de Israel” (Jer 18,5-6). El
Padre es un alfarero que da forma al hombre con sus sentimientos, que da forma al entusiasmo, al
miedo, a la atracción, a la envidia, a la nostalgia, al despertar de la excitación sexual, a la soledad, la
felicidad, la tristeza, a todas esas experiencias que identificamos como emociones y sentimientos. Y si
Dios nos creó con los sentimientos es para que los usáramos en nuestras relaciones personales y
fuéramos perfectos con ellos.
Nuestro Dios es el Dios de la ternura, de la misericordia; el Dios de las sorpresas; el Dios que sufre el
desaire de las malas acciones y de los métodos egoístas; el Dios que creó al hombre y a la mujer con
poderosos deseos mutuos de atracción sexual y afectiva; un Dios de proyectos entusiastas, de
jornadas agotadoras, de reuniones agitadas y de muertes llenas de lágrimas; un Dios de amor, que
envió a Jesús para mostrarnos su amor entregando su vida por nosotros.
Desarrollo normal
Sin el suficiente amor, seguridad y alegría, el niño crece defectuoso y anormal. Así como una infancia
desnutrida produce un candidato a tuberculosis, de la misma manera, cuando en la infancia ha faltado
el alimento emocional, afectivo aparecerá más tarde una joven o un joven inadaptado social, con
frialdad e insatisfacción afectiva, con exagerada tendencia al odio o a la tristeza, a la amargura o bien
tímido, apocado o indeciso, pesimista y frustrado.
Por otro lado, el exceso en intensidad y en duración de emociones negativas, tales como ira, temor,
tristeza, puede dejar el psiquismo muy condicionado o inclinado al disgusto, a la inseguridad, o a la
frustración, máxime cuando esas emociones se han tenido que sufrir en la infancia con un cuerpo y un
alma mal preparados para sobrellevar esa lucha. Es importante conocer su influjo en el cansancio
mental, en las perturbaciones psíquicas, en los disturbios psicosomáticos que constituyen el 65% de
las enfermedades de la humanidad. ¡Cuántas personas se quitan la vida ante su incapacidad de
superar una depresión!
El sentimiento, nuestro camino hacia Dios
Hoy encontramos individuos que intentan, como “buenos cristianos”, superar sus sentimientos y
emociones. Cuando experimentan un impulso de ira o de tristeza inmediatamente intentan moderar
su intensidad. A veces lo consiguen con la oración. El intento de espiritualizar en demasía la vida
emocional conduce, a la larga, a una pena profunda, resentimientos, iras, deseos sexuales, miedo y
toda una serie de sentimientos bloqueados. A veces, ofrecer a Dios un sentimiento, que nos inquieta,
no es oración sino una represión psicológica. En efecto, no podemos ofrecer a Dios lo que aún no
hemos reivindicado como nuestro. No podemos dar a Dios lo que no hemos recibido plenamente.
Como Jesús junto al sepulcro de Lázaro, no podemos conmovernos profundamente hasta que no nos
hayamos dejado impactar por la realidad. No podemos elevarnos a lo trascendente saltando por
encima de lo humano, sino más bien, conociéndolo en plenitud. No conoceremos la alegría de la
resurrección si no hemos gemido por la muerte.
Como cristianos debemos dejarnos mover por la compasión, llenarnos de ternura. Debemos agitarnos
de ira, batallar con la impaciencia y cultivar la alegría. Debemos anhelar y desear, sentir dolor y llorar.
Debemos saber lo que es amar.
No debemos convertir al Dios-hombre, que conoció el sentimiento humano, en un Salvador estoico.
No debemos minimizar los relatos de sus expresiones emocionales buscando excusas para nuestra
evasión emocional.
Expresión de sentimientos y salud mental
La facultad de conocer y expresar nuestros sentimientos correctamente es indicio de salud mental. No
siempre hemos sabido enseñar a la gente a expresar sus sentimientos. A los hombres se les ha
animado a controlarlos, perdiendo así una de sus más ricas fuentes de intimidad. En el pasado, se les
permitía a las mujeres ser emotivas, pero se les disuadía de expresar verbalmente sus emociones.
Podemos ser emotivos llorando, enfurruñándose, gritando, golpeando las puertas de los armarios,
pero eso no significa que hayan sido encaminados adecuada y eficazmente los sentimientos.
Para expresar los sentimientos, de modo que promuevan las buenas relaciones y profundicen la
intimidad, deben ser poseídos, reconocidos como propios y clarificados verbalmente ante los demás.
Este proceso elimina la oscuridad y confusión en las relaciones.
Cuando no somos conscientes de nuestros sentimientos más profundos, podemos comportarnos, sin
darnos cuenta, de modo destructivo. El sarcasmo puede proceder de la cólera reprimida; la
murmuración, de unos celos disfrazados; cuando estamos inseguros, podemos inconscientemente
manipular. Estos comportamientos tienen lugar generalmente, porque no hemos sido conscientes de
nuestros sentimientos y hemos actuado por instinto. Pocas personas se sientan a pensar sobre sus
reacciones íntimas, a identificar, por ejemplo, la presencia de la envidia en vez de decir que solo es
murmuración. Podemos elegir nuestra conducta en la medida en que seamos conscientes de nuestros
sentimientos. Si somos inconscientes, nuestra conducta puede ser un juguete de nuestros
sentimientos inconscientes.
Respuesta del cuerpo
La energía de un sentimiento oculto, represado, puede ser muy fuerte y permanecer atrapada en el
estómago, en el pecho, en el cuello. Podemos intentar calmar el malestar con aspirinas o
tranquilizantes; pero la energía y los compuestos químicos de las reacciones emocionales ahogadas
permanecen vivas y claman por su liberación. Tarde o temprano los sentimientos desagradables se
convierten en síntomas desagradables, en enfermedades físicas relacionadas emocionalmente con los
sentimientos guardados.
Hay una cantidad de historias penosas: un marido que piensa que no es necesario decir a su esposa
cuánto la quiere y la necesita; una esposa que no sabe cómo decirle a su marido su sentimiento de
rabia; una joven que no sabe si su marido, después de cinco años de matrimonio, la sigue queriendo;
un hombre que no sabe cómo interpretar los frecuentes períodos de hostil silencio de su esposa; un
religioso/a que no puede entender porqué su más íntimo amigo/a lo/la abandonó sin decir porqué ni
adiós; un sacerdote que ha pasado años distanciándose de todo y de todos, sin darse cuenta de ello;
unos padres que nunca supieron los nombres de sus sentimientos; una mujer disgustada; un hombre
asustado que no quiere hablar de su malestar con nadie.
Ayudar a clarificar este proceso hoy es una necesidad para la salud de la persona. Sentimientos y
emociones, ira y exaltación, no son simplemente una realidad psicológica, sin significado en el reino
del espíritu, con que deben contar los cristianos. Ponérsele a uno los pelos de punta o tener las manos
húmedas no son solo reacciones inevitables del cuerpo; el despertar de la excitación sexual y el placer
en la región pélvica no son signos vergonzosos de débil autocontrol, legalizados por el sacramento del
matrimonio. Todos los sentimientos, su variedad de manifestaciones físicas y su poder darnos placer o
pena han sido creados por Dios.
Ejercicios sobre el perdón, 6
Expresión de los Sentimientos

Les invito a continuar reflexionando sobre los sentimientos, tema fundamental en la vida del hombre.
Los sentimientos forman la trama de nuestra vida como seres humanos. Pienso que fue muy fuerte la
influencia de la filosofía que nos convenció que el hombre es un animal racional y como tal, es
gobernado por la razón en todos sus actos. Pero se olvidó, y hoy las ciencias del hombre lo están
recordando e insisten en, que el hombre es un ser relacional, lleno de sentimientos que no pueden
ser ignorados, por el papel tan importante que desempeñan en nuestra vida y de manera especial en
nuestras relaciones. Como cristianos debemos dejarnos mover por la compasión y llenarnos de
ternura; debemos agitarnos de ira, batallar con la impaciencia y cultivar la alegría; debemos anhelar y
desear, sentir dolor y llorar; debemos saber lo que es amar a Dios y al hermano. Reflexionaremos
sobre una serie de sentimientos que nos llevan a crear relaciones difíciles con las demás personas, si
no las superamos con el perdón.
Jesús y las emociones humanas
No podemos convertir a Jesús que conoció el sentimiento humano, en un salvador estoico. No
debemos minimizar los relatos de sus expresiones emocionales buscando una excusa para nuestra
evasión emocional. Los relatos sobre Jesús nos muestran que El tenía una capacidad de sentir
profundamente y que podía expresar sus sentimientos con una libertad exenta de vergüenza y de
turbación. Su encuentro con su amigo Lázaro, con la madre del hijo muerto y que resucitó, con los
fariseos, a quienes llamó sepulcros blanqueados, con algunas mujeres, etc. Se puede sentir en sus
palabras el anhelo y el ansia que mueve cada músculo de su cuerpo. Conoció el dolor y la desilusión
del rechazo, la angustia de la tristeza, se estremeció hasta las lágrimas. Se dejó agitar de ira, luchó
contra la impaciencia y cultivó momentos de alegría y emoción. Expresó compasión y su rostro se
dulcificó con la ternura. Supo lo que es amar, lo que es la amistad y la traición. Los evangelios
presentan a Jesús con un dominio absoluto sobre sus emociones y sentimientos, los cuales nunca
fueron un obstáculo en su camino hacia el Padre y en la realización de su misión, sino una ayuda más
preciosa para realizar su camino acá en la tierra.
Los que seguimos a Jesús necesitamos, como Él, modelar nuestras vidas según su ejemplo, siendo
hombres y mujeres de profundos sentimientos, señores de ellos, sin dejarnos gobernar por ellos.
Nos comunicamos a través de nuestros sentimientos
Los sentimientos son la manera de percibirnos y de reaccionar ante el mundo que nos rodea. Cada
uno de nosotros obra de acuerdo a los sentimientos que tiene: ama, odia o perdona según sus
sentimientos. Los agradables alimentan nuestra vida, nuestras relaciones; los desagradables son tóxico
para nuestro bienestar, causan perturbaciones físicas y emocionales y desorganizan nuestras
relaciones. Hay perturbaciones que pasan rápidamente, otras permanecen y se instalan en nosotros
como en su propia casa dañando nuestras relaciones. Mientras no ejercitemos el perdón esas
relaciones continuarán deterioradas.
Cuando alguien te ofenda, si es posible acérquese a ella, mírela de frente y dígale que lo está
ofendiendo y cómo. Esto es fundamental para que el dolor no se enquiste. Tus sentimientos necesitan
ser expresados de un modo o de otro. Por ejemplo, una mujer que rompe platos en la cocina, en vez
de decir al marido en el comedor lo que ella piensa ante su silencio sepulcral. El mejor momento para
expresar los sentimientos es cuando estos surgen por primera vez ante la persona que los ocasionó.
Precisando los sentimientos, admitiéndolos y compartiéndolos con los demás, estamos dando los
primeros pasos para controlarlos y no dejarnos manejar por ellos.
En realidad nos expresamos, más que con palabras, a través de nuestros sentimientos. Son estos el
medio de comunicación más desarrollado entre hombres y mujeres. Cuando expresamos nuestros
sentimientos estamos diciendo a los demás quiénes somos. Mis sentimientos son como mis huellas
digitales. Para que otro me conozca debe conocer mis sentimientos. Estos son personales, en cambio
las ideas son comunes a varias personas.
Un hombre participa en una fiesta, está alegre, conversa amigablemente y parece satisfecho: se
comunica en esa forma. Al despedirse sonríe y dice que le agradó mucho la fiesta; se despide, sale y se
le nota un cambio repentino: su sonrisa desapareció y su rostro cambió: ahora son otros sus
sentimientos reales, es otra su situación.
Podemos escoger nuestra conducta en el grado en que seamos conscientes de nuestros sentimientos.
Nos son ellos los que me deben decir qué hacer, sino yo. El aumento en la percepción de nuestros
sentimientos y la elección de las respuestas adecuadas a ellos supone un proceso en cuatro etapas:
advertencia, identificación, control, respuesta.
Advertir los sentimientos
La persona que conecta con sus sentimientos, conecta también con su cuerpo. Puede sentir, casi al
instante, una leve aclaración de sus palpitaciones, una repentina subida de temperatura y saben que
eso significa algo. Los sentimientos y emociones tienen su correlativo fisiológico. Lo cual significa que
podemos servirnos de algunos signos físicos como pistas que nos dicen que está ocurriendo una
reacción emocional. Así, el rubor de la cara, el estremecimiento, la respiración entrecortada, etc.
Aprender a reconocer los estados de su cuerpo que acompañan a los sentimientos puede ser un
primer paso para ser consciente de los sentimientos.
Identificar los sentimientos

Dar un nombre a nuestra experiencia emocional es un paso importante. Cuando nombramos un


sentimiento, reconocemos que existe. Empezamos a relacionarnos con él. Si te siente molesto y
piensas en esa molestia, sitúala en tu cuerpo y dale un nombre. Ya has empezado a dominarla, pues
eres consciente y no actúa fuera de tu conciencia.
Controlar los sentimientos
Controlar es sentir el sentimiento como nuestro. Nadie nos obliga a tener un sentimiento, ni a sentirlo.
Es nuestra respuesta personal, que tiene lugar en nuestro cuerpo y que es capaz de producir
diferentes respuestas, que ninguna otra persona, ningún otro cuerpo puede producir en las mismas
circunstancias.
Si lo decimos en voz alta puede parecerme más real. “Tengo miedo”, “Me siento muy asustado”. La
simple verbalización ayuda a que sea más difícil reprimir o ignorar lo que se ha dicho en voz alta.
Respuesta a los sentimientos
Si estoy en la carrilera del tren y oigo que viene el tren, lo más seguro es que reaccione
inmediatamente al miedo y huya. Sería absurdo reflexionar primero para clarificar mis sentimientos.
De todos modos, conviene tomar tiempo para reflexionar sobre nuestros sentimientos antes de darles
respuesta. Dar respuesta a nuestra experiencia emocional requiere pensar en las diferentes opciones.
¿Qué salida tengo para responder a mis sentimientos? La respuesta instintiva -echar a correr si tengo
miedo, atacar, si estoy furioso- es la más adecuada? ¿cómo afectarán esas posibles respuestas a las
personas que me rodean?
A veces es fácil atinar con la mejor respuesta. Otras, no. De todos modos, elegir nuestra respuesta a
los estados emocionales es un esfuerzo necesario en la elección de nuestra vida. La conciencia de
nuestras emociones supone más que la supervivencia. Significa fidelidad a nuestro Creador.

Ejercicios sobre el perdón, 7


Represión de los Sentimientos

Les invito a emprender una reflexión sobre el fenómeno de la represión o no expresión de nuestros
sentimientos, por el mal que esto significa para nuestra salud psicológica, espiritual y hasta biológica.
Por el contrario cómo se vive bien de salud cuando se comparte toda la verdad acerca de sí mismo y
de los propios sentimientos. No expresar los sentimientos enferma hasta orgánicamente a la persona.
Ocultando o negando nuestros sentimientos y emociones estamos perjudicando nuestra capacidad de
ser felices, de tener relaciones saludables y satisfactorias. Esto parece evidente, pero en la vida diaria
no es tan fácil de realizar. Hay muchos sentimientos que no expresamos porque nos avergonzamos,
porque las normas de educación no lo permiten, etc. Pero es muy importante que expresemos la
verdad sobre nosotros mismos al menos a una sola persona, pero que nos expresemos. Nadie nos
pide que pongamos nuestra vida de par en par a todo el mundo. Normalmente vamos enmascarando
la verdad para ocultarnos a nosotros mismos y a los demás. Pero, cuando expresamos lo que
sentimos estamos disolviendo la tensión emocional y enriqueciéndonos en nuestra relación con los
demás.
El fenómeno de la represión: Cuando una persona no expresa la verdad de lo que siente, por temor,
por vergüenza, por el motivo que sea, está reprimiendo sus sentimientos. La represión es un
mecanismo de seguridad que se ha desarrollado a lo largo de los años. La persona que reprime sus
sentimientos aprende a ocultarlos y confía en que acaben por desaparecer. Poco a poco y con el paso
de los años, la persona que reprime sus sentimientos se va convirtiendo en una persona extraña para
sí misma. La persona empieza a pasar todo lo que siente más por su cabeza que por su corazón. Pierde
el equilibrio que tiene que tener la cabeza y el corazón. .
Experiencia vivida: La historia personal nos da claridad al respecto: al principio el niño manifiesta
espontáneamente todo lo que siente; va aprendiendo luego que debe contenerse, que algunos
sentimientos causan sufrimiento y angustia, que se consideran feos y malos y no debe, ni siquiera
sentirlos, mucho menos manifestarlos, so pena de verse avergonzado consigo e incluso de perder la
estima de las personas de quienes depende. La educación infantil ha sido, en buena medida,
represiva. El niño ha ido aprendiendo a refrenar sus impulsos. Con la represión, el sentimiento se
vuelve incosciente, -como si no existiera- generando un bienestar aparente.Pero ningún impulso
reprimido desaparece. Queda en el campo del inconsciente y allí permanece activo; no pudiendo
manifestarse como es, porque no se le deja, busca otras formas camufladas, mecanismos de defensa,
dolencias sicosomáticas: enfermedades de origen nervioso: asmas, mala digestión o circulación,
conductas neuróticas: depresiones, angustia, insomnio, inapetencia, sentimiento de culpa, bajo
aprecio de sí mismo, etc. Nuestra educación es eminentemente represiva…
Es necesario permitir que el sentimiento se exprese en forma compatible con los valores personales y
de la convivencia. Hasta la existencia del odio debiera ser reconocida y el sujeto debería reconocerlo,
por lo menos en su más honda intimidad: “siento odio por fulano, por esto, por aquello”. Es necesario
hacer consciente el universo afectivo de las personas, nunca suprimir los afectos, aceptar el
dinamismo afectivo y elegir las formas y expresiones conscientes válidas en la convivencia. Una familia
en la que se dan condiciones anteriores y relacionales para encarar conscientemente los sentimientos
tendrá mayor probabilidad de ser cálida y fraterna. Tenemos que aprender la manera de descargar
sentimientos como la culpa, el fracaso, la ansiedad, la rabia, el resentimiento, la culpa, la depresión, el
miedo, el odio. Por eso, lo primero que tenemos que hacer para vivir en la verdad es saber cuáles son
de verdad nuestros sentimientos. Saber qué sentimos. Cuando descubrimos la verdad de nuestra vida
y la compartimos, estamos estableciendo puentes de amor con los demás. Quien tiene amor vive en la
verdad. Descubrir de verdad los sentimientos que tenemos no es fácil porque muchas veces ni
siquiera nosotros mismos sabemos qué nos pasa ni por qué nos pasa. Somos un misterio para
nosotros mismos. .
Los sentimientos son indiferentes: Los sentimientos no son ni buenos ni malos en sí mismos. Su
maldad o su bondad dependen de nuestras actitudes posteriores. Necesitamos poder identificarlos,
entonces los controlaremos. Pero esta idea equivocada respecto a los sentimientos, hace que los
reprimamos cuando surge un sentimiento negativo o amenazador. Los reprimimos, los sepultamos, los
escondemos hasta a nuestros propios ojos. ¿Y cuáles son las consecuencias?
La represión de lo que consideramos sentimientos malos o vergonzosos en nosotros nos lleva poco a
poco a tensiones tan profundas que caemos fácilmente en agobio, angustia, tristeza, depresión. Y aún
hay más: si las tensiones originadas por esa represión, por ese ocultamiento, no son atendidas y
solucionadas, lo más seguro es que terminemos no solo en algún desequilibrio psíquico, sino también
en alguna enfermedad física más o menos grave. Y hasta: caer en la esclavitud de tranquilizantes,
estimulantes y cosas por el estilo.
Tenemos sentimientos luminosos y sentimientos oscuros. Los sentimientos luminosos nos dan paz,
alegría, sensación de bienestar, ganas de trabajar, fortaleza. Los sentimientos oscuros bloquean
nuestra paz y nuestra alegría, gastan y desgastan nuestro sistema nervioso y al fin nos dejan agotados,
vacíos, enfermos. Vamos a hablar de uno de esos sentimientos desgastadores. Luego, oraremos juntos
para que podamos enfrentar nuestra realidad con valor y recobrar, así, nuestra alegría y nuestra paz
primeras. ¿Y sabes qué pasará también?. Tus sentimientos aprenderán a reflejar tu presente, a brotar
lo que ahora te está sucediendo porque habrás resuelto el dolor del pasado. No debes dejarte
aprisionar por el pasado porque bloqueas lo mejor de ti mismo. No debes quedarte aprisionado en tus
problemas de la infancia o de la juventud. Debes y puedes, con la ayuda de Dios, liberarte de esa
necesidad imperiosa que sientes de distorsionar la realidad. Debes y puedes, por la acción
transformadora del Espíritu Santificador, resolver tus problemas emocionales y poder así crecer como
persona.
Un caso de represión: Voy a contarles la historia de Alberto, a quien llaman cariñosamente Beto. Tenía
41 años cuando lo conocí, casado, 3 hijos, relativo bienestar económico. ¿Y qué le pasaba? Primero su
familia lo notó, luego, sus amigos, sus compañeros de trabajo, al fin él mismo tuvo que reconocer pero
que no podía explicarse qué le había pasado. Su carácter en general alegre y pacífico se había
transformado en rezongón, crítico, amargo, resentido, con arranques de ira que asustaban a su familia,
aunque su familia no podía dudar de su cariño.
Beto estaba lleno de ansiedad, le tenía miedo al fracaso. Lo había reprimido en cuanto lo sintió venir.
Al reprimirlo se enojó contra sí mismo: él, un hombre ¿cómo iba a tener miedo? Y Para liberarse de
esa nueva amenaza destilaba su enojo sobre los demás transformándose en un rezongón, criticando a
todos y volviéndose cada día más resentido y amargado. Pero, como en el fondo, sabía que su actitud
hacia los demás era injusta, avanzó sobre él, el sentimiento de culpabilidad y para liberarse de la culpa
caía en la autocompasión y entonces se deprimía. Y luego, vuelta a empezar: miedo, enojo, descarga
del enojo hacia adentro y hacia fuera, por lo tanto, culpa, depresión, sufrir y hacer sufrir. El problema
de Beto ¿no es el de muchos? ¿No serás tú uno de ellos? Pero lo importante, lo vital, es identificar a
qué temo, a quién temo, qué es lo que temo y no dejar flotando mis temores y ansiedades porque me
devorarán.
Necesitas tener tiempo para tomar contacto contigo mismo, prestar atención a tus sentimientos,
escucharte. Tendrás conciencia de tu propia debilidad. Pero, en lugar de ocultarla, reprimirla, podrás
utilizarla. Aquí viene lo más importante, estarás abierto al dolor que en realidad existe en tu mundo y
comprenderás que huir de él por reprimirlo lo aumenta, tienes muchos más sufrimientos. Entonces
comprenderás que no vale la pena perder el tiempo y las energías en lo que no puedes cambiar, y ese
tiempo y esas energías podrás usarlas en aquellos aspectos que tienes posibilidades ciertas de
cambiar, de crecer, basta de quebrar tu egoísmo y tener la alegría liberadora de dar, de darte.
Oremos, suplicando al Padre lleno de ternura y amor, que envíe la fuerza, transformadora de su
ternura y amor, y nos libere de todas las formas destructivas del temor, de la ansiedad, del miedo.
Señor, lo primero que te pedimos es que aumentes nuestra confianza en Ti, sanándonos de nuestro
miedo de no ser escuchados o de no ser dignos de tu amor, Gracias. Concientes de nuestra fragilidad,
te ofrecemos la fe de tu Iglesia, de la Santísima Virgen, de los santos. Envía tu Espíritu transformador
hacia aquella parte de mi ser que está llena de ansiedades, de temores, de miedos, desde el que sentí
en el momento de nacer. De allí arrancan todos mis temores, mi ansiedad por perder algo o la
sensación de que algo me van a quitar. Con tu ayuda me animo a ir soltando todos mis miedos, uno a
uno. Te pido que tu misma mano cariñosa y tierna siga desatando mis miedos infantiles, mis terrores
nocturnos, mis ansiedades de cada día. Y creo, Señor, que yo puedo mirar de frente cualquier
momento de mi pasado, vivir con fortaleza, vivir con paz, con alegría mi presente y con esperanza mi
futuro. ¡En el vacío que dejaron mis miedos siento la frescura de tu presencia en mí! Tú, Señor, me
llenas de confianza, de que me amas y proteges como a la niña de tus ojos. El amor que crece en mí es
tu propio amor por mí, que está ahuyentando para siempre mi ansiedad, mis temores. Es verdad, tu
amor dentro de mí, me está consolidando y fortaleciendo. El amor de Cristo me está invadiendo y con
El todo lo puedo.
Cómo podemos descubrir nuestros sentimientos: Cuando nos encontramos mal por nuestros
sentimientos estamos experimentando una o varias de estas reacciones a la vez: Rabia, censura y
resentimiento; agravio, tristeza y decepción; miedo e inseguridad; culpa, remordimiento y pesar;
amor, comprensión, perdón y deseo. Muchas veces expresamos no lo que sentimos de verdad, sino la
respuesta a esa falta de sentimientos. Por ejemplo: necesitamos que nos quieran, pero como
percibimos que nadie nos quiere, nos ponemos a la defensiva y nos enfrentamos contra todos los que
nos rodean. La mayoría de los problemas de la comunicación se producen porque transmitimos sólo
parte de la verdad de lo que sentimos, sin expresar la verdad totalmente.

Ejercicios sobre el perdón, 8


La Afectividad
(Sabiduría 1, 2-3; Lc 2,49)
Para poder hacernos una idea sobre lo que implica el perdón, necesitamos reflexionar sobre una
serie de sentimientos, producto de nuestra afectividad como personas. En efecto, toda persona ama
y odia, se alegra y se entristece, se entusiasma ante determinados trabajos, cosas o personas,
aprecia el arte y lo que es bueno. Ante ciertas experiencias o acontecimientos todos podemos sentir
indiferencia, miedo, desesperación, coraje, odio, tristeza. La afectividad, motor de nuestra vida, nos
impulsa a entusiasmarnos o a desanimarnos con ciertas personas o actividades. Por ser afectivos,
tenemos capacidad de experimentar sentimientos y emociones. Les invito, por tanto, a elegir unos
sentimientos más sobresalientes e iniciar sobre ellos una reflexión, que ustedes pueden enriquecer.

Hasta hace muy poco tiempo había prejuicios contra todo lo que tuviera relación con las emociones y
sentimientos, por ser algo subjetivo. Hoy, en psicología industrial se atiende no solo a la parte racional
sino a la afectiva de las personas, y hasta se habla de “trabajar con el corazón”. Se hacen sesiones de
entrenamiento sobre “competencia emocional” para poder lograr un equilibrio en la persona. A partir
de los años 90, las empresas están explorando el campo de las emociones. Las destrezas técnicas e
intelectuales representan, apenas, una parte de la fórmula para el éxito de sus empleados; la otra,
depende de la habilidades para entender y manejar las propias emociones y sentimientos. De ahí la
importancia de ser diestros en el manejo de nuestros sentimientos y emociones. En la
compañía American Espress se realizó la siguiente prueba: eligieron una docena de personas,
entrenándolas por doce horas en el manejo de sus emociones; a otras doce las eligieron como grupo
de control y no les ofrecieron ningún entrenamiento. Al final del estudio, casi el 90% de quienes
recibieron entrenamiento habían mejorado su desempeño en comparación con el grupo de control.
Los resultados, a pesar de lo pequeño de la muestra, sugieren que un programa dirigido a mejorar
destrezas emocionales puede representar un impacto importante en un balance final. Lo anterior nos
habla de la importancia, en nuestra vida de relación con Dios y los hermanos, de atender mejor
nuestra vida afectiva y no solo saber controlar sino manejar los sentimientos negativos que se han
multiplicado hoy en nuestra vida.
Atención a nuestra vida afectiva: Actualmente se está abriendo camino, con fuerza, en la oración, en
la vida de relación con Dios atender la parte afectiva, por la importancia que esta tiene en las
relaciones personales. Nuestra afectividad es la responsable de nuestras relaciones con los hombres,
con Dios y con el mundo. Máxime cuando hoy el mundo entero está siendo dominado por una
afectividad negativa, llena de violencia, terrorismo y desorden afectivo.
La vida de relación con Dios se movía en el campo racional, intelectual. Nos interesaba ser versados en
conocimientos, atiborrarnos de ideas sobre Dios, pero dejábamos a un lado la experiencia, el
encuentro amoroso con Él, el manejo de nuestros sentimientos respecto a Dios y los hermanos. Pero
hoy necesitamos ser versados, también, en el manejo de nuestra afectividad. La misma Escritura nos
asegura que el camino que nos lleva hasta Dios es el corazón: “los razonamientos tortuosos alejan de
Dios. Búsquenlo con un corazón sincero, porque El se deja encontrar, se manifiesta a los que confían en
Él” (Sab 1,2-3). La afectividad es el conjunto del acontecer emocional que ocurre en la persona y se
expresa a través del comportamiento emocional, sentimientos y pasiones. Este conjunto de
sentimientos superiores e inferiores, positivos y negativos, permanentes y fugaces, que constituyen
nuestra afectividad, son los encargados de situar la totalidad de la persona ante el mundo exterior.
Cuando las emociones y sentimientos se viven con gran intensidad, se convierten en pasiones. Así el
resentimiento contra una persona (sentimiento) se puede convertir en odio (pasión).
Naturaleza de los sentimientos: Nos relacionamos con los demás a través de nuestra afectividad. Los
sentimientos son una energía, una reacción interior, provocada por un estímulo externo o interno y
tienen vida propia, no dependen de la volunta. Esto quiere decir que no tienen moralidad en sí. Lo que
sí tiene moralidad es la acción que los sigue. Por eso, dicen los moralistas, que el pecado no está en
sentir sino en consentir. Que sintamos envidias, rabias, odios, deseos sexuales, atracción por ciertas
personas, no es malo, es natural. Simplemente se nos muestra lo que hay en nuestro interior. Se
sienten en el cuerpo y son fuente para conocernos. Un sentimiento intenso hace que las mejillas se
pongan pálidas o rojas, que haya temblor pulso alborotado, etc. Los referentes al sexo, a la ira, se les
consideró indignos; mientras los tranquilos como la alegría, la paz, buenos. Cuando creemos que los
sentimientos son malos, tratamos de reprimirlos y esto nos quita la paz y nos hace vivir con un miedo
constante a que se repitan. Como resultado, mucha gente aprendió a eludir los sentimientos menos
tranquilos, y en la mente de muchos católicos, la represión –ocultar dentro- de ciertos sentimientos
fue elevada a virtud. La negación de la ira, la envidia y los sentimientos sexuales llegó a ser virtud para
muchos.
Los sentimientos son personales: Los sentimientos tienen el sello personal y, como la persona, son
diferentes, únicos. Más aún, ellos son los que nos identifican. Para que haya una comunicación
personal es necesaria una comunicación en profundidad, desde nuestros sentimientos. Por eso, sin
renegar de nuestra intelectualidad, permitamos a nuestros sentimientos expresarse: manifestemos el
amor, el odio, la ira, la amistad. Por no conocer y aprender a manejar nuestros sentimientos tenemos
muchos problemas con quienes convivimos. Las consecuencias por no saber manejarlos pueden ser
peores que las de conducir un carro sin saber hacerlo.
Respuestas del cuerpo: Un sentimiento puede ser eliminado de la mente pero no del cuerpo. Si lo
acallamos, la energía del sentimiento ignorado permanece atrapada en el estómago, en el pecho, en el
cuelo, etc. Podemos calmar, con aspirinas o tranquilizantes el malestar que esto nos produce; pero la
energía emocional se convierte en síntoma desagradable. Los sentimientos reprimidos se van
fermentando en nuestro interior y son causa de una variedad de enfermedades. Si no me agrada algo
con mi Superior Provincial, por ejemplo, por no dar mal ejemplo ante los novicios, me callo. Ese
sentimiento crece y se puede convertir en rencor, odio, a más de aparecer presión alta, estrés, etc.
Convirtiéndome, de paso, en un religioso amargado. Todo, por o expresar lo que siento, aunque
cueste un poco. Es mejor enrojecerme un minuto y no que se me enferme, que sufra durante toda la
vida. Tenemos que aprender a aceptar los sentimientos, a reconocerlos y a comunicarlos. Desde que la
ciencia de la conducta humana descubrió las relaciones entre los sentimientos torpemente tratados y
muchas enfermedades; desde que los teólogos comenzaron a estudiar la humanidad de Jesús a una
nueva luz, y fueron conscientes de que El se airó, tuvo compasión y otros sentimientos y los expresó,
se ha dado más importancia al conocimiento y a la expresión adecuada de los sentimientos.
Precisar nuestros sentimientos: Para que nuestros sentimientos promuevan las buenas relaciones es
necesario poseerlos, reconocerlos, aceptarlos y ofrecerlos. Es frecuente encontrar “buenos cristianos”,
que intentan superar sus sentimientos. Si sienten ira, tristeza, deseos sexuales buscan moderar su
intensidad; si son emociones “inaceptables” se apresuran a ofrecérselas a Dios, tratando de
sacrificarlas. El intento de espiritualizar en demasía la vida emocional conduce a guardar dentro esos
sentimientos. Ofrecer esto a Dios, más que oración, es represión psicológica. Necesitamos dejarnos
mover por la compasión, llenarnos de ternura, enfadarnos, batallar con la impaciencia, cultivar la
alegría y desear, sentir dolor, llorar.
Es difícil expresar los sentimientos: Nuestra sociedad nos ha acostumbrado a no expresar los
sentimientos. A los hombres se les ha educado para silenciarlos, advirtiéndoles, por ejemplo: ¡los
“machos” no lloran! Se les ha privado así de parte de su humanidad, perdiendo una de las más ricas
fuentes de intimidad. A veces me siento herido por alguien y me callo, reprimiendo mis sentimientos.
Soy incapaz de aceptar que tengo rabia, furia, amargura, decepción, calentura sexual y me pongo una
careta de víctima, de inocencia, mientras reprimo mis sentimientos, ahogándome. No hemos
aprendido a sentir los sentimientos, a conocer su naturaleza, su nombre, a expresarlos. Tampoco en la
escuela se enseña a conocer y a manejar los sentimientos.
Psiquiatras, terapeutas, orientadores saben de cantidad de problemas que están relacionados con la
incapacidad de expresar nuestros sentimientos. Se comunican ideas, pero no sentimientos o estados
de ánimo. Hay historias de personas que sufren por falta de cercanía humana; suspiran por tener
encuentros verdaderos con los suyos, donde haya una verdadera comunicación interpersonal. No se
nos proporciona adiestramiento para la intimidad, ni para expresar sentimientos de amor, de rabia; de
pronto alguno ha pasado años distanciándose, sin darse cuenta; otro, asustado sin querer o sin
sentirse capaz de compartir con nadie su malestar. Ayudar a clarificar este proceso es hoy
indispensable.
Comunicar nuestros sentimientos: Compartir sentimientos permite acercarse a la otra persona
ofreciéndole nuestra confianza y amor. Compartir es hermoso, pues es una forma de amar. Es la fuerza
del Padre que comparte todo con su Hijo con un amor infinito. Por eso, cuando comparto estoy
realmente en sintonía con Dios y compartiendo, también, con Él. Nuestro Dios es el Dios de la ternura
que nunca nos deja huérfanos. Es un Dios de sorpresas que nos provee de comida y de agua en el
desierto; que separa las aguas ante nosotros; que creó al hombre y a la mujer con poderosos deseos
del uno hacia el otro; que perdona nuestros pecados y crímenes y los olvida; que envió a Jesús para
recordarnos que ese sentimiento es parte del amor.
El diálogo, medio ordinario para expresar nuestros sentimientos: El episodio del encuentro de Jesús
en el templo señala el diálogo como elemento apropiado para, en un clima de comunicación familiar,
respetuoso, expresar lo que sentimos. José y María no se quedan represando sus sentimientos, sino
que expresan a Jesús lo que sienten ante la crisis que acaban de vivir. María le dice a Jesús: “Hijo,
¿porqué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Y Jesús, a su vez expresa,
también, sus sentimientos con todo respeto: “No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi
Padre?” (Lc 2,49). José y María no entendieron lo dicho por Jesús, pero expresaron y permitieron a
Jesús que expresara, también, sus sentimientos.

Ejercicios sobre el perdón, 21


EL SENTIMIENTO DE LA IRA
(Ef 4, 23-26; Jn 2, 14-16)
Les invito a reflexionar sobre la ira, que juega un papel importante en nuestras relaciones. Cuando
no somos señores de ella, cuando no tenemos la vigilancia necesaria de nuestras reacciones
emocionales o no perdonamos, nos descontrolamos. Si no somos conscientes de nuestros
sentimientos o no los trabajamos, podemos comportarnos inconscientemente de modo injusto y
destructivo, pues actuamos por instinto. Los sentimientos tienen influencia profunda sobre nuestras
ideas, opiniones, acciones y, en general, sobre nuestro cuerpo y nuestro comportamiento.

Podemos enojarnos, pero sin pecar. Por principio y de suyo la ira no es mala, pues todos tenemos el
justo derecho de tomar represalia por las ofensas, según la recta razón y la ley general. Mientras el
hombre se atenga al dictamen de la razón y obre de acuerdo con las exigencias de la naturaleza, la ira
es un acto digno de alabanza; es un deber del que la ley puede pedir cuentas. Por eso, pudo decir san
Juan Crisóstomo: “Quien con causa no se aíra, peca. Porque la paciencia irracional siembra vicios,
fomenta la negligencia, y no sólo a los malos sino también a los buenos los invita al mal”. Sólo cuando
se excede la medida racional, o cuando no se llegue al justo medio, la ira o la no ira, son pecado. No se
puede decir que una persona airada esté pecando, ya que su acto de ira puede responder en
proporción justa, a la medida racional que la ira por celo está reclamando de él, pues al centrarse la ira
en la venganza, si el fin de la venganza es recto, la ira es buena.
Las primeras comunidades: Los cristianos de la primera comunidad apostólica se amaban y se
trataban mutuamente como hermanos (cf. Hech 2,42-47). Con el paso del tiempo, las comunidades
fueron creciendo en tamaño y en número y fueron creciendo las diferencias personales (cf. 1Cor 11,
17-22). Incluso, se hizo más difícil recordar que ser cristiano suponía fuertes exigencias en las
relaciones personales. No basta con haber recibido el bautismo, con rezar y participar en la
celebración de la Eucaristía. Los cristianos tenían que vivir su fe en el contacto con el hermano, en sus
relaciones de cada día, que se fueron cargando de conflictos. Avanzando el tiempo las comunidades
empezaron a tener fuertes dificultades en las relaciones, a caer en la mediocridad, y destruir así la
vida comunitaria.
Tratando de comprender la ira. La ira, en su esencia íntima, es una sed tan viva de venganza,
correspondiente a una injuria recibida, cuya satisfacción se logra con la venganza. Es tan poderosa que
resulta repulsiva tanto para quien lo experimenta en sí mismo como para quien la advierte en otro.
Como afecta a las relaciones humanas, hasta hacernos capaces de odiar, ha suscitado más debates
que ninguna otra emoción. Muchos católicos habían creído que el sentimiento de ira era en sí mismo
pecaminoso. Ha tenido que pasar mucho tiempo hasta descubrir que es una emoción humana normal,
regalo de Dios para la supervivencia física y psicológica.
La Carta a los Efesios, cuando afirma: “Si se aíran, no pequen; no se ponga el sol mientras están
airados… Toda acritud, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre
ustedes” (Ef 4,26.31), entiende que no es el sentimiento de la ira lo que es malo, sino la conducta
perjudicial o culpable que dimana de él. ¿Cómo es posible airarse sin pecar? Si encontramos
expresiones de ira en la vida de Jesús, quiere decir que esta no es pecado, sino un estado emocional
normal. Cuando a uno le pisan el pie, brinca. En ese caso la ira es un sentimiento normal, con ciertos
límites. Se entiende que la gente tiene sentimientos de ira. Pero esos sentimientos no deben llevarnos
a una conducta injuriosa. El sentimiento es una cosa y su expresión externa es otra. No podemos
controlar los sentimientos, pero sí podemos controlar su reacción. Una cosa es sentir ira y otra
mostrarla en la conducta. Tener ira no es pecado, mientras sea aislada y se eviten las conductas que
sean perjudiciales para la vida familiar. De todos modos, la ira es un sentimiento difícil de controlar.
Sentir no es consentir: Lo primero que tenemos que hacer es distinguir el sentimiento de ira del
pecado de la ira. Nos enseñan la psicología y el Catecismo de la Iglesia Católica que sentir no es lo
mismo que consentir, y que los sentimientos en sí mismos, no son ni buenos ni malos, son amorales,
no son pecado. Dice el Catedcismo que “el término ‘pasiones’ designa los afectos y los sentimientos.
Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la
ira. En sí mismas, las pasiones no son buenas ni malas. Las emociones y sentimientos pueden ser
asumidos por las virtudes, o pervertidos en los vicios”. (CaIC 1767-1774).
En segundo lugar, el sentimiento de ira surge cuando lo que la persona espera, necesita o desea no es
alcanzado. Por eso, si no hay deseo no hay ira. Así, si yo espero que mis hijos se porten siempre bien,
hagan la tarea sin protestar, y mantengan sus cuartos en orden, si esto no sucede me voy a frustrar. El
sentimiento de la ira es una reacción a mi frustración, porque las cosas no suceden como yo quisiera
que fueran.
Testimonio de la Escritura: En los Evangelios encontramos el testimonio de que Jesús se enojó contra
los mercaderes en el templo de Jerusalén (Juan 2,13-16); cuando los fariseos quisieron ridiculizarlo
por curar en el día sábado, Jesús “paseó sobre ellos su mirada enojado y apenado por su ceguera” (Mc
3,5); cuando los discípulos reprendían a los niños para que nos se le acercaran “Jesús se enfadó y les
dijo: Dejen que los niños vengan a mí” (Mc 9,13-14).
Sentimiento normal: Cristo se airó porque habían convertido la casa de Dios en cueva de ladrones.
Cuando vinieron los niños a El y los apóstoles no los dejaron acercarse, el Señor se enojó. Esta es la ira
normal, reacción normal del celo por la gloria de Dios ultrajada. La ira normal no lleva nunca a la
agresión.
Sentimiento anormal: Hay otro grado al cual puede llegar la ira que es lo que llamamos “la rabia”, la
furia. Ese es un grado muy grande de ira que puede llevar, y ordinariamente lleva, a la agresión de
palabra o de obra; la rabia es una forma muy fuerte de ira. Es terrible y lleva a la violencia, a la
agresión.
No hay que confundir ira con rabia, con resentimiento. En el resentimiento hay su parte de ira
también, que la persona va almacenando, pensando en lo que le hicieron lo va guardando. Por eso se
llama resentimiento, que significa volver a sentir. Esta ira va destruyendo a la persona que la siente,
no al que causó el resentimiento, que a veces ni se entera que hizo calentar al otro. La ira destruye, si
llega a convertirse en odio, cuyo proceso final es el resentimiento, que es una ira congelada. La ira se
puede convertir en una adición. ¿Cuándo se puede decir que una persona es adicta a la ira? Cuando
no tiene control sobre la ira y ésta es algo crónico, compulsivo.
Elemento de crecimiento personal: La ira es un elemento fundamental de crecimiento personal.
Puede ser un enemigo que arruine nuestras relaciones y destruya familias y comunidades o puede
hacerse presente como un amigo. Será como una especie de faro para nuestro conocimiento y una
fuente de energía para la acción. Clarificar nuestras necesidades más profundas y conocer nuestras
barreras nos sitúa en la posición de asumir las riendas de nuestra ira, en vez de que ella lo asuma
sobre nosotros.
Más importante que cualquier sacrificio: La Escritura nos introduce en las líneas maestras de la vida
de los seguidores de Jesús en cuanto a las relaciones. La esencia de estas líneas de conducta es el
amor. Los sinópticos presentan el mandamiento del amor dentro de un contexto de conflicto. Jesús ha
llegado a Jerusalén. El jefe del sanedrín, los escribas y los ancianos han puesto en duda su autoridad.
Cuando Jesús continúa enseñando, ellos se ponen furiosos y quieren detenerlo; algunos fariseos y
saduceos se reúnen e inventan unas preguntas para ponerle una trampa. Así, con ese telón de fondo,
rodeado de enemigos y de trampas, puesto a prueba y atacado, Mateo, Marcos y Lucas presentan a
Jesús hablando del amor (cf. Mc 12,28-34). Enseñándonos así que la mansedumbre y la misericordia
moderan la ira, el odio.
El conflicto no nos exime del amor. La ira contra el prójimo no nos exime del más grande de los
mandamientos. Más aún, el momento de la ira es el momento de responder con amor. Nos llama a
abordar el conflicto con la actitud y conducta de los que viven a Jesús, de los que creen que amar al
prójimo “vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12,33). Incluso cuando alguien nos ha
atacado, nos ha engañado, ha sido hostil con nosotros, nuestra respuesta es dejarnos guiar por el
amor. Y esto no significa negar nuestra ira, sino enfrentar nuestra ira, a la persona contra quien nos
airamos con un comportamiento en armonía con el amor evangélico: honradez, respeto y sobre todo
disposición para el perdón.
Jesús, en medio de la oposición, peleando con sus amigos y con sus enemigos, habla del amor. Nos
habla de un Padre que perdona, que acoge entre sus brazos al hijo que le ha ofendido; habla del
pastor cansado que sale en busca de una sola oveja perdida; de una mujer sorprendida en adulterio
que experimenta su acogida en vez de su lapidación; de un criminal que muere saboreándola
misericordia y el perdón. Estas historias nos dicen que no podemos tener vida sin conflictos y que el
conflicto nos ofrece la oportunidad de recuperar algo que hemos perdido, la oportunidad de la
curación, de dar la vuelta a nuestras vidas, la oportunidad de regresar a nuestra casa, la casa del
Padre.
Ejercicios sobre el perdón, 36
Qué es el perdón. Para que podamos caminar con seguridad en el camino del perdón, les invito a
concretar en qué consiste el perdón y qué no es el perdón. En efecto en esta realidad encontramos
mucha confusión y es bueno de entrada disipar equívocos. Clarificaremos lo que es el perdón para
poder experimentar, vivir esa realidad maravillosa, columna vertebral de toda sanidad. Muy a
menudo a la base de toda herida afectiva hay un problema de perdón.

En el principio el hombre tenía una comunión perfecta con Dios, que le permitía tener una vida
afectiva organizada donde sus sentimientos y emociones eran gobernados por la paz, el amor, el gozo
y todos los atributos divinos. Por el pecado se rompió esa comunión con Dios. El hombre cayó en una
desorganización afectiva donde sus sentimientos y emociones pasaron a ser gobernados por el temor
y la culpa, dando lugar a la amargura, al odio y a los resentimientos, raíces de todo desorden
emocional, mental y de personalidad, productores
de: neurosis, psicosis, esquizofrenias, epilepsias, etc. Se da lugar también, a las llamadas
enfermedades psicosomáticas: asma, diabetes, hipertensión, gastritis, artritis y parálisis; estas, en su
mayoría, tienen su origen en el alma, como consecuencia de los traumas emocionales o heridas del
alma. Por ello es importante que el alma sea trabajada con el perdón de Dios para sanar sentimientos
y/o emociones. Ningún médico, psicólogo, psiquiatra o medicina pueden quitar la culpa por el pecado.
Qué no es el perdón: Perdonar no es un sentimiento ni emoción, ni consiste en adoptar una actitud
de superioridad o de soberbia. Si se perdona a alguien porque se le tiene lástima o se le considera
tonto, se está confundiendo perdón con compasión. Es como cuando el patrón le dice a su trabajador:
“no te preocupes, te perdono. De todos modos, ya sabía yo que no serías capaz de hacerlo bien”.
Perdonar no es permanecer pasivos ante la injusticia, ni aceptar o justificar hechos atroces,
deshonestos o injustos. Podemos perdonar a alguien y al mismo tiempo tomar medidas para que vaya
a la cárcel o exigirle una indemnización. Podemos perdonar y terminar una relación, retirarnos de un
trabajo o despedir a un trabajador deshonesto. El perdón no exige que te comuniques verbal y
directamente con la persona a la que has perdonado. No es necesario que le digas: te perdono.
Aunque esto pueda ser parte importante del proceso de perdonar, interesa formarnos del otro una
actitud amorosa, amable, serena.
Un perdón rápido y superficial no sería un verdadero perdón. Falso perdón sería seguir de víctima
cuando la salida está en tomar el control de la vida. Igualmente es falso perdón culparse o culpar, ya
que la culpa enferma, paraliza y aprisiona. Falso perdón es decir “perdóname” sin sentirlo y sin un
firme propósito de mejoramiento.
Que es el Perdón: El perdón es un acto de amor y una decisión de la voluntad. Pero, no lo logra el
hombre con sus solas fuerzas. Es un regalo de Dios, y una ley espiritual: “Si ustedes perdonan a los
hombres sus ofensas, también el Padre les perdonará a ustedes; pero si no perdonan, tampoco el
Padre les perdonará sus ofensas” (Mt 6,14-15; Ef.4,3 2). Es una relación que se establece entre el
hombre y Dios, y entre el hombre y el hombre. Ante Dios reconocemos que hemos pecado –somos
pecadores-. Y ante los hombres deponemos enojos y amarguras mutuas, dando satisfacciones por
ofensas emitidas o recibidas. El perdón solo es posible por la naturaleza divina que hay en el hombre.
Está condicionado por el arrepentimiento y la voluntad de agradar a Dios. Y no quiere decir aprobar o
defender la conducta que te ha causado sufrimiento, ni tampoco dejar de tomar medidas para
proteger tus derechos.
El perdón nos libera del pasado, nos hace olvidar sufrimientos, ofensas, y recibir sanidad de nuestras
emociones y sentimientos. Así como de las enfermedades. Nuestras oraciones son oídas y
recuperamos la comunión e intimidad con Dios. Necesito dar el primer paso y tomar la firme decisión
de amar perdonando. Dice un proverbio que “el camino más largo empieza con el primer paso”. Y el
primer paso en el largo y difícil camino del perdón consiste en decidir perdonar. No vale pena hablar
de los sinsabores y miseria, por ejemplo, la venganza, pues son tan graves como para no dejarse tentar
por ese “descenso al infierno”, aun cuando el instinto nos incite a “tomar la revancha”. Es este el punto
de partida de cualquier perdón verdadero: decidirse por él.
El perdón es un regalo divino: Por nosotros mismos sólo podemos vengarnos, pero somos incapaces
de perdonar; este es un regalo que el Señor otorga a quien se lo pide confiada y humildemente. Pero,
además, es un regalo, que también nosotros otorgamos al ofensor. Le damos al ofensor ese regalo de
misericordia, sin esperar nada a cambio. Es este el estilo con el cual Juan Pablo II perdón a Alí Agca,
que intentó matarlo en la plaza san Pedro. Así como el Señor nos regala el perdón también nosotros
decidimos otorgar el regalo de perdonar, pues el Señor nos da fuerzas para ello. Para la mayoría de las
personas el perdón es una experiencia ardua y empinada. En efecto, nuestro orgullo herido busca la
revancha, la venganza. Ciertas heridas se enquistan en nuestro ser, nos alejan del amor y nos hacen
difícil otorgar el perdón
El perdón es un proceso: Normalmente el perdón no se da de una vez para siempre. Es un camino que
tiene varias etapas, y sujeto a los muchos altibajos de nuestro mismo carácter, herido por las ofensas.
El perdón es una actitud: El perdón requiere una formación permanente hasta que, con la exigencia
sobre nosotros mismos, adquiramos la costumbre de perdonar. La práctica permanente nos permite
tomar el control de nuestros sentimientos y emociones, para que no sean ellos los que nos dominen y
manejen a su ritmo. El Padre nos creó para ser señores de todo lo que hay en el cielo, en la tierra y en
los océanos. Tenemos que ir creando en nosotros una nueva manera de vivir: amando,
comprendiendo y construyendo un mundo más humano y fraterno. El perdón nos libera de ser
víctimas, esclavos y nos convierte en hijos de Dios y hermanos de los demás, nos aleja del temor y nos
sumerge en la confianza y en el amor. Sin rechazar a los hermanos nos enseña a rechazar el mal que
nos infieren y nos convierte en sembradores de paz y reconciliación.
El perdón es sanador: Así como el rencor y el odio enferman y matan, el perdón nos trae vida y salud.
Muchas investigaciones han demostrado los terribles efectos del rencor, del odio, del resentimiento en
la salud integral de las personas. Como el odio, los rencores, el sentimiento pueden ayudar al
surgimiento de un cáncer, de un infarto, de la misma manera el perdón es causa de sanación de las
mismas enfermedades. El Dr. William Greene de la universidad de Nueva York realizó un estudio sobre
gemelos y comprobó que la tención, el odio, los rencores y las penas enferman. Las personas que
experimentan ansiedad crónica, prolongados períodos de tristeza y pesimismo, tensión continua u
hostilidad incesante, rencor y odio, están endoble riesgo de contraer asma, artritis, dolor de cabeza,
úlceras y problemas gástricos. Dicen que el grado de riesgo es tan dañino como el del cigarrillo, el licor
o el colesterol elevado. Se recomienda, por tanto, liberarse de las emociones venenosas y buscar
remedios para sanar el alma, las relaciones: relajarse, orar, perdonar, hacer deporte, servir a los
hermanos.
Una nueva visión de las relaciones humanas: El perdón no es un gesto rutinario, sino una flor oculta,
bellísima, que florece en cada ocasión sobre una base de dolor y victoria sobre uno mismo. El perdón
crea unas relaciones humanas nuevas con el culpable. Nos enseña a dejar de mirar al otro con “ojos
de resentimiento” y a mirarlo con los “ojos mágicos”. Ver a la persona en un marco más amplio que el
de la ofensa. Necesitamos seguir creyendo en la dignidad de aquel o aquella que nos ha herido,
oprimido o traicionado. Sólo así se modificará nuestra imagen perversa del otro. Detrás del monstruo
que nos ofendió descubriremos un ser frágil, débil como nosotros, capaz de cambiar y evolucionar.
Para realizar esto se requiere una cantidad de fuerzas espirituales que superen nuestras fuerzas
humanas. Por eso, necesitamos estar atentos a la acción del Espíritu que sopla donde quiere y cuando
quiere, a la espera relajada y llena de esperanza de su don. No somos el único agente del perdón. Es
por esto que el perdón no conoce la suficiencia, se hace discreto, humilde, sencillo y silencioso. No
depende ni de la emotividad, ni de la sensibilidad, sino que viene del fondo del ser, de lo más
profundo del corazón, donde habita la Comunidad divina.

Ejercicios sobre el perdón, 37


Fray Nelson 2008/07/20
EL DIFÍCIL ARTE DE PERDONAR: El perdón es una necesidad de nuestro tiempo. Esa imperiosa
P
onecesidad surge del hecho de que nadie está libre de heridas, como consecuencia de frustraciones,
s
decepciones,
t penas de amor, traiciones. Las dificultadas de vivir en sociedad se encuentran por
edoquier. Conflictos en las comunidades religiosas, en la familia, personas divorciadas, en las parejas,
d
entre patrones y empleados, entre compañeros. Todos tienen algún día necesidad de perdonar para
b
restablecer la paz y seguridad viviendo juntos. Para descubrir la plena importancia del perdón en las
y
relaciones humanas, intentemos imaginar cómo sería un mundo sin él. Estaríamos condenados a
perpetuar en nosotros mismos y en los demás el daño sufrido. Cuando lesionan nuestra integridad
física, moral o espiritual, algo sustancial que ocurre en nosotros: una parte de nuestro ser se ve
afectada, lastimada, incluso mancillada, como si la maldad del agresor hubiera alcanzado nuestro yo
íntimo. Nos sentimos inclinados a imitar a nuestro agresor como si un virus contagioso nos hubiese
infectado. Quién ha sido maltratado buscará maltratar, determinará no dejarse maltratar más.
Estará a la defensiva y con todos tendrá desconfianza.

Si perdonar significa olvidar, ¿qué ocurriría con las personas dotas de una excelente memoria? El
perdón les sería inaccesible. Por lo tanto, el proceso del perdón exige una memoria y una conciencia
lúcida de las ofensa; si no, no es posible la cirugía del corazón. La prueba del perdón no es el olvido; el
perdón ayuda a la memoria a sanar; la herida poco a poco va cicatrizando; el recuerdo de la ofensa ya
no inflige dolor. Una memoria curada se libera y puede emplearse en actividades distintas del
recuerdo deprimente de la ofensa. Las personas que afirman “Perdono pero no olvido”, han
comprendido que el perdón no exige amnesia.
Perdonar no es sólo un acto de la voluntad. Algunos ven el perdón como una fórmula mágica apta
para corregir todas las ofensas. El perdón lo reducen a un simple acto de la voluntad capaz de resolver
todos los conflictos de un modo instantáneo. Muchas personas dicen: “Cuando me lo proponga lo voy
a olvidar todo” “cuando yo lo quiera lo voy a perdonar”, “a mí nadie me roba la paz, basta que me lo
proponga”, etc. Este tipo de perdón es muy superficial. Lo pronuncian los labios pero no el corazón,
sirve para calmar la conciencia, la ansiedad, pero no cura de raíz. Por supuesto que la voluntad
representa un papel importante, pero no realiza el trabajo del perdón por sí solo. Para el perdón se
movilizan todas las facultades; la sensibilidad, el corazón, la inteligencia, el juicio, la imaginación, la fe,
etc.
Perdonar no puede ser una obligación: El perdón o es libre o no existe,. Es un acto sublime de
generosidad. Hay algunos que sienten la gran tentación de obligar a la gente a perdonar libremente:
“hay que perdonar”, “se debe perdonar a los demás”, etc…Pensar así es crear un debate interior entre
la voluntad de perdonar contra las reticencias de los sentimientos y las emociones, que también
exigen ser escuchados.
Reducir el perdón, como cualquier otra práctica espiritual, a una obligación moral es
contraproducente, porque, al hacerlo, el perdón pierde carácter gratuito y espontáneo. Es más eficaz
convertir el corazón, hacerlo mas humano, ya que el corazón no miente y es lo más sincero que
tenemos.
Como perdonar.El perdón se integra simultáneamente en dos universos: el humano y el divino; es
importante respetar estos dos componentes para articularlos bien, pues, de no hacerlo así, se corre el
riesgo de amputar el perdón en uno de sus elementos esenciales. El perdón constituye el único
vínculo posible entre los hombres y Dios, más aún, el perdón es un don del Señor.
El universo divino. Perdonar significa dar en plenitud; llevar el amor hasta el extremo a ejemplo de
nuestro Señor Jesucristo. Para dar este paso se requieren fuerzas espirituales que superen las fuerzas
humanas. En el perdón todo es cuestión de amor. Así es, quien verdaderamente ama, ni siquiera tiene
que perdonar porque el amor verdadero desconoce el resentimiento. No perdonar equivale a crear un
universo sin Dios.
No cabe duda que Dios es el autor intelectual y práctico del perdón, y lo ha convertido en un don
gratuito para todo hombre que quiere forjarse un futuro. Renunciar a la voluntad de perdonar es
cerrar mente, corazón y cuerpo a la acción de Dios. El perdón de Dios se hace discreto, humilde,
incluso silencioso. No depende de la sensibilidad ni de la emotividad, sino que emerge desde el ser y
del corazón animado por el espíritu. Goza de algo único que no tiene nada en común con el
sentimiento. El perdón es Dios mismo; es el Padre misericordioso del hijo pródigo; es el amor en su
pura gratuidad; es el papá que allí donde los hijos engendran muerte, hace surgir la vida con el
perdón. Dios es y será siempre la fuente primera y última del perdón autentico, pero el perdón no
acontece sin la cooperación humana.
El universo humano. El perdón se sitúa en el tiempo y tiene sus períodos largos y cortos; implica un
antes, un durante y un después. Perdonar requiere una multitud de condiciones; tiempo, paciencia
consigo mismo, moderación, prudencia y perseverancia en la decisión de llegar hasta el final. El
perdón comienza con la decisión de no vengarse; “si quieres ser feliz un instante: véngate. Si quieres
ser feliz toda la vida: perdona”.
El perdón requiere una introspección; una conversión interior, una peregrinación al corazón; una
iniciación al amor hacia los enemigos. Perdonar para liberar en uno la fuerza del amor. El perdón
requiere una búsqueda de una visión nueva de las relaciones humanas. El perdón no es olvido del
pasado, sino la posibilidad de un futuro distinto del impuesto por el pasado o por la memoria. Para
perdonar es indispensable seguir creyendo en la dignidad de aquél o aquélla que nos ha herido o
traicionado. Las amistades renovadas exigen mas cuidado que las que nunca se han roto. Perdonar no
sólo supone liberarse del peso del dolor, sino también liberar al otro del juicio malintencionado y
severo que de él nos hemos formado.
El perdón es liberación. Renueva devuelve la alegría y la libertad a quienes estaban oprimidos pon el
peso de la culpabilidad. Perdonar es un gesto de confianza hacia un ser humano; es un acto de amor
hacia el pecador, al que no queremos cerrar definitivamente el futuro. El perdón es un derecho del
corazón herido y de la mente perturbada por el odio. Cuando Pedro le pregunto a Jesús cuantas veces
tengo que perdonar le contestó hasta setenta veces siete. Lo que es lo mismo que siempre. ¡Perdona y
serás feliz! Perdonar no significa olvidar o negar las cosas dolorosas ocurridas. Perdonar es la poderosa
afirmación de que las cosas malas no arruinarán nuestro presente, aun cuando hayan arruinado
nuestro pasado.
Hay tres componentes principales que motivan la creación de largos y dolorosos resentimientos:
Tomar la ofensa exageradamente personal; culpar al ofensor por nuestros sentimientos; crear una
historia de rencor. Piense en alguna herida personal para así darse una idea de cómo lo aflige ahora.
Cierre los ojos y piense en aquel doloroso suceso por un momento. Cuando recuerde claramente lo
ocurrido, piense o escriba brevemente un resumen sobre aquella experiencia. Cuente la historia de lo
que pasó, en el papel o en la cabeza. Ahora analice lo que pasa cuando piensa en ello hoy. Por
ejemplo, ¿cuál es su pensamiento más recurrente al recordar el suceso? Luego tenga en cuenta cómo
se siente y fíjese cómo reacciona su cuerpo al revivir el dolor.
Una vez consideradas sus respuestas, por favor responda a las siguientes preguntas: 1. ¿Piensa usted
en esa dolorosa situación más de lo que piensa en las cosas buenas de la vida? 2. ¿Al pensar en ello
siente incomodidad física o alteración emocional? 3. Cuando hace memoria sobre el particular, ¿lo
hace con los mismos pensamientos? 4. ¿Repite la historia una y mil veces en la cabeza?
Debe quedar claro que los rencores no son señal de enfermedad mental. Sentirse herido(a) tampoco
es indicio de estupidez, debilidad o falta de autoestima. Sencillamente significa que no se está
preparado(a) para afrontar las cosas de otra manera. Sentirse herido(a) en la vida es normal pero
difícil, y casi todos creamos rencores en algún momento. Sin embargo, que sean comunes no significa
que sean saludables.
Por más preparación que se tenga para perdonar, hay momentos en que es útil -hasta necesario-
sentirse molest@. Puede ser que algún límite personal haya sido violado; podemos hallarnos en
peligro o haber sido maltratados. Aun así, las situaciones que exigen reaccionar con molestia son muy
pocas. Reaccionar movidos(as) por el dolor sólo ayuda cuando ello soluciona el problema.
Ceder el poder: El error más grande que se comete bajo el efecto de las sustancias estresantes es
culpar de nuestra molestia a la persona que nos lastimó. Al culpar a otros por nuestros sentimientos,
les cedemos el poder de controlar nuestras emociones. Seguramente tal poder será mal usado y
seguiremos heridos(as). Es alarmantemente alta la cantidad de personas que le ceden poder a
aquellos que nos los quieren. Sentirnos mal cada vez que pensamos en la persona que nos lastima se
vuelve costumbre y nos hace sentir víctimas de alguien más poderoso. Responsabilizar a las personas
por sus acciones no es lo mismo que culparlas por nuestros sentimientos.

Ejercicios sobre el perdón, 40


El perdón como estilo de vida: Adoptar el perdón como un estilo de vida es un tema sumamente
importante y benéfico, pues mantenemos equilibrada nuestra vida. A todos nos cuesta perdonar,
tenemos dificultades para perdonar a alguien, rechazamos la idea de pedir perdón, nos
incomodamos cuando nos lo ofrecen y somos duros para perdonarnos a nosotros mismos. Pero,
para el cristiano el perdón no es algo sentimental ni condicional. Es una decisión que debemos de
adoptar como mandato de Dios. No hay opción para elegir entre seguir resentidos o perdonar, entre
odiar o amar, o entre la aceptación o la indiferencia. Estamos obligados a vivir el perdón y ojalá
adoptarlo como nuestra manera de vivir. Si la ausencia de amor ha desorganizado a la humanidad, y
la falta de perdón hace que la vida sea amarga, dolorosa, infeliz, el perdón nos coloca en una
atmósfera de equilibrio, armonía y felicidad. De ahí la importancia de hacer de nuestra vida
cristiana una vida permanente de perdón.

Y es que la incapacidad de perdonar envenena nuestro corazón y ese veneno se expresa en gestos
permanentes, amargos y dolorosos en el rostro. Además, la falta de perdón hace que durante mucho
tiempo vivamos sumergidos en el odio. Revivir permanentemente las ofensas o daños que nos han
inferido, refuerza y potencia nuestra energía negativa, nuestra energía positiva se desarmoniza y nos
provocamos la más variada cantidad de enfermedades a plano físico, psicológico y espiritual. Además
de frenar nuestra evolución, podemos padecer graves problemas económicos.
La raíz del perdón: Perdonar implica convivir con los demás y aceptarlos como son, con sus defectos y
virtudes. Sin tolerar el pecado, sí perdonar al esposo(a) que gruñe todo el día, al hijo por ser poco
activo, al amigo por fallarnos, al hermano por ofendernos, al trabajador por engañarnos, al jefe por
maltratarnos., etc.
La raíz del perdón está en Dios, nuestro Padre, que nos ama y que por su amor nos concede el perdón,
cuando arrepentidos clamamos a él. Aparte de nuestra obediencia, el no espera nada a cambio;
aunque el hombre le haya traicionado, olvidado, y renegado de Él, o haya cometido el peor pecado. Él
siempre está dispuesto a concedernos su perdón, y a nos manda que perdonemos hasta setenta veces
siete (Mateo 18, 21-22), es decir siempre.
Perdonar es un modo de vivir. Es estar listos para olvidar. Es practicar pequeños o grandes actos de
sacrificio para poder enfrentar mayores ofensas más adelante, la práctica del perdón nos capacita para
el futuro. Es una resolución de ser misericordioso a pesar de que la ofensa haya sido enorme, grave y
deliberada. Aquí es cuando más valor tiene el perdón. Aceptar una disculpa o una solicitud de perdón
sincera es también perdonar y respetar al ofensor, sin importar la profundidad de la herida.
Pero, sobre todo, perdonar es escoger amar, derribando cualquier barrera, cerrando heridas, abriendo
las prisiones del alma, olvidándonos de nosotros mismos y llenándonos de tremenda paz. Amor y
perdón van juntos, no puede existir uno sin el otro. Un autor de espiritualidad se pregunta con
referencia al perdón: “¿Quién sufre más, el que odia o el que es odiado? Muchas veces, el que es
odiado vive feliz, en su propio mundo, pero el que cultiva el rencor se parece a aquel que toma es sus
manos una brasa ardiente o al que aviva una llama. Pareciera que la llama va a quemar al enemigo;
pero no es verdad, el que se quema es el que tiene la llama en su mano. El resentimiento solo
destruye al resentido, porque el tal, no perdona”.
Cómo podemos perdonar estando heridos: ¿Qué fórmulas o reglas humanas hay para poder
conseguir esta curación? En realidad no las hay, sólo el amor que viene de Dios. Cuando nos
encontramos en una situación penosa, cuando alguien no se habla con algún hermano, amigo, o
familiar, porque está dolido y se queja resentido y cuestiona ¿Cómo puedo confiar en ti ahora? ¿Cómo
puedo perdonarte otra vez si siempre vuelves a hacer lo mismo? Otros dicen ¿Cómo y cuándo puedo
empezar a perdonar si no me siento listo?, y otros no se atreven a pedir perdón porque consideran
que las heridas hechas a otros son muy grandes y creen que es muy difícil decir lo siento, o porque
consideran no merecer el perdón. Y si alguien no quiere recibir el perdón o no quiere perdonar? En
cualquier circunstancia debemos hacer algo aprobado por Dios: Si no puedes encontrar al ofensor,
entonces, un perdón silencioso en tu corazón te vendrá bien, y oraciones sinceras para recibir la fuerza
del perdón.
El perdón es total, y no se da porque alguien lo merezca, es más bien, el precio del amor. Déle a
alguien el regalo de su perdón, no sólo una vez, sino setenta veces siete.
Beneficios del perdón: Cuando perdonamos de verdad, suceden cosas maravillosas tanto al que
perdona como al perdonado. Es como abrir una llave con gran caudal de agua y dejarla correr. Los
resentimientos, culpas y enfermedades del alma se lavan, se limpian, se liberan. La alegría y la paz nos
inundan, nos sentimos felices, humildes, íntegros, livianos y libres para amar, casi perfectos. Se abre
una fuente de amor que estaba cerrada, pues con el perdón se cumple lo dicho por san Pablo: “
revístanse, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente” (Col
3,12-14). Vale la pena perdonar, porque no hay terapia más liberadora que el perdón (Ef 4, 31-32).
Terapia de perdón: Para iniciar una terapia de perdón, debemos tener presente los siguientes
aspectos:
– No es necesario que pida perdón de viva voz; puedo perdonar en mi corazón y en mi mente. Pero no
hay mejor experiencia que pedir perdón a los ojos de la otra persona.
– Sabemos que las palabras y pensamientos que emitimos son energía en acción y se convierten en un
poderoso bumerang. Al ser negativos, al estar cargados de odio o rencor, salen de nosotros a buscar
más odio, más rencor y lo atraen y nos lo inyectan multiplicado. En vez de amarnos nos estamos
autoagrediendo.
– El perdón es una autodefensa para poder conservar nuestro equilibrio y armonía. Si me hieren y yo
decido agrandar la herida puedo llegar hasta el borde de la muerte. ¿Es más culpable el que me hizo
una herida de un centímetro o yo, que la agrandé hasta un metro?
– No debo omitir el perdón a mí mismo, ya que el perdón es una consecuencia del amor. Así como
debo trabajar para amarme bien, debo hacerlo para perdonarme bien.
– Es necesario trabajar el perdón a nuestros padres. Estén vivos o no. Todo problema no resuelto con
ellos, afecta nuestra energía positiva de por vida. Por difícil que haya sido nuestra relación con ellos,
tenemos que cerrar con urgencia ese capítulo. En el fondo del corazón de los padres hay un amor
hacia sus hijos que no han sabido manifestar. Por eso vale la pena decir en oración: “papá, mamá yo
se que me quieres, solo que nos logras decirlo en la forma más conveniente”. Tenemos siempre que
dar el primer paso para que la brecha entre nosotros se vaya achicando. Recordemos que ellos son tan
imperfectos como nosotros y que, si sus errores nos molestan, limitan o duelen, está en nosotros
mismos el poder para cambiar esas situaciones.
– Tenemos que insistir en perdonar totalmente, pues es el tiempo mejor invertido, ya que nos libera
de un lastre negativo, que afecta nuestras relaciones con los demás. Cuando empecemos a perdonar
una a una las anteriores situaciones veremos que la gente comienza a cambiar sus actitudes, las
relaciones se van mejorando y hasta nos encontraremos manteniendo un diálogo normal y respetuoso
con un apersona con la que habíamos mantenido relaciones de discordia.

Ejercicios sobre el perdón, 42


Fray Nelson 2008/08/24
EL PERDÓN SANA Y LIBERA: Reflexionemos sobre la acción poderosa del perdón en nuestra vida. Si
P
oel amor moviliza el poder de Dios sobre nosotros, el perdón, la otra cara del amor, destapa,
s
desbloquea
t la entrada para que una corriente sanadora entre en toda la persona y el bienestar fluya
epor toda la vida. Por eso a un verdadero perdón sigue siempre la sanación. Dios nos quiere felices y
d
sabe que cuando estamos en pecado, cuando necesitamos su perdón, cuando no perdonamos, nos
b
sentimos tristes, traumatizados, incapaces de amar. Necesitamos, por tanto recibir el perdón y
y
perdonarnos a nosotros mismos y a nuestro prójimo. Y al perdonar, disculpamos completamente,
no volvemos a recordar la ofensa.

Una señora llevaba varios años sufriendo de jaqueca e insomnio. Se acercó a pedir que oraran por
ella. Después de orar por unos minutos su dolor de cabeza se agravó. Uno de los que oraban por ella
le dijo: “El Señor te llama a perdonar a una persona que te hirió hace mucho tiempo, a la que nunca
has perdonado”. Ella preguntó sorprendida: ¿Cómo lo sabe, si a nadie le he dicho esto? Y el que oraba
insistió: para sanarte es preciso que perdones a esa persona, y la perdones incondicionalmente”. “Es
tan difícil, pero lo intentaré con la ayuda de Dios, dijo la aludida”. Y así lo hizo. Continuaron la oración
de intercesión, y a los pocos minutos la señora sorprendió a todos echándose a reír. Luego explicó
entre lágrimas:”me sentía oprimida por un peso enorme, que no me dejaba dormir en paz. Y de
pronto siento que ha desaparecido. Y sé que no volverá, pues el Señor se lo ha llevado”. Desde
entonces esa señora pudo perdonar, se liberó de su peso y se convirtió en un apóstol del perdón con
su testimonio. Su receta, desde entonces, para muchos males y tensiones es “perdón incondicional”. Si
esta receta es costosa, mucho más es la enfermedad. Jesús Salvador vino a salvarnos, a perdonarnos.
Perdonar es otra forma de decir que Jesús vino a llenarnos de su amor, porque perdonar es amar. Se
perdona porque se ama, y cuando no se quiere perdonar es porque la persona se niega a amar. Dar el
perdón es hundirnos en el mar insondable del amor, de la sanación de todo nuestro ser. El perdón
moviliza el poder sanador del Señor y desbloquea la entrada por donde pasa la corriente sanadora del
amor.
Enfoque positivo: Se ha dicho que “las guerras se gestan en la mente humana”. Acabar con las
guerras, no es cuestión de acabar con las armas, de entregarlas. Es preciso poner fin a los planes
agresivos de la mente humana, al odio, la venganza, la codicia, el orgullo y el egoísmo represados en el
corazón humano. Para crear la paz necesitamos comenzar a construirla en nuestra mente y en nuestro
corazón. Ya lo dijo el Señor: “mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo” (Jn 14,27). El mundo
nos ofrece una paz armada, con secuelas de miedo, ansiedad, incertidumbre constante. Jesús nos
ofrece una paz, fruto del amor, el perdón, la justicia, fuente de optimismo, de seguridad y de
esperanza. Pero para recibir y compartir esa paz es preciso liberar nuestra mente de actitudes
negativas y nuestro corazón de todo sentimiento negativo.
Como las grandes guerras, también los conflictos entre las personas se gestan en la mente: cuando
buscamos nuestro propio interés, olvidando el de los demás; cuando imponemos nuestras propias
ideas, violentando a los demás; cuando nos creemos mejores que el otro; cuando no reconocemos
nuestros propios fallos y exageramos los del prójimo. Por eso san Pablo nos exhorta: “No hagan nada
por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada uno a los demás como
superiores a sí mismo, buscando cada uno no su propio interés sino el de los demás. Tengan entre
ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Filp 2,3-5).
Tomar la decisión: Perdonar es un acto de la voluntad y no un sentimiento; es una decisión libre y
personal. Hay que distinguir entre voluntad y emociones. Si siento que no puedo perdonar, porque mi
corazón está herido, necesito pedir al Señor la gracia de tomar la decisión, de querer perdonar. Se
puede tomar la decisión, aunque se siga sintiendo el dolor. El acto de la voluntad domina las
emociones y cuando se otorgue el perdón las emociones se van ajustando poco a poco al perdón, a
aceptar a la persona a quien se ha perdonado. Querer perdonar es ya perdonar. Es importante, por
tanto, querer, orar para que quiera perdonar, aunque hayan fuertes emociones por la herida recibida y
el dolor que haya recibido y que todavía se siente. Insistiendo en la oración con perseverancia se logra
perdonar de corazón. El Señor nos pide que hagamos el acto premeditado de la voluntad. Y, si no lo
podemos, pidamos su ayuda.
Cómo orar por perdón: para aprender a perdonar necesitamos comprender el funcionamiento de
nuestro corazón emocional y así saber cómo lograr su curación. En nuestras relaciones con los demás
tenemos encuentros satisfactorios o desagradables. Esos encuentros quedan grabados en nuestro
interior, archivados allí como recuerdos agradables o desagradables. Las emociones son almacenadas
en la memoria, a manera de las fichas en un fichero o en un computador, y basta un pequeño estímulo
para que, en cuestión de segundos, aparezca en mí esa información y me haga reaccionar positiva o
negativamente, esté o no presente físicamente la persona cuyo recuero me hace reaccionar.
Mi centro emocional origina en mí las relaciones correspondientes a la imagen que guardo. Los
recuerdos agradables que conservo de una persona forman en mí la imagen buena de ella –ficha
blanca-. Por eso, mi relación con esa persona será feliz, dichosa: la amo, quiero estar con ella, la
recuerdo gratamente y me será fácil y placentero vivir con ella. Aunque la persona tenga defectos
notorios, si la amo, me será siempre atractiva. Los recuerdos dolorosos o desagradables que guardo
de una persona, suscitan en mí indiferencia, fastidio, rencor, odio, y otros sentimientos negativos; esos
recuerdos forman en mí la imagen desagradable de esa persona –ficha negra-. Insistiré en rechazarla
y, por lo mismo, no podré amarla, perdonarla, ni relacionarme espontáneamente y con facilidad con
ella. Recuerda siempre: según la imagen que tengas en tu interior, en tu corazón, así serán tus
relaciones con esas personas. Buena imagen produce buenas relaciones, imagen dolorosa o
desagradable produce relaciones difíciles, rotas. Lo que forma o deforma las imágenes son los
recuerdos buenos o desagradables que tú tengas de las personas. Vale la pena que hagas este test:
trata de acordarte de tu papá, tu mamá, hermanos, tíos/as, amigos, etc.; los momentos que viviste
con ellos, desde niño… ¿cuál es la imagen que tienes de ellos? ¿tus relaciones con ellos son positivas?
Si son desagradables, necesitas orar y perdonar. Basta ver, oír, recordar, oír hablar de una persona,
para que tu corazón reaccione de inmediato positiva o negativamente, sin lograr controlarte, aunque
lo quieras. Dentro de ti está la facilidad o la dificultad de amar a alguien. El impedimento está dentro
de ti, en tu propio corazón (cf. Mc 7,14-23) y es allí a donde debes acudir para tu sanación.
Allí, como en un computador, hemos guardado: fichas blancas: recuerdos gratos y buenos, que nos
hacen amar a determinada persona, o fichas negras: recuerdos desagradables que nos hacen no
amarla, no querer estar en su presencia, no querer tener ninguna relación con ella. Para cada persona
tenemos un fichero con fichas blancas y negras. Si abundan las blancas la amaremos y tendremos
buenas relaciones con ella, si abundan las negras nuestra relación con esa persona será difícil, cuando
no imposible, y en ves de amarla, sentiremos fastidio, disgusto, rabia y hasta odio. En este caso es
necesario reconstruir la imagen deformada de esa persona para poder amarla. Esta es la obra que hay
que hacer por medio de la oración, que nos lleve hasta el perdón. Es necesario, por tanto, un trabajo
personal, unido al poder de Jesús. Solo así se van quemando, se van destruyendo todas las fichas
negras que tenemos sobre una persona para poder amarla más y mejor. Y estas fichas se van
remplazando por blancas para formar la imagen agradable de esa persona y poder amarla. Ese trabajo
de reconstrucción se hace con la oración, por la cual el Señor cambia nuestro corazón duro con los
hermanos por un corazón de carne, amoroso, fraterno: “pondré en ustedes un corazón nuevo.. quitaré
el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 36,26-27). Para amar al otro necesitas, por
tanto, curar tu corazón, intervención de “cuidados intensivos” que se realiza en la sala operatoria de la
oración; necesitas que el Señor haga en ti un trasplante de corazón. Sólo así podrás reconstruir en tí
esa imagen deformada que conservas, hasta convertirla en agradable y bella. Solo, entonces, podrás
aceptarla y amarla. El inicio de esta reconstrucción se logra con la oración, con el perdón de las
ofensas. Por lo tanto, en esta reconstrucción de la imagen deformada es fundamental la oración. Me
ayuda igualmente realizar el siguiente ejercicio: busco una virtud o un valor en dicha persona y alabo
por ello y doy gracias al Señor durante unos 8 días, 1 mes; tomo otra y hago lo mismo, así voy
perdonando y formando en mí una nueva imagen agradable, de dicha persona.
Perdono si Dios está vivo en mí: El ambiente vital de Dios amor es el perdón. Por eso, si Él está vivo en
mí, soy capaz de perdonar. Pues, “no hay cosa que haga el hombre más semejante a Dios que
perdonar” (Cicerón). Por gusto nadie perdona, pero por Dios somos capaces de perdonar a quien sea.
Lo importante es que Dios esté vivo en mí. El me hace extender las manos y ofrecer
incondicionalmente el perdón. Si encuentro dificultades para perdonar, la oración irá ablandando mi
corazón y facilitando el poder perdonar (experiencia mía de orar y orar para ser capaz de perdonar).
Yo creo que Jesús, que es amor, tuvo que orar mucho por los fariseos, pues ellos se convirtieron en el
obstáculo más grande en su ministerio. El necesitaba tener comunicación con ellos, aunque ellos
estuviesen tan cerrados a Él. De la misma manera, nosotros necesitamos orar por quienes nos
ofenden o no quieren saber nada de nosotros. Es necesario orar por aquellas personas a quienes
deseamos perdonar. Dios se hace vivo en nosotros con la oración permanente y con su poder, recibido
en la oración, logramos perdonar.
El perdón es sanador: Cuando somos perdonados u otorgamos el perdón entramos en una dinámica
liberadora, sanadora: la herida queda cicatrizada, sanada. Hoy perdonar se ha convertido en
una terapia necesaria y urgente. Nuestra sociedad camina desequilibrada, llena de violencia, porque
no sabe perdonar, o no es capaz de perdonar. No tiene paz porque no sabe perdonar. Los odios
encadenan al pasado, y así no somos libres para vivir el presente (el religioso que llevaba veintitantos
años amargado con otro compañero; logró perdonarlo, se liberó y hasta se puso más elegante). Las
personas que odian mantienen el corazón encadenado a la violencia. En cambio, cuando perdonan, se
rompen las cadenas, se liberan y quedan como hundidos en los brazos amorosos del Padre, como el
“hijo pródigo” cuando se decidió a regresar a su casa.
Ejercicios sobre el perdon, 46
PRISIONEROS EN NUESTRA PROPIA CARCEL: Imagínate que tienes que ir a trabajar con las manos
atadas, los pies encadenados y cargando una pesada bola de hierro. Te darías cuenta de inmediato,
lo difícil que sería trasladarte al lugar indicado y desempeñar eficientemente tus labores. No solo
eso, sería enorme la energía mental y física que estarías perdiendo al cargar ese peso durante todo
el día, y tratar de pensar sobre como ser libre de esa esclavitud.

Este ejemplo ilustra con toda claridad lo que realmente sucede en el ámbito espiritual. Es decir,
cuando alguien nos perjudica o nos decepciona, tenemos la tendencia a enojarnos dando lugar a la
amargura y resentimiento contra esa persona. Y cuanto más pensamos en aquel incidente, más
razones encontramos para sentirnos indignados, causando un deterioro físico, mental y emocional, lo
cual impide que podamos aprovechar al máximo nuestras capacidades. Cuando esto está sucediendo
en nuestra vida, es porque nos hemos convertido en prisioneros en nuestra propia cárcel, debido a
que no hemos podido perdonar a quien nos hizo daño, siendo así, también somos prisioneros de la
otra persona, porque en lo único que estamos pensando es en la manera de desquitarnos de ella.
Cuando en realidad los únicos que estamos siendo perjudicados, somos nosotros mismos. La
amargura, rencor y enojo, son un agobiante peso que tenemos que cargar, y eso nos esta
consumiendo por dentro. ¿Cuáles son las consecuencias que sufrimos cuando estamos prisioneros en
nuestra propia cárcel? Veamos:
Produce una esclavitud emocional: La persona que nos perjudicó, comienza a dominar nuestros
pensamientos, actitudes, conversaciones y planes futuros. De tal manera que levantamos una pared
invisible cada vez mas alta contra los demás, debido al temor de volver a ser heridos. Llegamos al
grado que nos quedamos completamente solos y aislados, sintiéndonos rechazados y que a nadie le
importamos.
Destruye las relaciones afectivas: Si persistimos en guardar rencor contra alguien que nos ha
traicionado, entones será muy difícil seguir manteniendo una relación muy estrecha con esa persona.
Se pierde la confianza, amor y respeto, de tal forma que terminan siendo relaciones truncadas. A la
vez, mostramos una actitud a la defensiva, haciendo que los demás se alejen de nosotros.
Perjudica nuestra salud: Nuestros cuerpos fueron creados de tal manera que no podemos albergar
por mucho tiempo el enojo, amargura y rencor, sin que nos afecte física y emocionalmente. Así que
comenzaremos a sentir diversos trastornos y padecimientos, lesionando severamente nuestra salud.
Afecta nuestra relación con Dios: Ya no tenemos el mismo interés en participar en la iglesia, ni la
disposición para meditar continuamente en la Palabra de Dios. No podemos orar con efectividad,
perdemos el gozo y la paz, ya que la ira, resentimiento y amargura, son un obstáculo espiritual que
obstruyen nuestra comunión con Dios y detienen todas las bendiciones que desea darnos. La Biblia
nos amonesta en Efesios 4, 31-32 de la siguiente manera: “Quítense de ustedes toda amargura, enojo,
ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sean benignos unos con otros, misericordiosos,
perdonándose unos a otros, como Dios también los perdonó a ustedes en Cristo”. La orden de Dios es
precisa: Despójense de toda AMARGURA, que es un resentimiento muy arraigado, ENOJO, que es
cólera, irritación y furia, IRA, que es una alteración violenta y agresiva, MALEDICENCIA, que consiste
en la acción de maldecir, y toda MALICIA, es la inclinación para actuar con maldad.
Estas actitudes nos mantendrán permanentemente prisioneros, en nuestra propia cárcel, e impedirán
que lleguemos a ser las personas íntegras que Dios quiere que seamos, y cumplir el propósito que ha
designado para nuestras vidas. Si no estamos dispuestos a examinarnos a nosotros mismos, sino que
siempre estamos echando la culpa a los demás por nuestros problemas, entonces nos estaremos
engañando y seguiremos siendo prisioneros de nuestra propia cárcel. En cambio, si nos auto
analizamos, entonces descubriremos las verdaderas causas que nos mantiene atados. Mientras haya
rencor y amargura en nuestro corazón, no experimentaremos un avivamiento espiritual, porque el
amor de Dios no puede manifestarse en una vida dominada por el rencor. Tenemos que aprender a ser
“benignos, misericordiosos y perdonadores unos con otros”, siendo esta la única llave que podrá abrir
la celda de nuestra prisión emocional y ser verdaderamente libres.
Una triste experiencia: Esta es la historia de una mujer joven de quien su tío había abusado
sexualmente. Aunque era, sin duda, la víctima inocente de un depravado, su desdicha parecía ser, por
lo menos en parte, auto-perpetuada. No quería ni podía juntar la fortaleza interior necesaria para
perdonar. Se había encerrado en sí misma, en su propia desgracia y no quería salir de allí a través del
perdón. Amordazada durante años por el temor de exponerse, y por el alcoholismo que su
atormentador mantenía con regalos diarios de vodka, esta pobre mujer estaba desesperada. Se le
había brindado terapia psiquiátrica intensiva y no le faltaban comodidades materiales. Tenía buen
empleo y un círculo de amigos que la apoyaban; no se habían escatimado esfuerzos para ayudarle a
restablecerse. A pesar de todo, sus emociones oscilaban desde la risa nerviosa hasta el llanto
inconsolable. Se llenaba de comida un día, y al otro día ayunaba y se purgaba. Y bebía botella tras
botella. Esta pobre alma era una de las personas más difíciles para ayudar pues solo ella podía iniciar
el proceso de su sanación. Pero todo consejo parecía inútil. Enfurecida y confundida, se sumió cada
vez más profundamente en la desesperación hasta que, finalmente, tuvo que ser hospitalizada porque
había tratado de estrangularse.
Las heridas que causa el abuso sexual llevan años en sanar; en muchos casos dejan cicatrices
permanentes. Sin embargo, no es inevitable que termine en una vida atormentada o en el suicidio. Por
cada caso como el que acabamos de describir, hay otros cuyas víctimas encontraron la libertad y una
nueva vida, una vez que pudieron perdonar. Esto no significa resignarse u olvidar lo ocurrido; tampoco
depende de poder encontrarse cara a cara con el abusador, cosa que hasta podría ser
contraproducente. Pero sí significa que se debe tomar una decisión consciente de dejar de odiar,
porque el odio jamás nos ayuda. Como un cáncer, el odio se extiende a través del alma hasta
destruirla por completo.
Otra experiencia: “A lo largo de los años, he tendido relaciones estables con personas que me han
engañado, mentido y abandonado inesperadamente. También he tenido traumas personales que han
puesto a prueba de una forma especial mi disposición a perdonar. Una a los 20 años, cuando estaba
en la universidad. El violador, que me superaba don mucho en tamaño y fuerza, me agresión con
actitud hostil y amenazante. Esa violación fue una agresión extrema a mi libertad personal, un ataque
a mi cuerpo y mis emociones. Al principio tuve un abrumador sentimiento de ira y miedo, pero con el
paso del tiempo llegué a perdonar. Y estro no significa justificar comportamientos inaceptables o
abusivos. No existe en el mundo manera alguna de que yo pueda justificar lo que me ocurrió. Y
porque opté por perdonar, la experiencia vivida no ha endurecido mi corazón, no me ha encerrado en
mí misma. Al perdonar me liberé de la carga de continuar siendo víctima para siempre, y puedo
disfrutar de mi vida actual plenamente y con libertad. A veces me ha resultado fácil perdonar; otras, el
perdón ha sido una decisión muy valiente. Pero en ambos casos, siempre me proporcionó más paz en
el corazón, siempre me dejó más feliz, y libre para continuar creando relaciones sanas con otras
personas y conmigo misma” (Robin Casarjian).
Ejercicios sobre el perdon, 49
SERVIR ES PERDONAR: Les invito a reflexionar sobre el perdón partiendo de un gesto simbólico del
Señor (Jn 13, 2-17) en una de sus enseñanzas extraordinarias. Se trata del gran servicio que
debemos entregar al hermano con nuestro perdón. También nosotros, como discípulos de Jesús,
podemos realizar ese gesto simbólico de lavar los pies a los hermanos. Esta experiencia puede tocar
nuestro corazón, si la hacemos en oración. Con el gesto del lavatorio de los pies Jesús quiso enseñar
a sus discípulos lo que es el servicio. Y servir es amar. Y amar es perdonar. Así que, en oración,
vamos a lavar los pies a un hermano, como símbolo de amor, para reparar la falta de amor en
nuestra vida; y como símbolo de perdón, para perdonar a quien sintamos necesidad de hacerlo.

Gracias al perdón podemos dejar nuestro pasado atrás, y abrirnos a nuevas relaciones personales: con
Dios, con nosotros mismos, con el mundo que nos rodea, con la gente del trabajo, con nuestra familia.
En nuestras relaciones herimos a las personas y éstas nos hieren a nosotros. Por eso, necesitamos el
bálsamo del perdón.
Jesús nos enseñó a perdonar: Tengo que perdonar, porque el Padre me perdonó por su hijo Jesús
mediante la cruz. Pero, según los evangelios, la vida de Jesús fue también un continuo acto de amor y
de perdón, enseñándonos a perdonar. Su muerte en la cruz y su resurrección constituyeron la cúspide
de su vida de perdón. Cristo quiere de sus discípulos, que adoptemos como estilo de vida el perdón.
Aunque para quienes lo ven desde fuera es algo heroico, para el cristiano debe ser su manera
ordinaria de vivir. Así lo deja entrever la carta a los Efesios: “Sean amables unos con otros, con un
corazón tierno, perdonándose mutuamente como Cristo les perdonó a ustedes” (Ef 4,32).
Cuando Jesús nos manda: “No juzguen y no serán juzgados” (Lc 6, 37), nos quiere decir que no
pongamos etiquetas a nadie, no condenemos, y perdonemos siempre. Jesús fue hasta el extremo del
perdón dando su vida por nosotros para que así nosotros pudiésemos perdonar. En la cruz, no solo
nos perdonó sino que nos excusó delante de su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen”. Necesitamos repetir continuamente la oración del discípulo: “Perdona nuestras ofensas como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. ¿Cuántas veces tengo que perdonar? Tantas
cuantas necesitas perdonar. Así que no puedes perdonar 3 y esperar ser perdonado 9. Si quiero ser
perdonado 9, debo perdonar 15, debo perdonar 70 veces 7, todas la veces, siempre. Es esta la
enseñanza de Jesús.
Cómo debe ser el perdón: El perdón, como el amor, es incondicional. No debo poner ninguna
condición para perdonar. En la parábola del hijo pródigo, el padre fue a abrazar al hijo que estaba
perdido y había vuelto, sin esperar que le devolviese el dinero que había malgastado. Esto es muy
importante para nosotros, perdonar incondicionalmente. Es esta nuestra responsabilidad espiritual.
Así lo expresó Jesús en la parábola del criado despiadado: este debía mucho dinero a su patrón y pidió
al rey más tiempo porque el rey le iba a arrestar y a llevarlo a la cárcel. El criado le pidió y el rey no
solo le dio más tiempo sino que le perdonó la deuda. Si yo le debo a una persona 300 millones de
pesos, y ella me perdona esa deuda, yo soy 300 millones de pesos más rico, porque ella me ha
perdonado. Puedes ver cómo eres de rico a través del perdón de Cristo. Era una gran deuda la que el
siervo tenía y el rey le perdonó. Pero, este criado fue y se encontró con otro que tenía una pequeña
deuda con él, y fue tan cruel y despiadado con él que lo mandó arrestar por esa pequeña deuda.
Enterado el rey de lo sucedido, se enfadó tanto, que mandó arrestar al sirviente de por vida.
Dios nos llama a ser generosos otorgando el perdón. Pues Dios nos perdona en la medida en que
perdonemos a otros. Si yo no perdono a una persona le cierro mi corazón y comienzo a odiar. Y
cuando me cierro al perdón convierto a esa persona en algo tan malo que la aparto de mi vida. Un
corazón que no perdona empieza a hablar mal del otro, incluso desproporcionadamente. Y bloquea el
amor que viene de Dios y bloquea nuestro crecimiento en Cristo. La falta de perdón nos convierte en
personas amargadas.
Debo buscar dar el perdón: No solamente estamos llamados a imitar a Cristo perdonando a otros,
sino también pidiendo perdón a Dios, a quien herimos, hiriendo al hermano. Si necesito buscar el
perdón de una persona también necesito buscar el perdón de Dios. Y esto lo hago en la confesión,
arrepintiéndome de mis pecados: “Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para
perdonar los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1Jn 1,9).
El perdón es un proceso: El perdón tiene diferentes etapas, que necesitamos seguir. Si tenemos que
perdonar debemos darnos cuenta de que hemos sido heridos. Si la herida no es cubierta con el
perdón produce ira o enfado, y eso produce amargura, envenenamiento. Pero para perdonar
necesitamos antes reconocer que hemos sido heridos. También debemos pedir a Dios que nos sane
esa herida que hemos recibido. Y si nosotros tenemos una buena relación con la persona que nos ha
herido, necesitamos hacerla consciente de que nos ha herido para poder restaurar esa relación.
Tenemos que tener mucho cuidado en no cerrarnos. Cuántas veces hemos oído que alguien ha hecho
mal a otra persona. Y la ofendida ya ha cometido un asesinato en su mente o en su corazón, diciendo:
“a esta persona no le vuelvo a hablar más porque me ha hecho esto y esto”. ¿Qué es eso? Es un
asesinato, estoy echando a esa persona de mi vida.
Perdón y amor van juntos: Cuando Cristo habló del perdón, lo hizo hablando del amor. Esto significa
que cuando Cristo perdonó no solamente no dejó de amar, sino que incrementó su amor hacia los
demás. A través de la cruz, Cristo nos amó y nos perdonó.
¿Qué sucede cuando necesitamos perdonar? Necesitamos recrear una relación personal, construir
puentes otra vez, encontrarnos otra vez como hermanos y reconstruir lo que hemos roto. Y muchas
veces la reconstrucción de estas relaciones personales significa también restitución. La restitución no
significa solamente que yo he cogido dinero y que tengo que devolverlo, sino también que si he
quitado el respeto o el honor debo devolverlo nuevamente. Y cuando comenzamos un proceso de
perdón necesitamos empezar de nuevo a amar, a organizar las circunstancias en las que se ha
producido la ruptura. A organizar nuestra memoria, para poder perdonar y olvidar. No puedo olvidar
el incidente en si mismo, pero a través de la gracia que Dios nos da, recordarás el mal suceso que ha
provocado la ruptura. Pero con la gracia de Cristo sobre esa herida, olvidarás la cicatriz que te ha
causado, el mal que te ha hecho, no el incidente, porque nosotros debemos recordar las cosas. Pero la
gracia de Cristo nos ayudará a olvidar la herida.
Como el perdón no es fácil, necesitamos el poder de Dios para perdonar, no podemos esperar que el
perdón llegue fácilmente, ya que ser herido no es algo estupendo. El perdón cuesta, lleva tiempo, y
requiere un esfuerzo, no viene automáticamente. El sanar viejas cicatrices y restaurar relaciones
personales es cuestión de tiempo. Necesitamos servir a quienes hemos herido en nuestra vida, darles
amor, para que seamos capaces de perdonar y de restaurar aquello que hemos hecho mal. Se
necesitan dos para bailar un tango. No puedo bailar el tango yo solo, necesito compañero. De la
misma manera, cuando hablamos de perdón, se requieren las dos personas. Así, si yo quiero buscar el
perdón, el otro necesita también recibir la gracia para perdonarme y abrir de nuevo su corazón a mí. El
proceso sanador se hace mucho más rápido cuando es recíproco.
Ejercicios sobre el perdon, 50
PERDONAR Y OLVIDAR: A la falta de perdón se le llama, también, cáncer emocional. Aunque los
investigadores todavía no saben cómo prevenir todos los tipos de cáncer, ya han detectado una de
las causas que lo provoca: la irritación constante. Fumar provoca el cáncer de pulmón porque la
nicotina y el alquitrán de los cigarrillos irritan los pulmones. Exponerse a las quemaduras
producidas por los rayos solares irrita la piel y esto incrementa la posibilidad del cáncer de piel. La
irritación emocional puede causar el equivalente al cáncer emocional. El peor tipo de irritación
emocional, aquello que destruye a la gente como un cáncer emocional, es no perdonar a los que nos
han lastimado u ofendido.

Relación entre perdonar y olvidar: Ya hemos visto que perdonar es una decisión de la voluntad. La
acción de olvidar, en cambio, tiene lugar en el ámbito de la memoria, que no responde
inmediatamente a los mandatos de la voluntad. Yo puedo decidir olvidar una ofensa y que se borre
aquel recuerdo, pero no lo consigo. La ofensa sigue ahí, en el archivo de la memoria, a pesar del
mandato voluntario. Lo primero que esto me dice es que olvidar no es lo mismo que perdonar, porque
yo puedo decidir perdonar y perdono, mientras que mi decisión de olvidar no tiene el mismo
resultado. El perdón, entonces, puede ser compatible con el recuerdo de la ofensa.
En cambio, la expresión “perdono pero no olvido” significa que, en el fondo, no quiero olvidar, y ese no
querer olvidar equivale a no querer perdonar. ¿Por qué? Cuando se perdona, se cancela la deuda del
ofensor, lo cual es incompatible con la intención de retenerla, de no querer olvidarla. En consecuencia,
si bien no podemos identificar el perdón con el hecho de olvidar el agravio, sí podemos decir
que perdonar es querer olvidar.
Ordinariamente, si la decisión de perdonar, que incluye el deseo de olvidar, de no registrar los insultos,
ha sido firme y se mantiene, el recuerdo de la ofensa irá perdiendo intensidad y, en muchos casos,
acabará extinguiéndose con el paso del tiempo. Pero aun si esto último no ocurriera, el perdón se
habría otorgado, porque su esencia no está en el hecho de olvidar, sino en la decisión de liberar al
ofensor de la deuda contraída. Una señal elocuente de que se ha perdonado, aunque no se haya
podido olvidar, es que el recuerdo involuntario de la ofensa no cuenta en el modo de conducirse con
el perdonado. Tal vez no sea posible olvidar, pero hay que proceder como si hubiéramos olvidado. El
verdadero perdón exige obrar de este modo. Porque el verdadero amor “no lleva cuentas del mal” (1
Cor 13, 5).
Por otra parte, ¿podemos decir que olvidar es perdonar? Ya hemos visto que se trata de dos acciones
distintas. Una ofensa se puede olvidar sin haber sido perdonada, aunque si el agravio ha sido intenso,
difícilmente se olvidará si no se perdona. Por eso, cuando la ofensa ha sido grande y se ha decidido
perdonarla, el olvido puede ser una clara confirmación de que realmente se ha perdonado. Borges
narra, con brillante imaginación, un supuesto encuentro de Caín y Abel, tiempo después del asesinato,
que ilustra lo que acabo de decir: “Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque
los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron.
Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna
estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel
la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera
perdonado su crimen. Abel contestó: “¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí
estamos juntos otra vez como antes”. Porque olvidar es perdonar -dijo Caín-. Ahora sé que en verdad
me has perdonado. Yo trataré también de olvidar”. Dios olvida la culpa: Un sacerdote cargaba por
muchos años la carga secreta de un pecado que había cometido muchos años atrás. Ya se había
arrepentido y confesado ante Dios pero no tenía paz en su corazón, no sentía que Dios lo había
perdonado. Un día, a una religiosa que tenía la fama de ser muy amiga de Dios, y que ocasionalmente
tenía sueños o visiones que Dios le daba, le dijo: dile al Señor que te diga cuál es mi pecado secreto,
que no me deja vivir en paz, a pesar de que lo he confesado ya. Unos meses después lo visitó la
religiosa y le dijo “anoche Dios me hablo!” “¿Y le preguntó de mi pecado secreto del pasado?” “si”
respondió “¿y que le dijo Dios?”. Y ella le contestó: “Me dijo: dile que no me acuerdo!”. El sacerdote le
dijo: entonces sí era Dios. Y si se olvidó de mi pecado es porque ya me lo ha perdonado. Porque Dios
cuando perdona olvida. Así le dice el profeta: “todos ellos me conocerán del más chico al más grande,
-oráculo de Yahveh- cuando perdone su culpa y de su pecado no vuelva a acordarme” (Jer 31,34; cf. Ez
18,22; 33,16; Hebr 10,17).
Perdonar como Cristo ¿Cuál es el estilo del perdón de Cristo? Pablo nos lo dijo: “Sean benignos entre
ustedes, misericordiosos, perdonándose unos a otros, como Dios los ha perdonado a ustedes en
Cristo” (Ef 4,32). ¿Cómo nos perdonó Dios? Borró completamente el libro donde estaban nuestros
pecados y ya no nos acusa por ellos. Podemos decir después de su perdón: ahora sí “borrón y cuenta
nueva”.
Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, Él inmediatamente echó “en lo profundo del mar
todos nuestros pecados” (Miq 7,19). Por su parte, David declaró: “Cuanto está lejos el oriente del
occidente, hizo alejar de nosotros nuestros pecados, nuestras rebeliones” (Salm 103,12).
¿Por qué usó David la frase “el oriente del occidente”, en vez de “el norte del sur”? La distancia. que
hay entre el Polo Norte y el Sur es exacta y medible. Por el contrario, nadie puede determinar dónde
empieza el oriente y dónde termina el occidente. Existe una distancia infinita e inmensurable entre los
dos! ¿Entiende lo que esto significa? Dios nos separó de todos nuestros pecados en forma total. De la
misma manera, nos manda que hagamos lo mismo y borremos el libro donde apuntamos las ofensas
de otros hacia nosotros!
Si perdonar equivale a olvidar, debemos tratar a nuestros semejantes con sinceridad y amor. Sobre
todo, cuando uno viene a nosotros y dice, “perdóname por la ofensa”, hemos de perdonar de todo
corazón. En el evangelista Mateo dice Jesús: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no
perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano” (Mt 18,35) Es una hipocresía abominable cuando
un cristiano dice “te perdono”, pero continuamente se acuerda del mal que se le ha
hecho. Debemos ordenar nuestra mente y andar en la verdad de Cristo. Si no lo hacemos, seremos
guiados por nuestra concupiscencia, y una vida así nos llevará al error y al pecado.
“Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a
quién se le perdona poco, poco ama” (Lc 7,47) ¿No es este el problema de muchos, “que aman poco”?
El perdón une a los hombres; el guardar rencor los distancia. El perdón sana las heridas del alma, nos
alivia en nuestras emociones y nos hace sentir bien, pues ya no hay nada que nos acuse porque
hemos perdonado como Dios en Cristo nos ha perdonado a nosotros.

Ejercicios sobre el perdon, 55


TERAPIA PARA PODER PERDONAR:
Como culminación de estos Ejercicios o terapia para el perdón les ofrezco la siguiente reflexión que les
puede ayudar cuando se vean incapaces de perdonar por la sensibilidad que hayan podido desarrollar
y para la curación de cualquier otra clase de enfermedades. El siglo XX ha sido siglo de grandes
alcances en lo espiritual y en lo tecnológico: los viajes espaciales a la Luna, el avance de la Cibernética,
el descubrimiento de la TV a Color, la comunicación por Satélite, el invento de la computación, la
navegación por Internet, los trasplantes de todo género. En lo religioso, se ha llegado a un
acercamiento entre la jerarquía y los laicos, a trabajar y a vivir el Ecumenismo; se dio una apertura a
los grupos carismáticos y a un tema, de gran ayuda para el mundo, el tema de la sanación
interior. ¿Quién iba a pensar que podía existir una manera de transformación de la sociedad, no
basada sólo en el capital, en la revolución, en la lucha armada, sino en la revolución de la conciencia,
en la sanación del interior?
Hoy el Señor sigue sanando: El sigue regalando nuevas estrategias y métodos de sanación. Libera a
muchas personas atadas por el mal. De un 100% de enfermedades que acosan al ser humano, un 10%
es ocasionado por enfermedades físicas; y un 90%, por enfermedades interiores, provenientes de
problemas psíquicos y daños en el espíritu. El espíritu humano se enferma, produciendo
enfermedades físicas. No siempre se puede afirmar que una enfermedad física es verdaderamente
física, pues puede provenir por un problema del alma, del espíritu, de cualquier área interior. Por esto,
se debe atender al ser humano en su integralidad: en su parte física, psicológica, o espiritual. La
enfermedad, que aparentemente aparece como una enfermedad física, puede ser psíquica, de
problemas en el espíritu, en la conciencia, en la voluntad. Para sanar esas enfermedades se recurre a
la sanación interior, de la voluntad que no quiere perdonar. Por este medio se pueden sanar las
impresiones más fuertes del interior y por consiguiente todas las enfermedades que se hayan dado
por esta causa. El Señor sigue sanando hoy como lo hacía ayer. Lo único que Él exige es un pequeño
deseo en la persona de ser curado, volverse a Dios y abrirle las puertas del corazón. La gracia Divina se
activa por la oración produciendo la curación. La sanación se hace de varias maneras: oración,
imponiendo las manos, oración por sanación interior, etc.
La imposición de manos: El Señor entregó a su Iglesia el don de orar imponiendo las manos. Aseguró
que se daría la curación imponiendo con fe las manos y orando: “a los que creyeren, los acompañarán
estos milagros: en mi nombre lanzarán demonios, hablarán nuevas lenguas, tocarán las serpientes, y
si algún licor venenoso bebieren, no les hará daño, impondrán las manos sobre los enfermos y
quedarán curados” ( Mc 16,17-18). Así actuaron los apóstoles: “Entonces les imponían las manos y
recibían el Espíritu Santo” (Hech 8,17-20).
La imposición de manos debe ir siempre acompañada con oración confiada y ferviente al Padre, para
que por medio de Jesucristo nos unja con el poder del Espíritu Santo, nos inunde con su amor, toque
al enfermo y le cure. Para un gran número de enfermedades se puede recurrir a la imposición de las
manos implorando la gracia de la curación. Así como el Señor concede la ciencia al médico para que
pueda curar al enfermo con las medicinas, de la misma manera, y aún más, concede discernimiento
espiritual para buscar en el interior de la persona la causa que produce la enfermedad. Cuando la
Palabra es pronunciada sobre la enfermedad esta produce un efecto que es incomparable con
cualquier otra medicina, ya que libera, desata, destruye el mal y toda causa interior que haya
producido la enfermedad. Es necesario pedirle al Señor, el carisma de la imposición de las manos y
ejercerlo como Dios manda: sin orgullo, sin vanagloria, sin creer que uno es el que hace la sanación,
pues quien cura es el Señor y sólo El. Las manos se imponen sobre la parte afectada orando por breves
momentos pidiendo que el dolor se retire, o que el Señor unja la parte afectada con el poder
maravilloso del Espíritu Santo.

La sanación interior: Salud interior es la purificación interior del ser humano, para que exista una
verdadera armonía entre el cuerpo, el alma y el espíritu. Para lograr esta armonía se requiere que la
persona, libre de las ataduras pueda vivir en paz consigo mismo, con los demás, y armonizar con Dios
Comunidad. La oración por sanación interior puede llegar a algunas enfermedades designadas como
psicosomáticas, es decir, enfermedades del cuerpo causadas por heridas emocionales, por pecados,
por el alejamiento de Dios, o por otras dificultades espirituales. La sanación interior puede ser de
varios tipos: Sanación de los recuerdos, sanación por el perdón, sanación de la culpabilidad, de
traumas ocasionados por la muerte de seres queridos, violaciones, o grandes impresiones. Se trata de
abrirse al amor misericordioso del Señor, fuente de donde mana el agua que purifica de toda impurea
o suciedad. La plenitud de la purificación interior se da a través del sacramento de la reconciliación. El
terapista de la salud interior ayuda a quienes no han podido abrirse al amor misericordioso del Señor
en el sacramento y la sanación de sus heridas. Por ello es aconsejable: invocar al Señor y alabarle: la
alabanza da al ser humano, más confianza y más seguridad para acercarse sin timidez; se le presenta
al Señor el problema: de su vida personal, familiar, el no querer perdonar, sus pecados, recuerdos,
resentimientos, culpabilidades, etc.; dejar al señor que hable, a través de la Palabra para que oriente
al paciente. Orar por el problema interior determinado, y a la vez por las enfermedades físicas que se
hayan presentado; no dejar pasar un cuadro existencial sin haberlo sanado, liberado, o perdonado, ahí
está el secreto de la sanación interior; dar gracias al Señor por la sanación interior y física de la
persona. Se puede imponer las manos en la cabeza de la persona por quien se ora, en la columna o en
el estómago. El orante terapista debe colocarse junto al Señor Jesús, dejarse acompañar de El y orarle
para que le fortalezca y le guíe en su trabajo. Luego sí, dice la siguiente Oración u otra
semejante:: Recibe el don del Espíritu Santo con sus gracias, dones, carismas y frutos; Siente el
Espíritu Santo que está ingresando a tu corazón, a tu alma, a tu espíritu. Déjalo entrar porque Él
quiere llegar hasta la profundidad de tu ser para sanarte. No le cierres el corazón, ni tu mente, no
dejes que nada, ni nadie sea obstáculo para tu encuentro con el Señor. Deja que el Espíritu Divino
sondee todo tu ser, déjalo entrar para que te produzca la salud interior. Abre todo tu ser y dispón tu
corazón para que el Espíritu Santo te envuelva profundamente. Deja que Él sondee y unja tus
recuerdos, tus experiencias traumáticas, déjalo que llegue a los momentos más dolorosos de tu vida.
Déjalo llegar a tu niñez, a tu juventud, a tu vida de familia, talvez llena de problemas y obstáculos.
Abandónate en el poder del Señor, que él te ama, él quiere entrar en ti como luz resplandeciente que
quiere destruir toda oscuridad y te quiere liberar de toda atadura. Siente el poder del Espíritu Santo,
experimenta sus gracias, su bendición, siente cómo la luz del Espíritu Santo te está lavando,
purificando, desatando de toda clase de atadura, enfermedad; siente el resplandor de su luz.
Abandónate en la Gloria de Dios y deja que el Señor te bendiga, te purifique y te libere.
Prosigue: Espíritu Santo, llena e inunda a este hermano N.N que confía en ti, en tu amor, en tu poder,
en tu misericordia; que quiere ser sanado interiormente, entra en la profundidad de su ser, cada vez
más profundo, llega hasta sus recuerdos más profundos, hasta la causa de sus conflictos, problemas,
traumas, emociones; llévalo hasta las raíces más profundas de su problema, de sus dificultades
personales, familiares, sociales, religiosas; espíritu santo, sondéalo interiormente, porque tú lo
conoces, porque tú lo amas, porque tú, espíritu Santo lo haz guiado desde la experiencia de
Fecundación, de desarrollo en el seno materno hasta el día de hoy. Derrama Espíritu Santo, el fuego
Divino para que queme todo mal interior, derrama el agua divina para que lave todo mal, úngelo con
tu Ungüento Divino para que depure todas sus heridas; limpia toda enfermedad y purifica todo el
corazón de este hermano. Gracias Espíritu Santo, porque ya haz llevado a este hermano hasta sus
recuerdos más profundos, a sus temores más íntimos, a sus lazos esclavizantes, apegos,
preocupaciones, miedos, traumas, complejos, inseguridades que están escondidos en su interior, que
subyacen en la profundidad de sus recuerdos y teme recordarlos. Gracias Espíritu Santo porque este
hermano va a ser sanado de todo mal y perdonado de todo pecado. Gracias Espíritu Santo porque
este hermano ya está experimentando el resplandor de tu luz, porque ya está viviendo tu amor, tu fe,
tu poder, tu calor, tu bondad…
A modo de ejemplo, veamos un caso de resentimiento de una mujer hacia otra, que le quitó el
marido. La oración de sanación con el perdón, se realiza, colocándose con la otra persona junto a
Jesús vivo, amoroso. Se exhorta a la paciente a entregar su problema de resentimiento en la oración,
segura que de esa manera se va a sanar. Se empieza la oración mirando a los ojos del Señor y luego a
la otra persona: alabando, glorificando, dando gracias al Señor por el amor que le da a esa persona, a
mí. Y esto un buen rato hasta que me dé cuenta que lo estoy haciendo de todo corazón. Luego alabo,
glorifico, doy gracias al Señor por el amor que me da a mí. Hasta que me dé cuenta que lo estoy
haciendo de todo corazón. Le doy gracias, alabo, glorifico al Señor por le perdón que le da al persona,
hasta que me dé cuenta que lo hago de todo corazón. Luego le digo a la persona: te perdono con el
perdón con que el Señor te perdona y esto hasta que me dé cuenta que lo estoy haciendo de todo
corazón. Termino agradeciendo al Señor por su amor, por el amor que ha derramado en nosotros y
por haberme dado la gracia de perdonar de corazón.
Sanación de los recuerdos: Generalmente, la sanación de recuerdos, se realiza a través de la
regresión, llevando a la persona hasta que se descubra el momento en donde está, incluyendo el año.
Se lleva a la persona al estado de la interiorización profunda. Se realiza un recorrido de toda su vida,
empezando por el momento en que se inicia en el seno materno, el nacimiento, su infancia, cinco,
diez, doce años; adolescencia, juventud, edad adulta, momento actual. Se puede orar, más o menos,
de la siguiente manera: Señor, te presento los conflictos internos, que esta persona recuerda en este
momento y que aún tiene en su interior: cura Señor, todo problema, libera Señor, todo recuerdo,
retira Señor Jesús, todo mal recuerdo del pasado. En este problema concreto, que le ha afectado,
Señor, sánala totalmente.

P
o

Ejercicios sobre el perdon, 62 (Ultimo)


s
t
e
d
PERDONAR, SANAR, RESTAURAR, RENOVAR…
b
“El
y mayor espectáculo del mundo es ver un hombre esforzado luchando solo contra la adversidad;
pero hay uno todavía más sorprendente y es el ver a otro hombre lanzarse en su ayuda sin que este se
lo pida”
Valores humanos: viviendo la sobriedad. Vivir la sobriedad nos permite controlar nuestros deseos e
impulsos, sin embargo no siempre es fácil saber aplicar este valor en la vida ordinaria.
Porque existen recuerdos, situaciones, acontecimientos, personas, que más que huellas han dejado
heridas en el alma y se convierten en la piedra en el zapato que no nos deja avanzar puesto que duele
y lastima cada vez que intentamos caminar. Por esto urge, es necesario aprender a perdonar…
Y el perdón… es la medicina que sana el dolor del alma, es el sentimiento que devuelve la esperanza,
es el milagro que renueva o restaura, es la magia que nos permite recordar sin sufrir, y muchas veces
olvidar aquello que tanto nos hizo llorar, nos robó la fe en el amor, en la amistad, en Dios, en uno
mismo, en los demás.
Perdonar: Por ello debemos aprender a Perdonar; quizás a Dios, no porque haya hecho algo mal… sino
por aquello por lo que lo hemos culpado: enfermedades, accidentes, consecuencias de los errores de
la humanidad, infertilidad, hijos con características no esperadas, abundancias o carencias,
inconformidades propias que nos impiden encontrar la paz. Hacemos de nuestra oración un muro de
lamentos, nos alejamos de El porque no logramos entender o discernir cuál es su voluntad, le
culpamos de los errores de otros…
Sanar: Para poder renovar nuestro interior, es preciso liberar de toda culpa a Dios, aprender a
descubrir y experimentar su inmenso amor y encontrar en él la sanación interior…
Hay casos en los que nos cuesta reconocer, que es a nosotros mismos a los que debemos perdonar;
porque nos culpamos de muchas de las cosas que pasan a nuestro alrededor, juzgamos muy
severamente nuestros errores, nos atormentamos por lo que dejamos de hacer o hicimos mal;
divorcios, muertes, separaciones, palabras dichas y otras que no se dijeron, flores marchitas, historias
de amor y amistad que no lograron terminar de escribirse o que tuvieron un triste final… y nos
quedamos estancados en el pasado sin poder avanzar; negándonos la oportunidad de empezar de
nuevo, liberarnos, restaurar, renovar…
Perdonarnos, es ser capaces de aceptar e indultar nuestra propia humanidad; pasar la hoja,
atrevernos a escribir un nuevo capítulo de nuestra historia personal.
Para encontrar la paz del alma, hace falta perdonar también a los demás; la palabra que dolió, la
traición que golpeó, la acción que la vida destrozó, el abandono que dejó vacíos internos, la omisión,
la indiferencia, los acosos, el cansancio, la fragilidad humana del otro que tanto hirió, que robó La fe,
la esperanza de creer en el amor, en la amistad, aún en el mismo perdón…
Perdonar al otro es liberarnos de sentimientos que causan mucho más dolor; porque nos encasillan en
hechos que ya pasaron, en tormentas que cesaron, en diluvios y terremotos que aunque arrasaron
con lo mejor de nosotros mismos, no todo se lo han robado; porque mientras nuestro corazón siga
latiendo, tenemos la oportunidad de seguir viviendo, restaurando lo que está destruido, renovar el
corazón herido, devolviendo la fe y la paz que se había perdido…
Restaurar: El perdón sale de nosotros mismos, de nuestra capacidad de amar, de volver a empezar… El
aprender a perdonar surge de esa experiencia que tengamos del Amigazo Dios que nos enseñó a
perdonar, saldando El mismo todas nuestras deudas, liberándonos de toda culpa, regalándonos la
nueva vida en el amor que a diario nos manifiesta, en esa cruz, que más que condenarnos nos redime
y nos libera…
Perdonar es empezar de nuevo, amar con tanta intensidad que hagamos del perdón el milagro que
restaure nuestra vida, le devuelva la paz y la esperanza perdida; y nos llene de fuerza y fe para hacer
nuestros sueños realidad….
Renovar: Por ello, revisa tu interior y piensa: ¿Qué te hace falta perdonar? ¿Qué te impide avanzar?…
¿Estás listo para empezar de nuevo, reparar, restaurar, renovar?… Solo Dios nos da esa capacidad de
perdonar; de El recibimos y aprendemos el perdón que le devuelve la paz al corazón… Cada día en
nuestra oración repetimos: Perdónanos como perdonamos… Digámosle también, enséñanos a
perdonar como Tu nos has perdonado…
La colección completa está aquí. El autor de esta colección sobre el perdón es el P. Jaime Forero,
Terciario Capuchino fallecido el 11 de Abril de 2007, aunque él se apoyó ampliamente en textos de
otros autores, de modo que su trabajo no tiene pretensión de originalidad sino sólo de servicio.

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