El Consejo Psicologico
El Consejo Psicologico
El Consejo Psicologico
EL CONSEJO PSICOLÓGICO
El hombre para obrar debe guiarse por la inteligencia que capta la realidad. La
voluntad tiene por objeto el bien presentado por la razón; o sea, el orden moral objetivo lo
alcanza la voluntad con el conocimiento, y este conocimiento es la conciencia que aplica
las normas a los actos concretos. Nos dice el Beato Juan Pablo II, en su Carta Encíclica
Veritatis Splendor :
2
que el que tiene una grave patología psíquica, un desorden profundo, es una persona que
“ha perdido la razón”.
Dice taxativamente Aristóteles: «El hombre feliz es el que vive bien y obra bien
porque virtualmente hemos definido la felicidad como una especie de vida dichosa y de
conducta recta.» 6 Sin duda si uno obra bien, su conciencia no tiene nada que reprocharle,
vive bien y es feliz.
Pero vayamos al tema que nos ocupa, que es el del consejo o deliberación previa
a la elección que nos lleva a obrar, y mediante lo cual se va perfilando nuestra
personalidad. O sea en base a las elecciones y nuestras conductas.
Cuando uno tiene que actuar debe aplicar los principios universales a lo singular y
concreto, en lo cual por la variabilidad de las circunstancias y su contingencia, se da una
gran incertidumbre que hace necesario el esfuerzo por comprender la situación y
deliberar, antes de elegir un medio y decidir lo que se ha de hacer. El consejo es un acto
de la razón práctica que se halla bajo la influencia y moción de la voluntad. Todo el
proceso deliberativo es un movimiento de la razón práctica, un acto de entendimiento
impregnado de voluntad, que se mueve por el amor al fin. Aquí se da una investigación y
análisis de los medios según la intención precedente del fin, que justamente mueve a la
razón a buscar los medios adecuados a ese fin.
Dice Santo Tomás que el consejo pertenece a la voluntad, que le da la materia y el
motivo de la deliberación, pero también a la razón que investiga y reflexiona. 7 Son las dos
potencias, inteligencia y voluntad las que aquí interactúan.
Por eso vimos que era importante hablar del consejo psicológico, porque el
psicólogo debe ayudar en esta deliberación que precede al juicio y a la elección de lo que
se ha de hacer, y ser un buen instrumento para que la persona sepa cómo obrar
moralmente bien para llevar una vida feliz (y virtuosa) que se identifica con la salud
psíquica. Lo propio del ser humano es moverse por la indagación de la razón o
deliberación, y eso es lo que llamamos consejo. La mayoría de las personas que nos
consultan vienen angustiadas por conductas o actitudes equivocadas en su vida,
situaciones que las hacen sufrir. Quieren saber qué hacer, cómo actuar para solucionar
sus problemas, que cada vez se profundizan más si no se delibera correctamente y si se
cometen nuevos errores.
6
Ibid, Libro 1, 8 (Bk1098b20)
7
S. Th. I-II q 14 a 1 ad 1
6
Considero que aquí se dan dos circunstancias (y que también las tuvo en cuenta
Santo Tomás al analizar este tema):
1) la de aquellas personas que queriendo el fin verdadero o al menos
conociéndolo concientemente, han actuado o actúan en general sin haber deliberado y
buscado el consejo necesario. Esto es bastante corriente hoy en día, porque ya hay varias
generaciones que no están educadas para obrar racionalmente, sino que sus conductas
son impulsivas –se mueven por ese “hacer lo que me gusta” o lo que “me da placer”–
buscan su propio bienestar, siguen sus pasiones desordenadas, o simplemente rechazan
el papel de la razón en la vida moral. La usan para los negocios, para ganar más dinero,
para organizar las vacaciones, etc., pero no para hacer elecciones sensatas y razonables
respecto de su vida moral.
2) la de otras que han buscado y pensado los medios, pero según fines aparentes
o ficticios, ya sea consciente como inconscientemente, o sea deliberaron movidos por una
voluntad torcida; y ya hay un cierto deterioro en la razón en cuanto ignora el fin mismo.
En todos los casos el psicólogo debe ser la persona que “le ayude a pensar”, a
reflexionar, a deliberar sobre las situaciones concretas de su vida; y a buscar los caminos
rectos hacia el único fin. Este es el papel del “consejo psicológico”. Seguimos a Aristóteles
y a Santo Tomás que –con su sabiduría– afirman que el consejo versa sobre los medios,
porque el fin ya está determinado. El consejo se refiere a aquellas cosas que son
inciertas y sobre las que hay que deliberar. Por eso si algo es dudoso, no es fin 8; el fin no
se elige, por lo tanto tampoco es objeto de deliberación. Sin embargo muchas veces, en
la práctica psicoterapéutica, es necesario empezar por algo más fundamental, y es que la
persona debe encontrar el verdadero fin, el fin del hombre. El paciente debe plantearse
mejor lo que quiere en su vida como fin de sus acciones, porque quizás no es el
verdadero fin del hombre el que lo mueve, y por eso se está frustrando y se siente mal.
Precisamente el neurótico, por definición –según las investigaciones del psiquiatra Alfred
Adler– actúa según un fin ficticio y aparente. A veces sucede que el fin se conoce en la
teoría, pero en la práctica no se sigue. Todo hombre sabe que quiere ser feliz, pero no
todos aciertan a encontrar lo que los hace felices y son muchos los que se equivocan, y
esto ya lo decía Aristóteles.9
8
S. Th. I-II q 14 a 2 ad 1
9
Cf. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, Libro 1
7
10
S. Th. I-II q 14 a 2 corpus
11
S. Th. I-II q 14 a 2 ad 2
8
12
S. Th. I-II q 14 a 3 ad 4.
13
S. Th. I-II q 14 a 6 corpus
9
más o menos así: 'No hay que hacer ningún pecado' 'Esto me es deleitable. Por tanto lo
hago'.
Sin hacer grandes distinciones y tomándolo de un modo general, podríamos decir
que el incontinente es el que se aparta en su actuar de aquello que es conforme a la
razón, pero cuando todavía se supone una cierta rectitud respecto del fin, al menos en
teoría (S. Th. II-II q 156 a. 3 ad 2). Porque en los casos en que la razón está corrompida
respecto del fin último, hay que hacer primero una rectificación de este punto, como vimos
más arriba.
Es claro para el Santo Doctor que la causa esencial del que obra movido por la
pasión, está en el alma, por eso también lo puede tratar un psicólogo (S.Th. II-II q. 156 a.
1). Hay dos tipos de incontinencia:
1) el actuar antes de escuchar el juicio de la razón, o sea cuando no ha
deliberado o pensado bien las cosas antes de obrar y
2) cuando hay una deliberación y un juicio, pero no lo sigue por debilidad, no
persevera en el consejo o deliberación.
Tanto para Aristóteles como para Santo Tomás –y en esto coincide la psicología
contemporánea– estas son conductas propias de los niños o de los inmaduros
podríamos decir, y por eso la curación debe darse mediante una educación o re-
educación, como pretendía el psiquiatra Rudolf Allers respecto de la psicoterapia. Igual
que a los niños pequeños, a estas personas hay que ayudarlas a usar su razón, a
reflexionar antes de actuar. Es necesario que aprendan a usar su inteligencia e ir
formando una recta conciencia. También la corrección, en el sentido de aprender a
refrenar los actos impulsivos.
Pero como muy bien aclara Santo Tomás todo esto no es suficiente, se requiere la
ayuda interior de la gracia.
Además de este modo de pensar erróneo a través del silogismo del vicioso y del
incontinente y que lleva a obrar mal, no podemos dejar de considerar en este problema
contemporáneo del error en la deliberación o consejo, un vicio intelectual propio de
nuestra cultura, que es el de la contradicción, el pensar contradictorio. Los hombres de
hoy en día –influenciados por el idealismo moderno que se ha introducido especialmente
en las ciencias como la psicología, la filosofía, la teología– tienen un pensar confuso,
que sin duda predispone para la enfermedad mental o, mejor dicho, ya constituye una
patología, debido al poder de la imaginación sobre la realidad y a la falta de claridad en el
11
«Los hijos de Dios son movidos por el Espíritu Santo según el modo propio
de ellos, salvando siempre su libertad, que pertenece a la voluntad y a la
inteligencia. Así, en cuanto que la razón es instruida por el Espíritu Santo sobre lo
que se debe hacer, es propio de los hijos de Dios el buen consejo.» (S. Th. II-II q.
52 a 1 ad 3)
«La mente humana, al ser dirigida por el Espíritu Santo, se hace apta para
dirigirse a sí misma y a los demás.» (S. Th. II-II q. 52 a 2 ad 3)