El Caso Dora
El Caso Dora
El Caso Dora
El caso Dora
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SIGMUND FREUD
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EL CASO DORA
El caso Dora
Fragmento de análisis
de un caso de histeria
Sigmund Freud
Traducción directa del alemán de José L. Etcheverry
Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
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SIGMUND FREUD
El título original en alemán de la presente obra de Sigmund Freud, cuyos
derechos se consignan a continuación, figura en la página 35.
© Copyright de las obras de Sigmund Freud, Sigmund Freud Copyrights Ltd.
© Copyright del ordenamiento, comentarios y notas de la edición inglesa,
James Strachey, 1953
© Copyright de los prólogos, notas y agregados de la edición francesa, Pres-
ses Universitaires de France, 2006
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www.amorrortueditores.com
Traducción directa del alemán de las obras de Sigmund Freud: José Luis
Etcheverry
Traducción de los comentarios y notas de James Strachey: Leandro Wolfson
Traducción de los prólogos, notas y agregados de la edición francesa: Horacio
Pons
Asesoramiento: Santiago Dubcovsky y Jorge Colapinto
Corrección de pruebas: Rolando Trozzi y Mario Leff
Publicada con autorización de Sigmund Freud Copyrights Ltd., The Hogarth
Press Ltd., The Institute of Psychoanalysis (Londres) y Angela Richards.
Freud, Sigmund
El caso Dora. Fragmento de análisis de un caso de histeria. - 1ª ed. - Buenos
Aires : Amorrortu, 2016.
184 p. ; 21x12 cm.
Traducción de: José Luis Etcheverry
ISBN 978-950-518-863-5
1. Psicoanálisis. I. Etcheverry, José Luis, trad. II. Título.
CDD 150.195
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provin-
cia de Buenos Aires, en septiembre de 2016.
Tirada de esta edición: 3.000 ejemplares.
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EL CASO DORA
Índice general
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SIGMUND FREUD
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EL CASO DORA
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SIGMUND
C FREUD DE ESTA EDICIÓN
ARACTERÍSTICAS
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EL CASO DORA
Lista de abreviaturas
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SLIGMUND FREUD
ISTA DE ABREVIATURAS
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EL CASO DORA
Prólogo
François Robert
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Esta lógica del enfrentamiento perdura incluso en el Epílo-
go y en el relato que Freud hace de su último encuentro con Do-
ra, quince meses más tarde (fines de marzo de 1902). «De-
mandaba mi ayuda por una neuralgia facial, del lado derecho».
Lo que Freud lee en ese nuevo síntoma de conversión del
cual parece pensar, además, que ha sido fabricado para la
ocasión son las huellas del autocastigo y del remordimiento
por la bofetada asestada al señor K., así como el desaire que le
ha infligido también a él al interrumpir el análisis (pág. 168).
A la pregunta de Freud acerca de cuánto hace que apareció la
neuralgia, Dora responde: «Desde hace justamente catorce
días». No se sabe aquí cuál es el más astuto de los dos. Freud,
al hacer la pregunta, obtiene una respuesta que lo satisface:
«hace catorce días», es decir, cuando apareció en la Wiener
Zeitung la noticia de su nombramiento como Professor ex-
traordinarius. Pero la pregunta reproduce la que había abierto
la última sesión, y Dora, al recordar la despedida, da en el
blanco. Así termina una relación que vira del enfrentamiento
inicial al «combate», hasta asumir la dimensión grandiosa de
una «lucha» con el demonio. En el momento de clausurar la
historia del caso, Freud sólo retiene del análisis las mociones
hostiles movilizadas en la transferencia. «Quien, como yo,
convoca los más malignos demonios que moran, apenas con-
tenidos, en un pecho humano, y los combate, tiene que estar
preparado para la eventualidad de no salir indemne de esta
lucha» (pág. 154). Al romper, Dora fue y siguió siendo para
Freud el demonio no domado del todo.
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PRÓLOGO
A la inversa, en la acusación lanzada contra el señor K.,
centrada en la escena a orillas del lago, Dora se mantiene eva-
siva. «No me resultaba fácil, por lo demás, guiar la atención
de mi paciente hacia su trato con el señor K.» (pág. 70). Hasta
la última sesión, en la cual cobra vida, la escena al borde del
lago es una escena detenida, reducida a algunos elementos:
los avances del señor K., la bofetada de Dora, el hombre que
queda «plantado». La escena se malogra y nada surge de ella.
Freud escribirá más adelante: «Incontables veces me empeñé
en traer al análisis esa vivencia, pero mi exhortación directa
nunca conseguía sino la misma descripción mezquina y lagu-
nosa».2
Ya se trate de su detallada acusación contra el padre o de su
descripción lagunosa en la acusación contra el señor K., hay
algo que «el trabajo conceptual no puede resolver». Dora su-
fre de un trastorno del pensamiento, o, más exactamente, de
un «itinerario de pensamientos» consciente demasiado inten-
so, que «debe su refuerzo a lo inconsciente» (pág. 95) y no
puede ser ni «destruido ni eliminado». En el resto del capítu-
lo, Freud se empeñará en esa tarea, a lo largo de una demos-
tración irrefutable en la que saca a la luz la historia amorosa
secreta de Dora y vuelve contra ella las acusaciones plantea-
das contra el padre y el señor K. Freud invoca en este caso el
modelo de la «devolución al remitente». Frente a su padre y a
la señora K., Dora es remitida a sus propias mociones amoro-
sas y celosas, así como frente al señor K. es remitida a sus
propios «pensamientos de tentación».
Al final de esta larga exposición, Dora, que era la quere-
llante, se convertirá en la culpable: cómplice de las maniobras
de su padre y simuladora ella misma, que se vale de su enfer-
medad como instrumento de poder. Del estatus de muchacha
habrá de pasar al rango de mujer, una mujer enamorada, su-
que», OCP, 12, pág. 253 {«Contribución a la historia del movimiento psi-
coanalítico» (1914d), AE, 14, pág. 10}.
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PRÓLOGO
explicación teórica general, Freud vuelve al amor sofocado
por el señor K. El amor renovado por el padre era ya un «sín-
toma reactivo» (pág. 98); el amor homosexual de Dora sería
también un simple amor sustitutivo (vicario) y reactivo (re-
forzado).
La explicación psicoanalítica se propone en un segundo
tiempo. «La moción de celos femeninos [Dora celosa, como
una mujer, de la señora K., que le había arrebatado a su pa-
dre] estaba acoplada en el inconsciente con unos celos como
los que sentiría un hombre [Dora celosa, como un hombre, de
su padre, que le había arrebatado a la mujer amada]»* (pág.
104). Esta penúltima proposición puede someterse a otras va-
riaciones, por el lado de la identificación con el señor K. y
con el padre. Lacan ha dado varias versiones de lo que puede
ser el deseo de la histérica en el caso de Dora: por ejemplo,
que esta se esfuerza por «sostener el deseo del padre, por pro-
curación»,3 o intenta «aceptarse como objeto del deseo del
hombre».4
La última proposición es también la última frase del capí-
tulo. «Estas corrientes de sentimientos varoniles o, como es
mejor decir, ginecófilos han de considerarse típicas de la vida
amorosa inconsciente de las muchachas histéricas». Freud
interrumpe aquí la crónica amorosa de Dora. Lo que merece
seguirse, en cambio, es el término «ginecófilo», utilizado por
él las dos veces en que se trata de la homosexualidad de Dora.
Esta nueva denominación siempre enigmática «dice me-
jor» y más que «homosexualidad masculina», pero dice me-
nos que «homosexualidad femenina».
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gales. Freud prosigue sin transición: «Medea [la señora K.] se
avino enteramente a que Creusa [Dora] se congraciase con
los dos niños [de los K.]; y tampoco hizo nada para estorbar
la relación del padre de los niños con la muchacha» (pág. 102).
En la época de su «mayor confianza», por lo tanto, Dora y
la señora K. habían compartido el dormitorio, del que habían
«desterrado» (ausquartiert) al señor K. (idem). El marido el
hombre también puede ser desalojado. En una nota relativa
al primer sueño (pág. 108, n. 7), Freud, valiéndose de su sa-
ber sobre la simbólica sexual, recuerda, «sin decírselo todavía
a Dora», que la habitación (Zimmer) representa con bastante
frecuencia a la mujer (Frauenzimmer, palabra que en alemán
designa de manera un tanto peyorativa a esta). En consecuen-
cia, la mujer puede estar «abierta» o «cerrada», y es «bien no-
torio», prosigue Freud, «cuál es la llave que abre en este ca-
so». Pero elude la significación literal de Frauenzimmer (habi-
tación de las mujeres). Hay habitaciones donde el hombre no
entra: el sector de las mujeres, el gineceo.
En contraste, Freud insistirá mucho en lo que respecta al
amor de Dora por la señora K. La acusación que la primera
hace contra la segunda disimula su propia tentación: «la ten-
tación de mostrarse complaciente con el hombre» (pág. 115),
«ceder a su [propia] tentación» (pág. 112), «entregársele»
(pág. 130). El proceso que la joven intenta contra el señor K.
es desestimado en dos oportunidades. De la escena al borde
del lago Dora tiene entonces dieciséis años, Freud dirá:
«Una muchacha normal (. . .) habría resuelto por sí sola unos
asuntos de esa clase» (pág. 138). En cuanto a la otra escena,
de dos años antes, cuando el señor K. la atrajo a su tienda,
donde la estrechó contra él y le estampó un beso en los labios,
Freud sólo se quedará en un principio con la reacción anor-
mal de la niña. Y el asco que sintió en el momento del beso lo
llevará a esta conclusión: «la conducta de la niña de catorce
años es ya totalmente histérica» (pág. 66).
Esta escena del beso, «la segunda en la serie pero la prime-
ra en el tiempo» (idem), podría haber constituido un punto
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tendrá en el pensamiento de Freud la misma dignidad que el
antiguo modelo exógeno.
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PRÓLOGO
mismo tiempo suele manifestarse mediante un simultáneo
tironeo rítmico del lóbulo de la oreja y el apoderamiento de
una parte de otra persona (casi siempre de su oreja) con el
mismo fin».7 En Dora, el chupeteo de sus primeros años es
una «manera completa de autosatisfacción», que se acompaña
de una primera manera de satisfacción masturbatoria (el
tironeo rítmico).
Los labios son, pues, la «zona erógena primaria» de Dora.
En la escena de la tienda han sido excitados de nuevo por el
beso, pero, dado que esta zona erógena ya estaba «mal acos-
tumbrada (. . .) por el chupeteo infantil», el placer normal-
mente esperado se ha transformado en displacer a causa de la
represión de «la zona erógena de los labios» (pág. 68). «En
lugar de la sensación genital que en tales circunstancias una
muchacha sana no habría dejado de sentir, le sobreviene la
sensación de displacer [en el nivel de la zona bucofaríngea]
propia de la mucosa del tramo de entrada del aparato digesti-
vo, vale decir, el asco» (pág. 67).
La otra reconstrucción no comunicada a Dora es la
que sexualiza por entero la escena, al suponer otro «contac-
to» entre el órgano genital masculino y el órgano genital fe-
menino («la presión del miembro erecto contra [el] vientre»).
«Esta percepción repelente para ella fue eliminada en el re-
cuerdo, fue reprimida y sustituida por la inocente sensación
de la presión en el tórax». Ya no queda sino determinar el lu-
gar preciso del cuerpo que probablemente ha sido excitado
de tal modo. Freud no lo duda: es el clítoris. «La presión del
miembro erecto tuvo probablemente por consecuencia una
alteración análoga en el correspondiente órgano femenino, el
clítoris» (pág. 68). ¿Por qué el clítoris? Porque es el «órgano
femenino» externo y porque Freud ha decretado que es él,
conforme le escribe a Fliess en la carta 146: «Me refiero a la
zona genital masculina, la región del clítoris, en la que duran-
7 Sigmund Freud, Trois essais sur la théorie sexuelle, OCP, 6, pág. 115
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el fluor albus). Freud se apodera inmediatamente de ese dato:
«Le salí al paso asegurándole que el fluor [albus] de las jóve-
nes solteras era, a mi juicio, indicio preferente de masturba-
ción» (pág. 118).
Empujado a probar la masturbación, Freud interrumpe la
ilación de pensamiento anterior de Dora: la madre tiene un
«catarro», que el padre, con su enfermedad venérea (sexua-
da), le ha contagiado. «Comprendí entonces que tras la ila-
ción de pensamiento que acusaba expresamente al padre se
escondía, como es habitual, una autoacusación [y le] salí al
paso. . .». Una vez más, al volver de inmediato la acusación en
contra de Dora, Freud evita al padre sexual y culpable, y an-
tes que la enfermedad sexuada de este, prefiere el asco histé-
rico ligado a «la secreción anormal de la mucosa de la vagina»
(pág. 126).
Las asociaciones del sueño precisarán la ilación de pensa-
miento de Dora, así como la de Freud. «Soy la hija de papá.
Tengo un catarro como él. Él me ha enfermado, como en-
fermó a mi mamá. De él tengo las malas pasiones que se ex-
pían por la enfermedad» (pág. 125). Dora acusa confusa-
mente; sólo sabe que su padre ha «contagiado» (übertragen)
su enfermedad sexuada a su madre y a ella misma, sin dife-
renciar con claridad entre una transmisión hereditaria y una
transmisión por comercio carnal (pág. 117). Sífilis o gono-
rrea, el distingo no es importante; la enfermedad del padre
únicamente puede ser, a imagen de la suya, un «asqueroso
flujo». Dora se interroga sobre la transmisión del mal sexuado
por el padre.
Sin embargo, para Freud, el asqueroso flujo aporta «otra
motivación» al asco experimentado durante la escena del be-
so; es el asco ligado al fluor albus el que ha sido «transferido»
(übertragen) al contacto con el hombre (pág. 127). Freud si-
gue aquí su propio razonamiento: la conversión que origina
el síntoma ya se definía como la «transferencia» de la excita-
ción psíquica a lo corporal (pág. 93); la transferencia designa
ahora el desplazamiento al cuerpo de Dora y la proyec-
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anuda los dos hilos de la historia, el del amor inconsciente re-
primido y el de la sexualidad infantil: «si Dora se siente in-
capaz de ceder al amor por ese hombre, si llega a reprimirlo
en vez de entregársele, con ningún otro factor se entrama esta
decisión de manera más íntima que con su prematuro goce se-
xual y sus consecuencias, el mojarse en la cama, el catarro y el
asco» (pág. 130). Si Dora, convertida en mujer, «se siente in-
capaz» de ceder a la tentación amorosa que la empuja hacia
el señor K., es porque ha conocido de niña, demasiado pronto
y con demasiada intensidad, el goce sexual. El goce sexual
prematuro de la masturbación ha dejado huellas externas e
internas: el flujo que moja la cama, el flujo del fluor blanco y
el flujo del asco que refluye a los labios, ya «mal acostumbra-
dos» por el chupeteo. El desborde sexual infantil práctica-
mente no deja alternativa a Dora: «o bien la plena entrega a la
sexualidad, sin resistencia alguna y lindante con lo perverso,
o bien, por reacción, su desautorización y la contracción de
una neurosis».
Freud lo ha enunciado en las palabras preliminares. La his-
teria impone develar «las intimidades de la vida psicosexual»
(pág. 42). En ese sentido, el análisis de Dora es, a su juicio, un
éxito: el secreto la masturbación infantil ha sido descu-
bierto; pero sucede también que este análisis sigue obedecien-
do a un antiguo modelo médico. «Reclamaré para mí simple-
mente los derechos del ginecólogo o, mejor dicho, unos mu-
cho más modestos» (pág. 43), escribe Freud: esto es, dere-
chos que no implican otra puesta al desnudo, otra desnudez,
que la efectuada por su interrogatorio. Esta afirmación de los
«derechos» del médico se formula casi en los mismos térmi-
nos en un texto escrito a comienzos de 1898: «El médico, oi-
go decir, no tiene ningún derecho a inmiscuirse en los secre-
tos sexuales de sus pacientes, a herir groseramente con ese
examen su pudor (. . .). La lesión del pudor en que de ese mo-
do incurre no es diversa ni más enojosa, se diría, que la ins-
pección de los genitales femeninos por él emprendida para
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