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Cuento de Moraleja

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Cuento de moraleja: Como se hizo la lluvia

Cuentan que hace mucho, muchísimo tiempo, una gota de agua se cansó de estar en el mismo
lugar, y quiso navegar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras
tierras.

Tanto fue el deseo de la gotica de agua, que un día le pidió al Sol que le ayudara: “Astro rey,
ayúdame a elevarme hasta el cielo para conocer mejor el mundo”. Y así lo hizo el Sol. Calentó
la gotica con sus rayos, hasta que poco a poco, se fue convirtiendo en un vapor de agua.
Cuando se quedó como un gas, la gotica de agua se elevó al cielo lentamente.

Desde arriba, pudo ver el lugar donde vivía, incluso más allá, puedo ver otros rincones del
mundo, otros mares y otras montañas. Anduvo un tiempo la gotica de agua allá en lo alto.
Visitó lugares desconocidos, hizo amistades con los pájaros y de vez en cuando algún viento
la ponía a danzar por todo el cielo azul.

Sin embargo, a los pocos días, la gotica comenzó a sentirse sola. A pesar de contar con la
compañía de los pájaros, y la belleza de la tierra vista desde lo alto, nuestra amiga quiso que
otras goticas de agua le acompañaran en su aventura, así que decidió bajar a buscarlas y
compartir con ellas todo lo que había vivido.

“Viento, ayúdame a bajar del cielo para ir a buscar a mis amigas” Y el viento así lo hizo.
Sopló y sopló un aire frío que congeló la gotica hasta volverse más pesada que el aire, tan
pesada, que pronto comenzó a descender desde las alturas.

Al aterrizar en la tierra, lo hizo sobre un campo de trigo, donde había muchas goticas que
recién despertaban hechas rocío mañanero. “Queridas amigas, acompáñenme hasta el cielo”
gritó la gotica y todas estuvieron de acuerdo. Entonces, el Sol las elevó hasta lo alto donde
se convirtieron en una hermosa nube, pero al pasar el tiempo, las goticas quisieron bajar
nuevamente a contarles a otras goticas sobre lo que habían visto.

Y desde entonces, siempre que llueve, significa que cada gota de agua ha venido a buscar a
su amiga para jugar y bailar en el cielo.
Cuento con moraleja: El carrete mágico
Había una vez un pequeño príncipe, inquieto y travieso, que no le gustaba estudiar. Cuando
sus padres le reprendían, se lamentaba diciendo: “¡Qué ganas de ser grande para hacer todo
lo que quiera!”.

Un buen día, mientras se encontraba en su cuarto, descubrió junto a la ventana una bobina
con hilos de oro. Ante la mirada sorprendida del principito, la bobina le habló con voz
melodiosa: “Querido príncipe : He escuchado tus deseos de crecer pronto y te daré una
oportunidad. A medida que desenrolles mis hilos, podrás avanzar por los días de tu vida. Pero
ten cuidado, pues el hilo que se suelta no regresa, y el tiempo pasado no podrá ser recuperado
jamás”.

Sin poder resistir su curiosidad, el pequeño príncipe tiró del hilo y al instante, quedó
convertido en un joven gallardo y robusto. Con gran entusiasmo, volvió a tirar del hilo
mágico y se descubrió con la corona de su padre. “¡Soy rey!”, “¡Soy rey!”, exclamaba con
gran alegría. “Por favor, carrete mágico, quiero saber cómo lucirán mis hijos y mi señora
reina”, exclamó impaciente mientras estiraba nuevamente el hilo.

Entonces, se apareció una mujer hermosa de largos cabellos junto a él, y tres chiquilines
hermosos y gordos. La curiosidad del rey se hacía incontenible por saber cómo serían sus
hijos de grande, así que tiró un tramo largo de aquel hilo, y otro más, y otro. De repente, notó
que sus manos estaban pálidas y débiles, y en el reflejo del espejo descubrió un viejo
consumido y seco.

El príncipe, al ver que había desenrollado todo el hilo, quiso devolverlo nuevamente a su
lugar, pero tal como le habían advertido, era completamente imposible. ¡Había consumido
toda su vida! La bobina mágica, al verlo tan afligido exclamó: “¿Qué has hecho, criatura
infeliz? En vez de vivir los momentos hermosos de tu vida, decidiste pasarlos por alto. Has
malgastado el tiempo inútilmente y ya no hay nada que puedas hacer, salvo pagar por tu
insolencia”.

Y así quedó el anciano rey, que sólo pudo disfrutar de una corta vejez hasta que murió de
tristeza en su alcoba, por haber desperdiciado toda su vida, sin vivirla como debe ser.
Cuento con moraleja: El cedro vanidoso

Esta es la historia de un cedro presumido y tonto, que se jactaba a diario de su hermosura. El


cedro vivía en el medio de un jardín, rodeado de otros árboles más pequeños, y para nada tan
bellos como él. ¡Soy en verdad, algo digno de contemplar, y no hay nadie en este jardín que
supere mi encanto! – repetía el cedro en las mañanas, en las tardes y en las noches.

Al llegar la primavera, los árboles comenzaron a dar hermosas frutas. Deliciosas manzanas
tuvo el manzano, relucientes cerezas aportó el cerezo, y el peral brindó gordas y jugosas
peras.

Mientras tanto, el cedro, que no podía dar frutos, se lamentaba angustiado: “Mi belleza no
estará completa hasta que mis ramas no tengan frutos hermosos como yo”. Entonces, se
dedicó a observar a los demás árboles y a imitarlos en todo lo que hicieran para tener frutos.
Finalmente, el cedro tuvo lo que pidió, y en lo alto de sus ramas, asomó un precioso fruto.

“Le daré de comer día y noche para que sea el más grande y hermoso de todos los frutos”
exclamaba el cerro orgulloso de su creación. Sin embargo, de tanto que llegó a crecer aquel
fruto, no hizo más que torcer poco a poco la copa de aquel cedro. Con el paso de los días, el
fruto maduró y se hizo más pesado cada vez, hasta que el cedro no pudo sostenerlo y su copa
terminó completamente quebrada y arruinada.

Algunas personas son como los cedros, que su ambición es tan grande que les lleva a perder
todo cuanto tuvieron, pues no hay nada tan fatal como la vanidad, y debemos evitar ser
engreídos con las personas que nos rodean.
Cuento con moraleja: El leñador honrado
Érase una vez, un leñador humilde y bueno, que después de trabajar todo el día en el campo,
regresaba a casa a reunirse con los suyos. Por el camino, se dispuso a cruzar un puente
pequeño, cuando de repente, se cayó su hacha en el río.

“¿Cómo haré ahora para trabajar y poder dar de comer a mis hijos?” exclamaba angustiado
y preocupado el leñador. Entonces, ante los ojos del pobre hambre apareció desde el fondo
del río una ninfa hermosa y centelleante. “No te lamentes buen hombre. Traeré devuelta tu
hacha en este instante” le dijo la criatura mágica al leñador, y se sumergió rápidamente en
las aguas del río.

Poco después, la ninfa reapareció con un hacha de oro para mostrarle al leñador, pero este
contestó que esa no era su hacha. Nuevamente, la ninfa se sumergió en el río y trajo un hacha
de plata entre sus manos. “No. Esa tampoco es mi hacha” dijo el leñador con voz penosa.

Al tercer intento de la ninfa, apareció con un hacha de hierro. “¡Esa sí es mi hacha! Muchas
gracias” gritó el leñador con profunda alegría. Pero la ninfa quiso premiarlo por no haber
dicho mentiras, y le dijo “Te regalaré además las dos hachas de oro y de plata por haber sido
tan honrado”.

Ya ven amiguitos, siempre es bueno decir la verdad, pues en este mundo solo ganan los
honestos y humildes de corazón.
Cuento con moraleja: El traje nuevo del emperador
Hace mucho tiempo atrás, vivía un emperador muy rico que siempre estaba pendiente de
lucir las mejores prendas. Dos y tres veces en el mismo día, gustaba el emperador de cambiar
sus vestidos y llenarse de lujosas joyas. Los sastres del reino trabajaban sin descanso para
proveer a su señor con nuevos trajes, llenos de brillos y magníficas telas.

Cierto día, aparecieron en el reino dos ladrones muy bribones que decidieron estafar al
emperador. Los ladrones aseguraban poseer las mejores telas, y confeccionar ajuares nunca
antes vistos. Como era de esperar, el emperador quedó deslumbrado por las promesas de los
ladrones y les pagó una gran suma de dinero para que comenzaran a trabajar.

Durante varios días, los bribones se quedaron en una habitación del palacio simulando que
tejían hermosos vestidos, pero en realidad, solo se dedicaban a cobrar más oro y beber y
comer a sus anchas. El emperador, deseoso de conocer cómo avanzaba la obra, envió un
sirviente a la habitación de los ladrones.

Al llegar al lugar, el joven sirviente quedó consternado cuando vio el telar vacío, pero los
ladrones le aseguraron que el vestido estaba hecho de una tela mágica y que los tontos e
ignorantes no serían capaz de verla. “¡Claro que la veo! ¡Es hermosa!” exclamó el sirviente
con temor a parecer tonto, y marchó a contarle a su señor.

El emperador, sin poder contener su curiosidad, partió a contemplar la obra maestra. Al llegar
quedó sorprendido de no ver nada, pero como no podía parecer ignorante delante de sus
súbditos, disimuló su sorpresa y exclamó con alegría: “¡Es hermoso! ¡Nunca había visto nada
tan maravilloso en mi vida!”. Y decidió llevarlo puesto en la ceremonia del palacio al día
siguiente.

Cuando llegó la hora, el emperador salió ante su pueblo completamente desnudo. Las
personas miraban aturdidas el espectáculo, pero nadie se atrevía a pronunciar palabra alguna.
A pesar de los murmullos, el emperador prosiguió la marcha, convencido que todo aquel que
le miraba asombrado, era por pura ignorancia y estupidez. Pero en realidad ¡Era todo lo
contrario!

Este cuento sirve para demostrar que nunca debemos llevarnos por criterios ajenos, sino decir
la verdad siempre y pensar por nuestra propia cabeza.
Cuento con moraleja: La nuez de Oro
Había una vez una niña de nombre María, que tenía los cabellos negros como la noche. La
hermosa María gustaba de pasear por el bosque y conversar con los animales. Cierto día,
encontró en el suelo una nuez de oro.

“Un momento, niñata. Devuélveme esa nuez, pues me pertenece a mí y nadie más”. Al buscar
el lugar de dónde provenía la voz, la niña descubrió un pequeño duende que agitaba sus
brazos desde las ramas de un árbol.

El duendecillo vestía de gorro verde y zapatillas carmelitas y puntiagudas. Sus ojos verdes y
grandes miraban a la niña fijamente mientras repetía una y otra vez: “Venga, te he dicho que
me regreses esa nuez de oro que es mía, niña”.

“Te la daré si me contestas cuántos pliegues tiene esta nuez en su piel. Si fallas, la venderé y
ayudaré a los niños pobres que no tienen nada que comer”, contestó la valiente niña
enfrentando la mirada del duende. “Mil y un pliegues” contestó la criatura mágica frotándose
las manos.

La pequeña María, no tuvo entonces más remedio que contar los pliegues en la nuez, y
efectivamente, el duende no se había equivocado. Mil y una arrugas exactas, tenía aquella
nuez de oro. Con lágrimas en los ojos, María la entregó al duendecillo, quien al verla tan
afligida, ablandó su corazón y le dijo: “Quédatela, noble muchacha, porque no hay nada tan
hermoso como ayudar a los demás”.

Y así fue como María pudo regresar a casa con la nuez de oro, alimentar a los pobres de la
ciudad y proveerles de abrigos para protegerse del crudo invierno. Desde entonces, todos
comenzaron a llamarle tiernamente “Nuez de Oro”, pues los niños bondadosos siempre ganan
el favor y el cariño de las personas.
Cuento con moraleja: El leñador y sus tres hijos
Érase una vez, un leñador generoso y bueno, que tenía tres hijos varones. Todos los días del
mundo los muchachos ayudaban a su padre con las labores de la granja: pastoreaban las
ovejas, recogían el trigo listo y plantaban nuevas semillas. Eran en verdad, mozos muy
obedientes y limpios, pero el anciano se lamentaba de su poca fortuna, y echaba a que su
destino sería el de vivir eternamente pobre.

En las mañanas, mientras los muchachos reían y cantaban camino a la siembra, su padre los
observaba sin embargo con mirada angustiosa, miraba sus ropas descosidas y el sudor
corriendo por sus espaldas, y suspiraba el triste viejo por no poder liberar a sus hijos de
aquella carga y brindarles todo cuanto quisieran.

Así continuó la vida de aquel pobre hombre hasta que un buen día, mientras observaba las
estrellas, apareció de la nada y se posó en sus hombros un pequeño duendecillo. “Te daré la
felicidad que tanto buscas, buen hombre. Desde ahora serás muy rico, vivirás a plenitud y
nada más”.

Y así lo hizo la criatura mágica. Agitó su sombrero tres veces en el aire y apareció ante los
ojos del leñador un cofre repleto de monedas de oro. “Soy rico, soy rico” exclamaba con risas
el pobre anciano. “Ah, pero escucha atento mis palabras: dentro de un año, vendré a buscar
exactamente la mitad de todo cuanto tengas. Y nada más” susurró el duendecillo en los oídos
del anciano y se esfumó en el aire.

Cierto es, que el leñador hizo poco caso a las palabras del duendecillo, y a partir de ese
momento, se dedicó a llenar de placer y alegría a sus hijos. ¡Todo cuanto desearan los
muchachos les era concedido! Carruajes forrados de piedras preciosas, ropas hermosas de la
más fina seda, banquetes llenos de manjares suculentos. Así vivieron por un tiempo, llenos
de lujos y comodidades. Sin embargo, la vida para la familia del leñador era tan ostentosa,
que pronto comenzó a escasear el dinero.

En pocos meses, habían gastado todas las monedas de oro. Sucedió entonces que los
banquetes dejaron de ser tan enormes, los carruajes se vendieron para pagar las deudas, y los
trajes de seda solo sirvieron para protegerse del crudo invierno. Con el paso del tiempo, la
situación continuó empeorando, el padre lo había perdido todo, incluso la granja, y su única
preocupación se convirtió en dar de comer a sus muchachos.

Una noche oscura, en que el viento frío arreciaba feroz, el leñador había logrado hacerse con
un trozo de pan viejo para dar de comer a sus tres hijos pues no habían probado bocado
alguno desde hacía casi una semana. Bajo la débil luz de la hoguera, se dispusieron a repartir
el trozo de pan, cuando el padre recordó que se había cumplido un año exactamente de la
visita del duendecillo.
Cuento con moraleja: Piel de oso

Érase una vez, un joven campesino que se encontraba extraviado en medio de un bosque.
Después de mucho caminar, el jovenzuelo se encontró a orillas de un río con un duende muy
simpático.

“Buen día, joven. Si matas a ese oso detrás de ti, no quedará duda de lo valiente que eres” le
dijo el duendecillo y señaló hacia unos arbustos donde se escondía un oso aterrador. El joven,
sin dudarlo, mató a la bestia rápidamente y regresó hacia el duende. “Ahora debes llevar esa
piel durante tres años. Si no te la quitas en ese tiempo, te regalaré un morral lleno de oro que
nunca podrá quedar vacío”.

El campesino aceptó sin dudarlo, y se marchó del lugar disfrazado de oso. Sin embargo, en
todos los lugares que visitaba era rechazado, y los hombres salían armados a su encuentro y
le espantaban con pedradas. De tanto huir espantado, el joven campesino disfrazado de oso
logró hallar refugio en la choza de Ilse, una muchacha radiante y bella que tuvo compasión
del oso y le protegió desde entonces.

“¿Quieres casarte conmigo, hermosa Ilse?” le preguntó un buen día Piel de Oso, porque así
le llamaban al campesino. “Estaré encantada de ser tu esposa, pues tú necesitas de alguien
que te cuide” le respondió la dulce muchacha sin pensarlo. Desde ese momento, Piel de Oso
deseaba que el tiempo pasara volando, para poder quitarse el disfraz y cumplir así su promesa
al duende.

Transcurridos tres años, el muchacho salió en busca del duende para obtener su recompensa.
“Qué bueno es saber que no has fallado a tu parte del trato, jovenzuelo” exclamó el
duendecillo al verle y le mostró a Piel de Oso un morral lleno de pepitas de oro. “Aquí tienes
lo prometido, un morral que siempre estará lleno de oro”.

El muchacho, con una alegría inmensa, regresó a casa de su amada Ilse, la cual se encontraba
llorando desconsolada la pérdida de su prometido Piel de Oso. Al ver al campesino entrar en
su choza no le reconoció, y cuando este le pidió casarse con ella, la hermosa Ilse se negó
completamente, pues sólo se casaría con su amado Piel de Oso.

“¿Acaso no reconoces el amor en mis ojos, querida Ilse?” preguntó el joven, y fue entonces
cuando se abrazaron profundamente y decidieron casarse en el instante. Desde entonces,
vivieron felices y repartieron el oro entre los más pobres.
Cuento con moraleja: Ratón de campo y ratón de ciudad

Había una vez un humilde ratoncito que vivía muy feliz a en el hueco de un árbol seco. Su
casita era muy cómoda y espaciosa, tenía sillones hechos con cáscaras de nuez, una cama con
pétalos de flor y cortinas en las ventanas tejidas con hilos de araña.

Cada vez que llegaba la hora de comida para el ratoncito, salía al campo, buscaba jugosas
frutas y agua fresca del río. Después, se dedicaba a corretear por la llanura verde o a descansar
bajo la luz de las estrellas. Todo era muy feliz para el pequeño ratón.

Una tarde, apareció su primo, el ratón de ciudad. El ratoncito le invitó a almorzar, y preparó
una deliciosa sopa de coles. Pero su primo, acostumbrado a los manjares de la ciudad, escupió
la sopa tan pronto la probó. “Qué sopa tan desagradable” exclamó.

Con el paso de los días, el ratoncito de la ciudad se cansó de estar en la casa de su primo, y
decidió invitarlo a la suya para mostrarle que él vivía en mejores condiciones. El ratoncito
del campo aceptó a regañadientes, y partieron rápidamente los dos animalitos.
Al llegar a la ciudad, el ratoncito de campo se sintió muy perturbado, pues allí no reinaba la
paz que tanto había gozado en el campo. Los tumultos de las personas, el ruido de los carros
y la suciedad de las calles, terminó por alterar a nuestro amiguito, que sólo pudo respirar
tranquilo cuando estuvo dentro de la casita de su primo.

La casita era grande, llena de lujos y comodidades. Su primo de la ciudad poseía largas
colecciones de queso, y una cama hecha con medias de seda. En la noche, el ratoncito de la
ciudad preparó un banquete muy sabroso con jamones y dulces exquisitos, pero cuando se
disponían a comer, aparecieron los bigotes de un enorme gato en las puertas de la casita.

Los ratones echaron a correr asustados por la puerta del fondo, pero su suerte fue peor, pues
cayeron a los pies de una mujer que les propinó un fuerte golpe con la punta de su escoba.
Tan dura fue la sacudida, que quedaron atontados en el medio de la calle.

El ratoncito del campo decidió entonces, que ya era hora de marcharse a su tranquila casita,
pues había comprendido que no vale cambiar las cosas lujosas y las comodidades por la paz
y la armonía de un hogar.
cuento para niños: El sapo ladrón

Esta es la historia de un sapo llamado Elbert, que tenía la fea costumbre de robar siempre a
sus amigos.

Un día no controló sus impulsos y realmente robó más de lo que siempre lo hacía, por lo que
por mucho que se esforzase, tendría que terminar siendo descubierto más pronto que tarde.

Ese día robó la melena a su amigo Thigart el león, mientras jugaban a las escondidas y a este
descuidadamente se le cayó. Luego sustrajo el almuerzo de sus amigos Rick y Rosa, cebra y
osa respectivamente.

Sus amigos, una vez se percataron de todo lo que les faltaba comenzaron a preocuparse.
Creían que podrían haber sido robados por alguien de fuera del bosque, por lo que acudieron
consternados a casa de su amigo el sapo Elbert, a ver si a él también se le había perdido algo.
Por mucho que llamaron a la puerta de Elbert, este no respondió, pues andaba fuera de casa
roba que te roba a otras criaturas del bosque.

Una vez se cansaron de llamar a la puerta los tres animales se asomaron a la ventana a ver si
Elbert dormía o había sido víctima de algún delito mayor. Para su sorpresa vieron que sus
pertenencias preciadas habían sido sustraídas por su llamado amigo, por lo que, muy
indignados, decidieron tomar venganza.

Así, cuando Elbert llegó a su casa vio cómo sus preciadas hojas, con las que jugueteaba en
el pantano, ya no estaban, al igual que otras de sus pertenencias.

Muy triste entendió todo el mal que había provocado con todo lo que había robado a lo largo
de su vida, aunque su arrepentimiento no fue motivo suficiente para que recuperase sus
preciadas hojas, que aún no aparecen.

Poemas

1. Aquí (Octavio Paz)


Mis pasos en esta calle Resuenan En otra calle Donde Oigo mis pasos Pasar en
esta calle Donde Sólo es real la niebla.

2. A un general (Julio Cortázar)


Región de manos sucias de pinceles sin pelo de niños boca abajo de cepillos de
dientes
Zona donde la rata se ennoblece y hay banderas innúmeras y cantan himnos y
alguien te prende, hijo de puta, una medalla sobre el pecho
Y te pudres lo mismo.

3. Cada vez que pienso en ti (Anónimo)


Cada vez que pienso en ti, mis ojos rompen en llanto; y muy triste me pregunto,
¿por qué te quiero tanto?
4. Síndrome (Mario Benedetti)
Todavía tengo casi todos mis dientes casi todos mis cabellos y poquísimas canas
puedo hacer y deshacer el amor trepar una escalera de dos en dos y correr
cuarenta metros detrás del ómnibus o sea que no debería sentirme viejo pero el
grave problema es que antes no me fijaba en estos detalles.

5. En las noches claras (Gloria Fuentes)


En las noches claras, resuelvo el problema de la soledad del ser. Invito a la luna y
con mi sombra somos tres.

6. Deletreos de armonía (Antonio Machado)


Deletreos de armonía que ensaya inexperta mano.
Hastío. Cacofonía del sempiterno piano que yo de niño escuchaba soñando... no
sé con qué, con algo que no llegaba, todo lo que ya se fue.

7. Despedida (Alejandra Pizarnik)


Mata su luz un fuego abandonado. Sube su canto un pájaro enamorado. Tantas
criaturas ávidas en mi silencio y esta pequeña lluvia que me acompaña.

8. Desvelada (Gabriela Mistral)


Como soy reina y fui mendiga, ahora vivo en puro temblor de que me dejes, y te
pregunto, pálida, a cada hora: «¿Estás conmigo aún? ¡Ay, no te alejes!»
Quisiera hacer las marchas sonriendo y confiando ahora que has venido; pero
hasta en el dormir estoy temiendo y pregunto entre sueños: «¿No te has ido?»

9. Rima LX (Gustavo Adolfo Bécquer)


Mi vida es un erial, flor que toco se deshoja; que en mi camino fatal alguien va
sembrando el mal para que yo lo recoja.
10. Recuerdo que dejo (Nezahualcoyotl)
¿Con qué he de irme? ¿Nada dejaré en pos de mi sobre la tierra? ¿Cómo ha de
actuar mi corazón? ¿Acaso en vano venimos a vivir, a brotar sobre la tierra?
Dejemos al menos flores Dejemos al menos cantos

11. Tus ojos son lucero (Anónimo)


Tus ojos son luceros, tus labios, de terciopelo, y un amor como el que siento, es
imposible esconderlo.
Refranes con su Significado

 A buen hambre, no hay pan duro.

Significado: cuando tienes hambre de verdad o una necesidad, no te pones


selectivo con la comida o los gustos

 Antes se coge al mentiroso que al cojo.

Significado: A una persona que dice mentiras se le reconoce enseguida, antes que a
un cojo corriendo.

 A buen entendedor, pocas palabras bastan.

Significado: Si una persona es buena entendedora, no le hará falta darle muchas


explicaciones.
 A la tercera va la vencida.

Significado: Si fallas una vez, y una segunda, a la tercera acertarás.

 A grandes males, grandes remedios.

Significado: Cuando se te presenten males, busca los mejores remedios.

 A palabras necias, oídos sordos.

Significado: Cuando no quieras escuchar palabras que no te gustan, no las


escuches.

 A quien madruga, Dios le ayuda.

Significado: Quien despierta temprano será ayudado por Dios.

 Zapateros a sus zapatos.

Significado: Cada persona tienen algo que se le da bien, pues deberá de atender a
ello.
 Vísteme despacio que tengo prisa.

Significado: Cuando tienes prisa, no intentes hacer las cosas rápido porque te
equivocarás y tendrás que repetirlas.

 Si dices las verdades, pierdes las amistades.

Significado: La mayoría de las veces es mejor no ser demasiado sincero para no


poner en contra tuya a las personas.

 A río revuelto, ganancia de pescadores.

Significado: Dicho popular que se usa cuando alguien saca provecho de una
situación de alboroto y descontrol de manera oportuna

 Rectificar es de sabios.

Significado: Es correcto aceptar y rectificar cuando te estás equivocando y de


necios no hacerlo.

 A caballo regalado no le mires los dientes.


Significado: Cuando a una persona le regalan algo, no debería de poner problemas.

Dichos populares

A brazo partido: Locución utilizada -especialmente- en compañía de los verbos


«trabajar» y «luchar». Expresa que una acción ha sido realizada con mucha
intensidad, debido a que «brazo partido» literalmente significa «con los brazos
solos, sin armas».

A buen entendedor, pocas palabras: La persona inteligente comprende


rápidamente lo que se le quiere decir, sin necesidad de que las cosas le sean dichas
con muchas palabras.

A buen puerto vas por leña: Expresa la idea de acudir al lugar menos indicado
en busca de ayuda, comparando la acción con la de los antiguos navegantes que
acostumbraban a arribar a los puertos donde se los proveía de madera.

A caballo regalado no se le miran los: Cuando alguien recibe cualquier tipo de


regalo o presente, debe hacerlo sin cuestionar el obsequio y limitarse a aceptarlo
tal como es. La parte final de la locución proviene de la antigua costumbre de revisar
la dentadura de los caballos para conocer el estado de salud del animal.

A cada cerdo le llega su sanmartín: No hay persona a la que no le llegue el


momento de padecimiento. El origen de este proverbio tiene relación con la fecha
del 11 de noviembre, día en que se celebra la festividad de San Martín de Tours,
taumaturgo y milagrero francés, elegido por sorteo patrono de la ciudad de Buenos
Aires. Ese día, con motivo de la celebración, la tradición indicaba que se comiera
cerdo. Otra versión, afirma que «sanmartín» era el nombre dado a cierto cuchillo
que se usaba para trocear a los cerdos. En cualquiera de los casos, la palabra
"sanmartín" se escribe con minúscula inicial por tratarse de un sustantivo común y
así aparece en todos los diccionarios.

A capella: Equivale, literalmente, a decir a la manera de la capilla (igual que se


hace en la capilla) y se aplica a toda obra escrita para coro y cantada sin
acompañamiento musical o con instrumentos que ejecutan la partitura al unísono.

A confesión de partes, relevo de pruebas: Cuando alguno admite su error o


falta, no es necesario indagar acerca del error cometido: basta con que lo haya
reconocido.

A Dios rogando y con el mazo : No solamente hay que rogar y pedir a Dios
que nos ayude; también debemos poner todo de nuestra parte.
A falta de pan, buenas son tortas: No siempre tenemos todo lo que deseamos,
por eso, muchas veces debemos conformarnos con lo que tenemos, aunque sea
menos de lo deseado o merecido.

A grandes males, grandes : Cuanto mayor sea el mal, mayor deberá ser la
solución que se propone y mayor el esfuerzo de nuestra parte para conseguirlo.

A la buena de Dios: Algo hecho sin cuidado, así no más, sin orden ni
organización, confiando en la "buena" voluntad de Dios, sobre quien se hace caer
toda la responsabilidad.

A la primera de cambio: Frase proveniente del ámbito bancario, que equivale


a "de buenas a primeras", "en la próxima oportunidad que se presente".

A la suerte, hay que ayudarla: Dicho que nos invita a trabajar con esfuerzo
para obtener logros en la vida, sin esperar que la buena suerte nos acompañe. La
acción de la buena fortuna es siempre bien recibida, pero no debemos recostarnos
solamente en ella.

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