Cenicienta
Cenicienta
Cenicienta
Érase una vez un hombre bueno que tuvo la desgracia de quedar viudo al poco tiempo de haberse
casado. Años después conoció a una mujer muy mala y arrogante, pero que pese a eso, logró
enamorarle.
Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer tenía dos hijas tan arrogantes como
ella, mientras que el hombre tenía una única hija dulce, buena y hermosa como ninguna otra.
Desde el principio las dos hermanas y la madrastra hicieron la vida imposible a la muchacha. Le
obligaban a llevar viejas y sucias ropas y a hacer todas las tareas de la casa. La pobre se pasaba el
día barriendo el suelo, fregando los cacharros y haciendo las camas, y por si esto no fuese poco,
hasta cuando descansaba sobre las cenizas de la chimenea se burlaban de ella.
Un día oyó a sus hermanas decir que iban a acudir al baile que daba el hijo del Rey. A Cenicienta le
apeteció mucho ir, pero sabía que no estaba hecho para una muchacha como ella.
Planchó los vestidos de sus hermanas, las ayudó a vestirse y peinarse y las despidió con tristeza.
Cuando estuvo sola rompió a llorar de pena por no poder ir al baile. Entonces, apareció su hada
madrina:
- Mmmm… creo que puedo solucionarlo, dijo esbozando una amplia sonrisa.
Cenicienta recorrió la casa en busca de lo que le pidió su madrina: una calabaza, seis ratones, una
rata y seis lagartos. Con un golpe de su varita los convirtió en un magnífico carruaje dorado tirado
por seis corceles blancos, un gentil cochero y seis serviciales lacayos.
Y en un último golpe de varita convirtió sus harapos en un magnífico vestido de tisú de oro y plata
y cubrió sus pies con unos delicados zapatitos de cristal.
- Sólo una cosa más Cenicienta. Recuerda que el hechizo se romperá a las doce de la noche, por lo
que debes volver antes.
Cuando Cenicienta llegó al palacio se hizo un enorme silencio. Todos admiraban su belleza
mientras se preguntaban quién era esa hermosa princesa. El príncipe no tardó en sacarla a bailar y
desde el instante mismo en que pudo contemplar su belleza de cerca, no pudo dejarla de admirar.
A Cenicienta le ocurría lo mismo y estaba tan a gusto que no se dio cuenta de que estaban dando
las doce. Se levantó y salió corriendo de palacio. El príncipe, preocupado, salió corriendo también
aunque no pudo alcanzarla. Tan sólo a uno de sus zapatos de cristal, que la joven perdió mientras
corría.
Días después llegó a casa de Cenicienta un hombre desde palacio con el zapato de cristal. El
príncipe le había dado orden de que se lo probaran todas las mujeres del reino hasta que
encontrara a su propietaria. Así que se lo probaron las hermanastras, y aunque hicieron toda clase
de esfuerzos, no lograron meter su pie en él. Cuando llegó el turno de Cenicienta se echaron a reír,
y hasta dijeron que no hacía falta que se lo probara porque de ninguna forma podía ser ella la
princesa que buscaban. Pero Cenicienta se lo probó y el zapatito le quedó perfecto.
De modo que Cenicienta y el príncipe se casaron y fueron muy felices y la joven volvió a demostrar
su bondad perdonando a sus hermanastras y casándolas con dos señores de la corte.
La bella durmiente
Érase una vez un rey y una reina que aunque vivían felices en su castillo ansiaban día tras día tener
un hijo. Un día, estaba la Reina bañándose en el río cuando una rana que oyó sus plegarias le dijo.
- Mi Reina, muy pronto veréis cumplido vuestro deseo. En menos de un año daréis a luz a una
niña.
Al cabo de un año se cumplió el pronóstico y la Reina dió a luz a una bella princesita. Ella y su
marido, el Rey, estaban tan contentos que quisieron celebrar una gran fiesta en honor a su
primogénita. A ella acudió todo el Reino, incluidas las hadas, a quien el Rey quiso invitar
expresamente para que otorgaran nobles virtudes a su hija. Pero sucedió que las hadas del reino
eran trece, y el Rey tenía sólo doce platos de oro, por lo que tuvo que dejar de invitar a una de
ellas. Pero el soberano no le dio importancia a este hecho.
Al terminar el banquete cada hada regaló un don a la princesita. La primera le otorgó virtud; la
segunda, belleza; la tercera, riqueza.. Pero cuando ya sólo quedaba la última hada por otorgar su
virtud, apareció muy enfadada el hada que no había sido invitada y dijo:
- Cuando la princesa cumpla quince años se pinchará con el huso de una rueca y morirá.
Todos los invitados se quedaron con la boca abierta, asustados, sin saber qué decir o qué hacer.
Todavía quedaba un hada, pero no tenía poder suficiente para anular el encantamiento, así que
hizo lo que pudo para aplacar la condena:
Tras el incidente, el Rey mandó quemar todos los husos del reino creyendo que así evitaría que se
cumpliera el encantamiento.
La princesa creció y en ella florecieron todos sus dones. Era hermosa, humilde, inteligente… una
princesa de la que todo el que la veía quedaba prendado.
Llegó el día marcado: el décimo quinto cumpleaños de la princesa, y coincidió que el Rey y la Reina
estaban fuera de Palacio, por lo que la princesa aprovechó para dar una vuelta por el castillo. Llegó
a la torre y se encontró con una vieja que hilaba lino.
Pero acercó su dedo un poco más y apenas lo rozó el encantamiento surtió efecto y la princesa
cayó profundamente dormida.
El sueño se fue extendiendo por la corte y todo el mundo que vivía dentro de las paredes de
palacio comenzó a quedarse dormido inexplicablemente. El Rey y la Reina, las sirvientas, el
cocinero, los caballos, los perros… hasta el fuego de la cocina se quedó dormido. Pero mientras en
el interior el sueño se apoderaba de todo, en el exterior un seto de rosales silvestres comenzó a
crecer y acabó por rodear el castillo hasta llegar a cubrirlo por completo. Por eso la princesa
empezó a ser conocida como Rosa Silvestre.
Con el paso de los años fueron muchos los intrépidos caballeros que creyeron que podrían cruzar
el rosal y acceder al castillo, pero se equivocaban porque era imposible atravesarlo.
Un día llegó el hijo de un rey, y se dispuso a intentarlo una vez más. Pero como el encantamiento
estaba a punto de romperse porque ya casi habían transcurrido los cien años, esta vez el rosal se
abrió ante sí, dejándole acceder a su interior. Recorrió el palacio hasta llegar a la princesa y se
quedó hechizado al verla. Se acercó a ella y apenas la besó la princesa abrió los ojos tras su largo
letargo. Con ella fueron despertando también poco a poco todas las personas de palacio y también
los animales y el reino recuperó su esplendor y alegría.
En aquel ambiente de alegría tuvo lugar la boda entre el príncipe y la princesa y éstos fueron
felices para siempre.
Leyenda de la Llorona
Una de las leyendas más populares de Guatemala es la leyenda de la Llorona. Se le describe como
una mujer que perdió a sus hijos. Luego se convirtió en alma en pena que los busca en vano para
toda la eternidad, aterrorizando con su llanto a todo el que la escucha.
Según el mito, la Llorona se aparece vestida de blanco y con el rostro cubierto por un velo. Camina
de forma lenta hasta acercarse a un lugar con agua, en el cual desaparece.
En una de las versiones de la leyenda, se afirma que el nombre de dicha mujer era María. Ella
pertenecía a la alta sociedad y estaba casada con un hombre adinerado y bastante mayor que ella.
Además, erra costumbre de esta mujer despilfarrar las riquezas de su esposo y divertirse
frecuentemente en fiestas y eventos sociales. Durante sus años de matrimonio, la pareja tuvo
dos hijos.
Robin Hood
También conocido como el “príncipe de los ladrones”, Robin Hood es de los personajes ingleses
más conocidos en las leyendas de la cultura occidental. Su historia se ha inspirado en distintos
personajes, aunque uno de los más mencionados es Ghino di Tacco, héroe italiano de siglo XIII. Los
registros escritos sobre Robin Hood se han ubicado desde el siglo XIII, aunque ganó popularidad a
partir del siglo XV.
Se trata de un hombre que se enfrentaba con los ricos para defender a los pobres. Sin que se
dieran cuenta, le quitaba pertenencias a los primeros para dárselas a quienes las necesitaban más;
siempre en compañía de su traje verde, su arco y sus flechas.
conejo en la luna
Cuenta la leyenda que el dios azteca Quetzalcóatl cambió su aspecto de serpiente emplumada por
una forma humana que fuera menos amenazante para bajar a la tierra, y en su viaje pasó varios
días conociendo todos los animales de la creación, así como los paisajes, ríos, mares y montañas.
Durante su viaje a la tierra visitó todo ser viviente, pero finalmente se cansó y se sentó en una roca
que encontró por el camino, estando el Dios totalmente exhausto, muerto de hambre y sediento.
Al cabo de un rato, se acercó a él un conejo blanco y empezaron a charlar:
-Muchas gracias, pero no puedo quitar la comida a ningún ser viviente. Mi cometido en la tierra es
soportar el hambre y la sed - respondió gentilmente el Dios Quetzalcóatl.
-Respeto tu decisión pero no veo el por qué. Si yo tengo suficiente zanahoria para los dos, ¿Por
qué no quieres compartirla conmigo y dejar de pasar hambre?
Ante tanta amabilidad, Quetzalcóatl se emocionó y de sus ojos brotaron lágrimas de amor que
alzaron al conejo hasta las estrellas, tan alto como el Dios fue capaz de llegar.
De esta forma llegó el conejito a tocar la luna y su figura quedó dibujada en el satélite. Después de
eso el conejito bajó de nuevo, aupado por los brazos de Quetzalcóatl, hasta quedar donde antes se
encontraba. Después de esto, Quetzalcoátl ascendió nuevamente a los cielos y el conejito se
quedó admirando en la tierra su silueta grabada en la luna por los siglos de los siglos.
La gallina de los huevos de oro
“Érase una vez una pareja de granjeros que, un día, descubrieron en uno de los nidos en los que
criaban gallinas un huevo de oro macizo. La pareja fue observando que el ave producía tal prodigio
día tras día, obteniendo cada día un huevo de oro.
Reflexionando sobre qué era lo que hacía que la gallina en cuestión tuviese esa habilidad,
sospecharon que que ésta poseía oro en su interior. Para comprobarlo y obtener todo el oro de
una vez, mataron a la gallina y la abrieron, descubriendo para su sorpresa que por dentro la
prodigiosa ave era igual a las demás. Y también se dieron cuenta que, en su ambición, habían
acabado con aquello que les había estado enriqueciendo.”
Esta fábula, asociada a Esopo aunque también versionada por autores como Samariaga o La
Fontaine y que en ocasiones nos habla de una gallina y en otras de un ganso, nos enseña la
importancia de dejar de lado la codicia, ya que nos puede conducir a perder lo que tenemos.