Ensayo Desarrollo y Libertad
Ensayo Desarrollo y Libertad
Ensayo Desarrollo y Libertad
La propuesta que presenta el Nobel de Ciencias Económicas es la del desarrollo desde una
perspectiva más allá de las cifras y al aumento del Producto Interno Bruto (PIB) y plantea
la importancia que tiene el reconocimiento de las libertades fundamentales del hombre
dentro del desarrollo social, definidas éstas como la capacidad de satisfacer las necesidades
básicas, el desarrollo integral del individuo y el derecho de cada persona de vivir
sanamente, en una sociedad en donde pueda expresarse abiertamente, con una participación
activa en las decisiones que afecten su desarrollo y la importancia del mejoramiento físico,
emocional e intelectual de los individuos. Además de la obligación del Estado de pensar
estas necesidades dentro de los Planes de desarrollo.
La perspectiva de la libertad
En este primer capítulo del libro: Desarrollo y Libertad de Amarthya Sen establece una
diferente forma de contemplar la riqueza y el desarrollo: en lugar de verlos por separados se
puede contemplar como medios muy poderosos para conseguir la "mayor suma de felicidad
posible" , tal como lo señaló el Libertador Simón Bolívar en el Congreso de Angostura en
1819 o más reciente el Comandante Supremo Hugo Chávez " para vivir bien", o lo más
cercano a la felicidad, como podría ser vivir mucho y en condiciones óptimas de bienestar y
de libertad.
Desde esta óptica, el desarrollo no es un fin en sí mismo, sino un medio para llegar a una
meta de una carrera de bicicleta (la felicidad personal), en la que influyen de forma muy
compleja muchos otros factores.
Avanzando el contenido del resto del libro, estas primeras páginas nos hacen comprender
que es insuficiente basarnos en el estudio de los ingresos (de un país, una comunidad, o de
una persona) para saber su estado de felicidad.
Dentro de este enfoque, Amarthya Sen enumera una serie de faltas de libertad que influyen
directamente en el desarrollo de las personas. Destacan el hambre y la desnutrición (raras
entre las democracias, como la nuestra, abundantes entre las regiones coloniales, por
ejemplo); las enfermedades por insalubridad y por la falta de medios para evitarla y/o
tratarla (las diferencias de longevidad entre colectivos pueden ser un buen indicador de
esto); la falta de libertad política, encarnada por la denegación de los derechos humanos a
muchas personas, o la desigualdad entre hombres y mujeres, entre otras.
Todas las anteriores desgracias o lunares de desigualdades y muchos otros conceptos hacen
que en los nuevos estudios sobre el desarrollo aparezca claro que una condición importante
para que se dé es un sistema político abierto, aunque, por supuesto, la libertad, los derechos
humanos y la justicia son bienes valorables en sí mismos, y no en función únicamente de su
influencia sobe la economía. Todo esto sin olvidar que una de las más importantes faltas de
libertad es la falta de libertad económica, ya que un sistema de mercado libre en principio
es un buen medio para que una sociedad se desarrolle. Amarthya Sen, se muestra como un
defensor del libertarismo.
En los siguientes capítulos se deja la distinción entre dos formas de estudiar todo esto: bien
desde el punto de vista de los procesos implicados "libertarismo", bien desde el punto de
vista de las oportunidades individuales.
El papel preponderante de la libertad en estas consideraciones se debe a dos aspectos: por
un lado la eficacia de que se dotan los individuos de una sociedad libre para mejorar y
desarrollarse de acuerdo a sus deseos y expectativas, y por otro, en el carácter evaluatorio
de la libertad, ya que unos ciudadanos libres se verán más capaces de influir en su entorno.
Su actitud o agencia como la denomina Amarthya, será más activa y podrán ejercerla más
eficazmente en una sociedad abierta.
Podría parecer que este enfoque ignora el tratamiento clásico basado en los ingresos y la
riqueza, pero en realidad lo engloba, pues no se deja de ver que la falta de renta puede
conllevar una grave ausencia de una de las libertades más directas, la económica.
La pobreza se relaciona muy directamente con la desigualdad, y siguiendo este modo de
pensar que se esboza en este primer capítulo, se es capaz también de estudiar las cuestiones
de la pobreza de colectivos dentro de sociedades aparentemente ricas, cuanto menos
opulentas, e incluso de comparar, dentro de lo posible las diferentes "pobrezas" a lo largo
del mundo.
Filosóficamente, este modo de pensar económicamente en términos de la libertad y no sólo
de los ingresos o la riqueza no es tan nuevo como pudiera parecer, ya que entronca con
algunas de las reflexiones de Aristóteles e incluso con aquellas de Adam Smith
relacionadas con las necesidades y la calidad de vida, y siguen la línea de pensamiento de
Quesnay, Lavoisier, Lagrange o Petty, quienes además de sentar las bases del análisis de la
rentas, vieron su papel como medio y no sólo como fin.
En el último gran punto del capítulo, el autor examina la relación del concepto de libertad
de mercado con sus reflexiones anteriores. No parece existir duda de que una libertad clara
y bien definida es la de poder hacer intercambios, quizás en algún tipo de mercado, y que
prohibir tal cosa sin duda redundaría en disminuir la "agencia" social de un individuo. Sin
embargo, esto no implica directamente el argumento actual a favor de la absoluta libertad
de los mercados, ya que aunque se reputan como motores efectivos y eficaces de
crecimiento, su no regulación puede también acabar engendrando pobreza, por su propio
funcionamiento. Además, restringir todo el estudio sobre la situación de pobreza o riqueza
de una comunidad o incluso de una persona a su relación con el concepto de trabajo es
perder toda la información sobre las capacidades (la libertad) de esa persona o comunidad.
Para terminar, el autor vuelve a afirmar la importancia del concepto del desarrollo como
libertad a la hora de evaluar el individuo su sociedad y su papel en ella, y defiende la
abolición de aspectos de la tradición si esos aspectos conllevan graves pérdidas de libertad
y pobreza a las personas que la sustentan.
En las observaciones finales del autor a este primer capítulo, éste alerta sobre la ignorancia
involuntaria o autoimpuesta de las faltas de libertades individuales que pude provocar una
disciplina económica ceñida por completo al viejo concepto de desarrollo igual a mayores
rentas.
Los fines y los medios del desarrollo
El capítulo comienza reseñando la existencia de dos "escuelas" de pensamiento económico,
que se diferencian, entre otras cosas, en la concepción que tienen d el desarrollo. Así,
mientras para unos el camino hacia el desarrollo está lleno de dificultades, es duro de seguir
y no contempla ningún tipo de "desviaciones" de cariz social, para otros el proceso
económico del desarrollo se basa en elementos satisfactorios para todas las partes, y no
excluye en absoluto la presencia de la libertad ni de aquellos elementos de cariz social en el
camino a seguir hacia el desarrollo, antes bien, los considera también parte integrante de
dicho camino.
El autor continúa discerniendo entre los dos papeles que juega el concepto de libertad
cuando hablamos del desarrollo. Por una parte, Sen afirma rotundamente la importancia
intrínseca de la libertad individual en tanto que parte inseparable del desarrollo de una
persona, siendo por tanto la libertad un fin en sí misma si queremos llegar a un cierto
desarrollo pleno, y no meramente basado en un dato, como por ejemplo el P.I.B. Pero
además, Sen anuncia el estudio posterior de cómo las libertades individuales son también
eficientes y eficaces medios para llegar al desarrollo. Aclara que son dos puntos de vista
distinto, pero complementarios en conjunto, dado que le llevan a dirigir el libro según los
conceptos de la segunda "escuela" de pensamiento citada más arriba.
Este capítulo en concreto se centra en la descripción de la libertad como medio, o mejor
dicho, de las libertades como medios, ya que Amartya Sen distingue entre cinco tipos de
libertad:
Las libertades políticas, o todas aquellas capacidades de los ciudadanos para influir en el
manejo de su sociedad, como los derechos de expresión, reunión, voto, o crítica.
Los servicios económicos, o los derechos de una persona a disfrutar de sus recursos
económicos y prosperar. Aunque al estudiar los derechos económicos sólo se tiene en
cuenta en general su aumento o disminución globales (en toda la sociedad), tienen mucha
importancia también los aspectos relacionados con la distribución de la riqueza, así como l
interacción con el mercado financiero.
Las oportunidades sociales, o todos aquellos servicios (públicos) que ofrece una sociedad
para la mejora personal de los individuos que la conforman, como la educación. Para Sen,
éstas tienen además la importancia añadida de interactuar fuertemente con algunas otras
libertades, ya que, por ejemplo, el analfabetismo, además de la falta de conocimientos,
implica el no poder participar, entre otras cosas, de los servicios económicos, o el no poder
hacer valer los derechos políticos de la persona.
Las garantías de transparencia, que influyen en el grado de confianza que mostrarán los
individuos en sus tratos mutuos y con la sociedad que los engloba. Sen se refiere sobre todo
a la divulgación (y aprovechamiento libre) de la información y a la corrupción económica
de empresas e instituciones.
La seguridad protectora, para ayudar a los más desfavorecidos por cualquier causa a
sobrevivir y prosperar en la sociedad. Sen añade que los componentes de esta libertad
deberán ser proporcionados por el conjunto de la sociedad, de forma fija (subsidios) o
excepcional, en el caso por ejemplo de catástrofes.
Todas estas libertades se complementan entre sí como medios para conseguir el desarrollo.
Así, aunque el crecimiento económico se contempla como un excelente medio para
incrementar la renta privada, Sen señala que también un crecimiento económico fuerte
puede servir para reforzar el resto de libertades, especialmente quizás la seguridad
protectora y las oportunidades sociales, de modo que se consiga un desarrollo mayor en
número y en libertades, además de en renta. Para ejemplarizar la situación, el autor señala
que los países asiáticos que más han crecido económicamente en los últimos tiempos tenían
una base muy importante de personas educadas y con conocimientos, lo cual no ha hecho
sino reforzar el crecimiento de dichos países. (A Sen este argumento le sirve como
contrapunto a lo que expresan muchos de que el desarrollo humano es prerrogativa de los
países ricos exclusivamente).
Precisamente es analizando dos países asiáticos, China e India, parecidos por sus situación
de "en vías de desarrollo", por su gigantesca población, y por su reciente aperturismo
económico, como Sen ve confirmados sus argumentos anteriores: si china ha conseguido
unos resultados tan superiores a los de la India en su proceso de liberalización de mercados
es porque contaba con una población mucho mejor instruida (y en mayor proporción) que la
India. Pese a que en China lo que falta es las libertades políticas citadas anteriormente, Sen
comprueba así que algunas libertades (y las desigualdades dentro de la propia India) son
claves en el desarrollo económico.
Análogamente, Sen desmonta otro argumento para considerar sólo el crecimiento
económico a la hora de diseñar las políticas económicas y sociales, a saber, la correlación
entre renta y longevidad, pues hay estudios que indican que esa relación no es directa, sino
que median muy fuertemente la dedicación de los aumentos de P.N.B. a la erradicación de
la pobreza y a los programas sociales como la sanidad o la educación públicas.
De hecho, hay diferentes tipos de economías. Hay países que aumentan la calidad de vida
de sus ciudadanos basándose en un crecimiento económico amplio, grande y rápido,
dedicando parte a inversiones sociales, y hay otros que consiguen un aumento de la
longevidad y la calidad de vida de sus ciudadanos mediante políticas sociales sin esperar al
crecimiento económico. Ambos tipos son los extremos de la complementariedad más
equilibrada de mercados e instituciones sociales públicas que reclama Sen, dado que los
países que han adoptado la primera estrategia (los "tigres" asiáticos) ven ahora cómo sus
economías no eran tan beneficiosas y equilibradas como se pensaba, en tanto que donde se
ha adoptado la segunda estrategia las rentas siguen siendo bajas.
Como remache final a su argumentación, Sen cita un dato esclarecedor: ningún país
democrático independiente ha sufrido una hambruna, y es que la libertad política de los
ciudadanos se puede traducir en un cambio en el gobierno si el presente no lo hace bien, lo
que en última instancia puede obligar a los gobernantes a hacer todo lo posible para
garantizar el abastecimiento de alimentos.
La libertad y los fundamentos de la justicia
En este capítulo el autor se dedica a analizar tres bases ideológicas posibles en las que
fundamentar la justicia social: el utilitarismo, el pensamiento libertario y la llamada
"justicia rawlsiana".
Las tres se diferencian en el conjunto de informaciones que consideran a la hora de diseñar
la política social y económica. De hecho, el carácter de cada enfoque viene dado por el tipo
de información excluida en los argumentos empleados para realizar los juicios de valor que
caracterizan cada enfoque.
Para el utilitarismo sólo cuenta la información relacionada con la utilidad, con lo que
consiguen bien los individuos, bien la sociedad a la que pertenecen, con sus decisiones de
mercado y de consumo, sin importar, por ejemplo, cuestiones como las libertades, puesto
que éstas no aportarían utilidad directamente (un enfoque claramente poco grato para el
autor).
Por su parte, el pensamiento libertario se basa exclusivamente en exigir el cumplimiento de
todas las libertades individuales, por encima de cualquier otra consideración, en especial sin
tener en cuenta para nada el cumplimiento de los deseos de los individuos, la utilidad, por
lo cual es un planteamiento antagónico al utilitarista.
Finalmente, el autor construye a partir del análisis de las virtudes y problemas de estos dos
enfoques maximalistas otro basado en las libertades pero que presta especial atención a las
consecuencias, al modo del utilitarismo.
Después de exponer someramente estos hechos y conceptos, el autor pasa a considerar el
utilitarismo y el pensamiento libertario.
La base del utilitarismo es evaluar la felicidad, el placer, el grado de cumplimiento de los
deseos de los individuos. Aunque a muchos nos pueda parecer que la medición de la
felicidad es algo bastante subjetivos, en teoría económica se puede intentar una evaluación
de dicha felicidad.
El utilitarismo tiene tres requisitos principales para dicha evaluación: se ha de atender sólo
a las consecuencias de los actos (los resultados) lo cual incluye una restricción en la
evaluación, a saber, qué se considera como resultado; y, por otra parte, la evaluación de ha
de restringir a la utilidad (el bienestar). La unión de ambos requisitos se pude resumir en la
máxima de que "todas las elecciones han de juzgarse en función de las utilidades que
generan.
Finalmente, el tercer requisito nos dice que la evaluación final se consigue sumando las
utilidades de todas las personas. (Cada elección se juzga en función de la suma total de
utilidades generadas por dicha elección.) Para esta corriente de pensamiento la encarnación
de la injusticia es la pérdida de utilidad (de bienestar) de una situación dada, respecto de
otra con utilidad agregada mayor.
El principal defecto de partida del utilitarismo es que no se pueden hacer comparaciones de
felicidad entre personas diferentes, pero a pesar de esto, tiene dos importantes virtudes:
permite juzgar las instituciones (sociales) desde el punto de vista de sus resultados, y desde
el punto de vista del bienestar que generan. A cambio, peca de tres graves inconvenientes:
no presta ninguna atención a los derechos y libertades (si acaso lo hace indirectamente), es
indiferente ante la distribución de la utilidad y no considera que muchas veces aquello que
sentimos como bienestar puede estar influido o incluso limitado por nuestra situación
personal y social.
El libertarismo, por su parte, se puede encontrar también en diferentes versiones, en función
de la importancia dada a su máxima, a saber, que sólo importa el cumplimiento estricto de
las libertades y derechos, sin dar pie a otras cosas quizás deseables por el ser humano, como
el bienestar o la felicidad, pero que simplemente pertenecen a "oro plano" y que a lo sumo
podrán pesar sólo como "restricciones secundarias". Al libertario sólo le interesa la
prioridad absoluta de los derechos.
El autor antepone a estas formulaciones el argumento de que el concepto de libertad no es
simétrico respecto del de riqueza por ejemplo, sino que se habría ve valorar la medida en
que un aumento de la libertad de un individuo le es ventajoso personalmente, de modo que
la libertad debería pesar tanto como pero no más que el bienestar en el diseño de las
políticas económico-sociales. Paradójicamente, un enfoque basado en la observancia
absoluta de la libertad puede ser tan ignorante de las faltas de libertad individual como el
enfoque utilitarista, pues su base de información es incluso menor que la de éste.
El utilitarismo ha tratado de superar la dificultad (imposibilidad de hecho) de comparar las
utilidades interpersonales sustituyen como base de su estudio el bienestar por alguna
variable numérica más fácilmente medible, como la renta real. Sin embargo, esto deja de
lado todo otro tipo de información sobre la persona, como su estado de salud o enfermedad
o las restricciones sociales a que se puede ver sometida, sumamente influyentes en la
calificación de la calidad de vida de la persona.
Básicamente, podemos decir que lo que importa realmente de nuestra renta real es el
bienestar que podemos extraer de ella. Y para hacer comparaciones interpersonales de esto
último se tendría que tener en cuenta la heterogeneidad personal (no hay dos personas
exactamente iguales en el mundo, en un sentido amplio, mayor que el biológico), la
diversidad de medios ambientes en que vive la Humanidad, las diferencias de clima social
(no sólo a nivel de sistema político o modo de vida –rural Vs. urbano-, sino también a nivel
de las relaciones posibles entre las personas de una determinada sociedad), las diferencias
entre las perspectivas interrelaciónales (no se necesita lo mismo para llevar una vida social
digna en todos los sitios) y la distribución de renta entre los distintos miembro s de las
familias (con especial atención al papel y a la situación de la mujer).
Se puede empezar el estudio de la situación desde el punto de vista de la opulencia/pobreza
en el plano de las rentas, o más ampliamente, en el plano más amplio de los recursos
primarios (riqueza, libertad, derechos, etc.), pero esto no supera las limitaciones citadas
justo arriba; para esto quizás sea más útil centrarse en los niveles de vida de las personas
(Pigou y Mahbubul Haq recientemente, pero con raíces profundas en los pensamiento s de
Petty, King, Quesnay, Lavoisier o Lagrange, y Adam Smith, e incluso más atrás: las
"funciones" aristotélicas). Así, lo importante no serían los bienes en sí mismos sino las
capacidades, las libertades que generan para poder hacer vida de comunidad en nuestras
sociedades.
Éste es el planteamiento intermedio al que se adhiere el autor. Una ventaja metodológica de
este nuevo enfoque es que las funciones realizables por un apersona sí son susceptibles de
comparaciones interpersonales. A este respecto, es interesante señalar que la diversidad de
funciones hace necesario un acuerdo acerca de la ponderación prestada a cada una de cara a
realizar una ordenación de capacidades.
Entonces podríamos enfocar directamente el problema, utilizando ordenaciones completas
o parciales de todas las capacidades, de una forma complementaria (basándonos en las
rentas, pero introduciendo "ad hoc" consideraciones sobre las capacidades, o
indirectamente, similar al anterior pero en el que las rentas individuales se ajustan al nivel
de la sociedad en que se incluyen.
La conclusión final del autor es que no hay un modo único de evaluar la riqueza global de
las personas, y que las decisiones económicas y sociales (y sus consecuencias también, por
tanto) que se tomen en una sociedad dependen profundamente de la b ase información que
utilicen por lo que los enfoques maximalistas de "todo o nada" pueden resultar bastante
perjudiciales para un gran número de personas.
La importancia de la democracia
La extrema situación de pobreza de tantos cientos de millones de personas en el mundo
puede hacernos caer en el pesimismo y pensar que lo importante es solucionar su situación
de miseria de renta, antes incluso y por encima del resto de sus carencias esenciales de
tantos y tantos tipos de libertad. De hecho, éste es un argumento muy empleado por los
gobiernos autoritarios de muchos países subdesarrollados cuando se les incita a
democratizarse. Además, se añaden coletillas como que si se les diera a los pobres a elegir
entre una y otra mejora elegirían de la renta, y que la democracia es un valor occidental,
contrapuesto a los valores tradicionales asiáticos, por ejemplo.
Claramente esto es absolutamente contrario a los planteamientos del autor, quien rebate lo
de la elección de los pobres con datos de su país y deshaciendo el silogismo basado en la
tesis de Lee de que un sistema autoritario puede de hecho favorecer el desarrollo más que
uno libre, aunque deja para más adelante el análisis cultural referente al último argumento
del párrafo anterior.
Para Sen, las necesidades materiales y las políticas se suman, y éstas tienen una cierta
prioridad, en tanto que influyen directamente en la agencia de los individuos, por su papel
instrumental favoreciendo el desarrollo mediante la mejora de la conversión de capacidades
en renta y viceversa, y por su papel en la comprensión individual de lo que son las
necesidades.
La libertad política, los derechos humanos, son bienes en sí mismos, capacidades que los
seres humanos tenemos buenas razones para valorar, ya que su existencia en nuestra
sociedad nos permite desarrollarnos y realizar aquello que queremos realizar.
Instrumentalmente, las sociedades democráticas, en las que se vela por esos derechos y
libertades, nunca han padecido hambrunas, ya que su ejercicio espolea a los gobernantes
hacia el buen manejo de las situaciones peligrosas, aunque sólo sea buscando su propia
supervivencia al frente del gobierno.
La libertad política, ejemplarizada en la libertad de expresión y discusión, es importante
desde el punto de vista constructivo, ya que la difusión e intercambio de ideas nos ayuda a
comprender y conocer realmente las necesidades de nuestra sociedad y nuestro mundo.
Sin embargo, la democracia sola únicamente puede ayudar contra desastres fáciles de
comprender y ver, pero no es eficaz contra otros desastres a lo mejor no tan directamente
visibles, como la desnutrición o el analfabetismo si no se acompaña de instituciones y
medidas sociales que luchen contra dichos desastres. Y, sobre todo, la democracia necesita
para su desarrollo sano y completo, de una actividad de la oposición constructiva y casi
diríamos que febril.