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María Misionera

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MARÍA, UNA MISIÓN Y UNA RESPUESTA

La misión de María estaba en el pensamiento de Dios desde siempre, desde toda la eternidad.

Muchas veces, escuchamos a personas que hablan de María, cómo si fuera alguien muy distinto a nosotros
y por lo tanto, alguien a quien no se puede imitar porque está muy lejos de ser una persona como
cualquiera de nosotros. Resulta ser todo lo contrario, a María la debemos imitar todos.

La Iglesia nos enseña

María vivía en Nazaret, en Galilea, sus papás eran Ana y Joaquín. Su infancia transcurrió como la de
cualquier otra niña, no hubo nada espectacular. Durante su niñez hacía todo lo que hace una niña.

La misión de María estaba en el pensamiento de Dios desde siempre, desde toda la eternidad, Él escogió a
esta joven judía que vivía en Nazaret en Galilea, para que fuera la Madre de su Hijo. Escogió a “una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María”. Lc 1, 26

El Anuncio del Ángel

En el momento que se le presenta el Ángel Gabriel, ¿qué estaría haciendo María?. Podemos imaginar que
se encontraba en un momento de intimidad con Dios. ¿Qué estaría pensando?, ¿cuáles serían sus
sentimientos en esos precisos instantes?. ¿Dónde se encontraría? Lo que sí sabemos es que desde ese
momento la vida de esa jovencita cambió para siempre. No importa que estaba haciendo la Virgen. De
repente... ¡Salve, llena de gracia!

Lucas nos narra esa visita del Ángel: “Al sexto mes fue enviado por Dios a una ciudad Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen desposada con hombre llamado José, de la casa de David, el nombre de la virgen era
María. Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas
palabras y discurría que significaba ese saludo. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia
delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él
será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará
sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.

¿A qué la llama Dios?

Dios la está llamando en medio de su quehacer diario, en un día como otro cualquiera para darle un regalo.
La estaba invitando a ser parte junto a Él en la obra de la salvación. Cuando menos se lo esperaba María, la
invita a la misión más insospechada. María oyó la invitación y en lo profundo de su alma sabía que venía de
Dios. Sin embargo, también escuchó la voz del miedo, el temor a lo desconocido, a lo que iba a encontrar al
otro lado de la montaña. No veía el camino para llegar allí, ignoraba lo que podía suceder.

La joven siente miedo, no entiende lo que le dicen, el ángel le dice que no tema, que el Señor está con Ella.
Estas palabras le bastan a María, pues confía plenamente en el Señor. María nunca fue una mujer pasiva,
no era conformista, sino que era una mujer de acción. Por eso, duda y le pregunta al ángel ¿cómo puede
ser esto, si yo no conozco varón?
Respuesta de María

Ante las palabras del ángel, sin detenerse a pensar en el sufrimiento que le espera. Con un corazón
grandísimo, lleno de amor, y segura que para Dios todo es posible, dice. “He aquí la esclava del Señor;
hágase en mi según tu palabra”. Dio su consentimiento.

Al dar su sí, María acababa de confiar el volante de su vida a Dios. Comenzaba para ella un viaje maravilloso
por tierras nunca vistas. Pero un viaje en el que no iba a contar con otra luz que la que Dios le da, la fe.

Con esta luz comprendió que el que la llamaba era Él, Dios. Y si Él la llamó, ¿qué podía temer? No hay
obstáculo demasiado grande para Dios. Es cierto no conocía el camino, tampoco las piedras que la estarán
esperando por el camino... pero ¿con tan buena compañía, que le podía suceder?

¿Cuál fue la actitud de María después de que se marchó el ángel?

María siguió siendo la misma, no le dijo nada a nadie. Ella, siguió como si nada. Es más, emprendió el viaje
para visitar a su prima Isabel y poderla ayudar. Otra vez, vemos como María no regatea en esfuerzos, no
pensó en su estado, sólo pensó en ayudar y servir a su prima.

La Virgen es para cada hombre o mujer, el modelo más acabado de amor a Jesucristo, de dedicación a su
servicio, de colaboración con su obra redentora. Y nuestra misión no es diferente. Es preciso tener la
docilidad y entrega total de Ella para aceptar y vivir con todas sus consecuencias la misión para la que
Jesucristo nos ha llamado.

¡Cuida tu fe!

Para cuidar nuestra fe hay que profundizar en ella. Conocerla lo mejor posible. De esta manera cuando
alguien trate de meternos ideas que van contra ella, tendremos todas las armas para defendernos. En la
medida que imitemos a María seremos capaces de ser firmes ante estas ideas.

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