Catolicismo Romano
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MINTS
Catolicismo Romano
Colaboración especial:
Instituto Bíblico Reformado de Colombia IBRC
Ibreformado77@hotmail.com
Bogotá 2003
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TABLA DE CONTENIDO
SEGUNDA PARTE
Sacrosanto, Ecuménico y General Concilio de Trento
Inicio del Concilio de Trento
Prólogo
Bula convocatoria del Concilio de Trento, en el pontificado de Paulo III
Abertura del Concilio de Trento
Decreto sobre el arreglo de vida, y otras cosas que deben observarse
El Símbolo de la Fe
Las Sagradas Escrituras
El pecado original
La Justitificación
Los sacramentos
El Sacramento de la Eucaristía
Los Sacramentos de la Penitencia y de la Extrema Unción
La comunión sacramental
El sacrificio eucarístico
El sacramento del orden
El sacramento del Matrimonio
El Purgatorio
La invocación, veneración y reliquias de los santos
Los religiosos y las monjas
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TERCERA PARTE
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Carta apostólica Laetamur Magnopere. Juan Pablo II
Constitución apostólica Fidei Depositum. Juan Pablo II
Prólogo
Primera Parte. La profesión de la Fe. Primera Sección. Esto creemos
Capítulo Primero. El hombre es capaz de Dios
Capítulo Segundo. Dios al encuentro del hombre
Artículo 1. La revelación de Dios
Artículo 2. La transmisión de la revelación divina
Artículo 3. La Sagrada Escritura
Capítulo Tercero. Creo en el Espíritu Ssanto.
Artículo 9. Creo en la Santa Iglesia Católica.
Artículo 10. Creo en el perdón de los pecados
Segunda Parte. La celebración del Misterio Cristiano.
Primera Sección. La Economía Sacramental
Capítulo Primero. El misterio pascual en el tiempo de la Iglesia.
Artículo 1. La liturgia, obra de la Santísima Trinidad
Artículo 2. El misterio pascual en el tiempo de la Iglesia
Capítulo Segundo. La celebración sacramental del misterio pascual.
Artículo 1. Celebrar la Liturgia de la Iglesia
Artículo 2. Diversidad litúrgica y unidad del ministerio
Segunda Sección. Los Siete Sacramentos de la Iglesia.
Capítulo Primero. Los sacramentos de la iniciación cristiana.
Artículo 1. El Sacramento del Bautismo.
Artículo 2. El Sacramento de la confirmación
Artículo 3. El Sacramento de la Eucaristía
Capítulo Segundo. Los Sacramentos de Curación.
Artículo 4. El sacramento de la Penitencia
Artículo 5. La Unción de los enfermos
Capítulo Tercero. Los sacramentos al servicio de la comunidad
Artículo 6. El Sacramento del Orden
Artículo 7. El Sacramento del Matrimonio
Capítulo Cuarto. Otras celebraciones Litúrgicas
Artículo 1. Los Sacramentales
Artículo 2. Las exequias cristianas
Tercera Parte. La vida en Cristo.
Primera Sección. La Vocación del hombre: La vida en el espíritu
Capítulo Tercero. La Salvación de Dios. La Ley y la Gracia
Artículo 1. La Ley Moral
Artículo 2. Gracia y Justificación
Artículo 3. La Iglesia, madre y educadora
Segunda Sección. Los Diez Mandamientos
Capítulo Primero. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
Con todas tus fuerzas.
Artículo 1. El Primer mandamiento
Artículo 2. El Segundo mandamiento
Artículo 3. El Tercer mandamiento
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CATOLICISMO ROMANO
GUIA PARA EL FACILITADOR
REQUISITOS DE LA MATERIA
EVALUACIÓN DE LA MATERIA
INSTRUCCIONES AL ESTUDIANTE
Los estudiantes deben prepararse para estudiar y elaborar informes escritos en cada clase. El
facilitador tiene la responsabilidad de comunicarse con los estudiantes para enterarlos del
siguiente plan de trabajo:
PRIMERA CLASE: Leer el catecismo católico (El facilitador debe distribuir las lecturas
requeridas para cada semana, de tal manera que en Cinco clases el estudiante haya leído los
capítulos anexados en este libro del Catecismo Católico). Leer “Un análisis del Catolicismo
Romano” . Leer del material del Concilio de Trento (Distribuir la lectura en cinco semanas de la
misma manera que las lecturas del Catolicismo Romano. El alumno deberá preparar por escrito
un análisis crítico de la posición de la Iglesia Católica Romana en todo lo relacionado con las
SAGRADAS ESCRITURAS y las otras autoridades como el magisterio de la Iglesia, la tradición
y el Papa. Este análisis deberá mostrar cuál es la posición Reformada o Evangélica sustentada
con numerosos textos de las Sagradas Escrituras. Este informe deberá ser escrito en forma clara y
contundente, como si a través de él fuéramos a presentar defensa de la fe ante un público
católico. Es IMPORTANTE recordar que todos los alumnos deberán prepararse para explicar y
sustentar lo escrito en el informe.
SEGUNDA CLASE: Leer el catecismo católico. Leer “Un análisis del Catolicismo Romano”. El
alumno deberá preparar por escrito un análisis crítico de la posición de la Iglesia Católica
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Romana en todo lo relacionado con LA IGLESIA (Eclesiología). Este análisis deberá mostrar
cuál es la posición Reformada o Evangélica sustentada con numerosos textos de las Sagradas
Escrituras. Este informe deberá ser escrito en forma clara y contundente, como si a través de él
fuéramos a presentar defensa de la fe ante un público católico. Es IMPORTANTE recordar que
todos los alumnos deberán prepararse para explicar y sustentar lo escrito en el informe.
TERCERA Y CUARTA CLASE: Leer el catecismo católico. Leer “Un análisis del Catolicismo
Romano”. Leer del material del Concilio de Trento. El alumno deberá preparar por escrito un
análisis crítico de la posición de la Iglesia Católica Romana en todo lo relacionado con LA
SALVACIÓN, LA SUFICIENCIA DE CRISTO Y EL SISTEMA SACRAMENTAL. Este
análisis deberá mostrar cuál es la posición Reformada o Evangélica sustentada con numerosos
textos de las Sagradas Escrituras. Este informe deberá ser escrito en forma clara y contundente,
como si a través de él fuéramos a presentar defensa de la fe ante un público católico. Es
IMPORTANTE recordar que todos los alumnos deberán prepararse para explicar y sustentar lo
escrito en el informe. MUY IMPORTANTE: Por lo extenso del material a estudiar y la cantidad
de subtemas a tratar dividiremos el estudio del material y la presentación de los informes y
exposiciones en dos clases.
QUINTA CLASE: Leer el catecismo católico. Leer “Un análisis del Catolicismo Romano”.
Leer del material del Concilio de Trento. El alumno deberá preparar por escrito un análisis crítico
de la posición de la Iglesia Católica Romana en todo lo relacionado con LA LEY DE DIOS Y EL
CULTO A LAS IMÁGENES. Este análisis deberá mostrar cuál es la posición Reformada o
Evangélica sustentada con numerosos textos de las Sagradas Escrituras. Este informe deberá ser
escrito en forma clara y contundente, como si a través de él fuéramos a presentar defensa de la fe
ante un público católico. Es IMPORTANTE recordar que todos los alumnos deberán prepararse
para explicar y sustentar lo escrito en el informe.
* En el trabajo escrito no se podrá utilizar mas del 10% del espacio en la transcripción de las citas bíblicas. Es preferible que
escriba las frases claves del versículo, pero si relacionando la cita completa. Ej. Mateo 5: 1-10 “escribir alguna frase que desee
resaltar”.
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PRIMERA CLASE
SEGUNDA CLASE
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5. El facilitador recogerá los informes escritos y los calificará, para devolverlos al alumno en la
siguiente clase.
6. Terminar con oración.
QUINTA CLASE
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Introducción
En Octubre 11 de 1992, el Papa Juan Pablo Segundo firmó un documento llamado El Catecismo
de la Iglesia Católica. (Véase la Introducción Pontífica con la firma del Papa en la página
siguiente). Este libro contiene los últimos principios y dogmas fundamentales de la doctrina
oficial de la Iglesia Católica). El Vaticano no incluyó la palabra “Romana” en el título del
Catecismo, es obvio que si se publicó con la autoridad del Papa y su firma, no hay duda de que el
documento es el catecismo de la Iglesia Católica Romana. Puesto que el catecismo es corriente,
oficial se publicó para información y conocimiento del ciudadano común, este documento es
usado de esta forma en este estudio como el punto básico de referencia para que se entienda la
doctrina oficial de la Iglesia Católica Romana. De aquí en adelante nos referiremos al Catecismo
de la Iglesia Católica como CIC.
Panorama Mundial
Analizando los sistemas sociales, es necesario examinar las bases de los sistemas como punto
global de referencia. El mundo de panorama mundial esta basado en la autoridad de los sistemas.
Hay sistemas bajo la autoridad de las Escrituras SOLAMENTE; sistemas bajo varias autoridades
incluyendo la Biblia, y sistemas bajo la autoridad diferente de las Escrituras Sagradas , como en
el caso de las religiones no cristianas y las filosofías.
Para facilidad de esta conferencia, solo estudiaremos dos sistemas: el Evangelio de la Iglesia
Católica Romana y el Evangelio de Jesucristo.
El siguiente es el texto del valor doctrinal firmado por el Papa Juan Pablo Segundo. De este
modo se prueba que el Catecismo de la Iglesia Católica es sin duda el Catecismo de la Iglesia
Católica
Romana.
“El Catecismo de la Iglesia Católica, el cual aprobé el pasado 25 de Junio y la publicación que
hoy ordené por virtud de mi Autoridad Apostólica, es un mandato de la Fe de la Iglesia y la
doctrina católica, confirmada o iluminada por la Escritura Sagrada, la Tradición Apostólica y el
Magisterio de la Iglesia. Lo declaro como la norma segura para enseñar la Fe y que de esta
manera sea un instrumento legítimo para la comunión eclesiástica. Que sea esta por la cual el
Espíritu Santo llame incesantemente a la Iglesia de Dios, el Cuerpo de Cristo, en su
peregrinación por la luz inapagable de su Reino!
De este modo le pido a todos los Pastores de las Iglesias y a los cristianos fieles que reciban este
catecismo en espíritu de comunión y lo usen con diligencia en desarrollo de su misión de
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Este Catecismo no intenta reemplazar la enseñanza local debidamente aprobada por las
autoridades eclesiásticas, los Obispos de la Diócesis y las Conferencias Episcopales,
especialmente si ellas han sido aprobadas por el Vidente Apostólico. Ello solo pretende estimular
y ayudar en desarrollar nuevas enseñanzas locales las cuales toman en cuenta diversas posiciones
y civilizaciones, preservando cuidadosamente la unidad de la fe y la fidelidad de la doctrina
católica.
Como está citado, bajo la firma del papa, sabemos que la autoridad de la IGLESIA CATOLICA
ROMANA está sujeta a varios sistemas:
El catecismo de la Iglesia Católica, el cual aprobé en Junio 25, y la publicación que hoy yo
ordeno por virtud de mi autoridad apostólica….
confirmada o iluminada por la Escritura Sagrada, la Tradición Apostólica y el Magisterio de la
Iglesia (CIC pg 5).
La Iglesia Católica Romana está por esto, bajo la autoridad de tres sistemas, la Biblia, la tradición
y el Magisterio, cuyo infalible jefe ejecutivo es el papa mismo. dos de esos sistemas, la tradición
y el Magisterio, no describen claramente los límites para ejercitar la autoridad absoluta. Ellas
están sujetas a cambiar y, ellas se cambian cuando por política o por dogma es necesario
justificar las doctrinas ó posiciones.
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Por otra parte, la Iglesia Católica Romana no titubea en declarar que su autoridad no depende
SOLO de la Biblia:
Roma, no solo niega la autoridad de la Biblia SOLA, sino que se coloca ella misma con autoridad
absoluta:
“El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral ó escrita, ha sido encomendado
sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo” (CIC pg 32
#85).
Una de las razones por la cual la Iglesia Católica Romana no se somete a la Biblia es porque ella
declara: “La Sagrada Escritura contiene la Palabra de Dios, y en cuanto inspirada, es realmente
Palabra de Dios”. (CIC pg44 #135). La inferencia aquí es que la Biblia no es toda la Revelación
especial. El catecismo clama que es cierto que las Escrituras contienen la Palabra de Dios, pero
no todo lo escrito es la Palabra de Dios. Tampoco es la revelación completa para la salvación de
las almas. Pero, para la Iglesia Católica Romana, no existe el problema de autoridad, aún si la
Biblia no está en comando de autoridad, el Papa, el Obispo de Roma, el reemplazo del apóstol
Pedro, por derecho de su posición como Vicario de Cristo, tiene el poder completo, SUPREMO y
universal sobre toda la Iglesia, el cual puede ejercer sin obstáculos.
“El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su
Iglesia, y Papa como su sucesor”. (CIC pg 260 #’s 881 & 882)
El Pontífice Romano goza de infalibilidad, cuando, como Pastor SUPREMO, proclama por carta
definida, la doctrina que se refiere a la fe y la moral. La infalibilidad está también presente en el
cuerpo de Obispos al reunirse con el heredero de Pedro, ellos ejercitan el Magisterio SUPREMO
sobre todas las cosas. Cuando la Iglesia a través de Magisterio SUPREMO propone una doctrina
para creencia, como revelación divina, y como las enseñanzas mismas de Cristo, esas doctrinas
deben ser obedecidas con la fe de la obediencia, ó sea, como dogma de fe para la salvación de la
cual también depende. La infalibilidad se explica de esta manera:
“El Pontífice Romano, Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su
ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirman en la fe a
sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y de moral… La
infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el
magisterio supremo con el sucesor de Pedro”, sobre todo en un concilio ecuménico. Cuando la
Iglesia propone por medio de su Magisterio supremo que algo se debe aceptar “como revelado
por Dios para creencia y como enseñanza de Cristo, “hay que aceptar sus definiciones con la
obediencia de la fe”. Esta inhabilidad abarca todo el depósito de la Revelación divina.
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Por ello es claro que, la tradición y las Sagradas Escrituras y la enseñanza autoritaria de la
Iglesia, junto con los más sagrados designios de Dios, son tan unidos que el uno no puede existir
sin el otro, y que juntos y cada uno por sí mismo, contribuyen efectivamente a la salvación de las
almas bajo la guía del Espíritu Santo. (Doc. Vat.II, p. 118).
En el Decreto Dogmático del Concilio Vaticano (1870), la Iglesia Romana hizo esta declaración:
“Nosotros enseñamos y definimos que este es un dogma de revelación divina; que el Pontífice
Romano, cuando él habla ex cátedra, o sea, cuando por su función como pastor y cabeza de
todos los cristianos, por función de su autoridad Apostólica, él define una doctrina relacionada a
la fe y la moral para ser guardadas por la Iglesia entera, por la ayuda divina debida a él en San
Pedro, él posee esa infalibilidad por la cual el Redentor divino desea que Su Iglesia sea dotada
para definir la doctrina concerniente a la fe y la moral; y que por ello, las definiciones hechas
por el Romano Pontífice son irrevocables, y no por consentimiento de la Iglesia. Pero si alguno
se atreve a contradecir el edicto, dejen que ese sea un anatema. (Del Credo del Bautismo, Vol II
p. 270-271).
Podemos concluir por este pasaje, así como de los Documentos del Vaticano II y el nuevo
Catecismo de la Iglesia Católica, que cuando ella habla de su Magisterio, eso quiere decir que es
el papa y sus cardenales, pero principalmente el papa. Por lo tanto, la sagrada Escritura y la
tradición deben ser entendidas solo como el Magisterio lo entiende. Cualquier violación de esta
regla causaría un bando de disensión bajo la maldición de la Iglesia.
Concluyendo, la Iglesia Romana está bajo la SUPREMA autoridad del Pontífice y también bajo
la tradición y la Biblia la cual en realidad, No es la Palabra de Dios según ellos, y solo contiene
la Palabra de Dios. Es interesante que aún la autoridad del Catecismo de la Iglesia Católica, no es
Escritura Sagrada sola, sino cánones Romanos, concilios, relatos de santos y en general
documentos del mismo Magisterio eclesiástico. (Declaración Doctrinal, p. 196).
La verdadera cristiandad está solo bajo la autoridad de la Biblia. Los factores externos e internos
demuestran de hecho, que la Biblia enteramente, es infalible, inefable, verdadera y perfecta”
(Salmo 19:9). La evidencia externa, los hechos fuera de la Biblia, demuestran que es
información segura y digna de confianza. Evidencias externas refiere hechos científicos,
arqueológicos, históricos, y testimonios personales. Las evidencias internas revelan hechos que
dentro de el Libro demuestran su confianza.
Las bases por las cuales se acepta la inspiración divina de la Escrituras es por las Escrituras
mismas que lo demuestran. Ejemplos: 2 Pedro 1: 20-21.
Aquí Pedro declara que las Escrituras no son un trabajo humano sino divino, y fueron escritas
bajo la inspiración del Espíritu Santo. Veamos a 2 Timoteo 3: 15-17.
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Pablo declara que TODA Escritura es inspirada por Dios y Pedro lo confirma en 2 Pedro 3:16.
Pablo usa una palabra muy importante en 2 Tim 3: 15-17 , adecuado, que significa perfecto ó
completo, y además añade que las Escrituras son suficientes para que una persona sea
completamente dotada del conocimiento y la voluntad de Dios por que ellas están bajo la
autoridad divina.
La forma en que Dios definió las escrituras nos lleva a la conclusión de que la BIBLIA sola tiene
toda la autoridad.
La Iglesia Católica enseña que hay una tarima de tres parales bajo la cual la verdad sagrada está
fundada: la Escritura, la tradición y el Magisterio; especialmente cuando el papa habla ex -
cátedra. Sin embargo las Escrituras nos enseñan solo hay UNA verdad que Dios declara que es
suficiente, esa es la Escritura. Guillermo Webster en su ensayo incluído en el libro, “Catolicismo
Romano: los Evangelistas Protestantes Analizan lo que nos Divide y lo que nos Une”, dice:
“La Escritura es descrita así: pura, perfecta, eterna, segura, verdadera, para siempre establecida
en el cielo; ella santifica, da el desarrollo espiritual, la dirige Dios, es autoritaria, concede
sabiduría para salvación, hace al simple sabio, es viva y activa, es una guía, una arma de fuego,
un martillo, es la semilla, es la espada del Espíritu, da el conocimiento de Dios, es una lámpara a
nuestros pies y una luz en nuestro camino, enseña la reverencia de Dios, cura, libera, ilumina, da
fe, regenera, redime las almas, da convicción, es irrevocable, escudriña el corazón y la mente,
da vida, derrota a Satanás, prueba la verdad, refuta el error, es santa, edifica para obras buenas, es
el juez final de toda la tradición, es la Palabra de Dios.
Webster cita los siguientes pasajes específicos de las Escrituras, a los cuales he añadido textos
Bíblicos para la guía del lector:
Todas las citas anteriores reflejan los diversos poderes, elementos y aplicaciones de la Palabra de
Dios. Entonces, porqué se sigue la tradición? – Aunque hay veces que las Escrituras hablan en
bien del apostolado y la tradición heredada, que es solamente temporal, la respuesta a esta
pregunta es: de ninguna forma.
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que no son cristianos, y con la certeza para los creyentes de que El es el Hijo de Dios, no
tenemos otra alternativa de que su testimonio acerca de las Escrituras es verdadero. Jesucristo no
solo testificó acerca de la seguridad de las Escrituras, sino que su vida entera estuvo sujeta a la
autoridad de las Escrituras.
Cuando Jesús empezó su vida pública, lo primero que El hizo fue bautizarse en sujeción a la
Escrituras. Es su bautismo El escuchó del Padre: “Este es mi Hijo amado”. Con esta
confirmación celestial de su divinidad, Jesús se retiró a la soledad donde tuvo el encuentro con
Satanás.
Es ese encuentro con Satanás, su deidad absoluta fue puesta a prueba. No pasó mucho tiempo
que él escuchó del Padre de que El era el Hijo de Dios. Sin embargo, Cristo siendo todo un Dios
y todo un hombre, mostraba que estaba físicamente débil y cansado. Satanás intentó desvirtuar
las Escrituras al preguntarle: “ Si eres el Hijo de Dios … Fíjense que Satanás no le preguntó:
“Como eres el Hijo de Dios”. El solo uso del condicional “Si” fue una estrategia satánica para
poner dudas la misma Palabra de Dios, la cual Jesús mismo oyó en su Bautismo. El Señor, sin
embargo no se envolvió en argumentos filosóficos con Satanás para probar que el estaba
equivocado. En cambio Jesús le enseñó que El, Jesús, estaba bajo la autoridad de las Escrituras al
citar de ellas. “Está escrito: “El hombre no vive solo de pan sino de TODA PALABRA que
procede de la boca de Dios”. Nótese la precisión de las Escrituras en la expresión “toda palabra”.
Satanás trató de sembrar dudas de la integridad de las Escrituras al tentarlo dos veces más
siempre usando la palabra “Si”. Jesús le refuta a Satanás con la autoridad de la Palabra misma de
Dios, al repetirle tres veces: “Está escrito”.
En Mateo 4:3-10 usa la Palabra de Dios coma la espada que puede alejar al Satanás mentiroso:
En sus reuniones con los líderes judíos, Jesús hizo comparaciones interesantes entre la Palabra y
las tradiciones, enalteciendo las Escrituras por encima de toda autoridad. En Mateo 15:1-9
exitosamente desafía las tradiciones vanas del hombre que bramantemente contradicen los
mismos mandamientos de Dios.
En Mateo 19:1-10 los Fariseos le preguntan a Jesús sobre la legalidad del divorcio. Jesús otra
vez recurre a las Escrituras para condenar el divorcio:
De la misma forma Jesús, en Mateo 22:22-46 expresa su irritación con los Saduceos y fariseos
por su ignorancia en la Escrituras, contestándoles de esta manera:
Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios Encarnado, la Palabra misma y eterna, cuando
simplemente pudo haber dicho: “Yo soy la tradición”, citó de la Escritura!
Lucas en Hechos 17:11 nos dice que: “los hermanos de Berea eran más estudiosos que los de
Tesalónica, pues recibieron la Palabra con toda solicitud, escudriñando las Escrituras para ver si
estas cosas eran así”. No se menciona nada de las tradiciones de los rabinos o de los ancianos de
la Iglesia. Las Escrituras son la apelación final de autoridad. Cuando la Iglesia Católica Romana
aconseja la lectura Bíblica, lo hace insistiendo que se debe leer de acuerdo a las tradiciones de la
Iglesia. Si la Escritura y el Vaticano se encuentran entre la doctrina y la práctica, la Iglesia
Romana descarta las Escrituras y recurre a la tradición y a su propia autoridad para establecer su
derecho, despreciando de este modo la verdad de que la Biblia es la única fuente de autoridad
segura por fe y por práctica.
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El término: “está escrito” es tan indispensable y de tan extrema importancia que los escritores del
Nuevo Testamento declaran treinta y tres veces la autoridad la Palabra escrita, recordando
específicamente “como está escrito”.
En Mateo 5:18 Jesús hace una declaración que confirma cada letra o símbolo es las Escrituras
como la verdadera Palabra de Dios:
La jota y la tilde que Jesús menciona aquí se refiere al más mínimo de los símbolos escritos,
como al decir en la frase: “una jota de la pluma”. Al usar estos términos Jesús demuestra el valor
que El da a la Palabra de Dios, como está escrita. Para ampliar más el significado de estos
términos, consideremos el sistema con el que los escribas usaban para impedir los errores al
transcribir las Escrituras. Los escribas, al copiar, contaban cada carácter en cada página. Si una
“jota” o una marca menor era omitida por la pluma, ellos destruían toda la página y la volvían a
escribir. Jesús aceptaba esa integridad y respetaba cada jota o tilde de la Palabra de Dios.
Jesús mismo autenticaba las Escrituras una y otra vez. En Juan 10:35 Jesús indica que “las
Escrituras no pueden ser quebrantadas”. Y en Juan 17:17 él les da valor diciendo: “Santifícalos
con tu verdad; tu palabra es verdad”.
Jesús confirmó hechos históricos acerca de Adán, Noé, Caín y Abel, Jonás y la Creación misma.
En Mateo 12:40 habla de su resurrección. También Jesús señala a las Escrituras para aplicar en la
vida, como la santidad del matrimonio. Viendo a Marco 10:6-9 Jesús responde a la pregunta
sobre el divorcio y la ley.
Además del hecho de que Jesús mismo se sometió a las Escrituras como lo dijo en Juan 8:55.
El también declaró su veracidad con respecto a su vida, muerte, resurrección, y las Profecías
Mesiánicas contenidas en las Escrituras. El repetidamente declaró: “Esto se ha hecho con el fin
de que aquello que está escrito fuese cumplido”. De hecho, El cumplió perfectamente las
Escrituras del Antiguo Testamento, como lo vemos en varios pasajes mesiánicos:
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Catolicismo Romano
LA AUTORIDAD DE LA TRADICION
Como lo probamos en la sección anterior, la Iglesia Católica Romana enseña que la Escritura
sola no es suficiente. Debe ser complementada con la tradición. La Biblia sin embargo, no clama
que la tradición es una fuente separada de la revelación. La tradición no es un mal instrumento o
una cosa mala. Al principio los Apóstoles enfatizaban su autoridad verbalmente predicando en
lugar de escribirla. Las verdades que fueron dadas a las iglesias de palabra, especialmente los
evangelios, más tarde fueron puestos por escrito. Luego que las tradiciones fueron puestas por
escrito, Dios colocó un sello en su Palabra escrita. Eso lo vemos en Apocalipsis 22:18. Después
de esto, la tradición continua siendo importante y válida, solo si se sujetan a la autoridad de las
Escrituras. Pablo lo advirtió en Colosenses en 2:8
Y otra vez en Apocalipsis, a Juan le es encomendado escribir: “”Al ángel de la iglesia de Efeso
escribe:” y también: “ Luego oí una voz del cielo que me decía: “Bendecidos son aquellos que
mueren en el Señor de ahora en adelante”.
Veamos Apocalipsis 19:9, y me dijo “Estas son palabras verdaderas de Dios”. Apocalipsis 21:5
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Catolicismo Romano
Dios es cuidadoso de SUS palabras. así como el padre amoroso que establece límites para el
bienestar de sus hijos, así El promete disciplina y castigo para aquellos que traspasan sus límites,
más allá de SU Palabra. El avisa castigar con las plagas, que es la condenación para aquellos que
añaden ó quiten de la Palabra de Dios. Apocalipsis 22:18.
En esta parte simbólica de la Biblia, casi al final de la Escritura, Dios coloca un sello se
protección en Su Palabra, advirtiendo que nadie puede añadir a quitar nada sin que reciba
condenación, ó sin que su nombre sea borrado completamente del Libro de la Vida. Ninguna
tradición que no se sujete a la autoridad de la Biblia, no es por ello, aceptada, é inclusive
condenada por el Hijo de Dios mismo, nuestro Señor Jesucristo.
Esta es exactamente que Jesús adoptó sobre la tradición. La Tradición en su parecer, ni fue y
nunca estuvo en autoridad, sino que fue para ser juzgada por la Palabra de Dios, y donde se
encontró que no estaba de acuerdo con lo escrito, fue rechazada, como Mateo 15: 1-9 lo explica.
Estos mismos versos relatan cómo Jesús confrontó con los Fariseos acerca de su tradición y su
relación con las Escrituras. Los Fariseos creían que desobedecer la tradición era desobedecer a
Dios. En lugar de elevarse a la autoridad de la tradición, sin embargo Jesús los acusó, ya que al
guardarla ellos, violaba la Palabra de Dios. Así les indicó Jesús, ( ver Mateo15:9).
Cuando Jesús se refería a la tradición en las Escrituras, El siempre se refirió a la Palabra escrita,
y de hecho, cualquier invocación a lo escrito de lo que Jesús habló en el Nuevo Testamento, se
puede verificar en Antiguo Testamento, por escrito, como lo hemos demostrados en este
discurso.
En conclusión, la tradición es aceptable, solo cuando ella está bajo la autoridad de la Palabra de
Dios. Debe ser condenada y no se puede aceptar cuando traspasa la autoridad de la Escritura
Sagrada. Es altamente significativo que el Señor Jesucristo nunca recurrió a la tradición como la
medida de autoridad, sino que en lugar usó la Biblia para corregir los errores de la tradición,
como lo hace en Mateo 22: 23-33 que ya vimos. La Iglesia Romana ha añadido liberalmente,
doctrinas de hombre a las Escrituras, y bajo el nombre tradición, ha despreciado prohibición
Bíblica de no añadir o quitar nada. La lista que sigue enseña la cronología histórica de los
eventos que representa la posición de la Iglesia Romana, al añadirle muchas tradiciones, las
cuales eventualmente reemplazaron a la Palabra de Dios. Muchas de estas adiciones que
ocurrieron hasta el final del siglo pasado, más de 1800 años después de que la Biblia fue
completada, y luego que Dios ordenó el no añadir ó sustraer de SU Palabra.
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Catolicismo Romano
A estos añadimos otros como: monasterios de monjes & monjas – cuarenta días de Cuaresma –
la semana Santa – Domingo de Ramos – Miércoles de Ceniza – Día de los Santos – Día de los
Cirios – Día del Pescado – días de la carne – el Incienso – el aceite santo – las Palmas santas -
Medallas de Cristóbal - las Novenas y muchas otras ceremonias.
¡Ahí lo tenemos! – la triste evidencia del creciente desvío de Roma de la sencillez del Evangelio,
un desvío tan radical e inalcanzable hasta el momento lo cual ha producido una iglesia
drásticamente anti-evangélica. Es claro y más allá de la duda que la religión Católica Romana
como se practica hoy día, es la consecuencia de siglos de error. Los inventos humanos han
reemplazado la verdad de la Biblia y la práctica.
La posición distintiva de la Iglesia Católica Romana de hoy día fue asegurada en gran manera
por el Concilio de Trento (1545-1563), con más de sus 100 anatemas ó maldiciones
pronunciados contra todos aquellos de entonces ó los del futuro que se atrevieran a diferir con
sus decisiones.
(Catolicismo Romano , p 7,8,9).
Los siguientes son otros pocos artículos que suministran más información acerca de la tradición y
reacción de esta iglesia cuando es confrontada con la verdad:
1329-1384 Se documenta la vida de Juan Wyclif. Wyclif trdujo la Biblia al Inglés para facilitar
la lectura de las Escrituras.
1374-1415 La vida del Sacerdote Jan Hus fue documentada. Hus insistía que solo Dios puede
perdonar pecados. El también declaró que ni el Papa ni los Obispos podrían
establecer doctrinas que contradirían las Escrituras. El fue ejecutado por la Iglesia
Católica Romana.
1456 La Biblia, primera edición, es editada por Tyndale.
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Esta fue una reacción por la venta de Indulgencias y de doctrinas anti-Bíblicas de la Iglesia
Católica Romana. Aquí comenzó la era de la Reforma.
Justificación SOLO por la Gracia, solo a TRAVES de la Fe, SOLO en Cristo, SOLO bajo la
BIBLIA como la única autoridad. Martín Lutero tradujo la Biblia al Alemán. Aquí comenzó la
Reforma Protestante, y Lutero es excomulgado.
Ahora que hemos establecido la relación entre la tradición y las Escrituras, y quién tiene la
autoridad, nos concentraremos sobre la autoridad de las Escrituras, en contraste con la autoridad
de la Iglesia Católica Romana, al comparar su doctrina oficial con la Santa Biblia.
Al haber malinterpretado este pasaje de la Escritura, la Iglesia Romana admite así que la función
del Papa fue establecida por consiguiente:
“El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su
Iglesia. Le entregó las llaves de ella; lo instituyó pastor de todo el rebaño. Está claro que
también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la función de atar y desatar
dada a Pedro. Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los
cimientos
de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa. (CIP, pg 260 #881).
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Catolicismo Romano
Cuando Jesús declaró que El reconstruiría su Iglesia sobre una roca, él se refería a la confesión
de Pedro acerca de Jesús. Esta declaración es verificada por los términos del griego: petros y
petra, por el mismo Pedro., por las Escrituras mismas con el significado textual de la palabra
roca como es usada en la Biblia y por la interpretación patrística en Mateo 16. Petros significa
Pedro y petra significa roca. Jesús concretamente le dijo a Pedro: “Tu eres Pedro y sobre esta
roca construiré mi Iglesia”.
La VERDAD que Pedro justo había confesado, “o sea, “Tueres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”,
era la base sobre la cual Cristo construiría su Iglesia. Fue en verdad, fundada bajo la verdad
esencial indicando quién es Cristo, que fue la verdad que Pedro justo confesó.
Miremos otra vez los términos griegos. La palabra petros se usa para significar una piedrita
pequeña; pero petra quiere decir una fundación ó base inamovible. Pedro mismo no reclama el
derecho de ser esa roca. En 1 Pedro 2:4-8, él lo explica muy bien.
Y en 1Pedro 5: 1-4, Pedro no se ve el mismo como revestido con más autoridad que los otros
apóstoles, sino que se identifica a sí mismo como “también de los ancianos” advirtiendo a los
otros ancianos tomarse una autoridad de jefes, asignando el título de liderazgo al Pastor
Supremo el Señor Jesucristo.
La única cabeza y gobernante de la Iglesia es Jesucristo. Pedro se mira así mismo como un
apóstol entre los demás apóstoles con igual autoridad.
Examinando más ampliamente que Pedro nunca fue elevado a una posición alta, veamos cómo
las Escrituras aclaran este dilema. En un registro de personalidades, es la costumbre que el
dignatario de más renombre aparezca primero para reconocer quién está a cargo y quién es el
más importante. Las Escrituras no indican absolutamente la supremacía de Pedro. En muchos
recuentos, el Nuevo Testamento menciona a los otros apóstoles más que a Pedro, como vemos en
Juan 1:44. Nótese el orden de jerarquía. Igualmente en Gálatas 2:9 Bernabé es escogido como al
más capacitado de los Gentiles.
Con todas estas evidencias no hay lugar para que el Obispo de Roma reemplace a Cristo como la
Roca sobre la cual la Iglesia es construida. Si el Pontífice de Roma es el sucesor directo de
Pedro ó no, eso es un hecho todavía muy difícil de probar. Ese factor sólo descalificaría al
pontífice Romano afirmar que él es herencia de Pedro. Para cimentar la autoridad absoluta del
Papa y elevarla a nivel divino, Roma usurpó de Dios un título y lo puso sobre el Papa como
“Santo Padre” y lo declaró infalible.!
La doctrina de infalibilidad papal vino al final del año 1870, en el Concilio Vaticano 1, 17 siglos
después de que la Biblia fue completada y el canon fue cerrado. Histórica y bíblicamente, este
dogma de fe de la Iglesia Católica Romana presenta problemas insuperables como lo explica A.D
Carson:
“luego de la muerte de Pedro, el llamado sucesor de Cristo tendría autoridad sobre el apóstol
viviente entonces, Juan, un hecho que no se puede confirmar. Lo que la Escritura realmente dice
es que Pedro es el primer discípulo en proclamar a Jesús en esa forma, y por esta proclamación
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su prominencia siguió hasta los primeros años de la Iglesia (Hechos 1:12). El, junto con Juan
fueron enviados con los otros discípulos a Samaria (Hechos 8: 14), y fue hecho responsable por
sus acciones por la Iglesia en Jerusalén (Hechos 11: 1-8) y fue amonestado por Pablo cara a cara
(Gá latas 2: 11-14).
(Efesios 2:20) - Jesús construyó su Iglesia. Precisamente por esto es que Jesús pasó mucho
tiempo con ellos hacia el final de su ministerio. El honor no fue merecido, sino sembrado por
revelación divina y por el trabajo de Cristo. (Carson 1986, p 368-69).
Pablo, el apóstol de los Gentiles, trabajó independientemente de Pedro y nunca habla de haberse
sometido a él, (en ningún sentido) como la cabeza de todos. Si alguno califica como verdadero
líder , es Pablo, aún así nunca reclama la posición más alta para él. Es más Pablo regaño a Pedro
en público, en su cara pues Pedro pues con sus acciones y su conducta hipócrita se condenó él
mismo, como lo vemos en Gálatas 2: 11-14. La evidencia inequívoca es esta: la primacía de la
Iglesia en la tierra no estaba en un líder humano sino en Cristo quien reina del cielo. En el
Nuevo Testamento no hay ningún texto que evidencie el ministerio del Papado, ni tenemos un
modelo de persona que ejerza como papa, sería una omisión extraña al entender que la iglesia no
es la verdadera iglesia sin el papado y sus obispos.
Hay muchos HECHOS históricos que desafían la infalibilidad del obispo de Roma. Hay muchos
factores irreconciliables que en efecto ridiculizan la idea total de la infalibilidad. El dogma de la
infalibilidad afirma que el papa no yerra cuando habla ex cátedra; sin embargo, existen muchos
archivos en los cuales un papa anula lo que otro papa declaró como dogma de fe. En otras
ocasiones, los concilios y los obispos han contradicho las decisiones ex-cátedra del papa, y
existen más documentos en los cuales dos papas sostuvieron el cargo de papa al mismo tiempo,
ambos contradiciéndose el uno al otro en cuestiones de fe y aún excomulgándose cada uno al
otro.
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Cerca del año 96 D. C., la primera epístola de Clemente a los Corintios fue enviada a la iglesia
sin consultar al obispo de Roma. Esa epístola fue adoptada oficialmente por la Iglesia Católica
Romana.
Ignacio de Antioquia, quien murió entre los años 112 y 116 D. C., también escribió cartas
oficiales a diferentes iglesias, incluyendo a la Romana, redarguyendo, corrigiendo y dando
instrucción. Ello indicaba que el obispo de Roma estaba bajo la autoridad de Antioquia.
En el año 342 D. C., varios obispos sostuvieron un Sínodo en Antioquia, en acción totalmente
independiente del obispo de Roma, que era el Papa Julio. Este Sínodo aprobó 25 normas que más
tarde fueron adoptadas por la iglesia en el Concilio de Calcedonia.
En el año 256 D. C., el Concilio de Cartago se opuso al Papa en la doctrina del bautismo. Ese
concilio probó ser más infalible que el papa, al ejercer la autoridad sobre el Pontífice en este
asunto.
El Papa Zoísmo (417-418 D. C.) corrigió a Agustín y a la Iglesia Norte de África por condenar a
Pelagio y sus enseñanzas heréticas. Años más tarde el papa ejerció su infalibilidad en este asunto
y condenó la herejía de Pelagio.
El Papa Honorio (625-638 D. C.) adoptó oficialmente la herejía de que Cristo solo tenía una
voluntad, la voluntad divina. Por ello Honorio fue censurado como hereje por el Sexto Concilio
Ecuménico(680-681DC), y por el Papa León II.
El Papa Bonifacio Octavo (1294-1303DC), expidió una bula, UNA SANTA. Esta bula declaraba
que para cada ser humano, la salvación consistía en someterse a la obediencia del obispo de
Roma. Esta bula fue firmada por León 10, Pío 11 y por el Concilio Vaticano 1. Esta
contradicción a Bonifacio Cuarto fue aprobada por el Concilio Vaticano 2. (von Dollinger, p. 57-
58).
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Hoy día sin embargo, y de acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, los católicos no
Romanos, y aún los que no son cristianos, se pueden salvar sin someterse a la obediencia del
Papa:
"La Iglesia se siente unida por muchas razones con todos los que se honran con el nombre de
cristianos a causa del bautismo, aunque no profesan la fe en su integridad o no conservan la
unidad de la comunión bajo el sucesor de Pedro". "Los que creen en Cristo y han recibido
ritualmente el bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia
Católica".
Con las Iglesias ortodoxas, esta comunión es tan profunda "que le falta un poco la plenitud que
haría posible una celebración común de la Eucaristía del Señor". (CIC #838, p.247).
Por otra parte, cuando se considera el futuro, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el Nuevo
Pueblo de Dios tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o el retorno) del Mesías;
pues para unos es la espera de la vuelta del Mesías, muerto y resucitado, reconocido como Señor
e Hijo de Dios; para los otros, es la venida del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el
fin de los tiempos, espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del desconocimiento
de Cristo Jesús. .(CIC p. 247 #840).
"El designio de salvación comprende también a los que reconocen al Creador. Entre ellos están,
ante todo, los musulmanes, que profesan tener la fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios
Único y misericordioso que juzgará a los hombres al fin del mundo". (CIC p 248 #841).
El vínculo de la Iglesia con las religiones no cristianas, es en primer lugar el del origen y el del
fin comunes del género humano:
"Todos los pueblos forman una Única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios
hizo habitar a todo el Género humano sobre la entera faz de la tierra; tienen tambiÉn un fin
Último, Dios, cuya providencia, testimonio de bondad o designios de salvación se extienden a
todos hasta que los elegidos se unan en la Ciudad Santa. (CIC p. 248 #842).
El Papa Eugenio 4 (1431-1447 DC) expidió tres bulas para detener la conducta del Concilio de
Basil. El Concilio desobedeció al Papa y recurrió al Concilio de Constancio, el destronó a dos de
los papas permitiendo que un papa nuevo fuera elegido. Enfrentándose a la posibilidad de un
Cisma, Eugenio 4 aceptó las decisiones del Concilio de Basil. Esos decretos fueron aprobados y
ratificados oficialmente por el Papa Martín 5.
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Los Papas Pablo 5 y Urbano 8 (siglo 17) censuraron y condenaron públicamente a Galileo por
enseñar la teoría solar de Copérnico. Con toda la autoridad plena del papa, la iglesia declaró y
definió la interpretación de las Escrituras como un tema de fe, el cual fue probado erróneo, mÁs
tarde. No es que la Biblia estuviera incorrecta, sino que la interpretación privada de la Iglesia
Romana estaba incorrecta. (von Dollinger p. 58).
Muchos patriarcas y grandes teólogos de la iglesia primitiva, comenzando con Pedro al denegar a
Cristo, Pablo, Agustín, Jerónimo, Lutero, Calvin, Edwards, y muchos otros, nunca reclamaron
infalibilidad, sino solo el papa. Lo Único que estos teólogos y patriarcas podían clamar era su
pecado y sus errores al contemplar fijamente al Único infalible, el Padre Santo, el Dios
Todopoderoso y a Su Palabra infalible.
Da miedo abrir el Catecismo de la Iglesia Católica, p.496-497, y miren los artículos #2051 y
#2052, cÓmo la Iglesia Católica tergiversa los Diez Mandamientos. (Por favor miren las dos
páginas siguientes):
Como vemos en los dos cuadros anteriores, la Iglesia Católica Romana, erradicó o suprimió el
segundo mandamiento ordenado por Dios. En estos cuadros anteriores, que son citas en contexto
y forma, del Catecismo Católico, vemos claramente que la Iglesia Católica Romana admite las
Escrituras. Ella en realidad presenta los Diez Mandamientos de acuerdo a Éxodo 20: 2-17 y
Deuteronomio 5:6-21. Ordenando la lista de los mandamientos como aparecen en la Biblia,
primero de acuerdo a Éxodo y luego de acuerdo a Deuteronomio, se obtiene una percepción clara
de la lista de los mandamientos editados por la Iglesia Católica, los cuales ella designaron como
La Fórmula Catequética Tradicional. Revisando el Apéndice 2, miremos el mandamiento número
uno como lo dice Éxodo: "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de
servidumbre". Luego vemos en Deuteronomio el mandamiento número uno: "Yo soy Jehová tu
Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre"
En contraste, observemos el mandamiento segÚn la Iglesia Católica Romana: "Yo soy Jehová tu
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Dios, no tendrás otros dioses delante de mÍ". - Aunque hay adiciones tanto en la gramática como
en el texto, todavÍa en esencia, es parafraseado como el primer mandamiento siguiendo las dos
referencias Bíblicas en el cuadro arriba.
El segundo mandamiento de acuerdo a Éxodo 20 dice: "No tendrás dioses ajenos delante de mÍ,
No te harás imagen, ni ninguna semejanza”.
Cuando revisamos el cuadro (chart) arriba vemos que en el 2do. Mandamiento de la Iglesia
Romana lo que vemos es que hay un espacio en blanco. De acuerdo a la Iglesia Romana, el
segundo mandamiento no existe en referencia a las imágenes cargadas. Lo removieron. Al
eliminar el 2do mandamiento la Iglesia Católica solo tiene 9 mandamientos. Sin embargo el
Magisterio de la Iglesia corrigió ese problema al dividir el décimo mandamiento en dos
mandamientos. El décimo mandamiento según Éxodo 20 dice:
y es repetido en Deuteronomio 5 . –
En el Catecismo Católico leemos que el noveno y el décimo mandamiento están escritos asÍ:
"No codiciarás la mujer de tu prójimo" - y "No codiciarás la casa de tu prójimo".
Mirando esta división desde otro punto de vista, tenemos mandamiento noveno:
"No codiciarás... y mandamiento Décimo: "No codiciarás.
Si consideramos el hecho que el Catecismo Católico publica los diez mandamientos tal y como
aparecen en la Biblia, juntos y abiertamente indica la versión Católica Romana de los diez
mandamientos, ello demuestra sin lugar a dudas que la Iglesia Católica conoce las Escrituras,
pero públicamente rehúsa someterse a la autoridad de la Biblia. En notoria desobediencia al
Apocalipsis 22: 18-19, es evidente que la Iglesia Católica no tiene ninguna objeción en añadir o
sustraer de la Palabra de Dios.
Pero miremos una vez mÁs al 2do mandamiento de acuerdo a la Biblia. Firmemente con la
doctrina de iglesia Católica, el 2do. mandamiento tenía que ser removido por la sencilla razón de
que ese mandamiento no podía existir junto con la práctica Católica Romana de las imágenes
talladas. Las iglesias Romanas están brillantemente decoradas con estatuas, y no por propósitos
simbólicos, sino para la práctica de la veneración. Aunque la iglesia Romana no ordena la
adoración de imágenes y estatuas, le abre la oportunidad al católico para que encienda velas al
frente de estas imágenes, , aconsejándoles que oren delante de ellas. Por tradición , despuÉs de
una ceremonia matrimonial, la novia se arrodilla ante la estatua de María bajo la mirada del
sacerdote y los invitados. El arrodillarse es una forma de reverencia, lo mismo que el encender
las velas, costumbre incorporada a la Iglesia Católica, durante el proceso de identificación con
las prácticas paganas de esa civilización que evolucionó en la historia de la iglesia.
La idolatría es un pecado que la Biblia cita claramente como una abominación delante de Dios. A
través de las Escrituras, se nos advierte que Dios odia la idolatría. El no comparte Su Gloria con
nadie. Dios mostró su ira contra el pecado hasta el punto de castigar a Israel con el exilio.
Literalmente la idolatría fue causa de la destrucción y exilio de Israel, y encontramos cientos de
pasajes que condenan el hacer Ídolos e imágenes para adoración.
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En Jeremías 10 por ejemplo, El Señor nos quiere mostrar muy vívidamente lo horrible y
espantoso que es este pecado. El dice que el hombre corta un Árbol de la foresta con sus manos y
su hacha. Claramente Dios nos enseña que ese es el trabajo de las manos del hombre. El hombre
cubre ese Árbol con oro y plata. El hombre tiene que pegar esas estatuas porque ellas no poseen
la habilidad de levantarse por sÍ mismas. Ellas deben ser transportadas porque no pueden
caminar, pero cuando son terminadas, la gente se postra delante de ellas, sabiendo bien que es un
pedazo de madera que no hace ni bien ni mal. El que hace lo malo es el hombre al olvidarse del
Dios vivo y adora las cosas que Él mismo ha creado.
Isaías hace aparecer a los Ídolos aÚn mÁs ridículos. El dice que el hombre corta el Árbol y
cocina con el. Con Él enciende el fuego para calentarse y con el resto hace estatuas para
adorarlas. Las tinieblas siembran el pecado en el corazón del hombre y lo hace un ente.
El Salmo 115: 4-8 declara que los que hacen Ídolos vienen a ser como ellos. Tienen ojos pero no
ven y oídos pero no oyen. Es triste ver a sacerdotes y a feligreses católicos cÓmo veneran las
estatuas en las procesiones o en otras actividades clericales. Al hacer eso los católicos Romanos
vienen a ser como Ídolos, que no pueden ver u oÍr el Evangelio. Veamos otros versos Bíblicos
donde las imágenes y la idolatría son condenados por Dios.
Jeremías 10: 3-10 - Salmo 115: 4-8 - Levítico 26:1 - Deuteronomio 27:15 - 1 Juan 5: 21
Hechos 15:20 - Romanos 1: 22-23 –
Los católicos Romanos algunas veces admiten que los Ídolos que Dios prohíbe
son los del Antiguo Testamento. Es por eso que varias citas del Nuevo Testamento son incluidas
aquÍ. Otras citas Bíblicas no son necesarias puesto que hemos probado que la Biblia entera es
verdadera y de confiar.
¿Cómo entonces la iglesia Romana se envolvió en semejante práctica pagana? - Esa práctica de
usar imágenes en las iglesias comenzó en el séptimo siglo con el Papa Gregorio el Grande. El
aprobó oficialmente el uso de imágenes en las iglesias pero insistía en que ellas no debían ser
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adoradas. En el siglo octavo sin embargo, se dedicaron festividades para las imágenes, y fueron
cercadas por un ambiente de superstición, que aÚn los paganos llamaban a los Cristianos "
adoradores de Ídolos".
El Magisterio Católico Romano todavÍa cree que las imágenes ayudan físicamente a que la gente
recuerde a Dios y a los santos, del mismo modo que una foto de un familiar nos ayude a
recordarlo. La Biblia enseña que la relación que Dios desea tener con nosotros sea en el espíritu,
como lo dice Juan 4: 24:
La Biblia no enseña que debemos adorar a Dios por medio de imágenes o representaciones. Si se
necesitara una foto de Jesús para tener relación con el Señor, nadie sería capaz de tener tal
relación, porque en ninguna parte del Antiguo o del Nuevo Testamento hay una descripción de
los rasgos físicos de Jesucristo. Nadie hizo un retrato de El durante en el tiempo que Él vivió.
De hecho la iglesia, en los primeros cuatro siglos de existencia, no tuvo un retrato de Jesús. Los
llamados retratos de Jesús son solo el producto de la imaginación de un artista. Por eso es que
existen muchos rostros de Jesús en diferentes pinturas artísticas. Simplemente no es verdad que
ninguno de ellos sea el verdadero rostro de Cristo. Esos retratos son retratos de hombres, y al
adorarles, se está adorando al hombre. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede
sacar un cuadro de tal abstracto. Si Jesús dijo: " Yo soy la puerta; podría la puerta ser adorada
como una representación de Jesús? - Ningún cuadro puede justificar su personalidad, porque, no
solamente El es humano, sino divino. Ningún cuadro puede mostrar su deidad. Esas pinturas son
por lo tanto, un fraude y totalmente erróneas.
La relación que Dios desea tener con nosotros está representada en la Biblia como la relación
entre esposo y esposa. El esposo no puede decir que Él ama a sus esposa solo cuando ve su
retrato. Una esposa no estaría feliz si supiera que su esposo tiene fotos de ella por todas partes, si
Él raras veces le habla, o cuida de ella, o le manifiesta que la ama. De hecho esas fotos serían
como una decoración mÁs en su cuarto junto con las otras pinturas en la pared, totalmente
separadas de la persona en la realidad. Una esposa en verdad, rechazaría un retrato porque eso
sería interferir a todo momento, en el amor conyugal y la relación espiritual que ella desearía con
su esposo. Entonces no es difícil entender el porqué Dios no quiere que tengamos imágenes.
Debemos amar a Dios con todo el corazón, toda la mente, todo nuestro ser, minuto a minuto.
Pero como no lo podemos hacer, nuestro Espíritu lo hace con palabras que no podemos entender,
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y como dice la Biblia, nuestro espíritu da testimonio con el espíritu de Dios diciendo: "Abba
Padre". Si en realidad somos hijos de Dios, y como hijos, no necesitamos un retrato para tener
relación con el Padre. Los bebés no dependen de un retrato de sus padres para relacionarse con
ellos. Pablo lo expresa muy bien en Romanos 8:14-17.
Si oráramos solo por la persona o el espíritu representado por una imagen, sería aún pecado por
dos razones:
1. Dios no solo prohíbe el uso de imágenes para adorarlas, sino tambiÉn el hacerlas.
2. Solo hay un mediador entre Dios y el hombre, y ese es Cristo, no santo Ó imagen.
LA SUFICIENCIA DE CRISTO
La Iglesia Católica Romana cree que Jesucristo es la Verdad, como El mismo lo enseña. Si tal es
el caso, El no puede mentir, El es Dios y no puede contradecirse asÍ mismo. En Juan 14: 6 lo
dice:
No hay ambigüedad en esta declaración. Si Jesús mismo dice que El es EL UNICO CAMINO de
salvación, nadie puede discutir esa verdad. Es mÁs, esta frase exclusiva no es una declaración
accidental, es la parte integral de la Biblia.
"Todos los hombres, por tanto, a Ésta unidad católica del pueblo de Dios..A esta unidad
pertenecen de diversas maneras o a ella están destinados los católicos, los demÁs cristianos e
incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios.
( CIC P 246 #836).
"Están plenamente incorporados a la sociedad que es la iglesia aquellos que, teniendo el espíritu
de Cristo, aceptan Íntegramente su constitución y todos los medios de salvación establecidos en
ella y están unidos, dentro de estructura visible, a Cristo, que la rige por medio del Sumo
Pontífice y de los obispos, mediante de los lazos de la profesión de la fe, de los sacramentos, del
gobierno eclesiástico y de la comunión. No se salva en cambio, el que no permanece en el amor,
aunque esté incorporado a la iglesia, porque está en el seno de la Iglesia con "el cuerpo" pero no
con "el corazón". (CIC p. 246 #837).
En este extracto la Iglesia Católica Romana habla de... "los medios de salvación". La Biblia
enseña que solo hay un camino de salvación y Ése es Cristo. Como lo vimos anteriormente en
Juan 14:6. Jesús declara que El es el Único camino de salvación. El no usa un artículo indefinido
diciendo: "Yo soy un camino". Eso no es lo que El dice, sino que usa el artículo definitivo "el
camino". El tambiÉn usa el negativo universal: " Nadie viene al Padre, sino por mÍ". Este
derecho está confirmado por muchos pasajes en las Escrituras:
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Hechos 4:12 - Hebreos 9:15 - Romanos 8:34 - Hebreos 7:25 - 1Timoteo 2:5.
Cuando la Iglesia Católica Romana pasa por alto las verdades de la Biblia, ella disimula a Cristo
mismo. La Única y Última alternativa de la Iglesia Católica Romana es buscar la salvación por
otros medios como lo vemos en su doctrina oficial. Esta viene a ser la gran tragedia o debacle de
la Iglesia Católica Romana. Al remover la insuficiencia de la Biblia y de Cristo, ella tiene que
desarrollar otros medios de salvación, los cuales no resultan en salvación de todos modos.
La belleza del mensaje del Evangelio es su sencillez. La salvación es un don gratis, la gracia dada
a los escogidos de Dios por el Espíritu Santo, por oír el Evangelio. Este regalo produce la fe para
creer en Jesucristo como el Redentor personal. La fe conduce al creyente a la esperanza de
salvación en Cristo solo con la convicción de que Cristo pagó del todo y por todos los pecados
del mundo y es suficientemente capaz de llevarlo al Padre, puro y santo: (Colosenses 1:19 y 22 -
Efesios 1: 4 - Juan 17:3 –
Esta enseñanza, debería ser tal que ella asegura la fe y la dedicación a Jesús como Señor y
Salvador personal. AsÍ el creyente desarrolla una confianza absoluta en la suficiencia de Cristo y
y en su obra redentora. Esta confianza total lleva al creyente a rechazar cualquier intento de darse
mérito o de ganar la vida eterna por sus propios medios, o por méritos sociales, morales,
religiosos, o por los sacramentos, o por logros personales, y aceptar la persona y los méritos de
Cristo solamente. Veamos Romanos 9:15-16 - Efesios 2: 1-10.
Cuando la persona nace de nuevo por la voluntad de Dios, el creyente es salvo por atribución de
la justicia de Cristo mismo. Esta atribución es una transacción por la cual todos los méritos de
Cristo son transferidos al creyente y todos sus pecados son substitutivamente puestos en Cristo
en la cruz. Cuando esa transacción se lleva a cabo, el creyente adquiere una nueva naturaleza, le
de ser un hijo de Dios. La nueva criatura, aunque continúa pecando, no quiere el pecado. Y
entonces está capacitada para distinguir entre el reino de Dios y el de Satanás. Luego de esto, el
Espíritu Santo que mora en Ése creyente, lo conduce al reino de Dios mientras rechaza al reino
de Satanás. Como criatura nueva, no tiene que cambiar; el Espíritu de Dios que mora dentro de
Él lo hace cambiar: 2 Corintos 5:17-19.
Notemos los verbos diferentes que el Espíritu Santo usa, en Juan 3:3 Él usa el verbo VER, y en
3:5 el verbo ENTRE. Nadie que no nace de NUEVO no puede ver el reino de Dios. Y permanece
ciego. Si no puede ver el reino de Dios (el Evangelio) obviamente no puede entrar en ese reino.
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Los más de 100 anatemas (excomulgaciones) pronunciados por el Concilio de Trento todavía
aplican para hoy. No han sido cancelados por el Vaticano II (l962-l965).
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VI 88.16 Los obispos son elevados a la Los presbíteros son llamados por
II dignidad episcopal por el Dios; reconocidos por la
Pontífice Romano. congregación; nombrados,
afirmados y supervisados por
otros presbíteros (Hechos 6:3; II
Tim. 2:2)
El I 97.2 El matrimonio es un El matrimonio es sagrado (Ex.
Matri- sacramento 20:14; Ef. 5:21-33)
monio
II 97.4 Hay que tener una sola mujer y Monogamia (I Tim 3:2)
un solo hombre
III 97.7 La iglesia puede establecer La Biblia tiene suficientes reglas
reglas para el matrimonio para el matrimonio (Gen. 2:24)
IV 97.9 La iglesia puede poner Solo los impedimentos puesto
impedimentos para el por la Biblia Cristiana pueden
matrimonio ser puestos (I Tim. 4:3).
V 97.11 No se disuelve el matrimonio El Señor enseña que no es
por herejía, cohabitación o valido el divorcio, “salvo por
ausencia. caso de fornicación” (Mt. 19:9).
VI 97.13 Hay que tomar votos para el El matrimonio, como unión civil,
matrimonio es reconocido por el Estado
(Rom. 13:1) y la unión es
bendecida por la iglesia (Juan 2).
VI 97.19 No se disuelve el matrimonio El Señor enseña que no se
I por adulterio divorcian, “salvo por caso de
fornicación” (Mt. 19:9).
VI 97.22 Se puede separar Se puede separar por causa de
II conflictos no resueltos (I Cor.
7:11).
IX 97.27 Los clérigos no se casan Los ministros pueden casarse (I
Tim. 4:3). Pedro tenia una
suegra (Marcos 1:30).
X 97.31 El celibato es mejor que le El soltero y el casado viven para
matrimonio la gloria de Dios (I Cor. 6:20).
XI 97.34 Se puede prohibir casamientos No hay prohibiciones según los
en ciertos tiempos del ano. tiempos en el NT.
XI 98.1 Las causas matrimoniales La iglesia tiene la
I pertenecen al corte eclesiástico responsabilidad de aconsejar a la
familia y a los matrimonios.
100.17 Hay penas contra los El pecado sexual es condenado.
violadores
103.6 La veneración de las reliquias “No harás imagen.” (Ex. 20:4).
112.38 No se deben abusar la Cristo esta atento a la
excomunicación persecución de los creyentes
(Apoc. 2:8-11)
120.6 Amonestación contra abusos Hay distinción entre la autoridad
civiles del estado (Rom. 13) y la
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SACROSANTO, ECUMÉNICO Y
GENERAL
CONCILIO DE TRENTO
Esta es la fe del bienaventurado san Pedro, y de los Apóstoles; esta es la fe de los Padres; esta es la fe de
los Católicos.
INICIO DEL CONCILIO DE TRENTO
Concil. Trident. Sess. XXV in Acclam.
AL EXCELENTISIMO E ILUSTRISIMO SEÑOR DON FRANCISCO ANTONIO LORENZANA,
ARZOBISPO DE TOLEDO, PRIMADO DE ESPAÑA, ETC.
EXCMO. SEÑOR.
La santidad, y certidumbre de las materias que definió el sacrosanto Concilio de Trento, no dan lugar a
que busque patrocinio, pues no lo necesitan. Pero sí es debido que esta traducción se publique autorizada
con el nombre del Arzobispo de Toledo, Primado de España, para que se aseguren los fieles de que esta
es la doctrina Católica, este el pasto saludable, y este el tesoro que comunicó Jesucristo a sus Apóstoles,
y ha llegado intacto a manos de V. E. que lo entregará a otros, para que lo conserven en su pureza hasta
la consumación de los siglos. Las virtudes Pastorales de V. E. y su anhelo por mantener, y propagar la
buena doctrina, me dan confianza de que recibirá la traducción de este santo Concilio con el gusto que
practica sus decretos, y cuida de que los observen sus ovejas.
Excmo. e Illmo. Señor,
A. L. P. de V. E.
D. Ignacio López de Ayala
PRÓLOGO
Aunque los eclesiásticos y seglares sabios puedan disfrutar plenamente la doctrina del sagrado Concilio
de Trento en el idioma latino en que se publicó, es tan importante y necesaria su lectura a todos los fieles
en general, tan sencilla, y acomodada su explicación a la capacidad del pueblo, que no debe extrañarse se
comunique en lengua castellana a los que no tienen inteligencia de la latina. El conocimiento de los
dogmas, o verdades de fe, es necesario a todos los cristianos; y en ningún concilio general se ha decidido
mayor número de verdades católicas sobre misterios de la primera importancia, cuales son los que
pertenecen a la justificación, al pecado original, al libre albedrío, a la gracia, y a los Sacramentos en
común y en particular. Como la divina misericordia conduce los fieles por medio de estos a la vida
eterna, y sus verdades son prácticas; es necesario ponerlos con frecuencia en ejecución. De aquí es que
no sólo es conveniente este conocimiento a los eclesiásticos que administran los Sacramentos, sino
también a los fieles que los reciben. A los legos pertenece igualmente la instrucción en muchos puntos
de disciplina que estableció este sagrado Concilio. Y esta es la razón porque él mismo mandó formar su
Catecismo, y ordenó que algunos de sus decretos se leyesen repetidas veces al pueblo cristiano.
Ninguno de cuantos se glorían con este nombre tiene mayor derecho que los Españoles para
aprovecharse de la doctrina, y saludables máximas de aquel congreso sacrosanto. Estas son las mismas
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Catolicismo Romano
verdades, cuya decisión promovieron y ampararon sus Monarcas; estos los puntos que ventilaron,
probaron y defendieron sus Teólogos; y estos los dogmas y disciplina que decidieron y decretaron sus
Prelados. Ningunos Obispos más celosos ni desinteresados que los Españoles en promover la gloria de
Dios, la santidad de las costumbres, y la pureza de la religión, fueron los más prontos en asistir, aunque
eran los más distantes; y a pesar de los grandes obstáculos que les opusieron, fueron los más firmes en
continur esta obra grande, de que esperaban volviese al seno de la Iglesia la Alemania, confundida y
despedazada con execrables errores.
Durará sin duda con la Iglesia la memoria de su celo; y resonarán con los nombres de Don Fray
Bartolomé de los Mártires, de Don Pedro Guerrero, del Cardenal Pacheco, de Don Martín de Ayala, de
Don Diego de Alava, y de otros muchos españoles, los tiernos y vehementes clamores con que pidieron
la reforma de costumbres, anhelando por ver renacer aquellos primitivos y felices días en que florecieron
a competencia el celo y desinterés de los eclesiásticos, y el candor, pureza y sumisión de los seglares.
¿Cuánto no ayudaron con sus luces los sabios españoles Domingo y Pedro de Soto, Carranza, Vega,
Castro, Carvajal, Lainez, Salmerón, Villalpando, Covarrubias, Menchaca, Montano y Fuentidueñas? Los
puntos más importantes se cometieron a su examen, y contribuyendo con su talento y sabiduría a la
defensa de la fe católica, y al lustre inmortal de la nación española, correspondieron ampliamente al
honor con que los distinguió el santo Concilio, y a la expectación de la Iglesia universal. ¿Qué
dificultades no vencieron también los Reyes de España para lograr la convocación del santo Concilio,
para principiarlo, proseguirlo, y restablecerlo después de haberse interrumpido en dos ocasiones? Al
Emperador Carlos V, a su hermano Ferdinando y a Felipe II se debe la victoria de tantos obstáculos
como fue necesario superar para llevar al cabo tan santa y necesaria obra. Los Españoles, pues, tienen
justísimo derecho de disfrutar en su idioma la misma doctrina que promovieron sus Reyes, ventilaron sus
Teólogos, y decidieron sus Obispos.
La traducción que se presenta es literal, aunque la diferencia de los dos idiomas, y del estilo propio del
Concilio haya obligado a seguir muy diferente rumbo en la colocación de las palabras. No obstante, el
original es la norma de nuestra fe y costumbres, y la única fuente adonde se debe recurrir cuando se trate
de averiguar profundamente las verdades dogmáticas y de disciplina, sobre cuya inteligencia se pueda
suscitar alguna duda. Con este objeto, y por dar una edición bien corregida, se ha impreso en el mismo
tomo el texto latino, revisto con suma diligencia, y confrontado con la edición que pasa por original; es a
saber, la de Roma hecha por Aldo Manucio en 1564, con la de Alcalá por Andrés Angulo en el mismo
año, con la de Felipe Labé en 1667, y con la que publicó últimamente en Amberes en 1779 Judoco Le
Plat, doctor de Lobayna. También se han tenido presentes las Sesiones que se estamparon en Medina del
Campo en 1554, y en fin la edición de Madrid de 1775, que no corresponde por cierto al buen deseo de
los que la publicaron; porque habiendo copiado a la de Roma de 1732, sacó los mismos yerros que esta,
y en una y otra faltan palabras, y a veces líneas. Este esmero, siempre necesario para dar a luz una obra
de tanta consecuencia, ha sido mayor después que el supremo Consejo de Castilla se sirvió ordenar que
además del sabio teólogo que aprobó esta traducción, nombrase otro el M. R. Arzobispo de Toledo, con
cuyo auxilio cotejase el traductor cuidadosamente esta vez con dicho original, para que no sólo en lo
sustancial, sino aun en la más mínima expresión vayan en todo conformes, y se logre que salga esta obra
al público perfecta en todas sus partes. ¡Ojalá que el cuidado puesto en la edición corresponda a las
intenciones del supremo Consejo, y al celo con que el Excelentísimo señor Arzobispo de Toledo ha
encomendado la exactitud en la corrección! Consta a lo menos, que el texto latino que publicamos, tiene
menos defectos qu el de la edición de Roma estimada por original, y certificada como tal por el
secretario y notarios del mismo santo Concilio.
Por lo demás, no parece se debe advertir a los lectores legos, sino que los decretos pertenecientes a la fe
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Catolicismo Romano
son siempre certísimos, siempre inalterables, siempre verdaderos, e incapaces de mudanza o variación
alguna. Pero los decretos de disciplina, o gobierno exterior, en especial los reglamentos que miran a
tribunales, procesos, apelaciones, y otras circunstancias de esta naturaleza, admiten variación, como el
mismo santo Concilio da a entender. En consecuencia, no hay que extrañar que no se conforme la
práctica en algunos puntos con las disposiciones del Concilio; porque además de intervenir autoridad
legítima para hacer estas excepciones, la historia eclesiástica comprueba en todos los siglos que los usos
loables, y admitidos en unos tiempos, se reprobaron y prohibieron en otros, y los que adoptaron unas
provincias, no los recibieron otras.
Para que los lectores tengan presentes los puntos históricos principales, y los motivos que hubo para
congregar el Concilio, para disolverlo en dos ocasiones, y para volverlo a continuar hasta finalizarlo,
basta por ahora la lectura de las bulas de convocación de Paulo III, Julio III y Pío IX: pues consta en
ellas así la urgente necesidad de convocar como los obstáculos humanamente insuperables que es
necesario vencer para continuarlo, y conducirlo hasta su fin. Solo me ha parecido conveniente insertar la
acta de la abertura, necesaria sin duda para conocer los Legados que presidían, proponían, y
preguntaban, y el método y solemnidad con que se celebraban las Sesiones. El número y nombres de los
Prelados, Embajadores y otros concurrentes, conta de los Apéndices, que se han descargado de muchas
noticias pertenecientes a los Padres, y Doctores españoles, por no permitirlas la magnitud del volumen.
Espero no obstante dar noticias más individuales e importantes de estos sabios y virtuosos héroes en la
historia del Concilio de Trento, de que tengo trabajada mucha parte, íntimamente persuadido a que
ningunos sucesos del siglo decimosexto pueden dar más alta y noble idea del celo, entereza y sabiduría
de los Españoles.
BULA CONVOCATORIA DEL CONCILIO DE TRENTO, EN EL PONTIFICADO DE PAULO
III
Paulo Obispo, siervo de los siervos de Dios: para perpetua memoria. Considerando ya desde los
principios de este nuestro Pontificado, que no por mérito alguno de nuestra parte, sino por su gran
bondad nos confió la providencia de Dios omnipotente; en qué tiempos tan revueltos, y en qué
circunstancias tan apretadas de casi todos los negocios, se había elegido nuestra solicitud y vigilancia
Pastoral; deseábamos por cierto aplicar remedio a los males que tanto tiempo hace han afligido, y casi
oprimido la república cristiana: mas Nos, poseídos también, como hombres, de nuestra propia debilidad,
comprendíamos que eran insuficientes nuestras fuerzas para sostener tan grave peso. Pues como
entendiésemos que se necesitaba de paz, para libertar y conservar la república de tantos peligros como la
amenazaban, hallamos por el contrario, que todo estaba lleno de odios y disensiones, y en especial,
opuestos entre sí aquellos Príncipes a quienes Dios ha encomendado casi todo el gobierno de las cosas.
Porque teniendo por necesario que fuese uno solo el redil, y uno solo el pastor de la grey del Señor, para
mantener la unidad de la religión cristiana, y para confirmar entre los hombres la esperanza de los bienes
celestiales; se hallaba casi rota y despedazada la unidad del nombre cristiano con cismas, disensiones y
herejías. Y deseando Nos también que estuviese prevenida, y asegurada la república contra las armas y
asechanzas de los infieles; por los yerros y culpas de todos nosotros, ya al descargar la ira divina sobre
nuestros pecados, se perdió la isla de Rodas, fue devastada la Ungría, y concebida y proyectada la guerra
por mar y tierra contra la Italia, contra la Austria y contra la Esclavonia: porque no sosegando en tiempo
alguno nuestro impío y feroz enemigo el Turco; juzgaba que los odios y disensiones que fomentaban los
cristianos entre sí, era la ocasión más oportuna para ejecutar felizmente sus designios. Siendo pues
llamados, como decíamos, en medio de tantas turbulencias de herejías, disensiones y guerras, y de
tormentas tan revueltas como se han revuelto, para regir y gobernar la navecilla de san Pedro; y
desconfiando de nuestras propias fuerzas, volvimos ante todas cosas nuestros pensamientos a Dios, para
que él mismo nos vigorase y armase nuestro ánimo de fortaleza y constancia, y nuestro entendimiento
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Catolicismo Romano
del don de consejo y sabiduría. Después de esto, considerando que nuestros antepasados, que tanto se
distinguieron por su admirable sabiduría y santidad, se valieron muchas veces en los más inminentes
peligros de la república cristiana, de los concilios ecuménicos, y de las juntas generales de los Obispos,
como del mejor y más oportuno remedio; tomamos también la resolución de celebrar un concilio
general: y averiguados los pareceres de los Príncipes, cuyo consentimiento en particular nos parecía útil
y conducente para celebrarlo; hallándolos entonces inclinados a tan santa obra, indicamos el concilio
ecuménico y general de aquellos Obispos, y la junta de otros Padres a quienes tocase concurrir, para la
ciudad de Mantua, en el año de la Encarnación del Señor 1537, tercero de nuestro Pontificado, como
consta en nuestras letras y monumentos, asignando su abertura para el día 23 de mayo, con esperanzas
casi ciertas de que cuando estuviésemos allí congregados en nombre del Señor, asistiría su Majestad en
medio de nosotros, como prometió, y disiparía fácilmente por su bondad y misericordia todas las
tempestades de estos tiempos, y todos los peligros con el aliento de su boca. Pero como siempre arma
lazos el enemigo del humano linaje contra todas las obras piadosas; se nos denegó primeramente contra
toda nuestra esperanza y expectación, la ciudad de Mantua, a no admitir algunas condiciones muy ajenas
de la conducta de nuestros mayores, de las circunstancias del tiempo, de nuestra dignidad y libertad, de
la de esta santa Sede, y del nombre y honor eclesiástico; las que hemos expresado en otras letras
Apostólicas. Nos vimos en consecuencia necesitados a buscar otro lugar, y señalar otra ciudad, que no
ocurriéndonos por el pronto oportuna ni proporcionada, nos hallamos en la precisión de prorrogar la
celebración del concilio hasta el primer día de noviembre. Entre tanto nuestro cruel y perpetuo enemigo
el Turco invadió la Italia con una grande y numerosa escuadra; tomó, destruyó y saqueó algunos lugares
en las costas de la Pulla, y se llevó cautivas muchas personas. Nos estuvimos ocupados, en medio del
grande temor y peligro de todos, en fortificar nuestras costas, y ayudar con nuestros socorros a los
comarcanos, sin dejar no obstante de aconsejar entre tanto, ni de exhortar los Príncipes cristianos a que
nos manifestasen sus dictámenes acerca del lugar que tuviesen por oportuno para celebrar el concilio.
Mas siendo varios y dudosos sus pareceres, y creyendo Nos que se dilataba el tiempo mas de lo que
pedían las circunstancias; con muy buen deseo, y a nuestro parecer también con muy prudente
resolución, elegimos a Vincencia, ciudad abundante, y que además de tener la entrada franca, gozaba de
una situación enteramente libre y segura para todos, mediante la probidad, crédito y poder de los
Venecianos, que nos la concedían. Pero habiéndose adelantado el tiempo mucho, y siendo necesario
avisar a todos la elección de la nueva ciudad; y no siendo posible por la proximidad del primer día de
noviembre, que se divulgase la noticia de la que se había asignado, y estando también cerca el invierno;
nos vimos otra vez necesitados a diferir con nueva prórroga el tiempo del concilio hasta la primavera
próxima, y día primero del siguiente mes de mayo. Tomada y resuelta firmemente esta determinación,
habiéndonos preparado, así como todas las demás cosas, para tener y celebrar exactamente con el auxilio
de Dios el concilio; creyendo que era muy conducente, así para su celebración, como para toda la
cristiandad, que los Príncipes cristianos tuviesen entre sí paz y concordia; insistimos en rogar y suplicar a
nuestros carísimos hijos en Cristo, Carlos emperador de Romanos siempre Augusto y Francisco rey
cristianísimo, ambos columnas y apoyos principales del nombre cristiano, que concurriesen a un
coloquio entre sí, y con Nos: en efecto con ambos habíamos procurado muchísimas veces por medio de
cartas, Nuncios y Legados nuestros a latere, escogidos entre nuestros venerables hermanos los
Cardenales, que se dignasen pasar de las enemistades y discordias que tenían a una piadosa alianza y
amistad, y prestasen su auxilio a los negocios de la cristiandad que se arruinaban; pues teniendo ellos el
poder principal concedido por Dios para conservalos, tendrían que dar rígida y severa cuenta al mismo
Dios, si no lo hiciesen así, ni dirigiesen sus designios al bien común de la cristiandad. Por fin movidos
los dos de nuestras súplicas, concurrieron a Niza, adonde Nos también emprendimos un viaje largo y
muy penoso en nuestra anciana edad, llevados de la causa de Dios y del restablecimiento de la paz: sin
que entre tanto omitiésemos, pues se acercaba el tiempo señalado para principiar el concilio, es a saber,
el primer día de mayo, enviar a Vincencia Legados a latere de suma virtud y autoridad, del número de
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Catolicismo Romano
los mismos hermanos nuestros los cardenales de la santa Iglesia Romana, para que hiciesen la abertura
del concilio, recibiesen los Prelados que vendrían de todas partes, y ejecutasen y tratasen las cosas que
tuviesen por necesarias, hasta que volviendo Nos del viaje y conferencias de la paz, pudiésemos
arreglarlo todo con la mayor exactitud. En el tiempo intermedio nos dedicamos a aquella santa, y en
extremo necesaria obra, es a saber, a tratar de la paz entre los Príncipes; lo que por cierto hicimos con
sumo cuidado, y con toda caridad y esmero de nuestra parte. Testigo nos es Dios, en cuya clemencia
confiábamos, cuando nos expusimos a los peligros de la vida y del camino. Testigo nos es nuestra propia
conciencia, que en nada por cierto tiene que reprendernos, o por haber omitido, o por no haber buscado
los medios de conciliar la paz. Testigos son también los mismos Príncipes, a quienes tantas veces, y con
tanta vehemencia hemos suplicado por medio de Nuncios, cartas, Legados, avisos, exhortaciones, y toda
especie de ruegos, que depusiesen sus enemistades, se confederasen, y ocurriesen unidos con sus
providencias y auxilios a socorrer la república cristiana, puesta en el mayor y más inminente peligro. En
fin, testigos son aquellas vigilias y cuidados, aquellos trabajos que día y noche, afligían nuestro ánimo, y
aquellos graves y frecuentísimos desvelos que hemos tenido por esta causa y objeto: sin que aun todavía
hayan tocado el fin que han pretendido nuestros designios y disposiciones. Tal ha sido la voluntad de
Dios; de quien sin embargo no desesperamos que mirará alguna vez con benignidad nuestros deseos.
Nos por cierto, en cuanto ha estado de nuestra parte, nada hemos omitido de cuanto era correspondiente
a nuestro Pastoral oficio. Y si hay algunos que interpreten en siniestro sentido estas nuestras acciones de
paz; lo sentimos por cierto; mas no obstante en medio de nuestro dolor damos gracias a Dios
omnipotente, quien por darnos ejemplo y enseñanza de paciencia, quiso que sus Apóstoles se tuviesen
por dignos de padecer injurias por el nombre de Jesucristo, que es nuestra paz. Y aunque en aquel
nuestro congreso, y coloquio que se tuvo en Niza, no se pudo, por nuestros pecados, efectuar una
verdadera y perpetua paz entre los Príncipes; se hicieron no obstante treguas por diez años: y
esperanzados Nos de que con esta oportunidad se podría celebrar más cómodamente el sagrado concilio,
y además de esto efectuarse la paz por la autoridad del mismo; insistimos con los Príncipes en que
concurriesen personalmente a él, condujesen los Prelados que tenían consigo, y llamasen los ausentes.
Mas habiéndose excusado los Príncipes en una y otra instancia, por tener a la sazón necesidad de volver
a sus reinos, y ser debido que los Prelados que habían traído consigo, cansados del camino, y apurados
con los gastos, descansasen, y se restableciesen; nos exhortaron a que decretásemos otra prórroga para la
celebración del concilio. Como tuviésemos alguna dificultad en concederla, recibimos en este medio
tiempo cartas de nuestros Legados que estaban en Vincencia, en que nos decían, que pasado ya, con
mucho, el día señalado para principiar el concilio, apenas había venido a aquella ciudad uno u otro
Prelado de las naciones extranjeras. Con esta nueva, viendo que de ningún modo se podía celebrar en
aquel tiempo, concedimos a los mismos Príncipes que se difiriese hasta el santo día de Pascua, y fiesta
próxima de la Resurrección del Señor. Las Bulas de este nuestro precepto, y decreto sobre la dilación, se
expidieron y publicaron en Génova el 28 de junio del año de la Encarnación del Señor 1538: y con tanto
mayor gusto convenimos en esta demora, cuanto los dos Príncipes nos prometieron que enviarían sus
embajadas a Roma para que ventilasen y tratasen en ella con Nos mas cómodamente los puntos que
quedaban por resolver para la conclusión de la paz, y no se habían podido evacuar todos en Niza por la
brevedad del tiempo. Ambos soberanos nos habían también pedido por esta razón, que precediese la
pacificación a la celebración del concilio; pues establecida la paz, sería sin duda el mismo concilio
mucho más útil y saludable a la república cristiana. Siempre por cierto han tenido mucha fuerza sobre
nuestra voluntad las esperanzas que se nos daban de la paz para asentir a los deseos de los Príncipes; y
estas esperanzas las aumentó sobre manera la amistosa y benévola conferencia de ambos soberanos entre
sí, después de habernos retirado de Niza; la cual entendida por Nos con extraordinario júbilo, nos
confirmó en la justa confianza de que llegásemos a creer que al fin Dios había oído nuestras oraciones, y
aceptado nuestros deseos por la paz; pues pretendiendo y estrechando Nos la conclusión de esta, y siendo
de dictamen no sólo los dos Príncipes mencionados, sino también nuestro carísimo en Cristo hijo
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Catolicismo Romano
Ferdinando, rey de Romanos, de que no convenía emprender la celebración del concilio a no estar
concluida la paz, y empeñándose todos con Nos por medio de sus cartas y embajadores, para que
concediésemos nuevas prórrogas, e instando con especialidad el serenísimo César, demostrándonos que
había prometido a los que están separados de la unidad católica, que interpondría con Nos su mediación
para que se tomase algún medio de concordia; lo que no se podía hacer cómodamente antes de su viaje a
la Alemania; persuadidos Nos con la misma esperanza de paz que siempre, y por los deseos de tan
grandes Príncipes; viendo principalmente que ni aun para el día asignado de la fiesta de Resurrección
habían concurrido a Vincencia más Prelados, escarmentados ya con el nombre de prórroga, que tantas
veces se había repetido en vano; tuvimos por mejor suspender la celebración del concilio general a
arbitrio nuestro y de la Sede Apostólica. Tomamos en consecuencia esta resolución, y despachamos
nuestras letras a cada uno de los mencionados Príncipes, fechas en 10 de junio de 1539, como claramente
se puede ver en ellas. Hecha, pues, por Nos de necesidad aquella suspensión, mientras esperábamos
tiempo más oportuno, y algún tratado de paz que contribuyese después a dar majestad y multitud de
Padres al concilio, y remedio más pronto y saludable a la república cristiana, de un día en otro cayeron
los negocios de la cristiandad en estado mas deplorable; pues los Ungaros, muerto su rey, llamaron a los
Turcos; el Rey Ferdinando les declaró la guerra; una parte de los Flamencos se tumultuó para rebelarse
contra el César, quien pasando a sujetarlos a Flandes por la Francia, amistosamente, con gran
conformidad del Rey Cristianísimo, y con grandes indicios de benevolencia entre los dos, y de allí a la
Alemania, comenzó a celebrar las dietas de sus Príncipes y ciudades, con el objeto de tratar la concordia
que había ofrecido. Pero frustradas ya todas las esperanzas de paz, y pareciendo también que aquel
medio de procurar y tratar la concordia en las dietas era más eficaz para suscitar mayores turbulencias
que para sosegarlas; Nos resolvimos a volver a adoptar el antiguo remedio de celebrar concilio general; y
esto mismo ofrecimos al César por medio de nuestros Legados, Cardenales de la santa Romana Iglesia; y
lo mismo también tratamos última y principalmente por su medio en la dieta de Ratisbona, concurriendo
a ella nuestro amado hijo Gaspar Contareno, Cardenal de santa Praxedes, nuestro Legado, y persona de
suma doctrina e integridad: porque pidiéndosenos por dictamen de aquella dieta lo mismo que habíamos
recelado antes que había de suceder; es a saber, que declarásemos se tolerasen ciertos artículos de los
que están apartados de la Iglesia, hasta que se examinasen y decidiesen por el concilio general; no
permitiéndonos la fe católica cristiana, ni nuestra dignidad, ni la de la Sede Apostólica que los
concediésemos; mandamos que más bien se propusiese abiertamente el concilio para celebrarlo cuanto
antes. Ni jamás tuvimos a la verdad otro parecer ni deseo, que el que se congregase en la primera ocasión
el concilio ecuménico y general. Esperábamos por cierto que se podría restablecer con él la paz del
pueblo cristiano, y la unidad de la religión de Jesucristo; mas no obstante deseábamos celebrarlo con la
aprobación y gusto de los Príncipes cristianos. Mientras esperábamos su voluntad; mientras
observábamos este tiempo recóndito, este tiempo de tu aprobación, ¡o Dios! nos vimos últimamente
precisados a resolver, que todos los tiempos son del divino beneplácito, cuando se toman resoluciones de
cosas santas y conducentes a la piedad cristiana. Por tanto viendo con gravísimo dolor de nuestro
corazón, que se empeoraban de día en día los negocios de la cristiandad; pues la Ungría estaba oprimida
por los Turcos, los Alemanes en sumo peligro; y todas las demás provincias llenas de miedo, tristeza y
aflicción; determinamos no aguardar ya el consentimiento de ningún Príncipe, sino atender únicamente a
la voluntad de Dios omnipotente, y a la utilidad de la república cristiana. En consecuencia, pues, no
pudiendo ya disponer de Vincencia, y deseando atender así a la salud eterna de todos los cristianos,
como a la comodidad de la nación Alemana, en la elección de lugar que habíamos de hacer para celebrar
el nuevo concilio; y que aunque se propusieron otros lugares, conocíamos que los Alemanes deseaban se
eligiese la ciudad de Trento; Nos, aunque juzgábamos que se podían tratar más cómodamente todos los
negocios en la Italia citerior; conformamos no obstante, movidos de nuestro amor paternal, nuestra
determinación a sus peticiones. En consecuencia elegimos la ciudad de Trento para que se celebrase en
ella el concilio ecuménico en el día primero del próximo mes de noviembre, determinando aquel lugar
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Catolicismo Romano
como que era a propósito para que pudiesen concurrir a él los Obispos y Prelados de Alemania, y de
otras naciones inmediatas con suma facilidad; y los de Francia, España y provincias restantes más
remotas, sin especial dificultad. Dilatamos no obstante la abertura hasta aquel día señalado, para dar
tiempo a que se publicase este nuestro decreto por todas las naciones cristianas, y tuviesen todos los
Prelados tiempo para concurrir a él. Y para haber dejado de señalar en esta ocasión el término de un año
en la mudanza del lugar del concilio, como hemos prescrito en otras ocasiones en algunas Bulas; ha sido
el motivo no haber Nos querido diferir por más tiempo la esperanza de sanar en alguna parte la república
cristiana, que tantas pérdidas y calamidades ha padecido. Vemos no obstante las circunstancias del
tiempo; conocemos las dificultades; comprendemos que es incierto cuanto se puede esperar de nuestra
resolución; pero sabiendo que está escrito: Descubre al Señor tus resoluciones, y espera en él, que él las
cumplirá; tuvimos por más acertado colocar nuestra esperanza en la clemencia y misericordia divina, que
desconfiar de nuestra debilidad. Porque sucede muchas veces al principiar las buenas obras, que lo que
no pueden hacer los consejos de los hombres, lo lleva a debida ejecución el poder divino. Confiados
pues, y apoyados en la autoridad de este mismo Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de sus
bienaventurados Apóstoles san Pedro y san Pablo, de la que también gozamos en la tierra; y además de
esto, con el consejo y asenso de nuestros venerables hermanos los Cardenales de la santa Iglesia
Romana; quitada y removida la suspensión arriba mencionada, la misma que removemos y quitamos por
la presente Bula; indicamos, anunciamos, convocamos, establecemos y decretamos, que el santo,
ecuménico y general concilio se ha de principiar, proseguir y finalizar con el auxilio del mismo Señor, a
su honra y gloria, y en beneficio del pueblo cristiano, en la ciudad de Trento, lugar cómodo, libre y
oportuno para todas las naciones, desde el día primero del próximo mes de noviembre del presente año
de la Encarnación del Señor 1542; requiriendo, exhortando, amonestando y además de esto mandando en
todo rigor de precepto en fuerza del juramento que hicieron a Nos, y a esta santa Sede, y en virtud de
santa obediencia y bajo las demás penas que es costumbre intimar y proponer contra los que no
concurren cuando se celebran concilios, que tanto nuestros venerables hermanos de todos los lugares los
Patriarcas, Arzobispos, Obispos y nuestros amados hijos los Abades, como todos los demás a quienes
por derecho o por privilegio es permitido tener asiento en los concilios generales, y dar su voto en ellos;
que todos deban absolutamente concurrir y asistir a este sagrado concilio, a no hallarse acaso
legítimamente impedidos, de cuya circunstancia no obstante estén obligados a avisar con fidedigno
testimonio; o asistir a lo menos por sus procuradores y enviados con legítimos poderes. Rogando además
y suplicando por las entrañas de misericordia de Dios, y de nuestro Señor Jesucristo, cuya religión y
verdades de fe ya se combaten por dentro y fuera tan gravemente, a los mencionados Emperador, y Rey
Cristianísimo, así como a los demás Reyes, Duques y Príncipes, cuya presencia si en algún tiempo ha
sido necesaria a la santísima fe de Jesucristo, y a la salvación de todos los cristianos, lo es
principalmente en este tiempo; que si desean ver salva la república cristiana; si comprenden que tienen
estrecha obligación a Dios por los grandes beneficios que de su Majestad han recibido; no abandonen la
causa, ni los intereses del mismo Dios; concurran por sí mismos a la celebración del sagrado Concilio, en
el que será en extremo provechosa su piedad y virtud para la común utilidad y salvación suya, y de lo
otros, así la temporal, como la eterna. Mas si (lo que no quisiéramos) no pudieren concurrir ellos
mismos; envíen a lo menos sus Embajadores autorizados que puedan representar en el Concilio cada uno
la persona de su Príncipe con prudencia y dignidad. Y ante todas cosas que procuren, lo que les es
sumamente fácil, que se pongan en camino, sin tergiversación ni tardanza, para venir al Concilio, los
Obispos y Prelados de sus respectivos reinos y provincias: circunstancia que en particular es
absolutamente conforme a justicia, que el mismo Dios, y Nos alcancemos de los Prelados y Príncipes de
Alemania; es a saber, que habiéndose indicado el Concilio principalmente por su caus y deseos, y en la
misma ciudad que ellos han pretendido, tengan todso a bien celebrarlo, y darle esplendor con su
presencia, para que mucho más bien, y con mayor comodidad se puedan cuanto antes, y del mejor modo
posible, tratar en el mismo sagrado y ecuménico Concilio, consultar, ventilar, resolver, y llevar al fin
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Catolicismo Romano
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Catolicismo Romano
compareciendo después ante los mismos Legados y Prelados la distinguida persona del maestro Zorrilla,
secretario del Ilustrísimo señor don Diego de Mendoza, Embajador del Emperador y Rey de España,
presentó las cartas en que dicho Embajador excusaba su ausencia, y fueron leídas en alta voz. Después
de esto se leyeron las Bulas de la convocación del Concilio, e inmediatamente el expresado
Reverendísimo Legado de Monte, volviéndose a los Padres del Concilio, dijo:"
SESIÓN I
Celebrada en tiempo del sumo Pontífice Paulo III, en 13 de diciembre del año del Señor 1545
DECRETO EN QUE SE DECLARA LA ABERTURA DEL CONCILIO.
¿Tenéis a bien decretar y declarar a honra y gloria de la santa e individua Trinidad, Padre, Hijo, y
Espíritu Santo, para aumento y exaltación de la fe y religión cristiana, extirpación de las herejías, paz y
concordia de la Iglesia, reforma del clero y pueblo cristiano, y humillación, y total ruina de los enemigos
del nombre de Cristo, que el sagrado y general Concilio de Trento principie, y quede principiado?
Respondieron los PP.: Así lo queremos.
Asignación de la sesión siguiente
Pues estando próxima la fiesta de la Natividad de Jesucristo nuestro Señor, y siguiéndose otras
festividades de este año que acaba, y del que principia; ¿tenéis a bien que la primera Sesión que haya, se
celebre el jueves después de la Epifanía, que será el 7 de enero del año del Señor 1546? Respondieron:
Así lo queremos.
SESIÓN II
Celebrada el 7 de enero de 1546
DECRETO SOBRE EL ARREGLO DE VIDA, Y OTRAS COSAS QUE DEBEN OBSERVARSE
EN EL CONCILIO
El sacrosanto Concilio Tridentino, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido por los
mismos tres Legados de la Sede Apostólica, reconociendo con el bienaventurado Apóstol Santiago, que
toda dádiva excelente, y todo don perfecto viene del cielo, y baja del Padre de las luces, que concede con
abundancia la sabiduría a todos los que se la piden, sin darles en rostro con su ignorancia; y sabiendo
también que el principio de la sabiduría es el temor de Dios: ha resuelto y decretado exhortar a todos, y
cada uno de los fieles cristianos congregados en Trento, como a presente los exhorta, a que procuren
enmendarse de los males y pecados hasta el presente cometidos, y procedan en adelante con temor de
Dios, sin condescender a los deseos de la carne, perseverando según cada uno pueda en la oración, y
confesando a menudo, comulgando, frecuentando las iglesias y en fin cumpliendo los preceptos divinos,
y rogando además de esto a Dios todos los días en sus oraciones secretas por la paz de los Príncipes
cristianos, y por la unidad de la Iglesia. Exhorta también a los Obispos, y demás personas constituidas en
el orden sacerdotal, que concurren a esta ciudad a celebrar el Concilio general, a que se dediquen con
esmero a las continuas alabanzas de Dios, ofrezcan sus sacrificios, oficio y oraciones, y celebren el
sacrificio de la misa a lo menos en el domingo, día en que Dios crió la luz, resucitó de entre los muertos,
e infundió en sus discípulos el Espíritu Santo, haciendo, como manda el mismo Santo Espíritu por medio
de su Apóstol, súplicas, oraciones, peticiones, y acciones de gracias por nuestro santísimo Padre el Papa,
por el Emperador, por los Reyes, por todos los que se hallan constituidos en dignidad, y por todos los
hombres, para que vivamos quieta y tranquilamente, gocemos de la paz, y veamos el aumento de la
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religión. Exhorta además a que ayunen por lo menos todos los viernes en memoria de la Pasión del
Señor, den limosnas a los pobres, y se celebre todos los jueves en la iglesia catedral la misa del Espíritu
Santo, con las letanías y otras oraciones establecidas para esta ocasión; y en las demás iglesias se digan a
lo menos en el mismo día las letanías y oraciones; sin que en el tiempo de los divino oficios haya
pláticas ni conversaciones, sino que se asista al sacerdote con la boca, y con el ánimo. Y por cuanto es
necesario que los Obispos sean irreprensibles, sobrios, castos, y muy atentos al gobierno de sus casas;
los exhorta igualmente a que cuiden ante todas cosas de la sobriedad en su mesa, y de la moderación en
sus manjares. Demás de esto, como acontece muchas veces suscitarse en la misma mesa conversaciones
inútiles; se lea al tiempo de ella la divina Escritura. Instruya también cada uno a sus familiares, y
enséñeles que no sean pendencieros, vinosos, desenvueltos, ambiciosos, soberbios, blasfemos, ni dados a
deleites; huyan en fin de los vicios, y abracen las virtudes, manifestando en sus vestidos, aliño, y demás
actos la honestidad y modestia correspondiente a los ministros de los ministros de Dios. Además de esto,
siendo el principal cuidado, empeño e intención de este Concilio sacrosanto, que disipadas las tinieblas
de las herejías, que por tantos años han cubierto la tierra, renazca la luz de la verdad católica, con el
favor de Jesucristo, que es la verdadera luz, así como el candor y la pureza, y se reformen las cosas que
necesitan de reforma; el mismo Concilio exhorta a todos los católicos aquí congregados, y que después
se congregaren, y principalmente a los que están instruidos en las sagradas letras, a que mediten por sí
mismos con diligencia y esmero los medios y modos más convenientes para poder dirigir las intenciones
del Concilio, y lograr el efecto deseado; y con esto se pueda con mayor prontitud, deliberación y
prudencia, condenar lo que deba condenarse, y aprobarse lo que merezca aprobación; y todos por todo el
mundo glorifiquen, a una voz, y con una misma confesión de fe, a Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo. Respecto del modo con que se han de exponer los dictámenes, luego que los sacerdotes del
Señor estén sentados en el lugar de bendición, según el estatuto del concilio Toledano, ninguno pueda
meter ruido con voces desentonadas, ni perturbar tumultuariamente, ni tampoco altercar con disputas
falsas, vanas u obstinadas; sino que todo lo que expongan, de tal modo se tempere y suavice al
pronunciarlo, que ni se ofendan los oyentes, ni se pierda la rectitud del juicio con la perturbación del
ánimo. Después de esto estableció y decretó el mismo Concilio, que si aconteciese por casualidad que
algunos no tomen el asiento que les corresponde, y den su dictamen, aun valiéndose de la fórmula Placet,
asistan a las congregaciones, y ejecuten durante el Concilio otras acciones, cualesquiera que sean; no por
esto se les ha de seguir perjuicio alguno, ni otros tampoco adquirirán nuevo derecho.
Asignóse después el día jueves, 4 del próximo mes de febrero, para celebrar la Sesión siguiente.
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Catolicismo Romano
EL SÍMBOLO DE LA FE
SESIÓN III
Celebrada en 4 de febrero de 1546
DECRETO SOBRE EL SÍMBOLO DE LA FE
En el nombre de la santa e indivisible Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Considerando este
sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y
presidido de los mismos tres Legados de la Sede Apostólica, la grandeza de los asuntos que tiene que
tratar, en especial de los contenidos en los dos capítulos, el uno de la extirpación de las herejías, y el otro
de la reforma de costumbres, por cuya causa principalmente se ha congregado; y comprendiendo además
con el Apóstol, que no tiene que pelear contra la carne y sangre, sino contra los malignos espíritus en
cosas pertenecientes a la vida eterna; exhorta primeramente con el mismo Apóstol a todos, y a cada uno,
a que se conforten en el Señor, y en el poder de su virtud, tomando en todo el escudo de la fe, con el que
puedan rechazar todos los tiros del infernal enemigo, cubriéndose con el morrión de la esperanza de la
salvación, y armándose con la espada del espíritu, que es la palabra de Dios. Y para que este su piadoso
deseo tenga en consecuencia, con la gracia divina, principio y adelantamiento, establece y decreta, que
ante todas cosas, debe principiar por el símbolo, o confesión de fe, siguiendo en esto los ejemplos de los
Padres, quienes en los más sagrados concilios acostumbraron agregar, en el principio de sus sesiones,
este escudo contra todas las herejías, y con él solo atrajeron algunas veces los infieles a la fe, vencieron
los herejes, y confirmaron a los fieles. Por esta causa ha determinado deber expresar con las mismas
palabras con que se lee en todas las iglesias, el símbolo de fe que usa la santa Iglesia Romana, como que
es aquel principio en que necesariamente convienen los que profesan la fe de Jesucristo, y el fundamento
seguro y único contra que jamás prevalecerán las puertas del infierno. El mencionado símbolo dice así:
Creo en un solo Dios, Padre omnipotente, criador del cielo y de la tierra, y de todo lo visible e invisible:
y en un solo Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, y nacido del Padre ante todos los siglos, Dios de
Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consustancial al Padre, y por
quien fueron criadas todas las cosas; el mismo que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación
descendió de los cielos, y tomó carne de la virgen María por obra del Espíritu Santo, y se hizo hombre:
fue también crucificado por nosotros, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, y fue sepultado; y resucitó
al tercero día, según estaba anunciado por las divinas Escrituras; y subió al cielo, y está sentado a la
diestra del Padre; y segunda vez ha de venir glorioso a juzgar los vivos y los muertos; y su reino será
eterno. Creo también en el Espíritu Santo, Señor y vivificador, que procede del Padre y del Hijo; quien
igualmente es adorado, y goza juntamente gloria con el Padre, y con el Hijo, y es el que habló por los
Profetas; y creo ser una la santa, católica y apostólica Iglesia. Confieso un bautismo para la remisión de
los pecados: y aguardo la resurrección de la carne y la vida perdurable. Amen.
Asignación de la sesión siguiente
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Catolicismo Romano
SESIÓN IV
Celebrada en 8 de abril de 1546
DECRETO SOBRE LAS ESCRITURAS CANÓNICAS
El sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo y
presidido de los mismos tres Legados de la Sede Apostólica, proponiéndose siempre por objeto, que
exterminados los errores, se conserve en la Iglesia la misma pureza del Evangelio, que prometido antes
en la divina Escritura por los Profetas, promulgó primeramente por su propia boca. Jesucristo, hijo de
Dios, y Señor nuestro, y mandó después a sus Apóstoles que lo predicasen a toda criatura, como fuente
de toda verdad conducente a nuestra salvación, y regla de costumbres; considerando que esta verdad y
disciplina están contenidas en los libros escritos, y en las tradiciones no escritas, que recibidas de boca
del mismo Cristo por los Apóstoles, o enseñadas por los mismos Apóstoles inspirados por el Espíritu
Santo, han llegado como de mano en mano hasta nosotros; siguiendo los ejemplos de los Padres
católicos, recibe y venera con igual afecto de piedad y reverencia, todos los libros del viejo y nuevo
Testamento, pues Dios es el único autor de ambos, así como las mencionadas tradiciones pertenecientes
a la fe y a las costumbres, como que fueron dictadas verbalmente por Jesucristo, o por el Espíritu Santo,
y conservadas perpetuamente sin interrupción en la Iglesia católica. Resolvió además unir a este decreto
el índice de los libros Canónicos, para que nadie pueda dudar cuales son los que reconoce este sagrado
Concilio. Son pues los siguientes. Del antiguo Testamento, cinco de Moisés: es a saber, el Génesis, el
Éxodo, el Levítico, los Números, y el Deuteronomio; el de Josué; el de los Jueces; el de Ruth; los cuatro
de los Reyes; dos del Paralipómenon; el primero de Esdras, y el segundo que llaman Nehemías; el de
Tobías; Judith; Esther; Job; el Salterio de David de 150 salmos; los Proverbios; el Eclesiastés; el Cántico
de los cánticos; el de la Sabiduría; el Eclesiástico; Isaías; Jeremías con Baruch; Ezequiel; Daniel; los
doce Profetas menores, que son; Oseas; Joel; Amos; Abdías; Jonás; Micheas; Nahum; Habacuc;
Sofonías; Aggeo; Zacharías, y Malachías, y los dos de los Macabeos, que son primero y segundo. Del
Testamento nuevo, los cuatro Evangelios; es a saber, según san Mateo, san Marcos, san Lucas y san
Juan; los hechos de los Apóstoles, escritos por san Lucas Evangelista; catorce Epístolas escritas por san
Pablo Apóstol; a los Romanos; dos a los Corintios; a los Gálatas; a los Efesios; a los Filipenses; a los
Colosenses; dos a los de Tesalónica; dos a Timoteo; a Tito; a Philemon, y a los Hebreos; dos de san
Pedro Apóstol; tres de san Juan Apóstol; una del Apóstol Santiago; una del Apóstol san Judas; y el
Apocalipsis del Apóstol san Juan. Si alguno, pues, no reconociere por sagrados y canónicos estos libros,
enteros, con todas sus partes, como ha sido costumbre leerlos en la Iglesia católica, y se hallan en la
antigua versión latina llamada Vulgata; y despreciare a sabiendas y con ánimo deliberado las
mencionadas tradiciones, sea excomulgado. Queden, pues, todos entendidos del orden y método con que
después de haber establecido la confesión de fe, ha de proceder el sagrado Concilio, y de que testimonios
y auxilios se ha de servir principalmente para comprobar los dogmas y restablecer las costumbres en la
Iglesia.
DECRETO SOBRE LA EDICIÓN Y USO DE LA SAGRADA ESCRITURA
Considerando además de esto el mismo sacrosanto Concilio, que se podrá seguir mucha utilidad a la
Iglesia de Dios, si se declara qué edición de la sagrada Escritura se ha de tener por auténtica entre todas
las ediciones latinas que corren; establece y declara, que se tenga por tal en las lecciones públicas,
disputas, sermones y exposiciones, esta misma antigua edición Vulgata, aprobada en la Iglesia por el
largo uso de tantos siglos; y que ninguno, por ningún pretexto, se atreva o presuma desecharla. Decreta
además, con el fin de contener los ingenios insolentes, que ninguno fiado en su propia sabiduría, se
atreva a interpretar la misma sagrada Escritura en cosas pertenecientes a la fe, y a las costumbres que
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Catolicismo Romano
miran a la propagación de la doctrina cristiana, violentando la sagrada Escritura para apoyar sus
dictámenes, contra el sentido que le ha dado y da la santa madre Iglesia, a la que privativamente toca
determinar el verdadero sentido, e interpretación de las sagradas letras; ni tampoco contra el unánime
consentimiento de los santos Padres, aunque en ningún tiempo se hayan de dar a luz estas
interpretaciones. Los Ordinarios declaren los contraventores, y castíguenlos con las penas establecidas
por el derecho. Y queriendo también, como es justo, poner freno en esta parte a los impresores, que ya
sin moderación alguna, y persuadidos a que les es permitido cuanto se les antoja, imprimen sin licencia
de los superiores eclesiásticos la sagrada Escritura, notas sobre ella, y exposiciones indiferentemente de
cualquiera autor, omitiendo muchas veces el lugar de la impresión, muchas fingiéndolo, y lo que es de
mayor consecuencia, sin nombre de autor; y además de esto, tienen de venta sin discernimiento y
temerariamente semejantes libros impresos en otras partes; decreta y establece, que en adelante se
imprima con la mayor enmienda que sea posible la sagrada Escritura, principalmente esta misma antigua
edición Vulgata; y que a nadie sea lícito imprimir ni procurar se imprima libro alguno de cosas sagradas,
o pertenecientes a la religión, sin nombre de autor; ni venderlos en adelante, ni aun retenerlos en su casa,
si primero no los examina y aprueba el Ordinario; so pena de excomunión, y de la multa establecida en
el canon del último concilio de Letran. Si los autores fueren Regulares, deberán además del examen y
aprobación mencionada, obtener licencia de sus superiores, después que estos hayan revisto sus libros
según los estatutos prescritos en sus constituciones. Los que los comunican, o los publican manuscritos,
sin que antes sean examinados y aprobados, queden sujetos a las mismas penas que los impresores. Y los
que los tuvieren o leyeren, sean tenidos por autores, si no declaran los que lo hayan sido. Dese también
por escrito la aprobación de semejantes libros, y parezca esta autorizada al principio de ellos, sean
manuscritos o sean impresos; y todo esto, es a saber, el examen y aprobación se ha de hacer de gracia,
para que así se apruebe lo que sea digno de aprobación, y se repruebe lo que no la merezca. Además de
esto, queriendo el sagrado Concilio reprimir la temeridad con que se aplican y tuercen a cualquier asunto
profano las palabras y sentencias de la sagrada Escritura; es a saber, a bufonadas, fábulas, vanidades,
adulaciones, murmuraciones, supersticiones, impíos y diabólicos encantos, adivinaciones, suertes y
libelos infamatorios; ordena y manda para extirpar esta irreverencia y menosprecio, que ninguno en
adelante se atreva a valerse de modo alguno de palabras de la sagrada Escritura, para estos, ni semejantes
abusos; que todas las personas que profanen y violenten de este modo la palabra divina, sean reprimidas
por los Obispos con las penas de derecho, y a su arbitrio.
Asignación de la sesión siguiente
Item establece y decreta este sacrosanto Concilio, que la próxima futura Sesión se ha de tener y celebrar
en la feria quinta después de la próxima sacratísima solemnidad de Pentecostés.
EL PECADO ORIGINAL
SESIÓN V
Celebrada el 17 de junio de 1546.
DECRETO SOBRE EL PECADO ORIGINAL
Para que nuestra santa fe católica, sin la cual es imposible agradar a Dios, purgada de todo error, se
conserve entera y pura en su sinceridad, y para que no fluctúe el pueblo cristiano a todos vientos de
nuevas doctrinas; constando que la antigua serpiente, enemigo perpetuo del humano linaje, entre
muchísimos males que en nuestros días perturban a la Iglesia de Dios, aun ha suscitado no sólo nuevas
herejías, sino también las antiguas sobre el pecado original, y su remedio; el sacrosanto, ecuménico y
general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido de los mismos
tres Legados de la Sede Apostólica, resuelto ya a emprender la reducción de los que van errados y a
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Catolicismo Romano
confirmar los que titubean; siguiendo los testimonios de la sagrada Escritura, de los santos Padres y de
los concilios mas bien recibidos, y el dictamen y consentimiento de la misma Iglesia, establece, confiesa
y declara estos dogmas acerca del pecado original.
I. Si alguno no confiesa que Adán, el primer hombre, cuando quebrantó el precepto de Dios en el
paraíso, perdió inmediatamente la santidad y justicia en que fue constituido, e incurrió por la culpa de su
prevaricación en la ira e indignación de Dios, y consiguientemente en la muerte con que Dios le había
antes amenazado, y con la muerte en el cautiverio bajo el poder del mismo que después tuvo el imperio
de la muerte, es a saber del demonio, y no confiesa que todo Adán pasó por el pecado de su
prevaricación a peor estado en el cuerpo y en el alma; sea excomulgado.
II. Si alguno afirma que el pecado de Adán le dañó a él solo, y no a su descendencia; y que la santidad
que recibió de Dios, y la justicia que perdió, la perdió para sí solo, y no también para nosotros; o que
inficionado él mismo con la culpa de su inobediencia, solo traspasó la muerte y penas corporales a todo
el género humano, pero no el pecado, que es la muerte del alma; sea excomulgado: pues contradice al
Apóstol que afirma: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y de este
modo pasó la muerte a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron.
III. Si alguno afirma que este pecado de Adán, que es uno en su origen, y transfundido en todos por la
propagación, no por imitación, se hace propio de cada uno; se puede quitar por las fuerzas de la
naturaleza humana, o por otro remedio que no sea el mérito de Jesucristo, Señor nuestro, único
mediador, que nos reconcilió con Dios por medio de su pasión, hecho para nosotros justicia,
santificación y redención; o niega que el mismo mérito de Jesucristo se aplica así a los adultos, como a
los párvulos por medio del sacramento del bautismo, exactamente conferido según la forma de la Iglesia;
sea excomulgado: porque no hay otro nombre dado a los hombres en la tierra, en que se pueda lograr la
salvación. De aquí es aquella voz: Este es el cordero de Dios; este es el que quita los pecados del mundo.
Y también aquellas: Todos los que fuisteis bautizados, os revestísteis de Jesucristo.
IV. Si alguno niega que los niños recién nacidos se hayan de bautizar, aunque sean hijos de padres
bautizados; o dice que se bautizan para que se les perdonen los pecados, pero que nada participan del
pecado original de Adán, de que necesiten purificarse con el baño de la regeneración para conseguir la
vida eterna; de donde es consiguiente que la forma del bautismo se entienda respecto de ellos no
verdadera, sino falsa en orden a la remisión de los pecados; sea excomulgado: pues estas palabras del
Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y de este modo pasó la
muerte a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron; no deben entenderse en otro sentido sino
en el que siempre las ha entendido la Iglesia católica difundida por todo el mundo. Y así por esta regla de
fe, conforme a la tradición de los Apóstoles, aun los párvulos que todavía no han podido cometer pecado
alguno personal, reciben con toda verdad el bautismo en remisión de sus pecados; para que purifique la
regeneración en ellos lo que contrajeron por la generación: Pues no puede entrar en el reino de Dios, sino
el que haya renacido del agua, y del Espíritu Santo.
V. Si alguno niega que se perdona el reato del pecado original por la gracia de nuestro Señor Jesucristo
que se confiere en el bautismo; o afirma que no se quita todo lo que es propia y verdaderamente pecado;
sino dice, que este solamente se rae, o deja de imputarse; sea excomulgado. Dios por cierto nada
aborrece en los que han renacido; pues cesa absolutamente la condenación respecto de aquellos, que
sepultados en realidad por el bautismo con Jesucristo en la muerte, no viven según la carne, sino que
despojados del hombre viejo, y vestidos del nuevo, que está creado según Dios, pasan a ser inocentes, sin
mancha, puros, sin culpa, y amigos de Dios, sus herederos y partícipes con Jesucristo de la herencia de
Dios; de manera que nada puede retardarles su entrada en el cielo. Confiesa no obstante, y cree este
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Catolicismo Romano
santo Concilio, que queda en los bautizados, la concupiscencia, o fomes, que como dejada para ejercicio,
no puede dañar a los que no consienten, y la resisten varonilmente con la gracia de Jesucristo: por el
contrario, aquel será coronado que legítimamente peleare. La santa Sínodo declara, que la Iglesia
católica jamás ha entendido que esta concupiscencia, llamada alguna vez pecado por el Apóstol san
Pablo, tenga este nombre, porque sea verdadera y propiamente pecado en los renacidos por el bautismo;
sino porque dimana del pecado, e inclina a él. Si alguno sintiese lo contrario; sea excomulgado. Declara
no obstante el mismo santo Concilio, que no es su intención comprender en este decreto, en que se trata
del pecado original, a la bienaventurada, e inmaculada virgen María, madre de Dios; sino que se
observen las constituciones del Papa Sixto IV de feliz memoria, las mismas que renueva; bajo las penas
contenidas en las mismas constituciones.
DECRETO SOBRE LA REFORMA
CAP. I. Que se establezcan cátedras de sagrada Escritura
Insistiendo el mismo sacrosanto Concilio en las piadosas constituciones de los sumos Pontífices, y de los
concilios aprobados, y adoptándolas y añadiéndolas, estableció, y decretó, con el fin de que no quede
obscurecido y despreciado el celestial tesoro de los sagrados libros, que el Espíritu Santo comunicó a los
hombres con suma liberalidad; que en las iglesias en que hay asignada prebenda, o prestamera, u otro
estipendio, bajo cualquier nombre que sea, para los lectores de sagrada teología, obliguen a los Obispos,
Arzobispos, Primados, y demás Ordinarios de los lugares, y compelan aun por la privación de los frutos,
a los que obtienen tal prebenda, prestamera, o estipendio, a que expongan e interpreten la sagrada
Escritura por sí mismos, si fueren capaces, y si no lo fuesen, por substitutos idóneos que deben ser
elegidos por los mismos Obispos, Arzobispos, Primados y demás Ordinarios. En adelante empero, no se
ha de conferir la prebenda, prestamera, o estipendio mencionado sino a personas idóneas, y que puedan
por sí mismas desempeñar esta obligación; quedando nula e inválida la provisión que no se haga en estos
términos. En las iglesias metropolitanas, o catedrales, si la ciudad fuese famosa, o de mucho vecindario,
así como en las colegiatas que haya en población sobresaliente, aunque no esté asignada a ninguna
diócesis, con tal que sea el clero numeroso, en las que no haya destinada prebenda alguna, prestamera, o
el estipendio mencionado; se ha de tener por destinada y aplicada perpetuamente para este efecto,
ipsofacto, la prebenda primera que de cualquier modo vaque, a excepción de la que vaque por
resignación, y a la que no esté anexa otra obligación y trabajo incompatible. Y por cuanto puede no
haber prebenda alguna en las mismas iglesias, o no ser suficiente la que haya; deba el mismo
Metropolitano, u Obispo, dar providencia con acuerdo del cabildo, para que haya la lección o enseñanza
de la sagrada Escritura, ya asignando los frutos de algún beneficio simple, cumplidas no obstante las
cargas y obligaciones que este tenga; ya por contribución de los beneficiados de su ciudad o diócesis, o
del modo más cómodo que se pueda; con la condición no obstante de que de modo ninguno se omitan
por estas otras lecciones establecidas o por la costumbre, o por cualquiera otra causa. Las iglesias cuyas
rentas anuales fueren cortas, o donde el clero y pueblo sea tan pequeño que no pueda haber
cómodamente en ellas cátedra de teología, tengan a lo menos un maestro, que ha de elegir el Obispo con
acuerdo del cabildo, que enseñe de balde la gramática a los clérigos y otros estudiantes pobres, para que
puedan, mediante Dios, pasar al estudio de la sagrada Escritura; y por esta causa se han de asignar al
maestro de gramática los frutos de algún beneficio simple, que percibirá solo el tiempo que se mantenga
enseñando, con tal que no se defraude al beneficio del cumplimiento debido a sus cargas; o se le ha de
pagar de la mesa capitular o episcopal algún salario correspondiente; o si esto no puede ser, busque el
mismo Obispo algún arbitrio proporcionado a su iglesia y diócesis, para que por ningún pretexto se deje
de cumplir esta piadosa, útil y fructuosa determinación. Haya también cátedra de sagrada Escritura en los
monasterios de monjes en que cómodamente pueda haberla; y si fueren omisos los Abades en el
cumplimiento de esto, oblíguenles a ello por medios oportunos los Obispos de los lugares, como
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Catolicismo Romano
delegados en este caso de la Sede Apostólica. Haya igualmente cátedra de sagrada Escritura en los
conventos de los demás Regulares, en que cómodamente puedan florecer los estudios; y esta cátedra la
han de dar los capítulos generales o provinciales a los maestros más dignos. Establézcase también en los
estudios públicos (en que hasta ahora no se haya establecido) por la piedad de los religiosísimos
Príncipes y repúblicas, y por su amor a la defensa y aumento de la fe católica, y a la conservación y
propagación de la sana doctrina, cátedra tan honorífica, y mas necesaria que todo lo demás, y
restablézcase donde quiera que antes se haya fundado y esté abandonada. Y para que no se propague la
impiedad bajo el pretexto de piedad, ordena el mismo sagrado Concilio, que ninguno sea admitido al
magisterio de esta enseñanza, sea pública o privada, sin que antes sea examinado y aprobado por el
Obispo del lugar sobre su vida, costumbres e instrucción: mas esto no se entienda con los lectores que
han de enseñar en los conventos. Y en tanto que ejerzan su magisterio en escuelas públicas los que
enseñaren la sagrada Escritura, y los escolares que estudien en ellas, gocen y disfruten plenamente de
todos los privilegios sobre la percepción de frutos, prebendas y beneficios concedidos por derecho
común en las ausencias.
CAP. II. De los predicadores de la palabra divina, y de los demandante.
Siendo no menos necesaria a la república cristiana la predicación del Evangelio, que su enseñanza en la
cátedra, y siendo aquel el principal ministerio de los Obispos; ha establecido y decretado el mismo santo
Concilio que todos los Obispos, Arzobispos, Primados, y restantes Prelados de las iglesias, están
obligados a predicar el sacrosanto Evangelio de Jesucristo por sí mismos, si no estuviesen legítimamente
impedidos. Pero si sucediese que los Obispos, y demás mencionados, lo estuviesen, tengan obligación,
según lo dispuesto en el Concilio general, a escoger personas hábiles para que desempeñen
fructuosamente el ministerio de la predicación. Si alguno despreciare dar cumplimiento a esta
disposición; quede sujeto a una severa pena. Igualmente los Archiprestes, los Curas y los que gobiernan
iglesias parroquiales u otras que tienen cargo de almas, de cualquier modo que sea, instruyan con
discursos edificativos por sí, o por otras personas capaces si estuvieren legítimamente impedidos, a lo
menos en los domingos y festividades solemnes, a los fieles que les están encomendados, según su
capacidad, y la de sus ovejas; enseñándoles lo que es necesario que todos sepan para conseguir la
salvación eterna; anunciándoles con brevedad y claridad los vicios que deben huir, y las virtudes que
deben practicar, para que logren evitar las penas del infierno, y conseguir la eterna felicidad. Mas si
alguno de ellos fuese negligente en cumplirlo, aunque pretenda, so cualquier pretexto, estar exento de la
jurisdicción del Obispo, y aunque sus iglesias se reputen de cualquier modo exentas, o acaso anexas, o
unidas a algún monasterio, aunque este exista fuera de la diócesis, con tal que se hallen efectivamente las
iglesias dentro de ella; no quede por falta de la providencia y solicitud pastoral de los Obispos estorbar
que se verifique lo que dice la Escritura: Los niños pidieron pan, y no había quien se lo partiese. En
consecuencia, si amonestados por el Obispo no cumplieren esta obligación dentro de tres meses, sean
precisados a cumplirla por medio de censuras eclesiásticas, o de otras penas a voluntad del mismo
Obispo; de suerte, que si le pareciese conveniente, aun se pague a otra persona que desempeñe aquel
ministerio, algún decente estipendio de los frutos de los beneficios, hasta que arrepentido el principal
poseedor cumpla con su obligación. Y si se hallaren algunas iglesias parroquiales sujetas a monasterios
de ninguna diócesis, cuyos Abades o Prelados regulares fuesen negligentes en las obligaciones
mencionadas; sean compelidos a cumplirlas por los Metropolitanos en cuyas provincias estén aquellas
diócesis, como delegados para esto de la Sede Apostólica; sin que pueda impedir la ejecución de este
decreto costumbre alguna o exención, apelación, reclamación o recurso, hasta tanto que se conozca y
decida por juez competente, quien debe proceder sumariamente, y atendida sola la verdad del hecho.
Tampoco puedan predicar, ni aun en las iglesias de sus órdenes, los Regulares de cualquiera religión que
sean, si no hubieren sido examinados y aprobados por sus superiores sobre vida, costumbres y sabiduría,
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Catolicismo Romano
y tengan además su licencia; con la cual estén obligados antes de comenzar a predicar a presentarse
personalmente a sus Obispos, y pedirles la bendición. Para predicar en las iglesias que no son de sus
órdenes, tengan obligación de conseguir, además de la licencia de sus superiores, la del Obispo, sin la
cual de ningún modo puedan predicar en ellas; y los Obispos se la han de conceder gratuitamente. Y si,
lo que Dios no permita, sembrare el predicador en el pueblo errores o escándalos, aunque los predique en
su monasterio, o en los de otro orden, le prohibirá el Obispo el uso de la predicación. Si predicase
herejías, proceda contra él según lo dispuesto en el derecho, o según la costumbre del lugar; aunque el
mismo predicador pretextase estar exento por privilegio general o especial: en cuyo caso proceda el
Obispo con autoridad Apostólica, y como delegado de la santa Sede. Mas cuiden los Obispos de que
ningún predicador padezca vejaciones por falsos informes o calumnias, ni tenga justo motivo de quejarse
de ellos. Eviten además de esto los Obispos el permitir que predique bajo pretexto de privilegio ninguno
en su ciudad o diócesis, persona alguna, ya sea de los que siendo Regulares en el nombre, viven fuera de
la clausura y obediencia de sus religiones, o ya de los Presbíteros seculares, a no tenerlos conocidos y
aprobados en sus costumbres y doctrina; hasta que los mismos Obispos consulten sobre el caso a la santa
Sede Apostólica; de la que no es verisímil saquen personas indignas semejantes privilegios, a no ser
callando la verdad, y diciendo mentira. Los que recogen las limosnas, que comúnmente se llaman
Demandantes, de cualquiera condición que sean, no presuman de modo alguno predicar por sí, ni por
otro; y los contraventores sean reprimidos eficazmente con oportunos remedios por los Obispos y
Ordinarios de los lugares, sin que les sirvan ningunos privilegios.
Asignación de la sesión siguiente.
Además de esto, el mismo sacrosanto Concilio establece y decreta, que la próxima futura Sesión se tenga
y celebre el jueves, feria quinta después de la fiesta del bienaventurado Apóstol Santiago.
Prorrógose después la Sesión al día 13 de enero de 1547.
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Catolicismo Romano
LA JUSTIFICACIÓN
SESIÓN VI
Celebrada en 13 de enero de 1547.
DECRETO SOBRE LA JUSTIFICACIÓN
PROEMIO
Habiéndose difundido en estos tiempos, no sin pérdida de muchas almas, y grave detrimento de la
unidad de la Iglesia, ciertas doctrinas erróneas sobre la Justificación; el sacrosanto, ecuménico y general
Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido a nombre de nuestro
santísimo Padre y señor en Cristo, Paulo por la divina providencia Papa III de este nombre, por los
reverendísimos señores Juan María de Monte, Obispo de Palestina, y Marcelo, Presbítero del título de
santa Cruz en Jerusalén, Cardenales de la santa Iglesia Romana, y Legados Apostólicos a latere, se
propone declarar a todos los fieles cristianos, a honra y gloria de Dios omnipotente, tranquilidad de la
Iglesia, y salvación de las almas, la verdadera y sana doctrina de la Justificación, que el sol de justicia
Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe enseñó, comunicaron sus Apóstoles, y perpetuamente ha
retenido la Iglesia católica inspirada por el Espíritu Santo; prohibiendo con el mayor rigor, que ninguno
en adelante se atreva a creer, predicar o enseñar de otro modo que el que se establece y declara en el
presente decreto.
CAP. I. Que la naturaleza y la ley no pueden justificar a los hombres.
Ante todas estas cosas declara el santo Concilio, que para entender bien y sinceramente la doctrina de la
Justificación, es necesario conozcan todos y confiesen, que habiendo perdido todos los hombres la
inocencia en la prevaricación de Adán, hechos inmundos, y como el Apóstol dice, hijos de ira por
naturaleza, según se expuso en el decreto del pecado original; en tanto grado eran esclavos del pecado, y
estaban bajo el imperio del demonio, y de la muerte, que no sólo los gentiles por las fuerzas de la
naturaleza, pero ni aun los Judíos por la misma letra de la ley de Moisés, podrían levantarse, o lograr su
libertad; no obstante que el libre albedrío no estaba extinguido en ellos, aunque sí debilitadas sus
fuerzas, e inclinado al mal.
CAP. II. De la misión y misterio de la venida de Cristo.
Con este motivo el Padre celestial, Padre de misericordias, y Dios de todo consuelo, envió a los
hombres, cuando llegó aquella dichosa plenitud de tiempo, a Jesucristo, su hijo, manifestado, y
prometido a muchos santos Padres antes de la ley, y en el tiempo de ella, para que redimiese los Judíos
que vivían en la ley, y los gentiles que no aspiraban a la santidad, la lograsen, y todos recibiesen la
adopción de hijos. A este mismo propuso Dios por reconciliador de nuestros pecados, mediante la fe en
su pasión, y no sólo de nuestros pecados, sino de los de todo el mundo.
CAP. III. Quiénes se justifican por Jesucristo.
No obstante, aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino
sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión. Porque así como no nacerían los hombres
efectivamente injustos, si no naciesen propagados de Adán; pues siendo concebidos por él mismo,
contraen por esta propagación su propia injusticia; del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo,
jamás serían justificados; pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de la pasión de Cristo,
la gracia con que se hacen justos. Por este beneficio nos exhorta el Apóstol a dar siempre gracias al
Padre Eterno, que nos hizo dignos de entrar a la parte de la suerte de los santos en la gloria, nos sacó del
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Catolicismo Romano
poder de las tinieblas, y nos transfirió al reino de su hijo muy amado, en el que logramos la redención, y
el perdón de los pecados.
CAP. IV. Se da idea de la justificación del pecador, y del modo con que se hace en la ley de gracia.
En las palabras mencionadas se insinúa la descripción de la justificación del pecador: de suerte que es
tránsito del estado en que nace el hombre hijo del primer Adán, al estado de gracia y de adopción de los
hijos de Dios por el segundo Adán Jesucristo nuestro Salvador. Esta traslación, o tránsito no se puede
lograr, después de promulgado el Evangelio, sin el bautismo, o sin el deseo de él; según está escrito: No
puede entrar en el reino de los cielos sino el que haya renacido del agua, y del Espíritu Santo.
CAP. V. De la necesidad que tienen los adultos de prepararse a la justificación, y de dónde provenga.
Declara además, que el principio de la misma justificación de los adultos se debe tomar de la gracia
divina, que se les anticipa por Jesucristo: esto es, de su llamamiento, por el que son llamados sin mérito
ninguno suyo; de suerte que los que eran enemigos de Dios por sus pecados, se dispongan por su gracia,
que los excita y ayuda para convertirse a su propia justificación, asintiendo y cooperando libremente a la
misma gracia; de modo que tocando Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo,
ni el mismo hombre deje de obrar alguna cosa, admitiendo aquella inspiración, pues puede desecharla;
ni sin embargo pueda moverse sin la gracia divina a la justificación en la presencia de Dios por sola su
libre voluntad. De aquí es, que cuando se dice en las sagradas letras: Convertíos a mí, y me convertiré a
vosotros; se nos avisa de nuestra libertad; y cuando respondemos: Conviértenos a ti, Señor, y seremos
convertidos; confesamos que somos prevenidos por la divina gracia.
CAP. VI. Modo de esta preparación.
Dispónense, pues, para la justificación, cuando movidos y ayudados por la gracia divina, y concibiendo
la fe por el oído, se inclinan libremente a Dios, creyendo ser verdad lo que sobrenaturalmente ha
revelado y prometido; y en primer lugar, que Dios justifica al pecador por su gracia adquirida en la
redención por Jesucristo; y en cuanto reconociéndose por pecadores, y pasando del temor de la divina
justicia, que últimamente los contrista, a considerar la misericordia de Dios, conciben esperanzas, de que
Dios los mirará con misericordia por la gracia de Jesucristo, y comienzan a amarle como fuente de toda
justicia; y por lo mismo se mueven contra sus pecados con cierto odio y detestación; esto es, con aquel
arrepentimiento que deben tener antes del bautismo; y en fin, cuando proponen recibir este sacramento,
empezar una vida nueva, y observar los mandamientos de Dios. De esta disposición es de la que habla la
Escritura, cuando dice: El que se acerca a Dios debe creer que le hay, y que es remunerador de los que le
buscan. Confía, hijo, tus pecados te son perdonados. Y, el temor de Dios ahuyenta al pecado. Y también:
Haced penitencia, y reciba cada uno de vosotros el bautismo en el nombre de Jesucristo para la remisión
de vuestros pecados, y lograréis el don del Espíritu Santo. Igualmente: Id pues, y enseñad a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándolas a observar
cuanto os he encomendado. En fin: Preparad vuestros corazones para el Señor.
CAP. VII. Que sea la justificación del pecador, y cuáles sus causas.
A esta disposición o preparación se sigue la justificación en sí misma: que no sólo es el perdón de los
pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior por la admisión voluntaria de la
gracia y dones que la siguen; de donde resulta que el hombre de injusto pasa a ser justo, y de enemigo a
amigo, para ser heredero en esperanza de la vida eterna. Las causas de esta justificación son: la final, la
gloria de Dios, y de Jesucristo, y la vida eterna. La eficiente, es Dios misericordioso, que gratuitamente
nos limpia y santifica, sellados y ungidos con el Espíritu Santo, que nos está prometido, y que es prenda
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Catolicismo Romano
de la herencia que hemos de recibir. La causa meritoria, es su muy amado unigénito Jesucristo, nuestro
Señor, quien por la excesiva caridad con que nos amó, siendo nosotros enemigos, nos mereció con su
santísima pasión en el árbol de la cruz la justificación, y satisfizo por nosotros a Dios Padre. La
instrumental, además de estas, es el sacramento del bautismo, que es sacramento de fe, sin la cual
ninguno jamás ha logrado la justificación. Últimamente la única causa formal es la santidad de Dios, no
aquella con que él mismo es santo, sino con la que nos hace santos; es a saber, con la que dotados por él,
somos renovados en lo interior de nuestras almas, y no sólo quedamos reputados justos, sino que con
verdad se nos llama así, y lo somos, participando cada uno de nosotros la santidad según la medida que
le reparte el Espíritu Santo, como quiere, y según la propia disposición y cooperación de cada uno. Pues
aunque nadie se puede justificar, sino aquel a quien se comunican los méritos de la pasión de nuestro
Señor Jesucristo; esto, no obstante, se logra en la justificación del pecador, cuando por el mérito de la
misma santísima pasión se difunde el amor de Dios por medio del Espíritu Santo en los corazones de los
que se justifican, y queda inherente en ellos. Resulta de aquí que en la misma justificación, además de la
remisión de los pecados, se difunden al mismo tiempo en el hombre por Jesucristo, con quien se une, la
fe, la esperanza y la caridad; pues la fe, a no agregársele la esperanza y caridad, ni lo une perfectamente
con Cristo, ni lo hace miembro vivo de su cuerpo. Por esta razón se dice con suma verdad: que la fe sin
obras es muerta y ociosa; y también: que para con Jesucristo nada vale la circuncisión, ni la falta de ella,
sino la fe que obra por la caridad. Esta es aquella fe que por tradición de los Apóstoles, piden los
Catecúmenos a la Iglesia antes de recibir el sacramento del bautismo, cuando piden la fe que da vida
eterna; la cual no puede provenir de la fe sola, sin la esperanza ni la caridad. De aquí es, que
inmediatamente se les dan por respuesta las palabras de Jesucristo: Si quieres entrar en el cielo, observa
los mandamientos. En consecuencia de esto, cuando reciben los renacidos o bautizados la verdadera y
cristiana santidad, se les manda inmediatamente que la conserven en toda su pureza y candor como la
primera estola, que en lugar de la que perdió Adán por su inobediencia, para sí y sus hijos, les ha dado
Jesucristo con el fin de que se presenten con ella ante su tribunal, y logren la salvación eterna.
CAP. VIII. Cómo se entiende que el pecador se justifica por la fe, y gratuitamente.
Cuando dice el Apóstol que el hombre se justifica por la fe, y gratuitamente; se deben entender sus
palabras en aquel sentido que adoptó, y ha expresado el perpetuo consentimiento de la Iglesia católica;
es a saber, que en tanto se dice que somos justificados por la fe, en cuanto esta es principio de la
salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse
agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos. En tanto también se dice que somos
justificados gratuitamente, en cuanto ninguna de las cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o
sean las obras, merece la gracia de la justificación: porque si es gracia, ya no proviene de las obras: de
otro modo, como dice el Apóstol, la gracia no sería gracia.
CAP. IX. Contra la vana confianza de los herejes.
Mas aunque sea necesario creer que los pecados ni se perdonan, ni jamás se han perdonado, sino
gratuitamente por la misericordia divina, y méritos de Jesucristo; sin embargo no se puede decir que se
perdonan, o se han perdonado a ninguno que haga ostentación de su confianza, y de la certidumbre de
que sus pecados le están perdonados, y se fíe sólo en esta: pues puede hallarse entre los herejes y
cismáticos, o por mejor decir, se halla en nuestros tiempos, y se preconiza con grande empeño contra la
Iglesia católica, esta confianza vana, y muy ajena de toda piedad. Ni tampoco se puede afirmar que los
verdaderamente justificados deben tener por cierto en su interior, sin el menor género de duda, que están
justificados; ni que nadie queda absuelto de sus pecados, y se justifica, sino el que crea con certidumbre
que está absuelto y justificado; ni que con sola esta creencia logra toda su perfección el perdón y
justificación; como dando a entender, que el que no creyese esto, dudaría de las promesas de Dios, y de
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Catolicismo Romano
la eficacia de la muerte y resurrección de Jesucristo. Porque así como ninguna persona piadosa debe
dudar de la misericordia divina, de los méritos de Jesucristo, ni de la virtud y eficacia de los
sacramentos: del mismo modo todos pueden recelarse y temer respecto de su estado en gracia, si
vuelven la consideración a sí mismos, y a su propia debilidad e indisposición; pues nadie puede saber
con la certidumbre de su fe, en que no cabe engaño, que ha conseguido la gracia de Dios.
CAP. X. Del aumento de la justificación ya obtenida.
Justificados pues así, hechos amigos y domésticos de Dios, y caminando de virtud en virtud, se
renuevan, como dice el Apóstol, de día en día; esto es, que mortificando su carne, y sirviéndose de ella
como de instrumento para justificarse y santificarse, mediante la observancia de los mandamientos de
Dios, y de la Iglesia, crecen en la misma santidad que por la gracia de Cristo han recibido, y cooperando
la fe con las buenas obras, se justifican más; según está escrito: El que es justo, continúe justificándose.
Y en otra parte: No te receles de justificarte hasta la muerte. Y además: Bien veis que el hombre se
justifica por sus obras, y no solo por la fe. Este es el aumento de santidad que pide la Iglesia cuando
ruega: Danos, Señor, aumento de fe, esperanza y caridad.
CAP. XI. De la observancia de los mandamientos, y de cómo es necesario y posible observarlos.
Pero nadie, aunque esté justificado, debe persuadirse que está exento de la observancia de los
mandamientos, ni valerse tampoco de aquellas voces temerarias, y prohibidas con anatema por los
Padres, es a saber: que la observancia de los preceptos divinos es imposible al hombre justificado.
Porque Dios no manda imposibles; sino mandando, amonesta a que hagas lo que puedas, y a que pidas
lo que no puedas; ayudando al mismo tiempo con sus auxilios para que puedas; pues no son pesados los
mandamientos de aquel, cuyo yugo es suave, y su carga ligera. Los que son hijos de Dios, aman a
Cristo; y los que le aman, como él mismo testifica, observan sus mandamientos. Esto por cierto, lo
pueden ejecutar con la divina gracia; porque aunque en esta vida mortal caigan tal vez los hombres, por
santos y justos que sean, a lo menos en pecados leves y cotidianos, que también se llaman veniales; no
por esto dejan de ser justos; porque de los justos es aquella voz tan humilde como verdadera:
Perdónanos nuestras deudas. Por lo que tanto más deben tenerse los mismos justos por obligados a andar
en el camino de la santidad, cuanto ya libres del pecado, pero alistados entre los siervos de Dios, pueden,
viviendo sobria, justa y piadosamente, adelantar en su aprovechamiento con la gracia de Jesucristo, qu
fue quien les abrió la puerta para entrar en esta gracia. Dios por cierto, no abandona a los que una vez
llegaron a justificarse con su gracia, como estos no le abandonen primero. En consecuencia, ninguno
debe engreírse porque posea sola la fe, persuadiéndose de que sólo por ella está destinado a ser heredero,
y que ha de conseguir la herencia, aunque no sea partícipe con Cristo de su pasión, para serlo también de
su gloria; pues aun el mismo Cristo, como dice el Apóstol: Siendo hijo de Dios aprendió a ser obediente
en las mismas cosas que padeció, y consumada su pasión, pasó a ser la causa de la salvación eterna de
todos los que le obedecen. Por esta razón amonesta el mismo Apóstol a los justificados, diciendo:
¿Ignoráis que los que corren en el circo, aunque todos corren, uno solo es el que recibe el premio?
Corred, pues, de modo que lo alcancéis. Yo en efecto corro, no como a objeto incierto; y peleo, no como
quien descarga golpes en el aire; sino mortifico mi cuerpo, y lo sujeto; no sea que predicando a otros, yo
me condene. Además de esto, el Príncipe de los Apóstoles san Pedro dice: Anhelad siempre por asegurar
con vuestras buenas obras vuestra vocación y elección; pues procediendo así, nunca pecaréis. De aquí
consta que se oponen a la doctrina de la religión católica los que dicen que el justo peca en toda obra
buena, a lo menos venialmente, o lo que es más intolerable, que merece las penas del infierno; así como
los que afirman que los justos pecan en todas sus obras, si alentando en la ejecución de ellas su flojedad,
y exhortándose a correr en la palestra de esta vida, se proponen por premio la bienaventuranza, con el
objeto de que principalmente Dios sea glorificado; pues la Escritura dice: Por la recompensa incliné mi
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Catolicismo Romano
corazón a cumplir tus mandamientos que justifican. Y de Moisés dice el Apóstol, que tenía presente, o
aspiraba a la remuneración.
CAP. XII. Debe evitarse la presunción de creer temerariamente su propia predestinación.
Ninguno tampoco, mientras se mantiene en esta vida mortal, debe estar tan presuntuosamente
persuadido del profundo misterio de la predestinación divina, que crea por cierto es seguramente del
número de los predestinados; como si fuese constante que el justificado, o no puede ya pecar, o deba
prometerse, si pecare, el arrepentimiento seguro; pues sin especial revelación, no se puede sabe quiénes
son los que Dios tiene escogidos para sí.
CAP. XIII. Del don de la perseverancia.
Lo mismo se ha de creer acerca del don de la perseverancia, del que dice la Escritura: El que perseverare
hasta el fin, se salvará: lo cual no se puede obtener de otra mano que de la de aquel que tiene virtud de
asegurar al que está en pie para que continúe así hasta el fin, y de levantar al que cae. Ninguno se
prometa cosa alguna cierta con seguridad absoluta; no obstante que todos deben poner, y asegurar en los
auxilios divinos la más firme esperanza de su salvación. Dios por cierto, a no ser que los hombres dejen
de corresponder a su gracia, así como principió la obra buena, la llevará a su perfección, pues es el que
causa en el hombre la voluntad de hacerla, y la ejecución y perfección de ella. No obstante, los que se
persuaden estar seguros, miren no caigan; y procuren su salvación con temor y temblor, por medio de
trabajos, vigilias, limosnas, oraciones, oblaciones, ayunos y castidad: pues deben estar poseídos de
temor, sabiendo que han renacido a la esperanza de la gloria, mas todavía no han llegado a su posesión
saliendo de los combates que les restan contra la carne, contra el mundo y contra el demonio; en los que
no pueden quedar vencedores sino obedeciendo con la gracia de Dios al Apóstol san Pablo, que dice:
Somos deudores, no a la carne para que vivamos según ella: pues si viviéreis según la carne, moriréis;
mas si mortificareis con el espíritu las acciones de la carne, viviréis.
CAP. XIV. De los justos que caen en pecado, y de su reparación.
Los que habiendo recibido la gracia de la justificación, la perdieron por el pecado, podrán otra vez
justificarse por los méritos de Jesucristo, procurando, excitados con el auxilio divino, recobrar la gracia
perdida, mediante el sacramento de la Penitencia. Este modo pues de justificación, es la reparación o
restablecimiento del que ha caído en pecado; la misma que con mucha propiedad han llamado los santos
Padres segunda tabla después del naufragio de la gracia que perdió. En efecto, por los que después del
bautismo caen en el pecado, es por los que estableció Jesucristo el sacramento de la Penitencia, cuando
dijo: Recibid el Espíritu Santo: a los que perdonáreis los pecados, les quedan perdonados; y quedan
ligados los de aquellos que dejéis sin perdonar. Por esta causa se debe enseñar, que es mucha la
diferencia que hay entre la penitencia del hombre cristiano después de su caída, y la del bautismo; pues
aquella no sólo incluye la separación del pecado, y su detestación, o el corazón contrito y humillado;
sino también la confesión sacramental de ellos, a lo menos en deseo para hacerla a su tiempo, y la
absolución del sacerdote; y además de estas, la satisfacción por medio de ayunos, limosnas, oraciones y
otros piadosos ejercicios de la vida espiritual: no de la pena eterna, pues esta se perdona juntamente con
la culpa o por el sacramento, o por el deseo de él; sino de la pena temporal, que según enseña la sagrada
Escritura, no siempre, como sucede en el bautismo, se perdona toda a los que ingratos a la divina gracia
que recibieron, contristaron al Espíritu Santo, y no se avergonzaron de profanar el templo de Dios. De
esta penitencia es de la que dice la Escritura: Ten presente de qué estado has caído: haz penitencia, y
ejecuta las obras que antes. Y en otra parte: La tristeza que es según Dios, produce una penitencia
permanente para conseguir la salvación. Y además: Haced penitencia, y haced frutos dignos de
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Catolicismo Romano
penitencia.
CAP. XV. Con cualquier pecado mortal se pierde la gracia, pero no la fe.
Se ha de tener también por cierto, contra los astutos ingenios de algunos que seducen con dulces
palabras y bendiciones los corazones inocentes, que la gracia que se ha recibido en la justificación, se
pierde no solamente con la infidelidad, por la que perece aún la misma fe, sino también con cualquiera
otro pecado mortal, aunque la fe se conserve: defendiendo en esto la doctrina de la divina ley, que
excluye del reino de Dios, no sólo los infieles, sino también los fieles que caen en la fornicación, los
adúlteros, afeminados, sodomitas, ladrones, avaros, vinosos, maldicientes, arrebatadores, y todos los
demás que caen en pecados mortales; pues pueden abstenerse de ellos con el auxilio de la divina gracia,
y quedan por ellos separados de la gracia de Cristo.
CAP. XVI. Del fruto de la justificación; esto es, del mérito de las buenas obras, y de la esencia de este mismo mérito.
A las personas que se hayan justificado de este modo, ya conserven perpetuamente la gracia que
recibieron, ya recobren la que perdieron, se deben hacer presentes las palabras del Apóstol san Pablo:
Abundad en toda especie de obras buenas; bien entendidos de que vuestro trabajo no es en vano para con
Dios; pues no es Dios injusto de suerte que se olvide de vuestras obras, ni del amor que manifestásteis
en su nombre. Y: No perdáis vuestra confianza, que tiene un gran galardón. Y esta es la causa porque a
los que obran bien hasta la muerte, y esperan en Dios, se les debe proponer la vida eterna, ya como
gracia prometida misericordiosamente por Jesucristo a los hijos de Dios, ya como premio con que se han
de recompensar fielmente, según la promesa de Dios, los méritos y buenas obras. Esta es, pues, aquella
corona de justicia que decía el Apóstol le estaba reservada para obtenerla después de su contienda y
carrera, la misma que le había de adjudicar el justo Juez, no solo a él, sino también a todos los que
desean su santo advenimiento. Pues como el mismo Jesucristo difunda perennemente su virtud en los
justificados, como la cabeza en los miembros, y la cepa en los sarmientos; y constante que su virtud
siempre antecede, acompaña y sigue a las buenas obras, y sin ella no podrían ser de modo alguno
aceptas ni meritorias ante Dios; se debe tener por cierto, que ninguna otra cosa falta a los mismos
justificados para creer que han satisfecho plenamente a la ley de Dios con aquellas mismas obras que
han ejecutado, según Dios, con proporción al estado de la vida presente; ni para que verdaderamente
hayan merecido la vida eterna (que conseguirán a su tiempo, si murieren en gracia): pues Cristo nuestro
Salvador dice: Si alguno bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed por toda la eternidad, sino
logrará en sí mismo una fuente de agua que corra por toda la vida eterna. En consecuencia de esto, ni se
establece nuestra justificación como tomada de nosotros mismos, ni se desconoce, ni desecha la santidad
que viene de Dios; pues la santidad que llamamos nuestra, porque estando inherente en nosotros nos
justifica, esa misma es de Dios: porque Dios nos la infunde por los méritos de Cristo. Ni tampoco debe
omitirse, que aunque en la sagrada Escritura se de a las buenas obras tanta estimación, que promete
Jesucristo no carecerá de su premio el que de a uno de sus pequeñuelos de beber agua fría; y testifique el
Apóstol, que el peso de la tribulación que en este mundo es momentáneo y ligero, nos da en el cielo un
excesivo y eterno peso de gloria; sin embargo no permita Dios que el cristiano confíe, o se gloríe en sí
mismo, y no en el Señor; cuya bondad es tan grande para con todos los hombres, que quiere sean
méritos de estos los que son dones suyos. Y por cuanto todos caemos en muchas ofensas, debe cada uno
tener a la vista así como la misericordia y bondad, la severidad y el juicio: sin que nadie sea capaz de
calificarse a sí mismo, aunque en nada le remuerda la conciencia; pues no se ha de examinar ni juzgar
toda la vida de los hombres en tribunal humano, sino en el de Dios, quien iluminará los secretos de las
tinieblas, y manifestará los designios del corazón y entonces logrará cada uno la alabanza y recompensa
de Dios, quien, como está escrito, les retribuirá según sus obras.
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Catolicismo Romano
Después de explicada esta católica doctrina de la justificación, tan necesaria, que si alguno no la
admitiere fiel y firmemente, no se podrá justificar, ha decretado el santo Concilio agregar los siguientes
cánones, para que todos sepan no sólo lo que deben adoptar y seguir, sino también lo que han de evitar y
huir.
CÁNONES SOBRE LA JUSTIFICACIÓN
CAN. I. Si alguno dijere, que el hombre se puede justificar para con Dios por sus propias obras, hechas
o con solas las fuerzas de la naturaleza, o por la doctrina de la ley, sin la divina gracia adquirida por
Jesucristo; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno dijere, que la divina gracia, adquirida por Jesucristo, se confiere únicamente para que
el hombre pueda con mayor facilidad vivir en justicia, y merecer la vida eterna; como si por su libre
albedrío, y sin la gracia pudiese adquirir uno y otro, aunque con trabajo y dificultad; sea excomulgado.
CAN. III. Si alguno dijere, que el hombre, sin que se le anticipe la inspiración del Espíritu Santo, y sin
su auxilio, puede creer, esperar, amar, o arrepentirse según conviene, para que se le confiera la gracia de
la justificación; sea excomulgado.
CAN. IV. Si alguno dijere, que el libre albedrío del hombre movido y excitado por Dios, nada coopera
asintiendo a Dios que le excita y llama para que se disponga y prepare a lograr la gracia de la
justificación; y que no puede disentir, aunque quiera, sino que como un ser inanimado, nada
absolutamente obra, y solo se ha como sujeto pasivo; sea excomulgado.
CAN. V. Si alguno dijere, que el libre albedrío del hombre está perdido y extinguido después del pecado
de Adán; o que es cosa de solo nombre, o más bien nombre sin objeto, y en fin ficción introducida por el
demonio en la Iglesia; sea excomulgado.
CAN. VI. Si alguno dijere, que no está en poder del hombre dirigir mal su vida, sino que Dios hace tanto
las malas obras, como las buenas, no sólo permitiéndolas, sino ejecutándolas con toda propiedad, y por
sí mismo; de suerte que no es menos propia obra suya la traición de Judas, que la vocación de san Pablo;
sea excomulgado.
CAN. VII. Si alguno dijere, que todas las obras ejecutadas antes de la justificación, de cualquier modo
que se hagan, son verdaderamente pecados, o merecen el odio de Dios; o que con cuanto mayor ahínco
procura alguno disponerse a recibir la gracia, tanto más gravemente peca; sea excomulgado.
CAN. VIII. Si alguno dijere, que el temor del infierno, por el cual doliéndonos de los pecados, nos
acogemos a la misericordia de Dios, o nos abstenemos de pecar, es pecado, o hace peores a los
pecadores; sea excomulgado.
CAN. IX. Si alguno dijere, que el pecador se justifica con sola la fe, entendiendo que no se requiere otra
cosa alguna que coopere a conseguir la gracia de la justificación; y que de ningún modo es necesario que
se prepare y disponga con el movimiento de su voluntad; sea excomulgado.
CAN. X. Si alguno dijere, que los hombres son justos sin aquella justicia de Jesucristo, por la que nos
mereció ser justificados, o que son formalmente justos por aquella misma; sea excomulgado.
CAN. XI. Si alguno dijere que los hombres se justifican o con sola la imputación de la justicia de
Jesucristo, o con solo el perdón de los pecados, excluida la gracia y caridad que se difunde en sus
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Catolicismo Romano
corazones, y queda inherente en ellos por el Espíritu Santo; o también que la gracia que nos justifica, no
es otra cosa que el favor de Dios; sea excomulgado.
CAN. XII. Si alguno dijere, que la fe justificante no es otra cosa que la confianza en la divina
misericordia, que perdona los pecados por Jesucristo; o que sola aquella confianza es la que nos
justifica; sea excomulgado.
CAN. XIII. Si alguno dijere, que es necesario a todos los hombres para alcanzar el perdón de los
pecados creer con toda certidumbre, y sin la menor desconfianza de su propia debilidad e indisposición,
que les están perdonados los pecados; sea excomulgado.
CAN. XIV. Si alguno dijere, que el hombre queda absuelto de los pecados, y se justifica precisamente
porque cree con certidumbre que está absuelto y justificado; o que ninguno lo está verdaderamente sino
el que cree que lo está; y que con sola esta creencia queda perfecta la absolución y justificación; sea
excomulgado.
CAN. XV. Si alguno dijere, que el hombre renacido y justificado está obligado a creer de fe que él es
ciertamente del número de los predestinados; sea excomulgado.
CAN. XVI. Si alguno dijere con absoluta e infalible certidumbre, que ciertamente ha de tener hasta el fin
el gran don de la perseverancia, a no saber esto por especial revelación; sea excomulgado.
CAN. XVII. Si alguno dijere, que no participan de la gracia de la justificación sino los predestinados a la
vida eterna; y que todos los demás que son llamados, lo son en efecto, pero no reciben gracia, pues están
predestinados al mal por el poder divino; sea excomulgado.
CAN. XVIII. Si alguno dijere, que es imposible al hombre aun justificado y constituido en gracia,
observar los mandamientos de Dios; sea excomulgado.
CAN. XIX. Si alguno dijere, que el Evangelio no intima precepto alguno más que el de la fe, que todo lo
demás es indiferente, que ni está mandado, ni está prohibido, sino que es libre; o que los diez
mandamientos no hablan con los cristianos; sea excomulgado.
CAN. XX. Si alguno dijere, que el hombre justificado, por perfecto que sea, no está obligado a observar
los mandamientos de Dios y de la Iglesia, sino sólo a creer; como si el Evangelio fuese una mera y
absoluta promesa de la salvación eterna sin la condición de guardar los mandamientos; sea
excomulgado.
CAN. XXI. Si alguno dijere, que Jesucristo fue enviado por Dios a los hombres como redentor en quien
confíen, pero no como legislador a quien obedezcan; sea excomulgado.
CAN. XXII. Si alguno dijere, que el hombre justificado puede perseverar en la santidad recibida sin
especial auxilio de Dios, o que no puede perseverar con él; sea excomulgado.
CAN. XXIII. Si alguno dijere, que el hombre una vez justificado no puede ya más pecar, ni perder la
gracia, y que por esta causa el que cae y peca nunca fue verdaderamente justificado; o por el contrario
que puede evitar todos los pecados en el discurso de su vida, aun los veniales, a no ser por especial
privilegio divino, como lo cree la Iglesia de la bienaventurada virgen María; sea excomulgado.
CAN. XXIV. Si alguno dijere, que la santidad recibida no se conserva, ni tampoco se aumenta en la
presencia de Dios, por las buenas obras; sino que estas son únicamente frutos y señales de la
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Resuelto ya el mismo sacrosanto Concilio, con los mismos Presidentes y Legados de la Sede Apostólica,
a emprender el restablecimiento de la disciplina eclesiástica en tanto grado decaída, y a poner enmienda
en las depravadas costumbres del clero y pueblo cristiano; ha tenido por conveniente principiar por los
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que gobiernan las iglesias mayores: siendo constante que la salud, o probidad de los súbditos pende de la
integridad de los que mandan. Confiando, pues, que por la misericordia de Dios nuestro Señor, y
cuidadosa providencia de su Vicario en la tierra, se logrará ciertamente, que según las venerables
disposiciones de los santos Padres se elijan para el gobierno de las iglesias (carga por cierto temible a las
fuerzas de los Ángeles) los que con excelencia sean más dignos, y de quienes consten honoríficos
testimonios de su primera vida, y de toda su edad loablemente pasada desde la niñez hasta la edad
perfecta, por todos los ejercicios y ministerios de la disciplina eclesiástica; amonesta, y quiere se tengan
por amonestados todos los que gobiernan iglesias Patriarcales, Primadas, Metropolitanas, Catedrales, y
cualesquiera otras, bajo cualquier nombre y título que sea, a fin de que poniendo atención sobre sí
mismos, y sobre todo el rebaño a que los asignó el Espíritu Santo para gobernar la Iglesia de Dios, que la
adquirió con su sangre; velen, como manda el Apóstol, trabajen en todo, y cumplan con su ministerio.
Mas sepan que no pueden cumplir de modo alguno con él, si abandonan como mercenarios la grey que
se les ha encomendado, y dejan de dedicarse a la custodia de sus ovejas, cuya sangre ha de pedir de sus
manos el supremo juez; siendo indubitable que no se admite al pastor la excusa de que el lobo se comió
las ovejas, sin que él tuviese noticia. No obstante por cuanto se hallan algunos en este tiempo, lo que es
digno de vehemente dolor, que olvidados aun de su propia salvación, y prefiriendo los bienes terrenos a
los celestes, y los humanos a los divinos, andan vagando en diversas cortes, o se detienen ocupados en
agenciar negocios temporales, desamparada su grey, y abandonando el cuidado de las ovejas que les
están encomendadas; ha resuelto el sacrosanto Concilio innovar los antiguos cánones promulgados
contra los que no residen, que ya por injuria de los tiempos y personas, casi no están en uso; como en
efecto los innova en virtud del presente decreto; determinando también para asegurar más su residencia,
y reformar las costumbres de la Iglesia, establecer y ordenar otras cosas del modo que se sigue. Si
alguno se detuviere por seis meses continuos fuera de su diócesis y ausente de su iglesia, sea Patriarcal,
Primada, Metropolitana o Catedral, encomendada a él bajo cualquier título, causa, nombre o derecho que
sea; incurra ipso jure, por dignidad, grado o preeminencia que le distinga, luego que cese el
impedimento legítimo y las justas y racionales causas que tenía, en la pena de perder la cuarta parte de
los frutos de un año, que se han de aplicar por el superior eclesiástico a la fábrica de la iglesia, y a los
pobres del lugar. Si perseverase ausente por otros seis meses, pierda por el mismo hecho otra cuarta
parte de los frutos, a la que se ha de dar el mismo destino. Mas si crece su contumacia, para que
experimente la censura más severa de los sagrados cánones; esté obligado el Metropolitano a denunciar
los Obispos sufragáneos ausentes, y el Obispo sufragáneo más antiguo que resida al Metropolitano
ausente, (so pena de incurrir por el mismo hecho en el entredicho de entrar en la iglesia) dentro de tres
meses, por cartas, o por un enviado, al Romano Pontífice, quien podrá, según lo pidiere la mayor o
menor contumacia del reo, proceder por la autoridad de su suprema sede, contra los ausentes, y proveer
las mismas iglesias de pastores más útiles, según viere en el Señor que sea más conveniente y saludable.
CAP. II. No puede ausentarse ninguno que obtiene beneficio que pida residencia personal, sino por causa racional que
apruebe el Obispo; quien en este caso ha de substituir un vicario dotado con parte de los frutos, para que de pasto
espiritual a las almas.
Todos los eclesiásticos inferiores a los Obispos, que obtienen cualesquier beneficios eclesiásticos que
pidan residencia personal, o de derecho, o por costumbre, sean obligados a residir por sus Ordinarios,
valiéndose estos de los remedios oportunos establecidos en el derecho; del modo que les parezca
conveniente al buen gobierno de las iglesias, y al aumento del culto divino, y teniendo consideración a la
calidad de los lugares y personas; sin que a nadie sirvan los privilegios o indultos perpetuos para no
residir, o para percibir los frutos estando ausentes. Los permisos y dispensas temporales, solo
concedidas con verdaderas y racionales causas, que han de ser aprobadas legítimamente ante el
Ordinario, deben permanecer en todo su vigor; no obstante, en estos casos será obligación de los
Obispos, como delegados en esta parte de la Sede Apostólica, dar providencia para que de ningún modo
68
Catolicismo Romano
se abandone el cuidado de las almas, deputando vicarios capaces, y asignándoles congrua suficiente de
los frutos: sin que en este particular sirva a nadie privilegio alguno o exención.
CAP. III. Corrija el Ordinario del lugar los excesos de los clérigos seculares, y de los regulares que viven fuera de su
monasterio.
Atiendan los Prelados eclesiásticos con prudencia y esmero a corregir los excesos de sus súbditos; y
ningún clérigo secular, en caso de delinquir, se crea seguro, bajo el pretexto de cualquier privilegio
personal, así como ningún regular que more fuera de su monasterio, ni aun bajo el pretexto de los
privilegios de su orden; de que no podrán ser visitados, castigados y corregidos conforme a lo dispuesto
en los sagrados cánones, por el Ordinario, como delegado en esto de la Sede Apostólica.
CAP. IV. Visiten el Obispo y demás Prelados mayores, siempre que fuere necesario, cualesquiera iglesias menores; sin
que nada pueda obstar a este decreto.
Los cabildos de las iglesias catedrales y otras mayores, y sus individuos, no puedan fundarse en
exención ninguna, costumbres, sentencias, juramentos, ni concordias que sólo obliguen a sus autores, y
no a los que les sucedan, para oponerse a que sus Obispos, y otros Prelados mayores, o por sí solos, o en
compañía de otras personas que les parezca, puedan, aun con autoridad Apostólica, visitarlos,
corregirlos y enmendarlos, según los sagrados cánones, en cuantas ocasiones fuere necesario.
CAP. V. No ejerzan los Obispos autoridad episcopal, ni hagan órdenes en ajena diócesis.
No sea lícito a Obispo alguno, bajo pretexto de ningún privilegio, ejercer autoridad episcopal en la
diócesis de otro, a no tener expresa licencia del Ordinario del lugar; y esto solo sobre personas sujetas a
este Ordinario: si hiciese lo contrario, quede el Obispo suspenso de ejercer su autoridad episcopal, y los
así ordenados del ministerio de sus órdenes.
Asignación de la sesión siguiente
¿Tenéis a bien que se celebre la próxima futura Sesión en el jueves, feria quinta después de la primera
Dominica de la Cuaresma próxima, que será el día 3 de marzo? Respondieron: Así lo queremos.
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Catolicismo Romano
LOS SACRAMENTOS
SESIÓN VII
Celebrada en el día 3 de marzo de 1517.
DECRETO SOBRE LOS SACRAMENTOS
Proemio
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Catolicismo Romano
CAN. VIII. Si alguno dijere, que por los mismos Sacramentos de la nueva ley no se confiere gracia ex
opere operato, sino que basta para conseguirla sola la fe en las divinas promesas; sea excomulgado.
CAN. IX. Si alguno dijere, que por los tres Sacramentos, Bautismo, Confirmación y Orden, no se
imprime carácter en el alma, esto es, cierta señal espiritual e indeleble, por cuya razón no se pueden
reiterar estos Sacramentos; sea excomulgado.
CAN. X. Si alguno dijere, que todos los cristianos tienen potestad de predicar, y de administrar todos
los Sacramentos; sea excomulgado.
CAN. XI. Si alguno dijere, que no se requiere en los ministros cuando celebran, y confieren los
Sacramentos, intención de hacer por lo menos lo mismo que hace la Iglesia; sea excomulgado.
CAN. XII: Si alguno dijere, que el ministro que está en pecado mortal no efectúa Sacramento, o no lo
confiere, aunque observe cuantas cosas esenciales pertenecen a efectuarlo o conferirlo; sea
excomulgado.
CAN. XIII: Si alguno dijere, que se pueden despreciar u omitir por capricho y sin pecado por los
ministros, los ritos recibidos y aprobados por la Iglesia católica, que se acostumbran practicar en la
administración solemne de los Sacramentos; o que cualquier Pastor de las iglesias puede mudarlos en
otros nuevos; sea excomulgado.
CÁNONES DEL BAUTISMO
CAN. I. Si alguno dijere, que el bautismo de san Juan tuvo la misma eficacia que el Bautismo de
Cristo; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno dijere, que el agua verdadera y natural no es necesaria para el sacramento del
Bautismo, y por este motivo torciere a algún sentido metafórico aquellas palabras de nuestro Señor
Jesucristo: Quien no renaciere del agua, y del Espíritu Santo; sea excomulgado.
CAN. III. Si alguno dijere, que no hay en la Iglesia Romana, madre y maestra de todas las iglesias,
verdadera doctrina sobre el sacramento del Bautismo; sea excomulgado.
CAN. IV. Si alguno dijere, que el Bautismo, aun el que confieren los herejes en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, con intención de hacer lo que hace la Iglesia, no es verdadero Bautismo;
sea excomulgado.
CAN. V. Si alguno dijere, que el Bautismo es arbitrario, esto es, no preciso para conseguir la
salvación; sea excomulgado.
CAN. VI. Si alguno dijere, que el bautizado no puede perder la gracia, aunque quiera, y por más que
peque; como no quiera dejar de creer; sea excomulgado.
CAN. VII. Si alguno dijere, que los bautizados sólo están obligados en fuerza del mismo Bautismo a
guardar la fe, pero no a la observancia de toda la ley de Jesucristo; sea excomulgado.
CAN. VIII. Si alguno dijere, que los bautizados están exentos de la observancia de todos los preceptos
de la santa Iglesia, escritos, o de tradición, de suerte que no estén obligados a observarlos, a no querer
voluntariamente someterse a ellos; sea excomulgado.
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Catolicismo Romano
CAN. IX. Si alguno dijere, que de tal modo se debe inculcar en los hombres la memoria del Bautismo
que recibieron, que lleguen a entender son írritos en fuerza de la promesa ofrecida en el Bautismo,
todos los votos hechos después de él, como si por ellos se derogase a la fe que profesaron, y al mismo
Bautismo; sea excomulgado.
CAN. X. Si alguno dijere, que todos los pecados cometidas después del Bautismo, se perdonan, o
pasan a ser veniales con solo el recuerdo, y fe del Bautismo recibido; sea excomulgado.
CAN. XI. Si alguno dijere, que el Bautismo verdadero, y debidamente administrado se debe reiterar al
que haya negado la fe de Jesucristo entre los infieles cuando se convierte a penitencia; sea
excomulgado.
CAN. XII. Si alguno dijere, que nadie se debe bautizar sino de la misma edad que tenía Cristo cuando
fue bautizado, o en el mismo artículo de la muerte; sea excomulgado.
CAN. XIII. Si alguno dijere, que los párvulos después de recibido el Bautismo, no se deben contar
entre los fieles, por cuanto no hacen acto de fe, y que por esta causa se deben rebautizar cuando
lleguen a la edad y uso de la razón: o que es más conveniente dejar de bautizarlos, que el conferirles el
Bautismo en sola la fe de la Iglesia, sin que ellos crean con acto suyo propio; sea excomulgado.
CAN. XIV. Si alguno dijere, que se debe preguntar a los mencionados párvulos cuando lleguen al uso
de la razón, si quieren dar por bien hecho lo que al bautizarlos prometieron los padrinos en su nombre,
y que si respondieren que no, se les debe dejar a su arbitrio, sin precisarlos entre tanto a vivir
cristianamente con otra pena mas que separarlos de la participación de la Eucaristía, y demás
Sacramentos, hasta que se conviertan; sea excomulgado.
CÁNONES DE LA CONFIRMACIÓN
CAN. I. Si alguno dijere, que la Confirmación de los bautizados es ceremonia inútil, y no por el
contrario, verdadero y propio Sacramento; o dijere, que no fue antiguamente mas que cierta
instrucción en que los niños próximos a entrar en la adolescencia, exponían ante la Iglesia los
fundamentos de su fe; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno dijere, que son injuriosos al Espíritu Santo los que atribuyen alguna virtud al
sagrado crisma de la Confirmación; sea excomulgado.
CAN. III. Si alguno dijere, que el ministro ordinario de la santa Confirmación, es no solo el Obispo
sino cualquier mero sacerdote; sea excomulgado.
DECRETO SOBRE LA REFORMA
Intentando el mismo sacrosanto Concilio, como los mismos Presidentes y Legados, continuar a gloria
de Dios, y aumento de la religión cristiana, la materia principiada de la residencia y reforma, juzgó
debía establecer lo que se sigue, salva siempre en todo la autoridad de la Sede Apostólica.
CAP. I. Qué personas son aptas para el gobierno de las iglesias catedrales.
No se elija para el gobierno de las iglesias catedrales persona alguna que no sea nacida de legítimo
matrimonio, de edad madura, de graves costumbres, e instruida en las ciencias, según la constitución
de Alejandro III, que principia: Cum in cunctis, promulgada en el concilio de Letran.
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Catolicismo Romano
CAP. II. Se manda a los que obtienen muchas iglesias catedrales, que las renuncien todas con cierto orden y tiempo,
a excepción de una sola.
Ninguna persona, de cualquier dignidad, grado o preeminencia que sea, presuma admitir y retener a un
mismo tiempo, contra lo establecido en los sagrados cánones, muchas iglesias metropolitanas o
catedrales, en título, o por encomienda, ni bajo cualquiera otro nombre; debiéndose tener por muy feliz
el que logre gobernar bien una sola con frato y aprovechamiento de las almas que le están
encomendadas. Los que obtienen al presente muchas iglesias contra el tenor de este decreto, queden
obligados a renunciarlas todas (a excepción de una sola que elegirán a su voluntad) dentro de seis
meses, si pertenecen a la disposición libre de la Sede Apostólica, y si no pertenecen, dentro de un año.
A no hacerlo así, téngase por el mismo hecho dichas iglesias por vacantes, a excepción de sola la
última que obtuvo.
CAP. III. Confiéranse los beneficios solo a personas hábiles.
Los beneficios eclesiásticos inferiores, en especial los que tienen cura de almas, se han de conferir a
personas dignas, hábiles y que puedan residir en el lugar del beneficio, y ejercer por sí mismas el
cuidado pastoral, según la constitución de Alejandro III, que principia: Quia nonnulli, publicada en el
concilio de Letran; y otra de Gregorio X, en el general de León, que principia: Licet canon. Las
colaciones o provisiones que no se hagan así, irrítense absolutamente; y el Ordinario que las haga,
sepa que incurre en las penas del decreto del concilio general, que comienza: Grave nimis.
CAP. IV. El que retenga muchos beneficios contra los cánones, queda privado de ellos.
Cualquiera que en adelante presuma admitir y retener a un mismo tiempo muchos beneficios
eclesiásticos curados, o incompatibles por cualquiera otro motivo, ya por vía de unión mientras dure su
vida, ya de encomienda perpetua, o con cualquiera otro nombre y título, y contra la forma de los
sagrados cánones, y en especial contra la constitución de Inocencio III, que principia: De multa; quede
privado ipso jure de los tales beneficios, como dispone la misma constitución, y también en fuerza del
presente canon.
CAP. V. Los que obtienen muchos beneficios curados exhiban sus dispensas al Ordinario, el cual provea las iglesias
de vicarios, asignándoles congrua correspondiente.
Obliguen con rigor los Ordinarios de los lugares a todos los que obtienen muchos beneficios
eclesiásticos curados, o por otra causa incompatible, a que presenten sus dispensas. Si no se las
presentaren, procedan según la constitución de Gregorio X, publicada en el concilio general de León,
que comienza: Ordinarii: la misma que juzga el santo Concilio deberse renovar, y en efecto la renueva;
añadiendo además, que los mismos Ordinarios den completa providencia aun nombrando vicarios
idóneos, y asignándoles correspondiente congrua de los frutos, a fin de que no se abandone de modo
alguno el cuidado de las almas, ni se defrauden, aun en lo más mínimo, los mismos beneficios, de los
servicios que les son debidos; sin que a nadie favorezcan las apelaciones, privilegios ni exenciones,
cualesquiera que sean, aunque tengan asignados jueces particulares, ni las inhibiciones de estos sobre
lo mencionado.
CAP. VI. Qué uniones de beneficios se han de tener por válidas.
Puedan los Ordinarios, como delegados de la Sede Apostólica, examinar las uniones perpetuas hechas
de cuarenta años a esta parte y declaren írritas las que se hayan obtenido por subrepción, u obrepción.
Mas las que se hubieren concedido después del tiempo mencionado, y no hayan tenido efecto en todo,
o en parte, y cuantas en adelante se hagan a instancia de cualquier persona, a no constar que fueron
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Catolicismo Romano
concedidas con causas legítimas y racionales, examinadas ante el Ordinario del lugar, con citación de
los interesados; deben reputarse como alcanzadas por subrepción; y por tanto no tengan fuerza alguna,
a no haber declarado lo contrario la Sede Apostólica.
CAP. VII. Visítense los beneficios eclesiásticos unidos; ejérzase la cura de almas por vicarios, aunque sean
perpetuos: hágase el nombramiento de estos asignándoles porción determinada de frutos sobre cosa cierta.
Visiten anualmente los Ordinarios los beneficios eclesiásticos curados que estén unidos, o anexos
perpetuamente a catedrales, colegiatas, u otras iglesias, o monasterios, beneficios, colegios, u otros
lugares piadosos, de cualquiera especie que sean; y procuren con esmero que se desempeñe
loablemente el cuidado de las almas por medio de vicarios idóneos, aunque sean perpetuos, si no les
pareciere más conducente al buen gobierno de las iglesias valerse de otros medios; debiendo
destinarlos a los mismos lugares, y asignarles la tercera parte de los frutos, o mayor o menor porción, a
su arbitrio, sobre cosa determinada; sin que a lo dicho obsten de modo alguno apelaciones, privilegios
ni exenciones, aunque tengan jueces particulares, ni sus inhibiciones, cualesquiera que sean.
CAP. VIII. Repárense las iglesias: cuídese con celo de las almas.
Tengan obligación los Ordinarios de visitar todos los años con autoridad Apostólica cualesquiera
iglesias de cualquier modo exentas y de dar providencia con los oportunos remedios que establece el
derecho, para que se reparen las que necesitan reparación; sin que se defraude a ninguna, por ninguna
circunstancia, del cuidado de las almas, si alguna lo tuviere anexo, ni de otros servicios debidos;
quedando excluidas absolutamente las apelaciones, privilegios, costumbres, aunque recibidas de
tiempo inmemorial, deputaciones de jueces, e inhibiciones de estos.
CAP. IX. No debe diferirse la consagración.
Los que sean promovidos a iglesias mayores reciban la consagración dentro del tiempo establecido por
el derecho; y a nadie sirvan las prórrogas concedidas por más de seis meses.
CAP. X. No den los cabildos dimisorias a nadie en sede vacante, si no estrecha la circunstancia de obtener, o haber
obtenido beneficio eclesiástico. Varias penas contra los infractores.
No sea permitido a los cabildos eclesiásticos conceder a nadie en sede vacante, dentro del año, contado
desde el día en que esta vacó, licencia para ser ordenado, o dimisorias, o reverendas como algunos
llaman, ya sea por lo dispuesto en el derecho común, ya en virtud de cualquier privilegio o costumbre;
a no ser a alguno que se halle en esta precisión por haber obtenido, o deber obtener algún beneficio
eclesiástico. Si no se hiciese así, quede sujeto al entredicho eclesiástico el cabildo que contraviniere; y
los que así recibieren las órdenes, si solo se ordenaren de menores, no gocen de privilegio alguno
clerical, especialmente en causas criminales, y los que hayan recibido los mayores, queden suspensos
de derecho del ejercicio de ellos a voluntad del Prelado futuro.
CAP. XI. A nadie sirvan las licencias de ser promovido, a no tener causa justa.
Las facultades para ser promovidos a otros órdenes por cualquiera Ordinario, sirvan sólo a los que
tienen causa legítima que les imposibilite recibir los órdenes de sus propios Obispos, la que debe
expresarse en las dimisorias; y en este caso sólo se han de ordenar por Obispo que resida en su propia
diócesis, o por el que le substituya y ejerza los ministerios pontificales, y precediendo diligente
examen.
CAP. XII. La dispensa para no ser promovido no exceda de un año.
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Catolicismo Romano
Las dispensas concedidas para no pasar a otros órdenes, únicamente sirvan por sólo un año, a
excepción de los casos expresados en el derecho.
CAP. XIII. Los presentados por cualquiera que sea, no se ordenen, a no preceder examen y aprobación del
Ordinario: exceptúanse algunos.
Los presentados, o electos, o nombrados por cualesquiera personas eclesiásticas, aunque sea por los
Nuncios de la Sede Apostólica, no sean instituidos, confirmados ni admitidos a ningunos beneficios
eclesiásticos, ni aun con pretexto de cualquier privilegio o costumbre, aunque prescribe de tiempo
inmemorial, si antes no fueren examinados y hallados capaces por los Ordinarios; sin que pueda servir
a ninguno la apelación que interponga, para dejar por ella de sufrir el examen. Quedan no obstante
exceptuados los presentados, elegidos o nombrados por las Universidades, o colegios de estudios
generales.
CAP. XIV. De qué causas civiles de exentos puedan conocer los Obispos.
Obsérvese en las causas de los exentos la constitución de Inocencio IV, publicada en el concilio
general de León, que principia: Volentes: la misma que este sagrado Concilio ha juzgado deber
renovar, y efectivamente renueva; añadiendo además, que en las causas civiles sobre salarios que se
deban a personas pobres, puedan los clérigos seculares, o regulares que vivan fuera de sus
monasterios, de cualquier modo que sean exentos, aunque tengan en los lugares juez privativo
deputado por la santa Sede; y en las otras causas, si no tuviesen dicho juez, ser citados ante los
Ordinarios de los lugares, como delegados en esto de la Sede Apostólica, y ser obligados y compelidos
en fuerza del derecho a pagar lo que debieren; sin que tengan fuerza alguna contra lo aquí mandado
sus privilegios, exenciones, jueces conservadores, ni las inhibiciones de estos.
CAP. XV. Cuiden los Ordinarios de que todos los hospitales, aunque sean exentos, estén fielmente gobernados por
sus administradores.
Cuiden los Ordinarios de que todos los hospitales estén gobernados con fidelidad y exactitud por sus
administradores, bajo cualquier nombre que estos tengan, y de cualquier modo que estén exentos;
observando la forma de la constitución del concilio de Viena, que principia: Quia contingit; la que ha
creído el mismo santo Concilio deberse renovar, y en efecto la renueva con las derogaciones que en
ella se contienen.
Asignación de la sesión siguiente.
Además de esto el mismo sacrosanto Concilio ha establecido y decretado, que la Sesión próxima
futura se tenga y celebre el jueves después de la siguiente Dominica in Albis, que será el 21 de abril
del presente año de 1547.
TRANSFERENCIA DEL CONCILIO DE PAULO III A JULIO III
BULA PARA PODER TRANSFERIR EL CONCILIO
Paulo Obispo, siervo de los siervos de Dios: a nuestro venerable hermano Juan María, Obispo de
Palestrina y a nuestros amados hijos Marcelo, Presbítero del título de santa Cruz en Jerusalén, y
Reginaldo, Diácono del título de santa María in Cosmedin, Cardenales, Legados a latere nuestros y de
la Sede Apostólica; salud y Apostólica bendición. Presidiendo Nos por disposición divina, aunque sin
méritos correspondientes, al gobierno de la Iglesia universal, juzgamos ser obligación de nuestra
dignidad, que si se ha de establecer algún asunto de suma importancia en beneficio de la república
75
Catolicismo Romano
cristiana, se lleve a debido efecto no sólo en tiempo oportuno, sino también en lugar adecuado y
conducente. Nos, pues, habiendo poco tiempo hace (sabida la paz establecida entre nuestros carísimos
hijos en Cristo, Carlos siempre augusto Emperador de Romanos, y Francisco Rey cristianismo de
Francia) removido y quitado con el consejo y ascenso de nuestros venerables hermanos los Cardenales
de la santa Iglesia Romana, la suspensión de la celebración del sacro, ecuménico y universal Concilio,
que anteriormente por causas que entonces expresamos, habían indicado para la ciudad de Trento con
el consejo y ascenso de los mismos Cardenales y cuya ejecución se había igualmente suspendido por
los motivos entonces referidos, hasta tiempo más oportuno y cómodo, que igualmente habíamos de
declarar con el consejo y ascenso de los mismo Cardenales; y habiendo Nos, por no poder, estando a la
sazón legítimamente impedidos, ir en persona a dicha ciudad, y asistir al Concilio, constituidos y
deputado con el mismo dictamen Legados a latere nuestros, y de la Sede Apostólica para el mismo
Concilio, y destinadoos a la misma ciudad como ángeles de paz, según más plenamente se contiene en
diversas Bulas nuestras publicadas sobre esto: Queriendo dar oportuna providencia para que una obra
tan santa como la celebración de este Concilio, no tenga impedimento, o se difiera más de lo debido
por la incomodidad del lugar, o por cualquiera otro motivo; os concedemos de nuestra propia voluntad,
cierta ciencia, y con la plenitud de la autoridad Apostólica; y con igual dictamen y ascenso a todos
juntos, o a dos de vosotros, si el otro estuviese legítimamente impedido, o acaso ausente, pleno y libre
poder, y autoridad de transferir y mudar, siempre que os parezca, el Concilio mencionado desde
Trento a cualquiera otra ciudad más cómoda, oportuna y segura, según también os parezca; así como
de suprimirlo y disolverlo en la misma ciudad de Trento, y de inhibir, aun con censuras, y otras penas
eclesiásticas, a los Prelados y demás personas del Concilio, para que no procedan adelante en él en
aquella ciudad; e igualmente de continuarlo, tenerlo y celebrarlo en cualquiera otra, adonde se
transfiera y mude; y de convocar a él los Prelados y demás personas del mismo Concilio de Trento,
aun bajo las penas de perjurio, y otras expresadas en la convocación del mismo Concilio, y de presidir
en él así transferido y mudado con el nombre y autoridad expresadas, y de proceder en él, hacer,
establecer, ordenar y ejecutar cuantas cosas quedan mencionadas anteriormente, y todas las que fueren
necesarias y oportunas para ello, según el tenor y relación de las letras Apostólicas que de antemano se
os han dirigido; asegurándoos que nos será agradable, y daremos por bien hecho todo cuanto sobre lo
arriba expuesto hubiereis establecido, ordenado y ejecutado; y que con el auxilio de Dios lo haremos
observar inviolablemente: sin que para esto puedan servir de obstáculo las constituciones, ni órdenes
Apostólicas, ni otra cosa alguna en contrario. No sea, pues, absolutamente lícito a persona alguna
contravenir a esta nuestra Bula de concesión, ni contradecirla con temerario atrevimiento; y si alguno
presumiere caer en este atentado, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente, y de sus
bienaventurados Apóstoles san Pedro y san Pablo. Expedida en Roma, en san Pedro, año de la
Encarnación del Señor 1544, en 23 de febrero, año decimoprimero de nuestro Pontificado. Fab.
Obispo de Espoleto. B. Motta.
SESIÓN VIII
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Catolicismo Romano
esta ciudad por temor de la insinuada epidemia, a quienes no hay razón para poder detener, y por cuya
ausencia o se disolverá el Concilio, o se frustrará su feliz progreso por el corto número que quedará de
Prelados; y atendido también el inminente peligro de la vida, y otras causas que algunos de los PP. han
alegado en las mismas congregaciones, como que son notoriamente verdaderas y legítimas; ¿convenís
en consecuencia en decretar y declarar igualmente, que para conservar y continuar el mismo Concilio
con seguridad de la vida de los mismos Prelados, debe transferirse, y desde ahora se transfiere
interinamente a la ciudad de Bolonia, como lugar mas a propósito, saludable y conveniente; y que allí
mismo se haya de celebrar, y celebre la Sesión ya indicada en el día señalado 21 de abril; y que
sucesivamente se proceda adelante hasta que parezca conveniente a nuestro santísimo Padre, y al
sagrado Concilio, que pueda y deba restablecerse el mismo Concilio en este u otro lugar, comunicando
también la resolución con el invictísimo César, el Rey Cristianísimo, y otros reyes y príncipes
cristianos? Respondieron: Así lo queremos.
SESIÓN IX
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Catolicismo Romano
SESIÓN X
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Catolicismo Romano
Obispos, y a nuestros amados hijos los Abades, y a todas y a cada una de las personas, que por
derecho, o por costumbre, o por privilegio, deben concurrir a los concilios generales, y a las que el
mismo predecesor nuestro en sus convocatorias, y en todas las demás letras apostólicas, expedidas y
publicadas sobre este punto, quiso que asistiesen; tengan a bien concurrir y congregarse, como no se
hallen con legítimo impedimento, en la misma ciudad de Trento, y dedicarse sin dilación, ni demora a
la continuación, y prosecución del mismo Concilio, en el día primero del próximo mes de mayo, que
es el que con previa y madura deliberación, de nuestra cierta ciencia, con la plenitud de la autoridad
Apostólica, consejo y aprobación de nuestros venerables hermanos los Cardenales de la misma santa
Iglesia Romana, establecemos, decretamos y declaramos para que en él se reasuma y prosiga el
Concilio en el estado mismo que al presente se halla. Nos por cierto hemos de poner la mayor
diligencia en que sin falta se hallen al tiempo asignado en la misma ciudad nuestros Legados; por
cuyas personas, si por nuestra edad, falta de salud, y necesidades de la Sede Apostólica, no
pudiésemos asistir personalmente, presidiremos, guiados por el Espíritu Santo, al mismo Concilio: sin
que obste la traslación, o suspensión de este, cualquiera que haya sido, ni las demás cosas en contrario,
y principalmente aquellas que quiso no obstasen el mismo predecesor nuestro en sus letras
mencionadas, las que en caso necesario renovamos, y queremos y decretamos permanezcan en todo su
vigor con todas y cada una de las cláusulas en ellas contenidas; declarando no obstante por nulo y de
ningún valor, si alguno, de cualquiera autoridad que sea, a sabiendas o por ignorancia, incurriere en
atentar alguna cosa en contrario de lo que en estas se contiene. No sea, pues, lícito de modo alguno a
ninguna persona quebrantar, u obrar atrevida y temerariamente en contra de esta nuestra Bula de
exhortación, requerimiento, aviso, estatuto, declaración, innovación, voluntad y decretos. Y si alguno
presumiere atentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente, y de sus
bienaventurados Apóstoles san Pedro y san Pablo. Dado en Roma, en san Pedro, año de la
Encarnación del Señor 1550, a 14 de noviembre, año primero de nuestro Pontificado. M. Cardenal
Crescencio. Rom. Amaseo.
SESIÓN XI
Del sacrosanto, ecuménico y general Concilio Tridentino, que es la I celebrada en tiempo del sumo
Pontífice Julio III en 1o. de mayo de 1551.
"En el nombre de la santa, e individua Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. En el año del
nacimiento del Señor 1551, en la indicción nona, viernes día 1o. del mes de mayo, en el año segundo
del Pontificado de nuestro Santísimo señor Julio, por divina providencia Papa III de este nombre, el
Reverendísimo, e Ilustrísimo señor Marcelo de Crescentiis, Presbítero Cardenal de la santa Iglesia
Romana, Legado a latere de nuestro Santísimo señor el mencionado Pontífice, y el Reverendo señor
Sebastián Pighino, Arzobispo de Siponto, y Luis Lipomano, Obispo de Verona, Nuncios de la Sede
Apostólica, juntamente con los demás RR. Padres que se hallaban en la ciudad de Trento, se
congregaron por la mañana en la iglesia catedral de san Vigil de la misma ciudad; donde celebraron la
primera Sesión de este sagrado Concilio Tridentino que se tuvo en tiempo de nuestro Santísimo señor
Julio: en la que habiéndose primero celebrado misa solemne del Espíritu Santo, y practicándose las
ceremonias que es costumbre, se leyó la bula del mismo Santísimo Pontífice nuestro señor sobre la
reasunción y prosecución del sagrado, ecuménico y general Concilio de Trento. Después de esto,
volviéndose a los Padres el Reverendísimo señor Arzobispo de Sacer, leyó en voz alta e inteligible los
dos decretos que se siguen:"
Decreto sobre la reasunción del Concilio.
¿Tenéis a bien que a honra y gloria de la santa e individua Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, para
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Catolicismo Romano
Que es la II celebrada en tiempo del sumo Pontífice Julio III en 1o. de septiembre de 1551.
Decreto sobre la prorrogación de la Sesión
El sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu
Santo, y presidido de los mismos Legado y Nuncios de la santa Sede Apostólica, que decretó en la
Sesión próxima pasada, se había de celebrar hoy la siguiente, y se había de proceder adelante;
habiendo diferido hasta ahora ejecutarlo, por la ausencia de la ilustre nación Alemana, de cuyo interés
principalmente se trata, y por el corto número de los demás Padres; complaciéndose en el Señor de que
para el día señalado hayan venido los venerables hermanos en Jesucristo, e hijos suyos, los Arzobispos
de Maguncia y Tréveris, Príncipes Electores del sacro Romano Imperio, y otros muchos Obispos de
Alemania, y demás provincias; dando las debidas gracias al mismo omnipotente Dios, y concibiendo
también esperanza cierta de que otros Prelados en gran número, así de la Alemania, como de las demás
naciones, movidos del cumplimiento de su obligación, y de este ejemplo, llegarán de un día para otro a
esta ciudad; asigna la Sesión futura para de aquí a cuarenta días, que será en el once de octubre
próximo siguiente: y continuando el mismo Concilio en el estado en que se halla, establece y decreta
que habiéndose ya definido en las Sesiones pasadas las materias de los siete Sacramentos de la nueva
ley en general, y en particular del Bautismo y Confirmación; se debe ventilar y tratar del sacramento
de la santísima Eucaristía, y además de esto, en lo tocante a la reforma, de los restantes puntos
pertenecientes a la más fácil y cómoda residencia de los Prelados. Amonesta también y exhorta a todos
los Padres a que se dediquen entre tanto a ejemplo de Jesucristo nuestro Señor, a los ayunos y
oraciones en cuanto les permita la humana fragilidad; para que aplacado en fin Dios nuestro Señor,
quien sea bendito por los siglos de los siglos, se digne reducir el corazón de los hombres al
conocimiento de su verdadera fe, a la unidad de la santa madre Iglesia, y a una conducta de vida justa
y ordenada.
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Catolicismo Romano
EL SACRAMENTO DE LA EUCARÍSTIA
SESIÓN XIII
Que es la III celebrada en tiempo del sumo Pontífice Julio III en 11 de octubre de 1551
DECRETO SOBRE EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
Aunque el sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el
Espíritu Santo, y presidido por los mismos Legado y Nuncios de la santa Sede Apostólica, se ha
juntado no sin particular dirección y gobierno del Espíritu Santo, con el fin de exponer la verdadera
doctrina sobre la fe y Sacramentos, y con el de poner remedio a todas las herejías, y a otros gravísimos
daños, que al presente afligen lastimosamente la Iglesia de Dios, y la dividen en muchos y varios
partidos; ha tenido principalmente desde los principios por objeto de sus deseos, arrancar de raíz la
cizaña de los execrables errores y cismas, que el demonio ha sembrado en estos nuestros calamitosos
tiempos sobre la doctrina de fe, uso y culto de la sacrosanta Eucaristía, la misma que por otra parte
dejó nuestro Salvador en su Iglesia, como símbolo de su unidad y caridad, queriendo que con ella
estuviesen todos los cristianos juntos y reunidos entre sí. En consecuencia pues, el mismo sacrosanto
Concilio enseñando la misma sana y sincera doctrina sobre este venerable y divino sacramento de la
Eucaristía, que siempre ha retenido, y conservará hasta el fin de los siglos la Iglesia católica, instruida
por Jesucristo nuestro Señor y sus Apóstoles, y enseñada por el Espíritu Santo, que incesantemente le
sugiere toda verdad; prohíbe a todos los fieles cristianos, que en adelante se atrevan a creer, enseñar o
predicar respecto de la santísima Eucaristía de otro modo que el que se explica y define en el presente
decreto.
CAP. I. De la presencia real de Jesucristo nuestro Señor en el santísimo sacramento de la Eucaristía.
En primer lugar enseña el santo Concilio, y clara y sencillamente confiesa, que después de la
consagración del pan y del vino, se contiene en el saludable sacramento de la santa Eucaristía
verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo las
especies de aquellas cosas sensibles; pues no hay en efecto repugnancia en que el mismo Cristo
nuestro Salvador este siempre sentado en el cielo a la diestra del Padre según el modo natural de
existir, y que al mismo tiempo nos asista sacramentalmente con su presencia, y en su propia substancia
en otros muchos lugares con tal modo de existir, que aunque apenas lo podemos declarar con palabras,
podemos no obstante alcanzar con nuestro pensamiento ilustrado por la fe, que es posible a Dios, y
debemos firmísimamente creerlo. Así pues han profesado clarísimamente todos nuestros antepasados,
cuantos han vivido en la verdadera Iglesia de Cristo, y han tratado de este santísimo y admirable
Sacramento; es a saber, que nuestro Redentor lo instituyó en la última cena, cuando después de haber
bendecido el pan y el vino; testificó a sus Apóstoles con claras y enérgicas palabras, que les daba su
propio cuerpo y su propia sangre. Y siendo constante que dichas palabras, mencionadas por los santos
Evangelistas, y repetidas después por el Apóstol san Pablo, incluyen en sí mismas aquella propia y
patentísima significación, según las han entendido los santos Padres; es sin duda execrable maldad,
que ciertos hombres contenciosos y corrompidos las tuerzan, violenten y expliquen en sentido
figurado, ficticio o imaginario; por el que niegan la realidad de la carne y sangre de Jesucristo, contra
la inteligencia unánime de la Iglesia, que siendo columna y apoyo de verdad, ha detestado siempre
como diabólicas estas ficciones excogitadas por hombres impíos, y conservado indeleble la memoria y
gratitud de este tan sobresaliente beneficio que Jesucristo nos hizo.
CAP. II. Del modo con que se instituyó este santísimo Sacramento.
Estando, pues, nuestro Salvador para partirse de este mundo a su Padre, instituyó este Sacramento, en
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Catolicismo Romano
el cual como que echó el resto de las riquezas de su divino amor para con los hombres dejándonos un
monumento de sus maravillas, y mandándonos que al recibirle recordásemos con veneración su
memoria, y anunciásemos su muerte hasta tanto que el mismo vuelva a juzgar al mundo. Quiso
además que se recibiese este Sacramento como un manjar espiritual de las almas, con el que se
alimenten y conforten los que viven por la vida del mismo Jesucristo, que dijo: Quien me come, vivirá
por mí; y como un antídoto con que nos libremos de las culpas veniales, y nos preservemos de las
mortales. Quiso también que fuese este Sacramento una prenda de nuestra futura gloria y perpetua
felicidad, y consiguientemente un símbolo, o significación de aquel único cuerpo, cuya cabeza es él
mismo, y al que quiso estuviésemos unidos estrechamente como miembros, por miedo de la
segurísima unión de la fe, la esperanza y la caridad, para que todos confesásemos una misma cosa, y
no hubiese cismas entre nosotros.
CAP. III. De la excelencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, respecto de los demás Sacramentos.
Es común por cierto a la santísima Eucaristía con los demás Sacramentos, ser símbolo o significación
de una cosa sagrada, y forma o señal visible de la gracia invisible; no obstante se halla en él la
excelencia y singularidad de que los demás Sacramentos entonces comienzan a tener la eficacia de
santificar cuando alguno usa de ellos; mas en la Eucaristía existe el mismo autor de la santidad antes
de comunicarse: pues aun no habían recibido los Apóstoles la Eucaristía de mano del Señor, cuando él
mismo afirmó con toda verdad, que lo que les daba era su cuerpo. Y siempre ha subsistido en la Iglesia
de Dios esta fe, de que inmediatamente después de la consagración, existe bajo las especies de pan y
vino el verdadero cuerpo de nuestro Señor, y su verdadera sangre, juntamente con su alma y divinidad:
el cuerpo por cierto bajo la especie de pan, y la sangre bajo la especie de vino, en virtud de las
palabras; mas el mismo cuerpo bajo la especie de vino, y la sangre bajo la de pan, y el alma bajo las
dos, en fuerza de aquella natural conexión y concomitancia, por la que están unidas entre sí las partes
de nuestro Señor Jesucristo, que ya resucitó de entre los muertos para no volver a morir; y la divinidad
por aquella su admirable unión hipostática con el cuerpo y con el alma. Por esta causa es certísimo que
se contiene tanto bajo cada una de las dos especies, como bajo de ambas juntas; pues existe Cristo
todo, y entero bajo las especies de pan, y bajo cualquiera parte de esta especie: y todo también existe
bajo la especie de vino y de sus partes.
CAP. IV. De la Transubstanciación.
Mas por cuanto dijo Jesucristo nuestro Redentor, que era verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo
la especie de pan, ha creído por lo mismo perpetuamente la Iglesia de Dios, y lo mismo declara ahora
de nuevo este mismo santo Concilio, que por la consagración del pan y del vino, se convierte toda la
substancia del pan en la substancia del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y toda la substancia del
vino en la substancia de su sangre, cuya conversión ha llamado oportuna y propiamente
Transubstanciación la santa Iglesia católica.
CAP. V. Del culto y veneración que se debe dar a este santísimo Sacramento.
No queda, pues, motivo alguno de duda en que todos los fieles cristianos hayan de venerar a este
santísimo Sacramento, y prestarle, según la costumbre siempre recibida en la Iglesia católica, el culto
de latría que se debe al mismo Dios. Ni se le debe tributar menos adoración con el pretexto de que fue
instituido por Cristo nuestro Señor para recibirlo; pues creemos que está presente en él aquel mismo
Dios de quien el Padre Eterno, introduciéndole en el mundo, dice: Adórenle todos los Ángeles de
Dios; el mismo a quien los Magos postrados adoraron; y quien finalmente, según el testimonio de la
Escritura, fue adorado por los Apóstoles en Galilea. Declara además el santo Concilio, que la
costumbre de celebrar con singular veneración y solemnidad todos los años, en cierto día señalado y
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Catolicismo Romano
Es tan antigua la costumbre de guardar en el sagrario la santa Eucaristía, que ya se conocía en el siglo
en que se celebró el concilio Niceno. Es constante, que a más de ser muy conforme a la equidad y
razón, se halla mandado en muchos concilios, y observado por costumbre antiquísima de la Iglesia
católica, que se conduzca la misma sagrada Eucaristía para administrarla a los enfermos, y que con
este fin se conserve cuidadosamente en las iglesias. Por este motivo establece el santo Concilio, que
absolutamente debe mantenerse tan saludable y necesaria costumbre.
CAP. VII. De la preparación que debe preceder para recibir dignamente la sagrada Eucaristía.
Si no es decoroso que nadie se presente a ninguna de las demás funciones sagradas, sino con pureza y
santidad; cuanto más notoria es a las personas cristianas la santidad y divinidad de este celeste
Sacramento, con tanta mayor diligencia por cierto deben procurar presentarse a recibirle con grande
respeto y santidad; principalmente constándonos aquellas tan terribles palabras del Apóstol san Pablo:
Quien come y bebe indignamente, come y bebe su condenación; pues no hace diferencia entre el
cuerpo del Señor y otros manjares. Por esta causa se ha de traer a la memoria del que quiera comulgar
el precepto del mismo Apóstol: Reconózcase el hombre a sí mismo. La costumbre de la Iglesia declara
que es necesario este examen, para que ninguno sabedor de que está en pecado mortal, se pueda
acercar, por muy contrito que le parezca hallarse, a recibir la sagrada Eucaristía, sin disponerse antes
con la confesión sacramental; y esto mismo ha decretado este santo Concilio observen perpetuamente
todos los cristianos, y también los sacerdotes, a quienes correspondiere celebrar por obligación, a no
ser que les falte confesor. Y si el sacerdote por alguna urgente necesidad celebrare sin haberse
confesado, confiese sin dilación luego que pueda.
CAP. VIII. Del uso de este admirable Sacramento.
Con mucha razón y prudencia han distinguido nuestros Padres respecto del uso de este Sacramento
tres modos de recibirlo. Enseñaron, pues, que algunos lo reciben sólo sacramentalmente, como son los
pecadores; otros sólo espiritualmente, es a saber, aquellos que recibiendo con el deseo este celeste pan,
perciben con la viveza de su fe, que obra por amor, su fruto y utilidades; los terceros son los que le
reciben sacramental y espiritualmente a un mismo tiempo; y tales son los que se preparan y disponen
antes de tal modo, que se presentan a esta divina mesa adornados con las vestiduras nupciales. Mas al
recibirlo sacramentalmente siempre ha sido costumbre de la Iglesia de Dios, que los legos tomen la
comunión de mano de los sacerdotes, y que los sacerdotes cuando celebran, se comulguen a sí
mismos: costumbre que con mucha razón se debe mantener, por provenir de tradición apostólica.
Finalmente el santo Concilio amonesta con paternal amor, exhorta, ruega y suplica por las entrañas de
misericordia de Dios nuestro Señor a todos, y a cada uno de cuantos se hallan alistados bajo el nombre
de cristianos, que lleguen finalmente a convenirse y conformarse en esta señal de unidad, en este
vínculo de caridad, y en este símbolo de concordia; y acordándose de tan suprema majestad, y del
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Catolicismo Romano
amor tan extremado de Jesucristo nuestro Señor, que dio su amada vida en precio de nuestra salvación,
y su carne para que nos sirviese de alimento; crean y veneren estos sagrados misterios de su cuerpo y
sangre, con fe tan constante y firme, con tal devoción de ánimo, y con tal piedad y reverencia, que
puedan recibir con frecuencia aquel pan sobresubstancial, de manera que sea verdaderamente vida de
sus almas, y salud perpetua de sus entendimientos, para que confortados con el vigor que de él reciban,
puedan llegar del camino de esta miserable peregrinación a la patria celestial, para comer en ella sin
ningún disfraz ni velo el mismo pan de Ángeles, que ahora comen bajo las sagradas especies. Y por
cuanto no basta exponer las verdades, si no se descubren y refutan los errores; ha tenido a bien este
santo Concilio añadir los cánones siguientes, para que conocida ya la doctrina católica, entiendan
también todos cuáles son las herejías de que deben guardarse, y deben evitar.
CÁNONES DEL SACROSANTO SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
CAN. I. Si alguno negare, que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y
substancialmente el cuerpo y la sangre juntamente con el alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo,
y por consecuencia todo Cristo; sino por el contrario dijere, que solamente está en él como en señal o
en figura, o virtualmente; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno dijere, que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía queda substancia de pan y
de vino juntamente con el cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo; y negare aquella admirable y
singular conversión de toda la substancia del pan en el cuerpo, y de toda la substancia del vino en la
sangre, permaneciendo solamente las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia católica
propísimamente llama Transubstanciación; sea excomulgado.
CAN III. Si alguno negare, que en el venerable sacramento de la Eucaristía se contiene todo Cristo en
cada una de las especies, y divididas estas, en cada una de las partículas de cualquiera de las dos
especies; sea excomulgado.
CAN. IV. Si alguno dijere, que hecha la consagración no está el cuerpo y la sangre de nuestro Señor
Jesucristo en el admirable sacramento de la Eucaristía, sino solo en el uso, mientras que se recibe, pero
no antes, ni después; y que no permanece el verdadero cuerpo del Señor en las hostias o partículas
consagradas que se reservan, o quedan después de la comunión; sea excomulgado.
CAN. V. Si alguno dijere, o que el principal fruto de la sacrosanta Eucaristía es el perdón de los
pecados, o que no provienen de ella otros efectos; sea excomulgado.
CAN. VI. Si alguno dijere, que en el santo sacramento de la Eucaristía no se debe adorar a Cristo, hijo
unigénito de Dios, con el culto de latría, ni aun con el externo; y que por lo mismo, ni se debe venerar
con peculiar y festiva celebridad; ni ser conducido solemnemente en procesiones, según el loable y
universal rito y costumbre de la santa Iglesia; o que no se debe exponer públicamente al pueblo para
que le adore, y que los que le adoran son idólatras; sea excomulgado.
CAN. VII. Si alguno dijere, que no es lícito reservar la sagrada Eucaristía en el sagrario, sino que
inmediatamente después de la consagración se ha de distribuir de necesidad a los que estén presentes;
o dijere que no es lícito llevarla honoríficamente a los enfermos; sea excomulgado.
CAN. VIII. Si alguno dijere, que Cristo, dado en la Eucaristía, sólo se recibe espiritualmente, y no
también sacramental y realmente; sea excomulgado.
CAN. IX. Si alguno negare, que todos y cada uno de los fieles cristianos de ambos sexos, cuando
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Catolicismo Romano
hayan llegado al completo uso de la razón, están obligados a comulgar todos los años, a lo menos en
Pascua florida, según el precepto de nuestra santa madre la Iglesia; sea excomulgado.
CAN. X. Si alguno dijere, que no es lícito al sacerdote que celebra comulgarse a sí mismo; sea
excomulgado.
CAN. XI. Si alguno dijere, que sola la fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la
santísima Eucaristía; sea excomulgado. Y para que no se reciba indignamente tan grande Sacramento,
y por consecuencia cause muerte y condenación; establece y declara el mismo santo Concilio, que los
que se sienten gravados con conciencia de pecado mortal, por contritos que se crean, deben para
recibirlo, anticipar necesariamente la confesión sacramental, habiendo confesor. Y si alguno
presumiere enseñar, predicar o afirmar con pertinacia lo contrario, o también defenderlo en disputas
públicas, quede por el mismo caso excomulgado.
DECRETO SOBRE LA REFORMA
CAP. I. Velen los Obispos con prudencia en la reforma de costumbres de sus súbditos, y ninguno apele de su
corrección.
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Catolicismo Romano
proceder adelante, sin que obste ninguna inhibición emanada del juez de la apelación, ni tampoco le
sea obstáculo ningún estilo o costumbre contraria, aunque sea inmemorial; a no ser que el gravamen
alegado sea irreparable por la sentencia definitiva, o que no se pueda apelar de esta; en cuyos casos
deben subsistir en su vigor los antiguos estatutos de los sagrados cánones.
CAP. II. Cuando en las causas criminales se ha de cometer la apelación de la sentencia del Obispo al Metropolitano,
o a uno de los más vecinos.
Si aconteciere que las apelaciones de la sentencia del Obispo, o de su vicario general en lo espiritual,
sobre materias criminales, se deleguen por autoridad Apostólica in partibus, o fuera de la curia
Romana; en caso que haya lugar la apelación, se ha de cometer al Metropolitano, o a su vicario general
en lo espiritual; o en caso de ser aquel sospechoso por alguna causa, o diste más de dos días legales de
camino, o se haya apelado de él; cométase a uno de los Obispos más cercanos, o a sus vicarios; pero
no a jueces inferiores.
CAP. III. Dense dentro de treinta días, y de gracia los autos de primera instancia al reo que apelare.
El reo que en causa criminal apela de la sentencia del Obispo, o de su vicario general en lo espiritual,
presente de necesidad al juez ante quien haya apelado los autos de la primera instancia; y de ningún
modo proceda este a absolverlo sin haberlos visto. El juez de quien se haya apelado debe entregar de
gracia los mismos autos al que los pidiere dentro de treinta días: a no hacerlo así, termínese sin ellos la
causa de la mencionada apelación, según pareciere en justicia.
CAP. IV. Cómo se han de degradar los clérigos cuando lo exija la gravedad de sus delitos.
Siendo algunas veces tan graves y atroces los delitos cometidos por personas eclesiásticas, que deben
estas ser depuestas de los órdenes sagrados, y entregadas al brazo secular; en cuyo caso se requiere,
según los sagrados cánones, cierto número de Obispos, y si fuese difícil que todos se juntasen, se
diferiría el debido cumplimiento del derecho; y si alguna vez pudiesen juntarse, se interrumpiría su
residencia; ha establecido y declarado el sagrado Concilio para ocurrir a estos inconvenientes, que el
Obispo por sí, o por su vicario general en lo espiritual, pueda proceder contra el clérigo, aunque esté
constituido en el sagrado orden del sacerdocio, hasta su condenación y deposición verbal; y por sí
mismo también hasta la actual y solemne degradación de los mismos órdenes y grados eclesiásticos,
en los casos en que se requiere la asistencia de otros Obispos en el número determinado por los
cánones, aunque estos no concurran; acompañándole no obstante, y asistiéndole en este caso otros
tantos Abades que tengan por privilegio Apostólico, uso de mitra y báculo, si se pueden hallar en la
ciudad, o diócesis, y pueden cómodamente asistir; y si no pudiese ser así, se acompañará de otras
personas constituidas en dignidad eclesiástica, que sean recomendables por su edad, gravedad e
instrucción en el derecho.
CAP. V. Conozca sumariamente el Obispo de las gracias pertenecientes o a la absolución de delitos, o a la remisión
de penas.
Y por cuanto suele acontecer que algunas personas alegando causas fingidas, y que sin embargo
parecen bastante verosímiles, sacan gracias de tal naturaleza, que se les perdonan por ellas del todo, o
se les disminuyen las penas que con justa severidad les han impuesto los Obispos; no debiendo
tolerarse que la mentira, desagradable a Dios en tanto grado, no sólo quede sin castigo, sino aun sirva
al mentiroso para alcanzar el perdón de otro delito; ha establecido y decretado el sagrado Concilio con
este objeto lo siguiente: Tome el Obispo que resida en su iglesia conocimiento sumario por sí mismo,
como delegado de la Sede Apostólica, de la subrepción, u obrepción de las gracias alcanzadas con
falsos motivos, sobre la absolución de algún pecado, o delito público, de que él comenzó a tomar
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Catolicismo Romano
conocimiento, o del perdón de la pena a que haya sido condenado el reo por su sentencia; y no admita
aquella gracia, siempre que legítimamente constare haberse obtenido por falsos informes, o por
haberse callado la verdad.
CAP. VI. No se cite al Obispo para que personalmente comparezca, sino por causa en que se trate de deponerle, o
privarle.
Y por cuanto los que están sujetos al Obispo suelen, aunque hayan sido corregidos justamente,
aborrecerle sobre manera, y como si hubiesen padecido graves injurias, imputarle falsos delitos para
molestarle por todos los medios posibles; de donde resulta, que el temor de estas vejaciones intimida y
retarda por lo general al Obispo para inquirir y castigar los delitos de sus súbditos: con este motivo, y
para que el Obispo no se vea precisado por grande incomodidad suya y de la iglesia, a abandonar el
rebaño que le está encomendado, y a andar vagando con detrimento de su dignidad Episcopal; ha
establecido y decretado el sagrado Concilio, que de modo ninguno se cite ni amoneste al Obispo a que
comparezca personalmente, sino es por causa en que deba venir para ser depuesto o privado, aunque se
proceda de oficio, o por información o denuncia, o acusación, o de otro cualquier modo.
CAP. VII. Descríbense las calidades de los testigos contra el Obispo.
No se reciban por testigos en causa criminal para la información o indición, o para cualquiera otra cosa
en causa principal contra el Obispo, sino personas que estén contestes, y sean de buena conducta,
reputación y fama; y en caso que depongan alguna cosa por odio, temeridad o codicia, sean castigadas
con graves penas.
CAP. VIII. El sumo Pontífice es el que ha de conocer de las causas graves de los Obispos.
Ante el sumo Pontífice se han de exponer, y por él mismo se han de terminar las causas de los
Obispos, cuando por la calidad del delito imputado deban estos comparecer.
Decreto de la prorrogación de la definición de cuatro artículos sobre el sacramento de la Eucaristía, y
del Salvoconducto que se ha de conceder a los Protestantes.
Deseando el mismo santo Concilio arrancar del campo del Señor todos los errores que han brotado
acerca de este santísimo sacramento de la Eucaristía, y cuidar de la salvación de todos los fieles,
habiendo expuesto en la presencia de Dios omnipotente todos los días sus piadosas súplicas; entre
otros artículos pertenecientes a este Sacramento, tratados con la más exacta investigación de la verdad
católica, tenidas muchas y diligentísimas disputas según la gravedad de la materia, y oídos los
dictámenes de los teólogos más sobresalientes, ventilaba también los cuatro artículos que se siguen.
Primero: ¿Si es necesario, para obtener la salvación, y mandado por derecho divino, que todos los
fieles cristianos reciban el mismo venerable Sacramento, bajo una y otra especie? Segundo: ¿Si recibe
menos el que comulga bajo una sola especie, que el que comulga con las dos? Tercero: ¿Si la santa
madre Iglesia ha errado dando la comunión bajo sola la especie de pan a los legos, y a los sacerdotes
que no celebran? Cuarto: ¿Si se debe dar también la comunión a los párvulos? Y por cuanto desean los
que se llaman Protestantes de la nobilísima provincia de Alemania que los oiga el santo Concilio sobre
estos mismos artículos, antes que se definan, y con este motivo han pedido al Concilio un
Salvoconducto, por el que le sea permitido con toda seguridad venir, y habitar en esta ciudad, decir y
proponer libremente ante el Concilio lo que sintieren, y retirarse después cuando les parezca; el mismo
santo Concilio, aunque ha aguardado antes muchos meses, y con grandes deseos su llegada; no
obstante como madre piadosa que gime dolorosamente por volverlos a parir para el seno de la Iglesia;
deseando intensamente, y trabajando porque no haya cisma alguno bajo el nombre cristiano, antes bien
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Catolicismo Romano
que así como todos reconocen a un mismo Dios y Redentor, del mismo modo digan, crean y sepan una
misma doctrina; confiando en la misericordia de Dios, y esperando que se logrará vuelvan aquellos a
la santísima y saludable unión de una misma fe, esperanza y caridad; condescendiendo gustosamente
con ellos en este punto; les ha dado y concedido en la parte que le toca la seguridad y fe pública que
pidieron, y llaman Salvoconducto, del tenor que abajo se expresa: y por causa de los mismos se ha
diferido la definición de los mencionados artículos, hasta la segunda Sesión, que ha señalado para el
día de la fiesta de la Conversión de san Pablo, que será el 25 de enero del año siguiente, para que de
este modo puedan cómodamente concurrir. Además de esto, ha establecido se trate en la misma Sesión
del sacrificio de la misa, por la mucha conexión que hay entre ambas materias; y entre tanto que queda
señalada para tratar en la Sesión próxima la materia de los sacramentos de Penitencia y
Extremaunción; decretando que esta se celebre el 25 de noviembre, fiesta de santa Catalina virgen y
mártir, y que en una y otra Sesión se prosiga la materia de la reforma.
Salvoconducto concedido a los protestantes.
El sacrosanto general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido
de los mismos Legado y Nuncios de la santa Sede Apostólica, concede, en cuanto toca al mismo santo
Concilio, a todas y a cada una de las personas eclesiásticas o seculares de toda la Alemania, de
cualquiera graduación, estado, condición y calidad que sean, que deseen concurrir a este ecuménico y
general Concilio, la fe pública, y plena seguridad que llaman Salvoconducto, con todas y cada una de
sus cláusulas y decretos necesarios y conducentes, aunque debiesen expresarse en particular, y no en
términos generales; los mismos que ha querido se tengan por expresados, para que puedan y tengan
facultad de conferenciar, proponer y tratar con toda libertad de las cosas que se han de ventilar en el
mismo Concilio, así como para venir libre y seguramente al mismo Concilio general, y permanecer y
vivir en él, y también para representar, y proponer tanto por escrito, como de viva voz los artículos que
les pareciese, y conferenciar y disputar con los PP. o con las personas que eligiere el mismo santo
Concilio, sin injurias ni ultrajes; e igualmente para que puedan retirarse cuando fuere su voluntad.
Además de esto ha resuelto el mismo santo Concilio, que si desearen por su mayor libertad y
seguridad, que se les deputen jueces privativos, tanto respecto de los delitos cometidos, como de los
que puedan cometer, nombren personas que les sean favorables, aunque sus delitos sean en extremo
enormes, y huelan a herejía.
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Catolicismo Romano
Si tuviesen todos los reengendrados tanto agradecimiento a Dios, que constantemente conservasen la
santidad que por su beneficio y gracia recibieron en el Bautismo; no habría sido necesario que se
hubiese instituido otro sacramento distinto de este, para lograr el perdón de los pecados. Mas como
Dios, abundante en su misericordia, conoció nuestra debilidad; estableció también remedio para la
vida de aquellos que después se entregasen a la servidumbre del pecado, y al poder o esclavitud del
demonio; es a saber, el sacramento de la Penitencia, por cuyo medio se aplica a los que pecan
después del Bautismo el beneficio de la muerte de Cristo. Fue en efecto necesaria la penitencia en
todos tiempos para conseguir la gracia y justificación a todos los hombres que hubiesen incurrido en
la mancha de algún pecado mortal, y aun a los que pretendiesen purificarse con el sacramento del
Bautismo; de suerte que abominando su maldad, y enmendándose de ella, detestasen tan grave
ofensa de Dios, reuniendo el aborrecimiento del pecado con el piadoso dolor de su corazón. Por esta
causa dice el Profeta: Convertíos, y haced penitencia de todos vuestros pecados: y con esto no os
arrastrará la iniquidad a vuestra perdición. También dijo el Señor: Si no hiciereis penitencia, todos
sin excepción pereceréis. Y el Príncipe de los Apóstoles san Pedro decía, recomendando la
penitencia a los pecadores que habían de recibir el Bautismo: Haced penitencia, y recibid todos el
Bautismo. Es de advertir, que la penitencia no era sacramento antes de la venida de Cristo, ni
tampoco lo es después de esta, respecto de ninguno que no hay sido bautizado. El Señor, pues,
estableció principalmente el sacramento de la Penitencia, cuando resucitado de entre los muertos
sopló sobre sus discípulos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo: los pecados de aquellos que
perdonareis, les quedan perdonados; y quedan ligados los de aquellos que no perdonareis. De este
hecho tan notable, y de estas tan claras y precisas palabras, ha entendido siempre el universal
consentimiento de todos los PP. que se comunicó a los Apóstoles, y a sus legítimos sucesores el
poder de perdonar, y de retener los pecados al reconciliarse los fieles que han caído en ellos después
del Bautismo; y en consecuencia reprobó y condenó con mucha razón la Iglesia católica como
herejes a los Novicianos, que en los tiempos antiguos negaron pertinazmente el poder de perdonar
los pecados. Y esta es la razón porque este santo Concilio, al mismo tiempo que aprueba y recibe
este verdaderísimo sentido de aquellas palabras del Señor, condena las interpretaciones imaginarias
de los que falsamente las tuercen, contra la institución de este Sacramento, entendiéndolas de la
potestad de predicar la palabra de Dios, y de anunciar el Evangelio de Jesucristo.
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Catolicismo Romano
Se conoce empero por muchas razones, que este Sacramento se diferencia del Bautismo; porque
además de que la materia y la forma, con las que se completa la esencia del Sacramento, son en
extremo diversas; consta evidentemente que el ministro del Bautismo no debe ser juez; pues la
Iglesia no ejerce jurisdicción sobre las personas que no hayan entrado antes en ella por la puerta del
Bautismo. ¿Qué tengo yo que ver, dice el Apóstol, sobre el juicio de los que están fuera de la
Iglesia? No sucede lo mismo respecto de los que ya viven dentro de la fe, a quienes Cristo nuestro
Señor llegó a hacer miembros de su cuerpo, lavándolos con el agua del Bautismo; pues no quiso que
si estos después se contaminasen con alguna culpa, se purificaran repitiendo el Bautismo, no siendo
esto lícito por razón alguna en la Iglesia católica; sino que quiso se presentasen como reos ante el
tribunal de la Penitencia, para que por la sentencia de los sacerdotes pudiesen quedar absueltos, no
sola una vez, sino cuantas recurriesen a él arrepentidos de los pecados que cometieron. Además de
esto; uno es el fruto del Bautismo, y otro el de la Penitencia; pues vistiéndonos de Cristo por el
Bautismo, pasamos a ser nuevas criaturas suyas, consiguiendo plena y entera remisión de los
pecados; mas por medio del sacramento de la Penitencia no podemos llegar de modo alguno a esta
renovación e integridad, sin muchas lágrimas y trabajos de nuestra parte, por pedirlo así la divina
justicia: de suerte que con razón llamaron los santos PP. a la Penitencia especie de Bautismo de
trabajo y aflicción. En consecuencia, es tan necesario este sacramento de la Penitencia a los que han
pecado después del Bautismo, para conseguir la salvación, como lo es el mismo Bautismo a los que
no han sido reengendrados.
CAP. III. De las partes y fruto de este Sacramento.
Enseña además de esto el santo Concilio, que la forma del sacramento de la Penitencia, en la que
principalmente consiste su eficacia, se encierra en aquellas palabras del ministro: Ego te absolvo,
etc., a las que loablemente se añaden ciertas preces por costumbre de la santa Iglesia; mas de ningún
modo miran estas a la esencia de la misma forma, ni tampoco son necesarias para la administración
del mismo Sacramento. Son empero como su propia materia los actos del mismo penitente; es a
saber, la Contrición, la Confesión y la Satisfacción; y por tanto se llaman partes de la Penitencia, por
cuanto se requieren de institución divina en el penitente para la integridad del Sacramento, y para el
pleno y perfecto perdón de los pecados. Mas la obra y efecto de este Sacramento, por lo que toca a
su virtud y eficacia, es sin duda la reconciliación con Dios; a la que suele seguirse algunas veces en
las personas piadosas, y que reciben con devoción este Sacramento, la paz y serenidad de conciencia,
así como un extraordinario consuelo de espíritu. Y enseñando el santo Concilio esta doctrina sobre
las partes y efectos de la Penitencia, condena al mismo tiempo las sentencias de los que pretenden
que los terrores que atormentan la conciencia, y la fe son las partes de este Sacramento.
CAP. IV. De la Contrición.
La Contrición, que tiene el primer lugar entre los actos del penitente ya mencionado, es un intenso
dolor y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante. En todos tiempos ha
sido necesario este movimiento de Contrición, para alcanzar el perdón de los pecados; y en el
hombre que ha delinquido después del Bautismo, lo va últimamente preparando hasta lograr la
remisión de sus culpas, si se agrega a la Contrición la confianza en la divina misericordia, y el
propósito de hacer cuantas cosas se requieren para recibir bien este Sacramento. Declara, pues, el
santo Concilio, que esta Contrición incluye no sólo la separación del pecado, y el propósito y
principio efectivo de una vida nueva, sino también el aborrecimiento de la antigua, según aquellas
palabras de la Escritura: Echad de vosotros todas vuestras iniquidades con las que habéis
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Respecto del ministro de este Sacramento declara el santo Concilio que son falsas, y enteramente
ajenas de la verdad evangélica, todas las doctrinas que extienden perniciosamente el ministerio de
las llaves a cualesquiera personas que no sean Obispos ni sacerdotes, persuadiéndose que aquellas
palabras del Señor: Todo lo que ligareis en la tierra, quedará también ligado en el cielo; y todo lo que
desatáreis en la tierra, quedará también desatado en el cielo; y aquellas: Los pecados de aquellos que
perdonaréis, les quedan perdonados, y quedan ligados los de aquellos que no perdonáreis; se
intimaron a todos los fieles cristianos tan promiscua e indiferentemente, que cualquiera, contra la
institución de este Sacramento, tenga poder de perdonar los pecados; los públicos por la corrección,
si el corregido se conformase, y los secretos por la Confesión voluntaria hecha a cualquiera persona.
Enseña también, que aun los sacerdotes que están en pecado mortal, ejercen como ministros de
Cristo la autoridad de perdonar los pecados, que se les confirió, cuando los ordenaron, por virtud del
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Espíritu Santo; y que sienten erradamente los que pretenden que no tienen este poder los malos
sacerdotes. Porque aunque sea la absolución del sacerdote comunicación de ajeno beneficio; sin
embargo no es solo un mero ministerio o de anunciar el Evangelio, o de declarar que los pecados
están perdonados; sino que es a manera de un acto judicial, en el que pronuncia el sacerdote la
sentencia como juez; y por esta causa no debe tener el penitente tanta satisfacción de su propia fe,
que aunque no tenga contrición alguna, o falte al sacerdote la intención de obrar seriamente, y de
absolverle de veras, juzgue no obstante que queda verdaderamente absuelto en la presencia de Dios
por sola su fe; pues ni esta le alcanzaría perdón alguno de sus pecados sin la penitencia; ni habría
alguno, a no ser en extremo descuidado de su salvación, que conociendo que el sacerdote le absolvía
por burla, no buscase con diligencia otro que obrase con seriedad.
CAP. VII. De los casos reservados.
Y por cuanto pide la naturaleza y esencia del juicio, que la sentencia recaiga precisamente sobre
súbditos; siempre ha estado persuadida la Iglesia de Dios, y este Concilio confirma por certísima esta
persuasión, que no debe ser de ningún valor la absolución que pronuncia el sacerdote sobre personas
en quienes no tiene jurisdicción ordinaria o subdelegada. Creyeron además nuestros santísimos PP.
que era de grande importancia para el gobierno del pueblo cristiano, que ciertos delitos de los más
atroces y graves no se absolviesen por un sacerdote cualquiera, sino sólo por los sumos sacerdotes; y
esta es la razón porque los sumos Pontífices han podido reservar a su particular juicio, en fuerza del
supremo poder que se les ha concedido en la Iglesia universal, algunas causas sobre los delitos más
graves. Ni se puede dudar, puesto que todo lo que proviene de Dios procede con orden, que sea lícito
esto mismo a todos los Obispos, respectivamente a cada uno en su diócesis, de modo que ceda en
utilidad, y no en ruina, según la autoridad que tienen comunicada sobre sus súbditos con mayor
plenitud que los restantes sacerdotes inferiores, en especial respecto de aquellos pecados a que va
anexa la censura de la excomunión. Es también muy conforme a la autoridad divina que esta reserva
de pecados tenga su eficacia, no sólo en el gobierno externo, sino también en la presencia de Dios.
No obstante, siempre se ha observado con suma caridad en la Iglesia católica, con el fin de precaver
que alguno se condene por causa de estas reservas, que no haya ninguna en el artículo de la muerte;
y por tanto pueden absolver en él todos los sacerdotes a cualquiera penitente de cualesquiera pecados
y censuras. Mas no teniendo aquellos autoridad alguna respecto de los casos reservados, fuera de
aquel artículo, procuren únicamente persuadir a los penitentes que vayan a buscar sus legítimos
superiores y jueces para obtener la absolución.
CAP. VIII. De la necesidad y fruto de la Satisfacción.
Finalmente respecto de la Satisfacción, que así como ha sido la que entre todas las partes de la
Penitencia han recomendado en todos los tiempos los santos Padres al pueblo cristiano, así también
es la que principalmente impugnan en nuestros días los que mostrando apariencia de piedad la han
renunciado interiormente; declara el santo Concilio que es del todo falso y contrario a la palabra
divina, afirmar que nunca perdona Dios la culpa sin que perdone al mismo tiempo toda la pena. Se
hallan por cierto claros e ilustres ejemplos en la sagrada Escritura, con los que, además de la
tradición divina, se refuta con suma evidencia aquel error. La conducta de la justicia divina parece
que pide, sin género de duda, que Dios admita de diferente modo en su gracia a los que por
ignorancia pecaron antes del Bautismo, que a los que ya libres de la servidumbre del pecado y del
demonio, y enriquecidos con el don del Espíritu Santo, no tuvieron horror de profanar con
conocimiento el templo de Dios, ni de contristar al Espíritu Santo. Igualmente corresponde a la
clemencia divina, que no se nos perdonen los pecados, sin que demos alguna satisfacción; no sea que
tomando ocasión de esto, y persuadiéndonos que los pecados son más leves, procedamos como
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injuriosos, e insolentes contra el Espíritu Santo, y caigamos en otros muchos más graves,
atesorándonos de este modo la indignación para el día de la ira. Apartan sin duda eficacísimamente
del pecado, y sirven como de freno que sujeta, estas penas satisfactorias, haciendo a los penitentes
más cautos y vigilantes para lo futuro: sirven también de medicina para curar los resabios de los
pecados, y borrar con actos de virtudes contrarias los hábitos viciosos que se contrajeron con la mala
vida. Ni jamás ha creído la Iglesia de Dios que había camino más seguro para apartar los castigos
con que Dios amenazaba, que el que los hombres frecuentasen estas obras de penitencia con
verdadero dolor de su corazón. Agrégase a esto, que cuando padecemos, satisfaciendo por los
pecados, nos asemejamos a Jesucristo que satisfizo por los nuestros, y de quien proviene toda
nuestra suficiencia; sacando también de esto mismo una prenda cierta de que si padecemos con él,
con él seremos glorificados. Ni esta satisfacción que damos por nuestros pecados es en tanto grado
nuestra, que no sea por Jesucristo; pues los que nada podemos por nosotros mismos, como apoyados
en solas nuestras fuerzas, todo lo podemos por la cooperación de aquel que nos conforta. En
consecuencia de esto, no tiene el hombre por qué gloriarse; sino por el contrario, toda nuestra
complacencia proviene de Cristo; en el que vivimos, en el que merecemos, y en el que satisfacemos,
haciendo frutos dignos de penitencia, que toman su eficacia del mismo Cristo, por quien son
ofrecidos al Padre, y por quien el Padre los acepta. Deben, pues, los sacerdotes del Señor imponer
penitencias saludables y oportunas en cuanto les dicte su espíritu y prudencia, según la calidad de los
pecados, y disposición de los penitentes; no sea que si por desgracia miran con condescendencia sus
culpas, y proceden con mucha suavidad con los mismos penitentes, imponiéndoles una ligerísima
satisfacción por gravísimo delitos, se hagan partícipes de los pecados ajenos. Tengan, pues, siempre
a la vista, que la satisfacción que imponen, no sólo sirva para que se mantengan en la nueva vida, y
los cure de su enfermedad, sino también para compensación y castigo de los pecados pasados: pues
los antiguos Padres creen y enseñan, que se han concedido las llaves a los sacerdotes, no sólo para
desatar, sino también para ligar. Ni por esto creyeron fuese el sacramento de la Penitencia un
tribunal de indignación y castigos; así como tampoco ha enseñado jamás católico alguno que la
eficacia del mérito, y satisfacción de nuestro Señor Jesucristo, se podría obscurecer, o disminuir en
parte por estas nuestras satisfacciones: doctrina que no queriendo entender los herejes modernos, en
tales términos enseñan ser la vida nueva perfectísima penitencia, que destruyen toda la eficacia, y
uso de la satisfacción.
CAP. IX. De las obras satisfactorias.
Enseña además el sagrado Concilio, que es tan grande la liberalidad de la divina beneficencia, que
no sólo podemos satisfacer a Dios Padre, mediante la gracia de Jesucristo, con las penitencias que
voluntariamente emprendemos para satisfacer por el pecado, o con las que nos impone a su arbitrio
el sacerdote con proporción al delito; sino también, lo que es grandísima prueba de su amor, con los
castigos temporales que Dios nos envía, y padecemos con resignación.
DOCTRINA SOBRE EL SACRAMENTO DE LA EXTREMAUNCIÓN
También ha parecido al santo Concilio añadir a la precedente doctrina de la Penitencia, la que se
sigue sobre el sacramento de la Extremaunción, que los Padres han mirado siempre como el
complemento no sólo de la Penitencia, sino de toda la vida cristiana, que debe ser una penitencia
continuada. Respecto, pues, de su institución declara y enseña ante todas cosas, que así como nuestro
clementísimo Redentor, con el designio de que sus siervos estuviesen provistos en todo tiempo de
saludables remedios contra todos los tiros de todos sus enemigos, les preparó en los demás
Sacramentos eficacísimos auxilios con que pudiesen los cristianos mantenerse en esta vida libres de
todo grave daño espiritual; del mismo modo fortaleció el fin de la vida con el sacramento de la
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Extremaunción, como con un socorro el más seguro: pues aunque nuestro enemigo busca, y anda a
caza de ocasiones en todo el tiempo de la vida, para devorar del modo que le sea posible nuestras
almas; ningún otro tiempo, por cierto, hay en que aplique con mayor vehemencia toda la fuerza de
sus astucias para perdernos enteramente, y si pudiera, para hacernos desesperar de la divina
misericordia, que las circunstancias en que ve estamos próximas a salir de esta vida.
CAP. I. De la institución del sacramento de la Extremaunción.
Se instituyó, pues, esta sagrada Unción de los enfermos como verdadera, y propiamente Sacramento
de la nueva ley, insinuado a la verdad por Cristo nuestro Señor, según el Evangelista san Marcos, y
recomendado e intimado a los fieles por Santiago Apóstol, y hermano del Señor. ¿Está enfermo, dice
Santiago, alguno de vosotros? Haga venir los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, ungiéndole
con aceite en nombre del Señor; y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor le dará alivio; y si
estuviere en pecado, le será perdonado. En estas palabras, como de la tradición Apostólica
propagada de unos en otros ha aprendido la Iglesia, enseña Santiago la materia, la forma, el ministro
propio, y el efecto de este saludable Sacramento. La Iglesia, pues, ha entendido que la materia es el
aceite bendito por el Obispo: porque la Unción representa con mucha propiedad la gracia del
Espíritu Santo, que invisiblemente unge al alma del enfermo: y que además de esto, la forma
consiste en aquellas palabras: Por esta santa Unción, etc.
CAP. II. Del efecto de este Sacramento.
El fruto, pues, y el efecto de este Sacramento, se explica en aquellas palabras: Y la oración de fe
salvará al enfermo, y el Señor le dará alivio; y si estuviere en pecado, le será perdonado. Este fruto, a
la verdad, es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción purifica de los pecados, si aun todavía quedan
algunos que expiar, así como de las reliquias del pecado; alivia y fortalece al alma del enfermo,
excitando en él una confianza grande en la divina misericordia; y alentado con ella sufre con más
tolerancia las incomodidades y trabajos de la enfermedad, y resiste más fácilmente a las tentaciones
del demonio, que le pone asechanzas para hacerle caer; y en fin le consigue en algunas ocasiones la
salud del cuerpo, cuando es conveniente a la del alma.
CAP. III. Del ministro de este Sacramento, y en qué tiempo se debe administrar.
Y acercándonos a determinar quiénes deban ser así las personas que reciban, como las que
administren este Sacramento; consta igualmente con claridad esta circunstancia de las palabras
mencionadas: pues en ellas se declara, que los ministros propios de la Extremaunción son los
presbíteros de la Iglesia: bajo cuyo nombre no se deben entender en el texto mencionado los mayores
en edad, o los principales del pueblo; sino o los Obispos, o los sacerdotes ordenados legítimamente
por aquellos mediante la imposición de manos correspondiente al sacerdocio. Se declara también,
que debe administrarse a los enfermos, principalmente a los de tanto peligro, que parezcan hallarse
ya en el fin de su vida; y de aquí es que se le da nombre de Sacramento de los que están de partida.
Mas si los enfermos convalecieron después de haber recibido esta sagrada Unción, podrán otra vez
ser socorridos con auxilio de este Sacramento cuando llegaren a otro semejante peligro de su vida.
Con estos fundamentos no hay razón alguna para prestar atención a los que enseñan, contra tan clara
y evidente sentencia del Apóstol Santiago, que esta Unción es o ficción de los hombres, o un rito
recibido de los PP., pero que ni Dios lo ha mandado, ni incluye en sí la promesa de conferir gracia:
como ni para atender a los que aseguran que ya ha cesado; dando a entender que sólo se debe referir
a la gracia de curar las enfermedades, que hubo en la primitiva Iglesia; ni a los que dicen que el rito
y uso observado por la santa Iglesia Romana en la administración de este Sacramento, es opuesto a
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la sentencia del Apóstol Santiago, y que por esta causa se debe mudar en otro rito; ni finalmente a
los que afirman pueden los fieles despreciar sin pecado este sacramento de la Extremaunción; porque
todas estas opiniones son evidentemente contrarias a las palabras clarísimas de tan grande Apóstol.
Y ciertamente ninguna otra cosa observa la Iglesia Romana, madre y maestra de todas las demás, en
la administración de este Sacramento, respecto de cuanto contribuye a completar su esencia, sino lo
mismo que prescribió el bienaventurado Santiago. Ni podría por cierto menospreciarse Sacramento
tan grande sin gravísimo pecado, e injuria del mismo Espíritu Santo.
Esto es lo que profesa y enseña este santo y ecuménico Concilio sobre los sacramentos de Penitencia
y Extremaunción, y lo que propone para que lo crean, y retengan todos los fieles cristianos. Decreta
también, que los siguientes Cánones se deben observar inviolablemente, y condena y excomulga
para siempre a los que afirmen lo contrario.
CÁNONES
Del santísimo sacramento de la Penitencia.
CAN. I. Si alguno dijere, que la Penitencia en la Iglesia católica no es verdadera y propiamente
Sacramento, instituido por Cristo nuestro Señor para que los fieles se reconcilien con Dios cuantas
veces caigan en pecado después del Bautismo; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno, confundiendo los Sacramentos, dijere que el Bautismo es el mismo sacramento
de la Penitencia, como si estos dos Sacramentos no fuesen distintos; y que por lo mismo no se da con
propiedad a la Penitencia el nombre de segunda tabla después de naufragio; sea excomulgado.
CAN. III. Si alguno dijere, que aquellas palabras de nuestro Señor y Salvador: Recibid el Espíritu
Santo: los pecados de aquellos que perdonáreis, les quedan perdonados; y quedan ligados los de
aquellos que no perdonáreis; no deben entenderse del poder de perdonar y retener los pecados en el
sacramento de la Penitencia, como desde su principio ha entendido siempre la Iglesia católica, antes
las tuerza, y entienda (contra la institución de este Sacramento) de la autoridad de predicar el
Evangelio; sea excomulgado.
CAN. IV. Si alguno negare, que se requieren para el entero y perfecto perdón de los pecados, tres
actos de parte del penitente, que son como la materia del sacramento de la Penitencia; es a saber, la
Contrición, la Confesión y la Satisfacción, que se llaman las tres partes de la Penitencia; o dijere, que
estas no son más que dos; es a saber, el terror que, conocida la gravedad del pecado, se suscita en la
conciencia, y la fe concebida por la promesa del Evangelio, o por la absolución, según la cual cree
cualquiera que le están perdonados los pecados por Jesucristo; sea excomulgado.
CAN. V. Si alguno dijere, que la Contrición que se logra con el examen, enumeración y detestación
de los pecados, en la que recorre el penitente toda su vida con amargo dolor de su corazón,
ponderando la gravedad de sus pecados, la multitud y fealdad de ellos, la pérdida de la eterna
bienaventuranza, y la pena de eterna condenación en que ha incurrido, reuniendo el propósito de
mejorar de vida, no es dolor verdadero, ni útil, ni dispone al hombre para la gracia, sino que le hace
hipócrita, y más pecador; y últimamente que aquella Contrición es un dolor forzado, y no libre, ni
voluntario; sea excomulgado.
CAN. VI. Si alguno negare, que la Confesión sacramental está instituida, o es necesaria de derecho
divino; o dijere, que el modo de confesar en secreto con el sacerdote, que la Iglesia católica ha
observado siempre desde su principio, y al presente observa, es ajeno de la institución y precepto de
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excomulgado.
CAN. XV. Si alguno dijere, que las llaves se dieron a la Iglesia sólo para desatar, y no para ligar; y
por consiguiente que los sacerdotes que imponen penitencias a los que se confiesan, obran contra el
fin de las llaves, y contra la institución de Jesucristo: y que es ficción que las más veces quede pena
temporal que perdonar en virtud de las llaves, cuando ya queda perdonada la pena eterna; sea
excomulgado.
Del sacramento de la Extremaunción.
CAN. I. Si alguno dijere, que la Extremaunción no es verdadera y propiamente Sacramento
instituido por Cristo nuestro Señor, y promulgado por el bienaventurado Apóstol Santiago; sino que
sólo es una ceremonia tomada de los Padres, o una ficción de los hombres; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno dijere, que la sagrada Unción de los enfermos no confiere gracia, ni perdona los
pecados, ni alivia a los enfermos; sino que ya ha cesado, como si sólo hubiera sido en los tiempos
antiguos la gracia de curar enfermedades; sea excomulgado.
CAN. III. Si alguno dijere, que el rito y uso de la Extremaunción observados por la santa Iglesia
Romana, se oponen a la sentencia del bienaventurado Apóstol Santiago, y que por esta razón se
deben mudar, y pueden despreciarlos los cristianos, sin incurrir en pecado; sea excomulgado.
CAN. IV. Si alguno dijere, que los presbíteros de la Iglesia, que el bienaventurado Santiago exhorta
que se conduzcan para ungir al enfermo, no son los sacerdotes ordenados por el Obispo, sino los más
provectos en edad de cualquiera comunidad; y que por esta causa no es sólo el sacerdote el ministro
propio de la Extremaunción; sea excomulgado.
DECRETO SOBRE LA REFORMA
Proemio
Es obligación de los Obispos amonestar sus súbditos, en especial los que tienen cura de almas, a que
cumplan con su ministerio.
Siendo propia obligación de los Obispos corregir los vicios de todos los súbditos; deben precaver
principalmente que los clérigos, en especial los destinados a la cura de almas, no sean criminales, ni
vivan por su condescendencia deshonestamente; pues si les permiten vivir con malas, y corrompidas
costumbres, ¿cómo los Obispos reprenderán a los legos sus vicios, pudiendo estos convencerlos con
sola una palabra; es a saber, por qué permiten que sean los clérigos peores? ¿Y con qué libertad
podrán tampoco reprender los sacerdotes a los legos, cuando interiormente les está diciendo su
conciencia que han cometido lo mismo que reprenden? Por tanto amonestarán los Obispos a sus
clérigos, de cualquier orden que sean, que den buen ejemplo en su trato, en sus palabras y doctrina,
al pueblo de Dios que les está encomendado, acordándose de lo que dice la Escritura: Sed santos,
pues yo lo soy. Y según las palabras del Apóstol: A nadie den escándalo, para que no se vitupere su
ministerio; sino pórtense en todo como ministros de Dios, de suerte que no se verifique en ellos el
dicho del Profeta: Los sacerdotes de Dios contaminan el santuario, y manifiestan que reprueban la
ley. Y para que los mismos Obispos puedan lograr esto con mayor libertad, y no se les pueda en
adelante impedir, ni estorbar con pretexto ninguno; el mismo sacrosanto, ecuménico y general
Concilio de Trento, presidido de los mismos Legado y Nuncios de la Sede Apostólica, ha tenido por
conveniente establecer y decretar los siguientes cánones.
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CAP. I. Si los que tienen prohibición de ascender a las órdenes, si los que están entredichos, si los suspensos,
ascienden a ellas, sean castigados.
Siendo más decoroso y seguro al súbdito servir en inferior ministerio, prestando la obediencia debida
a sus superiores, que aspirar a dignidad de más alta jerarquía con escándalo de estos mismos; no
valga licencia alguna para ser promovido contra la voluntad de su Prelado, a ninguno, a quien esté
entredicho por este el ascenso a las órdenes sagradas por cualquier causa que sea, aun por delito
oculto, de cualquier modo, aunque sea extrajudicialmente: como ni tampoco sirva la restitución, o
restablecimiento en sus primeras órdenes, grados, dignidades, u honores al que estuviere suspenso de
sus órdenes, o grados, o dignidades eclesiásticas.
CAP. II. Si confiriese el Obispo cualesquiera órdenes a quien no sea súbdito suyo, aunque sea su familiar, sin
expreso consentimiento del propio Prelado, quede sujeto uno y otro a la pena establecida.
Y por cuanto algunos Obispos asignados a iglesias que se hallan en poder de infieles, careciendo de
clero y pueblo cristiano, viviendo casi vagabundos, y sin tener mansión permanente, buscan no lo
que es de Jesucristo, sino ovejas ajenas, sin que tenga conocimiento de esto el propio pastor; viendo
que les prohíbe este sagrado Concilio ejercer el ministerio pontifical en diócesis ajena, a no tener
licencia expresa del Ordinario del lugar, restringida a sólo las personas sujetas al mismo Ordinario;
eligen temerariamente en fraude y desprecio de la ley, sede como episcopal en lugares exentos de
toda diócesis, y se atreven a distinguir con el carácter clerical, y promover a las sagradas órdenes,
hasta la del sacerdocio, a cualesquiera que les presentan, aunque no tengan dimisorias de sus
Obispos, o Prelados; de lo que resulta por lo común, que ordenándose personas menos idóneas,
rudas, e ignorantes, y reprobadas como inhábiles, e indignas por sus Obispos, ni pueden desempeñar
los divinos oficios, ni administrar bien los Sacramentos de la Iglesia: ningún Obispo de los que se
llaman Titulares pueda promover súbdito alguno de otro Obispo a las sagradas órdenes, ni a las
menores, o primera tonsura, ni ordenarle en lugares de ninguna diócesis, aunque sean exentos, ni en
monasterio alguno de cualquier orden que sea, aunque estén de asiento, o se detengan en ellos, en
virtud de ningún privilegio que se les haya concedido por cierto tiempo, para promover a cualquiera
que se les presente, ni aun con el pretexto de que el ordenando es su familiar, y comensal perpetuo, a
no tener este el expreso consentimiento, o dimisorias de su propio Prelado. El que contraviniere
quede suspenso ipso jure de las funciones pontificales por el tiempo de un año; y los que así fueren
promovidos, lo quedarán también del ejercicio de sus órdenes, a voluntad de su Prelado.
CAP. III. El Obispo puede suspender sus clérigos ilegítimamente promovidos por otro, si no los hallase idóneos.
Pueda suspender el Obispo por todo el tiempo que le pareciere conveniente, del ejercicio de las
órdenes recibidas, y prohibir que sirvan en el altar, o en cualquier grado, a todos sus clérigos, en
especial los que estén ordenados in sacris, que hayan sido promovidos por cualquiera otra autoridad,
sin que precediese su examen, y presentasen sus dimisorias, aunque estén aprobados como hábiles
por el mismo que les confirió las órdenes; siempre que los halle menos idóneos y capaces de lo
necesario para celebrar los oficios divinos, o administrar los sacramentos de la Iglesia.
CAP. IV. No se exima clérigo alguno de la corrección del Obispo, aunque sea fuera de la visita.
Todos los Prelados eclesiásticos, cuya obligación es poner sumo cuidado y diligencia en corregir los
excesos de sus súbditos, y de cuya jurisdicción no se ha de tener por exento, según los estatutos de
este santo Concilio, clérigo ninguno, con el pretexto de cualquier privilegio que sea, para que no se
le pueda visitar, castigar y corregir según lo establecido en los Cánones; tengan facultad residiendo
en sus iglesias, de corregir, y castigar a cualesquier clérigos seculares, de cualquier modo que estén
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exentos, como por otra parte estén sujetos a su jurisdicción, de todos sus excesos, crímenes y delitos,
siempre y cuando sea necesario, y aun fuera del tiempo de la visita, como delegados en esto de la
Sede Apostólica; sin que sirvan de ninguna manera a dichos clérigos, ni a sus parientes, capellanes,
familiares, procuradores, ni a otros cualesquiera, por contemplación, y condescendencia a los
mismos exentos, ningunas exenciones, declaraciones, costumbres, sentencias, juramentos, ni
concordias que sólo obliguen a sus autores.
CAP. V. Se asignan límites fijos a la jurisdicción de los jueces conservadores.
Además de esto, habiendo algunas personas que so color de que les hacen diversas injusticias, y los
molestan sobre sus bienes, haciendas y derechos, logran letras conservatorias, por las que se les
asignan jueces determinados que los amparen y defiendan de estas injurias y molestias, y los
mantengan y conserven en la posesión, o casi posesión de sus bienes, haciendas y derechos, sin que
permitan que sean molestados sobre esto; torciendo dichas letras en la mayor parte de las causas a
mal sentido, contra la mente del que las concedió; por tanto a ninguna persona, de cualquiera
dignidad y condición que sea, aunque sea un cabildo, sirvan absolutamente las letras conservatorias,
sean las que fueren las cláusulas o decretos que incluyan, o los jueces que asignen, o sea el que fuere
el pretexto o color con que estén concedidas, para que no pueda ser acusado y citado, e inquirirse y
procederse contra él ante su Obispo, o ante otro superior ordinario, en las causas criminales y mixtas,
o para que en caso de pertenecerle por cesión algunos derechos, no pueda ser citado libremente sobre
ellos ante el juez ordinario. Tampoco le sea de modo alguno permitido en las causas civiles, en caso
que proceda como actor, citar a ninguna persona para que sea juzgada ante sus jueces conservadores;
y si acaeciere que en las causas en que fuere reo, ponga el actor nota de sospechoso al conservador,
que haya escogido; o si se suscitase alguna controversia sobre competencia de jurisdicción entre los
mismos jueces, es a saber, entre el conservador y el ordinario; no se pase adelante en la causa, hasta
que den la sentencia los jueces árbitros que se escogieren, según forma de derecho, sobre la
sospecha, o sobre la competencia de jurisdicción. Ni sirvan las letras conservatorias a los familiares,
ni domésticos del que las obtiene, que suelen ampararse de semejantes letras, a excepción de dos
solos domésticos; con la circunstancia de que estos han de vivir a expensas del que goza el
privilegio. Ninguno tampoco pueda disfrutar más de cinco años el beneficio de las conservatorias.
Tampoco sea permitido a los jueces conservadores tener tribunal abierto. En las causas de gracias,
mercedes, o de personas pobres, debe permanecer en todo su vigor el decreto expedido sobre ellas
por este santo Concilio; mas las universidades generales, y los colegios de doctores o estudiantes, y
las casas de Regulares, así como los hospitales que actualmente ejercen la hospitalidad, e igualmente
las personas de las universidades, colegios, lugares y hospitales mencionados, de ningún modo se
comprendan en el presente decreto, sino queden enteramente exentas, y entiéndase que lo están.
CAP. VI. Decrétase pena contra los clérigos que ordenados in sacris, o que poseen beneficios, no llevan hábitos
correspondientes a su orden.
Aunque la vida religiosa no consiste en el hábito, es no obstante debido, que los clérigos vistan
siempre hábitos correspondientes a las órdenes que tienen, para mostrar en la decencia del vestido
exterior la pureza interior de las costumbres: y por cuanto ha llegado a tanto en estos tiempos la
temeridad de algunos, y el menosprecio de la religión, que estimando en poco su propia dignidad, y
el honor del estado clerical, usan aun públicamente ropas seculares, caminando a un mismo tiempo
por caminos opuestos, poniendo un pie en la iglesia, y otro en el mundo; por tanto todas las personas
eclesiásticas, por exentas que sean, que o tuvieren órdenes mayores, o hayan obtenido dignidades,
personados, oficios, o cualesquiera beneficios eclesiásticos, si después de amonestadas por su
Obispo respectivo, aunque sea por medio de edicto público, no llevaren hábito clerical, honesto y
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Debiendo aun ser removido del altar el que haya muerto a su prójimo con ocasión buscada y
alevosamente; no pueda ser promovido en tiempo alguno a las sagradas órdenes cualquiera que haya
cometido voluntariamente homicidio, aunque no se le haya probado este crimen en el orden judicial,
ni sea público de modo alguno, sino oculto; ni sea lícito tampoco conferirle ningunos beneficios
eclesiásticos, aunque sean de los que no tienen cura de almas; sino que perpetuamente quede privado
de toda orden, oficio y beneficio eclesiástico. Mas si se expusiere que no cometió el homicidio de
propósito, sino casualmente, o rechazando la fuerza con la fuerza, con el fin de defender su vida, en
cuyo caso en cierto modo se le deba de derecho la dispensa para el ministerio de las órdenes
sagradas, y del altar, y para obtener cualesquier beneficios y dignidades; cométase la causa al
Ordinario del lugar, o si lo requiriesen las circunstancias, al Metropolitano, o al Obispo más vecino;
quien no concederá la dispensa, sino con conocimiento de la causa, y después de dar por buena la
relación y preces, y no de otro modo.
CAP. VIII. No sea lícito a ninguno, por privilegio que tenga, castigar clérigos de otra diócesis.
Además de esto, habiendo varias personas, y entre ellas algunos que son verdaderos pastores, y
tienen ovejas propias, que procuran mandar sobre las ajenas, poniendo a veces tanto cuidado sobre
los súbditos extraños, que abandonan el de los suyos; cualquiera que tenga privilegio de castigar los
súbditos ajenos, no deba, aunque sea Obispo, proceder de ninguna manera contra los clérigos que no
estén sujetos a su jurisdicción, en especial si tienen órdenes sagradas, aunque sean reos de
cualesquiera delitos, por atroces que sean, sino es con la intervención del propio Obispo de los
clérigos delincuentes, si residiere en su iglesia, o de la persona que el mismo Obispo depute. A no
ser así, el proceso, y cuanto de él se siga, no sea de valor, ni efecto alguno.
CAP. IX. No se unan por ningún pretexto los beneficios de una diócesis con los de otra.
Y teniendo con muchísima razón separados sus términos las diócesis y parroquias, y cada rebaño
asignados pastores peculiares, y las iglesias subalternas sus curas, que cada uno en particular deba
cuidar de sus ovejas respectivas; con el fin de que no se confunda el orden eclesiástico, ni una misma
iglesia pertenezca de ningún modo a dos diócesis con grave incomodidad de los feligreses; no se
unan perpetuamente los beneficios de una diócesis, aunque sean iglesias parroquiales, vicarías
perpetuas, o beneficios simples, o prestameras, o partes de prestameras, a beneficio, o monasterio, o
colegio, ni a otra fundación piadosa de ajena diócesis; ni aun con el motivo de aumentar el culto
divino, o el número de los beneficiados, ni por otra causa alguna; declarando deberse entender así el
decreto de este sagrado Concilio sobre semejantes uniones.
CAP. X. No se confieran los beneficios regulares sino a regulares.
Si llegaren a vacar los beneficios regulares de que se suele proveer, y despachar título a los regulares
profesos, por muerte o resignación de la persona que los obtenía en título, o de cualquiera otro
modo; no se confieran sino a solos religiosos de la misma orden, o a los que tengan absoluta
101
Catolicismo Romano
obligación de tomar su hábito, y hacer su profesión, para que no se de el caso de que vistan un ropaje
tejido de lino y lana.
CAP. XI. Los que pasan a otra orden vivan en obediencia dentro de los monasterios, y sean incapaces de obtener
beneficios seculares.
Por cuanto los regulares que pasan de una orden a otra, obtienen fácilmente licencia de sus
superiores para vivir fuera del monasterio, y con esto se les da ocasión para ser vagabundos, y
apóstatas; ningún Prelado, o superior de orden alguna, pueda en fuerza de ninguna facultad o poder
que tenga, admitir a persona alguna a su hábito y profesión, sino para permanecer en vida claustral
perpetuamente en la misma orden a que pasa, bajo la obediencia de sus superiores; y el que pase de
este modo, aunque sea canónigo regular, quede absolutamente incapaz de obtener beneficios
seculares, ni aun los que son curados.
CAP. XII. Ninguno obtenga derecho de patronato, a no ser por fundación o dotación.
Ninguno tampoco, de cualquiera dignidad eclesiástica o secular que sea, pueda ni deba impetrar, ni
obtener por ningún motivo el derecho de patronato, si no fundare y constituyere de nuevo iglesia,
beneficio o capellanía, o dotare competentemente de sus bienes patrimoniales la que esté ya fundada,
pero que no tenga dotación suficiente. En el caso de fundación o dotación, resérvese al Obispo, y no
a otra persona inferior, el mencionado nombramiento de patrono.
CAP. XIII. Hágase la presentación al Ordinario, y de otro modo téngase por nula la presentación e institución.
Además de esto, no sea permitido al patrono, bajo pretexto de ningún privilegio que tenga, presentar
de ninguna manera persona alguna para obtener los beneficios del patronato que le pertenece, sino al
Obispo que sea el Ordinario del lugar, a quien según derecho, y cesando el privilegio, pertenecería la
provisión, o institución del mismo beneficio. De otro modo sean y ténganse por nulas la presentación
e institución que acaso hayan tenido efecto.
CAP. XIV. Que en otra ocasión se tratará de la Misa, del sacramento del Orden, y de la reforma.
Declara además de esto el santo Concilio, que en la Sesión futura, que ya tiene determinado celebrar
en el día 25 de enero del año siguiente 1552, se ha de ventilar, y tratar del sacramento del Orden,
juntamente con el sacrificio de la Misa, y se han de proseguir las materias de la reforma.
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Catolicismo Romano
SESIÓN XV
Que es la V celebrada en tiempo del sumo Pontífice Julio III en 25 de enero de 1552.
DECRETO SOBRE LA PRORROGACIÓN DE LA SESIÓN.
Constando que, por haberse así decretado en las Sesiones próximas, este santo y universal Concilio ha
tratado en estos días con grande exactitud y diligencia todo lo perteneciente al santísimo sacrificio de la
Misa, y al sacramento del Orden, para publicar en la presente Sesión, según le inspirase el Espíritu
Santo, los decretos correspondientes a estas dos materias, así como los cuatro artículos pertenecientes al
santísimo sacramento de la Eucaristía, que últimamente se remitieron a esta Sesión; y habiendo además
de esto, creído que concurrirían entre tanto a este sacrosanto Concilio los que se llaman Protestantes, por
cuya causa había diferido la publicación de aquellos artículos, y les había concedido seguridad pública,
o salvoconducto, para que viniesen libremente y sin dilación alguna a él; no obstante, como no hayan
venido hasta ahora, y se haya suplicado en su nombre a este santo Concilio que se difiera hasta la Sesión
siguiente la publicación que se había de hacer el día de hoy, dando esperanza cierta de que concurrirán
sin falta mucho tiempo antes de la Sesión, como se les concediese un salvoconducto más amplio; el
mismo santo Concilio, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido de los mismos
Legado y Nuncios, no teniendo mayor deseo que el de extirpar de entre la nobilísima nación Alemana
todas las disensiones y cismas en materia de religión, y mirar por su quietud, paz y descanso; dispuesta a
recibirlos, si viniesen, con afabilidad, y oírlos benignamente; y confiada también en que no vendrán con
ánimo de impugnar pertinazmente la fe católica, sino de conocer la verdad; y que, como corresponde a
los que procuran alcanzar las verdades evangélicas, se conformarán por fin a los decretos y disciplina de
la santa madre Iglesia; ha diferido la Sesión siguiente para dar a luz y publicar los puntos arriba
mencionados, al día de la festividad de San Josef, que será el 19 de marzo, con lo que no sólo tengan
tiempo y lugar bastante para venir, sino para proponer lo que quisieren antes que llegue aquel día. Y
para quitarles todo motivo de detenerse más tiempo, les da y concede gustosamente la seguridad pública,
o Salvoconducto, del tenor y substancia que se relatará. Mas entre tanto establece y decreta, se ha de
tratar del sacramento del Matrimonio, y se han de hacer las definiciones respectivas a él, a más de la
publicación de los decretos arriba mencionados, así como que se ha de proseguir la materia de la
reforma.
Salvoconducto concedido a los protestantes
El sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo,
y presidido de los mismos Legado y Nuncios de la santa Sede Apostólica, insistiendo en el
Salvoconducto concedido en la penúltima Sesión, y ampliándole en los términos que se siguen; a todos
en general hace fe, que por el tenor de las presentes da y concede plenamente a todos, y a cada uno de
los Sacerdotes, Electores, Príncipes, Duques, Marqueses, Condes, Barones, Nobles, Militares,
Ciudadanos y a cualesquiera otras personas, de cualquier estado, condición o calidad que sean, de la
Nación y provincia de Alemania, y a las ciudades y otros lugares de la misma, así como a todas las
demás personas eclesiásticas y seculares, en especial de la confesión de Augusta, los que, o las que
vendrían con ellos a este general Concilio de Trento, o serán enviados, o se pondrán en camino, o hasta
el presente hayan venido, bajo cualquier nombre que se reputen, o puedan especificarse; fe pública, y
plenísima y verdaderísima seguridad, que llaman Salvoconducto, para venir libremente a esta ciudad de
Trento, y permanecer en ella, estar, habitar, proponer y hablar de mancomún con el mismo Concilio,
tratar de cualesquiera negocios, examinar, ventilar y representar impunemente todo lo que quisieren, y
cualesquiera artículos, tanto por escrito, como de palabra, propalarlos, y en caso necesario declararlos,
confirmarlos y persuadirlos con la sagrada Escritura, con palabras de los santos Padres, y con sentencias
y razones, y de responder también, si fuere necesario, a las objeciones del Concilio general, y disputar
103
Catolicismo Romano
cristianamente con las personas que el Concilio depute, o conferenciar caritativamente, sin obstáculo
alguno, y lejos de todo improperio, maledicencia e injurias; y determinadamente que las causas
controvertidas se tratan en el expresado Concilio Tridentino, según la sagrada Escritura, y las tradiciones
de los Apóstoles, concilios aprobados, consentimiento de la Iglesia católica, y autoridad de los santos
Padres; añadiendo también, que no serán castigados de modo alguno con el pretexto de religión, o de los
delitos cometidos, o que puedan cometer contra ella; como también que a causa de hallarse presentes los
mismos, no cesarán de manera alguna los divinos oficios en el camino, ni en otro ningún lugar cuando
vengan, permanezcan, o vuelvan, ni aun en la misma ciudad de Trento; y por el contrario, que
efectuadas, o no efectuadas todas estas cosas, siempre que les parezca, o por mandado o consentimiento
de sus superiores desearen, o deseare alguno de ellos volverse a sus casas, puedan volverse libre y
seguramente, según su beneplácito, sin ninguna repugnancia, ocasión o demora, salvas todas sus cosas y
personas, e igualmente el honor y personas de los suyos; pero con la circunstancia de hacerlo saber a las
personas que ha de deputar el Concilio; para que en este caso se den sin dolo ni fraude alguno las
providencias oportunas a su seguridad. Quiere además el santo Concilio que se incluyan y contengan, y
se reputen por incluidas en esta seguridad pública y Salvoconducto todas y cualesquiera cláusulas que
fueren necesarias y conducentes para que la seguridad sea completa, eficaz y suficiente, en la venida, en
la mansión y en la vuelta. Expresando también para mayor seguridad, y bien de la paz y reconciliación,
que si alguno, o algunos de ellos, ya en el camino viniendo a Trento, ya permaneciendo en esta ciudad, o
ya volviendo de ella, hicieren o cometieren (lo que Dios no permita) algún enorme delito, por el que se
puedan anular y frustrar las franquicias de esta fe y seguridad pública que se les ha concedido; quiere, y
conviene en que los aprehendidos en semejante delito sean después castigados precisamente por
Protestantes, y no por otros, con la correspondiente pena, y suficiente satisfacción, que justamente debe
ser aprobada, y dada por buena por parte de este Concilio, quedando en todo su vigor la forma,
condiciones y modos de la seguridad que se les concede. Quiere también igualmente, que si alguno, o
algunos (de los Católicos) del Concilio, hicieren, o cometieren (lo que Dios no quiera) o viniendo al
Concilio, o permaneciendo en él, o volviendo de él, algún delito enorme, con el cual se pueda
quebrantar, o frustrar en algún modo el privilegio de esta fe y seguridad pública; se castiguen
inmediatamente todos los que sean comprendidos en semejante delito, sólo por el mismo Concilio, y no
por otros, con la pena correspondiente, y suficiente satisfacción, que según su mérito ha de ser aprobada,
y pasada por buena por parte de los señores Alemanes de la confesión de Augusta que se hallaren aquí,
permaneciendo en todo su vigor la forma, condiciones y modos de la presente seguridad. Quiere además
el mismo Concilio que sea libre a todos, y a cada uno de los mismos Embajadores, todas cuantas veces
les parezca oportuno, o necesario, salir de la ciudad de Trento a tomar aires, y volver a la misma ciudad,
así como enviar o destinar libremente su correo, o correos, a cualesquiera lugares para dar orden en los
negocios que les sean necesarios, y recibir, todas cuantas veces les pareciese conveniente, al que, o los
que hayan enviado o destinado; con la circunstancia no obstante de que se les asocie alguno, o algunos
por los deputados del Concilio, los que, o el que deba, o deban cuidar de su seguridad. Y este mismo
Salvoconducto y seguros deben durar y subsistir desde el tiempo, y por todo el tiempo en que el
Concilio y los suyos los reciban bajo su amparo y defensa, y hasta que sean conducidos a Trento, y por
todo el tiempo que se mantengan en esta ciudad; y además de esto, después de haber pasado veinte días
desde que hayan tenido suficiente audiencia, cuando ellos pretendan retirarse, o el Concilio, habiéndolos
escuchado, les intime que se retiren, se los hará conducir, con el favor de Dios, lejos de todo fraude y
dolo, hasta el lugar que cada uno elija y tenga por seguro. Todo lo cual promete, y ofrece de buena fe
que se observará inviolablemente por todos y cada uno de los fieles cristianos, por todos y cualesquiera
Príncipes, eclesiásticos y seculares, y por todas las demás personas, eclesiásticas y seculares, de
cualquiera estado y condición que sean, o bajo cualquier nombre que estén calificadas. Además de esto,
el mismo Concilio, excluyendo todo artificio y engaño, ofrece sinceramente y de buena fe, que no ha de
buscar manifiesta ni ocultamente ocasión alguna, ni menos ha de usar de modo alguno, ni ha de permitir
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Catolicismo Romano
que nadie ponga en uso autoridad ninguna, poder, derecho, estatuto, privilegio de leyes o de cánones, ni
de ningún concilio, en especial del Constanciense y Senense, de cualquier modo que estén concebidas
sus palabras, como sean en algún perjuicio de esta fe pública, y plenísima seguridad, y audiencia pública
y libre que les ha concedido el mismo Concilio, pues las deroga todas en esta parte por esta vez. Y si el
santo Concilio, o alguno de él o de los suyos, de cualquiera condición, o preeminencia que sea, faltare en
cualquier punto, o cláusula, a la forma y modo de la mencionada seguridad y Salvoconducto (lo que
Dios no permita), y no se siguiere sin demora la satisfacción correspondiente, que según razón se ha de
aprobar y dar por buena a voluntad de los mismos Protestantes; tengan a este Concilio, y lo podrán tener
por incurso en todas las penas en que por derecho divino y humano, o por costumbre, pueden incurrir los
infractores de estos Salvoconductos, sin que les valga excusa, ni oposición alguna en esta parte.
TRANSFERENCIA DEL CONCILIO DE JULIO III A PÍO IV
SESIÓN XVI
Que es la VI y última celebrada en tiempo del sumo Pontífice Julio III en 28 de abril de 1552.
Decreto de la suspensión del Concilio
El sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo,
y presidido de los reverendísimos señores Sebastián, Arzobispo de Siponto, y Luis, Obispo de Verona,
Nuncios Apostólicos, tanto en su nombre, como en el del Legado el reverendísimo e ilustrísimo señor
Marcelo Crescencio, Cardenal de la santa Iglesia Romana, del título de san Marcelo, ausente por causa
de gravísimas indisposiciones en su salud; no duda sea patente a toda la Cristiandad que este ecuménico
Concilio de Trento fue primeramente convocado y congregado por el sumo Pontífice Paulo III de feliz
memoria, y que después fue restablecido a instancias del augustísimo Emperador Carlos V por nuestro
santísimo Padre Julio III con el determinado y principal objeto de restablecer en su primer estado la
religión, lastimosamente destrozada y dividida en diversas opiniones en muchas provincias del orbe, y
principalmente en Alemania; así como para reformar los abusos y corrompidísimas costumbres de los
cristianos; y habiendo concurrido con este fin gran número de Padres de diversas regiones, con suma
alegría, sin reparar en ningunos trabajos, ni peligros suyos, y adelantándose las cosas vigorosa y
felizmente, con gran conformidad de los fieles, y con no leves esperanzas de que los Alemanes que
habían causado aquellas novedades, vendrían al Concilio con ánimo y resolución de adoptar
unánimemente las verdades razones de la Iglesia, y que en fin parecía iban a tomar favorable aspecto las
cosas, y que la república cristiana, abatida antes y afligida, comenzaría a levantar la cabeza y recobrarse;
se han encendido repentinamente tales tumultos y guerras por los artificios del demonio, enemigo de los
hombres, que el Concilio se ha visto precisado, con bastante incomodidad, a suspenderse e interrumpir
su progreso, perdiéndose toda esperanza de ulterior adelantamiento en este tiempo; estando tan lejos de
que cure el santo Concilio los males e incomodidades de los cristianos, que contra su expectación, mas
bien irritará que aplacará los ánimos de muchos. Viendo, pues, el mismo santo Concilio que todos los
países, y principalmente la Alemania, arden en guerras y discordias, y que casi todos los Obispos
Alemanes, en especial los Príncipes Electores, se han retirado del Concilio para cuidar de sus iglesias; ha
decretado no oponerse a tan urgente necesidad, y diferir la continuación a tiempo más oportuno, para
que los Padres que al presente nada pueden adelantar aquí, puedan volver a sus iglesias a cuidar de sus
ovejas para no perder más tiempo ociosa e inútilmente en una y otra parte. En consecuencia, pues,
decreta, puesto que así lo piden las circunstancias del tiempo, que se suspendan por espacio de dos años
las operaciones de este ecuménico Concilio de Trento, como en efecto las suspende por el presente
decreto; con la circunstancia no obstante, de que si antes de los dos años se apaciguasen las cosas, y se
restableciese la antigua tranquilidad, lo que espera sucederá por beneficio de Dios Optimo Máximo,
105
Catolicismo Romano
quizás dentro de poco tiempo; se tenga entendido que la continuación del Concilio ha de tener desde el
mismo tiempo su fuerza, firmeza y vigor. Pero si (lo que Dios no permita) prosiguiesen más de los dos
años los impedimentos legítimos que quedan expresados; téngase entendido, que luego que cesen,
quedará levantada por el mismo caso la suspensión, así como restituida al Concilio toda su fuerza y
vigor, sin que se necesite nueva convocación, agregándose a este decreto el consentimiento y autoridad
de su Santidad, y de la santa Sede Apostólica. Exhorta no obstante entre tanto el mismo santo Concilio a
todos los Príncipes cristianos, y a todos los Prelados que observen, y hagan respectivamente observar, en
cuanto a ellos toca, en sus reinos, dominios e iglesias, todas y cada una de las cosas que hasta el presente
tiene establecidas y decretadas este sacrosanto y ecuménico Concilio.
Bula de la celebración del Concilio de Trento en tiempo del Sumo Pontífica
Pío IV.
Pio Obispo, siervo de los siervos de Dios, para perpetua memoria. Llamados por sola la misericordia
divina al gobierno de la Iglesia, aunque sin fuerzas bastantes para tan grave peso, volvimos
inmediatamente la consideración a todas las provincias de la república cristiana; y mirando con grande
horror cuan extensamente había cundido la peste de las herejías y cisma, y cuanta necesidad tenían de
reforma las costumbres del pueblo cristiano; comenzamos, en fuerza de la obligación del cargo que
habíamos recibido, a dedicar nuestros pensamientos y conatos a ver cómo podríamos extirpar las
herejías, disipar tan grande y pernicioso cisma, y reformar las costumbres en tanto grado corrompidas y
depravadas. Y como entendiésemos que el remedio más eficaz para sanar estos males, era el del
Concilio ecuménico y general, de que esta santa Sede tenía costumbre valerse; tomamos la resolución de
congregarlo, y celebrarlo con el favor de Dios. Antes había sido él mismo convocado por nuestros
predecesores de feliz memoria Paulo III y su sucesor Julio; pero impedido e interrumpido muchas veces
por varias causas, no pudo llegar a su perfección; pues habiéndolo indicado primeramente Paulo para la
ciudad de Mantua, y después para Vincencia; lo suspendió la primera vez por ciertas causas que se
expresan en sus Bulas, y después lo transfirió a Trento: luego, habiéndose también diferido por ciertos
motivos el tiempo de celebrarlo allí, removida la suspensión, tuvo en fin principio en la misma ciudad de
Trento. Pero habiendo celebrado algunas Sesiones el mismo Concilio, y establecido varios decretos, se
transfirió por sí mismo, accediendo también la autoridad de la Sede Apostólica, por ciertas causas, a la
ciudad de Bolonia. Mas Julio, que sucedió a Paulo III, lo restableció en la de Trento, en cuyo tiempo se
hicieron también algunos otros decretos; y habiéndose suscitado nuevas turbulencias en los países
inmediatos de Alemania, y encendídose de nuevo una guerra violentísima en Italia y Francia; se volvió a
suspender y diferir el Concilio, por los conatos sin duda del enemigo del género humano, que ponía
obstáculos y dificultades, encadenadas unas de otras, para que ya que no podía privar absolutamente a la
Iglesia de tan grande beneficio, a lo menos lo retardase por el más tiempo que pudiese. Cuanto empero
se aumentasen entre tanto, se multiplicasen, y propagasen las herejías, cuanto creciese el cisma, ni lo
podemos mencionar, ni referir sin gravísimo sentimiento. Al fin el Dios de piedad y de misericordias,
que nunca se irrita de manera que se olvide de su clemencia, se dignó conceder la paz y concordia a los
Reyes y Príncipes cristianos; y Nos, valiéndonos de la ocasión que se nos presentaba, concebimos,
fiados en la divina misericordia, fundadas esperanzas de que llegaríamos a poner fin por medio del
mismo Concilio a estos tan graves males de la Iglesia. En esta disposición, hemos resuelto, que para
extirpar el cisma y herejías, para corregir y reformar las costumbres, para conservar la paz entre los
Príncipes cristianos, no se debe diferir por más tiempo la celebración del Concilio. Y habiendo en
consecuencia deliberado maduramente con nuestros venerables hermanos los Cardenales de la santa
Iglesia Romana, y certificado de nuestra resolución a nuestros hijos carísimos en Cristo Ferdinando
Emperador de Romanos, y los otros Reyes y Príncipes, a quienes hemos hallado, según nos lo
prometíamos de su suma piedad y prudencia, muy dispuestos para contribuir a la celebración del
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Catolicismo Romano
Concilio; a honra, alabanza y gloria de Dios omnipotente, y para utilidad de la Iglesia universal, con el
consejo y asenso de los mismos Cardenales nuestros hermanos, con la autoridad del mismo Dios, y de
los bienaventurados Apóstoles san Pedro y san Pablo, de la que gozamos en la tierra, y en la que nos
fundamos y confiamos, indicamos para la ciudad de Trento el sagrado, ecuménico y general Concilio,
para el próximo futuro día de la sacratísima Resurrección del Señor; estableciendo y decretando, que
removida cualquiera suspensión se celebre en aquella ciudad. Con este motivo exhortamos y
amonestamos con la mayor vehemencia en el Señor, a nuestros venerables hermanos de todos los
lugares, Patriarcas, Arzobispos, Obispos, y a nuestros amado hijos los Abades, y a todos los demás a
quienes se permite por derecho común, o por privilegio, o por antigua costumbre tomar asiento en el
concilio general, y dar su voto, y además de esto, les mandamos en todo el rigor de precepto, en virtud
de santa obediencia, en fuerza del juramento que hicieron, y so las penas que deben estar decretadas en
los sagrados cánones contra los que despreciaren concurrir a los concilios generales, que concurran
dentro del término señalado al Concilio que se ha de celebrar en Trento, si acaso no estuvieren
legítimamente impedidos; cuyo impedimento, no obstante, han de hacer constar al Concilio por medio
de legítimos procuradores. Además de esto, amonestamos a todos y a cada uno, a quienes toca, o podrá
tocar, que no dejen de presentarse al Concilio; y exhortamos y rogamos a nuestros carísimos hijos en
Cristo el electo Emperador de Romanos, y demás Reyes y Príncipes, quienes sería por cierto de desear
que pudiesen hallarse en el Concilio; que si no pudieren asistir pesonalmente, envíen sin falta sus
Embajadores, que sean prudentes, graves y piadosos, para que asistan en su nombre; cuidando también
con celo, por su piedad, que los Prelados de sus reinos y dominios den sin rehúsa, ni demora, en tiempo
tan necesario, cumplimiento a la obligación que tienen a Dios, y a la Iglesia. También estamos ciertos de
que han de cuidar los mismos Príncipes de que por sus reinos y dominios sea libre, patente y seguro el
camino a los Prelados, a sus familiares y comitiva, y a todos los demás que vayan al Concilio, y vuelvan
de él; y de que serán recibidos y tratados benignamente y con urbanidad en todos los lugares; así como
en lo que a Nos toca lo procuraremos también con todo esmero; pues tenemos determinado no dejar de
hacer cosa alguna de cuantas podamos facilitar, como constituidos en esta dignidad, que conduzca a la
perfecta ejecución de tan piadosa y saludable obra; sin buscar otra cosa, como Dios lo sabe, y sin tener
otro objeto en la celebración de este Concilio, que la honra de Dios, la reducción y salvación de las
ovejas dispersas, y la perpetua tranquilidad y quietud de la república cristiana. Y para que estas letras, y
cuanto en ellas se contiene, lleguen a noticia de todos los que deben tenerla, y ninguno pueda alegar la
excusa de ignorarlas, principalmente no siendo acaso libre el camino para que lleguen a todas las
personas que deberían certificarse de ellas; queremos y mandamos, que se lean públicamente y con voz
clara por los cursores de nuestra curia, o algunos notarios públicos en la basílica Vaticana del Príncipe
de los Apóstoles, y en la iglesia de Letran, cuando el pueblo suele congregarse en ellas para asistir a la
misa mayor; y que después de recitadas se fijen en las puertas de las mismas iglesias, y además de estas
en las de la cancelaría Apostólica, y en el lugar acostumbrado del campo de Flora, donde han de estar
algún tiempo para que puedan leerse y llegar a noticia de todos; y cuando se quiten de allí, queden fijas
en los dichos lugares copias de las mismas letras. Nos por cierto, queremos que todos y cada uno de los
comprendidos en estas nuestras letras, queden tan precisados y obligados por su recitación, publicación
y fijación, a los dos meses del día en que se publiquen y fijen, como si se hubiesen publicado y leído en
su presencia. Mandamos también y decretamos se de toda fe sin género alguno de duda a las copias de
esta Bula, que estén escritas o firmadas de mano de algún notario público, y autorizadas con el sello y
firma de alguna persona constituida en dignidad eclesiástica. No sea, pues, permitido absolutamente, por
ningún caso, a persona alguna quebrantar, u oponerse audaz, y temerariamente a esta nuestra Bula de
indicción, estatuto, decreto, precepto, aviso y exhortación. Y si alguno tuviere la presunción de caer en
este atentado, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente, y de sus Apóstoles los
bienaventurados san Pedro y san Pablo. Expedida en Roma, en san Pedro, en 29 de noviembre del año
de la Encarnación del Señor 1560, el primero de nuestro Pontificado. Antonio Florebelli, Lavelino.
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Catolicismo Romano
Barengo.
SESIÓN XVII
Del sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, que es la I celebrada en tiempo del sumo
Pontífice Pío IV en 18 de enero de 1562.
Decreto sobre la celebración del Concilio
¿Convenís en que a honra y gloria de la santa e individua Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, para
aumento y exaltación de la fe, y religión cristiana, se celebre el sagrado, ecuménico y general Concilio
de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, desde el día de hoy, que es el 18 de enero del
año del nacimiento del Señor 1562, día consagrado a la cátedra en Roma del Príncipe de los Apóstoles
san Pedro, removida toda suspensión, según la forma y tenor de la Bula de nuestro santísimo Padre Pío
IV, sumo Pontífice; y que se traten en él con el debido orden las cosas que a proposición de los Legados
y Presidentes parezcan conducentes y oportunas al mismo Concilio, para aliviar las calamidades de estos
tiempos, apaciguar las disputas de religión, enfrenar las lenguas engañosas, corregir los abusos y
depravación de las costumbres, y conciliar la verdadera y cristiana paz de la Iglesia? Respondieron: Así
lo queremos.
ASIGNACIÓN DE LA SESIÓN SIGUIENTE
¿Convenis en que la próxima futura Sesión se haya de tener y celebrar en la feria quinta después del
segundo domingo de Cuaresma, que será el día 26 de febrero? Respondieron: Así lo queremos.
SESIÓN XVIII
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Catolicismo Romano
ya en las demás que ha manifestado se han de tratar en este Concilio general, no dude que el santo
Concilio le escuchará benignamente. Y por cuanto el mismo santo Concilio desea íntimamente, y pide
con eficacia a Dios todo cuanto conduce a la paz de la Iglesia, para que reconociendo todos esta madre
común en la tierra, que no puede olvidar los que ha parido, glorifiquemos unánimes, y a una voz a Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo; convida y exhorta, por las entrañas de misericordia del mismo Dios y
Señor nuestro, a todos los que no son de nuestra comunión, a la reconciliación y concordia, y a que
concurran a este santo Concilio, abracen la caridad, que es el vínculo de la perfección, y presenten
rebosando en sus corazones la paz de Jesucristo, a la que han sido llamados como miembros de un
mismo cuerpo. Oyendo pues esta voz, no de hombres, sino del Espíritu Santo, no endurezcan su
corazón, sino abandonando sus opiniones, y no adulándose a sí mismos, recuerden, y se conviertan con
tan piadosa y saludable reconvención de su madre; pues así como el santo Concilio los convida con
todos los obsequios de la caridad, con los mismos los recibirá en sus brazos.
Ha decretado además de esto el mismo santo Concilio, que se pueda conceder en congregación general
el Salvoconducto, y que tendrá la misma fuerza, y será del mismo valor y eficacia que si se hubiese
expedido y decretado en Sesión pública.
ASIGNACIÓN DE LA SESIÓN SIGUIENTE.
El mismo sacrosanto Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido de
los mismos Legados de la Sede Apostólica, establece y decreta, que la próxima futura Sesión se ha de
tener y celebrar en la feria quinta después de la sagrada festividad de la Ascensión del Señor, que será el
día 14 del mes de mayo.
Salvoconducto concedido a la nación Alemana, expedido en la congregación
general del 4 de marzo de 1562.
109
Catolicismo Romano
SESIÓN XIX
Que es la III celebrada en tiempo del sumo Pontífice Pio IV a 14 de mayo de 1562.
Decreto sobre la prorrogación de la sesión XIX
El sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo;
y presidido de los mismos Legados de la Sede Apostólica, ha juzgado se debían prorrogar, y prorroga en
efecto, por justas y racionales causas, hasta el jueves después de la próxima festividad del Corpus, que
será el día 4 de junio, los decretos que se habían de establecer y promulgar el día de hoy en la presente
Sesión; e indica a todos que se ha de tener y celebrar la Sesión en el día mencionado. Entre tanto se debe
rogar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, autor de la paz, que santifique los corazones de todos
para que con su auxilio pueda este santo Concilio ahora, y siempre meditar y llevar a debido efecto las
resoluciones que contribuyen a su alabanza y gloria.
SESIÓN XX
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Catolicismo Romano
LA COMUNIÓN SACRAMENTAL
SESIÓN XXI
Que es la V celebrada en tiempo del sumo Pontífice Pio IV a 16 de julio de 1562.
DOCTRINA DE LA COMUNIÓN EN AMBAS ESPECIES, Y DE LA DE LOS PÁRVULOS.
Teniendo presentes el sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente
en el Espíritu Santo, y presidido de los mismos Legados de la Sede Apostólica, los varios y monstruosos
errores que por los malignos artificios del demonio se esparcen en diversos lugares acerca del tremendo
y santísimo sacramento de la Eucaristía, por los que parece que en algunas provincias se han apartado
muchos de la fe y obediencia de la Iglesia católica; ha tenido por conveniente exponer en este lugar la
doctrina respectiva a la comunión en ambas especies, y a la de los párvulos. Con este fin prohíbe a todos
los fieles cristianos que ninguno en adelante se atreva a creer, o enseñar, o predicar acerca de ella, de
otro modo que del que se explica y define en los presentes decretos.
CAP. I. Los legos, y clérigos que no celebran, no están obligados por derecho divino a comulgar en las dos especies.
En consecuencia, pues, el mismo santo Concilio enseñado por el Espíritu Santo, que es el espíritu de
sabiduría e inteligencia, el espíritu de consejo y de piedad, y siguiendo el dictamen y costumbre de la
misma Iglesia, declara y enseña, que los legos, y los clérigos que no celebran, no están obligados por
precepto alguno divino a recibir el sacramento de la Eucaristía bajo las dos especies; y que no cabe
absolutamente duda, sin faltar a la fe, en que les basta para conseguir su salvación, la comunión de una
de las dos especies. Porque aunque Cristo nuestro Señor instituyó en la última cena este venerable
Sacramento en las especies de pan y vino, y lo dio a sus Apóstoles; sin embargo no tienen por objeto
aquella institución y comunión establecer la obligación de que todos los fieles cristianos deban recibir en
fuerza del establecimiento de Jesucristo una y otra especie. Ni tampoco se colige bien del sermón que se
halla en el capítulo sexto de san Juan, que el Señor mandase bajo precepto la comunión de las dos
especies, de cualquier modo que se entienda, según las varias interpretaciones de los santos Padres y
doctores. Porque el mismo que dijo: Si no comiéreis la carne del hijo del hombre, ni bebiéreis su sangre,
no tendréis propia vida; dijo también: Si alguno comiere de este pan, vivirá eternamente. Y el que dijo:
Quien come mi carne, y bebe mi sangre, logra vida eterna; dijo igualmente: El pan que yo daré, es mi
carne, que daré por vivificar al mundo. Y en fin el que dijo: Quien come mi carne, y bebe mi sangre,
queda en mí, y yo quedo en él; dijo no obstante: Quien come este pan, vivirá eternamente.
CAP. II. De la potestad de la Iglesia para dispensar el sacramento de la Eucaristía.
Declara además, que en la administración de los Sacramentos ha tenido siempre la Iglesia potestad para
establecer o mudar, salva siempre la esencia de ellos, cuanto ha juzgado ser más conducente, según las
circunstancias de las cosas, tiempos y lugares, a la utilidad de los que reciben los Sacramentos o a la
veneración de estos. Esto mismo es lo que parece insinuó claramente el Apóstol san Pablo cuando dice:
Débesenos reputar como ministros de Cristo, y dispensadores de los misterios de Dios. Y bastantemente
consta que el mismo Apóstol hizo uso de esta potestad, así respecto de otros muchos puntos, como de
este mismo Sacramento; Pues dice, habiendo arreglado algunas cosas acerca de su uso: Cuando llegue,
daré orden en lo demás. Por tanto, reconociendo la santa madre Iglesia esta autoridad que tiene en la
administración de los Sacramentos; no obstante haber sido frecuente desde los principios de la religión
cristiana el uso de comulgar en las dos especies; viendo empero mudada ya en muchísimas partes con el
tiempo aquella costumbre, ha aprobado, movida de graves y justas causas, la de comulgar bajo una sola
especie, decretando que esta se observase como ley; la misma que no es permitido reprobar, ni mudar
arbitrariamente sin la autoridad de la misma Iglesia.
111
Catolicismo Romano
CAP. III. Que se recibe Cristo todo entero, y un verdadero Sacramento en cualquiera de las dos especies.
Declara el santo Concilio después de esto, que aunque nuestro Redentor, como se ha dicho antes,
instituyó en la última cena este Sacramento en las dos especies, y lo dio a sus Apóstoles; se debe
confesar no obstante, que también se recibe en cada una sola de las especies a Cristo todo entero, y un
verdadero Sacramento; y que en consecuencia las personas que reciben una sola especie, no quedan
defraudadas respecto del fruto de ninguna gracia necesaria para conseguir la salvación.
CAP. IV. Que los párvulos no están obligados a la comunión sacramental.
Enseña en fin el santo Concilio, que los párvulos que no han llegado al uso de la razón, no tienen
obligación alguna de recibir el sacramento de la Eucaristía: pues reengendrados por el agua del
Bautismo, e incorporados con Cristo, no pueden perder en aquella edad la gracia de hijos de Dios que ya
lograron. Ni por esto se ha de condenar la antigüedad, si observó esta costumbre en algunos tiempos y
lugares; porque así como aquellos Padres santísimos tuvieron causas racionales, atendidas las
circunstancias de su tiempo, para proceder de este modo; debemos igualmente tener por cierto e
indisputable, que lo hicieron sin que lo creyesen necesario para conseguir la salvación.
CÁNONES DE LA COMUNIÓN EN AMBAS ESPECIES Y DE LA DE LOS PÁRVULOS.
CAN. I. Si alguno dijere, que todos y cada uno de los fieles cristianos están obligados por precepto
divino, o de necesidad para conseguir la salvación, a recibir una y otra especie del santísimo sacramento
de la Eucaristía; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno dijere, que no tuvo la santa Iglesia católica causas ni razones justas para dar la
comunión sólo en la especie de pan a los legos, así como a los clérigos que no celebran; o que erró en
esto; sea excomulgado.
CAN. III. Si alguno negare, que Cristo, fuente y autor de todas las gracias, se recibe todo entero bajo la
sola especie de pan, dando por razón, como falsamente afirman algunos, que no se recibe, según lo
estableció el mismo Jesucristo, en las dos especies; sea excomulgado.
CAN. IV. Si alguno dijere, que es necesaria la comunión de la Eucaristía a los niños antes que lleguen al
uso de la razón; sea excomulgado.
El mismo santo Concilio reserva para otro tiempo, y será cuando se le presente la primera ocasión, el
examen y definición de los dos artículos ya propuestos, pero que aún no se han ventilado; es a saber: Si
las razones que indujeron a la santa Iglesia católica a dar la comunión en una sola especie a lo legos, así
como a los sacerdotes que no celebran, deben de tal modo subsistir, que por motivo ninguno se permita a
nadie el uso del cáliz; y también: Si en caso de que parezca deberse conceder a alguna nación o reino el
uso del cáliz por razones prudentes, y conformes a la caridad cristiana, se le haya de conceder bajo
algunas condiciones, y cuáles sean estas.
DECRETO SOBRE LA REFORMA
Proemio
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Catolicismo Romano
CAP. I. Ordenen los Obispos y den las dimisorias y testimoniales gratis: sus ministros nada absolutamente perciban
por ellas, y los notarios lo determinado en el decreto.
Debiendo estar muy distante del orden eclesiástico toda sospecha de avaricia; no perciban los Obispos,
ni los demás que confieren órdenes, ni sus ministros, bajo ningún pretexto, cosa alguna por la colación
de cualesquiera de ellos, ni aun por la de la tonsura clerical, ni por las dimisorias o testimoniales, ni por
el sello, ni por ningún otro motivo, aunque la ofrezcan voluntariamente. Mas los notarios podrán recibir,
sólo en aquellos lugares en que no hay la loable costumbre de no percibir derechos, la décima parte de
un escudo de oro por cada una de las dimisorias, o testimoniales; con la circunstancia de que para esto
no han de gozar salario alguno señalado por ejercer su oficio, ni ha de poder resultar directa, ni
indirectamente emolumento alguno al Obispo de los gajes del notario, por la colación de las órdenes;
pues decreta que en estas están absolutamente obligados a ejercer su oficio de gracia; anulando y
prohibiendo enteramente las tasas, estatutos y costumbres contrarias, aunque sean inmemoriales, de
cualquier lugar que sea, pues con más razón pueden llamarse abusos, y corruptelas favorables a la
Simonía. Los que ejecutaren lo contrario, así los que dan, como los que reciben, incurran por el mismo
hecho, además de la venganza divina, en las penas asignadas por derecho.
CAP. II. Exclúyense de las sagradas órdenes los que no tienen de qué subsistir.
No siendo decente que mendiguen con infamia de sus órdenes las personas dedicadas al culto divino, ni
ejerzan contratos bajos y vergonzosos; constando que en muchísimas partes se admiten casi sin
distinción a las sagradas órdenes muchísimas personas que con varios artificios y engaños suponen que
poseen algún beneficio eclesiástico, o caudales suficientes; establece el santo Concilio, que en adelante
no sea promovido clérigo ninguno secular, aunque por otra parte sea idóneo por sus costumbres, ciencia
y edad, a las órdenes sagradas, a no constar antes legítimamente que está en posesión pacífica de
beneficio eclesiástico, que baste para pasar honradamente la vida. Ni pueda resignar este beneficio, sino
haciendo mención de que fue promovido a título del mismo; ni se le admita la resignación sino
constando que puede vivir cómodamente con otras rentas. Y a no hacerse la resignación con estas
circunstancias, sea nula. Los que obtienen patrimonio, o pensión, no puedan ordenarse en adelante, sino
los que juzgare el Obispo debe ordenar por necesidad, o comodidad de sus iglesias, certificándose antes
de que efectivamente tienen aquel patrimonio o pensión, y que son suficientes para poderlos mantener;
sin que absolutamente puedan después enajenarlos, extinguirlos, ni cederlos sin licencia del Obispo,
hasta que hayan logrado otro beneficio eclesiástico suficiente, o tengan por otra parte con que poderse
mantener; renovando en este punto las penas de los antiguos cánones.
CAP. III. Prescríbese el orden de aumentar las distribuciones cotidianas: a quienes se deban: penas a los contumaces
que no sirven.
Estando los beneficios destinados al culto divino y al cumplimiento de los ministerios eclesiásticos;
establece el santo Concilio, para que no se disminuya en cosa alguna el culto divino, sino que en todo se
le de el debido cumplimiento y obsequio; que en las iglesias así catedrales, como colegiatas, en que no
hay distribuciones cotidianas, o son tan cortas que verisímilmente no se hace caso de ellas; se deba
separar la tercera parte de los frutos, y demás provechos y obvenciones, así de las dignidades, como de
los canonicatos, personados, porciones y oficios, y convertirla en distribuciones diarias; las cuales se han
de repartir proporcionalmente entre los que obtienen las dignidades, y los demás que asisten a los oficios
divinos, según la división que en la primera regulación de los frutos debe hacer el Obispo, aun como
delegado de la Sede Apostólica; salva no obstante la costumbre de aquellas iglesias en que nada
perciben, o perciben menos de la tercera parte los que no residen, o no sirven; sin que obsten
exenciones, ni otras costumbres, por inmemoriales que sean, como ni cualquiera apelación. Si creciere la
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Catolicismo Romano
contumacia de los que no sirven, puédase proceder contra ellos según lo dispuesto en el derecho, y en
los sagrados cánones.
CAP. IV. Cuando se han de nombrar coadjutores para la cura de almas. Prescríbese el modo de erigir nuevas
parroquias.
Los Obispos, aun como delegados de la Sede Apostólica, obliguen a los curas, u otros que tengan
obligación, a tomar por asociados en su ministerio el número de sacerdotes que sea necesario para
administrar los Sacramentos, y celebrar el culto divino en todas las iglesias parroquiales o bautismales,
cuyo pueblo sea tan numeroso, que no baste un cura solo a administrar los Sacramentos de la Iglesia, ni
a celebrar el culto divino. Mas en aquellas partes en que los parroquianos no puedan, por la distancia de
los lugares, o por la dificultad, concurrir sin grave incomodidad a recibir los Sacramentos, y oír los
oficios divinos; puedan establecer nuevas parroquias, aunque se opongan los curas, según la forma de la
constitución de Alejandro VI, que principia: Ad audientiam. Asígnese también, a voluntad del Obispo, a
los sacerdotes que de nuevo se destinaren al gobierno de las iglesias recientemente erigidas, suficiente
congrua de los frutos que de cualquier modo pertenezcan a la iglesia matriz; y si fuese necesario, pueda
obligar al pueblo a suministrar lo suficiente para el sustento de los dichos sacerdotes; sin que obsten
reservación alguna general, o particular, o afección alguna sobre las dichas iglesias. Ni semejantes
disposiciones, ni erecciones puedan anularse ni impedirse, en fuerza de cualesquier provisiones que
sean, ni aun en virtud de resignación, ni por ningunas otras derogaciones, o suspensiones.
CAP. V. Puedan hacer los Obispos uniones perpetuas en los casos que permite el derecho.
Para que se conserve dignamente el estado de las iglesias, en que se tributan a Dios los sagrados oficios;
puedan los Obispos, aun como delegados de la Sede Apostólica, hacer según la forma del derecho, y sin
perjuicio de los que las obtienen, reuniones perpetuas de cualesquier iglesias parroquiales y bautismales,
y de otros beneficios curados o no curados, con otros que lo sean, a causa de la pobreza de las mismas
iglesias, y en los demás casos que permite el derecho; aunque dichas iglesias, y en los demás casos que
permite el derecho; aunque dichas iglesias o beneficios estén reservados general o especialmente, o
afectos de cualquiera otro modo. Y estas uniones no puedan revocarse ni quebrantarse de modo alguno
en virtud de ninguna provisión, sea la que fuere, ni aun por causa de resignación, derogación o
suspensión.
CAP. VI. Señalense a los curas ignorantes vicarios interinos, asignando a estos parte de los frutos: los que continuaren
viviendo escandalosamente, puedan ser privados de sus beneficios.
Por cuanto los curas ignorantes e imperitos de las iglesias parroquiales son poco aptos para el
desempeño del sagrado ministerio; y otros, por la torpeza de su vida, mas bien destruyen que edifican;
puedan los Obispos, aun como delegados de la Sede Apostólica, señalar interinamente coadjutores o
vicarios a los mencionados curas iliteratos e imperitos, como por otra parte sean de buena vida; y asignar
a los vicarios una parte de los frutos, que sea suficiente para sus alimentos, o dar providencia de otro
modo, sin atender a apelación ni exención alguna. Refrenen también y castiguen a los que viven torpe y
escandalosamente, después de haberlos amonestado; y si aun todavía perseverasen incorregibles en su
mala vida, tengan facultad de privarlos de sus beneficios, según las constituciones de los sagrados
cánones, sin que obste ninguna exención ni apelación.
CAP. VII. Trasladen los Obispos los beneficios de las iglesias que no se pueden reedificar; procuren reparar las otras;
y qué se deba observar en esto.
Debiéndose también poner sumo cuidado en que las cosas consagradas al servicio divino no decaigan, ni
se destruyan por la injuria de los tiempos, ni se borren de la memoria de los hombres, puedan los
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Catolicismo Romano
Obispos a su arbitrio, aun como delegados de la Sede Apostólica, trasladar los beneficios simples, aun
los que son de derecho de patronato, de las iglesias que se hayan arruinado por antigüedad, o por otra
causa, y que no se puedan restablecer por su pobreza, a las iglesias matrices, o a otras de los mismos
lugares, o de los más vecinos; citando antes las personas a quienes toca el cuidado de las mismas
iglesias; y erijan en las matrices, o en las otras, los altares y capillas, con las mismas advocaciones; o
transfiéranlas a las capillas o altares ya erigidos, con todos los emolumentos y cargas impuestas a las
primeras iglesias. Cuiden también de reparar y reedificar las iglesias parroquiales así arruinadas, aunque
sean de derecho de patronato, sirviéndose de todos los frutos y rentas que de cualquier modo
pertenezcan a las mismas iglesias; y si estos no fueren suficientes, obliguen a ello con todos los
remedios oportunos a todos los patronos, y demás que participan algunos frutos provenidos de dichas
iglesias, o en defecto de estos obliguen a los parroquianos; sin que sirva de obstáculo apelación,
exención, ni contradicción alguna. Mas si padecieren todos suma pobreza, sean transferidas a las iglesias
motrices, o a las más vecinas, con facultad de convertir así las dichas parroquiales, como las otras
arruinadas en usos profanos que no sean indecentes, erigiendo no obstante una cruz en el mismo lugar.
CAP. VIII. Visiten los Obispos todos los años los monasterios de encomienda, donde no esté en su vigor la observancia
regular, y todos los beneficios.
Es muy conforme a razón que el Ordinario cuide con esmero, y de providencia sobre todas las cosas que
pertenecen en su diócesis al culto divino. Por tanto, visiten los Obispos todos los años, aun como
delegados de la Sede Apostólica, los monasterios de encomienda, aunque sean los que llaman abadías,
prioratos y preposituras, en que no esté en su vigor la observancia regular; así como los beneficios con
cura de almas, y los que no la tienen, y los seculares y regulares, de cualquier modo que estén en
encomienda, aunque sean exentos, cuidando también los mismos Obispos de que se renueven los que
necesiten reedificarse o repararse, valiéndose de medios eficaces, aunque sea del secuestro de los frutos;
y si los dichos, o sus anexos tuviesen cargo de almas, cúmplase este exactamente, así como todas las
demás cargas a que haya obligación; sin que obsten apelaciones, ni privilegios algunos, costumbres
prescritas, aun de tiempo inmemorial, letras conservatorias, jueces deputados, ni sus inhibiciones. Y si la
observancia regular estuviese en ellos en su vigor, procuren los Obispos por medio de sus exhortaciones
paternales, que los superiores de estos regulares observen y hagan observar el orden de vida que deben
tener, conforme a su instituto regular, y contengan y moderen sus súbditos en el cumplimiento de su
obligación. Mas si, amonestados los superiores, no los visitaren, ni corrigieren en el espacio de seis
meses; puedan los mismos Obispos en este caso, aun como delegados de la Sede Apostólica, visitarlos y
corregirlos del mismo modo que podrían sus superiores, según sus institutos, removiendo
absolutamente, y sin que puedan servirles de obstáculo, las apelaciones, privilegios y exenciones,
cualesquiera que sean.
CAP. IX. Suprímese el nombre y uso de los demandantes. Publiquen los Ordinarios las indulgencias y gracias
espirituales. Perciban dos del cabildo las limosnas sin interés alguno.
Como muchos remedios que diferentes concilios aplicaron antes en sus respectivos tiempos, tanto el
Lateranense y Lugdunense, como el Viennense, contra los perversos abusos de los demandantes de
limosnas, han venido a ser inútiles en los tiempos modernos; y se ve más bien que su malicia se aumenta
de día en día, con grande escándalo y quejas de todos los fieles, en tanto grado, que no parece queda
esperanza alguna de su enmienda; establece el santo Concilio, que en adelante se extinga absolutamente
aquel nombre y uso en todos los países de la cristiandad; y que no se admita absolutamente a nadie para
ejercer semejante oficio; sin que obsten contra esto los privilegios concedidos a iglesias, monasterios,
hospitales, lugares piadosos, ni a cualesquiera personas, de cualquier estado, grado y dignidad que sean,
ni costumbres, aunque sean inmemoriales. Decreta también que las indulgencias u otras gracias
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Catolicismo Romano
espirituales, de que no es justo privar por aquel abuso a los fieles cristianos, se publiquen en adelante al
pueblo en el tiempo debido, por los Ordinarios de los lugares, acompañándose de dos personas que
agregarán de sus cabildos; a las que también se concede facultad para que recojan fielmente, y sin
percibir paga alguna las limosnas y otros subsidios que caritativamente les franqueen; para que en fin se
certifiquen todos, de que el uso que se hace de estos celestiales tesoros de la Iglesia, no es para lucrar,
sino para aumentar la piedad.
Asignación de la sesión futura
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Catolicismo Romano
EL SACRIFICIO EUCARÍSTICO
SESIÓN XXII
Que es la VI celebrada en tiempo del sumo Pontífice Pío IV en 17 de septiembre de 1562.
DOCTRINA SOBRE EL SACRIFICIO DE LA MISA
El sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo,
y presidido de los mismos Legados de la Sede Apostólica, procurando que se conserve en la santa
Iglesia católica en toda su pureza la fe y doctrina antigua, absoluta, y en todo perfecta del gran misterio
de la Eucaristía, disipados todos los errores y herejías; instruida por la ilustración del Espíritu Santo,
enseña, declara y decreta que respecto de ella, en cuanto es verdadero y singular sacrificio, se prediquen
a los fieles los dogmas que se siguen.
CAP. I. De la institución del sacrosanto sacrificio de la Misa.
Por cuanto bajo el antiguo Testamento, como testifica el Apóstol san Pablo, no había consumación (o
perfecta santidad), a causa de la debilidad del sacerdocio de Leví; fue conveniente, disponiéndolo así
Dios, Padre de misericordias, que naciese otro sacerdote según el orden de Melquisedech, es a saber,
nuestro Señor Jesucristo, que pudiese completar, y llevar a la perfección cuantas personas habían de ser
santificadas. El mismo Dios, pues, y Señor nuestro, aunque se había de ofrecer a sí mismo a Dios Padre,
una vez, por medio de la muerte en el ara de la cruz, para obrar desde ella la redención eterna; con todo,
como su sacerdocio no había de acabarse con su muerte; para dejar en la última cena de la noche misma
en que era entregado, a su amada esposa la Iglesia un sacrificio visible, según requiere la condición de
los hombres, en el que se representase el sacrificio cruento que por una vez se había de hacer en la cruz,
y permaneciese su memoria hasta el fin del mundo, y se aplicase su saludable virtud a la remisión de los
pecados que cotidianamente cometemos; al mismo tiempo que se declaró sacerdote según el orden de
Melchisedech, constituido para toda la eternidad, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las
especies de pan y vino, y lo dio a sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del nuevo
Testamento, para que lo recibiesen bajo los signos de aquellas mismas cosas, mandándoles, e igualmente
a sus sucesores en el sacerdocio, que lo ofreciesen, por estas palabras: Haced esto en memoria mía;
como siempre lo ha entendido y enseñado la Iglesia católica. Porque habiendo celebrado la antigua
pascua, que la muchedumbre de los hijos de Israel sacrificaba en memoria de su salida de Egipto; se
instituyó a sí mismo nueva pascua para ser sacrificado bajo signos visibles a nombre de la Iglesia por el
ministerio de los sacerdotes, en memoria de su tránsito de este mundo al Padre, cuando derramando su
sangre nos redimió, nos sacó del poder de las tinieblas y nos transfirió a su reino. Y esta es, por cierto,
aquella oblación pura, que no se puede manchar por indignos y malos que sean los que la hacen; la
misma que predijo Dios por Malachías, que se había de ofrecer limpia en todo lugar a su nombre, que
había de ser grande entre todas las gentes; y la misma que significa sin obscuridad el Apóstol san Pablo,
cuando dice escribiendo a los Corintios: Que no pueden ser partícipes de la mesa del Señor, los que
están manchados con la participación de la mesa de los demonios; entendiendo en una y otra parte por la
mesa del altar. Esta es finalmente aquella que se figuraba en varias semejanzas de los sacrificios en los
tiempos de la ley natural y de la escrita; pues incluye todos los bienes que aquellos significaban, como
consumación y perfección de todos ellos.
CAP. II. El sacrificio de la Misa es propiciatorio no sólo por los vivos, sino también por los difuntos.
Y por cuanto en este divino sacrificio que se hace en la Misa, se contiene y sacrifica incruentamente
aquel mismo Cristo que se ofreció por una vez cruentamente en el ara de la cruz; enseña el santo
Concilio, que este sacrificio es con toda verdad propiciatorio, y que se logra por él, que si nos acercamos
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Catolicismo Romano
al Señor contritos y penitentes, si con sincero corazón, y recta fe, si con temor y reverencia;
conseguiremos misericordia, y hallaremos su gracia por medio de sus oportunos auxilios. En efecto,
aplacado el Señor con esta oblación, y concediendo la gracia, y don de la penitencia, perdona los delitos
y pecados por grandes que sean; porque la hostia es una misma, uno mismo el que ahora ofrece por el
ministerio de los sacerdotes, que el que entonces se ofreció a sí mismo en la cruz, con sola la diferencia
del modo de ofrecerse. Los frutos por cierto de aquella oblación cruenta se logran abundantísimamente
por esta incruenta: tan lejos está que esta derogue de modo alguno a aquella. De aquí es que no sólo se
ofrece con justa razón por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades de los fieles que viven;
sino también, según la tradición de los Apóstoles, por los que han muerto en Cristo sin estar plenamente
purgados.
CAP. III. De las Misas en honor de los Santos.
Y aunque la Iglesia haya tenido la costumbre de celebrar en varias ocasiones algunas Misas en honor y
memoria de los santos; enseña no obstante que no se ofrece a estos el sacrificio, sino sólo a Dios que les
dio la corona; de donde es, que no dice el sacerdote: Yo te ofrezco, o san Pedro, u, o san Pablo,
sacrificio; sino que dando gracias a Dios por las victorias que estos alcanzaron, implora su patrocinio,
para que los mismos santos de quienes hacemos memoria en la tierra, se dignen interceder por nosotros
en el cielo.
CAP. IV. Del Cánon de la Misa.
Y siendo conveniente que las cosas santas se manejen santamente; constando ser este sacrificio el más
santo de todos; estableció muchos siglos ha la Iglesia católica, para que se ofreciese, y recibiese digna y
reverentemente, el sagrado Cánon, tan limpio de todo error, que nada incluye que no de a entender en
sumo grado, cierta santidad y piedad, y levante a Dios los ánimos de los que sacrifican; porque el Cánon
consta de las mismas palabras del Señor, y de las tradiciones de los Apóstoles, así como también de los
piadosos estatutos de los santos Pontífices.
CAP. V. De las ceremonias y ritos de la Misa.
Siendo tal la naturaleza de los hombres, que no se pueda elevar fácilmente a la meditación de las cosas
divinas sin auxilios, o medios extrínsecos; nuestra piadosa madre la Iglesia estableció por esta causa
ciertos ritos, es a saber, que algunas cosas de la Misa se pronuncien en voz baja, y otras con voz más
elevada. Además de esto se valió de ceremonias, como bendiciones místicas, luces, inciensos,
ornamentos, y otras muchas cosas de este género, por enseñanza y tradición de los Apóstoles; con el fin
de recomendar por este medio la majestad de tan grande sacrificio, y excitar los ánimos de los fieles por
estas señales visibles de religión y piedad a la contemplación de los altísimos misterios, que están
ocultos en este sacrificio.
CAP. VI. De la Misa en que comulga el sacerdote solo.
Quisiera por cierto el sacrosanto Concilio que todos los fieles que asistiesen a las Misas comulgasen en
ellas, no sólo espiritualmente, sino recibiendo también sacramentalmente la Eucaristía; para que de este
modo les resultase fruto más copioso de este santísimo sacrificio. No obstante, aunque no siempre se
haga esto, no por eso condena como privadas e ilícitas las Misas en que sólo el sacerdote comulga
sacramentalmente, sino que por el contrario las aprueba, y las recomienda; pues aquellas Misas se deben
también tener con toda verdad por comunes de todos; parte porque el pueblo comulga espiritualmente en
ellas, y parte porque se celebran por un ministro público de la Iglesia, no sólo por sí, sino por todos los
fieles, que son miembros del cuerpo de Cristo.
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Catolicismo Romano
CAP. VII. Del agua que se ha de mezclar en el vino que se ofrece en el cáliz.
Amonesta además el santo Concilio, que es precepto de la Iglesia que los sacerdotes mezclen agua con
el vino que han de ofrecer en el cáliz; ya porque se cree que así lo hizo Cristo nuestro Señor; ya también
porque salió agua y juntamente sangre de su costado, en cuya mezcla se nos recuerda aquel misterio; y
llamando el bienaventurado Apóstol san Juan a los pueblos Aguas, se representa la unión del mismo
pueblo fiel con su cabeza Cristo.
CAP. VIII. No se celebre la Misa en lengua vulgar: explíquense sus misterios al público.
Aunque la Misa incluya mucha instrucción para el pueblo fiel; sin embargo no ha parecido conveniente
a los Padres que se celebre en todas partes en lengua vulgar. Con este motivo manda el santo Concilio a
los Pastores, y a todos los que tienen cura de almas, que conservando en todas partes el rito antiguo de
cada iglesia, aprobado por la santa Iglesia Romana, madre y maestra de todas las iglesias, con el fin de
que las ovejas de Cristo no padezcan hambre, o los párvulos pidan pan, y no haya quien se lo parta;
expongan frecuentemente, o por sí, o por otros, algún punto de los que se leen en la Misa, en el tiempo
en que esta se celebra, y entre los demás declaren, especialmente en los domingos y días de fiesta, algún
misterio de este santísimo sacrificio.
CAP. IX. Introducción a los siguientes Cánones.
Por cuanto se han esparcido con este tiempo muchos errores contra estas verdades de fe, fundadas en el
sacrosanto Evangelio, en las tradiciones de los Apóstoles, y en la doctrina de los santos Padres; y
muchos enseñan y disputan muchas cosas diferentes; el sacrosanto Concilio, después de graves y
repetidas ventilaciones, tenidas con madurez, sobre estas materias; ha determinado por consentimiento
unánime de todos los Padres, condenar y desterrar de la santa Iglesia por medio de los Cánones
siguientes todos los errores que se oponen a esta purísima fe, y sagrada doctrina.
CÁNONES DEL SACRIFICIO DE LA MISA
CAN. I. Si alguno dijere, que no se ofrece a Dios en la Misa verdadero y propio sacrificio; o que el
ofrecerse este no es otra cosa que darnos a Cristo para que le comamos; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno dijere, que en aquellas palabras: Haced esto en mi memoria, no instituyó Cristo
sacerdotes a los Apóstoles, o que no los ordenó para que ellos, y los demás sacerdotes ofreciesen su
cuerpo y su sangre; sea excomulgado.
CAN. III. Si alguno dijere, que el sacrificio de la Misa es solo sacrificio de alabanza, y de acción de
gracias, o mero recuerdo del sacrificio consumado en la cruz; mas que no es propiciatorio; o que sólo
aprovecha al que le recibe; y que no se debe ofrecer por los vivos, ni por los difuntos, por los pecados,
penas, satisfacciones, ni otras necesidades; sea excomulgado.
CAN. IV. Si alguno dijere, que se comete blasfemia contra el santísimo sacrificio que Cristo consumó
en la cruz, por el sacrificio de la Misa; o que por este se deroga a aquel; sea excomulgado.
CAN. V. Si alguno dijere, que es impostura celebrar Misas en honor de los santos, y con el fin de
obtener su intercesión para con Dios, como intenta la Iglesia; sea excomulgado.
CAN. VI. Si alguno dijere, que el Cánon de la Misa contiene errores, y que por esta causa se debe
abrogar; sea excomulgado.
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Catolicismo Romano
CAN. VII. Si alguno dijere, que las ceremonias, vestiduras y signos externos, que usa la Iglesia católica
en la celebración de las Misas, son más bien incentivos de impiedad, que obsequios de piedad; sea
excomulgado.
CAN. VIII. Si alguno dijere, que las Misas en que sólo el sacerdote comulga sacramentalmente son
ilícitas, y que por esta causa se deben abrogar; sea excomulgado.
CAN. IX. Si alguno dijere, que se debe condenar el rito de la Iglesia Romana, según el que se profieren
en voz baja una parte del Cánon, y las palabras de la consagración; o que la Misa debe celebrarse sólo en
lengua vulgar, o que no se debe mezclar el agua con el vino en el cáliz que se ha de ofrecer, porque esto
es contra la institución de Cristo; sea excomulgado.
DECRETO SOBRE LO QUE SE HA DE OBSERVAR, Y EVITAR EN LA CELEBRACIÓN DE
LA MISA
Cuánto cuidado se deba poner para que se celebre, con todo el culto y veneración que pide la religión, el
sacrosanto sacrificio de la Misa, fácilmente podrá comprenderlo cualquiera que considere, que llama la
sagrada Escritura maldito el que ejecuta con negligencia la obra de Dios. Y si necesariamente
confesamos que ninguna otra obra pueden manejar los fieles cristianos tan santa, ni tan divina como este
tremendo misterio, en el que todos los días se ofrece a Dios en sacrificio por los sacerdotes en el altar
aquella hostia vivificante, por la que fuimos reconciliados con Dios Padre; bastante se deja ver también
que se debe poner todo cuidado y diligencia en ejecutarla con cuanta mayor inocencia y pureza interior
de corazón, y exterior demostración de devoción y piedad se pueda. Y constando que se han introducido
ya por vicio de los tiempos, ya por descuido y malicia de los hombres, muchos abusos ajenos de la
dignidad de tan grande sacrificio; decreta el santo Concilio para restablecer su debido honor y culto, a
gloria de Dios y edificación del pueblo cristiano, que los Obispos Ordinarios de los lugares cuiden con
esmero, y estén obligados a prohibir, y quitar todo lo que ha introducido la avaricia, culto de los ídolos;
o la irreverencia, que apenas se puede hallar separada de la impiedad; o la superstición, falsa imitadora
de la piedad verdadera. Y para comprender muchos abusos en pocas palabras; en primer lugar, prohíban
absolutamente (lo que es propio de la avaricia) las condiciones de pags de cualquier especie, los
contratos y cuanto se da por la celebración de las Misas nuevas, igualmente que las importunas, y
groseras cobranzas de las limosnas, cuyo nombre merecen más bien que el de demandas, y otros abusos
semejantes que no distan mucho del pecado de simonía, o a lo menos de una sórdida ganancia. Después
de esto, para que se evite toda irreverencia, ordene cada Obispo en sus diócesis, que no se permita
celebrar Misa a ningún sacerdote vago y desconocido. Tampoco permitan que sirva al altar santo, o
asista a los oficios ningún pecador público y notorio: ni toleren que se celebre este santo sacrificio por
seculares, o regulares, cualesquiera que sean, en casas de particulares, ni absolutamente fuera de la
iglesia y oratorios únicamente dedicados al culto divino, los que han de señalar, y visitar los mismos
Ordinarios, con la circunstancia no obstante, de que los concurrentes declaren con la decente y modesta
compostura de su cuerpo, que asisten a él no sólo con el cuerpo, sino con el ánimo y afectos devotos de
su corazón. Aparten también de sus iglesias aquellas músicas en que ya con el órgano, ya con el canto se
mezclan cosas impuras y lascivas; así como toda conducta secular, conversaciones inútiles, y
consiguientemente profanas, paseos, estrépitos y vocerías; para que, precavido esto, parezca y pueda con
verdad llamarse casa de oración la casa del Señor. Últimamente, para que no se de lugar a ninguna
superstición, prohíban por edictos, y con imposición de penas que los sacerdotes celebren fuera de las
horas debidas, y que se valgan en la celebración de las Misas de otros ritos, o ceremonias, y oraciones
que de las que estén aprobadas por la Iglesia, y adoptadas por el uso común y bien recibido. Destierren
absolutamente de la Iglesia el abuso de decir cierto número de Misas con determinado número de luces,
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Catolicismo Romano
inventado más bien por espíritu de superstición que de verdadera religión; y enseñen al pueblo cuál es, y
de dónde proviene especialmente el fruto preciosísimo y divino de este sacrosanto sacrificio. Amonesten
igualmente su pueblo a que concurran con frecuencia a sus parroquias, por lo menos en los domingos y
fiestas más solemnes. Todas estas cosas, pues, que sumariamente quedan mencionadas, se proponen a
todos los Ordinarios de los lugares en términos de que no sólo las prohíban o manden, las corrijan o
establezcan; sino todas las demás que juzguen conducentes al mismo objeto, valiéndose de la autoridad
que les ha concedido el sacrosanto Concilio, y también aun como delegados de la Sede Apostólica,
obligando los fieles a observarlas inviolablemente con censuras eclesiásticas, y otras penas que
establecerán a su arbitrio: sin que obsten privilegios algunos, exenciones, apelaciones, ni costumbres.
DECRETO SOBRE LA REFORMA
El mismo sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu
Santo, y presidido de los mismos Legados de la Sede Apostólica, ha determinado establecer en la
presente Sesión lo que se sigue en prosecución de la materia de la reforma.
CAP. I. Innóvanse los decretos pertenecientes a la vida, y honesta conducta de los clérigos.
No hay cosa que vaya disponiendo con más constancia los fieles a la piedad y culto divino, que la vida y
ejemplo de los que se han dedicado a los sagrados ministerios; pues considerándoles los demás como
situados en lugar superior a todas las cosas de este siglo, ponen los ojos en ellos como en un espejo, de
donde toman ejemplos que imitar. Por este motivo es conveniente que los clérigos, llamados a ser parte
de la suerte del Señor, ordenen de tal modo toda su vida y costumbres, que nada presenten en sus
vestidos, porte, pasos, conversación y todo lo demás, que no manifieste a primera vista gravedad,
modestia y religión. Huyan también de las culpas leves, que en ellos serían gravísimas; para inspirar así
a todos veneración con sus acciones. Y como a proporción de la mayor utilidad, y ornamento que da esta
conducta a la Iglesia de Dios, con tanta mayor diligencia se debe observar; establece el santo Concilio
que guarden en adelante, bajo las mismas penas, o mayores que se han de imponer a arbitrio del
Ordinario, cuanto hasta ahora se ha establecido, con mucha extensión y provecho, por los sumos
Pontífices, y sagrados concilios sobre la conducta de vida, honestidad, decencia y doctrina que deben
mantener los clérigos; así como sobre el fausto, convitonas, bailes, dados, juegos y cualesquiera otros
crímenes; e igualmente sobre la aversión con que deben huir de los negocios seculares; sin que pueda
suspender ninguna apelación la ejecución de este decreto perteneciente a la corrección de las
costumbres. Y si hallaren que el uso contrario ha anulado algunas de aquellas disposiciones, cuiden de
que se pongan en práctica lo más presto que pueda ser, y que todos las observen exactamente, sin que
obsten costumbres algunas cualesquiera que sean; para que haciéndolo así, no tengan que pagar los
mismos Ordinarios a la divina justicia las penas correspondientes a su descuido en la enmienda de sus
súbditos.
CAP. II. Cuáles deban ser los promovidos a las iglesias catedrales.
Cualquiera que en adelante haya de ser electo para gobernar iglesias catedrales, debe estar plenamente
adornado no sólo de las circunstancias de nacimiento, edad, costumbres, conducta de vida, y todo lo
demás que requieren los sagrados Cánones; sino que también ha de estar constituido de antemano, a lo
menos por el tiempo de seis meses, en las sagradas órdenes; debiendo tomarse los informes sobre todas
estas circunstancias, a no haber noticia alguna de él en la curia, o ser muy recientes las que haya, de los
Legados de la Sede Apostólica, o de los Nuncios de las provincias, o de su Ordinario, y en defecto de
este, de los Ordinarios más inmediatos. Además de esto, ha de estar instruido de manera que pueda
desempeñar las obligaciones del cargo que se le ha de conferir; y por esta causa ha de haber obtenido
121
Catolicismo Romano
Los Obispos, aun como delegados Apostólicos, puedan repartir la tercera parte de cualesquiera frutos y
rentas de todas las dignidades, personados y oficios que existen en las iglesias catedrales o colegiatas, en
distribuciones que han de asignar a su arbitrio; es a saber, con el objeto de que no cumpliendo las
personas que las obtienen, en cualquier día de los establecidos, el servicio personal que les competa en
la iglesia, según la forma que prescriban los Obispos, pierdan la distribución de aquel día, sin que de
modo alguno adquieran su dominio, sino que se ha de aplicar a la fábrica de la iglesia, si lo necesitare, o
a otro lugar piadoso, a voluntad del Ordinario. Si persistieren contumaces, procedan contra ellos según
lo establecido en los sagrados cánones. Mas si alguna de las mencionadas dignidades, por derecho o
costumbre, no tuvieren en las catedrales o colegiatas jurisdicción, administración u oficio, pero sí tengan
a su cargo cura de almas en las diócesis fuera de la ciudad, a cuyo desempeño quiera dedicarse el que
obtiene la dignidad; téngase presente en este caso por todo el tiempo que residiere y sirviere en la iglesia
curada, como si estuviese presente, y asistiese a los divinos oficios en las catedrales y colegiatas. Esta
disposición se ha de entender sólo respecto de aquellas iglesias en que no hay estatuto alguno, ni
costumbre de que las mencionadas dignidades que no residen, pierdan alguna cosa que ascienda a la
tercera parte de los frutos y rentas referidas; sin que sirvan de obstáculo ningunas costumbres, aunque
sean inmemoriales, exenciones y estatutos, aun confirmados con juramento, y cualquiera otra autoridad.
CAP. IV. No tengan voto en cabildo de catedrales o colegiatas, los que no estén ordenados in sacris. Calidades y
obligaciones de los que obtienen beneficios en estas iglesias.
No tenga voz en los cabildos de las catedrales o colegiatas, seculares o regulares, ninguno que dedicado
en ellas a los divinos oficios, no esté ordenado a lo menos de subdiácono, aunque los demás capitulares
se la hayan concedido libremente. Y los que obtienen, u obtuvieren en adelante en dichas iglesias
dignidades, personados, oficios, prebendas, porciones y cualesquiera otros beneficios, a los que están
anexas varias cargas; es a saber, que unos digan, o canten misas, otros evangelios y otras epístolas; estén
obligados, por privilegio, exención, prerrogativa o nobleza que tengan, a recibir dentro de un año,
cesando todo justo impedimento, los órdenes requeridos; de otro modo incurran en las penas contenidas
en la constitución del concilio de Viena, que principia: Ut ii, qui; la que este santo Concilio renueva por
el presente decreto; debiendo obligarlos los Obispos a que ejerzan por sí mismos en los días
determinados las dichas órdenes, y cumplan todos los demás oficios con que deben contribuir al culto
divino, bajo las penas mencionadas, y otras más graves que impongan a su arbitrio. Ni se haga en
adelante estas provisiones en otras personas que en las que conozca tienen ya la edad y todas las demás
circunstancias requeridas; y a no ser así, quede írrita la provisión.
CAP. V. Cométanse al Obispo las dispensas extra Curiam, y examínelas este.
Las dispensas que se hayan de conceder, por cualquiera autoridad que sea, si se cometieren fuera de la
curia Romana, cométanse a los Ordinarios de las personas que las impetren. Mas no tengan efecto las
que se concedieren graciosamente, si examinadas primero sólo sumaría y extrajudicialmente por los
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Catolicismo Romano
mismos Ordinarios, como delegados Apostólicos, no hallasen estos que las preces expuestas carecen del
vicio de obrepción o subrepción.
CAP. VI. Las últimas voluntades sólo se han de conmutar con mucha circunspección.
Conozcan los Obispos sumaria y extrajudicialmente, como delegados de la Sede Apostólica, de las
conmutaciones de las últimas voluntades, que no deberán hacerse sino por justa y necesaria causa; ni se
pasará a ponerlas en ejecución sin que primero les conste que no se expresó en las preces ninguna cosa
falsa, ni se ocultó la verdad.
CAP. VII. Se renueva el cap. Romana de Appellationibus, in sexto.
Estén obligados los Legados y Nuncios Apostólicos, los Patriarcas, Primados y Metropolitanos a
observar en las apelaciones interpuestas para ante ellos, en cualesquiera causas, tanto para admitirlas,
como para conceder las inhibiciones después de la apelación, la forma y tenor de las sagradas
constituciones, en especial la de Inocencio IV, que principia: Romana; sin que obsten en contrario
costumbre alguna, aunque sea inmemorial, estilo, o privilegio: de otro modo sean ipso jure nulas las
inhibiciones, procesos y demás autos que se hayan seguido.
CAP. VIII. Ejecuten los Obispos todas las disposiciones pías: visiten todos los lugares de caridad, como no estén bajo
la protección inmediata de los Reyes.
Los Obispos, aun como delegados de la Sede Apostólica, sean en los casos concedidos por derecho,
ejecutores de todas las disposiciones piadosas hechas tanto por la última voluntad, como entre vivos:
tengan también derecho de visitar los hospitales y colegios, sean los que fuesen, así como las cofradías
de legos, aun las que llaman escuelas, o tienen cualquiera otro nombre; pero no las que están bajo la
inmediata protección de los Reyes, a no tener su licencia. Conozcan también de oficio, y hagan que
tengan el destino correspondiente, según lo establecido en los sagrados cánones, las limosnas de los
montes de piedad o caridad, y de todos los lugares piadosos, bajo cualquiera nombre que tengan, aunque
pertenezca su cuidado a personas legas, y aunque los mismos lugares piadosos gocen el privilegio de
exención; así como todas las demás fundaciones destinadas por su establecimiento al culto divino, y
salvación de las almas, o alimento de los pobres; sin que obste costumbre alguna, aunque sea
inmemorial, privilegio, ni estatuto.
CAP. IX. Den cuenta todos los administradores de obras pías al Ordinario, a no estar mandada otra cosa en las
fundaciones.
Los administradores, así eclesiásticos como seculares de la fábrica de cualquiera iglesia, aunque sea
catedral, hospital, cofradía, limosnas de monte de piedad, y de cualesquiera otros lugares piadosos, estén
obligados a dar cuenta al Ordinario de su administración todos los años; quedando anuladas cualesquiera
costumbres y privilegios en contrario; a no ser que por acaso esté expresamente prevenida otra cosa en
la fundación o constituciones de la tal iglesia o fábrica. Mas si por costumbre, privilegio, u otra
constitución del lugar, se debieren dar las cuentas a otras personas deputadas para esto; en este caso, se
ha de agregar también a ellas el Ordinario; y los resguardos que no se den con estas circunstancias, de
nada sirvan a dichos administradores.
CAP. X. Los notarios estén sujetos al examen, y juicio de los Obispos.
Originándose muchísimos daños de la impericia de los notarios, y siendo esta ocasión de muchísimos
pleitos; pueda el Obispo, aun como delegado de la Sede Apostólica, examinar cualesquiera notarios,
aunque estén creados por autoridad Apostólica, Imperial o Real: y no hallándoseles idóneos, o hallando
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Catolicismo Romano
que algunas veces han delinquido en su oficio, prohibirles perpetuamente, o por tiempo limitado el uso,
y ejercicio de su oficio en negocios, pleitos y causas eclesiásticas y espirituales; sin que su apelación
suspenda la prohibición del Obispo.
CAP. XI. Penas de los que usurpan los bienes de cualquiera iglesia o lugar piadoso.
Si la codicia, raíz de todos los males, llegare a dominar en tanto grado a cualquiera clérigo o lego,
distinguido con cualquiera dignidad que sea, aun la Imperial o Real, que presumiere invertir en su propio
uso, y usurpar por sí o por otros, con violencia, o infundiendo terror, o valiéndose también de personas
supuestas, eclesiásticas o seculares, o con cualquiera otro artificio, color o pretexto, la jurisdicción,
bienes, censos y derechos, sean feudales o enfitéuticos, los frutos, emolumentos, o cualesquiera
obvenciones de alguna iglesia, o de cualquiera beneficio secular o regular, de montes de piedad, o de
otros lugares piadosos, que deben invertirse en socorrer las necesidades de los ministros y pobres; o
presumiere estorbar que los perciban las personas a quienes de derecho pertenecen; quede sujeto a la
excomunión por todo el tiempo que no restituya enteramente a la iglesia, y a su administrador, o
beneficiado las jurisdicciones, bienes, efectos, derechos, frutos y rentas que haya ocupado, o que de
cualquiera modo hayan entrado en su poder, aun por donación de persona supuesta, y además de esto
haya obtenido la absolución del Romano Pontífice. Y si fuere patrono de la misma iglesia, quede
también por el mismo hecho privado del derecho de patronato, además de las penas mencionadas. El
clérigo que fuese autor de este detestable fraude y usurpación, o consintiere en ella, quede sujeto a las
mismas penas, y además de esto privado de cualesquiera beneficios, inhábil para obtener cualquiera
otro, y suspenso, a voluntad de su Obispo, del ejercicio de sus órdenes, aun después de estar absuelto, y
haber satisfecho enteramente.
DECRETO SOBRE LA PRETENSIÓN DE QUE SE CONCEDA EL CÁLIZ
Además de esto, habiendo reservado el mismo sacrosanto Concilio en la Sesión antecedente para
examinar y definir, siempre que después se le presentase ocasión oportuna, dos artículos propuestos en
otra ocasión, y entonces no examinados; es a saber: Si las razones que tuvo la santa Iglesia católica, para
dar la comunión a los legos, y a los sacerdotes cuando no celebran, bajo sola la especie de pan, han de
subsistir en tanto vigor, que por ningún motivo se permita a ninguno el uso del cáliz; y el segundo
artículo: Si pareciendo, en fuerza de algunos honestos motivos, conforme a la caridad cristiana, que se
deba conceder el uso del cáliz a alguna nación o reino, haya de ser bajo de algunas condiciones, y cuáles
sean estas: determinado ahora a dar providencia sobre este punto del modo más conducente a la
salvación de las personas por quienes se hace la súplica, ha decretado: Se remita este negocio, como por
el presente decreto lo remite, a nuestro santísimo señor el Papa, quien con su singular prudencia hará lo
que juzgare útil a la República cristiana, y saludable a los que pretenden el uso del cáliz.
Asignación de la sesión siguiente
Además de esto, señala el mismo sacrosanto Concilio Tridentino para día de la Sesión futura la feria
quinta después de la octava de la fiesta de todos los Santos, que será el 12 del mes de noviembre, y en
ella se harán los decretos sobre los sacramentos del Orden y del Matrimonio, etc.
Prorrógose la Sesión al día 15 de julio de 1563.
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Catolicismo Romano
El sacrificio y el sacerdocio van de tal modo unidos por disposición divina, que siempre ha habido uno y
otro en toda ley. Habiendo pues recibido la Iglesia católica, por institución del Señor, en el nuevo
Testamento, el santo y visible sacrificio de la Eucaristía; es necesario confesar también, que hay en la
Iglesia un sacerdocio nuevo, visible y externo, en que se mudó el antiguo. Y que el nuevo haya sido
instituido por el mismo Señor y Salvador, y que el mismo Cristo haya también dado a los Apóstoles y
sus sucesores en el sacerdocio la potestad de consagrar, ofrecer y administrar su cuerpo y sangre, así
como la de perdonar y retener los pecados; lo demuestran las sagradas letras, y siempre lo ha enseñado
la tradición de la Iglesia católica.
CAP. II. De las siete Ordenes.
Siendo el ministerio de tan santo sacerdocio una cosa divina, fue congruente para que se pudiese ejercer
con mayor dignidad y veneración, que en la constitución arreglada y perfecta de la Iglesia, hubiese
muchas y diversas graduaciones de ministros, quienes sirviesen por oficios al sacerdocio, distribuidos de
manera que los que estuviesen distinguidos con la tonsura clerical, fuesen ascendiendo de las menores
órdenes a las mayores; pues no sólo menciona la sagrada Escritura claramente los sacerdotes, sino
también los diáconos; enseñando con gravísimas palabras qué cosas en especial se han de tener
presentes para ordenarlos: y desde el mismo principio de la Iglesia se conoce que estuvieron en uso,
aunque no en igual graduación, los nombres de las órdenes siguientes, y los ministerios peculiares de
cada una de ellas; es a saber, del subdiácono, acólito, exorcista, lector y ostiario o portero; pues los
Padres y sagrados concilios numeran el subdiaconado entre las órdenes mayores, y hallamos también en
ellos con suma frecuencia la mención de las otras inferiores.
CAP. III. Que el orden es verdadera y propiamente Sacramento.
Y por cuanto en el sacramento del Orden, así como en el Bautismo y Confirmación, se imprime un
carácter que ni se puede borrar, ni quitar, con justa razón el santo Concilio condena la sentencia de los
que afirman que los sacerdotes del nuevo Testamento sólo tienen potestad temporal, o por tiempo
limitado, y que los legítimamente ordenados pueden pasar otra vez a legos, sólo con que no ejerzan el
ministerio de la predicación. Porque cualquiera que afirmase que todos los cristianos son
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Catolicismo Romano
promiscuamente sacerdotes del nuevo Testamento, o que todos gozan entre sí de igual potestad
espiritual; no haría más que confundir la jerarquía eclesiástica, que es en sí como un ejército ordenado
en la campaña; y sería lo mismo que si contra la doctrina del bienaventurado san Pablo, todos fuesen
Apóstoles, todos Profetas, todos Evangelistas, todos Pastores y todos Doctores. Movido de esto, declara
el santo Concilio, que además de los otros grados eclesiásticos, pertenecen en primer lugar a este orden
jerárquico, los Obispos, que han sucedido en lugar de los Apóstoles; que están puestos por el Espíritu
Santo, como dice el mismo Apóstol, para gobernar la Iglesia de Dios; que son superiores a los
presbíteros; que confieren el sacramento de la Confirmación; que ordenan los ministros de la Iglesia, y
pueden ejecutar otras muchas cosas, en cuyas funciones no tienen potestad alguna los demás ministros
de orden inferior. Enseña además el santo Concilio, que para la ordenación de los Obispos, de los
sacerdotes, y demás órdenes, no se requiere el consentimiento, ni la vocación, ni autoridad del pueblo, ni
de ninguna potestad secular, ni magistrado, de modo que sin ella queden nulas las órdenes; antes por el
contrario decreta, que todos los que destinados e instituidos sólo por el pueblo, o potestad secular, o
magistrado, ascienden a ejercer estos ministerios, y los que se los arrogan por su propia temeridad, no se
deben estimar por ministros de la Iglesia, sino por rateros y ladrones que no han entrado por la puerta.
Estos son los puntos que ha parecido al sagrado Concilio enseñar generalmente a los fieles cristianos
sobre el sacramento del Orden; resolviendo al mismo tiempo condenar la doctrina contraria a ellos, en
propios y determinados cánones, del modo que se va a exponer, para que siguiendo todos, con el auxilio
de Jesucristo, esta regla de fe, puedan entre las tinieblas de tantos errores, conocer fácilmente las
verdades católicas, y conservarlas.
CÁNONES DEL SACRAMENTO DEL ORDEN
CAN. I. Si alguno dijere, que no hay en el nuevo Testamento sacerdocio visible y externo; o que no hay
potestad alguna de consagrar, y ofrecer el verdadero cuerpo y sangre del Señor, ni de perdonar o retener
los pecados; sino sólo el oficio, y mero ministerio de predicar el Evangelio; o que los que no predican no
son absolutamente sacerdotes; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno dijere, que no hay en la Iglesia católica, además del sacerdocio, otras órdenes
mayores, y menores, por las cuales, como por ciertos grados, se ascienda al sacerdocio; sea
excomulgado.
CAN. III. Si alguno dijere, que el Orden, o la ordenación sagrada, no es propia y verdaderamente
Sacramento establecido por Cristo nuestro Señor; o que es una ficción humana inventada por personas
ignorantes de las materias eclesiásticas; o que sólo es cierto rito para elegir los ministros de la palabra de
Dios, y de los Sacramentos; sea excomulgado.
CAN. IV. Si alguno dijere, que no se confiere el Espíritu Santo por la sagrada ordenación, y que en
consecuencia son inútiles estas palabras de los Obispos: Recibe el Espíritu Santo; o que el Orden no
imprime carácter; o que el que una vez fue sacerdote, puede volver a ser lego; sea excomulgado.
CAN. V. Si alguno dijere, que la sagrada unción de que usa la Iglesia en la colación de las sagradas
órdenes, no sólo no es necesaria, sino despreciable y perniciosa, así como las otras ceremonias del
Orden; sea excomulgado.
CAN. VI. Si alguno dijera, que no hay en la Iglesia católica jerarquía establecida por institución divina,
la cual consta de Obispos, presbíteros y ministros; sea excomulgado.
CAN. VII. Si alguno dijere, que los Obispos no son superiores a los presbíteros; o que no tienen potestad
de confirmar y ordenar; o que la que tienen es común a los presbíteros; o que las órdenes que confieren
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Catolicismo Romano
sin consentimiento o llamamiento del pueblo o potestad secular, son nulas; o que los que no han sido
debidamente ordenados, ni enviados por potestad eclesiástica, ni canónica, sino que vienen de otra parte,
son ministros legítimos de la predicación y Sacramentos; sea excomulgado.
CAN. VIII. Si alguno dijere, que los Obispos que son elevados a la dignidad episcopal por autoridad del
Pontífice Romano, no son legítimos y verdaderos Obispos, sino una ficción humana; sea excomulgado.
DECRETO SOBRE LA REFORMA
El mismo sacrosanto Concilio de Trento, continuando la materia de la reforma, establece y decreta
deben definirse las cosas que se siguen.
CAP. I. Se corrige la negligencia en residir de los que gobiernan las iglesias: se dan providencias para la cura de
almas.
Estando mandado por precepto divino a todos los que tienen encomendada la cura de almas, que
conozcan sus ovejas, ofrezcan sacrificio por ellas, las apacienten con la predicación de la divina palabra,
con la administración de los Sacramentos, y con el ejemplo de todas las buenas obras; que cuiden
paternalmente de los pobres y otras personas infelices, y se dediquen a los demás ministerios pastorales;
cosas todas que de ningún modo pueden ejecutar ni cumplir los que no velan sobre su rebaño, ni le
asisten, sino le abandonan como mercenarios o asalariados; el sacrosanto Concilio los amonesta y
exhorta a que, teniendo presentes los mandamientos divinos, y haciéndose el ejemplar de su grey, la
apacienten y gobiernen en justicia y en verdad. Y para que los puntos que santa y útilmente se
establecieron antes en tiempo de Paulo III de feliz memoria sobre la residencia, no se extiendan
violentamente a sentidos contrarios a la mente del sagrado Concilio, como si en virtud de aquel decreto
fuese lícito estar ausentes cinco meses continuos; el sacrosanto Concilio, insistiendo en ellos, declara
que todos los Pastores que mandan, bajo cualquier nombre o título, en iglesias patriarcales, primadas,
metropolitanas y catedrales, cualesquiera que sean, aunque sean Cardenales de la santa Romana Iglesia,
están obligados a residir personalmente en su iglesia, o en la diócesis en que deban ejercer el ministerio
que se les ha encomendado, y que no pueden estar ausentes sino por las causas, y del modo que se
expresa en lo que sigue. Es a saber: cuando la caridad cristiana, las necesidades urgentes, obediencia
debida y evidente utilidad de la Iglesia, y de la República, pidan y obliguen a que alguna vez algunos
estén ausentes; decreta el sacrosanto Concilio, que el beatísimo Romano Pontífice, o el Metropolitano, o
en ausencia de este, el Obispo sufragéneo más antiguo que resida, que es el mismo que deberá aprobar la
ausencia del Metropolitano; deben dar por escrito la aprobación de las causas de la ausencia legítima; a
no ser que ocurra esta por hallarse sirviendo algún empleo u oficio de la República, anejo a los
Obispados; y como las causas de esto son notorias, y algunas veces repentinas, ni aun será necesario dar
aviso de ellas al Metropolitano. Pertenecerá no obstante a este juzgar con el concilio provincial de las
licencias que él mismo, o su sufragáneo haya concedido, y cuidar que ninguno abuse de este derecho, y
que los contraventores sean castigados con las penas canónicas. Entre tanto tengan presente los que se
ausentan, que deben tomar tales providencias sobre sus ovejas, que en cuanto pueda ser, no padezcan
detrimento alguno por su ausencia. Y por cuanto los que se ausentan sólo por muy breve tiempo, no se
reputan ausentes según sentencia de los antiguos cánones, pues inmediatamente tienen que volver;
quiere el sacrosanto Concilio, que fuera de las causas ya expresadas, no pase, por ninguna circunstancia,
el tiempo de esta ausencia, sea continuo, o sea interrumpido, en cada un año, de dos meses, o a lo más de
tres; y que se tenga cuidado en no permitirla sino por causas justas, y sin detrimento alguno de la grey,
dejando a la conciencia de los que se ausentan, que espera sea religiosa y timorata, la averiguación de si
es así o no; pues los corazones están patentes a Dios, y su propio peligro los obliga a no proceder en sus
obras con fraude ni simulación. Entre tanto los amonesta y exhorta en el Señor, que no falten de modo
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Catolicismo Romano
alguno a su iglesia catedral (a no ser que su ministerio pastoral los llame a otra parte dentro de su
diócesis) en el tiempo de Adviento, Cuaresma, Natividad, Resurrección del Señor, ni en los días de
Pentecostés y Corpus Christi, en cuyo tiempo principalmente deben restablecerse sus ovejas, y
regocijarse en el Señor con la presencia de su Pastor. Si alguno no obstante, y ojala que nunca o si
suceda, estuviese ausente contra lo dispuesto en este decreto; establece el sacrosanto Concilio, que
además de las penas impuestas y renovadas en tiempo de Paulo III contra los que no residen, y además
del reato de culpa mortal en que incurre; no hace suyos los frutos, respectivamente al tiempo de su
ausencia, ni se los puede retener con seguridad de conciencia, aunque no se siga ninguna otra intimación
más que esta; sino que está obligado por sí mismo, o dejando de hacerlo será obligado por el superior
eclesiástico, a distribuirlos en fábricas de iglesias, o en limosnas a los pobres del lugar, quedando
prohibida cualquiera convención o composición que llaman composición por frutos mal cobrados, y por
la que también se le perdonasen en todo o en parte los mencionados frutos, sin que obsten privilegios
ningunos concedidos a cualquiera colegio o fábrica. Esto mismo absolutamente declara y decreta el
sacrosanto Concilio, aun en orden a la culpa, pérdida de los frutos y penas, respecto de los curas
inferiores, y cualesquiera otros que obtienen algún beneficio eclesiástico con cura de almas; pero con la
circunstancia de que siempre que estén ausentes, tomando antes el Obispo conocimiento de la causa y
aprobándolo, dejen vicario idóneo que ha de aprobar el mismo Ordinario, con la debida asignación de
renta. Ni obtengan la licencia de ausentarse, que se ha de conceder por escrito y de gracia, sino por grave
causa, y no más que por el tiempo de dos meses. Y si citados por edicto, aunque no se les cite
personalmente, fueren contumaces; quiere que sea libre a los Ordinarios obligarlos con censuras
eclesiásticas, secuestro y privación de frutos, y otros remedios del derecho, aun hasta llegar a privarles
de sus beneficios; sin que se pueda suspender esta ejecución por ningún privilegio, licencia,
familiaridad, exención, ni aun por razón de cualquier beneficio que sea, ni por pacto, ni estatuto, aunque
esté confirmado con juramento, o con cualquiera otra autoridad, ni tampoco por costumbre inmemorial,
que más bien se debe reputar por corruptela, ni por apelación, ni inhibición, aunque sea en la Curia
Romana, o en virtud de la constitución Eugeniana. Últimamente manda el santo Concilio, que tanto el
decreto de Paulo III como este mismo se publiquen en los sínodos provinciales y diocesanos; porque
desea que cosas tan esenciales a la obligación de los Pastores, y a la salvación de las almas, se graben
con repetidas intimaciones en los oídos y ánimos de todos, para que con el auxilio divino no las borre en
adelante, ni la injuria de los tiempos, ni la falta de costumbre, ni el olvido de los hombres.
CAP. II. Reciban los Obispos la consagración dentro de tres meses: en qué lugar deba esta hacerse.
Los destinados al gobierno de iglesias catedrales o mayores que estas, bajo cualquier nombre y título
que tengan, aunque sean Cardenales de la santa Iglesia Romana, si no se consagran dentro de tres meses,
estén obligados a la restitución de los frutos que hayan percibido. Y si después de esto dejaren de
consagrarse en otros tantos meses, queden privados de derecho de sus iglesias. Celébrese además la
consagración, a no hacerse en la curia Romana, en la iglesia a que son promovidos, o en su provincia, si
cómodamente puede ser.
CAP. III. Confieran los Obispos las órdenes por sí mismos.
Confieran los Obispos las órdenes por sí mismos; y si estuvieren impedidos por enfermedad, no den
dimisorias a sus súbditos para que sean ordenados por otro Obispo, si antes no los hubieren examinado y
aprobado.
CAP. IV. Quiénes se han de ordenar de primera tonsura.
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Catolicismo Romano
conjeture prudentemente que han elegido este género de vida con el fraudulento designio de eximirse de
los tribunales seculares, y no con el de dar a Dios fiel culto.
CAP. V. Qué circunstancias deban tener los que se quieren ordenar.
Los que haya de ser promovidos a las órdenes menores, tengan testimonio favorable del párroco, y del
maestro del estudio en que se educan. Y los que hayan de ser ascendidos a cualquiera de las mayores,
preséntense un mes antes de ordenarse al Obispo, quien dará al párroco u a otro que le parezca más
conveniente, la comisión para que propuestos públicamente en la iglesia los nombres, y resolución de
los que pretendieren ser promovidos, tome diligentes informes de personas fidedignas sobre el
nacimiento de los mismos ordenandos, su edad, costumbres y vida; y remita lo más presto que pueda al
mismo Obispo las letras testimoniales, que contengan la averiguación o informes que ha hecho.
CAP. VI. Para obtener beneficio eclesiástico se requiere la edad de catorce años: quién deba gozar del privilegio del
fuero.
Ningún ordenado de primera tonsura, ni aun constituido en las órdenes menores, pueda obtener
beneficio antes de los catorce años de edad. Ni este goce del privilegio de fuero eclesiástico si no tiene
beneficio o si no vista hábito clerical, y lleva tonsura, y sirve para asignación del Obispo en alguna
iglesia; o esté en algún seminario clerical, o en alguna escuela, o universidad con licencia del Obispo,
como en camino para recibir las órdenes mayores. Respecto de los clérigos casados, se ha de observar la
constitución de Bonifacio VIII, que principia: Clerici, qui cum unicis: con la circunstancia de que
asignados estos clérigos por el Obispo al servicio o ministerio de alguna iglesia, sirvan o ministren en la
misma, y usen de hábitos clericales y tonsura; sin que a ninguno excuse para esto privilegio alguno, o
costumbre, aunque sea inmemorial.
CAP. VII. Del examen de los ordenandos.
Insistiendo el sagrado Concilio en la disciplina de los antiguos cánones, decreta que cuando el Obispo
determinare hacer órdenes, convoque a la ciudad todos los que pretendieren ascender al sagrado
ministerio, en la feria cuarta próxima a las mismas órdenes, o cuando al Obispo pareciere. Averigüe y
examine con diligencia el mismo Ordinario, asociándose sacerdotes y otras personas prudentes
instruidas en la divina ley, y ejercitadas en los cánones eclesiásticos, el linaje de los ordenandos, la
persona, la edad, la crianza, las costumbres, la doctrina y la fe.
CAP. VIII. De qué modo, y quién debe promover los ordenandos.
Las sagradas órdenes se han de hacer públicamente en los tiempos señalados por derecho, y en la iglesia
catedral, llamados para esto y concurriendo los canónigos de la iglesia; mas si se celebran en otro lugar
de la diócesis, búsquese siempre la iglesia más digna que pueda ser, hallándose presente el clero del
lugar. Además de esto, cada uno ha de ser ordenado por su propio Obispo; y si pretendiese alguno ser
promovido por otro, no se le permita de ninguna manera, ni aun con el pretexto de cualquier rescripto o
privilegio general o particular, ni aun en los tiempos establecidos para las órdenes; a no ser que su
Ordinario dé recomendable testimonio de su piedad y costumbres. Si se hiciere lo contrario; quede
suspenso el que ordena por un año de conferir órdenes, y el ordenado del ejercicio de las que haya
recibido, por todo el tiempo que pareciere conveniente a su propio Ordinario.
CAP. IX. El Obispo que ordena a un familiar, confiérale inmediatamente beneficio.
No pueda ordenar el Obispo a familiar suyo que no sea súbdito, como este no haya vivido con él por
espacio de tres años; y confiérale inmediatamente un beneficio efectivo, si valerse de ningún fraude; sin
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Catolicismo Romano
No sea permitido en adelante a los Abades, ni a ningunos otros, por exentos que sean, como estén dentro
de los términos de alguna diócesis, aunque no pertenezcan a alguna, y se llamen exentos, conferir la
tonsura, o las órdenes menores a ninguno que no fuere regular y súbdito suyo; ni los mismos Abades, ni
otros exentos, o colegios, o cabildos, sean los que fueren, aun los de iglesias catedrales, concedan
dimisorias a clérigos ningunos seculares, para que otros los ordenen; sino que la ordenación de todos
estos ha de pertenecer a los Obispos dentro de cuyos Obispados estén, dándose entero cumplimiento a
todo lo que se contiene en los decretos de este santo Concilio; sin que obsten ningunos privilegios,
prescripciones, o costumbres, aunque sean inmemoriales. Manda también que la pena impuesta a los que
impetran, contra el decreto de este santo Concilio, hecho en tiempo de Paulo III, dimisorias del cabildo
episcopal en sede vacante; se extienda a los que obtuviesen dichas dimisorias, no del cabildo, sino de
otros cualesquiera que sucedan en la jurisdicción al Obispo en lugar del cabildo, en tiempo de la
vacante. Los que concedan dimisorias contra la forma de este decreto, queden suspensos de derecho de
su oficio y beneficio por un año.
CAP. XI. Obsérvense los intersticios, y otros ciertos preceptos en la colación de las órdenes menores.
Las órdenes menores se han de conferir a los que entiendan por lo menos la lengua latina, mediando el
intervalo de las témporas, si no pareciere al Obispo más conveniente otra cosa, para que con esto puedan
instruirse con más exactitud de cuán grave peso es el que impone esta disciplina; debiendo ejercitarse, a
voluntad del Obispo, en cada uno de estos grados; y esto, en la iglesia a que se hallen asignados, si acaso
no están ausentes por causa de sus estudios; pasando de tal modo de un grado a otro, que con la edad
crezcan en ellos el mérito de la vida, y la mayor instrucción; lo que comprobarán principalmente el
ejemplo de sus buenas costumbres, su continuo servicio en la iglesia, y su mayor reverencia a los
sacerdotes, y a los de otras órdenes mayores, así como la mayor frecuencia que antes en la comunión del
cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Y siendo estos grados menores la entrada para ascender a los
mayores, y a los misterios más sacrosantos, no se confieran a ninguno que no se manifieste digno de
recibir las órdenes mayores por las esperanzas que prometa de mayor sabiduría. Ni estos sean
promovidos a las sagradas órdenes sino un año después que recibieron el último grado de las menores, a
no pedir otra cosa la necesidad, o utilidad de la Iglesia, a juicio del Obispo.
CAP. XII. Edad que se requiere para recibir las órdenes mayores: sólo se deben promover los dignos.
Ninguno en adelante sea promovido a subdiácono antes de tener veinte y dos años de edad, ni a diácono
antes de veinte y tres, ni a sacerdotes antes de veinte y cinco. Sepan no obstante los Obispos, que no
todos los que se hallen en esta edad deben ser elegidos para las sagradas órdenes, sino sólo los dignos, y
cuya recomendable conducta de vida sea de anciano. Tampoco se ordenen los regulares de menor edad,
ni sin el diligente examen del Obispo; quedando excluidos enteramente cualesquiera privilegios en este
punto.
CAP. XIII. Condiciones de los que se han de ordenar de subdiáconos y diáconos: no se confieran a uno mismo dos
órdenes sagradas en un mismo día.
Ordénense de subdiáconos y diáconos los que tuvieron favorable testimonio de su conducta, y hayan
merecido aprobación en las órdenes menores, y estén instruidos en las letras, y en lo que pertenece al
ministerio de su orden. Los que con la divina gracia esperaren poder guardar continencia, sirvan en las
iglesias a que estén asignados, y sepan que sobre todo es conveniente a su estado, que reciban la sagrada
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Catolicismo Romano
comunión a lo menos en los domingos y días de fiesta en que sirvieren al altar. No se permita, a no tener
el Obispo por más conveniente otra cosa, a los promovidos a la sagrada orden del subdiaconado,
ascender a más alto grado, si por un año a lo menos no se han ejercitado en él. Tampoco se confieran en
un mismo día dos órdenes sagradas, ni aun a los regulares; sin que obsten privilegios ningunos, ni
cualesquiera indultos que hayan concedido a cualquiera.
CAP. XIV. Quiénes deban ser ascendidos al sacerdocio.
Los que se hayan portado con probidad y fidelidad en los ministerios que antes han ejercido, y son
promovidos al orden del sacerdocio, han de tener testimonios favorables de su conducta, y sean no sólo
los que han servido de diáconos un año entero, por lo menos, a no ser que el Obispo por la utilidad o
necesidad de la iglesia dispusiese otra cosa, sino los que también se hallen ser idóneos, precediendo
diligente examen, para administrar los Sacramentos, y para enseñar al pueblo lo que es necesario que
todos sepan para su salvación; y además de esto, se distingan tanto por su piedad y pureza de
costumbres, que se puedan esperar de ellos ejemplos sobresalientes de buena conducta, y saludables
consejos de buena vida. Cuide también el Obispo que los sacerdotes celebren misa a lo menos en los
domingos, y días solemnes; y si tuvieren cura de almas, con tanta frecuencia, cuanta fuere menester para
desempeñar su obligación. Respecto de los promovidos per saltum, pueda dispensar el Obispo con causa
legítima, si no hubieren ejercido sus funciones.
CAP. XV. Nadie oiga de confesión, a no estar aprobado por el Ordinario.
Aunque reciban los presbíteros en su ordenación la potestad de absolver de los pecados; decreta no
obstante el santo Concilio, que nadie, aunque sea Regular, pueda oír de confesión a los seculares,
aunque estos sean sacerdotes, ni tenerse por idóneo para oírles; como no tenga algún beneficio
parroquial; o los Obispos, por medio del examen, si les pareciere ser este necesario, o de otro modo, le
juzguen idóneo; y obtenga la aprobación, que se le debe conceder de gracia; sin que obsten privilegios,
ni costumbre alguna, aunque sea inmemorial.
CAP. XVI. Los que se ordenan, asígnense a determinada iglesia.
No debiendo ordenarse ninguno que a juicio de su Obispo no sea útil o necesario a sus iglesias; establece
el santo Concilio, insistiendo en lo decretado por el canon sexto del concilio de Calcedonia, que ninguno
sea ordenado en adelante que no se destine a la iglesia, o lugar de piedad, por cuya necesidad, o utilidad
es ordenado, para que ejerza en ella sus funciones, y no ande vagando sin obligación a determinada
iglesia. Y en caso de que abandone su lugar, sin dar aviso de ello al Obispo; prohíbasele el ejercicio de
las sagradas órdenes. Además de esto, no se admita por ningún Obispo clérigo alguno de fuera de su
diócesis a celebrar los misterios divinos, ni administrar los Sacramentos, sin letras testimoniales de su
Ordinario.
CAP. XVII. Ejerzan las funciones de las órdenes menores las personas que estén constituidas en ellas.
El santo Concilio con el fin de que se restablezca, según los sagrados cánones, el antiguo uso de las
funciones de las santas órdenes desde el diaconado hasta el ostiariato, loablemente adoptadas en la
Iglesia desde los tiempos Apostólicos, e interrumpidas por tiempo en muchos lugares; con el fin también
de que no las desacrediten los herejes, notándolas de superfluas; y deseando ardientemente el
restablecimiento de esta antigua disciplina; decreta que no se ejerzan en adelante dichos ministerios,
sino por personas constituidas en las órdenes mencionadas; y exhortando en el Señor a todos y a cada
uno de los Prelados de las iglesias, les manda que cuiden con el esmero posible de restablecer estos
oficios en las catedrales, colegiatas y parroquiales de sus diócesis, si el vecindario de sus pueblos, y las
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Catolicismo Romano
rentas de la iglesia pueden sufragar a esta carga; asignando los estipendios de una parte de las rentas de
algunos beneficios simples, o de la fábrica de la iglesia, si tienen abundante renta, o juntamente de los
beneficios y de la fábrica, a las personas que ejerzan estas funciones; las que si fueren negligentes,
podrán ser multadas en parte de sus estipendios, o privadas del todo, según pareciere al Ordinario. Y si
no hubiese a mano clérigos celibatos para ejercer los ministerios de las cuatro órdenes menores; podrán
suplir por ellos, aun casados de buena vida, con tal que no sean bigamos, y sean capaces de ejercer
dichos ministerios; debiendo también llevar en la iglesia hábitos clericales, y estar tonsurados.
CAP. XVIII. Se da el método de erigir seminario de Clérigos, y educarlos en él.
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Catolicismo Romano
cualquiera calidad o condición, así como de los hospitales que se dan en título o administración, según la
constitución del concilio de Viena, que principia: Quia contingit; y de cualesquiera beneficios, aun de
regulares, aunque sean de derecho de patronato, sea el que fuere, aunque sean exentos, aunque no sean
de ninguna diócesis, o sean anexos a otras iglesias, monasterios, hospitales, o a otros cualesquiera
lugares piadosos, aunque sean exentos, y también de las fábricas de las iglesias, y de otros lugares, así
como de cualesquiera otras rentas, o productos eclesiásticos, aun de otros colegios, con tal que no haya
actualmente en ellos seminarios de discípulos, o maestros para promover el bien común de la Iglesia;
pues ha sido su voluntad que estos quedasen exentos, a excepción del sobrante de las rentas superfluas,
después de sacado el conveniente sustento de los mismos seminarios; asimismo se tomarán de los
cuerpos, confraternidades, que en algunos lugares se llaman escuelas, y de todos los monasterios, a
excepción de los mendicantes; y de los diezmos que por cualquiera título pertenezcan a legos, y de que
se suelen pagar subsidios eclesiásticos, o pertenezcan a soldados de cualquier milicia, u orden,
exceptuando únicamente los caballeros de san Juan de Jerusalén; y aplicarán e incorporarán a este
colegio aquella porción que hayan separado según el modo prescrito, así como algunos otros beneficios
simples de cualquiera calidad y dignidad que fueren, o también prestameras, o porciones de prestameras,
aun destinadas antes de vacar, sin perjuicio de culto divino, ni de los que las obtienen. Y este
establecimiento ha de tener lugar, aunque los beneficios sean reservados o pensionados, sin que puedan
suspenderse, o impedirse de modo alguno estas uniones y aplicaciones por la resignación de los mismos
beneficios; sin que pueda obstar absolutamente constitución, ni vacante alguna, aunque tenga su efecto
en la curia Romana. El Obispo del lugar por medio de censuras eclesiásticas, y otros remedios de
derecho, y aun implorando para esto, si le pareciese, el auxilio del brazo secular; obligue a pagar esta
porción a los poseedores de los beneficios, dignidades, personados, y de todos y cada uno de los que
quedan arriba mencionados, no sólo por lo que a ellos toca, sino por las pensiones que acaso pagaren a
otros de los dichos frutos; reteniendo no obstante lo que por prorata se deba pagar a ellos: sin que obsten
respecto de todas, y cada una de las cosas mencionadas, privilegios ningunos, exenciones, aunque
requieran especial derogación, ni costumbre por inmemorial que sea, ni apelación o alegación que
impida la ejecución. Mas si sucediere, que teniendo su efecto estas uniones, o de otro modo, se halle que
el seminario está dotado en todo o en parte; perdone en este caso el Obispo en todo o en parte, según lo
pidan las circunstancias, aquella porción que había separado de cada uno de los beneficios mencionados,
e incorporado al colegio. Y si los Prelados de las catedrales, y otras iglesias mayores fueren negligentes
en la fundación y conservación de este seminario, y rehusaren pagar la parte que les toque; será
obligación del Arzobispo corregir con eficacia al Obispo, y del sínodo provincial al Arzobispo, y a los
superiores a este, y obligarlos al cumplimiento de todo lo mencionado; cuidando celosamente de que se
promueva con la mayor prontitud esta santa y piadosa obra donde quiera que se pueda ejecutar. Mas el
Obispo ha de tomar cuenta todos los años de las rentas de este seminario, a presencia de dos diputados
del cabildo; y otros dos del clero de la ciudad. Además de esto, para providenciar el modo de que sean
pocos los gastos del establecimiento de estas escuelas; decreta el santo Concilio que los Obispos,
Arzobispos, Primados y otros Ordinarios de los lugares, obliguen y fuercen, aun por la privación de los
frutos, a los que obtienen prebendas de enseñanza, y a otros que tienen obligación de leer o enseñar, a
que enseñen los jóvenes que se han de instruir en dichas escuelas, por sí mismos, si fuesen capaces; y si
no lo fuesen, por substitutos idóneos, que han de ser elegidos por los mismos propietarios, y aprobados
por los Ordinarios. Y si, a juicio del Obispo, no fuesen dignos, deben nombrar otro que lo sea, sin que
puedan valerse de apelación ninguna; y si omitieren nombrarle, lo hará el mismo Ordinario. Las
personas, o maestros mencionados enseñarán las facultades que al Obispo parecieren convenientes. Por
lo demás, aquellos oficios o dignidades que se llaman de oposición o de escuela, no se han de conferir
sino a doctores, o maestros, o licenciados en las sagradas letras, o en derecho canónico, y a personas que
por otra parte sean idóneas, y puedan desempeñar por sí mismos la enseñanza; quedando nula e inválida
la provisión que no se haga en estos términos; sin que obsten privilegios ningunos, ni costumbres,
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Catolicismo Romano
aunque sean de tiempo inmemorial. Pero si fuesen tan pobres las iglesias de algunas de ellas no se pueda
fundar colegio; cuidará el concilio provincial, o el Metropolitano, acompañado de los dos sufragáneos
más antiguos, de erigir uno o más colegios, según juzgare oportuno, en la iglesia metropolitana, o en
otra iglesia más cómoda de la provincia, con los frutos de dos o más de aquellas iglesias, en las que
separadas no se pueda cómodamente establecer el colegio, para que se puedan educar en él los jóvenes
de aquellas iglesias. Mas en las que tuviesen diócesis dilatadas, pueda tener el Obispo uno o más
colegios, según le pareciese más conveniente; los cuales no obstante han de depender en todo del
colegio que se haya fundado y establecido en la ciudad episcopal. Últimamente si aconteciere que
sobrevengan algunas dificultades por las uniones, o por la regulación de las porciones, o por la
asignación, e incorporación, o por cualquiera otro motivo que impida, o perturbe el establecimiento, o
conservación de este seminario; pueda resolverlas el Obispo, y dar providencia con los diputados
referidos, o con el sínodo provincial, según la calidad del país, y de las iglesias y beneficios; moderando
en caso necesario, o aumentando todas y cada una de las cosas mencionadas, que parecieren necesarias y
conducentes al próspero adelantamiento de este seminario.
Asignación de la sesión siguiente
Indica además el mismo sacrosanto Concilio de Trento la Sesión próxima que se ha de tener, para el día
16 del mes de septiembre; en la que se tratará del sacramento del Matrimonio, y de los demás puntos que
puedan resolverse, si ocurrieren algunos pertenecientes a la doctrina de la fe: y además de esto tratará de
las provisiones de los Obispados, dignidades, y otros beneficios eclesiásticos, y de diferentes artículos
de reforma.
Prorrogóse la Sesión al día 11 de Nov. de 1563.
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Catolicismo Romano
CAN. VII. Si alguno dijere, que la Iglesia yerra cuando ha enseñado y enseña, según la doctrina del
Evangelio y de los Apóstoles, que no se puede disolver el vínculo del Matrimonio por el adulterio de
uno de los dos consortes; y cuando enseña que ninguno de los dos, ni aun el inocente que no dio motivo
al adulterio, puede contraer otro Matrimonio viviendo el otro consorte; y que cae en fornicación el que
se casare con otra dejada la primera por adúltera, o la que, dejando al adúltero, se casare con otro; sea
excomulgado.
CAN. VIII. Si alguno dijere, que yerra la Iglesia cuando decreta que se puede hacer por muchas causas
la separación del lecho, o de la cohabitación entre los casados por tiempo determinado o indeterminado;
sea excomulgado.
CAN. IX. Si alguno dijere, que los clérigos ordenados de mayores órdenes, o los Regulares que han
hecho profesión solemne de castidad, pueden contraer Matrimonio; y que es válido el que hayan
contraído, sin que les obste la ley Eclesiástica, ni el voto; y que lo contrario no es más que condenar el
Matrimonio; y que pueden contraerlo todos los que conocen que no tienen el don de la castidad, aunque
la hayan prometido por voto; sea excomulgado: pues es constante que Dios no lo rehúsa a los que
debidamente le piden este don, ni tampoco permite que seamos tentados más que lo que podemos.
CAN. X. Si alguno dijere, que el estado del Matrimonio debe preferirse al estado de virginidad o de
celibato; y que no es mejor, ni más feliz mantenerse en la virginidad o celibato, que casarse; sea
excomulgado.
CA. XI. Si alguno dijere, que la prohibición de celebrar nupcias solemnes en ciertos tiempos del año, es
una superstición tiránica, dimanada de la superstición de los gentiles; o condenare las bendiciones, y
otras ceremonias que usa la Iglesia en los Matrimonios; sea excomulgado.
CAN. XII. Si alguno dijere, que las causas matrimoniales no pertenecen a los jueces eclesiásticos; sea
excomulgado.
DECRETO DE REFORMA SOBRE EL MATRIMONIO
CAP. I. Renuévase la forma de contraer los Matrimonios con ciertas solemnidades, prescrita en el concilio de Letran.
Los Obispos puedan dispensar de las proclamas. Quien contrajere Matrimonio de otro modo que a presencia del
párroco, y de dos o tres testigos, lo contrae inválidamente.
Aunque no se puede dudar que los matrimonios clandestinos, efectuados con libre consentimiento de los
contrayentes, fueron matrimonios legales y verdaderos, mientras la Iglesia católica no los hizo írritos;
bajo cuyo fundamento se deben justamente condenar, como los condena con excomunión el santo
Concilio, los que niegan que fueron verdaderos y ratos, así como los que falsamente aseguran, que son
írritos los matrimonios contraídos por hijos de familia sin el consentimiento de sus padres, y que estos
pueden hacerlos ratos o írritos; la Iglesia de Dios no obstante los ha detestado y prohibido en todos
tiempos con justísimos motivos. Pero advirtiendo el santo Concilio que ya no aprovechan aquellas
prohibiciones por la inobediencia de los hombres; y considerando los graves pecados que se originan de
los matrimonios clandestinos, y principalmente los de aquellos que se mantienen en estado de
condenación, mientras abandonada la primera mujer, con quien de secreto contrajeron matrimonio,
contraen con otra en público, y viven con ella en perpetuo adulterio; no pudiendo la Iglesia, que no juzga
de los crímenes ocultos, ocurrir a tan grave mal, si no aplica algún remedio más eficaz; manda con este
objeto, insistiendo en las determinaciones del sagrado concilio de Letrán, celebrado en tiempo de
Inocencio III, que en adelante, primero que se contraiga el Matrimonio, proclame el cura propio de los
contrayentes públicamente por tres veces, en tres días de fiesta seguidos, en la iglesia, mientras celebra
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Catolicismo Romano
la misa mayor, quiénes son los que han de contraer Matrimonio: y hechas estas amonestaciones se pase a
celebrarlo a la faz de la Iglesia, si no se opusiere ningún impedimento legítimo; y habiendo preguntado
en ella el párroco al varón y a la mujer, y entendido el mutuo consentimiento de los dos, o diga: Yo os
uno en Matrimonio en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; o use de otras palabras, según
la costumbre recibida en cada provincia. Y si en alguna ocasión hubiere sospechas fundadas de que se
podrá impedir maliciosamente el Matrimonio, si preceden tantas amonestaciones; hágase sólo una en
este caso; o a lo menos celébrese el Matrimonio a presencia del párroco, y de dos o tres testigos.
Después de esto, y antes de consumarlo, se han de hacer las proclamas en la iglesia, para que más
fácilmente se descubra si hay algunos impedimentos; a no ser que el mismo Ordinario tenga por
conveniente que se omitan las mencionadas proclamas, lo que el santo Concilio deja a su prudencia y
juicio. Los que atentaren contraer Matrimonio de otro modo que a presencia del párroco, o de otro
sacerdote con licencia del párroco, o del Ordinario, y de dos o tres testigos, quedan absolutamente
inhábiles por disposición de este santo Concilio para contraerlo aun de este modo; y decreta que sean
írritos y nulos semejantes contratos, como en efecto los irrita y anula por el presente decreto. Manda
además, que sean castigados con graves penas a voluntad del Ordinario, el párroco, o cualquiera otro
sacerdote que asista a semejante contrato con menor número de testigos, así como los testigos que
concurran sin párroco o sacerdote; y del mismo modo los propio contrayentes. Después de esto, exhorta
el mismo santo Concilio a los desposados, que no habiten en una misma casa antes de recibir en la
iglesia la bendición sacerdotal; ordenando sea el propio párroco el que dé la bendición, y que sólo este o
el Ordinario puedan conceder a otro sacerdote licencia para darla; sin que obste privilegio alguno, o
costumbre, aunque sea inmemorial, que con más razón debe llamarse corruptela. Y si el párroco, u otro
sacerdote, ya sea regular ya secular, se atreviere a unir en Matrimonio, o dar las bendiciones a
desposados de otra parroquia sin licencia del párroco de los consortes; quede suspenso ipso jure, aunque
alegue que tiene licencia para ello por privilegio o costumbre inmemorial, hasta que sea absuelto por el
Ordinario del párroco que debía asistir al Matrimonio, o por la persona de quien se debía recibir la
bendición. Tenga el párroco un libro en que escriba los nombres de los contrayentes y de los testigos, el
día y lugar en que se contrajo el Matrimonio, y guarde él mismo cuidadosamente este libro.
Últimamente exhorta el santo Concilio a los desposados que antes de contraer o a lo menos tres días
antes de consumar el Matrimonio, confiesen con diligencia sus pecados, y se presenten religiosamente a
recibir el santísimo sacramento de la Eucaristía. Si algunas provincias usan en este punto de otras
costumbres y ceremonias loables, además de las dichas, desea ansiosamente el santo Concilio que se
conserven en un todo. Y para que lleguen a noticia de todos estos tan saludables preceptos, manda a
todos los Ordinarios, que procuren cuanto antes puedan publicar este decreto al pueblo, y que se
explique en cada una de las iglesias parroquiales de su diócesis; y esto se ejecute en el primer año las
más veces que puedan, y sucesivamente siempre que les parezca oportuno. Establece en fin que este
decreto comience a tener su vigor en todas las parroquias a los treinta días de publicado, los cuales se
han de contar desde el día de la primera publicación que se hizo en la misma parroquia.
CAP. II. Entre qué personas se contrae parentesco espiritual.
La experiencia enseña, que muchas veces se contraen los Matrimonios por ignorancia en casos vedados,
por los muchos impedimentos que hay; y que o se persevera en ellos no sin grave pecado, o no se
dirimen sin notable escándalo. Queriendo, pues, el santo Concilio dar providencia en estos
inconvenientes, y principiando por el impedimento de parentesco espiritual, establece que sólo una
persona, sea hombre o sea mujer, según lo establecido en los sagrados cánones, o a lo más un hombre y
una mujer sean los padrinos de Bautismo; entre los que y el mismo bautizado, su padre y madre, sólo se
contraiga parentesco espiritual; así como también entre el que bautiza y el bautizado, y padre y madre de
este. El párroco antes de aproximarse a conferir el Bautismo, infórmese con diligencia de las personas a
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Catolicismo Romano
quienes pertenezca, a quien o quiénes eligen para que tengan al bautizado en la pila bautismal; y sólo a
este, o a estos admita para tenerle, escribiendo sus nombres en el libro, y declarándoles el parentesco que
han contraído, para que no puedan alegar ignorancia alguna. Mas si otros, además de los señalados,
tocaren al bautizado, de ningún modo contraigan este parentesco espiritual; sin que obsten ningunas
constituciones en contrario. Si se contraviniere a esto por culpa o negligencia del párroco, castíguese
este a voluntad del Ordinario. Tampoco el parentesco que se contrae por la Confirmación se ha de
extender a más personas que al que confirma, al confirmado, al padre y madre de este, y a la persona que
le tenga; quedando enteramente removidos todos los impedimentos de este parentesco espiritual respecto
de otras personas.
CAP. III. Restríngese a ciertos límites el impedimento de pública honestidad.
El santo Concilio quita enteramente el impedimento de justicia de pública honestidad, siempre que los
esponsales no fueren válidos por cualquier motivo que sea; y cuando fueren válidos, no pase el
impedimento del primer grado; pues en los grados ulteriores no se puede ya observar esta prohibición
sin muchas dificultades.
CAP. IV. Restríngese al segundo grado la afinidad contraída por fornicación.
Además de esto el santo Concilio movido de estas y otras gravísimas causas, restringe el impedimento
originado de afinidad contraída por fornicación, y que dirime al Matrimonio que después se celebra, a
sólo aquellas personas que son parientes en primero y segundo grado. Respecto de los grados ulteriores,
establece que esta afinidad no dirime al Matrimonio que se contrae después.
CAP. V. Ninguno contraiga en grado prohibido; y con qué motivo se ha de dispensar en estos.
Si presumiere alguno contraer a sabiendas Matrimonio dentro de los grados prohibidos, sea separado de
la consorte, y quede excluido de la esperanza de conseguir dispensa: y esto ha de tener efecto con mayor
fuerza respecto del que haya tenido la audacia no sólo de contraer el Matrimonio, sino de consumarlo.
Mas si hiciese esto por ignorancia, en caso que haya despreciado cumplir las solemnidades requeridas en
la celebración del Matrimonio; quede sujeto a las mismas penas, pues no es digno de experimentar como
quiera, la benignidad de la Iglesia, quien temerariamente despreció sus saludables preceptos. Pero si
observadas todas las solemnidades, se hallase después haber algún impedimento, que probablemente
ignoró el contrayente; se podrá en tal caso dispensar con él más fácilmente y de gracia. No se concedan
de ningún modo dispensas para contraer Matrimonio, o dense muy rara vez, y esto con causa y de
gracia. Ni tampoco se dispense en segundo grado, a no ser entre grandes Príncipes, y por una causa
pública.
CAP. VI. Se establecen penas contra los raptores.
El santo Concilio decreta, que no puede haber Matrimonio alguno entre el raptor y la robada, por todo el
tiempo que permanezca esta en poder del raptor. Mas si separada de este, y puesta en lugar seguro y
libre, consintiere en tenerle por marido, téngala este por mujer; quedando no obstante excomulgados de
derecho, y perpetuamente infames, e incapaces de toda dignidad, así el mismo raptor, como todos los
que le aconsejaron, auxiliaron y favorecieron, y si fueren clérigos, sean depuestos del grado que
tuvieren. Esté además obligado el raptor a dotar decentemente, a arbitrio del juez, la mujer robada, ora
case con ella, ora no.
CAP. VII. En casar los vagos se ha de proceder con mucha cautela.
Muchos son los que andan vagando y no tienen mansión fija, y como son de perversas inclinaciones,
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Catolicismo Romano
desamparando la primera mujer, se casan en diversos lugares con otra, y muchas veces con varias,
viviendo la primera. Deseando el santo Concilio poner remedio a este desorden, amonesta paternalmente
a las personas a quienes toca, que no admitan fácilmente al Matrimonio esta especie de hombres vagos;
y exhorta a los magistrados seculares a que los sujeten con severidad; mandando además a los párrocos,
que no concurran a casarlos, si antes no hicieren exactas averiguaciones, y dando cuenta al Ordinario
obtengan su licencia para hacerlo.
CAP. VIII. Graves penas contra el concubinato.
Grave pecado es que los solteros tengan concubinas; pero es mucho más grave, y cometido en notable
desprecio de este grande sacramento del Matrimonio, que los casados vivan también en este estado de
condenación, y se atrevan a mantenerlas y conservarlas algunas veces en su misma casa, y aun con sus
propias mujeres. Para ocurrir, pues, el santo Concilio con oportunos remedios a tan grave mal; establece
que se fulmine excomunión contra semejantes concubinarios, así solteros como casados, de cualquier
estado, dignidad o condición que sean, siempre que después de amonestados por el Ordinario aun de
oficio, por tres veces, sobre esta culpa, no despidieren las concubinas, y no se apartaren de su
comunicación; sin que puedan ser absueltos de la excomunión, hasta que efectivamente obedezcan a la
corrección que se les haya dado. Y si despreciando las censuras permanecieren un año en el
concubinato, proceda el Ordinario contra ellos severamente, según la calidad de su delito. Las mujeres, o
casadas o solteras, que vivan públicamente con adúlteros, o concubinarios, si amonestadas por tres veces
no obedecieren, serán castigadas de oficio por los Ordinarios de los lugares, con grave pena, según su
culpa, aunque no haya parte que lo pida; y sean desterradas del lugar, o de la diócesis, si así pareciere
conveniente a los mismos Ordinarios, invocando, si fuese menester, el brazo secular; quedando en todo
su vigor todas las demás penas fulminadas contra los adúlteros y concubinarios.
CAP. IX. Nada maquinen contra la libertad del Matrimonio los señores temporales, ni los magistrados.
Llegan a cegar muchísimas veces en tanto grado la codicia, y otros afectos terrenos los ojos del alma a
los señores temporales y magistrados, que fuerzan con amenazas y penas a los hombres y mujeres que
viven bajo su jurisdicción, en especial a los ricos, o que esperan grandes herencias, para que contraigan
matrimonio, aunque repugnantes, con las personas que los mismos señores o magistrados les señalan.
Por tanto, siendo en extremo detestable tiranizar la libertad del Matrimonio, y que provengan las injurias
de los mismos de quienes se espera la justicia; manda el santo Concilio a todos, de cualquier grado,
dignidad y condición que sean, so pena de excomunión, en que han de incurrir ipso facto, que de ningún
modo violenten directa ni indirectamente a sus súbditos, ni a otros ningunos, en términos de que dejen
de contraer con toda libertad sus Matrimonios.
CAP. X. Se prohibe la solemnidad de las nupcias en ciertos tiempos.
Manda el santo Concilio que todos observen exactamente las antiguas prohibiciones de las nupcias
solemnes o velaciones, desde el adviento de nuestro Señor Jesucristo hasta el día de la Epifanía, y desde
el día de Ceniza hasta la octava de la Pascua inclusive. En los demás tiempos permite se celebren
solemnemente los Matrimonios, que cuidarán los Obispos se hagan con la modestia y honestidad que
corresponde; pues siendo santo el Matrimonio, debe tratarse santamente.
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Catolicismo Romano
EL PURGATORIO
SESIÓN XXV
Que es la IX y última celebrada en tiempo del sumo Pontífice Pío IV, principiada el día 3, y acabada en
el 4 de diciembre de 1563.
DECRETO SOBRE EL PURGATORIO
Habiendo la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, según la doctrina de la sagrada Escritura y
de la antigua tradición de los Padres, enseñado en los sagrados concilios, y últimamente en este general
de Trento, que hay Purgatorio; y que las almas detenidas en él reciben alivio con los sufragios de los
fieles, y en especial con el aceptable sacrificio de la misa; manda el santo Concilio a los Obispos que
cuiden con suma diligencia que la sana doctrina del Purgatorio, recibida de los santos Padres y sagrados
concilios, se enseñe y predique en todas partes, y se crea y conserve por los fieles cristianos. Exclúyanse
empero de los sermones, predicados en lengua vulgar a la ruda plebe, las cuestiones muy difíciles y
sutiles que nada conducen a la edificación, y con las que rara vez se aumenta la piedad. Tampoco
permitan que se divulguen, y traten cosas inciertas, o que tienen vislumbres o indicios de falsedad.
Prohíban como escandalosas y que sirven de tropiezo a los fieles las que tocan en cierta curiosidad, o
superstición, o tienen resabios de interés o sórdida ganancia. Mas cuiden los Obispos que los sufragios
de los fieles, es a saber, los sacrificios de las misas, las oraciones, las limosnas y otras obras de piedad,
que se acostumbran hacer por otros fieles difuntos, se ejecuten piadosa y devotamente según lo
establecido por la Iglesia; y que se satisfaga con diligencia y exactitud cuanto se debe hacer por los
difuntos, según exijan las fundaciones de los testadores, u otras razones, no superficialmente, sino por
sacerdotes y ministros de la Iglesia y otros que tienen esta obligación.
140
Catolicismo Romano
de los fieles; y que son inútiles las frecuentes visitas a las capillas dedicadas a los santos con el fin de
alcanzar su socorro. Además de esto, declara que se deben tener y conservar, principalmente en los
templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen madre de Dios, y de otros santos, y que se les debe dar el
correspondiente honor y veneración: no porque se crea que hay en ellas divinidad, o virtud alguna por la
que merezcan el culto, o que se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de poner la confianza en las
imágenes, como hacían en otros tiempos los gentiles, que colocaban su esperanza en los ídolos; sino
porque el honor que se da a las imágenes, se refiere a los originales representados en ellas; de suerte, que
adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia nos descubrimos y
arrodillamos; y veneremos a los santos, cuya semejanza tienen: todo lo cual es lo que se halla
establecido en los decretos de los concilios, y en especial en los del segundo Niceno contra los
impugnadores de las imágenes.
Enseñen con esmero los Obispos que por medio de las historias de nuestra redención, expresadas en
pinturas y otras copias, se instruye y confirma el pueblo recordándole los artículos de la fe, y
recapacitándole continuamente en ellos: además que se saca mucho fruto de todas las sagradas
imágenes, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha concedido, sino
también porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos, y los milagros
que Dios ha obrado por ellos, con el fin de que den gracias a Dios por ellos, y arreglen su vida y
costumbres a los ejemplos de los mismos santos; así como para que se exciten a adorar, y amar a Dios, y
practicar la piedad. Y si alguno enseñare, o sintiere lo contrario a estos decretos, sea excomulgado. Mas
si se hubieren introducido algunos abusos en estas santas y saludables prácticas, desea ardientemente el
santo Concilio que se exterminen de todo punto; de suerte que no se coloquen imágenes algunas de
falsos dogmas, ni que den ocasión a los rudos de peligrosos errores. Y si aconteciere que se expresen y
figuren en alguna ocasión historias y narraciones de la sagrada Escritura, por ser estas convenientes a la
instrucción de la ignorante plebe; enséñese al pueblo que esto no es copiar la divinidad, como si fuera
posible que se viese esta con ojos corporales, o pudiese expresarse con colores o figuras. Destiérrese
absolutamente toda superstición en la invocación de los santos, en la veneración de las reliquias, y en el
sagrado uso de las imágenes; ahuyéntese toda ganancia sórdida; evítese en fin toda torpeza; de manera
que no se pinten ni adornen las imágenes con hermosura escandalosa; ni abusen tampoco los hombres de
las fiestas de los santos, ni de la visita de las reliquias, para tener convitonas, ni embriagueces: como si
el lujo y lascivia fuese el culto con que deban celebrar los días de fiesta en honor de los santos.
Finalmente pongan los Obispos tanto cuidado y diligencia en este punto, que nada se vea desordenado, o
puesto fuera de su lugar, y tumultuariamente, nada profano y nada deshonesto; pues es tan propia de la
casa de Dios la santidad. Y para que se cumplan con mayor exactitud estas determinaciones, establece el
santo Concilio que a nadie sea lícito poner, ni procurar se ponga ninguna imagen desusada y nueva en
lugar ninguno, ni iglesia, aunque sea de cualquier modo exenta, a no tener la aprobación del Obispo.
Tampoco se han de admitir nuevos milagros, ni adoptar nuevas reliquias, a no reconocerlas y aprobarlas
el mismo Obispo. Y este luego que se certifique en algún punto perteneciente a ellas, consulte algunos
teólogos y otras personas piadosas, y haga lo que juzgare convenir a la verdad y piedad. En caso de
deberse extirpar algún abuso, que sea dudoso o de difícil resolución, o absolutamente ocurra alguna
grave dificultad sobre estas materias, aguarde el Obispo antes de resolver la controversia, la sentencia
del Metropolitano y de los Obispos comprovinciales en concilio provincial; de suerte no obstante que no
se decrete ninguna cosa nueva o no usada en la Iglesia hasta el presente, sin consultar al Romano
Pontífice.
LOS RELIGIOSOS Y LAS MONJAS
El mismo sacrosanto Concilio, prosiguiendo la reforma, ha determinado establecer lo que se sigue.
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Catolicismo Romano
CAP. I. Ajusten su vida todos los Regulares a la regla que profesaron: cuiden los Superiores con celo de que así se
haga.
No ignorando el santo Concilio cuánto esplendor y utilidad dan a la Iglesia de Dios los monasterios
piadosamente establecidos y bien gobernados, ha tenido por necesario mandar, como manda en este
decreto, con el fin de que más fácil y prontamente se restablezca, donde haya decaído, la antigua y
regular disciplina, y persevere con más firmeza donde se ha conservado: Que todas las personas
regulares, así hombres como mujeres, ordenen y ajusten su vida a la regla que profesaron; y que en
primer lugar observen fielmente cuanto pertenece a la perfección de su profesión, como son los votos de
obediencia, pobreza y castidad, y los demás, si tuvieren otros votos y preceptos peculiares de alguna
regla y orden, que respectivamente miren a conservar la esencia de sus votos, así como a la vida común,
alimentos y hábitos; debiendo poner los superiores así en los capítulos generales y provinciales, como en
la visita de los monasterios, la que no dejen de hacer en los tiempos asignados, todo su esmero y
diligencia en que no se aparten de su observancia: constándoles evidentemente que no pueden dispensar,
o relajar los estatutos pertenecientes a la esencia de la vida regular; pues si no conservaren exactamente
estos que son la basa y fundamento de toda la disciplina religiosa, es necesario que se desplome todo el
edificio.
CAP. II. Prohíbese absolutamente a los religiosos la propiedad.
No pueda persona regular, hombre ni mujer, poseer, o tener como propios, ni aun a nombre del
convento, bienes muebles, ni raíces, de cualquier calidad que sean, ni de cualquier modo que los hayan
adquirido, sino que se deben entregar inmediatamente al superior, e incorporarse al convento. Ni sea
permitido en adelante a los superiores conceder a religioso alguno bienes raíces, ni aun en usufructo,
uso, administración o encomienda. Pertenezca también la administración de los bienes de los
monasterios, o de los conventos a sólo oficiales de estos, los que han de ser amovibles a voluntad del
superior. Y el uso de los bienes muebles ha de permitirse por los superiores en tales términos, que
corresponda el ajuar de sus religiosos al estado de pobreza que han profesado: nada haya superfluo en su
menaje; mas nada tampoco se les niegue de lo necesario. Y si se hallare, o convenciere alguno que posea
alguna cosa en otros términos, quede privado por dos años de voz activa y pasiva, y castíguesele
también según las constituciones de su regla y orden.
CAP. III. Todos los monasterios, a excepción de los que se mencionan, pueden poseer bienes raíces: asígneseles
número de individuos según sus rentas; o según las limosnas que reciben: no se erijan ningunos sin licencia del
Obispo.
El santo Concilio concede que puedan poseer en adelante bienes raíces todos los monasterios y casas así
de hombres como de mujeres, e igualmente de los mendicantes, a excepción de las casas de religiosos
Capuchinos de san Francisco, y de los que se llaman Menores observantes; aun aquellos a quienes o
estaba prohibido por sus constituciones, o no les estaba concedido por privilegio Apostólico. Y si
algunos de los referidos lugares se hallasen despojados de semejantes bienes, que lícitamente poseían
con permiso de la autoridad Apostólica; decreta que todos se les deben restituir. Mas en los monasterios
y casas mencionadas de hombres y de mujeres, que posean o no posean bienes raíces, sólo se ha de
establecer, y mantener en adelante aquel número de personas que se pueda sustentar cómodamente con
las rentas propias de los monasterios, o con las limosnas que se acostumbra recibir; ni en adelante se han
de fundar semejantes casas, a no obtener antes la licencia del Obispo, en cuya diócesis se han de fundar.
142
Catolicismo Romano
CAP. IV. No se sujete el religioso a la obediencia de extraños, ni deje su convento sin licencia del Superior. El que esté
destinado a universidad, habite dentro de convento.
Prohíbe el santo Concilio que ningún regular, bajo el pretexto de predicar, enseñar, ni de cualquiera otra
obra piadosa, se sujete al servicio de ningún prelado, príncipe, universidad, o comunidad, ni de ninguna
otra persona, o lugar, sin licencia de su superior; sin que para esto le valga privilegio alguno, ni la
licencia que con este objeto haya alcanzado de otros. Si hiciere lo contrario, castíguesele a voluntad del
superior como inobediente. Tampoco sea lícito a los regulares salir de sus conventos, ni aun con el
pretexto de presentarse a sus superiores, si estos no los enviaren, o no los llamaren. Y el que se hallase
fuera sin la licencia mencionada, que ha de obtener por escrito, sea castigado por los Ordinarios de los
lugares, como apóstata o desertor de su instituto. Los que se envían a las universidades con el objeto de
aprender o enseñar, habiten solo en conventos; y a no hacerlo así, procedan los Ordinarios contra ellos.
CAP. V. Providencias sobre la clausura y custodia de las monjas.
Renovando el santo Concilio la constitución de Bonifacio VIII, que principia: Periculoso; manda a todos
los Obispos, poniéndoles por testigo la divina justicia, y amenazándolos con la maldición eterna, que
procuren con el mayor cuidado restablecer diligentemente la clausura de las monjas en donde estuviere
quebrantada, y conservarla donde se observe, en todos los monasterios que les estén sujetos, con su
autoridad ordinaria, y en los que no lo estén, con la autoridad de la Sede Apostólica; refrenando a los
inobedientes, y a los que se opongan, con censuras eclesiásticas y otras penas, sin cuidar de ninguna
apelación, e implorando también para esto el auxilio del brazo secular, si fuere necesario. El santo
Concilio exhorta a todos los Príncipes cristianos, a que presten este auxilio, y obliga a ello a todos los
magistrados seculares, so pena de excomunión, que han de incurrir por sólo el hecho. Ni sea lícito a
ninguna monja salir de su monasterio después de la profesión, ni aun por breve tiempo, con ningún
pretexto, a no tener causa legítima que el Obispo aprueba: sin que obsten indultos, ni privilegios
algunos. Tampoco sea lícito a persona alguna, de cualquier linaje, condición, sexo, o edad que sea,
entrar dentro de los claustros del monasterio, so pena de excomunión, que se ha de incurrir por solo el
hecho; a no tener licencia por escrito del Obispo o superior. Mas este o el Obispo sólo la deben dar en
casos necesarios; ni otra persona la pueda dar de modo alguno, aun en vigor de cualquier facultad, o
indulto concedido hasta ahora, o que en adelante se conceda. Y por cuanto los monasterios de monjas,
fundadas fuera de poblado, están expuestos muchas veces por carecer de toda custodia, a robos y otros
insultos de hombres facinerosos; cuiden los Obispos y otros superiores, si les pareciere conveniente, de
que se trasladen las monjas desde ellos a otros monasterios nuevos o antiguos, que estén dentro de las
ciudades, o lugares bien poblados; invocando también para esto, si fuese necesario, el auxilio del brazo
secular. Y obliguen a obedecer con censuras eclesiásticas a los que lo impidan, o no obedezcan.
CAP. VI. Orden que se ha de observar en la elección de los Superiores regulares.
El santo Concilio manda estrechamente ante todas cosas, que en la elección de cualesquiera superiores,
abades temporales, y otros ministros, así como en la de los generales, abadesas, y otras superioras, para
que todo se ejecute con exactitud y sin fraude alguno, se deban elegir todos los mencionados por votos
secretos; de suerte que nunca se hagan públicos los nombres de los particulares que votan. Ni sea lícito
en adelante establecer provinciales titulares, o abades, priores, ni otros ningunos con el fin de que
concurran a las elecciones que se hayan de hacer, o para suplir la voz y voto de los ausentes. Si alguno
fuere elegido contra lo que establece este decreto, sea írrita su elección; y si alguno hubiere convenido
en que para este efecto se le cree provincial, abad o prior, quede inhábil en adelante para todos los
oficios que se puedan obtener en la religión; reputándose abrogadas por el mismo hecho las facultades
concedidas sobre este punto: y si se concedieren otras en adelante, repútense por subrepticias.
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Catolicismo Romano
CAP. VII. Qué personas, y de qué modo se han de elegir por abadesas o superioras bajo cualquier nombre que lo
sean. Ninguna sea nombrada por superiora de dos monasterios.
La abadesa y priora, y cualquiera otra que se elija con nombre de prepósita, prefecta, u otro, se ha de
elegir de no menos edad que de cuarenta años, debiendo haber vivido loablemente ocho años después de
haber hecho su profesión. Y en caso de no hallarse con estas circunstancias en el mismo monasterio,
pueda elegirse de otro de la misma orden. Si esto también pareciere inconveniente al superior que
preside a la elección; elíjase con consentimiento del Obispo, u otro superior, una del mismo monasterio
que pase de treinta años, y haya vivido con exactitud cinco por lo menos después de la profesión. Mas
ninguna se destine a mandar en dos monasterios; y si alguna obtiene de algún modo dos o más de ellos,
oblíguesele a que los renuncie todos dentro de seis meses, a excepción de uno. Y si cumplido este
término no hiciere la renuncia, queden todos vacantes de derecho. El que presidiere a la elección, sea
Obispo, u otro superior, no entre en los claustros del monasterio, sino oiga o tome los votos de cada
monja, ante la ventana de los canceles. En todo lo demás se han de observar las constituciones de cada
orden o monasterio.
CAP. VIII. Cómo se ha de entablar el gobierno de los monasterios que no tienen visitadores regulares ordinarios.
Todos los monasterios que no están sujetos a los capítulos generales, o a los Obispos, ni tienen
visitadores regulares ordinarios, sino que han tenido costumbre de ser gobernados bajo la inmediata
protección y dirección de la Sede Apostólica; estén obligados a juntarse en congregaciones dentro de un
año contado desde el fin del presente Concilio, y después de tres en tres años, según lo establece la
constitución de Inocencio III en el concilio general, que principia: In singulis; y a deputar en ellas
algunas personas regulares, que examinen y establezcan el método y orden de formar dichas
congregaciones, y de poner en práctica los estatutos que se hagan en ellas. Si fuesen negligentes en esto,
pueda el Metropolitano en cuya provincia estén los expresados monasterios, convocarlos, como
delegado de la Sede Apostólica, por las causas mencionadas. Y si el número que hubiere de tales
monasterios dentro de los términos de una provincia, no fuere suficiente para componer congregación;
puedan formar una los monasterios de dos o tres provincias. Y ya establecidas estas congregaciones,
gocen sus capítulos generales, y los superiores elegidos por estos o los visitadores, la misma autoridad
sobre los monasterios de su congregación y los regulares que viven en ellos, que la que tienen los otros
superiores, y visitadores de todas las demás religiones; teniendo obligación de visitar con frecuencia los
monasterios de su congregación, de dedicarse a su reforma, y de observar lo que mandan los decretos de
los sagrados cánones, y de este sacrosanto Concilio. Y si, aun instándoles los Metropolitanos a la
observancia, no cuidaren de ejecutar lo que acaba de exponerse; queden sujetos a los Obispos en cuyas
diócesis estuvieren los monasterios expresados, como a delegados de la Sede Apostólica.
CAP. IX. Gobiernen los Obispos los monasterios de monjas inmediatamente sujetos a la Sede Apostólica; y los demás
las personas deputadas en los capítulos generales o por otras regulares.
Gobiernen los Obispos, como delegados de la Sede Apostólica, sin que pueda obstarles impedimento
alguno, los monasterios de monjas inmediatamente sujetos a dicha santa Sede, aunque se distingan con
el nombre de cabildo de san Pedro o san Juan, o con cualquiera otro. Mas los que están gobernados por
personas deputadas en los capítulos generales, o por otros regulares, queden al cuidado y custodia de los
mismos.
CAP. X. Confiesen las monjas y reciban la Eucaristía cada mes. Asígneles el Obispo confesor extraordinario. No se
guarde la Eucaristía dentro de los claustros del monasterio.
Pongan los Obispos y demás superiores de monasterios de monjas diligente cuidado en que se les
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Catolicismo Romano
advierta y exhorte en sus constituciones, a que confiesen sus pecados a lo menos una vez en cada mes, y
reciban la sacrosanta Eucaristía para que tomen fuerzas con este socorro saludable, y venzan
animosamente todas las tentaciones del demonio. Preséntenles también el Obispo y los otros superiores,
dos o tres veces en el año, un confesor extraordinario que deba oírlas a todas de confesión, además del
confesor ordinario. Mas el santo Concilio prohibe, que se conserve el Santísimo Cuerpo de Jesucristo
dentro del coro, o de los claustros del monasterio, y no en la iglesia pública; sin que obste a esto indulto
alguno o privilegio.
CAP. XI. En los monasterios que tienen a su cargo cura de personas seculares, estén sujetos los que la ejerzan al
Obispo, quien deba antes examinarlos: exceptúanse algunos.
En los monasterios, o casas de hombres o mujeres a quienes pertenece por obligación la cura de almas
de personas seculares, además de las que son de la familia de aquellos lugares o monasterios, estén las
personas que tienen este cuidado, sean regulares o seculares, sujetas inmediatamente en las cosas
pertenecientes al expresado cargo, y a la administración de los Sacramentos, a la jurisdicción, visita y
corrección del Obispo en cuya diócesis estuvieron. Ni se deputen a ellos personas ningunas, ni aun de
las amovibles ad nutum, sino con consentimiento del mismo Obispo, y precediendo el examen que este o
su vicario han de hacer; excepto el monasterio de Cluni con sus límites, y excepto también aquellos
monasterios o lugares en que tienen su ordinaria y principal mansión los abades, los generales; o
superiores de las órdenes; así como los demás monasterios o casas en que los abades y otros superiores
de regulares ejercen jurisdicción episcopal y temporal sobre los párrocos y feligreses: salvo no obstante
el derecho de aquellos Obispos que ejerzan mayor jurisdicción sobre los referidos lugares o personas.
CAP. XII. Observen aun los regulares las censuras de los Obispos, y los días de fiesta mandados en la diócesis.
Publiquen los regulares y observen en sus iglesias no sólo las censuras, y entredichos emanados de la
Sede Apostólica, sino también los que por mandado del Obispo promulguen los Ordinarios. Guarden
igualmente todos los exentos, aunque sean regulares, los días de fiesta que el mismo Obispo mande
observar en su diócesis.
CAP. XIII. Ajuste el Obispo las competencias de preferencia. Oblíguese a los exentos que no vien en rigurosa clausura
a concurrir a las procesiones públicas.
Ajuste el Obispo, removiendo toda apelación, y sin que exención ninguna pueda servirle de
impedimento, todas las competencias sobre preferencias, que se suscitan muchas veces con gravísimo
escándalo entre personas eclesiásticas tanto seculares como regulares, así en procesiones públicas, como
en los entierros, en llevar el palio y otras semejantes ocasiones. Oblíguese a todos los exentos, así
clérigos seculares como regulares, cualesquiera que sean, y aun a los monjes, a concurrir, si los llaman, a
las procesiones públicas, a excepción de los que perpetuamente viven en la más estrecha clausura.
CAP. XIV. Quién deba castigar al regular que públicamente delinque.
El regular no sujeto al Obispo, que vive dentro de los claustros del monasterio, y fuera de ellos
delinquiere tan públicamente, que cause escándalo al pueblo; sea castigado severamente a instancia del
Obispo, dentro del término que este señalare, por su superior, quien certificará al Obispo del castigo que
le haya impuesto; y a no hacerlo así, prívele su superior del empleo, y pueda el Obispo castigar al
delincuente.
CAP. XV. No se haga la profesión sino cumplido el año de noviciado, y pasados los diez y seis de edad.
No se haga la profesión en ninguna religión, de hombres ni de mujeres, antes de cumplir diez y seis
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Catolicismo Romano
años; ni se admita tampoco a la profesión quien no haya estado en el noviciado un año entero después de
haber tomado el hábito. La profesión hecha antes de este tiempo sea nula, y no obligue de modo alguno
a la observancia de regla ninguna, o religión, u orden, ni a otros ningunos efectos.
CAP. XVI. Sea nula la renuncia u obligación hecha antes de los dos meses próximos a la profesión. Los novicios
acabado el noviciado profesen, o sean despedidos. Nada se innova en la religión de los clérigos de la Compañía de
Jesús. Nada se aplique al monasterio de los bienes del novicio antes que profese.
Tampoco tenga valor renuncia u obligación ninguna hecha antes de los dos meses inmediatos a la
profesión, aunque se haga con juramento, o a favor de cualquier causa piadosa, a no hacerse con licencia
del Obispo, o de su vicario; y entiéndase que no ha de tener efecto la renuncia, sino verificándose
precisamente la profesión. La que se hiciere en otros términos, aunque sea con expresa renuncia de este
favor, y aunque sea jurada, sea írrita y de ningún efecto. Acabado el tiempo del noviciado, admitan los
superiores a la profesión los novicios que hallaren aptos, o expélanlos del monasterio. Mas no por esto
pretende el santo Concilio innovar cosa alguna en la religión de los clérigos de la Compañía de Jesús, ni
prohibir que puedan servir a Dios y a la Iglesia según su piadoso instituto, aprobado por la santa Sede
Apostólica. Además de esto, tampoco den los padres o parientes, o curadores del novicio o novicia, por
ningún pretexto, cosa alguna de los bienes de estos al monasterio, a excepción del alimento y vestido por
el tiempo que esté en el noviciado; no sea que se vean precisados a no salir, por tener ya o poseer el
monasterio toda, o la mayor parte de su caudal, y no poder fácilmente recobrarlo si salieren. Por el
contrario manda el santo Concilio, so pena de excomunión, a los que dan y a los que reciben, que por
ningún motivo se proceda así; y que se devuelva a los que se fueren antes de la profesión todo lo que era
suyo. Y para que esto se ejecute con exactitud, obligue a ello el Obispo, si fuere necesario, aun por
censuras eclesiásticas.
CAP. XVII. Explore el Ordinario la voluntad de la doncella mayor de doce años, si quisiere tomar el hábito de
religiosa, y después otra vez antes de la profesión.
Cuidando el santo Concilio de la libertad de la profesión de las vírgenes que se han de consagrar a Dios,
establece y decreta, que si la doncella que quiera tomar el hábito religioso fuere mayor de doce años, no
lo reciba, ni después ella, u otra haga profesión, si antes el Obispo, o en ausencia, o por impedimento del
Obispo, su vicario, u otro deputado por estas a sus expensas, no haya explorado con cuidado el ánimo de
la doncella, inquiriendo si ha sido violentada, si seducida, si sabe lo que hace. Y en caso de hallar que su
determinación es por virtud, y libre, y tuviere las condiciones que se requieren según la regla de aquel
monasterio y orden, y además de esto fuere a propósito el monasterio; séale permitido profesar
libremente. Y para que el Obispo no ignore el tiempo de la profesión, esté obligada la superiora del
monasterio a darle aviso un mes antes. Y si la superiora no avisare al Obispo, quede suspensa de su
oficio por todo el tiempo que al mismo Obispo pareciere.
CAP. XVIII. Ninguno precise, a excepción de los casos expresados por derecho, a mujer ninguna a que entre religiosa,
ni estorbe a la que quiera entrar. Obsérvense las constituciones de las Penitentes, o Arrepentidas.
El santo Concilio excomulga a todas y cada una de las personas de cualquier calidad o condición que
fueren, así clérigos como legos, seculares o regulares, aunque gocen de cualquier dignidad, si obligan de
cualquier modo a alguna doncella, o viuda, o a cualquiera otra mujer, a excepción de los casos
expresados en el derecho, a entrar contra su voluntad en monasterio, o a tomar el hábito de cualquiera
religión, o hacer la profesión; y la misma pena fulmina contra los que dieren consejo, auxilio o favor; y
contra los que sabiendo que entra en el monasterio, o toma el hábito, o hace la profesión contra su
voluntad, concurren de algún modo a estos actos, o con su presencia, o con su consentimiento, o con su
autoridad. Sujeta también a la misma excomunión a los que impidieren de algún modo, sin justa causa,
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el santo deseo que tengan de tomar el hábito, o de hacer la profesión las vírgenes, u otras mujeres.
Debiéndose observar todas, y cada una de las cosas que es necesario hacer antes de la profesión, o en
ella misma, no sólo en los monasterios sujetos al Obispo, sino en todos los demás. Exceptúanse no
obstante las mujeres llamadas Penitentes, o Arrepentidas, en cuyas casas se han de observar sus
constituciones.
CAP. XIX. Cómo se ha de proceder en las causas en que se pretenda nulidad de profesión.
Cualquiera regular que pretenda haber entrado en la religión por violencia, y por miedo, o diga que
profesó antes de la edad competente, y cosa semejante; y quiera dejar el hábito por cualquier causa que
sea, o retirarse con el hábito sin licencia de sus superiores; no haya lugar a su pretensión, si no la hiciere
precisamente dentro de cinco años desde el día en que profesó; y en este caso, no de otro modo que
deduciendo las causas que pretexta ante su superior, y el Ordinario. Y si voluntariamente dejare antes el
hábito, no se le admita de modo alguno a que alegue las causas, cualesquiera que sean; sino oblíguesele
a volver al monasterio, y castíguesele como apóstata; sin que entre tanto le sirva privilegio alguno de su
religión. Tampoco pase ningún regular a religión más laxa, en fuerza de ninguna facultad que se le
conceda; ni se de licencia a ninguno de ellos para llevar ocultamente el hábito de su religión.
CAP. XX. Los superiores de las religiones no sujetos a Obispos, visiten y corrijan los monasterios que les están
sujetos, aunque sean de encomienda.
Los abades, que son los superiores de sus órdenes, y todos los demás superiores de las religiones
mencionadas que no están sujetos a los Obispos, y tienen jurisdicción legítima sobre otros monasterios
inferiores y prioratos, visiten de oficio a aquellos mismos monasterios y prioratos que les están sujetos,
cada uno en su lugar y por orden, aunque sean encomiendas. Y constando que estén sujetos a los
generales de sus órdenes; declara el santo Concilio, que no están comprendidos en las resoluciones que
en otra ocasión tomó sobre la visita de los monasterios que son encomiendas: y estén obligadas todas las
personas que mandan en los monasterios de las órdenes mencionadas a recibir los referidos visitadores,
y poner en ejecución lo que ordenaren. Visítense también los monasterios que son cabeza de las órdenes,
según las constituciones de la Sede Apostólica y de cada religión. Y en tanto que duraren semejantes
encomiendas, establézcanse en ellas por los capítulos generales, o los visitadores de las mismas órdenes,
priores claustrales, o en los prioratos que tienen comunidad, subpriores que ejerzan la autoridad de
corregir y el gobierno espiritual. En todo lo demás queden firmes y en toda su integridad los privilegios
de las mencionadas religiones, así como las facultades que conciernes a sus personas, lugares y
derechos.
CAP. XXI. Asígnense por superiores de los monasterios religiosos de la misma orden.
Habiendo padecido graves detrimentos, así en lo espiritual como en lo temporal, la mayor parte de los
monasterios, y aun las abadías, prioratos y preposituras, por la mala administración de las personas a
quienes se han encomendado; desea el santo Concilio que se restablezcan en la correspondiente
disciplina de la vida monástica. Pero son tan espinosas y duras las circunstancias de los tiempos
presentes, que ni puede el santo Concilio aplicar a todos inmediatamente el remedio que quisiera, ni uno
común que sirva en todas partes. Mas por no omitir cosa alguna de que pueda resultar algún remedio
saludable a los mencionados monasterios; funda ante todas cosas esperanzas ciertas, en que el santísimo
Pontífice Romano cuidará con su piedad y prudencia, según viere que pueden permitir estos tiempos, de
que se asignen por superiores en los monasterios que ahora son encomiendas y tienen comunidad,
personas regulares que hayan expresamente profesado en la misma orden, y puedan gobernar a su
rebaño, e ir adelante con su ejemplo. Mas no se confiera ninguno de los que vacaren en adelante sino a
regulares de conocida virtud y santidad. Y respecto de los monasterios que son cabezas, o casas primeras
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Catolicismo Romano
de la orden, o respecto de las abadías o prioratos, que llaman hijos de aquellas primeras casas, estén
obligados los que al presente las poseen en encomienda, a no haberse tomado providencia para que entre
a poseerlas algún regular, a profesar solemnemente dentro de seis meses en la misma religión de
aquellas órdenes, o a salir de dichas encomiendas; si no lo hicieren así, repútense estas por vacantes de
derecho. Y para que no puedan valerse de fraude alguno en todos, ni en ninguno de los puntos
mencionados, manda el santo Concilio, que en las provisiones de dichos monasterios se exprese con su
propio nombre la calidad de cada uno; y la provisión que no se haga en estos términos, téngase por
subrepticia, sin que se corrobore de ningún modo por la posesión subsecuente, aunque sea de tres años.
CAP. XXII. Pongan todos en ejecución los decretos sobre la reforma de los Regulares.
El santo Concilio manda que se observen todos y cada uno de los artículos contenidos en los decretos
aquí mencionados, en todos los conventos, monasterios, colegios y casas de cualesquier monjes y
regulares, así como en las de todas las monjas, viudas o vírgenes, aunque vivan estas bajo el gobierno de
las órdenes militares, aunque sea de la de Malta, con cualquier nombre que tengan, bajo cualquier regla,
o constituciones que sea, y bajo la custodia, o gobierno, o cualquiera sujeción, o anejamiento, o
dependencia de cualquier orden, sea o no mendicante, o de otros monjes regulares, o canónigos,
cualesquiera que sean; sin que obsten ningunos de los privilegios de todos en común, ni de alguno en
particular, bajo de cualquier fórmula, y palabras con que estén concebidos, y llamados mare magnum,
aun los obtenidos en la fundación; como ni tampoco las constituciones y reglas, aunque sean juradas, ni
costumbres, ni prescripciones, aunque sean inmemoriales. Si hay no obstante algunos regulares,
hombres o mujeres, que vivan en regla o estatutos más estrechos, no pretende el santo Concilio
apartarlos de su instituto, ni observancia; exceptuando sólo el punto de que puedan libremente tener en
común bienes estables. Y por cuanto desea el santo Concilio que se pongan cuanto antes en ejecución
todos y cada uno de estos decretos, manda a todos los Obispos que ejecuten inmediatamente lo referido
en los monasterios que les están sujetos, y en todos los demás que en especial se les cometen en los
decretos arriba expuestos; así como a todos los abades y generales, y otros superiores de las órdenes
mencionadas. Y si se dejare de poner en ejecución alguna cosa de las mandadas, suplan y corrijan los
concilios provinciales la negligencia de los Obispos. Den también el debido cumplimiento a ello los
capítulos provinciales y generales de los regulares, y en defecto de los capítulos generales, los concilios
provinciales, valiéndose de deputar algunas personas de la misma orden. Exhorta también el santo
Concilio a todos los Reyes, Príncipes, Repúblicas y Magistrados, y les manda en virtud de santa
obediencia, que condesciendan en prestar su auxilio y autoridad siempre que fueren requeridos, a los
mencionados Obispos, a los abades y generales, y demás superiores para la ejecución de la reforma
contenida en lo que queda dicho, y el debido cumplimiento, a gloria de Dios omnipotente, y sin ningún
obstáculo, de cuanto se ha ordenado.
DECRETO SOBRE LA REFORMA
CAP. I. Usen de modesto ajuar y mesa los Cardenales y todos los Prelados de las iglesias. No enriquezcan a sus
parientes ni familiares con los bienes eclesiásticos.
Es de desear que las personas que abrazan el ministerio episcopal, conozcan cuál es su obligación, y
entiendan que han sido elegidos no para su propia comodidad, no para disfrutar riquezas, ni lujo, sino
para trabajos y cuidados por la gloria de Dios. Ni cabe duda en que todos los demás fieles se inflamarán
más fácilmente a seguir la religión e inocencia, si vieren que sus superiores no piensan en cosas
mundanas, sino en la salvación de las almas, y en la patria celestial. Advirtiendo el santo Concilio que
esto es lo más esencial para que se restablezca la disciplina eclesiástica, amonesta a todos los Obispos
que meditándolo con frecuencia entre sí mismos, demuestren aun con sus mismos hechos, y con las
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Catolicismo Romano
acciones de su vida (que son una especie de incesante predicación) que se conforman y ajustan a las
obligaciones de su dignidad. En primer lugar arreglen de tal modo todas sus costumbres, que puedan los
demás tomar de ellos ejemplos de frugalidad, de modestia, de continencia y de la santa humildad, que
tan recomendables nos hace para con Dios. Con este objeto, y a ejemplo de nuestros Padres del concilio
de Cartago, no sólo manda que se contenten los Obispos con un menaje modesto, y con una mesa y
alimento frugales, sino que también se guarden de dar a entender en las restantes acciones de su vida, y
en toda su casa, cosa alguna ajena de este santo instituto, y que no presente a primera vista sencillez,
celo divino, y menosprecio de las vanidades. Les prohíbe además el que procuren de modo alguno
enriquecer a sus parientes ni familiares con las rentas de la Iglesia; pues los cánones de los Apóstoles
prohíben que se den a parientes las cosas eclesiásticas, cuyo dueño propio es Dios: pero si sus parientes
fuesen pobres, repártanles como a pobres, y no distraigan, ni disipen por amor de ellos los bienes de la
Iglesia. Por el contrario el santo Concilio les amonesta con cuanta eficacia puede, que se olviden
enteramente de esta humana afición a hermanos, sobrinos y parientes carnales, de que resulta en la
Iglesia un numeroso seminario de males. Y esto mismo que se ordena respecto de los Obispos, decreta
que se extiende también, y obliga según su grado y condición, no sólo a cualquiera de los que obtienen
beneficios eclesiásticos, así seculares como regulares, sino aun a los Cardenales de la santa Iglesia
Romana: pues estribando el gobierno de la Iglesia universal en los consejos que dan al santísimo
Pontífice Romano; tiene apariencias de grave maldad, que no se distingan estos con tan sobresalientes
virtudes, y con tal conducta de vida, que justamente merezcan la atención de todos los demás.
CAP. II. Se determina quiénes deban recibir solemnemente los decretos del Concilio, y hacer profesión de fe.
La calamidad de los tiempos, y la malignidad de las herejías que van tomando cuerpo, obligan a que
nada se omita de cuanto parezca puede conducir a la edificación de los fieles y al socorro de la fe
católica. En consecuencia, pues, manda el santo Concilio a los Patriarcas, Primados, Arzobispos,
Obispos y demás personas que por derecho, o por costumbre deben asistir a los concilios provinciales,
que en el primer sínodo provincial que se celebre después que se acabe el presente Concilio, admitan
públicamente todas y cada una de las cosas que se han definido y establecido en él; y además de esto
prometan y profesen verdadera obediencia al sumo Pontífice Romano; y detesten públicamente, y al
mismo tiempo anatematicen todas la herejías condenadas por los sagrados cánones y concilios generales,
y en especial por este general de Trento. Observen también en adelante de necesidad esto mismo todas
las personas que sean promovidas a Patriarcas, Arzobispos y Obispos, en el primer concilio provincial a
que concurran. Y si, lo que Dios no permita, rehusare alguno de todos los mencionados dar
cumplimiento a esto, tengan obligación los Obispos comprovinciales de avisarlo inmediatamente al
Pontífice Romano, so pena de la indignación divina, absteniéndose entre tanto de su comunión.
Igualmente todas las personas que al presente, o en adelante hayan de obtener beneficios eclesiásticos, y
deban concurrir al concilio diocesano, ejecuten y observen en el primero, que en cualquier tiempo se
celebre, lo mismo que arriba se ha mandado; y a no hacerlo así, castíguense según lo dispuesto en los
sagrados cánones. Además de esto, procuren con esmero todas las personas a cuyo cargo está el cuidado,
visita y reforma de las universidades y estudios generales, que las mismas universidades admitan en toda
su integridad los cánones y decretos de este santo Concilio; y según ellos enseñen e interpreten en ellas
los maestros, doctores, y otros las materias pertenecientes a la fe católica, obligándose con juramento
solemne al principio de cada año a dar cumplimiento a este estatuto: y si en las referidas universidades
hubiere algunas otras cosas dignas de corrección y reforma, enmiéndense y establézcanse por los
mismos a quienes toca, en mayor utilidad de la religión y de la disciplina eclesiástica. Mas en las
universidades que están sujetas inmediatamente a la protección y visita del sumo Pontífice Romano,
cuidará su Santidad que se visiten y reformen fructuosamente por delegados, bajo el mismo método que
queda expuesto, y según pareciere a su Santidad más conveniente.
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Catolicismo Romano
CAP. III. Usese con precaución de las armas de la excomunión. No se eche mano de las censuras, cuando pueda
practicarse ejecución real o personal: no se mezclen en esto los magistrados civiles.
Ocurre muchas veces en algunas iglesias, o ser tantas las misas que tienen obligación de celebrar por
varios legados de difuntos, que no se les puede dar cumplimiento en cada uno de los días que
determinaron los testadores; o ser tan corta la limosna asignada por celebrarlas, que con dificultad se
encuentra quien quiera sujetarse a esta obligación; por cuya causa queda sin efecto la piadosa voluntad
de los testadores, y se da ocasión de que graven su conciencia las personas a quienes pertenece el
cumplimiento... Y deseando el santo Concilio que se cumplan estos legados para usos píos, cuanto más
plena y útilmente se puede; da facultad a los Obispos para que en su sínodo diocesano, así como a los
abades y generales de las religiones en sus capítulos generales, puedan, tomando antes diligentes
informes sobre la materia, determinar según su conciencia, respecto de las iglesias expresadas que
conocieren tener necesidad de esta resolución, cuanto les pareciere más conveniente al honor y culto de
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Catolicismo Romano
Dios, y a la utilidad de las iglesias; con la circunstancia no obstante, de que siempre se haga
conmemoración de los difuntos que destinaron aquellos legados a usos píos por la salvación de sus
almas.
CAP. V. Obsérvense las condiciones y cargas impuestas a los beneficios.
La razón pide que no se falte a las cosas que están establecidas justamente con disposiciones contrarias.
Cuando, pues, se piden algunas circunstancias en la erección o fundación de cualesquiera beneficios, o
de otros establecimientos, o cuando les están anexas algunas cargas, no se falte al cumplimiento de ellas
ni en la colación de dichos beneficios, ni en cualquiera otra disposición. Obsérvese lo mismo en las
prebendas lectorales, magistrales, doctorales, o presbiterales, diaconales y subdiaconales, siempre que
estén establecidas en estos términos; de suerte que en provisión ninguna se les disminuya de sus cargas u
órdenes; y la provisión que se haga de otro modo téngase por subrepticia.
CAP. VI. Cómo debe proceder el Obispo en la visita de los cabildos exentos.
Establece el santo Concilio, que en todas las iglesias catedrales y colegiatas se observe el decreto hecho
en tiempo de Paulo III de feliz memoria, que principia: Capitula Catedralium; no sólo cuando visitare el
Obispo, sino cuantas veces proceda de oficio, o a petición de alguno, contra alguna persona de las
contenidas en dicho decreto. De suerte no obstante, que cuando procediere fuera de visita, tenga lugar
todo lo que va a expresarse: es a saber, que elija el cabildo a principio de cada año dos de sus
capitulares, con cuyo parecer y asenso esté obligado a proceder el Obispo, o su vicario, tanto en la
formación del proceso, como en todos los demás actos, hasta finalizar inclusivamente la causa, que se ha
de actuar no obstante ante el notario del mismo Obispo, y en su casa, o en el tribunal acostumbrado. Sin
embargo sea uno solo el voto de los dos, y pueda el uno de ellos acceder al Obispo. Mas si ambos
discordaren del Obispo en algún auto, o en la sentencia interlocutoria, o en la definitiva; en este caso
elijan con el Obispo dentro de seis días un tercero; y si discordaren también en la elección de este,
recaiga la elección en el Obispo más cercano; y termínese el artículo en que se discordaba, según el
parecer con que se conforme el tercero. A no hacerlo así, sea nulo el proceso, y cuanto de él se siga, y no
produzca ningunos efectos de derecho. No obstante en los crímenes que provienen de incontinencia, de
que se trató en el decreto de los concubinarios, y en otros delitos más atroces, que requieren deposición
o degradación; pueda el Obispo en los principios, siempre que se tema fuga, para que no se eluda el
juicio, y por esta causa sea necesaria la detención personal, proceder sólo a la información sumaria y a la
necesaria prisión; observando no obstante en todo lo demás el orden establecido. Mas obsérvese en
todos los casos la circunstancia de poner presos a los mismos delincuentes en lugar decente, según la
calidad del delito y de las personas. Además de esto, en todo lugar se ha de tributar a los Obispos aquel
honor que es debido a su dignidad: tengan el primer asiento y lugar que ellos mismos eligieren en el
coro, en el cabildo, en las procesiones y otros actos públicos, así como la principal autoridad en todo
cuanto se haya de hacer. Y si propusieren alguna cosa para que los canónigos deliberen, y no se trate en
ella materia que mire a su propia comodidad, o a la de los suyos; convoquen los mismos el cabildo,
tomen los votos, y resuelvan según ellos. Mas hallándose el Obispo ausente, lleven esto a debido efecto
las personas del cabildo a quienes toca de derecho o por costumbre; sin que para ello se admita el vicario
del Obispo. En todo lo demás déjese absolutamente salva e intacta la administración de los bienes, y la
jurisdicción y potestad del cabildo, si alguna le compete. Los que no gozan dignidades, ni son del
cabildo, queden todos sujetos al Obispo en las causas eclesiásticas; sin que obsten respecto de los
mencionados privilegios ningunos, aunque competan por razón de fundación, ni costumbres, aunque
sean inmemoriales, ni sentencias, juramentos, ni concordias que sólo obliguen a sus autores: dejando no
obstante salvos en todo los privilegios que están concedidos a las universidades de estudios generales o a
sus individuos. Tampoco tengan lugar todas estas cosas, ni ninguna de ellas en particular, en aquellas
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Catolicismo Romano
iglesias en que los Obispos, o sus vicarios, tienen por constituciones, o privilegios, o costumbres, o
concordias, o cualquiera otro derecho, mayor poder, autoridad y jurisdicción, que la comprendida en el
decreto presente; pues el santo Concilio no intenta derogar en estas.
CAP. VII. Prohíbense los accesos y regresos de los beneficios. De qué modo, a quién y por qué causa se ha de dar
coadjutor.
Siendo, en materia de beneficios eclesiásticos, odioso a los sagrados cánones, y contrario a los decretos
de los Padres, todo lo que tiene apariencia de sucesión hereditaria; a nadie se conceda en adelante acceso
o regreso, ni aun por mutuo consentimiento, a beneficio eclesiástico de cualquier calidad que sea; y los
que hasta el presente se han concedido, no se suspendan, ni extiendan, ni transfieran. Y tenga lugar este
decreto en cualesquiera beneficios eclesiásticos, así como en las iglesias catedrales, y respecto de
cualesquiera personas, aunque estén distinguidas con la púrpura cardenalicia. Obsérvese también en
adelante lo mismo en las coadjutorias con futura; de suerte que a nadie se permitan respecto de ningunos
beneficios eclesiásticos. Si en alguna ocasión pidiere la necesidad urgente o la utilidad notoria de la
iglesia catedral o monasterio, que se asigne coadjutor al prelado, no se dé este con la futura, a no tener
antes exacto conocimiento de la causa el santísimo Pontífice Romano, y conste de cierto que concurren
en el coajutor todas las calidades que se requieren en los Obispos y prelados por el derecho, y por los
decretos de este santo Concilio. Las concesiones que en este punto no se hiciesen así, ténganse por
subrepticias.
CAP. VIII. Qué se ha de observar en los hospitales; quiénes, y de qué modo han de corregir la negligencia de los
administradores.
Amonesta el santo Concilio a todas las personas que gozan beneficios eclesiásticos seculares o
regulares, que acostumbren ejercer con facilidad y humanidad, en cuanto les permitan sus rentas, los
oficios de hospitalidad, frecuentemente recomendada de los santos Padres; teniendo presente que los
amantes de esta virtud reciben en los huéspedes a Jesucristo. Y manda absolutamente a las personas que
obtienen en encomienda, administración, o cualquier otro título, o unidos a sus iglesias los que
vulgarmente se llaman hospitales, u otros lugares de piedad, establecidos principalmente para el servicio
de peregrinos, enfermos, ancianos o pobres; o si las iglesias parroquiales, unidas acaso a los hospitales, o
erigidas en hospitales, están concedidas en administración a sus patronos; que cumplan las cargas y
obligaciones que tuvieren impuestas, y ejerzan efectivamente la hospitalidad que deben, de los frutos
que estén señalados para esto, según la constitución del concilio de Viena, que principia: Quia contingit,
renovada anteriormente por este santo Concilio en tiempo de Paulo III de feliz memoria. Y si fuere la
fundación de estos hospitales para hospedar cierta especie de peregrinos, enfermos, u otras personas que
no se encuentren, o se encuentren muy pocas en el lugar donde están dichos hospitales, manda además,
que se conviertan los frutos de ellos en otro uso pío, que sea el más conforme a su establecimiento, y
más útil respecto del lugar y tiempo, según pareciere más conveniente al Ordinario, y a dos capitulares
de los más instruidos en el gobierno de estas cosas, que deben ser escogidos por el mismo Ordinario; a
no ser que quizás esté dado expresamente otro destino, aun para este caso, en la fundación y
establecimiento de aquellos hospitales; en cuya circunstancia cuide el Obispo de que se observe lo que
estuviere ordenado, o si esto no puede ser, dé el mismo oportuna providencia sobre ello, como queda
dicho. En consecuencia, pues, si amonestadas por el Ordinario todas, y cada una de las personas
mencionadas, de cualquier orden, religión o dignidad que sean, aunque sean legas, que tienen
administración de hospitales, pero no sujetas a regulares, entre quienes esté en vigor la observancia
regular; dejaren de dar cumplimiento efectivo a la obligación de la hospitalidad, suministrando todo lo
necesario a que están obligadas; no sólo puedan precisarlas a su cumplimiento por medio de censuras
eclesiásticas y otros remedios de derecho; sino también privarlas perpetuamente de la administración o
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Catolicismo Romano
cuidado del mismo hospital, substituyendo las personas a quienes pertenezca, otros en su lugar. Y no
obstante, queden obligadas en el foro de su conciencia las personas referidas, aun a la restitución de los
frutos que hayan percibido contra la institución de los mismos hospitales, sin que se les perdone por
remisión o composición ninguna. Tampoco se cometa en adelante a una misma persona la
administración o gobierno de estos lugares más tiempo que el de tres años; a no estar dispuesto lo
contrario en la fundación: sin que obsten a la ejecución de lo arriba expuesto, unión alguna, exención, ni
costumbre en contrario, aunque sea inmemorial, ni privilegio, o indultos ningunos.
CAP. IX. Cómo se ha de probar el derecho de patronato, y a quién se deba dar. Qué no sea lícito a los Patronos.
Védanse las agregaciones de los beneficios libres a iglesias de patronato. Débense revocar los patronatos adquiridos
ilegítimamente.
Así como es injusto quitar los derechos legítimos de los patronatos, y violar las piadosas voluntades que
tuvieron los fieles al establecerlos; del mismo modo no debe permitirse con este pretexto, que se
reduzcan a servidumbre los beneficios eclesiásticos, como con impudencia los reducen muchos. Para
que se observe, pues, en todo el orden debido, decreta el santo Concilio, que el título de derecho de
patronato se adquiera o por fundación, o por dotación; el cual se haya de probar con documentos
auténticos, y con las demás circunstancias requeridas por derecho, o también por presentaciones
multiplicadas por larguísima serie de tiempo, que exceda la memoria de los hombres; o de otro modo
conforme a lo dispuesto en el derecho. Mas en aquellas personas, o comunidades, o universidades, de las
que se suele presumir más probablemente, que las más veces han adquirido aquel derecho por
usurpación; se ha de pedir una probanza más plena y exacta para autenticar el verdadero título. Ni les
sufrague la prueba de tiempo inmemorial, a no convencer con escrituras auténticas, que además de todas
las otras circunstancias necesarias, han hecho presentaciones continuadas no menos que por cincuenta
años, y que todas han tenido efecto. Entiéndanse enteramente abrogados, e írritos, con la quasi posesion
que se haya subseguido, todos los demás patronatos respecto de beneficios, así seculares como
regulares, o parroquiales, o dignidades, o cualesquiera otros beneficios en catedral o colegiata; y todas
las facultades y privilegios concedidos tanto en fuerza del patronato, como de cualquiera otra derecho,
para nombrar, elegir y presentar a ellos cuando vacan; exceptuando los patronatos que competen sobre
iglesias catedrales, así como los que pertenecen al Emperador y Reyes, o a los que poseen reinos, y otros
sublimes y supremos príncipes que tienen derecho de imperio en sus dominios, y los que estén
concedidos a favor de estudios generales. Confieran, pues, los coladores estos beneficios como libres, y
tengan estas provisiones todo su efecto. Además de esto, pueda el Obispo recusar las personas
presentadas por los patronos, si no fueren suficientes. Y si perteneciere su institución a personas
inferiores, examínelas no obstante el Obispo, según lo que ya tiene establecido este santo Concilio; y la
institución hecha por inferiores en otros términos, sea írrita y de ningún valor. Ni se entremetan por
ninguna causa, ni motivo, los patronos de los beneficios de cualquier orden, ni dignidad, aunque sean
comunidades, universidades, colegios de cualquiera especie de clérigos o legos, en la cobranza de los
frutos, rentas, obvenciones de ningunos beneficios, aunque sean verdaderamente por su fundación y
dotación de derecho de su patronato; sino dejen al cura o al beneficiado la distribución de ellos: sin que
obste en contrario costumbre alguna. Ni presuman traspasar el derecho de patronato, por título de venta,
ni por ningún otro, a otras personas, contra lo dispuesto en los sagrados cánones. Si hicieren lo contrario,
queden sujetos a la pena de excomunión, y entredicho, y privados ipso jure del mismo patronato.
Además de esto, repútense obtenidas por subrepción las agregaciones hechas por vía de unión de
beneficios libres con iglesias sujetas a derecho de patronato, aunque sea de legos, sean con parroquiales,
o sean con otros cualesquiera beneficios, aun simples, o dignidades, u hospitales, siendo en términos que
los beneficios libres referidos hayan pasado a ser de la misma naturaleza de los otros beneficios a
quienes se unen, y queden constituidos bajo el derecho de patronato. Si todavía no han tenido pleno
cumplimiento estas agregaciones, o en adelante se hicieren a instancia de cualquier persona que sea,
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Catolicismo Romano
repútense por obtenidas por subrepción, así como las mismas uniones; aunque se hayan concedido por
cualquiera autoridad, aunque sea la Apostólica; sin que obste fórmula alguna de palabras que haya en
ellas, ni derogación que se repute por expresa; ni en adelante se vuelvan a poner en ejecución, sino, que
los mismos beneficios unidos se han de conferir libremente como antes cuando lleguen a vacar. Las
agregaciones empero hechas antes de cuarenta años, y que han tenido efecto y completa incorporación;
revéanse no obstante y examínense por los Ordinarios, como delegados de la Sede Apostólica; y las que
se hayan obtenido por subrepción u obrepción, declárense írritas, así como las uniones; y sepárense los
mismos beneficios, y confiéranse a otros. Igualmente examinen con exactitud los mismos Ordinarios,
como delegados, según queda dicho, todos los patronatos que haya en las iglesias, y cualesquiera otros
beneficios, aunque sean dignidades que antes fueron libres, adquiridos después de cuarenta años, o que
se adquieran en adelante, ya sea por aumento de dotación, ya por nuevo establecimiento, u otra
semejante causa, aun con autoridad de la Sede Apostólica; sin que les impidan en esto facultades o
privilegios de ninguna persona; y revoquen enteramente los que no hallaren legítimamente establecidos
por muy evidente necesidad de la iglesia, del beneficio, o de la dignidad; y restablezcan dichos
beneficios a su antiguo estado de libertad, sin perjuicio de los poseedores, restituyendo a los patronos lo
que habían dado por esta causa: sin que obsten privilegios, constituciones ni costumbres, aunque sean
inmemoriales.
CAP. X. El sínodo ha de señalar jueces a quienes la Sede Apostólica cometa las causas. Todos los jueces finalicen
brevemente las causas.
Por cuanto las sugestiones maliciosas de los pretendientes, y alguna vez la distancia de los lugares, hace
que no se pueda tener noticia de las personas a quienes se cometen las causas; y por este motivo se
delegan en algunas ocasiones a jueces, que aunque están en los lugares, no son bastantemente idóneos;
establece el santo Concilio, que se señalen en cada concilio provincial, o diocesano, algunas personas
que tengan las circunstancias requeridas en la constitución de Bonifacio VIII, que principia: Statutum; y
que por otra parte sean también aptas; para que además de los Ordinarios de los lugares, se cometan
también a ellas en adelante las causas eclesiásticas y espirituales pertenecientes al foro eclesiástico que
se hayan de delegar en los mismos lugares. Y si sucediese que alguno de los señalados muriese en el
intermedio; substituya otro el Ordinario del lugar, con el parecer del cabildo, hasta el tiempo del concilio
provincial o diocesano; de suerte que cada diócesis tenga a lo menos cuatro, o más personas aprobadas y
calificadas, como arriba queda dicho, a quienes cometa semejantes causas cualquier Legado o Nuncio, y
aun la Sede Apostólica; a no hacerse así, después de evacuado el nombramiento, que inmediatamente
remitirán los Obispos al sumo Pontífice, ténganse por subrepticias todas las delegaciones hechas en
otros jueces que no sean estos. Últimamente el santo Concilio amonesta así a los Ordinarios, como a
otros jueces, cualesquiera que sean, que procuren finalizar las causas con la brevedad posible, y frustrar
de todos modos, ya sea fijando el término, ya por otro medio competente, los artificios de los litigantes,
tanto en la contestación del pleito, como en las dilaciones que pusieren en cualquiera otro estado de él.
CAP. XI. Prohíbense ciertos arrendamientos de bienes, o derechos eclesiásticos, y se anulan algunos de los
arrendamientos hechos.
Suele seguirse mucho daño a las iglesias cuando se arriendan sus bienes a otros con perjuicio de los
sucesores, por presentarles en dinero los réditos, o anticipándolos. En consecuencia no se reputen por
válidos de ningún modo estos arrendamientos, si se hicieren con anticipación de pagas en perjuicio de
los sucesores, sin que obste indulto alguno o privilegio: ni tampoco se confirmen tales contratos en la
curia Romana, ni fuera de ella. Ni sea lícito arrendar las jurisdicciones eclesiásticas, ni las facultades de
nombrar, o deputar vicarios en materias espirituales; ni sea tampoco lícito ejercerlas a los arrendadores
por sí ni por otros: y las concesiones hechas de otro modo, ténganse por subrepticias, aunque las haya
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Catolicismo Romano
concedido la Sede Apostólica. El santo Concilio decreta además, que son írritos los arrendamientos de
bienes eclesiásticos, aunque confirmados por autoridad Apostólica, que estando hechos de treinta años a
esta parte, por mucho tiempo, o como se explican en algunos lugares, por 29 años, o por dos veces 29
años, juzgare el concilio provincial, o los que este depute, que se han contraído en daño de la iglesia, y
contra lo dispuesto en los cánones.
CAP. XII. Los diezmos se deben pagar enteramente; y excomulgar los que hurtan o impiden. Socorros piadosos que se
deben proporcionar a los curas de iglesias muy pobres.
No se deben tolerar las personas que valiéndose de varios artificios, pretenden quitar los diezmos que
caen a favor de las iglesias; ni los que temerariamente se apoderan y aprovechan de los que otros deban
pagar: pues la paga de los diezmos es debida a Dios, y usurpan los bienes ajenos cuantos no quieren
pagarlos, o impiden que otros los paguen. Manda, pues, el santo Concilio a todas las personas de
cualquier grado y condición a quienes toca pagar diezmos, que en lo sucesivo paguen enteramente los
que de derecho deban a la catedral, o a cualesquiera otras iglesias o personas, a quienes legítimamente
pertenecen. Las personas que o los quitan, o los impiden, excomúlguese, y no alcancen la absolución de
este delito, a no seguirse la restitución completa. Exhorta además a todos, y a cada uno de los fieles, por
la caridad cristiana, y por la debida obligación que tienen a sus pastores, tengan a bien socorrer con
liberalidad de los bienes que Dios les ha concedido, a gloria del mismo Dios, y por mantener la dignidad
de los pastores que velan en su beneficio, a los Obispos y párrocos que gobiernan iglesias muy pobres.
CAP. XIII. Páguese a las iglesias catedrales o parroquiales la cuarta de los funerales.
El santo Concilio decreta que en cualesquiera lugares en donde cuarenta años antes se acostumbraba
pagar a la iglesia catedral o parroquial, la Cuarta que llaman de funerales, y después de aquel tiempo se
haya concedido esta misma por cualquier privilegio que sea, a otros monasterios, hospitales, o
cualesquier lugares piadosos, se pague en adelante la misma Cuarta en todo su derecho, y en la misma
cantidad que antes se solía, a la iglesia catedral o parroquial; sin que obsten concesiones ningunas,
gracias, ni privilegios, aun los llamados Mare magnum, ni otros, sean los que fueren.
CAP. XIV. Prescríbese el modo de proceder contra los clérigos concubinarios.
Cuán torpe sea, y qué cosa tan indigna de los clérigos, que se han dedicado al culto divino, vivir en
impura torpeza, y en obsceno concubinato, bastante lo manifiesta el mismo hecho, con el general
escándalo de todos los fieles, y la misma infamia del cuerpo clerical. Y para que se reduzcan los
ministros de la Iglesia a aquella continencia e integridad de vida que les corresponde, y aprenda el
pueblo a respetarlos con tanta mayor veneración cuanto sea mayor la honestidad con que los vean vivir:
prohibe el santo Concilio a todos los clérigos, el que se atrevan a mantener en su casa, o fuera de ella,
concubinas, u otras mujeres de quienes se pueda tener sospecha; ni a tener con ellas comunicación
alguna: a no cumplirlo así, impónganseles las penas establecidas por los sagrados cánones, y por los
estatutos de las iglesias. Y si amonestados por sus superiores, no se abstuvieren, queden privados por el
mismo hecho de la tercera parte de los frutos, obvenciones y rentas de todos sus beneficios y pensiones,
la cual se ha de aplicar a la fábrica de la iglesia, o a otro lugar piadoso a voluntad del Obispo. Mas si
perseverando en el mismo delito con la misma, u otra mujer, no obedecieren ni aun a la segunda
monición, no sólo pierdan por el mismo hecho todos los frutos y rentas de sus beneficios, y las
pensiones, que todo se ha de aplicar a los lugares mencionados; sino que también queden suspensos de
la administración de los mismos beneficios por todo el tiempo que juzgare conveniente el Ordinario, aun
como delegado de la Sede Apostólica. Y si suspensos en estos términos, sin embargo no las despiden, o
continúan tratándose con ellas; queden en este caso perpetuamente privados de todos los beneficios,
porciones, oficios y pensiones eclesiásticas, e inhábiles, e indignos en adelante de todos los honores,
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Catolicismo Romano
dignidades, beneficios y oficios; hasta que siendo patente la enmienda de su vida, pareciere a sus
superiores, con justa causa, que se debe dispensar con ellos. Mas si después de haberlas una vez
despedido, se atrevieren a reincidir en la amistad interrumpida, o a trabarla con otras mujeres igualmente
escandalosas; castíguense, además de las penas mencionadas, con la de excomunión: sin que impida ni
suspenda esta ejecución, ninguna apelación, ni exención. Además de esto, debe pertenecer el
conocimiento de todos los puntos mencionados, no a los arcedianos, ni deanes, u otros inferiores, sino a
los mismos Obispos; quienes puedan proceder sin estrépito, ni forma de juicio, y sólo atendiendo a la
verdad del hecho. Los clérigos empero, que no tienen beneficios eclesiásticos, ni pensiones, sean
castigados por el Obispo con pena de cárcel, suspensión del ejercicio de las órdenes, e inhabilitación
para obtener beneficios, y con otros medios que prescriben los sagrados cánones, a proporción de la
duración, y calidad del delito y contumacia. Y si los Obispos, lo que Dios no permita, cayesen también
en este crimen, y no se enmendaren amonestados por el concilio provincial, queden suspensos por el
mismo hecho: y si perseveraren, delátelos el mismo concilio aun al Pontífice Romano, quien proceda
contra ellos según la calidad de su culpa, hasta el caso de privarlos de su dignidad, si fuese necesario.
CAP. XV. Exclúyense los hijos ilegítimos de los clérigos de ciertos beneficios y pensiones.
Para que se destierren muy lejos de los lugares consagrados a Dios, en donde conviene que haya la
mayor pureza y santidad, los recuerdos de la incontinencia de los padres, no puedan los hijos de clérigos,
que no sean nacidos de legítimo matrimonio, obtener beneficio ninguno en las iglesias en donde tienen,
o tuvieron sus padres algún beneficio eclesiástico, aunque sea diferente uno de otro; ni puedan tampoco
servir de ningún modo en las mismas iglesias; ni gozar pensiones sobre los frutos de los beneficios que
sus padres obtienen, o en otro tiempo obtuvieron. Y si al presente se hallaren padre e hijo poseyendo
beneficios en una misma iglesia; oblíguese al hijo a que renuncie el suyo, o lo permute con otro fuera de
la misma iglesia, dentro del término de tres meses: a no hacerlo así, quede privado ipso jure del
beneficio; y téngase por subrepticia cualquiera dispensa que alcance en este punto. Ténganse además por
absolutamente fraudulentas, y hechas con ánimo de frustrar este decreto, y lo ordenado en los sagrados
cánones, las renuncias recíprocas, si en adelante hicieren algunas los padres clérigos a favor de sus hijos,
para que el uno consiga el beneficio del otro: ni tampoco sirvan a los mismos hijos las colaciones que se
hayan hecho en fuerza de estas renuncias, o de otras cualesquiera ejecutadas con igual fraude.
CAP. XVI. No se conviertan los beneficios curados en simples. Asígnese al vicario que ejercer cura de almas suficiente
congrua de los frutos.
El santo Concilio establece que los beneficios eclesiásticos seculares, de cualquier nombre que sean, que
tienen cura de almas desde su primitiva institución, o de otro cualquier modo; no pasen en adelante a ser
beneficios simples, ni aun con la circunstancia de que se asigne al vicario perpetuo suficiente congrua:
sin que obsten gracias ningunas, que hasta ahora no hayan logrado completa ejecución. Mas en aquellos
en que se ha traspasado, contra su establecimiento o fundación, la cura de almas a un vicario, aunque se
verifique hallarse en este estado de tiempo inmemorial; en caso de no estar asignada congrua porción de
los frutos al vicario de la iglesia, bajo cualquier nombre que tenga; asígnesele esta a voluntad del
Ordinario cuanto antes, y a más tardar dentro de un año, contando desde el fin del presente Concilio,
según la forma del decreto en tiempo de Paulo III de feliz memoria. Y si esto no se pudiere
cómodamente hacer, o no estuviere hecho dentro del término prescrito; únase al beneficio la cura de
almas, luego que llegue a vacar por cesión, o por muerte del vicario, o rector, o de otro cualquier modo
que vaque la vicaría, o el beneficio, cesando en este caso el nombre de vicaría, y restitúyase a su antiguo
estado.
156
Catolicismo Romano
CAP. XVII. Mantengan los Obispos el decoro de su dignidad, y no se porten con bajeza indigna respecto de los
ministros de los Reyes, Potentados o Barones.
No puede el santo Concilio dejar de concebir grave dolor al oír que algunos Obispos, olvidados de su
estado, infaman notablemente su dignidad pontifical, portándose con cierta sumisión e indecente bajeza
con los ministros de los Reyes, con los Potentados y Barones, dentro y fuera de la iglesia, y no sólo
cediéndoles estos ministros del altar como inferiores y con suma indignidad el lugar, sino es también
sirviéndoles personalmente. Detestando, pues, el santo Concilio estos y semejantes procederes; manda,
renovando todos los sagrados cánones, y los concilios generales, y demás estatutos Apostólicos,
pertenecientes al decoro y gravedad de la dignidad episcopal, que los Obispos se abstengan en adelante
de proceder en dichos términos; y les intima, que teniendo presente su dignidad y orden, así en la iglesia,
como fuera de ella, se acuerden de que en todas partes son padres y pastores; y a los demás, así
príncipes, como a todos los restantes, que les tributen el honor y reverencia debida a los padres.
CAP. XVIII. Obsérvense exactamente los cánones. Procédase con suma madurez si se ha de dispensar en ellos en
alguna ocasión.
Así como es muy conveniente a la utilidad pública relajar en algunas ocasiones la fuerza de la ley, para
ocurrir más plenamente, en beneficio público, a los casos y necesidades que se presenten; así también
dispensar con mucha frecuencia de la ley, y condescender con los que lo piden, mas por la práctica y
ejemplos, que porque así lo exijan ciertas circunstancias escogidas de personas y cosas; es precisamente
abrir la puerta a todos para que falten a las leyes. Por tanto, sepan todos que deben observar exacta e
indistintamente los sagrados cánones en cuanto pueda ser. Mas si alguna causa urgente y justa, y la
mayor utilidad que se presentare en algunas ocasiones, obligase a que se dispense con algunos; se ha de
conceder esta dispensa con conocimiento de la causa, con suma madurez, y de balde, por las personas a
quienes tocare dispensar; y si la dispensa no se concediere así, repútese por subrepticia.
CAP. XIX. Prohíbese el duelo con gravísimas penas.
Extermínese enteramente del mundo cristiano la detestable costumbre de los desafíos, introducida por
artificio del demonio para lograr a un mismo tiempo que la muerte sangrienta de los cuerpos, la
perdición de las almas. Queden excomulgados por el mismo hecho, el Emperador, los Reyes, los
Duques, Príncipes, Marqueses, Condes y señores temporales, de cualquier nombre que sean, que
concedieren en sus tierras campo para desafío entre cristianos; y ténganse por privados de la jurisdicción
y dominio de aquella ciudad, castillo o lugar que obtengan de la iglesia, en que, o junto al que,
permitieren se pelee, y cumpla el desafío; y si fueren feudos, recaigan inmediatamente en los señores
directos. Los que entraren en el desafío, y los que se llaman sus padrinos, incurran en la pena de
excomunión y de la pérdida de todos sus bienes, y en la de infamia perpetua, y deban ser castigados
según los sagrados cánones, como homicidas; y si muriesen en el mismo desafío, carezcan
perpetuamente de sepultura eclesiástica. Las personas también que dieren consejo en la causa del
desafío, tanto sobre el derecho, como sobre el hecho, o persuadieren a alguno a él, por cualquier motivo,
o razón, así como los espectadores, queden excomulgados, y en perpetua maldición; sin que obste
privilegio ninguno, o mala costumbre, aunque sea inmemorial.
CAP. XX. Recomiéndase a los Príncipes seculares la inmunidad, libertad, y otros derechos de la Iglesia.
Deseando el santo Concilio que no sólo se restablezca la disciplina eclesiástica en el pueblo cristiano,
sino que también se conserve perpetuamente salva y segura de todo impedimento; además de lo que ha
establecido respecto de las personas eclesiásticas, ha creído también deber amonestar a los Príncipes
seculares de su obligación, confiando que estos, como católicos, y que Dios ha querido sean los
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Catolicismo Romano
protectores de su santa fe e Iglesia, no sólo convendrán en que se restituyan sus derechos a esta, sino que
también reducirán todos sus vasallos al debido respecto que deben profesar al clero, párrocos, y superior
jerarquía de la Iglesia; no permitiendo que sus ministros, o magistrados inferiores violen bajo ningún
motivo de codicia, o por inconsideración, la inmunidad de la Iglesia, ni de las personas eclesiásticas,
establecidas por disposición divina, y por los sagrados cánones; sino que así aquellos como sus
Príncipes, presten la debida observancia a las sagradas constituciones de los sumos Pontífices y
concilios. Decreta en consecuencia, y manda que todos deben observar exactamente los sagrados
cánones, y todos los concilios generales, así como las demás constituciones Apostólicas, hechas a favor
de las personas, y libertad eclesiástica, y contra sus infractores; las mismas que también renueva en todo
por el presente decreto. Por tanto, amonesta al Emperador, a los Reyes, Repúblicas, Príncipes, y a todos,
y cada uno, de cualquier estado, y dignidad que sean, que a proporción que más ampliamente gocen de
bienes temporales, y de autoridad sobre otros, con tanta mayor religiosidad veneren cuanto es de
derecho eclesiástico, como que es peculiar del mismo Dios, y está bajo su patrocinio; sin que permitan
que le perjudiquen ningunos Barones, Potentados, Gobernadores, ni otros señores temporales, o
magistrados, y principalmente sus mismos ministros; antes por el contrario procedan severamente contra
los que impiden su libertad, inmunidad y jurisdicción, sirviéndoles ellos mismos de ejemplo para que
tributen veneración, religión y amparo a las iglesias; imitando en esto a los mejores, y más religiosos
Príncipes sus predecesores, quienes no sólo aumentaron con preferencia los bienes de la Iglesia con su
autoridad y liberalidad, sino que los vindicaron de las injurias de otros. Por tanto cuide cada uno en este
punto con esmero del cumplimiento de su obligación, para que con esto se pueda celebrar devotamente
el culto divino, y permanecer los prelados y demás clérigos en sus residencias y ministerios, con quietud
y sin obstáculos, con fruto y edificación del pueblo.
CAP. XXI. Quede en todo salva la autoridad de la Sede Apostólica.
Últimamente el santo Concilio declara que todas, y cada una de las cosas que se han establecido bajo de
cualesquiera cláusulas, y palabras en este sacrosanto Concilio sobre la reforma de costumbres, y
disciplina eclesiástica, tanto en el pontificado de los sumos Pontífices Paulo III y Julio III de feliz
memoria, cuanto en el del beatísimo Pio IV, están decretadas en tales términos, que siempre quede salva
la autoridad de la Sede Apostólica, y se entienda que lo queda.
DECRETO PARA CONTINUAR LA SESIÓN EN EL DÍA SIGUIENTE
No pudiendo cómodamente evacuarse todos los puntos que se debían tratar en la presente Sesión, por ser
muy tarde; se difieren todos los que restan para el día siguiente, continuando la misma Sesión según lo
establecido por los Padres en la congregación general.
Continuación de la Sesión en el día 4 de diciembre.
BIBLIOTECA
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Catolicismo Romano
CARTA APOSTÓLICA
« LAETAMUR MAGNOPERE »
CON LA QUE SE APRUEBA Y PROMULGA
LA EDICIÓN TÍPICA LATINA DEL
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
JUAN PABLO II OBISPO
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
A PERPETUA MEMORIA
Es motivo de gran alegría la publicación de la edición típica latina del Catecismo de la Iglesia Católica,
que apruebo y promulgo con esta Carta apostólica, y que se convierte así en el texto definitivo de dicho
Catecismo. Esto sucede a casi cinco años de distancia de la constitución Fidei depositum , del 11 de
octubre de 1992, que acompañó, en el trigésimo aniversario de la apertura del concilio Vaticano II, la
publicación del primer texto, en lengua francesa, del Catecismo.
Todos hemos podido constatar felizmente la acogida positiva general y la vasta difusión que el
Catecismo ha tenido durante estos años, especialmente en las Iglesias particulares, que han
procedido a su traducción en las respectivas lenguas, para hacerlo lo más accesible posible a
las diversas comunidades lingüísticas del mundo. Este hecho confirma el carácter positivo de la
petición que me presentó la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos en 1985, de que
se redactara un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto para la fe como para
la moral.
Con la citada constitución apostólica, que conserva aún hoy su validez y actualidad, y
encuentra su aplicación definitiva en la presente edición típica, aprobé y promulgué el
Catecismo, que fue elaborado por la correspondiente Comisión de cardenales y obispos
instituida en 1986.
Esta edición la ha preparado una Comisión interdicasterial, que constituí con dicha finalidad en 1993.
Presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, dicha comisión ha trabajado asiduamente para cumplir el
mandato recibido. Ha dedicado particular atención al examen de las numerosas propuestas de
modificación de los contenidos del texto, que durante estos años han llegado de varias partes del mundo y
de diferentes componentes del ámbito eclesial.
A este respecto, se puede notar oportunamente que el envío tan considerable de propuestas de
mejora manifiesta, en primer lugar, el notable interés que el Catecismo ha suscitado en todo el
mundo, también en ambientes no cristianos. Confirma, además, su finalidad de presentarse
como una exposición completa e íntegra de la doctrina católica, que permite que todos
conozcan lo que la Iglesia misma profesa, celebra, vive y ora en su vida diaria. Al mismo
tiempo, muestra el gran esfuerzo de todos por querer ofrecer su contribución, para que la fe
cristiana, cuyos contenidos esenciales y fundamentales se resumen en el Catecismo, pueda
presentarse hoy al mundo del modo más adecuado posible. A través de esta colaboración
múltiple y complementaria de los diversos miembros de la Iglesia se realiza así, una vez más
cuanto escribí en la constitución apostólica Fidei depositum: «El concurso de tantas voces
expresa verdaderamente lo que se puede llamar “sinfonía” de la fe»(1).
También por estos motivos, la Comisión ha tomado en seria consideración las propuestas
enviadas, las ha examinado atentamente a través de las diversas instancias, y ha sometido a
mi aprobación sus conclusiones. Las he aprobado en cuanto permiten expresar mejor los
contenidos del Catecismo respecto al depósito de la fe católica, o formular algunas verdades de
la misma fe de modo más conveniente a las exigencias de la comunicación catequística actual;
159
Catolicismo Romano
por tanto, han entrado a formar parte de la presente edición típica latina. Ella repite fielmente
los contenidos doctrinales que presenté oficialmente a la Iglesia y al mundo en diciembre de
1992.
Con esta promulgación de la edición típica latina concluye, pues, el camino de elaboración del
Catecismo, comenzado en 1986, y se cumple felizmente el deseo de la antes nombrada
Asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos. La Iglesia dispone ahora de esta nueva
exposición autorizada de la única y perenne fe apostólica, que servirá de «instrumento válido y
legítimo al servicio de la comunión eclesial», de «regla segura para la enseñanza de la fe», así
como de «texto de referencia seguro y auténtico» para la elaboración de los catecismos locales
(2) .
En esta presentación auténtica y sistemática de la fe y de la doctrina católica la catequesis
encontrará un camino plenamente seguro para presentar con renovado impulso al hombre de
hoy el mensaje cristiano en todas y cada una de sus partes. Todo agente catequístico podrá
recibir de este texto una valiosa ayuda para transmitir, a nivel local, el único y perenne depósito
de la fe, tratando de conjugar, con la ayuda del Espíritu Santo, la maravillosa unidad del
misterio cristiano con la multiplicidad de las exigencias y de las situaciones de los destinatarios
de su anuncio. La entera actividad catequística podrá conocer un nuevo y difundido impulso en
medio del pueblo de Dios, si sabe usar y valorar adecuadamente este Catecismo posconciliar.
Todo esto es más importante aún hoy, que estamos en el umbral del tercer milenio. En efecto, es urgente
un compromiso extraordinario de evangelización, para que todos puedan conocer y acoger el mensaje del
Evangelio, y cada uno pueda llegar «a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13).
Por tanto, dirijo una apremiante invitación a mis venerados hermanos en el episcopado,
principales destinatarios del Catecismo de la Iglesia católica, para que, aprovechando la valiosa
ocasión de la promulgación de esta edición latina, intensifiquen su compromiso en favor de una
mayor difusión del texto y, sobre todo, de su acogida positiva, como don privilegiado para las
comunidades encomendadas a ellos, que así podrán redescubrir la inagotable riqueza de la fe.
Ojalá que, gracias al compromiso concorde y complementario de todos los sectores que
componen el pueblo de Dios, el Catecismo sea conocido y compartido por todos, para que se
refuerce y extienda hasta los confines del mundo la unidad en la fe, que tiene su modelo y
principio supremo en la unidad trinitaria.
A María, Madre de Cristo, a quien hoy celebrarnos elevada al cielo en cuerpo y alma,
encomiendo estos deseos, a fin de que se realicen para el bien de toda la humanidad.
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Catolicismo Romano
CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
«FIDEI DEPOSITUM»
PARA LA PUBLICACIÓN DEL
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
ESCRITO EN ORDEN A LA APLICACIÓN
DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II
JUAN PABLO II, OBISPO
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
PARA PERPETUA MEMORIA
Introducción
Conservar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo
tiempo. El concilio ecuménico Vaticano II, inaugurado solemnemente hace treinta años por nuestro
predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, tenía como intención y finalidad poner de manifiesto la misión
apostólica y pastoral de la Iglesia, a fin de que el resplandor de la verdad evangélica llevara a todos los
hombres a buscar y aceptar el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento (cf. Ef 3, 19).
A ese Concilio el Papa Juan XXIII había asignado como tarea principal custodiar y explicar
mejor el precioso depósito de la doctrina católica, para hacerlo más accesible a los fieles y a
todos los hombres de buena voluntad. Por consiguiente, el Concilio no tenía como misión
primaria condenar los errores de la época, sino que debía ante todo esforzarse serenamente
por mostrar la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe. "Iluminada por la luz de este Concilio -
decía el Papa-, la Iglesia crecerá con riquezas espirituales y, sacando de él nueva energía y
nuevas fuerzas, mirará intrépida al futuro... A nosotros nos corresponde dedicarnos con
empeño, y sin temor, a la obra que exige nuestra época, prosiguiendo así el camino que la
Iglesia ha recorrido desde hace casi veinte siglos" (1).
Con la ayuda de Dios, los padres conciliares, en cuatro años de trabajo, pudieron elaborar y
ofrecer a toda la Iglesia un notable conjunto de exposiciones doctrinales y directrices
pastorales. Pastores y fieles encuentran en él orientaciones para llevar a cabo aquella
"renovación de pensamientos y actividades, de costumbres y virtudes morales, de gozo y
esperanza, que era un deseo ardiente del Concilio" (2).
Después de su conclusión, el Concilio no ha cesado de inspirar la vida de la Iglesia. En 1985
quise señalar: "Para mí, que tuve la gracia especial de participar y colaborar activamente en su
desenvolvimiento, el Vaticano II ha sido siempre, y es de modo particular en estos años de mi
pontificado, el punto de referencia constante de toda mi acción pastoral, con el compromiso
responsable de traducir sus directrices en aplicación concreta y fiel, a nivel de cada Iglesia y de
toda la Iglesia. Hay que acudir incesantemente a esa fuente" (3)
Con esa intención, el 25 de enero de 1985 convoqué una asamblea extraordinaria del Sínodo
de los obispos, con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio. Objetivo de
esa asamblea era dar gracias y celebrar los frutos espirituales del concilio Vaticano II,
profundizar su enseñanza para lograr una mayor adhesión a la misma y difundir su
conocimiento y aplicación.
En esa circunstancia, los padres sinodales afirmaron: "Son numerosos los que han expresado
el deseo de que se elabore un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto en
materia de fe como de moral, para que sirva casi como punto de referencia para los catecismos
o compendios que se preparan en las diversas regiones. La presentación de la doctrina debe
ser bíblica y litúrgica, y ha de ofrecer una doctrina sana y adaptada a la vida actual de los
161
Catolicismo Romano
cristianos" (4). Después de la clausura del Sínodo, hice mío ese deseo, al considerar que
respondía "realmente a las necesidades de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares"
(5).
Por ello, damos gracias de todo corazón al Señor este día en que podemos ofrecer a toda la Iglesia, con el
título de Catecismo de la Iglesia católica, este "texto de referencia" para una catequesis renovada en las
fuentes vivas de la fe.
Tras la renovación de la Liturgia y la nueva codificación del Derecho canónico de la Iglesia
latina y de los cánones de las Iglesias orientales católicas, este Catecismo contribuirá en gran
medida a la obra de renovación de toda la vida eclesial, que quiso y comenzó el concilio
Vaticano II.
3. Distribución de la materia
Un catecismo debe presentar con fidelidad y de modo orgánico la doctrina de la sagrada
Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia, del Magisterio auténtico, así como de la herencia
espiritual de los Padres, y de los santos y santas de la Iglesia, para dar a conocer mejor los
misterios cristianos y afianzar la fe del pueblo de Dios. Asimismo, debe tener en cuenta las
declaraciones doctrinales que en el decurso de los tiempos el Espíritu Santo ha inspirado a la
Iglesia. Y es preciso que ayude también a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y
los problemas que en otras épocas no se habían planteado aún.
Así pues, el Catecismo ha de presentar lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52), dado que la fe es siempre la
misma y, a la vez, es fuente de luces siempre nuevas.
Para responder a esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia católica, por una parte, toma la estructura
"antigua", tradicional, ya utilizada por el catecismo de san Pío V, distribuyendo el contenido en cuatro
partes: Credo; sagrada Liturgia, con los sacramentos en primer lugar; el obrar cristiano, expuesto a partir
del Decálogo; y, por último, la oración cristiana. Con todo, al mismo tiempo, el contenido se expresa a
menudo de un modo "nuevo", para responder a los interrogantes de nuestra época.
162
Catolicismo Romano
Las cuatro partes están relacionadas entre sí: el misterio cristiano es el objeto de la fe (primera
parte); ese misterio es celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas (segunda parte); está
presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios en su obrar (tercera parte); inspira nuestra
oración, cuya expresión principal es el "Padre nuestro", y constituye el objeto de nuestra
súplica, nuestra alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte).
La liturgia es en sí misma oración; la confesión de la fe encuentra su lugar propio en la celebración del
culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del obrar cristiano, del mismo
modo que la participación en la liturgia de la Iglesia exige la fe. Si la fe carece de obras, es fe muerta (cf.
St 2, 14-26) y no puede producir frutos de vida eterna.
Leyendo el Catecismo de la Iglesia católica, podemos apreciar la admirable unidad del misterio de Dios y
de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado
por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra del Espíritu Santo,
para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, de manera especial en
los sacramentos. Él es la verdadera fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra
oración.
4. Valor doctrinal del texto
El Catecismo de la Iglesia católica, que aprobé el día 25 del pasado mes de junio y que hoy dispongo
publicar en virtud de mi autoridad apostólica, es una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina
católica, comprobada o iluminada por la sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la
Iglesia. Yo lo considero un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial, y una regla
segura para la enseñanza de la fe. Ojalá sirva para la renovación a la que el Espíritu Santo incesantemente
invita a la Iglesia de Dios, cuerpo de Cristo, peregrina hacia la luz sin sombras del Reino.
La aprobación y la publicación del Catecismo de la Iglesia católica constituyen un servicio que el Sucesor
de Pedro quiere prestar a la santa Iglesia católica, a todas las Iglesias particulares que están en paz y
comunión con la Sede Apostólica de Roma: es decir, el servicio de sostener y confirmar la fe de todos los
discípulos del Señor Jesús (cf. Lc 22, 32), así como fortalecer los lazos de unidad en la misma fe
apostólica.
Pido, por consiguiente, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que acojan este Catecismo con espíritu
de comunión y lo usen asiduamente en el cumplimiento de su misión de anunciar la fe y de invitar a la
vida evangélica. Este Catecismo se les entrega para que les sirva como texto de referencia seguro y
auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y sobre todo para la elaboración de los catecismos
locales. Se ofrece, también, a todos los fieles que quieran conocer más a fondo las riquezas inagotables de
la salvación (cf. Jn 8, 32). Quiere proporcionar una ayuda a los trabajos ecuménicos animados por el santo
deseo de promover la unidad de todos los cristianos, mostrando con esmero el contenido y la coherencia
admirable de la fe católica. El Catecismo de la Iglesia católica se ofrece, por último, a todo hombre que
nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3, 15) y que desee conocer lo que cree la
Iglesia católica.
Este Catecismo no está destinado a sustituir los catecismos locales aprobados por las
autoridades eclesiásticas, los obispos diocesanos o las Conferencias episcopales, sobre todo si
han recibido la aprobación de la Sede Apostólica. Está destinado a favorecer y ayudar la
redacción de los nuevos catecismos de cada nación, teniendo en cuenta las diversas
situaciones y culturas, pero conservando con esmero la unidad de la fe y la fidelidad a la
doctrina católica.
5. Conclusión
Al concluir este documento, que presenta el Catecismo de la Iglesia católica, pido a la santísima Virgen
María, Madre del Verbo encarnado y Madre de la Iglesia, que sostenga con su poderosa intercesión el
trabajo catequístico de toda la Iglesia en todos sus niveles, en este tiempo en que está llamada a realizar
un nuevo esfuerzo de evangelización. Ojalá que la luz de la fe verdadera libere a los hombres de la
ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirlos a la única libertad digna de este nombre (cf. Jn
8, 32), es decir, a la vida en Jesucristo, bajo la guía del Espíritu Santo, aquí en la tierra y en el reino de los
cielos, en la plenitud de la felicidad de la contemplación de Dios cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; 2 Co 5, 6-8).
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Catolicismo Romano
Dado en Roma, el día 11 de octubre de 1992, trigésimo aniversario de la apertura del concilio
ecuménico Vaticano II, décimo cuarto año de pontificado.
(1) Juan XXIII, Discurso de apertura del concilio ecuménico Vaticano II, 11 de octubre de 1962: AAS 54 (1962), pp. 788-791.
(2) Pablo VI, Discurso de clausura del concilio ecuménico Vaticano II, 8 de diciembre de 1965: AAS 58 (1966), pp. 7-8.
(3) Juan Pablo II, Homilía del 25 de enero de 1985, cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de febrero de 1985,
p. 12).
(4) Relación final del Sínodo extraordinario, 7 de diciembre de 1985, II, B, a, n. 4; Enchiridion Vaticanum, vol. 9, p. 1.758, n.
1.797.
(5) Juan Pablo II, Discurso en la sesión de clausura de la II Asamblea general extraordinaria del Sínodo de los obispos, 7 de
diciembre de 1985; AAS 78 (1986), p. 435; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 1985, p.
11.
PRÓLOGO
"PADRE, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado
Jesucristo" (Jn 17,3). "Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres se salven y lleguen
al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tim 2,3-4). "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los
hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12), sino el nombre de JESUS.
164
Catolicismo Romano
5 En un sentido más específico, "globalmente, se puede considerar aquí que la catequesis es una
educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos que comprende especialmente una enseñanza de
la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la
plenitud de la vida cristiana" (CT 18).
6 Sin confundirse con ellos, la catequesis se articula dentro de un cierto número de elementos de la misión
pastoral de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que preparan para la catequesis o que derivan de
ella: primer anuncio del Evangelio o predicación misionera para suscitar la fe; búsqueda de razones para
creer; experiencia de vida cristiana: celebración de los sacramentos; integración en la comunidad eclesial;
testimonio apostólico y misionero (cf. CT 18).
7 "La catequesis está unida íntimamente a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el
aumento numérico de la Iglesia, sino también y más aún su crecimiento interior, su correspondencia con
el designio de Dios dependen esencialmente de ella" (CT 13).
8 Los periodos de renovación de la Iglesia son también tiempos fuertes de la catequesis. Así, en la gran
época de los Padres de la Iglesia, vemos a santos obispos consagrar una parte importante de su ministerio
a la catequesis. Es la época de S. Cirilo de Jerusalén y de S. Juan Crisóstomo, de S. Ambrosio y de S.
Agustín, y de muchos otros Padres cuyas obras catequéticas siguen siendo modelos.
9 El ministerio de la catequesis saca energías siempre nuevas de los Concilios. El Concilio de Trento
constituye a este respecto un ejemplo digno de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad en sus
constituciones y sus decretos; de él nació el Catecismo Romano que lleva también su nombre y que
constituye una obra de primer orden como resumen de la doctrina cristiana; este Concilio suscitó en la
Iglesia una organización notable de la catequesis; promovió, gracias a santos obispos y teólogos como S.
Pedro Canisio, S. Carlos Borromeo, S. Toribio de Mogrovejo, S. Roberto Belarmino, la publicación de
numerosos catecismos.
10 No es extraño, por ello, que, en el dinamismo del Concilio Vaticano segundo (que el Papa Pablo VI
consideraba como el gran catecismo de los tiempos modernos), la catequesis de la Iglesia haya atraído de
nuevo la atención. El "Directorio general de la catequesis" de 1971, las sesiones del Sínodo de los
Obispos consagradas a la evangelización (1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones apostólicas
correspondientes, "Evangelii nuntiandi" (1975) y "Catechesi tradendae" (1979), dan testimonio de ello. La
sesión extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 pidió "que sea redactado un catecismo o
compendio de toda la doctrina católica tanto sobre la fe como sobre la moral" (Relación final II B A 4). El
santo Padre, Juan Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el Sínodo de los Obispos reconociendo que
"responde totalmente a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares"
(Discurso del 7 de Diciembre de 1985). El Papa dispuso todo lo necesario para que se realizara la petición
de los padres sinodales.
165
Catolicismo Romano
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Catolicismo Romano
El que enseña debe "hacerse todo a todos" (1 Cor 9,22), para ganarlos a todos para
Jesucristo...¡Sobre todo que no se imagine que le ha sido confiada una sola clase de almas, y que,
por consiguiente, le es l ícito enseñar y formar igualmente a todos los fieles en la verdadera
piedad, con un único método y siempre el mismo! Que sepa bien que unos son, en Jesucristo,
como niños recién nacidos, otros como adolescentes, otros finalmente como poseedores ya de
todas sus fuerzas... Los que son llamados al ministerio de la predicación deben, al transmitir la
enseñanza del misterio de la fe y de las reglas de las costumbres, acomodar sus palabras al
espíritu y a la inteligencia de sus oyentes (Catech. R., Prefacio, 11).
25 Por encima de todo, la Caridad. Para concluir esta presentación es oportuno recordar el principio
pastoral que enuncia el Catecismo Romano:
Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba.
Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se
debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor a fin de que cada uno comprenda que todo
acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el
Amor (Catech. R., Prefacio, 10).
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
PRIMERA SECCIÓN
«CREO»-«CREEMOS»
26 Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes de exponer la fe de
la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los
Mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta del hombre a
Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca
el sentido último de su vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre (capítulo
primero), a continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al encuentro del hombre (capítulo
segundo). y finalmente la respuesta de la fe (capítulo tercero).
CAPÍTULO PRIMERO:
EL HOMBRE ES "CAPAZ" DE DIOS
I. El deseo de Dios
27 El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y
para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia sí al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la
verdad y la dicha que no cesa de buscar:
La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con
Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque,
creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad
si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador (GS 19,1).
28 De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado a su búsqueda
de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos,
meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan
universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:
167
Catolicismo Romano
El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra
y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de
que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra
lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,26-28).
29 Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso
rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf. GS 19-
21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo
y de las riquezas (cf. Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a
la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10)
y huye ante su llamada (cf. Jon 1,3).
30 "Se alegre el corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a
Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta
búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón
recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene
medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre
que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de
que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere
alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque
nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf.
1,1,1).
II Las vías de acceso al conocimiento de Dios
31 Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre
ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también "pruebas de la existencia de
Dios", no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos
convergentes y convincentes" que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la
persona humana.
32 El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del
mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.
S.Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos
manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja
ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Rom 1,19-20; cf. Hch
14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).
168
Catolicismo Romano
35 Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que
el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder
acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer
a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.
169
Catolicismo Romano
sea mayor todavía" (Cc. Letrán IV: DS 806), y que "nosotros no podemos captar de Dios lo que él es, sino
solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación a él" (S. Tomás de A., s. gent. 1,30).
Resumen
44 El hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios, el
hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios.
45 El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien encuentra su dicha."Cuando yo me
adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya para mi penas ni pruebas, y viva, toda llena de ti, será plena"
(S. Agustín, conf. 10,28,39).
46 Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia, entonces puede
alcanzar a certeza de la existencia de Dios, causa y fin de todo.
47 La Iglesia enseña que el Dios único y verdadero, nuestro Creador y Señor, puede ser conocido con
certeza por sus obras, gracias a la luz natural de la razón humana (cf. Cc.Vaticano I: DS 3026).
48 Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo de las múltiples perfecciones de las criaturas,
semejanzas del Dios infinitamente perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio.
49 "Sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36). He aquí por qué los creyentes saben que son
impulsados por el amor de Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no le conocen o le rechazan.
CAPÍTULO SEGUNDO
DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE
50 Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero
existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias
fuerzas, el de la Revelación divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios
se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde
la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo
amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.
ARTÍCULO 1
LA REVELACIÓN DE DIOS
I Dios revela su designio amoroso
170
Catolicismo Romano
Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a
habitar en el hombre, según la voluntad del Padre" (haer. 3,20,2; cf. por ejemplo 17,1; 4,12,4;
21,3).
171
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lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que
esperase al Salvador prometido (cf. DV 3).
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19,6), el que "lleva el Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es
el pueblo de aquellos "a quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal VI), el
pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de Abraham.
64 Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza
nueva y eterna destinada a todos los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr
31,31-34; Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de
todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que incluirá a todas las naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11).
Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor (cf. So 2,3) quienes mantendrán esta esperanza. Las
mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la
esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María (cf. Lc 1,38).
172
Catolicismo Romano
71 Dios selló con Noé una alianza eterna entre El y todos los seres vivientes (cf. Gn 9,16). Esta alianza
durará tanto como dure el mundo.
72 Dios eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó a su pueblo, al que
reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger la salvación destinada a toda
la humanidad.
73 Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien ha establecido su alianza para
siempre. El Hijo es la Palabra definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación después
de El.
ARTÍCULO 2
LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA
74 Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" ( 1 Tim 2,4), es
decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6). Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los
pueblos y a todo s los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo:
Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por
siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades (DV 7).
I La Tradición apostólica
75 "Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el
Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los
bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió y promulgó con su boca"
(DV 7).
La predicación apostólica...
76 La transmisión del evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
— oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra
lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó";
— por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la
salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).
173
Catolicismo Romano
presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre
hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
El Magisterio de la Iglesia
85 "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo
al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo" (DV 10), es decir, a los
obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma.
86 "El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo
transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo
custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone
como revelado por Dios para ser creído" (DV 10).
87 Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mi me
escucha" (Lc 10,16; cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan
de diferentes formas.
Los dogmas de la fe
88 El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas,
es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe,
verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que
tienen con ellas un vínculo necesario.
89 Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el
camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra
inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32).
174
Catolicismo Romano
90 Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la
Revelación del Misterio de Cristo (cf. Cc. Vaticano I: DS 3016: "nexus mysteriorum"; LG 25). "Existe un
orden o `jerarquía' de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el
fundamento de la fe cristiana" (UR 11).
El sentido sobrenatural de la fe
91 Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido
la unción del Espíritu Santo que los instruye (cf. 1 Jn 2,20.27) y los conduce a la verdad completa (cf. Jn
16,13).
92 "La totalidad de los fieles ... no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan
peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando 'desde los obispos hasta el último de
los laicos cristianos' muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral" (LG 12).
93 "El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la
dirección del magisterio...se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para
siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida" (LG 12).
El crecimiento en la inteligencia de la fe
94 Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras
del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia:
– "Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón" (DV 8); es en particular la
investigación teológica quien debe " profundizar en el conocimiento de la verdad revelada" (GS 62,7; cfr.
44,2; DV 23; 24; UR 4).
– Cuando los fieles "comprenden internamente los misterios que viven" (DV 8); "Divina eloquia cum
legente crescunt" (S.Gregorio Magno, Homilía sobre Ez 1,7,8: PL 76, 843 D).
– "Cuando las proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el carisma de la verdad" (DV 8).
95 "La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y
ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la
acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10,3).
Resumen
96 Lo que Cristo confió a los apóstoles, estos lo transmitieron por su predicación y por escrito, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo.
97 "La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios" (DV 10),
en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.
98 "La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo
que cree" (DV 8).
99 En virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo el Pueblo de Dios no cesa de acoger el don de la
Revelación divina, de penetrarla más profundamente y de vivirla de modo más pleno.
100 El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al
Magisterio de la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él.
ARTÍCULO 3
LA SAGRADA ESCRITURA
175
Catolicismo Romano
102 A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en
quien él se dice en plenitud (cf. Hb 1,1-3):
Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un
mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo
Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (S. Agustín, Psal.
103,4,1).
103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo
del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de
Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).
104 En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en
ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13).
"En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para
conversar con ellos" (DV 21).
176
Catolicismo Romano
consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías (S. Tomás de A.
Expos. in Ps 21,11).
113 2. Leer la Escritura en "la Tradición viva de toda la Iglesia". Según un adagio de los Padres, "sacra
Scriptura pincipalius est in corde Ecclesiae quam in materialibus instrumentis scripta" ("La Sagrada
Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos"). En efecto, la
Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la
interpretación espiritual de la Escritura ("...secundum spiritualem sensum quem Spiritus donat Ecclesiae":
Orígenes, hom. in Lev. 5,5).
114 3. Estar atento "a la analogía de la fe" (cf. Rom 12,6). Por "analogía de la fe" entendemos la
cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.
El sentido de la Escritura
115 Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el
sentido espiritual; este último se subdivide en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia
profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la Iglesia.
116 El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la
exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación. "Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur
super litteralem" (S. Tomás de Aquino., s.th. 1,1,10, ad 1) Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se
fundan sobre el sentido literal.
117 El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura,
sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.
1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos
reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del Mar Rojo es un signo de la victoria de
Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10,2).
2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar
justo. Fueron escritos "para nuestra instrucción" (1 Cor 10,11; cf. Hb 3-4,11).
3. El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, que
nos conduce (en griego: "anagoge") hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la
Jerusalén celeste (cf. Ap 21,1-22,5).
118 Un dístico medieval resume la significación de los cuatro sentidos:
"Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia"
(Agustín de Dacia, Rotulus pugillaris, I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256)
119 "A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de
la Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho
sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios
el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios" (DV 12,3):
Ego vero Evangelio non credere, nisi me catholicae Ecclesiae commoveret auctoritas (S. Agustín,
fund. 5,6).
177
Catolicismo Romano
Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás Miqueas, Nahúm , Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías,
Malaquías para el Antiguo Testamento;
los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas
de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los
Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda a los Tesalonicenses, la primera y la segunda
a Timoteo, a Tito, a Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la primera y la segunda
de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis para el Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento
121 El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus
libros son libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente (cf. DV 14), porque la Antigua
Alianza no ha sido revocada.
122 En efecto, "el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor
universal". "Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros", los libros del Antiguo Testamento dan
testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: "Contienen enseñanzas sublimes sobre
Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y esconden el misterio de
nuestra salvación" (DV 15).
123 Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha
rechazado siempre vigorosamente la idea de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el
Nuevo lo habría hecho caduco (marcionismo).
El Nuevo Testamento
124 "La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para ala salvación del que cree, se encuentra y despliega
su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento" (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad
definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras,
sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del
Espíritu Santo (cf. DV 20).
125 Los evangelios son el corazón de todas las Escrituras "por ser el testimonio principal de la vida y
doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador" (DV 18). 126 En la formación de los evangelios se
pueden distinguir tres etapas:
1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia mantiene firmemente que los cuatro evangelios,
"cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo
entre los hombres, hizo y enseñó realmente para ala salvación de ellos, hasta el día en que fue
levantado al cielo" (DV 19).
2. La tradición oral. "Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a
sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban,
amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad" (DV
19).
3. Los evangelios escritos. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo
algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o
explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, conservando por fin la forma de
proclamación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús" (DV
19).
127 El Evangelio cuatriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la veneración de
que lo rodea la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre los santos:
No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del evangelio.
Ved y retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y
realizado mediante sus obras (Santa Cesárea la Joven, Rich.).
178
Catolicismo Romano
Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él encuentro todo lo que es
necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y
misteriosos (Santa Teresa del Niño Jesús, ms. auto. A 83v).
Resumen
134 Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, "porque toda la Escritura divina habla de
Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo" (Hugo de San Víctor, De arca Noe 2,8: PL 176,
642; cf. Ibid., 2,9: PL 176, 642-643).
135 "La sagrada Escritura contiene la palabra de Dios y, en cuanto inspirada, es realmente palabra de
Dios" (DV 24).
136 Dios es el Autor de la Sagrada Escritura porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por
ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica (cf. DV 11).
137 La interpretación de las Escrituras inspiradas debe estar sobre todo atenta a lo que Dios quiere
revelar por medio de los autores sagrados para nuestra salvación. Lo que viene del Espíritu sólo es
plenamente percibido por la acción del Espíritu (Cf Orígenes, hom. in Ex. 4,5).
138 La Iglesia recibe y venera como inspirados los cuarenta y seis libros del Antiguo Testamento y los
veintisiete del Nuevo.
139 Los cuatro evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús.
140 La unidad de los dos Testamentos se deriva de la unidad del plan de Dios y de su Revelación. El
Antiguo Testamento prepara el Nuevo mientras que éste da cumplimiento al Antiguo; los dos se
esclarecen mutuamente; los dos son verdadera Palabra de Dios.
141 "La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo"
(DV 21): aquellas y éste alimentan y rigen toda la vida cristiana. "Para mis pies antorcha es tu palabra,
luz para mi sendero" (Sal 119,105; Is 50,4).
179
Catolicismo Romano
CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
ARTÍCULO 9
“CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA”
748 "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea
vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la
Iglesia, anunciando el evangelio a todas las criaturas". Con estas palabras comienza la "Constitución
dogmática sobre la Iglesia" del Concilio Vaticano II. Así, el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre
la Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús. La Iglesia no tiene otra luz
que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a la luna
cuya luz es reflejo del sol.
749 El artículo sobre la Iglesia depende enteramente también del que le precede, sobre el Espíritu Santo.
"En efecto, después de haber mostrado que el Espíritu Santo es la fuente y el dador de toda santidad,
confesamos ahora que es El quien ha dotado de santidad a la Iglesia" (Catech. R. 1, 10, 1). La Iglesia,
según la expresión de los Padres, es el lugar "donde florece el Espíritu" (San Hipóli to, t.a. 35).
750 Creer que la Iglesia es "Santa" y "Católica", y que es "Una" y "Apostólica" (como añade el Símbolo
nicenoconstantinopolitano) es inseparable de la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Símbolo de
los Apóstoles, hacemos profesión de creer que existe una Iglesia Santa ("Credo ... Ecclesiam"), y no de
creer en la Iglesia para no confundir a Dios con sus obras y para atribuir claramente a la bondad de Dios
todos los dones que ha puesto en su Iglesia (cf. Catech. R. 1, 10, 22).
Párrafo 1
LA IGLESIA EN EL DESIGNIO DE DIOS
I Los nombres y las imágenes de la Iglesia
751 La palabra "Iglesia" ["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar fuera"] significa "convocación".
Designa asambleas del pueblo (cf. Hch 19, 39), en general de carácter religioso. Es el término
frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo
elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde Israel
recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo (cf. Ex 19). Dándose a sí misma el nombre
de "Iglesia", la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea.
En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos los confines de la tierra. El término "Kiriaké", del que se
deriva las palabras "church" en inglés, y "Kirche" en alemán, significa "la que pertenece al Señor".
752 En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11, 18; 14,
19. 28. 34. 35), sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1, 2; 16, 1) o toda la comunidad universal de los
creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La
"Iglesia" es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades
locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del
Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
180
Catolicismo Romano
pastores humanos quien es gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía y
alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores (cf. Jn 10, 11; 1 P 5, 4), que dio su vida por las
ovejas (cf. Jn 10, 11-15)".
755 "La Iglesia es labranza o campo de Dios (1 Co 3, 9). En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz
santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles
(Rm 11, 13-26). El labrador del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 par.; cf. Is 5, 1-7). La
verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los sarmientos, es decir, a nosotros, que
permanecemos en él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)".
756 "También muchas veces a la Iglesia se la llama construcción de Dios (1 Co 3, 9). El Señor mismo se
comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular (Mt 21,
42 par.; cf. Hch 4, 11; 1 P 2, 7; Sal 118, 22). Los apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento (cf.
1 Co 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta construcción recibe diversos nombres: casa de Dios: casa
de Dios (1 Tim 3, 15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de
Dios con los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo, templo santo. Representado en los templos de piedra, los
Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén.
En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo (cf. 1 P 2, 5).
San Juan ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa arreglada como una
esposa embellecidas para su esposo (Ap 21, 1-2)".
757 "La Iglesia que es llamada también "la Jerusalén de arriba" y "madre nuestra" (Ga 4, 26; cf. Ap 12,
17), y se la describe como la esposa inmaculada del Cordero inmaculado (Ap 19, 7; 21, 2. 9; 22, 17).
Cristo `la amó y se entregó por ella para santificarla' (Ef 5, 25-26); se unió a ella en alianza indisoluble,
`la alimenta y la cuida' (Ef 5, 29) sin cesar" (LG 6).
181
Catolicismo Romano
762 La preparación lejana de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a
quien Dios promete que llegará a ser Padre de un gran pueblo (cf Gn 12, 2; 15, 5-6). La preparación
inmediata comienza con la elección de Israel como pueblo de Dios (cf Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su
elección, Israel debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones (cf Is 2, 2-5; Mi 4, 1-4). Pero
ya los profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una prostituta (cf Os 1;
Is 1, 2-4; Jr 2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna (cf. Jr 31, 31-34; Is 55, 3). "Jesús
instituyó esta nueva alianza" (LG 9).
182
Catolicismo Romano
mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los justos desde Adán, `desde el
justo Abel hasta el último de los elegidos' se reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (LG 2).
¡Qué humildad y qué sublimidad! Es la tienda de Cadar y el santuario de Dios; una tienda terrena
y un palacio celestial; una casa modestísima y una aula regia; un cuerpo mortal y un templo
luminoso; la despreciada por los soberbios y la esposa de Cristo. Tiene la tez morena pero es
hermosa, hijas de Jerusalén. El trabajo y el dolor del prolongado exilio la han deslucido, pero
también la hermosa su forma celestial (San Bernardo, Cant. 27, 14).
La Iglesia, Misterio de la unión de los hombres con Dios
772 En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de designio de
Dios: "recapitular todo en El" (Ef 1, 10). San Pablo llama "gran misterio" (Ef 5, 32) al desposorio de
Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5, 25-27), por eso se
convierte a su vez en Misterio (cf. Ef 3, 9-11). Contemplando en ella el Misterio, San Pablo escribe: el
misterio "es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1, 27).
773 En la Iglesia esta comunión de los hombres con Dios por "la caridad que no pasará jamás"(1 Co 13,
8) es la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio sacramental ligado a este mundo que pasa (cf.
LG 48). "Su estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo. Y la santidad se
aprecia en función del 'gran Misterio' en el que la Esposa responde con el don del amor al don del Esposo"
(MD 27). María nos precede a todos en la santidad que es el Misterio de la Iglesia como la "Esposa sin
tacha ni arruga" (Ef 5, 27). Por eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina"
(ibid.).
183
Catolicismo Romano
los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en
la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella significa.
En este sentido analógico ella es llamada "sacramento".
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de
la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con
Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la
Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella
porque reúne hombres "de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es
"signo e instrumento" de la plena realización de esta unidad que aún está por venir.
776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo "como instrumento
de redención universal" (LG 9), "sacramento universal de salvación" (LG 48), por medio del cual Cristo
"manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45, 1). Ella "es el
proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad" (Pablo VI, discurso 22 junio 1973) que quiere "que
todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se
coedifique en un único templo del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).
Resumen
777 La palabra "Iglesia" significa "convocación". Designa la asamblea de aquellos a quienes convoca la
palabra de Dios para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten
ellos mismos en Cuerpo de Cristo.
778 La Iglesia es a la vez camino y término del designio de Dios: prefigurada en la creación, preparada
en la Antigua Alianza, fundada por las palabras y las obras de Jesucristo, realizada por su Cruz
redentora y su Resurrección, se manifiesta como misterio de salvación por la efusión del Espíritu Santo.
Quedará consumada en la gloria del cielo como asamblea de todos los redimidos de la tierra (cf. Ap
14,4).
779 La Iglesia es a la vez visible y espiritual, sociedad jerárquica y Cuerpo Místico de Cristo. Es una,
formada por un doble elemento humano y divino. Ahí está su Misterio que sólo la fe puede aceptar.
780 La Iglesia es, en este mundo, el sacramento de la salvación, el signo y el instrumento de la Comunión
con Dios y entre los hombres.
Párrafo 2
LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO,
TEMPLO DEL ESPIRITU SANTO
I La Iglesia, Pueblo de Dios
781 "En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso
santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos
un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para
pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan
a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura
de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo..., es decir, el Nuevo Testamento en su sangre
convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el
Espíritu" (LG 9).
184
Catolicismo Romano
– Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el "nacimiento de arriba",
"del agua y del Espíritu" (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
– Este pueblo tiene por jefe [cabeza] a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el
Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico".
– "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita
el Espíritu Santo como en un templo".
– "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (cf. Jn 13, 34)". Esta es
la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5, 25).
– Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). "Es un germen muy seguro de
unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano".
– "Su destino es el Reino de Dios, que el mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta
que él mismo lo lleve también a su perfección" (LG 9).
185
Catolicismo Romano
comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye
místicamente en su cuerpo" (LG 7).
789 La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la
Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a El: siempre está unificada en El, en su Cuerpo. Tres
aspectos de la Iglesia-Cuerpo de Cristo se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos los
miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del Cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.
“Un solo cuerpo”
790 Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan
estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo se comunica a a los creyentes, que se unen a Cristo,
muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real" (LG 7). Esto es
particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la Resurrección de
Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1 Co 12, 13), y en el caso de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente el
Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre nosotros" (LG 7).
791 La unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad de los miembros: "En la construcción del cuerpo de
Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y
las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia". La unidad del
Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: "Si un miembro sufre, todos los miembros
sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él" (LG 7). En fin, la unidad
del Cuerpo místico sale victoriosa de todas las divisiones humanas: "En efecto, todos los bautizados en
Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya
que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 27-28).
Redemptor noster unam se personam cum sancta Ecclesia, quam assumpsit, exhibuit ("Nuestro
Redentor muestra que forma una sola persona con la Iglesia que El asumió") (San Gregorio
Magno, mor. praef.1,6,4)
Caput et membra, quasi una persona mystica ("La Cabeza y los miembros, como si fueran una
sola persona mística") (Santo Tomás de Aquino, s.th. 3, 42, 2, ad 1).
Una palabra de Santa Juana de Arco a sus jueces resume la fe de los santos doctores y expresa el
buen sentido del creyente: "De Jesucristo y de la Iglesia, me parece que es todo uno y que no es
necesario hacer una dificultad de ello" (Juana de Arco, proc.).
186
Catolicismo Romano
Los carismas
799 Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa
o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien
de los hombres y a las necesidades del mundo.
800 Los carismas se han de acoger con reconocimiento por el que los recibe, y también por todos los
miembros de la Iglesia. En efecto, son una maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y
para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo; los carismas constituyen tal riqueza siempre que se trate de
187
Catolicismo Romano
dones que provienen verdaderamente del Espíritu Santo y que se ejerzan de modo plenamente conforme a
los impulsos auténticos de este mismo Espíritu, es decir, según la caridad, verdadera medida de los
carismas (cf. 1 Co 13).
801 Por esta razón aparece siempre necesario el discernimiento de carismas. Ningún carisma dispensa de
la referencia y de la sumisión a los Pastores de la Iglesia. "A ellos compete sobre todo no apagar el
Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno" (LG 12), a fin de que todos los carismas
cooperen, en su diversidad y complementariedad, al "bien común" (cf. 1 Co 12, 7) (cf. LG 30; CL, 24).
Resumen
802 "Cristo Jesús se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un
pueblo que fuese suyo" (Tt 2, 14).
803 "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 P 2, 9).
804 Se entra en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo. "Todos los hombres están invitados al Pueblo
de Dios" (LG 13), a fin de que, en Cristo, "los hombres constituyan una sola familia y un único Pueblo de
Dios"(AG 1).
805 La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu y su acción en los sacramentos, sobre todo en la
Eucaristía, Cristo muerto y resucitado constituye la comunidad de los creyentes como Cuerpo suyo.
806 En la unidad de este cuerpo hay diversidad de miembros y de funciones. Todos los miembros están
unidos unos a otros, particularmente a los que sufren, a los pobres y perseguidos.
807 La Iglesia es este Cuerpo del que Cristo es la Cabeza: vive de El, en El y por El: El vive con ella y en
ella.
808 La Iglesia es la Esposa de Cristo: la ha amado y se ha entregado por ella. La ha purificado por
medio de su sangre. Ha hecho de ella la Madre fecunda de todos los hijos de Dios.
809 La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo. El Espíritu es como el alma del Cuerpo Místico, principio
de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y carismas.
810 "Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido `por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo' (San Cipriano)" (LG 4).
Párrafo 3
LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA
811 "Esta es la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y
apostólica" (LG 8). Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí (cf DS 2888), indican rasgos
esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el
Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a
ejercitar cada una de estas cualidades.
812 Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia posee estas propiedades por su origen divino. Pero sus
manifestaciones históricas son signos que hablan también con claridad a la razón humana. Recuerda el
Concilio Vaticano I: "La Iglesia por sí misma es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un
testimonio irrefutable de su misión divina a causa de su admirable propagación, de su eximia santidad, de
su inagotable fecundidad en toda clase de bienes, de su unidad universal y de su invicta estabilidad" (DS
3013).
I La Iglesia es una
"El sagrado Misterio de la Unidad de la Iglesia" (UR 2)
813 La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de
un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas" (UR 2). La Iglesia es una
debido a su Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió a todos
los hombres con Dios... restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78,
3). La Iglesia es una debido a su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna
188
Catolicismo Romano
a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es
el Principio de la unidad de la Iglesia" (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser
una:
¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo y
también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una sola virgen hecha
madre, y me gusta llamarla Iglesia (Clemente de Alejandría, paed. 1, 6, 42).
813 Desde el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que procede a la
vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad
del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una
diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la comunión eclesial, existen
legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones" (LG 13). La gran riqueza de esta
diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias
amenazan sin cesar el don de la unidad. También el apóstol debe exhortar a "guardar la unidad del
Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4, 3).
815 ¿Cuáles son estos vínculos de la unidad? "Por encima de todo esto revestíos del amor, que es el
vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Pero la unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por vínculos
visibles de comunión:
- la profesión de una misma fe recibida de los apóstoles;
- la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos;
- la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de
Dios (cf UR 2; LG 14; CIC, can. 205).
816 "La única Iglesia de Cristo..., Nuestro Salvador, después de su resurrección, la entregó a Pedro para
que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles que la extendieran y la gobernaran... Esta
Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en ["subsistit in"] la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él" (LG 8).
El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: "Solamente por medio de la
Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general de salvación, puede alcanzarse la plenitud total
de los medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos los bienes de la Nueva Alianza a
un único colegio apostólico presidido por Pedro, para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la
tierra, al cual deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de
Dios" (UR 3).
189
Catolicismo Romano
819 Además, "muchos elementos de santificación y de verdad" (LG 8) existen fuera de los límites visibles
de la Iglesia católica: "la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y
otros dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles" (UR 3; cf LG 15). El Espíritu de Cristo
se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la
plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen
de Cristo y conducen a Él (cf UR 3) y de por sí impelen a "la unidad católica" (LG 8).
Hacia la unidad
820 Aquella unidad "que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia... creemos que subsiste
indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca hasta la consumación de los tiempos" (UR 4).
Cristo da permanentemente a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre
para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para ella. Por eso Cristo mismo rogó en
la hora de su Pasión, y no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus discípulos: "Que todos sean uno.
Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú
me has enviado" (Jn 17, 21). El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los cristianos es un don de
Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo (cf UR 1).
821 Para responder adecuadamente a este llamamiento se exige:
— una renovación permanente de la Iglesia en una fidelidad mayor a su vocación. Esta renovación es el
alma del movimiento hacia la unidad (UR 6);
— la conversión del corazón para "llevar una vida más pura, según el Evangelio" (cf UR 7), porque la
infidelidad de los miembros al don de Cristo es la causa de las divisiones;
— la oración en común, porque "esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones
privadas y públicas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el alma de todo el
movimiento ecuménico, y pueden llamarse con razón ecumenismo espiritual" (cf UR 8);
— el fraterno conocimiento recíproco (cf UR 9);
— la formación ecuménica de los fieles y especialmente de los sacerdotes (cf UR 10);
— el diálogo entre los teólogos y los encuentros entre los cristianos de diferentes Iglesias y comunidades
(cf UR 4, 9, 11);
— la colaboración entre cristianos en los diferentes campos de servicio a los hombres (cf UR 12).
822 "La preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como
a los pastores" (cf UR 5). Pero hay que ser "conocedor de que este santo propósito de reconciliar a todos
los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana". Por
eso hay que poner toda la esperanza "en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con
nosotros, y en el poder del Espíritu Santo" (UR 24).
II La Iglesia es santa
823 "La fe confiesa que la Iglesia... no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien
con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el solo santo', amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó
por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo
para gloria de Dios" (LG 39). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (LG 12), y sus miembros son
llamados "santos" (cf Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16, 1).
824 La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él; por Él y con Él, ella también ha sido hecha
santificadora. Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir "la santificación de los hombres en
Cristo y la glorificación de Dios" (SC 10). En la Iglesia es en donde está depositada "la plenitud total de
los medios de salvación" (UR 3). Es en ella donde "conseguimos la santidad por la gracia de Dios" (LG
48).
825 "La Iglesia, en efecto, ya en la tierra se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía
imperfecta" (LG 48). En sus miembros, la santidad perfecta está todavía por alcanzar: "Todos los
cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección
de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre" (LG 11).
826 La caridad es el alma de la santidad a la que todos están llamados: "dirige todos los medios de
santificación, los informa y los lleva a su fin" (LG 42):
190
Catolicismo Romano
Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, el más
necesario, el más noble de todos no le faltaba, comprendí que la Iglesia tenía un corazón, que este
corazón estaba ARDIENDO DE AMOR. Comprendí que el Amor solo hacía obrar a los miembros
de la Iglesia, que si el Amor llegara a apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio, los
Mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí que EL AMOR ENCERRABA TODAS LAS
VOCACIONES. QUE EL AMOR ERA TODO, QUE ABARCABA TODOS LOS TIEMPOS Y
TODOS LOS LUGARES... EN UNA PALABRA, QUE ES ¡ETERNO! (Santa Teresa del Niño
Jesús, ms. autob. B 3v).
827 "Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino solamente a
expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y
siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación" (LG 8; cf UR 3; 6).
Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (cf 1 Jn 1, 8-10). En
todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin
de los tiempos (cf Mt 13, 24-30). La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de
Cristo, pero aún en vías de santificación:
La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque ella no goza de otra vida
que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida se santifican;
si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se
difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de
librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo (SPF 19).
828 Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado
heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del
Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como
modelos e intercesores (cf LG 40; 48-51). "Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de
renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia" (CL 16, 3). En efecto, "la
santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su
ímpetu misionero" (CL 17, 3).
829 "La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arruga. En cambio, los
creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a
María" (LG 65): en ella, la Iglesia es ya enteramente santa.
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judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece al pueblo judío "la
adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas; de todo lo cual
procede Cristo según la carne" (cf Rm 9, 4-5), "porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables"
(Rm 11, 29).
840 Por otra parte, cuando se considera el futuro, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el nuevo
Pueblo de Dios tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o el retorno) del Mesías; pues para
unos, es la espera de la vuelta del Mesías, muerto y resucitado, reconocido como Señor e Hijo de Dios;
para los otros, es la venida del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el fin de los tiempos,
espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del rechazo de Cristo Jesús.
841 Las relaciones de la Iglesia con los musulmanes. "El designio de salvación comprende también a los
que reconocen al Creador. Entre ellos están, ante todo, los musulmanes, que profesan tener la fe de
Abraham y adoran con nosotros al Dios único y misericordioso que juzgará a los hombres al fin del
mundo" (LG 16; cf NA 3).
842 El vínculo de la Iglesia con las religiones no cristianas es en primer lugar el del origen y el del fin
comunes del género humano:
Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo
habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra; tienen también un único fin
último, Dios, cuya providencia, testimonio de bondad y designios de salvación se extienden a
todos hasta que los elegidos se unan en la Ciudad Santa (NA 1).
843 La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda "todavía en sombras y bajo imágenes", del
Dios desconocido pero próximo ya que es Él quien da a todos vida, el aliento y todas las cosas y quiere
que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que puede encontrarse
en las diversas religiones, "como una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina a
todos los hombres, para que al fin tengan la vida" (LG 16; cf NA 2; EN 53).
844 Pero, en su comportamiento religioso, los hombres muestran también límites y errores que desfiguran
en ellos la imagen de Dios:
Con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se pusieron a razonar como
personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en vez
de al Creador. Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, están expuestos a la
desesperación más radical (LG 16).
845 El Padre quiso convocar a toda la humanidad en la Iglesia de su Hijo para reunir de nuevo a todos sus
hijos que el pecado había dispersado y extraviado. La Iglesia es el lugar donde la humanidad debe volver
a encontrar su unidad y su salvación. Ella es el "mundo reconciliado" (San Agustín, serm. 96, 7-9). Es,
además, este barco que "pleno dominicae crucis velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat mundo"
("con su velamen que es la cruz de Cristo, empujado por el Espíritu Santo, navega bien en este mundo")
(San Ambrosio, virg. 18, 188); según otra imagen estimada por los Padres de la Iglesia, está prefigurada
por el Arca de Noé que es la única que salva del diluvio (cf 1 P 3, 20-21).
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Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con
sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios,
conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (LG 16;
cf DS 3866-3872).
848 "Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, 'sin la que es imposible
agradarle' (Hb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde, sin embargo,
a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar" (AG 7).
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855 La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo hacia la unidad de los cristianos (cf RM 50). En efecto,
"las divisiones entre los cristianos son un obstáculo para que la Iglesia lleve a cabo la plenitud de la
catolicidad que le es propia en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están,
sin embargo, separados de su plena comunión. Incluso se hace más difícil para la propia Iglesia expresar
la plenitud de la catolicidad bajo todos los aspectos en la realidad misma de la vida" (UR 4).
856 La tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio (cf RM
55). Los creyentes pueden sacar provecho para sí mismos de este diálogo aprendiendo a conocer mejor
"cuanto de verdad y de gracia se encontraba ya entre las naciones, como por una casi secreta presencia de
Dios" (AG 9). Si ellos anuncian la Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y
elevar la verdad y el bien que Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos, y para purificarlos del
error y del mal "para gloria de Dios, confusión del diablo y felicidad del hombre" (AG 9).
IV La Iglesia es apostólica
857 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
— Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles" (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos
escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1,
l; etc.).
— Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf Hch 2, 42), el
buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).
— Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a
aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los
presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y
conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes
tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de los apóstoles).
La misión de los apóstoles
858 Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso, y
vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14).
Desde entonces, serán sus "enviados" [es lo que significa la palabra griega "apostoloi"]. En ellos continúa
su propia misión: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf 13, 20; 17, 18). Por tanto
su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe", dice a
los Doce (Mt 10, 40; cf Lc 10, 16).
859 Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn
5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no
pueden hacer nada sin Él (cf Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla.
Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como "ministros de una nueva
alianza" (2 Co 3, 6), "ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20), "servidores de
Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1).
860 En el encargo dado a los apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la
Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su
misión. Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf Mt 28, 20). "Esta
misión divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio
que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los apóstoles se preocuparon
de instituir... sucesores" (LG 20).
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luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio" (LG
20; cf San Clemente Romano, Cor. 42; 44).
862 "Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que
debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de los apóstoles de
apacentar la Iglesia, que debe ser elegido para siempre por el orden sagrado de los obispos". Por eso, la
Iglesia enseña que "por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la
Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que
lo envió" (LG 20).
El apostolado
863 Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los
apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es
"enviada" al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte
en este envío. "La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado". Se
llama "apostolado" a "toda la actividad del Cuerpo Místico" que tiende a "propagar el Reino de Cristo por
toda la tierra" (AA 2).
864 "Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia", es evidente que la
fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión
vital con Cristo (cf Jn 15, 5; AA 4). Según sean las vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los
dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero es siempre la caridad,
conseguida sobre todo en la Eucaristía, "que es como el alma de todo apostolado" (AA 3).
865 La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe
ya y será consumado al fin de los tiempos "el Reino de los cielos", "el Reino de Dios" (cf Ap 19, 6), que
ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son
incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él,
hechos en él "santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor" (Ef 1, 4), serán reunidos como el
único Pueblo de Dios, "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9), "la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a
Dios y tiene la gloria de Dios" (Ap 21, 10-11); y "la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras,
que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero" (Ap 21, 14).
Resumen
866 La Iglesia es una: tiene un solo Señor; confiesa una sola fe, nace de un solo Bautismo, no forma más
que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu, orientado a una única esperanza (cf Ef 4, 3-5) a cuyo
término se superarán todas las divisiones.
867 La Iglesia es santa: Dios santísimo es su autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella para
santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores, ella es "ex maculatis
immaculata" ("inmaculada aunque compuesta de pecadores"). En los santos brilla su santidad; en María
es ya la enteramente santa.
868 La Iglesia es católica: Anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios
de salvación; es enviada a todos los pueblos; se dirige a todos los hombres; abarca todos los tiempos;
"es, por su propia naturaleza, misionera" (AG 2).
869 La Iglesia es apostólica: Está edificada sobre sólidos cimientos: "los doce apóstoles del Cordero"
(Ap 21, 14); es indestructible (cf Mt 16, 18); se mantiene infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna
por medio de Pedro y los demás apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los
obispos.
870 "La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y
apostólica... subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en
comunión con él. Sin duda, fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de
santificación y de verdad " (LG 8).
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Catolicismo Romano
Párrafo 4
LOS FIELES DE CRISTO: JERARQUÍA, LAICOS, VIDA CONSAGRADA
871 "Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo de Dios
y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno
según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia
en el mundo" (CIC, can. 204, 1; cf. LG 31).
872 "Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la
dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación
del Cuerpo de Cristo" (CIC can. 208; cf. LG 32).
873 Las mismas diferencias que el Señor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad
y a su misión. Porque "hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles
y sus sucesores les confirió Cristo la función de enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y
autoridad. Pero también los laicos, partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen
en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios" (AA 2).
En fin, "en esos dos grupos [jerarquía y laicos], hay fieles que por la profesión de los consejos evangélicos
... se consagran a Dios y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia según la manera peculiar que les es
propia" (CIC can. 207, 2).
197
Catolicismo Romano
de San Pedro y jefe del colegio; los presbíteros ejercen su ministerio en el seno del presbiterio de la
diócesis, bajo la dirección de su obispo.
878 Por último, es propio también de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener carácter
personal. Cuando los ministros de Cristo actúan en comunión, actúan siempre también de manera
personal. Cada uno ha sido llamado personalmente ("Tú sígueme", Jn 21, 22;cf. Mt 4,19. 21; Jn 1,43) para
ser, en la misión común, testigo personal, que es personalmente portador de la responsabilidad ante Aquél
que da la misión, que actúa "in persona Christi" y en favor de personas : "Yo te bautizo en el nombre del
Padre ..."; "Yo te perdono...".
879 Por lo tanto, en la Iglesia, el ministerio sacramental es un servicio ejercitado en nombre de Cristo y
tiene una índole personal y una forma colegial. Esto se verifica en los vínculos entre el colegio episcopal y
su jefe, el sucesor de San Pedro, y en la relación entre la responsabilidad pastoral del obispo en su Iglesia
particular y la común solicitud del colegio episcopal hacia la Iglesia Universal.
La misión de enseñar
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Catolicismo Romano
888 Los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, "tienen como primer deber el anunciar a todos el
Evangelio de Dios" (PO 4), según la orden del Señor (cf. Mc 16, 15). Son "los predicadores del Evangelio
que llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la
autoridad de Cristo" (LG 25).
889 Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad,
quiso conferir a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio del "sentido sobrenatural
de la fe", el Pueblo de Dios "se une indefectiblemente a la fe", bajo la guía del Magisterio vivo de la
Iglesia (cf. LG 12; DV 10).
890 La misión del Magisterio está ligada al carácter definitivo de la Alianza instaurada por Dios en Cristo
con su Pueblo; debe protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle la posibilidad objetiva de
profesar sin error la fe auténtica. El oficio pastoral del Magisterio está dirigido, así, a velar para que el
Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera. Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a los
pastores con el carisma de infalibilidad en materia de fe y de costumbres. El ejercicio de este carisma
puede revestir varias modalidades:
891 "El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su
ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus
hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral... La infalibilidad
prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el
sucesor de Pedro", sobre todo en un Concilio ecuménico (LG 25; cf. Vaticano I: DS 3074). Cuando la
Iglesia propone por medio de su Magisterio supremo que algo se debe aceptar "como revelado por Dios
para ser creído" (DV 10) y como enseñanza de Cristo, "hay que aceptar sus definiciones con la obediencia
de la fe" (LG 25). Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la Revelación divina (cf. LG 25).
892 La asistencia divina es también concedida a los sucesores de los apóstoles, cuando enseñan en
comunión con el sucesor de Pedro (y, de una manera particular, al obispo de Roma, Pastor de toda la
Iglesia), aunque, sin llegar a una definición infalible y sin pronunciarse de una "manera definitiva",
proponen, en el ejercicio del magisterio ordinario, una enseñanza que conduce a una mejor inteligencia de
la Revelación en materia de fe y de costumbres. A esta enseñanza ordinaria, los fieles deben
"adherirse...con espíritu de obediencia religiosa" (LG 25) que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es
una prolongación de él.
La misión de santificar
893 El obispo "es el `administrador de la gracia del sumo sacerdocio'" (LG 26), en particular en la
Eucaristía que él mismo ofrece, o cuya oblación asegura por medio de los presbíteros, sus colaboradores.
Porque la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia particular. El obispo y los presbíteros santifican la
Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La
santifican con su ejemplo, "no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey"
(1 P 5, 3). Así es como llegan "a la vida eterna junto con el rebaño que les fue confiado"(LG 26).
La misión de gobernar
894 "Los obispos, como vicarios y legados de Cristo, gobiernan las Iglesias particulares que se les han
confiado, no sólo con sus proyectos, con sus consejos y con ejemplos, sino también con su autoridad y
potestad sagrada "(LG 27), que deben, no obstante, ejercer para edificar con espíritu de servicio que es el
de su Maestro (cf. Lc 22, 26-27).
895 "Esta potestad, que desempeñan personalmente en nombre de Cristo, es propia, ordinaria e inmediata.
Su ejercicio, sin embargo, está regulado en último término por la suprema autoridad de la Iglesia "(LG
27). Pero no se debe considerar a los obispos como vicarios del Papa, cuya autoridad ordinaria e
inmediata sobre toda la Iglesia no anula la de ellos, sino que, al contrario, la confirma y tutela. Esta
autoridad debe ejercerse en comunión con toda la Iglesia bajo la guía del Papa.
896 El Buen Pastor será el modelo y la "forma" de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus
propias debilidades, el obispo "puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a
escuchar a sus súbditos, a a los que cuida como verdaderos hijos ... Los fieles, por su parte, deben estar
unidos a su obispo como la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre" (LG 27):
199
Catolicismo Romano
Seguid todos al obispo como Jesucristo (sigue) a su Padre, y al presbiterio como a los apóstoles;
en cuanto a los diáconos, respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo
nada en lo que atañe a la Iglesia (San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1)
II Los fieles laicos
897 "Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del
estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el
bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo. Sacerdote, Profeta y
Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo"
(LG 31).
200
Catolicismo Romano
Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea de todo predicador e incluso de todo creyente (Sto.
Tomás de A., STh III, 71. 4 ad 3).
905 Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con "el anuncio de Cristo
comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra". En los laicos, esta evangelización "adquiere una
nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de
nuestro mundo" (LG 35):
Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca
ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes ... como a los fieles (AA
6; cf. AG 15).
906 Los fieles laicos que sean capaces de ello y que se formen para ello también pueden prestar su
colaboración en la formación catequética (cf. CIC, can. 774, 776, 780), en la enseñanza de las ciencias
sagradas (cf. CIC,can. 229), en los medios de comunicación social (cf. CIC, can 823, 1).
907 "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y
prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la
Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y
la reverencia hacia los Pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas"
(CIC, can. 212, 3).
201
Catolicismo Romano
La vida eremítica
920 Sin profesar siempre públicamente los tres consejos evangélicos, los ermitaños, "con un apartamiento
más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la
alabanza de Dios y salvación del mundo" (CIC, can. 603 1).
921 Los eremitas presentan a los demás ese aspecto interior del misterio de la Iglesia que es la intimidad
personal con Cristo. Oculta a los ojos de los hombres, la vida del eremita es predicación silenciosa de
Aquél a quien ha entregado su vida, porque El es todo para él. En este caso se trata de un llamamiento
particular a encontrar en el desierto, en el combate espiritual, la gloria del Crucificado.
202
Catolicismo Romano
La vida religiosa
925 Nacida en Oriente en los primeros siglos del cristianismo (cf. UR 15) y vivida en los institutos
canónicamente erigidos por la Iglesia (cf. CIC, can. 573), la vida religiosa se distingue de las otras formas
de vida consagrada por el aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la vida
fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia (cf. CIC, can.
607).
926 La vida religiosa nace del misterio de la Iglesia. Es un don que la Iglesia recibe de su Señor y que
ofrece como un estado de vida estable al fiel llamado por Dios a la profesión de los consejos. Así la
Iglesia puede a la vez manifestar a Cristo y reconocerse como Esposa del Salvador. La vida religiosa está
invitada a significar, bajo estas diversas formas, la caridad misma de Dios, en el lenguaje de nuestro
tiempo.
927 Todos los religiosos, exentos o no (cf. CIC, can. 591), se encuentran entre los colaboradores del
obispo diocesano en su misión pastoral (cf. CD 33-35). La implantación y la expansión misionera de la
Iglesia requieren la presencia de la vida religiosa en todas sus formas "desde el período de implantación
de la Iglesia" (AG 18, 40). "La historia da testimonio de los grandes méritos de las familias religiosas en
la propagación de la fe y en la formación de las nuevas iglesias: desde las antiguas Instituciones
monásticas, las Ordenes medievales y hasta las Congregaciones modernas" (Juan Pablo II, RM 69).
203
Catolicismo Romano
El Pueblo de Dios, en efecto, no tiene aquí una ciudad permanente, sino que busca la futura. Por
eso el estado religioso...manifiesta también mucho mejor a todos los creyentes los bienes del
cielo, ya presentes en este mundo. También da testimonio de la vida nueva y eterna adquirida por
la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección futura y la gloria del Reino de los cielos (LG
44).
Resumen
934 "Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se
denomi nan clérigos; los demás se llaman laicos". Hay, por otra parte, fieles que perteneciendo a uno de
ambos grupos, por la profesión de los consejos evangélicos, se consagran a Dios y sirven así a la misión
de la Iglesia (CIC, can. 207, 1, 2).
935 Para anunciar su fe y para implantar su Reino, Cristo envía a sus apóstoles y a sus sucesores. El les
da parte en su misión. De El reciben el poder de obrar en su nombre.
936 El Señor hizo de San Pedro el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las llaves de ella. El obispo de
la Iglesia de Roma, sucesor de San Pedro, es la "cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y
Pastor de la Iglesia universal en la tierra" (CIC, can. 331).
937 El Papa "goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y universal para
cuidar las almas" (CD 2).
938 Los obispos, instituidos por el Espíritu Santo, suceden a los apóstoles. "Cada uno de los obispos, por
su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares" (LG 23).
939 Los obispos, ayudados por los presbíteros, sus colaboradores, y por los diáconos, los obispos tienen
la misión de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el culto divino, sobre todo la Eucaristía, y de
dirigir su Iglesia como verdaderos pastores. A su misión pertenece también el cuidado de todas las
Iglesias, con y bajo el Papa.
940 "Siendo propio del estado de los laicos vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, Dios
les llama a que movidos por el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de
fermento" (AA 2).
941 Los laicos participan en el sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a El, despliegan la gracia del
Bautismo y la de la Confirmación a través de todas las dimensiones de la vida personal, familiar, social y
eclesial y realizan así el llamamiento a la santidad dirigido a todos los bautizados.
942 Gracias a su misión profética, los laicos, "están llamados a ser testigos de Cristo en todas las cosas,
también en el interior de la sociedad humana" (GS 43, 4).
943 Debido a su misión regia, los laicos tienen el poder de arrancar al pecado su dominio sobre sí
mismos y sobre el mundo por medio de su abnegación y santidad de vida (cf. LG 36).
944 La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión pública de los consejos evangélicos de
pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia.
945 Entregado a Dios supremamente amado, aquél a quien el Bautismo ya había destinado a El, se
encuentra en el estado de vida consagrada, más íntimamente comprometido en el servicio divino y
dedicado al bien de toda la Iglesia.
Párrafo 5
LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
946 Después de haber confesado "la Santa Iglesia católica", el Símbolo de los Apóstoles añade "la
comunión de los santos". Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior: "¿Qué es la
Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?" (Nicetas, symb. 10). La comunión de los santos es
precisamente la Iglesia.
947 "Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros ... Es,
pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es
Cristo, ya que El es la cabeza ... Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta
comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia" (Santo Tomás, symb.10). "Como esta Iglesia está
204
Catolicismo Romano
gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un
fondo común" (Catech. R. 1, 10, 24).
948 La expresión "comunión de los santos" tiene entonces dos significados estrechamente relacionados:
"comunión en las cosas santas ['sancta']" y "comunión entre las personas santas ['sancti']".
"Sancta sanctis" [lo que es santo para los que son santos] es lo que se proclama por el celebrante
en la mayoría de las liturgias orientales en el momento de la elevación de los santos Dones antes
de la distribución de la comunión. Los fieles ["sancti"] se alimentan con el cuerpo y la sangre de
Cristo ["sancta"] para crecer en la comunión con el Espíritu Santo ["Koinônia"] y comunicarla al
mundo.
I La comunión de los bienes espirituales
949 En la comunidad primitiva de Jerusalén, los discípulos "acudían asiduamente a la enseñanza de los
apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42):
La comunión en la fe. La fe de los fieles es la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que
se enriquece cuando se comparte.
950 La comunión de los sacramentos. “El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los
Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia,
son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es
la comunión de los sacramentos ... El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque
cada uno de ellos nos une a Dios ... Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro,
porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación” (Catech. R. 1, 10, 24).
951 La comunión de los carismas: En la comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo "reparte gracias
especiales entre los fieles" para la edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien, "a cada cual se le otorga la
manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Co 12, 7).
952 “Todo lo tenían en común” (Hch 4, 32): "Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo
como un bien en común con los demás y debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y
la miseria del prójimo" (Catech. R. 1, 10, 27). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (cf.
Lc 16, 1, 3).
953 La comunión de la caridad: En la "comunión de los santos" "ninguno de nosotros vive para sí mismo;
como tampoco muere nadie para sí mismo" (Rm 14, 7). "Si sufre un miembro, todos los demás sufren con
él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el
cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1 Co 12, 26-27). "La caridad no busca su
interés" (1 Co 13, 5; cf. 10, 24). El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de
todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los
santos. Todo pecado daña a esta comunión.
205
Catolicismo Romano
No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi
vida (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán de Sajonia, lib 43).
Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
957 La comunión con los santos. "No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos
nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la
práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva
más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y
Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG 50):
Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios: en cuanto a los mártires, los amamos como
discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y
maestro; que podamos nosotros, también nosotros, ser sus compañeros y sus condiscípulos (San
Policarpo, mart. 17).
958 La comunión con los difuntos. "La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de
todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad
el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones `pues es una idea santa y provechosa orar
por los difuntos para que se vean libres de sus pecados' (2 M 12, 45)" (LG 50). Nuestra oración por ellos
puede no solamente ayudarles sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.
959 ... en la única familia de Dios. "Todos los hijos de Dios y miembros de una misma familia en Cristo,
al unirnos en el amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima Trinidad, estamos respondiendo a la
íntima vocación de la Iglesia" (LG 51).
Resumen
960 La Iglesia es "comunión de los santos": esta expresión designa primeramente las "cosas santas"
["sancta"], y ante todo la Eucaristía, "que significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes,
que forman un solo cuerpo en Cristo" (LG 3).
961 Este término designa también la comunión entre las "personas santas" ["sancti"] en Cristo que ha
"muerto por todos", de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos.
962 "Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra,
de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos
se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el
amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones"
(SPF 30).
Párrafo 6
MARÍA, MADRE DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA
963 Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu,
conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. "Se la reconoce y se la venera como
verdadera Madre de Dios y del Redentor... más aún, `es verdaderamente la madre de los miembros (de
Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella
cabeza'(S. Agustín, virg. 6)" (LG 53). "...María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo VI discurso
21 de noviembre 1964).
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la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana, como el Santo Rosario, "síntesis de todo el
Evangelio" (cf. Pablo VI, MC 42).
III María, icono escatológico de la Iglesia
972 Después de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su destino, no se puede
concluir mejor que volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su
Misterio, en su "peregrinación de la fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para la
gloria de la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los santos" (LG 69), aquella a
quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia Madre:
Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de
la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del
Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en Marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo (LG 68).
Resumen
973 Al pronunciar el "fiat" de la Anunciación y al dar su consentimiento al Misterio de la Encarnación,
María col abora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde El es
Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.
974 La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la
gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la
resurrección de todos los miembros de su Cuerpo.
975 "Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo
ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo (SPF 15).
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Catolicismo Romano
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
ARTÍCULO 10
"CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS"
976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo,
pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su apóstoles,
Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos"
(Jn 20, 22-23).
(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente del perdón de los pecados por el Bautismo, el
Sacramento de la Penitencia y los demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con
evocar brevemente, por tanto, algunos datos básicos).
I Un solo bautismo para el perdón de los pecados
977 Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El
Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto
por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también
una vida nueva" (Rm 6, 4).
978 "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de Fe, al recibir el santo Bautismo que
nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada
por borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena
que sufrir para expiarlas... Sin embargo, la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas las
debilidades de la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la
concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catech. R. 1, 11, 3).
979 En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para
evitar toda herida del pecado? "Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los
pecados, también hacía falta que el Bautismo no fuese para ella el único medio de servirse de las llaves
del Reino de los cielos, que había recibido de Jesucristo; era necesario que fuese capaz de perdonar los
pecados a todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su vida"
(Catech. R. 1, 11, 4).
980 Por medio del sacramento de la penitencia el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nac.,
Or. 39. 17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este
sacramento de la penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados
(Cc de Trento: DS 1672).
II El poder de las llaves
981 Cristo, después de su Resurrección envió a sus apóstoles a predicar "en su nombre la conversión para
perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la reconciliación" (2 Co 5,
18), no lo cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a los hombres el perdón de
Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles
también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al
poder de las llaves recibido de Cristo:
209
Catolicismo Romano
La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión
de los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde
revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya gracia nos ha
salvado (San Agustín, serm. 214, 11).
982 No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso
y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero"
(Catech. R. 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre
abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).
983 La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don
que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados,
por medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores:
El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores
cumplan en su nombre todo lo que había hecho cuando estaba en la tierra (San Ambrosio, poenit.
1, 34).
Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles...
Dios sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo (San Juan Crisóstomo, sac.
3, 5).
210
Catolicismo Romano
SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
Razón de ser de la liturgia
1066. En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad y su "designio
benevolente" (Ef 1,9) sobre toda la creación: El Padre realiza el "misterio de su voluntad" dando a su Hijo
Amado y al Espíritu Santo para la salvación del mundo y para la gloria de su Nombre. Tal es el Misterio
de Cristo (cf Ef 3,4), revelado y realizado en la historia según un plan, una "disposición" sabiamente
ordenada que S. Pablo llama "la economía del Misterio" (Ef 3,9) y que la tradición patrística llamará "la
Economía del Verbo encarnado" o "la Economía de la salvación".
1067 "Cristo el Señor realizó esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios,
preparada por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por el
misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa
ascensión. Por este misterio, `con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró
nuestra vida'. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la
Iglesia" (SC 5). Por eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el Misterio pascual por el que
Cristo realizó la obra de nuestra salvación.
1068 Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan
de él y den testimonio del mismo en el mundo:
En efecto, la liturgia, por medio de la cual "se ejerce la obra de nuestra redención", sobre todo en
el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y
manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia (SC
2).
Significación de la palabra "Liturgia"
1069 La palabra "Liturgia" significa originariamente "obra o quehacer público", "servicio de parte de y en
favor del pueblo". En la tradición cristiana quiere significar que el Pueblo de Dios toma parte en "la obra
de Dios" (cf. Jn 17,4). Por la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su Iglesia,
con ella y por ella, la obra de nuestra redención.
1070 La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es empleada para designar no solamente la
celebración del culto divino (cf Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del Evangelio (cf. Rm 15,16;
Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rm 15,27; 2 Co 9,12; Flp 2,25). En todas estas situaciones se
trata del servicio de Dios y de los hombres. En la celebración litúrgica, la Iglesia es servidora, a imagen de
su Señor, el único "Liturgo" (cf Hb 8,2 y 6), del cual ella participa en su sacerdocio, es decir, en el culto,
anuncio y servicio de la caridad:
Con razón se considera la liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la
que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la
santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros,
ejerce el culto público. Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su
Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en
el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia (SC 7).
La liturgia como fuente de Vida
1071 La Liturgia, obra de Cristo, es también una acción de su Iglesia. Realiza y manifiesta la Iglesia como
signo visible de la comunión entre Dios y de los hombres por Cristo. Introduce a los fieles en la Vida
nueva de la comunidad. Implica una participación "consciente, activa y fructífera" de todos (SC 11).
1072 "La sagrada liturgia no agota toda la acción de la Iglesia" (SC 9): debe ser precedida por la
evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la Vida nueva
según el Espíritu, el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad.
Oración y Liturgia
211
Catolicismo Romano
1073 La Liturgia es también participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo.
En ella toda oración cristiana encuentra su fuente y su término. Por la liturgia el hombre interior es
enraizado y fundado (cf Ef 3,16-17) en "el gran amor con que el Padre nos amó" (Ef 2,4) en su Hijo
Amado. Es la misma "maravilla de Dios" que es vivida e interiorizada por toda oración, "en todo tiempo,
en el Espíritu" (Ef 6,18)
Catequesis y Liturgia
1074 "La Liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de
donde mana toda su fuerza" (SC 10). Por tanto, es el lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de
Dios. "La cateq uesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los
sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de
los hombres" (CT 23).
1075 La catequesis litúrgica pretende introducir en el Misterio de Cristo ( es "mistagogia"), procediendo
de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los "sacramentos" a los "misterios". Esta
modalidad de catequesis corresponde hacerla a los catecismos locales y regionales. El presente catecismo,
que quiere ser un servicio para toda la Iglesia, en la diversidad de sus ritos y sus culturas (cf SC 3-4),
enseña lo que es fundamental y común a toda la Iglesia en lo que se refiere a la Liturgia en cuanto
misterio y celebración (primera sección), y a los siete sacramentos y los sacramentales (segunda sección).
PRIMERA SECCIÓN:
LA ECONOMÍA SACRAMENTAL
1076 El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al mundo (cf SC 6;
LG 2). El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la "dispensación del Misterio": el tiempo de la
Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación mediante la
Liturgia de su Iglesia, "hasta que él venga" (1 Co 11,26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y
actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva, la propia de este tiempo nuevo. Actúa por los
sacramentos; esto es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama "la Economía sacramental";
esta consiste en la comunicación (o "dispensación") de los frutos del Misterio pascual de Cristo en la
celebración de la liturgia "sacramental" de la Iglesia.
Por ello es preciso explicar primero esta "dispensación sacramental" (capítulo primero). Así aparecerán
más clarame nte la naturaleza y los aspectos esenciales de la celebración litúrgica (capítulo segundo).
CAPÍTULO PRIMERO:
EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
ARTÍCULO 1:
LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
I. El Padre, fuente y fin de la liturgia
1077 "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de
bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del
mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus
hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de
su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez
palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la
entrega a su Creador en la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde
el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la Jerusalén celestial, los autores inspirados
anuncian el designio de salvación como una inmensa bendición divina.
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1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la mujer. La alianza
con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del
hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a partir de Abraham cuando la bendición divina
penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su
fuente: por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la
salvación.
1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento
de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Exodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la
Presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los
Profetas y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas
y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es
reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en
su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en
nuestros corazones el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales"
con que el Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia,
unida a su Señor y "bajo la acción el Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por su Don inefable" (2
Co 9,15) mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación
del designio de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de
implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el
mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el
poder del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de su gracia"
(Ef 1,6).
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1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la
noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su
Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta inteligencia
"espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace
vivir.
1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo
judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la
Liturgia cristiana. Para los judíos y para los cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus
respectivas liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta a esta Palabra, la adoración
de alabanza y de intercesión por los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia divina. La liturgia de
la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la oración judía. La oración de las Horas, y otros
textos y formularios litúrgicos tienen sus paralelos también en ella, igual que las mismas fórmulas de
nuestras oraciones más venerables, por ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran
también en modelos de la tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero también
la diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las grandes fiestas del año litúrgico como
la Pascua. Los cristianos y los judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia el porvenir
en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección de Cristo en los cristianos, aunque siempre
en espera de la consumación definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la
Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su
unidad de la "comunión del Espíritu Santo" que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo.
Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.
1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto". Esta
preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la Asamblea, en particular de sus
ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la
voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la
celebración misma y a los frutos de vida nueva que está llamada a producir.
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1103 La Anamnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en
la historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; ... las palabras
proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo
"recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según la naturaleza de las acciones
litúrgicas y las tradiciones rituales de las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las maravillas de
Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que despierta así la memoria de la
Iglesia, suscita entonces la acción de gracias y la alabanza (Doxología).
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1112 La misión del Espíritu Santo en la Liturgia de la Iglesia es la de preparar la Asamblea para el
encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente
y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la
comunión en la Iglesia.
CAPÍTULO PRIMERO:
EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
ARTÍCULO 2
EL MISTERIO PASCUAL EN LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1113 Toda la vida litúrgica de la Iglesia gravita en torno al Sacrificio eucarístico y los sacramentos (cf SC
6). Hay en la Iglesia siete sacramentos: Bautismo, Confirmación o Crismación, Eucaristía, Penitencia,
Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio (cf DS 860; 1310; 1601). En este Artículo se
trata de lo que es común a los siete sacramentos de la Iglesia desde el punto de vista doctrinal. Lo que les
es común bajo el aspecto de la celebración se expondrá en el capítulo II, y lo que es propio de cada uno de
ellos será objeto de la sección II.
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que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de
los sacramentos.
1121 Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal confieren, además de
la gracia, un carácter sacramental o "sello" por el cual el cristiano participa del sacerdocio de Cristo y
forma parte de la Iglesia según estados y funciones diversos. Esta configuración con Cristo y con la
Iglesia, realizada por el Espíritu, es indeleble (Cc. de Trento: DS 1609); permanece para siempre en el
cristiano como dis p osición positiva para la gracia, como promesa y garantía de la protección divina y
como vocación al culto divino y al servicio de la Iglesia. Por tanto, estos sacramentos no pueden ser
reiterados.
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Catolicismo Romano
1129 La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la
salvación (cf Cc. de Trento: DS 1604). La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por
Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos
con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica (cf 2 P
1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador.
Resumen
1131 Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por
los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son
celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los
reciben con las disposiciones requeridas.
1132 La Iglesia celebra los sacramentos como comunidad sacerdotal estructurada por el sacerdocio
bautismal y el de los ministros ordenados.
1133 El Espíritu Santo dispone a la recepción de los sacramentos por la Palabra de Dios y por la fe que
acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos. Así los sacramentos fortalecen y expresan la fe.
1134 El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una parte, este fruto es para todo
fiel la vida para Dios en Cristo Jesús: por otra parte, es para la Iglesia crecimiento en la caridad y en su
misión de testimonio.
PRIMERA SECCIÓN:
LA ECONOMÍA SACRAMENTAL
CAPÍTULO SEGUNDO
LA CELEBRACIÓN SACRAMENTAL DEL MISTERIO PASCUAL
1135 La catequesis de la Liturgia implica en primer lugar la inteligencia de la economía sacramental
(capítulo primero). A su luz se revela la novedad de su celebración. Se tratará, pues, en este capítulo de la
celebración de los sacramentos de la Iglesia. A través de la diversidad de las tradiciones litúrgicas, se
presenta lo que es común a la celebración de los siete sacramentos. Lo que es propio de cada uno de ellos,
será presentado más adelante. Esta catequesis fundamental de las celebraciones sacramentales responderá
a las cuestiones inmediatas que se presentan a un fiel al respecto:
– quién celebra
– cómo celebrar
– cuándo celebrar
219
Catolicismo Romano
– dónde celebrar.
ARTÍCULO 1
CELEBRAR LA LITURGIA DE LA IGLESIA
I ¿Quién celebra?
1136 La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Por tanto, quienes celebran esta "acción",
independientemente de la existencia o no de signos sacramentales, participan ya de la Liturgia del cielo,
allí donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta.
1140 Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra. "Las acciones litúrgicas
no son acciones privadas, s ino celebraciones de la Iglesia, que es `sacramento de unidad', esto es, pueblo
santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de
la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera
diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual" (SC 26). Por eso también,
"siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan una celebración común, con
asistencia y participación activa de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto sea
posible, a una celebración individual y casi privada" (SC 27).
1141 La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, "por el nuevo nacimiento y por la
unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan
a través de todas las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales" (LG 10). Este "sacerdocio común"
es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros (cf LG 10; 34; PO 2):
La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena,
consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a
la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano "linaje escogido,
sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 P 2,9; cf 2,4-5) (SC 14).
1142 Pero "todos los miembros no tienen la misma función" (Rm 12,4). Algunos son llamados por Dios
en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados
por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de
Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (cf PO 2 y 15). El ministro ordenado es
como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el
220
Catolicismo Romano
II ¿Cómo celebrar?
Signos y símbolos
1145 Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la
salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los
acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.
1146 Signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar
importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades
espirituales a través de signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y
símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en
su relación con Dios.
1147 Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia
del hombre para que vea en él las huellas de su Creador (cf Sb 13,1; Rm 1,19-20; Hch 14,17). La luz y la
noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su
grandeza y su proximidad.
1148 En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de
Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo
sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir
la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.
1149 Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a a menudo de forma impresionante, este sentido
cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica
elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la
creación nueva en Jesucristo.
1150 Signos de la Alianza. El pueblo elegido recibe de Dios signos y símbolos distintivos que marcan su
vida litúrgica: no son ya solamente celebraciones de ciclos cósmicos y de acontecimientos sociales, sino
signos de la Alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo. Entre estos signos
litúrgicos de la Antigua Alianza se puede nombrar la circuncisión, la unción y la consagración de reyes y
sacerdotes, la imposición de manos, los sacrificios, y sobre todo la pascua. La Iglesia ve en estos signos
una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza.
1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos
de la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o
subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-
25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la
Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque él mismo es el sentido de todos esos signos.
1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los
signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda
la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las
figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y
anticipan la gloria del cielo.
Palabras y acciones
221
Catolicismo Romano
1153 Toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo y en el
Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones y de palabras.
Ciertamente, las acciones simbólicas son ya un lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios y la
respuesta de fe acompañen y vivifiquen estas acciones, a fin de que la semilla del Reino dé su fruto en la
tierra buena. Las acciones litúrgicas significan lo que expresa la Palabra de Dios: a la vez la iniciativa
gratuita de Dios y la respuesta de fe de su pueblo.
1154 La liturgia de la Palabra es parte integrante de las celebraciones sacramentales. Para nutrir la fe de
los fieles, los signos de la Palabra de Dios deben ser puestos de relieve: el libro de la Palabra (leccionario
o evangeliario), su veneración (procesión, incienso, luz), el lugar de su anuncio (ambón), su lectura
audible e inteligible, la homilía del ministro, la cual prolonga su proclamación, y las respuestas de la
asamblea (aclamaciones, salmos de meditación, letanías, confesión de fe...).
1155 La palabra y la acción litúrgica, indisociables en cuanto signos y enseñanza, lo son también en
cuanto que realizan lo que significan. El Espíritu Santo, al suscitar la fe, no solamente procura una
inteligencia de la Palabra de Dios suscitando la fe, sino que también mediante los sacramentos realiza las
"maravillas" de Dios que son anunciadas por la misma Palabra: hace presente y comunica la obra del
Padre realizada por el Hijo amado.
Canto y música
1156 "La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale
entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras,
constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne" (SC 112). La composición y el canto de
Salmos inspirados, con frecuencia acompañados de instrumentos musicales, estaban ya estrechamente
ligados a las celebraciones litúrgicas de la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta tradición:
"Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al
Señor" (Ef 5,19; cf Col 3,16-17). "El que canta ora dos veces" (S. Agustín, sal. 72,1).
1157 El canto y la música cumplen su función de signos de una manera tanto más significativa cuanto
"más estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica" (SC 112), según tres criterios principales: la
belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el
carácter solemne de la celebración. Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones
litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles (cf SC 112):
¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra
Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se
derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me
iba bien con ellas (S. Agustín, Conf. IX,6,14).
1158 La armonía de los signos (canto, música, palabras y acciones) es tanto más expresiva y fecunda
cuanto más se expresa en la riqueza cultural propia del pueblo de Dios que celebra (cf SC 119). Por eso
"foméntese con empeño el canto religioso popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en
las mismas acciones litúrgicas", conforme a las normas de la Iglesia "resuenen las voces de los fieles" (SC
118). Pero "los textos destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más
aún, deben tomase principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas" (SC 121).
Imágenes sagradas
1159 La imagen sagrada, el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo. No puede representar a
Dios invisible e incomprensible; la Encarnación del Hijo de Dios inauguró una nueva "economía" de las
imágenes:
En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura no podía de ningún modo ser representado con
una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo
hacer una imagen de lo que he visto de Dios...con el rostro descubierto contemplamos la gloria
del Señor (S. Juan Damasceno, imag. 1,16).
222
Catolicismo Romano
1160 La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada
Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente:
Para expresar brevemente nuestra profesión de fe, conservamos todas las tradiciones de la Iglesia,
escritas o no escritas, que nos han sido transmitidas sin alteración. Una de ellas es la
representación pictórica de las imágenes, que está de acuerdo con la predicación de la historia
evangélica, creyendo que, verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo cual
es tan útil y provechoso, porque las cosas que se esclarecen mutuamente tienen sin duda una
significación recíproca (Cc. de Nicea II, año 787: COD 111).
1161 Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas
de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a Cristo que es glorificado en ellos.
Manifiestan "la nube de testigos" (Hb 12,1) que continúan participando en la salvación del mundo y a los
que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental. A través de sus iconos, es el hombre "a
imagen de Dios", finalmente transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8,29; 1 Jn 3,2), quien se revela a
nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en Cristo:
Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la
Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos con toda
exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes, como también la imagen de la preciosa
y vivificante cruz, tanto las pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se
expongan en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en
cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador
Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles y
de todos los santos y justos (Cc. de Nicea II: DS 600).
1162 "La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo
modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios" (S. Juan Damasceno,
imag. 127). La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al
canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el
misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.
223
Catolicismo Romano
para nosotros que creemos en él, se instaura un día de luz, largo, eterno, que no se extingue: la
Pascua mística (S. Hipólito, pasc. 1-2).
224
Catolicismo Romano
1172 "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con
especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un vínculo indisoluble a la
obra salvadora de su Hijo; en ella mira y exalta el fruto excelente de la redención y contempla con gozo,
como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser" (SC 103).
1173 Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria de los mártires y los demás santos "proclama el
misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con El; propone a
los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los
beneficios divinos" (SC 104; cf SC 108 y 111).
IV ¿Dónde celebrar?
1179 El culto "en espíritu y en verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar exclusivo.
Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un
mismo lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras vivas", reunidas para "la edificación de un
edificio espiritual" (1 P 2,4-5). El Cuerpo de Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la
fuente de agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu Santo, "somos el templo de Dios vivo" (2 Co
6,16).
1180 Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no es impedido (cf DH 4), los cristianos construyen
edificios destinados al culto divino. Estas iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que
significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados
y unidos en Cristo.
225
Catolicismo Romano
1181 "En la casa de oración se celebra y se reserva la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera
para ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en
el altar del sacrificio. Debe ser hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones sagradas"
(PO 5; cf SC 122-127). En esta "casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que la constituyen
deben manifestar a Cristo que está presente y actúa en este lugar (cf SC 7):
1182 El altar de la Nueva Alianza es la Cruz del Señor (cf Hb 13,10), de la que manan los sacramentos
del Misterio pascual. Sobre el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace presente el sacrificio de la cruz
bajo los signos sacramentales. El altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es
invitado (cf IGMR 259). En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo del sepulcro (Cristo
murió y resucitó verdaderamente).
1183 El tabernáculo debe estar situado "dentro de las iglesias en un lugar de los más dignos con el mayor
honor" (MF). La nobleza, la disposición y la seguridad del tabernáculo eucarístico (SC 128) deben
favorecer la adoración del Señor realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar.
El Santo Crisma (Myron), cuya unción es signo sacramental del sello del don del Espíritu Santo, es
tradicionalmente conservado y venerado en un lugar seguro del santuario. Se puede colocar junto a él el
óleo de los catecúmenos y el de los enfermos.
1184 La sede del obispo (cátedra) o del sacerdote "debe significar su oficio de presidente de la asamblea y
director de la oración" (IGMR 271).
El ambón: "La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su
anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los
fieles" (IGMR 272).
1185 La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo debe tener lugar
apropiado para la celebración del Bautismo y favorecer el recuerdo de las promesas del bautismo (agua
bendita).
La renovación de la vida bautismal exige la penitencia. Por tanto el templo debe estar preparado para que
se pueda expresar el arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar
apropiado.
El templo también debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración silenciosa, que prolonga e
interioriza la gran plegaria de la Eucaristía.
1186 Finalmente, el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la casa de Dios
ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado al mundo
de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia visible simboliza la casa paterna hacia
la cual el pueblo de Dios está en marcha y donde el Padre "enjugará toda lágrima de sus ojos" (Ap 21,4).
Por eso también la Iglesia es la casa de todos los hijos de Dios, ampliamente abierta y acogedora.
Resumen
1187 La Liturgia es la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo Sacerdote la celebra sin
cesar en la Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los Apóstoles, todos los santos y la
muchedumbre de seres humanos que han entrado ya en el Reino.
1188 En una celebración litúrgica, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función. El
sacerdocio bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de Cristo. Pero algunos fieles son ordenados por
el sacramento del Orden sacerdotal para representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo.
1189 La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua,
fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de la salvación (los ritos de la
Pascua). Insertos en el mundo de la fe y asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos
cósmicos, estos ritos humanos, estos gestos del recuerdo de Dios se hacen portadores de la acción
salvífica y santificadora de Cristo.
1190 La Liturgia de la Palabra es una parte integrante de la celebración. El sentido de la celebración es
expresado por la Palabra de Dios que es anunciada y por el compromiso de la fe que responde a ella.
1191 El canto y la música están en estrecha conexión con la acción litúrgica. Criterios para un uso
adecuado de ellos son: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea, y el
carácter sagrado de la celebración.
226
Catolicismo Romano
1192 Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a
despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de
salvación, es a él a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios,
de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados.
1193 El domingo, "día del Señor", es el día principal de la celebración de la Eucaristía porque es el día
de la Resurrección. Es el día de la Asamblea litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el día
del gozo y de descanso del trabajo. El es "fundamento y núcleo de todo el año litúrgico" (SC 106).
1194 La Iglesia, "en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la
Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor" (SC
102).
1195 Haciendo memoria de los santos, en primer lugar de la santa Madre de Dios, luego de los
Apóstoles, los mártires y los otros santos, en días fijos del año litúrgico, la Iglesia de la tierra manifiesta
que está unida a la liturgia del cielo; glorifica a Cristo por haber realizado su salvación en sus miembros
glorificados; su ejemplo la estimula en el camino hacia el Padre.
1196 Los fieles que celebran la Liturgia de las Horas se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la
oración de los salmos, la meditación de la Palabra de Dios, de los cánticos y de las bendiciones, a fin de
ser asociados a su oración incesante y universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu
Santo sobre el mundo entero.
1197 Cristo es el verdadero Templo de Dios, "el lugar donde reside su gloria"; por la gracia de Dios los
cristianos son también templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye la Iglesia.
1198 En su condición terrena, la Iglesia tiene necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse:
nuestras iglesias visibles, lugares santos, imágenes de la Ciudad santa, la Jerusalén celestial hacia la
cual caminamos como peregrinos.
1199 En estos templos, la Iglesia celebra el culto público para gloria de la Santísima Trinidad; en ellos
escucha la Palabra de Dios y canta sus alabanzas, eleva su oración y ofrece el Sacrificio de Cristo,
sacramentalmente presente en medio de la asamblea. Estas iglesias son también lugares de recogimiento
y de oración personal.
ARTÍCULO 2
DIVERSIDAD LITÚRGICA Y UNIDAD DEL MISTERIO
Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la Iglesia
1200 Desde la primera comunidad de Jerusalén hasta la Parusía, las Iglesias de Dios, fieles a la fe
apostólica, celebran en todo lugar el mismo Misterio pascual. El Misterio celebrado en la liturgia es uno,
pero las formas de su celebración son diversas.
1201 La riqueza insondable del Misterio de Cristo es tal que ninguna tradición litúrgica puede agotar su
expresión. La historia del nacimiento y del desarrollo de estos ritos testimonia una maravillosa
complementariedad. Cuando las iglesias han vivido estas tradiciones litúrgicas en comunión en la fe y en
los sacramentos de la fe, se han enriquecido mutuamente y crecen en la fidelidad a la tradición y a la
misión común a toda la Iglesia (cf EN 63-64).
1202 Las diversas tradiciones litúrgicas nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia. Las Iglesias
de una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el Misterio de Cristo a través de expresiones
particulares, culturalmente tipificadas: en la tradición del "depósito de la fe" (2 Tm 1,14), en el
simbolismo litúrgico, en la organización de la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los
misterios, y en tipos de santidad. Así, Cristo, Luz y Salvación de todos los pueblos, mediante la vida
litúrgica de una Iglesia, se manifiesta al pueblo y a la cultura a los cuales es enviada y en los que se
enraíza. La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas riquezas
de las culturas (cf LG 23; UR 4).
1203 Las tradiciones litúrgicas, o ritos, actualmente en uso en la Iglesia son el rito latino (principalmente
el rito romano, pero también los ritos de algunas iglesias locales como el rito ambrosiano, el rito
hispánico-visigótico o los de diversas órdenes religiosas) y los ritos bizantino, alejandrino o copto, siriaco,
227
Catolicismo Romano
armenio, maronita y caldeo. "El sacrosanto Concilio, fiel a la Tradición, declara que la santa Madre
Iglesia concede igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el
futuro se conserven y fomenten por todos los medios" (SC 4).
Liturgia y culturas
1204 Por tanto, la celebración de la liturgia debe corresponder al genio y a la cultura de los diferentes
pueblos (cf SC 37-40). Para que el Misterio de Cristo sea "dado a conocer a todos los gentiles para
obediencia de la fe" (Rm 16,26), debe ser anunciado, celebrado y vivido en todas las culturas, de modo
que estas no son abolidas sino rescatadas y realizadas por él (cf CT 53). La multitud de los hijos de Dios,
mediante su cultura humana propia, asumida y transfigurada por Cristo, tiene acceso al Padre, para
glorificarlo en un solo Espíritu.
1205 "En la liturgia, sobre todo en la de los sacramentos, existe una parte inmutable –por ser de
institución divina– de la que la Iglesia es guardiana, y partes susceptibles de cambio, que ella tiene el
poder, y a veces incluso el deber, de adaptar a las culturas de los pueblos recientemente evangelizados (cf
SC 21)" (Juan Pablo II, Lit. Ap. "Vicesimusquintus Annus" 16).
1206 "La diversidad litúrgica puede ser fuente de enriquecimiento, puede también provocar tensiones,
incomprensiones recíprocas e incluso cismas. En este campo es preciso que la diversidad no perjudique a
la unidad. Sólo puede expresarse en la fidelidad a la fe común, a los signos sacramentales que la Iglesia ha
recibido de Cristo, y a la comunión jerárquica. La adaptación a las culturas exige una conversión del
corazón, y, s i es preciso, rupturas con hábitos ancestrales incompatibles con la fe católica" (ibid.).
Resumen
1207 Conviene que la celebración de la liturgia tienda a expresarse en la cultura del pueblo en que se
encuentra la Iglesia, sin someterse a ella. Por otra aparte, la liturgia misma es generadora y formadora
de culturas.
1208 Las diversas tradiciones litúrgicas, o ritos, legítimamente reconocidas, por significar y comunicar
el mismo Misterio de Cristo, manifiestan la catolicidad de la Iglesia.
1209 El criterio que asegura la unidad en la pluriformidad de las tradiciones litúrgicas es la fidelidad a
la Tradición apostólica, es decir: la comunión en la fe y los sacramentos recibidos de los Apóstoles,
comunión que está significada y garantizada por la sucesión apostólica.
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1210 Los sacramentos de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete, a saber, Bautismo,
Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio. Los siete
sacramentos corresponden a todas las etapas y todos los momentos importantes de la vida del cristiano:
dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos. Hay aquí una cierta
semejanza entre las etapas de la vida natural y las etapas de la vida espiritual (cf S. Tomás de A.,s.th. 3,
65,1).
1211 Siguiendo esta analogía se explicarán en primer lugar los tres sacramentos de la iniciación cristiana
(capítulo primero), luego los sacramentos de la curación (capítulo segundo), finalmente, los sacramentos
que están al servicio de la comunión y misión de los fieles (capítulo tercero). Ciertamente este orden no es
el único posible, pero permite ver que los sacramentos forman un organismo en el cual cada sacramento
particular tiene su lugar vital. En este organismo, la Eucaristía ocupa un lugar único, en cuanto
"sacramento de los sacramentos": "todos los otros sacramentos están ordenados a éste como a su fin" (S.
Tomás de A., s.th. 3, 65,3).
228
Catolicismo Romano
ARTÍCULO 1
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
1213 El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu
("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos
liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos
incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Cc. de Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1;
849; CCEO 675,1): "Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El bautismo es el
sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra", Cath. R. 2,2,5).
229
Catolicismo Romano
¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde
entonces concibieran el poder de santificar (MR, ibid.).
1219 La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una prefiguración de la salvación por el bautismo. En efecto,
por medio de ella "unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través del agua" (1 P 3,20):
¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva
humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad (MR,
ibid.).
1220 Si el agua de manantial simboliza la vida, el agua del mar es un símbolo de la muerte. Por lo cual,
pudo ser símbolo del misterio de la Cruz. Por este simbolismo el bautismo significa la comunión con la
muerte de Cristo.
1221 Sobre todo el paso del Mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, es el que
anuncia la liberación obrada por el bautismo:
¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo s los hijos de Abraham, para que el
pueblo liberado de la esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados (MR,
ibid.).
1222 Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el paso del Jordán, por el que el pueblo de Dios recibe el
don de la tierra prometida a la descendencia de Abraham, imagen de la vida eterna. La promesa de esta
herencia bienaventurada se cumple en la nueva Alianza.
El Bautismo de Cristo
1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública
después de hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el Jordán (cf. Mt 3,13 ), y, después de su
Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo
que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc 16,15-16).
1224 Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para
"cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp
2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo,
como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).
1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya
de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38;
cf Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34)
son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces,
es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5). Considera donde eres
bautizado, de donde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el
misterio: El padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2,6).
El bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, S.
Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos y que cada uno de vosotros se
haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús:
judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece
siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara S. Pablo a su carcelero
en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos"
(Hch 16,31-33).
1227 Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado
y resucita con él: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en
su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo
fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una
230
Catolicismo Romano
vida nueva (Rm 6,3-4; cf Col 2,12). Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu
Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf 1 Co 6,11; 12,13).
1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios
produce su efecto vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). S. Agustín dirá del Bautismo: "Accedit verbum ad
elementum, et fit sacramentum" ("Se une la palabra a la materia, y se hace el sacramento", ev. Io. 80,3).
La mistagogia de la celebración
1234 El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los ritos de su celebración.
Cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las
riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado.
1235 La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta de Cristo sobre el que le va a
pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.
1236 El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y
suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular "el
sacramento de la fe" por ser la entrada sacramental en la vida de fe.
1237 Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian
uno o varios exorcismos sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o bien el
celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede
confesar la fe de la Iglesia, a la cual será "confiado" por el Bautismo (cf Rm 6,17).
1238 El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis (en el momento mismo
o en la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo
descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu"
(Jn 3,5).
231
Catolicismo Romano
1239 Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y
realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración
con el Misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la
triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando
tres veces agua sobre la cabeza del candidato.
1240 En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: "N, Yo te
bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En las liturgias orientales, estando el
catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre
del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo
sumerge en el agua y lo saca de ella.
1241 La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del
Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo,
incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (cf OBP nº 62).
1242 En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción postbautismal es el sacramento de la Crismación
(Confirmación). En la liturgia romana, dicha unción anuncia una segunda unción del santo crisma que
dará el obispo: el sacramento de la Confirmación que, por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la unción
bautismal.
1243 La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado
con Cristo. El cirio que se enciende en el cirio pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En
Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Unico. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios:
el Padre Nuestro.
1244 La primera comunión eucarística. Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es
admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre
de Cristo. Las Iglesias orientales conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana por
lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados y confirmados, incluso a los niños
pequeños, recordando las palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis" (Mc
10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de
razón, expresa cómo el Bautismo introduce a la Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado para
la oración del Padre Nuestro.
1245 La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la
bendición de la madre ocupa un lugar especial.
IV Quién puede recibir el Bautismo
1246 "Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano, aún no bautizado, y solo él" (CIC, can. 864:
CCEO, can. 679).
El Bautismo de adultos
1247 En los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del evangelio está aún en sus primeros tiempos, el
Bautismo de adultos es la práctica más común. El catecumenado (preparación para el Bautismo) ocupa
entonces un lugar importante. Iniciación a la fe y a la vida cristiana, el catecumenado debe disponer a
recibir el don de Dios en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
1248 El catecumenado, o formación de los catecúmenos, tiene por finalidad permitir a estos últimos, en
respuesta a la iniciativa divina y en unión con una comunidad eclesial, llevar a madurez su conversión y
su fe. Se trata de una "formación y noviciado debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los
discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar adecuadamente a los catecúmenos
en el misterio de la salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que
deben celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de fe, la liturgia y la caridad del
Pueblo de Dios" (AG 14; cf OICA 19 y 98).
1249 Los catecúmenos "están ya unidos a la Iglesia, pertenecen ya a la casa de Cristo y muchas veces
llevan ya una una vida de fe, esperanza y caridad" (AG 14). "La madre Iglesia los abraza ya con amor
tomándolos a sus cargo" (LG 14; cf CIC can. 206; 788,3).
El Bautismo de niños
232
Catolicismo Romano
1250 Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños
necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (cf DS 1514) para ser librados del poder de las
tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (cf Col 1,12-14), a la que todos los
hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el
bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo
de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (cf CIC can. 867; CCEO, can.
681; 686,1).
1251 Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de
alimentar la vida que Dios les ha confiado (cf LG 11; 41; GS 48; CIC can. 868).
1252 La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está
atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la
predicación apostólica, cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo (cf Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16),
se haya bautizado también a los niños (cf CDF, instr. "Pastoralis actio": AAS 72 [1980] 1137-56).
Fe y Bautismo
1253 El Bautismo es el sacramento de la fe (cf Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de
creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el
Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al
catecúmeno o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La fe!".
1254 En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso, la Iglesia
celebra cada año en la noche pascual la renovación de las promesas del Bautismo. La preparación al
Bautismo sólo conduce al umbral de la vida nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de
la cual brota toda la vida cristiana.
1255 Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es
también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar
al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su tarea es una
verdadera función eclesial (officium; cf SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de la responsabilidad
de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.
233
Catolicismo Romano
1260 "Cristo murió por todos y la vocación última del hombre en realmente una sola, es decir, la vocación
divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de
un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este mis terio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo
hombre que, ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios
según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado
explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
1261 En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina,
como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que
todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad
que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un
camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada
de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo bautismo.
234
Catolicismo Romano
Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1 P 2,9). El Bautismo hace participar en el
sacerdocio común de los fieles.
1269 Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo (1 Co 6,19), sino al que
murió y resucitó por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por tanto, está llamado a someterse a los demás (Ef 5,21; 1
Co 16,15-16), a servirles (cf Jn 13,12-15) en la comunión de la Iglesia, y a ser "obediente y dócil" a los
pastores de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y afecto (cf 1 Ts 5,12-13). Del mismo
modo que el Bautismo es la fuente de responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos
en el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la palabra de Dios y ser sostenido por
los otros auxilios espirituales de la Iglesia (cf LG 37; CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).
1270 Los bautizados "por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están obligados a confesar delante de
los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG 11) y de participar en la actividad
apostólica y misionera del Pueblo de Dios (cf LG 17; AG 7,23).
Resumen
1275 La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo, que es el
comienzo de la vida nueva; la Confirmación que es su afianzamiento; y la Eucaristía que alimenta al
discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en El.
1276 "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20).
1277 El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según la voluntad del Señor, es
necesario para la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el Bautismo.
1278 El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato o derramar agua sobre
su cabeza, pronunciando la invocación de la Santísima Trinidad, es decir, del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
1279 El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del
pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre
es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del
235
Catolicismo Romano
bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de
Cristo.
1280 El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual indeleble, el carácter, que consagra al
bautizado al culto de la religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo no puede ser reiterado (cf
DS 1609 y 1624).
1281 Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el
impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su
voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo (cf LG 16).
1282 Desde los tiempos más antiguos, el Bautismo es dado a los niños, porque es una gracia y un don de
Dios que no suponen méritos humanos; los niños son bautizados en la fe de la Iglesia. La entrada en la
vida cristiana da acceso a la verdadera libertad.
1283 En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en
la misericordia divina y a orar por su salvación.
1284 En caso de necesidad, toda persona puede bautizar, con tal que tenga la intención de hacer lo que
hace la Iglesia, y que derrame agua sobre la cabeza del candidato diciendo: "Yo te Bautizo en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
ARTÍCULO 2
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
1285 Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los
"sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a
los fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal (cf OCf,
Praenotanda 1). En efecto, a los bautizados "el sacramento de la confirmación los une más íntimamente a
la Iglesia y los los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma se comprometen
mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras"
(LG 11; cf OCf, Praenotanda 2):
236
Catolicismo Romano
"ungido" y que tiene su origen en el nombre de Cristo, al que "Dios ungió con el Espíritu Santo" (Hch
10,38). Y este rito de la unción existe hasta nuestros días tanto en Oriente como en Occidente. Por eso en
Oriente, se llama a este sacramento crismación, unción con el crisma, o myron, que significa "crisma". En
Occidente el nombre de Confirmación sugiere que este sacramento al mismo tiempo confirma el
Bautismo y robustece la gracia bautismal.
237
Catolicismo Romano
La celebración de la Confirmación
1297 Un momento importante que precede a la celebración de la Confirmación, pero que, en cierta
manera forma parte de ella, es la consagración del santo crisma. Es el obispo quien, el Jueves Santo, en el
transcurso de la Misa crismal, consagra el santo crisma para toda su Diócesis. En las Iglesias de Oriente,
esta consagración está reservada al Patriarca:
La liturgia de Antioquía expresa así la epíclesis de la consagración del santo crisma (myron): "
(Padre...envía tu Espíritu Santo) sobre nosotros y sobre este aceite que está delante de nosotros y
conságralo, de modo que sea para todos los que sean ungidos y marcados con él, myron santo,
myron sacerdotal, myron real, unción de alegría, vestidura de la luz, manto de salvación, don
espiritual, santificación de las almas y de los cuerpos, dicha imperecedera, sello indeleble, escudo
de la fe y casco terrible contra todas las obras del Adversario".
1298 Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, como es el caso en el rito romano,
la liturgia del sacramento comienza con la renovación de las promesas del Bautismo y la profesión de fe
de los confirmandos. Así aparece claramente que la Confirmación constituye una prolongación del
Bautismo (cf SC 71). Cuando es bautizado un adulto, recibe inmediatamente la Confirmación y participa
en la Eucaristía (cf CIC can.866).
1299 En el rito romano, el obispo extiende las manos sobre todos los confirmandos, gesto que, desde el
tiempo de los apóstoles, es el signo del don del Espíritu. Y el obispo invoca así la efusión del Espíritu:
Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste, por el agua y el Espíritu
Santo, a estos siervos tuyos y los libraste del pecado: escucha nuestra oración y envía sobre ellos
el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de
consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo
temor. Por Jesucristo nuestro Señor.
1300 Sigue el rito esencial del sacramento. En el rito latino, "el sacramento de la confirmación es
conferido por la unción del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras:
"Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo" (Paulus VI, Const. Ap. Divinae consortium naturae). En
las Iglesias orientales, la unción del myron se hace después de una oración de epíclesis, sobre las partes
más significativas del cuerpo: la frente, los ojos, la nariz, los oídos, los labios, el pecho, la espalda, las
manos y los pies, y cada unción va acompañada de la fórmula: "Sfragi~ dwrea~ Pneumto~ æAgiou"
("Rituale per le Chiese orientali di rito bizantino in lingua greca, I -LEV 1954), p. 36". ("Signaculum doni
Spiritus Sancti" - "Sello del don que es el Espíritu Santo").
1301 El beso de paz con el que concluye el rito del sacramento significa y manifiesta la comunión eclesial
con el obispo y con todos los fieles (cf S. Hipólito, Trad. ap. 21).
238
Catolicismo Romano
1304 La Confirmación, como el Bautismo del que es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en
efecto, imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el "carácter" (cf DS 1609), que es el signo de
que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para
que sea su testigo (cf Lc 24,48-49).
1305 El "carácter" perfecciona el sacerdocio común de los fieles, recibido en el Bautismo, y "el
confirmado recibe el poder de confesar la fe de Cristo públicamente, y como en virtud de un cargo (quasi
ex officio)" (S. Tomás de A., s.th. 3, 72,5, ad 2).
V El ministro de la Confirmación
1312 El ministro originario de la Confirmación es el obispo (LG 26).
En Oriente es ordinariamente el presbítero que bautiza quien da también inmediatamente la Confirmación
en una sola celebración. Sin embargo, lo hace con el santo crisma consagrado por el patriarca o el obispo,
lo cual expresa la unidad apostólica de la Iglesia cuyos vínculos son reforzados por el sacramento de la
Confirmación. En la Iglesia latina se aplica la misma disciplina en los bautismos de adultos y cuando es
admitido a la plena comunión con la Iglesia un bautizado de otra comunidad cristiana que no ha recibido
válidamente el sacramento de la Confirmación (cf CIC can 883,2).
1313 En el rito latino, el ministro ordinario de la Conformación es el obispo (CIC can. 882). Aunque el
obispo puede, en caso de necesidad, conceder a presbíteros la facultad de administrar el sacramento de la
Confirmación (CIC can. 884,2), conviene que lo confiera él mismo, sin olvidar que por esta razón la
239
Catolicismo Romano
celebración de la Confirmación fue temporalmente separada del Bautismo. Los obispos son los sucesores
de los apóstoles y han recibido la plenitud del sacramento del orden. Por esta razón, la administración de
este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación tiene como efecto unir a los que la
reciben más estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio de
Cristo.
1314 Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier presbítero puede darle la Confirmación (cf CIC
can. 883,3). En efecto, la Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en la más tierna edad, salga de
este mundo sin haber sido perfeccionado por el Espíritu Santo con el don de la plenitud de Cristo.
Resumen
1315 "Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de
Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu
Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en
el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo" (Hch 8,14-17).
1316 La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para
enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más
sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de
la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras.
1317 La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter
indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en la vida.
1318 En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente después del Bautismo y es seguido de
la participación en la Eucaristía, tradición que pone de relieve la unidad de los tres sacramentos de la
iniciación cristiana. En la Iglesia latina se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de
razón, y su celebración se reserva ordinariamente al obispo, significando así que este sacramento
robustece el vínculo eclesial.
1319 El candidato a la Confirmación que ya ha alcanzado el uso de razón debe profesar la fe, estar en
estado de gracia, tener la intención de recibir el sacramento y estar preparado para asumir su papel de
discípulo y de testigo de Cristo, en la comunidad eclesial y en los asuntos temporales.
1320 El rito esencial de la Confirmación es la unción con el Santo Crisma en la frente del bautizado (y en
Oriente, también en los otros órganos de los sentidos), con la imposición de la mano del ministro y las
palabras: "Accipe signaculum doni Spiritus Sancti" ("Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo"),
en el rito romano; "Signaculum doni Spiritus Sancti" ("Sello del don del Espíritu Santo"), en el rito
bizantino.
1324 Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, su conexión con el Bautismo se
expresa entre otras cosas por la renovación de los compromisos bautismales. La celebración de la
Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a subrayar la unidad de los sacramentos de la iniciación
cristiana.
ARTÍCULO 3
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del
sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación,
participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio
eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y
confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad,
signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia
y se nos da una prenda de la gloria futura" (SC 47).
240
Catolicismo Romano
1324 La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos, como
también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se
ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1325 "La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por
las que la Igle sia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo,
Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre"
(CdR, inst. "Eucharisticum mysterium" 6).
1326 Finalmente, la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida
eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar
armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar" (S. Ireneo, haer. 4,
18, 5).
241
Catolicismo Romano
orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo
la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente en
el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la
creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del
trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en en el
gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia
ofrenda (cf MR, Canon Romano 95).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra
en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del
Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y
liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la
Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la
fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de
los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del
restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la
bendición del pan y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó
los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este
único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf
Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las
bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre
de Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los
escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son
piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros
queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades, invitación de su
amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su
Eucaristía es acogerlo a él mismo.
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de
partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el
mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los
suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su
resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes
del Nuevo Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han tran smitido el relato de la institución de la
Eucaristía; por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que
preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo
(cf Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus
discípulos su Cuerpo y su Sangre:
Llegó el día de los Azimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió a
Pedro y a Juan, diciendo: `Id y preparadnos la Pascua para que la comamos'...fueron... y
prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: `Con ansia
he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré
más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios'...Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se
lo dio diciendo: `Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo
mío'. De igual modo, después de cenar, el cáliz, diciendo: `Este cáliz es la Nueva Alianza en mi
sangre, que va a ser derramada por vosotros' (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1 Co
11,23-26).
242
Catolicismo Romano
1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su
sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección,
la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua
judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
243
Catolicismo Romano
— la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la
comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto,
la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del
Señor (cf. DV 21).
1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus discípulos: en el
camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, "tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio" (cf Lc 24,13- 35).
El desarrollo de la celebración
1348 Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza
está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El
mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo o
el presbítero (actuando "in persona Christi capitis") preside la asamblea, toma la palabra después de las
lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada
uno a su manera: los lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero
cuyo "Amén" manifiesta su participación.
1349 La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento,
y "las memorias de los apóstoles", es decir sus cartas y los Evangelios; después la homilía que exhorta a
acoger esta palabra como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a ponerla en
práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del Apóstol: "Ante todo,
recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por
los reyes y por todos los constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-2).
1350 La presentación de las ofrendas (el ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan
y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se
convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando pan y
una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo
que proviene de su creación" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La presentación de las ofrendas en el
altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. El es quien,
en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios.
1351 Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los cristianos presentan tambié n s u
s d o n e s p a r a compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta (cf 1 Co 16,1),
siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf 2 Co 8,9):
Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que es recogido es
entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra
causa priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los que
están en necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6).
1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración llegamos al
corazón y a la cumbre de la celebración:
En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras , por la
creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la
Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo;
1353 En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición (cf
MR, canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la
Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu
(algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después de la anámnesis);
en el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu
Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su
sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre;
1354 en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno
glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él;
244
Catolicismo Romano
en las intercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del
cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el
obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus iglesias.
1355 En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben "el
pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del
mundo" (Jn 6,51):
Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a
este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él s i no cree en la verdad de lo que se
enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo
nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" (S. Justino, apol. 1, 66,1-2).
V El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia
1356 Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su substancia, no ha
cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, sucede porque sabemos que estamos
sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: "haced esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos
al Padre lo que él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder
del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: Así Cristo se hace
real y misteriosamente presente.
1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía
— como acción de gracias y alabanza al Padre
— como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
— como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.
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Catolicismo Romano
el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra
redención" (LG 3).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter
sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que
será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por
vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz,
y la sangre misma que "derramó por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz,
porque es su memorial y aplica su fruto:
(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas, muriendo como
intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención eterna.
Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena,
"la noche en que fue entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un
sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde sería representado el sacrificio
sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin
de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados que
cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "Es una y la
misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces
sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": (Cc. de Trento, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae
sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e
inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo
cruento"; …este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibid).
1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo,
participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el
Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los
miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen
a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo, presente sobre
el altar, da a todas alas generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los
brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él,
con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres.
1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo. Encargado del ministerio de Pedro
en la Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y
servidor de la unidad de la Iglesia universal. El obispo del lugar es siempre responsable de la Eucaristía,
incluso cuando es presidida por un presbítero; el nombre del obispo se pronuncia en ella para significar su
presidencia de la Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La
comunidad intercede también por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen el sacrificio
eucarístico:
Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía que se hace bajo la presidencia del obispo o
de quien él ha señalado para ello (S. Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1).
Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los
fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador. Este, en nombre de toda la Iglesia, por
manos de los presbíteros, se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el
Señor venga (PO 2).
1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí abajo, sino también los
que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico en comunión con la santísima
Virgen María y haciendo memoria de ella así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la
Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
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Catolicismo Romano
1371 El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en Cristo y
todavía no están plenamente purificados" (Cc. de Trento: DS 1743), para que puedan entrar en la luz y la
paz de Cristo:
Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que,
dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante el altar del Señor (S. Mónica, antes de su
muerte, a S. Agustín y su hermano; Conf. 9,9,27).
A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos difuntos, y en general por
todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho para las almas,
en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se halla presente la santa y adorable
víctima...Presentando a Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen
pecadores,... presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y
para nosotros al Dios amigo de los hombres (s. Cirilo de Jerusalén, Cateq. mist. 5, 9.10).
1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a una participación cada vez
más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía:
Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los santos, es ofrecida a
Dios como un sacrificio universal por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a
ofrecerse por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza...Tal
es el sacrificio de los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo"
(Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en el Sacramento del altar bien
conocido de los fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí misma (civ. 10,6).
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo
1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34),
está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí
donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt
25,31-46), en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del
ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por
encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que
tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la
Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y
la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651).
"Esta presencia se denomina `real', no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales',
sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente"
(MF 39).
1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este
sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de
Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, S. Juan Crisóstomo declara que:
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo,
sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia
estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta
palabra transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la
bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque
por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...La palabra de Cristo, que pudo hacer de
la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela (myst. 9,50.52).
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1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo
que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la
Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se
opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de
toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y
apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642).
1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo
que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo
entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento: DS
1641).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de
Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos
profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de
adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de
su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles
para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión" (MF 56).
1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para
que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la
presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa
del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar
particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad
de la presencia real de Cristo en el santo sacramento.
1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular
manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia
sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el
memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en
su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se
entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor:
La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este
sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la
contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca
nuestra adoración. (Juan Pablo II, lit. Dominicae Cenae, 3).
1381 "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento,
`no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de
Dios'. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22,19: `Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros', S. Cirilo declara: `No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del
Señor, porque él, que es la Verdad, no miente" (S. Tomás de Aquino, s.th. 3,75,1, citado por Pablo VI,
MF 18):
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.
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Catolicismo Romano
recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los
días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo la sola
especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales,
esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La
comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que
en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240). Es
la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.
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Catolicismo Romano
La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo.
En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía
realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de
Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un
solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la
mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir, "sí", "es
verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de
Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén"
sea también verdadero (S. Agustín, serm. 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y
la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos
(cf Mt 25,40):
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de
compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de
todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan
Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, S. Agustín exclama:
"O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!" ("¡Oh sacramento de piedad, oh signo
de unidad, oh vínculo de caridad!", Ev. Jo. 26,13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir
las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más
apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que
creen en él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía
con gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo,
en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con
nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía,
"no solamente es posible, sino que se aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad
eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por
defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio
eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas
comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena
la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y
esperan su venida gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar
los sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos que no están en plena
comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se
precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (cf CIC, can.
844,4).
251
Catolicismo Romano
que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada
vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene"
(Ap 1,4). En su oración, implora su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20),
"que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros.
Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía "expectantes beatam spem et
adventum Salvatoris nostri Jesu Christi" ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador
Jesucristo", Embolismo después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13), pidiendo entrar "en tu reino, donde
esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros
ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y
cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística 3, 128:
oración por los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P
3,13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se
celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan que es
remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de
Antioquía, Eph 20,2).
Resumen
1406 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre...el
que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna...permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia
y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la
cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es
la Iglesia.
1408 La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción
de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del
pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del
Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.
1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada
por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica.
1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el ministerio de los
sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente bajo las
especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.
1411 Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el
vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es
invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración
dichas por Jesús en la última cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi
Sangre..."
1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de
manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de
Trento: DS 1640; 1651).
1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y
los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.
1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno
tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido
previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.
1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con
el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de
caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad
de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
252
Catolicismo Romano
1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión cuando participan en
la celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año.
1418 Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de
adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de
adoración hacia Cristo, nuestro Señor" (MF).
1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que
tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene
nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde
ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.
CAPÍTULO SEGUNDO
LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN
1420 Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo. Ahora bien,
esta vida la llevamos en "vasos de barro" (2 Co 4,7). Actualmente está todavía "escondida con Cristo en
Dios" (Col 3,3). Nos hallamos aún en "nuestra morada terrena" (2 Co 5,1), sometida al sufrimiento, a la
enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el
pecado.
1421 El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al
paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza
del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este es finalidad
de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los enfermos
ARTÍCULO 4
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓON
1422 "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de
los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con
sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).
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Catolicismo Romano
1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y
la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante él" (Ef 1,4), como
la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva
recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la
inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de
que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS
1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa
de llamarnos (cf DS 1545; LG 40).
254
Catolicismo Romano
1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo "convence al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16, 8-9), a
saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el
pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la
conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, DeV 27-48).
255
Catolicismo Romano
"Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús
confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.
1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el
instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió
el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la
reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a
través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).
256
Catolicismo Romano
1449 La fórmula de absolución en uso en la Iglesia latina expresa el elemento esencial de este sacramento:
el Padre de la misericordia es la fuente de todo perdón. Realiza la reconciliación de los pecadores por la
Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia:
Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y
derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el
perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
(OP 102).
257
Catolicismo Romano
posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición
perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes" (CIC, can. 916; cf Cc. de Trento: DS 1647;
1661; CCEO can. 711). Los niños deben acceder al sacramento de la penitencia antes de recibir por
primera vez la sagrada comunión (CIC can.914).
1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda
vivamente por la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1680; CIC 988,2). En efecto, la confesión habitual de los
pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por
Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el
don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso (cf Lc 6,36):
El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. Dios acusa tus pecados, si tú también te acusas, te
unes a Dios. El hombre y el pecador, son por así decirlo, dos realidades: cuando oyes hablar del
hombre, es Dios quien lo ha hecho; cuando oyes hablar del pecador, es el hombre mismo quien lo
ha hecho. Destruye lo que tú has hecho para que Dios salve lo que él ha hecho...Cuando
comienzas a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces tus
obras malas. El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad
y vienes a la Luz (S. Agustín, ev. Ioa. 12,13).
La satisfacción
1459 Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo,
restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas).
La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus
relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los
desórdenes que el pecado causó (cf Cc. de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe
todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe
"satisfacer" de manera apropiada o "expiar" sus pecados. Esta satisfacción se llama también "penitencia".
1460 La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y
buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los pecados
cometidos. Puede consis tir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo,
privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar.
Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el Unico que expió nuestros pecados (Rm 3,25;
1 Jn 2,1-2) una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado, "ya que
sufrimos con él" (Rm 8,17; cf Cc. de Trento: DS 1690):
Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por medio de
Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda "del que nos
fortalece, lo podemos todo" (Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino
que toda "nuestra gloria" está en Cristo...en quien satisfacemos "dando frutos dignos de
penitencia" (Lc 3,8) que reciben su fuerza de él, por él son ofrecidos al Padre y gracias a él son
aceptados por el Padre (Cc. de Trento: DS 1691).
258
Catolicismo Romano
1463 Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica
más severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos (cf
CIC, can. 1331; CCEO, can. 1431. 1434), y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser concedida,
según el derecho de la Iglesia, al Papa, al obispo del lugar, o a sacerdotes autorizados por ellos (cf CIC
can. 1354-1357; CCEO can. 1420). En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, aun el que carece de la
facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado (cf CIC can. 976; para la absolución de
los pecados, CCEO can. 725) y de toda excomunión.
1464 Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder al sacramento de la penitencia y deben mostrarse
disponibles a celebrar este sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera razonable (cf CIC
can. 986; CCEO, can 735; PO 13).
1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que
busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo
y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y
misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios
con el pecador.
1466 El confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe
unirse a la intención y a la caridad de Cristo (cf PO 13). Debe tener un conocimiento probado del
comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído;
debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia su
curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él confiándolo a la misericordia del Señor.
1467 Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, la Iglesia
declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los
pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas (CIC can. 1388,1; CCEO can.
1456). Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los
penitentes. Este secreto, que no admite excepción, se llama "sigilo sacramental", porque lo que el
penitente ha manifestado al sacerdote queda "sellado" por el sacramento.
259
Catolicismo Romano
el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo
por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5,24).
X Las indulgencias
1471 La doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos
del sacramento de la Penitencia (Pablo VI, const. ap. "Indulgentiarum doctrina", normas 1-3).
260
Catolicismo Romano
1477 "Pertenecen igualmente a este tesoro el precio verdaderamente inmenso, inconmensurable y siempre
nuevo que tienen ante Dios las oraciones y las buenas obras de la Bienaventurada Virgen María y de todos
los santos que se santificaron por la gracia de Cristo, siguiendo sus pasos, y realizaron una obra agradable
al Padre, de manera que, trabajando en su propia salvación, cooperaron igualmente a la salvación de sus
hermanos en la unidad del Cuerpo místico" (Pablo VI, ibid).
261
Catolicismo Romano
perdonados" (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de
él (cf Mc 2,17) para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la confesión
personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
Resumen
1485 En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles y les dijo: "Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos" (Jn 20, 22-23).
1486 El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un sacramento propio
llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación.
1487 Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de
Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva.
1488 A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para
los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.
1489 Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el pecado, es un movimiento que
nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y deseoso de la salvación de los hombres. Es preciso
pedir este don precioso para sí mismo y para los demás.
1490 El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento, implica un dolor y una
aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por
tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina.
1491 El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por el
penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión
o manifestación de los pecados al sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de
penitencia.
1492 El arrepentimiento (llamado también contrición) debe estar inspirado en motivaciones que brotan
de la fe. Si el arrepentimiento es concebido por amor de caridad hacia Dios, se le llama "perfecto"; si
está fundado en otros motivos se le llama "imperfecto".
1493 El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos
los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda tras examinar cuidadosamente su
conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las faltas veniales está recomendada vivamente
por la Iglesia.
1494 El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de "satisfacción" o de
"penitencia", para reparar el daño causado por el pecado y restablecer los hábitos propios del discípulo
de Cristo.
1495 Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la facultad de absolver pueden
ordinariamente perdonar los pecados en nombre de Cristo.
1496 Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son:
— la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;
— la reconciliación con la Iglesia;
— la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
— la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado;
— la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
— el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.
1497 La confesión individual e integra de los pecados graves seguida de la absolución es el único medio
ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
1498 Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y también para las almas del
Purgatorio la remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados.
ARTÍCULO 5
LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
1499 "Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros , toda la Iglesia entera
encomienda a os enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los
262
Catolicismo Romano
anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios"
(LG 11).
Cristo, médico
1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase
(cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino
de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados
(cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan
(Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y
me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los
siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en
su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar:
saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan
de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en
los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.
1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace
suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4).
No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una
curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre
sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es
sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento:
desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión redentora.
263
Catolicismo Romano
(cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios
que salva" (cf Mt 1,21; Hch 4,12).
1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para manifestar
la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la
curación de todas las enfermedades. Así S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza
se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen
como sentido lo siguiente: "completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su
Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
1509 "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla
tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que
los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta
presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan
que da la vida eterna (cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa S. Pablo (cf 1 Co
11,30).
1510 No obstante la Iglesia apostólica tuvo un rito propio en favor de los enfermos, atestiguado por
Santiago: "Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le
unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se
levante, y s i hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,14-15). La Tradición ha reconocido en
este rito uno de los siete sacramentos de la Iglesia (cf DS 216; 1324-1325; 1695-1696; 1716-1717).
264
Catolicismo Romano
si la enfermedad se agrava. Es apropiado recibir la Unción de los enfermos antes de una operación
importante. Y esto mismo puede aplicarse a las personas de edad edad avanzada cuyas fuerzas se
debilitan.
265
Catolicismo Romano
comenzado a hacerlo. Es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del
Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el
combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un sólido puente
levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndose en los últimos combates (cf ibid.: DS 1694).
Resumen
1526 "¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le
unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se
levante, y si hubiera cometidos pecados, le serán perdonados" (St 5,14-15).
1527 El sacramento de la Unción de los enfermos tiene por fin conferir una gracia especial al cristiano
que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad grave o de vejez. 1528 El tiempo
oportuno para recibir la Santa Unción llega ciertamente cuando el fiel comienza a encontrarse en peligro
de muerte por causa de enfermedad o de vejez.
1529 Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo puede recibir la Santa Unción, y también
cuando, después de haberla recibido, la enfermedad se agrava.
1530 Sólo los sacerdotes (presbíteros y obispos) pueden administrar el sacramento de la Unción de los
enfermos; para conferirlo emplean óleo bendecido por el Obispo, o, en caso necesario, por el mismo
presbítero que celebra.
1531 Lo esencial de la celebración de este sacramento consiste en la unción en la frente y las manos del
enfermo (en el rito romano) o en otras partes del cuerpo (en Oriente), unción acompañada de la oración
litúrgica del sacerdote celebrante que pide la gracia especial de este sacramento.
1532 La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos tiene como efectos:
— la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;
— el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la
vejez;
— el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la penitencia;
— el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual;
— la preparación para el paso a la vida eterna.
CAPÍTULO TERCERO
LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
1533. El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la iniciación cristiana.
Fundamentan la vocación común de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad y a la
misión de evangelizar el mundo. Confieren las gracias necesarias para vivir según el Espíritu en esta vida
de peregrinos en marcha hacia la patria.
266
Catolicismo Romano
1534 Otros dos sacramentos, el Orden y el Matrimonio, están ordenados a la salvación de los demás.
Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los
demás. Confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios.
1535 En estos sacramentos, los que fueron ya consagrados por el Bautismo y la Confirmación (LG 10)
para el sacerdocio común de todos los fieles, pueden recibir consagraciones particulares. Los que reciben
el sacramento del orden son consagrados para "en el nombre de Cristo ser los pastores de la Iglesia con la
palabra y con la gracia de Dios" (LG 11). Por su parte, "los cónyuges cristianos, son fortificados y como
consagrados para los deberes y dignidad de su estado por este sacramento especial" (GS 48,2).
ARTÍCULO 6
EL SACRAMENTO DEL ORDEN
1536 El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo
ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico.
Comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
(Sobre la institución y la misión del ministerio apostólico por Cristo ya se ha tratado en la primera parte.
Aquí sólo se trata de la realidad sacramental mediante la que se transmite este ministerio)
267
Catolicismo Romano
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo...has establecido las reglas de la Iglesia: elegiste desde el
principio un pueblo santo, descendiente de Abraham , y le diste reyes y sacerdotes que cuidaran
del servicio de tu santuario...
1542 En la ordenación de presbíteros, la Iglesia ora:
Señor, Padre Santo...en la Antigua Alianza se fueron perfeccionando a través de los signos santos
los grados del sacerdocio...cuando a los sumos sacerdotes, elegidos para regir el pueblo, les diste
compañeros de menor orden y dignidad, para que les ayudaran como colaboradores...multiplicaste
el espíritu de Moisés, comunicándolo a los setenta varones prudentes con los cuales gobernó
fácilmente un pueblo numeroso. Así también transmitiste a los hijos de Aarón la abundante
plenitud otorgada a su padre.
1543 Y en la oración consecratoria para la ordenación de diáconos, la Iglesia confiesa:
Dios Todopoderoso...tú haces crecer a la Iglesia...la edificas como templo de tu gloria...así
estableciste que hubiera tres órdenes de ministros para tu servicio, del mismo modo que en la
Antigua Alianza habías elegido a los hijos de Leví para que sirvieran al templo, y, como herencia,
poseyeran una bendición eterna.
El único sacerdocio de Cristo
1544 Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en
Cristo Jesús, "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2,5). Melquisedec, "sacerdote del
Altísimo" (Gn 14,18), es considerado por la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio de
Cristo, único "Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec" (Hb 5,10; 6,20), "santo, inocente,
inmaculado" (Hb 7,26), que, "mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los
santificados" (Hb 10,14), es decir, mediante el único sacrificio de su Cruz.
1545 El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en
el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo: se hace
presente por el sacerdocio ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo:
"Et ideo solus Christus est verus sacerdos, alii autem ministri eius" ("Y por eso sólo Cristo es el verdadero
sacerdote; los demás son ministros suyos", S. Tomás de A. Hebr. VII, 4).
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actuar por el poder de Cristo mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius Christi) (Pío XII,
enc. Mediator Dei)
"Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis erat figura ipsius, sacerdos autem novae
legis in persona ipsius operatur" ("Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la
antigua ley era figura de EL, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación suya" (S.
Tomás de A., s.th. 3, 22, 4).
1549 Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los presbíteros, la presencia de
Cristo como cabeza de la Iglesia se hace visible en medio de la comunidad de los creyentes. Según la
bella expresión de San Ignacio de Antioquía, el obispo es typos tou Patros, es imagen viva de Dios Padre
(Trall. 3,1; cf Magn. 6,1).
1550 Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas
las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, es decir del pecado. No todos los actos del ministro
son garantizado s de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en los sacramentos
esta garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede impedir el fruto de la gracia,
existen muchos otros actos en que la condición humana del ministro deja huellas que no son siempre el
signo de la fidelidad al evangelio y que pueden dañar por consiguiente a la fecundidad apostólica de la
Iglesia.
1551 Este sacerdocio es ministerial. "Esta Función, que el Señor confió a los pastores de su pueblo, es un
verdadero servicio" (LG 24). Está enteramente referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de
Cristo y de su sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad de la Iglesia.
El sacramento del Orden comunica "un poder sagrado", que no es otro que el de Cristo. El ejercicio de
esta autoridad debe, por tanto, medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el
servidor de todos (cf. Mc 10,43-45; 1 P 5,3). "El Señor dijo claramente que la atención prestada a su
rebaño era prueba de amor a él" (S. Juan Crisóstomo, sac. 2,4; cf. Jn 21,15-17).
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Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo, que es imagen
del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles: sin
ellos no se puede hablar de Iglesia (S. Ignacio de Antioquía, Trall. 3,1)
La ordenación episcopal, plenitud del sacramento del Orden
1555 "Entre los diversos ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer lugar el ministerio de los
obispos que, que a través de una sucesión que se remonta hasta el principio, son los transmisores de la
semilla apostólica" (LG 20).
1556 "Para realizar estas funciones tan sublimes, los Apóstoles se vieron enriquecidos por Cristo con la
venida especial del Espíritu Santo que descendió sobre ellos. Ellos mismos comunicaron a sus
colaboradores, mediante la imposición de las manos, el don espiritual que se ha transmitido hasta nosotros
en la consagración de los obispos" (LG 21).
1557 El Concilio Vaticano II "enseña que por la consagración episcopal se recibe la plenitud del
sacramento del Orden. De hecho se le llama, tanto en la liturgia de la Iglesia como en los Santos Padres,
`sumo sacerdocio' o `cumbre del ministerio sagrado'" (ibid.).
1558 "La consagración episcopal confiere, junto con la función de santificar, también las funciones de
enseñar y gobernar... En efecto...por la imposición de las manos y por las palabras de la consagración se
confiere la gracia del Espíritu Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los
obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y
actúan en su nombre (in eius persona agant)" (ibid.). "El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los
obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores" (CD 2).
1559 "Uno queda constituido miembro del Colegio episcopal en virtud de la consagración episcopal y por
la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio" (LG 22). El carácter y la
naturaleza colegial del orden episcopal se manifiestan, entre otras cosas, en la antigua práctica de la
Iglesia que quiere que para la consagración de un nuevo obispo participen varios obispos (cf ibid.). Para la
ordenación legítima de un obispo se requiere hoy una intervención especial del Obispo de Roma por razón
de su cualidad de vínculo supremo visible de la comunión de las Iglesias particulares en la Iglesia una y
de garante de libertad de la misma.
1560 Cada obispo tiene, como vicario de Cristo, el oficio pastoral de la Iglesia particular que le ha sido
confiada, pero al mismo tiempo tiene colegialmente con todos sus hermanos en el episcopado la solicitud
de todas las Iglesias: "Mas si todo obispo es propio solamente de la porción de grey confiada a sus
cuidados, su cualidad de legítimo sucesor de los apóstoles por institución divina, le hace solidariamente
responsable de la misión apostólica de la Iglesia" (Pío XII, Enc. Fidei donum, 11; cf LG 23; CD 4,36-37;
AG 5.6.38).
1561 Todo lo que se ha dicho explica por qué la Eucaristía celebrada por el obispo tiene una significación
muy especial como expresión de la Iglesia reunida en torno al altar bajo la presidencia de quien representa
visiblemente a Cristo, Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41; LG 26).
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1564 "Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y dependan de los obispos en el
ejercicio de sus poderes, sin embargo están unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en virtud del
sacramento del Orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de
Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para anunciar el Evangelio a los fieles, para
dirigirlos y para celebrar el culto divino" (LG 28).
1565 En virtud del sacramento del Orden, los presbíteros participan de la universalidad de la misión
confiada por Cristo a los apóstoles. El don espiritual que recibieron en la ordenación los prepara, no para
una misión limitada y restringida, "sino para una misión amplísima y universal de salvación `hasta los
extremos del mundo'" (PO 10), "dispuestos a predicar el evangelio por todas partes" (OT 20).
1566 "Su verdadera función sagrada la ejercen sobre todo en el culto o en la comunión eucarística. En
ella, actuando en la persona de Cristo y proclamando su Misterio, unen la ofrenda de los fieles al
sacrificio de su Cabeza; actualizan y aplican en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor, el único
Sacrificio de la Nueva Alianza: el de Cristo, que se ofrece al Padre de una vez para siempre como hostia
inmaculada" (LG 28). De este sacrificio único, saca su fuerza todo su ministerio sacerdotal (cf PO 2).
1567 "Los presbíteros, como colaboradores diligentes de los obispos y ayuda e instrumento suyos,
llamados para servir al Pueblo de Dios, forman con su obispo un único presbiterio, dedicado a diversas
tareas. En cada una de las comunidades locales de fieles hacen presente de alguna manera a su obispo, al
que están unidos con confianza y magnanimidad; participan en sus funciones y preocupaciones y las
llevan a la práctica cada día" (LG 28). Los presbíteros sólo pueden ejercer su ministerio en dependencia
del obispo y en comunión con él. La promesa de obediencia que hacen al obispo en el momento de la
ordenación y el beso de paz del obispo al fin de la liturgia de la ordenación significa que el obispo los
considera como sus colaboradores, sus hijos, sus hermanos y sus amigos y que a su vez ellos le deben
amor y obediencia.
1568 "Los presbíteros, instituidos por la ordenación en el orden del presbiterado, están unidos todos entre
sí por la íntima fraternidad del sacramento. Forman un único presbiterio especialmente en la diócesis a
cuyo servicio se dedican bajo la dirección de su obispo" (PO 8). La unidad del presbiterio encuentra una
expresión litúrgica en la costumbre de que los presbíteros impongan a su vez las manos, después del
obispo, durante el rito de la ordenación.
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a sus "cosas" (cf 1 Co 7,32), se entregan enteramente a Dios y a los hombres. El celibato es un signo de
esta vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia; aceptado con un corazón
alegre, anuncia de modo radiante el Reino de Dios (cf PO 16).
1580 En las Iglesias Orientales, desde hace siglos está en vigor una disciplina distinta: mientras los
obispos son elegidos únicamente entre los célibes, hombres casados pueden ser ordenados diáconos y
presbíteros. Esta práctica es considerada como legítima desde tiempos remotos; estos presbíteros ejercen
un ministerio fructuoso en el seno de sus comunidades (cf PO 16). Por otra parte, el celibato de los
presbíteros goza de gran honor en las Iglesias Orientales, y son numerosos los presbíteros que lo escogen
libremente por el Reino de Dios. En Oriente como en Occidente, quien recibe el sacramento del Orden no
puede contraer matrimonio.
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1587 El don espiritual que confiere la ordenación presbiteral está expresado en esta oración propia del rito
bizantino. El obispo, imponiendo la mano, dice:
Señor, llena del don del Espíritu Santo al que te has dignado elevar al grado del sacerdocio para
que sea digno de presentarse sin reproche ante tu altar, de anunciar el evangelio de tu Reino, de
realizar el ministerio de tu palabra de verdad, de ofrecerte dones y sacrificios espirituales, de
renovar tu pueblo mediante el baño de la regeneración; de manera que vaya al encuentro de
nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, tu Hijo único, el día de su segunda venida, y reciba de tu
inmensa bondad la recompensa de una fiel administración de su orden (Euchologion).
1588 En cuanto a los diáconos, "fortalecidos, en efecto, con la gracia del sacramento, en comunión con el
obispo y sus presbíteros, están al servicio del Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y
de la caridad" (LG 29).
1589 Ante la grandeza de la gracia y del oficio sacerdotales, los santos doctores sintieron la urgente
llamada a la conversión con el fin de corresponder mediante toda su vida a aquel de quien el sacramento
los constituye ministros. Así, S. Gregorio Nazianceno, siendo joven sacerdote, exclama:
Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido para
poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser
santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia (Or. 2, 71). Sé de
quién somos ministros, donde nos encontramos y adonde nos dirigimos. Conozco la altura de
Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza (ibid. 74) (Por tanto, ¿quién es el
sacerdote? Es) el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica con los arcángeles,
hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo,
restaura la criatura, restablece (en ella) la imagen (de Dios), la recrea para el mundo de lo alto, y,
para decir lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza (ibid. 73).
Y el santo Cura de Ars dice: "El sacerdote continua la obra de redención en la tierra"..."Si se
comprendiese bien al sacerdote en la tierra se moriría no de pavor sino de amor"..."El sacerdocio
es el amor del corazón de Jesús".
Resumen
1590 S. Pablo dice a su discípulo Timoteo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti
por la imposición de mis manos" (2 Tm 1,6), y "si alguno aspira al cargo de obispo, desea una noble
función" (1 Tm 3,1). A Tito decía: "El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de
organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené" (Tt 1,5).
1591 La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el bautis mo, todos los fieles participan del
sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama "sacerdocio común de los fieles". A partir de este
sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio
conferido por el sacramento del Orden, cuya tarea es servir en nombre y en la representación de Cristo-
Cabeza en medio de la comunidad.
1592 El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque confiere
un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su servicio en el pueblo
de Dios mediante la enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y por el gobierno
pastoral (munus regendi).
1593 Desde los orígenes, el ministerio ordenado fue conferido y ejercido en tres grados: el de los
Obispos, el de los presbíteros y el de los diáconos. Los ministerios conferidos por la ordenación son
insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia: sin el obispo, los presbíteros y los diácono s no se
puede hablar de Iglesia (cf. S. Ignacio de Antioquía, Trall. 3,1).
1594 El obispo recibe la plenitud del sacramento del Orden que lo incorpora al colegio episcopal y hace
de él la cabeza visible de la Iglesia particular que le es confiada. Los Obispos, en cuanto sucesores de los
apóstoles y miembros del colegio, participan en la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la
Iglesia bajo la autoridad del Papa, sucesor de S. Pedro.
1595 Los presbíteros están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo dependen de
ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales; son llamados a ser cooperadores diligentes de los
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obispos; forman en torno a su Obispo el presbiterio que asume con él la responsabilidad de la Iglesia
particular. Reciben del obispo el cuidado de una comunidad parroquial o de una función eclesial
determinada.
1596 Los diáconos son ministros ordenados para las tareas de servicio de la Iglesia; no reciben el
sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere funciones importantes en el ministerio de la
palabra, del culto divino, del gobierno pastoral y del servicio de la caridad, tareas que deben cumplir
bajo la autoridad pastoral de su Obispo.
1597 El sacramento del Orden es conferido por la imposición de las manos seguida de una oración
consecratoria solemne que pide a Dios para el ordenando las gracias del Espíritu Santo requeridas para
su ministerio. La ordenación imprime un carácter sacramental indeleble.
1598 La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones (viris) bautizados, cuyas
aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente reconocidas. A la autoridad de la Iglesia
corresponde la responsabilidad y el derecho de llamar a uno a recibir la ordenación.
1599 En la Iglesia latina, el sacramento del Orden para el presbiterado sólo es conferido ordinariamente
a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente el celibato y que manifiestan públicamente su
voluntad de guardarlo por amor del Reino de Dios y el servicio de los hombres.
1600 Corresponde a los Obispos conferir el sacramento del Orden en los tres grados.
ARTÍCULO 7
EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
1601 "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la
vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la
prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC, can.
1055,1)
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1605 La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es
bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de su carne", su igual, la criatura más semejante al
hombre mismo, le es dada por Dios como una "auxilio", representando así a Dios que es nuestro "auxilio"
(cf Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola
carne" (cf Gn 2,18-25). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo
muestra recordando cuál fue "en el principio", el plan del Creador: "De manera que ya no son dos sino
una sola carne" (Mt 19,6).
El matrimonio en el Señor
1612 La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel había preparado la nueva y eterna alianza mediante
la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad
salvada por él (cf. GS 22), preparando así "las bodas del cordero" (Ap 19,7.9).
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1613 En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo -a petición de su Madre- con ocasión
de un banquete de boda (cf Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en
las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en
adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.
1614 En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la
mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la autorización, dada por Moisés, de repudiar a su mujer
era una concesión a la dureza del corazón (cf Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer es
indisoluble: Dios mismo la estableció: "lo que Dios unió, que no lo separe el hombre" (Mt 19,6).
1615 Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y
aparecer como una exigencia irrealizable (cf Mt 19,10). Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una
carga imposible de llevar y demasiado pesada (cf Mt 11,29-30), más pesada que la Ley de Moisés.
Viniendo para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia
para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a s í
mismos, tomando sobre s í sus cruces (cf Mt 8,34), los esposos podrán "comprender" (cf Mt 19,11) el
sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es
un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana.
1616 Es lo que el apóstol Pablo da a entender diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo
amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida:
"`Por es o dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola
carne'. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,31-32).
1617 Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo,
entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas (cf Ef
5,26-27) que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte
signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es signo y comunicación de la
gracia, el matrimonio entre bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza (cf DS 1800;
CIC, can. 1055,2).
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1621 En el rito latino, la celebración del matrimonio entre dos fieles católicos tiene lugar ordinariamente
dentro de la Santa Misa, en virtud del vínculo que tienen todos los sacramentos con el Misterio Pascual de
Cristo (cf SC 61). En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la que Cristo se unió
para siempre a la Iglesia, su esposa amada por la que se entregó (cf LG 6). Es, pues, conveniente que los
esposos sellen su consentimiento en darse el uno al otro mediante la ofrenda de sus propias vidas,
uniéndose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha presente en el sacrificio eucarístico, y recibiendo la
Eucaristía, para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre de Cristo, "formen un solo
cuerpo" en Cristo (cf 1 Co 10,17).
1622 "En cuanto gesto sacramental de santificación, la celebración del matrimonio...debe ser por sí misma
válida, digna y fructuosa" (FC 67). Por tanto, conviene que los futuros esposos se dispongan a la
celebración de su matrimonio recibiendo el sacramento de la penitencia.
1623 Según la tradición latina, los esposos, como ministros de la gracia de Cristo, manifestando su
consentimiento ante la Iglesia, se confieren mutuamente el sacramento del matrimonio. En las tradiciones
de las Iglesias orientales, los sacerdotes –Obispos o presbíteros– son testigos del recíproco consentimiento
expresado por los esposos (cf. CCEO, can. 817), pero también su bendición es necesaria para la validez
del sacramento (cf CCEO, can. 828).
1624 Las diversas liturgias son ricas en oraciones de bendición y de epíclesis pidiendo a Dios su gracia y
la bendición sobre la nueva pareja, especialmente sobre la esposa. En la epíclesis de este sacramento los
esposos reciben el Espíritu Santo como Comunión de amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,32). El
Espíritu Santo es el sello de la alianza de los esposos, la fuente siempre generosa de su amor, la fuerza con
que se renovará su fidelidad.
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— Por ser el matrimonio un estado de vida en la Iglesia, es preciso que exista certeza sobre él (de ahí la
obligación de tener testigos).
— El carácter público del consentimiento protege el "Sí" una vez dado y ayuda a permanecer fiel a él.
1632 Para que el "Sí" de los esposos sea un acto libre y responsable, y para que la alianza matrimonial
tenga fundamentos humanos y cristianos sólidos y estables, la preparación para el matrimonio es de
primera importancia:
El ejemplo y la enseñanza dados por los padres y por las familias son el camino privilegiado de
esta preparación.
El papel de los pastores y de la comunidad cristiana como "familia de Dios" es indispensable para
la transmisión de los valores humanos y cristianos del matrimonio y de la familia (cf. CIC, can.
1063), y esto con mayor razón en nuestra época en la que muchos jóvenes conocen la experiencia
de hogares rotos que ya no aseguran suficientemente esta iniciación:
Los jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente sobre la dignidad, dignidad , tareas y
ejercicio del amor conyugal, sobre todo en el seno de la misma familia, para que, educados en el
cultivo de la castidad, puedan pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo vivido al
matrimonio (GS 49,3).
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El vínculo matrimonial
1639 El consentimiento por el que los esposos se dan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo
Dios (cf Mc 10,9). De su alianza "nace una institución estable por ordenación divina, también ante la
sociedad" (GS 48,1). La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres: "el
auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino" (GS 48,2).
1640 Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el matrimonio
celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del acto
humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y da
origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene poder para pronunciarse
contra esta disposición de la sabiduría divina (cf CIC, can. 1141).
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sacramento del matrimonio. Se profundiza por la vida de la fe común y por la Eucaristía recibida en
común.
1645 "La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad personal que hay
que reconocer a la mujer y el varón en el mutuo y pleno amor" (GS 49,2). La poligamia es contraria a esta
igual dignidad de uno y otro y al amor conyugal que es único y exclusivo.
La apertura a la fecundidad
1652 "Por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados
a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su culminación" (GS 48,1):
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Los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de sus mismos
padres. El mismo Dios, que dijo: "No es bueno que el hombre esté solo (Gn 2,18), y que hizo
desde el principio al hombre, varón y mujer" (Mt 19,4), queriendo comunicarle cierta
participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Creced
y multiplicaos" (Gn 1,28). De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de
vida familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del matrimonio, tienden a que
los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar con el amor del Creador y
Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más (GS 50,1).
1653 La fecundidad del amor conyugal se extiende a los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural
que los padres transmiten a sus hijos por medio de la educación. Los padres son los principales y primeros
educadores de sus hijos (cf. GE 3). En este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es
estar al servicio de la vida (cf FC 28).
1654 Sin embargo, los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida
conyugal plena de sentido, humana y cristianamente. Su matrimonio puede irradiar una fecundidad de
caridad, de acogida y de sacrificio.
VI La iglesia doméstica
1655 Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra
cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por
los que, "con toda su casa", habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban
también que se salvase "toda su casa" (cf Hch 16,31 y 11,14). Estas familias convertidas eran islotes de
vida cristiana en un mundo no creyente.
1656 En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes
tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio
Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, "Ecclesia domestica" (LG 11; cf. FC 21). En el
seno de la familia, "los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra
y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la
vocación a la vida consagrada" (LG 11).
1657 Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la
madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, "en la recepción de los sacramentos, en la
oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se
traduce en obras" (LG 10). El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y "escuela del más rico
humanismo" (GS 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón
generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.
1658 Es preciso recordar asimismo a un gran número de personas que permanecen solteras a causa de las
concretas condiciones en que deben vivir, a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se
encuentran particularmente cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y solicitud diligentes
de la Iglesia, particularmente de sus pastores. Muchas de ellas viven sin familia humana, con frecuencia a
causa de condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu de las bienaventuranzas
sirviendo a Dios y al prójimo de manera ejemplar. A todas ellas es preciso abrirles las puertas de los
hogares, "iglesias domésticas" y las puertas de la gran familia que es la Iglesia. "Nadie se sienta sin
familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están `fatigados y
agobiados' (Mt 11,28)" (FC 85).
Resumen
1659 S. Pablo dice: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia...Gran misterio es
éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef 5,25.32).
1660 La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de
vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está
ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el
282
Catolicismo Romano
matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento (cf. GS 48,1; CIC, can.
1055,1).
1661 El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia
de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor
humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna (cf.
Cc. de Trento: DS 1799).
1662 El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, es decir, en la voluntad de darse
mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo.
1663 Dado que el matrimonio establece a los cónyuges en un estado público de vida en la Iglesia, la
celebración del mismo se hace ordinariamente de modo público, en el marco de una celebración
litúrgica, ante el sacerdote (o el testigo cualificado de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.
1664 La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esenciales al matrimonio. La
poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio; el divorcio separa lo que Dios ha unido; el
rechazo de la fecundidad priva la vida conyugal de su "don más excelente", el hijo (GS 50,1).
1665 Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras viven sus cónyuges legítimos
contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en esta situación no están
separados de la Iglesia pero no pueden acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana
sobre todo educando a sus hijos en la fe.
1666 El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por eso la casa
familiar es llamada justamente "Iglesia doméstica", comunidad de gracia y de oración, escuela de
virtudes humanas y de caridad cristiana.
283
Catolicismo Romano
CAPÍTULO CUARTO
OTRAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
ARTÍCULO 1
LOS SACRAMENTALES
1667 "La santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados con los que,
imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por
la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los
sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" (SC 60; CIC can 1166; CO can 867).
284
Catolicismo Romano
cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse , antes de celebrar el
exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno y no de una enfermedad (cf. CIC, can. 1172).
La religiosidad popular
1674 Además de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta las
formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha
encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de
la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las
procesiones, el via crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc. (cf Cc. de Nicea II: DS
601;603; Cc. de Trento: DS 1822).
1675 Estas expresiones prolongan la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituyen: "Pero conviene que
estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que estén de acuerdo con la
sagrada liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo a ella, ya que la liturgia, por su
naturaleza, está muy por encima de ellos" (SC 13).
1676 Se necesita un discernimiento pastoral para sostener y apoyar la religiosidad popular y, llegado el
caso, para purificar y rectificar el sentido religioso que subyace en estas devociones y para hacerlas
progresar en el conocimiento del Misterio de Cristo (cf CT 54). Su ejercicio está sometido al cuidado y al
juicio de los obispos y a las normas generales de la Iglesia.
La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a
los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis
vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e
institución; persona y comunidad; fe y patria, inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo
cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una
fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las
razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el
pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se
sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses (Documento de Puebla,
1979, nº 448; cf EN 48).
Resumen
1677 Se llaman sacramentales los signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a los
hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida.
1678 Entre los sacramentales, las bendiciones ocupan un lugar importante. Comprenden a la vez la
alabanza de Dios por sus obras y sus dones, y la intercesión de la Iglesia para que los hombres puedan
hacer uso de los dones de Dios según el espíritu de los evangelios.
1679 Además de la liturgia, la vida cristiana se nutre de formas variadas de piedad popular, enraizadas
en las distintas culturas. Esclareciéndolas a la luz de la fe, la Iglesia favorece aquellas formas de
religiosid ad popular que expresan mejor un sentido evangélico y una sabiduría humana, y que
enriquecen la vida cristiana.
CAPÍTULO CUARTO
OTRAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
ARTÍCULO 2
LAS EXEQUIAS CRISTIANAS
1680 Todos los sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin último la
Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la muerte hace entrar al creyente en la vida del
Reino. Entonces se cumple en él lo que la fe y la esperanza han confesado: "Espero la resurrección de los
muertos y la vida del mundo futuro" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
285
Catolicismo Romano
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Catolicismo Romano
unidos a Cristo, yendo hacia él...estaremos todos juntos en Cristo" (S. Simeón de Tesalónica, De
ordine sep).
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Catolicismo Romano
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO TERCERO
LA SALVACIÓN DE DIOS:
LA LEY Y LA GRACIA
1949 El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios.
La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que lo dirige y en la gracia que lo sostiene:
Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer
y el obrar como bien le parece (Flp 2, 12-23).
ARTÍCULO 1
LA LEY MORAL
1950. La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una
instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que
llevan a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor.
Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas.
1951 La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley
moral supone el orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el
poder, la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La
ley es declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia del Dios vivo,
Creador y Redentor de todos. ‘Esta ordenación de la razón es lo que se llama la ley’ (León XIII, enc.
"Libertas praestantissimum"; citando a S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90, 1):
El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de
recibir de Dios una ley: animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su
conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha entregado todo.
(Tertuliano, Marc. 2, 4).
1952 Las expresiones de la ley moral son diversas, y todas están coordinadas entre sí: la ley eterna, fuente
en Dios de todas las leyes; la ley natural; la ley revelada, que comprende la Ley antigua y la Ley nueva o
evangélica; finalmente, las leyes civiles y eclesiásticas.
1953 La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en persona el camino de la
perfección. Es el fin de la Ley, porque sólo El enseña y da la justicia de Dios: ‘Porque el fin de la ley es
Cristo para justificación de todo creyente’ (Rm 10, 4).
288
Catolicismo Romano
1955 La ley ‘divina y natural’ (GS 89) muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien
y alcanzar su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral.
Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del
prójimo en cuanto igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley
se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la
proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana:
¿Dónde, pues, están inscritas estas normas sino en el libro de esa luz que se llama la Verdad? Allí
está escrita toda ley justa, de allí pasa al corazón del hombre que cumple la justicia; no que ella
emigre a él, sino que en él pone su impronta a la manera de un sello que de un anillo pasa a la
cera, pero sin dejar el anillo. (S. Agustín, Trin. 14, 15, 21).
La ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella
conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado a
la creación. (S. Tomás de A., de. praec. 1).
1956 La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus
preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina
la base de sus derechos y sus deberes fundamentales:
Existe ciertamente una verdadera ley: la recta razón. Es conforme a la naturaleza, extendida a
todos los hombres; es inmutable y eterna; sus órdenes imponen deber; sus prohibiciones apartan
de la falta... Es un sacrilegio sustituirla por una ley contraria; está prohibido dejar de aplicar una
sola de sus disposiciones; en cuanto a abrogarla enteramente, nadie tiene la posibilidad de ello.
(Cicerón, rep. 3, 22, 33).
1957 La aplicación de la ley natural varía mucho; puede exigir una reflexión adaptada a la multiplicidad
de las condiciones de vida según los lugares, las épocas y las circunstancias. Sin embargo, en la
diversidad de culturas, la ley natural permanece como una norma que une entre sí a los hombres y les
impone, por encima de las diferencias inevitables, principios comunes.
1958 La ley natural es inmutable (cf GS 10) y permanente a través de las variaciones de la historia;
subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su progreso. Las normas que la expresan
permanecen substancialmente valederas. Incluso cuando se llega a renegar de sus principios, no se la
puede destruir ni arrancar del corazón del hombre. Resurge siempre en la vida de individuos y sociedades:
El robo está ciertamente sancionado por tu ley, Señor, y por la ley que está escrita en el corazón
del hombre, y que la misma iniquidad no puede borrar. (S. Agustín, conf. 4, 4, 9).
1959 La ley natural, obra maravillosa del Creador, proporciona los fundamentos sólidos sobre los que el
hombre puede construir el edificio de las normas morales que guían sus decisiones. Establece también la
base moral indispensable para la edificación de la comunidad de los hombres. Finalmente proporciona la
base necesaria a la ley civil que se adhiere a ella, bien mediante una reflexión que extrae las conclusiones
de sus principios, bien mediante adiciones de naturaleza positiva y jurídica.
1960 Los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos de una manera clara e inmediata. En la
situación actual, la gracia y la revelación son necesarias al hombre pecador para que las verdades
religiosas y morales puedan ser conocidas ‘de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de
error’ (Pío XII, enc. "Humani generis": DS 3876). La ley natural proporciona a la Ley revelada y a la
gracia un cimiento preparado por Dios y armonizado con la obra del Espíritu.
II La ley antigua
1961 Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su Ley, preparando así
la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Estas
están declaradas y autentificadas en el marco de la Alianza de la salvación.
1962 La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas
en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del
hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y
289
Catolicismo Romano
prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para
manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:
Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones. (S. Agustín,
sAL. 57, 1)
1963 Según la tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7, 12) espiritual (cf. Rm 7, 14) y buena (cf. Rm 7,
16) es todavía imperfecta. Como un pedagogo (cf. Ga 3, 24) muestra lo que es preciso hacer, pero no da
de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no
deja de ser una ley de servidumbre. Según san Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar el
pecado, que forma una ‘ley de concupiscencia’ (cf. Rm 7) en el corazón del hombre. No obstante, la Ley
constituye la primera etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada cristiano
a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza que subsiste para siempre, como
la Palabra de Dios.
1964 La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. ‘La ley es profecía y pedagogía de las
realidades venideras’ (S Ireneo, haer. 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado que
se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes, los ‘tipos’, los símbolos para
expresar la vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales y
de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los cielos.
Hubo..., bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del
Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual se adherían a
la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la
perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas
promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva alianza. En todo caso, aunque la
ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual «la caridad es difundida en
nuestros corazones» (Rm 5,5.). (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 107, 1 ad 2).
III La ley nueva o ley evangélica
1965 La Ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es
obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la Montaña. Es también obra del Espíritu
Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: ‘Concertaré con la casa de Israel una alianza
nueva... pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo’ (Hb 8, 8-10; cf Jr 31, 31-34).
1966 La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Actúa por la
caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para
comunicarnos la gracia de realizarlo:
El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la
montaña, según lo leemos en el Evangelio de san Mateo, encontrará en él sin duda alguna la carta
perfecta de la vida cristiana... Este Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar la vida
cristiana. [S. Agustín, serm. Dom. 1, 1).
1967 La Ley evangélica ‘da cumplimiento’ (cf Mt 5, 17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la
Ley antigua. En las ‘Bienaventuranzas’ da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y
ordenándolas al ‘Reino de los cielos’. Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza
nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo,
trazando así los caminos sorprendentes del Reino.
1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de
abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y
hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos
exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo
puro y lo impuro (cf Mt 15, 18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras
virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre
celestial, mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la
generosidad divina (cf Mt 5, 44).
290
Catolicismo Romano
1969 La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al
‘Padre que ve en lo secreto’, por oposición al deseo ‘de ser visto por los hombres’ (cf Mt 6, 1-6; 16-18).
Su oración es el Padre Nuestro (Mt 6, 9-13).
1970 La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre ‘los dos caminos’ (cf Mt 7, 13-14) y la práctica
de las palabras del Señor (cf Mt 7, 21-27); está resumida en la regla de oro: ‘Todo cuanto queráis que os
hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque ésta es la Ley y los profetas’ (Mt 7, 12; cf Lc 6,
31).
Toda la Ley evangélica está contenida en el ‘mandamiento nuevo’ de Jesús (Jn 13, 34): amarnos
los unos a los otros como El nos ha amado (cf Jn 15, 12).
1971 Al Sermón del monte conviene añadir la catequesis moral de las enseñanzas apostólicas, como Rm
12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta doctrina transmite la enseñanza del Señor con la autoridad de
los apóstoles, especialmente exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que anima la
caridad, el principal don del Espíritu Santo. ‘Vuestra caridad sea sin fingimiento... amándoos
cordialmente los unos a los otros... con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación;
perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad’ (Rm
12, 9-13). Esta catequesis nos enseña también a tratar los casos de conciencia a la luz de nuestra relación
con Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co 5, 10).
1972 La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo
más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los
sacramentos; ley de libertad (cf St 1, 25; 2, 12), porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas
de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de
la condición del siervo ‘que ignora lo que hace su señor’, a la de amigo de Cristo, ‘porque todo lo que he
oído a mi Padre os lo he dado a conocer’ (Jn 15, 15), o también a la condición de hijo heredero (cf Ga 4,
1-7.21-31; Rm 8, 15).
1973 Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional
entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la
vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar lo que es incompatible con la caridad. Los
consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al
desarrollo de la caridad (cf S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 184, 3).
1974 Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan
su fuerza y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente
en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más
apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno:
(Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los que son
convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como
la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes, de todos los
mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas las leyes y de todas las acciones
cristianas, da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor. (S. Francisco de Sales, amor 8, 6).
Resumen
1975 Según la Sagrada Escritura, la ley es una instrucción paternal de Dios que prescribe al hombre los
caminos que llevan a la bienaventuranza prometida y proscribe los caminos del mal.
1976 “La ley es una ordenación de la razón para el bien común, promulgada por el que está a cargo de
la comunidad” (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90, 4).
1977 Cristo es el fin de la ley; sólo El enseña y otorga la justicia de Dios.
1978 La ley natural es una participación en la sabiduría y la bondad de Dios por parte del hombre,
formado a imagen de su Creador. Expresa la dignidad de la persona humana y constituye la base de sus
derechos y sus deberes fundamentales.
291
Catolicismo Romano
1979 La ley natural es inmutable, permanente a través de la historia. Las normas que la expresan son
siempre substancialmente válidas. Es la base necesaria para la edificación de las normas morales y la ley
civil.
1980 La Ley antigua es la primera etapa de la Ley revelada. Sus prescripciones morales se resumen en
los diez mandamientos.
1981 La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Dios las ha
revelado porque los hombres no las leían en su corazón.
1982 La Ley antigua es una preparación al Evangelio.
1983 La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo recibida mediante la fe en Cristo, que opera por la
caridad. Se expresa especialmente en el Sermón del Señor en la montaña y se sirve de los sacramentos
para comunicarnos la gracia.
1984 La Ley evangélica cumple, supera y lleva a su perfección la Ley antigua: sus promesas mediante las
bienaventuranzas del Reino de los cielos, sus mandamientos, reformando el corazón que es la raíz de los
actos.
1985 La Ley nueva es ley de amor, ley de gracia, ley de libertad.
1986 Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. ‘La santidad de la
Iglesia también se fomenta de manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el
Evangelio a sus discípulos para que los practiquen’ (LG 42).
LA LEY Y LA GRACIA
ARTÍCULO 2
GRACIA Y JUSTIFICACIÓN
I La justificación
1987 La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados
y comunicarnos ‘la justicia de Dios por la fe en Jesucristo’ (Rm 3, 22) y por el Bautismo (cf Rm 6, 3-4):
Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una
vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre
él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios.
Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm
6, 8-11).
1988 Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su
Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1 Co 12),
sarmientos unidos a la Vid que es él mismo (cf Jn 15, 1-4)
Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser
partícipes de la naturaleza divina... Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están
divinizados (S. Atanasio, ep. Serap. 1, 24).
1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según el
anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: ‘Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca’ (Mt 4,
17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la
justicia de lo alto. ‘La justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la
renovación del hombre interior’(Cc. de Trento: DS 1528).
1990 La justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su
corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón.
Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y sana.
1991 La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. La
justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son difundidas en nuestros corazones
la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina.
1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia
viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de
todos los hombres. La justificación es concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la
292
Catolicismo Romano
justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria
de Dios y de Cristo, y el don de la vida eterna (cf Cc de Trento: DS 1529)
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la
ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay
diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son justificados por el
don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como
instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando
por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a
mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús (Rm
3 ,21-26).
1993 La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte
del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la
cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia:
Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre
no está sin hacer nada al recibir esta inspiración, que por otra parte puede rechazar; y, sin
embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia
delante de El. [Cc. de Trento: DS 1525).
1994 La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido
por el Espíritu Santo. San Agustín afirma que ‘la justificación del impío es una obra más grande que la
creación del cielo y de la tierra’, porque ‘el cielo y la tierra pasarán, mientras la salvación y la
justificación de los elegidos permanecerán’ (S. Agustín, ev. Jo 72, 3). Dice incluso que la justificación de
los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia porque manifiesta una misericordia mayor.
1995 El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al ‘hombre interior’ (Rm 7, 22 ; Ef 3, 16), la
justificación implica la santificación de todo el ser:
Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden
hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad... al presente, libres
del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna (Rm 6, 19.22).
II La gracia
1996 Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios
nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8,
14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3).
1997 La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria:
por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como ‘hijo adoptivo’
puede ahora llamar ‘Padre’ a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde
la caridad y que forma la Iglesia.
1998 Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de
Dios, porque sólo El puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y
las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda creatura (cf 1 Co 2, 7-9)
1999 La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo
en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o divinizadora, recibida en
el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación (cf Jn 4, 14; 7, 38-39):
Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo
proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5, 17-18).
2000 La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al
alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Se debe distinguir entre la gracia
habitual, disposición permanente para vivir y obrar según la vocación divina, y las gracias actuales, que
designan las intervenciones divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la
santificación.
293
Catolicismo Romano
2001 La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para
suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la
caridad. Dios completa en nosotros lo que El mismo comenzó, ‘porque él, por su acción, comienza
haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida’ (S. Agustín,
grat. 17):
Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que
trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para
que, una vez sanados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue
para que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para
que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada. (S. Agustín, nat. et grat.
31).
2002 La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su
imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la
comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el
hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo El puede colmar. Las promesas de la ‘vida eterna’
responden, por encima de toda esperanza, a esta aspiración:
Si tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por
la voz de tu libro que al término de nuestras obras, ‘que son muy buenas’ por el hecho de que eres
tú quien nos las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti. (S.
Agustín, conf. 13, 36, 51).
2003 La gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu que nos justifica y nos santifica. Pero la
gracia comprende también los dones que el Espíritu Santo nos concede para asociarnos a su obra, para
hacernos capaces de colaborar en la salvación de los otros y en el crecimiento del Cuerpo de Cristo, que
es la Iglesia. Estas son las gracias sacramentales, dones propios de los distintos sacramentos. Son además
las gracias especiales, llamadas también ‘carismas’, según el término griego empleado por san Pablo, y
que significa favor, don gratuito, beneficio (cf LG 12). Cualquiera que sea su carácter, a veces
extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas están ordenados a la gracia santificante
y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia (cf 1 Co
12).
2004 Entre las gracias especiales conviene mencionar las gracias de estado, que acompañan el ejercicio
de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios en el seno de la Iglesia:
Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía,
ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio, la enseñanza,
enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el
que ejerce la misericordia, con jovialidad (Rm 12, 6-8).
2005 La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por
la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que
estamos justificados y salvados (Cc. de Trento: DS 1533-34). Sin embargo, según las palabras del Señor:
‘Por sus frutos los conoceréis’ (Mt 7, 20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en
la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una
fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza:
Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la respuesta de santa Juana de
Arco a una pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: ‘Interrogada si sabía que estaba en
gracia de Dios, responde: «si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si estoy, que Dios me
quiera conservar en ella»’ (Juana de Arco, proc.).
III El mérito
Manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos, y, al coronar sus améritos, coronas tu propia
obra (MR, prefacio de los santos, citando al "Doctor de la gracia" San Agustín, Sal. 102, 7).
294
Catolicismo Romano
2006 El término ‘mérito’ designa en general la retribución debida por parte de una comunidad o una
sociedad a la acción de uno de sus miembros, considerada como obra buena u obra mala, digna de
recompensa o de sanción. El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de
igualdad que la rige.
2007 Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por parte del hombre. Entre El y
nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de El, nuestro Creador.
2008 El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente
asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que El
impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos
de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente. Por otra
parte, el mérito del hombre recae también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las
gracias prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo.
2009 La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la naturaleza divina, puede conferirnos,
según la justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito. Se trata de un derecho por gracia, el pleno derecho
del amor, que nos hace ‘coherederos’ de Cristo y dignos de obtener la ‘herencia prometida de la vida
eterna’ (Cc. de Trento: DS 1546). Los méritos de nuestras buenas obras son dones de la bondad divina (cf
Cc. de Trento: DS 1548). ‘La gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido... los méritos son dones de
Dios’ (S. Agustín, serm. 298, 4-5).
2010 “Puesto que la iniciativa en el orden de la gracia pertenece a Dios, nadie puede merecer la gracia
primera, en el inicio de la conversión, del perdón y de la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y
de la caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra
santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna. Los
mismos bienes temporales, como la salud, la amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría de Dios.
Estas gracias y bienes son objeto de la oración cristiana, la cual provee a nuestra necesidad de la gracia
para las acciones meritorias.
2011 La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante Dios. La gracia,
uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos y, por
consiguiente, su mérito tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una
conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.
Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el
Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro amor... En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las
manos vacías, Señor, porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a
tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de ti
mismo... (S. Teresa del Niño Jesús, ofr.).
IV La santidad cristiana
2012. “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman... a los que de
antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el
primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a
ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rm 8, 28-30).
2013 ‘Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida
cristiana y a la perfección de la caridad’ (LG 40). Todos son llamados a la santidad: ‘Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48):
Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don
de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán
siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a
la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos
abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos. (LG 40).
2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama
‘mística’, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos -‘los santos misterios’- y, en
El, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con El, aunque las
295
Catolicismo Romano
gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos
para manifestar así el don gratuito hecho a todos.
2015 “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual
(cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir
en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen
fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).
2016 Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la
recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf
Cc. de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la ‘bienaventurada
esperanza’ de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la ‘Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo’ (Ap 21, 2).
Resumen
2017 La gracia del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos por medio de
la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, nos hace participar en su vida.
2018 La justificación, como la conversión, presenta dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre
se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo Alto.
2019 La justificación entraña la remisión de los pecados, la santificación y la renovación del hombre
interior.
2020 La justificación nos fue merecida por la Pasión de Cristo. Nos es concedida mediante el Bautismo.
Nos conforma con la justicia de Dios que nos hace justos. Tiene como finalidad la gloria de Dios y de
Cristo y el don de la vida eterna. Es la obra más excelente de la misericordia de Dios.
2021 La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos
adoptivos. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria.
2022 La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita la respuesta libre del
hombre. La gracia responde a las aspiraciones profundas de la libertad humana; y la llama a cooperar
con ella, y la perfecciona.
2023 La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu
Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla.
2024 La gracia santificante nos hace ‘agradables a Dios’. Los carismas, que son gracias especiales del
Espíritu Santo, están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Dios
actúa así mediante gracias actuales múltiples que se distinguen de la gracia habitual, que es permanente
en nosotros.”
2025 El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como consecuencia del libre designio
divino de asociarlo a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la gracia de Dios en primer lugar, y a la
colaboración del hombre en segundo lugar. El mérito del hombre retorna a Dios.
2026 La gracia del Espíritu Santo, en virtud de nuestra filiación adoptiva, puede conferirnos un
verdadero mérito según la justicia gratuita de Dios. La caridad es en nosotros la principal fuente de
mérito ante Dios.
2027 Nadie puede merecer la gracia primera que constituye el inicio de la conversión. Bajo la moción del
Espíritu Santo podemos merecer en favor nuestro y de los demás todas las gracias útiles para llegar a la
vida eterna, como también los necesarios bienes temporales.”
2028 ‘Todos los fieles... son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’
(LG 40). ‘La perfección cristiana sólo tiene un límite: el de no tener límite’ (San Gregorio de Nisa, v.
Mos.).
2029 ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’ (Mt 16, 24).
ARTÍCULO 3
La Iglesia, madre y educadora
296
Catolicismo Romano
2030 El cristiano realiza su vocación en la Iglesia, en comunión con todos los bautizados. De la Iglesia
recibe la Palabra de Dios, que contiene las enseñanzas de la ‘ley de Cristo’ (Ga 6, 2). De la Iglesia recibe
la gracia de los sacramentos que le sostienen en el camino. De la Iglesia aprende el ejemplo de la
santidad; reconoce en la Bienaventurada Virgen María la figura y la fuente de esa santidad; la discierne en
el testimonio auténtico de los que la viven; la descubre en la tradición espiritual y en la larga historia de
los santos que le han precedido y que la liturgia celebra a lo largo del santoral.
2031 La vida moral es un culto espiritual. Ofrecemos nuestros cuerpos ‘como una hostia viva, santa,
agradable a Dios’ (Rm 12, 1) en el seno del Cuerpo de Cristo que formamos y en comunión con la ofrenda
de su Eucaristía. En la liturgia y en la celebración de los sacramentos, plegaria y enseñanza se conjugan
con la gracia de Cristo para iluminar y alimentar el obrar cristiano. La vida moral, como el conjunto de la
vida cristiana, tiene su fuente y su cumbre en el sacrificio eucarístico.
297
Catolicismo Romano
consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones
morales. No se ha de oponer la conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio de la Iglesia.
2040 Así puede desarrollarse entre los cristianos un verdadero espíritu filial con respecto a la Iglesia. Es
el desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros
del Cuerpo de Cristo. En su solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que va más
allá del simple perdón de nuestros pecados y actúa especialmente en el sacramento de la Reconciliación.
Como madre previsora, nos prodiga también en su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la
Eucaristía del Señor.
Resumen
2047 La vida moral es un culto espiritual. El obrar cristiano se alimenta en la liturgia y la celebración de
los sacramentos.
2048 Los mandamientos de la Iglesia se refieren a la vida moral y cristiana, unida a la liturgia, y que se
alimenta de ella.
298
Catolicismo Romano
299
Catolicismo Romano
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
“Maestro, ¿qué he de hacer...?”
2052 ‘Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?’ Al joven que le hace esta
pregunta, Jesús responde primero invocando la necesidad de reconocer a Dios como ‘el único Bueno’,
como el Bien por excelencia y como la fuente de todo bien. Luego Jesús le declara: ‘Si quieres entrar en la
vida, guarda los mandamientos’. Y cita a su interlocutor los preceptos que se refieren al amor del prójimo:
‘No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu
madre’. Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una manera positiva: ‘Amarás a tu prójimo
como a ti mismo’ (Mt 19, 16-19).
2053 A esta primera respuesta se añade una segunda: ‘Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y
dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme’ (Mt 19, 21). Esta res puesta
no anula la primera. El seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es
abolida (cf Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro, que es
quien le da la plenitud perfecta. En los tres evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al joven
rico, de seguirle en la obediencia del discípulo, y en la observancia de los preceptos, es relacionada con el
llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19, 6-12. 21. 23-29). Los consejos evangélicos son
inseparables de los mandamientos.
2054 Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra.
Predicó la ‘justicia que sobre pasa la de los escribas y fariseos’ (Mt 5, 20), así como la de los paganos (cf
Mt 5, 46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: ‘habéis oído que se dijo a los
antepasados: No matarás... Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante
el tribunal’ (Mt 5, 21-22).
2055 Cuando le hacen la pregunta: ‘¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?’ (Mt 22, 36), Jesús
responde: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el
mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’ (Mt 22, 37-40; cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El
Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la
Ley:
En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás
preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace
mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud (Rm 13, 9-10).
2056 La palabra ‘Decálogo’ significa literalmente ‘diez palabras’ (Ex 34, 28 ; Dt 4, 13; 10, 4). Estas ‘diez
palabras’ Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa. Las escribió ‘con su Dedo’ (Ex 31, 18), a
diferencia de los otros preceptos escritos por Moisés (cf Dt 31, 9.24). Constituyen palabras de Dios en un
sentido eminente. Son transmitidas en los libros del Exodo (cf Ex 20, 1-17) y del Deuteronomio (cf Dt 5,
6-22). Ya en el Antiguo Testamento, los libros santos hablan de las ‘diez palabras’ (cf por ejemplo, Os 4,
2; Jr 7, 9; Ez 18, 5-9); pero su pleno sentido será revelado en la nueva Alianza en Jesucristo.
2057 El Decálogo se comprende ante todo cuando se lee en el con texto del Exodo, que es el gran
acontecimiento liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza. Las ‘diez palabras’, bien sean
formula das como preceptos negativos, prohibiciones, o bien como mandamientos positivos (como ‘honra
a tu padre y a tu madre’), indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El
Decálogo es un camino de vida:
Si amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus preceptos y sus normas,
vivirás y te multiplicarás (Dt 30, 16).
301
Catolicismo Romano
Esta fuerza liberadora del Decálogo aparece, por ejemplo, en el mandamiento del descanso del sábado,
destinado también a los extranjeros y a los esclavos:
Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que tu Dios te sacó de allí con mano
fuerte y con tenso brazo (Dt 5, 15).
2058 Las ‘diez palabras’ resumen y proclaman la ley de Dios: ‘Estas palabras dijo el Señor a toda vuestra
asamblea, en la montaña, de en medio del fuego, la nube y la densa niebla, con voz potente, y nada más
añadió. Luego las escribió en dos tablas de piedra y me las entregó a mí’ (Dt 5, 22). Por eso estas dos
tablas son llamadas ‘el Testimonio’ (Ex 25, 169, pues contienen las cláusulas de la Alianza establecida
entre Dios y su pueblo. Estas ‘tablas del Testimonio’ (Ex 31, 18; 32, 15; 34, 29) se debían depositar en el
‘arca’ (Ex 25, 16; 40, 1-2).
2059 Las ‘diez palabras’ son pronunciadas por Dios dentro de una teofanía (‘el Señor os habló cara a cara
en la montaña, en medio del fuego’: Dt 5, 4). Pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo y de
su gloria. El don de los mandamientos es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su
voluntad, Dios se revela a su pueblo.
2060 El don de los mandamientos de la ley forma parte de la Alianza sellada por Dios con los suyos.
Según el libro del Exodo, la revelación de las ‘diez palabras’ es concedida entre la proposición de la
Alianza (cf Ex 19) y su ratificación (cf Ex 24), después que el pueblo se comprometió a ‘hacer’ todo lo
que el Señor había dicho y a ‘obedecerlo’ (Ex 24, 7). El Decálogo no es transmitido sino tras el recuerdo
de la Alianza (‘el Señor, nuestro Dios, estableció con nosotros una alianza en Horeb’: Dt 5, 2).
2061 Los mandamientos reciben su plena significación en el interior de la Alianza. Según la Escritura, el
obrar moral del hombre adquiere todo su sentido en y por la Alianza. La primera de las ‘diez palabras’
recuerda el amor primero de Dios hacia su pueblo:
Como había habido, en castigo del pecado, paso del paraíso de la libertad a la servidumbre de este
mundo, por eso la primera frase del Decálogo, primera palabra de los mandamientos de Dios, se
refiere a la libertad: ‘Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de
servidumbre’ (Ex 20, 2; Dt 5, 6) (Orígenes, hom. in Ex. 8, 1).
2062 Los mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar. Expresan las implicaciones de la
pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del
Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación con el designio
que Dios se propone en la historia.
2063 La alianza y el diálogo entre Dios y el hombre están también confirmados por el hecho de que todas
las obligaciones se enuncian en primera persona (‘Yo soy el Señor...’) y están dirigidas a otro sujeto (‘tú’).
En todos los mandamientos de Dios hay un pronombre personal en singular que designa el destinatario.
Al mismo tiempo que a todo el pueblo, Dios da a conocer su voluntad a cada uno en particular:
El Señor prescribió el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo a fin de que el hombre
no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así, por el Decálogo, Dios preparaba al hombre para ser
su amigo y tener un solo corazón con su prójimo... Las palabras del Decálogo persisten también
entre nosotros (cristianos). Lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por el
hecho de la venida del Señor en la carne. (S. Ireneo, haer. 4, 16, 3-4).
El Decálogo en la Tradición de la Iglesia
2064 Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el
Decálogo una importancia y una significación primordiales.
2065 Desde san Agustín, los ‘diez mandamientos’ ocupan un lugar preponderante en la catequesis de los
futuros bautizados y de los fieles. En el siglo XV se tomó la costumbre de expresar los preceptos del
Decálogo en fórmulas rimadas, fáciles de memorizar, y positivas. Estas fórmulas están todavía en uso
hoy. Los catecismos de la Iglesia han expuesto con frecuencia la moral cristiana siguiendo el orden de los
‘diez mandamientos’.
2066 La división y numeración de los mandamientos ha variado en el curso de la historia. El presente
catecismo sigue la división de los mandamientos establecida por san Agustín y que ha llegado a ser
302
Catolicismo Romano
tradicional en la Iglesia católica. Es también la de las confesiones luteranas. Los Padres griegos hicieron
una división algo distinta que se usa en las Iglesias ortodoxas y las comunidades reformadas.
2067 Los diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros
se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo.
Como la caridad comprende dos preceptos en los que el Señor condensa toda la ley y los
profetas..., así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla y siete
en la otra. (S. Agustín, serm. 33, 2, 2).
2068 El Concilio de Trento enseña que los diez mandamientos obligan a los cristianos y que el hombre
justificado está también obligado a observarlos (cf DS 1569-1670). Y el Concilio Vaticano II afirma que:
‘Los obispos, como sucesores de los apóstoles, reciben del Señor... la misión de enseñar a todos los
pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres, por la fe, el bautismo y el
cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación’ (LG 24).
303
Catolicismo Romano
en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus
hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva
e interior de nuestro obrar. ‘Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he
amado’ (Jn 15, 12).
Resumen
2075. ‘¿Qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?’ - ‘Si quieres entrar en la vida,
guarda los mandamientos’ (Mt 19, 16-17).
2076 Por su modo de actuar y por su predicación, Jesús ha atestiguado el valor perenne del Decálogo.
2077 El don del Decálogo fue concedido en el marco de la alianza establecida por Dios con su pueblo.
Los mandamientos de Dios reciben su significado verdadero en y por esta Alianza.
2078 Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el
Decálogo una importancia y una significación primordial.
2079 El Decálogo forma una unidad orgánica en la que cada ‘palabra’ o ‘mandamiento’ remite a todo el
conjunto. Transgredir un mandamiento es quebrantar toda la ley (cf St 2, 10-11).
2080 El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la ley natural. Lo conocemos por la revelación
divina y por la razón humana.
2081 Los diez mandamientos, en su contenido fundamental, enuncian obligaciones graves. Sin embargo,
la obediencia a estos preceptos implica también obligaciones cuya materia es, en sí misma, leve.
2082 Dios hace posible por su gracia lo que manda.
Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto (Mt 4, 10).
I ‘Adorarás al señor tu Dios, y le servirás’
2084 Dios se da a conocer recordando su acción todopoderosa, bondadosa y liberadora en la historia de
aquel a quien se dirige: ‘Yo te saqué del país de Egipto, de la casa de servidumbre’. La primera palabra
contiene el primer mandamiento de la ley: ‘Adorarás al Señor tu Dios y le servirás... no vayáis en pos de
otros dioses’ (Dt 6, 13-14). La primera llamada y la justa exigencia de Dios consiste en que el hombre lo
acoja y lo adore.
2085 El Dios único y verdadero revela ante todo su gloria a Israel (cf Ex 19, 16-25; 24, 15-18). La
revelación de la vocación y de la verdad del hombre está ligada a la revelación de Dios. El hombre tiene la
vocación de hacer manifiesto a Dios mediante sus obras humanas, en conformidad con su condición de
criatura hecha ‘a imagen y semejanza de Dios’:
No habrá jamás otro Dios, Trifón, y no ha habido otro desde los siglos sino el que ha hecho y
ordenado el universo. Nosotros no pensamos que nuestro Dios es distinto del vuestro Es el mismo
que sacó a vuestros padres de Egipto ‘con su mano poderosa y su brazo extendido’. Nosotros no
ponemos nuestras esperanzas en otro, que no existe, sino en el mismo que vosotros: el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob. (S. Justino, dial. 11, 1).
304
Catolicismo Romano
2086 “El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice
un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros
debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en El una fe y una confianza completas. El es
todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él todas sus
esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha
derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo
como al final de sus preceptos: ‘Yo soy el Señor’” (Catec. R. 3, 2, 4).
La fe
2087 Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. San Pablo habla de la
‘obediencia de la fe’ (Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera obligación. Hace ver en el ‘desconocimiento de
Dios’ el principio y la explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber para
con Dios es creer en El y dar testimonio de El.
2088 El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia nuestra
fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras de pecar contra la fe:
La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la
Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las
objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se
fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.
2089 La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle
asentimiento. ‘Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que
ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de
la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de
la Iglesia a él sometidos’ (CIC can. 751).
La esperanza
2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por
sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a
los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la
bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo.
2091 El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza, que son la
desesperación y la presunción:
Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella
o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de Dios, a su Justicia -porque el Señor es fiel a sus
promesas- y a su Misericordia.
2092 Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder
salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas
(esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito).
La caridad
2093 La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina
mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las
criaturas por El y a causa de El (cf Dt 6, 4-5).
2094 Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La indiferencia descuida o rechaza la
consideración de la caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite
o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es una vacilación o
negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la
caridad. La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el
bien divino. El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo
maldice porque condena el pecado e inflige penas.
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Catolicismo Romano
2095 “Las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, informan y vivifican las virtudes
morales. Así, la caridad nos lleva a dar a Dios lo que en toda justicia le debemos en cuanto criaturas. La
virtud de la religión nos dispone a esta actitud.
La adoración
2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios,
como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso.
‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto’ (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).
2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la ‘nada de la criatura’, que sólo
existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el
Magnificat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-
49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del
pecado y de la idolatría del mundo.
La oración
2098. “Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en la oración.
La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios: oración de alabanza y
de acción de gracias, de intercesión y de súplica. La oración es una condición indispensable para poder
obedecer los mandamientos de Dios. ‘Es preciso orar siempre sin desfallecer’ (Lc 18, 1).
El sacrificio
2099. Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud, de súplica y de comunión:
‘Toda acción realizada para unirse a Dios en la santa comunión y poder ser bienaventurado es un
verdadero sacrificio’ (S. Agustín, civ. 10, 6).
2100 El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. ‘Mi sacrificio es
un espíritu contrito...’ (Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los
sacrificios hechos sin participación interior (cf Am 5, 21-25) o sin relación con el amor al prójimo (cf Is 1,
10-20). Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’ (Mt 9, 13;
12, 7; cf Os 6, 6). El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor
del Padre y por nuestra salvación (cf Hb 9, 13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra
vida un sacrificio para Dios.
Promesas y votos
2101 En varias circunstancias, el cristiano es llamado a hacer promesas a Dios. El bautismo y la
confirmación, el matrimonio y la ordenación las exigen siempre. Por devoción personal, el cristiano puede
también prometer a Dios un acto, una oración, una limosna, una peregrinación, etc. La fidelidad a las
promesas hechas a Dios es una manifestación de respeto a la Majestad divina y de amor hacia el Dios fiel.
2102 ‘El voto, es decir, la promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor, debe
cumplirse por la virtud de la religión’ (CIC can. 1191, 1). El voto es un acto de devoción en el que el
cristiano se consagra a Dios o le promete una obra buena. Por tanto, mediante el cumplimiento de sus
votos entrega a Dios lo que le ha prometido y consagrado. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran a
san Pablo cumpliendo los votos que había hecho (cf Hch 18, 18; 21, 23-24).
2103 La Iglesia reconoce un valor ejemplar a los votos de practicar los consejos evangélicos (cf CIC can.
654).
La santa Iglesia se alegra de que haya en su seno muchos hombres y mujeres que siguen más de
cerca y muestran más claramente el anonadamiento de Cristo, escogiendo la pobreza con la
libertad de los hijos de Dios y renunciando a su voluntad propia. Estos, pues, se someten a los
hombres por Dios en la búsqueda de la perfección más allá de lo que está mandado, para
parecerse más a Cristo obediente (LG 42).
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Catolicismo Romano
En algunos casos, la Iglesia puede, por razones proporcionadas, dispensar de los votos y las
promesas (CIC can. 692; 1196- 1197).
El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa
2104 ‘Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su
Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla’ (DH 1). Este deber se desprende de ‘su misma
naturaleza’ (DH 2). No contradice al ‘respeto sincero’ hacia las diversas religiones, que ‘no pocas veces
reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres’ (NA 2), ni a la
exigencia de la caridad que empuja a los cristianos ‘a tratar con amor, prudencia y paciencia a los
hombres que viven en el error o en la ignorancia de la fe’ (DH 14).
2105 El deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente
considerado. Esa es ‘la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las
sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo’ (DH 1). Al evangelizar sin cesar
a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan ‘informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las
costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive’ (AA 13). Deber social de
los cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les exige dar a
conocer el culto de la única verdadera religión, que subsiste en la Iglesia católica y apostólica (cf DH 1).
Los cristianos son llamados a ser la luz del mundo (cf AA 13). La Iglesia manifiesta así la realeza de
Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas (cf León XIII, enc. "Inmortale
Dei"; Pío XI, enc. "Quas primas").
2106 ‘En materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su conciencia, ni se le impida que actúe
conforme a ella, pública o privadamente, solo o asociado con otros’ (DH 2). Este derecho se funda en la
naturaleza misma de la persona humana, cuya dignidad le hace adherirse libremente a la verdad divina,
que trasciende el orden temporal. Por eso, ‘permanece aún en aquellos que no cumplen la obligación de
buscar la verdad y adherirse a ella’ (DH 2).
2107 ‘Si, teniendo en cuenta las circunstancias peculiares de los pueblos, se concede a una comunidad
religiosa un reconocimiento civil especial en el ordenamiento jurídico de la sociedad, es necesario que al
mismo tiempo se reconozca y se respete el derecho a la libertad en materia religiosa a todos los
ciudadanos y comunidades religiosas’(DH 6).
2108 El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión moral de adherirse al error (cf León XIII, enc.
"Libertas praestantissimum"), ni un supuesto derecho al error (cf Pío XII, discurso 6 diciembre 1953),
sino un derecho natural de la persona humana a la libertad civil, es decir, a la inmunidad de coacción
exterior, en los justos límites, en materia religiosa por parte del poder político. Este derecho natural debe
ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad de manera que constituya un derecho civil (cf
DH 2).
2109 El derecho a la libertad religiosa no puede ser de suyo ni ilimitado (cf Pío VI, breve "Quod
aliquantum"), ni limitado solamente por un ‘orden público’ concebido de manera positivista o naturalista
(cf Pío IX, enc. "Quanta cura"). Los ‘justos límites’ que le son inherentes deben ser determinados para
cada situación social por la prudencia política, según las exigencias del bien común, y ratificados por la
autoridad civil según ‘normas jurídicas, conforme con el orden objetivo moral’ (DH 7).
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Catolicismo Romano
La idolatría
2112 El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no creer en otros dioses que el Dios
verdadero. Y no venerar otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este
rechazo de los ‘ídolos, oro y plata, obra de las manos de los hombres’, que ‘tienen boca y no hablan, ojos
y no ven...’ Estos ídolos vanos hacen vano al que les da culto: ‘Como ellos serán los que los hacen,
cuantos en ellos ponen su confianza’ (Sal 115, 4-5.8; cf. Is 44, 9-20; Jr 10, 1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13,
1-15,19). Dios, por el contrario, es el ‘Dios vivo’ (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la
historia.
2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe.
Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y
reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo),
de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. ‘No podéis servir a Dios y
al dinero’, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a ‘la Bestia’ (cf Ap 13-
14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto,
incompatible con la comunión divina divina(cf Gál 5, 20; Ef 5, 5).
2114 La vida humana se unifica en la adoración del Dios Unico. El mandamiento de adorar al único Señor
da unidad al hombre y lo salva de una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido
religioso innato en el hombre. El idólatra es el que ‘aplica a cualquier cosa, en lugar de a Dios, la
indestructible noción de Dios’ (Orígenes, Cels. 2, 40).
Adivinación y magia
2115 Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa
consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en
abandonar toda curiosidad malsana al respecto. Sin embargo, la imprevisión puede constituir una falta de
responsabilidad.
2116 Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación
de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr
29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de
suertes, los fenómenos de visión, el recurso a ‘mediums’ encierran una voluntad de poder sobre el tiempo,
la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes
ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos
solamente a Dios.
2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias
ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para
procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más
condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la
intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con
frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él.
El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas,
ni la explotación de la credulidad del prójimo.
La irreligión
2118 El primer mandamiento de Dios reprueba los principales pecados de irreligión: la acción de tentar a
Dios con palabras o con obras, el sacrilegio y la simonía.
2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su
omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios,
mediante este gesto, a actuar (cf Lc 4, 9). Jesús le opone las palabras de Dios: ‘No tentarás al Señor tu
Dios’ (Dt 6, 16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a
nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf 1 Co
10, 9; Ex 17, 2-7; Sal 95, 9).
2120 El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y las otras acciones
litúrgicas, así como las personas, las cosas y los lugares consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado
grave sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se
nos hace presente substancialmente (cf CIC can. 1367; 1376).
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Catolicismo Romano
2121 La simonía (cf Hch 8, 9-24) se define como la compra o venta de cosas espirituales. A Simón el
mago, que quiso comprar el poder espiritual del que vio dotado a los apóstoles, Pedro le responde: ‘Vaya
tu dinero a la perdición y tú con él, pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero’ (Hch 8,
20). Así se ajustaba a las palabras de Jesús: ‘Gratis lo recibisteis, dadlo gratis’ (Mt 10, 8; cf Is 55, 1)]. Es
imposible apropiarse de los bienes espirituales y de comportarse respecto a ellos como un poseedor o un
dueño, pues tienen su fuente en Dios. Sólo es posible recibirlos gratuitamente de El.
2122 ‘Fuera de las ofrendas determinadas por la autoridad competente, el ministro no debe pedir nada por
la administración de los sacramentos, y ha de procurar siempre que los necesitados no queden privados de
la ayuda de los sacramentos por razón de su pobreza’ (CIC can. 848). La autoridad competente puede fijar
estas ‘ofrendas’ atendiendo al principio de que el pueblo cristiano debe contribuir al sostenimiento de los
ministros de la Iglesia. ‘El obrero merece su sustento’ (Mt 10, 10; cf Lc 10, 7; 1 Co 9, 5-18; 1 Tm 5, 17-
18).
El ateísmo
2123 ‘Muchos de nuestros contemporáneos no perciben de ninguna manera esta unión íntima y vital con
Dios o la rechazan explícitamente, hasta tal punto que el ateísmo debe ser considerado entre los problemas
más graves de esta época’ (GS 19, 1).
2124 El nombre de ateísmo abarca fenómenos muy diversos. Una forma frecuente del mismo es el
materialismo práctico, que limita sus necesidades y sus ambiciones al espacio y al tiempo. El humanismo
ateo considera falsamente que el hombre es ‘el fin de sí mismo, el artífice y demiurgo único de su propia
historia’ (GS 20, 1). Otra forma del ateísmo contemporáneo espera la liberación del hombre de una
liberación económica y social para la que ‘la religión, por su propia naturaleza, constituiría un obstáculo,
porque, al orientar la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción
de la ciudad terrena’ (GS 20, 2).
2125 En cuanto rechaza o niega la existencia de Dios, el ateísmo es un pecado contra la virtud de la
religión (cf Rm 1, 18). La imputabilidad de esta falta puede quedar ampliamente disminuida en virtud de
las intenciones y de las circunstancias. En la génesis y difusión del ateísmo ‘puede corresponder a los
creyentes una parte no pequeña; en cuanto que, por descuido en la educación para la fe, por una
exposición falsificada de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social, puede
decirse que han velado el verdadero rostro de Dios y de la religión, más que revelarlo’ (GS 19, 3).
2126 Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta
el rechazo de toda dependencia respecto a Dios (GS 20, 1). Sin embargo, ‘el reconocimiento de Dios no se
opone en ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el
mismo Dios’ (GS 21, 3). ‘La Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con los deseos más profundos
del corazón humano’ (GS 21, 7).
El agnosticismo
2127 El agnosticismo reviste varias formas. En ciertos casos, el agnóstico se resiste a negar a Dios; al
contrario, postula la existencia de un ser trascendente que no podría revelarse y del que nadie podría decir
nada. En otros casos, el agnóstico no se pronuncia sobre la existencia de Dios, manifestando que es
imposible probarla e incluso afirmarla o negarla.
2128 El agnosticismo puede contener a veces una cierta búsqueda de Dios, pero puede igualmente
representar un indiferentismo, una huida ante la cuestión última de la existencia, y una pereza de la
conciencia moral. El agnosticismo equivale con mucha frecuencia a un ateísmo práctico
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Catolicismo Romano
2130 Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que
conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (cf Nm 21, 4-9;
Sb 16, 5-14; Jn 3, 14-15), el arca de la Alianza y los querubines (cf Ex 25, 10-12;
1 R 6, 23-28; 7, 23-26).
2131 Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en
Nicea el año 787), justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero
también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse,
inauguró una nueva ‘economía’ de las imágenes.
2132 El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos.
En efecto, ‘el honor dado a una imagen se remonta al modelo original’ (S. Basilio, spir. 18, 45), ‘el que
venera una imagen, venera en ella la persona que en ella está representada’ (Cc de Nicea II: DS 601); cf
Cc de Trento: DS 1821-1825; Cc Vaticano II: SC 126; LG 67). El honor tributado a las imágenes sagradas
es una ‘veneración respetuosa’, no una adoración, que sólo corresponde a Dios:
El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su
aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige
a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen. (S.
Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 81, 3, ad 3).
Resumen
2133 ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas’ (Dt 6, 59).
2134 El primer mandamiento llama al hombre para que crea en Dios, espere en El y lo ame sobre todas
las cosas.
2135 ‘Al Señor tu Dios adorarás’ (Mt 4, 10). Adorar a Dios, orar a El, ofrecerle el culto que le
corresponde, cumplir las promesas y los votos que se le han hecho, son todos ellos actos de la virtud de la
religión que constituyen la obediencia al primer mandamiento.
2136 El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente
considerado.
2137 El hombre debe ‘poder profesar libremente la religión en público y en privado’ (DH 15).
2138 La superstición es una desviación del culto que debemos al verdadero Dios, la cual conduce a la
idolatría y a distintas formas de adivinación y de magia.”
2139 La acción de tentar a Dios de palabra o de obra, el sacrilegio y la simonía son pecados de
irreligión, prohibidos por el primer mandamiento.
2140 El ateísmo, en cuanto niega o rechaza la existencia de Dios, es un pecado contra el primer
mandamiento.
2141 El culto de las imágenes sagradas está fundado en el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios.
No es contrario al primer mandamiento.
«Se dijo a los antepasados: “No perjurarás”... Pues yo os digo que no juréis en modo alguno» (Mt
5, 33-34).
I El nombre del Señor es santo
2142 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como el primer
mandamiento, a la virtud de la religión y regula más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas
santas.
2143 Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios
confía su Nombre a los que creen en El; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre
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pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. ‘El nombre del Señor es santo’. Por eso el hombre no
puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2, 17).
No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2;
113, 1-2).
2144 “La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al misterio de Dios mismo y a toda la
realidad sagrada que evoca. El sentido de lo sagrado pertenece a la virtud de la religión:
Los sentimientos de temor y de ‘lo sagrado’ ¿son sentimientos cristianos o no? Nadie puede dudar
razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si
tuviésemos la visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su
presencia. En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no
verificar, no creer que está presente. (Newman, par. 5, 2).
2145 El fiel cristiano debe dar testimonio del nombre del Señor confesando su fe sin ceder al temor (cf Mt
10, 32; 1 Tm 6, 12). La predicación y la catequesis deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia
el nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
2146 El segundo mandamiento prohíbe abusar del nombre de Dios, es decir, todo uso inconveniente del
nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de todos los santos.
2147 Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad y la
autoridad divinas. Deben ser respetadas en justicia. Ser infiel a ellas es abusar del nombre de Dios y, en
cierta manera, hacer de Dios un mentiroso (cf 1 Jn 1, 10).
2148 La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios -
interior o exteriormente- palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en
las expresiones, en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a ‘los que blasfeman el hermoso
Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos’ (St 2, 7). La prohibición de la blasfemia se extiende
a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al
nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte.
El abuso del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la religión.
La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es de suyo un pecado grave (cf
CIC can. 1396).
2149 Las palabras mal sonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar son una falta
de respeto hacia el Señor. El segundo mandamiento prohíbe también el uso mágico del Nombre divino.
El Nombre de Dios es grande allí donde se pronuncia con el respeto debido a su grandeza y a su
Majestad. El nombre de Dios es santo allí donde se le nombra con veneración y temor de
ofenderle (S. Agustín, serm. Dom. 2, 45, 19).
II Tomar el nombre del Señor en vano
2150 El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios
por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El
juramento compromete el nombre del Señor. ‘Al Señor tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre
jurarás’ (Dt 6, 13).
2151 La reprobación del juramento en falso es un deber para con Dios. Como Creador y Señor, Dios es la
norma de toda verdad. La palabra humana está de acuerdo o en oposición con Dios que es la Verdad
misma. El juramento, cuando es veraz y legítimo, pone de relieve la relación de la palabra humana con la
verdad de Dios. El falso juramento invoca a Dios como testigo de una mentira.
2152 Es perjuro quien, bajo juramento, hace una promesa que no tiene intención de cumplir, o que,
después de haber prometido bajo juramento, no mantiene. El perjurio constituye una grave falta de respeto
hacia el Señor que es dueño de toda palabra. Comprometerse mediante juramento a hacer una obra mala
es contrario a la santidad del Nombre divino.
2153 Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña: ‘Habéis oído que se dijo a los
antepasados: «no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos». Pues yo os digo que no juréis
en modo alguno... sea vuestro lenguaje: «sí, sí»; «no, no»: que lo que pasa de aquí viene del Maligno’ (Mt
5, 33-34.37; cf St 5, 12). Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia
311
Catolicismo Romano
de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va
unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras
afirmaciones.
2154 Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20), la tradición de la Iglesia ha comprendido las
palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave
y justa [por ejemplo, ante el tribunal]. ‘El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como
testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia’ (CIC can. 1199, 1).
2155 La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no prestar juramento en
circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación de una autoridad que lo exigiese
injustamente. Cuando el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado. Debe
serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión de la Iglesia.
Resumen
2160 ‘Señor, Dios Nuestro, ¡qué admirable es tu nombre por toda la tierra!’ (Sal 8, 2).
2161 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. El nombre del Señor es santo.
2162 El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del nombre de Dios. La blasfemia consiste
en usar de una manera injuriosa el nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos.
2163 El juramento en falso invoca a Dios como testigo de una mentira. El perjurio es una falta grave
contra el Señor, que es siempre fiel a sus promesas.
2164 ‘No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad, necesidad y reverencia’ (S. Ignacio
de Loyola, ex. spir. 38).
2165 En el Bautismo, la Iglesia da un nombre al cristiano. Los padres, los padrinos y el párroco deben
procurar que se dé un nombre cristiano al que es bautizado. El patrocinio de un santo ofrece un modelo
de caridad y asegura su intercesión.
2166 El cristiano comienza sus oraciones y sus acciones haciendo la señal de la cruz ‘en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén’.
2167 Dios llama a cada uno por su nombre (cf Is 43, 1).
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ARTÍCULO 3
EL TERCER MANDAMIENTO
«Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero
el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo» (Ex 20, 8-10;
cf Dt 5, 12-15).
«El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo
del hombre también es Señor del sábado» (Mc 2, 27-28).
I El día del sábado
2168 El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado: ‘El día séptimo será día de
descanso completo, consagrado al Señor’ (Ex 31, 15).
2169 La Escritura hace a este propósito memoria de la creación: ‘Pues en seis días hizo el Señor el cielo y
la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado
y lo hizo sagrado’ (Ex 20, 11).
2170 La Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud
de Egipto: ‘Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí
con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado’ (Dt 5,
15).
2171 Dios confió a Israel el sábado para que lo guardara como signo de la alianza inquebrantable (cf Ex
31, 16). El sábado es para el Señor, santamente reservado a la alabanza de Dios, de su obra de creación y
de sus acciones salvíficas en favor de Israel.
2172 La acción de Dios es el modelo de la acción humana. Si Dios ‘tomó respiro’ el día séptimo (Ex 31,
17), también el hombre debe ‘descansar’ y hacer que los demás, sobre todo los pobres, ‘recobren aliento’
(Ex 23, 12). El sábado interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta
contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero (cf Ne 13, 15-22; 2 Cro 36, 21).
2173 El Evangelio relata numerosos incidentes en que Jesús fue acusado de quebrantar la ley del sábado.
Pero Jesús nunca falta a la santidad de este día (cf Mc 1, 21; Jn 9, 16), sino que con autoridad da la
interpretación auténtica de esta ley: ‘El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el
sábado’ (Mc 2, 27). Con compasión, Cristo proclama que ‘es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal,
salvar una vida en vez de destruirla’ (Mc 3, 4). El sábado es el día del Señor de las misericordias y del
honor de Dios (cf Mt 12, 5; Jn 7, 23). ‘El Hijo del hombre es Señor del sábado’ (Mc 2, 28).
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Catolicismo Romano
Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no observando
ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por El y por su muerte. (S.
Ignacio de Antioquía, Magn. 9, 1).
2176 La celebración del domingo cumple la prescripción moral, inscrita en el corazón del hombre, de ‘dar
a Dios un culto exterior, visible, público y regular bajo el signo de su bondad universal hacia los hombres’
(S. Tomás de A., s. th. 2-2, 122, 4). El culto dominical realiza el precepto moral de la Antigua Alianza,
cuyo ritmo y espíritu recoge celebrando cada semana al Creador y Redentor de su pueblo.
La Eucaristía dominical
2177 La celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida
de la Iglesia. ‘El domingo, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de
observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto’ (CIC can. 1246, 1).
"Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José,
Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos" (CIC can. 1246, 1).
2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (cf Hch 2,
42-46; 1 Co 11, 17). La carta a los Hebreos dice: ‘No abandonéis vuestra asamblea, como algunos
acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente’ (Hb 10, 25).
La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: ‘Venir temprano a la iglesia,
acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración... Asistir a la sagrada y
divina liturgia, acabar su oración y no marcharse antes de la despedida... Lo hemos dicho con
frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En
él exultamos y nos gozamos. (Autor anónimo, serm. dom.).
2179 ‘La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia
particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como
su pastor propio’ (CIC can. 515, 1). Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la celebración
dominical de la Eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la vida
litúrgica, le congrega en esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo. Practica la caridad del
Señor en obras buenas y fraternas:
No puedes orar en casa como en la iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de
todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus,
la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes. (S. Juan
Crisóstomo, incomprehens. 3, 6).
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Resumen
2189 ‘Guardarás el día del sábado para santificarlo’ (Dt 5, 12). ‘El día séptimo será día de descanso
completo, consagrado al Señor’ (Ex 31, 15).
2190. El sábado, que representaba la coronación de la primera creación, es sustituido por el domingo
que recuerda la nueva creación, inaugurada por la resurrección de Cristo.
2191 La Iglesia celebra el día de la Resurrección de Cristo el octavo día, que es llamado con toda razón
día del Señor, o domingo.
2192 ‘El domingo ha de observarse en toda la Iglesia como fies ta primordial de precepto‘ (CIC can.
1246, 1). ‘El domingo y las demás fies tas de precepto, losfieles tienen obligación de participar en la
misa’(CIC can. 1247).
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2193 ‘El domingo y las demás fiestas de precepto... los fieles se abstendrán de aquellos trabajos y
actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del
debido descanso de la mente y del cuerpo‘ (CIC can. 1247).
2194 La institución del domingo contribuye a que todos disfruten de un ‘reposo y ocio suficientes para
cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa‘ (GS 67, 3).
2195 Todo cristiano debe evitar imponer, sin necesidad, a otro impedimentos para guardar el día del
Señor.
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