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La Gastronomia en La Antigua Grecia A T PDF

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Volumen dirigido por

Juan Manuel Ibeas Altamira

El imaginario de la alimentación
en Europa
Gastronomía y Literatura

© Euskal Herriko Unibertsitateko Argitalpen Zerbitzua


Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco
ISBN: 978-84-9860-503-7 Lege gordailua/Depósito legal: BI - 258-2011
PRÓLOGO

El volumen que aquí presento es el resultado de la reflexión en

torno a la Literatura y la Gastronomía que se llevó a cabo en Vitoria,

en abril del año 2010, dentro del marco de las jornadas organizadas

por el Departamento de Filología Francesa de la Facultad de Letras de

la UPV-EHU.

Durante los dos días en que tuvieron lugar estos encuentros se

analizaron las diferentes representaciones del imaginario de la

alimentación a lo largo de un amplio espectro de obras literarias

europeas desde la Antigüedad a nuestros días. Se llevó a cabo un

planteamiento sobre cómo el alimento ya sea objeto sagrado, motivo

de reunión o de placer solitario, supera con mucho su materialidad; y

cómo lo que comemos, saboreamos o devoramos alimenta no solo el

cuerpo sino también el imaginario, y los entrelaza en lo más profundo

de nosotros mismos. La alimentación es esencial para el hombre, que

no solo vive de pan, claro está, pero que encuentra en él el motivo de

sus mayores angustias y de sus más intensos placeres. El análisis del


estatus simbólico de la comida reserva un sinfín de sorpresas, y al

mismo tiempo enriquece un acto natural y exquisitamente sofisticado,

como el de la ingestión de alimentos, un momento vital y sagrado,

físico e inmaterial.

Los especialistas reunidos enfocamos estas cuestiones desde

perspectivas muy diferentes y con resultados muy dispares, pero

siempre profundamente significativos. En primer lugar se trató de

elucidar el nacimiento de la gastronomía, de cómo además de los

novedosos planteamientos en cuestión de comidas y bebidas, se

descubre que las ganas de comer vienen de la propia mesa. Es decir

de las luces, de la decoración de los tableros, de la presentación de

los manjares, de las formas, colores y por supuesto olores, tanto de

los alimentos en sí como del ambiente. Y, aspecto crucial en las

maneras del buen yantar, de la agradable y mundana conversación

durante la refinada degustación.

El papel de la gastronomía se reveló profundamente relevante

para abordar ciertos aspectos de las creaciones literarias desde

épocas muy tempranas, puesto que nuestra cultura culinaria

occidental se forjó en la Antigüedad griega y latina, y se consolidó en

la Europa de los siglos XVII, XVIII y principios de ese XIX

maravillosamente glotón. Indudablemente Gasterea, esa musa que

dirige las manos de nuestros artistas de la olla y la cuchara, ha

inspirado también a los mejores escritores, pintores y músicos de

nuestra Europa gourmande.


El juego con el concepto de 'imaginario' resultó en todo

momento polisémico y portador de significados misceláneos, ya que

dejaba la puerta abierta a los especialistas para recorrer terrenos de

lo más variado. Alimentos, organización de comidas, dietas y

literaturas se daban la mano conformando un campo de trabajo

profundamente rico a la par que enriquecedor. Esta múltiple

comprensión del fenómeno ha condicionado los grandes ejes de

reflexión de estas Jornadas, que obligaban a un recorrido por la

historia y por el espacio. Igualmente imprescindible resultaba el

análisis teórico, que permitiera extraer conclusiones generales

concebidas como marco referencial para los sucesivos acercamientos

a estas cuestiones, pues son éstas las actas de unas Jornadas que

pretenden una periódica continuidad, en una universidad y un país de

reconocido raigambre culinario y gastronómico. Las diversas y

complementarias reflexiones que surgieron en torno al 'alimento',

fueron plataforma para un debate tan apasionado como

multidisciplinar.

Cada capítulo de este libro recoge la intervención de cada uno

de los especialistas que participaron en el encuentro. La catedrática

de la Universidad de Maryland Béatrice Fink, en su aportación,

establece las bases de la gastronomía como ―ciencia‖, surgida como

tal en el siglo XVIII, siglo de grandes manuales de cocina y el de la

aparición de una auténtica ‗literatura culinaria‘. El menú alcanza su

máximo grado de poetización, disfrutando de un nuevo estatuto que


se afianzará con el paso de los años. Lo que se come, dónde, cuándo,

cómo, por qué y con quién, se inscribe en un código de costumbres

renovado y se transcribe en los textos culinarios. Y los escritos

culinarios de esta época, ya se presenten en forma de almanaque,

manual o diccionario, ya lleven por título Arte, Ciencia o Festín,

superan con mucho la simple compilación de recetas a las que nos

tienen acostumbrados este tipo de libros hoy en día. Al igual que las

novelas, buscan cambiar la imagen de marca de una forma de

escribir preexistente, convirtiéndose en reflejo de una metamorfosis

de las mentalidades, sostenida por fuerzas socioeconómicas e

innovaciones técnicas.

El catedrático de la New York University Allen S. Weiss,

estudiando los caminos de la gastrosofía, descubre las claves de una

cocina musical, artística y filosófica. El plato se vuelve mito y cuadro;

la mesa, escena, y el comedor, teatro: todo ello para representar lo

más efímero, íntimo y sensual de las artes.

El catedrático Jean Pierre Dubost de la Universidad Blaise-

Pascal de Clermont-Ferrand analiza los orígenes y rituales sacros

relacionados con la comida, y la importancia del orden en los textos y

en las comidas. Un planteamiento original y profunde que se asienta

en la posibilidad o no de liberar a los platos de las palabras, es decir

si la representación de la escena gastronómica puede ser otra cosa

que no sea un texto, o si puede estar dominada por la pura presencia


de alimentos para los que las palabras se limitarían a ser únicamente

el nombre propio.

Continuando con los orígenes sagrados y rituales de la

gastronomía, el catedrático Paolo Scarpi de la universidad de Padua

nos acerca al universo del vino, abrazando la compleja y milenaria

tradición vitivinícola mediterránea, sus mitos, sus símbolos y sus

ritos, con el desarrollo de la producción y la difusión del vino en el

mundo contemporáneo. Todo un recorrido desde la Antigüedad hasta

nuestros días descubriendo el aspecto ceremonial del consumo del

vino, de esa especie de acto ritual, que no induce a beber, sino a

degustar, a saborear con los labios, el paladar y el olfato. Porque en

el fondo la vinificación es un arte.

La profesora de la Uniersidad del País Vasco María José García

Soler nos acerca a la gastronomía de la antigua Grecia a través de su

literatura, que da cuenta de temas relacionados con la comida desde

sus primeras manifestaciones. Una cuidada selección de extractos,

desde los relatos homéricos, que muestra los ―platos‖ más

significativos. Descubre así que el tema gastronómico tenía una

importancia ciertamente insospechada, muy superior a lo que

normalmente se esperaría, que aflora de formas muy variadas y con

funciones también muy diferentes. Todo ello nos permite conocer

mejor a los antiguos griegos, su preocupaciones cotidianas,

dotándolos de una humanidad que los acerca a nosotros y nos los

muestra llenos de vida todavía, a pesar de los siglos transcurridos.


El profesor de la Universidad del País Vasco Juan Manuel Ibeas

nos acerca a la noción del mal gusto tanto estético y artístico como

gastronómico. Partiendo de la visión de los viajeros franceses por

tierras hispanas que descubrían una gastronomía que les resultaba

repulsiva (ya fuera por lo exótico, por la cocción o por la

presentación) y excesivamente especiada, nos adentramos en los

conceptos estéticos de Gracián y vemos cómo los franceses pronto

olvidaron el origen del gusto, del bueno y del malo, e impusieron su

punto de vista a toda Europa. Incluso los españoles del XVIII

asumieron su juicio, considerando la literatura barroca y "gongorina"

como un prototipo de mal gusto, a imagen y semejanza de su

‗primitiva arte culinaria‘.

El profesor de la Universidad de Valencia Juli Leal sigue

desarrollando estos conceptos e ideas próximos al mal gusto y nos

acerca al universo del canibalismo. De una manera sorprendente e

inesperada descubrimos un sinfín de ejemplos que alternan

canibalismo y antropofagia, y nos revelan esas prohibiciones

culturales, esos límites convencionales que tal vez puedan calificarse

de hipócritas. Porque al final vamos descubriendo una cierta pasión

por la antropofagia voyeurista de una Europa caníbal, en una forma

lúdicamente dialogada que nos anima a adentrarnos en el debate.

La catedrática de la Universidad del País Vasco Lydia Vázquez

nos acerca a un caso concreto del mal gusto al analizar la relación de

Victor Hugo con la gastronomía. Si Victor Hugo y la gastronomía es,


más que una paradoja, una pareja imposible para los estudiosos del

autor, la especialista nos revela que durante su estancia en Pasajes

disfrutó de la buena mesa hasta el punto de narrarlo con el mismo

cariño y la misma inspiración, el mismo apasionamiento con los que

escribía sus poemas y sus relatos. De todo ello deduce que nadie que

no sea un gastrónomo, un gourmand y un gourmet, puede hablar así

de los manjares de esta región. O lo fue, pero su moral y las

circunstancias políticas no se lo permitieron, o aquí se volvió, que

sería muy bonito... y nada extraño.

El profesor de la Universidad de Castilla La Mancha Ignacio

Ramos nos presenta las claves historiográficas de la restauración en

el teatro decimonónico francés y británico, descubriendo las

relaciones de comida y escenario. Según el especialista cualquier

análisis del nacimiento de la sociedad del espectáculo – en particular,

de la escena, y, más tarde, del cine, que recogerá el testigo de la

cultura y del ocio popular - deberá incluir los hábitos alimenticios de

los consumidores como parte esencial y potenciadora del espectáculo

mismo, por cuanto la rentabilidad económica del mismo estará

basada no sólo en el éxito de taquilla, sino en los beneficios extraídos

de estas actividades paralelas. La gestión del espacio, fuera y dentro

de la sala, se convierte, en consecuencia, en un pilar más del éxito de

la inversión.

La profesora de la Universidad del País Vasco Nadia Brouardelle

nos muestra la estrecha relación de la comida y el relato en los


‗fabliaux‘ medievales, esos cuentos en verso hechos para reírse. En

estos breves relatos la comida aparece tanto en la mesa de los ricos

como en la de los pobres y tanto en el campo como en la ciudad, y

está tan presente que nos presenta con una claridad y una cercanía

sorprendentes una idea muy clara de las costumbres alimentarias de

la época. Al mismo tiempo ofrecen una idea de los personajes y de

las relaciones existentes entre ellos, dado que no come igual la mujer

con el marido que con el amante. Eso sí, el vino riega siempre estas

comidas convirtiéndose en un símbolo de placer en el universo

medieval.

Por último nos adentramos en el mundo de la comida y el

paratexto de la mano de la especialista Mercedes Navarro, que nos

muestra, ya desde una perspectiva metaforizante y hermosamente

concluyente, el prólogo como aperitivo y menú degustación. En este

análisis las metáforas de lectura y su imaginería dietético-

gastronómica y medico-terapéutica muestran todo su potencial en las

novelas francesas del siglo XVIII. La imaginería gastronómico-

dietética prueba de modo paradigmático la función que el peculiar

concepto pedagógico impone a la escritura / lectura a lo largo de todo

el Siglo de las Luces, concebidas como una instrucción / ingestión

útil, un buen nutriente que debe ser perfectamente asimilado por el

lector, cuestión que facilita su presentación apetitosa y su sabor

agradable. Así, en la segunda mitad de siglo, prolifera una imaginería

médico-terapéutica, cuando se impone el precepto ético sobre el


estético, todo lo cual privilegia el aspecto salutífero de la experiencia

de la lectura, en sus aspectos preventivo y curativo, por sus efectos

de utilidad e instrucción moral hacia el lector.

Querría precisar por último, que esta obra no es el reflejo

exacto de aquellas Jornadas. Las intervenciones que hoy salen a la

luz se han visto enriquecidas por los propios autores, fruto de su

reflexión posterior a los debates suscitados en esos encuentros de

intenso intercambio intelectual. Igualmente se han añadido las

aportaciones de otros investigadores que no pudieron acudir a las

jornadas pero que han podido enviar su contribución escrita, lo cual

hace de estas páginas un volumen importante sobre este tipo de

estudios, más que unas simples actas. El catedrático Francisco

Hernández, de la Universidad de Valladolid, que nos honró con su

extraordinaria participación sobre literatura y arte del buen comer en

el siglo XIX, prepara una segunda parte para unas próximas

Jornadas, cuyas Actas verán la totalidad de tan excepcional

aportación. También nos hizo el honor de compartir con nosotros

mesa y plática el catedrático de la Universidad de Burgos Teófilo

Sanz, que presidió una de las sesiones y aportó al debate sus

profundos conocimientos sobre música, literatura y gastronomía.

Finalmente, las limitaciones que toda edición conlleva en cuanto

a la extensión, han obligado a efectuar modificaciones y ajustes, que

si bien han podido sacrificar en ocasiones la originalidad de cada

contribución, considero que será en beneficio de la coherencia del


conjunto. Espero, en suma, que este libro pueda ser un referente de

relevancia en el ámbito de los estudios sobre gastronomía y, al

tiempo, un punto de partida para posteriores trabajos.

Director

Juan Manuel Ibeas Altamira

Universidad del País Vasco (UPV-EHU)

Enero de 2011

Agradecimientos:

al Departamento de Filología Francesa, a su directora la doctora

Begoña Agiriano, a su secretaria, la sra Sylvia Pérez de Uralde, a

todos sus miembros, al Vicerrectorado de Alava, al Decanato de la

Facultad de Letras y a todos nuestros alumnos que con su presencia y

animada participación en los debates hicieron posible el éxito de

aquellas Jornadas, las primeras, eso deseamos, de una larga serie.


La literatura culinaria en el siglo XVIII

O de las relaciones sabrosas y nada peligrosas

BÉATRICE FINK

UNIVERSIDAD DE MARYLAND, USA

A partir de la segunda mitad del siglo XVII, el objeto

destinado al consumo y su poetización gozan de un nuevo

estatuto que se afirmará a lo largo del siglo siguiente. Lo que se

come, dónde, cuándo, cómo, por qué y con quién se inscribe en

un código de costumbres renovado y se transcribe en los textos

culinarios. Se trata de un nuevo ‗comestible‘ en el mercado del

libro, cuya cotización irá en aumento de manera constante, unas

obras que componen un conjunto escritural y discursivo de

componentes filosóficos y científicos, de guías prácticas y

fórmulas para la preparación de platos y menús. Su contenido

registra un saber-comer y una urbanidad de la mesa de la que el

Almanach des gourmands de Grimod de la Reynière constituye

un compendio ejemplar y una síntesis magistral. El escrito

culinario de las Luces, ya se presente en forma de almanaque,

manual o diccionario, ya se titule Arte, Ciencia o Festín, supera


con mucho la simple compilación de recetas a las que nos tienen

acostumbrados los libros de hoy en día1.

Como en el caso de la novela, se trata de cambiar la

imagen de marca de un escrito preexistente. De hecho, el

lenguaje apologético y moralizador es una constante en títulos,

advertencias o ensayos relativos al arte y la ciencia culinarios.

Además, el mundo del glotón, del tragón cede poco a poco frente

al universo del gourmand y del gastrónomo, mientras que la

conversación en la mesa sustituye al espectáculo como

entretenimiento social. Con tanta preparación, no es de extrañar

pues que la manera de preparar y consumir los alimentos se

piensen de diferente forma. En el curso de esos años que

separan a Luis XIV de Luis XVIII, Francia evoluciona hacia goces

gustativos regulados, donde las proscripciones religiosas, propias

de los días de ayuno o de abstinencia, sin desaparecer por

completo, se difuminan y se vuelven más ligeras. En la

Physiologie du goût de Brillat-Savarin, la única divinidad evocada

se llama Gasterea, una musa. La cocina emana así de la

inspiración, y el cocinero de nivel, el maître d’hôtel, que se

1
Estas palabras, que la autora expuso en su magistral conferencia en la UPV/EHU
en 2010, aparecen recogidas en su introducción a su libro Les Liaisons savoureuses,
Presses Universitaires de Saint-Étienne, Société française du XVIIIe siècle, 1995,
obra que supone una síntesis única, tanto por su contenido como por su
singularidad, de los textos culinarios más importantes de la Francia gastrosófica del
siglo XVIII. Quedan aquí respetuosamente traducidas por Juan Ibeas y Lydia
Vázquez. Agradecemos la cesión de los derechos de traducción y de publicación en
España a Henri Duranton, responsable de la publicación francesa original.
disputan las grandes casas entre sí, se ve promovido al estatuto

de gran artista. Como el pintor o el músico, el cocinero crea

conjuntos a base de armonías. Esta lenta mutación desembocará

en Antoine Carême, arquitecto en pastelería, autor culinario y

chef de príncipes.

Piezas montadas de Antoine Carême

Metamorfosis, en consecuencia, de las mentalidades,

sostenida por fuerzas socioeconómicas e innovaciones técnicas

que ratifican escritos culinarios que van de los artículos de la

enciclopedia al grueso compendio de recetas, pasando por el

prefacio discursivo, la diatriba polémica y el tratado dietético,

entre otras referencias.

Los libros de cocina reúnen a menudo todos estos

elementos. Se estructuran según unos principios organizadores


que tienen en cuenta el ritmo de las estaciones y el ritual de las

comidas. Se proponen en ellos menús, se exponen planos de

mesa ornamentados y finamente grabados. El conjunto se

constituye en sistema, integrándose la receta en un todo más

amplio que reúne la comida en general, sometida a su vez a los

rigores del calendario. Se configuran así nuevas estrategias de

lectura. Desde mediados del siglo XVII, lenguaje e imagen se

superponen añadiéndose al plato en la mediatización de lo

consumible.

El cambio se anuncia en 1651, cuando se publica el

Cuisinier français de François Pierre, conocido como La Varenne,

―jefe de cocina de monseñor el marqués de Uxelles‖. El año en

cuestión señala la aparición de un estatuto alimentario

repensado. Según Alain Girard, doscientas treinta ediciones de

manuales culinarios de autores franceses aparecen entre 1650 y

1789, de los cuales setenta y cinco antes de 1700. Cifras

realmente inferiores a la realidad y que sorprenden, teniendo en

cuenta el vacío que las precede: de 1610 a 1650, la aparición de

nuevos manuales es prácticamente nula. En los siglos anteriores,

existen ciertamente manuscritos e incunables culinarios desde la

Edad Media, entre ellos el célebre texto de Taillevent, llamado el

―Viandier‖ y –aunque el autor sea de Cremona- las versiones

latina y francesa de la Honesta voluptate de Platino, calificado

por algunos como el primer libro bona fide de cocina. Estos


textos, a menudo anónimos y breves, no constituyen con todo

un fenómeno en el mercado del libro, y registran un saber ya

conocido que viene de tiempos de los romanos, más que difundir

un saber nuevo.

Un escrito publicado antes de 1650 se singulariza a pesar

de todo por la importancia de su difusión. El Théâtre

d’agriculture et ménage des champs de Olivier de Serres (1600)

es un manual de economía doméstica destinado al cuidado de la

casa rústica, donde se confiere especial relieve a los alimentos

no cárnicos, legumbres, verduras, confituras y mermeladas, y

pan. Es decir, que no corresponde a un modelo tradicional de

orden nobiliario donde reina la carne. El éxito que obtendrá en

las librerías tiene que ver seguramente con factores que lo unen

a escritos ulteriores: ampliación del campo de lo culinario y

fuente de un saber práctico del que los lectores son verdaderos

devotos.

El advenimiento del tratado culinario se inscribe en una

corriente más amplia trazada por el libro de vulgarización

científica y técnica. Su ascensión se explica además por una

coyuntura de librería: según Girard, la producción y la venta de

dichos tratados se ven estimulados por la iniciativa de ciertos

editores que encuentran en ellos una manera de sacar provecho.

Tal coyuntura favorece indiscutiblemente la gestación de la alta

cocina. En la Edad Media, la imagen de marca del alimento


proviene en gran parte de su profusión. A partir de la segunda

mitad del siglo XVII, como el aprovisionamiento alimenticio

plantea cada vez menos problemas, dicha imagen tiende a

convertirse en una cuestión de gusto, pasando el criterio de base

de lo cuantitativo a lo cualitativo. La mesa abierta hacia el

exterior donde los comensales se encuentran ubicados en un

mismo lado, se convierte en un espacio gustativo y visual,

cerrado por los participantes. El cocinero, antaño poseedor de

fórmulas procedentes de un patrimonio oral o de un recetario

casero, se vuelve un sabio escritor que ilustra el mundo de los

que disfrutan comiendo. Si tales transformaciones se efectúan

primero en las grandes mesas del reino, en el siglo XVIII

repercuten en un espacio cada vez más amplio, por medio de la

difusión del libro consagrado al saber culinario y al saber-comer.

En la medida en que ciertos manuales aparecen integrados en

ese conjunto literario vendido sin permiso, su contenido alcanza

a capas sociales mucho más amplias, a una burguesía

provinciana y a las clases más populares.


¿En qué consisten la importancia y la inventiva del

Cocinero francés? Si bien el desciframiento de las recetas del

corpus de La Varenne revela restos de una tradición que se verá

denunciada por un tal L.S.R., supuesto autor del Art de bien

traiter (1674), dichas supervivencias del pasado ceden su

espacio a concepciones y realizaciones radicalmente nuevas. La

introducción de las preparaciones hechas a partir de salsas y

caldos conducentes a una nueva cocina que se basa en el


principio de la ligazón más que en el de la simple mezcla,

constituye la fundación de una cocina original susceptible de ser

estetizada en ―armonía de sabores‖ en el siglo siguiente.


El título del libro de La Varenne certifica la existencia de un

anhelo de especificidad étnica en materia de acomodo de los

alimentos, de una diferenciación percibida como un título

honorífico, cuando no de gloria, para el cocinero y la casa del

señor a quien sirve. El anonimato y el secreto se ven

despreciados por el escribiente, deseoso de ilustrarse y de

difundir un saber que contiene un componente discursivo. La

dedicatoria y la advertencia al lector del Cuisinier français

subrayan esa inclinación así como la sensibilidad del autor para

con el lector, que se adivina en la meticulosidad en la

presentación del modo de preparación de los diferentes platos.

En el cuidado por la presentación en forma de estructura

arquitectónica reside precisamente una de las aportaciones más

relevantes del Cuisinier français. Su contenido se organiza según

ciertas líneas directrices concebidas en función del calendario

litúrgico, del tipo de plato, de los servicios o de las cocinas

especializadas (para el ejército, para el campo,…). Las recetas se

reagrupan en mesas, y se numeran para facilitar su localización.

El propio plato es concebido como una estructura modular con

variantes que responde a las leyes de un sistema de montaje y

desmontaje. Así tal receta continúa en otra titulada ―de otra

manera‖ y en el encabezamiento del capítulo se indica ―la

manera de componer ligazones para conservar y así no tener

que realizarlas cada vez que las necesitéis‖, y los métodos para
hacer jugos ―que pueden servir para muchas salsas y muchos

guisos‖. Se encuentran incluso ―discursos‖. El tratado de cocina y

la confección del plato participan así en un todo en el que forma

libresca y fondo culinario se replican. Lo mismo sucede con la

intendencia y el personal de cocina. Se establece una jerarquía y

se definen las tareas. En la medida en que se ve provisto de

orden y método, la preparación del alimento puede aspirar tanto

al título de ciencia como al de arte. La vía ha quedado trazada y

se mantendrá. Vincent La Chapelle, cocinero jefe del príncipe de

Orange, declara en el prólogo de su Cuisinier moderne (1735)

que ―ahora que todo ha cambiado, se necesitan nuevas reglas.‖

Estructuración y sistematización de la comida seguirán una

evolución menos aparente pues el servicio de mesa denominado

―a la rusa‖ (secuencia de platos) no sustituirá al servicio ―a la

francesa‖ (presentación simultánea de una cantidad de platos)

hasta mediados del siglo XIX. En el primer caso, los platos son

servidos uno a uno según un orden rígidamente codificado; en el

segundo, los múltiples platos de un mismo servicio (palabra que

aquí significa cada una de las etapas de una gran comida) se

ponen encima de la mesa y el orden de su consumo se establece

al gusto del comensal y según la disposición espacial de la mesa.

El transcurso lineal de la comida se afirmará en el ámbito de una

concepción más ordenada de su desarrollo: movimiento de lo

salado hacia lo dulce, conciencia ante todo de una continuidad


gustativa que se impone a la de la simple contigüidad. Lo que

después se dará en llamar comida gastronómica, se elabora en

función de una red de sabores para formar un todo artístico

donde la armonía del conjunto deriva de la interacción de sus

componentes. De la misma manera que un color se matiza al

presentarse junto a otro, el gusto de un plato se ve matizado por

el del que lo sigue. La comida que supera la suma de sus partes

deriva del espíritu de sistema de La Varenne. Será reforzado por

dos corrientes de ideas: la de un código del saber-comer, y la de

una filosofía sensualista que tiene en cuenta una fisiología del

gusto.

La noción de civilidad engloba un campo de

comportamientos donde las maneras de la mesa sólo constituyen

una parte. Su transferencia libresca se manifiesta desde el

Renacimiento. Tomando el relevo de Erasmo, Antoine de Courtin

(1671) y Jean-Baptiste de la Salle (1729) dedican un cuidado

especial a las maneras de la mesa. Éstas se elaboran sin

embargo a partir de una paradójica evacuación de todo placer o

displacer gustativo. El saber-comer se resume en un saber

comer refinadamente, donde lo gustativo no tiene cabida. Las

obligaciones religiosas y una aversión ‗preciosa‘ de lo corporal se

refuerzan para configurar el perfil de un comensal más instruido

y disciplinado que conocedor. Muret le propone una ―Reflexiones

cristianas‖ en el índice del Traité des festins para ―evitar todos


los desórdenes del festín‖ (1682). La evolución que se produce

en la disposición y composición de la mesa –el plato colectivo se

ve sustituido por el cubierto individual- refleja y sobreentiende

esta nueva disciplina. Las gracias del comportamiento superan

en importancia a la comensalía. El comensal se convierte en

convidado.

Los tratados culinarios restablecen no obstante el equilibrio

entre maneras y degustación invocando una forma de civilidad

concebida a partir de un dispositivo cocina-comida. Desde 1655,

Nicolas de Bonnefons nos procura en las Délices de la campagne

una ―instrucción para los festines‖ donde se encuentran

especificados todos los detalles de la mesa, hasta la distancia

que debe separar los cubiertos. Luego, unos planos de mesas y

unos grabados de objetos ornamentales esquematizan la

disposición de platos y cubiertos. Los ejemplos más bellos se

encuentran en el Cuisinier moderne y en el Cannaméliste

français de Gilliers (1751).

He aquí dos ejemplos de mesas ‗servidas‘ como modelo

para los lectores de estos libros. La primera imagen pertenece al

Cuisinier moderne y la segunda al Cannaméliste français:


Estas planchas subrayan a la vez la relación existente entre

el comensal y los platos, y la función visual de una mesa

convertida en lugar de espectáculo alimentario. Ciertos

banquetes festivos son objeto de descripciones admirativas.

Massialot nos las facilita en la primera parte de su Cuisinier royal

et Bourgeois (1691) que está consagrada a ―el orden de las

comidas‖, mientras que L.S.R. se indigna ―contra las profusiones

excesivas y desordenadas‖. Los deberes múltiples de quien

recibe a sus invitados a comer están detallados en el Manuel de

los anfitriones de Grimod de la Reynière (1808) que reagrupa un

código elaborado durante más de un siglo.


Si existe un público cada vez más deseoso de saborear el

contenido de los manuales de cocina con sus sabrosas recetas

(ciertos manuales, por ejemplo la Cuisinière bourgeoise de

Menon -1746-, se reeditan repetidamente a lo largo del siglo),

dichas obras ofrecen para nosotros el interés añadido del

discurso en sí que vehiculan, así como el propio hecho de que

den fe de la dinámica del movimiento de ideas de su época. En

1739, los jesuitas Brumoy y Bougeant, autores del primer

prefacio de los Dons de Comus, subrayan la importancia del

saber-degustar (o paladear) y se esfuerzan por acreditar

moralmente el goce gustativo subrayando que ―el gusto corporal

y el gusto espiritual dependen igualmente de la conformación de

las fibras y los órganos destinados a operar sus diversas

sensaciones‖. Cinco años antes de la aparición del tratado de las

sensaciones de Condillac, el prólogo del jansenista Foncemagne

a la Science du maître d’hôtel cuisinier de Menon (1749)

distingue entre sabores ásperos y dulces, y constata ―su

impresión en las glándulas mamarias, que son la sede del

gusto‖, así como su efecto en la salud. Foncemagne aumenta el

nivel de importancia del gusto asociándolo a la dietética y se

inspira en quienes, como Du Bos, dotan a la sensación gustativa

de una dimensión estética. En la medida en que el conjunto de

los artículos de la Enciclopedia de Diderot y D‘Alembert

referentes a los alimentos y a la comida y la bebida, constituye


lo que Jean-Claude Bonnet denomina una ―red culinaria‖,

podemos evocar aquí el artículo Goût de Jaucourt que se detiene

en los aspectos fisiológicos de la sensación gustativa. La filosofía

penetra así el espacio de la cocina y la comida, y viene en ayuda

del cocinero y del comensal. Se desculpabiliza al convidado

conocedor, se aprecia el talento del cocinero, y se vuelve posible

el banquete gastronómico. Cuando Grimod de la Reynière escribe

como apertura a su Manuel des amphytrions: ―puede compararse

un anfitrión que no sabe ni trinchar ni servir al poseedor de una

bella biblioteca que no supiera leer‖, introduce la comida en el

mundo de las letras. El convidado deficiente es comparable a un

analfabeto. Quien dice urbanidad de la mesa, dice civilización.

Más cerca de nuestros tiempos, Norbert Elias confirma esa

relación y pone en evidencia sus parámetros sociales. En cuanto

a los modos de la mesa, discierne un movimiento en dos

sentidos: la ―curialización‖ de los burgueses por una parte, el

aburguesamiento de los hombres de la corte, por otra. Sin llegar

a decir que los escritos culinarios de los siglos XVII y XVIII

expresan una ideología de clase, puede atribuírseles una

conciencia de la clase y de la condición económica del público

concernido. El crecimiento social de la burguesía comportará el

aburguesamiento del manual de la cocina, que afectará a su vez

a los gustos y las costumbres de sus lectores así como de todos

los aficionados a la cocina. Desde el propio título: Le Cuisinier


royal et Bourgeois, Les Soupers de la cour, La Cuisinière

bourgeoise, La Cuisinière républicaine, Le petit cuisinier

économe, los libros de cocina proclaman una orientación de

clase. Así, Menon concibe sus Soupers de la cour (1755) ―para

servir a las mejores mesas‖, mientras que en su Cuisinière

bourgeoise, especifica que no escribe para los nobles sino para

los burgueses. Un Dictionnaire domestique portatif anónimo

(1762) se pretende en el subtítulo ―igualmente útil para quienes

viven de sus rentas o que tienen tierras‖, y un Manuel de la

friandise (1796), también anónimo, enseña ―el arte de hacer uno

mismo una excelente cocina‖. Publicada con el sello de la

Revolución, La Cuisinière républicaine de Madame Mérigot

(1795) abre a las mujeres el espacio de la escritura culinaria.

La cocina de aparato y de ornamentación no desaparecerá

y seguirá siendo el objeto de ciertos tratados hasta verse

renovada a principios del siglo XIX con Carême. A pesar de lo

cual, el paso dado es enorme, por el hecho de que el impreso

haya difundido ya el saber-comer, así como las maneras de

acomodar los alimentos, destinados no solamente a los chefs de

los privilegiados, sino también a aquellos cuyos medios excluyen

la posibilidad de pagarse un cocinero de renombre o incluso se

ven obligados a llevar estrictamente las cuentas de sus gastos.

Con todo, la apertura social de que da prueba el manual, su

aburguesamiento, no impide en absoluto a los advenedizos


montar mesas a imagen y semejanza de las de los grandes. La

―curialización‖ de la que habla Norbert Elias se manifiesta en los

modos de la mesa, que provocan esta severa observación de

Marin en la edición de 1758 de los Dons de Comus: ―Sin querer

ofender a nadie, veo que hoy buen número de burgueses, por

querer imitar a los grandes, se saltan los límites de su estado y

cubren sus mesas de platos costosísimos, sin ser capaces de

apreciarlos.‖ Este comentario social está extraído del cuerpo

mismo de los Dons. En su mayoría, los manuales incluyen su

contenido discursivo en los prólogos, escritos a menudo por una

mano distinta de la del autor de las recetas. No es que los

prologuistas sean especialmente expertos en materia de cocina

refinada, pero sí poseen lo que les falta a los chefs, a los

cocineros autores, a saber, el arte de escribir. Si no es posible

determinar a quién o a qué es debido el impulso de dotar al

escrito culinario de tal parámetro (¿a los libreros? ¿a los autores?

¿a una tendencia contemporánea al compromiso?), esos

propósitos prefaciales dan fe de manera explícita del acceso de la

filosofía a la cocina.
El Dictionnaire des aliments (1750) especifica en su página

titular que indica ―la manera antigua y moderna‖ de preparar los

alimentos; refiriéndose a los manuales conocidos de la época, el

autor subraya en su prólogo que ―casi todos estos libros tratan

de la cocina antigua y moderna‖ y a continuación se extiende

generosamente en el compendio histórico que se encuentra en el

prefacio de los Dons. El esbozo que bosquejan en 1739 Brumoy

y Bougeant (sin duda el primero del género) corresponde en

varios puntos a esquemas de la época. Se encuentra en él el

criterio evaluador antiguos / modernos y el perfectibilismo que

caracteriza a un buen número de escritos históricos.

Foncemagne hace lo mismo en una Dissertation préliminaire de

la Science du maître d’hôtel cuisinier y sitúa « los arreglos de la

cocina moderna entre las causas físicas‖ a las que debemos ―el

reino de la politesse‖, tema que se verá retomado por Grimod de

la Reynière. Todos estos prólogos subrayan más el sentido de

una historia que los detalles de la misma, y el Traité historique

et pratique de la cuisine de Menon (1758) deja al lector con

ganas de más. Queda sin embargo la Histoire de la vie privée

des Français de Legrand d‘Aussy en tres volúmenes (1782) que

trata de la manera de alimentarse al uso, de los franceses, y que

supone la culminación de toda una serie de textos valedores de

una cocina que ha de ser tan salubre como sabrosa. Las causas

físicas evocadas por Foncemagne en su prólogo a la Science se


sirven de hecho de un discurso de orden paramédico que se

elabora a lo largo de dicho prefacio, en el que se señala que ―el

arte de preparar los alimentos‖ corresponde a ―la dietética, la

cual ha sido siempre considerada como una parte importante de

la medicina‖. Unos decenios después, Jourdan Lecointe declara

en su Cuisine de santé (1789-90) que ―entre el número de

múltiples causas que se reúnen para destruir la salud de los

hombres, la más general y la más fértil a la hora de engendrar

todas las enfermedades humanas, es la mala calidad de nuestros

alimentos, ocasionada por la perniciosa manera de prepararlos‖,

y Buc´hoz añade a su Art de préparer les aliments (1787) una

―sucinta nota sobre su salubridad e insalubridad‖. Aunque tales

nociones de salud remitan a la vieja medicina hipocrática de los

humores (el Traité des aliments de Louis Lémery publicado en

1702 y el Dictionnaire des aliments asocian los comestibles a los

temperamentos del comensal), un punto de vista más moderno,

como el del prefacio de los Dons de Comus, asocia la cocina al

proceso digestivo. La relación entre cocina, higiene y fisiología se

encuentra en otro texto, en la Enciclopedia de Diderot y

D‘Alembert, en los artículos ―Diète‖, ―Médecine‖, ―Nutrition‖ y

―Régime‖ entre otros.


Quien dice cocina sana dice sencillez y templanza. Los que

defienden una nueva cocina prefiguran la de hoy, modifican al


hacerlo un ideal de orden gastronómico y vuelven ambivalente la

noción de progreso. El binomio antiguo / moderno aparece

relacionado con el de naturaleza / cultura que oculta todo

teologismo culinario. La controversia naturaleza / cultura que

marca profundamente la segunda mitad del siglo XVIII penetra

así en el campo culinario para engendrar un discurso moral que

distingue entre alimentos inocentes y corruptos. La nostalgia de

una edad de oro alimentaria viene a turbar la visión de un futuro

culinario dorado. El Dictionnaire des aliments señala en su

prólogo que ―al usar pocos aderezos y moderadamente los dones

de la naturaleza‖ los primeros hombres ―eran más fuertes y más

robustos‖ y recomienda que se preparen los alimentos de

manera que queden ―saludables, o al menos inocentes‖. El

artículo ―Cuisine‖ de la Enciclopedia de Diderot y D‘Alembert

recurre al mismo pasado mítico para hacer de los aderezos

culinarios el indicio de una degradación social que lleva de la

templanza al exceso, y de lo natural a lo desnaturalizado.

A los cimientos filosóficos y míticos del alimento se añade

enseguida una estética de lo culinario fundada en el principio de

una armonía gustativa. Los prologuistas Brumoy y Bougeant ven

en la refinada cocina moderna ―esa unión que los pintores dan a

los colores‖ y Foncemagne define en su Dissertation préliminaire

una estética de los sabores a partir de una diversidad

generadora de unidad, constatando ―que hay armonía de sabores


como armonía de sonidos, y quizá de colores y olores‖. Y añade,

―al cocinero le hacen falta paladares delicados y sensibles para

saborear la armonía de los jugos que componen los guisos‖. El

motivo armónico que domina esta sinestesia gustativa es de

orden musical. Los paladares educados son al artista culinario lo

que ―unos oídos refinados y conocedores‖ a los músicos. La

correspondencia sabor / sonido es retomada unos años más

tarde en una Chimie du goût et de l’odorat (1755) por el recoleto

Polycarpe Poncelet que logra unos sabores sonoros gracias a las

―vibraciones‖ que éstos producen, y establece una gama de siete

sabores con sus notas correspondientes.

Aquí reproducimos una de las planchas que ilustran tan

científico y fantasioso tratado:


Así pues, desde las recetas modulares de La Varenne a los

discursos y polémicas de los distintos prologuistas, pasando por

la nueva urbanidad aplicada a las maneras de la mesa, además

del espacio cada vez más amplio conquistado por los escritos

culinarios en el mercado del libro, el camino recorrido ha sido

muy largo. Pero ¿qué reúne o separa discursos preliminares y

sustancias culinarias? ¿Qué se propone como sustancia para

cocinar, y cómo, con qué y para quién? Un Essai de la

préparation des aliments anónimo (1782) nos indica desde el

título mismo que ―su fin es la salud, la economía y el

perfeccionamiento de la teoría‖. Otros títulos se prolongan

igualmente en consideraciones de idéntico estilo, subrayando así

la existencia de un cotejo entre prologuistas y compiladores de

recetas. Al hilo de las recetas, van apareciendo indicaciones

sobre las propiedades y la salubridad de los alimentos, véase de

sus características agrícolas o de su potencial afrodisiaco, visión

enciclopédica que irá reforzándose a medida que avance el siglo.

Ciertos manuales de cocina, como la Cuisinière bourgeoise o La

Science du maître d’hôtel cuisinier, añaden al margen de las

recetas la indicación del tipo de plato (entrada copiosa, refrigerio

dulce, entremés,…). Sin embargo resulta difícil descubrir una

progresión lineal, pues la evolución del libro de cocina se traduce

más bien por una curva con altibajos y encabalgamientos. El

cuidado por comunicar un saber práctico se inscribe con todo


desde Olivier de Serres en la tradición de los manuales de

economía doméstica concebidos como guías que valen para todo,

destinadas a hombres y mujeres que vivan en casas rurales.

Estos escritos reúnen, además de recetas de cocina,

instrucciones y consejos para la huerta, o para la conservación

de los alimentos. Un ejemplo relevante de este género, con

recetas que han hecho carrera –el Dictionnaire économique del

Padre Noël Chomel (1709)-, se reeditará hasta 1767. La

clasificación alfabética de las recetas –Le Cuisinier royal et

Bourgeois (1692) es el primer ejemplo de ello- hará más fácil la

consulta en materia de cocina y corresponde a una voluntad

general de sistematización del saber que marcará un siglo

obsesionado por los diccionarios. El Dictionnaire des aliments y el

Dictionnaire domestique portatif son dos de los más conocidos.

La tarea del que o la que cocina aparece pues concebida en estos

casos como parte integrante de un conjunto más vasto.


A esta visión utilitarista destinada ante todo a un público

burgués, se añade otra que resulta en cierta manera contraria a

la anterior, puesto que tiene en cuenta las necesidades y

responsabilidades del autor del manual, en la medida en que

éste adopta la doble función de escribiente y de chef. Ese chef

(écuyer o maître d’hôtel en las casas de alcurnia, como La

Varenne, Massaliot, La Chapelle, Marin, y a fines de siglo,

Carême) añade a sus funciones culinarias las de intendente y

maestro de obra, además de, ocasionalmente, la de maestro de

ceremonias si se trata de un banquete festivo. De ahí la

existencia de manuales como le Cuisinier moderne, donde menús

de múltiples servicios, planos de mesa, planchas de ornamentos


y recetas, forman un engranaje cuyos elementos son a la vez

otras tantas partes de un inventario a todos los niveles, especie

de orden del día de cómodas referencias. Un índice de materias

numerado puede en ocasiones repartirse a lo largo del texto en

cabeza de rúbricas pertinentes, como en la edición de

divulgación del Cuisinier français. En un caso extremo, a saber la

primera edición de los Dons de Comus, las recetas se reducen

por así decirlo a su solo repertorio y forman, según Barbara

Wheaton, una especie de libreto de apuntador. El autor de este

manual especifica además en la página titular que su obra

resultará útil a los ―oficiales de boca‖, al tiempo que anuncia al

final del volumen una segunda parte (que contendrá

efectivamente recetas enteras). Una excepción notable del citado

repertorio: la manera de preparar un caldo, ―el alma de las

salsas‖ y piedra de toque de la cocina de nuevo estilo, que se

explicará con todo detalle. Las salsas, algunas de las cuales son

objeto de recetas detalladísimas y extensísimas, ocupan un

espacio privilegiado en esta edición de los Dons que tiene como

función esencial dar fe y transmitir la actualidad de la moda

culinaria. A dicho testimonio puede añadirse el caso particular

del Festin joyeux (1738) que contiene recetas en verso y con

acompañamiento musical.
Los placeres de la mesa…

Con acompañamiento musical


No cabe duda pues de que las ligazones, o uniones

culinarias, repercuten en la armonía, incluso en su sentido más

propio, que tanto evocan los prologuistas.

Vemos, en suma, de un lado una inclinación al utilitarismo,

y de otro unas nociones de moda. Así que existen puntos de

convergencia entre lo preliminar y el contenido culinario. Junto a

las convergencias se perfilan no obstante ciertas discrepancias, y

es que el impulso de una modernidad cargada de discurso no

consigue, ni en Francia ni en otros lugares, eliminar las

distancias entre las nuevas tendencias y las viejas costumbres.

Tal tensión produce otra ya que el manual culinario, por muy

novedoso que se pretenda, ha de reunir las recetas ya probadas

por los chefs, como sucede en general, y como vemos en el caso

concreto del Cuisinier français.

La revolución que anuncia el libro de La Varenne se efectúa

según ciertos hilos conductores que exponen lo que se ha dado

en llamar la cocina francesa, e incrementan progresivamente el

valor del gusto intrínseco del alimento (su ―verdadero gusto‖

como dirá Bonnefons) en lugar de disfrazarlo o desnaturalizarlo.

El uso de las especias, denunciadas como agente corruptor en

más de una diatriba culinaria, pasará a un segundo plano para

dejar el protagonismo a las plantas aromáticas. Cuestión de


moda y paladares mejor educados, por supuesto, lo cual conlleva

un refinamiento de las maneras de la mesa. Ya no se acepta, por

ejemplo, la dominación del jengibre o el azafrán. A la búsqueda

de esta pureza gustativa se añaden no obstante otros factores.

El aura del que gozaban las especias exóticas en el curso de los

siglos, su función de comestible de intercambio, se va apagando

a medida que dicho producto va vulgarizándose y haciéndose

más asequible. La necesidad de enmascarar el gusto de una

carne en mal estado desaparece en la medida en que progresa la

conservación de los alimentos con Nicolas Appert2.

Otra función de la especia que va a caer en desuso es la de

calentar un plato que se habría enfriado durante el camino desde

el lugar de cocción hasta el lugar donde se ha de comer, porque

en el siglo XVIII ambos espacios se acercan hasta hacerlos

prácticamente contiguos. Subsisten ciertas especias, pero en

cantidad reducida; hay otras que se verán reconducidas a la

confitería en un movimiento global consistente en separar lo

salado de lo dulce en un mismo plato. Tal tendencia explica

igualmente que la confitería y la repostería sean objeto de

manuales específicos, entre los que sobresale, por ser el más

perfeccionado, Le cannaméliste français de Gilliers. Tal

especialización nos revela además que algo está cambiando a

2
Nicolas Appert (1749-1841), es el primer hombre en poner a punto un método de
conservación de los alimentos esterilizándolos mediante calor en contenedores
herméticos (botellas de vidrio y después cajas de aluminio). Crearía la primera
fábrica de conservas en el mundo.
nivel de producción. En la Cuisinière républicaine, por ejemplo,

sólo se hablará de la patata, transformación que conferirá a la

cocina toda su untuosidad.

Además el empleo de la mantequilla se generalizará en

salsas y cocciones. El índice del primer volumen de los Soupers

de la cour erige un repertorio de setenta y cuatro salsas. Como

en la primera edición de los Dons de Comus, este manual afirma

y confirma la reciente relevancia en la jerarquía culinaria de la

salsa, así como de su pariente próximo, el coulis. No es que la

salsa, que se convierte en marca y desafío de la nueva cocina,

no existiera antes de La Varenne: la encontramos ya en Apicio y


Taillevent, es decir, desde la Antigüedad romana y luego en la

Edad Media.

Hasta el siglo XVII es, con todo, casi siempre ácida, a base

de agraz o vinagre; la materia grasa interviene en contadas

ocasiones, y la mantequilla no tiene ninguna presencia. Los

estudios de Jean-Louis Flandrin sobre la mantequilla en la cocina

francesa dan fe de su uso frecuente sólo a partir de la supresión

de las prohibiciones de Cuaresma. Aunque las salsas con aceite

también existen, la nueva moda exige el uso de la mantequilla,

no sólo debido a su gusto y a la novedad, sino también a sus

posibilidades debido a su complejidad. A la ligazón posible al

mezclar la mantequilla con la harina, técnica ensalzada por el

Cuisinier français, se añade un caldo (u otro extracto de carne o

pescado, a veces denominado coulis) que a su vez exige una

preparación muy prolongada y con múltiples ingredientes, sin

hablar de los elementos añadidos después, como trufas, hongos

y vino blanco o champán. Los manuales subrayan las variaciones

estacionales de la mantequilla –Menon prefiere la de mayo y la

de septiembre- y especifican a veces su origen (por ejemplo

‗Vamvre‘, es decir Vanves).


Salsera, mediados del siglo XVIII, escudo de armas de Jacques Jérôme

d'Olivet de Vannes

La familia de las grandes salsas con mantequilla, tan

íntimamente ligada a la gastronomía francesa, se ve así inmersa

en la encrucijada del arte, la técnica y el lujo. La riqueza de una

nomenclatura que remite a la geografía (a la española, a la

italiana, a la polaca, etc.), al inventor (bechamel) o a la simple

fantasía (a la sultana, al azul celeste) confiere a las salsas la

misma imagen de marca y el mismo derecho al imaginario que

todo un plato. Ciertas mezclas pueden parecernos hoy absurdas,

en particular el ajo junto a la trufa y a veces al foie-gras. Pero el

siglo XVIII se pierde por las trufas, sobre todo las negras, que

invitan a soñar.
El culto de lo que Brillat-Savarin denominará el ―diamante

de la cocina‖ se explica por su relativa escasez –ya entonces- y

por su gusto, pero también sin duda por su reputación de

afrodisiaco, característica a la que por otra parte el autor de la

Physiologie du goût hace muy poco caso. Las propiedades

eróticas de ciertos alimentos se incluyen ocasionalmente en los

manuales. Así, al lado de los afrodisiacos legendarios tales como

las ostras y las trufas, o de candidatos más recientes como el

chocolate (el tomate, ―manzana de amor‖, no aparece

prácticamente nunca en los manuales franceses de la época),

puede leerse, por ejemplo, en el Traité des aliments de Louis

Lémery que el ajo ―excita los ardores de Venus‖ y las alcachofas

el ―humor seminal‖. La afirmación más culinaria se encuentra en

el Dictionnaire économique del Padre Chomel, donde se subraya

que las alubias (phaseolum) ―engendran cantidad de esperma e

incitan al amor, sobre todo si se comen con pimienta larga,

jengibre y azúcar, y aún más si se cuecen en leche de vaca.‖

Cave phaseolum!

Si bien la edad de las Luces privilegia en cocina lo que la

hará ―alta‖ (trufas, foie-gras) y la dirige hacia platos cuya

distinción se basa en una salsa y no en el aderezo con especias,

la variedad infinita de alimentos propuestos o disponibles

subraya la riqueza de las posibilidades culinarias, y ello a todos

los niveles y en todas las direcciones. El siglo XVIII, privilegiado


en este terreno por las corrientes de la historia, sabe aprovechar

los productos ultramarinos y las técnicas que favorecen el

progreso en repostería y en la conservación de los alimentos.

Pero al mismo tiempo esta época preindustrial ha sabido

conservar el patrimonio de la antiguo, de lo local

(paradójicamente, en un momento en que la cocina llamada

regional aún no ha aparecido, al menos en los textos), y de la

utilización de todas las partes de la carne animal. Recetas de

casquería recorren todos los manuales, hasta los más

prestigiosos: de la cabeza a los pies, de las orejas al rabo,

pasando por los ojos, el paladar, la lengua, las ubres y los

testículos, sin olvidar toda la interioridad visceral y membranosa,

todo vale: todo se acomoda en un heterogéneo desfile de

menudillos. Otro punto fuerte, vista la importancia que aún

mantienen los platos de vigilia: el pescado. Junto a numerosos

pescados que hoy nos resultan familiares, muchas son las

recetas de otros que lo son menos (tenca, peje) o casi

desconocidos (pez gato, lubina o lota de río). De entre los

crustáceos, uno de los más apreciados es el cangrejo de río, que

se sirve en cualquier ocasión y con cualquier salsa.

No obstante las aves de corral o de caza son las que mejor

conservan la tradición. Ciertamente, algunos pájaros presentes

en el menú medieval (pavos reales, cornejas, cigüeñas, cisnes)

no aparecen casi en los manuales del siglo XVIII, pero la moda


del consumo de la mayoría de ellos sigue bien viva. Junto a los

capones, pollos y pulardas, se encuentran rúbricas

extraordinarias reservadas a los patos (domésticos, salvajes y

marinos), perdices y perdigones, pintadas y pollos de pintada,

faisanes, ocas, becadas y crías de becada, tordos, chorlitos,

golondrinas, palomos y palomas torcaces, chorlitos carambolo y

grévoles, avefrías, petirrojos, cercetas, negrones, o tarros

canelos –y la lista no es exhaustiva. El trono en medio de esta

pajarería de lujo lo ocupan los pavos y los pichones (pichón en

crapaudine3, pavo trufado,…). El pavo –según Brillat-Savarin,

―uno de los regalos más hermosos que el Nuevo Mundo ha hecho

al Antiguo‖- supo abrirse camino sin dificultad. Aparece en La

Varenne, en el Cuisinier moderne se le dedica una literatura

especial, y una de sus recetas más extravagantes (―pavos en

botines‖) seguirá teniendo éxito durante años. Hermosa y sólida

relación entre lo antiguo y lo nuevo.

La parte concedida a los platos de verduras es más

reducida, pero no tanto como podríamos creer.

3
Se deshuesa el ave dejando los huesos de alas y patas, lo que hace que el pájaro
adopte naturalmente una postura semejante a la de un sapo, crapaud en francés.
La fuente de la alcachofa de Madrid (s. XVIII) es un monumento a sus

propiedades

Lo que nos cuenta Legrand d‘Aussy sobre las variedades

existentes deja entrever el abanico de elección a disposición de

los cocineros: ―Cultivamos hoy más de 50 especies de coles, más

de 50 de lechugas y más de 40 de melones‖. A esto se añade,

según este autor, 5 especies de alcachofa de las cuales una

dulce, 7 de espárrago, 6 de achicoria, 7 de pepino, 100 de judía,

40 de berro, 9 de cebolla, 30 de guisante y 8 de rábano. En

cuanto a la fruta, que ocupa un lugar aparte en los manuales, el

mejor representado, y uno de los más antiguos de Francia, es la

pera. ¡Legrand d‘Aussy indica que existen más de 300 especies!

Aunque toda esta profusión vegetal no se vea traducida en los

platos propuestos, se manifiesta a través de los bulbos

aromáticos. En efecto numerosas recetas proponen para tal o

cual mezcla sólida o líquida un conjunto compuesto por ajos,

cebolletas, chalotas, y escalonias, véase ajetes o también


cebollinos. Frente a una abundancia semejante, desde luego

podemos pasar sin kiwis.

Nos quedan por último unas precisiones que hacer acerca

de los autores de libros de cocina. Contrariamente a los

prologuistas, que son en general escribanos o escribientes,

aquellos cuyos manuales se distinguen especialmente, como

hemos visto, son casi siempre chefs o maîtres d’hôtel de grandes

casas nobles. Otros, como Louis Lémery o Jourdan le Cointe, son

médicos. En otro buen número de casos su identidad aparece

rodeada de cierto misterio. Al lado de las obras anónimas se

encuentran aquellos cuya firma supone un enigma. Dos son los

ejemplos que se imponen: L.S.R. (según Barbier, un tal Señor

Robert), autor del Art de bien traiter, texto donde la presencia y

las tomas de partido, por no decir la identidad, de ese

contemporáneo de La Varenne se dejan sentir a lo largo de todo

el libro. El otro es Menon, a saber el autor culinario más prolífico

del siglo XVIII. Además, este nombre de autor, muy

probablemente un pseudónimo, no aparece en la mayoría de los

manuales que se le atribuyen, incluidos los más conocidos.

Encontramos sobre él la precisión siguiente en la Biographie

universelle Michaud (2ª edición): ―No hemos podido recoger

ningún detalle sobre la vida de este sabio gastrónomo; pero

podemos asegurar que ningún otro autor ha sido objeto de

tantas ediciones.‖ Un misterio rodea igualmente al autor del


Cuisinier gascon. Baste afirmar aquí que tenemos buenas

razones para creer que se trata de un príncipe de sangre,

situación excepcional en los anales de los manuales culinarios

franceses. Otro caso singular, el de Madame Mérigot, supuesta

autora de la Cuisinière républicaine, primera (y única) mujer en

Francia en escribir un escrito culinario en el siglo XVIII.

Más allá de las polémicas levantadas alrededor de los Dons

de Comus a mediados de siglo, se perfilan ciertas querellas o

diatribas que tienen por origen el plagio puro y simple. Dichas

querellas despiertan por primera vez la polémica en torno a la

propiedad del texto en el dominio culinario, es decir en un tipo

de escrito en el que la noción de autoría se presentaba

particularmente complicada en su definición. Dos de entre ellas

sobresalen entre el resto. La primera, evocada en la

presentación del Cuisinier moderne, tiene como punto de partida

las dos primeras ediciones de dicho manual, donde La Chapelle,

según la investigación llevada a cabo por Philipp y Mary Hyman,

se sirvió ampliamente de las recetas de su predecesor y rival

Massaliot. El otro caso, sobre el que ha llamado la atención

Georges May, fuera de los circuitos propiamente culinarios,

resulta interesante por la relevancia de los participantes.

Diderot, que procura toda una serie de recetas en la

Enciclopedia, será acusado por los jesuitas de Trévoux, de haber

tomado ‗prestadas‘ algunas de ellas de otros textos, en particular


del Dictionnaire économique del Padre Chomel (las ―morcillas‖

por ejemplo), sin hablar del Dictionnaire de Trévoux. La

confrontación fue de lo más sabrosa.

En suma, el siglo XVIII fue, también, un siglo de grandes

manuales de cocina y de la aparición de una auténtica ‗literatura

culinaria‘.

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LA COCINA FUNESTA4

Allen S. Weiss

Catedrático de la NYU (Nueva York)

Gastrósofo

Una vez me encontraba en el restaurante con De Kooning y dijo:


“Si pongo un marco alrededor de estas migas de pan, no es arte.”
Yo digo que sí.
John Cage dialogando con Richard Kostelanetz
(Conversing whith Cage)

El emperador romano Heliogábalo envió una vez a cien

cazadores al país de Lydia, ofreciendo doscientas monedas de oro al

hombre que le trajera un ave fénix. Nadie lo hizo. Resulta difícil

evaluar el sentido del gesto del hombre al que Artaud denomina ―el

anarquista coronado‖ y que, quizá cansado de los repetidos sacrificios

humanos dedicados a su propia naturaleza divina, buscó una ofrenda

más singular. Pues Heliogábalo, fiel a su propio nombre solar,

deseaba provocar el hundimiento del cielo sobre la tierra en un cruel

y erótico guión de muerte. Había que impedir que la sangre de los

sacrificios organizados por el sacerdote del Culto al Sol,

desparramada por los altares sacrificiales del Templo de Emeso, fuera

4
Esta conferencia está inspirada en el capítulo IV del mismo título de la obra de
Allen Weiss Flamme et festin. Une poétique de la cuisine, París, Java, 1994, p. 33 a
38. La traducción es nuestra.
a parar al mar por los desagües existentes. Debía preverse un

sistema especial:

Por esas alcantarillas, en forma de barrena ardiente, cuyo

círculo va estrechándose a medida que avanzan en las

profundidades del suelo, esa sangre de seres sacrificados en los

ritos antojados, va a encontrar unos rincones sagrados de la

tierra, alcanzando los primitivos filones geológicos, los

estremecimientos fijados del caos5.

Una sangre así –ambivalente símbolo de vida y de muerte- es

un alimento para los dioses. El sacrificio es una forma de

comunicación y una condición fundamental para la comunidad; es

una manera de resolver los enigmas de la existencia y esclarecer los

misterios de nuestros orígenes. El sacrificio gestiona las

contradicciones inherentes a la polarización entre la vida y la muerte,

el cielo y el infierno, el pasado y el futuro, el tiempo y la eternidad, la

creación y la apocalipsis, el cuerpo y el espíritu, el anfitrión y el

invitado. En el marco de un sistema teológico, lo simbólico se

inaugura por la violencia del sacrificio que transforma el cuerpo en

significante destinado a circular en el interior de una economía de

intercambio restringida. Lo sagrado implica el misterio, o la

mistificación. Cuando las contradicciones internas de dicho principio

5
Antonin Artaud, Héliogabale ou l’anarchiste couronné (1934), en Œuvres
complètes, t. VII, París, Gallimard, 1982, p. 39.
de misterio exigen una resolución, lo que se manifiesta por un

sacrilegio como una tentativa de trascender a la vez los límites de la

individualidad y la frontera que separa lo sagrado de lo profano.

Paradójicamente, pues, una sabiduría semejante conlleva blasfemias,

abominaciones y trasgresiones. De ahí el doble significado de la

búsqueda de Heliogábalo: el sacrificio sagrado, la cocina profana. El

fénix sería el emblema mitológico, culinario del rito del Sol. A la

inversa de la existencia puramente nominal de los pájaros de

Novarina, el fénix cuenta con una historia más que determinada; su

ciclo aparece descrito por Jean-Pierre Vernant:

La vida incandescente de Fénix sigue un curso circular,

crece y decrece, nace, muere y renace según un ciclo que hace

que el pájaro de las plantas aromáticas pase más cerca del sol

que el águila de las alturas, en el estado de gusano de

podredumbre, más ctónico aún que la serpiente o el

murciélago. De las cenizas del pájaro, consumido al término de

su prolongada existencia en un nido-brasero de hierbas

aromáticas, nace en efecto un gusanillo de humedad, y que a

su vez se trasformará en fénix.6

6
Jean-Pierre Vernant, en la introducción al libro de Marcel Étienne, Les Jardins
d’Adonis, París, Gallimard, 1972, p. XXXIIII. Por supuesto, todas las
consideraciones estructuralistas en la cocina encuentran sus referencias en los
cuatro monumentales volúmenes de Mythologiques de Claude Lévi-Strauss. En
oposición a los aspectos mitológicos de la cocina, cfr. los estudios siguientes en
torno a las relaciones entre gastronomía y filosofía: Noël Châtelet, le Corps à corps
culinaire, París, Le Seuil, 1977; y Michel Onfray, Le Ventre des philosophes:
Critique de la raison diététique, París, Grasset, 1989.
Esta criatura tiene un ciclo vital que constituye una auténtica

alegoría de la mitología; también configura, y no por casualidad, una

alegoría de la cocina, tomada en su instancia estructural, en la

reunión de condiciones antitéticas: crudo / cocido, frío / caliente,

fresco / podrido, esponjoso / seco, aromatizado / manido. El fénix se

presenta pues como el plato perfecto y la ofrenda ideal, abarcando

las posibilidades contradictorias de las diferentes técnicas de cocción,

de la diferencia alimentaria inherente y del simbolismo sagrado.

Como la transubstanciación de la ostia, o como una comunión

caníbal, comer el fénix constituiría una auténtica cocina

trascendental.

Un plato es un mito, pero también es un cuadro; una mesa es

una escena; un comedor, un teatro: todo ello participa de la puesta

en escena y de la celebración de lo más efímero, íntimo y sensual de

las artes. De las grandes bandejas de aves asadas decoradas con sus

propias plumas que adornaban las mesas medievales, a las

impecables cenas de la corte de Luis XIV, de las tartas de varios pisos

creadas por Carême para Tayllerand a la influencia sensible de los

arreglos japoneses de sushi en nuestra propia nueva cocina, el plato

y la mesa han servido de lienzo que han reflejado y representado el

gusto artístico de cada época. De las elevadas mesas de los

banquetes medievales y de los salones privados de las cenas privadas

o íntimas del siglo de las Luces, a las mesas más sofisticadas de los
grandes restaurantes de hoy, todas proporcionan guiones, no

solamente para los dignitarios y los personajes célebres de visita,

sino también para los alimentos mismos. El aspecto y la calidad de

los alimentos, ofrecidos en un perpetuo potlatch, es un signo de

poder… o de amor. La comida es el sacrificio o el don por excelencia:

de carne y de riqueza, de gusto y de belleza, de prestigio y de

sensibilidad.

La cocina es también espectáculo. Baste recordar que en el

momento histórico en que Frantz Liszt hacía girar el piano en la sala

de conciertos para que el público pudiera apreciar a la vez su bello

perfil y el virtuosismo de sus gestos, en ese mismo momento,

Antonin Carême, al servicio del barón de Rothschild en París, se

encontraba en el salón, después de la cena, con el objeto de

conversar con los invitados. La aparición del primer chef estrella (una

mezcla social inimaginable en el medio aristocrático de Tayllerand, a

cuyo servicio había estado anteriormente Carême) era un resultado

del rápido aburguesamiento de Francia. Como Rothschild había

comprado la mansión de Tayllerand, Carême, en realidad, volvió a

tomar posesión de las mismas cocinas, por una coincidencia

sorprendente e históricamente elocuente. Irónicamente, las mismas

condiciones que habían elevado la cocina francesa al pináculo,

condujeron igualmente a su trasformación, pues la boga de los

restaurantes y en consecuencia la ulterior democratización de las

comidas en el exterior, acabaron prácticamente con los excesos


culinarios. Mientras que en la gran cocina de la alta burguesía

(pensemos en el menú de Raymond Roussel), la cuestión del gasto

no se tomaba en consideración, para un restaurante, incluido el más

célebre, el gasto es un elemento esencial. En la cocina familiar

compartir es esencial; la alta cocina burguesa pone el acento en dos

iniciativas: la del chef y la del gastrónomo.

Quizá sea el goloso, el gourmand, aficionado a la cantidad tanto

como a la calidad, quien perturbe ese valor de iniciativa. En este

caso, las condiciones previas a la gastronomía se llevan hasta límites

hiperbólicos: resulta triste constatar que ahora nos deja estupefactos,

cuando no asqueados, el relato de las pantagruélicas comidas de

Balzac: en el trascurso de una comida de negocios, comenzó por una

docena de ostras de Ostende, para seguir por una docena de

chuletillas de cordero, un pato con guarnición de nabos, dos perdices

asadas, un lenguado normando, y fruta, todo pagado por su editor

Werdet, que esperaba convencer a Balzac para que firmara un

contrato. ¡Y pensar que toda esa comida era menos costosa que un

solo plato realizado por Carême, o incluso que un simple cesto de las

frambuesas de Roussel!

Que Cleopatra mandara fundir, para beberla, una perla de seis

millones de sestercios de valor, supuso el espectáculo más costoso de

consumo ostentoso, al tiempo que fundó un mito culinario eterno,

pero no contribuyó a hacer progresar la calidad de la cocina. En una

reflexión sobre la exquisitez de la cocina, la gran crítica gastronómica


americana M.F.K. Fisher denuncia esa suerte de herejía culinaria.

Arremetiendo contra la especie del gourmet que por pura vanidad, es

capaz de consumir platos enteros de lenguas de pájaro, a los que

previamente se les había enseñado a hablar, describe lo que sería

verdaderamente un gesto exquisito:

¿Y si uno de esos epicuros, muy enamorado de una noble

dama llamada Livia, hubiera enseñado a un millón de pájaros a

cantar su nombre, Livia, Livia, hasta la más perfecta dicción, y

a continuación hubiera servido a la dama un delicado plato

hecho de sus lenguas, cortadas en dos, rebozadas en miel y

ensartadas en ramitas de mirra?

Más allá de cierto umbral, lo vulgar se vuelve sublime, pero

¿qué tiene que ver esto con la cocina? Lo contrario es igualmente

inquietante. ¿Adónde nos lleva el gritar a los cuatro vientos, como

Grimod de la Reynière en su Itinéraire nutritif ou Promenade d’un

gourmand dans divers quartiers de Paris, que las mostazas Maille son

más conocidas en el Norte que los versos de Racine?

El defensor más resuelto de la invención artística fue quizá el

compositor John Cage quien, a mitad de camino entre el genio de

Duchamp y la sabiduría del budismo zen, deseaba suprimir las

diferencias entre el arte y la vida. De una manera particularmente


rousseliana, Cage, desde siempre fascinado por lo aleatorio y lo

contingente, declaró un día que le encantaba ir a buscar setas porque

seta (mushroom) es la palabra que viene justo antes de ‗música‘ en

su diccionario. ¡Irónicamente, la palabra que separa siempre a las dos

es ‗mushy‘ que traduce a la vez un sentimentalismo exacerbado (un

sentimentalismo de malvavisco) que Cage evitaba sistemáticamente

en su música, y una característica física, la molicie, normalmente

nada apreciada en la cocina refinada!

Cage relata un sueño que debería jugar un papel de enorme

importancia en la historia de las artes gastronómicas, equivalente al

que jugó el célebre sueño de Descartes en la historia de la filosofía.

Soñé en una ocasión que había escrito una composición

musical cuyas notas tenían que ser cocinadas y comidas. En el

trayecto hacia la sala de concierto donde debía interpretar la

citada composición, me detuve para ensayar y cocer las notas.

En aquel momento, ¡una horda de perros y gatos se

abalanzaron sobre ellas y las devoraron!7

Podemos preguntarnos si los perros dejaron las migas, y que,

llegado el caso, si a continuación fueron enmarcadas, como los

arreglos de piedras aparentemente dispuestos por azar, pero en

realidad muy estudiados, que podemos encontrar en Ryoan-ji, el

7
John Cage, Conversing with Cage, presentado por Richard Kostelanetz, Nueva
York, Limelight Editions, 1991, p. 209.
jardín de piedras que Cage apreciaba de forma muy especial.

Mientras la metáfora habitual es que las demás artes aspiran a la

condición musical, para Cage, podemos decir que la música aspira a

la condición culinaria.
Manger la scène : Eros, logos et symposion

Jean-Pierre Dubost

Catedrático de l‘Université Blaise Pascal

(Clermont-Ferrand II)

CELIS

J‘aimerais partir de deux citations. La première est la définition

du mot banquet dans l‘Encyclopédie. La voici :

«BANQUETS. m. (en termes de Coutumes) s'est dit autrefois du

repas qu'un vassal était obligé de fournir à son seigneur une ou deux

fois l'année. »

La seconde est de Philippe Berthier lequel écrivit il y a fort

longtemps, dans un article sur le statut du « réalisme » de la fiction

libertine et à propos de l‘écriture de Crébillon fils ceci :


« Aucun roman moins lesté de choses que les Egarements (…)

Chez Madame de Mursay, on se met à table, mais il n‘y a pas de

table. Ou plus exactement cette table n‘est qu‘un mot : « Nous nous

mîmes à table »… « On leva de table »…Aucune épaisseur. Est-elle en

bois ou en marbre, rectangulaire ou carrée, quels mets y sont posés,

comment les convives y sont installés, voilà ce que Crébillon ne nous

dira pas, parce que son objet n‘est pas, précisément, l‘objet. »

Dans cet article au titre éloquent – « Le souper impossible »8 -

il nous est donc dit que le statut de l‘écriture crébillonesque ne

donne aucune épaisseur à la réalité. On se met à table, mais il n‘y a

pas de table. Ce serait donc une fiction dans laquelle, et à cause de

son statut de fiction absolument accusé, on ne mangerait que des

mots sur une table qui n‘est pas.

A partir de ces deux citations, un exercice de gymnastique

mentale devient possible, qui consisterait à revenir sur ces deux

citations pour en dégager par une démarche comparatiste toutes les

implications.

La première citation, celle de l‘Encyclopédie, est le signe d‘un

étrange oubli, lequel n‘est de nos jours d‘ailleurs toujours pas

complètement surmonté, car nous n‘en avons pas encore assez fait

8
« Le souper impossible », in Les paradoxes du romancier : Les Egarements de
Crébillon, P.U.G., Grenoble, 1975, p.75.
l‘anamnèse - à savoir le fait que le discours sur l‘éros (l‘érotologie)

trouve son origine dans un genre – celui du banquet – genre qui

relève autant du genre dialogique que du genre théâtral, et qu‘il

existe une grande continuité de la problématique des banquets depuis

l‘Antiquité jusqu‘au dialogue érotologique de l‘âge classique en

passant par la renaissance italienne.

Rappelons pour commencer que le Symposion de Platon, dont

la fortune philosophique sera considérable en Occident, est

contemporain d‘un autre dialogue, beaucoup moins connu et en tout

cas beaucoup moins sollicité comme prototype du discours

érotologique, à savoir celui de Xénophon.

L‘objet de cet article n‘est pas de porter la discussion sur le plan

philosophique quant à la différence de nature de ces deux textes,

mais, dans le cadre de notre sujet, d‘en accuser l‘ambivalence

profonde. En effet, indépendamment de la richesse conceptuelle et de

la fortune du dialogue platonicien, sa structure textuelle est fuyante

et composite, et malgré la dénomination générique retenue, la part

de théâtralisation y est telle que l‘on peut dire que le terme même de

« dialogue philosophique » ne permet pas de rendre compte

correctement de la complexité textuelle du Symposion, puisque la

part faite au non-rationnel, à l‘affect, à la nature intraitable du désir

n‘est pas éliminée par l‘appel philosophique au dépassement d‘un

éros sans raison ni concept. La rigueur rationnelle et démonstrative

du discours de Diotime (201 d – 212 a) marque incontestablement le


point culminant de la réflexion que le dialogue aiguise argument par

argument et qui permet de dépasser la limitation de perspective

apportée jusqu‘à ce moment par les cinq discours des convives de

178 a à 201 c (Phèdre, Pausanias, Eryximaque, Aristophne et

Agathon) et d‘en dialectiser en même temps l‘ensemble des

arguments. Mais ce n‘est pas un hasard si, une fois ce sommet

atteint, le dialogue poursuit non plus son argument le plus profond

(car le discours de Diotime rapporté par Socrate reste indépassable

sur le plan philosophique, il en est, philosophiquement parlant, « le

dernier mot » et c‘est bien en prenant appui sur ses fondements

conceptuels que les discours néo-platoniciens pourront à la

Renaissance se déployer), et s‘il poursuit sa route jusqu‘à ce qu‘il

atteigne son point contraire - son moment « catastrophique » si l‘on

veut – à savoir l‘irruption tapageuse d‘Alcibiade et de sa troupe de

fêtards. Ce revirement inattendu du récit (car il y a aussi une

dimension narrative dans le texte, évidente en son prologue comme

si souvent chez Platon, mais sans cesse maintenu tout au long du

texte) vient littéralement apporter du désordre dans l‘ordre

philosophique du dialogue et réinjecter ce que l‘on pourrait désigner

comme la « part maudite » de l‘ordre philosophique enfin établi.

D‘un point de vue générique, le désordre des sens, dont

Alcibiade est la figure vivante, est parfaitement congruent avec cette

part de figuration, cette faculté de « donner à voir » théâtral, que le

texte se doit de réinjecter à ce moment. Les répliques qu‘Alcibiade


éméché et jaloux échange avec les convives transmuent

incontestablement le dialogue philosophique en dialogue de théâtre :

« Un homme ivre, mais alors complètement ivre, accepterez-

vous qu‘il boive en votre compagnie ou bien faut-il nous en aller, le

temps justement de couronner Agathon pour qui justement nous

sommes venus ? (…) Est-ce que vous allez rire de moi sous prétexte

que je suis ivre ? Mais moi, même si vous riez, je sais pourtant que je

dis la vérité. Bon, maintenant, dites-moi : aux conditions que j‘ai

dites, puis-je entrer ou non ? Boirez-vous avec moi ou non ? »9

On ne réduira jamais cette ambivalence. Certes, le discours

philosophique tient à ne considérer cet épisode du Banquet que

comme la frange extrême du dispositif. Il en va de son intérêt. La

thèse selon laquelle Platon, en mettant dans la bouche d‘un Alcibiade

ivre l‘expression de la passion amoureuse sauvage et irraisonnée,

aurait « dédouanné » Socrate de l‘accusation de dévoiement de la

jeunesse, l‘explication intertextuelle selon laquelle Platon aurait par

cet épisode donné la réplique aux caricatures qu‘Aristophane donne

de Socrate, ne suffisent pas épuiser tous les arguments.10 Il reste

qu‘à cet endroit le dialogue philosophique bascule dans le théâtral, et

9
212 e Traduction Bernard Piettre, Nathan 1983, p. 89.
10
Cf. pour ces deux arguments V. Brochard, Etudes de philosophie ancienne et
moderne, Vrin 1966, p. 89-92, cité par Bernard Piettre, éd. cit. p. 146-147.
que ce revirement générique est inséparable du contenu de ce qu‘il a

pour but de donner à imaginer, à savoir l‘éros intraitable, le démenti

de l‘ivresse à la raison et du désir au concept.

Si l‘on met en regard le Symposion de Platon avec celui de

Xénophon, il devint encore plus clair que le genre du Banquet est dès

l‘origine ce que l‘on peut appeler un dispositif de représentation –

c‘est-à-dire une modalité de la représentation pour laquelle, et ce

n‘est nullement un hasard, la thématique de l‘éros comme

ambivalence profonde est indissociable du festin et trouve son

expression dans une théâtralisation ou une narrativisation qui ne

cadrent pas avec la structure des arguments rationnels.

La nature beaucoup plus « littéraire », narrative et comique du

Symposion de Xénophon, la réécriture du genre chez Lucien, la

compilation de détails concrets concernant les banquets antiques faite

dans les Déiopnosophistes d‘Athénée de Cappadoce, le fait que plus

tard pourra se développer sur cette base une autre littérature, qui

elle travaillera sur l‘envers du dispositif exigent que l‘on prenne en

compte cette « part maudite » de l‘éros platonicien non seulement

comme l‘expression de ce que la sagesse doit surmonter, mais aussi

comme le moment ambivalent de l‘expression érotique à partir

duquel deux traditions contraires vont pouvoir ensuite se développer.

Que l‘on songe à l‘étonnante conclusion du Symposion de

Xénophon, que nous redonnons ici dans son intégralité, car il est

important de raviver en notre mémoire la réalité des choses :


« [9] 1. La conversation s'arrêta là. Autolycos, c'était son

heure, se leva pour aller faire sa promenade. Lycon, son père, qui

sortait avec lui, se retourna vers Socrate et lui dit : « Par Héra,

Socrate, tu me sembles un honnête homme. » 2. Ensuite on plaça

d'abord un siège au milieu de la salle, puis le Syracusain entra et dit :

« Messieurs; Ariane va entrer dans sa chambre qui est aussi celle de

Dionysos. Puis vous verrez peu après Dionysos qui a un peu bu chez

les dieux; il entrera chez elle, et ils folâtreront ensemble. » 3. Alors

Ariane, parée comme une jeune épousée, entra et s'assit sur le siège.

Comme Dionysos ne paraissait pas encore, la flûte se mit à jouer un

air bachique. Ce fut alors que les convives admirèrent le maître de

danse, car Ariane n'eut pas plus tôt entendu la musique qu'elle laissa

voir à tout le monde le plaisir qu'elle y prenait : on le devinait à ses

gestes. Cependant elle ne s'avança point, elle ne se leva même pas,

mais on voyait bien qu'elle avait peine à rester immobile. 4. Quand

Dionysos la vit, il s'avança en dansant de l'air le plus passionné,

s'assit sur ses genoux, la prit dans ses bras et lui donna un baiser.

Elle semblait retenue par la pudeur, néanmoins elle l'embrasse à son

tour avec tendresse. A cette vue, les spectateurs applaudirent et

crièrent bis. 5. Cependant Dionysos se leva et fit lever Ariane avec

lui, et on les vit prendre des poses d'amoureux qui se baisent et

s'embrassent. Les spectateurs voyant Dionysos si beau, Ariane si jolie

ne plus s'en tenir au badinage, mais se baiser réellement à pleine


bouche, étaient tous violemment excités à ce spectacle. 6. Ils

entendaient en effet Dionysos demander à Ariane si elle l'aimait et

Ariane lui jurer que oui, si bien que Dionysos n'était pas seul à le

croire, et que tous les assistants auraient juré que le jeune garçon et

la jeune fille s'aimaient réellement; car ils n'avaient pas l'air

d'histrions dressés à cette pantomime, mais d'amants pressés de

satisfaire des désirs longuement caressés. 7. A la fin, à les voir

s'étreindre l'un et l'autre et s'en aller comme pour gagner leur lit,

ceux des convives qui n'étaient pas mariés jurèrent de l'être bientôt,

et ceux qui l'étaient, sautant à cheval, revolèrent vers leurs femmes

pour en jouir. Socrate et ceux qui étaient restés sortirent avec Callias

pour rejoindre Autolycos et Lycon à la promenade. C'est ainsi que se

termina le banquet. »11

C‘est bien par un véritable theatrum eroticum que le texte se

clôt et expose crûment par là-même, et non sans ironie, l‘envers

cette fois-ci définitif de l‘éros platonicien.12

La cohabitation des contraires dans le banquet est une chose

essentielle, et en un certain sens on pourrait dire que le banquet

11
Xénophon, Le Banquet, Hodoi elektronikai,
http://hodoi.fltr.ucl.ac.be/concordances/Xenophon_banquet.
12
Ajoutons que le motif de l‘accouplement d‘Ariane et de Dionysos qui fait l‘objet
de la conclusion du Symposion de Xénophon connaîtra par la suite une fortune
iconographique considérable, notamment à la Renaissance italienne et jusque au
cœur de l‘illustration des textes libertins du XVIIIe siècle. Cf. mon article On ne voit
pas ce dont on parle et l’on ne parle pas de ce qu’on voit, Revue des Sciences
Humaines, n° 271 ; 3/2003
antique est à la fois la transposition de l‘ambivalence profonde de la

vie en forme à la fois littéraire et philosophique (tous les banquets

sont des pièces de théâtre plus ou moins sérieuses et si le banquet de

Platon est le plus profond et le plus profondément philosophique, il ne

manque parfois pas de détails cocasses (souvenons-nous par

exemple du hoquet d‘Aristophane ou du fait que les convives se

plaignent au début du banquet d‘avoir trop bu la veille), mais surtout

il offre par sa gradation et par son retournement final une forme à

l‘ambivalence de l‘éros. Tout cela ne pouvait justement pas encore

être vu au XVIIIe, d‘où cet étrange oubli de l‘Encyclopédie.

Retenons de ces quelques remarques pour ce qui nous concerne

et dans le cadre de ces réflexions, qui visent non les choses en elles-

mêmes mais leur nature représentative, ceci : c‘est tout en mangeant

que chez Platon on parlera le plus profondément de l‘éros, et

l‘opposition fondamentale entre le thème du vin comme symbole et

véhicule de l‘élévation de l‘âme et la nourriture comme symbole de

la sensualité corporelle et de sa nature limitée et bornée n‘est pas

plus stable que ne le serait la stricte partition entre un dialogue

philosophique épuré de tout dispositif de représentation et d‘une

exposition narrative, théâtrale, « littéraire » en somme de l‘éros.

Cette frontière instable est en même temps charnière représentative

est c‘est en pivotant autour d‘elle que l‘on passe sans peine, de

l‘érotologie antique, à la perversion érotographique. Déjà en


puissance dans la conclusion du Symposion de Xénophon, elle finira

par recouvrir l‘ensemble du dispositif, comme ce sera le cas avec les

Ragionamenti de l‘Arétin, dispositif à partir duquel pourra se déployer

la représentation libertine, de L’académie des Dames13 à La

philosophie dans le boudoir.

C‘est ici qu‘il est alors intéressant de revenir sur l‘étrange

paradoxe dont relève la phrase selon laquelle chez Crébillon fils on ne

mangerait que des mots sur une table qui ne serait qu‘une phrase.

La formule repose sur l‘idée qu‘une fiction comme celle de

Crébillon fils manquerait de référence réelle, de substance, de

caractère charnel, et donc de réel, et que ce manque de réalisme

serait une faiblesse de cette fiction. Or ce n‘est pas parce que la table

est bien garnie, c'est-à-dire bien décrite, comme par exemple chez

Balzac, qu‘il y a « plus à manger » ou tout simplement qu‘il y a

quelque chose à manger et non rien. Dans l‘écriture que l‘on a

l‘habitude de désigner comme « réaliste », le surpoids de la référence

ne signifie pas un gain de signification, un don plus concret et charnel

de réalité. Bien au contraire, il serait au fond bien plus approprié de

parler dans ce cas de débauche des mots, d‘orgie lexicale, de

beuveries sémantiques. Dans ce type de fiction, on s‘enivre de mots.

Je veux dire par là qu‘on en boit, et plus que de raison. Il n‘y a pas de

nourriture spirituelle plus grasse que la fiction dite réaliste, et c‘est

13
Cf. L’Académie des dames ou la Philosophie du boudoir du grand siècle. Dialogue
érotique présenté par Jean-Pierre Dubost, Collection Le pavillon des corps curieux,
Éditions Philippe Picquier, Arles 1999
tant mieux ainsi, car qui n‘aime justement pas dévorer un texte.

Somme toute, la fiction est bien faite pour qu‘on la mange. Mais dire

que « la fiction est faite pour qu‘on la mange » signifie justement que

l‘on ne peut pas distinguer le mot et la chose, et que par conséquent

le travail du texte n‘est pas d‘effacer la frontière entre le réel et le

langage mais de nous donner pour ainsi dire l’appétit du sens. C‘est

quelque chose que Roland Barthes a merveilleusement exprimé dans

le chapitre de S/Z consacré à l‘orgie :

« Quelqu‘un (…) approche peu à peu le lieu d‘une orgie ; elle

s‘annonce à lui par des bruits de voix, des filets de lumière : c‘est là

une annonce intérieure à l‘histoire, analogue aux indices physiques

qui permettent d‘annoncer à l‘avance une tempête, un séisme : nous

sommes dans une histoire naturelle de l‘orgie. Puis l‘orgie est insérée

à l‘intérieur du discours, on la nomme, ce qui suppose que, tel un

résumé nominatif (le titre d‘un chapitre par exemple) on va

l‘analyser, donner ses moments, les signifiés qui la composent : nous

sommes dans une rhétorique de l‘orgie. Ces parties de l‘orgie sont

des conduites stéréotypées, nées d‘une répétition d‘expériences

(souper, déboucher le champagne, chanter, se laisser aller) ; nous

sommes dans un savoir empirique de l‘orgie. De plus, tel moment de

cette orgie, donné sous son nom générique, l’abandon, peut-être,

non plus analysé comme l‘orgie elle-même, mais illustré par quelques

conduites exemplaires (dormir, répandre du vin) : nous sommes dans


une logique inductive de l‘orgie (à base d‘exempla). Enfin, l‘orgie

dépérit, cesse : nous sommes dans une physique de l‘orgie. »14

De fait, la représentation de la nourriture ou de la gastronomie

est, en littérature (en littérature ou en peinture) depuis toujours

l‘occasion d‘événements internes au coeur de la représentation. De

même que la tradition antique des banquets, dès les deux premiers –

celui de Platon et celui de Xénophon - est l‘occasion, au cœur du

logos, d‘ouvrir « une fenêtre représentative » sur son irréductible

extériorité, celle du corps et du désir, de faire tendre de manière

asymptotique le discours vers cet insaisissable que le texte de Platon

ne cesse de désigner, d‘encercler et de célébrer en même temps, à

savoir l‘éros.

Il suffit pour se convaincre de cette impossibilité de rencontrer

un référent gastronomique pur de s‘attarder un instant sur le statut

de la représentation dans le Satiricon. Là, la table est décrite de

manière véritablement référentielle. Nous voyons le couvercle que

l‘on soulève, la viande que l‘on découpe, et ce qu‘il y sur la table est

disposé de telle manière que la disposition des plats aboutit à un

véritable menu que la fiction n‘a pas d‘autre volonté que de nommer.

Comme par exemple dans le fameux chapitre 35 du Satiricon ou il

est question d‘une « invention nouvelle » qui va raviver l‘intérêt des

14
Roland Barthes, S/Z, LXVII. Comment est faite une orgie, Editions du Seuil,
1970, p. 163.
convives. C‘est un cas intéressant d‘innovation gastronomique. Le

passage évoque les plats étalés sur un plateau dans un rapport

symbolique aux signes du zodiaque et ils sont nommés comme tels :

« (…) Cette oraison funèbre fut suivie par un plateau qui, sans

doute, n‘était pas aussi grand que nous nous y attendions, mais la

nouveauté de l‘objet attira tous les regards. C‘était un surtout

circulaire portant les douze signes du zodiaque disposés tout autour

et, sur chacun des signes le cuisinier avait placé un mets

correspondant à celui-ci : sur le bélier des pois chiche cornus, sur le

taureau un morceau de boeuf, sur les gémeaux des testicules et des

rognons, sur le cancer une couronne, sur le lion des figues d'Afrique,

sur la Vierge une vulve de truie stérile, sur la balance une balance

dont un plateau contenait une tarde au fromage, l’autre un gâteau,

sur le scorpion du fretin de mer, sur le Sagittaire une huppe, sur le

capricorne une langouste, sur le verseau une oie, sur les poissons

deux mulets. Au centre, il y avait une motte de gazon détachée avec

son herbe, et qui portait un rayon de miel. »15

Impossible ici d‘échapper à la vision que propose la disposition

de la table. La nomination des mets est de nature symbolique soit par

un rapport d‘évidence visuelle entre le mot et la chose soit

15
Romans grecs et latins, éd. Pierre Grimal, Bibliothèque de la Pléiade, éd.
Gallimard, 1958, p. 28.
indirectement, comme dans le cas du signe des Gémeaux - les

rognons sont aux testicules (probablement de taureau) ce que l‘un et

l‘autre sont aux Gémeaux : ils font la paire. Je ne sais pas s‘il faut

dire « on en mangerait », mais en tout cas on voit bien qu‘ici on

donne strictement à voir ce qu’on donne à manger, alors que tout

repose sur un jeu de rapports rhétoriques internes : il y a des figues

parce que ce sont des « figues de barbarie » et que celles-ci sont

associées comme le lion à l‘Afrique ; il y a un lièvre parce que le

Sagittaire est chasseur et que le chasseur chasse un lièvre etc.

Plus nous nous avançons ici vers le visuel culinaire halluciné par

le texte, plus nous nous trouvons en fait dans un jeu de renvoi idéel

et fictif. Et en fin de compte, plus on mange de choses plus on mange

de mots.

Ce n‘est pas notre propos, mais on pourrait encore montrer à

quel point ce passage recèle de figures logiques complexes. Son

contenu est profondément organisé par le symbolique. Aussi bien

dans sa totalité, dans sa complétude (le plateau rassemble la totalité

des signes du zodiaque) que dans sa complexité référentielle. D‘une

part le plateau exhibe la relation d‘harmonie entre l‘ordre cosmique et

le choix de la nourriture, d‘autre part la gastronomie n‘est pas

seulement un art culinaire, mais le reflet d‘une structure ambivalente

entre mort et vie, entre eros et cosmos.


L‘allusion à une « oraison funèbre » par laquelle s‘ouvre ce

chapitre renvoie à la thématique du chapitre précédent qui explicite

entièrement ce rapport eros/cosmos, mais surtout eros et thanatos :

« Aussitôt l‘on apporta des amphores de verre, soigneusement

scellées, et au cou desquelles étaient attachées des étiquettes avec

cette inscription: « Falerne Opimien, de cent ans. » Tandis que nous

lisons l'inscription, Trimalcion battit des mains, et : « Las ! dit-t-il, il

a donc vécu plus longtemps, ce vin, que le chétif humain! Ainsi,

allons-y à gogo. La vie, c‘est le vin. C'est du véritable opimien que je

vous sers. Hier je n‘en ai pas servi de pareil, et c‘était des gens

autrement bien qui dînaient. » Nous buvions, et nous admirions

dûment ces merveilles quand un esclave apporta un squelette

d'argent si bien monté que ses articulations et ses vertèbres étaient

mobiles et pouvaient se plier en tous sens. Après que Trimalchion

l‘eut lancé à plusieurs reprises sur la table, et comme la mobilité de

son agencement lui faisait prendre diverses postures, Trimalcion

ajouta : « Las, malheureux ! que les pauvres humains, après tout, ne

sont rien ! Ainsi serons-nous tous quand l‘Orcus nous prendra. Aussi,
16
vivons donc, tant qu‘il est permis d‘être bien ! »

16
Romans grecs et latins, ibid.
Si la mise en scène a bien pour but de thématiser le rapport

eros/thanatos, ce qui me semble aussi et surtout digne d‘être

remarqué, c‘est le rapport entre le sens et son organisation.

On pourrait dégager de ces deux passages deux conclusions

différentes, la première est que dans le chapitre 35 le symbolique

renvoie au référent réel, à ce qu’il y a à manger. On constate alors un

strict réalisme d‘ordre pratiquement pictural : la table fait l‘effet d‘une

profusion de nature morte – nous allons y revenir.

Mais les deux passages sont aussi lisibles comme deux

diptyques. Le référentiel culinaire y est comme le réceptacle de

l‘ambivalence eros/thanatos. Que dire de cette si célèbre « vulve de

truie stérile » ! Et de sa cohabitation avec les testicules. Les organes

sexuels étalés et donnés à manger : quoi de plus dionysiaque, au

sens le plus orgiaque du terme.

La table fait, disions-nous, l‘effet d‘une nature morte. En effet,

cette relation d‘ambivalence entre eros et thanatos, nous allons la

rencontrer, comme nous le savons tous, au cœur de la peinture

européenne. Car c‘est bien la même ambivalence entre le vivant et le

mort, et le fait aussi que le dispositif de représentation en est le

réceptacle, que l‘on retrouve dans la tradition picturale des vanités.

Dans ce que l‘on voit sur la table, ou plutôt ce que le texte – ou te

tableau – nous en donnent à voir et imagine, l‘acte artistique a-t-il

jamais effacé cette ambivalence ?


Certains historiens de l‘art tendent à tracer une limite

infranchissable entre deux genres picturaux étroitement solidaires –

celui de la vanitas et celui de la nature morte. Charles Sterling,

spécialiste du genre, met particulièrement l‘accent sur la cohésion

interne du tableau, sur l‘émancipation de la forme, son autonomie, le

fait « de composer avec les objets seuls une œuvre d‘art autonome,

comportant une cohésion interne, une vie plastique complète ».17

D‘un strict point de vue esthétique, le jugement est pertinent.

Le but de l‘artiste est la totalité de l‘expression, la perfection de l‘art.

C‘est un fait historique que la tradition des vanités, qui consiste à

disposer le memento mori devant nos yeux est à la fois un geste

spirituel et rhétorique. C‘est l‘hypotypose de la vanité de la vie et de

la nécessité de la conversion qui prime sur le dessein artistique.

Pour rappel donc, voilà deux tableaux qui suffisent à marquer la

différence entre une représentation fortement motivée d‘un point de

vue symbolique et une autre, dans laquelle le silence des objets

semble s‘émanciper du symbole. Le premier est une vanitas du

peintre hollandais Pieter van Steenwyck (1615 ? – 1664 ?) :

17
Charles Sterling, La Nature morte de l’Antiquité à nos jours, nouvelle édition, p.
127.
La seconde une nature morte du peintre flamand Jan Fyt

(1611-1661) :
Au lieu d‘investir la charge symbolique exclusivement dans le

rapport à la mort, la tradition picturale des natures mortes - ces deux

seuls exemples suffisent à le rappeler - exhibe toute l‘ambivalence

entre le mort et le vivant, le cadavre et l‘appétissant, l‘appétit et le

renoncement, entre le désir de vivre et de bien manger et la

mélancolie qui naît de la contemplation de la mort. Mais c‘est

précisément la conclusion à laquelle Charles Sterling arrivait, et qui

était pour lui l‘argument essentiel d‘une réhabilitation du genre

pictural de la nature morte contre l‘attitude dépréciative qui a

longtemps pesé sur elle : « Nous savons aujourd‘hui qu‘une nature

morte peut satisfaire l‘esprit ; que quelques fruits dans un plat

peuvent évoquer toutes les harmonies possibles de l‘univers, tous ses

rythmes, ses lumières, ses accords colorés ; au même titre que la

musique ».18 Ceci dit, la conclusion de cette conclusion était de dire

que si la nature morte est en mesure de donner tout son pouvoir de

fascination à l‘objet inanimé, cette vertu de fascination réside moins

dans l‘objet inanimé « que dans l’isolement de l‘objet inanimé ».19

Certes, mais il reste que ce que l‘isolement isole est bien cette vertu

de secret et de vérité qui émane de l‘ambivalence eros/thanatos. Si

dans de nombreux tableaux la nature morte s‘émancipe entièrement

de la vanitas, l‘exemple du tableau de Jan Fyt exhibe, comme tant

18
Ibid. p. 127
19
Ibid. p. 118
d‘autres, avec une insistance toute particulière, la cohabitation de

l‘une et de l‘autre.

On pourrait bien sûr aller encore plus loin dans la

démonstration, en apportant la preuve qu‘il est toujours possible de

revenir en retour sur les choses oubliées, car voilà quelqu‘un dont on

ne s‘attendrait pas à ce qu‘il pense à représenter une vanitas, cette

fois-ci entièrement débarrassée de toute allusion à la nourriture,

mais répliquant parfaitement la tradition mélancolique de la vanitas,

que la photographie libère de toute médiation symbolique pour n‘en

retenir qu‘une identité absolue et immédiate, dont l‘intensité est à la

mesure de l‘effet de (vaine) vérité : « Le/la mort, c‘est moi ! » :

Mais revenons pour finir à l‘idée qui aura fourni le point de

départ de nos réflexions et qui consiste à penser que les mets


pourraient être libérés des mots, que la représentation de la scène

gastronomique, l‘évocation qu‘il y a quelque chose à voir de ce qu‘il y

a, qu‘il y a eu ou qu‘il y aura à manger, puisse être autre chose

qu‘un texte, ou qu‘elle puisse être dominée par une pure présence

des mets, dont les mots ne seraient que le nom propre où le support

renonçant par cela à leur part de festin.

Nous pourrions au contraire dire qu‘entre un « roman gras »

(type Balzac) et un « roman maigre » (type Crébillon fils),

l‘opposition n‘est certainement pas aussi tranchée qu‘on pourrait le

penser et que la série d‘ambivalences que l‘on vient de rappeler et de

mettre en rapport (ambivalence entre eros et thanatos ; entre appétit

et ascèse ; entre eros et logos ; entre la représentation du vif et du

mort) est tout autant présente dans la littérature « maigre » que

dans la littérature « grasse ».

Rien ne le montre mieux que le roman de Balzac La peau de

chagrin, dans lequel celui-ci donne à l‘opposition eros/thanatos toute

sa place et dont il fait même le moteur premier de la narration en la

rehaussant au niveau de l‘allégorie sociétale, puisque la peau de

chagrin que Frédéric acquiert le sauve certes du désir d‘en finir avec

la vie au moment où il vient de perdre toute sa fortune, mais devient

une véritable machine infernale pour lui et symbolise en même temps

de la contradiction du désir illimité et de la finitude humaine dans un

monde où le désir individuel ne connaît plus de bornes. Car une fois

acquise quez un antiquaire, elle devient au cœur de la représentation


dite « réaliste » un élément de conte, puisqu‘elle est l‘instrument de

mesure du temps qu‘il reste à vivre au personnage principal en

rétrécissant un peu plus à chaque nouveau désir exprimé, jusqu‘à son

inéluctable mort précoce.

Immanquablement, nous retrouvons là encore, à la fin de la

première partie du roman appelée Le talisman , lé récit d‘une orgie

qui représente pour Raphaël une somme de tentations nouvelles et

fournit à Balzac l‘occasion d‘écrire son « Banquet » à lui.

Conformément au genre, le mouvement de la fiction et le

discours d‘idées y interfèrent. Conformément aussi à l‘écriture

balzaciennne, la description du banquet y est surchargée de

déterminations, et l‘évocation de ce qui est sur la table d‘ailleurs bien

moins précise et «réaliste » que chez Pétrone,20 et ce n‘est

certainement pas à partir d‘un tel passage que Philippe Berthier

aurait pu dire par un effet de contraste que chez Crébillon fils la

scène gastronomique est vide de référence à la réalité. Mais dans

l‘ensemble du roman, la thématique de la dépense et de la retenue,

de l‘appétit et du renoncement, qui contient en elle-même une

interprétation extrêmement lucide et véritablement visionnaire de la

société moderne très proche de celle de Marx, comme c‘est souvent

le cas chez Balzac, recoupe aussi strictement celle de la frugalité et

de la sensualité, de l‘ascèse et du désir.

20
En revanche, les vins sont tous parfaitement nommés, ce souligne bien d‘ailleurs
à quel point le rapport entre saveur et nom propre est essentielle pour le vin.
Au milieu de la confusion des discours enflammés par « les

flammèches du vin de Champagne », le propos moraliste, alimenté

par l‘idée que, l‘ordre social étant désormais irrémédiablement sorti

des limites dans lesquelles l‘autorité du pouvoir (en l‘occurrence celui

de la royauté) le contenait, plus rien ne peut plus arrêter désormais

la dissolution du lien social : « Le pouvoir, ayant plus alors d‘unité »

affirme l‘un des convives, « marche sans cesse vers une dissolution

sociale qui n‘a plus d‘autre barrière que l‘intérêt »21 (traduisons : qui

n‘a donc plus aucune barrière).

C‘est ici toute la question de la société moderne de

consommation, la nôtre, avec son appétit illimité, et en même temps

sa nature foncièrement imaginaire, qui est déjà ici exposée. Le

« banquet » balzacien, par lequel notre propos achève son parcours,

ne montre pas seulement, une fois de plus, que la scène des mots et

celle de la table ne sont qu‘une seule et même scène, il joue aussi

parfaitement son rôle dans l‘expression de la prémonition balzacienne

des contradictions profondes de la société moderne. Et il montre bien

à quel point ce splendide roman, dont le but profond est d‘offrir une

allégorie morale au présent, garde pourtant toute son actualité en ce

temps de crise systémique.

21
Balzac, La peau de chagrin, éd. Garnier/Flammarion, 1996, p. 109.
De lo simbólico a lo simbólico

Bueno para beber si bueno para pensar22

PAOLO SCARPI

UNIVERSIDAD DE PADUA

Resulta bastante difícil no perderse en los rituales retóricos o en

los meandros numéricos de la economía cuando se habla hoy del

vino. Quizá el secreto para salir airoso de tales lides consista en

trenzar, en entremezclar la compleja y milenaria tradición vitivinícola

mediterránea, sus mitos, sus símbolos y sus ritos, con el desarrollo

de la producción y la difusión del vino en el mundo contemporáneo,

de un vino que se ha lanzado a la conquista del mundo. No cabe la

menor duda, y no debemos ignorarlo, que, hasta donde alcanza

nuestro conocimiento de la historia, la producción y el consumo del

vino han conocido una incidencia económica relevante. Toda la

historia de este fascinante y ambiguo producto de la inteligencia

humana está marcada por la idea elemental basada en el intercambio

y la circulación de los bienes en nuestro mundo. Para los antiguos

griegos, en efecto, había que hacer circular este don de Dionisio,

como hicieron los habitantes de Quíos, desde que el cultivo de la viña

fuera introducido en su isla, exportando a la par que la viticultura las

2222
Este texto, titulado en su versión original ―Dal simbolico al simbolico, ouvero
buono da bere se buono da pensare‖) es el prefacio a la traducción italiana de la
obra de Jean-Robert Pitte, Le Désir du vin. À la conquête du monde, París, Fayard,
2009 (trad. it. Il desiderio del vino. Storia di una pasione antica, Bari, Dedalo Libri,
2010). Traducción de Lydia Vázquez.
normas civiles. Era una circulación que, en la perspectiva de los mitos

dionisiacos, implicaba también a la institución de la familia a través

de los intercambios matrimoniales, convirtiéndose el vino en

instrumento y canal de las relaciones sociales. La cultura de la

mediación a través de la introducción del vino, el principio del

intercambio y de las relaciones, no podía verse rechazada en cuanto

que procedían de un dios; así pues, nadie debía rechazar un don de

Dionisio. Por ello Simónides de Ceos, poeta griego que vivió entre los

siglos VI y V a. C., pudo sostener que no podía rechazarse nada de lo

que pertenecía a Dionisio, ni siquiera un grano de uva.

Los romanos, mucho más pragmáticos, decidieron dotarse de

un instrumento de protección para combatir la competencia,

imponiendo a las provincias, mediante un edicto promulgado en el

año 92 d. C. por el emperador Domiciano, que arrancaran la mitad de

sus viñedos. Parece plausible que la intervención imperial pretendiese

no sólo defender la producción vitivinícola itálica, sino además limitar

las consecuencias de una grave carestía del trigo, ya que con ello se

evitaba la implantación de nuevas viñas en la península. Las

consecuencias políticas y económicas se dejaron sentir sin duda en la

vida de las provincias, puesto que en el siglo III d. C. el emperador

Probo abolió precisamente aquella disposición, sin duda con el

objetivo de favorecer la producción vitivinícola provincial, sobre todo

si se tiene en cuenta que también se le atribuye a él el desarrollo de

la viticultura a lo largo del Danubio.


En razón del progreso económico, pues, resulta lícito creer que

los productores hoy aspiran a elaborar vinos que podamos consumir

en cantidad y sin contraindicaciones, o incluso buenos para la salud,

con el objeto de expandirse y ocupar mercados cada vez más

amplios, incluso transformando los vinos en sorbetes, como el

sorbete del prosecco D.O.C. (―Valdo n‘ice‖, como marca registrada), o

del raboso D.O.C., producto de la heladería ―El Geatin‖ de San Paolo

di Piave, en la provincia del Treviso, mutándolos y transformándolos

de vinos para beber en vinos para comer. Con todo, el vino tiene a

sus espaldas una larga historia y una tradición que siempre han

invitado a hacer de él un uso mesurado y atento.

Ya en los albores de la historia, el relato bíblico en el que Noé

se vuelve loco presa de los vapores del alcohol, recrea un episodio

mítico de la antigua Ugarit, en Oriente Próximo, donde el dios El caía

víctima del abuso del vino, chapoteando en medio de sus propios

excrementos y vómitos, y que sirve para denunciar el exceso y

marcar los límites del consumo de dicho brebaje embriagador que

reducía a los bebedores a una condición, si no infrahumana, sí al

menos degradada con respecto a su estatuto. En cuanto a los

griegos, para quienes la primera colisión con el zumo de la uva había

resultado impactante, aprendieron a controlar el vino gracias a

Dionisio, que había enseñado al rey de Atenas Anfión a mezclarlo con

agua, distinguiéndose así del salvaje Cíclope y de los bárbaros

escitas, que lo bebían puro. Y el rey espartano Cleómenes, que imitó


a los escitas bebiendo el vino puro, se volvió loco. En el mundo

antiguo, cuna de la civilización del vino, se tenía conciencia clara de

los efectos que el líquido perfumado era capaz de producir, así como

de la ambigüedad que residía en el zumo de la uva, que podía

conferir fuerza al hombre pero también debilitarlo. Así pues, se

buscaban remedios para beberlo sin daño; uno de los más difundidos

era comer col, aunque el más utilizado era mezclarlo con agua, lo que

permitía a los bebedores percibir y controlar mejor los efectos, como

ha escrito recientemente un farmacólogo italiano23. Pero estos y otros

recursos no debieron parecer suficientes a los antiguos consumidores

del vino para sentirse protegidos de las nefastas consecuencias de

tan peligrosa ingesta, pues antes de concluir el banquete e iniciar el

simposio24, se llevaba a cabo un brindis en honor a Zeus Soter,

Salvador, para así poder beber sin riesgo.

Ni siquiera en Roma el vino era pensado como algo puramente

bueno, aunque se producía con religioso cuidado y esmerada

atención, y así nos lo indican Catón y luego Columela, por no hablar

de Plinio el Viejo. Desde el punto de vista institucional y tradicional se

pensaba efectivamente en el jugo fermentado de la uva como algo

festivo y superfluo, que había sido ofrendado a los dioses cuando

Eneas había tenido que enfrentarse con los rútulos de Turno por el

control del Lacio. Se puso pues bajo la tutela de Júpiter, y se le llamó

23
Paolo Nencini, Ubriachezza e sobrietà nel mondo antico. Alle radici del bere
moderno, Roma, Muzzio, 2009.
24
La palabra griega ‗simposio‘ (συμπόσιον, sympósion) significa propiamente
―reunión de bebedores‖.
temetum –era el vino devuelto a los dioses, así denominado según un

antiguo comentarista quod temptat mentem-, y en la edad arcaica

estaba prohibido a las mujeres, que no obstante podían beberlo en

determinados días por motivos religiosos, y con el nombre de ―leche‖

en el transcurso de las festividades en honor de Bona Dea. El otro

vino, el destinado a los circuitos comerciales, conocido como vinum

novum, y libado en honor de Júpiter en el transcurso de las Vinalia

priora del 23 de abril, se producía y consumía regularmente mientras

las mujeres, en particular, tomaban vino dulce y de uva pasificada

(passito). Sin embargo la Ciudad eterna, que en la edad arcaica había

previsto incluso la muerte para la mujer que hubiera bebido vino,

acentuó la ambigüedad de este producto, al atribuírsele valores

oscuros y lóbregos, hasta el punto que Isidoro de Sevilla, en los

albores del Medievo, entre los siglos VI y VII, recordaba que los

antiguos llamaban veneno al vino (veteres vinum venenum

vocabant).

Por su parte, el cristianismo, que cristianizó el vino

convirtiéndolo en sangre de Cristo, perpetuó esta actitud y prohibió el

jugo de la vida a los jóvenes, que debían mantenerse alejados de él

como de un veneno, ut venenum, aunque Cesáreo de Arlés no tuvo

más remedio que consentir su consumo en los conventos por los

monjes, en determinadas circunstancias, sobre todo en el caso de

que alguno cayera enfermo. Uno de los Padres de la Iglesia,

Clemente de Alejandría, que vivió a caballo entre los siglos II y III d.


C., empeñado en crear la futura clase dirigente del imperio, es decir a

los buenos cristianos, que debían ser un ejemplo de templanza y

moderación como contraste, por una parte, a las malas maneras de

los paganos, y por otra, a los excesos y la intemperancias del

ascetismo cristiano, subrayaba cómo incluso el modo de beber era

importante y estaba lleno de significado. Así, el vino estigmatizaba a

quien bebía pues le deformaba la cara, al tragárselo de golpe,

haciéndole bizquear, moquear hasta empaparse la ropa y borbotear

saliva hasta atascarse como un lavabo, porque no bebían como lo

hizo Cristo. Este discurso iba dirigido a los hombres y las mujeres

jóvenes, a quienes no convenía beber, pues estaban en una edad en

la que se cedía fácilmente a las pasiones, provocándoles un ardor

salvaje. Quien, al contrario, alcanzara una edad avanzada, sostenía

Clemente, podía concederse beberlo con cierta desenvoltura, ―porque

sin perjuicio‖ bebe y se calienta ―con el fármaco de la vida a una edad

en la que va enfriándose‖. Pero, según Clemente también, los

ancianos deben beber sin perder el control de sí mismos,

manteniendo estable la mente y evitando al cuerpo temblores y

tambaleos, típicos de los que ―van achispados‖.

Cerca de mil años después, una mística alemana, Hildegarda de

Bingen, nacida en 1089 y fallecida en 1179, se preocupaba de que el

consumo del vino, sobre todo el de más calidad y fuerte, se mezclara

con agua, porque el vino ―expande su calor de la vejiga a la médula,

que se ve así sometida a un potentísimo ardor, y después la médula


transmite el calor de los placeres a la sangre‖. Al final, para

Hildegarda, el vino ―si se bebe sin agua […] provoca perjuicio al

hombre, debilita su salud, y le induce a los placeres de la carne‖. Así,

ya a partir del Concilio de Ancira en el 314 d. C., el cristiano se veía

invitado a abstenerse de algunos alimentos particulares, no por ser

impuros, sino porque así se veía un medio de expiar las culpas y de

castigar el cuerpo. Las Regulae monachorum medievales enaltecían la

abstinencia y el ayuno, por medio de la práctica de una mensura cibi

et potus, es decir, un consumo moderado de los alimentos y del vino.

Concretamente el vino se permitía con limitaciones en la mesa de los

monjes qui vinum apostatare facit etiam sapientes (―porque el vino

convierte en apóstatas incluso a los sabios‖). La relación con el vino

era, en suma, difícil, y esta dificultad empuja a Gregorio de Tours a

introducir la bendición del vino nuevo, antes de su introducción en los

circuitos comerciales, e hizo incluir en una Sacerdotal de 1609 de La

Val Pusteria un exorcismo que tenía que pronunciarse antes de

consumir el vino, para evitar que se convirtiera en instrumento de

posesión diabólica.

Hoy día, lejos ya de toda dimensión sacra –conservada casi

exclusivamente en la Misa cristiana, donde por otra parte la

transubstanciación del zumo de la uva en la sangre del Salvador

parece haber reunido las connotaciones propias de una metáfora, de

tal suerte que podemos afirmar que tal función sagrada estaría en

vías de extinción-, el vino sigue siendo un producto ambiguo, con el


que el hombre mantiene relaciones difíciles. Incluso los médicos más

permisivos invitan a la moderación, mientras las leyes se vuelven

cada vez más restrictivas y punitivas frente a casos como el de quien

conduce tras haber bebido poco más de un vaso de vino. Excluyendo

las eventuales visiones oníricas que los vapores del alcohol puedan

provocar, las tentativas de compaginar el vino con la salud son

demasiado aleatorias como para fundar una mínima esperanza de

justificar su consumo. Incluso el French paradox se revela eficaz sólo

si la absorción es modesta y si ésta va acompañada de frutas y

verduras. De hecho el alcohol, que representa el 10% del volumen

del vino, crea dependencia y contribuye de manera relevante a la

aparición de múltiples enfermedades, así como a desencadenar la

violencia, los desórdenes sociales y la mortalidad. A pesar de todo, y

de todas estas preocupaciones, que revelan cómo el control que se

ejerce o se intenta ejercer sobre el vino traza una línea fronteriza

entre quien se deja arrastrar por el abuso y quien los consume con

clase y moderación, sigue produciéndose y bebiéndose vino. Ésta es

la evidente paradoja que caracteriza la historia del vino, de principio

a fin; una paradoja en la que la acción del ―beber‖ no es reconducible

a una simple exigencia natural ni satisface una necesidad igualmente

natural: no se bebe vino para saciar la sed. Por ello, una vez perdida

su antigua dimensión sagrada, una vez despojado de sus códigos

simbólicos, el vino se arriesga a sufrir la misma suerte que el tabaco,

hoy condenado y vetado, a pesar del peso económico y político de las


multinacionales, porque, despojado ya de toda dimensión ritual

significante, se ―prostituyó‖ con la invención del cigarrillo, como

constata en 1940 el antropólogo cubano Fernando Ortiz25.

El dato económico y sin duda altamente significativo, hasta el

punto de que en el siglo XXI la competencia entre los vinos ha dejado

de circunscribirse a la tradicional rivalidad entre vinos franceses,

italianos y españoles, con los que entraban a veces en competición

los vinos de la Mosella y del Rin, se ve superada por una nueva

guerra en la que se ven involucrados productores a escala planetaria,

de Sudáfrica a Australia, a Chile, California y Asia. Sin embargo lo

que queda claro es que la suerte y el futuro del vino no puede

desligarse de su consumo por así decirlo ―ceremonial‖, cargado de

valores simbólicos, bajo los que revolotean fantasmas mitológicos, y

de los que emergen los rituales que han acompañado su larga

historia. Si, no obstante, el consumo disminuyera, o bien los vinos

italianos, por ejemplo, no pudieran ocupar nuevos mercados, se

hablaría de pobreza o incluso de ausencia de una estrategia de

marketing, lo cual puede ser tildado cuando menos de reductor, pues

el vino no es un producto como los demás que se ubica en el espacio

de lo necesario y de lo cotidiano, como por ejemplo los cereales, sino

más bien en el de lo superfluo y por lo tanto de lo festivo.

No hay que buscar pues la singularidad del vino en las técnicas

productivas, refinadas cuando no refinadísimas, porque el vino no es

25
Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, La Habana, J.
Montero, 1940.
un producto como los otros y los expertos en marketing pueden

encontrarse en dificultad. Un poco como el libro, por cuanto puede

parecer paradójico y provocador: si un libro pierde el sentido, ¿quién

lo leerá? Y si el vino pierde su sentido, ¿quién lo beberá? Sin duda se

trata de un producto manufacturado pero se encuentra envuelto en

un triple complejo de funciones, no presentes en todos los demás

eventuales casos de productos comestibles. En primer lugar, se

caracteriza por una ―tecnofunción‖, porque participa de la esfera

tecnológica; en segundo lugar, responde a las connotaciones de una

―sociofunción‖, por formar parte de la dimensión social; y finalmente

resulta imposible separarlo de los rasgos de una ―ideofunción‖, que lo

sitúa inmediatamente en la esfera ideológica, donde opera en el

interior de un sistema de códigos simbólicos, que son fruto de las

síntesis operadas por el pensamiento y la inteligencia humana. Su

campo de acción –como el de Dionisio, el dios que se apoderaba de

las mentes de quienes trataban de ponerle obstáculos y que se

identificaba con el jugo exprimido de la uva- era el del espacio

simbólico, el código a través del cual el vino comunicaba y continúa

haciéndolo. El vino habla un lenguaje que viene de las profundidades

de nuestro ambiente, igual que el del alma; por lo tanto, cuando es

franco y generoso, permite vivir intensamente la condición humana. Y

puede que sea éste el próximo desafío del vino, invención humana

que, a diferencia de los demás productos alimenticios, a menos que

podamos considerarlo en una pequeña parte un alimento, siempre se


ha visto inscrito con distintas apelaciones en los anales de la historia,

al igual que su dios tutelar, Dionisio, polyonymos, el de los múltiples

nombres. Ya la Ilíada hablaba del vino de Pramno26, el más antiguo

de los vinos griegos, producido en la isla de Icaria, extraído de la

única uva que los griegos consideraban sacra. A su vez, el poeta

homérico, hablando del vino con el que Odiseo derrotó al Cíclope, lo

identifica con el nombre del lugar de producción, la ciudad de

Ismaro27, en la costa tracia del Egeo septentrional. En la antigüedad

griega y romana el vino había fundado de hecho su prestigio en el

plano de la cultura territorial, del cultivo. Un producto típico, un bien

cultural diríamos nosotros hoy, debe defenderse y valorizarse

jugando más que con su categoría clasificatoria del término ―vino‖,

con su diferencia, porque en realidad no existe el vino, sino los vinos,

todos diferentes tras sus distintas denominaciones, sus diferentes

apelaciones y las diversas connotaciones de sus características

específicas, como pueden ser sus varietales, sus viñedos, altos o

bajos, en fila, dispuestos en cordón, en gobelet, en espaldera… Las

características del suelo, del clima y del ambiente son decisivas por

los particulares matices de la uva, a su vez determinantes para la

calidad del vino, matices que configuran un vino distinto de los

demás, así como las viñas modifican y modelan el territorio, el

paisaje en el que se hallan, distinguiéndolo y caracterizándolo. La

26
Ilíada XI 639.
27
Marón, sacerdote de Apolo en la ciudad ciconia de Ismaro (o Ismara), fue
protegido, así como su familia, por Odiseo del saqueo. Marón le regaló un vino
dulce muy fuerte, con el que después lograría embriagar a Polifemo.
clasificación de los vinos V.C.C., I.G.T., V.D.T., D.O.C., D.O.C.G.,

V.Q.P.R.D.28, que establece una jerarquía cualitativa, implicando así

una vez más la diferencia, es sin embargo una pequeña operación

frente al número ilimitado de los nombres que individualizan los

vinos. Son nombres que evocan inmediatamente una tipología,

sabores, aromas, colores, pero además un territorio, una historia,

unos usos, unas costumbres, unos valores y en este sentido, también

unas tradiciones, que constituyen una capitalización de la

especificidad cultural. En realidad el concepto ―vino‖ se traduce

siempre por ‗los vinos‘, con sus particulares diferencias, de viñas y de

variedades de uva, con todos sus nombres: cabernet, cabernet

sauvignon, cabernet franc, pinot negro, barbera, nebbiolo, riesling,

sauvignon blanco, chardonnay, tokaji –denominación hoy prohibida

en Italia a pesar de que este vino deba su buena fortuna a Italia-, y

también burdeos, beaujolais, champagne, prosecco, brunello, chianti,

dolcetto, aglianico, codirosso, Sadi Saad,… y en el pasado, falerno,

cecubo, vino de Alba, de Sorrento, de Taso, de Pramno, de Priverno,

de Trifolio. Son pues los vinos y las viñas el último baluarte de una

historia y de civilización, o mejor dicho, de muchas civilizaciones,

contra la homogeneización de las costumbres y del consumo

impuesta por la globalización de los mercados. Puede que los vinos

australianos o californianos, sudafricanos o chilenos, privados de

28
En Italia, V.C.C.: Vino de Consumo Corriente; I.G.T.: Indicación Geográfica
Típica; V.D.T: Vino De Mesa (Tavola); D.O.C.: Denominación de Origen Controlada;
D.O.C.G.: Denominación de Origen Controlada y Garantizada; V.Q.P.R.D.: Vinos de
Calidad (Qualità) Producidos en Regiones Determinadas.
costumbres y de valores, de símbolos y de tradiciones, de

especificidad histórica y cultural, meros productos exóticos y

excéntricos para bebedores eurocéntricos, acaben por revelarse como

la última conquista de la capacidad civilizadora del vino. Pero también

puede que suceda lo contrario, que esos vinos sin historia acaben por

perfilarse como el enésimo ataque perpetrado por las autoridades de

la globalización y la homogeneización contra la diferencia y la

especificidad culturales –en términos agroeconómicos, contra los

―productos típicos‖-, con el fin de producir económicamente si no uno

solo, sí unos pocos tipos de vino, apenas diferenciados

cromáticamente, para venderlos en cantidades industriales. Aunque

este crimen aún se encuentra en el estadio de desafío, pues hoy por

hoy el cliente sigue buscando, aparte del vino de mesa, y a cambio

del suplemento que desembolsa, un suplemento de sabor, de

tipicidad, de placer.

En este sentido, la UNESCO ha decidido declarar Patrimonio

mundial de la humanidad ciertas regiones de viñas y viñedos, como si

fueran tesoros arquitectónicos, aunque de momento sólo hay siete 29.

De ahí que parezca necesario, para la supervivencia de los caldos,

que los vinos sigan estrechamente unidos a sus paisajes de origen.

Pero la tradición y la identificación con el terruño no debe acabar con

el concepto de arte, que debe presidir el buen hacer en el mundo del

vino como en el de la gastronomía.

29
Amalfi y Cinco Tierras en Italia, Saint-Émilion y el Valle del Loira en Francia, Alto
Duero portugués, Renania-Palatinado en Alemania y Tokaji en Hungría.
Y es que en el fondo la vinificación es un arte, como la cocina, y

el otro riesgo es la museización del vino, con un consumo reservado

para bolsillos elegidos, y con el consiguiente peligro de perder tras

este largo recorrido la dimensión simbólica dentro de la cual se ha

jugado toda la historia del vino, dimensión por otra parte que se ha

traducido siempre en un sistema normativo ético.

Hoy en día, pues, seguimos bebiendo vino, pero el consumo ha

disminuido. Las advertencias de buena parte de la medicina oficial, el

affaire del metanol en 1986 que provocó la muerte de una veintena

de personas y daños en la vista a unas pocas más, así como la más

reciente falsificación de vino brunello en 2008, o las nuevas fronteras

de bebidas transoceánicas, de la Coca-Cola a los superalcoholes, han

provocado una caída de las ventas, obligando a no pocos productores

a concebir nuevamente sus vinos bajo el signo de la calidad y de la

higiene. ―Higiene y calidad‖, además de ―educación en el beber‖, se

han vuelto consignas, con la esperanza de incrementar el consumo.

La estrategia de mercado no puede ser más sencilla ni transparente:

difundir una ―cultura del vino‖ porque se aprende a distinguir la

calidad, las diferencias que justifican su presencia o ausencia en

determinadas ocasiones y circunstancias, para apreciar la asociación

con los alimentos y consumirlo con moderación, con el fin, sin

embargo, de multiplicar los bebedores y aumentar así el consumo.

Objeto de una atención que responde a los parámetros de la

investigación científica y sobre todo de la aplicación tecnológica, el


vino emerge sin duda como obra del saber del hombre, un saber que

todavía hoy se halla en un equilibrio precario entre una erudición que

mineraliza el propio objeto y un conocimiento enológico que aspira a

definir el propio estatuto epistemológico de ciencia descriptiva de las

percepciones. Sus formulaciones pueden parecer esotéricas, con

expresiones como ―de muchos quilates‖, ―perfume característico‖, o

―bouquet intenso‖, alternando con otras como ―envejecido en botella‖

o ―envejecido en barrica‖, o también ―en acero y en botella‖, fijadas,

congeladas, cristalizadas, dejando poquísimo margen por desgracia al

registro cotidiano de los bebedores comunes. Sin embargo todo ello

nos devuelve al aspecto ceremonial del consumo del vino, a una

especie de acto ritual, que no induce a beber, sino a degustar, a

saborear con los labios, el paladar y el olfato. Y este aspecto ritual y

ceremonial implica también a un bebedor poco atraído por los

secretos de la ciencia enológica, pero que, sin por ello perderse en el

inmenso repertorio del saber oculto detrás de un vaso de vino, es

capaz de participar del rito que lleva a separar el vino para el

consumo cotidiano del vino para las fiestas, y a saber elegir los vinos

para las grandes ocasiones de la vida, para los momentos

importantes, para los brindis, para las carnes y para los pescados, e

incluso a saber que se puede combinar el pescado con algunos tintos

ligeros. Todas ellas cuestiones relativas más al degustar y al saborear

que al beber, por lo que al final puede afirmarse que ―el vino es el

espejo del hombre‖, como cantó Alceo entre los siglos VII y VI a. C.,
según el cual el único vino malo es el bebido por quien ignora el

límite y la medida, respetados mediante los mencionados frenos

inhibitorios, en pro de la sociabilidad y, si se quiere, de la seducción,

pero ésta desata la bête humaine.


La gastronomía en la antigua

Grecia a través de su literatura

M.ª José García Soler

Universidad de País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

El tema de la gastronomía, y en general todo lo que tiene que

ver con la comida y la bebida, está presente en la literatura griega

desde sus primeras manifestaciones. Encuentra su espacio incluso en

el relato homérico de la guerra de Troya, dentro de la hospitalidad

heroica y como elemento caracterizador que sirve de reflejo del

estatus de los héroes. Pretender analizar exhaustivamente esta

presencia en toda la literatura griega es poco menos que utópico, por

lo que se hace necesaria una selección. Por ello voy a proponer una

especie de «menú de degustación», centrada sólo en los «platos»

más significativos. Como primer paso habrá que decidir a qué

géneros se va prestar atención de un modo especial, cuáles son esos

«platos más significativos» que vamos a degustar, porque es

evidente que no en todos los géneros literarios está presente el

elemento gastronómico ni tampoco en todos se encuentra en la

misma medida.

Así, la tragedia hace alusiones a la alimentación sólo de forma

esporádica y incluso podríamos decir que en ella son prácticamente


inexistentes. Un caso excepcional es el de Las bacantes de Eurípides,

donde el dios Dioniso tiene un papel central, que justifica la presencia

de referencias al vino. Muy diferente es la situación de la poesía lírica,

en la que el simposio y el vino tienen una gran importancia; no en

vano, el banquete constituye uno de los entornos naturales de esta

poesía, en el que encuentra un marco ideal para su desarrollo. La

gastronomía tiene un papel todavía más destacado en la comedia,

que toma muchos de sus elementos de la vida cotidiana, por lo que

describe alimentos, escenas de mercado, banquetes e incluye entre

sus personajes a cocineros, glotones y parásitos. A veces todos estos

elementos se utilizan para transformar la realidad: así, en Lisístrata,

de Aristófanes, las mujeres van a prestar un solemne juramento

apoyándose en el sacrificio de una víctima, que no es, como de

costumbre, un animal, sino una jarra de vino de Tasos; en La Paz, del

mismo autor, la Guerra, convertida en personaje cómico, se dispone

a destruir a las ciudades griegas machacándolas en un mortero,

exactamente igual que como se hace para preparar el myttotós, una

salsa a base de ajo y otros ingredientes. Por otra parte, no se debe

pasar por alto la existencia de una literatura específicamente

gastronómica, muy poco conocida, en la que se incluyen obras de

carácter muy diverso, desde recetarios a poesía didáctica o paródica.

Por todo ello, me centraré de modo especial en la lírica y la

comedia, que van a ser, continuando con la metáfora gastronómica,

los platos principales de este menú que voy a ofrecer, precedidos de


un «aperitivo», la épica de Homero, y completados con un postre un

tanto especial, unas notas de literatura gastronómica, selección que

se justifica porque a partir del estudio de estos géneros –que

evidentemente no son los únicos a los que podemos recurrir– es

posible obtener un panorama suficientemente representativo del

papel que la gastronomía ocupaba en la obra de los antiguos.

Antes de pasar a un estudio específico de cada uno de estos

géneros, quizá resulte conveniente hacer una breve exposición del

tipo información que nos proporcionan. A través de la literatura

podemos conocer qué tipo de alimentos consumían, en qué

circunstancias, a veces cómo los preparaban e incluso si estaban bien

o mal considerados, si eran alimentos refinados o rancho de pobres.

La imagen de la dieta que nos ofrecen los textos es en esencia la de

una alimentación fundamentalmente vegetariana, con abundancia de

verduras, consideradas en general un alimento barato y poco

apreciado, y de legumbres, consumidas principalmente en purés,

como el étnos y sobre todo la phakê, citada con muchísima frecuencia

en la comedia. También era importantísimo el papel de los cereales,

principalmente la cebada y el trigo, de los que se obtenían diversos

tipos de harina, empleados en la preparación de gachas, tortas y

panes muy variados, con o sin levadura.

Una consideración bien distinta es la que tenían los alimentos

marinos, el gran amor de los epicúreos griegos, que despiertan


encendidos elogios en los comediógrafos. La variedad de mariscos

que se consumía era mucho mayor que en la actualidad, aunque

también entonces se preferían las ostras, las almejas, el pulpo, la

sepia, el calamar, y entre los crustáceos, la langosta, el bogavante,

las gambas, además de erizos de mar, actinias y holoturias. El

pescado, en algunos casos un alimento de lujo, era capaz de levantar

verdaderas pasiones e incluso de conducir a la ruina, como sucedía

con el atún, las anguilas del lago Copais, comparadas incluso con

diosas30, la lubina, el congrio y otras muchas especies.

En los textos aparece además la carne, sobre todo la de cerdo,

aunque no faltan tampoco las de buey, cabrito y cordero. Con

frecuencia se encuentra relacionada con el sacrificio, aunque sabemos

que, al menos en el caso del cerdo, era vendido corrientemente en el

mercado. Se preferían los animales jóvenes, más tiernos y jugosos,

así como los lomos y las patas, que se comían asados; las partes

menos nobles se cocían y se vendían ya preparadas en el mercado.

En cuanto a los intestinos y vísceras como el bazo, la vejiga o el

estómago, servían como fundas para salchichas, morcillas y otros

embutidos. Por otra parte, los griegos consumían también la carne de

una notable variedad de aves que capturaban empleando diversos

procedimientos (patos, perdices, francolines, tórtolas, palomas

torcaces y una larga serie de pajaritos como el gorrión, el papafigo, el

30
Cf. Eubulo, frr. 36 y 64 K.-A.; Anaxándrides, fr. 40 K.-A.; Antífanes, fr. 145 K.-
A.; Matrón de Pítane, fr. 534,38 SH.
pinzón o el hortelano), así como la de las de corral, además de los

huevos que obtenían de ellas; de la misma manera, de los mamíferos

aprovechaban la leche, que no bebían, salvo en casos excepcionales,

y consumían, en cambio, en forma de queso.

Las fuentes antiguas no dicen sólo qué se comía, sino que

hacen también referencia a las formas de elaboración, generalmente

con pocos detalles, y al momento en que se consumía el alimento en

cuestión, sobre todo si se situaba en los aperitivos o en los postres.

Entre los primeros están las aceitunas, el queso, los huevos, los

bulbos de nazareno y los mariscos; entre los segundos la fruta, los

dulces y frutos secos como las nueces, almendras, pistachos o los

piñones, que sirven de acompañamiento a la bebida, y algunos

postres menos «nobles» como las legumbres tostadas.

Por supuesto, tampoco faltan los datos sobre la bebida,

principalmente el vino, situado en general en un contexto bien

definido, el del simposio, aunque sabemos que no era la única

ocasión en la que era objeto de consumo, como dejan claro las

alusiones a la existencia de tabernas y a las maniobras poco

honradas de los taberneros en la venta de su mercancía 31. Los textos

antiguos ofrecen además una información bastante precisa sobre el

tipo de vino preferido por los antiguos, un tinto añejo y dulce,

preferentemente de islas como Lesbos, Tasos o Quíos.

31
Aristófanes, Tesmoforiantes 347-348, Riqueza 436. Teopompo cómico, fr. 66 K.-
A.
Este cuadro general aparece reflejado con más o menos detalle

en los géneros literarios sobre los que se basa el presente estudio.

Los ejemplos comienzan ya desde los primeros testimonios de la

literatura griega que han llegado a nosotros, los poemas homéricos,

que harán la función de aperitivo de nuestro particular menú. Es

evidente que en ellos la gastronomía no es la preocupación principal

del poeta, centrado más bien en presentar las hazañas de los héroes

que lucharon ante las murallas de Troya y los conflictos de los dioses

en el Olimpo, divididos en su apoyo a aqueos o troyanos. Pero sucede

también que Homero no se limita a mostrar escenas de batalla a su

auditorio, sino que enriquece su relato con toda una serie de detalles

sobre el mundo heroico. De hecho, la forma de alimentarse sirve para

establecer una diferencia entre los héroes y los hombres comunes,

así como entre los humanos en su conjunto y los dioses, que toman

néctar y ambrosía. En la épica aparece ante nosotros un mundo

idealizado, el de un pasado legendario en que los dioses se movían

por la tierra y estaban en estrecho contacto con los grandes héroes. Y

así como Homero utiliza un lenguaje solemne, que no podía

identificarse con ninguno de los dialectos hablados en Grecia en su

momento y que se acomodaba bien a un mundo de carácter

legendario, de la misma manera también sus personajes son

representantes de una raza especial, con una posición de prestigio en


su comunidad que se refleja, entre otras cosas, en su modo de

alimentarse.

La dieta de los héroes homéricos estaba compuesta

esencialmente por abundante carne asada, pan y vino. Las carnes

procedían de ovejas, cabras y, sobre todo, de bueyes y cerdos

cebados, que eran sacrificados según un ritual que se describe muy

bien en los poemas, cortados en trozos y asados en espetones, y

tenían un papel muy importante en las normas de la hospitalidad

homérica. Sin embargo, las características geográficas de Grecia nos

llevan a pensar que, al igual que las grandes hazañas en el combate,

también la alimentación descrita es una fantasía épica. Los datos

apuntan a que la base de la dieta cotidiana, tanto en el momento en

que se sitúan las gestas cantadas –la época micénica– como en

tiempos del propio Homero –hacia el siglo VIII a.C. –, debía de estar

compuesta por las mucho menos poéticas gachas de cebada, el puré

de legumbres y el pan sin levadura. Probablemente la frecuente

presencia de carne se puede explicar por su consideración como

símbolo de pertenencia a un elevado estatus social: cuanto mayor era

el consumo de carne, mayor era el prestigio que se derivaba de él.

Un papel similar tiene también el vino, como pone de manifiesto

Menelao cuando muestra el hecho de beber a expensas del pueblo

como una distinción (Ilíada XVII 250), porque los honores que se

reciben en un banquete representan el reconocimiento del valor en el

campo de batalla, constituyendo una especie de alabanza pública. Por


eso mismo, quien come y bebe bien de la misma manera debe luchar

bien, de manera que el orden en el combate debe corresponderse con

el orden en el banquete (Ilíada IV 258-260, XVII 243-251). Por otra

parte, tener vino es un signo de riqueza y ofrecerlo con generosidad a

un huésped es una muestra de magnificencia y de honor, de donde se

deriva el papel de primer orden que tiene en la hospitalidad heroica.

Homero ofrece las primeras descripciones del desarrollo de un

banquete arcaico, que volveremos a encontrar –pero ahí ya

perfectamente formalizado y con algunas características diferentes–

en la poesía lírica de los siglos VII y VI a.C. Muestra el modo de

beber en los tiempos antiguos e incluso ofrece lo que podría ser el

primer testimonio de la mezcla del vino (Ilíada IX 203) –fundamental

para su consumo en el ámbito griego–, aunque resulta demasiado

vago como para llegar a conclusiones definitivas. Por otra parte, en

los dos poemas se encuentran numerosas alusiones a lugares donde

abundaba la vid (Arne, Istiea, Epidauro…) y a algunos vinos en

particular, como el pramnio, que no deja de aparecer en los textos a

lo largo de toda la Antigüedad, el de Lemnos, descrito ya como objeto

de comercio (Ilíada VII 467-475), y el de Ísmaros, con el que Ulises

emborrachó al Cíclope (Odisea IX 196).

Sabemos también por Homero cómo transcurría la comida.

Frente a los usos de la época clásica, los personajes de la Ilíada y la

Odisea no se colocaban tendidos en lechos, sino sentados en sillas,

ante las que se ponían mesas pequeñas. La comida se servía sin


plato, directamente sobre el tablero de la mesa, por lo que éste debía

ser previamente lavado con esmero, en una operación que se

describe a menudo en los poemas. Asimismo, dado que tampoco se

usaban cubiertos, se ofrecía a los comensales útiles para lavarse las

manos.

Un hecho que llama la atención, en un pueblo abierto al mar

como el griego y más teniendo en cuenta cuál va a ser la situación

posterior, es que el pescado es para Homero un alimento indigno de

un héroe, sólo aceptable cuando no hay nada mejor. Así, en la Odisea

XII 325-332, después de varios días sin viento, agotadas las

provisiones, los compañeros de Ulises se ven forzados a cazar y a

capturar peces con los «curvos anzuelos», lo que hacen únicamente,

destaca Homero, porque «el hambre les roía las entrañas». Tampoco

forman parte de la dieta homérica los huevos ni la caza y parece

ignorar igualmente el uso del aceite para cocinar, aunque los poemas

mencionan, en cambio, el queso, los cereales, las legumbres, la

cebolla, algunos frutos secos y la miel.

Más fructífera puede resultarnos la aproximación a la

gastronomía a través de la poesía lírica (con la que nos situamos ya

en los siglos VII y VI a.C.), debido, entre otros factores, a su propio

carácter menos heroico y más humano, que favorece la entrada de

algunos aspectos relacionados con la vida diaria. Las alusiones a la

comida varían de unos autores a otros, tanto en carácter como en


número, y son especialmente frecuentes en un género que tiene unos

orígenes y unos temas muy populares, como es el yambo. Abundan,

por ejemplo, en Hiponacte, que en ocasiones les da un tono burlón,

como se ve en el fr. 26 West, sobre un joven que se ha comido su

herencia «a base de hembra de atún y myttotós», una salsa que se

cita frecuentemente en los textos. En Arquíloco encontramos diversas

alusiones al vino, aunque el autor más interesante es sin duda

Ananio, un poeta difícil de situar cronológicamente, aunque al parecer

fue contemporáneo de Hiponacte, hacia el siglo VI a.C. Entre los

pocos fragmentos que conservamos de Ananio uno resulta de enorme

importancia para la historia de la cocina, el fr. 5 West, que presenta

un verdadero «calendario gastronómico», en el que se van citando

diversos alimentos (sobre todo animales) con una referencia a la

estación del año en la que alcanzan una mayor calidad. De él

encontraremos ecos posteriormente en textos de todo tipo, desde la

comedia, en boca de personajes de cocineros, y la poesía

gastronómica hasta la dietética32, y constituye, sin discusión, el

primer ejemplo centrado expresamente en esta temática de toda la

literatura griega.

Una parte importante de la lírica arcaica gira en torno al vino y

el simposio, temas estrechamente vinculados entre sí y muy

presentes en autores como Alceo, Jenófanes o Anacreonte. Una parte

32
Epicarmo de Siracusa, fr. 51 K.-A. Arquéstrato de Gela, frr. 27,1-2, 31, 33, 34,1-
2, 35,1-4, 36,1, 37,1-4, 42,1, 45, 50,1 Olson-Sens. Hipócrates, Sobre el régimen
III 68, 2. Diocles de Caristo, frr. 182 y 183a 6 van der Eijk.
considerable de este tipo de poesía encontraba su marco natural de

difusión en el simposio. En él los hombres se reunían para beber vino

mientras conversaban sobre asuntos de actualidad, cantaban poesía,

bien compuesta para la ocasión o procedente de algunos repertorios

que circulaban en la época, y practicaban diversos juegos de

habilidad. En este contexto el vino se convierte a la vez en motor de

la reunión, haciendo más abierta y cordial la mente, más dispuesta a

hablar, venciendo la timidez y animando el ingenio, y en tema del

canto de los poetas. Dado que en el simposio el consumo de la bebida

en sí no era el objetivo de la reunión, junto a las repetidas

invitaciones de Alceo (frr. 38, 332, 335 y 346 Voigt) a beber sin

medida, abundan también las recomendaciones de moderación,

evitando caer en la embriaguez, que hace perder la moderación al

hablar y el decoro33.

Es evidente el gran interés que los poetas líricos arcaicos

muestran por el modo de beber en sociedad, poniendo de manifiesto

la profunda transformación producida desde los banquetes homéricos

hasta la forma tradicional de la cena clásica. Uno de los aspectos a

los que prestan una atención especial es el relativo a la mezcla del

vino con el agua34, característica distintiva del modo de beber

civilizado de los griegos. Por este medio se conseguía atemperar los

33
Teognis, 211-212, 413-414 475-510, 843-844. Jenófanes, fr. 1,17-8 West.
34
Anacreonte, frr. 24 y 33,3-4 Gentili. Alceo, fr. 346,4 Voigt.
efectos del alcohol, permitiendo evitar o retrasar la embriaguez y

prolongando así el placer de la velada.

A pesar de lo visto hasta ahora, el género que sin duda ofrece

un panorama más completo de la alimentación en la antigüedad

griega es la comedia, por su carácter popular, que hace que sea

particularmente explícita en detalles de la vida diaria a los que otras

formas literarias más elevadas no prestan atención. Hay que

comenzar señalando, sin embargo, que resulta imposible valorar el

papel real que la gastronomía tuvo en la comedia ática de los siglos V

a III a.C., sobre todo porque, salvo las obras de Aristófanes y algunas

de Menandro, conocemos este género sólo a través de fragmentos

que han llegado en papiros o por tradición indirecta –la fuente

principal con gran diferencia–, en la que, como es lógico, al

seleccionar el material influyen de manera decisiva los intereses del

autor que cita. En cualquier caso, parece que su presencia debió de

ser bastante amplia, lo que convierte a la comedia, sin ninguna duda,

en la mejor fuente para conocer la alimentación de la Atenas de la

época clásica.

En este género se encuentran reflejados prácticamente todos

los aspectos relacionados con la comida: la visita al mercado para

comprar los alimentos, con frecuentes alusiones a su estado o su

precio, en particular en relación con el pescado; la preparación de los

alimentos, con las recomendaciones de los cocineros e incluso con


algunas recetas (p.e. Aristófanes, Aves 529ss.); largos menús de

banquetes; y en general comentarios de todo tipo sobre las

características de determinados alimentos, la mejor época para su

consumo, su mayor o menor consideración, etc. También aparecen en

la comedia los nombres de algunos platos y salsas –como el

kándylos, de origen lidio, o la karýke y el myttotós, dos salsas de

sabor intenso, la primera muy especiada y la segunda a base de ajo–

así como numerosos términos (sustantivos, adjetivos y verbos)

derivados de ellos, y un abundante vocabulario de los útiles

empleados para preparar, servir y consumir los alimentos (hornos,

cuchillos, cazuelas y ollas, trípodes, etc.).

Según el panorama que muestra la comedia ática, el alimento

básico para los atenienses, como probablemente para la mayor parte

de los griegos de la época, era la mâza, una especie de torta o de

gachas (las fuentes a este respecto no resultan del todo claras y no

hay acuerdo entre los estudiosos) de harina de cebada, que se

preparaba de diversas maneras. Además se comía una gran variedad

de verduras, mucho mayor que en la actualidad, y legumbres, como

habas, guisantes o lentejas, sobre todo en puré, como el étnos, el

lékithos y sobre todo la phakê, hecha a base de lentejas, vinagre y

algunos condimentos y citada con muchísima frecuencia por los

comediógrafos. En cambio, la carne era cara y los pobres de la ciudad

sólo podían tomarla de vez en cuando con ocasión de alguna fiesta.

La de cerdo era algo más accesible y quizá por ello es la más citada
en la comedia; además los atenienses completaban sus necesidades

de proteínas con algo de caza menor –como liebres y diversos tipos

de pajaritos que podían capturarse en el territorio del Ática y se

vendían en el mercado–, los huevos de las aves de corral y el queso.

El pescado, citado con mucha frecuencia en los textos,

resultaba todavía más inaccesible que la carne para una buena parte

de la población, lo que hizo que también fuera un buen recurso que

dio mucho juego como elemento cómico. Así, la figura del pescadero

aparece acompañada de toda una larga serie de adjetivos tan

explícitos como «malvado», «maldito», «infame», «ladrón» o

«criminal», porque piden cantidades escandalosas y abusivas por su

mercancía, incluso cuando venden pescado en pésimas condiciones

(sin ahorrar toda clase de trucos para hacer que parezca mucho más

fresco de lo que es en realidad)35. En cuanto al precio, Alexis (fr.

204,1-4 K.-A.) declara su asombro ante el hecho de que no sean

ricos todos los vendedores de pescado, cuando cobran «impuestos

reales» por su mercancía, e incluso se llega a decir de una anguila

que cuesta más de lo que pagó Príamo por el cuerpo de Héctor

(Dífilo, fr. 32 K.-A.). Ello no impide que existan algunos individuos

auténticos apasionados por el pescado que, obviamente, son objeto

de burlas de todo tipo, porque son capaces de pelearse por adquirir

35
Aristófanes, fr. 402,8-10 K.-A. Antífanes, fr. 159 K.-A. Jenarco, fr. 7 K.-A.
un bello ejemplar o porque su paso por el mercado es como un ciclón

que arrasa con todo, sin dejar ni el más mísero ejemplar36.

No menos importante es el papel del vino en la comedia, donde

se encuentra presente con notable frecuencia y desde puntos de vista

muy distintos. Por una parte, los personajes ofrecen información

sobre los vinos más estimados y los que se consideraban un auténtico

tormento, como sucede con el de Corinto o el de la isla de Peparetos,

apto sólo para los enemigos37. En el extremo contrario se colocaban

los de Lesbos, Quíos y Tasos, perfumados y comparables con el

néctar y la ambrosía de los dioses38. A diferencia de lo que sucede en

la lírica, las alusiones al simposio no son demasiado frecuentes,

probablemente porque éste se sitúa en un ambiente aristocrático,

opuesto al ambiente más popular que reina en la comedia. En ésta el

consumo del vino aparece más bien relacionado con la taberna,

donde bebe la mayor parte de la población39. Independientemente del

lugar y las circunstancias, lo que sí se mantiene es la costumbre de

tomar la bebida mezclada con agua, de manera que también en la

comedia se dedican comentarios de todo tipo a esta práctica y las

proporciones de cada líquido, con una mayor variedad que en la

36
Antífanes, fr. 50 K.-A. Alexis, fr. 47 K.-A. Timocles, fr. 4,8-10 K.-A.
37
Alexis, fr. 292 K.-A. Hermipo, fr. 77 K.-A.
38
Aristófanes, frr. 225 y 364 K.-A. Alexis, frr. 276 y 278 K.-A. Clearco, fr. 5 K.-A.
Hermipo, fr. 77 K.-A. Eubulo, fr. 121 K.-A. Fililio, fr. 23 K.-A. Epílico, fr. 7 K.-A.
Antídoto, fr. 4 K.-A.
39
Aristófanes, Tesmoforiantes 737, Lisístrata 465-466.
poesía lírica y con una cierta propensión hacia mezclas más fuertes.

Esto que encaja bien con el amor al vino puro del que hacen gala

algunos personajes de la comedia, sobre todo aquellos que estaban

excluidos del simposio, como los esclavos, las mujeres y los bárbaros.

En este género los referentes gastronómicos tienen importancia

también en la metáfora y la imaginación cómica. Así, en Paz 236-254

la Guerra se presenta en escena como un cocinero que prepara una

salsa majando diversos ingredientes en un mortero. El efecto cómico

se consigue porque en lugar de utilizar los ingredientes habituales

(puerro, ajo, queso, miel) lo que tritura son varios de los estados

implicados en el conflicto (Prasia, Mégara, Sicilia y Atenas),

simbolizados por cada uno de los componentes de la salsa. Otro

ejemplo lo encontramos en un pasaje de Acarnienses (186-200), en

el que el comediógrafo emplea un vocabulario propio de la cata en un

contexto ajeno por completo al consumo del vino: el protagonista,

Diceópolis, harto de que no finalice la guerra que enfrenta a Atenas y

Esparta, decide enviar un emisario a esta ciudad para que pacte en

su nombre unas treguas personales; cuando éste vuelve y le ofrece

tres propuestas de periodos de paz de duración diferente para que

elija, Diceópolis los cata como si fueran vinos de distintas añadas,

antes de decidirse por uno de ellos.

En este repaso por el papel de la gastronomía en la comedia se

hace necesaria la referencia a un personaje que llegó a alcanzar la

categoría de tipo cómico, el cocinero, que interviene en muchas


escenas preparando comidas para bodas y banquetes, perfectamente

caracterizado como un charlatán, un embaucador, un pedante de

lenguaje sentencioso y, sobre todo, un perfecto bribón. En origen el

mágeiros era la persona que se encargaba de realizar los sacrificios

de los animales destinados a los dioses y después cocinaba la carne

de la víctima, que era consumida por los participantes en el ritual.

Poco a poco esta segunda función fue predominando sobre la inicial,

de modo que pasó de desempeñar sus tareas en un contexto sagrado

a hacerlo en otro profano. En Sicilia la afición al lujo de las ciudades y

las nuevas demandas de refinamiento crearon las condiciones para el

desarrollo de un grupo de individuos especializados a los que

podemos llamar con razón cocineros, que de allí pasaron a Atenas y

todo el mundo griego. La primera mención de la figura del cocinero

como personaje cómico aparece precisamente en un fragmento del

autor siciliano Epicarmo de Siracusa (fr. 98, 118 K.-A.), en la primera

mitad del siglo V a.C., aunque no empezó a alcanzar cierta entidad

hasta un siglo más tarde y sobre todo en la Comedia Nueva.

En un panorama sobre la presencia de la gastronomía en la

literatura griega, evidentemente no podían faltar aquellos géneros, en

prosa y en verso, que la tomaron como elemento central y que, a

pesar de los pocos restos conservados, debieron de tener en Grecia

un desarrollo considerable. Sus inicios se sitúan hacia mediados del

siglo V a.C., coincidiendo con el momento de mayor esplendor de


Atenas, que importaba de los lugares más diversos numerosos

artículos de consumo refinados, aunque la mayor parte de sus

representantes (como también los primeros cocineros) estaban

ligados a la Magna Grecia y Sicilia.

Entre la producción en prosa tenemos que citar lógicamente los

libros de cocina en sentido estricto, de los que conservamos algunos

breves fragmentos y los nombres de unos veinticinco autores,

transmitidos en su mayor parte por Ateneo de Náucratis, un autor de

finales del siglo II d.C. Entre ellos podemos destacar a personajes

como Miteco, a caballo entre los siglos V y IV a.C., tan relevante

como para haber sido citado en varias ocasiones por Platón

(República 403e 4-404e 5, 559a 11 ss., Gorgias 518b). Más tarde,

hacia el 100 a.C., destacaron Epéneto, del que se sospecha que pudo

ser tal vez un cocinero profesional, Glauco de Lócride, los dos

Heraclides de Siracusa y Hegesipo de Tarento. A este tipo de obras,

los primeros recetarios de la cocina europea, tenemos que añadir

algunos léxicos gastronómicos e incluso cartas como las que se

intercambiaban Linceo de Samos e Hipóloco, entre los siglos IV y III

a.C., describiéndose el uno al otro banquetes notables a los que

habían asistido.

Un caso especial dentro de la literatura gastronómica en prosa

es el de Los sabios del banquete, de Ateneo de Náucratis, que para

nosotros tiene el interés añadido de ser el medio principal por el que

hemos podido acceder a toda esta rica tradición culinaria. Escrito


hacia finales del siglo II d.C., presenta una imaginaria conversación

en el marco de una cena celebrada en Roma en la que los

comensales, pertenecientes a ámbitos muy diversos del saber, hablan

con gran autoridad del propio banquete, apoyando sus palabras con

numerosas citas procedentes de los campos más dispares, lo que

convierte la obra en una verdadera enciclopedia gastronómica.

Precisamente, una parte importante de ella está constituida por

catálogos sobre temas muy variados, relacionados siempre de alguna

manera con la comida y su entorno, que dejan la curiosa impresión

de encontrarnos ante una mezcla de diálogo literario y diccionario.

Unos se centran en los alimentos, como los dedicados a los

aperitivos, las frutas y verduras, los panes y pasteles, los pescados,

las carnes y las aves; otros se refieren a aspectos más generales del

banquete, como los tipos de copas o las plantas con las que se hacen

guirnaldas para los comensales o para decorar la sala; y junto a ellos

hay otros tan pintorescos como el de los grandes bebedores de vino,

el de los atletas glotones o el de las personas y los pueblos

excesivamente aficionados al lujo, entre los que no faltan los famosos

habitantes de Síbaris.

Es muy llamativo el número y sobre todo la variedad de las

fuentes que utiliza para las citas con las que ilustra cada uno de los

temas, situándose en la tendencia de amplios intereses eruditos que

caracteriza la época en que le tocó vivir. En esta línea se interesa

especialmente por escritos raros y ya poco conocidos en su tiempo,


que no han llegado a nosotros por tradición manuscrita, por lo que la

obra de Ateneo constituye una vía indirecta de enorme importancia

para el conocimiento de gran cantidad de escritores, especialmente

cómicos fragmentarios, historiadores de época helenística y

numerosos médicos y naturalistas, así como para la literatura

propiamente gastronómica, de cuya existencia sin él casi no

tendríamos constancia. Al manejar fuentes tan variadas, pone de

relieve un respetable bagaje cultural y también su propio escrúpulo

erudito en la exactitud al reproducir los textos citados, aunque es

probable que no toda ingente masa de obras la leyera directamente y

recurriera además a enciclopedias y compendios que circulaban en su

época.

Junto a las obras gastronómicas en prosa existió desde finales

del siglo V a.C. y sobre todo en el IV una floreciente producción

poética, concebida fundamentalmente como literatura de

entretenimiento. Esta poesía gastronómica muestra dos claras

tendencias de carácter muy diferente: una didáctica y preceptista,

que ofrecía normas sobre la preparación de los alimentos, además de

consejos sobre la época del año más adecuada para su consumo o el

lugar donde alcanzaba una mayor calidad, y otra de entretenimiento,

puramente descriptiva, que tenía como objeto no sólo la comida, sino

también el ambiente general en el que ésta se consumía.


El principal representante de la primera tendencia es

Arquéstrato de Gela, que en el siglo IV a.C. compuso un poema del

que se conservan sesenta y dos fragmentos de extensión variable,

transmitidos todos ellos por Ateneo de Náucratis como fuente única.

Al examinarlos la imagen resultante es la de una extraña combinación

de poema didáctico con temática gastronómica y guía de viajes,

donde, partiendo de los conocimientos adquiridos en su largo periplo

por el Mediterráneo oriental y la Magna Grecia, el autor recomienda

los alimentos más destacados de los lugares que va visitando y ofrece

indicaciones sobre el mejor modo de cocinarlos.

Pocos son los datos que tenemos sobre el autor y resulta

incierto incluso el título de la obra, ya que conocemos diversas

variantes, transmitidas todas ellas por Ateneo (I 4d-e, VII 278a). La

más frecuente es Hedypatheía, que vendría a ser algo así como La

buena vida o La vida agradable. Otras veces aparece citada como

Gastronomía, Gastrología, títulos bastante elocuentes por sí mismos,

Deipnología («La ciencia del banquete»), Opsología («La ciencia de la

cocina») y Opsopoiía («El arte de la cocina»). Varios de los nombres

son en realidad denominaciones de carácter genérico, por lo que no

se puede excluir la posibilidad de que la obra no tuviera un título

propio y por ello fuera conocida de diversas maneras, según los

autores que la citan. También ha sido objeto de controversia el

establecimiento de la ciudad de origen de Arquéstrato, que suele

identificarse con Gela o, con menos probabilidad, quizá con Siracusa.


Lo que sí parece seguro, al menos, es que era siciliano, hecho que

debe ser tenido muy en cuenta, por el importante desarrollo que en

la Antigüedad tuvo la gastronomía en el sur de Italia y en Sicilia, que

ofrecían el marco propicio para que surgiera una obra como la de

Arquéstrato.

En los fragmentos del poema que han llegado hasta nosotros,

llenos de consejos y preceptos de naturaleza gastronómica dirigidos a

dos amigos, Mosco y Cleaino (o Cleandro), el carácter didáctico queda

de manifiesto, entre otros hechos, por el propio tratamiento que

recibe cada uno de los alimentos, sobre todo pescados, que ocupan la

mayor parte de los versos conservados, con un esquema más o

menos fijo. En primer lugar señala la estación más propicia para su

consumo, luego el lugar donde se obtiene el de mejor calidad y

finalmente la receta que permite cocinarlo de la forma más adecuada,

reflejando sus dos grandes obsesiones, la calidad de la materia prima

y la sencillez en la elaboración. Son pocos los condimentos que

encontramos en sus recetas (aceite, sal, un poco de vinagre, en

ocasiones, y unas hierbas aromáticas), porque considera que la

cocina debe sacar a la luz las cualidades intrínsecas de los alimentos.

Arquéstrato es un cantor de la comida sencilla, pero con un punto de

vista muy aristocrático. Los alimentos que alaba son en general muy

apreciados y probablemente su público era un restringido círculo de

compañeros, capaces de apreciar los más sutiles comentarios.


A pesar de haber llegado a nosotros a través de una sola fuente

–no se ha conservado ningún papiro ni manuscritos medievales de

este texto de forma independiente fuera de la obra de Ateneo–,

tenemos buenas razones para suponer que el poema tuvo una

difusión y un éxito considerables en la Antigüedad, hasta el punto de

que se convirtió en blanco de las críticas de los filósofos40 y obligado

punto de referencia para todos aquellos que se ocupaban de

gastronomía, tanto en el ámbito griego como en el romano. Así

sucede en el caso de Ennio, uno de los padres de la literatura latina,

autor de un poema titulado Hedyphagetica, del que conservamos sólo

los versos transmitidos por Apuleyo en la Apología 39,2. De este

fragmento se puede deducir que el autor se encontraba muy cerca

del espíritu de la obra de Arquéstrato y que si no la tradujo, al menos

ciertamente la reelaboró, añadiendo al esquema de ésta sus propios

conocimientos personales, como se aprecia en la mención de diversas

localidades italianas.

La vertiente descriptiva la encontramos reflejada en Matrón de

Pítane, un poeta paródico que compuso también en el siglo IV a.C. su

Banquete ático, que se conserva casi completo, con algunas lagunas

no muy importantes debidas a la accidentada transmisión del texto.

En él describe en hexámetros una pantagruélica cena, con el objetivo

fundamental de divertir a su público, para lo que utiliza diversos

40
Cf. Crisipo de Solos, SVF III, p. 199, fr. 5, y Clearco de Solos, fr. 63 Wehrli.
recursos, entre los que destaca sobre todo el de la parodia, que

construye sobre la base del vocabulario, el estilo y el verso de los

poemas homéricos. Comienza, como todo poema épico que se precie,

con una invocación a la Musa y continúa después con numerosas

imágenes de carácter militar: el anfitrión es el general, que

acompañado de su lugarteniente –el parásito Querefonte– pasa

revista a las tropas; éstas están compuestas por los aguerridos

comensales, que rivalizan por cubrirse de gloria (y aún más por

conseguir los mejores bocados); incluso los pescados asumen el

carácter de héroes y hasta de diosas, como sucede con la anguila.

El procedimiento de composición, similar a la técnica del

centón, que combina y reutiliza materiales tomados de otras obras,

comporta algunos inconvenientes (incongruencias, repeticiones,

anomalías métricas, etc.), que sin embargo no influyen en absoluto

en el efecto cómico y divertido del poema. Su objetivo no era hacer

una obra refinada, como sucede con el poema de Arquéstrato, sino

dirigirse a un público amplio, por lo que tomó como punto de partida

un código accesible para todos. La mayoría de sus lectores conocían

perfectamente los poemas homéricos, que eran una parte

fundamental del sistema educativo y se estudiaban y aprendían de

memoria en la escuela. La consecuencia natural sería una asociación

mental inmediata entre las diversas partes del Banquete Ático y sus

correspondientes versos épicos, en la que el contraste entre el poema

y su modelo tendría un poderoso efecto cómico. Esta sería la función


también del lenguaje empleado, en general ridículamente elevado

para el tema que desarrolla, donde incluso los alimentos y los

participantes del banquete son citados con sonoros epítetos

mitológicos.

Por lo que sabemos, el poema debió de lograr sus propósitos y,

como el de Arquéstrato, también tuvo un cierto éxito en la

Antigüedad. Incluso es probable que haya servido como modelo para

algunos poetas griegos, sobre todo cómicos, y quizá también latinos,

como parece el caso de Lucilio, cuando en su libro V describe una

cena rustica. Otra cuestión es que la ligereza del tema hiciera que en

épocas posteriores no se estimara digno de gozar de una transmisión

fluida, a diferencia de lo que sucedió con otras obras consideradas

importantes, y acabara cayendo en el olvido.

Para terminar, de este velocísimo repaso a la literatura griega

queda como conclusión principal que el tema gastronómico tenía en

ella una importancia ciertamente insospechada, muy superior a lo

que normalmente se esperaría, que aflora de formas muy variadas y

con funciones también muy diferentes. Unas veces aparece como

motivo literario, y como ejemplo no tenemos más que recordar el

papel del vino en una buena parte de la poesía de época arcaica,

centrada en el simposio. Otras es el elemento distintivo de una época

mítica, como se aprecia en los frecuentes banquetes con carne asada

y vino con que se regalaban los héroes homéricos. Con más


frecuencia sirve de base para la sátira, como sucede en numerosos

pasajes de la comedia en los que se citan alimentos inalcanzables

para una buena parte de sus espectadores, un poco como sucederá

mucho tiempo después en la picaresca española del Siglo de Oro. Y,

por supuesto, nos ayuda a conocer mejor a los antiguos griegos, su

preocupaciones cotidianas, dotándolos de una humanidad que los

acerca a nosotros y nos los muestra llenos de vida todavía, a pesar

de los siglos transcurridos.

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¿El gusto es nuestro?

Juan Manuel Ibeas Altamira

Universidad de País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Extremada elección la de la abeja, y qué mal gusto el de una mosca, pues en un


mismo jardín solicita aquella la fragancia y ésta la hediondez.

Baltasar Gracián

A lo largo del siglo XVIII, el gusto por los productos de ultramar


sigue desarrollándose en toda Europa. De las mesas de Francia van
desapareciendo las especias, y el azúcar conquista los paladares.41 La
caña azucarera implantada en las Indias por los españoles desde
1500 arraigó con fuerza y su producción abastece los mercados del
viejo continente. Pronto se combina con otros sabores y así,
transformado en caramelo, se mezcla con lo salado creando los
sabrosos "praslines"42, las almendras garrapiñadas; pero sobre todo
se alía con el amargo de los estimulantes que conmocionan la época:
el té, el café y por supuesto el chocolate. Una bebida que se consume
bajo un sinfín de formas y con una gran diversidad de

41
Mientras que en China e India se cultivaba y se usaba como edulcorante desde
tiempos remotos, en el mundo mediterráneo, aunque se conocía y en algunos
lugares crecía espontáneamente, su consumo era puramente terapéutico. En el
siglo IX los árabes refinan el azúcar y llega a Europa por dos conductos: Venecia y
los árabes de España. Con las Cruzadas se vulgarizó su uso. Colón llevó la caña de
azúcar a Santo Domingo y Cortés a México. A partir de 1553, el azúcar que se
consumía en España se importaba de México.
42
El praline (originariamente se escribe prasline) se dice que fue nombrado así en
honor al soldado y diplomático francés Caesar, duc de Choiseul (1598–1675), cuyo
cocinero habría sido el primero en pensar y elaborar tan original y sabrosa
combinación. Según se cuenta, el cocinero, llamado Clément Lassagne, tras
retirarse del servicio militar, abrió el local denominado la Maison de la Praline, en
las afueras de Montargis (local que existe hoy en día), a 110 km al sur de París.
acompañamientos43 como nos explica en una de sus cartas desde
España, Mme d'Aulnoy (1650-1705), la escritora francesa de agitada
vida que recorrió varias cortes europeas a finales del siglo XVII y
principios del XVIII:

L'on présenta ensuite le chocolat, chaque tasse de porcelaine


sur une petite soucoupe d'agate garnie d'or, avec du sucre dans une
boîte de même. Il y avait du chocolat à la glace, d'autre chaud, et
d'autre avec du lait et des œufs. On le prend avec du biscuit, ou du
petit pain aussi sec que s'il était rôti et que l'on fait exprès. (...) et
l'on ne peut disconvenir qu'on ne le fasse ici meilleur qu'en France.

La francesa pronto constata que tantas variedades, tantas


preparaciones y recetas crean adicción al novedoso sabor en la
Península, lo que, según ella, tiene graves consecuencias en la salud,
al alterar los humores, particularmente cuando se asocia con otras
costumbres gastronómicas que aumentan la producción de bilis y
secan a las personas:

Il y a des femmes qui en prennent jusqu'à six tasses de suite, et c'est


souvent deux et trois fois par jour. Il ne faut pas s'étonner si elles
sont si sèches, puisque rien n'est plus chaud. Outre cela, elles
mangent tout si poivré et si épicé, qu'il est impossible qu'elles n'en
soient point brûlées.

Pero el chocolate no solo desequilibra los humores; los


desarreglos y desequilibrios también se aprecian en el físico (sobre
todo cuando se combinan con ciertos métodos de higiene que aún
hoy día siguen causando entusiasmo en ciertos ámbitos para sorpresa
de muchos extranjeros):

Leurs dents sont bien rangées et seraient assez blanches si elles en


prenaient soin; mais elles les négligent, outre que le sucre et le
chocolat les leur gâtent. Elles ont la mauvaise habitude, et les

43
En un principio era una bebida fría, amarga, picante y roja, pues le añadían chile
y achiote. Tras la ocupación hispana se aderezaría con azúcar, vainilla, ámbar y
almizcle.
hommes aussi, de les nettoyer avec un cure-dents, en quelque
compagnie qu'ils soient. C'est une de leurs contenances ordinaires.
On ne sait ce que c'est ici que de les faire accommoder par des gens
du métier; il n'y en a point, et, quand il en faut arracher, les
chirurgiens le font comme ils peuvent.

La relación de la energética bebida con lo pernicioso para el


cuerpo y para el alma obsesiona al viejo continente. Los teólogos del
siglo XVII se preguntan si era una bebida o un alimento, es decir si el
equívoco brebaje rompía o no el ayuno eucarístico. Pronto la cuestión
divide a media Europa (Francia, España, Italia y Portugal) y enfrenta
a los casuistas de las diferentes órdenes (principalmente a los
jesuitas con los dominicos de la Sorbona). La princesa de los Ursinos,
enviada especial de Luis XIV en la corte española, en una de sus
cartas a Mme de Maintenon (la que acabaría siendo esposa de Luis
XIV), rememorando su vida parisina, apunta:

Je me souviens d'avoir ouï chez moi des disputes entre des abbés
français et romains sur le chocolat, et ceux-ci y être prêts à accuser
les premiers d'hérésie, à cause qu'ils soutenaient que cette boisson
rompait le jeûne, quand les italiens assuraient qu'on en pourrait
même prendre trois ou quatre fois par jour sans contrevenir aux
commandements de l'église. On est dans cette opinion en Espagne,
et on n'a pas le moindre scrupule de suivre cet usage44.

El Papa es consultado sobre la cuestión que ocupaba arengas,


homilías, conciliábulos y congresos45, y finalmente zanja el
enfrentamiento tras leer el tratado del padre Brancaccio De usu et
potu chocolate diatriva de 1664, que daba la razón a los hijos de

44
Lettres inédites de Mme de Maintenon et de Mme la princesse des Ursins (1705-
1714), (T. IV), París, Bossange Frères, 1826, p. 472.
45
Pedro Mártir de Anglería envió al papa Clemente VII, en 1523, un informe
pormenorizado sobre el cacaotero y sus productos. Otro libro que reúne
información interesante sobre el nuevo cultivo es el de Girolamo Benzoni, que
recorrió entre 1542 y 1556 el Nuevo Mundo.
Loyola: apoyándose en Santo Tomás de Aquino, asegura que
"liquidum non frangit jejunium", es decir que el chocolate tomado con
agua no era más que una bebida, autorizando el consumo hasta los
días de penitencia46. Y como sabemos, Roma locuta, causa finita.
Madame de Sévigné, en una de las muchísimas cartas que
escribió a su hija, da testimonio de como la cuestión había calado
entre el público, y de su confianza en las muchas virtudes de tan
polifacética bebida, que le ayuda a digerir cuando come en exceso y
le da energías durante el ayuno, según le convenga en cada
momento:

J'ai voulu me raccommoder avec le chocolat: j'en ai pris avant-hier


pour digérer mon dîner, afin de bien souper, et j'en pris hier pour me
nourrir, afin de jeûner jusqu'à ce soir. Il m'a fait tous les effets que je
voulais, voilà de quoi je le trouve plaisant, c'est qu'il agit selon
l'intention. (lettre du 28 octobre 1671)

Sin embargo, como ya anunciaba, el miedo a lo dañino del


chocolate no se limitaba a lo espiritual, sino que se temía que pudiera
dañar la salud; y la Marquesa de Sévigné, como una verdadera 'mère
poule', escribe a su hija embarazada, muy preocupada, por si ésta
consumía el semilíquido en exceso:

Je veux vous dire ma chère enfant, que le chocolat n'est plus avec
moi comme il était, la mode m'a entraînée, comme elle fait toujours:
tous ceux qui m'en disaient du bien, m'en disent du mal. On le
maudit, on l'accuse de tous les maux qu'on a, il est la source des
vapeurs et des palpitations: il vous flatte pour un temps et puis
allume tout d'un coup une fièvre continue qui vous conduit à la mort.
(Lettre du 15 avril 1671)

Los vaivenes de su relación con la moda alimenticia se reflejan


así de un modo patente llegando al punto de que la futura abuela

46
Cfr. PALMA, Ricardo, Tradiciones peruanas, Sexta serie (1883), Barcelona,
Montaner y Simón, 1893.
llega a temer no ya por la adición de su hija, sino por la apariencia
del futuro nieto:

Dans l'état où vous êtes ma chère enfant, rassurez-moi, car je crains


les mêmes effets. J'ai aimé le chocolat comme vous savez, mais il me
semble qu'il m'a brûlée et de plus j'en ai entendu dire du mal. Mais
vous dépeignez et vous dites si bien les merveilles qu'il fait en vous,
que je ne sais plus que dire (...). La marquise de Coëtlogon prit tant
de chocolat, étant grosse l'année passée, qu'elle accoucha d'un petit
garçon noir comme le diable, qui mourut.

La Sevigné olvidaba, o no quería ver, que la moda de los


esclavos negros entre las damas, y no la del chocolate, era
probablemente la culpable de la apariencia del neonato.
También se temía que el amargor de la bebida pudiera servir
para ocultar los más virulentos venenos como apunta la historia de
celos que narra Mme d'Aulnoy desde España:

Il y a peu qu'une femme de qualité, ayant lieu de se plaindre de son


amant, trouva le moment de le faire venir dans une maison dont elle
était la maîtresse, et après lui avoir fait de grands reproches, dont il
se défendit faiblement, parce qu'il les méritait, elle lui présenta un
poignard et une tasse de chocolat empoisonné, lui laissant seulement
la liberté de choisir le genre de mort. Il n'employa pas un moment
pour la toucher de pitié (...) et il prit froidement le chocolat, et n'en
laissa pas une goutte. Après l'avoir bu, il lui dit: Il aurait été meilleur
si vous y aviez mis plus de sucre, car le poison le rend fort amer;
souvenez-vous-en pour le premier que vous accommoderez. Les
convulsions le prirent presque aussitôt. C'était un poison très-violent,
et il ne demeura pas une heure à mourir. Cette dame, qui l'aimait
encore passionnément, eut la barbarie de ne le point quitter qu'il ne
fût mort.

Las racionales Luces francesas domesticaron pronto el amargor,


así como las pasiones violentas, y sólo mirarán con malos ojos
(considerándolo "mauvais goût") los condimentos demasiado
rebuscados o excesivamente picantes47 heredados de una época ya
remota, en la que la conservación de los comestibles dependía de
ellos, cuando no la ocultación de sabores de alimentos no demasiado
frescos. Y es que el siglo XVIII francés, para hacer perdurar los
víveres, ya no requiere de pimienta, enebro, canela, jengibre o
salazones y busca sabores más sutiles y novedosos. Los españoles sin
embargo, como nos recuerda Mme d'Aulnoy desde una posada de
Irún, nada más cruzar los Pirineos48, adoran el picante y el ajo,
probablemente por influencia árabe, y se sumergen gustosos en eso
que los franceses consideran "mal gusto":

L'on me servit un grand souper que les galants Espagnols


m'avaient fait préparer; mais tout étais si plein d'ail, de safran et
d'épice, que je ne pus manger de rien; et j'aurais fait fort mauvaise
chère si mon cuisinier ne m'eut accommodé un petit ragoût de ce
qu'il put trouver le plus tôt prêt49.

Como vemos, la circulación cada vez más rápida de las especias


permite consumirlas con asiduidad, al tiempo que iban encontrándose
ingredientes nuevos e inesperados que se combinan bien, no sólo
entre sí sino también con los sabores tradicionales. España será, por
su situación geográfica y quizá por su carácter abierto, uno de los
países que acoja estos nuevos gustos con mayor entusiasmo.
Ingredientes como la patata, la vainilla, el maíz, el tomate o los
pimientos revolucionan los paladares hispanos. Mme d'Aulnoy nos

47
Cfr. Montesquieu, dans Encyclopédie de Diderot et d‘Alembert : Article "GOÛT"
48
Su Viaje por España pareció falso e inventado a Raymond Foulché-Delbosc, gran
especialista en literatura de libros de viajes, aunque otros críticos como Arturo
Farinelli, Storer, Mazon, el Duque de Maura y Agustín González de Amezúa lo
consideran cierto, por más que la baronesa exagerase con frecuencia, inventase en
otras ocasiones, adornase en otras lo que recordaba con bastante lejanía y en no
pocas ocasiones reelaborase informaciones indirectas ya de por sí sesgadas y
testimonios de otros viajeros.
49
AULNOY, Comtesse d', La Cour et la Ville de Madrid vers la fin du XVIIe siècle.
Relation du voyage d'Espagne, Paris, Plon, 1874, p. 12.
cuenta su descubrimiento en la corte de Felipe IV de alguno de estos
productos exóticos (en Aranjuez):

Nous déjeunâmes tous ensemble, et l'on voulut me persuader de


manger d'un certain fruit nommé pimento, qui est long comme le
doigt, et si violemment poivré, que si peu qu'on en mette dans la
bouche elle est tout en feu. On laisse tremper longtemps le piment
dans du sel et du vinaigre pour en ôter la force. Ce fruit vient en
Espagne sur une plante, et je n'en ai point vu dans les autres pays où
j'ai été.

Pero también se encontró por estos lares sorprendentes


costumbres pseudo-alimentarias a las que se refiere con desprecio en
sus cartas:

Il y en avait plusieurs qui mangeaient des morceaux de terre sigillée.


(...) J'ai voulu tâter de ce ragoût, tant estimé et si peu estimable;
j'aimerais mieux manger du grès. Si on veut leur plaire, il faut leur
donner de ces bucaros qu'elles nomment barros;

Efectivamente durante el Siglo de Oro y hasta bien avanzado el


siglo XVIII, la bucarofagia (comer barro) era una práctica bastante
extendida. Al parecer era una herencia árabe, ya que se ha
50
documentado dicha práctica en Bagdad en el siglo X . Esta arcilla51,
rica en mercurio, se consumía en forma de pastillas confeccionadas
con azúcar y ámbar, o comiéndola en forma de vasija mezclada con
agua, azahar o hipocrás (bebida a base de vino añejo hecha con
canela, clavo, nuez moscada, pimienta, ámbar, almizcle y azúcar de
pilón o miel). Bajo esta forma de vasija lo vemos en el cuadro de las
Meninas donde la menina María Agustina Sarmiento ofrece un búcaro
rojo bruñido de Tonalá en una bandejita de plata a la princesa

50
El Diccionario de la Real Academia y el Corominas aseguran que la palabra
"búcaro" es de origen mozárabe del mozárabe búcaro, y este del lat. pocŭlum, taza,
vaso.
51
Los más preciados eran los búcaros portugueses de Estremoz, muy vaporoso, y
los barros de Chihuahua (Méjico) muy finos y fáciles de masticar.
Margarita de Austria52. Las consumidoras de estos barros buscaban
conseguir el anhelado color pálido en la tez (aunque a veces se
ponían amarillas), ya que éstos producían una clorosis o anemia,
conocida en la época como opilación, a la que también se refiere Mme
d'Aulnoy:

Je vous ai dit qu'elles ont une grande passion pour cette terre, qui
leur cause ordinairement une opilation; l'estomac et le ventre leur
enflent et deviennent durs comme une pierre, et elles sont jaunes
comme des coings. (...) On dit qu'elle a beaucoup de propriétés. Elle
ne souffre point le poison, et elle guérit de plusieurs maladies.

La opilación53 era una obstrucción intestinal que provocaba una


supresión del flujo menstrual, con lo cual, podemos deducir que una
de las principales propiedades, más allá de las citadas por la viajera
francesa, era su función anticonceptiva. Tampoco era desdeñable su
alto poder alucinógeno, que permitía evadirse de la realidad y mitigar
el aburrimiento de la Corte. No es de extrañar por lo tanto que la
Iglesia, ansiosa como siempre por regular los paraísos artificiales y

52
La infanta Margarita comía barro porque sufría una regla muy abundante y esto
le hacía sangrar menos (¿?).

Está claro que por su edad no lo utilizaría como anticonceptivo, pero es conocido
que la Infanta sufría de una pubertad precoz, posiblemente padecía el síndrome de
Albright, que provoca una muerte temprana (murió con veintidós años). Este
síndrome se caracteriza por tumor tiroideo, bocio, talla corta y unas hemorragias
menstruales anormales, que haría de la ingesta de barro, uno de los remedios para
obstruir u opilar los conductos sangrantes.

53
Para curar la opilación los médicos prescribían a las jóvenes enfermas agua con
polvos de hierro. El medicamento se preparaba en casa; había que tomarlo por la
mañana, en ayunas, y dar a continuación un largo paseo para asimilar mejor el
jarabe, lo que se llamaba pasear el acero. Indica Covarrubias que "es enfermedad
ordinaria y particular de doncellas y de gente de poco ejercicio." En numerosos
textos la opilación es una excusa para disimular un embarazo, o para salir a dejarse
galantear por un pretendiente.
los terrenales, se inquietara por estas prácticas, de lo cual da fe el
siguiente comentario de la d'Aulnoy54:

Souvent leurs confesseurs ne leur imposent pas d'autre pénitence


que d'être un jour sans en manger.

En la literatura del Siglo de Oro abundan los ejemplos del


consumo de estas arcillas en las composiciones de diversos autores.
Por ejemplo en el soneto de Francisco de Quevedo A Amarili que tenía
unos pedazos de búcaro en la boca y estaba muy al cabo de
comerlos:

Amarili, en tu boca soberana,


su tez el barro de carmín colora (...)
Tú de sus labios mereciste abrazos:
presume ya de aurora, el barro olvida;
pues se muere, mi bien, por tus pedazos.55

O en El Acero de Madrid de Lope de Vega, donde encontramos:

Niña del color quebrado,


o tienes amor o comes barro56

E incluso en los poemas de Luis de Góngora:

Que la del color quebrado


culpe al barro colorado,
bien puede ser;

54
Hay una monja madrileña de la época que escribe cómo durante un año se
aficionó a ingerir ese material, vicio del que se libró, aunque hace hincapié en que ,
durante el tiempo que lo tomó, tuvo las más intensas experiencias interiores.
Confesaba «haber caído en la tentación de comer búcaro porque se lo vio comer a
la marquesa de La Laguna» y que el diablo la tentó, pero luego añadía la monja que
nunca había visto más claro al Altísimo".
SESEÑA, Natacha, «El gran afecto de Goya fue su amigo Martín Zapater», Diario
ABC, 19 de noviembre de 2006.

55

56
Lope de Vega: El acero de Madrid. Edición de Stefano Arata. Madrid: Castalia,
2000, pp. 30-31.
mas que no entendamos todos
que aquestos barros son lodos,
no puede ser.57

Pero volviendo a la visitante gala no parece entusiasmada con


la gastronomía de este lado de los Pirineos, y a lo largo de toda su
obra no deja de reflejar sus desencuentros con las costumbres
culinarias hispanas. A menudo no se trata de un problema de
materias primas, sino de la manera de cocinarlo y aderezarlo. Sus
críticas se dirigen contra los alimentos básicos, como el pan:

Le pain est fait de blé d'Inde que nous appelons en France blé de
Turquie. Il est assez blanc, et l'on croirait qu'il est pétri avec du
sucre, tant il est doux; mais il est si mal fait et si peu cuit, que c'est
un morceau de plomb que l'on se met sur l'estomac.

La carne:

Car, encore que le mouton y soit fort tendre, leur manière de le frire
avec de l'huile bouillante n'accommode pas tout le monde; c'est que
le beurre y est très-rare. Les perdrix rouges s'y trouvent en quantité;
elles sont un peu sèches, et, à cette sécheresse naturelle, l'on y en
ajoute une autre qui est bien pire; je veux dire que, pour les rôtir, on
les réduit en charbon.

También en forma de jamón, que aunque parece que es mejor que el


de Bayona (que en la época era de cordero) o el de Magencia, está
bastante mal preparado:

57
GÓNGORA, Luis de, Letrillas. Edición de Robert Jammes. Madrid: Castalia, 1980,
p. 55
On y servit aussi un jambon qui venait de la frontière du Portugal, et
qui était meilleur que ceux de mouton que l'on vante si fort à
Bayonne, et que ceux de Mayence. Mais il était couvert d'une certaine
dragée que nous nommons en France de la nonpareille, et dont le
sucre se fondit dans la graisse. Il était tout lardé d'écorce de citron,
ce qui diminuait bien de sa bonté.

O el pescado:

(...) En plusieurs endroits, on trouve de bon poisson, particulièrement


des bessugos, qui ont le goût de la truite et dont on fait des pâtés qui
seraient fort bons, s'ils n'étaient pas remplis d'ail, de safran et de
poivre.

Pero tampoco la forma de servir y presentar la comida resulta


soportable, pues a la costumbre del alimento especiado y
excesivamente aromatizado, se añade la pervivencia del servicio a la
francesa (en Francia ya se ha impuesto el servicio a la rusa): todos
los platos eran servidos a la vez, con la consiguiente acumulación de
olores y sabores intensísimos, que mareaban a nuestra delicada
francesa:
on nous servit ensuite le plus grand repas qui se pouvait faire, mais
tout était si ambré, que je n'ai jamais goûté à des sauces plus
extraordinaires et moins bonnes. J'étais à cette table comme un
Tantale mourant de faim, sans pouvoir manger. Il n'y avait point de
milieu entre des viandes toutes parfumées ou toutes pleines de
safran, d'ail, d'oignon, de poivre et d'épices.

Ya habla de ello en sus memorias el duque de Gramont (1659),


quien opina que aunque los españoles eran bastante sobrios en
general, en las comidas de ceremonia mostraban una magnificencia
extraordinaria, pero poco apetecible:

Le maréchal (...), fut dîner chez l'amirante de Castille, qui lui fit un
festin superbe et magnifique à la manière espagnole, c'est-à-dire
pernicieux, et duquel personne ne put manger. J'y vis servir sept
cents plats, tous aux armes de l'amirante: tout ce qui était dedans
était safrané et doré; puis je les vis reporter comme ils étaient venus,
sans que personne de tout ce qui était à table y pût tâter; et le dîner
dura plus de quatre heures. Le soir, il y eut un concert de voix et
d'instruments que ne valut pas mieux que le repas.58

El comportamiento de los comensales también deja bastante


que desear, y aunque Mme D'Aulnoy, elegante, no lanza una crítica
directa, sus comentarios al ver a un grupo de señoras mayores en
una especie de bufé libre de postres, son bastante elocuentes:

Nous fîmes collation chez la princesse; les femmes vinrent, au


nombre de dix-huit, tenant chacune de grands bassins d'argent
remplis de confitures sèches, tout enveloppées de papier coupé
exprès et doré. Il y a une prune dans l'un, une cerise ou un abricot
dans l'autre, et ainsi du reste. Cela me parut fort propre, car au
moins on peut en prendre et en emporter sans salir ses mains ni sa
poche. Il y a de vieilles dames qui, après s'être crevées d'en manger,
ont cinq ou six mouchoirs qu'elles apportent exprès, et elles les
remplissent de confitures. Bien qu'on les voie, on n'en fait pas
semblant. On a l'honnêteté de leur en laisser prendre tant qu'elles
veulent, et même d'en aller encore querir. Elles attachent ces
mouchoirs avec des cordons tout autour de leur sacristain. Cela
ressemble au crochet d'un garde-manger où l'on pend du gibier.

Pero a ojos del pueblo galo el mal gusto hispano llega más allá
de la mesa. Los graves ilustrados españoles, lejos de domesticar el
amargor, se sumergen en él provocando el estupor del resto de
Europa. El control tiránico de la Iglesia católica y de su censura
(encarnada en la implacable Inquisición), la inestabilidad social
general pese al gobierno algo más ilustrado de los Borbones, y la
crisis económica favorecen el amargo pesimismo de unos
intelectuales que sueñan con convertirse en franceses (como

58
Nouvelle Collection des Mémoires pour servir à l'histoire de France depuis le
XIIIème siècle jusqu'à la fin du XVIIIème (par MM. Michaud), t. VII, Mémoires du
Marechal de Gramont, Seconde Partie (1659), París, Éditeur du commentaire
analytique du Code Civil (Edouard Proux et compagnie), 1839, p. 317.
testimonia la figura del "afrancesado"). La amargura, tanto física
como espiritual, cubre el imaginario literario español y se convierte
en un brebaje que la dulce Europa no puede tolerar: ni el
culteranismo de Góngora59 ni el conceptismo de Baltasar Gracián y
Francisco de Quevedo60 encuentran un público receptivo más allá de
los Pirineos. En ambos casos el resultado era un estilo rebuscado y
picante que el paladar francés del XVIII no tolera, como vemos en
una de las Lettres Persanes de Montesquieu:

Vous pourrez trouver de l'esprit et du bon sens chez les Espagnols;


mais n'en cherchez point dans leurs livres: voyez une de leurs
bibliothèques, les romans d'un côté, et les scolastiques de l'autre:
vous diriez que les parties en ont été faites, et le tout rassemblé, par
quelque ennemi secret de la raison humaine.
Le seul de leurs livres qui soit bon est celui qui a fait voir le
ridicule de tous les autres.

Pero sin lugar a dudas donde mejor se aprecia la hispanofobia


gala es en las controvertidas entradas "Espagne" y "Pérou" de la
Encyclopédie méthodique (1782-1832) del geógrafo Masson de
Morvilliers, considerada en la península como un atentado al honor
nacional:

"Aujourd'hui le Danemark, la Suède, la Russie, la Pologne même,


l'Allemagne, l'Italie, l'Angleterre et la France, tous ces peuples
ennemis, amis, rivaux, tous brûlent d'une généreuse émulation pour
le progrès des sciences et des arts! Chacun médite des conquêtes
qu'il doit partager avec les autres nations; chacun d'eux, jusqu'ici, a
fait quelque découverte utile, qui a tourné au profit de l'humanité!
Mais que doit-on à l'Espagne? Et depuis deux siècles, depuis quatre,
depuis dix, qu'a-t-elle fait pour l'Europe?(...)
L'Espagnol est à-peu-près partout le même, un peu plus dégradé
cependant en Amérique qu'en Europe. A moins d'une secousse
violente qui tire ce peuple paralysé de son assoupissement, et lui
rende son énergie antique, il est à craindre que son caractère

59
Que busca el preciosismo y el artificio formal
60
Centrado en la condensación expresiva y el esfuerzo conceptual
physique et moral ne soit tôt ou tard aussi abruti que celui du
Péruvien.

Las réplicas no se hicieron esperar y toda una literatura


apologética florece por Europa bajo la pluma de españoles
expatriados y simpatizantes, como las Observations de M. l'Abbé
Cavanilles sur l'article Espagne de la nouvelle Encyclopédie del
botanista Antonio José Cavanilles aparecidas en París en 1784, las
obras Saggio apologetico della letteratura spagnola y Ensayo de una
biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos III
del jesuita Francisco Javier Llampillas (1784-1789), la Storia critica di
Spagna e della cultura spagnola de Juan Francisco Masdeu, o la
Réponse à la question Que doit-on à l'Espagne? Discours lu à
l'Assemblée publique de 26 janvier de l'an 1786 pour le jour
anniversaire du Roi (Federico II de Prusia, 74 años) del abate italiano
Carlo Denina, presentada en la Academia de Ciencias de Berlín.

En el desierto español, los intelectuales se revelan contra dicha


acusación de falta de gusto, y estimulados por estos opúsculos
multiplican sus vengativos alegatos de defensa. Pretenden corregir
las inexactitudes y errores del artículo, atacar al autor e incluso poner
en tela de juicio la veracidad y la buena intención de la Encyclopédie.
Así la Defensa de Barcelona de Mariano Berlon, aparecida en 1787,
condena esta obra no por su mal gusto, sino por su carencia total del
mismo:

¿Y esta es la sublime obra nacional que será el monumento mas


glorioso del siglo XVIIII? ¿Pues qué es lo que se debe á la Francia?
Por lo general una confusísima multitud de escritores copistas, sin
crítica, sin gusto, y sin conocimiento de lo que escriben, cuyo carácter
no es otro que la sátira, la maledicencia y la denigración de sus
mismos amigos.
La Oración apologética por la España y su mérito literario de
Juan Pablo Forner de 1786 ataca igualmente ese supuesto genio
literario francés:

Este es el genio del siglo. (…) Cuatro donaires, seis sentencias (…),
una declamación salpicada de epigramas en prosa. Cierto estilo
metafísico sembrado de voces alusivas a la Filosofía con que
quieren ostentarse filósofos los que tal vez no saben de ella sino
aquel lenguaje impropio y afectado, se creen suficientes para que
puedan compensar la ignorancia y el ningún estudio. Así lo hizo
Voltaire, y así lo debe hacer la turba imitatriz.

Y siguiendo la introducción de Bernardo Trevisano a las


Riflessioni sopra il buon gusto intorno le scienze e le arti de
Muratori61, Forner sitúa la invención de la expresión "buen gusto" de
su lado de los Pirineos:

La expresión de buen gusto nació en España, y de ella se propagó a


los países mismos, que teniéndola siempre en la boca e ignorando de
dónde se les comunicó, tratan de bárbara a la nación que promulgó
con su enérgico laconismo aquella ley fundamental del método de
tratar las ciencias.

Se ha discutido mucho a lo largo de los siglos sobre el origen


español o italiano de esta noción que emparienta el paladar con el
placer estético. El 'gustus' latino fue utilizado con una connotación

61
"Tal sentimento così bene accordato, e disposto, chiamarono alcuni un'armonia
dell'Ingegno; Altri dissero, che fosse il Giudizio, regolato però dell'Arte; Certi una
squisitezza di genio; Ma gli Spagnuoli più d'ogni altro nella Metafora perpicaci,
l'espressero con questo Laconismo fecondo, Buon Gusto."

TREVISIANO, B., "Introduzione all'Opera del Pritanio, cioè la Teorica del Buon
Gusto", en MURATORI, L. A., Riflessioni sopra il Buon Gusto. Delle Riflessioni sopra
il Buon Gusto nelle Scienze e nell'Arti, Venise, 1736, p. 79.
estética para la literatura por autores como Quintiliano 62, Plauto o
Cicerón, y posteriormente, la metáfora pasó a las lenguas romances
junto con el significado fisiológico. Menéndez Pidal63 señaló que Isabel
la Católica empleaba la expresión "de buen gusto" para referirse a un
hombre que gestiona bien sus relaciones sociales, actuando
correctamente y con maneras agradables. A partir de ahí el sintagma
pasaría a Italia y a Francia (donde la expresión "homme de bon goût"
se aplica pronto en el círculo cortesano).
Pero sin duda es de la mano del escritor conceptista Baltasar
Gracián (1601-1708), cuando la expresión alcanza todas sus
significaciones relacionadas no solo con lo social sino también con el
conocimiento y las artes. Para Gracián el buen gusto es una facultad
ligada al juicio, una capacidad para distinguir inmediatamente las
cualidades positivas y los defectos de las personas y las cosas, desde
el punto de vista moral, cognitivo y estético. Pero Gracián nunca
pierde de vista el referente de la metáfora sensual, como apreciamos
en El discreto (1646), donde subraya la importancia de estimular el
gusto con "sainetes", esa salsa que animaba los platos y los hacía
más apetitosos y que con el tiempo daría nombre a un género teatral
breve que también animaba las representaciones de ciertas obras
más largas:

Realce XXII

Cuando las cosas son selectas no cansa el repetirlas hasta siete


veces, pero, aunque no enfadan, no admiran, y es menester
guisarlas de otra manera para que soliciten la atención; es

62
Nam et urbanitas dicitur, qua quidem significari video sermonem praeferentem in
verbis et sono et usu proprium quendam gustum urbis et sumptam ex
conversatione doctorum tacitam eruditionem, denique cui contraria sit rusticitas.
Llámase primeramente cortesanía, por la que entendemos una conversación en la
que, ya por las palabras, ya por la pronunciación, ya por la propiedad se echa de
ver el aire y gusto de la corte y cierta erudición de la gente culta, a la que se opone
lo que llamamos rusticidad. QUINTILIEN, De l'Institution oratoire, 6.3.17.
63
MENÉNDEZ PIDAL, Ramón, "El lenguaje del siglo XVI", dans Cruz y Raya du
15/09/1933, réed. dans La lengua de Cristobal Colón y otros ensayos, Madrid,
Espasa-Calpe, 1958, 47-84, (coll. "Austral", p. 280).
lisonjera la novedad, hechiza el gusto, y con sólo variar de sainete
se renuevan los objetos, que es gran arte de agradar.
¡Cuántas cosas muy vulgares y ordinarias las pudo realzar a
nuevas y excelentes, y las vendió a precio de gusto y de
admiración! Y, al contrario, por escogidas que sean, sin este
sainete no pican el gusto ni consiguen el agrado.

Y también desarrolla en esta obra su teoría sobre el buen y el


mal gusto, igualándolos al grado de sazón y equiparando el segundo
a una enfermedad:

Un mal gusto todo lo desazona, y las mismas cosas excelentes por su


perfección, las malogra por su mala disposición; y haylos tan
exóticos, que siempre escogen lo peor, que parece que hacen estudio
en el errar; el peor discurso guardan para la mejor ocasión, y en la
mayor expectación salen con la mayor impertinencia, casándose
siempre con su necedad.
Extremada elección la de la abeja, y qué mal gusto el de una
mosca, pues en un mismo jardín solicita aquella la fragancia y esta
la hediondez.
Lo peor es que estos tales enfermos de gusto, (…) querrían pegar su
mal a todos los demás; (…) y aun se admiran de que su
desabrimiento no les sea sainete, y apetito su frialdad,
desacertadores en todo.

Efectivamente la huella de Gracián se hizo sentir por toda


Europa, como demuestran un sinfín de traducciones a varios idiomas
(ya en 1645 aparece El Héroe en francés como L'Héros du Laurens
Gracián, gentilhomme aragonois traducida por Nicolas Gervaise). El
escritor y político Joseph Addison testimonia en 1712 la importancia
de la figura de Gracián para los estudiosos del "buen gusto", del 'fine
taste':

Gracian very often recommends the fine Taste, as the upmost


Perfection of an accomplished Man. (...)Most languages make use of
this metaphor to express that faculty of the mind which distinguishes
all the most concealed faults and nicest perfections in writing. We
may be sure this metaphor would not have been so general in all
tongues had there not been a very great conformity between that
mental taste which is the subject of this paper and that sensitive
taste which gives us a relish of every different flavor that affects the
palate. Accordingly we find there are as many degrees of refinement
in the intellectual facility as in the sense which is marked out by this
common denomination. 64

Para concluir, cabe señalar que los franceses pronto olvidaron el


origen del gusto, del bueno y del malo, e impusieron su punto de
vista a toda Europa. Incluso los españoles del XVIII asumieron su
juicio, considerando la literatura barroca y "gongorina" como un
prototipo de mal gusto. Los barros y los búcaros de la mano de
Góngora dejaron de ser agradables al paladar.

Pero la venganza es un plato que se sirve frío, y hoy los franceses,


alineados a la cocina mediterránea por cuestiones de salud,
descubren, junto con los versos de Quevedo o las máximas de
Gracián, las películas de Almodóvar, el ajo, el aceite de oliva y el
pimentón. Aún les cuesta apreciar el azafrán o el café con leche a
todas horas. Pero todo se andará.

64
ADDISON, J., "Fine Taste", dans The Spectator, 409 (19 juin 1712); III, (éd. de
G. Smith), Londres/New York, 1958, p. 270.
Un alto en La Europa caníbal.

Juli Leal

Universidad de Valencia

Personajes: Juli Leal; Lydia Vázquez

¿Antropofagia o canibalismo?

Juli y Lydia, después de visitar el Departamento de Arte Africano del

British Museum de Londres, entran en la biblioteca del museo,

dispuestos a leer el Manifiesto antropofágico de Oswald de Andrade.

Después de la lectura, inician la conversación.

Lydia: Oswald de Andrade, en su Manifiesto Antropofágico de 1928

concibe la antropofagia no como una alteridad radical y

amenazadora, sino todo lo contrario, como un proceso abierto a

transformaciones dinámicas donde la identidad no es algo inamovible.

En contra la idea tradicional de la antropofagia como discriminación el

brasileño defiende la estrategia antropofágica como una práctica feliz


que implica la consumición de lo deseable con el fin de asimilarlo, y

de asimilarse a sí mismo.

Juli: Completamente de acuerdo. Prefiero considerar la antropofagia,

como lo hace Andrade, como una base antropológica que permite ver

la absorción del otro como un modo de aprovechamiento y no como

una antropoemia, un vómito del otro. Y estoy convencido de que la

cuna del auténtico canibalismo, de esa antropofagia, se encuentra en

Europa.

Lydia: ¿Antropofagia o canibalismo? Sería el momento de definir de

una vez estos dos términos que parecen sinónimos pero que no lo

son en absoluto. Caníbal es un término inventado por Colón en 1492

a partir del Arawak caniba, que designaba a los indios caribeños de

las Antillas. Caniba sería una variación de la forma en car que dio

caribe en español, caraïbe en francés, y cuyo significado sería en un

principio, ―prudente, valeroso y fuerte‖, aplicado a dicha etnia en su

lengua. Colón, en sus diarios de a bordo, anotó el 4 de diciembre de

1942 lo siguiente: ―había hombres con un solo ojo, y otros con

hocico de perro que devoraban a los seres humanos‖, Los monoculi y

los cinocéfalos reunidos para configurar una imagen híbrida, grotesca,

del caníbal.

Juli.: Pero la palabra. Nacida como un sinónimo de antropófago,

atributo aplicado a los Indios de este nombre, tomará rápidamente

(con Rabelais a la cabeza en Francia) un valor general, sin distinción

de origen. De ahí que siglo XVIII viera aparecer el término


canibalesco, que el siglo XIX asistiera al nacimiento de la palabra

―canibalizar‖ y ―canibalización‖, dos anglicismos derivados de to

cannibalize y cannibalization…

Lydia: Lo sé. Se utilizaron en el vocabulario de la Segunda Guerra

mundial como metáfora de la alimentación de una especie animal que

se nutría de individuos de la misma especie. En un principio se

emplearon para hablar de la reparación de aviones con piezas en

buen estado de aparatos ya obsoletos.

Juli: Entonces, caníbal es aquel que se alimenta de otro de su misma

especie, mientras que antropófago es el comedor de hombres, ya se

trate de un cerdo u otro hombre, que sería, en este caso, además,

caníbal.

Lydia: Exacto. Lo que resulta curioso, es que comerse al otro se

convierte muy pronto, desde el momento en que designaba más bien

en un imaginario que en un fenómeno de testimonio, metafórico, y

así, en el siglo XVIII se utilizaría anthropophage para definir a un

explotador, o sea, un verdugo de la época de la Revolución francesa…

Juli.: Así que el Capitán Haddock retoma en el sentido de

―Explotador‖ el término como una injuria en su interminable lista de

insultos entre "Canaque" (Canaco- Nueva Caledonia) y "Catachrèse"

(Catacresis)…

Lydia.: Si, es verdad…Lo que es sorprendente y que forma parte de la

magia de la lengua, es que el perro existe desde siempre en el

imaginario humano como un comedor de hombres, y del que


podemos formular una etimología caprichosa hasta llegar a

―Can.nibal‖, el animal canino devorador de hombres. Y si nos

referimos a un hombre, si devora carne humana, se convierte

asimismo en caníbal, es decir, perro, animal, bestia…

Juli.: En cualquier caso, si por ―antropofagia‖ entendemos una

costumbre alimenticia, asociada a tribus y otras sociedades humanas

primitivas, el término ―caníbal‖ reenvía en el imaginario popular a,

como diría Pierre Chaunu, ―un buen apetito‖.

Lydia.: Y a una cultura, a una tradición hecha por dioses y hombres

―notables‖ que han practicado el canibalismo, y que constituyen un

auténtico linaje canibalesco, desde los orígenes hasta nuestros días. Y

eso ocurre en Occidente, entre nosotros, no ―en otra parte‖, no en

tierra de los demás…

Juli.: Y yo diría que particularmente en la zona mediterránea…Incluso

que nace en las mitologías griega y latina, para Occidente, la figura

del caníbal. Los eslavos prefieren a los vampiros, y ambas figuras se

corresponden con el imaginario ―ogresco‖ del hambre…Quizás los

eslavos son mayores bebedores, por oposición a los mediterráneos,

mayores comedores…

Lydia: ¿Y los Celtas? ¿Acaso no había en Inglaterra una bruja llamada

Black Annis que vivía en una gruta de la colina de los Daneses, con

un enorme gato, cara azul y garras de hierro, que era caníbal?

Juli: Evidentemente en todas las leyendas, en todas las historias

míticas de las poblaciones humanas, el caníbal, el ogro, forma parte


de los personajes obligados. Desde que el hombre se hace carnívoro,

sueña que se come a otro hombre, conscientemente, empujado por el

hambre, o inconscientemente, puesto que cualquiera le puede servir

carne humana sin que él lo sepa, y también que se deje comer por

otro hombre tras su muerte, sin que pueda ―humanamente‖ hacer

nada en contra…En ese sentido el caníbal es una figura imaginaria

ancestral y universal.

Lydia: Y además el antropófago simboliza al Otro, la ―extrema

alteridad‖, como diría Lestringant, y también entre los Europeos, los

Mediterráneos, os Africanos o los Indios, puesto que para los ―otros‖,

otros caníbales para nosotros, habrá siempre os otros que serán

―Oros caníbales‖ para ellos. Es el mismo caso, en su época, de la

sífilis, o el del sida en la actualidad. La epidemia siempre procede del

―otro‖, como la enfermedad y el horror.

Juli.: En cualquier caso, lo que venimos a reivindicar aquí, es que

Europa es completamente caníbal, desde sus orígenes griego y latino,

mediterráneos, cristianos, y también celtas y otros, y no debemos

avergonzarnos de ello ya que trata de nuestra cultura, de una cultura

de la absorción, de la cohesión, de la asimilación, de la comunión…

Lydia: Mientras que en el imaginario negativo del antropófago,‖otro‖,

este hombre, si se le pude llamar así, es un monstruo, un bárbaro, un

primitivo, aquel que, en resumen, se sitúa más allá de lo social y de

lo cultural.
Juli. Ya ves que necesitamos a los caníbales. La excepción caníbal,

por encima del mito, al instituir el tabú antropológico, sacraliza al

caníbal. Hay dos etapas que conforman la constitución del mito

caníbal. La primera asocia el caníbal al caos, que desaparecerá con el

advenimiento del hombre civilizado, el que ya no se comporta como

un salvaje, es decir, aleatorio, pero que somete todos sus actos a un

sistema de reglas, de prescripciones, de leyes…Y la segunda, la que,

una vez estructurado el universo gracias al hombre civilizado,

conserva la imagen del caníbal asociada al caos, pero a un caos

dionisiaco, que permite al hombre civilizado legitimar el orden social y

moral.

Lydia: Es la razón por la que en la mitología griega son los hombres

los caníbales y no los dioses. Prometeo, hijo del titán Jápeto y de

Climena, hermano de Atlas, era un gigante cuyo poder aterrorizaba a

Zeus. Inteligente e inventor, creó de un bloque de arcilla y un poco

de agua al primer hombre. Como no quería dejar a su criatura

desvalida, fue a robar del carro de Helios una chispa que ofreció a los

hombres a su regreso a la tierra donde éstos habían multiplicado

durante su ausencia. A este primer desafío al todopoderoso padre de

los dioses, añadió otro: mató y despedazó un toro. Primero, extrajo

la carne, la médula, las entrañas, que cubrió con la piel del toro.

Después, separó los huesos, sobre los que derramó la grasa del

animal. Prometeo ofreció a Zeus atribuyéndose una parte, legando la

otra a los hombres. Zeus, atraído por la blancura de la grasa, eligió la


parte que sólo envolvía los huesos. Aunque Prometeo hubiera querido

favorecer a los hombres y engañar a Zeus, aquello provocó todas las

desgracias humanas. A partir de entonces, la división de los dos

universos fue definitiva y el destino de los hombres se decidió: fueron

condenados vivir de la carne, y el aroma bastaría a los dioses. El

materialismo del hombre, su proximidad al animal, se inscribió así en

el mito de los orígenes del hombre y de sus relaciones con la

alimentación. Si comemos carne humana, es apreciada, y somos

medio animales, ¿Cómo no caer en al canibalismo?

Juli: Sin embargo, hay dioses caníbales, fundadores del mito caníbal.

Dionisos, hijo de Zeus y de Sémele que fue asesinada por la cólera de

la celosa Hera. Hermoso, con cara de niño, con cuerpo de racimo

carnoso, su culto se funda en la manía, el furor, locura, de la que

Hera había hecho su atributo. Por su manía, Dionisos y sus adeptos

abolían las fronteras entre lo animal y lo humano. Lo dionisiaco se

caracteriza por la homofagia, la aleofagia y la antropofagia. Y si Zeus

decreta la prohibición del canibalismo, es sin duda porque casi dejó

su vida en ello. Urano predijo a Cronos que sería destronado por su

hijo. Por tanto, Cronos devoraba a todos sus hijos cuando nacieron.

Hestia, Hera, Démeter, Poseidón y Hades. Cuando Rea, la mujer de

Cronos, quedó embarazada por sexta vez, fue a pedir consejo a Gaya

para salvar a ese niño. Gaya aconsejó a Rea que sustituyera al niño

por una piedra camuflada dentro de ropa blanca. Cronos, voraz, no

se dio cuenta de nada… Este sexo niño, que fue criado en una colina,
entre ninfas alimentado por la cabra Amaltea, se llamó Zeus. El

mismo Zeus que dio una poción vomitiva a Cronos para hacerle

vomitar a sus hermanos y hermanas, tal como sucedió, y que reinaría

sobre el cielo y la tierra.

Lydia: Igual que en la Biblia. El hombre, frente a Dios, con el que

cohabitaba antes del pecado original, se convierte en culpable antes

de convertirse en carnívoro, y, como comete una falta. Será

expulsado del paraíso y se verá obligado a comer carne, y a matar

para sobrevivir…Comer supone asimilar lo que se come, no hay que

devorar cualquier cosa, y sobre todo no importa a quien. De ahí que

algunos historiadores de la alimentación, opinen que las leyes derivan

de la alimentación, sin la cual, no existirá la necesidad. Pero, sin duda

será la Eucaristía la que consagrará el canibalismo, a la vez que la

unión entre hombres y dioses, puesto que al comerse a Dios y beber

su sangre, su esencia corre por nuestras venas, y entra en comunión

con nosotros.

Juli.: La religión cristiana reúne de alguna manera a los caníbales y a

los vampiros para ennoblecerles, para divinizarles. Pero en la historia

de la humanidad, parece ser que no son los europeos los primeros

caníbales, ni los americanos, ni los africanos, sino los asiáticos. El

canibalismo se remontaría a la época del homo erectus de

Zhoudokian, el sinántropo más conocido como el ―hombre de Pekín‖,

y que debe tener unos 800.000 años, según los especialistas.


Lydia: ¿Y qué razones permitirían justificar ―culturalmente‖ el

canibalismo? Las hay que justifican un canibalismo alimenticio,

relacionado con la miseria, con la hambruna, pero cargado de

consecuencias morales…

Juli: No olvides el canibalismo gastronómico, ya que existe: y el

canibalismo guerrero: parece ser que la persona que se come el

cadáver de su valiente enemigo adquiere sus cualidades.

Lydia: A veces era todo lo contrario. Devorar al adversario permitía

comerse su alma, de hacerle desaparecer por completo, de anularle,

o bien a animalizarle, de despersonificarle, convirtiéndole en pieza de

carnicería.

Juli: Es lo que se ha llamado siempre el canibalismo por venganza. Y

existe también un canibalismo sagrado, para invitar a los dioses o

evocar a los ancestros, un canibalismo de lo judicial, sirviendo para

restablecer el orden social, incluso un canibalismo erótico…

Lydia, ¿Y a quién se devora? Parecería que los niños son los más

tiernos…

Juli: Evidentemente, hay todo un imaginario sobre la ternura de los

individuos y de las partes humanas. El niño era más tierno antes de

los 10 años, las mujeres lo son más que los hombres, pero estos

estaban más sabrosos, y aquellas, más insípidas… a veces se comía a

los cadáveres de sus parientes, dentro de un pensamiento económico

caníbal.
Lydia: Sí, resulta divertido, hay un libro que se llama Del arte de

aderezar los hombres…

Juli.: Ah, si. Son historias caníbales, cuentos muy graciosos,

presentados por Jean-Pierre Coffe…

Lydia: Cuando vi ese título pensé en Ginette Mathieu y su Arte de

aderezar las sobras…Se come a los hombres para no dejar ni las

sobras…

Juli.: Algo de eso hay. Se come a los parientes difuntos, los viejos o

los enfermos…De hecho, hay individuos ―consumibles‖ e individuos

―Prohibidos‖. Uno se puede comer a sus parientes, sus vecinos, sus

enemigos a sí mimo. En general. Podríamos hablar de

―exocanibalismo‖ y de ―endocanibalismo‖.

Lydia: En nuestra historia ha habido caníbales notorios: Heliogábalo,

el emperador romano del que habla Artaud, fue un caníbal

gastrónomo y sádico a la vez: sacrificaba niños, preferentemente

guapos y nobles, y, sobre todo, que tuvieran padre y madre, para

que el dolor fuera más intenso, en honor a la divinidad de Baal.

Bataille habla de Gilles de Rais, el noble francés del siglo XV, que
habría abusado sexualmente de niños, para matarles en el acto y

devorarles después.

Juli: La condesa de Bathory, en el año 1610 fue sorprendida en un

baño de sangre: epiléptica, megalómana, disfrutaba desmembrando

los cuerpos de sus criadas. Sadismo, eventración e ingesta de partes

corporales constituían su pasatiempo favorito. 650 jóvenes fueron

asesinadas para satisfacer sus exigencias.

Lydia: Y en tiempos de Luís XV, según Barbier, hubo un príncipe

leproso que hacía criar niños en París para matarles y así poderse

bañar en su sangre ya que existía la creencia de que la sangre

humana ―sana‖, pura, o sea, de un niño, curaba la lepra, y las

enfermedades de la epidermis en general.

Juli: Es que la carne humana posee desde siempre virtudes ―mágicas‖

para los caníbales, ya sean espirituales, puesto que se absorben los

valores del otro, afectivas, puesto que se enamoran del otro, ya sean

medicinales, ya que uno se cura gracias al otro. En África, la carne

humana era considerada un afrodisíaco, y su ingesta, durante la

comida, conducía al más enloquecido frenesí sexual.

Lydia: Es cierto. Toda excusa es buena para satisfacer uno de los

deseos ―instintivos‖ de la humanidad. Según Freud en su Porvenir de

una ilusión, el canibalismo sería uno de esos tres deseos, junto al

incesto y la muerte, cuya prohibición sería constantemente renovada

a través de la educación de cada niño.


Juli: Mondher Kilani, antropólogo y profesor en la Universidad de

Lausanne, decía que el canibalismo, antes de ser un modo de comer,

es una manera de pensar en las relaciones sociales…

Lydia: Y hay que pensar en todas la prácticas médicas y cosméticas

que se derivan de ello. Las cremas de belleza a base de placenta

humana sólo se han prohibido recientemente, y porque provocaban

un el tráfico ilegal a base de placentas.

Juli: Sin hablar de los huesos pulverizados que se mezclan con vino y

que poseerían mil virtudes. La grasa humana de la que se extrae

jabón es un clásico.

Lydia: El sudor de los muertos sería bueno para las hemorroides, el

líquido del cerebro humano un buen remedio contra la epilepsia…Las

virtudes se acentúan si el difunto ha muerto en circunstancias

―brutales‖, es decir, rápida y accidentalmente.

Juli: De hecho, podemos preguntarnos donde está el límite del

canibalismo, si devoramos, es canibalismo, si engullimos, por razones

terapéuticas, ¿Ya no lo es? Entonces podremos hablar de

prohibiciones culturales, de límites convencionales, de hipocresía…

Lydia: En cuanto a la hipocresía, estoy de acuerdo. De hecho, lejos

de tener pruebas de las Islas Caribe, parece ser que los europeos

fueron los primeros que devoraron a sus compañeros de armas.

Juli.: Somos falsos, en efecto, desde el momento que denunciamos el

canibalismo mientras que nosotros mismos también somos caníbales,

o, por lo menos voyeurs del canibalismo supuestamente ―ajena‖. No


hay más que ver esos documentales- escándalo italianos cuyo

prototipo sería Mondo Cane de Cavara y Jacopetti (1962).Este film –

patchwork de un pseudo-realismo ―Insoportable‖ se basa en una

sucesión de secuencias impactantes en que los resortes

fundamentales son la sangre y el sexo, y donde también aparecen

escenas de antropofagia. Especialidad italiana, lo que se ha dado en

llamar el Mondo su marcha perfectamente durante algunos años más

(Habrá como unos cien ejemplos); esta tendencia voyeurista se

prolongará hasta la serie en los años 70 Frente a la muerte.

Juli: ¡Vaya con esta Europa caníbal!

Lydia: Vámonos a hartarnos ahora al Restaurante Carnívoro. Se

parece mucho al célebre, del mismo nombre, de Pretoria, un

restaurante africano excelente donde sólo se puede comer distintas

clases de caza, en pinchos, servidos sobre espadas Massaï, asados

sobre carbón de leña.


El imaginario de la alimentación en Hugo

Lydia Vázquez

Universidad de País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Cuando consulté a los grandes hugolianos, como se llama en

Francia a los especialistas de nuestro gran escritor, sobre la relación

de Víctor Hugo con la comida y la bebida, con la gastronomía, la

respuesta del más reconocido quizá de entre ellos, Guy Rosa,

representante del Groupe Hugo de la Universidad de París VII, fue de

lo más cordial pero al mismo tiempo franca y contundente: Víctor

Hugo y la gastronomía es, más que una paradoja, una pareja

imposible. Pero su explicación produjo en mí la fascinación del

oxímoron: Víctor Hugo despreciaba tanto la gastronomía, era tan

insensible a las delicadezas y refinamientos de la mesa que se comía

las naranjas sin pelar y, para regocijo de sus nietos, mezclaba en el

mismo recipiente el primer plato, el segundo, el queso y el postre y

se lo comía todo a la vez y bien revuelto.

Una persona que actuaba así, me dije, daba mucha más

importancia a la comida de lo que aparentaba. Algo había leído en su

libro Cosas vistas (1849-1885), donde Víctor Hugo hace de reporter

de su siglo, sobre sus manías alimenticias. Le encantan los caballos

pero odia la carne de caballo, afirma contundente el 2 de febrero de

1871, porque la digiere mal, no por otra cosa, precisa además el


buen hombre. No me parecía ésa razón suficiente para tacharle de

falta de sensibilidad gastronómica. ¿Quizá veía en los alimentos un

rival del papel y la pluma en un mismo espacio vital? No lo creo,

sinceramente. Al fin y al cabo, fue un hombre que se imaginó, al

menos ese es el comentario que se le atribuye, como un filete digno

de ser devorado por las mujeres.

Así que esa actitud provocadora, ―antigastronómica‖ que

exhibía, precisamente en el siglo de los grandes gourmands y

gourmets, no podía ser ni natural ni casual. Alejandro Dumas,

contemporáneo y amigo de Víctor Hugo, padre de los tres

mosqueteros, del conde de Montecristo y de la dama de las camelias,

fue además autor de un diccionario de gastronomía que aún hoy

sigue reeditándose. Su mesa fue célebre tanto por la cantidad

increíble de comida y bebida que en ella se servía, como por la

calidad de vituallas y caldos que los exquisitos y selectos invitados

degustaban.

No es de extrañar que el autor de Los Miserables y de Nuestra

Señora de París, el escritor de todas las miserias y el defensor de

todas las causas perdidas, se indignara ante tal exhibición de lujo

cuando el pueblo francés, el pueblo de París no tenía ni unas migas

de pan que echarse a la boca.

Su odio hacia quienes sólo parece importarles el ―comistrajo‖ es

tal, que en su obra William Shakespeare, donde elabora una lista de

genios europeos, y a pesar de citarlo como tal pone verde a Rabelais.


Inventor de la ―tripa‖, ―ventripotente‖... genio que sucumbió ante la

tentación de ―la serpiente que llevamos dentro todos los hombres, el

intestino‖. Entre la palabra divina y los placeres diabólicos de la

mesa, Víctor Hugo decide hablar y escribir, y hacerlo para criticar a

los amos del mundo, ogros insaciables: ―Comed, pues, amos, bebed y

acabad de una vez‖.

Pero, como decía antes, su posición de hijo de general Grande

de España, él mismo Par de Francia, su comportamiento de gran

burgués, su gusto por las delicadas antigüedades y las hermosas

casas, su aspecto distinguido y siempre impecable, parecen

hermanarle con un Balzac para quien la distinción reside también en

el buen comer.

De hecho socialistas, anarquistas y panfletarios de su época

criticaron al gran hombre precisamente por eso. Paul Lafargue,

contemporáneo suyo, en prisión por alterador del orden en Sainte-

Pélagie justo cuando Francia organiza unos funerales a Víctor Hugo el

1 de junio de 1885 como nunca se habían visto ni se verán en

Francia, escribe su virulenta Leyenda de Víctor Hugo. En el mismo

momento en que se entierra con grandes honores al poeta defensor

de los miserables, el pueblo de París admira el boato del ceremonial y

Lafargue se indigna ante tanta alabanza del Poeta de los pobres,

cuando él vivía rodeado de todo tipo de lujos, incluidos los

alimentarios.
No obstante, creo que donde algunos han querido ver una de

tantas contradicciones en un hombre más oportunista que literato, no

hay más que una convivencia entre las ideas generosas de un gran

hombre y su mentalidad, legítima, de buen vividor, que de hecho

compartió con muchos de los escritores de su época, mucho menos

criticados que él.

Pero volvamos al tema de la mesa en Víctor Hugo, en sus

escritos. Porque en las obras de Víctor Hugo la comida y la bebida

están muy presentes, prueba de que el autor no era en absoluto

indiferente a ellas. En Los Miserables, Jean Valjean, el protagonista,

ha pasado diecinueve años de trabajos forzados por romper el

escaparate de una panadería y robar pan porque no tenía qué comer.

Cuando se incorpora nuevamente al mundo, a la sociedad, lo hace

llamando a la puerta de casa del obispo para mendigar algo que

llevarse a la boca porque tiene hambre. El buen obispo comparte sus

suculentos manjares con el convicto que, no obstante, huye de su

casa con la cubertería de plata. Nueve años después, nuestro

protagonista se entera de que han arrestado a un vagabundo que la

Justicia toma por Jean Valjean, y de que lo han hecho porque era ―un

hambriento‖ al que habían detenido por robar manzanas.

Entretanto, la madre de Cosette, antigua trabajadora de la

fábrica de Jean Valjean, que se ha convertido en un próspero

empresario y alcalde de su pueblo, cae enferma de tuberculosis por

no comer, ya que tiene que enviar todo su dinero a la familia que


cuida de su hija. Jean Valjean se ocupa de ella, comparte con ellas

comidas al sol para devolverle la salud, pero al final muere. Cuando

Jean Valjean va a recuperar a Cosette, según el expreso deseo de su

madre, se encuentra a ésta como una auténtica cenicienta, mal

vestida, esclava de la familia Thénardier y muerta de hambre. La

casa es un albergue y Jean Valjean, antes de darse a conocer, pide

de comer ―pan con queso‖, a pesar de llevar encima gran cantidad de

dinero. Los posaderos extrañados de la frugalidad del imponente

comensal, le insisten: ―¿Sólo eso? Tenemos estofado...‖ El estudiante

y revolucionario Mario, el enamorado de Cosette, no come

prácticamente nada, y no lo hará hasta que no puedan hacerlo las

gentes de París, que viven en la miseria más absoluta. Mario lucha

por dar pan al pueblo.

En esta obra se define la actitud de Hugo ante la mesa. El buen

comer y el buen beber son propios de buenas gentes, siempre y

cuando se repartan y no sean el privilegio de unos pocos. La comida y

la bebida compartida del obispo, los manjares compartidos por Jean

Valjean y la madre de Cosette primero, por Jean Valjean y la propia

Cosette después, son metáfora de la eucaristía, comunión entre los

hombres de buena fe, generadora de paz y armonía. Al contrario, los

cubiertos de plata, es decir, todo aquello que rodea a la mesa para

hacerla lujosa, exclusiva de los ricos, se convierte en algo negativo,

generador de discordias, de crimen y violencia.


El obispo generoso que perdonó al convicto y lo salvó de una

nueva condena al decir a la policía que él le había regalado esa

cubertería para que pudiera rehacer su vida y no volver a robar

nunca más por hambre; Jean Valjean, el arrepentido que con su

generosidad intentará borrar el crimen que cometió por hambre; la

madre de Cosette que llegó hasta prostituirse siendo una mujer

virtuosa y sensible, sólo por sacar adelante a su niña; Cosette, que

siempre agradeció a su padrastro que le hubiera sacado de aquella

casa donde unos malvados la torturaban, la buena de Madame

Toussaint, la criada de los Valjean en París, hasta Mario el estudiante

romántico, son todos buenos comedores. El diabólico inspector que

perseguirá hasta el final a Jean Valjean, ese nunca come ni bebe, sólo

toma rapé, tabaco en polvo por la nariz, precisamente como

estimulante para aguantar sin comer ni beber. Los personajes

bondadosos son buenos vividores, sólo que los personajes malvados,

todos austeros por carácter y perversión, no les dejan disfrutar de la

vida.

Sólo se puede comer y beber en libertad, decía Casanova, el

viajero seductor y gran vividor, que perdía el apetito en cuanto le

metían en prisión. Lo mismo le sucede a la madre de Cosette

mientras tiene que esclavizarse y privarse de su hija, a Jean Valjean

en prisión o en la posada donde Cosette, prisionera, no puede comer,

o a Mario, en una Francia privada de libertad.


Lo mismo sucede en Nuestra Señora de París, o El Jorobado de

Notre-Dame, como también se conoce el relato en el que Victor Hugo

relata los amores enfermizos y culpables de Frollo, el alquimista juez

de la Inquisición francesa, por Esmeralda, la hermosa gitana, mujer

libre como un pájaro, hasta que cae en las redes del frívolo Febus -o

Febo-, el capitán de la guardia con nombre solar pero de sentimientos

bastante egoístas y tenebrosos. Y por fin los amores contra natura

del monstruoso Quasimodo, el terrible y desgraciado habitante de la

catedral, sordo por culpa de las campanas, contrahecho, jorobado,

tuerto, pero de alma noble y generosa, por la gitana Esmeralda, el

único que la quiso de verdad, hasta después de la muerte.

El poetastro Pierre Gringoire es un hombrecillo que tiene su

importancia en la historia de Nuestra Señora. Es un ser, si no

malvado como su protector Frollo, sí pobre de espíritu, falso

intelectual vendido al poder para quien escribe estúpidos autos para

ser representados en carnaval u odas en honor del monarca y demás

miembros de la corte. Un día, Pierre Gringoire, en busca de algo que

comer y una cama donde dormir, se adentra en el territorio de nadie

del París miserable, donde gobierna la corte de los milagros, es decir,

los criminales más notorios de la villa, que hacen su propia ley. Una

ley que dicta, entre otras cosas, que todo aquel que no sea ladrón,

criminal o mendigo, sólo por adentrarse en esos dominios, merece la

soga. A no ser que despose a una de las mujeres que forman parte

de tan extraña tribu, para después ayudarlas en sus menesteres, es


decir, mendicidad, robos o asesinatos. Pero han de ser ellas las que lo

escojan. Ninguna de ellas lo quiere, y Gringoire va a ser colgado,

justo cuando llega la gitana Esmeralda.

La gitana dice que lo pide por esposo, tan sólo para librarlo de

la muerte. Es curioso ver cómo el verdugo se queja porque le quitan

―el pan de la boca‖, refiriéndose a que ya no tiene a nadie ―que

llevarse a la cuerda‖. Tras su sorprendente, ―milagrosa‖ liberación,

Esmeralda le ofrece pan, queso y vino, los mejores manjares para

quien estaba a punto de morir de hambre cuando tropezó con el

peligroso papa de los locos, juez supremo de la corte de los milagros.

Quien da de comer al necesitado, es bondadoso. Quien

comparte lo poco que tiene es héroe de las novelas de Víctor Hugo.

En Nuestra Señora de París, sabemos que Quasimodo tiene

alma noble porque comparte su pan con las palomas que anidan en

Notre-Dame. Cuando le detienen por haber intentado raptar a

Esmeralda, felonía que le ha encargado su protector Frollo, que usa

sobre él de un poder tiránico y maléfico, le dejan expuesto en una

plaza pública. Llega el verdugo, le azota. Quasimodo pide agua, tiene

demasiada sed. El verdugo y el populacho se burlan del jorobado.

Hasta que llega Esmeralda, la generosa Esmeralda, y le da agua de

beber. Cuando a su vez Esmeralda sea perseguida, acusada de

brujería por la Inquisición, Quasimodo se sentirá obligado a

devolverle el gesto humanitario. Como ella le dio de beber, él le dará

de comer. El pan vuelve a aparecer como el mejor de los manjares,


junto con unas frutas. La comida sencilla, compartida, es el más

exquisito de los platos que puedan conocer las gentes de buen

corazón.

El escándalo de Hernani, obra de teatro juzgada por el poder,

algunos notables como Balzac o Sainte-Beuve, y la prensa

conservadora como demasiado prosaica, trivial, crítica contra el rey,

demasiado libre en suma, se verá reflejado en los periódicos, carteles

y caricaturas. Sobre el peligro que supone esa pieza romántica -

ambientada en la historia de España- para el orden social, podemos

citar una de esas caricaturas, quizá la más reproducida en nuestros

días, que simbólicamente retoma el verso del acto II, escena 3:

―Aplastaría dentro del huevo al águila imperial‖, para parodiarlo:

―Reventaría en el huevo tu panza imperial‖; así reza el pie de una

ilustración donde se ve al rey como un huevo duro de enorme tripa a

punto de ser apuñalado, abierto en canal como un cerdo. La denuncia

de los excesos del poder, del lujo, del abuso de las riquezas

simbolizados en esa ―panza‖ acompaña pues desde Hernani al

combatiente Víctor Hugo.

El imaginario del vientre como símbolo de los poderosos, de los

ricos devoradores de pobres, de las ciudades grandes como París

engullidoras de todos los humildes que osan adentrarse en ella en

busca de una ilusoria prosperidad, se repite en otras obras de Victor

Hugo.
En Los Castigos, en concreto en ―Nox‖ Victor Hugo acusa a Luis-

Napoleón, Napoleón III, de coger su cuchillo para rebanarle el cuello

a la República. Sólo quedan cuerpos inertes en sus charcos de

sangre, mientras que los feroces soldados, autores de la masacre,

ríen, beben, se llenan la panza. Los cuerpos humeantes, los ríos de

sangre de niños, mujeres, hombres y ancianos, recuerdan a las

orgías romanas. Los excesos se tocan, y son siempre diabólicos. En

una de las ―canciones‖ (libro I, 13) de esta misma obra, vemos con

horror el paralelismo que imagina Victor Hugo para contagiarnos el

horror de la ingestión bárbara: Como la hembra y el macho son

devorados por un gato que no deja de ellos sino los huesos, ¿qué

será ahora de los pajaritos del nido? Como el pastor está ausente, el

perro muerto y el lobo al acecho, ¿qué va s ser de las pobres

ovejitas? Como el hombre está en la cárcel y la mujer en el hospicio,

¿qué va a ser de esos pobres niños? La humanización de pájaros y

corderos, que más parecen personas, al servicio de una imagen de la

injusticia social devoradora de niños huérfanos y en la miseria. Las

víctimas de esta injusticia social, ―los mártires‖ (libro VI, 2) son en

efecto tragados por cárceles y hospicios para salir vomitados hacia el

exilio o la muerte. La imagen bulímica del estado es la misma del

―buen burgués en su casa‖ (libro III, 7), orondo, repleto, colorado,

inmóvil de tanta grasa, y fumándose un buen puro mientras justifica

sus crímenes y desmanes por el bien de la sociedad y sobre todo el

suyo propio.
En El Último Día de un condenado, un hombre ―semejante a los

demás, espera la muerte‖. Fuera, en la pálida luz del amanecer, la

guillotina proyecta su sombra. Un condenado a muerte recuerda las

rosas, la naturaleza, el viento, se inquieta por su hija María, ¿quién

cuidará de ella ahora?, a la merced de gatos y lobos. Su obsesión,

llegar de pie hasta el final, y que su experiencia sirva para que otros

desgraciados, inocentes o culpables, no pasen por lo que él ha

pasado. En este contexto de novela entre trágica y poética, entre

canto y lamento, llega el momento de la última comida del

condenado: ―Vienen a traerme comida; han creído que la necesitaba.

Una mesa delicada y rebuscada, un pollo, creo, y otra cosa más.

¡Pues bien, he intentado comer pero al primer bocado se me ha caído

todo de la boca, de lo amargo y fétido que me ha parecido todo!‖

(XXX)

Como en el caso de Los Miserables, sólo puede comerse en

libertad. El apetito es virtud reservada a seres libres e iguales.

Victor Hugo escribe a los setenta y cinco años, El Arte de ser

abuelo. Serán sus últimos versos. Será su testamento poético. Y la

palabra de un abuelo cuya función mágica es la de otorgar a los

niños, a sus nietos Jeanne et George, todo lo que deseen. En ―Jeanne

a pan y agua‖, el abuelo es el que asegura la alimentación de los

niños, el que alcanza con su dedo mágico la luna que, como en la

fábula, se convierte en queso, las estrellas, en leche embriagadora.

―Como patriarca que soy, dice (―En Guernesey‖; IX), de esos que
guían a los niños, regularé mi andar para adaptarlos al ritmo de sus

juegos y sus comidas, y al de sus diminutos y encantadores pasos. Y

cogerán flores, y comerán moras.‖ Porque los niños antes del pecado

puede comer del fruto prohibido. Como él en la España evocada

también en esta obra (IX: ―Las calaveradas del abuelo niño‖), donde

el abuelo se encuentra también consigo mismo como niño, el niño de

España, el niño que gustaba de comer y beber sin horarios, como

todos los niños, y que disfrutaba observando a aquellos magníficos

soldados llenos de salud, de hambre y sed sin mácula, o así lo creía

él.

El ingenuo niño Victor Hugo, aún preservado por la vida de la

contemplación de la miseria, recuerda de su primer viaje de ida a

España en 1811, además de su paso por los Pirineos, Hernani,

Tolosa, los profundos desfiladeros, Burgos... a los soldados del lujoso

palacio donde los había instalado en Madrid el rey José Bonaparte,

―bebiendo pintas y jugando al dominó‖ (―Pepita‖ en ―El Arte de ser

abuelo‖). Como hijo del recién nombrado conde de Singüenza,

entrará con su hermano Eugène en el Colegio de Nobles de Madrid,

auténtica prisión que le quita el apetito. Por fin de vuelta a Francia, la

contemplación en Burgos de un cadalso y un condenado en medio de

una procesión de penitentes, o más delante de un supliciado clavado

en una cruz, borrarán definitivamente del recuerdo español infantil

toda huella festiva, de comida o de bebida.


Más adelante, Víctor Hugo maduro, enamorado de su abnegada

amante Juliette Drouet, y aún no alcanzado por el drama de la

muerte accidental de su amadísima hija Léopoldine ni por los años de

exilio; un Victor Hugo que conserva su cariño infantil por una España

en la que vivió momentos de felicidad; un Víctor Hugo soñador de

una España de moda tras la publicación del Viaje a España de

Théophile Gautier, emprende en 1843 un Viaje hacia los Pirineos, que

tanta importancia tiene para nosotros. Antes de hacerlo, ya justifica

su curiosidad por conocer más a fondo ese pueblo porque pronuncia

la v y la b de la misma manera, lo que supone, como decía

Escalígero, que para esa gente vivere suponga bibere.

Así pues, este viaje hacia el Sur se inicia ya bajo los augurios

de la buena mesa. Y asistiremos a las vivencias de un Víctor Hugo

libre rodeado de personas que saben vivir la vida, que se deleita con

la gastronomía vasca, contradiciendo así su leyenda de hombre sin

paladar.

En una carta a Léopoldine de 9 de agosto de 1843, encantado

de su viaje por tierras y mares del País Vasco, le dice a su hija que

todas las maravillas que ha visto y sentido habrá de contárselas

cuando se reúnan en Le Havre y en París, durante una de esas

―buenas tertulias‖ ―después de la comida‖, que son, según confiesa a

Didi, ―uno de los grandes encantos de mi vida‖. El pobre Víctor Hugo

no podrá volver a compartir ninguna cena más con su hija Didine,

que muere ahogada en el Sena con 19 años, al lado de su marido;


fallecimiento del que un inconsolable Víctor Hugo iba a enterarse

durante su viaje de retorno a Le Havre para ver a su hija preferida,

por el periódico Le Siècle el 9 de septiembre, cinco días después del

trágico accidente.

Aunque Hugo disfrace el viaje al ―Suroeste‖ para la familia,

incluida su hija Léopoldine, a quienes dice tratarse de un ―viaje de

salud‖, para cuidarse un cuerpo debilitado y unos ojos muy cansados,

aunque en realidad el viaje sea uno más de los que hace desde hace

diez años para compartir con Juliette dos meses de intimidad, el Viaje

a los Pirineos sigue siendo un viaje romántico en todo el sentido del

término. Es decir, un viaje para cambiar de aires, de ―país‖ (pour se

dépayser, dicen los franceses), en busca del otro, del conocimiento,

de la aventura, del exotismo. El viaje romántico permite conocer y

por lo tanto comparar: costumbres, regímenes políticos, mujeres,

climas, cocinas... En este sentido, albergues, posadas y pensiones

son los espacios cerrados donde el viajero puede ser espectador

privilegiado y saciar su curiosidad y su ansia de coleccionismo. Así lo

hará Víctor Hugo, que no sólo describe los albergues en sus obras,

como el que hemos visto de los Thénardier en Los Miserables.

Admiremos su descripción del albergue de Sainte-Ménehould en su

viaje al Rin:

Una verdadera cocina, una sala inmensa. Una de las paredes

repleta de ollas de cobre, la otra de platos de cerámica. En medio,

frente a las ventanas, la chimenea, enorme caverna... En el techo,


negro conjunto de vigas magníficamente ahumadas, de las que

penden toda suerte de cosas extraordinarias: cestos, lámparas, una

despensa, una jaula de pájaros y, en el centro, una ancha masa de

grandes trapecios de tocino. Bajo la chimenea, además del asador,

una marmita enorme y pinzas de todas las formas y todos los

tamaños.

Camareros, sirvientas, pinches, recaderos sentados a la mesa,

sartenes en el fuego, ollas que cloquean, fritos que gañen, pipas,

cartas, niños jugando, perros, y el amo vigilándolo todo. Los hombres

juran en hebreo, las mujeres discuten entre ellas, los críos gritan

hasta quedarse roncos, los perros no paran de ladrar. Los gatos

maúllan, el reloj da las horas, el cuchillo de cocina cae de golpe, la

lechefrita pía, el asador de hierro chirría, la fuente llora, las botellas

sollozan, los cristales se estremecen, la diligencia pasa bajo la bóveda

como un trueno...

Los estruendosos alemanes lo son aún más, según parece, en

las cocinas, donde al olfato le puede la visión del tocino ahumado

como teclas gigantescas de una cocina-instrumento musical, y la

escucha del concierto culinario. Podemos pensar que la visión es más

bien dantesca, nada sorprendente por otro lado tratándose de una

cocina teutona, pero nadie ha explicado mejor la diferencia del ruido

que hacen al caer el agua, que llora, y el vino, que solloza.

Tampoco en el País Vasco los albergues son un ejemplo de

buena comida. Una noche, Víctor Hugo se aloja en una especie de


gruta que apenas si merece el nombre de ―cabaña en la montaña‖. Al

cabo de una extenuante caminata por el monte, Hugo, sus guías y

sus mulas llega a una ―casa escondida en un pliegue de la montaña:

una especie de joroba angulosa y oscura‖, empedrada y con

techumbre de paja. El interior es una especie de establo

compartimentado que sirve de todo, de establo, de dormitorio y de

comedor. Comedor, pero de comer, nada Aparte de una jarra de

leche y las omnipresentes jarras de ese aceite español de olor fétido,

nada que llevarse a la boca. Así que habrá que freír lo que lleven los

viajeros, que es bien poca cosa. ¡Aleluya, un gran acontecimiento

acababa de ocurrir en aquella cabaña! ¡El patrón había descolgado la

sartén del clavo donde la tenía colgada!

Ni más ni menos, una más de esas posadas de pésima fama ya

desde finales del siglo XVII con Madame d‘Aulnoy, que inició la

famosa leyenda negra de los albergues españoles. Leyenda que

habría de perdurar a lo largo de los dos siglos siguientes, yo diría

incluso que hasta nuestros días. Los rumores franceses acerca de

aquellos lugares, en efecto, afirmaban contundentemente que en

ellos se servía (y cuando se servía algo) la ollapodrida que, según

Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, viene de olla

poderida, es decir ―poderosa‖, llena de ricos ingredientes, pero que

hacía temblar a los franceses que entendían algo de esa lengua. No

es de extrañar que la ollapodrida aparezca citada pues también en el

Viaje hacia los Pirineos, no como algo ingerido por el escritor, sino en
forma de metáfora, prueba de su fuerza en el imaginario de los

franceses: Cuando Víctor Hugo visita Pasajes de San Pedro, la

verticalidad de las escaleras (que le recuerdan a las de Piranese

incrustándose en el infinito) a lo largo de su paseo le da la impresión

de que puede caer dentro de una de las chimeneas de las casas y

caer directamente dentro de un puchero donde se esté preparando

una ollapodrida, con tantos ingredientes y todos un poco pasados que

podría hasta pasar desapercibido dentro del guiso.

Así que el siniestro albergue vasco o la imaginaria ―ollapodrida‖

tiene de hecho mucho más que ver con la romántica imagen negra de

la España profunda que con la estancia placentera, solar, dichosa y

gastronómica de nuestro insigne viajero por tierras vascas, y en

concreto con su estancia en Pasajes.

Víctor Hugo se muestra curioso en Pasajes. Aprende la lengua,

se acerca a las muchachas, bateleras, lavanderas. Pero no sólo se

siente atraído por las hermosas lugareñas; también pregunta acerca

de las plantas comestibles que crecen silvestres en la zona: por

ejemplo, cómo se dice en castellano y euskera cresson, es decir, los

berros.

Ya se sabe el impacto que produjo en Víctor Hugo Pasajes de

San Pedro. Se había instalado por unos días en San Sebastián y la

visita a Pasajes debía durar apenas un día. Al día siguiente,

boquiabierto ante la vista del golfo, del monte, de esas casas de

pescadores por el lado del mar, palaciegas por el lado del monte,
decidió volver ante la alarma de sus conocidos en la capital. ―¡Pero si

no hay ni albergues!‖ Con la fama que tenían, eso no podía asustar al

poeta, que replicó: ―Me alojaré en la primera casa que vea; siempre

se encuentra una casa, una habitación, una cama‖. ―¡Pero si no

tendrán ni techo en las casas, ni puerta en las habitaciones, ni

colchón en las camas!‖ ―Resultará curioso‖, les replicó el romántico

viajero. ―¿Y qué va a comer?‖ ―¡Qué pregunta! Lo que haya.‖ ―Pues

no habrá más que pan revenido, sidra pasada, aceite rancio y vino de

pellejo.‖ ―Probaré esas vituallas‖... ―¡Ir a dormir a Pasajes, lo nunca

visto!‖, y mientras lo decían, se persignaban una y otra vez.

Ya sabemos lo que le sucede: se aloja en la casa de la señora

Basquetz, que hablaba perfectamente francés, donde duerme en una

habitación con balcón inundada por la luz del cielo reflejada en el

brazo de mar, en una cama de baldaquino, y con dos colchones, a

falta de uno, bien duros para dormir mejor, y, el colmo, con tres

volúmenes desparejados de las obras de Jean-Jacques Rousseau, o

Juan Jacobo Rusó, como se le conocía por entonces aquí

(probablemente escapados a la censura inquisitorial que acechaba el

paso del Bidasoa durante el siglo XVIII y que tenía a Rousseau en el

Índice). Entorno de una naturaleza extraordinariamente rica, villa con

todas las comodidades y lugareños que demostraban una cultura

tanto por su dominio de las lenguas como por sus lecturas, muy

avanzada (aunque también dirá que los vascos, tanto leer a

Rousseau, se habían hecho demasiado modernos, habían arreglado


demasiado las ciudades, en concreto Irún, que apenas si reconoció,

... ¡y eso las había estropeado!). Como no podía ser menos, una

cultura menos primitiva de lo que parecía, tenía una cocina a la altura

del espacio habitado y de sus habitantes.

Así que un poco por venganza y un mucho por satisfacción,

Víctor Hugo escribe un texto especialmente dedicado a sus conocidos

de San Sebastián explicando lo que le sirve la joven y guapa Pepa,

hija de la señora Basquetz, por las mañanas en su habitación, en la

mesita del balcón, con vistas al golfo, a eso de las 10h, no sin antes

extenderle un mantel blanco sobre el tapete verde y una servilleta

blanca inmaculada: Ostras recién cogidas de la bahía la misma

mañana (no dice cuántas, pero seguro que habría unas docenas), dos

chuletillas de cordero (podemos entender que de cordero de leche o

al menos de ternasco), una lubina frita (para el ignorante francés que

leyera el informe, Víctor Hugo aclara en él que la lubina se trata de

un pescado delicioso), huevos escalfados con azúcar, una crema de

chocolate y un vaso de vino de Málaga. Además del exquisito vino de

Málaga, precisa, prefiere beber sidra porque sigue sin gustarle el vino

de pellejo. Buen desayuno, desde luego. Digno menú de cualquiera

de los restaurantes que pueblan hoy el lugar.

La afición de Víctor Hugo por el vino de Málaga absorbido

incluso con las ostras, la lubina o las chuletillas, no debe

sorprendernos. Era corriente entonces en la Europa civilizada, es

decir, vitivinícola, tomar vinos dulces, malvasías, málagas, oportos,


fondillones, etc. durante las comidas. Se preferían estos vinos de alta

graduación, elegante consistencia y personal sabor. Sin importar la

nota almibarada que aún entonces combinaba tan bien con todos los

sabores de la tierra como del mar. Recordaré a título de anécdota que

los ilustrados franceses encargaban vinos de Málaga o de Alicante

(Fondillón) a su amigo Peñaflorida cuando en el siglo anterior aún no

se atrevían a cruzar los Pirineos por miedo a la Inquisición.

La cena, que tenía lugar a las 19h más o menos, cuando el

privilegiado turista volvía de sus paseos diarios, consistía en: una

excelente sopa, el puchero, que Víctor Hugo escribe en castellano,

con el tocino y los garbanzos aunque sin azafrán y sin guindilla,

rodajas de merluza frita, un pollo asado, una ensalada de los

―famosos‖ berros cogidos al lado del lavadero de las bonitas

lavanderas, guisantes estofados con huevos duros, un pastel de maíz

y leche con azahar, bruñones o nectarinas, como se prefiera, fresas y

otro vaso de vino de Málaga (tampoco habla del tamaño del vaso,

que podría ser de los grandes de sidra, ¡y lleno hasta el borde!). Cena

propia de figurar en los mejores libros de la tradición culinaria

occidental. Nueve servicios, si se cuentan: 1, la sopa; 2, el puchero,

poderoso y abundante, seguro; 3, el pescado; 4, el ave; 5, un

―agujero vasco‖ a base de berro; 6, unas verduritas con huevos, las

más finas, el guisante, por el que los franceses de hacía cien años

(finales del siglo XVII) se peleaban y mandaban a sus sirvientes en

caballos desenfrenados hasta Italia donde según decían crecían los


mejores; 7, el postre de repostería pero ligerito y aromatizado; 8, la

fruta, solar, fresca y consistente, el bruñón; 9, cálida, fresca y ligera,

la fresa. Todo ello regado con el cálido vino de Málaga. Podemos

imaginar sin dificultad que Victor Hugo debía dormir como un bebé

después de todo aquello.

Y, desde luego, y por concluir en Pasajes, donde disfrutó de la

buena mesa hasta el punto de escribirlo con el mismo cariño y la

misma inspiración, el mismo apasionamiento con los que escribía sus

poemas y sus relatos, concluiré que nadie que no sea un gastrónomo,

un gourmand y un gourmet puede escribir así de los manjares de

esta región. O lo fue, pero su moral y las circunstancias políticas no

se lo permitieron, o aquí se volvió, que sería muy bonito... y nada

extraño.
“When the horrors of the play act as a piquant sauce to the

supper!”:

Claves historiográficas de la restauración

en el teatro decimonónico francés y británico

Ignacio Ramos Gay

Universidad de Castilla-La Mancha

El estudio de la gastronomía en el teatro decimonónico francés

y británico ha respondido tradicionalmente a acercamientos centrados

en su presencia en el escenario en calidad de tema o motivo

dramático. Las referencias a ésta en el teatro de finales de siglo, de

corte naturalista, se convierten menos en un análisis de los modos y

hábitos de alimentación en sí, que en un elemento clave para

legitimar un nuevo entendimiento del género como mecanismo

constructor de realidades alternativas. La puesta en escena de

alimentos auténticos, que serán posteriormente digeridos por los

actores sobre las tablas, constituye un ejercicio de legitimación de la

verosimilitud teatral, destinado a romper con la ilusión romántica que

caracterizaba los montajes previos, y a desvanecer las fronteras


entre el escenario y el patio de butacas. Es el caso de André Antoine,

cuyo hiperrealismo escénico atenta contra la sobreactuación clásica

que le antecede, reivindicando la invisible ―cuarta pared‖ y la

imposición de la ficción como un parámetro más de la realidad. Años

más tarde, Sacha Guitry expondría el principio vertebrador del

realismo teatral dando un giro de tuerca más al concepto de ilusión

escénica, exigiendo que el actor no se limitara a mostrar una realidad

sobre el escenario, sino a utilizar los elementos reales para construir

una ilusión que superara a la realidad misma. Según Guitry, y

recurriendo precisamente a la gastronomía,

« Un bon acteur est un monsieur qui fait croire au public qu‘il

mange un poulet qu‘on vient de lui servir et qui est en carton.

Tandis qu‘un grand acteur mangera du poulet, du poulet

véritable, en faisant croire au public qu‘il fait semblant de

manger du poulet en carton. Augmentant la difficulté, pour son

plaisir, en somme, il aura fait semblant de faire semblant ».65

El actor autentifica la representación por medio de la ingesta. No es

de extrañar, en este sentido el enorme éxito que tuvo en Inglaterra la

adaptación teatral de una novela de Zola, L’Assommoir (1877),

traducida por Charles Reade con el título Drink (1879), en la que los

actores bebían y comían sobre el escenario, en un alarde de

65
(Sacha Guitry. Théâtre je t’adore. Paris: Omnibus, 1996. p. 22).
verificación del texto. La obra se mantuvo en cartelera durante varios

meses en Londres, y fue objeto de diversas reposiciones posteriores.

Sin duda, la presencia de alimentos sobre las tablas humanizaba al

personaje y legitimaba la puesta en escena. Su papel era, por lo

tanto, clave en la representación.

Sin embargo, dejando al margen este uso de los alimentos

como accesorios sensibles a proveer una nueva codificación de la

verosimilitud escénica, en muy raras ocasiones se ha citado en la

historiografía teatral decimonónica el papel jugado por la ingesta no

ya, sobre el escenario, sino en el patio de butacas. En un momento

en el que el teatro se convierte, principalmente en Gran Bretaña –

gracias a la liberalización del monopolio teatral impuesto durante

décadas por los patent theatres – en una industria cultural de

entretenimiento, el análisis de la gastronomía, así como de los usos

alimenticios de los espectadores, se revela no sólo como una

radiografía del público asistente a la representación, sino, también,

como un condicionante de la puesta en escena misma. Dada la

masiva afluencia de espectadores y la duración de la representación,

la ingesta se convierte, progresivamente, en una parte sustancial

integrada en la experiencia teatral misma, hasta el punto de

asimilarse al entretenimiento vinculado con el teatro del siglo XIX. En

su recensión de los teatros parisinos, el crítico norteamericano

Brander Matthews describía el comportamiento del público de la

capital durante el estreno de una nueva obra con una serie de


movimientos sistemáticos – desplazamiento masivo hasta la sala,

subida del telón, aplauso general, cena del público – que hacían de la

ingesta posterior a la representación, un elemento más indisoluble de

ésta. De acuerdo con Matthews, « a new piece is advertised, all Paris

flies there ; the curtain rises, the actors appear, the friends of the

author applaud, the enemies of his person or his talent hawk or blow

their noses. They go to supper ».66 La interacción entre ingesta y

puesta en escena en la capital parisina era igualmente señalada por

el novelista inglés William Thackeray en su Paris Sketch Book (1840),

donde destacaba la retroalimentación de los placeres experimentados

desde la butaca, con aquellos de los restaurantes, al afirmar,

respecto de la actuación de Mlle Georges, « our bloody, daughter-

loving Brinvilliers; our warm-hearted, poisonous Lucrezia Borgia;

above all, what a smart appetite for a cool supper afterwards, at the

Café Anglais, when the horrors of the play act as a piquant sauce to

the supper ! ».67

Las afirmaciones de Thackeray y de Matthews evidencian dos

parámetros clave en el estudio sociológico del teatro moderno

europeo: el primero de ellos es bien conocido y ha sido reseñado por

un buen número de semiólogos e historiadores del teatro: que los

elementos paratextuales deben ser atendidos, para un entendimiento

justo de la experiencia teatral, con el mismo rigor que aquellos

66
(Brander Matthews, The Theatres of Paris. London: S. Low, 1880, p. 3 ).
67
(William M. Thackeray, The Paris Sketch Book. Teddington: The Echo-Library,
1840/2006, p. 208).
puramente textuales, por cuanto los primeros condicionan a los

segundos. El segundo parámetro, de naturaleza más novedosa, es

aquel que sostiene que, en un momento de desarrollo forzado de la

industria teatral, toda la maquinaria de la representación se ve

afectada, en mayor o menor medida, por las costumbres alimenticias

del público.

El objetivo de este artículo es desgranar algunas claves

referentes a la ingesta como elemento dinamizador de la cultura del

ocio teatral que surge a lo largo del siglo XIX en Europa, atendiendo a

las dos capitales culturales que servirán de motor para el resto del

continente y de Estados Unidos: París y Londres. Analizar la ligazón

entre gastronomía y teatro implica el estudio del nacimiento de toda

una cultura del entretenimiento en Europa que intenta dar respuesta

a las necesidades del público a lo largo de la representación. El

advenimiento de la industria cultural teatral, es decir, de la creación

sistemática de piezas teatrales destinadas al entretenimiento de un

público cada vez más numeroso gracias a la proliferación de medios

de comunicación y de transporte entre los principales núcleos

urbanos y rurales, genera una proliferación de salas, un incremento

en la capacidad de las mismas – aumentando el número de butacas,

ensanchando el proscenio, etc. – pero también, de una respuesta a

las necesidades alimenticias de un público cada vez mayor. Por lo

tanto, la presencia física paratextual de los alimentos, o de los

espacios de la restauración en el teatro decimonónico, es ante todo el


reflejo de una industria cultural que pretende satisfacer las

necesidades del público en función de su clase social; una radiografía

de los hábitos alimenticios del espectador, y de cómo éstos participan

en la organización del espacio de la representación.

El desarrollo de los modos de restauración está intrínsicamente

ligado a la industrialización de las salas y del género teatral. Si el

aumento de público potencial es resultado de un crecimiento

progresivo de las redes ferroviarias susceptibles de conectar los

espacios rurales con los núcleos urbanos de primer orden – y, sobre

todo, con la capital –, esta afluencia de espectadores tiene como

respuesta la apertura de un gran número de salas y el

acondicionamiento de las existentes. Igualmente, el teatro se

convierte paulatinamente en un espectáculo de interés general: el

surgimiento de periódicos, publicaciones diversas o secciones en

diarios ya consolidados, dedicados exclusivamente al análisis y

recensión de obras representadas, a las compañías de actores, o a la

vida sentimental de éstos, evidencia un creciente interés del lector

hacia la intrahistoria de la puesta en escena, en una antesala clara

del interés que adquirirá posteriormente el gran género que

desbancará a la escena: el cine. Asimismo, el status literario que

obtiene el teatro a lo largo del siglo, deshaciéndose de los estigmas

que lo definían como un género menor en su carácter literario –

siempre cuando comparado con la lírica o la novela – es facilitado por

la gradual preservación de los derechos de autor, así como por la


lucha contra la piratería teatral. Todo ello contribuiría a la

legitimación del género – sobre todo en la Gran Bretaña victoriana –

y a la incorporación de actores y actrices procedentes de clases

sociales acomodadas.

La presencia de la escena obedece a esa expansión de las

funciones de la sala. El teatro se espectaculariza con el advenimiento

de una serie de adelantos técnicos – principalmente el gas y, más

tarde, los efectos escénicos propiciados por la electricidad – y, de la

misma manera en que se convierte en un espectáculo que ha de

guiarse por la rentabilidad, la restauración entra a formar parte del

mismo atendiendo al encuadre económico que lo sostiene. El

entretenimiento implícito en el hecho de asistir una tarde a una

representación teatral comienza, y finaliza, mucho más pronto y más

tarde que la función misma, tal y como las citas de Thackeray de

Matthews demostraban. El entretenimiento se codifica

progresivamente hasta el punto de que la cena posterior a la

representación se convierte, para las clases más privilegiadas, en una

continuación del espectáculo y de la cultura del ocio global recién

inaugurada. De ahí que los empresarios teatrales y del sector

hostelero empiecen a poblar los aledaños de las principales salas con

restaurantes destinados a abastecer, no sólo al público que acuda a

ver la función, sino, también, a los propios actores, trasladando el

espectáculo teatral, desde el interior de la sala, al espacio de


restauración. El buen apetito de los actores era reseñado por el

novelista Alphonse Daudet al afirmar que:

« Il est passé aussi le temps où Wilhem Meister discutait en

voiture avec ses compagnons sur la façon de jouer

Shakespeare, si Hamlet doit être blond ou brun, maigre ou

gras. Les comédiens, maintenant, voyagent en train express et

ne s'occupent guère, en route, que de savoir si la nourriture

sera bonne à l‘hôtel où ils descendront ».68

Las cenas de los actores llegarán a convertirse en un espectáculo

más que prolongará la representación y la extraerá de sus formatos

habituales. Las numerosas crónicas y biografías de éstos revelan un

nexo indisoluble entre la ingesta que acompañaba a la actuación;

nexo todavía más reseñable a partir de la segunda mitad del siglo,

momento en el que se extiende la dictadura del long run, esto es, la

garantía de que una obra se mantenga en cartelera durante un largo

periodo de tiempo para que la inversión en ésta sea rentable al

empresario teatral. Garantía que, evidentemente, debía ser verificada

previamente a la decisión de representar la obra. Por cuanto la obra

había de mantenerse en cartel durante un periodo de tiempo

considerable, el número de ensayos previos necesarios a la función,

así como su duración, se abreviaban sustancialmente, por lo que los

68
(Alphonse Daudet, Entre les frises et les rampes. Petits études de la vie
théâtrale. Paris : E. Dentu, 1894, p. 59-60).
actores podían permitirse cenar antes de comenzar la representación.

De hecho, los propios restaurantes conocían el orden de llegada de

los comensales, siguiendo estrictamente un comportamiento culinario

estratificado de acuerdo con su posición social. Newnham-Davis, en

su guía gastronómica del Londres victoriano, establecía que

« The table d‘hôte is served from five to nine. First to the feast

comes a sprinkling of actors and actresses, making an early

meal before going to the theatre. Then comes an incursion of

white-shirt-fronted gentlemen and ladies in evening dress,

dining before going to the play. Lastly comes the steady stream

of ordinary diners, good bourgeois most of them, who choose to

dine as they have come from their City offices, in frock-chats or

other unostentatious garb ».69

Es bien sabido que dichas cenas o comidas eran percibidas por

el público como auténticos acontecimientos sociales o profesionales,

en una especie de antesala de la pieza que iban a disfrutar minutos

más tarde. Incluso para los propios comensales, los restaurantes se

convertían en espacios de escenificación propia, donde representar un

papel y mostrarse ante el público. Charles Knight, en su Knight’s

London (1842), no dudaba en resaltar un cierto exhibicionismo por

parte de los clientes pertenecientes a la alta burguesía londinense, a

69
(Lt. Newnham-Davis, Dinners and Diners: Where and How to Dine in London.
London: Grant Richards, 1899, p. 203).
la hora de optar por uno u otro restaurante, y de mostrarse ante la

mirada del resto de comensales:

« In the neighbourhood of Covent Garden and the Haymarket,

dining-rooms in great plenty, the visitants at which are

altogether of a different class. Here we may see actors, artists

[...] In this quarter of the town there are many French

restaurateurs, whose rooms present the agreeable variety of

ladies dining without any restraint from the observation of the

male visitors ».70

Restaurantes míticos como el Evan‘s o el Will‘s – éste último,

uno de los favoritos del dramaturgo Oscar Wilde, al que no dudará en

aludir en su última comedia de sociedad, The Importance of Being

Earnest (1895) – se convierten en espacios de encuentro de

70
(Charles Knight, Knight’s London, en Robert Harling, The London Miscellany. A
Nineteenth Century Scrapbook. Oxford: Oxford University Press, 19387, p. 153). En
no pocos casos, la distribución espacial de la sala propiciaba ese exhibicionismo
entre el público. La suntuosidad de su diseño contribuía a la creación de esferas de
ilusión incluso fuera de la tablas, donde la frontera divisoria entre los espacios de la
representación se hacían cada vez más tenues: « On entrait dans le vestibule par
les trois entre-colonnements du milieu, et l'ordre ionique de ces derniers se
changeait là en ordre dorique. Deux larges escaliers, situés à droite et à gauche,
conduisaient à une sorte de balcon intérieur placé à la hauteur du parterre, ayant
vue sur le vestibule et formant un petit foyer dans lequel étaient le contrôle et le
bureau des cannes. Au-dessus du vestibule, de plain-pied avec le corridor des
premières loges, se trouvait un foyer ouvert sur la place de la Bourse, dans toute la
largeur des entre-colonnements. Un second foyer, pratiqué à la hauteur des
troisièmes loges et disposé en façon de tente, servait de café ; il donnait accès sur
une terrasse d‘où on avait même vue qu'à l'étage inférieur ». (Louis-Henry
Lecomte, Histoire des théâtres de Paris. Les Nouveautés, 1827-1832, 1866-1873,
1878-1906. Paris : H. Daragon, 1907, p. 6).
artistas,71 escritores, periodistas, abogados y demás miembros de

profesiones liberales que, posteriormente, volverán a reunirse en la

sala teatral.72 Tanto es así que muchos de los más renombrados

restaurantes serán propiedad de los actores mismos. Es el caso del

famoso Bodega Bar, en Bedford Street, o del Marble Hall, en el

Strand. Progresivamente, y a medida que el teatro se convierte en

fuente de riqueza tanto para los empresarios y autores, como para

los actores mismos, la diferencia entre los intérpretes amateurs y las

auténticas divas del escenario se irá agrandando, por lo que estos

últimos optarán cada vez más por espacios de mayor elegancia, con

el fin de codearse con las esferas sociales más elevadas. La

exclusividad regirá, como en las salas teatrales, la distribución del

espacio de la restauración, y muchos de los restaurantes más

distinguidos crearán clubes privados de actores como The Mulberry

Club o The Rationals. Este fenómeno es particularmente característico

de la capital británica, donde la cultura del club como aristocracia

social persiste incluso en la actualidad. La estrecha unión entre el

mundo de la escena y de las altas esferas profesionales queda

71
La presencia de artistas no era siempre motivo de alegría para los comensales u
hosteleros. Un gran número de guías victorianas de Londres alertaban al lector de
la presencia de aquéllos en los restaurantes y pubs, tanto para señalar un punto de
atracción turística, cuanto para prevenir al cliente ―respetable‖ de personarse allí.
72
Es notable, además, el recurso al restaurante sito en los aledaños del teatro
como espacio de negocio, es decir, el lugar de firma y acuerdo de contratos entre
los actores y los empresarios. El propio Chaplin, en su biografía, narra como los
contratos teatrales se firmaban, en Gran Bretaña, a principios de siglo, en el
restaurante del teatro. Hubo de espera a desplazarse a Estados Unidos, y ya para
sus películas, a que los contratos fueran firmados en un ambiente más ―oficial‖: el
despacho de abogados de la Keystone.
refrendada por el discurso ofrecido por el actor Henry Irving, con

motivo de la llegada de la Comédie Française a Londres en 1893. Éste

tuvo lugar durante la cena de recepción celebrada en compañía del

alcalde de la ciudad y de su esposa, y de las más notables

personalidades del mundo del teatro. La recepción marca la

relevancia social del actor, unido por su popularidad a las figuras

políticas de primer orden. Jeffrey Richards describe ese momento con

las siguientes palabras:

« The Comédie Française was the oldest continuous European

theatre company, in operation since 1860. On June 23, 1893,

the Lord Mayor and Lady Mayoress of London entertained

members of the Comédie Française company to luncheon at the

Mansion House, London. [...] The cream of the British acting

profession turned out to honour their French counterparts.

Among those present were Irving, Tree, J. L. Toole, George

Alexander, W. H. Kendal, Squire Bancroft, Forbes-Robertson,

William Terris, Mrs. Patrick Campbell, Julia Neilson and Madge

kendal. The Lord Mayor toasted the company, declaring: ‗the

pictures they produced went straight to the heart and needed

no language for those of us who could no master French‘. Jules

Claretie, the director of the company, replied in English

expressing the ‗warm appreciation of the company of the

hospitality of the hospitality which they had always received in


England‘. Then M. Edmond Got, the doyen of the company,

proposed in English the health of Henry Irving».73

Pero, dejando de lado los nexos gastronómicos entre la política

y el mundo de la interpretación, las referencias a la ingesta no ya

sobre el escenario, sino en el patio de butacas, se hacen cada vez

más patentes a medida que las salas aumentan su capacidad y las

obras ponen en cartelera un programa doble, a veces triple, de larga

duración. Frente a los restaurantes que pueblan el interior de los

teatros más exclusivos, las clases populares se resignan a llevar sus

propios refrigerios a la sala. Éstos incluyen cualquier tipo de alimento,

ya sea carne o pescado, acompañado de bebidas alcohólicas,

principalmente, cerveza. Según Richard Davis, los espectadores de

los paradis o Gods – los patios superiores reservados para las

localidades más baratas, en las que los espectadores debían

permanecer de pie – solían « bring their bottles of bitter ale with

them and a fried sole wrapped in paper » de modo que, « as the

performance goes on they munch at the sole in one hand and drink

out of the bottle in the other ».74 Al igual que en los conciertos

musicales al aire libre actuales, una noche en el teatro implica cena y

comida en la sala, aunque ésta esté atestada de público y la

73
(Jeffrey Richards (Ed.), Sir Henry Irving. Theatre, Culture and Society. Keele :
Ryburn Publishing, 1994, p. 86).
74
(Richard H. Davis, ―The West and East Ends of London‖, Harper’s New Monthly
Magazine 524.88, 1894, p. 290).
movilidad, o la visión, quede restringida. Es fácil imaginar la mezcla

de olores derivados de los múltiples alimentos introducidos en una

sala cerrada por miles de espectadores, que deberán permanecer en

ella durante horas. Thomas Wright, en su radiografía de las clases

populares victorianas, diseccionaba, con una prosa igualmente

congestionada, la experiencia de una velada en los teatros

abarrotados, en los que el único sustento para el espectador era la

comida que llevaba consigo:

« The theatre is the most popular resort of pleasure-seeking

workmen, and the gallery their favourite part of the house. Two

or three mates generally go together, taking with them a joint-

stock bottle of drink and a suitable supply of eatables. [...] To

the habituées of the stalls and boxes the eating and drinking

that goes on in the gallery may appear to be mere gluttony,

though the fact really is that it is a simple necessity. [...]« And

when you have at length fought your way up the narrow,

inconvenient, vault-like staircase, and into a seat, and have

recovered sufficiently to reconnoitre your position, you find

yourself one of a perspiring crowd, closely packed in an ill-

lighted, ill-ventilated, black hole of Calcutta like pen, to which

the fumes of gas in the lower parts of the house ascend. [...]

To endure this martyrdom some substantial nourishment is

absolutely necessary, and the refreshments of the gods


provided by the theatrical purveyors of them, being of a sickly

and poisonous, rather than an ambrosial character, consisting

for the most part of ale and porter, originally bad, and shaken

in being carried about until it has become muddy to the sight

and abominable to the taste; rotten fruit, and biscuits stale to

the degree of semi-putrefaction; those gods who take a supply

of refreshments with them when they go to a theatre, display,

not gluttony, but a wise regard for their health and comfort ».75

El alimento se convierte en un instrumento76 necesario para

soportar el ―martirio‖ de asistir durante horas a un espectáculo en un

espacio repleto de espectadores. Cabe recordar, además, que las

regulaciones en materia sanitaria están, todavía, en un estado muy

precario de implementación,77 por lo que la venta de alimentos en

mal estado se convierte en la norma.

En este sentido, es interesante señalar que uno de los aspectos

más destacados de la industrialización teatral es el aprovechamiento

del espacio por parte del empresario para rentabilizarlo al máximo

por medio de la venta de alimentos en su interior. A pesar de ser algo

75
(Thomas Wright, Victorian London. Some Habits and Customs of the Working
Classes, 1867, p.196-198)
76
Y en muchos casos, en un auténtico proyectil, lanzado contra los actores, ya por
una mala actuación, ya como distracción.
77
En un momento en que la levadura es cortada con escayola, y la leche con agua,
la popularidad de la leyenda de Sweeney Todd, el famoso barbero – asesino en
serie de Fleet Street, cuya compañera estaba especializada en meat pies, pasteles
de carne humana, se justifica por sí misma.
habitual en la actualidad, el XIX asiste a una nueva gestión de la sala

al introducir vendedores ambulantes en el patio de butacas

destinados a abastecer de alimentos a los espectadores famélicos,

incluso durante la representación, a la manera de los espectáculos

deportivos al aire libre actuales. Muy lejos queda, por ende, el aura

de solemne respetabilidad que define al teatro en nuestros días, por

el que cualquier ruido constituye una intromisión en la

representación. Como describe Kirwan, « while the dancing was going

on an old woman made her entrance into the box where I was sitting

and asked if ‗I didn‘t want some porter or kidney pies‘. At the Vic is

the custom to eat during the performance, and drink porter or beer,

which is brought by old women and boys between acts, and sold at

fourpence a bottle ».78

La ingesta previa, durante o posterior a la función también

ejerció una notable influencia en la representación teatral, e

igualmente, la duración de ésta habría también de modificar los

hábitos culinarios de los espectadores. Las horas a las que las clases

medias y altas decidieron realizar sus comidas, así como la

composición de éstas, evolucionó sustancialmente desde la crisis de

1830. A pesar de que el desayuno seguía siendo sustancioso, el

almuerzo (lunch), que hasta entonces había sido ligero, se convirtió

en una comida en toda regla. En consecuencia, la cena temprana

resultó redundante y se sustituyó por un té a media tarde (cream

78
(Kirwan, The Victorian Dictionary. http://www.victorianlondon.org/ ).
tea), mientras que la primera se fue retrasando desde las 18, hasta

las 20 horas entre la aristocracia, es decir, entre aquellos que podían

permitirse realizar varias comidas al día de manera protocolaria. Por

si fuera poco, la cena se convirtió en la principal comida del día, en

particular entre aquellas familias suburbanas cuyo cabeza de familia

solía commute (desplazarse desde su hogar hasta su lugar de trabajo

en la ciudad) – a menudo realizando trayectos de varias horas – y no

regresar a casa para el almuerzo. Luego es lógico que las familias

medias cenaran más tarde. A pesar de que estas consideraciones

parecen triviales, acarrearon una completa reorganización de las

carteleras teatrales de modo a poder ajustarse a las costumbres

culinarias de las clases medias. En 1870, en el West End de Londres,

la mayoría de las funciones no empezaban hasta las 19.30 horas,

llegando a terminar en torno a las 23 horas, frente a las 6 horas de

duración media de las piezas representadas a principios de siglo.

Durante la segunda mitad del XIX, sólo daba tiempo a la puesta en

escena de una obra y de una pieza corta, a diferencia de las 2 obras

que solían representarse, con la interrupción de una farsa o un ballet,

anteriormente, y que alargaban considerablemente la representación.

Una solución clave destinada a paliar el hambre entre los

espectadores, implementada en aquellas salas que impedían la

introducción de alimentos, fue la creación de restaurantes en el

interior del teatro mismo.


Si la conexión entre teatro y restauración ha sido ya observada

más arriba al aludir al sustento alimenticio de los actores bien antes,

o después, de la representación, a medida que el teatro se

transforma en una entidad comercial de mayor calado social, y que el

entretenimiento unido a él se codifica de manera más rigurosa, los

lazos entre gastronomía y puesta en escena se fortalecen. En una

época en la que la mayoría de los teatros obedecen a empresas

individuales y no están financiados con fondos públicos – salvo la

Comédie Française, por ejemplo, en París – el género comienza a

marcar las pautas del denominado show business y a integrar

progresivamente el placer y el ocio cultural en todas sus

modalidades. Las salas se transforman así en espacios de hibridismos

hedonistas y un número de empresarios escénicos se apropiarán los

restaurantes aledaños reformándolos e integrándolos como parte del

teatro. El cronista anónimo de la guía London at Dinner (1858)

reseñaba del siguiente modo la nueva dedicación del director de una

de las principales salas londinenses, el Haymarket:

« To the character treasurer of the Theatre Royal, Haymarket,

Mr Wilde has added that of landlord of the adjoining house, the

Café de l‘Europe, and sincerely do we hope that the coffers of

both places of public entertainment will be filled, as they

deserve to be. In Mr. Buckstone we find a most spirited

promoter of intellectual amusement; and, judging from


personal experience, we feel assured that his highly-respected

‗Chairman of the Committee of Ways and Means‘ will be equally

successful in his liberal exertions to cater for the creature

comforts of the inward man. Despite of its French title, the

admirers or our national fare – fresh fish, well-dressed joints,

tender steaks, sound sherry, and good old port – will find all

that they can require at a reasonable rate; as will those whose

palates and pockets aspire to the more refined luxuries of

turtle, entrées, venison, and vin de Bordeaux ».79

La unión de entretenimientos culinario y escénico conllevará a

una sublimación del ocio hasta convertirlo en una rutina para las

clases más acomodadas. Acudir al restaurante resultará una

costumbre tan habitual como el asistir a una representación teatral –

más aún cuando ambos espacios se encuentren reunidos. El crítico

francés Jules Clarétie aludirá a las famosas palabras de Gautier en

referencia a la doble existencia de todos aquellos escindidos entre los

placeres de la cena en sociedad y la rutina del hogar. El restaurante

se enviste, así, de un aura mítica de liberación conyugal para el

esposo:

« Je sais bien que cette théorie de Gautier, qui est, en somme,

la théorie du laisser-aller et, pour pousser jusqu'à l'extrême

79
(Anonymous, London at Dinner; On Where to Dine. London: Robert Hardwicke,
1858, p. 8-9).
logique, la théorie du dîner en manches de chemise, ménerait

tout droit à la perte de ce dernier reste de politesse française

qui est encore notre talent et notre lot, science charmante qui

ne s'acquiert que dans le salon, cette école mutuelle où un sexe

enseigne à l'autre l'art délicat du savoir-vivre. La femme

évidemment est trop négligée aujourd'hui, et la mode trop

multipliée des Dîners aboutirait à une existence en partie

double : l'épouse dans le gynécée — ou ailleurs — et le mari au

cercle ou au restaurant. [...] Le restaurant est la place publique

où l'on fraternise. Les relations y sont tout juste ce qu'est la

camaraderie aimable au dévouement profond et le caprice à la

passion. C'est, après tout, de la fleur d'affection : tous les

sourires de l'amitié et pas un de ses orages. Et c'est par les

dîners que l'on conquiert le monde ! » (Jules Claretie, La vie à

Paris. Paris : V. Havard, 1881, p.26-28)

―C‘est par les dîners que l‘on conquiert le monde‖, clama

Clarétie, y no en vano Oscar Wilde recogerá una aserto similar en su

segunda comedia de sociedad, A Woman of No Importance, cuando el

dandy Lord Illingworth afirme que « The man who can dominate a

London dinner-table can dominate the world ». El restaurante, como

el teatro, se convierte en un espacio de consumo placentero y de

reunión entre pares. Los disfrutes son similares – bien gastronómico,

bien teatral. No en vano, imponentes efigies y estatuas de los


principales dramaturgos u operetistas fueron erigidas dentro de los

restaurantes más frecuentados por el público, estableciendo con ello

una solución de continuidad entre los dos espacios. Clarétie así lo

describe en sus retratos parisinos, refiriéndose a Offenbach, « ce

créateur de l'opérette, à qui l'on élève un monument dans un

restaurant à la mode, avait l'admiration de la grandeur en art et de la

beauté absolue ».80

El nexo de unión entre ambos placeres quedará igualmente

refrendado por la larga lista de restaurantes que emergerán en el

interior de las salas o contiguos a éstas. El Dictionary of London

(1879) de Charles Dickens Jr. explicará que ―it is under the fostering

shadow of the theatres that the supper house still flourishes. The

Albion, Covent Garden, opposite Drury-Lane Theatre; The Gaiety, the

Criterion, and the St. James‘s Hall Restaurants; The Café de l‘Europe,

adjoining the Haymarket Theatre; Epitaux‘s in Pall Mall-East; and the

Pall Mall Restaurant, all have a specialty for suppers ».81 El objetivo

es evidente: aumentar el número de entretenimientos para los

espectadores minimizando los desplazamientos de modo a aumentar

el gasto en un mismo espacio. En su descripción detallada de las

principales salas, y refiriéndose al Gaiety Theatre, Dickens Jr. afirma

que «like the Criterion, this theatre was originally built in connection

with a restaurant; the intention being to allow any one who whished

80
(Jules Claretie, La vie à Paris. Paris : V. Havard, 1881, p.31).
81
(Dickens Jr, The Victorian Dictionary).
http://www.victorianlondon.org/dickens/dickens-swi.htm
an evening‘s amusement to get comfortably from his dinner to his

stall without the trouble of donning great coat and hat, or the risk of

getting wet or muddy. As at the Criterion, however, a sort of

compromise has been effected, and a door just inside the theatre

entrance gives admission to the restaurant without actually turning

out into the rain ».82 Más que economizar sus movimientos en favor

de su confort individual, se trata de retener al espectador en un

mismo lugar de consumo, de organizar su ―night out‖ por medio de

una velada que incluya dinner & show o show & supper.83 Y, en no

pocas ocasiones, la parte más importante del combinado no es

precisamente la función.

Es fácil concluir, a partir de lo anterior, que la reunión de

placeres en un mismo espacio obedece prioritariamente a un instinto

empresarial de optimización del mismo y que, si bien es mayormente

perceptible en los teatros británicos, es resultado de un proceso

global de industrialización del entretenimiento cultural. Además, cabe

señalar que la progresiva integración del teatro como género

perteneciente a la denominada ―alta cultura‖ no eliminará tanto la

82
Ibid.
83
El music hall y el café concert será precisamente el espacio predilecto de este
tipo de entretenimientos, en los que el maridaje simultáneo entre comida, bebida y
espectáculo constituya una de las principales atracciones. El articulista anónimo del
diario satírico Punch describía en los términos siguientes la eficiencia del servicio en
las salas, cuando nada más sentarse, el espectador podía ver que « a civil waiter is
immediately at your side, and politely inquires what refreshment you desire? Your
order is obeyed with expedition; in a few moments your kidneys, your sausage,
your poached eggs, your chop, your steak, your baked potatoes, or your toasted
cheese, are smoking before you » (Punch, June 21, 1856).
presencia de alimentos en las salas, sino que codificará su consumo

acomodándola, por medio de los restaurantes descritos

anteriormente, o por medio de espacios de refrigerio de menor

envergadura, a las diversas clases sociales. Cualquier análisis del

nacimiento de la sociedad del espectáculo – en particular, de la

escena, y, más tarde, del cine, que recogerá el testigo de la cultura y

del ocio popular - deberá incluir los hábitos alimenticios de los

consumidores – así como los espacios provistos por los empresarios

para satisfacerlos – como parte esencial y potenciadora del

espectáculo mismo, por cuanto la rentabilidad económica del mismo

estará basada no sólo en el éxito de taquilla, sino en los beneficios

extraídos de estas actividades paralelas. La gestión del espacio, fuera

y dentro de la sala, se convierte, en consecuencia, en un pilar más

del éxito de la inversión.


L’alimentation dans les fabliaux

Nadia Brouardelle

Universidad de País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Les fabliaux, ―contes à rire en vers‖ selon la définition de

Joseph Bédier84 relatent certains aspects de la vie quotidienne du

XIIIème, une réalité soumise aux tropismes du récit, quelque peu

maquillée de cynisme et d‘ironie.

Ces petits récits qui ne dépassent presque jamais 500 vers, ont

très souvent pour scène la maison, qui est en effet le cœur des

fabliaux. Cette maison reçoit des hôtes car le fabliau rend compte de

l‘évidence du devoir de l‘hospitalité au Moyen- Âge. C‘est ainsi que le

paysan, le prêtre riche, le bourgeois se doivent de régaler leurs

locataires de passage. Dans les fabliaux, cette hospitalité n‘est pas

toujours franche et sincère; elle peut être également refusée par

l‘hôtesse qui n‘a que faire de recevoir un pauvre clerc, tandis qu‘elle

est entrain de préparer un véritable festin à son amant qui ne doit

pas tarder.

De même, il traduit la réalité des femmes mariées, des

femmes qui ―achetées‖ comme du bétail, trouve l‘amour dans les

84 84
J. Bédier, Les Fabliaux, Étude de littérature populaire et d'histoire littéraire du
Moyen- Âge. Quatrième édition, revue et corrigée. Paris, H. Champion, 1925.
bras de l‘adultère, et nombreux sont les fabliaux qui relatent le

moment des amants, un moment intime qui se compose de trois

parties: le repas, le bain et l‘acte sexuel que le trouvère rapporte de

façon succincte. Cependant, comme nous allons le voir, le repas

préparé aux amants est toujours bien plus succulent que celui

réservé au mari dont le retour est toujours inopportun.

Mise à part la maison comme lieu de restauration, la ville des

fabliaux créée un certain réalisme puisqu‘elle évoque la taverne, un

lieu de perversion et de vice qui propose largement de quoi

s‘abreuver et s‘alimenter et ce, bien sûr en payant.

Ces deux endroits cités témoignent donc d‘une certaine culture

culinaire et viticole pas si lointaine de la France du Nord actuelle. Le

but est de faire ―bonne chère‖ quelque soit la situation. D‘ailleurs le

mot ―chiere” désignait le visage en ancient français. ― faire bonne

chère”, c‘était à l‘origine accueillir les gens avec un visage souriant;

De là le mot s‘est appliqué à l‘accueil, à la bonne vie, au repas en

general.‖ À ce propos Marie Thérèse Lorcin écrit:

« Petite ou grande, modeste ou luxueuse, l’habitation

signifie pour tous sécurité, confort, détente, sociabilité. Les

voyageurs surpris par la nuit n’envisagent point de dormir à la

belle étoile, ils n’ont cesse qu’ils aient trouvé un hébergement.


Aussi, l’hospitalité est-elle un devoir impérieux. Ceux qui la
85
refusent sont toujours punis. »

Dans les fabliaux l‘hospitalité n‘est pas toujours généreuse….Par


86
exemple, le « bouchier d’Abevile », surpris par la nuit

après s‘être rendu au marché d‘Oisemont, cherche un abri pour la

nuit :

«Écoutez ce qu’il fit. La nuit le surprit juste à Bailleul, à mi-

chemin de sa demeure. Comme il était tard et qu’il faisait très noir, il

se dit qu’il n’irait pas plus loin et qu’il logerait dans la ville… »

Il demande à une femme où il pourrait se loger. Cette dernière

sans hésiter lui recommande la maison du prêtre du village :

« Sire, répondit la brave femme, par Dieu qui créa le monde,

mon mari, le sieur Milon affirme qu’il n’y a pas de vin dans cette ville

sinon chez notre prêtre messire Gautier : il a sur ses chantiers deux

tonneaux qui lui vinrent de Nojentel : il a toujours du vin dans un

tonneau. Allez chez lui pour vous loger… »

85
D. Bidon et M.T. Lorcin: Le quotidien au temps des fabliaux, éditions A.& J.Picard,
2003

86
A. Montaiglon : Recueil général et complet des fabliaux des XIIIème et XIVème
siècles, Genève, édition Slatkine reprints, 1973
Cependant le prêtre ne fait pas preuve de charité et lui refuse

l‘hospitalité parce qu‘il considère qu‘il n‘hébergerait jamais une

personne de basse condition. Le prêtre inhospitalier se verra bien

puni. Le hasard veut en effet que le boucher, qui rebrousse chemin,

rencontre un pastoureau s‘en revenant avec un troupeau de moutons

qui appartient au prêtre. Sans que le pastoureau le voie, il saisit une

des meilleures bêtes et retourne chez le prêtre pour la lui offrir en

échange d‘un toit. Cette fois-ci le prêtre intéressé l‘invite à franchir sa

porte et prépare un copieux repas…

« On les servit copeusement de bonne viande et de bon vin. »

Le même exemple d‘hospitalité refusée se répète dans « du

povre clerc » ou la femme refuse sa porte sous prétexte que son mari

est absent, mais qui en fait préserve jalousement son intérieur pour

recevoir son amant. La solitude du clerc errant qui ne sait où trouver

un peu de réconfort à son estomac qui crie famine ne trouve aucune

pitié aux yeux de cette femme adultère pressée de faire rentrer les

victuailles nécessaires aux trois temps du rendez-vous amoureux : le

bain, le repas, le lit:

« Il entre enfin dans une ville, pousse la porte d’un vilain, mais

il ne trouve à la maison que la dame avec sa servante. La dame lui

fait grise mine. Le clerc la prie de l’héberger, par faveur et charité. «

Seigneur clerc, mon mari, dit-elle, n’est pas chez lui en ce moment.

Je pense qu’il me blâmerait si j’avais sans sa permission, hébergé

vous-même ou un autre. Le clerc revient à sa requête…, mais avec


plus d’aigreur encore elle signifie son refus. C’est alors qu’arrive un

garçon chargé de deux barils de vin… la servante apporte un gâteau ;

elle dispose sur un plat du porc qu’elle a tiré du pot. « Vraiment,

dame, il me plairait bien, fait le clerc, de rester chez vous. » Mais

l’autre réplique aussitôt : « je ne veux pas vous héberger »… et la

dame qui s’impatiente lui claque la porte aux talons. »

Ici on voit bien que le repas servi à l‘amant est richement

préparé. Lorsque le mari de cette dernière revient avec le clerc qu‘il

croisé et invité, elle pense lui servir de mauvaise humeur un piètre

repas qui se convertira en un véritable festin car, grâce à l‘habilité du

clerc qui se met à raconter une histoire, la dame doit sortir tout ce

qu‘elle avait jalousement préparé pour son amant.

Dans « les trois boçus », le bourgeois jaloux, qui passe ses

journées assis devant sa porte fermée de peur que quelqu‘un la

pousse et soit attiré par les grâces de sa jeune épouse, accepte au

bout du compte de donner à manger aux trois bossus qui

apparemment avaient cherché la meilleure demeure de la ville. Dans

ce fabliau également, l‘hospitalité est loin d‘être généreuse car le

bourgeois bossu en retire un certain profit et menace de les jeter

dans l‘eau du canal au cas où il les retrouve rôder dans les parages.

Cependant il les reçoit bien comme il faut :

« Le bossu ne lésina pas et régala ses compagnons: on eut pois

au lard et chapons. Quand le repas fut terminé, il fit compter aux


trois bossus, je le sais, vingt sous parisis. Cela fait, il leur défendit de

revenir dans la maison, ni dans l’enclos : s’ils étaient pris, il les

enverrait se baigner dans les eaux glacées du canal… «

Il faut préciser que lorsque les personnages passent à table,

cette table n‘a rien à voir avec celle de nos jours. L‘expression

« mettre la table », « retirer la table » vient du Moyen- Âge, où la

table n‘était pas un élément fixe. En effet, il s‘agissait d‘une planche

que l‘on posait sur deux tréteaux pour manger, et que l‘on retirait

après le repas. Dans les fabliaux la table peut-être également une

cuve, comme dans « le cuvier », où le mari qui revient plus tôt que

prévu oblige la femme à cacher son amant sous le cuvier. Sur ce

dernier elle étale une nappe et fait manger son mari et ses

compagnons aux pieds du prêtre.- amant….

Cependant les fabliaux racontent également l‘hospitalité telle

qu‘elle est perçue au Moyen- Âge, c‘est-à-dire généreuse,

désintéressée, conviviale et sociable, bref un devoir aveugle, sans

arrière-pensée.

C‘est le cas « de Gombert et des deus clers » où la demande

d‘hospitalité n‘est pas mentionnée, pas même la porte, passage entre

l‘extérieur et l‘intérieur, monde étranger aux étrangers qui viennent

s‘y installer. Dès le vers cinq de ce fabliau, le jongleur raconte

comment deux clercs voient la porte d‘un paysan s‘ouvrir:

«Ils prirent pension chez un paysan »


Malgré l‘humble ambiance qui semble régner, le paysan essaie

de contenter du mieux ses hôtes :

« Les provisions de frère Gombert furent cette nuit-là à la

disposition de ses hôtes : lait bouilli, fromage et compote, qu’on

servit à profusion, comme c’est le cas à la campagne »

Ce repas semble bien plus agréable au goût que ce que la

femme du « vilain de Bailleul » prépare à son mari qui revient trop

tôt puisqu‘elle attend son amant :

(« Erme, je meurs de faim. La bouillie est-elle prêtre ? »

Le maton était une sorte de bouillie de lait et de

fromage !...Rien à voir avec ce qu‘elle a amoureusement préparé à

son amant. D‘ailleurs, bien plus tard, le Viandier de Taillevent et Le

Ménager de Paris ne mentionnent cette espèce de bouillie que comme

une nourriture pour les poulets et les oies à engraisser:

« Elle avait tout préparé : le vin était déjà dans le baril, le

chapon était cuit, et le gâteau, je crois, était recouvert d’une

serviette. »

Dans « Baillet le savetier », la femme prépare également un

bon repas à son amant. Mais ce dernier ne pourra le savourer puisque

le mari soupçonneux rentrera plus vite que prévu. A noter que dans

ce fabliau, le mot « viande » est énoncé. Ce mot a eu d‘abord le sens

général de « nourriture », puis à partir du XIV ème siècle, celui de


« chair des animaux dont se nourrit l‘homme ».

. Celui qui a lu tout le corpus des fabliaux se rend évidemment

compte que la taverne même si elle apparaît peu, est présente et

nous révèlent une sorte une hospitalité intéressée ; ceux qui

reçoivent lit et nourriture en franchissant le seuil de ce lieu, doivent

payer leur séjour …

Dans « Les Trois Aveugles de Compiègne », ce sont les phrases

du crieur à travers la rue qui font que les trois malheureux, désireux

de passer un agréable moment, soient comme happés par la taverne.

Ces trois aveugles qui cheminaient sans guide sur la route de

Compiègne se voient bernés par un clerc, qui, voulant vérifier qu'ils

étaient aveugles, affirme leur donner un besant d'or en échange

rien. Chacun des trois croyant qu'un des autres a la pièce, ils vont

faire bombance à Compiègne. Le clerc les suit à l'auberge. Ce sont les

« mots tentants » du crieur qui guident les aveugles vers leur perte :

« ils entrèrent dans la ville où ils entendirent crier à travers les

rues : voici du bon vin frais et nouveau, voici du vin d’Auxerre, voilà

du vin de Soissons ;et du pain, de la viande, du vin et du poisson. Ici

il fait bon dépenser son argent, il y a de la place pour tout le monde.

Ici il fait très bon prendre logis. »

A noter que le vin d‘Auxerre était très renommé, car il

supportait le vieillissement. Quant à celui de Soissons, il était moins


réputé que le premier, « mais la région jouit d’un vignoble très

important s’étendant sur le cours inférieur de l’Aisne avant son

confluent avec l’Oise.87 »

Le tavernier pensant que les trois aveugles sont riches leur

promet un festin de roi :

« Messieurs, fat-il, vous pourriez rester ici une semaine tout à

votre aise. Il n’est pas dans la ville de bon morceau que vous n’ayez

si vous le voulez. »

Sur ce, il leur sert un repas de cinq services :

« II leur prépara cinq services fort copieux, du pain et de la

viande, des pâtés et des chapons, et des vins, mais seulement des

bons ; »

Le monde de la taverne offre également des mets dont la

France médiévale est friande. En effet, les trois dames de Paris

apprécient l‘oie à l‘ail. D‘ailleurs nul plat n‘est plus répandu dans les

fabliaux. L‘ « Oue au chapelain » décrit la sauce à l‘ail, l‘aillée, qui

accompagne immanquablement l‘oie : elle est blanche et espesse et

bien molue. L‘oie reparaît dans le Prestre et Alison et dans Boivin de

Provin. D‘ailleurs le Ménagier de Paris donne la recette de la célèbre

sauce à l‘ail, faite d‘ail broyé, de mie de pain blanc et de verjus,

Tout comme l‘oie, la perdrix semble être un luxe pour les

vilains. La dame qui est chargée par le mari de cuire les deux perdrix

87
Marcel Lachiver
auxquelles il veut convier le curé, ne peut s‘empêcher d‘y goûter petit

à petit et d‘engloutir finalement les deux pièce de viande, en faisant

croire au mari que le chat les a mangés… commet peut –elle résister

à ce que le trouvère appelle « lecheüre », c‘est-à-dire « friandise »

ce mot fait partie de lechier, lekier, « faire bonne chère », « vivre

dans la débauche et la gourmandise », sentiment que la brave femme

semble savourer ; elle jouit de l‘instant et de la bonne chère dont elle

se délecte…

Enfin, il faut souligner aussi que le Moyen- Âge est friand des

épices en tous genres. Les épices sont chères, d‘où l‘expression

« cher comme du poivre » qui traduit bien cette idée. Les épices sont

chères donc, et c‘est pourquoi, elles ne sont pas à la portée de toutes

les bourses. Preuve en est dans le fabliau du « vilain asnier ». le

trouvère raconte comment un paysan habitué à l‘odeur du fumier

qu‘il transporte, s‘évanouit lorsqu‘il rentre dans la ville de Montpellier,

et qui ne supporte pas le parfum citadin des épices. C‘est un

bourgeois, qui, pour le ranimer, lui met une pelletée de fumer sous le

nez !il faut dire aussi que la ville de Montpellier était très célèbre pour

ses épices, ce pourquoi le trouvère la nomme, une des rares villes

d‘ailleurs qui dépasse les limites du Nord où s‘installent les fabliaux. Il

est une rumeur qui dit que les gens épiçaient fortement leurs plats

pour cacher le goût avarié des éléments. Une autre dit qu‘il s‘agissait

là d‘un signe de richesse….


On voit donc, qu‘à la ville où à la campagne, la table, riche ou

pauvre est présente. Dans les fabliaux, les scènes de repas sont si

fréquentes qu‘elles rendent compte des habitudes alimentaires de

l‘époque… l‘assiette de matons pour les paysans, ou « morteruel »,

un plat à base de de pain et de lait auquel on ajoutait de l‘ail. Parfois

des œufs et du fromage comme dans « Gombert et les deux clercs »

pour compléter le repas. Rarement du poisson ou de la viande

comme sur les tables riches.

Ces tables d‘ailleurs plus que ce qui est mangé, traduisent

l‘abondance et la richesse des plats : gibier, fruits secs, épices…. le

vin accompagne souvent les repas, car bien évidemment l‘eau n‘était

pas potable…Au Moyen- Âge, on consomme le vin seulement

quelques semaines après les vendanges. D‘après les fabliaux, cette

époque semble préférer le vin blanc au vin rouge. Ceci peut-être

que parce que sa couleur permettant de constater sa pureté, car à

cette époque -là, la conservation des vins était plutôt médiocre.

Consommé dans les maisons, l accompagne les bons repas qui fêtent

l‘arrivée de l‘amant. À la taverne, il est bu sans modération. Le vin

est donc un gage de plaisir dans l‘univers des fabliaux.


EL PRÓLOGO COMO APERITIVO Y MENÚ-DEGUSTACIÓN:

METÁFORAS DE LECTURA Y SU IMAGINERÍA DIETÉTICO-

GASTRONÓMICA Y MÉDICO-TERAPÉUTICA EN EL PRÓLOGO DE

LA NOVELA FRANCESA DEL SIGLO XVIII (DE RECETAS,

GUSTOS, SABORES, REMEDIOS, VENENOS Y ANTÍDOTOS)

Mercedes Navarro Cameo

Generalmente se concibe el prólogo como un discurso autógrafo

o alógrafo que se propone introducir o presentar la obra concreta a la

que acompaña, a la que no por ello siempre se refiere. Abundan los

escritores y lectores que no dudan en considerar el prólogo como una

práctica inútil, como un vestigio de la oratoria únicamente sustentado

por tradición retórica y convención genérica. Realmente se trata de

una escritura poco reconocida, que goza de más detractores que

partidarios, pero que paradójicamente –y a lo largo de su larga

historia– no ha cesado de practicarse. También existe una postura

más reivindicativa hacia el prólogo, que prefiere definirlo por una

función de asistencia hacia la obra que acompaña. En este sentido, se

considera como un discurso que suele informar acerca de cómo debe

leerse la obra y por qué, ya que se trata en definitiva de ofrecer una

guía de lectura y de establecer la importancia en función de su

interés, utilidad, originalidad, etc., con el fin primordial de conseguir


que la obra sea leída y en el sentido que su autor pretende. Por otro

lado, y a pesar de que el prólogo no pueda existir con independencia

de la obra a la que se refiere, como un pre-liminar, un preámbulo de

ésta, no por ello debe desdeñarse el valor de este tipo de escritura en

sí mismo, ya desde el punto de vista de cómo desempeña su

funcionalidad o valor asistencial hacia la obra que acompaña, ya

desde el punto de vista de su valor o trascendencia literaria en sí

mismo. Respecto a estas dos cuestiones, el prólogo de la novela

francesa del XVIII, en muchas ocasiones, sugiere o impone una

metaforización de la experiencia de la lectura en una clave

gastronómica realmente jugosa.

En primer lugar, como aperitivo de la obra, el prólogo

aparece como un preludio de la misma que, por convención retórica y

por tradición, debe preceder y acompañar a un buen libro que se

preste de serlo. Los prologuistas de novela del siglo XVIII francés no

cesan de manifestar dicha cuestión, ya que esta última formalidad es

imprescindible para que un libro se considere completo y pueda

bautizarse como libro. Marivaux declara en su prefacio a La voiture

embourbée:

Les premières lignes que j’adresse à mon ami, en

commençant cette histoire, devraient m’épargner une

préface ; mais il en faut une: un livre imprimé, relié sans


préface, est-il un livre ? Non sans doute : il ne mérite

point encore ce nom; c’est une manière de livre, livre

sans brevet, ouvrage candidat, aspirant à le devenir, et

qui n’est digne de porter véritablement ce nom, que

revêtu de cette dernière formalité ; alors le voilà complet.


88
(…) .

Y en su incipit a Le paysan parvenu insiste : La coutume, en

faisant un livre, c’est de commencer par un petit préambule, et en

voilà, un.89 Prévost, por su parte, en su prólogo a Histoire d’une

grecque moderne declara: Cette histoire n’a pas besoin de préface;


90
mais l’usage en demande une à la tête d’un livre.(…)

Pues bien, la preceptiva y el uso por tradición o costumbre

establecen en esta época que todo buen libro debe comenzar con un

prólogo, al igual que en el ritual gastronómico una buena comida

debe comenzar con un aperitivo. En ambas cuestiones se trata de

una práctica que se impone por tradición, y por una retórica o

preceptiva, ya literaria ya culinaria, que en ocasiones puede

considerarse un resultado del protocolo o del ritual ceremonial. Sin

88
MARIVAUX, Pierre Carlet de Chamblain de : La Voiture embourbée, 1714, reed.
in Marivaux Romans. Œuvres de Jeunesse, Gallimard, coll. « Bibliothèque de la
Pléiade », Paris, 1949, (Préface).
89
MARIVAUX, Pierre Carlet de Chamblain de : Le paysan parvenu, 1735-36, reed.
in Gallimard, Paris, p. 38.
90
PREVOST, Antoine François, Abbé de: Histoire d’une grecque moderne, 1740,
reed. in Presses Universitaires de Grenoble, Grenoble, 1986, p. 19 (Avertissement).
embargo, en ambos casos también incluye un valor pragmático

altamente eficaz: abrir boca, estimular el apetito, ya de la comida

que sigue, ya de la obra que sigue. Esta relación de semejanza entre

los conceptos de prólogo y aperitivo me permite realizar un

desplazamiento de significado y sustituir perfectamente un término

por otro, esto es, puedo designar metafóricamente al prólogo como

―aperitivo de la obra‖, o al aperitivo como ―prólogo de la comida‖.

Este desplazamiento semántico es posible gracias al término

intermedio de ―preludio‖, desde el punto de vista del ceremonial o

preceptivo, y gracias al término intermedio de ―estimulante‖, desde el

punto de vista de su función. Ambos términos intermedios tiene

propiedades inherentes que son comunes a los dos conceptos

relacionados.

Pero todavía existe una tercera coincidencia entre ambos

conceptos, y es que siempre se trata de incitar o estimular la

apropiación de lo que sigue, ya sea in-corporando unos contenidos en

el caso de la lectura, o unos alimentos en el caso de la ingestión. En

este caso es el término o concepto intermedio de la ―in-corporación‖

el que me permite relacionar el proceso alimenticio con el de lectura,

como in-corporación (ingestión) y asimilación anímica e intelectual

(digestión) del contenido del libro, cuya metaforización provoca un

rica imaginería, con un registro léxico explícitamente gastronómico,

dietético y terapéutico. Por el momento, y basándome mucho más


en los implícitos y en las similitudes anteriores, y sobre todo en su

aspecto funcional, trataré de respaldar mi propuesta metafórica del

prólogo de la novela francesa del XVIII como aperitivo de la obra a

partir de algunos ejemplares realmente estimulantes.

Una de las acepciones de la definición de aperitivo es la del

licor o bebida que se toma antes de una comida principal, o, también,

la comida que acompaña a esta bebida, a modo de tónico estimulante

que la precede. Baste recordar el siguiente ejemplo:

Dans un de ces jolis réduits consacrés au plaisir, où la

débauche tient lieu de mérite et suffisance d’esprit, dans

une petite maison enfin(…) qu’une compagnie bien

assortie, après avoir tari les vins fumeux, les

liqueurs à la mode, et tant d’autres choses..( …)91

Se trata de un aperitivo que debiera preceder a la comida

principal, y podemos observar que, tras la descripción de los

miembros de este ágape, se prepara el desenlace: (…) Un laquais tire

les rideaux, allume les bougies, ferme les portes … El ceremonial no

puede ser anunciado de un modo más solemne. Al final llega el plato

91
BARET, Paul : Le grelot, 1762, recogido por Chr. Angelet en : Recueil de
préfaces de romans du XVIII e siècle, vol. II : 1751-1800, Publications de
l‘Université de Saint-Etienne/Presses Universitaires de Louvain, 2003, pp. 136-138
(Tout ce que l’on voudra).
fuerte: On lit. Écoutez y, curiosamente, la obra que el personaje del

prólogo se dispone a acometer es la misma que contiene este

prólogo, y que por una técnica especular el lector real de la obra se

ve leyendo él mismo, con el consabido valor pedagógico que implica

toda representación. Sin duda este prólogo sugiere, representa y

estimula el proceso de lectura de la obra, como un apetitoso manjar,

exquisitamente preparado para ser ingerido o in-corporado. Y todo

este ceremonial no es gratuito, ya que, se trate un alimento para el

cuerpo o para el espíritu, la preparación es fundamental. Veamos

cómo lo explica otro prologuista:

Qu’on déclame tant que l’on voudra contre les préfaces

l’usage en subsiste ; il en est comme des préjugés,

toujours combattus et toujours suivis Celui-là qui haït les

préfaces en fait une, quand il dit qu’il n’en veut point

faire. Il me semble que les esprits, comme les sens,

veulent être préparés (….).92

Otro estimulante aperitivo de la obra es el prólogo siguiente, a

modo de epístola, que una dama envía a su amigo con el objeto de

informarle e informarnos del descubrimiento que ha hecho. Se trata

92
GUIARD DE SERVIGNE, Jean Baptiste: Les sonnettes, 1749, recogido por J.
Herman en : Recueil de préfaces de romans du XVIII e siècle, vol. I : 1700-1750,
Publications de l‘Université de Saint-Etienne/Presses Universitaires de Louvain,
1999, p. 296 (Préface).
de la misma obra que nos disponemos a abordar, y cuya lectura le

ha sido realmente placentera. Veamos:

Je viens de faire une découverte, qui me donne une

joie sensible: j’ai trouvé dans les papiers du Comte de

R***, les lettres de la Marquise de M***, et j’ai été

charmée de voir la seule chose qui reste d’une personne

illustre par sa naissance, et célèbre par son esprit et par

sa beauté. Je les ai lues avec plaisir, et peut-être

vous en feront-elles autant qu’à moi.

Los estimulantes básicos de este aperitivo son el hecho de que

se trate de un descubrimiento, al que además tenemos acceso por

infracción, a modo de voyeurs, ya que el contenido que nos

apropiamos y nos disponemos a leer no nos estaba previsto, ni lo

estaba para el caballero con el que se cartea la escritora de esta

carta, ni para el lector que lee este prólogo y obra. Se trata de una

correspondencia ajena e íntima entre una marquesa de M*** y un

conde de R***, con lo cual la curiosidad aumenta, y, en

consecuencia, también el placer de la lectura. Al final de esta carta, la

dama informa a su destinatario acerca de los ingredientes que

conforman el contenido o alimento que le presenta del modo más

apetitoso posible:
brouilleries, raccommodements, caprices, fureurs,

larmes, joie, jalousie, craintes, désirs, désespoirs ;

et quoique ces mouvements soient variés en eux-

mêmes, c’est l’amour qui les fait naître, c’est l’amour

qui les détruit ; c’est toujours l’amour que l’on voit

sous des formes différents, et il ne serait pas possible que

l’uniformité du fond ne dégoûtât, malgré la variété des

sentiments.93

Los ingredientes son realmente variados a pesar de que el

componente básico, el reactivo de esta mezcla y la sustancia que liga

todos sus componentes, como una suculenta salsa, sea siempre el

amor. Por otro lado, también alude al efecto que puede causar sobre

el gusto del lector, al que se invita e incita a hincar el diente a lo que

sigue, también a saborearlo en sus variados matices, a pesar de que

el contenido básico no parezca tan innovador.

Mucho menos sutil pero más conminatorio es el prólogo con el

que Diderot en Les bijoux indiscrets, invita a Zima a apropiarse de la

obra y devorarla por completo, vemos: Zima (…) prenez, lisez, ne

craignez rien. (…) Encore une fois, Zima, prenez, lisez, et lisez

93
CREBILLON, Claude-Prosper Jolyot : Lettres de la marquise de M*** au comte de
R***, 1732, reed. in Paris, Desjonquères, coll. « XVIIIe siècle », 1990, pp. 47-48.
(Extrait d’une lettre de madame de*** , á M. de***).
tout.94 El aperitivo o estimulante de la lectura de esta obra es

ciertamente contundente: además de la modalización persuasiva del

discurso prefacial por este reiterado uso del imperativo, existe una

sugestiva ambivalencia semántica de la forma verbal ―prenez‖, que

sugiere captar el libro en cuestión o apropiarse de él, pero también

transmite de modo figurado la acepción de in-corporar su contenido,

ingerir, beber el contenido que se propone ―sin temor‖ y ―hasta la

última gota‖, como si de un licor o elixir prohibido se tratase, o de un

alimento, ya material, ya anímico (lectura), que en principio le está

vetado por su condición femenina, su edad o su estado.

Este mismo autor nos regala otro prólogo mucho más sabroso y

estimulante, que no solo nos hace abrir boca, y generar jugos

gástricos, también estimula el deseo de acometer el acto de lectura

de la obra: Lorsqu’on fait un conte, c’est à quelqu’un qui l’écoute (…).

Pero el relato se hace esperar, en ocasiones quien lo cuenta sufre

interrupciones, y la información no acaba de producirse, la intriga

crece, el deseo de captar el contenido aumenta, y este preliminar

estratégico que aumenta el deseo y el apetito de consumar el acto de

lectura viene magistralmente dado por este diálogo del incipit de la

obra, veamos:

94
DIDEROT, Denis : Les bijoux indiscrets, 1748, reed. in Diderot : Œuvres, 1951,
Paris, Gallimard, coll. « Bibliothèque de la Pléiade », p. 1 (À Zima).
- Celle d’être prié de la chose que vous mourez de

faire. Eh bien ! mon ami, je vous prie, je vous supplie

de vouloir bien vous satisfaire.

- Me satisfaire !

- Commencez, pour Dieu, commencez.

- Je tâcherai d’être court.

- Cela n’en sera pas plus mal.

Ici, un peu par malice, je toussai, je crachai, je

développai lentement mon mouchoir, je me mouchai,

j’ouvris ma tabatière, je pris une prise de tabac, et

j’entendais mon homme qui disait entre ses dents : « Si

l’histoire est courte, les préliminaires sont longs. » Il

me prit envie d’appeler un domestique sous prétexte de

quelque commission ; mais je n’en fis rien, et je dis (…).95

Pues bien, es a partir de entonces cuando la lectura de la obra

se produce, cuando el deseo del otro, de aquél que ha sido

progresivamente estimulado por un preliminar, por un sutil aperitivo

o tónico, consigue al fin captar, in-tegrar, in-corporar la lectura que

sigue, experiencia tanto más placentera cuanto más deseada.

95
DIDEROT, Denis : Ceci n’est pas un conte, 1773, reed. in Diderot Œuvres, Paris,
Gallimard, coll. « Bibliothèque de la Pléiade », 1951, pp. 753-754.
En cualquier caso, estos exquisitos aperitivos que preceden a la

obra abundan de modo significativo en la novela francesa del XVIII.

Muchos prólogos se presentan como un relato ficcional en el que sus

personajes nos cuentan las circunstancias en las que se han hecho

con la obra que vamos a leer y a la que pertenece el prólogo mismo,

con objeto de proporcionar a las historias un efecto de autenticidad,

al tiempo que encubren la paternidad de la obra. Suele repetirse el

esquema de que uno de los personajes tiene una historia y la dará a

conocer al otro, ya por la escritura de una carta, ya de viva voz

porque alguien la cuenta o la lee. Pero lo que en esta ocasión nos

interesa destacar es el modo cómo ésta se relata, en función de

producir un efecto concreto. Y es que una técnica narrativa que

dosifica estratégicamente una información produce una intriga y un

deseo de conocer lo que se promete y no llega, lo que se prepara y

no acaba de aparecer. Siempre se trata de alguien que provoca e

incita el deseo en el otro, apareciendo este último como un reflejo del

lector situado en el plano extradiegético. Esta cuestión queda

genialmente expresada por las fórmulas de Commencez, pour Dieu,

commencez del anterior prólogo dialogado de Diderot, o también del

que aparece en el prefacio de Angola, Histoire Indienne, en el que la

condesa que dialoga con su amante le increpa: Ah Marquis, (..) et je

vous avoue que vous m’indisposeriez cruellement, si vous ne


lisiez pas, para insistir, más adelante: Oh! Marquis vous

m’impatientez, (…).96

Una vez más, ese deseo del personaje del relato del prólogo

despierta también el del lector, este prólogo no solo refracta el acto

de la lectura, sino también el deseo de consumarla. Deseo y placer

del acto de lectura que estos prologuistas no dudan en comparar con

el deseo que precede y el placer que produce la consumación del

acto sexual o amor físico. En ambos casos se trata de poseer o

incorporar el objeto del deseo. Por otro lado, ya hemos explicado el

desplazamiento metafórico del alimento material hacia el alimento

intelectual o anímico que sugiere la lectura, a partir del elemento

intermediario de la in-corporación; pues bien, este desplazamiento

metafórico del deseo de lectura y deseo genésico, también se

sustenta por el nexo sensitivo entre el deseo de comida y el de amor

físico97, cuestión tan animal como sofisticada. En ambos casos el

modo en el que el partenaire se desenvuelve es definitivo, su modo

de contar y dosificar la información, es tan importante como su modo

de acariciar, el ritmo, la cadencia y las pausas del preámbulo son

altamente eficaces.

96
LA MORLIÈRE, Jacques Rochette de : Angola, histoire Indienne, 1746, reed. in
Romans Libertins du XVIIIe siécle, Paris, Robert Laffont, 1993, p. 375 (On donnera
dans peu la préface).
97
Sobre este nexo sensitivo entre el deseo de comida y de amor físico, veáse
Vázquez, Lydia: Elogio de la Seducción y el Libertinaje, R&B, 1996, p. 33.
Por si alguien desconfía de esta transposición del plano de

lectura al amatorio, es preciso añadir que esta obra contiene un

segundo prólogo titulado “Aux petites maîtresses”, y que, cuando el

marqués que se dispone a perpetrar el acto de lectura, comenta a su

amante: écoutez avec attention, et j’espère que bientôt, pour avoir

part aux hommages qu’on leur rend, vous serez tentée d’en

augmenter le nombre. Pero lo realmente importante es tentar al

lector potencial de la obra, en su triple sentido de incitar, acariciar y

manipular. ¿Lo habrá conseguido con este aperitivo? Al menos este

prologuista lo ha intentado con este sugestivo y estimulante

preliminar.

Por otro lado, también desde el punto de vista de la función que

el prólogo desempeña hacia la obra que acompaña, en ocasiones

puede considerarse como un menú degustación de la misma. Me

refiero a aquellos prólogos ficcionales cuyos relatos reproducen

dentro de su brevedad las mismas técnicas narrativas y estilísticas,

incluso la misma temática que desarrollan las novelas a las que

preceden y que, de este modo, dan a probar. Se trata de que el lector

cate, saboree y deguste en pequeña cantidad lo que luego va a

ingerir en mayor cantidad, se trata de hacerle disfrutar de un modo

más exquisito, sin saciarse, y si le resulta agradable, incitarle a que

siga deleitándose, in-corporando o leyendo más de lo mismo. Se


trata también de catar, de aprender a distinguir y valorar los distintos

elementos y matices que conforman lo degustado en esta breve

muestra, tan exquisita y selecta como pedagógica. Esta última

cuestión la lleva a cabo magistralmente ese menú degustación que

supone el prólogo ficcional especular, que no solo presenta en el

prólogo un relato abreviado de una literariedad indiscutible, sino que

además, si precede a una novela epistolar, el propio prólogo se

presenta bajo la forma de una carta que un personaje ficcional X

dirige a otro Y, en cuyo caso este prólogo es un menú degustación

que enseña al lector en qué consiste la técnica epistolar que

encontrará en la obra que sigue, cuáles son sus ventajas, o cómo se

consigue un relato polifónico a partir del yo subjetivo e intimista.

También nos adelanta y hace degustar ese morboso placer de

acceder a unas confidencias íntimas que no nos estaban destinadas.

Sin lugar a dudas, este tipo de prólogos que presentan de forma

reducida y abismada el propio acto de lectura o escritura de las obras

que les siguen, son un modo de adelantar no solamente el sabor de

la obra, también son una muestra de las mismas inquietudes

técnicas y estilísticas, en ocasiones también ontológicas, que de

modo más amplio desarrolla la novela a la que preceden. La

casuística prefacial de este tipo es muy abundante en este cronotopo:

anteriormente hemos citado varios prólogos ficcionales especulares,

también predominan otros ficcionales especialmente valiosos desde el

punto de vista de su transcendencia literaria, entre los que destacan


los prólogos que Mme Duras añade a sus obras Ourika y Édouard.

Estos prólogos son exquisitos relatos de ficción que nada tienen que

envidiar a los que encontramos en la obra que preceden. Su

contenido, su técnica narrativa, son un alarde de ingenio y finura.

Hagamos una breve cata del comienzo de estos prólogos:

J’étais arrivé depuis peu de mois de Montpellier, et je suivais à Paris

la profession de la médecine, lorsque je fus appelé un matin au


98
faubourg Saint-Jacques (…). O bien :

J’allais rejoindre à Baltimore mon régiment, qui faisait partie des

troupes employées dans la guerre d’Amérique ; et, pour éviter les

lenteurs d’un convoi, je m’avais embarqué à Lorient sur un bâtiment


99
marchand armé en guerre (…).

Ambos prólogos son a su vez una conseguida muestra o menú

degustación de la novela de memorias que sigue, que sin duda

también sintetiza en su brevedad las inquietudes y propuestas

narrativas de la época, ya que es bien sabido que la ―de memorias‖

es, junto con la epistolar, el género más practicado. Además, no solo

se limitan a adelantar o hacernos degustar en miniatura aquello que

lleva cabo la obra que sigue, sino que también son aperitivos

apetitosos de la obra ya que, tras un apasionante relato, conocemos

98
Duras, Claire Durfont, Mme la Duchesse de : Ourika, 1823, reed. in Romans de
Femmes du XVIIIe siècle, Paris, Robert, Laffont, 1996, pp. 985-987.
99
Duras, Claire Durfont, Mme la Duchesse de : Édouard, 1824, reed. in Romans de
Femmes du XVIIIe siècle, Paris, Robert, Laffont, 1996, pp. 1009-1012.
que uno de sus personajes esconde de modo misterioso un intrigante

pasado, que no quiere desvelar, ya que contarlo le tortura tanto

como al lector no conocerlo, pero tras la insistencia de otro

personaje, tras una larga espera…..¡al fin nos hacemos con la

historia! Veamos :

Enfin, un jour de l’été dernier, la retrouvant seule dans

le même berceau, sur le même banc où je l’avais vue la

première fois, nous reprîmes la même conversation, et

elle me conta ce qui suit. (Ourika).

Édouard cependant gardait toujours sur lui-même ce

silence qui m’avait longtemps affligé ; (…). Au bout de

quelques jours, il entra dans ma chambre, tentant dans

sa main un gros cahier d’une écriture assez fine. « Tenez,

me dit-il,ma promesse est accomplie, vous ne vous

plaindrez plus qu’il n’y a pas de passé dans notre amitié ;

lisez ce cahier, mais ne parlez pas de ce qu’il contient ;

souvenir ineffaçables, ajouta-t-il ; et cependant quand on

va les chercher au fond de son âme, on y réveille mille

nouvelles douleurs. » Il me quitta en achevant ces

mots, et je lus ce qui va suivre. (Édouard).


Es preciso añadir que antes de que estos personajes nos

proporcionen la misteriosa historia que tan celosamente guardan, han

sufrido no pocas aventuras en las que su vida, y por lo tanto su

misteriosa historia, ha corrido el riesgo de desaparecer con ellos para

siempre. Lo cierto es que este modo de crear suspense en el prólogo

para dilatar el momento de acometer la lectura de la obra que sigue,

adopta una sofisticada técnica narrativa de gradación de la

información, altamente eficaz, destinada a aumentar paulatinamente

el deseo de consumar dicho acto. El deseo y el placer también

aumentan de modo gradual100, cuestión que en 1754 dejaba bien

clara el Traité des sensations, de Condillac, y que estos prologuistas

conocen y con el que muchos comulgan. Por otro lado, su modo de

utilizar la instancia narrativa, o sus poéticas descripciones, ya del

paisaje, ya psicológicas, etc., nos muestra la literariedad de esta

escritura prefacial.

Para finalizar con la cata de estos menús-degustación de la

novela francesa del XVIII, propongo uno de los más sabrosos, según

mi gusto:

100
Respecto a la gradación del deseo por parte de estos escritores del siglo XVIII,
véase L. Vázquez: Elogio de la seducción y el libertinaje, Op. cit., pp. 115-116. En
este sentido declara: (…) Así lo entendieron los escritores libertinos del siglo XVIII,
que hicieron de sus novelas auténticos tratados de gradación sensual, de seducción
por los sentidos.
(…) Ces dernières paroles avaient excité une sorte de

rumeur dans l’assemblée. Un plus grand homme que

Newton! Quel est donc ce mortel si rare? On s’approche

du fumeur, et une personne de la coterie le prie avec

politesse de nous apprendre quelle était cette créature

singulière qui l’emportait su ce philosophe, la gloire du

peule anglais.- Très volontiers. Je suis charmé qu’on

rende des hommages publiques à la vertu ; elle n’a point

d’autre salaire que la considération, et je ne doute pas

que mon sage ne soit le votre….Holà, garçon, apporte-

nous une bouteille de vin de Porto. Il est bon, messieurs

d’humecter le récit.101

Este prólogo se convierte en un alarde de técnica narrativa: se

trata de una micro-ficción que combina la forma del discurso con la

del relato, y, dentro de este último, alterna un modo narrativizado

con otro restituido, ya directo, ya indirecto. Asistimos a un

sorprendente dominio de la instancia narrativa, donde el prologuista

aparece y desaparece a su antojo: si en un momento dado cede la

palabra a uno u otro personaje de su relato, luego uno de ellos se

convertirá en el narrador de la historia que posteriormente contará la

101
ARNAUD, François-Thomas-Marie de Baculard d‘ : Sidney et Volsan, histoire
anglaise, Paris, Chez Le Jay, 1770, pp. 1-6. (Incipit de la edición original
consultada en la Bibliothèque Nationale).
obra, quien por cierto, tampoco se priva de practicar un discurso

inmediato que reproduce los pensamientos íntimos tal y como fluyen

en su conciencia, para pasar de nuevo a otro estilo restituido directo,

etc. Se trata de un menú-degustación elaborado, variado y

suculento, una apetitosa cata en miniatura tanto de la novela que

sigue, como del género que representa.

Otra definición metafórico-gastronómica que sugiere el prólogo

de la novela francesa del XVIII es la de una receta culinaria de la

novela a la que precede, que resulta ser la elaboración o su resultado

concreto, gracias al seguimiento de las pautas generales que el

prólogo ofrece con respecto a sus ingredientes y modo de

elaboración. Entre este modelo de prólogos de la novela, siempre en

este cronotopo, abunda uno de tipo preceptivo, especialmente

significativo, que establece lo que debe ser la novela, cuestión de

gran importancia cuando conocemos su desprestigio genérico, los

reproches, vigilancia y persecución que sufre prácticamente a lo largo

de todo el siglo, por distintos motivos, y, a pesar de todo ello,

también conocemos la singular y afortunada evolución que esta

novela experimentará a finales del mismo. Se trata de una novela

que para sobrevivir debe reinventarse, y los prólogos constituyen el

espacio en el que se aportan nuevas fórmulas magistrales para

proponer recetas originales y creativas, de las cuales las novelas que

les siguen son los ejemplos concretos. Pues bien, tal y como ocurre
en el ámbito gastronómico, no es lo mismo que una anónima ama de

casa aporte una receta de su versión del plato X , a que lo haga el

célebre Ferrán Adrià o el popular Arguiñano. Realmente las recetas

que seguidamente veremos son originales y magistrales, lo que en

gastronomía se llama cocina de autor. Del mismo modo, las recetas

de estos prologuistas crearon escuela y aportaron los ingredientes y

los modos de elaboración de la novela moderna. Y es que la nueva

novela que se cuece en este Siglo de las Luces, nos ofrece en sus

prólogos innovadoras y variadas recetas. Veamos algunas de las más

significativas:

Quant à la forme de cet ouvrage, considéré comme une

production littéraire, je ne sais, je l’avoue, comment la

définir. Il y a trop de vérité pour un roman et pas

assez pour une histoire. (…) C’est donc moins le

tissu d’une fable que le fil d’un récit dont le fond est

historique et auquel j’ai entremêlé quelques fictions


102
compatibles avec la vérité des faits.

Este prólogo de Marmontel propone una nueva receta de la

novela que pretende escapar a los reproches que sufre en su

comparación frente a la historia. En este sentido, su propuesta es

102
MARMONTEL, Jean-François: Les Incas ou la destruction de l’Empire du Pérou,
1777, reed. in Paris, Éd. L. Berthier, 1895, vol. I, pp. III-XIX (consultada en
Bibliothèque Nationale).
algo que no se atreve a definir, en la que mezcla los ingredientes

principales de la historia y la ficción, pero la clave de su receta está

en las cantidades de ambos ingredientes y el modo de ligarlos, de

modo que podría leerse del modo siguiente – con el debido respeto:

Ingredientes: Un fondo histórico de un tamaño importante (tamaño

capón); 700 gramos de verdad; 200 gramos de ficción verosímil.

Modo de elaboración; Tómese como base principal un fondo histórico

contundente, al cual debe añadirse una gran cantidad de verdad

(700 gr.) y espolvorear unas pocas ficciones verosímiles (200 gr.).

Seguidamente, se mezclan todos los ingredientes y se cuecen a

fuego lento. Finalmente, es aconsejable triturar la salsa agridulce que

resulta de la verdad y la ficción, y, antes de verterla sobre el fondo

histórico, es aconsejable utilizar el pasapurés, para evitar grumos

desagradables. La textura final debe ser uniforme y perfectamente

ligada.

Y es que, tal y como dice la receta siguiente, es preciso trabajar

los ingredientes del modo adecuado para conseguir que, incluso los

elementos menos verosímiles lo parezcan. Además, si se saben ligar

con arte, se consigue que el maridaje sea afortunado, esto es; que la

verdad sea más bella, y por lo tanto más atractiva y eficaz.


Les Fables les moins soutenables prennent un air de

vraisemblance quand on sait les lier avec art à son

sujet, et elles servent souvent à embellir la vérité


103
même.

De manera que, en esta receta, el innovador ingrediente o

condimento de la vraisemblance y el modo de ligarlo son definitivos

para esa nueva textura y sabor de la novela.

Un prestigioso autor, Crébillon, también nos ofrece su receta

magistral, realmente innovadora, ya que se atreve a mezclar los

ingredientes de realismo y moralidad, maridaje polémico e

impensable con anterioridad que, sin embargo, consigue llevar a

cabo. Este autor aporta una receta o fórmula magistral que se

adelanta a Richardson, cuando establece que la novela, al igual que la

comedia, privilegia que el hombre pueda identificarse con el modelo

representado, ya que éste se muestra más cercano y menos heroico,

menos maravilloso y mucho más instructivo, haciendo posible que el

lector se identifique con l’homme tel qu’il est que aparece en las

obras. Veamos cómo explica su modo de elaboración:

103
LA VIEUVILLE D‘ORVILLE, Adrien de : Histoire de Lidéric Premier, comte de
Flandres,…, 1737, recogido por J. Herman en : Recueil de préfaces de romans du
XVIII e siècle, vol. I : 1700-1750, Publications de l‘Université de Saint-
Etienne/Presses Universitaires de Louvain, 1999, p. 119 (Préface).
Le Roman, si méprisé des personnes sensées, et

souvent avec justice, serait peut-être celui de tous

les genres qu’on pourrait rendre le plus utile, s’il

était bien manié, si, au lieu de l’emploi de situations

ténébreuses et forcées, de Héros dont les caractères et

les aventures sont toujours hors du vraisemblable, on le

rendait, comme la Comédie, le tableau de la vie

humaine, et qu’on y censurât les vices et les

ridicules. Le Lecteur n’y trouverait plus à la vérité ces

événements extraordinaires et tragiques qui enlèvent

l’imagination, et déchirent le cœur ; plus de Héros qui ne

passât les Mers que pour y être à point nommé pris des

Turcs, plus d’aventures… (…) Le fait préparé avec art,

serait rendu avec naturel. On ne pécherait plus contre

les convenances et la raison. Le sentiment ne serait

point outré ; l’homme enfin verrait l’homme tel qu’il

est ; on l’éblouirait moins, mais on l’instruirait

davantage.104

Y, para concluir en este sentido, propongo una receta tan breve

como suculenta : Si vous me demandez, Madame, de quel Carthage

104
CREBILLON, Claude Prosper Jolyot : Les Égarements du cœur et de l’esprit,
1736, in Romanciers du XVIIIe siècle, vol. II, Paris, Gallimard coll. « Bibliothèque de
la Pléiade », 1965, pp. 9-11 (Préface).
j’ai prétendu parler, je vous répondrai par cette devise : Fiction

pour fondement, / Vérité pour ornement .105 Esta divisa, fórmula

o receta magistral, además de mostrar la evolución que se va

produciendo en el pulso roman versus histoire, resulta absolutamente

reveladora ya que la fórmula ―ficción por fundamento, verdad por

ornamento” adelanta la nueva dirección de esta novela y las claves

de su modernidad. Introduce el innovador criterio de privilegiar la

invención sobre la verdad de las historias, y también de privilegiar el

modo o forma (auténtico) de contar sobre el contenido. Se trata, en

el fondo, de un fenómeno al que también se refiere un prólogo,

anterior en un año, y que también aporta una receta o fórmula

magistral para el proceso de reinvención de esta novela:

Le sujet de mon livre n’est pas nouveau. Mais on y verra

des choses nouvelles, ou du moins des choses traitées

d’une manière un peu neuve.(…) C’est que le succès

des ouvrages dépend presque toujours de la façon

dont ils sont écrits. Malheureusement cette maxime ne

me rassure que médiocrement sur le succès du mien .106

105
LEVESQUE , Louise Cavelier : Lilia, ou Histoire de Carthage, in Recueil de
préfaces de romans du XVIII e siècle, vol. I, Op. cit., p. 154.
106
DU CASTRE D‘AUVIGNY, Jean : Anecdotes galantes et tragiques de la cour de
Néron, 1735, in Recueil de préfaces de romans du XVIII e siècle, vol. I, Op. cit., p.
145 (Préface)
Tal y como hemos visto, las distintas recetas o fórmulas

magistrales que ofrecen estos novelistas en sus prólogos, muestran la

evolución de la novela a lo largo del siglo, representan un fenómeno y

unas tendencias generales, pero son también el resultado del genio y

de la personalidad subjetivos en cada autor, de sus gustos e

influencias, y también del contexto en el que producen sus obras,

incluyendo en éste al gusto de sus lectores que se esfuerzan por

modelar al margen de las convenciones establecidas.

Pues bien, es el momento de considerar el gusto, ya que

también estos prólogos nos hablan del valor de las obras en función

del efecto que producen sobre el gusto, desde el punto de vista de

ser definidas o valoradas por sus autores, y también por los efectos

que la obra pueda causar sobre el gusto de los lectores. Esta

importante cuestión se muestra de modo muy explícito ya que se

sirve no tanto de imágenes o metáforas, como de un registro

semántico claramente gastronómico. Según el filósofo gastronómico

Brillat-Savarin107 (1775-1826), en quien reposan las bases de la

racionalidad culinaria, el cuarto sentido, que denomina paladar, nos

permite apreciar lo que es sabroso o suculento. De esta manera,

puede observarse cómo las novelas pueden ser dulces, amargas,

sosas, saladas, picantes, sabrosas o asquerosas, también vomitivas,

107
También calificado como ideólogo de la cocina. Véase Fisiología del paladar, San
Sebastián, R&B, 1995. Muy especialmente, la Meditación 2ª (Del paladar) pp. 23-
36.
etc. Este registro gastronómico se basa en la idea siempre

metafórica de que, tanto las obras como sus contenidos, son

susceptibles de ser gustados, en el sentido de ser paladeados,

saboreados y apreciados o valorados en todos los matices que

contiene o los efectos que provoca ese alimento anímico o intelectual

que representa una lectura: Je vous adresse cet ouvrage, Monsieur,

comme au jeune homme le plus capable goûter les sentiments

qu’il contient.108 Veamos algunos ejemplos :

(…) La première est l’étonnement que me cause

l’orgueilleuse sécurité d’une foule d’auteurs qui, dénués

des grâces du langage ou du style, échappant ou

peignant à faux (…) à la faveur du récit fade et

languissant de quelques intrigues subalternes qui

n’excitent chez tous les connaisseurs qu’un ennui et

qu’un dégoût insurmontable.109

Como puede observarse, este prólogo nos habla de un relato

insípido que provoca un rechazo o asco en quien lo lee o saborea. En

cambio, el incipit de la obra anónima Histoire de Dom Bougre, nos

108
CARACCIOLI, Louis-Antoine, marquis de : Les derniers adieux de la Maréchale
de *** á ses enfants, 1769, in Recueil de préfaces de romans du XVIII e siècle,
vol. II , Op. cit., p. 202.
109
LA MORLIÈRE, Charles-Jacques-Louis-Auguste Rochette de: Mirza-Nadir, ou
mémoires et aventures du marquis de St. T.***, etc., 1749, in Recueil de préfaces
de romans du XVIII e siècle, vol. I , Op. cit., p. 286. (Avertissement de l’auteur).
110
habla de une douce satisfaction y de goûter les larmes. Por

su parte, Sade, comienza el prólogo que dirige a los libertinos en La

Philosophie dans le boudoir declarando:

Volupteux de tous les âges et de tous les sexes, c’est à

vous seuls que j’offre cet ouvrage : nourrisez-vous de

ses principes, ils favorisent vos passions, et ces

passions, (…) n’écoutez que ces passions délicieuses,

leur organe est le seul qui doive vous conduire au

bonheur. (…) jeunes filles trop longtemps contenues dans

les liens absurdes et dangereux d’un vertu fantastique et


111
d’une religion dégoûtante, (…)

En un prólogo del editor a la obra de Aline et Valcour

encontramos otro adjetivo gastronómico para definir y valorar la obra

sadiana: Une des plus piquants ouvrages qui ait paru depuis

longtemps. Por su parte, Mercier, en su prefacio a Mon bonnet de

nuit, nos describe el placer que le procura practicar la escritura: en

este caso, se le antoja ―dulce‖: Qu’il est doux, la tête sur l’oreiller,

110
ANÓNIMA: Histoire de Dom Bougre, 1741, in Œuvres anoymes du XVIII e siècle,
vol.I, coll. « l‘Enfer de la Bibliothèque Nationale », Paris, Arthème Fayard, 1985,
pp. 31-32.
111
Sade, D.A.F, : La philosophie dans le boudoir ou les instituteurs immoraux,
1795. Una versión accesible se encuentra en la siguiente dirección electrónica:
http://www.sade-ecrivain.com/philo/libert.htm.
de se dire : j’ai rempli ma vocation.112 Y, en el epílogo a su obra L’An

Deux Mille Quatre Cent Quarante, de 1771, describe la filosofía como

un suculento alimento, esto es: Quand les hommes seront devenus


113
robustes par la nourriture succulente de la philosophie (…)

Mirabeau, por su parte, define los efectos que causa su novela

sobre el lector como doux transports. Veamos: Retirez-vous,

censeurs atrabilaires; Fuyez, dévots, hypocrites ou fous; Prudes,

guenons, et vous, vieilles mégères ; Nos doux transports ne sont

faits pour vous.114

El prólogo siguiente recoge un amplio repertorio gastronómico,

que de nuevo parte de la imagen metafórica del acto de lectura como

acto de ingestión nutritiva o alimentaria, con el objeto de explicar el

proceso de la correcta in-corporación, degustación o valoración de la

obra, así como la posterior asimilación del contenido de la misma.

Todo ello mediante un registro plenamente gastronómico y

digestivo115:

112
MERCIER, Louis- Sébatien: Mon bonnet de nuit, 1784, reed. in Paris, Éd.
Mercure de France , 1999, pp. 11-13.
113
MERCIER, Louis- Sébatien: L’An Deux Mille Quatre Cent Quarante, 1771,
Genève, Slatkine Reprints, 1979, pp. 231-237.

114
MIRABEAU, Honoré-Gabriel de Riquetti: Le Rideau Levé ou l’éducation de Laure,
1786, reed. in Paris, Librairie, Arthème Fayard, 1984, coll. « L‘Enfer de la
Bibliothèque Nationale », pp. 309-311.
115
Para este registro gastronómico-digestivo, véase la Meditación 16ª (De la
Digestión) de Brillat-Savarin, en Fisiología del Paladar, Op. cit, pp. 165-172.
Ce que j’ai dit au sujet de la vivacité avec laquelle on lit

un ouvrage amusant, est pour engager le lecteur à un

homme auquel l’appétit fait dévorer le morceau sans

le mâcher ; par cette avidité il n’en savoure ni le suc

ni la délicatesse. La réflexion est le palais qui dilate,

qui goûte le sentiment exposé ; plus il y séjourne,

plus elle est longue et plus on en retire d’utilités


116
(…)

Este prólogo introduce una bella metáfora acerca de la reflexión

en el proceso de lectura, en la que la plasticidad de su imaginería

gastronómico-gástrica es ciertamente oportuna, y nos informa del

modo más indicado de leer, tanto desde el punto de vista nutricional

y salutífero, como desde la óptica dietética y médico-terapéutica. Y es

que la lectura puede devorarse o saborearse, engullirse sin más o

deleitarse en su delicadeza y su jugo. Tal y como ocurre con el

alimento culinario, cuando se trata del intelectual, cuanto más

despacio se in-corpora, mejor es su digestión y posterior asimilación.

Para finalizar, propongo el prólogo de Retif a su Anti-Justine,

cuyo subtítulo –ou les délices de l’amour– es en sí mismo bien

116
MOUHY, Chevalier de: La Mouche. 1736, in Recueil de préfaces de romans du
XVIII e siècle, vol. I, Op. cit., p. 179 (Avertissement - Troisième partie).
apetitoso. Cuando este autor define su obra por oposición a la Justine

sadiana, nos cuenta en qué consisten sus diferencias y cuáles son sus

objetivos. Veamos: Je me fis à-moi-même un Erotikon savoureux,

mais non cruel, qui m’excita au point de me faire enfiler une

bossue bancroche, haute de deux pieds. El autor presenta la lectura

de su obra como deliciosa y estimulante, cuyos efectos invita a

experimentar al lector potencial, todavía situado en el prólogo…:

Prenez, lisez, et vous en ferez autant. Y, tras volver a mencionar les

délices de l’amour, añade: Mon but est de faire un livre plus

savoureux que les siens.

Adjetivación gastronómica francamente significativa, referida a

las cualidades de la obra y de la experiencia de su lectura, pero que

nos sugiere también la relación existente entre la experiencia de la

alimentación y la de la lectura, ya que en ambos casos se trata de

integrar, digerir y asimilar una sustancia – no hace falta decir que en

el caso de la lectura se trata, evidentemente, de una asimilación

intelectual y anímica.

Pero en este prólogo la obra no solo se describe y valora a

partir de los efectos sobre el gusto, sino que también nos lleva a

considerar una última cuestión: se trata de los efectos que la lectura

de la obra provoca sobre el lector, y en este caso concreto es obvio

que se trata de un efecto afrodisíaco. Dentro de la terapéutica médica


del escritor, encontramos un uso especial del fármaco-lectura como

droga euforizante, como el ingrediente estimulante que produce un

efecto de dopage muy especial en quien la consume o incorpora, que

le permite conseguir más fácilmente un fin, un objetivo concreto. En

una abundante casuística de los prólogos de este cronotopo, estos

objetivos se presentan como metas supuestamente morales a pesar

de su paradójico nivel fisiológico. Restif lo describe así : Mon but

moral, qui en vaut bien un autre, est de donner à ceux qui ont le

tempérament paresseux un Erotikon épicé qui les fasse servir

convenablement une épouse qui n’est plus belle. Y, del mismo modo,

esta idea también se repite en el prólogo a la segunda parte de la

obra: Je suis parvenu au second volume de cet ouvrage, destiné à

ranimer les maris blasés auxquels leurs femmes n’inspirent plus

rien. Tel est le but…117

............

Pero esta última cuestión de los efectos que la lectura causa en

el lector cuando se refiere a la novela de contenido moral / amoral,

también se estructura en torno a la imagen del fármaco que, de

nuevo, aparece como símbolo de la experiencia o de los efectos de

dicha lectura, y que prolifera en aquellos prólogos que en la segunda

117
RESTIF DE LA BRETONNE, Nicolas-E. : L’Anti-Justine, 1798, reed. in Œuvres
érotiques de Restif de la Bretonne, Paris, Fayard, coll. « L‘Enfer de la Bibliothèque
Nationale », 1985, pp. 287 y 495, respectivamente.
mitad de siglo privilegian el aspecto moral de las obras. Para

entender los desplazamientos semánticos que estas representaciones

metafóricas llevan a cabo, es imprescindible considerar el aspecto

moral desde la reminiscencia platónica del farmacon y el

antifarmacon. Es decir, del medicamento, de la droga, en su doble

aspecto de remedio y veneno. Y todo ello como una metáfora de la

lectura, de la experiencia de la lectura, en los planos pedagógico y

moral.

Recordemos que, para Platón, a lo largo de su República, el

logos es como un fármaco, como una medicina y, también, como un

veneno para el alma. Se considera que el texto es portador de un

pneuma, de un animus o de un spiritus que, al mezclarse con la

sustancia etérea del alma, la conforma, la transforma o la deforma.

Pues bien, del mismo modo, la lectura de la novela en concreto se

nos presenta alternativamente como un remedio o como un veneno,

es decir, puede formar o deformar al lector, puede ser útil para su

salud o, por el contrario, puede contagiar o transmitir un virus

pernicioso. Nuestra experiencia de lectura ante ese prefacio doctrinal

de la segunda mitad del siglo XVIII, que establece la utilidad moral

de las obras como la cuestión fundamental para determinar la

importancia o el interés que presenta su lectura, nos indica que una

obra buena para la salud moral o de costumbres es aquella que

resulta útil e instructiva, aquella que funciona como una lección moral
edificante, como una especie de fármaco vitamínico que aumenta

las defensas frente a la posible agresión o enfermedad moral

procedentes del entorno exterior.

Pero la novela también puede ser un veneno, siguiendo en ello

la doble significación del farmacon platónico, cuando, en lugar de

edificante, resulta perniciosa y corruptora para la salud, es decir,

para la moral. Pues bien, recordemos que éste es un reproche muy

concreto y de los más importantes que se le hace a la novela de la

época, sospechosa de corrupción de la moral por el mero hecho de

presentar el tema amoroso en especial –si se prefiere, de reflejar las

pasiones, sin omitir las más censurables–, adoptando como criterio

preceptos realistas. En estos casos, resulta fundamental la función

del prólogo, que se comporta como una vacuna, como un auténtico

antídoto preventivo frente a la agresión censora que los autores se

esperan y temen, y es, asimismo, un antídoto con respecto al

presunto veneno o peligro potencial que constituye la obra en sí

misma. No olvidemos que todas estas cuestiones, que pueden

parecernos ociosas cuando se estudia la obra novelesca ya en el siglo

XIX, no lo son en absoluto en este periodo literario del XVIII, sino

que resultan, muy al contrario, extremadamente importantes en

cuanto a la creación –no sólo literaria– y al campo que la sustenta. Y,

para entender definitivamente esta metáfora de la lectura como

vacuna o antídoto, nada mejor que recordar los términos en que se


expresaba, acerca de los prólogos, Mme de Cottin, en el que precede

a Claire d’Albe: Il faut donner le remède avant et non après le


118
poison.

Pero la función más estratégica del prólogo concreto de la

segunda mitad del siglo es aquella que pretende y consigue presentar

una obra presuntamente censurable como la más sublime de las

lecciones morales. El prólogo pretende demostrar que el hecho de

inyectar, o de hacer que el lector asimile y se enfrente a los virus y

venenos que supone la obra desde el punto de vista de la salud

moral, funciona realmente como un antídoto, como una vacuna

preventiva frente al ambiente de corrupción que rodea a los lectores

incautos. Tal y como indica Sade en su prólogo a La Nouvelle Justine,

dans un siècle absolument corrompu, comme celui dans lequel

nous vivons (…)119, su obra, convicta de corrupción y de ser un

poison, es susceptible de ser presentada, paradójicamente, del modo

en que nos señala en el prólogo de Justine ou les malheurs de la

vertu, como una de las más sublimes lecciones de moral. Es él mismo

quien insiste en ello: (…) dans la seule vue d’obtenir de tout cela

118
COTTIN, Sophie, (Mme de ): Claire d’Albe, 1799, reed. in Roman de femmes
du XVIIIe siècle, Paris, Robert Laffont, 1996, p. 691. (Se trata de una curiosa nota a
pié de página que pertenece al prólogo de esta obra).
119
SADE, D.A.F, de : La Nouvelle Justine ou les malheurs de la vertu, 1799, reed.
in Sade : Œuvres, Paris, Éd. Gallimard, coll. « Bibliothèque de la Pléiade », pp. 395-
6 (Introduction. Justine lancée).
l’une des plus sublimes leçons de morale que l’homme ait encore
120
reçue.

Con ello, vemos de manera palpable esa estrategia justificativa

que desarrolla el prólogo de la novela que nos ocupa, cuando sufre

persecuciones, condenas o acusaciones de inmoralidad. Dicha

estrategia consiste en presentar y hacer funcionar el contenido

presuntamente venenoso de la novela como un antídoto frente a una

invasión vírica perniciosa que, por otra parte, más que en las obras –

que, desde el punto de vista estético, apenas si pasan de caer en los

males de las formas realistas superando las querellas de lo verosímil–

, sería preciso combatir más bien en la realidad que éstas

representan. Todo ello, insisto, desde la perspectiva de autores,

lectores, censores, editores, etc., del siglo XVIII. De este modo, la

vacuna se nos presenta como una de las propuestas metafóricas en

cuanto a la justificación de los prólogos por parte de los autores. Pues

bien, veamos a continuación algunas reflexiones en torno a la

hermenéutica de las imágenes médico-terapéuticas o

farmacológicas de estos prólogos de la novela francesa del XVIII.

Para situar estas reflexiones acerca del prólogo de contenido

moral y sus metáforas, es preciso tener en cuenta que, en la segunda

120
SADE, D.A.F, de : Justine ou les malheurs de la vertu, 1788 (1ª ed. 1791) in
Sade Œuvres, Paris, Gallimard, 1995, coll. « Bibliothèque de la Pléiade », pp. 129-
130 (Á ma bonne amie).
mitad de este siglo, el canon estético de la novela se desplaza hacia

una preceptiva moral, que condiciona la aparición de un prólogo

fundamentalmente doctrinal, frente al anterior, mucho más

normativo. Pues bien, existe, a lo largo del Siglo de las Luces, un

peculiar concepto pedagógico de la escritura y de la lectura, que

juzga a la primera en general por su utilidad instructiva. Recordemos

al respecto que, para la Encyclopédie, un buen libro es un libro útil e

instructivo, que trata de cosas necesarias para el conocimiento

humano o para la correcta conducta de las costumbres. En la

segunda mitad del siglo, el valor y la importancia de una obra se

valoran a través de criterios didácticos y en nombre de la moral, por

sus efectos de utilidad e instrucción moral hacia el lector. Así, los

prólogos de novela de este cronotopo se ven auténticamente

determinados por una serie de términos y conceptos significativos,

que me limito a señalar al objeto de actualizar sus recurrencias:

morale, utilité morale, dangereux, instructif, corrompre, corriger les

mœurs, leçons de morale, remède, poison, etc. Términos bien

conocidos para los analistas literarios del siglo XVIII.

Como ya sabemos, la censura prohibía y perseguía las obras

supuestamente peligrosas o poco edificantes y, para establecer dicho

criterio, se valoraban especialmente los efectos, riesgos y peligros de

la lectura desde el punto de vista moral, siendo la juventud, y dentro

de ésta, muy especialmente la población femenina, el público que


más debía ser protegido, considerándolo como el sector más

susceptible de contagio del virus amoral por parte de una obra

considerada como poco edificante, poco saludable; dicho en otros

términos, venenosa, libertina o corruptora. Una de las razones del

peligro de la novela se debía a su pintura de las pasiones y el amor.

Veámoslo a partir de unas declaraciones prefaciales de Mme la

marquise de Lambert:

La lecture des romans est la plus dangereuse : je

ne voudrais pas qu’on en fit grand usage ; ils mettent

du faux dans l’esprit. Le roman n’étant jamais pris sur

le vrai, allume l’imagination, affaiblit la pudeur, met

le désordre dans le cœur ; et pour peu qu’une jeune

personne ait de la disposition à la tendresse, hâte et


121
précipite son penchant .

En este mismo sentido se pronunciaba Laclos en su prólogo a

Les Liaisons dangereuses: (…) loin de conseiller cette lecture à la

jeunesse, il me paraît très important éloigner d’elle toutes celles

de ce genre (…)122. Lo cual no evita que su lectura fuese entendida

121
LAMBERT, Marquise de: Avis d’une mère à sa fille, 1748 (2ª ed.), Lausanne,
Marc-Michel Bousquet, pp. 81-82.
122
LACLOS, Pierre-Ambroise-François Choderlos de: Les liaisons dangereuses,
1782, reed. in Laclos : Œuvres Complètes, Paris, Gallimard, Coll. « Bibliothèque de
la Pléiade », 1979, p. 7 (Préface du rédacteur ).
como especialmente útil y oportuna, continúa el autor, en el caso de

que una madre la entregase a su hija el día anterior a su boda.

Lo cierto es que la novela se considera en la época como un

género sospechoso de amoralidad por su temática amorosa y por su

pintura de las pasiones, lo que la convierte en un grave peligro, ya

que se entiende que la pintura de las costumbres o pasiones

censurables contagia o corrompe al lector poco avisado. Ya hemos

visto, a través de los prólogos de Sade, cómo el argumento

justificativo frente a la pretendida amoralidad de las obras radica,

precisamente, en demostrar el aspecto paradójicamente moralizante

de las mismas – otra cosa es que creamos a pies juntillas a Sade o

no. Pero otro prólogo que representa esta estrategia justificativa es el

de Baculard d‘Arnaud a su Theresa, histoire italienne, avec un

discours sur le roman (1745-1746): Un bon roman est autant capable

de corriger l’esprit humain qu’une comédie métaphysique; jamais on

n’arrache les hommes de l’erreur que par la représentation de

l’erreur même123.

Efectivamente, se trata de una de las temáticas más

representativas y reiteradas del prólogo doctrinal de esta época, que

establece la utilidad de la novela en función de su interés como

123
ARNAUD, François-Thomas-Marie Baculard de: Theresa, histoire italienne (Avec
un discours sur le roman), La Haye, 2 Vols., 1745, p. 4 (de consulta en la B.N.P.)
cuadro o representación de la vida humana. Pues bien, en este

sentido, insisto en el aspecto moral de estos prólogos desde la

perspectiva platónica del farmacon y el antifarmacon, del remède y

del poison de los que hablan estos prólogos como metáforas

significativas de la experiencia de la lectura en su doble aspecto

pedagógico y moral.

La novela que representa las pasiones y el amor de manera

realista o al margen de las convenciones establecidas de la época es

considerada como un peligro, dependiendo de que lo que describa

sea más o menos censurable y del grado de realismo de su pintura.

Determinadas obras se consideran un auténtico veneno para la salud

moral, y, así, es muy frecuente encontrar los términos de poison,

dangereux, corrompre, etc., estrechamente vinculados unos a otros.

También hemos podido ver el estratégico modo de convertir, de

transformar, gracias al prólogo, una obra censurable en antídoto o

vacuna para prevenir la enfermedad moral, la corrupción. Se trata,

en suma, para los creadores, de actualizar el antifarmacon platónico

como el argumento más válido para hacer frente a tantos reproches

acumulados contra la novela: peligrosa por amoral y corruptora, por

insana y contagiosa… Se trata de convertir el veneno en antídoto, de

hacer pasar las obras por lo que no son, tal y como hemos visto

anteriormente, gracias a una serie de recetas o fórmulas magistrales

que los autores preparan en sus prólogos.


Así pues, esta metaforización de la lectura mediante las

imágenes del fármaco, del veneno o del antídoto es la que sustenta la

concepción de que el buen libro o la buena lectura son aquellos que

resultan útiles para la moral, los que previenen o curan la mala salud

moral de las personas. Y, en este ámbito, me resulta imposible no

recordar los términos en que se expresa al respecto Gilles Deleuze:

Le monde est l’ensemble des symptômes dont la maladie se confond

avec l’homme. La littérature apparaît alors comme une entreprise de


124
santé .

Pues bien, esta tarea salutífera es la que se proponen los

prólogos justificativos del siglo XVIII francés, desde el punto de vista

moral, y caracteriza, de manera peculiar, a la novela de la segunda

mitad del siglo. Todo lo cual se explica por el control pedagógico que,

sobre la lectura, ejerce el Siglo de las Luces, y por el control

pedagógico y moral de la lectura de la novela en concreto, ejercido

por la censura. Dicho control resulta comparable al que ejercen los

responsables sanitarios sobre los fármacos y su uso ilegítimo.

Finalmente, son estas reflexiones las que me hacen considerar

el prólogo de la novela francesa de la segunda mitad del siglo XVIII –

cuando su temática es la de la revisión o valoración moral de la obra–

124
DELEUZE, Gilles: Critique et Clinique, Paris, Minuit, 1993, pp. 14-15.
como –y perdónese le mot et la chose– un prospecto

medicamentoso, como ese breve –a veces, no tanto– folleto que

nos presenta el fármaco en cuestión y que nos informa acerca de las

propiedades preventivo-curativas del mismo. Nos da a conocer el

modo en que debe administrarse, ingerirse o asimilarse por el

consumidor potencial, por su lector. También nos informa acerca de

sus propiedades curativas o de la utilidad médico-terapéutica del

producto que presenta. En último lugar, nos habla de sus ventajas,

con la intención de promocionarlo, así como de sus efectos

secundarios – con la intención, no menos estratégica, de justificar los

posibles reproches. Nos advierte contra su mal uso. Nos indica qué

personas están en condiciones de ingerirlo y a quiénes no debe ser

administrado. Realmente, el prospecto que acompaña a los

medicamentos es –como el prólogo justificativo-moral– un discurso

de asistencia, una información que debe conocerse antes de

consumirlos, antes de leer la novela, y que nos informa acerca del

modo adecuado de asimilar o de integrar sus contenidos, a través de

la ingesta o de la lectura. En ambos casos, se trata de proporcionar

unas instrucciones de uso. Se trata de un discurso pedagógico y que,

además, se propone promocionar un objeto de consumo que debe ser

asimilado por el organismo.

..............
Estas reflexiones en torno al prólogo han resultado ser más un

modo cercano y cotidiano de abordar la hermenéutica que encierra

esta peculiar literatura prefacial que hace de la escritura una tarea de

salud y de la lectura una experiencia gastronómica y dietética, la cual

puede presentarse como agradable o desagradable, con un valor

nutricional concreto y con unos efectos saludables o perniciosos para

el consumidor potencial. Cuestión a la que de modo paradigmático

alude el prólogo siguiente:

Nous croyons que le récit de cette conversion sera utile et

agréable au public qui, depuis quelques années, se plaint

qu’on le laisse sans instruction. Il ne se plaint, à la

vérité, que dans la crainte, si on ne continue à

l’alimenter de bonnes nourritures, de redevenir, sot,

ignorant et barbare, et que, retombé dans son ancien

abrutissement, messieurs les saints ne l’emmusèlent, ne

le bâtent et ne le montent de nouveau .125

Sabemos que la pedagogía siempre ha pretendido controlar la

experiencia de la lectura –y de tantas cosas más…–, anticipando sus

resultados, reduciendo su incertidumbre, creando protocolos y

convirtiéndola, sobre todo, en un medio para un fin previsto – muy a

125
DUVERNET, Théophile-Imarigeon : Les dévotions de Madame de Bethzamooth et
les pieuses facéties de Monsieur de Saint-Ognon, 1789, in Recueil de préfaces de
romans du XVIII e siècle, vol. II , Op. cit., p. 353-354 (Préface).
menudo, la propia necesidad de su existencia. Y, en este sentido,

igualmente significativo me parece el prólogo siguiente:

(…) afin de retirer le fruit qu’on doit se proposer dans

toutes sortes de lecteur, qui est de fortifier dans

l’usage des vertus, lorsqu’on est vertueux, et de se

retirer du précipice dans lequel on s’est entraîner

par le vice. Les fait que rapporte un auteur, lus avec

esprit, deviennent alors d’autant plus attrayants que

l’utile est joint avec le gracieux. La morale est sèche

naturellement, et porte un sérieux qui afflige ; (…)

L’auteur , semblable à un médecin habile qui,

sentant la nécessité de purger son malade, trompe

l’aversion qu’il a pour le remède en le lui présentant

une apparence et une superficie appétissante,

enlumine, s’il est permis de se servir de cette expression,

les endroits sombres de sa morale, afin d’y attacher les

yeux de l’esprit, et par là faire les impressions qu’il s’est

proposées.126.

126
MOUHY, Chevalier de : La Mouche, 1736, in Recueil de préfaces de romans du
XVIII e siècle, vol. I, Op. cit., p. 179 (Avertissement - Troisième partie).
Pues bien, ¿qué son estos prólogos sino un medio para un

objetivo determinado, que pretende controlar, intensificar y

manipular la experiencia y los efectos de una lectura en un tiempo

muy característico? Se trata del prólogo de la novela francesa del

XVIII, la cual atenta contra el buen gusto y goza de una pésima

salud, se trata de un género desprestigiado que a comienzos de siglo

adolece de graves males éticos y estéticos, que a lo largo del mismo

no deja de proponer nuevas fórmulas y recetas magistrales, y que a

finales de siglo consigue imponerse y sentar la bases de su

modernidad. Por todo ello no es de extrañar que desarrolle unas

metáforas de lectura a partir de una sugestiva imaginería

gastronómica, cuyo valor pragmático aumenta el deseo de degustar

la obra, saborearla y digerirla correctamente. Por otro lado, y con el

objetivo de hacer de ella algo más prestigiado y diferente de la

novela anterior barroca, estos prólogos proponen innovadoras recetas

y anuncian suculentos manjares. Además, se produce un

desplazamiento del plano gastronómico hacia el dietético, cuando se

pretende controlar y manipular la experiencia de la lectura, aportando

indicaciones de consumidores e instrucciones de administración.

Así pues, la imaginería gastronómico-dietética muestra de

modo paradigmático la función que el peculiar concepto pedagógico

impone a la escritura / lectura a lo largo de todo el Siglo de las Luces,

concebidas como una instrucción / ingestión útil, un buen nutriente


que debe ser perfectamente asimilado por el lector, cuestión que

facilita su presentación apetitosa y su sabor agradable. Finalmente,

en la segunda mitad de siglo, prolifera una imaginería médico-

terapéutica, cuando se impone el precepto ético sobre el estético,

todo lo cual privilegia el aspecto salutífero de la experiencia de la

lectura, en sus aspectos preventivo y curativo, por sus efectos de

utilidad e instrucción moral hacia el lector.

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