Los Chongos de Roa Bastos
Los Chongos de Roa Bastos
Los Chongos de Roa Bastos
Con relatos de
Domingo Aguilera • Montserrat Álvarez
Cristino Bogado • Damián Cabrera
Douglas Diegues • Nicolás Granada
Edgar Pou • José Pérez Reyes • Javier Viveros
Dirección Editorial:
Miguel A. Villafañe
Diseño:
Cubierta: Ana Armendariz
Interiores: Gustavo Bize (gustavo.bize@gmail.com)
ISBN: 978-987-1240-
Sergio Di Nucci
Nicolás G. Recoaro
Alfredo Grieco y Bavio
Nota bibliográfica
Este libro no habría sido posible sin una serie de auxilios des-
interesados en Paraguay y en Argentina. En primer lugar, sin la
hospitalidad que nos brindaron u ofrecieron Simón Cazal, de la
organización Somos Gay, en su sede de la calle Mandubirá en
Asunción, y Damián Cabrera en Minga Guazú. Entre quienes
nos orientaron primeros, virgilios en la vida política, social y cul-
tural paraguaya, laberíntica como el asunceno Mercado 4, está
Adelina Pusineri, directora del Museo Etnográfico Jesús Barbero.
Y también la poeta y narradora Milia Gayoso Manzur. Entre las
editoriales, fueron de una generosidad que no conoció límites
Vidalia Sánchez de Servi Libros y Lía Colombino de ediciones
La Ura. En el diario La Nación, la entera sección de Cultura en
general y Carlos Giménez en especial fueron siempre serviciales
en el momento correcto, como lo fue, en el mismo diario, el gran
periodista que es Rubén Velásquez —y aun supieron anticiparse
a nuestras necesidades—. Desde luego, todos los autores aquí
reunidos fueron colaboradores serviciales, respondieron nues-
tras preguntas, aun las que no merecían respuestas, y ampliaron
nuestro conocimiento de la literatura y la vida del Paraguay.
Cristino Bogado *
ático infantil hasta que somos avisados por una alarma de bom-
bero accionada por una cuerda, como las que se usan en los co-
lectivos públicos. Puestos en pie, nos deslizamos como Batman
y Robin por un tubo previamente engrasado, tomamos los datos
y salimos a la calle. My sister aumenta entonces el volumen del
toca-cintas, y eso es todo.
La calle tiene el aire detenido de los sueños pintados, pero
sin sus mujeres desnudas, o la torpeza insomne de la resaca de
la madrugada del domingo pateando la calle del Mercado 4,
pero sin sus aromas a campo reducidos ahora en hatillos comer-
ciables. El arnés de mi perro es la prolongación de su cautiverio,
pero en versión nomadizada, ambulante. El microclima del en-
cierro perruno continúa, aunque sostenido por mis manos. La
multiplicidad de especies que confluyen en una especie de par-
che zoológico en mi perro proletario se me revela como en una
intuición imbécil. Las pezuñas domesticadas en su ti-ti anodino
e inofensivo tienen algo de chivo, el caucho de su hocico tiene
el brillo del de los simios, el corte de pelo duro y enmarañado le
cae sobre los ijares como ropaje de caballo durante un torneo
medieval o de los de la caballería acorazada feudal, sus enormes
ojazos de pasmo interminable son de inequívoco becerro... Una
pléyade impresionante de especies se cruzan en su físico bes-
tial, pequeños destellos engañosos o alucinados ondulan sobre
la materia petisa y oscura de mi perro.
Aunque la gente diga lo contrario, las cosas siguen como an-
tes. Tenemos que hacer el trayecto a pie, porque todavía hay
censura canina en los colectivos. Y eso se repite en casi todas
las esferas: supermercados, librerías, taxis, bibliotecas, cines,
etc. Si uno va al cyber con su perro, tiene que dejarlo inde-
fectiblemente atado a alguna tranquera improvisada, como a
los caballos en las viejas películas del far west. Y la situación
empeora si se trata de perros callejeros, como el paradigmáti-
Perro prole 39
vieron un perro —allí habría que agregar que El perro que vio
a Dios sería el epítome de toda esa conmoción interior—. En
alguna Navidad me ha conminado a regalarle un bestiario me-
dieval ilustrado, y lo he visto lamiendo con su saliva-panacea a
un kinocéfalo. Piensa, muy profundamente, que el mundo fue
hecho y es protegido por un perro gigante, paternal y bonachón,
irascible ante todo lo que se mueva como gato, animal que no
con razón no es mencionado en la Biblia, ladrando a las conste-
laciones con su respingo lobuno, para que los hombres se sien-
tan seguros en sus propiedades y sus bienes.
Llegamos. Calle Cabeza de Vaca 1553. Como es costumbre,
toco el timbre o, en su defecto, doy unas palmadas sobre la ver-
ja. Dejo al perro, una, dos horas. A veces, cuando el cliente da
muestras de una liberalidad excepcional, o de una soledad infi-
nita, toda una tarde. Le dejo hacer al perro su trabajo y, al final
del mismo, vengo por él de vuelta. Nada más. Comúnmente, el
jubilado, 65-74 años, permanece en su sillón de orejas o en su
silla reposera con un dispositivo para hamacarse, escuchando en
su radio AM malas nuevas sobre la violencia monótona e ina-
plastable, la miseria zarrapastrosa, el desempleo masivo, catas-
trofilla mediática, plagueos hertzianos que rebotan refractarios
en su cuerpo, achacoso o no, mientras el perro, acostado a sus
pies, ahíto de bolejas o de los olores de esa casa vacía y sin ven-
tilación, echa una siestecilla o, como perro solar, como perro a
energía solar, se entrega al dios: los rayos infrarrojos le dan a sus
músculos la suficiente flexibilidad para sus rondas nocturnas de
vigilante insomne. Algún jubilado X siente el impulso de frotarlo
suavemente, cuando ya han intervenido visitas precedentes, con-
tactos anteriores. Y le cuenta la historia de la población familiar
que antaño animó esa casa, cómo el barullo y el movimiento se
fueron evaporando sin que él apenas pudiera percibirlo. Cómo a
las grandes conmociones fueron sucediendo más lagunas silen-
Perro prole 41
a los ataques del cigarrillo, el tiempo del sueño. Esto nos lleva a
la asociación de la muerte con el sueño, que los románticos ale-
manes ya habían proclamado. Claro, nada más alejado de la vida
que la inmovilidad del durmiente, y quién vio alguna vez fumar
a un muerto. Y lo digo sin ningún sesgo de ironía, ni alemana
ni paraguaya. Desprecia a todo aquel que se precie de intelec-
tual pero que no haya hecho experimentos sobre su cuerpo y sus
neuronas. Que no haya agitado esa cosa de por sí inercial y con-
servadora (el cuerpo) con todo tipo de agresiones fecundantes,
ya sea con hongos o con hachís, con cocaína o con anfetaminas,
con LSD o con tabaco, etc. Todo vitalismo de la letra se le antoja
falso, fatuo, mentiroso; el de Nietzsche o el de Deleuze, famosos
ambos por su condición enfermiza crónica, no merece más que
su burla. Pues para él, el cuerpo no es más que un campo donde
las fuerzas planetarias se sumen en una lucha sin cuartel. Piensa
que lo que subyace a la persecución actual al tabaco, a la bús-
queda contemporánea de su extirpación completa a través de la
movilización total, es un complot entre la ciencia de la salud y el
confort burgués. Recordemos que el tabaco es un aporte de lo
precolombino, de lo no occidental en términos puros, a la civi-
lización de la cultura material mundial. Hoy no encaja del todo
dentro de la lógica de ese confort. Ésta, originada en la época
más sórdida y humosa de la Inglaterra decimonónica, la era de
la revolución industrial, ya no soporta actualmente ese cuerpo
extraño y advenedizo, ese agregado foráneo a su ideología tout
court europeo-occidental. A X2 ya le es prácticamente imposi-
ble visitar a sus contados amigos. Últimamente, las “incompa-
tibilidades” provocadas por el humo de su cigarrillo barato los
han separado (casi) definitivamente. Un objeto, un gesto, el rito
del humo y del tatatiná, han quebrado esos años igualmente ru-
tinarios e inerciales a los que en el fondo se reduce la “amitié”,
en vista de las prohibiciones que rigen. (Prohibiciones que no
Perro prole 45
La historia
El himno
Uno dijo que las pendejitas de ahora están más locas, o libe-
radas, que es lo mismo, pero no. Alguien más dejo aquello de
que el Paraguay nunca fue un paraíso de Mahoma, sino un país
de las mujeres; de todas maneras, y que por tanto tudo joia. Una
amiga dijo que acá nunca fueron los hombres los machistas,
sino ellas.
La familia
sin baño de caramelo, más como algo sin pelos en la lengua, sin
perfume, adornos, forro ni vaselina. Si ríes o si gritas, será más
de verdad. No parece gran cosa, pero míralo así: este mundo es
tan trucho que aquí el fracaso es lo único que no puede dar ver-
güenza.
* Inédito.
70 Montserrat Álvarez
* De El Rubio.
82 Domingo Aguilera
asigún Mili Bríte tamién son naturale, pero Shina no cree. Ella
suele decir que en toda la Calle Palma y Etrella solo hay una que
se le acerca en esos atributo, que é La Francesita, una pendeja
de cutis moreno brilloso, que anteayer nomá cumplió 15 año y
yo le pagué una misa en la iglesia La Encarnación y depué un
crucero en el Cuñataï por el Río Paraguay, donde los marinero le
contrataron ahí mimo y me contaron depué que la fieta estuvo
etupenda. Ella é de etatura no muy alta pero tamién de unos qué
te trajeron los reye de aquello y no macana, que no se compade-
ce por su etatura ni por otro rasgo suyo, por lo cual Shina no le
considera rival porque no tiene etatura ni la fieta en el culo, que
ya no son en etos tiempo solo media hermosura como se decía
ante, sino la completa, siendo la cara y lo demá lo de meno. Ta-
mién sabe quiéne serían sus rivale o compañeras en el caso de
un hipotético duelo de culos o en el caso de que tenga que elegir
para sus compañera en una noche de etriptis o chou de depedi-
da de soltero y eso. Odia a Johana, que dice que fue su rival dede
el tiempo ecolar luego y ahora se vuelven a encontrar en una
mima profesión y todo, pero é súper amiga de Dexter, el taxiboy.
Suele pintar el pelo aquí negro, aquí azul y aquí verde, o a vece
todo verde. Cada uno de esos colore puede durarle un mé, así
como una semana.
Coco Yanel é la má refinada, parecida a La Francesita pero
má infandil, y cuanto má cerca uno etá de ella, má linda se vuel-
ve, no como las otra, que si uno les ve de lejo, parecen figurine,
pero cuando se le va acercando se van definiendo por su fiereza,
sus carnosidade, sus ojo seductore o su boca ocura. Pero Coco
Yanel ya mató a dos cliente con valium y a otro le hizo dormir
por cinco día en un motel de Lambaré.
Cindy etá má producida ahora y tiene un cuerpo macizo,
bronceado, ebelto, un cuero tenso, sin ningún pelo en ningún
lado, que cuando abrazás parece luego que abrazás un arma en
90 Domingo Aguilera
llueve y todos tienen que etar parados para no ser alcanzado por
la lluvia bajo el techo.
Las mujere necesitan má juego que el varón, pero juego di-
tinto, tenso, con alguien que le deje hacer todo lo que quiera,
meno ditraerse, y sobre todo que tenga el último elá en la manga
y sea contundente a la hora de la verdá. No importa si é tu mu-
jer, eposa, chonga o concubina, da lo mimo, o si son feas o no,
todas luego nos deben una y el repeto frustra a cualquier mujer.
Si hace rato no cogite con ella por algún problema que no podés
resolver porque no le encontrás, no te preocupes. Hacéle el di-
sierto. Vaciále el tanque. Vite que nosotro los hombre somo lo de
siempre, somo los má inatajado, los má baboso, los má rápidos,
lo que siempre llevan la delantera. Así les acotumbramo a las
mujere, dice la Tía Tarcila cuando aconseja a mi socio.
El interno Grillo Hambriento é el má cachiãi o conchita con
diente bajo el tinglado cuando llueve y le suele tentar en público
al Pator Aniceto por lo de su cogida con Bernarda. El Pator Ani-
ceto le ecucha pacientemente, se pone todo rojo pero no reac-
ciona por él porque dice que asume, que así nomá luego tienen
que ser tratado los bienaventurado aquí en la tierra.
Mi socio se casó con Ana Laura porque no tenía cura. Yo soy
el amor de tu vida le dijo ella cuando se conocieron, y como vir-
gencita que era, no sabía lo que hacía, pero mi socio tenía má
experiencia sentimental y sabía lo que hacía porque ya tenía dos
hijo con otra mujer que Ana Laura no sabía.
La impotencia a vece se llama virginidá, sencillé o bondá,
dice la Tía Tarcila, que era la mejor consejera de mi socio por-
que le conocía bien. Ella le aconsejaba cómo tiene que tratar a
la mujer. Dice que Ana Laura sabía muy bien lo que hacía ante
de casarse con mi socio, solo se hizo la moquita muerta y se dejó
embarazar por él para que se case con ella.
El Rubio 103
van dede chofere, empleado público y privado, los ex, otros ani-
madore y todo los que etán de cumpleaños en lo alrededore de
Asunción y los que bucan amigas por los medio a su alcance.
Báe, Acota, Beníte, Etanilao tuvieron tranferencia millonaria
y todos fueron nuestro pupilo.
Los marte Cacho Ortí tiene otro programa, de igual tenor,
que se denomina Cacho etá contigo, tamién por la ochenta y
ocho punto tre.
Tía Tarcila tiene 58 ahijado en la Chacarista pero ahora ya no
usa la liña ocho, tiene su camioneta 4x4 y quiere hilar má fino.
Los miércule y jueve entra Andy Yunior en la ochenta y ocho
punto tre, la otra era en la radio, que rompe con todo en su pro-
grama titulado La noche de Andy.
Mi patrón no me quiso recibir hoy porque anoche le sor-
prendí hablando con alguien que yo no conocía. Yo sabía que
Fidel Catro era su ídolo, pero no era con él lo que hablaba,
porque conversaban en portugué y tamién en inglé. Era un
extraño, a quien por lo vito no le vio nunca la cara porque le
hablaba así. Y sabé qué, ecuché que le llamaba “mi patrón”,
igual que yo a él. Eto no puede ser, dije yo, que mi patrón tenga
su propio patrón y él no le conoca personalmente, porque así
hablaban.
Tía Tarcila quiere hilar fino aunque Calé le dice que no se
puede poner todo los güevo por el asador.
Mi patrón no le conocía a su patrón, asigún ecuché que ha-
blaban. Y había sido que el Coronel Centú se dejaba coger por
todo los pupilo para admitirles en la organización, a má de otra
cosa má con Lino, y por interné compraba niños, niñas y cole-
giante que le vendía Chiscati para maturbarle y luego él reven-
día. Eso me dio demasiado bronca y no sé qué hacia los do. A
mi patrón le pregunté demasiado cosas y parece que no le gutó
nada de eso porque hata ahora no me habla.
124 Domingo Aguilera
***
El Rubio 125
tronazo. Ramírez ignora que ese día le deparará una alegría casi
nicaragüense.
***
Pasados varios minutos de las diez de la mañana del 17 de se-
tiembre de 1980 la Operación Reptil, que tenía a Asunción como
escenario de operaciones, alcanza su epicentro.
—¡Blanco, blanco! —brama el walkie-talkie.
De súbito, una camioneta se cruza transversalmente sobre la
Avenida España y hace que se detenga la caravana del general
extranjero. La bazuca señala al automóvil, pero el cohete queda
atragantado en el tubo. Enrique contempla la mudez de la bazu-
ca y entra en acción, inmediatamente rocía al vehículo con su
verborrágico fusil de asalto M-16. Se porta bien el arma, tarta-
mudea su fuego con precisión hasta vaciar el cargador. Treinta
disparos telegrafían agujeros por doquier con su Morse mortal.
De súbito, la Avenida España es un estruendo que rompe la ma-
ñana. La atrabiliaria bazuca RPG-2 pide revancha y escupe su
ígnea rabia, levanta metales, despelleja, descapota, quebranta
huesos, quema la piel, desfigura y esparce las vísceras civiles y
militares hacia todas las direcciones como la propiedad isotró-
pica de la luz. El líder, Enrique, escapa con los suyos después de
aureolar de éxito la misión. El motor de la limusina Mercedes
Benz no se ha enterado de nada: sigue latiendo.
***
Ramírez llega, al fin, a su casa con la multitud de diarios de
la fecha. Su zozobra sigue, y seguirá aún por unos días. Ramí-
rez sabe que pocos le creyeron cuando contó que habían venido
a retirar el pedido la noche antes. Casi nadie le creyó y menos
aún cuando con el correr de los años su casa fue creciendo hacia
arriba y su joyería se convirtió en la mejor de la ciudad. Ramírez
continúa en zozobra. Teme ver aparecer su nombre en los dia-
rios. El rumor puede ser perjudicial para todo lo que ha logrado.
La chiripa 135
contaba. Hoy hicimos unas tomas, me dijo un día. Era una cria-
turita muerta, la madre posaba con ella en las piernas, vi los ojos
mustios, al acomodarle la ropa palpé la piel seca, trabajábamos
en silencio casi, como si estuviéramos robando una casa, voces
bajas, susurros nada más. Toda una escenografía montada para
la ocasión, ropa nueva para el cadáver que ya empezaba a oler
mal, la madre también iba bien vestida, una pose trabajada y
flashes continuos. Hay que amalgamar la ciencia de un médico
y la imaginación de un poeta para capturar con éxito las últi-
mas imágenes del cuerpo me decía mi hijo que don Pierre le dijo
que su padre le había dicho cuando lo iniciaba en los secretos
de congelar en papel el rostro de un ser que ya no era de este
mundo. Yo no quería que siguiera con eso, pero bien pensado
era un trabajo honrado que lo tenía ocupado y lejos del narco-
tráfico que impera en esta zona, de las muertes por encargo y
de las plantaciones de marihuana hasta en los jardines más ex-
puestos. Era un trabajo honrado, como cualquier otro, bueno,
como cualquier otro no era, pero sí honrado, y los quince mil
guaraníes que recibía después de cada trabajo lo compensaban,
y a veces don Pierre le daba hasta cincuenta mil, dependiendo
de la cantidad de fotos que pedían del modelo, digo del muerto,
del que posaba para la cámara o al que posaban para la cámara.
Y era un dinerito que ayudaba a seguir tirando el carro, señora,
usted comprenderá. Porque como usted bien sabe, mentiría si
dijera que nuestra economía marcha sobre rieles. Lo que hacían
no era fotografía forense ni documentación gráfica para los pe-
riódicos. Era la gente del pueblo que había elegido ese camino
para recordar a su ser querido. Sus fotografías terminaban siem-
pre enmarcadas y colgadas de una pared o sobre un anaquel o
a veces también en álbumes de hojas amarilleadas por el tiem-
po y la nostalgia. Una vez leí su aviso en el diario: «Las familias
que tengan la desgracia de perder algún deudo de quien deseen
140 Javier Viveros
* De Clonsonante.
146 José Pérez Reyes
hay muchas entre las piedras del cerro tren. ¿Acaso no ven que
son peligrosas?)
Raúl, siempre inquieto, en un intento de desviar el tema de
reprensión pero también para saciar su avivada curiosidad, lan-
zó una pregunta tan aguijoneante como una picadura:
—¿Mba’e rehe oje’e hese, cerro tren, abuela? (¿Por qué le di-
cen cerro tren, abuela?)
El tamborileo de dedos infantiles sobre la mesa indicaba dos
cosas: el hambre y la ansiedad de una pronta respuesta sobre
ese raro nombre combinado.
Luisa buscó la respuesta más simple, creyendo que así se
evitaría dar explicaciones complejas a su nieto y al amiguito de
éste.
—Ha nderehecháipiko, ojoguaha peteï tren pe. (Y no ves que
se parece a un tren.)
Esa respuesta no les aclaró nada. Mientras los dos fijaban su
mirada infantil pero no del todo inocente hacia la ventana que pa-
recía enmarcar el cerro, ella se dedicó a poner un poco de sal so-
bre el guiso cuyo aroma clavaba todos los estómagos del rancho.
Raúl quiso saber más:
—¿Mba’e hei’se peteï tren? (¿Qué es un tren?)
—Ha upéa ko… ( Y es…) —suspiró la abuela— y el resto no lo
dijo sino que se deslizó en su mente haciendo mucho humo y
ruido, como una máquina que se movía sobre unas vías, trans-
portaba gente y sus cargas y también cargas con su gente. Sus
ojos negros seguían puestos en el cerro gris pero no distinguía
forma alguna comparable. La imagen difiere. No depende de
dónde se la mira, sino cuándo se la mira. El desgaste constante y
la depredación salvaje hacían que el pequeño cerro se viera dis-
tinto. Su forma original, que ameritara el bautismo de cerro tren
por los pobladores, ha sido menguada por el frecuente saqueo
de rocas llevadas para construcciones. Es probable que se hayan
El cerro y el tren 147
* En Clonsonante.
152 José Pérez Reyes
lo? Algo de rédito podía venir con eso, pensó. Por lo menos para
costearse la gran demanda que pensaba plantearles exigiendo la
restitución de la cosa si es que así podría caratularse el expedien-
te de reclamo de su voz y la correspondiente indemnización.
Se decidió a demandar a la empresa proveedora, no sin an-
tes amenazar que primero iría a la prensa, para que lo sepan to-
dos, quemaría su nombre y toda la clientela huiría despavorida
ante este problema sensorial. Lucas intuía también que podría
equivocarse mucho con esta apreciación pues el ávido público
consumidor podía optar por este raro sistema, sólo por probar
dicha modalidad. Lucas sabía de las mañas de la publicidad que
canalizaría esto, que para él era una desgracia, en una novedosa
campaña de marketing. Su celular se había convertido en una
nueva plataforma de sonido. Y eso que era un celular mau, com-
prado en algún local experto en truchadas.
Se imaginó como un demente cargando desesperadamente
tarjetas, baterías y saldo, pero cuando el aparato celular deje de
funcionar, tarde o temprano, caería en la mudez absoluta. El chip
lo poseía. ¿Ahora quién pertenecía a quién? Parecía ya alguna
frase sentenciosa en algún cuento de ciencia ficción: vendrá un
tiempo en el cual no sabrás quién vino primero: los hombres o
las máquinas.
Lucas estaba enfadado y al borde de un ataque de pánico. A
todos los directivos les gritó con su celular en mano si podían
imaginarse lo que representaba esta desgracia, condenando el
resto de su vida a comprar cargas, saldos y baterías para celular
y todo apenas para evitar quedarse sin voz.
Era un presupuesto enorme usar el artefacto en cuestión
cada vez que quería hablar. Un suplicio. Sin interconexión era
la mudez total.
Se disponía Lucas a elaborar allí mismo la nota, citando los
hechos y testigos, aprestándose para irrumpir en la sala de clien-
Clonsonante 159
* Nuestra literatura podría tener una-su historia desde los glosarios y
las notas al pie.
Xiru *
* De Xiru.
164 Damián Cabrera
―Mbóre!
―Mbóre!
―Mba!
Sólo yo calzo zapatos, pero el polvo parece filtrarse por los
poros del cuero y me pica más que a cualquiera; me quejo. Aun
antes de los yuyales mi piel es blanco de los bichos: Carne nueva
que las alimañas y el sol dejan al rojo vivo.
El arroyo está más allá del humedal, más allá del monte, de
los pastizales.
Cruzar la aguada, puro lodo; vegetales y animales desinte-
grados. Yo, que salí de casa escondido, me quito los zapatos y
los llevo en las manos; meterse hasta la cintura en esa cuna de
materias burbujeantes. Agarrarse de los pastos que emergen del
lodazal; los mosquitos y ñetĩ se encariñan con los cabellos que
empiezan a oler a tostado, y los pies encuentran alivio en esa
travesía.
Tambalear a lo largo de un tronco hasta pisar tierra firme, y
saciar la sed en el chorro de agua que corre por entre las raíces
de un guajayvi; reanudar la marcha. Los pastos son más altos
que nosotros; uso los zapatos como guantes para protegerme de
su filo; los alejo de mi cara pero acaban dándome latigazos en la
espalda desnuda. Los ka’i nos arrojan sus orines y escrementos;
abajo, los mita’i que nos reímos enfurecidos. Nderasóre!
César: Desnudo, y Gabriel. Todos desnudos, los cuatro; lan-
zarse al agua. Después de una larga zabullida, sentarse a la orilla
del arroyo bajo la sombra de ese arbusto que forma una especie
de cueva. La siesta es larga. El yryvu planea.
―Pehendu piko aipóva?
―Sí escuchamos.
―¡Una vaca!
―¡Parece más un póra!
―Jaha jahecha!
166 Damián Cabrera
***
―¡Yo le vi! ¡Yo le vi!
Los menudos pies descalzos se atropellan para salir primero
del gran baldío, para llegar primero a casa.
―¡Yo le vi más primero! ―dice uno eufórico, con los ojos
arregazados de miedo.
―¡Macanada lo que decís…! ¡A mí me aulló más antes!
―El Luisón no aúlla, ¡nde tavýcho! Medio llora nomás, o sino
katu medio canta. Así, mirá: ¡Ay, ay, úy, úy…!
Los pies corren destempladamente el tape-po’i a cuyas ori-
llas se levantan murallas de grises chircas, cerrándose como un
crujiente techo sobre sus cabezas. El plás-plás de pies despier-
ta a un ynambu-guasu dormido cuyo aleteo pone a gritar a los
mita’i que, aun conociendo bien el revoloteo detrás de ellos, se
aúllan los unos a los otros que ―es el Luisón—, que se ha con-
vertido en hombre-pájaro, ―cháke ndejagarráta!—.
Salen a la calle y, saltando un alambrado, cruzando un patio
ajeno, salen a otra calle en medio de la cual se levanta incon-
gruente un enorme mango; se detienen para respirar debajo de
su sombra nocturna, y no pierden la oportunidad de arrancar
algunos frutos verdes, para protección. Tiemblan y respiran, y el
miedo y la emoción les inflan de regocijo.
―¿Escucharon? ―pregunta uno casi a los gritos―. ¡Cháke,
ahí viene! ―y sobre un raquítico perro negro de facciones cri-
minales llueven los mangos verdes―. ¡Néipy, Luisón! ¡Fuera-ke!
―juntando los labios le lanzan espantosos besos repelentes,
más dolorosos que clavos en la audición canina.
Xiru 169
* Inédito.
186 Edgar Pou
Nde, pero la curva ya no tiene ese efecto dijo Yorwi, quien era
uno de los que más habían curtído la calle esa.
¿Será porque se cortó finalmente aquel feroz árbol? decían
todos, zarpadísimos, como en un murmullo de insectos confa-
bulados esperando un aviso misterioso del futuro.
Yo nunca me atrevía, me daba miedo, era como entregarse,
como desnudarse para morir ante potencias invisibles le decía
yo a Ninyita Pokarey, nuestra hermanita punker quien una ma-
drugada me dijo que se iba a dormir bajo el árbol de la curva, ya
no aguantaba mais, lo había pensado y pensado, así que estaba
realmenchi harta, vamo me dijo con esa su vocecita de poke-
mon que tanto nos gustaba a los vagos. Vamo Soldado repitió
y me tocó la oreja izquierda haciendo tintinear las piedritas del
aro que me había regalado cuando nos conocimos. Naikatumoai
Ninyita preciosa le dije y allí mesmito me fui a mi cachanga a fu-
mar el ultimo petardito del wiken.
Para qué pio me iba a ir? Decímena. Da gusto, esa purete sen-
sación es re mbareté nde loko, decía Yorwi arrastrando exagera-
damente las últimas palabras como si hiciera su último intento
por convencerme.
Eran esos días felices cuando había todito. Y a veces solíamos
curtir música nel cyber donde también le bajamos dos o tres bi-
rras si la onda pintaba joia.
El sueño, seeeee. Esa sensación de despertar en una ciudad
totalmente diferente a todo lo que imaginaste alguna vez, el aire,
el sonido, todo es demasiado real y se interconecta con tu cuer-
po, con tu corazón y tu cerebro. Vos lo sentís. Lo mejor de todo es
cuando empezás a encontrar a otras personas en la ciudad, me
explicaba muy tranki Yorwi pero sin admitir ningun intento de
interrupcion o cambio de tema. Él es asím.
Es fuerte ko esa impresión de que tus sentidos están estira-
dos al máximo como una red cargada de millones de pescados y
Discutiendo en Popeye 187
* Inédito.
192 Douglas Diegues
nan los kapomafiosos del fúbol com sus ojos de guevos duros,
menos los hinchas, los hinchas non ganan nada, y las yiyis cur-
ten coger con peloteros mismo que seas um nabo, um gil, um
tortillón oreja de elefante, las yiyis non querem saber nada de
filósofos, los olimpistas queriendo quemar el último cartucho
ante el tradicional rival dándole de paso algun traicionero golpe
mortal koreano, amargo es el sabor de la derrota en la boca del
hincha vanidoso, del capomafioso del fúbol, de la koncha del
toro, la última vez habían farreado por el triunfo azulgrana, ni
por esso los chicos olimpistas estaban dispuestos a meter la cola
entre las piernas, y el Índio Ramirez, el King Kong del fúbol pa-
raguayensis, “el que non anda non tropieza”, quere nomás estar
atenti em su lugarcito en la defensa del club que más pague, “el
que come y canta pronto se atraganta”, todos con la idea fija de
conseguir los 3 puntos, parecen muy poco los 3 puntos, a la vez
son muchos, todos querem marcar el gol, “el que tropieza y no
cae adelanta terreno”, todos querem chutar el penal, todos que-
rem cabecear primero, menos el Índio Ramirez, su función es
non dejar pasar el adversário mismo que la pelota pase, “dale
guevo al guevón y te pedirá la gallina”, el Índio Ramirez siempre
poniendo el máximo sean o non clássicos fuboleros paragua-
yensis cargados de emociones intensas, “dame dinero y non
consejos”, si sale mal la cosa les costará mucho recureparse es-
pecialmente a los novatos que son los que más se quedan pire-
vaí, “hasta el diablo era hermozo quando era mozo”, el Índio Ra-
mirez non era um novato, era um King Kong guarango kontra
peloteros vyroxuscos, se siente que le kagan a Olímpia, si gana-
ban era espetacular, si non el Índio Ramirez non se calentaba
para nada, se iba nomás a su casa curtir uma cerbezita, um tere-
ré bién helado pa refrescar las bolas, yes, sin dudas, “la duda es
um puñal”, hay que aprender a perder tranquipá, el Índio Rami-
rez nunca había gastado em vano nim una lagrimita por haber
194 Douglas Diegues
parte del Rio Paraguay antes del amanecer hasta las orillas del
Palázio del López para impressionar los soldados paraguayos.
Yo y Charles Bronson nos cagamos de risa quando escuchamos
que los soldados paraguayos gritabam que estaba empezando
el fim del mondo. Yo y Charles Bronson y los Kachikes Guara-
níes y el Antropólogo Don León Cadogan y los 400 mil índios de
mais de 20 etnias que restavam vivos acampados em todas las
plazas de Paraguaylândia conforme lo combinado invadimos
entonces el Palazio de López y el Comando em Jefe Militar y la
Radio Primero de Marzo y el Sistema Nacional de Televisione
com nostras escopetas de brinquedo y nostros arcos y flechas
de museu antes del kanto de los gallos de los voláis alumbrados
por las llamas imensas que crepitabam sobre el Rio Paraguay
em llamas. Todos del poder estabelecido paraguayensis entre-
garon la pelota y las armas numa boa porque estabam demasia-
do impressionados com el Rio Paraguay em llamas y después
com la presenza en bibo y en directo de Charles Bronson y su
equipo de filmaje que filmaba todo com potentes mini filmado-
ras koreanas. Los volái les pedian autógrafos a Charles Bronson
para llevar de recuerdito a sus hijos. Charles Bronson firmaba
amablemente los papelitos que le daban los volái y se los debol-
bía. El dia todabia non habia empezado, yo y Charles Bronson
y los Kachikes Guaraníes y el Antropólogo Don León Cadogan
y los 400 mil índios de mais de 20 etnias que restavam vivos em
Paraguaylândia entramos nel Palázio de López y nel Comando
em Jefe Militar y em la Radio Primero de Marzo y nel Sistema
Nacional de Televisione al mismo tempo. Los presentadores del
programa matinal del Sistema Nacional de Televisione, Yolan-
da Park y Mario Ferreiro, se assustaram com la presenza de los
Kaxikes Guaraníes, pero los Kaxikes Guaraníes dijieron pa que
sigan nomás com el programa. Mientras los periodistas Yolanda
Park y Mario Ferreiro les hacian preguntas a los Kaxikes Guara-
200 Douglas Diegues
Introducción........................................................................... 5
Nota bibliográfica................................................................... 19
Agradecimientos.................................................................... 21