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Santa Catalina

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EL ESPÍRITU SANTO

EN LA TEOLOGÍA DE SANTA CATALINA DE SIENA

Catalina de Siena experimentó verdadera pasión por la teología. Era teóloga por
naturaleza, como lo testimoniaba el Beato Raimundo de Capua, que fue quien más de
cerca y más íntimamente le trató en los años de plenitud espiritual:

«En el tiempo en que le conocí, si hubiera encontrado personas


inteligentes con quien hablar, seguro que hubiera permanecido cien días y cien
noches sin comer ni beber, conversando con ellos sobre Dios. De esto no se
cansaba nunca; incluso le ponía más fresca. A menudo me decía que no
encontraba en esta vida mayor alivio que el de hablar y razonar sobre Dios con
quien supiera hacerlo; nosotros, los que tratábamos con ella, lo sabíamos por
experiencia. En efecto, se veía bien que cuando podía hablar de Dios y razonar
sobre las cosas que le importaban, aparecía más joven, robusta y jovial, y que
cuando no podía hacerlo se volvía débil y casi perdía el aliento.
«Esto lo cuento en honor del Señor Jesucristo, su eterno Esposo, en
alabanza suya y para mi confusión. Hablando conmigo de Dios y razonando
profundamente sobre sus altísimos misterios, sucedía en ocasiones que lo que
decíamos se alargaba y yo, muy lejos de su espíritu y cargado con el peso de la
carne, me dormía. Ella, en cambio, mientras hablaba seguía absorta en Dios y
continuaba discurriendo sin darse cuenta de que yo me estaba durmiendo;
cuando se daba cuenta, alzando la voz me despertaba diciendo: “Buen hombre,
¿por el sueño quiere perder lo que es útil para su alma? Estoy hablando de Dios
con usted o con un muro?”»1.

Bien puede afirmarse que recibió una catequesis temprana acerca del Espíritu
Santo, desde la tradición tomista, por medio de la predicación que seguía con avidez en
la iglesia de Santo Domingo de su ciudad natal, a muy pocos metros de su propia casa.
Participaba en la celebración del misterio de Cristo en la liturgia y, con frecuencia, las
reflexiones a partir de los textos de la Sagrada Escritura o, sencillamente, de la
recitación del Credo, derivaban en una exposición acerca de la naturaleza y misión del
Espíritu en la Iglesia. El tema se abordaba de lleno en torno a la pascua de Pentecostés,
y en otras festividades, como la Ascensión del Señor a los cielos, o en celebraciones a lo

1
Legenda Maior, n. 62. Para facilitar la consulta utilizaremos la siguiente edición:
RAIMUNDO DE CAPUA, Santa Catalina de Siena, [Barcelona], Ed. La Hormiga de
Oro, 1993, p. 86. Traducción de Antoni VICENS. La «permanente inmersión en Dios es
la clave explicativa imprescindible de la vida apostólica de Catalina», Marceliano
LLAMERA, El Testamento Espiritual de Santa Catalina de Siena, en Teología
Espiritual 34 (1990) 51.
2

largo de año, porque en la liturgia dominicana, desde el comienzo, se incorporó la misa


votiva del Espíritu Santo2.

Cuando Catalina se refería en el Diálogo a la fiesta de las Ascensión presentaba


a Cristo como «puente» —en muchas otras ocasiones utilizará también esta imagen—,
pasarela que se eleva a los cielos, para enviar al Espíritu Santo. Éste es una misma cosa
con el Padre y el Hijo y desciende sobre los creyentes con el poder y sabiduría divinas 3.
La formación teológica de la Santa, sin embargo, en cuanto a la doctrina sobre el
Espíritu Santote y otros puntos, se benefició de manera decisiva de la vida
contemplativa que acertó a llevar de modo prácticamente ininterrumpido, fundamentada
por demás en la Palabra de Dios y celebración de sus misterios. La persona, amando,
procura ir en pos de la verdad y revestirse de ella —escribía—4. Centrada como estaba
en la adoración, celebración, y contemplación de las cosas divinas, fue creciendo en
conocimiento de la teología y, en concreto, que es lo que nos interesa en esta ocasión, en
la pneumatología. El Espíritu Santo ocupa un lugar muy destacado en su espiritualidad.

Hay que decir que no hizo una «exposición sistemática» de la teología, ni menos
ha elaborado un Tratado del Espíritu Santo, pero, tanto en el Diálogo, como en las
Oraciones y Elevaciones, y en el Epistolario, se halla doctrina muy abundante y
profunda que viene a ser eco de cómo vivía el misterio de Dios, y prueba de la fuerza y
claridad con que sabía formularlo y transmitirlo a los demás5. A partir de sus Escritos es
posible acercarse a las convicciones profundas y al amor desbordante que albergaba
para con el Espíritu Santo. Va ofreciendo su teología de una manera espontánea, por
medio de un lenguaje sencillo y, a la vez, con hondura de conceptos, dentro de ese
continuo discurrir y contemplar el misterio de Dios que acaparaba por completo su
existencia.

1.- Oración al Espíritu Santo

La tradición manuscrita más antigua le atribuye una «Oración al Espíritu Santo»,


plegaria que reproducen las ediciones más recientes de sus Obras. En ella pedía al
Espíritu que llegara a su corazón y lo atrajera hacia Él. Le suplicaba, igualmente, que le
2
Constituciones primitivas, Distinción I, n. 1, en GALMÉS, L. – GÓMEZ, V. T., Santo
Domingo de Guzmán, fuentes para su conocimiento, Madrid, BAC, 1987, p. 730.
3
«Levato in alto e tornato a me, Padre, Io mandai il Maestro, cioè lo Spirito santo, il
quale venne con la potenzia mia e con la sapienzia del mio Figliuolo, e con la clemenzia
sua, d´esso Spirito Santo. Egli è una cosa con meco Padre o col Figliuolo mio». XXIX,
Ed. De Giuliana CAVALLINI, Il Dialogo della divina providenza ovvero Libro della
divina dottrina, Roma, Edizioni Cateriniane, 1968, p. 64. Trad. de José SALVADOR Y
CONDE, Obras de Santa Catalina de Siena, Madrid, BAC, 1980, pp. 105-106. En
adelante utilizaremos esta traducción.
4
Cf. proemio del Diálogo, n. 1, p. 55. Continuaba: «Y porque de ningún otro modo
gusta y es iluminada tanto de esa verdad como por la oración humilde y continuada,
fundándose en el conocimiento de sí y de Dios, al ejercitarse en ella del modo dicho, esa
alma se une a Dios siguiendo las huellas de Cristo crucificado». Ibíd.
5
En alguna ocasión agradece la clemencia del Espíritu Santo que le asiste en su interior
y exterior y le concede reecrearse escribiendo. Cf. Carta n. 272, a Fr. Raimundo de
Capua, O. P., en CATALINA DE SIENA, Epistolario, Salamanca, Editorial San
Esteban, 1982, T. II, p. 950.
3

concediera lo que llamaban los clásicos de la espiritualidad monástica el temor de amor,


que no es precisamente el propio de los siervos, angustiados por el peligro de caer en el
castigo de su señor, ni el de los mercenarios, que obran el bien en espera de una
recompensa, sino el temor amoroso que debe posesionarse del corazón de los hijos que
gozan plena libertad en el hogar de sus padres. Éstos confían en la indulgencia y
liberalidad paterna, y no dudan de que todo cuanto es de su padre les pertenece también
a ellos. El verdadero hijo se instala en el afecto del bien por sí mismo y se adhiere a él
de manera inmutable, en cuanto es posible a la fragilidad humana 6. Esta doctrina
aparece reiteradamente en la Santa Doctora. Toda persona debe asumir un compromiso
de ascensión permanente, y pasar del temor servil y de la esperanza que caracteriza al
asalariado a la condición filial, y servir sin tenerse en cuenta a sí misma: «Si no
abandonan el ejercicio de la oración y demás buenas obras, sino que con perseverancia
van acrecentando la virtud, llegarán al amor de hijos»7.

Pedía, acto seguido, en la mencionada oración, sensibilidad de espíritu para


considerar por encima de todo el «puro afecto de la divina caridad»; obrar «no por
temor a la pena, sino por la felicidad y gusto de la virtud»; quería que el amor a la virtud
penetrara hasta la entraña misma de su alma. Estaba convencida de que el temor de
amor que concede el Espíritu es un regalo de Cristo. Es Él quien incendia el alma con el
«Santísimo amor del Espíritu».

El texto de su oración es como sigue: «Espíritu Santo, ven a mi corazón; atráelo


a ti por tu poder, dame caridad con temor, guárdeme Cristo de todo mal pensamiento, y
enciéndeme en tu santísimo amor. Que toda pena me parezca ligera, santo mi Padre, y
dulce mi Señor. Ayúdame en todas mis necesidades. Cristo, amor; Cristo, amor»8.

2.- El Espíritu Santo, «voluntad» que se participa

Acude la Santa con su reflexión a la imagen del misterio trinitario que hay en el
hombre y, desde ahí, se adentra a veces en el arcano de la divinidad. Compara la
Trinidad a un mar profundo donde, cuanto más se sumerge uno, más descubre y
mayores ansias experimenta de seguir buscando9. Toda la Trinidad toma parte en la
configuración del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios 10. En los humanos
existe memoria, entendimiento y voluntad, reflejo de la eterna memoria de Dios Padre
—a quien se atribuye el poder—, de la inteligencia original del Hijo —sabiduría infinita
—, y de la voluntad inconmovible del Espíritu centrada siempre en el amor. La memoria
humana tiene la función de recordar los beneficios que recibe de Dios y así va
fructificando en obras que conducen a la gloria; el entendimiento adentra en la verdad
divina, y la voluntad posibilita amar lo que ha visto en el entendimiento y retenido en la
memoria. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, plasma su imagen en la
6
JUAN CASIANO, Colaciones, Col. XI, n. VII, Madrid, Ed. Rialp, 1962, T. II, pp. 25-
28.
7
Diálogo, n. 60, p. 158. Ver también: n. 60, p. 156; n. 59, p. 156; n. 57, p. 154; n. 56, p.
153, etc.
8
Oraciones, en Obras de Santa Catalina de Siena, ed. Ángel MORTA, Madrid, BAC,
1955, p. 555; ed. SALVADOR Y CONDE, p. 51.

9
Diálogo, n. 167, p. 432.
10
Oración 1–2, resumen, p. 449.
4

voluntad para que el hombre sea capaz de amar11, pero no con un amor propio del
asalariado, sino en el que busca el honor, la gloria y la alabanza del nombre de Dios12.

En la carta a algunas discípulas de Siena, escribe:

«Vuestra memoria se llenará de los beneficios de Dios y participaréis del


poder del Padre eterno haciéndoos fuertes y pacientes, frente al demonio, a
vuestra propia fragilidad y a las persecuciones del mundo y, sufriendo con
paciencia, lo dominaréis. El entendimiento, porque contempla su fin, gustará de
Dios, o sea, de la sabiduría del Hijo de Dios. Por la paciencia recibiréis una luz
sobrenatural. La voluntad quedará amarrada con los lazos del Espíritu Santo,
abismo de caridad. En ésta concebiréis un dulce, amoroso y anhelante deseo de
la honra de Dios y de la salvación de las almas. Siendo de este modo elevadas a
la Santísima Trinidad, participaréis del Espíritu Santo»13.

En la obra que realizan en común las tres divinas personas se atribuye al Espíritu
Santo la configuración de la voluntad humana para que ésta se eleve a Dios llena de
amor: «Le di la voluntad para amar, participando del Espíritu Santo»14. El Espíritu, o
voluntad divina, es comparado a la «roca» o fortaleza amurallada, firme en el bien y
comunicadora de la misma firmeza y solidez al hombre si éste usa bien de su libertad 15.
Es verdadera arma para el combate, invencible si está en concordancia con la voluntad
de Dios16. «En este mar de tranquilidad se alimenta y nutre el alma que conforma su
voluntad con tu elevada y eterna voluntad, que no desea sino nuestra santificación» —
exclama en su oración17.

3.- Imágenes y nombres que da al Espíritu Santo

3.1.«Clemencia» del Padre

El nombre que con mayor frecuencia aplica al Espíritu Santo es el de la


«clemencia». Le otorga de manera constante este título peculiar: es la «clemencia del
Padre». La divina clemencia, manifestada en el Espíritu, le recordaba su benignidad al
otorgar el perdón al género humano, aunque no precisamente por los méritos contraídos
por el hombre. Es indudable que su esquema de pensamiento procede de Santo Tomás
de Aquino, pocos años antes elevado al honor de los altares, homenajeado con motivo
del traslado de sus restos a Toulouse, y recomendada su doctrina por capítulos generales
y provinciales18. Entendía ella que la clemencia mitiga la justa ira de Dios por el
pecado19. Se ordena a disminuir las penas que el hombre merece y, bajo esta
consideración, está muy próxima a la caridad o al amor 20. Manifiesta la dulzura del

11
Oración n.13, p. 485. Diálogo, n. 167, p. 433.
12
Diálogo, n. 145, p. 368.
13
Carta n. 286, a la señora Aleja y a algunas otras hijas suyas de Siena, el día de la
convesión de San Pablo, 25 de enero de 1376, Epistolario, T. II, pp. 977-978.
14
Diálogo n. 135, p. 335.
15
Oración n. 7, p. 462.
16
Carta n. 335, A D. Cristóbal, monje de la cartuja de San Martín de Nápoles,
Epistolario, T. II, p. 1131.
17
Oración n. 2, p. 448.
5

corazón de Dios, y se opone directamente a la crueldad 21. La misericordia rebaja, no


sólo la pena, sino también la culpa22. Dios manifiesta su amor misericordioso por medio
de la clemencia del Espíritu. El amor aplaca, o atempera el rigor que merece el desamor.
Acepta la expiación que Catalina hace por sí misma y por el mundo y envía el fuego de
la clemencia del Espíritu Santo23. Si no se opone resistencia a esta clemencia se adquiere
la vida de la gracia y se sale de la culpa24.

La clemencia del Espíritu otorga el amor a Dios y al prójimo para buscar la


salvación de los demás25. Es el lazo que une a Dios con el hombre y a éste con Dios para
que su voluntad se incline a amar 26. La voluntad que participa de la clemencia del
Espíritu da muerte a los enemigos que le acechan 27. En la meta, que es Cristo
crucificado, encuentra el alma al Padre y participa de su poder; descubre la sabiduría del
Hijo de Dios que ilumina el entendimiento, y gusta y experimenta la clemencia del
Espíritu28, «al considerar el afecto y el amor con que Cristo nos ha concedido el
beneficio de su pasión preparándonos un baño de sangre donde son purificadas nuestras
iniquidades»29. La gratitud a Cristo anima a elevar el afecto y correr hacia el amor que el
entendimiento ha visto en Dios y así adquiere y gusta la clemencia del Espíritu Santo30.

3.2. Abismo de Caridad

18
Realizó la canonización de Santo Tomás el Papa Juan XXII, el 28 de julio de 1323,
veinticuatro años antes del nacimiento de la Santa. Urbano V, por su parte, firmó el
decreto para el traslado de las reliquias al Studium Generale de la Orden de
Predicadores en Toulouse en 1369. Contaba Catalina veintidós años de edad. Cf.
Angelus WALZ, Compendium Historiae Ordinis Praedicatorum, Roma 1948, p.
206. El capítulo provincial de la Provincia dominicana de Aragón celebrado en
Huesca en 1378 ordenaba una vez más a los Profesores, que siguieran la doctrina
verídica de Santo Tomás. Cf. nuestro artículo: Actas de los capítulos provinciales
de la Provincia dominicana de Aragón, pertenecientes a los años 1376, 1377, 1378
y 1379, en Escritos del Vedat 32 (2002) 366.
19
In III Sent., dist. 33, q. 3, a.3. Suma de Teología, II-II, q. 143, prol., y II-II, q. 157, a.
5.

20
Escribe Santo Tomás: «La clemencia, en cuanto disminuye las penas, parece que se
acerca máximamente a la caridad, que es la principal entre las virtudes; por ella
obramos el bien para con el prójimo e impedimos sus males». Suma de Teología, II-II,
q. 157, a. 4, c.
21
Suma de Teología, II-II, q. 159, a. 1. Cf. también Super Evan. Johan., cap. 11, lect. 3.
22
Super ad Heb., cap. 10, lect. 3.
23
Diálogo, n. 3, p. 58.
24
Diálogo, n. 4, p. 62.
25
Diálogo, n. 142, p. 356.
26
Carta n. 153, a varias señoras de Pisa, Epistolario, T. I, p. 616.
27
Carta n. 154, a Fr. Francisco Tebaldi, de Florencia, Epistolario, T. I, p. 619.
28
Carta n. 286, a la señora Aleja y a algunas otras hijas suyas, Epistolario, T. II, p. 977.
29
Carta n. 158, al sacerdote Nino, de Pisa, Epistolario, T. I., p. 628.
30
Carta n. 259, a Tomás D´Alviano, Epistolario, T. II, p. 903.
6

De abismo de caridad o de amor califica al Espíritu Santo en una carta que dirige
a algunas discípulas de Siena31. Personifica el amor infinito de Dios, que hace gustar el
fuego de la divina caridad cuando se le busca en la clemencia del Espíritu 32. Es el que da
y no es otra cosa que amor33. Es caridad que hace partícipe al alma de su voluntad 34. El
amor que comunica el Espíritu ayuda a arrojar el amor propio y toda cosa creada no
relacionada con Dios35, orienta el afecto a un amor ordenado 36. El amor propio ciega el
entendimiento y tapa la «pupila de la santísima fe», y así impide el conocimiento de la
verdad37; es un árbol que no da más que frutos de muerte, flores podridas, hojas
manchadas y ramas inclinadas hacia la tierra y zarandeadas por todos los vientos.
«Todos sois árboles de amor y sin él no podéis vivir, porque sois hechos por mí, movido
por el amor»38. En el amor a Dios se consume toda la «humedad» del amor propio, amor
del hombre a sí mismo, y se hace semejante al Espíritu Santo 39. Éste le ayuda a elevar el
afecto y por ello se hace justo y fiel servidor de Dios40.

3.3. Fuego, Luz y Rocío

Aplica de manera general la imagen del «fuego» a Dios, que es «fuego sobre
todo fuego, que arde y no se acaba» 41, que «sale del poder de Dios»42 —fuego de
ardentísima caridad43. Aplica, sin embargo, preferentemente esta imagen al Espíritu
Santo —«a éste se le atribuyen las propiedades del fuego», escribe 44. El poder del Padre
nos ha dado la sabiduría del Hijo y el fuego del Espíritu Santo, «con tanta fortaleza y
unión que ni los clavos ni la cruz habrían sostenido al Verbo sino hubiera sido por las
ligaduras del amor»45. Dios no puede menos de manifestarse a quien le ama de verdad.

31
Carta n. 286, a la señora Aleja y a algunas otras hijas suyas, Epistolario, T. II, p. 977.
32
Diálogo, n. 61, p. 159.
33
Carta n. 241, a Juana de Conrado, Epistolario, T. II, p. 856.
34
Diálogo, n. 76, p. 187.
35
Carta n. 335, a D. Cristóbal, monje de la cartuja de San Martín de Nápoles,
Epistolario, T. II, p. 1133.
36
Carta n. 343, a Rainaldo de Capua, Epistolario, T. II, p. 1160.
37
Diálogo, n. 93, p. 221.
38
Diálogo, n. 93, p. 220.
39
Carta n. 228, a Neri de Landoccio, Epistolario, T. II, p. 828. Cuando se halla vestido
de ella [la voluntad divina], gusta de los sufrimientos por causa de la gracia, llena la
memoria de la sangre del Cordero inmaculado, se abre el entendimiento y se propone
como finalidad el amor inefable que Dios le ha manifestado en la sabiduría del Hijo. Por
ello, el amor que encuentra entonces en la clemencia del Espíritu Santo, arroja de sí
todo amor propio y toda cosa creada no relacionada con Dios». Carta n. 335, a D.
Cristóbal, monje de la cartuja de San martín de Nápoles, Epistolario, T. II, pp. 1132-
1133.
40
Carta n. 259, a Tomás D´Alviano, Epistolario, T. II, p. 903.
41
Cf. Diálogo, n. 134, p. 330.
42
Carta n. 134, a Bartolomé y a Jacobo, eremitas en Camnpo Santo, en Pisa,
Epistolario, T. I, p. 578. Afirma qu la Trinidad es fuego que supera a todo fuego.
Oración n. 7, pp. 463-464.

43
Carta n. 129, a Fr. Bartolomé, O. P., en Florencia, Epistolario, T. I, p. 564.
44
Diálogo, n. 110, p. 258.
45
Carta n. 134, a Bartolomé y a Jacobo, eremitas en Camnpo Santo, en Pisa,
7

Una de estas manifestaciones consiste en «hacer gustar el fuego de la divina caridad


cuando la buscan en la clemencia del Espíritu Santo, engendrando verdaderas y reales
virtudes, fundadas en la pura caridad con el prójimo» 46. El amor no está solo, sino
acompañado de todas las verdaderas virtudes, ya que todas tienen vida en razón de la
caridad47.

La caridad perfecta con el prójimo depende de la perfección de la caridad para


con Dios48; —«Obrar sólo por agradar a Dios», exclamaba 49. Su gran anhelo consistía en
que las almas se vieran enardecidas e inflamadas del dulce y amoroso fuego del Espíritu
Santo, llenas del fuego de la caridad divina para reconocer sus limitaciones y despojarse
de sí mismas, y así amar las virtudes del dulce y buen Jesús en el servicio de la Iglesia,
pues cuanto más socorro se presta a la Iglesia más se participa del fuego del Espíritu que
se halla en ella50.

La presencia del Espíritu se percibe en el alma como fuego medicinal que, con
su gracia y sus dones, acrecienta y hasta embriaga por completo en el amor al Creador,
hasta el punto de «perderse totalmente a sí misma y, viviendo, vive muerta, sin sentir ni
amor ni agrado por las criaturas [...] Estas almas se hallan tan unidas al yugo de Cristo,
que se aman a sí en razón de Dios, a Dios porque es Dios y al prójimo por causa de
Dios»51. El Espíritu es fuego que quema y purifica52. Si la persona abre las ventanas de
su ser en el ejercicio de su libertad entra el fuego de la caridad y extingue la humedad
del amor propio53. «Allí se consume la humedad del amor propio, amor a sí mismo, y se
hace semejante al Espíritu Santo»54.

El Espíritu Santo es, además, «luz» que conduce al alma a despojarse de sí


misma para recibirlo todo de Dios55; sin ella no se puede caminar 56. La luz del Espíritu
expulsa la tiniebla, fortalece el alma y la enardece para que sufra con grandeza y
paciencia57. La persona que ha llegado a la unión con Dios, que está iluminada con la
luz perfecta, recuerda la venida del Espíritu Santo que conduce a la verdad plena 58.
Deseaba que Fr. Bartolomé Dominici fuera iluminado por la luz y el calor del Espíritu
Santo, sazonado con la sal del verdadero conocimiento y de la verdadera sabiduría 59. Se

Epistolario, T. I, p. 578.
46
Diálogo, n. 61, p. 159.
47
Diálogo n. 154, p. 392.
48
Diálogo, n. 144, p. 159.
49
Diálogo n. 136, p. 339.
50
Cf. carta n. 145, a la reina Isabel de Hungría, Epistolario, T. I., pp. 597-599.
51
Carta n. 189, a los monjes de Cervaia, Epistolario, T. II, pp. 712-713.
52
Oración n. 5, p. 459.
53
Oración n. 8, p. 467.
54
Carta n. 228, a Neri de Landoccio, Epistolario, T. II, p. 828.
55
Diálogo, n. 141, p. 353.
56
Carta n. 168, a los ancianos de la ciudad de Lucca, Epistolario, T. I, p. 651.
57
Carta n. 335, a D. Cristóbal, monje de la cartuja de San Martín de Nápoles,
Epistolario, T. II, pp. 1127-1128.
58
Diálogo, n. 96, p. 229.
59
Carta n. 200, Epistolario, T. II, p. 744.
8

consigue la iluminación del Espíritu, de manera especial, por medio de la oración; en


ella se encuentra al doctor de la clemencia que infunde su sabiduría60.

Al Papa Urbano VI escribía el 30 de mayo de 1379 que el Espíritu Santo llenara


su alma, corazón y afecto con el fuego de la divina caridad e infundiera en su
entendimiento una luz sobrenatural, tan perfecta, que por ella todos los fieles cristianos
alcanzara a ver la luz, y que ninguna argucia a que el demonio quisiera llevarlos con sus
maldades pudiera ocultarse al Santo Padre61.

Suspiraba la Santa por que la luz de la fe llegara a los que no habían recibido
todavía el anuncio del Evangelio. Así lo comentaba al Papa Gregorio XI: «¡Qué deleite
si viésemos que el pueblo cristiano daba motivo para proporcionar la fe a los infieles!
Porque después, habiendo recibido la luz, llegarían a gran perfección, como plantas
nuevas que han perdido la frialdad y la infidelidad y recibido con la fe el calor y la luz
del Espíritu Santo. Producirían flores y frutos de virtud en el Cuerpo místico de la
Iglesia, de modo que, con su perfume de virtud, ayudarían a extirpar los vicios y
pecados, la soberbia y la inmundicia que abundan en el pueblo cristiano, y
especialmente en los prelados, pastores y gobernantes de la Iglesia, que se han
convertido en devoradores de almas»62.

El Espíritu Santo es, en fin, rocío con el que fueron regados los Apóstoles63.

3.4. «Servidor» en la mesa de la Eucaristía

Asocia la misión del Espíritu Santo al compromiso de «servir» a los que Dios ha
amado antes de que existieran, es decir, a la humanidad entera, a la que ama
inefablemente aun cuando no halle correspondencia64. «Os he creado por amor y por
ello no podéis vivir sin él» 65. El Espíritu Santo es servidor particularmente de los que se
despojan de las cosas temporales y renuncian a la propia voluntad; la clemencia del
Espíritu se convierte en criado que les sirve66, proveedor y servidor de vilísimas
criaturas67. Es servidor de dones y gracias, que lleva y trae, de Dios a los hombres y de
los hombres a Dios. Lleva a Dios los dulces y amorosos deseos del alma; comunica a
las almas el fruto de la divina caridad para que gusten y se alimenten de la dulzura del
amor de Dios68.

Sirve y sacia a las almas hambrientas de la Eucaristía69. «Tengo hambre», era la


consigna que utilizaba con Raimundo de Capua para pedirle la gracia de la comunión 70.
60
Carta n. 267, a Fr. Raimundo de Capua, septiembre de 1377, Epistolario, T. II, p. 931.
61
Carta n. 351, Epistolario, T. II, p. 1195.
62
Carta n. 218, junio-septiembre de 1376, Epistolario, T. II, p. 799.
63
Oración n. 5, p. 459.

64
Diálogo, n. 143, p. 358.
65
Diálogo n. 110, pp. 259-260.
66
Diálogo, n. 141, pp. 351-352.
67
Carta n. 129, a Fr. Bartolomé, O. P., en Florencia, Epistolario, T. I, p. 365.
68
Diálogo, n. 78, p. 192.
69
Diálogo n. 146, p. 369.
70
«Una de las razones por las cuales Catalina se sintió mejor conmigo que con aquellos
9

Dios Padre es para los fieles mesa provista de todo, el Verbo se ha convertido en
comida, «asado al fuego de la ardentísima caridad». El Espíritu Santo, la caridad, es el
servidor, «pues por sus manos nos ha dado y da a Dios»71. Proporciona el alimento de la
mesa del altar, como camarero que ha querido ser; por el desmedido amor que nos tiene
«no está contento con que nos sirva otro, sino que él mismo quiere ser nuestro
servidor»72. Hace crecer el hambre del alimento eucarístico en el alma otorgándole la
gracia por medio del servidor, del Espíritu Santo73.

En una época en que no se administraba diariamente la comunión, Santa


Catalina la pedía a los diversos sacerdotes que salían a celebrar en la iglesia de Santo
Domingo de Siena, pero aquellos ministros no eran siempre fáciles a contentar sus
aspiraciones. Dedica amplio espacio en el Diálogo al tema de la relación del Espíritu
Santo Con la Eucaristía. El Espíritu sí se prestaba a servirle en la mesa de la Eucaristía,
y lo hacía de múltiples maneras. Unas veces introduciendo el remordimiento en los
celebrantes que habían reaccionado con negativas cuando les había suplicado que, en su
momento, le dieran la comunión. Escribe así: «¿Te acuerdas de aquel alma que,
llegando a la iglesia con grandes deseos de comulgar y acercándose al ministro que
estaba en el altar, pidiendo ella el cuerpo de Cristo, todo Dios y todo hombre, él le
respondió que no quería? Creció en ella el llanto y el deseo, y en el ministro, cuando
llegó el ofertorio del cáliz, el remordimiento de conciencia, obligado por el servidor, el
Espíritu Santo, que tenía cuidado de aquel alma. Y como procuraba y trabajaba dentro
de aquel corazón, el ministro lo manifestó por fuerza, diciendo al monaguillo:
“pregúntale si quiere comulgar, que le daré la comunión de buen grado”. Y si ella tenía
una brizna de confianza y amor, se acrecentaron en grandísima abundancia con tanto
anhelo, que parecía que la vida quería abandonar el cuerpo. Por eso lo había permitido
yo: para hacerle crecer en fidelidad y esperanza y que se le quedase seco todo amor
propio»74.

En otras circunstancias el «servidor» no se valía de ministerio humano, sino que


le auxilió directamente, a veces de manera invisible, y, otras, de modo visible. En la
fiesta de la conversión de San Pablo se hallaba en la mencionada iglesia de Santo
Domingo con gran deseo de recibir el sacramento, «pan de vida, manjar de ángeles dado
a los hombres». Lo pidió a casi todos los sacerdotes que llegaron a celebrar y, uno tras
otro, se lo negaron. En la última misa dio el recado al monaguillo, pero éste se olvidó de
transmitir su petición. Ella esperaba con gran deseo poder comulgar. Terminada la misa
y comprobando que no podía comulgar creció intensamente su hambre de la Eucaristía,

que me habían precedido, fue precisamente porque yo hacía todo lo posible para saciar
su deseo, a pesar de los impedimentos que ponín los que querían alejarla de recibir la
Santa Comunión. Poe ello, cuando tenía ganas de comulgar y me veía, tenía la
costumbre de decirme: “¡Padre, tengo hambre! Po el amor de Dios, dé de comer a mi
alma”». Santa Catalina de Siena, n. 315, p. 304.
71
Carta n. 374, a Bartolomé della Pace, Epistolario, T. II, p. 1275. El Padre es la mesa,
el Hijo el manjar y el Espíritu Santo quien sirve. Carta n. 73, a Sor Constanza, monja
del monasterio de San Abundio, junto a Siena, Epistolario, T. I, p. 412.
72
Carta n. 52, a Fr. Jerónimo de Siena, de los Ermitaños de San Agustín, Epistolario, T.
I, p. 358.
73
Diálogo n. 146, p. 369.
74
Diálogo n. 142, p. 355.
10

pero Dios directamente accedió a su deseo. Le concedió sentir el gusto, sabor y olor de
la sangre y cuerpo de Cristo crucificado75.

En otra ocasión, «confiando que el servidor, el Espíritu Santo, saciase su


hambre» se manifestó visiblemente el regalo que le hizo el Señor. Por su debilidad no
pudo llegar a la misa hasta el momento de la consagración, aunque se hallaba con gran
deseo de participar en la Eucaristía y recibir la comunión. Se colocó al final de la
iglesia, a distancia del celebrante, porque no le permitían que estuviera cerca del altar.
Entre sollozos se decía a sí misma: «“¡Oh desgraciada alma mía! ¿No ves cuánta gracia
has recibido por estar en el templo santo de Dios y haber visto al ministro, siendo digna
de vivir en el infierno por tus pecados?” Con todo, no se aquietaba el deseo, sino que
cuanto más se hundía en el valle de la humildad, tanto más era elevada, dándole a
conocer mi bondad con fe y esperanza, confiando que el servidor, el Espíritu Santo,
saciase su hambre. Entonces le concedí lo que ella no era capaz de desear de aquel
modo. Fue éste el siguiente. Llegando el sacerdote a partir la hostia para comulgar él, al
partirla se desprendió de ella una partícula, salió del altar y fue al otro extremo de la
iglesia donde ella estaba. Percibiendo haber comulgado, pensó que su grande y ansioso
deseo lo había satisfecho yo de modo invisible, como le había ocurrido otras veces. No
le pareció así al ministro, quien, al no encontrar el trocito de hostia, sufría una pena
intolerable, hasta que el servidor de mi clemencia, el Espíritu santo, manifestó a su
espíritu lo que había sucedido, dudando siempre, a pesar de que no habló con ella sobre
ello»76. Raimundo de Capua, que fue el sacerdote a quien sucedió cuanto narra la Santa,
dio puntual fe del hecho. Aseguraba que cuando Catalina no podía satisfacer los deseos
de comulgar su cuerpo sufría más que si lo martirizasen. «Después de consagrar recité
el Padre nuestro y partí, según el rito de la Iglesia, la sagrada hostia primero en dos
partes y luego una de ellas en otras dos; pero en la primera división no se hicieron dos
partes, sino tres [...] La porción de pan, lo vi muy bien, cayó fuera del cáliz sobre el cual
se parte la hostia, y me pareció que fue a parar al corporal, porque observé que había
volado hacia abajo más allá del cáliz y hacia el altar; pero no la pude ver más»77.

3.5. Consejero y Guía de las almas

A los defensores de la ciudad de Siena escribía en el otoño de 1377 que dejaran


caminar al pueblo como a viajeros que eran y según los guiara el Espíritu Santo en la
búsqueda de la honra de Dios, salvación de la salmas y bien de la paz 78. A la paz y
sosiego interior invitaba también a Fr. Guillermo de Inglaterra, de los ermitaños de San
Agustín, cuando le pedía que no perdiera la calma por las críticas que recibía. Cuando el
amor se halla verdaderamente ordenado hacia Dios y el prójimo, el consejo y la guía no
viene de los hombres sino sólo del Espíritu Santo 79. «¡Cuán dulce y suave es la esposa
consagrada a Cristo que sigue el camino y la doctrina del Espíritu Santo! —escribía a
una abadesa. ¿Cuál es ese camino y esa doctrina? No otra cosa que el amor, porque las
virtudes son fruto del amor. Su doctrina no son la soberbia, la desobediencia, al amor
propio, los honores, posición social en el mundo, el gusto o el deleite corporal»80.
75
Diálogo n. 142, pp. 355-356.
76
Diálogo n. 142, pp.356-357.
77
Santa Catalina de Siena, n. 319, p. 307.
78
Carta n. 123, Epistolario, T. I, p. 549.
79
Carta n. 64, Epistolario, T. I, p. 386.
80
Carta n. 79, a la abadesa y monjsas de San Pedro, en Monticelli, en Lignaia,
11

Los que se alimentan de la sangre de Cristo tienen vida y gustan de la vida


eterna; tienen luz y con ella se disipan las tinieblas, dejan todo escándalo y turbación, de
modo que no juzgan ni con pretexto del mal o del bien. Como ellos se han anegado y
desaparecido en la sangre, pensarán otro tanto de los demás «teniendo por seguro que el
Espíritu Santo los guía»81. La luz que viene de Dios anima a la persona a no enjuiciar a
nadie y a dejar que sea el Espíritu Santo quien le guíe, «y por eso no se quema en
murmuraciones ni consiente que sean juzgados los hombres sino por sólo Dios»82.

Se considera ella misma conducida por el Espíritu cuando informaba de la grave


enfermedad en que se hallaba, que le había obligado a no regresar a Siena. «Lo haremos
lo más pronto que pueda y el Espíritu Santo lo permita» 83. Escribía a los señores
defensores de Siena y salía al paso de las murmuraciones que le hacían acerca del viaje
que realizaba Catalina acompañada de su «familia espiritual». Se lo habían presentado
como sospechoso; les decía que si le apreciaran como ella los apreciaba taparían los
oídos para no oír. La Santa y su grupo buscaban la salvación de sus almas y de sus
cuerpos sin reparar en trabajos; estaban designados para sembrar la palabra de Dios y
recoger el fruto de las almas. «Veo que el demonio se duele por lo que va a perder y
perderá por la voluntad de Dios en este viaje, que no se hace sino para comer, gustar
almas y arrancarlas de las manos de los demonios, por lo que quisiera perder yo la vida
y mil que tuviera. Por eso iré y permaneceré según el Espíritu Santo lo quiera» 84.
Juzgaba que no servía como mediadora de paz, pero dejaría que Dios obrara e inclinaría
su cabeza a lo que le mandaran, en conformidad con lo que le inspirara el Espíritu
Santo, anteponiendo la voluntad de Dios a la de los hombres85.

A la reina Juana de Nápoles, en pleno cisma de Occidente, le llama madre, si era


amadora de la verdad y obediente a la Iglesia. De otra manera, se habría hecho sierva y
esclava sometiéndose a la mentira y al demonio, que es su padre. «Habéis dejado el
consejo del Espíritu Santo y seguido el de los demonios de carne» 86. Decidíos por el
lugar de estancia según el Espíritu os sugiera, escribía a un discípulo87.

3.6. Patrón de las Órdenes religiosas

Compara las Órdenes religiosas a embarcaciones —«navecillas»— que están al


mando del marinero patrón, a saber, el Espíritu Santo88. Se han fundado por su

Florencia, Epistolario, T. I, p. 426.


81
Carta n. 124, a Micer Mateo, rector de la Casa de la Misericordia de Siena,
Epistolario, T. I, p. 553.
82
Carta n. 250, al abad de San Antimo, Epistolario, T. II, p. 875.
83
Carta n. 124, a Micer Mateo, rector de la Casa de la Misericordia de Siena,
Epistolario, T. I, p. 555.

84
Carta n. 121, a los señores defensores y capitán del pueblo, de la ciudad de Siena,
estando ella en San Antimo, Epistolario, T. I, pp. 541-542.
85
Carta n. 124, a los señores defensores de la ciudad de Siena, Epistolario, T. I, p. 551.
86
Carta n. 317, finales de 1378- principios de 1379, Epistolario, T. II, p. 1077.
87
Carta n. 376, sin destinatario conocido, Epistolario, T. II, p. 1278.
88
Diálogo, n. 158, pp. 400, 401.
12

inspiración89, y son obras suyas para recibir a las almas que quieren correr hacia una
vida perfecta y llevarlas navegando al puerto de salvación90. Asiste a los fundadores en
el establecimiento de las reglas; éstas se han dispuesto con tanta luz y tanto cuidado por
los que se han convertido en templos del Espíritu, que en sí no pueden echarse a perder,
ni corromperse por el pecado de los que las profesan91. Aunque haya religiosos
enfermos por no seguir las observancias de la Orden, la Orden, sin embargo, nunca se
pone enferma, pues está creada y fundada por el Espíritu Santo 92. No entran las personas
ya perfectas, pero sí se pide docilidad para con quien empuña el timón, el patrón de la
nave93. Las navecillas de por sí son perfectas, pero puede disminuir la virtud en ellas, no
por defecto de las embarcaciones como tales, sino por la desobediencia de los súbditos y
malos gobernantes94.

El patrón mantiene a los religiosos; en la nave rica de la vida religiosa el súbdito


no precisa pensar en lo que es necesario, ni espiritual, ni temporalmente, «puesto que si
verdaderamente es obediente u observante de la regla, es mantenido por el patrón de la
nave, el Espíritu Santo. Como sabes, te dije al hablar de mi providencia que mis
servidores son pobres, pero no mendigos. Lo mismo éstos, a los que socorro en su
necesidad»95. A las navecillas de la Órdenes hay que acercarse muertos de todo, con la
llave de la verdadera y pronta obediencia como recurso principal 96, de su virtud
hermana, la paciencia, y de su nodriza, la humildad97.

Menciona la Orden de San Benito y destaca en su regla la discreción, en la de


San Francisco el perfume de la pobreza. En la navecilla de Santo Domingo observa una
organización perfecta. Quiso que los suyos atendieran al honor de Dios y salvación de
las almas por medio de la ciencia. «Partiendo de esa luz, quiso fundarla sin excluir la
pobreza voluntaria»98.

3.7. Constructor o Albañil

89
Diálogo, n. 125, p. 297.
90
Diálogo, n. 158, p. 400.

91
Diálogo, n. 158, p. 402; n.125, p. 297.

92
Carta n. 95, a ciertos jóvenes florentinos, Epistolario, T. I, p. 474. «Por eso, si sentís
que os llama la obediencia, respondedle. Y si os viniese al pensamiento no contentaros
con las Órdenes en relajación, y que por causa del poco amor hay muchas dificultades,
respondo que hay muchos monasterios en que no ha brotado raíz mala alguna y que,
teniendo vosotros deseos de entar en una Orden, será de gran bien y honra de Dios que
paseis a ella, si hay buen superior». Ibíd.
93
Diálogo, n. 158, p. 401.
94
Diálogo, n. 158, pp. 402-403.
95
Diálogo, n. 158, p. 401.

96
Diálogo, n. 159, p. 407.

97
Diálogo, n. 159, p. 406.
98
Diálogo, n. 158, pp. 402-403.
13

En una carta a Nicolás de Osimo, en enero de 1376, recurría a la imagen del


edificio que debe estar bien cimentado; el edificio del alma debe estar fundamentado
sobre Cristo, roca firme y viva; el arquitecto es el Padre eterno, en quien descansa toda
sabiduría, ciencia e infinita bondad. Albañil es el «generosísimo y clementísimo Espíritu
Santo, que es el mismo amor, Él es la mano que tiene sujeto y clavado al Verbo en la
cruz. Él ha exprimido a este dulcísimo cuerpo y le ha hecho derramar sangre capaz de
darnos la vida y sujetar toda piedra»99.

3.8. Bodeguero y Pregonero de la sangre de Cristo

La sangre de Cristo se le antojaba semejante al vino envasado en el tonel de su


humanidad; éste ocultó su naturaleza divina. El bodeguero es el fuego del Espíritu
Santo, que taladró el tonel en el madero de la cruz; con el vino servido por el Espíritu se
puede saciar la sed que Cristo tiene de la salvación de la humanidad. Así se lo transmitía
al obispo Ángel de Ricasoli exhortándole a que fuera gustador de almas hasta dar mil
veces su vida por los demás100. En la muerte de Cristo fue como escanciada su sangre y
pregonada a todos con la bocina de la misericordia «por el pregonero del fuego, el
Espíritu Santo: que “quienquiera de esa sangre vaya por ella”»101.

3.9. Hortelano de vocaciones

Al abad de San Antimo, Fr. Juan de Gano, pedía en abril de 1376 que fuera buen
pastor y hortelano para remover la tierra de abajo a arriba, es decir, cambiar la vida de
desordenada en ordenada, erradicar el vicio y plantar la virtud. «Corred, corred,
venerable padre, sin negligencia o ignorancia, porque el tiempo es breve y es nuestro».
El abad había encontrado el huerto sin plantas, es decir, con escasez de vocaciones, y
Catalina le pedía que hiciera cuanto pudiera. «Espero en la bondad de Dios que el
Espíritu Santo, hortelano, abastecerá el huerto y lo proveerá de todo lo necesario»102.

3.10. Madre y Nodriza de los que eligen la pobreza

Es como madre y nodriza o ama de cría de los que han optado voluntariamente
por adquirir el tesoro de la pobreza, de los que, para entrar por la puerta estrecha, han
arrojado al suelo el peso de las riquezas. El Espíritu Santo es madre que los alimenta al
pecho de la divina caridad103. La esposa de la pobreza que han elegido les da seguridad,
99
Carta n. 181, Epistolario, T. II, pp. 689-690.
100
Carta n. 136, Epistolario, T. I, pp. 580-581.
101
Carta n. 87, a la señora Juana Pazza, Epistolario, T. I., p. 454.
102
Carta n. 12, Epistolario, T. I, pp. 250-251.
103
«Lo ha hecho libres, como señores, arrancándolos de la esclavitud del amor propio,
porque donde está el fuego de mi caridad no pued permanecer el fuego de ese amor que
apaga el dulce fuego del alma. Este servidor, el Espíritu Santo, que les he dado por
disposición mía, viste, alimenta y embriaga al alma de dulzura y le da grandes riquezas.
Todo lo que abandonó lo vuelve a encontrar: se despojó totalmente de sí, y se encuentra
vestido de mí; en todo se hizo siervo por humildad, y es convertido en señor que domina
al mundo y a sus propios sentidos; cerró los ojos para no ver, y permanece en la luz
clarísima; no confiando en sí, es coronado de fe viva y plena esperanza. Gusta la vida
14

quitándoles el amor a sí mismos y a las riquezas; así han recibido la luz y el amor
divino, que son sobrenaturales. Estos pobres permanecen en la alegría. «Yo les
mantengo a mis pechos, dándoles la leche de abundantes consuelos. Porque lo dejaron
todo, me poseen plenamente. El Espíritu Santo se hace nodriza de las almas y de sus
cuerpos en cualquier estado en que se encuentren. Hago que los socorran los animales
de diversas maneras, según tengan necesidad. A los enfermos solitarios haré que otro
solitario salga de su celda con el fin de que los socorra. Tú sabes que muchas veces te
ha sucedido que te he sacado de la celda para satisfacer a la necesidad de pobrecitas que
lo necesitaban. Alguna vez hice que lo experimentaras en ti misma, empleando esta
misma providencia para socorrer a tu necesidad; y, aunque falten las criaturas no falto
yo, tu Creador»104.

3.11. Maestro

Una vez que ascendió el Señor a los cielos envió al Espíritu Santo para que fuera
el Maestro de sus seguidores. Es portador del poder del Padre y de la sabiduría del Hijo
y él mismo se proyecta con amor de clemencia. Misión de este Maestro divino es
consolidar el camino de la doctrina que dejó el Verbo de Dios en el mundo. El Espíritu
garantiza la permanencia de la verdad y la virtud que se fundamentan en la doctrina. En
su tarea magisterial se vale de intermediarios; son los discípulos de Cristo a quienes
robustece para que encarnen la verdad en sí mismos y la anuncien por el mundo. Les
comunica valentía para que reprochen las injusticias y falsos juicios. Se halla el camino
de la doctrina que se confirma en los apóstoles, lo manifiestan los mártires con la
entrega de su sangre, proyectan luz sobre él los doctores, lo reconocen los confesores y
de él tratan los evangelistas. Todos ellos —como faros colocados en la Iglesia—
convergen en la afirmación de la verdad del Cuerpo místico; la verdad que muestran
conduce al camino de la vida por medio de una iluminación perfecta. Para seguir el
camino de la doctrina el Espíritu Santo otorga un amor que cierra y aparta el alma de
todo amor sensitivo, permaneciendo sólo el amor a la virtud. Se cumple así la promesa
de Cristo de no dejar a sus hijos huérfanos. El Paráclito manifestará la verdad con más
claridad y comunicará firmeza para no apartarse de esta senda. Cristo vuelve, en efecto,
no en presencia material, sino con la virtud fortaleciendo el camino de la doctrina, al
venir el Espíritu105.

3.12. Reprensor del mundo

En el Diálogo parte del siguiente fragmento del evangelio según San Juan: «Pero
os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a
vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré; y cuando él venga convencerá al
mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio».
Bien es verdad que ella ofrece la siguiente lectura del versículo 8: «Esto quiso decir mi
Verdad cuando dijo: “Mandaré al Paráclito, que reprenderá al mundo de la injusticia y
del falso juicio”. Fue reprendido entonces, cuando mandé el Espíritu Santo sobre los
eterna, sin pena alguna o amargura aflictiva; interpreta bien las cosas, porque quien
juzga es mi voluntad; y ve con la luz de la fe que no quiero otra cosa que su
santificación. Por eso lo lleva todo con paciencia». Diálogo, n. 141, p. 352.
104
Diálogo, n. 151, pp. 387-388.
105
Diálogo, n. 29, pp. 106-108.
15

apóstoles»106. Se puede cometer injusticia al obrar contra Dios, contra el prójimo y


contra uno mismo. Contra Dios, por no pagarle la deuda de darle honor, de proporcionar
gloria y honor a su nombre; contra uno mismo, porque no pagan la deuda de la virtud;
contra los demás, por no otorgarles lo que les corresponde 107. La injusticia lleva al falso
juicio. Los injustos se escandalizan de las obras de Dios, que son todas justas y
realizadas por amor y misericordia. El falso juicio, el veneno de la envidia y de la
soberbia condujo a juzgar calumniosa e injustamente las obras del Hijo de Dios, con
falsas mentiras, diciendo: «Éste no expulsa los demonios más que por Beelzebul,
Príncipe de los demonios» (Mt 12, 24)108. Los que así obran manifiestan que tienen el
corazón echado a perder, estragado el gusto; las cosas buenas les parecen malas, y las
malas, es decir, el desordenado vivir, les parece bueno109.

El desprecio de la sangre redentora de Cristo es la injusticia y falsa interpretación


de que es reprendido el mundo por el Paráclito que se sirve de los apóstoles y sus
seguidores, así como de la Sagrada Escritura. «Esta es la dulce reprensión
incesante, hecha con grandísimo afecto de amor por la salvación de las almas»110.

Reprendió al mundo por medio de los discípulos de Cristo valiéndose de su


doctrina. Los que permanecen en el camino de la verdad y la anuncian reprenden al
mundo; el Espíritu está en su lengua para que anuncien la verdad. Se presenta la verdad
al mostrar el vicio, y la virtud al hacer ver el fruto de la virtud y el daño del pecado, a
fin de procurar amor y santo temor, con aborrecimiento del pecado y amor a la virtud.
Los intermediarios no son ya los ángeles, sino Cristo, el Verbo hecho carne, y los
discípulos, que son criaturas mortales y pasibles, en lucha de la carne contra el espíritu,
como Pablo. Permite en ellos las pasiones para aumento de gracia y virtud. A través de
ellos se muestra la verdad continuamente111.

106
Diálogo, n. 35, ed. G. Cavallini, Roma 1968, p. 76.
107
Diálogo, n. 34, p. 114. A Fr. Bartolomé escribía: «Actuad con toda la diligencia que
podáis, dando el honor a Dios y el trabajo al prójimo, con la confianza en que el Espíritu
Santo logrará lo que a vosotros os parece imposible». Carta n. 105, Epistolario, T. I, p.
501.
108
TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea in Matthaeum, cap. 12, lect. 9: «Quien
conociendo de manera manifiesta las obras de Dios, ya que no puede negar el poder
divino, se desata en calumnias estimulado por la envidia y afirma que Cristo, Palabra de
Dios, y las obras del Espíritu Santo son de Beeelzebub, no obtendrá la remisión de los
pecados, ni en este siglo, ni en el futuro».
109
Diálogo, n. 35, p. 115.
110
Diálogo, n. 36, p. 116.
111
Diálogo, n. 36, p. 116.
16

Cuando el alma pasa el momento de la muerte sin la luz que le ayude a descubrir
la misericordia divina, reconociendo que ha ofendido a la suma y terna Bondad, es
acusada de su injusticia y del falso juicio y va a la condenación eterna. Se ha
engañado al juzgar mayor su miseria que la misericordia de Dios. «Éste es el
pecado que no se perdona ni aquí, ni allá, pues por menosprecio no ha deseado mi
misericordia, ya que para mí éste es más grave que todos los demás pecados que
haya cometido»112. Es acusada también de injusticia por dolerse más de su mal
que de la ofensa a Dios. Injusticia, por no haber dado a Dios amor y amargura con
contrición de corazón113.

3. 13. Bautismo de la Sangre

Exhorta a los religiosos Olivetanos a descubrir a Dios en tiempo de oscuridad, e


incluso a encontrar dulces las cosas amargas, si se mueven por el amor perfecto.
Semejante amor concibe y encuentra el alma continuamente en el «bautismo de la
sangre y del fuego del Espíritu Santo, que es para nosotros principio, norma,
instrumento y finalidad. Alcanzado ese fin, el alma no es ya viandante ni peregrina en
esta vida, sino que está fija y establecida en la eterna visión de Dios, donde recibe el
fruto de todos sus trabajos»114. Al dirigirse a Cristo salvador recuerda que al ascender a
los cielos no nos dejó huérfanos, sino que nos ha dejado su Vicario «que nos da el
bautismo del Espíritu Santo, y no sólo una vez, como cuando somos lavados por el
bautismo del agua, sino que nos lava siempre con su santo poder y nos purifica de
nuestros pecados»115.

4. La experiencia de Pentecostés

Santa Catalina afirma que el Señor subió triunfante a los cielos en su ascensión,
elevándose del trato con los hombres pero dejando en sus manos la llave de la
obediencia116. Después envió el fuego de su Espíritu que iluminó el mundo con su
doctrina, que es camino fundado en la verdad, da vida, saca de las tinieblas y concede la
luz de la eterna visión de Dios117, y lo constituyó maestro de sus seguidores118. Cristo
vuelve a los discípulos con la llegada de la plenitud del Espíritu, en cumplimiento de la
promesa que había hecho: «Marcharé y volveré a vosotros» (Jn 16, 16). Volvió y, como
por se una misma cosa no podía estar el Espíritu sin el Padre y sin el Hijo, vino con el
poder del Padre, la sabiduría del Hijo y con la benevolencia y amor que es atribuida al
Espíritu Santo119.

Antes de Pentecostés los Apóstoles se mantenían todavía en el estadio de


mercenarios, es decir, servían por el propio placer y gusto, o por el placer que hallaban
en las cosas divinas120. Les faltaba, sin embargo, fortaleza para resistir en las pruebas.
112
Diálogo, n. 37, p. 118.
113
Ibíd.
114
Carta n. 189, a los monjes de Cervaia, Epistolario, T. II, p. 714.
115
Oración n. 3, p. 454.
116
Diálogo, n. 154, p. 392.
117
Carta n. 47, a Pedro, de Juan Venture, de Siena, Epistolario, T. I, p. 347.
118
Diálogo, n. 29, p. 106.
119
Carta n. 94, a Fr. Mateo, de Francisco Tolomei, O.P., Epistolario, T. I, p. 469.
120
Cf. Diálogo, n. 60, p. 156.
17

No se sentían fuertes para soportar trabajos; seguían a Cristo, pero no tanto a él cuanto
al deleite, la seguridad, el consuelo que encontraban en su seguimiento121.

Se prepararon de manera intensiva durante diez días, recluidos y en oración


continua122. «Se hallaban encerrados por miedo, pues siempre lo tiene el alma hasta que
ha alcanzado el amor verdadero»123. Perseveraron vigilantes y en humilde y continuada
oración, hasta que tuvieron la abundancia del Espíritu Santo.

Después de Pentecostés, perdido el temor —«por el amor pedieron el


temor»—124, predicaron a Cristo crucificado: «Subieron al púlpito de la ardorosa cruz y
sentían el hambre del Hijo de Dios y el amor que tenía al hombre, por lo que salían de
su boca palabras como sale de un horno el cuchillo de cauterio. Con este fuego
penetraban el corazón de los oyentes y expulsaban los demonios. Perdidos para sí
mismos, no tenían en cuenta sino la gloria de Dios y nuestra salvación» 125. Con su virtud
atemorizaban a los tiranos del mundo y difundían la fe. El Espíritu les transmitió
sabiduría para conocer la verdad que la Verdad les había dejado. «Por ello el afecto, que
va detrás del entendimiento, los vistió del fuego de su caridad, a la vez que perdieron
todo temor servil y todo placer humano. Se preocupaban sólo del honor de Dios y de
arrancar las almas de las manos de los demonios. Querían comunicar a todos la verdad
por la que se hallaban iluminados»126.

Recibido el don del Espíritu Santo los Apóstoles entienden y viven todo de un
modo nuevo127. El amor perfecto los empuja a hablar, anunciar la doctrina de la Verdad,
amonestando, aconsejando, y confesándola sin temor al sufrimiento y a la persecución.
Se mostraron audaces ante todos, de modos distintos y a cada uno según su estado 128. El
amor perfecto les hacía correr sin negligencia por la doctrina de Cristo crucificado —no
es que los sufrimientos dejaran en sí de serlo, sino que ya no eran sufrimientos para la
voluntad muerta, pues todo lo soportaban de buen grado por el nombre de Cristo—, y
no aflojaban la marcha por injuria que se les hiciera, por persecución alguna, ni por
placer que encontraran, es decir, placer que el mundo les quisiera proporcionar. Todo
121
Cf. Diálogo, n. 75, p. 182.
122
Carta n. 94, a Fr. Mateo, de Francisco Tolomei, O.P., Epistolario, T. I, p. 470. Al
Papa Urbano VI escribía el 30 de mayo de 1379: «Después de las muchas vigilias,
humilde oración y trabajos espirituales que tuvieron durante diez días, fueron colmados
de la fortaleza del Espíritu Santo, de suerte que a ésta le precedieron los trabajos y
santas prácticas. ¡Oh Santísimo Padre! Parece que esto da hoy fortaleza a Vuestra
Santidad y que nos enseña a recibir el Espíritu Santo». Carta n. 351, Epistolario, T. II,
p. 1196.

123
Diálogo, n. 63, p. 162.
124
Carta n. 94, a Fr. Mateo, de Francisco Tolomei, O. P., Epistolario, T. I. P. 469.
125
Carta n. 198, a Fr. Bartolomé Dominici, O. P., Epistolario, T. II, p. 739.
126
Carta n. 351, a Urbano VI, 30 de mayo de 1379, Epistolario, T. II, pp. 1195-1196.
«[Después de pentecostés los Apóstoles] conocieron la verdad con indiscutible sabiduría
y marcharon con gran poder a los infieles, echando por tierra los ídolos y arrojando a los
demonios. No lo hacían con el poder del mundo, ni con fortaleza corporal, sino con la
fuerza del Espíritu y del poder de Dios que habían recibido por la gracia divina». Carta
n. 94, a Fr. Mateo, de Francisco Tolomei, O. P., Epistolario, T. I, p. 469.
127
Cf. Diálogo, n. 75, p. 182.
128
Cf. Diálogo, n. 76, pp. 185-186.
18

esto lo sufrían con verdadera fortaleza y perseverancia, revestido su afecto con el amor
de caridad, gustando el alimento de la salvación de las almas con verdadera y perfecta
paciencia. Éste era un signo que ponía de manifiesto que amaban con perfección y sin
consideración alguna, «ya que, si por propio provecho me amasen, andarían impacientes
y con menos prontitud. Pero porque me aman a mí por mí, en cuanto que soy suma
Bondad y digno de ser amado, y por mi causa aman al prójimo para dar gloria y
alabanza a mi nombre, por eso son pacientes y perseverantes»129.

Se separaron unos de otros y de la «dulce Madre María» 130; aunque vivían con
agrado el don de la fraternidad, buscaron el honor de Dios y la salvación de los
hombres. Pentecostés es la fiesta de la familia de los creyentes, donde se hace presente
el misterio trinitario y se cumple la promesa del Señor de que «volvería». «Lo hizo así,
pues volvió a ellos al venir el Espíritu Santo sobre los discípulos». No vino solo, sino
que llegó con el poder del Padre y la sabiduría del Hijo. La clemencia del Espíritu
procede del Padre y del Hijo.

A ejemplo de los Apóstoles, los que han entrado por el camino de la verdadera
doctrina, deben perseverar en humildad con sus prácticas, y mantener cerrada la morada
del conocimiento de sí mismos. Así se crea un espacio favorable, desde la fe viva, para
el advenimiento del Espíritu, fuego de la caridad. La espera no debe ser ociosa, sino en
vigilia y continuada oración131.

Vuelve a insistir más adelante en la misma idea: el alma debe entrar en su


interior caminando por la doctrina de Cristo, introducirse en la casa del conocimiento de
sí misma y permanecer encerrada en vigilia y continua oración, separada totalmente del
trato del mundo. Todo ello para conseguir el amor puro y libre, porque de otro modo no
podría llegar el Espíritu. Espera con fe viva su llegada para el acrecentamiento de la la
gracia132. Se adquiere el amor en la morada del conocimiento de uno mismo por la santa
oración, «en la que se ha despojado de toda imperfección, al modo que los discípulos y
Pedro perdieron la suya permaneciendo en vela y oración y adquiriendo la perfección.
¿Con qué la adquirieron? Con la perseverancia condimentada por la santísima fe»133.

El Espíritu consolida y confirma el camino de la doctrina que dejó la Verdad en


el mundo, y con ello, cesando la presencia sensible del Hijo, no desapareció la verdad ni
la virtud134. El período anterior a Pentecostés es para los discípulos tiempo de
maduración y crecimiento, progreso del amor imperfecto al amor perfecto. Este amor
impulsa a ir tras la virtud por amor a Dios y no por otra razón. Los que están movidos
por el amor imperfecto aman el don y no al donante, el regalo de Dios, pero no a Dios.
Para superar este estadio de imperfección el alma debe entrar de veras en el espacio de
su casa interior, en la casa del conocimiento de sí, ejercitándose en la perfecta oración.

129
Diálogo, n. 76, p. 187.
130
«Aunque María se hallara separada de ellos, con todo no se vio disminuido el amor
ni que quedasen privados del afecto de María». Carta n. 118, a la señora Catalina, del
Hospitalito y a Juana de Capo, en Siena, Epistolario, T. I, p. 533.
131
Ibíd., n. 63, pp. 162-163.
132
Diálogo, n. 65, p. 166.
133
Diálogo,n. 66, p. 167.
134
Diálogo, n. 29, p. 106.
19

Hay que ir al amor que corresponde al amigo y al hijo, no al asalariado o al siervo 135.
Semejante estadio de amor perfecto se alcanza por la perseverancia, encerrándose en la
casa del conocimiento de sí y avanzando en el conocimiento de Dios para no caer en
confusión136.

Se ha de esperar en la casa del conocimiento de sí, con la luz de la fe, la


determinación de Dios al modo que lo hicieron los Apóstoles, que permanecieron en
casa y no se movieron, hasta la llegada del Espíritu Santo, en vela humilde y en
continuada oración. «Lo mismo hace el alma que se ha levantado de la imperfección y
se encierra para alcanzar la perfección. Sigue en vela, mirando con los ojos del
entendimiento a la doctrina de mi verdad con humildad, porque se ha conocido en la
continua oración, es decir, en el santo y verdadero deseo, porque en sí reconoció el
afecto de mi caridad»137.

¿Cómo se nota que el alma ha alcanzado el amor perfecto? «En la misma señal
aparecida en los discípulos después de haber recibido el Espíritu Santo, pues salieron de
casa, y perdido todo temor, anunciaban mi palabra, predicando la doctrina del Verbo, de
mi Hijo unigénito; no temían los castigos; más bien se gloriaban en ellos; no sufrían
preocupación por hallarse ante los tiranos del mundo, ni por enseñarles la verdad para
gloria y alabanza de mi nombre. Lo mismo sucede a la persona que confía a partir del
conocimiento de sí misma; Dios llega a ella con el fuego de la caridad. De la caridad
brotan las demás virtudes en el interior del alma138.

135
Diálogo, n. 72, p. 179.
136
Diálogo, n. 73, p. 180.
137
Diálogo, n. 73, pp. 180-181.
138
Diálogo, n. 74, p. 181.

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