Santa Catalina
Santa Catalina
Santa Catalina
Catalina de Siena experimentó verdadera pasión por la teología. Era teóloga por
naturaleza, como lo testimoniaba el Beato Raimundo de Capua, que fue quien más de
cerca y más íntimamente le trató en los años de plenitud espiritual:
Bien puede afirmarse que recibió una catequesis temprana acerca del Espíritu
Santo, desde la tradición tomista, por medio de la predicación que seguía con avidez en
la iglesia de Santo Domingo de su ciudad natal, a muy pocos metros de su propia casa.
Participaba en la celebración del misterio de Cristo en la liturgia y, con frecuencia, las
reflexiones a partir de los textos de la Sagrada Escritura o, sencillamente, de la
recitación del Credo, derivaban en una exposición acerca de la naturaleza y misión del
Espíritu en la Iglesia. El tema se abordaba de lleno en torno a la pascua de Pentecostés,
y en otras festividades, como la Ascensión del Señor a los cielos, o en celebraciones a lo
1
Legenda Maior, n. 62. Para facilitar la consulta utilizaremos la siguiente edición:
RAIMUNDO DE CAPUA, Santa Catalina de Siena, [Barcelona], Ed. La Hormiga de
Oro, 1993, p. 86. Traducción de Antoni VICENS. La «permanente inmersión en Dios es
la clave explicativa imprescindible de la vida apostólica de Catalina», Marceliano
LLAMERA, El Testamento Espiritual de Santa Catalina de Siena, en Teología
Espiritual 34 (1990) 51.
2
Hay que decir que no hizo una «exposición sistemática» de la teología, ni menos
ha elaborado un Tratado del Espíritu Santo, pero, tanto en el Diálogo, como en las
Oraciones y Elevaciones, y en el Epistolario, se halla doctrina muy abundante y
profunda que viene a ser eco de cómo vivía el misterio de Dios, y prueba de la fuerza y
claridad con que sabía formularlo y transmitirlo a los demás5. A partir de sus Escritos es
posible acercarse a las convicciones profundas y al amor desbordante que albergaba
para con el Espíritu Santo. Va ofreciendo su teología de una manera espontánea, por
medio de un lenguaje sencillo y, a la vez, con hondura de conceptos, dentro de ese
continuo discurrir y contemplar el misterio de Dios que acaparaba por completo su
existencia.
Acude la Santa con su reflexión a la imagen del misterio trinitario que hay en el
hombre y, desde ahí, se adentra a veces en el arcano de la divinidad. Compara la
Trinidad a un mar profundo donde, cuanto más se sumerge uno, más descubre y
mayores ansias experimenta de seguir buscando9. Toda la Trinidad toma parte en la
configuración del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios 10. En los humanos
existe memoria, entendimiento y voluntad, reflejo de la eterna memoria de Dios Padre
—a quien se atribuye el poder—, de la inteligencia original del Hijo —sabiduría infinita
—, y de la voluntad inconmovible del Espíritu centrada siempre en el amor. La memoria
humana tiene la función de recordar los beneficios que recibe de Dios y así va
fructificando en obras que conducen a la gloria; el entendimiento adentra en la verdad
divina, y la voluntad posibilita amar lo que ha visto en el entendimiento y retenido en la
memoria. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, plasma su imagen en la
6
JUAN CASIANO, Colaciones, Col. XI, n. VII, Madrid, Ed. Rialp, 1962, T. II, pp. 25-
28.
7
Diálogo, n. 60, p. 158. Ver también: n. 60, p. 156; n. 59, p. 156; n. 57, p. 154; n. 56, p.
153, etc.
8
Oraciones, en Obras de Santa Catalina de Siena, ed. Ángel MORTA, Madrid, BAC,
1955, p. 555; ed. SALVADOR Y CONDE, p. 51.
9
Diálogo, n. 167, p. 432.
10
Oración 1–2, resumen, p. 449.
4
voluntad para que el hombre sea capaz de amar11, pero no con un amor propio del
asalariado, sino en el que busca el honor, la gloria y la alabanza del nombre de Dios12.
En la obra que realizan en común las tres divinas personas se atribuye al Espíritu
Santo la configuración de la voluntad humana para que ésta se eleve a Dios llena de
amor: «Le di la voluntad para amar, participando del Espíritu Santo»14. El Espíritu, o
voluntad divina, es comparado a la «roca» o fortaleza amurallada, firme en el bien y
comunicadora de la misma firmeza y solidez al hombre si éste usa bien de su libertad 15.
Es verdadera arma para el combate, invencible si está en concordancia con la voluntad
de Dios16. «En este mar de tranquilidad se alimenta y nutre el alma que conforma su
voluntad con tu elevada y eterna voluntad, que no desea sino nuestra santificación» —
exclama en su oración17.
11
Oración n.13, p. 485. Diálogo, n. 167, p. 433.
12
Diálogo, n. 145, p. 368.
13
Carta n. 286, a la señora Aleja y a algunas otras hijas suyas de Siena, el día de la
convesión de San Pablo, 25 de enero de 1376, Epistolario, T. II, pp. 977-978.
14
Diálogo n. 135, p. 335.
15
Oración n. 7, p. 462.
16
Carta n. 335, A D. Cristóbal, monje de la cartuja de San Martín de Nápoles,
Epistolario, T. II, p. 1131.
17
Oración n. 2, p. 448.
5
18
Realizó la canonización de Santo Tomás el Papa Juan XXII, el 28 de julio de 1323,
veinticuatro años antes del nacimiento de la Santa. Urbano V, por su parte, firmó el
decreto para el traslado de las reliquias al Studium Generale de la Orden de
Predicadores en Toulouse en 1369. Contaba Catalina veintidós años de edad. Cf.
Angelus WALZ, Compendium Historiae Ordinis Praedicatorum, Roma 1948, p.
206. El capítulo provincial de la Provincia dominicana de Aragón celebrado en
Huesca en 1378 ordenaba una vez más a los Profesores, que siguieran la doctrina
verídica de Santo Tomás. Cf. nuestro artículo: Actas de los capítulos provinciales
de la Provincia dominicana de Aragón, pertenecientes a los años 1376, 1377, 1378
y 1379, en Escritos del Vedat 32 (2002) 366.
19
In III Sent., dist. 33, q. 3, a.3. Suma de Teología, II-II, q. 143, prol., y II-II, q. 157, a.
5.
20
Escribe Santo Tomás: «La clemencia, en cuanto disminuye las penas, parece que se
acerca máximamente a la caridad, que es la principal entre las virtudes; por ella
obramos el bien para con el prójimo e impedimos sus males». Suma de Teología, II-II,
q. 157, a. 4, c.
21
Suma de Teología, II-II, q. 159, a. 1. Cf. también Super Evan. Johan., cap. 11, lect. 3.
22
Super ad Heb., cap. 10, lect. 3.
23
Diálogo, n. 3, p. 58.
24
Diálogo, n. 4, p. 62.
25
Diálogo, n. 142, p. 356.
26
Carta n. 153, a varias señoras de Pisa, Epistolario, T. I, p. 616.
27
Carta n. 154, a Fr. Francisco Tebaldi, de Florencia, Epistolario, T. I, p. 619.
28
Carta n. 286, a la señora Aleja y a algunas otras hijas suyas, Epistolario, T. II, p. 977.
29
Carta n. 158, al sacerdote Nino, de Pisa, Epistolario, T. I., p. 628.
30
Carta n. 259, a Tomás D´Alviano, Epistolario, T. II, p. 903.
6
De abismo de caridad o de amor califica al Espíritu Santo en una carta que dirige
a algunas discípulas de Siena31. Personifica el amor infinito de Dios, que hace gustar el
fuego de la divina caridad cuando se le busca en la clemencia del Espíritu 32. Es el que da
y no es otra cosa que amor33. Es caridad que hace partícipe al alma de su voluntad 34. El
amor que comunica el Espíritu ayuda a arrojar el amor propio y toda cosa creada no
relacionada con Dios35, orienta el afecto a un amor ordenado 36. El amor propio ciega el
entendimiento y tapa la «pupila de la santísima fe», y así impide el conocimiento de la
verdad37; es un árbol que no da más que frutos de muerte, flores podridas, hojas
manchadas y ramas inclinadas hacia la tierra y zarandeadas por todos los vientos.
«Todos sois árboles de amor y sin él no podéis vivir, porque sois hechos por mí, movido
por el amor»38. En el amor a Dios se consume toda la «humedad» del amor propio, amor
del hombre a sí mismo, y se hace semejante al Espíritu Santo 39. Éste le ayuda a elevar el
afecto y por ello se hace justo y fiel servidor de Dios40.
Aplica de manera general la imagen del «fuego» a Dios, que es «fuego sobre
todo fuego, que arde y no se acaba» 41, que «sale del poder de Dios»42 —fuego de
ardentísima caridad43. Aplica, sin embargo, preferentemente esta imagen al Espíritu
Santo —«a éste se le atribuyen las propiedades del fuego», escribe 44. El poder del Padre
nos ha dado la sabiduría del Hijo y el fuego del Espíritu Santo, «con tanta fortaleza y
unión que ni los clavos ni la cruz habrían sostenido al Verbo sino hubiera sido por las
ligaduras del amor»45. Dios no puede menos de manifestarse a quien le ama de verdad.
31
Carta n. 286, a la señora Aleja y a algunas otras hijas suyas, Epistolario, T. II, p. 977.
32
Diálogo, n. 61, p. 159.
33
Carta n. 241, a Juana de Conrado, Epistolario, T. II, p. 856.
34
Diálogo, n. 76, p. 187.
35
Carta n. 335, a D. Cristóbal, monje de la cartuja de San Martín de Nápoles,
Epistolario, T. II, p. 1133.
36
Carta n. 343, a Rainaldo de Capua, Epistolario, T. II, p. 1160.
37
Diálogo, n. 93, p. 221.
38
Diálogo, n. 93, p. 220.
39
Carta n. 228, a Neri de Landoccio, Epistolario, T. II, p. 828. Cuando se halla vestido
de ella [la voluntad divina], gusta de los sufrimientos por causa de la gracia, llena la
memoria de la sangre del Cordero inmaculado, se abre el entendimiento y se propone
como finalidad el amor inefable que Dios le ha manifestado en la sabiduría del Hijo. Por
ello, el amor que encuentra entonces en la clemencia del Espíritu Santo, arroja de sí
todo amor propio y toda cosa creada no relacionada con Dios». Carta n. 335, a D.
Cristóbal, monje de la cartuja de San martín de Nápoles, Epistolario, T. II, pp. 1132-
1133.
40
Carta n. 259, a Tomás D´Alviano, Epistolario, T. II, p. 903.
41
Cf. Diálogo, n. 134, p. 330.
42
Carta n. 134, a Bartolomé y a Jacobo, eremitas en Camnpo Santo, en Pisa,
Epistolario, T. I, p. 578. Afirma qu la Trinidad es fuego que supera a todo fuego.
Oración n. 7, pp. 463-464.
43
Carta n. 129, a Fr. Bartolomé, O. P., en Florencia, Epistolario, T. I, p. 564.
44
Diálogo, n. 110, p. 258.
45
Carta n. 134, a Bartolomé y a Jacobo, eremitas en Camnpo Santo, en Pisa,
7
La presencia del Espíritu se percibe en el alma como fuego medicinal que, con
su gracia y sus dones, acrecienta y hasta embriaga por completo en el amor al Creador,
hasta el punto de «perderse totalmente a sí misma y, viviendo, vive muerta, sin sentir ni
amor ni agrado por las criaturas [...] Estas almas se hallan tan unidas al yugo de Cristo,
que se aman a sí en razón de Dios, a Dios porque es Dios y al prójimo por causa de
Dios»51. El Espíritu es fuego que quema y purifica52. Si la persona abre las ventanas de
su ser en el ejercicio de su libertad entra el fuego de la caridad y extingue la humedad
del amor propio53. «Allí se consume la humedad del amor propio, amor a sí mismo, y se
hace semejante al Espíritu Santo»54.
Epistolario, T. I, p. 578.
46
Diálogo, n. 61, p. 159.
47
Diálogo n. 154, p. 392.
48
Diálogo, n. 144, p. 159.
49
Diálogo n. 136, p. 339.
50
Cf. carta n. 145, a la reina Isabel de Hungría, Epistolario, T. I., pp. 597-599.
51
Carta n. 189, a los monjes de Cervaia, Epistolario, T. II, pp. 712-713.
52
Oración n. 5, p. 459.
53
Oración n. 8, p. 467.
54
Carta n. 228, a Neri de Landoccio, Epistolario, T. II, p. 828.
55
Diálogo, n. 141, p. 353.
56
Carta n. 168, a los ancianos de la ciudad de Lucca, Epistolario, T. I, p. 651.
57
Carta n. 335, a D. Cristóbal, monje de la cartuja de San Martín de Nápoles,
Epistolario, T. II, pp. 1127-1128.
58
Diálogo, n. 96, p. 229.
59
Carta n. 200, Epistolario, T. II, p. 744.
8
Suspiraba la Santa por que la luz de la fe llegara a los que no habían recibido
todavía el anuncio del Evangelio. Así lo comentaba al Papa Gregorio XI: «¡Qué deleite
si viésemos que el pueblo cristiano daba motivo para proporcionar la fe a los infieles!
Porque después, habiendo recibido la luz, llegarían a gran perfección, como plantas
nuevas que han perdido la frialdad y la infidelidad y recibido con la fe el calor y la luz
del Espíritu Santo. Producirían flores y frutos de virtud en el Cuerpo místico de la
Iglesia, de modo que, con su perfume de virtud, ayudarían a extirpar los vicios y
pecados, la soberbia y la inmundicia que abundan en el pueblo cristiano, y
especialmente en los prelados, pastores y gobernantes de la Iglesia, que se han
convertido en devoradores de almas»62.
El Espíritu Santo es, en fin, rocío con el que fueron regados los Apóstoles63.
Asocia la misión del Espíritu Santo al compromiso de «servir» a los que Dios ha
amado antes de que existieran, es decir, a la humanidad entera, a la que ama
inefablemente aun cuando no halle correspondencia64. «Os he creado por amor y por
ello no podéis vivir sin él» 65. El Espíritu Santo es servidor particularmente de los que se
despojan de las cosas temporales y renuncian a la propia voluntad; la clemencia del
Espíritu se convierte en criado que les sirve66, proveedor y servidor de vilísimas
criaturas67. Es servidor de dones y gracias, que lleva y trae, de Dios a los hombres y de
los hombres a Dios. Lleva a Dios los dulces y amorosos deseos del alma; comunica a
las almas el fruto de la divina caridad para que gusten y se alimenten de la dulzura del
amor de Dios68.
64
Diálogo, n. 143, p. 358.
65
Diálogo n. 110, pp. 259-260.
66
Diálogo, n. 141, pp. 351-352.
67
Carta n. 129, a Fr. Bartolomé, O. P., en Florencia, Epistolario, T. I, p. 365.
68
Diálogo, n. 78, p. 192.
69
Diálogo n. 146, p. 369.
70
«Una de las razones por las cuales Catalina se sintió mejor conmigo que con aquellos
9
Dios Padre es para los fieles mesa provista de todo, el Verbo se ha convertido en
comida, «asado al fuego de la ardentísima caridad». El Espíritu Santo, la caridad, es el
servidor, «pues por sus manos nos ha dado y da a Dios»71. Proporciona el alimento de la
mesa del altar, como camarero que ha querido ser; por el desmedido amor que nos tiene
«no está contento con que nos sirva otro, sino que él mismo quiere ser nuestro
servidor»72. Hace crecer el hambre del alimento eucarístico en el alma otorgándole la
gracia por medio del servidor, del Espíritu Santo73.
que me habían precedido, fue precisamente porque yo hacía todo lo posible para saciar
su deseo, a pesar de los impedimentos que ponín los que querían alejarla de recibir la
Santa Comunión. Poe ello, cuando tenía ganas de comulgar y me veía, tenía la
costumbre de decirme: “¡Padre, tengo hambre! Po el amor de Dios, dé de comer a mi
alma”». Santa Catalina de Siena, n. 315, p. 304.
71
Carta n. 374, a Bartolomé della Pace, Epistolario, T. II, p. 1275. El Padre es la mesa,
el Hijo el manjar y el Espíritu Santo quien sirve. Carta n. 73, a Sor Constanza, monja
del monasterio de San Abundio, junto a Siena, Epistolario, T. I, p. 412.
72
Carta n. 52, a Fr. Jerónimo de Siena, de los Ermitaños de San Agustín, Epistolario, T.
I, p. 358.
73
Diálogo n. 146, p. 369.
74
Diálogo n. 142, p. 355.
10
pero Dios directamente accedió a su deseo. Le concedió sentir el gusto, sabor y olor de
la sangre y cuerpo de Cristo crucificado75.
84
Carta n. 121, a los señores defensores y capitán del pueblo, de la ciudad de Siena,
estando ella en San Antimo, Epistolario, T. I, pp. 541-542.
85
Carta n. 124, a los señores defensores de la ciudad de Siena, Epistolario, T. I, p. 551.
86
Carta n. 317, finales de 1378- principios de 1379, Epistolario, T. II, p. 1077.
87
Carta n. 376, sin destinatario conocido, Epistolario, T. II, p. 1278.
88
Diálogo, n. 158, pp. 400, 401.
12
inspiración89, y son obras suyas para recibir a las almas que quieren correr hacia una
vida perfecta y llevarlas navegando al puerto de salvación90. Asiste a los fundadores en
el establecimiento de las reglas; éstas se han dispuesto con tanta luz y tanto cuidado por
los que se han convertido en templos del Espíritu, que en sí no pueden echarse a perder,
ni corromperse por el pecado de los que las profesan91. Aunque haya religiosos
enfermos por no seguir las observancias de la Orden, la Orden, sin embargo, nunca se
pone enferma, pues está creada y fundada por el Espíritu Santo 92. No entran las personas
ya perfectas, pero sí se pide docilidad para con quien empuña el timón, el patrón de la
nave93. Las navecillas de por sí son perfectas, pero puede disminuir la virtud en ellas, no
por defecto de las embarcaciones como tales, sino por la desobediencia de los súbditos y
malos gobernantes94.
89
Diálogo, n. 125, p. 297.
90
Diálogo, n. 158, p. 400.
91
Diálogo, n. 158, p. 402; n.125, p. 297.
92
Carta n. 95, a ciertos jóvenes florentinos, Epistolario, T. I, p. 474. «Por eso, si sentís
que os llama la obediencia, respondedle. Y si os viniese al pensamiento no contentaros
con las Órdenes en relajación, y que por causa del poco amor hay muchas dificultades,
respondo que hay muchos monasterios en que no ha brotado raíz mala alguna y que,
teniendo vosotros deseos de entar en una Orden, será de gran bien y honra de Dios que
paseis a ella, si hay buen superior». Ibíd.
93
Diálogo, n. 158, p. 401.
94
Diálogo, n. 158, pp. 402-403.
95
Diálogo, n. 158, p. 401.
96
Diálogo, n. 159, p. 407.
97
Diálogo, n. 159, p. 406.
98
Diálogo, n. 158, pp. 402-403.
13
Al abad de San Antimo, Fr. Juan de Gano, pedía en abril de 1376 que fuera buen
pastor y hortelano para remover la tierra de abajo a arriba, es decir, cambiar la vida de
desordenada en ordenada, erradicar el vicio y plantar la virtud. «Corred, corred,
venerable padre, sin negligencia o ignorancia, porque el tiempo es breve y es nuestro».
El abad había encontrado el huerto sin plantas, es decir, con escasez de vocaciones, y
Catalina le pedía que hiciera cuanto pudiera. «Espero en la bondad de Dios que el
Espíritu Santo, hortelano, abastecerá el huerto y lo proveerá de todo lo necesario»102.
Es como madre y nodriza o ama de cría de los que han optado voluntariamente
por adquirir el tesoro de la pobreza, de los que, para entrar por la puerta estrecha, han
arrojado al suelo el peso de las riquezas. El Espíritu Santo es madre que los alimenta al
pecho de la divina caridad103. La esposa de la pobreza que han elegido les da seguridad,
99
Carta n. 181, Epistolario, T. II, pp. 689-690.
100
Carta n. 136, Epistolario, T. I, pp. 580-581.
101
Carta n. 87, a la señora Juana Pazza, Epistolario, T. I., p. 454.
102
Carta n. 12, Epistolario, T. I, pp. 250-251.
103
«Lo ha hecho libres, como señores, arrancándolos de la esclavitud del amor propio,
porque donde está el fuego de mi caridad no pued permanecer el fuego de ese amor que
apaga el dulce fuego del alma. Este servidor, el Espíritu Santo, que les he dado por
disposición mía, viste, alimenta y embriaga al alma de dulzura y le da grandes riquezas.
Todo lo que abandonó lo vuelve a encontrar: se despojó totalmente de sí, y se encuentra
vestido de mí; en todo se hizo siervo por humildad, y es convertido en señor que domina
al mundo y a sus propios sentidos; cerró los ojos para no ver, y permanece en la luz
clarísima; no confiando en sí, es coronado de fe viva y plena esperanza. Gusta la vida
14
quitándoles el amor a sí mismos y a las riquezas; así han recibido la luz y el amor
divino, que son sobrenaturales. Estos pobres permanecen en la alegría. «Yo les
mantengo a mis pechos, dándoles la leche de abundantes consuelos. Porque lo dejaron
todo, me poseen plenamente. El Espíritu Santo se hace nodriza de las almas y de sus
cuerpos en cualquier estado en que se encuentren. Hago que los socorran los animales
de diversas maneras, según tengan necesidad. A los enfermos solitarios haré que otro
solitario salga de su celda con el fin de que los socorra. Tú sabes que muchas veces te
ha sucedido que te he sacado de la celda para satisfacer a la necesidad de pobrecitas que
lo necesitaban. Alguna vez hice que lo experimentaras en ti misma, empleando esta
misma providencia para socorrer a tu necesidad; y, aunque falten las criaturas no falto
yo, tu Creador»104.
3.11. Maestro
Una vez que ascendió el Señor a los cielos envió al Espíritu Santo para que fuera
el Maestro de sus seguidores. Es portador del poder del Padre y de la sabiduría del Hijo
y él mismo se proyecta con amor de clemencia. Misión de este Maestro divino es
consolidar el camino de la doctrina que dejó el Verbo de Dios en el mundo. El Espíritu
garantiza la permanencia de la verdad y la virtud que se fundamentan en la doctrina. En
su tarea magisterial se vale de intermediarios; son los discípulos de Cristo a quienes
robustece para que encarnen la verdad en sí mismos y la anuncien por el mundo. Les
comunica valentía para que reprochen las injusticias y falsos juicios. Se halla el camino
de la doctrina que se confirma en los apóstoles, lo manifiestan los mártires con la
entrega de su sangre, proyectan luz sobre él los doctores, lo reconocen los confesores y
de él tratan los evangelistas. Todos ellos —como faros colocados en la Iglesia—
convergen en la afirmación de la verdad del Cuerpo místico; la verdad que muestran
conduce al camino de la vida por medio de una iluminación perfecta. Para seguir el
camino de la doctrina el Espíritu Santo otorga un amor que cierra y aparta el alma de
todo amor sensitivo, permaneciendo sólo el amor a la virtud. Se cumple así la promesa
de Cristo de no dejar a sus hijos huérfanos. El Paráclito manifestará la verdad con más
claridad y comunicará firmeza para no apartarse de esta senda. Cristo vuelve, en efecto,
no en presencia material, sino con la virtud fortaleciendo el camino de la doctrina, al
venir el Espíritu105.
En el Diálogo parte del siguiente fragmento del evangelio según San Juan: «Pero
os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a
vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré; y cuando él venga convencerá al
mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio».
Bien es verdad que ella ofrece la siguiente lectura del versículo 8: «Esto quiso decir mi
Verdad cuando dijo: “Mandaré al Paráclito, que reprenderá al mundo de la injusticia y
del falso juicio”. Fue reprendido entonces, cuando mandé el Espíritu Santo sobre los
eterna, sin pena alguna o amargura aflictiva; interpreta bien las cosas, porque quien
juzga es mi voluntad; y ve con la luz de la fe que no quiero otra cosa que su
santificación. Por eso lo lleva todo con paciencia». Diálogo, n. 141, p. 352.
104
Diálogo, n. 151, pp. 387-388.
105
Diálogo, n. 29, pp. 106-108.
15
106
Diálogo, n. 35, ed. G. Cavallini, Roma 1968, p. 76.
107
Diálogo, n. 34, p. 114. A Fr. Bartolomé escribía: «Actuad con toda la diligencia que
podáis, dando el honor a Dios y el trabajo al prójimo, con la confianza en que el Espíritu
Santo logrará lo que a vosotros os parece imposible». Carta n. 105, Epistolario, T. I, p.
501.
108
TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea in Matthaeum, cap. 12, lect. 9: «Quien
conociendo de manera manifiesta las obras de Dios, ya que no puede negar el poder
divino, se desata en calumnias estimulado por la envidia y afirma que Cristo, Palabra de
Dios, y las obras del Espíritu Santo son de Beeelzebub, no obtendrá la remisión de los
pecados, ni en este siglo, ni en el futuro».
109
Diálogo, n. 35, p. 115.
110
Diálogo, n. 36, p. 116.
111
Diálogo, n. 36, p. 116.
16
Cuando el alma pasa el momento de la muerte sin la luz que le ayude a descubrir
la misericordia divina, reconociendo que ha ofendido a la suma y terna Bondad, es
acusada de su injusticia y del falso juicio y va a la condenación eterna. Se ha
engañado al juzgar mayor su miseria que la misericordia de Dios. «Éste es el
pecado que no se perdona ni aquí, ni allá, pues por menosprecio no ha deseado mi
misericordia, ya que para mí éste es más grave que todos los demás pecados que
haya cometido»112. Es acusada también de injusticia por dolerse más de su mal
que de la ofensa a Dios. Injusticia, por no haber dado a Dios amor y amargura con
contrición de corazón113.
4. La experiencia de Pentecostés
Santa Catalina afirma que el Señor subió triunfante a los cielos en su ascensión,
elevándose del trato con los hombres pero dejando en sus manos la llave de la
obediencia116. Después envió el fuego de su Espíritu que iluminó el mundo con su
doctrina, que es camino fundado en la verdad, da vida, saca de las tinieblas y concede la
luz de la eterna visión de Dios117, y lo constituyó maestro de sus seguidores118. Cristo
vuelve a los discípulos con la llegada de la plenitud del Espíritu, en cumplimiento de la
promesa que había hecho: «Marcharé y volveré a vosotros» (Jn 16, 16). Volvió y, como
por se una misma cosa no podía estar el Espíritu sin el Padre y sin el Hijo, vino con el
poder del Padre, la sabiduría del Hijo y con la benevolencia y amor que es atribuida al
Espíritu Santo119.
No se sentían fuertes para soportar trabajos; seguían a Cristo, pero no tanto a él cuanto
al deleite, la seguridad, el consuelo que encontraban en su seguimiento121.
Recibido el don del Espíritu Santo los Apóstoles entienden y viven todo de un
modo nuevo127. El amor perfecto los empuja a hablar, anunciar la doctrina de la Verdad,
amonestando, aconsejando, y confesándola sin temor al sufrimiento y a la persecución.
Se mostraron audaces ante todos, de modos distintos y a cada uno según su estado 128. El
amor perfecto les hacía correr sin negligencia por la doctrina de Cristo crucificado —no
es que los sufrimientos dejaran en sí de serlo, sino que ya no eran sufrimientos para la
voluntad muerta, pues todo lo soportaban de buen grado por el nombre de Cristo—, y
no aflojaban la marcha por injuria que se les hiciera, por persecución alguna, ni por
placer que encontraran, es decir, placer que el mundo les quisiera proporcionar. Todo
121
Cf. Diálogo, n. 75, p. 182.
122
Carta n. 94, a Fr. Mateo, de Francisco Tolomei, O.P., Epistolario, T. I, p. 470. Al
Papa Urbano VI escribía el 30 de mayo de 1379: «Después de las muchas vigilias,
humilde oración y trabajos espirituales que tuvieron durante diez días, fueron colmados
de la fortaleza del Espíritu Santo, de suerte que a ésta le precedieron los trabajos y
santas prácticas. ¡Oh Santísimo Padre! Parece que esto da hoy fortaleza a Vuestra
Santidad y que nos enseña a recibir el Espíritu Santo». Carta n. 351, Epistolario, T. II,
p. 1196.
123
Diálogo, n. 63, p. 162.
124
Carta n. 94, a Fr. Mateo, de Francisco Tolomei, O. P., Epistolario, T. I. P. 469.
125
Carta n. 198, a Fr. Bartolomé Dominici, O. P., Epistolario, T. II, p. 739.
126
Carta n. 351, a Urbano VI, 30 de mayo de 1379, Epistolario, T. II, pp. 1195-1196.
«[Después de pentecostés los Apóstoles] conocieron la verdad con indiscutible sabiduría
y marcharon con gran poder a los infieles, echando por tierra los ídolos y arrojando a los
demonios. No lo hacían con el poder del mundo, ni con fortaleza corporal, sino con la
fuerza del Espíritu y del poder de Dios que habían recibido por la gracia divina». Carta
n. 94, a Fr. Mateo, de Francisco Tolomei, O. P., Epistolario, T. I, p. 469.
127
Cf. Diálogo, n. 75, p. 182.
128
Cf. Diálogo, n. 76, pp. 185-186.
18
esto lo sufrían con verdadera fortaleza y perseverancia, revestido su afecto con el amor
de caridad, gustando el alimento de la salvación de las almas con verdadera y perfecta
paciencia. Éste era un signo que ponía de manifiesto que amaban con perfección y sin
consideración alguna, «ya que, si por propio provecho me amasen, andarían impacientes
y con menos prontitud. Pero porque me aman a mí por mí, en cuanto que soy suma
Bondad y digno de ser amado, y por mi causa aman al prójimo para dar gloria y
alabanza a mi nombre, por eso son pacientes y perseverantes»129.
Se separaron unos de otros y de la «dulce Madre María» 130; aunque vivían con
agrado el don de la fraternidad, buscaron el honor de Dios y la salvación de los
hombres. Pentecostés es la fiesta de la familia de los creyentes, donde se hace presente
el misterio trinitario y se cumple la promesa del Señor de que «volvería». «Lo hizo así,
pues volvió a ellos al venir el Espíritu Santo sobre los discípulos». No vino solo, sino
que llegó con el poder del Padre y la sabiduría del Hijo. La clemencia del Espíritu
procede del Padre y del Hijo.
A ejemplo de los Apóstoles, los que han entrado por el camino de la verdadera
doctrina, deben perseverar en humildad con sus prácticas, y mantener cerrada la morada
del conocimiento de sí mismos. Así se crea un espacio favorable, desde la fe viva, para
el advenimiento del Espíritu, fuego de la caridad. La espera no debe ser ociosa, sino en
vigilia y continuada oración131.
129
Diálogo, n. 76, p. 187.
130
«Aunque María se hallara separada de ellos, con todo no se vio disminuido el amor
ni que quedasen privados del afecto de María». Carta n. 118, a la señora Catalina, del
Hospitalito y a Juana de Capo, en Siena, Epistolario, T. I, p. 533.
131
Ibíd., n. 63, pp. 162-163.
132
Diálogo, n. 65, p. 166.
133
Diálogo,n. 66, p. 167.
134
Diálogo, n. 29, p. 106.
19
Hay que ir al amor que corresponde al amigo y al hijo, no al asalariado o al siervo 135.
Semejante estadio de amor perfecto se alcanza por la perseverancia, encerrándose en la
casa del conocimiento de sí y avanzando en el conocimiento de Dios para no caer en
confusión136.
¿Cómo se nota que el alma ha alcanzado el amor perfecto? «En la misma señal
aparecida en los discípulos después de haber recibido el Espíritu Santo, pues salieron de
casa, y perdido todo temor, anunciaban mi palabra, predicando la doctrina del Verbo, de
mi Hijo unigénito; no temían los castigos; más bien se gloriaban en ellos; no sufrían
preocupación por hallarse ante los tiranos del mundo, ni por enseñarles la verdad para
gloria y alabanza de mi nombre. Lo mismo sucede a la persona que confía a partir del
conocimiento de sí misma; Dios llega a ella con el fuego de la caridad. De la caridad
brotan las demás virtudes en el interior del alma138.
135
Diálogo, n. 72, p. 179.
136
Diálogo, n. 73, p. 180.
137
Diálogo, n. 73, pp. 180-181.
138
Diálogo, n. 74, p. 181.