Dones Del EspÃ-ritu Santo. Papa Francisco
Dones Del EspÃ-ritu Santo. Papa Francisco
Dones Del EspÃ-ritu Santo. Papa Francisco
INTRODUCCIÓN
El pasado 9 de abril el Papa Francisco daba comienzo a una serie de catequesis
sobre los dones del Espíritu Santo. Antes de comenzar a hablar del primer don
presentaba una breve introducción:
“Vosotros sabéis que el Espíritu Santo constituye el alma, la savia vital de la
Iglesia y de cada cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su
morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con
nosotros, siempre está en nosotros, en nuestro corazón
El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn 4, 10), es un regalo
de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones espirituales a quien lo acoge. La
Iglesia enumera siete, número que simbólicamente significa plenitud, totalidad; son
los que se aprenden cuando uno se prepara al sacramento de la Confirmación y
que invocamos en la antigua oración llamada «Secuencia del Espíritu Santo». Los
dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios.
1. EL DON DE SAIDURÍA.
El primer don es el de la sabiduría. Ésta no es fruto del conocimiento y la
experiencia humana, sino que consiste en una luz interior que sólo puede dar el
Espíritu Santo y que nos hace capaces de reconocer la huella de Dios en nuestra
vida y en la historia. Esta sabiduría nace de la intimidad con Dios y hace del
cristiano un contemplativo: todo le habla de Dios y todo lo ve como un signo de su
amor y un motivo para dar gracias.
Esto no significa que el cristiano tenga una respuesta para cada cosa, sino que
tiene como el “gusto”, como el “sabor” de Dios, de tal manera que en su corazón y
en su vida todo habla de Dios. También nosotros tenemos que preguntarnos si
nuestra vida tiene el sabor del Evangelio; si los demás perciben que somos
hombres y mujeres de Dios; si es el Espíritu Santo el que mueve nuestra vida o
son en cambio nuestras ideas o propósitos. Qué importante es que en nuestras
comunidades haya cristianos que, dóciles al Espíritu Santo, tengan experiencia de
las cosas de Dios y comuniquen a los demás su dulzura y amor.
2. DON DE ENTENDIMIENTO.
Después de haber examinado la sabiduría, como el primero de los siete dones del
Espíritu Santo, hoy quisiera centrar la atención sobre el segundo don, es decir, el
entendimiento. No se trata aquí de la inteligencia humana, de la capacidad
intelectual de la cual podemos ser más o menos dotados. Es, en cambio, una
gracia que sólo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la
capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las
profundidades del pensamiento de Dios y de su designio de salvación.
Y Jesús ha querido enviarnos el Espíritu Santo para que nosotros tengamos este
don, para que todos nosotros podamos entender las cosas como Dios las
entiende, con la inteligencia de Dios. Es un hermoso regalo que el Señor nos ha
hecho a todos nosotros. Es el don con el cual el Espíritu Santo nos introduce en la
intimidad con Dios y nos hace partícipes del designio de amor que Él tiene con
nosotros.
Y esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros: nos abre la mente, nos abre
para entender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas,
las situaciones, todas las cosas.
”No hay que pensar -ha continuado- que el don de la fortaleza sea necesario solo
en determinadas ocasiones o situaciones. Este don debe constituir la nota de
fondo de nuestro ser cristiano, en lo habitual de nuestra vida cotidiana”. Por ello,
Francisco ha recordado la frase del apóstol Pablo destacando que el Señor está
siempre con nosotros: ”Puedo hacer todo a través de Él que me da la fortaleza”.
Antes de finalizar, el Pontífice ha añadido que ”a veces podemos estar tentados
por la pereza o peor aún, por el desaliento, sobre todo ante las dificultades y las
pruebas de la vida. En estos casos, no perdamos los ánimos, e invoquemos al
Espíritu Santo, para que con el don de la fortaleza levante nuestros corazones
dándonos nueva fuerza y entusiasmo en nuestra vida y en nuestro seguir a
Jesús”.
4. DON DE CIENCIA
Hoy queremos resaltar otro don del Espíritu Santo, el don de ciencia. Cuando se
habla de ciencia, el pensamiento va inmediatamente a la capacidad del hombre de
conocer siempre mejor la realidad que lo circunda y de descubrir las leyes que
regulan la naturaleza y el universo. Pero la ciencia que viene del Espíritu Santo no
se limita al conocimiento humano: es un don especial que nos lleva a percibir, a
través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con
cada criatura.
Y cuando Dios terminó de crear al hombre no dijo “vio que era cosa buena”, dijo
que era “muy buena”, nos acerca a Él. Y a los ojos de Dios nosotros somos lo más
bello, lo más grande, lo más bueno de la creación. Pero padre, ¿los ángeles? ¡No!
Los ángeles están más abajo nuestro, ¡nosotros somos más que los ángeles! Lo
escuchamos en el libro de los Salmos. ¡Nos quiere el Señor! Debemos
agradecerle por esto.
El don de la ciencia nos pone en profunda sintonía con la Creación y nos hace
partícipes de la limpidez de su mirada y de su juicio. Y es en esta perspectiva que
logramos captar en el hombre y en la mujer el culmen de la creación, como
cumplimiento de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y
que nos hace reconocernos como hermanos y hermanas.
Todo esto es fuente de serenidad y de paz y hace del cristiano un gozoso testigo
de Dios, en las huellas de San Francisco de Asís y otros muchos santos que
supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al
mismo tiempo, sin embargo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas
actitudes excesivas o equivocadas.
Y esta debe ser nuestra actitud con respecto a la creación. Custodiarla, porque si
nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá. No olviden esto.
Esto debe hacernos pensar y pedir al Espíritu Santo: este don de la ciencia para
entender bien que la creación es el más hermoso regalo de Dios. Que Él ha dicho:
esto es bueno, esto es bueno, esto es bueno y este es el regalo para lo más
bueno que he creado, que es la persona humana. Gracias.
5. DON DE CONSEJO
Hemos escuchado en la lectura aquella parte del libro de los Salmos que dice “el
Señor me aconseja, el Señor me habla interiormente”. Y este es otro don del
Espíritu Santo: el don del consejo. Sabemos cuánto es importante, sobre todo en
los momentos más delicados, el poder contar con las sugerencias de personas
sabias y que nos quieren. Ahora, a través del don del consejo, es Dios mismo, con
el Espíritu Santo, que ilumina nuestro corazón, para hacernos comprender el
modo justo de hablar y de comportarse y el camino a seguir. Pero ¿cómo actúa
este don en nosotros?
El consejo, es entonces el don con el cual el Espíritu Santo hace que nuestra
conciencia sea capaz de hacer una elección concreta en comunión con Dios,
según la lógica de Jesús y de su Evangelio. Y de este modo, el Espíritu nos hace
crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la
comunidad. Y nos ayuda a no caer en posesión del egoísmo y del propio modo de
ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.
Y con la oración hacemos lugar para que el Espíritu venga y nos ayude en aquel
momento, nos aconseje sobre lo que nosotros debemos hacer. La oración. Jamás
olvidar la oración, jamás. Nadie se da cuenta cuando nosotros rezamos en el
autobús, en la calle: oramos en silencio, con el corazón. Aprovechemos estos
momentos para rezar. Rezar para que el Espíritu nos dé este don del consejo.
De esta manera madura en nosotros una sintonía profunda, casi innata con el
Espíritu y comprobamos qué verdaderas son las palabras de Jesús citadas en el
Evangelio de Mateo: "No se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo
que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes
los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes".
Es el Espíritu que nos aconseja. Pero nosotros debemos darle espacio al Espíritu
para que nos aconseje, y dar espacio es rezar. Rezar para que Él venga y nos
ayude siempre.
Y al igual que todos los otros dones del Espíritu, entonces, el consejo es también
un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor nos habla no solamente en la
intimidad del corazón, nos habla sí, pero no solamente allí, sino también a través
de la voz y el testimonio de los hermanos.
Yo recuerdo una vez que yo estaba en el confesionario - y había una fila larga
adelante - en el Santuario de Luján. Y estaba en la fila un muchacho todo
moderno, ¿no? Con aritos, tatuajes, todas las cosas. Y vino para decirme lo que le
sucedía a él. Era un problema grande, difícil. ¿Y tú qué harías? Y me dijo esto: yo
le he contado todo esto a mi madre y mi madre me dijo: anda a ver a la Virgen y
Ella te dirá lo que debes hacer. ¡Esta es una mujer que tenía el don del consejo!
No sabía cómo salir del problema del hijo, pero le ha indicado el camino justo:
“anda a ver a la Virgen y Ella te dirá”.
Este es el don del consejo, dejar que el Espíritu hable. Y esta mujer humilde y
simple, ha dado al hijo el más verdadero consejo, el más verdadero consejo.
Porque este joven me dijo: “yo he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que
hacer esto, esto y esto. Yo no tuve que hablar. Lo hicieron todo la madre, la Virgen
y el muchacho. ¡Éste es el don del consejo! Ustedes mamás, que tienen este don,
¡pidan este don para sus hijos! El don de aconsejar a los hijos. Es un don de Dios.
Queridos amigos, el Salmo 16 nos invita a orar con estas palabras: "Bendeciré al
Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo
siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré". Que el Espíritu
siempre pueda infundir en nuestro corazón esta certeza y nos llene así con su
consuelo y su paz! Pidan siempre el don del consejo. ¡Gracias!
La piedad es la amorosa aptitud del corazón que nos lleva a honrar y servir a
nuestros padres y allegados. El don de piedad es la disposición habitual que el
Espíritu Santo pone en el alma para excitarla a un amor filial hacia Dios.
Dice San Agustín que el don de piedad da a los que lo poseen un respeto
amoroso hacia la Sagrada Escritura, entiendan o no su sentido. Nos da espíritu de
hijo para con los superiores, espíritu de padre para con los inferiores, espíritu de
hermano para con los iguales, entrañas de compasi6n para con los que tienen
necesidades y penas, y una tierna inclinación para socorrerlos.
Es preciso señalar que hacerse todo para todos --como hacia el Apóstol-, no es,
por ejemplo, quebrantar el silencio con los que lo quebrantan, ya que es
imprescindible ejercitar la virtud y observar las reglas; sino que es estar grave y
comedido con los que lo están, fervorosos con los espíritus fervorosos y alegre
con los alegres, sin salirse nunca de los límites de la virtud: es tomar la presteza al
modo como lo hacen las personas perfectas, que son naturalmente fervientes y
activas; es practicar la virtud con miramiento y condescendencia, según el humor y
el gusto que tengan aquéllos con quienes tratan y tanto como lo permita la
prudencia.
Opuestamente, cuanta más caridad y amor de Dios tenga un alma, más sensible
será a los intereses de Dios y del prójimo. Esta dureza es extrema en los grandes
del mundo, en los ricos avariciosos, en las personas voluptuosas y en los que no
ablandan su corazón con los ejercicios de piedad y el uso de las cosas
espirituales. Esta dureza se encuentra también frecuentemente entre los sabios
que no unen la devoción con la ciencia y que para justificarse de este defecto lo
llaman solidez de espíritu pero los verdaderamente sabios han sido siempre los
más piadosos, como San Agustín, Buenaventura, Santo Tomás, San Bernardo y
en la Compañía, Lainez, Suárez, Belarmino, Lessius.
Un alma que no puede llorar sus pecados, por lo menos con lágrimas del corazón,
tiene o mucha impiedad o mucha impureza, o de lo uno y lo otro, como
ordinariamente sucede a los que tienen el corazón endurecido. Es una desgracia
muy grande cuando en la religión se estiman más los talentos naturales adquiridos
que la piedad. Alguna vez veréis religiosos, y hasta superiores, que dicen que
ellos prefieren tener un espíritu capaz para los negocios, que no todas esas
devociones menudas, que Son -dicen ellos-- propias de mujeres, pero no de un
espíritu fuerte; llamando fortaleza de espíritu a esta dureza de corazón tan
contraria al don de piedad. Deberían pensar que la devoción es un acto de religión
o un fruto de la religión y de la caridad, y por consecuencia, preferible a todas las
otras virtudes morales; ya que la religión sigue inmediatamente a las virtudes
teologales en orden de dignidad.
Cuando un Padre, respetable por su edad y por sus cargos, dice delante de Los
Hermanos jóvenes que estima los grandes talentos y los empleos brillantes, o que
prefiere a los que destacan en entendimiento y en ciencia más que a otros que se
distinguen por su virtud y piedad, perjudica mucho a esta pobre juventud. Es un
veneno que hace corroer el corazón y del que quizá no se cure, jamás. Una
palabra dicha a otro en confianza le puede perjudicar enormemente.
No se puede imaginar el daño, que hacen a las órdenes religiosas los primeros
que introducen en ellas el amor y la estimación a los talentos y a los empleos
brillantes. Es una leche envenenada que se ofrece a los jóvenes a la salida del
noviciado y que tiñe sus almas de un color que no se borra nunca.