Representacion Politica Sartori
Representacion Politica Sartori
Representacion Politica Sartori
en la teoría de la democracia
de Giovanni Sartori
The concept of political representation in Giovanni
Sartori’s theory of democracy
Manuel Zafra Víctor
Universidad de Granada
manuelzafravictor@gmail.com
Resumen
Giovanni Sartori propone una teoría de la democracia integral mediante una doble definición, empírica y
normativa. A su juicio los requisitos que hacen factible la democracia deben conjugarse con las exigencias
que la hacen perfectible. Esta premisa obliga, a su vez, a la interacción constructiva entre ideales y realidad
(valores y hechos), a optimizar en lugar de maximizar. Separar u oponer ambas definiciones empobrece la
teoría de la democracia, en cambio su lectura conjunta ofrecen una visión integral para la adecuada relación
entre la descripción y la prescripción. La vulnerabilidad de la propuesta de Sartori se hace evidente al com-
probar la incoherencia entre la realidad de un electorado aquejado de primitivismo político y la necesidad
de una representación selectiva ¿Cómo surgirán representantes selectos del voto de electores primitivos?
Nada dice el pensador italiano de las vías para que las elecciones no solo designen representantes sino que
también los seleccionen.
Palabras clave: democracia empírica, democracia normativa, primitivismo político, deliberación política,
realidad e ideales, representación política descriptiva y sociológica.
Abstract
This article reflects on Giovanni Sartori’s comprehensive theory of democracy, which is based on a
twofold definition, both empirical and normative. According to him, the conditions that make democracy
feasible must be combined with those that make it perfectible. This premise is built upon a constructive
interaction between ideals and reality (i.e. values and facts), and upon the need of optimizing instead of
maximizing. Sartori argues that considering the two definitions as separate or conflicting ones impov-
erishes democratic theory, whereas a combined reading of both allows a comprehensive approach that
brings together adequately description and prescription. Sartori’s theory’s flaw derives from the fact
that, on the one hand, a selective good political representation is needed but, on the other, voters are
actually affected by political primitivism. How will select representatives emerge from the primitive
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voters’ choice? The Italian author does not give clues about how the elections may not just result in the
appointment of political representatives, but also in the selection of the best ones.
Keywords: empirical democracy, normative democracy, political primitivism, political deliberation, reality
and ideals, political, descriptive and sociological representation.
INTRODUCCIÓN
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cabe oponerlas como visiones contrarias sino articularlas en una concepción inte-
gral. Definición empírica y definición normativa guardan una prelación procedi-
mental en la concepción integral de la democracia: para calibrar el alcance de la
prescripción se impone una descripción adecuada, sentido de la realidad para no
pensar ideales irrealizables. No se trata de una relación de causalidad pero sí de
autonomía y prioridad procedimental, gráficamente Sartori advierte que, de no
operar así, colocamos el carro antes que los bueyes o pretenderemos dar pasos más
largos de los permitidos por la longitud de nuestras piernas.
3. La definición empírica proporciona una concepción mínima de democracia, lo que
es, los requisitos imprescindibles que la hacen posible, su funcionamiento: eleccio-
nes regulares, competencia para la captación del voto, autonomía de la opinión
pública y libertad de sufragio (gobierno por consentimiento). Pero la definición
descriptiva no es toda la teoría, al igual que las elecciones no agotan la democracia.
Los hechos necesitan ideales y las elecciones no solo deben designar representantes
sino seleccionarlos. Además de una definición descriptiva, mínima, necesitamos
una definición prescriptiva, una referencia normativa, que permita la evaluación
crítica de la realidad (Sartori, 1988: 213-224).
4. El problema surge al constatar que la democracia electoral, entendida como poliar-
quía competitiva, no se convierte en democracia representativa, entendida como
poliarquía selectiva. Se rompe el vínculo entre elección y selección, entre mayor
parte y mejor parte, entre cantidad y calidad. Las elecciones, la competencia elec-
toral, aparecen como condición necesaria y suficiente de un mínimo de democracia
pero no de una mejor democracia, más bien, en sentido contrario, de una democra-
cia ingobernable. La mayoría aritmética da lugar a una minoría altimétrica, a una
estructura de poder pero no a una estructura de élite.
5. La competencia electoral no puede equipararse a la competencia económica, no
dispone de los mecanismos del mercado para seleccionar productores; pese a las
analogías, una teoría económica de la democracia resulta inviable teniendo en cuen-
ta la importancia de los ideales (ideologías) en el comportamiento político frente a
la racionalidad utilitaria del consumidor económico. Cuando la lógica económica
se impone a la política, las elecciones des-seleccionan, provocan una selección
adversa, la rivalidad por un voto indiferenciado desata una competencia a la baja
para satisfacer los deseos del electorado formulados en clave de utilidad económi-
ca: racionalidad individual coste-beneficio que degenera en una actitud parasitaria
de reivindicar derechos sin asumir deberes en el consumo de bienes públicos.
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Veamos en lo que sigue cada uno de los puntos señalados en la conclusión de En defensa
de la representación. En primer lugar, la configuración normativa de la representación: la
representación política como ideal. En segundo lugar, la tensión entre receptividad y respon-
sabilidad y la coherencia (el vínculo) entre gobierno del pueblo y gobierno sobre el pueblo.
Una vez expuesto el pensamiento de Sartori, la segunda parte del trabajo se dedica a las
salvedades y objeciones que suscita su planteamiento una vez analizadas las vulnerabilidades
e incoherencias de las premisas. Fundamentalmente, la relación entre democracia empírica
y democracia normativa. Ante la descripción de un hecho evidente, el primitivismo político
del ciudadano común, y la competencia a la baja entre partidos para captar el voto de una
ciudadanía indiferente, difícilmente una poliarquía competitiva experimentará el salto cuali-
tativo de la cantidad a la calidad y se convertirá en una poliarquía selectiva. Aquí radican, a
mi modesto juicio, los límites de una teoría integral de la democracia; de no afrontar crítica-
mente la premisa, la indiferencia ciudadana, se revela imposible la representación de calidad.
Asumiendo el rigor en la definición empírica de la democracia queda, no obstante, la impre-
sión de la identificación entre hechos y valores, entre realidad e ideales de tal forma que la
mejor democracia es su definición mínima. Expresada la tesis en otros términos: centralidad
de los representantes y casi irrelevancia de los representados.
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Crítica al conductismo
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Crítica al idealismo
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porque las ideas no se someten a debate para apreciar su consistencia sino que se descalifican
apelando a las motivaciones económicas o sociales que las hacen valer en la emisión de un
juicio. Sartori ha recibido, justificadamente, merecidos elogios por el rigor analítico en la
elaboración conceptual. El tratamiento de la ideología es una muestra acabada de este buen
hacer teórico. Plantea diferenciar ideología en el conocimiento de ideología en la política
(Sartori, 1988: 596). Mientras que en el primer caso el tema se dirime en la validez de las
ideas, en el segundo la cuestión pasa por su eficacia. A su vez, este diferente tratamiento
exige perfilar bien el ángulo analítico: teoría del conocimiento y sociología del conocimien-
to. El prejuicio ideológico consiste en orillar la teoría del conocimiento y centrar la atención
en la sociología del conocimiento, es decir, no en la validez y consistencia de una idea sino
en las causas de su difusión o divulgación.
Partiendo de la obra de Merton (2003, capítulos 12 y 13), critica la tesis de Mannheim
(2004) sobre el condicionamiento existencial del pensamiento. Sartori otorga más solidez a
la idea de condicionamiento existencial que a la idea marxista de falsa conciencia, pero
cuestiona ambas porque, siguiendo a Merton, en lugar de analizar la validez de las ideas
desde un punto de vista epistemológico, preguntan por los motivos para defenderlas. El
resultado es la reducción de la teoría del conocimiento a la sociología del conocimiento. No
hay, sin embargo, determinación causal entre la creatividad del pensamiento y los factores
existenciales o económicos. Sartori señala que ninguna sociología del conocimiento explica
la obra de Marx o la de Mannheim; sustituyendo la teoría del conocimiento por la sociología
del conocimiento se desconoce el lugar diferente ocupado por el creador y el receptor de las
ideas, entre quienes piensan y quienes, irreflexivamente, se adhieren a lo pensado. Por tanto,
la sociología del conocimiento explica la difusión del pensamiento creado pero no cómo
llegó a crearse. Tras esta reflexión Sartori concluye que el debate sobre las ideas debe tener
como norte si son ciertas o falsas, si son o no verificables, coherentes o contradictorias pero
no desvelar los motivos ocultos o inconfesables o mostrar los condicionamientos económicos
o sociales. En definitiva, la pretensión de desenmascarar las ideas se revela un empeño arte-
ro, con la única finalidad de desacreditar las bien fundadas o justificar las indefendibles.
Representación y elitismo constituyen dos muestras paradigmáticas de prejuicio ideo-
lógico. Sartori exige que el debate sobre las ideas tenga presentes unos interrogantes
imprescindibles para que la crítica resulte constructiva. En primer lugar, ¿para qué sirve?,
¿cuál es el objetivo perseguido y el resultado a conseguir? En segundo lugar, ¿cuál es la
alternativa?, ¿qué sustituirá a qué?, ¿tenemos algún modo de reemplazo? y ¿será mejor
que lo reemplazado? (Sartori, 1994: 67-68). La respuesta a estas preguntas conduce a una
rigurosa elaboración conceptual de la representación política conforme al criterio per
genus et differentiam.
Representación significa hacer presente algo o alguien ausente. El método por el que
la ausencia adquiere presencia se vuelve la variable clave de la representación. Caben tres
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ante alguien, de los intereses estamentales ante el soberano. A medida que las monarquías
necesitaron más recursos para financiar la guerra, las convocatorias de cortes se hicieron
más frecuentes y mayor fue la dependencia y vulnerabilidad del rey al tiempo que aumen-
taba el poder de los representados. El punto de inflexión lo marca la soberanía compartida:
los representantes no salvaguardan ante el soberano los intereses de sus representados, su
fuerza es tal que comparten soberanía con el monarca. La soberanía se manifiesta en la
obligación de ejercer la prerrogativa regia en el parlamento. La asamblea pasa de ser un
órgano externo al Estado a ser un órgano del Estado y los representantes, además de repre-
sentantes, gobiernan; representan al pueblo pero gobiernan sobre el pueblo. En estas condi-
ciones deja de tener sentido el mandato imperativo porque, entonces, el representante que-
daría imposibilitado para la dirección política, además de salvaguardar los intereses de sus
electores debe garantizar el interés general de la nación. Sartori recuerda que, pese al duro
ataque de E. Burke contra la revolución francesa, su posición coincide con la declaración
recogida en la Constitución de 1791: la representación no es de electores concretos, sino de
la nación. El famoso discurso de Burke (2008: 85-93) a los electores de Bristol constituye
la referencia obligada para fundamentar la singularidad de la representación política: la
voluntad de la nación no preexiste a la decisión de la asamblea.
En la representación sociológica lo decisivo no el método para designar representantes
sino el idem sentire, constatar la existencia de la opinión común o sentimiento compartido.
Puede haber representación sin elección, por ejemplo, mediante sorteo o rotación. Por el
contrario, la representación política requiere la elección. No se trata de garantizar la mejor
coincidencia de opiniones o intereses, sino de asegurarla; y este fin solo se alcanza condi-
cionando la actuación de los representantes a la obligación de rendir cuentas, una res-
ponsabilidad más compleja que la propia de la representación sociológica, además de
responsabilidad ante es responsabilidad por. Si hacer efectiva la semejanza no es el
fundamento de la representación política, sino la de rendir cuentas, responsabilidad y
elección aparecen como un binomio inescindible. En ausencia de elecciones puede haber
representatividad pero solo la elección garantiza la responsabilidad.
Llegados a este punto es necesario aclarar la relación entre representatividad y res-
ponsabilidad. Sartori recurre para bien conceptuar el término representatividad a otro de
los reproches dirigidos al behaviorismo: el anclaje etimológico. En sus orígenes medie-
vales la representación aparecía connotada por el sentido de pertenencia a una misma
matriz de extracción que hace del representante alguien que personifica al representado.
Los miembros de una corporación medieval sentían la representación no porque eligie-
ran, sino porque mediaba identidad entre mandatarios y mandados, se pertenecían. En
puridad de conceptos se trata de una representación gremial, corporativa, de ahí que el
representante aparezca como una réplica, un alter ego. Ahora bien, una asamblea que
refleje con fidelidad las características de alguien o de algo, siendo representativa,
puede, sin embargo, no ser responsable. Políticamente debe primar la respuesta respon-
sable sobre el espejo perfecto de similitudes pero la primacía de la responsabilidad no
debe llevar al desconocimiento de la representatividad: el sutil equilibrio entre el reflejo
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normativamente la representación y contando con el ideal resultante de una idea bien ela-
borada, veamos el siguiente paso: la evidencia de la realidad sobre la que debe presionar
y las eventuales resistencias que se le opondrán.
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la competencia electoral, lo hemos visto, solo garantiza libertad de voto pero no selección
del oferente. No cabe asimilar ambos mercados más allá del dato elemental (pero decisivo)
de garantizar la diversidad y la libertad de opción. Sartori ve en el planteamiento de la
racionalidad del comportamiento electoral una quimera, toda vez que la única aparente
posibilidad, el voto en función de un problema, impide apreciar los efectos de una política
en otras políticas y calibrar las ventajas e inconvenientes de las diferentes alternativas. Esto
es, la complejidad de la decisión impide la correspondencia entre fines y medios, esencia
en la definición de la racionalidad.
Aunque Sartori no relaciona directamente el voto en función del problema y la corres-
pondencia tendencial entre la intensidad del problema y el extremismo, no parece exage-
rado identificar la participación del ciudadano activo con el riesgo de la reacción opuesta:
comparativamente el primitivismo resulta positivo para la democracia, mientras que la
participación aloja el peligro de incentivar la polarización y el sectarismo.
Ante este panorama, ¿progresa la teoría? Pese a las limitaciones del comportamiento
electoral del ciudadano medio y las simplificaciones a las que se ve obligado como elector,
la definición descriptiva de la democracia mantiene solidez teórica. La consistencia de la
democracia electoral se explica diferenciando lo que hacen los electores y lo que las eleccio-
nes significan: las elecciones no resuelven problemas; deciden quién habrá de resolverlos.
Ni siquiera, como señalara Dahl (1955: 125-127), expresan las primeras preferencias o las
primeras opciones. Descartada la tesis del electorado racional y asumiendo que las eleccio-
nes deciden quién deberá decidir, las exigencias de la racionalidad se trasladan a los repre-
sentantes. Esto es, cuando la horizontalidad de la democracia electoral deja paso a la verti-
calidad de la democracia representativa. A partir de este estadio es necesaria la cuidadosa
administración del ideal una vez consciente de la realidad sobre la que debe operar. La máxi-
ma es optimizar, el riesgo maximizar. Sartori urge a salir del elector racional y de la opinión
pública racional para entrar en la opinión pública autónoma. El elector racional, como la
opinión pública racional, constituye la ficción sobre la que el antielitismo proyecta el ideal
democrático, pero la evidencia es otra que obliga a modularlo. Por ejemplo la opinión públi-
ca puede no ser racional, pero es autónoma, no toma iniciativas pero reacciona, no decide
pero condiciona las decisiones. La autonomía de la opinión pública presta consentimiento al
gobierno que, a su vez, debe mostrar sensibilidad a los deseos del electorado (pueblo). En
esta secuencia residiría la retroalimentación positiva de ideales (gobierno del pueblo) y rea-
lidad (primitivismo político del ciudadano medio). En sentido contrario a la teoría clásica, no
existe una voluntad popular que los representantes cumplan, pero cualquiera de las políticas
impulsadas por el gobierno se somete al veredicto del pueblo.
La democracia no se reduce, pues, al control recíproco entre los líderes de las forma-
ciones políticas. Su fundamento es el control del demos sobre los representantes mediante
elecciones regulares. No obstante, definir la democracia en su dimensión vertical requiere
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“La verdad es que una teoría de la democracia que tan solo consista en la idea
del poder del pueblo solamente resulta adecuada en el combate con el poder auto-
crático. Una vez derrotado este adversario, lo que automáticamente se transfiere
al pueblo es solo un derecho nominal. El ejercicio del poder es otra cosa” (Sartori,
1988: 55).
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En esta segunda parte del trabajo intentaré exponer las aporías y las contradicciones en
las que cae Sartori. Anticipo la objeción más importante: la teoría de la democracia elabo-
rada por Sartori versa sobre una democracia de representantes donde los representados
juegan un papel accesorio, una referencia menor exigida por la mínima definición de
democracia: el ejercicio del sufragio. El gobierno necesariamente ha de tomar en cuenta
las preferencias del electorado pero no para asumirlas, obviamente tampoco reducir sus
iniciativas a las demandas ciudadanas, ni siquiera a las medidas previstas en el programa
electoral. Si el ciudadano común aparece aquejado de primitivismo político, sus deseos y
aspiraciones, incluso sus intereses, se encuentran necesitados de filtro y depuración. La
superficialidad de sus opiniones o sus pulsiones egoístas en la reclamación de derechos y
olvido de deberes, no obstante, deben ser considerados por los representantes pero también
encauzados y corregidos. Creo que la relación entre representación virtual y representa-
ción real teorizada por E. Burke recoge bien la concepción de la representación planteada
por Sartori.
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“Aunque los estudiosos sean reacios a reconocerlo, cada vez tratan menos
sobre quién tiene el poder y se interesan en forma creciente en las recompensas y
asignaciones, es decir, en los efectos de las decisiones del poder: quién consigue
qué” (Sartori, 1988: 288).
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las formas de neutralizar hace tres recomendaciones: declarar con antelación los propios
valores, comprobar y describir antes de evaluar, y presentar la imparcialidad de todos los
puntos de vista (Sartori, 2011: 108-112). Sartori deja la impresión de asumir la segunda
recomendación e ignorar las otras dos. Pese a la advertencia de no confundir subrepti-
ciamente juicios de hecho y de valor, no parece exagerado afirmar que comprobada la
evidencia y descrita la realidad, la percepción se impone a la concepción. Hasta tal punto
habría continuidad entre la macro y la micro teoría, que las técnicas de investigación
social, por una vez, dan carta de naturaleza a una concepción imposible de pensar en
otros términos.
Sartori cae en la misma posición que objeta a Mannheim: la pérdida de “agarre gno-
seológico”; es más, en un cierto prejuicio ideológico: las condiciones existenciales deter-
minan el conocimiento. Las razones para explicar el primitivismo político del ciudadano
medio vienen de la sociología del conocimiento, explican los obstáculos socioeconómicos
para adoptar juicios fundados y convertir la información en conocimiento. Describen bien
la degradación de las ideas creadas en ideologías asumidas. Es decir, no el proceso de
creación de las ideas, sino el de su difusión y divulgación. La conclusión parece clara:
explicación y justificación, hecho y juicio de valor acaban coincidiendo.
No sin ironía Bobbio elogia el esfuerzo y empeño de Sartori por alcanzar precisión
conceptual y evitar la confusión teórica. El viaje en el tiempo y en el espacio en busca de
la isla del tesoro arroja, sin embargo, el desencanto de un hallazgo más decepcionante: el
tesoro no está allí, o lo que hay carece del atractivo imaginado. El camino de ida hacia la
democracia normativamente definida vuelve a entronizar la definición descriptiva: lo que
es coincide con lo que debe ser, el mal menor:
“La democracia se aleja cada vez más de su modelo ideal suponiendo que el
modelo sea, como lo propone Sartori, la meritocracia. Y parece que el último
argumento de los buenos demócratas se haya vuelto el mal menor” (Bobbio,
1988: 152).
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promover políticas, el buen gobierno será una posibilidad eventual pero no una probabili-
dad virtual. Este es el eslabón entre poliarquía competitiva y poliarquía selectiva, entre
democracia empírica y democracia normativa.
CONCLUSIONES
Referencias
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