Macroeconomía y Microeconomía
Macroeconomía y Microeconomía
Macroeconomía y Microeconomía
Son las dos ramas principales en las que se divide la ciencia económica. La
visión global de su situación. El Producto Interior Bruto (PIB), que mide los
bienes y servicios que producen las empresas, los individuos y el sector público
económica: los individuos, las familias, las empresas y los mercados. Su objetivo es
evolución de una afecta a la otra. Cualquier unidad puede ser analizada de ambas
analizan los factores microeconómicos que llevan a las familias y las empresas a
ahorrar.
puede estudiar de qué manera una subida del IVA afecta al consumo de entradas
de cine, a los hábitos de ocio de los individuos y a una empresa determinada de este
determinado.
La Bella Durmiente
Hace muchos años vivían un rey y una reina quienes cada día decían: "¡Ah, si al menos
tuviéramos un hijo!" Pero el hijo no llegaba. Sin embargo, una vez que la reina tomaba
un baño, una rana saltó del agua a la tierra, y le dijo: "Tu deseo será realizado y antes
de un año, tendrás una hija."
Lo que dijo la rana se hizo realidad, y la reina tuvo una niña tan preciosa que el rey no
podía ocultar su gran dicha, y ordenó una fiesta. Él no solamente invitó a sus familiares,
amigos y conocidos, sino también a un grupo de hadas, para que ellas fueran amables
y generosas con la niña. Eran trece estas hadas en su reino, pero solamente tenía doce
platos de oro para servir en la cena, así que tuvo que prescindir de una de ellas.
La fiesta se llevó a cabo con el máximo esplendor, y cuando llegó a su fin, las hadas
fueron obsequiando a la niña con los mejores y más portentosos regalos que pudieron:
una le regaló la Virtud, otra la Belleza, la siguiente Riquezas, y así todas las demás, con
todo lo que alguien pudiera desear en el mundo.
Todos quedaron atónitos, pero la duodécima, que aún no había anunciado su obsequio,
se puso al frente, y aunque no podía evitar la malvada sentencia, sí podía disminuirla, y
dijo: "¡Ella no morirá, pero entrará en un profundo sueño por cien años!"
El rey trataba por todos los medios de evitar aquella desdicha para la joven. Dio órdenes
para que toda máquina hilandera o huso en el reino fuera destruído. Mientras tanto, los
regalos de las otras doce hadas, se cumplían plenamente en aquella joven. Así ella era
hermosa, modesta, de buena naturaleza y sabia, y cuanta persona la conocía, la llegaba
a querer profundamente.
Sucedió que en el mismo día en que cumplía sus quince años, el rey y la reina no se
encontraban en casa, y la doncella estaba sola en palacio. Así que ella fue recorriendo
todo sitio que pudo, miraba las habitaciones y los dormitorios como ella quiso, y al final
llegó a una vieja torre. Ella subió por las angostas escaleras de caracol hasta llegar a
una pequeña puerta. Una vieja llave estaba en la cerradura, y cuando la giró, la puerta
súbitamente se abrió. En el cuarto estaba una anciana sentada frente a un huso, muy
ocupada hilando su lino.
"Buen día, señora," dijo la hija del rey, "¿Qué haces con eso?" - "Estoy hilando," dijo la
anciana, y movió su cabeza.
"¿Qué es esa cosa que da vueltas sonando tan lindo?" dijo la joven.
Y ella tomó el huso y quiso hilar también. Pero nada más había tocado el huso, cuando
el mágico decreto se cumplió, y ellá se punzó el dedo con él.
En cuanto sintió el pinchazo, cayó sobre una cama que estaba allí, y entró en un
profundo sueño. Y ese sueño se hizo extensivo para todo el territorio del palacio. El rey
y la reina quienes estaban justo llegando a casa, y habían entrado al gran salón,
quedaron dormidos, y toda la corte con ellos. Los caballos también se durmieron en el
establo, los perros en el césped, las palomas en los aleros del techo, las moscas en las
paredes, incluso el fuego del hogar que bien flameaba, quedó sin calor, la carne que se
estaba asando paró de asarse, y el cocinero que en ese momento iba a jalarle el pelo
al joven ayudante por haber olvidado algo, lo dejó y quedó dormido. El viento se detuvo,
y en los árboles cercanos al castillo, ni una hoja se movía.
Pero alrededor del castillo comenzó a crecer una red de espinos, que cada año se
hacían más y más grandes, tanto que lo rodearon y cubrieron totalmente, de modo que
nada de él se veía, ni siquiera una bandera que estaba sobre el techo. Pero la historia
de la bella durmiente "Preciosa Rosa," que así la habían llamado, se corrió por toda la
región, de modo que de tiempo en tiempo hijos de reyes llegaban y trataban de atravesar
el muro de espinos queriendo alcanzar el castillo. Pero era imposible, pues los espinos
se unían tan fuertemente como si tuvieran manos, y los jóvenes eran atrapados por
ellos, y sin poderse liberar, obtenían una miserable muerte.
Y pasados cien años, otro príncipe llegó también al lugar, y oyó a un anciano hablando
sobre la cortina de espinos, y que se decía que detrás de los espinos se escondía una
bellísima princesa, llamada Preciosa Rosa, quien ha estado dormida por cien años, y
que también el rey, la reina y toda la corte se durmieron por igual. Y además había oído
de su abuelo, que muchos hijos de reyes habían venido y tratado de atravesar el muro
de espinos, pero quedaban pegados en ellos y tenían una muerte sin piedad. Entonces
el joven príncipe dijo:
El buen anciano trató de disuadirlo lo más que pudo, pero el joven no hizo caso a sus
advertencias.
Pero en esa fecha los cien años ya se habían cumplido, y el día en que Preciosa Rosa
debía despertar había llegado. Cuando el príncipe se acercó a donde estaba el muro de
espinas, no había otra cosa más que bellísimas flores, que se apartaban unas de otras
de común acuerdo, y dejaban pasar al príncipe sin herirlo, y luego se juntaban de nuevo
detrás de él como formando una cerca.
En el establo del castillo él vio a los caballos y en los céspedes a los perros de caza con
pintas yaciendo dormidos, en los aleros del techo estaban las palomas con sus cabezas
bajo sus alas. Y cuando entró al palacio, las moscas estaban dormidas sobre las
paredes, el cocinero en la cocina aún tenía extendida su mano para regañar al ayudante,
y la criada estaba sentada con la gallina negra que tenía lista para desplumar.
Él siguio avanzando, y en el gran salón vió a toda la corte yaciendo dormida, y por el
trono estaban el rey y la reina.
Entonces avanzó aún más, y todo estaba tan silencioso que un respiro podía oirse, y
por fin llegó hasta la torre y abrió la puerta del pequeño cuarto donde Preciosa Rosa
estaba dormida. Ahí yacía, tan hermosa que él no podía mirar para otro lado, entonces
se detuvo y la besó. Pero tan pronto la besó, Preciosa Rosa abrió sus ojos y despertó,
y lo miró muy dulcemente.
* * * * *
Charles Perrault
Un molinero dejó, como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su
gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario.
Habrían consumido todo el pobre patrimonio.
El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro y al menor le tocó
sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:
-Mis hermanos -decía- podrán ganarse la vida convenientemente trabajando
juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito
con su piel, me moriré de hambre.
El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en
tono serio y pausado:
-No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un
par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia
no es tan pobre como pensáis.
Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto
dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los
pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de
verse socorrido por él en su miseria.
Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la
bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se
dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su
saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún
conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su
hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo recostado,
cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el
maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.
Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron
subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia
ante el rey, y le dijo:
-He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor Marqués de Carabás (era
el nombre que inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte.
-Dile a tu amo, respondió el Rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho.
En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando
en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida
a ofrendarlas al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El Rey
recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.
El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al
Rey productos de caza de su amo. Un día supo que el Rey iría a pasear a orillas
del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo:
-Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha: no tenéis más que
bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás.
El Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría.
Mientras se estaba bañando, el Rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con
todas sus fuerzas:
-¡Socorro, socorro! ¡El señor Marqués de Carabás se está ahogando!
Al oír el grito, el Rey asomó la cabeza por la portezuela y, reconociendo al gato
que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran
rápidamente a socorrer al Marqués de Carabás. En tanto que sacaban del río al
pobre Marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al Rey que mientras su
amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a
haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había
escondido debajo de una enorme piedra.
El Rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en
busca de sus más bellas vestiduras para el señor Marqués de Carabás. El Rey
le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba
su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del Rey lo encontró muy de
su agrado; bastó que el Marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas
sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada.
El Rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañara en el paseo. El gato,
encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y habiendo
encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:
-Buenos segadores, si no decís al Rey que el prado que estáis segando es del
Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.
Por cierto que el Rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que
estaban segando.
-Es del señor Marqués de Carabás -dijeron a una sola voz, puesto que la
amenaza del gato los había asustado.
-Tenéis aquí una hermosa heredad -dijo el Rey al Marqués de Carabás.
-Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada
año.
El maestro gato, que iba siempre delante, encontró a unos campesinos que
cosechaban y les dijo:
-Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos
pertenecen al Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.
El Rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los
campos que veía.
-Son del señor Marqués de Carabás, contestaron los campesinos, y el Rey
nuevamente se alegró con el Marqués.
El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos
encontraba; y el Rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor Marqués
de Carabás.
El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un
ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde
habían pasado eran dependientes de este castillo.
El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era este ogro y de
lo que sabía hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan
cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibió
en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar.
-Me han asegurado -dijo el gato- que vos tenías el don de convertiros en
cualquier clase de animal; que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en
elefante.
-Es cierto -respondió el ogro con brusquedad- y para demostrarlo veréis cómo
me convierto en león.
El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén se
trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían
para andar por las tejas.
Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el
gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo.
-Además me han asegurado -dijo el gato- pero no puedo creerlo, que vos
también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por
ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que eso
me parece imposible.
-¿Imposible? -repuso el ogro- ya veréis-; y al mismo tiempo se transformó en una
rata que se puso a correr por el piso.
Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y se la comió.
Entretanto, el Rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El
gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió
adelante y le dijo al Rey:
-Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor Marqués de Carabás.
-¡Cómo, señor Marqués -exclamó el rey- este castillo también os pertenece!
Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos
el interior, por favor.
El Marqués ofreció la mano a la joven Princesa y, siguiendo al Rey que iba
primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que
el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese
mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el Rey estaba
allí.
El Rey, encantado con las buenas cualidades del señor Marqués de Carabás, al
igual que su hija, que ya estaba loca de amor viendo los valiosos bienes que
poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas:
-Sólo dependerá de vos, señor Marqués, que seáis mi yerno.
El Marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el Rey;
y ese mismo día se casó con la Princesa. El gato se convirtió en gran señor, y
ya no corrió tras las ratas sino para divertirse.
Moraleja
En principio parece ventajoso
contar con un legado sustancioso
recibido en heredad por sucesión;
más los jóvenes, en definitiva
obtienen del talento y la inventiva
más provecho que de la posición.
Otra moraleja
Si puede el hijo de un molinero
en una princesa suscitar sentimientos
tan vecinos a la adoración,
es porque el vestir con esmero,
ser joven, atrayente y atento
no son ajenos a la seducción.