Ap Reyes
Ap Reyes
Ap Reyes
Juntamente con el libro de Jueces, 1-2 Reyes son los libros históricos en los que ha
quedado más marcada la huella de la teología deuteronomista. También aquí, los mismo que
en Jue, el autor o autores deuteronomistas han vertido su pensamiento teológico a través de
un marco redaccional, que se repite de manera uniforme con cada uno de los reyes. Está
integrado por una introducción, un juicio de valor sobre cada rey y una conclusión.
• Introducción: Roboán, hijo de Salomón, subió al trono de Judá. Tenía cuarenta y un años
cuando empezó a reinar y reinó diecisiete años en Jerusalén (…) Su madre se llamaba
Naamá, amonita (1 Re 14,21-22).
La introducción consta del nombre del rey –a veces se nombra también al padre–,
duración del reinado y año del reinado del rey del reino vecino (esto hasta la caída de
Samaria y el fin del reino del norte). Puede tener algunas variaciones según se trate de
los reyes del sur o del norte; solamente en el primer caso se da el nombre de la madre y
la edad del rey en el momento de subir al trono.
• Juicio, que puede ser triple: Hizo lo malo a los ojos del Señor; hizo lo que es recto a los
ojos del Señor, pero no desaparecieron los santuarios de las provincias, y el pueblo
siguió ofreciendo sacrificios y perfumes en ellos (1 Re 15,11-14; 2 Re 12,3-4; 15,3-4;.34-
35).Hizo lo que es recto a los ojos del Señor enteramente, como lo había hecho David, su
padre (2 Re 18,3; 22,2).
La primera fórmula es la más frecuente y se repite treinta y cuatro veces. Se aplica de
manera invariable a todos los reyes del norte, pues el reino del norte se consideraba
viciado de raíz, debido al pecado de Jeroboán, que estableció el culto cismático en los
santuarios de Dan y Betel (1 Re 12,26-33). Al pecado de Jeroboán se sumó luego el de
Ajab, que introdujo en Israel el culto a Baal, influenciado por su esposa Jezabel, oriunda
de Fenicia, o sea, pagana (1 Re 16,31-32; 22,53-54). Aplicada a los reyes del sur, esta
fórmula se refiere al culto yahvista que se daba en los santuarios de provincia (1
Re14,24; 15,3; 2 Re 16,4) o también a los usos religiosos introducidos por Ajab (2 Re
18,18.27), así como al culto y sacrificios ofrecidos a los dioses extranjeros (2 Re 21,2ss;
22,21-22). La segunda fórmula se aplica a seis reyes del sur (Asa, Josafat, Joás,
Amasías, Azarías y Jotán). Los cuales son alabados pero no de manera total y absoluta,
sino con una restricción: no hicieron desaparecer los santuarios cismáticos de las
provincias, que estaban prohibidos por la ley del templo uno y único de Jerusalén (Dt 12).
La tercera fórmula se aplica solamente a Ezequías y Josías, los dos reyes reformadores
del sur, que reciben la aprobación cabal y completa, porque se ajustaron plenamente al
canon o prototipo de su padre David.
• Conclusión: El resto de los hechos de Roboán, cuanto hizo ¿no está escrito en el libro de
los Anales de los reyes de Judá? (…) Durmióse Roboán con sus padres y fue sepultado
en la ciudad de David. Le sucedió su hijo Abías (1 Re 14,29-31).
La conclusión final a la que llega el dtr., a partir del dogma de la unicidad de Dios y la
ley de un solo y único santuario, en su análisis de los reyes, es claramente negativa. Los
diecinueve reyes del norte son condenados sin excepción alguna. De los veinte reyes del sur
solo se salvan dos: Ezequías y Josías. Los demás son todos censurados en mayor o menor
grado.
A pesar de sus periódicas infidelidades, los jueces mantenían una tónica estable y
perseverante, hecha de caídas y arrepentimientos. Además, en el período de los jueces era
más bien el pueblo el que pecaba, precisamente porque no obedecía a sus dirigentes (Jue
2,17). En cambio, en la monarquía son los reyes los principales responsables y causantes de
la degradación, puesto que pecan ellos y arrastran al pueblo por el mismo camino. A medida
que avanza la historia, la situación se va deteriorando cada día más. La acción de los
profetas y la reforma de Ezequías y Josías solo consiguen aplazar temporalmente la
catástrofe, que ya se presiente inminente e inevitable.
Además del juicio valorativo que acompaña a cada rey, el dtr. ha distribuido a lo largo
de 1-2 Re toda una serie de discursos, profecías, reflexiones personales y retoques
redaccionales, que ponen de relieve la dimensión teológica de los acontecimientos y señalan
la dirección y el sentido de la historia. Por ejemplo:
• La intervención de Salomón:
El dtr. aprovecha el traslado del arca y la dedicación del templo, fecha muy importante en
la historia bíblica (1 Re 6,1), para insertar una larga intervención de Salomón que consta
de tres cuerpos: discurso (1 Re 8,14-21), oración (8 22-53), y bendición (8,54-61). Por
boca de Salomón el dtr. hace una extensa exposición de las claves y principios
teológicos que determinan la marcha de la historia: la presencia de Dios en medio de su
pueblo, siempre pronto a cumplir su palabra, a condición de que el pueblo se mantenga
también siempre fiel a sus compromisos; la doctrina de un solo y único santuario; el
reconocimiento del templo de Jerusalén como santuario nacional para todo Israel,
avalado y refrendado por la presencia de los ancianos como representantes de todo el
pueblo.
• Respuesta de Dios a Salomón
El oráculo-respuesta de Dios contiene la interpretación deuteronomista de la caída de
Jerusalén. Dios había elegido a la ciudad santa como morada de su nombre y se había
comprometido para siempre con David y su dinastía. Pero el cumplimiento de las
promesas divinas depende de la conducta y el comportamiento del pueblo. Como ese
comportamiento falló, de ahí que Dios hizo caer el castigo sobre Israel y la ciudad santa
(1 Re 9,1-9).
parte de Salomón (vv. 11-13.31-39). Pero más tarde, el abandono del Señor por parte de
Jeroboán para dar culto a otros dioses tendrá como resultado la destrucción, no solo de
la dinastía del propio Jeroboán, sino de todo el reino del norte. La muerte del hijo de
Jeroboán es ya señal y presagio de que el castigo por el pecado del rey, anunciado por
Ajías, se cumplirá inexorablemente.
Los dos libros de los Reyes que originalmente eran uno solo, cubren la historia de los
reyes de Israel y de Judá, desde la muerte de David (hacia el 970 a.C) hasta el destierro de
Babilonia (587 a.C), o sea, durante aproximadamente cuatro siglos. Se dividen en tres
cuerpos bien definidos, aunque un tanto desiguales: a.- Historia de Salomón (1 Re 1-11); b.-
historia sincrónica de los reinos divididos, desde la muerte de Salomón hasta la caída de
Samria (1 Re 12-2 Re 17); c.- historia del reino de Judá, desde la caída de Samaria hasta el
destierro (2 Re 18-25).
Los nueve capítulos restantes (1 Re 3-11) describen diversos aspectos del reinado de
Salomón, que se pueden agrupar bajo cuatro epígrafes: Salomón sabio (3,1-5,14), Salomón
constructor (5,15-9,25), Salomón comerciante (9,26-10,29), sombras del reinado de Salomón
(11). Llama la atención el amplio espacio que el autor concede a la historia de Salomón,
sobre todo cuando se la compara con la historia de los demás reyes, que se reducen en
muchos casos a pocos versículos. Quizás se deba a: primero, al interés por subrayar la
importancia del templo de Jerusalén, convertido en el único santuario legítimo por la teología
y la legislación deuteronomista. Segundo, la conveniencia de hacer constar que en Salomón
se han cumplido las promesas hechas a David; en este sentido, Salomón ha sido idealizado
en la misma línea de su padre. Tercero, el cuidado por dejar entrever el esplendor y la
grandeza que hubiese alcanzado Israel si os reyes se hubiesen mantenido fieles a la alianza.
En 1 Re 11,41 se remite al lector que quiera saber más sobre el rey a un libro titulado
Historia de Salomón. El dtr., sin duda, tuvo este libro como fuente, junto a otras, para
componerla sección de 1 Re 3-11, ya que estos capítulos presentan indicios de ser el
resultado de un largo proceso de elaboración.
A la muerte de Salomón se produce la división del reino. De ahí que, a partir de este
momento, 1-2 Reyes se convierten en la historia sincrónica de los dos reinos, alternando las
reseñas de los diecinueve reyes del norte con las de los veinte reyes del sur. Además de los
datos de cada uno de los reyes, con su correspondiente evaluación, el autor reseña con más
o menos amplitud las luchas intestinas entre los dos reinos y las guerras con los pueblos
vecinos, especialmente los arameos, los moabitas y los edomitas. Espacio y relevancia muy
especial alcanzan los ciclos de Elías y Eliseo.
El deuteronomista interpreta y explica la división del reino como un castigo de Dios por
los pecados de Salomón (1 Re 11). En realidad entre el norte y el sur existían diferencias
de orden teológico, político y económico, ya antiguas. Las tribus del norte estaban
enraizada en las tradiciones mosaicas (binomio Moisés-Sinaí), mientras que las del sur
sentían preferencia por las tradiciones davídicas (binomio David-Sión)
A las tribus del norte les parecía que David y Salomón habían introducido en la corte y en
el templo de Jerusalén algunos elementos ambiguos, tomados de las monarquías
paganas de los pueblos vecinos, los cuales no se ajustaban del todo a la ortodoxia
yahvista y al espíritu tradicional. Entendía además que David y Salomón los habían
sometido a presiones fiscales y prestaciones personales que consideraban
desproporcionadas y abusivas (cf. 1 Re 5,27-32; 9,15-21, a pesar de lo que digan 9,22 y
11,28)1. Tenían la convicción de que se les exigía para los gastos del estado una
contribución superior a la que aportaban las tribus del sur, por lo cual se sentían
agraviadas y discriminadas. La irritación debió alcanzar el momento culminante cuando el
rey cedió a Jirán, rey de Tiro, veinte ciudades del reino del norte a cambio de materiales
y personal técnico para la construcción del templo de Jerusalén (1 Re 9,10-14).
A la muerte de Salomón, todo esto provocó un levantamiento, al frente del cual se puso
Jeroboán, responsable de las obras públicas durante el reinado de Salomón, que no
estaba de acuerdo con la política del rey y se indispuso con él viéndose obligado a huir a
Egipto para salvar la vida, regresando solo después de la muerte de éste, en el reinado
1
Cuando Absalón dio el golpe de estado contra su padre David, uno de los factores que utilizó a su favor y en
contra de David fue precisamente el descontento de las tribus del norte (cf. 2 Sam 15,1-10; 19,41-44). Embarcado
en grandes obras –la construcción del templo y la reconstrucción de las ciudades fuertes, con las correspondientes
dotaciones de caballos y carros– Salomón se vio obligado a aumentar la presión fiscal y la prestación personal de
sus súbditos en los trabajos y servicios públicos, con lo cual el descontento de todos, especialmente de las tribus
del norte fue creciendo.
El ciclo de Elías no es una biografía completa del profeta, sino que está formado por una
serie de episodios sueltos, la mayor parte de los cuales se encuadran dentro del marco
de una larga sequía que dura tres años (1 Re 17-18). Son estos: Elías en el torrente
Querit, donde se alimenta milagrosamente (17,1-6); Elías en Fenicia, donde multiplica los
alimentos y resucita el hijo de la viuda de Sarepta (17,7-24); Elías va al encuentro de
Ajab (18,1-19); juicio de Dios sobre el monte Carmelo, dónde Elías se enfrenta él solo
contra 450 profetas de Baal (18,20-40); fin de la sequía (18,41-46). El exterminio de los
profetas de Baal provocó la ira de Jezabel contra Elías, el cual se vio obligado a huir al
desierto de Berseba, donde recibe fuerza de lo alto para continuar su huida-peregrinación
hasta el Horeb, el monte de Dios. Aquí, cual nuevo Moisés (cf. Ex 33,18-23; 34,5-8), le es
dado ver y experimentar la presencia del Señor; que le conforta para seguir luchando por
el yahvismo, a la vez que le ordena ungir como reyes a Jazael de Damasco y a Jehú de
Israel y como profeta y sucesor suyo a Eliseo (1 Re 19).
Integran el ciclo de Elías otros dos episodios más: la denuncia y la condena de Ajab y
Jezabel por el asesinato cometido en la persona de Nabot (1 Re 21) y el anuncio de la
muerte de Ocozías, hijo de Ajab, por buscar la curación en los dioses paganos y no en el
Dios de Israel (2 Re 1). 1 Re 21 reproduce un paradigma literario, social y teológico, que
se repite en más ocasiones, por ejemplo, en la historia de David (2 Sam 12). Es la
denuncia profética contra el despotismo de los reyes y la proclamación de los derechos
de los ciudadanos a la propiedad y a la vida. Por pobre que sea, todo hombre tiene
derechos inviolables, ya que es imagen de Dios. Todos estos episodios, aunque aislados
entre si, forman un conjunto unitario, porque se desarrollan dentro del mismo marco
histórico y geográfico y, sobre todo, dentro del mismo marco teológico. Desde el punto de
vista geográfico, la mayor parte de los episodios se sitúan en la frontera entre Israel y
Fenicia y algunos dentro de fenicia misma. El marco histórico lo forman los reinos de
Ajab y Ocozías, sucesores de Omrí y pertenecientes a la misma dinastía que él.
Omrí fue seguramente el rey más relevante e influyente del reino del norte. Reinó seis
años en Tirsá, al cabo de los cuales compró la colina de Samaria, construyó sobre ella la
capital y trasladó allí la corte, proporcionando con ello al reino de Israel una capitalidad
indiscutible y una estabilidad dinástica que duraría cuarenta largos años. Tanto es así
que los reinos asirios conocían el reino del norte como la "casa de Omrí". El cambio de la
capital de Tirsa a Samaria no se hizo solo por motivos estratégicos, sino, sobre todo, por
razones de orden político.
La política profenicia de Omrí y sus sucesores supuso para Israel ventajas políticas y
económicas, pues encontró en los reyes fenicios firmes aliados frente a la hostilidad de
los arameos de Damasco y pudo además comercializar sus productos a través de los
puertos del Mediterráneo. Pero fue nefasta desde el punto de vista moral y religioso. La
seducción que los dioses y los cultos paganos extranjeros ejercían habitualmente sobre
los israelitas se vio incrementada y favorecida desde la corte. Jezabel, esposa de Ajab e
hija del rey sacerdote-sacerdote de Sidón (1 Re 16,31), no solo practicaba
personalmente el baalismo, sino que hizo levantar en Samaria un templo en honor de
Los relatos del ciclo de Eliseo, entreverados con otros hechos en 2 Re 2-13, describen la
actuación del profeta en dos áreas principales: la política y la taumatúrgica. Entre sus
actuaciones políticas se encuentran la expedición contra Moab (2 Re 3), la guerras
arameas y la unción de Jehú como rey (6,8-9,13). Sus milagros, una docena de ellos, se
encuentran en 2 Re 2, 19-25 y en 2 Re 4,1-6,23; incluso después de muerto realiza un
milagro (2 Re 13,14-21). Algunos de estos milagros se parecen a los de Elías, por
ejemplo, la multiplicación del aceite y de los panes (2 Re 4,1-7.42-44) o la resurrección
del hijo de la sunamita (2 Re 4,8-37). Estos primeros tienen mayor entidad y más calado
teológico. Otros son más populares y pintorescos como el saneamiento de una fuente, la
maldición pronunciada sobre unos niños, castigados a morir en las garras de dos osos (2
Re 2,19-25), la desintoxicación de la olla envenenada, la curación de Naamán, el sirio, el
hacha perdida y hallada (2 Re 4,38-6,7).
Como en el caso de Elías, la defensa del yahvismo y la lucha contra el baalismo, junto
con el ejercicio de la misericordia, la asistencia social a los necesitados y la defensa de
los derechos de los pobres, siguen siendo el motivo principal de la vida y la razón
primordial de la misión de Eliseo. Elías y Eliseo coinciden con el momento de transición
entre el profetismo colectivo de carácter extático y el profetismo canónico en el que
hacen su aparición los profetas escritores. Ambos pertenecen todavía a las asociaciones
o fraternidades proféticas, presididas por un maestro al que llamaban <señor> (2 Re 6,5)
o <padre> (2 Re 6,21; 8,9; 13,14). Poco después de la muerte de Eliseo aparecerán los
primeros porfeta escritores o clásicos: Amós y Oseas, en el norte; Isaías y Miqueas, en el
sur.
La tercera parte de 1-2 Re cubre la historia del reino del sur (Judá) cuando ya quedó
solo, una vez que el reino del norte cayó en manos de Sargón II y se convirtió en una
provincia del imperio asirio. Son 135 años de historia, el espacio de tiempo que se
extiende entre la caída de Samaria (722 a.C) y la destrucción de Jerusalén junto con el
destierro a Babilonia (587 a.C). Si se exceptúan Ezequías y Josías, que llevan a cabo
sendas reformas religiosas, las cuales les valen el aplauso y el juicio favorable del dtr.,
los demás reyes dejan mucho que desear; especialmente el trío Manasés-Amón-Joaquín,
calificados tradicionalmente de reyes impíos. El reino de Judá camina hacia una ruina
segura que ya se presiente próxima. La ruina de Judá ¿será el punto final de la historia
del pueblo elegido? La destrucción de Jerusalén y el destierro, ¿serán la última palabra
de esta historia? Parece que no, a juzgar por el pasaje de 2 Re 25, 27-30, que habla de
la rehabilitación de Jeconías, liberado de la cárcel y admitido a compartir la mesa con el
rey de Babilonia.
• Ezequías
La historia del reinado de Ezequías se abre y cierra con el consabido formulario de rigor
que se aplica a todos los reyes, con la particularidad de que la evaluación que recibe
Ezequías es extraordinariamente positiva, debido a su fidelidad a la ley y a la reforma
religiosa que llevó a cabo (2 Re 18,1-8; 20,20-21). El cuerpo de la sección lo componen
las siguientes piezas: evocación de la caída de Samaria (18,9-12); descripción por
duplicado e incluso triplicado, en algunos casos, de la invasión de Senaquerib, con la
subsiguiente liberación de Jerusalén (18,13-16; 18,17-19,37); enfermedad y curación de
Ezequías (20,91-11); embajada del rey de Babilonia (20,12-19).
Donde hay un rey como Ezequías que confía en Dios, que ora, que es fiel a la alianza,
que se deja guiar por la palabra de los profetas y lleva a cabo una reforma religiosa, el
éxito está asegurado; necesariamente tiene que atraer las bendiciones del cielo sobre sí
mismo, sobre su casa y sobre su pueblo. Esta es la teología que preside y determina las
actuaciones y los acontecimientos del reinado de Ezequías.
Pero no todo ha sido positivo en el proceder de Ezequías. La buena acogida que otorga a
la embajada de Babilonia deja entrever que no se fía totalmente de Dios, sino que pone
también la esperanza en las alianzas políticas y en los efectivos humanos. De ahí que
también a Ezequías se le anuncia y se le amenaza con el saqueo de Jerusalén y la
deportación de la nobleza a Babilonia (2 Re 20 16-19).
• Josías
De todos los reyes, el que recibe una calificación más elogiosa y laudatoria es Josías: ni
antes ni después hubo un rey como él, que se convirtiera al Señor con todo el corazón,
con toda el alma y con todas sus fuerzas, conforme en todo con la ley de Moisés (2 Re
23,25). Todas estas cualificaciones se corresponden con las características que debe
reunir el yahvista perfecto, según la teología dtr. (Dt 6,5). Josías es la encarnación del
ideal deuteronomista, es el deuteronomista perfecto. Son varias las razones que están
detrás de estos elogios. En primer lugar, durante el reinado de Josías tiene lugar en el
templo de Jerusalén el descubrimiento del libro de la ley, libro que, según todos los
indicios, debe ser identificado con el Dt en una de sus primeras ediciones (2 Re 22).
Después, dicho libro se convierte en el código o programa de una reforma de grana
alcance, en la que Josías estaba embarcado por aquel entonces (2 Re 23). Finalmente,
es muy posible que la primera edición de la HD haya sido compuesta en este momento,
con el fin precisamente de animar, apoyar y potenciar la reforma de Josías.
No obstante la piedad personal y la reforma llevada a cabo por Josías la situación había
llegado a tal grado de deterioro que no fue posible aplacar la ira de Dios: El Señor no
aplacó su ira contra Judá, a causa de las maldades con que lo había irritado Manasés. El
Señor dijo: También a Judá lo expulsaré de mi presencia, como hice con Israel; repudiaré
a Jerusalén, mi ciudad elegida, juntamente con el templo en el que había determinado
establecer mi presencia (2 Re 23,26-27). La misma muerte prematura y trágica de Josías
a manos del faraón Necao en Meguiddó es ya presagio y preludio de la catástrofe que se
avecina.
Respecto a la historia de Salomón, la mayor parte de los autores creen que el dtr. no
ha partido de cero, sino que ha trabajado sobre una historia anterior. Se ha presentado una
variedad de hipótesis. Unos creen que debería estar en la línea de los panegíricos y novelas
cortas de los faraones egipcios, en las que una divinidad promete en sueños a un príncipe un
reinado futuro glorioso. El ejemplo más conocido es el de la <estela del sueño> de Tutmosis
IV, junto a la gran esfinge de Guizeh2. De hecho 1 Re 3,4-15 habla del sueño de Salomón en
el santuario de Gabaón. Otros se orientan en dirección a Mesopotamia y creen encontrar
afinidades entre la historia de Salomón y los modelos asirios.
J. van Seters cree que la historia del reinado de Salomón ha sido elaborada por el
proprio autor deuteronomista a partir de escaso material preexistente. Su propósito principal
es presentar el reinado de Salomón como el cumplimiento de las promesas hechas por Dios
a David: una dinastía sólida permanente y la construcción de un templo en honor de Yahvé
(2 Sam 1-17). La historia de Salomón señalaría, a su vez, la culminación de uno de los
temas preferidos del Dt.: la elección de un lugar por parte del Señor para establecer en él su
morada permanente. Este tema integra y anuda en torno al templo de Jerusalén las
tradiciones mosaica y davídicas.
En cuanto a los demás reyes de Israel y de Judá, la práctica totalidad de los críticos
piensa que el autor o autores dtr. han trabajado sobre datos anteriores la mayor parte de los
cuales proceden de los archivos de la corte. Los pareceres son muy plurales a la hora de
precisar la calidad y la cantidad de esos datos; a la hora de precisar su valor histórico y
determinar hasta dónde llegan los materiales recibidos y dónde empieza la redacción dtr.
Algunos críticos piensan que los materiales predeuteronómicos estaban ya reunidos en
integrados en una obra escrita, cuya composición se remontaría a los días de Ezequías o
incluso a Josafat. La mayor parte de los autores, sin embargo, no se atreven a afirmar la
2
Cf. F.J STENDEBACH, Introducción al Antiguo Testamento, Barcelona, 1996, 174.
existencia de una edición predeuteronomista del libro de los reyes y, menos aún, a intentar
reconstruirlo.
Por lo que se refiere a las distintas redacciones deuteronomistas de los libros de los
Reyes recordar lo dicho sobre las distintas ediciones de la HD.
3
Natán (1 Re 1), Ajías de Silo (1 Re 11,29-39; 14,7-11), el hombre de Dios venido de Judá y el viejo profeta de
Betel (1 Re 13), Jehú, hijo de Jananí (1 Re 16); Elías (1 Re 17-2 Re 1), los cien profetas escondidos por Abdías
(1 Re 18), un profeta anónimo (1 Re 20), Miquéas, Hijo de Yimlá (1 Re 22), Eliseo (2 Re 2-13), la comunidad de
profetas de Betel (2 Re 2), la comunidad de profetas de Jericó (2 Re 2), la comunidad de profetas de Guilgal (2
• Retroyección de la historia
Re 4,38-41), un discípulo de Eliseo (2 Re 9), Jonás, hijo de Amitay (2 Re 14,25), profetas en general (2 Re 21,10-
15), Juldá (2 Re 22), una nueva mención de profetas en general (2 Re 23-24).
4
Algunos de ellos: el exterminio de la casa y la dinastía de Jeroboám (1 Re 15,29) es el cumplimiento de la
maldición pronunciada contra ella por Ajías de Silo (1 Re 14,2-18); la derrota y muerte de Ajab (1 Re 22,35-37)
es el cumplimiento de la palabra pronunciada por Miqueas, hijo de Yimlá (1 Re 22,17); el asalto de
Nabucodonosor contra Judá y el rey Joaquín (2 Re 24,2) es el cumplimiento del castigo anunciado por los
profetas a causa de los pecados de Manasés (2 Re 21,10-15). El mal comportamiento de Sedecías, que provocó la
ira de Dios y atrajo sobre el reino de Judá el castigo final (2 Re 24,20), es el cumplimiento del vaticinio
pronunciado por la profetisa Juldá (2 Re 22,15-17).
Ejemplos de lo dicho anteriormente entre muchos otros son: el hecho de que la vida
actual de las tribus y las características de cada una de ellas están determinadas por las
palabras, pronunciadas sobre ellas por Jacob y Moisés (Gen 49 y Dt 33). Y Judá tiene la
supremacía sobre las demás tribus, porque así fue predicho por Jacob (Gen 49,10). Por
otra parte, la tradicional enemistad entre edomitas (descendientes de Esaú) y los
israelitas (descendientes de Jacob) sería la realización de una palabra pronunciada por
Dios sobre ellos en el momento mismo del nacer (Gen 25,22-23).Tener en cuenta todos
estos recursos literarios y teológicos nos ayudará a comprender mejor los textos bíblicos.
Ya sabemos que el dtr. ha jalonado su obra con discursos y reflexiones, que señalan
el sentido teológico de la historia. Dentro de 1-2 Re sobre salen algunos de ellos, a los que
vamos a dedicar un poco de atención.
• Discurso de Salomón (1 Re 8)
La caída de Samaria y la desaparición del reino del norte son el marco histórico que
encuadra una de las reflexiones teológicas más típicamente deuteronomistas en 1-2 Re.
De manera extensa y rotunda, el deuteronomista proclama su tesis de siempre: la caída y
desaparición de Samaria tiene razón de castigo por las reiteradas infidelidades y pecados
de los reyes y del pueblo. Al pecado de Jeroboán, que viene a ser como el pecado
original que vicia a todos los reyes del norte, se añaden otras consideraciones,
procedentes de los círculos proféticos ―especialmente Jeremías― y de los autores del
Deuteronomio. Estas reflexiones proféticas se refieren, sobre todo, a los cultos idolátricos
en todas sus formas y manifestaciones, al sincretismo religioso, a los sacrificios
humanos, a las caídas y recaídas del pueblo en los mismos pecados, sin prestar atención
ni dar oídos a la voz de los profetas que lo llamaban una y otra vez a la conversión.
Según el dtr. la caída de Samaria y la desaparición del reino es el cumplimiento de las
palabras pronunciadas reiteradamente por los profetas de parte de Dios. Este es un
aspecto en el que el dtr., insiste a lo largo de su obra, por cuanto en él radica su
concepción de la historia.
El dtr. había hecho ya extensibles sus reflexiones teológicas sobre la caída de Samaria al
reino de Judá (2 Re 17,19). No obstante ahora centra su atención exclusivamente en el
reino del sur y le dedica un comentario teológico muy similar a las reflexiones de 2 Re 7-
23. El juicio sobre Manases, el más negativo de todas sus valoraciones sobre los reyes
del sur, viene a ser como una recapitulación de las causas que ha conducido a Judá a
esta situación crítica. A causa de los pecados de Manasés y del pueblo, Judá está
apunto de correr la misma suerte que corrió Israel. En este sentido, 2 Re 21,2-18 es la
continuación de 2 Re 17,7-23 y, en parte, 2 Re 21 está construido sobre 2 Re 17. El
oráculo de condenación sobre Judá a causa de los pecados de Manasés (2 Re 21,12-15)
se repite, con algunas variantes, hasta cuatro veces 2 Re 22,16-17 (oráculo de Juldá);
23,26-27 (conclusión del reinado de Josías); 24,2-4 (Joaquín); 24,20 (Sedecías).
No sólo los reyes del sur, pertenecientes todos ellos a la dinastía de David, sino
incluso alguno del norte, como Jeroboán, es evaluado de acuerdo con el paradigma de
David (1 Re 11,38); el no seguir a David atrae el infortunio sobre la casa de Jeroboán y
sobre el reino del norte. De los reyes del sur, Ezequías es uno de los pocos que alcanzan el
ideal davídico: “Hizo lo recto a los ojos del Señor enteramente como David su padre” (2 Re
18,3), por eso, en consideración a su propio nombre divino y en atención a David, protegerá
la ciudad de Jerusalén (19,34; 20,5-6). Y Josías, lo mismo que Ezequías, alcanza
plenamente el ideal (2 Re 22,2).
El ideal davídico no solamente da unidad a 1-2 Re, sino que además mantiene viva la
esperanza, incluso en los momentos más críticos, por ejemplo, cuando se produce la división
de la monarquía a la muerte de Salomón o cuando suben al trono reyes que se desvían del
prototipo “David”. Mientras no se apague su “lámpara”, no hay nada definitivamente perdido.
Dos salidas hace Elías de Palestina, las dos con largo alcance teológico, una a
Fenicia y otra al monte Horeb. La Salida hacia Fenicia y sus intervenciones en esta tierra
proclaman implícitamente la universalidad de Yahvé, puesto que su presencia y sus poderes
no se limitan a las fronteras de Israel. Pero hay que dar un paso más. El desplazamiento de
Elías a Fenicia, que es la tierra de Baal, quiere demostrar el poder y la victoria de Yahvé
sobre él. La presencia de la sequía equivale a considerar a Baal muerto, incapaz de socorrer
a huérfanos y a viudas, que era lo propio de los dioses y los reyes. En efecto, no puede
proporcionar harina y aceite a la viuda de Sarepta y a su hijo huérfano. Yahvé, sin embargo,
allí donde Baal está reducido a la impotencia (donde ha muerto), en los propios dominios de
Baal, multiplica la harina y el aceite y devuelve la vida a los muertos. La intencionalidad
última de 1 Re 17 es proclamar el triunfo de Yahvé, el triunfo de la vida sobre la muerte.
Por otra parte, la peregrinación de Elías al Horeb significa la vuelta a las raíces. Allí
había tenido lugar la grandiosa teofanía de Yahvé. Allí se había dado a conocer a Moisés.
Allí le había sido revelado su nombre. Allí se había sellado la alianza, por la que Yahvé se
convirtió en el Dios de Israel y éste en el pueblo de Dios. La peregrinación al Horeb es, por
tanto, todo un gesto profético, que simboliza, por una parte, la apostasía del pueblo
abandonando la fe yahvista para irse detrás de Baal y, por otra, la necesidad de volver a los
orígenes (1 Re 19).
El templo es uno de los ejes temáticos que vertebran 1-2 Re. Literalmente, el tema
del templo forma una gran inclusión, que se abre con la construcción del templo por Salomón
(1 Re 5-9) y se cierra con la destrucción del mismo a manos de Nabucodonosor (2 Re 25,8-
17). Entre éstos dos extremos antitéticos, encontramos en 1-2 Re una serie de momentos
verdaderamente importantes para la historia y el significado del templo. Entre ellos merece la
pena destacar los tres siguientes: primero, la elevación de los santuarios de Dan y Betel a la
categoría de centros oficiales de culto cismático frente al templo de Jerusalén (1 Re 12,26-
33); después, la distinta actitud de los reyes de Judá frente al templo: profanaciones por
parte de Acaz y Manases (2 Re 16; 21), contrarrestadas por las reformas purificadoras de
Ezequías y Josías (2 Re 18; 22-23); finalmente, la supresión de los santuarios de provincias
y la centralización del culto en el templo de Jerusalén por obra de Josías (2 Re 22-23),
medida esta de capital importancia, porque el dtr. la eleva a categoría absoluta y la convierte
en canon y criterio, según el cual evaluar y juzgar a todos y cada uno de los reyes.
Por lo demás, en todas las religiones e templo es el lugar sagrado, donde se hace
presente la divinidad en medio de los hombres, para facilitar la comunión mutua e
intercambiar bendiciones y servicio cultual. En sus relaciones con la divinidad, el ser humano
ha sido siempre consciente de la dialéctica existente entre trascendencia e inmanencia.
Precisamente este es uno de los temas que trata Salomón en el sermón pronunciado en la
fiesta de la inauguración del templo: “¿Acaso puede habitar Dios en la tierra? Si el universo
en toda su inmensidad no te puede contener, ¡cuánto menos este templo construido por mi!
No obstante, atiende, Señor Dios mío, la oración y la súplica que tu siervo te dirige hoy; ten
tus ojos abiertos noche y días sobre este templo, al que te referiste diciendo: Aquí se
invocará mi nombre” (1 Re 8,27-29). Conviene no olvidar que expresiones como <nombre de
Yahvé>, <gloria de Yahvé>, <ángel de Yahvé> son rodeos eufemísticos para salvaguardar la
trascendencia divina. De ahí la preferencia por describir al templo como el lugar en el que
Yahvé hace habitar su Nombre o su gloria; un recurso parecido al de la imagen de la
<nube>, para velar la divinidad de Dios, mostrando un inmenso respeto hacia su dimensión
trascendente (ver 1 Re 8,10-13. 14-21.22-29)