La Danza
La Danza
La Danza
Los orígenes
La danza podemos encontrarla en el mismo origen del ser humano, pues ya el hombre
primitivo la utilizó, muy tempranamente, como forma de expresión y de
comunicación, tanto con los demás seres humanos, como con las fuerzas de la
naturaleza que no dominaba y que consideraba divinidades. Entre los hombres
primitivos la danza tenía un sentido mágico animista, pero también valor de cohesión
social. La danza sirve para infundir ánimo a los guerreros, para el cortejo amoroso,
para ejercitarse físicamente, etc.
Los primeros en reconocer la danza como un arte fueron los griegos, que le dedicaron
en su mitología una musa: Terpsícore. Su práctica estaba ligada al culto del dios
Dionisos y, junto con la poesía y la música, era elemento indispensable de la tragedia
griega, donde la catarsis ponía al individuo en relación con los dioses, aunque también
entre los griegos cumplía la danza una función de comunicación y cohesión social.
Edad Media
En la Edad Media, la danza estuvo muy apartada del desarrollo de las demás artes,
debido a la mentalidad cristiana, que la encontraba cargada de connotaciones
sexuales, o sea, pecaminosas. La Iglesia rechazaba todo cultivo del cuerpo con fin
estético. Sin embargo, las prohibiciones no tuvieron efecto real, pues tanto el pueblo
como los cortesanos siguieron bailando en sus celebraciones. En esta época se
produce la separación entre la danza de corte y la popular, lo que perjudicó al
desarrollo de la danza como actividad artística. Floreció la danza popular, eso sí, en
lo que conocemos como folclore. Muchas de las danzas folclóricas conservadas
actualmente tienen su origen en estas danzas medievales de creación popular,
provenientes de ritos y fiestas paganas (de guerra, de trabajo, de cortejo), que se
realizaban a pesar de la prohibición eclesiástica o precisamente contra ella. Sólo las
llamadas “danzas de la muerte” tenían relación con la iglesia que las protegía. Eran
en realidad danzas de tipo pasacalles, filas en cadeneta que recorrían calles y plazas,
en las que estaban representados todos los estamentos sociales; la idea era
representar el poder omnímodo de la muerte sobre los seres humanos, idea de la que
el hombre medieval tenía buen conocimiento por las epidemias que asolaron Europa.
Las celebraciones populares dieron lugar a gran número de danzas, entre las que
destacan las llamadas moriscas, de origen hispano-musulmán. Aún se conservan en
Inglaterra con el nombre de morris dances: se bailaban en filas, con pañuelos o
bastones, y haciendo sonar cascabeles que se llevaban en los vestidos.
Renacimiento
El siguiente tratado sobre danza fue debido a Thoinot Arbeau; ha llegado hasta
nosotros y en él se encuentran descripciones de pasos, posturas y movimientos aún
en vigor en algunas escuelas de danza. Establece una estrecha relación entre la
música y la danza y dedica gran atención a la geometría coreográfica.
Siglo XVII
En este siglo vuelve a ser Francia el país donde continúe la evolución del ballet hacia
lo que es en tiempos modernos. Esto ocurre con la llegada al poder del cardenal
Mazarino, un italiano amante de la ópera, que lleva este género a París, bajo la
protección de la reina. Otro italiano, que afrancesó su nombre, Jean Baptiste Lully,
fue el que adaptó la ópera al gusto francés e impulsó la danza como arte escénica
independiente. Lully era un gran compositor, pero también un buen bailarín; en 1653
apareció en el Ballet de la Nuit, donde también actuaba el propio Rey. Pasó a ser
músico del rey Luis XIV, consiguiendo su apoyo y consideración. Este rey, bajo el
consejo de Lully, profesionalizó a los bailarines, fundando en 1661 la Real Academia
de la Danza, primera de todas y modelo de otras europeas. De la mano de coreógrafos
como Beauchamp, Torelli y Molière, Lully fue el impulsor de esta gran academia.
Los puntos principales en el avance del desarrollo de la danza en esta época, con el
coreógrafo Beauchamp y la Academia de la Danza, son los siguientes: