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Palabra Plena y Palabra Vacía en La Realización Psicoanalítica Del Sujeto

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PALABRA PLENA Y PALABRA VACÍA EN LA REALIZACIÓN PSICOANALÍTICA DEL SUJETO.

LACAN

La palabra del paciente, toda palabra llama a una respuesta. No hay palabra sin
respuesta, incluso si no encuentra mas que el silencio, con tal de que tenga un oyente, y éste
es el meollo de su función en el análisis.
La palabra vacía muestra que es mucho mas frustrante que el silencio.
Lacan llamará al psicoanalista, practicante de la función simbólica, cuyas fuentes subjetivas se
encuentran en una connotación vocálica de la presencia y de la ausencia.

Este practicante es el que vuelve a traer la experiencia psicoanalítica a la palabra y al lenguaje


para lograr una eficacia en la interpretación. Se tratará de restituir a la palabra su pleno valor
de evocación pues la función del lenguaje no es informar, sino evocar. La acción analítica no
tiene otro fin que el advenimiento de una palabra verdadera y la realización por el sujeto de su
historia en su relación con el futuro. Distingue también el registro del yo del registro del sujeto
afirmando que no hay que confundir al yo del sujeto con la presencia que nos habla para
distinguir, entonces, la palabra plena de la palabra vacía. En la medida en que el yo está
también formado de palabras es necesario saber por quién y para quién el sujeto plantea su
pregunta. “El arte del analista debe ser el de suspender las certidumbres del sujeto hasta que
se consuman sus últimos espejismos. Y es en el discurso donde debe escandirse su resolución”.
La posición subjetiva del ser depende de una pregunta que la estructura. El orden de la
pregunta pertenece al eje simbólico pero se encarna en el eje imaginario. Como dijimos al
principio de nuestro texto, esa pregunta para la histeria será ¿soy hombre o mujer? dirigida a
la otra mujer; para la obsesión será ¿estoy vivo o muerto? arrastrando “en la jaula de su
narcisismo los objetos en que su pregunta repercute, en la coartada multiplicada de figuras
mortales”.

Hay que recordar que la neurosis obsesiva es una enfermedad moral donde el sujeto se
reprocha su cobardía y tiene ideas mortificantes de culpa y deuda. Para poder ayudar a un
obsesivo a salir de las aporías de su fantasma se necesita saber cuál es la problemática ética
que está en juego en el deseo como imposible.
En la histeria la división del sujeto está más acentuada en su falta en ser o alienación al deseo
del Otro. En la obsesión el sujeto puede llegar a resignar todo contacto con el otro en un
aislamiento absoluto para defenderse del deseo, sumido en sus rumiaciones y denegando la
división subjetiva que produce el inconsciente. Esto puede manifestarse en formaciones
reactivas, como por ejemplo, frente a un impulso asesino la contrapartida de una exagerada
compasión por los seres vivos.

En cuanto a la subjetivación forzada de la deuda o trance obsesivo, se hace necesario ubicarla


en el orden simbólico porque allí está en juego el deseo y la ley, lo prohibido y lo permitido, el
goce y su legitimación. La deuda simbólica, de la que el sujeto es responsable como sujeto de
la palabra, es una hiancia imposible de colmar y sus efectos se observan en la subjetivación
forzada con síntomas, inhibiciones y angustia. El deseo aparece como deseo ilegítimo o deseo
de contrabando.
En el campo del Otro cada sujeto formula una reivindicación de su derecho al goce vinculada a
la deuda. Lacan llegará a ubicar la posición masculina como cuenta deudora: tiene derecho al
falo pero no sin contraer una deuda; y la posición femenina como de reivindicación fálica o de
crédito impugnado.
El problema del goce tanto en la neurosis como en la perversión tiene dos ejes: el fálico y el
pulsional. En la psicosis, por la forclusión del falo, el goce se hace presente como goce del
Otro. En la histeria y en la obsesión la reivindicación del derecho al goce se sitúa con relación al
falo porque es el significante del goce.

Lacan extrae de Hegel la fórmula del deseo como deseo del Otro. El deseo no es deseo de un
objeto natural sino de reconocimiento. El sujeto trasciende del nivel animal al nivel humano
como deseo, como falta y lo que falta es el reconocimiento del otro deseante. La duda y la
procastinación, dos rasgos de carácter del obsesivo presentes en su fantasma imaginario, son
explicados como consecuencia de la servidumbre del obsesivo al amo, colocándose a la vez
como amo virtual, y de la dimensión de la espera de la muerte del Otro, único límite al goce
que encuentra como defensa. Esta espera, ese suspenso, esa dificultad de elegir, la duda entre
algo y su contrario son inherentes a la obsesión.
El analista, con un buen manejo de las sesiones breves, puede correr al obsesivo del trabajo
forzado que se propone por sus resistencias, introduciendo así una mediación con la muerte.

Tanto en la neurosis histérica como en la obsesión el fantasma es una respuesta. En la histeria


con relación al sexo y en la obsesión con relación a la existencia; de aquí que se pueda pensar
con relación al engaño fantasmático que en la histeria se intenta engañar al deseo y en la
obsesión se intenta engañar a la muerte.

El analista deberá operar para no quedar enredado en la retórica de estos síntomas, con la
finalidad de devolver al sujeto la responsabilidad sobre su goce: cuando no anda y cuando
vuelve a andar.
Dialéctica imaginaria y dialéctica simbólica
En cuanto a la palabra vacía:
En referencia a la posición del analista–. Si éste se ubica en la posición del semejante, favorece
la relación imaginaria, consistente en una relación dual. En este eje hay una relación simétrica
entre el yo (moi) y el semejante (otro en minúscula) y es el espacio de las identificaciones
imaginarias. Conviene no olvidar que el Yo no es el centro de la actividad psíquica, sino
solamente un efecto del narcisismo de los padres; no es causa de sus enunciados sino causado
por las palabras con las que los otros significativos de la infancia le asignaron una identidad en
la que reconocerse. Este es el error que precisamente Lacan critica en la práctica de la
orientación mayoritaria de la SPP de ese momento.
Desde la perspectiva del semejante, lo que cuenta del analizante es principalmente su persona,
sus emociones y afectos.
En cuanto a la función del analista, su tarea consiste en interpretar la resistencia, es decir, los
afectos que tienen lugar en el nivel de la transferencia emocional con el analista y que
supuestamente son los que le impiden una adaptación adecuada al entorno y el motivo principal
del sufrimiento.
Esta posición y función promueve una inflación extenuante del Yo, al que Lacan no duda en
esclarecer como una instancia de desconocimiento en oposición a la concepción propia de la
corriente llamada psicología del yo, que lo considera la instancia de la realidad, de la
adaptabilidad y de la autonomía.
«Este ego , cuya fuerza definen ahora nuestros teóricos por la capacidad de sostener una
frustración, es frustración en su esencia. Es frustración no de un deseo del sujeto, sino de un
objeto donde su deseo está enajenado y que, cuanto más se elabora, tanto más se ahonda para
el sujeto la enajenación de su gozo. (…) Por eso no hay respuesta adecuada a ese discurso,
porque el sujeto tomará como de desprecio toda palabra que se comprometa con su
equivocación.»
Precisamente, si el psicoanálisis es una experiencia que podemos calificar de singular, es porque
defiende la existencia del sujeto y apuesta por él.

En cuanto a la palabra plena:


El analista se centra en la escucha del discurso del analizante dejando a un lado lo relativo a su
persona o a los afectos.
Se subvierte la opinión común sobre la naturaleza de la palabra. Ésta no es un material de
representación de conceptos y objetos exteriores a ella. No es un flatus vocis. La función primera
de la palabra no es la representación, es materia prima en sí misma.
«Lo que enseñamos al sujeto a reconocer como su inconsciente es su historia: es decir que le
ayudamos a perfeccionar la historia actual de los hechos que determinaron ya en su existencia
cierto número de “vuelcos” históricos. Pero si han tenido ese papel ha sido ya en cuanto hechos
de historia, es decir en cuanto reconocidos en cierto sentido o censurados en cierto orden.
(…) Para decirlo en pocas palabras, los estadios instintuales son ya cuando son vividos
organizados en subjetividad.»
El hecho de que la palabra y el lenguaje sean materia primera tiene otra consecuencia
importante para la práctica clínica. Las emociones y sentimientos son efectos de la palabra y no
al revés; y no hay modo de producir un cambio duradero y valioso en el análisis sino es operando
en aquello que genuinamente sustenta el síntoma, la palabra.
La función del analista consiste en ser el motor de un proceso de reescritura llevado a cabo por
el analizante –en esto Lacan sigue a Freud–, que parte de un documento desordenado y
concluye en un texto correctamente dispuesto, sin blancos, embustes, incoherencias, saltos, ni
deformaciones. Se trata del relato de la vida del analizante. Partimos de los restos textuales del
naufragio de un libro, y trabajamos en pro de su restauración. Sin embargo, al final, el libro claro,
aún siendo necesario, resulta no tener el valor que le suponíamos, pues aquello que
verdaderamente importa es la transformación de la posición del sujeto que la reescritura actual
del análisis ha operado. El sujeto necesitaba del trabajo textual dado que él es efecto de la
palabra y su lugar es el campo del lenguaje. Al operar de la manera correcta en el campo del
lenguaje, orientados en función de la palabra, el sujeto se realiza.
Que existan dos vertientes de la palabra y cuatro letras en el álgebra lacaniana, dos en el registro
imaginario: a, a' (el yo (moi ) y el otro (el semejante), y dos de simbólicas: el S, sujeto del
inconsciente, y el A, el lugar del lenguaje; y que estas dos posiciones viren, se balanceen durante
el análisis, nos plantea la cuestión de la realidad humana, en su dimensión de engaño y verdad.
Es importante señalar la relación de la verdad con la palabra plena. En este momento de su
enseñanza, Lacan plantea que, para nuestra especie, la de los seres hablantes, existe una
necesidad más importante si cabe que las necesidades propias de la supervivencia, las
necesidades naturales. De ello resulta una de las paradojas a las que nos enfrenta el
psicoanálisis, su clínica. Lacan escribe:
«¿Pero qué era pues ese llamado del sujeto más allá del vacío de su decir? Llamado a la verdad
en un principio, a través del cual titubearán los llamados de necesidades más humildes.»
La dialéctica de la palabra vacía y la palabra plena corresponde por tanto a la dialéctica entre el
engaño del yo, que habla, vacíamente, sin saber lo que dice, y la dialéctica de la verdad, en la
que el sujeto se acerca (sin idealmente tocarla) a lo que sería su verdad última.
Una primera consecuencia es esta doble incidencia de la verdad y del engaño en los seres
hablantes, que explica a su vez la existencia de ese balanceo entre las dos vertientes de la
palabra. Convendrá distinguirlas con precisión. Lacan señalará que los animales son capaces de
engañar, y por supuesto son susceptibles de engaño, pero no son capaces en cambio de mentir.
Por eso son ajenos a la gracia: a la del amor en falta, que, a diferencia del amor narcisista,
reconoce el deseo del sujeto; y a la del chiste, que dice la verdad contrariando el engaño. La
verdad del sujeto no tiene relación con la verdad objetiva sino con la de su palabra; si la
experiencia analítica muestra que con el reconocimiento de nuestra verdad el sufrimiento se
alivia de manera permanente, ello es entonces índice de la importancia de la verdad y del
fundamento de la palabra en el ser hablante, y de la necesidad, por consiguiente, de una clínica
del sujeto.
Palabra vacía en tanto ninguna transformación ni novedad puede esperarse de ella. Palabra
plena, en tanto la palabra es acto, es inaugural y es realización del sujeto.
El último remite a Freud, a los Tres ensayos de teoría sexual de 1905.

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