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Prometeo - La Religion Del Hombre

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LA RELIGIÓN

DEL HOMBRE
PROMETEO
LA RELIGIÓN
DEL HOMBRE

Ensayo de una hermenéutica


del Concilio Vaticano II

Padre Álvaro Calderón


HEFESTO : Vendrá la noche, ansiada de ti, y te ocul-
tará la luz con su estrellado manto; de nuevo enju-
gará el sol el rocío de la mañana; pero el dolor del
presente mal te abrumará sin tregua, que aún no
ha nacido tu libertador. ¡He aquí lo que te has
granjeado con tu actitud de amor por los hombres!
Dios como eres, sin temer la cólera de los Dioses,
honraste a los mortales más de lo debido, y en pa-
go guardarás esta desapacible roca, de pie, sin
dormir, sin tomar descanso, y vano será que lances
muchos lamentos y gemidos; que son recias de
mover las entrañas de Zeus.
PROMETEO : No puedo hablar de mis desdichas, ni
soy poderoso para callarlas. Sin ventura yo, que
dispensando favores a los mortales, sufro ahora el
yugo de este suplicio. Tomé en hueca caña la furti-
va chispa, madre del fuego; lució, maestro de toda
industria, auxilio grande para los hombres; y de
esta suerte pago la pena de mis delitos, puesto al
aire y encadenado. ¡Ay de mí!

ESQUILO, Prometeo encadenado


INDICE
Prólogo confidencial .................................................................. 13

CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II ............... 23

A. Definición del Concilio ........................................................ 23


1º Primera partícula : «Oficialización», 24. – 2º Segunda par-
ticula : «Humanismo», 25. – 3º Tercera partícula : «Católico»,
26. – 4º Humanismo integral, 27

B. Acerca de las causas que explican el Concilio .................. 28


I. Acerca de la finalidad del Concilio Vaticano II ........................29
1º La finalidad del humanismo conciliar según sus fautores,
29. – 2º Tres notas teológicas. Acerca del fin último del hom-
bre, 32. – 3º Acerca de los fines de Dios, 36. – 4º Del amor a las
cosas y la amistad con las personas, 37. – 5º Los verdaderos
fines de la Iglesia, 40. – 6º El inevitable giro antropocéntrico,
41. – 7º El personalismo del nuevo humanismo, 43. – 8º La in-
versión personalista del bien común, 45. – 9º El humanismo
personalista de Gaudium et spes, 49. – 10º La inversión antropo-
céntrica en el magisterio conciliar, 51. – 11º Conclusión, 55.
II. Un humanismo católico (causa material) .................................56
1º Las supuestas raíces evangélicas del humanismo conciliar,
56. – 2º La necesidad para el humanismo de permanecer cató-
lico, 61. – 3º Conclusión, 64.
III. Un nuevo ejercicio de la autoridad (causa eficiente) ............65
1º La reinvención moderna de la autoridad, 65. – 2º Una nueva
jerarquía para una «nueva cristiandad», 66. – 3º Autoridad y
bien común, 68. – 4º Conclusión, 70.
IV. Qué es formalmente el humanismo conciliar ........................70
V. Conclusión ...................................................................................72
8 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

C. Propiedades más notorias del espíritu conciliar.............. 73


I. El optimismo del nuevo humanismo ........................................ 73
1º Un Concilio optimista, 73. – 2º La alegría católica, 75. – 3º El
optimismo histórico, 77. – 4º En rescate del optimismo huma-
nista, 81. – 5º Gozo y esperanza del Concilio para la humani-
dad, 87.
II. La inclusividad de la mente del Concilio ................................ 89
1º Los perjuicios del «exclusivismo» escolástico, 89. – 2º El
«inclusivismo» en los dichos y hechos del Concilio, 91. – 3º El
«inclusivismo» conciliar no es sino subjetivismo y ambigüe-
dad, 93.
III. La novedad conciliar ................................................................. 94
1º Una nueva era de la humanidad, 94. – 2º Una nueva encar-
nación de la Iglesia, 96.

D. División de nuestro estudio sobre


las novedades conciliares .................................................... 99

CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO........................................... 101

A. La libertad, valor supremo de la dignidad humana...... 101


1º El humanismo cae por su propio peso en el liberalismo, 101.
– 2º El liberalismo conciliar, 105. – 3º Consecuencia inmediata :
supremacía de la acción sobre la contemplación, 108. – 4º Con-
secuencia última : «Non serviam», 110.

B. El subjetivismo, liberador del pensamiento ................... 110


1º El humanismo se ampara bajo el subjetivismo, 110. – 2º El
subjetivismo conciliar, 113. – 3º Breve análisis del subjetivismo
conciliar, 115. – 4º Consecuencias, 117.

C. La conciencia, liberadora de la acción ............................. 121


1º El latrocinio de Prometeo : la autonomía de la conciencia,
121. – 2º La «conciencia recta» según el Concilio, 124. – 3º Con-
clusión, 131.
INDICE 9

D. La gracia, liberadora de la naturaleza .............................. 132


1º El naturalismo humanista, 132. – 2º El naturalismo conci-
liar, 133.

E. Conclusión ............................................................................. 134

CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA ........................................... 139

A. La Iglesia y el Reino de Dios ............................................. 142


1º La doctrina católica, 142. – 2º La distinción conciliar entre
Iglesia y Reino de Dios, 145. – 3º Los motivos de la distinción,
145. – 4º Iglesia y Reino de Dios según Lumen gentium, 150. –
5º La Iglesia «sacramento» del Reino, 152. – 6º La Iglesia «sa-
cramento» de Cristo, 154.

B. La Iglesia y el mundo .......................................................... 159


I. La Cristiandad hasta Unam sanctam .......................................159
1º La división cristiana de poderes, 159. – 2º La constitución de
la Cristiandad, 163.
II. El Humanismo católico hasta Quas primas.............................164
1º El humanismo y la separación de los poderes, 164. – 2º La
«línea media» del humanismo católico, 166. – 3º «Quas pri-
mas», 172.
III. La Nueva Cristiandad hasta Dignitatis humanae ..................173
1º La «Nueva Cristiandad», 173. – 2º La «consistencia» de las
realidades temporales, 177. – 3º Conclusión, 180.
IV. La Iglesia y el Mundo según el Concilio...............................181
1º Un Mundo laico pero digno, 182. – 2º Las realidades terre-
nas y el Reino de Dios, 183.
V. Al servicio del Rey del Mundo ................................................186

C. La Iglesia y las Religiones .................................................. 188


I. Los problemas del ecumenismo ...............................................189
1º La entidad de las religiones, 191. – 2º La identidad de la
Iglesia católica, 192.
10 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

II. Los «elementa Ecclesiae» ......................................................... 193


1º La puerta del ecumenismo, 193. – 2º Una puerta falsa, 194.
III. El «subsistit in» y su triste destino ......................................... 196
IV. La apertura de la vía ecuménica en el Concilio .................. 199
1º La puerta abierta en Lumen gentium, 199. – 2º El ecumenis-
mo estrecho de Unitatis redintegratio, 205. – 3º El ecumenismo
amplio de Nostra aetate, 207.
V. Para acabar con el «subsistit in» .............................................. 208
1º Iglesia, Iglesia e Iglesias, 208. – 2º La hermenéutica de la
continuidad, 213. – 3º Una expresión trompeuse, 220. – 4º Otra
hermenéutica más nueva, 228. – 5º Sólo un señuelo, 230.
VI. La estrategia «ad extra» del Vaticano II ................................ 235
1º La ilusión conciliar, 235. – 2º La realidad católica, 237.

D. La Iglesia Comunión .......................................................... 239


I. Pueblo sacerdotal ....................................................................... 240
1º La necesaria conversión democrática, 240. – 2º Los fines del
giro democrático del Vaticano II, 241. – 3º El sacerdocio co-
mún, 243. – 4º El sacerdocio de los fieles, 249. – 5º Pueblo pro-
fético, sacerdotal y regio, 252.
II. La Colegialidad ......................................................................... 259
1º Una monarquía anacrónica, 259. – 2º Un toque de parlamen-
tarismo, 261. – 3º Primado y ecumenismo, 263. – 4º La Colegia-
lidad en el Concilio Vaticano II, 265. – 5º Hacia una nueva for-
ma del Primado, 276.
III. «Communio» ............................................................................ 278
1º La amplitud de la reflexión conciliar sobre la Iglesia, 278. –
2º Comunión y Diálogo, 279. – 3º “Dijo la serpiente a la mujer :
No moriréis”, 280.

CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? ................................. 284

A. Revelación y Tradición según el Concilio ...................... 285


I. Revelación «por la Palabra», no por palabras ........................ 286
1º El objeto de la Revelación, 286. – 2º El medio, 287.
INDICE 11

II. La Tradición viva ......................................................................288


1º La Tradición, 288. – 2º Tradición viva, 289.
III. Fe, Escritura y Magisterio .......................................................290
1º La fe, 290. – 2º La Sagrada Escritura, 292. – 3º Magisterio y
comunión, 293. – 4º Comunidad cultual, 294.
IV. Conclusión ................................................................................294

B. El Misterio Pascual .............................................................. 297


I. La abolición de la Cruz ..............................................................297
1º El pecado no deja deudas con Dios, 298. – 2º La Salvación
no es obra de justicia sino de amor, 298. – 3º El Salvador no es
Jesucristo sino Dios Padre, 299. – 4º La salvación no se cumple
en la muerte sino en la gloriosa Resurrección, 300.
II. La liturgia del fariseo ................................................................301
III. El Misterio Pascual en el Concilio ..........................................302

C. Jesucristo perfecto Hombre ............................................... 303


I. Jesucristo perfecto Hombre .......................................................305
II. Jesucristo imperfecto Dios .......................................................310
1º Omisión de la profesión de fe en la divinidad de Jesucristo,
310. – 2º Un aire de nestorianismo, 312. – 3º Un aire de arria-
nismo, 314.

D. La Religión del Hombre..................................................... 315


I. La dignidad humana como bien supremo ..............................316
1º El hombre puesto como fin, 316. – 2º Dios subordinado al
hombre, 317. – 3º La libertad como valor supremo, 318.
II. La idolatría del Hombre ...........................................................320
III. Misterio de iniquidad ..............................................................322
PRÓLOGO CONFIDENCIAL

F
altan apenas dos años para que se cumpla el 50º aniversa-
rio del Concilio Vaticano II, y todavía no salimos del pas-
mo en que nos puso este giro de timón en la Barca de Pe-
dro. Y utilizando el plural no me refiero solamente a los católicos
de buena fe, sino a todo el mundo : tradicionalistas y progresis-
tas, católicos y no católicos. Hoy domingo, Benedicto XVI visita
por segunda vez la sinagoga de Roma como signo de amistad, y
el rabino aun se pellizca para creer lo que sus ojos ven – no es
para menos : las dos veces que los visitó San Pedro no se mostró
tan afable 1 –. Mañana lunes, la Fraternidad San Pío X visita por
segunda vez el ex Santo Oficio de Roma y no nos termina de
sorprender el motivo que allí nos tiene : discutir sobre el Concilio
a la luz del magisterio anterior, porque el mismo Benedicto XVI
reconoce que el Vaticano II todavía no se acaba de entender.
Sí, se hace absolutamente necesario entender qué es el Conci-
lio – «quid sit», dicen los escolásticos – a la luz del Magisterio de

1 La primera vez que San Pedro compareció ante el sanedrín, fue por haber

curado a un paralítico en el Templo, y con franqueza les dijo : “Príncipes del


pueblo y ancianos : Ya que somos hoy interrogados sobre la curación de este in-
válido, por quién haya sido curado, sea manifiesto a todos vosotros y a todo el
pueblo de Israel que en nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros habéis
crucificado, a quien Dios resucitó de entre los muertos, por El, éste se halla sano
ante vosotros. El es la piedra rechazada por vosotros los constructores, que ha
venido a ser piedra angular. En ningún otro hay salud, pues ningún otro nom-
bre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser
salvos” (Hechos 4, 8-12). La segunda vez no fue menos claro : “Es preciso obe-
decer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Je-
sús, a quien vosotros habéis dado muerte suspendiéndole de un madero. Pues
a ése le ha levantado Dios a su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel
penitencia y la remisión de los pecados. Nosotros somos testigos de esto, y lo es
también el Espíritu Santo que Dios otorgó a los que le obedecen” (Hechos 5, 29-
32). ¡Ay, si por lo menos hoy los Papas fueran a decirles lo mismo!
14 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

siempre, que es la única luz que tenemos en este tiempo de tinie-


blas. El Papa ha hablado de una necesaria «hermenéutica» de los
textos conciliares, término de etimología griega que significa «in-
terpretación». Hasta ahora habría prevalecido una «hermenéu-
tica de ruptura» con el pensamiento católico tradicional, y Be-
nedicto XVI pide que se haga una «hermenéutica de continui-
dad». Bien, he querido responder a este pedido, y el presente li-
brito – como reza el subtítulo – es un ensayo de hermenéutica del
Concilio Vaticano II. Pero haré algunas aclaraciones antes de
comenzar la aventura.
Hasta no hace mucho, con la palabra «hermenéutica» se signi-
ficaba el arte de interpretar textos que ofrecían alguna dificultad
especial, generalmente por su antigüedad, y se decía especial-
mente del arte de interpretar las Sagradas Escrituras, que a la
gran antigüedad le suma el tener múltiples autores humanos y un
único autor principal, el Espíritu Santo. Pero el subjetivismo mo-
derno habla de «hermenéutica» para la interpretación de todo
texto, poniendo ahora la dificultad no en alguna característica
particular, sino en la dificultad general que el hombre tendría pa-
ra transmitir su pensamiento. Un auténtico teólogo católico no
puede aceptar que se hable de una «hermenéutica», por ejemplo,
de los textos del Concilio de Trento o del Vaticano I, porque son
textos actuales que hacen justamente la interpretación autorizada
de la Tradición, en lo que ésta tenía necesidad todavía de ser ex-
plicada. Si para leer Trento, que hace una hermenéutica de la Tra-
dición, yo, Padre Calderón, necesito la aplicación de un arte espe-
cializado para poder, a mi vez, interpretarlo, quiere decir que Us-
ted, Lector, tendrá que hacer una hermenéutica de mi interpreta-
ción. ¿Quiere decir que nunca nadie puede hablar claramente con
nadie el mismo lenguaje? Exactamente eso es lo que piensa un
moderno subjetivista, pero está gravemente equivocado.
Sin embargo, ya ha visto el Lector que intento hacer una
hermenéutica del Concilio Vaticano II. He dudado si dejar ese
subtítulo, pues da a pensar que participo del vergonzoso defecto
PRÓLOGO CONFIDENCIAL 15

del subjetivismo, y por eso lo aclaré apenas en mi tercer párrafo


– aunque muchos no pasarán de leer los títulos –. Mas, si bien es-
tá mal hablar de «hermenéutica» para los documentos del magis-
terio eclesiástico, no lo está para los textos del último Concilio,
porque han sido redactados bajo una especie de código para ini-
ciados. Y aunque no digo que me haya vuelto un especialista en
el asunto, me parece que he ido descubriendo la clave para in-
terpretarlos.
Una nota más respecto a «hermenéutica», que me surge de
comparar una edición antigua del Diccionario de la Real Academia
Española con la versión digital más nueva. En la edición de 1914
se lee para dicho término : “Arte de interpretar textos para fijar
su verdadero sentido, y especialmente el de interpretar los textos
sagrados”, mientras que la edición de 1992 trae lo mismo salvo
las palabras “para fijar su verdadero sentido”. Señal del triunfo
del subjetivismo, pues ya no se cree que ningún texto tenga un
sentido verdadero único. Pero tampoco es cierto. El presente en-
sayo busca hallar el sentido verdadero, dentro – por supuesto –
de la deliberada confusión con que esos textos se escribieron 1.
El Papa ha pedido que se haga una «hermenéutica de la con-
tinuidad», y eso es lo que hice. En el Concilio hubo algo de nun-
ca visto – de allí el pasmo general –, pero había mucho de anti-
guo. Ante el temblor conciliar, los católicos hemos visto de re-
pente caerse todo. Pero si uno se pone a pensar, la causa de este
derrumbe no puede reducirse a lo que pasó hace cincuenta años :
las termitas debilitaban desde hace mucho la estructura del edifi-

1 P. Álvaro Calderón, La lámpara bajo el celemín, Ed. Río Reconquista, Bs. As.
2009, p. 204 : “Los problemas planteados por el Vaticano II son confusos por dos
motivos; primero, porque el grupo innovador que dominó el Concilio tuvo la
prudencia de no ser explícito para evitar la confrontación abierta con la mens
tradicional de la mayoría; segundo, porque el pensamiento moderno que lo
anima es necesaria y deliberadamente ambiguo, pues no cultiva los instrumen-
tos que dan rigor al pensamiento, con la intención de permanecer en el pacífico
ámbito del pluralismo doctrinal”.
16 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

cio. Una tesis principal de la explicación que aquí doy es que el


Vaticano II se inserta en un proceso continuo que arranca con el
Renacimiento. Pero como no nos da el presupuesto para meter-
nos a historiadores, este aspecto histórico no está propiamente
explicado, sino sólo señalado por algunos jalones. De todas ma-
neras, alcanza para mostrar que los que hicieron el Concilio esta-
ban en continuidad con cinco siglos de catolicismo liberal. La
pretensión, entonces, de Benedicto XVI tiene su parte de verdad.

*
La palabra clave de toda mi interpretación es el «humanis-
mo», pronunciada por primera vez en el siglo XIV. Aunque no
siempre con rencor, desde el comienzo se contrapuso a la palabra
«cristianismo». Afirmo, entonces, que el Concilio Vaticano II es el
mayor – y quizás último – esfuerzo por sostener un humanismo
católico, que se levanta ante el cristianismo o Religión de Cristo,
como la Religión del Hombre.
Los seres humanos tenemos una fuerte tendencia a reducir
todas las cosas a un único principio, y se suele observar que las
explicaciones que lo logran resultan muy mentirosas. Mi «her-
menéutica» puede caer bajo esta sospecha, pues habiendo puesto
el «humanismo» como principio, pretendo resolver de allí uno
tras otro los mil problemas que plantea el Concilio. Pero si bien
puede ser cierto que, en la mayoría de los casos, quien mucho
simplifica mucho miente, le hago la observación, querido Lector,
que no siempre. Porque toda la realidad tiene, en verdad, un
único principio, que es Dios Nuestro Señor, y la sospechada ten-
dencia a la reducción del intelecto humano, no es otra cosa que el
habitus de la sabiduría – teología es su otro nombre – que trata de
aparecer. Cuando las cosas se ven a la luz de los verdaderos
principios teológicos, entonces se simplifican enormemente, ten-
diendo a verse tan simples como simple es Dios. Sí, aun los erro-
res. Esto puede resultar un poco más misterioso, pero los errores
PRÓLOGO CONFIDENCIAL 17

teológicos no tienen muchas maneras de cometerse, por la mis-


ma simplicidad de las verdades a que se oponen. He aquí mi de-
fensa entonces : si la luz bajo la que he enfocado el problema del
Concilio es de sabiduría verdadera, puede ser que mi explicación
sea simple y cierta. Y, en confianza, me parece que es así, que no
por otro motivo se publica este librito.
Como suele pasar, una defensa pide otra. La sabiduría de la
que me glorío no es mía, es la de Santo Tomás, a la que veinte
años de paz en mi querido Seminario me han permitido acer-
carme. Si hay algo por lo que pecaron los teólogos del Concilio,
es por haberla abandonado.

*
El título propio del librito es «La religión del hombre». Lo de
«Prometeo» fue por no dejarlo tan seco. A los humanistas del Re-
nacimiento les gustaba resucitar los mitos griegos, y la figura de
Prometeo encarna de manera interesante el espíritu del huma-
nismo. Según Esquilo, Prometeo sería un titán – de naturaleza di-
vina – hermano de Atlas y de Tifón, pero a diferencia de ellos, su
virtud no consistía en la fuerza bruta sino en la astucia : su nombre
significa Prudente. Cultor de Zeus en un principio, se vuelve tan
favorable al género humano – a quien según otros autores habría
plasmado – que lo salva del diluvio en que el airado Zeus quería
anegarlo, termina robando el fuego divino en unas cañas para
dárselo a los hombres, y en el sacrificio de un buey decepciona a
Zeus ofreciendo al hombre la parte mejor. Como castigo divino, él
será encadenado a una roca, donde un águila le devora perpe-
tuamente el hígado, y los hombres serán seducidos por Pandora,
que desata todas las calamidades. Finalmente Hércules lo libera y
lo reconcilia con Zeus. [En la entrada del Rockefeller Center hay
una especie de altar levantado a Prometeo, en el que una estatua
dorada lo representa trayendo a los hombres la divina llama].
El Concilio es Prometeo en el acto de su latrocinio. Fue una
maniobra de prudencia humana llevada a cabo por una jerarquía
18 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

de constitución divina, que hizo arder para los hombres el in-


cienso que pertenece a Dios – la pintura de la tapa representa es-
te momento, con un Prometeo de torva mirada; es obra de Jan
Cossiers, siglo XVII, según un boceto de Rubens, y se halla en el
Museo del Prado –. Como en la parábola del administrador infiel
(Lc 16), el Concilio anuló los pagarés de las deudas de los hom-
bres para con Dios, prometiendo a todos la salvación; y en el cul-
to de su nueva Misa ha dado al hombre la parte mejor. Pero
tampoco faltan las consecuencias, pues la caja de Pandora ha
volcado sus males en toda la Iglesia, mientras la jerarquía católi-
ca ha quedado encadenada, con su propia incoherencia royéndo-
le las entrañas. ¿Quién será el Hércules capaz de liberarla?
Creemos que sólo un retorno del tomismo a Roma.

*
Las páginas que siguen son difíciles. Este trabajo, según creo
y espero y estoy persuadido, es mi última palabra acerca del
Concilio. Cuatro son – siguiendo mítico – los hercúleos trabajos
que he acometido respecto a la crisis desatada por el Vaticano II :
 El primero ha tratado sobre la autoridad doctrinal del ma-
gisterio conciliar, publicado hace poco bajo el título de «La lám-
para bajo el celemín». No puede uno meterse a teólogo sin resol-
ver de algún modo ese asunto.
 El segundo lleva como nombre «El misterio pascual», que
fue publicado sustancialmente en los Cuadernos de La Reja nº 4.
Allí trato de desentrañar los sofismas de la nueva teología en
torno a su nueva versión del misterio de la Redención. El asunto
es infinito y siempre quedan cosas por decir. Me publicaron un
artículo complementario en las actas del Primer Simposio de Pa-
rís, de octubre del 2002 : «La Iglesia, sacramento universal de
salvación» (en francés). Quedó en el tintero otro artículo que se
habría llamado Alter Christus, sobre la noción moderna del sa-
cerdocio. Pero al menos se publicó una síntesis que incluye este
PRÓLOGO CONFIDENCIAL 19

punto en las Actas del 5º Congreso Teológico de Sì Sì No No, de


abril del 2002 : «Cuestión disputada sobre la Redención. Noción
teológica del Misterio Pascual», cuya versión española fue publi-
cada en los Cuadernos de La Reja nº 6. ¿Redondearé algún día es-
tos asuntos? No he descartado la intención, pero por ahora no
tengo ánimos ni para pensarlo. Aunque creo haber hecho lo que
debía y estoy muy satisfecho por eso, es extremadamente des-
agradable tener que gastar el cerebro en considerar un pensa-
miento tan falso y hueco como el moderno.
 El tercer trabajo es «El Reino de Dios», cuya primera ver-
sión fue presentada en el Tercer Simposio de París, de octubre
del 2004, pero nunca llegó a publicarse en sus actas. ¿Por qué?
Porque al trabajito le creció una rama más grande que su propio
tronco y no quise podarlo. Lo que ocurrió es que, al querer saber
por qué los modernos distinguen la Iglesia del Reino de Dios,
saltó a la vista una confusión que la mayoría de los teólogos anti-
liberales no había evitado : identificar el fin temporal propio del
orden político con un fin puramente natural. Cometido este
error, no se pueden refutar Dignitatis humanae ni Gaudium et spes.
De allí que la investigación, que en un primer momento se pen-
saba reducir a los autores modernos en torno al Concilio, tuvo
que retroceder siglos en el tiempo y cambiar notablemente de ob-
jeto. Este asunto me parece importantísimo, porque involucra a
los mismos maestros que los tradicionalistas tenemos, y con la
ayuda de Dios, tengo decidido llevarlo a término.
 El cuarto trabajo es el que Usted, Lector, tiene en mano. Pre-
tende ser una exposición de la idea que dirigió la labor del Con-
cilio, presentada a modo de síntesis y confrontada con la doctri-
na tradicional. Supone, entonces, todos los trabajos anteriores,
donde muchos de los puntos que aquí se tocan en resumen reci-
ben un tratamiento más desarrollado. Tendría que haberlo publi-
cado, por lo tanto, después de «El Reino de Dios», pero ya ve que
no ha sido así. De allí que ésta sea mi última palabra, aunque
después probablemente siga hablando otro rato.
20 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Las páginas que siguen, decía, son difíciles, porque la teolo-


gía modernista es falsa y hueca, pero en la ansiedad de evitar los
anatemas que pudieran excluirla de la Iglesia, ha ido tejiendo sus
sofismas con sutileza, y si uno quiere precisar su errores, necesita
sacarle buena punta al lápiz. Pero cuando, además de la preci-
sión, se busca la síntesis general de la multitud de los errores
conciliares sin la paciencia para dedicar mil páginas a toda esta
cuestión, el resultado es… bueno, no lo quiero desanimar, es co-
mo un mural pintado por un miniaturista. Creo que en la lectura
de esta obrita se pueden perder muchos detalles – que sólo serán
capaces de apreciar los que hayan estudiado ese punto en parti-
cular – sin que se deje de entender la idea general. Pero los párra-
fos vienen muy condensados, y mi animoso Lector no dejará de
sentir cierto agobio. Como no he logrado arrepentirme, no le pi-
do perdón.
Si se fija en el índice, verá que el trabajo está dividido en cua-
tro capítulos. En el primero intento decir «quid est», qué es el
Concilio, es decir, busco definirlo, señalando sus grandes princi-
pios y propiedades. Luego, en los tres capítulos siguientes, con-
sidero lo que el Concilio hizo. Esta es una buena manera de pro-
ceder, pues como dicen los escolásticos, agere sequitur esse, el
obrar sigue al ser, y para explicar la obra conciliar, convenía es-
tudiar primero su naturaleza íntima.

*
Sólo me queda expresar mi agradecimiento a Monseñor Ri-
chard Williamson, quien no sólo me alentó y casi conminó a que
emprendiera esta tarea – de allí que se adelantara esta última
parte de mi programa –, sino que me dio la idea clave para que
se resolviera como se resolvió, pues a él le pertenece en esencia el
esquema que se va construyendo con la conclusión de cada capí-
tulo. Puedo decir que no me decidía a enfrentar este ensayo, cal-
culando que implicaría un gran trabajo con poco provecho, pero
PRÓLOGO CONFIDENCIAL 21

al poner como principio el humanismo del Concilio con su giro


antropocéntrico, cada asunto ocupó su puesto sin ningún esfuer-
zo. Nunca pensé que un proyecto tan complejo podía resolverse
en tan poco tiempo. Creo que ha sido el mérito de la obediencia y
de la docilidad de dejar la propia idea y tomar la ajena. Y creo
también que es consecuencia de estar en la verdad.
Pero basta ya de confidencias y emprendamos la marcha.

La Reja, 17 de enero de 2010


CAPÍTULO 1

QUÉ FUE EL CONCILIO


VATICANO II

A
la pregunta Quid est? se responde con una definición. Si
la definición es buena, implicará en sus partes las causas
principales de la cosa, iluminando así sus demás pro-
piedades y consecuencias. El presente capítulo contará, entonces,
con tres partes. En la primera buscaremos la definición del Con-
cilio, en la segunda pondremos al descubierto las causas princi-
pales y en la tercera señalaremos sus propiedades fundamenta-
les. Las consecuencias, por lo tanto, quedan para los capítulos
restantes.

A. DEFINICIÓN DEL CONCILIO


El complejo de inferioridad del pensamiento moderno le lle-
va a desconfiar de las definiciones, como si le fuera muy difícil a
la inteligencia entender las esencias en las apariencias de las co-
sas. Esto puede ocurrir con las cosas que se nos esconden, pero
no con las que nos son muy manifiestas. El Concilio Vaticano II
fue un acontecimiento enorme en la vida de la Iglesia, afectando
hasta lo más íntimo todos los aspectos de la existencia cristiana.
Quizás en el primer momento de sorpresa muchos no supieron
en qué consistía, pero ya no es así después de cuarenta años de
24 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

sufrir sus consecuencias. Usando un lenguaje común, podemos


definir al Concilio Vaticano II como la oficialización de un hu-
manismo católico.

1º Primera partícula : «Oficialización»

Con los albores del mal llamado Renacimiento, comenzó en


la Iglesia un movimiento de espíritu que, aunque ha tenido di-
versas manifestaciones, no carece de unidad y se enlaza de ma-
nera continua con lo que significa el último concilio. Pero uno de
los aspectos que evidentemente caracterizan y distinguen a este
último acontecimiento dentro de la línea de los demás, es haber
sido producido por la máxima entidad dentro de la Iglesia : un
concilio ecuménico. Es claro y manifiesto que si el Concilio pudo
imprimir a toda la Iglesia un movimiento que hasta entonces no
sólo había sido propio de una parte de los católicos, sino que
además era declaradamente opuesto – en medida a determinar –
al que la Iglesia en su conjunto llevaba, fue porque contó con la
potencia de todo un concilio ecuménico. Esto no podría haber sido
hecho ni siquiera por el poder de un Papa, si obrara solo.
Usamos para decir esto el feo término de «oficialización».
Como hemos explicado en otra parte 1, aunque fue un acto de la
jerarquía en pleno, no puede decirse simpliciter un acto jerárqui-
co, por la extraña manera que usaron al ponerlo. Por lo mismo,
tampoco fue un acto que comprometiera claramente la autoridad
del magisterio eclesiástico. Por eso no creemos conveniente ha-
blar de una «aprobación jerárquica» o «autorizada». Aunque
«oficializar» significa “dar carácter o validez oficial a lo que antes
no lo tenía” 2, y puede tomarse como sinónimo de autorizar, le-
galizar o autentificar, tiene también una connotación peyorativa

1 P. Álvaro Calderón, La lámpara bajo el celemín. Cuestión disputada sobre la


autoridad del magisterio eclesiástico desde el Concilio Vaticano II, Ed. Río Reconquis-
ta, Buenos Aires 2009.
2 Diccionario de la Real Academia Española.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 25

– más explícita en el término «oficialismo», de uso en nuestras


tierras – que puede indicar una pertenencia más bien material y
hasta viciosa a los oficios jerárquicos. El haber sido realizada por
todo un concilio ecuménico, permitió que la obra del Vaticano II
alcanzara un carácter «oficial», cuya legitimidad dejamos por
ahora en discusión.

2º Segunda partícula : «Humanismo»

La buena definición debe exponer los aspectos más formales y


primeros de la cosa, que dan razón de todas sus propiedades.
Creyendo cumplir acabadamente con esta condición, decimos
que el Concilio es un humanismo. Es la palabra que se le escapa a
Pablo VI en el discurso de clausura, cuando – como él mismo lo
reconoce – era el momento de decir “qué ha sido este Concilio” :
“Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascenden-
cia de las cosas supremas, conferidle siquiera este mérito y reco-
noced nuestro nuevo humanismo : también nosotros – y más que
nadie – somos promotores del hombre” 1. Este es el Papa que hizo
el Concilio y sabía lo que hacía, con más claridad – creemos – que
el mismo Juan Pablo II, porque conocía mejor la Iglesia de siem-
pre y tenía más clara conciencia de la novedad conciliar. Por eso,
para asentar la bondad de nuestra definición, no buscamos por
ahora más argumento que el de esta alocución papal.
Pablo VI no pretende allí dar una síntesis de lo que ha sido y
ha hecho el Concilio, pero sí señalar su “valor religioso”, lo que
evidentemente es su cualidad principal. Según el Papa, “la inten-
ción religiosa directa y primordial” fue la reflexión de la Iglesia
en su propia “conciencia espiritual” para conocerse y definirse
mejor. Pero junto a esa primera intención religiosa pone una se-
gunda, que considera también “capital”, y es la atención – “pene-
trada de una inmensa simpatía” – al hombre moderno. Al definir

1 Pablo VI, alocución en la sesión de clausura del Concilio Vaticano II, 7 de

diciembre de 1965.
26 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

esta segunda dirección es donde habla del “nuevo humanismo”.


Podríamos entonces preguntarnos cuál es la nota más formal y
primera, si la toma de conciencia de la Iglesia que la lleva a su
redefinición, o el nuevo humanismo. Para resolver esta cuestión
– y es importante hacerlo para tener la buena definición – debe-
mos considerar cuál de estos dos aspectos es anterior en su ra-
zón. Es decir, debemos considerar si la redefinición de la Iglesia
es causa y fundamento del humanismo nuevo, o es éste la causa
y razón de la redefinición. La conclusión del discurso de Pablo
VI nos permite resolver el asunto con suficiente seguridad : “La
mentalidad moderna – dice allí –, habituada a juzgar todas las
cosas bajo el aspecto del valor, es decir, de su utilidad, deberá
admitir que el valor del Concilio es grande, al menos por esto :
que todo se ha dirigido a la utilidad humana; por tanto, que no
se llame nunca inútil una religión como la católica, la cual, en su
forma más consciente y eficaz, como es la conciliar, se declara
toda en favor y en servicio del hombre. La religión católica y la
vida humana reafirman así su alianza, su convergencia en una
sola humana realidad : la religión católica es para la humanidad”.
Para el Papa, la religión católica se ordena a la humanidad; por
lo tanto, podemos afirmar que la novedad del Concilio que ha
llevado a buscar la redefinición de la Iglesia es la adopción de
una nueva actitud hacia la humanidad en su condición moderna.
Conviene entonces que el Concilio se defina por el humanismo,
entendido como una orientación de la religión al servicio y pro-
moción del hombre moderno. Es el espíritu del divino Prometeo.

3º Tercera partícula : «Católico»

La última nota de nuestra definición señala que el humanis-


mo del Concilio es católico. El humanismo es la nota esencial y
primera del espíritu que se ha llamado moderno. Pero esta orien-
tación al hombre entra en conflicto con la orientación a Dios pro-
pia del espíritu católico, tendiendo a provocar el enfrentamiento
con la Iglesia. Sin embargo, hay que reconocer que el humanis-
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 27

mo, ya se valore positiva o negativamente, es una modalidad


que sólo se da y se sostiene en el catolicismo, tendiendo a debili-
tarse y desaparecer en la medida en que se aparta de él. Por esta
razón, el humanismo más auténtico – si puede usarse esta pala-
bra – es el que quiere permanecer dentro del catolicismo. Éste es
el humanismo del Concilio. Si hay algo que ha caracterizado al
Concilio es su intención de conjugar nova et vetera, la novedad
moderna con la antigüedad católica. Cuando el Papa actual, Be-
nedicto XVI, sostiene que la verdadera hermenéutica del Vati-
cano II no es la de ruptura con la tradición sino la de continui-
dad, está señalando uno de sus aspectos esenciales. El humanis-
mo conciliar ha atemperado constantemente sus novedades para
mantenerlas dentro de los límites del dogma católico y ha defen-
dido tenazmente su conexión con las doctrinas tradicionales.
Nos cuesta poner en nuestra definición el adjetivo «católico»
al humanismo conciliar porque, como decimos, del catolicismo
aprovecha ciertos aspectos pero choca con otros muy fundamen-
tales; por eso dudábamos si usar una expresión que indique una
pertenencia más bien material, como «de ámbito católico», por
ejemplo. Pero aunque hay intrínseca contradicción entre huma-
nismo y catolicismo, nos equivocaríamos si pensáramos que la
intención de permanecer católico del humanismo conciliar no es
formal y primera. Baste entonces poner el humanismo como sus-
tantivo y el catolicismo como adjetivo para dar a entender que,
siendo contradictorios, sólo se participa de éste tanto cuanto
puede sufrirlo la sustancia de aquél.

4º Humanismo integral

Las tres partículas de nuestra definición se refuerzan. La fir-


me adhesión a la Iglesia católica permite al humanismo per-
manecer más íntegro, y no hay adhesión más firme que la de su
oficialización por la jerarquía. Por eso podríamos resumir la de-
finición diciendo que el Concilio es el humanismo integral, ex-
presión utilizada antes del Concilio por Jacques Maritain, pen-
28 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

sador que debe considerarse verdadero padre del Vaticano II, y


adoptada oficialmente después para definir la doctrina social
conciliar 1.

B. ACERCA DE LAS CAUSAS


QUE EXPLICAN EL CONCILIO

Cuando una definición es buena, lleva implicadas las causas


primeras de la cosa definida, causas que explican sus demás

1 Jacques Maritain, Humanisme intégral, Aubier, Paris 1936, Introduction, p.

14-15 : “Considerando al humanismo occidental en sus formas contemporáneas


aparentemente más emancipadas de toda metafísica de la trascendencia, salta a
la vista que si en él subsiste un resto de concepción común de la dignidad hu-
mana, de la libertad, de los valores desinteresados, es la herencia de ideas anti-
guamente cristianas y de sentimientos antes cristianos, hoy secularizados. […]
Hermosa ocasión, para los cristianos, de reducir las cosas a la verdad, reinte-
grando a la plenitud de su fuente original las esperanzas de justicia y las nos-
talgias de comunión alimentadas por el dolor del mundo y desorientadas en su
espíritu; suscitando así una fuerza cultural y temporal de inspiración cristiana,
capaz de actuar sobre la historia y de ayudar a los hombres. Les serían para ello
necesarias una sana filosofía social y una sana filosofía de la historia moderna.
Entonces los cristianos trabajarían en la sustitución del régimen inhumano que
agoniza a nuestra vista, por un nuevo régimen de civilización que se caracteri-
zase por un humanismo integral y que para ellos representaría una nueva cris-
tiandad, no ya sacra, sino profana, como tratamos de mostrar en los estudios
aquí reunidos. Este nuevo humanismo, sin común medida con el humanismo
burgués y tanto más humano cuanto no adora al hombre, sino que respeta, real
y efectivamente, la dignidad humana y reconoce derecho a las exigencias inte-
grales de la persona, lo concebimos orientado hacia una realización social-
temporal de aquella atención evangélica a lo humano que debe no sólo existir
en el orden espiritual, sino encarnarse, tendiendo al ideal de una comunión fra-
terna” (Humanismo integral, traducción de A. Mendizábal, Ediciones Ercilla,
Santiago de Chile 1947).
El primer título con que empieza el Compendio de la doctrina social de la Igle-
sia, del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, publicado en 2004, la define así :
«Un humanismo integral y solidario».
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 29

propiedades y consecuencias. Pero si es relativamente fácil seña-


lar los aspectos esenciales de una cosa manifiesta, ya no lo es tan-
to determinar sus causas con precisión. Y podemos prever que,
para el caso que tenemos entre manos, lo será mucho menos,
porque si bien todos podrían estar de acuerdo en que el Vaticano
II es una oficialización del humanismo, ha provocado reacciones
muy contrarias de aceptación y rechazo. Dado que lo que bus-
camos es explicar el Concilio, al señalar las causas verdaderas, no
dejaremos de decir cómo las entendieron los que lo hicieron.
Primero consideraremos, como conviene, la finalidad; luego
convendrá señalar el sujeto o materia; en tercer lugar el agente; y,
finalmente, la causa formal, que nos dice lo que es propiamente el
Concilio.

I. Acerca de la finalidad
del Concilio Vaticano II

1º La finalidad del humanismo conciliar


según sus fautores

La finalidad declarada del humanismo es la promoción de la


dignidad humana, es decir que trabaja ad maiorem hominis glo-
riam. Como reconoce Pablo VI en el discurso de clausura ya cita-
do, esta es la finalidad de un “humanismo laico y profano”, que
renuncia “a la trascendencia de las cosas supremas” y que se
constituye en verdadera religión : “La religión del hombre que se
hace Dios”. Pero afirma que es también la finalidad del humanis-
mo nuevo del Concilio : “La religión del Dios que se ha hecho
hombre, se ha encontrado con la religión – porque tal es – del
hombre que se hace Dios. […] Vosotros, humanistas modernos,
que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, confe-
ridle siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanis-
mo : también nosotros – y más que nadie – somos promotores
del hombre”. ¿Cómo se explica que dos movimientos, que coin-
30 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

ciden en la misma finalidad, mantengan sin embargo sus dife-


rencias? ¿Cuál es esta diferencia?
La diferencia estaría – responde en lo que sigue el pensa-
miento conciliar, al que la buena educación nos pide dejar hablar
primero – en que en la época moderna se dio ciertamente un hu-
manismo ateo (al menos de hecho), pero fue mucho por reacción
contra el deísmo inhumano que se dio (de hecho al menos) en el
medioevo 1. La fuerte orientación teocéntrica del hombre antiguo
llevó, aún en el catolicismo medieval, no sólo a la inconsidera-
ción, sino hasta el desprecio de los valores humanos. Esta exage-
ración, que culmina en el horror de la peste negra y sus flagelan-
tes, provocó la reacción con la que comienza la época moderna
en el Renacimiento. Pero como suele ocurrir, llegó a ser predo-
minante la exageración contraria que terminó despreciando el
valor divino de lo humano, es decir, la dimensión religiosa del
hombre, por la que trasciende los límites de su condición de cria-
tura y se relaciona con Dios. Mas culminando este nuevo desor-
den en el horror de las dos guerras mundiales, habría llegado el
tiempo de hallar el punto de equilibrio con el humanismo nuevo
del Concilio.
Tanto a los que desprecian al hombre ad maiorem Dei gloriam,
como a los que desprecian a Dios ad maiorem hominis gloriam, el
Vaticano II les descubre que ambos fines se identifican en una
misma realidad. Para entenderlo basta tener en cuenta la tras-
cendencia del hombre y la liberalidad de Dios :
– La acción del Creador es de una perfectísima liberalidad,
pues Dios es inmutable en su perfección y nada gana al crear.
Creó sin ninguna necesidad y con absoluta libertad, por cuanto
se gloría en comunicar gratuitamente su perfección por la más
desinteresada bondad. Su gloria, entonces, consiste en la perfec-
ción de su obra, en la que El mismo se manifiesta como un artista
en su autorretrato.

1 Cf. J. Maritain, Humanisme intégral, cap. I : «La tragédie de l’humanisme».


CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 31

– Ahora bien, entre todas las criaturas, conviene distinguir las


personas de las simples cosas, pues sólo aquéllas han sido hechas
a imagen de Dios, porque sólo las personas son libres como el
Creador. La perfección del hombre conviene que se mida, enton-
ces, en términos de libertad, porque, como el pecado nos esclavi-
za y la verdad nos hace libres, mientras más nos libremos del pe-
cado y más nos acerquemos a la verdad, mejores personas sere-
mos y más semejantes a Dios. La trascendencia de la persona hu-
mana reside en su condición de imagen de Dios, que crece en dig-
nidad en la medida en que participa más de la libertad del Crea-
dor.
Es claro entonces que, si se tiene en cuenta la liberalidad de
Dios como Creador y la trascendencia del hombre como imagen
del Creador, se acaban los celos entre deístas y humanistas, pues
la promoción de la dignidad humana se identificaría perfecta y
adecuadamente (secundum rem et rationem) con la promoción de
la gloria de Dios. El antropocentrismo trascendente no deja de
ser teocéntrico : “Nuestro humanismo se hace cristianismo, nues-
tro cristianismo se hace teocéntrico; tanto que podemos afirmar
también : para conocer a Dios es necesario conocer al hombre.
¿Estaría destinado entonces este Concilio, que ha dedicado al
hombre principalmente su estudiosa atención, a proponer de
nuevo al mundo moderno la escala de las liberadoras y consola-
doras ascensiones? ¿No sería, en definitiva un simple, nuevo y
solemne enseñar a amar al hombre para amar a Dios? Amar al
hombre – decimos –, no como instrumento [medio], sino como
primer término [fin] hacia el supremo término trascendente,
principio y razón de todo amor; y entonces este Concilio entero
se reduce a su definitivo significado religioso, no siendo otra co-
sa que una potente y amistosa invitación a la humanidad de hoy
a encontrar de nuevo, por la vía del amor fraterno, a Dios” 1.

1 Pablo VI, alocución en la sesión de clausura del Concilio Vaticano II, 7 de

diciembre de 1965. Como es sabido, Pablo VI repite a Maritain.


32 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

2º Tres notas teológicas. Acerca del fin último del hombre

Podría pensarse que en la exposición del punto anterior no


hay más que un cambio de lenguaje por el que se traducen los
conceptos tradicionales con la intención apologética de que los
comprenda el hombre de hoy, finalidad que Juan XXIII le habría
señalado al Concilio en el discurso inaugural. Tradicionalmente
decíamos que la doble finalidad de la Iglesia en general es la glo-
ria de Dios y la santificación de las almas, y que el amor al pró-
jimo – según enseña San Juan en su primera carta – es el camino
más cierto al amor de Dios. El Concilio sólo señalaría que buscar
la santificación de las almas no es otra cosa que promover la dig-
nidad humana, lo que es ciertamente verdadero.
Pero cualquiera que tenga experiencia de la vida espiritual y
de las cosas humanas, sabe cuán fácil y sutilmente pueden tras-
ponerse estos dos fines últimos, ciertamente ordenados pero ín-
timamente ligados. Entre el fraile humilde que trabaja en su pro-
pia perfección por amor a la voluntad de Dios, y el orgulloso que
cumple con lo que Dios manda por amor a su perfección propia,
puede haber una gran semejanza en actos y palabras – tanto que
se esconda la diferencia a los ojos de un celoso superior –, pero
hay un abismo entre los dos. El primero está al servicio de Dios y
el segundo tiene a Dios a su servicio.
La cuestión del fin último no es difícil de entender, pero exige
unas precisas y oportunas distinciones, sin las cuales se llega a
enormes errores, porque allí se plantea – como dice San Ignacio –
el principio y fundamento del orden interior del hombre, de la
sociedad y de la Iglesia, y un pequeño error en los principios se
hace grande en las conclusiones. Quizás la explicación más sim-
ple y completa del asunto es la que da Santo Tomás al explicar,
en la Suma Teológica, las dos primeras peticiones del Padrenues-
tro : “Es cosa manifiesta que lo primero que deseamos es el fin, y
en segundo lugar, los medios para alcanzarlo. Pero nuestro fin es
Dios. Y nuestra voluntad tiende hacia El de dos maneras : en
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 33

cuanto que deseamos su gloria y en cuanto que queremos gozar


de ella. La primera de estas dos maneras se refiere al amor con
que amamos a Dios en sí mismo; la segunda, al amor con que nos
amamos a nosotros en Dios. Por esta razón decimos en la primera
de las peticiones : santificado sea tu nombre, con lo que pedimos la
gloria de Dios. La segunda de las peticiones es : Venga a nosotros
tu reino. Con ella pedimos llegar a la gloria de su reino” 1.
La principal distinción que hay que comprender bien es la que
se da entre aquello que es «fin» y lo que es «alcanzar el fin». El fin
de la voluntad es siempre un bien, y el fin último de la voluntad
del hombre no es otro que Dios mismo, Bien increado. Por eso dice
Santo Tomás : “Nuestro fin es Dios”. Pero otra cosa es alcanzar es-
te fin y Bien, esto es, poseerlo y gozarlo, lo que se hace por cierta
acción. Y de esta acción también puede decirse en cierto sentido
que es último fin. El fin del avaro es el dinero, o también la pose-
sión y gozo del dinero. En cierta manera son lo mismo, porque
querer el dinero significa querer poseerlo, pero vistos en su misma
realidad no son lo mismo, porque una cosa es el dinero y otra la
acción de poseerlo. El bien que se quiere como fin es algo absoluto
y se dice fin sin más (simpliciter), mientras que la acción por la que
se alcanza el fin es algo relativo a dicho bien, pues lo toma como
objeto, y se dice fin sólo en cierto sentido (secundum quid). Santo
Tomás llama al primero «finis cuius» y al segundo «finis quo» 2.

1 II-II, q. 83, a. 9 : “Manifestum est autem quod primo cadit in desiderio fi-

nis; deinde ea quae sunt ad finem. Finis autem noster Deus est. In quem noster
affectus tendit dupliciter, uno quidem modo, prout volumus gloriam Dei; alio
modo, secundum quod volumus frui gloria eius. Quorum primum pertinet ad
dilectionem qua Deum in seipso diligimus, secundum vero pertinet ad dilec-
tionem qua diligimus nos in Deo. Et ideo prima petitio ponitur : «Sanctificetur
nomen tuum», per quam petimus gloriam Dei. Secunda vero ponitur : «Adve-
niat regnum tuum», per quam petimus ad gloriam regni eius pervenire”.
2 I-II, q. 1, a. 8 : “Hablamos del fin de dos modos, a saber : cuius y quo; es decir,

la cosa misma en la que se encuentra el bien y su uso o consecución. Por ejemplo :


el fin del cuerpo grave es el lugar inferior, como cosa, y estar en el lugar inferior,
como uso; y el fin del avaro es el dinero, como cosa, y su posesión, como uso”.
34 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Lo que decimos del hombre puede decirse en cierto modo (por


analogía) de toda criatura y también de Dios. Todas y cada una de
las criaturas tiene como fin último a Dios, aunque cada una de
ellas tiende a Él de una manera distinta – tendencia que se puede
llamar «apetito natural» – y lo alcanza por una diferente acción.
Por eso, si hablamos del fin sin más (simpliciter o «cuius»), el hom-
bre y todas las demás criaturas tienen el mismo fin, Dios; pero si
hablamos del fin en cuanto al acto de alcanzarlo (fin secundum quid
o «quo»), entonces las diversas criaturas tienen diversos fines úl-
timos : el hombre contemplar a Dios, y el canario cantarlo 1.
Ahora bien, realizar esta acción por la que se alcanza el fin úl-
timo supone para cada cosa haber alcanzado la perfección de su
ser y de sus potencias operativas, por donde cabe hacer otra dis-
tinción – levemente diferente a la anterior – entre fin intrínseco y
extrínseco. Porque, dijimos, el hombre y toda criatura tiene como
fin último extrínseco a Dios, al que alcanza por su operación, pero
para ello debe alcanzar la última perfección que le haga posible
producir esta acción; por lo tanto, también cabe decir que el fin úl-
timo intrínseco de cada criatura es lograr la perfección última de
su propia naturaleza, que la hace apta para alcanzar a Dios 2. El
fin último intrínseco del hombre es su perfección como imagen de
Dios, que es virtualmente perfecta por las virtudes teologales, y es

1Cf. I-II, q. 1, a. 8.
2In XII Metaph., lect. 12, n. 2627 y 2629 : “El bien, según que es fin de algo,
es doble. Está el fin extrínseco respecto de aquello que se ordena al fin, como
cuando decimos que el lugar es fin de aquello que se mueve hacia el lugar. Y
está también el fin intrínseco, como la forma es fin de la generación y de la alte-
ración, pues la forma ya alcanzada es cierto bien intrínseco de aquello de lo que
es forma. Y como la forma de un todo, que es algo uno por cierta ordenación de
sus partes, es el orden del mismo todo, se sigue que es también su bien [intrín-
seco]. […] El universo tiene un bien y fin de ambos modos. Tiene un bien sepa-
rado, que es el Primer motor, del que depende el cielo y toda la naturaleza, co-
mo de un fin y bien apetecible. Y como todas las cosas, que tienen un único fin,
deben convenir en el orden a ese único fin, es necesario que en las diversas par-
tes del universo se halle cierto orden. Y así el universo tiene [como fin] tanto el
Bien separado [fin extrínseco] como el bien del orden [fin intrínseco]”.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 35

actual y últimamente perfecta en el acto de la contemplación de


Dios 1. Por eso decimos que el fin último (intrínseco) del hombre es
la santidad, donde se mira más la perfección de las virtudes, y de-
cimos mejor que su fin último es la gloria, en la que se alcanza la
perfección última por los actos de visión y gozo de Dios.
Como se ve, considerados según lo que son en sí (secundum
rem), el fin último intrínseco es lo mismo que el fin «quo», pero
considerados según su razón formal (secundum rationem) no son
lo mismo, porque el fin intrínseco es una consideración absoluta
del bien de la criatura, mientras que el fin «quo» es una conside-
ración relativa al fin último extrínseco, Dios. ¡Ay, no se asuste el
Lector con tanta distinción! El bien particular de la creatura no es
tan absoluto como se dice, sino que es participación del Bien co-
mún que es Dios, Bien absoluto por excelencia. Podemos hablar,
entonces, del fin último del hombre de cuatro maneras :
 Fin último sin más (simpliciter) es Dios, Bien absoluto tras-
cendente, esto es, extrínseco al hombre.
 Fin último en cierto aspecto (secundum quid) puede decirse :
– La santidad, entendida como perfección de las virtudes (fin
intrínseco último en cuanto al ser).
– La gloria, entendida como estado último de contemplación
de Dios (fin intrínseco último sin más).
– La beatitud, entendida como posesión del Bien infinito (fi-
nis quo).
Muchas veces la santidad, la gloria y la beatitud se toman por
lo mismo, sin distinción.

1 I, q. 93, a. 7 : “De un modo principal se toma la imagen de la Trinidad [en

el alma] en cuanto a los actos, es decir, en cuanto que por el conocimiento ad-
quirido, pensando interiormente, formamos la palabra, y de éste pasamos al
amor. Pero, porque los principios de los actos son los hábitos y las potencias, y
cada cosa está virtualmente en su principio, de modo secundario y consecuente
la imagen de la Trinidad puede considerarse en el alma según las potencias y,
sobre todo, según los hábitos, en los que los actos están virtualmente”.
36 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

3º Acerca de los fines de Dios

Todas estas cosas pueden verse también en Dios. Si conside-


ramos a Dios en sí mismo, es claro que todas estas distinciones
no hablan de cosas realmente distintas, porque Dios no tiene
ningún fin fuera de Sí mismo y se ama a Sí mismo por una acción
que se identifica con su propio ser y esencia divinos. En Él, la
bondad, la santidad, la gloria y la beatitud se identifican con la
esencia divina secundum rem et rationem. Pero si lo consideramos
en cuanto Creador, las distinciones ya son reales, porque si bien
Dios al crear no puede tener otro fin que su misma bondad in-
creada, sin embargo lo alcanza por la perfección de su obra, co-
mo a través de una acción realizada por medio de un instrumen-
to, que es justamente el universo creado. Al mirar las cosas, en-
tonces, del lado de Dios, las denominaciones de intrínseco y ex-
trínseco se invierten, porque ahora el fin simpliciter último es el
Bien intrínseco (increado), mientras que la gloria y santificación
que Dios alcanza por la creación es un bien extrínseco (creado),
fin secundum quid último.
Por lo tanto, cuando hablamos de los fines por los cuales Dios
creó, debemos decir que el fin sin más (simpliciter) es el mismo
Dios, como Bien increado. Pero también puede decirse fin en cier-
to aspecto (secundum quid) la gloria extrínseca de Dios, bien crea-
do. Pero la gloria extrínseca de Dios no debe considerarse fin a la
manera como dijimos que se considera en el hombre, esto es, co-
mo un último perfeccionamiento (consideración absoluta), pues en
nada se perfecciona Dios por la creación, ya que no ha hecho más
que manifestar ad extra una partecita de su infinita perfección.
Sino que debe considerarse exclusivamente bajo la razón formal
de fin «quo» (consideración relativa), como se dice fin la acción por
la que se alcanza el fin : Dios quiso manifestar ad extra su infinita
bondad, y esta manifestación se alcanza por la acción conjunta del
universo creado, entendida, como dijimos, a la manera de una ac-
ción que Dios mismo realiza por medio de un instrumento.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 37

En verdad, la noción de «gloria» corresponde más a algo rela-


tivo que a algo absoluto, porque “la gloria se define como una
«notoriedad laudatoria» (clara notitia cum laude)” 1, esto es, como
actos de reconocimiento y alabanza referidos a la bondad de
otro. Por eso, aunque al hablar del estado de gloria del hombre
entendemos la perfección última que alcanza en sí, sin embargo
corresponde mejor con la noción de gloria cuando entendemos la
gloria extrínseca de Dios, que consiste en el reconocimiento y
alabanza que le rinden juntamente todos los Ángeles y Santos, y
a través de ellos todo el universo creado. También se da esta no-
ción de manera suprema y perfectísima al referirla a la Gloria in-
trínseca de Dios, que aunque se identifica con la esencia divina,
significa la clarísima y amorosísima noticia que cada Persona di-
vina tiene de las otras dos en el seno de la Santísima Trinidad.

4º Del amor a las cosas y la amistad con las personas

Esto que decimos nos lleva a la última distinción que debe-


mos hacer para explicar las dos primeras peticiones del Padre-
nuestro. La gloria de Dios tiene íntima relación con las criaturas
espirituales, pues son las únicas que pueden conocer y amar el bien
en cuanto tal. Podemos decir que la belleza del mundo material
canta la gloria del Creador pues la pone de manifiesto, pero no lo
glorifica formalmente, pues no lo reconoce como Fuente de todo
bien y por lo mismo no lo alaba. Sólo las criaturas espirituales
son capaces de hacerlo. Y esta misma aptitud para reconocer el
bien en cuanto tal, hace que sólo las criaturas espirituales sean
capaces de entrar en verdadera posesión y gozo de Dios, y que
puedan ser también objeto del amor de la divina amistad, esto es,
de la caridad.
Porque la amistad es un amor con benevolencia mutua, que
podemos tener con las personas pero no con las cosas. A las per-

1 I-II, q. 2, a. 3 : “Gloria nihil aliud est quam clara notitia cum laude, ut Am-

brosius dicit”.
38 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

sonas y a las cosas podemos amarlas porque son un bien para


nosotros, y este es un amor – dice Santo Tomás – como de cierta
concupiscencia. Pero al amor a las personas se le puede agregar
también la benevolencia, es decir, que no sólo las amemos porque
sean un bien para nosotros, sino también porque queremos el
bien para ellas, lo que es amarlas como nos amamos a nosotros
mismos. Y no se puede tener este amor con las cosas, porque si
bien podemos hacerle el bien a nuestro caballo, alimentarlo y cu-
rarlo, no cabe decir que queremos el bien para él cuando él no
entiende qué es el bien 1. La amistad, además, es un amor con
benevolencia mutua, y sólo las personas pueden correspondernos
con el mismo modo de amor 2. De allí que las criaturas irraciona-
les no puedan ser objeto de amor de caridad :
– porque no podemos querer el bien para quien no es capaz
de reconocerlo como tal y propiamente poseerlo;
– porque no son capaces de correspondernos con esta divina
amistad;
– porque, muy en especial, no son capaces de gozar de Dios
por la beatitud eterna, que es el Bien cuya comunicación funda la
amistad caritativa 3.

1 II-II, q. 23, a. 1 : “Según el Filósofo en VIII Ethic. 6, no todo amor tiene ra-

zón de amistad, sino el que entraña benevolencia; es decir, cuando amamos a


alguien de tal manera que le queramos el bien. Pero si no queremos el bien para
las personas amadas, sino que apetecemos su bien para nosotros, como se dice
que amamos el vino, un caballo, etc., ya no hay amor de amistad, sino de cierta
concupiscencia. Es en verdad ridiculez decir que uno tenga amistad con el vino
o con un caballo”.
2 Ibíd. : “Pero ni siquiera la benevolencia es suficiente para la razón de

amistad. Se requiere también la reciprocidad de amor, ya que el amigo es ami-


go para el amigo”.
3 II-II, q. 25, a. 3 : “Ninguna criatura irracional puede ser amada por cari-

dad, por tres razones. Las dos primeras atañen a la amistad en general, que es
imposible tener con las criaturas irracionales. En primer lugar, porque se tiene
amistad con aquel al que queremos el bien, y propiamente no puedo querer el
bien a la criatura irracional. Efectivamente, la criatura irracional no es apta para
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 39

Dios en sí mismo es objeto de amor sin más, pues es el Bien


universal, infinitamente amable por sí mismo. Pero su miseri-
cordia lo llevó a ofrecernos un amor de amistad, ofreciéndose a
sí mismo para ser poseído por la bienaventuranza sobrenatural.
La caridad, entonces, nos pide corresponder al amor de amistad
que nos ofrece Dios, amándolo por sí mismo sobre todas las co-
sas y queriendo el bien para Él. Pero no hay otro bien fuera de Él
mismo que podamos querer para Él, que no sea su gloria extrín-
seca. Y así como el amor al Amigo lleva a amar a los amigos del
Amigo, pues se da entre todos una comunidad de bien y de vida,
así también el amor a Dios nos pide amar a todos aquellos a los
que se comunica o puede comunicar la divina bondad, esto es, a
las personas capaces de la beatitud eterna 1. Y el bien que debe-
mos querer para todas las criaturas espirituales es su común san-
tificación en el Reino de Dios.

poseer como propio el bien, sino que este privilegio está reservado a la criatura
racional, la única que, por libre albedrío, puede disponer del bien que posee.
Por eso afirma el Filósofo en II Physic. 5 que, hablando de las criaturas irracio-
nales, no afirmamos que les suceda algo bueno o malo sino por analogía. En se-
gundo lugar, porque toda amistad se basa en alguna comunicación de vida, ya
que nada hay tan propio de la amistad como convivir, según afirma el Filósofo en
VIII Ethic. 6; y las criaturas irracionales no pueden tener comunicación en la vi-
da, que es por esencia racional. No es, pues, posible tener amistad con ellos sino
metafóricamente. La tercera razón es propia de la caridad, porque ésta se funda
en la comunicación de la bienaventuranza eterna, de la cual no es capaz la cria-
tura irracional. En consecuencia, con la criatura irracional no se puede entablar
amistad de caridad”.
1 II-II, q. 25. a. 12 : “La amistad de caridad se funda en la comunicación de

la bienaventuranza. Pues bien, en esa comunicación hay en realidad algo que se


debe considerar como principio efectivo de la bienaventuranza, es decir, Dios;
hay también algo que la participa directamente, o sea, el hombre y el ángel; y,
por fin, algo en donde se deriva por redundancia, a saber, el cuerpo humano. El
que establece la bienaventuranza [Dios] es digno de ser amado por la razón de
que es la causa de la misma. En cambio, el que participa de ella puede ser ama-
do por doble motivo : o porque es uno con nosotros, o porque está asociado a
nosotros en la participación. Bajo este aspecto hay dos cosas dignas de ser ama-
das con caridad : el hombre que se ama a sí mismo y el prójimo”.
40 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

5º Los verdaderos fines de la Iglesia

Después de haber dicho todas estas cosas, podemos volver a


la luminosa explicación del Padrenuestro : “Nuestro fin es Dios”,
fin último simpliciter por ser el Bien universal, enteramente ama-
ble por sí mismo. “Y nuestra voluntad tiende hacia El de dos
maneras : en cuanto que deseamos su gloria y en cuanto que
queremos gozar de ella. La primera de estas dos maneras se re-
fiere al amor con que amamos a Dios en sí mismo; la segunda, al
amor con que nos amamos a nosotros en Dios”. Aquí se pone la
doble finalidad de la Iglesia, la gloria de Dios y la santificación
de las almas, que corresponde al doble objeto de la caridad y al
doble precepto de la Ley evangélica. Por el amor a Dios “desea-
mos su gloria”, su gloria intrínseca como fin último «cuius» y su
gloria extrínseca como fin último «quo» de la creación considera-
da como obra de Dios. Y por el amor a nosotros mismos y al pró-
jimo “en Dios”, “queremos gozar de su gloria”, fin último «quo»
del hombre. “Por esta razón decimos en la primera de las peti-
ciones : Santificado sea tu nombre, con lo que pedimos la gloria de
Dios. La segunda de las peticiones es : Venga a nosotros tu reino.
Con ella pedimos llegar a la gloria de su reino”. Por la «gloria de
Dios» puede entenderse tanto la gloria intrínseca como la extrín-
seca, fin en sentido más íntegro, «cuius» y «quo»; por la «santifi-
cación del nombre de Dios», en cambio, más claramente se en-
tiende algo creado, sólo el fin «quo». Pero es más adecuado decir-
lo así cuando se trata de una oración, el Padrenuestro, porque es
algo que se debe hacer con nuestra cooperación (mientras que no
tendría sentido pedir por la Santidad de Dios en sí). Pedir el
«advenimiento del Reino de Dios» es lo mismo que pedir la
«santificación de las almas», pero en aquella primera preciosa
expresión queda más patente la unidad de esa obra y su identifi-
cación secundum rem con la «santificación del nombre de Dios».
Más allá de la prolijidad de estas distinciones – que les impi-
de llegar a ser teólogos a los apresurados espíritus modernos –,
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 41

la diferencia entre el fin simpliciter y los fines secundum quid es


clara, y un corazón honrado no se confunde : la razón por la que
se busca la propia santificación y la del prójimo, por la que se
quiere que se haga la voluntad de Dios así en la tierra como en el
cielo, es la bondad divina, “ut sit Deus omnia in omnibus, para que
Dios sea todo en todos” (1 Cor 15, 28). No es por ingenua igno-
rancia que se quiere poner a Dios al servicio de la propia perfec-
ción, sino por ciego orgullo.

6º El inevitable giro antropocéntrico

La promoción de la dignidad humana, buscada solamente en


tanto y en cuanto glorifica a Dios, es ciertamente finalidad de la
Iglesia recibida del Espíritu Santo en Pentecostés. Pero buscada
por sí misma (como fin simpliciter y no como finis quo), es finali-
dad del orgullo humano engañado por el diablo. ¿Qué se propu-
so hacer el Vaticano II? Como dijimos, no es fácil percibir dónde
se detiene la intención de los corazones; sólo por los frutos se
puede conocer bien. Pero antes de referirnos a los frutos del
Concilio, el discurso de clausura de Pablo VI nos permite adelan-
tar la conclusión. Ciertamente el Concilio tomó la promoción del
hombre como fin en sí mismo, porque en caso contrario no po-
dría haber sentido inmensa simpatía sino horror al encontrarse
con la religión del hombre que se hace Dios : “La religión del
Dios que se ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión
– porque tal es – del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedi-
do? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse
dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha
sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía in-
mensa lo ha penetrado todo” 1.
La supuesta trascendencia que haría la diferencia entre el
humanismo católico y el ateo, no hace más que agravar el error,

1 Pablo VI, alocución en la sesión de clausura del Concilio Vaticano II, 7 de

diciembre de 1965.
42 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

porque al identificar la gloria del hombre con la gloria de Dios y


ponerla como fin simpliciter de la creación, se subordina el Crea-
dor a la criatura. Porque quien se propone un bien como fin en sí
mismo, está hallando en ese bien su propia perfección 1; de don-
de se sigue que, si Dios se propusiera su gloria extrínseca como
fin en sí, y no su propia e intrínseca bondad, implicaría que para
Dios la creación sería una perfección agregada que lo haría me-
jor. Pues, siempre y necesariamente, el fin simpliciter es perfec-
ción del agente y, si tienen distinta entidad, el agente se subordi-
na al fin en cuanto tal. De allí que poner a Dios una finalidad dis-
tinta de su propia bondad es dejar dicho y declarado que Dios no
es Dios.
Evidentemente se quiere negar esta consecuencia insistiendo
en la perfección divina y la gratuidad del acto creador, haciéndo-
lo ver como el ejercicio de la más pura libertad, que se mueve sin
la más mínima necesidad ni el más mínimo provecho. El asunto
es sutil, porque ciertamente el Agente perfecto no gana nada al
obrar, sino que da a participar de lo que tiene; mientras que no-
sotros, agentes imperfectos, por más que obremos por puro
amor, nunca dejamos de obtener ganancia 2. Pero no se puede
dejar de lado la metafísica de las causas : el fin mueve al agente
como acto y perfección suya; de allí que la finalidad de la crea-
ción no puede ser otra que la misma perfección divina. Es con-
tradictorio afirmar la perfección divina y a la vez decir que el
motivo de la creación es el bien de la criatura, porque esto signi-
fica que la gloria de nuestra santificación en algo completaría al
Creador. Para el humanismo del Concilio, Dios podrá ser muy
perfecto en sí mismo, pero en cuanto Creador está totalmente
puesto al servicio de la promoción de la dignidad humana. Por
más que lo nieguen de palabra, no salen del antropocentrismo.

1I, q. 5, a. 1 : “La razón de bien consiste en que algo sea apetecible. El Filó-
sofo dice en el I Ethic. 4 que el bien es lo que todos apetecen. Es evidente que lo
apetecible lo es en cuanto que es perfecto, pues todos apetecen su perfección”.
2 Cf. I, q. 44, a. 4.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 43

El truco, entonces, que distrae la atención para que los presti-


digitadores conciliares traspongan los fines de la Iglesia y del
hombre, está en la media verdad de la liberalidad del acto crea-
dor : ¡Dios no es egoísta, no busca su bien sino el del hombre! 1.
La concepción católica, en cambio, se caracteriza por lo contrario.
Si hay algo de lo que Dios se muestra celoso, es de su gloria :
“Gloriam meam alteri non dabo! ¡No daré mi gloria a ningún otro!”
(Is 42, 8; 48, 11).

7º El personalismo del nuevo humanismo

La expresión más general de este error está en la pequeña me-


tafísica personalista que fundamenta el humanismo conciliar 2. Se-
gún la Revelación cristiana, la excelencia del hombre por la que,
a diferencia de las demás cosas creadas, se dice persona, consiste
en ser imagen de Dios. Pero la exageración personalista pone la
razón de imagen justamente en aquello en que no puede consis-
tir, por ser lo que distingue al Creador respecto de toda criatura :
la Dignidad divina de ser amable por sí misma. El personalismo
contemporáneo exagera tanto la dignidad y autonomía de la per-
sona, que la considera amable por sí misma de modo semejante a
Dios, distinguiéndola así de las simples cosas, que serían ama-
bles por y para las personas. La persona, entonces, nunca podría
ser considerada medio o instrumento, como las simples cosas,
sino que debe ser siempre fin 3.

1 Iremos viendo cómo todas las transposiciones conciliares se hacen a es-

condidas bajo el resplandor de altas verdades teológicas, tradicionales pero de


difícil inteligencia.
2 Comisión Teológica Internacional (CTI), «Dignidad y derechos de la per-

sona humana (1983)», en Documentos 1969-1996, BAC 1998, p. 322 : “Especial-


mente en el campo de la filosofía, la Comisión Teológica Internacional quiere
notar las ayudas propedéuticas y explicativas que pueden encontrarse en las
actuales tendencias del personalismo”.
3 La distinción absoluta entre personas y cosas es característica del pensa-

miento personalista, ya hecha por el existencialismo : “El existencialismo expre-


44 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

No podemos extendernos en la refutación de este error, que


pone de patas arriba toda la metafísica 1, pero siguiendo con
nuestro método, tratemos de señalar la verdad en que se apoya y
el punto en que se equivoca :
Santo Tomás también distingue entre personas y cosas, pero
no propiamente porque las personas sean amables por sí y las
cosas amables por otro – distinción clásica entre «bien honesto» y
«bien útil» 2 –, sino porque sólo las personas reconocen en las co-
sas la razón de bien y, por lo tanto, sólo con ellas se puede tener
amor de benevolencia y amistad. Aquí está la verdad de la que
se alimenta el error personalista.
Pero en realidad, tanto a las personas como a las cosas pode-
mos amarlas por lo que son en sí, como bienes «honestos» (aun-
que dicho de las cosas este término es un poco impropio), y tam-
bién, en otros aspectos, por su utilidad para otros fines. El caba-
llo es un excelente animal y, más allá de su utilidad, podemos
quererlo por lo que es y procurarle el bien; es más, se muestra
tan agradecido que hasta casi le tenemos amistad. Y el Papa
puede ser una excelente persona, o no, pero más allá de su ho-
nestidad, podemos quererlo grandemente por lo útil que es a la
Iglesia. Mas – aquí está el punto en que el personalismo se equi-

sa una reacción contra el positivismo, reacción que puede ser calificada de per-
sonalista en sentido amplio, aunque el lema de los existencialistas sea «existen-
cia» más que «persona». Describen al hombre como existente en sentido literal,
como destacándose del telón de fondo de la naturaleza; y subrayan la diferen-
cia entre la persona humana y las cosas de la naturaleza que el hombre usa. El
existencialista efectúa un riguroso deslinde entre el Umwelt, el mundo de las
cosas y objetos, y el Mitwelt, o mundo de las personas” (F. Copleston, Filosofía
contemporánea, Herder 1959, p. 171).
1 Cf. Charles de Koninck, De la primauté du bien commun contre les personna-

listes. Le principe de l’ordre nouveau, Éd. Université Laval, Québec, Éd. Fides,
Montreal, 1943, 195 páginas.
2 Cf. I, q. 5, a. 6 : “Lo que es apetecido como medio para conseguir el fin úl-

timo de la tendencia del apetito, se llama útil; y lo que es apetecido como fin últi-
mo de la tendencia del apetito, se llama honesto, porque se llama honesto aquello
que es apetecido por lo que es”.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 45

voca –, ni las personas ni las cosas pueden ser amadas como bie-
nes y fines últimos simpliciter. Porque así como no tienen el ser
por sí mismas, tampoco de sí mismas tienen la razón de bondad,
sino que reciben toda su razón de bondad por participación del
fin y bien último, que es Dios y sólo Dios. Por lo tanto, toda
realidad creada – sea persona o no –, sólo puede tener razón de
fin intermedio, y todo fin intermedio no deja de tener razón de
medio respecto al fin último.

8º La inversión personalista del bien común

La consecuencia principal del error personalista está en la in-


versión de la relación entre la persona y el bien común. Para ex-
plicarnos, consideremos la amistad, que es como la realización
primera y ejemplar del bien común entre las personas. En la co-
munión de amistad pueden alcanzarse bienes superiores a los que
podría aspirar la persona individual, como el acrecentamiento de
la sabiduría por la mutua comunicación de conocimientos, y el
confortamiento de las virtudes por la convivencia, participando
así mucho más del Bien último que es Dios. De allí que los amigos
se subordinen al acrecentamiento y conservación de estos bienes
excelentes, que no podrían darse sin la comunión de la amistad, y
lleguen a sacrificar por ella hasta la misma vida corporal. Como
puede verse, los amigos son partes de un todo muy superior a la
simple suma de cada uno; son como los órganos de un animal,
que gozan del bien común de la vida mientras están unidos y co-
municados, pero que la pierden para ambos cuando se separan.
Para la cabecita personalista, en cambio, esta manera de pen-
sar le causa horror, porque implica considerar a los amigos como
un medio para un bien superior, cuando nada habría superior al
bien de la misma persona. La amistad, dice en su necedad, no es
una persona sino una cosa, y las cosas son para las personas, no
las personas para las cosas. Cada amigo le ofrecería su amistad a
los demás no por amor a la amistad, sino por amor a los amigos,
por ellos y para ellos, sin subordinar los amigos a la amistad sino
46 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

la amistad a los amigos. De allí que, por amor al amigo, hay que
estar dispuesto a renunciar a la amistad.
El error es catastrófico. Es evidente que el sujeto de todos los
bienes de la amistad, particulares y comunes, son los amigos,
pues la amistad no es cosa que exista en sí misma y se cultive en
una maceta como una flor, por lo que puede decirse que «la amis-
tad es para los amigos», en cuanto que éstos son el sujeto material
que puede gozar de ese bien común. Pero no debe entenderse que
«la amistad es para los amigos» como el medio es para el fin, por-
que el medio se ordena al fin como a un bien superior, del que
toma su razón de bondad, como el remedio es bueno para la sa-
lud, pues sin ser el bien de la salud en sí mismo, es útil para recu-
perarla; pero la buena amistad no es un remedio para que las per-
sonas sean en sí mismas sanas, sino que es la misma salud por la
que se hacen sanas personas. Por eso, si nos referimos al orden de
la causa final, hay que decir que «los amigos son para la amistad»,
como el cuerpo es para la salud y no para la enfermedad 1.

1 Hay una frase difícil que, ante los totalitarismos del siglo XX, Pío XII repi-

tió muchas veces : “La sociedad es para las personas, y no las personas para la
sociedad”. Hay dos maneras de entenderla bien y una de entenderla mal. Se en-
tiende más bien si se refiere a los sujetos, se entiende menos bien si se refiere a
la pura utilidad, se entiende mal si se refiere a los fines. 1º Referida a los sujetos.
El totalitarismo ve la sociedad como un Moloc personal para el que las perso-
nas individuales no son más que riquezas exteriores para gastar. La frase en-
tonces se entiende bien : «La sociedad es un bien que tiene como sujeto a las
personas, y no son las personas bienes que tengan como sujeto (hipóstasis) la
sociedad». 2º Referida a la utilidad. El totalitarismo ve en las personas simples
útiles para una sociedad hipostasiada. La frase, entonces, se entiende bien en la
segunda mitad, pues «las personas no son bienes útiles para la sociedad», pues
son los sujetos que deben gozar de ese bien común. Pero se podría entender
mal en la primera mitad, porque la simetría de la frase lleva a entender que «la
sociedad es un bien útil para las personas», lo que es totalmente errado. Esta
primera parte hay que entenderla siempre de la primera manera. La frase, en-
tonces, se entiende bien si sus dos miembros no se ponen en simetría de con-
traposición, sino a modo de consecuencia : “La sociedad es para las personas
como para sus sujetos, [en consecuencia] las personas no son bienes útiles para
la sociedad». 3º Referida a los fines. Los personalistas reaccionan contra el totali-
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 47

Porque las personas humanas nacen muy imperfectas, y se


perfeccionan ordenándose debidamente unas con otras alcan-
zando bienes que sólo se dan por su comunión. La persona singu-
lar va creciendo en dignidad en la medida en que participa del
bien común que se alcanza por la amistad natural del orden fami-
liar, por la amistad cívica del orden político, por la amistad cris-
tiana del orden eclesiástico (universal), cuya cabeza es Cristo. De
esta manera y sólo así, alcanza la más plena participación del Bien
común por excelencia, que es Dios, único amable por Sí. Dios es el
Sol del universo, que irradia a todos el calor de la vida y la luz de
la verdad, y que hace girar todo en su órbita por la atracción de su
bondad. Aquel que traiciona tales amistades, merece ser expulsa-
do de la comunión (excomulgado) por poner en riesgo los bienes
superiores que hacen buenos a los demás. Así como un órgano
que se corrompe merece ser amputado para que no ponga en
riesgo la vida de la que participan las demás partes del cuerpo.
El personalismo, en cambio, hace de cada persona un peque-
ño dios a imagen y semejanza del Dios de verdad, que pretende
librarse de la atracción del Sol divino para configurar su propio
sistemita solar. No hay problema mientras se trata de los bienes
particulares, porque a cada persona se le puede procurar su casa
y su pedazo de pan. Pero sí se le complica su cosmovisión cuan-
do se trata de los bienes comunes. Ve que son superiores y sólo
se dan en comunión, pero en lugar de entenderlos como bienes
justamente comunes, con una unidad superior que sólo se explica

tarismo de manera totalmente errada, y suponen un orden de fines : «La socie-


dad es una cosa [bien útil] subordinada al bien supremo de las personas [digní-
simas en sí mismas por su libertad]”, siendo que las personas no llegan a valer
nada sin participar en los bienes que sólo existen en sociedad. Parece claro (no
lo decimos por papolatría preconciliar) que Pío XII tenía en mente la segunda
manera de pensar. Dice por ejemplo en un discurso del 13 de septiembre de
1952 : “Es preciso notar que el hombre, en su ser personal, no está subordinado,
en fin de cuentas, a la utilidad de la sociedad, sino, por el contrario, la comuni-
dad es para el hombre” (no dice “es útil al hombre”). Aunque reconocemos que
la retórica simetría de los conceptos es bastante molesta.
48 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

en cuanto provienen de Dios, los fracciona en pedacitos y los


«redistribuye» entre las personas 1. El personalismo ve el bien
común como los ladrones el botín : se reúnen para robarlo, pero
luego lo reparten para ir cada uno por su lado. No une a las per-
sonas como partes subordinadas al bien común, sino que pre-
tende dividir el bien común en partes subordinadas a las perso-
nas. En realidad no entiende lo que el bien tiene de común, esto
es, de mayor que la suma de lo que cada uno guarda en su bolsi-
llo. Si los ladrones robaron un auto y cada uno se lleva un peda-
zo, perdieron el aparato.
La aplicación principal y más grave de este error es la que
hemos señalado respecto del Bien común que es Dios. El perso-
nalista cristiano cree en Dios, Creador libérrimo de personas y
cosas, que ama las personas por sí y las cosas para las personas
(porque El, evidentemente, nada necesita). Como en su exagera-

1 En cuanto a la idea de redistribución en Maritain, cf. Julio Meinvielle, Críti-

ca de la concepción de Maritain sobre la persona humana, Ed. Epheta, Buenos Aires


1993, p. 120-123 : “Maritain imagina falsamente que el bien común se vuelca o redis-
tribuye en las personas singulares. […Maritain] quiere sacar un argumento a favor
de la primacía de la persona humana del hecho de que el mismo bien común de
la ciudad debe volcarse o redistribuirse en las personas humanas. Dice en efec-
to : «El bien común de la ciudad es común al todo y a las partes, sobre las cuales
revierte y que deben beneficiarse de él… Si el bien común de la ciudad implica,
como insistiremos en su oportunidad, una ordenación intrínseca a lo que le so-
brepasa, es porque en su misma constitución y en el interior de su esfera, la
comunicación o redistribución a las personas que constituyen la sociedad está
exigida por la esencia del bien común. El supone las personas y revierte sobre
ellas y en este sentido se cumple en ellas». […] El P. Schwalm ha expresado el
primero esta idea de la reversión o distribución, esencial al bien común. Podría
tolerarse su empleo como medio de significar que el bien común no es un bien
ajeno a cada uno de los miembros de la colectividad. Pero su empleo es inadmi-
sible si se pretende concluir, como hace Maritain, la primacía del bien singular
sobre el común. Porque ello implicaría subordinar lo común a lo singular, el Es-
tado al individuo, disfrazado con el nombre de persona, y olvidar aquello de
Santo Tomás que muchas veces hemos recordado : «La parte ama el bien del todo
en cuanto le es conveniente, pero no de manera que refiera a sí el bien del todo, sino que
más bien se refiere a sí misma al bien del todo» (II-II, q. 26, a. 3 ad 2)”.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 49

ción no considera la dignidad de la persona humana como finis


quo sino como fin simpliciter – ¡son tantas las opiniones contem-
poráneas de personalistas y existencialistas que no tiene tiempo
para detenerse en sutilezas escolásticas! –, podrá coincidir com-
pletamente en la organización del mundo con el humanista ateo
que también busca la promoción del hombre, con la única aclara-
ción final que la gloria del hombre es trascendente, pues glorifica
al Creador, de quien se ha hecho digna imagen y semejanza. No-
sotros, escolásticos, lo acusamos de invertir la relación de la per-
sona al Bien común, poniendo a Dios al servicio del hombre. Pe-
ro en verdad, el personalista nunca atribuiría a Dios la noción de
bien común, porque, considerado en sí mismo, Dios es también
Trinidad de Personas, amable por sí y no como cosa para noso-
tros. Lo que tendría Dios de bien común, es lo que nos puede dar
para que lo pongamos cada uno en nuestro bolsillo. El persona-
lista a veces se resigna a justificar estas nociones de la teología
tradicional, pero más bien quisiera desembarazarse de ellas.

9º El humanismo personalista de Gaudium et spes

Si leemos Gaudium et spes a la luz de estas advertencias, llega


a sorprender lo explícito del planteo personalista que funda su
doctrina. Todos los errores de esta manera de pensar están allí
expuestos, pero por ahora sólo miremos lo que hace a la finali-
dad. Después de un largo (todo allí es largo) status quaestionis,
comienza la explicación con esta frase : “Creyentes y no creyen-
tes están generalmente de acuerdo en este punto : todos los bie-
nes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y
cima de todos ellos… La Biblia nos enseña que el hombre ha sido
creado «a imagen de Dios», con capacidad para conocer y amar a
su Creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera
creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios”
(n. 12). El hombre es centro y cima, señor y gobernador de toda
la creación. ¿No son títulos que solemos, ingenuamente, atribuir
a Dios?
50 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Lo que ocurre es que, como el hombre es imagen de Dios,


merece lo que merece Dios : “Todos han sido creados a imagen y
semejanza de Dios, quien hizo de uno todo el linaje humano para
poblar la faz de la tierra, y todos son llamados a un solo e idénti-
co fin, esto es, Dios mismo. Por lo cual, el amor de Dios y del
prójimo es el primero y el mayor mandamiento. La Sagrada Es-
critura nos enseña que el amor de Dios no puede separarse del
amor del prójimo” (n. 24). Sí, aquí se dice que el fin de todo
hombre es Dios mismo; mas, perdón, el precepto de la caridad
no es simple sino doble : el primer y mayor mandamiento es amar
a Dios; amar al prójimo es segundo, y sólo semejante al primero,
pues el prójimo no es fin último sino intermedio, y se lo ama sólo
por Dios. Gaudium et spes identifica sin distinción el amor a Dios
con el amor al hombre, y da la razón : “El hombre [es la] única
criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma – propter
seipsam –” (ibíd.). Esto sí que es propio de Dios y no del hombre.
Así, entonces, como identifica los amores, identifica también los
fines : el fin de la creación es Dios, esto es, el hombre, que es lo
que se propuso el Creador.
Como dijimos, esto lleva a invertir la relación de la persona
con el bien común. “El principio, el sujeto y el fin de todas las
instituciones sociales es y debe ser la persona humana” (n. 25). El
principio debería decirse la autoridad, pero pase; el sujeto son las
personas, bien; pero el fin de cada institución es el respectivo
bien común. “El orden social, pues, y su progresivo desarrollo
deben en todo momento subordinarse al bien de las personas, ya
que el orden de las cosas – rerum ordinatio – debe someterse al
orden de las personas – ordini personarum –, y no al contrario”
(n. 26). Esto es puro y loco personalismo, generador de enorme
confusión. “La actividad humana, así como procede del hombre,
así también se ordena al hombre” (n. 35), porque para esta mane-
ra de pensar, todos los bienes, particulares o comunes, no son
sino cosas que se ordenan a las personas. Con esta concepción,
evidentemente no se aplicará la noción de bien común a Dios.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 51
<

10º La inversión antropocéntrica


en el magisterio conciliar

Como puede colegirse de lo dicho, la inversión antropocéntri-


ca – por la cual se pone el bien del hombre como finalidad de la
creación, exaltando la liberalidad del Creador, y se identifica sin
más la gloria del hombre con la gloria de Dios – es un desliz gra-
vísimo pero sutil, que no se manifestará fácilmente de manera ex-
plícita en las palabras, sino más bien en el espíritu general y en
sus consecuencias. En el siguiente texto conciliar, por ejemplo, no
hay nada que sea falso : “[Dios Padre] por su excesiva y miseri-
cordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos ade-
más sin interés alguno a participar con El en la vida y en la gloria,
difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundir-
la, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin
«todo en todas las cosas» (1 Cor 15, 28), procurando a un tiempo
[simul] su gloria y nuestra felicidad” (Ad Gentes 2). Pero la insis-
tencia en la liberalidad divina y en la simultaneidad de los fines de
la gloria de Dios y nuestra felicidad, son indicios reveladores.
El nuevo Catecismo, sin embargo, es bastante más claro en la
exposición de este error. Al hablar del fin de la Creación parece
repetir la enseñanza tradicional : “La Escritura y la Tradición no
cesan de enseñar y celebrar esta verdad fundamental : «El mun-
do ha sido creado para la gloria de Dios» (Concilio Vaticano I)”
(n. 293). Pero subraya con insistencia la liberalidad del acto crea-
dor : “Dios ha creado todas las cosas, explica San Buenaventura,
«no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comuni-
carla». Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y
su bondad… Y el Concilio Vaticano I explica : «En su bondad y
por su fuerza todopoderosa, no para aumentar su bienaventu-
ranza, ni para adquirir su perfección, sino para manifestarla por
los bienes que otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios, en
su libérrimo designio, en el comienzo del tiempo, creó de la nada
a la vez una y otra criatura, la espiritual y la corporal»” (ibíd.). Y
52 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

termina, finalmente, afirmando que el fin de la creación no es el


mismo Dios sino la perfección o vida feliz de la criatura :
 El mundo no ha sido creado con fin en la Bondad en sí de
Dios (increada), sino en la bondad comunicada (creada) : “La glo-
ria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta
comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido crea-
do… «Porque la gloria de Dios es el hombre vivo» (San Ireneo).
El fin último de la creación es que Dios, «Creador de todos los
seres, sea por fin todo en todos, procurando al mismo tiempo su
gloria y nuestra felicidad» (Ad Gentes 2)” (n. 294). Por supuesto
que puede decirse que el justo, «el hombre vivo», es gloria de
Dios, pero es «de Dios», dirigida a Dios y con fin en Él. El Cate-
cismo, en cambio, no dice que el fin último «es Dios» a secas,
sino «lo que de Dios habrá en todos», es decir, la felicidad del
hombre en la que se gloría Dios 1.
 La creación no está dirigida a Dios sino al hombre : “Creada
en y por el Verbo eterno, «imagen del Dios invisible» (Col 1, 15),
la creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios,
llamado a una relación personal con Dios… porque la creación es
querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una he-
rencia que le es destinada y confiada” (n. 299).
 El fin de la creación no es el Dios eterno sino un fin a reali-
zar : “La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero
no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue crea-
da «en estado de vía» hacia una perfección última todavía por al-

1En la parte moral del nuevo Catecismo (3ª parte : La vida en Cristo. Cf. n.
1716 a 1729) se identifica el fin último del hombre con la «bienaventuranza», sin
más distinción : “Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia hu-
mana, el fin último de los actos humanos : Dios nos llama a su propia bienaven-
turanza” (n. 1719); “Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios
nos llama : el Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina”
(n. 1726). Habría que aclarar que el fin último en sentido propio es Dios en sí
mismo, y que “la beatitud se dice fin último en el sentido en que el logro del fin
se llama fin” (I-II, q. 3, a. 1 ad 3).
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 53

canzar, a la que Dios la destinó… Dios conduce la obra de su


creación hacia esta perfección” (n. 302). “De todas las criaturas vi-
sibles sólo el hombre es «capaz de conocer y amar a su Creador»
(GS 12, 3); es la «única criatura en la tierra a la que Dios ha amado
por sí misma» (GS 24, 3); sólo él está llamado a participar, por el
conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido
creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad” (n. 356).
Si en alguna ocasión se usa la expresión tradicional : “El
hombre fue creado para servir y amar a Dios”, el contexto men-
cionado hace imposible entender el término «servir» en sentido
fuerte, como siervo que existe para gloria de su Amo : “Dios creó
todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y
amar a Dios y para ofrecerle toda la creación : «¿Cuál es, pues, el
ser que va a venir a la existencia rodeado de semejante conside-
ración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más
precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre,
para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la
creación, y Dios ha dado tanta importancia a su salvación que no
ha perdonado a su Hijo único por él. Porque Dios no ha cesado
de hacer todo lo posible para que el hombre subiera hasta El y se
sentara a su derecha» (San Juan Crisóstomo)” (n. 358) 1.
El Catecismo Romano del Concilio de Trento es muy breve
cuando trata del fin de la creación, pero aclara completamente

1 Las palabras del Crisóstomo no son más que el eco del Salmo 8 : “Lo has

hecho [al hombre] poco menor que los ángeles, coronándole de gloria y esplen-
dor, le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por Ti bajo sus
pies”. Pero cabe exaltar al hombre cuando su gloria termina refiriéndose a Dios,
como hacen el primero y último versículos del mismo salmo : “¡Oh Señor, sobe-
rano dueño nuestro, cuán admirable es tu Nombre en toda la redondez de la
tierra!” Pero el nuevo Catecismo nunca sale del hombre. Si en algunos lugares
afirma que Dios es el fin último del hombre, es al pasar y fuera de contexto. Por
ejemplo el n. 229 : “La fe en Dios nos mueve a volvernos sólo a El como a nues-
tro primer origen y nuestro fin último; y a no preferir nada a él ni sustituirle
con nada”. Esto se pone como «resumen» del punto : «Creo en un solo Dios» (n.
200-202), donde nada se habla de Dios como fin último.
54 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

este punto al hablar de la primera petición del Padrenuestro : “Es


imposible que Dios sea amado de todo corazón y sobre todas las
cosas, si no se antepone a todas ellas su honor y gloria… El or-
den de la caridad nos enseña que amemos a Dios más que a no-
sotros mismos, y que pidamos primero lo que queremos para
Dios, y después lo que deseamos para nosotros. Y porque los de-
seos y peticiones son de aquellas cosas de que carecemos, y a
Dios, esto es, a su naturaleza nada se puede añadir, ni aumentar-
se con cosa ninguna de la divina sustancia, que por un modo in-
decible está cumplida en toda perfección, debemos entender que
las cosas que pedimos aquí para su Majestad, están fuera del
mismo Dios, y que pertenecen a su gloria externa… Y cuando
pedimos que sea santificado el nombre de Dios, lo que deseamos
es que se aumente la santidad y gloria del divino nombre… Y
aunque sea muy cierto, como en verdad lo es, que el nombre di-
vino no necesita por sí de santificación, «porque es santo y terri-
ble» (Ps 110), así como el mismo Dios es santo por naturaleza, sin
poder añadírsele santidad alguna que no la haya tenido desde la
eternidad; sin embargo, como es adorado en la tierra muchísimo
menos de lo que es debido, y aun a veces también es ultrajado
con blasfemias y voces sacrílegas, por esto deseamos y pedimos
que sea celebrado con sumas alabanzas, honor y gloria a imita-
ción de los loores, honra y gloria que se le tributan en el cielo” 1.
El comentario que el nuevo Catecismo hace a esta petición del
Padrenuestro nace de un espíritu profundamente distinto. Ha-
biendo puesto al hombre como fin y bien de Dios, santificar el
Nombre de Dios termina siendo santificar al hombre : “Pedirle
que su Nombre sea santificado nos implica en «el benévolo de-
signio que Él se propuso de antemano» (Ef. 1, 9) para que noso-
tros seamos «santos e inmaculados en su presencia, en el amor»
(Ef 1, 4). En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela
su Nombre, pero lo revela realizando su obra. Esta obra no se

1 Catecismo Romano, parte 4ª, capítulo 10.


CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 55

realiza para nosotros y en nosotros sino en la medida que su


Nombre es santificado por nosotros y en nosotros” (n. 2807-2808).
La gloria por la que Dios creó es la gloria del hombre : “La santi-
dad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que
se manifiesta de El en la creación y en la historia, la Escritura lo
llama Gloria, la irradiación de su Majestad. Al crear al hombre «a
su imagen y semejanza», Dios «lo corona de gloria» (cf. Sal 8, 6)”
(n. 2809). “A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre «nos llama a
la santidad» (1 Ts 4, 7) y como nos viene de El que «estemos en
Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros santificación» (1 Cor
1, 30) 1, es cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nom-
bre sea santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia
de nuestra primera petición” (n. 2813). Se llega así a un curioso
resultado, ¡ya no es más la gloria de Dios el mayor bien del hom-
bre, sino la gloria del hombre el mayor bien de Dios!

11º Conclusión

Sería legítimo señalarle al humanista ateo, como recurso apo-


logético, que coincidimos en la promoción del hombre, agregán-
dole que no hay verdadera promoción de la dignidad humana si
no se tiene en cuenta la relación del hombre con Dios, es decir, la
religión. Pero sólo por un momento, porque la coincidencia en
aquella finalidad es puramente material, pues unos la procuran
para divinizarse y otros para dar gloria al verdadero Dios, y en
consecuencia, las realizaciones concretas de tal promoción se da-
rán en formas opuestas. Pero evidentemente no es esto lo que hi-
zo el Concilio.
Puede ocurrir también que se adopte este lenguaje por no
advertir las distinciones que se hace necesario establecer, las que
– como dijimos – no carecen de sutileza. Pero esto justifica que

1 “Dios hizo a Jesús santificación para nosotros” : referido a nosotros como a


sujetos que podemos participar de la santidad de Jesucristo, pero no subordi-
nado a nosotros como un medio al fin.
56 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

de vez en cuando se diga una mala frase, pero no que siempre y


sistemáticamente se hable de esa manera. Además, si alguien con
espíritu católico comete este error, se horroriza cuando se hacen
patentes las consecuencias. Esto es probablemente lo que le pasó
a la mayoría de los obispos que firmaron la Constitución Gau-
dium et spes.
Mas quien hace sentar de este modo al hombre en el trono de
la creación y pone el Creador a su servicio, ha cegado su intelecto
por un orgullo insensato. Es cierto que este pecado, como la ex-
periencia lo enseña, puede crecer por grados con mucha inadver-
tencia, porque se envuelve en ropajes de gran religiosidad. Pero
la adoración del «Hombre» como imagen de Dios – “Padre, glori-
fica al Hombre para que el Hombre te glorifique” – es, en su es-
pecie completa, el pecado del primer personalista, Lucifer, que
prefirió la contemplación de su propia esencia, como más perfec-
ta imagen de la divinidad, a subordinarse con toda la naturaleza
en adoración al Verbo encarnado. Los frutos que el Concilio ha
dado en cuarenta años no lo absuelven de este pecado.

II. Un humanismo católico


(causa material)
1º Las supuestas raíces evangélicas
del humanismo conciliar

Podemos considerar un hecho histórico que el humanismo,


nuevo o viejo, tiene origen en el cristianismo, porque de él toma
sus ideas y su fuerza. Gilson señala, en L’esprit de la philosophie
médiévale 1, que si bien la teología cristiana no podría haberse
constituido sin el aporte de la sabiduría griega, la estima de la
dignidad del hombre aún en la individualidad de su persona, es

1 Étienne Gilson, L’esprit de la philosophie médiévale, 2º édition, Vrin, Paris

1948. Cf. c. X : «Le personnalisme chrétien» (p. 194-213).


CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 57

consecuencia del Evangelio. Y Maritain no se equivoca cuando


dice : “Considerando al humanismo occidental en sus formas
contemporáneas aparentemente más emancipadas de toda meta-
física de la trascendencia, salta a la vista que si en él subsiste un
resto de concepción común de la dignidad humana, de la liber-
tad, de los valores desinteresados, es la herencia de ideas anti-
guamente cristianas y de sentimientos antes cristianos, hoy secu-
larizados” 1. Aunque en la valoración de este hecho y la explica-
ción de sus causas mucho se difiere.
En el hombre antiguo – aunque quizás habría más bien que
decir en el hombre precristiano, porque le que diremos sigue va-
liendo para todos aquellos pueblos que han permanecido ajenos
a la influencia del cristianismo – la persona individual no vale y
como que ni existe sino en cuanto se integra en la «gran familia»,
esto es, en aquel orden social en el cual ingresa por nacimiento.
Esto no se dio sólo en Grecia y Roma, sino también en los pue-
blos antiguos de Asia, África y América, así como en el mismo
pueblo de Israel. Porque es natural que así sea, ya que el hombre
es un animal político por naturaleza, que no puede subsistir, ni
perfeccionarse, ni obrar, ni prolongarse en el tiempo sino como
parte de la sociedad familiar, entendida ésta en sentido amplio.
En un cierto sentido muy verdadero, todo en el hombre es bien
común, porque si bien existe como sustancia individual, le debe
su existencia a los patres, y esta deuda de piedad lo lleva a dar la
vida por la patria de una manera tan espontánea como se expone
la mano para proteger la cabeza. Ahora bien, lo natural al hom-
bre, como la etimología de la palabra lo indica, es lo que le viene
primeramente por nacimiento y no por libre elección.
La pertenencia del hombre a la familia es tan constitutiva,
que Dios la había respetado al elevar al hombre al orden sobre-
natural, asociando el don gratuito de la justicia original a la mis-
ma naturaleza humana, de manera que este don también debía

1 Jacques Maritain, Humanisme intégral, Aubier, Paris 1936, p. 14.


58 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

transmitirse por el nacimiento. Por eso, al perderse este tesoro


por el primer pecado, lo que se transmite por nacimiento no es la
gracia sino el pecado original.
En el pueblo que Dios se elige aparecen elementos que se sa-
len del antiguo concepto del hombre. Su elección descansa en la
vocación de Abraham y la fidelidad de su respuesta, y los títulos
sobre su posesión territorial no vendrán del nacimiento sino de
la divina promesa. Pero la pertenencia al pueblo elegido no deja
de estar ligada al nacimiento, aunque deba sellarse con la circun-
cisión y quede marcada muchas veces por la libre vocación de
Dios, como cuando elige a Jacob en lugar de Esaú.
El régimen antiguo va a cambiar profundamente con la veni-
da de Nuestro Señor Jesucristo y la institución de la Iglesia. Por-
que en esta Sociedad, ofrecida a todas las naciones como única
Arca de salvación, no se ingresa por el nacimiento natural, sino
por el Bautismo, que es un nacimiento espiritual al que se accede
por una respuesta libre y personal a la vocación divina. Hoy nos
cuesta imaginarnos la novedad que esto suponía para las socie-
dades antiguas. Una joven romana no tenía más nombre personal
que el gentilicio de su familia, y pertenecía en cuerpo y alma a su
gens hasta que era entregada, por el matrimonio, a otra familia.
Una actitud como la de Santa Inés, que a sus trece años ha decidi-
do ser en cuerpo y alma de Cristo, y se niega al matrimonio que se
le había elegido, era impensable en el concepto antiguo. La Iglesia
aparece como una Sociedad superior, que no suplanta sino inclu-
ye las sociedades civiles, cuya patria es el mundo entero, y a la
que no se ingresa por nacimiento sino por libre elección personal.
Este es el hecho que hace aparecer la persona y su libertad bajo
una luz muy diferente que la que pudo tener en la antigüedad.
Aunque esta manera de pertenecer a Cristo y a la Iglesia real-
za la persona y su responsabilidad ante Dios y los hombres, sin
embargo seguimos en el polo opuesto al individualismo perso-
nalista. Porque la Iglesia se presenta, justamente, como la Familia
universal (católica) – cuyo Pater es el mismo Dios y cuya Patria
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 59

definitiva es el Reino de los cielos –, que sigue considerando al


individuo como un desvalido que no se salva por sí mismo y al
que, por lo mismo, no pretende arrancar de su contexto político.
Y esta Sociedad familiar se presenta con un poder efectivo (sa-
cramental) para curar a sus hijos de las heridas de ignorancia,
malicia y demás miserias, y sostenerlos frente a los poderes mun-
danos y al poder satánico que está por detrás : “No temáis, Yo he
vencido al mundo” (Jn 16, 33). Harán falta mil años para que el
hijo pródigo se olvide de todo lo que le ha dado la Casa paterna
y crea que puede dejarla para gozar individualmente de su res-
tablecida libertad personal 1.
Lo que dará a la persona humana una dignidad que la fragi-
lidad y miseria de su existencia concreta no podía fundar, será la
revelación del amor misericordioso del Padre hacia nosotros, que
nos dio a su Hijo para restablecernos por su Sacrificio en nuestra

1 La explicación que aquí damos no es la que encontramos en Gilson y se la

debemos a Rubén Calderón Bouchet (no es lo único que le debemos), quien,


marcando la diferencia en la manera de pertenecer a la sociedad eclesiástica y ci-
vil, habla muchas veces de la Iglesia como de una «sociedad de personas». Cf. La
arcilla y el hierro, Nueva Hispanidad 2002, p. 198. En la obra citada más arriba,
Gilson contrapone un supuesto especifismo griego, a todas vistas exagerado, con
una discutible valoración cristiana de la persona individual. “En una doctrina
como la de Platón, no es aquel Sócrates que tanto celebró lo que importa, sino el
Hombre. Sócrates no tiene importancia sino porque es una participación excep-
cionalmente feliz, aunque accidental, en el ser de una idea. […] En el sistema de
Aristóteles, la irrealidad y el carácter accidental del ser físico individual, cuando
se lo compara con la necesidad de los actos puros, son igualmente evidentes. […]
Aunque es justo decir que la filosofía de Aristóteles pone mucho más fuertemen-
te el acento sobre la realidad de los individuos que lo que hace la filosofía de Pla-
tón. Sin embargo, en una y otra filosofía, es el universal lo que importa” (p. 195).
La supuesta estima de la especie universal sobre los hombres individuales que
sobre todo Platón tendría, no condice con la preocupación moral y política que
en Platón y Aristóteles tanto brilla, porque la búsqueda de la justicia individual y
social sólo tiene sentido para los hombres considerados en su individualidad. Y
también parece exagerada la supuesta estima del individuo por parte de la cris-
tiandad medieval, que Gilson adorna con una discusión sobre el principio de in-
dividualidad, donde disminuye sin motivo la solución aristotélica.
60 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

condición de hijos adoptivos, y que nos envió al Espíritu Santo


para vivificar la Iglesia, en la que pudiera ser efectivamente re-
parada nuestra libertad : “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32).
En este hecho se fundan los «cristianos nuevos» para decir
que su personalismo y humanismo tiene raíces evangélicas. Pero
las ideas cristianas se vuelven humanismo cuando son sacadas
de sus quicios 1. La dignidad del hombre debe conjugarse con
cuatro dogmas católicos fundamentales : la elevación al fin so-
brenatural, la caída del pecado original, la redención por el sacri-
ficio de Cristo y la necesidad de la Iglesia :
 La elevación del hombre al fin sobrenatural nos lleva a ha-
blar no tanto de dignidad humana sino divina : “Su divino poder
nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, me-
diante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su
propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido con-
cedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os
hicierais partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4).
 La caída del pecado original nos impide gloriarnos de nin-
guna dignidad simplemente humana, pues dejó la naturaleza
humana herida y la humanidad entera destinada a la muerte
eterna : “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por
el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres,
por cuanto todos pecaron” (Rom 5, 12).
 El dogma de la redención por el sacrificio de Cristo nos
obliga a exaltar solamente la dignidad cristiana, esto es, de ungi-

1 Rubén Calderón Bouchet, «Religión y sociedad», en Cuadernos de La Reja


n. 3, p. 20 : “¿Hay alguna idea, por revolucionaria que nos parezca, en el curso
diacrónico de nuestra civilización, que no sea una idea cristiana sacada de su
quicio religioso? Esta verdad aparece por poco que nos aproximemos con algu-
na inteligencia a estudiar el desarrollo de nuestra historia y no son los revolu-
cionarios consecuentes los que niegan este aserto, pues permanentemente seña-
lan que aquellas cosas que el cristianismo promete para un ilusorio más allá,
ellos las conseguirán en la tierra por poco que se cambien las estructuras de
nuestra convivencia”.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 61

dos en la Sangre de Cristo : “Cuanto a mí, no quiera Dios que me


gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el
mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6, 14).
 El dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación, en
fin, nos hace ver que tal dignidad no permanece en nosotros sino
en cuanto somos parte del Cuerpo Místico : “Reconoce, oh cris-
tiano, tu dignidad, pues participas de la naturaleza divina, y no
vuelvas a la antigua vileza con una vida depravada. Recuerda de
qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. Acuérdate que has
sido rescatado de la potestad de las tinieblas y trasladado a la luz
y reino de Dios” 1.
Como iremos viendo, el humanismo conciliar se hará el pro-
motor de los valores evangélicos de la dignidad y libertad hu-
manas después de haberlos supuestamente curado de su «sacra-
lismo», invirtiendo la relación entre naturaleza y gracia (conse-
cuencia inmediata del giro antropocéntrico), de su «pesimismo»,
negando las consecuencias del pecado, de su «dolorismo», ne-
gando la satisfacción vicaria de Cristo, y de su «separatismo»,
negando la necesidad de la Iglesia para la salvación.

2º La necesidad para el humanismo


de permanecer católico

Podríamos objetarle al humanismo conciliar : ¿Por qué se dice


«humanismo nuevo» si todas las tendencias señaladas ya se dan
en el humanismo de los siglos XIV y XV? La respuesta es clara.
Las tendencias humanistas entran en conflicto con el catolicismo
tradicional y llevan al humanismo a separarse de la Iglesia; pero
en la medida en que se separa, se pervierte y se muere. Esta es

1 San León Papa, sermón I De Nativitate Domini, lección VI de los maitines

de Navidad : “Agnosce, o Christiane, dignitatem tuam : et divinae consors fac-


tus naturae, noli in veterem vilitatem degeneri conversatione redire. Memento,
cuius capitis et cuius corporis sis membrum. Reminiscere, quia erutus de potes-
tate tenebrarum, translatus es in Dei lumen et regnum”.
62 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

una necesidad en cierta manera metafísica, que se explica por lo


que acabamos de decir : el hombre es animal social, y tiene su na-
turaleza herida tanto en el orden personal como en el político, y
sólo el poder real y efectivo de la Sociedad eclesiástica es capaz de
sanarlo en ambos órdenes. Cuando el hombre individual se aleja
de los Sacramentos, es vuelto a atrapar por la avaricia, la lujuria y
la soberbia, y pierde su dominio personal. Y cuando todo el or-
den político se aleja de la Iglesia, éste deja de orientarse al verda-
dero bien común, para ser dominado por los intereses abiertos u
ocultos de aquellos que efectivamente lo gobiernan. Así el «hu-
manismo» se transforma pronto en una hipócrita careta.
Podemos, entonces, definir al «humanismo viejo» como aquel
que se deja arrastrar por la tentación de separación, queriendo
disfrutar de sus logros en paz, pero que pronto entra en agonía
por decrepitud. El «humanismo nuevo», en cambio, es aquel que
reacciona ante estos deslices y renueva los esfuerzos por perma-
necer católico. Es un «humanismo de línea media» que no tiene
paz, porque su relación con el catolicismo es conflictiva pero ne-
cesaria, pues le conserva la vida 1.
No creemos que sea difícil hacer la historia de las reacciones
del «humanismo nuevo» ante los desmanes del «viejo». Hay
reacción de un renacentismo católico (Dante) ante la tendencia
renacentista anticlerical y pagana, pero esta reacción no evita
que, dos siglos después, se caiga en la tentación de la reforma
protestante. Ante los desastres del humanismo reformado del si-
glo XVI se da una nueva reacción de humanismo católico (Vito-
ria). Pero este movimiento no hará sino inhibir la verdadera re-
sistencia católica, permitiendo, dos siglos más adelante, la catás-
trofe de la revolución francesa, causada por el humanismo ilus-
trado. Para paliar estos abusos, viene entonces el «humanismo

1Es la reacción típica que se ha dado, por ejemplo, en tantas las familias li-
berales, cuyos varones entran en la masonería, pero prefieren que la mujer sea
piadosa y las hijas se eduquen en colegios de monjas.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 63

nuevo» del catolicismo liberal (Rosmini 1), cuyo eficaz remedio


va a terminar, pasados otros dos siglos, en el humanismo marxis-
ta, envuelto en los espantos de las últimas guerras. Pues bien,
como todas estas experiencias han sido suficientemente traumá-
ticas como para que quede claro que no conviene que el huma-
nismo se separe de la Iglesia, aparece ahora la gran reacción «ca-
tólica» del humanismo conciliar. Lo «nuevo», entonces, del hu-
manismo que triunfó en el Concilio – novedad que se renueva
ante cada fracaso de la novedad anterior –, es su intención cada
vez más inconmovible de permanecer católico.
La intención de «catolicidad» es demasiado firme como para
pensar que sea el resultado de diversos factores accidentalmente
conjugados, pero no dejan de apreciarse en ella diversos aspectos :
 La ilusión humanista supone cierta ingenuidad que sólo pa-
rece posible en quienes se han formado en un ambiente de cris-
tianismo superficial. “Los hijos de este mundo son más astutos
con los de su generación que los hijos de la luz” (Lc 16, 8), y más
tontos son estos últimos mientras menos luz tienen en su interior.
Apenas se aparta del ambiente católico, la ilusión humanista se
transforma en maquiavélica (pero siempre estúpida) hipocresía.
 Las ideas cristianas que el humanismo desquicia, sólo tie-
nen vigor real en la integridad del catolicismo, de allí que sea ne-
cesario conservar la mayor conexión posible con éste para que
sigan operando. Como veremos en el próximo punto, su fuerza
será máxima cuando tengan a su servicio no sólo el pensamiento
católico, sino el poder mismo del orden eclesiástico.
 El enemigo mortal del «humanismo integral» es el catoli-
cismo integral, en particular el tomismo, porque posee en verdad

1 T. Urdanoz O. P., Historia de la Filosofía, t. IV, BAC 1991, p. 645 : “El «espí-

ritu rosminiano» representó ese movimiento moderadamente liberal y renova-


dor de la filosofía y de la cultura de acuerdo con las exigencias del espíritu mo-
derno, manteniendo siempre la supremacía de los valores espirituales del cris-
tianismo”.
64 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

todas las bondades que aquel posee en apariencia, y está adver-


tido de sus sofismas. Ahora bien, como dice el refrán, si no pue-
des con tu enemigo, únetele. De allí que, habiendo podido com-
probar su debilidad ante la restauración del tomismo que pro-
movieron los Papas, el humanismo ha procurado evitar el cho-
que directo con la teología tradicional y ha buscado especialmen-
te cubrirse con la autoridad de Santo Tomás. En este punto tuvo
especial importancia la defección de Maritain.
La gran buena nueva del Concilio ha sido, entonces, la puesta
a punto de una fórmula de más perfecto equilibrio para un hu-
manismo supuestamente católico. Es un equilibrio de fuerzas
opuestas, que en la medida que crecen, crece la tensión. Pero se
equivoca quien cree que la intención de permanecer en la Iglesia
no es sincera o no es eficaz. Lo es tanto que, a pesar de la crisis
de autoridad que hoy sufre la Iglesia, esta intención llevó a la rá-
pida elección de Benedicto XVI, el Papa de la «continuidad con la
tradición».

3º Conclusión

El humanismo del Vaticano II tiene en la Iglesia su sujeto pro-


pio porque, como en todo humanismo, sus ideas motrices son
nociones cristianas desquiciadas, pero a diferencia de los huma-
nismos viejos, tiene plena advertencia de que si quiere conservar
su vida, no debe dejarse separar de la Iglesia. De allí su conven-
cida intención de acomodarse a sus dogmas y a su disciplina. Y
como todo humanismo, es esencialmente antropocéntrico, pero
se distingue porque no sólo no niega a Dios (ya había humanis-
mos que no son ateos), no sólo no niega a Jesucristo (ya había
humanismos cristianos), sino que pretende poner al servicio del
hombre a la misma Iglesia católica.
En conclusión, la nueva forma introducida en la Iglesia por el
Concilio Vaticano II es católica en cuanto que vive de las fuerzas
de la Iglesia, pero es anticatólica en cuanto a su finalidad. Es
muy semejante a un cáncer, que vive y crece por las fuerzas vita-
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 65

les del organismo y tiende a matarlo 1. Así como al tumor que se


da en el cerebro lo llamamos «cerebral», así también llamamos
«católico» al humanismo conciliar.

III. Un nuevo ejercicio de la autoridad


(causa eficiente)

1º La reinvención moderna de la autoridad

De un modo muy esquemático – que exigiría muchas explica-


ciones – podemos decir que el movimiento humanista surgió
como un movimiento de rechazo de la autoridad. Nació en el si-
glo XIV como una liberación de la autoridad doctrinal de la Igle-
sia, liberando la fe por el recurso a las fuentes escriturarias sin la
glosa de los teólogos y liberando la razón por la vuelta a la filo-
sofía y literatura paganas. En esta tarea destructiva tuvo especial
efecto el movimiento pendular entre el formalismo voluntarista
de Duns Escoto y el nominalismo simplista de fray Guillermo de
Ockham. Como era inevitable, esto llevó a liberarse también de
la autoridad disciplinar de la Iglesia. Los reyes cristianos fueron
de los primeros en hacerlo (Felipe el Hermoso), favoreciendo con
su ejemplo la generalización de este movimiento en la reforma
protestante del siglo XVI. El proceso de liberación tampoco po-
día quedar allí. En el siglo XVII, Descartes se libera, con su «du-
da metódica», de toda autoridad doctrinal anterior, sean teólogos
cristianos o filósofos paganos, poniéndose a pensar sin el respeto
reverencial de la tradición, que hasta entonces había caracteriza-
do al hombre desde la antigüedad. Y como no podía dejar de
ocurrir, un siglo después, el humanismo ilustrado le corta la ca-
beza a los reyes para liberarse también de la autoridad discipli-
nar del orden político cristiano.

1 No es propiamente un parásito, porque no tiene un organismo distinto

del de su huésped. Es una subversión del mismo catolicismo.


66 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Pero como sin autoridad no existe ninguna sociedad, en la


medida en que se fue destruyendo el concepto y la realidad de la
autoridad sostenida por la Iglesia, se iba intentando fundar un
modo de autoridad nueva, a la que podemos llamar moderna. Si
ponemos el origen de este proceso en Marsilio de Padua y su
plenitud en Maquiavelo, no creemos equivocarnos demasiado. El
primero invierte la relación entre el poder político y el eclesiásti-
co en el orden temporal, justificando la existencia de una autori-
dad política liberada sobre todo de su subordinación al magiste-
rio de la Iglesia. Maquiavelo va a llevar ese proceso a su término,
liberando el ejercicio del poder de toda subordinación a princi-
pios doctrinales. Invierte la relación entre el orden especulativo y
el práctico. Ahora bien, el ejercicio maquiavélico del poder – al
que malamente se puede llamar autoridad – exige una justifica-
ción ante los ingenuos, y así se fue creando el sofisma de la de-
mocracia. Esta es una máscara que oculta un poder sin principios
doctrinales ni responsabilidad moral.
El Concilio Vaticano II significó la adopción de la modalidad
moderna en el ejercicio del poder por parte de la jerarquía ecle-
siástica, única que guardaba todavía el ejercicio de una verdade-
ra autoridad. Caían así junto con ella todas las autoridades polí-
ticas que intentaban trabajosamente sostenerse en un ejercicio
más tradicional, pues se hacían fuertes con el respaldo doctrinal
y moral de la Iglesia.

2º Una nueva jerarquía para una «nueva cristiandad»

El humanismo liberal había rechazado la autoridad de una


Iglesia que supuestamente ponía de tal modo el hombre al servi-
cio de Dios, que terminaba despreciando los valores humanos,
impidiendo su influencia en el orden temporal. Pero el huma-
nismo nuevo – como dijimos – no sólo comprobó, con la expe-
riencia de las divisiones del protestantismo, la necesidad de cier-
ta autoridad para mantener en la unidad a una comunidad reli-
giosa, sino que comprobó también, dolorosísimamente con las
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 67

dos guerras mundiales, la necesidad de la Iglesia para mantener


el orden entre las naciones. El liberalismo había fracasado, por lo
que había que proponer, entonces, un nuevo modo de ejercer la
autoridad que le permitiera a Cristo volver a reinar en las perso-
nas y pueblos, para lo cual no tenía que buscar demasiado, por-
que le bastaba trasladar al orden eclesiástico el modelo democrá-
tico de los modernos poderes políticos. En el Concilio triunfó y
se puso en obra la proposición del nuevo humanismo que ponía
la Iglesia al servicio del hombre para alcanzar así una «nueva
cristiandad».
Observemos que nosotros, católicos integristas, no termina-
mos de entender el carácter católico del nuevo humanismo y lo
identificamos sin más con el liberalismo clásico, pero no es así.
Ante el triunfo universal de la revolución moderna, el antili-
beralismo tradicional había prácticamente desesperado del
reinado social de Nuestro Señor, especialmente desanimado por
la política de ralliement adoptada por la jerarquía eclesiástica en
el último siglo 1. Ahora bien, queriendo ser fiel a las directivas

1 Se llama «política de ralliement» – que podría traducirse como «política de


acuerdismo» –, a la estrategia prudencial que sostuvieron los Papas frente a los
gobiernos nacidos de la Revolución, por la que prefirieron no enfrentarse sino
reconocer su más que discutible legitimidad, creyendo mejor para el bien de la
Iglesia la actitud de diplomática amistad que la de franca guerra. Hubo dos
momentos en que pudo apreciarse claramente que esta estrategia fue catastrófi-
ca, con el ralliement de León XIII a la República en Francia y la condenación de
Pío XI a la Acción francesa. Pero fue una actitud constante de Roma – con la
única excepción de San Pío X – que desemboca en la Ostpolitik de Pablo VI. Esta
puede considerarse ciertamente como una de las causas inmediatas más im-
portantes que llevaron al Concilio. Philippe Prévost hace la historia de este pro-
ceso en su importante obra L’Église et le ralliement. Histoire d’une crise 1892-2000
(C. E. C. Paris 2001, 437 páginas), en la que quisiéramos que subrayara mejor la
importante diferencia entre el error prudencial que pudieron cometer los Papas
hasta Pío XII, y el error doctrinal en que se cae después. Aunque debemos reco-
nocerle al autor que aquél llevó a éste, al desprestigiar a los católicos antirrevo-
lucionarios y, sobre todo, al dejar sembrada la Iglesia de la cizaña de los obis-
pos liberales.
68 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

pontificias, el nuevo humanismo es también antiliberal y busca


restaurar el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, y lo hace
– según cree – con un realismo más inteligente y optimista. De-
bemos entender que los humanistas integrales se sienten los ver-
daderos «cristeros» de la sociedad moderna.
Para sufrir la transformación requerida por el nuevo huma-
nismo, bastaría que la jerarquía eclesiástica tome conciencia que
su función no es de dominio sino de servicio. Si Dios mismo, ejem-
plar de toda autoridad, puso toda la creación y su gobierno al
servicio del hombre – según lo entiende el humanismo, como
explicamos al hablar de la finalidad –, con mayor razón debe po-
nerse al servicio del hombre la jerarquía de la Iglesia. ¿Acaso no
dijo Nuestro Señor : “Sabéis que los jefes de las naciones las do-
minan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su
poder; no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera lle-
gar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la
misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servi-
do, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt
20, 25-28)?

3º Autoridad y bien común

El ejercicio de la autoridad, ciertamente, no debe transfor-


marse en un dominio absoluto, por el que se pone a los hombres
como siervos del bien particular del grupo que se ha apoderado
de los resortes del gobierno, como si éste fuera Dios. Pero tam-
poco se puede considerar la autoridad a modo del mayordomo
puesto al servicio del bien particular de cada uno de los hijos de
la casa. La autoridad está puesta al servicio sacrificadísimo del
bien común que, en el caso de la autoridad humana, está por en-
cima de ella y de todos los miembros de la comunidad. Jesucristo
nos mostró cómo el ejercicio de la autoridad pide la mayor hu-
mildad y hasta el sacrificio de la vida, pero aún cuando se puso a
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 69

hacer el oficio más servil, nunca la menoscabó : “Vosotros me


llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque de verdad lo soy.
Si Yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maes-
tro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros” (Jn
13, 13). Los Papas tenían una clara noción de la autoridad y del
bien común cuando, sin bajarse de la Cátedra de San Pedro, se
declaraban «siervos de los siervos de Dios».
Una de las exigencias, justamente, del catolicismo del nuevo
humanismo, consiste en no abandonar – pese a todas las dificul-
tades que implique – el diálogo con el pensamiento tradicional y
la reinterpretación de sus doctrinas. Los que se tomaron la liber-
tad de pensar en ruptura con la tradición, terminaron separados
de la Iglesia. Cree necesario, entonces, aferrarse a lo que Benedic-
to XVI ha llamado la «hermenéutica de la continuidad». Esta exi-
gencia obliga a los nuevos pensadores a dar alguna interpreta-
ción a las nociones tradicionales de autoridad y bien común, por
más que su manera de pensar los lleva más bien a librarse de
ellas. Y resulta sorprendente que autores de formación tan dife-
rente, como pueden serlo el tomista Jaques Maritain y el jesuita
Gastón Fessard, formado en el diálogo con Hegel y el existencia-
lismo, terminen en posiciones muy semejantes 1.
Pero quizás no deberíamos sorprendernos tanto, porque la
esencia de la posible solución es única y simple. Vimos que la
exageración de la dignidad de la persona humana lleva a invertir
su relación con el bien común, subordinando éste a aquélla. Pues
bien, no hace falta hacer más, porque como todos están de
acuerdo en que la autoridad se entiende en orden al bien común,
también la autoridad va a quedar subordinada a la persona por
alguna manera de democracia.

1 Gaston Fessard, Autorité et bien commun, Aubier, Paris 1944, 122 páginas.

Este librito, redescubierto después del Concilio y reeditado en 1969, es el resul-


tado de unas conferencias dadas para la revista «Esprit», fundada por E.
Mounier y J. Lacroix, difusora del personalismo cristiano antes y durante la se-
gunda guerra mundial.
70 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

4º Conclusión

El éxito del humanismo integral, fruto de su sincera y perse-


verante voluntad de permanecer católico, consistió en no haberse
opuesto al poder jerárquico sino, por el contrario, en habérsele
ofrecido como mediador en sus conflictos con el mundo mo-
derno, hasta persuadirlo de transformarse según sus consejos, lo
que logró completamente en el Concilio Vaticano II. Allí comien-
za, con audacia y decisión, la puesta en práctica de la estrategia
de la «nueva cristiandad», poniendo ahora en la empresa no sólo
la fuerza de las ideas cristianas, sino el inmenso poder del Papa y
de la jerarquía eclesiástica 1.

IV. Qué es formalmente


el humanismo conciliar

La inversión personalista que pone a Dios al servicio del


hombre, y por lo tanto a la Iglesia, lleva también a invertir la re-
lación entre gracia y naturaleza, estimando a aquella sólo porque
perfecciona a ésta. Del hombre, entonces, se promueve la dig-
nidad que le viene de sus valores estrictamente humanos, en es-
pecial de su libertad; de allí que este humanismo termina siendo
un naturalismo capaz de traer a su molino todos los dogmas cris-
tianos.
Por lo tanto – como dijimos al principio –, el Concilio ha co-
metido de manera social y con carácter oficial, el mismo pecado
que comete el religioso que deja de vivir para Cristo y comienza
a mirarse a sí mismo. De hecho, Pablo VI y Juan Pablo II han de-
finido muchas veces el Concilio como una «toma de conciencia»
que la Iglesia ha hecho de sí misma 2, como si hasta entonces hu-

1 La manera de llevarlo a cabo se analiza en el capítulo III.


2 Cf. P. de la Rocque, «Vatican II, voix de la conscience ecclésiale», en Auto-
rité et réception du Concile Vatican II, 4e Symposium de Paris, 2005, p. 169-196.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 71

biera estado olvidada de su propio ser. Si bien esta manera de


hablar responde al psicologismo del pensamiento moderno, no
deja de tener fundamento real. El verdadero religioso debe vivir
olvidado de sí y vuelto totalmente a Nuestro Señor, y su religión
entra en riesgo cuando comienza a prestarse atención a sí mismo.
Este ha sido justamente el pecado del Concilio : dejar la orienta-
ción a Dios y volver la mirada satisfecha a la propia humanidad,
engalanada por los dones de Dios. Sí, es cierto, nuestra humani-
dad está hecha a imagen de Dios, pero ¡ay de nosotros si nuestro
corazón se detiene en la imagen y no sigue al Creador! ¡Este y no
otro fue el pecado que perdió a Lucifer!
Si bien se mira, así como la religión católica se llama con toda
propiedad «cristianismo», así también la religión conciliar mere-
ce el nombre de «humanismo» :
 El catolicismo consiste en una actitud religiosa que orienta
todas las cosas a Jesucristo, en cuanto es “Imagen de Dios invisi-
ble, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas
todas las cosas” (Col 1, 15), rindiendo culto a Dios “per Ipsum, et
cum Ipso, et in Ipso” (Canon romano). Si bien Jesucristo es Dios y
hombre, y como hombre nos facilita el acceso al conocimiento y
amor de Dios, “ut dum visibiliter Deum cognoscimus, per hunc in
invisibilium amorem rapiamur, para que, conociendo a Dios visi-
blemente, seamos por ello arrebatados en el amor de lo invisible”
(Prefacio de Navidad), sin embargo nuestra religión no es idolá-
trica, porque la humanidad de Nuestro Señor está asumida en la
Persona del Verbo, Imagen consubstancial de la divinidad. De
manera que nuestra religión es ciertamente «cristianismo», pues
el culto a Cristo es culto a Dios en sí mismo.
 Formalmente considerada, la novedad conciliar consiste en
una actitud religiosa que reorienta todas las cosas al hombre, en
cuanto es imagen de Dios y primogénito de toda la creación,
porque – según la inversión del personalismo – para él fueron
creadas todas las cosas. La persona humana sería como la pro-
ducción y emanación de las Personas divinas en la que Dios
72 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

quedaría realizado como Creador; de manera que el Concilio en-


seña a rendir culto al hombre, porque supuestamente por él, con
él y en él se hallaría glorificado Dios. Por eso es muy exacto lla-
mar «humanismo» a la religión conciliar, tanto como a la religión
católica se la llama «cristianismo». El mismo Jesucristo – como se
verá – es valorado por el Concilio en cuanto perfecto Hombre y
no tanto porque sea Dios. Lo único que tenemos que aclarar es
que, a diferencia del cristianismo, el humanismo conciliar es ido-
látrico, porque la humanidad adorada por el Concilio no está en
unión hipostática con la divinidad.
Si consideramos, entonces, la modalidad introducida por el
Concilio según su forma propia, debemos decir que se trata de
una nueva religión que adora al hombre como realidad suprema
de la creación y del Creador. En pocas palabras, lo que aquí te-
nemos es «La Religión del Hombre».

V. Conclusión

Formalmente considerada, la modalidad impresa en la Iglesia


por el Concilio Vaticano II es una nueva religión. Tiene como fi-
nalidad rendir culto a la dignidad de la persona humana, en lo
que coincide con el humanismo ateo; pero, a diferencia de éste,
halla en el hombre un valor trascendente en cuanto imagen viva
de la divinidad, que coronaría a Dios como Creador. En esta em-
presa han sido empeñadas, a manera de materia, todas las rique-
zas de la Iglesia – tanto sus doctrinas e instituciones, como la no-
bleza de sus hijos más ingenuos – por medio de una sutil
reorientación antropocéntrica, tarea preparada con sufrida pa-
ciencia por el «modernismo», condenado por San Pío X a princi-
pios del pasado siglo, y por la «nueva teología», condenada por
Pío XII hacia los años 50. Y si esta transformación pudo imponer-
se en la Iglesia, fue porque se utilizó como agente a la misma je-
rarquía eclesiástica, modificada para el caso según los principios
maquiavélicos de la democracia moderna.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 73

C. PROPIEDADES MÁS NOTORIAS


DEL ESPÍRITU CONCILIAR

Una vez que se ha podido definir una cosa y señalado sus


causas fundamentales, se hace normalmente fácil explicar algu-
nas de sus propiedades, sobre todo las más manifiestas. Respecto
a la obra del Concilio Vaticano II, saltan a la vista varias propie-
dades interesantes, pero creemos suficiente destacar tres que nos
parecen tener un puesto principal. La cualidad más notoria de la
religión conciliar es, nos parece, su optimismo. De ésta se sigue
otra que podríamos denominar la inclusividad de la mente conci-
liar. Y por último, no queremos dejar de referirnos a una tercera
cualidad que le es muchas veces y de muchos modos atribuida :
la novedad.

I. El optimismo
del nuevo humanismo

1º Un Concilio optimista

En el discurso inaugural del 11 de octubre de 1962, Juan XXIII


propuso que el optimismo fuera el sello de su Concilio :
 Optimismo ante la modernidad, que ha contribuido a la li-
bertad de la Iglesia : “Quienes en los tiempos modernos no ven
otra cosa que prevaricación y ruina”, son “almas que, aunque
con celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la
medida” (n. 9). “Disentimos de esos profetas de calamidades que
siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inmi-
nente el fin de los tiempos”. “En el presente orden de cosas, en el
cual parece apreciarse un nuevo orden de relaciones humanas”,
se puede reconocer fácilmente la intervención de la Providencia
74 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

“haciendo que todo, incluso las adversidades humanas, redun-


den en bien para la Iglesia” (n. 10), sobre todo en que “estas nue-
vas condiciones impuestas por la vida moderna tienen, al menos,
una ventaja : la de haber hecho que desaparezcan los innumera-
bles obstáculos con que en otros tiempos los hijos del siglo im-
pedían el libre obrar de la Iglesia” (n. 11).
 Optimismo ante la jerarquía, sin defecto en la doctrina : “Si la
tarea principal del Concilio fuera discutir uno u otro artículo de
la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo con mayor difu-
sión la enseñanza de los padres y teólogos antiguos y modernos,
que suponemos conocéis y tenéis presente en vuestro espíritu,
para esto no era necesario un Concilio” (n. 14).
 Optimismo ante los errores, que desaparecen fácilmente : “Al
iniciarse el Concilio ecuménico Vaticano II es evidente como nun-
ca que la verdad del Señor permanece siempre. Vemos, en efecto,
al pasar de un tiempo a otro, que las opiniones de los hombres se
suceden excluyéndose mutuamente y que los errores, apenas na-
cidos, se desvanecen como la niebla ante el sol” (n. 15).
 Optimismo ante los fieles, cuya dignidad es incorruptible :
“Siempre se opuso la Iglesia a estos errores. Frecuentemente los
condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embar-
go, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la miseri-
cordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a
los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada
más que condenándolos. No es que falten doctrinas falaces, opi-
niones, conceptos peligrosos que hay que prevenir y disipar; pe-
ro ellos están ahí, en evidente contraste con la recta norma de la
honestidad, y han dado frutos tan perniciosos que ya los hom-
bres, por sí solos, hoy día parece que están por condenarlos, y en
especial aquellas formas de vida que desprecian a Dios y a su
Ley… Cada día están más convencidos del máximo valor de la
dignidad de la persona humana” (n. 15).
 Optimismo ante los infieles, que están llenos de buena vo-
luntad : “Parece como refulgir con un triple rayo de luz benéfica
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 75

la unidad de los católicos entre sí, que debe conservarse ejem-


plarmente compacta; la unidad de oraciones y fervientes deseos
con que los cristianos separados de esta Sede Apostólica aspiran
a estar unidos con nosotros; y, finalmente, la unidad en la estima
y respeto hacia la Iglesia católica de parte de quienes todavía si-
guen religiones no cristianas” (n. 17).
 Optimismo ante la política, que pronto establecerá la paz :
“[El Concilio] prepara y consolida ese camino hacia la unidad del
género humano que constituye el fundamento necesario para
que la ciudad terrenal se organice a semejanza de la ciudad celes-
te” (n. 18).
 Optimismo, en fin, ante el mismo Concilio : “El Concilio que
comienza aparece en la Iglesia como un guía prometedor de luz
resplandeciente. Ahora es sólo la aurora, y el primer anuncio del
día que surge” (n. 19). “Puede decirse que el cielo y la tierra se
unen para celebrar el Concilio” (n. 20).
Y en el discurso de clausura, Pablo VI pudo proclamar que
los deseos de su predecesor se habían cumplido : “Hace falta re-
conocer que este Concilio se ha detenido más en el aspecto di-
choso del hombre que en el desdichado. Su postura ha sido muy a
conciencia optimista. Una corriente de afecto y admiración se ha
volcado del Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado sus
errores, sí, porque lo exige no menos la caridad que la verdad;
pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor. El Conci-
lio ha enviado al mundo contemporáneo, en lugar de deprimen-
tes diagnósticos, remedios alentadores; en vez de funestos pre-
sagios, mensajes de esperanza; sus valores no sólo han sido res-
petados, sino honrados, sostenidos sus incesantes esfuerzos, sus
aspiraciones, purificadas y bendecidas” (n. 9).

2º La alegría católica

El problema del optimismo no es pequeño ni secundario, lo


que fácilmente podemos apreciar hoy, cuando la humanidad en-
76 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

tera se hunde en la depresión. El hombre perdió la alegría al salir


del Paraíso terrenal. La vida familiar y social, que tendría que
haber sido su gozo aquí en la tierra mientras esperaba la beatitud
celestial, se le transformó en motivo de penas y tristezas : “Dijo
Dios a al mujer : «…Parirás con dolor los hijos y buscarás con ar-
dor a tu marido, que te dominará». Y dijo a Adán : «…Con el su-
dor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra,
pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volve-
rás»” (Gen 3, 16-19). Los que perdieron la noticia del drama ini-
cial de la humanidad se preguntaron por la felicidad, y los más
lúcidos de ellos, Platón y Aristóteles, fueron muy pesimistas en
cuanto a la posibilidad de ordenar la vida entre los hombres co-
mo para que pudiera alcanzarse. Muy pocos recordaron la pro-
mesa del Redentor – por dos veces uno solo : Noé y Abraham –,
y aunque Dios se hizo un pueblo de ellos, el Pueblo de la Prome-
sa, muchas veces tuvo que reanimarle la esperanza, tantas fueron
las tristezas en que vivió. De hecho, cuando vino finalmente el
Salvador, el fariseísmo había sumido al pueblo judío en una pro-
funda desesperación : “Dijo Jesús a los Doce : ¿Queréis iros voso-
tros también? Respondiole Simón Pedro : Señor, ¿a quién iría-
mos? [Sólo] Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 67).
Jesucristo no sólo nos devolvió el optimismo al anunciarnos
la inminencia del Reino de Dios : “Id y predicad, diciendo que se
acerca el Reino de los cielos” (Mt 10, 7), sino que nos anticipó la
alegría de su posesión : “Tened por cierto que ya el reino de Dios
está en medio de vosotros” (Lc 17, 21). Porque el optimismo con-
siste en la esperanza cierta del bien óptimo, que no es otro que
Dios, mientras que la alegría se sigue de su posesión, y Jesucristo
no sólo nos conduce a Dios, sino que es Dios con nosotros : “Yo
estaré siempre con vosotros hasta la consumación del siglo” (Mt
18, 20). Pero la alegría cristiana, que casi podría considerarse co-
mo la quinta nota de la Iglesia católica, guarda su misterio, pues
brota de la Cruz, como las aguas brotaban del Paraíso para regar
toda la tierra. Porque la alegría cristiana es capaz de alimentarse
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 77

de las más grandes tristezas, pues nace de la aceptación amorosa


del sufrimiento en unión con el sacrificio de Cristo : “Ellos se fue-
ron muy alegres de la presencia del sanedrín, porque habían sido
dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús” (Act 5, 41).
El misterio de la alegría católica, entonces, se concentra en la
Eucaristía, pues por ella nos unimos al sacrificio de Cristo, en
ella conservamos su presencia, con ella comulgamos en su vida.
La Cristiandad medieval supo ser alegre en medio de sus tantí-
simas penas porque tuvo una gran devoción a la Cruz, devoción
rudísima que se hacía suave y como humana por la tanto o más
grande devoción a la Eucaristía y a la Virgen María. Pero la espi-
ritualidad de la Cruz exige una fe muy viva, y parece malsana
locura a los ojos puramente humanos : “Nosotros predicamos a
Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gen-
tiles” (1 Cor 1, 23). Por eso se comprende que los que fueron ca-
yendo en la acidia que dio lugar al mal llamado Renacimiento,
juzgaran de manera negativa el espíritu que forjó la Cristiandad.
El humanismo, entonces, de los siglos XIV y XV pretendió ser
una reacción optimista frente al supuesto pesimismo del catoli-
cismo medieval. La espiritualidad sacrificial del medioevo habría
llevado a un desprecio de los valores puramente humanos, y los
hombres del Renacimiento quisieron mostrar que se podía dis-
frutar en el tiempo de las bellezas terrenales, dejando para la
eternidad las alegrías del cielo.

3º El optimismo histórico

El hombre antiguo, entonces, que guardaba un recuerdo con-


fuso de sus orígenes y había perdido la promesa de la redención,
carecía de esperanza en el futuro. El estado óptimo de la huma-
nidad se había dado al comienzo, cuando tuvo el favor de los
dioses, y cuyo recuerdo se había conservado en los mitos. “La
sociedad tradicional [antigua] está poseída por la nostalgia de un
mítico retorno a los orígenes, al tiempo primordial. El futuro es
78 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

una amenaza de disgregación y muerte… En un sentido propia-


mente histórico, el hombre arcaico carecía en absoluto de esa
confianza en el porvenir de la humanidad que inspira la espe-
ranza en los «mañanas que cantan»… A la pregunta : ¿Cómo so-
porta el hombre la historia?, la respuesta religiosa es siempre ne-
gativa : la historia es la caída, el pecado ontológico por antono-
masia y el triste reino de los efímeros. La historia nace con la
pérdida del paraíso y de la relación primordial del hombre con
Dios”. “El hombre antiguo no conoció la fe en el esfuerzo pro-
gresivo del hombre y careció de esperanza en la historia. Para
eludir la acción destructora del tiempo, se refugió en la perenne
repetición de los arquetipos míticos. La historia era el reino de la
corrupción y la muerte” 1.
Sólo el Pueblo elegido mirará la historia con optimismo, fun-
dado en la promesa del Redentor. “La actitud histórica del pue-
blo de Israel es la primera en romper el círculo clauso donde se
mueve el hombre antiguo. Israel nace a la historia bajo la presión
de la promesa de Yahvé. Esta promesa, un tanto vaga e impreci-
sa en sus comienzos, adquiere en el proceso histórico de este
pueblo mayor consistencia. Anuncia el tiempo del Mesías, el rey
salido de la raza de David que ha de colmar la esperanza de sus
fieles dándoles la posesión de un reino sin desmedro” 2.
Pero Dios, como buen Pedagogo, para ir elevando poco a po-
co a su Pueblo a una mayor madurez espiritual, había alentado
la expectativa del Reino con promesas terrenales – como a un ni-
ño se le promete un caramelo para que rece sus oraciones –, que
no eran falsas pero no debían interpretarse de manera carnal.
Ahora bien, los espíritus carentes de elevación religiosa, fueron
forjándose una idea del Reino mesiánico totalmente terrena y
temporal, en la que fueron poniendo sobre todo las ansias de
desquite y de emulación por la dominación romana. Cuando el

1R. Calderón Bouchet, Esperanza, historia y utopía, Dictio, Buenos Aires


1980, p. 32 y 183.
2 Op. cit. p. 34.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 79

Mesías finalmente llegó, los jefes del pueblo judío estaban gana-
dos por la esperanza de un imperio judío mundial de carácter
político, que pondría a Israel a la cabeza de las naciones, y no los
conformó la proposición de Jesucristo de un predominio pura-
mente espiritual, con la instauración definitiva del Reino de Dios
recién después del fin de los tiempos. Y por eso lo crucificaron.
De las palabras y del ejemplo de Jesucristo, en cambio, no
surge ningún optimismo histórico, sino más bien todo lo contra-
rio : “Cuando viniere el Hijo del hombre, ¿os parece que hallará
fe sobre la tierra?” (Lc 18, 8). “Será tan terrible la tribulación en-
tonces, como no la hubo semejante desde el principio del mundo
hasta ahora, ni la habrá jamás. Y a no acortarse aquellos días,
ninguno se salvaría; mas se abreviarán por amor de los escogi-
dos” (Mt 24, 21). Porque la Iglesia no va a esperar en el tiempo
histórico algo mejor que lo que tuvo Cristo, quien acabó sus días
crucificado. Pero si bien espera ser crucificada por el Anticristo,
esto mismo no lo espera con pesimismo, porque será el momento
de devolverle a su Redentor la señal más pura del amor, que es
dar la vida por el Amigo. Es más, Ella sabe que en este aparente
fracaso de la carne hay un verdadero triunfo del espíritu, y que
mientras conserve la disposición al martirio, las puertas del in-
fierno (esto es, las potencias corruptoras del maligno) nunca
triunfarán : “En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero
tened confianza, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Y esto que
decimos de la Iglesia en general, debe decirse del fiel cristiano en
particular, que no espera nada óptimo en los días de su historia
personal, sino sólo dar el testimonio del sacrificio : “Yo prodigué
mi vida, prodigué mi futuro por tu amor, ¡oh Jesús! A los ojos
profanos de los hombres como rosa marchita para siempre un
día moriré. Mas moriré por ti, ¡oh Niño mío, hermosura supre-
ma! ¡Oh suerte venturosa! Deshojándome, quiero demostrarte mi
amor” (Santa Teresita, seis meses antes de morir tuberculosa).
Esta es justamente la actitud que la reacción humanista va a
repudiar como pesimista, queriendo darle a la vida y a la historia
80 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

del hombre una visión más positiva. Para ello le prestará más
atención a la economía y a la finalidad temporal de la política,
aproximando así sus nuevas esperanzas a la carnalizada espe-
ranza judía. La única diferencia – ¿que siempre será tal? – está en
que la instauración del Reino no sería obra de más mesías que la
propia humanidad. El judaizante optimismo histórico será espe-
cialmente recalcado por el humanismo ilustrado del siglo XVIII,
bajo la idea del inevitable «progreso» de la humanidad : “La idea
impulsora de tales esperanzas fue la concepción dominante, cada
vez con mayor fuerza desde el Renacimiento, de que la historia
humana se mueve hacia una definitiva meta intramundana en
un proceso continuamente progresivo” 1. El gran teorizador de
esta idea será Hegel, con su Fenomenología del Espíritu. Las hi-
pótesis evolucionistas la introducirán en la biología, con la auto-
ridad inobjetable de las nuevas ciencias positivas. Y quien la
transformará en motor de los cambios políticos será Carlos Marx.
La dialéctica marxista no dejará de pedir el sacrificio personal,
pero no ya para ingresar personalmente en el gozo del Reino de
Dios, sino para preparar el advenimiento en la historia del Reino
del Hombre, del que gozará una siempre futura y utópica Hu-
manidad.
La visión del optimismo histórico no es otra cosa que la tras-
posición al orden puramente humano y temporal de la Historia
Sagrada. “El mundo moderno se formó en el contexto espiritual
de motivaciones cristianas laicizadas y en cierto modo deforma-

1 M. Schmaus, Teología dogmática. VII. Los novísimos, 2ª ed. RIALP, Madrid

1965, p. 42. Cf. R. Calderón Bouchet, Esperanza, historia y utopía, p. 79 : “La lec-
tura del libro de John Bury que tiene por título La idea del progreso, confirma una
vieja sospecha de que, a pesar de sus orígenes religiosos, esta idea alcanza su
plenitud sólo en la época de la «Ilustración». El proceso de secularización sufri-
do por la civilización latina a partir del triunfo cada vez más acelerado del espí-
ritu capitalista, desplaza la esperanza del hombre del orden sobrenatural al na-
tural y alimenta, como consecuencia de los triunfos prodigiosos de la técnica, la
convicción de sostener un esfuerzo siempre perfectivo en el dominio económico
de la realidad”.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 81

das por una orientación de la conducta que pone sus preferen-


cias en una valoración económica de la vida. El mundo de la his-
toria es la única patria del hombre. Modificar nuestra situación
terrenal de acuerdo con las exigencias de nuestra instalación ma-
terial es el único fin capaz de despertar el ímpetu de nuestro es-
fuerzo creador. El conocimiento será medido en términos de po-
der sobre las cosas y la fe en las obras del hombre por su favora-
ble influencia en el ejercicio de la faena transformadora. La espe-
ranza, siempre regulada por la fe, no podrá trascender el campo
que aquélla le señala. Será una esperanza puesta en el progreso,
con un carácter decididamente histórico y cada vez más marca-
damente colectivo” 1.

4º En rescate del optimismo humanista

El humanismo empezó católico, y aunque pronto se volvió


protestante con la Reforma y racionalista con la Ilustración, nun-
ca faltaron – como dijimos – renovaciones católicas de «línea
media». Esto se puede ver, en particular, con el optimismo histó-
rico. Una de las tantas cosas que pretendió renacer con el Rena-
cimiento, fue una visión más positiva del futuro del hombre,

1 R. Calderón Bouchet, Esperanza, historia y utopía, p. 184. Cf. Schmaus, op.

cit. p. 50 : “Estas y otras imágenes del futuro son descendientes secularizados y,


por así decirlo, hijos ilegítimos e imposibles de legitimar de la esperanza cris-
tiana en el futuro. Lo que según la revelación cristiana es figura trascendente
del futuro es prometido por ellos como estado final intramundano e intrahistó-
rico. Sin la revelación de una meta definitiva de la historia difícilmente serían
imaginables tales visiones intramundanas del futuro. Pero la verdadera y legí-
tima esperanza en el futuro ha degenerado en ellas en utopía y fanatismo. La
convicción de un progreso inacabable, lejos de ser confirmada por la experien-
cia, es negada por ella. Esta indica más bien que los hombres se destruyen a sí
mismos”. Schmaus es un liberal conservador que incluimos en los «humanistas
línea media» (más bien de centro izquierda). Nos parece que ha tenido una im-
portancia semejante (y simétrica) a la del Cardenal Journet (de centro derecha).
Éste ofreció una teología tomista abierta al pensamiento moderno, y aquél ofre-
ció una teología moderna no cerrada al pensamiento tradicional.
82 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

porque el tiempo es uno de sus valores más humanos. Tres re-


cursos se le ofrecen al teólogo para lograrlo sin dejar de ser cató-
lico : 1º atenuar el pecado original; 2º acentuar el progreso evan-
gélico; 3º resucitar el milenarismo.
1º Además de las consecuencias del pecado original en la per-
sona individual, que quedó privada de la gracia y herida en su
naturaleza, se siguen también otras dos, que conforman junto
con la primera lo que el catecismo llama «enemigos del alma» : la
carne, el mundo y el demonio.
 Las consecuencias individuales, que ni siquiera el bautismo
borra del todo en esta vida 1, hacen que al hombre las estadísticas
le sean contrarias, de manera que si bien la santidad es posible
para una persona particular, no es posible para toda una socie-
dad, y si es posible que algunas naciones sean suficientemente
cristianas, no es posible que lo sea toda la humanidad. La razón
es simple, pues cuando la naturaleza es sana, el bien se da en los
más y el mal en los menos, pero cuando la naturaleza está heri-
da, ocurre lo contrario 2. Y si el argumento parece muy severo,
no hay más que mirar los dos mil años de historia de la cristian-
dad para comprobar que es justo.
 Como nuestros primeros padres pecaron por creerle más a
Satanás que a Dios, merecieron ser entregados a su tiránico do-

1 Cf. III, q. 69, a. 3.


2 I, q. 23, a. 7 ad 3 : “El bien proporcionado al estado común de la naturale-
za se da en muchos. La ausencia de este bien, en pocos. Pero el bien que sobre-
pasa el estado común de la naturaleza se halla en pocos. Su ausencia, en mu-
chos. Por eso, podemos comprobar que los hombres dotados de inteligencia su-
ficiente para orientar su propia vida, son muchos. Los que no la tienen, y que se
llaman tontos o idiotas, son pocos. Pero con respecto a ambos, poquísimos son
los que llegan a tener un conocimiento profundo de las cosas. Así, pues, como
la felicidad eterna, consistente en la visión de Dios, sobrepasa el estado común
de la naturaleza, y de modo especial por haber sido privada de la gracia por la
corrupción del pecado original, pocos son los salvados. Y en esto se contempla
la inmensa misericordia de Dios, que eleva hasta aquella salvación de la que
muchos se ven privados por inclinación natural”.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 83

minio, como reos al verdugo; dominio tremendamente facilitado


por contar con la complicidad de la voluptuosa carne y de los
egoístas poderes del mundo.
El teólogo humanista pedirá no demonizar demasiado el
combate espiritual y reducir las consecuencias individuales del
pecado a la pura privación de la justicia original, evitando así
una visión excesivamente negativa de la naturaleza humana.
Como muchos caen ciertamente en esos excesos, son dos cosas
fáciles de conceder. Y de esta manera ya no quedan razones para
negar que pueda haber buenas sociedades aún paganas.
2º A esta atenuación del pecado original se le puede agregar
que no sólo hay profecías pesimistas en la Revelación, sino que
Nuestro Señor también anunció que el Evangelio sería predicado
en todo el mundo, que nada se les negaría a los que pidieran con
fe y que las puertas del Infierno no iban a prevalecer. Porque jun-
to a la ley del progreso del mal, fundada en el triunfo de Satanás
en el árbol del Paraíso, que anuncia el progresivo debilitamiento
de la fe y enfriamiento de la caridad, está también la ley del pro-
greso de la Iglesia, fundada en el triunfo de Cristo en el árbol de
la Cruz. Lo único que necesita el teólogo optimista, es olvidar
que el triunfo de la Iglesia pasa por la participación en el sacrifi-
cio de Jesucristo, y mirar la historia como un progresivo acerca-
miento a la transformación gloriosa de una Iglesia en la que se
incluye generosamente a toda la humanidad.
3º Y esta revalorización del tiempo histórico lleva casi necesa-
riamente a resucitar alguna manera de milenarismo, que ha sido
una ilusión judaizante que ha tentado siempre especialmente a
los inconformes con el estado actual de las cosas 1.

1 Esta justificación psicológica nos parece que tiene mucho de verdad. El

milenarismo alentó el nacionalismo judío frente a la humillante dominación


romana. Si el milenarismo también fue vivo en los primeros siglos del cristia-
nismo, fue en mucho para sostenerse frente a las persecuciones, aunque tenía el
justificativo de las verdaderas promesas de Cristo acerca del triunfo del Evan-
gelio. Si el sueño milenarista reaparece en los siglos XIII y XIV, retomando las
84 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Con estos recursos, los teólogos católicos podían acompañar


y sostener en mayor o menor medida las siempre endebles ideo-
logías del progreso. Quien logró convertir y bautizar al enemigo
más cruel de la teología católica tradicional, el prestigiosísimo
evolucionismo científico, fue Teilhard de Chardin, procurando
un enorme alivio a todos aquellos que veían alejarse al catolicis-
mo cada vez más del movimiento de la historia. Sin embargo, su
teocienciología no logró pasar sin reproche bajo la mirada del
Santo Oficio, quien descargó un Monitum sobre su doctrina en
1962. Otros se adscribieron al progresismo con más cautela, entre
los que sobresalió, tanto por su ciencia como por su prudencia,
Jacques Maritain. Su primer principio operativo, para lo que mu-
cho le sirvió ser un simple laico y no un religioso jesuita como
Teilhard, fue conservar la distancia entre las ciencias humanas y
la doctrina eclesiástica. Siendo católico y tomista, mantuvo siem-
pre su condición de «filósofo», con lo que Roma quedaba tran-
quila, y con su invento de la «filosofía cristiana» pudo laicizar
metódicamente las verdades reveladas para sostener la estrategia

ideas del iluminado abad Joaquín de Fiore, lo hace por inconformidad con el
estado de la Iglesia y en particular de la jerarquía eclesiástica. “[Para el Talmud
(Arac. Sanh. 97),] razonando que el mundo había sido creado en seis días, a los
que siguió el séptimo de descanso, el mundo duraría siete días divinos, cada
uno de mil años, es decir, siete mil años, distribuidos en esta forma : Dos mil
antes de la Ley dada por Dios a Moisés, dos mil durante esta Ley, y otros dos
mil bajo el Mesías, y como descanso habría mil años en el reino temporal de los
justos con el Mesías” (Enciclopedia de la Religión Católica, Barcelona 1953, voz
«Milenarismo»). Según Joaquín de Fiore, los cuatro mil años del Antiguo Tes-
tamento es la edad del Padre, tiempo de los casados; luego viene la edad del
Hijo, tiempo de los clérigos, que él pensaba estaba terminando en su época,
pero a la que nosotros podríamos darle los dos mil años del Talmud; y final-
mente, según hacen pensar las profecías de Juan Pablo II, viene el milenio del
Espíritu Santo, que Joaquín pensaba que era el tiempo de los monjes espiritua-
les, pero que parece deberíamos considerar la «new age» de los laicos inaugu-
rada por el Vaticano II, hartos ya del clericalismo de los dos mil años anteriores.
La «nueva teología» no dejó de prestar mucha atención al antiguo monje. Henri
de Lubac dedicó un ensayo en dos volúmenes a “la posteridad intelectual de
Joaquín de Fiore”.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 85

del «humanismo integral» 1. Aunque ubicados a los extremos del


espectro progresista, Teilhard y Maritain fueron ambos – sin que

1 Aunque este juicio sobre Maritain nos parece importante y nos damos cuen-

ta que lo dicho no se entiende sin mayor explicación, no queremos alargarnos


demasiado en lo que pretende ser una síntesis. Ilustremos, entonces, la sentencia
con un ejemplo. En su librito On the philosophy of history, Maritain establece como
primera «ley funcional» de la historia la del «doble progreso». Con la parábola
del trigo y de la cizaña, que se dejarán crecer juntos hasta el día de la siega, señala
la ley teológica del doble progreso del bien y del mal que mencionamos en los pá-
rrafos anteriores. Pero con su método de la «filosofía cristiana» justifica la traspo-
sición de esta ley revelada a un orden supuestamente filosófico-mundano :
“Lo que me gustaría recalcar ahora paulatinamente es que la parábola del
trigo y de la cizaña tiene un significado universal válido tanto para el mundo co-
mo para el reino de la gracia. Y debemos decir, desde el punto de vista filosófico,
que el movimiento de progresión de las sociedades en el tiempo depende de es-
ta ley del doble movimiento – que podría ser llamada, en esta instancia, la ley
de degradación, por un lado, y de la revitalización, por el otro, de la energía de
la historia, o del revoltijo de la actividad humana del cual depende el movi-
miento de la historia –. Mientras el uso del tiempo y la pasividad de la materia na-
turalmente disipan y degradan las cosas de este mundo, la energía de la histo-
ria, las fuerzas creadoras que son propias del espíritu y de la libertad y que son
su prueba, y que normalmente tienen su punto de aplicación en el esfuerzo de
unos pocos, constantemente revitalizan la calidad de esta energía. De esta mane-
ra la vida de las sociedades humanas avanza y progresa a costa de muchas
pérdidas. Avanza y progresa gracias a la revitalización y superelevación de la
energía de la historia brotando del espíritu y de la libertad humanas. Pero, al mismo
tiempo, esta misma energía de la historia es degradada y disipada en razón de
la pasividad de la materia. Más aún, lo que es espiritual está, en este mismo
sentido, encima del tiempo y exento de envejecimiento. Y, desde luego, en cier-
tos períodos de la historia lo que prevalece y predomina es el movimiento de
degradación y, en otros períodos, es el movimiento de progreso. Mi punto de
vista es que ambos existen al mismo tiempo, en una u otra medida” (Filosofía de
la historia, Troquel, Buenos Aires 1971, p. 53-54. Las cursivas son nuestras).
El «doble progreso» teológico es una ley bien fundada, pues tiene como
principios, dijimos, las consecuencias del pecado original por una parte, y la
gracia reparadora de Cristo por la otra. Pero Maritain la declara válida sola-
mente para el platónico “reino de la gracia” que sólo es capaz de apreciar el
teólogo. Para el “mundo” del filósofo propone una ley simétrica, cuyos princi-
pios serían “la pasividad de la materia” y “la energía de la historia brotando del
espíritu y de la libertad humanas”, esto es, la oposición (¿dialéctica?) entre la
materia (o necesidad) y el espíritu (o libertad). Y nos preguntamos nosotros :
86 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

nos animáramos a decir quién más – venerables Padres del op-


timismo conciliar.
Sin embargo, la única que se mantuvo empecinadamente
contraria al progresismo fue la historia real, y a cada conato de
optimismo siempre respondió con pésimo humor. Al optimismo
renacentista siguió la guerra de los cien años entre Francia e In-
glaterra, al optimismo reformado siguieron las guerras de reli-
gión en media Europa, al optimismo ilustrado siguió la revolu-
ción francesa y las guerras napoleónicas en Europa entera, y al
optimismo socialista las dos guerras que merecieron el calificati-
vo de mundiales 1. Y aunque el verdadero optimista sabe que la
desgracia presente es anuncio de la próxima felicidad, al ver pos-
tergado tantas veces el milenio de la paz y al pedírsele cada vez
un sacrificio mayor, el hombre contemporáneo comenzó a ser
trabajado por la depresión, siendo tentado de entregarse al peor
pesimismo, inaugurando una nueva época de posmodernidad.
Podía decirse, entonces, que el problema más urgente de la
última mitad del siglo veinte consistía en hallar el antidepresivo
que pudiera rescatar el optimismo del hombre moderno. La ale-
gría católica, como dijimos, siempre asombró tanto a los antiguos
como a los modernos. Mientras permaneció en la casa paterna, la
Iglesia, el humanismo la disfrutó; pero cuando, como el hijo pró-
digo, se marchó a países lejanos con la reforma protestante, muy
pronto la gastó toda, porque es evidente que no puede haber

¿“La energía de la historia que brota del espíritu” es la gracia de Cristo, o hay
“unos pocos” espíritus que no contrajeron el pecado original? Pero parece que
pecamos al mezclar teología con filosofía. Con su permanencia en el ámbito de
la filosofía, Maritain se ahorra todo Monitum del Santo Oficio, y con su izquier-
da sostiene a Hegel y con la derecha a Santo Tomás, en una bastante esquizo-
frénica doble verdad. Mas es loco pero no tonto, porque en la manga izquierda
se guarda el as de la ley del progreso del mal, de manera que lo pueda sacar
cuando la ley del progreso de la libertad de conciencia no funciona. Es un pro-
gresista preparado para todo terreno.
1 Es de temer que al masónico optimismo global, canonizado por el Vati-

cano II, le siga el holocausto nuclear.


CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 87

alegría sin la maternidad de la Virgen, sin la paternidad del Sa-


cerdocio y sin el gozo de la Eucaristía. Pero el «humanismo nue-
vo», esto es, aquel que busca reconciliar el catolicismo con la
modernidad, en lugar de esperar, como el padre de la parábola
evangélica, a que su hijo vuelva arrepentido, quiere abrirle la ca-
sa para que entre y salga con sus nuevos amigos. Y habiendo lo-
grado poner un Papa conquistado para su causa, se aventuró con
el Vaticano II en un esfuerzo de sofisticada alquimia para ofre-
cerle a la modernidad la positiva alegría de las riquezas católicas,
purificada totalmente de la negativa espiritualidad sacrificial.
Empresa, claro, destinada al fracaso, porque la fuente de la ale-
gría cristiana brota precisamente al pie del árbol de la Cruz.

5º Gozo y esperanza del Concilio para la humanidad

La píldora del optimismo que el Vaticano II ha preparado pa-


ra la entera humanidad es, como lo sugiere su nombre, la Consti-
tución pastoral Gaudium et spes, «Gozo y esperanza». Si bien re-
conoce que en los tiempos presentes hay fuertes contrastes, su
juicio general – contrariamente a como juzgaron los Papas de los
dos últimos siglos – es decididamente positivo : se trata de una
crisis de crecimiento, «accretionis crisis» 1.

1 Gaudium et spes n. 4 : “El género humano se halla en un periodo nuevo de

su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresi-


vamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteli-
gencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus
juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su
comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Es-
to es tan así, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y
cultural, que redunda también en la vida religiosa. Como ocurre en toda crisis
de crecimiento, esta transformación trae consigo no leves dificultades. Así
mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre consigue
someterlo a su servicio. Quiere conocer con profundidad creciente su intimidad
espiritual, y con frecuencia se siente mas incierto que nunca de sí mismo. Des-
cubre paulatinamente las leyes de la vida social, y duda sobre la orientación
que a ésta se debe dar. Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas ri-
88 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

La droga principal del remedio conciliar puede resumirse en


la estúpida frase de los años 70 : «Sonríe, Dios te ama». Porque si
el fin de la creación es la gloria de Dios tal como la entiende la
teología tradicional, tenemos motivo para gran seriedad, porque el
Creador podría reclamar su gloria con un castigo ejemplar, pues
– aunque cuesta decirlo – aún los hombres que por propia culpa
se condenan, glorifican la justicia de Dios. Pero si el fin de la
creación es la gloria de Dios tal como la entiende la teología nueva,
es decir, la gloria y dignidad de la persona humana, hay motivos
para que todos sonrían, pues Dios no puede fallar en su finali-
dad : no habrá persona que quede sin dignidad. Una consecuen-
cia, que podemos considerar metafísica, de la inversión antropo-
céntrica de los fines de la creación, es la salvación universal del
hombre. Sólo se podría condenar aquel que pierda su condición
de persona humana 1.
Y en cuanto a los resultados del tratamiento, ya estamos
comprobando que han sido funestos, porque es terrible para el
médico confundir los síntomas de un cáncer terminal con los de
una crisis de crecimiento. Pues, como lo sugiere el discurso de
Juan XXIII, al pasar de la visión católica tradicional de la historia

quezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran
parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no
saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su
libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica.
Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua inter-
dependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente di-
vidido por la presencia de fuerzas contrapuestas”.
1 Esta parece ser la condición del condenado según Benedicto XVI, en su en-

cíclica Spe salvi, 30 de noviembre de 2007 : “Puede haber personas que han des-
truido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el
amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han
vivido para el odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una
perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos
distinguir con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría ya
nada remediable y la destrucción del bien sería irrevocable : esto es lo que se in-
dica con la palabra infierno”. En el infierno parece estar Hitler y pocos más.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 89

humana, teñida ciertamente de una nota de pesimismo – porque


“el mundo entero yace en poder del Maligno” (1 Jn 5, 19) y mucho
más en la actualidad –, al insensato optimismo conciliar, se pre-
tendería cambiar diametralmente todas las actitudes de la Iglesia,
en particular la relación de la jerarquía con los fieles, con los po-
deres políticos, con las religiones y con el mundo en general.

II. La inclusividad
de la mente del Concilio
Otra propiedad por la que pensamos que podría llegar a de-
finirse el Concilio, pues lo distingue de todos los demás concilios
de la Iglesia, es lo que llamamos la «inclusividad» de su mente y
de su lenguaje, pues hasta ahora el magisterio eclesiástico había
tendido a pensar y pronunciarse de modo «exclusivo», lo que
habría perjudicado la deseada unidad de los cristianos. Ésta es la
tesis que se ha sostenido para justificar el cambio. Expliquemos,
entonces, brevemente los motivos por los que el Concilio ha
adoptado este modo, señalemos luego cómo se ha dado y, final-
mente, hagamos un juicio crítico.

1º Los perjuicios del «exclusivismo» escolástico

Oigamos cómo justifican los teólogos «nuevos» el cambio de


modalidad adoptado por el Concilio en la manera de referirse a la
verdad revelada. No citamos ningún autor en particular, pero es
más o menos como piensan todos ellos : La excesiva confianza del
espíritu griego en el logos humano, llevada al extremo en Aristóte-
les, habría influido sobre todo en los teólogos escolásticos y, a tra-
vés de ellos, en el mismo magisterio eclesiástico, haciéndoles per-
der de vista, o al menos disminuir la dimensión de misterio de las
verdades reveladas, creyendo que a fuerza de distinciones y defi-
niciones, podrían expresar adecuadamente los misterios revela-
dos. Esta ilusión no habría causado mayor daño, y hasta hubiera
tenido algo de bueno, si los escolásticos se hubieran limitado a
90 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

desarrollar una explicación teológica común de la Revelación,


unificada un poco artificialmente porque en las Escuelas cristia-
nas sólo se enseñaban los instrumentos gnoseológicos de la tradi-
ción grecolatina, pues todos aprendían lógica con la Isagogé de
Porfirio y teología con las Sentencias de Pedro Lombardo. Pero se
hizo perjudicial porque el mismo Magisterio se dejó contagiar, y
comenzó a excluir de la comunión eclesiástica a todo aquel que no
formulaba los misterios de la fe con las mismas distinciones y de-
finiciones. El «exclusivismo» escolástico consiste, entonces, en la
pretensión de que todo aquel que no piensa y expresa los miste-
rios revelados con las precisas distinciones y definiciones de las
Escuelas medievales, debe ser excomulgado por hereje.
Durante los mil años de predominio del helenismo (hasta el
siglo XIII) los daños fueron limitados porque en todo el orbe cris-
tiano se pensaba más o menos del mismo modo, aunque no deja-
ron de producirse divisiones que una mayor amplitud de espíri-
tu podría haber impedido. Pero el problema se fue haciendo más
crítico cuando, con el Renacimiento, comenzó a quedar claro que
el aristotelismo no era el non plus ultra del intelecto, y fueron
surgiendo las nuevas ciencias y los nuevos enfoques del pensa-
miento moderno. Los teólogos católicos más libres fueron per-
diendo rápidamente la angélica certeza de sus esquemas menta-
les. Aquellos, en cambio, que estaban más comprometidos en el
ejercicio del magisterio jerárquico de la Iglesia, es decir, los teó-
logos de la Curia vaticana, estaban más atados por las costum-
bres pasadas y más comprometidos en sus decisiones presentes,
y se comprende que hayan sido mucho más lentos en despren-
derse de la estrecha armadura mental del lenguaje escolástico.
Esta fue justamente la decisión tomada por el Concilio Vaticano II
durante sus primeras sesiones, al desembarazarse de los esque-
mas redactados por las Comisiones preparatorias, todavía con-
taminados del prurito escolástico.
Entienda, por favor – se nos dice –, el estructurado tradiciona-
lista : No se trataba de dejar de lado el magisterio aristotélico para
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 91

cambiarlo por otro hegeliano. De lo que se trataba era de recupe-


rar la verdadera catolicidad del magisterio jerárquico, que tuviera
en cuenta que el misterio cristiano puede ser expresado de diver-
sas maneras según la diversidad cultural de quienes lo reciben en
la fe. Porque el misterio de Dios y de Cristo es en sí mismo inefa-
ble, y nunca puede ser agotado por los conceptos humanos, de
allí que haya lugar para proponer una pluralidad de enfoques
teológicos no idénticos, pero tampoco excluyentes, sino comple-
mentarios. Hasta Pío XII, los Papas habían confundido la tarea del
magisterio con la tarea de los teólogos, proponiendo en sus Encí-
clicas verdaderos tratados de teología escolástica. La función del
magisterio eclesiástico es proponer la Revelación de manera más
amplia, que pueda luego ser explicada por algunos en un enfoque
tomista y por otros en conceptos kantianos o personalistas.
Al hablar, entonces, de la «inclusividad» de la mente y del
lenguaje del Concilio, se hace referencia, en primer lugar, a la am-
plitud de conceptos con que ha expresado el mensaje cristiano,
dejando de lado la estrechez del tecnicismo escolástico; y en se-
gundo lugar, a la consiguiente actitud de comprensión frente al
pensamiento moderno, no pretendiendo excluirlo por manejarse
con otros conceptos sino, al contrario, traduciendo a su lengua – si
así puede decirse – los aspectos fundamentales del cristianismo.

2º El «inclusivismo» en los dichos y hechos del Concilio

Desde la convocación del Concilio, Juan XXIII pondrá al «in-


clusivismo» como la forma mentis que distinguiría a este concilio
de todos los demás. Este sería el primer concilio no dogmático
sino «pastoral». Es cierto que todo concilio anterior había queri-
do ser pastoral, pues siempre se convocaron para solucionar los
problemas del rebaño fiel, pero la pastoral antigua creía que el
primer cuidado consistía en ofrecer a sus ovejas los pastos de la
sana doctrina, y se ponía a definir dogmas y a anatematizar. Este
sería el primer concilio de una nueva pastoral, que no se reuniría
92 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

para definir doctrinas 1, ni para condenar la opinión de nadie 2,


sino para quitarle al mensaje evangélico el estrecho traje de la es-
colástica 3, devolviéndole la inclusiva amplitud que se necesitaba
para volver a abrazar en la unidad a todos aquellos hijos que el
escolasticismo anterior había excluido de la Iglesia de Cristo 4.
La Curia romana no supo interpretar el deseo del Papa y
preparó esquemas todavía demasiado impregnados del quasi ra-
cionalismo escolástico. Hubo que cederle el lugar al grupo de

1 Juan XXIII, discurso Gaudet Mater Ecclesiae en la inauguración del Conci-

lio, 11 de octubre de 1962, n. 14 : “Si la tarea principal del Concilio fuera discu-
tir uno u otro artículo de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo con
mayor difusión la enseñanza de los padres y teólogos antiguos y modernos,
que suponemos conocéis y tenéis presente en vuestro espíritu, para esto no era
necesario un Concilio”.
2 Ibid. n. 15 : “Vemos que, al pasar de un tiempo a otro, las opiniones de los

hombres se suceden excluyéndose mutuamente y que los errores, apenas naci-


dos, se desvanecen como la niebla ante el sol. Siempre se opuso la Iglesia a es-
tos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro
tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la mi-
sericordia más que de la severidad”.
3 Ibid. n. 14 : “El espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que

se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las


conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la au-
téntica doctrina, estudiando ésta y poniéndola en conformidad con los métodos
de investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales”.
4 Ibid. n. 17-18 : “La solicitud de la Iglesia en promover y defender la verdad

deriva del hecho de que no pueden los hombres, sin ayuda de toda la doctrina re-
velada, conseguir una completa y firme unidad de ánimo a la que están ligadas la
verdadera paz y la salvación eterna. Desgraciadamente la universal familia cristia-
na no ha conseguido plenamente esta visible unidad en la verdad… Considerando
bien esta misma unidad, impetrada por Cristo para su Iglesia, parece refulgir con
un triple rayo de luz benéfica la unidad de los católicos entre sí, que debe conser-
varse ejemplarmente compacta; la unidad de oraciones y fervientes deseos con que
los cristianos separados de esta Sede Apostólica aspiran a estar unidos con noso-
tros; y finalmente, la unidad en la estima y respeto hacia la Iglesia católica de parte
de quienes todavía siguen religiones no cristianas… [Así la Iglesia] prepara y con-
solida ese camino hacia la unidad del género humano”. Entiéndase bien. El Papa
sabe que la unidad debe darse en la verdad revelada, pero si no se la ofrece en con-
ceptos más amplios y aggiornados, siempre quedarán fuera herejes y paganos.
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 93

teólogos del Rin para que le dieran este nuevo modo a los docu-
mentos del Concilio. Señalemos solamente algunas de las carac-
terísticas de esta nueva metodología :
 Se prefiere el lenguaje de la Sagrada Escritura al lenguaje de
origen filosófico, con lo que se halla multitud de citas en cada
página.
 Cuando se incorporan nuevos conceptos, como sacramento,
misterio pascual, ecumenismo, colegialidad, etc., no se intenta
estrecharlos con una definición.
 Cuando se explica alguna noción, no se lo hace de una úni-
ca manera. Por ejemplo, la Iglesia es explicada por Lumen gen-
tium en función del concepto de sacramento, Reino, Cuerpo Mís-
tico, Pueblo de Dios, etc.
 Se evitan en lo posible las excluyentes distinciones escolás-
ticas, como entre naturaleza y gracia, potestad de orden y juris-
dicción, etc.
 Se buscan expresiones amplias que ofrezcan margen para la
pluralidad de interpretaciones.
Esta nueva manera de pensar y de hablar se fue haciendo cada
vez más marcada en el magisterio posconciliar, sobre todo en los
diálogos ecuménicos que se entablaron con prácticamente todos los
grupos religiosos no católicos. Si a todo esto se agrega la infinita pa-
ciencia de las autoridades eclesiásticas para permanecer en diálogo
ad intra y ad extra de la Iglesia, sin apurarse en terminar nunca nin-
guna discusión, puede colegirse la enorme «inclusividad» que ad-
quirió – ¡ay! – la proposición de la verdad católica con el Concilio.

3º El «inclusivismo» conciliar no es
sino subjetivismo y ambigüedad

La «escolástica» no es una manera entre otras de pensar, sino


la claridad necesaria del espíritu para iluminar con la verdad re-
velada toda la realidad humana y defender la fe de todo engaño.
No es la contingente «inculturación» del Evangelio en la tradición
94 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

grecolatina, sino la incorporación purificada de los valores univer-


sales que tan generosamente se hallaron en el pensamiento griego.
Lo único que excluyó de la Iglesia el Magisterio tradicional fue la
infección de la herejía que hubiera acabado con el rebaño.
Hoy, cuarenta años después del Vaticano II, cuando en todo
este tiempo la única autoridad, la única obligada referencia para
toda reflexión dentro de la Iglesia han sido los documentos con-
ciliares, Benedicto XVI nos dice que la verdadera interpretación
de la mente del Concilio todavía está por darse. Evidentemente,
el problema no está solamente en los intérpretes, sino en los tex-
tos mismos, que no son «inclusivos» sino ambiguos. Sus artífices
expusieron en ellos la doctrina modernista, que está en ruptura
completa con la doctrina tradicional de la Iglesia, con la suficien-
te ambigüedad como para que sufriera también una interpreta-
ción en aparente continuidad con la Tradición, ambigüedad que
se les hacía fácil por la intrínseca vaguedad del subjetivismo
moderno. Como hemos explicado ampliamente en otra parte 1, lo
que aquí hemos llamado «inclusivismo» de la mente conciliar, no
es sino escéptico subjetivismo y maquiavélica ambigüedad.
Lo único que podemos decir en descargo de los que impri-
mieron este modo en el Concilio, es que era un veneno que venía
desgastando la cristiandad desde hace siglos y quizás se conta-
giaron en los mismos Seminarios en que se formaron. Aunque es
un descargo muy relativo, porque ¡cuántas veces los Papas ante-
riores lo habían advertido!

III. La novedad conciliar

1º Una nueva era de la humanidad

Si consideramos la obra del Concilio, vemos impreso en todas


sus cosas el sello de la novedad. Hemos tenido un nuevo Ordo

1 Cf. P. Álvaro Calderón, La lámpara bajo el celemín, artículos 3 y 4.


CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 95

Missae y una nueva liturgia, un nuevo Código y un nuevo Cate-


cismo, una nueva evangelización y nuevos movimientos eclesia-
les, un nuevo magisterio y, en fin, una nueva Iglesia. Pero parece
claro que para el mismo Concilio, el principio y la fuente de esta
novedad no se ubicaba propiamente en la Iglesia, sino en la hu-
manidad, que habría entrado en una nueva época.
La Constitución Gaudium et spes, que trata justamente de la
relación de la Iglesia con el mundo actual, al comenzar descri-
biendo la «situación del hombre en el mundo de hoy», no se can-
sa de aplicar el calificativo «nuevo». “El género humano se halla
en un periodo nuevo de su historia, caracterizado por cambios
profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al
universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su
dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre
sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos
de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y
los hombres con quienes convive. Esto es tan así, que se puede
ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que
redunda también en la vida religiosa” (n. 4). “Nuevos y mejores
medios de comunicación social contribuyen al conocimiento de
los hechos…; la propia socialización crea nuevas relaciones” (n.
6). “Las nuevas condiciones ejercen influjo también sobre la vida
religiosa” (n. 7); “nuevas relaciones sociales entre los dos sexos”
(n. 8); “son cada día mas numerosos los que se plantean o los que
acometen con nueva penetración las cuestiones mas fundamenta-
les” (n. 10). Más adelante va a hablar de una nova aetate de la
humanidad : “Las circunstancia de vida del hombre moderno en
el aspecto social y cultural han cambiado profundamente, tanto
que se puede hablar con razón de una nueva época de la historia
humana” (n. 54). Y aunque no deja de señalar los defectos y peli-
gros de esta Nueva Era, su valoración no podía dejar de ser opti-
mista : “En todo el mundo crece más y más el sentido de la auto-
nomía y al mismo tiempo de la responsabilidad, lo cual tiene
enorme importancia para la madurez espiritual y moral del gé-
96 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

nero humano. Esto se ve más claro si fijamos la mirada en la uni-


ficación del mundo y en la tarea que se nos impone de edificar
un mundo mejor en la verdad y en la justicia. De esta manera so-
mos testigos de que esta naciendo un nuevo humanismo” (n. 55).
La Iglesia se revistió de novedad en la medida en que se
adaptó a la nueva época, en cumplimiento de la misión de aggior-
namento que le puso Juan XXIII al Concilio.

2º Una nueva encarnación de la Iglesia

“Evangelizo vobis gaudium magnum, os anuncio una gran ale-


gría” (Lc 2, 10). La «buena nueva» del Concilio quiere ser una re-
novación del Evangelio, esto es, del anuncio de la Encarnación :
¡Hoy os ha vuelto a nacer un Salvador! Así como el mundo se
alegró porque el Verbo dejó la paz del cielo para hacerse hombre
y salvarnos; así también debe alegrarse hoy porque la Iglesia,
que en la Edad Media pareció haber dejado el mundo en su ce-
lestial elevación, volvía a hacerse humana para poder cumplir su
función de mediadora entre el mundo y Dios. El Concilio dice al
mundo : Ecce venio, he aquí que vengo. “Jubila y regocíjate, hija
de Sión, porque he aquí que vengo y habitaré en medio de ti” (Zac
2, 10); “no pediste holocausto por el pecado, entonces dije : Ecce
venio” (Sal 39, 8). De ahí que Juan XXIII haya podido ser compa-
rado al Precursor 1, que preparó los caminos para que entrara en
el mundo una Iglesia verdaderamente humana 2.

1Y. Marsaudon, en L’œcuménisme vu par un franc-maçon de tradition, p. 42.


2Atención. La analogía que acabamos de establecer entre Cristo y la Iglesia
no es para nada nuestra, sino que está propuesta y muy presente en la mente
conciliar : Así como Cristo, por la encarnación, es «sacramento» que hace pre-
sente a Dios en el mundo y cumple una misión de mediación sacerdotal, así
también la Iglesia mientras permanezca «encarnada». En esta comparación se
funda también la doctrina del famoso «subsistit» conciliar : Así como el Verbo
subsiste en tal naturaleza humana particular por la encarnación, así también la
Iglesia de Cristo subsiste en tal sociedad humana particular, la Iglesia católica,
por cierta «encarnación». Pero de esto trataremos en el tercer capítulo. Por aho-
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 97

Al encarnarse en la humanidad moderna, por una nueva


«comunicación de idiomas» 1, la Iglesia no ha perdido sus atribu-
tos divinos pero habría adquirido los de la modernidad. Aque-
llos podemos resumirlos en la «trascendencia» y éstos en la «de-
mocracia». Y de esta manera podrá finalmente cumplir su misión
mediadora, procurando que este mundo, que por la democracia
ha logrado ser más humano, se relacione con Dios abriéndose a
la trascendencia. El capítulo IV de Gaudium et spes habla de los
mutuos gozos que se esperan de este desposorio humanista entre
el mundo moderno y la Iglesia 2.

ra sólo señalemos que, aunque la analogía suena muy mística, es profundamen-


te herética. Cristo es Mediador en cuanto que es Cabeza de la Iglesia. Al consi-
derar mediadora también a la misma Iglesia, se la pone como cabeza de una
súper iglesia masónica que abarca toda la humanidad.
1 La «comunicación de idiomas» es una consecuencia de la unión hipostáti-

ca, por la que, en Cristo, se pueden predicar (comunicar) del hombre los atribu-
tos (idiomata) divinos (el hombre [Cristo] es creador) y de Dios los atributos
humanos (Dios murió). Cf. III, q. 16, a. 4.
2 Cf. Gaudium et spes n. 40 : “La Iglesia, «entidad social visible y comunidad

espiritual», avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte


terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de
la sociedad [el nuevo humanismo liberal entiende la Iglesia como fermento
oculto de la sociedad], que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia
de Dios. Esta compenetración de la ciudad terrena y de la ciudad eterna solo
puede percibirse por la fe; más aun, es un misterio permanente de la historia
humana que se ve perturbado por el pecado hasta la plena revelación de la cla-
ridad de los hijos de Dios. Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no so-
lo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde sobre el uni-
verso mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevan-
do la dignidad de la persona, consolidando la firmeza de la sociedad y dotando
a la actividad diaria de la humanidad de un sentido y de una significación mu-
cho mas profundos. Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos
y por medio de su entera comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un
sentido más humano al hombre y a su historia. La Iglesia católica de buen gra-
do estima mucho todo lo que en este orden han hecho y hacen las demás Igle-
sias cristianas o comunidades eclesiásticas con su obra de colaboración. Tienen
asimismo la firme persuasión de que el mundo, a través de las personas indivi-
duales y de toda la sociedad humana, con sus cualidades y actividades, puede
ayudarla mucho y de múltiples maneras en la preparación del Evangelio”.
98 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

CONCILIO
VATICANO II CATOLICISMO
Oficialización
de un humanismo católico

“Dios creó por el hombre” LA RELIGIÓN


(Gaudium et spes 39) DE JESUCRISTO

DIOS DIOS
→ ANTROPOCENTRIMSO →

El Creador se glorifica
Bien común trascendente
en el hombre

→ TEOCENTRISMO →
“La religión católica es
para la humanidad” ORDEN ECLESIÁSTICO

(Pablo VI) bien común espiritual

GÉNERO HUMANO IGLESIA

La sociedad es orden político


para la persona humana
bien común temporal
(personalismo)

“Único al que Dios


ha amado por sí mismo” Dignidad cristiana
(Gaudium et spes 24) de redimido

HOMBRE HOMBRE

LA RELIGIÓN bien particular


DEL HOMBRE
CAPÍTULO 1 : QUÉ FUE EL CONCILIO VATICANO II 99

D. DIVISIÓN DE NUESTRO
ESTUDIO SOBRE LAS
NOVEDADES CONCILIARES

Al estudiar una cosa, el buen método pide seguir un doble


movimiento en cierto modo contrario; porque hay que ir primero
del todo a las partes y luego de las partes al todo. En este primer
capítulo hemos cumplido con el primer movimiento de resolución
o análisis, remontándonos de la descripción general de lo que fue
el Concilio, dada por la definición, a sus partes formales, que son
sus causas. Recién ahora podemos emprender la explicación de
lo que enseñó e hizo el Concilio, siguiendo un movimiento de
composición, por el que consideraremos primero los elementos
simples y luego los compuestos, para lo cual necesitábamos tener
presente las causas generales.
Consideraremos, entonces, en primer lugar el hombre nuevo
que nace del Concilio (capítulo II). Luego pasaremos a estudiar
la nueva Iglesia que resulta de este nuevo hombre (capítulo III). Y
finalmente, la nueva relación del hombre y de la Iglesia con Dios,
preguntándonos si se puede hablar verdadera y propiamente de
una nueva religión (capítulo IV).
CAPÍTULO 2

EL HOMBRE NUEVO

E
l primer valor que el pensamiento conciliar destaca en la
dignidad del «hombre nuevo», es la libertad. Que sea en-
tonces nuestro punto primero, que hace referencia espe-
cialmente a la voluntad. Consideraremos luego las consecuencias
de esta valoración respecto al intelecto. En tercer lugar, estudia-
remos el obrar desde el punto de vista moral. Finalmente, nos re-
montaremos a considerar la relación entre la naturaleza y la gracia
según el pensamiento conciliar. En una exposición escolástica, ha-
bría que considerar primero la naturaleza, en cuanto elevada por
la gracia al orden sobrenatural; luego deberíamos considerar las
potencias espirituales, primero la inteligencia y luego la voluntad;
y finalmente el obrar, pues el modo de obrar sigue al modo de ser
– agere sequitur esse –. Pero parece mejor seguir el orden que estos
asuntos tienen en el pensamiento moderno. Por supuesto que en
todos estos puntos trataremos de ir a lo esencial, para que nuestro
trabajo no se haga eterno. Sólo buscamos entender el Concilio.

A. LA LIBERTAD, VALOR SUPREMO


DE LA DIGNIDAD HUMANA

1º El humanismo cae por su propio peso en el liberalismo

En nuestra exposición general, hemos dicho que el Vaticano II


oficializa un cierto humanismo. Pero ahora, al comenzar la expli-
102 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

cación particular del pensamiento conciliar, decimos que el pri-


mer valor que destaca el Concilio es la libertad. Ahora bien, po-
ner la libertad como valor supremo de la persona humana es la
nota característica del liberalismo. Y a primera vista no es eviden-
te que el humanismo tenga que ser necesariamente liberal. Es
más, el humanismo se dio en los siglos XIV y XV, mientras que el
liberalismo surgió recién en los siglos XVII y XVIII.
Está en riesgo, entonces, la coherencia de nuestra explicación,
porque si hemos puesto al humanismo como formalidad primera
y propia del pensamiento conciliar, ahora deberíamos mostrar
que de allí se sigue inmediatamente la supremacía de la libertad,
que ponemos ahora como principio y fundamento del «hombre
nuevo».
Pero mirando mejor, no es difícil darse cuenta que el huma-
nismo cae en el liberalismo por su propio peso.
El humanismo, con el que nace la novedad moderna – este
movimiento será vivido como un «renacimiento» o renovación –
consiste en una defensa de los valores puramente humanos, que
habían sido puestos en el altar del sacrificio por la alta espiritua-
lidad del siglo XIII, edad de oro de la Cristiandad.
El camino a la altísima perfección cristiana ofrece un aspecto
decididamente negativo a una mirada humana, porque se resu-
me en las tres negaciones evangélicas : no a las riquezas (consejo
de pobreza), no a los afectos del corazón (consejo de castidad),
no a la propia voluntad (consejo de obediencia). Después que
caímos por el pecado en la esclavitud del demonio, del mundo y
de la carne, el único camino que se nos abre hacia la verdadera
libertad es el que nos trazó Nuestro Señor : el camino de la Cruz.
Pero cuando los cristianos, enamorados por las ternuras de
Belén y las claridades de la predicación evangélica, descubren
que para entrar en la gloria del Señor deben pasar con El por su
pasión y muerte, muchos lo abandonan y se vuelven para atrás. El
humanismo moderno – como dijimos en otra parte – consiste en
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 103

este movimiento de apostasía y retroceso 1. Es la reacción de la


mesura humana ante las desmesuradas exigencias de la santidad.
El movimiento más propio, entonces, del humanismo, es el
que se opone al más alto de los consejos evangélicos, el de obe-
diencia, y consiste en la recuperación del propio gobierno, es de-
cir, en la «autonomía». Dado que estamos analizando el huma-
nismo en su primer movimiento vital, quisiéramos subrayar lo
que nos llevó a decir que el humanismo más auténtico no es el
humanismo ateo sino el «humanismo integral» del Concilio. Es
cierto que el movimiento de autonomía termina inevitablemente
en “pura y absurda licencia” 2, pero su primera intención no es
más que abogar por los derechos humanos conculcados por los
derechos divinos, desmesuradamente exigidos por la jerarquía
eclesiástica. El humanista cristiano no dice enfrentarse con Dios,
sino con la imprudencia de sus representantes. Dice querer asu-
mir la responsabilidad de pensar y creer, anulada por un abusivo
ejercicio del magisterio eclesiástico; querer asumir la responsabi-
lidad de su moral y de sus empresas, infantilmente dirigidas por
la disciplina eclesiástica 3.

1 P. Álvaro Calderón, La lámpara bajo el celemín, p. 117 : “El espíritu mo-

derno es un espíritu de retroceso y apostasía. Es el espíritu de la mujer de Lot


que se vuelve a mirar atrás, el de los murmuradores de Israel que, teniendo el
maná, extrañan las cebollas de Egipto. El hombre moderno es el perro que
vuelve a su vómito. La modernidad no es propiamente un proceso de decaden-
cia, si entendemos por decadencia el proceso de envejecimiento natural de todo
organismo corruptible. El espíritu moderno se manifiesta con claridad y fuerza
en el siglo XIV, cuando la Cristiandad acaba de alcanzar su momento cumbre
del siglo XIII, y nadie muere de viejo en la plenitud de su edad. El espíritu mo-
derno es la reacción de la carne ante las exigencias de la santidad”.
2 León XIII, Libertas praestantissimum, 20 de junio de 1888, n. 17 : “Son ya

muchos los que, imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión : No
serviré, entienden por libertad lo que es una pura y absurda licencia. Tales son
los partidarios de ese sistema tan extendido y poderoso, y que, tomando el
nombre de la misma libertad, se llaman a sí mismos liberales”.
3 El humanista es un monje gastado por la acidia, que sale del monasterio

de la Cristiandad, persuadido de haber sido tratado como un niño y decidido a


recuperar su personalidad humana.
104 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Ahora bien, la raíz de la responsabilidad, lo que es estricta-


mente propio del hombre y pareciera poder librarse del dominio
de Dios, no es sino su libre arbitrio. El humanismo va a revalori-
zar la razón frente a la revelación, la filosofía frente a la teología,
entrando en la pendiente del racionalismo; va a revalorizar la na-
turaleza humana frente a la gracia, participación de la naturaleza
divina, tendiendo al naturalismo. Pero la razón tiene que obede-
cer a la realidad y la naturaleza al Creador. Por eso, el humanis-
mo considerará como valor supremo de la persona humana la li-
bertad. Y no la libertad entendida como facultad de elegir los me-
dios en orden al bien verdadero, porque tanto la teología como la
experiencia enseñan que esta libertad no se la puede ejercer sin la
gracia de Dios; sino la libertad entendida sobre todo como facul-
tad de elegir el bien o el mal. Esta es la única potencia del hombre
que parece verdaderamente autónoma. El humanista se va a glo-
riar de hacer el bien dejando muy claro que podría no hacerlo
– ¡aquí cree ver su mérito! –, y por eso cuando peca, aunque vea
que ha perdido muchas cosas, no siente haber perdido su digni-
dad principal, que es haber ejercido su libertad.
El error es funesto, porque el hombre busca necesariamente el
bien en cuanto tal, bajo una razón universal, como fuente de su fe-
licidad. Este es el fin último respecto del cual no tiene sentido ha-
blar de libre arbitrio, pues aunque evidentemente no lo buscamos
obligados, nos orientamos hacia él necesariamente por nuestra mis-
ma naturaleza espiritual. El ejercicio de nuestra libertad se da en
orden a los medios y fines intermedios que puedan procurarnos
la mayor participación del Bien universal, que no es otro que
Dios. Ahora bien, una condición absolutamente necesaria para
poder elegir, es conocer el orden que guardan estos medios y fines
intermedios respecto de Dios. ¿Qué sentido tiene, ante una encru-
cijada, hablar de la libertad de elegir el camino, si no sabemos a
dónde conduce ninguno de ellos? Por eso Nuestro Señor nos dijo :
“La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). El pecado es una mala elec-
ción, por la que se toma un camino que no conduce a dónde que-
ríamos ir, e implica una posterior disminución de la libertad, pues
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 105

de allí en más, sólo una opción tiene sentido : volver para atrás.
De allí que entender la libertad como facultad de elegir bien o
mal, es tan insensato como definir la salud como la aptitud de en-
fermar. Y por aquí se entiende, además, el gravísimo error de en-
tender la autoridad como opuesta a la libertad, porque nada con-
tribuye tanto a hacer crecer nuestra libertad, como aquellas auto-
ridades que nos enseñan el verdadero valor de las cosas.
Conclusión. El «humanismo» es un movimiento esencialmente
cristiano, cuya primera intención es la de autonomía frente a la auto-
ridad divina, concretamente ejercida por la jerarquía eclesiástica,
que lo lleva a considerar como valor supremo de la persona huma-
na la libertad, entendida como facultad de elegir el bien o el mal. El
humanismo, entonces, engendra necesariamente el «liberalismo».

2º El liberalismo conciliar

El reclamo de autonomía no sólo llevó al anticlericalismo (den-


tro de la Iglesia), sino también al protestantismo (fuera de la Igle-
sia) y aún al ateísmo (fuera de la realidad). Observando – como
dijimos – las catastróficas consecuencias de estos procesos, el
nuevo humanismo quiso volver al marco inicial de la unidad ca-
tólica. El Concilio, entonces, ha sido un esforzado intento de po-
ner la libertad como valor supremo dentro del marco de la doc-
trina católica y de la organización eclesiástica, lo que no se podía
hacer sin algunos retoques, nada pequeños, por cierto.
La Revelación divina nos enseña que la persona humana tie-
ne una dignidad superior a la de toda criatura por cuanto ha sido
elevada a la participación, por la gracia, de la naturaleza divina :
“Nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, pa-
ra que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe
1, 4). Por eso exclama San León Magno : “Reconoce, oh cristiano,
tu dignidad, pues has sido hecho consorte de la naturaleza divi-
na”. Ahora bien, esta filiación divina en la que fuimos adoptados
por Dios, se expresa desde el Génesis en el hecho de haber sido
creados a imagen de Dios, pues los hijos son imagen de su pa-
106 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

dre : “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra; y do-


mine a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a las bestias, y a
toda la tierra, y a todo reptil que se mueve sobre la tierra. Creó,
pues, Dios al hombre a imagen suya : a imagen de Dios le creó;
los creó varón y hembra” (Gen 1, 26-27). De allí que la mejor teo-
logía católica ha tomado esta doctrina como principio y funda-
mento de la moral cristiana, poniendo así de manifiesto la tras-
cendencia de la conducta humana como glorificación de Dios.
Ahora bien, distinguiendo y uniendo con precisión el orden
natural y el sobrenatural, Santo Tomás va a señalar que ya en el
orden natural se da en el hombre la imagen de Dios, por cuanto es
espiritual; y que justamente esta condición explica que pueda ha-
ber sido elevado al orden sobrenatural, en el que su condición de
imagen es llevada a la perfección por la gracia 1. De allí que pueda
enfocar la parte moral de la Suma tomando pie en la condición
espiritual de la naturaleza humana, raíz primera de su condición
de imagen : “Cuando decimos que el hombre ha sido hecho a
imagen de Dios, entendemos por imagen, como dice el Damas-
ceno, «un ser dotado de inteligencia, libre albedrío y dominio de sus
propios actos». Por eso, después de haber tratado del ejemplar, de
Dios, y de cuanto produjo el poder divino según su voluntad [en
la Prima pars], nos queda estudiar su imagen, es decir, el hombre,
como principio que es también de sus propias acciones por tener
libre albedrío y dominio de sus actos” (Prólogo a la Secunda pars).
El Concilio, en este punto, va a aprovechar la originalidad de
la doctrina tomista, pero no uniendo ambos órdenes (natural y
sobrenatural), sino confundiéndolos sin distinción. Es así que

1 I, q. 93, a. 4 : “La imagen de Dios en el hombre puede ser considerada de

tres modos. 1º Primero, en cuanto que el hombre posee una aptitud natural para
conocer y amar a Dios, aptitud que consiste en la naturaleza de la mente; esta es
la imagen común a todos los hombres. 2º Segundo, en cuanto que el hombre co-
noce y ama actual o habitualmente a Dios, pero de un modo imperfecto; ésta es
la imagen procedente de la conformidad por la gracia. 3º Tercero, en cuanto que
el hombre conoce actualmente a Dios de un modo perfecto; ésta es la imagen
que resulta de la semejanza de la gloria”.
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 107

podrá decir : la dignidad que el hombre tiene en cuanto imagen


de Dios, como enseña Santo Tomás, consiste en la libertad. Si no-
sotros le objetamos : la dignidad del hombre consiste en la eleva-
ción al orden sobrenatural por la participación de la naturaleza
divina; nos responde : por supuesto que sí, pero ¿acaso lo más
propio de la naturaleza divina no es la libre autonomía?, pues
bien, nuestra participación consiste en nuestra libertad. Es la
esencia de la libertad la que nos diviniza, y si insistimos en dis-
tinguir un orden sobrenatural, habrá que considerarlo como el
orden de una sobrelibertad.
En el primer capítulo de Gaudium et spes, el Concilio trata de
«la dignidad de la persona humana». En el primer punto (n. 12)
enseña con verdad que la dignidad del hombre consiste en haber
sido creado a imagen de Dios. Pero va a dejar bien claro que la
dignidad de imagen se resume en la libertad (las cursivas son
nuestras) : “Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embar-
go, por instigación del demonio, en el propio exordio de la histo-
ria, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo
alcanzar su propio fin al margen de Dios. […] Pero el Señor vino
en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole inte-
riormente y expulsando al príncipe de este mundo, que le retenía
en la esclavitud del pecado. El pecado rebaja al hombre, impi-
diéndole lograr su propia plenitud” (n. 13). “El hombre, por su
misma condición corporal, es una síntesis del universo material,
el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la
voz para la libre alabanza del Creador. […] No se equivoca el
hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al
considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como ele-
mento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en
efecto, superior al universo entero 1; a esta profunda interioridad

1 Este párrafo supone la estúpida distinción personalista-maritainiana entre


individuo y persona, según la cual el hombre como individuo es “partícula de la
naturaleza” que se subordina al bien común “de la ciudad humana”, mientras
que como persona es fin y “superior al universo entero”.
108 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguar-


da, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo
la mirada de Dios, decide su propio destino” (n. 14). En el n. 15 trata
de la «dignidad de la inteligencia», con una brevísima referencia
final a la contemplación : “Con el don del Espíritu Santo, el
hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del
plan divino”. En el n. 16 pone un acento mayor en la «dignidad
de la conciencia moral», pero donde la dignidad del hombre en-
cuentra su valor supremo es en el n. 17, que trata de la «grandeza
de la libertad» : “La orientación del hombre hacia el bien sólo se
logra con el uso de la libertad, la cual posee un valor que nues-
tros contemporáneos ensalzan con entusiasmo. Y con toda razón.
Con frecuencia, sin embargo, la fomentan de forma depravada,
como si fuera pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal que
deleite, aunque sea mala. La verdadera libertad es signo eminente
de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido «dejar al
hombre en manos de su propia decisión» (Eccli 15, 14), para que
así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libre-
mente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección. La
dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según
su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por
convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego im-
pulso interior o de la mera coacción externa” (n. 17).

3º Consecuencia inmediata :
supremacía de la acción sobre la contemplación

Coronando la filosofía de Platón y Aristóteles, la verdadera


doctrina católica pone la plenitud del hombre como imagen del
Creador, no en la libertad, sino en la contemplación, esto es, en el
conocimiento amoroso de Dios : “La imagen de Dios en el hom-
bre se considera según el verbo concebido del conocimiento de
Dios y el amor que de él se deriva” 1. Porque Dios ejerce su liber-

1 I, q. 93, a. 8.
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 109

tad al crear, pero no alcanza la plenitud de su felicidad por la


creación, sino que la tiene por esencia en su eterna contempla-
ción 1. Así lo había dicho Nuestro Señor : “Esta es la vida eterna :
que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has en-
viado, Jesucristo” (Jn 17, 3).
El giro antropocéntrico por el que se pone al hombre como fin
y gloria del Creador, implica también la invertida supremacía de la
acción sobre la contemplación. Aunque no lo diga de manera explí-
cita, el humanismo conciliar da por supuesto que Dios alcanza la
plenitud de su felicidad por el libérrimo acto de la creación, pues
así como un artista se completa al producir su obra maestra, así le
ocurriría a Dios al producir el hombre. El hombre, entonces, se
hace perfecta imagen de Dios, no en cuanto lo contempla, sino en
cuanto también se constituye hacedor y gobernador de las cosas
creadas, que Dios puso a su disposición : “Creado el hombre a
imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en jus-
ticia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se con-
tiene, y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero,

1 I, q. 26, a. 2. La «autonomía» o señorío de sí mismo implica la libertad, pe-

ro no se identifica con ella. La autonomía es el grado supremo de la vida (cf. I,


q. 18, a. 3), porque los seres vivos son “los que obran por sí mismos y no movi-
dos por otros”, y el grado supremo de la vida es el propio del ente espiritual,
que se propone a sí mismo sus fines y ordena a ellos sus actos. Ahora bien, en
este grado, el único enteramente autónomo y señor es Dios, porque sólo El no
es determinado por otro en ningún aspecto, tanto respecto al intelecto, pues se
conoce a sí mismo, como respecto a la voluntad, porque Él mismo es el bien por
esencia. El hombre es dueño de proponerse ciertos fines intermedios, pero no es
dueño de muchas cosas que le son impuestas por la naturaleza, “como los pri-
meros principios, que no pueden cambiar, y el último fin, que no puede no
querer” (I, q. 18, a. 3). La libertad, justamente, se da respecto a los fines inter-
medios, que son bienes participados, y no respecto al fin último, que es el bien
por esencia. No tiene sentido hablar de libertad de querer o no querer el bien por
esencia, que es el objeto mismo de la voluntad. Por eso en el hombre coincide el
campo de su autonomía con el de la libertad, pues se determina a sí mismo res-
pecto a los fines intermedios. Pero su autonomía no es absoluta, porque los
primeros principios del intelecto y el fin último de la voluntad los tiene dados
por la naturaleza, es decir, los tiene determinados por Dios.
110 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el


sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el
nombre de Dios en el mundo” (Gaudium et spes n. 34).

4º Consecuencia última : «Non serviam»

Aunque no lo quiera, el que levanta la bandera de la libertad,


está engrosando las filas de Satanás. Los Papas conciliares harían
muy bien en meditar seriamente lo que ya hace mucho tiempo
enseñaba Santo Tomás : “Es propio del gobernante conducir al fin
a los gobernados por él. Y el fin del demonio es apartar de Dios a
la criatura racional; por eso intentó desde el principio apartar al
hombre de la obediencia al precepto divino (Gen 3). Pero tal sepa-
ración de Dios tiene razón de fin en cuanto que se apetece bajo pre-
texto de libertad, de acuerdo con las palabras de Jeremías (2, 20) :
«Desde antiguo quebrantaste el jugo, rompiste las coyundas; di-
jiste : No serviré». Por consiguiente, en cuanto que algunos son
arrastrados a ese fin cuando pecan, caen bajo el régimen y el go-
bierno del diablo” 1.

B. EL SUBJETIVISMO,
LIBERADOR DEL PENSAMIENTO

1º El humanismo se ampara bajo el subjetivismo

El humanismo levantó la bandera de la libertad, y lo primero


que buscó fue la libertad de pensamiento; quiso ser responsable
de sus propias opiniones. La primera que cayó fue la autoridad
de los teólogos, mediadora ante los fieles de la autoridad magis-
terial de la Iglesia. Esto supuso un retroceso de doble vertiente :
el retroceso a las fuentes y el retroceso a la sabiduría pagana. Los

1 III, q. 8, a. 7.
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 111

teólogos eran tutores encargados de explicar a los fieles (Iglesia


discente), bajo la estrecha vigilancia del Magisterio (Iglesia do-
cente), tanto lo que decían las fuentes de la Revelación (Sagrada
Escritura y Tradición), como lo que decía la razón, especialmente
cultivada por la sabiduría griega. El humanista del renacimiento
se cansó de sus tutores y decidió ir él, personalmente, a las fuen-
tes y a los griegos para formarse su propia opinión. Como se
cambiaron los teólogos por los libros, hubo un auge impresionan-
te de traducciones y ediciones. Evidentemente, este movimiento
estuvo siempre animado de un profundo anticlericalismo.
Sin embargo, estos retrocesos no eran suficientes para liberar
el pensamiento, porque los grandes teólogos escolásticos ya ha-
bían bebido antes en esas fuentes con mayor provecho, y no era
fácil sostener frente a ellos la libertad de opinión. Por eso, junto
con los referidos retrocesos, fue creciendo un movimiento de
ataque al rigor mismo del pensamiento escolástico, buscando ar-
gumento en los aspectos subjetivos del pensamiento humano. En
este punto, el que abrió el fuego fue Guillermo de Ockham, con
su nominalismo.
El proceso de este combate es largo y complejo, pero suficien-
temente conocido como para que se haga necesario extender-
nos 1. San Pío X señaló la importancia que tiene el subjetivismo,

1 Enciclopedia de la Religión Católica, «Subjetivismo», tomo VI, col. 1523 : “Cier-

tamente, la filosofía y aun la ciencia contemporánea han estado fuertemente satu-


radas de subjetivismo. Porque, como se comprende, el idealismo, psicologismo,
criticismo, relativismo, pragmatismo, instrumentalismo, inmanentismo, agnosti-
cismo, etc., no son sino formas diversas y más o menos atenuadas de subjetivis-
mo gnoseológico. En la historia del pensamiento moderno, éste se incuba en la
metafísica cartesiana. Recibe después forma sistemática en el idealismo empíri-
co-espiritualista de Berkeley. Se puntualiza, agudizándose, en la posición crítico-
escéptica de Hume. Interviene, seguramente como elemento principal, en el criti-
cismo kantiano. También se enlaza con el asociacionismo de Stuart Mill y de
Spencer. Aparece claramente en casi todas las tesis del idealismo postkantiano,
especialmente de Fichte, Schelling y Hegel. No hay que decir cómo se muestra en
el propiamente dicho solipsismo. Por otra parte, toma una dirección especialmen-
te «agnóstica» en el positivismo, en el neocriticismo francés, en el empirocriticis-
112 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

llevado al extremo del agnosticismo, en el pensamiento modernis-


ta 1. El último acto defensivo por parte de la Iglesia fue la encícli-
ca Humani generis, de Pío XII 2.

mo y en las filosofías antiintelectualistas contemporáneas. En el voluntarismo,


pragmatismo, intuicionismo e inmanentismo, especialmente; así como en la ma-
yor parte de autores historicistas y existencialistas, cobra una dimensión relati-
vista exagerada, cuando no claramente escéptica. Lo mismo podría decirse de las
exageraciones gnoseológicas de la moderna crítica científica, debidas en gran
parte al ambiente subjetivista creado por el idealismo y sus consecuencias. Se re-
duce cualquier juicio al sujeto que juzga; se limita, en definitiva, la validez de la
verdad al sujeto. Claro está que el alcance de tal subjetivismo del conocimiento
diferirá de lo que se entienda por sujeto y de si la conciencia cognoscente está más
allá de toda organización psicofísica. Mas, en realidad, se tiende siempre a identi-
ficar en lo posible el sujeto con el objeto, perdiéndose el sentido de la verdadera
trascendencia. La mayor parte – por no decir todas – las posiciones subjetivistas
han sido señaladas y condensadas al condenar la Iglesia Católica el modernismo”.
1 San Pío X, Encíclica Pascendi, 8 de septiembre de 1907 (Denzinger-Hüner-

mann 3475) : “El fundamento de la filosofía religiosa lo ponen los modernistas en


la doctrina que vulgarmente llaman agnosticismo. Según éste, la razón humana
está absolutamente encerrada en los fenómenos, es decir, en las cosas que apare-
cen y en la apariencia en que aparecen, sin que tenga derecho ni poder para tras-
pasar sus términos. Por tanto, ni es capaz de levantarse hasta Dios ni puede co-
nocer su existencia ni aun por las cosas que se ven. De aquí se infiere que Dios no
puede en modo alguno ser directamente objeto de la ciencia; y por lo que a la his-
toria se refiere, Dios no puede en modo alguno ser considerado como sujeto his-
tórico. Sentados estos principios, cualquiera puede ver fácilmente qué queda de
la teología natural, qué de los motivos de credibilidad, qué de la revelación ex-
terna. Y es que todo eso lo suprimen los modernistas y lo relegan al intelectua-
lismo : sistema – dicen – ridículo y de mucho tiempo muerto. Y no los detiene que
semejantes monstruos de errores los haya clarísimamente condenado la Iglesia”.
2 Pío XII, Encíclica Humani generis, 12 de agosto de 1950 (Denzinger-Hüner-

mann 3882-3883) : “Según ellos, los misterios de la fe jamás pueden significarse


por nociones adecuadamente verdaderas, sino solamente por nociones «aproxi-
mativas», como ellos las llaman, y siempre cambiantes, por las cuales, efecti-
vamente, la verdad se indica, en cierto modo, pero forzosamente también se de-
forma. De ahí que no tienen por absurdo, sino por absolutamente necesario,
que la teología, al hilo de las varias filosofías de que en el decurso de los tiem-
pos se vale como de instrumento, vaya sustituyendo las antiguas nociones por
otras nuevas, de suerte que por modos diversos y hasta en algún modo opues-
tos, pero, según ellos, equivalentes, traduzca a estilo humano las mismas ver-
dades divinas. Añaden en fin que la historia de los dogmas consiste en exponer
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 113

2º El subjetivismo conciliar

La drogadicción del subjetivismo – drogadicción y subjetivis-


mo son dos vicios muy semejantes – desembocó en extremos ta-
les como la infernal locura del idealismo hegeliano, que ya no
distingue entre pensamiento y realidad 1. El «humanismo nue-
vo» que triunfó en el Concilio, va a buscar moderar la dosis para
no acabar con toda racionalidad, pero le es absolutamente nece-
sario permanecer en el subjetivismo para no perder la esencial li-
bertad de pensamiento 2.
El pensamiento conciliar va a encapsular su subjetivismo en
la media verdad de la «inadecuación de las fórmulas dogmáti-
cas». La Revelación – dice – consiste en la manifestación que
Dios ha hecho de Sí mismo y el acto de fe consiste en cierta per-
cepción del misterio divino. Es verdad – sostiene – que esta ex-
periencia de fe tiende a expresarse en fórmulas conceptuales que,
mediante la aprobación de la jerarquía eclesiástica, llegan a ser
dogmas. Pero las fórmulas dogmáticas podrán ser expresión
acabada de la experiencia comunitaria de fe, mas nunca podrán
expresar adecuadamente el objeto en sí de la fe, que es el miste-
rio inefable de Dios. La fe consiste en creer en Dios y no en fór-
mulas conceptuales acerca de Dios.

las varias formas sucesivas que la verdad revelada ha ido tomando, conforme a
las varias doctrinas e ideas que han aparecido en el decurso de los siglos. Pero
es evidente, por lo que llevamos dicho, que tales conatos no sólo conducen al
llamado «relativismo» dogmático, sino que ya en sí mismos lo contienen”.
1 Louis Jugnet, Problemas y grandes corrientes de la filosofía, Colección clásicos

contrarrevolucionarios, Buenos Aires 1978, p. 88 : “El hegelianismo es un idea-


lismo, es decir, una doctrina para la cual sólo existe el pensamiento, del cual la
naturaleza y la historia son las manifestaciones. De hecho, no existe sin la «Idea».
La Lógica es la ciencia de la idea pura y abstracta. La Filosofía de la Naturaleza,
la ciencia de las determinaciones de la idea en el mundo material, y la Filosofía
del Espíritu, la ciencia de las determinaciones de la Idea en el espíritu humano”.
2 Hemos considerado este asunto con cierta amplitud en el tercer artículo

de nuestra «quaestio disputata» sobre el magisterio conciliar, La lámpara bajo el ce-


lemín, p. 117-137. Damos una síntesis de nuestras conclusiones.
114 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Aquí la prestidigitación conciliar nos distrae con otro de sus


trucos. Es verdad que el objeto de la fe es el misterio de Dios, pe-
ro esto es sólo la mitad más brillante de la verdad. Como enseña
Santo Tomás, “el objeto de la fe puede considerarse de dos ma-
neras : de un modo, por parte de la cosa misma creída, y en este
caso el objeto de la fe es una cosa incompleja, esto es la cosa
misma de que se tiene fe [el misterio de Dios]; de otro modo, por
parte del que cree, y según esto el objeto de la fe es algo complejo
a manera de proposición [la doctrina cristiana]” 1. Esta distinción
corresponde con aquella más general de los escolásticos entre la
verdad lógica, tal como se da en los juicios del intelecto, y la ver-
dad ontológica, la cosa en sí en cuanto cognoscible. De allí que la
verdad revelada, objeto de la fe, sea a la vez una cosa, la realidad
divina en sí misma (verdad ontológica) y una doctrina, resumida
en los artículos del Credo (verdad lógica).
Como es evidente, la doctrina de la fe no puede dar a conocer
completamente a Dios en sí mismo, pues la realidad divina no
puede ser abarcada por conceptos humanos; pero nos la da a co-
nocer lo suficiente para amar a Dios y salvarnos. Por lo tanto, si
bien la doctrina revelada no es adecuada a la realidad divina, sí es
adecuada a nuestra manera de conocer y a nuestras necesidades.
La nueva teología conciliar va a quedarse solamente con la
primera manera de entender el objeto de la fe y la verdad reve-

1 II-II, q. 1, a. 2. En este artículo, Santo Tomás se pregunta “si el objeto de la

fe es algo complejo o incomplejo, es decir, si es una cosa o un enunciado”; y res-


ponde : “Las cosas conocidas están en el que las conoce al modo del que las co-
noce. El modo propio del entendimiento humano es conocer la verdad compo-
niendo [al afirmar] o dividiendo [al negar]. Por consiguiente, las cosas que son
simples por sí mismas, las conoce el entendimiento humano de una manera
compleja; como por el contrario el entendimiento divino conoce incompleja-
mente las que en sí son complejas. Luego el objeto de la fe puede considerarse
de dos maneras : de un modo, por parte de la cosa misma creída, y en este caso
el objeto de la fe es una cosa incompleja, esto es la cosa misma de que se tiene fe;
de otro modo, por parte del que cree, y según esto el objeto de la fe es algo com-
plejo a manera de proposición. Y por lo tanto, de ambos modos opinaron con
verdad los antiguos y ambas cosas son verdaderas bajo cierto punto de vista”.
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 115

lada, como la cosa misma creída, y va a negar la segunda, insis-


tiendo despectivamente que Dios no reveló doctrinas, sino que
se reveló El mismo. Y cree que con este sutil discernimiento ha
bautizado su subjetivismo, porque ahora podrá defender la subs-
tancial inmutabilidad de la Verdad revelada y de la Tradición,
porque la sustancia de lo que se ha revelado y se transmite, es el
misterio mismo de Dios, ciertamente inmutable. Otra cosa habrá
que decir de las fórmulas conceptuales y lingüísticas que expre-
san este misterio, que no se adecuan al mismo y son siempre en
cierta manera subjetivas, dependientes del momento histórico y
del ambiente cultural en que se expresan.

3º Breve análisis del subjetivismo conciliar

El subjetivismo conciliar sostiene un relativismo moderado y


se resiste a caer en «la tiranía del relativismo» absoluto, al cual
sin embargo constantemente tiende. Fundamentalmente niega la
capacidad de la razón para conocer las esencias universales de las
cosas. Como el viejo nominalismo, aunque con lenguaje más so-
fisticado, reemplaza la doctrina escolástica de la abstracción por la
de una indefinida experiencia, desconociendo así lo propio del co-
nocimiento intelectual y asimilándolo al conocimiento sensible.
Esto tiene enormes consecuencias :
 Negada la universalidad del conocimiento intelectual, este
pasa a depender – como ocurre con el conocimiento sensible –
del hic et nunc, es decir, del ambiente cultural y del momento his-
tórico. Aunque no va a negar cierta comunidad (no se diga univer-
salidad) de los conceptos, sin embargo, dirá que ésta se funda en
la comunión vital de los miembros de una misma cultura y de un
mismo momento histórico 1.

1 En la medida en que se vaya dando una efectiva comunión universal, se


acepta que comiencen a darse fórmulas conceptuales efectivamente universales.
Es la esperanza que se tiene con los «derechos humanos», precioso fruto de la
globalización de la cultura.
116 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

 Si no conocemos la esencia de las realidades que se nos ofre-


cen por los sentidos, de modo parcial pero verdadero, tampoco
podremos conocer por analogía propia la realidad divina. Mal
podemos decir que conocemos algo de las Personas divinas si no
podemos conocer lo que es esencialmente la persona humana,
porque sólo podemos conocer Aquellas por analogía con ésta. A
la teología nueva, por lo tanto, sólo le queda abierta la vía nega-
tiva, esto es, decir de Dios no lo que es, sino lo que no es : que no
es corporal, que no es temporal, que no es como nada de lo que
conocemos. Pero una teología puramente negativa no es ninguna
teología : sólo sabe que no sabe nada. Como es evidente, no sólo
no hay teología, sino que tampoco queda lugar para una verda-
dera ciencia.
Este error filosófico pretende ser justificado por una media
verdad teológica. Porque es cierto que la fe supone cierto contac-
to inmediato con Dios en cuanto Verdad primera, que explica la
posibilidad de la caridad sobrenatural, y que Santo Tomás no
dudará en denominar «experiencia» 1. Pero esto se sigue en ra-
zón de la divina certeza del acto de fe y no de la particular ver-
dad sobre la que recae tal acto, expresada en una proposición
conceptual. Los prestidigitadores de la nueva teología deslum-
bran a sus discípulos con este profundísimo aspecto del acto de
fe, para lo cual se hacen expertos tomistas, y niegan el aspecto
más claro y evidente : que Dios se nos reveló de un modo accesi-
ble a nuestra manera de conocer, esto es, por medio de proposi-
ciones conceptuales que constituyen un cuerpo doctrinal.
A la negación, entonces, de la evidentísima verdad de razón,
que la inteligencia abstrae las esencias universales de las cosas, la

1 Las virtudes teologales tienen como objeto a Dios en sí mismo : la fe al-

canza a Dios como Verdad primera, la esperanza como Bien deseado y la cari-
dad como Bien en sí. Como no amamos sino lo que conocemos y el modo del
amor responde al modo del conocimiento, no podríamos tener amor de caridad
a Dios en sí mismo si la fe no fuera un conocimiento que alcanza de alguna ma-
nera a Dios en sí mismo.
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 117

nueva teología conciliar le suma la negación de una verdad de fe,


que la Revelación consiste también en una doctrina 1. Esta no es una
conclusión teológica, sino una verdad explícitamente revelada,
porque si la revelación no fuera también doctrina, no podría de-
cirse que la fe viene de la predicación, ex auditu (Rom 8, 17).

4º Consecuencias

El pluralismo teológico
No hace falta meditar mucho para darse cuenta que las con-
secuencias son enormes. La revelación sería una «presencia» de
Dios, manifestada misteriosamente a través de diferentes «sím-
bolos» o «sacramentos» 2 : Jesucristo y la Iglesia, la Escritura y la
Liturgia, los pobres, los negros y las mujeres 3. La fe consistiría
en la percepción del misterio divino, gracias a la interpretación
del símbolo. La percepción de la fe es en sí misma indefinible,
pero el hombre es social y tiende a expresar sus experiencias en
palabras. Como se sabe, la mayoría no sabe expresarse bien, pero
en cada comunidad no falta un poeta que tiene el don de expre-
sar el sentir común de la fe 4. Estos poetas son los neoteólogos y
sus teologías son poemas que expresan, con mayor o menor be-
lleza, el hic et nunc de la Revelación divina.
Así se explica la instauración, desde el Concilio, del «plura-
lismo teológico». Pretender, como hacía Pío XII con sus encíclicas

1 Decimos «también» porque, como se explicó, lo revelado puede entender-


se de dos maneras : Dios en sí y la doctrina sobre Dios.
2 Se los llama sacramentos porque son signos dotados de una suerte de efi-

cacia, pues hacen eficazmente presente el misterio divino a quien tiene el don
de interpretarlos. Nada tiene que ver esta eficacia con la eficacia ex opere operato
de los siete Sacramentos tal como la entiende la teología católica.
3 Cada una de estas realidades «sacramentales» tendrá su «teología» – como

la «teología de la liberación» o la «teología femenina» –, que no es otra cosa que


la «hermenéutica del símbolo», es decir, la interpretación en conceptos humanos
del encuentro con Dios en los pobres o en la mujer por cierta experiencia de fe.
4 Como diremos más profusamente en el próximo capítulo, el nuevo huma-

nismo no es individualista sino comunitario.


118 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

doctrinales, que sólo se conserve una teología y se excluyan las


demás, es una pérdida de riqueza y un abuso de autoridad 1.
Porque, como decía el Santo Poeta de Aquino, nunca se termina-
ría de cantar el misterio de la Presencia divina : “Quantum potes,
tantum aude : quia maior omni laude, nec laudare sufficis” 2. Ahora
los teólogos sí se atreven a tanto cuanto pueden y no dejan de ser
aplaudidos por los Papas conciliares.

El problema de la verdad

Como el nuevo humanismo conciliar quiere ser católico, no


puede renunciar a hablar de la verdad, pero para el subjetivismo,
como para Pilatos, la verdad se ha transformado en problema :
Quid est veritas? La verdad es cierta adecuación entre el intelecto y
la cosa, perfectamente definible y verificable para el que sabe que
el intelecto alcanza las esencias universales de las cosas. Pero para
el pensamiento moderno, el problema de la verdad será el prime-
ro en beneficiarse de las bondades del pluralismo, pues recibe mil
respuestas sin poder decidir cuál de ellas es más «verdadera».
Quizás podríamos decir que las diversas explicaciones van desde

1 Monseñor Ph. Delhaye, en la «Introducción» a Comisión Teológica Interna-

cional : Documentos 1969-1996. Veinticinco años de servicio a la teología de la Iglesia,


BAC, Madrid 1998, p. 5 y 8, salvo lo que ponemos entre llaves, que no aparece
en esta edición española sino en la francesa de Cerf (los hispanos son más papis-
tas y les choca una crítica tan abierta a la autoridad pontificia), p. 16 : “Se está así
muy lejos de las exigencias [por parte del Magisterio] {de una sola doctrina con-
siderada clásica y tomada exclusivamente} de una sola corriente teológica. El
Papa [Pablo VI] desea el pluralismo de los intentos… El Magisterio no se delega
a los teólogos, de los que postula su ayuda. Pero tampoco toma el lugar de la
teología técnica. Hay un abismo entre las catequesis de los miércoles de Pablo
VI, que recuerdan los puntos esenciales de la fe que hay que creer y vivir, y los
discursos brillantes de Pío XII que parecen salir de un manual clásico. {¡Y no sin
razón! Han sido compuestos por profesores demasiado felices de hacer pasar
bajo cubierta de la autoridad pontificia sus opciones y sus tesis de escuela}” .
2 Secuencia Lauda Sion, de la misa de Corpus Christi : “Atrévete a tanto

cuanto puedas, porque [el Salvador] es mayor que toda alabanza y nunca lo
alabarás lo suficiente”.
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 119

entender la verdad como una simple sinceridad, en la cual la expre-


sión conceptual se adecua a la experiencia personal, hasta enten-
derla a la manera de la verdad práctica, en la que es verdadero lo
que es eficaz, es decir, la expresión conceptual adecuada (como el
medio al fin) para conservar la paz interior o la unidad en la co-
munidad humana. Pero ¿quién decidirá si nuestra opinión es ver-
dadera? Que al menos se considere que es sincera y puede servir.
Para muestra, basta un botón 1. El fruto más maduro del sub-
jetivismo, como señala San Pío X, es la verdad de toda religión;
con él se abrieron, desde el Concilio Vaticano II, las vías prohibi-
das del ecumenismo. Pero treinta años después se iba tan ba-
rranca abajo que la Comisión Teológica Internacional, alegre de
pisar el acelerador en sus primeros tiempos, entonces comenzó a
tocar nerviosa los frenos. En 1996 publica El cristianismo y las reli-
giones 2, documento que busca moderar la «posición pluralista»
de los que defienden el igual valor de toda religión. Es muy in-
teresante ver planteadas con claridad, en el Status quaestionis 3,
las posiciones extremas a las que llega – en plena coherencia con
los principios subjetivistas del ecumenismo – la objetada opinión
«pluralista»; y luego tocar, en la parte resolutiva, la impenetrable
oscuridad de los argumentos con que se las quiere matizar.
El Status quaestionis propone seis problemas. En el tercero se
toca valientemente «la cuestión de la verdad» de las religiones :
“La cuestión de la verdad acarrea serios problemas de orden teó-

1 Lo que sigue son extractos textuales tomados de La lámpara bajo el celemín,

p. 132-134. En el artículo tercero de esta cuestión disputada tratamos amplia-


mente del subjetivismo conciliar.
2 Comisión Teológica Internacional, «El Cristianismo y las religiones», en Do-

cumentos 1969-1996, BAC, p. 557 a 604. El texto original fue redactado en español.
3 Aquí se nos ubica rápidamente en el clima teológico en que se mueve el

documento, cuando se refiere a las antiguas enseñanzas de los santos padres :


“En la teología católica anterior al Vaticano II se constatan dos líneas de pen-
samiento en relación al problema del valor salvífico de las religiones. Una, re-
presentada por Jean Danielou, Henri de Lubac y otros… La otra línea, represen-
tada por Karl Rahner” (p. 559).
120 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

rico y práctico, ya que en el pasado [no subjetivista] tuvo conse-


cuencias negativas en el encuentro con las religiones [pues sin
subjetivismo no hay ecumenismo]” (n. 13). Explica allí una ver-
sión inmoderada del principio de inadecuación, asociada a la
opinión que se combate, excesivamente relativista : “La concep-
ción epistemológica subyacente a la posición pluralista utiliza la
distinción de Kant entre noumenon y phaenomenon. Siendo Dios, o
la Realidad última, trascendente e inaccesible al hombre, sólo
podrá ser experimentado como fenómeno, expresado por imá-
genes y nociones condicionadas culturalmente; esto explica que
representaciones diversas de la misma realidad no necesiten ex-
cluirse recíprocamente a priori” (n. 14). El problema, nada pe-
queño, está en que “la omisión del discurso sobre la verdad lleva
consigo la equiparación superficial de todas las religiones, va-
ciándolas en el fondo de su potencial salvífico. Afirmar que todas
son verdaderas equivale a declarar que todas son falsas. Sacrifi-
car la cuestión de la verdad es incompatible con la visión cristia-
na” (n. 13). Bien dicho.
El documento considera, en la segunda parte, «los presupues-
tos teológicos fundamentales» y en la tercera da solución a los
problemas planteados. El punto más extensamente discutido, y
el más oscuro, es el problema de la verdad. “[La Iglesia] valora lo
verdadero, bueno y bello de las religiones desde el trasfondo de
la verdad de la propia fe, pero no atribuye en general a la preten-
sión de verdad de las otras religiones una misma validez. Esto
llevaría a la indiferencia, es decir, a no tomar en serio la preten-
sión de verdad tanto propia como ajena” (n. 96). Los católicos no
podemos decir que tenemos la verdad y las otras religiones no,
pero digamos al menos que la pretendemos con mayor validez,
no sea que caigamos en indiferentismo. “Todo diálogo vive de la
pretensión de verdad de los que en él participan. Pero el diálogo
entre las religiones se caracteriza además por aplicar la estructu-
ra profunda de la cultura de origen de cada uno a la pretensión
de verdad de una cultura extraña” (n. 101). Por lo tanto, cuando
los pluralistas extremos objetan que los católicos no deben pre-
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 121

tender que nuestra doctrina es superior : “A la única mediación


salvífica de Cristo para todos los hombres se le atribuye, por par-
te de la posición pluralista, una pretensión de superioridad” (n.
104), la CTI responde que los que dialogan deben respetar la pre-
tensión de verdad del otro, y los católicos pretendemos que Cris-
to es superior; que esto está en la “propia estructura de verdad”
de la fe cristiana (n. 103).
¿Alguien podrá decir alguna vez si la «estructura de verdad»
del cristianismo es más verdadera que la de otra religión? Según
la CTI, sólo puede decirse que es nuestra «pretensión», en razón
de nuestro «trasfondo cultural».

C. LA CONCIENCIA,
LIBERADORA DE LA ACCIÓN

1º El latrocinio de Prometeo :
la autonomía de la conciencia

El subjetivismo permitió a Prometeo, la prudencia, robar el


fuego divino para los hombres. Según el orden natural – respeta-
do por el sobrenatural –, para que la acción del hombre sea recta,
debe estar dirigida por la prudencia. Y la prudencia debe estar, a
su vez, informada por la sabiduría (ya natural, ya sobrenatural)
por la que se conoce a Dios como fin último y el orden que las co-
sas guardan con Él 1. Si bien la prudencia debe dar su dictamen

1 La sabiduría de la que aquí hablamos, consiste en la conjunción de los di-


versos hábitos intelectuales que perfeccionan el intelecto del hombre en orden a
la acción, empezando por la sindéresis y culminando en la sabiduría propia-
mente dicha, que en el orden natural es la metafísica (teología natural) y en el
sobrenatural es la teología (sabiduría adquirida) y el don de Sabiduría (infusa).
Cf. De Veritate, q. 17, a. 1 : “…Applicantur ad actum habitus rationis operativi,
scilicet habitus synderesis et habitus sapientiae, quo perficitur superior ratio, et
habitus scientiae, quo perficitur ratio inferior; sive simul omnes applicentur, sive
122 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

teniendo en cuenta las circunstancias particulares de la acción, por


lo que no puede, ni pretende, ni necesita alcanzar una completa
certeza especulativa, los principios de la sabiduría – que son co-
mo el alma y el marco del dictamen de la prudencia – son univer-
sales. De allí que la sabiduría, luz participada del Fuego divino,
constituya el tribunal supremo de la conducta del hombre, tanto en
el orden individual como en el social, pues por su carácter univer-
sal se eleva sobre las irrepetibles circunstancias del dictamen pru-
dencial y su dictamen se impone a todos los hombres honestos 1.
Pero el subjetivismo subvierte este tribunal al negar la uni-
versalidad del conocimiento. Y ésta era – según pensamos – la fi-
nalidad fundamental por la que vino a la existencia. Si el huma-
nista se volvió subjetivista, no fue tanto por motivos especulati-
vos sino con un fin práctico : que no exista ninguna autoridad
sobre la tierra que juzgue su conducta. Mientras se trate sola-
mente de curiosidades culturales, el humanista no deja de intere-
sarse por la metafísica de Aristóteles, pero cuando la sabiduría
pretende reinar en su vida, allí se acaba la amistad. Si, como
quiere el subjetivismo, no es posible el conocimiento universal de
Dios como fin último y del orden esencial que con Él guarda ca-
da cosa según su naturaleza, entonces para poder juzgar con ob-

alter eorum tantum – se aplican al acto los hábitos de la razón operativa, es de-
cir, el hábito de la sindéresis y el hábito de la sabiduría, por el que se perfecciona
la razón superior, y el hábito de la ciencia, por el que se perfecciona la razón in-
ferior; ya sea que se apliquen todos a la vez, ya sólo alguno de ellos”. Si bien,
como enseña Santo Tomás, para el orden moral individual no es necesario que
se posea el hábito de la sabiduría propiamente dicha, pues basta con los princi-
pios de la sindéresis, para el orden moral político aquella es indispensable. Para
el ejercicio de la prudencia política es absolutamente necesario la asistencia de
la teología o sabiduría. Si el individuo no necesita poseerla personalmente, es
porque puede participar de ella como bien común social.
1 Sin querer prejuzgar a nuestro ocasional Lector, suponemos que este pá-

rrafo necesitaría muchas explicaciones, porque, si bien tendría que ser éste el
enfoque de todo buen tratado de moral, no es el que acostumbran hacer aún
nuestros mejores manuales. Y este defecto en la formación católica viene del
contagio del enfoque moderno de la conciencia.
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 123

jetividad la decisión prudencial de una persona, habría que ha-


ber estado en su interior para tener presente todas las circuns-
tancias que rodearon su decisión. Y si todo un tribunal pudiera
hacer esto, sus miembros nunca podrían ponerse en completo
acuerdo, porque son infinitos los aspectos a considerar. Si el sub-
jetivismo permite el pluralismo doctrinal, justifica un pluralismo
infinitamente mayor en el orden moral.
Derribado el tribunal de la sabiduría – primero el de la Sabi-
duría cristiana a la luz de la fe, y en consecuencia el de la sabidu-
ría metafísica a la luz de la razón, que de hecho no se sostiene sin
aquél –, los hombres pasan pronto de liberales a libertinos. Sabo-
reada la amargura de sus primeras consecuencias, el humanismo
del siglo XVI procuró levantar un nuevo tribunal de la conducta :
la «conciencia». Si bien las libres decisiones no deben ser regidas
por el tribunal eclesiástico de los teólogos, no por eso están libe-
radas del control de la razón y la fe, sino que deben responder al
juicio moral de la propia conciencia. Desquiciaba así, para prove-
cho propio, otra idea cristiana 1.
Una grave falencia en la defensa católica contra estos movi-
mientos, fue que aún los mejores teólogos tomistas aceptaron de-
fender la moral católica en este nuevo terreno peligrosamente
subjetivo. Aunque sostenían la legitimidad de la sabiduría cris-
tiana como regla de conducta, dejaron que se estableciera la con-
ciencia como regla inmediata, lo que si bien no llega a ser falso, es
innecesario e inconvenientemente expresado 2. Ahora bien, en la

1 Para los autores clásicos griegos y latinos, la conciencia sólo tiene la fun-

ción de testigo y juez de los propios actos, pero carece de la función de regla an-
tecedente de su moralidad. La conciencia en este sentido aparece con el cristia-
nismo, en especial en San Pablo. Cf. el comentario de Th. Deman O. P. al trata-
do de la prudencia, en la Suma Teológica publicada por la Revue de Jeunes.
2 Santo Tomás reconoce que hay nombres que, aunque denominan actos,

pueden trasladarse a denominar los principios de esos actos, ya sea la potencia


o el hábito (como «intelecto» se dice del acto, de la potencia y del hábito de los
primeros principios, y «caridad» del acto y del hábito). Sin embargo – advierte
el mismo Santo Tomás –, «conciencia» significa acto de tal manera que no con-
124 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

medida en que la crítica que el pensamiento moderno y las nue-


vas ciencias le hacían a la teología y filosofía escolástica fue ga-
nando terreno, introduciendo el veneno del subjetivismo, el tribu-
nal interior de la conciencia se iba liberando de la tiranía de la sa-
biduría teológica, abriendo las puertas al relativismo moral. Aho-
ra los hombres eran dueños del fuego divino, capaces de moldear
las normas, hasta entonces férreas, según sus conveniencias.

2º La «conciencia recta» según el Concilio

El humanismo conciliar, hemos dicho y repetido, es el su-


premo intento de Prometeo por salvar la modernidad con una
nueva transfusión de catolicismo en sus venas. Aunque, recalci-
trantes integristas, nos cueste entenderlo, el Concilio no deja de
luchar contra el relativismo en que cae la moral moderna, bus-
cando religar la conciencia humana con la ley divina, pero – eso
sí – sin poner en riesgo su libertad. Aquí se trata de aplicar en
particular al asunto de la conciencia, el tema general de la tras-
cendencia de la persona humana en cuanto imagen de Dios.
Si leemos ingenuamente las declaraciones de intención de la
Veritatis splendor, de Juan Pablo II, donde se hace la hermenéutica
auténtica de la moral del Concilio, esto es, la de «continuidad
con la tradición», podríamos quizás quedar satisfechos. Allí se
condenan, al parecer, exactamente los mismos errores que ahora
denunciamos nosotros en el pensamiento conciliar, esto es, la
supremacía de la libertad, el subjetivismo y la autonomía de la
conciencia : “En algunas corrientes del pensamiento moderno se
ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla
como un absoluto, que sería la fuente de los valores. En esta di-

viene para denominar una potencia o un hábito, pues significa «aplicación de la


ciencia». Por eso no conviene utilizar el nombre de «conciencia» para denomi-
nar una regla o norma, que tiene carácter habitual y no puramente actual. La
regla o norma interior de la conducta son los principios de la sindéresis, junto
con los de la sabiduría y de las ciencias.
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 125

rección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo


trascendente o las que son explícitamente ateas. Se ha atribuido a
la conciencia individual las prerrogativas de una instancia su-
prema del juicio moral, que decide categórica e infaliblemente
sobre el bien y el mal. Al presupuesto de que se debe seguir la
propia conciencia se ha añadido indebidamente la afirmación de
que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que pro-
viene de la conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la
necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de sinceri-
dad, de autenticidad, de «acuerdo con uno mismo», de tal forma
que se ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del
juicio moral. Como se puede comprender inmediatamente, no es
ajena a esta evolución la crisis en torno a la verdad. Abandonada
la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón hu-
mana puede conocer, ha cambiado también inevitablemente la
concepción misma de la conciencia : a ésta ya no se la considera
en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la
persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en
una determinada situación y expresar así un juicio sobre la con-
ducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se
está orientado a conceder a la conciencia del individuo el privi-
legio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal,
y actuar en consecuencia” (n. 32).
Para corregir estos errores, la Encíclica dice recurrir nada
menos que a la doctrina de Santo Tomás, que somete la conducta
humana a la ley divina por la mediación de la ley natural : “La
Iglesia se ha referido a menudo a la doctrina tomista sobre la ley
natural, asumiéndola en su enseñanza moral. Así, mi venerado
predecesor León XIII ponía de relieve [en la encíclica Libertas] la
esencial subordinación de la razón y de la ley humana a la sabi-
duría de Dios y a su ley. Después de afirmar que «la ley natural
está escrita y grabada en el ánimo de todos los hombres y de ca-
da hombre, ya que no es otra cosa que la misma razón humana
que nos manda hacer el bien y nos intima a no pecar», León XIII
se refiere a la «razón más alta» del Legislador divino. «Pero tal
126 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si


no fuese la voz e intérprete de una razón más alta, a la que nues-
tro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos». En efecto,
la fuerza de la ley reside en su autoridad de imponer unos debe-
res, otorgar unos derechos y sancionar ciertos comportamientos :
«Ahora bien, todo esto no podría darse en el hombre si fuese él
mismo quien, como legislador supremo, se diera la norma de sus
acciones». Y concluye : «De ello se deduce que la ley natural es la
misma ley eterna, ínsita en los seres dotados de razón, que los
inclina al acto y al fin que les conviene; es la misma razón eterna
del Creador y gobernador del universo»” (n. 44).
Por la incorporación de este principio, Veritatis Splendor pue-
de combatir el relativismo de la verdad y la consiguiente auto-
nomía de la conciencia subrayando la trascendencia de la con-
ciencia que, por la mediación de la ley natural, acoge la verdad
de la ley eterna : “[La] conciencia [es la] norma próxima de la
moralidad personal. La dignidad de esta instancia racional y la
autoridad de su voz y de sus juicios derivan de la verdad sobre
el bien y sobre el mal moral, que está llamada a escuchar y ex-
presar. Esta verdad está indicada por la «ley divina», norma uni-
versal y objetiva de la moralidad. El juicio de la conciencia no es-
tablece la ley, sino que afirma la autoridad de la ley natural y de
la razón práctica con relación al bien supremo, cuyo atractivo
acepta y cuyos mandamientos acoge la persona humana” (n. 60).
Ahora bien, es claro que de Santo Tomás sólo se va a tomar lo
que pueda acomodarse a los principios indeclinables del pensa-
miento conciliar, esto es, sólo la cáscara de su doctrina. Porque
para Santo Tomás, la ley natural son los primeros principios del
orden práctico, esto es, proposiciones evidentes por sí mismas, que
son objeto del hábito de la sindéresis 1. Son verdades conceptua-
les, de una universalidad alcanzada por abstracción, que pueden
decirse, que pudieron escribirse sobre dos tablas de piedra, cuya

1 Cf. I-II, q. 94, a. 2.


CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 127

aplicación puede reclamarse ante un tribunal. Pero hace tiempo


que el pensamiento moderno ha rechazado la objetividad del co-
nocimiento abstracto. El pensamiento conciliar va a permitirse
hablar de la verdad, pero la verdad no es nunca la «verdad lógi-
ca» del intelecto que abstrae la esencias universales de manera
adecuada a la realidad, alcanzando verdadera ciencia. La verdad
es siempre, para el Concilio, una realidad misteriosa, «verdad
ontológica».
En el orden moral, dice, la “verdad está indicada por la «ley
divina», norma universal y objetiva de la moralidad”. Ahora bien,
la «ley divina» o «eterna» es la esencia divina en sí misma : “La
razón encuentra su verdad y su autoridad en la ley eterna, que no
es otra cosa que la misma sabiduría divina” (n. 40). Como el hom-
bre no puede poseerla en sí misma, la alcanza por la ley natural o
por la revelación : “La libre obediencia del hombre a la ley de
Dios implica efectivamente que la razón y la voluntad humana
participan de la sabiduría y de la providencia de Dios. Al prohibir
al hombre que coma «del árbol de la ciencia del bien y del mal»,
Dios afirma que el hombre no tiene originariamente este «cono-
cimiento», sino que participa de él solamente mediante la luz de
la razón natural y de la revelación divina, que le manifiestan las
exigencias y las llamadas de la sabiduría eterna” (n. 41). Hasta
aquí todo parece muy tomista, pero ¿entiende la participación a la
manera de Santo Tomás? Claro está que no, porque si la verdad se
hallara en las mismas proposiciones conceptuales, se acabaría el
gentil pluralismo, pudiendo decirse quién es hereje y quién no.
Léase la Encíclica con atención, y búsquese en todos los textos
paralelos del magisterio conciliar, y siempre se encontrará que la
ley natural no deja de ser una misteriosa impresión o influencia
de la divina Presencia en la luz de la razón, por la que el juicio de
ésta se orienta al bien : “La ley moral proviene de Dios y en él
tiene siempre su origen. En virtud de la razón natural, que deri-
va [¿cómo?] de la sabiduría divina, la ley moral es, al mismo
tiempo, la ley propia del hombre. En efecto, la ley natural, como
128 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

se ha visto, «no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundi-


da en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe
hacer y lo que se debe evitar. Dios ha donado esta luz y esta ley
en la creación». La justa autonomía de la razón práctica significa
que el hombre posee en sí mismo la propia ley, recibida del
Creador” (n. 40). La cita interior al texto, nada menos que de un
opúsculo de Santo Tomás 1, como no menciona ni proposiciones
ni abstracción, permite pensar que la razón tuviera ínsita en su
propia estructura la inclinación moral. Pero entendida así, sin
más, en nada se distingue de la concepción kantiana de la obliga-
ción moral, que surge de la naturaleza humana como una forma
a priori de la razón práctica : el imperativo categórico, sin ningún
fundamento en el bien objetivamente conocido.
A pesar de las frecuentes citas tomistas, ninguna otra explica-
ción de la Encíclica va a permitir resolver esta indefinición : “El
Concilio remite a la doctrina clásica sobre la ley eterna de Dios.
San Agustín la define como «la razón o la voluntad de Dios que
manda conservar el orden natural y prohíbe perturbarlo»; santo
Tomás la identifica con «la razón de la sabiduría divina, que
mueve todas las cosas hacia su debido fin». Pero la sabiduría de
Dios es providencia, amor solícito. Es, pues, Dios mismo quien
ama y, en el sentido más literal y fundamental, se cuida de toda
la creación. Sin embargo, Dios provee a los hombres de manera
diversa respecto a los demás seres que no son personas : no desde
fuera, mediante las leyes inmutables de la naturaleza física, sino
desde dentro, mediante la razón que, conociendo con la luz natu-
ral la ley eterna de Dios, es por esto mismo capaz de indicar al
hombre la justa dirección de su libre actuación. De esta manera,
Dios llama al hombre a participar de su providencia, queriendo
por medio del hombre mismo, o sea, a través de su cuidado ra-
zonable y responsable, dirigir el mundo : no sólo el mundo de la
naturaleza, sino también el de las personas humanas. En este

1 In duo praecepta caritatis et in decem legis praecepta. Prologus : Opuscula theo-

logica II, n. 1129. E. Taurinens. (1954), p. 245.


CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 129

contexto, como expresión humana de la ley eterna de Dios, se si-


túa la ley natural : «La criatura racional, entre todas las demás
–afirma santo Tomás –, está sometida a la divina Providencia de
una manera especial, ya que se hace partícipe de esa providencia,
siendo providente para sí y para los demás. Participa, pues, de la
razón eterna; ésta le inclina naturalmente a la acción y al fin de-
bidos. Y semejante participación de la ley eterna en la criatura
racional se llama ley natural»” (n. 43).
Si la ley natural es una inclinación misteriosa del corazón y,
según el «principio de inadecuación», no hay ninguna formula-
ción conceptual que pueda reflejarla de manera definitiva, parece
que toda normatividad moral dependerá completamente del
contexto histórico-cultural. Pero la Encíclica nos dice : No temáis,
hombres de poca fe, que por esta razón no dejan de existir nor-
mas universales e inmutables : “La gran sensibilidad que el
hombre contemporáneo muestra por la historicidad y por la cul-
tura, lleva a algunos a dudar de la inmutabilidad de la misma ley
natural, y por tanto de la existencia de «normas objetivas de mo-
ralidad» [Gaudium et spes, 16] válidas para todos los hombres de
ayer, de hoy y de mañana. ¿Es acaso posible afirmar como uni-
versalmente válidas para todos y siempre permanentes ciertas
determinaciones racionales establecidas en el pasado, cuando se
ignoraba el progreso que la humanidad habría hecho sucesiva-
mente? No se puede negar que el hombre existe siempre en una
cultura concreta, pero tampoco se puede negar que el hombre no
se agota en esta misma cultura. Por otra parte, el progreso mismo
de las culturas demuestra que en el hombre existe algo que las
transciende. Este algo es precisamente la naturaleza del hombre :
precisamente esta naturaleza es la medida de la cultura y es la
condición para que el hombre no sea prisionero de ninguna de
sus culturas, sino que defienda su dignidad personal viviendo de
acuerdo con la verdad profunda de su ser” (n. 53).
El fundamento, entonces, de la objetividad inmutable de la
moral está en la verdad profunda de la naturaleza humana. Pero
130 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Veritatis splendor reconoce que, para el Concilio, la universalidad


e inmutabilidad de la ley natural pertenece sólo a su sustancia
(que nadie mide) y no a la fórmula conceptual que la expresa.
Por lo tanto, la mentada objetividad termina fundándose, con
optimismo, en la buena voluntad humana para hallar en cada si-
tuación la fórmula más adecuada, o mejor, la menos inadecuada :
“Ciertamente, es necesario buscar y encontrar la formulación de
las normas morales universales y permanentes más adecuada a los
diversos contextos culturales, más capaz de expresar incesante-
mente la actualidad histórica y de hacer comprender e interpre-
tar auténticamente la verdad. Esta verdad de la ley moral – igual
que la del depósito de la fe – se desarrolla a través de los siglos.
Las normas que la expresan siguen siendo sustancialmente váli-
das, pero deben ser precisadas y determinadas «eodem sensu
eademque sentencia» según las circunstancias históricas del Magis-
terio de la Iglesia, cuya decisión está precedida y va acompañada
por el esfuerzo de lectura y formulación propio de la razón de
los creyentes y de la reflexión teológica” (n. 53, las cursivas no
son nuestras sino del mismo texto).
Así se nos da la verdadera hermenéutica del n. 16 de Gaudium
et spes, donde el Concilio trata de la «dignidad de la conciencia
moral» 1.

1 Gaudium et spes n. 16 : “En lo mas profundo de su conciencia descubre el

hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe
obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón,
advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal : haz es-
to, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón,
en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado per-
sonalmente. La conciencia es el núcleo mas secreto y el sagrario del hombre, en
el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo
de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo
cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta con-
ciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y re-
solver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al indivi-
duo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto
mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 131

3º Conclusión

El hornerito tiene la ley natural grabada en su corazón, y si se


deja a este pájaro en libertad tiende a hacer casitas de barro tanto
en Brasil como en Argentina, siguiendo sus instintos universales
e inmutables. El cristiano también tiene la ley evangélica grabada
en el corazón desde su nacimiento por el Bautismo, a manera de
un instinto divino por el que es conducido a obrar bien no sólo
por las virtudes, sino también por los dones, de cuyos movimien-
tos el hombre no puede dar razón, pues obran de un modo di-
vino. De allí que si al santo se lo deja en libertad – sólo el santo es
perfectamente dócil al Espíritu Santo –, obra siempre lo mejor :
ama y haz lo que quieras.
Pues bien, el Concilio va a entender la misma ley natural de
un modo parecido, como impulsos divinos que llevan al bien,
propios de la naturaleza del hombre, que este no puede expresar
sino de manera insuficiente. Como además, en su optimismo, ha
olvidado que el corazón del hombre está herido por el pecado
original, cree que, como el hornerito, basta que se lo deje en liber-
tad para que construya su casita en paz y lo haga todo bien.
El único problema es que no es cierto. La mente humana tien-
de por naturaleza a la verdad y al bien, pero a la verdad y al bien
racional, concebidos por abstracción y perfectamente expresables
por un lenguaje suficientemente cultivado. Además, es el único
animalito social, que no nace con instintos y debe ser educado.
Justamente debe recibir su formación moral por la enseñanza de
la sabiduría, que conforme su prudencia y las demás virtudes. Y
la sabiduría no es patrimonio de uno sólo, sino que es el bien
más universal e inmutable de los bienes comunes creados.

capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez,


sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que
ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el
hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien, y la conciencia se va pro-
gresivamente entenebreciendo por el habito del pecado”.
132 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

No conviene hablar de «formación de la conciencia», como si


uno tuviera que conducirse mirándose uno mismo, sino de
«formación en la ciencia», ciencia que debe ser verdadera sabi-
duría, sabiduría que debe ser sabiduría cristiana, pues no hay
otra que pueda señalarle al hombre el camino de su salvación y
perfección. La educación verdadera sólo puede alcanzarse mi-
rando a la Iglesia, Madre y Maestra.
El Concilio se ha hecho una madre moderna que renuncia a
su oficio, dejando a sus hijos que se formen en libertad como los
pajaritos. Pero el niño al que no se enseña y reprende, se pierde.
Y pierde a su madre.

D. LA GRACIA,
LIBERADORA DE LA NATURALEZA

1º El naturalismo humanista

La vida cristiana está marcada por tres grandes verdades :


Dios nos creó ordenados a un fin sobrenatural, la naturaleza hu-
mana fue herida por el pecado original, y fuimos redimidos por
la Cruz de Cristo. De allí que quede revestida de negatividad : “Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo” (Lc 9, 23).
La Edad Media emprendió este camino con fe y generosidad, pe-
ro en el umbral de la santidad, la mayoría se espantó y miró para
atrás, extrañando las cebollas de Egipto. Así nació el humanismo.
El humanismo – dijimos – es el monje secularizado que, vaci-
lando en su fe, juzgó irracional despreciar de ese modo los valo-
res humanos. No implica necesariamente la apostasía – aunque
termina en ella –, pero sí implica la revancha de la naturaleza so-
bre las exigencias de la gracia. El humanismo, como su nombre
lo da a entender con sinceridad, es primera e inmediatamente un
«naturalismo». Aunque lo es sólo en primer lugar, porque, como
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 133

hemos mostrado al hablar del subjetivismo, no puede quedarse


allí : la sabiduría cristiana no se lo permite. Por eso, en la defensa
de sus posiciones, se irá viendo obligado a renunciar a sus pose-
siones naturales, comenzando por la certeza de su conocimiento
y terminando en la contranatura de la homosexualidad.

2º El naturalismo conciliar

El nuevo humanismo conciliar es un intento de retorno a sus


principios, tratando de reforzar la dosis de catolicismo. El Conci-
lio dice a los humanistas viejos : Nolite timere, que el mismo Santo
Tomás reconoce que la gracia no niega la naturaleza sino que la
perfecciona : “Cum enim gratia non tollat naturam, sed perficiat…” 1.
Esta verdad, que cabría destacar desde un punto de vista apolo-
gético para justificar la aparentemente negativa espiritualidad
cristiana, pasa a ser, en el pensamiento conciliar, la esencia mis-
ma del orden de la gracia : Dios nos da su gracia para hacernos
perfectos hombres, en particular para perfeccionar nuestra liber-
tad. El orden de gracia estaría ordenado, por su misma finalidad,
a la perfección de la naturaleza. Ya no habría que llamarlo orden
sobrenatural, sino subnatural (aunque no hemos encontrado este
sincero término en los documentos conciliares).
Demos una mirada a Gaudium et spes, carta magna del huma-
nismo conciliar, y podremos comprobarlo. En el n. 16 se enseña
que la dignidad del hombre consiste en la conciencia : “Porque el
hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya
obediencia consiste la dignidad humana” (n. 16). Pero ¿no habría
que decir que la dignidad humana consiste en haber sido eleva-
dos a la participación de la naturaleza divina? Claro que sí, pero
esto se dice en el punto siguiente. ¿Qué es lo más propio de la
naturaleza divina? La autonomía. Por eso el hombre participa de
la divinidad al seguir la ley de la conciencia en libertad : “La

1 I, q. 1, a. 8 ad 2 : “Pues como la gracia no quita la naturaleza, sino que la

perfecciona…”
134 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el


hombre. […] La dignidad humana requiere, por tanto, que el
hombre actúe según su conciencia y libre elección” (n. 17). Sin
embargo, hay un riesgo para la dignidad humana, porque “la
conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito
del pecado” (n. 16). De allí la necesidad de la gracia : “La libertad
humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta
ordenación a Dios [la de la propia conciencia], ha de apoyarse
necesariamente en la gracia de Dios” (n. 17). En esta primera
mención de la gracia que hace la Constitución, queda claro que
su función es la de reparar y sostener la libertad.
En perfecta coherencia, nos dice el Concilio que la Revelación
no consiste, como creíamos, en darnos a conocer el misterio de la
naturaleza divina en su vida trinitaria, sino en dar a conocer el
misterio de la naturaleza humana. Porque como “todo hombre
resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con
cierta oscuridad” (n. 21), “Cristo, el nuevo Adán, en la misma re-
velación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plena-
mente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad
de su vocación” (n. 22). Parece haber sido ésta la gran finalidad
de la Encarnación : “El misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado. […] Este es el gran misterio del
hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cris-
to y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que
fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad” (n. 22).

E. CONCLUSIÓN
El humanismo moderno – ¡no el integral, por favor! – sostiene
la dignidad de un hombre cuyo valor supremo es la libertad, cu-
ya inteligencia está liberada de la tiranía de la realidad por el re-
lativismo subjetivista, cuya moral está regida por la ley suprema
de su propia conciencia. Es un hombre que no reconoce nada que
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 135

esté por encima de su propia naturaleza, que se ha vuelto ateo, al


menos de hecho, por haber renunciado – como reconocía Pablo
VI – a la trascendencia de las cosas supremas.
Prometeo, es decir, el Concilio, le sale al encuentro y le pro-
pone un «humanismo nuevo», en el cual no sólo no perderá nin-
guna de sus costosas conquistas, sino que se verá enriquecido
con el fuego divino : la herencia de la Iglesia. Que se acuerde que
de Ella tomó sus riquezas y que advierta que sólo Ella las con-
serva :
 En la libertad está ciertamente – concede el Concilio – la
dignidad suprema del hombre, pero por ella trascendemos la
condición de puras creaturas y nos elevamos a la condición de
imagen del Creador. La libertad es participación de la naturaleza
divina. Véase cómo la libertad aparece más bella considerada en
su trascendencia.
 Es cierto – concede el Concilio – que nuestras fórmulas con-
ceptuales dependen de nuestra subjetividad y no están someti-
das a la tiranía de un único sistema doctrinal, pero la inteligencia
puede trascender lo puramente fenoménico y tener la experien-
cia de la Verdad en el misterio de Dios. Y que el hombre no tema,
porque en el misterio de Dios no hallará otra cosa que la revela-
ción de su propio misterio : así como Dios se ve a sí mismo en el
hombre, hecho a su imagen, el hombre se ve a sí mismo en Dios.
 La conciencia – concede el Concilio – es ciertamente la ley
suprema de la moralidad, pero como las humanas tendencias del
corazón son ley natural, participación de la ley eterna del Crea-
dor, todo hombre de buena voluntad cumple espontáneamente
con la voluntad de Dios. No temamos, entonces, que la voluntad
de Dios es que seamos libres de hacer lo que bien nos parezca.
 Es cierto – concede por último el Concilio – que más de un
teólogo ha presentado la gracia divina como un fuego que con-
sume al hombre como incienso para gloria de Dios, pero en
realidad la gracia, participación de la naturaleza divina, no es
otra cosa que la plenitud de la libertad de los hijos de Dios. Pero
136 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

la experiencia muestra que el hábito del pecado reduce la libertad


(un solo pecadito es poca cosa), pues el que fuma ya no puede
dejar de fumar. Pues bien, la gracia de Dios nos ayuda a liberar-
nos de estas estructuras esclavizadoras del pecado.
Razón tenía Pablo VI para declarar que entre el humanismo
ateo y el humanismo nuevo del Concilio no había ningún conflic-
to. La única diferencia está en que el primero anda huérfano y el
segundo tiene a Dios y a la Iglesia a su servicio 1.

1 Nota. Estudiar la doctrina conciliar en los mismos documentos del Conci-

lio tiene una ventaja y una desventaja. Tiene la desventaja de estar poco desa-
rrollada y como escondida en frases simples, de manera que sólo la halla el que
la quiere hallar. Fue preparada por la teología nueva preconciliar, y habría que
recurrir a sus escritos para discernirla. Pero tiene una ventaja no pequeña. Los
escritos de los neoteólogos preconciliares, publicados en un medio todavía hos-
til, son deliberadamente complejísimos, escritos en un lenguaje teológico per-
sonal, de manera que sólo pueden ser comprendidos por el que se empapa del
pensamiento del autor. Pero en los documentos conciliares, por el estilo simple
que deben guardar, esta nueva doctrina deja todos sus ropajes verbales y apa-
rece en toda su simplicidad. Y la simplicidad de estos enormes errores es, di-
ríamos, brutal.
CAPÍTULO 2 : EL HOMBRE NUEVO 137

TRUCOS
El Hombre
El Cristiano principios católicos Nuevo
transpuestos

Dios se hace hombre Dios se hace hombre


La gracia
para llevar para llevar
perfecciona
al hombre la naturaleza al hombre
a ser Dios : a ser hombre :

DEIFICACIÓN NATURALISMO
la gracia
la naturaleza humaniza la gracia
se subordina al hombre se subordina
a la gracia a la naturaleza
El intelecto El intelecto
El sujeto conoce
perfeccionado liberado
a su modo
por el Magisterio del magisterio cristiano

DOCTRINA SUBJETIVISMO
no alcanza
adecuación sin sujeción
esencias
a la realidad a la Revelación
universales
y a la Revelación ni a la realidad
La voluntad El mérito supone
rectificada el libre arbitrio La voluntad liberada
por el Gobierno  del gobierno cristiano
OBEDIENCIA el valor supremo LIBERALISMO
“la verdad es la libertad “non serviam”
os hará libres” (de pecar)
La acción La acción liberada
santificada La buena conciencia de la santificación
por el Sacerdocio justifica la acción cristiana
CARIDAD  MAQUIAVELISMO
la sabiduría todo hombre la acción eficaz
justifica es bueno, obre justifica
la acción según conciencia la ideología
CAPÍTULO 3

LA NUEVA IGLESIA

P
ablo VI afirma, en el discurso de clausura, que el Concilio
tuvo dos grandes «intenciones religiosas» : una última,
acercarse al hombre moderno por un «nuevo humanis-
mo», y otra inmediata, la «redefinición» de la Iglesia : “El Conci-
lio, más que de las verdades divinas, se ha ocupado principal-
mente de la Iglesia, de su naturaleza, de su composición, de su
vocación ecuménica, de su actividad apostólica y misionera. Esta
secular sociedad religiosa, que es la Iglesia, ha tratado de realizar
un acto reflejo sobre sí misma para conocerse mejor, para definirse
mejor y disponer, consiguientemente, sus sentimientos y sus pre-
ceptos” (n. 5). En el capítulo anterior hemos hablado de aquella
última intención, ahora nos toca hablar de esta más “directa y
primordial intención religiosa” (n. 5).
Es claro que convenía guardar este orden porque, si bien la
instauración del «nuevo humanismo» es algo último en cuanto a
la ejecución, estuvo ciertamente primero en la intención. La rede-
finición de la Iglesia es una intención «directa», esto es, más in-
mediata, y si el Papa la considera «primordial», es justamente
porque constituye el medio para alcanzar aquello. La Iglesia,
como buena samaritana, se redefine para salvar al humanismo
moderno, que yace herido a la vera del camino : “El humanismo
laico y profano ha aparecido, finalmente, en toda su terrible esta-
tura y, en cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del
Dios que se ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión
– porque tal es – del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedi-
140 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

do? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse


dado, pero no se produjo. [Lo que se dio fue una redefinición de
la misma Iglesia : ] La antigua historia del samaritano ha sido la
pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía inmensa lo
ha penetrado todo” (n. 8).
Después de lo dicho en el capítulo anterior, podemos com-
prender las líneas generales de la redefinición de la Iglesia según
el Concilio. Esta consiste en un redimensionamiento en el contex-
to de la humanidad, más precisamente, en un humilde achica-
miento. Ha sido tan grande la estima de los valores humanos, que
el Concilio ha tomado conciencia de que la Iglesia católica no es
lo único que vale y existe, como antes Ella pareció pensar. Antes
la Iglesia católica parecía creer que Ella era Todo, pero ahora ha
tomado conciencia que es Parte de un Todo más grande, es algo
en la Humanidad y para la Humanidad : “La religión católica y
la vida humana – reconoce Pablo VI – reafirman así su alianza,
su convergencia en una sola humana realidad : la religión católica
es para la humanidad; en cierto sentido, ella es la vida de la huma-
nidad” (n. 15).
La primera sorpresa que trae el achicamiento de la Iglesia,
consiste en descubrir que hay algo respetable más allá de sus
fronteras : el mundo y las religiones. Antes la Iglesia se consi-
deraba como única Arca de salvación, y de sus muros para afue-
ra sólo veía un reino de tinieblas condenado a la perdición. Toda
su actividad estaba dirigida ad intra, en un esfuerzo de conver-
sión e incorporación de los hombres y de los pueblos en Ella
misma. Ahora que el Concilio la ve como parte de algo mayor,
aparece una doble dirección de actividades y preocupaciones, ad
intra y ad extra 1. Esto nos pide dividir nuestro capítulo en cuatro
temas :

Joseph Ratzinger, Mi vida. Recuerdos (1927-1977), Ediciones Encuentro,


1

Madrid 1997, p. 99 : “Había, ciertamente, un tácito consenso sobre el hecho de


que la Iglesia era el tema principal de la Asamblea conciliar, que de tal modo
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 141

A. La Iglesia y el Reino de Dios. Aquí consideraremos cómo


la Iglesia pasa a ser parte de la Humanidad y qué funciones debe
cumplir para la Humanidad.
B. La Iglesia y el Mundo. Establecida la distinción entre la
Iglesia-parte y la Humanidad-todo, pasamos a considerar la dis-
tinción y relación entre la esfera religiosa de la Humanidad, don-
de se incluye la Iglesia, y la esfera profana, a la que podemos lla-
mar Mundo. Aquí entonces no consideramos la relación de parte
a todo, sino de parte a parte, en cierto modo de mitad a mitad.
C. La Iglesia y las Religiones. Dentro de la esfera religiosa, la
Iglesia católica descubre nuevas relaciones con las demás reli-
giones, supuestamente fundamentales en orden a su relación con
el Mundo y a la instauración del Reino de Dios en toda la Hu-
manidad.
D. La Iglesia Comunión. Finalmente, habiendo considerado
todas las nuevas relaciones ad extra, pasamos a considerar cómo
entiende el Concilio que la Iglesia debe redefinirse en su consti-
tución íntima, ad intra, para poder cumplir más adecuadamente
las funciones anteriores, que hasta ahora tenía ignoradas.

reemprendería y llevaría a término el camino trazado por el concilio Vaticano I,


precozmente interrumpido a causa de la guerra franco-prusiana del año 1870.
Los cardenales Montini y Suenens trazaron planes para un implante teológico
de vasto alcance de las labores conciliares, en el que el tema «Iglesia» debía ser
articulado en las cuestiones «Iglesia hacia dentro» e «Iglesia hacia fuera». La
segunda articulación temática debía permitir afrontar las grandes cuestiones
del presente desde el punto de vista de la relación Iglesia-mundo”.
Monseñor B. Tissier de Mallerais, Marcel Lefebvre. Une vie, Clovis 2002, p.
298-299 : “A partir de marzo de 1962 Suenens se quejó ante Juan XXIII de la
cantidad «abusiva» de esquemas : no menos de 70. Juan XXIII, que no había
dado ninguna línea directriz a la obra preparatoria, y que no quería enfrentarse
a Ottaviani, le encargó a Suenens que despejara secretamente el terreno. El plan
de Suenens consistió en volver a utilizar todos los esquemas preparatorios y re-
elaborarlos dentro de un marco bipartito : lo que la Iglesia tenía que decir a sus
hijos ad intra, y lo que le tenía que decir al mundo ad extra. La segunda parte
era, evidentemente, una novedad revolucionaria”.
142 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

A. LA IGLESIA
Y EL REINO DE DIOS

1º La doctrina católica

Se puede decir que toda la predicación de Nuestro Señor giró


en torno al Reino de los cielos o Reino de Dios. Jesucristo habla
del Reino como de una realidad por venir, pero que no deja de
estar en cierto modo presente; enseña que el Reino ya presente es
algo interior al hombre, pero que constituye también una reali-
dad social 1. Es verdad que en los Evangelios se habla mucho del
Reino y poco de la Iglesia, mientras que a partir de Pentecostés
comienza a hablarse más de Iglesia que de Reino, como se ve en
los demás escritos del Nuevo Testamento 2. Pero es claro que,
con matices diversos, ambos términos significan lo mismo.
En la solemne declaración de Nuestro Señor a San Pedro, que
refiere San Mateo, queda incontestablemente afirmada la identi-

1 No hemos encontrado exposición más completa de la noción bíblica de Rei-

no de Dios que la que trae el Dictionnaire de la Bible, publicado por Vigouroux. El


artículo «Reino de Dios o Reino de los Cielos» (que ocupa las columnas 1237 a 1257
del quinto tomo, año 1912), fue redactado por el Padre J.-B. Frey, miembro de la
Comisión Bíblica en Roma. Estudia ese concepto primero en el Antiguo Testa-
mento, luego en la literatura judaica, y finalmente en el Nuevo Testamento.
2 En San Mateo aparece 4 veces «reino de Dios» y 32 «reino de los cielos»

(San Mateo escribe a los judíos y sigue la usanza de no pronunciar el nombre de


Jehová, reemplazándolo por el lugar de su trono); San Marcos trae «reino de
Dios» 14 veces y San Lucas 32. En San Juan aparece sólo 2 veces; en los Hechos 6
y en los demás escritos 5 veces. El uso del término «iglesia» tiene, en cambio, una
frecuencia inversa; en los Evangelios aparece usado sólo dos veces en San Mateo,
mientras que en los Hechos se menciona 23 veces, 64 en San Pablo y 20 en el
Apocalipsis. Iglesia, e.kklhsi,a, significa asamblea o reunión de fieles, y la Iglesia
de los cristianos, realización del Reino de Dios, se consolida recién en Pentecos-
tés, por lo que a partir de entonces va reemplazando la referencia al Reino.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 143

dad entre Iglesia y Reino : “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edi-
ficaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto
atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la
tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19). “Este reino de
Dios – comenta un autor –, expresión que puede tener un signifi-
cado más o menos amplio según el contexto, en este lugar [de Ma-
teo 16], por el perfecto paralelismo con la frase anterior y la si-
guiente : «Todo lo que atares en la tierra, quedará atado en los cie-
los», sólo puede significar el reino de Dios existente en la tierra,
ya que Pedro, el apóstol que tiene delante Jesús, será la autoridad
suprema de este reino. Reino de Dios o reino de los cielos e Iglesia
no son, pues, realidades distintas, sino la misma realidad bajo dos
aspectos. Y en esto se corresponde armónicamente el Nuevo Tes-
tamento con el Antiguo : como el pueblo escogido era el reino de
Dios del Antiguo Testamento, así, en el Nuevo, la Iglesia de Cris-
to es el reino de Dios en la tierra. Por tanto, cuando Cristo habla
del reino de Dios en la tierra, habla en realidad de su Iglesia” 1.
El Reino de Dios significa principalmente aquella realidad
que se va a establecer plenamente allende la historia, después de
la segunda venida de Nuestro Señor. La Iglesia, en cambio, se re-
fiere principalmente a la sociedad de los bautizados instituida
por Nuestro Señor en la historia, en su primera venida, esto es, la
Iglesia militante. Pero Nuestro Señor habla también del Reino
como algo ya constituido en la tierra, refiriéndose a la Iglesia mi-
litante; y el Reino que trasciende la historia es lo que se entiende
como Iglesia triunfante. En el único punto en que la noción de
«Reino» parece más amplia que la de «Iglesia», es en cuanto se
refiere al reinado interior de Dios en el corazón del cristiano. Pe-
ro esto tampoco es ajeno a la noción de Iglesia, porque el Reino
inmanente se establece en las almas por la fe y la caridad, princi-
pios por los que se pertenece a la Iglesia de Cristo.

1 Francisco de B. Vizmanos S. J. e Ignacio Riudor S. J., Teología fundamental

para seglares, BAC Madrid 1963, p. 565.


144 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

De allí que la sana teología haya siempre identificado estos


dos conceptos : “Reino de Dios – dice Santo Tomás – se entiende
como por antonomasia, de dos maneras : a veces como la con-
gregación de los que caminan por la fe; y así se dice Reino de
Dios a la Iglesia militante; otras veces, en cambio, como el cole-
gio de aquellos que ya están establecidos en el fin; y así se dice
Reino de Dios a la Iglesia triunfante” 1.
Esta no es sólo doctrina teológica, sino doctrina católica sos-
tenida por el mismo Magisterio. Los Papas, ciertamente, hablan
de la Iglesia y del Reino de Cristo como de una misma e idéntica
cosa. León XIII comienza su encíclica sobre la masonería Huma-
num Genus diciendo : “El género humano, después de apartarse
miserablemente de Dios, creador y dador de los bienes celestia-
les, por envidia del demonio, quedó dividido en dos campos
contrarios… El primer campo es el reino de Dios sobre la tierra,
es decir, la Iglesia verdadera de Jesucristo”. Pío XI dice en Quas
Primas : “Catholica Ecclesia, quae est Christi regnum in terris, la Igle-
sia católica, que es el Reino de Cristo en la tierra… Tal se nos
propone ciertamente en los Evangelios este reino [de Cristo], pa-
ra entrar en el cual los hombres han de prepararse haciendo pe-
nitencia, y no pueden de hecho entrar si no es por la fe y el bau-
tismo” (Denzinger 2195). Pío XII condena en Mystici Corporis a
los que distinguen una Iglesia ideal de la Iglesia jurídica y acla-
ra : “El Eterno Padre quiso [la Iglesia], ciertamente, como «reino
del Hijo de su amor»; pero un verdadero reino, en el que todos
los fieles le rindiesen pleno homenaje de su entendimiento y vo-
luntad”. En verdad no terminaríamos nunca si tuviéramos que
hacer la lista de los pasajes donde los Papas identifican la Iglesia
con el Reino de Dios.

1 Comentario a las Sentencias, libro IV, dist. 49, q. 1, a. 2 E, corpus : “Regnum

Dei, quasi antonomastice, dupliciter dicitur : quandoque congregatio eorum qui


per fidem ambulant; et sic Ecclesia militans Regnum Dei dicitur : quandoque
autem illorum collegium qui jam in fine stabiliti sunt; et sic ipsa Ecclesia trium-
phans Regnum Dei dicitur”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 145

2º La distinción conciliar entre Iglesia y Reino de Dios

Sin embargo, otra de las muchas sorpresas que depara la doc-


trina conciliar al ingenuo católico tradicional, es la distinción entre
Iglesia y Reino de Dios. Cuando leemos en Lumen gentium que la
Iglesia es el “reino de Cristo presente actualmente en misterio”
(n. 3) y que “constituye en la tierra el germen y el principio de ese
reino” (n. 5), podría parecernos que en nada se distingue de lo que
teníamos aprendido : la Iglesia que milita en la tierra es el Reino
de Dios en el misterio de la fe; y es a la vez semilla del Reino de los
Cielos, es decir, de la Iglesia triunfante en la claridad de la gloria.
Pero donde no veíamos conflicto, la Comisión Teológica Interna-
cional encuentra “la difícil cuestión de la relación entre la Iglesia y
el Reino” 1. ¿Por qué lo fácil se hace difícil? Porque para nosotros
el Reino es simplemente la Iglesia, pero, bien leído, para el Conci-
lio no : “Mientras que muchos Padres de la Iglesia, muchos teólo-
gos medievales y los Reformadores del siglo XVI identifican gene-
ralmente la Iglesia y el Reino, se tiende, sobre todo desde hace dos
siglos, a poner entre ambos una distancia más o menos grande” 2.
Hoy esta distancia se considera doctrina comúnmente aceptada :
“Afirmar la relación indivisible que existe entre la Iglesia y el Rei-
no – dice el entonces Cardenal Ratzinger – no implica olvidar
que el Reino de Dios, aún considerado en su fase histórica, no se
identifica con la Iglesia en su realidad visible y social” 3.

3º Los motivos de la distinción

Al levantarse en defensa de los valores humanos, el huma-


nismo dice enfrentarse no tanto con Dios sino con sus represen-

1 Comisión Teológica Internacional, «Temas selectos de eclesiología (1984)»,

en Documentos 1969-1996, BAC 1998, p. 371.


2 Ibíd., p. 372.
3 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, del 6

de agosto del 2000, n. 19.


146 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

tantes, es decir, con la constitución jerárquica de la Iglesia. En la


medida en que se fue alejando de la Iglesia católica, la terminó
negando como legítima heredera de Jesucristo. Pero como es im-
posible separar la figura de Jesucristo de la predicación del Reino
de Dios, aprovechó las diferencias de matices entre las nociones
de Iglesia y Reino para decir que una cosa es el Reino que Cristo
prometía y otra la Iglesia que de hecho surgió como institución.
Esta acusación se ha hecho clásica en frase del modernista A.
Loisy (excomulgado por San Pío X en 1908) : “Jesús anunciaba el
Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia”, objeción que, hasta
antes del Concilio, era obligadamente considerada en todo trata-
do teológico o apologético al estudiar la institución de la Iglesia
por Jesucristo.
Como además del aspecto social del Reino, que es donde se
identifica con la Iglesia militante, Nuestro Señor habló también
de su carácter inmanente y de su realización trascendente, de allí
que estos dos últimos aspectos hayan servido para negar el pri-
mero : “Dos teorías – dice Zapelena – han alcanzado máxima ce-
lebridad en nuestros tiempos : la primera es la interpretación es-
catológica del Reino de Dios, que ha triunfado totalmente en las
filas de los modernistas; la otra es la interpretación del Reino de
Dios puramente interno, que cuenta con insignes patrocinadores
en la escuela protestante liberal” 1. La interpretación escatológica
es sostenida principalmente por A. Loisy, y la de un reino pura-
mente interior es defendida por Sabatier en Francia y por Har-
nack en Alemania. Zapelena las expone y refuta ampliamente en
su tratado, estableciendo finalmente la tesis : “El Reino de Dios
que Cristo anunció, es la sociedad propiamente dicha que Cristo
mismo inmediata y voluntariamente instituyó : su Iglesia”.
Pero más recientemente, entre los protestantes ha habido opi-
niones más ecuménicas que, sosteniendo la distinción entre Rei-

1 Timotheus Zapelena S. J., De Ecclesia Christi, Pontificia Universitas Grego-

riana, Romae 1930, p. 4.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 147

no e Iglesia, reconocen sin embargo que ésta también estuvo en la


intención de Cristo – por supuesto que entienden la Iglesia como
algo mayor, de lo que la Iglesia católica es sólo, en el mejor de los
casos, una parte –. En un escolio de su tratado sobre la Iglesia, Sa-
laverri considera este asunto : «En qué difieren los conceptos de
Reino de Dios e Iglesia». En nota, después de mencionar las opi-
niones racionalista y escatologista, hace referencia a una tercera
posición más matizada : “Los [críticos] más recientes, en cambio,
como K. Barth, G. Gloege, H. D. Wendland, K. L. Schmidt, afir-
man que no sólo el Reino de Dios, sino también la Iglesia tiene a
Cristo como autor; sin embargo en su mente el Reino no es sino
trascendente y triunfante, mientras que la Iglesia, por el contra-
rio, es sólo temporal y militante; y por eso establecen una absolu-
ta distinción y contraposición entre el Reino y la Iglesia, aunque
concedan que la Iglesia se ordena al Reino como un instrumento
de Dios en el cual obra eficazmente la virtud del Reino” 1.
En este contexto, el humanismo nuevo de los católicos que
querían hacer las paces entre la Iglesia y el mundo moderno, tra-
tó de acomodar esta distinción de manera más estrecha con la
doctrina tradicional. Ya Maritain lo intenta en su Humanismo in-
tegral. Pero ¿por qué también ellos la necesitan sostener? No es
difícil de explicar.
Lo que aquí está en juego es la universalidad o «catolicidad».
Por poco que se conozca a Jesucristo, se ve claro que su persona
y su obra tienen una intención de universalidad. Y por poco que
se conozca al humanismo, también se ve claro su pretensión de
«catolicidad», pues pone a la persona humana como rex et cen-
trum de toda la creación. Pero aunque la institución fundada por
Cristo se arrogue el título de «católica», es irremediablemente
claro que deja muchas cosas humanas fuera de Ella : todo el
novus ordo político, que la ignora cada vez más, y multitud de
otras religiones. Lo que hará, entonces, el católico humanismo

1 Ioachim Salaverri, S. J., «De Ecclesia Christi», in Sacrae theologiae Summa,

vol. I, 2ª ed. BAC Madrid 1952, p. 544.


148 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

nuevo, será reconocer universalidad de hecho sólo al Reino de Dios,


de manera que abarque efectivamente a toda la humanidad, y
reconocerle a la Iglesia una universalidad sólo de intención, esto es,
que por su función o misión se dirige a toda la humanidad :
 La universalidad del Reino trascendente o escatológico no
presenta mayor problema. Primero, porque es un problema futu-
ro, y los problemas futuros no constituyen ningún problema. Se-
gundo, porque Dios se arreglará para que haya una nueva tierra
donde todo hombre será rey y sacerdote. Lo único que hay que
matizar en la doctrina tradicional, es el asunto de la salvación
universal. Porque no responde a los principios humanistas discri-
minar entre derecha e izquierda, reservando para aquellos las
alegrías y para éstos las tristezas. Pero aún este asunto de la sal-
vación universal, como es futuro, no es problema, y basta esta-
blecerlo como pura posibilidad 1.
 El problema se presenta respecto al presente, porque los in-
humanos tradicionalistas sostienen que la Iglesia es la única Arca
universal de salvación, mientras que los humanistas viejos dicen
que no. El principio de solución se halla en relegar la universali-
dad de hecho al Reino inmanente porque, aunque no es futuro, es
invisible y misterioso, y los problemas invisibles casi tampoco
son problema. El humanismo nuevo va a afirmar, entonces, que
todo hombre, por el hecho de ser hombre, pertenece interiormen-
te al Reino de Dios, por lo que alguna relación guarda con la
Iglesia. Así cierra la ecuación de la universalidad : Humanidad =
Reino de Dios (inmanente) ≈ Iglesia. Y si alguno se inquieta pre-
guntándose en qué consiste el Reino de Dios en el corazón de to-
do hombre, sepa que es otro de los favores de Prometeo con la

1 Se sostiene un amor tal por parte de Dios a la dignidad de toda persona

humana que, si se cree en la omnipotencia divina, se puede concluir que todos


se salvan. Pero a la vez se afirma la «posibilidad» de la condenación, no sólo
porque negarlo sería herejía explícita, sino también para no reducir los márge-
nes de la libertad del hombre moderno, que quiere tener el derecho de irse, si
quiere, al infierno.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 149

astucia del subjetivismo. Porque la Revelación no deja de ofrecer


algunos asideros para hallar, por la unión hipostática, cierta rela-
ción entre Jesucristo y la naturaleza humana : “Ipse Filius Dei, in-
carnatione sua cum omni homine quodammodo se univit” 1. La expli-
cación detallada de cómo un cosa conlleva la otra, puede dejarse
en las imaginativas manos del pluralismo teológico 2.
 El conflicto con la doctrina tradicional parecía insalvable en
cuanto al Reino social y su relación con la Iglesia como sociedad vi-
sible, sobre todo por los últimos desarrollos de la doctrina de Cris-
to Rey. Pero aquí es donde el humanismo nuevo desplegó mayor
originalidad, inventando el mito de la «nueva cristiandad», del
que se hizo abanderado Maritain : hasta ahora nadie se había da-
do cuenta de que Cristo reina en los estados de la «sana laicidad»,
cuyo modelo ejemplar es Estados Unidos. De esto hablaremos en
el próximo punto, al tratar de la relación Iglesia – Mundo. Ahora
señalemos la no menos original explicación conciliar de la rela-
ción entre la Iglesia y el Reino, por medio de la noción de sacra-
mento – misterio : el Reino es misterio invisible y la Iglesia católica
es el sacramento o signo que lo hace en cierto modo visible y lo
promueve eficazmente en su misterioso crecimiento. De esta sutil
manera se explica que la Iglesia sea y no sea el Reino : lo es en
cuanto lo significa y contiene, no lo es en cuanto lo sirve y persi-
gue. Y se le conserva a la Iglesia algún título de universalidad : no
será el Arca, sino el “Sacramento universal de salvación” 3.

1 Gaudium et spes n. 22 : “Como en él [Cristo], la naturaleza humana ha sido

asumida, no absorbida, por lo mismo también en nosotros ha sido elevada a


dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo
con todo hombre”.
2 Teilhard de Chardin explicará el «quodammodo» por la evolución, De

Lubac por el tomista deseo natural de Dios, Karol Wojtila dará también su ver-
sión. Si al Lector le falta imaginación para inventar su propia explicación, pue-
de quedarse con cualquiera de éstas.
3 Lumen gentium n. 48; Gaudium et spes n. 45. Cuidado. El Concilio no dio nin-

guna explicación de su principio fundamental que Cristo se une con todo hombre,
dejándolo al pluralismo; pero se atrevió a explicar la Iglesia con la noción de sa-
150 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

4º Iglesia y Reino de Dios según Lumen gentium

¿Para Lumen gentium la Iglesia se identifica o no con el Reino?


La respuesta no es inmediata porque la Iglesia es identificada
con el Reino incoado en la tierra – inauguratus in terris – a través
de la misteriosa noción de «misterio» : “La Iglesia, o Reino de
Cristo presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo
por el poder de Dios” (n. 3).
Esta difícil expresión es oscuramente explicada en el párrafo
n. 5, dedicado especialmente a tratar este asunto : “El misterio de
la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor
Jesús dio comienzo a su Iglesia predicando la buena nueva, es
decir, la llegada del Reino de Dios prometido desde siglos en la
Escritura : «Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el Reino
de Dios» (Mc 1, 15, cf. Mt 4, 17). Ahora bien, este Reino brilla an-
te los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de
Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en
el campo (Mc 4, 14) : quienes la oyen con fidelidad y se agregan a
la pequeña grey de Cristo (Lc 12, 32), ésos recibieron el Reino; la
semilla va después germinando poco a poco por su vigor in-
terno, y crece hasta el tiempo de la siega (Mc 4, 26-29). Los mila-
gros de Jesús, a su vez, confirman que el Reino ya llegó a la tie-
rra : «Si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda que
el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11, 20 Mt 12, 28). Pero
sobre todo, el Reino se manifiesta en la Persona misma de Cristo,
Hijo de Dios e Hijo del hombre, que vino «a servir y a dar su vi-
da para la redención de muchos» (Mc 10, 45)”.
Hasta aquí podría parecer que el Reino de Dios no es otra co-
sa que la Iglesia. Pero el último párrafo nos advierte que se dis-

cramento-misterio, porque esta explicación había tenido éxito. Pero si tuviéramos


éxito en su refutación, se la dejaría caer volviendo a las neblinas de la pluralidad
de opiniones. El subjetivismo transforma la doctrina conciliar en una hidra que,
cuando le cortan una cabeza, le aparecen cuatro más. La única cabeza inmortal es
la del mismo subjetivismo, y el único Hércules capaz de abatirla es Santo Tomás.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 151

tinguen : “Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su


Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, hu-
mildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de
Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye
en la tierra el germen y el principio – germen et initium – de ese
reino. Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela si-
multáneamente el Reino consumado y con todas sus fuerzas es-
pera y ansía unirse con su Rey en la gloria”. Es evidente que el
Reino a instaurar en todos los pueblos no es el Reino consumado
en la gloria, sino ese Reino que se dijo que ya llegó. Pero ese
Reino en la tierra ya no se dice que sea la Iglesia, sino que la Igle-
sia tiene la misión de anunciarlo e instaurarlo, que la Iglesia es
sólo germen e inicio del Reino en la historia y en la tierra 1.
El germen es el brote o vástago, el primer producto de algo 2,
que lo inicia y pone de manifiesto. El Reino de Dios, entonces, es

1 Quien no quiera ver aquí la distinción, con un pequeño esfuerzo puede

lograrlo. Porque podría entender que la Iglesia recibe la misión de anunciarse e


instaurarse a sí misma como Reino de Dios en los pueblos. Y que es germen e
inicio, no del Reino que instaura, que es Ella misma, sino del Reino consumado.
Pero va contra el sentido obvio del texto, que habla del oficio de «nuncio» del
Reino como de algo permanente y constitutivo de la Iglesia, mientras que si se
anunciara a sí misma, sólo podría entenderse como un acto inicial y transitorio.
Y además, va contra todas las claras explicaciones y aplicaciones que el mismo
magisterio conciliar irá haciendo luego. Ya citamos las aclaraciones de la Comi-
sión Teológica Internación (1984) y de la Dominus Iesus (2000), pero entre ambas
ya Juan Pablo II había hablado claramente de esta distinción en la encíclica Re-
demptoris missio, del 7 de diciembre de 1990 : “El Reino no puede ser separado
de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada al
reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez
que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos.
[…] Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse tam-
bién fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que és-
ta viva los «valores evangélicos» y esté abierta a la acción del Espíritu que sopla
donde y como quiere; pero además hay que decir que esta dimensión temporal
del Reino es incompleta, si no está en coordinación con el reino de Cristo, pre-
sente en la Iglesia y en tensión hacia la plenitud escatológica” (n. 18 y 20).
2 Aunque luego ha pasado a significar también «semilla» – en latín semen –,

el significado propio del término latino germen es “botón, vástago o renuevo


que sale de las plantas” (Diccionario Latino de De Miguel).
152 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

una realidad divina oculta como la semilla bajo la tierra, esto es,
substancialmente invisible, en pleno movimiento de germina-
ción; y del Reino brota la Iglesia como manifestación visible, con
la misión de anunciarlo e instaurarlo en las naciones. La Iglesia
no sería simpliciter el Reino de Dios incoado en la tierra – como
lo afirma la doctrina tradicional –, sino un producto de esa in-
coación; no sería la semilla que se hace árbol, sino el primer brote
de esta semilla, que revela su presencia. Pero como el brote es
todo lo que se ve, la Iglesia podría decirse quodammodo el Reino
de Dios, en cuanto que en Ella y por Ella el misterioso Reino se
hace presente : “Ecclesia, seu regnum Christi iam praesens in myste-
rio” (n. 3). Así el Concilio cree dar satisfacción a la doctrina tradi-
cional que identifica, sin más, Iglesia y Reino.

5º La Iglesia «sacramento» del Reino

La semilla es Cristo, y su presencia en el corazón de los hom-


bres es el Reino. La Iglesia no sería ni Cristo ni el Reino, sino el
«sacramento» de Cristo y del Reino. Con esta novedosa noción,
excogitada en los círculos hasta entonces más bien cerrados de la
«nueva teología», el Concilio cree solucionar un conflicto con la
doctrina tradicional. Y da también cumplimiento a uno de sus
propósitos principales : la redefinición o achicamiento de la Igle-
sia frente a la Humanidad, hecho de tal manera que no pierda
méritos para el título de «católica» o universal.
Mas, antes de seguir, cabe hacer una aclaración. A la teología
nueva le da claustrofobia el quedar encerrada en una única defi-
nición, pues de niña sufrió mucho por esa razón en sus discusio-
nes con su madrastra, la teología escolástica. Por eso no abando-
na su moderado subjetivismo, que le permite negar la posibili-
dad de una única definición esencial y quedarse con un pluralismo
de definiciones funcionales mucho más cómodo. La Constitución
dogmática sobre la Iglesia, «Lumen gentium», va a privilegiar la de-
finición de la Iglesia como «Pueblo de Dios», porque le viene
bien para redefinir su estructura íntima con un enfoque más de-
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 153

mocrático. No dejará de definirla también como «Cuerpo místico


de Cristo», para que nadie la acuse de no respetar la tradición.
Pero como definición para teológicas lides va a preferir la más
sutil de «Sacramento», habilísima para conciliar contradicciones.
Por eso no debe extrañarle a nadie que luego, en la vida concreta
de la Iglesia posconciliar, no se haya utilizado ni aquella ni ésta
sino otra nueva, la definición de la Iglesia como «Comunión»,
apta para una pacífica convivencia.
Lumen gentium define la Iglesia como «sacramento» desde su
primer párrafo : “La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o
sea signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la uni-
dad de todo el género humano” (n. 1). Para la teología tradicio-
nal, la Iglesia «es» el género humano en cuanto se ha unido a
Dios en Cristo, pero para el Concilio eso no es la Iglesia sino el
Reino. La Iglesia es sólo “como un sacramento, o sea signo e ins-
trumento” del Reino, esto es, de la Humanidad unida con Dios
quodammodo por la Encarnación.
Es verdad que en la Constitución conciliar no aparece explíci-
tamente la expresión «la Iglesia es sacramento del Reino», por-
que hubiera chocado muchos piadosos oídos episcopales. Pero se
lo aclarará luego : “Puede ser útil preguntarse aquí – dice la Co-
misión Teológica Internacional – si se puede con justeza designar
a la Iglesia como el sacramento del Reino… Señalaremos, en
primer lugar, que el Concilio no ha empleado en modo alguno
esta expresión… Se podrá, sin embargo, recurrir a la expresión
«Iglesia sacramento del Reino» si es claro que se la emplea en la
perspectiva siguiente : …La Iglesia no es puro signo (sacramen-
tum tantum), sino que la realidad significada está presente en el
signo (res et sacramentum) como realidad del Reino” 1.
Como puede verse por los latines de este último texto, la no-
ción de «sacramento» aplicada a la Iglesia viene ataviada con to-

1 Comisión Teológica Internacional, «Temas selectos de Eclesiología (1984)»,


con prefacio del Cardenal Ratzinger, en Documentos 1969-1996, BAC 1998,
p. 374.
154 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

das las galas de la escolástica. Mientras no se pretenda precisar


demasiado las cosas en su realidad ontológica (el subjetivismo lo
prohíbe), la explicación funciona con cierta simplicidad :
 El Reino es Cristo, verdad y gracia, presente en los hombres
de buena voluntad. Como, según el optimismo conciliar, todo
hombre tiene buena voluntad, de allí que el Reino sea toda la
Humanidad. De manera más profunda, la buena voluntad se
vincula con cierta apertura de la libertad humana a la trascen-
dencia divina, alcanzada porque el Verbo asumió quodammodo la
Humanidad.
 La Iglesia es sacramento que significa a Cristo y lo hace efi-
cazmente presente ante los hombres. De allí que sea, en cuanto
sociedad religiosa, incoación terrena del Reino trascendente, por
lo que puede decirse que «es» el Reino (como puede predicarse
el todo de su parte principal); y en cuanto hace visiblemente pre-
sente a Cristo ante la Humanidad, anuncia e instaura el Reino en
el mundo, por lo que puede decirse «sacramento» del Reino.
Por eso, si objetáramos que, como el signo no es lo significa-
do, se divide la Iglesia (signo o sacramento) del Reino (res signi-
ficada), se nos responde con lo de la CTI : Nego, porque si bien el
Reino es la res invisible y misteriosa, la Iglesia no es sacramentum
tantum, sino sacramentum et res, es decir, hace presente el Reino
conteniéndolo, significando y siendo el Reino.

6º La Iglesia «sacramento» de Cristo

La definición de la Iglesia como «sacramento» es sólo una


punta del iceberg de la teología nueva contra el que naufragó el
Concilio 1. En los desarrollos de la nueva noción de sacramento,
llevados a cabo especialmente por Schillebeeckx y Semmelroth,
Jesucristo es el «sacramento» de Dios y la Iglesia «sacramento»

1 Cf. P. Alvaro Calderón, «L’Église sacrement universel du salut», en La re-

ligion de Vatican II, Premier Symposium de Paris, 2002, p. 117-144.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 155

de Cristo. Lumen gentium no utiliza estos términos, pero trae su


sustancia. Una idea especialmente fecunda fue la que vehicula la
noción de la Iglesia como «sacramento» de Cristo. ¿Acaso no
concederíamos que la Iglesia prolonga la presencia y la obra de
Cristo en la tierra? Pues bien, eso quiere decir que la Iglesia es
signo e instrumento, es decir, «sacramento», de Cristo en la ins-
tauración del Reino en el mundo. Préstese atención al siguiente
texto de Lumen gentium :
“Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comuni-
dad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una
trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual comu-
nica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de ór-
ganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, reunión visible y
comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de
bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, por-
que forman una realidad compleja, constituida por un elemento
humano y otro divino. Por esta notable analogía se asimila al mis-
terio del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asumida sir-
ve al Verbo divino como órgano vivo de salvación a El indisolu-
blemente unido, de forma semejante la articulación social de la
Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el acrecen-
tamiento del cuerpo” (n. 8).
Si dejamos para más adelante la distinción entre Iglesia jerár-
quica y Cuerpo místico, que implica el problema del «subsistit
in», el texto nos dice que aquella realidad compleja que es la Igle-
sia visible y espiritual, está constituida por un elemento humano,
la sociedad jerárquica, y un elemento divino, el Espíritu de Cris-
to, cuya presencia en la Humanidad instaura el Reino de Dios.
Esta Iglesia, pues, le sirve a Cristo para “comunicar a todos”, es
decir, a la Humanidad, “la verdad y la gracia”, que son dones
espirituales invisibles. La relación de la Iglesia jerárquica al Espí-
ritu de Cristo es análoga, entonces, a la relación de la naturaleza
asumida al Verbo de Dios : ambas cumplen la función de mani-
festación visible (= signo) y de órgano (= instrumento) de salva-
156 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

ción. No están los términos pero está la cosa : la Iglesia jerárquica


es «sacramento» de Cristo, de modo análogo a como el hombre
Cristo (nestorianamente concebido) es «sacramento» del Verbo 1.
Este párrafo reproduce una feliz idea de Congar, quien se la
atribuye humildemente a Santo Tomás. Es cierto que, con Santo
Tomás (cf. III, q. 8, a. 3), debemos entender la Iglesia Cuerpo mís-
tico como algo más amplio que la Iglesia jerárquica o militante,
pues incluye a la Iglesia triunfante, purgante y a todos aquellos
que, sobre la tierra, tienen fe sobrenatural, aunque todavía no
hayan ingresado por el bautismo en la Iglesia jerárquica. Pero el
truco está en que, después de sostener que todos los hombres es-
tán quodammodo unidos con Cristo por una especie de bautismo
de deseo automático, se le atribuye a la Iglesia visible como un to-
do el ser instrumento de Cristo para la instauración del Reino. Es-
te ministerio, en verdad, pertenece exclusivamente a la jerarquía
sacerdotal, a quien le toca instaurar y acrecentar el Reino de Dios
en la tierra, es decir, la Iglesia. Pero al atribuirle tramposamente
este ministerio a toda la Iglesia, aparece ésta como mediadora en
la instauración y acrecentamiento de un Reino que va más allá de
Ella (como efectivamente el Reino o Iglesia va más allá de la je-
rarquía sacerdotal). Es así que aparece la Iglesia entera con un
oficio «sacerdotal» como Mediadora entre la Humanidad y Dios,
prolongando el oficio sacerdotal de Nuestro Señor. Idea mística,
original y atractiva, preñada – como veremos – de perversas con-
secuencias.
La Iglesia visible, entonces, tiene una universalidad no de ex-
tensión sino de función, no es el Arca sino el «sacramento uni-
versal de salvación». Esta es la reinterpretación conciliar del dog-
ma «extra Ecclesia nulla salus».

1 Como explicaremos en el último capítulo, en la nueva teología que inva-

dió la Iglesia con el Concilio planea una manera de hablar de la unión hipostá-
tica que hay que inscribir decididamente en la herejía nestoriana, y que, por la
analogía que aquí se propone, se traslada a este embrollo de distinciones entre
la Iglesia católica, el Reino de Dios y, como veremos, la Iglesia de Cristo.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 157

DOCTRINA CATÓLICA DOCTRINA CONCILIAR

 El Reino de Dios incoado en  El Reino de Dios incoado en


la tierra se identifica con la Igle- la tierra se identifica con la
sia. Humanidad.
 El Reino de Dios se extiende  El Reino de Dios se extiende
más allá de la Iglesia visible a más allá de la Iglesia visible a
las almas de buena voluntad, las almas de buena voluntad,
en razón de la dignidad cristiana en razón de la dignidad humana
del bautismo de deseo, incor- de toda persona, incorporadas
poradas por la fe y la caridad a quodammodo a Cristo Encarnado.
Cristo Redentor.
 Las consecuencias del pecado  Contra las enseñanzas de la
original y la experiencia de las Revelación y de la experiencia,
cosas humanas obliga a ser pe- el Concilio se obliga a ser opti-
simista, considerando extraordi- mista, considerando ordinaria
naria la existencia de dignidad la existencia de dignidad hu-
cristiana fuera de la Iglesia. mana en la Humanidad.
 De allí la necesidad y obliga-  De allí que no sea necesario ni
ción de ingresar a la Iglesia, que obligatorio ingresar a la Iglesia,
es Arca universal de salvación, que es Sacramento universal de
porque sin la doctrina, sacra- salvación, porque el testimonio
mentos y costumbres de la so- de vida de la sociedad ecle-
ciedad cristiana, se hace imposi- siástica es una eficaz ayuda a la
ble la santificación de los hom- humanización de los hombres.
bres.
 La Jerarquía sacerdotal conti-  La Iglesia visible continúa la
núa la presencia y acción de presencia y acción de Cristo
Cristo en orden al crecimiento en orden al crecimiento del
del Reino-Iglesia, a manera de Reino-Humanidad, a manera
imagen viviente y de instru- de signo e instrumento, porque
mento, por medio del Sacra- Ella misma es Sacramento.
mento del orden.
Así como no todos están llamados así tampoco estarían todos llama-
a ingresar en el clero, dos a ingresar en la Iglesia.
158 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

HUMANIDAD = REINO DE SATANÁS

REINO DE DIOS = IGLESIA

Jerarquía
sacerdotal

Simples
fieles

Pocos hombres
de buena voluntad

Concepción de la Iglesia según la doctrina católica

REINO DE DIOS = HUMANIDAD


Todos hombres de buena voluntad

IGLESIA
toda
sacerdotal

Pocos hombres inhumanos


(Hitler y alguno más)

Concepción de la Iglesia según la doctrina conciliar


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 159

B. LA IGLESIA Y EL MUNDO
Aquí nos parece que tocamos el punto neurálgico de nuestro
problema, no tanto desde el punto de vista ideológico sino desde
el punto de vista real. Porque si bien la distinción liberal entre
Iglesia y Mundo se puede considerar como una consecuencia de
la nueva concepción del Reino de Dios (y ésta, a su vez, como
consecuencia del personalismo humanista), todo este paquete
doctrinal no es sino una gran mentira para justificar y promover
la liberación real de los poderes políticos, que en el occidente cris-
tiano fueron realmente engendrados y dominados (como los hijos por
el papá) por el poder eclesiástico. Porque la doctrina adoptada
por el Concilio no es sino una maquiavélica ideología al servicio
de los ocultos poderes que han ido dominando la modernidad.
Para entender el Concilio, entonces, se hace necesario expli-
car este asunto no sólo desde el punto de vista puramente doc-
trinal, sino refiriéndonos también a su entramado histórico. Di-
vidiremos el status quaestionis en tres períodos de muy desigual
longitud : el de la «Cristiandad» hasta la bula Unam sanctam de
Bonifacio VIII, el del «Humanismo católico» hasta la encíclica
Quas primas de Pío XI, y el de la «Nueva Cristiandad» hasta la
declaración Dignitatis humanae del Vaticano II. Recién entonces
consideraremos la doctrina conciliar y sus consecuencias.

I. La Cristiandad
hasta Unam sanctam
1º La división cristiana de poderes

Los fines que debe perseguir todo aquel que gobierne la mul-
titud, así como los fines de cada individuo, no pueden ser otros
– como vimos – que la gloria de Dios y la santificación de las al-
160 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

mas. No se nos ha dado el ser y la vida para otra cosa. La perse-


cución de estos dos fines se traduce, de manera más concreta, en
los dos principales oficios de todo gobernante : dirigir su pueblo
para que le rinda el debido culto público al Creador, y promover
en sus súbditos el crecimiento en la virtud. El culto divino y la
vida virtuosa, he aquí las dos preocupaciones principales de un
gobernante que merezca ese nombre.
De una manera más o menos peor (porque las consecuencias
del pecado original no les permitía hacerlo bien), los reyes pa-
ganos procuraron atender a estos oficios. Hoy, después de siglos
de liberalismo, parece impensable que el presidente de una na-
ción se preocupe por las leyes litúrgicas, mas a los jefes antiguos
les parecía impensable emprender cualquier cosa sin haber apla-
cado debidamente a su dios. Pero antes como ahora se tenía el
corazón corrompido, y los cultos paganos no guardaban, en el
mejor de los casos, sino una cáscara de religiosidad. Era necesa-
rio un Redentor.
Llegada la plenitud de los tiempos, el Verbo se hizo hombre
para establecer finalmente en la tierra el prometido Reino de
Dios. Después de vencer por la Cruz al “príncipe de este mun-
do” 1, y para el tiempo que debía pasar hasta el establecimiento
definitivo del Reino en su segunda venida, Jesucristo delegó sus
poderes regios para el gobierno del Reino dividiéndolos en dos
órdenes ministeriales :
 El ministerio apostólico de los sucesores de Pedro, instituido
inmediatamente por Él, encargado de las funciones propiamente
sacerdotales y de las funciones regias superiores, por las cuales
debían enseñar a las naciones la verdad revelada, administrar los
sacramentos como principios de verdadera santificación, y orde-
nar en los pueblos el culto debido a Dios.
 Los ministerios puramente políticos, cuya institución dejó al
arbitrio de los hombres, que descargan al anterior de las funcio-

1 Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 161

nes regias inferiores : “Dejad al César lo que es del César” (Mt 22,
21), por las cuales deben dirigir las multitudes en orden al acre-
centamiento y ejercicio de las virtudes cristianas.
Pero, como aclara Santo Tomás, hay dos maneras como la au-
toridad suprema puede delegar poderes en ministerios que, por
la naturaleza de sus finalidades, están subordinados :
 Una primera manera consiste en delegar en el ministerio
superior la potestad completa, de modo que éste, a su vez, sub-
delegue sus poderes al ministerio inferior. Según este procedi-
miento, el ministro superior conserva el dominio y la responsabi-
lidad sobre todo lo que hace el inferior, y es aquél quien rinde
cuentas de todo ante la autoridad suprema. Esta es la manera en
que el ministerio del Papa sobre toda la Iglesia domina sobre el
ministerio de los obispos en sus diócesis y el de éstos sobre los
curas en sus parroquias; y es también el modo como la autoridad
civil del gobernador está por encima de la de sus ministros 1.
 Pero una segunda manera es que la suprema autoridad de-
legue ella misma, de manera directa e inmediata, los poderes a
cada ministerio, de modo que el ministro inferior no deba rendir
cuentas de su gestión al ministro superior, sino directamente a la
suprema cabeza. El ministro inferior deberá subordinar su acción
en cuanto a todas aquellas cosas que pertenecen al ministerio

1 In II Sent., dist. 44, expositio textus : “La potestad superior e inferior pue-
den tenerse de dos modos. [Primero] de tal manera que la potestad inferior tenga
origen totalmente en la superior, y entonces toda la virtud de la inferior se fun-
da sobre la virtud de la superior, y entonces debe obedecerse la potestad supe-
rior más que la inferior simpliciter y en todo; como también en las cosas natura-
les la causa primera influye más sobre lo causado por la causa segunda que la
misma causa segunda; y así se tiene la potestad de Dios respecto a toda potestad
creada; como también la potestad del emperador respecto a la del procónsul; y
también la potestad del Papa respecto a toda potestad espiritual en la Iglesia.
Porque los grados de las diversas dignidades en la Iglesia son dispuestos y or-
denados por el mismo Papa; por lo que su potestad es cierto fundamento de la
Iglesia, como se ve en Mt 16. Por lo tanto, en todo hay que obedecer más al Papa
que al obispo o al arzobispo, o que al abad el monje, sin distinción alguna”.
162 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

superior, pero el ministro superior no deberá meter sus narices


en las cosas propias del inferior, pues no ha sido hecho respon-
sable de la conducta de este último. Pues bien, de esta segunda
manera y no de la primera, es como Jesucristo ha constituido los
ministerios apostólico y políticos 1.
En consecuencia, aunque el fin del ministerio político, la vida
virtuosa de la multitud, está esencialmente subordinado al del mi-
nisterio apostólico, ordenado inmediatamente al fin último, la
gloria de Dios y la salvación de las almas; sin embargo, la juris-
dicción política no desciende de la jurisdicción eclesiástica sino di-
rectamente de Nuestro Señor Jesucristo Rey. De allí que pueda
decirse que el orden político está subordinado indirectamente al
orden eclesiástico. Pero ésta es una expresión que sufre cierta
ambigüedad, porque :
– si el adverbio «indirectamente» se refiere a la subordinación
de las jurisdicciones, es correcto;
– pero si se entiende de la subordinación de los fines, hace
pensar que el fin político no está esencial sino accidentalmente
subordinado al fin eclesiástico, que es el fin último, y entonces es
sumamente incorrecto.
Es así que los Apóstoles recibieron de Nuestro Señor la mi-
sión de predicar el advenimiento del Reino de Dios, invitando no
sólo a los individuos, sino a las mismas naciones a aceptar el
suave yugo de Jesucristo, único modo de alcanzar la justicia en el
tiempo y la salvación en la eternidad. Porque sin el magisterio de
la Iglesia y los sacramentos, es imposible que los pueblos rindan
el culto debido al Creador y adquieran las virtudes indispensa-
bles para vivir en paz.

1 Ibíd. “Mas también la potestad superior y la inferior pueden tenerse [se-

gundo] de tal manera que ambas se originen de una potestad suprema, que
subordina una a la otra según su voluntad; y entonces una no es superior a la
otra sino en aquello en lo que ha sido prepuesta sobre la otra por la potestad
suprema; y sólo en esos puntos hay que obedecer más a la superior que a la in-
ferior. De este modo se tienen las potestades del obispo y del arzobispo, que
descienden de la potestad del Papa”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 163

2º La constitución de la Cristiandad

En el mundo antiguo, esclavizado hasta tal punto por el de-


monio que éste pudo ofrecerle a Nuestro Señor todos los reinos
de la tierra : “Omnia tibi dabo” (Mt 4, 9), los paganos más lúcidos
suspiraban, con Platón, por el advenimiento del «reino de los teó-
logos» : “A menos que los filósofos reinen en las ciudades o ven-
gan a coincidir la filosofía y el poder político, no habrá tregua pa-
ra los males de las ciudades, ni tampoco para los del género hu-
mano” 1. Platón, sin embargo, había señalado casi con crueldad la
imposibilidad en que se hallaban los hombres de establecer un
gobierno donde reine la justicia, a causa de sus concupiscencias.
Harían falta hombres que se despojaran de su egoísmo para bus-
car el bien común de la Ciudad, renunciando a tener riquezas
propias y hasta propias mujeres. ¿Dónde se los podría hallar?
Jesucristo resolvió este problema con la división de poderes.
Los reyes cristianos quedarían sometidos a un ministerio apostó-
lico que, habiendo sido descargado de las funciones menos espi-
rituales, podía conservar la necesaria pureza de intención con la
ayuda de la gracia, practicando la más estricta pobreza y casti-
dad. El orden político quedaría así confirmado en las virtudes
por la doctrina cristiana y los sacramentos, gracias al gobierno
superior de los «Teólogos» cristianos, es decir, de la Jerarquía
eclesiástica.
El éxito de esta estrategia fue confirmado por los hechos. Si
bien la Iglesia no pudo sostener el orden romano, herido de
muerte por sus propios vicios, sin embargo fue capaz de recons-
truir con sus ruinas un solidísimo orden de reinos cristianos, el
que se ha dado en llamar la «Cristiandad». El XIII fue su siglo de

1 Platón, La República, 473. Los filósofos de los que habla Platón, son cierta-

mente teólogos, que deben gobernar la Ciudad de acuerdo a la idea del Bien.
Cf. P. Álvaro Calderón, «El gobierno de los filósofos. La solución cristiana al di-
lema de Platón», en A la luz de un ágape cordial, SS&CC ediciones, Mendoza
2007, p. 101-132.
164 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

oro, tanto desde el punto de vista religioso, como político y cul-


tural. Y la síntesis doctrinal de los principios que la crearon, la
tenemos en la Bula Unam sanctam, de Bonifacio VIII, 18 de no-
viembre de 1302, declaración que señala, a la vez, el inicio de su
destrucción, pues estaba recordando estos principios a quienes
ya no los querían obedecer.

II. El Humanismo católico


hasta Quas primas

1º El humanismo y la separación de los poderes

Como el bautismo no sana completamente los desórdenes de


la concupiscencia hasta después de la muerte, el matrimonio en-
tre el Ministerio apostólico y la Ciudad cristiana no podía dejar
de ser conflictivo 1. Fue logrado con mucho sacrificio, como lo
muestra la larga lista de mártires entre los primeros Papas hasta
la conversión del primer emperador romano, y fue conservado
del mismo modo, como lo muestra la historia de los Papas me-
dievales, en particular la de San Gregorio VII.
Pero mil años hicieron olvidar a los reyes cristianos la revela-
ción de Constantino : «In hoc signo vinces, con este signo vence-

1 La unión de los ministerios eclesiástico y político ha sido comparada por los

teólogos y el Magisterio con la del alma y el cuerpo. Si aquí la comparamos con la


del matrimonio es, en primer lugar, porque es semejante, ya que esposo y esposa
“vienen a ser los dos una sola carne” (Gn 2, 24). Además, porque está fundada jus-
tamente en el sacramento del matrimonio, por medio del cual el poder eclesiásti-
co santifica el orden político (Nuestro Señor instituyó cinco sacramentos en or-
den a la vida de las personas individuales; mientras que en cuanto a la vida de la
comunidad instituyó el sacramento del Orden, por el que se establece la jerarquía
eclesiástica, y el sacramento del matrimonio, por el que se santifica y se incorpora
a la Iglesia la célula misma de todo orden civil; el sacramento del matrimonio es,
por lo tanto, el principio santificador de todo el tejido social, porque todos los
poderes civiles son cierta continuación de la patria potestad). Por último, porque
la modernidad está fundada en el divorcio de este fecundísimo matrimonio.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 165

rás» 1, es decir, que el orden político sólo tenía fortaleza para


vencer a los enemigos en la medida en que pusiera en sus bande-
ras el signo de la Cruz de Cristo, sometiéndose al poder eclesiás-
tico y poniendo la espada a su servicio. Creyendo que su autori-
dad se sostenía por la naturaleza intrínseca de la res publica, los
príncipes cristianos fueron de los primeros en abrazar la rebelión
del humanismo contra la autoridad eclesiástica, celosos hasta el
hartazgo del poder que ésta tenía sobre sus propios súbditos. La
afrenta de Anagni, que acabó con la vida de Bonifacio VIII, mar-
ca el inicio del fin de la Cristiandad (pues entonces los reyes se
liberan del dominio del Papa) y da comienzo a la modernidad 2.

1 Enciclopedia de la Religión Católica, tomo 2, col. 1044 : “En las cercanías de

Roma (puente Milvio) había de trabarse la lucha que decidió los destinos del
mundo y de la Cristiandad. Venció Constantino, y su rival Majencio halló la
muerte, ahogado en el Tíber. La mayor parte de las fuerzas combatientes del vic-
torioso emperador la constituían soldados cristianos, que lucharon con denuedo.
Los relatos de los historiadores de aquella época coinciden en que en el transcur-
so de esta expedición se le apareció la cruz en el cielo, con esta inscripción : «In hoc
signo vinces», y en que tras esto Constantino hizo acto de adhesión al Cristianis-
mo y mandó colocar en sus estandartes el monograma del «Lábaro» de Cristo”.
2 R. Morçay, Nouvelle histoire de l’Église, Lanore, Paris 1937, p. 175 : “El aten-

tado de Anagni. El segundo conflicto fue más grave. Estalló en 1301. Como Feli-
pe el Hermoso había hecho apresar a un legado del Papa, Bernardo de Saisset,
obispo de Pamiers, el Papa protestó por la bula Ausculta, fili, donde pedía la li-
beración del obispo y denunciaba en términos enérgicos las exacciones del rey.
Este convocó entonces a los representantes de los tres órdenes de la nación, no-
bleza, clero y pueblo, lo que constituyó los primeros Estados Generales de Francia.
Les hizo creer que el Papa quería considerar a Francia como un feudo de la San-
ta Sede y gobernarla en lo temporal. Esta memorable asamblea, que se reunió
en Notre-Dame, dio su aprobación al rey y pidió la convocación de un concilio
general que juzgara el diferendo. – Era casi la negación de la autoridad pontifi-
cia. El Papa no podía quedar en silencio. En octubre de 1302 publicó una bula
famosa, la bula Unam sanctam, a la que los adversarios de la Iglesia muchas ve-
ces se han referido. Decía allí : «Hay dos espadas, la espiritual y la temporal.
Una y otra espada, pues, está en la potestad de la Iglesia, la espiritual y la mate-
rial. Mas ésta ha de esgrimirse a favor de la Iglesia; aquélla por la Iglesia mis-
ma. Una por la mano del sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si
bien a indicación y consentimiento del sacerdote. Pero es menester que la espa-
166 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Puede decirse que, si bien no hubo un divorcio formal, los


Papas y la autoridad política comenzaron a vivir separados bajo
el mismo techo de la que cada vez merecería menos el nombre de
«Cristiandad». Los reyes, en general, dejaron de promover la fe
entre sus súbditos, por temor a la fuerza del poder espiritual, y
los Papas, en general, dejaron de buscar la obediencia del poder
político, por temor a que les pase lo de Bonifacio VIII. Y hasta
muchos de éstos también se contagiaron de humanismo.

2º La «línea media» del humanismo católico

Como hemos dicho, ante los excesos de un humanismo que


se vuelve inevitablemente contra la Iglesia, hubo siempre una
reacción conservadora de «línea media» que trató de salvarlo del
naufragio, reconciliándolo lo más posible con la doctrina católi-
ca. En el siglo XIV podemos ver representada la posición excesi-
va en el Defensor pacis de Marsilio de Padua y la posición ate-

da esté bajo la espada y que la autoridad temporal se someta a la espiritual»


[Dz. 469]. Inocencio III no pensaba de otra manera. Es cierto que Bonifacio VIII
no pretendía invadir la legítima autoridad del rey, pero, en su violencia, no
siempre evitaba los términos que hieren inútilmente. – Furioso, el rey de Fran-
cia acusó al Papa de los peores crímenes, y luego, presintiendo que Bonifacio
VIII preparaba en su contra una excomunión, se decidió a dar un golpe de
fuerza. Envió a Italia uno de sus legistas, Guillermo de Nogaret. Este se alió con
los enemigos personales de Bonifacio VIII, en particular con Sciarra Colonna.
Con soldados, se presentaron en Anagni, pequeño pueblo situado a 40 km de
Roma, donde residía el Papa, e invadieron su residencia. No está confirmado
que Nogaret haya abofeteado al Papa. Pero lo hicieron prisionero. Grande en la
adversidad, Bonifacio, mientras los esperaba, se había revestido con los orna-
mentos pontificales y se había colocado la tiara sobre su cabeza. Liberado poco
después por el pueblo de Anagni, Bonifacio regresó a Roma, pero agotado de
fatiga y de dolor, murió un mes después, el 11 de octubre de 1303. Tenía 86
años. – Felipe el Hermoso triunfaba. De esta lucha, el poder pontificio, tan
grande en el siglo XIII, salía manifiestamente debilitado, al menos en sus rela-
ciones con los soberanos. Los Estados se sintieron más independientes. Pero allí
la cristiandad perdió, porque no hubo más, por encima de los pueblos, ningún
poder moral capaz de arbitrar ciertos conflictos y de defender el derecho”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 167

nuada del humanismo que quiere permanecer católico en la Mo-


narchia de Dante Alighieri.
Tanto Marsilio como Dante se han hartado de la intervención
eclesiástica en los asuntos políticos, no siempre bien llevada.
Aquel, entonces, declara la subordinación de la Iglesia al estado
en el orden temporal. Mientras que Dante, como buen católico,
reconoce la superioridad del orden eclesiástico sobre el político,
pero como mejor humanista, los separa y le otorga cierta auto-
nomía al segundo. El resultado, a la larga, será el mismo ¿o peor?
Porque los Papas tienen real poder sobre los estados en la medi-
da en que se mantiene viva la fe en Jesucristo Sacerdote y Rey, y
los príncipes políticos se ven obligados a respetarlos. Pero si esta
fe se apaga, el poder político no dejará de subyugar a la Iglesia. Y
quizás la posición media sirvió más para apagar la fe que la posi-
ción extrema, porque ésta le duele al católico, pero aquella lo
anestesia. Una fuerte llama se apaga mejor impidiendo la reno-
vación del aire que soplando sobre ella.
El error con el que el Dante fundamenta su posición ya había
servido a otros y prestará servicios durante siglos, hasta abrir las
puertas al Vaticano II. Consiste en identificar el fin temporal del es-
tado con un fin puramente natural 1. Es sutil, porque la división

1 Dante Alighieri, De la monarquía, libro 3, XVI (Obras completas, BAC 1973,


p. 740-741) : “El hombre, considerado según las dos partes, esenciales de su ser,
es decir, el alma y el cuerpo, es corruptible si lo consideramos según el cuerpo,
e incorruptible si lo consideramos según el alma… Si, pues, el hombre es una
realidad intermedia entre las cosas corruptibles y las incorruptibles, y todo ser
intermedio participa de la naturaleza de los dos extremos, es necesario que el
hombre tenga una y otra naturaleza. Y como toda naturaleza está ordenada a
un fin último, se sigue que para el hombre debe existir un doble fin; de forma
que así como entre todos los seres es el hombre el único que participa de la in-
corruptibilidad y de la corruptibilidad, así también es el único entre todos los
seres que está ordenado a dos últimos fines, de los cuales uno es el fin de su ser
en cuanto corruptible y el otro es el fin de su ser en cuanto incorruptible. La
inefable Providencia ha propuesto, pues, a los hombres la consecución de dos
fines : la felicidad de la vida presente, que consiste en la operación de la propia
virtud, y que es simbolizada por el paraíso terrenal, y la felicidad de la vida
168 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

cristiana de los poderes político y eclesiástico procede de la distin-


ción entre el orden natural y sobrenatural, pero que proceda de
ella no quiere decir que se identifique con ella. Es un error semejan-
te al que cometerían quienes, identificando la división entre cuer-
po y alma con la distinción entre lo animal y racional en el hom-
bre, afirmaran que el cuerpo del hombre tiene una finalidad pu-
ramente animal. Así como las funciones sensibles, que en un bru-
to se ordenan a un fin puramente animal, en el hombre se elevan
al servicio de la razón; así también las funciones políticas, que en
un orden de naturaleza pura se habrían ordenado a un fin pura-
mente natural, en el orden sobrenatural en el que Cristo nos res-
tableció, se deben elevar al servicio de la Iglesia. Ni el hombre ni
la sociedad pueden tener dos fines últimos : uno natural y otro
sobrenatural, sino que, habiendo podido tener sólo el natural, tie-
nen de hecho sólo el sobrenatural. El fin del orden político no es
último, sino intermedio, y está esencialmente subordinado al fin
último, encomendado inmediatamente a la potestad de la Iglesia.
Esta salomónica división por la que se dejaba al estado la na-
turaleza y la filosofía, reservando para la Iglesia la teología y la gra-
cia, agradó sobremanera a la «línea media», pues aplicando el
principio «gratia non tollit naturam, sed perficit, la gracia no quita
la naturaleza, sino que la perfecciona», parecía acabar con los
conflictos respetando la dignidad de los Papas y dejando en li-
bertad a los reyes :

eterna, que consiste en el goce de la visión divina, a la cual la virtud propia no


puede ascender sin ayuda de la divina luz, felicidad que nos es dado entender
como paraíso celestial. A estas dos felicidades, como a diversas conclusiones, es
necesario llegar por medios diversos, pues a la primera llegamos por las ense-
ñanzas de los filósofos y, por el cumplimiento de éstas, mediante la operación
de las virtudes morales e intelectuales; a la segunda, en cambio, llegamos por
los preceptos espirituales, que superan a la razón humana, y por su observan-
cia, por medio de las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad… Por lo cual
fue necesario que el hombre tuviera una doble dirección en orden a este doble
fin, a saber, la del sumo pontífice, que, según la verdad revelada, lleve al géne-
ro humano a la vida eterna, y la del emperador, que, según las enseñanzas filo-
sóficas, conduzca al género humano hacia la felicidad temporal”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 169

 Gratia non tollit naturam. Los Papas no debían pretender do-


minar, ni menos quitar las coronas – siendo Bonifacio VIII el úl-
timo en intentarlo –, porque éstas se gobiernan independiente-
mente con la razón filosófica.
 Gratia perficit naturam. Los reyes debían favorecer a la Igle-
sia, pues perfecciona la moral de las personas.
Pero – algo había que sacrificar – con este naturalismo político
se daba muerte a la Cristiandad que había engendrado la Iglesia,
la que terminaría de agonizar dos siglos después, con la fractura
de la reforma.
En el siglo XVI, el humanismo protestante cae en mayores ex-
cesos. Marsilio de Padua se pretende aristotélico y le deja un lu-
gar a la Iglesia. Lutero, en cambio, rechaza la Iglesia y la misma
razón filosófica, refugiándose en la subjetividad. En el nuevo
combate que se entabla, el adalid de la «línea media» fue el gran
humanista católico Francisco de Vitoria 1. Su posición se funda

1 Teófilo Urdanoz, O. P. «Introducción» a las Obras de Francisco de Vitoria,

relecciones teológicas, BAC 1960, p. 224 : “El maestro salmantino es uno de los
primeros representantes de la época moderna que, siendo teólogo de la Iglesia,
se opone decididamente a la concepción medieval, teocrática y unitaria. Su
mentalidad y formación tomista le llevarán a sentar, como punto de partida y
principio supremo de todo su sistema teológico-jurídico, la distinción aquiniana
de un doble orden, natural y sobrenatural, en el mundo, base de la distinción neta
de los dos poderes, espiritual y temporal, con dos estructuras sociales y dos ór-
denes de derecho independientes : Iglesia y Estado. Vitoria es el hombre mo-
derno que asiste al nacimiento del verdadero Estado moderno, en cuya funda-
ción jurídica va a tener parte tan importante”. Formado en el nominalismo, Vi-
toria se vuelca luego a Santo Tomás, pero permanece más humanista que to-
mista. Santo Tomás distingue, ciertamente, los órdenes natural y sobrenatural,
pero no hay nada más antitomista que atribuir al Estado un fin natural.
Menéndez-Rigada, Vitoria, François de, en DTC, col. 3142 : “Vitoria fue el
primero en fijar con toda la precisión necesaria el poder del Papa en las cosas
temporales, si bien ha tenido en ese punto algunos predecesores, como Tor-
quemada, que ya habían orientado la cuestión en la verdadera dirección. Par-
tiendo de la doctrina tomista de la distinción fundamental entre los dos órdenes
natural y sobrenatural, Vitoria extiende esta misma distinción a los dos pode-
res, de los cuales ninguno puede absorber ni disminuir el otro”.
170 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

en el mismo error del Dante, pero ahora – como le ocurre al pun-


to medio con una posición cada vez más distante – la reducción
del orden político al derecho natural ya no aparece como una
concesión que los teólogos innovadores le arrancan a la Iglesia,
sino como la gran tesis que los teólogos conservadores deben de-
fender ante las nuevas negaciones 1. Consecuentemente, será el
primero en hablar de un filosófico «ius gentium» o «derecho in-
ternacional», función que la Cristiandad le había reconocido al
Papa, como Vicario de Cristo en la tierra. Y por última conse-
cuencia, va a negar que Cristo sea Rey de reyes 2.
Vitoria va a hacer escuela, y a través de Francisco Suárez, esta
posición reducida pasará a considerarse casi doctrina común en-
tre los teólogos católicos 3. Esta concepción ya decididamente

1 De ahora en más los teólogos católicos defenderán la necesidad de que el

derecho político se funde en el derecho natural, declarado por la razón filosófi-


ca, pero – salvo honrosas excepciones – nada dirán de la necesidad de que se
funde también en el derecho divino, declarado por el magisterio de la Iglesia.
2 Urdanoz, op. cit., p. 239 : “Vitoria niega la teoría del Armacano de que Cris-

to, en cuanto hombre, hubiera sido rey por sucesión hereditaria, obteniendo por
herencia legítima de María y San José el trono de David. Ni por éste ni por nin-
gún otro derecho humano fue Rey, sino únicamente por título de redención. Esto
le permite concluir que Jesucristo fue sólo Rey espiritual del mundo, puesto que
la redención se dirige al fin único espiritual de la salvación. Y niega taxativamen-
te que Jesucristo fuera rey temporal y que obtuviese el dominio directo sobre to-
das las cosas y todas las criaturas del universo. Su reino no es de este mundo. En
el fragmento mencionado De regno Christi, su actitud no es tan negativa y parece
conceder la potestad o dominio temporal indirecto de Cristo sobre el mundo. El
mismo que comunicara a Pedro y sus sucesores : «La potestad temporal sobre
reyes y emperadores en cuanto es necesaria para los fines del gobierno espiri-
tual». Esta opinión singular de Vitoria pasó a un grupo de teólogos posteriores,
como Medina, San Belarmino, Valencia y Becan. Pero también se encuentra en
términos parecidos en la obra de Juan de París al impugnar éste la idea teocrática
de la supremacía temporal del Papa. En la teología posterior – y más en la actual
después de la encíclica Quas primas de Pío XI – ya es doctrina cierta que Cristo
hombre fue y perdura siempre siendo Rey universal del mundo y de todas las
creaturas, animadas e inanimadas, tanto en lo espiritual como en lo temporal”.
3 Menéndez-Rigada, Vitoria, François de, en DTC, col. 3133 : “Por sus con-

cepciones relativas a la sociedad civil y al Estado, [Vitoria] merece quizás tam-


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 171

moderna de la relación del orden político al eclesiástico, va a


animar una expresión que, como dijimos, puede entenderse bien
pero es ambigua : la «subordinación indirecta». Habíamos dicho
que la expresión es legítima entendida de las jurisdicciones, por-
que los reyes la reciben inmediatamente de Cristo y no del Papa;
pero ahora se entiende de los fines, porque el fin natural, conoci-
do a través de la razón filosófica, no puede considerarse esen-
cialmente subordinado al fin sobrenatural, que es gratuito. Como
tampoco la filosofía puede considerarse directamente subordi-
nada a la teología cristiana, sino sólo por manera indirecta. De
ahora en más, los hombres cristianos que asumen el gobierno de
los estados, gobiernan a los demás en cuanto hombres por la razón
filosófica, buscando el fin natural para sus reinos, sin tener que
pedir ningún nihil obstat al magisterio de la Iglesia. Y se gobier-
nan a sí mismo en cuanto cristianos por la razón teológica, buscan-
do el fin sobrenatural de la salvación, en dócil atención al magis-
terio eclesiástico. Éste, entonces, no deja de tener cierta indirecta
influencia sobre sus gobiernos a través de un cristianismo limi-
tado, de ahora en más, por la racionalidad de sus pretensiones.
De esta manera, la inteligencia católica abandona el combate
propiamente teológico por el reinado social de Nuestro Señor, y
retrocede a una trinchera que se pretende apologética : habiendo
aceptado el principio que la política se mueve en un orden pu-
ramente natural, los teólogos católicos van a enfocar los asuntos
políticos y sociales desde un punto de vista puramente apologé-
tico, destacando la obligación en que la razón filosófica se halla
de aceptar la fe cristiana y reconocer la bondad de la Iglesia. Pero
esta apologética renga, animada por un principio teológico falso,

bién el nombre de padre del derecho político moderno. No menos genial se


muestra cuando estudia el concepto, los fundamentos, la realización del poder
de la Iglesia y del Papa, particularmente en lo que concierne a lo temporal, por-
que, en este orden de ideas, la doctrina de Vitoria se integra en la ciencia católi-
ca como algo definitivo, mientras que antes de él reinaba todavía la mayor con-
fusión en esos problemas”.
172 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

se halla viciada de incoherencia en su misma raíz, porque si bien


no deja de sostener que los gobernantes deben declararse públi-
camente cristianos y rendir culto público al Creador según las
leyes de la Iglesia, sin embargo reconocía que en sus funciones
políticas debían guiarse solamente por la filosofía. ¿Deberían lle-
var los pueblos a Misa y adorar la Eucaristía sólo porque es razo-
nable ser religioso a la manera católica? La coherencia pide una
de dos cosas : si un gobernante debe adorar la Eucaristía en su
condición de tal, es porque no puede conducirse como puro filó-
sofo; y si debe gobernar como filósofo, no puede adorar la Euca-
ristía más que como persona privada.
El humanismo agresivo se sentirá feliz de hacer la guerra a
los católicos en esta nueva posición. ¿Se van a defender con la so-
la fuerza de la razón? Bien, ahora los atacará con el principio sub-
jetivista que anima el protestantismo : la razón depende dema-
siado del sujeto como para quitarle la libertad de opinión, sobre
todo en asuntos espirituales, por lo que no puede decirse que es
obligatorio creer; los gobiernos, entonces, no tienen por qué pri-
vilegiar la forma católica de la religión.

3º «Quas primas»

Después de Bonifacio VIII, León XIII será el primero de los


Papas que se atreva a presentar de nuevo la doctrina de la Iglesia
sobre la relación con los estados (¡seis siglos de silencio!). Por
motivos que no intentamos determinar, juzgó más prudente se-
guir la tendencia de los teólogos antiliberales del momento y
darle a la doctrina política y social un enfoque decididamente
apologético. Pero lo hizo con una apologética mejor, pues nunca
concedió que el bien común temporal que el Estado persigue sea
puramente natural. Además, siguiendo el impulso del Vaticano I,
ofreció combate contra el subjetivismo moderno alentando fuer-
temente el regreso de los teólogos a Santo Tomás.
Creemos que el fruto más precioso de la renovación del tomis-
mo entre los teólogos, ha sido la encíclica Quas primas, de Pío XI,
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 173

dada el 11 de diciembre de 1925, junto con la institución de la


fiesta de Cristo Rey. Tenemos en ella la recuperación entera y va-
liente de la verdadera doctrina de la Iglesia sobre el orden políti-
co : “Es evidente que también en sentido propio y estricto le per-
tenece a Cristo como hombre el título y la potestad de Rey” 1.
Quas primas es la Carta Magna de la política católica.

III. La Nueva Cristiandad


hasta Dignitatis humanae

1º La «Nueva Cristiandad»

Entre tanto, ante el ataque subjetivista de la filosofía moder-


na, muchos teólogos e intelectuales católicos hacían otro retroce-
so más y se atrincheraban ahora en la crítica, pretendiendo de-
fender la metafísica a partir del «cogito» cartesiano 2. Estas posi-
ciones intelectuales manifiestan una actitud benigna de «línea
media» ante la modernidad, que socava la firmeza de las doctri-
nas y actitudes tradicionales 3.
Estas tendencias fueron fuertemente alentadas por la política
de «ralliement» sostenida desde el Vaticano, quien predicaba la
buena doctrina pero aceptaba en la práctica el orden nuevo naci-
do de la revolución. Creemos poder decir que la influencia que
debería haber tenido la doctrina de Quas primas, fue prácticamen-
te anulada por la condenación de la Acción francesa, hecha al
mismo tiempo. Inmediatamente después de ésta brotan, como
hongos tras la tempestad, innumerables escritos sobre política

1 Denzinger-Hünermann 3675.
2 La obra más típica de esta tendencia es la del jesuita Marechal, Le point de
départ de la métaphysique.
3 El devoto Cardenal Mercier, por ejemplo, va a atenuar la fuerza de la re-

novación tomista con estas dudosas concesiones al pensamiento moderno. Y


también va a manifestar cierta tendencia ecuménica en las «Conversaciones de
Malinas» con los anglicanos, llevadas a cabo bajo su patrocinio.
174 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

«católica» que progresan por la vía del naturalismo humanista 1.


La consecuencia, quizás, de mayor alcance, fue el cambio de
frente de Maritain, quien, habiendo defendido la mejor posición
tradicional en Primauté du spirituel en 1926, diez años después
publica Humanisme intégral.
Aquí se produce un fenómeno sorprendente que conviene te-
ner en cuenta. La renovación tomista de la política no sólo fue
abortada, sino que – vía Maritain, Journet, Congar, etc. – pareció
alimentar la nueva política del «Humanismo integral». Ahora
bien, para combatir esta modernización de la doctrina política y
social de la Iglesia, solamente quedaban teólogos antiliberales
enfermos de la reducción apologética, que aceptaba el principio
del naturalismo político 2. Pero esta posición había renunciado a
proponer a los estados la doctrina de Cristo Rey, por juzgarla in-
digerible para las nuevas repúblicas democráticas, relegando la
Quas primas a la categoría de «encíclica litúrgica» para alimentar

1 La siguientes son obras casi infaliblemente citadas por los que toquen

luego estos temas, y todas sostienen decididamente posiciones semejantes a la


del humanismo maritainiano : J. Rivière, Le problème de l’Église et de l’État au
temps de Philippe le Bel, Paris-Louvaine, 1926, cuyas obras han tenido mucho pe-
so por su gran erudición; J. Leclerc, L’argument des deux glaives, 1931-1932; Henri
de Lubac, Le pouvoir de l’Église en matière temporelle, 1932; Ch. Journet, La juridic-
tion de l’Église sur la Cité, 1931; H.-X. Arquillière, L’augustinisme politique. Essai
sur la formation des théories politiques du Moyen-âge, Paris 1934; Glez, Pouvoir du
Pape dans l’ordre temporal, en DTC, 1935. J. Maritain no dice nada nuevo cuando
publica L’humanisme intégral en 1936.
2 El mejor de ellos es el Cardenal Billot, quien, aunque renueva su doctrina

con el tomismo, no deja de seguir fundamentalmente a Suárez en la relación Igle-


sia y estado. Billot defiende decididamente a Maurras y a la Acción francesa, pero
la tesis moderna de un estado filosófico lo lleva seguramente (no lo hemos visto en
los textos) a estar demasiado conforme con un político «natural» como fue
Maurras, quien aceptaba la buena influencia de la Iglesia pero no profesaba su fe.
Si se observa su tratado De habitudine Ecclesiae ad civilem societatem, se encuentra
una excelente exposición del error del liberalismo, pero en ningún momento se
expone la doctrina de Cristo Rey. Sólo se expone allí la «subordinación indirecta»
según Suárez y la argumentación apologética que obliga a profesar la fe y defen-
der la Iglesia. La única excusa que tiene es que todavía no se había promulgado
Quas primas.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 175

la piedad. Va a ocurrir entonces un hecho notable : la bandera de


Cristo Rey, abandonada por los antiliberales, será hábilmente re-
cogida por la reacción humanista católica de la nueva teología, con
la intención de constituir una «Nueva Cristiandad». El planteo es
el siguiente :

Versión «nueva» de la Realeza social de Jesucristo

Principio fundamental. Cuando Jesucristo dijo : “Dad al César lo


que es del César”, señaló que el orden político se funda en el dere-
cho natural y tiene como misión procurar el bien común tempo-
ral, es decir, natural – aquí está el truco –; mientras que el orden
eclesiástico se funda en el derecho divino y tiene como misión
procurar el bien común espiritual, es decir, sobrenatural 1.

Cristiandad antigua Nueva Cristiandad

 En la Edad Media, los hom-  En la Edad Moderna, los


bres eran tan católicos que em- hombres valoran sobre todo la
barcaron las instituciones polí- libertad, igualdad y fraternidad.
ticas en la «acción católica», Ahora bien, estos valores han
poniéndolas al servicio del fin sido infundidos en la sociedad
sobrenatural, confundiendo el moderna por Jesucristo, pre-
orden político dentro del orden sente entre los hombres por
eclesiástico en una Cristiandad medio de su «sacramento» : la
teocrática y sacral, donde el Iglesia.
Papa quedó como el «empera-

1 Charles Journet, La Juridiction de l’Église sur la Cité, Desclée, Paris 1931, p.

28-29 : “Hay que llamar temporal, con todos los teólogos, a lo que está ordenado,
como a su fin inmediato y primero, al bien común (material y moral) de la ciu-
dad terrestre, bien que concierne substancialmente al orden natural… Y hay que
llamar espiritual, con los teólogos, a lo que está ordenado como a su fin inme-
diato y primero al bien común sobrenatural de la Iglesia”.
176 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

dor romano» de los reyes 1.


 Abusando de esta situación,  Porque la cristianización de
los Papas llegaron a destituir a la sociedad no consiste en po-
los reyes. Pero desde Felipe el ner las instituciones políticas al
Hermoso, los príncipes cristia- servicio del apostolado, sino en
nos se liberaron de este yugo. purificarlas dentro de su orden
Ciertamente hubo abusos, pero puramente humano. Una so-
se recuperaba así la debida au- ciedad democrática, en la que
tonomía del orden temporal. reina la libertad, igualdad y
fraternidad, es en realidad una
sociedad cristiana. Todo lo cris-
tiana que puede y debe ser una
sociedad.
 Con nostalgias del medioevo,  Pero muchos gobiernos de-
los teólogos teocráticos siguie- mocráticos sólo recuerdan las
ron exigiendo que las institucio- pretensiones teocráticas del po-
nes políticas asistieran a Misa der eclesiástico y persiguen a la
en cuanto tales y que los gober- Iglesia, olvidando que su mis-
nantes se ofrecieran como mi- ma existencia se debe a la pre-
nistros del poder eclesiástico. Y sencia sacramental de Ésta.
cuando Pío XI habló de la reale-
za social de Cristo, no han que-
rido entenderlo de otra manera.
 Pero la Cristiandad medieval  Una democracia, entonces,
era anormal, sus bondades dejará de ser sólo virtualmente
fueron muy discutibles, pues cristiana, pasando a serlo for-
ambos poderes se hicieron mu- mal y oficialmente, cuando, re-
cho daño, y ahora, como todos conociendo las bondades de
lo reconocen, es imposible. esta presencia, la favorezca le-
galmente, declarando la «liber-
tad religiosa», lo que está en su

1 Un título sugestivo : La théocratie. L’Église et le pouvoir au Moyen-âge, de

Marcel Pacaut, Aubier Paris 1957.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 177

competencia, pues la religión


es también un valor humano.
He aquí los miembros de la
«Nueva Cristiandad».
2º La «consistencia» de las realidades temporales

Del principio tradicional de la distinción de jurisdicciones :


«Dad al César lo que es del César», por medio del truco de la dis-
tinción de fines últimos, natural y sobrenatural, la teología nueva
dice redescubrir un principio olvidado, el de la «consistencia» de
las realidades temporales. En un lenguaje quizás demasiado llano,
fue redescubrir las bondades de la amistad, el vino y el dinero,
pero el nuevo humanismo ha logrado envolver este descubri-
miento en un halo casi místico. Para entenderlo, creemos que
conviene volver a hacer la historia del proceso.
El Evangelio nos enseñó que este mundo está en manos del
Maligno, por lo que conviene usar de sus cosas como si no las
usáramos, y nos aconsejó la pobreza, la castidad y la obediencia :
 Para el incrédulo, esta actitud frente a las «realidades tem-
porales» parece contradictoria e hipócrita. Porque los clérigos
medievales denostaban las riquezas, pero terminaron siendo la
primera potencia económica de la Cristiandad; alababan la casti-
dad, pero sacralizaron el matrimonio haciendo indisoluble el
vínculo con la mujer; predicaron la obediencia, pero pretendie-
ron manejar a los mismos reyes para sus fines.
 Para el cristiano es simple de entender. Las negaciones
evangélicas purifican el corazón y permiten descubrir el verda-
dero valor que tienen las cosas en orden al Reino de Dios : sólo el
pobre de corazón valora el dinero, sólo el casto valora la mujer,
sólo el obediente valora la autoridad. Y la Providencia no deja de
dar lo necesario al que lo sabe usar : buscad el Reino de Dios y
las «realidades temporales» se os darán por añadidura.
178 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Con su giro antropocéntrico, el humanismo del siglo XIV dejó


de buscar el Reino de Dios y se puso inevitablemente al servicio
del «otro señor», Mamona o el Dinero : “Ningún criado puede ser-
vir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien
se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y
al Dinero” (Lc 16, 13). Los reyes cristianos dejaron de obedecer a
Dios en la persona de su Vicario, desoyendo sus consejos, en par-
ticular el de mantener al judío en sus guetos, y fueron cayendo ba-
jo la tiranía de Satanás, quien pronto recuperó el manejo de la
economía cristiana a través de su «brazo secular», la Sinagoga.
Pero un fenómeno curioso es que, al mismo tiempo, la «línea
media» del humanismo fervoroso, perdiendo también la sabidu-
ría cristiana, caía en un imprudente desprecio de las «realidades
temporales». Su declaración de la autonomía del poder político,
cuyo fin temporal y humano (considerado natural) no estaría di-
rectamente ordenado al fin espiritual del poder eclesiástico, pre-
suponía que la Iglesia no necesitaba mayormente del servicio de
los reyes para alcanzar sus fines, menospreciando así la impor-
tancia del orden político respecto al Reino de Dios 1. El combate

1 El Cardenal Billot no era nada liberal y se daba cuenta de los estragos del li-

beralismo en la sociedad, pero cuando tiene que exponer la «subordinación indi-


recta» de los poderes eclesiástico y político, lo hace según Suárez y termina me-
nospreciando la importancia de los aspectos económicos y políticos en orden al
fin sobrenatural. Dice en su Tractatus de Ecclesia Christi (Prati 1910, tomo II, p. 74) :
“La inferioridad del bien temporal respecto del espiritual reside precisamente en
una total desproporción, que no sólo no soporta la razón de vía o medio directo,
sino que la excluye positivamente… ¿Qué hace al bien de la virtud, a la perfec-
ción del alma, al fin de la beatitud eterna el tener hijos sanos, hijas adornadas,
graneros repletos, abundante ganado, ninguna ruina, ningún tumulto ni clamor
en las plazas, sino quietud, paz, cantidad de cosas en las casas, en las ciudades?
Ciertamente esta felicidad no conduce per se a la otra, no es escala a la misma, no
dispone a ella en virtud de su forma. Por lo tanto, tampoco es fin puesto bajo fin
directamente, sino más bien es fin último en su orden, más allá del cual no se pro-
sigue en línea recta”. Si el granero repleto no importara mayormente para alcan-
zar la virtud, ¿por qué se indignó tanto ante el error pontificio de la condenación
de la Acción francesa? Satanás ha reconquistado la Cristiandad dirigiendo la
moda de sus hijas y apoderándose de la llave de sus graneros.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 179

antiliberal, profundamente afectado por esta tesis del semi-


humanismo, se fue reduciendo a pedir a los Estados que dejaran
a la Iglesia en paz, pues no les hacía daño ni los necesitaba.
Este fenómeno provocó otro no menos curioso. El nuevo hu-
manismo del siglo XX va a denunciar este menosprecio verdade-
ro del orden temporal, aunque confundiendo las cosas – por su-
puesto – y atribuyéndolo directamente a la negativa espirituali-
dad medieval. Pero la acusación tiene sus sutilezas :
 La Iglesia católica visible en la tierra – dice – es sacramento
de Cristo y sacramento del Reino. Como símbolo del Reino futu-
ro, el humanista nuevo aprecia y destaca el angelismo de las ins-
tituciones eclesiásticas, puesto de manifiesto en los consejos
evangélicos : el clero debe ser pobre, casto y humilde, así como
también conviene que haya laicos que hagan los votos religiosos,
para hacerse nuncios del futuro reino espiritual de Cristo. Pero
cuando, en el medioevo, se sacralizaron las instituciones políti-
cas, se pretendió imponer en los reinos históricos la espirituali-
dad propia del Reino eterno, predicando el desprecio de los bie-
nes temporales.
 El verdadero Evangelio, en cambio, no desprecia la creación,
al contrario, purifica el corazón del hombre y descubre el verda-
dero valor de las cosas… Hasta aquí estaríamos de acuerdo, pero
lo «nuevo» está en que no se trata del valor que tienen para la sal-
vación, sino del valor que tienen en sí mismas, consideradas en lo
que naturalmente son, según su propia «consistencia» (éste es el
término que prevaleció). La admiración de San Francisco por los
pajaritos y el sol, hecha toda de amor a Dios, se transforma en los
franciscanos «nuevos» en místico amor a la ecología 1.

1 J. Maritain, Humanisme intégral, p. 83 : “Esta actitud del santo, que, en de-

finitiva, propiamente hablando, no es una actitud de desprecio hacia las cosas,


sino más bien de asunción y transfiguración de las cosas, en un amor superior
de las cosas, es la que – si la suponemos generalizada, hecha común y aún lugar
común de la psicología cristiana – respondería a esa rehabilitación de la criatu-
180 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

3º Conclusión

Debemos reconocer que el planteo de la «Nueva Cristiandad»


es más coherente con el principio del naturalismo político que el del
«cristianismo apologético». Por eso el «humanismo integral» con-
sidera injusto que lo acusemos de liberal. El error liberal, nos dice,
consistió en separar lo temporal de lo espiritual, porque el pensa-
miento liberal cierra el orden racional sobre sí mismo negando la
posibilidad del orden sobrenatural, y por eso no es racional sino
racionalista, no es laico sino laicista. El «humanismo integral», en
cambio, distingue ambos órdenes para unirlos en la «Nueva Cris-
tiandad». A nosotros nos parece que una sociedad fundada sólo
en la razón natural tendría mucho de nueva, pero no tendría nada
de cristiana; pero nos explica que sí lo sería por dos razones :
 Porque es cristiana la razón purificada capaz de ordenar esta
nueva humanidad : como la inteligencia humana está herida por
el pecado, no puede haber filosofía sana sin la influencia discreta
de la Iglesia y de la gracia.
 Porque es cristiano el puro amor por lo creado capaz de
animar la humanidad renovada : como el corazón humano está
herido, ama lo creado sin Dios o contra Dios; sólo la purificación
del cristianismo le permite amar a lo creado en Dios.
El primer motivo lo lleva a Maritain a defender a rajatabla el
título de «cristiana» para la sana filosofía; porque si no merece
llamarse cristiana la filosofía, tampoco lo merecería su sociedad
humanista. El segundo motivo es el naturalismo místico que se

ra en Dios que nos parece característica de una nueva edad de cristiandad y de


un nuevo humanismo” (Humanismo integral, traducción de A. Mendizábal, Edi-
ciones Ercilla, Santiago de Chile 1947, p. 84).
Gustave Thils, Historia doctrinal del Movimiento Ecuménico, RIALP, Madrid
1965, p. 277 : “En los tiempos modernos, se ha comprendido mejor y subrayado
mejor, en lo referente a las relaciones entre naturaleza y sobrenaturaleza, la
«consistencia» propia de las realidades temporales, sin negar en modo alguno
su «ordenabilidad radical» a un orden sobrenatural”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 181

maravilla de la «consistencia» de las realidades temporales y que


lleva hoy a Roma a comprometerse en la defensa de la ecología.
Como puede suponerse, este nuevo cristianismo deberá ser
muy puro pero también muy escondido, como la levadura en la
masa : “No se puede realizar más que con la ayuda de los medios
de la cruz, no digo la cruz como insignia exterior y símbolo colo-
cado en la corona de los reyes cristianos, o decorando honorables
pechos, me refiero a la cruz del corazón, a los sufrimientos reden-
tores asumidos en el seno mismo de la existencia” 1. El maritai-
nismo triunfó y el Concilio se embarcó en la última cruzada por
el reinado social de Nuestro Señor, luchando en todos los estados
por que se imponga como derecho civil la «libertad religiosa» 2.

IV. La Iglesia y el Mundo


según el Concilio

La novedad del humanismo maritainiano consiste, como di-


jimos, en sostener la distinción entre la Iglesia y el Mundo propia
del liberalismo clásico, pero hallando el modo de consagrar el
mundo a Cristo Rey. En esto residió su éxito, porque cuando la
mayoría de los pensadores antiliberales, contagiados con las me-
dianías de la tesis moderna del naturalismo político, había dejado
de lado la realeza social de Cristo, los nuevos liberales tuvieron la
astucia de capturar esta bandera y levantarla en su bando. Esta

1 J. Maritain, Humanisme intégral, p. 83.


2 Nosotros, recalcitrantes tradicionalistas, nos hemos escandalizado de ver
a los mismos obispos hacer borrar de las constituciones políticas todo vestigio
de profesión católica. Pero si el orden político debe ser filosófico – como a veces
también entre nosotros se sostiene –, se justifica que lo hagan, pues por más que
el fin buscado por medio del confesionalismo sea bueno, en sí mismo sería abu-
sivo y no conviene usar medios falsos. Claro que sólo tuvieron éxito en perder
privilegios en las dóciles naciones católicas y no tuvieron ninguno en ganar li-
bertad religiosa en las no tan dóciles naciones musulmanas.
182 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

novedad se concentra, en el Concilio, en la novedosa Constitu-


ción pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el Mundo actual.

1º Un Mundo laico pero digno

Gaudium et spes merece el calificativo de novedosa, porque es la


primera vez que un documento conciliar se dirige no a los fieles ca-
tólicos sino a los hombres en general : “El Concilio Vaticano II, tras
haber profundizado en el misterio de la Iglesia, se dirige ahora no
sólo a los hijos de la Iglesia católica y a cuantos invocan a Cristo,
sino a todos los hombres, con el deseo de anunciar a todos cómo
entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual” 1.
Esto no tiene sentido ni para el católico tradicional, ni para el libe-
ral clásico; pero el nuevo humanismo ha descubierto que la esfera
mundana, ajena a la eclesiástica como lo quiere el liberal, no deja
de estar por eso bajo la influencia de Cristo; ahora el mundo distin-
to de la Iglesia, que no cree ni se ha bautizado, es un Mundo laico
pero con dignidad de redimido que camina a la glorificación final :
“Tiene pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera familia
humana con el conjunto universal de las realidades entre las que
ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes,
fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y
conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servi-
dumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado,

1Gaudium et spes n. 2. La admiración que la Constitución manifiesta por el


Mundo merece otros calificativos que apenas resistimos referirlos. Para ella, la
agonía que estamos sufriendo es una “crisis de crecimiento” (n. 4), es una “me-
tamorfosis social y cultural, que redunda también sobre la vida religiosa”, que
para el optimismo de la Constitución no es otra cosa que el paso de gusano a
mariposa. La técnica “ya conquista los espacios interplanetarios”, cuando ape-
nas alcanza la luna y está arruinando la tierra; “la inteligencia impera sobre el
tiempo” conociendo el pasado y previendo el futuro (n. 5), cuando los «me-
dios» están inventando hasta el presente; las ciencias “ordenan la expansión
demográfica” (ibíd.), a fuerza de llenar el limbo de almitas asesinadas. Gaudium
et spes reboza de gozo y esperanza por la criatura que está engendrando la Re-
volución. ¡Guía ciego que conduce ciegos al hoyo!
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 183

roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el pro-
pósito divino y llegue a su consumación” (Gaudium et spes n. 2).

2º Las realidades terrenas y el Reino de Dios

En este documento se siente por todas partes que la distin-


ción entre el Mundo y la Iglesia se identifica con la distinción en-
tre el orden natural y el sobrenatural; pero nunca se lo dice, por-
que el humanismo nuevo la quiere superar señalando cómo la
esfera de lo terreno, sin dejar de ser tal, está abierta a la influen-
cia de Cristo. Esto cree haberlo logrado al descubrir la «consisten-
cia de las realidades terrenas», es decir :
– las realidades mundanas son muy buenas en su misma na-
turaleza;
– la gracia no las cambia sino que las ayuda a ser lo que son,
es decir, conservan su «consistencia»;
– las realidades mundanas son de este modo «la materia» del
Reino de Dios.

«Commendatio Mundi»

Nada más católico que el desprecio del mundo, «contemptus


mundi» : ¿De qué sirve ganar el mundo si se pierde el alma? Las
realidades terrenas tienen sentido sólo en orden a las eternas, pe-
ro esto no quiere decir que no haya que tenerlas en cuenta. Des-
de Suárez para acá – dijimos –, el naturalismo político había
aceptado la identificación «temporal = natural», pero defendía el
orden cristiano menospreciando imprudentemente la importan-
cia de las realidades temporales.
El nuevo humanismo va a corregir este error, pero no lo hará
mostrando cómo los bienes temporales son el cuerpo e instru-
mento de los bienes eternos del orden sobrenatural, sino seña-
lando cómo son buenos en sí mismos : “El Concilio se propone,
ante todo, juzgar bajo esta luz los valores que hoy disfrutan de
máxima consideración y enlazarlos de nuevo con su fuente divi-
184 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

na. Estos valores, por proceder de la inteligencia que Dios ha da-


do al hombre, poseen una bondad extraordinaria” (n. 11). Evi-
dentemente, no es la gracia divina ni la vida eterna lo que nues-
tros contemporáneos más aprecian, sino la libertad, los derechos
y las obras del hombre, sin detenerse a pensar si sirven o no para
su salvación. El Concilio va admirarse de lo bueno que es todo
esto y cuán amado por Dios; pues Dios hizo todas las cosas para
el hombre y al hombre por el hombre mismo : “El hombre [es la]
única criatura terrestre a la que Dios ha querido por sí misma
– propter seipsam –” (n. 24); de manera que el egoísmo del hombre
contemporáneo no tiene por qué apartarlo del plan de un Dios
que está puesto a su servicio.
La consistencia de las realidades terrenas

En tres capítulos, la Constitución considera especialmente


tres valores contemporáneos : la persona humana, la comunidad
y el trabajo. El planteo en los tres casos es semejante. Primero se
señala el vínculo que estos valores tienen con Dios : la persona
ha sido creada a imagen de Dios (n. 12), en la comunidad está la
imagen de la Trinidad (n. 24), por el trabajo el hombre se asemeja
al Creador (n. 34); luego se señala cómo son perjudicados por el
pecado 1; finalmente se dice cómo son reparados por la gracia 2.
El planteo podría parecer tradicional : creación, pecado, reden-
ción; mas la novedad es sutil pero total :

Para la persona, n. 13; para la comunidad, n. 25; para el trabajo, n. 37.


1

“La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a
2

esa ordenación de Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios” (n.


17). “Hay que proceder a una renovación de los espíritus y a profundas refor-
mas de la sociedad. El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el
curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución”
(n. 26). “La norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección
de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas,
las cuales, a causa de la soberbia y el egoísmo, corren diario peligro” (n. 37).
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 185

 La persona, la comunidad y el trabajo no son considerados


en el primer orden sobrenatural de justicia original, sino en un or-
den puramente natural, en sí mismos, más allá de lo que la gracia
pueda hacer en ellos.
 El pecado no daña los intereses de Dios, sino sólo los intere-
ses del hombre mismo.
 La gracia no envuelve estos «valores» elevándolos a fines
por encima de la naturaleza de los mismos, sino que los ayuda a
ser mejor lo que por naturaleza son, no les quita su propia «consis-
tencia» : “Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer
que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la activi-
dad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre,
de la sociedad o de la ciencia. Si por autonomía de la realidad se
quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de
propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear
y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia
de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los
hombres de nuestro tiempo; es que además responde a la volun-
tad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación,
todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad
propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe res-
petar” (n. 36) 1.
La materia del Reino

Aclaremos, por favor. No decimos que el Concilio predique


un naturalismo total. No. Predica un naturalismo momentáneo, só-

1 El error que se comete – repetimos – es el que estaba implícito en la


«subordinación indirecta» de un orden político natural al orden eclesiástico so-
brenatural, porque es «subordinación» que no subordina nada : la gracia en-
volvería la naturaleza sin afectarla para nada en orden a sus fines propios. El
médico católico y el judío se regirían exactamente por las mismas leyes de la
medicina. Lo cual es una soberana mentira, pues saber que un niño no se salva
sin el bautismo lleva a disponer de modo muy diverso las intervenciones posi-
bles ante las urgencias del parto.
186 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

lo mientras dura la Historia. Porque llegará el tiempo de la pleni-


tud del Reino de Dios, con la transformación del universo; y en-
tonces sí se hará manifiesto el reinado de Nuestro Señor. La Igle-
sia católica es un anticipo histórico de ese Reino, presente ante el
mundo como Sacramento visible. El Mundo, en cambio, prepara
aquella transformación llevando a su perfección natural las reali-
dades terrenas, que se hacen así la «materia» del Reino : “Mas los
dones del Espíritu Santo son diversos : si a unos llama a dar tes-
timonio manifiesto con el anhelo de la morada celestial y a man-
tenerlo vivo en la familia humana, a otros los llama para que se
entreguen al servicio temporal de los hombres, y así preparen la
materia del reino de los cielos” (n. 38).

V. Al servicio del Rey del Mundo

Después de dos guerras mundiales, el Concilio no podía de-


jar de hablar de la paz entre los pueblos. ¿Se ofrecerá el Papa, Vi-
cario del Príncipe de la paz, como instrumento de Dios para es-
tablecer en el mundo la paz de Cristo? Es la función que cumplió
el Romano Pontífice en la Cristiandad medieval, pero ahora se
juzga eso imposible, porque el poder eclesiástico no debe obrar
directamente en el orden mundano. Para explicar la relación en-
tre ambas esferas se ha encontrado un nuevo concepto : el de
«sacramento». Las realidades espirituales deben obrar como cau-
sas ejemplares de las temporales, esto es, como signos eficaces.
La unidad y la paz de la esfera espiritual – entiéndase : la unidad
de todas las religiones alcanzada por la pacificación del diálogo
ecuménico, en lo que supuestamente consiste la paz de Cristo –
debe ser un ejemplo que motive a las naciones a unirse entre
ellas y alcanzar la paz en la esfera terrena : “La paz sobre la tie-
rra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de
Cristo, que procede de Dios Padre” (Gaudium et spes n. 78); “la
Iglesia, en virtud de la misión que tiene de iluminar a todo el or-
be con el mensaje evangélico y de reunir en un solo Espíritu a
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 187

todos los hombres de cualquier nación, raza o cultura, se con-


vierte en señal de la fraternidad que permite y consolida el diálogo
sincero” (n. 92). Esta idea, desarrollada en Lumen gentium 1, no es
explicitada en Gaudium et spes, sino que está presente como telón
de fondo; nunca tampoco se usa el término «sacramento», pero sí
está presente el concepto, como lo muestran los textos citados.
La más grave consecuencia de este error está en que, olvi-
dando que la única autoridad capaz de promover eficazmente la
paz internacional es el Papa, el Concilio aboga por la constitu-
ción de una autoridad política mundial con poder sobre las na-
ciones como para impedir las guerras; éste es el principal recla-
mo de Gaudium et spes : “Mientras exista el riesgo de guerra y fal-
te una autoridad internacional competente y provista de medios
eficaces, una vez agotados todos los recursos pacíficos de la di-
plomacia, no se podrá negar el derecho de legítima defensa a los
gobiernos” (n. 79); “debemos procurar con todas nuestras fuer-
zas preparar un época en que, por acuerdo de las naciones, pue-
da ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere
el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida
por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cum-
plimiento de la justicia y el respeto de los derechos” (n. 82). Aho-
ra bien, por necesidad teológica, la única autoridad con poder
eficaz para impedir las guerras que no sea la del Vicario de Cris-
to, será la del Anticristo. Estimado Lector, ¡no estamos haciendo
apocalipsis-ficción! Si no es el Príncipe de la Paz quien establece
el orden de la justicia entre los pueblos por medio de los poderes
que le ha comunicado a su Vicario, será el Príncipe de las tinie-
blas quien lo haga por medio de los poderes que le alcance a su
primogénito, el Anticristo. Son las fuerzas que hay en juego, y no

1 Lumen gentium 9 : “La congregación de todos los creyentes que miran a Je-
sús como autor de la salvación, y principio de la unidad y de la paz, es la Igle-
sia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta
unidad salutífera”.
188 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

es posible otra cosa. ¿La instauración de qué reino, entonces,


tiende a preparar con todas sus fuerzas el Concilio Vaticano II?

C. LA IGLESIA
Y LAS RELIGIONES

El achicamiento conciliar de la Iglesia no se redujo a haberla


hecho sólo parte del Reino de Dios, para hacerle lugar a un mun-
do laico pero consagrado «in pectore» a Cristo (disminución libe-
ral). La Iglesia católica también se hará sólo parte de la Iglesia de
Cristo, para hacerle lugar ahora a las Religiones (disminución
ecuménica).

Reino = Iglesia = Cristiandad

Concepción tradicional
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 189

Reino

Iglesia Mundo

Nueva Cristiandad

1ª disminución liberal

Reino

Religiones
IGLESIA
Mundo
DE CRISTO
Iglesia
católica

2ª disminución ecuménica

I. Los problemas del ecumenismo

El veneno del subjetivismo que afecta necesariamente al hu-


manismo, en su pretensión de liberarse del magisterio de la Igle-
sia y de la tiranía del realismo metafísico, cobró su primera gran
víctima con la ruptura del protestantismo. El necesario respaldo
que los «reformados» tuvieron que buscar en los poderes políti-
cos y la infinita división de sus sectas, los llevó a la doble humil-
dad de reconocer que la Iglesia de Cristo, si existía, estaba consti-
190 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

tuida por un colorido mosaico de agrupaciones, y que ninguna


de ellas podía imponer sus caprichos en el orden político.
De hecho, la doctrina del Reino de Dios que hemos expuesto
más arriba, fue excogitada primeramente en el ambiente del mo-
vimiento ecuménico protestante, a comienzos del siglo XX 1.
 En la reunión de Estocolmo, agosto de 1925, del movimien-
to ecuménico «Life and Work», se plantea el problema de cómo
el Reino de Dios influye en la esfera de la civilización humana,
sin identificarse con ella.
 En la reunión de Lausana, agosto de 1927, de otro movi-
miento semejante, «Faith and Order», que luego se unirá con el
anterior para formar el Consejo mundial de las iglesias, se trata de
determinar cómo la Iglesia de Cristo incluye a las diversas igle-
sias : “Como existe un solo Cristo, una sola vida en El, un solo
Espíritu, no hay ni puede haber más que una sola Iglesia santa,
católica (universal) y apostólica” 2.
 En la siguiente reunión de Edimburgo, agosto de 1937, se
reconoce la distinción entre la Iglesia y el Reino, aunque no se
logra explicar en qué consiste.
Es inevitable que, si todos estos grupitos se vuelven más sin-
ceros y se dejan de tomar muy en serio, hagan este doble planteo
ecuménico liberal. Y es comprensible que sueñen con envolver a
la Iglesia católica en estos tratos, ofreciendo reconocerla con res-
peto como un gran pedazo más en la súper Iglesia de Cristo.
Entre los cismáticos orientales se había dado el mismo fenó-
meno, aumentado por la gran influencia que fueron teniendo en-
tre ellos los teólogos protestantes desde el siglo XVIII.

1Cf. Gustave Thils, Historia doctrinal del Movimiento Ecuménico, RIALP, Ma-
drid 1965.
2 Informe oficial de la Conferencia de Lausana, citado por G. Thils, op. cit.

p. 37.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 191

Lo que es menos comprensible, es que haya habido católicos


que se hayan dejado tentar por las amabilidades de este ecume-
nismo. Aunque también se explica, porque las tendencias huma-
nistas orientan hacia esta súper universalidad, permitida por el
subjetivismo optimista 1. Ahora bien, para el católico que quería
entrar en el movimiento ecuménico sin dejar de ser católico, se
presentaban dos problemas : darle entidad a las demás religiones
y conservar la identidad de la Iglesia católica.

1º La entidad de las religiones

Hasta entonces, la doctrina católica calificaba a las sectas y re-


ligiones distintas de la Iglesia católica como formas religiosas fal-
sas, aceptando la posibilidad de que en esas comunidades hubie-
ra pocos individuos con fe y gracia verdaderas, por las que perte-
necían interior e invisiblemente al verdadero Reino de Dios en la
tierra, esto es, a la Iglesia, lo que es un modo anormal de perte-
nencia.
El ingreso individual de todo hombre al Reino de Dios era rela-
tivamente fácil de lograr, porque se da por la verdad y la gracia,
que son realidades interiores invisibles. Había que justificar que
los que pertenecían invisiblemente al Reino no eran pocos, ni su
pertenencia era anormal :
 Para lo primero, bastó generalizar con optimismo la buena
voluntad, fundándola en una misteriosa e indefinida unión de
Cristo con todo hombre, justificando así que no sean pocos sino
todos o casi todos los que así pertenecen al Reino.
 Para lo segundo, hubo que distinguir la Iglesia dentro del
Reino como ámbito de la religiosidad visible, justificando esta

1 El subjetivismo es siempre escéptico, pero por un tiempo puede evitar el


pesimismo. Tomado con optimismo, permite convencerse que las diferencias
doctrinales son secundarias y sin mayores consecuencias prácticas. Cuando la
realidad lo desengaña, cae en lo que ahora llaman la «post modernidad».
192 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

distinción con la doctrina liberal de la «nueva cristiandad», se-


gún la cual los que permanecen en la esfera mundana no están
obligados a entrar en la esfera eclesiástica, ya que se hacen cris-
tianos de alma si se vuelven humanistas. Este pasaba a ser, en-
tonces, un modo normal de pertenencia.
Las comunidades religiosas, en cambio, tienen estructuras o
formas exteriores visibles, por lo que, según la distinción liberal
entre la esfera mundana y la eclesiástica, habría que computarlas
en esta última esfera. Pero ¿cómo justificar la pertenencia a la Igle-
sia de Cristo de sus estructuras externas, claramente distintas de
las de la Iglesia católica? Para los ecuménicos reformados era fá-
cil, pero no para el que se empecinaba en no dejar de ser católico.

2º La identidad de la Iglesia católica

Además, si se tiraba de la frazada para cubrir los pies, se des-


tapaba la cabeza. Porque la doctrina católica estaba acostumbra-
da a identificar la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica, como lo
recordó últimamente Pío XII en Mystici corporis, de manera que,
si se reconocían a las comunidades religiosas como partes sin
más de la súper Iglesia de Cristo, la Iglesia católica perdía su
identidad con la Iglesia total, lo que ya había sido explícitamente
condenado 1. ¿Cómo darles participación a las comunidades reli-
giosas en la Iglesia de Cristo, de manera que se las pudiese califi-
car de verdaderas, sin que por eso la Iglesia católica perdiese su
identidad? Este último problema era el más difícil de solucionar.
Pero el mucho amor da alas a la imaginación y no faltaron recur-

1 El Santo Oficio había condenado, por carta del 16 de septiembre de 1864 a

los obispos de Inglaterra (Denzinger-Hünermann 2885), la «branch theory» o


«teoría de las tres ramas», por la cual los anglicanos nos ofrecían generosamen-
te una parte en la Iglesia de Cristo, junto con ellos y los griegos cismáticos.
Prohibía, además, a los católicos ingresar en la «Association for the promotion
of the reunion of Christendom».
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 193

sos para sobrevolar estos problemas. El primero se solucionó con


los «elementa Ecclesiae» y el segundo con el genial «subsistit in».

II. Los «elementa Ecclesiae»

1º La puerta del ecumenismo

La teología tradicional ofrecía un punto de agarre para vincu-


lar las sectas con la estructura eclesiástica : la doctrina de los
«vestigia Ecclesiae». Estos vestigios o restos de la Iglesia que todos
reconocían existir en las comunidades religiosas separadas, eran
también principios de verdad y de gracia :
 Principios de verdad, como muchas verdades de fe y, sobre
todo, la Sagrada Escritura.
 Principios de gracia, como algunos sacramentos, sobre todo
el bautismo y, en algunos casos, la Eucaristía y el sacerdocio.
Si los principios de verdad y gracia del individuo que está
fuera del perímetro visible de la Iglesia (la posibilidad de que
tenga fe infusa y gracia santificante) justifican, sin embargo, su
pertenencia a la misma; ¿por qué no harían algo semejante estos
principios de las comunidades, los «vestigia Ecclesiae»? ¿Acaso la
fe por la que se salva un protestante no se alimenta de la Sagrada
Escritura que le propone su comunidad; acaso la gracia no le
vino por el bautismo que en su comunidad le dieron, recibido de
niño o de buena fe? 1. Esta fue la puerta contra la que los nuevos
teólogos golpearon, hasta que la abrió el Concilio 1.

1 Michael Schmaus, Teología dogmática, tomo IV, RIALP Madrid 1962, p.

405 : “Sigue en pie la cuestión de si las comunidades eclesiales no católicas no


pertenecerán de algún modo a la única Iglesia romano-católica, de si no parti-
ciparán en la única Iglesia romano-católica de modo análogo a como participan
los individuos bautizados no católicos. J. Gribomont O. S. B. cree poder contes-
tar afirmativamente a nuestra pregunta. Habla de una unión visible, pero im-
194 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Como el término «vestigia» era un poco despectivo, se lo


cambió por «elementa». Y cuando, después del Concilio, madura-
ron suficientemente las cosas, a las comunidades que tuvieran
también el sacerdocio y la Eucaristía les concedieron la categoría
misma de «iglesias particulares» : “Las Iglesias que no están en
perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen uni-
das a ella por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión
apostólica y la Eucaristía válidamente consagrada, son verdade-
ras iglesias particulares” 2.

2º Una puerta falsa

Si la teología los llamaba «vestigia», es justamente porque se


trata sólo de restos o ruinas de la Iglesia, que en las sectas pasan
a ser cosas muertas e inoperantes :

perfecta, de los grupos cristianos no-católicos con la Iglesia. Para fundamentar-


lo aduce que tienen auténticos vestigia Ecclesiae, por ejemplo, el bautismo y la
Escritura, así como otros sacramentos”. Schmaus sostiene la disminución liberal
de la Iglesia, distinguiendo entre Iglesia y Reino, pero no acepta la disminución
ecuménica, refutando la opinión referida en la cita. De todos modos, la tesis
que finalmente triunfará no dice que pertenezcan a la Iglesia romano-católica,
sino a la Iglesia de Cristo.
1 Gustave Thils, Historia doctrinal del Movimiento Ecuménico : “El estudio de

los «elementos de Iglesia» – vestigia Ecclesiae –, de su significación eclesioló-


gica, es propio del siglo XX… La teoría de los elementos de Iglesia es com-
pleja, porque se halla íntimamente unida a la definición misma de la Iglesia.
Se la puede considerar como un capítulo de la eclesiología católica importante
en sí y susceptible de aportar cierta claridad en las reuniones ecuménicas” (p.
239). “¿No puede haber, en todas las comuniones cristianas surgidas de la Re-
forma, realidades religiosas y cristianas de naturaleza «eclesiástica»?” (p. 243)
“Las conferencias dadas por el cardenal A. Bea, Presidente del Secretariado
para la Unidad, han vuelto a dar un vivo resplandor, si no a la problemática
de los «elementos de Iglesia», al menos a la descripción concreta de esos ele-
mentos” (p. 244).
2 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, 6 de

agosto del 2000.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 195

 Las comunidades heréticas o cismáticas pueden sostener


muchos dogmas y venerar la Sagrada Escritura, pero no tienen la
fe ni el magisterio de la Iglesia para comprenderlos. La semilla
de la fe que pudieran tener algunas pocas almas entre ellos tien-
de a ser ahogada por las espinas de las herejías que sostiene la
comunidad.
 Los sacramentos pueden tenerse válidamente, pero no dan
su fruto de gracia, por lo que no puede decirse que sean verda-
deros. Cuando Santo Tomás, por ejemplo, se pregunta «si los he-
rejes, cismáticos y excomulgados pueden consagrar», responde
que “pueden consagrar la Eucaristía [pero] no reciben el fruto
del sacrificio” 1.
 La sucesión apostólica en las sectas cismáticas que han con-
servado la validez del sacramento del Orden es puramente mate-
rial, y las sedes episcopales son usurpadas, careciendo de jurisdic-
ción. Estas comunidades son sarmientos secos que se han desga-
jado de la Vid verdadera.
El truco, entonces, de la nueva teología, consistió en conside-
rar a estos «vestigios» inoperantes y muertos, como principios
vivos y santificantes, lo que queda bien designado por el término
«elemento» 2.

1 III, q. 82, a. 7.
2 El truco está bien armado porque, aunque la posición tradicional es uná-
nime y determinada en considerarlos ineficaces, la discusión particular es com-
pleja. Un cismático bautizado de niño, recibe la fe y la gracia : ¿cuándo la pier-
de? Si no la ha perdido, al comulgar devotamente con la Hostia válidamente
consagrada, recibe el fruto del sacramento. En su raíz, la diferencia entre la po-
sición católica y la modernista está en cuanto al pesimismo u optimismo : el católi-
co es pesimista ante la posibilidad de salud espiritual en una comunidad donde
no se dan los auxilios que tiene el católico (todos los beneficios de la actividad
sacerdotal) y sí se dan influencias que tienden a formalizar las herejías (el des-
precio y hasta el odio a lo católico); mientras que el humanista moderno sostie-
ne el más imperturbable optimismo. Sin embargo, ¿por qué nunca floreció la
santidad fuera de la tierra católica?
196 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

III. El «subsistit in»


y su triste destino

Con los «vestigia Ecclesiae» (transformados en «elementa»), los


neoteólogos creían abrir una puerta de salida a la vía ecuménica.
Pero eso no les bastaba para abrir una puerta de entrada al Con-
sejo mundial de las iglesias, porque a las demás comunidades cris-
tianas no les causaba ninguna gracia ser consideradas una defi-
ciente parte de la Iglesia católica. Si los papistas querían entrar,
tenían que reconocer que la Iglesia católica no era más que otra
parte con ellas, de la súper Iglesia de Cristo. Llenos de humildad,
los neoteólogos estaban totalmente dispuestos a reconocerlo, pe-
ro ¿cómo conciliarlo con la inveterada costumbre católica de
identificarse, sin más, con la Iglesia de Cristo?
La solución fue genial, pero – ellos mismos tienen que reco-
nocerlo – no fue simple y no tuvo el aura tradicional de los «ves-
tigia Ecclesiae». Por eso ha sido un punto que todavía no se asien-
ta. El planteo sólo lo entiende quien tiene una cierta formación
teológica :
 Para sacar patente de ecuménicos hay que reconocer que la
Iglesia de Cristo es algo más que la Iglesia católica, pues incluye
a las demás comunidades cristianas (y con un poco de esfuerzo,
a las demás religiones). Pero a la vez, para seguir siendo católi-
cos, hay que identificar la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica.
 Ahora bien, este es un problema de denominaciones como el
que ya se había planteado antes en Jesucristo. Porque, por el mis-
terio de la encarnación, en Cristo se da lo que la teología llama
«comunicación de idiomas», es decir, que del hombre Jesús se
predica lo propio del Verbo divino, y del Verbo se predica lo
propio del hombre : aunque Dios es mayor que el hombre, el
hombre es Dios en Jesucristo. Se necesitaba entonces justificar
una análoga «comunicación de idiomas» entre la Iglesia de Cristo
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 197

y la Iglesia católica, es decir, se necesitaba que, a pesar de recono-


cerles a los ecuménicos (ad extra) que la Iglesia de Cristo era una
realidad mayor que la Iglesia católica, sin embargo, había que
poder decir a los católicos (ad intra) que la Iglesia católica «es» la
Iglesia de Cristo, sin ser descubiertos en flagrante contradicción.
La noción de sacramento parece ofrecer un fundamento a es-
ta necesaria analogía. Así como Cristo es sacramento del Verbo
en cuanto lo hace visible y operante, así también la Iglesia es sa-
cramento de Cristo, en cuanto prolonga su visibilidad ante las
naciones, a modo de Pueblo de Dios. Es verdad que, si se quiere
ser católico ecuménico, habrá que reconocer que toda verdadera
comunidad religiosa hace visible y operante al Verbo como ima-
gen suya, y verdaderas son todas o casi todas (excepto quizás
sectas tan fundamentalistas como la de San Pío X). Pero la solu-
ción está en conceder a la Iglesia católica el privilegio de la unión
personal : así como Dios está presente en todos los hombres en
cuanto son a su imagen y semejanza, pero está presente de un
modo especial en el hombre Jesucristo, de manera que sólo de Él
puede afirmarse la identidad : Jesús es Dios; así también, aunque
el Verbo está presente en toda comunidad religiosa en cuanto és-
ta es imagen sacramental suya, por lo que todas constituyen la
súper Iglesia de Cristo, sin embargo, nosotros los católicos nos
arrogaremos el privilegio de ser la única comunidad en la que
Cristo permanece de un modo tanto más pleno, que puede decir-
se que es Cristo Comunidad en persona. De allí que sólo para la
Iglesia católica valga la «comunicación de idiomas».
Ahora bien, esta genial pero compleja explicación tiene inevi-
tablemente un triste destino porque, destinada a conformar a
ecuménicos y católicos, no les gusta ni a éstos ni a aquéllos. A los
católicos no les gusta oír que la Iglesia de Cristo es algo mayor
que la Iglesia católica, y a los ecuménicos no les gusta oír que la
Iglesia católica tiene una situación de privilegio frente a los de-
más miembros. De allí que ningún neoteólogo haya querido ex-
tenderse en su exposición.
198 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

La solución, entonces, fue reducir la explicación a la mínima


y más oscura expresión, a la fórmula quizás más difícil de la teo-
logía escolástica – tan despreciada en los demás casos por la
nueva teología – : «subsistit in». La utiliza Santo Tomás para ex-
plicar justamente cómo el Verbo puede existir en dos naturale-
zas : “La persona de Cristo subsiste en dos naturalezas; de donde
se sigue que, aunque haya allí un único subsistente, se da en el
mismo una doble razón de subsistencia. En este sentido se dice
persona compuesta, en cuanto lo uno subsiste en dos” 1. Así co-
mo decimos que Jesús es Dios porque Dios subsiste en la natura-
leza humana, así también, diciendo que la Iglesia de Cristo sub-
siste en la Iglesia católica podrá justificarse la afirmación de que
la Iglesia católica es la Iglesia de Cristo. La excelencia de esta ex-
presión está en que, aunque resume la genial explicación y por lo
tanto a nadie le suena bien, sin embargo, ni ecuménicos ni católi-
cos la terminan de entender. En las reuniones ecuménicas se la
podrá traducir por «contiene» y en las católicas por «es», que-
dando todos tranquilos y contentos.
Decimos que nadie termina de entender el «subsistit in», y se
nos podría acusar de que tampoco nosotros la entendemos, por-
que la explicación que aquí damos no hemos visto que la dé na-
die. En realidad, no importa mucho entenderla, pero creemos
acertar en su interpretación y luego lo defenderemos. Mas pre-
viamente conviene considerar más detenidamente los textos del
Concilio.

III, q. 2, a. 4 : “Persona Christi subsistit in duabus naturis. Unde, licet sit ibi
1

unum subsistens, est tamen ibi alia et alia ratio subsistendi. Et sic dicitur perso-
na composita, inquantum unum duobus subsistit”. Cf. III, q. 2, a. 1 ad 2 : “Unus
enim Christus subsistit in divina natura et humana”; q. 3, a. 6 sed contra : “Per-
sona incarnata subsistit in duabus naturis, divina scilicet et humana”; q. 24, a. 1
ad 2 : “Praedestinatio attribuatur personae Christi, non quidem secundum se,
vel secundum quod subsistit in divina natura; sed secundum quod subsistit in
humana natura”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 199

IV. La apertura de la vía ecuménica


en el Concilio

Los Papas condenaron repetidas veces los intentos católicos


de entrar por la vía ecuménica, denunciando claramente su fal-
sedad. Pero el ecumenismo es una consecuencia primerísima de
la fraternidad universal que establece el humanismo, por lo que
el Concilio no dejaría de abrir esta puerta de par en par. Los
principios de apertura son puestos por Lumen gentium, y reciben
un primer desarrollo en Unitatis redintegratio y Nostra aetate.

1º La puerta abierta en Lumen gentium

Como para la mayoría de las metamorfosis conciliares, Lumen


gentium ofrece las claves o trucos doctrinales para los prestidigi-
tadores del nuevo humanismo. Allí tenemos la plástica defini-
ción de la Iglesia como «sacramento» y tenemos puestos también
los principios de los dos achicamientos que la noción de «sacra-
mento» parece justificar :
– el misterioso achicamiento de la Iglesia frente al Reino, que
anuncia – como vimos – la aparición de un Mundo laico, separa-
do de la Iglesia pero en el que reina Cristo, asunto desarrollado
por Gaudium et spes;
– el achicamiento de la Iglesia católica frente a la Iglesia de
Cristo con el «subsistit in», que abre la puerta al ecumenismo cris-
tiano de Unitatis redintegratio y, últimamente, al ecumenismo
universal de Nostra aetate.
Introducción
200 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

El asunto se introduce en el último punto del primer capítulo


de Lumen gentium (n. 8), que trata «De Ecclesiae misterio» 1. Como la
exposición viene envuelta en suma oscuridad, haremos una sínte-
sis descubierta del capítulo entero. Por supuesto que al descubrir-
la, mostramos palabras que no se dicen porque dan vergüenza :
 La Iglesia es «sacramento» de la unión con Dios “de todo el
género humano” (n. 1).
 El Padre decretó la salvación en Cristo de “todos los elegi-
dos”, es decir, de todo hombre, y para llevarla a cabo “estableció
convocar [no a todos sino] a quienes creen en Cristo en la santa
Iglesia”, pues no hace falta que todos entren en Ella, sino sólo los
que servirán de sacramento de unión para las demás. Recién “al
final de los tiempos” “todos los justos”, es decir, todo hombre,
“serán congregados en una Iglesia [o Reino] universal”, porque
el Reino se hará visible y se identificará con la Iglesia recién al fi-
nal de los tiempos (n. 2).
 El Hijo ha incoado el Reino universal uniéndose a todo
hombre invisiblemente, y a los cristianos visiblemente en la Igle-
sia, que es su sacramento : “La Iglesia [es] el Reino de Cristo pre-
sente actualmente en misterio” (n. 3).
 El Espíritu Santo “habita en la Iglesia”, haciéndose así efi-
cazmente presente al Mundo como lo significado en el signo o
sacramento (n. 4).
 Con su venida, Jesucristo estableció el Reino universal invi-
siblemente, porque por su encarnación se unió quodammodo con
todo hombre, y anunció su instauración visible al fin de los tiem-
pos. Pero “el Reino se manifiesta [visiblemente] en la persona mis-
ma de Cristo” – por sus palabras, milagros y presencia –, como
signo del Reino presente invisible y primer brote del Reino futu-
ro. Pero como Cristo murió y resucitó, despojándose de su visibi-

1 Ya hemos tratado de este punto al hablar de la Iglesia como «sacramento»

de Cristo, p. 154.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 201

lidad 1, delegó su misión sacerdotal a la Iglesia (y no sólo a la jerar-


quía, como quería la clerical teología escolástica), comunidad que
lo sigue haciendo visible en el Mundo. De manera que “la Igle-
sia… recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e
instaurarlo en todos los pueblos [por la libertad religiosa], y cons-
tituye en la tierra el germen y el principio de este Reino” (n. 5).
 La Iglesia es redil, grey, labranza, viña, edificación, tienda,
templo, ciudad, madre, esposa, peregrina (n. 6).
 La Iglesia es también Cuerpo místico de Cristo. “El Hijo de
Dios, en la naturaleza humana unida a sí, redimió al hombre”, es
decir, a todo hombre. Pero “de entre todos los pueblos”, convocó
a algunos, los “creyentes”, con los que “constituyó místicamente
su cuerpo”, es decir, algo visible. “Los creyentes están unidos a
Cristo paciente y glorioso por los sacramentos, de un modo ar-
cano pero real” 2. El Espíritu Santo es como el principio de vida o
alma de este Cuerpo (n. 7).

1 Acúsesenos de sutiles, pero entendemos que el texto atribuye el paso a la

condición de invisibilidad a la resurrección y no a la ascensión (que no se men-


ciona) : “Pero habiendo resucitado Jesús, después de morir en la cruz por los
hombres, apareció constituido para siempre como Señor, como Cristo y Sacer-
dote, y derramó en sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre” (n. 5). Pa-
ra el católico, Cristo deja de estar visiblemente entre nosotros recién después de
la Ascensión, pero para esta gente, la resurrección pone a Cristo en una condi-
ción por la que sólo puede verse a los ojos de la fe. Es verdad que, después de
la resurrección, Nuestro Señor sólo se mostró a los que tenían fe. Pero donde la
teología católica sólo ve una razón de conveniencia, la teología nueva ve nece-
sidad : la humanidad de Cristo resucitado habría pasado a ser objeto de fe, con
lo que se quita el realismo físico de la Resurrección (de allí su rechazo de la Sá-
bana Santa). En realidad, termina siendo una negación de la resurrección en
verdadera carne. Y lo mismo se traslada a la resurrección final y a la “visibili-
dad” del Reino futuro. – Como dato curioso, la ascensión sólo se menciona en
los dos primeros documentos aprobados en el Concilio, Sacrosanctum Concilium
y Dei Verbum, donde todavía no se atreven a exponer más claramente la nueva
doctrina. En los otros ya no se menciona.
2 Sorprende el término “arcano” : “Per sacramenta arcano ac reali modo

uniuntur”. Pero luego veremos que en esta Iglesia visible entra todo creyente,
202 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Distinción

La primera frase del n. 8 explicita sin ambages lo que venía-


mos señalando : “Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene
continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe,
esperanza y caridad, como una trabazón visible (compaginem visibi-
lem), comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos”.
La Iglesia de Cristo es un todo visible que, como sacramento,
comunica a todos los hombres la verdad y gracia, de manera invi-
sible en los que no pertenecen a la Iglesia.
En las frases siguientes se niega, siguiendo a Pío XII en Mysti-
ci corporis y Humani generis (encíclicas citadas en nota del texto),
que pueda distinguirse una Iglesia jerárquica visible de otra pu-
ramente espiritual. Sólo cabe distinguir dos elementos que cons-
tituyen algo uno, espiritual y visible a la vez : “Pero la sociedad
dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo,
reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la
Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como
dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por
un elemento humano y otro divino. Por eso se la asimila, por una
notable analogía, al misterio del Verbo encarnado. Pues como la
naturaleza asumida sirve al Verbo divino como instrumento vivo
de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante la
articulación social (socialis compago) de la Iglesia sirve al Espíritu
de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo”. ¿La
doctrina es la misma que Pío XII? Casi, salvo un plural (señalado
en cursiva). Si escribiéramos esta frase teniendo en mente la doc-
trina de Mystici corporis no tendría sentido usar el plural, ni ha-
blar de formar algo o de complejidad. Más bien diríamos : “La
sociedad jerárquica y el Cuerpo místico no ha de considerarse
como dos cosas, porque es una realidad única”. Porque «cuerpo
jerárquico» y «Cuerpo místico» se refieren exactamente a lo mis-

hasta los que creen en la Serpiente de Togo. Por eso vale decir que la unión por
los sacramentos a veces es en modo muy arcano.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 203

mo, considerado en un caso por el elemento humano y en el otro


por el elemento divino 1.
Pero en la mente de los que redactan Lumen gentium, la socie-
dad jerárquica está dividida en fragmentos, con una parte prin-
cipal, la Iglesia católica cuya cabeza es el Papa, y las demás co-
munidades que se fueron separando de Roma, que también son
sociedades dotadas de órganos jerárquicos, reuniones visibles e
Iglesias terrestres (al menos las que tienen la Eucaristía y el sa-
cerdocio). Todas conforman algo uno gracias al elemento espiri-
tual, el Espíritu de Cristo, alma de la Iglesia de Cristo, pero por
parte del elemento corporal son algo complejo, por culpa de las
divisiones históricas. Entonces habría que decir : “Las sociedades
jerárquicas y el Cuerpo místico no han de considerarse como dos
cosas, porque forman una realidad compleja”. ¿Por qué no pusie-
ron también «sociedad» en plural? Porque, por una parte, choca-
ría a los oídos piadosos de muchos Padres conciliares y, por otra,

1 Pío XII, Mystici corporis : “De cuanto venimos escribiendo y explicando,

Venerables Hermanos, se deduce absolutamente el grave error de los que a su


arbitrio se forjan una Iglesia latente e invisible, así como el de los que la tienen
por una institución humana dotada de una cierta norma de disciplina y de ritos
externos, pero sin la comunicación de una vida sobrenatural. Por lo contrario, a
la manera que Cristo, Cabeza y dechado de la Iglesia «no es comprendido ínte-
gramente, si en El se considera sólo la naturaleza humana visible… o sola la di-
vina e invisible naturaleza… sino que es uno solo con ambas y en ambas natu-
ralezas…; así también acontece en su Cuerpo místico» [León XIII, Satis cogni-
tum], toda vez que el Verbo de Dios asumió una naturaleza humana pasible pa-
ra que el hombre, una vez fundada una sociedad visible y consagrada con san-
gre divina, «fuera llevado por un gobierno visible a las cosas invisibles» [Santo
Tomás, De veritate q. 20, a. 4 ad 3]. Por lo cual lamentamos y reprobamos asi-
mismo el funesto error de los que sueñan con una Iglesia ideal, a manera de so-
ciedad alimentada y formada por la caridad, a la que – no sin desdén – oponen
otra que llaman jurídica. Pero se engañan al introducir semejante distinción;
pues no entienden que el Divino Redentor por este mismo motivo quiso que la
comunidad por El fundada fuera una sociedad perfecta en su género y dotada
de todos los elementos jurídicos y sociales : para perpetuar en este mundo la
obra divina de la redención. Y para lograr este mismo fin, procuró que estuvie-
ra enriquecida con celestiales dones y gracias por el Espíritu Paráclito”.
204 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

los múltiples fragmentos de Iglesia no dejan de constituir una


cierta unidad aún en el elemento humano visible, porque, como
se dice unas frases más adelantes, todos están constituidos por
elementos de Iglesia – el bautismo, o también la Eucaristía y el
sacerdocio – que “impelen hacia la unidad católica”.
El texto continúa diciendo : “Esta [realidad compleja] es la
única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa,
católica y apostólica, la que nuestro Salvador entregó después de
su resurrección a Pedro para que la apacentara, confiándole a él
y a los demás apóstoles su difusión y gobierno”. Ningún miem-
bro del Consejo mundial de las iglesias va a negar esto, pues todos
pretenden ser parte de esta única y universal Iglesia que viene de
los apóstoles. El asunto es qué papel pretende cumplir en ella la
actual Iglesia papista de Roma. Es lo que se aclara, perdón, lo
que se dice nada claramente a continuación : “Haec [Christi] Ec-
clesia, in hoc mundo ut societas constituta et ordinata, subsistit in
Ecclesia catholica. Esta Iglesia [de Cristo], constituida y ordenada
en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica”.
Se ha pagado así la cuota mínima de ingreso al Club del Ecume-
nismo. Se pagó la cuota, pues no se repitió Mystici corporis, di-
ciendo que la Iglesia de Cristo «es» la Iglesia católica 1; pero fue
mínima, porque se guardó el privilegio del subsistit in, de manera
que, cuando sea necesario, se podrá decir ad intra (entre católi-
cos) que sí «es». La puerta está abierta.
En la misma frase se explica qué hay en la Iglesia de Cristo
además de la Iglesia católica : “Fuera de su estructura [la católica
bajo el gobierno del sucesor de Pedro] se encuentran muchos
elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Igle-
sia de Cristo, impelen hacia la unidad católica”. Estos elementa
Ecclesiae constituyen las estructuras de las demás Comunidades

1 Pío XII, Mystici corporis : “Ahora bien : para definir y describir esta verda-

dera Iglesia de Cristo – que es la Iglesia santa, católica, apostólica, Romana –


nada hay más noble, nada más excelente, nada más divino que aquella frase
con que se la llama el Cuerpo místico de Cristo”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 205

religiosas, confiriéndoles grados diversos de pertenencia a la


Iglesia de Cristo, como explicarán otros decretos y declaraciones
conciliares 1.

Conclusión

La Iglesia «sacramento» de unión con Dios de todo el género


humano, es la Iglesia de Cristo, esto es, la Iglesia católica junto
con todas las demás Comunidades religiosas que tienen estructu-
ras visibles (de allí que sirvan de signo o sacramento), pues el op-
timismo permite ver en todas “elementos de santidad y verdad”
infundidos por el Espíritu Santo. Esta conclusión es fundamental
a la hora de comprender la importancia de la labor ecuménica, lo
que trataremos en el último punto.

2º El ecumenismo estrecho de Unitatis redintegratio

El Decreto sobre el ecumenismo, «Unitatis redintegratio», pro-


mueve la unidad entre “los que invocan al Dios Trino y confie-
san a Jesús Señor y Salvador”. Aspira “a una Iglesia de Dios úni-
ca y visible [→ sacramento], que sea verdaderamente universal y
enviada a todo el mundo [→ sacerdotal], a fin de que el mundo

1 La última perla negra de este maléfico n. 8 es la blasfema referencia a los

pecados de la Iglesia : “La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y sien-


do al mismo tiempo santa y siempre necesitada de purificación, avanza conti-
nuamente por la senda de la penitencia y renovación”. Va contra la explícita ad-
vertencia de Mystici corporis : “Si en la Iglesia se descubre algo que arguye la de-
bilidad de nuestra condición humana, ello no debe atribuirse a su constitución
jurídica, sino más bien a la deplorable inclinación de los individuos al mal… Si,
por lo tanto, algunos miembros están aquejados de enfermedades espirituales,
no por ello hay razón para disminuir nuestro amor a la Iglesia, sino más bien pa-
ra aumentar nuestra compasión hacia sus miembros. Y, ciertamente, esta piado-
sa Madre brilla sin mancha alguna en los sacramentos… en las santísimas le-
yes… y, finalmente, en los celestiales dones y carismas… Y no se le puede imputar
a ella si algunos de sus miembros yacen postrados, enfermos o heridos, en cuyo
nombre pide ella a Dios todos los días : Perdónanos nuestras deudas, y a cuyo cui-
dado espiritual se aplica sin descanso con ánimo maternal y esforzado”.
206 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

se convierta al Evangelio [por la libertad religiosa] y de esta ma-


nera se salve para la gloria de Dios [es decir, la gloria del hom-
bre]” (n. 1).
La Iglesia de Cristo fue fundada en la unidad, pero como no
deja de ser pecadora (¡es blasfemia!), hubo divisiones por culpa
de ambas partes : “Comunidades no pequeñas se separaron de la
plena comunión [queda cierta comunión no plena] de la Iglesia
católica, a veces no sin culpa de los hombres de una y otra parte”
(n. 3). Pero el optimismo da por supuesto que los que nacen aho-
ra en estas comunidades no se hacen partícipes del pecado que
les dio origen : “Quienes ahora nacen en esas Comunidades y se
nutren con la fe de Cristo no pueden ser acusados de pecado de
separación” 1.
En estas Comunidades se hallan «elementa Ecclesiae», tanto in-
teriores como visibles : “De entre el conjunto de elementos o bie-
nes con que la Iglesia se edifica y vive, algunos, o mejor [→ op-
timismo], muchísimos y muy importantes, pueden encontrarse
fuera del recinto visible de la Iglesia católica : la Palabra de Dios
escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y al-
gunos dones interiores del Espíritu Santo y elementos visibles;
todo esto, que proviene de Cristo y a El conduce, pertenece por
derecho a la única Iglesia de Cristo” (n. 3).
Por eso no dejan de participar en la función de «sacramento
universal de salvación» propia de la Iglesia de Cristo : “Por con-
siguiente, aunque creamos que las Iglesias y Comunidades sepa-

1Optimismo nada justificado, porque así como los católicos vivimos el


drama de la Cruz como algo actual y constitutivo de nuestra existencia cristia-
na, las diversas sectas cismáticas y heréticas suelen tener muy presente los pe-
cados que les dieron origen, y las diversas generaciones van asumiendo en sus
vidas los hechos que los separaron de la Iglesia católica. Puede haber algunos
que sólo participen materialmente de esos «pecados originales», pero en los
más formados y convencidos la participación es ciertamente formal. De allí que
la Iglesia, con caridad pero con sabiduría, siempre consideró a los miembros de
las sectas como partícipes de un pecado actual.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 207

radas tienen sus defectos 1, no están desprovistas de sentido y de


valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo
no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya
virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad
que se confió a la Iglesia” (n. 3).
En resumen, estas Comunidades no gozan de la plena unidad
“porque solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que
es auxilio general de la salvación, puede conseguirse la plenitud
total de los medios salvíficos”, pero sí pertenecen a la Iglesia de
Cristo : “Tienen que incorporarse plenamente todos los que de
alguna manera pertenecen ya al Pueblo de Dios” (n. 3). Por eso, casi
hay que decir que a la Iglesia católica le falta catolicidad : “Inclu-
so le resulta bastante difícil a la misma Iglesia expresar la pleni-
tud de la catolicidad bajo todos los aspectos en la realidad de la
vida” (n. 4).
Como puede verse, toda la novedad del documento gira en
torno a los «elementa Ecclesiae».

3º El ecumenismo amplio de Nostra aetate

Todo hombre, en cuanto que es persona, ha sido elegido de entre


las demás creaturas para gloria de Dios : “Todos los pueblos
forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que
Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tie-
rra, y tienen también un fin ultimo, que es Dios, cuya providen-
cia, manifestación de bondad y designios de salvación se extien-
den a todos, hasta que se unan los elegidos [o sea, todos] en la ciu-
dad santa, que será iluminada por el resplandor de Dios y en la
que los pueblos caminaran bajo su luz” (n. 1).

1 Son «Iglesias» las que tienen el sacerdocio y la Eucaristía, y las demás son
sólo «Comunidades». Que sean humildes y no se ofendan por lo que se dice,
porque el Concilio también le encuentra defectos nada pequeños a la misma
Iglesia católica.
208 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Este optimismo, entonces, nos hará fácil hallar en toda reli-


gión elementos de santidad y verdad, a los que no se los podrá con-
siderar «elementa Ecclesiae», pero sí «semina Verbi» 1. Porque sería
muy mala suerte que, entre tantas cosas que dicen y hacen los
hombres, no haya alguna que no sea falsa ni deshonesta y que
pueda ser considerada destello de la Verdad y don del Espíritu
Santo : “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas re-
ligiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto
los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por
más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no
pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a
todos los hombres” (n. 2). Si a alguno le extraña cómo doctrinas
y conductas que discrepan en mucho de lo que enseña la Iglesia
pueden ser verdaderas, recuerde por favor que, por obra y gracia
de la subjetividad, ninguna agota el misterio del Hombre y que
todas dependen de las circunstancias históricas y culturales.

V. Para acabar con el «subsistit in»

1º Iglesia, Iglesia e Iglesias

Siguiendo su orientación democrática colegial, el Vaticano II


dará especial relieve a la noción de «Iglesia particular» dentro de
la Iglesia universal : “La unión colegial se manifiesta también en
las mutuas relaciones de cada obispo con las Iglesias particulares
y con la Iglesia universal. El Romano Pontífice, como sucesor de
Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad,
así de los obispos como de la multitud de los fieles. Del mismo
modo cada obispo es el principio y fundamento visible de unidad

1 Decreto Ad gentes, n. 11 : “[Que los fieles] descubran con gozo y respeto

las semillas de la Palabra (semina Verbi) que en ellas [las tradiciones nacionales
y religiosas no cristianas] se contienen”. En el n. 15 de este mismo documento
se dice que el Espíritu Santo “llama a todos a Cristo por las semina Verbi y la
predicación del Evangelio”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 209

en su Iglesia particular, formada a imagen de la Iglesia universal;


y de todas las Iglesias particulares queda integrada la única Igle-
sia católica” (Lumen gentium n. 23). El realce de la Iglesia parti-
cular se vio facilitado al evitar los aspectos jurídicos en la defini-
ción de la Iglesia y definirla, por el contrario, con la noción de
«sacramento». Así como la Iglesia universal “es en Cristo como
un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios
y de la unidad de todo el género humano” (Lumen gentium n. 1),
la Iglesia particular, como está “formada a imagen de la Iglesia
universal”, puede considerarse también «sacramento» de ésta
que, como imagen viviente, la hace presente y operante en cada
lugar particular. De hecho, la reunión de la asamblea litúrgica en
torno a la mesa Eucarística, que podríamos llamar Iglesia parro-
quial, es también, a su vez, el «sacramento» más concreto de la
Iglesia particular.
La definición sacramental de la Iglesia, que se cumple en toda
asamblea eucarística, presta también excelentes servicios para la
finalidad ecuménica, porque permite darle el nombre de verdade-
ras «Iglesias» a aquellas comunidades que, aunque se hayan sepa-
rado de la estructura jerárquica de la Iglesia católica, conserven
sin embargo los «elementos eclesiales» de la Eucaristía y el sacer-
docio. El reconocimiento de esta apelación, que en los contactos
ecuménicos permite tratar con dignidad de hermanas a las «Igle-
sias» cismáticas orientales y ayuda a tragar la píldora del «subsistit
in», sólo pudo anunciarse en el Concilio, sin dar mayor explica-
ción, pues había todavía muchas mitras que no estaban maduras 1.

1 En Unitatis redintegratio n. 1 se pone este nombre como simple pretensión de

las comunidades separadas : “En este movimiento de unidad, llamado ecuméni-


co, participan los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesucristo como Señor y
salvador, y esto lo hacen no solamente por separado, sino también reunidos en
asambleas en las que conocieron el Evangelio y a las que cada grupo llama Iglesia su-
ya y de Dios”. Pero luego se lo usa como si fuera un nombre legítimo : “Los her-
manos separados practican no pocos actos de culto de la religión cristiana, los
cuales, de varias formas, según la diversa condición de cada Iglesia o comunidad,
pueden, sin duda alguna, producir la vida de la gracia, y hay que confesar que
210 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Las condiciones que permitirían llamar Iglesia a una comuni-


dad cristiana separada se precisarán en dos documentos bastante
posteriores de la Congregación para la doctrina de la fe, la carta
Communionis notio de 1992, y la declaración Dominus Iesus del
2000. El primero de estos documentos quiere paliar el estado de
cisma generalizado en que van entrando muchos grupos católi-
cos 1. Les va a recordar que no basta la asamblea Eucarística para
que se dé la Iglesia completa 2, pues no habría que olvidarse del

son aptos para dejar abierto el acceso a la comunión de la salvación. Por consi-
guiente, aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas tienen sus de-
fectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación,
porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de sal-
vación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se
confió a la Iglesia” (Unitatis redintegratio n. 3). Como luego se explicará, las de-
nominaciones de «Iglesia» y «comunidad» no están puestas al azar.
1 Congregación para la doctrina de la fe, carta Communionis notio, sobre al-

gunos aspectos de la Iglesia considerada como Comunión, 28 de mayo de 1992,


n. 8 : “La Iglesia universal es, pues, el Cuerpo de las Iglesias, por lo que se puede
aplicar de manera analógica el concepto de comunión también a la unión entre las
Iglesias particulares, y entender la Iglesia universal como una Comunión de las
Iglesias. A veces, sin embargo, la idea de «comunión de Iglesias particulares» es
presentada de modo tal que se debilita la concepción de la unidad de la Iglesia
en el plano visible e institucional. Se llega así a afirmar que cada Iglesia particu-
lar es un sujeto en sí mismo completo, y que la Iglesia universal resulta del re-
conocimiento recíproco de las Iglesia particulares”.
2 Communionis notio n. 11 : “La unidad o comunión entre las Iglesias parti-

culares en la Iglesia universal, además de estar fundada en la misma fe y en el


Bautismo común, está radicada sobre todo en la Eucaristía y en el Episcopado.
[…] El redescubrimiento de una eclesiología eucarística, con sus indudables valo-
res, se ha expresado sin embargo a veces con acentuaciones unilaterales del
principio de la Iglesia local. Se afirma que donde se celebra la Eucaristía, se ha-
ría presente la totalidad del misterio de la Iglesia, de modo que habría que con-
siderar no-esencial cualquier otro principio de unidad y de universalidad.
Otras concepciones, bajo influjos teológicos diversos, tienden a radicalizar aun
más esta perspectiva particular de la Iglesia, hasta el punto de considerar que
es el mismo reunirse en el nombre de Jesús (cf. Mt 18, 20) lo que genera la Igle-
sia : la asamblea que en el nombre de Cristo se hace comunidad, tendría en sí
los poderes de la Iglesia, incluido el relativo a la Eucaristía; la Iglesia, como al-
gunos dicen, nacería «de la base»”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 211

Papa. Pero aunque pone una frase fuerte sobre el «ministerio pe-
trino», no deja de presentarlo envuelto en el Colegio episcopal 1.
De hecho, tan esencial no resulta dicho «ministerio», porque las
comunidades efectivamente cismáticas que han usurpado las cá-
tedras episcopales, no dejan de merecer el título de Iglesias : “En
las Iglesias y comunidades cristianas no católicas, existen en efec-
to muchos elementos de la Iglesia de Cristo que permiten recono-
cer con alegría y esperanza una cierta comunión, si bien no per-
fecta. Esta comunión existe especialmente con las Iglesias orienta-
les ortodoxas, las cuales, aunque separadas de la Sede de Pedro,
permanecen unidas a la Iglesia Católica mediante estrechísimos
vínculos, como son la sucesión apostólica y la Eucaristía válida, y
merecen por eso el título de Iglesias particulares”.
La Declaración Dominus Iesus se publica para mitigar los ex-
cesos del entusiasmo ecuménico de muchos católicos 2. Pero esto

1 Communionis notio n. 13 : “El Obispo es principio y fundamento visible de


la unidad en la Iglesia particular confiada a su ministerio pastoral, pero para
que cada Iglesia particular sea plenamente Iglesia, es decir, presencia particular
de la Iglesia universal con todos sus elementos esenciales, y por lo tanto consti-
tuida a imagen de la Iglesia universal [→ noción «sacramental» de la Iglesia],
debe hallarse presente en ella, como elemento propio, la suprema autoridad de
la Iglesia : el Colegio episcopal «junto con su Cabeza el Romano Pontífice, y ja-
más sin ella» (Lumen gentium n. 22)”. Luego viene la frase fuerte : “En efecto, el
ministerio del Primado comporta esencialmente una potestad verdaderamente
episcopal, no solo suprema, plena y universal, sino también inmediata, sobre to-
dos, tanto sobre los Pastores como sobre los demás fieles. Que el ministerio del
Sucesor de Pedro sea interior a cada Iglesia particular, es expresión necesaria de
aquella fundamental mutua interioridad entre Iglesia universal e Iglesia parti-
cular”. Habla de una «potestad inmediata» sobre Pastores y fieles, refirién-
dose en nota nada menos que a la Constitución Pastor aeternus del Vaticano I.
Pero no deja de colegializarla al considerarla extrañamente «una potestad ver-
daderamente episcopal». Como nunca se consideran las cosas desde el punto
de vista de la jurisdicción, tampoco se sabe nunca qué tiene de superior la potes-
tad del Papa.
2 Congregación para la doctrina de la fe, Declaración Dominus Iesus sobre la

unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, 6 de agosto


del 2000, n. 4 : “El perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en pe-
212 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

no le impide reconocer el título de «verdaderas Iglesias particu-


lares» a las comunidades con Eucaristía y episcopado, y agregar
que en ellas también «está presente y operante la Iglesia de Cris-
to», lo que todavía no había sido dicho tan claro : “Existe, por lo
tanto, una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia cató-
lica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en co-
munión con él. Las Iglesias que no están en perfecta comunión
con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por medio
de vínculos estrechísimos, como la sucesión apostólica y la Euca-
ristía válidamente consagrada, son verdaderas Iglesias particula-
res. Por eso, también en estas Iglesias está presente y operante la
Iglesia de Cristo, si bien falte la plena comunión con la Iglesia ca-
tólica al rechazar la doctrina católica del Primado, que por vo-
luntad de Dios posee y ejercita objetivamente sobre toda la Igle-
sia el Obispo de Roma” (n. 17).
El Concilio, entonces, no sólo duplica sino que triplica la no-
ción de Iglesia. Ahora tenemos la Iglesia de Cristo, la Iglesia cató-
lica y las Iglesias particulares, de las que unas pertenecen a la
Iglesia católica y otras no, pero todas pertenecen a la Iglesia de
Cristo. En las Iglesias particulares católicas está presente y operan-
te (fórmula que responde a la noción de la Iglesia como «sacra-
mento») la Iglesia católica y la Iglesia de Cristo, mientras que en
las Iglesia particulares no católicas sólo está presente y operante la
Iglesia de Cristo 1. Pero, cuidado, la Iglesia de Cristo subsiste sólo
en la Iglesia católica y en ninguna otra. ¡Ay, sí, qué lío!

ligro por teorías de tipo relativistas, que tratan de justificar el pluralismo reli-
gioso”. Sigue una espantosa lista de herejías que circulan entre los «católicos».
1 ¿La Iglesia de Cristo también está presente y operante en las Comunida-

des eclesiales que no llegan a ser Iglesias particulares? Parece que también lo
está, aunque un poco menos : “Por el contrario, las Comunidades eclesiales que
no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del
misterio eucarístico, no son Iglesia en sentido propio; sin embargo, los bautiza-
dos en estas Comunidades, por el Bautismo han sido incorporados a Cristo y,
por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia”
(Dominus Iesus n. 17). Y más poquito todavía en las Comunidades religiosas no
cristianas, como los Vudú africanos.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 213

2º La hermenéutica de la continuidad

Como la gente común tiende a ser muy simplona, ante el es-


pectáculo del ecumenismo muchos católicos fueron viendo la
Iglesia de Cristo como un mosaico de comunidades cristianas,
entre las que la Iglesia católica era sólo la porción mayor. Y como
el conjunto no ofrece una imagen muy clara, muchos comen-
zaron a pensar que la unidad de la Iglesia de Cristo era solamen-
te un objetivo a alcanzar. Pero así se rompe de manera explícita
y frontal con la Tradición, que cree en la indefectible unidad de
la Iglesia. De allí que ya en 1973, la Congregación para la doctri-
na de la fe se vio obligada a recordar que la Iglesia no ha perdido
su unidad 1.
Pero el proceso estuvo lejos de frenarse, por lo que, para el
año 2000, Roma lanza la operación rescate del «subsistit in». Co-
mo se dijo, esta misteriosa expresión fue puesta para cumplir dos
servicios : el servicio «ad extra» de abrir la puerta al ecumenismo,
dando a entender que la Iglesia de Cristo no se identifica total-
mente con la Iglesia católica, y el servicio «ad intra» de permitir la
traducción, en caso de urgencia, por el «est». El servicio ecumé-
nico había sido cumplido con éxito, tan exitosamente que ya po-
co se creía en la unidad de la Iglesia. Roma entonces declara la
urgencia y busca desempolvar la interpretación tradicional que
también quiso darle el Concilio.
El 11 de marzo de 1985, la Congregación para la doctrina de
la fe había publicado una Notificación sobre el volumen «Iglesia : ca-

1 Congregación para la doctrina de la fe, Declaración Mysterium Ecclesiae, 24

de junio de 1973 : “No pueden los fieles imaginarse la Iglesia de Cristo como si
no fuera más que una suma – ciertamente dividida, aunque en algún sentido
una – de Iglesias y comunidades eclesiales; y en ningún modo son libres de
afirmar que la Iglesia de Cristo hoy no existe ya verdaderamente en ninguna
parte, de tal manera que se la debe considerar como una meta a la cual han de
tender todas las Iglesias y comunidades”.
214 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

risma y poder» del P. Leonardo Boff, donde se había hecho una pri-
mera clarificación del significado del «subsistit in», pero que ha-
bía sido poco conocida 1. La operación, promovida al parecer por
el equipo del Cardenal Ratzinger 2, comienza con la Dominus
Iesus, donde solamente se advierte que “con la expresión «subsis-
tit in», el Concilio Vaticano II quiere armonizar dos afirmaciones
doctrinales” : que la Iglesia de Cristo continúa y existe plenamente
en la Iglesia católica, y que los elementa Ecclesiae derivan su efica-
cia de la plenitud católica 3. No se explica cómo logra ese término
armonizar estas dos afirmaciones, pero el sólo hecho de recordar
que el subsistit in privilegia la Iglesia católica sobre las demás
Comunidades causó fuerte malestar en el campo ecuménico.

1 En su libro, L. Boff dice que así como la Iglesia de Cristo subsiste en la

Iglesia católica, subsiste también en otras Iglesia cristianas. A lo que la Notifi-


cación responde : “El Concilio había escogido la palabra «subsistit» precisamen-
te para aclarar que existe una sola «subsistencia» de la verdadera Iglesia, mien-
tras que fuera de su estructura visible existen solo «elementa Ecclesiae», los cua-
les – siendo elementos de la misma Iglesia – tienden y conducen a la Iglesia
católica”.
2 Juan Pablo II no parece tan estricto en el uso del «subsistit in». Como seña-

la Ocáriz, en un artículo que citamos luego, “Juan Pablo II afirmó que en las
Iglesias particulares «subsiste la plenitud de la Iglesia universal» [1986], o bien
que «la misma Iglesia católica subsiste en cada Iglesia particular» [1987]. [… Pe-
ro] es más preciso decir, como reza el texto del decreto Christus Dominus, que en
la Iglesia particular está presente y actúa (inest et operatur) la Iglesia de Cristo; o
bien que en las Iglesias particulares existe (existit) la Iglesia universal”.
3 Congregación para la doctrina de la fe, Declaración Dominus Iesus n. 16 :

“Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica – ra-
dicada en la sucesión apostólica – entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia
católica. […] Con la expresión «subsistit in», el Concilio Vaticano II quiere armo-
nizar dos afirmaciones doctrinales : por un lado que la Iglesia de Cristo, no obs-
tante las divisiones entre los cristianos, sigue existiendo plenamente sólo en la
Iglesia católica, y por otro lado que «fuera de su estructura visible pueden en-
contrarse muchos elementos de santificación y de verdad» (Lumen gentium n. 8),
tanto en las Iglesias como en las Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia
católica (referencia a la Notificación de Boff). Sin embargo, respecto a estas últi-
mas, es necesario afirmar que su eficacia «deriva de la misma plenitud de gra-
cia y verdad que fue confiada a la Iglesia católica» (Unitatis redintegratio n. 3)”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 215

Elegido Papa en abril del 2005, Benedicto XVI manifiesta su


intención de continuar el movimiento ecuménico, pero se declara
más preocupado por la amenaza de naufragio de la Iglesia. Sin
cambiar, entonces, la política ad extra – el Cardenal Kasper segui-
rá al frente del ecumenismo –, intentará insuflar oxígeno tradi-
cional en el (esquizofrénico) gobierno ad intra. En diciembre de
ese mismo año, en el 40º aniversario de la conclusión del Conci-
lio, L’Osservatore Romano publica un imponente artículo (tres pá-
ginas enteras) del Padre K. J. Becker – profesor de la Gregoriana,
consultor de la Congregación para la doctrina de la fe y, según se
dice, hombre de confianza de J. Ratzinger –, titulado «Subsistit
in» (Lumen gentium, 8) 1.
Presenta el problema de manera muy clara desde el comien-
zo : “Hoy es opinión ampliamente difundida que la expresión
subsistit in habría sido introducida en consideración a los elemen-
ta veritatis et sanctificationis presentes en las otras comunidades
cristianas y, por lo tanto, con el fin de atenuar la identificación
entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia católica”. Luego de investi-
gar las Actas de las discusiones que llevaron a la redacción de
Lumen gentium 8, concluye : “Los obispos nunca pusieron en du-
da la frase Ecclesia Christi est Ecclesia catholica, o sea, su convic-
ción de fe de que la Iglesia de Cristo se identifica con la Iglesia
católica. No tienen fundamento en las Actas los diversos intentos
de traducir o explicar el subsistere in que no tengan en cuenta la
afirmación anterior. […] En lo que se refiere al cambio de est a
adest y de adest a subsistit [que registran las Actas], nunca se da
una motivación. Parece posible la hipótesis de que con el est al-
gunos hayan visto una posibilidad de negar o de no tener en
cuenta suficientemente la presencia de elementos eclesiales en

1 L’Osservatore Romano edición española, n. 49, 9 de diciembre de 2005, p. 8 a

10. En el artículo «Karl Josef Becker», de Wikipedia en inglés (perdón por la referen-
cia), se lee : “De acuerdo con John L. Allen, Jr., Becker gozó del respeto y la con-
fianza del Cardenal Joseph Ratzinger, el antiguo prefecto de la congregación doc-
trinal. A más de un teólogo en problemas se le aconsejó «ir a ver al Padre Becker»”.
216 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

las comunidades cristianas. Por lo tanto, el motivo sería, en este


caso, terminológico y no doctrinal”.
Estudia también Unitatis redintegratio y Ut unum sint, y llega a
una feliz conclusión. El «subsistit in» no significa más que «per-
manece siendo» : “El subsistit in no sólo quiere confirmar el sen-
tido del est, es decir, la identidad entre la Iglesia de Cristo y la
Iglesia católica, sino que quiere corroborar, sobre todo, el hecho
de que la Iglesia de Cristo, con la plenitud de todos los medios
instituidos por Cristo, persiste (continúa, queda) para siempre en
la Iglesia católica”. Aunque la Dominus Iesus decía que el «subsis-
tit in» armonizaba esa afirmación con la de que existen «elemen-
tos eclesiales» y verdaderas «Iglesias» fuera de la Iglesia católica,
Becker dice que no, que ese es un problema que queda abierto :
“Desafortunadamente, durante estos cuarenta años después del
Concilio, un gran número de publicaciones han propuesto una
interpretación del subsistit in que no corresponde a la doctrina
del Concilio. Entre los muchos motivos que han conducido a esto
parece que el más relevante ha sido un problema dejado abierto
por el Concilio. Se trata, en definitiva, de armonizar dos afirma-
ciones que el Concilio ha hecho con la misma claridad : 1º La
Iglesia de Cristo es la Iglesia católica y permanece en ella para
siempre en su plenitud. Antes, durante y después del Concilio la
doctrina de la Iglesia católica ha sido, es y será ésta. 2º En las
otras comunidades cristianas existen elementos eclesiales de
verdad y santificación, que son propios de la Iglesia católica e
impulsan hacia la unidad con ella”.
Es más, dice que el calificativo de «eclesial» y, sobre todo, la
denominación de «Iglesia» que se da a las comunidades no cató-
licas, son términos que no tendrían sostén teológico : “¿Por qué
estos «elementos» se llaman «eclesiales»? Una primera respuesta
podría ser que son «eclesiales» porque son propios de la Iglesia
católica. Esta sería una repetición de la doctrina conciliar. Una
segunda respuesta podría ser que son «eclesiales» porque dan a
las comunidades cristianas una índole colectiva, y que esta índo-
le merece la mención de «Iglesia» o al menos el titulo de «ecle-
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 217

sial». Es verdad que estas comunidades tienen un carácter colec-


tivo, pero se tiene que probar que este carácter merece el titulo
de Iglesia. ¿Qué se entiende con el título «Iglesia» y cómo se
puede probar que es teológicamente pertinente aplicarlo a las
comunidades cristianas no católicas?” Ni siquiera se pueden jus-
tificar por una supuesta «presencia y operación» de la Iglesia de
Cristo – que est la Iglesia católica – en estas comunidades, que no
puede entenderse en sentido propio sino sólo traslaticio 1.
Pero, ¿acaso el Cardenal Ratzinger no firmó más de un do-
cumento que sostiene que la Eucaristía válida y la sucesión apos-
tólica alcanzan para comprar un verdadero título de «Iglesia»?
Bueno, sí, pero Becker opina que no es suficientemente claro, y
después del Concilio los teólogos tienen libertad de opinión. Y si
Usted pertenece a la Fraternidad San Pío X y está escandalizado
por el «subsistit in», se le aconseja que vaya a ver al P. Becker pa-
ra tranquilizarse.
La semana siguiente, L’Osservatore Romano remacha el clavo
del «est» con un artículo de Monseñor Fernando Ocáriz, bajo el

1 K. J. Becker S. J., «Subsistit in» (Lumen gentium 8), epílogo : “Una tercera

respuesta justifica el adjetivo eclesial con una presencia y acción de la Iglesia de


Cristo. Ahora bien, en sentido propio, esto no es posible, ya que la Iglesia de
Cristo que es la Iglesia católica, en su integridad no está presente y operante en
las comunidades cristianas. Una subsistencia parcial en ellas es una contradictio
in adjecto, ya que sería una existencia al mismo tiempo plena y parcial. En sen-
tido traslaticio, en cambio, es posible. Si uno dice que las Naciones Unidas han
reconducido al orden cierto país, en realidad se habla de los cascos azules, que
han actuado bajo las órdenes de las Naciones Unidas, pero no son las Naciones
Unidas, ni siquiera en parte. En un sentido parecido, pero no idéntico, se puede
decir que la Iglesia de Cristo obra en las comunidades cristianas, ya que Cristo,
en cuanto cabeza (y no cuerpo) de la Iglesia, por el Espíritu, alma (y no cuerpo)
de ella, obra en estas comunidades. Cristo y el Espíritu obran en ellas reforzan-
do los elementos que impulsan hacia la unidad de los cristianos en la única
Iglesia. Quien con el concilio Vaticano II defiende la perpetua permanencia de
todos los medios de salvación instituidos por Cristo en la Iglesia católica, está
completamente dispuesto a tomar en consideración los problemas que dejó
abiertos el Vaticano II. Pero encuentra en su doctrina normas claras para afron-
tarlos y solucionarlos”.
218 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

largo título de Iglesia de Cristo, Iglesia católica e Iglesias que no están


en plena comunión con la Iglesia católica : “Como se sabe, esta céle-
bre expresión – subsistit in – ha sido objeto de interpretaciones
contradictorias. Ha tenido, y sigue teniendo, particular difusión
la idea de que el Concilio no habría querido hacer suya la afir-
mación tradicional según la cual la Iglesia de Cristo es (est) la
Iglesia católica, como se decía en el esquema preparatorio, para
poder afirmar que la Iglesia de Cristo también existiría en las co-
munidades cristianas separadas de Roma. En realidad, del análi-
sis de las Actas del Concilio se deduce que…”, y cita la feliz con-
clusión de Becker 1.
Pero el artículo de Ocáriz busca también poner sordina a la
disonante opinión de Becker sobre las «Iglesias» no católicas : el
Concilio sigue “el uso ya tradicional del término” al denominar
“Iglesias a las comunidades cristianas no católicas”; no le da “so-
lamente un sentido sociológico o más bien honorífico”, sino teo-
lógico : “Los desarrollos doctrinales y magisteriales posteriores
sobre este tema han llevado a atribuir a las comunidades cristia-
nas no católicas que han conservado el episcopado y la Eucaristía
el título, ciertamente de naturaleza teológica, de Iglesias particula-
res”, y se refiere a la carta Communionis notio y a la declaración
Dominus Iesus. La necesaria presencia de la autoridad del Papa
en toda Iglesia particular “puede parecer un obstáculo insupera-
ble para poder afirmar que las Iglesias no católicas son «verda-
deras Iglesias particulares»”, pero la doctrina conciliar de la «co-
legialidad» parece suficiente para pensar que donde hay episco-
pado – por cismático que sea – algo hay de papado : ubi episco-
pus, ibi Petrus 2. Por último, no hay que “omitir otro aspecto de

L’Osservatore Romano edición española, n. 50, 16 de diciembre 2005, p. 10.


1

Le hemos caricaturizado el argumento. Dice así : “Una posible vía de refle-


2

xión es la que se refiere a la presencia real del primado petrino (y del Colegio
episcopal) en las Iglesias no católicas, que se funda en la unidad del episcopado,
«uno e indiviso» : una unidad que no puede existir sin la comunión con el Obis-
po de Roma”. ¡Qué disgusto para los patriarcas ortodoxos saber que no hay ma-
nera de impedir la comunión con el Papa! Tendrían que dejar de ser obispos.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 219

capital importancia : las Iglesias particulares no católicas son


verdaderas Iglesias debido a lo que tienen de católico. La eclesia-
lidad de estas Iglesias se basa en que «la única Iglesia de Cristo
tiene una presencia operante en ellas» (Ut unum sint); y no son
plenamente Iglesias – su eclesialidad está herida – debido a la
falta de elementos propios de la Iglesia católica. En otras pala-
bras, reconocer el carácter de Iglesias a estas comunidades que
no están en plena comunión con la Iglesia católica comporta ne-
cesariamente afirmar que, aunque parezca una paradoja, tam-
bién estas Iglesias son porciones [sic, en cursiva] de la única Igle-
sia, o sea, de la Iglesia católica; porciones en situación teológica y
canónica anómala”.
Ocáriz es políticamente más correcto que Becker, pero tam-
poco va a poder reemplazar a Kasper en el diálogo ecuménico,
porque ningún ecumenista le perdonará haber dicho que las
Iglesias no católicas son porciones de la Iglesia católica. ¡Ay, es cier-
tamente paradójico!
No, no es verdad que para el Concilio el «subsistit in» signifi-
ca sin más «est». No por nada se lo reemplazó. Cuando se dice
que «la Iglesia de Cristo está presente y operante en las Iglesias
separadas» no puede reemplazarse Iglesia de Cristo por Iglesia
católica, como ingenuamente hace Ocáriz. Así se peca contra el
subsistit in, porque la Iglesia de Cristo no es totalmente (non est
omnino) la Iglesia católica, sino que est sólo en cuanto subsiste en
ella. Además, ha pecado de indiscreción al usar la palabra «por-
ción», porque deja demasiado claro que estas Iglesias son por-
ciones de la Iglesia de Cristo – y no de la Iglesia católica, como
dice Ocáriz –, que entonces se construye en mosaico.
Siguiendo el método habitual desde el Concilio, después de
que los teólogos han dado su opinión, la Congregación para la
doctrina de la fe hace la síntesis. Ésta viene con las Respuestas a al-
gunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la doctrina sobre la Igle-
sia, del 29 de junio de 2007. No se dice nada nuevo, sólo se recu-
pera la posibilidad de traducir el «subsistit in» por el «est» : “Ter-
cera pregunta : ¿Por qué se usa la expresión «subsiste en ella» y no
220 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

sencillamente la forma verbal «es»? Respuesta : El uso de esta ex-


presión, que indica la plena identidad entre la Iglesia de Cristo y
la Iglesia católica, no cambia la doctrina sobre la Iglesia. La ver-
dadera razón por la cual ha sido usada es que expresa más clara-
mente el hecho de que fuera de la Iglesia se encuentran «muchos
elementos de santificación y de verdad que, como dones propios
de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica»”.

3º Una expresión trompeuse

Sostenemos que el verdadero significado del «subsistit in» no


ha sido explicado por ninguno de estos autores, y que no es otro
que el sentido «tomista» que explicamos más arriba, explicación
que no hemos encontrado en ninguna parte – ¡vaya pretensión la
nuestra! –. Aunque se sigue de un análisis del texto y de la inten-
ción de Lumen gentium 8, el P. Becker aporta un dato que confir-
ma nuestra opinión. El genial inventor del «subsistit in» habría
sido nada menos que el P. Sebastian Tromp S. J., profesor de la
Gregoriana desde 1927 a 1967, consultor de los Papas desde Pío
XI a Juan XXIII, considerado el principal asesor de la Encíclica
Mystici corporis de Pío XII, y teólogo asistente del Cardenal Otta-
viani durante el preconcilio y en el Concilio. Tromp era miembro
de la Comisión encargada de redactar el esquema sobre la Igle-
sia : “Tres puntos son ciertos – dice Becker en el artículo citado
más arriba –. H. Schauf quería sustituir adest con est, mientras
que S. Tromp respondía proponiendo subsistit in. Philips, mode-
rador de la discusión, constata la aceptación del subsistit in. El
cambio de adest a subsistit, por lo tanto, no proviene de los obis-
pos, sino de los miembros de la comisión, al igual que el cambio
de est a adest. El sentido que los presentes atribuyeron a la pala-
bra subsistit in no se puede descubrir” 1.

1Una discípula de Becker, Alexandra von Teuffenbach, ha confirmado esta


tesis en su estudio del diario del Concilio de S. Tromp, Konzilstagebuch Sebastian
Tromp SJ mit Erläuterungen and Akten aus der Arbeit der Theologischen Kommission,
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 221

La expresión «subsistit in» tenía que haber sido excogitada


por un teólogo escolástico no muy empapado de la metafísica
tomista, lo que parece ser ciertamente el caso del P. Tromp, cuyo
teólogo de cabecera no era Santo Tomás sino San Roberto Belar-
mino. Todos los tratados dogmáticos clásicos preconciliares justi-
fican la «communicatio idiomatum» en Cristo recurriendo al argu-
mento tomista : porque la persona del Verbo subsiste en la natura-
leza divina y también subsiste en la naturaleza humana. La «co-
municación de idiomas» o propiedades es una consecuencia de
la unión hipostática, por la que, si nos referimos a Cristo, puede
decirse del hombre lo propio de Dios y de Dios lo propio del
hombre : Este hombre es Dios, es creador del cielo y de la tierra;
Dios es hombre, Dios muere en la cruz. Subsistir es el modo pro-
pio de ser de las substancias o supósitos, que son en sí, a diferen-
cia de los accidentes, que son en otro (en la sustancia). Subsistir
es propio, entonces, de la persona, que es una sustancia o supósi-
to de naturaleza espiritual. Pero la persona subsiste según cierta
naturaleza, ya sea divina, angélica o humana. Ahora bien, hay
una única persona que no subsiste según una única naturaleza, y
es la persona del Verbo, que subsiste como Dios desde toda la
eternidad y subsiste como hombre desde la Encarnación. Como
dijimos más arriba, para expresar esto Santo Tomás utiliza la
fórmula «subsiste en» : “La persona encarnada subsiste en dos na-
turalezas, esto es, la divina y la humana” 1.
Todos los manuales dogmáticos que han querido ser fieles a
los pedidos de la Iglesia y han seguido los principios de Santo To-
más, han usado esta expresión, aunque para entender bien su sig-

2006, Editrice Pontificia Università Gregoriana. No se puede dar crédito a la


versión que pone como autor del «subsistit in» a Wilhelm Schmidt, Pastor de la
Iglesia protestante de la Santa Cruz en Bremen-Horn, quien lo habría sugerido
al mismo Padre Ratzinger, teólogo en el Concilio del Cardenal Frings. Como
luego veremos, el Cardenal Ratzinger dice que esta expresión proviene de la
escolástica, y un pastor protestante no suele ser muy escolástico.
1 III, q. 2, a. 1 ad 2.
222 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

nificado y alcance tendrían que profundizar los principios de la


metafísica tomista, en especial la distinción entre esencia y acto de
ser, lo que no siempre es el caso. Por ejemplo el franciscano Abár-
zuza, buen bonaventuriano pero mal tomista, no deja de traerla :
“Tesis 3ª. En Cristo hay una sola persona, que es la persona del
Verbo, la cual subsiste en dos naturalezas íntegras e inconfusas, a
saber, la naturaleza divina y la naturaleza humana” 1. E igual-
mente, al explicar la «communicatio idiomatum», el jesuita Solano
dice : “El Hijo Unigénito de Dios, persona divina que subsiste en la
naturaleza divina, también tiene naturaleza humana y aquello
que es propio de la naturaleza humana, de tal manera que tam-
bién a partir de esto pueda ser debidamente denominado, v. g.
hombre, padecido, crucificado. Y por otra parte, Jesús, persona divina
que subsiste en la naturaleza humana, tiene también naturaleza di-
vina y lo que es propio de la naturaleza divina, y puede ser recta-
mente denominado por ello, v. g. Dios, omnipotente, creador” 2.
Como es tradicional y como hacía Mystici corporis, vimos que
también Lumen gentium n. 8 plantea una “profunda analogía” en-
tre la relación del Verbo encarnado con la naturaleza humana y
la relación del “Espíritu de Cristo” con “la unión social de la
Iglesia”, esto es, entre el principio divino oculto y el principio
humano visible en ambos casos. Pero lo que no era nada tradi-
cional – y la presión del Concilio parece haber impuesto a la
mente de Tromp 3 –, es que, para constituir la Iglesia de Cristo, el

1 Javier de Abárzuza ofm, Teología del Dogma Católico, 3ª ed. Studium, Ma-

drid 1970, p. 411.


2 P. Jesús Solano S. J., Tractatus de Verbo incarnato, en Sacrae theologiae Sum-

ma, vol. III, BAC, Madrid 1953, p. 164.


3 En su artículo, Becker sugiere cierto estado de nerviosismo en Tromp : “La

grabación da más informaciones. Muestra que Schauf rechaza adest porque para
él es poco preciso. Inmediatamente replica Tromp : «Possumus dicere : itaque sub-
sistit in Ecclesia católica, et hoc est exclusivum (con tono muy fuerte), in quantum di-
citur : alibi non sunt nisi elementa. Explicatur in textu”. [«Podemos decir : por tanto
subsiste en la Iglesia católica, y esto es exclusivo (con tono muy fuerte), en cuanto
se dice : en otra parte no hay sino elementos. Se explica en el texto»].
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 223

Espíritu de Cristo no debe relacionarse con una única sociedad,


la católica bajo el Papa, sino con muchas otras no católicas tam-
bién, constituidas por los elementa Ecclesiae. Pero aunque haya
que decir algo nuevo : que el Espíritu de Cristo o la Iglesia de
Cristo está presente y operante en las otras sociedades visibles,
sin embargo tiene que afirmarse también lo viejo : que sólo la ca-
tólica «es» la Iglesia de Cristo. Si esto es así, la ampliación de la
analogía se impone con evidencia : el Verbo no sólo se ha unido
con la naturaleza humana de Cristo por la unión hipostática, sino
también con muchos otros hombres por la gracia, de manera que
en todos ellos puede decirse que Cristo está presente y operante,
mientras que sólo del hombre Cristo puede decirse que «es» el
Verbo divino. Para defender, entonces, el dogma católico de la
identificación de la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica, la
efervescente cabeza del escolástico pensó : Hay que atribuir a las
sociedades no católicas una unión con la Iglesia de Cristo análo-
ga a la de la gracia, y a la sociedad católica otra análoga a la
unión hipostática. ¿Cómo expresarlo? Pues si se dice que el
hombre Cristo «es» el Verbo porque el Verbo «subsiste en» esa
naturaleza humana particular y en ninguna otra más (de otro
hombre en gracia puede decirse que «tiene» a Cristo, pero no que
«es» Cristo), habría que decir algo análogo de la Iglesia católica :
que la Iglesia de Cristo «subsiste en» ella. ¡Genial!
Quedaba como problema que este aporte escolástico a la mo-
dernidad no podía ser comprendido por los teólogos de pensa-
miento moderno, que eran quienes lo habían pedido, porque en-
tre éstos no se usa para nada esa expresión. Por ejemplo, Michael
Schmaus, que en el Seminario del joven J. Ratzinger era el adalid
de la ortodoxia, no conoce en absoluto este uso del término 1. Pe-

1 Michael Schmaus, en su Teología Dogmática, III. Dios Redentor (2ª ed. RIALP,

Madrid 1962, p. 140-144), usa nociones a distancia infinita de Santo Tomás. La


«subsistencia», en particular, no la predica de la persona sino de la naturaleza :
“En primer lugar hay que distinguir entre naturaleza y persona. Naturaleza
(esencia o ser subsistente, sustancia) es aquello que, etc.”. Nunca un tomista diría
224 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

ro mucho no importó. Había que reemplazar el «est», y mientras


más misteriosa fuera la expresión de reemplazo, mejor, porque
era un recurso que más valía esconder. Y ¡qué mejor que su autor
fuera el mismo que había sostenido el «est» en Mystici corporis!
En una conferencia sobre «La eclesiología de la Lumen gen-
tium», publicada en L’Osservatore Romano del 25 de agosto del
2000, el entonces Cardenal Ratzinger reconocía que el origen del
«subsistit in» algo tenía que ver con la escolástica y con la unión
hipostática, pero – sostenemos nosotros – tampoco él estaba en
condiciones de entenderlo bien : “Al llegar a este punto, resulta
necesario analizar un poco más a fondo el sentido de la palabra
«subsistit». Con esta expresión el Concilio se aparta de la fórmula
de Pío XII que, en su encíclica Mystici corporis Christi, había di-

que la naturaleza es «ser subsistente», lo que es propio de la persona. Unos pá-


rrafos más adelante enfrenta naturaleza y persona – cosa ininteligible para Santo
Tomás – en un personalismo liberal : “Naturaleza y «yo», naturaleza y persona
están, según esto, frente a frente. Este estar enfrentadas ocurre de tal manera,
que la mismidad personal puede abusar de las potencias de la naturaleza; puede
imponerles un mandato contrario a ellas, puede obligarlas a una actividad anti-
natural. La naturaleza está a disposición de la persona y bajo su dominio… La
persona puede, pues, definirse como el ser que penetra, conforma y posee a la
naturaleza; como el ser en independencia, como el ser que se posee en espiritual
autoafirmación y libre autodeterminación”. Para Santo Tomás es la naturaleza la
que conforma la persona, y si ésta es libre, es porque tiene naturaleza espiritual.
Para colmo de confusiones, Schmaus – y los neoteólogos en general – aprovecha
que las Personas divinas se definen como relaciones (subsistentes), para dar una
definición relacional de la persona humana : “Las mismas personas divinas – los
modos más perfectos de ser personal –, sólo se poseen recíprocamente en una
ordenación mutua; de manera semejante la persona humana sólo se posee en la
apertura e inclinación hacia el tú : sólo es ella misma en la incesante superación de sí
misma hacia el tú” (p. 141). Una metafísica que pone frente a frente naturaleza y
persona, y dice que ésta es «el ser que penetra» a aquella, siendo la naturaleza a
su vez «ser subsistente», que pone la relación al tú en la constitución misma de la
persona, lleva, aunque no se quiera – y Schmaus ciertamente no lo quiere –, a
pensar la Encarnación de una manera nestoriana, como relación entre el Verbo y
una humanidad subsistente. Pero no nos extendamos en este asunto – que pade-
ce todo el pensamiento moderno –, sino señalemos solamente que estos autores
no usan el verbo «subsistir» de manera escolástica.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 225

cho : la Iglesia católica «es» («est») el único cuerpo de Cristo. En


la diferencia entre «subsistit» y «est» subyace todo el problema
ecuménico. La palabra «subsistit» deriva de la filosofía antigua,
desarrollada ulteriormente en la escolástica. A ella corresponde
la palabra griega «hypóstasis», que en la cristología desempeña
un papel fundamental para describir la unión de naturalezas di-
vina y humana en la persona de Cristo. «Subsistere» es un caso
especial de «esse». Es el ser en la forma de un sujeto «a se stante».
Aquí se trata precisamente de esto. El Concilio quiere decir que
la Iglesia de Jesucristo, como sujeto concreto en este mundo,
puede encontrarse en la Iglesia católica. Eso sólo puede suceder
una vez, y la concepción según la cual el «subsistit» se debería
multiplicar no corresponde a lo que pretendía decir. Con la pala-
bra «subsistit» el Concilio quería expresar la singularidad y no la
multiplicabilidad de la Iglesia católica : existe la Iglesia como su-
jeto en la realidad histórica” 1.
Ahora bien, la expresión del P. Tromp es ciertamente trom-
peuse, es decir, tramposa. El «subsistit in» ha querido poder tra-
ducirse por «est», para que valga decir que «la Iglesia de Cristo es
y permanece siendo la Iglesia católica», pero un «est» que no signi-
fique identidad absoluta – de manera que todo lo que se atribuye
a la Iglesia de Cristo se atribuya también a la Iglesia católica –,
sino que deje algo que desborde los límites visibles de la Iglesia
católica, porque si no, se acabó el ecumenismo : la Iglesia de Cris-
to tiene que darse de alguna manera en las demás comunidades
religiosas que ciertamente no pertenecen a la estructura visible
de la Iglesia católica. Como dice Ratzinger, “en la diferencia en-
tre «subsistit» y «est» subyace todo el problema ecuménico”.
El verbo «subsistir» no se usa aquí solamente en su significa-
do común de «permanecer», sino con el significado estricto de
«ser en sí y no en otro, como en un sujeto», como modo de ser

1 L’Osservatore Romano, edición española, n. 34, 25 de agosto de 2000, p. 9,

2ª col.
226 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

propio de las substancias o supósitos 1. Pero, por supuesto, no es-


tá tomado en sentido unívoco sino analógico, pues una sociedad
no es una sustancia. Ahora bien, «subsistere in aliquo» no puede
entenderse de cualquier manera, porque fácilmente implicaría
contradicción. «Subsistire» es un modo especial de «esse», y los
escolásticos – siguiendo a Aristóteles – distinguen ocho modos
de «esse in aliquo» 2. No puede decirse que algo subsista en otro
como la parte en el todo (1º modo), ni como la forma en su sujeto
(5º), porque subsistir se dice de algo completo, ya sea una subs-
tancia o algo a modo de substancia, y ni la parte ni la forma son
un todo completo. En el caso particular que consideramos, tam-
poco puede decirse que la Iglesia de Cristo subsista en la Iglesia
católica como el todo en las partes (2º), ni como el género en la
especie (4º), ni como lo contenido en su continente (8º), porque si
bien todos esos modos pueden decirse de algo subsistente, sin
embargo en ninguno de ellos podría decirse propiamente que la
Iglesia de Cristo «est» la Iglesia católica 3. Queda entonces un
único modo posible : como la especie en el género (3º); o lo que
es equivalente, como el individuo en la especie; o con absoluta
precisión de lenguaje, como el supósito en la naturaleza. Así co-
mo el hombre se dice subsistir en el género de los animales, así

1 El Diccionario de la Real Academia española trae : “Subsistir. Del lat. subsiste-

re. 1. intr. Permanecer, durar una cosa o conservarse. 2. Mantener la vida, se-
guir viviendo. 3. Fil. Existir una sustancia con todas las condiciones propias de
su ser y de su naturaleza”.
2 Aristóteles, Física, libro IV, c. 3, 210 a 14-24. Cf. Santo Tomás, In IV Physic.

lect. 4.
3 Muchos ecuménicos simplones piensan en la Iglesia de Cristo de alguno

de estos modos, entendiendo que subsiste en la Iglesia católica y en las demás


comunidades no católicas como el todo en todas sus partes; o que subsiste en la
Iglesia católica, y en la luterana, y en la anglicana como el género en sus diver-
sas especies; o que la Iglesia de Cristo es algo puramente espiritual que subsiste
en las diversas sociedades visibles como en sus continentes. Pero no puede de-
cirse que el todo es propiamente una sola de sus partes, ni que el género se
identifica con una sola de sus especies, ni que el contenido espiritual es pro-
piamente su continente visible. Los modos 6º y 7º, referidos a las causas eficien-
te y final, no tiene sentido considerarlos aquí.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 227

también se dice que Pedro subsiste en la especie de hombre, y


del mismo modo se dice que la persona o supósito (hipóstasis)
subsiste en cierta naturaleza, ya sea humana, angélica o divina. Y
en todos estos casos cabe la predicación «est» : El hombre es ani-
mal; Pedro es hombre; la persona es hombre, ángel o Dios. De es-
ta manera dice Santo Tomás que Cristo en cuanto persona – esto
es, el Verbo – subsiste en la naturaleza humana y en la naturaleza
divina, pudiendo decirse, por lo tanto, que est hombre y est Dios 1.
Al decir, entonces, que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia
católica, se quiere afirmar que el sujeto quodammodo subsistente
«Iglesia de Cristo», tiene como naturaleza propia la sociedad ca-
tólica, cuya cabeza es el Papa, de tal manera que ninguna otra
sociedad visible le pertenece a modo de naturaleza propia. Aho-
ra bien, si nos quedamos con esta explicación – como hacen Be-
cker y Ocáriz –, la Iglesia de Cristo no sería más que la Iglesia ca-
tólica, sin desbordar en absoluto sus límites, pues fuera del mo-
do católico estaría desnaturalizada. Pero no quiere esto el Conci-
lio. Para darle lugar al ecumenismo, se hace necesario tener pre-
sente la analogía con Cristo, porque Cristo subsiste en su concre-
ta y particular naturaleza humana siendo más que ese hombre
que nació en Belén, desbordando sus límites, porque también es
Dios con naturaleza divina. Y como Dios que es, puede hacerse
presente y operante en otros hombres. El Concilio quiere decir
entonces que, como Cristo, la Iglesia de Cristo puede subsistir en
una sociedad concreta y particular, la católica, y sin embargo
desbordar sus límites haciéndose presente y operante en otras
comunidades religiosas, por cuanto también tiene naturaleza di-
vina, conferida por el Espíritu de Cristo.
El único inconveniente para esta analogía, es que la persona
del Verbo puede subsistir en una naturaleza humana a la que
desborda, única y estrictísimamente porque es de naturaleza divi-
na. Sólo el Acto puro e infinito de ser, que incluye en sí mismo

1 Sí, perdone nuestro Lector, estamos casi jugando con la precisión escolás-

tica, pero… ¡los modernos son tan imprecisos!


228 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

toda perfección, puede asumir secundum subsistentiam otra natu-


raleza finita sin que implique contradicción. No intentaremos
explicarlo aquí, pues entra en juego lo más profundo de la meta-
física tomista, pero Santo Tomás lo afirma de modo terminante :
“Lo propio de la persona divina es que, debido a su infinitud, pue-
dan coincidir en ella diversas naturalezas, no de modo acciden-
tal, sino según la subsistencia” 1. Es absolutamente contradictorio
que una realidad creada – por más que participe de lo divino –
subsista en dos naturalezas : o tiene una o tiene otra, pero no
dos. La Iglesia de Cristo, por divina que se la pueda considerar,
no es el Acto puro ni tiene esencia infinita. Por lo tanto, sólo hay
dos posibilidades, herética una y católica la otra :
 Si se dice que la Iglesia de Cristo se halla de alguna manera
– incompleta o como se quiera – fuera de la sociedad católica, en
comunidades no católicas, se sigue necesariamente que no sub-
siste en la sociedad católica, pues si le es natural existir en modo
católico, no puede darse sin ese modo.
 Si se dice que la Iglesia de Cristo subsiste en la sociedad ca-
tólica como en su naturaleza propia, se sigue que «es» la Iglesia
católica y no la desborda en absoluto. Y si fuera cierto que está
presente y operante en las comunidades no católicas – ¡que no lo
es! –, para disgusto de todas ellas, sería la Iglesia católica la que
estaría presente y operante. Tendrían entonces razón Becker y
Ocáriz, pero no es lo que ha querido decir el Concilio.

4º Otra hermenéutica más nueva

Dijimos que en muchas proposiciones del Concilio se ha man-


tenido una maquiavélica ambigüedad, y el caso que considera-
mos es quizás el más notorio. Como vimos, aquí se ha inyectado
una palabra escolástica en un pensamiento moderno, y las partes

1III, q. 3, a. 1 ad 2 : “Hoc autem est proprium divinae personae, propter eius


infinitatem, ut fiat in ea concursus naturarum, non quidem accidentaliter, sed
secundum subsistentiam”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 229

no terminan de encajar. Hasta ahora hemos interpretado el verbo


«subsistir» en su significado de origen escolástico, en un intento
de «hermenéutica de continuidad» que terminó en el fracaso. Pe-
ro habíamos obviado que, aún en el único sentido posible de la
expresión «algo subsiste en algo», la manera como la usa el Con-
cilio es inadecuada. Porque el primer «algo» debe significar un
sujeto capaz de subsistir, mientras que el segundo «algo» debe
significar una naturaleza o modo substancial de ser. Está bien de-
cir : «El Verbo subsiste en la naturaleza humana», o «subsiste en
la humanidad», pero no estaría bien decir : «El Verbo subsiste en
el hombre», porque allí «hombre» aparece como otro sujeto o su-
pósito, y es contradictorio decir que un sujeto que subsiste, es de-
cir, que es en sí, sea a la vez en otro como en su sujeto. Habría que
darle un giro para que no se tome como sujeto sino como natura-
leza, por ejemplo : «El Verbo subsiste como hombre», o «en cuan-
to hombre». No es adecuado poner : «La Iglesia de Cristo subsiste
en la Iglesia católica», porque «Iglesia católica» está como otro su-
jeto; habría que poner expresiones tales como : «La Iglesia de
Cristo subsiste como Iglesia católica» o «La Iglesia de Cristo sub-
siste en cuanto eclesialidad católica» (el abstracto de Iglesia). Al
poner que un sujeto concreto (la Iglesia de Cristo) subsiste en otro
sujeto concreto (la Iglesia católica), la expresión conciliar hace
pensar que el verbo «subsistir» no se está tomando en su sentido
fuerte de «ser en sí y no en otro como en su sujeto», sino en el
significado común de «permanecer». Pero entonces, de los ocho
modos de «ser en algo», sólo cabe el octavo : como lo contenido
en el continente, porque es el único que permite decirse entre dos
sujetos concretos : el vino permanece o subsiste en la botella.
Y aunque nunca lo vayan a reconocer, no digo que el atolon-
drado autor (que me perdone el P. Tromp si no fue él), pero sí
digo que los avisados fautores de la expresión quisieron jugar
con esta ambigüedad, porque la mayoría de los ecuménicos sim-
plones imaginan la Iglesia de Cristo como un contenido espiri-
tual que se encuentra en diversos continentes visibles, el católico
y otros más. Es verdad que esta versión está condenada por el
230 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Magisterio preconciliar, en particular por Mystici corporis, pero


los neoteólogos, nada simplones, dicen sortear la interpretación
condenada con su noción «sacramental» de la Iglesia.
Estos teólogos – que carecen de metafísica y conciben la subs-
tancia de manera kantiana – entienden que la Iglesia de Cristo es
un misterio de fe (fundamento oculto a los sentidos) que se hace
presente y operante como contenida bajo el signo visible o «sacra-
mento» de la Iglesia católica (fenómeno sensible), de manera que
el que mira con los ojos de la fe, ve el misterio contenido en el
signo. La Iglesia-misterio, entonces, es hecha presente por toda
comunidad cristiana, pero la Iglesia católica es signo tan comple-
to y patente que es como si hiciera presente la Iglesia de Cristo
en su misma realidad substancial (nadie sabe qué se entiende por
substancia). De allí que su representatividad sacramental merez-
ca un nombre especial, y bien puede usarse el «subsiste». En esta
versión también podemos decir que «la Iglesia de Cristo es la
Iglesia católica», pero no de modo propio y estricto, sino como
figura retórica, como se dice «vino» a la «botella con vino».
Si los católicos ingenuos nos hemos escandalizado por el
«subsistit» del Concilio, fue porque lo leímos de manera simple,
como contenido que permanece en el continente – única lectura
posible de la expresión tomada en su literalidad –, y porque vi-
mos que así funcionaba en los encuentros ecuménicos. Podría-
mos ahora aceptar que la intención del Concilio fue la de abrir
las puertas del ecumenismo, conservando a la vez la posibilidad
de darle el sentido fuerte de «est». Bien, es intención por mitad
católica, pero fallida por contradictoria. Sólo queda reconocer
que el Vaticano II ha cubierto las vergüenzas del ecumenismo
con los opacos miasmas de un enorme sofisma.

5º Sólo un señuelo

Nos hemos salido nuevamente del modo propio de una sínte-


sis – como quiere ser el presente trabajo – para acabar de una vez
por todas con el asunto del «subsistit». Ahora, después de todo lo
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 231

dicho, podemos concluir que esta famosa expresión no es más


que una impostura. Sí, sabemos que la explicación que dimos no
le gustará más que a su dueño. Pero hay que saber también que
importa un comino explicarla o no explicarla, porque este con-
densado de enormes y deliberadas confusiones ha sido propues-
to, justamente, como un señuelo para entretener a los adversarios
de la vía católico-ecuménica, tanto católicos como no católicos. Lo
que, por la parte católica, no se quiere que se discuta ni revise, son
los mentados «elementa Ecclesiae». Aquí está el talón de Aquiles
del ecumenismo conciliar, porque toda la Tradición católica ha si-
do clarísima en considerar a estos supuestos «elementos eclesiás-
ticos» como simples «vestigios» o ruinas de la Iglesia católica, que
en las falsas sectas y religiones permanecen muertos e inoperantes.
El principal de todos estos «elementos», como vimos, es el
episcopado válido, del que depende la Eucaristía válida, y que
supondría la sucesión apostólica y cierto vínculo necesario con el
Papa. El episcopado es quien radicalmente permitiría considerar
a las comunidades de los cismáticos orientales como verdaderas
Iglesias particulares. Pero no hay tratado teológico de la Iglesia
que no enseñe, como verdad evidente e indiscutida, que las cáte-
dras episcopales de las Iglesias orientales han sido usurpadas
por los cismáticos, careciendo de verdadera sucesión apostólica.
Hagamos solamente una breve excursión por algunos de los tra-
tados que tenemos a mano.
Al tratar de la nota de apostolicidad, el Cardenal Billot pone
la siguiente tesis : “La apostolicidad del ministerio o régimen se
conecta íntimamente con la apostolicidad de origen, la que brilla
sobre todo en la Iglesia católica por la sucesión de los Obispos
romanos sobre la Sede de Pedro; en otros lugares, en cambio, fal-
ta tan evidentemente, que por este capítulo todas las sectas sepa-
radas que se cuentan en el mundo están signadas por la nota ob-
via y muy manifiesta de ilegitimidad” 1.

1 Ludovico Billot S. J., Tractatus de Ecclesia Christi, tomus primus, edit. tertia,

Prati 1909, p. 254.


232 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

H. Mazzella describe la nota de «apostolicidad» de la siguien-


te manera : “Es la sustitución pública, legítima, perenne, es decir,
nunca interrumpida de las personas en lugar de los Apóstoles
para regir y apacentar la Iglesia”. “Se dice legítima, por cierto
– explica –, tanto de parte del que da la potestad como del que la
recibe, y por parte del modo como esta potestad es conferida,
pues dicha transmisión debe ser según la norma del derecho. Se
dice perenne o ininterrumpida, tanto materialmente, en cuanto no
faltan en absoluto personas que substituyan a los Apóstoles; co-
mo formalmente, en cuanto estas mismas personas substitutas en-
tran en posesión de la autoridad derivada de los Apóstoles, reci-
biéndola de aquél que actualmente la tiene y la puede comunicar
[esto es, el Papa]” 1. Evidentemente, las Iglesias cismáticas po-
drán poseer una sucesión apostólica material, pero no formal.
Luego, este autor se pregunta : “¿Cómo puede conocerse si
alguna sociedad, que vindica para sí misma el nombre de Iglesia
de Cristo, es o no apostólica?” Para responder pone una distin-
ción : “En los sucesores de los Apóstoles se puede distinguir la
ordenación o consagración, y la vocación o misión; y de allí una
doble potestad, de orden y de jurisdicción”. Hace una observa-
ción : “La misma misión legítima se obtiene o se suple por la ad-
hesión al centro de unidad, esto es, a la suprema potestad de la
Iglesia. Pues, como en el centro de unidad reside la plenitud de
la autoridad apostólica, esto hace que pueda comunicar la apos-
tolicidad y sanar cualquier defecto que obste a la apostolicidad”.
Y concluye : “De esto se sigue un corolario de máxima importan-
cia, esto es, que la comunión con el centro de unidad basta para
reconocer la apostolicidad. Pues la apostolicidad de la sucesión
comprende la ordenación o consagración y la misión; la legítima
ordenación se supone o infiere justificadamente si hay constancia
de la legítima misión; y la legítima misión se obtiene o se suple
por la adhesión al centro de unidad. Por lo tanto, si se prueba es-

1 Horatio Mazzella, Praelectiones scholastico-dogmaticae breviori cursui accom-

modatae, edit. sexta, Torino 1937, vol. 1, p. 434-435.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 233

ta adhesión, por lo mismo se muestra la adecuada apostolici-


dad” 1. En las iglesias cismáticas falta justamente la adhesión al
Papa, centro de unidad. De allí que más adelante sostenga : “A
los griegos cismáticos les falta : La nota de unidad… la nota de
santidad… la nota de apostolicidad, como puede colegirse sufi-
cientemente de lo dicho acerca de la apostolicidad” 2.
Salaverri sostiene, por supuesto, la misma doctrina. “Entre
los protestantes y cismáticos no puede darse una verdadera su-
cesión apostólica formal. La verdadera apostolicidad de la suce-
sión formal sólo puede darse dentro de la unidad y catolicidad…
[Ésta] no puede darse entre aquellos que no conservan el Cuerpo
de Pastores de la Iglesia constituido según la razón con que Cris-
to constituyó el Colegio de los Apóstoles, esto es, bajo la única
autoridad primada de San Pedro y sus sucesores” 3. No poseen la
sucesión formal, y ni siquiera es evidente la sucesión material :
“La apostolicidad de la sucesión material no les conviene tan
plena y evidentemente a los protestantes y cismáticos, como a la
Iglesia romano-católica. Por lo tanto, la apostolicidad de la suce-
sión material no puede ser propuesta como nota por los protes-
tantes y cismáticos contra la Iglesia romano-católica” 4. Y conclu-
yendo el asunto de las iglesias cismáticas, Salaverri dice : “La ra-
zón principal de estos defectos que sufren las iglesias de los cis-
máticos, como reconoce el mismo Heiler, insigne admirador de
las mismas, debe ponerse ciertamente en su separación del Pri-
mado de San Pedro y de sus sucesores, a quien Cristo dio las lla-
ves del Reino de los cielos, a quien constituyó fundamento y su-
mo juez en la Iglesia, a quien encomendó el cuidado de confir-
mar a sus hermanos y apacentar su rebaño. Y por eso carecen del
verdadero y visible principio de unidad, infalibilidad, fecundidad,

1 Op. cit. p. 438.


2 Op. cit. p. 484.
3 Ioachim Salaverri S. J., «De Ecclesia Christi», in Sacrae theologiae Summa,

vol. 1, 2ª edit., BAC, Madrid 1952, p. 920.


4 Op. cit. p. 921.
234 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

vigor, independencia, libertad y vida, que Cristo divinamente es-


tableció” 1.
Atribuir, entonces, la “sucesión apostólica” a las iglesias cis-
máticas, como si fuera legítima y formal, y sin aclarar que es
usurpada y material – como hace la Congregación para la doctri-
na de la fe en su carta Communionis notio y en la declaración Do-
minus Iesus –, rompe estridentemente con toda la Tradición ecle-
siástica desde los primeros siglos, pues desde los comienzos la
Iglesia tuvo que lidiar con obispos cismáticos. Para ello se ha te-
nido que confundir y borrar especialmente la distinción entre poder
de orden y jurisdicción. Pero un obispo sin misión ni jurisdicción,
como son los obispos cismáticos, es un leño seco, separado de
Cristo y de la Iglesia, que no puede dar fruto alguno : “La potes-
tad espiritual – enseña Santo Tomás al tratar del cisma – es do-
ble : la sacramental y la de jurisdicción. La potestad sacramental es la
conferida por la consagración. Pues bien, todas las consagracio-
nes de la Iglesia son permanentes mientras dure la consagración,
como es evidente en las cosas inanimadas; así, el altar consagrado
no se consagra de nuevo si no se destruye. Por tanto, dicha potes-
tad permanece esencialmente en el hombre, que la recibió por consagra-
ción, mientras viva, aunque incurra en cisma o en herejía. Esto es evi-
dente, dado que no es consagrado de nuevo al regresar a la Igle-
sia. Mas dado que la potestad inferior no debe actualizarse más
que por la moción de un poder superior, como es también evi-
dente en las cosas naturales, resulta de ello que ese hombre pier-
de el uso de su potestad, de suerte que no le sea permitido servir-
se de ella. Mas en el caso de que se sirvan de ella, surte efecto en
el plano de los sacramentos, ya que en ellos el hombre no actúa
sino como instrumento de Dios, y por eso los efectos sacramenta-
les no quedan impedidos por cualquier culpa que tenga quien lo
administre. En cambio, la potestad de jurisdicción es la conferida por
simple intimación humana. Esta potestad no se adquiere de ma-

1 Op. cit. p. 927.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 235

nera inamovible, y por eso no permanece ni en el cismático ni en el


hereje. De aquí que no pueden ni absolver, ni excomulgar, ni conceder
indulgencias o cosas por el estilo, y, si lo hacen, carecen de valor” 1.

VI. La estrategia «ad extra»


del Vaticano II

Parece que ahora estamos en condiciones de comprender la


estrategia «ad extra» del Concilio Vaticano II.

1º La ilusión conciliar

El género humano – piensa el Concilio – ha sido elegido por


Dios para constituir su Reino allende la historia, donde alcanzará
la plenitud de imagen de Dios por la plena libertad. En la histo-
ria, esta plenitud final se prepara por el progreso de los valores
humanos : de una libertad en igualdad para todos, que no conduz-
ca a la división por el egoísmo, sino a la unidad por la fraternidad
universal. En síntesis, el Reino vendría a nosotros, como pedimos
en el Pater, en la medida en que el hombre se haga más hombre.
Para favorecer este proceso, Dios instauró en Cristo-Hombre
su Iglesia, la reunión de todos aquellos que, por una especial vo-
cación religiosa y sacerdotal, anticipan el modo futuro del Reino
y viven la religiosidad de manera visible y social. Esta Iglesia es
el «sacramento» del Reino, es decir, es un signo o imagen visible
del Reino futuro, con eficacia ex opere operato para disponer al
género humano al advenimiento final del Reino. Al ver los hom-
bres estas comunidades religiosas, viviendo en libertad, igualdad
y fraternidad en su esfera extraterrena, son movidos a instaurar
estos mismos valores en la esfera terrena. La Iglesia continúa de
esta manera la misión sacerdotal de Cristo.

1 II-II, q. 39, a. 3.
236 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Pero aparece un doble obstáculo para la preparación del


Reino :
 El pecado de teocratismo, cometido por la Iglesia católica en
la Edad media, provocó la reacción antirreligiosa en los estados,
impidiendo que estos comulguen con el «sacramento universal
de salvación», que consiste en la pacífica aceptación de la pre-
sencia de la Iglesia de Cristo en medio de las naciones.
 El pecado de doctrinalismo, cometido también por la Iglesia
católica en la misma época, la llevó a excomulgar a todo aquel
que no aceptaba de la A a la Z la teología de cultura grecorroma-
na que adoptó la jerarquía romana. De esta manera se ensombre-
ció el testimonio de libertad, igualdad y fraternidad que debía
dar a las naciones la Iglesia de Cristo, dividiéndose en multitud
de secciones cristianas y haciéndose incapaz de incorporar las re-
ligiones no cristianas.
El Concilio Vaticano II, reconociendo por primera vez en la
historia que la Iglesia es santa pero no tanto, porque también es
pecadora, ha decidido reparar ambos pecados, disponiendo una
estrategia a corto plazo para salvar ambos obstáculos al adveni-
miento del Reino :
 Promover la libertad religiosa, en la esfera mundana, para re-
parar su teocratismo. Porque la nación que reconoce el derecho
civil a la libertad religiosa entra bajo el reinado social de Cristo
Rey, pues comulga con la Iglesia total, «sacramento» que hace
presente a Cristo y al Reino, pasando a integrar así la Nueva
Cristiandad.
 Promover el ecumenismo, en la esfera religiosa, para reparar
su doctrinalismo. Porque si el Mundo no ve brillar la libertad,
igualdad y fraternidad en la esfera religiosa, es decir, en la Igle-
sia total, mal puede ésta cumplir su función sacramental de ima-
gen de Cristo y del Reino. Por los vínculos del ecumenismo co-
mienza a brillar al menos la triple unidad de la que habló Juan
XXIII : 1º la unidad estrecha de los católicos, en la que subsiste la
Iglesia total; 2º la unidad amplia de las Comunidades cristianas,
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 237

vinculadas por los «elementa Ecclesiae»; 3º la unidad máxima de


las Religiones, vinculadas por los «semina Verbi» 1.
La estrategia a largo plazo para alcanzar la unidad histórica del
género humano, como disposición inmediata a la unidad tras-
cendente del Reino, es también necesariamente doble :
 Lograr la unidad de la esfera religiosa en una Iglesia uni-
versal, bajo la presidencia del Papa, apoyado por un Consejo de
Religiones unidas, en ejercicio de un nuevo modo del Primado
no doctrinal, que respete la dignidad de las diversidades.
 Lograr la unidad de la esfera política en un Mundo global,
¿bajo la presidencia de un Emperador?, apoyado por un Consejo
de Naciones unidas, que ejerza su autoridad de un modo demo-
crático, con la fuerza necesaria para impedir las guerras y defen-
der los derechos humanos. Ambas esferas se unirán cuando Cris-
to vuelva.

2º La realidad católica

Si el corazón de los hombres no es elevado a Dios por la ver-


dad, sostenida por el Magisterio, y por la gracia, infundida por
los sacramentos de la Iglesia, cae necesariamente en el egoísmo y
es dominado por Satanás. Y lo que vale para los individuos, vale
para la sociedad.
Aunque no se lo quiera reconocer, todo orden político está
necesariamente fundado en una concepción religiosa, porque
ningún hombre puede persuadir a los demás para que lo obe-

1 Juan XXIII, Discurso inaugural del Concilio, 11 de octubre de 1962 : “Des-

graciadamente la universal familia cristiana [la Iglesia total] no ha conseguido


plenamente esta visible unidad en la verdad… Considerando bien esta misma
unidad, impetrada por Cristo para su Iglesia, parece como refulgir con un triple
rayo de luz benéfica [1] la unidad de los católicos entre sí, que debe conservarse
ejemplarmente compacta; [2] la unidad de oraciones y fervientes deseos con
que los cristianos separados de esta Sede Apostólica aspiran a estar unidos con
nosotros; y, finalmente, [3] la unidad en la estima y el respeto hacia la Iglesia
católica de parte de quienes todavía siguen religiones no cristianas”.
238 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

dezcan, si no es en orden a bienes últimos (verdaderos o aparen-


tes) superiores a todo hombre, en relación con los cuales se cons-
tituye lo que llamamos religión 1. De allí que, siempre y necesa-
riamente, la autoridad suprema entre los hombres tiene un carác-
ter religioso sacerdotal. En la Cristiandad, los reyes reconocían
esta supremacía en el Papa, como Vicario de Jesucristo. Por esta
misma necesidad, las falsas religiones son estructuras de Satanás
para dominar políticamente a los hombres, en especial la Sina-
goga y también el Islam. Si las sectas protestantes no llegaron a
dar alma a órdenes políticos, fue porque ya habían nacido dentro
del proceso que llevaría al nuevo orden liberal, cuya religión es
el humanismo masónico.
La ilusión conciliar pone, por impensable que parezca, la es-
tructura de la Iglesia al servicio del humanismo liberal. Si se lo-
grara el cometido de coronar un Emperador mundial, éste se
descubriría necesariamente como el verdadero Padre espiritual
de la humanidad – porque la pretendida separación liberal de las
dos esferas religiosa y política es una gran mentira –, y el Papa
sólo sería su esclavo : Prometeo encadenado. Se unirían, oh sor-
presa, las dos esferas, pero no por la venida de Cristo con su
Reino eterno, sino por la aparición del Anticristo con su efímero

1 Hemos tratado más extensamente este punto en La lámpara bajo el celemín.

Véase, en el art. 4º, «Acerca de la relación entre magisterio y gobierno» : “No


puede un hombre pretender conducir a los demás sin manifestar que posee la
sabiduría del bien común e instruir a sus súbditos para que se ordenen conve-
nientemente a él. Este es el aspecto más divino de la autoridad, pues esta sabi-
duría es verdadera teología, propia no de los hombres sino de Dios” (p. 156). Y
también «Del gobierno liberal y su relación con la verdad» : “La disciplina de
todo gobierno, dijimos, está necesariamente informada por una doctrina de al-
cance teológico y necesariamente difundida por el ejercicio de la función magis-
terial… El maquiavelismo, entonces, de un gobierno liberal consiste en que, en
lugar de acomodar la política a los fines superiores de la religión verdadera,
acomoda la religión a los fines de la política. Lo cual, aunque no se diga ni se
quiera, no deja de constituir ciertamente una nueva religión cuyo bien supremo
es el poder, un poder libre y autónomo que no tenga que responder a ningún
otro Dios más que al propio yo” (p. 170-171).
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 239

reino de tres años y medio 1. Y de este advenimiento, el Vaticano


II se ha constituido Profeta.

D. LA IGLESIA COMUNIÓN

Nos queda considerar ahora la estrategia ad intra del Vatica-


no II. El Concilio, como vimos, ha utilizado una serie de redefini-
ciones funcionales de la Iglesia, aptas cada una de ellas para di-
versas necesidades. Para la difícil justificación doctrinal de las es-
trategias ad extra, fue conveniente utilizar la sutil definición como
«Sacramento». Para los reacomodamientos ad intra, va a utilizar
principalmente dos : la definición de la Iglesia como «Pueblo de
Dios», con una finalidad constitutiva, y su definición como «Co-
munión», con una finalidad más bien operativa; la primera dada en
«Lumen gentium», la segunda usada en el posconcilio. Como agere

1 Apocalipsis 13, 5 : “Diósele asimismo una boca, que profiere palabras lle-

nas de arrogancia y de blasfemia, y fuele concedida autoridad para hacerlo du-


rante cuarenta y dos meses (tres años y seis meses)”. Cf. Daniel 12, 11 : “Des-
pués del tiempo de la cesación del sacrificio perpetuo y del alzar de la abomi-
nación desoladora, habrá mil doscientos noventa días (43 meses de 30 días).
Bienaventurado el que espere y llegue a mil trescientos treinta y cinco días (un
mes y medio más)”. De este tiempo de Daniel dice Santo Tomás : “El número
[de días] que se pone en Daniel no debe referirse a un cierto número de años
que haya hasta el fin del mundo, o hasta la predicación del Anticristo, sino que
debe referirse al tiempo en que predicará el Anticristo, y al que durará su per-
secución” (In IV Sent. d. 43, q. 1, a. 3, qla. 2 ad 2). El tiempo de predicación y
triunfo del anticristo se corresponde con el de predicación del mismo Jesucristo,
unos tres años y medio. Aunque, como dice Van Noort, la interpretación literal
de este tiempo no se impone : “Que el reino del anticristo no durará mucho se
deduce de la Sagrada Escritura, sobre todo por aquello de «propter electos bre-
viabuntur dies illi» (Mt 24, 22). Fundados en las explicaciones de muchos padres
y exegetas, muchos teólogos consideran que aquel reino durará tres años y me-
dio por el cómputo que se tiene de Daniel y del Apocalipsis. Pero, por la índole
simbólica de muchas partes de estos libros, surge la grave duda si realmente es-
tos números deben tomarse en sentido literal” (Tractatus de Novissimis, n. 111 b).
240 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

sequitur esse (el obrar sigue al ser), consideraremos primero la Igle-


sia como Pueblo sacerdotal; luego, una importante consecuencia,
la Colegialidad; finalmente, la noción de Iglesia-Comunión.

I. Pueblo sacerdotal

1º La necesaria conversión democrática

La intrínseca contradicción de la ilusión humanista, la lleva a


cubrirse con la mentira de la democracia. Es flagrante la contra-
dicción y es flagrante la mentira, pero se mantienen por cierto
equilibrio de tensiones que no deja de tener algo misterioso. El
humanismo quiso libertad y sacudió el yugo de la autoridad : lo
hizo totalmente con la autoridad eclesiástica en la Reforma pro-
testante y con la autoridad política en la Revolución francesa. Pe-
ro sin la autoridad de un Pastor, los lobos devoran los corderos,
resultando que para éstos pronto se acaba la libertad, y para
aquéllos pronto se acaban los corderos. Por lo tanto, había que
inventar una autoridad que respete la libertad, y se inventó la
Democracia.
Ahora bien, como decimos, la contradicción es evidente : no
puede haber libertad para todos sin una autoridad que proteja el
bien común. Pero la libertad que promueve el humanismo sólo
puede ser la de los lobos, es decir, la de los más poderosos. Y por
lo tanto, se hace evidente la mentira de la democracia : no es el
gobierno de todos, sino el gobierno de los lobos con piel de ove-
ja, que racionalizan sus almuerzos para no acabar con el rebaño.
Como no dejan de proteger el rebaño, aunque para provecho
propio, las ovejas los votan por hartazgo del pastor, por temor de
los mismos lobos y por la esperanza de que siempre sea otra la
que se coman mientras retozan a sus anchas.
La Democracia, entonces, es una mentira que se sostiene por-
que se quiere creer :
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 241

– los lobos con piel de oveja quieren que se crea para domi-
nar el rebaño;
– las ovejas con dientes de lobo quieren creerla para justificar
su desobediencia;
– las ovejas ovejas quieren creerla porque la verdad las an-
gustia.
Perdónesenos la fábula, pero a la hora de entender la necesaria
conversión democrática que el Vaticano II imprimió a la Iglesia, se
hace relativamente fácil descubrir los sofismas que la justifica-
ron, pues la mentira es flagrante, pero se hace difícil descubrir
las intenciones que llevaron a adoptarlos, porque se entrecruzan
varias. Esbocemos primero un discernimiento de las intenciones,
para luego dedicarnos más prolijamente a denunciar las falacias
con que se encubrieron.

2º Los fines del giro democrático del Vaticano II

Como acabamos de sugerir, en la instauración de la democra-


cia conciliar pueden discernirse tres intenciones o finalidades,
una perversa, otra estúpida y una tercera maquiavélica :
 Los lobos con piel de oveja. Como en la historia del justo Job,
Dios parece haber entregado un tiempo la fiel Iglesia del siglo
XIII al asedio de Satanás, quien tratará de instaurar el reino de su
primogénito, el Anticristo. El obstáculo a este dominio es la sa-
lud que el poder del Papa comunica a los poderes políticos cris-
tianos, es decir, la Cristiandad. De allí que Satanás venga traba-
jando desde hace siglos por romper este vínculo, difundiendo
entre los hombres la mentira del humanismo. La última etapa en
este trabajo de destrucción parece ser, por cierto, que el mismo
Papa renuncie deliberadamente al ejercicio mismo de su poder, y
es lo que se ha logrado introduciendo la mentira democrática en
la Iglesia 1. Esto ha sido obra anunciada y denunciada de las lo-

1 Es notable que este proceso haya tenido tres tiempos marcados por cuatro

sucesos. Puede ponerse su comienzo en el siglo XIV con la afrenta de Anagni,


242 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

gias masónicas, que fueron infiltrando en el rebaño de Cristo a


lobos vestidos de ovejas.
 Las ovejas estupefactas. Una mentira, por flagrante que sea,
puede llegarse a imponer a fuerza de repetirla. La ilusión hu-
manista logró imponerse a la predicación eclesiástica a fuerza de
propaganda. De hecho, el progreso de la revolución ha estado ín-
timamente ligado al progreso de los medios masivos de co-
municación 1. Simplificando la explicación, podemos decir que
las ovejas católicas han terminado creyendo necesaria la demo-
cracia eclesiástica porque fueron estupidizadas por los periódi-
cos, la radio y la televisión (para que no suene tan mal, utiliza-
mos el término «estupefactas» en su sentido etimológico : «he-
chas estúpidas»).
 Las ovejas carnívoras. La intención más compleja es la de los
modernistas convencidos, que conviene calificar de maquiavélica.
En parte son voluntariamente engañados, porque sus deseos de
acomodarse al mundo los ha llevado a adoptar los sofismas hu-
manistas, que les permiten una justificación; aunque viendo su in-

cuando los reyes quebraron el yugo del Papado : “Quebrantaste tu yugo, rom-
piste tus coyundas y dijiste : No serviré” (Jer 2, 20). Se rompió así el vínculo que
hacía algo uno de las naciones cristianas, pues la autoridad del Papa era el alma
de la Cristiandad. Dos siglos después está la Reforma, cuando reyes y súbditos
rompen su obediencia religiosa al Papa en media Cristiandad. Dos siglos más y
la revolución destruye el mismo orden político natural, susceptible de ser in-
formado nuevamente por el poder eclesiástico. Y dos siglos más, en el Vaticano
II, el Papa se avergüenza de su autoridad, despojándose de la tiara papal. Si
tomáramos estos tres tiempos como aquellos dados a Satanás para perseguir la
Iglesia (Ap 12, 14), le quedaría medio tiempo más, esto es, un siglo a partir del
Concilio. Pero no conviene entretenerse demasiado en estas especulaciones ma-
temático-apocalípticas…
1 El humanismo del siglo XIV, con su recurso a las fuentes en lugar de los

teólogos y predicadores, se vio favorecido por la introducción del papel en los


siglos XII y XIII. La reforma luterana no habría sido posible sin la invención de
la imprenta en el siglo XV. Tampoco se habría dado la revolución francesa sin
la marea de folletines que distribuyó la «ilustración». Y, evidentemente, tampo-
co podría haber habido un Vaticano II sin la radio y la televisión.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 243

trínseca contradicción con la fe, que no quieren perder, los man-


tienen en cierta confusión, como para que no produzcan todas sus
consecuencias. Y en parte engañan a los demás, porque si no adop-
taran los principios mentirosos de la democracia, no podrían ni
soñar en imponer a la Iglesia una reforma como la del Concilio,
porque sólo la forma democrática permite desvincular el ejercicio
de la autoridad de sus compromisos con la doctrina. Ahora bien,
el maquiavelismo es propiamente la forma de gobierno que hace
de la doctrina una ideología al servicio del poder.

3º El sacerdocio común

San Pedro llama a la Iglesia «Pueblo sacerdotal» : “Vosotros


sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquiri-
do, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de
las tinieblas a su admirable luz; vosotros, que en un tiempo no
erais pueblo y que ahora sois el Pueblo de Dios” (1 Pe 2, 9-10). En
el Antiguo Testamento sólo la tribu de Leví era sacerdotal, con-
sagrada al culto divino, mientras que en el Nuevo Testamento
toda la Iglesia tiene esa condición.
La nueva teología humanista ha sabido aprovechar esta doc-
trina, pero, por supuesto, introduciendo una sutil modificación,
pues dice que el Pueblo de Dios no sólo es «sacerdotal», sino
propiamente «sacerdote» :
 Para la teología tradicional, así como toda la tribu de Leví
era sacerdotal, pero sólo los varones descendientes de Aarón
eran sacerdotes, así también toda la Iglesia es sacerdotal, en
cuanto todos participan por el sacramento del bautismo en la
Unción del Sumo Sacerdote Jesucristo, pero sólo los varones des-
cendientes de los Apóstoles por el sacramento del Orden son sa-
cerdotes.
 Para la teología nueva, el sacerdocio de Cristo no es comu-
nicado primera y propiamente a los Apóstoles y a sus sucesores,
sino a toda la Iglesia en cuanto tal.
244 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Esta invención del «sacerdocio común» cumple dos servicios


excelentes para la visión humanista :
 Consagra ad extra la disminución de la Iglesia mediante la
noción de «mediación».
 Consagra ad intra la conversión democrática mediante la
noción de «servicio».

Mediación sacerdotal

La unción sacerdotal separa del mundo y constituye al sacer-


dote como mediador entre Dios y los hombres. Para la teología
tradicional, es la condición del clero respecto al resto de la Igle-
sia. Pero para la teología nueva, ésta pasa a ser la condición de
toda la Iglesia respecto al Mundo. El sofisma tiene algo de genial,
porque permite acomodar en cierta síntesis de apariencia católica
una multitud de errores.
La distinción católica entre laico y clerical se había transfor-
mado sutilmente en la distinción liberal entre laico y confesional.
El termino latino laicus viene del griego laiko,j, perteneciente al
pueblo (que se dice lao,j), y ya desde los primeros siglos cristia-
nos se contrapuso al término clericus, de klhriko,j, que viene de
klero,j, suerte, herencia, y desde el Antiguo Testamento se refería
a los levitas, cuya herencia era el Señor : “Dijo el Señor a Aarón :
«Tú no tendrás parte de la heredad en su tierra, y no habrá parte
para ti en medio de ellos; soy Yo tu parte y tu heredad en medio
de los hijos de Israel” (Num 18, 20). El clérigo, entre los cristia-
nos, es el que se consagra al servicio del culto divino, ordenán-
dose al sacerdocio y pasando a pertenecer al foro eclesiástico por
la tonsura clerical, cuya forma está tomada del Salmo 15 : «Domi-
nus pars haereditatis meae et calicis mei», “el Señor es la parte de mi
heredad y de mi cáliz”. El laico, en cambio, es el que pertenece
por el bautismo al pueblo fiel. “Algunos herejes gnósticos de los
primeros siglos, secundados principalmente en el siglo XIV por
Marsilio Patavino [de Padua] y desde el siglo XVI por todos los
protestantes, propugnaron la concepción igualitaria de todos los
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 245

miembros de la Iglesia. La doctrina católica, por el contrario,


obliga a reconocer la existencia, por derecho divino, de dos cate-
gorías o estados de personas socialmente distintas : los clérigos y
los laicos. Que esta desigualdad fue establecida por Cristo, cons-
ta en las Sagradas Escrituras, está confirmada por la tradición pa-
trística y definida solemnemente por el Concilio Tridentino” 1.
Como el clérigo es aquel que ha sido consagrado al culto di-
vino, «laico» pasó a significar también «profano», es decir, aque-
llo “que no es sagrado ni sirve a usos sagrados, sino puramente
secular” 2. Pero en una sociedad que fue dejando de ser cristiana,
y entre católicos que se fueron acostumbrando a que el orden po-
lítico sea ajeno al eclesiástico, «laico» llegó a significar aquello que
prescinde de lo religioso, por oposición a «confesional» 3. Los teó-
logos del nuevo humanismo, entonces, legitimaron este sentido
de «laicidad» como propio de la esfera mundana, distinguiéndolo
del «laicismo» que se cierra a toda trascendencia religiosa, y
– aquí está la novedad – otorgaron a la esfera de confesionalidad
eclesiástica todo lo que el teólogo escolástico atribuía al orden cle-
rical. Así el bautismo pasó a entenderse como si fuera la tonsura
clerical y toda la Iglesia apareció vestida del hábito sacerdotal.
De esta manera, multitud de verdades católicas pasan a tener
una interpretación extremadamente diferente : la misión y la vo-
cación sacerdotal por una parte, la dignidad laical por otra.
La misión sacerdotal. El sacerdote es enviado por Dios (missus)
para dilatar el Reino. Para la teología tradicional, sólo los Após-
toles y sus sucesores reciben la «missio» de Jesucristo, en la que el
clero colabora por oficio propio y el laicado de forma extraordi-
naria, como «acción católica». Para la teología nueva, la Iglesia
toda es sacerdote y, por lo tanto, toda la Iglesia recibe la «mi-

1 Comentarios al Código de Derecho canónico, tomo I, BAC, Madrid 1963, n.

412, p. 384.
2 Diccionario de la Real Academia Española, primer sentido.
3 Diccionario de la R. A. E., 2ª acepción de «laico» : “Dícese de la escuela o

enseñanza que prescinde de la instrucción religiosa”.


246 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

sión» : “[El Pueblo de Dios] tiene como fin el dilatar más y más el
Reino de Dios… [Cristo] se sirve también de él como de instru-
mento de la redención universal y lo envía a todo el universo (ad
universum mundum emittitur) como luz del mundo y sal de la tie-
rra” (Lumen gentium n. 9); “este solemne mandato de Cristo de
anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apósto-
les con orden de realizarlo hasta los confines de la tierra” 1. La
«acción católica», que ahora hay que entender como «acción hu-
manista», pasa a ser oficio propio de los sacerdotes-laicos, a cuyo
servicio se pone la jerarquía.
La vocación cristiana. Evidentemente, el sacerdocio trabaja para
el Reino pero no se identifica con el Reino. Así como tradicional-
mente el clero, que trabaja en la tierra para instaurar el Reino de
Dios, no pretendía que todos en la Iglesia se hicieran clérigos, sino
sólo los llamados por Dios para esta especial vocación; así mo-
dernamente los fieles cristianos, que han de trabajar para que el
mundo ingrese como tal en el Reino, ya no deben pretender que
todos se hagan «confesionales», sino que la pertenencia manifies-
ta a la Iglesia de Cristo se entiende como especial vocación 2. De
allí que la Iglesia-Sacerdocio se distinga ahora del Reino de Dios.
La dignidad humana. Otra verdad católica es que, si bien el sa-
cerdocio implica una especial consagración, no por eso el laicado
deja de tener dignidad a los ojos de Dios. Pero para la teología

1 Lumen gentium n. 17. Un ingenuo escolástico entenderá por «Iglesia» a la

jerarquía y no verá problema en esta frase. Pero en realidad aquí no hay que
reducir el término «Iglesia», que se está refiriendo a toda la Iglesia, sino que hay
que ampliar el término «Apóstoles», entendiendo no sólo a los Doce sino a to-
dos los «discípulos» de Cristo.
2 Ponemos «confesionales» y no simplemente «católicos» porque – como

vimos – para el ecumenismo conciliar la Iglesia católica es sólo la parte en la


que subsiste la Iglesia de Cristo, pues ésta comprende además a toda comuni-
dad de religiosidad visible. Modernamente, ser católico, luterano o musulmán
se entiende como tradicionalmente se entendía ser sacerdote diocesano, domi-
nico o jesuita, es decir, como vocaciones clericales diferentes. Bueno, la compa-
ración está llevada al extremo, pero, por desgracia, no es totalmente impropia.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 247

nueva, la escolástica redujo el sacerdocio al clero, luego redujo el


Reino a la Iglesia y finalmente demonizó el Mundo, conside-
rándolo Reino de Satanás. Al reconocer ahora la consagración sa-
cerdotal de toda la Iglesia, el Mundo laico recupera su dignidad
de pertenecer como tal al Reino de Dios. Claro que ya no es la
dignidad cristiana del bautizado, sino la no menor «dignidad
humana».

Función de servicio

Jesucristo dijo a los Apóstoles : “Sabéis que los que son teni-
dos como jefes de las naciones, las dominan como señores abso-
lutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser
así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande en-
tre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero
entre vosotros, será esclavo de todos; que tampoco el Hijo del
hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida co-
mo rescate por muchos” (Mr 10, 42). Con esas palabras – dice el
humanismo – comenzó la conversión democrática de la autori-
dad. Porque allí se dice que no son las personas las que están al
servicio de la autoridad en la búsqueda del bien común, sino que
la autoridad está al servicio de las personas, porque el mismo
bien común nada vale si no se redistribuye en las personas 1. Co-
mo no son las personas para la sociedad, sino la sociedad para
las personas, así tampoco están las personas al servicio de la au-
toridad, sino la autoridad al servicio de las personas. Ahora bien,
es evidente que la autoridad no se hará verdadera servidora de
los hombres, sin alguna especie de democracia.
Si la conversión democrática invernó mil años sin desarro-
llarse – sigue diciendo –, fue porque la teocracia de la Cristian-
dad medieval, iniciada con la conversión de Constantino, conta-
gió la autoridad eclesiástica del señorío absoluto de las autorida-
des paganas. Se hizo necesario que el humanismo se liberara del

1 Cf. «La inversión personalista del bien común», en el capítulo 1, pág. 45.
248 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

autoritarismo eclesiástico para dar lugar a la evangélica demo-


cracia, dándose el extraordinario caso que medrara primero en
los estados laicos y sólo después aprendiera de ellos el estado
eclesiástico 1.
Por esta razón – concluye –, el sacerdocio jerárquico o minis-
terial debe entenderse como una función al servicio del sacerdo-
cio común de toda la Iglesia. Y como la Iglesia católica había se-
guido manteniendo estructuras y procedimientos heredados del
autoritarismo medieval, el Concilio se vio obligado a introducir
prudentes reformas que hicieran finalmente realidad el concepto
evangélico de autoridad.
Este perverso error puede parecer sutil sólo sobre el papel. La
autoridad está al servicio del bien común, que es el mayor bien
de todos, y no al servicio del bien particular de cada uno. Y para
procurarlo, debe ordenar las inteligencias, voluntades y acciones
de la comunidad, lo que nunca lograría sin la respetuosa docili-
dad de cada miembro. Si Nuestro Señor les subraya a los Após-
toles la necesidad de la humildad y de una generosidad que lle-
gue hasta el sacrificio de la vida, es sobre todo porque deberán
procurar la salvación de hombres heridos de egoísmo por el pe-
cado. El error, decimos, es sutil sólo en el papel, porque la demo-
cracia es una maquiavélica mentira para liberar el poder político
de las limitaciones doctrinales y morales. Es necesario estar to-
talmente ajeno al ejercicio del poder para poder engañarse. Co-
mo dijimos, el engaño se sostiene por una inmensa presión de
propaganda y, sobre todo, procurando que los que tienen algún
poder crean poder sacar provecho de esta mentira.

1 Gaudium et spes agradece al mundo este aporte de manera delicada, n. 44 :

“La Iglesia, por disponer de una estructura social visible, señal de su unidad en
Cristo, puede enriquecerse, y de hecho se enriquece también, con la evolución
de la vida social, no porque le falte en la constitución que Cristo le dio elemento
alguno, sino para conocer con mayor profundidad esta misma constitución, pa-
ra expresarla de forma mas perfecta y para adaptarla con mayor acierto a nues-
tros tiempos”. El enriquecimiento que aquí se agradece es, ciertamente, la de-
mocracia.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 249

4º El sacerdocio de los fieles

Lumen gentium va a estructurar todas sus novedades en torno


a la noción del «sacerdocio común» del Pueblo de Dios. Pero ha-
bía que proceder con cuidado, porque la explícita tesis democrá-
tica que la potestad sacerdotal pertenece primeramente a la Igle-
sia como un todo y sólo en segundo término a la jerarquía ecle-
siástica, ya había sido condenada por herética 1. Había, sin em-
bargo, un recurso. Porque, al amparo del movimiento litúrgico,
se había abierto paso entre los teólogos la doctrina del «sacerdo-
cio común de los fieles», llegando a ser, a la víspera del Concilio,
si no doctrina común, al menos opinión teológica comúnmente
aceptada como ortodoxa. La única condición que se le exigía era
que reconociera una distinción esencial con el sacerdocio orde-
nado o ministerial. Los artesanos del Concilio la sabrán aprove-
char 2.

1 Véase la segunda proposición del Sínodo de Pistoya, condenada por Pío


VI en la constitución Auctorem fidei, 28 de agosto de 1794 : “La potestad atribuida
a la comunidad de la Iglesia para que por ésta se comunique a los pastores. La proposi-
ción que establece : «que ha sido dada por Dios a la Iglesia la potestad, para ser
comunicada a los pastores que son sus ministros, para la salvación de las al-
mas»; entendida en el sentido que de la comunidad de los fieles se deriva a los
pastores la potestad del ministerio y régimen eclesiástico, es herética” (Denzin-
ger-Hünermann 2602).
2 La cantidad de artículos teológicos y escritos sobre este asunto en los años

anteriores al Concilio es infinito, la mayoría en defensa de la tesis del «sacerdo-


cio común», opinión que no estaba para nada circunscrita al ámbito de la nueva
teología. Romano Amerio, por ejemplo, en Iota Unum acepta esta tesis como
dogmática (Iota Unum. Estudio sobre las transformaciones de la Iglesia católica en el
siglo XX, Salamanca 1994, n. 83, p. 141; versión francesa de Nouvelles Éditions
Latines, Paris 1987, n. 83, p. 164) : “El dogma católico atribuye al sacerdote una
diferencia con el laico no sólo funcional, sino esencial y ontológica, debida al
carácter impreso en el alma por el sacramento del orden. La nueva teología, sin
embargo, reavivando antiguas pretensiones heréticas que confluyeron después
de la abolición luterana del sacerdocio, oculta la distancia existente entre el sa-
cerdocio universal de los fieles bautizados, y el sacerdocio sacramental que so-
lamente pertenece a los sacerdotes… La tendencia de la nueva teología consiste
250 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Después del primer capítulo introductorio, donde se dismi-


nuye la Iglesia católica frente al Reino y frente a la Iglesia de
Cristo (ad extra), Lumen gentium comienza a redefinir la Iglesia en
sí misma (ad intra), utilizando la noción de Pueblo de Dios (capí-
tulo 2). En su primer párrafo (n. 9) aparece la referida cita de la
primera carta de San Pedro y la mención de la «missio» de la Igle-
sia. Y en el segundo introduce la noción del «sacerdocio común».
Pero en lugar de hablar directamente de un sacerdocio de la Igle-
sia toda, habla de la ordenada conjunción del sacerdocio múlti-
ple de sus partes : “El sacerdocio común de los fieles y el sacer-
docio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y
no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues
ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo” (n.
9). Una vez aceptado esto, ya se puede hablar sin tapujos de la
«comunidad sacerdotal» : “El carácter sagrado y orgánicamente
estructurado de la comunidad sacerdotal se actualiza por los sa-
cramentos y por las virtudes” (n. 10).
Lumen gentium, en realidad, sostiene la misma tesis del Conci-
liábulo de Pistoya, condenada por Pío VII, la que es, a su vez, una
versión catolizada de la tesis luterana. La Iglesia participa colecti-
vamente del sacerdocio de Cristo y cada fiel entra en participa-
ción por el bautismo, o por la fe, o por estar quodammodo unido a
Cristo (nunca queda muy claro en razón de qué se tiene el sacer-
docio común : se elige una opción según las necesidades). La je-
rarquía está constituida por aquellos fieles cuyo sacerdocio co-
mún o general se hace especial por el sacramento del orden (con
lo que se salvan del anatema contra Lutero). Pero como toda fun-
ción jerárquica debe entenderse como función de servicio, los sa-

en disolver el segundo sacerdocio en el primero y reducir el sacerdote al estatu-


to común del cristiano”. Como veremos, Lumen gentium se cuida muy bien de
distinguir esencial y – si se quiere – ontológicamente entre ambos sacerdocios,
lo que no le impide en absoluto lograr su objetivo. Pero, como aclaramos al fi-
nal del presente parágrafo, esta distinción no pertenece al dogma ni a la buena
teología. Pío XII no condena explícitamente esta tesis en Mediator Dei, pero de-
liberadamente omite toda referencia a este supuesto sacerdocio.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 251

cerdotes ordenados deben considerarse ministros de Cristo a tra-


vés de la Iglesia, según el concepto moderno de la autoridad de-
mocrática (con lo que no se salvan del anatema contra Pistoya).
Este error se refuta mostrando que no existe ningún «sacer-
docio común de los fieles» en sentido propio, aun cuando se diga
esencialmente diverso del sacerdocio ordenado. La doctrina cató-
lica sólo permite hablar de un sacerdocio de los fieles puramente
metafórico 1. De todas maneras, no hay que inquietarse demasia-

1 Hemos refutado brevemente este error en nuestra «Question disputée sur

la Rédemption», publicada en La Messe en question, Actes du Ve Congrès Théologi-


que de Sì Sì No No, Paris 2002, p. 81 (cf. Cuadernos de La Reja n. 6, p. 27) : “El sim-
ple fiel bautizado no posee ningún sacerdocio verdadero y propio, ni siquiera
uno «con diferencia no de grado sino esencial», como erradamente conceden
algunos. Utilizando un lenguaje escolástico más preciso, podemos decir que el
simple fiel puede decirse «sacerdote» por analogía de proporcionalidad impro-
pia o metafórica (1), o por analogía de atribución (2), pero no por analogía de
proporcionalidad propia (3) : 1º Una cualidad se predica de varios por analogía
de proporcionalidad propia si de cada uno se predica propia y formalmente pe-
ro según un modo esencialmente distinto. Ahora bien, aunque el bautizado
participa del sacerdocio de Cristo por el carácter bautismal, no puede decirse
propia y formalmente sacerdote porque es una participación más bien pasiva
que no lo constituye «mediador», pues le permite participar en la Liturgia, pero
no celebrar el Sacrificio ni transmitir los bienes divinos con la autoridad de
Dios. 2º En razón del carácter bautismal, el «sacerdocio» puede predicarse de
los simples fieles por analogía de atribución, es decir, por denominación extrín-
seca, en cuanto tienen aptitud para que el sacerdote ordenado obre en ellos en
nombre de Dios y obre ante Dios en nombre de ellos. Pero este tipo de analogía
justifica sólo una predicación a manera de adjetivo : los fieles cristianos no
pueden decirse propiamente «sacerdotes» sino «pueblo sacerdotal». [Nota.
Quien se cura por el arte de la medicina puede decirse «médico» por analogía
de atribución, pero sólo como adjetivo : es un «paciente médico»; y no como
sustantivo : no es «un médico».] 3º En razón de la fe y de la caridad, el simple
fiel puede decirse «sacerdote» por analogía de proporcionalidad impropia o
metafórica, como se ha hecho tradicionalmente atribuyéndole un «sacerdocio
interno» o «espiritual». [Nota. Cf. Catecismo Romano, Sobre el sacramento del Or-
den, p. II, c. 7, n. 23 : «Dos Sacerdocios se describen en las Escrituras sagradas,
uno interno y otro externo. Por lo que mira al Sacerdocio interno, todos los fieles
bautizados se dicen Sacerdotes».] Puede hablarse de «sacerdocio» porque todos
sus actos de virtud puede realizarlos con espíritu religioso como «sacrificios»
252 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

do, porque el Concilio considera necesarias estas digresiones teo-


lógicas sólo para poner un vínculo de continuidad con la doctri-
na tradicional, porque a los modernos no les agrada demasiado
la noción de sacerdocio. El término se usa lo menos posible en
los documentos conciliares, y prácticamente desaparece después.
El «sacerdocio ministerial» pasará a ser «ministerio» y el «sacer-
docio común» pasará a ser «comunión».

5º Pueblo profético, sacerdotal y regio

La mediación sacerdotal cumple una doble tarea, de Dios a


los hombres y de los hombres a Dios. El sacerdote es represen-
tante de Dios ante los hombres para cumplir el triple oficio de
magisterio, santificación y gobierno; y es representante de los
hombres ante Dios para ofrecerle el debido culto de religión.
El humanismo quiso revertir esta situación. El humanismo
ateo negó a Dios, quitándole sentido a toda mediación : el Hom-
bre se enseña y se adora a sí mismo; pero lo mata el vacío exis-
tencial. El humanismo reformado halló que un Dios sin represen-
tantes se pone fácilmente a su servicio y negó sólo la mediación :

unidos al sacrificio de Nuestro Señor, y porque por la oración y la caridad fra-


terna puede constituirse «mediador» entre los hombres y Dios. Pero sólo en
sentido impropio, porque el único sacrificio público aceptado por Dios en el
Nuevo Testamento es el de Cristo renovado en la Misa, y porque no ejerce una
mediación sacerdotal con la autoridad de Dios, sino una mediación de amistad
según los derechos que da el amor. – En la visión liberal del «sacerdocio de la
Iglesia», el oficio sacerdotal, tal como allí se entiende, le pertenece más verda-
deramente al laico, que es el que toma contacto directo con el mundo. El minis-
tro ordenado está a su servicio para reconfortarlo. Si lo comparáramos con un
ejército, el laico es la vanguardia sacerdotal y los ministros ordenados están en-
cargados de los servicios de logística. Un claro ejemplo son los numerarios del
Opus Dei : son ellos los verdaderos sacerdotes ante el mundo, consagrados por
la pobreza, castidad y obediencia a sus laicas profesiones. Los ministros orde-
nados están escondidos en sus capillas y los alimentan con los Sacramentos pa-
ra que continúen con la batalla de la «consecratio mundi» moderna. Como se ve,
la teología del Misterio Pascual deforma muy profundamente la doctrina cató-
lica sobre el sacerdocio”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 253

el Hombre es inspirado en sí mismo y adora en sí mismo la ima-


gen de Dios (coincidiendo de hecho con el humanismo ateo); pe-
ro sufre la soledad del individualismo. El humanismo católico
fue más paciente y se las ingenió para poner al servicio del
Hombre a Dios junto con sus representantes, la Jerarquía y la
misma Iglesia. Desde Lumen gentium, será toda la Iglesia la que
cumplirá la doble tarea de mediación entre la Humanidad y
Dios : ejercerá las funciones profética (magisterio), sacerdotal
(santificación) y regia (gobierno) de Dios para los hombres, y
promoverá el culto de los hombres para Dios. Pero no lo hará
con pretensiones autoritarias sino como función de servicio.

Función profética

Aunque la Humanidad está quodammodo unida invisiblemen-


te a Cristo, conviene que la Iglesia haga presente a Dios de modo
visible, no para enseñar a los hombres como el maestro a los ni-
ños, sino para dar testimonio de las realidades trascendentes,
oficio propio del profetismo. Lo que para la teología tradicional
era la función magisterial de la Jerarquía, para la teología nueva es
la función profética de toda la Iglesia : “El Pueblo santo de Dios
participa también de la función profética de Cristo, difundiendo
su testimonio vivo” (Lumen gentium n. 12).
Como se puede comprender, este oficio es cumplido por los
católicos propiamente en la faz laica de su vida y no en la faz
confesional, porque por las actividades confesionales se apartan
del mundo, viviendo momentos de vida celeste como prenuncio
del Reino eterno, mientras que sólo en las actividades laicas se
ponen ante el mundo, haciéndose así presente Cristo en ellos. Es
allí donde se actualiza la «nueva evangelización», enseñando al
mundo con el ejemplo cómo ser hombres verdaderos. Por lo
mismo, los obispos y sacerdotes predicarán ad intra espirituali-
dad católica desde sus cátedras y púlpitos dentro de las iglesias,
pero por los medios de comunicación masiva predicarán ad extra
de ética y sociología humana.
254 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Aunque este planteo es simple, sin embargo el problema de


la continuidad con la doctrina tradicional obligaba a considerar
la cuestión de la infalibilidad del magisterio jerárquico, puesta
tan de relieve desde el Vaticano I. Y aquí la magia conciliar halló
también su truco, aprovechando la doctrina poco definida de la
infalibilidad del «sensus fidei» del pueblo cristiano. Es verdad
tradicional que “la totalidad de los fieles no puede equivocarse
cuando cree” (Lumen gentium n. 12). Para la teología católica, esta
propiedad es consecuencia de la infalibilidad de la Jerarquía; pe-
ro el truco de la teología nueva consistirá en atribuirla a la inspi-
ración inmediata del Espíritu Santo : “Con este sentido de la fe,
que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios
se adhiere indefectiblemente a la fe confiada de una vez para
siempre a los santos” (Lumen gentium n. 12).
Como el n. 25 de la misma Constitución va a hablar también
– de manera muy tradicional – de la infalibilidad del Papa y del
Colegio apostólico, desde Lumen gentium se usará referirse a una
doble infalibilidad :
– la infalibilidad fundamental de la Iglesia, fundada en el
«sensus fidei», propia del «sacerdocio común»;
– la infalibilidad del Magisterio, subordinada a la primera,
propia del «sacerdocio ministerial» 1.
En realidad, se trata de una única infalibilidad común, porque
ninguna puede darse efectivamente sin la otra. El sentir común de
la Iglesia necesita la función jerárquica para unificarse y expresar-
se; el magisterio jerárquico debe prestar atención a lo que el Espí-
ritu Santo inspira a toda la Iglesia para traducirlo en fórmulas
conceptuales y declararlo con autoridad. De esta manera, el ma-
gisterio jerárquico, que antes era representante inmediato de Cris-
to al servicio de la verdad revelada, ahora es representante inme-
diato del Pueblo de Dios al servicio de la unidad eclesiástica.

1 Cf. Congregación para la doctrina de la fe, Declaración Mysterium Eccle-

siae, 24 de junio de 1973.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 255

Si a todo esto agregamos el principio del subjetivismo mode-


rado, con su consiguiente pluralismo teológico, queda claro que
no hay dos infalibilidades, ni tampoco una : no tiene sentido ha-
blar de infalibilidad doctrinal, pues las fórmulas dogmáticas
nunca son adecuadas al misterio divino. Por eso, aunque se siga
usando la voz «magisterio», no sigue funcionando la realidad
significada.

Función sacerdotal

La Iglesia se santifica a sí misma con la unción sacerdotal por


los sacramentos, comenzando con el bautismo. Pero al Mundo lo
santificaría y consagraría por la purificación de su inteligencia,
cooperando para que las ciencias se funden en alguna metafísica,
y por la purificación del corazón, ayudándole a descubrir la con-
sistencia de las realidades temporales y a amarlas sin cerrarse a
las trascendentes.
El oficio ad intra de santificación de la Iglesia es más propio
del sacerdocio ministerial, pero el oficio ad extra de santificación
del mundo será, por lo que se dijo arriba, más propio de los lai-
cos : “Los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando san-
tamente, consagran a Dios el mundo mismo” (Lumen gentium n.
34). Esta sería una verdadera «consecratio», porque al hacerse el
Mundo más humano, se hace más divino, ya que el Hombre es la
imagen de Dios.

Función regia

Es rey el que no es súbdito, es decir, el que tiene libertad. Por


la función regia, la Iglesia entera se hace directora espiritual del
Mundo, mostrándole los caminos hacia la libertad. Por esta ra-
zón, como se dijo, el más fuerte ejercicio por el reinado social de
Jesucristo que lleva la jerarquía conciliar, es la lucha por implan-
tar en todas las naciones el derecho civil por la libertad religiosa,
que es la primera y fundamental libertad.
256 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

El culto de la nueva religión

Lo que llevamos dicho del oficio sacerdotal de la Iglesia nos


permite también comprender en qué consiste el culto de religión
del Mundo, del cual Ella se hace mediadora ante Dios, mientras
dura el tiempo histórico en que el Reino todavía no se manifiesta
plenamente. Este «culto» no es otra cosa que la «cultura huma-
nista», por la cual se cultiva la gloria del Hombre, imagen de
Dios. La Iglesia tiene la misión de «encarnar el Evangelio en las
Culturas», humanizándolas y abriéndolas a la trascendencia. De
esta manera cumple su función sacerdotal de hacer que el Mun-
do rinda culto a Dios, porque descubriendo el valor divino de lo
humano, se descubre que la glorificación del Hombre es culto del
Creador (¡ay, todo esto que decimos es blasfemia!).
Este asunto del culto es otro de los puntos álgidos del Conci-
lio. Porque si bien, con la retirada apologética de los combatien-
tes antiliberales, se había permitido la difusión del naturalismo
político, un punto siempre defendido – con cierta incoherencia –
fue la obligación del culto católico. El razonamiento era el si-
guiente : Concedemos que el estado debe guiarse por la filosofía
(falso); pero la filosofía enseña que la sociedad debe rendir culto
público a Dios (verdadero); y la razón comprueba que, de hecho,
el único culto verdadero es el católico (verdadero, pero en con-
tradicción con el primer principio); por lo tanto, los presidentes
deben ir a Misa los domingos.
Los magos conciliares debían hacer desaparecer esta afirma-
ción sostenida constantemente por el magisterio y la teología an-
terior. Pero aquí el truco se redujo a la simple relación entre «cul-
to» y «cultura». De hecho siempre, en todo pueblo, la expresión
máxima de la cultura fue el culto divino, como aparece de modo
sumo en la Cristiandad. Esta es una consecuencia, justamente, de
la unión que necesariamente hay entre sociedad y religión. Pero
la división liberal en esferas, en la medida en que quería perma-
necer católica, debía resolver esta cuestión. Y hay que reconocer
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 257

que el humanismo conciliar lo resolvió en coherencia con el prin-


cipio del naturalismo político : no se podrá pedir más «culto» so-
cial que el culto a la verdad, a la bondad y a la belleza.
La solución conciliar se expone en el capítulo 2 de la segunda
parte de Gaudium et spes, «De culturae progressu rite promovendo»,
sobre todo en el n. 57 : “Los cristianos, en marcha hacia la ciudad
celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba, lo cual en nada
disminuye, antes por el contrario, aumenta, la importancia de la
misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la
edificación de un mundo más humano. En realidad, el misterio
de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayu-
das para cumplir con mas intensidad su misión y, sobre todo,
para descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la
cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera
vocación del hombre. El hombre, en efecto, cuando con el trabajo
de sus manos o con ayuda de los recursos técnicos cultiva la tie-
rra para que produzca frutos y llegue a ser morada digna de toda
la familia humana, y cuando conscientemente asume su parte en
la vida de los grupos sociales, cumple personalmente el plan
mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los
tiempos, de someter la tierra y perfeccionar la creación, y al mis-
mo tiempo se perfecciona a sí mismo; más aun, obedece al gran
mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de los herma-
nos. Además, el hombre, cuando se entrega a las diferentes dis-
ciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias
naturales y se dedica a las artes, puede contribuir sobremanera a
que la familia humana se eleve a los conceptos más altos de la
verdad, el bien y la belleza y al juicio del valor universal, y así
sea iluminada mejor por la maravillosa Sabiduría, que desde
siempre estaba con Dios disponiendo todas las cosas con Él, ju-
gando en el orbe de la tierra y encontrando sus delicias en estar
entre los hijos de los hombres. Con todo lo cual el espíritu hu-
mano, más libre de la esclavitud de las cosas, puede ser elevado
con mayor facilidad al culto mismo y a la contemplación del
258 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Creador. Más todavía, con el impulso de la gracia se dispone a


reconocer al Verbo de Dios, que antes de hacerse carne para sal-
varlo todo y recapitular todo en Él, estaba en el mundo como luz
verdadera que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9)”.
El texto propone una elevación de la cultura al culto como en
cuatro pasos, los dos primeros dentro de la esfera temporal y los
dos últimos dentro de la esfera religiosa :
1º El cultivo o cultura de la tierra se hace cultura del espíritu
en la medida en que se adorna con el progreso filosófico, científi-
co y artístico.
2º La cultura filosófico científica “puede contribuir sobrema-
nera” a la elevación – que podríamos llamar metafísica – “a los
conceptos más altos de la verdad, el bien y la belleza y al juicio
de valor universal”. Obsérvese que aquí habla más Kant que
Santo Tomás, porque la filosofía tomista no «contribuye a elevar-
se», sino que se eleva ella misma a los juicios universales sobre
los trascendentales, mientras que para el subjetivismo kantiano
esto está más allá de la filosofía y de la razón propiamente dicha.
Esta apertura metafísica es lo más que se le puede pedir a la cultu-
ra en el ámbito universitario, y se corresponde con la libertad reli-
giosa en el ámbito político.
3º Las culturas abiertas a la trascendencia no dejarán de ser
iluminadas por la Sabiduría “que ilumina a todo hombre” (que
no se trata, por supuesto, de una sabiduría teológica formulable
en conceptos, sino de la presencia operante del Verbo de Dios),
dando lugar “al culto mismo y a la contemplación del Creador”,
esto es, a manifestaciones religiosas propiamente dichas que,
como se sabe, siempre han adornado las culturas tradicionales.
Esta iluminación de la Sabiduría permite suponer que en todas
las religiones hay valores cultuales de orden místico (no digamos
sobrenatural, pues no se lo atribuye todavía al “impulso de la
gracia”, sino sólo supra-racional) verdaderos y legítimos.
4º Finalmente, al disponer las culturas a la religiosidad ge-
neral, se la dispone al culto particular del Verbo encarnado o cul-
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 259

to católico. El culto, entonces, que deben practicar los príncipes


cristianos en cuanto tales, es la cultura humanista que se abre a la
religión.

II. La Colegialidad

1º Una monarquía anacrónica

“La forma del régimen en la Iglesia – dice Mazzella –, por la


misma institución de su Autor, es monárquica” 1. El Concilio Va-
ticano I no había dejado dudas al respecto : “Si alguno dijere que
el Romano Pontífice tiene sólo deber de inspección y dirección,
pero no plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la Iglesia
universal, no sólo en las materias que pertenecen a la fe y a las
costumbres, sino también en las de régimen y disciplina de la
Iglesia difundida por todo el orbe, o que tiene la parte principal,
pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta
potestad suya no es ordinaria e inmediata, tanto sobre todas y
cada una de las Iglesias, como sobre todos y cada uno de los pas-
tores y de los fieles, sea anatema” 2.
Pero llegando el siglo XX, no había sobrevivido a la Revolu-
ción ninguna monarquía política que no se hubieran dejado mo-
derar por elementos democráticos. Parecía una necesidad histó-
rica que la Monarquía romana se dejara transformar en este sen-
tido : “Vivimos en una época en que el sentido de la libertad ha
alcanzado su más alta cima. En el Estado, la conciencia pública
ha introducido el régimen popular. Mas la conciencia, lo mismo
que la vida, es una en el hombre. Si, pues, no quiere levantar y
fomentar en las conciencias de los hombres una guerra intestina,
la autoridad de la Iglesia tiene el deber de usar de las formas
democráticas, tanto más cuanto que, de no hacerlo, le amenaza la

1 H. Mazzella, Praelectiones scholastico-dogmaticae, vol. 1, ed. 6ª, Torino 1937,


p. 388.
2 Concilio Vaticano I, Const. dogm. Pastor aeternus, c. 3, Denzinger 1831.
260 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

ruina. Porque tiene que ser ciertamente un loco quien imagine


que puede jamás darse vuelta atrás en el sentido de la libertad
que hoy está en vigor. Forzado y detenido violentamente, se de-
rramaría con más ímpetu, arrasando juntamente la Iglesia y la re-
ligión. Todo esto – decía San Pío X – raciocinan los modernistas,
cuyos esfuerzos todos se dirigen a indagar los medios para con-
ciliar la autoridad de la Iglesia con la libertad de los creyentes” 1.
En realidad, el escándalo de este anacronismo era totalmente
farisaico. La Constitución Pastor aeternus del Concilio Vaticano I,
con la declaración del dogma de la infalibilidad pontificia, había
cerrado las filas del catolicismo tradicional en torno al Papa,
acrecentando enormemente la eficacia de su autoridad. Si el cato-
licismo liberal clamaba por la democratización del ejercicio de la
autoridad romana, era porque ésta constituía el gran dique con-
tra el que vanamente se rompían las olas de la modernidad. Di-
que ciertamente fortísimo, pero ¡ay! único y último.
¿Por qué los Papas quedaron tan solos en la resistencia a la
revolución liberal? Aunque se hace difícil conjeturar cuáles ha-
yan sido las causas por la complejidad de las circunstancias his-
tóricas, sin embargo parece cierto que la principal responsabili-
dad la tuvieron los mismos Papas por su política de ralliement,
que tuvo siempre como nefasta consecuencia el que accedieran
obispos liberales a la cabeza de las diócesis, únicos capaces de un
trato gentil con los gobiernos revolucionarios. Esta fue una estra-
tegia muy cercana al suicidio, porque no sólo permitieron que se
interpusiera el mayor obstáculo a su propia autoridad papal : la
autoridad episcopal, sino que, fuertes en número y fortísimos en
audacia – pues “los hijos de este mundo son más astutos con los
de su generación que los hijos de la luz” (Lc 16, 8) –, los obispos
liberales no tardarían en poner a uno de los suyos en la Cátedra
romana. El Espíritu Santo no siempre nos evita las consecuencias
necesarias de nuestras negligencias.

1 San Pío X, Encíclica Pascendi dominici gregis, 8 de septiembre de 1907,

Denzinger 2091.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 261

A este motivo más inmediato del clamor por la democratiza-


ción de la anacrónica monarquía romana, podemos agregar otro
posterior, que aparecía en el soñado caso en que se pusiera la tia-
ra en una cabeza liberal. El poder del Papa, tal como estaba cons-
tituido, era eficacísimo, pero sólo podía ser usado en el sentido
de la Tradición, que no le dejaba margen para retrocesos de nin-
gún tipo. Cuando el sueño se hizo realidad, con la elección de
Mons. Roncalli como Juan XXIII, éste no pudo modificar gran co-
sa en su pontificado hasta que no convocó los Estados Generales
en su palacio Vaticano. En el gran programa de «aggiornamento»
que el Papa le puso al Concilio, no era un capítulo menor la
«puesta al día» de su propia autoridad.

2º Un toque de parlamentarismo

¿Podía dársele a la autoridad eclesiástica un giro democrático


sin cambiar de arriba abajo todas las instituciones de la Iglesia? Si
esto fuera necesario, nada podría haber hecho el Concilio. Pero es
un error frecuente creer que el pensamiento liberal exige siempre
una forma democrática de sufragio universal. “El liberalismo po-
lítico no se identifica con la proposición de determinada forma de
gobierno, pues consiste en una concepción acerca de los princi-
pios de la política, aplicables cualquiera sea el tipo de régimen.
Históricamente ha adoptado formas monárquicas, aristocráticas
– o más bien oligárquicas – y democráticas. De ellas, la que más se
ha impregnado de su espíritu es la aristocracia – u oligarquía –
inglesa, que de hecho ha gobernado desde 1688 hasta comienzos
del siglo XX, erigiéndose en el arquetipo del gobierno liberal” 1.
Inglaterra supo asumir todos los valores de la modernidad de
manera pacífica, dejándoles a sus reyes la cabeza en su lugar.
“Mediante el parlamento, la nueva clase [terrateniente] condi-
ciona, primero, al monarca en su reinado y, luego, cuando se ve

1 Juan Antonio Widow, El hombre, animal político. El orden social : principios e

ideologías, Nueva Hispanidad 2007, p. 264.


262 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

en la independencia de éste un riesgo permanente de vuelta a las


situaciones pasadas – riesgo que se percibió muy de cerca cuan-
do asumió el trono Jacobo II, que se había hecho católico –, some-
te directamente a vasallaje a la corona, deponiendo a Jacobo e
instalando en el trono al marido de la mayor de sus hijas, María,
el holandés y calvinista Guillermo de Orange… Y así, desde
1688, la historia de Inglaterra es la historia del liberalismo en el
poder : el imperio que crea tiene en el comercio su circulación vi-
tal y su impulso de expansión, y su presencia en los distintos ex-
tremos del mundo implica la llegada también allí de la doctrina y
de la pragmática liberales” 1. Si en la Iglesia había una especia de
aristocracia, los obispos, asociada por institución divina al Vica-
rio de Jesucristo, ¿acaso no era natural acentuar más la función
episcopal y acercar el ejercicio del Primado al de una monarquía
parlamentaria?
Dos cosas necesita imponer el espíritu liberal para volver
democrático cualquier régimen de gobierno, una en el orden es-
peculativo y la otra en el práctico : 1ª Quebrar la rigidez doctri-
nal del pensamiento tradicional con una inyección de moderado
subjetivismo, imponiendo un saludable pluralismo ideológico.
2ª Crear instrumentos eficaces de control de los detentores del
poder que sean manejados desde las bases, para que el «gobierno
del pueblo» (es decir, de los poderes ocultos que manejan esas
«bases») no sea una mera ficción : “[En el estado democrático]
– dice el patriarca del «nuevo humanismo» – la fiscalización del
estado por parte del pueblo, incluso aunque el estado trate de
eludirla, se halla inscrita en los principios y armazón constitu-
cional del cuerpo político. El pueblo dispone de medios regula-
res, estatuidos por la ley, para ejercer su vigilancia” 2.

J. A. Widow, op. cit. p. 278.


1
2Jacques Maritain, El hombre y el estado, Club de Lectores, Buenos Aires
1984, p. 81. Por supuesto que este «pueblo» que piensa, quiere y obra no son las
simples gentes, sino aquellas camarillas de poder que saben dominar estos ins-
trumentos públicos – y otros ocultos – de presión.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 263

Con el apoyo más o menos decidido de los Papas del Conci-


lio, en especial de Pablo VI, se terminó imponiendo a la Iglesia el
giro democrático que el «espíritu del tiempo» exigía – aunque
quizás el giro no pudo ser tan completo como se pretendía –. En
cuanto al oficio de enseñar, el ejercicio de un verdadero magiste-
rio fue sustituido por el «diálogo», que canoniza el pluralismo
teológico, y se crearon multitud de comisiones de diálogo, en es-
pecial la Comisión Teológica Internacional, para “fiscalizar” desde
abajo las funciones del Santo Oficio, que pasaría a ser la Congre-
gación para la doctrina de la fe. Y en cuanto al oficio de gober-
nar, se intentó democratizar el ejercicio del Papado por medio de
la «colegialidad», que debía concretarse en una reestructuración
de la Curia papal, y se democratizó el ejercicio del episcopado
por la institución de las «conferencias episcopales», donde de-
bían tener especial lugar las comisiones de laicos.

3º Primado y ecumenismo

A las necesidades surgidas ab intra de acabar con el totalita-


rismo romano que impedía, desde hace más de un siglo, la mo-
dernización de la Iglesia, se sumaban las conveniencias ab extra
del ecumenismo, cuyo mayor obstáculo era, sin lugar a dudas, el
mismo Primado. Si el Concilio ofrecía a las demás comunidades
cristianas una visión más democrática del Papado, esta dificultad
disminuía substancialmente, porque es muy distinto renunciar a
la propia autonomía para depender de allí en más de un poder
tan absoluto como el del Papa romano, que ingresar en una con-
federación en la que nada se resigna de la propia libertad. Ade-
más, todos los grupos reformados ya tenían mentalidad demo-
crática, y también los ortodoxos cismáticos, por influencia del
protestantismo.
Pero por modernista que se fuera, lo más que se podía hacer
para democratizar la Iglesia era acentuar la «colegialidad», pues
si se pretendía tocar la institución del Papado y de los obispos
diocesanos, se chocaba frontalmente con lo más sensible de la
264 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Tradición católica. Y para colmo de males, la reforma protestante


no había conservado el sacerdocio, a los anglicanos León XIII les
había declarado inválido su episcopado, y a los obispos ortodo-
xos siempre los habíamos considerado ilegítimos. ¿Cómo hacer
para ingresarlos en el Parlamento episcopal? En cuanto a los pro-
testantes, no quedaba más remedio que realzar el sacerdocio co-
mún de los bautizados, pero se está siempre muy lejos de hacer-
les aceptar al Papa con su Colegio. Respecto a los anglicanos, es-
tá en curso una revisión del juicio de León XIII sobre la invalidez
de su episcopado 1, pero el problema principal está en que, aun-
que no faltan teólogos católicos dispuestos a declararlo válido
gracias a las nuevas teologías sobre los sacramentos, los anglica-
nos mismos no se lo creen y prefieren ser reordenados. Y en
cuanto a la legitimidad de los ortodoxos, la dificultad doctrinal
principal radicaba en la distinción escolástica entre poder de orden
y poder de jurisdicción. Aquí se hizo necesario, entonces, volver a
confundir lo que se había aclarado para poder recibir con digni-
dad a los obispos cismáticos.

Tenemos en mano el tomo I de La validité des ordinations anglicanes. Les do-


1

cuments de la Commission préparatoire à la lettre «Apostolicae curae», primer volu-


men publicado de la colección Fontes Archivi Sancti Officii Romani, editado por
la Congregación para la doctrina de la fe, Firenze 1997. Parece que el falleci-
miento del Padre André F. Von Gunten O. P., director de este trabajo, ha dete-
nido la publicación de los siguientes tomos. La larga Introducción general del P.
Von Gunten sobre «La ‘cuestión’ de la validez de las ordenaciones anglicanas :
Desarrollo histórico», páginas 1 a 60, termina con una brevísima referencia a
«Los acontecimientos posteriores al documento pontificio» de León XIII, pági-
nas 59-60. Estos acontecimientos son dos : las Conversaciones de Malinas, en
1923, y la Primera comisión mixta anglo-católico romana (ARCIC), formada po-
co después del Concilio. La Introducción termina citando un párrafo de una
carta del Cardenal Willebrands, presidente del Secretariado para la Unidad de
los cristianos, a la ARCIC II, del 13 de julio de 1985 : “Una profesión de fe con-
cerniente a la eucaristía y al ministerio «podría – prosigue el Cardenal – abrir la
vía a un nuevo examen del Ordinal [anglicano] (y de los ritos subsiguientes a la
ordenación introducidos en las Iglesias anglicanas), un examen que podría
conducir a una nueva evaluación por la Iglesia Católica del carácter suficiente
de esos ritos anglicanos al menos en lo concerniente a las ordenaciones futu-
ras». Pero se trata de perspectivas de futuro” (p. 60).
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 265

4º La Colegialidad en el Concilio Vaticano II

Una sociedad democrática es fundamentalmente una sociedad


de iguales. Una asamblea de sabios puede encargar a uno de ellos
que redacte las actas de sus discusiones y delegar a otro para que
la represente, apareciendo así entre ellos oficios particulares, pe-
ro estas son funciones ministeriales subordinadas al grupo con-
siderado como un todo. El secretario no debe escribir, ni el repre-
sentante hablar sino de acuerdo al pensamiento general 1.
En una visión estrictamente democrática de la Iglesia, el día
de Pentecostés el Espíritu Santo habría descendido sobre la asam-
blea de los fieles para comunicarle como a sujeto único el sacer-
docio y la misión de Jesucristo, constituyéndola como sociedad de
iguales. Como este sacerdocio común de la Iglesia requiere, para
conservar el orden y la unidad, oficios particulares, del interior
de la asamblea sacerdotal se distinguirían los ministros ordena-
dos al servicio de la comunidad, de entre los cuales se elegirían
unos pocos para ejercer el oficio unificador de obispos, y de cuyo
colegio se designaría el Papa como moderador general, servus
servorum populi Dei. El sacerdocio y la misión, entonces, pertene-
cerían primera e inmediatamente a la Iglesia, esto es, a la asam-
blea de los fieles libremente congregados por la aceptación de la
fe. La Iglesia delegaría funciones en los sacerdotes ordenados, en
especial en el colegio de los obispos, que son entonces sus minis-

1 En una comunidad tribual constituida por pocas familias de condición

semejante, se justifica un régimen democrático formado por los jefes de familia.


Una comunidad mayor se hace más compleja, y es normal que unas familias de
mejor condición predominen sobre las demás, pudiendo constituir un régimen
aristocrático. Pero lo normal y mejor es el régimen monárquico hereditario, en
que una familia se consagra totalmente a gobernar, educando a sus miembros
desde pequeños para este exigente oficio. Aunque – como señala Santo Tomás –,
dada la fragilidad humana, conviene moderar la monarquía con algo de aristo-
cracia y de democracia, para que no caiga en tiranía. La mentirosa democracia
liberal nos quiere hacer creer que todos son igualmente aptos para gobernar
con sólo cumplir 18 o 21 años.
266 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

tros. Y para servicio de la unidad de los obispos y de la Iglesia, se


le reconocerían funciones especiales al Papa, viendo en la singu-
laridad de su persona al Vicario de Jesucristo.
Como vimos, esta visión, sostenida por el Conciliábulo de
Pistoya, ya había sido condenada como herejía en 1794 por la bu-
la Auctorem fidei : “La proposición que establece : «que ha sido
dada por Dios a la Iglesia la potestad, para ser comunicada a los
pastores que son sus ministros, para la salvación de las almas»;
entendida en el sentido que de la comunidad de los fieles se de-
riva a los pastores la potestad del ministerio y régimen eclesiásti-
co, es herética” 1. El Concilio Vaticano I define el Primado justa-
mente para salir al encuentro del error democrático : “Enseña-
mos, pues, y declaramos que, según los testimonios del Evange-
lio, el primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal de Dios
fue prometido y conferido inmediata y directamente al bienaven-
turado Pedro por Cristo Nuestro Señor. […] A esta tan manifies-
ta doctrina de las Sagradas Escrituras, como ha sido siempre en-
tendida por la Iglesia Católica, se oponen abiertamente las torci-
das sentencias de quienes, trastornando la forma de régimen ins-
tituida por Cristo Señor en su Iglesia, niegan que sólo Pedro fuera
provisto por Cristo del primado de jurisdicción verdadero y propio, so-
bre los demás Apóstoles, ora aparte cada uno, ora todos juntamente.
Igualmente se oponen los que afirman que ese primado no fue
otorgado inmediata y directamente al mismo bienaventurado Pedro,
sino a la Iglesia, y por medio de ésta a él, como ministro de la misma
Iglesia” 2. Como lo recalca el canon que acompaña a este capítulo,

1Denzinger-Hünermann 2602.
2Concilio Vaticano I, Const. dogm. Pastor aeternus, cap. 1, Denzinger 1822.
En el esquema De Ecclesia Christi que se dio a conocer a los Padres del Concilio
pero que no llegó a aprobarse, se había preparado un canon que decía : “Canon
11. Si quis dixerit, Ecclesiam institutam divinitus esse tanquam societatem aequa-
lium; ab episcopis vero haberi quidem officium et ministerium, non autem pro-
priam regiminis potestatem, quæ ipsis divina ordinatione competat, quæque ab
iisdem sit libere exercenda; anathema sit. – Si alguno dijere que la Iglesia insti-
tuida por Dios es una sociedad de iguales, y que los obispos tiene una tarea y un
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 267

esta doctrina antiliberal se resume en la precisa noción de «pri-


mado de jurisdicción» : “Si alguno dijere que el bienaventurado
Pedro Apóstol no fue constituido por Cristo Señor, príncipe de
todos los Apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia militante, o
que recibió directa e inmediatamente del mismo Señor nuestro
Jesucristo solamente primado de honor, pero no de verdadera y pro-
pia jurisdicción, sea anatema” 1. Esta doctrina será desarrollada
luego por León XIII en la encíclica Satis cognitum, del 29 de junio
de 1896, y por Pío XII en Mystici corporis, del 29 de junio de 1943.
El Concilio Vaticano II introduce cierta y decididamente una
visión democrática de la Iglesia, pero caminará con suma cautela
para no poner el pie en las minas de ninguno de estos anatemas.
Aunque el giro democrático exigió la introducción de muchas
novedades, como la del sacerdocio común de los fieles, sin em-
bargo el esfuerzo principal lo puso en democratizar la relación
entre los obispos y el Papa, a través ahora de la imprecisa noción
de «colegialidad». El combate se dio especialmente en este asun-
to, porque si bien, desde un punto de vista doctrinal, es más
fundamental y abarcadora la noción del «sacerdocio común», sin
embargo, la «colegialidad» era fundamental desde el punto de
vista práctico. Porque hasta el Concilio los Papas poseían real y
efectivamente una enorme autoridad, acrecentada todavía más
– como dijimos – desde el Vaticano I, y los clamores democráti-
cos se quedarían en puras palabras si no se le quitaba poder a fa-
vor de los obispos. Ya después se hacía más fácil diluir la autori-
dad episcopal a través de las conferencias episcopales. De allí
que, como dice un testigo bien informado, “la más importante y
dramática batalla que tuvo lugar en el Concilio Vaticano II no fue
la ampliamente divulgada polémica sobre la libertad religiosa,
sino la de la colegialidad, que transcurrió principalmente entre

ministerio, pero no un poder de jurisdicción propiamente dicho que les perte-


nece en virtud de una ordenación divina y que pueden ejercer libremente, sea
anatema” (Mansi, tomo 50, p. 418 a).
1 Denzinger 1823.
268 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

bastidores” 1. El Papa perdió este combate porque se puso en


contra de sí mismo, aunque no lo perdió todo, pues no se podía
ir demasiado abiertamente en contra de la Tradición.
Lumen gentium expone la doctrina sobre el episcopado en su
capítulo III, y lo primero que se debe señalar es que viene des-
pués de tratar, en el capítulo II, de «El Pueblo de Dios». Esto es
muy significativo. Jesucristo habría instituido primero al nuevo
pueblo, sujeto del sacerdocio popular y de la misión común, y
después habría distinguido la jerarquía, con el sacerdocio ministe-
rial, de los simples laicos. No es la jerarquía sino el pueblo sacer-
dotal como un todo quien “tiene últimamente como fin la dilata-
ción del reino de Dios”, siendo “germen firmísimo de unidad, de
esperanza y de salvación para todo el género humano” 2. En vi-
sión claramente democrática y contra toda la doctrina tradicional
– contra los mismos hechos evangélicos –, la jerarquía apostólica
no sería quien constituye formalmente y unifica la sociedad ecle-
siástica, sino que sería algo posterior a una sociedad ya consti-
tuida y dotada de sacerdocio y misión. Sólo cabe entender que la
autoridad de Cristo habría sido depositada primero en el Pueblo
de Dios, y de éste pasaría a la jerarquía.
El capítulo III abarca los números 18 a 29 de Lumen gentium, y
lleva como título «De la constitución jerárquica de la Iglesia y en
especial del episcopado». El n. 18 dice reafirmar la doctrina del
Vaticano I sobre el primado del Romano Pontífice y completarla
con la del episcopado 3. El n. 19 comienza diciendo que Nuestro

1 Ralph Wiltgen, El Rin desemboca en el Tíber, Criterio libros, Madrid 1999,

p. 261.
2 Lumen gentium n. 9. Como señalamos, el Reino de Dios aquí no se identifi-

ca con el pueblo sacerdotal, sino más bien con la humanidad.


3 Michaël Demierre, «Episcopat et collégialité dans le chapitre 3 de Lumen

gentium», en L’unité spirituelle du genre humain dans la religion de Vatican II,


Troisième Symposium de Paris, 2004, p. 194 : “El § 18 de Lumen gentium, toma-
do tal cual, presenta la doctrina tradicional en continuidad aparente con Pastor
aeternus de Vaticano I. Sin embargo, en Pastor aeternus, estas mismas afirmacio-
nes no estaban precedidas de los capítulos 1 y 2 de Lumen gentium [sacerdocio
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 269

Señor “instituyó [a los Apóstoles] a modo de colegio, es decir, de


grupo estable”. El sustantivo collegium viene del verbo colligo,
compuesto de cum + lego. Lego significa escoger, y colligo significa
escoger varias cosas poniéndolas unas con otras, de donde viene
colección y colegio. En sentido estricto, entonces, significa un
conjunto de cosas de la misma especie, escogidas por la misma
razón. El Diccionario de la Real Academia trae como última acep-
ción de «colegio» lo siguiente : “Sociedad o corporación de hom-
bres de la misma dignidad o profesión”. Pero cabe también to-
marlo en sentido más amplio, como cualquier agrupación, sin
que implique necesariamente la igualdad de sus miembros. De-
cir, entonces, que los Apóstoles, incluido San Pedro, fueron insti-
tuidos “a modo de colegio” se acomoda mejor a una estimación
igualitaria de los mismos, pero como se agrega “es decir, de gru-
po estable – coetus stabilis –”, parece evitarse el sentido estricto :
“Durante el Concilio, los conservadores habían protestado contra
el empleo de la palabra «colegio» que en un sentido jurídico de-
signa una asamblea de iguales. La fórmula finalmente adoptada
equivale a un compromiso, pues se dice «collegium seu coetus», y
por eso no se puede objetar sic et simpliciter el uso de esta expre-
sión, y todavía menos si se considera la precisión dada en la Nota
praevia, en el número 1 : El término colegio debe entenderse en
sentido amplio” 1. Pero si se quería introducir una visión demo-
crática, había quedado adoptado un término muy adecuado para
servirle de vehículo.
A la proposición citada acerca del modo colegial, le sigue otra
acerca del primado : “[El Señor] los instituyó a modo de colegio,
es decir, de grupo estable, y puso al frente de ellos a Pedro, ele-
gido de entre ellos mismos (Jn 21, 15-17)”. Aquí ocurre lo mismo

común]. Y por otra parte, tampoco estaban seguidas de los § 19 y 20 de este ca-
pítulo 3 [colegialidad]. Por lo tanto, el contexto del § 18 impone una lectura que
no es en absoluto tradicional”.
1 Michaël Demierre, «Episcopat et collégialité dans le chapitre 3 de Lumen

gentium», p. 195.
270 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

que entre el pueblo y la jerarquía : Nuestro Señor habría insti-


tuido primero el colegio y después el primado, eligiendo a Pedro
“de entre ellos”. Es notable que no refieran al primado el texto
fundamental de Mateo 16 : Tu es Petrus, sino el de Juan 21 : Simon
Joannis, diligis me plus his?, que ocurre después de la resurrec-
ción y, por lo tanto, después de la consagración de los Doce el
jueves santo.
En el n. 20 se dice que la función del colegio apostólico se per-
petúa en los obispos, en el n. 21 se trata de la sacramentalidad del
episcopado y en el n. 22 se vuelve a la colegialidad, considerada
ahora entre los obispos y el Papa 1. No era tarea fácil justificar más
en el detalle una visión democrática de algo tan alejado a ella co-
mo es la jerarquía eclesiástica. Y esta vez el truco – que se pone en
el n. 21 – tuvo que ser más burdo, sin que el arte de la prestidigi-
tación bastara para encubrirlo. Como ya lo adelantamos, para sos-
tener doctrinalmente la democratización de la Iglesia y abrirle
cauces al ecumenismo, había que fundir la potestad de orden y de ju-
risdicción en una única y misma cosa. Pero a diferencia de todos los
otros trucos que hemos señalado y que señalaremos, que son suti-
les y escondidos, confundir esta distinción fundamental de la
doctrina católica tiene algo de brutal, y no llegó a pasar sin ruido.
Antes del Concilio, entre los teólogos se venía discutiendo si el
episcopado tenía o no carácter «sacramental». Una posición ex-
trema, ya insostenible, ponía la consagración episcopal como per-
teneciente exclusivamente al poder de jurisdicción, sin ninguna
consecuencia en cuanto al poder de orden 2. Las demás opiniones
sostenían que se imprimía carácter, pero discutían si merecía la
calificación de «sacramento». Sin resolver este último asunto, en
el n. 21 Lumen gentium defiende la tesis segura : “Este Santo Síno-
do enseña que con la consagración episcopal se confiere la pleni-

Para una discusión pormenorizada de estos puntos, véase el excelente


1

trabajo del P. Michaël Demierre.


2 Se llegaba a aceptar que, en caso de necesidad, un simple sacerdote podía

ordenar a otro sacerdote por jurisdicción de suplencia.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 271

tud del sacramento del Orden, que por esto se llama en la liturgia de
la Iglesia y en el testimonio de los Santos Padres «supremo sacer-
docio» o «cumbre del ministerio sagrado». […] En efecto, según la
tradición, que aparece sobre todo en los ritos litúrgicos y en la
práctica de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente, es cosa
clara que con la imposición de las manos se confiere la gracia del
Espíritu Santo y se imprime el sagrado carácter, de tal manera que
los Obispos en forma eminente y visible hagan las veces de Cristo,
Maestro, Pastor y Pontífice, y obren en su nombre”.
Pero el problema no está allí – y hasta podemos pensar que
así se le dio al párrafo un aire más tradicional –, sino en las pala-
bras que omitimos, por las que se atribuye directamente a la con-
sagración episcopal el conferir no sólo el poder de orden, sino
también los oficios propios del poder de jurisdicción : “Ahora
bien, la consagración episcopal, junto con el oficio de santificar
[poder de orden], confiere también el oficio de enseñar y regir
[poder de jurisdicción], los cuales, sin embargo, por su naturale-
za, no pueden ejercitarse sino en comunión jerárquica con la Ca-
beza y miembros del Colegio”. Se acaba de realizar el pase mági-
co, y sólo se han agregado dos misteriosas palabras para disimu-
larlo : «comunión jerárquica». Porque si alguno objeta – como
ahora nosotros – que no se distingue la parte de poder que le
comunica el Papa por la jurisdicción, se le responde que eso se
supone al decir que los oficios episcopales “no pueden ejercitarse
sino en comunión jerárquica”.
No crea el Lector que nos estamos pasando de sutiles y des-
confiados. Escuche al entonces Padre Ratzinger, en su contribu-
ción a uno de los comentarios más autorizados de la Constitución
conciliar : “Una evolución de un alcance difícil de prever 1 se ex-
presa en esas dos afirmaciones [la que acabamos de citar y otra
del n. 22 que retoma lo mismo]. En efecto, la rígida línea de de-
marcación que se había interpuesto desde hace siglos, en el espíri-

1 Eran concientes de que no se trataba de una “evolución”, sino de una re-

volución que trastornaba toda la constitución de la Iglesia.


272 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

tu de la mayor parte de los teólogos occidentales, entre el poder


de orden y el de jurisdicción, se vuelve franqueable y el vínculo
estrecho entre las dos realidades, que en el fondo no son más que
una, aparece a la vista. La separación de las dos era la razón por la
que la teología de la Edad Media creía deber negarse a reconocer
un carácter sacramental en la consagración episcopal [→ falsa
acusación]. Fue también el punto de partida de la posición dife-
rente que tomó el derecho, a propósito de la estructura de la Igle-
sia (latina), en el segundo milenio, en comparación con el prime-
ro. En fin, ha sido un factor determinante en el desarrollo de las
relaciones entre el Papa y los obispos, porque a la larga amenaza-
ba con ahogar el sentimiento colegial de la época patrística” 1.
Nunca termina de sorprendernos la audacia que han mostra-
do estos teólogos modernos. El gran Franzelin, en sus Theses de
Ecclesia Christi, obra inconclusa publicada después de su muerte,
sostiene muy desde el principio de su tratado : “Verissima et ma-
xime necessaria [est] solemnis divisio inter potestatem ordinis et iuris-
dictionis, la solemne división entre la potestad de orden y de ju-
risdicción es sumamente verdadera y máximamente necesaria”
(tesis V). Si orden y jurisdicción fueran sólo dos aspectos de lo
mismo y se confieren con la consagración episcopal, todo cambia.
Porque es verdad que, en cuanto a la consagración episcopal y al
poder de orden, el Obispo de Roma no es más obispo que los de-
más ni consagra obispos con mayor intensidad, por lo que bien se
puede hablar del colegio episcopal como de una «comunión jerár-
quica» : “Como ese vínculo jerárquico se funda sobre el orden sa-
cramental que es una realidad común a todos, se explica que sea
definido como una comunión y no como una subordinación” 2.
Además, como cualquier obispo puede consagrar a otro, ya no

1 Joseph Ratzinger, «La collégialité épiscopale. Développement théolo-

gique», en L’Église de Vatican II, tome III, Unam Sanctam, Les éditions du Cerf,
1966, p. 767.
2 Michaël Demierre, «Episcopat et collégialité dans le chapitre 3 de Lumen

gentium», p. 196.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 273

puede decirse que su incorporación al colegio episcopal venga


por ninguna comunicación especial de jurisdicción por parte del
Papa. Y si las comunidades cismáticas conservan la consagración
válida, ¿cómo negarle vitalidad a su poder episcopal? También
para los obispos cismáticos habrá que hablar por fuerza de cierta
«comunión jerárquica», no plena, pero comunión al fin.
Según la doctrina católica tradicional, entonces, la consagra-
ción episcopal es solamente una condición material, dispositiva,
para que se pueda pertenecer a la jerarquía episcopal. La perte-
nencia formal está dada por la delegación, por parte del Papa, de
la potestad de jurisdicción sobre alguna parte del rebaño de Cris-
to. La comunicación de la autoridad va de Jesucristo a San Pedro
y a sus sucesores en la Cátedra romana, comunicándose luego de
cada Papa a los obispos con cargo pastoral. Según la nueva doc-
trina de la colegialidad, que asocia la comunicación de la potes-
tad de gobierno directamente a la consagración episcopal, Jesu-
cristo habría comunicado su potestad al Colegio episcopal como
un todo (si es que no se la comunicó a la asamblea de los fieles y
éstos al Colegio, como algunos quieren), y esta potestad no se
transmitiría de generación en generación por el único nombra-
miento de los sucesores de Pedro, sino por las múltiples consa-
graciones que renuevan el Colegio episcopal : “Uno es constitui-
do miembro del cuerpo episcopal en virtud de la consagración
sacramental y por la comunión jerárquica con la Cabeza y miem-
bros del colegio” (Lumen gentium n. 22).
Es verdad que Lumen gentium no dice que el Papa reciba su
poder del Colegio de los obispos, pues entonces habría pisado la
mina de un anatema por herejía, pero explícitamente niega que
el Colegio de los obispos reciba su poder del Papa. Va a dejar
una posición media ininteligible, en que el poder sobre toda la
Iglesia pertenece tanto al Colegio en su totalidad, como al Papa
en su individualidad : “El Colegio o cuerpo episcopal, por su
parte, no tiene autoridad si no se considera incluido el Romano
Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza del mismo, quedando
274 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

siempre a salvo el poder primacial de éste, tanto sobre los pasto-


res como sobre los fieles. Porque el Pontífice Romano tiene, en
virtud de su cargo de Vicario de Cristo y Pastor de toda Iglesia,
potestad plena, suprema y universal sobre la Iglesia, que puede siempre
ejercer libremente. En cambio, el orden de los Obispos, que sucede
en el magisterio y en el régimen pastoral al Colegio Apostólico, y
en quien perdura continuamente el cuerpo apostólico, junto con
su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es tam-
bién sujeto de la suprema y plena potestad sobre la universal Iglesia,
potestad que no puede ejercitarse sino con el consentimiento del
Romano Pontífice” (Lumen gentium n. 22).
¿Qué sentido tiene decir que el sujeto de la suprema autori-
dad es el Colegio, que incluye al Papa, si ya es sujeto de esa
misma autoridad el Papa sólo, sin el resto del Colegio? Si el Papa
ejerce su autoridad individualmente, al Colegio no le quedaría
más remedio que obedecer y su autoridad es puramente nomi-
nal. Si el Papa debiera ejercer siempre su autoridad colegialmen-
te, su autoridad individual sería puramente nominal, y tendría-
mos una monarquía parlamentaria – que no es ninguna monar-
quía –, en que el Papa «reina pero no gobierna». Si el Papa cum-
ple ciertos oficios necesariamente de modo individual – como
sugiere la Nota previa – y otros necesariamente de modo colegial,
ni el Papa ni el Colegio tienen potestad plena. Si el Papa ejerce su
autoridad a veces individualmente y a veces colegialmente, se-
gún le venga en ganas – como se sigue del texto de Lumen gen-
tium –, tenemos una constitución eclesiástica enloquecida, que
salta de la monarquía a la aristocracia y de la aristocracia a la
monarquía. “Es difícil negarlo : el texto de Lumen gentium se ase-
meja a un amalgama entre dos posiciones heterogéneas, la de la
doctrina tradicional y la del episcopalismo” 1.
De esta manera se evita el anatema con que termina el capítu-
lo 1 de Pastor aeternus : “Canon. Si alguno dijere que el bienaven-

1 Michaël Demierre, «Episcopat et collégialité dans le chapitre 3 de Lumen

gentium», p. 208.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 275

turado Pedro Apóstol no fue constituido por Cristo Señor, prín-


cipe de todos los Apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia mi-
litante, o que recibió directa e inmediatamente del mismo Señor
nuestro Jesucristo solamente primado de honor, pero no de ver-
dadera y propia jurisdicción, sea anatema” 1. Pero si bien Lumen
gentium 22 no cae bajo la letra del anatema, sí contradice la del
capítulo que ese canon resume. Porque en la redacción del capí-
tulo se usa una partícula exclusiva que no se retomó en el canon
final : “Porque sólo a Simón (unum enim Simonem) […] se dirigió
el Señor con estas solemnes palabras : […] A ti te daré las llaves
[…] Y sólo a Simón Pedro (uni Simoni Petro) confirió Jesús des-
pués de su resurrección la jurisdicción de pastor y rector supre-
mo sobre todo su rebaño. […] A esta tan manifiesta doctrina de
las Sagradas Escrituras, como ha sido siempre entendida por la
Iglesia Católica, se oponen abiertamente las torcidas sentencias
de quienes, trastornando la forma de régimen instituida por
Cristo Señor en su Iglesia, niegan que sólo Pedro (solum Petrum)
fuera provisto por Cristo del primado de jurisdicción verdadero
y propio sobre los demás Apóstoles, ora aparte cada uno, ora to-
dos juntamente” 2. La Constitución conciliar dice y repite que no
sólo Pedro recibió el primado, sino también el Colegio : “El Señor
puso solamente a Simón (unum Simonem) como roca y portador
de las llaves de la Iglesia (Mt 16, 18-19) y le constituyó Pastor de
toda su grey (cf. Jn 21, 15ss); pero el oficio que dio a Pedro de
atar y desatar (Mt 16, 19), consta que lo dio también al colegio de
los apóstoles unido con su Cabeza (Mt 18, 18; 28, 16-20)” 3.

1 Concilio Vaticano I, Const. dogm. Pastor aeternus, Denzinger 1823.


2 Concilio Vaticano I, Const. dogm. Pastor aeternus, cap. 1, Denzinger
Hünermann 3053-3054.
3 Lumen gentium n. 22. No nos hemos referido a la «Nota explicativa previa»

que hizo agregar Pablo VI, porque no cambia nada de lo dicho. Hace cuatro ob-
servaciones. En la 1ª aclara que “el término colegio no se entiende en un sentido
estrictamente jurídico, es decir, de una asamblea de iguales”. En la 2ª trata de jus-
tificar que “el carácter de miembro del colegio se adquiere por la consagración
episcopal”, pero no se refiere en ningún momento a la distinción entre potestad
276 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

5º Hacia una nueva forma del Primado

Más allá de los textos, la intención clara del Concilio era de-
mocratizar todo lo posible el ejercicio de la autoridad en la Igle-
sia. Contando con la buena voluntad de los obispos y del Papa,
las incoherencias y ambigüedades de los documentos conciliares
se irían precisando en la práctica. En el camino se acomodan las
cargas.
Sería interesante detallar el flujo de poder efectivo – magiste-
rial, litúrgico, disciplinar – que, después del Concilio, fue pasan-
do del Vaticano no a los obispos, sino a las Conferencias episco-
pales. Las encíclicas papales pasaron a ser una opinión teológica
digna de ser tenida en cuenta, mientras creció la importancia del
sentir común de los teólogos por la vía de la Comisión Teológica
Internacional, así como el de los obispos por medio de los Síno-
dos romanos. Las supuestas necesidades de inculturación regio-
nal confirieron una autonomía litúrgica casi absoluta a las Confe-
rencias episcopales. Los tribunales romanos fueron dejando tanta
autonomía a los tribunales de las Conferencias, que ya no pue-
den evitar que algunos se transformen, por ejemplo, en agencias
de divorcio.
Dentro de la misma Curia romana, lo que es quizás peor to-
davía, Pablo VI hizo un primer acto de buena voluntad en orden

de orden y de jurisdicción, y tampoco dice que la jurisdicción venga del Papa,


sino que la potestad recibida por la consagración episcopal no está “expedita pa-
ra el ejercicio” y necesita una simple “determinación” según “las normas apro-
badas por la suprema autoridad” (que es el Papa o el Colegio). La 3ª comienza
con una afirmación singular : “Del colegio, que no se da sin su Cabeza, se dice :
«Que es sujeto también de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia univer-
sal».
Necesariamente hay que admitir esta afirmación para no poner en peligro la pleni-
tud de potestad del Romano Pontífice (?!)”. Lo único que se va a aclarar, como dice la
4ª observación, es que “al faltar la acción de la Cabeza, los obispos no pueden ac-
tuar como colegio, como lo prueba la misma noción de «colegio»”.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 277

a la renuncia efectiva de su autoridad personal, con la reforma


de la Curia, promulgada por la Constitución Regimini Ecclesiae,
del 15 de agosto de 1967. Allí el Secretario de Estado pasó de ser
eso, el secretario del Papa, a ser una especie de primer ministro
con un poder efectivo casi paralelo al del Papa 1.
Y lo que amenaza ser tan grave que confiamos en que la divi-
na Providencia no lo permita, es que la tentación ecuménica está
haciendo pensar a nuestros últimos Papas si no deben resignar la
concepción misma del Primado en aras de una súper comunidad
sin pies ni Cabeza. “Lo que afecta a la unidad de todas las Co-
munidades cristianas – decía Juan Pablo II en Ut unum sint –
forma parte obviamente del ámbito de preocupaciones del pri-
mado. Como Obispo de Roma soy consciente, y lo he reafirmado
en esta Carta encíclica, que la comunión plena y visible de todas
las Comunidades, en las que gracias a la fidelidad de Dios habita

1 Maître Roger Lefebvre, «De l’action extraordinaire de l’Épiscopat», en

Tradition, Doctrine, Actualité, revista de la Maison Généralice de la FSSPX, enero


2000, nº 1, p. 46-49 : “La presidencia general sobre toda la Curia, constitucio-
nalmente atribuida a la Secretaría de Estado [por Regimini Ecclesiae], ha llegado
a ser una duplicación de la autoridad suprema… Apenas había expresado las
reservas y precisiones contenidas en esa nota explicativa [previa a Lumen gen-
tium], Pablo VI hacía exactamente lo contrario, por un acto de derecho positivo,
que no cambiaba explícitamente la constitución divina de la Iglesia, pero que
llegaba al mismo resultado práctico por la instalación de nuevas estructuras gu-
bernamentales, que paralizaban la defensa del depósito de la fe contra los erro-
res, sometían la afirmación y la difusión de la doctrina al criterio de las oportu-
nidades, hacían ingobernable a la Iglesia y reducían la función del Pontífice a la
de un soberano de fachada duplicado por un regente prácticamente plenipo-
tenciario… Esta división de la función monárquica en dos roles separados, de
más en más independientes, se hace constitucional en las monarquías llamadas
«constitucionales y representativas», inventadas en el siglo XIX para combinar
democracia con apariencia de monarquía… ¿Qué se ve hoy en el gobierno de la
Iglesia? Sensiblemente la misma cosa. Después del Concilio, y más precisamen-
te después de la reforma de la Curia efectuada en ejecución de las resoluciones
del Concilio, el Papado se ha alineado sobre el modelo de las monarquías lla-
madas constitucionales y representativas. La función de aparato se deja al sobe-
rano aparente, mientras que el ejercicio del poder está en otras manos”.
278 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

su Espíritu, es el deseo ardiente de Cristo. Estoy convencido de


tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al
constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Co-
munidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige
de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de
ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva”.

III. «Communio»

1º La amplitud de la reflexión conciliar sobre la Iglesia

Terminado el Concilio cabía preguntarse : ¿Qué es, entonces,


la Iglesia? Porque después de tan múltiples y misteriosas redefi-
niciones, podía esperarse que decantara una respuesta más de-
terminada. Y quizás sorprenda que, en conclusión, la Iglesia pos-
conciliar se definiera como «comunión» : “Inmediatamente des-
pués del Concilio Vaticano II – decía el Cardenal Ratzinger al pre-
sentar la Carta Communionis notio 1 – el concepto de comunión re-
ferido a la Iglesia, junto con el concepto de pueblo de Dios, fue
una de las nociones que más atrajeron el interés de los teólogos” 2.
Puede sorprender, decimos, porque si bien el concepto de
«comunión» no dejó de utilizarse en los textos del Concilio, sin
embargo no tuvo en ellos la importancia que alcanzó “inmedia-
tamente después”. Pero por poco que se piense, no habría que
sorprenderse demasiado. Fue tal el embrollo conciliar de las re-
definiciones de la Iglesia – es Sacramento y Misterio, pero el Mis-
terio es y no es el Sacramento; el Pueblo de Dios es el Reino, pero
no es, sino que lo hace presente; el Cuerpo místico es la Iglesia,
pero no es, sino subsiste en; etc. –, que lo único seguro que podía

1Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta «Communionis notio», sobre


algunos aspectos de la Iglesia considerada como Comunión, 29 de mayo de 1992.
2 Intervención del Cardenal Ratzinger en la presentación de la Carta, el 15

de junio de 1992.
CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 279

predicarse de Ella era la noción más amplia y, por lo tanto, más


vaga que se pueda concebir : que la Iglesia es una «unión co-
mún». No es ni siquiera un género con significado unívoco, sino
una amplísima noción análoga 1.
La primera conclusión, entonces, que debemos sacar de la
utilización de dicho concepto para definir la Iglesia es que, des-
pués del Concilio, esto es, después que la Iglesia acabó “de reali-
zar un acto reflejo sobre sí misma para conocerse mejor, para de-
finirse mejor” 2, de sí misma sólo sabe que no sabe nada : es «algún
modo de comunión». Pero éste era el marco ideal para la pacífica
convivencia en el pluralismo doctrinal.

2º Comunión y Diálogo

Los vínculos que establecen la Comunión que es la Iglesia,


son múltiples y están librados a una múltiple interpretación. Hay
vínculos verticales con Dios y horizontales entre los hombres (cf.
Communionis notio n. 3), visibles e invisibles (ibíd. n. 4); entre los
visibles están los ministerios jerárquicos, los sacramentos, los
«elementa Ecclesiae», los «semina Verbi»; entre los invisibles, la
unión quodammodo de todo hombre con Cristo. Pero si quisiéra-
mos encontrar la noción vinculante necesariamente asociada a la
de Comunión, que tenga la misma amplitud y la misma acepta-
ción, no habría que buscarla en el orden entitativo (pues lo que
las cosas son en sí hoy está puesto en discusión y reina la libertad
de opinión), sino en el operativo : es el «Diálogo» (que no se dis-
cute porque es discusión). Es verdad que si consideramos qué es
una comunidad dialógica, más que la Iglesia nos aparece la Huma-
nidad, pues el diálogo es propio del hombre en cuanto animal
social. Pero entonces comprobamos que no andamos desencami-

1 Communis notio n. 3 : “Para que el concepto de comunión, que no es unívo-


co, pueda servir como clave interpretativa de la eclesiología…”
2 Pablo VI, discurso de clausura, 7 de diciembre de 1965.
280 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

nados, pues a esta identificación quería llegar el humanismo


conciliar.
El verdadero vínculo que, a modo de sacramento instituido
por el Concilio, significa y realiza la unidad de la Iglesia en el Gé-
nero Humano, es el sacrosanto Diálogo :
 El diálogo ad intra. Ya no es el Magisterio infalible quien es-
tablece y sostiene el vínculo fundamental de la Iglesia, la fe en la
Revelación, sino el diálogo de la comunión eclesiástica 1.
 El diálogo ad extra. Ya no es la Misión evangelizadora quien
convierte las almas y las incorpora por el bautismo a la unidad
eclesiástica, sino que el diálogo ecuménico une religiones y cul-
turas en el respeto de la diversidad.

3º “Dijo la serpiente a la mujer : No moriréis”

Hagamos una última observación. Se trata del diálogo de un


subjetivismo optimista, es decir, de un diálogo que cree progresar
siempre por la superación de la simple y llana contradicción, no
al modo escolástico sino al modo hegeliano. De manera que es
un diálogo sin adversarios, que siempre une y nunca provoca
división.
Este aspecto tan esencial del pensamiento conciliar, pues
constituye el entramado de la nueva «Comunión de los Santos»
(es decir, de todo hombre) y el fundamento de su esperanza, nos
parece quizás el más perverso. Porque cree hallar el progreso de
la Comunión no en la suma de los iguales, que nada nuevo pue-
den aportar, sino en la complementariedad de los contradicto-
rios. Pero entonces se va a buscar el crecimiento de la verdad por
el aporte de la falsedad y el aumento del bien por la contribución
del mal.

1 Nos hemos extendido en la naturaleza y consecuencias de este diálogo en

el artículo segundo de La lámpara bajo el celemín.


CAPÍTULO 3 : LA NUEVA IGLESIA 281

Por desgracia, no se trata de divagaciones metafísicas. La que


hasta ahora consideramos peor afirmación del Concilio, al hablar
«de la ayuda que la Iglesia recibe del mundo moderno», sostiene :
“La Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pue-
den ser todavía de provecho la oposición y aun la persecución de
sus contrarios” (Gaudium et spes n. 44). Es una gran verdad católi-
ca que las herejías causaron el progreso de la doctrina de la Iglesia
y las persecuciones el crecimiento de su santidad, pero ¡no son
causas per se a las que haya que agradecerles tales efectos! Es ho-
rrible expresarlo, pero ¿la Virgen debía agradecer a Caifás la cru-
cifixión de su Hijo, que todo bien trajo a la humanidad? Es una
burla satánica sobre la cuestión del mal, pero así piensa y funcio-
na la dialéctica hegeliana : los contradictorios son causas per se de
la síntesis superadora. El Concilio agradece a la Revolución fran-
cesa haber guillotinado a sus clérigos, porque la Iglesia aprove-
chó para ser más democrática; le agradece al Islam haber des-
cuartizado a sus fieles, porque se volvió más ecuménica.
Este sistema de teoría y praxis lleva a la jerarquía actual a
traicionar sistemáticamente a los fieles y dialogar amablemente
con los perseguidores. Ignora a los rusos uniatas y dialoga con
los cismáticos; silencia a los católicos chinos martirizados y con-
versa con los «patriotas»; evita a los cubanos anticomunistas y
fuma un habano con Fidel Castro. Es así que convocó la Comu-
nión de Asís y excomulgó la Tradición. El Concilio ha retomado
el diálogo de Eva con la serpiente, que pone en entredicho la ve-
racidad de Dios.
TRUCOS
La Iglesia católica La nueva Iglesia
Principios transpuestos
El Reino es universal Reino = Iglesia y sociedad
ORDEN Reino =
 Iglesia + Mundo
Iglesia ≠ mundo para la persona humana
ECLESIÁSTICO HUMANISMO
Cristo unido
PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

CATOLICISMO
bien común “quien crea y se bautice”
a todo hombre la Iglesia es HUMANIDAD
quodammodo Sacramento de
espiritual Extra Ecclesia nulla salus
(visible o invisiblemente) salvación universal
o REINO
Iglesia incluye Estados Distinción de fines : Iglesia ≠ Estado
CRISTIANDAD Al César lo del César LIBERTAD RELIGIOSA
IGLESIA
fin político temporal  Cristo reina
IGLESIA DE MUNDO
esencialmente El fin temporal es natural por la apertura
o subordinado al fin ecle- accidentalmente a la trascendencia
CRISTO
REINO siástico espiritual ordenado (laico pero no laicista)
Iglesia de Cristo
Iglesia de Cristo Vestigia Ecclesiae
incluye
o católica (reliquias inoperantes)
ESTADO

ESTADO

ESTADO

ESTADO

IGLESIAS - RELIGIONES
la Iglesia católica

IGLESIA CATÓLICA
MISIÓN 

Consistencia de las
realidades terrenas
ECUMENISMO
dii gentium sunt Elementa Ecclesiae
estrecho → Subsistit in
daemonia (principios vivificantes)
amplio → Semina Verbi
ORDEN
Infalibilidad
POLÍTICO Iglesia docente Pueblo de Dios
del sensus fidei
JERARQUÍA COLEGIALIDAD
bien común 
magisterio y gobierno diálogo y democracia
temporal Sacerdocio común
282
CAPÍTULO 4

¿UNA NUEVA RELIGIÓN?

L
a religión es el conjunto de disposiciones y actos por los
que se rinde culto a la divinidad. La religión es verdadera
cuando se rinde culto al Dios verdadero del modo debido.
El fin, entonces, de la religión verdadera es el Dios Uno y Trino,
y el modo debido es por medio de Jesucristo, “porque no hay ba-
jo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros
debamos salvarnos” (Hechos 4, 12).
Dada la profundidad de los cambios introducidos por el
Concilio Vaticano II en la religión católica, ¿puede decirse que ha
instaurado una nueva religión? Esto es lo que estudiaremos en
este último capítulo. El cambio a una nueva religión podría darse
si se establece un modo substancialmente nuevo de rendir culto
al Dios verdadero; o peor, si el culto se dirige a un ídolo en lugar
de Dios. Primero consideraremos el modo de la religión del Con-
cilio, para luego poder responder a la segunda cuestión.
La religión verdadera se denomina cristiana porque rinde cul-
to a Dios por medio de Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo es el
único mediador, establecido por Dios como Sumo y Eterno Sa-
cerdote; la acción por la que rindió el culto debido fue su Sacrifi-
cio; y los hombres deben unirse a su religión por la fe en la Reve-
lación y por los sacramentos. Para juzgar, entonces, si el Concilio
ha cambiado substancialmente el modo de nuestra religión, es-
tudiaremos estos elementos, empezando por la Revelación. Por
lo tanto, cuatro cuestiones se ofrecen a nuestra consideración :
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 285

A. Qué entiende el Concilio por Revelación.


B. Qué relación guardan los Sacramentos con el Sacrificio se-
gún el nuevo Misterio Pascual.
C. Qué termina siendo Jesucristo para el Concilio.
D. Si el Concilio sigue rindiendo culto a la Santísima Trinidad.

A. REVELACIÓN Y TRADICIÓN
SEGÚN EL CONCILIO

El hombre, individualmente y socialmente en la Iglesia, se


une a la obra de la Redención llevada a cabo por Jesucristo por la
fe y los sacramentos; y de esta manera rinde a Dios el culto de glori-
ficación que le es debido y alcanza, a la vez, su propia salvación :
 La fe en la Revelación – Revelación completada por el mis-
mo Verbo encarnado – es, a la vez, la disposición fundamental
del alma para que Jesucristo nos lleve a la plena Verdad, fin úl-
timo del hombre, y la substancia del culto, porque por ella se ha-
ce a Dios el obsequio de la inteligencia. Por eso puede decirse,
con Santo Tomás, que el culto cristiano consiste, en resumen, en
la profesión de la fe.
 Los sacramentos son signos instituidos por Jesucristo, que
tienen también la doble finalidad de santificación y culto, pues
infunden eficazmente la gracia en las almas – ex opere operato, es-
to es, por virtud del rito mismo cumplido y no por la virtud del
ministro que lo cumple – para llevarlas a la plenitud de la Vida,
y constituyen el medio por el que los hombres pueden unirse al
mismo culto de religión del Verbo encarnado.
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gra-
cia y de verdad, y de su plenitud todos recibimos” (Jn 1). Recibi-
mos, entonces, la verdad por la fe y la gracia por los sacramentos.
El nuevo humanismo del Vaticano II sembró, en los docu-
mentos conciliares, las semillas de cambios muy profundos en la
286 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

manera de entender la santificación y el culto cristianos, los cua-


les dieron sus frutos con las reformas posteriores. Mirando los
frutos, distinguiremos las semillas en los textos.
Consideremos, entonces, en este punto, cómo entiende el Con-
cilio la Revelación y su transmisión hasta nosotros por la Tradi-
ción. El lugar de la Eucaristía y de los demás sacramentos lo con-
sideraremos en el próximo punto, al tratar del Misterio Pascual 1.

I. Revelación «por la Palabra»,


no por palabras
1º El objeto de la Revelación

El subjetivismo conciliar – dijimos en el segundo capítulo –


considera toda formulación conceptual como un producto huma-
no, dependiente de la cultura y de la historia, inadecuado para
expresar la realidad (tanto natural como sobrenatural). De allí
que hablará siempre de la Revelación divina como manifestación
misteriosa de una realidad (verdad ontológica) y nunca como co-
municación de proposiciones verbales (verdad lógica), lo que se-
ría siempre algo humano. El objeto, entonces, de la Revelación es
una «res occulta», una cosa misteriosa y no una doctrina.
Al tratar del objeto de la Revelación, dice Dei Verbum : “Quiso
Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifes-
tar el misterio de su voluntad”; lo que “transmite dicha revela-
ción” es “la verdad profunda [→ ontológica] de Dios y de la sal-

1 En lo que sigue no nos referiremos a la posición de ningún teólogo mo-

derno en particular (ni a la «extraña teología» de Juan Pablo II, como tampoco a
las elucubraciones más particulares de Benedicto XVI) porque, como ya diji-
mos, las exposiciones más personales se hacen muy intrincadas y no dejan de
ser eso : teologías personales. De manera que si uno las refuta, no ha refutado
más que una persona. Tratamos de descubrir las líneas generales de las exposi-
ciones doctrinales de línea media, es decir, de las que pretenden conservar una
supuesta continuidad con la Tradición, que fue ciertamente la intención que
anima a los documentos oficiales conciliares y posconciliares.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 287

vación del hombre” (n. 2). Pero cuál sea más propiamente el con-
tenido de la Revelación, lo discutiremos luego, en el último pun-
to. Dei Verbum se detiene más en el modo que en el objeto de la
Revelación.

2º El medio

El humanismo católico – dijimos también – niega, con todo el


pensamiento moderno, la universalidad de los conceptos para
conservar la libertad de opinión; pero para mantener la línea me-
dia, niega también el subjetivismo puro y sostiene, contra viento
y marea, que es posible pasar «del fenómeno al fundamento», es
decir, de lo que el hombre percibe en su subjetividad a la reali-
dad que funda dicha percepción. La teología nueva privilegió la
solución que le ofrecía la noción de «sacramento-misterio» por
sus aires tradicionales : el fenómeno es «sacramento», esto es, un
signo sensible que hace eficazmente presente su fundamento; y
el fundamento es «misterio», es decir, realidad oculta que se ma-
nifiesta a medias por la experiencia de su signo sacramental, que
es como su «palabra». Aunque no todo se arregla con esto y
quedan varios cabos sueltos 1.
Para la Constitución Dei Verbum, Jesucristo es el Sacramento
que manifiesta el Misterio. Es verdad que no aplica a Jesucristo el
nuevo término «Sacramento» sino el tradicional «Palabra», pero
si se la quiere entender, sépase que ese es el concepto. La Revela-
ción no sería por muchas palabras que significan proposiciones
doctrinales (verdades lógicas), sino por una única Palabra, para la
cual «significar» es hacer presente el misterio de Dios (verdad onto-
lógica). Jesucristo no habría venido a completar la doctrina reve-
lada, sino que El mismo es la Revelación, en su persona, hechos y
palabras : “Quien ve a Jesucristo, ve al Padre; El, con su presencia

1Por eso dice Juan Pablo II en Fides et ratio n. 83 : “Un gran reto que tene-
mos al final de este milenio es el de saber realizar el paso, tan necesario como
urgente, del fenómeno al fundamento”.
288 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, so-


bre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del
Espíritu de verdad, lleva a plenitud toda la revelación” (n. 4).
Por supuesto que es católico decir que Jesucristo es la revela-
ción de Dios, pero también hay que decir que esa revelación se
tradujo en proposiciones doctrinales. Porque si no, ¿qué pasa con
los que no lo hemos visto y sólo tenemos para creer lo que se nos
dice de El? Pues de nosotros dijo Jesucristo : “Beati qui non vide-
runt et crediderunt, bienaventurados los que no han visto y han
creído” (Jn 20, 29).

II. La Tradición viva

1º La Tradición

Si el Concilio sostiene que la Revelación no se da por doctri-


na sino por presencia, evidentemente va a entender de otra ma-
nera la transmisión de la Revelación a las demás generaciones de
cristianos que no convivieron con Nuestro Señor, es decir, la
Tradición.
La Tradición no será, entonces, transmisión de doctrina, sino
prolongación del Sacramento que hace presente el Misterio de
Dios. Después de la muerte y resurrección de Cristo, el sacra-
mento sensible pasa a ser desde entonces la Iglesia, en su perso-
na, palabras y obras. La Iglesia es sacramento de Cristo y Cristo
es sacramento de Dios. Dios es misterio oculto y revelado en
Cristo, y desde la resurrección, Cristo es misterio oculto y reve-
lado en la Iglesia. Eso sí, recordemos que hablamos de la Iglesia
que subsiste en la Iglesia católica pero que no se reduce a Ella.
Evidentemente, la Tradición así entendida casi se confunde
con la Revelación; es la Revelación en acto continuo. Es claro que
esta noción obliga a reinterpretar todas las nociones relacionadas :
 No tiene mucho sentido decir que la Revelación termina con
el último Apóstol; pero si urge, algún sentido se le puede dar.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 289

 Tampoco se ve por qué insistir tanto en la predicación : “Id


y predicad”, y que la fe es “ex auditu”; pero siempre se le puede
dar un sentido más abarcador a lo que significa «predicar».
 Menos aún se comprende la importancia de los Apóstoles
como testigos calificados, y la del carisma del magisterio recibido
por sus sucesores; pero con un poco de imaginación, todo puede
conservar un lugar.
El capítulo II de Dei Verbum, que trata de la «Transmisión de
la Revelación divina», no dice las cosas tan claramente como aquí
nosotros. Pero léaselo con un pensamiento tradicional y se en-
cuentran muchas expresiones extrañas; léase luego a la luz de es-
tas indicaciones y todo se vuelve claro : “Dios, que habló en otro
tiempo, habla sin intermisión [revelación continua] con la Esposa
de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evan-
gelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va indu-
ciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra
de Cristo habite en ellos [→ presencia] abundantemente” (n. 8).

2º Tradición viva

Un calificativo que va a distinguir la nueva noción de Tradi-


ción, a manera de diferencia específica, respecto de la noción cató-
lica, es el de Tradición «viva» 1. Es verdad que un escolástico no
calificaría nunca a la Tradición de «muerta», pero la vida que le
debemos atribuir no se caracteriza por el movimiento. Para la teo-
logía católica, la Revelación es (también) una doctrina divina que
se completa con la muerte del último Apóstol, y que luego, a dife-
rencia de las doctrinas humanas, ya no progresa. Justamente la di-
ferencia entre las cosas humanas y divinas es que éstas son inmu-
tables por ser perfectas, mientras que aquellas siempre se mueven
porque son siempre perfeccionables. El Evangelio es suficiente

1 El gran reproche de Juan Pablo II a Monseñor Lefebvre fue, precisamente,


que “no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición” (Eccle-
sia Dei, 2 de julio de 1988, Denzinger-Hünermann 4822).
290 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

para esclarecer a los hombres de todo pueblo y de todo tiempo


hasta el regreso de Nuestro Señor. Con el tiempo no aumentan sus
verdades, sino que aumenta la comprensión que de ellas tenemos.
Para la nueva teología, la Tradición merece el calificativo de
«viva» por partida doble. En primer lugar, porque el «misterio»
que se transmite es una Presencia viva; pero sobre todo, porque
el signo o «sacramento» que lo comunica es también algo vivo :
la misma Iglesia. Y si lo primero tiene vida divina y puede decir-
se inmutable, lo segundo tiene vida humana, que está en cons-
tante movimiento. El signo o «sacramento» que pone en comuni-
cación con la Verdad divina es una comunidad de hombres (la
Iglesia) que vive en medio de los hombres (el Mundo). Ahora
bien, este signo humano depende necesariamente del «hic» cul-
tural y del «nunc» histórico. Si la Iglesia no se adaptara a la ma-
nera de ser del Mundo en el que está, no cumpliría ya su misión
«sacramental» de hacer presente a la Humanidad el inmutable
Misterio de Dios. No se puede seguir hablando la lengua del
Quijote a los españoles de hoy. Por eso, como no solamente sig-
nifica con lo que dice sino sobre todo con lo que es, no sólo debe
adaptar su predicación (siempre inadecuada), sino también su
organización, su liturgia, sus costumbres.

III. Fe, Escritura y Magisterio

1º La fe

Para la nueva teología, la fe es cierta disposición del espíritu


que permite interpretar el Sacramento y entrar en contacto con el
Misterio que aquél envuelve. La fe de los apóstoles y discípulos
les permitía entrar en contacto con Dios por Cristo y en Él; la fe
de los católicos, cristianos (luteranos, etc.) y demás religiosos
(judíos, etc.) les permite tener la experiencia de Dios en Cristo,
pues la Comunidad religiosa a la que cada uno pertenece es
signo sensible que hace eficazmente presente al Kyrios, es decir, a
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 291

Cristo glorioso. Sí, parece que Cristo no desdeña hacerse presen-


te cuando hay dos o más reunidos en nombre de algo religioso 1.
Respecto al Misterio divino, la fe es experiencia; respecto al Sa-
cramento, la interpretación se alcanza por comunión vital, porque
el Sacramento es la misma Comunidad y sólo se puede entender
lo que significa una Comunidad cuando se participa vitalmente
de ella. La expresión en fórmulas conceptuales es algo posterior
y consecuente, pues sólo después de haber vivido el signo y ex-
perimentado el misterio divino, puede decirse lo que se piensa al
respecto 2.
Todos estos errores ya habían sido explícitamente condena-
dos por San Pío X en Pascendi, pero se fueron cubriendo de ropa-
jes más sofisticados. La misma doctrina del sacramento-misterio,
que si se leen los autores que la sostienen, pareciera ser, a la vez,
súper nueva y súper tradicional, no es distinta del herético sim-
bolismo modernista 3.

1 Benedicto XVI viene trabajando hace años, desde que fue Cardenal pre-
fecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, para que el ecumenismo no
se refiera directamente a Dios obviando a Jesucristo. Sin embargo, no siempre
es fácil explicarlo. Para la reunión de los judíos en la sinagoga es fácil, pues su
fe en el Mesías futuro, el Cristo, lo hace presente entre ellos. Decir cómo una
asamblea de budistas significa y hace presente al Cristo glorioso es más difícil,
hay que hacer trabajar duro a los «semina Verbi» para lograrlo.
2 Si no hay comunión en el signo, nunca podría haber unidad en las fórmu-

las conceptuales, porque sólo la comunión vital histórico-cultural (perdón por


el abuso calificativo) justifica la consiguiente comunión conceptual (pues sólo
así se justificaría la parcial universalidad de los conceptos). De allí que a los diá-
logos ecuménicos deban precederles las reuniones de oración, como la de Asís.
3 San Pío X, Encíclica Pascendi dominici gregis, Denzinger 2079 (numeración

antigua) : “Tales fórmulas [los dogmas] no tienen otro fin que el de procurar al
creyente un modo de darse razón de su fe. Por eso son intermedias entre el cre-
yente y su fe : por lo que a la fe se refiere son notas inadecuadas de su objeto
[→ subjetivismo], que vulgarmente se llaman símbolos; por lo que al creyente se
refiere, son meros instrumentos. De ahí que por ninguna razón se puede estable-
cer que contengan la verdad absolutamente; porque en cuanto símbolos, son imá-
genes de la verdad [→ sacramentos] y, por tanto, han de acomodarse al senti-
miento religioso, tal como este se refiere al hombre; en cuanto instrumentos, son
292 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

2º La Sagrada Escritura

La primera Comunidad de discípulos y apóstoles (apóstoles


eran todos, no sólo los doce) fue la que tuvo la experiencia de
Dios en Cristo que fundó la Iglesia. Quitada la presencia sensible
de Cristo con su muerte y resurrección 1, esta misma Comuni-
dad, en su vida y en sus obras, pasó a ser el sacramento de la
salvación, pues continuaba haciendo presente a Dios en Cristo.
En ella, la experiencia de fe se expresó en fórmulas y se fijó por
escrito, completando las Sagradas Escrituras 2. Las Escrituras pa-
san así a ser el memorial de la experiencia fundacional de la Igle-
sia, con la cual debe conformarse la experiencia vital de toda
Iglesia particular en todo hic cultural y nunc histórico, para ase-
gurar la continuidad diacrónica (palabreja de la Comisión Teoló-
gica Internacional) del Pueblo de Dios.

vehículos de la verdad [la hacen presente] y, por lo tanto, han de acomodarse a


su vez al hombre, tal como éste se refiere al sentimiento religioso”. Después de
Pascendi se evitó hablar de «sentimiento», pero siguen los mismos conceptos.
1 Ya dijimos en nota que la teología nueva entiende que Cristo resucitado

ya no tiene una condición visible.


2 Por esta influencia de la Comunión, el autor inspirado de la Sagrada Es-

critura no sería propiamente el que maneja la pluma, sino el Pueblo de Dios.


Así lo dice Benedicto XVI en Jesús de Nazaret, Planeta, Bs. As. 2007, p. 16-17 :
“En este punto podemos intuir también desde una perspectiva histórica, por así
decirlo, lo que significa inspiración : el autor no habla como un sujeto privado,
encerrado en sí mismo. Habla en una comunidad viva y por tanto en un movi-
miento histórico vivo que ni él ni la colectividad han construido, sino en el que
actúa una fuerza directriz superior… La Escritura ha surgido en y del sujeto vi-
vo del pueblo de Dios en camino, y vive en él. Se podría decir que los libros de
la Escritura remiten a tres sujetos que interactúan entre sí. En primer lugar al
autor o grupo de autores a los que debemos un libro de la Escritura. Pero estos
autores no son escritores autónomos en el sentido moderno del término, sino
que forman parte del sujeto común «pueblo de Dios» : hablan a partir de él y a
él se dirigen, hasta el punto de que el pueblo es el verdadero y más profundo
«autor» de las Escrituras. Y, aún más : este pueblo no es autosuficiente, sino que
se sabe guiado y llamado por Dios mismo que, en el fondo, es quien habla a
través de los hombres y de su humanidad”.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 293

Si comprendemos bien esta manera de pensar, podemos dar-


nos cuenta que no tiene sentido discutir si todo el Depósito reve-
lado está en la Escritura o parte nos viene sólo por Tradición.
Como para la nueva teología el Depósito no es cierto número de
verdades sino el misterio en sí de Dios, no tiene partes. La Sa-
grada Escritura es sacramento (¡todo es sacramento!) que hace
presente el Misterio como un todo, y la Tradición no es más que
la continuidad de la Presencia en el sacramento de la Comunión
eclesiástica. Si el neoteólogo debe mirar siempre la Sagrada Es-
critura, es para conformar la experiencia presente con la funda-
cional de la primera Comunidad (¡y quién puede juzgar en qué
consiste esta conformidad!).

3º Magisterio y comunión

Las funciones que la teología tradicional reconocía en el Ma-


gisterio eclesiástico, la teología nueva se las atribuye a la Comu-
nión eclesiástica. Es toda ella la que conserva el Depósito revela-
do (no doctrina sino presencia), la que infaliblemente lo transmi-
te e interpreta, la que discierne lo verdadero y lo falso, lo bueno
y lo malo. La doble infalibilidad del «sensus fidei» y del ministerio
jerárquico, sólo vale conjugada en la única infalibilidad del pen-
samiento en Comunión. La jerarquía sólo tiene una función de
unificación al servicio de la Comunión por medio del diálogo. Si
un teólogo quiere estar seguro de su ortodoxia, debe pensar en
comunión vital. No tiene por qué someterse al ministerio jerár-
quico como el niño al maestro, pero debe cuidar que su pensa-
miento se conforme con el de la comunidad eclesiástica a través
del diálogo, porque en la medida en que se inserta en el pensa-
miento común, en esa misma medida pertenecería a Cristo y es-
taría asistido por el Espíritu Santo.
Según este modo de pensar, sólo es hereje el cismático, el que
se aparta de la Comunión para pensar. De allí que, para los Pa-
pas conciliares, fuera más herético Mons. Lefebvre que todos los
integrantes de la reunión de Asís.
294 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

4º Comunidad cultual

La vida de las Comunidades que constituyen el Pueblo de


Dios – en diáspora mayor que las del Antiguo Testamento, hasta
que el ecumenismo las reúna – no se daría en la esfera terrestre
de los pueblos del hombre, sino en la esfera casi celeste de la
asamblea cultual. Cuando hay dos o más reunidos en nombre de
la religión, sería válido el sacramento-comunión y se haría efi-
cazmente presente Dios en Cristo. Es principalmente allí donde
la Comunidad recibiría la Revelación, por lo que la Liturgia sería
el medio por excelencia de la Tradición.
La teología tradicional creyó que el órgano principal de la
Tradición era el Magisterio, pero parece que se equivocó al pen-
sar que la Revelación es una doctrina. Con el movimiento litúrgi-
co se habría ido viendo cada vez más claro la relación entre Tra-
dición y Liturgia, hasta comprender que la verdadera Cátedra de
la verdad no era la que presidía la mesa de los doctores y de los
concilios, sino la que preside la mesa de la Palabra y de la Euca-
ristía. ¿Acaso no fue allí donde siempre se puso la cátedra del
obispo? Para el moderno subjetivista, la fe debe ser primeramen-
te vida para luego hacerse doctrina 1.

IV. Conclusión

Cuarenta años después del Concilio Vaticano II no se necesi-


tan demasiadas luces proféticas para estimar las consecuencias
de estos vuelcos en la noción de la Revelación y de la Tradición.

1 No sabemos si algún moderno diga esto de las cátedras, pero bien se le

podría ocurrir. Sólo queremos mostrar cómo, con un poco de imaginación, se


pueden llevar todas las aguas para el molino modernista. Sólo el modernismo
pone oposición entre doctrina y culto. El culto litúrgico es primeramente profe-
sión de fe, y la predicación doctrinal de los obispos es parte del culto litúrgico,
como disposición a participar del Sacrificio eucarístico. De allí que la cátedra
doctrinal esté frente al altar como en su más propio lugar.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 295

El hombre es un animal que, a diferencia de los demás, carece de


instintos que lo dirijan en la conducta a seguir y debe ordenarse
según las luces de su razón. Dios se manifiesta al hombre de
acuerdo a su condición, revelando su Nombre y su Voluntad en
un lenguaje humano, esto es, en proposiciones doctrinales que
descubren aspectos esenciales de la naturaleza de Dios y de
nuestro camino de salvación. Esta Doctrina revelada, de cuya
conservación, explicación y aplicación queda encargada la jerar-
quía eclesiástica, para lo cual fue dotada del carisma de la infali-
bilidad, es la regla estrictamente universal – independiente del hic
et nunc – que debe medir la verdad de toda doctrina humana y la
bondad de toda conducta. El «sensus fidei» del rebaño de Cristo
no es sino la indefectible docilidad de la fe a la doctrina revelada,
propuesta por el magisterio de la Iglesia.
Pero San Pablo nos advierte que existe un inevitable conflic-
to. Como el bautismo no extingue en esta vida el fuego de la con-
cupiscencia, queda en el cristiano otra ley cuyas exigencias se
oponen a la Ley evangélica y que la hacen sentir como un yugo.
Llegada la Iglesia a un alto grado de espiritualidad en el siglo XIII,
el humanismo – dijimos – es la reacción de la acidia ante las exi-
gencias de la santidad. Insistimos en que el humanismo íntegro es
una ilusión católica, que quisiera conformar las exigencias del
Evangelio con las de sus intestinos. Ya Nuestro Señor nos había
advertido : “No podéis servir a dos señores”, y el humanismo
comprobará constantemente el aserto, pues cada una de sus re-
nuncias termina en un movimiento de humanismo ateo. Pero
constantemente tratará de lograr un nuevo acuerdo entre su
vientre y el Evangelio, porque el hombre sin religión se deprime
y quisiera tener un Dios más servicial.
La oficialización del humanismo católico, lograda por el Vaticano
II, parece haber hecho realidad el sueño del Renacimiento. No se
trataba de negar la Revelación cristiana, que tantas bondades
tiene, sino de asegurar que esté siempre al servicio del hombre.
La manera de lograrlo consistió en agregar a los antiguos princi-
296 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

pios humanistas individuales aquellos otros sociales promovidos


después de la revolución francesa, adaptándolos por analogía al
Pueblo de Dios :
 Los principios fundamentales son : el subjetivismo modera-
do, que comunica plasticidad a la doctrina; la supremacía de la
libertad, que pone la plástica doctrina al servicio de la acción (ma-
quiavelismo); la erección de la conciencia como tribunal supremo
de la moralidad, que conserva siempre la paz con Dios.
 Los principios sociales son los de la democracia, donde la au-
toridad se subordina a la conciencia popular, expresada por la
opinión pública.
Para adaptar estas cosas a la sociedad eclesiástica, la jerarquía
conciliar aconsejó humildemente al Espíritu Santo dirigirse des-
de entonces directamente al Pueblo de Dios, a quien ella atende-
ría mediante el diálogo. Porque el hombre moderno ha perdido
confianza en las doctrinas y en las autoridades, y sólo cree en la
experiencia personal.
El resultado inmediato de esta operación lo tenemos a la vis-
ta : la Iglesia se ha vuelto carismática. Los «nuevos movimien-
tos», cuyo prototipo es el carismatismo, responden a la nueva
manera de entender la Revelación. Han comenzado con expe-
riencias claramente no católicas, pero la jerarquía conciliar se ha
esforzado en encuadrarlos en un muy elástico marco dogmático
y disciplinar. Ahora los pastores corren por detrás del rebaño,
tratando que cada oveja no tome por su lado, pero sin decidir
ellos hacia dónde han de ir.
Lo que todavía no salta a la vista es el resultado final. Lo que
se revela en una comunidad que no se somete a la regla de la
Doctrina revelada, no es el Espíritu Santo. En el mejor de los ca-
sos será el espíritu humano, que está herido por el pecado. Pero
sabemos que el diálogo democrático queda en manos de las
fuerzas ocultas que dominan la propaganda y gobiernan sin
compromisos con la verdad ni responsabilidad personal. Por eso
es de temer que el espíritu que se revela en la nueva Iglesia ca-
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 297

rismática, no sea ni siquiera el de la carne, sino el de las tinieblas.


Por su influencia, en una gran parte del rebaño de Cristo, azuza-
das por pastores ciegos, las ovejas enloquecidas corren hacia el
barranco.

B. EL MISTERIO PASCUAL
Lo único que necesitaba el humanismo para volver amable el
Evangelio y sacar provecho de sus bondades, era disolver la
Cruz de Cristo. Para el humanismo integral, el gran defecto del
cristianismo medieval, en cierto modo el único, fue haber cen-
trado el misterio de Cristo en el Sacrificio, tiñendo la religión con
su matiz negativo, tan repugnante al corazón del hombre.
Alentada por la gentileza de su subjetivismo, la teología nue-
va fue poniendo a punto una reinterpretación positiva del cris-
tianismo, más adaptada al hombre moderno, a la que bautizó
con el hermoso nombre de Misterio Pascual. Creyó haber sinteti-
zado el antidepresivo más eficaz para el humanista ateo : la ale-
gría cristiana sin los efectos secundarios de la espiritualidad sa-
crificial del medioevo.
Consideremos primero el Misterio Pascual en sí mismo y
luego su participación por los sacramentos.

I. La abolición de la Cruz

La doctrina católica enseña que el sacrificio de la Cruz se hizo


necesario por la preordenación divina, por cuanto era el medio
más conveniente para reparar las consecuencias del pecado. Por
la desobediencia del pecado, los hombres no dieron a Dios la glo-
ria que le debían y merecieron la pena de muerte. El Verbo se hizo
hombre para satisfacer la deuda de los hombres con Dios, porque
por su obediencia hasta la muerte lo glorificó sobre toda medida,
y les abrió a los pecadores la posibilidad de la redención.
298 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

Para abolir la necesidad del pago de sangre, los magos del


humanismo van a anular el documento del débito. Si el pecado
no nos deja en deuda con Dios, el sacrificio de la Cruz es un de-
talle innecesario en el misterio de Cristo y podemos obviarlo 1.

1º El pecado no deja deudas con Dios

No hay que buscar mucho para hallar el truco que permita


escamotear el documento de nuestra deuda. Dios es inmutable, por
lo que los actos buenos del hombre nada le agregan y los malos
nada le quitan. El hombre se hace bueno para su propio prove-
cho y malo para su propio daño. Dios es un Padre bueno – éste,
dijimos, es el principio primero del católico humanismo – que
nos ha creado por nosotros mismos, se alegra por nosotros cuan-
do progresamos, se aflige por nosotros cuando nos perjudica-
mos, pero a El nada le sumamos ni nada le restamos. El peor pe-
cador es para Dios – según el blasfemo humanismo – un hijito
querido que se ha lastimado 2.

2º La Salvación no es obra de justicia sino de amor

Con Dios no hay deuda, por lo que tampoco puede haber ne-
cesidad de satisfacción. La doctrina anselmiana de la satisfacción
penal de Jesucristo 3, por lo tanto, no sería más que un antropo-
morfismo medieval. Cristo habría pasado por el dolor y la muer-
te por simple solidaridad con nosotros, para mostrar que nada
humano le es ajeno.
Es más, aunque es cierto que el pecado puede dejar en deuda
al hombre con los demás hombres, Jesucristo vino a decirnos que

1 Los errores que denunciamos en este punto están ampliamente explicados

y refutados en nuestro artículo El Misterio Pascual, en Cuadernos de La Reja n. 4.


2 Ya refutamos este error al hablar de la finalidad del Concilio, en el primer

capítulo.
3 San Anselmo de Canterbury fue el primero en expresar este dogma de fe

en los términos más explícitos de deuda y satisfacción.


CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 299

su Padre es un Dios de misericordia y no de justicia, que perdona


sin mirar daños, por lo que conviene que los hombres perdonen
a los hombres sin exigencias de satisfacción : así como Dios no
tiene en cuenta nuestras deudas, tampoco tengamos en cuenta
las de nuestros deudores. Si los hombres de la esfera religiosa no
dan ese ejemplo de amor universal a los hombres, que no discri-
mina entre justos y pecadores, nunca se alcanzará la solidaridad
en la esfera política de las naciones.
Este pensamiento que acabamos de expresar es sutil pero
blasfemo. No habla de una misericordia que va más allá de la
justicia y la perfecciona, sino de una misericordia injusta, indife-
rente al bien y al mal. Corresponde con la hegeliana visión posi-
tiva de los contradictorios a que nos referimos más arriba, es in-
dispensable para poder hablar de fraternidad universal entre los
hombres y, sobre todo, desliga la acción de sus compromisos con
la verdad. Ahora el ladrón puede pedir perdón quedándose con
lo robado, y el Papa recibe de corazón en el Vaticano a los perse-
guidores de la Iglesia.

3º El Salvador no es Jesucristo sino Dios Padre

La verdad revelada nos enseña que, si bien la encarnación fue


iniciativa misericordiosísima de Dios, la redención por la Cruz
fue obra de Cristo en cuanto hombre y en nombre de sus herma-
nos pecadores, pues dio satisfacción por nuestros pecados. De
allí que, dice Santo Tomás 1, “ser inmediatamente redentor es
propio de Cristo en cuanto hombre, aunque la redención misma
pueda atribuirse a la Trinidad como a la primera causa”.
Al quitar el dogma de la satisfacción vicaria, la nueva teolo-
gía ve la salvación (ya no conviene el nombre de «redención»)
como una obra en la que Cristo es simple ministro o instrumen-
to, por lo que debe atribuirse inmediatamente a Dios Padre, que

1 III, q. 48, a. 5.
300 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

es quien lo envió. Ahora ya no se dirá que Jesucristo es nuestro


Salvador, sino que Dios nos salva en El : “En El [Cristo] Dios nos
reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del
diablo y del pecado” (Gaudium et spes n. 22).

4º La salvación no se cumple en la muerte


sino en la gloriosa Resurrección

La doctrina católica enseña que la vida de Jesucristo se centra


en el sacrificio de la Cruz. La nueva teología reemplaza el mis-
terio de la Cruz por el Misterio Pascual, en uno de sus pases má-
gicos quizás mejor logrados. Para un católico con vida litúrgica
el nombre es encantador, pues le recuerda esa alegría tan pura
que se alcanza después del Viernes Santo. Pascua significa «pa-
so», y la teología nueva reduce el sentido de la muerte de Cristo
a un simple paso a la gloria de la Resurrección. Será este último
acontecimiento el que ocupe de ahora en más el centro del miste-
rio de Cristo.
Este es un truco con algo de genial para poner la causa ejem-
plar del giro antropocéntrico. El sacrificio de la Cruz es obra del
hombre para glorificación de Dios, mientras que la Resurrección
es obra de Dios para glorificación del hombre. Nuestro Señor Je-
sucristo obró toda su vida por amor a su Padre y consumó su
obra al ofrecer el Sacrificio de glorificación de Dios, por su obe-
diencia hasta la muerte : “Consummatum est”. La gloriosa Resu-
rrección es la respuesta del Padre, justísima para con Cristo y mi-
sericordiosa para con nosotros : “Se humilló a sí mismo, hacién-
dose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios
le exaltó” (Fil 2, 9). La intención perpetua en la vida de Nuestro
Señor fue la Cruz para gloria del Padre y no su propia resurrec-
ción : “Yo no busco mi gloria, hay quien la busque y juzgue” (Jn 8,
50). El humanismo, en cambio, invierte los fines : ya no busca sa-
crificarse por la glorificación de Dios, sino que Dios se sacrifique
por la glorificación del hombre.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 301

II. La liturgia del fariseo

Participamos en el misterio de Cristo por la fe y los sacramen-


tos, en especial por la Eucaristía. Como la vida de Jesucristo se
centra en la Cruz, la vida cristiana se centra en la celebración de
la Eucaristía, que es la renovación de su Sacrificio, para que los
fieles lo ofrezcan con los mismos fines de adoración y propicia-
ción, y se ofrezcan junto con la divina Víctima para satisfacción
de sus culpas.
El pensamiento humanista, en cambio, no siente deberle a
Dios ninguna satisfacción, pues Dios es un buen Padre que se
satisface con el hombre mismo. Al contrario, es más bien Dios el
deudor del hombre, porque al trabajar el hombre por su propia
glorificación, ésta redunda en gloria de Dios. De allí que la ce-
lebración de la Eucaristía, que para la teología nueva es la re-
novación del Misterio Pascual, termina siendo un culto de glo-
rificación del hombre, pues la grandeza del hombre engrande-
ce a Dios.
Suena blasfemo y lo es, pero este giro satánico – dijimos – se
puede esconder muy bien. Según la liturgia de la Misa reforma-
da por el Concilio, Cristo glorioso (el Kyrios) se hace presente
desde que se pone el signo sacramental, esto es, desde que se
reúne la asamblea litúrgica; o mejor, la asamblea misma es Cristo
glorioso. La gloria del hombre es la libertad, pues por ella se hace
semejante a Dios; los hombres que se reúnen son hombres reli-
giosos, en los que brilla la imagen de Dios, es decir, son hombres
que se han liberado. La Eucaristía es el Cántico de acción de gra-
cias de Moisés después de cruzar el Mar Rojo y liberarse de la es-
clavitud. En ella se ofrece “el fruto de la tierra y del trabajo del
hombre”, porque el hombre padeció trabajando con los bienes de
la tierra para liberarse de la miseria y de toda tiranía – al negati-
vo concepto medieval de padecer con Cristo para merecer pasi-
vamente el ser glorificado con El, se le sustituye el positivo con-
302 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

cepto moderno de trabajar para ganar activamente la gloria de la


libertad; no hay que com-padecer sino co-laborar –. Ahora puede
cantar el cántico de triunfo y de acción de gracias.
La nueva liturgia es la liturgia del Fariseo : “¡Oh Dios! Te doy
gracias porque no soy como los demás hombres” (Lc 18, 11). No
sólo no adora ni pide perdón, sino que no hay ni siquiera impe-
tración. Está satisfecho de sí mismo, y se percibe que la acción de
gracias no se dirige propiamente a Dios, sino sugiere que es Dios
quien le tiene que estar agradecido. Es muy significativo que en
la Misa nueva se haya omitido el rito tradicional por el cual el sa-
cerdote se detenía antes de subir al altar y se inclinaba para pedir
perdón como el publicano 1.

III. El Misterio Pascual


en el Concilio

La doctrina del Misterio Pascual fue desarrollada en los círcu-


los más bien cerrados de la teología nueva, en los años anteriores
al Concilio. En la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium,
sobre la sagrada liturgia, aparece mencionada pero no propia-
mente desarrollada. Esto se explica porque fue el único docu-
mento preparado por las comisiones preparatorias del Concilio,
donde todavía había fuertes sostenes de la teología tradicional,
por lo que los novadores tuvieron que ser muy cautos en la ex-
posición de sus ideas. Los demás documentos conciliares fueron
redactados después que se dio lo que en un principio nadie soñó
que se pudiera dar : la entrega del Concilio al modernismo. Mas,
luego, la reforma de los ritos litúrgicos fue llevada a cabo por
una comisión totalmente integrada por elementos novadores,
que tomaron la doctrina del Misterio Pascual y el ecumenismo
como principios rectores de todos los cambios.

1 No nos detenemos en este punto, pues está bien explicado en el estudio

de la FSSPX sobre El problema de la reforma litúrgica.


CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 303

C. JESUCRISTO PERFECTO HOMBRE


Dos documentos conciliares tratan de Jesucristo de una ma-
nera más directa, Gaudium et spes y Ad gentes, ambos promulga-
dos el último día del Concilio, el 7 de diciembre de 1965. Ambos
consideran la relación de la Iglesia con el mundo, pero en un en-
foque diferente, que hasta podría considerarse como contrario.
Porque el primero, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, plantea una relación de convivencia y de mutua relación,
mientras que el segundo, Decreto sobre la actividad misionera de la
Iglesia, plantea una relación de conversión y conquista. Tienen,
además, otra diferencia que se puede resumir en dos palabras : el
primero es estúpido y el segundo inteligente. Esto explica que
una tercera diferencia sea sólo aparente y no real : el segundo pa-
rece más católico. En realidad, ambos sostienen la misma doctri-
na, pero el primero la expone bobamente y el segundo la disfraza
con habilidad. Éste último documento, que obtuvo el record de
aprobación en la votación final (2.394 placet contra 5 non placet),
fue redactado de un tirón por los dos campeones del Concilio,
Karl Rahner e Ives Congar.
Enseña la fe católica que el Hijo de Dios se hizo hombre para
que el hombre se haga hijo de Dios. El Verbo divino se encarnó y
padeció en la Cruz para redimirnos del abismo del pecado y de-
volvernos la participación de su filiación divina. Para alcanzar,
entonces, la gloria divina, el hombre debe sacrificar con Cristo
las glorias humanas que lo atan al pecado.
Pero el humanismo nuevo, dijimos, es la reacción del hombre
viejo ante el horror de la cruz, por el cual esconde el talento de
gracia que se le dio, prefiriendo ser simple hombre con paz que
hijo de Dios con dolor 1. El humanista nuevo – el integral, no el

1 Mateo 25, 24 : “Llegándose también el que había recibido un talento dijo :

«Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y reco-
304 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

ateo – sabe que la paz le vino sólo con Jesucristo, de manera que
no quiere renunciar a Él y va a persuadirlo para reorientar el fin
de su misión : “Absit a te, Domine, non erit tibi hoc!” 1. El truco es
simple y ya lo señalamos : el hombre es imagen de Dios, porque
es propio del hombre ser libre y es también lo propio de Dios; de
allí que el hombre es más divino cuanto más humano. Sin renun-
ciar entonces a la fórmula tradicional, el humanismo conciliar le
dará una nueva interpretación : El Hijo de Dios se hizo hombre
para que el hombre se haga verdadero hombre 2.

ges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu ta-
lento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo»”.
1 Mateo 16, 21-24 : “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discí-

pulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los su-
mos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole
aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo : «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún mo-
do te sucederá eso!» Pero él, volviéndose, dijo a Pedro : «¡Quítate de mi vista, Sata-
nás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino
los de los hombres!» Entonces dijo Jesús a sus discípulos : «Si alguno quiere ve-
nir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quie-
ra salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará»”.
2 La Comisión Teológica Internacional se refiere a esta interpretación en

unas conclusiones sobre Teología, Cristología y Antropología, de 1981 (en CTI, Do-
cumentos 1969-1996, BAC 1998, p. 253-254). Bajo el subtítulo : La imagen de Dios en
el hombre o el sentido cristiano de la «deificación» del hombre, comienzan diciendo :
“«El Verbo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios». Este
axioma de la soteriología de los Padres, sobre todo de los Padres griegos, se nie-
ga en nuestros tiempos por varias razones. Algunos pretenden que la «deifica-
ción» es una noción típicamente helenista de la salvación que conduce a la fuga
de la condición humana y a la negación del hombre. Les parece que la deifica-
ción suprime la diferencia entre Dios y el hombre y conduce a la fusión sin dis-
tinción. A veces se le opone, como un adagio más coherente con nuestra época,
esta fórmula : «Dios se ha hecho hombre para hacer al hombre más humano»”.
Viene luego una explicación del sentido de «deificación» carente de todo susten-
to ontológico : “La cercanía a Dios [que supone la deificación] no se alcanza tanto
por la capacidad intelectual del hombre cuanto por la conversión del corazón,
por una obediencia nueva y por la acción moral, las cuales no se realizan sin la
gracia de Dios… De la misma manera que la encarnación del Verbo no muda ni
disminuye la naturaleza divina, así tampoco la divinidad de Jesucristo muda o
disuelve la naturaleza humana, sino que la afirma más y la perfecciona en su
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 305

Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, será presen-


tado por Gaudium et spes como perfecto Hombre, el hombre ejem-
plar que viene a humanizar la Humanidad. Ad gentes, en cambio,
parece ser el documento conciliar que, por fin, nos dice que Cris-
to es también Dios. Pero, por una oscura necesidad que no llega-
mos a comprender totalmente, Cristo verá disminuida su divini-
dad por el magisterio conciliar, que se muestra claramente toca-
do por un cierto neo nestorianismo y un neo arrianismo.

I. Jesucristo perfecto Hombre

La Constitución conciliar Gaudium et spes cuenta con una ex-


posición preliminar y dos partes, una general y otra particular.
La parte general, más doctrinal, tiene cuatro capítulos, dedicados
respectivamente a la persona humana, a la sociedad, al trabajo y
a la relación entre la Iglesia y el mundo. Cada uno de estos capí-
tulos termina refiriendo el asunto tratado a Cristo, lo que nos
ofrece una idea bastante acabada de lo que es Jesucristo para el
Concilio.
El último número del primer capítulo, dedicado a La dignidad
de la persona humana, bajo el subtítulo «Cristo, el Hombre Nue-
vo», nos descubre quién es Jesucristo : “En realidad, el misterio
del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.
Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de ve-
nir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la
misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifies-

condición creatural original”. Es cierto que no la disuelve, pero ¡vaya que la mu-
da! ¿es que no la modifica el organismo sobrenatural de la gracia santificante y
virtudes infusas? Después de la explicación, que uno creyó que iba a defender el
axioma de los Padres contra el moderno, se termina concluyendo : “En este sen-
tido, la «deificación» entendida correctamente hace al hombre perfectamente
humano : la deificación es la verdadera y última «humanización» del hombre”.
No hay que negar, entonces, el axioma de los Padres, pero porque significaría lo
mismo que el adagio a la moderna.
306 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

ta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la su-


blimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las ver-
dades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su
corona. El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el
hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la
semejanza divina, deformada por el primer pecado. Como en Él
la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida, por eso
mismo también en nosotros ha sido elevada a una sublime dig-
nidad 1. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto
modo, con todo hombre. […] El hombre cristiano, conformado
con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos her-
manos, recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23), las cuales le
capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este
Espíritu, que es prenda de la herencia, se restaura internamente
todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo. […] Es-
to vale no solamente para los cristianos, sino también para todos
los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia
de modo invisible”.
Antes de comentar este punto, que se presenta a manera de
síntesis de la Revelación, es necesario considerar un aspecto que
tiene que haber dividido el ánimo de los Padres conciliares que
lo aprobaron. ¿Pretende ser una síntesis completa y definitiva del
cristianismo o sólo una exposición parcial y momentánea, apologé-
tica, dirigida al humanista incrédulo? Porque podría pensarse – y
creemos que muchos Padres conciliares se consolaron pensándo-
lo – que a los amantes del hombre conviene presentarles a Cristo
como “el hombre perfecto”, que “manifiesta plenamente el hom-

1 Corregimos la versión española de la BAC, que da una traducción incom-

prensible : “En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido eleva-


da también en nosotros a dignidad sin igual”. El original latino dice : “Cum in
Eo natura humana assumpta, non perempta sit, eo ipso etiam in nobis ad su-
blimem dignitatem evecta est”. La versión francesa traduce mejor : “Parce
qu'en lui la nature humaine a été assumée, non absorbée, par le fait même, cette
nature a été élevée en nous aussi à une dignité sans égale”.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 307

bre al propio hombre”, para llevarlos luego al amor de Dios, “ut,


dum visibiliter Deum cognoscimus, per hunc in invisibilium amorem
rapiamur” 1. Pero pensar esto era una falsa ilusión, porque ese
«luego» nunca llegó : ni Gaudium et spes, ni los demás documen-
tos del Concilio, ni el magisterio posconciliar salió nunca de esta
presentación de la nueva (porque es tal) Religión. El título del
punto es claro : De Christo Novo Homine. No dice : El nuevo Adán,
que sugiere el contexto tradicional de pecado y redención, sino :
El Nuevo Hombre, en claro contexto humanista.
En el primer párrafo se habla de la revelación de tres miste-
rios : el misterio del Padre, el misterio del Verbo encarnado y el
misterio del hombre. Si nos ilusionáramos pensando que se trata
de un enfoque apologético, diríamos que se habla a los incrédu-
los del misterio del hombre, único con el cual ellos se enfrentan
en su incredulidad, para llevarlos al misterio de la Encarnación
y, de allí, a la revelación completa del misterio del Padre, es de-
cir, de la Santísima Trinidad. Pero el punto dice lo contrario. El
misterio del Padre es el misterio “de su amor”, esto es, de su
amor por los hombres, que se revela en el misterio del Verbo en-
carnado; pero lo que manifiesta a los hombres el misterio de la
Encarnación, es el «Misterio del Hombre». Éste se presenta, en-
tonces, como el contenido último y final de la Revelación. Dios,
Papá bondadoso, sabe que al hombre sólo le interesa el misterio
de su ombligo, y por eso mandó al Verbo para se lo explique.
Este primer capítulo comenzó, en el n. 12, hablando justa-
mente del misterio del hombre como centro de la creación :
“Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este
punto : todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función
del hombre, centro y cima de todos ellos. Pero ¿qué es el hom-
bre?” Y la respuesta inmediata, con la que se supera al huma-
nismo ateo, es que el hombre es la «imagen de Dios». Por eso,

1 Prefacio de Navidad : “Para que, conociendo a Dios visiblemente, seamos

por ello arrebatados en el amor de lo invisible”.


308 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

puesta esta premisa mayor, cuando en nuestro n. 22 se dice : “El


que es imagen de Dios invisible, es también el hombre perfecto”, se
supone el siguiente silogismo : El hombre es imagen de Dios;
ahora bien, el Hijo es la perfecta imagen de Dios; por lo tanto, Je-
sucristo “es el hombre perfecto”. Es curioso, porque estábamos
acostumbrados a hacer el silogismo para el lado opuesto : el
hombre es a imagen de Dios (cuanto más participa de la natura-
leza divina); ahora bien, el Hijo es la perfecta Imagen (por cuanto
no participa sino tiene naturaleza divina); por lo tanto, Jesucristo
es perfecto Dios. Pero esta inversión es la consecuencia del giro
antropocéntrico en el mismo Cristo : así como Dios está al servicio
del hombre y la gracia subordinada a la naturaleza, el término
principal del movimiento de encarnación no es que un hombre
sea DIOS, sino que Dios se hizo HOMBRE. Como lo muestra el
resto de la Constitución, «hombre perfecto» queda a modo de de-
finición de Jesucristo.
Si se piensa bien, hay completa coherencia, pues debe haber
proporción entre la causa y el efecto. Pero que el Lector a la anti-
gua preste atención, pues sabemos por experiencia que le es difí-
cil dejar de equivocarse. Porque allí se dice que el efecto de la en-
carnación fue “devolver a la descendencia de Adán la semejanza
divina, elevando la naturaleza humana a sublime dignidad”. El
católico formado a la antigua, acostumbrado a distinguir natura-
leza y gracia, entiende que Cristo restaura el organismo sobrena-
tural sobre la naturaleza humana. Pero el Concilio juzga que no
conviene hacer esa distinción, por lo que dice allí que la misma
naturaleza humana es elevada a sublime dignidad. Porque, como
Santo Tomás dice – para esto son tomistas – que la misma natu-
raleza humana es imagen de la divinidad, concluyen que ella
misma es dañada por el pecado y ella misma es restaurada por la
gracia, gracia que no es otra cosa que la perfecta libertad. Por lo
tanto, si se entiende que la restauración del hombre se hace por
el agregado de una sobrenaturaleza, que es participación de la na-
turaleza divina, se sigue que la causa próxima sea un Hombre-
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 309

Dios; pero si lo que hay que restaurar es la naturaleza humana en


sí misma, la causa proporcionada es un Hombre-perfecto.
Inmediatamente a continuación, nos encontramos con una de
las perlas más preciosas del Concilio : al asumir la naturaleza
humana, Cristo se une quodammodo con todo hombre (cum omni
homine). Cómo se dé esto, que cada cual lo medite. Hacia el final
se dice que la gracia obra de modo invisible en “todos los hom-
bres de buena voluntad”. El asunto que habría que analizar es si
la encarnación nos hace a todos de buena voluntad. Si tenemos
en cuenta que la encarnación restauró la naturaleza humana en sí
misma, bien podemos pensar que sí, porque no es natural que el
hombre se incline al mal. El optimismo conciliar nos inclina a
pensar así : “En la [estructura de toda la persona humana] desta-
can los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia y fraterni-
dad; todos los cuales se basan en Dios Creador y han sido sana-
dos y elevados maravillosamente en Cristo” (n. 61).
En las referencias a Jesucristo de los demás capítulos, se sigue
con lo mismo : Cristo es el hombre perfecto y su obra es la res-
tauración de todo lo divino que hay en el hombre, es decir, de
todo lo humano (porque ahí está el chiste, que lo humano es lo
divino, pues el hombre es imagen de Dios) :
 “Se ofreció hasta la muerte por todos, como Redentor de
todos. Nadie tiene mayor amor que este de dar uno la vida por
sus amigos. Y ordenó a los Apóstoles predicar a todas las gentes
la nueva evangélica, para que la humanidad se hiciera familia de
Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor” (n. 32).
 “El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas,
hecho El mismo carne y habitando en la tierra, entró como hom-
bre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y recapitu-
lándola en sí mismo. El es quien nos revela que Dios es amor, a
la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección
humana es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que
creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos
310 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la


fraternidad universal no son cosas inútiles” (n. 38) 1.
 “El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó pa-
ra que, siendo Hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara
todas las cosas” (n. 45).

II. Jesucristo imperfecto Dios

Si un pagano acudiera a los textos del Concilio Vaticano II


para hacerse una idea de quién es Jesucristo para los católicos,
nos parece cierto que no vería que creemos que es Dios, sino una
cierta entidad inferior. Se omite la profesión simple y clara de es-
ta verdad fundamental, y las expresiones de uso constante hacen
pensar, por una parte, en una distinción de sujetos de atribución
entre Jesucristo y Dios – lo que pertenece a la herejía nestoriana –
y, por otra, que el Hijo no es simpliciter Dios – lo que pertenece a
la herejía arriana –. Y esta penosísima impresión no es despejada
sino acentuada en el magisterio posterior al Concilio.

1º Omisión de la profesión de fe
en la divinidad de Jesucristo

Hemos hallado sólo dos lugares, en los documentos del Con-


cilio, donde se afirma explícitamente que Jesucristo es Dios, y en
ambos casos se trata de expresiones obiter dicta (dichas de paso).
En Unitatis redintegratio aparece como profesión de fe común en-
tre católicos y cristianos reformados : “Nuestra atención se diri-
ge, ante todo, a los cristianos que reconocen públicamente a Je-
sucristo como Dios y Señor y Mediador único entre Dios y los
hombres, para gloria del único Dios, Padre, Hijo y Espíritu San-

1 ¿Amor humano o amor divino? Para el humanismo conciliar ¡el amor

humano es divino, porque el hombre es imagen de Dios! Por eso, en su pers-


pectiva, el amor es la perfección humana, sin más, y el mandamiento nuevo de
Nuestro Señor no se distingue en nada del mandamiento masónico de la frater-
nidad universal.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 311

to” (n. 20). La profesión va sin tropiezo para un creyente forma-


do en su catecismo, pero no es nada clara para el incrédulo, pues
Cristo es puesto, a la vez, como divino extremo y como algo me-
dio : Dios y Mediador entre Dios y los hombres. Un pagano en-
tendería que Cristo es un dios inferior, con una situación media
entre los hombres y el Dios superior.
Encontramos la segunda afirmación en Ad gentes divinitus :
“Cristo Jesús fue enviado al mundo como verdadero mediador
entre Dios y los hombres. Por ser Dios, «habita en El corporalmen-
te toda la plenitud de la divinidad» (Col 2,9); según la naturaleza
humana, nuevo Adán, es constituido cabeza de la humanidad
renovada, «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14)” (n. 3). La afir-
mación es fuerte : “Cum Deus sit”, pero habría sido mejor poner
“según su naturaleza divina”, para que quede en paralelo con lo
que se pone después : “según su naturaleza humana”. Además,
se acompaña con la cita que habría elegido Nestorio, quien afir-
maba que Jesús era Dios porque Dios habitaba en El como en su
templo, y no porque fuera Dios personaliter et hipostatice.
Estas dos expresiones no son suficientes como profesión del
dogma, porque no basta la atribución directa «Cristo es Dios»
para declararlo, pues puede entenderse que es Dios de manera
impropia o metafórica. Hay que agregar algo que signifique que
Cristo es Dios verdadera y propiamente. Pero el término propio del
dogma, unión hipostática, no aparece nunca, por supuesto, en los
textos conciliares, porque se ha evitado prolijamente toda expre-
sión de sabor escolástico (salvo el «subsistit in»), ni aparecen ex-
presiones equivalentes. Tampoco se usa nunca la expresión más
simple y clara del catecismo católico : Jesucristo es verdadero Dios
y verdadero hombre. Y aunque un Concilio no tiene por qué
volver a afirmar todas y cada una de las verdades de fe, ésta es
fundamental y los textos conciliares ofrecían infinidad de oca-
siones para hacerlo 1.

1 Si miramos el magisterio anterior, a cada paso se profesa esta verdad. El

Vaticano I apenas si pudo promulgar dos constituciones, pero allí se dice de Je-
312 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

2º Un aire de nestorianismo

No sólo se omite la clara profesión del dogma de la divinidad


de Jesucristo, sino que constantemente se distingue a Jesucristo
de Dios como sujetos diferentes de atribución, refiriéndose muy
frecuentemente a lo que hace «Dios en Cristo» 1. No está mal en
sí mismo, y en la Sagrada Escritura se hace, porque por «Dios» se
puede entender «Dios Padre»; pero un pensamiento verdadera-
mente católico busca sostener siempre todos los extremos del
dogma, compensando las expresiones de distinción con las de
identificación. Ahora bien, esta omisión y tendencia se sigue ob-
servando en los textos del magisterio posterior al Concilio, y de
manera aún más marcada y preocupante, en los documentos casi
oficiales de la Comisión Teológica Internacional.
Pero la concepción nestoriana está más especialmente impli-
cada en la atribución a Jesucristo de la nueva noción de «sacra-
mento» que, si bien no está explícitamente mencionada en los
documentos del magisterio conciliar y posconciliar, lo está de
modo implícito y no ha dejado de ser explicitada por los nuevos
teólogos.
La herejía de Nestorio consistió en negar la unión de la natu-
raleza humana y divina en la única persona del Verbo, que por
darse en la unidad de persona o hipóstasis, se ha llamado «unión

sucristo : “Por la autoridad del mismo Dios y Salvador nuestro les mandamos…”
(Denzinger 3044). El Concilio de Trento comienza, en su sesión III, fundando su
enseñanza en la proclamación del Credo Niceno-Constantinopolitano. Y no hay
que buscar demasiado para encontrar clarísimas afirmaciones de esta verdad :
“En el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan
y del vino, se contiene verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesu-
cristo, verdadero Dios y hombre” (Denzinger 1635).
1 Apostolicam Actuositatem 5 : “El mismo Dios tiende a reasumir, en Cristo,

todo el mundo en la nueva creación”. Ad Gentes 21 : “Para que todo se someta a


Dios en Cristo y, por fin, sea Dios todo en todas las cosas”. Presbyterorum Ordi-
nis 2 : “El fin que buscan los presbíteros con su ministerio y con su vida es pro-
curar la gloria de Dios Padre en Cristo”.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 313

hipostática» : “La sacrosanta Iglesia romana – dice el Concilio de


Florencia en su decreto para los jacobitas – anatematiza también
a Teodoro de Mopsuesta y a Nestorio, que afirman que la huma-
nidad se unió al Hijo de Dios por gracia, y que por eso hay dos
personas en Cristo, como confiesan haber dos naturalezas, por
no ser capaces de entender que la unión de la humanidad con el
Verbo fue hipostática, y por eso negaron que recibiera la subsis-
tencia del Verbo. Porque, según esta blasfemia, el Verbo no se
hizo carne, sino que el Verbo, por gracia, habitó en la carne; esto
es, que el Hijo de Dios no se hizo hombre, sino que más bien el
Hijo de Dios habitó en el hombre” 1. Por lo tanto, todas las opi-
niones que llevan a suponer que en Cristo hay dos sujetos, a uno
de los cuales se le atribuye lo propio de la naturaleza divina y al
otro lo propio de la naturaleza humana, caen bajo el anatema del
nestorianismo.
Ahora bien, considerar a Jesucristo como «sacramento» de
Dios, y aún del Verbo de Dios, lleva a afirmar que Jesucristo es
Dios porque Dios o el Verbo está presente en Él, donde se está dis-
tinguiendo el sujeto humano, que es sacramento o signo, del su-
jeto divino, que es el misterio que se hace presente en cuanto
significado. Son, por lo tanto, expresiones decididamente nesto-
rianas, especialmente cuando se dicen del Verbo de Dios, total-
mente equivalentes a la que afirma que el hombre Cristo es Dios
porque Dios habita en el hombre 2.

1 Denzinger-Hünermann 1344.
2 P. Alvaro Calderón, «L’Église sacrement universel du salut», en La religion
de Vatican II, Premier Symposium de Paris, 2002, p. 131 : “Si consideramos a
Cristo como sacramento-misterio, podemos decir que su humanidad es como el
signo e instrumento eficaz que contiene y da a conocer su divinidad, sin negar
en absoluto la intimidad de la unión hipostática entre ambas naturalezas. Pero
si en lugar de predicar la noción de signo sólo de la parte humana respecto a la
parte divina, la predicamos del mismo Cristo, diciendo – como ahora se dice –
que Cristo es el sacramento-signo de la Divinidad, entonces caemos en nesto-
rianismo dividiendo entitativamente a aquello que es Cristo de aquello que es
Dios. La parte humana puede decirse signo, pero no todo Cristo”.
314 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

3º Un aire de arrianismo

Arrio negaba la perfecta consubstancialidad del Hijo con el


Padre, haciendo del Verbo un dios disminuido : “La sacrosanta
Iglesia romana – dice el mismo Concilio de Florencia – condena a
los arrianos, eunomianos y macedonianos, que dicen que sólo el
Padre es Dios verdadero y ponen al Hijo y al Espíritu Santo en el
orden de las criaturas. Condena también a cualesquiera otros que
pongan grados o desigualdad en la Trinidad” 1. Ahora bien, se
observa también en el magisterio del Concilio y posterior, que
«Dios» sólo se dice sin vueltas (simpliciter) del Padre, mientras
que no se dice del mismo modo del Hijo y del Espíritu Santo. Ya
no se dice «Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo», sino
que «Dios» sólo se pone en aposición (in recto) con el Padre,
mientras que respecto al Hijo y al Espíritu Santo se pone in obli-
cuo : Hijo de Dios y Espíritu de Dios. No deja de afirmarse que «el
Hijo es Dios», pero se lo hace frecuentemente después de un ro-
deo : porque es Hijo. Esta necesidad de agregar una explicación
para afirmar que «el Hijo es Dios» tiene entonces un aire de
arrianismo, pues no lo está considerando Dios simpliciter sino se-
cundum quid, esto es, según cierto aspecto o consideración 2.
La afirmación, por ejemplo, de la divinidad del Hijo en el de-
creto Ad gentes, citada más arriba, viene después de un párrafo en
que se identifica a Dios, simpliciter dicto, con «Aquél que envía al
Hijo», lo que hace pensar que el Hijo es Dios sólo en cierto senti-
do, secundum quid : “Dios [simpliciter dicto], para establecer la paz
o comunión con El y armonizar la sociedad fraterna entre los
hombres, pecadores, decretó entrar en la historia de la humani-
dad de un modo nuevo y definitivo enviando a su Hijo [¿otro que
Dios?] en nuestra carne para arrancar por su medio a los hombres

Denzinger-Hünermann 1332.
1

En el nuevo Catecismo, la expresión «Dios Padre» se usa en 34 puntos;


2

«Hijo de Dios» en 102 puntos; «Espíritu de Dios» en 16 puntos; «Dios Hijo» o


«Dios Espíritu Santo» nunca.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 315

del poder de las tinieblas y de Satanás, y en El reconciliar consigo


al mundo. A El, por quien hizo el mundo, lo constituyó heredero
de todo a fin de instaurarlo todo en El. Cristo Jesús fue enviado al
mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres. Por
ser Dios [¿en qué sentido?], habita en El corporalmente toda la
plenitud de la divinidad [¿es Dios porque Dios habita en El?]” (n.
3). Este es lenguaje constante en el magisterio conciliar.
Agreguemos que estas tendencias son difíciles de señalar,
porque se dan dentro del pluralismo subjetivista del pensamien-
to moderno, que fluctúa en la manera de expresarse de acuerdo a
las circunstancias. Cuando los nuevos doctores (Papas, institu-
ciones o teólogos) quieren destacar la continuidad con la doctri-
na tradicional o se dirigen a auditorios católicos, adaptan el len-
guaje a esa mentalidad, usando fórmulas más tradicionales. Cuan-
do el contexto es otro, aparece otro lenguaje. Por eso no nos gas-
tamos en mostrarlo con más textos : quien se tome el trabajo de
leer los nuevos documentos con estas advertencias – lo que no
aconsejamos a nadie –, no dejará de comprobarlo 1.

D. LA RELIGIÓN DEL HOMBRE


Llegados al término de nuestro trabajo de explicación del Vati-
cano II, debemos volver al principio : la finalidad del Concilio. El

1 No hay que andar mucho. En el primer párrafo del prólogo a Jesús de Naza-

ret, de Benedicto XVI, leemos (las cursivas son nuestras) : “En ellas [“una serie
de obras fascinantes sobre Jesús”] se presentaba la figura de Jesús a partir de los
Evangelios : cómo vivió en la tierra y cómo – aun siendo verdadero hombre –
llevó al mismo tiempo a los hombres a Dios, con el cual era uno en cuanto Hijo.
Así, Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y, desde Dios, se pudo ver la
imagen del auténtico hombre” (p. 7). Decir que Jesús es uno en cuanto Hijo tiene
un aire de arrianismo, decir que Dios se hace visible a través del hombre Jesús tie-
ne más que un aire de nestorianismo (habría que decir “a través de la humani-
dad de Jesús”), y decir que así se pudo ver la imagen del auténtico hombre (y no
del verdadero Dios) es humanismo.
316 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

fin es lo primero en la intención y lo último en la ejecución; de allí


que observar en lo que efectivamente termina la obra del Concilio,
nos confirma lo que estuvo desde el principio en su intención.
Sobre esto diremos dos cosas y nos preguntaremos una tercera : el
humanismo conciliar ha propuesto como fin último la dignidad
del hombre en cuanto tal (1º); ahora bien, todo lo que es conside-
rado como bien último conforma necesariamente una religión (2º);
pero siendo tan evidente la indignidad del hombre sin la gracia de
Dios, ¿cómo ha podido caerse en una ilusión tan atroz? (3º).

I. La dignidad humana
como bien supremo

1º El hombre puesto como fin

El Concilio ha procurado la «promoción del hombre» – como


reconoció Pablo VI en su discurso de clausura – como verdadero
y propio fin en sí mismo. No ha buscado la promoción del católi-
co, ni siquiera de los hombres justos y buenos, sino del hombre en
cuanto tal, pues considera la condición humana como llena por sí
misma de dignidad :
 Que la dignidad no proviene del carácter de católico, lo ha
puesto de manifiesto el ecumenismo, que reconoce la dignidad
del hombre más allá de la religión.
 Que la dignidad no proviene de ningún valor moral, lo po-
ne de manifiesto la indiscriminación entre justos y pecadores,
imitada supuestamente de la benignidad de Dios para con todos
los hombres.
Esta finalidad es verdadera y propia, pues no se trata de una
estrategia apologética ni de un malentendido en la expresión
verbal :
 No se trata de una estrategia apologética por la que se con-
cedería provisoriamente la finalidad del humanismo ateo, para
luego, en un segundo momento, mostrar que la promoción del
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 317

hombre debe terminar necesariamente en el servicio de Dios. Se


demuestra en que, después de cuarenta años de Concilio, nunca
se ha pretendido pasar a una nueva conclusión.
 No se trata de un error en la expresión de los conceptos de-
bido, por ejemplo, a una defectuosa formación personalista. To-
das las reformas y conductas posteriores demuestran que las pa-
labras responden a lo que hay en la inteligencia y, sobre todo, en
el corazón del humanismo conciliar.

2º Dios subordinado al hombre

Considerado individualmente – como dijimos al principio –,


este enorme pecado de orgullo se comete fácilmente, y todo pe-
cado sostenido tiende a elaborar su propia justificación intelec-
tual. El corazón del hombre se vuelve egoísta fácilmente, y quie-
re que el universo con su Creador se ordenen a su propio bien.
La justificación intelectual de esta inversión prometeica no es
difícil de hacer, pues basta que pensemos en el Artífice divino a
la manera de los artífices humanos. En el orden humano, la obra
de arte es siempre, en cierto sentido, mayor que el artista. El ar-
tista que hace un autorretrato, comienza a realizarse como artista
cuando concibe de sí mismo la idea ejemplar de lo que plasmará,
y no termina de realizarse en su condición de artista hasta que no
lleva su obra a cabo. Y aunque esta obra ha salido de él, existe
fuera de él y es, en cierto modo, más grande que él, pues lo per-
fecciona en cuanto artista. Un signo de esto es que el artista pre-
fiere desaparecer él y no que desaparezca su obra, pues en ella
está lo mejor de él.
El fundamento real de lo que acabamos de decir está en que la
idea ejemplar que un verdadero artista humano concibe de sí
mismo para hacer su autorretrato, es participación de la idea que
Dios tiene de él. La luz de nuestra inteligencia es participación de
la luz de la Inteligencia divina, y cuando nos miramos con hu-
mildad, dejamos que la Verdad nos juzgue, haciendo brillar ante
318 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

nuestros ojos lo que tenemos de bueno o de malo, como luces y


sombras de nuestro retrato. Cuando el artista inspirado se plas-
ma en su obra, pone de manifiesto el juicio de Dios sobre su per-
sona, haciendo brillar ante los hombres no su propia gloria, sino
la gloria de Dios. Todo humano creador se da fácil cuenta que en
su obra, si es verdadera, hay algo que no es de él sino que viene
de Arriba. Por eso el hombre se perfecciona por sus obras, en
cuanto que por ellas alcanza mayor perfección asimilándose, en
lo posible, al Creador. Pero todo esto vale para los agentes crea-
dos y no para el Creador, que es Agente perfecto. La Idea ejem-
plar en Dios es su propia esencia divina, y por su obra en nada se
perfecciona, sino que comunica ad extra su propia perfección.
Expliquemos lo mismo con otra comparación. Un buen hijo
glorifica a su padre en cuanto se hace a su imagen, no sólo res-
pecto a la naturaleza por la generación, sino también y más res-
pecto al espíritu por la educación. Pero no solamente manifiesta
lo que el padre tenía y él recibió, sino que siempre algo le agrega
al multiplicarlo, y muchas veces el hijo adquiere otras virtudes
que su padre no tiene, participando el mismo padre de la gloria
del hijo. Pero nunca es así respecto de la paternidad de Dios.
El humanismo conciliar piensa en Dios a la manera del artista
humano, que se ha consagrado al hacer del hombre su autorre-
trato y se complace en contemplarlo. Ahora bien, los errores me-
tafísicos no perdonan. Cuando el Concilio dice de corazón que
Dios ha creado las cosas por el hombre y al hombre por sí mismo
(Gaudium et spes), pone al hombre como fin de Dios y necesaria-
mente considera al hombre como acabamiento y perfección del
mismo Dios. Ahora Dios puede desaparecer, que si queda el
Hombre, queda lo mejor de El. De allí que Pablo VI no halle opo-
sición entre su humanismo y el humanismo ateo.

3º La libertad como valor supremo

Para conferir cierta coherencia a este supremo sofisma, el hu-


manismo no considera como valor supremo ni el ser, ni la ver-
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 319

dad, ni el bien, sino la libertad 1. Porque de este principio se se-


guirían necesariamente dos consecuencias :
 Dios no alcanzaría la plena beatitud por ser el Ser, la Ver-
dad y el Bien por esencia, porque lo es necesariamente; tampoco
la alcanzaría por la procesión del Verbo ni la espiración del Espí-
ritu Santo, porque son también procesos necesarios. Dios alcan-
zaría su perfección por la Creación, único acto en el que pone en
juego su libertad, pudiendo crear o no.
 Dios, al reproducir su imagen en la criatura humana, se su-
peraría a Sí mismo (¡ay, estamos escribiendo la peor blasfemia!)
porque ésta alcanza una plenitud de libertad que El no puede al-
canzar. Porque si la libertad es el valor supremo, evidentemente
no debería estar subordinada al ser, a la verdad o al bien, sino
valer por encima de todo ello. Pero las Personas divinas tienen
su libertad subordinada al Ser, a la Verdad y al Bien, mientras
que las personas humanas son libres de elegir el mal, la falsedad
y la nada. De allí que la Imagen supera en libertad al Ejemplar.
El Lector puede sentir repugnancia ante este sofisma estric-
tamente diabólico, en el que el «non serviam» de Satanás aparece
como la superación del Ser mismo de Dios, y parecerle totalmen-
te exagerado ponerlo como explicación del Concilio Vaticano II.
Pero revise las cuentas y vea que es consecuencia necesaria e in-
mediata de los principios primeros del humanismo. En la atmós-
fera del humanismo (¡ay, tendríamos que empezar a llamarlo sa-
tanismo!) que invadió el Concilio, se respira la “inmensa simpa-
tía”, a la que se refirió Pablo VI, por aquellos hombres tan libres
que fueron capaces de sostener su elección aún ante el fuego de
la Inquisición (¡y el del Infierno!). El mismo Dios se complacería
con orgullo paterno en aquellos de sus hijos que llevaron tan le-

1 En cuanto al ser, el humanista prefiere ser un ratón en libertad que un án-


gel con obediencia militar; en cuanto a la verdad, prefiere la libertad de una
opinión errada que toda la ciencia con sumisión; en cuanto al bien, prefiere la
libertad de pecar que la enajenación de una virtud perfecta.
320 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

jos su libertad, que se atrevieron a independizarse y darlo por


muerto 1.

II. La idolatría del Hombre

Aquello en lo que el hombre cree hallar el bien último, sea


verdadero o aparente, necesariamente irradia su valoración so-
bre todas las cosas, de manera que todo otro fin es bueno en la
medida en que participa de él, y todo otro medio es útil en la
medida en que conduce a él. Se constituye así en el Bien Común
y necesariamente adquiere un carácter divino, haciéndose objeto
de culto y conformando una religión.
La Iglesia católica ha sostenido una religión que con toda
propiedad se llamó «cristiana», porque es la religión de Jesús en
cuanto Cristo, es decir, en cuanto Ungido con el óleo de la divi-
nidad, de la que sólo podemos participar en la medida en que
somos ungidos en El por el bautismo. Y el óleo de esta unción no
es otro que la misma naturaleza de Dios, que Jesucristo tiene en
cuanto que es el Verbo en persona, y de la que nosotros podemos
participar por la gracia que nos comunican los sacramentos.
Pero hemos visto, en el curso de nuestra explicación, que el
humanismo conciliar ha propuesto, con su giro antropocéntrico,
como nuevo bien supremo no lo divino sino lo «Humano», en-
tendido de manera que pueda constituirse en valor absoluto, es
decir, como una omnímoda «Libertad» superadora del ser, de la
verdad y del bien. Y este nuevo óleo consagra un nuevo ungido,
el «Hombre».
Ahora bien, este nuevo bien supremo ha irradiado efectiva-
mente una nueva valoración humanista sobre todas las cosas, aún
sobre las más preciosas de la religión cristiana, como la Gracia,
Jesucristo y la Eucaristía :

1 ¿Acaso los Papas conciliares no manifiestan mucha más simpatía por los

rabinos del judaísmo deicida que por nuestros tradicionales obispos?


CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 321

 La Gracia ya no es la participación de la naturaleza divina,


que ciertamente no quita la naturaleza humana, y a la que eleva
a sublime dignidad; sino que es la perfeccionadora de lo hu-
mano, en cuanto quita los impedimentos de la libertad, de mane-
ra que el hombre en gracia no es el hombre casi divino sino el
hombre propiamente humano.
 Jesucristo ya no es el Hombre-Dios que descendió para di-
vinizarnos, sino el Hombre-perfecto que se hizo presente para
humanizarnos.
 La Eucaristía ya no es el sacrificio de Jesucristo Sacerdote y
Víctima, renovado por los sacerdotes en la doble consagración y
al que se unen los bautizados; sino que es la farisaica Acción de
Gracias de una Humanidad que se cree corona del Creador; fari-
saica, decimos, porque si bien agradece que Dios la creó, consi-
dera que más tiene que agradecerle Dios a ella porque tanto lo
glorificó (como podría ser legítimo por parte de un hijo excelente
respecto a su mediocre padre).
No nos parece necesario prolongar la demostración. El Conci-
lio Vaticano II ha reemplazado la religión cristiana por una nue-
va religión, «la Religión del Hombre». Y como él mismo reconoce
que el hombre es sólo imagen (ei;dwlon) de Dios, tendría que reco-
nocer que ha instaurado una nueva idolatría 1.

1 Casi a la misma hora en que escribíamos estas cosas, 25 de junio del 2008,

el Papa decía en su audiencia de los miércoles : “San Máximo nos dice, y sabe-
mos que es verdad : Adán (y Adán somos nosotros) pensaba que el «no» era la
cumbre de la libertad. Sólo quien puede decir «no» sería realmente libre; para
realizar realmente su libertad el hombre debería decir «no» a Dios; sólo así cree
que es él mismo, que ha llegado al culmen de la libertad. La naturaleza humana
de Cristo también llevaba en sí esta tendencia, pero la superó, pues Jesús com-
prendió que el «no» no es lo máximo de la libertad humana. Lo máximo de la
libertad es el «sí», la conformidad con la voluntad de Dios. Sólo en el «sí» el
hombre llega a ser realmente él mismo; sólo en la gran apertura del «sí», en la
unificación de su voluntad con la divina, el hombre llega a estar inmensamente
abierto, llega a ser «divino». Ser como Dios era el deseo de Adán, es decir, ser
completamente libre. Pero no es divino, no es completamente libre el hombre
322 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

III. Misterio de iniquidad

Hay algo que evidentemente falta en nuestra explicación, y


cuya ausencia nos limitamos a reconocer. Al exponer la doctrina
de esta nueva religión de manera simplificada, sin los cosméticos
lingüísticos con que la adornan sus teólogos, queda en evidencia
que es burda y hasta ridícula. Puede aceptarse que un frailecillo
soberbio, confundido por sus ayunos y los engaños del demonio,
se crea el centro del universo; pero que miles de obispos reuni-

que se encierra en sí mismo; lo es si sale de sí, en el «sí» llega a ser libre; este es
el drama de Getsemaní : que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Transfirien-
do la voluntad humana en la voluntad divina nace el verdadero hombre, así
somos redimidos”.
A nosotros mismos nos asombra encontrar tan abiertamente dicho lo que
denunciamos. “Ser como Dios es ser completamente libre”, con una libertad en
la que decir «no» a Dios (esto es, pecar) no es un defecto que la pierde, sino que
es propiedad casi máxima. “La naturaleza humana de Cristo también llevaba
en sí esta tendencia (a pecar)”, pero fue superada. Esta blasfemia se sigue de
pensar que la posibilidad de pecar es un elemento intrínseco de la libertad, y
Jesucristo ciertamente tenía libertad humana. Ahora bien, evidentemente Dios
no tiene esta posibilidad; entonces ¿no es completamente libre?
A esto agréguese que la encarnación de Jesucristo consiste, según el texto
de la audiencia, en un «salir de sí mismo» (?) que parece al alcance de cualquie-
ra de nosotros : “¿Cómo superar el dualismo, conservar la plenitud del ser hu-
mano y defender la unidad de la persona de Cristo, que no era esquizofrénico?
San Máximo demuestra que el hombre [¿Cristo o nosotros?] encuentra su uni-
dad, su integración, la totalidad en sí mismo, pero superándose a sí mismo, sa-
liendo de sí mismo. De este modo, en Cristo, al salir de sí mismo, el hombre se
encuentra a sí mismo en Dios, en el Hijo de Dios. No hay que amputar al hom-
bre para explicar la encarnación; basta comprender el dinamismo del ser hu-
mano que sólo se realiza saliendo de sí mismo; sólo en Dios nos encontramos a
nosotros mismos, nuestra totalidad y plenitud. De este modo, se puede ver que
el hombre que se encierra en sí mismo no está completo; por el contrario, el
hombre que se abre, que sale de sí mismo, logra la plenitud y se encuentra a sí
mismo en el Hijo de Dios, encuentra su verdadera humanidad”. La explicación
que “supera el dualismo y defiende la unidad de persona de Cristo” parece va-
ler tanto para el hombre que es Cristo como para todo hombre en Cristo, lo cual
es sumamente extraño.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 323

dos en concilio canten las glorias de la Humanidad, cuando ésta


sale de las noches de las Guerras mundiales, vive las negruras
del Gulag soviético y se encamina a ojos vistas hacia abismos to-
davía más profundos, no puede explicarse por simples confusio-
nes doctrinales.
Para hallar el «propter quid» que nos falta, tendríamos que
volver a las intenciones que distinguimos al hablar del giro de-
mocrático del Concilio 1 :
 En su origen primero, el «humanismo» es un engaño diabó-
lico, por el que Satanás nos desprecia envolviéndonos en sofis-
mas análogos a aquellos en los que él mismo se enredó con su
«non serviam».
 En su consecuencia última, el «humanismo» es la doctrina
que hemos intentado exponer a lo largo de nuestro trabajo, doc-
trina que, si no hubiera causado tan graves daños a la Iglesia de
Cristo, calificaríamos de bobísima.
Es manifiesto que esta doctrina no se ha impuesto entre los
católicos bobetas (insulto tierno) por la calidad de sus argumen-
tos, sino por la fuerza de la propaganda. Habría sido imposible
un Vaticano II sin televisión. Pero entre el primer origen y la
consecuencia última pueden señalarse dos eslabones :
 En relación inmediata con la feligresía bobeta está la élite de
los modernistas maquiavélicos, las ovejas carnívoras. Ellos – como
dijimos – están engañados a medias; sostienen sus doctrinas en
parte como un juego mental, poniendo el acento sobre todo en un
subjetivismo bastante escéptico (como debe ser todo subjetivis-
mo que se respete), y en parte mayor como instrumento de acción
contra el catolicismo tradicional (en lo que reside su maquiave-
lismo), pues lo único que tienen claro es lo que quieren negar.
Ellos saben que no interpretan el «sentir de los fieles», sino (en el
mejor de los casos) el sentir que deberían tener los fieles si no
fueran tan bobetas.

1 Cf. «2º Los fines del giro democrático del Vaticano II», p. 240.
324 PROMETEO : LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

 Y falta un eslabón entre la élite modernista y Satanás, el de


los lobos, algunos de los cuales revistieron piel de oveja. Aunque
es de naturaleza oculta, sabemos que existe, porque los mismos
Papas antimodernos no han dejado de denunciar la conspiración
de las sociedades secretas contra la Iglesia, y es evidente que no
podría haberse dado un engaño tan absurdo y tan universal co-
mo el Vaticano II sin su eficaz operación.
CAPÍTULO 4 : ¿UNA NUEVA RELIGIÓN? 325

Religión TRUCOS Religión del


principios católicos
católica transpuestos hombre
Fórmulas dogmáticas La Revelación
La Revelación inadecuadas al Misterio no es doctrina
es misterio y doctrina (pero adecuadas a sino Misterio
Se transmite nuestra inteligencia) Se transmite
por el Magisterio  en la Comunión
TRADICIONALISMO Reinterpretación hic et CARISMATISMO
la Tradición es regla nunc de los dogmas la fe experiencial
de la fe doctrinal Inculturación (hic) e es regla de la
historicismo (nunc) Tradición viva
Dios es inmutable :
no pierde por el pecado
El pecado deja deuda El pecado quita
ni cambia en su amor
irreparable con Dios libertad al hombre
al pecador
Cristo satisface al Padre Dios libera en Cristo
con su muerte  por la resurrección
Dios ama por igual a
MISTERIO DE LA CRUZ MISTERIO PASCUAL
justos y pecadores
Propiciación: Acción de gracias:
No salva la justicia
culto del publicano culto del fariseo
humana sino el amor
divino
Cristo revela Cristo revela
el misterio de Dios El Hijo es la perfecta el misterio del Hombre
Restaura en nosotros Imagen del Padre Restaura en nosotros
la gracia  la naturaleza
CRISTO PERFECTO DIOS Ser imagen de Dios es CRISTO PERFECTO HOMBRE
Ejemplar de lo propio del hombre; Ejemplar de
nuestra divinización por tanto, el Hijo es el nuestra humanización
Quien lo ve, hombre perfecto Quien lo ve,
ve al Padre ve al Hombre
Por Cristo, Por el Hombre,
con El y en El Dios es inmutable : con él y en él
no gana por la creación
Ad maiorem Ad maiorem
Dei gloriam  Hominis gloriam
El fin del Creador
LA RELIGIÓN DE CRISTO LA RELIGIÓN DEL HOMBRE
es la felicidad
Libertad en el Ser, la del hombre «Libertad» en el mal,
Verdad y el Bien la mentira y la nada
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de febrero de 2010
en los talleres de
EDICIONES DEL OESTE,
ubicados en Luis María Campos 1592
1708 – Morón
Pcia. de Buenos Aires
República de Argentina

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

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