Inteligencia Espiritual - 2015 - Chaktoura
Inteligencia Espiritual - 2015 - Chaktoura
Inteligencia Espiritual - 2015 - Chaktoura
Chaktoura
Inteligencia espiritual
Grijalbo
Cuando me pidieron que escribiera este prólogo lo primero que pensé es que por fin alguien
escribía en forma sencilla y profunda sobre la inteligencia espiritual. Recuerdo que cuando estudiaba
psicología, la inteligencia desde el enfoque del coeficiente intelectual intentaba dar muchas respuestas
sobre la plenitud de las personas y empezaba a escucharse con fuerza el concepto de inteligencia
emocional, el cual interviene en todo, desde la expresión hasta la adaptación a situaciones
complicadas. Evidentemente ambos conceptos son mucho más complejos que esta mínima
descripción pero dan pie para explicar lo que sentí con este libro.
La inteligencia espiritual le da sentido a las cosas que hacemos, supera ambos conceptos y los
eleva a un lugar que tiene que ver con los sueños y con lo que este libro plantea hasta el cansancio:
“somos lo que creemos, lo que sentimos, lo que buscamos... somos lo que estamos dispuestos a que
ocurra”.
Es un libro entretenido y fácil de entender que, por sobre todas las cosas, nos invita a hacernos
cargo, a ser responsables de nuestra propia historia y no buscar excusas para no hacer los cambios
que necesitamos hacer.
Einstein decía que uno no puede pedir resultados distintos si sigue haciendo lo mismo. Este libro es
un homenaje a esa frase y nos invita todo el tiempo a cambiar eso que queremos y no sabemos cómo,
a no jugar el rol de víctimas y a ser protagonistas de nuestra historia.
Es una linda invitación a crecer, a conectarnos con lo trascendente y con él “para qué” hacemos lo
que hacemos.
Quiero agradecer al autor la simpleza, lo didáctico y lo profundo del contenido que nos centra en
nuestras fortalezas y en cómo seguir desarrollándolas, y nos conecta con nuestras vulnerabilidades y
nos ayuda a superarlas.
Es un libro de crecimiento, que invita a tomar conciencia y mejorar lo que somos desde nosotros y
no desde soluciones externas que solo maquillan pero no modifican nuestras conductas.
Todos los seres humanos coincidimos en que deseamos ser felices. Entonces, ¿por qué no lo
somos? ¿O por qué no somos tan felices como nos gustaría?
Tal vez debamos revisar el concepto de felicidad y preguntarnos qué es lo que realmente estamos
buscando. Creo profundamente en que somos lo que creemos, lo que sentimos y lo que buscamos. En
definitiva, somos lo que estamos dispuestos a que ocurra.
Esta frase es la síntesis del propósito de nuestro encuentro en estas páginas, a lo largo de las cuales
vamos a recorrer juntos un camino que va más allá de la mente y de las emociones. En este proceso
seguramente encontraremos respuestas inesperadas y aprenderemos a reformularnos muchas
preguntas que nos hacemos a diario.
Parece estar agotándose una forma de vivir. Crecimos signados por nuestro coeficiente intelectual
y por el mundo de las ideas, el conocimiento y el saber tradicional. Pero somos muchos los que
sospechamos que hay algo más allá de la razón.
Las teorías de la inteligencia emocional nos dieron muchas explicaciones nuevas pero, ¿en qué
quedó el espíritu, el alma, la esencia o como queramos llamar al sentido que nos mueve cada día?
La espiritualidad trasciende el concepto de fe y, hasta el más ateo de los ateos necesita sentir esa
fuerza espiritual que excede a la religión. Sea cual sea tu creencia, tu dios, tu idea sobre el destino,
espero que descubras que no hay más destino que el que te atrevas a elegir.
El éxito dependerá de muchos aspectos pero sobre todo dependerá de nuestra actitud, de nuestra
voluntad y del propósito que desde hoy decidamos darle a cada una de las cosas.
Esta propuesta de poner en juego la “inteligencia espiritual” es precisamente una invitación a
encender esa luz interior que motoriza nuestra marcha en la dirección oportuna si elegimos lo que
realmente deseamos.
Trascendamos el dolor y el límite. Creamos que el cambio es posible. Cuestionemos nuestras
creencias, revisemos el significado y el impacto de nuestras palabras. Sintonicemos con el amor de
verdad, con el mensaje sincero. Entendamos que más que inteligentes necesitamos ser sabios; que
nuestro mayor capital no es el dinero ni los bienes acumulados, tampoco cuán bellos o jóvenes
podamos vernos. Más que lo que podamos llegar a “ser”, estemos en sintonía con cómo “estamos”
ahora, en este momento. Apelemos a la autogestión. Seamos dueños y responsables de nuestra
empresa. Aprendamos a regular nuestras ideas, nuestras emociones, nuestras conductas. Entrenemos
nuestros valores, virtudes y fortalezas. Seamos más virtud que virtualidad.
Volvamos al principio: ¿Qué es lo que de verdad deseamos? ¿Qué estamos buscando? ¿Hacia
dónde estamos yendo y hacia dónde queremos ir?
Desde finales de los años noventa la psicología positiva se convirtió en un modelo terapéutico y de
investigación original y revolucionario. En lugar de investigar por qué nos enfermamos se propone
entender y potenciar nuestras cualidades positivas mediante los recursos que todos los seres humanos
tenemos para superar cualquier adversidad y para conquistar lo que queremos en nuestra vida.
Pensemos que tal vez sea más importante sentir y estar que “ser”. Martin Seligman, máximo
referente de la psicología positiva, se atreve incluso a hablar de “florecimiento” en lugar de felicidad.
Por qué no pensar entonces que lo que hasta hoy hemos entendido por felicidad es algo efímero y
abstracto que por su misma condición inalcanzable tiende a acentuar más nuestra frustración que
nuestro bienestar.
¿Qué deberíamos hacer, entonces, para “florecer”? Contactar con nosotros mismos y atrevernos a
la contemplación; apostar a la autogestión más que a los apegos y las dependencias; dejar de buscar
tantas respuestas y comenzar por hacernos las preguntas adecuadas; poner en juego las virtudes y
fortalezas que nos ayuden a alcanzar los resultados esperados; aproximarnos a las emociones
positivas.
Éste es el objetivo de nuestro libro: entrenar nuestra mente, nuestras emociones, nuestro espíritu y
nuestras fortalezas para llegar adonde queremos llegar. Deseo profundamente que este entrenamiento
nos ayude a despertar y descubrir cada aspecto de nuestro “yo”, que definen quiénes somos en verdad
y cuál es el sentido de todo lo que elegimos.
Todo está dispuesto para producir una reflexión saludable. No es un libro personalizado pero está
hecho a la medida de cada lector. Por eso hay muchas preguntas. En ellas se esconde la llave de la
“inteligencia espiritual”, la luz que enciende y activa nuestro despertador interior.
No tengan miedo. La “inteligencia espiritual” es promotora de coraje, optimismo y esperanza.
Tiene todas las vitaminas que la mente necesita para ser cada día más sabia, activa, memoriosa y
floreciente.
Mi propósito más sentido es acompañar en estas páginas a quienes están dispuestos a iniciar su
entrenamiento existencial y abrirse a un proceso de florecimiento.
¿No te gustaría, además, ver flores en los balcones y jardines linderos a tu hogar? Atrevámonos a
que nuestra vida, la de nuestras personas queridas, nuestra ciudad, nuestro país y el planeta no queden
condenados al poema de Baldomero Fernández Moreno:
Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?
No significa que debamos ser artistas sino que podamos apreciar la belleza. No solo el genio es
sensible y creativo. No solo el deportista es fuerte y flexible. No solo el guerrero es corajudo y
valiente. No solo cree el religioso. No solo trasciende la realidad el alquimista o el mago… Tampoco
se trata de convertirnos en monjes ni de escapar de la ciudad sino de contactar, cada uno a su modo,
con el arte de respirar y las virtudes de la meditación. Tomemos conciencia. No perdamos de vista el
sentido que tiene vivir.
La inteligencia espiritual es precisamente la capacidad de conocernos verdaderamente a nosotros
mismos, de trazar la dirección de nuestra vida y saber atravesar los baches, el barro y los temporales
circunstanciales.
La inteligencia espiritual está presente en todos los ámbitos de la vida. Se aplica tanto a la vida
privada como en las relaciones familiares, laborales y sociales que establecemos; vale para la
educación, la política, la empresa y los negocios.
Es fundamental entender que, en la búsqueda de nuestro sentido, ningún cambio o evolución será
posible si no estamos verdaderamente dispuestos a todo lo que verdaderamente implica despertar:
salir de lo conocido, cerrar unas puertas y abrir otras, caminar en la oscuridad, avanzar a pesar de
los obstáculos, trabajar duro la tierra para volverla fértil y hacerla florecer…
Somos cuerpo, mente y espíritu. En este triángulo existencial, muchas veces desvirtuado, contamos
con tres conceptos clave que son el antídoto contra cualquier adversidad: la resiliencia, la
neuroplasticidad y el optimismo.
La resiliencia es nuestra capacidad de superar las situaciones más traumáticas e incluso salir
fortalecidos de cada experiencia, por más dolorosa que pueda resultar. Ya veremos por qué son tan
relevantes las cuatro expresiones que la psicóloga Edith Grotberg propone a la hora de tomar
registro y verbalizar nuestros niveles o estados de resiliencia: “yo soy”, “yo estoy”, “yo tengo”, “yo
puedo”.
Respecto de la neuroplasticidad, la ciencia moderna nos confirmó que el cerebro es plástico;
aprende y resignifica creencias y estados emocionales hasta el último minuto de nuestro paso por esta
vida. Quienes más entrenen su creatividad, flexibilidad y perseverancia, más probabilidades tendrán
de acumular riqueza espiritual. El optimismo es más conocido: es el garante de nuestro éxito porque
el florecimiento está reservado para quienes tienen una mirada positiva de la vida.
Esto quiere decir que somos producto de nuestra genética, de lo que hemos aprendido y de lo que
nos ha permitido nuestro ambiente. Pero todo puede modificarse. Todos podemos ser quienes
queramos ser y podemos dejar un mundo mejor para los que vengan después.
Lo mejor de todo es que la oportunidad para el cambio depende de nuestra voluntad y de la actitud
con la que nos dispongamos a vivir.
Por eso éste es un libro para todos, incluso para quienes en este momento no se sienten optimistas,
dudan de la flexibilidad de la mente y creen que no es posible resurgir fortalecidos de la adversidad.
Para descubrir nuestra verdadera esencia vamos a deshojar los aspectos de nuestro “yo” que le dan
un sentido a nuestra existencia: yo soy; yo pienso; yo siento; yo estoy; yo busco; yo tengo; yo puedo;
yo creo.
A modo de radiografía emocional también entraremos en contacto con las 6 virtudes y las 24
fortalezas consideradas por muchos expertos como la mejor clasificación para abordar los “rasgos
positivos” del hombre contemporáneo. Ya verán cómo paso a paso, a medida que avanzamos en el
entrenamiento y nos disponemos a ser más curiosos, flexibles y a tener más amor por el
conocimiento, descubriremos nuestro verdadero proyecto y sentido. Verán como nos potenciaremos
de optimismo, coraje y perseverancia para luego diseñar y sostener con creatividad, humor y sentido
de la belleza una vida más plena y posible y, en este sentido, florecer y alcanzar la trascendencia.
A lo largo del libro también encontrarán muchas actividades que no deben interpretarse como
tareas obligatorias. Pueden hacerlas a un lado y nutrirse solo de los textos centrales; pueden
realizarlas sin escribir nada; pueden tomar notas en una hoja aparte o registrar todo en estas páginas.
Como en la vida, aquí pueden hacer lo que deseen.
Porque este libro es para todos, pero cada quien hará su propio recorrido. No duden que aquí
comienza una experiencia única. Permítanme ser un faro y guiarlos hacia tierra fértil.
¿CÓMO TE PRESENTARÍAS? YO SOY:
Seguramente nada nos gustaría más que poder decir “Yo soy feliz”. Ésta siempre ha sido y será la
mayor aspiración de la humanidad. Sin embargo, en lugar de tratar de entender cómo lograr la
felicidad, durante siglos hemos destinado mucho más tiempo a pensar y repensar acerca de los
motivos que nos alejan de ella.
Pensemos cuántas horas del día, de la semana, del mes y del año estamos a merced de nuestras
preocupaciones y cuánto tiempo destinamos, de verdad, a ocuparnos de lo que nos haría sentir mejor.
Si lo que buscamos es la felicidad, ¿por qué siempre nos preocupa más lo que pueda ponerla en
riesgo? ¿Por qué nos concentramos más en el temor a la pérdida que en el placer de la conquista?
¿Por qué nos quita el sueño lo que nos falta en lugar de disfrutar de lo mucho o poco que hayamos
conseguido? ¿Por qué, más allá del instinto natural por sobrevivir, hemos desarrollado hábitos cada
vez más autodestructivos? ¿Será que hemos buscado la felicidad en los lugares equivocados? ¿Qué
creemos que nos acercará a la felicidad tan deseada?
Podríamos continuar formulando preguntas de este estilo durante horas pero estas pocas dudas son
tan contundentes que alcanzan para empezar a entender el origen de nuestras preocupaciones y de los
miedos propios de los tiempos que corren. Muchos de ellos son temores o fantasmas innecesarios,
como tantas otras cuestiones sin sentido que no hacen más que apartarnos de nuestro verdadero
propósito en la vida.
Me ayuda recordar cada tanto una frase que escuché en una de mis primeras clases de meditación:
“La vida es demasiado simple. Es nuestra mente la que se encarga de complicar las cosas”.
Claro que lo complicado no es la mente en sí misma sino lo que hacemos con ella. En realidad,
esto depende del sentido que le demos a nuestros pensamientos y a nuestras emociones, y del camino
por el que llevemos nuestras búsquedas, conductas y relaciones. En síntesis, depende del propósito
que le demos a nuestra vida. Pero, ¿hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cómo podemos
escapar de nuestro propio laberinto? En definitiva, ¿podemos ser felices?
Podríamos empezar por preguntarnos qué hemos entendido hasta hoy por felicidad. También
podríamos animarnos a redefinir, y quizás a reafirmar, nuestros verdaderos deseos más allá de todos
los factores que hayan condicionado nuestros días. Pero sobre todo hay algo fundamental sobre lo
que deberíamos reflexionar: ¿cuán dispuestos estamos a que ocurra lo que deseamos?
¿QUIÉNES SOMOS? NO HAY CAMINO MÁS
AUTÉNTICO PARA DESCUBRIRLO QUE AQUEL
QUE NACE DE LA Y DE LA OBSERVACIÓN DE
NOSOTROS MISMOS CON CONCIENCIA
PLENA, ACEPTACIÓN Y COMPROMISO.
Para descubrir quiénes somos y atrevernos a explorar todos los aspectos del “yo” que componen
nuestra identidad (lo que soy, pienso, siento, estoy, tengo, busco, puedo y creo), podemos comenzar
con una reflexión acerca de una pregunta muy simple que suele condicionar nuestra existencia desde
que somos chicos: “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”.
Apenas un niño tiene uso de la palabra sentimos la imperiosa necesidad, seamos o no conscientes
de lo que provocamos, de hacerle entender que hay un futuro, algunas veces condicionado o
heredado, en el que habrá que trabajar muy duro, cumplir con obligaciones y responder a ciertas
expectativas.
¿Por qué desde chicos nos hacen creer que nuestra vida se juega en los años venideros, que
tendremos que elegir la profesión adecuada o sostener el negocio familiar, “conseguir” el marido o
la esposa ideal, formar una familia, ganar dinero, tener autos, casas, perros y todos los ingredientes
indispensables para la foto que reflejará quiénes se supone que somos?
¿Por qué será que desde que nacemos todo está pensado y organizado en torno al futuro? ¿Por qué
parece que solo quienes son aparentemente bellos e inteligentes y cumplen con lo esperable y lo que
es típicamente apropiado tienen garantizada la felicidad? “Belleza”, “inteligencia”, “éxito”,
“felicidad” son palabras maravillosas que nos acompañan y nos sirven de parámetro a medida que
crecemos. Pero el problema no está en las palabras en sí mismas sino en el sentido que les atribuimos
nosotros y en lo que hacemos con ellas.
Al recordar aquellos sueños que teníamos cuando éramos niños y las risas y emociones que
pudimos haber despertado en aquel momento, hoy seguramente irrumpa en escena nuestro ojo
crítico, ese “verdugo interior” que comenzamos a desarrollar apenas perdemos el maravilloso don
de la inocencia.
El mundo contemporáneo nos ha entrenado para que a medida que nos convertimos en adultos
evaluemos, califiquemos y juzguemos todo con dureza, sobre todo a nosotros mismos. Somos
implacables, pero en el fondo, ¿a quién queremos agradar y por qué? ¿Cuáles son nuestros
parámetros de exigencia y tolerancia a la frustración? ¿Por qué vivimos criticando? ¿Es inseguridad,
dependencia, envidia, u orgullo, egoísmo y narcisismo extremo? Lo cierto es que es que la pregunta
“¿Qué vas a ser cuando seas grande?”, además de poner el eje en el futuro, nos ha inducido a hacer
juicios y balances permanentes respecto de nuestros supuestos logros y fracasos.
De ahí surge la necesidad de cuestionarnos a cada paso y atorarnos de “lo que está bien y lo que
está mal”, “lo que se espera y lo que no corresponde”, “lo que logré y lo que no pude”, “lo que tengo
y lo que me falta”.
A lo largo de nuestro entrenamiento espiritual iremos aprendiendo a regular las dosis de energía,
tiempo y dinero que solemos perder por culpa de este vicio adquirido de hacer foco excesivo en
nuestros miedos, mandatos y exigencias, a veces propios y muchas veces ajenos.
Además de nuestro ojo crítico implacable, muchas veces tendemos a echar culpas o buscar
responsables de nuestra insatisfacción. Pero es agotador vivir cuestionando a nuestros mayores o al
sistema en el que vivimos con frases como: “Soy así por culpa de mis padres”, “No he tenido suerte”,
“Me exigían demasiado cuando era chico”, “Han sido crueles, estrictos, despiadados conmigo”, “Mis
padres me transmitieron sus miedos, sus enojos, su insatisfacción”.
En cambio, es más productivo reflexionar acerca de la idea de que nada ni nadie tiene el poder de
determinarnos por completo. Por supuesto que siempre habrá personas o situaciones que nos
condicionen y que ejerzan más o menos influencia en nuestros planes pero la dirección de nuestro
camino está exclusivamente en nuestras manos.
Reducirnos al determinismo sería dejar nuestra vida en manos del confort aparente que nos
ofrecen la resignación y la creencia de que nunca nos ocurrirá nada bueno o de que no podemos
modificar nada.
Los altísimos y generalizados niveles de insatisfacción de la sociedad moderna son una prueba
contundente de que ya no nos alcanza con el saldo que arrojan nuestras cuentas bancarias ni con los
resultados de las clásicas pruebas de inteligencia. Para decirlo en pocas palabras: es tiempo de que
revisemos el paradigma de lo que debemos hacer para ser felices.
Si bien este ejercicio debería movilizarnos a todos a revisar los valores y los comportamientos
con los que nos hemos manejado hasta hoy, el trabajo es muy profundo y personal. Se trata de dejar
de creer que las condiciones no son propicias para ser feliz, que el pasado nos ha condicionado sin
remedio, que en este país todo es imposible y que el mundo está perdido. Supongamos que no tuviste
suerte en la vida, que las condiciones nunca parecen favorecerte, que todo se ve imposible, que todo
está perdido. ¿Qué estás haciendo para que algo de eso cambie? ¿Qué vas a hacer para lograr tus
propósitos en medio de la adversidad?
Sé tu propio Buda. La autogestión positiva, con conciencia plena, es transformadora. Nos
transforma a nosotros, transforma las condiciones en que vivimos, el país imposible y el mundo
perdido.
Nuestros pensamientos y nuestras reflexiones cotidianas nos definen y le dan un rumbo a nuestra
vida. Nuestras conductas son, en definitiva, la respuesta a todo lo que percibimos, interpretamos y
analizamos cada día.
Los pensamientos nos impulsan a la acción o a la inacción; favorecen o impiden ciertos resultados;
promueven o inhabilitan el cambio y el crecimiento; nos provocan bienestar o nos condenan a la
insatisfacción.
Al ser conscientes de nuestras propias capacidades somos seres mucho más dotados que la más
revolucionaria de las computadoras y mucho más potentes que la mejor conexión de Internet a la que
podamos acceder. Ahora, ¿cuánto cambiaría nuestra vida si aprovecháramos mejor esa gran
capacidad de conexión con nuestros propios pensamientos y sentimientos?
Así como cargamos una infinidad de datos personales en Internet o en el sistema de nuestra
computadora, nuestro cerebro y nuestro cuerpo reciben un enorme caudal de información y
estímulos a través de nuestros sentidos. La computadora e Internet ofrecen resultados inmediatos, y
muchas veces muy precisos, a nuestras búsquedas pero nunca podrán procesar ese material personal,
único e intransferible que significa ser protagonista de una experiencia.
A diferencia de las computadoras, nuestra forma de elaborar la información e interpretar lo que
sucede depende del contexto y de nuestras experiencias. Los seres humanos no somos máquinas sino
que percibimos, seleccionamos, organizamos y damos sentido a nuestras experiencias. Eso es lo que
postula la teoría cognitiva al entender al hombre como un “dador activo de significado”.
Esto puede ayudarnos a tomar conciencia sobre la importancia de nuestro cerebro y de nuestras
actitudes y nuestros comportamientos ante la información y las sensaciones que nuestro cerebro nos
ofrece. Nuestros hijos, nuestros amigos y familiares, en fin, el mundo que nos rodea y que recreamos
a diario, tendrán muchas más posibilidades y contarán con más recursos si nosotros nos disponemos
a vivir mejor y los ayudamos a contactar con el bienestar presente en lugar de obsesionarnos con la
pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?” y sus derivaciones en nuestra vida adulta.
Para eso es importante que entendamos que si bien la constitución de nuestra estructura cerebral se
realiza durante los primeros años de vida, en los que la calidad de la nutrición, el afecto y el estímulo
son decisivos, después pasaremos toda la vida modificando y adaptando ese desarrollo neuronal.
Más allá de la carga genética, cada pequeño o gran aprendizaje ha ido configurando nuestra forma
de conocer, de pensarnos y de pensar el mundo —y a nosotros en él.
Ahora mismo, mientras estás leyendo estas líneas, cientos de cosas ocurren a tu alrededor aunque
no te des cuenta. Tal vez seas alguien que quedó atrapado por la lectura. Tal vez estés leyendo
mientras rumiás en paralelo otros pensamientos. Tal vez vayas camino a algún lugar y necesites
chequear cada tanto si estás cerca. Tal vez una voz o un ruido interrumpa tu atención durante unos
minutos. Tal vez tantas otras cosas.
¿Qué pasaría si estuviéramos atentos todo el tiempo a todo lo que ocurre a nuestro alrededor? Sin
duda enloqueceríamos. Por eso nuestra mente necesita filtrar continuamente ese gigantesco volumen
de información que nos rodea. En cada momento seleccionamos, jerarquizamos, descartamos,
“recortamos y pegamos” información. Lo hacemos a partir de nuestros intereses, de lo que nuestra
voluntad nos permite conocer y de lo que estamos dispuestos a descubrir.
En medio de tanta oferta informativa, ¿qué elegimos consumir? ¿Nos preguntamos qué temas nos
interesan y cuáles son nuestras fuentes de información? ¿Somos conscientes de las personas elegimos
para vincularnos y cómo nos relacionamos con ellas? ¿Pensamos qué sentido tienen nuestras
acciones y las situaciones en las que nos involucramos? Estas preguntas pueden ayudarnos a no
perder el rumbo y, en definitiva, a preservar nuestra salud física, emocional y espiritual.
Al igual que quienes deciden la tapa de un diario o los temas de un noticiero de radio o televisión,
cada uno de nosotros elige qué situaciones y personas son más o menos relevantes en cada momento
de nuestra vida. ¿Te atrevés a elaborar la tapa de tu diario cognitivo-emocional-espiritual?
La vida nos somete a un sinfín de hechos pero somos nosotros quienes debemos esforzarnos para
discernir a qué le diremos “sí” y a qué “no”; qué es coherente con nuestros proyectos y qué nos aleja
de ellos; cuánto tiempo, energía y otros recursos vale la pena invertir.
Por fin hemos dejado a la vista la importancia de revisar nuestros filtros y nuestros criterios de
selección y jerarquización para avanzar en nuestro plan de entrenamiento espiritual.
Cuando más adelante abordemos nuestro “yo virtuoso” y hablemos de fortalezas como la
curiosidad, la creatividad y la flexibilidad, podremos entender plenamente la importancia de ampliar
nuestro foco de atención y aceptar que existen muchas alternativas a todo lo que solemos dar por
establecido.
Pero además de revisar en qué cuestiones hacemos foco y cómo establecemos prioridades, es
fundamental entender todo lo que ponemos en juego a la hora de interpretar y darle significado a
nuestras experiencias. Porque así como compararnos con una computadora sería minimizar nuestras
capacidades, no reflexionar sobre las experiencias que atravesamos sería como limitar nuestra vida a
responder: “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”.
¿QUÉ ESTÁS SINTIENDO EN ESTE MOMENTO? ¿PODÉS IDENTIFICAR TUS
EMOCIONES CON CLARIDAD?
Para activar y potenciar nuestra inteligencia emocional debemos empezar por conciliar dos
facultades que, como la luna y el sol, parecen haber sido condenados a vivir en mundos distintos.
¿Por qué la humanidad separó la razón de la emoción? ¿Habremos perdido el rumbo en esa división
de caminos? ¿Explicará esto que nos hayamos alejado cada vez más de nuestra verdad interior y, en
consecuencia, de la felicidad y la satisfacción?
YO PIENSO
Muchas veces lo que sentimos es el resultado de una evaluación mental que hacemos de un hecho o
una idea. Ante un acción tan simple como, por ejemplo, comer una frutilla, nuestra mente (y por lo
tanto nuestro cuerpo) percibe y expresa de inmediato una emoción determinada en reacción. Esa
emoción ejerce a su vez una influencia automática en nuestra cognición. Esto quiere decir que en ese
instante, como resultado de una experiencia emocional determinada, hemos generado un
pensamiento. Quizá pensemos que “las frutillas son ácidas” cuando en realidad fue esa frutilla la que
nos hizo experimentar la sensación de acidez.
Imaginemos qué ocurre desde ese momento si no ponemos en juicio ese pensamiento automático.
¿Cuánto tiempo podría pasar hasta que nos demos cuenta de que no todas las frutillas son ácidas?
Muchas personas viven toda su vida creyendo que las frutillas son ácidas y, al final, se pierden un
gran placer a causa de una creencia falsa. ¿Cuántas frutillas dejamos de comer en nuestra vida por
motivos similares? ¿De cuántas cosas nos privamos sin siquiera darnos cuenta?
¿Qué quiero decir? Que seguramente prejuzgamos situaciones y perdemos a diario muchas más
oportunidades de las creemos que tenemos. Insisto, por eso, en que debemos ajustar a cada paso
nuestros criterios y parámetros de juicio.
VAMOS A INTENTARLO DE NUEVO . ¿QUÉ ESTÁS SINTIENDO AHORA? ¿CON
QUÉ PENSAMIENTOS O IDEAS PODRÍAS ASOCIAR ESAS EMOCIONES?
YO SIENTO
YO PIENSO
ESTA VEZ QUIZÁ NECESITES RESPONDER PRIMERO LO QUE PENSÁS Y
LUEGO LO QUE SENTÍS. ES POSIBLE QUE DESPUÉS QUIERAS O NECESITES
VOLVER A ESCRIBIR LO QUE PENSÁS. ASÍ ACTIVARÁS EL PROCESO DE
REFLEXIÓN COGNITIVO-EMOCIONAL.
YO SIENTO
YO PIENSO
Y LO QUE PIENSO ME HACE SENTIR
DE ESTA FORMA PONEMOS EN FUNCIONAMIENTO LA EJERCITACIÓN
CONSCIENTE DE NUESTRA INTELIGENCIA EMOCIONAL.
Ya estamos en condiciones de salir al encuentro de los dos aspectos fundamentales que definen
quiénes somos, quiénes fuimos y quiénes decidimos ser a partir de ahora.
Podríamos escribir páginas enteras sobre las emociones, cómo se originan y cómo nos afectan.
Por todos los elementos y procesos que ponen en juego, son un objeto de estudio tremendamente
complejo que necesitamos entender para vivir nuestra vida con plena conciencia.
Existen tres teorías para explicar el fenómeno de las emociones. Por un lado hay autores como
Silvard Tomkins, Carroll Izard y Paul Ekman, que tienen sus raíces teóricas en Charles Darwin y
consideran que heredamos un conjunto de emociones básicas innatas como sorpresa, alegría, ira,
miedo, tristeza, asco, interés, vergüenza, angustia, que son controladas por mecanismos cerebrales y
se manifiestan a través de expresiones faciales universales.
Otros investigadores como James Averill abonan la teoría del aprendizaje: creen que no hay
ningún tipo de influencia genética sino que las emociones son construcciones sociales. Desde este
punto de vista, la experiencia subjetiva de las emociones se deriva de la interpretación que hacemos
de nuestras propias acciones.
“Ni pura herencia ni puro aprendizaje”, dirían los pensadores cognitivos como Richard Lazarus,
Andrew Ortony y Terence Turner, que plantean que no heredamos el miedo como emoción sino que
heredamos respuestas físicas para expresarlo y que de eso nos valemos para manifestar lo que
interpretamos y sentimos.
El cerebro es nuestra fuente de conocimiento y nuestro motor existencial pero también está al
servicio de las emociones. Una idea nueva, una experiencia, una persona, todas estas cosas pueden
generarnos una enorme variedad de emociones. A su vez esas emociones pueden despertarnos nuevas
ideas y abrirnos oportunidades que nunca antes habíamos considerado.
Está claro, entonces, que no podemos desligar los aspectos cognitivo y emocional entre sí. Si
queremos vivir en armonía con nosotros mismos y con el universo que nos rodea, si queremos
encontrar la música adecuada para cada ocasión, deberíamos dejar de disociar nuestro cuerpo de
nuestra mente y nuestra razón de nuestras emociones.
En esta etapa del entrenamiento espiritual el objetivo es, justamente, que tomemos conciencia de la
importancia de ejercitar nuestra inteligencia emocional y, así, nuestros niveles de motivación,
confianza, creatividad y perseverancia.
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QUE, PESE A TODO, PODEMOS ESTAR CADA
DÍA MEJOR.
Una característica fundamental de la inteligencia emocional es que está determinada esencialmente
por el contexto y que se puede mejorar a través de la instrucción. Esto quiere decir que nuestra
personalidad y nuestras actitudes son un factor determinante para tener una vida física, emocional y
espiritual saludable. Éste es, ni más ni menos, el propósito del entrenamiento que estamos realizando:
ejercitar nuestra mente, nuestras emociones y nuestras fortalezas para vivir como queremos.
Más que nunca debemos pensar, entonces, en la responsabilidad que tenemos de acompañar y
promover la educación emocional de quienes nos rodean, sobre todo de los niños.
La capacidad de regular las emociones, como cualquier otro tipo de aprendizaje, comienza en los
primeros meses de nuestra gestación y evoluciona hasta el último de nuestros días. Los bebés lloran
porque necesitan algo y no pueden obtenerlo por sí mismos. Precisan alguien les dé comida, los
abrace y los contenga en este mundo en el que todo es nuevo y extraño. Todos las teorías de la
psicología reconocen que el lactante necesita a otra persona para satisfacer sus necesidades más
esenciales.
En el momento en que la madre responde a esa primera necesidad tan básica para la supervivencia,
el bebé crea una emoción. En esa unión natural e instintiva genera una experiencia y un aprendizaje.
Es el primer vínculo, el primer encuentro con alguien.
El simple contacto físico entre dos personas hace que el cerebro fabrique oxitocina. Uno de los
momentos en los que se libera mayor cantidad de esta hormona es inmediatamente después del parto.
Cuando el bebé toma la teta de su mamá activa la formación de oxitocina, que se encarga de sellar
este vínculo de amor primario. Por eso la “hormona del amor” es señalada por los científicos como
la responsable de reforzar los lazos afectivos entre las personas.
En 2006 el biólogo Paul Zak hizo un experimento con voluntarios. Los resultados confirmaron que
la oxitocina aumentaba la empatía y la confianza entre ellos. En los estudios que publicó en la revista
Nature concluyó que “la oxitocina es el pegamento de la sociedad”.
La preocupación por la relación temprana del niño con su madre fue un tema central de muchos
investigadores. En la década de 1930 se empezó a estudiar el desarrollo de chicos que habían sufrido
separaciones físicas y emocionales de sus padres a causa de las guerras y las crisis económicas.
Treinta años después, el psicoanalista inglés John Bowlby definió el apego como el comportamiento
por el cual una persona alcanza o conserva una relación de proximidad con otra. El apego
proporciona la seguridad emocional del niño al ser aceptado y protegido.
El término “apego seguro” fue acuñado por Bowlby para describir el tipo de vínculo mediante el
cual el niño confía en que sus cuidadores serán accesibles y le brindarán cuidado en situaciones de
estrés. Una relación sólida y saludable con la madre, o quien haya sido el cuidador primario, se
asocia entonces con una alta probabilidad de crear relaciones saludables con otras personas durante
la adultez.
Más allá de los factores genéticos y de las condiciones familiares y sociales, que son
fundamentales en nuestro desarrollo, el apego seguro puede con todo. Es un nexo perdurable que
produce consuelo, contención y placer y que, sobre todo, determina el tipo de relaciones que
desarrolleremos a lo largo de nuestra vida.
Existen tres patrones de apego: el seguro, el ansioso-ambivalente y el evasivo. Los niños que se
crían con “apego seguro” saben que sus cuidadores están disponibles y que pueden responder a sus
angustias y necesidades. Esa base sólida de la relación primaria les enseña a ser más seguros de sí
mismos, más coherentes con sus deseos y emociones y, por lo tanto, más cálidosy estables en sus
relaciones.
Con un “apego evasivo”, en cambio, los chicos suelen mostrarse desinteresados y aislados porque
sienten que sus cuidadores no tienen la capacidad o el deseo de entenderlos y ayudarlos. Esos niños
probablemente serán adultos con miedo de relacionarse con otras personas porque no han aprendido
a confiar ni sentir seguridad emocional.
Los “ansiosos ambivalentes” son niños que suelen vivir con mucha angustia la separación.
Protestan, se enfurecen, se encaprichan. Suelen desarrollar habilidades emocionales inconsistentes, y
eso los convierte en adultos inseguros y demandantes.
Más allá del estilo de apego que hayamos experimentado, debemos volver a los conceptos de
neuroplasticidad y resiliencia para entender que los vínculos que establecemos a lo largo de los años
van transformando nuestra vida emocional. Estamos preparados para asimilar esos cambios. Nada es
definitivo si no queremos que lo sea.
El profesor Alan Carr, autor del libro Psicología Positiva, la ciencia de la felicidad, explica: “Las
personas que tienen la capacidad de percibir las emociones están más informadas sobre su entorno y
pueden adaptarse mejor a él”.
Integración emocional: es la capacidad de incorporar y desnaturalizar refranes y pensamientos
automáticos asociados con sentimientos (“Hoy puede ser un gran día” / “Al que madruga, Dios lo
ayuda”) que dan a entender que el cumplimiento de ciertos deberes o mandatos nos garantizan la
felicidad.
Como dice Alan Carr: “Las personas con una comprensión emocional bien desarrollada pueden
entender cómo una emoción lleva a otra, cómo cambian las emociones en el tiempo y cómo puede
influir la sucesión temporal de las emociones en las relaciones”.
Control emocional: es la capacidad de regular de forma totalmente consciente lo que sentimos.
Celebro la observación de Carr al respecto: “La persona que tiene bien desarrollada esta capacidad de
control, puede optar por sentirlas o bloquearlas”.
Es cierto que nacemos con un temperamento determinado y que a lo largo de la vida nuestras
creencias pueden acentuar ese carácter y ciertos estilos particulares de sentir y actuar. Pero no
estamos condenados a ser o sentir de determinada forma durante toda nuestra vida. Es tiempo de que
entendamos que las nuevas actitudes pueden modificar nuestras viejas aptitudes.
Estamos listos para encarar una rutina para ejercitar nuestra inteligencia emocional:
Elegí una canción. Escuchala de forma consciente. Intentá identificar las emociones que te
despierta. Detectá las palabras y las frases que más emociones te provocan.
Andá al cine o mirá una película en compañía de alguien. Registrá todas las emociones que te
genera y compartí con tu acompañante lo que cada uno sintió e interpretó. Escuchá sin
interrumpirlo. Registrá sus gestos, sus movimientos y sus tonos de voz.
Dejá a un lado tu mirada crítica. Hacé lo que te guste sin temor al ridículo ni al juicio ajeno.
Cantá, jugá, bailá, interactuá con niños: en ellos vas a poder reconocer las emociones en su
máxima expresión. Seguramente te hagan acordar de todo lo que el tiempo se llevó (¡y que es
hora de recuperar!).
Dialogá, escuchá, observá. Evitá los juicios y la mirada crítica también cuando interactúes con
otros adultos. Ponete en la piel de los otros sin hacer comparaciones, sin envidias ni reproches.
Si el otro dice que siente algo que no se condice con su mirada o sus gestos, está atento e
invitalo —si es necesario sin palabras— a que se sienta más cómodo y seguro para decir lo que
verdaderamente siente. Hacelo solo si realmente sentís interés por el otro.
Recordá cuándo fue la última vez que lloraste y por qué. Recordá cuándo fue la última vez que
reíste a carcajadas. ¿Podés identificar qué provocó esa sensación tan placentera? Si no reís con
frecuencia o no reíste nunca o dejaste de hacerlo, tratá de detectar por qué ocurrió.
Mirá a los demás a los ojos, abrazá, besá con los ojos cerrados, siempre con conciencia plena de
lo que estás haciendo.
Compartí tu tiempo con familiares o amigos aunque creas que no tenés tiempo suficiente,
aunque no tengan dinero para comprar la comida que más les gusta, aunque suene el teléfono
celular o sientas abstinencia de Internet.
Comé, rezá, amá. Meditá. Hacé pausas. No le temas al silencio.
Sentirnos felices hoy es posible si creemos en lo que estamos haciendo y no en lo que deberíamos
ser. Avancemos con nuestro entrenamiento. Veremos cómo empezar a “estar” como queremos es
necesario para animarnos a “ser” lo que buscamos.
NO IMPORTA EL DÍA QUE SEA NI EL LUGAR EN EL QUE ESTÉS. NO TE
PREOCUPES POR LA HORA. EVITÁ CUALQUIER JUICIO O CRÍTICA SOBRE TU
SITUACIÓN ACTUAL.
AHORA QUE ABRISTE LOS OJOS, ESCRIBÍ O DIBUJÁ LAS IMÁGENES, IDEAS
Y SENSACIONES QUE TU MENTE Y TU CUERPO REGISTRARON HACE UN
INSTANTE.
Llegó la hora de tomar contacto con otro aspecto fundamental de nuestro entrenamiento: cómo
funciona nuestra mente en relación con el paso del tiempo. Es una cuestión central de esta época en la
que todo ocurre a gran velocidad y contrarreloj.
Seguramente escuchaste muchas veces la expresión: “Hay que vivir aquí y ahora”. Pero también es
muy común sentir que eso es una frase hecha e impracticable; que “la cabeza no para”, y que pensar
solo en lo que pasa en este preciso instante es imposible más allá del discurso del marketing
espiritual (que, en definitiva, atenta contra la espiritualidad). Además existe otra sensación
complementaria: creer que las pausas son una pérdida de tiempo.
¿Por qué nos asusta el silencio? ¿Por qué tendemos a reprimir las emociones confusas, inesperadas
o “fuera de libreto” que brotan cuando estamos en calma? ¿Será que sentimos culpa ante el goce que
produce la quietud mental?
Así como el corazón late al ritmo necesario para hacer circular la sangre por el organismo, todo
el tiempo, incluso cuando dormimos, nuestra mente late en el presente al ritmo de la incertidumbre
por el futuro y de la nostalgia por el pasado. ¿Qué pasaría si en este instante se detuvieran todos los
relojes y no tuviésemos más opción que convivir con lo que sea que esté ocurriendo ahora, con lo
que pensamos y sentimos en este momento?
Para sincronizar nuestro reloj interior podríamos hacer el primer intento de reemplazar el verbo
“ser” por “estar” y, de esa forma, concentrarnos menos en lo que supuestamente “yo soy” —lo que
fui y lo que voy a ser— y más en cómo “yo estoy”. ¿Qué ganaríamos con esto? No agotarnos mental
y emocionalmente en un idea que parece inabordable e irrealizable como “ser” feliz y, en cambio,
poner nuestra energía en vivir una experiencia más próxima, posible y controlable como “estar”
feliz.
Como propone la psicología positiva, podemos proponernos alcanzar nuestro bienestar físico y
psicológico a través del incremento de experiencias que nos generen emociones positivas. En
definitiva, nuestro bienestar no depende de que solo nos ocurran cosas buenas sino de lo que
hagamos con cada situación que se nos presenta a lo largo de la vida.
Estilo pesimista
Son personas que tienden a resaltar lo negativo, lo que falta, lo que es insatisfactorio.
Suelen tener la percepción de que el futuro es desalentador (“Nada bueno me va a pasar”).
Por lo general creen que las situaciones malas durarán siempre o por un largo tiempo (“Estoy
condenado a…”).
Suelen impregnar o contagiar esa visión a los diferentes ámbitos de su vida (trabajo, pareja,
familia).
Suelen culparse a sí mismos por los eventos negativos o atribuirse la causa de la desdicha en
variables sobre las cuales, en realidad, no pueden incidir.
Estilo optimista
-SAVORING-
¿RECORDÁS QUÉ HICISTE EN LAS ÚLTIMAS 24 HORAS? ¿PODRÍAS
SINTONIZAR CON CADA MINUTO DE LAS EXPERIENCIAS QUE VIVISTE? ¿QUÉ
EMOCIONES Y SENSACIONES PUSISTE EN JUEGO EN ESE TIEMPO?
“Prestar atención al presente de forma intencional, sin juzgar”, recomienda con sabiduría Jon
Kabat-Zinn, que treinta años atrás fundó la Clínica de Reducción de Estrés en el Centro Médico de la
Universidad de Massachusetts. Kabat-Zinn introdujo la práctica de “mindfulness” (traducida como
“atención o conciencia plena”), que promueve la autoconciencia como forma de reducir los síntomas
físicos y psicológicos del estrés.
Es natural que tengamos cuestionamientos o resistencias pero si nos habilitamos a tomar
conciencia plena, sentida y auténtica de lo que nos pasa y nos toca vivir hoy, habremos dado un gran
paso hacia la sanación y el cambio —o la reafirmación— de nuestros estados físicos, emocionales y
espirituales.
Del mismo modo que los budistas desde hace 2.500 años, todos podemos comprobar los beneficios
de respirar de forma consciente, meditar y, en definitiva, vivir en este tiempo y este espacio. La idea
no es convertirnos al budismo sino tomar sus hábitos para adaptarnos saludablemente al ambiente y a
nuestras posibilidades y que el tiempo no pase sin sentido.
-MINDFULNESS-
ACEPTÁ TODO LO QUE SURJA, Y NO LO JUZGUES. ¿CÓMO ES EL RITMO DE
TU RESPIRACIÓN AHORA? ¿QUÉ RECORRIDO SIGUE EL AIRE QUE ENTRA A TU
CUERPO? IDENTIFICÁ CADA SENSACIÓN PLACENTERA, CADA DOLOR, CADA
REACCIÓN DE TU CUERPO A LA RESPIRACIÓN CONSCIENTE.
Es muy importante entender que respirar y meditar no son prácticas exclusivas de sectas o
fanáticos. No es necesario viajar a la India o vivir en el campo para aprender a regular nuestra
respiración.
La biología humana no parece estar en sincronía con las exigencias del mundo moderno. Es como
si pretendiéramos que nuestro auto alcance velocidades mayores a las que le permite el motor o que
intentemos mantenerlo en movimiento sin combustible. Estamos cada vez más fuera de estado físico
y emocional. En gran medida esto se debe a que estamos fuera de sincronización.
Por eso nuestro cuerpo nos pide que ajustemos el reloj interno y muchas veces salimos
desesperados en busca de caminos alternativos y “sanadores” como el yoga, la meditación, la
respiración consciente, el running, los rollers, y todo lo que nos permita controlar el peso, la
imagen, las emociones…y el paso del tiempo. Si estamos atentos y tomamos conciencia, con
aceptación y compromiso, sin juicios ni prejuicios, podemos empezar a entender el origen de
muchas de nuestras angustias, ansiedades, enojos, cansancios, adicciones, sentimientos de vacío,
soledad o insatisfacción.
Pero, otra vez, ¿qué sentido tiene seguir pensando qué vamos a ser en el futuro si no tomamos
conciencia de lo que estamos haciendo ni de cómo estamos hoy? Nuestro propio cuerpo es capaz de
generar la medicina que necesitamos pero para que eso ocurra tenemos que dejar de atentar contra
nuestra propia naturaleza.
Es cierto que influye siempre nuestro estilo de personalidad. Más o menos ansiosos, obsesivos,
optimistas o pesimistas, tolerantes, rígidos o flexibles, son rasgos que moderan o agudizan este
conflicto adaptativo con el que convivimos a diario, muchas veces sin darnos cuenta.
Las personas con más seguridad, empuje y optimismo suelen conseguir más oportunidades que
quienes tienen poca voluntad y decisión, que tienen una mirada negativa, viven ansiosos o de
berrinche en berrinche, creen que no podrán lograr nada, que no tienen suerte, que la felicidad no es
para ellos. Pero la psicología evolutiva nos garantiza que podemos apartarnos de esos
condicionantes.
Quiero ser insistente en este aspecto: el “norte” de nuestra brújula existencial depende siempre de
la (re)significación que le otorguemos a cada experiencia y de nuestra disposición a corrernos de las
zonas de confort.
Es un privilegio descubrir que uno no es feliz o no se siente satisfecho porque está atrapado en la
redes de un proyecto que no es propio o porque tiene miedo a ser, pensar, sentir y estar como
realmente desea. El remedio es descubrir cuáles son los objetivos concretos, posibles, sentidos y
coherentes con el resto de nuestros propósitos.
Como dice Alan Carr en su libro La ciencia de la felicidad: “Tener metas contradictorias o sentir
ambivalencia hacia ciertos objetivos reduce la felicidad (…) En este sentido, debemos considerar a
fondo nuestros diversos objetivos e intentar desarrollar un conjunto de metas que sean vitales entre
sí. Así, pues, debemos intentar organizar nuestro tiempo para poder trabajar cada día, aunque solo
sea un poco, en pro de su consecución”.
Al hablar de coherencia con nuestros propósitos, el psicólogo estadounidense Ed Diener, conocido
como “el Doctor Felicidad”, diferencia dos aspectos de la felicidad: el afectivo, que consiste en la
experiencia emocional, y el cognitivo, que es la interpretación o valoración de cada experiencia. Por
ejemplo, frente a la pregunta “¿Cómo vemos nuestra propia vida?” (factor cognitivo) podemos
experimentar emociones tales como entusiasmo (factor afectivo positivo) o depresión (factor
afectivo negativo).
También es interesante el enfoque de Martin Seligman, pionero en la psicología positiva, que en su
libro La auténtica felicidad plantea que las emociones positivas relacionadas con el futuro revelan si
tenemos una mirada positiva de la vida mientras que las emociones positivas relacionadas con el
pasado hacen referencia a la realización, el orgullo y la serenidad que otorga lo conquistado. Se
refieren a si somos conscientes de lo que hemos logrado y podemos apreciar nuestro esfuerzo y
nuestra dedicación más allá de los resultados.
Seligman también propone dos clases de emociones positivas relacionadas con el presente: los
placeres, que son momentáneos, y las gratificaciones, que son más duraderas. Como explica Carr en
su libro al referirse a la propuesta de Seligman: “Los placeres pueden ser corporales y superiores.
Los placeres corporales se logran por medio de los sentidos, las sensaciones provocadas por las
relaciones sexuales, los buenos perfumes, los sabores deliciosos. En cambio, los placeres superiores
surgen de actividades más complejas e incluyen sensaciones como la dicha, la alegría, el bienestar, el
éxtasis y el entusiasmo. Las gratificaciones difieren de los placeres en que implican unos estados de
absorción o de fluidez que nacen de realizar actividades que requieren el esfuerzo de nuestras fuerzas
distintivas de nuestras virtudes”.
Es interesante entender que hay dos caminos en la búsqueda de una vida más plena y satisfactoria:
podemos elegir un enfoque hedónico, que define la felicidad en función del acercamiento al placer y
el alejamiento del dolor, o apostar a un modelo eudemónico si pensamos la felicidad y la vida en
función de la realización de nuestro propio potencial.
Para eso avanzaremos hacia la etapa siguiente del entrenamiento, en la que pondremos en juego lo
que “yo busco” sin perder de vista el ejercicio más potente que incorporamos en esta fase: estar
presentes en nuestro presente en lugar de poner todo nuestro ser en manos del futuro.
¿QUÉ ES LO QUE MÁS DESEÁS?
¿QUÉ ESTÁS BUSCANDO O ESPERANDO QUE OCURRA?
Lo que pensamos y sentimos nos define pero nuestras metas, nuestros deseos e intenciones son lo
que nos da una dirección. Eso que buscamos, justamente, es lo que expresa con mayor potencia el
concepto de la inteligencia espiritual. Profundicemos entonces este tercer nivel, el más profundo de la
inteligencia humana.
¿Qué buscamos? ¿Qué lugar ocupamos en la sociedad y en los diferentes grupos a los que
pertenecemos? ¿Cómo nos relacionamos con los demás? ¿Qué valores orientan nuestra vida? Es muy
difícil responder estas preguntas, que van al núcleo de nuestra existencia, pero es importante empezar
a pensarlas. Un primer paso es abordar cuestiones más primarias, concretas y prácticas que nos
permitan poner en sintonizar nuestras antenas con el mundo y con nosotros mismos.
Tener claridad sobre lo que hacemos y en qué invertimos nuestro tiempo y nuestra energía puede
servirnos como un primer diagnóstico de la relación entre el mundo mental y el material. Cuanto más
coherente y armónica sea la relación entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que buscamos,
nuestras acciones serán más consecuentes y fructíferas.
Eso no significa que debamos estar en movimiento todo el tiempo. Al contrario, como reza con
sabiduría la frase, “no hay que llenar los vacíos sino habitar los espacios”. Pensemos por un
momento en qué ocupamos (o perdemos) el tiempo. ¿Estás en el presente o no podés dejar de pensar
en el futuro? ¿Estás llenando tus espacios vacíos sin ser consciente? ¿Podés identificar si te provoca
más temor la inacción, la indecisión, o la incertidumbre? En esta exploración de lo que buscamos
para aproximarnos al sentido —o los sentidos— que queremos darle a nuestra vida, la espiritualidad
es un condimento fundamental.
Intentemos no dejar todo en manos del destino o del dios en el que creamos, así como no
deberíamos hacer todas nuestras apuestas al futuro ni ponernos al servicio de las expectativas y los
deseos de otros. Tratemos de no recurrir exclusivamente a la razón en detrimento de la emoción ni
creer que cuidar nuestro cuerpo es atender más la estética que la salud o que envejecer es sumar
arrugas, y no la experiencia que nos dan los años.
Cultivar nuestra inteligencia espiritual significa entender la importancia de entrar en sintonía con
nuestro tiempo interno, escuchar nuestro ritmo y ajustar los tonos que rompen la armonía que
deseamos lograr. De ahí se deriva la importancia de tomar contacto, paso a paso, con nosotros
mismos en lugar de vivir vidas prestadas. Un ejercicio vital para lograrlo es la meditación.
La ciencia ha demostrado que la inteligencia espiritual influye sobre el sistema nervioso, colabora
en la disminución de la presión arterial, la reducción de los niveles de colesterol, el control de cierto
tipo de arritmias y cefaleas, y la regulación de los sistemas endócrino e inmune. Es más, algunos
beneficios físicos de ciertos hábitos o prácticas espirituales están documentados científicamente. Hace
poco tiempo se tomaron imágenes del cerebro de un grupo de monjes tibetanos y los resultados
fueron contundentes: las áreas cerebrales que se activan ante emociones vinculadas con la felicidad
tenían en esos religiosos niveles de intensidad muy superiores al promedio de las personas. También
se hizo un estudio similar con empleados de una fábrica. Se registraron sus imágenes cerebrales,
luego les enseñaron a meditar y ocho semanas después de haber practicado meditación volvieron a
registrar el funcionamiento del cerebro. Los cambios en la estructura cerebral de los trabajadores
fueron rotundos.
Por supuesto, no se trata de convertirnos en monjes sino de aprender a hacer una pausa, calmar la
mente y conectar con nuestras voces interiores. Las técnicas de mindfulness, savoring y flow, la
importancia de la respiración consciente y la aceptación sin que nos gane el juicio crítico ni la
censura emocional son pasos para empezar a integrar amorosamente todos los aspectos de nuestro
“yo”. En definitiva, para descubrir quiénes somos de verdad y hacia dónde queremos ir.
¿Hacia dónde vamos? ¿Qué estamos buscando? ¿Debemos dar un giro de timón? Hagamos una
pausa en nuestro entrenamiento para tomar aire y darle espacio a la reflexión que nos guió a lo largo
de estas páginas: hacia dónde nos gustaría orientar el rumbo de nuestra vida.
¿EN QUÉ CONSISTE, A TU JUICIO, “TENER”? SI NO TE ALCANZA EL ESPACIO,
ESCRIBÍ EN LOS MÁRGENES. SI TE SOBRA, NO ESCRIBAS SOLO PARA LLENAR
EL VACÍO.
El mundo contemporáneo nos ha acostumbrado a calmar nuestros vacíos existenciales con todo
tipo de posibilidades de consumo y, últimamente, nos ha hecho creer que la tecnología puede
resolver gran parte nuestras búsquedas y necesidades de encuentro. Pero, ¿qué de todo lo que
tenemos nos hace sentir felices? ¿Cuánto de eso que acumulamos es realmente necesario y cuánto
tiene sentido? Es más, ¿qué sentido tiene o tuvo?
Básicamente estamos automatizados para producir, ser “exitosos”, consumir y vivir gran parte de
nuestros días “on line”, con poco o nada de conexión emocional y espiritual. El problema comienza
cuando descubrimos que casi nada de lo que tenemos puede garantizarnos la felicidad. Pero así como
siempre podemos cambiar de proveedor de Internet o variar nuestras búsquedas en la red, también
estamos a tiempo de modificar lo que nos hace infelices.
Al igual que sucede con nuestras creencias, nuestros sentimientos y nuestras búsquedas, las
pertenencias definen mucho más que un estilo de vestir, de andar, de pensar, de pertenecer.
No hace falta tener juventud para ser, estar o sentirse más o menos joven.
No es necesario tener pareja para sentir amor.
No es indispensable tener hijos para ser padres.
No hay que tener 20 o 30 años para disfrutar del sexo.
No siempre alcanza con tener trabajo para sentirse realizado o reconocido.
No es necesario tener dinero para ser afortunado.
No alcanza con comprar todo para cubrir la falta y dejar de ser infeliz.
Podría continuar la lista pero te propongo que sumes tus propias reflexiones.
Tal vez nos ayude pensar en que el “yo” que estamos analizando en estas páginas suele ponerse en
juego en torno a tres aspectos clave: la imagen (lo joven y lo viejo), el amor (la aceptación o la
exclusión), y los bienes (lo acumulado y lo que sigue en deuda). Son tres vértices que conforman otro
triángulo vital dentro de la matriz “cuerpo - mente - espíritu” y a los que deberíamos prestar atención
de ahora en más.
¿Cómo y cuánto nos condiciona la edad? ¿Cuánto nos condicionan las relaciones que hemos
tenido? ¿Cuán dependientes somos de los bienes materiales que hemos acumulado? ¿Cuánto tiempo y
energía de cada día están al servicio de lo que supuestamente deseamos conseguir? En el capítulo
anterior nos propusimos revisar nuestros objetivos en el corto, el mediano y el largo plazo. A partir
de ahora hagamos todas las modificaciones que creamos convenientes y dejemos la puerta abierta a
todos los ajustes que sean necesarios hasta finalizar el libro (e incluso después).
Las preguntas que siguen a continuación pueden resultar molestas o angustiantes pero nos
ayudarán a revisar para qué nos sirve todo lo que tenemos. Si lo que acumulamos define nuestro
estado emocional y espiritual, empecemos a abrir nuestros placares, cajones y armarios para ver qué
tenemos y cómo estamos.
Recorré con atención cada rincón de tu casa, desde los lugares más transitados hasta los más
olvidados. Aprovechá para observar también tus deseos, pasiones y obsesiones.
¿TE RESISTÍS A HACER “LIMPIEZA” DE PLACARES, CAJONES Y
ESCRITORIOS?
¿SE DEBE A FALTA DE TIEMPO, A COMODIDAD, O A NO QUERER TIRAR NADA?
¿PARA QUÉ Y POR QUÉ TRABAJÁS? ¿CUÁNTAS HORAS? ¿CON QUÉ COSTO?
La necesidad de revisar ciertas creencias y salir en busca del bienestar es tan generalizada que los
científicos modernos han puesto la lupa en la neurociencia y en lo que esa disciplina nos puede
aportar para sentirnos mejor y ser felices.
Desde hace unos años, el curso más popular de la Universidad de Harvard es un seminario sobre
felicidad dictado por Tal Ben-Shahar, profesor de psicología y filosofía y experto en psicología
positiva y técnicas de liderazgo. Ben-Shahar plantea que “la vida es similar a una empresa. Una
empresa tiene ganancias y costos, y tendrá utilidades en la medida en que sus ganancias sean mayores
que sus costos. En la vida diaria, nuestros costos son nuestras emociones y pensamientos negativos, y
nuestras ganancias son nuestros pensamientos y emociones positivas. Si tenemos un balance de más
pensamientos y emociones positivas en nuestra vida, la empresa de nuestra vida está logrando
utilidades. Una persona con una depresión prolongada sería como una empresa quebrada”.
La pregunta que Ben-Shahar le formula a sus alumnos es: “¿Cuál es el balance de tu vida en cuanto
a las utilidades de felicidad? ¿Está en positivo o en rojo?”. Dicho de otra manera, y volviendo a
nuestra pregunta favorita: ¿cuán satisfecho estás con la vida que tenés?
Esta síntesis responde a las capacidades que hemos desarrollado a lo largo de nuestro
entrenamiento espiritual. Para complementar esos cinco pasos podríamos agregar:
1. Somos un “yo” integrado por una mente, un cuerpo y un espíritu: “Yo soy” el resultado de lo
que “yo pienso”, “yo siento” y “yo busco”.
2. Somos la suma de nuestra inteligencia cognitiva, emocional y espiritual.
3. Somos dadores de significado y el resultado de la interpretación y significación de nuestras
experiencias: “Yo soy” de acuerdo con cómo “yo estoy” (nuestro estado, nuestras creencias,
elecciones y actividades significativas, nuestro contacto con emociones positivas).
4. Somos y estamos aquí y ahora, a conciencia, con aceptación y compromiso. Somos lo que
creemos, sentimos, buscamos, hacemos y estamos dispuestos a que ocurra hoy (presente), más
allá de nuestras experiencias y nostalgias (pasado) y de nuestras ansiedades e incertidumbres
(futuro).
5. Somos seres virtuosos. La gratitud y el perdón son dos antídotos que sanan todo. Ya
abordaremos hacia el final del libro las 24 virtudes que nos ayudarán a obtener resultados
positivos.
Lo más valioso que tenemos está dentro de nosotros mismos. Nuestro mayor capital es lo que
somos, lo que creemos, lo que sentimos y lo que buscamos.
LA FÓRMULA DE LA FELICIDAD ES LA
AUTOGESTIÓN. ¿QUÉ ESTAMOS BUSCANDO?
¿QUÉ ESTAMOS DISPUESTOS A QUE
OCURRA?
Estas páginas responden a un orden lógico y sensible en la secuencia de aspectos de nuestro “yo”
que estamos transitando. Si no abriésemos las ventanas de lo que “yo soy”, “yo pienso”, “yo siento”,
“yo estoy” y “yo busco”, difícilmente podríamos entender que lo que “yo tengo” responde a nuestro
capital psicológico y espiritual.
Si seguimos el argumento de Ben-Shahar de que nuestros costos y nuestras ganancias están dados
por la calidad (positiva o negativa) de nuestros pensamientos y emociones, podremos entender mejor
la idea de “capital psicológico”.
Este concepto fue propuesto en 2007 por Fred Luthans, Carolyn Youssef y Bruce Avolio para
hablar del verdadero capital humano. Con profundo rigor científico, se refieren de ese modo al
“estado psicológico positivo de desarrollo de un individuo que se caracteriza por: (1) tener confianza
(autoeficacia) en sí mismo para emprender y dedicar el esfuerzo necesario a fin de lograr el éxito en
tareas desafiantes; (2) ser optimistas sobre nuestras posibilidades de éxito ahora y en el futuro; (3) ser
perseverante en el cumplimiento de metas, y, cuando sea necesario, reorientar las trayectorias de las
mismas; y (4) ser capaz de aguantar y recuperarse (resiliencia) para alcanzar el éxito cuando se está
abrumado por los problemas y la adversidad”. Estas cuatro herramientas, que dan continuidad a
nuestro entrenamiento espiritual, son la clave para entender las bases de nuestro capital.
Si tenemos la capacidad de superar, revertir y promover el cambio ante cualquier situación,
claramente tenemos (y somos) mucho más que nuestro coeficiente intelectual y nuestra cuenta
bancaria.
en nuestra capacidad de adaptación y nuestra voluntad para superar las situaciones traumáticas y
salir fortalecidos de ellas: resiliencia;
en cuán capaces nos sentimos ante los desafíos: autoeficacia;
en la percepción real de nuestra confianza y nuestra actitud positiva en cada momento:
optimismo;
en la energía, la motivación y la perseverancia con que nos dispongamos a ir en busca de
nuestros objetivos y deseos más auténticos: esperanza.
Desde luego que un objetivo puede ser reunir la mayor cantidad de poder y bienes materiales
posibles pero nunca dejemos de preguntarnos (y de responder a conciencia plena): ¿cuál es el
sentido?
Yo soy. Yo pienso. Yo siento. Yo estoy. Yo busco. Yo tengo. ¿Yo puedo?
Claro que sí.
¿QUÉ CREÉS QUE SOS CAPAZ DE HACER?
Luego de haber recorrido todos los aspectos de nuestro “yo” no nos queda más que enfrentarnos al
espejo y atravesarlo hasta llegar, finalmente, a nuestro núcleo interior. Iremos hasta el lugar más
profundo, donde anidan nuestros miedos y deseos y donde somos capaces de aceptar quiénes somos y
decidir qué estamos dispuestos a que ocurra a partir de ahora.
Lo que se juega en esta instancia es, en definitiva, una visión global y profunda de cuánto nos
valoramos y cuán protagonistas podemos ser de lo que ocurra. En estas páginas, más que nunca,
quedará en evidencia que nuestro camino está en nuestras manos. No creamos en los golpes de suerte.
Nuestro rival no es otro que nuestro miedo y nuestro propio ego.
TEST DE AUTOESTIMA
Como en mi libro anterior, el manual de autoestima Qué ves cuando te ves, les
propongo compartir la Escala de Autoestima de Rosenberg, una escala profesional
utilizada en la práctica clínica que ha sido traducida a 28 idiomas y validada en 53
países.
Es uno de los tests más utilizados en el mundo para medir la propia imagen y
valoración personal, y aquí nos servirá para hacer una primera aproximación a los
rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran nuestra personalidad.
A continuación verás las diez preguntas para las que hay que elegir una sola
respuesta cada vez. La suma de puntos te dará un resultado específico. De más está
decir cuán necesario es que seamos sinceros con nosotros mismos al responder.
Resultados. Ante todo recordá que los resultados de este test tienen un valor orientativo y te
ayudarán a tener una primera idea sobre cómo deberías trabajar tus niveles de autovaloración. Es
necesario un estudio debidamente personalizado e integral, con una serie entrevistas realizadas por
un profesional capacitado, para trabajar los distintos aspectos de la personalidad.
Entre 0 y 25 puntos: Baja autoestima. Al sentirte de esta manera seguramente estés poniéndote
trabas a vos mismo. Esto limita la posibilidad de concretar tus metas. Debés descubrir el lado
positivo, tus virtudes y fortalezas, y recordar que para que te valoren deberías, ante todo, confiar en
vos.
Entre 26 y 29 puntos: Autoestima normal. El resultado indica que tenés una mirada saludable y
confiable sobre vos mismo. Esta condición facilita la concreción de tus metas y objetivos.
Entre 30 y 40 puntos: Alta autoestima, aunque puede ser excesiva. Esta valoración elevada puede
darte la energía necesaria para lo que pretendas conquistar. Sin embargo, deberás regular las
sobrevaloraciones que puedan resultar contraproducentes.
Además de tomar conciencia de nuestras cuotas de autoeficacia y autoestima, sería de gran ayuda
reconocer cuál es nuestro estilo o nuestros mecanismos habituales de afrontar las situaciones. Aquí
entra en juego un duelo interesante en nuestro interior: afrontamiento versus control.
¿Por qué tenemos el hábito de creer que podemos controlar todo en lugar de pensar que podemos
afrontar cada situación? Una vez más entran en escena nuestros miedos. Y perder el control parece
ser la peor de las emociones al enfrentarnos con las situaciones más temidas: la muerte, la
enfermedad, el dolor, la soledad, el fracaso.
Si lo pensamos bien, nos asusta todo lo que atente contra nuestro sentido de pertenencia, integridad
y aceptación; aquello que ponga en peligro nuestra seguridad física, emocional y material; todo lo
que creemos que amenaza nuestro bienestar.
Hay factores biológicos y genéticos, así como cuestiones vinculadas con nuestra historia y nuestro
aprendizaje, que explican ciertos temores. Pero también las culturas, las épocas y los momentos y las
condiciones históricas instalan ciertos tipos de temores. Es decir, los miedos, como cualquier otra
creencia, se heredan, se enseñan, se construyen y de una forma u otra también se desprograman, se
desaprenden y se transforman.
El miedo es parte de nuestro ecosistema existencial y es una emoción tan primaria y tan básica
como la felicidad. También es parte de nuestra red neuronal: tener miedo nos permite sobrevivir y
reaccionar a tiempo (huir o defendernos) frente a una amenaza o una situación peligrosa. De esa
forma aprendemos y otorgamos sentido y significado a las experiencias, y desarrollamos nuestros
criterios de placer, dolor y trauma.
¿CREÉS QUE PODRÍAS TENER UNA VIDA MEJOR DE LA QUE TENÉS HASTA
AHORA? DEJÁ DE ENFOCARTE EN LA CRÍTICA Y EL LAMENTO POR LO QUE NO
FUE Y CONCENTRATE EN LA BÚSQUEDA Y EL FLORECIMIENTO.
¿CUÁNTAS COSAS NO OCURRIERON POR HABER TENIDO MIEDO DE QUE
OCURRIERAN? ¿CUÁNTOS ENCUENTROS DESEADOS NO SE CONCRETARON?
¿CUÁNTAS IDEAS NO SALIERON A LA LUZ?
Los estilos o estrategias de afrontamiento revelan cómo somos y cómo solemos comportarnos a
partir de lo que pensamos y lo que sentimos, lo que nos gustaría y lo que buscamos, lo que podemos
y lo que hacemos. En definitiva, dan cuenta de nuestra forma de abordar el estrés y otras exigencias
de adaptación de la vida cotidiana. Incluso en los tiempos en que no podemos hacer más que esperar,
el gran desafío es cómo nos disponemos a afrontar lo que ocurra, sea el deseo o la incertidumbre.
No podemos resolver todos nuestros desafíos siempre de la misma manera ni con las mismas
estrategias. Podemos tener ciertos rasgos o estilos de personalidad pero de nada nos servirá abordar
cada experiencia de una manera universal y automática.
Para nada nos servirá afrontar una pérdida, una separación o cualquier otro tipo de duelo haciendo
foco en “el debe y el haber” y tratar de seguir adelante como si se tratara de un balance contable.
Para nada nos servirá afrontar el estrés de un examen, una entrevista o un negocio
concentrándonos en la ansiedad y el nerviosismo sin hacernos cargo de estudiar, planificar y
contemplar las necesidades de la situación.
Para nada nos servirá guardar en un cajón los recuerdos, renunciar a estudiar o dejar pasar un
trabajo escudándonos —o resignándonos— en que no podemos hacerlo para evitar el estrés que
puede implicar esa experiencia.
Podemos evitar, negar, proyectar, reprimir, inhibir, distorsionar, reemplazar, pero no hay un
mecanismo de defensa más auténtico y positivo que aceptar y disponerse a la transformación.
EL HELECHO Y EL BAMBÚ
Un día decidí darme por vencido… Renuncié a mi trabajo, a mi relación, a mi vida. Fui al bosque
para hablar con un anciano que decían era muy sabio.
—¿Podría darme una buena razón para no darme por vencido? le pregunté.
—Mira a tu alrededor —me respondió. ¿Ves el helecho y el bambú?
—Sí -respondí.
—Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. El helecho rápidamente
creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla de bambú. Sin embargo no
renuncié al bambú.
En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante y nuevamente, nada creció de la
semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú.
En el tercer año, aún nada brotó de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú.
En el cuarto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú.
En el quinto año un pequeño brote de bambú se asomó en la tierra. En comparación con el helecho
era aparentemente muy pequeño e insignificante.
El sexto año, el bambú creció más de veinte metros de altura. Se había pasado cinco años echando
raíces que lo sostuvieran. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para
sobrevivir.
¿Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces? El
anciano continuó:
—El bambú tiene un propósito diferente al del helecho, sin embargo ambos son necesarios y hacen
del bosque un lugar hermoso.
Nunca te arrepientas de un día en tu vida. Los buenos días te dan felicidad. Los malos días te dan
experiencia. Ambos son esenciales para la vida.
La felicidad te mantiene dulce. Los intentos te mantienen fuerte. Las penas te mantienen humano.
Las caídas te mantienen humilde. El éxito te mantiene brillante…
Si no consigues lo que anhelas, no desesperes… quizá solo estés echando raíces…
Anónimo
Hacer foco de forma consciente, identificar dónde está la necesidad, la importancia y la urgencia;
romper con la rigidez de las estructuras, los mandatos y los manuales; ser flexible y aprender a
adaptarse a las circunstancias; hablar, decir, escuchar, pedir ser escuchado; meditar; asumir la
responsabilidad, la aceptación y el compromiso; ser curioso y buscar la información adecuada; saber
pedir ayuda y recibir el consejo; evitar el automatismo binario, regular el uso de la tecnología y las
soluciones virtuales; revisar nuestras relaciones, formas de planificar, ordenar y establecer
prioridades… Todos estos mecanismos con los que afrontamos qué, cómo, cuánto, cuándo y por qué
podemos o no podemos (o creemos que) revelan que la evasión, la negación y la resignación no son
una opción. No hay mejor alternativa que atreverse.
Después de haber reflexionado acerca de nuestros propósitos y nuestros planes y deseos más
auténticos; de cómo pensamos; cómo sentimos; cómo estamos, es hora de volver a quiénes somos
integrando nuestra capacidad intelectual, emocional y espiritual..
YO SOY:
YO BUSCO:
YO PIENSO:
YO SIENTO:
YO ESTOY:
YO TENGO:
YO PUEDO:
Salgamos de la trampa de la pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”. Pero avancemos
incluso más allá de la alternativa “¿Cuán satisfecho estoy con la vida que tengo?”, y tratemos
responder: ¿qué vida quiero para mí? ¿De qué me siento capaz, a partir de ahora, sea cual sea el
camino que elija para mi vida?
Ya sabemos que podemos resignificar nuestras creencias porque la neuroplasticidad hace que el
cambio sea posible y permanente. Sabemos que somos y estamos resilientes en mayor o menor
medida, y que podemos superar y salir fortalecidos incluso de las situaciones más traumáticas.
Sabemos que todos tenemos recursos y virtudes, como el optimismo y la esperanza, que son la
garantía de que podemos. Si sabemos todo esto... ¿Qué estamos esperando?
La aceptación y el compromiso con un propósito nos dan un sentido de realización personal y
trascendencia. Por eso ya no se trata solo de saber “qué”, “quién”, “cómo”, “cuándo”, “cuánto”,
“dónde” y “por qué”. Es hora de preguntarnos “para qué”.
SOMOS LO QUE ESTAMOS DISPUESTOS A
PENSAR, SENTIR, ESTAR, BUSCAR, TENER Y
OBRAR, CON PLENA CONCIENCIA Y EN
SINCRONÍA CON NUESTRO PRESENTE.
No existe más límite que el sentido de realidad para comenzar a diseñar la vida que queramos
tener. Hacia allá vamos en el próximo capítulo, “Yo creo”, para entrenar nuestra capacidad de “crear”
y de “creer” que es posible, que podemos.
Ya hemos rescatado tres conceptos fundamentales que definen nuestras posibilidades: la resiliencia,
la neuroplasticidad y el optimismo. Ahora, más allá de desplegar muchos otros recursos vitales con
los que contamos, dediquemos nuestra atención a un cuarto elemento fundamental para vivir mejor:
la creatividad.
Podemos superar las situaciones adversas y salir fortalecidos; tenemos la capacidad de resignificar
cada creencia y modificar nuestro cerebro e incluso nuestra genética; podemos fomentar un estilo
optimista que nos permita estar más cerca de lograr todo lo que nos propongamos a conciencia.
Sepamos también que tenemos la posibilidad de diseñar la vida que queramos tener gracias a la
capacidad de crear y de creer.
PERO TAMBIÉN BASTARÁ CON QUE CIERRES LOS OJOS UNOS MINUTOS Y
CREES TU PROPIO CUENTO PORQUE ¿QUIÉN NO QUISIERA TENER UNA
HISTORIA MARAVILLOSA PARA VIVIR Y CONTAR?
HABÍA UNA VEZ...
Este libro empezó con una explicación acerca de lo que somos: cuerpo, mente y espíritu; por lo
tanto, el resultado de la integración de nuestros coeficientes intelectual, emocional y espiritual. Pero
si bien somos “eso” por naturaleza, en el camino —la vida— ocurren cosas que nos corren de
nuestro eje y nos generan insatisfacción e infelicidad.
Por eso a lo largo de estas páginas hemos hecho todo lo posible por revertir la pregunta “¿Qué vas
a ser cuando seas grande?” y todas sus implicancias. En cambio nos propusimos reflexionar sobre
cuán satisfechos estamos con la vida que tenemos y hacer foco en el propósito y el sentido de lo que
pensamos, sentimos, tenemos y buscamos. ¿Qué es lo que realmente deseamos? ¿Qué estamos
dispuestos a hacer para estar cada día más felices, plenos y florecientes?
En definitiva, hemos aprendido el valor de resignificar, despertar y recuperar nuestro estado más
puro y original y de esa forma reconocer —hacernos cargo y darles utilidad— todas las capacidades
con las que hemos sido dotados por naturaleza para sobrevivir y evolucionar. La creatividad es una
de esas “virtudes desvirtuadas” que necesitamos recuperar como virtud existencial.
Es cierto que la vida nos embarca en un mar de estrés y exigencias pero ¿a dónde nos conducen?
¿Cuál es el sentido y la dirección de ese camino? ¿Cuál es el faro que nos guía? Es evidente, una vez
más, la relación inmediata y necesaria de la creatividad con la resiliencia, la neuroplasticidad y el
optimismo.
Por eso quiero compartir algunas sugerencias para estimular la creatividad. Sería maravilloso que
pudieran sumar otras y compartirlas:
Observar, explorar, tomar contacto, comprometernos con las pequeñas situaciones de la vida
cotidiana.
No obsesionarnos con encontrar la solución adecuada a nada en cinco minutos.
Ensayar una actitud positiva más allá de las adversidades.
Entusiasmarnos. Cuando hay intención, hay ideas.
Una cuota justa de humor distiende y facilita la búsqueda.
Saber cruzar la calle y ver la vida desde la vereda de enfrente.
Permitirnos crecer poniendo en práctica el juego del ensayo y error.
Hacer deportes, caminar, elongar el cuerpo, activar la mente. El cerebro también es un músculo
que necesita ejercitarse para ser flexible.
Incorporar la práctica de actividades que nos den placer y nos ayuden a relajarnos.
Pensar por momentos como cuando éramos niños; sin juicios ni prejuicios.
Respirar, tomar agua.
No hacer dieta pero cuidar la alimentación.
Permitirnos los placeres sin culpa.
Animarnos a deshacernos de lo que hemos aprendido hasta hoy.
No confiar en las frases hechas ni repetirlas sin pensarlas.
Aceptar que podemos.
Distinguir en qué momento del día solemos estar menos tensos, ansiosos, preocupados. Son los
momentos para animarnos a crear.
No compararnos con los otros porque eso nos limita.
No comprar lo que nos falta a menos que sea indispensable o verdaderamente placentero.
Promover espacios saludables, evitar los lugares de tensión y competencia sin sentido.
Confiar en que nuestras ideas son una revelación autogenerada y no un milagro fugaz.
Vivir la propia experiencia. Creer, crear… y volver a creer.
Solo nos queda entrenar nuestras virtudes. En la autogestión de nuestras fortalezas encontraremos
las herramientas que harán posible todo lo que deseamos.
Así como aprendimos que gracias a la neuroplasticidad el cambio es posible y permanente para
quien se lo proponga de manera activa; que la capacidad natural de ser y estar resilientes nos permite
superar hasta las situaciones más traumáticas e incluso salir fortalecidos de ellas; y que el optimismo
es un garante para quien se compromete de forma saludable con sus objetivos más sentidos, también
debemos saber que contamos con una serie de virtudes y fortalezas que nos permiten diseñar y poner
en acto cada uno de nuestros proyectos de vida.
En este capítulo vamos a identificar y tomar contacto con estos recursos que tenemos por
naturaleza —y que cada uno podrá desarrollar y potenciar en mayor o menor medida— para lograr
cualquier objetivo que nos propongamos a conciencia plena.
Nuestro “yo virtuoso” es la reserva de todas nuestras capacidades, cualidades y potencias. Es el
combustible para la puesta en marcha de nuestros propósitos que nos permite afrontar cada día, cada
experiencia, cada crisis y cada oportunidad. Nuestras virtudes dan cuenta de nuestra sabiduría interior.
Son la forma en la que se expresa nuestro poder existencial; la fuerza con la que levantan vuelo
nuestros deseos de trascendencia.
Tal como nos enseñaron Platón y otros filósofos de la Antigua Grecia, los seres humanos
disponemos de tres herramientas poderosas: el intelecto, la emoción y la voluntad. En torno a estos
tres aspectos —mente, cuerpo y espíritu integrados— se fundan nuestras tres virtudes esenciales: la
sabiduría, el valor y el autocontrol.
La sabiduría —no solo intelectual, claro— nos permite elegir el camino que consideremos
oportuno. La cuota de valor que estemos dispuestos a poner en juego da cuenta de nuestro coraje y
nuestra dosis de energía para la acción. Y el autocontrol es la variable de equilibro o ajuste, que nos
ayuda a interactuar y armonizar nuestra relación con nosotros mismos y con los otros. Aquí aparece
un cuatro elemento fundamental: el sentido de justicia, que crea un orden social para hacer posible la
convivencia.
Nuestro “yo” compuesto por mente, cuerpo y espíritu se define, entonces, en relación con nosotros
mismos, con nuestro mundo interior y en torno a un orden mayor: el mundo que conforman nuestra
pareja, nuestra familia, los amigos, el trabajo, la sociedad, la ciudad en que vivimos, el país… el
planeta.
Sócrates pensaba que la virtud es lo que nos permite discernir entre el bien y el mal, y creía que
podemos ser cada día más virtuosos si nos disponemos a entrenar nuestras cualidades y potencias.
Para eso necesitamos una educación fundada en la moral y ligada a nuestro propósito y a la vida que
queremos vivir.
En la Antigüedad se plantearon las cuatro virtudes cardinales del hombre —templanza, prudencia,
fortaleza y justicia— que fueron las bases de las distintas religiones y los fundamentos filosóficos de
Occidente.
ALGO NOS LLEVA CADA DÍA A TOMAR DECISIONES QUE CREEMOS MÁS O
MENOS CORRECTAS, OPORTUNAS O POSIBLES. ESO MISMO NOS HACE
INSISTIR O RECALCULAR NUESTRO CAMINO. ¿CUÁL ES TU PLAN? ¿ESTÁS
CONVENCIDO O CREÉS QUE NO HAY UNA ALTERNATIVA MEJOR?
¿A QUÉ ESTÁS DISPUESTO CON TAL DE VIVIR COMO TE GUSTARÍA?
¿PODÉS IDENTIFICAR QUÉ VIRTUDES Y FORTALEZAS NECESITARÍAS
POTENCIAR PARA ALCANZAR TUS VERDADEROS OBJETIVOS?
¿Por qué pensamos, sentimos y actuamos de determinada manera? ¿Por qué solemos
comportarnos de cierto modo? ¿En qué se fundan nuestros valores? ¿Por qué no conseguimos lo que
buscamos? ¿Qué debemos hacer para promover el cambio? Más allá de nuestro carácter y
personalidad, de nuestros talentos innatos o adquiridos, y de la influencia de factores genéticos,
sociales y ambientales, nuestro estilo personal está determinado, ante todo, por nuestras
“competencias virtuosas”.
En las últimas décadas la psicología positiva se propuso actualizar la clasificación de las virtudes
originales. Los psicólogos Martin Seligman y Christopher Peterson, por ejemplo, identificaron 6
virtudes y 24 fortalezas que caracterizan al hombre contemporáneo.
Esas seis virtudes son: coraje, justicia, humanidad, sabiduría, templanza y trascendencia. Según los
criterios de nuestro entrenamiento espiritual podríamos decir entonces que nuestro “Yo virtuoso”
está compuesto por “Yo coraje”, “Yo justo”, “Yo humano”, “Yo sabio”, “Yo equilibrista” y “Yo
libre”.
¿Qué significa cada una de estas virtudes? ¿Cómo podemos entrar en contacto con ellas?
El coraje es la forma en que se expresa nuestra fuerza de voluntad. Coraje hace referencia a “poner
el corazón” al servicio de la aventura y con pasión por la conquista. Seligman y Peterson agregan
que existe un “coraje físico”, que nos permite superar el miedo a las heridas, al dolor y a la muerte, y
un “coraje moral”, que nos permite hacerle frente a nuestros hábitos disfuncionales o destructivos.
“YO CORAJE”
¿QUÉ ESTÁS DISPUESTO A PONER EN JUEGO PARA CONSEGUIR LO QUE
DESEÁS?
¿PONÉS “TODO” AL SERVICIO DE TUS DESEOS?
¿QUÉ ENTENDÉS POR “TODO”?
La justicia se refiere a la noción de equidad que nos permite sentir que todos tenemos los mismos
derechos y debemos tener las mismas posibilidades de acceder a lo que necesitamos. Pero la
definición de qué es justo o injusto es una construcción social, un acuerdo más o menos tácito que
establece una sociedad en diferentes momentos de su historia. “Yo justo” ¿Cuánto reconocés y
considerás al otro?
“YO JUSTO”
¿CUÁNTO RECONOCÉS Y CONSIDERÁS AL OTRO?
¿CUÁNTO TE PREOCUPÁS POR GARANTIZAR EL RESPETO, LA
CONVIVENCIA Y LOS DERECHOS DE LOS DEMÁS?
¿EN QUÉ SE FUNDA TU SENTIDO DE JUSTICIA, HUMANIDAD Y
SOLIDARIDAD?
¿QUÉ HACÉS POR LOS DEMÁS?
La humanidad alude a nuestro compromiso sensible con el bienestar propio y ajeno, a nuestros
hábitos y costumbres positivas y saludables, a la empatía como capacidad de ponernos en el lugar del
otro y al altruismo en el sentido de procurar el bien ajeno, aun a costa del propio, entre otros
aspectos.
“YO HUMANO”
¿QUÉ LUGAR OCUPAN LOS DEMÁS EN TU VIDA COTIDIANA?
¿QUÉ Y CUÁNTO HACÉS POR EL BIEN COMÚN?
¿PODÉS LOGRAR UN EQUILIBRIO ENTRE LOS DESEOS PROPIOS Y LOS
DESEOS DE LOS DEMÁS? ¿PRIMAN SIEMPRE TUS DESEOS O SOLÉS HACER
LO QUE EL OTRO ESPERA DE VOS?
¿CUÁL ES EL PUNTO DE EQUILIBRIO Y ENCUENTRO, SI ES QUE LO HAY?
La sabiduría nos invita a pensar en nuestro “coeficiente integrado” por las inteligencias cognitiva,
emocional y espiritual. En la búsqueda de recursos intelectuales y sensibles reside nuestro talento
para disponernos a vivir a conciencia plena, más allá de las adversidades. Siempre destaco en este
sentido la visión del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss: “El hombre sabio no da las respuestas
correctas sino que propone las preguntas adecuadas”.
“YO SABIO”
¿SEGUÍS CREYENDO QUE TODO DEPENDE DEL COEFICIENTE
INTELECTUAL O DE LAS HABILIDADES TÉCNICAS O ACADÉMICAS? ¿CREÉS
QUE LAS COMPUTADORAS E INTERNET TIENEN LA SOLUCIÓN A MUCHOS DE
TUS PROBLEMAS?
¿ESTÁS DISPUESTO/A A SUMAR TUS TALENTOS SENSIBLES AL
CONOCIMIENTO Y LA TÉCNICA?
La templanza es la capacidad de identificar y autorregular nuestras ideas, emociones, deseos,
motivos y comportamientos. Es la posibilidad que nos damos a nosotros mismos de armonizar
nuestros excesos y limitaciones; de aprender a aquietar la mente, a regular la energía y las pasiones
descontroladas, a hacer equilibrio entre el estrés, la ansiedad, el enojo, la angustia y tantas otras
emociones que nos llevan a caminar por la cuerda floja de nuestra autoestima. Del latín
“temperantia”, la etimología de la palabra nos invita a “moderar la temperatura” de nuestro
termostato emocional.
“YO EQUILIBRISTA”
¿CUÁN CONSCIENTE SOS DEL COSTO-BENEFICIO ESPIRITUAL DE CADA
EXPERIENCIA?
¿CUÁNDO ES NECESARIO HACER MÁS Y CUÁNDO, MENOS?
¿CREÉS QUE TODO MERECE LA MISMA CUOTA DE ENERGÍA?
“YO LIBRE”
EL HOMBRE NO VUELA PERO SUEÑA. Y EN LOS SUEÑOS QUE CONCRETA,
LEVANTA VUELO.
¿TE ATREVÉS A SOÑAR? ¿QUÉ ES LO QUE REALMENTE DESEAS? SI AÚN
NO LO SABÉS, ¿TE ANIMÁS A BUSCAR MÁS PREGUNTAS Y RESPUESTAS?
¿QUÉ SENTIDO TIENE CADA DÍA, CADA CREENCIA, CADA SENTIMIENTO,
CADA BÚSQUEDA, Y CADA ENCUENTRO?
¿HACIA DÓNDE ESTÁS YENDO Y HACIA DÓNDE QUIERES IR? ¿QUÉ VIDA TE
GUSTARÍA TENER? ¿EN QUÉ MUNDO TE GUSTARÍA VIVIR?
La psicología positiva también plantea que a cada una de estas seis virtudes universales le
corresponde una serie de fortalezas específicas.
Por ejemplo, para desplegar nuestro “Yo coraje” deberíamos poner en juego nuestra valentía,
perseverancia, honestidad y vitalidad.
Valentía: revela cuán dispuestos estamos a conseguir lo que nos propongamos más allá de los
miedos, las adversidades y las limitaciones.
Perseverancia: es nuestra capacidad para persistir y continuar de forma voluntaria en la dirección
o la meta que nos hemos propuesto.
Honestidad (integridad o coherencia): indica si estamos dispuestos a alinearnos con nuestros
propósitos; a aceptar, hacernos cargo, sostener nuestras convicciones y practicar en nuestros actos lo
que predicamos con la palabra.
Vitalidad: refleja nuestra disposición a sentirnos vivos, dinámicos y en movimiento, desplegando
nuestro potencial de acción, cambio y transformación permanente.
El “Yo justo” refleja nuestros criterios de ciudadanía (o trabajo en equipo), equidad y liderazgo.
Ciudadanía (o trabajo en equipo): significa cuán dispuestos estamos a identificar nuestros
deseos, acciones y búsquedas teniendo en cuenta el bien común y reconociéndonos como parte de una
red en la que todo se retroalimenta.
Sentido de equidad (imparcialidad): indica si estamos dispuestos a discriminar entre lo que
creemos correcto, oportuno y apropiado para todos, más allá de uno mismo y a pesar de todo.
Liderazgo: refleja nuestra capacidad de ponernos a disposición de lo que necesitamos y de lo que
necesitan nuestro entorno y el mundo; cuán dispuestos estamos a ser conscientes de nuestra
influencia, aporte y colaboración en la construcción de un deseo o un proyecto personal y universal.
Nuestro “Yo humano” se funda en nuestra capacidad de vivir y abordar el amor, la bondad y la
inteligencia social.
Amor: revela si estamos dispuestos a amar y ser amados, a ser fuente y receptor de afecto,
cuidado, protección, pasión, compromiso.
Bondad: indica cuán dispuestos estamos a ponernos al servicio de lo que puede resultar positivo,
necesario o favorable para nosotros y los otros.
Inteligencia social: significa nuestra capacidad de observar, escuchar, comprender, hacer juicios
positivos, aceptar y asumir un compromiso social y espiritual.
El “Yo sabio” que albergamos en nuestro interior está determinado por nuestra dosis de
curiosidad, amor por el conocimiento, creatividad, apertura mental y perspectiva.
Curiosidad: refleja nuestra disposición a vivir experiencias nuevas a pesar de las adversidades.
Amor por el conocimiento: es el indicador de cuán dispuestos estamos a aprender (y desaprender),
a buscar información, a superar cualquier limitación o punto de vista opuesto.
Apertura mental: indica cuán dispuestos estamos a aceptar e incluso incorporar nuevas formas de
pensar, de sentir y de vivir; a vencer las resistencias, terminar con mandatos, exigencias o
expectativas ajenas que no condicen con lo que realmente somos o deseamos.
Creatividad: revela si estamos abiertos a creer y crear algo nuevo, original, novedoso,
trascendente.
Perspectiva: muestra nuestra capacidad de trazar un horizonte superador y a recibir y predicar con
sabiduría profunda y sensible.
El “Yo libre” revela si estamos dispuestos a apreciar la belleza, la gratitud, la esperanza, el humor
y la espiritualidad.
Apreciación de la belleza (y de la excelencia): indica si estamos abiertos a detenernos, observar,
sorprendernos y maravillarnos con lo bello, lo original —la naturaleza, la ciencia, el arte, la vida en
todas sus expresiones concretas y posibles.
Gratitud: habla de nuestra disposición a sentir y expresar alegría y reconocimiento ante algo que
percibimos como un gesto positivo. Se refiere a cuán dispuestos estamos a sentirnos agradecidos y a
dar las gracias por las cosas que nos hacen sentir reconocidos, valorados y felices aunque sea por un
momento.
Esperanza: es una muestra de cuán dispuestos estamos a experimentar la sensación de un futuro
positivo u optimista en el corto, mediano y largo plazo.
Humor: refleja cuán dispuestos estamos a la magia de la risa y las sonrisas y a reírnos de nosotros
mismos y con los otros.
Espiritualidad: indica cuán dispuestos estamos a creer, sentir y buscar un “más allá” que supera
todo lo material, lo concreto y lo conocido.
Una primera forma de registrar nuestras virtudes y fortalezas, aquellas en las que creemos que nos
destacamos y las otras que deberíamos desarrollar, es atrevernos a darles un puntaje del 1 al 10 según
el grado de identificación que sentimos con cada una de ellas.
Te invito a calificarte en cada virtud y sus respectivas fortalezas. Las preguntas orientadoras para
hacerlo apuntan a detectar, por ejemplo, cuán valiente creés que sos, o cuán creativo te sentís, aquí y
ahora.
REVISÁ LA PUNTUACIÓN DE CADA FORTALEZA. ANALIZÁ CADA UNA A
CONCIENCIA PLENA, CON ACEPTACIÓN Y COMPROMISO, SIN JUICIOS
CRÍTICOS, Y REITERÁ DE VEZ EN CUANDO ESTA EXPERIENCIA DE
EVALUACIÓN CONSCIENTE.
Ahora apuntá en dos columnas las cinco fortalezas en las que mejor te autocalificaste y las cinco en
las que creés que tenés más debilidades. Más allá de la importancia de revisar el grado de
identificación que tenemos con cada una de las 24 fortalezas, identificar las fortalezas destacadas y
las fortalezas a desarrollar nos ayudará a reconocer nuestras cualidades positivas y nuestras
potencias a trabajar.
A fin de observar y expandir a conciencia todos los recursos que tenemos a disposición para hacer
posible la vida que nos gustaría, esta ilustración, como si fuera la paleta de un pintor, reúne todos los
“pétalos” de nuestra existencia que podemos hacer florecer.
Somos uno y muchos a la vez. Para que nuestra existencia —allí donde reside nuestro sentido y
nuestra razón de ser— cobre fuerza y alcance la plenitud, deberemos abrazar cada pétalo, único e
irrepetible, de esa matriz en permanente desarrollo y expansión que nos constituye.
Recordemos que el cambio, la evolución, la transformación y el florecimiento son posibles y
permanentes si obramos a conciencia plena, con aceptación y compromiso, decididos a seguir el
rumbo que nos propongamos. Somos y seremos lo que a partir de ahora nos dispongamos a crear
para nosotros mismos y en relación con los otros, con nuestro cuerpo, los espacios que habitamos y
los mundos a los que pertenecemos.
Hemos llegado al final de nuestro entrenamiento espiritual después de haber tomado contacto en
cada capítulo con las herramientas necesarias para nutrir y hacer florecer los diferentes aspectos de
nuestro “yo”.
A lo largo del libro, que hemos construido juntos, intentamos nutrirnos de todas las miradas
posibles para abrir nuestra mente en torno al desafío más profundo que enfrentamos: saber quiénes
somos y quiénes queremos ser.
Esto nos permitirá identificar nuestro centro y soporte existencial en el universo; en ese cosmos
tan infinito como las posibilidades que se nos presentarán a partir de ahora, gracias a la puesta en
acto de nuestras virtudes y fortalezas, de ser quienes queramos ser, de elegir la vida que queramos, y
de pensar, sentir, tener, buscar, poder y crear para estar cada día más dispuestos a que ocurra lo que
verdaderamente deseamos. Desde ese núcleo podremos encontrarnos a nosotros mismos y
conocernos, evolucionar y florecer.
Ojalá este libro te acompañe siempre. Más allá de lo que decidas hacer con él, pienso y siento que
ha tenido un sentido y que ha cumplido su propósito.
Aquí y ahora, escribiendo estas últimas líneas, me siento feliz y comprometido. Estoy pleno. Y me
gusta.
No sé qué ocurrirá a partir de ahora pero tengo la sensación de haber cumplido un objetivo. Por lo
pronto, dejo fluir mis palabras y me desapego de cualquier variable que escape de mis posibilidades
respecto del futuro de este libro. Simplemente me dispongo a que acompañe a quienes están
dispuestos a vivir una vida mejor.
Acepto la transformación como desafío. Abrazo mis dolores y mis miedos. Me entrego a lo que
vendrá. Puedo imaginar muchas cosas que podrían ocurrir a partir de este momento pero intento
detener mi mente y volver a estar plenamente presente aquí y ahora, en estas últimas líneas. Es el final
de un nuevo comienzo.
No olvides, ante todo, tu misión creadora y tu participación activa en el mundo y no dejes de
preguntarte a conciencia plena, con aceptación y compromiso, sin juicios ni prejuicios, más allá de la
adversidad y los resultados: ¿qué estoy dispuesto a que ocurra, aquí y ahora?
Cubierta
Portada
Prólogo, por Pilar Sordo
Introducción
1. Yo soy
2. Yo pienso
3. Yo siento
4. Yo estoy
5. Yo busco
6. Yo tengo
7. Yo puedo
8. Yo creo
9. Yo virtuoso
Epílogo
Créditos
Sobre el autor
Chaktoura, Eduardo
Inteligencia espiritual. - 1a ed. - Buenos Aires : Grijalbo, 2015
(Autoayuda)
EBook.
ISBN 978-950-28-0804-8
1. Autoayuda. I. Título
CDD 158.1
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ISBN 978-950-28-0804-8
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EDUARDO CHAKTOURA
Psicólogo, periodista y escritor, acumuló más de veinte años de experiencia profesional en medios de
comunicación como La Nación, Canal 13 y Radio Mitre. Como terapeuta se dedicó a la clínica
individual y coordinó grupos y talleres de reflexión. Prestigioso conferencista y asesor de empresas,
diseñó y lideró originales proyectos y programas de “entrenamiento emocional”, dirigidos a
optimizar la calidad de vida y promover el crecimiento de individuos, comunidades y
organizaciones.
En todas las áreas en las que desplegó su actividad fue, además de un respetado profesional, un tipo
inmensamente querido.
Este es su quinto libro. A poco de terminarlo, y cuando ya estaba entrando a imprenta, Eduardo
falleció.
Su familia, sus amigos, sus editores, sabemos que Inteligencia espiritual era uno de sus proyectos
más queridos: un verdadero sueño en el que invirtió todo el entusiasmo y el amor del que fue capaz.
Con su publicación, además de cumplir su deseo, celebramos su bella vida.