El Sacerdocio
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El Sacerdocio
SANTIDAD Y SACERDOCIO.
DEL ANTIGUO AL NUEVO TESTAMENTO
FRANCISCO VARO
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5. Hagamos notar desde el principio que en las páginas que siguen sólo pretendemos
presentar una recopilación de las características más peculiares del sacerdocio israelita en
su conjunto. Una síntesis acerca de las tareas ligadas al sacerdocio israelita que se detu-
viese lo necesario para tener el rigor debido debería ser mucho más amplia. Puede ver-
se, por ejemplo, el artículo de M.R. REHM, Levites and Priest, en «Anchor Bible Dic-
tionary», IV, pp. 297-310.
6. La bibliografía sobre el sacerdocio en el Antiguo Testamento es amplísima. Como
punto de partida para una aproximación al tema se puede acudir a R. DE VAUX, Insti-
tuciones del Antiguo Testamento, Barcelona 1964, pp. 449-517. Para una visión más de-
tallada puede consultarse en A. CODY, A History of Old Testament Priesthood, en «Ana-
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lecta Biblica» 35, Roma 1969; P. ZERAFA, Il sacerdozio nell’Antico Testamento, en «Sacra
Doctrina» 60 (1970) 621-658; A. PENNA, Riflessioni sul sacerdozio dell’Antico Testamen-
to, en «Rivista Biblica» 18 (1970) 105-129; J. GARCÍA TRAPIELLO, El sacerdocio en el an-
tiguo Israel, en «Cultura bíblica» 35 (1978) 83-98; U. BERGES, El sacerdocio en el Anti-
guo Testamento, en «Revista teológica limense» 24 (1990) 189-207; S. VIRGULIN, La
figura espiritual del sacerdote en el Antiguo Testamento, en A. BONORA (ed.), Espiritua-
lidad del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1994, pp. 387-405; B. GOSSE,
Melchisèdech et le messianisme sacerdotal, en «Bibbia e Oriente» 38 (1996) 79-89; M. S.
MOORE, Role Pre-Emption in the Israelite Priesthood, en «Vetus Testamentum» 46 (1996)
316-329.
7. «Aunque ese “espléndido aislamiento” con que las familias de los patriarcas pare-
cían moverse por toda Palestina se desvíe un tanto de la ficticia concepción genealógi-
ca de los orígenes, no puede menos de reflejar una imagen exacta de lo que constituía
la realidad social de una época —al menos en los primitivos tiempos pre-monárqui-
cos— en la que poco a poco comenzaban a cobrar forma ciertas estructuras políticas su-
prafamiliares» (R. ALBERTZ, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testa-
mento, Madrid 1999, p. 65; cfr. ibidem, pp. 82-83).
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«dos olivos» (el rey y el sumo sacerdote»), esto es, los «dos ungidos» que
habrían de servir a que el Señor ejerciera su dominio universal (cfr. Zac
4, 11-14).
Mientras tanto, en esa fecundísima etapa para la profundización
teológica que fue el postexilio, la reflexión sobre la mediación ante Dios
fue descubriendo nuevos matices, tal como se deduce del análisis histó-
rico-crítico de varios pasajes del Pentateuco. De una parte, textos de la
composición KD 16 afirman que Israel, por la acción liberadora del Señor,
que implicaba una verdadera elección, se había convertido en un pueblo
peculiar, es decir, en un «pueblo santo» (‘am qadosv). Puesto que «todas
las naciones son como nada ante él» (Is 40, 17), es necesario que haya un
«pueblo aparte de los demás», es decir «santificado», para relacionarse
con Dios. Por eso, se dice en el Deuteronomio que el Señor dijo a Israel:
«tú eres un pueblo consagrado (‘am qadosv) al Señor, tu Dios, a ti te ha
elegido el Señor, tu Dios, para que seas el pueblo de su propiedad entre
todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra» (Dt 7, 6) 17.
Por su parte, también la composición sacerdotal KP, asumió ese
concepto: «vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación
santa (goy qadosv)» (Ex 19, 6). La Alianza con el Señor no sólo hacía de
Israel un «reino de sacerdotes» (mamleket kohanim: Ex 19, 6) sino que
todo el pueblo tenía una dignidad sacerdotal (cfr. Ex 24, 3-8) 18.
Esos textos manifiestan que cuando se toma conciencia de que el
Señor no sólo es el Dios de Israel, sino el único Dios verdadero, y se con-
sidera la humanidad como una familia de naciones, la mediación entre
Dios y los hombres recae sobre un pueblo, el pueblo elegido por Dios y
consagrado por Él para desempeñar una mediación verdaderamente
sacerdotal entre los pueblos.
En cambio, a pesar del carácter sacerdotal de todo el pueblo en
cuanto tal, por lo que se refiere al culto, no todo Israel puede acercar-
16. Para los redactores de esa composición la existencia de Israel se basaba en dos
categorías históricas: la promesa a los patriarcas y la liberación de la cautividad de
Egipto.
17. Cfr. también Dt 14, 2.21; 26, 19; 28, 9.
18. Cfr. E. BLUM, Studien zur Komposition des Pentateuch, Berlin-New York 1990, p.
52.
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19. Acerca del posible trasfondo histórico de esa selección y su reflejo en el Penta-
teuco, son muy ilustrativas de la situación actual de la investigación las páginas de R.
ALBERTZ, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, Madrid
1999, pp. 649-654.
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21. 1 QS IX 10-11.
22. Test. Leví XVIII, 1-3.
23. Pueden encontrase más detalles sobre esta caracterización, y abundante biblio-
grafía, en nuestro estudio La formación impartida por Jesús de Nazaret. Rasgos específicos
de su pedagogía a la luz de la literatura rabínica, en L.F. MATEO-SECO y otros (eds.), La
formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales, Pamplona 1990, pp. 492-498.
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24. A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo. Según el Nuevo Testamento, Sa-
lamanca 21992, p. 21.
25. La expresión «Santo de Dios» alude, además, al sacerdocio de Cristo. Cfr. A. GAR-
CÍA-MORENO, Teología bíblica del sacerdocio. Aspectos joanneos, en L.F. MATEO-SECO y
otros (eds.), La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales, Pamplona 1990,
p. 200. Schnackenburg recuerda que Aarón es llamado ho hagios tou Theou (el santo de
Dios) en el Sal 106, 16; cfr. R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según San Juan II, Barce-
lona 1980, p. 123.
26. A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo. Según el Nuevo Testamento, Sa-
lamanca 21992, p. 66.
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Cristo en la Carta a los Hebreos, en «Revista de Cultura Bíblica» 10 (1986) 47-85. Tam-
bién puede leerse con provecho J. GALOT, Prête au nom du Christ, Chambray-lès-Tours,
1985, pp. 25-65, con abundante bibliografía. Además de en la Carta a los Hebreos, es
posible reparar en el carácter sacerdotal de al menos algunas acciones de Jesús, especial-
mente de cuanto ocurre en torno al Misterio Pascual, en el tratamiento que hace de ellos
el Cuarto Evangelio. Sobre este asunto, véase A. FEUILLET, L’Eucharistie, le Sacrifice du
Calvaire, et le Sacerdoce du Christ, d’après quelques données du Quatrième Évangile, com-
paraison avec les Synoptiques et l’Épitre aux Hébreux, en «Divinitas» 29 (1985) 103-149
y J.P. HEIL, Jesus as the Unique High Priest in the Gospel of John, en «Catholic Biblical
Quartely» 57 (1995) 729-745.
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Vaticano II, Madrid 1969, pp. 489-490). No obstante, Congar matiza estas fuertes
afirmaciones recordando que la Iglesia es distinta del mundo, tratando de los sacra-
mentos, y estableciendo una jerarquización de grados de sacralidad cristiana (ibidem,
pp. 494ss.).
30. «Quien, desde lo legal-religioso era un laico, el que no desempeñaba ninguna mi-
sión en el culto de Israel, era el único Sacerdote verdadero. Su muerte, que histórica-
mente era un acontecimiento profano —la condena de un criminal político— fue en
realidad la única liturgia de la historia humana; fue liturgia cósmica por la que Jesús en-
tró en el templo real, es decir, en la presencia de Dios, no en el círculo limitado de la
escena cúltica, en el templo, sino ante los ojos del mundo. Por su muerte no ofreció co-
sas, sino que se ofreció a sí mismo (Hb 9, 11 ss.)» (J. RATZINGER, Introducción al cris-
tianismo, Salamanca 1971, p. 248).
31. Por eso, dice la Carta a los Hebreos que «puede también salvar perfectamente a
los que se acercan a Dios a través de él, ya que vive siempre para interceder por noso-
tros. Nos convenía, en efecto, que el Sumo Sacerdote fuera santo, inocente, inmacula-
do, separado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos; que no tiene
necesidad de ofrecer todos los días, como aquellos sumos sacerdotes, primero unas víc-
timas por sus propios pecados y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo de una
vez para siempre cuando se ofreció él mismo» (Hb 7, 25-27). Cfr. X.C. COMLAN TO-
HOUEGNON, Tel est en effet le grand-prêtre qui nous convenait (He 7, 26), Roma 1979,
pp. 59-90.
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34. Cfr. H. GEIST, El sacerdocio según la revelación. Novedad del sacerdocio cristiano,
en «Estudios trinitarios» 31 (1997) 275-294.
35. Rm 1, 7; 1 Co 1, 2; 2 Co 1, 1.
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ciencia para dar culto al Dios vivo!» (Hb 9, 11-14). Por eso, hace notar
Vanhoye que el autor de la Carta a los Hebreos «denuncia la insuficien-
cia de la teleiôsis ritual antigua y muestra que, en el misterio pascual de
Cristo, la teleiôsis ritual ha sido reemplazada por una teleiôsis auténtica,
transformación profunda del ser humano, que lo introduce efectiva-
mente en la intimidad celeste de Dios y lo sitúa al mismo tiempo en una
nueva solidaridad con sus hermanos» 38.
Una santificación de ese tipo tiene una dimensión sacerdotal, pe-
ro no es exclusiva de algunas personas «separadas» del resto del pueblo,
sino característica del sacerdocio común de todos los fieles. Por eso, así
como en la Ley de Santidad del Levítico, las diversas prescripciones se
concluyen con la fórmula «Sed santos, porque Yo, el Señor, vuestro
Dios, soy santo» 39, el Evangelio de Mateo dice que Jesús, al final del Ser-
món de la Montaña dirige a todos los hombres su llamada a la nueva
santidad que ha venido a proclamar: «sed vosotros perfectos como vues-
tro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48).
Así pues, sólo Cristo es capaz de ejercer en plenitud la misión de
mediador, y sólo Él es Sumo y Eterno Sacerdote, pero es posible hablar
de «sacerdotes» en relación con Cristo. Para tener una auténtica relación
con Dios no se puede prescindir de la mediación de Jesucristo. Asumir
esta realidad trae consigo en la práctica algunas consecuencias. En con-
creto, todo cristiano está llamado a ofrecer, como Jesús, su propia vida
al servicio de la difusión universal del Evangelio y en sacrificio de re-
conciliación con Dios de la entera humanidad: «Os exhorto, por tanto,
hermanos —dice San Pablo—, por la misericordia de Dios, a que ofrez-
cáis vuestros cuerpos como ofrenda viva, santa, agradable a Dios: éste es
vuestro culto espiritual» (Rm 12, 1). Todo el contexto de esas palabras
del Apóstol tiene un sentido litúrgico. Al igual que en la inmolación de
Cristo, el cristiano ha de ofrecer toda su existencia en un acto sacerdotal
y sacrificial al mismo tiempo 40.
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41. Cfr. E. G. SELWYN, The First Epistle of St. Peter, London 21947, pp. 281-285; P.
DE AMBROGGI, Il sacerdozio dei fideli secondo la prima di Pietro, en ScC 75 (1947) 52-
57; L. CERFAUX, Regale sacerdotium en Recueil L. Cerfaux, II, Gembloux 1954, pp. 283-
315; J. COPPENS, Le sacerdoce royal des fidèles: un commentaire de I Petr. II, 4-10, en AA.
VV., Au service de la Parole de Dieu. Mélanges offerts à A. M. Charue, Gembloux 1969,
pp. 61-75; F. FERNÁNDEZ RAMOS, El sacerdocio de los creyentes (1 Pet 2, 4-20), en Teolo-
gía del sacerdocio, Burgos 1970, pp. 11-47; N. BROX, La primera carta de Pedro, Sala-
manca 1994, p. 135.
42. Acerca de los modos en que los bautizados y los ministros ordenados quedan
configurados con Cristo Sacerdote, véase A. ARANDA, El sacerdocio de Jesucristo en los mi-
nistros y en los fieles, en «Scripta Theologica» 22 (1990) 365-404.
43. Cfr. Y. CONGAR, Jalones para una teología del laicado, Barcelona 1961, pp. 155ss.
44. Cfr. S. ZEDDA, Il sacerdozio regale di Cristo, Reggio Emilia 1999, pp. 13 y 41-43.
45. J.L. ILLANES, Laicado y sacerdocio, Pamplona 2001, p. 208.
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Si todos los cristianos son en cierto modo sacerdotes, ¿no hay lu-
gar en la Iglesia para más sacerdocio que el común de los fieles? A eso
46. Cfr. S. BASILIO, Tratado del Espíritu Santo 16, 39 (PG 32, 140). Véase nuestro
estudio Jesucristo y el don del Espíritu, en «Scripta Theologica» 29, 2 (1997) 511-539.
47. Cfr. A. FEUILLET, Las «sacrifices spirituels» du sacerdoce royal des baptisés (1 P 2, 5)
et leur préparation dans l’Ancien Testament, en «Nouvelle revue théologique» 96 (1974)
704-728.
48. Cfr. U. VANNI, La promozione del regno come responsabilità sacerdotale dei Cris-
tiani secondo l’Apocalisse e la Prima Lettera di Pietro, en «Gregorianum» 68 (1987) 9-56,
especialmente 55.
49. La «santificación en la verdad» que Jesús pide al Padre para sus discípulos está en
relación con su misión en el mundo, a semejanza de Jesús que fue «santificado y envia-
do al mundo» (cfr. Jn 10, 36). Cfr. A. GARCÍA-MORENO, Teología bíblica del sacerdocio.
Aspectos joanneos, en L.F. MATEO-SECO y otros (eds.), La formación de los sacerdotes en
las circunstancias actuales, Pamplona 1990, pp. 203-204; A. AMBROSIANO, «Pro eis sanc-
tifico meipsum» (Gv 17, 19). Consacrazione e missione dei presbiteri, en «Lateranum» 56
(1990) 521. Véase también G.M. BEHLER, Cristo, modello del sacerdote, en «La nuova
rivista di Ascetica e Mistica» 2 (1977) 97-113.
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parecería, en una visión superficial, que apuntan los textos del Nuevo
Testamento, pues en ellos la palabra «sacerdote» se aplica a Jesucristo o
a todos los fieles —como se ha indicado—, pero no se utiliza la palabra
«sacerdote» para designar una tarea específica en la comunidad cristiana.
En los momentos que siguieron a la Resurrección y Ascensión de
Jesús a los cielos, tras la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, los
Apóstoles comenzaron a predicar, y con el paso del tiempo fueron aso-
ciando colaboradores a su tarea. Si el mismo Jesucristo no se había de-
signado nunca como sacerdote, era lógico que tal denominación ni se les
ocurriera utilizarla a sus discípulos para hablar de sí mismos. De hecho,
las tareas que realizaban tenían poco que ver con las que los sacerdotes
judíos desempeñaban en el Templo. Por eso utilizaron otros nombres
que designaran más descriptivamente sus funciones en las primeras co-
munidades cristianas: apóstolos que significa «enviado», epíscopos que sig-
nifica «inspector», presbyteros «anciano» o diákonos «servidor, ayudante»,
entre otros 50.
No obstante hay indicios de que al reflexionar y explicar las tareas
de esos «ministros» que son los Apóstoles o que ellos mismos fueron ins-
tituyendo 51, se va percibiendo que se trata realmente de funciones sacer-
dotales 52, que no se identifican con las tareas propias del sacerdocio co-
mún, y que tienen un sentido diverso de lo que había sido característico
del sacerdocio israelita 53.
San Pablo, al hablar a los Romanos de la gracia que ha sido dada
por Dios y que consiste en su vocación apostólica la define diciendo que
50. Acerca de esta cuestión, véase P. GRELOT, Le ministère de la Nouvelle Alliance, Pa-
ris 1967, especialmente las pp. 73-140.
51. Cfr. J. GUILLET, Le ministère dans l’Église: ministère apostolique-ministère évangé-
lique, en «Nouvelle revue théologique» 112 (1990) 481-501.
52. Sobre esta cuestión puede encontrarse un buen estudio en J.M.R. TILLARD, La
«qualité» sacerdotale du ministère chrétien, en «Nouvelle revue theologique» 95 (1973)
481-954. Acerca del fundamento bíblico del sacerdocio ministerial, especialmente en
las comunidades paulinas, resultará provechoso leer el estudio de A. ZIEGENAUS, Iden-
tidad del sacerdocio ministerial, en «Scripta Theologica» 22 (1990), especialmente en las
pp. 353-361. Véase también M. NICOLAU, La triple función sacerdotal en el Nuevo Tes-
tamento, en «Naturaleza y gracia» 21 (1974) 55-380.
53. Acerca de la naturaleza peculiar del culto cristiano, puede verse el artículo de Y.
M. CONGAR, Sacerdocio del Nuevo Testamento, en H. FRISQUE-Y.M. CONGAR, Los
sacerdotes. Decretos «Presbyterorum ordinis» y «Optatam totius», Madrid 1969, pp. 282ss.
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Apóstol concede el perdón «en nombre de Cristo» 56. Más tarde, en el si-
glo XIII, Santo Tomás de Aquino será el que invoque precisamente ese
texto para dar a la expresión in persona Christi el sentido fuerte con que
la emplea la teología sacramentaria para expresar el modo en que los mi-
nistros sagrados ejercitan el único sacerdocio de Cristo. No se trata de
una simple representación ni de una actuación «en lugar de» Jesús, pues
Él continúa actuando con ellos y mediante ellos 57. «Conviene recordar
—se ha dicho acertadamente— que la expresión in persona Christi no ha
nacido para exaltar la dignidad del sacerdocio ministerial, sino como exi-
gencia ineludible de la íntima estructura de la mediación de Cristo. En
efecto, precisamente porque la mediación, el sacerdocio y el sacrificio de
Cristo son únicos, la acción de los sacerdotes ni sucede ni se suma a la
mediación del Único Mediador. No son acciones que se añaden o se
yuxtaponen a la acción con la que Cristo reúne y santifica a su Iglesia,
sino acciones instrumentales a través de las cuales Cristo mismo sigue
ejerciendo su sacerdocio» 58.
Además de en las Grandes Epístolas de San Pablo, el vocabulario
litúrgico también se emplea en el resto del Corpus paulinum para hablar
del ministerio apostólico. Así, la expresión fuerte con que se alude al go-
zo que lleva consigo el esfuerzo en la predicación del Evangelio: «aunque
sea derramada mi sangre sobre el sacrificio y ofrenda de vuestra fe, me
alegro y me congratulo con todos vosotros» (Flp 2, 17). Esas palabras
podrían interpretarse como una metáfora, pero no se trata sólo de una
imagen. Para el Apóstol la proclamación del Evangelio ocupa el mismo
lugar que los sacrificios, y la función sacerdotal queda asumida en su mi-
nisterio 59. Así mismo, en la Epístola a los Colosenses: «Ahora me alegro
de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta
a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia»
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(Col 1, 24). En este caso, se puede observar que contempla los padeci-
mientos que trae consigo la tarea que le ha sido encomendada como un
modo de identificarse con Jesucristo y junto con él dar su vida por su
cuerpo místico, que es la Iglesia.
Hacia el final de la Primera carta de San Pedro, hay un texto bien
conocido que atestigua que esos «ministerios» en la Iglesia de los que he-
mos hablado iban tomando una cierta estructuración. Se refiere más en
concreto a la tarea de aquellos a los que corresponde presidir y guiar a
las primeras comunidades cristianas, y a los que se designa con el térmi-
no de presbyteros, esto es «ancianos», que no era de suyo una denomina-
ción sacerdotal. Se trata de la versión griega del término hebreo zeqanim
con el que se designaba a los miembros del consejo encargado de guiar
la comunidad. El libro de los Hechos de los Apóstoles atestigua que des-
de los primeros momentos de su expansión misionera los Apóstoles iban
dejando presbyteros a cargo de las comunidades que iban evangelizando.
Estos presbyteros cristianos desempeñaban ya desde su origen unas fun-
ciones diversas de las propias de los zeqanim en las comunidades judías,
funciones que tuvieron una connotación sacerdotal cada vez más mar-
cada. El texto a que aludíamos dice así: «A los presbíteros que hay entre
vosotros, yo —presbítero como ellos y, además, testigo de los padeci-
mientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse— os ex-
horto: apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernando no
a la fuerza, sino de buena gana según Dios; no por mezquino afán de lu-
cro, sino de corazón; no como tiranos sobre la heredad del Señor, sino
haciéndoos modelo de la grey. Así, cuando se manifieste el Pastor Su-
premo, recibiréis la corona de gloria que no se marchita» (1 P 5, 1-4). Al
igual que en la Carta a los Hebreos se relaciona la perfección del sacer-
docio de Cristo con su Pasión y Gloria, y aquí se explica la misión del
presbítero como testigo y partícipe de esos sufrimientos y de su glorifi-
cación. A la vez la alusión a Cristo como «Pastor Supremo» (archipoíme-
nos) no puede dejar de evocar a Cristo «Sumo Sacerdote» (archiéreus) de
Hebreos, y la enumeración de consejos para los presbíteros en su servi-
cio pastoral a la comunidad no es sino un modo de participar en la ta-
rea de Jesucristo, el «Pastor Supremo», y hacerlo presente entre los fieles.
En los textos precedentes se interpreta la acción salvadora de Cris-
to como una acción sacerdotal en su grado más eminente, que lleva a su
perfección aquello que la institución del sacerdocio levítico sólo dejaba
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intuir entre sombras. En todos los casos queda claro que sólo se puede
hablar ya de un sólo sacerdote en sentido estricto, que es Jesucristo, cu-
yo sacerdocio es Sumo y Eterno. De otra parte, en la Iglesia hay minis-
tros cuyo ministerio tiene un carácter verdaderamente sacerdotal, que
desempeñan diversas tareas al servicio de las comunidades cristianas, pe-
ro con un elemento común decisivo: ninguno de ellos son «sacerdotes»
a título propio —ni por tanto gozan de autonomía para desempeñar un
«sacerdocio» a su aire, con su sello personal—, sino partícipes del sacer-
docio de Cristo 60.
Ahora bien, aunque todos los cristianos, en virtud del sacerdocio
común, pueden y están llamados a dar culto a Dios, a «divinizar» todas
las actividades nobles del mundo y de la vida humana, no son capaces
de realizar esa mediación por sí mismos. Jesucristo sí, y es el único que
puede hacerlo en plenitud, por eso es Sumo Sacerdote. En cambio, los
fieles sólo pueden elevar su vida a Dios unidos a Jesucristo. Por eso, en
la economía de la salvación, además del sacerdocio común, y a su ser-
vicio 61, Dios ha querido contar con un sacerdocio que sea sacramento
(signo sensible y eficaz) de la mediación de Cristo, que con su acción pú-
blica ministerial instruya, guíe y santifique a los fieles para que adquie-
ran y mantengan la capacidad de ejercer, en continua comunión con Je-
sucristo, la mediación sacerdotal en medio del mundo que les ha sido
otorgada. Aquí está el núcleo profundo de la identidad del sacerdocio
ministerial cristiano, al servicio del sacerdocio común, desde una parti-
cipación sacramental específica en el sacerdocio de Cristo que no es só-
lo funcional o de grado 62.
60. «En cuanto signo e instrumento, llamado a actuar in persona Christi, el ministro
ordenado no es propiamente un intermediario entre Dios y el hombre, entre Cristo y
el mundo, sino uno de los sujetos en que Cristo, único mediador en sentido absoluto
entre Dios y la humanidad, realiza por la intervención del Espíritu su mediación salví-
fica en favor de la Iglesia y del mundo» (A. FAVALE, El ministerio presbiteral, Madrid
1989, p. 80). Véase también G. GRESHAKE, The Meaning of Christian Priesthood, Du-
blin 1988, pp. 31-76.
61. Cfr. A. VANHOYE, Sacerdoce comun et sacerdoce ministériel, en «Nouvelle revue
theologique» 97 (1975) 200-203.
62. En este contexto se comprende bien un texto del Beato Josemaría Escrivá que no
es sólo una hermosa exhortación ascética, sino una formulación precisa y clara del per-
fil teológico del sacerdote: «Algunos se afanan por buscar, como dicen, la identidad del
sacerdote. (...) ¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo. Todos los cristianos po-
demos y debemos ser no ya alter Christus, sino ipse Christus: otros Cristos, ¡el mismo
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FRANCISCO VARO
66. Cfr. G. GOZZELINO, Nel nome del Signore. Teologia del ministero ordinato, Tori-
no 1992, p. 99.
67. Puede consultarse con provecho el excelente capítulo sobre «sacerdocio y santi-
dad» en L.F. MATEO-SECO-R. RODRÍGUEZ-OCAÑA, Sacerdotes en el Opus Dei. Seculari-
dad, vocación y mimisterio, Pamplona 1994, pp. 73-119. Véase también J. SANCHO, La
santidad del sacerdote, en L.F. MATEO-SECO y otros (eds.), La formación de los sacerdotes
en las circunstancias actuales, Pamplona 1990, pp. 646-648.
68. L.F. MATEO-SECO, El ministerio, fuente de la espiritualidad del sacerdote, en
«Scripta Theologica» 22 (1990) 454.
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69. JUAN PABLO II, Ex. Ap. Novo millenio ineunte, n. 16.
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