Homosexualidad (Antropología) PDF
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Las estimaciones más recientes sitúan en un 20,3 por ciento el porcentaje de varones adultos
norteamericanos que han tenido contactos sexuales con otros varones que culminaron en orgasmo.
Dadas las múltiples maneras utilizadas por los humanos para desligar el placer sexual de la
reproducción no deseada, la amplia difusión del comportamiento homosexual no debería
sorprendernos. Más sorprendente es el gran número de personas que se masturban o masturban a su
pareja, toman píldoras para el control de la natalidad, utilizan condones o pomadas espermicidas,
practican diversas formas gimnásticas de heterosexualidad no coital, pero condenan y ridiculizan el
comportamiento homosexual, aduciendo que es «antinatural». La vinculación de éste con el SIDA no
disminuye en nada la irracionalidad de los fortísimos prejuicios contra las personas que se complacen
en las relaciones homófilas o lésbicas. De no ser por los avances de la medicina, innumerables
hombres y mujeres practicantes de una buena, sana y natural heterosexualidad, seguirían falleciendo a
causa de la sífilis, plaga venérea que en su momento alcanzó dimensiones muy superiores a las del
SIDA.
Por lo tanto, no afirmo que los seres humanos vengan al mundo con una condición sexual de
tabula. rasa, pero sí que las preferencias no entrañan forzosamente evitaciones. Se puede preferir el
bistec sin rechazar las patatas. No veo pruebas de que las personas dotadas de preferencias por el sexo
opuesto estén igualmente dotadas de predisposiciones a detestar y evitar las relaciones con miembros
del propio sexo. Esto se aplica también a la inversa. Es decir, dudo mucho de que el reducido número
de personas predispuestas a las relaciones con representantes de su mismo sexo nazcan con una
tendencia fóbica hacia el sexo contrario. Dudo, en otras palabras, de que existan en absoluto modos de
sexualidad humana obligatorios fuera de los impuestos por prescripción cultural.
¿Por qué habría de haberlos? Los humanos tienen sexo para dar y tomar. ¿Acaso no estamos
libres de las cadenas que representan las temporadas de cría o los períodos cíclicos de celo? ¿No
poseen acaso nuestras hembras clítoris que superan en su prominencia a los de todas las demás
especies, con excepción de las hembras de chimpancés más lúbricas? ¿No es nuestra piel
singularmente lampiña y más sensible, eróticamente, que la de cualquier simio peludo? Si los
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chimpancés pigmeos mantienen diariamente relaciones heterosexuales, además de frecuentes
frotamientos genitogenitales y penetraciones pseudocopulatorias de tipo homosexual, ¿por qué habría
de esperarse que el Homo sapiens, el primate más sexy e imaginativo, fuera a ser menos polifacético?
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