739 El Llamado Al Servicio
739 El Llamado Al Servicio
739 El Llamado Al Servicio
Contenido
*0 Abraham, Génesis 12.1 al 5; el principio de la fe
*1 Moisés, Éxodo 3,4: el principio del liderazgo
*2 Gedeón, Jueces 6.16; el principio de la dirección
*3 Eliseo, 1 Reyes 19.19 al 21; el principio del discipulado
*4 Isaías, Isaías 6; el principio de la santidad
*5 Jeremías, Jeremías 1; el principio del quebrantamiento
*6 Ezequiel, Ezequiel 1; el principio de la gloria
*7 Simón Pedro, Marcos 1.17; un pescador y pastor
*8 Pablo, Hechos 20.17 al 38; un pionero y plantador de iglesias
*9 Timoteo, 1 y 2 Timoteo; un pastor
Introducción
I — Abraham; el principio de la fe
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hay igual lapso de tiempo. Las dispensaciones de la conciencia y el
gobierno humano estaban llegando a su fin y Dios estaba por hacer algo
nuevo.
“El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en
Mesopotamia, antes que morasen en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de
tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré”, Hechos 7.2,3. Ur de
Caldea era en ese entonces una civilización altamente desarrollada, como
descubrió en 1926 el arqueólogo Leonard Wooley. Se nos informa que
Abraham era muy rico en ganado, en plata y en oro, Génesis 13.2.
Obedecer a Dios y abandonar el ambiente sofisticado de Ur para ir a
Canaán, era como dejar Park Avenue en Nueva York para residenciarse en
Tombouctou en Mali. Pero con todo él obedeció el llamado divino y
emprendió su viaje en sencilla fe en las promesas de Dios. Pero, como
muchos otros peregrinos desde ese entonces, él encontró problemas.
Las pruebas de la fe
Sus problemas vendrían de la familia, el hambre, el temor y la contienda.
Su primer problema tenía que ver con el círculo familiar. Dios había
llamado a Abraham pero aparentemente su padre Taré asumió el control
del grupo emigrante. “Tomó Taré a Abram su hijo, y a Lot hijo de Harán,
hijo de su hijo, y salió con ellos de Ur de los caldeos, para ir a la tierra de
Canaán; y vinieron hasta Harán, y se quedaron allí”, Génesis 11.31,32.
Harán quedaba en el lindero entre Mesopotamia y Canaán. El gran río
Éufrates separaba los dos países. Uno comprende cómo se sentiría Taré.
Cruzar el río sería dejar atrás de un todo la vida y tierra conocida, y
prefirió quedarse a medio camino. ¡Pero murió! Ahora Abram tenía
libertad para actuar; el impedimento a una obediencia entera había sido
quitado.
Muchos en estos tiempos encuentran esta dificultad al intentar obedecer
el llamamiento divino. “Los enemigos del hombre serán los de su casa. El
que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí”, Mateo
10.36,37. Jonatán, el amigo íntimo de David, estaba atormentado por
afectos opuestos: lealtad a su padre, y amor por David. Escogió, volvió al
campamento de Saúl y perdió la vida por haberse equivocado; 1 Samuel
20.
El hambre dio lugar a la segunda prueba de fe para Abram. Cruzó el
Éufrates y llegó a la tierra prometida. Desde esa ocasión en adelante sería
conocido como el hebreo: el hombre del otro lado del río. El río le
separaba para siempre de Babilonia; él nunca tomó licencia para regresar.
Hasta el fin, era un extranjero y peregrino con un altar y una tienda.
Pero había hambre en la tierra, cosa que puede ser una prueba severa en
cualquier época. Más del 50% de la población del mundo se acuesta cada
noche hambriento. Aun el pueblo de Dios puede morir por falta de
sustento, como los acontecimientos recientes en Angola nos mostraron.
Puede haber hambre en Belén, la casa de pan, y tanto Moab como Egipto
pueden lucir atractivos como lugares de refugio. Pero son terreno
peligroso, como descubrieron Elimelec y Abram.
Abram decidió bajar a Egipto, donde encontró su próxima prueba, la del
temor. Temía por su vida a causa de su esposa hermosa, Sarai. Le pidió
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decir que era su hermana. Conforme a la costumbre oriental, era cierto;
ella era hija de su padre pero no de su madre, y él se había casado con
ella.
Pero el propósito era engañar y, como temía, Sarai fue conducida al harén
de Faraón. Dios intervino en misericordia. Sarai recobró su libertad sin
haber sido abusada; la compañía se marchó de Egipto, tal vez más triste y
más sabia a raíz de la experiencia.
La Palabra de Dios afirma que el temor del hombre pondrá lazo,
Proverbios 29.25. Pedro aprendió la lección por las amargas, sentado en el
patio ante el fuego de mundanos. El hombre que se jactaba que iría a la
cárcel y aun a la muerte por el bien de su Señor, le negó en el momento
de prueba. Ninguno de nosotros debe decir qué haría al sufrir, ser
torturado o condenado a morir por el testimonio de Cristo. Se nos manda
no temer a quienes matan el cuerpo, sino a Aquel que puede lanzar alma
y cuerpo en el infierno; Mateo 10.28.
Al salir de Egipto de regreso a la tierra prometida, Abram enfrentó una
cuarta prueba de su fe. Fue la de una contienda. Hubo choque entre los
pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot.
El cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra, y esa población
pagana estaba observando. La afluencia presenta peligros. Los dos
tuvieron que separarse; con benignidad Abram le dio a Lot la oportunidad
de escoger su rumbo. Tristemente, éste escogió mal, y con resultados
desastrosos. Lo que había visto en Egipto le influenció; las bien regadas
llanuras del Jordán eran como la tierra egipcia, y él fue poniendo su tienda
hacia Sodoma. Aquella estadía en Egipto tuvo repercusiones de largo
alcance.
Las Escrituras y la historia de la Iglesia contienen muchos ejemplos
trágicos de las consecuencias de fricción entre el pueblo de Dios. Una de
las principales armas de Satanás es la cuña. Él introduce el filo delgado y
luego golpea feamente hasta abrir gran brecha. Abram y Lot, Pablo y
Bernabé, son ejemplos primarios. La obra del Espíritu es de construir y
unir; la de Satanás, de dividir y destruir.
El ocaso de la fe
Dios le había prometido a Abram que en él y su simiente serían
bendecidas todas las familias de la tierra. Dijo que su descendencia sería
como el polvo de la tierra, Génesis 13.16, y las estrellas del cielo. El
patriarca creyó a Dios y le fue contado por justicia, 15.5,6. Un pacto
solemne lo confirmó; habría una descendencia terrenal y una celestial.
Ahora su nombre sería Abraham, que quiere decir, “padre de muchas
naciones”.
Pero no tenía prole. Dios le había dado la promesa y el pacto, pero
muchos años habían corrido sin evidencia de su cumplimiento. ¿Dios se
había olvidado? Abraham tenía 85 años, y por sugerencia de su esposa
Sarai se casó con una esclava egipcia. Nació Ismael.
Las consecuencias de esa iniciativa y lapso de fe han perdurado cuarenta
siglos. La enemistad entre Isaac e Ismael, entre judío y árabe, es más
pronunciada que nunca, y desaparecerá tan sólo cuando el Hijo y simiente
de Abraham, el Mesías, vuelva y establezca su reino.
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El triunfo de la fe
En el cumplimiento del tiempo nació Isaac, el hijo de la promesa. Dios no
se había olvidado. Pero se presentó la prueba definitiva de la fe y
obediencia de Abraham: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien
amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de
los montes que yo te diré”.
Abraham no titubeó. La fe había alcanzado su apogeo. El escritor a los
hebreos nos cuenta que el patriarca pensó que Dios es poderoso para
levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también
volvió a recibir a Isaac.
Varios grandes términos bíblicos figuran por primera vez en Génesis 22.
Ejemplos son hijo único en el sentido de unigénito; amar; adorar;
holocausto. El capítulo es una magnífica figura de la muerte sustitutiva
del Salvador; se presenta como transacción entre padre e hijo. En el
22.17 se repite y se enfatiza el pacto original con Abraham, agregando
una tercera metáfora: la simiente. Además del polvo de la tierra y las
estrellas del cielo, su simiente sería como la arena que está a la orilla del
mar. Al final del capítulo se presenta la genealogía de la esposa de Isaac,
Rebeca.
Moisés fue uno de los hombres más sobresalientes que jamás ha vivido.
Tuvo una profunda influencia sobre sus contemporáneos y un tremendo
impacto sobre la historia. Sus actividades ocupan 137 capítulos de la
Biblia; es el autor del Pentateuco y los Salmos 90 y 91. Ochenta veces se
le menciona en el Nuevo Testamento, más que cualquier otro personaje
del Antiguo Testa-mento.
Se llama un profeta en Deuteronomio 18.15, un sacerdote en Salmo 99.6
y un rey en Deuteronomio 33.5. Abraham se identifica como el amigo de
Dios y Moisés como el varón de Dios (título del Salmo 90). Si Abraham es
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el padre de su nación, demostrando el principio de la fe, Moisés es su
libertador de la servidumbre, simbolizando el principio del liderazgo.
Dios presupuestó la vida de Moisés. De sus ciento veinte años, éste vivió
cuarenta en Egipto en la escuela del mundo, aprendiendo a ser alguien;
cuarenta en el desierto en la escuela de Dios, aprendiendo a ser nadie; y
cuarenta como líder del pueblo de Dios, aprendiendo la fidelidad suya. De
manera que los dos tercios de la vida de este hombre fueron de
preparación para la obra que le había sido asignada.
Cuarenta años en el palacio
Dos influencias impactaron profundamente sobre Moisés en sus primeros
años. La hija de Faraón le preparó para una posición real en Egipto, pero
su madre le preparó para un lugar entre el pueblo de Dios.
Esteban nos informa que Moisés fue enseñado en toda la sabiduría de los
egipcios y era poderoso en palabras y obras. Así, se desarrollaron tres
áreas de su personalidad. Es posible que haya sido estudiante en el
templo del sol, llamado la Oxford del Egipto antiguo. Aprendería a leer y
escribir jeroglíficos, dominando también matemática y química, además
de la experticia egipcia en la astronomía. Recibiría una educación política
y clásica junto con la ética de la corte.
En fin, era candidato para una posición de importancia en el mayor
imperio de la época. Además, era “poderoso en palabras”. Más adelante
diría que no sabía hablar, pero después de haber pasado cuarenta años
hablando otro idioma al otro lado del desierto. También era “poderoso en
obras”, un hombre práctico en la aplicación de sus cono-cimientos.
Con este curriculum vitae, aseguradamente estaba preparado para la
misión de su vida. Dios pensaba que no. En la escuela de los hombres no
había aprendido la mansedumbre y dominio propio. Era impulsivo. Viendo
que un egipcio oprimía a un israelita, se enojó y mató al opresor,
enterrando su cadáver en la arena.
Hebreos 11.24 al 26 nos relata el otro lado de la historia. Cuatro verbos
figuran en ese pasaje sobresaliente: él rehusó, escogió, estimaba y
miraba. Rehusó ser hijo de la princesa; escogió ser maltratado con el
pueblo de Dios; tenía por estima el vituperio de Cristo; y, tenía la mirada
puesta en el galardón. Los tiempos gramaticales indican un momento de
crisis. Los primeros dos verbos están en tiempo aoristo —un suceso en un
momento dado— y los otros dos señalan los resultados. Moisés huyó al
desierto y comenzó la segunda fase de su vida.
Cuarenta años en el desierto
Elías, Juan Bautista y Pablo tuvieron su experiencia en el desierto. Al
comienzo de su ministerio público nuestro Señor pasó cuarenta días en el
desierto, y en otras ocasiones también según Marcos 6.31. ¿Tiempo mal
gastado? El desierto es el lugar de prueba y aprendizaje. Es donde Dios
prepara a los siervos suyos.
Moisés llegó a ser pastor y padre, una valiosa disciplina en pareja. Nadie
está en condiciones de aconsejar en materia de la familia hasta haber
pasado por la escuela de sufrimiento con Dios. La experiencia práctica es
un maestro severo pero valioso.
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Mientras atendía su rebaño, Moisés vio una zarza que ardía pero no se
consumía. Había llegado el momento para su llamamiento a su obra de
por vida. La zarza ardiente fue el primero de una serie de milagros en los
cuales Dios trató con cinco partes de su anatomía.
Sus pies. Al acercarse a la zarza para contemplar semejante espectáculo,
Dios le habló: “¡Moisés, Moisés! … Quita el calzado de tus pies, porque el
lugar en que estás, tierra santa es”. Su primera lección fue la de
reverencia en la presencia de Dios. Sería una característica primaria en la
vida de Moisés.
En nuestra vida moderna, la reverencia a Dios está en franco deterioro.
Apelamos por reverencia en nuestra manera de hablar de Él en ministerio
y evangelismo, y al dirigirnos a Él en oración y adoración. La familiaridad
del lenguaje callejero y los chistes calcu-lados a provocar risa, no deben
encontrar lugar en el ministerio de un hombre que ha estado en la
presencia del todopoderoso Soberano del universo.
Su mano. “Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y respondió:
Una vara. Él le dijo: Échala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una
culebra; y Moisés huía de ella. Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu
mano, y tómala por la cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió
vara en su mano”, 4.2 al 4.
La lección es obvia. La vara era el callado del pastor con el cual cuidaba
las ovejas. Más adelante sería el cetro y la vara de hierro, Salmo 2.9,
Apocalipsis 2.27. Es símbolo de la autoridad y gobierno. El primero que
contaba con una vara de dominio era Adán. En su caso, fue echada a
tierra y se hizo una serpiente mortífera. Pero otro hombre, el postrer Adán,
ha aplastado la cabeza de aquella serpiente.
Moisés el siervo la toma por la cola y ella vuelve ser una vara en su mano.
Él la emplearía cinco veces en los años por delante. Con ella se enfrentó a
Faraón, abrió el Mar Rojo, golpeó la peña para sacar el agua viva y en
Éxodo 17.9 controló a Amalec, el enemigo del pueblo de Dios.
Nuestro Señor dijo en su Gran Comisión: “Toda potestad me es dada en el
cielo y en la tierra. Por tanto, id …” Bienaventurado el creyente que
cuenta con la ordenación de las manos horadadas y lleva en su propia
mano la vara de la potestad delegada del Cristo resucitado y glorificado.
Su seno. “Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él
metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba
leprosa como la nieve. Y dijo: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él
volvió a meter su mano en su seno, y he aquí se había vuelto como la otra
carne”, 4.6,7.
Aquí encontramos la lección de la depravación y corrupción humana.
Declaró Pablo en Romanos 7.18: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne,
no mora el bien”. El siervo que sale a la obra del Señor sin haber
aprendido esta lección, es el más digno de conmiseración de todos los
hombres. Está con nosotros aún el hombre viejo y sus anhelos, como
también la depravada naturaleza pecaminosa. Se nos exhorta crucificar a
ese viejo con sus hechos, pero a la vez ellos están con nosotros mientras
dure el cuerpo. Hay en nuestro seno mucha leña seca que Satanás puede
prender con sus teas malignas.
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Pero gracias Dios por el Espíritu de vida en Cristo Jesús que mora adentro,
por la Palabra de Dios, y por el Intercesor que está a la diestra de Dios
para darnos la victoria en el momento de necesidad. No han cambiado ni
el mundo afuera ni el diablo debajo de nosotros, pero podemos triunfar
por medio de Cristo Jesús nuestro Señor.
Su boca. “Dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil
palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en
el habla y torpe de lengua. Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al
hombre? … ¿No soy yo Jehová?” 4.10,11.
Las palabras de Moisés son mera excusa; él no quería volver a Egipto y
enfrentar a Faraón. En Egipto había sido demasiado precipitado, y ahora le
encontramos demasiado vacilante. La mayoría de los predicadores
sienten lo mismo al comienzo de su carrera; pocos son elocuentes o
fáciles de palabra. Por lo general una buena capacitada oratoria exige
trabajo arduo y estudio aplicado, y viene sólo con tiempo y experiencia.
Una mera volubilidad y ganas de hablar es una característica que asusta.
Uno que no puede quedarse callado es aburrido y molestoso.
Pero qué consuelo es cuando Dios dice: “Ahora, pues, ve, y yo estaré con
tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar”. Y qué gozo es cuando uno
siente que el Espíritu Santo está hablando y el pueblo de Dios está
recibiendo provecho de la palabra dicha.
El apóstol Santiago tiene mucho que decir acerca de la lengua, tanto a
favor como en contra.
Su rostro: Éxodo 34.29 al 35. “La piel de su rostro resplandecía”.
Moisés pasó dos lapsos de cuarenta días en la montaña de Sinaí. Después
del episodio trágico de la adoración del becerro de oro, seguido de la
destrucción de las primeras tablas de la ley, subió de nuevo para recibir
una nueva visión y un pacto renovado. Veló su rostro al hablar con el
pueblo; la comunión con Dios le hizo resplandecer la piel.
Pablo aplica esta lección en 2 Corintios 3.13 al 16. La experiencia de
Moisés fue pasajera; él vio la gloria momentáneamente. Pero bajo la
gracia es una gloria permanente. La comunión con Cristo en su Palabra
producirá un rostro radiante por obra del Espíritu Santo.
Cuarenta años de servicio
El llamado de Moisés frente a la zarza ardiente y la promesa de Dios de
estar con él fueron la base y fundamento de los últimos cuarenta años de
su vida. Su enfrentamiento con Faraón, la Pascua y el Éxodo, el pacto, la
entrega de la ley ceremonial en Sinaí, la construcción del tabernáculo, la
nube y el fuego de gloria, la presencia y dirección de Dios a lo largo de
cuarenta años de travesía del desierto — todo esto tenía su estímulo y
poder en el hecho que Dios mismo le había llamado y capacitado para la
obra.
La necesidad apremiante en la Iglesia hoy día es por líderes competentes,
enviados e instruidos por Dios. No descontamos una educación seglar
como la que Moisés recibió en Egipto; Dios la emplea al encontrarla
dedicada al servicio suyo. Pero nunca debemos buscar un atajo para
evitar la escuela al otro lado del desierto. Es la prerrogativa del Espíritu
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Santo levantar hombres para ser líderes entre su pueblo. Los intentos
humanos fracasan, ¡pero Dios puede!
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Le pesaba la condición espiritual y material de la nación; 6.13.
Tenía un concepto humilde de sí mismo.
Dijo que su tribu, la de Manasés, era la menos numerosa en Israel. Su
familia era la más pobre de la tribu, y él se consideraba el más
insignificante de la familia.
Nada sorprende que Jehová le haya mirado, 6.14. Tres pronunciamientos
del Ángel comunicaron su llamamiento:
Jehová está contigo, varón esforzado y valiente, versículo 12.
Fue una promesa de la presencia del Señor.
Vé con esta tu fuerza, versículo 14. Fue una orden a actuar.
Ciertamente yo estaré contigo, versículo 16. Fue una promesa de
triunfo.
Tres señales confirmaron este llamado:
Un sacrificio acepto, figura del Calvario. Fue una ofrenda de paz,
una oblación y una libación.
El rocío en el vellón, figura del rocío del Espíritu de Dios,
primeramente sobre el pueblo de Dios y luego sobre el mundo seco en
derredor.
El sueño del pan de cebada, una señal no solicitada que confirmó su
llamamiento.
Es alimento para el hambriento que pone a los madianitas a huir, ¡y en
la forma
del pan de los pobres!
Preparación, prueba y pertrechos
Gedeón había edificado un altar para Dios, llamándolo Jehová-salom, “El
Señor es paz”. Pero había otro altar en su hogar, un altar a Baal, y tenía
que ser quitado. Los dos no podían existir a la vez; él no podía atacar al
enemigo hasta haber tratado el problema que estaba más cerca.
Temeroso de hacerlo de día, lo derribó en la noche y de esta manera puso
su vida a riesgo. Pero, inesperadamente, su padre le apoyó y al hacerlo
salvó la situación. Su primer convertido fue uno de su propia familia.
Entonces recibió un nombre nuevo, Jerobaal, y una fuerza nueva. “El
Espíritu de Jehová vino sobre Gedeón”. Esta maravillosa declaración figura
en Jueces 6.34, 1 Crónicas 12.18 (Amasai) y 2 Crónicas 24.20 (Zacarías),
cual señal de fortalecimiento para la tarea por delante.
Gedeón tocó trompeta y pronto 32.000 hombres se presentaron a
seguirle. Pero en la estima de Dios el número era exagerado; Él no
siempre está al lado de los grandes batallones. La gente puede afirmar
que puede lograr cualquier cosa con dinero, hombres y metodología, pero
así no es en lo espiritual. No pocas veces la mayoría está equivocada.
La multitud mixta fue puesta a prueba doble: primeramente su coraje y
luego su carácter.
Se mandaron a casa de una vez aquellos que tenían miedo, de manera
que 22.000 se aprovecharon de la oportunidad, dejando un tropa de
10.000 verdaderos guerreros. Pero todavía sobraban, así que fueron
llevados al arroyo con la orden de beber. La prueba fue sencilla pero
fecunda en su moraleja. Los avisados se quedaron de pie y tomaron el
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agua en las manos cerradas como vaso. Otros se agacharon sobre rodillas
y manos para beber, y fueron rechazados. De los 32.000, resultó que sólo
300 estaban en condiciones de enfrentar al enemigo.
Una tea, una trompeta y un cántaro. Una trompeta a sonar, una tea a
brillar y un cántaro a quebrar.
Parecen armas ridículas con que enfrentar un ejército de 135.000
hombres, pero fue con ellas que Dios iba a ganar la victoria, y es así
todavía. La trompeta de plata es el mensaje del evangelio, una necedad
en la estima de hombres pero poderoso en Dios para la destrucción de
fortalezas. La tea es el testimonio que brilla en la oscuridad del desierto
que es este mundo. Y, el cántaro roto es el cuerpo humano del siervo,
presentado cual sacrificio vivo, santo y agradable a Dios al decir de
Romanos 12.1,2.
Estas armas extraordinarias, empleadas conforme a las instrucciones de
Dios y bajo su dirección, resultaron en una desbandada entre los
madianitas. La lección para nosotros es tan clara como el sol al mediodía:
“un hombre más Dios es mayoría”.
El triste fracaso de Gedeón
El libro de Jueces ilustra el principio del liderazgo en tiempos adversos.
Pero muchas veces vemos fracaso en el hombre que Dios ha usado en una
gran obra de avivamiento. Así como Noé, Salomón y Uzías, Gedeón cayó
en una trampa al final de su vida.
El rechazó ser rey, pero guardaban la ambición de ser sacerdote. Destruyó
una forma crasa de idolatría, pero estableció una forma modificada en su
comunidad. Gedeón ha podido razonar que el efod es una vestimenta
enteramente bíblica, ordenada de Dios para simbolizar la adoración, pero
este efod constituyó un tropiezo para él y su nación. Como sucede tan a
menudo en la historia humana, es posible ganar la guerra y perder la paz.
Rogaba George Müller, aquel hombre de fe y oración que vivió 93 años:
“Señor, ¡sálvame de ser vil en la vejez!”
El principio de la dirección
Gedeón fue llamado, capacitado y guiado por Dios en su servicio. Pidió
señales para asegurarse que estaba en el camino acertado. Dios confirmó
su presencia por medio del sacrificio acepto, el vellón y rocío, y el sueño
del pan de cebada.
¿En estos tiempos debe uno pedir la confirmación de un llamado a un
servicio especial? Se oye con frecuencia de “colocar el vellón en la era”. A
menudo Dios, en su gracia providencial, sí envía señales visibles de que Él
nos está guiando, pero el principio fundamental en esta época de la gracia
es que andamos por fe y no por vista. Él nos guía en la actualidad por
medio de su Palabra aplicada en el poder del Espíritu Santo, y no pocas
veces por las circunstancias.
Dios todavía abre y cierra portones de hierro. No debemos buscar un atajo
al consejo de creyentes espirituales, gente piadosa que están en contacto
con Él y conocen su Palabra. Nuestra responsabilidad es ser sensibles a la
dirección del Espíritu Santo en toda decisión que tomemos en nuestra
vida y servicio por el Señor.
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IV — Eliseo; el principio del discipulado
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heredero de un trono, un pastor, un pescador y un cobrador de impuestos.
Ganarse el pan de cada día en un empleo o profesión es una disciplina
que moldea el carácter de uno. Aquellos que se lanzan directamente de la
escuela o colegio a un servicio a tiempo completo para el Señor, sin esta
experiencia, pierden uno de los preparativos más valiosos para servicio en
la obra del Señor. Pablo fabricaba tiendas; Pedro pescaba en el lago.
¡Ganar dinero por esfuerzo propio, y gastarlo con prudencia, es una
lección valiosa en la escuela de la vida!
Hubo tres consecuencias del gesto simbólico de Elías en echar su manto
sobre Elías:
Su solicitud de despedirse de sus padres,
evidenciando así una naturaleza afectuosa.
El sacrificio de su medio de sustento —los bueyes—
y la fiesta para sus amigos, evidenciando que
no podría echarse atrás.
Su marcha tras Elías y la atención que le prestaría.
Por diez años sirvió como el inferior al mayor. “Aquí está Eliseo, hijo de
Safat, que servía a Elías”, 2 Reyes 3.11. Probablemente es a este pasaje
que nuestro Señor alude en Lucas 9.62: “Ninguno que poniendo su mano
en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios”. Eliseo rompió de un
todo con su pasado.
Su comisión y asignación
Hay mucho en el llamamiento y carrera de Eliseo que nos hace recordar a
Timoteo y la relación que tenía con el apóstol Pablo. Parece ser un
principio en las Escrituras que el mayor oriente y aconseje al menor, y
éste a su vez escuche y aprenda a jugar un papel secundario hasta que
llegue a cierta madurez.
Poco antes del traslado de Elías al cielo, llevó a Eliseo en una última y
silenciosa evaluación de la tarea por delante. Fueron juntos a Gilgal,
Bet-el, Jericó y al Jordán. Todas estas localidades contaban con un pasado
glorioso en la historia de la nación, pero ahora se encontraban hundidas
en alejamiento y apatía.
Gilgal había sido la base de operaciones en la conquista de la tierra. Fue
aquí que se llevó a cabo el rito de la circuncisión, se celebró la pascua y
se comió el fruto de la tierra. El Ángel de Jehová se presentó en medio y el
pueblo, bajo el mando de Josué, enfrento y venció a sus enemigos. Pero
ahora Gilgal era uno de los centros de la apostasía nacional.
Bet-el, “casa de Dios”, se asocia con Abraham y Jacob y la revelación de la
presencia divina. Ahora estaba allí uno de los becerros de Jeroboam; era
un centro de idolatría y en desdén era llamado Bet-avén, “casa de
necedad”, Oseas 4.15.
Jericó, ciudad de palmeras, había sido designada para destrucción. En un
despliegue de poder divino, los muros habían caído pero Rahab con su
cordón de hilo escarlata fue salvada. Ahora era símbolo de desafío y
rebelión. Hiel de Bet-el había reconstruido la ciudad y en consecuencia
murió junto con los suyos.
Jordán fue el lugar donde el arca reposó y las aguas fueron aguantadas
para que el pueblo pasara en resurrección espiritual. Una vez se abrió
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para dejar a los israelitas entrar en la tierra, ¡y ahora se abre para dejar a
Elías salir!
En esta crucial circunvalación de sitios históricos, Elías le pide a Eliseo
quedarse en una y otra localidad. ¿Acaso quería deshacerse de él?
Claramente que no, sino averiguaba cuánto había comprendido Eliseo.
Tres veces dijo, “Quédate ahora aquí”. Estaba probando la fidelidad de su
sucesor. Pero Eliseo no se separó de su mentor; “Fueron, pues, ambos”.
Su crisis, 2 Reyes 2.8 al 14
Una vez que habían cruzado el Jordán, sucedieron cuatro eventos clave:
Elías dijo a Eliseo, “Pide lo que quieras que haga por ti”. Y la respuesta
fue:
“Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí”.
Hubo una condición: “Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será
hecho así”. Aconteció que un carro de fuego y caballos se manifestaron,
y Elías subió al cielo
en un torbellino. ¡Eliseo lo vio suceder!
Cayó el manto del viejo, símbolo de sucesión y fuerza. Eliseo rompió
sus propios vestidos.
Contemplando a aquel que había sido su mentor, clama: “¡Padre mío,
padre mío!”
Y así con el siervo de Cristo en estos tiempos. La medida de nuestra
semejanza a Él depende de nuestra ocupación con el Cristo ascendido y
glorificado. La condición única es: “Si me vieres”. El ojo de fe le percibe a
la diestra del Padre, y el nuevo ministerio fluye de la asociación con Cristo
en su muerte, resurrección y ascensión.
¡Eliseo, entonces, abandona su propia vestimenta y recoge el manto
caído!
Su ministerio nuevo
Acaecido todo esto, nuestro protagonista vuelve a su obra de reformación.
Traza la circunvalación en el sentido contrario, encontrando en Jericó agua
mala, en Bet-el muchachos malos y en Gilgal alimento malo.
Al cruzar el Jordán su primera dificultad fue el escepticismo de los hijos de
los profetas, quienes negaron creer que Elías había sido trasladado. Para
las aguas amargas de Jericó, el remedio fue echar en la fuente una vasija
nueva. En Gilgal había veneno en la olla que usaban los hijos de los
profetas. El remedio ahora se encuentra en un potaje sano, “y no hubo
más mal en la olla”.
En Jordán, Naamán tuvo que zambullirse siete veces en el río para ser
sanado de su lepra. Pero en Bet-el no había remedio sino juicio, ya que el
profeta fue objeto de burla. Para la viuda en bancarrota, su consejo fue
traer vasos vacíos y echar en ellos aceite de la insignificante reserva que
quedaba. Sal, hierbas, aceite y agua del río fueron los ingredientes que
Eliseo empleó en su ministerio de sanidad y consuelo.
La lección sobresaliente de la vida de este hombre es la del discipulado.
Para él la escuela de Dios había sido diez años de aprendizaje con Elías. Él
echó agua sobre las manos de éste** pero más adelante Dios derramó el
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agua del Espíritu sobre él, y él a su vez la derramó sobre un mundo
sediento y necesitado.
[** Así se lee en 2 Reyes 3.11 en la Reina-Valera de 1909 y la Versión Moderna de
1893, por ejemplo. En la Reina-Valera de 1960 dice sencillamente que Eliseo
“servía a Elías”.]
Encontramos este principio divino en la relación que había entre Moisés y
Josué, Samuel y David, Jeremías y Baruc, Pablo y Timoteo. Ninguno es
apto para ser líder si no está dispuesto a seguir. La verdadera humildad se
aprende muchas veces fuera de la vista en tareas nada prestigiosas. Es
acertado el adagio de que se requiere gran gracia para tocar segundo
violín.
15
el pecado de Nadab y Abiú, Levítico 10.1 al 3. Uzías había reinado
cincuenta y dos años y era de los reyes de Judá el más poderoso y capaz.
Era militar, estadista, agrónomo e inventor. La ciencia y estrategia dieron
estabilidad a su trono, pero el pecado lo vació.
Habiendo sentido el golpe de este desastre siete años después cuando el
rey murió, Isaías es llevado a la presencia de Dios y ve la visión de su
santidad y majestad. La visión del capítulo 6 consiste en:
una visión del trono, 6.1 al 4
el procedimiento ante el altar, 6.6 al 8
el reto y la comisión, 6.9 al 13
El trono
Isaías fue trasladado en espíritu de una escena de lepra y contaminación
a una de santidad inmarcesible. Se asocian con el trono:
Jehová, Adonai. Una comparación con Juan 12.41 (“Isaías dijo esto
cuando vio su gloria, y habló acerca de él”). y Hechos 28.25 (“Bien
habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías …”) hace ver que se
trata del Dios trino.
El trono alto y sublime. Compárense Isaías 52.13 (“Mi siervo será
prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto”),
Filipenses 2.9 (“Dios también lo exaltó hasta lo sumo”). y Efesios 1.21
(“… sobre todo principado y autoridad”).
Fue en el templo que pecó Uzías, y aquí la santidad y gloria divina se
manifiestan
en él.
Los serafines eran guardianes del trono, contando con cuatro alas para
reverencia y adoración, además de dos para servicio. Claman: “Santo,
santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su
gloria”.
La casa se llenó de humo, tal vez la nube de gloria de la cual leemos en
2 Crónicas 5.13 y Ezequiel 10.4. Justicia y juicio son el cimiento de su
trono, Salmo 97.2.
El altar
A consecuencia de esta visión espantosa del trono y la santidad divina,
Isaías exclama: “¡Ay de mí!”
Seis veces había empleado la expresión en los cinco capítulos anteriores,
refiriéndose a otros. Su primer ay fue dirigido a los mercaderes que
monopolizaban los bienes raíces para sí. El segundo fue para el ebrio y el
que vivía en deleites, y el tercero contra los que pervertían el derecho. Los
últimos dos ayes cayeron sobre aquellos que seguían las enseñanzas de
éstos. Isaías emplea lenguaje fuerte al condenar a estos pecadores.
Pero a la luz del trono y en la presencia de Dios, exclama: “¡Ay de mí! Que
soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en
medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey,
Jehová de los ejércitos”. Se ve cual leproso en medio de leprosos. Varones
como Moisés, Job, David, Pedro y Pablo tuvieron esta experiencia, y es un
requisito para todo siervo a quien Dios llama a realizar su obra.
16
Entonces voló hacia él uno de los serafines, teniendo en su mano un
carbón encendido tomado del altar. Tocó los labios de Isaías con ese
carbón, y le dijo: “Es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”. No se trata del
altar de oro con su incienso, sino del altar de cobre para el sacrificio,
donde se derramaba la sangre. El altar es la respuesta al trono.
El reto y la comisión
Convicto, confeso y limpio, recibe el llamado: “¿A quién enviaré [yo], y
quién irá por nosotros?” Obsérvense el yo singular y el nosotros plural. Es
el Dios Trino que llama, y tan sólo aquellos que han tenido la experiencia
de Isaías pueden responder: “Heme aquí, envíame a mí”.
Hubo primeramente la visión, luego la voz, y ahora la voluntad. Ahora
Isaías está en condiciones de recibir su comisión. Se le asigna un
ministerio por demás difícil: “Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no
entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de
este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni
su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad”.
Se trata de un ministerio de endurecimiento y ceguera judicial, el cual
afectaría el corazón, oído y visión de los oyentes. La corrupción fluye del
corazón a los oídos y ojos, pero de éstos la sanidad alcanza el corazón,
Romanos 10.17.
Este gran pasaje dispensacional fue cumplido en primera instancia en el
destierro babilónico de Israel y Judá, como Moisés había profetizado siglos
antes, Deuteronomio 30.18 al 20, 31.13. Se cita el pasaje siete veces en
el Nuevo Testamento, y en particular en el contexto de tres ocasiones de
crisis:
en Mateo 13 y Juan 12.40,41, en el rechazamiento de Cristo de parte de
Israel,
por Pablo en Hechos 28.25 al 27, cuando dejó a los judíos y se dirigió al
mundo gentil al final de su ministerio público, en la gran exposición
dispensacional en Romanos 9 al 11.
Al preguntar el profeta por cuánto tiempo debería proclamar a la nación
este mensaje de endurecimiento judicial, recibió como respuesta: “Hasta
que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las
casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que Jehová haya echado
lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de
la tierra”. En otras palabras, ¡él debe predicar hasta que no haya a quién
predicar!
Sería por demás desalentadora esta misión para un hombre brillante
como Isaías, poseído de tanta habilidad y habiendo recibido un mensaje
glorioso. Nos recuerda de muchos honrados siervos de Dios en tierras
musulmanas que han dado sus vidas en servicio abnegado pero con poco
o ningún resultado visible. El evangelio es como el calor del sol,
derritiendo la cerca pero endureciendo la arcilla; 2 Corintios 2.15.
Pero la comisión termina con un mensaje de aliento; un Dios que guarda
su pacto no podría permitir que el mensaje terminara en derrota. Un
diezmo, o sea un remanente, volvería del cautiverio. Iba a sobrevivir el
germen de vida —la simiente santa— en el tronco del árbol. La mesiánica
Simiente Santa, la de la mujer, asegura la perpetuidad de la nación. Una
17
cosa que no permitió que Israel fuese arrancado de un todo, fue la
necesidad de preservar la línea de ascendencia del Mesías.
Desde este punto en adelante, la misión y el mensaje de Isaías contó con
dos polos: una advertencia del juicio que vendría sobre la nación
apóstata, y la esperanza de una Persona por venir con su misión
mesiánica.
VI — Jeremías;
el principio del quebrantamiento
18
Tocó la boca de Isaías con un carbón encendido.
Tocó la de Jeremías con la mano en bendición.
Le mandó a Ezequiel comer un pergamino con miel por dulzura,
Ezequiel 3.1 al 3.
Jeremías es figura del Salvador en sufrimiento; (“Dijeron: … Jeremías, o
alguno de los profetas”, Mateo 16.14) un varón de dolores, profeta de
lágrimas. Era de una disposición agudamente sensible y tierna; él mismo
necesitaba el amor pero no le fue permitido casarse. Amaba al pueblo
pero estaba obligado a profetizar desastres; había un antagonismo triste
entre su corazón y su mensaje. Alexander Whyte le llama “el supremo
profeta de Dios al corazón humano”. Vivía verdades indeseables. La suya
no era tarea para débiles, sino exigía fe y fuerza y fidelidad.
Llamamiento y reacción
Parece que fue llamado dos veces, con un lapso de veintidós años de por
medio. Primeramente cuando joven, y también temprano en el reinado de
Joacim; compárense cuidadosamente los capítulos 1 y 25 al 27. Había
ministrado por veintidós años antes de recibir la orden de anotar sus
mensajes. Con Baruc por amanuense, los puso por escrito.
Su primer llamamiento se encuentra en el capítulo 1: “Vino, pues, palabra
de Jehová a mí, diciendo: Antes que te formase en el vientre ti conocí, y
antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones”.
Conocido, santificado y ordenado antes de nacer. He aquí el gran principio
de la elección divina. Lo humano es abrir un canal y esperar que Dios
vaya por él, pero Él hace caso omiso del canal y escoge lo suyo propio.
Sansón, Samuel, Juan el Bautista y Pablo fueron escogidos y ordenados de
Dios antes de nacer. Hay también diferencias en aquellos que Él
selecciona: un aristócrata, un agricultor, un pastor, un boyero, un
empleado de la hacienda nacional y un estudiante de teología.
Es así también en estos tiempos. Whitefield, mensajero para una taberna;
Moody, vendedor de zapatos; Booth, asistente a un usurero; Moorehouse,
carterista; Slessor, obrera en una fábrica; McNeil, colector en un
ferrocarril. Dios puede tomar el material menos prometedor y convertirlo
en un gran instrumento para su servicio.
“Yo dije: ¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño”.
Nos hace recordar a Moisés y su reacción cuando Dios le llamó. Pero a
Jeremías Dios responde de lo alto con palabras de animación y
capacitación: “No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás
tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque
contigo estoy para librarte”. En vez de niño temeroso, sería una columna
de hierro y una ciudad fortificada, 1.18.
Comisión y confirmación
“Extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: Te he puesto
en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir,
para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar”, 1.10.
Seis verbos describen la obra de su vida. Tres se refieren a edificios:
arruinar, derribar, edificar. Tres se refieren a agricultura: arrancar, destruir
(sacar por las raíces), plantar.
19
Pablo combina estas dos figuras en Efesios 3.17 (“arraigados y
sobreedificados en él”) y Colosenses 2.7 (“arraigados y cimentados en
amor”). El profeta vuelve al tema en 18.7, 24.6, 31.28, 42.10 y 45.4.
Cuatro de los términos son destructivos y dos constructivos. Vemos este
principio de dos aspectos en la obra y avivamientos de Gedeón, Eliseo,
Asa, Ezequías y Josías. Juan el Bautista puso su hacha a la raíz de los
árboles pero también recogió trigo en el granero.
Las armas de Pablo eran poderosas en Dios para la destrucción de
fortalezas. Es esta clase de predicación que rinde resultados duraderos,
pero a la vez debemos tener sumo cuidado a compensar el hacha y el
arado con la cuchara y la cesta de semilla. Sentimos lástima por el
hombre cuyo ministerio es siempre destructivo. Es fácil echar a perder,
pero hacen falta el conocimiento, cuidado y habilidad para construir.
“¿Qué ves tú?” 1.11,13.
una vara de almendro
una olla que hierve
Estos dos símbolos resumen el ministerio de Jeremías: el lado claro y el
oscuro.
El almendro florece en enero y comienza a dar su fruto en marzo. Es el
primer árbol que se despierta después del sombrío invierno, con hojas
verdes, botones rosados y fruto cuando los demás duermen aún. Es una
ilustración de la vida con sus etapas de botón, flor y fruto. Nos recuerda
de la vara sacerdotal de Aarón en Números 16. Es testigo al Hijo de Dios,
nuestro sacerdote resucitado, el dador de la vida más abundante.
Jeremías, el joven sacerdote, tenía que cuidarse a guardar su ministerio
sacerdotal más adelante cuando puesto en el cepo, la cárcel y el pozo
cenagal.
La olla era un caldero grande que se usaba para cocer la carne y lavar. La
ve sobre el fuego, el agua en furia. La leña consumida en parte, la paila
ladeada y el agua está por desbordarse a tierra. Va a caer hacia el norte, y
del norte vendrá el ejército caldeo para azotar el país.
Jeremías contempla el futuro y percibe que ha recibido una asignación
espantosa, pero cuenta con la promesa que Dios va estar con él y le hará
columna de hierro y muro de bronce. Todos aquellos que Dios ha escogido
para su servicio saben qué es derramar lágrimas. Son hombres y mujeres
de espíritu quebrantado que han aprendido en la escuela de la adversidad
a poner a un lado la confianza propia y el yo. José, David, Pablo, Timoteo y
el Señor Jesús derramaban lágrimas. Las Lamentaciones de Jeremías son
el derramamiento de un corazón tocado por el Espíritu en simpatía por la
melancolía y padecimiento de su pueblo.
20
de irrigación Quebar. Isaías habla de la persona del Señor, Jeremías del
juicio del Señor y Ezequiel de la gloria del Señor.
Ezequiel era sacerdote y, cual hijo de Buzi sacerdote, era de la familia de
Sadok. Fue llevado cautivo junto con el rey Joaquín en 597 a.C., 2 Reyes
24.14. Era casado y poseía casa propia, 8.1. Su esposa murió durante sus
veinte años de ministerio —los cuales comenzaron cuando era de la edad
de 30 años— pero no le fue permitido endecharla, 24.16 al 18. Su persona
y su obra eran señal viva y gráfica al pueblo. Se le mandó acostarse en su
lado derecho y luego el izquierdo por 430 días; usaba espada para
afeitarse; estuvo mudo por un tiempo; comía pan que había sido
elaborado de tal manera que le hacía a él ceremonialmente inmundo. No
sólo profetizaba, sino era una lección gráfica de su mensaje.
Hay un paralelo interesante entre las experiencias y ministerio de Juan en
la isla de Patmos y las de Ezequiel junto al río Quebar. Ambos tuvieron
visiones del trono y la gloria; una vez pronunciados sus juicios, vieron el
templo y el río milenarios.
Visión de la gloria
A tres hombres les fue dada la visión del trono y la gloria de Dios: a Isaías,
Juan y Ezequiel. El énfasis es diferente en cada caso. Para Isaías, fue el
carácter santo del Dios Trino; Juan vio veinticuatro tronos en derredor del
trono de Dios y sobre ellos veinticuatro ancianos, vestidos y coronados.
Pero la visión mayor fue para Ezequiel; además de los seres vivientes y
el arco, había una rueda y un Varón por encima y sobre el trono.
A lo mejor no nos sea posible, con las mentes chiquitas que tenemos,
interpretar correctamente el simbolismo glorioso de la visión, pero
algunos puntos quedan obvios en la superficie. Los seres vivientes
gobernaban las ruedas; iban adelante y nada los desviaba. Posiblemente
indican el propósito soberano de Dios, el cual ninguna potencia sobre la
tierra puede desviar. Los seres contaban con cuatro alas cada uno,
extendidas hacia arriba en señal de adoración. Tenían manos de hombre
debajo de las alas, en señal de simpatía.
Si no entendemos de un todo las alas extendidas hacia arriba, sí sabemos
que hay un Varón que tiene las suyas extendidas hacia abajo para atender
a nuestra necesidad. Y, por encima de todo había la semejanza de un
trono y sobre éste la semejanza de Uno. Ezequiel termina su descripción
con decir en el 1.28: “Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de
Jehová. Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno
que hablaba”.
Llamamiento y comisión
Jehová le manda a ponerse sobre sus pies y le da su comisión en cinco
partes o etapas:
1. El Espíritu le llena. Cuatro veces se menciona al Espíritu en el pasaje:
2.2, 3.12,14,24. Esto es prioritario para cualquier hombre que entra en el
servicio de Dios. Ningún grado académico puede sustituirlo. Uno es
bautizado en el Espíritu una vez por todas, simultáneamente con la
conversión, 1 Corintios 12.13, pero llenado del Espíritu a menudo, según
sea su condición espiritual.
21
2. Le advierte a ser obediente, rehusando la rebeldía. Él sería enviado a
un pueblo “de duro rostro y de empedernido corazón”, pero no debía
temer ni su mirada ni su lenguaje. Había el peligro que, estando entre
ellos, llegaría a ser como ellos. Cuando Dios habló, Ezequiel tenía que
obedecer sin cuestionar, y su vida muestra que cumplió en esto.
3. “Come este rollo”. No era el pergamino como de un libro, escrito por
dentro y por fuera, ¡sino una serie de lamentaciones y advertencias!
Tenía que comérselo y hacerlo una parte viva de sí. Fue una tarea dura,
pero él dijo: “Lo comí, y fue en mi boca dulce como miel”. Más adelante le
sería amargo, cuando compartió con Dios su actitud hacia el pueblo, 3.14.
Como en el regreso de Babilonia y la restauración bajo Esdras y
Nehemías, la orden fue: “¡Trae el Libro!” En aquella ocasión, leyeron el
libro de la ley de Dios y pusieron el sentido al texto; Nehemías 8.1 al 8.
Por su parte, Jeremías podía afirmar en el 15.16 de su profecía: “Fueron
halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra fue por gozo y por
alegría de mi corazón”. Lo que Ezequiel hizo literalmente, el siervo de Dios
debe hacer simbólicamente. El estudio cuidadoso y consecutivo de las
Escrituras a lo largo de la vida es una necesidad de primera orden para
cualquiera que anhela ser usado de Dios en su obra. Nada debe interferir
con la atención personal y diaria a la Palabra; se basa en ella todo verda-
dero servicio que arrojará resultados duraderos.
4. “Me senté donde ellos estaban sentados”, 3.15. Una vez que había
recibido su comisión, el Espíritu le levantó y Ezequiel fue a aquellos del
cautiverio de Tel-abib que moraban junto al Quebar. Hay aquí un principio
importante, y uno que todo predicador, misionero y pastor / evangelista
toma a pecho. En algunas partes hay una tendencia de aislarnos del pobre
y rezagado. Desde luego, reconocemos que hay países donde las enormes
brechas de cultura y costumbre hacen poco aconsejable que el
evangelista occidental duerma y coma con gente que nada va a agradar
su intromisión física. Tampoco conviene que bebamos licor con el
borracho, o empleemos el vocabulario de la calle en un intento por ganar
al joven. Pero nuestro Señor en su ministerio terrenal era tierno y com-
prensivo con el caído y arrepentido pecador. Nuestros hermanos y
hermanas en la fe que visitan las cárceles, o alimentan a los hambrientos
que viven debajo de los puentes, bien podrían contarnos de cómo la
simpatía y comprensión gana almas.
5. Finalmente Ezequiel era atalaya a la casa de Israel. El Antiguo
Testamento emplea esta figura a menudo. El atalaya era una especie de
predicador, profeta, policía y guarda civil. De noche y de día debía estar
alerta acaso venía el enemigo, preparado para advertir al pueblo de su
peligro. En 3.17 al 21 él recibe sus instrucciones. Si deja de advertir al
pueblo y ellos perecen, él será el culpable. Pero si les advierte y ellos no
hacen caso, ellos son responsables por su suerte. La importancia de estas
instrucciones a Ezequiel como atalaya se ve por el hecho que figuran al
comienzo de su ministerio y de nuevo en el capítulo 33 al final de sus
advertencias de juicio.
La profecía termina en una nota gloriosa. Ezequiel describe en lenguaje
regio el advenimiento del reino del Mesías y la restauración y bendición
de Israel. Los huesos secos viven de nuevo. Quedan liquidados los
enemigos en las lejanas tierras del norte, Gog y Magog. Desde bajo el
22
umbral del templo milenario fluye el río de sanidad y bendición. La
gloriosa nube de la presencia divina, la cual abandonó el templo con
tristeza y desgana en el capítulo 8, entra en el templo nuevo en 43.1 al 5.
El libro termina con un gran Jehová-sama, “el Señor está allí”.
El apóstol Pedro, cuyo nombre original fue Simón, era hijo de Jonás, o
Juan. Era pescador oriundo de Betsaida que llegó a vivir con su familia
(era casado) en Capernaum. Era líder por naturaleza, y un hablador
crónico. Su disposición era transparente y entusiasta. Figura siempre a la
cabeza de las listas de los apóstoles. Tenía confianza, pero era impulsivo.
Hizo más preguntas que cualquier otro en el Nuevo Testamento. Era
emocional y afectivo, una gran persona humana elemental. Henry
Drummond dijo de D.L. Moody que éste era la persona más grande que
había conocido: “No brillante ni intelectual ¡sino humano!”
Al considerar la vida de Pedro como la Escrituras la narran, observamos
que el Señor le llamó cuatro veces:
el llamado a ser salvo, Juan 1.35 al 42
el llamado a pescar hombres, Marcos 1.16 al 20; Lucas 5.1 al 11
el llamado a ser apóstol, Mateo 10.1 al 5.
el llamado a ser pastor, Juan 21
El llamado a ser salvo
El capítulo 1 del Evangelio según Juan consiste en un prólogo de 18
versículos y luego una reseña de cuatro días dispensacionales.
el día del testimonio de Juan el Bautista a Cristo, 1.19 al 28
el día del testimonio a la cruz y la venida del Espíritu, 1.29 al 34
el día en que Cristo reúne a los suyos, 1.35 al 42
el día de los cielos abiertos, 1.43 al 51
Fue en este tercer día que Andrés trajo su hermano a Cristo. Él había
encontrado al Mesías y de una vez buscó a Pedro. Al contemplarle,
percibiendo lo que había en él, Jesús dijo: “Tú eres Simón, hijo de Jonás;
tú serás llamado Cefas”. Cefas quiere decir Pedro, una piedra.
Lo sorprendente aquí es que Pedro no haya dicho palabra alguna. Estaba
atónito. El cambio de nombre nos hace ver que el Señor discierne lo que
somos y podemos llegar a ser. Pero muchos años quedan de por medio.
Los geólogos explican que una piedra es producto de fuego, presión y
tiempo. Un resultado de la entrevista aquel día fue que el Señor dejó de
ser para ese hombre sólo el Rabí, para ser el Mesías, el Cristo.
El llamado a pescar hombres
Algunos expositores consideran que Lucas 5 es un relato más amplio del
incidente registrado en Marcos 1. El suceso tuvo lugar aproximadamente
un año después del encuentro inicial al lado del Jordán. Pedro y Andrés,
Jacobo, Juan y su padre Zebedeo, eran socios en un negocio de pesca.
23
Aparentemente Simón Pedro era el gerente; Lucas 5.20. La empresa
prosperaba a tal punto que contaban con siervos contratados; Marcos
1.20.
Una comparación de tres pasajes paralelos en los Evangelios muestra que
había cuatro operaciones con las redes de pesca:
lavarlas, Lucas 5.2
bajarlas, Lucas 5.4
echarlas (una pequeña), Marcos 1.16
remendarlas, Marcos 1.19
Mientras Cristo predicaba la Palabra de Dios en la playa del Mar de
Galilea, y la multitud le apretaba, tomó prestada la barca de Pedro y la
usó como púlpito a poca distancia de la orilla. Una vez terminado de
hablar, le pidió a Pedro bogar a las aguas profundas y bajar la red. Pero
Pedro respondió: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y
nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red”. Y, hecho esto,
encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Al ver qué había
sucedido, Pedro cayó de rodillas, diciendo: “Apártate de mí, Señor, porque
soy hombre pecador”. Y Jesús le respondió: “No temas; desde ahora serás
pescador de hombres”. Traídas a tierra las barcas, ellos dejaron todo y le
siguieron.
La lección para el evangelista es obvia. En la ocasión de Pentecostés
Pedro bajó la red del Evangelio y tres mil fueron recogidos. Aun con
tantos, la red no se rompió. Pero, además de echar la red en aguas de
poca profundidad y bajarla a las profundas, el pescador de hombres debe
tener cuidado a lavar la red y remendarla para que los peces no se
escapen por las roturas.
El llamado a ser apóstol
Habiendo pasado una noche entera en oración en un lugar aparte, Jesús
escogió a doce de entre sus discípulos y los llamó apóstoles; Lucas
6.12,13. El relato en Marcos 3.13,14 hace hincapié en la soberanía de su
actuación: “Llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a
doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar”.
“Para que estuviesen con él”. A.T. Robertson lo llama una escuela
teológica peripatética. Señala también que Lucas 6 deja en claro que la
elección precedió inmediatamente al Sermón del Monte. En Mateo 10 los
nombra, pero en Lucas 5 los escoge. Jesús les guarda a su lado por
aproximadamente un año y luego los envía de dos en dos como
misioneros.
Hay en estos tiempos quienes dicen ser apóstoles, pero las Escrituras
constan que éstos constituían un grupo selecto cuya función más adelante
fue la de echar el fundamento de la Iglesia. En Apocalipsis 21.14 leemos
en cuanto a la Nueva Jerusalén que, “el muro de la ciudad tenía doce
cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del
Cordero”.
Las calificaciones de un apóstol se mencionan en Hechos 1.21,22, cuando
Matías fue escogido para reemplazar a Judas Iscariote: “… estos hombres
que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús
entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan
24
hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho
testigo con nosotros de su resurrección”. Obviamente nadie tiene estas
características en nuestros días. El apostolado de Pablo fue único; él
también vio al Señor y fue comisionado por Él. Pero es cosa peligrosa en
esta época que uno asuma para sí grandes atributos y títulos.
A Pedro siempre se menciona en primer lugar y a él le fue dado el
privilegio de abrir la puerta de la fe al judío en Pentecostés y al gentil en
Cesarea; Hechos 10.
El llamado a ser pastor
Juan 21 es un apéndice inspirado del Evangelio según Juan y un prefacio a
Hechos de los Apóstoles, uniendo un libro con el otro. Hay dos grandes
lecciones en aquel capítulo: primeramente una lección sobre la pesca y
después una sobre el pastoreo. Son ilustraciones de la misión doble de la
Iglesia: el evangelismo y el cuidado del pueblo de Dios.
Impulsivo e inquieto, Pedro anuncia, “Voy a pescar”, y seis más
responden, “Vamos nosotros también contigo”. Eran hombres
representativos y figuraban en el grupo algunos pescadores probados.
Pero trabajaron la noche entera sin pescar nada. Cuando ya iba
amaneciendo, se presentó Jesús en la playa. “Hijitos”, preguntó, “¿tienen
algo de comer?” Respondieron de mala gana con un monosílabo: “No”. Y
ahora la orden: “Echen la red a la derecha de la barca”. Al hacerlo, no
podían con la cantidad de peces en la red.
La lección está en la superficie. ¡Es una pérdida de tiempo cualquier obra
realizada sin el mandamiento y presencia del Señor resucitado! Podemos
reunir un grupo de expertos en la teoría de la pesca, pero nada
lograremos si Él no está dirigiendo la operación. Y otro punto: Pedro tenía
que ser restaurado a la confianza de sus hermanos; él había negado al
Señor públicamente y tenía que ser restaurado públicamente.
El Señor encendió allí en la playa una pequeña fogata, como aquella ante
la cual Pedro había negado al Señor en el patio del sumo sacerdote. Tres
veces le negó, y tres veces ahora la pregunta, “Simón, hijo de Jonás, ¿me
amas?” Y tres veces la respuesta: “Señor, tú lo sabes”. Con esto, viene la
comisión: “Apacienta mis corderos; pastorea mis ovejas; apacienta mis
queridas ovejas”. Al comienzo de su experiencia con el Señor, la orden fue
en Marcos 1.17, “Venid en pos de mí”. Se repite en Juan 21.22: “Sígueme
(continúa en seguir) tú”. Así que, Pedro había sido llamado y comisionado
a ser pescador de hombres y pastor de ovejas.
Al final de su Primera Epístola entrega la tea a sus hermanos que tendrán
esa responsabilidad una vez ausente él. “Ruego a los ancianos que están
entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los
padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que
será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros,
cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia
deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo el señorío sobre los
que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando
aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona
incorruptible de gloria”.
Que la Cabeza de la Iglesia, el Gran Pastor de las Ovejas, Hebreos 13.20,
levante pescadores y subpastores para atender al pueblo suyo.
25
IX — Pablo; un pionero
y plantador de iglesias
El apóstol Pablo era uno de los hombres más grandes de todos los
tiempos, pero él no pensaba así. Se llama menos que el más pequeño de
todos los santos. De que Dios le escogió en una coyuntura crítica de la
historia del mundo, no hay duda. Poco antes de su nacimiento, hubo tres
grandes sucesos:
La carrera de Alejandro Magno había difundido el conocimiento del
idioma griego en el mundo conocido.
La expansión del Imperio Romano había facilitado la comunicación y el
gobierno por leyes.
La dispersión de los judíos, llamada la diáspora, con su uso del Antiguo
Testamento y la creencia en un solo Dios, había penetrado la mayoría
de los centros estratégicos.
En la Iglesia primitiva existía la necesidad de un hombre que contara con
todo eso en su formación. Aquel era Saulo de Tarso, conocido luego como
Pablo. Era a la vez hebreo y ciudadano romano por nacimiento. Además
del griego, hablaba el hebreo, arameo y posiblemente otros idiomas
también.
A.T. Robertson estima que éste nació en el año 1, aproximadamente, y
falleció en el 66. ¡Cuánto logró en aquellos sesenta y seis años! Su
intelecto, coraje, perseverancia, simpatía, integridad y tacto manifiestan
que era de personalidad rica.
Su vida se puede dividir en cuatro períodos: fariseo, convertido, pionero y
preso.
Saulo el fariseo
Este período ocupó unos treinta y cinco años, casi la mitad de su vida.
Nació en Tarso, la capital griega del sureste de Asia Menor. Dijo que “era
una ciudad no insignificante de Cilicia”. Junto con Atenas y Alejandría,
Tarso era centro universitario, y sus estudiantes juntaban Oeste y Este.
Era benjamita con el mismo nombre que el primer rey de Israel. Aprendió
el oficio de fabricar tiendas de pelo de cabra.
Se formó en un ambiente liberal y griego, pero recibió su educación
teológica a los pies de Gamaliel en Jerusalén. Llegó a ser fariseo estricto,
caracterizado por intolerancia y fanatismo. No se sabe a ciencia cierta si
era o no un miembro del Sanedrín, el parlamento de los judíos. Dijo que
había votado a favor de la muerte de Esteban. Saulo llegó a ser amargado
perseguidor y antagonista de los evangélicos; en sus años de madurez él
haría mención de este hecho en dos de sus discursos y cuatro de sus
cartas. En lenguaje de Génesis 49.27, era el benjamita lobo arrebatador.
Conversión y servicio
En la cúspide de su carrera como fanático, Pablo fue alcanzado en el
camino a Damasco. Su conversión fue instantánea y dramática; vio el
Cristo resucitado y escuchó su voz. Nos dice que era “ejemplo a los que
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habían de creer”, 1 Timoteo 1.16, y emplea tres términos para describir
su experiencia:
Fue asido por Cristo Jesús, Filipenses 3.12
Fue iluminado por el resplandor, Hechos 26.13
Recibió una revelación, Gálatas 1.16
Su llamado al servicio tuvo cinco características:
Dios le escogió antes de nacer, como hizo con Sansón y Juan el
Bautista. “Agradó a Dios, que me apartó del vientre de mi madre, y me
llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí”, Gálatas 1.15.
Dios le dio su comisión en la ocasión de su conversión. Se la describe a
Agripa en Hechos 26.15 al 18: “El Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú
persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he
aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has
visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y
de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para
que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás
a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y
herencia entre los santificados”.
El Señor le dijo a Ananías de Damasco en Hechos 9.15: “Instrumento
escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los
gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel”.
En medio de una turba que le quería linchar, en un éxtasis en Jerusalén,
recibió la orden: “Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque
no recibirán tu testimonio acerca de mí. … Vé, porque yo te enviaré
lejos a los gentiles”, Hechos 22.17 al 21.
Y, en Antioquía, Hechos 13.2, el Espíritu Santo decretó: “Apartadme a
Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”.
La Santa Trinidad se involucró en su llamamiento. Dios le llamó antes que
naciese, Gálatas 1.15; el Señor lo llamó en el camino a Damasco; el
Espíritu Santo hizo saber su voluntad en Antioquía.
Su preparación para el servicio ocupó diez años, más o menos.
Primeramente en Damasco, Hechos 9.20,21; en Arabia, Gálatas 1.17; en
Damasco de nuevo, Hechos 9.22 al 25; una visita a Jerusalén, 9.26 al 30,
Gálatas 1.18; en su ciudad natal, Tarso, Hechos 9.30, 11.25; y, en
Antioquía con Bernabé y la iglesia local, 11.25,26. Esta etapa preparatoria
fue importante, dándole tiempo para estudio y ajuste de su modo de
pensar. Su amigo Bernabé fue una gran ayuda y estímulo.
Pionero y plantador
Esta etapa fue de unos quince años, desde el 44 hasta el 60. En tres
grandes viajes misioneros, Pablo y otros vieron establecidas iglesias
locales —“asambleas”— en centros estratégicos en todas cuatro
provincias del Imperio Romano.
Un escritor en el National Geographic estima que Pablo viajó más de
19.000 kilómetros con el Evangelio: 9000 por tierra, mayormente a pie, y
casi 11.000 por mar. Nada de cruceros, ferrocarriles ni hoteles; para un
hombre enfermo, fue una hazaña asombrosa.
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Es llamativo también que el relato histórico en Hechos de los Apóstoles no
dice nada sobre finanzas. Pablo trabajó a menudo con sus manos para
proveer las necesidades de la vida. Sabemos que recibió donativos de
Filipos, ¡pero no sabemos que haya apelado una sola vez por ayuda
económica!
El preso
En los seis años finales, Pablo estuvo encarcelado tres veces.
Primeramente en Cesarea, luego dos años de arresto domiciliario en
Roma, y —después de un breve lapso de libertad— su reclusión final y
ejecución. Pero, como John Bunyan (El Progreso del Peregrino, etc) y el
himnista Samuel Rutherford, él no malgastó su tiempo de libertad. El
águila estaba encadenado pero prestando servicio para fruto eterno.
El Evangelio penetró la casa de Nerón mismo. La pluma del apóstol nos
dejó una herencia rica, ya que “las epístolas carcelarias” —Efesios,
Filipenses, Colosenses y la joya que es la carta a Filemón— son tesoros sin
precio. Hay también “las epístolas pastorales” —1 y 2 Timoteo y Tito—
que contienen las instrucciones finales de Pablo sobre la vida personal y
en la asamblea.
X —Timoteo; un pastor
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Cristo. ¡Fue la combinación de un hogar piadoso y una vigorosa campaña
evangelística que le trajo a Cristo!
Al cabo de unos cinco años Pablo regresó a Listra, en su segundo viaje, y
encuentra que Timoteo ha crecido y madurado espiritualmente. No
sabemos con seguridad, pero pensamos que tenía 20 años de edad. Se
dice que:
Era discípulo
Era bien visto por los hermanos en Listra e Iconio; o sea, en su propio
pueblo y en otro del distrito.
Pablo deseaba que le acompañara
Le circuncidó para facilitar su acceso a los judíos que había en aquellas
partes, ya que sabían que su padre era griego.
Servicio y carrera
Pablo fue usado en el llamamiento de Timoteo, así como Elías en el de
Eliseo. Es casi seguro que el joven haya tenido su propia carga y ejercicio
ante el Señor, pero Dios empleó a su siervo Pablo para llevar el asunto a
fruición. Esto sucede a menudo en nuestros días. Un hombre mayor,
espiritual y de buen discernimiento, ve que uno menor está
desarrollándose en lo espiritual, y le sugiere dedicarse a tiempo completo
a la obra del Señor. Esto tiene precedente bíblico en Pablo y Timoteo.
Dos veces leemos de la imposición de manos, pero con preposiciones
diferentes. En
2 Timoteo 1.6 Pablo dice: “Te aconsejo que avives el fuego del don de Dios
que está en ti por la imposición de mis manos”. Debemos llevar en mente
que Pablo era un apóstol, con autoridad única del Cristo resucitado. ¡Están
parados sobre un fundamento excesivamente débil aquellos que opinan
que existe en estos tiempos la sucesión apostólica y la autoridad de
conferir dones espirituales! De nuevo, leemos en 1 Timoteo 4.14: “No
descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la
imposición de las manos del presbiterio”. Aquí se trata sencillamente de
comunión, sin ninguna idea de ordenación. Los ancianos estaban
expresando amor y beneplácito con el hecho de que Dios le había llamado
a la obra.
Servicio posterior
Si Timoteo tenía aproximadamente 20 años cuando se asoció con Pablo, y
Pablo unos 45 años, quiere decir que había una diferencia de 25 en sus
respectivas edades. Si a Pablo le quitaron la vida a los 65 años, los dos
habrán trabajado juntos a lo largo de veinte años.
Sabemos algo del carácter y modo de ser de éste que es el único en el
Nuevo Testamento que se cataloga como “varón de Dios”. Era sensible y
tímido, y varias veces leemos de sus lágrimas. No gozaba de muy buena
salud; Pablo habla de sus frecuentes enfermedades. Dos veces se le
exhorta no avergonzarse; era un hombre que precisaba de otro que le
animara.
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Pablo había estado en Tesalónica por relativamente poco tiempo cuando
se formó la asamblea; Hechos 17.1 al 9. Tuvo que salir apresuradamente
debido a la persecución, y algunos creyentes murieron antes que él
escribiera a la iglesia. Hacía falta quien les instruyera y consolara, y
Timoteo resultó ser la persona idónea. Su ministerio fue de un todo
exitoso, y su informe a Pablo sobre esta visita trajo regocijo al corazón del
apóstol; 1 Tesalonicenses 3.7 al 9.
2. Un ministerio de corrección en Corinto; 1 Corintios 4.17
Ninguna asamblea le causó tanto dolor de corazón a Pablo como la de
Corinto. Había problemas tanto morales como doctrinales, además de una
tendencia hacia la división. Era gente orgullosa y jactanciosa de su
conocimiento y don espiritual. Criticaban a Pablo, el hombre que les había
traído el evangelio, y aun insinuaban que no era apóstol con los
credenciales del caso.
Timoteo tenía por delante una tarea difícil al acercarse a esta gente
altanera, y Pablo se vio obligado a escribirles, al final de la primera
epístola: “Si llega Timoteo, mirad que esté con vosotros con tranquilidad,
porque él hace la obra del Señor así como yo”. Pero aparente no fue
exitosa su misión; él no era el tipo de hombre para tratar aquella
situación. Posteriormente, Pablo despachó a Tito, posiblemente un hombre
mayor y de carácter fuerte, y al cabo de tres visitas éste tuvo mayor éxito
en la restauración de la asamblea.
3. Un ministerio de consolidación en Éfeso, 1 Timoteo 1.3.
Él tuvo que exigir a cierta gente que no enseñara una doctrina diversa.
Esta iglesia había contado con el privilegio de ministerio de parte de
Apolos, de Aquila y Priscila, de Pablo, y más adelante del apóstol Juan,
pero algunos estaban introduciendo prácticas y enseñanzas legalistas. En
estas epístolas pastorales encontramos varias veces vocablos como la fe,
la Palabra, sana doctrina.
La misión de Timoteo fue la de contrarrestar las “fábulas de viejas” con
enseñanza sana y una cuidadosa exposición de las Escrituras. No hay
nada en la Epístola para apoyar la idea que iba como obispo o pastor de la
iglesia local. Había una pluralidad de ancianos en Éfeso; Hechos 20.17.
Timoteo llegó sencillamente como un ministro de la Palabra para refrenar
y corregir una condición.
4. Un ministerio de compañerismo en Roma, 2 Timoteo 4.9,21
Pablo había llegado al final de una vida de labores por el Señor y sabía
que pronto iba a soltar la tea de testimonio. Resumió su servicio en
palabras muy citadas: “Yo estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi
partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,
he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia,
la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino
también a todos los que aman su venida”.
Procede a mencionar dieciocho nombres, algunos de leales consiervos,
otros de los que le han abandonado y otros que ya eran enemigos. Agrega
patéticamente: “Sólo Lucas está conmigo”. ¡Querido, leal Dr. Lucas! Pero
por encima de esto él anhela la presencia y compañerismo de su querido
amigo Timoteo: “Procura venir pronto a verme”. Al venir, dice, que
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traigas el capote que está en Troas, ya que en este calabozo frío hace
falta algo para el cuerpo. Pero, de mayor importancia, los pergaminos, ya
que quiero algo para la mente.
Pero, ¡Oh, Timoteo! Te quiero a ti para mi corazón y afectos. “Procura
venir antes del invierno”. ¿Nos atrevemos a pensar que en aquel funesto
día fuera de la ciudad de Roma, cuando la espada libró ese espíritu de su
agotado cuerpo, dos de sus íntimos amigos —Lucas y Timoteo— estaban
con él hasta el final?
La vida y obra de Timoteo ofrecen un excelente ejemplo y gran estímulo a
los que realizan una obra pastoral entre el pueblo de Dios. Es grande la
necesidad de hombres con amor por Cristo y corazón de pastor. Pablo y
Timoteo son un ejemplo perfecto de lo que debería ser la relación entre el
mayor y el menor. Si imitáramos el patrón, desaparecería la brecha
generacional.
Conclusión
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Contaban con cualidades humanas y espirituales para la tarea por
delante.
5. Tenían una pesada carga y gran ejercicio por la necesidad de su
época y eran varones de oración. En nuestros tiempos mora adentro el
Espíritu de Dios quien crea esa carga y nos guía paso a paso.
6. El sello de la bendición divina estaba sobre sus labores.
7. Su llamamiento siempre fue a una determinada obra y no
simplemente a ir a cierta localidad. Es cierto que Abraham fue llamado a
viajar a un país nombrado, pero su obra fue la de demostrar el principio
de la fe en su vida.
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