Circuito Hambre
Circuito Hambre
Circuito Hambre
Para hablar de las sensaciones de apetito y saciedad en la relación que las mismas
sostienen con el Síndrome metabólico (SM), es necesario considerar primeramente la
estrecha asociación que éste último, a su vez, mantiene con la obesidad.
ambientales tenidas como adversas (hoy acuñadas como “obesogénicas”), tales como la
exposición a una dieta con una participación desproporcionada de las grasas alimentarias
y los estilos sedentarios de vida. Por consiguiente, ya hoy se acepta sin discusiones
raigales que el peso corporal del sujeto, y como parte de esta característica, el tamaño y
la distribución de los almacenes de grasa, son la resultante en última instancia de la
interrelación entre los factores genéticohereditarios y ambientales.
Neel, en 1962, propuso la teoría de los genes ahorrativos (que pueden ser
reconocidos en la literatura inglesa como “thrifty genotypes”) para explicar esta
interacción gen-ambiente. Según esta teoría, el ser humano ha evolucionado durante miles
de años gracias a mecanismos responsables del almacenamiento eficiente del exceso de
energía alimentaria en forma de grasa a fin de sobrevivir a la hambruna y la deprivación.
La actividad física del ser humano ancestral, intensa como podría concluirse de la
continua lucha por la supervivencia, la procuración del alimento, y la defensa contra las
adversidades naturales, contrarrestaba la energía acumulada. Es por ello perfectamente
explicable el fenotipo enjuto del hombre pre moderno. Pero en la actualidad, en la medida
que las colectividades humanas se urbanizan, se incrementa la disponibilidad, oferta y
variedad de alimentos, disminuye la actividad física, y se incrementa el sedentarismo, es
que, por primera vez en la historia de la humanidad, la predisposición a la obesidad está
asentada en el material genético humano probablemente desde tiempos ancestrales, pero
solo se ha expresado en estos últimos años como consecuencia de los profundos cambios
ocurridos en la existencia humana, la urbanización acelerada, la disponibilidad y la
variedad de la oferta de alimentos, y el aumento del sedentarismo (entre otros factores).
transmitidas hasta el sistema nervioso central, y que provocan el inicio del acto
alimentario al movilizar al sujeto hacia la aprehensión del alimento, la colocación
en la cavidad oral, la degustación del mismo, y finalmente, la masticación y
deglución.
2. Ingerida una cantidad crítica de alimentos, el sujeto alcanza la saciedad, y rechaza
la ingestión de cantidades adicionales de alimentos.
Es fácil reconocer entonces en el sistema que controla el balance energético del sujeto
la existencia de un componente regulatorio que actúa a corto plazo separado de otro que
lo hace en el plazo largo. Este sistema de “corto plazo” se encarga entonces de regular el
apetito, y con ello, el inicio y la finalización de la comida en cada frecuencia de
alimentación, y responde fundamentalmente a señales gastrointestinales (léase “factores
de saciedad”) que se acumulan durante el acto de la alimentación y contribuyen a terminar
la ingestión.
Las señales periféricas que controlan la homeostasis energética son múltiples, pero
todas se integran en el hipotálamo. El hipotálamo es la principal zona del sistema nervioso
central (SNC) que acoge la señalización neurohormonal involucrada en la regulación de
las sensaciones del hambre, el apetito y la saciedad, y regula las interacciones que
sostienen entre sí las diferentes regiones del cerebro involucradas en la conducta
alimentaria del hombre.
nutrientes como la glucosa, los ácidos grasos y los aminoácidos. Estas señales pueden
informar al SNC acerca del estado del homeostasis energética, y de esta manera, inducir
cambios en el comportamiento alimentario y el balance energético. Sin embargo, el papel
de los nutrientes en la regulación encefálica de las sensaciones del hambre y el apetito no
está claramente definido, aunque se cree que, por su carácter intermitente, la función de
los mismos sea similar a la de las señales de saciedad.
En tal sentido, se han identificado dos proteínquinasas que responden ante los
niveles circulantes de nutrientes, y funcionan como reguladores hipotalámicos del peso
corporal y el consumo de alimentos en el hipotálamo.
Las hormonas que regulan el apetito son un claro ejemplo de la compleja inervación
del tracto gastrointestinal, en el que, como es sabido, intervienen tanto vías intrínsecas
(léase también entéricas) como extrínsecas, éstas dependientes del sistema nervioso
autónomo. Así, la grelina y la colecistoquinina, dos de las hormonas que se encargan de
regular el apetito, son producidas en las células de la propia mucosa gastrointestinal, si
bien deben ser liberadas a la circulación sistémica antes de poder actuar a nivel local. Por
su parte, los péptidos opioides, como las endorfinas, las encefalinas y las dinorfinas, que
también han sido vinculadas con la regulación del apetito, se producen en el sistema
NOMBRES: Lady Yutte Alvarado
FECHA: 13 de noviembre de 2019
GRUPO: NUTRCIÓN 17
El índice glicémico (IG) de los alimentos puede ser otro factor de la dieta que puede
influir en la reducción voluntaria y recomendada del peso corporal. El índice glucémico
constituye una propiedad de los alimentos que contienen carbohidratos, y describe el
aumento que se produce en la glucosa sanguínea que ocurre después del consumo de los
mismos. Los alimentos que se digieren y se absorben rápidamente y/o se transforman
metabólicamente en glucosa tienen un valor elevado del IG.
Por otra parte, la tasa de absorción de los carbohidratos dietéticos (y, por lo tanto,
el valor del IG) se incrementa después de una comida “baja en grasas” porque la grasa
actúa naturalmente para retrasar el vaciamiento gástrico. Las dietas “bajas en grasas”
contribuyen a un vaciamiento gástrico acelerado. El IG de una comida está determinado
principalmente por la cantidad de carbohidratos consumidos. Sin embargo, otros factores
dietéticos pueden afectar la digestibilidad de los alimentos, la motilidad gastrointestinal
y/o la secreción de insulina, y entre ellos se pueden citar el tipo de carbohidratos, la
estructura del alimento, y el contenido de fibra dietética, proteínas y grasa.
Por el contrario, las verduras, las legumbres y las frutas tienen un bajo IG. Así que la
promoción de una mayor participación de las frutas, los vegetales, y las leguminosas en
la dieta regular podría servir para alcanzar 2 propósitos: aumentar el poder sacietógeno
de la dieta (a partir de una mayor presencia de la fibra dietética), y reducir el IG de los
alimentos consumidos, y con ello, la liberación, absorción, deposición y transformación
en grasa de la energía alimentaria ingerida. Luego, de lo expuesto en este acápite, se
tienen varias oportunidades para lograr mediante modificaciones de la participación de
las proteínas alimentarias en la dieta regular y la promoción del consumo de alimentos
identificados de bajo IG la adherencia del sujeto a las intervenciones dietéticas orientadas
a la reducción voluntaria del peso corporal y la atenuación de los síntomas asociados a
las incluidas dentro del Síndrome metabólico. Investigaciones ulteriores deben conducir
al examen del impacto de las dietas “ricas en proteínas” y que incorporan alimentos de
bajo IG sobre el control del apetito y la saciedad, la regulación a mediano y largo plazo
del peso corporal, y una mejor utilización periférica de la energía alimentaria.
NOMBRES: Lady Yutte Alvarado
FECHA: 13 de noviembre de 2019
GRUPO: NUTRCIÓN 17
Los fármacos podrían actuar a nivel central, activando el centro de la saciedad, como
sería el caso de la Sibutramina. También se dispone de drogas que bloquean la acción de
las peptidasas di-peptidil, lo que significaría una prolongación de la vida media en la
sangre de las incretinas, y con ello, un mayor poder sacietógeno.
CONCLUSIONES
La mejor comprensión de la regulación de las sensaciones de hambre, apetito y
saciedad puede conducir a nuevos paradigmas de intervención en la insulinorresistencia
y el Síndrome metabólico. Una mayor participación de las proteínas alimentarias en la
dieta regular puede inducir saciedad temprana, y de esta manera, reducir sensiblemente
las cantidades ingeridas de alimentos, haciendo posible la regulación del peso corporal.
La incorporación de alimentos de bajo índice glicémico podría servir para reducir las
cantidades de energía alimentaria que se transforman en tejido adiposo. Estas
intervenciones (junto con otras que resulten del mejor conocimiento de las intrincadas
relaciones entre el sistema nervioso central, el intestino delgado, el tejido adiposo, y otros
sistemas de la economía) deben resultar en tasas superiores de efectividad en el
tratamiento de la obesidad y el Síndrome metabólico acompañante.