118 Argentina
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foja: 454
CUIJ: 13-03815694-7()
HABEAS CORPUS CORRECTIVO Y COLECTIVO (PENITENCIARIA
DE MENDOZA)
*103856165*
VISTO:
CONSIDERANDO:
salud. Los tres complejos más grandes, que alojan más de 1000 personas cada
uno, cuentan con un médico de guardia por día y una escasa e irregular provisión
de medicación. Igual situación puede observarse en relación al personal de
seguridad, pues en ocasiones sólo dos operadores quedan a cargo de pabellones de
más de 300 personas -como es el caso del Complejo Almafuerte-. La situación del
servicio de atención médica presenta características aún más preocupantes en el
Complejo Penitenciario N° 4, Cárcel de San Rafael y la Unidad Penal N° III,
Cárcel de Mujeres.
2.1. Introducción
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Ahora bien, más allá de que la ley adjetiva autorice la detención tanto al
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horas y el juez de garantías debe resolver «enseguida» (art. 327 de la ley 1.908) o,
en su defecto, en el término de «24 horas» (art. 345 de la ley 6.730).
De igual manera el Código Procesal Penal de Costa Rica –ley 7.594- que
faculta al fiscal para ordenar que una persona sea detenida, establece que «la
detención no podrá superar las veinticuatro horas. Si el Ministerio Público estima
que la persona debe quedar detenida por más tiempo, la pondrá inmediatamente a
la orden del tribunal del procedimiento preparatorio y le solicitará ordenar la
prisión preventiva o aplicar cualquier otra medida sustitutiva. En caso contrario,
ordenará su libertad».
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3.1.- Introducción
que «se deben desechar todos los demás esfuerzos por fundamentar la prisión
durante el proceso basados, por ejemplo, en fines preventivos como la
peligrosidad del imputado, la posibilidad de que cometa delitos en el futuro o la
repercusión social del hecho, no sólo por el principio enunciado [pro homine]
sino, también, porque se apoyan en criterios de derecho penal material, no
procesal, propios de la respuesta punitiva» (CIDH, Informe N° 86/09, Caso
12.553, Fondo, Jorge, José y Dante Peirano Basso, República Oriental del
Uruguay, de 6 de agosto de 2009; § 84; en similar sentido ver CIDH, Informe No.
77/02, Caso 11.506, Fondo, Waldermar Gerónimo Pinheiro y José Víctor Dos
Santos, Paraguay, 27 de diciembre de 2000, § 66; y CIDH, Informe sobre el uso
de la prisión preventiva en las Américas, citado; § 144). En efecto, según este
informe de la CIDH, los mencionados criterios de prevención general y especial
están basados «en la evaluación del hecho pasado, que no responden a la
finalidad de toda medida cautelar por medio de la cual se intenta prever o evitar
hechos que hacen, exclusivamente, a cuestiones procesales del objeto de la
investigación y se viola, así, el principio de inocencia» (CIDH, Informe de fondo
N° 86/09, § 84).
Por otro lado, a estos déficits que presenta el «juicio» sobre el peligro
procesal, deben sumársele los vicios ya señalados de la práctica jurisprudencial
que deriva el riesgo para los fines del proceso simplemente de la amenaza de pena
que pesa sobre el imputado. En efecto, constituye una práctica usual que el riesgo
procesal se infiera del pronóstico de la eventual condena que pueda imponérsele al
acusado. Concretamente, si dicha condena será o no de cumplimiento efectivo, sea
porque la escala penal aplicable impide augurar una condenación condicional, sea
porque la posible declaración de reincidencia impedirá la suspensión de la
ejecución de la pena. Pues bien, ante el pronóstico de una condena de
cumplimiento efectivo la jurisprudencia deriva sin más que el imputado eludirá la
acción de la justicia y no se presentará a cumplir la pena que eventualmente puede
serle impuesta. Dicho a modo de resumen, en los hechos, la jurisprudencia incurre
en los vicios de la no tan antigua práctica legislativa consistente en declarar no
excarcelables determinados delitos en particular. Sólo que en lugar hacerlo con
algunos delitos en concreto, lo hace transformando en in-excarcelables una clase
de delitos, a saber, todos aquellos de los que no pueda pronosticarse la aplicación
de una condena de ejecución condicional. Pues bien, por las mismas razones que
aquella práctica legislativa fue declarada inconstitucional en su época, también lo
es esta práctica jurisprudencial que al convertir la prisión preventiva en una pena
anticipada, vulnera de manera flagrante la garantía de inocencia del acusado.
Por lo demás, ¿cuáles son esos supuestos excepcionales a los que debe
quedar reducida la prisión preventiva? ¿Qué significa que sus requisitos formales
y materiales deban ser interpretados restrictivamente? Si el encierro sin juicio
supone una restricción a uno de los pilares fundamentales del Estado de Derecho,
a saber, el derecho del imputado a permanecer en libertad durante el proceso hasta
que una sentencia firme declare su culpabilidad, su legitimidad ante el orden
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social que el sistema penal procura preservar sólo puede admitirse en casos de
especial gravedad. De este modo, una sociedad democrática sólo puede tolerar la
institución «prisión preventiva», entre otros requisitos, cuando el hecho que se le
atribuye al acusado es de tal gravedad que supone el cuestionamiento de normas
que pertenecen al núcleo duro de la identidad normativa de dicha sociedad. En
efecto, la importancia del peso social de la norma defraudada constituye uno de
los presupuestos fundamentales para la procedencia de la prisión preventiva. Así,
cuando el art. 293 inc. 1º del C.P.P. –ley 6.730- establece que debe disponerse la
prisión preventiva en los casos en los que prima facie no aparezca procedente la
condena de ejecución condicional, no hace más que referir a la especial gravedad
del hecho. Sin embargo, no basta el pronóstico de una eventual condena de
cumplimiento efectivo para justificar ante la sociedad la prisión preventiva del
acusado. Dicho con un ejemplo: un reincidente puede estar acusado de un robo
simple o un hurto, de tal modo que la pena que lo amenaza será de cumplimiento
efectivo. Sin embargo, salvo que en un contradictorio, en el que se garantice
plenamente el derecho de defensa, se acrediten indicios vehementes de que el
imputado eludirá la acción de la justicia, no cabe su encierro preventivo, pues la
gravedad del hecho no justifica en sí mismo la afectación de su derecho a
permanecer en libertad durante el proceso. En definitiva, la regla es que sólo los
hechos particularmente graves pueden justificar el dictado de la prisión
preventiva. Si el hecho no presenta esa excepcional y particular gravedad, una
sociedad democrática no puede legitimar el encarcelamiento del imputado durante
el proceso. Claro que, en relación a la gravedad del hecho es posible distinguir
grados según que el hecho sea sumamente grave, de gravedad intermedia o de
escasa gravedad (sobre ello infra 3.5).
Por esta razón, la expresión del art. 293 del C.P.P. –ley 6.730-, que exige
como presupuesto para el dictado de la prisión preventiva que existan «elementos
de convicción suficientes para sostener como probable la participación punible
del imputado en el hecho investigado», no debe ser entendida, como lo hacía la
antigua doctrina procesal, como un «mero juicio de probabilidad afirmativa». Por
el contrario, dicha afirmación del legislador debe ser interpretada, tal como lo
hace ROXIN, en el sentido de que se tenga una «sospecha vehemente con respecto
a la comisión del hecho punible; esto es, debe existir un alto grado de
probabilidad del que el imputado ha cometido el hecho» (ROXIN, Claus, Derecho
procesal penal, § 30, B, II). En el mismo sentido, RAGUÉS I VALLÈS sostiene que
no basta para el dictado de la prisión preventiva con la constatación de «meras
sospechas o indicios de criminalidad, sino la necesidad de que consten en lo
instruido elementos indiciarios que, por su número e importancia, permitan
afirmar con un escaso margen de error que, en el caso de hacerse valer en el acto
del juicio por la acusación, permitirán considerar probada la culpabilidad del
imputado» (RAGUÉS I VALLÈS, Ramón, «Derecho penal sustantivo y Derecho
procesal penal: hacia una visión integrada», p. 159). Como puede advertirse, para
estos autores el estado intelectual del juez en el momento del dictado de la prisión
preventiva no es de la mera probabilidad de que el hecho existió y que el
imputado es su autor responsable, sino la presencia de indicios vehementes de su
culpabilidad.
imputados intentan fugarse» (ROXIN, Derecho procesal penal, § 30, A, III). Por
esta razón, es necesario ser muy cuidadoso en la elaboración del pronóstico de
fuga. No resulta posible que de «la gravedad de la imputación y del monto de la
pena esperada según el caso no se puede derivar, sin más, la sospecha de fuga,
sino que deben ser considerados también el peso de las pruebas de cargo
conocidas por el imputado, así como su personalidad y su situación particular»
(ROXIN, Claus, Derecho procesal penal, § 30, A, II, p. 260). Los indicios de los
que se deriva el pronóstico del peligro de fuga deben existir realmente, no
resultando posible inferir el mismo de afirmaciones meramente dogmáticas que no
han sido probadas en el trámite del proceso de conformidad con la sana crítica
racional.
además, el secuestro del arma utilizada. Pues bien, ante la amenaza de una prisión
perpetua casi segura, con muy escaso riesgo de absolución, basta con que se haya
reunido cualquier otro indicio débil del cual derivar el peligro de fuga, pues el
peso de los indicios ya obtenidos son suficientes para pronosticar el peligro
procesal. En cambio, si por alguna razón se tiene la certeza de que el imputado no
eludirá la acción de la justicia no cabe, incluso en estos casos, la prisión
preventiva. En efecto, ante un riesgo procesal cero, por ejemplo, por la edad del
imputado o por el padecimiento de una enfermedad grave que es impensable que
sea tratada en la clandestinidad, no es legítimo ordenar el encierro cautelar, pues
se cuenta con los primeros dos presupuestos para su dictado, la gravedad del
hecho y la alta probabilidad de que el imputado es su autor, pero falta la
peligrosidad procesal sin la cual no corresponde el dictado de la prisión
preventiva.
c.- Un grupo de casos que debe ser analizado con mucho cuidado es el que
viene caracterizado porque al imputado se le atribuya un hecho de escasa
gravedad y, también, con la alta probabilidad de su culpabilidad penal. En tales
supuestos debe ser examinado con especial detalle en cada caso concreto el riesgo
procesal, pues se necesitarán elementos de prueba que tengan un alto peso
indiciario, de modo que se tengan razones vehementes para demostrar que el
imputado no se someterá a la investigación o la obstaculizará. La menor amenaza
de pena justifica que aumenten de modo relevante las exigencias probatorias del
riesgo procesal, algo que la jurisprudencia local no viene teniendo en cuenta. En
estos casos nos enfrentamos a un pronóstico de pena de escasa gravedad, de modo
que la amenaza de pena no constituye un indicio de peso respecto al peligro
procesal. Por ello, en tales supuestos, «serán necesarios indicios de peligro
procesal concreto muy contundentes para poder fundar la imposición de prisión
preventiva» (voto del Dr. Gabriel Pérez Barberá, en los autos n° 162-2015
caratulados “Soria, Jorge Leandro p.s.a coacción calificada, etc.” de la Cámara de
Acusación de Córdoba). En consecuencia, si se encuentra altamente probado que
el imputado es el posible autor del delito de robo con arma impropia, con una
amenaza de pena que parte de cinco años de prisión, será necesario reunir en el
caso concreto indicios vehementes de riesgo procesal para ordenar su prisión
preventiva. Si no logra acreditarse el peligro procesal con el grado de intensidad
requerido, no es legítima la prisión preventiva en estos casos.
medida en que más aumente el riesgo de absolución, mayores serán los recaudos
que se debe tomar en cada caso respecto al peligro procesal concreto. Así, si por
un hecho de suma gravedad en el que la responsabilidad del acusado se encuentra
sólo probablemente acreditada, ya no bastará con reunir indicios débiles para
demostrar, por ejemplo, el riesgo de fuga, sino que serán necesarios indicios de
mayor peso inductivo para poder afirmar el peligro procesal en el caso concreto.
e.- Por lo demás, las exigencias probatorias del peligro procesal concreto
aumentan en la medida en que disminuyen la gravedad de la imputación y la
contundencia de las pruebas reunidas en contra del acusado. En este sentido, si al
acusado se le considera sólo probable autor de un hecho de gravedad intermedia,
será necesario reunir en su contra indicios muy contundentes de peligro procesal
concreto, tal como se exige en el punto c para hechos de escasa gravedad, y no
elementos probatorios de contundencia media como se exige en el punto b.
Más allá de estas consideraciones, cabe que aclarar que siguen siendo
posibles todavía otras combinaciones entre los distintos grupos de casos. Sin
embargo, por debajo del estándar probatorio de la probabilidad afirmativa de la
responsabilidad del acusado por el hecho no es posible justificar, en ningún caso,
el dictado de la prisión preventiva. Ahora, el tránsito de la alta probabilidad a la
mera probabilidad afirmativa debe ser compensado, como aquí se propone, con
mayores exigencias respecto a la gravedad del hecho y a los indicios que se
requieren para acreditar el peligro procesal en el caso concreto.
Esta interpretación no sólo está vinculada con el tenor literal del texto del
art. 348 sino que, además, es la resultante del juego armonioso con el art. 307 del
antiguo y todavía vigente código procesal según ley 1908 que establece que, el
auto de procesamiento a través del cual se ordena la prisión preventiva, debe ser
dictado a los seis días a contar desde la detención o, a falta de esta, desde la
indagatoria. Es decir, si el juez de instrucción debe ordenar la prisión preventiva a
los seis días de la detención del imputado, de ningún modo puede interpretarse
que los diez días del art. 348 rigen para el fiscal y no para el juez de garantías que
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En consecuencia, que se considere fatal el término del art. 348 del C.P.P.
significa que éste no es ordenatorio sino perentorio, al menos para el fiscal o juez
de garantía que debe ordenar la prisión preventiva, pues vencido dicho término,
si bien la resolución podrá ser solicitada o dictada por otro fiscal u otro juez
respectivamente, no podrá serlo por aquellos a quienes el plazo de diez días les ha
sido acordado originalmente, pues la consecuencia del vencimiento de un término
fatal es la separación del magistrado al que se le hubiera vencido el término. Por
otra parte, esta interpretación del término del 348 del C.P.P. es la única que se
adecua a lo dispuesto por el art. 2 del C.P.P. –en el caso de la ley 6.730 y el art. 3,
según ley 1.908- que obliga a una interpretación restrictiva de las normas que
coartan la libertad personal. Por el contrario, pretender que el término de la
prisión preventiva sea ordenatorio es poner a disposición de los sujetos procesales,
sin consecuencia jurídica alguna, el cumplimiento del término más importante de
la investigación penal preparatoria. Si la prisión preventiva pone en tela de juicio
una garantía fundamental para el Estado de Derecho como lo es el principio de
inocencia del acusado, sus términos no pueden regirse por la teoría del no-plazo
que supone la consideración del término como meramente ordenatorio. A idéntica
conclusión cabe llegar en relación al carácter del término previsto por el art. 307
del C.P.P., según ley 1908, de manera que también para el juez de instrucción el
plazo de seis días para disponer la prisión preventiva -a contar desde la detención
o, falta de ésta, desde la indagatoria- resulta fatal.
Asimismo, la observación según la cual el término del art. 348 del C.P.P. es
materialmente de imposible cumplimiento tampoco se puede compartir. Ello surge
de los mismos datos estadísticos suministrados por el MPF. En efecto, de dicho
informe surge que en la primera circunscripción, entre enero y septiembre de
2015, se registraron 757 solicitudes de prisión preventiva. Si las solicitudes se
dividen por el número de meses se concluye que se solicitaron 84 prisiones
preventivas por mes. Si, además, las 84 solicitudes se dividen por los 6 juzgados
de garantías existentes –no se pierde de vista que no todos éstos órganos
jurisdiccionales estuvieron durante el periodo reseñado de turno la misma
cantidad de veces pero, a los fines de la proyección, esta situación no resulta
relevante-, cada juzgado debe resolver unas 14 prisiones preventivas por mes, esto
es, unas 3,5 por semana. Si a esto se agrega que por ley 8.680 dos de los actuales
juzgados correccionales de la Primera Circunscripción Judicial deben convertirse
en juzgados de garantías, la cifra arroja los siguientes resultados: cada juzgado de
garantía deberá resolver 10,5 pedidos de prisión preventiva por mes, es decir, 2,63
solicitudes por semana. En el caso del MPF, si se tiene en cuenta que en la
primera circunscripción existen 26 fiscales de instrucción, cada uno de estos debe
requerir, por mes, alrededor 3,2 prisiones preventivas, esto es, 0,8 prisiones
preventiva por semana. Ahora bien, ¿es de imposible cumplimiento el plazo de la
prisión preventiva para jueces que deben resolver entre dos y cuatro prisiones
preventivas semanales? ¿Están materialmente imposibilitados los fiscales de
instrucción para requerir en término una prisión preventiva por semana?
más allá nuestra capacidad como operadores judiciales para hacer efectivo su
cumplimiento.
En tercer lugar, del mismo modo que el pedido fiscal de pena debe
especificar el monto de la misma, la solicitud de prisión preventiva debe contener
el tiempo por el cual el acusador considera que será necesaria la detención
provisional para garantizar los fines del proceso. En efecto, es tan inadmisible una
acusación por un pena de tiempo indeterminado, como inaceptable un
requerimiento de prisión preventiva sin indicación del período tiempo por el que
se la solicita. El plazo de dos años y sus respectivas prórrogas constituye el plazo
máximo de prisión preventiva, pero de ello no se deriva que el requerimiento del
encierro cautelar pueda realizarse válidamente sin indicación del plazo por el que
se solicita. Por esta razón, el fiscal debe indicar en su solicitud por cuánto tiempo
considera necesario el encarcelamiento provisional del acusado, señalando cuáles
son los indicios que demuestran el peligro concreto de fuga o de entorpecimiento
de la investigación. El juez de garantías, por su parte, podrá conceder un término
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Así las cosas, resulta un deber de los jueces valorar de manera periódica si
las causas y fines que justificaron inicialmente la privación de libertad todavía se
mantienen vigentes, esto es, si la medida cautelar todavía resulta absolutamente
necesaria para la consecución de esos fines y la misma resulta proporcional, a fin
de salvaguardar los derechos del procesado, en particular, una garantía sustantiva
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de su derecho de defensa (Corte IDH. Caso Yvon Neptune Vs. Haití. Fondo,
Reparaciones y Costas. Sentencia de 6 de mayo de 2008. Serie C No. 180, § 110).
En tanto la libertad del imputado es la regla que debe regir durante toda la
tramitación del proceso, el encarcelamiento cautelar aparece como la excepción a
dicha regla cuando los fines del proceso no pueden ser preservados por otro medio
menos lesivo. En efecto, el cuestionamiento al estado constitucional de inocencia
mediante la arrogación de la libertad del imputado durante la sustanciación de la
causa no puede resultar la primera alternativa sino, por el contrario, el último
recurso para garantizar su sujeción al proceso. Se trata del principio de
subsidiariedad o de extrema ratio del encierro provisional, según el cual, sólo
puede legitimarse la prisión preventiva cuando no se cuenta, entre los medios
disponibles para la neutralización del peligro procesal concreto, con otro medio
menos lesivo respecto a los derechos de quien se encuentra sometido al poder
punitivo del Estado.
Esta regla aparece consagrada en el art. 298 del C.P.P. –ley 6.730-, que
señala «siempre que el peligro de fuga o de entorpecimiento probatorio pudiera
razonablemente evitarse por aplicación de otra medida menos gravosa para el
imputado, o de alguna técnica o sistema electrónico o computarizado que permita
libertad locomotiva, el Fiscal de Instrucción o el Tribunal, impondrá tales
alternativas en lugar de la detención». En otras palabras, si el peligro de fuga o de
entorpecimiento de la investigación puede ser evitado razonablemente a través de
una medida menos gravosa para el imputado, la opción por esta medida
alternativa, en forma individual o conjunta, constituye un imperativo para el fiscal
y para el juez, pues la ley señala el deber de imponer tales alternativas (ver
C.I.D.H., Informe sobre los derechos humanos de las personas privadas de
libertad; OEA/Ser.L/V/II. Doc. 64, de 31 de diciembre de 2011; § 225).
En este sentido la CIDH tiene dicho que «en las etapas procesales previas
y conducentes a la eventual aplicación de la prisión preventiva es imprescindible
que la defensa del acusado tenga acceso, con suficiente anticipación, a toda la
documentación relevante sobre la cual se considere la aplicación de dicha
medida»; y agrega además que «en cuanto a la calidad de la gestión de los
defensores, es fundamental que en sus actuaciones se verifique una
argumentación articulada relativa al cumplimiento de los principios y criterios
que rigen la aplicación de la prisión preventiva en el caso concreto de la persona
a la que representan. Por lo que, al igual que los jueces, no pueden limitarse a
invocar mecánicamente normas o fórmulas legales preestablecidas. Sino que
deben ser capaces de proveer información y argumentos específicos dirigidos a
ofrecer al juez condiciones de confiabilidad para el mantenimiento de la
libertad» (CIDH, Informe sobre el uso de la prisión preventiva en las Américas,
OEA/Serv.L/V/II, Doc 46/13, 30 de diciembre de 2013, §195 y § 196).
Así las cosas, resulta entonces que las demoras que pueden apreciarse en el
trámite de acceso a instancias anticipadas de libertad -parcial o total- suponen un
injustificado y desproporcionado perjuicio de la persona que se encuentra privada
de su libertad. Al respecto, tiene dicho la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos que «el control judicial de las condiciones de privación de libertad y la
supervisión de la ejecución o cumplimiento de las penas, deberá ser periódico y
estar a cargo de jueces y tribunales competentes, independientes e imparciales»
(Principios y Buenas Prácticas sobre la Protección de las Personas Privadas de
Libertad en las Américas, Principio VI). A su vez, aquel principio debe ser
complementado con aquel que dispone que «las personas privadas de libertad
tendrán el derecho de petición individual o colectiva, y a obtener respuesta ante
las autoridades judiciales, administrativas y de otra índole. Este derecho podrá
ser ejercido por terceras personas u organizaciones, de conformidad con la ley
[…] Este derecho comprende, entre otros, el derecho de presentar peticiones,
denuncias o quejas ante las autoridades competentes, y recibir una pronta
respuesta dentro de un plazo razonable» (Principio VII). De este modo, el control
periódico judicial del cumplimiento de la pena debe realizarse en el marco del
plazo razonable que impone el debido proceso legal. La inobservancia del mismo
supone una vulneración a los derechos de la persona detenida y una falta de
adecuación de la conducta estatal -representado en sus órganos administrativos y
judiciales- a las exigencias del Derecho internacional de los Derechos Humanos.
Así voto.
VI.- Sobre la misma cuestión los Dres. Alejandro Pérez Hualde, Julio R.
Gómez y Jorge H. Nanclares adhieren al voto que antecede.
RESUELVE:
REGÍSTRESE. NOTIFÍQUESE.
Se deja constancia de que los Dres. Pedro J. Llorente, Mario Daniel Adaro y Herman A.
Salvini no suscriben la presente por encontrarse en uso de licencia (art. 484 en función del art.
411 inc. 5° del C.P.P. Ley 6.730 y sus modif.). Secretaría, 23 de Diciembre de 2015.